ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS

ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)

Lunes, 11 Abril 2022 11:04

LINEAS CONCLUSIVAS

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LINEAS CONCLUSIVAS

     Cuando leemos, escuchamos o meditamos el evangelio, entonces acontece en nuestro corazón y en la comunidad. El mensaje de Jesús sobre un "nuevo nacimiento" (Jn 3,5) y sobre el "agua viva" (Jn 4,10), se hace realidad en nosotros cuando sintonizamos con sus palabras: "Dame de beber... ¡Si supieras el don de Dios!" (Jn 4,8.10).

     Cristo ha venido como "pan vivo... para la vida del mundo" (Jn 6,48.51). Si creemos en él y comemos el pan eucarístico que nos ofrece, vivimos "por su misma vida" (Jn 6,57), que él nos da "en abundancia" (Jn 10,10).

     Por esta "gracia" o "don de Dios", nos hacemos "hijos de Dios" (Jn 1,12), llegando a participar de su misma vida divina. Entonces Dios Amor, uno y trino, habita en nosotros como en su propio "hogar", comunicándonos todo lo que es él y comunicándose a sí mismo (cf. Jn 14,23). En nuestro corazón se inicia una nueva relación con Dios, como de hijos de comparten la presencia amorosa del Padre. Nuestro ser se transforma en el suyo, como el hierro hecho fuego, sin dejar de ser nosotros mismos.

     No es posible esquematizar perfectamente el tema de la "gracia". Es la antropología cristiana a la luz de la configuración con Cristo y con el compromiso de compartir la vida con él y construir con él la historia humana de todos los pueblos, amando. A partir de la fe, podemos reflexionar con garantía. Pero lo más importante es que podemos vivir esta realidad de gracia, compartiéndola con todos los hermanos, hasta que un día Dios se nos hará visión y se nos comunicará del todo.

     Este proceso de "vida en gracia" es comprometedor porque quedamos invitados y urgidos a transformar todo nuestro ser en Cristo y a construir la historia de la humanidad amando, como reflejo de la comunión familiar del mismo Dios. Un gesto de nuestro vida, si nace del amor, es un paso certero hacia la "recapitulación de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

     La "gracia de nuestro Señor Jesucristo" es el mismo "amor de Dios", que se ha "comunicado" realmente a nuestros corazones por el Espíritu Santo (cf. 2Cor 13,13; Rom 5,5). Somos hijos de Dios y hermanos en Cristo (cf. Heb 2,11-12).

     Al infundir Dios en nosotros la gracia, como vida divina participada, nuestro ser queda transformado de modo permanente ("estado" de gracia) mientras no se separe conscientemente del camino del amor. Esta presencia amorosa y transformante de Dios nos comunica también luces y mociones (gracias "actuales"), para que nuestro modo de pensar, sentir y querer se haga cada vez más semejante al suyo (proceso de virtudes y de dones del Espíritu Santo).

     María, "la llena de gracia" (Lc 1,28), es el modelo y la personificación de toda la comunidad eclesial y de cada creyente que quiere abrirse plenamente a la presencia y a la donación de Dios Amor. "Por esto es nuestra Madre en el orden de la gracia" (LG 61). La maternidad de María "perdura sin cesar... hasta la consumación perpetua de todos los elegidos" (LG 62). Como diría el santo Cura de Ars, "es la Madre más ocupada".

     El "don de Dios" es el mismo Dios que se da tal como es. Nuestra participación en su vida divina se llama "vida en Cristo", porque somos hijos en el Hijo; también se llama "vida nueva en el Espíritu Santo", porque es obra del amor de Dios y porque nos hace nacer de nuevo (cf.Jn 3,5). De este modo, la presencia de Dios se nos convierte en presencia amorosa y transformante. Al participar del mismo ser de Dios, quedamos profundamente relacionados con él.

     A partir de estos planes salvíficos de Dios, cada ser humano recobra su verdadera fisonomía de imagen de Dios Amor. Nadie es extraño ni forastero. Todos somos, en Cristo, "coherederos" (Rom 8,17). Sería un absurdo marginar al hermano, puesto que somos hijos de un mismo Padre (cf. Mt 23,9).

     Sólo con esta sensibilidad cristiana respecto a la gracia o vida divina participada, se puede descubrir la dignidad de cada ser humano. El atropello de tantas personas por la pobreza, la injusticia y la marginación, es un índice de que no se vive la vida de gracia ni, por tanto, se sintoniza con Dios Amor. La experiencia de Dios en nosotros se demuestra en el descubrimiento del hermano como amado eternamente por Dios. "No se trata del hombre abstracto, sino del hombre real, concreto e histórico; se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio... Toda la riqueza doctrinal de la Iglesia tiene como horizonte al hombre en su realidad concreta de pecador y de justo" (CA 53)

     Una sensibilidad unilateral respecto a las miserias materiales de la humanidad, puede agostar la perspectiva de fe y aumentar esas mismas miserias. El celo apostólico y la caridad (asistencial y promocional) hacia los necesitados, nacen en el corazón de aquellos apóstoles que, al estilo de tantos santos, comprometen todo su existir para salvar al hombre en toda su integridad de hijo de Dios. "La doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización; en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás" (CA 54).

     Dios salva al hombre por medio de Cristo Jesús, "el Salvador del mundo" (1Jn 4,14). La "gracia" o "don de Dios" nos hace "pasar de la muerte a la vida" (1Jn 3,14), nos introduce "en el Reino" del Hijo de Dios (Col 1,13), nos hace partícipes o "consortes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4), nos hace hijos de Dios por la comunicación del Espíritu Santo (Gal 4,7; Rom 8,16), nos hace partícipes de la vida, muerte y resurrección de Cristo (Ef 2,5-6). Pero estos dones reclaman y hace posible una respuesta de fe y un agradecimiento profundo, que se traduce en querer comunicar esta vida nueva a todos los hermanos de todos los pueblos. En este sentido, como decían los Santos Padres, "Dios salva al hombre por medio del hombre". "El Reino de Dios, presente en el mundo sin ser del mundo, ilumina el orden de la sociedad humana, mientras que las energías de la gracia lo penetran y lo vivifican" (CA 25).

     Es Cristo quien, desde nuestro corazón y desde el corazón de cada hermano, nos dice a todos: "Soy yo" (Jn 6,20), "tengo otras ovejas" (Jn 10,16), "si supieras el don de Dios" (Jn 4,10). Escuchando su voz y viviendo en sintonía con sus amores, hechos hijos en el Hijo, podremos convertirnos, "el hermano universal", para decir, con palabras y gestos de vida: "Padre nuestro"...

"La Sagrada Escritura nos habla continuamente del compromiso activo en favor del hermano y nos presenta la exigencia de una corresponsabilidad que debe abarcar a todos los hombres" (CA 51).

     A nadie que viva la vida de gracia le deja indiferente el grito de Francisco de Asís: "El Amor no es amado". Mirando a esas muchedumbres inmensas y a esos pueblos y culturas innumerables, que todavía esperan el evangelio, no podemos menos de sentir en el corazón la voz de Cristo: "Tengo sed" (Jn 19,28); "dame de beber" (Jn 4,7).

Lunes, 11 Abril 2022 11:04

VI VER A DIOS

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VI

 

VER A DIOS

 

     1. Somos caminantes

     2. "Lo veremos tal como es"

     3. "Cielo nuevo y tierra nueva"

     Meditación bíblica

                             * * *

     La "salud" del corazón humano se manifiesta en la relación personal de encuentro y donación. Dios, que es el autor y el restaurador de nuestra existencia, se nos va manifestando y comunicando para recuperar en nosotros el rostro original. El proceso de esta "sanación" se desarrolla en la vivencia de la sed de Dios: "¡Oh Dios! Tú eres mi Dios; a ti te busco solícito; sedienta de ti está mi alma; mi carne languidece por ti; como tierra árida, sedienta, sin agua" (Sal 62,2); "¿cuándo entraré a ver el rostro de mi Dios?" (Sal 41,3).

     El camino hasta ver a Dios es largo y comprometido. Es peregrinación que purifica e ilumina, para llegar a la unión definitiva. Antes de llegar al encuentro pleno con Dios, hay que comprometerse a construir un mundo más humano, donde reine el amor, la justicia y la verdad.

     La señal de salud espiritual es la sintonía con esa vida nueva o agua viva que es "rumor" de vida eterna (cf. Jn 4,14). El camino para llegar a ver a Dios es el mismo Jesús: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí..., quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,6.9).

     La "nube" del Sinaí, como signo de la primera Alianza (Ex 24,28), se convierte ahora en "nube luminosa" del Tabor (Mt 17,5), que manifiesta el misterio de Cristo, Hijo de Dios, hombre y salvador. Hay que decidirse a rasgar el velo de la fe, para poder progresar en el encuentro con Dios, por Cristo y en el Espíritu Santo, según los diversos niveles: personal o en nuestro corazón, comunitario o en la relación con los demás, histórico o en la construcción de la historia humana según el amor.

     Una esperanza amorosa, que es confianza y tensión permanente, convertirá nuestra fe en visión, encuentro y posesión de amor definitivo y compartido con todos los hermanos.

 

1. Somos caminantes

     La vida nueva de la gracia sigue un proceso o camino de éxodo (desprendimiento del pecado y del egoísmo), desierto (adentrarse en la luz y palabra de Dios), llegada a Jerusalén (encuentro definitivo con Dios). Es el camino de una Iglesia peregrina en medio del mundo.

     La Iglesia es un conjunto de signos de la presencia de Cristo resucitado. Son los signos de su palabra, de su acción salvífica y de su misterio pascual, celebrado principalmente en la eucaristía. La comunidad eclesial se hace comunión de hermanos, como fermento de comunión en medio de la comunidad humana. Toda su razón de ser consiste en anunciar, celebrar, vivir y ayudar a vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo, esperando activamente su última venida: "Anunciáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva" (1Cor 11,26).

     Hemos sido creados por Dios Amor para que, antes de volver definitivamente a él, construyamos la historia amando. La vida divina, que él nos ha comunicado, es una llamada hacia la plenitud: "Siento en mí una agua viva y sonora, que me dice desde lo más íntimo: ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía).

     Nuestro conocimiento amoroso de Dios va progresando como relación personal que debe llegar a ser encuentro definitivo. La vida es hermosa porque es peregrinación de hermanos hacia la casa del Padre. Los sinsabores se suavizan con la mirada hacia adelante, recordando la promesa del Señor: "Voy a prepararos lugar; una vez que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo" (Jn 14,2-3).

     Nuestra condición de hermanos caminantes, como Iglesia peregrina, nos infunde la confianza en Cristo resucitado presente y nos orienta hacia un encuentro definitivo con él. La fuerza evangelizadora y transformadora de la Iglesia estriba en esta dinámica de esperanza constructiva y responsable: "La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga. Está fortalecida con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos" (LG 8).

     La vida de gracia es inicio de una plenitud. "La gracia es la gloria en nuestro exilio; la gloria es la gracia ya en el hogar definitivo" (J.H. Newman). Nuestra vida actual en Cristo es ya un inicio de vida eterna. Hemos entrado ya en un dinamismo que tiende a la plenitud en Dios. La gracia es una llamada a ser plenamente humanos y, al mismo tiempo, es semilla de eternidad.

     El caminar de Iglesia no es indiferencia ante los acontecimientos, sino una mayor inserción "escatológica" hacia el encuentro definitivo de toda la humanidad con Dios. La naturaleza misionera de la Iglesia consiste en su realidad de signo transparente y portador de Cristo para todos los pueblos, es decir, "sacramento universal de salvación" (LG 48). De este modo, Cristo resucitado "actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a la Iglesia, y por medio de ella, unirlos a sí más estrechamente y para hacerlos partícipes de su vida gloriosa alimentándolos con su cuerpo y sangre" (LG 48).

     El camino de esta peregrinación eclesial pasa por Belén, Nazaret y el Calvario, antes de llegar a la resurrección. Consiste en correr la suerte de Cristo, bebiendo su misma "copa" de "alianza" o de bodas (Mc 10,38; Lc 22,19-20).

     La comunidad eclesial, personificada en María, es la "mujer" asociada a la "hora" o suerte de Cristo (Lc 2,35; Jn 2,4; 19,26). Al compartir la vida con Cristo, la Iglesia se hace su transparencia, "mujer vestida de sol" (Apoc 12,1), "signo levantado en medio de las naciones" (Is 11,12; SC 2).

     Es posible mantener el ritmo de esta peregrinación eclesial cuando se vive de la palabra y de la eucaristía, porque la palabra "contemplada" conduce a la visión, y la eucaristía lleva al encuentro definitivo. Ambas se han insertado en la historia humana por medio de la Iglesia. Por esto, desde todos los rincones de la tierra surge un mismo grito de esperanza: "¡Ven, Señor Jesús!" (Apoc 22,20).

     No sería posible mantener esta tensión salvífica de caminantes, con sólo esperanzas humanas al ras del suelo. Poseer, disfrutar, dominar..., son actitudes caducas, porque no nacen del amor. El "progreso" o "bienestar" que nace de estas actitudes, origina esclavitud de hermanos y de pueblos. El verdadero progreso y bienestar nace del amor, que transforma la creación en bienes parar compartir.

     Levantar al hombre de una postración de pobreza y marginación, sólo es factible a la luz de una liberación integral en Cristo. "El hombre cristiano..., asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección. Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible" (GS 22).

     La peregrinación cristiana es camino de "esperanza", que "no deja confundido" (Rom 5,5). Nuestra esperanza se apoya en Cristo resucitado, que "ha penetrado los cielos" después de sufrir, morir y resucitar (Heb 4,14; cf. 6,18-20). Cristo comparte nuestro caminar para transformarlo en donación. Sólo así se abren caminos nuevos que otros continuarán. La vida recobra su sentido cuando Cristo es el centro del corazón y de la comunidad: "Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8).

     Cristo resucitado ha dejado huellas de su presencia en la historia de cada persona y de cada comunidad humana. El se deja encontrar de quien abre el corazón a los hermanos para construir la historia amando. Los destellos de su luz iluminan nuestro caminar, "hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones" (2Pe 1,19).

     La Iglesia es una comunidad de hermanos que, habiendo encontrado a Cristo, se ayudan para ser testigos de este encuentro y para transformar el encuentro en visión y posesión definitiva. El "alma" de esta comunidad peregrina es el Espíritu Santo (cf. LG 7), comunicado por el Padre y el Hijo, como vida nueva y nuevo nacimiento.

 

2. "Le veremos tal como es"

     El deseo de ver a Dios no es una quimera ni una utopía, sino una manifestación espontánea de la vida nueva que Dios ha infundido en nuestros corazones. La vida de gracia es sólo la semilla y el inicio de una plenitud.

     Los santos han sido muy sensibles a la presencia de Dios en la creación y, de modo especial, en el corazón de quien se ha abierto al amor. Esta sintonía con la presencia amorosa de Dios les ha hecho vibrar con el deseo de la visión real y definitiva: "Descubre tu presencia"... "Rompe la tela de este dulce encuentro" (San Juan de la Cruz).

     A Dios le podemos descubrir en la creación y en la historia, en nuestro corazón y en la palabra inspirada de la Escritura, en cada hermano y, de modo particular, en Cristo su Hijo. Pero esta presencia no es todavía la visión y el encuentro definitivo, sino sólo un ensayo y, a veces, un esbozo. Un día le veremos "cara a cara" (1Cor 13,12). Ya desde ahora se inicia en nosotros un camino hacia la visión: "Todos nosotros, con el rostro descubierto reverberando como espejos la gloria del Señor, nos vamos transfigurando en la misma imagen de gloria en gloria, conforme a como obra el Espíritu del Señor" (2Cor 3,18).

     La luz de la vida nueva que Dios nos ha comunicado nos ayuda a ver en el rostro de cada hermano el rostro de Cristo, la imagen de Dios Amor. Un día descubriremos en el rostro de Cristo glorificado las facciones de todos los hermanos que hemos encontrado en nuestro caminar terreno: "Dios que ha dicho: brille la luz de entre las tinieblas, es quien ha encendido esta luz en nuestros corazones, para que irradiásemos el conocimiento de la gloria de Dios, que reverbera en la faz de Cristo Jesús" (2Cor 4,6).

     Desde la encarnación del Hijo de Dios, el hombre ha sentido más realizable este deseo de ver a Dios. En Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el deseo de ver a Dios se comienza a convertir en anticipación de una realidad plena: "Hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

     Quien se encuentra con Cristo, comienza a pregustar la visión y el encuentro definitivo con Dios: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9; cf. Jn 12,45). Ahora es ya el mismo Jesús quien alienta en nosotros el deseo de ver a Dios. Su palabra, contemplada en el silencio del corazón, se va convirtiendo en palabra personal de Dios, que un día será visión: "Este es mi Hijo muy amado; escuchadle" (Mt 17,5). Su cercanía, que a veces parece ausencia, se nos va transformando en presencia de "Emmanuel" o de "Dios con nosotros" (Mt 1,23.24), que un día será encuentro definitivo.

     En el corazón de cada ser humano, sin excepción, existe un deseo de trascendencia. A veces parece atrofiarse por sucedáneos que no pueden satisfacer las ansias infinitas de verdad y de bondad. Cuando alguien se encuentra con el mensaje evangélico testimoniado por personas coherentes, no puede menos de sentir el deseo de encontrarse personalmente con el Señor: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21).

     El deseo de ver a Dios se atrofia cuando el corazón se cierra al amor. Las cosas pasajeras sirven como mensaje de un Dios que se quiere dar él mismo. Las cosas pasan, dejando la nostalgia de Dios Amor. Si las cosas se usan sin amor a Dios y a los hermanos, entonces no dejan entrever su verdadero mensaje. Todos los dones de Dios van pasando porque son sólo un ensayo de una donación personal y total. El amor que Dios ha puesto en sus dones pasajeros no pasa nunca. Por medio de los dones de Dios, diseminados en toda la creación redimida por Cristo, nos vamos ensayando para el encuentro final. Ensayamos un "canto nuevo" y definitivo, a partir de un "seguimiento" incondicional de Cristo que se traduce en compartir nuestra vida con él (Apoc 14,3-4).

     Siguiendo a Cristo, "el Verbo vuelto hacia Dios" (Jn 1,1), llegaremos a participar de su mirada y de su visión divina: "Si alguien quiere servirme, que me siga; y donde estoy yo, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26; cf. 14,2-3).

     Comenzamos a vislumbrar que un día veremos a Dios cara a cara, cuando descubrimos el rostro de Cristo en el rostro de cada hermano. En esos rostros de gozo y de dolor, de angustia y de esperanza, se adivina una búsqueda de Dios que es huella inconfundible de que Dios nos ha creado a todos para encontrarle, verle y amarle eternamente. Jesús califica de "bienaventurados" y "benditos" a los que comienzan a ver a Dios en estas huellas pobres del hermano (Mt 5,44-48; 25,34).

     El momento más difícil para perseverar en este anhelo de Dios, es cuando parece que calla y está ausente. El Hijo de Dios hecho hombre no quiso ser exento de esta experiencia dolorosa (Mt 27,46). Pero esa "queja" amorosa y confiada de una ausencia sensible de Dios, se convierte en el dintel de la casa del Padre: "En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). No se puede llegar a ver a Dios sin participar en la cruz de Cristo, que consiste en vivir, sufrir y morir amando.

     Hay que "injertarse" en Cristo (Rom 6,5) para participar de su misma mirada que, en su vida mortal, sabía ver al Padre en las flores, en los pájaros y en los hermanos que sufren. Con él y gracias al Espíritu Santo que él nos comunica, ya podemos mirar al Padre y expresarle con "gemidos" nuestro deseo de verle definitivamente. Decir "Padre" ("Abba") a Dios, con la voz, la mirada y el amor de Cristo, es el mejor ensayo para llegar a la visión definitiva: "Recibisteis el Espíritu de filiación adoptiva, con el cual clamamos: ¡Abba! ¡Padre! El Espíritu mismo testifica a una con nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; si ahora padecemos con él, seremos glorificados con él" (Rom 8,15-17).

     "Hasta que claree el día" de la visión (2Pe 1,19), hay que vivir de una presencia amorosa de Dios, experimentada por la fe, que es nuestro cielo en la tierra. Para que Cristo "entregue todo al Padre" (1Cor 15,28), somos llamados a convertirnos en "luz" (Mt 5,14) para los demás compañeros de viaje. Ya desde ahora, comenzamos a entrar en la luz definitiva: "En tu luz, podemos ver la luz" (Sal 35,10).

     Ya comenzamos a participar de la misma vida de Dios: "Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; un día veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo se conoce" (1Cor 13,12). Un día "seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es" (1Jn 3,2).

 

3. "Cielo nuevo y tierra nueva"

     La "vida nueva", infundida por Dios en el corazón del creyente, es el fermento de la creación y de la historia humana, que transformará todas las cosas en "cielo nuevo y tierra nueva" (Apoc 21,1; cf. 2Pe 3,13). Esta es la "esperanza" cristiana, que se traduce en compromiso de construir la historia amando. Es "una esperanza que no engaña" (Rom 5,5), "porque ya estamos salvados, aunque sólo en esperanza..., pero si esperamos lo que no vemos, estamos ejercitando la paciencia" (Rom 8,24-25). Nuestro caminar histórico es una espera activa y responsable de la última venida de Cristo. "Esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro" (Credo).

     El punto de partida de este quehacer histórico es la resurrección de Cristo, como "primicias" de nuestra glorificación final (1Cor 15,20). Sólo la vida de gracia, expresada en el mandato del amor, puede cambiar y renovar las estructuras de la sociedad humana.

     La repercusión que una Iglesia renovada evangélicamente puede tener en la sociedad es incalculable. "La llamada universal a la santidad ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).

     La Iglesia, precisamente por la vida divina participada de Cristo y en el Espíritu Santo, se convierte en inicio y fermento del Reino definitivo: "La plenitud de los tiempos ha llegado a nosotros, y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y, en cierta manera, se anticipa realmente en este siglo, pues la Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera santidad, aunque todavía imperfecta... La Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de este siglo que pasa, y ella misma vive entre las criaturas, que gimen con dolores de parto al presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios" (LG 48).

     La acción de Cristo resucitado en el mundo pasa por un corazón renovado según las bienaventuranzas y el mandato del amor. Este renovación nace de la actitud filial para con Dios, expresada en la donación a los hermanos.

     Todo el universo ha quedado, de algún modo, deificado, en cuanto que el ser humano ha entrado en estos designios salvíficos de Dios. La búsqueda de Dios, que se despierta en cada corazón, son los "gemidos inenarrables del Espíritu" (Rom 8,26), que anhelan la venida definitiva de Cristo: "El Espíritu y la esposa dicen: Ven" (Apoc 22,17). El hombre, deificado por la gracia, descubre que es "toda la creación que gime", mientras que nosotros, los hombres, "esperamos la adopción (definitiva) de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,22-23).

     Esta actitud cristiana de esperanza fundamenta el gozo de vivir. La vida es hermosa porque Dios es bueno. Siempre es posible hacer lo mejor de nuestra vida: darnos para construir la historia según el amor.

     En nuestro caminar de peregrinos, Dios nos ha puesto una "gran señal": María, "la mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). Su plena transformación en Cristo, la hace "Tipo" o personificación de una Iglesia renovada, que ya ha llegado a la glorificación final: "La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor" (LG 68).

     Quien vive en esta tesitura de vida nueva no cae en la trampa de la agresividad, de la desesperación, del pesimismo y de la huida. La vida es camino de bodas, para compartir la suerte de Cristo, muerto y resucitado. La realidad se afronta para cambiarla en participación del misterio pascual. La vida y la muerte del creyente se hacen "complemento" de Cristo, vencedor del pecado y de la muerte: "Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así, pues, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos" (Rom 14,7-9).

     No hay victoria sobre el mal si no se convierte la vida en donación. En la actualidad, nuestra vida está entretejida de momentos de Belén, Nazaret, Getsemaní, Calvario y sepulcro vacío. Pero eso no es más que el reverso (lleno de hilachas) de un tapiz maravilloso que ahora ya se está tejiendo. La verdadera cara del tapiz aparecerá al final de este período de nuestra historia terrena. Nuestra sorpresa será grande cuando descubriremos que esta transformación la ha realizado Cristo con nosotros y en nosotros. Lo que llamamos vida del "más allá" sigue siendo don de Dios, que hace posible nuestra respuesta libre y generosa. El hogar de un cielo nuevo y de una tierra nueva lo construimos ahora entre todos. Pero todavía faltan muchos hermanos en la construcción de este hogar común, que ya debe comenzar aquí y ahora.

     La dimensión esponsal de la vida da pleno sentido a la historia personal y comunitaria. "Ya viene el esposo; salid a su encuentro" (Mt 25,6). Nos invitan a las bodas. La invitación viene del amor de Cristo Esposo: "Nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Apoc 1,5); "Estoy llamando a la puerta; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20).

     La venida de Cristo Esposo acontece en todo momento. Hay que despertar de nuestros sueños engañosos y salir de nuestro sonambulismo. Salir del propio egoísmo es encontrar el verdadero "yo", que fue creado y amado en Cristo para ser definitivamente con él imagen de Dios Amor. Hay que recobrar nuestro rostro primitivo y redescubrir en el rostro de cada hermano esa imagen maravillosa que refleja el amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: "Cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él" (Col 3,3).

     Cada momento de nuestra vida terrena suena a eternidad. El tiempo presente se convierte en definitivo, por el hecho de ser salvador por Cristo y convertido en vida eterna. Hacer cálculos de "tiempo" sobre una venida de Cristo (el año mil o el dos mil) equivale a fabricar fantasmas imaginarios. Cristo "ya" viene ahora, en cada momento, para ayudarnos a transformar la historia en eternidad. Un día, cuando venga el Señor definitivamente en "la resurrección de los muertos", aparecerá esta historia maravillosa construida por el amor. Es aquí y ahora que se decide nuestro futuro personal y comunitario: "Estoy a punto de llegar con mi recompensa y voy a dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Apoc 22,12-13).

 

                       MEDITACION BIBLICA

 

- El deseo de ver a Dios:

 

     "¡Oh Dios! Tú eres mi Dios; a ti te busco solícito; sedienta de ti está mi alma; mi carne languidece por ti; como tierra árida, sedienta, sin agua" (Sal 62,2); "¿cuándo entraré a ver el rostro de mi Dios?" (Sal 41,3).

 

     "Ahora vemos por medio de un espejo y oscuramente; un día veremos cara a cara. Ahora conozco imperfectamente, entonces conoceré como Dios mismo se conoce" (1Cor 13,12).

 

     "Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es" (1Jn 3,2).

 

- Cristo en nuestro caminar:

 

     "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí..., quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,6.9).

 

     "Voy a prepararos lugar; una vez que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo" (Jn 14,2-3).

 

     "Si alguien quiere servirme, que me siga; y donde estoy yo, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26; cf. 14,2-3).

 

     "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9; cf. Jn 12,45)

 

     "Este es mi Hijo muy amado; escuchadle" (Mt 17,5).

 

- María en la comunidad eclesial peregrina:

 

     "Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Apoc 12,1).

 

     "Levantará un signo en medio de las naciones" (Is 11,12; SC 2).

 

- Esperanza cristiana:

 

     "La esperanza no deja confundido" (Rom 5,5).

 

     "Jesucristo, nuestra esperanza" (1Tim 1,1).

 

     "Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8).

 

     "Hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones" (2Pe 1,19).

 

     "Porque ya estamos salvados, aunque sólo en esperanza..., pero si esperamos lo que no vemos, estamos ejercitando la paciencia" (Rom 8,24-25).

 

     "Esperamos la adopción (definitiva) de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,22-23).

 

- Hacia el encuentro definitivo con Cristo:

 

     "Todos nosotros, con el rostro descubierto reverberando como espejos la gloria del Señor, nos vamos transfigurando en la misma imagen de gloria en gloria, conforme a como obra el Espíritu del Señor" (2Cor 3,18).

 

     "Dios que ha dicho: brille la luz de entre las tinieblas, es quien ha encendido esta luz en nuestros corazones, para que irradiásemos el conocimiento de la gloria de Dios, que reverbera en la faz de Cristo Jesús" (2Cor 4,6).

 

     "Hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

 

     "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21).

 

     "Cantaban un cántico nuevo delante del trono... Un cántico que nadie podía aprender... Estos son los que siguen al Cordero a dondequiera que va" (Apoc 14,3-4).

 

     "Y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; si ahora padecemos con él, seremos glorificados con él" (Rom 8,15-17).

 

- La venida de Cristo Esposo:

 

     "Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo; si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así, pues, tanto si vivimos como si morimos, somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos" (Rom 14,7-9).

 

     "Ya viene el esposo; salid a su encuentro" (Mt 25,6).

 

     "Nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre" (Apoc 1,5).

 

     "Cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él" (Col 3,3).

 

     "Estoy a punto de llegar con mi recompensa y voy a dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Apoc 22,12-13).

 

     "El Espíritu y la esposa dicen: Ven...¡Ven, Señor Jesús!" (Apoc 22,17.20).

 

- En la comunidad eucarística:

 

     "¿Podéis beber la copa que yo he de beber? (Mc 10,38).

 

     "Esta es la copa de la nueva Alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros" (Lc 22,19-20).

 

     "Siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva" (1Cor 11,26).

 

     "Estoy llamando a la puerta; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20).

 

- Hacia un nuevo cielo y una nueva tierra:

 

     "Vi un cielo nuevo y tierra nueva" (Apoc 21,1)

 

     "Nosotros esperamos, según la promesa de Dios, unos cielos nuevos y una nueva tierra, en los que habite la justicia" (2Pe 3,13).

 

     "Que el Dios de la paz os haga llevar la vida que corresponde a auténticos creyentes; que todo vuestro ser -espíritu, alma y cuerpo- se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1Tes 5,23).

Lunes, 11 Abril 2022 11:03

V CRISTO EN LOS HERMANOS

Escrito por

V

CRISTO EN LOS HERMANOS

 

     1. Cristo en cada hermano

     2. Cristo en la comunidad de hermanos

     3. Cristo envía a los hermanos

     Meditación bíblica

                             * * *

     Cuando un creyente vive de auténticamente la vida divina de la gracia, siente en su corazón la "voz de la sangre". Cada hermano y toda la comunidad humana están llamados a vivir la misma "vida nueva" (Rom 6,4). El amor a la comunidad de hermanos y a toda la Iglesia es garantía de que uno vive la vida divina participada.

