ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)
LA EUCARISTÍA FUENTE DE VIDA ECLESIAL Carta Pastoral del Obispo de Ourense Luis Quinteiro Fiuza
Escrito por Super UserLA EUCARISTÍA FUENTE DE VIDA ECLESIAL
Carta Pastoral del Obispo de Ourense Luis Quinteiro Fiuza
LA EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL CARTA PASTORAL DEL
INTRODUCCIÓN
1. En la Carta Apostólica “Novo millennio ineunte” de carácter programático, Juan Pablo II, describe una perspectiva de compromiso pastoral basado en la contemplación del rostro de Cristo: “Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo ‘hablar’ de Cristo, sino en cierto modo hacérselo ‘ver’. ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?. Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro” 1 .
Desde la contemplación del rostro de Cristo se puede avanzar por la senda de la santidad mediante el arte de la oración. Este compromiso pastoral “se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” 2 .
En este marco pastoral ha de situarse la contemplación del rostro eucarístico de Cristo. En este sentido, nuestra Diócesis vivió con gozo el Año de la Eucaristía, durante el cual hemos compartido celebraciones y acontecimientos singulares, entre los que cabe destacar la realización en nuestra Catedral de la exposición «Camino de Paz. Mane Nobiscum Domine». Una oportunidad que, sin interrumpir el propio camino pastoral, nos ha permitido acentuar “la dimensión eucarística propia de toda la vida cristiana” 3 .
No hay que olvidar que “la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor” 4 .
En efecto, la Eucaristía es fuente, centro y cumbre tanto de la vida del cristiano como de la vida de la Iglesia y, en consecuencia, de su pastoral 5 .
La experiencia gozosa y profunda del Año de la Eucaristía representa para nosotros un programa pastoral para vivir la fe cristiana en este momento histórico. Por este motivo, después de haber recibido con inmenso gozo, con toda la Iglesia, la primera Encíclica del Santo Padre Benedicto XVI, «Deus Caritas est», deseo entregaros esta Carta Pastoral sobre la Eucaristía, fuente de vida eclesial. En ella quiero mostrar las dimensiones fundamentales del misterio eucarístico cuya celebración es tan decisiva para la vida cristiana y para el ejercicio de la Caridad.
I EL MISTERIO DE LA EUCARISTÍA 2.
El misterio de la Eucaristía, tan extraordinariamente rico, incluye diversas dimensiones íntimamente unidas entre sí. Al hablar de la institución de la Eucaristía y de su relación con el misterio pascual, afirma el Concilio Vaticano II: “Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” 6 .
El texto conciliar recoge los aspectos fundamentales del misterio eucarístico. Se puede afirmar que la Eucaristía es la actualización y recapitulación sacramental de todo el misterio cristiano. Es el legado recapitulador de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo; es glorificación de Dios y salvación para el ser humano; vivencia personal a la vez que eclesial; don al mismo tiempo que tarea. La Iglesia ha contemplado siempre en la Eucaristía el misterio central de su fe.
Es evidente que este misterio no puede ser entendido a partir de uno solo de sus aspectos. De modo conciso deseo subrayar algunas dimensiones del único misterio eucarístico. 1) La Eucaristía, un don de Dios 3. El sacramento de la Eucaristía es la manifestación del amor fontal del Padre que envía a su Hijo y al Espíritu Santo para nuestra salvación. En la celebración de la Santa Misa actualizamos la historia de la salvación donde actúan la Trinidad Santa. La institución de la Eucaristía nos conduce al Cenáculo donde se encuentra el Señor con sus discípulos. En efecto, “para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, (el Señor) instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo testamento”7 .
No se trata de un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino del “don por excelencia”. Con palabras que rezuman una intensa emoción Juan Pablo II, se preguntaba: “¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega ‘hasta el extremo’ (Jn.13,1), un amor que no conoce medida”8 .
El Concilio Vaticano II describe de esta forma la inmensa riqueza del don de la Eucaristía: “Y es que en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo”9 . 2)
La Sagrada Eucaristía es un misterio de fe 4. El sacerdote después de la consagración exclama: “Este es el misterio de nuestra fe”. El pueblo fiel contesta con esta aclamación: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!”. La Eucaristía es el misterio al que debemos acercarnos “con humilde reverencia, no buscando razones humanas que deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a la Revelación divina” 10.
Este misterio supera totalmente la luz de la inteligencia humana, sólo puede ser acogido y contemplado con los ojos de la fe. Los Santos Padres y Doctores de la Iglesia han destacado esta dimensión de la Eucaristía. S. Juan Crisóstomo habla de esta realidad con términos claros y precisos: “Inclinémonos ante Dios, y no le contradigamos aun cuando lo que Él dice pueda parecer contrario a nuestra razón y a nuestra inteligencia, sino que su palabra prevalezca sobre nuestra razón e inteligencia.
Observemos esta misma conducta respecto al misterio eucarístico, no considerando solamente lo que cae bajo los sentidos, sino atendiendo a sus palabras, porque su palabra no puede engañar” 11. S. Cirilo de Jerusalén, exhorta a los fieles con estas palabras: “No veas en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa” 12.
Los fieles cristianos, haciéndose eco de las palabras de Santo Tomás de Aquino, cantan frecuentemente: “En ti se engaña la vista, el tacto, el gusto; solamente se cree al oído con certeza. Creo lo que ha dicho el Hijo de Dios, pues no hay nada más verdadero que la Palabra de la verdad” 13. Cristo en la Eucaristía está realmente presente y vivo y actúa con su Espíritu 14 A lo largo de la historia de la Iglesia, la teología ha realizado notables esfuerzos para mostrar el genuino sentido de esta verdad. La tarea teológica ha de conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe vivida de la Iglesia 15.
Pablo VI, después de alabar los notables esfuerzos de los teólogos, advierte con toda claridad que “toda explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están realmente delante de nosotros” 16. 3) Un misterio de Luz 5.
Juan Pablo II presentó el año de la Eucaristía siguiendo el icono de los dos discípulos de Emaús 17. El camino emprendido por estos dos discípulos es también el camino del hombre de hoy. En efecto, “En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios” 18.
Durante su vida pública Jesús se presentó a sí mismo como la verdadera y única luz del mundo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”19. El signo de la curación del ciego de nacimiento adquiere en este punto una significación especial. Jesús declara entonces: “Mientras estoy en el mundo yo soy la luz del mundo”.20 De hecho Él vino al mundo para ser luz: “Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que cree en mí no siga en tinieblas” 21.
Ante la persona de Jesús es necesario decidirse. La luz es incompatible con la tiniebla. Así el drama que se establece ante Jesús es un enfrentamiento de la luz y de las tinieblas. La luz brilla en las tinieblas 22 y el mundo trata de sofocar la luz, porque sus obras son malas.
Cuando Judas sale del Cenáculo, para entregar a Jesús, el evangelista nota intencionadamente: “Era de noche” 23 ; el mismo Jesús al ser arrestado declara: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas” 24.
En el relato de la aparición a los dos discípulos de Emaús encontramos una clave para hablar de la Eucaristía como misterio de luz. En efecto, “la Eucaristía es luz, ante todo, porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos ‘mesas’, la de la Palabra y la del Pan” 25.
Este es el mismo ritmo que se nos presenta en la narración del encuentro del Resucitado con los discípulos. El Señor interviene para mostrar “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, cómo toda la Escritura lleva al misterio de su persona” 26. Las palabras del Resucitado hacen ‘arder’ los corazones de los discípulos, les rescatan de la tristeza de la oscuridad y desesperación y suscitan el deseo intenso de permanecer con Él: “Quédate con nosotros, Señor”27.
Al hablar de las diversas presencias de Cristo en la Iglesia, el Concilio Vaticano II enseña que “está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura” 28 Sin perder de vista que “la liturgia de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto” 29, deseo subrayar la importancia de la mesa de la Palabra dentro de la celebración eucarística. Hay que reconocer que actualmente ‘los tesoros bíblicos’ son más asequibles para todos los fieles 30.
La proclamación de la Palabra de Dios en el contexto de la Asamblea litúrgica favorece ante todo el diálogo de Dios con su pueblo. La enseñanza conciliar es muy clara al respecto: “En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” 31.
Más concretamente, cuando proclamamos la Palabra de Dios en la liturgia, Cristo en persona nos habla 32. 6. Transcurridos cuarenta años desde la clausura del Concilio Vaticano II y al finalizar el año de la Eucaristía, sería oportuno revisar personal y comunitariamente “de qué manera se proclama la Palabra de Dios, así como el crecimiento efectivo del conocimiento y del aprecio por la Sagrada Escritura en el Pueblo de Dios” 33.
Juan Pablo II se mostraba muy realista a la hora de hacer dicha revisión. Se situaba en las circunstancias precisas que preceden y están presentes en la celebración litúrgica. He aquí sus palabras: “En efecto, no basta que los fragmentos bíblicos se proclamen en una lengua conocida si la proclamación no se hace con el cuidado, preparación previa, escucha devota y silencio meditativo, tan necesarios para que la Palabra de Dios toque la vida y la ilumine” 34.
Estas advertencias tan concretas suponen para nosotros un compromiso activo a reflexionar previamente sobre la Palabra de Dios, a escucharla atentamente en la celebración y a practicarla en nuestra vida cotidiana.
En la mesa de la Palabra aprendemos diariamente a vivir como hijos de la luz. La Palabra de Dios ha de ser para un creyente como la lámpara que alumbra sus pasos. Dios es quien “nos llamó de las tinieblas a su admirable luz” 35. En otro tiempo éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor36. El fruto apetecido de la luz es todo lo que es bueno, justo y verdadero. Es necesario caminar en la luz para estar en comunión con Dios que es del todo luz, sin mezcla alguna de tiniebla 37. El criterio básico para saber si caminamos en la luz es el amor fraterno: “Quien ama a su hermano permanece en la luz y nada le hará tropezar” 38. En consecuencia, “Dios, al comunicar su Palabra, espera nuestra respuesta; respuesta que Cristo dio ya por nosotros con su ‘Amén’ (cfr.IICor. 1,20-22) y que el Espíritu Santo hace resonar en nosotros de modo que lo que se ha escuchado impregne profundamente nuestra vida” 39. 4) La presencia real del Señor resucitado en la Eucaristía 7.
Todos los aspectos del misterio eucarístico “confluyen en lo que más pone a prueba nuestra fe: el misterio de la presencia real” 40. Creemos firmemente que bajo las especies eucarísticas está realmente presente el Señor. Esta es la fe de la Iglesia que hunde sus raíces en la misma Verdad revelada. a) En la fuente de la Sagrada Escritura 8. En los relatos de la institución de la Eucaristía se nos indica que Jesús se da a sí mismo bajo las apariencias de pan y de vino como el nuevo sacrificio pascual (carne y sangre) para la comida 41. También en el cuarto evangelio se afirma esta presencia real sacramental de Cristo en la Eucaristía 42.
Por voluntad del Padre es el mismo Jesús quien da a comer su carne y a beber su sangre: “Mi Padre es quien os da a vosotros el verdadero pan del cielo... El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” 43. De los datos bíblicos brota la convicción de que Cristo se hace realmente presente en la Eucaristía para dar a sus discípulos, en las especies de pan y de vino su propio cuerpo y sangre como alimento y bebida44.
Desde esta perspectiva de presencia y donación los apóstoles Juan y Pablo sacaron algunas consecuencias para la vida personal y comunitaria del creyente. San Juan insiste en la dimensión personal: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por Él. Así también, el que me coma vivirá por mí» 45.
San Pablo incide especialmente en la perspectiva comunitaria: “Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” 46. b) El testimonio de los Padres de la Iglesia 9.
Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, frente a las afirmaciones de carácter gnóstico, afirmaron la presencia real de Cristo en la Eucaristía con diversas expresiones. Son abundantes los testimonios al respecto. Ellos afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor.
Frente al pensamiento gnóstico de carácter dualista, S. Ireneo subraya, por una parte, la encarnación y resurrección de Cristo y, por otra, la Eucaristía y la resurrección final: el pan y el vino, parte de este cosmos material, han sido asumidos para un sacramento salvador por el mismo Cristo y nos dan la garantía de la resurrección corporal. He aquí sus palabras: “En cambio, nuestras creencias están en armonía con la Eucaristía y a su vez la Eucaristía es confirmación de nuestras creencias. Porque ofrecemos lo que es de él, proclamando de una manera consecuente la comunidad y la unidad que se da entre la carne y el espíritu. Y así como el pan que procede de la tierra, al recibir la invocación de Dios, ya no es pan común, sino Eucaristía, compuesta de dos cosas, la terrena y la celestial, así también nuestros cuerpos cuando han recibido la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de la resurrección” 47.
Por su parte, S.Juan Crisóstomo sostiene: “No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. ‘Esto es mi cuerpo’, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” 48. c) las afirmaciones del Magisterio de la Iglesia 10. El Magisterio de la Iglesia, ha expresado esta verdad de fe en diversas ocasiones. Recordaré algunas afirmaciones que considero fundamentales. El Concilio de Trento enseña el sentido verdadero e íntegro del misterio eucarístico. Los Padres conciliares de Trento sostienen que en sacramento de la Eucaristía están “ CARTA PASTORAL DEL SR. OBISPO ABRIL • 517 contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” 49. El Concilio tridentino habla, pues, de presencia real, verdadera y sustancial de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, bajo la apariencia sensible del sacramento. Además, apoyándose en las palabras de Cristo, el Concilio de Trento enseña que la Iglesia siempre tuvo la persuasión de “que por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión fue llamada oportuna y propiamente, por la Iglesia católica, transustanciación” 50.
Sobre la presencia real, el Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía es memorial de del sacrificio de la cruz: “Cristo instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección” 51 11.
Pablo VI se hace eco de las diferentes presencias que Cristo tiene en la Iglesia52 y, en el contexto de éstas resalta la peculiaridad de la presencia eucarística: “Esta presencia se llama ‘real’ no por exclusión, como si las demás no fueran ‘reales’, sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro” 53.
Siguiendo la tradición viva de la Iglesia, afirma que sólo en virtud del cambio sustancial del pan y del vino se puede afirmar que los elementos eucarísticos son el cuerpo y la sangre de Cristo 54. Una vez realizada esta conversión sustancial, se puede decir que las especies de pan y de vino adquieren un nuevo significado, porque contienen una nueva realidad.
Así lo declaraba Pablo VI con estos términos tan precisos: “Realizada la transustanciación, las especies de pan y vino adquieren, sin duda, un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada, signo de un alimento espiritual; pero en tanto adquieren un nuevo significado y un nuevo fin en cuento contienen ‘una realidad’ que con razón denominamos ontológica.
Porque bajo dichas especies ya no existe lo que había antes, sino una cosa completamente diversa; y esto no únicamente por el juicio de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies” 55.
Pablo VI recalcaba que esta presencia tiene lugar en la realidad objetiva, más allá de la fe de los creyentes. La conexión entre la presencia real y la transustanciación aparece muy resaltada en el “Credo del Pueblo de Dios”.
Pablo VI después de afirmar la presencia verdadera, real y sustancial del Señor en la Eucaristía 56, sostenía: “En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia de pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia de vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino que percibimos por nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la santa Iglesia, conveniente y propiamente, transustanciación” 57.
El Papa deseaba mostrar que el cambio tiene lugar “en la misma naturaleza de las cosas, independientemente del conocimiento del creyente” 58. Posteriormente, el Catecismo de la Iglesia Católica y Juan Pablo II hablaron de la presencia real del Señor en la Eucaristía en los mismos términos, citando expresamente la doctrina del Concilio de Trento y de Pablo VI 59 En la Eucaristía actualizamos el misterio pascual de Cristo.
En efecto, como nos dice el Santo Padre, “después de la consagración, la Asamblea de los fieles, consciente de estar ante la presencia real de Cristo crucificado y resucitado, hace esta aclamación: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!. Con los ojos de la fe la comunidad reconoce a Jesús vivo con los signos de su pasión y, junto con Tomás, llena de maravilla, puede repetir: Señor mío y Dios mío (Jn.20,28)” 60 5)
La reserva eucarística y adoración del Santísimo Sacramento 12. Como una consecuencia lógica de la fe en la peculiar presencia real de Cristo en la Eucaristía, la Iglesia ha legitimado la práctica de la reserva eucarística. En efecto, “la presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas” 61.
La Iglesia primitiva solicitaba a los fieles a conservar con suma diligencia la Eucaristía que llevaban a los enfermos. Así nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa” 62.
Pablo VI con palabras sencillas pero muy sentidas nos recordaba que “la Eucaristía es conservada en los templos y oratorios como el centro espiritual de la comunidad religiosa y parroquial, más aún, de la Iglesia universal y de toda la humanidad, puesto que bajo el velo de las sagradas especies contiene a Cristo, Cabeza visible de la Iglesia, Redentor del mundo, centro de todos los corazones, ‘por quien son todas las cosas y nosotros por Él’ (ICor.8,6)” 63.
Esta presencia sacramental es una manifestación elocuente del amor hasta el extremo del Hijo de Dios por nosotros: “Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado ‘hasta el fin’ (Jn.13,1), hasta el don de su vida.
En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor” 64. 13. La Iglesia manifiesta su fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía no solamente durante la Santa Misa, sino también fuera de su celebración. Cristo en el tabernáculo es para nosotros una llamada continua al encuentro personal con Él. Supone una invitación a reproducir en nosotros sus mismos sentimientos
¿Cómo olvidar a Cristo presente en el sagrario? Si Cristo ha querido regalarnos esta presencia tan singular, ¿no será que a través de ella quiere entablar con nosotros un diálogo muy personal? Si somos sinceros hemos de reconocer que debemos mucho al trato íntimo con Cristo presente en el sagrario. Deseo recordar varios testimonios muy esclarecedores al respecto.
Pablo VI nos advertía: “Durante el día, los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en su sitio dignísimo, con el máximo honor en las Iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo nuestro Señor allí presente” 66. Seguidamente destacaba el carácter dinámico de esta presencia que transforma nuestra existencia cotidiana: “Pues día y noche (Cristo) está en medio de nosotros, habita con nosotros, lleno de gracia y de verdad (cfr.Jn.1,14); ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, invita a su imitación a todos los que se acercan a Él, a fin de que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón y a buscar no las propias cosas, sino las de Dios” 67.
La visita al Santísimo se desarrolla en un clima de diálogo de amor con quien sabemos que nos amó hasta la muerte, y muerte de Cruz. Es una conversación que nos ayuda eficazmente a caminar por la senda de la santidad: “Cualquiera, pues, que se dirige al augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar, a su vez, con prontitud y generosidad a Cristo, que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento de espíritu, cuán preciosa sea la vida escondida con Cristo en Dios (cfr.Col.3.3) y cuánto valga entablar conversaciones con Cristo; no hay cosa más suave que ésta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad” 68. Años más tarde, Pablo VI calificaba la adoración del Santísimo Sacramento como de verdadera obligación: “Estamos obligados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar la hostia santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que éstos no pueden ver y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos” 69.
14. Juan Pablo II nos apremiaba también al culto de adoración que se da a la Eucaristía fuera de la Santa Misa. Lo consideraba de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. La adoración debe mantenerse permanentemente como algo necesario para la vida de las comunidades cristianas: “La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca vuestra adoración” 70. Es necesario crecer en el ‘arte de la oración’ que se va descubriendo en el trato personal e íntimo con Cristo presente en el sagrario: “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cfr.Jn.13,25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el ‘arte de la oración’ (cfr.NMI. n.32) ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?” 71. Él nos hablaba del diálogo espiritual con Jesús Sacramentado desde su propia experiencia: ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!” 72 Con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud, el Santo Padre Benedicto XVI nos hablaba así de la adoración: “La palabra latina adoración es ‘ad-oratio’, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor... Volvamos de nuevo a la Última Cena” 73. Precisamente el Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, “reconociendo los múltiples frutos de la adoración eucarística en la vida del pueblo de Dios”, pide que “sea mantenida y promovida, según las tradiciones, tanto de la Iglesia latina como de las Iglesias orientales” 74. 15.
Estos testimonios consideran a la Eucaristía como un tesoro inestimable que nos ofrece la posibilidad de acercarnos al manantial de la gracia. En consecuencia, “Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas Apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor” 75.
Conviene fomentar, tanto en la celebración de la Santa Misa como en el culto fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, con el modo de comportarse 76. No hay que olvidar que la adoración eucarística nace del sentimiento profundo de acción de gracias y de reconocimiento porque Cristo, Dios y hombre, está realmente presente entre nosotros.
La presencia personal de Cristo en la Eucaristía justifica por sí misma nuestra gratitud y nuestra adoración. Se adora porque se cree firmemente que Cristo está entre nosotros de una forma singular en el sagrario. No hay nada que engrandezca, tanto a la persona humana como arrodillarse ante el Santísimo. Este es realmente el misterio de nuestra fe.
6) La Eucaristía, sacramento del único sacrificio de Cristo 16.
Entre las denominaciones del misterio eucarístico se nombra el de ‘Santo Sacrificio’ porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, ‘sacrificio de alabanza’ (Hch.13,15), sacrifico espiritual, sacrifico puro y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza” 77
El Catecismo de la Iglesia Católica recoge los diversos calificativos que la Sagrada Escritura da al Sacrificio de la Misa. a) En la Eucaristía se actualiza el mismo sacrificio de Cristo 17. La Eucaristía es verdadero sacrificio por ser memorial de la Pascua de Cristo. El carácter sacrificial de la Eucaristía nos lo recuerdan las mismas palabras de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros (Lc.22, 19-20)”.
Así pues, “en la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz y la sangre misma que ‘derramó por muchos... para la remisión de los pecados’ (Mt.26,28)” 78. En la Santa Misa se hace presente el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y gracias a él los hombres pueden acoger su fruto 79.
El Catecismo de la Iglesia Católica, para explicitar esta verdad eucarística, nos remite a un texto básico del Concilio de Trento donde se describe con cierto detalle el carácter sacrificial de la Eucaristía: “Cristo, nuestro Dios y Señor (…) se ofreció a Dios Padre (…) una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no podía poner fin a su sacerdocio (Heb.7,24.27), en la última Cena, ‘la noche en que fue entregado’ (ICor.11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) (…) donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada día” 80.
De esta forma, mediante la Eucaristía llega a los hombres de hoy la gracia de la reconciliación obtenida por Cristo de una vez para siempre 81. Así el sacrificio de Cristo y el de la Eucaristía son un único sacrificio, porque “Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes que se ofreció a sí misma entonces en la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer” 82
b) La Eucaristía, sacrificio de la Iglesia 18. La Eucaristía es también sacrificio de la Iglesia, porque sus miembros se ofrecen a sí mismos junto con la Víctima divina 83. En la Eucaristía el sacrificio de Cristo lo ofrecemos en Él y con Él, lo presentamos ante el Padre y participamos en su misma actitud de sacrificio pascual y de auto-ofrenda. El sacrificio pascual se prolonga en la historia en el Cuerpo de Cristo. Es el sacrificio también de la comunidad unida a Cristo.
Con ello la Iglesia no pretende hacer una obra suya, meritoria. No se intenta hacer un nuevo sacrificio al lado del de Cristo. Al contrario, la Iglesia es y vive por el Espíritu del sacrificio de Cristo, acogiéndolo en la fe, desarrollando toda su virtualidad, asociándose activamente a él. La Iglesia es consciente de que sólo lo puede hacer “en memoria de él” y lo que ella hace tiene eficacia sólo “por él, con él y en él”.
Los creyentes aceptan profundamente el acontecimiento de la Cruz de Cristo y se dejan penetrar por su fuerza salvadora. La Iglesia es, vive y celebra el memorial del sacrificio pascual con su Señor y Esposo. Esto acontece sacramentalmente en el gesto eucarístico, pero también se realiza en su vida entera.
Al sacrificio ritual le corresponde el sacrificio vivencial, espiritual, de la ofrenda de toda la vida84. En este sentido se trata de vivir a fondo las exigencias eucarísticas del sacerdocio común de todos los bautizados. La vida de Cristo fue una entrega ofrecida al Padre por todos los hombres. Toda su vida fue una verdadera “diakonía” que culmina con su pasión y muerte en la Cruz. Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
La Iglesia que peregrina en este mundo, pastores y fieles, participa en la celebración del sacrificio eucarístico de Cristo: “Encargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal.
El Obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero; el nombre del Obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede también por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen el Sacrificio Eucarístico” 85.
La Iglesia celebra el santo Sacrificio de la Misa como comunidad jerárquica. Cada miembro participa activamente desde su misión concreta en la comunidad cristiana.
19. Los miembros que gozan de la gloria del cielo se unen también a la ofrenda de Cristo.
En la celebración eucarística estamos en comunión “con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo” 86. Juan Pablo II nos invitaba a todos a entrar en la escuela de María, Mujer ‘eucarística” 87 También se ofrece el sacrifico eucarístico “por los fieles difuntos que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados, para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo” 88.
Considero muy oportuno recordar aquella recomendación tan llena de fe de santa Mónica dirigida a san Agustín y a su hermano poco antes de fallecer: “Enterrad este cuerpo dondequiera, y no tengáis más cuidado de él; lo que únicamente pido y os encomiendo muy de veras es que os acordéis de mí en el altar del Señor, dondequiera que os halléis” 89. Es muy consoladora la verdad de la comunión de los santos que no se rompe ni siquiera con la muerte: “La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales” 90.
En la Eucaristía actualizamos sacramentalmente la comunión entre todos los miembros del Cuerpo de Cristo. En la celebración litúrgica alcanza su verdadera expresión el carácter sacrificial de la Eucaristía sobre todo en las anáforas. En ellas se une la anamnesis con la acción de gracias como sacrificio vivo y santo, a la vez que se afirma que la ofrenda de la Iglesia está unida a la víctima inmolada que nos reconcilia, y transforma nuestra vida en ofrenda permanente: “Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo (…), te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad (…). Que Él nos transforme en ofrenda permanente” 91.
En la santa Misa se ofrece el único sacrificio agradable por el que Cristo nos ha redimido, pero un sacrificio que el mismo Dios “ha preparado a su Iglesia”, para una salvación actual que se extiende a todos los hombres y también a los difuntos 92. En las diversas anáforas se destacan la dimensiones cristológica (“Dirige tu mirada, Padre santo, sobre esta ofrenda: es Jesucristo que se ofrece con su cuerpo y con sus sangre y, por este sacrificio nos abre el camino hacia ti”) 93 pneumatológica sin la cual no hay Eucaristía (“santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu”)94 y eclesiológica del sacrificio eucarístico (“Acéptanos también a nosotros, Padre santo, juntamente con la ofrenda de tu Hijo” )95.