     La "vida en Cristo", comunicada a nuestros corazones, es "vida en el Espíritu" y constituye la realidad más profunda de la Iglesia como "cuerpo" de Cristo, esposa, sacramento, madre y Pueblo de Dios. Sin la vida de la gracia, la Iglesia se reduciría a simples estructuras. "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción de hijos" (LG 4).

     El "murmullo" del "agua viva" en nuestros corazones se traduce en compromisos de misión: "La caridad de Cristo me apremia, al pensar que uno ha muerto por todos. Y Cristo ha muerto por todos para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos" (2Cor 5,14-15). El compromiso apostólico o misionero es la señal de vivir con autenticidad la vida de la gracia. "La urgencia de la actividad  misionera brota de la radical novedad  de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos" (RMi 7).

1. Cristo en cada hermano

     La propia vida de gracia, como vida divina participada y como inhabitación de Dios Amor en nosotros, se vive siempre en relación a los hermanos. Cada hermano es una historia de amor eterno que comenzó en el corazón de Dios. En cada hermano podemos descubrir destellos de presencia y de vida divina. Esta experiencia de fe comienza descubriendo a Cristo escondido en la vida y en el rostro de cada hermano, especialmente cuando está necesitado: "Cuantas veces hicisteis eso a un de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     La sorpresa de Saulo, al encontrarse con Cristo en el camino de Damasco, consistió en descubrir que el Señor vive en cada creyente: "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act 9,4). Un baso de agua dado a un hermano se convierte en un gesto de amor manifestado a Cristo que vive en él (Mt 10,42).

     La vida nueva que Dios nos comunica y su presencia de inhabitación en nosotros como en su propio hogar, son la fuente de nuestra realización como personas humanas, creadas a imagen de Dios Amor. Nuestra personalidad se construye en una actitud de relación, que es donación a Dios y a los hermanos. "El hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24).

     El cumplimiento del mandato de Cristo es una exigencia y una manifestación de la vida nueva: "Amaos como yo os he amado" (Jn 13,34). Pero esta actitud evangélica sólo es posible cuando dejamos que Cristo viva en nosotros de verdad: "Sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Entonces le descubrimos presente en los hermanos. Esta vida en Cristo, compartida con todos, nos hace ser "un solo cuerpo" (1Cor 12,12), donde cada miembro se siente solidario con de los demás: "Si padece un miembro, todos los demás padecen con él" (1Cor 12,26).

     En cada hermano podemos descubrir las huellas de Dios Amor. Es siempre "el hermano, por quien Cristo ha muerto" (1Cor 8,11). La vida de cada hermano es biografía de Cristo. Desde el nacimiento hasta la muerte, todo creyente puede "completar" (Col 1,24) lo que falta al "Cristo total". Desde el día de la encarnación, Cristo acompaña a cada ser humana para hacer de él su prolongación, su mismo "sí" o "amén" de donación (2Cor 1,20; Heb 13,15).

     La realidad de Iglesia, como "misterio" o signo de la presencia de Cristo, tiene lugar en cada creyente. La Iglesia, en cada uno de sus miembros, es "complemento" de Cristo (Ef 1,23), su expresión, su "consorte". La dignidad fundamental de cada miembro de la Iglesia es la misma. La diversidad de vocaciones y de ministerios se convierte en campo diferenciados donde cada uno debe realizar su vida divina participada. Es más el que ama más, es decir, el que más refleje en su vida la comunión de Dios Amor, uno y trino.

     El trabajo que cada hermano realiza, las cualidades que posee y los cargos que desempeña, son sólo medios o instrumentos por los que hará realidad la "vida nueva" en sí mismo y en los demás. La vida divina participada es común a todos los que han abierto el corazón a Dios.

     Ver el rostro de Cristo en el rostro de cada hermano es una señal de vivir en sintonía con el pensar, sentir y amar del Señor. Sólo quien descubre y respeta esta realidad del hermano podrá decir, como Pablo, "mi vida es Cristo" (Fil 1,21), "es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

     El proceso de la propia configuración con Cristo, como proceso de apertura a la vida divina, corre a la par del hecho de saber adivinar en cada hermano su misma realidad, reconociéndola, respetándola y amándola.

     Cada hermano está llamado a la perfección de la caridad, de suerte que su vid se haga prolongación y expresión de Cristo. Cada uno debe ser, para los demás, una ayuda en este camino de crecimiento espiritual, que abarca todo el ser del hombre.

     La actitud filial del "Padre nuestro" se realiza en cada hermano que ha encontrado a Cristo. A partir de este encuentro, su filiación divina es un proceso indefinido que delinea su dignidad. En cada ser humano hay alguna "semilla" de esta realidad cristiana, que tiende a llegar a la plenitud. El tener, el poseer y el disfrutar de unos bienes terrenos no es determinante para la verdadera personalidad humana, puesto que "el hombre vale más por lo que es, que por lo que tiene" (GS 35).

     El mensaje de las bienaventuranzas está moldeando la personalidad de todo creyente sin excepción. Jesús ya vive, de algún modo, en todo corazón humano, para hacer de él su misma imagen filial, de suerte que el pensar, sentir y querer se realicen en cada corazón según el modelo de Dios Amor: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48).

     La pobreza, limitación y marginación en que se encuentran algunos hermanos no son motivo suficiente para olvidar o prescindir de su dignidad de hijos de Dios y de hermanos en Cristo. Todo hermano es amado por Dios de modo irrepetible. Todo hermano es recuperable para la vida divina y para reencontrar su realidad integralmente humana en Cristo. Cualquier ser humano, aunque fuera un esclavo por su condición social, es ya "parte de nuestro mismo corazón" (Filemón 12), como coheredero de la misma "vida nueva".

     A la luz de esta dignidad cristiana, a la que está llamado todo ser humano por el hecho de haber sido redimido por Cristo, ya no existen categorías sociales ni esclavitudes más o menos solapadas. Cada uno es "el hermano queridísimo" (Filemón 16). No aceptable la clasificación que solemos hacer entre buenos y malos, ricos y pobres, puesto que prevalece la realidad profunda de que Cristo hace de cada hermano una página de su biografía. Quien ha encontrado a Cristo ya no tiene más vocación que la de compartir con todo hermano el mismo caminar hacia el Amor, cuando "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).

     El "misterio" del hombre se descifra sólo en el "misterio" de Cristo, prolongado en el "misterio" de la Iglesia. El significado profundo de las palabras "libertad", "igualdad" y "fraternidad" está acuñado en el cristianismo, con la particularidad de que estas palabras no pueden separarse de su dimensión universalista, porque "Cristo murió por todos" (2Cor 5,14-15).

 

2. Cristo en la comunión de hermanos

     "Iglesia" ("ecclesia") significa el conjunto de hermanos "convocados" por la presencia de Cristo resucitado. Todos ellos forman una comunidad o "comunión" basada en el amor. Todos ellos son, en Cristo, el reflejo de la unidad de donación que existe en Dios Amor: "Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4, citando a San Cipriano). La vida divina participada es la que fundamenta la "comunión" eclesial, dando sentido a la vida fraterna.

     La señal de ser partícipes de la vida divina es precisamente esta actitud de amor que quiere construir la comunión de hermanos: "Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1Jn 3,14).

     Cristo clasificó a la comunidad de creyentes con una frase llena de ternura: "Mi Iglesia" (Mt 16,16). Su amor por la Iglesia llegó hasta dar la vida por ella: "Amó a la Iglesia y sen entregó a sí mismo por ella, para consagrarla a Dios purificándola por medio del agua y de la palabra. Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). Este amor lo contagió a sus amigos, hasta hacerlos disponibles para sufrir por ella y de ella: "Me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24).

     La comunidad de creyentes es verdaderamente Iglesia, es decir, "comunidad convocada", cuando reina el amor fraterno; entonces se convierte en signo claro y portador de Cristo: "Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20); "amaos los unos a los otros, como yo os he amado... en esto conocerán que sois mis discípulos" (Jn 13, 34-35).

     La realidad de la Iglesia es, pues, la de ser signo de la presencia de Cristo (Iglesia "misterio") en cuanto comunidad de hermanos (Iglesia "comunión"). Ahí radica la fuerza de la misión eclesial. Por esto se llama también "cuerpo" o expresión de Cristo (1Cor 12,27; Ef 1,23), "pueblo" o propiedad suya esponsal (1Pe 2,9) y "signo levantado ante los pueblos" (cf. Is 11,12).

     La Iglesia es el "Cristo total", como diría San Agustín. Cristo se prolonga en el tiempo y en los diversos lugares a través de los creyentes que viven la nueva ley del amor fraterno. La vida de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, es vida nueva en el Espíritu Santo: "El Hijo de Dios, en la naturaleza humana unida a sí, redimió al hombre, venciendo la muerte con su muerte y resurrección, y lo transformó en una nueva criatura. Y a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó místicamente su Cuerpo, comunicándoles su Espíritu" (LG 7).

     La ley del amor fraterno hace posible que la comunidad eclesial crezca armoniosamente en la vida nueva del Espíritu. "La claridad de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1) cuando la misma Iglesia se renueva en el amor: "El Espíritu Santo... con la fuerza del evangelio, rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).

     Por esta vida de "comunión" o de amor fraterno, la comunidad eclesial es "un solo cuerpo" de Cristo, diferenciado por los diversos servicios o ministerios y vocaciones, alimentado por "un solo pan" y unificado por el amor en el que cada hermano es solidario de los gozos y esperanzas de los demás (1Cor 12,12-26).

     Para que la comunidad eclesial sea "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32), es necesario realizar un proceso unificador por medio de la "escucha de la palabra", la oración, la celebración eucarística y el compartir los bienes. "María, la Madre de Jesús", es el modelo y la Madre de esta comunidad  unificada y vivificada por el Espíritu Santo (cf. Act 1-4).

     Cuando la fraternidad no se basa en la vida divina participada en el corazón, no existe propiamente la "comunión" de hermanos, puesto que "la caridad viene de Dios" (1Jn 4,7). Sin esta caridad verdadera, una comunidad eclesial se diluye o se hace un grupo de presión, que divide a otras comunidades apartándolas de la comunión con la Iglesia particular y universal. No se ama de verdad a los hermanos cuando se siembra entre ellos la amargura del propio corazón.

     Como Cristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu de amor, de modo semejante el cristiano nace a la vid divina en la comunidad eclesial, de la que María es figura y personificación. El bautismo y los demás sacramentos recuperan entonces el significado más profundo, que consiste en transformar la vida en vida divina participada, como proceso indefinido de configuración con Cristo. No existe evangelización sin los "sacramentos de la fe" (SC 59). Por esto la eucaristía es "la fuente y la cumbre de toda la evangelización" (PO 5; cf. SC 10; LG 11).

     El hecho de vivir la vida divina, que nos hace participar en la vida trinitaria, "en el Espíritu, por Cristo, al Padre" (cf. Ef 2,18), es el fundamento de la comunión eclesial en "un solo cuerpo" (Ef 2,16). Sólo entonces nace en el corazón y en la comunidad "la paz de Cristo", que se fundamenta en la caridad, como "vínculo de perfección" (Col 3,14).

     Las divisiones se manifiestan siempre en problemática de superficie, que cada uno procura fundamentar en razones aparentemente válidas. Pero, en realidad, toda división nace en un corazón ya dividido con anterioridad, que no quiere morir al propio egoísmo y vivir sólo para el amor. El "Cristo dividido" (1Cor 1,13) de tantas comunidades sólo se puede restaurar por medio de un conversión personal y comunitaria, como apertura incondicional a los planes de Dios. "El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior" (UR 7). El "ecumenismo" más difícil es el de los hermanos que ya viven en la misma casa.

     El amor a la Iglesia, tal como es, con sus signos limitados y, al mismo tiempo, portadores de gracia, es la piedra de toque de la "comunión" eclesial. "La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (PO 14). "En la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo" (San Agustín). Cuando el corazón no vive en sintonía con la vida divina, rompe los lazos de comunión eclesial. La vida de gracia no puede convertirse en un adorno ni en una abstracción aséptica.

     La palabra de Dios transmitida a la comunidad eclesial es el punto de partida de la "comunión", porque es palabra que tiene su iniciativa en Dios (palabra revelada e inspirada) y que se ha transmitido y predicado a través de la comunión eclesial (magisterio, predicación, liturgia, vida de santos...). Si esta palabra no llegara a ser contemplada en el corazón, como hizo María (Lc 2,19.51), y no se hiciera vida de amor personal y comunitario, se convertiría en simple lenguaje para expresar ideas preconcebidas. Vivir la "gracia" con actitud relacional para con Dios íntimamente presente, se traduce en actitud de escucha humilde y contemplativa de la palabra, que orienta ("convierte") el corazón hacia el amor. La garantía de haber escuchado y contemplado la palabra está en la vivencia de la eucaristía como presencia especial de Cristo, sacrificio y sacramento de unidad.

 

3. Cristo envía a los hermanos

     El "agua viva" o vida divina participada, que Cristo ofreció a la samaritana, es para todos: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba" (Jn 7,37). El llamado del Señor no tiene fronteras: "Venid a mí todos" (Mt 11,28); "yo soy el pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,48.51).

     Quien vive en sintonía con esta vida nueva, siente continuamente en su corazón la voz de Cristo Buen Pastor:

"Tengo otras ovejas" (Jn 10,16); "tengo sed" (Jn 19,28). Cuando uno escucha los amores de Cristo, como el discípulo amado (Jn 13, 23-25), descubre que el "agua" que brota de su corazón es fruto de una "sangre" derramada "por todos" (Jn 19,34-37; Mt 26,28).

     Cuando se encuentra a Cristo de verdad, entonces "arde el corazón" (Lc 24,32) y se siente la necesidad imperiosa de anunciarle a todos los hermanos (Lc 24,33-35). Cuando el Señor deja sentir su presencia, como a la Magdalena junto al sepulcro vacío, es para hacer partícipes a los demás de esta misma gracia: "Ve a mis hermanos" (Jn 20,17).

     La vida divina o vida de gracia es participación en la filiación divina de Cristo, que es "el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29). La Iglesia, como comunidad "convocada" por Cristo resucitado, ha sido fundada para evangelizar a todos los pueblos: "Id por todo el mundo" (Mt 28,19). La misión que Cristo ha confiado a los suyos es la de comunicar la vida divina: "Bautizad en el hombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (ibídem). "Los pueblos son coherederos" con nosotros del misterio de Cristo (Ef 3,6).

     Un creyente o una comunidad cristiana que no viviera la realidad de ser Iglesia "misterio" (signo de Cristo) e Iglesia "comunión" (fraternidad), confundiría la Iglesia "misión" con una empresa técnica, filantrópica o política. La misión nace como urgencia de comunicar la caridad que Dios ha infundido en nuestros corazones: "La caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "ay de mí si no evangelizare" (1Cor 9,16). "La misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11).

     En algunas comunidades cristianas existe una sensibilidad "estragada" por mil preocupaciones, relativamente buenas, que no corresponden a los deseos profundos de Cristo. Si el Señor se acercó a toda clase de necesidades humanas, fue para salvar al hombre en toda su integridad de Hijo de Dios. Hay sectores humanos que ya han superado la pobreza material y la marginación, pero que han caído en la mayor de las pobrezas: alejarse de Dios Amor y oprimir a los hermanos.

     Los santos vivieron un compromiso profundo de encarnación e inserción, a partir de una auténtica experiencia de la vida divina, que Cristo mereció para todos. El "amor preferencial por los pobres" es un contagio de los amores de Cristo, que vino para "salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10) y para "dar la vida en rescate por todos" (Mt 20,28). Este amor sólo es posible cuando se ha entrado en el corazón de Cristo, porque "el amor viene de Dios" (1Jn 4,7).

     Quien ha recibido la gracia de la fe, descubre que todo ser humano ha sido amado y "elegido en Cristo" para ser "hijo de en el Hijo", gracias a la "prenda del Espíritu"; de esta vivencia nace la necesidad imperiosa, por agradecimiento y por misión, de trabajar incansablemente para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Si el amor no fuera así, dejaría de ser amor.

     Lo mejor que podemos dar a los hermanos es nuestra colaboración para que reciban el don de la fe y de la vida nueva. Una sociedad que no viviera del amor a Cristo daría origen a nuevas formas de pobreza y de marginación: droga, suicidio, aborto, eutanasia, empobrecimiento de los pueblos más débiles, erotismo... La peor de esas esclavitudes es la de impedir que la persona se realice amando, haciendo de su vida una donación a imagen de Dios Amor. El ser humano sólo se realiza en una relación de entrega sincera a los demás.

     Sólo a partir de la vida nueva de la gracia, los hombres recuperarán su dignidad de hijos de Dios. Entonces se podrá "alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación" (EN 19). Sólo a la luz de la vida nueva será posible "proponer una nueva síntesis entre evangelio y vida, y poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio" (Juan Pablo II).

     Llegar a sentir y asumir "la propia responsabilidad en la difusión del evangelio", sólo es posible a partir de "una profunda vida interior" (AG 35). La toma de conciencia de ser hijos de Dios produce apóstoles de esta misma filiación. Entonces se siente en el corazón el celo apostólico de Pablo, que saber transformar las dificultades en amor fecundo: "para formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19).

     La misión de la Iglesia es la de crear comunidades que vivan la "comunión" o fraternidad como reflejo de la vida divina trinitaria: "Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'. Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia"... (SRS 40).

     La cercanía al hombre concreto, para liberarlo de todo género de esclavitudes, sólo es auténtica cuando se le ama tal como es, según los designios de Dios: "El camino de la Iglesia pasa a través del corazón del hombre, porque está ahí el lugar recóndito del encuentro salvífico con el Espíritu Santo, con el Dios oculto y precisamente ahí el Espíritu Santo se convierte en fuente de agua que brota para la vida eterna" (DEV 67).

     Esta oferta cristiana puede parecer "dura" y utópica, cuando en la publicidad son otros los problemas que aquejan a la humanidad. Pero las palabras de Jesús son "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), que no se prestan al juego de la moda. Desde los nuevos "areópagos" del mundo actual, surge el mayor desafío de la historia de la Iglesia: nos preguntan sobre nuestra experiencia del Dios vivo: "El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76; cfr. RMi 38).

     Si el hombre de hoy perdiera su relación con Dios, atrofiaría su relación de respeto al cosmos y de donación a los hermanos. La vida de gracia hace seres humanos profundamente "inculturados", es decir, inmersos en las actitudes culturales básicas: relación con Dios, con la humanidad y con el cosmos. La destrucción indiscriminada de la naturaleza es un signo de haber atrofiado el amor a Dios y a los hermanos. La "ecología" bien entendida tiene raíces morales y espirituales.

     Nuestros hermanos, de cualquier raza y de cualquier pueblo, necesitan ver a Cristo en nuestro modo de amar, ver, escuchar, hablar, actuar. Ningún nivel de actuación sociológica (cultural, política, económica...) queda dispensado de esta dimensión evangélica. El Espíritu Santo, enviado por Jesús, si le dejamos actuar en el corazón, nos convierte en "testigos" del Señor "hasta los últimos confines de la tierra" (Act 1,8).

     La Iglesia, para cumplir su misión evangelizadora, mira siempre a Nazaret y al Cenáculo: "En la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén" (RM 24). "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Cristo en los hermanos:

 

     "Cuantas veces hicisteis eso a un de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     "Saulo, ¿por qué me persigues?... Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Act 9,4-5).

 

     "Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1Jn 3,14).

     "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado... en esto conocerán que sois mis discípulos" (Jn 113, 34-35).

 

    

- Cristo en la comunidad:

 

     "Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)

 

     "Todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un solo cuerpo; así también Cristo... Si padece un miembro, todos los demás padecen con él" (1Cor 12,12.26).

 

     "Porque tú te las das de sabio, ¿se va a perder... ese que es un hermano, por quien Cristo ha muerto?" (1Cor 8,11)

 

     "Todo lo ha puesto Dios bajo el dominio de Cristo, constituyéndolo cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, y, por tanto, su complemento" (Ef 1,23)

 

     "¿Es que está dividido Cristo?" (1Cor 1,13)

 

- Amar a la Iglesia como Cristo la ama:

 

     "Amó a la Iglesia y sen entregó a sí mismo por ella, para consagrarla a Dios purificándola por medio del agua y de la palabra. Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada" (Ef 5,25-27).

 

     "Me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24).

 

- El amor de Cristo urge a la misión sin fronteras:

 

     "La caridad de Cristo me apremia, al pensar que uno ha muerto por todos. Y Cristo ha muerto por todos para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos" (2Cor 5,14-15).

 

     "Venid a mí todos" (Mt 11,28).

     "Yo soy el pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,48.51).

 

     "Tengo otras ovejas" (Jn 10,16).

     "Tengo sed" (Jn 19,28).

     "Ve a mis hermanos" (Jn 20,17).

 

     "Id por todo el mundo, amaestrad a todos los pueblos, bautizándolos en el hombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).

     "Seréis mis testigos...  hasta los últimos confines de la tierra" (Act 1,8).

 

     "Todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio, del que la gracia y la fuerza de Dios me han hecho servidor" (Ef 3,6-7).

 

     "El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10) y para "dar la vida en rescate por todos" (Mt 20,28).

 

     "Recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

     "Ay de mí si no evangelizare" (1Cor 9,16).

     "Hijitos míos, por quienes estoy sufriendo de nuevo dolores de parto, hasta formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19).

 

- María, Madre de la unidad de la Iglesia:

 

     "La madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: ¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. Dice su madre a los que servían: Haced lo que él os diga" (Jn 2,4-5).

 

     "Perseveraban unánimemente en la oración,... con María la madre de Jesús" (Act 1,14). "Se llenaron todos del Espíritu Santo" (Act 2,4). "Y perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en la oración... Vivían unidos y tenían todas las cosas en común" (Act 2,42-44). "La multitud de los que creyeron tenía un solo corazón y una sola alma... y con gran fortaleza daban los apóstoles el testimonio que se les había confiado acerca de la resurrección del Señor Jesús" (Act 4,32)

 

     "Dijo Jesús: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y dirigiendo en torno su mirada a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Ahí tenéis mi madre y mis hermanos. Pues el que hiciere la voluntad de Dios, éste es mi hermano y hermana y madre" (Mc 3,33-35).

Lunes, 11 Abril 2022 11:03

IV EL HOGAR DE DIOS

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IV

EL HOGAR DE DIOS

    1. Dios cercano

    2. Dios en su casa solariega

    3. Presencia reclama presencia

    Meditación bíblica

                               * * *

     A Dios no se le encuentra envuelto en ideas y abstracciones, sino conviviendo con nosotros: "Tú estás cerca, Señor" (Sal 118,151). En la creación y en la historia, Dios se ha manifestado y comunicado a los hombres. A Dios se le encuentra en las cosas, en los hermanos y en el propio corazón, "más íntimamente presente que yo mismo" (San Agustín).

     Dios está presente para darse. Nos ha creado y sostiene nuestro ser porque nos ama. Todo nos habla de su presencia y de su amor. El hombre es un ser llamado a la existencia por amor, como "única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 23).

     Dios ha entablado relaciones personales con el hombre y espera de él una actitud relacional. Su presencia de inmensidad se quiere transformar en presencia de relación, comunicación y donación. La humanidad entera será una familia de hermanos cuando el hombre permita que Dios haga de su corazón su propio hogar.

 

1. Dios cercano

     Jesucristo presentó a Dios como cercano y familiar, que conoce y comprende nuestras necesidades y deseos *(Mt 6,8.26.32), que cuida con detalle y amorosamente de nuestras vidas *(Mt 7,11), que ve y escucha como quien toma parte activa en nuestra existencia *(Mt 6,4). El mismo Jesús es la expresión de esta presencia paterna de Dios Amor: *"Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9); "el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

     La presencia de Dios es activa y amorosa. No solamente nos da sus cosas, "su sol" (Mt 5,45), sino que se nos da él mismo. Esta presencia es transformante, puesto que la persona humana queda interpelada para abrirse a la acción divina. Pero, de modo especial, es presencia de relación personal ofrecida y postulada. El hombre se realiza viviendo esta relación con Dios presente en su corazón, en los hermanos, en los acontecimientos y en las cosas. Dios debería ser más real que todos los dones que nos ha dado; los mejores dones de la creación sólo tienen explicación en el amor de Dios: *"Uno es vuestro Padre" (Mt 23,9).

     No sería posible encontrar la presencia de Dios si se usaran mal las cosas y, sobre todo, si se utilizara a los hermanos. La actitud relacional con los demás es indispensable para encontrar a Dios. De otro modo, sólo se encontraría una idea o una abstracción sobre Dios. Jesucristo, el Hijo de Dios, nos da a conocer a su Padre (Lc 10,22) cuando sabemos verlo y escucharlo en cualquier hermano: *"Lo que hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40.45).

     La presencia de Dios no es el producto de nuestra mente, sino una realidad que ha tenido su iniciativa en Dios. El está presente para comunicarse y darse. Nuestra vida tiene sentido cuando se hace relación con él y con los hermanos. Esta verdad la descubrimos en nuestro encuentro con Cristo, no sólo considerando su vida mortal, sino en contacto con él ahora que vive resucitado y presente entre nosotros: *"Estaré con vosotros" (Mt 28,20).

     A Dios se le descubre en la realidad concreta de hermanos, acontecimientos y cosas. Pero todo depende de nuestra pureza de corazón. Por esto decimos que Dios nos espera dentro de nosotros: "Estabas dentro de mí" (San Agustín). Quien no sabe unificar su corazón, orientándolo hacia Dios presente, siembra la discordia y la división en la comunidad humana y eclesial. El hombre es menos hombre y se convierte en opresor de los hermanos, cuando prescinde de la actitud relacional con Dios presente en todo y en todos. El mismo atropello tiene lugar cuando se admite a Dios sólo como una idea o como un adorno.

     La experiencia de la presencia de Dios depende de la orientación del corazón hacia el amor. El "todo" de Dios sólo se percibe cuando el corazón se desprende de la "nada" de las criaturas. Nada ni nadie puede suplir a dios en el corazón humano. "En esto conocerá el que de veras a Dios ama, si con ninguna cosa menos que él se contenta" (San Juan de la Cruz). Entonces se ama a las personas y a las cosas en su justo valor, queriendo que ellas sean y se realicen según los planes de Dios.

     La presencia de Dios es como de quien ama creando y redimiendo, por Cristo su Hijo y en el Espíritu Santo. El "alguien", el "viviente" (Jer 10,10) ha creado y redimido al hombre para relacionarse con él. Cuando el hombre se decide a entablar estas relaciones, todas las cosas y todos los acontecimientos le hablan de su presencia y de su cercanía amorosa: "Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos"... (San Juan de la Cruz). Ya todas las cosas se redescubren como "plantadas por la mano del Amado" (idem).

     Dios se ha manifestado y se ha comunicado salvándonos por medio de su Hijo Jesucristo y bajo la acción amorosa del Espíritu Santo. Es, pues, Dios "alguien", uno y Trino, la máxima unidad en el amor. Y así como es, se deja entender cercano, haciendo de nuestra historia la prolongación de su existencia infinita. Conoce, ama, convive, dirige respetando nuestra libertad, restaura sin humillaciones. A cada ser humano, amado eternamente, le deja entender su presencia: *"Estoy contigo" (Sal 138,18).

     Hay una presencia de Dios que llamamos de "inmensidad". El está presente dando el ser y sosteniendo la existencia de todas las cosas. Todo nos habla de un "paso" de Dios, que ha dejado huellas imborrables. Pero esta presencia es más profunda respecto al hombre, en cuanto que Dios lo ha creado todo y lo conserva todo por amor a él. Dios ha creado las cosas por Cristo su Hijo, en el amor del Espíritu Santo, para que todo ser humano, hecho hijo en el Hijo e imagen en su Imagen, viva de una presencia divina que es donación de todo lo que es él (cf. Col 1,12-17).

     Esta presencia divina nos parece, a veces, ausencia inexplicable. Es que los signos y dones de su presencia tampoco pueden llenar el corazón del hombre. Dios nos "ensaya" para que le descubramos en sus dones, y, luego, nos retira esos dones pasajeros porque se nos quiere dar él mismo. Todo viene de su amor, que respeta la historia y la libertad del hombre. En su presencia bajo signos y dones, y, especialmente, en su aparente silencio y ausencia, es siempre él, cercano, fiel al amor y a la existencia e historia humana. Por medio de Jesús y en cualquier tempestad, deja oír su voz: *"Soy yo" (Jn 6,20).

 

2. Dios en su casa solariega

     Dios ha querido hacerse presente, estar con nosotros y comunicarse de un modo original propio de su amor: vivir en nosotros como en su propio hogar o casa solariega: *"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14,23). Es la presencia amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Jn 14,17; Rom 8,9-11).

     Durante la marcha del pueblo de Israel por el desierto, Dios quiso manifestar su presencia por medio de un signo: la tienda o tabernáculo, la "shekinah" (Ex 33,7). Así demostraba su cercanía, como de "esposo" que corre la suerte de su esposa peregrina. A la luz de la encarnación del Verbo (Jn 1,14), Dios nos ha manifestado una presencia suya más íntima, en lo más hondo de nuestro ser: *"El que vive en caridad, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

     Somos casa o *"templo de Dios vivo" (2Cor 6,16), "templo del Espíritu Santo" (1Cor 6,19). Todo nuestro ser ha sido tocado por esta presencia divina transformante (1Cor 3,16-17). El amor de Dios es así, haciendo que su presencia sea de donación: *"El amor de Dios se ha manifestado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

     Dios habita en nosotros tal como es, haciéndonos partícipes de su misma vid trinitaria de Dios amor. Nuestro ser ha empezado a entrar en esta relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En nosotros, hechos partícipes de la vida divina, el Padre engendra al Hijo, y el Padre y el Hijo "expresan" su amor mutuo en el Espíritu Santo. Nuestra vida es ya la historia del mismo Dios. Por eso el Padre nos ama como a su Hijo en el amor del Espíritu Santo. Así lo declaró Jesús en su oración al Padre: *"Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a estos como me amaste a mí... El amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,23.26).