7) La Eucaristía es un verdadero banquete 20.
El misterio de la Eucaristía es, a la vez e inseparablemente sacrificio y “banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y en la Sangre del Señor” 96. Más todavía, “la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se entregó por nosotros” 97.
En la última Cena Jesús tomó el pan dio gracias, lo partió y lo dio a comer a sus discípulos; y tomó el vino dio gracias después de comer, y lo dio a beber a sus discípulos. Jesús se mantiene en le marco de la cena pascual judía. Lo que cambia es el contenido y el sentido del rito, expresándolo por las palabras que acompañan: “Esto es mi cuerpo... ésta es mi sangre”. Jesús renueva el contenido y sentido, que en adelante ya no remitirán a la antigua Pascua, sino a la nueva.
Así nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la Pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la Pascua judía y anticipa la Pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino” 98.
a) La invitación apremiante de Cristo y de la Iglesia a participar adecuadamente en este banquete 21. El mismo Señor nos invita con fuerza a recibirle en la Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” 99. Él es el pan de vida que ha bajado del cielo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Para acoger a esta apremiante invitación del Señor es necesario prepararnos adecuadamente. El mismo Apóstol llamaba la atención sobre este deber: “Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa” 100 Con la fuerza de su elocuencia y con toda claridad, S. Juan Crisóstomo exhortaba con estos términos a sus fieles: “También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo” 101. En este mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica establece: “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” 102.
Juan Pablo II se hacía eco de todas estas advertencias y reiteraba la vigencia de la norma del Concilio de Trento que sostiene que para recibir dignamente la Eucaristía, “debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal” 103. Desde esta perspectiva se comprende la estrecha vinculación existente entre el sacramento de la Eucaristía y la Penitencia. Así pues, “La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: ‘En nombre de Cristo os suplicamos: ¡Reconciliaos con Dios!’ (IICor.5,20)” 104. Al tratarse de una valoración de conciencia, el juicio sobre el estado de gracia corresponde al propio interesado. En casos de un comportamiento externo grave, la Iglesia en su cuidado pastoral no debe, por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, mostrarse indiferente.
A esta situación de manifiesta indisposición moral alude la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística a las persona que “obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave” 105.
b) Los frutos del banquete eucarístico 22. Los frutos de la Eucaristía son decisivos para la vida de los creyentes. Ante todo la comunión nos une muy estrechamente a Cristo. El mismo Cristo lo había anunciado: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él” 106.
La comunión sacramental fundamenta nuestra vida en Cristo: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» 107. La Eucaristía une a los fieles con Cristo en la mayor unión de intimidad y de amor. El pan eucarístico incorpora a los hombres a Cristo y hace así de ellos un único cuerpo espiritual.
S. Agustín describe esta unión íntima de forma magistral con estas palabras: “Yo soy el pan de los fuertes, ¡cómeme! Pero no serás tú el que me transformes a mí, sino que seré yo quien te transformaré a ti en mí» 108.
En las comidas habituales el hombre es el más fuerte y asimila los alimentos. Pero en nuestra relación con Cristo sucede a la inversa: el más fuerte es Él, Él es el protagonista. Al comulgar somos despojados de nosotros mismos y asimilados a Él. Somos hechos uno con Él.
Al llegar a la aldea de Emaús, adonde iban, el Caminante hizo ademán de seguir adelante. Los dos discípulos le rogaron que se quedase con ellos. El Caminante accedió “y entró para quedarse con ellos” 109. En el sacramento de la Eucaristía, el Resucitado encontró el modo de quedarse no sólo “con” ellos, sino también “en” ellos. La alegoría de la vid y los sarmientos evoca esta íntima unión entre Cristo y los cristianos 110.
En dicha alegoría se repite varias veces el verbo “permanecer”. Juan Pablo II, aplicando estas palabras a la Eucaristía, comentaba así esta permanencia: “Esta relación de íntima y recíproca ‘permanencia’ nos permite en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¿no es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el ‘hambre’ de su Palabra (cfr.Am.8,11), un hambre que sólo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la comunión eucarística para ‘saciarnos’ de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo”111. 23. La comunión nos separa del pecado.
El pan de vida que recibimos en la Eucaristía es el Cuerpo entregado por nosotros y la Sangre derramada por muchos para remisión de los pecados. La Eucaristía nos une a Cristo, purificándonos de los pecados cometidos y preservándonos de futuros pecados 112.
En la vida normal el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas. De modo análogo, la Eucaristía robustece la caridad que, en el trato cotidiano, puede debilitarse. La caridad vivificada por la comunión “borra los pecados veniales” 113. Cristo, nuestro alimento, reaviva en nosotros el verdadero amor, nos capacita para romper los lazos desordenados que nos atan a las criaturas y nos arraiga más en su amor. En efecto, “cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal 114. 24.
La unión con Cristo conlleva la unidad del Cuerpo místico. Los dos discípulos de Emaús, cuando descubren y reconocen el rostro del Resucitado al partir el pan, “en aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los demás”115.
El encuentro con el Resucitado impide la dispersión y los vuelve al lugar de la unidad. En la misma alegoría de la vid y los sarmientos, el Señor nos presenta el mandamiento nuevo: “Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. No existe mayor amor que dar la vida por los amigos” 116.
No es posible estar unidos a la Vid verdadera, si no estamos en comunión con los demás miembros del Cuerpo de Cristo. Mediante el sacramento de la Eucaristía se va edificando la Iglesia como misterio de comunión. No me detengo en el análisis de este fruto concreto de la Eucaristía; lo haré en el capítulo siguiente, al tratar de la relación entre Eucaristía e Iglesia. 25.
En la Carta de convocación del año de la Eucaristía Juan Pablo II mencionaba con fuerza el carácter de compromiso con los más pobres que brota de la celebración de este sacramento. La viva tradición de la Iglesia recuerda desde siempre esta dimensión del misterio de la Eucaristía. De modo muy claro y preciso nos lo hace saber el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cfr. Mt.25,40)” 117. Como dice Juan Pablo II, “se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna”118. En el último capítulo de esta Carta abordaré esta temática, al hablar de la espiritualidad de comunión. 26.
La Eucaristía es prenda de la gloria futura.
“Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados ‘de gracia y bendición’, la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial” 119
En nuestra economía sacramental tenemos un medio de salvación proporcionado a nuestra esperanza de resurrección. El mismo Señor nos garantizó que la Eucaristía es fuente auténtica de resurrección: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” 120.
En este sentido la Eucaristía es “medicina de inmortalidad, alimento contra la muerte, alimento de eterna vida en Jesucristo” 121. En un mundo de múltiples contradicciones como el nuestro debe brillar con intensidad la esperanza cristiana 122. Ahora bien, Cristo fundamenta nuestra esperanza con su resurrección y con su promesa de su venida gloriosa a la tierra 123. Sin embargo, no puede haber mejor garantía de la segunda venida de Cristo que su venida continua en la Eucaristía 124.
Este sacramento anima desde dentro la esperanza que colma las aspiraciones del corazón del hombre. Al hacerse presente por el Espíritu Santo el cuerpo y la sangre de Cristo, anticipan ya la transformación gloriosa que esperamos: “El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el cuerpo y la sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial” 125.
Celebramos la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. 27. Como se puede deducir de todo lo dicho, el misterio eucarístico encierra en sí mismo una pluralidad de aspectos que en esta ocasión os he querido señalar brevemente.
Recojo un texto de la Instrucción “Eucharisticum mysterium” que nos ofrece una admirable síntesis de los aspectos centrales de la Eucaristía: “Por eso la Misa o Cena del Señor es a la vez e inseparablemente: sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz; memorial de la muerte y resurrección del Señor, que dijo: ‘Haced esto en memoria mía’ (Lc.22,19); banquete sagrado, en el que, por la comunión del cuerpo y de la sangre del Señor, el pueblo de Dios participa en los bienes del sacrificio pascual, renueva la nueva alianza entre Dios y los hombres sellada de una vez para siempre con la sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la fe y en la esperanza el banquete escatológico en el reino del Padre, anunciando la muerte del Señor hasta que venga” 126.
II LA EUCARISTÍA Y LA IGLESIA 28.
Existe un vínculo estrechísimo entre el misterio de la Eucaristía y la Iglesia. Como nos recordaba Juan Pablo II: “si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se deduce que hay una relación sumamente estrecha entre una y otra. Tan verdad es esto, que nos permite aplicar al Misterio eucarístico lo que decimos de la Iglesia cuando, en el Símbolo niceno-constantinopolitano, la confesamos una, santa, católica y Apostólica” 127.
San Agustín formuló en toda su profundidad en el fragor del cisma donatista la íntima relación entre Eucaristía e Iglesia. Llama a la Eucaristía “signo de unidad” y “vínculo de caridad” 128. Ambas afirmaciones aparecen permanentemente en la memoria de la Iglesia. Nuestro Salvador en la última Cena instituye la Eucaristía que es a la vez sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual 129.
Dentro de esta amplia temática me fijaré inicialmente en algunos aspectos.
1) Antecedentes de la Asamblea eucarística en la historia de la salvación 29. La vida y la historia de una comunidad en marcha se convierte, tanto en el pueblo de Israel como en el cristianismo, en símbolo primordial de la presencia de la divinidad como manifestación del misterio. En efecto, “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” 130.
a) La realidad de la Asamblea en el Antiguo Testamento El Antiguo Testamento nos remite a las Asambleas que tuvieron lugar en las diversas etapas de la historia de la salvación. El mismo pueblo de Israel se entiende como una verdadera Asamblea, como pueblo convocado y congregado por Dios. Este pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, celebra la Alianza en el Sinaí 131.
El acontecimiento de la Pascua y de la consiguiente Alianza hace de Israel el pueblo de Dios, la congregación de los elegidos, una Asamblea adornada con estas connotaciones: Convocada por iniciativa de Dios, a través de Moisés 132. Presencia de Dios en medio del pueblo reunido, expresada por la teofanía. Dios se comunica con el pueblo en Asamblea y le expresa su voluntad en las tablas de la Ley 133.
Respuesta de la Asamblea, como aceptación del compromiso y profesión de fe: “Nosotros haremos todo cuanto ha dicho Yahvé» 134 Rito sacrificial de la alianza135. Las reuniones cultuales posteriores serán conmemoración del acontecimiento pascual. La Asamblea anual de la Pascua es una reunión familiar y religiosa cuyos ritos, puestos en relación con la liberación de la esclavitud de Egipto, son como el memorial, la expresión de la salvación concedida por Yahvé a su pueblo 136.
En esta celebración, además del rito, es importante el diálogo, recordando las maravillas del Dios liberador. En los libros del Antiguo Testamento se describe la relación de Dios con el pueblo escogido con categorías que, de alguna forma, expresan la comunión. Se utilizan términos como palabra, alianza, fidelidad, misericordia, justicia, amor. Para concretar tal relación, Dios “eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para Sí» 137.
La Asamblea pascual constituye al pueblo de Israel como tal pueblo. En la historia de la salvación esta Asamblea no será definitiva 138. Los profetas de modo progresivo anuncian una futura Asamblea, una reunión escatológica que será más perfecta y que reunirá en sí todos los pueblos. Del resto fiel de Israel Dios convocará un nuevo pueblo y establecerá con él una nueva Alianza: “Así dice el Señor Yahvé: He aquí que voy a recoger a los hijos de Israel de entre las naciones a las que marcharon. Voy a congregarlos de todas partes para conducirlos a su suelo (…) Concluiré con ellos una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre. Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo” 139.
Las palabras del profeta nos indican ya los rasgos esenciales de esta Asamblea definitiva: Dios convoca a esta nueva Asamblea al pueblo disperso de Israel y a todos los pueblos. Será la Asamblea definitiva. Con este pueblo se realizará un nuevo pacto o Alianza. En ella se ofrecerá un culto espiritual. Dios estará presente y habitará en su nuevo pueblo para siempre.
b) La Asamblea en el Nuevo Testamento 30.
Toda la actuación de Dios en la antigua Alianza “sucedió como preparación y figura de la Alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el Verbo de Dios hecho carne” 140.
El Nuevo Testamento nos presenta a Jesús como el que ha venido a dar cumplimiento a las promesas. Su misión es reunir a todos los hombres en el reino del Padre. En la vida pública comienza reuniendo a sus discípulos, a los “Doce”, a la gente que escucha sus palabras y contempla sus signos y milagros. En su predicación anuncia el Reino. Más todavía, Él es en persona el Reino. El signo definitivo de que Cristo es el convocador y fundamento de la nueva Asamblea será su misterio pascual. Cristo es el Salvador que ha constituido un nuevo Pueblo, lo adquirió con su sangre 141. Concretamente, la última Cena es la Asamblea culminante de Cristo con los discípulos y la Asamblea cultual referente de la comunidad cristiana.
Juan Pablo II describía la analogía entre la alianza del Sinaí y la nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo con estas palabras: “Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre, los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva comunidad mesiánica, el pueblo de la nueva Alianza” 142.
San Pablo resalta especialmente la relación que existe entre el cuerpo eclesial y el cuerpo eucarístico de Cristo. Ante las divisiones y discriminaciones incipientes, el Apóstol corrige la actuación de la comunidad no sólo porque no se atiende al bien de toda la comunidad y a las exigencias de la verdadera fraternidad, sino también porque una actitud insolidaria con los más pobres está en evidente contradicción con la participación eucarística del cuerpo y la sangre de Cristo 143.
Existe, por tanto, una estrecha relación entre la Cena del Señor, que el Apóstol transmite siendo fiel a la tradición recibida, y la comunidad de hermanos que se reúne en Asamblea eucarística para celebrar y conmemorar esta Cena y la participación en la misma Eucaristía expresando la unidad en la fe en el mismo Señor.
La primitiva comunidad cristiana tiene conciencia de ser el nuevo Pueblo de Dios. Si la venida del Espíritu en el Jordán inaugura la vida pública de Cristo, el acontecimiento de Pentecostés representa el inicio de la vida pública de la Iglesia. La comunidad que brota de Pentecostés se caracteriza por ser: Asamblea universal donde tienen cabida todos los pueblos y razas sin distinción. Asamblea escatológica, ya que en ella se cumplen las promesas 144. Asamblea que vive intensa y conscientemente la presencia del Espíritu que es enviado sobre ella de modo extraordinario. Asamblea que acoge en su seno y proclama a todas las gentes el Evangelio.
Asamblea que celebra los signos de salvación.
Esta Asamblea tendrá como día propio para la reunión el domingo, el día del Señor. Ninguna Asamblea será signo tan real y eficaz de la presencia del Señor y de la realización de la misma Iglesia como la Asamblea del domingo, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía.
2) Eucaristía e Iglesia, una relación constitutiva 31. La Asamblea eucarística y la Iglesia forman, desde los comienzos mismos, una unidad. Así pues, “la Iglesia es comunidad eucarística” 145. No hubo un tiempo inicial de la Iglesia en el que todavía no existiera la Eucaristía. Desde sus orígenes la Iglesia se entendió a sí misma como Asamblea eucarística.
Juan Pablo II señalaba que “hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia. Los evangelistas precisan que fueron los Doce, los Apóstoles, quienes se reunieron con Jesús en la Última Cena (cfr. Mt.26,20; Mc.14,17; Lc.22,14). Es un detalle de notable importancia, porque los Apóstoles ‘fueron la semilla del nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada’... Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: ‘Tomad, comed... Bebed de ella todos...’ (Mt.26,26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta el final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: ‘Haced esto en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío” (ICor.11,24-25; cfr. Lc.22,19)” 146.
Por el bautismo somos incorporados al Cuerpo único de Cristo 147.
El Apóstol afirma algo parecido sobre la participación en el único cáliz eucarístico y en el único pan eucarístico 148. De esta forma, “la incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros…” 149.
La Iglesia está allí donde quiera que los cristianos se acercan para celebrar la Cena del Señor en torno a la mesa del Señor. Comunidad eucarística y comunidad eclesial forman una unidad y no pueden ser separadas. La Iglesia celebra y vive los misterios de nuestra fe. En una obra clásica del P. Henri de Lubac, cuyas aportaciones han ayudado a profundizar en la relación vital entre Eucaristía e Iglesia, se puede leer: “Es la Iglesia la que hace la Eucaristía; pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia. En el primer caso, es la Iglesia en cuanto la hemos considerado en su sentido activo, en el ejercicio de su poder de santificación; en el segundo, se trata de la Iglesia en su sentido pasivo, de la Iglesia de los santificados. Y en virtud de esta misteriosa interacción, es el Cuerpo único, en fin de cuentas, el que se construye, en las condiciones de la vida presente, hasta el día de su definitiva perfección” 150. Más adelante, el P. Henri de Lubac afirma de modo sintético: “Es en la Eucaristía donde la esencia misteriosa de la Iglesia encuentra su expresión más plena y, correlativamente, es en la Iglesia, en su unidad católica, donde florece en frutos efectivos la misma Eucaristía” 151 La relación entre Eucaristía e Iglesia es tan profunda y tan íntima que ni la Eucaristía podría existir sin la Iglesia, ni puede haber Iglesia sin Eucaristía. Cristo es, en la Eucaristía, el corazón de la Iglesia. Es decir, Eucaristía e Iglesia conforman el único Cuerpo de Cristo.
2.1. La Iglesia hace la Eucaristía 32.
Jesucristo es el único sumo Sacerdote de la nueva Alianza. Él es el gran celebrante de la Eucaristía. A través del Espíritu Santo se hace presente de múltiples maneras en la celebración de la Eucaristía: en su Palabra y bajo las especies del pan y del vino, en la persona del sacerdote y en la propia comunidad que celebra 152. La Eucaristía tiene, por tanto, su origen en Cristo y es un don de Dios.
Sin embargo, desde un punto visible y externo, la Eucaristía es el sacramento central de la Iglesia, en el que se manifiesta de modo especial la verdadera naturaleza, la estructura ministerial y la acción sacerdotal de todo el pueblo de Dios. Es la Iglesia entera la que está de algún modo presente, como pueblo sacerdotal, ejerciendo su universal sacerdocio.
Así se reconoce en el Misal de Pablo VI, cuando se dice: “La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente ordenado, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto universal como local y para cada uno de los fieles” 153.
a) Toda la Iglesia, como Pueblo sacerdotal, participa en la celebración de la Eucaristía 33.
El Concilio Vaticano II recordó de nuevo la doctrina del sacerdocio común 154, invitando a todos los fieles presentes en la celebración de la Eucaristía a participar en ella de forma consciente, piadosa y activa.155 Promover y facilitar esta participación de todos en la celebración eucarística es uno de mis grandes deseos como Obispo de la querida diócesis de Ourense. Participación activa no puede ser entendida de un modo meramente exterior y activista.
Al hablar del ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos, el Concilio describe la participación en la Eucaristía con estos términos: “Participando (los fieles) del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación o sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto. Más aún, confortados con el Cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del pueblo de Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento” 156.
La participación en la santa Misa conlleva interrumpir la actividad y la rutina cotidianas para alabar la bondad de Dios, de la que vivimos y de la que tenemos experiencia día tras día y para darle gracias a Dios por habernos dado a Jesucristo como Camino, Verdad y Vida 157. En la celebración eucarística tenemos también la oportunidad de descubrir lo que es esencial para nuestra vida, sobre aquello que nos sustenta y sostiene. En la Eucaristía tomamos conciencia de la fuente de la que nos alimentamos y del fin para el que vivimos. Está claro que no nos alimentamos de nosotros mismos, ni vivimos por nosotros mismos ni para nosotros mismos.
La celebración de la Eucaristía no debería ser un acto ceremonioso y triste, sino una fiesta alegre y viva. Todos los que en ella participan –niños, jóvenes, adultos y ancianos– deberían hacerlo con todas las dimensiones de la persona. El gozo en el Señor es nuestra fuerza 158.
El Apóstol nos insiste: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que todo el mundo os conozca por vuestra bondad. El Señor está cerca. Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias” 159. La Eucaristía ha de ser una verdadera celebración festiva llena del gozo más auténtico. 34.
Por otro lado, en la celebración de la Eucaristía ha de mantenerse el respeto ante el Dios santo y ante la presencia de nuestro Señor en el sacramento. Debe ser también un espacio para el silencio, la meditación, la adoración y el encuentro personal con Dios. En este sentido, la liturgia nunca es un medio para un fin, sino un fin en sí misma. Contribuye a la glorificación de Dios y, por eso mismo, a la salvación del ser humano. Es necesario redescubrir la riqueza de la Eucaristía y elucidar su sentido. La verdadera formación litúrgica, que llegue al fondo no sólo del entendimiento, sino del corazón, es imprescindible para una participación más provechosa en el don de la Eucaristía.
Son múltiples los ministerios que los fieles laicos pueden y deben asumir en la celebración eucarística. Todos ellos desempeñan un auténtico ministerio litúrgico que merecen nuestra gratitud y reconocimiento 160. Desde esta perspectiva, la Eucaristía es expresión de una Asamblea participativa.
Todo el pueblo de Dios es sujeto participativo de la acción litúrgica de la Iglesia. De ahí que “las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es ‘sacramento de unidad’, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual” 161. Se trata, como ya dije, de una participación que actualiza el sacerdocio universal y que expresa la unidad en la diversidad de oficios y ministerios.
b) La Eucaristía y el ministerio ordenado 35.
La acción eucarística de la Iglesia se expresa y ejerce de modo diferenciado, haciendo en ella cada uno todo y sólo aquello que le pertenece 162. No se debe caer, por tanto, ni en una confusión de funciones y ministerios, ni en una absorción de los mismos. Jesús no sólo llamó al pueblo en general. A los Doce los llamó y envió de un modo especial, confiándoles también la celebración de la Cena: “Haced esto en memoria mía” 163.
La Eucaristía manifiesta la participación y comunión de todo el Pueblo de Dios en su estructura jerárquica. Esta ordenación jerárquica se manifiesta sobre todo en la Eucaristía presidida por el Obispo, rodeado del presbiterio y con la actuación adecuada de todos los servicios y ministerios 164.
En la Eucaristía dominical, donde se reúne la Asamblea en un determinado lugar, se representa a la Iglesia entera en comunión con el Obispo y con las otras Iglesias 165. Juan Pablo II describe con cierta amplitud el tema de la apostolicidad de la Iglesia y de la Eucaristía 166. Me detendré en aquellos aspectos que muestran cómo la Eucaristía es esencialmente Apostólica.
Los Apóstoles están en íntima relación con la Eucaristía, porque Jesús les confió este Sacramento y ellos y sus sucesores lo trasmitieron hasta nosotros. “La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente en continuidad con la acción de los Apóstoles, obedientes al mandato del Señor” 167.
En un segundo sentido la Eucaristía es Apostólica, pues se celebra en conformidad con la fe de los Apóstoles. Durante la bimilenaria historia del Pueblo de la nueva Alianza, el Magisterio de la Iglesia ha ido precisando con sumo cuidado la doctrina sobre la Eucaristía. De este modo se ha salvaguardado la fe Apostólica en este Misterio tan excelso. “Esta fe permanece inalterada y es esencial para la Iglesia que perdure así» 168.
En tercer lugar, la sucesión Apostólica conlleva necesariamente el sacramento del Orden. Esta sucesión es esencial para que haya Iglesia en sentido propio y pleno. Más todavía, la sucesión de los Apóstoles en la misión pastoral afecta esencialmente a la celebración eucarística. “En efecto, como enseña el Concilio Vaticano II, los fieles ‘participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real’, pero es el sacerdocio ordenado quien ‘realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo” 169. 36. Ni el ministerio sacerdotal ni la Eucaristía pueden ser derivados ‘desde abajo’, a partir de la comunidad. Ambos superan radicalmente la potestad de la Asamblea.
Para la celebración eucarística es irrenunciable el ministerio del sacerdote ordenado. La Eucaristía, que se funda en la previa acción salvífica de Dios, es signo pleno de la permanente donación y condescendencia del Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Este advenimiento de la salvación ‘desde fuera’ y ‘desde arriba’, cobra expresión simbólico-sacramental en el envío del sacerdote a la comunidad.
Es cierto que el sacerdote, en cuanto destinatario de la salvación, forma parte de la comunidad cristiana. Como cualquier otro cristiano depende a diario y siempre de nuevo del perdón y la misericordia de Dios, de su ayuda y de su gracia. Sin embargo, en el ejercicio de su ministerio sacerdotal se halla frente a la comunidad como representante de Aquel que es Cabeza de la Iglesia y verdadero Celebrante primordial. En este sentido, el sacerdote ordenado “realiza como representante de Cristo el Sacrificio eucarístico” 170. El sacerdote actúa, entonces, “in persona Christi Capitis”.
La palabra autorizada de Juan Pablo II nos ofrecía el significado preciso de esta expresión: “in persona Christi quiere decir más que ‘en nombre’ o también, ‘en vez’ de Cristo. In ‘persona’: es decir, en la identificación específica, sacramental con el ‘sumo y eterno Sacerdote’, que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie” 171. El ministerio del sacerdote ordenado “es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena” 172.
El ministerio sacerdotal es constitutivo para la celebración eucarística.
La Asamblea que es convocada para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente un sacerdote ordenado que la presida. La función de presidir la Eucaristía no consiste sólo en realizar determinados ritos o en pronunciar ciertos textos, sino en actuar permanentemente “en la persona de Cristo”, a quien representa, y “en nombre de la Iglesia”, elevando al Padre la plegaria y la ofrenda del Pueblo santo, siendo instrumento dócil en las manos del Señor para la santificación de la comunidad eclesial. 37.
Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, lo es también del ministerio sacerdotal. La praxis de la celebración diaria de la Eucaristía tiene una importancia decisiva para la vida espiritual de los presbíteros 173. La Eucaristía “es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella” 174.
Son múltiples y variadas las actividades pastorales del presbítero. Hoy día existe en su vida un serio peligro de dispersión. La caridad pastoral debe ser el vínculo que dé unidad a toda la vida del presbítero 175. Esta caridad pastoral que tiene su fuente específica en el sacramento del Orden, halla su expresión plena y su alimento supremo en la Eucaristía. “El alma sacerdotal ha de reproducir en sí misma lo que se hace en el ara sacrificial” 176. En consecuencia, “la caridad pastoral del sacerdote no sólo fluye de la Eucaristía, sino que encuentra su más alta realización en su celebración, así como también recibe de ella la gracia y la responsabilidad de impregnar de manera ‘sacrificial’ toda su existencia” 177.