     Esta presencia de Dios Amor en nosotros es distinta de su presencia de inmensidad. La llamamos presencia de "inhabitación", como de vivir en la propia casa, y sólo es posible si nuestro corazón se abre al amor (cf. 1Jn 4,16; Rom 5,5). Por ser obra del amor divino, se atribuye al Espíritu Santo, que es la expresión personal del amor entre el Padre y el Hijo. Nuestra vida ya forma parte de esa vida divina de relación profunda, que es presencia de donación: en el Espíritu Santo, por Cristo, nos abrimos filialmente al Padre (cf. Ef 2,18).  Somos seres profundamente relacionados. No estamos nunca solos. Nuestra aparente soledad se nos va transformando en una presencia trascendente, más allá de lo que podamos pensar, sentir y decir.

     Por esta presencia de "inhabitación", como de hogar familiar, Dios nos engendra en el Hijo y nos vivifica con su misma vida. Nuestro amor se hace partícipe del amor eterno entre el Padre y el Hijo, que se expresa en el Espíritu Santo. De este modo entramos como hijos (herederos) y como amigos en la intimidad divina. Dios está en nosotros como Padre y amigo, haciéndonos capaces de entrar en relación amorosa y en encuentro personal con él. Cuando nuestro corazón se abre a esta presencia divina de donación, "está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios... que es dar tanto como le dan..., dando al Amado la misma luz y calor de amor que recibe... ama por el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo se aman" (San Juan de la Cruz).

     Esta presencia nos hace *"familiares de Dios" (Ef 2,19). Por esto hay que decidirse a limpiar la casa de todo lo que no suene a amor. En la medida en que se purifique el corazón de toda escoria, la presencia de Dios se hace más real. Un corazón abierto al amor descubre y vive esta presencia como fuente de entrega y de gozo. "Dios está presente como el objeto conocido en el sujeto que conoce, como el objeto amado en aquel que le ama, y porque por este conocimiento y este amor la criatura racional alcanza al mismo Dios, se dice que Dios habita en ella como en su templo" (Santo Tomás).

     Es "comunidad" de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cf. 1Jn 1,3). Dios se nos da tal como es, para que podamos convivir con él en plan familiar. Su presencia es *"gracia de nuestro Señor Jesucristo, amor del Padre y comunicación del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). Esta presencia de donación hace posible nuestra participación en la vida de Dios. La "gracia" o don de Dios se identifica con esta donación de las personas divinas. La presencia de Dios, como amado en amante, nos transforma en él y da pleno sentido a nuestro existir. Ya nos podemos sentir plenamente amados y capacitados para amar. El nos ama tal como somos y nosotros ya le podemos amar con su mismo amor.

     La vida de Cristo en nosotros es esa misma vida de Dios que se expresa en presencia de donación y en relación personal por parte de cada persona de la Santísima Trinidad. Entrando en esta relación, nuestra vida se unifica a imagen de la unidad de Dios Amor en trinidad de personas. El cumplimiento del mandato del amor sólo es posible a partir de un corazón unificado por el amor del Espíritu Santo, en Cristo, "el esplendor" del Padre (Heb 1,3).

     La trascendencia de Dios se nos convierte en inmanencia infinita. Su cercanía al corazón del hombre llega hasta hacernos partícipes de su misma presencia amorosa. Apoyados en esta fe, el aparente silencio de Dios y su aparente ausencia, ya se os transforma en palabra y presencia de enamorado, que nos retira sus dones para darse él mismo. Teniendo a él, en esta comunicación de amor infinito, ya todo lo demás nos podrá faltar sin que se tambalee nuestra existencia. En él volvemos a encontrar a todas las cosas y a todos los hermanos en su verdadera perspectiva.

     Dios, por su presencia de inhabitación, "toma posesión de nosotros" y permite que nosotros "nos posesionemos de él" (San Buenaventura). Su amor es "esponsal" porque, al comunicársenos él del todo, nos eleva a su mismo nivel y nos capacita para devolverle un amor que es participación de su mismo amor.

 

3. Presencia reclama presencia

     La presencia de Dios no es de adorno ni para quedarse en un simple recuerdo y conocimiento teórico. El está presenta tal como es, dándose como Dios Amor, para entablar relaciones personales de tú a tú. Es presencia relacionada que reclama presencia de relación y de donación. "Toda alma debe vivir de la Trinidad para volver a ella" (Concepción Cabrera de Armida).

     Jesús explicó esta relación amorosa de Dios presente, con estas palabras: "Mi padre le amará, vendremos a él" (Jn 14,23). Pero también señaló las coordenadas de nuestra relación: "Si alguno me ama, guardará mi palabra" (ibídem). Esta relación equivale a: *"permaneced en mi amor" (Jn 15,4), en actitud filial y amigable de escucha y respuesta para darse el uno al otro.

     Descubrir esta relación personal con Dios es fuente de gozo. No estamos nunca solos. "El alma siente en sí esta divina compañía", hasta habituarse a un trato íntimo con Dios: "traerle siempre consigo" (Santa Teresa). Dios se nos entrega para que gocemos de él: "Tenemos la potestad de gozar de la persona divina" (Santo Tomás).

     La "gracia" es la vida divina que el mismo Dios nos comunica para transformarnos en él, haciéndonos capaces de entablar con él relaciones íntimas de amistad y filiación. En esta tierra es sólo un inicio de una realidad que será plenitud sólo en el más allá: "¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi felicidad, soledad infinita, inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Ti como una presa. Hundíos en mí para que yo me hunda en Vos en espera de ir a contemplar, con vuestra luz, el abismo de vuestras grandezas" (Isabel de la Trinidad).

     Dios nos habla en el silencio del corazón y se nos comunica por encima de lo que nosotros podamos percibir. Su relación con nosotros es a partir de su amor de donación total. Se goza de su sabiduría, omnipotenciaa y bondad, porque nos ama hasta hacernos partícipes de todo su ser y cualidades divinas, como si nos dijera: "Yo soy tuyo y para Ti, y gusto de ser tal como soy por ser tuyo y para darme a Ti" (San Juan de la Cruz).

     Nuestra relación con Dios ya es posible a nivel de amistad y de filiación. Dios se nos hace luz de verdad y amor de donación, en la medida en que nuestro corazón se vacíe de todo lo que no suene a amor. Nuestra trato con Dios ya puede ser a partir de nuestra pobreza, a modo de "advertencia amorosa a Dios, simple y sencilla, como quien abre los ojos con advertencia de amor" (San Juan de la Cruz).

     Todo creyente está llamado a vivir esta relación filial con Dios íntimamente presente. El objetivo de la vida espiritual y de la acción pastoral es que cada creyente llegue a esta unión personal con Dios Amor. La teología cristiana, si es auténtica, no tiene otro objetivo que el de ayudar a escuchar la palabra viva que Dios hace resonar en lo más profundo del corazón. Dios habla de tú a tú, cuando el corazón reconoce su propia pobreza y se quiere abrir al amor.

     La presencia de Dios se nos hace intercambio. Dios se nos da tal como es y nos pide una relación auténtica de nuestro ser, "en Espíritu y verdad" (Jn 4,23). El Espíritu Santo, comunicado por el Padre y el Hijo, hace posible nuestra actitud de relación filial, expresada en confianza y unión de voluntades.

     El acento de nuestra relación con Dios debe ponerse en el mismo Dios, por encima de sus dones y también por encima de nuestro modo de percibirle. Buscamos al dador en persona, más allá de sus dones. La experiencia de relación con Dios se realiza en este "desierto", donde el Hijo de Dios se nos da en persona: *"Venid y ved" (Jn 1,39). Cristo se nos hace "camino, verdad y vida" (Jn 14,6) porque sólo él nos puede introducir en el misterio de Dios Amor (cf.Lc 10,22).

     El hecho de que Dios tenga la iniciativa de hacer de su presencia una relación personal y amorosa, nos capacita para responder con una relación semejante: "Porque me amaste, me has hecho amable" (San Agustín). Su declaración y relación de amor es como "saeta que hiere el corazón, haciéndolo capaz de amar" (idem).

     Nuestra relación con Dios es ya posible, gracias al Espíritu Santo que nos transforma en Jesús y nos hace decir, con su mismo amor: "Padre" (Gal 4,7; Rom 8,15). Participamos en la misma relación amorosa entre el Hijo y el Padre. Basta con presentarnos tal como somos, con nuestra pobreza radical, dispuestos a recibir su amor transformante. Entonces nos encontramos con la gran sorpresa de Dios Amor: el Padre nos ama como Padre, engendrándonos (por participación) en su mismo Hijo y haciéndonos participar en el amor del Espíritu Santo. Todo es don suyo y participación en su intimidad divina.

     No hay que conquistar interioridades profundas psicológicas, ni tampoco intentar conseguir manifestaciones aparatosas de "religiosidad". Basta con entrar sencillamente en el propio corazón (Mt 6,6; Rom 10,8-10), porque el hombre "por su interioridad es superior al universo entero; en esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).

     El camino de la relación personal e íntima con Dios pasa por el corazón. Es camino de amor de retorno, a modo de amistad: "Estar con quien sabemos que nos ama" (Santa Teresa), "una mirada sencilla del corazón" (Santa Teresa de Lisieux), "pensar en Dios amándole" (Carlos de Foucauld), "noticia amorosa" (San Juan de la Cruz), "mirarle de una vez" (San Francisco de Sales). Entonces se experimenta la oración del salmista: *"En Ti está la fuente de la vida y en tu luz podemos ver la luz" (Sal 35,10). Así es la "fiesta del Espíritu" (San Juan de la Cruz).

     La experiencia de este encuentro va más allá del pensar, sentir y hablar. Se manifiesta en una convicción profunda de fe, traducida en motivaciones y actitudes de donación a Dios y de servicio a los hermanos. El modo de tratar a los hermanos es la expresión de cómo es nuestra relación con Dios. Las reflexiones se convierten en adoración del misterio. Los sentimientos y afectos pasan a ser admiración gozosa de que Dios quién es y cómo es. Las palabras dejan paso a un silencio activo de enamorado.

     La relación personal con Dios se demuestra en la práctica del mandato del amor y en las actitudes de esperanza y de reaccionar amando, según la pauta del sermón de la montaña. La señal de haber entrado en la comunión de Dios Amor es la vivencia, afectiva y efectiva, de la Iglesia como misterio o signo de Cristo presente, comunión de hermanos y misión.

     La "puerta" y el "camino" para entrar en esta relación personal con Dios Amor, sigue siendo Jesús: *"Os llamo amigos porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre" (Jn 15,15); "el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad completa... todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí" (Jn 16,13-14).

 

 

                         MEDITACION BIBLICA

 

- La cercanía de Dios:

 

    "Tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará... Vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes que se las pidáis" (Mt 6,4.8).

 

    "Fijaos en las aves del... vuestro Padre celestial las alimenta, ¿no valéis vosotros mucho más que ellas?... Ya sabe vuestro Padre celestial que necesitáis estas cosas" (Mt 6,26.32).

 

- El Hijo de Dios entre nosotros:

 

    "El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

 

    "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9).

 

- Cristo en los hermanos:

 

    "Lo que hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40.45).

 

    "Uno es vuestro Padre" (Mt 23,9)

 

- En nuestro caminar:

 

    "Estaré con vosotros" (Mt 28,20).

 

    "Estoy contigo" (Sal 138,18).

 

    "Soy yo" (Jn 6,20).

 

    "En Ti está la fuente de la vida y en tu luz podemos ver la luz" (Sal 35,10).

 

- Somos casa de Dios:

 

    "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14,23).

 

    "El que vive en caridad, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

 

    "Nosotros somos templo de Dios vivo" (2Cor 6,16).

 

    "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habéis recibido de Dios y habita en vosotros?" (1Cor 6,19)

 

    "El amor de Dios se ha manifestado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

 

- Amados en Cristo:

 

    "Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a estos como me amaste a mí... El amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,23.26).

 

    "Sois conciudadanos dentro del Pueblo de Dios, sois familiares de Dios" (Ef 2,19).

 

    "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunicación del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Cor 13,13).

 

- Trato de amistad:

 

    "Permaneced en mi amor" (Jn 15,4)

 

    "Maestro, ¿dónde vives?... Venid y ved" (Jn 1,39)

 

    "Os llamo amigos porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre" (Jn 15,15); "el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad completa... todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí" (Jn 16,13-14).

Lunes, 11 Abril 2022 11:03

III VIDA NUEVA EN EL ESPIRITU

Escrito por

III

VIDA NUEVA EN EL ESPIRITU

 

     1. Agua viva, la prenda del Espíritu

     2. "Renacer por el agua y el Espíritu"

     3. Un camino hacia el infinito

     Meditación bíblica

                             * * *

La novedad cristiana radica en el amor, a partir de la encarnación del Hijo de Dios, que se ha hecho hombre, ha muerto y ha resucitado por amor. Dios se ha hecho nuestro hermano, ha compartido en todo nuestro existir y nos ha hecho partícipes de su misma vida divina.

     A esta "vida nueva" (Rom 6,4) los cristianos la llamamos vida de "gracia", porque es "don" de Dios. En Dios todo suena a amor de donación. El amor eterno entre el Padre y el Hijo se expresa en el Espíritu Santo, como lazo de unión y expresión personal de su máxima unidad.

     Dios nos hace partícipes de su misma vida divina de amor eterno. Por esto, nuestra vida nueva es "camino de amor" (Ef 5,1), "vida según el Espíritu" (Rom 8,4) o vida "espiritual". Es la vida que Cristo nos ha merecido muriendo y resucitando: "murió por nuestros pecados, resucitó por nuestra justificación" (Rom 4,25). Cristo vive en nosotros y es nuestra vida (Col 3,3), porque nos comunica su misma vida en el Espíritu Santo.

 

1. Agua vida, la prenda del Espíritu

     Jesús usó el símbolo del agua para hablar de la vida nueva en el Espíritu Santo. El "agua viva" (Jn 4,10), "la fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14) y "los ríos de agua viva" (Jn 7,38) son el símbolo de esa vida de amor entre el Padre y el Hijo, expresada ("espirada") en el Espíritu Santo. Así nos lo indica San Juan: "Esto lo dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7,39).

     De hecho, es una vida de amor o de unidad, en el corazón y en las obras, como expresión y participación del amor o unidad de Dios. Es la unidad que pide Jesús para cada creyente y para toda la comunidad humana y eclesial: "Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti" (Jn 17,21).

     Esta unidad vital o "gloria" divina se expresa en el amor del Espíritu entre el Padre y el Hijo (Jn 17,5), y también en la unidad del corazón del hombre y de la comunidad (Jn 17,10; 16,14). Entonces el hombre se hace partícipe del amor entre el Padre y el Hijo: "Les has amado a ellos como a mí" (Jn 17,23; cf. 17,26). A través de esta unidad del corazón y de la vida, se manifiesta el evangelio en toda su luz: "Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,23; cf. 13,35).

     Por el hecho de tener la "prenda" del Espíritu en nuestro corazón (Ef 1,13; 2Cor 1,21), quedamos capacitados para hacer de la vida una donación a imagen de Dios Amor. "El Espíritu Santo es como un depositario por quien y en quien las otras personas poseen nuestras almas" (M.J. Scheeben).

     El Espíritu Santo comunicado por Jesús es como "llama de amor viva" (San Juan de la Cruz), que orienta todo nuestro ser, desde lo más hondo, hacia el amor. Es "el Espíritu que vivifica" (Jn 6,63), el "Señor y vivificador" (Credo), porque nos hace pasar a esa nueva vida, que es el ser humano embebido en Dios Amor. Es una acción que transforma la vida en una "fiesta del Espíritu Santo" (San Juan de la Cruz), donde el dolor se transforma en el gozo de la donación (cf. Jn 16,20-22).

     El "sello" o prenda del Espíritu es una exigencia y una posibilidad de amoldar la propia vida a los designios amorosos de Dios sobre el hombre (cf. Ef 1,9). La ruta del hombre está trazada por un camino de libertad en el Espíritu (cf. 2Cor 3,17), "libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21), "libertad con la que Cristo nos ha liberado" (Gal 5,1). Por esto el corazón se siente vacío y triste cuando no se orienta hacia el amor. Poseer, disfrutar, dominar..., no produce más que hastío y sede insaciable. Entonces la vida se arruina en una espiral de atropellos, tanto respecto a la gloria de Dios como al verdadero bien y felicidad nuestra y de los hermanos. "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el don de la redención. Alejad de vosotros toda amargura... Sed más bien unos con otros bondadosos, comprensivos, y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo" (Ef 4,30-32).

     La caridad que Dios infunde en nosotros (Rom 5,5) nos hace hombres nuevos, partícipes de la vida trinitaria de Dios Amor. Es vida nueva que se traduce en justicia o justificación inherente en el fondo de nuestro ser. Es un don totalmente gratuito de Dios, que nos capacita para responder con el mismo amor que Dios infunde en nosotros de modo permanente.

     La vida es siempre movimiento en el sentido más profundo de la palabra. En Dios, es vida de eterna donación, que origina toda vida creada. En nosotros, la vida nueva del Espíritu nos purifica, ilumina y guía hacia la unidad en el amor, y deja entender una presencia activa y amorosa de Dios, que nos comunica luz para conocer la verdad y fuerza para seguirla. Esta "gracia" de Dios se hace don "actual" (en momentos concretos) y "habitual" (permanente).

     Jesús invitó a todos a participar en esa vida nueva del Espíritu, que se nos convierte en "ríos de agua viva" (Jn 7,38). Sólo exige reconocer la propia realidad humana limitada y quebradiza, pero amada por Dios: "El que tenga sed, que venga a mí y beba" (Jn 7,37). La llamada de Jesús es siempre de horizontes universalistas: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28).

     La vida nueva en el Espíritu es "unidad de vida", en el corazón y en la convivencia con los hermanos. El modo de pensar, de valorar las cosas, de decidirse y de actuar, es ya según la nueva ley del amor. Es actitud filial que se expresa en la oración como relación personal de confianza y de unión ("Padre nuestro"). En la vida práctica, esa actitud se expresa como reacción en el amor ("bienaventuranzas" y mandamiento nuevo). "Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,14).

     La presencia del Espíritu Santo en nosotros, juntamente con el Padre y el Hijo, reclama relación personal. Su luz exige apertura. Su acción santificadora pide sintonía. La vida nueva es siempre caridad, humildad, verdad, servicio... Es la misma vida de Cristo, concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35; Mt 1,18-20), guiado hacia el desierto, ungido y enviado por el mismo Espíritu, para predicar el evangelio a los pobres (Lc 4,1-18).

     Vivir la vida nueva produce el "gozo del Espíritu" (Lc 10,21, por el hecho de transformar toda circunstancia en donación. Es el mensaje de las bienaventuranzas: "bienaventurado" quien sepa transformar las dificultades en amor.

     El mismo Espíritu Santo, comunicado por Cristo resucitado, nos hace discernir los signos certeros de nuestro caminar de vida nueva: nos hace transformar los momentos de dificultad y de "desierto" (Lc 4,1), en capacidad de darnos a los hermanos más "pobres" (Lc 4,18) según el plan salvíficos de Dios. Entonces nace en el corazón el "gozo en el Espíritu" (Lc 10,21), que es gozo de sentirse unidos a Cristo en su amor filial al Padre: "Sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21).

 

2. "Renacer por el agua y el Espíritu"

     La oferta Jesús que hizo Jesús a Nicodemo, sobre una vida nueva, equivale a un nuevo nacimiento: "Quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos" (Jn 3,5). El agua es símbolo de la vida nueva en el Espíritu Santo. A Nicodemo, como a nosotros, le costó entender el mensaje de Jesús, porque es un mensaje que se comprender en la medida en que uno lo quiera vivir.

     El cristiano ha nacido a la vida nueva por medio del bautismo instituido por Jesús. La misión que el Señor encargó a sus discípulos fue precisamente la de anunciar el evangelio llamando a la conversión y al bautismo: "Id..., enseñad..., bautizad..." (Mt 28,19).

     El "bautismo" significa una transformación en Cristo, por la vida nueva o agua viva del Espíritu, como una esponja se empapa de agua. Esto presupone un actitud de conversión o cambio radical, para pensar, sentir y amar como Cristo. Es la conversión que el Señor predicaba desde el comienzo de su vida pública (Mc 1,15) y que encargó predicar a sus discípulos (Lc 24,47).

     El día de Pentecostés, San Pedro proclamó a todas las gentes el anuncio de la conversión y del bautismo. Y así lo sigue haciendo la Iglesia en su misión evangelizadora. Es una llamada a cambiar de vida para recibir la vida nueva del Espíritu: "Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Act 2,38).

     El bautismo que Jesús recibió en el Jordán, por manos de Juan el Bautista, fue de "penitencia"o perdón de los pecados, en nombre nuestro. Con ello simbolizaba nuestro bautismo en él, para que el Padre, comunicándonos la filiación divina del mismo Cristo, por obra del Espíritu Santo, pudiera ver en nosotros el rostro y la vida de su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo puestas mis complacencias" (Mt 3,17). De este modo, participamos de la realidad divina y filial de Jesús (Mt 17,2-5).

     Por el bautismo, somos "injertados" en Cristo, participando de su misterio de muerte y resurrección, y de su misma realidad de Hijo. Nuestra vida antigua de "hombre viejo" debe dejar paso a la "vida nueva" (Rom 6,2-6). Participar en la vida de Cristo consiste en "crucificarse" con él (Rom 6,6), de suerte que ya no vivamos sino para él: "Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,11).

     Por este nuevo nacimiento "en el agua y en el Espíritu", Cristo nos hace partícipes de la vida trinitaria de Dios Amor. No es una "cosa" lo que nos da, sino el mismo Dios con todo lo que él es y tiene. Por esto es un bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Nuestra vida ya se puede construir en la unidad del amor, recuperando con creces el rostro del primer ser humano salido de las manos amorosas de Dios.

     Las exigencias del bautismo y de la vida "cristiana" son las mismas del amor infundido por Dios en nuestros corazones. Todo cristiano está llamado a ser santo sin rebajas y apóstol sin fronteras. La caridad de Dios es y exige donación total: "Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16). Por esto, "es completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40).

     Ser consecuente con las exigencias del bautismo, en esta línea de santidad cristiana, "suscita un nivel de vida más humano, incluso en la sociedad terrena" (LG 40). Sólo por medio de esta renovación evangélica, los cristianos pueden ser luz, sal y fermento en las circunstancias y estructuras humanas (Mt 5,3; 13,33), para hacerlas cambiar desde dentro según el mandato del amor y el mensaje de las bienaventuranzas.

     Sólo una Iglesia renovada por la vivencia del bautismo podrá responder a las necesidades de cada época y capacitarse para evangelizar a todos los pueblos. Para ello se necesita, por parte de todos, según las directrices conciliares, un "acrecentamiento de la vida cristiana" (SC 1) y "una profunda vida interior" (AG 35).

     La renovación eclesial consiste, pues, en una vida cristiana coherente con las exigencias del bautismo. Esta es la realidad de la Iglesia, que "siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8).

     Sin estas actitudes evangélicas de renovación interior, las personas e instituciones eclesiales caerían en un proceso de descomposición y de esterilidad. Si los laicos deben asumir responsabilidades en las estructuras humanas y eclesiales, lo harán como fermento evangélico. Si los religiosos o personas consagradas deben insertarse en los servicios de caridad, lo harán como signo fuerte de las bienaventuranzas. Si los sacerdotes ministros deben obrar en nombre de Cristo Cabeza, lo harán como signo transparente del Buen Pastor que guía dando la vida.

     Sin la vivencia de la vocación bautismal, toda vocación queda abocada a la esterilidad espiritual y apostólica. La falta de vida espiritual se origina en actitudes de búsqueda del propio interés, por encima de las exigencias del amor: "¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones misioneras... en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos" (San Juan de la Cruz).

     El nuevo nacimiento, cuando se vive con generosidad, aun dentro de las limitaciones humanas, produce el gozo del Espíritu, por saberse amado y capacitado para amar. En el fondo del propio ser, experimentado como suma pobreza, se deja entender la presencia de Dios Amor como fuente que suena a amor eterno: "¡Oh cristalina fuente, - si en esos tus semblantes plateados - formases de repente - los ojos deseados - que tengo en mis entrañas dibujados!" (San Juan de la Cruz).

     Por el bautismo se recibe un don permanente o "prenda" y "marca" del Espíritu Santo (el "carácter"), por el que nos transformamos en Cristo (cf. Ef 1,14; 4,30; 2Cor 1,22). Por este don, el Espíritu Santo nos hace "expresión" o "gloria" del mismo Cristo y partícipes de su mismo ser (cf. Jn 16,13-14). En este sentido estamos "ungidos" por el Espíritu Santo, divinizados por él, que impregna todo nuestro ser orientándolo desde su raíz hacia el Amor (cf. 1Jn 2,20).

     El nuevo nacimiento en el Espíritu nos capacita para vivir generosamente la filiación divina participada. Nuestro ser queda relacionado íntimamente con las tres divinas personas en la máxima unidad de Dios Amor: "Por él (Cristo) tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

     Por el bautismo, Dios nos ha hecho compartir el ser y la vida de Cristo: "nos dio vida en Cristo, nos resucitó y nos sentó en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,5-6). Este nuevo nacimiento es iniciativa del amor de Dios: "por el gran amor con que nos amó" (Ef 2,4). El bautismo es "el baño de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo" (Tit 3,5).

     Cristo quiere manifestar su misterio pascual, de muerte y resurrección, a través de cada bautizado: "Con él fuisteis sepultados en el bautismo y en él mismo fuisteis resucitados" (Col 2,12). El mundo será más humano cuando haya cristianos consecuentes y comprometidos con las exigencias bautismales.

     Nuestro nuevo nacimiento se realiza por la presencia activa y santificadora de Dios Amor, uno y trino, en lo más hondo de nuestro ser.

 

3. Un camino hacia el infinito

     El "agua viva" que Dios ha hecho brotar en nuestro corazón, "salta" como torrente de vida eterna. Lo que percibimos es muy exiguo; la fuente es infinita. Nuestra transformación en hijos de Dios no es más que un inicio de una plenitud que un día será realidad en el más allá. Mientras tanto, la vida divina participada va inundando cada vez más todo nuestro ser, en un proceso de crecimiento, "hasta que lleguemos todos juntos a encontrarnos en la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios; a la madurez del varón perfecto, a un desarrollo orgánico proporcionado a la plenitud de Cristo" (Ef 4,13),

     Nuestro camino de crecimiento es proceso de "revestirse" de Cristo (Rom 13,14) o de formación armónica de "un solo cuerpo" (Rom 12,5), cada uno según la gracia recibida como miembros peculiares del mismo cuerpo del Señor.

     La semilla divina que Cristo ha sembrado en nosotros (Lc 8,11), es la vida nueva en el Espíritu Santo. Desde el día de nuestro nacimiento "espiritual", el crecimiento es ley de vida hasta llegar a la "plenitud del amor" (Rom 13,10).

     Crecemos en esta vida divina por la puesta en práctica de la caridad, expresada en obras y virtudes concretas, como respuesta a la acción de Dios, puesto que "la caridad es la fuente y la raíz de todas las virtudes" (Santo Tomás). Lo único que va a quedar de nuestro camino de peregrinación, es el haber amado. Todo pasará, menos el amor: "La caridad no pasa nunca" (1Cor 13,8). "Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad" (1Cor 13,13).

     Decidirse a emprender este camino de santidad es como despertar de un largo letargo. Es siempre una respuesta a un don de Dios: "¡Tarde te conocí, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te conocí! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirías. Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera... Toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras!" (San Agustín).

     El crecimiento de la vida espiritual es una orientación de todo el ser hacia la caridad: "ordenar todo según el amor" (Santo Tomás). Es, pues, un crecimiento armónico en la madurez cristiana de pensar, sentir y amar como Cristo (fe, esperanza y caridad), para obrar como él (virtudes morales, a partir de la caridad). La acción del Espíritu Santo en el ejercicio de estas virtudes se manifiesta más intensamente por medio de los dones del Espíritu Santo. Es siempre la misma gracia santificante y la misma acción divina que, cada vez más, purifica, regenera, ilumina, fortalece y unifica.

     El camino espiritual es progreso en la relación personal con Dios (camino de oración) y progreso en la fidelidad generosa a los dones de Dios (camino de perfección). La práctica de las virtudes, como imitación de Cristo y configuración con él, se alimenta de momentos fuertes de oración y de colaboración activa y de esfuerzo decidido (sacrificio). Los sacramentos y las celebraciones litúrgicas, especialmente la celebración eucarística, son momentos privilegiados de este crecimiento en la vida divina. Presupuesto necesario es el deseo y la decisión de entrega total a la santidad y a los planes salvíficos de Dios.

     La vida de caridad sólo tiene una regla: querer darlo todo, es decir, darse del todo y para siempre. Se empieza todos los días y se vive este deseo de perfección en las cosas pequeñas, orientándolas hacia el amor. Lo más importante es no ceder en este "primer amor" (Apoc 2,4).

     Crecer en el orden de la gracia, para cualquier creyente, significa irse "llenando de la consolación del Espíritu Santo" (Act 9,31). Efectivamente, la acción divina o acción de su Espíritu, cuando se recibe con apertura de corazón, produce el gozo de las bienaventuranzas por haber reaccionado en el amor. Y este gozo del Espíritu "nadie lo puede quitar" (Jn 16,22).

     Cada cristiano y cada comunidad alberga en su corazón un "Jesús viviente", que tiene que crecer. El crecimiento es siempre en verdadera "sabiduría", que es "gracia de Dios" (Lc 2,40.52) y que produce la fidelidad generosa a la "unción y misión del Espíritu" (Lc 4,18), para seguir los designios del Padre en vistas a la salvación de los hermanos. Por eso no hay fidelidad a la misión ni verdadero apostolado, sin fidelidad generosa en el camino de la santificación.

     En este crecimiento de "Jesús viviente" en nuestro corazón y en la comunidad, María sigue siendo Madre, con "una nueva maternidad en el Espíritu" (RM 37). Ella coopera con "amor materno" (LG 63) y con una "presencia activa y materna" (RM 24,28,31). Jesús quiso nacer de María, "la mujer", y la quiso también asociada a la obra redentora, para que nosotros recibiéramos abundantemente "la adopción de hijos" (Gal 4,4-7).