En la celebración cotidiana de la Eucaristía el sacerdote encuentra la fuerza necesaria para afrontar, sin caer en la dispersión, los diversos quehaceres pastorales. “Cada jornada será así verdaderamente eucarística” 178. En este sentido, “el presbítero tiene que ser ante todo adorador y contemplativo de la Eucaristía a partir del mismo momento en que la celebra” 179.
c) La prioridad de una pastoral vocacional para el ministerio ordenado 38.
De la importancia capital de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y de la necesidad absoluta del ministerio ordenado para celebrar el sacrificio eucarístico deriva la imperiosa necesidad de la pastoral de las vocaciones sacerdotales.
La pastoral vocacional sobre todo para el ministerio sacerdotal es para mí una gran prioridad. En varias ocasiones me pronuncié sobre ello desde mi llegada a la diócesis de Ourense. Una vez más deseo urgir a los jóvenes, padres, educadores y, especialmente, a los sacerdotes en este cometido vocacional. Dios “se sirve a menudo delejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la llamada al sacerdocio” 180.
Yo mismo escribí al respecto: “Cuando un joven encuentra a un sacerdote que siendo un verdadero hombre ha encontrado en Cristo Jesús el desarrollo más auténtico de su inteligencia y la plenitud de su vida afectiva, la pregunta vocacional queda definitivamente planteada” 181.
La oración ocupa un lugar de gran importancia en la pastoral vocacional, “porque la plegaria por las vocaciones encuentra en ella (la Eucaristía) la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote” 182. Además quienes rezan hacen suya la exhortación de Jesús y oran para que el Señor mande trabajadores a su mies 183.
La misma diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía es un testimonio y un incentivo para la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Soy consciente del gran esfuerzo que los sacerdotes y los colaboradores laicos están llevando a cabo para celebrar con dignidad la Eucaristía.
Todos los que tienen alguna responsabilidad en lo referente a la correcta celebración de la liturgia, y en especial de la Eucaristía, merecen mi más sincero agradecimiento. Hemos de profundizar más y más en la comprensión de la liturgia e intentar que ésta sea fecunda en nuestra vida.
De este modo podremos contagiar a otras personas el gozo de celebrar la Eucaristía. 39. No podemos, sin embargo, cerrar los ojos ante algunas circunstancias especialmente dolorosas.
La participación en la Eucaristía, por lo que al número se refiere, está descendiendo en los últimos años. Además, la comprensión que buena parte de quienes acuden a las celebraciones tiene de los textos y símbolos litúrgicos es cada día más deficiente. Se va desconociendo paulatinamente que la Eucaristía es, ante todo, un acontecimiento sagrado en el que se actualiza “la obra de nuestra salvación” 184.
A numerosos jóvenes, sobre todo, les va resultando un tanto extraño el lenguaje y las formas de la liturgia. Comienza a notarse ya la escasez de sacerdotes y ya no es posible celebrar cada Domingo la Eucaristía en cada comunidad parroquial, siendo así que “la parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico. Pero esto requiere la presencia de un presbítero, el único a quien compete ofrecer la Eucaristía in persona Christi” 185.
Todas estas circunstancias me preocupan hondamente, ya que son realidades que afectan esencialmente a la vida diocesana. Urge una comprensión más profunda de la Eucaristía, para avanzar en la vivencia de la fe cristiana.
2.2 La Eucaristía hace la Iglesia 40.
La relación entre el misterio de la Eucaristía y la Iglesia implica también el efecto de la Eucaristía en la Iglesia. La influencia de la Eucaristía es tal que puede decirse que la Iglesia es objeto de la Eucaristía o, con otras palabras, “la Eucaristía hace la Iglesia”. De esta forma la Iglesia es objeto principal de la Eucaristía que ella ‘hace’; es beneficiaria primera del acontecimiento que celebra. Mediante la Eucaristía “la Iglesia vive y crece continuamente” 186.
La significación de la Eucaristía para la vida de cada Iglesia particular es tal que “no se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, empezar toda la formación en el espíritu de comunidad” 187.
a) En la Eucaristía la Iglesia toma conciencia de su identidad y de su misión 41. Mientras peregrina en la tierra, la Iglesia está llamada a mantener y promover tanto la comunión con el Dios trinitario como la comunión entre los hombres 188.
La Eucaristía hace y significa a la Iglesia como comunión.
No es casualidad que el término “comunión” sea uno de los nombres específicos del Santísimo Sacramento. Se llama “comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo” 189.
En la Eucaristía la Iglesia toma conciencia de su identidad y de su misión. Se puede afirmar que la Eucaristía es el lugar más privilegiado de expresión, realización e identificación de la Iglesia, el momento decisivo de su crecimiento en verdadero Cuerpo de Cristo, al servicio de toda la humanidad. El misterio entero de la Iglesia, en su ser, su aparecer y sus signos más auténticos, se manifiesta de modo especial en la Eucaristía 190.
Como nos indica el Santo Padre, “la Eucaristía podría considerarse también como una ‘lente’ mediante la cual comprobar continuamente el rostro y el camino de la Iglesia, que Cristo fundó para que todo hombre pudiera conocer el amor de Dios y hallar en él plenitud de vida” 191. Por ser la persona de Cristo, la Eucaristía puede considerarse como fundamento y base de la Iglesia. Como enseña el Concilio de Trento, los otros sacramentos poseen la fuerza de santificar; en la Eucaristía, en cambio, está presente el mismo autor de la santificación.
Más todavía, enseña el Concilio Vaticano II : “En la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas, juntamente con él” 192
En la Eucaristía se actualiza el misterio pascual de Cristo. La Iglesia celebra en la Eucaristía el sacrificio mismo de Cristo, que es origen y fuente de la comunidad cristiana. Cristo es el redentor de la Iglesia, que se entregó por ella para acogerla como Esposa santa e inmaculada 193. Este amor hasta el extremo del Esposo a su Esposa se perpetúa hasta el final de los tiempos en la celebración eucarística. Compenetrándose plenamente con el misterio pascual, la Iglesia realiza en la Eucaristía la plenitud de su ser.
b) En la Eucaristía se va generando el misterio de la Iglesia 42. La Eucaristía es generadora de Iglesia que brota y nace cada día del misterio eucarístico como fuente inagotable de comunión. Es en la Eucaristía donde una multitud de seres humanos llegan a ser el Cuerpo de Cristo, al participar de su persona –de su Cuerpo y Sangre– e incorporarse a ella. La Eucaristía es “la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia” 194.
La Eucaristía a la vez que actualiza la obra de nuestra redención, representa y realiza la unidad de la Iglesia: “La unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representado y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cfr.ICor.10,17).
Todos los hombres están llamados a esta unión en Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos” 195. La unión con Cristo conlleva la unión con los hermanos. Los dos discípulos de Emaús, cuando descubren el rostro del Resucitado al partir el pan, vuelven a Jerusalén junto a los demás: “En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los demás” 196.
En la misma alegoría de la vid y los sarmientos, el Señor nos recuerda el mandamiento nuevo: “Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo os he amado” 197 No es posible permanecer unidos a la Vid verdadera, sino estamos en comunión con los demás miembros del Cuerpo de Cristo. En el misterio eucarístico tenemos la oportunidad de participar del único Pan de vida: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre... el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna... permanece en mí y yo en él” 198.
La participación en el único Pan y en la única Sangre nos hace un solo Cuerpo: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” 199.
En el sacramento de la Eucaristía se va edificando la Iglesia como misterio de comunión. San Agustín comenta admirablemente el texto del Apóstol: “Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis ‘amén (es decir, ‘sí’, ‘es verdad’) a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir ‘el Cuerpo de Cristo’, y respondes ‘amén’. Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu ‘amén’ sea también verdadero” 200. 43.
La reflexión cristiana que arranca sobre todo del mensaje paulino, ha utilizado constantemente la conocida comparación del pan formado por muchos granos de trigo, molidos, convertidos en harina, amasados por el agua del bautismo y cocidos por el fuego del Espíritu, para mostrar las raíces de la unidad de la Iglesia y para exhortar a los cristianos a la convivencia concorde y pacífica.
La Constitución “Lumen Gentium” sintetiza la doctrina paulina en los siguientes términos: “En la fracción del pan eucarístico compartimos realmente el cuerpo del Señor, que nos eleva a la comunión con Él y entre nosotros. Porque el pan es uno, aunque muchos, somos un solo cuerpo todos los que participamos de un mismo pan (ICor.10,17). Así todos somos miembros de su cuerpo (cfr.ICor.12,27) y cada uno miembro del otro (Rom.12,5)” 201.
Es evidente, nos indicaba Juan Pablo II que “la Eucaristía crea comunión y educa a la comunión” 202. Las divisiones que puedan existir entre los fieles cristianos contradicen abiertamente las exigencias radicales de la Eucaristía. En la celebración eucarística el día del Señor ha de convertirse también en el día de la Iglesia: “Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad” 203.
En cada Eucaristía nos sentimos urgidos a reproducir entre nosotros aquel mismo ideal de comunión que animaba a los primeros cristianos. Aquella Iglesia, congregada en torno a los Apóstoles y convocada por la Palabra de Dios para la fracción del pan, vive en profundidad la comunión entre todos sus miembros 204
El Santo Padre nos habla de la Eucaristía como fuente de comunión con Cristo y entre nosotros con estas palabras: “En la Eucaristía, el Señor se nos da con su cuerpo, con su alma y su divinidad, y nosotros nos convertimos en una sola cosa con él y entre nosotros” 205. 3) María, mujer “eucarística” 44.
Hemos visto cómo la Iglesia hace la Eucaristía, pero también cómo la Eucaristía hace la Iglesia. Allí donde está la Eucaristía, allí está la Iglesia. Ahora bien, enseñaba Juan Pablo II, “si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia” 206. Al ser la Virgen el miembro humano más excelso de la Iglesia, es obvio que se puede hablar de ella como mujer “eucarística”.
En la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, Juan Pablo II, al hablar de la Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, incluyó entre los misterios de luz la “institución de la Eucaristía”. María puede guiarnos en la contemplación del rostro eucarístico de Cristo, porque tiene una relación muy estrecha con él: “A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto a los Apóstoles, ‘concordes en la oración’ (cfr.Hech.1,14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, ‘asiduos en la fracción del pan’ (Hech.2,42)” 207. a) María, mujer eucarística en todas las dimensiones de su vida 45. La relación de María con la Eucaristía se puede mostrar indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer eucarística en toda su vida. La Eucaristía es misterio de fe que supera totalmente la luz de nuestro entendimiento. Es necesaria la luz de la fe. María puede ser apoyo y guía en toda actitud creyente 208. En efecto, “María es la ‘Virgen oyente’, que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina” 209. Ante la propuesta del Arcángel, la Virgen responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” 210. La Iglesia desde el día de la institución de la Eucaristía no dejó de cumplir el mandato del Señor: “Haced esto en memoria mía”. Estas palabras nos recuerdan aquellas de la Virgen que nos invitan a obedecer a su Hijo sin titubeos: “Haced lo que Él os diga” 211.
Juan Pablo II comentaba la relación entre ambas expresiones con estas palabras: “Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: ‘no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así pan de vida” 212.
A lo largo de su vida, la Virgen vivió una permanente actitud eucarística, incluso antes de la institución de este sacramento. En primer lugar “por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios” 213.
Con timidez humilde, pero con fe confiada, la Virgen pronuncia su “Sí». La Virgen nos muestra en su “Sí» un corazón generosamente obediente. La morada de un pecho casto se hace de repente templo de Dios. En la “comunión” de María gestante, Jesús vive en Ella día y noche durante nueve meses. Así pues, “María concibió en la encarnación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y de su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor” 214. La Virgen “no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres” 215.
Hemos de seguir las huellas de la fe de María: una fe generosa que se abre a la Palabra de Dios y que acoge la voluntad de Dios. Cada uno de nosotros debe estar pronto a responder así, como Ella, en la fe y en la obediencia, para cooperar, cada uno en la propia esfera de responsabilidad, a la edificación del Reino de Dios.
En este sentido existe una notable analogía entre el “fiat” pronunciado por María en las palabras del ángel y el “amén” que cada fiel pronuncia cuando recibe el Cuerpo del Señor 216. 46. Después de su “fiat”, María sintió que el Verbo se hizo carne en su seno. Llena de Dios se pone en camino para visitar y ayudar a su parienta, Isabel. De esta forma se convierte en el Arca de la nueva Alianza.
Es la primera Custodia que preside la primera procesión del Corpus Christi. Juan Pablo II nos ofrecía un comentario de tinte eucarístico del encuentro de María con Isabel: “Cuando en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en ‘tabernáculo’ –el primer ‘tabernáculo’ de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como ‘irradiando’ su luz a través de los ojos y la voz de María” 217.
Más tarde, María al contemplar embelesada el rostro de su Hijo recién nacido, se convierte en modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística. María durante toda su vida hace suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. En la presentación del niño Jesús en el templo, Simeón y Ana representan a todas las gentes expectantes que salen al encuentro del Salvador. Jesús es reconocido como “luz de las naciones” y “gloria de Israel”, pero también como “signo de contradicción” 218.
Precisamente la espada de dolor predicha a María, su Madre, profetiza otra oblación perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación a todos los pueblos 219. El anciano Simeón se dirige a María con estas palabras: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción... a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. Y a ti misma una espada te atravesará el alma” 220. En estos términos se describe la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo de Dios cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor. María ha de vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre 221. La profecía de Simeón se va cumpliendo y “María vive una especie de ‘Eucaristía anticipada’ se podría decir, una ‘comunión espiritual’ de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como ‘memorial’ de la pasión” 222.
Las palabras de la institución de la Eucaristía “Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros” tienen un eco especial en el corazón de María, pues “aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno!” 223.
En la Eucaristía Jesús se nos da como “Pan de vida” en la comunión. Este momento de la celebración eucarística tuvo en la vida de la Virgen una intensidad especial y única: “Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz” 224.
En la Eucaristía actualizamos el misterio pascual de Cristo.
En el trance fundamental de su vida histórica Jesús pone en evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo. La maternidad espiritual emerge de la definitiva maduración del misterio pascual de Cristo. María es entregada al hombre (Juan) como madre de todos los hombres.
b) La Eucaristía es toda ella un ‘Magnificat’ 47. Este sacramento se llama “Eucaristía porque es acción de gracias a Dios” 225. En el cántico del “Magnificat” María da gracias por las maravillas que Dios ha realizado en ella y en toda la humanidad. En este cántico vertió, como en una ánfora, los secretos de su corazón y las más íntimas efusiones de su alma. El “Magnificat” refleja el interior de María. “La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias... María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de salvación... María canta el ‘cielo nuevo’ y la ‘tierra nueva’ que se anticipan en la Eucaristía ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magnificat!” 226.
En el proceso de nuestra configuración con Cristo hemos de aprender de su Madre, dejándonos acompañar por Ella. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María Eucaristía. “Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente” 227. 48. Basta con leer los Evangelios para percibir que Jesús no se conformó con ser, con sus palabras y con sus obras, el signo vivo del Reino que anunciaba. Es un dato incontestable que reunió en torno a sí a un grupo de discípulos, para que atestiguaran públicamente su llamada universal a la salvación y el Reino de amor que venía a instaurar.
Todavía hoy, cuarenta años después del Concilio Vaticano II, resuenan con fuerza aquellas palabras de Pablo VI: “La Iglesia se sitúa entre Cristo y la humanidad, pero no prendada de sí misma..., no como constituyéndose en su propio fin, sino muy al contrario, constantemente preocupada por ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo; por ser toda de los hombres, entre los hombres, para los hombres, humilde y gloriosa intermediaria, trayendo, conservando y difundiendo desde Cristo a la humanidad la verdad y la gracia de la vida sobrenatural” 228.
La Iglesia existe para la misión.
La Iglesia se siente enviada por el Dios Uno y Trino. En la Eucaristía ofrece al Padre el sacrifico de Cristo, gracias a la invocación del Espíritu. Antes de mostrar la relación entre la Eucaristía y la misión de la Iglesia, quiero recordar algunas dimensiones básicas de la Iglesia como misterio de comunión y de misión.
1) La Iglesia, misterio de comunión 49.
La Iglesia se halla inserta en el designio de Dios Padre de comunicarse a los hombres por Jesucristo en el Espíritu Santo. La reflexión eclesiológica no puede disociar la fuente trinitaria de la Iglesia de su manifestación en la vida de los hombres 229. La Iglesia es como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” 230.
a) La Iglesia es fruto del amor gratuito de Dios
La Iglesia no existe como tal más que en el ‘Abba’ incesante que dirige al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Nacida del amor del Padre, la comunidad eclesial se siente fruto de su amor gratuito. El Padre “estableció convocar a quienes en creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos” 231. Desde la raíz de la iniciativa del Padre, al Hijo pertenece poner en ejecución el plan de salvación de su
Padre. Éste es el motivo de su “misión”. En efecto, “el misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: ‘Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios’ (Mc.1,15; Cfr. Mt.4,17)” 232.
Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inaugura el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo “presente ya en misterio” 233. Ahora bien, la Iglesia no es sólo memoria y fidelidad a los orígenes. Se edifica gracias a la acción del Señor resucitado. 50. El Espíritu Santo influye permanentemente en la marcha de la Iglesia por la historia desde una triple perspectiva.
La tercera Persona divina santifica a la Iglesia. Así nos lo enseña el Concilio: “Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que indeficientemente santificara a la Iglesia” 234. El mismo Espíritu que es fuente de comunión en la relación trinitaria, es también fuente de comunión en la relación eclesial: “el mismo en la Cabeza y en los miembros” 235. Él es, también la novedad creadora de la historia, en la espera activa del Reino escatológico.
En síntesis, se puede afirmar que el Padre origina la Iglesia mediante la misión conjunta del Hijo que la instituye y del Espíritu que la constituye. De modo muy conciso sostiene Tertuliano: “Donde los tres, es decir, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, allí está la Iglesia que es el cuerpo de los tres 236.
En este sentido “La Iglesia es una misteriosa extensión de la Trinidad en el tiempo, que no solamente nos prepara a la vida unitiva, sino que nos hace ya partícipes de ella. Proviene de la Trinidad y está llena de la Trinidad” 237.
b) La Iglesia se reconoce como misterio de comunión 51. El concepto de comunión vertebra la eclesiología del Concilio Vaticano II. Esta noción impregnó durante el primer milenio la conciencia de la Iglesia.
En el Sínodo extraordinario de 1985 se reconoce que “la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio” 238. En su primer artículo la Carta “Communionis notio” afirma: “El concepto de comunión (koinonia), ya puesto de relieve en los textos del Concilio Vaticano II, es muy adecuado para expresar el núcleo profundo del misterio de la Iglesia, y ciertamente, puede ser una clave de lectura para una renovada eclesiología católica” 239.
La teología está prestando una gran atención a esta aportación conciliar. El Secretario especial de la primera Asamblea extraordinaria del Sínodo de Obispos de 1969, escribía: “La innovación del Vaticano II de mayor trascendencia para la eclesiología y para la vida de la Iglesia ha sido el haber centrado la teología del misterio de la Iglesia sobre la noción de comunión” 240. Hace años sostenía también, con toda claridad, el teólogo alemán, Walter Kasper que “Una de las ideas fundamentales de la eclesiología del Concilio, la idea fundamental más bien, es la de ‘comunión’... Los textos conciliares y su eclesiología de comunión en modo alguno están superados. Podría incluso decirse que su recepción no ha hecho más que comenzar” 241.
c) Dimensiones básicas del misterio de la Iglesia como comunión 52.
El Dios cristiano no es soledad, es comunión. El modelo acabado de comunión lo encuentra la Iglesia en el misterio de la Santísima Trinidad 242. El pueblo de Dios está incardinado en el movimiento de autocomunicación y automanifestación de Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo 243. El misterio trinitario de Dios se refleja en tres imágenes eclesiológicas básicas: Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu. Estas tres imágenes son prioritarias, porque expresan el misterio más fundamental y más vital de la Iglesia.
En el pueblo de Dios que vive como Cuerpo de Cristo todos son sujetos de comunión: “Esta comunión comporta una solidaridad espiritual entre los miembros de la Iglesia, en cuanto miembros de un mismo Cuerpo, y tiende a su efectiva unión en la oración, inspirada en todos por un mismo Espíritu, el Espíritu Santo que llena y une toda la Iglesia” 244. Es connatural al ser cristiano actuar corresponsablemente ‘pro sua parte’ en la comunión y misión de la Iglesia. Ésta es comunión en ‘igualdad diferenciada’.
La comunión eclesial tiene una auténtica base sacramental 245. Más concretamente, la comunión eclesial y la Eucaristía son realidades inseparables: “La participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos” 246. En consecuencia, “la expresión paulina: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, significa que la Eucaristía, en la que el Señor nos entrega su Cuerpo y nos transforma en un solo Cuerpo, es el lugar donde permanentemente la Iglesia se expresa en su forma más esencial: presente en todas partes y, sin embargo, sólo una, así como uno es Cristo” 247.
La celebración de la Eucaristía es, en cuanto mesa del Señor compartida, hogar de fraternidad cristiana, fermento de la solidaridad con todos los hombres y fundamento y exigencia que clama por la efectiva comunicación. La Iglesia católica, una y única se constituye en y a base de las Iglesias particulares y subsiste en ellas 248. La Iglesia no se fragmenta en sucursales ni resulta de la organización internacional con entidades administrativas en determinados lugares. La Iglesia no es suma de partes, sino comunión de totalidades. La universalidad de la Iglesia se realiza localmente.
La Iglesia es el Cuerpo de las Iglesias 249. 53.
La comunión eclesial es un regalo de la familia divina. La realidad de la Iglesia-Comunión forma parte integrante del designio divino de salvación. Es el Espíritu vivificador quien realiza la admirable unión dentro de la Iglesia 250.
Con estas palabras precisas se describe esta acción del Espíritu: “Aquel Espíritu que desde la eternidad abraza la única e indivisa Trinidad, aquel Espíritu que ‘en la plenitud de los tiempos’ (Gál.4,4) unió indisolublemente la carne humana al Hijo de Dios, aquel mismo e idéntico Espíritu es, a lo largo de todas las generaciones cristianas, el inagotable manantial del que brota sin cesar la comunión en la Iglesia y de la Iglesia” 251.
La comunión es fruto también de la Palabra y de los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía. No es, por tanto, fundamentalmente el resultado de esfuerzos humanos. Ahora bien, esta comunión tiene un carácter dinámico. Está exigiendo una expansión y una profundización personal y comunitaria. La comunión iniciada como don de Dios reclama la colaboración de cada creyente y de cada comunidad. La comunión se va configurando como comunión ‘orgánica’. Está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios y carismas.
2) La Iglesia, misterio de comunión y de misión 54. Hemos visto cómo la eclesiología de comunión representa el corazón de la doctrina conciliar sobre la Iglesia. Ahora bien, la Iglesia, misterio de comunión, ha nacido para la misión. Comunión y misión son dos dimensiones inseparables del único misterio de la Iglesia. Por su naturaleza, la Iglesia durante su peregrinación en la tierra es misionera, ya que ella misma deriva su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo según el designio de Dios Padre.
La misión, pues, encierra un significado trinitario y teologal. Nace de la caridad del Padre 254, actualiza en cada momento de la historia la misión de Jesús, el Hijo de Dios 255 y se hace posible por el Espíritu Santo 256.
a) La Iglesia existe para la misión 55.
La misión abarca también a la entera existencia de la Iglesia. En este sentido, la misión significa mucho más que una tarea de la Iglesia. Es la expresión misma de su ser. La Iglesia existe para la misión. Pablo VI declaraba con palabras lapidarias que la evangelización representa la vocación propia de la Iglesia: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección” 257.
Los que se sienten discípulos de Jesús, hijos de Dios y hermanos entre sí, son constituidos por la fuerza del Espíritu Santo en comunidad evangelizadora 258. La Iglesia surge de la persona y de la misión evangelizadora de Jesús y es enviada por el Señor Resucitado a evangelizar hasta su segunda venida.
La comunidad Apostólica continúa la presencia y la acción salvadora de Jesús de Nazaret muerto y resucitado. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se pone de manifiesto el dinamismo misionero de las primeras comunidades cristianas.
El envío de Cristo ‘hasta los confines del mundo’ sigue siendo tan actual como en la era Apostólica. Juan Pablo II asumía muy en primera persona aquel grito del Apóstol: “¿Ay de mí si no predicara el Evangelio!” 259.
El testimonio apostólico se apoya en cuatro aspectos que no se han difuminado con el paso del tiempo. Una certeza: la de Cristo resucitado que sigue estando vivo, “exaltado por la diestra de Dios”; un envío: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” 261; una seguridad: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” 262 ; y una fuerza interior: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo” 263.
b) El centro del mensaje es la salvación en Jesucristo 56. La única misión de la Iglesia y su carácter progresivo la describe el Apóstol con estas palabras: “Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo” 264. En la oración sacerdotal Jesús manifiesta el contenido esencial de la evangelización: “Padre, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” 265.
La evangelización explicita el amor gratuito y universal de Dios comunicado en la persona de Jesucristo por la acción del Espíritu Santo. Lo nuclear del mensaje evangelizador es la salvación en Jesucristo. En consecuencia, “No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios” 266. Él nos hace presente la cercanía de Dios, su misericordia entrañable, nos da la filiación divina y nos promete la vida que no tiene fin.
El mensaje cristiano afecta a todo el hombre y a todos los hombres. La tarea evangelizadora “es única e idéntica en todas partes y en toda situación, si bien no se ejerce del mismo modo según las circunstancias 267
Los inmensos horizontes geográficos de la misión no deben ocultar los nuevos espacios humanos que marcan las mentalidades y las opciones de nuestros contemporáneos: “Existen otros muchos areópagos del mundo moderno (además del de la comunicación) hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los del niño; la salvaguardia de la creación... Hay que recordar, además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales…” 268.
La misión de la Iglesia es única, pero se realiza en tareas diversas. Esto da a la evangelización una gran riqueza de formas y de cauces. 57. El anuncio del Evangelio incumbe a todo cristiano consciente de su vocación de bautizado.
La Iglesia entera es la que ha recibido de Cristo el mandato de ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio. A todo el pueblo de Dios incumbe este mandato 269. Por tanto, “no se da, por ende, miembro alguno que no tenga parte en la misión de Cristo” 270. Por consiguiente, “no hay lugar para el ocio: tanto es el trabajo que a todos espera en la viña del Señor” 271.
Evangelizar es un acto ‘eclesial’ que ha de realizarse en comunión con la Iglesia y en nombre de ella 272. Ahora bien, la Iglesia universal se hace presente en cada una de las Iglesias particulares con todos sus elementos constitutivos.
La Iglesia universal se manifiesta como ‘Cuerpo de Iglesias’ 273. 3)
El Espíritu Santo, protagonista de la misión 58. Sin el Espíritu Santo ni se realiza ni se produce su efecto en nosotros la salvación que Cristo nos ha traído 274. El don del Espíritu Santo es el don constante; es expresión de la perennidad de la acción salvadora de Dios cumplida de una vez para siempre en Cristo, pero que el Espíritu Santo constantemente universaliza, actualiza e interioriza 275.
a) El Espíritu Santo, principio vital de la Iglesia
La Iglesia es de algún modo el lugar ‘natural’ del Espíritu, como lo fue la humanidad de Jesús en el tiempo de su vida mortal. San Ireneo formula así esta CARTA PASTORAL DEL SR. OBISPO ABRIL • 545 realidad: “Donde está la Iglesia allá está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia y toda gracia, pues el Espíritu es la verdad” 276.
Más tarde, San Juan Crisóstomo sostiene con toda claridad que “si el Espíritu Santo no estuviera presente no existiría la Iglesia; si existe la Iglesia, esto es un signo abierto de la presencia del Espíritu” 277.
El Espíritu santifica constantemente a la Iglesia, mora en ella, la introduce en la plenitud de la verdad, la unifica y la dirige, la enriquece con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la lleva a la perfección 278. Constituye como el principio vital de la Iglesia, su alma 279.
En el Cenáculo, la víspera de su pasión, Jesús promete a sus discípulos el envío del Espíritu Santo 280. Dios cumple siempre sus promesas. El día de Pentecostés fue enviado el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre la primera comunidad de los discípulos del Señor que en el Cenáculo “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu”, en compañía de María, la madre de Jesús 281.
En el relato de este acontecimiento se recogen tres elementos externos: el ruido del viento, las lenguas de fuego y el carisma del lenguaje. Todos ellos indican no sólo la presencia del Espíritu Santo, sino también su particular venida sobre los presentes, su donarse que provoca en ellos una verdadera transformación 282. Pentecostés supuso una efusión de vida divina. Junto con la Pascua, Pentecostés constituye el coronamiento de la economía salvífica de la Trinidad divina en las historia humana. En el evento de Pentecostés se revela al mundo la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios. La relación entre el Espíritu Santo y la Iglesia no es de tipo externo, sino de carácter profundo y vital: “A la Iglesia, de hecho, le ha sido confiado el Don de Dios, como soplo a la criatura formada, a fin de que todos los miembros, participando en él, sean vivificados; y en ella ha sido depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, prenda de incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escalera de nuestra subida a Dios” 283.
El decreto conciliar “Ad gentes” destaca la relación de la tercera Persona divina con la misión de la Iglesia. El decreto recuerda que “el Señor Jesús, antes de dar voluntariamente su vida para salvar el mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo, que ambos están asociados en la realización de la obra de la salvación en todas partes y para siempre” 284.
La misión de la Iglesia no es sólo fruto de la obediencia al ‘mandato de Cristo’, sino que se hace presente en todos los pueblos y naciones impulsada “por la caridad y gracia del Espíritu Santo” 285. Además, la presencia y acción del Espíritu es imprescindible para que la palabra de la predicación sea acogida por las personas en sus corazones 286.
b) El Espíritu Santo, agente principal de la evangelización 59.
Pablo VI en la exhortación Apostólica “Evangelii nuntiandi” (1975) dedica todo el número 75 para mostrar la relación entre la tercera Persona divina y la evangelización. Comienza sentando este principio básico: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” 287. A continuación describe a grandes trazos la presencia activa del Espíritu en la vida pública de Jesús de Nazaret.
El mismo Espíritu, después de Pentecostés influye tan decisivamente en la vida de los Apóstoles que sin Él no sería posible la gran obra de la evangelización. Más todavía, “el Espíritu que hace hablar a Pedro, a Pablo y a los Doce, inspirando las palabras que ellos deben pronunciar, desciende también ‘sobre los que escuchan la Palabra”288. Por ello, “gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece” 289. Él anima desde dentro toda la actividad Apostólica de la Iglesia. Él actúa en cada evangelizador. Es necesario recordar que las habilidades personales, los medios técnicos y los recursos humanos no suplen la acción del Espíritu Santo que es quien alza los corazones a la gracia, mantiene la comunión eclesial y alienta la vida evangélica. El evangelizador que es dócil a la acción del Espíritu Santo vive con ilusión, alegría y esperanza.
Pablo VI, después de resaltar la bondad de las técnicas de la evangelización, señala con toda claridad que “ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor” 290. Sin temor alguno puede “decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización” 291. 60.
Todo lo dicho muestra que, cuando la Encíclica “Redemptoris missio” (1990) de Juan Pablo II trata del Espíritu como protagonista de la misión, está siguiendo las huellas de la viva Tradición de la Iglesia. Mientras que la “Evangelii nuntiandi” habla del Espíritu como “agente principal”, la Encíclica “Dominum et vivificante” (1986) lo presenta como “protagonista transcendente de esta obra salvífica” 292, de aquí pasó este título al capítulo tercero de la “Redemptoris missio”. Juan Pablo II no duda en afirmar que “el Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda misión eclesial” 293. Mediante la acción del Espíritu, el Evangelio va tomando cuerpo en las conciencias y en los corazones de las personas y se va difundiendo en la historia.
En toda actividad eclesial está presente el Espíritu que da la vida. Después de Pascua, “los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés” 294. El Espíritu les capacita para ser testigos de Jesús con toda libertad. Tras el primer anuncio de Pedro y las conversiones consiguientes, se forma la primera comunidad 295.
Es el Espíritu el que hace misionera a toda la Iglesia. Las primeras comunidades eran dinámicamente abiertas y misioneras. En ellas se cumple este principio tan saludable: “Aun antes de ser acción, la misión es testimonio e irradiación” 296. El Espíritu está presente y operante en todo tiempo y lugar. Es verdad que el Espíritu se manifiesta de manera especial en la Iglesia, sin embargo su presencia y acción no quedan circunscritas de modo exclusivo al ámbito eclesial.
El Concilio Vaticano II recalcó esta realidad. Enseña que el Espíritu actúa en el corazón del hombre, mediante las “semillas de la Palabra”, “incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios” 297.
El Espíritu actúa realmente en la sociedad, la historia, en las culturas y en las religiones. Él que “sopla donde quiere” 298 nos invita a considerar su acción presente en todo tiempo y lugar. Como Iglesia particular, nuestra Diócesis ha de prestar atención a la presencia y a la voz del Espíritu. Ha de afrontar las tareas evangelizadoras, confiando plenamente en el Espíritu “¡Él es el protagonista de la misión!” 299.
4) La Eucaristía, un eficaz descendimiento del Espíritu Santo 61.
Hay que reconocer que en la liturgia es toda la Santísima Trinidad la que actúa: El Hijo encarnado es el centro viviente, el Padre es el origen primero y el fin último y el Espíritu Santo es el que hace presente a Cristo en el hoy de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica de la Iglesia Católica destaca el papel activo del Espíritu como pedagogo, preparador, memoria, animador y actualizador del misterio de Cristo en la celebración litúrgica 300.
a) La presencia activa del Espíritu Santo en la Liturgia La Liturgia es llamada ‘el sacramento del Espíritu’, porque, como en el día de Pentecostés, llena de sí mismo las acciones litúrgicas. Más todavía, “la gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre” 301.
Por la presencia del Espíritu en la liturgia los misterios de la vida de Cristo llegan a ser para el creyente actuales y eficaces. El Espíritu Santo operante en el tiempo de la Iglesia es el que hace a Cristo nuevamente vivo en medio de los suyos.
La Palabra de Dios, proclamada y escuchada en la liturgia, posee una particular vitalidad y una eficacia real. En síntesis se puede decir que “la finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo” 302. Los Padres de la Iglesia pusieron de manifiesto la presencia activa del Espíritu Santo en la vida sacramental de la Iglesia. “Nuestros misterios, sostiene San Juan Crisóstomo, no son acciones teatrales: aquí todo está regulado por el Espíritu” 303. San Cirilo de Jerusalén enseña que el Espíritu “transforma siempre lo que toca” 304. “Sólo en la Iglesia, afirma San Isidoro de Sevilla, se celebran fructuosamente los sacramentos; de hecho, es el Espíritu Santo el que habita en ella y opera secretamente el efecto” 305.
b) El Espíritu Santo y la Eucaristía 62.
Bien sabemos que en la Eucaristía “se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua” 306. Dada la riqueza de la Eucaristía, es evidente que la acción del Espíritu en ella es muy destacada. De algún modo se puede afirmar que la presencia del Espíritu en la Eucaristía hace que la celebración de este sacramento sea un Pentecostés, un eficaz descendimiento del Espíritu. Juan Pablo II nos recordaba cómo la Iglesia pide la presencia del Espíritu en la celebración eucarística: “La Iglesia pide este don divino (el Espíritu Santo), raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística.
Se lee, por ejemplo, en la ‘Divina Liturgia’ de San Juan Crisóstomo: ‘Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre nosotros y sobre estos dones…para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo para cuantos participan de ellos’.
Y, en el Misal Romano, el celebrante implora que: ‘Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu’. Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como ‘sello’ en el sacramento de la Confirmación” 307. El mismo Espíritu que obró la encarnación del Hijo de Dios es el que realiza ahora el misterio eucarístico. El sacerdote, imponiendo las manos sobre el pan y el vino, pronuncia la epíclesis anteconsecratoria: “Te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos preparado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo” 308.
En la epíclesis de después de la consagración se invoca la acción del Espíritu sobre la comunidad que va a participar en la comunión. Se pide a Dios que, por medio de su Espíritu, conceda a la comunidad, que está celebrando el memorial de la pascua de Cristo y que va a participar de su donación sacramental, los frutos del sacramento: el amor, la vida, la unidad.
Como en Pentecostés el Espíritu llenó de vitalidad a la Iglesia naciente, ahora, al celebrar la Eucaristía, la comunidad desea ser transformada en el Cuerpo de Cristo: “Danos tu Espíritu de amor a los que participamos en esta comida, para que vivamos cada día más unidos en la Iglesia” 309. 5) La Eucaristía, fuente y cumbre de la misión de la Iglesia 63.
La Eucaristía es generadora de Iglesia, que brota y nace cada día del misterio eucarístico. Es en la Eucaristía donde una multitud de personas se hace Cuerpo de Cristo 310. En virtud de esta misteriosa interacción es el Cuerpo único el que se va construyendo en las condiciones de la vida presente, hasta alcanzar la perfección definitiva al final de los tiempos. No existe auténtica celebración y adoración de la Eucaristía que no conduzca a la misión. De hecho, “la Eucaristía es fuente de misión” 311. A su vez, la misión presupone otro rasgo eucarístico esencial, la unión de los corazones. Toda la tarea evangelizadora de la Iglesia nace y tiende a la Eucaristía: “Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo” 312.
El Santo Padre, Benedicto XVI, nos recuerda el perfil evangelizador de la Eucaristía. He aquí sus palabras: “La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando por nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre.
De la comunión plena con él brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso del anuncio y de testimonio del Evangelio y el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños”
a) Fundamento eucarístico de la misión 64. De la Iglesia como comunión a la misión de la Iglesia, gracias al misterio de la Eucaristía, porque “la liturgia en la que se realiza el misterio de la salvación se termina con el envío de los fieles (‘missio’) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana” 314. Mediante la participación activa en la Eucaristía, nos alimentamos de la savia de la Vid verdadera que es Cristo. Unidos especialmente a la Vid, los sarmientos son llamados a dar fruto 315.
Durante el encuentro del Señor resucitado con los discípulos de Emaús, el Señor les explica el acontecimiento de su muerte y resurrección y, ‘al partir el pan’ le reconocen. Entonces se sienten impulsados a volver a Jerusalén para anunciar a los Once la noticia: “Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ‘¡Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’. Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían reconocido en el partir el pan” 316.
Esto pone de manifiesto, al menos en parte, que a la Eucaristía se le llame también, con razón, la “Misa”. Juan Pablo II hablaba de la “Misa a la misión” 317. El discípulo de Cristo se siente deudor para con los hermanos de todo lo que ha recibido en la celebración de la Eucaristía. Todo aquél que, en la Santa Misa, ha reconocido la presencia del Señor, se siente urgido a transmitir a los demás el Evangelio. El creyente escucha dentro de sí el mandato del Señor: “Id y anunciad a mis hermanos” 318. 65.
Terminada la celebración eucarística, el fiel cristiano vuelve a su ambiente habitual con el compromiso de hacer de toda su vida un don, un sacrificio espiritual agradable a Dios 319. La Asamblea se dispersa para cumplir una misión o tarea y no precisamente por cuenta propia o en solitario, sino por encargo de Cristo en solidaridad eclesial y con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La misma oración después de la comunión insiste normalmente en la responsabilidad y en el compromiso que brota de la Santa Misa. Es imposible que la Eucaristía alimente la fe y no lleve a comunicarla; convierta el corazón y no mueva a predicar la conversión; realice la unidad y no impulse a superar las divisiones de la vida.
Al recordar con palabras solemnes la institución de la Eucaristía, San Pablo nos advierte: “Siempre que coméis de este pan y bebéis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga” 320. En estos términos el Apóstol refiere la dinámica misionera de la Eucaristía.
Después de la consagración el sacerdote proclama ante los fieles: “Éste es el Sacramento de nuestra fe”. El pueblo fiel responde: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. La comunidad creyente es convocada para celebrar y proclamar ante el mundo la Pascua del Señor. En su vida pública Jesús asoció pronto a los Doce y a los setenta y dos a su misión 321. Resucitado de entre los muertos, los envió para que hicieran discípulos de todas las gentes 322.
Antes de su Ascensión a la derecha del Padre, les comunicó: “Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” 323. Con el Cuerpo y la Sangre del Resucitado, los que participan en el banquete eucarístico, reciben el Espíritu Santo que los capacita para el testimonio público. La Asamblea eucarística es misionera, ya que actualiza el dinamismo profundo de la comunión. Esta comunión hace posible que el mundo crea y reconozca a Jesús como enviado del Padre. Así lo expresa Jesús en el Cenáculo en la oración al Padre, impetrando para sus discípulos el don de la unidad: “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado…” 324.
Desde esta perspectiva, la comunión es fuente y meta de la misión. Por otra parte, la celebración eucarística es proclamación pública de la muerte y resurrección del Señor hasta su venida gloriosa. Los fieles cristianos reunidos en Asamblea anuncian su fe, esperanza y determinación de vivir en el amor.
Dios se reveló como amor y la comunidad eucarística da a conocer esta buena nueva: “Dios es amor…El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados” 325. Los cristianos, reunidos en torno al altar del sacrificio donde se consuma el amor hasta el extremo, celebran e invitan a todos al banquete del amor, a comulgar con el cuerpo y la sangre del Primogénito de la nueva creación. 66.
La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Imprime a la Iglesia una tensión escatológica.
El pan y el vino eucarísticos están transidos del poder de la resurrección que empieza a obrar ya en nosotros: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día…el que coma de este pan vivirá para siempre” 326. A su vez, la Eucaristía es alimento del Pueblo peregrino327. Es fuente de esperanza activa y comprometida con la historia concreta.
El Concilio Vaticano II, tras indicar que la actividad humana encuentra su perfección en el misterio pascual y que es preciso entregarse al servicio temporal de los hombres, concluye: “El Señor dejó a los suyos una prenda de esta esperanza y un alimento para el camino en aquel sacramento de la fe, en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en su cuerpo y sangre gloriosos en la cena de la comunión fraterna y la pregustación del banquete celestial” 328.
La comunidad cristiana se reúne para celebrar la Eucaristía y así poder recorrer la historia con Cristo en su paso hacia el Padre. La Eucaristía es fuente de reconciliación y nos da fuerza para ir en busca de los ausentes.
b) La Eucaristía, fuente de renovación de la misión 67. De la Eucaristía nace el deber de cada cristiano de cooperar al crecimiento del Cuerpo de Cristo, para llevarlo cuanto antes a la plenitud 329. En efecto, “mediante la Eucaristía la Iglesia vive y crece continuamente” 330. De la fuente eucarística debe brotar un renovado compromiso por la misión eclesial.
La Eucaristía es un verdadero lugar de renovación en la misión de la Iglesia por varias razones. La Eucaristía influye positivamente en los fieles que participan en ella. El sujeto de la celebración de la Eucaristía es la persona iniciada en la vida de Cristo y de la Iglesia a través de los sacramentos.
El Concilio Vaticano II nos describe cómo cada fiel va ejercitando el sacerdocio común en la vivencia de los sacramentos 331. El bautismo incorpora los fieles a la Iglesia y “quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia” 332.
El sacerdocio común no es, pues, solamente espiritual, sino comunitario y público. La confirmación fortalece el lazo de unión con la Iglesia; el confirmando recibe de un modo especial el don del Espíritu Santo para dar testimonio de Cristo en el mundo y el confirmado se convierte en un cristiano adulto capaz de defender y de proteger la fe. Quien, desde esta realidad de confirmado en la fe, participa en la Eucaristía no puede menos de renovar la misión que ya ha recibido al ser iniciado y que expresa y celebra permanentemente en la cena del Señor.
La Eucaristía es la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana 333. Esta vida brota del altar y a él vuelve como a su punto más alto. La Eucaristía es centro y culmen de la evangelización, porque es centro del Evangelio, de la Iglesia, de la vida cristiana y de la misión.
En este sentido, la Santa Misa se constituye como el espacio de revisión y renovación de la misión, en momento oportuno para una auténtica toma de conciencia sobre el derecho y el deber de participar en las tareas de edificación de la Iglesia en el mundo 334. 68.
La Eucaristía es también causa de renovación de la misión, porque en ella se celebra el misterio del cual arranca y en el que se funda la misión de la misma Iglesia. En efecto, el nuevo Pueblo de Dios y los sacramentos nacen del Misterio Pascual: muerte y resurrección, ascensión y envío del Espíritu. En este momento es cuando el Señor Jesús transmite el Espíritu y la misión, el poder de perdonar y bautizar, la encomienda de predicar el Evangelio y de ser sus testigos “hasta los confines de la tierra” 335.
La actualización del Misterio Pascual en la Eucaristía conlleva el compromiso por la misión que arranca de la Pascua. “La Eucaristía, en efecto, es el centro propulsor de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, un poco como el corazón en el cuerpo humano.
Las comunidades cristianas, sin la celebración eucarística, en la que se alimentan en la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su naturaleza auténtica: sólo al ser ‘eucarísticas’ pueden transmitir al propio Cristo a los hombres, y no sólo ideas o valores, todo lo nobles e importantes que se quiera.
La Eucaristía ha forjado insignes apóstoles misioneros, en todo estado de vida: obispos, sacerdotes, religiosos, laicos; santos de vida activa y contemplativa” 336 Desde esta perspectiva, la Eucaristía representa la llamada, el memorial de la misión pascual de Cristo en su visibilidad histórica.
La comunidad que celebra conscientemente la Eucaristía, se sitúa de cara a las exigencias e implicaciones de la Alianza nueva y definitiva. La Eucaristía rejuvenece incesantemente a la Iglesia. Por este motivo es causa de renovación de la misión de todo el Pueblo de Dios. La Eucaristía exige la evangelización y es a la vez evangelizadora. La Asamblea eucarística es epifanía de la Iglesia, ya que es “el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente” 337. La Eucaristía, como todo sacramento, se estructura sobre una articulación de palabra y signo, anuncio y gesto, verbo y acción.
En la Eucaristía culminan la evangelización, la catequesis, el ministerio sacerdotal y la caridad. Pero, al mismo tiempo, de la Eucaristía dimanan la nueva fuerza y el nuevo compromiso de la comunidad entera y de cada fiel concreto para seguir realizando con empeño y audacia la misión recibida y celebrada 338.
Se trata, por tanto, de una evangelización que encierra tres momentos integrantes: implica una preparación antecedente del presbítero, los servicios y ministerios, la comunidad entera, incluye, además, una verdadera mistagogía eucarística en el desarrollo y realización elocuente de las palabras y signos y, por último, un compromiso consecuente para la vida ordinaria.
La realización del triple ministerio profético, sacerdotal y real dentro de la Eucaristía es para la Iglesia como memorial permanente de los objetivos de su misión: suscitar la fe por la Palabra, compartir la vida por la caridad, dar gracias y animar la esperanza por el culto. Estoy firmemente persuadido de que, si nuestra diócesis de Ourense celebra y vive el misterio eucarístico en sus dimensiones fundamentales, responderá adecuadamente a la llamada urgente que supone la Nueva Evangelización 339.
IV LOS CRISTIANOS, TESTIGOS DEL AMOR EN ELMUNDO 69.
Juan Pablo II señalaba que “el Obispo es el primero que, en su camino espiritual, tiene el cometido de ser promotor y animador de una espiritualidad de comunión, esforzándose incansablemente para que ésta sea uno de los principios educativos de fondo en todos los ámbitos en que se modela al hombre y al cristiano” 340. Todo el ministerio episcopal debe estar animado por la espiritualidad de comunión. Como sucesor de los apóstoles tengo el deber de promover y animar las diversas tareas diocesanas con una auténtica espiritualidad de comunión. En este sentido, las instituciones eclesiales han de actuar impregnadas por la comunión.
Soy consciente de que “la comunión se manifiesta siempre en la misión, que es su fruto y consecuencia lógica” 341. En el capítulo precedente he mostrado cómo la comunión es la forma de existencia, de vida y de misión de la Iglesia. El ser cristiano está radicalmente modelado por la fraternidad y la comunión.
El Concilio Vaticano II “insiste en la comunión, convirtiéndola en su idea inspiradora y en el eje central de todos sus documentos” 342. La comunión encarna y manifiesta la entraña misma del misterio de la Iglesia. La fidelidad al designio divino y el anhelo de responder a la profunda esperanza del mundo nos impelen en este comienzo de milenio a llevar a cabo un gran desafío: “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” 343.
Antes de exponer algunas consecuencias concretas que derivan de la espiritualidad de comunión, intentaré mostrar sus rasgos esenciales.
1) Rasgos esenciales de la espiritualidad de comunión 70. La espiritualidad de comunión está enraizada en el misterio de la Santísima Trinidad. De esta forma “la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” 344. La Iglesia procede del misterio trinitario. El designio salvífico universal del Padre, la misión del Hijo y la obra santificadora del Espíritu fundan la Iglesia como misterio de comunión 345. La espiritualidad de comunión significa también “capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico” 346. Existe fraternidad porque Jesús, el Hijo, nos hace partícipes de la filiación divina y de la comunión con el Padre.
La condición filial del Primogénito se va ensanchando en una multitud de hermanos suyos e hijos del Padre. Dios nos llama a “reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera el primogénito entre muchos hermanos” 347.
Jesucristo es la piedra angular sobre la que se levanta el templo de Dios en el Espíritu 348. Él es también la Cabeza del cuerpo de la Iglesia 349. La puerta de entrada a la fraternidad eclesial es el bautismo, por el cual somos hijos de Dios. Un nuevo nacimiento nos introduce en el seno de una nueva familia. El cristiano es en realidad ‘co-cristiano’. Invocamos a nuestro Dios como ‘nuestro Padre’. La oración cristiana por excelencia expresa y ahonda la relación con Dios como Padre y la relación fraternal con sus hijos.
En el seno de la Iglesia no tienen sentido las barreras que impiden la existencia fraterna: “Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” 350.
San Pedro exhortaba a los primeros cristianos con estas palabras: “Amad a los hermanos” 351. La comunión, pues, “es saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cfr.Gál.6,2) y rechazando las tentaciones egoístas” 352.
La Iglesia es en Cristo un cuerpo de hermanos que se alimenta y crece participando en el mismo Cuerpo eucarístico del Señor. El sacramento de la Eucaristía es fuente y expresión permanente de la fraternidad cristiana. Al recibir la Eucaristía, el cristiano no comulga solamente con Cristo; por Cristo recibe también a sus hermanos cristianos. La espiritualidad de comunión es como un principio educativo donde día a día se va formando la persona humana y el cristiano. Se extiende, por tanto, a todas las personas y actividades eclesiales. Esta espiritualidad ha de estar presente en los distintos espacios eclesiales. El entramado de la vida de cada Iglesia debe ser informado por la comunión 353.
Además, nos advertía Juan Pablo II que “no nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” 354. El capítulo cuarto de la exhortación Apostólica “Novo Millennio Ineunte” lleva por título: “Testigos del amor”. Siguiendo de cerca su contenido, deseo exponer sintéticamente los aspectos básicos que configuran la espiritualidad de comunión. Cada uno de estos aspectos se relaciona estrechamente con el misterio eucarístico.
2) Variedad de vocaciones 71. La Iglesia es una comunión orgánica, análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En consecuencia, “está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades” 355.
Desde esta perspectiva cada fiel cristiano se encuentra en relación con todo el Cuerpo místico de Cristo y le brinda su propia colaboración. La comunidad cristiana ha de acoger todos los dones del Espíritu. En efecto, “la unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades” 356.
Es el único e idéntico Espíritu el principio dinámico de la variedad y de la unidad en la Iglesia y de la Iglesia. Los diversos ministerios y carismas son para la edificación de la Iglesia y para el cumplimiento de su misión salvadora en el mundo. “Servir al Evangelio de la esperanza mediante una caridad que evangeliza es un compromiso y una responsabilidad de todos” 357.
Para llevar a cabo la nueva evangelización es imprescindible seguir despertando el sentido de la corresponsabilidad de todos los bautizados. El momento actual nos está urgiendo un generoso esfuerzo en la promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida de especial consagración. “No se puede pasar por alto la preocupante escasez de seminaristas y de aspirantes a la vida religiosa, sobre todo en Europa occidental” 358. Es necesario pedir insistentemente al Dueño de la mies que mande operarios a su mies 359. ´
La pastoral vocacional adquiere entre nosotros una dimensión dramática “debido al contexto social cambiante y al enfriamiento religioso causado por el consumismo y el secularismo” 360. Como dije en la Carta “Un Seminario para la Nueva Evangelización”: “En este trabajo pastoral, marcado por esta urgencia eclesial, hemos de trabajar con ilusión, unidos todos como la familia del Señor” 361.
Si existe una respuesta positiva por parte de todos, será posible llevar a cabo una pastoral amplia y capilar que se haga presente en las familias, en las parroquias y en los centros educativos. Es imprescindible llevar el anuncio vocacional al terreno de la pastoral ordinaria.
a) El ministerio ordenado 72.