     El crecimiento en la perfección es una exigencia del "amor de Cristo a su Iglesia", que la quiere toda "santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). El amor de Cristo hace posible una respuesta generosa y siempre creciente, de suerte que "los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,15).

     Se crece en el amor orientando todo el ser a Dios que es suma verdad y sumo bien, y que se deja entrever en cada hermano y en cada acontecimiento. Es crecimiento de transformación en Cristo, como respuesta y colaboración al amor y a la iniciativa de Dios: "Abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, por quien todo el cuerpo va obrando mesuradamente su crecimiento, en orden a su confirmación en la caridad" (Ef 5,15-16). Se crece, pues, en intensidad de adhesión de fe, esperanza y amor, que transforma nuestra ser en imagen de Cristo.

     El mensaje del amor, que reclama crecimiento en la generosidad, es mensaje de cruz. La "conversión" es una orientación creciente del hombre hacia Cristo crucificado y resucitado, para

vivir conforme a su mandato de amor: "Cuando seré levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn 12,32).

     La vida de gracia, o vida divina en nosotros, crece "según la medida que el Espíritu Santo quiere y según la disposición y cooperación de cada uno" (Trento). Es unión creciente con Dios, que se expresa siempre en la práctica concreta de las virtudes. Es, pues, "unidad de vida", como sintonía con los amores de Cristo, con la acción santificadora del Espíritu y con la voluntad salvífica del Padre.

     La caridad, como raíz y fuente de todas las virtudes, informa todo nuestro actuar. Cada virtud es como un rasgo de la fisonomía de Cristo, como una presencia viviente, activa y transformante de Dios en nosotros.

     El crecimiento en la perfección de la caridad se expresa en el amor al prójimo tal como Dios le ama, es decir, tal como es o debe ser a imagen de Dios Amor. "En esto hemos conocido que hemos pasado de la muerte a la vida: si amamos a los hermanos" (1Jn 3,14). Nuestra "fe formanda" se expresa en la esperanza y en el amor a Dios y a los hermanos.

     "La participación en la naturaleza divina, concedida a los hombres por la gracia de Cristo, mantiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el mantenimiento de la vida natural. Nacidos de una vida nueva por el bautismo, los fieles son fortalecidos por el sacramento de la confirmación y reciben en el Eucaristía el pan de la vida eterna. Así, por estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez más las riquezas de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI).

     Crecer en santidad es, pues, una exigencia del amor. Es la razón de ser de la redención obrada por Cristo Buen Pastor: "he venido para que tengan vida y la tengan muy abundante" (Jn 10,10). El Padre nos purifica para hacer de nosotros, cada vez más, un Jesús viviente.

                       MEDITACION BIBLICA

 

- Fuente de agua viva:

 

     "El agua que yo le daré se hará fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14).

 

     "El que tenga sed, que venga a mí y beba... manarán de sus entrañas ríos de agua viva. Esto lo dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7,38-39).

 

- Una vida que unifica:

 

     "Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti" (Jn 17,21).

 

     "Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,23; cf. 13,35).

    

     "Por él (Cristo) tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

 

     "Nos dio vida en Cristo, nos resucitó y nos sentó en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,5-6).

 

     "Sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21).

 

- "Vida nueva" en el Espíritu (Rom 6,2-6):

    

     "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el don de la redención. Alejad de vosotros toda amargura... Sed más bien unos con otros bondadosos, comprensivos, y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo" (Ef 4,30-32).

 

     "Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Act 2,38).

 

     "Los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,15).

 

- Horizontes universales:

 

     "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28).

 

     "Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,14).

 

     "Id..., enseñad..., bautizad..." (Mt 28,19).

 

- Nuevo nacimiento:

 

     "Quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos" (Jn 3,5).

 

     "Este es mi Hijo amado, en quien tengo puestas mis complacencias" (Mt 3,17).

 

     "Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,11).

 

     "Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

 

- La gracia del bautismo:

 

     "Cuando se manifestó la bondad y amor de Dios nuestro Salvador a los hombres, no por obras hechas en justicia que nosotros hubiéramos practicado, sino según su misericordia, nos salvó por el baño de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos constituidos, conforme a la esperanza, herederos de la vida eterna" (Tit 3,4-7).

    

     "Con él fuisteis sepultados en el bautismo y en él mismo fuisteis resucitados" (Col 2,12).

 

- Camino de plenitud:

 

     "Hasta que lleguemos todos juntos a encontrarnos en la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios; a la madurez del varón perfecto, a un desarrollo orgánico proporcionado a la plenitud de Cristo" (Ef 4,13),

 

     "Abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, por quien todo el cuerpo va obrando mesuradamente su crecimiento, en orden a su confirmación en la caridad" (Ef 5,15-16).

 

- Sólo quedará el amor:

 

     "La caridad no pasa nunca" (1Cor 13,8). "Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad" (1Cor 13,13).

 

     "En esto hemos conocido que hemos pasado de la muerte a la vida: si amamos a los hermanos" (1Jn 3,14).

 

- A precio de la sangre de Cristo:

 

     "Cuando seré levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn 12,32).

 

     "He venido para que tengan vida y la tengan muy abundante" (Jn 10,10).

 

     "Murió por nuestros pecados, resucitó por nuestra justificación" (Rom 4,25).

 

     "Mirad por vosotros mismos y por toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os puso como obispos para pastorear la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre" (Act 20,28).

Lunes, 11 Abril 2022 11:02

II VIDA EN CRISTO

Escrito por

II

VIDA EN CRISTO

     1. Elegidos y amados en Cristo

     2. Somos hijos en el Hijo

     3. Una "vida escondida con Cristo en Dios"

     Meditación bíblica

                             * * *

     Nuestro ser más hondo está impregnado de vida divina cuando nos abrimos al amor. El encuentro con Cristo y la adhesión personal a él y a su mensaje, producen una nueva vida, un nuevo nacimiento (Jn 3,3). Cristo ofrece generosamente a todos, sin distinción de razas ni culturas, esta nueva vida: "El Hijo a los que quiere les da la vida" (Jn 5,21); "yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10).

     No se trata de una vida humana mejorada en cuestión de grados, sino de una "vida nueva" (Rom 6,4). Es la participación en la misma vida de Cristo: "El que me ama tiene la vida eterna" (Jn 6,47); "el que me come vive en mí y yo en él... vivirá por mí" (Jn 6,56-57). Todo cristiano está llamado a hacer realidad el ideal de Pablo: "Cristo vive en mí" (Gal 2,20).

     El mismo Cristo se hace vida del cristiano: "Cristo es vuestra vida" (Col 3,4). Es vida de unión, relación y transformación: "Permaneced en mí y yo en vosotros... Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15,4-5). La vida que estaba en Dios se ha hecho nuestra propia vida: "En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres" (Jn 1,4). Esta vida "se ha manifestado" y comunicado (1Jn 1,2).

     Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), a todo creyente le hace partícipe "de su plenitud" de Hijo amado de Dios, "lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,16). Es una vida escondida y sólo conocida a la luz de la fe. Si el corazón se enreda en otras vivencias egoístas, no descubre la vida en Cristo: "No queréis venir a mí para tener la vida" (Jn 5,40). En el modo de hablar y de obrar no aparece la vida en Cristo cuando no pensamos ni sentimos como él.

 

1. Elegidos y amados en Cristo

     Las afirmaciones más hermosas de Jesús son aquellas en que se refiere al amor del Padre hacia nosotros.: "El Padre os ama" (Jn 16,27). Es el amor que tiene su máxima expresión en el hecho de darnos a su Hijo: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Este amor de Dios a los hombres es el mismo amor que tiene a su Hijo: "Les has amado a ellos como me amaste a mí" (Jn 17,23).

     El amor que Dios nos tiene corresponde a nuestra elección en Cristo, puesto que "en él nos eligió antes de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante él en caridad" (Ef 1,4). De esta elección amorosa y eterna arranca nuestra realidad de vida en Cristo: "El amor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que nosotros vivamos por él" (1Jn 4,9).

     Al elegirnos y amarnos en Cristo, Dios nos hace partícipes de su plenitud, nos transforma en él que es luz, palabra, vida, amor y gloria o expresión suya. Por ser elegidos en Cristo, nos hace partícipes de su misma vida de Dios Amor. "El Verbo se ha hecho como nosotros para hacernos a nosotros como es él" (San Ireneo).

     El objetivo de esta decisión amorosa es, pues, nuestra transformación en Cristo. Estos son los planes de Dios Amor sobre nosotros, es decir, "el misterio de su voluntad" (Ef 1,9), "hacernos conformes con la imagen de su Hijo" (Rom 8,29). Este "sí" de Dios hace posible el "sí" libre del hombre. Pero, precisamente apoyados en nuestra elección, por Cristo, ya podemos decir "sí a Dios" (cf. 2Cor 1,20).

     El hombre, en su realidad actual, ya no tiene explicación ni sentido sin la gracia, o vida divina comunicada por Cristo. Cada ser humano concreto es amado de modo irrepetible, tal como es, y capacitado para hacer de la vida una donación. La predestinación, elección y llamada de Dios hacen posible la justificación y transformación en Cristo: "A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de salvación, los glorificó" (Rom 8,30).

     En Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que nos comunica su realidad integral, encontramos nuestro verdadero ser de hombre: hemos sido creados por Dios y restaurados en Cristo por la fuerza del Espíritu. Construimos nuestra historia poniendo en práctica los planes salvíficos de Dios: hacernos "expresión de su gloria" (Ef 1,6), expresión de su realidad de Dios Amor. Esto es posible por la "gracia" o don del mismo Dios, que se nos da tal como es.

     La gracia salva al hombre en cuanto que le incorpora a Cristo. Es siempre una elección y llamada que da luz y fuerza, capacitando al hombre para responder libremente a los planes de Dios: "Todo lo puedo en aquel que me conforta" (Fil 4,13).

     Este amor parece "excesivo", pero es una realidad. Es la salvación predicada y realizada por Jesús. Su vida nos pertenece; nuestra vida es parte de su biografía: "Dios, que es rico en misericordia, y nos tiene un inmenso amor, estando muertos por nuestros pecados, nos vivificó con la vida de Cristo... para mostrar a los siglos venideros que habían de venir la soberanas riquezas de su gracia, a impulsos de su bondad para con nosotros en Cristo Jesús" (Ef 2,4-7). El hombre no puede gloriarse de este don, puesto que es pura gracia: "Por la gracia habéis sido salvados mediante la fe" (Ef 2,8). Somos "hechura suya, creados en Cristo Jesús" (Ef 2,10).

     Esta elección en Cristo fundamenta nuestra libertad. Dios crea al hombre haciéndolo libre y lo hace pasar a una nueva creación en Cristo, su Hijo, para una libertad todavía mayor, "la libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21).

     La gracia hace hombres libres. Dios Amor no hiere nuestra libertad, sino que la fundamenta. Atrayéndonos y cautivándonos por amor, hace posible nuestra libre donación: "Me sedujiste, Señor" (Jer 20,7). Construimos nuestra libertad y la de los hermanos, cuando nos realizamos según los planes salvíficos de Dios en Cristo.

     Dios nos libera en Cristo por la fuerza del Espíritu de amor. La elección en Cristo es llamada (vocación) a un proceso constante de respuesta libre y generosa al don de Dios. El obrar de Dios es siempre creativo, porque nace de su amor de donación.

     Esta libertad de Cristo es la única que puede unificar el corazón y hermanar a los pueblos, haciendo caer las barreras de divisiones, injusticias y marginación. Sólo la fe en Cristo hace hombres y pueblos libres: "La verdad os hará libres" (Jn 8,22); "si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres" (Jn 8,36). Por esto, el concepto de libertad, aplicado a la persona y a la comunidad humana, es típicamente cristiano. La libertad sólo se construye en el amor, a imagen del amor de Dios, quien es la fuente de la verdad y de la justicia, por ser la fuente del amor.

     Nuestra unión con Cristo hace que los dones de Dios se nos conviertan en verdaderos méritos propios. Todo es don de Dios, que nos une a Cristo para hacernos plenamente libres. Nuestras obras siguen siendo nuestras, pero , "injertados" en Cristo (Rom 6,5), actuamos como miembros de un cuerpo místico cuya cabeza es el Señor. Sin él, nuestras obras no tendrían valor salvífico (cf. Jn 15,5).

     Por nuestra naturaleza creada, somos "siervos inútiles" (Lc 17,10) respecto a la gracia y salvación en Cristo. Por nuestra unión con Cristo, somos hijos amados, casa solariega y "familiares de Dios" (Ef 2,19).

     La gracia es vida nueva, que se desarrolla haciéndonos crecer en Cristo hasta llegar a la unión perfecta con Dios. La caridad de Dios, infundida en nuestros corazones, nos capacita y ayuda para responder amando. Es mérito nuestro la cooperación a esa acción divina, que enfonca todo nuestro ser hacia la caridad. Esta cooperación es posible porque estamos elegidos, amados y configurados en Cristo.

     Por nuestra unión con Cristo, ya podemos responder a la Alianza de Dios con su pueblo, como pacto mutuo de amor. En Cristo, Dios ha sellado una "Alianza nueva" y definitiva (Lc 22,20; cf. Ex 24,8). "Cuantas promesas hay de Dios, en él son el 'sí'; por esto el 'sí' con que glorificamos a Dios, lo decimos por medio de él. Y Dios es quien a nosotros y a vosotros nos mantiene unidos a Cristo, quien nos ha consagrado y nos ha marcado con su sello y nos ha dado las arras del Espíritu en nuestros corazones" (2Cor 1,20-22).

 

2. Somos hijos en el Hijo

     El mejor "regalo" o gracia que nos ha hecho Dios es el de trasformarnos en hijos suyos. No podía demostrar de modo más adecuado su amor por nosotros: "Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y que lo seamos verdaderamente" (1Jn 3,1); "habéis recibido un espíritu de hijos, que os permite clamar 'Abba', es decir, Padre" (Rom 8,15).

     Se trata de la participación en la filiación divina de Jesucristo. Creer en él trae como consecuencia vivir de su misma vida y participar de todo lo que él es: "A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios... Son nacidos de Dios" (Jn 1,12-13).

     Somos "hijos en el Hijo", en cuanto que la filiación divina la tenemos por participación en la realidad de Cristo, Hijo unigénito de Dios, "pues de su plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia" (Jn 1,16). Este es el gran regalo o don de Dios: "nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo" (Ef 1,5). Es la "gracia que nos otorgó en su amado Hijo" (Ef 1,6).

     No se trata de una adopción jurídica, sino de una comunicación de la misma vida de Dios, que es infinitamente superior a nuestra naturaleza creada. No somos, pues, hijos por el hecho de ser creados o por naturaleza, sino por una gracia o don de Dios, como real participación en la misma filiación del Hijo de Dios hecho hombre.

     Somos hijos de Dios gracias al Espíritu Santo que el Padre y el Hijo nos comunican, para poder decir, vivencial y realmente, "Padre" a Dios, con la voz, la vida y el amor de Cristo. "Y pues sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: 'Abba', es decir, 'Padre'. De suerte que ya no eres siervo, sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios" (Gal 4,6-7).

     Este don tan extraordinario es fruto de la redención de Cristo, nacido de María la Virgen, cuya maternidad es instrumento de nuestra nueva filiación. Es el mismo Hijo de Dios que es engendrado eternamente por el Padre, que nace de María en cuanto a su nacimiento humano y que nos comunica a nosotros, por obra del Espíritu, el poder participar en su misma filiación: "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... a fin de que recobrásemos las filiación adoptiva" (Gal 4,4-5). La maternidad divina de María es, pues, instrumento de nuestra filiación participada, según las palabras de Jesús: "Mujer, he aquí a tu hijo" (Jn 19,26).

     El Padre nos ama eternamente en el mismo acto generador del Verbo y en el amor del Espíritu Santo. Cuando el Padre dice a Jesús, en el Jordán y en el Tabor, "éste es mi Hijo amado" (Mt 3,17; 17,5), nos incluye a nosotros en este amor. El bautismo de Jesús fue el anticipo de nuestro bautismo. Nuestra generación "adoptiva" participa en la generación eterna del Verbo, puesto que, por gracia, somos engendrados y amados en él.

     Quien cree en Cristo "ha nacido de Dios" porque ha sido engendrado con la "simiente" de su Palabra, que es el Verbo hecho hombre (1Jn 3,9). "El Verbo se ha hecho como nosotros para hacernos a nosotros como él es" (San Ireneo).

     Por ser hijos en el Hijo, Dios nos ha hecho imagen de su imagen personal, que es el Verbo, "imagen de Dios invisible" (Col 1,15); nos ha hecho "conformes a la imagen de su Hijo" (Rom 8,29). Cristo nace de nosotros o vive y se prolonga en nosotros. Por esto el Padre ve en nosotros el rostro de su Hijo y nos ama como a él (cf. Jn 17,26). En este sentido, Cristo es "el primogénito de muchos hermanos" (Rom 8,29).

     Cristo vive en nosotros por la comunicación de su misma vida. En Cafarnaum, al prometer la Eucaristía, el Señor anunció esta realidad salvífica: "El que me come vivirá por mí" (Jn 6,57). El apóstol Pablo lo expresa con una actitud vivencial y relacional: "No soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20). Precisamente por esta comunión de vida, participamos de su misma filiación y podemos decir con él y en él: "Padre nuestro" (Mt 6,9).

     Jesús presentó su mensaje evangélico como llamada a una relación vivencial con nuestro Padre Dios: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48). Toda actitud religiosa de oración, limosna y ayuno debe expresarse en actitud filial hacia el Padre: "Vuestro Padre lo sabe" (Mt 6,8); "tu Padre te recompensará" (Mt 6,4.18); "¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" (Lc 11,13)... Esa es la actitud filial que el mismo Jesús manifiesta continuamente, desde el día de la Encarnación (Heb 10,5-7) hasta la cruz (Lc 23,46). No obstante, Jesús distingue su filiación de la nuestra, en cuanto que nosotros la hemos recibido por gracia y él la tiene como Hijo natural de Dios: "Voy a mi Padre y a vuestro Padre" (Jn 20,17).

     La filiación divina participada no es un adorno, sino un compromiso de vida en Cristo. "El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Rom 6,16). La señal de que tenemos de verdad la filiación divina, es el hecho de vivir en el amor: "Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 6,14).

     Decimos "Padre" a Dios con la voz y el amor de Jesús, si compartimos su misterio pascual de muerte y resurrección: "Si somos hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con él para ser con él glorificados" (Rom 6,17).

     La dignidad de hijo de Dios, por gracia recibida de Cristo Redentor, no se cotiza en el mercado de los valores humanos. Hay otras apariencias caducas que deslumbran y desvían la atención del mensaje evangélico. Los valores cristianos no estarán nunca de moda. En cualquier corazón e institución (aunque sea eclesial) en que prevalezca el propio interés sobre el amor y la gloria de Dios, ahí amenaza el ateísmo real. "Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él" (1Jn 3,1).

     Se pierde el sentido de pecado y, por tanto, el sentido del amor a Dios y a los hermanos, cuando se olvida la dignidad de todo ser humano como llamado a participar en la filiación divina de Jesús. Cuando la humanidad entera recupere esta dignidad común de todos los hermanos y de todos los pueblos sin distinción, entonces reinará la justicia y la paz. "El que ha nacido de Dios no peca, porque la simiente de Dios está en él" (1Jn 3,9). "Así, finalmente, se cumple en realidad el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo, por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).

 

3. Una "vida escondida con Cristo en Dios"

     La vida de la gracia, por ser vida divina, no aparece a los ojos corporales ni a la luz de la razón. Nuestro ser humano continúa siendo débil y quebradizo, zarandeado por pasiones desordenadas, sometido a cualquier enfermedad y a la muerte. Sólo a la luz de la fe, descubrimos esta "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Por la fe, "hemos sido hechos partícipes de Cristo" (Heb 3,14).

     Es vida "escondida", pero real. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, vencedor del pecado y de la muerte, vive resucitado en nosotros. Nuestra participación en la vida divina no nos exime de las debilidades humanas, pero hace posible en nosotros la actitud filial de reaccionar en el amor. En esta vida escondida, estamos construyendo una "ciudad futura" (Heb 3,14), "un nuevo cielo y una tierra nueva" (Apoc 21,1). La glorificación de Jesús es el fundamento de nuestra esperanza: "Subió al cielo para hacernos partícipes de su divinidad" (Prefacio de la fiesta de la Ascensión).

     A Cristo, que nos comunica el "don de Dios" y el "agua viva" de la gracia, le encontramos cuando nos decidimos a escondernos con él, es decir, cuando vivimos en sintonía con sus criterios, escala de valores y actitudes. Es la vida escondida de la fe, que se expresa en los gemidos de la esperanza y en las actitudes de caridad. La dinámica de la vida nueva en el Espíritu o vida de la gracia es así: "¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti clamando, y eras ido" (San Juan de la Cruz).

     Esconderse con Cristo o vivir en él significa "salir de todas las cosas según la afección y la voluntad", salir del propio egoísmo, de las comodidades, honores, ventajas y gustos personales. Es "buscarle en fe y amor" (San Juan de la Cruz), buscarle en el fondo del corazón, no contentarse más que con él, "nada sabiendo sino amor" (idem). Así es cuando uno puede decir, como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Fil 1,21).

     Esta búsqueda produce el sentimiento de una "ausencia", como si faltara todo e incluso como si faltara Dios. Pero el amor es así, y sólo así se descubre a Cristo escondido en el propio corazón, en los signos eclesiales y en todos los hermanos, especialmente en los más pobres. "En esto se conocerá el que de veras a Dios ama, si con ninguna cosa menos que él se contenta" (San Juan de la Cruz).

     La capacidad eclesial de transparentar las bienaventuranzas y el mandato del amor, como capacidad evangelizadora, radica en esos creyentes, casi siempre desconocidos, que se han decidido a vivir la "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). No existen grandes obras de caridad ni amor preferencial por los pobres, sin esta actitud de pobre bíblica que se traduce en aventurarlo todo por Cristo pobre. Es la actitud contemplativa de dejar entrar la palabra evangélica en el corazón como María (Lc 2,19.51), que se convierte en vida pobre y en disponibilidad misionera incondicional. Sólo se puede afirmar con autenticidad, como Pablo, "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14), cuando se ha aprendido a decir: "Cristo vive en mí" (Gal 2,20).

     El nuevo ser del hombre en Cristo no aparece ni se cotiza en el mercado de valores económicos. Tampoco puede "contabilizarse" en nuestras estadísticas y en nuestros baremos. Es un nuevo ser por una nueva vida participada de Dios. Como todo lo divino, es "más allá" de todo lo que se puede pesar, palpar y medir. Educar para esta vida escondida, en los grupos apostólicos, en los noviciados y casas de formación, es la tarea más urgente y trascendental que tiene la Iglesia en cada época, para poder disponer de hombres y mujeres apostólicas que busquen sólo "los intereses de Jesucristo" (Fil 2,21).

     Cristo Redentor, comunicando su misma vida, hace salir al hombre de su propio egoísmo, para que se realice amando según Dios. En el camino hacia la Pascua, Cristo purifica a sus discípulos de toda mira egoísta, ofreciéndoles compartir su misma suerte, beber su misma "copa" de bodas o de "Alianza" (Mc 10,38).

     Ser hombres de verdad equivale a dejar vivir a Cristo en nosotros. La oscuridad de la fe deja la sensación de fracaso, pero no es más que "perderse" en Dios para encontrarse con ganancia insospechable: "Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él" (Fil 3,8).

     La vida de Cristo cabeza se comunica a sus miembros (cf. Ef 1,22-23; 1Cor 12,12-27). La "comunión de los santos" es vida en Cristo, comunicada misteriosa y ocultamente. Los que viven esta vida oculta de la gracia con generosidad se convierten, con su oración, su acción y sufrimiento, en "complemento" de Cristo (cf. Col 1,24; Ef 1,23). Son las vidas "anónimas" y silenciosas de tantos creyentes y apóstoles, cuyos nombres están escritos sólo en el corazón de Dios. La verdadera historia de la Iglesia se escribe en este silencio de Dios, que es la máxima donación.

     Cuando Cristo, en Cafarnaum anunció esta vida nueva, no encontró mucho eco. "Vivir de su misma vida" (Jn 6,57) era algo ininteligible. Los que no aceptaron su mensaje hicieron mucho ruido, mentando incluso los orígenes humildes de Jesús de Nazaret (Jn 6,42); pero el Señor anunció un mensaje que, después de tantos siglos, sigue siendo actual: "Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn 6,35).

     La vida en Cristo es eminentemente relacional: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él" (Jn 6,56); "permaneced en mi amor" (Jn 15,9). A Cristo sólo le comprende quien se decide a vivir en sintonía con sus amores: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21). "Nadie puede percibir el significado del evangelio, si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre" (Orígenes).

     La vida escondida con Cristo no consiste en alejarse de la convivencia con los hermanos, ni tampoco en olvidar las propias responsabilidades, sino que es precisamente "luz", "sal" y "fermento", como participación en la misma realidad de Cristo, quien es "la luz del mundo" (Jn 8,12; 9,5). Es, pues, una vida que no se puede "esconder" bajo el celemín (Mt 5,15), sino que se convierte en anuncio de que "quien tiene al Hijo, tiene la verdadera vida" (1Jn 5,12).

     Quien vive de "la gracia" o del don de la vida en Cristo, tiene en su corazón "el amor del Padre" y la "comunicación" del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). Nuestra esperanza, por encima de toda humana esperanza (Rom 4,18), se fundamenta en el mismo amor de Dios, que orienta todo nuestro ser hacia el amor de donación y de servicio (1Jn 3,14).

     A la luz de la fe, todo nos habla de un amor y de una vida de Dios que se nos comunica continuamente. Toda la creación está orientada hacia esta donación íntima de Dios. Pero nuestra experiencia sensible y racional sólo ve sosas que pasan y que no llenan el corazón. Esconderse con Cristo comporta un "gemir" de esperanza, que "no deja confundido" (Rom 5,5). Estos mismos deseos o gemidos son una señal de que la vida de Dios está en nosotros, como esperando una visión y una posesión definitiva: "Sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,22-23).

     Las personas más sensibles a estas realidades cristianas, es decir, los santos, han sido las más comprometidas en la construcción de la comunidad humana según el amor. Con su testimonio de vida, anunciaron que "Cristo murió una vez por nuestros pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios" (1Pe 3,18). Es la vida de Cristo en nosotros, que es vida nueva y renovadora, la vida auténtica que el mundo necesita: "Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero (la cruz), para que, muertos al pecado, viviéramos para la justicia, puesto que por sus heridas habéis sido curados" (1Pe 2,24).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Vivir en Cristo una vida nueva:

 

     "El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él... quien me come, vivirá por mí" (Jn 6,55-57)

 

     "Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios... Cristo es vuestra vida" (Col 3,3-4)

 

     "No soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

 

- El Padre nos ama como a Cristo:

 

     "El amor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que nosotros vivamos por él" (1Jn 4,9).

 

     "Les has amado a ellos como me amaste a mí" (Jn 17,23).

 

- Correr la misma suerte de Cristo:

 

     "Dios, que es rico en misericordia, y nos tiene un inmenso amor, estando muertos por nuestros pecados, nos vivificó con la vida de Cristo... para mostrar a los siglos venideros que habían de venir la soberanas riquezas de su gracia, a impulsos de su bondad para con nosotros en Cristo Jesús" (Ef 2,4-7). El hombre no puede gloriarse de este don, puesto que es pura gracia: "Por la gracia habéis sido salvados mediante la fe" (Ef 2,8). Somos "hechura suya, creados en Cristo Jesús" (Ef 2,10).

 

- Somos hijos de Dios:

 

     "Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y que lo seamos verdaderamente" (1Jn 3,1).

 

     "El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Rom 6,16).

 

     "A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios... Son nacidos de Dios" (Jn 1,12-13).

 

- Decir "Padre" a Dios:

 

     "Habéis recibido un espíritu de hijos, que os permite clamar 'Abba', es decir, Padre" (Rom 8,15).

 

     "Y pues sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: 'Abba', es decir, 'Padre'. De suerte que ya no eres siervo, sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios" (Gal 4,6-7).

 

- En la misma maternidad de María:

 

     "Jesús dice a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dice al discípulo: He ahí a tu Madre" (Jn 19,26-27).

 

     "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer... a fin de que recobrásemos las filiación adoptiva" (Gal 4,4-5).

 

- Somos hijos en el Hijo:

 

     "A impulsos del amor, os predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad" (Ef 1,4-5).

Lunes, 11 Abril 2022 11:02

I DIOS SE DA A SI MISMO

Escrito por

I

DIOS SE DA A SI MISMO

 

     1. El modo de amar propio de Dios

     2. Todo es "gracia"

     3. "Si conocieras el don de Dios"

     Meditación bíblica

                             * * *

     Cuando nosotros amamos a una persona, le manifestamos este amor con expresiones de afecto. Al mismo tiempo, nos aseguramos de que esta persona merezca nuestro amor y que lo sepa reconocer. No pocas veces, confundimos amor con utilidad; es una persona importante, simpática, útil... Pero cuando cambian las cosas, nuestro "amor" se esfuma sin dejar rastro. Dios no ama así.

     El amor que nos tiene Dios es totalmente "gratuito". Nos ama porque él es bueno, dándose a sí mismo y sin que se le siga ninguna utilidad. El amor de Dios es donación total, es "gracia". Nos ama definitivamente, tal como somos, desde siempre y para siempre, para hacernos tal como él es.

     San Pablo usa más de cien veces la palabra "gracia" (xaris). Se trata de "la gracia de nuestro Señor Jesucristo", por la que se nos manifiesta "la caridad de Dios", que es "comunicación del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). De este modo, "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, en virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

     A la luz de esta donación divina, descubrimos que todas las cosas son "gracia" o expresión de esta donación y amor. Pero hemos de despertar de un letargo, porque nuestro corazón está inclinado a usar y abusar de las cosas y de las personas, prescindiendo de Dios que se esconde en ellas. Sabe reconocer en cada hermano una historia de "gracia" y de amor divino, es garantía de que hemos comenzado a despertar al amor y a la verdadera vida.