Entre los diversos ministerios que existen en la comunidad eclesial, hay uno que posee una característica especial: el ministerio ordenado. Los ministros ordenados reciben de Cristo Resucitado el carisma del Espíritu Santo, mediante el sacramento del Orden. De esta forma reciben la autoridad y el poder sagrado para servir a la Iglesia, personificando a Cristo Cabeza y para congregarla en el Espíritu Santo por medio del anuncio del Evangelio y de la celebración de los sacramentos 362.
En el ejercicio de su ministerio están “llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado” 363.
Considero que “el ejercicio del sagrado ministerio encuentra hoy muchas dificultades, bien debidas a la cultura imperante, bien debido por la disminución numérica de los presbíteros, con el aumento de la carga pastoral y de cansancio que esto puede comportar. Por eso son más dignos aún de estima, gratitud y cercanía los sacerdotes que viven con admirable dedicación y fidelidad el ministerio que se les ha confiado” 364. Los ministros ordenados son ante todo una gracia para la Iglesia entera. El sacerdocio ministerial está esencialmente finalizado al sacerdocio común de todos los bautizados y a éste ordenado 365.
b) La vida consagrada 73.
La vida consagrada no es fruto de la voluntad humana. Al contrario, “enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu” 366. A lo largo de la historia nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada divina, eligieron libremente un camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a él con corazón ‘indiviso’ 367.
La vida consagrada es, pues, “una planta de muchas ramas, que hunde sus raíces en el Evangelio y produce copiosos frutos en toda estación de la Iglesia” 368. El bautismo es la tierra fértil de donde brotan ulteriores compromisos y consagraciones. Como se ha dicho más arriba, es el Espíritu el que establece la igual dignidad básica, pero también la pluriformidad de vocaciones, carismas y consagraciones 369. La consagración, como signo de las realidades definitivas, se convierte en profecía y en testimonio sobre todo por los desafíos lanzados por la vida consagrada al hedonismo, al materialismo y a la libertad exacerbada 370.
La práctica de la pobreza, castidad y obediencia va configurando a la persona consagrada con el Señor Jesús. Hay que reconocer que una Iglesia particular sin personas de vida consagrada, se encontraría fuertemente debilitada.
Toda familia de vida consagrada recibe sentido en cuanto edifica el Cuerpo de Cristo en la unidad de sus diversas funciones y actividades. La Iglesia particular constituye el espacio histórico en el que una vocación se expresa en la realidad y en el que se efectúa su comportamiento apostólico. La solicitud para con las personas de vida consagrada forma parte esencial de mi ministerio episcopal.
En efecto, “el Obispo ha de estimar y promover la vocación y misión específicas de la vida consagrada, que pertenece estable y firmemente a la vida y a la santidad de la Iglesia” 371.
c) La vocación específica de los fieles cristianos laicos 74.
La riqueza de la vida nueva recibida en el Bautismo incluye, además del ministerio ordenado y de la vida consagrada, la vocación propia de los laicos. “Éstos, en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo, cada uno en su propia medida” 372. La aportación de los laicos a la misión eclesial es irrenunciable.
Los pastores deben, por tanto, reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su base sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de ellos, en el Matrimonio. Además, por medio de los fieles laicos, el Pueblo de Dios se hace presente en los más variados sectores del mundo.
Es verdad que toda la Iglesia tiene una auténtica dimensión secular, inherente a su naturaleza y a su misión, que hunde sus raíces en el misterio del Verbo Encarnado. La Iglesia vive en el mundo, aunque no es del mundo 373. Es enviada a continuar la obra salvadora de Cristo, la cual “al mismo tiempo que mira de suyo a la salvación de los hombres, abarca también la restauración de todo el orden temporal” 374.
Ahora bien, “el carácter secular es propio y peculiar de los laicos”. A ellos “corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” 375. Los fieles laicos son llamados por Dios para contribuir desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del complejo y dilatado mundo de la realidad social, de la política, de la familia, de la cultura, de la educación y del trabajo.
A los fieles laicos compete de modo especial la animación cristiana de las realidades temporales 376. Es de gran importancia para la comunión la tarea de promover y favorecer el fenómeno asociativo laical que en la vida actual de la Iglesia se está caracterizando por una particular variedad y vivacidad 377.
La razón profunda que justifica y exige la asociación de los fieles laicos es de orden teológico. Así lo reconoce el Concilio Vaticano II, cuando contempla el apostolado asociado como un “signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo” 378. La libertad de asociación de los fieles laicos en la Iglesia es un verdadero y propio derecho. Se trata de una libertad reconocida y garantizada por la autoridad eclesiástica y que debe ejercerse siempre en la comunión de la Iglesia 379. 75.
Un campo de ejercicio del sacerdocio común es el matrimonio y la familia. La unión sacramental del esposo y la esposa participa en la alianza de Dios con la humanidad a través de la sangre de Cristo. En la visión cristiana del matrimonio, la relación entre un hombre y una mujer (unidad e indisolubilidad) responde al plan original de Dios.
Cristo eleva el matrimonio a la dignidad de sacramento y así es signo del amor esponsal de Cristo a su Iglesia 380. La pastoral familiar adquiere hoy día una urgencia especial, ya que “se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental” 381.
Tratándose de una realidad tan básica, la Iglesia no puede ceder a las presiones de una cultura que contradice abiertamente la visión cristiana del matrimonio. Nunca se ponderará demasiado la trascendencia de la familia tanto para la sociedad como para la Iglesia.
La familia cristiana es, además, célula de la Iglesia, una Iglesia en pequeño. El hogar, comunidad de vida y amor, es el ámbito en que la vida se transmite, los hijos son esperados y no temidos y son acogidos como regalo de Dios. En la familia, escuela del más rico humanismo, se fragua la persona y el cristiano, ya que no basta el engendramiento sin los desvelos, la compañía, el amor, la educación, la siembra de las virtudes y los valores humanos y cristianos.
Los padres de familia han recibido el encargo inestimable de ser los primeros transmisores de la fe cristiana a los hijos. Desde el seno de un hogar cristiano, los hijos acuden a la parroquia que es familia y fermento de una vida nueva en Cristo.
Conviene tener presente, además, “que es en la familia donde nacen las vocaciones al sacerdocio y de donde parten aquellos que, en nombre de Jesucristo, están llamados a servir desde su ministerio sacerdotal a toda la comunidad eclesial” 382.
En la pastoral vocacional tiene una responsabilidad muy especial la familia cristiana que, en virtud del sacramento del matrimonio, participa en la misión educativa de la Iglesia 383. En la Iglesia, misterio de comunión, es también comunión en las vocaciones y servicios diferentes y complementarios.
El sujeto de la celebración eucarística es la Iglesia. Toda la comunidad reunida es sujeto activo de la ofrenda a Dios; los fieles, que han acudido a la celebración, se unen al ministro ordenado y concurren con él en la oblación de la Eucaristía 384.
El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial están recíprocamente referidos por diversos motivos: porque participan del único sacerdocio de Cristo, porque ambas modalidades pertenecen al mismo Pueblo sacerdotal y porque están al servicio de la misión que la Iglesia ha recibido de su Señor.
Las necesarias distinciones no deben oscurecer la unidad fundamental de la Iglesia y de todos sus miembros. Por el contrario, no se puede obnubilar la específica participación de ministros y comunidad nivelando todo y confundiendo todo en una vaga generalización. Esta participación real de la comunidad cristiana en el santo Sacrificio de la Misa tiene su expresión celebrativa y debe tener su repercusión espiritual.
En consecuencia, los cristianos, ministros y comunidad entera, han de tener los mismos sentimientos de Cristo y reproducir en su interior las mismas actitudes que tenía cuando ofrecía el sacrificio de sí mismo al Padre por la salvación de todos. La Eucaristía es vínculo de comunión entre todas las vocaciones de la Iglesia. 3) Eucaristía y movimiento ecuménico. Al ser la Eucaristía signo eficaz de la comunión eclesial no se puede pasar por alto las implicaciones ecuménicas de este sacramento 385.
La Eucaristía contiene el fundamento mismo del ser y de la unidad de la Iglesia: el Cuerpo de Cristo ofrecido en sacrificio y dado a los fieles como Pan de vida. La verdad del Cuerpo eucarístico del Señor produce, a la vez que significa, la unidad de todos los comensales del banquete eucarístico. Lo que une a los fieles en la celebración eucarística es la realidad objetiva del Cuerpo del Señor. Con otras palabras, la unidad que Cristo ha querido para su Iglesia sólo se edifica sobre la base de la presencia real sustancial del Señor resucitado en la Eucaristía.
De ahí que S. Agustín ante la grandeza del misterio eucarístico exclamase: “¡Oh sacramento de piedad, oh vínculo de unidad, oh vínculo de caridad!” 386. El hecho de la división dentro de la familia cristiana no permite a todos los discípulos de Cristo reunirse en torno a la mesa del Señor y participar en la única Cena del Señor. Esto supone una profunda herida en el cuerpo del Señor. Los bautizados no podemos resignarnos a vivir esta circunstancia como si fuera algo normal. Al contrario, “la aspiración a la meta de la unidad nos impulsa a dirigir la mirada a la Eucaristía, que es el supremo Sacramento de la unidad del Pueblo de Dios 387. Al celebrar el Sacrificio eucarístico, la Iglesia eleva su plegaria al Padre, impetrando la presencia del Espíritu Santo, admirable constructor de la unidad eclesial 388. 78.
En el diálogo ecuménico, al referirnos a la íntima relación entre Eucaristía y unidad de la Iglesia, hay que distinguir entre las Iglesias orientales, que han conservado la Eucaristía de una forma completamente válida 389y las Comunidades eclesiales que no han conservado la realidad originaria y plena del misterio eucarístico 390.
La declaración “Dominus Iesus” interpreta de forma autorizada la doctrina conciliar con estas palabras: “Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión Apostólica y la Eucaristía válidamente celebrada son verdaderas iglesias particulares… Por el contrario, las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, no son Iglesia en sentido estricto…” 391.
Para comprender esta situación muy plural cuando se desciende a lo concreto, son muy orientadores estos principios: “No es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como un medio que pueda usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad de los cristianos.
Esta comunicación depende principalmente de dos principios: de la significación obligatoria de la unidad de la Iglesia y de la participación en los medios de la gracia. La significación de la unidad prohíbe la mayoría de las veces esta comunicación. La necesidad de procurar la gracia la recomienda a veces. La autoridad episcopal local determine prudentemente el modo concreto de actuar, atendiendo a todas las circunstancias de tiempo, lugar y personas, a no ser que la Conferencia episcopal, según las normas de sus propios estatutos, o la Santa Sede determinen otra cosa” 392.
El decreto “Unitatis redintegratio” declara la posibilidad de que la ‘comunicación en la cosas sagradas’, si se usa discriminadamente o prudentemente, sea medio que coadyuve a lograr la unidad de los cristianos. Después establece los dos principios que deben dar el criterio de ese ‘uso discriminado’. Las disposiciones concretas para la aplicación de estos principios se hallan expuestas en el Directorio ecuménico 393.
4) Diálogo interreligioso y misión 79.
El diálogo interreligioso es también un elemento esencial de la espiritualidad de comunión. Como cristianos reconocemos con gozo que un nuevo milenio y un nuevo siglo se abren a la luz de Cristo. Pero no todos los hombres conocen y son conscientes de esta luz. A nosotros que tenemos la inmensa dicha de creer en Jesucristo, hemos de transmitir la luz de Cristo a todas las gentes 394.
Diálogo interreligioso y misión son realidades que guardan entre sí una estrechísima relación. En efecto, el diálogo interreligioso “entendido como método y medio para un conocimiento y enriquecimiento recíproco, no está en contraposición con la misión ‘ad gentes’, es más, tiene vínculos especiales con ella y es una de sus expresiones” 395.
Existe una creciente interdependencia entre los distintos lugares de la tierra. Las migraciones están también de actualidad. Es obvio que la tecnología y la industria modernas hacen posibles numerosos intercambios entre países muy variados. Ciertos hábitos culturales de países lejanos y desconocidos, gracias a los medios de comunicación, se nos hacen más familiares y los interpretamos con más detalle. Estos factores de interdependencia y comunicación entre diversos pueblos y culturas favorecen una conciencia más clara y concreta del pluralismo religioso existente en el mundo 396. 80.
Dentro de esta nueva configuración de la sociedad, el diálogo interreligioso adquiere una importancia y urgencia especiales. Este contexto está exigiendo el establecimiento y el desarrollo de relaciones que permitan una convivencia más fluida y fecunda entre las personas y las distintas tradiciones religiosas.
Sobre todo, a partir de las afirmaciones del Concilio Vaticano II, se han ido perfilando las dimensiones del diálogo que debe existir entre la Iglesia católica y las demás religiones no cristianas 397. Hay que reconocer que la práctica del diálogo interreligioso suscita dificultades en la mentalidad de muchas personas. Conviene, por tanto, conocer, ante todo, la orientación doctrinal y pastoral que el Magisterio de la Iglesia nos ha ido ofreciendo.
Una auténtica actitud dialogal ha de conjugar el binomio: fidelidad y apertura. Por un lado se trata de la exposición sincera y clara de la propia fe sin miedo, eliminando toda ambigüedad; por otro, se intenta comprender en profundidad la postura del interlocutor.
Cada tradición religiosa profesa su ‘credo específico’. Éste no es negociable en el diálogo interreligioso. Es decir, el diálogo “no puede basarse en la indiferencia religiosa, y nosotros como cristianos tenemos el deber de desarrollarlo ofreciendo el pleno testimonio de la esperanza que está en nosotros (cfr.IPe.3,15)” 398.
La integridad de la propia fe prohíbe cualquier compromiso de reducción. El falso irenismo daña la pureza de la fe y oscurece su genuino y definitivo sentido. No es aceptable tampoco el sincretismo que, en la búsqueda de un terreno común, pasa por alto la oposición y las contradicciones entre los credos de tradiciones religiosas diferentes, mediante alguna reducción de su contenido. 5) Apostar por la caridad 81.
La contemplación del rostro de Cristo orienta nuestra existencia hacia el mandamiento nuevo que Él nos dio: “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” 399. Ser testigos del amor es el gran testimonio que nos está pidiendo el mundo a los discípulos de Cristo 400.
El libro del Apocalipsis recoge las palabras que el Espíritu dice a las Iglesias. Se trata, ante todo, de un juicio sobre la vida. Se refiere a los hechos, al comportamiento: “Conozco tu conducta: tu caridad, tu fe, tu espíritu de servicio, tu paciencia” 401. Es un llamada a servir al evangelio de la esperanza. La Iglesia no sólo debe anunciar y celebrar la salvación que viene del Señor, sino que debe vivirla en la existencia concreta de las personas.
Al margen del amor la persona humana permanece un enigma para sí misma. El amor es la experiencia originaria de la que brota la esperanza 402. La buena noticia que la Iglesia debe transmitir a todos los hombres consiste en que Dios nos ha amado primero y que Jesús concretiza este amor, amándonos hasta el extremo, como nos acaba de recordar el Papa Benedicto XVI en su primera Encíclica «Deus caritas est» 403.
En el seno de las familias y de las comunidades cristianas ha de vivirse con intensidad el Evangelio de la caridad. «Las organizaciones caritativas de la Iglesia, sin embargo, son un opus proprium suyo, un cometido que le es congenial, en el que ella no coopera colateralmente, sino que actúa como sujeto directamente responsable, haciendo algo que corresponde a su naturaleza. La Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes y, por otro lado, nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor»404. Es decir, “nuestras comunidades eclesiales están llamadas a ser verdaderas escuelas prácticas de comunión” 405.
La opción por la caridad nos proyecta “hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano” 406. El cristiano que siente dentro de sí el amor de Dios, descubre el rostro de Cristo en los demás: “He tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado de beber; fui forastero y me habéis hospedado; desnudo y me habéis vestido, enfermo y me habéis visitado, encarcelado y habéis venido a verme” 407.
Esta página sobre el juicio definitivo nos ilumina el misterio de Cristo. Acoger y servir a los pobres significa acoger y servir al mismo Cristo. 82. El amor preferencial por los más pobres ha de manifestarse en una caridad activa y concreta. «Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora»408.
En el ambiente en que nos movemos son múltiples las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Juan Pablo II describe con claridad y valentía el rostro de las pobrezas de siempre y también de las nuevas. Al hablar de las nuevas, dice “que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sinsentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social” 409.
El momento histórico que estamos viviendo nos señala con toda urgencia, como nos dice el Santo Padre Bendicto XVI que: «en un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto.
Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás»410. Constato con gozo que en los planes diocesanos de pastoral, se insiste en la urgencia de implantar ‘caritas’ donde todavía no exista y de fortalecerla en las comunidades parroquiales donde ya esté funcionando.
La calidad cristiana de una comunidad se refleja en la vivencia en todos sus aspectos de la dimensión caritativa. Para construir la civilización del amor, es necesario acudir a la doctrina social de la Iglesia. Así nos lo recuerda el Santo Padre en su Encíclica: «En la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la economía, la doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones —ante el avance del progreso— se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo»411. 6) Eucaristía y acogida a los más pobres: 83.
Benedicto XVI señala: «Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Ya en aquella hora, Él anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo maná (cf. Jn 6, 31-33). (...) La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús»412. La viva tradición de la Iglesia recuerda siempre esta dimensión de este sacramento. Nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, al afirmar: “La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cfr.Mt.25,40)” 413.
a) En la fuente de la Sagrada Escritura 84. Desde su dimensión social y caritativa, en la Eucaristía se recogen y actualizan los gestos básicos del comportamiento de Cristo. Hay que reconocer que el amor ha sido siempre el alma de su vida. No es casual que en el Evangelio según San Juan no se mencione el relato de la institución de la Eucaristía. En cambio se recoge el gesto del lavatorio de los pies. Conviene profundizar en este gesto donde “Jesús se hace maestro de comunión y servicio” 414.
La Eucaristía ha de ser un banquete de caridad y de amor sin discriminación social al que todos somos invitados 415. El apóstol S. Pablo sostiene que no es lícita la celebración eucarística en la que no esté presente el espíritu de comunión y de caridad más concreta 416; este mismo testimonio se reivindica para la comunidad de Jerusalén 417.
Desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia, en las reuniones de la comunidad se realizan colectas para los pobres 418. No se puede compartir el pan eucarístico sin compartir el pan cotidiano. Mas todavía, el servicio de caridad y comunión que se presta en las colectas es designado por el Apóstol con el nombre de liturgia, la cual, a su vez, mueve de nuevo a dar gracias a Dios 419. b) Testimonio de los Padres de la Iglesia 85. Los Padres de la Iglesia ofrecen un testimonio constante del aspecto caritativosocial de la Eucaristía.
S. Justino, que nos ha transmitido la primera narración de la Eucaristía, destaca la dimensión social de la misma con estos términos: “Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye en provisor de cuantos se hallan en necesidad” 420.
S. Juan Crisóstomo relaciona con vigor y elocuencia algunas afirmaciones de Jesús: “¿Deseas honrar el Cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: ‘Esto es mi cuerpo’, y con su palabra llevó a realidad lo que decía; afirmó también: ‘Tuve hambre y no me disteis de comer’, y más adelante: ‘Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer’. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos” 421.
La Eucaristía posee, por su propia naturaleza, una dimensión caritativo-social. Es el sacramento de la caridad de los cristianos. Con razón la Iglesia ha unido la fiesta del Corpus Christi y Cáritas, urgiendo que de la misma celebración eucarística nazca la exigencia del amor fraterno. El servicio caritativo-social de la Iglesia está radicado en la Eucaristía.
c) Las afirmaciones de la misma Liturgia: 86. Los mismos textos litúrgicos destacan el aspecto caritativo-social de la Eucaristía. Deseo fijarme, ante todo, en algunas afirmaciones de las plegarias eucarísticas. En ellas aparece Cristo como el verdadero servidor que se entrega del todo por nuestra salvación.
De una forma especial son los necesitados, los pobres, enfermos y oprimidos por cualquier causa quienes son objeto del amor del Padre manifestado en Cristo: “Porque Él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre y en su espíritu y cura las heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” 422.
La razón del servicio en Dios no es otra que el amor del todo gratuito. Jesús es el modelo perfecto de caridad: “Te damos gracias, Padre fiel y lleno de ternura, porque tanto amaste al mundo, que le has entregado a tu Hijo, para que fuera nuestro Señor y nuestro hermano. Él manifiesta su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y pecadores. Él nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano; su vida y su palabra son para nosotros la prueba de tu amor; como un padre siente ternura por sus hijos, así tu sientes ternura por tus fieles” 423.
Una de las finalidades principales de este servicio es la recuperación de la amistad y la comunión con Dios mismo mediante el sacrificio de la nueva alianza y también la recuperación y el fortalecimiento de la reconciliación de la humanidad, a menudo amenazada por la división, la enemistad y hasta la misma guerra.
En la ‘Plegaria sobre la reconciliación II’ se dice al respecto: “Pues, en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tú diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación. Tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión. Con tu acción eficaz consigues que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz, que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza” 424.
La Iglesia ha de ser servidora de la reconciliación realizada por Dios y actualizada en la Eucaristía. Los fieles no sólo deben compartir los bienes con los más necesitados, sino también han de promover en todo momento la justicia, la paz y la reconciliación: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y oprimido. Que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” 425.
Esta tarea caritativo-social, que se expresa y promueve por la Eucaristía, incumbe a todos los fieles cristianos. Este servicio compromete a toda la comunidad eclesial, representada por la Asamblea reunida: “Tú lo llamas (al hombre, al cristiano) a cooperar con el trabajo cotidiano en el proyecto de la creación, y le das tu Espíritu para que sea artífice de justicia y de paz, en Cristo, el hombre nuevo” 426. Todos hemos de seguir a Cristo en su amor a los ‘pobres y enfermos, a los pequeños y pecadores’, sin ‘permanecer indiferentes ante el sufrimiento humano’ 427.
He aquí, en síntesis, algunos textos litúrgicos que expresan la dimensión caritativo-social de la Eucaristía. Lo que se expresa en la ‘gran oración’ de la Iglesia tiene un carácter fundamental y central: unidad y caridad, justicia y paz, salvación y reconciliación, ayuda y solicitud por los más pobres. 87.
El horizonte de nuestro momento histórico se halla oscurecido por múltiples y variadas cuestiones. También en nuestro mundo ha de brillar la esperanza cristiana: “Por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada por su amor” 428.
En efecto, “nuestro Dios ha manifestado en la Eucaristía la forma suprema del amor, trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas, y afirmando de modo radical el criterio del servicio: ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos’ (Mc.9,35)” 429.
La Eucaristía es el momento más intenso de la vida de la Iglesia. Cada celebración eucarística ha de ser el signo más claro de la reconciliación en un mundo tan dividido y manifestación concreta del amor de Dios hacia los más necesitados.
CONCLUSIÓN 88. La hora de Jesús es la hora en que vence el amor. Ha de ser también nuestra hora. Lo será de verdad cuando la Eucaristía sea el centro de nuestra vida.
Desde esta profunda convicción, el Santo Padre, Benedicto XVI, les decía con toda claridad a los jóvenes: “No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla.
Ciertamente, para que de esa emane la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena!” 430.
La extraordinaria riqueza del misterio eucarístico nos alienta para seguir avanzando por la senda de la Nueva Evangelización. Os invito a contemplar, celebrar y vivir las dimensiones fundamentales del sacramento de la Eucaristía. En este misterio se halla la fuente inagotable de toda renovación cristiana.
En nuestra Diócesis, de honda tradición mariana, es necesario volver nuestra mirada hacia la Virgen María, mujer “eucarística” en todos los aspectos de su vida.
Que nuestro patrono, San Martín de Tours, nos ayude con su protección para vivir la Eucaristía como manantial perenne de caridad 431.
En la perspectiva del undécimo centenario del nacimiento de San Rosendo, para cuya celebración ya nos estamos preparando, es oportuno fijar nuestra mirada en el rostro eucarístico de Cristo, y en Aquélla que cantó con la “Salve”, oración que llegó al corazón y a los labios de tantos católicos.
Os bendice y reza con vosotros Luis Quinteiro Fiuza Obispo de Ourense. Ourense, 1 de marzo de 2006 Miércoles de Ceniza.