 

1. El modo de amar propio de Dios

     El cristianismo ha aportado una definición original sobre Dios: "Dios es Amor" (1Jn 4,8.16). No solamente ama, sino que es "el Amor", la donación por excelencia, la bondad comunicativa. Nos ama porque es él es bueno. Y ama dándose a sí mismo, con todo lo que es y tiene.

     La máxima expresión de este amor divino aparece en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Esta es "la señal": "Un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre" (Lc 2,12). La pobreza de Jesús en Belén y su desnudez en la cruz, indican el modo característico de amar por parte de Dios: no tiene más que a sí mismo, para darse tal como es.

     Dios ha creado al hombre por amor. Desde el primer momento le ha hecho partícipe de la realidad divina. El pecado del hombre o ha disminuido este amor y donación, sino que entonces Dios ha manifestado con creces su amor, con toda su intensidad de misericordia: "cuanto más se multiplicó el pecado, más abundó la gracia" (Roma 5,20). Por esto "Dios ha enviado su Hijo al mundo, para que el mundo sea salvo por él" (Jn 3,17).

     Este amor es de donación "gratuita", es gracia, que justifica al hombre y le "diviniza", como decían los Santos Padres. Si "el amor de Dios es causa de la bondad de los seres" (Santo Tomás), cuando se trata del hombre, ese amor es fuente de "vida eterna" o vida divina (cf. Jn 3,16).

     La "gracia" no es una cosa, sino el mismo Dios que se nos comunica, transformándonos en él. A partir de una relación personal de Dios, por la que se comunica a sí mismo, el hombre ya puede encontrar sentido a la vida haciéndose relación y donación personal a Dios y a los hermanos. La gracia es relación honda, desde lo más profundo del ser humano, transformado por la acción divina. Dios se nos da capacitándonos para hacernos donación.

     A partir de esta donación y "gracia" de Dios, nuestra vida ya puede hacerse donación, como imitación y participación en el amor de Dios. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, como máxima expresión de la "gracia" y donación divina, hace posible que nuestra vida sea prolongación de su misma vida entregada: "Amaos como yo os he amado" (Jn 13,34).

     Dios, dándose gratuitamente a sí mismo, nos capacita para que nosotros nos demos los unos a los otros con el mismo amor que Dios nos ama. Vivir y morir amando, a ejemplo de Cristo, ya es posible, gracias a Dios Amor, que vive en nosotros y que se nos comunica tal como es. El amor es "gracia", donación eficaz: nos hace semejantes a él que es "el Amor".

     En todas las culturas se encuentran huellas de un Dios que ama y dirige la historia de cada pueblo. En la historia salvífica del pueblo de Israel, según el Antiguo Testamento, estas huelas son especiales, como preparando inmediatamente la venida de Cristo, el Mesías, el Salvador único y universal. Ahí Dios se muestra con amor tierno de madre (Is 49,14-15; 66,13; Deut 32,10-12). Dios es fiel al amor (Deut 4,31; Ex 3,14; 2Sam 7,14). Su amor es "eterno" (Jer 31,3) y "extremo" (Zac 8,2). Es amor de esposo y amigo (Ez 16,8; Os 2,14-19; Is 54,4-10). Es amor de padre que sostiene cariñosamente a su hijo en las rodillas (Deut 1,31; Os 11,1-9; Jer 31,20; Mal 3,17; Sal 102,13).

     Este amor parece "excesivo" (Ef 2,4), pero lo podemos constatar hecho realidad palpable en Cristo. En él "apareció la bondad y el amor de Dios, nuestro Salvador, hacia los hombres" (Tit 3,4). Por este amor, Dios "nos da vida en Cristo" (Ef 2,5). Con este amor, Dios "habla al corazón" (Os 2,14) y hace de él "un corazón nuevo" lleno de Espíritu de amor (Jer 24,7; Sal 50,12). Por este amor y donación de Dios, por esta "gracia", ya podemos ser, por participación suyo, lo que Dios es por naturaleza: amor de donación.

     Dios ama eficazmente, respetando nuestra libertad. Su amor es acción salvífica y misericordiosa, que libera, redime y justifica. Su amor hace posible nuestra respuesta de amor y en el mismo tono de amor. Es un amor trascendente, que fundamenta la libertad y la dignidad del hombre, dando paso a la justicia y a la paz entre los hombres y los pueblos. El amor y la gracia de Dios no destruyen la naturaleza, sino que la llevan a la plenitud. "Porque me amaste, me hiciste amable" (San Agustín).

     Por la gracia, el amor de Dios se hace realidad en el corazón humano. Por Cristo y en el Espíritu, Dios Padre nos hace partícipes de su misma vida. La gracia es la donación del mismo Dios que es misericordioso con el hombre y que se comunica tal como es, divinizando al hombre y haciéndole hijo suyo por amor. La presencia de Dios se hace donación amorosa. El Padre se nos da como Padre del Hijo, haciéndonos "hijos en el Hijo" por obra del Espíritu Santo.

     El amor de donación de Dios no humilla, sino que restaura la dignidad y libertad del hombre. "La bondad de Dios para con todos los hombres es tan grande, que quiere que sus dones se conviertan en mérito del hombre" (San Agustín).

     Se dice que nuestra sociedad ha perdido el sentido del pecado. Ello es debido a que se ha perdido el sentido de la gracia y del amor de Dios. Entonces el hombre pierde la capacidad de admiración, de escucha, de servicio y de donación. Sólo a la luz del amor divino en nosotros, descubrimos la verdadera malicia del pecado, como un "no" a Dios Amor y, por consiguiente, a los hermanos. Sólo los santos han llegado a un experiencia profunda de la ingratitud del pecado, precisamente porque eran sensibles al amor gratuito de Dios. Sin la perspectiva de la gracia, como vida divina participada, rechazada a veces por el hombre, no tendría sentido la reparación de los pecados. Los santos se entregaron a "hacer amar al Amor" (Santa Teresa de Lisieux), al ver que "el Amor no es amado" (San Francisco de Asís).

     Dios nos ama y se nos da en Cristo. Por esto, en Cristo encontramos "el don de Dios", es decir, la "gracia", la filiación divina, la luz, la verdad, la vida, el Amor. Así nos ama Dios. Si estamos "fortalecidos en el hombre interior por el Espíritu... arraigados en la caridad", conscientes y comprometidos en esta "caridad de Cristo que supera toda ciencia", entonces seremos partícipes de "la plenitud de Dios" (Ef 3,17-19). El modo de amar de Dios es a la medida de Dios, para salvar al hombre haciéndole plenamente hombre.

 

2. Todo es "gracia"

     El hombre es "la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24). Las cosas han sido creadas por su amor. Todo es don de Dios, para hacer que el hombre encuentre a Cristo, centro de la creación y de la historia, ya que "en él fueron creadas todas las cosas" (Col 1,16). Todo ha sido creado para que el hombre se construya libremente como imagen de Dios, moldeado a imagen de su Hijo Jesucristo, "para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el Amado" (Ef 1,6).

     "Todo es gracia", diría Santa Teresa de Lisieux. Todo invita a hacer realidad los planes salvíficos de Dios en Cristo. Por esto, en la bondad y belleza de los seres creados, descubrimos el amor de Dios que es su causa y origen. El hombre es una amalgama misteriosa de libertad y de pecado, de grandeza y de limitación, de ansia por la verdad y el bien y de tendencias desordenadas. Así, tal como es, se encuentra en un mundo penetrado por la gracia, que le invita a trascenderse.

     Los dones de Dios son manifestaciones diferenciadas de su amor. Todo es don y "gracia", pero de manera diversa. Dios se manifiesta por medio de la creación y de la historia. Pero ha querido comunicar al hombre, desde el principio, su misma vida divina. La "naturaleza" del hombre no podía vislumbrar ni menos merecer tal privilegio. A parte de este amor y elección de Dios, todo lo humano se diviniza para participar en la misma vida de Dios.

     Hay un misterio de gracia que abarca todo el ser humano desde su creación; pero en el corazón del hombre queda siempre la debilidad y la triste capacidad de rechazar la gracia y el amor de Dios. El "barro", moldeado cariñosamente en la mano de Dios (Sal 2,9; Eccli 33,13; Gen 2,7), sigue siendo barro o criatura quebradiza, que procede de la nada; pero Dios, desde el principio, lo ha besado y le ha infundido su mismo Espíritu de vida, "su misma imagen" (Gen 1,27; 2,7).

     Dios, "con lazos de amor", ha atraído al hombre como un padre eleva cariñosamente a su hijo a la altura de su rostro, para darle un beso, símbolo de una misma vida comunicada por amor (Os 11,4; cf. Gen 2,7).

     La gracia de Dios, como vida divina participada por el hombre, no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona, según la expresión de Santo Tomás. Es un don que realiza su efecto eficazmente, si el hombre no se cierra al amor. Propiamente, el mismo don de Dios es el que hace que el hombre responda libremente, de modo creativa y responsable, desde el comienzo de su existir hasta el final. Pero al hombre le queda también la posibilidad de cerrarse en sí mismo y decir que no que a la gracia y al amor de Dios.

     Todo viene de Dios como de su fuente. Por esto todo es gracia que tiende a hacer hombres libres como hijos de Dios. El bien del hombre consiste en hacerse expresión del amor, de la trascendencia y de la libertad de Dios que es el Amor. El hombre "decide su propio destino personalmente, bajo la mirada de Dios" (GS 14), es decir, guiado por la luz y la fuerza recibidas de Dios.

     En Cristo, descubrimos "el don de Dios" (Jn 4,10). Por Cristo, Dios nos comunica la "vida nueva" en el Espíritu y, por ello mismo, estamos "arraigados y fundados en la caridad" (Ef 3,17). Esta "gracia", como "misterio oculto desde los siglos en Dios", Cristo la manifiesta y comunica "por medio de la Iglesia" a todos los hombres (cf. Ef 3,6-10). Por esto la "gracia" es la esencia del cristianismo y la razón de ser de la Iglesia, como comunidad convocada para anunciar a todos los pueblos los planes salvíficos de Dios. La gracia es el "corazón" del mensaje cristiano para toda la humanidad. Jesús es el único Salvador y el único camino de salvación, que ya se encuentra, como "semilla" y "preparación evangélica", en las culturas y comunidades religiosas, llamadas todas ellas a un encuentro explícito y pleno con Cristo por medio de la fe y el bautismo.

     El hombre llega a ser plenamente hombre cuando se abre a la gracia y al don de Dios. Entonces queda iluminado y "divinizado" (como afirmaba San Justino), es decir, transformado en imagen de Dios según el modelo e Imagen original: Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre (Rom 8,29). "Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios" (San Ireneo).

     Si consideramos la gracia en sí misma, nos encontramos con el misterio de la vida divina que se comunica al hombre de muchas maneras. En cuanto al efecto que produce en nosotros, se trata de la orientación de todo nuestro ser humano hacia Dios, para participar en su misma vida. Dios que se nos da él mismo, haciendo que todo nuestro ser se abra al amor y se esponje en él. Seguimos siendo criaturas, pero ya sumergidos en un proceso de transformación en imagen viva de Dios, como el hierro transformado en fuego.

     La gracia es la misma acción y vida divina que dispone nuestro ser para participar en Dios. Es la caridad de Dios que se nos infunde en nuestros corazones (Rom 5,5). Este "don" de Dios, recibido en nosotros, nos hace partícipes del mismo Dios: "Nos hizo merced de preciosos y sumos bienes prometidos, para que por ellos os hagáis partícipes de la divina naturaleza" (2Pe 1,4). Esta es la dignidad a la que está llamado el hombre: "Conoce, cristiano, tu dignidad y, hecho partícipe de la divina naturaleza, no quieras volver a la vileza de tu antigua condición" (San León Magno).

     Desde que el hombre salió de las manos amorosas de Dios, todo su ser quedó impregnado de vida divina, orientado hacia Dios Amor. El pecado del primer hombre estropeó estos planes maravillosos de Dios. En Cristo, Dios nos hace recuperar "con creces" aquellos dones (Rom 5,20) y nos hace pasar a una "vida nueva". Por la muerte y resurrección de Cristo, Dios llega a nosotros con su voluntad salvífica y misericordiosa, para hacernos recuperar con creces el rostro radiante del primer hombre.

     Nuestra razón no llega a percibir esta orientación "sobrenatural" del hombre, hecho partícipe de la vida divina. Vislumbramos un misterio profundo cuando encontramos en nuestro corazón una sed inexplicable de trascendencia y de Dios. "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no puede descansar hasta encontrarte" (San Agustín).

     Es a través de la revelación del mismo Dios, especialmente por medio de su Hijo hecho hombre, que nos enteramos de nuestro propio misterio. La luz de la fe nos lleva a la vida de la gracia. "Por tu luz, vemos la luz" (Sal 35,10). "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado"... Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22).

     La "gracia" es, pues, un don totalmente "gratuito", como una nueva creación, en cuanto que el primer hombre, ya desde el comienzo de su existir histórico, fue llamado a participar de la vida divina. Su ser de criatura ha sido hecho partícipe de la misma vida del Creador. Desde entonces, toda la creación está orientada hacia este misterio de bondad divina, que nadie hubiera podido sospechar ni merecer. Dios se da gratuitamente y espera del hombre una actitud de donación gratuita expresada en el amor incondicional a los hermanos. Esa es la señal de que el hombre vive su verdadera vida.

     La cercanía de Dios al hombre se ha convertido en inmanencia profunda de amor de donación y de comunicación. El ser del hombre queda salvado al aceptar esta cercanía que lo purifica, ilumina y transforma desde lo más hondo del corazón.

     El hombre ya puede ser plenamente hombre, transcendiéndose a sí mismo según los planes salvíficos de Dios Amor. "Cuanto más la gracia nos diviniza, tanto más nos humaniza" (San Francisco de Sales).

     Hemos sido moldeados eternamente en el corazón de Dios, según el modelo de su Hijo y bajo la acción amorosa del Espíritu (cf. Ef 1,3.14). Nuestra existencia real ha comenzado en el tiempo histórico para realizarnos según los planes eternos de Dios Amor. Ya podemos volver al corazón del Padre, gracias a Cristo que se hace nuestro camino y que nos comunica el Espíritu Santo. "Por él (por Cristo) tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

     Nuestra participación en la vida de Cristo es luz, vida eterna, verdad, "gracia" que nos Dios nos comunica. Quien cree en Cristo se hacer "portador de Dios", "portador de Cristo" (San Ignacio de Antioquía). Por esto, "el bien de la gracia de un solo individuo es mayor que el bien de naturaleza de todo el universo" (Santo Tomás).

 

3. "Si conocieras el don de Dios" (Jn 4,10)

     Jesucristo ofreció el don de la gracia, "el don de Dios", a una mujer samaritana divorciada por enésima vez. El Señor hizo el mismo ofrecimiento a un fariseo principal, Nicodemo, técnico en problemática religiosa. A éste  le habló de "renacer de nuevo por el agua y el Espíritu Santo" (Jn 3,5). A ambos les invitó a reconocer su propia pobreza, como condición indispensable para  recibir la vida nueva o "fuente que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14). El "agua viva" de la gracia, o "don de Dios" (Jn 4,10) es la salvación en Cristo, dada por Dios a la humanidad pecadora.

     La única condición que Cristo exige para entrar en esta vida nueva es la de tener sed: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que crea en mí..., manarán de su seno ríos de agua viva" (Jn 7,37-38). La samaritana comenzó a experimentar esa vida nueva cuando reconoció que el agua de su pozo no podría saciarle definitivamente la sed. Por esto le pidió a Cristo el agua viva: "Dame de esta agua" (Jn 4,15).

     A nosotros no nos gusta este modo de ofrecer la "gracia". Nos cuesta mucho reconocer la fragilidad de nuestra naturaleza y, sobre todo, nuestra realidad pecadora. Y no acabamos de "entender" que Dios nos ama tal como somos. Pero Cristo "vino a salvar lo que estaba perdido" (Mt 18,11). La gracia de Dios libera, sana, eleva, santifica y diviniza. Si no fuera así, se convertiría en un adorno más. Dios ama tal como es él y salva al hombre en su misma realidad limitada y pecadora.

     Dios no da su gracia como un "quita y pon", sino como una donación permanente. Es verdad que nos da sus luces y mociones (y a esto le llamamos gracia "actual"), pero, sobre todo, se quiere dar a sí mismo, su misma vida divina participada por amor (esto es, la gracia habitual o estado de gracia). Dios no niega su gracia a nadie; por eso comunica luz y fuerza a todo ser humano para que se abra definitivamente al amor. Dios está presente en cada corazón; pero comunica su vida divina a quien acepte esta presencia amorosa como programa comprometido de donación. Dios quiere personas libres y, por esto, armoniza el poder de su gracia con la libertad del corazón humano. Dios salva al hombre haciéndole verdadero hombre.

     El hombre tiene siempre la tentación de manipular a Dios, haciendo de él una "cosa" o un seguro de vida. Sería como un "bien" más de la creación, aunque fuera el supremo bien. Pero Dios se da a sí mismo, también por medio de sus dones; por esto espera y hace posible una relación personal que sea verdaderamente donación. En el camino de cada ser humano, aún en el más marginado y olvidado, se encuentran las huellas de Cristo presente que, "cansado del camino" (Jn 4,6), se ha hecho consorte de nuestra "sed", para que lleguemos a tener sed de la verdadera vida. En el corazón de cada uno siguen resonando las palabras de Cristo, pronunciadas de tú a tú, de corazón a corazón: "Dame de beber... ¡si supieras el don de Dios!" (Jn 4,10).

     Recibir el "agua viva" de la gracia no equivale a recibir una "cosa", sino a participar en la vida nueva comunicada por Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Sólo él, que vive "en el seno del Padre" (Jn 1,18) y en el amor y "gozo del Espíritu" (Lc 10,21), nos puede contar y comunicar las intimidades de Dios.

     Dios nos llama a una vida "habitual" de relación personal con él, expresada en vida de caridad. La comunicación de su vida no puede reducirse a un paréntesis. La presencia creadora y amante de Dios es eficaz, salvo que el hombre cierre el corazón al amor. Dios espera de nosotros una opción fundamental que se traduzca en orientación radical y dinámica de todo nuestro ser hacia el amor. Por esto, la vida de gracia se llama vida de caridad. Es la vida humana más profundamente vivida.

     Jesús anunció este "evangelio del Reino" (Mt 9,35), que quiere entrar "dentro" de nosotros (Lc 17,21). La justificación" del hombre caído y pecador es fruto de la muerte y resurrección de Jesús: "El Hijo del hombre ha venido para dar la vida en rescate (redención) por todos" (Mc 10,45; Mt 20,26).

     El evangelio de Juan nos resume diferentes encuentros de Cristo con cada ser humano. Es el encuentro de la luz con las tinieblas. Si las tinieblas reconocen su obscuridad, dejan entrar la luz; pero si se obstinan en su ceguera, se quedan en lo que son, es decir, oscuridad. Para poder participar de la vida divina de Cristo, basta con creer en él, aceptando vivencialmente su persona y su mensaje. Entonces nos hacemos partícipes de su filiación divina, porque "de su plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia" (Jn 1,16).

     La vida cristiana se convierte en testimonio e instrumento de esta nueva vida en Cristo: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). "Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios" (San Ireneo).

     La gracia comunicada por Cristo es la reintegración ("apocatástatis") del hombre caído, obrada por Cristo y realizada por El Espíritu Santo. Es siempre don de Dios, que requiere y hace posible nuestra colaboración. "La única causa formal de la justificación es la justicia de Dios, por la que somos renovados en los íntimo de nuestro espíritu" (concilio de Trento).

     Hay unidad armónica entre la iniciativa de Dios, la redención obrada por Cristo y la comunicación del Espíritu Santo. En el corazón del hombre, la gracia realiza la unión con Cristo, la santificación por el Espíritu, el perdón de los pecados. Es siempre justificación, que se expresa en actitudes de fe, esperanza y caridad. El amor se manifiesta en la unión de voluntades y en el compartir la misma vida con Cristo.

     En la historia humana encontramos grandes contrastes. Hay quienes se han moldeado en el amor de Cristo y hay quienes se han encerrado en sí mismos. De ahí provienen, respectivamente, las grandes obras en favor de los hermanos y los grandes atropellos. Jesús ha venido para salvar al mundo (Jn 12,47). Pero hay quien se cierra al amor y, por tanto, a la verdadera vida: "No queréis venir a mí para tener la vida" (Jn 5,40).

     La gracia de Cristo ha inaugurado una nueva creación y, por tanto, una nueva relación del hombre con Dios. Es una relación familiar de hijo y amigo, una relación de presencia vivida y amada. Somos hijos "adoptivos" de Dios, hermanos de Cristo y coherederos suyos (Rom 8,17; Heb 2, 11.12). Dios ha tocado nuestro ser haciéndolo partícipe del suyo. Dios se nos hace presente para entablar relaciones de amistad. Nuestro ser más hondo y nuestra experiencia y vivencial relacional, queda orientado hacia el amor. "El corazón se ha afianzado en Dios" (Santo Tomás).

     Jesús hoy sigue ofreciendo esta salvación integral: "¡Si conocieses el don de Dios!" (Jn 4,10). El riesgo del hombre de hoy no es el rechazo directo de Dios, sino el intentar hacer de Dios un artículo más de consumo. A Cristo no le encontraron quienes "amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,43).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Dios nos ama así:

 

     "De tal manera amó dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito... Dios ha enviado su Hijo al mundo, para que el mundo sea salvo por él" (Jn 3,16-17).

 

- El amor de Dios en nuestros corazones:

 

     "El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, en virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

 

     "Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, enraizados y cimentados en la caridad, a fin de que seáis capaces de comprender, con todos los santos... la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,17-19).

 

- Todo es gracia y don de Dios:

 

     "En Cristo fueron creadas todas las cosas" (Col 1,16). "Todo es vuestro..., pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios" (1Cor 3,21-23). "Si entregó a su Hijo a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él?" (Rom 8,32).

 

     "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo, según que nos escogió en él antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia" (Ef 1,3-4).

 

- Somos partícipes de la vida divina:

 

     "Nos hizo merced de preciosos y sumos bienes prometidos, para que por ellos os hagáis partícipes de la divina naturaleza" (2Pe 1,4).

 

 

- Renacer a una vida nueva:

 

     "Nadie puede entrar en el Reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu Santo" (Jn 3,5).

 

     "¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice 'dame de beber', tú le pedirías a él y te daría agua viva!" (Jn 4,10).

 

     "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que crea en mí..., manarán de su seno ríos de agua viva" (Jn 7,37-38).

            LA TRILOGIA MISTERO, COMUNIONE E MISSIONE

             SINTESI DI OGNI FORMAZIONE SACERDOTALE

                                      (Juan Esquerda Bifet)

 

Presentazione: Formazione sacerdotale nella Chiesa mistero,                      comunione e missione

     La vocazione sacerdotale è un dono di Dio per partecipare in un modo peculiare al mistero di Cristo che si prolunga nella Chiesa comunione e missione. Per mezzo del sacramento dell'Ordine, il chiamato partecipa all'unzione e alla missione di Cristo Buon Pastore (cf. Lc 4, 18; Gv 16, 14; 20, 21-23). E' partecipazione al suo essere, agire e stile di vita per l'edificazione della Chiesa e la salvezza del mondo.

     Dio da il dono della vocazione sacerdotale nelle circostanze e situazioni concrete della storia dove si svolge il mistero dell'uomo. La formazione sacerdotale ha come punto di riferimento il dono di Dio nell'oggi della Chiesa. E una formazione al mistero di Cristo presente nella Chiesa (anch'essa "mistero"), in un mondo secolarizzato, che ha sete di Dio. E' una formazione alla comunione in un mondo diviso che cerca l'unione universale. E' una formazione alla missione in un mondo lontano dai valori evangelici, ma che domanda autenticità evangelica da parte degli evangelizzatori.[1]

     Questa formazione al mistero, comunione e missione si concretizza, per ogni cristiano, nell'ambito della Chiesa mistero (segno trasparente e portatore di Cristo), comunione (fraternità) e missione (evangelizzazione). Ogni formazione apostolica deve essere formazione nel senso del mistero, per il servizio dell'unità (comunione) e nello spirito missionario.[2]

     Il sacerdote ministro partecipa alla realtà di Cristo Sacerdote, Capo e Buon Pastore, per poter agire a nome suo o "in persona Christi" (cf. PO 2, 6, 12). Questa partecipazione diventa servizio a Cristo presente nella Chiesa mistero, strumento di unità nella Chiesa comunione e coinvolgimento impegnativo nella Chiesa missione. Perciò il sacerdote è servitore del mistero, della comunione e della missione, come "servitore di Cristo Maestro, Sacerdote e Re" (PO 1).

     La formazione sacerdotale sarà veramente pastorale nel grado in cui sia veramente diaconale. E' un servizio dei segni sacramentali e profetici della presenza di Cristo risorto. E' un servizio per la costruzione della comunità nella carità. E' un servizio per far diventare la comunità evangelizzatrice e testimone del vangelo.

     La formazione sacerdotale di oggi è fedeltà generosa per poter rispondere alle nuove grazie di Dio nelle nuove situazioni umane storiche. "Una società come la nostra, che da una parte tende al materialismo, e d'altra parte avverte il desiderio di Dio, ha bisogno di testimoni del mistero. Una società che è divisa, e avverte nello stesso tempo il bisogno di unità e solidarietà, necessita di servitori dell'unità. Una società che dimentica spesso gli autentici valori mentre chiede autenticità e coerenza, ha bisogno di segni vivi del Vangelo".[3]

 

1. La formazione sacerdotale al mistero

     Il fatto di partecipare all'unzione e missione di Cristo Sacerdote[4] che si fa presente nella Chiesa, presuppone nel sacerdote ministro la coscienza del "mistero" al modo di Paolo: "Dalla lettura di ciò che ho scritto potete ben capire la mia comprensione del mistero di Cristo" (Ef 3,4). Per l'apostolo Paolo, la parola "mistero" ha tre aspetti: "mistero nascosto da secoli nella menti di Dio" (Ef 3,9), "manifestato ora... per mezzo della Chiesa" (Ef 3,10), "annunciato" dallo stesso apostolo a tutte le genti (Ef 3,8-9). Si tratta sempre dei disegni salvifici e universali di Dio fino a "ricapitolare in Cristo tutte le cose" (Ef 1,10). A questo scopo, ogni cristiano riceve il "suggello dello Spirito" (Ef 1,13), che nel sacerdote ministro diventa una "grazia" speciale  permanente comunicata "con l'imposizione delle mani da parte del collegio dei presbiteri" (1Tim 4,14) e delle stesse mani di Paolo (2Tim 1,6).[5]

     La formazione sacerdotale al mistero ha quindi una dimensione trinitaria, cristologica, pneumatologica, ecclesiologica e antropologica salvifica. La formazione integrale e armonica del futuro sacerdote (spirituale, umana, dottrinale, pastorale) è solo possibile alla luce del mistero di Cristo. Il punto di riferimento sarà dunque Cristo Sacerdote, consacrato e inviato dal Padre e dallo Spirito Santo (cfr Lc 1,8; Gv 10,36). "Il compito della formazione sacerdotale è arduo, impegnativo ed esigente; esso però è anche entusiasmante e gioioso per l'intensa carica di fede che comporta, e per le singolari qualità di carità teologale e pastorale, di comunione e di servizio, di attenzione ai segni dei tempi... Tale compito perciò deve essere assunto con l'intento fondamentale di favorire una piena adesione al modello originario e normativo del Buon Pastore, ed insieme di promuovere una armoniosa integrazione della identità umana, cristiana e sacerdotale dei giovani chiamati".[6]

     La formazione spirituale, umana, dottrinale e pastorale dei candidati al sacerdozio è sempre in rapporto al "mistero di Cristo" (OT 16), come atteggiamento di "vivere intimamente uniti a lui, come amici, in tutta la loro vita" (OT 8), "penetrati del mistero della Chiesa" (OT 9), per poter annunciare "il mistero pasquale" (OT 8).

     La formazione sacerdotale al mistero potrebbe avere questi indirizzi basilari:

 

     1)   Atteggiamento di fede e di contemplazione riguardo alla Parola di Dio: Parola rivelata (di iniziativa divina), predicata nella Chiesa, celebrata nella liturgia, vissuta dai santi, contemplata e pregata per rispondere alle sfide delle situazioni storiche... Il cammino del rapporto con Cristo (preghiera) e di configurazione a Cristo (perfezione) diventa "esperienza" vissuta e impegnativa della presenza e della Parola del mistero di Dio Amore.[7]

 

     2)   Prendere coscienza che la vocazione è un dono, iniziativa del Signore (cfr Gv 15,16), per partecipare al suo essere di consacrato e inviato, e in questo modo poter prolungare la sua parola, il suo sacrificio, i suoi segni salvifici e pastorali, come annuncio, attuazione e comunicazione del mistero pasquale.[8]

 

     3)   Il servizio a "Cristo Maestro, Sacerdote e Re" (PO 1), diventa servizio e amore al mistero della Chiesa: "Gli alunni siano penetrati del mistero della Chiesa" (OT 9), poiché "la fedeltà a Cristo non può essere separata dalla fedeltà alla sua Chiesa" (PO 14).[9]

 

     4)   Alla luce del mistero dell'Incarnazione e del mistero della Chiesa, si chiarisce il mistero dell'uomo e del mondo, in un contesto di storia di salvezza. Perciò l'uomo è "la via" che deve percorrere l'azione evangelizzatrice della Chiesa (cfr enc. "Redemptor Hominis"). "L'uomo vale più per quello che è che per quello che ha" (GS 35). Il mistero dell'uomo appare nella manifestazione dell'amore di Cristo per lui: "Cristo, che è il nuovo Adamo, proprio rivelando il mistero del Padre e del suo amore svela anche pienamente l'uomo a se stesso e gli manifesta la sua altissima vocazione... Con l'incarnazione il Figlio di Dio si è unito in certo modo ad ogni uomo" (GS 22). [10]

 

     5)   La spiritualità sacerdotale significa coerenza di vita, in sintonia con lo stile di vita del Buon Pastore. Il fatto di partecipare al suo essere e alla sua funzione pastorale, esige e possibilita il vivere in sintonia con la sua carità di dare la vita. Il sacerdote ministro è un segno personale ("sacramentale") del Buon Pastore. Non soltanto prolunga la sua azione di guida, ma anche il suo atteggiamento di "dare la vita" (cfr Gv 10).[11]

 

     Questo elenco di indirizzi potrebbe allargarsi, specialmente a livello più concreto e pratico: approfondimento del senso di Dio, criteri e scala di valori secondo il Vangelo, educazione per la celebrazione dei misteri (Eucaristia, riconciliazione, liturgia delle ore), il cammino della direzione spirituale (propria e ministeriale), scoprire il volto di Cristo in ogni fratello (specialmente nei poveri), apprezzare la vita divina (grazia di filiazione) che Cristo comunica agli uomini, ecc.[12]

     La formazione sacerdotale al mistero è formazione sapienziale e contemplativa, che porta verso l'impegno della carità pastorale. I ministeri diventano sorgente di santificazione quando si vivono in sintonia con Cristo: "I presbiteri raggiungeranno la santità nei loro modo proprio se nello Spirito di Cristo eserciteranno le proprie funzioni con impegno sincero e instancabile" (PO 13).

     Nella comunità ecclesiale, al cui servizio si trova, il sacerdote è, in collaborazione e subordinazione al proprio Vescovo, custode de una eredità apostolica di grazia. L'appartenenza a una Chiesa particolare (o a una Istituzione religiosa) e la cooperazione e subordinazione ai carismi episcopali, sono un mistero di grazia, che soltanto può essere apprezzato e vissuto con un profondo spirito di fede.

     Dio Amore, per Cristo e nello Spirito Santo, vuol fare partecipe del suo mistero trinitario tutta l'umanità, mediante il ministero della Chiesa. Il sacerdote ministro è "l'uomo di Dio" che ha un compito speciale nell'attuare questi disegni salvifici riguardo all'uomo, come espressione della sua "gloria": "A lode e gloria della sua grazia, che ci ha dato nel suo Figlio diletto" (Ef 1,6).

 

2. Formazione sacerdotale alla comunione

     La Chiesa, a cui serve il sacerdote ministro, è mistero di comunione, cioè, "un popolo che deriva la sua unità dall'unità del Padre, del Figlio e dello Spirito Santo"[13]. E' quindi la Chiesa che riflette il mistero della Trinità: nello Spirito, per Cristo, al Padre (cfr Ef 2, 18).

     Alcuni titoli biblici sulla Chiesa indicano questa sua natura di comunione: corpo, popolo, tempio, sacramento... La diversità di carismi, vocazioni e ministeri fa sempre riferimento a Cristo Capo della Chiesa e all'unico Spirito. E' dunque una diversità che, nella carità (agape), costruisce la comunione (coinonia). "Vi sono diversità di carismi, ma uno solo è lo Spirito; vi sono diversità di ministeri, ma uno solo è il Signore" (1Cor 12, 4-5). L'armonia della comunione ecclesiale suppone il servizio apostolico: "edificati sopra il fondamento degli apostoli e dei profeti, avendo como pietra angolare lo stesso Cristo Gesù" (Ef 2, 20).

     Per il fatto di essere "sacramento", la Chiesa  è "il segno e lo strumento dell'intima unione con Dio e dell'unità di tutto il genere umano" (LG 1). L'efficacia evangelizzatrice della Chiesa dipende dal suo grado di comunione: "Da questo tutti sapranno che siete miei discepoli, se avrete amore gli uni per gli altri" (Gv 13,35). L'unità tra gli apostoli diventa anche un segno efficace dell'evangelizzazione, in modo di far diventare credibile la persona e il messaggio di Gesù: "Come tu, Padre, in me e io in te, siano anch'essi in noi un cosa sola, perché il mondo creda che tu mi hai mandato" (Gv 17,21).

     Il servizio sacerdotale nella comunità è servizio di comunione. La comunione col proprio Vescovo si traduce in stretta collaborazione come "necessari collaboratori e consiglieri nel ministero e nella funzione di istruire, santificare e governare il popolo di Dio" (PO 7). Questa "comune partecipazione nel medesimo sacerdozio e ministro" comporta da parte dei Vescovi, "la grave responsabilità della santità dei loro sacerdoti; essi devono per tanto prendersi cura con la massima serietà della formazione permanente del proprio Presbiterio" (ibidem). Ma da parte dei presbiteri, la comunione esige essere "uniti al loro Vescovo con sincera carità e obbedienza... Nessun presbitero è quindi in condizione di realizzare a fondo la propria missione se agisce da solo e per proprio conto, senza unire le proprie forze a quelle degli altri presbiteri, sotto la guida di coloro che governano l a Chiesa" (ibidem).

     Il mistero della Chiesa comunione si manifesta in modo particolare nella comunione o fraternità del Presbiterio: "Tutti i presbiteri, costituiti nell'ordine del presbiterato mediante l'ordinazione, sono uniti tra di loro da un'intima fraternità sacramentale; ma in modo speciale essi formano un unico Presbiterio nella diocesi al cui servizio sono ascritti sotto il proprio Vescovo" (PO 8). L'espressione "fraternità sacramentale" indica nel contesto conciliare due aspetti: 1) è un'esigenza del sacramento dell'Ordine; 2) è un segno efficace come parte integrante della "sacramentalità" della Chiesa "sacramento". Il primo aspetto appare più chiaramente nel capitolo terzo della "Lumen Gentium": "In virtù della comune ordinazione e missione tutti i sacerdoti sono fra loro legati da un'intima fraternità, che deve spontaneamente e volentieri manifestarsi nel mutuo aiuto, spirituale a materiale, pastorale e personale, nelle riunioni e nella comunione di vita, di lavoro e di carità" (LG 28). Il secondo aspetto (segno efficace) scaturisce da tutto il contesto conciliare in cui emerge la realtà di "Chiesa sacramento" come "vessillo innalzato di fronte alle nazioni" (SC 2; cfr LG 1).[14]

     La comunione col proprio Vescovo e nel proprio Presbiterio (oltre ad altre espressioni di fraternità forse più associativa o religiosa) ha lo scopo di servire la comunione nella comunità ecclesiale. In questo senso, i sacerdoti sono in modo particolare "artefici di unità" (EN 77). Infatti, essi in collaborazione con i Vescovi, come "visibile principio e fondamento dell'unità  nelle loro Chiese particolari" (LG 23), sempre in comunione col successore di Pietro, costruiscono la comunità ecclesiale nella comunione. "I presbiteri si trovano in mezzo ai laici per condurre tutti all'unità della carità... A loro spetta quindi di armonizzare le diverse mentalità in modo che nessuno, nella comunità dei fedeli, possa sentirsi estraneo. Essi sono i difensori del bene comune, che tutelano a nome del Vescovo" (PO 9). I ministri ordinati sono sempre, in stretta collaborazione col proprio Vescovo, come successore degli Apostoli, custodi dell'unità e di una eredità apostolica nella Chiesa particolare.[15]

     La formazione sacerdotale alla comunione farà attenzione speciale ad alcuni indirizzi basilari, per viverla personalmente e costruirla per mezzo del servizio ministeriale:

 

     1)   Il senso e amore di Chiesa si manifesta nel vivere affettivamete ed effettivamente il suo mistero di comunione: col successore di Pietro, con il proprio Vescovo, nel proprio Presbiterio, a servizio della comunità ecclesiale locale e universale.[16]

 

     2)   La comunione della comunità si costruisce nell'armonia di vocazioni, carismi e ministeri. Il servizio sacerdotale è garanzia di equilibrio tra queste manifestazioni di grazia. Questo equilibrio non sarà possibile senza l'"unità di vita" nel proprio cuore, con i fratelli, con il cosmo e principalmente con Dio.[17]

 

     3)   La generosità evangelica nella "sequela" di Cristo (PO 15-17) e la disponibilità missionaria (PO 10) non sarebbero possibili senza una qualche prassi di fraternità o vita "comunitaria".[18]

 

     4)   La formazione per vivere la fraternità nel Presbiterio comincia nel Seminario suscitando lo spirito comunitario: lavoro di "équipe" nella preparazione delle celebrazioni liturgiche, nello studio (senza tralasciare lo studio personale), nell'apostolato, nella stessa vita interna nel Seminario.[19]

 

     Il Seminario dunque è un "cenacolo" dove, con la presenza attiva e materna di Maria, Madre dell'unità, il candidato viene formato per costruire una comunità ecclesiale che sia "un solo cuore e un'anima sola" (At 4,32). E questo non sarà possibile senza un forte spirito comunitario da parte del sacerdote. "Quando Cristo istituì il sacerdozio ministeriale, gli diede una forma comunitaria... E' una delle esigenze della formazione sacerdotale che il Sinodo prenderà in considerazione... Essi devono agire da testimoni della carità di Cristo: e questa si esprime in particolare nelle buone relazioni che intrattengono tra di loro. Lo spirito di reciproco aiuto e di cooperazione deve animare il sacerdote nell'adempimento di tutti i suoi compiti ministeriali".[20]

     La comunione di Chiesa, a cui serve il sacerdote ministro, è espressione della comunione trinitaria di Dio Amore. La capacità missionaria della Chiesa corrisponde alla sua realtà di comunione. La formazione sacerdotale alla comunione è la base per poter servire in una comunità ecclesiale che è fermento di comunione per tutta l'umanità.[21]

 

3. La formazione sacerdotale alla missione

     Si potrebbe dire che la formazione sacerdotale cammina verso due punti evangelici: essere con Cristo, essere inviati da lui ad evangelizzare (cfr Mc 3,13-14). Il primo punto ("essere con lui") indica il mistero di Cristo che si prolunga nella Chiesa comunione. Il secondo punto ("evangelizzare") si riferisce alla missione. Ogni vocazione, ma specialmente quella "apostolica", viene indirizzata necessariamente verso il rapporto (incontro) personale con Cristo e verso la missione. Non ci sarebbe vocazione senza missione.

     "La Chiesa durante il suo pellegrinaggio sulla terra è per sua natura missionaria, in quanto è dalla missione del Figlio e dalla missione dello Spirito Santo che essa, secondo il piano di Dio Padre, deriva la propria origine" (AG 2). Infatti, la Chiesa esiste per evangelizzare, in quanto che "nasce dall'azione evangelizzatrice di Gesù" e, "a sua volta, è inviata da Gesù" (EN 15).

     Il mandato missionario di Cristo non può essere condizionato a nessuna spiegazione sulla missione: "Andate dunque, fate dei discepoli in tutte le nazioni" (Mt 28,19). La Chiesa è "sacramento universale di salvezza" (AG 1; LG 48), poiché è segno trasparente e portatore di Cristo Salvatore per tutte le genti.

     La formazione sacerdotale alla missione non può essere riduttiva, poichè si tratta della partecipazione alla stessa missione di Cristo. La grazia dello Spirito Santo, ricevuta nel sacramento dell'Ordine, è una partecipazione alla missione universale che Cristo ha affidato alla Chiesa. "Il dono spirituale che i presbiteri hanno ricevuto individualmente non li prepara a una missione limitata e ristretta, bensì a una vastissima e universale missione di salvezza, 'fino agli ultimi confini della terra' (At 1,8), dato che qualunque ministero sacerdotale partecipa della stessa ampiezza universale della missione affidata da Cristo agli Apostoli... Ricordino quindi i presbiteri che a essi incombe la sollecitudine di tutte le Chiese" (PO 10; cfr AG 38-39).

     La disponibilità missionaria universale è il punto di partenza per la disponibilità incondizionata nella missione della Chiesa particolare. Infatti, il presbitero è collaboratore del Vescovo nella sua responsabilità missionaria riguardo a tutta la diocesi e a tutta la Chiesa. "I sacerdoti, saggi collaboratori dell'ordine episcopale e suo aiuto e strumento, chiamati a servire il popolo di Dio, costituiscono con il loro Vescovo un solo Presbiterio... Sempre intenti al bene dei figli di Dio, devono mettere il loro zelo nel contribuire al lavoro pastorale di tutta la  diocesi, anzi di tutta la Chiesa" (LG 28).

     La missione ecclesiale è profetica (servizio della Parola), cultuale (liturgica) e odegetica o regale (di direzione, organizzazione, animazione, carità...). Tutti i battezzati partecipano a questa missione della Chiesa, ognuno secondo la diversità di vocazioni e carismi. La missione del sacerdote ministro è quella di prolungare la Parola, il sacrificio, i segni salvifici e pastorali di Cristo Sacerdote e Buon Pastore, , "in persona Christi", cioè "in modo di poter agire in nome di Cristo Capo della Chiesa" (PO 2).[22]

     La formazione sin dal Seminario deve avere questo indirizzo missionario e pastorale. Nei Seminari Maggiori, "tutta l'educazione degli alunni deve tendere allo scopo di formare veri pastori di anime, sull'esempio di nostro Signore Gesù Cristo Maestro, Sacerdote e pastore" (OT 4)[23]. "Gli alunni siano resi idonei ad esercitare fruttuosamente il ministero pastorale e siano formati allo spirito missionario" (can. 245, par. 1).

     La carità è la fonte e radice di tutte le virtù sacerdotali. Il sacerdote è "l'uomo della carità... Si comprende, quindi, perché la preparazione al sacerdozio implichi una seria formazione alla carità".[24]

     La formazione sacerdotale alla missione è, quindi, eminentemente pastorale, poiché si tratta di coloro che saranno "strumento vivo di Cristo Sacerdote" (PO 12 e che devono avere un'atteggiamento e "ascetica propria del pastore d'anime" (PO 13). Possiamo riassume alcuni indirizzi basilari che, in questo caso, preferirei chiamare dimensioni della formazione pastorale:

 

     1)   La dimensione contemplativa e sapienziale della formazione pastorale appare nel rapporto alla Parola di Dio che deve essere predicata dopo essere approfondita nello studio e nella preghiera. Si tratta di "trasmettere agli altri ciò che hanno contemplato" (PO 13).[25]

 

     2)   La dimensione liturgica della formazione sacerdotale gira intorno al mistero pasquale, specialmente nella celebrazione eucaristica. "La liturgia è il culmine verso cui tende l'azione della Chiesa e, al tempo stesso, la fonte da cui promana tutta la sua energia. Il lavoro apostolico, infatti, è ordinato a che tutti, diventati figli di Dio mediante la fede e il battesimo, si riuniscano in assemblea, lodino Dio nella Chiesa, prendano parte al sacrificio e alla mensa del Signore" (SC 10).[26]

 

     3)   La dimensione comunitaria della formazione sacerdotale, oltre gli aspetti sopra elencati (la fraternità come esigenza del sacramento del Ordine e come segno efficace di evangelizzazione), comporta un'ambiente familiare e disciplinare del Seminario. L'amore e il rispetto ai fratelli domanda uno spirito di famiglia e, al tempo stesso, una regola di vita. La cooperazione arricchisce le persone quando si rispettano come sono secondo la propria vocazione.[27]

 

     4)   La dimensione antropologica cristiana guarda il campo concreto di apostolato nelle circostanze di spazio e di tempo: situazioni culturale, sociologiche e storiche. A questo scopo si vuole una formazione per le virtù umane e una maturità della personalità umana, ma anche uno studio approfondito ed equilibrato delle situazioni sociali (anche di ingiustizie e di povertà) alla luce del Vangelo. Si vogliono apostoli "esperti in umanità" che siano, al tempo stesso, "contemplativi innamorati di Dio".[28]

 

     5)   La dimensione diaconale della formazione pastorale conferisce all'azione evangelizzatrice, in tutti i suoi livelli, un senso di servizio: "servire Cristo Maestro, Sacerdote y Re" (PO 1). I vantaggi personali, i propri commodi e interessi non devono inserirsi nel lavoro di chi rappresenta il Buon Pastore ed è il segno personale della sua disponibilità di dare la vita (in contrasto col mercenario.[29]

 

     6)   La dimensione mariana della formazione pastorale è eminentemente ecclesiale. In Maria (Gal 4,4), l'apostolo riscopre il senso materno dell'evangelizzazione: "figlioli miei, che io di nuovo partorisco nel dolore finché non sia formato Cristo in voi" (Gal 4,19). L'apostolato attua la maternità della Chiesa prendendo come modello  Maria (LG 64-65). "La Vergine infatti nella sua vita fu modello di quell'amore materno da cui devono essere animati quelli che nella missione apostolica della Chiesa cooperano alla rigenerazione degli uomini" (LG 65).[30]

 

Linee conclusive

     La formazione sacerdotale al mistero, alla comunione e alla missione attualizza e approfondisce la formazione sacerdotale per la "vita apostolica", cioè, per lo stilo di vita degli Apostoli, a imitazione del Buon Pastore: "sequela" di Cristo, fraternità, disponibilità missionaria.

     La formazione al  mistero aiuta a scoprire la "sequela Christi" come generosità evangelica di incontro con Cristo, imitazione, amicizia e unione. La formazione alla comunione aiuta a vivere la fraternità sacerdotale al servizio della Chiesa comunione. La formazione alla missione spinge verso la disponibilità per l'evangelizzazione.

     Alla luce del mistero di Cristo che si prolunga nella Chiesa, la comunione appare come un segno efficace per la missione. Il sacerdote ministro viene formato per essere, nella Chiesa e per il mondo, un segno personale (sacramentale) del Buon Pastore: "Tutta la vita del sacerdote deve essere una testimonianza di come amava il Buon Pastore, che visse povero per manifestare che dava se stesso; fu ubbediente ai piani salvifici del Padre perché non si apparteneva; fu casto perché volle condividere in modo sponsale la nostra esistenza per fare di tutta l'umanità un famiglia di fratelli e una offerta a Dio".[31]

     Questa formazione sacerdotale al mistero, alla comunione e alla missione, conferisce armonia e integrità alla formazione in tutti i suoi aspetti: spirituale, umano, dottrinale (intellettuale, culturale), pastorale. Ma anche mette in evidenza che, nel campo delle vocazioni sacerdotali e dei ministri già ordinati, quello che conta principalmente non è la quantità ma la qualità.[32]

     Alla luce della Chiesa mistero, comunione e missione, il sacerdote ministro è sempre in un cammino di formazione permanente. La presenza di Cristo risorto nella Chiesa e l'azione sempre nuova dello Spirito Santo, esigono un rinnovamento costante. Il concilio Vaticano II, "per il raggiungimento dei suoi fini pastorali di rinnovamento interno della Chiesa, di diffusione del Vangelo in tutto il mondo e di dialogo con il mondo moderno, esorta vivamente tutti i sacerdoti ad impiegare i mezzi efficaci che la Chiesa ha raccomandato, in modo da tendere a quella santità sempre maggiore che consentirà loro di divenire strumenti ogni giorno più validi al servizio di tutto il Popolo di Dio" (PO 12).[33]



    [1]Cf. SYNODUS EPISCOPORUM, De sacerdotibus formandis in hodiernis adiunctis, Lineamenta, 1989, n.7.

    [2]Vedere la trilogia Chiesa mistero, comunione e missione in: SYNODUS EPISCOPORUM, Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, 7 dic. 1985. La trilogia si trova ampiamente in Christifideles  Laici (cap. I-III).

    [3]GIOVANNI PAOLO II, Omelia durante l'ordinazione sacerdotale, Durango (Messico) 9.5.90: Osservatore Romano 11.5.90, p.7.

    [4]"Partecipi della sua consacrazione e della sua missione" (PO 2).

    [5]Questa è la base biblica di Presbyterorum Ordinis 1-3.

    [6]GIOVANNI PAOLO II, Alloc. ai membri del Consiglio della Segreteria Generale del Sinodo dei Vescovi, 15.2.90. Nella recita dell'Angelus della domenica 10.12.89, il Papa aveva detto: "La riflessione dell'Assemblea sinodale non potrà svilupparsi che alla luce di Cristo. Egli infatti è il Sacerdote unico ed eterno, giacché nella Chiesa, i sacerdoti sono tali in quanto resi partecipi del suo sacerdozio mediante il "carattere", un segno spirituale che li configura a Lui".

    [7]Si potrebbe parlare di un nuovo "areopago" dei tempi moderni, nel senso che la società attuale domanda "autenticità" da parte degli evangelizzatori: "Il mondo, che nonostante innumerevoli segni di rifiuto di Dio, paradossalmente lo cerca attraverso vie inaspettate e ne sente dolorosamente il bisogno, reclama evangelizzatori che gli parlino di un Dio, che essi conoscano e che sia a loro familiare, come se vedessero l'Invisibile" (EN 76).

    [8]"Il sacerdozio dei presbiteri viene conferito da quel particolare sacramento per il quale i presbiteri, in virtù dello Spirito Santo, sono segnati da uno speciale carattere che li configura a Cristo Sacerdote, in modo de poter agire in nome di Cristo, capo della Chiesa" (PO 2).

    [9]Nella dottrina conciliare emerge un aspetto biblico e patristico poco ricordato nei libri di formazione sacerdotale: il servizio della maternità della Chiesa. "Mediante la carità, la preghiera, l'esempio e le opere di penitenza, la comunità ecclesiale esercita una vera azione materna nei confronti delle anime da avvicinare a Cristo" (PO 6). La maternità della Chiesa viene messa in rapporto con la maternità di Maria (cfr LG 64-65).

    [10]Il mistero dell'uomo (nella storia e nel cosmo) appare nella sua similitudine con Dio: "Questa similitudine  manifesta che l'uomo, il quale in terra è la sola creatura che Iddio abbia voluto per se stesso, non possa ritrovarsi pienamente se non attraverso un dono sincero di sé" (GS 24).

    [11]La spiritualità sacerdotale esposta nel concilio indica la linea di "carità pastorale" (LG 41), come "ascesi propria del pastore d'anime" (PO 13), da parte di coloro che sono "strumenti vivi di Cristo" (PO 12). Le virtù sacerdotali si impostano alla luce della carità pastorale (cfr PO 15-17), come segno della carità di Cristo Buon Pastore.

    [12]Nella recita domenicale dell'Angelus, il Papa ha sottolineato alcuni aspetti della formazione al "mistero": rapporto a Cristo Sacerdote, azione dello Spirito Santo, fede, parola e Eucaristia, speranza, "l'uomo della carità", "l'uomo di Dio", ministro dei sacramenti, dono della vocazione e collaborazione, "presenza di Maria", sapienza sacerdotale, ministro della riconciliazione, ecc.

    [13]S. Cipriano, De Orat. Dom. 23: PL 4, 553; cfr Lumen Gentium, n.4.

    [14]Il documento di "Puebla" (CELAM) dice che questa fraternità sacerdotale nel Presbiterio "è un fatto evangelizzatore" (Puebla 663). "Christus Dominus", nel parlare di questa fraternità sottolinea l'aspetto familiare: "essi costituiscono un solo Presbiterio ed una sola famiglia, di cui il Vescovo è come il padre" (D 28).

    [15]"Gaudium et Spes" sottolinea questo servizio di unità da parte di coloro che presiedono la comunità, poichè in questo modo "mostrano al mondo un volto della Chiesa, in base al quale gli uomini si fanno un giudizio sulla efficacia e sulla verità del messaggio cristiano" (GS 43). Come custode di una eredità apostolica di grazia, il sacerdote farà attenzione alla realtà della Chiesa particolare: "Così pure esistono legittimamente in seno alla comunione della Chiesa, le Chiese particolari, con proprie tradizioni, rimanendo però integro il primato della cattedra di Pietro, la quale presiede alla comunione universale di carità (cfr S. Ignazio di A.)" (LG 13).

    [16]"Gli alunni siano penetrati del mistero della Chiesa, che questo sacro Concilio ha principalmente illustrato, in maniera che, uniti in umile e filiale amore al Vicario di Cristo e, diventati sacerdoti, aderendo al proprio Vescovo come fedeli collaboratori ed aiutando i propri confratelli, sappiano dare testimonianza di quell'unità con cui gli uomini vengono attirati a Cristo. Con animo aperto imparino a partecipare alla vita di tutta la Chiesa, secondo l'espressione di S. Agostino: 'Ognuno possiede lo Spirito Santo tanto quanto ama la Chiesa di Dio'... Con particolare sollecitudine vengano educati alla obbedienza sacerdotale" (OT 9). Questa obbedienza sarà meglio compresa se si presenta nel contesto di accettare gioiosamente il "carisma" episcopale sia per il ministero che per la propria santificazione (cfr PO 7; CD 16).

    [17]L'espressione "unità di vita" viene sottolineata nel decreto "Presbyterorum Ordinis" a scopo di acquistare la propria spiritualità nell'esercizio del ministero: "L'unità di vita può essere raggiunta dai presbiteri seguendo nello svolgimento del loro ministero l'esempio di Cristo Signore, il cui cibo era il compimento della volontà di colui che lo aveva inviato a realizzare la sua opera... Ma ciò non è possibile se i sacerdoti non penetrano sempre più a fondo nel mistero di Cristo con la preghiera" (PO 14).

    [18]Il concilio Vaticano II accenna spesso a questa vita "comunitaria": per vivere la responsabilità fraterna nel Presbiterio (PO 8), per la missione in altre Chiese più bisognose (PO 10), per vivere la povertà evangelica (PO 17), ecc.

    [19]Il canone 245, par. 2 del nuovo Codice invita a questa preparazione: "Mediante la vita comune del Seminario e l'esercizio di un rapporto di amicizia e familiarità con gli altri, si dispongano alla fraterna unione con il Presbiterio diocesano, di cui faranno parte per il servizio della Chiesa". Però rimane un punto di domanda nella mente dei candidati: esiste questo Presbiterio già organizzato comunitariamente?

    [20]GIOVANNI PAOLO II, Alloc. domenicale durante la recita dell'Angelus, 25.2.90, Osserv. Rom. 26-27.2.90, p.6.

    [21]"La solidarietà è indubbiamente una virtù cristiana... Al di là dei vincoli umani e naturali, già così forti e stretti, si prospetta alla luce della fede un nuovo modello di unità del genere umano, al quale deve ispirarsi, in ultima istanza, la solidarietà. Questo supremo modello di unità, riflesso della vita intima di Dio, uno in tre Persone, è ciò che noi cristiani designiamo con la parola 'comunione'. Tale comunione, specificamente cristiana, con l'aiuto del Signore, è l'anima della vocazione della Chiesa ad essere 'sacramento', nel senso già indicato" (enc. "Sollicitudo rei socialis" n.40).

    [22]Nel decreto conciliare "Presbyterorum Ordinis", i ministeri sacerdotali e l'azione pastorale vengono descritti nei nn. 4 (predicazione), 5 (sacramenti, specialmente Eucaristia), 6 (azione pastorale diretta). La caratteristica di questa dottrina conciliare è l'equilibrio tra i ministeri profetici, cultuali e odegetici.

    [23]Questa formazione "pastorale" (descritta in OT 4) non riguarda soltanto l'azione diretta, ma specialmente lo studio e contemplazione della Parola, la celebrazione dei misteri (specialmente l'Eucaristia), l'azione pastorale diretta nei diversi campi di apostolato. La formazione del pastore di anime va verso l'annuncio, la celebrazione e la comunicazione del mistero pasquale di Cristo morto e risorto.

    [24]GIOVANNI PAOLO II, Alloc. nella recita domenicale dell'Angelus, 18.2.90.

    [25]Cfr S. Tommasso, Summa Theol., II-II, q.188, a.7. "Lumen Gentium", nel presentare la santità sacerdotale nell'esercizio dei ministeri, dice: "nutrendo e dando slancio con l'abbondanza della contemplazione alla propria attività" (LG 41).

    [26]Sulla centralità dell'Eucaristia,"come fonte e culmine di tutta l'evangelizzazione" (PO 5), vedere anche "Lumen Gentium" 11.

    [27]"La disciplina nella vita del Seminario deve considerarsi non solo come un sostegno della vita comune e della carità, ma anche come un elemento necessario di una formazione completa in vista di acquistare il dominio di sé, assicurarsi il pieno sviluppo della personalità e formare quelle altre disposizioni di animo che giovano moltissimo a rendere equilibrata e fruttuosa l'attività della Chiesa" (OT 11). Non ci sarebbe formazione comunitaria veramente spontanea e familiare, se non si fosse formazione per la solitudine e il silenzio nei tempi opportuni. "Tutta la vita del Seminario, compenetrata di vita interiore, di silenzio e di premurosa sollecitudine verso gli altri, va ordinata in maniera tale da essere come una iniziazione alla futura vita sacerdotale" (OT 11).

    [28]GIOVANNI PAOLO II, Alloc. 11.10.85 al Consiglio delle Conferenze Episcopali d'Europa. Il tema dei "segni dei tempi" nella dottrina conciliare: GS 4, 11, 44. Nella vita sacerdotale: PO 9 e 17.

    [29]L'atteggiamento di servizio umile e di disponibilità incondizionata per la missione, è una nota caratteristica di Cristo Buon Pastore (Mc 10,45), che il concilio ha ricordato per tutti i ministri: "Cristo Signore, per pascere e sempre più accrescere il Popolo di Dio, ha stabilito nella sua Chiesa vari ministeri, che tendono al bene di tutto il corpo. I ministri infatti che sono rivestiti di sacra potestà, servono i loro fratelli, perché tutti coloro che appartengono al Popolo di Dio, e per ciò hanno una vera dignità cristiana, tendano liberamente e ordinatamente allo stesso fine e arrivino alla salvezza" (LG 18).

    [30]Sopra, nella nota 9, abbiamo citato PO 6, in cui si parla del ministero sacerdotale in rapporto alla maternità della Chiesa.

    [31]GIOVANNI PAOLO II, Omelia durante la Messa con le ordinazioni sacerdotali, Durango (Messico), 9.5.90: Osserv. Rom. 11.5.90, p.7.

    [32]GIOVANNI PAOLO II, Lettera in occasione del Giovedì Santo, 12.4.90, n.4.

    [33]Una formazione permanente dei sacerdoti avrebbe bisogno di una DIRETTORIO DI VITA E MINISTERO SACERDOTALE, che raccogliesse gli indirizzi del Concilio, del nuovo Codice e del Sinodo sulla formazione sacerdotale.

                              

Delimitación del tema

     El tema de la formación sacerdotal es, en sí mismo, muy amplio. Puede referirse a la formación inicial en el Seminario y a la formación permanente después de la ordenación. Incluso se puede hablar de una formación anterior al Seminario, en la familia, grupos apostólicos y espirituales, parroquia, etc.