NOTAS 1 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Novo millennio ineunte, (NMI), (2001), n.16. 2 NMI. n.29. 3 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Mane nobiscum Domine, (MND), (2004), n.5. 4 Juan Pablo II, Carta Encíclica, Ecclesia de Eucharistía, (EE), (2003), n.1. 5 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución, Lumen Gentium, (LG), n. 11. 6 Concilio Vaticano II, Constitución, Sacrosanctum Concilium, (SC), n.47. 7 Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, (CEC), n. 1337. 8 EE. n.11. 9 Concilio Vaticano II, Decreto, Presbiterorum Ordinis, (PO), n.5. 10 Pablo VI, Carta Encíclica, Mysterium fidei, (MF), en Ecclesia, 1261 (18-IX-1965) p.11. 11 S. Juan Crisóstomo, In Math. Homil, 82,4: (PG. 58,743). 12 S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógicas, IV,6: SCh. 126,138. 13 Secuencia de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. 15 EE. n. 15. 16 Pablo VI, El Credo del Pueblo de Dios, (Madrid, 1968), n.25. 17 Cfr. Lc. 24,13-35. 18 MND. n. 2. 19 Jn. 8, 12. 21 Jn. 12, 46. 22 Cfr. Jn.1, 4.5.9. 23 Jn. 13, 30. 24 Lc. 22, 53. 25 MND. n. 12. 26 Ibid. 27 Lc.24,29. 29 SC.n.56. 30 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución, Gaudium et Spes, (GS), n.51. 31 Concilio Vaticano II, Constitución, Dei Verbum, (DV), n.21. 32 Cfr. SC.n.7. 33 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Dies Domini, (DD), (1998), n.40. 34 MND.n.13. 35 IPe.2,9. 36 Cfr.Ef.5,8. 37 Cfr.IJn.1,5-ss. 38 Cfr. IJn.2,8-11. 39 DD.n.41. 40 MND.n.16. 41 Cfr. Mt.26,26-29; Mc. 14,22-25; Lc.22,15-20; ICor.11,23-25. 42 Cfr. Ratzinger, J., La Eucaristía centro de la vida, (Valencia, 2003), p.84. 43 Jn. 6,32.35. 44 Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Clausura del Congreso Eucarístico Italiano (Bari) AAS, 97 (2005) 785-789; Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, Ciudad del Vaticano, AAS, 97 (2005) 782-785 45 Jn. 6,56-57. 46 ICor. 10,17. 47 S.Ireneo, Adversus haereses, IV,18,4-5: (PG. 7,1027); cfr. también: Ibid. V, 2,2-3: (PG. 7,1124). 48 S. Juan Crisóstomo, De proditione Iudae homilía, 1, 6: (PG. 49,380); Cfr. Solano, J., Textos eucarístico primitivos, Madrid, 1978; Cfr. Sánchez-Caro, J.M., Eucaristía e Historia de la Salvación, Madrid, 1983. 49 Concilio de Trento, Decreto sobre la Santísima Eucaristía, canon 1: (DS. 1651). 50 Ibid. cap.IV: (DS.1642). 51SC. n. 47; cfr. también: SC. nn. 6, 10; LG, n. 28; PO n. 13. 52 Cfr. SC. n. 7. 53 MF, lc.p.16. 54 Cfr. Ibid. lc. pp.16-17 55 Ibid. lc. p.18. 56 Cfr. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, lc. n. 24. 57 Ibid. n.25. 58 Ibid. 59 Cfr. CEC. nn. 1373-1377; EE N. 15; MND. n. 16. 60 Benedicto XVI, Mensaje en el Angelus (11-9-2005): en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.28. 61 CEC.n.1377. 62 Ibid. n.1379. 63 MF. lc. p.19 64 CEC. n.1380. 65Cfr. Flp. 2, 5. 66 MF. lc. p.19 67 Ibid. 68 Ibid. 69 Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, lc.n.26 70 Juan Pablo II, Carta a los Obispos sobre el misterio y el culto a la Eucaristía, (1980), n.3. 71 EE. n.25. 72Ibid. 73 Benedicto XVI, Homilía en Marienfield en la Eucaristía de clausura de la XX Jornada Mundial de la Juventud (21-VIII2005): en ‘Ecclesia’, 3.272-73 (27-VIII y 3-IX-2005), p.41. 74 Proposiciones del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, n.6: en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.33. 75 Ibid. 76 Cfr. MND. n.18. 78 Ibid. n. 1365. 79 Cfr. n. 1366. 80 Concilio de Trento, Doctrina del Santo Sacrificio de la Misa, c. 2: (DS. 1740). 81 Cfr. EE. n.12. 82Concilio de Trento, Doctrina del Santo Sacrificio de la Misa, c. 2: (DS. 1743). 83 Cfr. LG.n.11; PO.n. 5; CEC. n. 1368. 84Cfr. Arostegui, M., Lugar que ocupa la oración en el culto según San Ireneo de Lyon, en: Teología y Catequesis 95 (2005) 175-197. 85CEC. n. 1369. 86Ibid. n.1370. 87Cfr. EE. nn. 53-58. 88CEC. n.1371. 89 S.Agustín, Confesiones, 9, 11,27: (PL. 32,773). 90 LG.n.49. 91 Plegaria Eucarística (PE), III. 92 PE. IV. 93 PE. V/a. 94 PE, II. 95 PE para la Reconciliación II. 96 CEC. n.1382. 97 Ibid. 98 Ibid. n. 1340 99 Jn.6,53. 101 S. Juan Crisóstomo, In Isaiam, 6,3: (PG. 54,480). 102 CEC. n. 1385. 103 EE. n.36. 104 EE. n. 37. 105 CIC. c. 915. 106 Jn. 6,56. 107 Jn. 6,57. 108 S. Agustín, Confesiones, 7,10,16: (PL. 32,742). 109 Lc.24, 28-29. 110 Cfr. Jn.15,1-17. 111 MND. n. 19. 113 Concilio de Trento, Decreto sobre la Eucaristía, c.2: (DS.1638). 114 CEC. n. 1395. 115 Lc. 24,33. 116 Jn. 15,12-13. 117 CEC. n. 1397. 118 MND. n.28. 120 Jn. 6,55. 121 S.Ignacio de Antioquía, Ad Eph”, 20,2: (PG. 5,611); cfr. también, S.Ireneo, Adv.haer., 5,2,2-3: (PG. 7,1124). 122Cfr. EE.n.20. Cfr. Conferencia Episcopal Española, Una Iglesia esperanzada: “¡Mar adentro! (Lc 5, 4)”, (2002). 123Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica, Ecclesia in Europa (EinE.) (2003). En este documento se indica una y otra vez que la resurrección de Cristo es el único fundamento de la esperanza humana. 124 Cfr. CEC. n. 1405. 125 GS. n.38. Cfr. San Ireneo Adv.haer., V, 2-3 (PG, 7. 1125-1128). 126 Pablo VI, Instrucción, Eucharisticum mysterium, (EM) (1967), n.3. 127 EE. n.26 128 S. Agustín, In Ioan., 26,6,13: (PL. 35,1608). 129 Cfr. SC.n. 47. 130 LG.n.9. 131 Cfr. Ex.19,24. 132 Cfr.Ex. 19,7. 133 Cfr.Ex. 19,17-18; Dt. 9,10; Ex.20,1-ss. 135 Cfr. Ex. 24,8. 136 Cfr. Ex.13, 14-16. 137 LG. n. 9. 138 Cfr. Jr.23,3; 29,14. 139 Ez. 37,21.23-24.26-27. 140 LG. n. 9. 141 Cfr. IPe.1,9-10. 142 EE. n.21. 143 Cfr. ICor. 10,16-17; 11, 23-29. 144 Cfr. Hech. 2,16-21; Jn.14-17. 145 Ratzinger, J., Lc. p.128. 146 EE. n. 21. 147 Cfr. Rom. 6,3-5; ICor.12,12-ss; Gál. 3,27-ss. 148 Cfr. ICor. 10,16-ss. 149 EE. n.22. 150 de Lubac, H., Meditación sobre la Iglesia, (Madrid, 1980) p.112. 152 Cfr. SC.n. 7. 153 Ordenación General del Misal Romano (OGMR), cap.I, n.1. 154 Cfr. LG.nn.10-12. 156 LG.n.11. 157 Cfr. Jn.14,6. 158 Cfr. Neh. 8,10. 159 Fil.4,4-6. 160 Cfr. SC. n.29. 161 Ibid. n. 26. 162 Cfr. Ibid. n.28. 163 Lc.22,19; ICor.11,24ss. 164 Cfr. SC. nn. 41.29. 165 Cfr. Ibid. 42. 166 Cfr. EE., cap. III. 167 EE. n.27. 168 EE. n.27. 170 LG.n.10 171 EE. n.29. 172 Ibid. 173 Cfr. PO. n.18. 174 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Dominicae Cenae, (DC) (1980) n.2. 175 Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Pastores Dabo Vobis, (PDV) (1992), n.23. 177 PDV.n.23. 178 EE.n.31. 179 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (18-9-2005): en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.28. 180 Ibid. 181 Quinteiro Fiuza, Luis, Un Seminario para la Nueva Evangelización, (Ourense, 2003) n.9. 182 EE. n.31. 183 Cfr. Mt.9,38. 184 SC.n.2. 185 EE.n.32. 187 PO. n.6. 188 Cfr. LG.n.1. 189 CEC.n.1331. 190 Cfr. LG.n.3; CEC nn.1325-1329. 191 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (2-10-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.30. 193 Cfr. Ef.5,21-33. 194 EE. n.38. 195 LG. n.3. 196 Lc.24,33. 198 Jn. 6,51.54.56. 199 I Cor. 10,16-17. 200 S. Agustín, Sermón, 272: (PL. 38,1246). 201 LG. n.7. 202 EE. n.40. 203 Ibid. n. 41. 205 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (25-9-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.29. 206 EE. n. 53. 207 Ibid. 208 Cfr. Ibid. n.54. 209 Pablo VI, Exhortación Apostólica, Marialis Cultus, (MC) (1974), n.17. 210 Lc.1,38. 211 Jn. 2,5. 212 EE. n. 54. 213 Ibid. n. 55. 214 Ibid. 215 LG. n. 56. 216 Ibid. 217 Ibid. 218 Cfr. Lc. 2,22-38. 219 Cfr. CEC. n. 529. 220 Lc. 2, 34-35. 221 Juan Pablo II, Carta Encíclica, Redemptoris Mater, (RMa.) (1987), n.16. 222 EE. n. 56. 223 Ibid. 224 Ibid. 225 CEC. n.1328. 226 EE. n. 58. 227 Ibid. n. 57. 228 Pablo VI, Discurso pronunciado en la apertura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, (14-IX-1964), n.11. 229 Cfr. LG. nn.2-4. 230 LG. n.4. 231 LG. n.2. 232 LG. n.5. 233 LG. n.3. 234 Cfr. LG. n.4. 235 Ibid. n.7. 236 Tertuliano, De bapt., VI, en (CCL 1, 282). 238 Relación Final II, c.1. 239 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, (CN) (1992), n.1. 240 Antón Gómez, A., Primado y colegialidad, (Madrid, 1970) 34. 241 Kasper, W., La Iglesia como comunión, en ‘Communio’ 1 (1991) 51-52. 242 Cfr. LG. nn.2-4; UR. n.2. 243 Cfr. Ef. 1,3-ss; Col. 2,24-ss. 244 CN. n. 6. 245 Cfr. LG. n.11. 246 S. León Magno, Sermo, 63,7: (PL.54,357C). 247 CN. n. 5. 249 Cfr. CN. nn. 7-10. 250 Cfr. UR. n.2. 251 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Christifideles laici, (ChL) (1988), n.19. 252 Cfr. Ibid. n. 20. 253 Cfr. AG. n.2. 255 Cfr. LG. n.13; AG. n.5; RM. Nn.20.24. 256 Cfr. RM. Nn.21-30. 257 Pablo VI, Exhortación Apostólica, Evangelii Nuntiandi, (EN), (1975), n.14. 258 Cfr. IPe. 2,9. 259 ICor. 9,16; cfr. RM. n.1. 261 Mt. 28,19. 262 Mt. 28,20. 263 Hech. 1,8. 264 Ef. 4,12-13. 265 Jn.17,3. 266 EN. n.22. 268 RM. n.37. 269 Cfr. AG. n. 23. 270 PO. n.2. 271 ChL. n.3. 272 Cfr. AG. n.35; EN. n.60. 273 Cfr. LG. n.23. 274 Cfr. LG. n.4; GS. n.22; RM. Nn. 28.29.56; cfr. También, Juan Pablo II, Carta Encíclica, Dominum et vivificantem, (DetV) (1986) nn. 23-53. 275 Cfr. Rom. 5,5; Gál. 4,6; cfr. también, Ladaria, L., El Dios vivo y verdadero, (Salamanca, 1998) 324-ss. 276 S. Ireneo, Adv. Haer. ” II, 24,1: (PG. 7,870). 277 S. Juan Crisóstomo, Hom. Pent., I,4: (PG. 53,97). 278 Cfr. LG. n.4. 279 Cfr. LG.n.7. 280 Cfr. Jn. 14, 16.26; 15,26. 281 Cfr. Hech. 1,14. 282 Cfr. Hech. 2,1-4. 283 S. Ireneo, Adv. Haer., III, 4,1: (PG. 7,855). 284 AG. n.4. 285 Ibid. n.5. 286 Cfr. Hech. 16,14; AG. nn. 13.15. 287 EN. n.75. 288 Ibid. 289 Ibid. 290 Ibid. 291 Ibid. 293 RM. n. 21. 294 Ibid. n.24. 295 Cfr. Hech.2,42-47; 4, 32-35. 296 RM. n. 26. 297 RM. n.28; cfr. también: GS. nn. 10.11.22. 26.38.41.92-93; AG. nn. 3.11.15. 298 Jn.3,8. 299 RM. n.30. 300 Cfr. CEC. nn. 1091-1109. 301 Ibid. n. 1098. 302 CEC. n. 1108. 303 S. Juan Crisóstomo, In Espist. I ad Corint.”, 41,4: (PG. 61,345). 304 S. Cirilo de Jerusalén, Catecheses, V, 7: ( PG. 33,516). 305 S. Isidoro de Sevilla, Etimologías, VI, 19, 40-41. 306 PO, n. 5. 307 EE. n. 17. 308 PE. III. 309 PE. para niños II. 310 Cfr. LG. n.11. 311 Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, Proposición, n.42: en ‘Ecclesia’, 3.284 (19-XI-2005) p.35. 312 EE. n. 22. 313 Benedicto XVI, en su primer mensaje (20-IV-2005), n. 4, en: Boletín Oficial del Obispado de Ourense (2005) p. 390. 314 CEC. n.1332. 315 Cfr. Jn. 15,5. 316 Lc. 24,23-25. 317 DD. n.45. 318 Mt. 28.10. 319 Cfr. Rom. 12,1. 320 ICor. 11,26. 321 Cfr. Mt. 10,1-25; Lc. 9,1-6; 10, 1-24. 322 Cfr. Mt.28, 16-20; Mc. 16,14-20. ,323 Hech. 1,8. 324 Jn. 17,21-23. 325 IJn. 4,8.10. 327 Cfr. Conferencia Episcopal Española, La Eucaristía, alimento del Pueblo Peregrino, (1999). 328 GS. n.38. 329 Cfr. AG. n. 36. 330 LG. n.26. 332 Ibid. 333 Cfr. Ibid. 334 Cfr. SC. n.10; AG. n.36; AA. nn. 3-7; PO. n.5. 335 Mc. 16,15-16; Mt. 28,18-19; Jn. 20,22-23; Hech. 1,8. 336 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (2-10-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.30. 337 OGMR. n.1. 338 Cfr. SC. n. 10. 339 Precisamente el cap.V de los Lineamenta del último Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía llevaba por título: Mistagogía eucarística para la Nueva Evangelización. 340 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Pastores Gregis, (PGr) (2003), n. 22. 342 Juan Pablo II, Discurso a la Curia romana, (20-XII-1990), en ‘Ecclesia’ 2511 (19-1-1991) 18. 343 NMI. n.43. 344 LG. n.4. 345 Cfr. LG. nn.2-4. 346 NMI. n. 43. 348 Cfr. IPe. 2,4-8. 349 Cfr. ICor. 12,12-13.16. 350 Gál. 3,27-28; cfr. Col.3,11. 351 IPe. 2,17. 352 NMI. n.43. 353 Cfr. Ibid. nn.43.45. 354 Ibid. n.43. 355 ChL. n.20. 356 NMI. n.46. 357 EinE. n. 33. 358 Ibid. n. 39. 360 NMI. n.46. 361 Quinteiro Fiuza, Luis; lc. n.3. 362 ChL. n. 22. 363 PDV. n.15. 364 EinE. n. 36. 366 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Vita Consecrata, (VC) (1996) n.1. 367 Cfr. ICor. 7,34. 368 VC. n. 5. 369 Cfr. Ibid. n.31. 371 PGr. n.50. 372 ChL. n.23. 373 Cfr. Jn. 17,16. 374 Concilio Vaticano II, Decreto, Apostolicam Actuositatem (AA), n.5. 376 Cfr. ChL. n. 15. 377 Cfr. Ibid. n.29; cfr. También, NMI. n.46. 378 AA. n.18. 379 Cfr. AA. nn. 19.15; LG. n. 37; Código de Derecho Canónico, (CIC), c.215. 380 Cfr. NMI. n.47.; Cfr. Benedicto XVI, Carta Encíclica, Deus Caritas est (DCe) (2006) n. 11. 381 Ibid. 382 Quinteiro Fiuza, Luis; lc. n.5. 383 Cfr. PDV. n. 41. 384 Cfr. LG. n. 10. 385 Cfr. EE. n.43. 386 S. Agustín, In Io.Evang. Tractatus, 26, 13: (PL 35, 1613); cfr. SC. n.47. 387 388 Cfr. UR. n.2. 389 Cfr. Ibid. n.15. 390 Cfr. Ibid. n. 22. 391 Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración, Dominus Iesus, (DI) (2000) n.17 392 UR. n.8. 393 Cfr. Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, (1993) nn.122-136. En estos números se aborda el tema de la ‘communicatio in sacris’, especialmente la Eucaristía. A esta normativa se alude también en la Encíclica, EE, nn. 44-46. 394 Cfr. Ibid. n. 54. 395 RM. n.55. 396 Cfr. Comisión Teológica Internacional, El Cristianismo y las Religiones, (1996), (Madrid, 1998) 557-558. 397 Cfr. LG. n.16; GS.n.22; Concilio Vaticano II, Declaración Nostra aetate, (NA). 398 NMI.n. 56; cfr. DI; Cfr. EinE. n. 55. 399 Jn. 13,34. 400 Cfr. NMI. n. 42. 401 Ap.2,1-3. 402 EinE. nn.83.84. 403 Cfr. IJn.4,10.19; Jn. 13,1. Cfr. DCe (2005) n. 1 404 DCe. n. 29. 405 EinE. n. 85. 406 NMI. n. 49. 407 Mt. 25,35-36. 408 DCe. n. 15. 409 Cfr. Ibid. n.50; cfr. también, EinE. nn. 86-89. 410 DCe. n. 1. 412 DCe. n. 13. 413 CEC. n. 1397. 415 Cfr. Lc. 14,15-ss. 416 Cfr. ICor. 11,17.22.27.34. 417 Cfr. Hech. 2,42-ss; St.2,1-ss. 418 Cfr. Hech. 11,29; Gál. 2,9-ss; ICor. 16,1-4; IICor.8-9. 419 Cfr. Rom. 15,27; IICor. 9,12-ss. 420 S. Justino, Apología, I, 67: (PG. 6,429). Cfr. DCe. nn. 22-23. 422 Prefacio común, VIII. 423 Prefacio de la PE. V/c. 424 Prefacio de la PE. sobre la reconciliación II. 425 PE. V/b; cfr. también PE sobre la reconciliación II. 426 Prefacio III sobre la Cuaresma. 427 PE.V/b. 428 EE. n.20. 429 MND. n. 28. 430. Benedicto XVI, Homilía en Marienfield en la Eucaristía de clausura de la XX Jornada Mundial de la Juventud (21-VIII2005): en ‘Ecclesia’, 3.272-73 (27-VIII y 3-IX-2005), p. 41. 431. El Papa cita expresamente a nuestro patrono, San Martín de Tours, como modelo de caridad, cfr. DCe. n. 40.
LA EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL CARTA PASTORAL DEL SR. OBISPO
Carta Pastoral do Bispo de Ourense Luís Quinteiro Fiuza Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . 577
Capítulo I. O misterio da Eucaristía . .. . . . . 578
1. A Eucaristía, un don de Deus . . . . . . 578
2. A Sagrada Eucaristía é un misterio de fe . 579
3. Un misterio de luz . . . . . . . . . . . . . . . . . 579
4. A presencia real do Señor na Eucaristía . . 581
5. A reserva eucarística e adoración do Santísimo Sacramento………………………………………………… . 583
6. A Eucaristía, sacramento do único sacrificio de Cristo . .. …………………………………………………. . . 585
7. A Eucaristía é un verdadero banquete . . . 588
Capítulo II. A Eucaristía e a Igrexa . . . . . . . 591
1.Antecedentes da asemblea eucarística na historia da salvación……………………………………..591
2. Eucaristía e Igrexa, unha relación constitutiva…………………….593
3. María, muller “eucarística” . . . . . . . . . 601
Capítulo III. A Eucaristía e a misión da Igrexa ……………………………………………………………………603
1. A Igrexa, misterio de comunión . . . . 604
2. A Igrexa, misterio de comunión e de misión……………………………………………………………606
3. O Espírito Santo, protagonista da misión . 608
4. A Eucaristía, un eficaz descendimento do Espírito Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 610
5. A Eucaristía, fonte e cumio da misión da Igrexa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 611
Capítulo IV. Os Cristiáns, Testigos do Amor no Mundo . . . . …………………………………………………615
1. Trazos esenciais da espiritualidade de comunión ………………………………… . . . . . . . . 615
2. Variedade de vocacións …………… . . . . . 616
3. Eucaristía e movemento ecuménico . . . . 619
4. Diálogo interrelixioso e misión . . . . . . . . 620
5. Apostar pola caridade . . . . . . . . . . . . . . 621
6. Eucaristía e acollida ós máis pobres .. . . . 623
Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 625
LA PRESENCIA Y LA ACCION DEL ESPIRITU SANTO EN NUESTRA VIDA
Escrito por Super UserLA PRESENCIA Y LA ACCION DEL ESPIRITU SANTO EN NUESTRA VIDA
(Carta a los presbíteros)
Sumario
1. Motivos y contenido de esta Carta
I. EL ESPIRITU SANTO Y EL SACERDOCIO
2. "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18): Unción sacerdotal de Cristo
3. "En virtud del Espíritu Eterno" (Hb 9,14): Oblación sacerdotal de Cristo.
4. "Se llenaron todos del Espíritu Santo" (Hch 2,4): La Iglesia sacramento de Cristo
5. "Enviados por el Espíritu Santo" (Hch 13,4): Discípulos y evangelizadores
6. "El don conferido por la imposición de manos" (1 Tm 4,14): El ministerio apostólico y sacerdotal
II. EL "ESPIRITU DE SANTIDAD" EN LOS PRESBITEROS
7. "Renueva en sus corazones el Espíritu de santidad"
8. Para que "la palabra del Evangelio dé fruto"
9. Sean "fieles dispensadores de los misterios"
10. "Formen un único pueblo"
11. Y den "testimonio constante de fidelidad y amor"
III. AVIVAR LA GRACIA RECIBIDA POR LA IMPOSICION DE MANOS
12. Cuidar la salud espiritual
13. Tiempos y espacios para la vida interior
14. Compartir la experiencia espiritual
15. Acompañamiento espiritual
16. Conversión y renovación por el Espíritu
17. Creer "contra toda esperanza"
18. Docilidad al Espíritu
19. El ejemplo de María
Conclusión
LA PRESENCIA Y LA ACCION DEL ESPIRITU SANTO EN NUESTRA VIDA
(Carta a los presbíteros)
"Cristo, en virtud del Espíritu Eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha" (Hb 9,14).
Queridos hermanos presbíteros:
Al comenzar la Cuaresma de este año dedicado al Espíritu Santo, siguiendo la práctica de los años anteriores, quiero compartir con vosotros unas reflexiones que nos ayuden a todos a celebrar con mayor profundidad y aprovechamiento espiritual el misterio pascual de Jesucristo, atendiendo a la llamada que la Iglesia nos hace, al llegar este tiempo santo, para que nos convirtamos al Señor y renovemos nuestra vida.
Os saludo con todo el afecto fraternal, deseando que "el Padre, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de vuestro ser y que Cristo habite por la fe en vuestros corazones" (Ef 3,16-17). Desde que el Señor me llamó al ministerio episcopal en favor de nuestra Iglesia Civitatense, mi propósito es dedicaros lo mejor de mí mismo y de mi tarea, hermanos y amigos.
1. Motivos y contenido de esta Carta
El contenido de esta carta está motivado en primer lugar por el hecho de encontrarnos en el segundo año de preparación del Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento del Señor, año centrado en el "reconocimiento de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia en nuestro pueblo", como señala el objetivo pastoral de nuestra Diócesis en el presente curso. Entre los varios aspectos que lleva consigo este objetivo se encuentra la vida espiritual de los sacerdotes. Recordad que os decía en la Exhortación pastoral de comienzo de curso: "Se trata de que todos nos comprometamos en este año dedicado al Espíritu Santo a cuidar con todo interés nuestra salud espiritual y de que, al mismo tiempo, procuremos fomentarla en las personas más cercanas a nosotros y especialmente en aquellas que nos han sido confiadas por razón de nuestro ministerio o tarea... La vida espiritual está en la base de cualquier acción apostólica o pastoral" (n. 28).
Pero hay un segundo motivo. El año pasado, también con vistas a la Cuaresma, os escribía sobre El ejercicio del ministerio presbiteral en nuestra diócesis [1]. La primera parte de la carta era una invitación a discernir lo que el Espíritu Santo quería decirnos (véanse los nn. 4 y 6 especialmente). En este sentido la carta de este año prosigue aquellas reflexiones y sugerencias ahondando en lo significa en nuestra vida la presencia del mismo Espíritu que inspiró, acompañó, sostuvo y fortaleció a Jesús desde el bautismo en el Jordán hasta el gesto supremo de la cruz.
La carta tiene tres partes. La primera es un breve recordatorio de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la persona de Jesús y en la vida de la Iglesia, desde el punto de vista del sacerdocio ministerial del que el Señor ha hecho partícipes a los obispos y presbíteros, con el fin de suscitar una conciencia agradecida de lo que significa la especial vinculación a Jesucristo y al Espíritu que confiere el sacramento del Orden. La segunda parte señala algunas de las consecuencias de esta realidad para nuestra vida "en el Espíritu" o "según el Espíritu". Y la tercera señala algunas actuaciones, en la confianza de que os servirán para vivir más intensamente la participación sacramental en el sacerdocio de Cristo por su Espíritu.
I. EL ESPIRITU SANTO Y EL SACERDOCIO
2. "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18): Unción sacerdotal de Cristo
El pasaje del profeta Isaías que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret al comienzo de su ministerio público, aplicándoselo a sí mismo (cf. Lc 4,16-21), nos sitúa una vez más ante la misteriosa realidad de la íntima unión y total compenetración entre Cristo y el Espíritu Santo. El curso pasado, centrado en el conocimiento de Jesucristo, y lo que llevamos recorrido del curso actual, en el que nuestra mirada se fija en la persona del Espíritu Santo, deben haber consolidado en nosotros la convicción de que "nadie puede decir 'Jesús es Señor' sino es bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3b), y de que ninguno puede pretender conocer al Espíritu de Dios al margen de Jesús, que lo posee en plenitud desde la encarnación y lo ha manifestado y comunicado después de su resurrección (cf. Jn 20,22).
Si queremos de veras reconocer la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad, hemos de tener en cuenta que no existe otro cauce de comunicación del Espíritu a los hombres y mujeres y aún a la creación entera, que la humanidad resucitada de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Él se hace presente en la Iglesia por medio de la Palabra y de los sacramentos, en los que se manifiesta la fuerza del Espíritu. Y Él continúa actuando en el mundo prolongándose en los fieles cristianos, miembros de su Cuerpo, a los que el Espíritu Santo llama, consagra y envía.
"De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia", afirma el evangelista San Juan (Jn 1,16). En efecto, de la misma manera que la unción del Espíritu Santo se manifestó en el bautismo de Cristo, a quien constituyó Mediador único y fuente del mismo Espíritu, así también la vocación y misión de los fieles laicos tiene su origen en los sacramentos de la Iniciación cristiana, mientras que el sacerdocio ministerial lo tiene en el sacramento del Orden. Ahora bien, la donación y comunicación del Espíritu Santo a los discípulos de Jesús no se efectuó hasta la muerte y resurrección del Señor, es decir, en la Pascua-Pentecostés.