     Si nos ceñimos a la formación en el Seminario, todavía hay que distinguir campos muy diferenciados que se entrecruzan: formación espiritual, intelectual, pastoral, humana y disciplinar...[1]

     Para nuestro estudio, hay que delimitar más el campo, puesto que no se trata de la doctrina sobre la espiritualidad, la acción pastoral, la teología, la psicología, etc., sino de la formación (naturaleza, contenidos, objetivos, medios, proceso...).

     Nosotros nos limitamos a la formación en el Seminario en vistas al ministerio. De suyo, este tema puede abarcar todos los campos de la formación, con tal que se orienten hacia el objetivo de formar "pastores". Así, pues, la formación espiritual, intelectual (doctrinal) y humana debe desarrollarse en la perspectiva de la formación pastoral o, más exactamente, formación para el ministerio. Vamos a acentuar la formación espiritual en vistas al ministerio, puesto que otras conferencias presentan la formación teológica (doctrinal) y humana.

     El tema tiene un transfondo de mucha actualidad en el campo de la vida y, más concretamente, de la espiritualidad sacerdotal. De todos es sabido que muchas publicaciones postconciliares han acentuado la espiritualidad del sacerdote en relación a su ministerio, siguiendo la línea de Presbyterorum Ordinis: "Los presbíteros conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13).[2]

 

Unos presupuestos

     Nuestro tema no es totalmente nuevo. De hecho hay una historia eclesial que ha insistido en la formación sacerdotal para el ministerio, con tonos diversos según las épocas.[3]

     En nuestro tema, hay que conjugar siempre con armonía dos puntos básicos: 1º) la formación al estilo de Cristo Sacerdote y Buen Pastor; 2º) la formación para una situación eclesial y sociocultural concreta. Ambos puntos de referencia son necesarios, sin olvidar la primacía del primero. "Hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia: en efecto, el sacerdote del mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo. Cuando vivía sobre la tierra, Jesús ofreció en sí mismo el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio ministerial del que los Apóstoles fueron los primeros en ser investidos; está destinado a durar, a reproducirse incesantemente en todos los períodos de la historia. El presbítero del tercer milenio será, en este sentido, el continuador de los presbíteros que, en los períodos precedentes, han animado la vida de la Iglesia. También en el año dos mil la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo. Sin embargo, el sacerdocio también debe adaptarse a cada época y a cada ambiente de vida, para poder producir sus frutos... Por nuestra parte, debemos por ello tratar de abrirnos, en cuanto sea posible, a la iluminación superior del Espíritu Santo, para descubrir las orientaciones de la sociedad contemporánea, reconocer las necesidades espirituales más profundas, determinar las tareas concretas más importantes, los métodos pastorales que se han de adoptar, y responder así de modo adecuado a las expectativas humanas. Corresponderá al Sínodo buscar este discernimiento y dar las indicaciones oportunas sobre la formación sacerdotal, para que también en el tercer milenio la Iglesia ofrezca al mundo su mensaje mediante sacerdotes ardientes y adoptados a su tiempo".[4]

 

Concilio y Postconcilio sobre la formación sacerdotal

     A partir del concilio Vaticano II, disponemos de una gran abundancia de documentos sobre la formación sacerdotal. El documento conciliar específico, como es sabido, es el decreto Optatam totius; pero hay abundante materia en otros documentos y de modo particular en el decreto Presbyterorum Ordinis. No se puede olvidar que estos documentos conciliares citan y aprovechan las enseñanzas magisteriales anteriores.[5]

     La Congregación para los Institutos de estudio y Seminarios publicó las "Normas fundamentales de la formación sacerdotal" (6 de enero de 1970)[6]. A partir de esta fecha, son muchos los documentos de la Santa Sede que interesan a la formación sacerdotal.[7]

     Hay que destacar la importancia de los discursos del Papa, especialmente en audiencias especiales y en sus viajes pastorales, dirigidos a seminaristas y sacerdotes. Las cartas del Jueves Santo, aunque van dirigidas a los sacerdotes, son de sumo interés para la formación inicial. Los Sínodos Episcopales (especialmente los de 1967, 1971 y 1985)[8] no han dejado de llamar la atención sobre el tema. Las Conferencias Episcopales (aunque no todas todavía) han adaptado la "Ratio Fundamentalis" a sus respectivos países ("Ratio Institutionis") e incluso algunas Conferencias han dado directrices doctrinales y prácticas posteriores.[9]

     Toda la preocupación de la Iglesia por la formación sacerdotal en los Seminarios, podría resumirse en esta afirmación de Juan Pablo II: "La plena reconstrucción de la vida de los Seminarios en toda la Iglesia, será la mejor prueba de la realización de la renovación, hacia la cual el Concilio ha orientado la Iglesia".[10]

     El enfoque pastoral de la formación del sacerdote aparece siempre en los documentos conciliares y postconciliares, con matices diferenciados según los casos. Precisamente el decreto Optatam totius indica claramente esta línea desde el principio: "Toda la educación de los alumnos debe tender a la formación de verdaderos pastores de las almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor" (OT 4). El mismo decreto presenta un apartado especial sobre la formación pastoral (nn. 19-21). El decreto Presbyterorum Ordinis ofrece esta perspectiva no solamente al hablar de los ministerios (nn. 4-6), sino también y de modo especial al hablar de la santidad; es una santidad necesaria para el ministerio, a manera de "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13), que los presbíteros conseguirán precisamente "ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (ibídem).

     Sería prolijo ir citando afirmaciones conciliares y postconciliares sobre la línea pastoral de la formación en los Seminarios. Desde luego, la Ratio fundamentalis insistió en la formación pastoral que debe impregnar toda la vida del Seminario: "Toda la formación sacerdotal debe estar penetrada de espíritu pastoral, puesto que el fin del Seminario e formar pastores de almas y, por lo mismo, hay que destacar especialmente el aspecto pastoral en todas las disciplinas" (n. 94; cf. n. 20).

     Estas afirmaciones se repiten continuamente en los documentos eclesiales. No obstante, los matices son diferentes y queda mucho margen para la reflexión y la investigación. Que la formación en el Seminario debe ser para formar pastores de almas, y que a ellos tiende toda la formación y especialmente la formación espiritual, es una afirmación constante en la Iglesia desde los primeros tiempos y como una continuación de la vida de los Apóstoles a imitación del Buen Pastor. La novedad consistirá, pues, en profundizar la relación entre formación general (especialmente espiritual) y la formación pastoral: fundamentos de esta relación, especificidad de cada aspecto y complementación mutua, motivaciones, actualidad, proceso de esta formación...

 

Un Sínodo Episcopal (1990) sobre la formación del sacerdote

     El tema del Sínodo Episcopal de 1990, como es sabido, se centra en "la formación de los sacerdotes en la situación actual". El tema fue escogido por el Santo Padre, después de un sondeo de opiniones hecho por la Secretaría General del Sínodo, a las Conferencias Episcopales, Iglesias Orientales y unión de Superiores Mayores. Se trata de "un tema de importancia esencial para la vida de la Iglesia". No se trata del tema sacerdotal en sí mismo, ya tratado ampliamente en el concilio y en el postconcilio, sino de la formación. Efectivamente, "las múltiples dificultades que la vida sacerdotal encuentra en nuestro tiempo hace aparecer mejor la urgencia de una formación apropiada que responda plenamente a las exigencias el mundo contemporáneo. Por tanto era oportuno que el tema del sacerdocio ministerial fuera completado con una profunda reflexión sobre la formación sacerdotal".[11]

     El documento "Lineamenta", de la Secretaría General del Sínodo, ofrece una primera pista de reflexión[12]. Para nuestro tema es importante especialmente la parte cuarta: "Las grandes orientaciones de la formación al sacerdocio". Se señalan cuatro aspectos de la formación: formación espiritual (como "centro unificador"), formación doctrinal, formación en una disciplina de vida y "formación específicamente pastoral".[13]

     Estos cuatro aspectos de la formación se encuadran (según los "Lineamenta") en tres dimensiones del sacerdocio ministerial: el sentido del misterio, el servicio de la comunión y la misión. Es la trilogía señalada por el Sínodo extraordinario de 1985 sobre la Iglesia misterio, comunión y misión.[14]

     Se trata de formar sacerdotes cuya misión es la de llevar el evangelio a todos los hombres. Por esto la educación al sentido del misterio se enfoca hacia la relación personal y comunitaria con la persona de Cristo, por medio de la celebración litúrgica, la oración contemplativa y el estudio. La eucaristía es el punto central de esta formación.[15]

     La educación al sentido de comunión tiene como objetivo crear conciencia y posibilidades de vida comunitaria, como expresión de la vida de comunión eclesial y con las concretizaciones de regla de vida, obediencia, corresponsabilidad, etc.[16]

     Los Lineamenta subrayan la educación al espíritu misionero, como "dimensión esencial de la preparación a un sacerdocio apostólico". Es una formación que tiene lugar a partir del hecho de que "el amor y el conocimiento íntimo de Jesucristo suscitan el deseo y la necesidad de darlo a conocer y amar". Por esto implica sentido y amor de Iglesia que se traduzca en disponibilidad. Para conseguir esta formación se requiere el conocimiento de la realidad actual y especialmente un estudio adecuado de las ciencias eclesiásticas. De este modo los candidatos estarán capacitados para afrontar las diversas situaciones actuales, según la diversidad de culturas, también por el uso de los medios de comunicación y con un recto espíritu ecuménico. Los estudios filosóficos y teológicos, con perspectiva de historia de salvación, debe incluir "los estudios de misionología y de pastoral, que abren a toda la historia de un pueblo, a las grandes religiones y a los problemas que presentan hoy día el ateísmo y la indiferencia religiosa".[17]

     Los cuatro aspectos de la formación debe integrarse, sin olvidar la especificidad de cada uno de ellos. Concretamente, "la formación pastoral prepara al servicio de la comunión y de la misión. Debe formar para las actividades pastorales..., pero debe sobre todo educar, en relación con los otros elementos de la formación, al espíritu pastoral".[18]

     La preguntas formula el documento Lineamenta sobre las grandes orientaciones de la formación al sacerdocio (correspondientes a la parte cuarta del documento), hacen hincapié en la formación espiritual, vida comunitaria (disciplina y madurez), espíritu misionero y formación integral. Respecto a la formación para el espíritu misionero (formación pastoral), se pregunta sobre la disponibilidad para la misión, sin olvidar la dimensión universalista "ad gentes" y las exigencias espirituales, humanas e intelectuales que requiere esta formación apostólica.

     Las "respuestas" a estas preguntas provienen de todas Conferencias Episcopales, Dicasterios de la Curia Romana, Iglesias Orientales, es decir de las instituciones (alrededor de 120) que tiene derecho a aportar oficialmente una respuesta. Otras repuestas se llaman "observaciones" y puede provenir de cualquier ámbito eclesial. El documento llamado Instrumentum laboris se elabora a partir de estas respuestas y observaciones; su elaboración corre a cargo de la Secretaría del Sínodo, con la ayuda de algunos expertos y después de haber reunido repetidas veces a los miembros del Consejo (internacional) de la misma Secretaría. Es, pues, interesante poder disponer de este material para pulsar la opinión eclesial universal sobre nuestro tema.[19]

     Desde el domingo día 3 de diciembre de 1989, Juan Pablo II ha dedicado al tema del Sínodo algunas meditaciones dominicales a la hora del Angelus. Los temas han ido variando.El Papa ha ido indicando algunas líneas: responsabilidad de todos los cristianos en este tema de tanta importancia para toda la Iglesia, la figura del sacerdote a la luz de Cristo Sacerdote, el sacerdote hombre de fe, esperanza y caridad, el papel de la familia en las vocaciones y en la formación sacerdotal, el sacerdote como administrados de los sacramentos, la fisonomía del sacerdote a imitación de Cristo y en los momentos actuales, colaboración de los educadores, presencia de María en la vida del sacerdote, fraternidad y colaboración entre los sacerdotes, el sacerdote como hombre de Dios, hombre de oración y dotado de profunda sabiduría, ministro de la reconciliación...[20]

     Es de notar el discurso del Papa a los miembros del Consejo de la Secretaría del Sínodo, en el que se señalan dos puntos principales que hay que armonizar para poder delinear la formación sacerdotal de hoy: 1) adhesión a la figura del Buen Pastor, 2) atención a los signos de los tiempos. Estos dos puntos deben ser armonizados en una adecuada integración.[21]

 

Formación para el ministerio ya desde el Seminario: directrices actuales

     El Seminario tiene como objetivo el formar pastores del Pueblo de Dios. La vida de estos pastores está centrada en Cristo, como participando de su mismo ser sacerdotal para poder prolongar su misma misión. Se prolonga la palabra, el sacrificio y acción salvífica de Cristo, así como su acción de cercanía al hombre concreto. De hecho esta prolongación es toda ella pastoral; se puede hablar, en efecto, de pastoral profética, cultual y hodegética o de dirección y animación de la comunidad.[22]

     En los comentarios al decreto Optatam totius, sobre la formación sacerdotal, se ha destacado la importancia de esta orientación conciliar: "Toda la educación de los alumnos debe tender a la formación de verdaderos pastores de almas"[23]. De hecho, esta orientación corresponde al contenido de Presbyterorum Ordinis y de modo particular a la indicación sobre la santidad y espiritualidad sacerdotal, que se llevará a la práctica, por parte de los sacerdotes, "ejerciendo sincera a incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo".[24]

     El principio apuntado por el concilio es de suma importancia y hay que encuadrarlo en su mismo contexto. En efecto, al número 4 de Optatam totius presentan toda la formación del Seminario en línea pastoral, en el sentido de formar pastores "a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor". De ahí que, el mismo texto conciliar señala todas las facetas de esta formación, ya que no se trata sólo de una acción exterior apostólica.

     La formación integral del Seminario debe llevar la marca pastoral. El ministerio de la Palabra supone una formación espiritual de oración contemplativa, una formación intelectual de estudio y una formación para saberla transmitir con medios adecuados y especialmente por medio del testimonio: "Por consiguiente, deben prepararse para el ministerio de la Palabra: para comprender cada vez mejor la palabra revelada por Dios, poseerla con la meditación y expresarla con la palabra y la conducta" (OT 4).

     El ministerio cultual supone una formación litúrgica, especialmente para celebrar la eucaristía y los sacramentos, en toda su ambientación catequística, vivencial y de compromiso cristiano: "Deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación: a fin de que, orando y celebrando las sagradas funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos" (OT 4).

     El ministerio hodegético o de dirección y animación de la comunidad supone una formación para la acción directa que es polifacética: servicios de organización y de caridad, movimientos apostólicos, medios de comunicación social, inserción en la cultura y en las situaciones sociales, etc. Por esto, los futuros sacerdotes "deben prepararse para el ministerio del pastor, para que sepan representar delante de los hombres a Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida para redención del mundo (Mc 10, 45; cf. Jn 13, 12-17), y hechos servidores de todos, ganar a muchos (cf. 1Cor 9, 19)" (PO 4).

     Como puede observarse, la formación pastoral, que debe abarcar todos los aspectos de la formación sacerdotal, no puede reducirse a la formación para la acción inmediata, como si se tratara de solas experiencias de apostolado directo, sino que debe enraizar en una seria formación espiritual, intelectual, litúrgica e incluso disciplinar o de vida de cooperación y de comunidad: "Por lo cual, todos los aspectos de esta formación, el espiritual, el intelectual, el disciplinar, deben estar conjuntamente dirigidos a dicha finalidad pastoral, a cuya consecución han de entregarse con acción diligente y concorde todos los superiores y profesores, obedeciendo con fidelidad la autoridad del obispo" (OT 4).[25]

     Con este enfoque armónico de todos los aspectos de la formación, se comprenden mejor las orientaciones más concretas que el mismo decreto Optatam totius ofrece: "La formación pastoral que debe informar por entero la formación de los alumnos, exige también que éstos sean cuidadosamente preparados en todo aquello que se refiere de modo particular al sagrado ministerio, especialmente en la catequesis y en la predicación, en el culto litúrgico y en la administración de los sacramentos, en las obras de caridad, en el deber de ayudar a los que viven en el error o en la incredulidad y en todas las demás obligaciones pastorales" (OT 19). Se detallan a continuación algunos campos especiales, como son: la dirección espiritual según todos los estados de vida, las cualidades del diálogo, la utilización de medios humanos, la acción apostólica conjunta con los seglares, el espíritu misionero hacia toda la Iglesia particular y universal (PO 19-20). Las "prácticas pastorales" durante el período de formación deberán tener en cuenta la edad de los alumnos y las demás circunstancias de lugar y de distribución de tiempo, sin olvidar "la guía de personas entendidas en cuestiones pastorales" (OT 21).

     Este enfoque pastoral de la formación está basado, como ya hemos indicado hace poco, en la realidad de que el sacerdote prolonga la misma misión de Cristo. Por esto el concilio, al hablar de la santidad sacerdotal, la relaciona con el ejercicio de los ministerios (PO 13). Esta doctrina se repite en todo el apartado primero del capítulo tercero de Presbyterorum Ordinis (PO 12-14). El título del apartado es: "Vocación de los presbíteros a la perfección". Pues bien, en todo este apartado va apareciendo la línea pastoral como dimensión de la espiritualidad sacerdotal o como parte integrante de la misma: "se convierten instrumentos vivos de Cristo, Sacerdote eterno, para proseguir en el tiempo la obra admirable del que, con celeste eficacia, reintegró a todo el género humano"(PO 12).

     La formación en el Seminario debe tender, pues, a aprender a vivir la santidad en relación al ministerio: "por las mismas acciones sagradas de cada día, como por todo su ministerio,... ellos mismos se ordenan a la perfección de vida"(PO 12). Esto no debe hacer olvidar la necesidad de una santidad previa como instrumento de gracia y como testimonio: "Por otra parte, la santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio", puesto que "Dios prefiere mostrar sus maravillas por obra de quienes, más dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y la santidad de su vida, pueden decir con el Apóstol: Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi (Gal 2, 20)" (ibídem).

     Si se pudiera cambiar la palabra "formación" por la palabra "ascesis",  se podría decir que la formación pastoral es a modo de "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13). Más bien, en este caso, se debe hablar de una espiritualidad de línea pastoral, es decir, a partir de la caridad pastoral. Con esta actitud evangélica, los sacerdotes, "como rectores de la comunidad, practican la ascesis propia del pastor de almas, renunciando a sus propios intereses, no buscando su utilidad particular, sino la de muchos, a fin de que se salven, progresando más y más en el cumplimiento más perfecto de la obra pastoral" (ibídem). Sólo con esta actitud de fidelidad a la caridad pastoral, se pueden encontrar caminos nuevos de acción: "donde fuere menester, prontos a entrar por nuevas vías pastorales bajo la guía del Espíritu de amor, que sopla donde quiere" (ibídem).[26]

     Esta orientación pastoral de la formación seminarística queda reconfirmada en la Ratio Fundamentalis o normas fundamentales de la formación sacerdotal[27]. La parte dedicada a la formación pastoral (XVI, nn. 94-99) es lo suficientemente clara y rica de contenido para orientar toda la vida del Seminario a formar pastores de almas.

     De hecho esta preocupación pastoral se nota en todo el documento. Así, al hablar del Seminario Mayor, después de repetir la afirmación de Optatam totius n. 4 ("formación de verdaderos pastores de almas, a ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor"), indica que se trata de "prepararlos para el ministerio de la enseñanza, de la santificación y del régimen del Pueblo de Dios" (RF 20). La formación espiritual debe tener también esta orientación pastoral, "teniendo siempre presente el fin pastoral de toda la formación sacerdotal" (RF 45).

     El apartado dedicado específicamente a nuestro tema dice que "toda la formación sacerdotal debe estar penetrada de espíritu pastoral, puesto que el fin del Seminario es formar pastores de almas, y por lo mismo hay que destacar especialmente el aspecto pastoral en todas las disciplinas" (RF 94). La formación pastoral, de que habla la Ratio fundamentalis, debe estar "acomodada a las circunstancias de las diversas regiones", concretando esta orientación en algunos aspectos prácticos: catequesis, homilía, celebración de los sacramentos, dirección espiritual según los diversos estados de vida, administración parroquial, trato personal con creyentes y no creyentes (cf. RF 94).

     Esta formación no es meramente técnica y metodológica, sino que supone especialmente formación de actitudes, "para estar presentes en la vida de los fieles con verdadero interés y ánimo pastoral"(RF 94). Para ello habrá que tener en cuenta las ciencias psicológicas, pedagógicas y sociológicas (ibídem).

     Las nuevas situaciones de la sociedad han abierto nuevas posibilidades de apostolado, que, por tanto, requieren formación pastoral especial: asociaciones apostólicas, diáconos permanentes, mayor inserción de los seglares, relación con los mujeres que colaboración en el apostolado, situaciones especiales de sectores humanos, etc. (RF 95). Y estas situaciones concretas no deben hacer olvidar la visión universalista (misionera) y ecuménica de la acción pastoral (RF 96). Respecto a las prácticas pastorales durante los años de estudio, se dan algunas normas concretas para armonizar todos los aspectos de la formación, y, al mismo tiempo, se señalan unas preferencias: "enseñar el catecismo, tomar parte activa los días festivos en los actos litúrgicos de la parroquia, visitar a los enfermos, a los pobres, a los presos, ayudar a los sacerdotes que trabajan en el bien espiritual de los jóvenes y de los obreros" (RF 98).

     El nuevo Código ha sintetizado estas orientaciones dentro del marco de la formación para el sacerdocio, indicando la estrecha relación entre la formación espiritual y pastoral: "Mediante la formación espiritual, los alumnos deben hacerse idóneos para ejercer con provecho el ministerio pastoral, y deben adquirir un espíritu misionero, persuadidos de que el ministerio, desempeñado siempre con fe viva y caridad, contribuye a la propia santificación" (can. 245, par. 1). Precisamente por esta relación entre espiritualidad y pastoral, habrá que "cultivar aquellas virtudes que son más apreciables en la convivencia humana" (ibídem).[28]

 

Importancia y urgencia actual de la formación pastoral en el Seminario

     Durante toda la historia, la Iglesia ha estado preocupada por la formación de sus sacerdotes en vistas al ministerio[29]. El concilio Vaticano II y el postconcilio ha acentuado esta línea pastoral de la formación, debido a las circunstancias actuales y también por la profundización en el tema sacerdotal.[30]

     Los textos conciliares y postconciliares sobre la formación sacerdotal hablan de la formación pastoral como de hilo conductor de todos los demás aspectos de la formación. El sacerdocio, en cuanto tal, tiende al ejercicio del ministerio profético, cultual y hodegético, como prolongación del ser, de la misión y de la caridad de Cristo Buen Pastor. La profundización en estos diversos ministerios ha abierto horizontes nuevos para la formación pastoral en el Seminario. Al mismo tiempo, las situaciones nuevas de la sociedad reclaman aplicaciones nuevas de los mismos ministerios, además de "nuevos ministerios" no sacramentales.

     Si hiciéramos un breve recuento de las pastorales especializadas, podríamos apreciar la complejidad de este campo de formación. Efectivamente, según los mismos documentos de la Iglesia, hay que formar para la predicación, la catequesis, la celebración litúrgica (especialmente eucarística y sacramental), los diversos campos de caridad... Se habla de pastoral de los medios de comunicación social, pastoral de las pequeñas comunidades y de grupos espirituales y apostólicos, pastoral de asociaciones, pastoral de la sanidad, de las migraciones, de la juventud, de la familia, de la cultura, de los marginados, de los nuevos pobres... Las situaciones que va a encontrar el neosacerdote necesitan una preparación especial, especialmente sobre la doctrina social de la Iglesia y su aplicación concreta a realidades socioeconómicas, políticas y culturales. A veces se trata de situaciones de injusticia, respecto a personas y a pueblos, que necesitan una actuación pastoral particular. Esta complejidad de la pastoral actual no puede olvidar tampoco algunos aspectos imprescindibles: la pastoral parroquial, la pastoral de conjunto en la diócesis o Iglesia particular y la pastoral misionera con derivación universal "ad gentes".

     ¿Cómo enfocar, pues, la formación pastoral en el Seminario?

La complejidad de aspectos pastorales hará revisar los estudios eclesiásticos en vistas al anuncio del evangelio hoy en las circunstancias concretas. Al mismo tiempo ayudará a profundizar la formación espiritual en vistas a una disponibilidad misionera. La misma vida comunitaria del Seminario deberá orientarse a la formación de quienes realizarán una pastoral de comunión o de conjunto. Y no puede olvidarse la necesidad de una formación humana de quienes han de afrontar situaciones humanas tan complejas.

     Hay que tener en cuenta que en la descripción de este tema nos encontramos con una realidad permanente en la historia de la Iglesia: la relación entre la palabra de Dios (la gracia) y la situación humana (la naturaleza). El punto de partida y el de referencia obligada será siempre el Verbo Encarnado, Dios hecho hombre, que salva al hombre por medio del hombre. Los temas actuales sobre los "signos de los tiempos", la "inculturación", la "liberación, la "inserción", etc., indican esta misma problemática de fondo, que es común a todos los períodos históricos, aunque con facetas diferentes.

     Según el enfoque de estos temas, la formación pastoral del Seminario se orientará o no de modo adecuado. Las aplicaciones prácticas y metodológicas son fáciles de encontrar cuando se ha acertado en la orientación. La realidad humana, a la que hoy con razón somos tan sensibles, no puede olvidar la primacía de la iniciativa divina en la historia salvífica.

     Mi aportación específica, después de todo lo dicho, se va a ceñir a la presentación de unas dimensiones de la formación pastoral en el Seminario, en las que intento resumir las líneas de fondo y algunas derivaciones prácticas. Tengo en cuenta la documentación que he aportado más arriba, además de mi experiencia personal.

     La formación pastoral en el Seminario de nuestra época es un verdadero desafío, que yo resumiría aplicando a nuestro caso una afirmación de Juan Pablo II en Christifideles laici: "El concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana" (ChFL 16).

     La "nueva evangelización"[31] reclama pastores que sean fieles a esta "renovación evangélica". Efectivamente, "la santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia. La santidad de la Iglesia es el secreto manantial y la medida infalible de su laboriosidad apostólica y de su ímpetu misionero" (ChFL 17).

 

Dimensiones de la formación pastoral en el Seminario

     El hecho de tener que enfocar toda la formación del Seminario con una línea pastoral, hará que todos los otros aspectos de la formación (espiritual, intelectual y humano) tengan que ser repensados y reestructurados para conseguir el fin propuesto, que es el de formar pastores de almas. Pero, al mismo tiempo, este mismo hecho hará que el formación pastoral se vea llamada también a una reestructuración más espiritual, más teológica, más comunitaria y más humana. El "espíritu misionero" se adquiere mediante la formación en todos los aspectos de la formación (cf. can. 245).

     Presentamos unas dimensiones de la formación pastoral, a modo de enfoques básicos, desde los que será fácil pasar a un nivel más práctico y concreto[32]. Se trata siempre de una formación que tiene como punto de partida un encuentro con Cristo, que debe profundizarse con el estudio y la contemplación de su palabra, la celebración del misterio pascual y la convivencia fraterna, preparándose de este modo para participar en la misma misión de Cristo, que es profética, cultual y de acción social y caritativa. Sólo así el sacerdote sabrá insertarse en la situación socio-cultural e histórica, para construir la comunidad eclesial.

 

         A) Dimensión contemplativa y sapiencial

     No habría auténtica formación pastoral si no se apuntara a suscitar hombres de fe, esperanza y caridad, que pasen del encuentro contemplativo y sapiencial con Cristo, a la misión, en la que habrán de presentar como garantía de autenticidad las actitudes evangélicas del Buen Pastor.

     La formación pastoral tiene dimensión contemplativa y misionera, como "unidad de vida" (PO 14), que nace de la armonía entre el encuentro con Cristo y la misión de prolongarle en la historia. En efecto, los sacerdotes, "desempeñando el oficio de Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción" (ibídem).

     Cuando el concilio habla del ministerio de la predicación, no deja de señalar la necesidad de una vida contemplativa. Se trata precisamente del contexto en que se relaciona la santidad con el ejercicio del ministerio: "buscando cómo puedan enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado" (PO 13).[33]

     La acción evangelizadora actual requiere testigos del encuentro con Cristo y de la experiencia de Dios. "El sacerdote es el hombre de Dios, que pertenece a Dios y hace pensar en Dios"[34]. Pablo VI, en Evangelii nuntiandi, había indicado esta dimensión contemplativa del evangelizador como una necesidad urgente en la situación actual de la sociedad: "Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible".[35]

     Esta dimensión contemplativa puede calificarse de "sapiencial", ya no sólo por la contemplación de la palabra, sino también por el estudio. Efectivamente, los contenidos de la revelación debe llegar a ser, en los candidatos al sacerdocio, reflexión profunda sobre el "misterio de Cristo", que llegue a "empapar toda su vida personal en la fe y a consolidar su decisión de abrazar la vocación con la entrega personal y la alegría de espíritu" (OT 13). El anuncio, la presencialización y la comunicación del misterio de Cristo requieren en el apóstol una asimilación de las verdades reveladas, conscientes de que "su misión es siempre no enseñar su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitar a todos instantemente a la conversión y santidad" (PO 4).

 

         B) Dimensión litúrgica

     La acción pastoral tiende a crear comunidades que escuchen la palabra, celebren la eucaristía y vivan la comunión o caridad fraterna. Hay que recordar que, entre todas estas facetas pastorales, "la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 10). Efectivamente, "los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor" (ibídem).

     La formación pastoral en el Seminario debe, pues, alimentarse con preferencia de las celebraciones litúrgicas, vividas en todos sus aspectos: contenidos doctrinales, signos sacramentales, ceremonias, fiestas del año litúrgico, música, arte, etc. El misterio pascual que se anuncia y se comunica en la acción pastoral, tiene que ser vivido en las celebraciones litúrgicas que preside el sacerdote ministro. Esto requiere una formación litúrgica adecuada por parte del sacerdote ministro, puesto que, "con razón se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo" (SC 7).

     La celebración eucarística se considera como "el principal ministerio" de los sacerdotes (PO 13), puesto que "la eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la evangelización" (PO 5)[36]. Esto será realidad si el sacerdote está bien formado en los temas y en la vida litúrgica, de suerte que todos los ministerios (proféticos, cultuales y hodegéticos) encuentren su punto de equilibrio en el misterio pascual celebrado en armonía con su anuncio y su vivencia comprometida.