3. "En virtud del Espíritu Eterno" (Hb 9,14): Oblación sacerdotal de Cristo
La donación-efusión del Espíritu se produjo, por tanto, en la cruz, es decir, en el momento en que el Sumo Sacerdote y Mediador de la Nueva Alianza, se ofreció a sí mismo como víctima inmaculada al Padre (cf. Hb 9,14). San Juan dice en su Evangelio que Jesús, "inclinando la cabeza, entregó el Espíritu" (Jn 19,30), significado inmediatamente después por el agua y la sangre que brotaron del costado abierto del Salvador (cf. Jn 19,34-35; 7,37-39; Ap 22,1).
El Espíritu santificó así el sacrificio del nuevo Cordero pascual sin defecto ni tacha (cf. 1 Pe 1,19; Ex 29,1) sobre el ara de la cruz, convirtiendo a Jesús en Sacerdote y Víctima, capaz de ofrecer y de ser ofrecido. Jesús fue a la vez Oferente y Ofrenda, porque tuvo con Él al "Espíritu Eterno" que le dio la fuerza para elevarse hasta Dios y para que el suyo fuera el sacrifico verdadero y definitivo. Esta identificación perfecta, imposible para los sacerdotes de la Antigua Alianza, que tenían que ofrecer víctimas sustitutorias por el pueblo y por sus propios pecados (cf. Hb 5,1-3; 7,27; etc.), se produce ya desde la entrada de Jesús en el mundo cuando dice: "¡Heme aquí, oh Dios, que vengo para hacer tu voluntad" (Hb 10,7; cf. 10,5-9). En efecto, toda la vida de Jesús fue un continuo "hacer la voluntad del Padre" (Jn 6,38; cf. Mt 26,42; Fl 2,8).
En virtud de esta oblación "todos hemos sido santificados" (Hb 10,10; cf. 10,14). Y la humanidad de Jesús, hasta ese momento humillada y masacrada, es glorificada y resucitada, es decir, transformada en "carne vivificante" (cf. 1 Pe 3,18; 1 Cor 15,45) y en manantial del agua viva del Espíritu Santo (cf. Jn 4,10). La fragilidad, la miseria y la finitud de la condición humana son definitivamente superadas no sólo para Jesús sino también para todos los que, por su encarnación, nos convertimos en sus hermanos (cf. Hb 2,11.17; 10,19). La resurrección, obra también del Espíritu Santo, ha restablecido la dignidad humana perdida por el pecado y ha restaurado el curso de la historia como espacio de salvación integral para toda la humanidad y aún para las demás criaturas (cf. 1 Cor 8,21-22). Aquí radica la esperanza que debe alentar a los laicos en su vocación y en su misión en la sociedad y en el mundo (cf. LG 31; 34).
4. "Se llenaron todos del Espíritu Santo" (Hch 2,4): La Iglesia sacramento de Cristo
La cruz y la resurrección culminan en el nacimiento de la Iglesia, pues "del cuerpo de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5), en su bautismo "con Espíritu Santo y fuego" y en su envío misionero por obra del mismo Espíritu (cf. Lc 3,16; Hch 2,1-4). A partir de Pentecostés, el Espíritu Santo constituyó a la Iglesia en cuerpo de Cristo, dotado de muchos miembros que prolongan su humanidad glorificada. Por eso la Iglesia está en el mundo como un "sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1; cf. 9; 48).
Pentecostés significa, por tanto, el comienzo del "tiempo de la Iglesia" o "tiempo del Espíritu", en el que Éste se hace "memoria viva" para recordar todo lo que ha dicho y hecho Jesús, actualiza eficazmente en los sacramentos los acontecimientos salvíficos de la vida de Cristo, hace posible la comunión dentro de la Iglesia y constituye el ministerio como mediación personal y representación del que es Cabeza y Pastor (cf. Catecismo de la Iglesia Católica [= CEC], 1.076; 1.092 ss.; 1.548 ss.). El Espíritu enriquece verdaderamente a la Iglesia y la hace crecer con toda clase de carismas, ministerios y funciones (cf. 1 Cor 12,4-31; Ef 4,4-16). Esta representación personal a través del medio humano, sobre todo en el ministerio ordenado, pone de relieve la voluntad divina de seguir salvando a los hombres por medio de los hombres.
5. "Enviados por el Espíritu Santo" (Hch 13,4): Discípulos y evangelizadores
Desde Pentecostés se repite lo que había ocurrido con Jesús: El Espíritu Santo, que lo guió y sostuvo en su ministerio mesiánico (cf. Lc 4,1.14.18; 10,21; etc.), acompaña y anima ahora a los discípulos en el anuncio del Evangelio y en la realización de la salvación que anunciaban (cf. Hch 2,2,4.8; 4,31; 6,3; 8,29.39; 11,12; 13,2; etc.). El Evangelio según San Lucas y el libro de los Hechos de los Apóstoles tienen como protagonista común e invisible al Espíritu Santo.
El Espíritu actúa, por tanto, en todos los discípulos sobre los que ha sido derramado (cf. Hch 2,38; 8,15-17). Su presencia y acción en el corazón de los bautizados produce numerosos frutos (cf. Gál 5,22), el principal de los cuales es la filiación divina (cf. Rm 8,16-17) y la conciencia de haber recibido el amor del Padre (cf. Rm 5,5; 1 Jn 4,7-10). A nivel comunitario y social el Espíritu garantiza la fidelidad de la Iglesia a su Señor y hace que la diversidad de dones, de ministerios y de funciones se transforme en unidad (cf. Ef 4,4-6.13). La máxima expresión de esta unidad se produce en la participación eucarística (cf. 1 Cor 10,16-17). De manera que lo que aconteció en los primeros tiempos de la Iglesia, se realiza también hoy en todas las comunidades cristianas.
Por eso el Papa Juan Pablo II describe así la obra del Espíritu en nuestro tiempo: "El Espíritu es también para nuestra época el agente principal de la nueva evangelización. Será por tanto importante descubrir al Espíritu como Aquel que construye el Reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo, animando a los hombres en su corazón y haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva que se dará al final de los tiempos" (Carta Apost. Tertio Millennio Adveniente, 45).
6. "El don conferido por la imposición de manos" (1 Tm 4,14): El ministerio apostólico y sacerdotal
Así pues, el Espíritu Santo es el que "según su riqueza y las necesidades de los ministerios (cf. 1 Cor 12,1‑11), distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia. Entre estos dones destaca la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el Espíritu mismo somete incluso los carismáticos (cf. 1 Cor 14)" (LG 7). El origen del ministerio apostólico se encuentra, por tanto, en el mismo Cristo que lo ha instituido y le ha dado su naturaleza sacramental y su finalidad (cf. CEC, 1.548-1.551). Este ministerio en el espiscopado y en el presbiterado es, por otra parte, sacerdotal, es decir, participación ministerial en el sacerdocio de Jesucristo. No obstante el ministerio del diaconado se confiere también mediante el sacramento del Orden (cf. ib. 1.554).
"El ministerio de los presbíteros, por estar unido al orden episcopal, participa de la autoridad con la que el propio Cristo construye, santifica y gobierna su cuerpo... Se confiere por aquel sacramento peculiar que, mediante la unción del Espíritu Santo, marca a los sacerdotes con un carácter especial" (PO 2), quedando "consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar el Evangelio a los fieles, para dirigirlos y para celebrar el culto divino" (LG 28). El gesto sacramental es la imposición de manos del Obispo, acompañado de la plegaria de ordenación, pero su efecto es una verdadera unción interior y especial del Espíritu Santo que configura al elegido con Cristo de manera que puedan actuar como representantes de Cristo Cabeza (cf. PO 2).
Los presbíteros sois, pues, verdaderos "ungidos del Espíritu", como Jesús (cf. supra n. 2), y "unción" quiere decir compenetración plena entre el hombre santificado y el Espíritu santificador, que hace fecundo y eficaz el ejercicio del ministerio. En este sentido, en el nivel del ser, todo sacerdote es verdaderamente "otro Cristo", como reza la frase clásica. Esta gracia que transciende a la persona, de manera que su eficacia salvífica no está condicionada por la situación moral del ministro de Cristo, requiere sin embargo una elevada santidad de vida como adecuada respuesta por parte del que ha sido llamado, consagrado y enviado con el poder del Espíritu Santo. De esta respuesta, favorecida por la propia gracia sacerdotal, trata lo que viene a continuación
II. EL "ESPIRITU DE SANTIDAD" EN LOS PRESBITEROS
7. "Renueva en sus corazones el Espíritu de santidad"
Esta frase está tomada de la plegaria de ordenación de los Presbíteros, de las palabras esenciales:
Te pedimos, Padre todopoderoso,
que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del Presbiterado;renueva en sus corazones el Espíritu de santidad, reciban de ti el segundo grado del ministerio sacerdotal y sean, con su conducta, ejemplo de vida.
A su vez está inspirada en el salmo 50: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" (Sal 50,12). Naturalmente la plegaria de ordenación va más lejos que la súplica del salmista. Éste pide la creación de un nuevo corazón -centro de toda la persona-, que sustituya al que ha quedado endurecido por el pecado, y la presencia de un espíritu firme y generoso. Es lo que había anunciado el Señor por medio del profeta Ezequiel: "Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carte el corazón de piedra y os os daré un corazón de carne; os infundiré mi Espíritu..." (Ez 36,26-27).
La plegaria de ordenación pide la renovación del corazón del elegido para el ministerio sacerdotal. El Espíritu que recibió en el Bautismo y en la Confirmación es dado ahora de nuevo para transformar al que es ordenado, santificando radicalmente su persona, con vistas a un ministerio que es santificador, y fundamentando el nuevo estado de vida en la santidad que comunica. La dignidad del Presbiterado consiste, entre otros aspectos, en la presencia en los presbíteros del Espíritu Santo que produce la gracia de esta santidad radical y exige a su vez, una conducta coherente y el ejemplo de vida.
Por eso el Papa Juan Pablo II ha escrito también: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu Santo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir, tal como lo ha configurado, capacitado y plasmado el sacramento del Orden. Ciertamente, el Espíritu del Señor es el gran protagonista de nuestra vida espiritual. Él crea el 'corazón nuevo', lo anima y lo guía con la 'ley nueva' de la caridad, de la caridad pastoral. Para el desarrollo de la vida espiritual es decisiva la certeza de que no faltará nunca al sacerdote la gracia del Espíritu Santo, como don totalmente gratuito y como mandato de responsabilidad" (PDV 33).
8. Para que "la palabra del Evangelio dé fruto"
La presencia y la acción del Espíritu Santo en los presbíteros hace que se cumplan también en vosotros, queridos hermanos, las palabras de Jesús en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido; y me ha enviado..." (Lc 4,18). De este modo el Espíritu Santo se manifiesta en vuestra vida "como fuente de santidad y llamada a la santificación" (PDV 19). Una santidad y una santificación que se nutren no sólo de la configuración personal con Cristo Cabeza y Pastor de la Iglesia que ha producido el sacramento del Orden, título que añade una segunda exigencia de perfección evangélica a la que procede de la consagración bautismal (cf. PO 2), sino también del ejercicio del ministerio en su triple función: la Palabra, los sacramentos y la guía del pueblo de Dios (cf. PO 13).
El Concilio Vaticano II subrayó, en efecto, la íntima relación que existe entre la espiritualidad -vida "en el Espíritu"- de los presbíteros y las condiciones y las exigencias de cada una de las funciones ministeriales (cf. PO 4-6; 12-13). Esta relación ha sido desarrollada por la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis (n. 26) y por el Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros (cf. nn. 45-56) [2].
En primer lugar respecto del ministerio de la Palabra (cf. PO 4; 13 a). Sin la presencia y la acción del Espíritu Santo, que actúa en los ministros que la anuncian y la explican y en los oyentes que la escuchan y acogen, esta función no pasaría de ser un acto de mera comunicación humana o de retórica. Por eso la plegaria de ordenación de los Presbíteros, en su última parte, pide para los que son ordenados: "que por su predicación, y con la gracia del Espíritu Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de los hombres, y llegue hasta los confines del orbe". El ejercicio del "ministerio del Espíritu", como llama San Pablo a la predicación evangélica (cf. 2 Cor 3,8), reclama del ministro una muy íntima unión a Cristo Maestro y una particular docilidad al Espíritu (cf. PO 13), que sólo serán realidad si el que predica procura primero recibirla en el corazón, antes de transmitirla a los demás (cf. DV 25) [3].
9. Sean "fieles dispensadores de los misterios"
El ministerio de la santificación y del culto, que se ejerce en la celebración de la Eucaristía, de los demás sacramentos y sacramentales y en la Liturgia de las Horas, depende de una manera aún más patente de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en la liturgia y, de manera especial, en la persona del ministro. No es otro el significado de la epíclesis o invocación al Padre para que envíe el Espíritu Santo con su poder transformador sobre las ofrendas en el caso de la Eucaristía, o sobre los otros elementos sacramentales y, naturalmente, sobre quienes van a recibir los sacramentos (cf. CEC 1.105-1.107). El Espíritu de santidad recibido en la ordenación actúa en el sacerdote garantizando la eficacia de su ministerio y santificando, por su mediación, a la Iglesia y a los hombres. Pero la acción santificadora del Espíritu alcanza también al ministro en orden a su propia santificación. Por eso sería un contrasentido no corresponder a esta presencia del Espíritu.
El sacerdote, en la celebración de los sacramentos y en la Liturgia de las Horas, está llamado a vivir la gracia que él mismo ofrece a los fieles en el ejercicio de su ministerio. Especialmente en el Sacrificio de la Misa, al mismo tiempo que enseña a los demás a ofrecer al Padre la Víctima eucarística y a asociarse a esta ofrenda, el presbítero debe unirse con la acción de Cristo Sacerdote "en cuya persona" actúa. Lo mismo ha de hacer en la celebración de los demás sacramentos, singularmente en el sacramento de la Penitencia y en la oración de las Horas, en la que presta su voz a la Iglesia (cf. PO 5; 13 b).
La presidencia litúrgica requiere de todos nosotros una fina sensibilidad para unirnos cada día más a Jesucristo y para imitar el misterio que realizamos, dando muerte en nosotros al pecado y procurando caminar en la novedad de vida (cf. Rito de la Ordenación de Presbíteros, Homilía). Sólo así los sacerdotes seremos dignos ministros de Cristo y "fieles dispensadores de los misterios" de Dios (cf. 1 Cor 4,1), como pide también la plegaria de ordenación.
10. "Formen un único pueblo"
La tercera función ministerial es la guía del pueblo de Dios, edificando la comunidad cristiana por la caridad pastoral, el ejemplo personal y la solicitud especialmente por los más pobres y los más débiles. Rigiendo y apacentando la porción de los fieles que le ha sido confiada, todo sacerdote ha de hacer suya la actitud del Buen Pastor dispuesto a entregar su vida por las ovejas (cf. Jn 10,11; PO 6; 13 c). En esta función rectora del pueblo de Dios se requiere también la presencia y la acción del Espíritu Santo que hace que todos los dones converjan en la unidad y sean para la edificación de la Iglesia (cf. Ef 4,7-12). El Espíritu ayuda al presbítero en la difícil y a veces compleja tarea de suscitar vocaciones, valorar y coordinar carismas, especialmente entre los fieles laicos, manteniendo siempre la necesaria comunión con el Obispo dentro de la Iglesia local y particular.
Sobre la espiritualidad de esta función, que revive el servicio y la autoridad de Jesucristo Cabeza y Buen Pastor de la Iglesia, afirma el Papa Juan Pablo II: "Se trata de un ministerio que pide al sacerdote una vida espiritual intensa, rica de aquellas cualidades y virtudes que son típicas de la persona que 'preside' y 'guía' una comunidad; del 'anciano' en el sentido más noble y rico de la palabra. En él se esperan ver virtudes como la fidelidad, la coherencia, la sabiduría, la acogida de todos, la afabilidad, la firmeza doctrinal en las cosas esenciales, la libertad sobre los puntos de vista subjetivos, el desprendimiento personal, la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, la confianza en la acción escondida de la gracia que se manifiesta en los sencillos y en los pobres (cf. Tit 1,7-8)" (PDV 26).
La plegaria de ordenación termina pidiendo que el Espíritu de santidad haga fecundo el ministerio sacerdotal, de manera que "todas las naciones, congregadas en Cristo, formarán un único pueblo tuyo que alcanzará su plenitud en tu Reino". En esta parte final de la súplica, el ministerio de los presbíteros se abre a una perspectiva universal y escatológica.
11. Y den "testimonio constante de fidelidad y amor"
Hasta aquí unas líneas de espiritualidad sacerdotal basadas en la referencia a las tres funciones ministeriales clásicas, cuya eficacia garantiza el Espíritu de santidad recibido en la ordenación. El discurso puede alargarse mucho más, ampliándolo a cada una de las virtudes teologales, comunes a todos los bautizados -no se puede olvidar que el primer fundamento de la vida "en el Espíritu" de todo sacerdote es su consagración bautismal (cf. PO 12)-, y a aquellos otros valores exigidos por el sacramento del Orden, tales como la ya aludida caridad pastoral, el sagrado celibato, la fraternidad sacramental y apostólica, la obediencia jerárquica, la pobreza y disponibilidad para el servicio de la Iglesia, etc.
Todas estas virtudes y valores, objeto de repetidas reflexiones e invitaciones a la puesta en práctica, son a la vez exigencias de vida sacerdotal y frutos del Espíritu que va perfeccionando día a día la obra iniciada en el momento de la ordenación (cf. Fl 1,6). En esta clave, la existencia entera de todo sacerdote debería aparecer como una obra maestra del Espíritu. Él es el artífice que hace siempre maravillas en nosotros, sobre todo cuando somos fieles y nos dejamos esculpir por Él.
Como síntesis de esta segunda parte, se podrían meditar las palabras finales del prefacio de la Misa Crismal y de la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote:
Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y así dan testimonio de fidelidad y amor.
III. AVIVAR LA GRACIA RECIBIDA POR LA IMPOSICION DE MANOS
En esta última parte, como se ha dicho antes, os propongo algunas sugerencias para activar vuestra vida espiritual. Permitidme recordaros algo que escribí también en la Exhortación pastoral de principio de curso: "Es preciso que vivamos nuestro ministerio en profundidad, sobre la base de una vida espiritual madura y consciente, radicada en la vocación a la santidad, si queremos que sea eficaz y fecundo... La espiritualidad ha de tener primacía absoluta en nuestra vida, evitando descuidarla por muchas actividades que tengamos. Especialmente hemos de fomentar el encuentro con el Señor en la oración personal y en los restantes medios para la vida espiritual" (n. 28).
12. Cuidar la salud espiritual
Con frecuencia se habla de la salud integral de los presbíteros, que comprende un buen estado físico, un notable equilibrio psicológico y afectivo, madurez y libertad en las relaciones personales y sociales, capacidad y gusto por aprender y alcanzar un grado mayor de conocimientos y de experiencias y, cerrando el arco, la alegría que procede de vivir intensamente la condición de hijos de Dios en el Hijo Jesucristo y de configurados a Él por el sacramento del Orden. Vivir gozosamente esta doble realidad es la mejor señal de poseer una buena salud espiritual.
Ahora bien, la espiritualidad sacerdotal es un conjunto de actitudes vitales que se adquieren, que es preciso cuidar y que manifiestan su buen estado en la práctica diaria no sólo del ejercicio del ministerio sino también de aquellos actos que nutren la vida "en el Espíritu" y que contribuyen también a definir un estilo de vida calcado en el de Jesucristo. En realidad toda nuestra existencia ha de ser conforme a la presencia y a la acción del Espíritu Santo que nos ha ungido, consagrado y enviado haciéndonos partícipes de la unción mesiánica y sacerdotal del Señor. De este modo el ejercicio de nuestro ministerio será alimento eficaz de nuestra espiritualidad.
Por eso la primera condición para que se haga realidad esta identificación personal y existencial con Jesucristo, es cultivar y, si fuera necesario, recuperar o restaurar la interioridad de nuestra vida espiritual. Lo pide también la conciencia de lo que significa la inhabitación del "dulce huesped del alma" en el corazón de los creyentes, presencia más intensa si cabe cuando va acompañada de la gracia del sacerdocio ministerial recibida en el sacramento del Orden. El Espíritu ha penetrado en lo más íntimo de nuestro ser y allí se convierte en fuente de nuestro pensar y de nuestro querer, para hacerlos conformes a la voluntad divina, cuando tratamos de ser fieles a la vocación y a la misión que se nos ha confiado. "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Cor 3,16; cf. 6,19).
13. Tiempos y espacios para la vida interior
Frente a las tentaciones de la evasión y de la superficialidad, del activismo que es una especie de neurosis y que termina generando "stress", ansiedad y agotamiento espiritual, y ante los abundantes "ruidos" que distraen o que interfieren la comunicación con Dios, es necesario que nos procuremos espacios y tiempos que faciliten bucear en nuestro interior. De este modo podremos recomponer criterios y actitudes, enderezar la dirección de nuestra vida y recuperar el sosiego y la paz. Pero, sobre todo, será más fácil escuchar la suave voz de Dios que se deja oír en la quietud y en la brisa, más que en la tormenta y el huracán (cf. 1 Re 19,11-12), disfrutando de la oración que es "tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama" (Sta. Teresa de Jesús, Vida, 7).
Es necesario, pues, equiparse interiormente, nutrir el organismo espiritual y cultivar los recursos recomendados por la Iglesia, que favorecen y mantienen viva la espiritualidad: retiros, ejercicios espirituales, meditación u oración mental, lectura espiritual o lectio divina, examen al final de la jornada, etc., medios muy útiles que no se deben dejar con la excusa de tareas ineludibles. La celebración del Oficio Divino, cuando se hace a solas o en un grupo reducido, requiere calma, reflexión sobre lo que se lee, apertura al mensaje de los salmos y de los restantes textos, y actitud orante. Dada la íntima correspondencia que existe entre nuestro estado físico y anímico y la vida espiritual, el descanso oportuno, el sosiego y el silencio, el saber hasta dónde se puede llegar para evitar la ansiedad y la sensación de agobio son buenos aliados para dedicarse un poco a Dios y atender "los asuntos del alma". El mismo Señor invitaba a sus discípulos: "Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco" (Mc 6,31), para instruirlos más detenidamente.
Por eso es preciso evitar también el riesgo que entrañan hoy algunos medios audiovisuales que, si no se saben dosificar o utilizar bien, lo que hacen es saturar la mente de imágenes, a veces perniciosas, e inducir a la pasividad restando tiempo a la reflexión personal, al diálogo y al cultivo de otros valores, entre ellos la oración.
14. Compartir la experiencia espiritual
A veces la voz de Dios y la inspiración del Espíritu, no siempre se perciben con claridad, a pesar de nuestros esfuerzos. No faltan incluso "noches oscuras" en las que se mezclan situaciones de desaliento, cansancio y falta de gusto por el alimento que el Señor nos ofrece por medio de su Espíritu. En estas situaciones se desorbitan las cosas, se acumulan los problemas y se exagera su importancia. Pero, lo que es peor, sobreviene una especie de anemia espiritual apenas perceptible para uno mismo, salvo que se tenga el hábito del autoexamen frecuente o del "chequeo" periódico, por ejemplo, con ocasión del retiro o de los encuentros sacerdotales. Es ciertamente una buena costumbre el que, además de la expresión de confianza que supone el abrir el alma a un amigo, se aprovechen estos momentos para curar las heridas y aliviar la tensión en el marco del sacramento de la Penitencia.
Pero probablemente para ayudar a salir del aislamiento y objetivar la propia situación espiritual, no es suficiente este medio, cuya finalidad es muy precisa en el orden de la gracia. En efecto, la fraternidad sacerdotal debe ser para todo presbítero un elemento característico que le ayude a vivir el sacerdocio y sus exigencias en comunión fraterna, dando y recibiendo -de sacerdote a sacerdote- el calor de la amistad, de la asistencia afectuosa, de la comprensión, de la corrección fraterna si fuere necesario, sabiendo que la gracia del Sacramento del Orden "asume y eleva las relaciones humanas, psicológicas, afectivas, amistosas y espirituales..., y se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua..." (PDV 74; cf. Directorio, 27).
Las distintas formas de fraternidad sacerdotal, cuando están basadas en una verdadera caridad, ayudan decisivamente a vivir los distintos aspectos de la entrega personal al Señor y al ministerio, como el celibato, la gratuidad en el servicio pastoral, la obediencia libre, etc. aun en medio de las limitaciones humanas, de la pobreza de medios o de la escasez de los resultados.
15. Acompañamiento espiritual
Dicho de otro modo, el presbítero necesita hoy superar esa soledad generada en parte por el temor a compartir experiencias y fracasos en el orden espiritual y en parte también por esa especie de pudor o de timidez que impide abrirse a los demás, y que en el fondo está sujeta a la tentación de no consultar a nadie. De lo que se trata es de que los presbíteros os acompañéis verdaderamente en vuestra vida espiritual y pastoral. Por mi parte y por obra de la Vicaría Episcopal del Clero se promueven convivencias y otras formas de comunicación constante dentro del ámbito del presbiterio diocesano, y se procura mejorar las relaciones personales y la cercanía especialmente en las situaciones delicadas. Pero todo esto no es suficiente.
Por eso, aunque encontrar un amigo del alma, en el que poder depositar gozos y esperanzas, fracasos y propósitos, es muy difícil en estos tiempos de subjetivismo y de egolatría, el acompañamiento y la orientación espiritual siguen siendo muy útiles para todos. El confiar a un hermano el seguimiento de la vida espiritual para avanzar juntos por el camino de la vida "en el Espíritu" es, aunque no lo parezca, un signo de profunda maduración. Naturalmente que para esto se requieren unas buenas dosis de trasparencia de espíritu, de sinceridad y de amistad sana y verdadera. Pero el Espíritu del Señor, que todo lo sondea y conoce (cf. Sab 1,7), sin duda está detrás de los que se reúnen para ayudarse mutuamente en la búsqueda de la verdad, sugiriendo a cada uno lo que debe decir para común edificación (cf. Ef 4,7.15).
16. Conversión y renovación por el Espíritu
El presbítero, como todo fiel cristiano, está llamado a convertirse cada día más profundamente al Señor, debiendo buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro de su propio estado (cf. LG 42). Para los sacerdotes vale también la invitación paulina: "Cristo os ha enseñado a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre viejo corrompido por deseos de placer, a renovaros en la mente y en el espíritu. Dejad que el Espíritu renueve vuestra mentalidad, y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas" (Ef 4,20-24).