     La "unidad de vida", que ha de manifestarse en toda la acción pastoral de los sacerdotes, supone la relación personal con Cristo, que "permanece siempre principio y fuente de la unidad de vida de ellos" (PO 14). La caridad pastoral hace que el ejercicio de los ministerios "reduzca a unidad su vida y acción". Pues bien, "esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello mismo, centro y raíz de toda la vida del presbítero" (ibídem). La celebración del sacramento de la reconciliación será factor decisivo de unidad en el mismo sacerdote y en toda la comunidad eclesial.

     La acción pastoral, enfocada con esta dimensión litúrgica y en armonía con la dimensión profética, hará surgir comunidades vivas.  Una liturgia bien organizada, celebrada y vivida, hará que "los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia" (SC 2).

 

         C) Dimensión comunitaria

     Siendo el sacerdote servidor del cuerpo eucarístico y del cuerpo místico de Cristo[37], se convierte en constructor de la comunidad (PO 9). La formación pastoral del futuro sacerdote debe ser, pues, profundamente comunitaria. La predicación de la palabra, la celebración de los misterios y el servicio pastoral directo, necesitan agentes de una pastoral que armonicen carismas, vocaciones y ministerios, para "la edificación del cuerpo de Cristo" (Ef 4,12).

     No tiene, pues, nada de extraño que tanto los documentos conciliares como los postconciliares acentúen una formación comunitaria en el Seminario, dando importancia a la convivencia, al espíritu de familia, a la cooperación, a la regla de vida. Este es el sentido de la "formación disciplinar" (OT 4), o "la disciplina de la vida del Seminario, no sólo como eficaz defensa de la vida común y de la caridad, sino como parte necesaria de toda la formación" (OT 11).

     La formación comunitaria del Seminario, con el "interés de ayudarse unos a otros", incluyendo un ambiente de "amor a la piedad y al silencio" y estudio, viene a ser "como iniciación para la futura vida del sacerdote" (OT 11).

     Puesto que "el sacerdocio ministerial tiene una forma comunitaria... los que reciben el orden sagrado están destinados a trabajar juntos y, por tanto, deben formarse en el espíritu de colaboración. Es una de las exigencias de la formación sacerdotal, que el Sínodo tendrá en consideración"[38]. En efecto, por el hecho de ser llamados a formar parte de un Presbiterio, que es "fraternidad sacramental" (PO 8), los futuros sacerdotes "deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can.245).[39]

 

         D) Dimensión antropológico-cristiana

     La formación pastoral supone una base antropológica de línea cristiana. El sacerdote debe estar cerca de los hombres en su situación personal y social concreta, como hombre tomado entre los hombres y constituido en favor de ellos (cf. Heb 5,1). Esto requiere una formación en las virtudes y valores "que con razón se estiman en el trato humano" (PO 3). La formación humana será el tema de otra ponencia.[40]

     Esta dimensión más antropológica de la formación pastoral, a la luz de la fe, es una llamada a profundizar en el sacerdocio como cercanía y, por tanto, como signo transparente y creíble. Nuestra sociedad "icónica" pide y necesita signos, experiencias, testigos. "El curso de la historia presente es un desafío al hombre que le obliga a responder" (GS 4). Los evangelizadores de hoy y especialmente los sacerdotes deben ser "expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre, participen de sus gozos y esperanzas..., y, al mismo tiempo, contemplativos enamorados de Dios".[41]

     En una sociedad secularizada, pero que sigue teniendo sed de Dios, se necesitan sacerdotes que sean testigos del misterio de Dios Amor y de Cristo resucitado. En una sociedad dividida por el odio y las injusticias, se necesitan sacerdotes servidores de la unidad. En una sociedad que está lejos de los valores evangélicos, pero que tiene necesidad de ellas, se necesitan signos vivos del evangelio.[42]

 

         E) Dimensión eclesial diaconal y misionera

     La formación pastoral es eminentemente eclesial, como hemos visto en las dimensiones ya anotadas y, de modo especial, en la dimensión comunitaria. El concilio ha querido subrayar el amor a la Iglesia como punto fundamental de la formación sacerdotal: "Imbúyanse de tal forma los alumnos en el misterio de la Iglesia, expuesto principalmente por este santo Concilio, que, unidos con humilde y filial caridad al Vicario de Cristo, y, una vez sacerdotes, con la adhesión a sus propios obispos, cuales fieles colaboradores, y trabajen aunadamente con los hermanos, den testimonio de aquella unidad que atrae a los hombres a Cristo. Aprendan a participar con corazón dilatado en la vida de toda la Iglesia, según el aviso de San Agustín: 'En la medida que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo'"(OT 9).[43]

     Esta dimensión supone, pues, amor, obediencia, fidelidad y disponibilidad apostólica, puesto que "la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (PO 14). Es una exigencia de la caridad pastoral y del hecho de ejercer los ministerios en la comunión de Iglesia: "El ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con todo el Cuerpo. Así, la caridad pastoral apremia a los presbíteros a que, obrando en esta comunión, consagren por la obediencia su propia voluntad al servicio de Dios y de sus hermanos" (PO 15).

     El amor a la Iglesia se demuestra en la disponibilidad para cualquier servicio y para cualquier misión. Cuando el decreto Optatam totius explica por qué los futuros sacerdotes "deben prepararse para el ministerio del pastor", dice que es "para que sepan representar delante de los hombres a Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida para redención del mundo, y hechos servidores de todos, ganar a muchos (cf. 1Cor 9, 19)" (OT 4). Es, pues, un servicio que supone no buscarse a sí mismo: "Entiendan con toda claridad los alumnos que su destino no es el mando ni son los honores, sino la entrega total al servicio de Dios y al ministerio pastoral"(OT 9).

     La consecuencia inmediata de este amor a la Iglesia será la de "aceptar y ejecutar con espíritu de fe lo que se manda o recomienda por parte del Sumo Pontífice y del propio obispo, lo mismo que por otros superiores; gastando de buena gana y hasta desgastándose a sí mismo en cualquier cargo, por humilde y pobre que sea, que les fuere confiado" (PO 15).

     La dimensión eclesial de la formación pastoral es auténtica cuando tiene derivación misionera estrictamente dicha, es decir, cuando el sacerdote (o futuro sacerdote) se hace disponible para "cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia" (LG 28). El "necesario cultivo del sentido íntimo del misterio de la Iglesia" (AG 16) hará que los sacerdotes descubran que "el don espiritual que recibieron en la ordenación no los prepara para una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta lo último de la tierra (Act 1,8), pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" (PO 10).[44]

     La formación pastoral de los futuros sacerdotes ha de enfocarse con estas perspectivas o dimensiones que acabamos de resumir. La formación para la pastoral profética tiene que ser en clave contemplativa y sapiencial, de suerte que la palabra predicada haya sido asimilada por la contemplación y el estudio. La formación para la pastoral cultual tiene que darse en una ambientación litúrgica, de suerte que la vida y ministerio sacerdotal giren en torno al misterio pascual de Cristo. La formación para la pastoral hodegética tiene que ser impartida en una dimensión comunitaria y antropológico-cristiana, para poder ser hombre de Dios entre los hombres, constructor de la comunidad en el amor. Toda formación pastoral tiene que ser eclesial, diaconal y misionera, puesto que se trata de formar testigos y servidores de la Iglesia misterio, comunión y misión.

     El objetivo evangelizador trazado por el concilio Vaticano II se conseguirá cuando haya más sacerdotes que sean auténticos pastores, "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12). Mi conclusión sería, pues, la que indica en decreto Presbyterorum Ordinis, precisamente cuando describe la caridad pastoral del sacerdote: "Para conseguir los fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el mundo actual, este sacrosanto concilio exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el Pueblo de Dios" (PO 12).[45]



    [1]El decreto conciliar Optatam totius señala, en sendos apartados, la formación espiritual, intelectual y pastoral; pero coloca la formación humana y disciplinar en el ámbito de la formación espiritual (OT 11). Los Lineamenta del Sínodo de 1990, en su cuarta parte, después de aludir a estos cuatro aspectos de la formación, prefiere explicar toda la formación como educación para el misterio, la comunión y la misión. No obstante, en el cuestionario correspondiente a la cuarta parte habla de la formación espiritual, formación comunitaria (disciplinar, madurez humana), formación en el espíritu misionero, formación integral. Cf. SYNODUS EPISCOPORUM, De sacerdotibus formandis in hodiernis adiunctis, Lineamenta (ad usum Conferentiarum Episcopalium), e Civitate Vaticana 1989.

    [2]En los estudios postconciliares se ha subrayado la relación entre la espiritualidad sacerdotal y el ministerio. Ver las ponencias y comunicaciones del Congreso de Espiritualidad Sacerdotal: (Comisión episcopal del Clero), Espiritualidad sacerdotal, Madrid, EDICE 1989. Especialmente: C.M. MARTINI, El ejercicio del ministerio, fuente de espiritualidad sacerdotal, ibídem, 173-191. Expongo síntesis actual y bibliografía en: Signos del Buen Pastor, Espiritualidad y misión sacerdotal, Bogotá, CELAM 1989 (cap. IV: Sacerdotes para evangelizar).

    [3]La historia de la espiritualidad sacerdotal demuestra este tono histórico, especialmente a partir de los libros de san Juan Crisóstomo (De Sacerdotio) y san Gregorio Magno (Regula Pastoralis). La formación sacerdotal querida por Trento es también eminentemente pastoral: formarse en contacto con la catedral renovada pastoralmente (Sess. 23, canon 18 de reforma). Hay que reconocer que estas directrices no siempre se llevaron a la práctica. Cf. J. ESQUERDA, Historia de la Espiritualidad Sacerdotal, Burgos, Aldecoa 1985: Teología del Sacerdocio, 19 (1985); L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, La formación sacerdotal en la Iglesia, Barcelona, Flors 1966.

    [4]JUAN PABLO II, Meditación dominical a la hora del Angelus, 14.1.90: Osserv. Rom. esp. 21.1.90, p.4.

    [5]Ver bibliografía sobre las encíclicas sacerdotales anteriores al concilio, en: Historia de la Espiritualidad Sacerdotal (citada en la nota 3): cap. VI, resurgir sacerdotal antes del concilio Vaticano II. Comentarios a Optatam totius: Concilio Vaticano II, Comentarios al decreto "Optatam totius" sobre la formación sacerdotal, Madrid, BAC 1970.

    [6]CONGREGATIO PRO INSTITUTIONE CATHOLICA, Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis: AAS 62 (1970) 321-384. El 19 de marzo de 1985 se publicó la adaptación al nuevo Código (Tip. Pol. Vaticana). El nuevo Código dedica amplio margen a la formación en el Seminario: can. 232-264.

    [7]Sólo indicamos el contenido principal de estos documentos. De la Congregación para la Educación Católica: Sobre la enseñanza de la filosofía (1974), la educación para el celibato sacerdotal (1974), la formación teológica (1976), sobre las vocaciones de adultos (1976), la formación litúrgica (1979), algunas aspectos más urgentes de la formación espiritual (1980), la formación sobre los medios de comunicación social (1986), sobre la pastoral de la movilidad humana (1986), sobre las Iglesias orientales (1987), sobre la Virgen María en la formación intelectual y espiritual (1988), sobre el estudio de los Padres de la Iglesia (1989). De la Congregación del Clero: formación permanente del clero (1969). De la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: directrices para la formación en los Seminarios mayores (1987), guía pastoral para los sacerdotes (1989).

    [8]"Hoy es absolutamente necesario que los pastores de la Iglesia sobresalgan por el testimonio de santidad. Ya en los Seminarios y en las casas religiosas hay que establecer la formación de manera que los candidatos no sólo sean educados intelectual, sino espiritualmente; deben ser seriamente introducidos en la vida espiritual cotidiana (oración, meditación, lectura espiritual, sacramentos de la penitencia y de la Eucaristía). Según la mente del Decreto Presbyterorum Ordinis, de tal manera se preparen al ministerio sacerdotal, que en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encuentren alimento para su vida espiritual (cf PO 18)" (SYNODUS EPISCOPORUM, Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, 7 dic. 1985, Lib. Edit. Vat. 1985, II, A, 5). Ver todos los documentos de este Sínodo en: El Vaticano II don de Dios, Los documentos del Sínodo extraordinario de 1985, Madrid, PPC 1986.

    [9](CONF. EPISC. ESPAÑOLA), La formación para el ministerio presbiteral, Madrid 1986; (CELAM), Perspectivas de la formación presbiteral en América Latina, Medellín 1980. La Congregación para la Evangelización de los Pueblos ha redactado (como fruto de una Plenaria): Guía para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias que dependen de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Roma 1989.

    [10]JUAN PABLO II, Carta a los obispos con ocasión del Jueves Santo de 1979: AAS 71 (1979) 392.

    [11]JUAN PABLO II, Meditación dominical a la hora del Angelus, 3.12.89: Osserv. Rom. esp. 10.12.89, p. 4.

    [12]SYNODUS EPISCOPORUM, De sacerdotibus formandis in hodiernis adiunctis, Lineamenta (ad usum Conferentiarum Episcopalium), e Civitate Vaticana 1989. En el prólogo y en la introducción se señalan la razones y la actualidad del tema sinodal, así como el valor indicativo y de servicio de este documento para poder facilitar las respuestas. Después de un análisis de la situación actual (1ª parte), pasa a presentar unos presupuestos fundamentales de doctrina sobre el sacerdocio (2ª parte), señalando la importancia de los formadores y ambientes educativos (3ª parte), así como las líneas básicas de formación (4ª parte) y la fidelidad y renovación por medio de la formación permanente (5ª parte).

    [13]Hemos señalado en la nota 1 de nuestro estudio la presentación diferente de estos aspectos de la formación, por parte de Optatam totius y Lineamenta.

    [14]SYNODUS EPISCOPORUM, Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, 7 dic. 1985, Lib. Edit. Vat. 1985.

    [15]Lineamenta(citados en la nota 12), cuarta parte, n.26.

    [16]Ibídem, n.27.

    [17]Ibídem, n. 28.

    [18]Ibídem, n. 30. En los Lineamenta se alude a los Sínodos Episcopales celebrados, que tuvieron como objetivo temas tan pastorales como: la evangelización, catequesis, familia, reconciliación, laicado. Recuerda también que los dicasterios de la Curia Romana han dado directrices concretas respecto a otros puntos (cf. nota 3 de Lineamenta).

    [19]El Instrumentum Laboris de los Sínodos Episcopales se publica con tiempo suficiente para que los obispos convocados al Sínodo puedan preparar sus intervenciones.

    [20]En otras ocasiones, el Papa ha tenido una serie de meditaciones al principio del año y otra al acercarse la fecha de la celebración del Sínodo.

    [21]JUAN PABLO II, Discurso a los miembros del Consejo de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, 15.2.90. Cf. Texto español en: Oss. Rom. Esp. 11.3.90, p.9.

    [22]La figura del sacerdote queda descrita en el decreto Presbyterorum Ordinis. El sacerdote participa del ser de Cristo (PO 1-3) para poder obrar en su nombre en el momento de anunciar su palabra (PO 4), hacer presente su sacrificio y su acción salvífica (PO 5) y prolongar su acción pastoral directa (PO 6). El modo de realizar esta acción es en la comunión eclesial (PO 7-9) y en la misión (PO 10-1-). La vivencia de santidad (PO 12-14), según el modelo del Buen Pastor, se concreta en la caridad, pastoral expresada en obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17).

    [23]Optatam totius, n. 4. Cf Comentarios citados en la nota 5 (supra). AA.VV, Perspectives sur la formation des prêtres, "Bulletin de Saint Sulpice" 5 (1979) (monográfico); M. CAPRIOLI, Studi e scienza pastorale del sacerdote, "Ephemerides Carmelitanae" 27 (1976) 321-381; J. ESQUERDA BIFET, Actitudes básicas en la formación vocacional del apóstol, "Seminarios" 70 (1978) 427-443; Idem, La espiritualidad del sacerdote en el Vaticano II, en: Espiritualidad sacerdotal, Congreso, Madrid, EDICE 1989, 283-299; J. GOICOECHEAUNDIA, Puntos clave en la formación del futuro sacerdote, Vitoria 1989; G. RODRIGUEZ MELGAREJO, Elementos de un curso introductorio para la formación sacerdotal, Bogotá, CELAM, DEVYM 1989.

    [24]Presbyterorum Ordinis, n. 13. Ver la nota 2 de nuestro estudio. Una investigación exhaustiva sobre el decreto conciliar sobre la vida y el ministerio sacerdotal: M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare "Presbyterorum Ordinis", Storia, analisi, dottrina, Roma, Teresianum 1989 (I); estudia todo el "iter" documental del decreto. Otros comentarios en colaboración: I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, LDC 1969; Les prêtres, formation, ministère et vie, Paris, Cerf 1968; Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra 1969; Los presbíteros a los diez años de "Presbyterorum Ordinis", Burgos, Fac. Teológica 1975 (vol. 7 de Teología del Sacerdocio).

    [25]El concilio pide que los formadores estén capacitados para dar esta formación integral:"Han de ser elegidos entre los mejores y deben prepararse diligentemente con sólida doctrina, conveniente experiencia pastoral y especial formación espiritual y pedagógica" (OT 5).

    [26]Ver comentarios al Decreto Presbyterorum Ordinis en la nota 24.

    [27]CONGREGTIO PRO INSTITUTIONE CATHOLICA, Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis: AAS 62 (1970) 321-384 (documento adaptado al nuevo Código en 1985). Este documento (que acostumbra a citarse con las siglas RF) presenta las líneas básicas de la formación espiritual (VIII), científica (IX-XV) y pastoral (XVI), sin olvidar el cuidado pastoral de las vocaciones o pastoral vocacional (II) y la formación después del Seminario o formación permanente (XVII).

    [28]Cf Lo stato giuridico dei ministri sacri nel nuovo Codex Iuris Canonici, Città del Vaticano, Lib. Edit. Vaticana 1984.

    [29]Ver la nota 3 del presente estudio.

    [30]La Guía pastoral para los sacerdotes diocesanos... de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (1989), señala estos puntos de la acción evangelizadora del presbítero: conciencia misionera y pastoral, fraternidad sacerdotal, ministro de la Palabra, presidente de las celebraciones litúrgicas y ministro de los sacramentos, liberación, promoción humana y opción preferencial por los pobres, artífice de colaboración, evangelización de las culturas, amigo y guía de los jóvenes, promotor de las vocaciones, atención a los laicos, apóstol de la familia, cercano a los enfermos y ancianos, fautor de ecumenismo, diálogo con los no cristianos.

    [31]Juan Pablo II hizo esta invitación a los obispos de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM) en Puerto Príncipe (Haití) el día 9 de marzo de 1983, indicando unas pistas de reflexión: ..."una evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión". Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Documento de trabajo, líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión, San Miguel, Oficina del Libro 1986; J.A. BARREDA, Una nueva evangelización para un hombre nuevo, "Studium" 28 (1988) 2-34; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial para una nueva evangelización, "Boletín UISG" (Roma 1990); G. MELGUIZO, En qué consiste la "novedad" querida por el Santo Padre para la evangelización de América Latina, "Medellín" 15 (1989) 3-14.

    [32]Tomamos la palabra "dimensión" en el mismo sentido que Pablo VI dirigió el Mensaje a los sacerdotes, presentándoles el sacerdocio en su dimensión sagrada, apostólica, espiritual y eclesial: AAS 60 (1968) 466-470.

    [33]El decreto cita a Santo Tomás, Summa Theol., II.II, q.188, a.7. Ver también otro texto conciliar parecido: "las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo no les serán obstáculo, antes bien asciendan por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su acción con la abundancia de la contemplación para consuelo de toda la Iglesia de Dios" (LG 41).

    [34]JUAN PABLO II, Meditación dominical a la hora del "Angelus", 4.3.90: Oss. Rom. Esp. 11.3.90, p.1.

    [35]Pablo VI formula unas preguntas muy concretas: "¿Qué es de la Iglesia, diez años después del Concilio? ¿Está anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpelar al mundo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?"... (EN 76).

    [36]Cf. Santo Tomás, Summa Theol., III, q. 62, a. 5.

    [37]Santo Tomás, Supl. q.36, a.2, ad 1.

    [38]JUAN PABLO II, Meditación dominical a la hora del Angelus, 25.2.90: Oss. Rom. Esp. 4.3.90, p. 12.

    [39]Resumo doctrina y recojo bibliografía actual en: El Presbiterio, unión y cooperación fraterna entre los presbíteros, "Teología del Sacerdocio" 7 (1975) 241-265.

    [40]Ver especialmente los documentos: Presbyterorum Ordinis 3; Optatam totius 11; Ratio Fundamentalis 51. Esta formación humana, en vistas a la pastoral, debe subrayar estos datos: capacidad de relaciones interpersonales normales, capacidad de criterio para juzgar con equilibrio acerca de personas y acontecimientos, capacidad de diálogo y colaboración, capacidad de autocontrol, sentido de justicia y de responsabilidad, fortaleza, constancia, fidelidad a la palabra dada, amabilidad, imparcialidad, etc.

    [41]JUAN PABLO II, Disc. 11.10.85, al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa: "Insegnamenti" VIII/2 (1985) 910-923.

    [42]Cf. Sínodo de los Obispos, La formación de los sacerdotes en la situación actual, Lineamenta, segunda parte.

    [43]Cf. SAN AGUSTIN, In Ioannmem tract. 32, 8: PL 35, 1646.

    [44]G.CAPELLAN, Dimensión misionera, en: Espiritualidad sacerdotal, Congreso, Madrid, EDICE 1989, 419-428; J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de la vida y del ministerio sacerdotal, "Omnis Terra" n. 199 (1990) 141-157; J. SARAIVA, Il dovere missionario dei Pastori, en: Chiesa e Missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 141-157.

    [45]Este texto tiene contenido análogo al primer párrafo de la Const. Litúrgica Sacrosantum Concilium, al insinuar que la puesta en práctica de la reforma conciliar presupone una profunda renovación interior: "Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia" (SC 1). Cf. Ad Gentes 35.

EUCARISTIA E SACERDOZIO MINISTERIALE PER LA MISSIONE

                                         Juan Esquereda Bifet

 

 

Un carisma ricevuto da Dio è sempre un dono per il bene di tutto il Popolo di Dio e di tutta l'umanità.

 

Il carisma del sacerdozio ministeriale, attuato durante 50 anni, è quindi un dono per il quale dobbiamo ringraziare anche da parte di tutta la comunità ecclesiale. Festeggiare un 50º di sacerdozio non è una questione soltanto personale, ma una vera festa di tutti. Il povero festeggiato deve tacere e unirsi alla festa con umiltà e dimenticanza di se.

 

Di questi 50 anni, più della metà sono stati al servizio del CIAM e sempre per tutta la Chiesa missionaria. Il 30º de CIAM (1974-2104) è anche una grazia per tutti. Quando ho celebrato il mio 25º di sacerdozio (nell'anno 1979), nella prima sede del CIAM, era il 5º aniversario di questo Centro. Prego il Signore per tutti quelli che, con le loro preghiere, cooperazione, comprensione e vicinanza, hanno fatto possibile lo svolgimento del CIAM e anche il mio cammino sacerdotale missionario.

 

Uniti nell'amore di Cristo, tutti possiamo dire con Lui: "come il Padre ha amato me, io ho amato voi" (Gv 15,9). L'esperienza dell'amore di Cristo riempie il cuore per amare tutti col suo stesso amore. "Quando si è fatta vera esperienza del Risorto, nutrendosi del suo corpo e del suo sangue, non si può tenere solo per sé la gioia provata. L'incontro con Cristo, continuamente approfondito nell'intimità eucaristica, suscita nella Chiesa e in ciascun cristiano l'urgenza di testimoniare e di evangelizzare" (MND 24).

 

Durante 50 anni, ogni giorno almeno una volta ho pronunciato le parole della consacrazione, che sono la base dell'identità del sacerdozio ministeriale. L'Eucaristia, per ogni credente, dà senso e pienezza alla propria vita. "Se l'Eucaristia è centro e vertice della vita della Chiesa, parimenti lo è del ministero sacerdotale" (EdE 31). Per ciò il sacerdote ministro "trova nel Sacrificio eucaristico, vero centro della sua vita e del suo ministero, l'energia spirituale necessaria per affrontare i diversi compiti pastorali" (ibidem).

 

L'Eucaristia è l'attualizzazione del mistero pasquale di Cristo morto e risorto. Questa attualizzazione e presenzializzazione presuppongono l'annuncio ed esigono la comunicazione per farlo vita propria nella propria esistenza. E' quindi sempre annuncio, celebrazione e comunicazione, cioè, profezia, liturgia e diaconia. Ogni programma di pastorale evangelizzatrice gira attorno alla celebrazione eucaristica da dove prende tutta la sua forza.

 

La spiritualità sacerdotale è, per sua natura, missionaria, perché è eminentemente eucaristica. Una "vita nascosta con Cristo in Dio" (Col 3,3) significa che nessuna creatura può occupare nel cuore e nella vita il posto di Cristo Signore. Il suo amore è sufficiente per riempire il nostro cuore di gioia e far diventare feconda tutta la nostra vita.

 

Dice S. Paolo: "Io ritenni di non sapere altro in mezzo a voi se non Gesù Cristo, e questi crocifisso" (1Cor 2,2). Cioè, Cristo morto e risorto presente, immolato incruentamente nell'Eucaristia, è la mia ragion d'essere, "per me infatti il vivere è Cristo" (Fil 1,21). La vita di Paolo, espressione della vita di Cristo, si concretizzava nella carità apostolica, "poiché l'amore del Cristo ci spinge" (2Cor 5,14).

 

     La missione, alla luce dell'Eucaristia, appare più che mai l'unica missione possibile, cioè quella di Cristo, ricevuta dal Padre sotto l'azione dello Spirito e comunicata a tutta Chiesa. La presenza eucaristica domanda una presenza di Cristo in tutti i popoli e in tutti i cuori, poiché è il suo corpo e il suo sangue dati "per tutti" (Mt 26,27). Il sacrificio eucaristico attualizza l'oblazione di Cristo che è "morto per tutti" (2Cor 5,14). La comunione è ricevere lo stesso Cristo "pane vivo... per la vita del mondo" (Gv 6,51).

 

Se nella celebrazione eucaristica "annunziamo la morte del Signore finché egli venga" (1Cor 11,26), lì la Chiesa impara a vivere la sua realtà di "sacramento universale di salvezza" come incarico missionario di speranza, preparando la venuta definitiva del Signore: "fate questo in memoria di me" (1Cor 11,25), "andate dunque e ammaestrate tutte le nazioni" (Mt 28,19). La forza dello Spirito che trasforma il pane e il vino nel corpo e sangue di Gesù, è la stessa forza vitale che trasforma l'intera umanità e tutta la creazione in "un cielo nuovo e una terra nuova" (Ap 21,1).

 

Vivere tutti i giorni il mistero eucaristico come "miracolo di amore", significa coinvolgere tutta la vita nell'amare e far amare Gesù. L'invito rivolto da Giovanni Paolo II ai sacerdoti, per quest'anno eucaristico, è un programma di santità e di evangelizzazione: "Voi, sacerdoti, che ogni giorno ripetete le parole della consacrazione e siete testimoni e annunciatori del grande miracolo di amore che avviene tra le vostre mani, lasciatevi interpellare dalla grazia di quest'Anno speciale, celebrando ogni giorno la Santa Messa con la gioia ed il fervore della prima volta e sostando volentieri in preghiera davanti al Tabernacolo" (MND 30).

 

In questa prospettiva si capisce che "ogni Messa, anche quando è celebrata nel nascondimento e in una regione sperduta della terra, porta sempre il segno dell'universalità" (MND 27).

 

Se "Maria è presente, con la Chiesa e come Madre della Chiesa, in ciascuna delle nostre Celebrazioni eucaristiche" (EdE 57), allora quando tutti i giorni pronunciamo o ascoltiamo le parole della consacrazione ("il mio corpo... il mio sangue"), queste parole trovano un'eco nel Cuore materno di Maria: "Come immaginare i sentimenti di Maria, nell'ascoltare dalla bocca di Pietro, Giovanni, Giacomo e degli altri Apostoli le parole dell'Ultima Cena: «Questo è il mio corpo che è dato per voi» (Lc 22,19)?" (EdE 56).

 

Maria vede nel sacerdote (e attraverso di lui in tutti i credenti) "un Gesù vivente" da generare sotto l'azione dello Spirito Santo (S.Giovanni Eudes). La maternità di Maria riguardo ai sacerdoti tende a farli diventare "strumenti vivi di Cristo Sacerdote" (PO 12), "ripresentazione sacramentale di Gesù Cristo Capo e Pastore" (PDV 14), "prolungamento visibile e segno sacramentale di Cristo" (PDV 16).

 

Poiché la grazia del sacerdozio ministeriale è un carisna che appartiene a tutti, vi prego di voler accompagnarmi con le vostre preghiere perché tutta la mia vita sia un Magnificat in rapporto all'Ecuaristia. In questo modo potrò ringraziare per i doni ricevuti, ma anche riparare tanti difetti e imperfezioni, la cui consapevolezza mi servirà di umiltà, fiducia e generosità. "Se il Magnificat esprime la spiritualità di Maria, nulla più di questa spiritualità ci aiuta a vivere il Mistero eucaristico. L'Eucaristia ci è data perché la nostra vita, come quella di Maria, sia tutta un Magnificat!" (EdE 58).

 

Nella ricorrenza del 150º anniversario della definizione dogmatica dell'Immacolata (1854-2044), domandate per me la grazia di poter sentire e vivere ogni giorno, nel momento di dire le parole della consacrazione, i sentimenti materni di Maria, che sono i sentimenti di Madre per tutti voi e per tutta l'umanità redenta da Cristo. "Per mezzo di lui dunque offriamo continuamente un sacrificio di lode a Dio" (Eb 13, 15), perché tutta l'umanità possa inserirsi nella dinamica trinitaria che sarà un giorno la nostra vita dell'aldilà: "Per mezzo di lui possiamo presentarci, gli uni e gli altri, al Padre in un solo Spirito" (Ef 2,18).

 

(Omelia nel CIAM, 16 novembre 2004, 50º di sacerdozio)

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