Como se ha dicho más arriba (cf. supra, n. 11) la vocación a la santidad del sacerdote tiene su primer fundamento en la consagración bautismal, como para todos los demás fieles. El carácter sacerdotal, comunicado por el sacramento del Orden, añade un nuevo título a esa vocación inicial que no modifica esa exigencia básica, que consiste en vivir "en justicia y santidad verdaderas". No son dos espiritualidades yuxtapuestas, la bautismal y la sacerdotal, sino una sola vida "en el Espíritu" que asume e integra las dos dimensiones. Y en ambas actúa el mismo y único Espíritu Santo que transforma los corazones y los "rejuvenece", al hacerlos más ágiles para buscar y cumplir la voluntad de Dios. La espiritualidad sacerdotal se apoya así, y encuentra expresión adecuada, en la renovación de la mente y del corazón por obra del Espíritu que opera en todos los creyentes que se dejan guiar por Él.
Cuando llega la Cuaresma o cualquier otro tiempo penitencial, en el que la Iglesia convoca a sus hijos y anuncia la necesidad de la conversión, nosotros no podemos dejar al margen de esta urgencia nuestra condición de ministros de Cristo y de dispensadores de los misterios de Dios (cf. supra, n. 10). Los frutos de penitencia que hemos de dar han de incluir necesariamente nuestra vida y nuestro ministerio. Por eso, en la medida en que respondamos a la llamada de la Iglesia a la conversión y a la renovación, experimentaremos que "se renueva nuestra juventud como un águila" (Sal 102,5).
No importa la edad, ni la experiencia acumulada, que a veces se traduce en falta de ilusión o en "acopio" de decepciones. Con la ayuda del Espíritu y nuestra colaboración, el pesimismo se convierte en serena confianza, la búsqueda de éxito se transforma en fidelidad perseverante y las crisis de sentido o de identidad dan paso al encuentro real con el Dios de la bondad y de la misericordia. Aunque nos cueste entender las palabras del Señor: "mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos" (Is 55,8), la verdad y la fuerza que buscamos están siempre del lado de Dios que nos dice una y otra vez: "Volveos a mí y yo me volveré a vosotros" (Zac 1,3). La celebración periódica y consciente del sacramento de la Penitencia tiene, entre otros frutos, el fortalecimiento de la fe y del espíritu de conversión.
17. Creer "contra toda esperanza"
En este año dedicado al Espíritu Santo, en el que todos los creyentes hemos sido llamados también a "redescubrir la virtud de la esperanza" como actitud fundamental de nuestra vida (cf. Carta Apost. Tertio Millennio Adveniente [= TMA], n. 46), nosotros los pastores hemos de ser los primeros es acoger esta invitación. Y no sólo porque, de este modo, ayudaremos a los fieles que nos han sido confiados a vivir la esperanza y a "dar razón de ella" a quienes la pidan (cf. 1 Pe 3,15), sino también porque la necesitamos nosotros.
En una sociedad como la actual, sumamente competitiva y que sobrevalora los éxitos inmediatos, resulta más tentadora la actividad del técnico ejecutando rápidamente cualquier iniciativa que la labor paciente del campesino que echa la semilla después de trabajar bien la tierra, y que, no obstante, tiene que esperar el resultado de su trabajo, condicionado por otros factores ajenos a él. Por eso nuestro ministerio fue ya comparado por nuestro Maestro con la tarea del sembrador que esparce generosamente la semilla (cf. Mc 4,3 ss. y par.). En ocasiones la siembra es regada con las lágrimas (cf. Sal 126 -Vg 125-, 6), porque el fruto no acaba de llegar y todo nuestro trabajo parece realizado en vano. En todo caso el sembrador ha de unir la paciencia a la esperanza, oteando el cielo (cf. Sant 5,7).
Precisamente es aquí donde se manifiesta la acción del Espíritu que transforma la espera en confianza, y la necesidad de éxito en perseverancia y en fidelidad. "La actitud fundamental de la esperanza, afirma la Tertio Millennio Adveniente, de una parte, mueve al cristiano a no perder de vista la meta final que da sentido y valor a su entera existencia y, de otra, le ofrece motivaciones sólidas y profundas para el esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios" (n. 46). Esta mirada "a lo lejos" es, precisamente, la que permite percibir, aun en los signos más insignificantes, la obra del Espíritu que reconduce todas las cosas hacia donde Dios quiere. Esos pequeños signos, cuando los descubrimos y los analizamos a la luz de la Palabra de Dios o los llevamos a la oración, son suficientes para comprobar que, con el soplo del Espíritu, puede brotar otra vez la llama de la esperanza de ese rescoldo que está todavía encendido debajo de las cenizas.
La confianza se apoya entonces, no en nosotros mismos, sino en la fuerza intrínseca de la Palabra del Señor y en la eficacia de su Espíritu. Por eso a nosotros, en el ejercicio de nuestro ministerio, no se nos pide que tengamos éxito, sino que seamos fieles, imitando a Cristo, "pontífice fiel en lo que toca a Dios" (Hb 2,17), que "en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas... y fue escuchado por su actitud reverente" (Hb 5,7). Todo ministro de Cristo debe saber, aunque a veces resulte difícil aceptarlo, que "el que planta no significa nada, ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios" (1 Cor 3,7). Esto significa creer "contra toda esperanza", como Abrahán, el hombre de la fe (cf. Rm 4,18).
18. Docilidad al Espíritu
El sacramento del Orden nos ha hecho a los sacerdotes "hombres del Espíritu", a semejanza de Cristo (cf. Hch 10,38), y nos ha marcado con un carácter indeleble. Fiados en las promesas del Señor, de que el Espíritu estará siempre "con" nosotros y permanece "dentro de" nosotros (cf. Jn 14,16-17), hemos de tomar conciencia de esta presencia permanente del Espíritu Santo en nuestra vida y en nuestro ministerio, que los hace fecundos y eficaces en orden a la santificación de nuestros hermanos y a nuestra propia perfección espiritual.
Pero es necesario que esta conciencia se traduzca en una profunda comunión con el Espíritu Santo, especialmente en el ejercicio de todas y cada una de las funciones del ministerio y en el cuidado y mantenimiento de la vida espiritual. Y comunión quiere decir docilidad a las mociones e inspiraciones que proceden del Espíritu. Para estar seguros de que estas mociones e inspiraciones proceden de Él, puede ser suficiente el comprobar su coherencia con lo que la Iglesia ha dispuesto y con lo que exige el bien superior de los fieles que nos han sido encomendados. Al igual que para Cristo, que "aprendió sufriendo a obedecer" (Hb 5,8), también para todos nosotros las determinaciones de la Iglesia son reflejo de la voluntad de Dios, de manera que la disponibilidad para llevarlas a cabo debe ser entendida como consecuencia de una elección realizada desde la libertad interior y madurada constantemente en la oración.
Ciertamente, no todas las determinaciones tienen el mismo grado de obligatoriedad. En efecto, hay normas del Derecho general y particular que son ineludibles. Pero en la Iglesia existen también decisiones, líneas de acción y proyectos de actuación, que sin tener el alcance estrictamente jurídico de las normas del Derecho, han sido tomadas o respaldadas por quien tiene la misión de ejercer el oficio pastoral a nivel diocesano (cf. LG 27; CD 16). A este grupo de determinaciones pertenecen los objetivos pastorales, las orientaciones para la catequesis, la liturgia y la acción caritativa y apostólica en general, los medios para fomentar la formación permanente y la fraternidad entre los presbíteros, las pautas para la cooperación en el ministerio parroquial, la distribución de tareas y responsabilidades, la renovación de los cargos, las unidades pastorales, etc.
Secundar y aplicar todas estas determinaciones es una exigencia también de la docilidad al Espíritu, que procura siempre la unidad y la comunión aun dentro de la diversidad de pareceres o criterios. Lo pide también el servicio al pueblo de Dios, para edificación de la Iglesia y crecimiento del cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12-13).
Conclusión
19. El ejemplo de María
Para realizar todos estos ideales y para poner en práctica los medios que alimentan la vida "en el Espíritu" contamos con la intercesión y el ejemplo de María, "la mujer dócil a la voz del Espíritu" (TMA 48). Ella misma, identificada plenamente con la misión y con la obra de su Hijo, aparece en la vida de Éste y en los comienzos de la Iglesia, dejándose guiar por el Espíritu.
Desde el primer instante de su existencia, María fue santificada por una gracia singular, que la hizo "sagrario del Espíritu Santo" (LG 53). Esta santidad original no fue meramente pasiva, porque desde que María tomó conciencia de su condición "agraciada" se dedicó a hacer fructificar esa misma santidad comunicada por el Espíritu, en sí misma y en el desempeño de su misión maternal. Desde la anunciación hasta la espera del Espíritu, estando reunida con los discípulos (cf. Hch 1,14), ejerció una verdadera acción apostólica, sustentada en la oración íntima y meditativa de lo que observaba y oía acerca de su Hijo (cf. Lc 2,19.51).
Queridos hermanos presbíteros: Para nosotros no resulta difícil descubrir en María un modelo acabado de cómo hemos de ser fieles al "Espíritu de santidad" que actúa en nosotros desde el día de nuestra ordenación sacerdotal. En síntesis, a la vista de lo que os he tratado de ofrecer en las páginas precedentes, se trata de mantener viva la conciencia de la gracia que hemos recibido, de cooperar con ella para que fructifique cultivando la vida interior y aquellos medios que la hacen posible, y de pedir humildemente cada día la fuerza y el poder del Espíritu (epíclesis) para que venga en ayuda de nuestra debilidad y haga eficaz nuestro ministerio santificador.
Ciudad Rodrigo, 11 de febrero de 1.998
Nuestra Señora de Lourdes
+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo
[1]. En el Boletín Oficial del Obispado de marzo-abril de 1.997, pp. 119-146.
[2]. Además existe una abundante bibliografía especialmente en los materiales que en los últimos años ha brindado la Comisión Episcopal del Clero de la Conferencia E. Española, por ejemplo: Espiritualidad del Presbítero diocesano secular. Simposio (EDICE 1.987); y Espiritualidad sacerdotal. Congreso (EDICE 1.990).
[3]. Véanse las actitudes de los ministros de la Palabra que expuse en El ministerio de la Palabra de Dios en la Cuaresma. Carta a
LA PALABRA DE DIOS EN LA INICIACION CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL
Escrito por Super User
LA PALABRA DE DIOS EN LA INICIACION CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA COMUNIDAD PARROQUIALExhortación pastoral ante el curso apostólico 1995-1996 |
SUMARIO Introducción
1. Balance de este primer año I. LA INICIACION CRISTIANA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
4. Importancia de la Iniciación cristiana en la actualidad II. REVALORIZAR LA PALABRA DE DIOS
11. Uno de los mayores frutos del Concilio Vaticano II A modo de conclusión
28. Indicaciones operativas LA PALABRA DE DIOS EN LA INICIACION CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL Exhortación pastoral ante el curso apostólico 1995-1996
Introducción Queridos hermanos presbíteros, religiosas y fieles laicos de Ciudad Rodrigo:
Está a punto de cumplirse un año desde que fui ordenado obispo para esta amada Iglesia Civitatense. La costumbre, ya consolidada, de presentar el objetivo diocesano al comienzo del curso, mediante una Exhortación pastoral, me permite dirigiros, con este motivo, un saludo cordial lleno de gratitud hacia el Señor y hacia todos vosotros. 1. Balance de este primer año
Tengo muchos motivos para dar gracias. Este primer año me ha permitido conoceros y apreciaros. He podido encontrarme con todos los presbíteros diocesanos que trabajan en la diócesis, e incluso con algunos de los que están fuera de ella, con los seminaristas y con las comunidades religiosas, con movimientos apostólicos y de espiritualidad, con los ancianos y enfermos acogidos en las residencias, con los alumnos de religión de algunos centros de enseñanza, con grupos de Confirmación y con otros jóvenes. He estado en unas cuarenta parroquias para celebrar la Eucaristía el domingo y en fiestas patronales, para administrar el sacramento de la Confirmación y para otros actos. 2. La aplicación del objetivo del curso 1994-1995
Ahora hace un año, yo asumía el objetivo pastoral elegido para el curso apostólico 1994-1995: Potenciar la comunidad parroquial como lugar propio para la acogida de la Palabra de Dios, para la celebración de la fe y para el servicio de la caridad. El objetivo se centraba en la parroquia, "modelo de apostolado comunitario" (cf. AA 10) y "célula de la diócesis" (cf. CD 11). 3. Ante un nuevo objetivo pastoral diocesano
La perspectiva de un nuevo curso apostólico pedía determinar un nuevo objetivo pastoral. Y en efecto, después de meditarlo con ayuda de la Vicaría de Pastoral y del Clero, el 27 del pasado mayo propuse al Colegio de Consultores, dado que todavía no estaba constituido el nuevo Consejo Presbiteral, y el 28 de junio a los Arciprestes y Delegados diocesanos, el siguiente objetivo para el curso 1995-1996: Revalorizar la Palabra de Dios en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial. I. LA INICIACION CRISTIANA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
En efecto, el contenido del objetivo pastoral del próximo curso es la revalorización de la Palabra de Dios. Ahora bien, esta revalorización ha de hacerse en el marco concreto de la Iniciación cristiana y, en general, en todo el ámbito de la vida de la comunidad parroquial. 4. Importancia de la Iniciación cristiana en la actualidad
¿Por qué se ha pensado precisamente en la Iniciación cristiana como factor de continuidad de los objetivos diocesanos? Es indispensable responder a esta pregunta para comprender mejor lo que pretendemos. No ha sido solamente para contar con un objetivo que dure varios años. Existen además otras razones. 5. "En el umbral del Tercer Milenio"
En segundo lugar tenemos también la invitación, ya mencionada, del Papa Juan Pablo II en la Carta "En el umbral del Tercer Milenio". Resulta significativa la dimensión catequética y sacramental, con su transfondo teológico y pastoral, que el Santo Padre quiere dar a la preparación del Jubileo del año 2000. Partiendo de la "articulación de la fe cristiana en palabra y sacramento", que da lugar a la estructura que une "la memoria" y "la celebración", para que no nos limitemos "a recordar el acontecimiento sólo conceptualmente, sino haciendo presente el valor salvífico mediante la actualización sacramental" (TMA 31), Juan Pablo II propone: 6. ¿Qué es la Iniciación cristiana?
Para llevar adelante el objetivo del próximo curso y los que nos marquemos en años sucesivos en relación con la Iniciación cristiana, es indispensable tener un concepto claro de lo que significa esta expresión en el vocabulario cristiano. 7. Finalidad y elementos que integran la Iniciación cristiana
"Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, y el acceso a la comunión eucarística" (Catecismo, n. 1229). 8. Dificultades actuales de la Iniciación cristiana
Sin embargo no es fácil lograr, tanto a nivel diocesano como parroquial, que la Iniciación cristiana se lleve a cabo de forma unitaria, global, coherente e integradora de todos los aspectos que están implicados en ella, porque afecta simultáneamente y de manera directa a la pastoral del Bautismo de los niños, con la preparación de los padres y padrinos; a la catequesis de la infancia y de la adolescencia; a la pastoral de las Primeras Comuniones y a la iniciación al sacramento de la Penitencia; a la pastoral de la Confirmación; al catecumenado y a la catequesis de los niños no bautizados en edad escolar y a la de los adultos que no recibieron una formación cristiana suficiente o que deben completar su Iniciación, por ejemplo, los novios que no se han confirmado aún. 9. La Iniciación cristiana en la vida de la Iglesia
La Iniciación cristiana está en el origen no sólo de la vida de la fe personal de cada uno de los cristianos, sino también de toda la comunidad eclesial, ya que es un proceso socializador, como se ha dicho antes. Por eso la atención y el enfoque que se prestan a la Iniciación determinan en gran medida la orientación pastoral de una Iglesia local, tanto a nivel parroquial como diocesano. 10. La Palabra de Dios en la Iniciación cristiana
Después de estas nociones básicas sobre la Iniciación cristiana, sobre las que habrá que volver en los próximos cursos, y antes de entrar en la segunda parte, que afecta más directamente al objetivo pastoral del curso 1995-1996, conviene explicar brevemente el significado de la Palabra de Dios en la Iniciación cristiana, para poder revalorizarla en este ámbito concreto. II. REVALORIZAR LA PALABRA DE DIOS
Anunciar y exponer la Palabra de Dios es un aspecto verdaderamente neurálgico de la acción pastoral y de gran transcendencia para la misión de toda comunidad cristiana. El itinerario seguido durante los últimos años por nuestra Iglesia Civitatense, marcado por la nueva evangelización y por la toma de conciencia de la Iglesia particular y local, y que nos disponemos a proseguir con un nuevo objetivo diocesano, tiene una gran semejanza con el camino de Emaús en el que el Señor en persona se hizo compañero de ruta de unos discípulos para hablarles al corazón y, después de sentarlos a la mesa eucarística, enviarlos a cumplir la misión de anunciar el Evangelio (cf. Lc 24). 11. Uno de los mayores frutos del Concilio Vaticano II
Como todos sabéis, uno de los mayores frutos del Concilio Vaticano II ha sido el conocimiento y la estima del pueblo cristiano hacia la Palabra de Dios. El uso de las lenguas modernas en la liturgia, la abundancia de versiones y de ediciones de la Biblia, el esfuerzo realizado en la catequesis, en la predicación, en la teología y en la espiritualidad, para fundamentarlo todo en la Palabra de Dios, han contribuido a un contacto cada vez más frecuente e intenso de todos los fieles con la Sagrada Escritura. 12. El amor a la Palabra de Dios entre nosotros
En efecto, la evangelización y la renovación de la vida cristiana en nuestras parroquias y comunidades no se podrán realizar si no se da, entre los fieles pero especialmente entre los sacerdotes y los demás agentes de pastoral, un "amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura" (SC 24). Por eso resulta estimulante saber que se organizan cursos sobre la Sagrada Escritura por el Centro Teológico Civitatense, y que se cuida la formación bíblica de los sacerdotes y de las religiosas en los retiros y en las convivencias. Esta formación está muy presente también en los planes de formación de nuestros seminaristas. 13. El misterio de la Palabra de Dios
En nuestro lenguaje habitual solemos hablar de la Palabra de Dios, de la Biblia, de la Sagrada Escritura, del Antiguo y del Nuevo Testamento, del Evangelio, etc. Las expresiones son semejantes pero el contenido no es siempre idéntico. En rigor "Palabra de Dios" abarca más que "Sagrada Escritura", que es la "Palabra de Dios escrita". La Biblia, como todos saben, es el conjunto de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. 14. Dios nos habla en la Sagrada Escritura
Dios nuestro Padre, habló progresivamente y de muchas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas hasta que llegó el momento de hablarnos por medio de su Hijo Jesucristo (cf. Hb 1,1-2). Toda la historia de la salvación ha sido una continua automanifestación de Dios en la que el Señor ha ido desvelando su voluntad de salvación y su amor a los hombres en las distintas etapas, hasta que, en la plenitud de los tiempos, nos envió a su propio Hijo como Palabra encarnada, consumándose así la revelación divina. 15. Cristo resucitado, centro y clave de toda la Escritura.
Jesús mismo enseñó a sus discípulos la manera de acercarse a la Sagrada Escritura, es decir, a él mismo como Palabra divina y eterna. El invitó a leer las Escrituras "para conocerle a él y el poder de su resurrección en él" (Flp 3,10), y para saber ir, desde él, hacia los tiempos de la Promesa, es decir, al Antiguo Testamento (cf. Lc 24,25-27.32.44-48), y para entrar en el Nuevo Testamento, que es continuación del Antiguo a través de Cristo. 16. La Iglesia, reunida por la Palabra de Dios y misionera
El Dios que nos habla por medio de su Hijo Jesucristo, espera siempre una respuesta de nosotros. En efecto, la Palabra de Dios convocaba ya al pueblo de Israel (cf. Ex 12; 20,1-2) y lo constituía en asamblea litúrgica (cf. Ex 12; Hch 1-2) como pueblo de su pertenencia, para anunciar a todo el mundo las obras de Dios: "Calla y escucha, Israel. Hoy te has convertido en el Pueblo del Señor tu Dios. Escucha la voz del Señor tu Dios, y pon en práctica los mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy" (Dt 27,9-10; cf. Sal 95,1.7-8; Hb 3,7-11). 17. La evangelización como anuncio actual del Evangelio
Ya se ha aludido antes al significado de la Palabra de Dios en el conjunto de la Iniciación cristiana (cf. supra, n. 10) y a la renovación de la catequesis desde el punto de vista bíblico (cf. n. 11). Ahora se trata de mostrar cómo la evangelización y la catequesis se apoyan en la Palabra de Dios y en el Evangelio y están a su servicio. 18. La catequesis fundamentada en la Palabra de Dios
La catequesis, cuya definición se ha dado más arriba (cf. n. 6), es una profundización y una continuación de la evangelización, y está orientada hacia la vida plena de los fieles en la Iglesia y en el mundo. Por este motivo su contenido, su fuente, su norma y su inspiración no pueden ser otros que la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura (14). Esto condiciona no sólo el carácter propio de la catequesis como acción pastoral que transmite el mensaje auténtico del Evangelio de la salvación, sino también el estilo y el lenguaje que se deben emplear para educar en la fe y en la vida cristiana. 19. La liturgia, lugar privilegiado para escuchar la Palabra de Dios
Todas las Iglesias de Oriente y Occidente han reservado un puesto relevante a la Sagrada Escritura en todas las celebraciones, siguiendo el ejemplo de Jesús y el modelo de la Sinagoga. Desde el principio, la liturgia cristiana ha seguido la práctica de proclamar la Palabra de Dios en las reuniones de oración y, en particular en la Eucaristía. Los Apóstoles, especialmente san Pablo, realizaban el ministerio de la Palabra para las comunidades cristianas en el contexto de las asambleas litúrgicas (cf. Hch 20,7-11). 20. La función del lector
La lectura de la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas es un verdadero servicio a esta Palabra y a la asamblea de los fieles. La figura de Jesús en la sinagoga de Nazaret ilumina esta función y ayuda a descubrir su importancia. En efecto, Jesús "según su costumbre entró el sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura; le entregaron el libro del profeta Isaías, y desenrollándolo, dio con el pasaje donde está escrito..." (Lc 4,16-17). La función de leer la Palabra divina a la comunidad eclesial reunida para la celebración litúrgica, es una mediación necesaria en el diálogo entre Dios y su pueblo, de manera que el lector o la lectora es el último eslabón para que llegue a los hombres lo que Dios ha querido comunicar en las Escrituras Santas. 21. El ministerio de la homilía
En el mismo contexto de la asamblea litúrgica que escucha y celebra la Palabra de Dios, sobresale la homilía como la forma más destacada de la predicación (cf. CDC, c. 767, &1), ya que es "parte de la misma liturgia, en la que se exponen durante el ciclo del año litúrgico los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana" (SC 52). Por este motivo la homilía está reservada al ministro ordenado, es decir, al obispo, al presbítero o al diácono. Tan sólo en las misas con niños y en las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero, un catequista o el laico que dirige la celebración puede comentar la Palabra de Dios o dar lectura a la homilía preparada por el sacerdote. 22. Preparación y realización de la homilía
Lo específico de la homilía dirigida a los fieles en el marco de la acción litúrgica, es mostrar la íntima conexión entre la Palabra divina como anuncio de la salvación, y el acontecimiento sacramental que se está celebrando, de manera que los fieles perciban que las maravillas obradas por Dios en otro tiempo y referidas en las lecturas, se cumplen y se actualizan aquí y ahora en los sacramentos y aun en la vida de cada día. Al mismo tiempo la homilía contribuye a aplicar la Palabra de Dios a las circunstancias concretas de los hombres (cf. PO 4). El homileta debe iluminar sobria e inteligentemente las situaciones y las necesidades de la comunidad y de los fieles para que, ellos mismos, acojan la Palabra divina y la lleven a la práctica de forma que el anuncio del mensaje no haya sido en vano. 23. La "lectura divina" de la Palabra de Dios
Se conoce como lectio divina o "lectura divina", según una práctica conocida ya en los primeros siglos y muy extendida en el monacato, la lectura individual o comunitaria de la Sagrada Escritura, acogida como Palabra de Dios y que se hace bajo la moción del Espíritu Santo en meditación, oración y contemplación (22). Se trata, en efecto, de uno de los medios más eficaces para los fieles de recibir con mayor fruto la Palabra de Dios y traducirla en la vida. 24. Cómo hacer la "lectura divina" de la Palabra de Dios
La "lectura divina", tanto en particular como en grupo, se puede hacer siguiendo dos movimientos. El primero parte del texto para llegar a la transformación del corazón y de la vida, según el esquema clásico: lectura, meditación, oración y contemplación. El segundo parte de los hechos de vida para comprender su significado a la luz del mensaje de la Palabra de Dios, respondiendo a estas preguntas: ¿cómo se manifiesta el Señor en este acontecimiento? ¿qué pide o espera a través de este hecho?, y tratando de verificar la autenticidad de las respuestas a la luz de los ejemplos y de las palabras del Señor o de sus enviados. Este segundo modo es semejante al conocido método del "ver, juzgar y actuar", pero en la "lectura divina" el acento está puesto no tanto en el análisis del hecho y en la actuación posterior, como en la intensidad de la reflexión y de la meditación sobre el mensaje de la Palabra divina. 25. La Biblia en la familia
Como una aplicación concreta de cuanto se dice en el número anterior, la familia cristiana es una comunidad ideal para acercarse a la Palabra de Dios y, al mismo tiempo, para transmitir ese "suave y vivo amor a la Escritura" que la Iglesia desea en todos los fieles (cf. SC 24). Pero se da la paradoja de que en numerosos hogares se ha adquirido o se ha recibido como regalo, muchas veces del sacerdote con ocasión del matrimonio o de la celebración de otros sacramentos, un ejemplar a veces espléndido de la Biblia, ejemplar que reposa cerrado entre otros libros que parecen estar de adorno. 26. La aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres
"La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta la división del alma y del espíritu, hasta las conyunturas y la médula, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hb 4,12). Todo lo que se ha dicho hasta aquí, especialmente en la segunda parte, quiere poner de manifiesto la importancia de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y en la existencia de cada uno de los fieles. El objetivo pastoral diocesano ha de contribuir a que todos, pastores y fieles, dejemos que la Palabra de Dios informe eficaz y efectivamente nuestra existencia de creyentes y, a la vez, de ciudadanos de este mundo. 27. La interpretación de la Escritura en el contexto de la vida
Sólo por esta vía se llega a una verdadera interpretación comunitaria de la Palabra de Dios, que tenga en cuenta las diversas situaciones humanas. Frente a interpelaciones urgentes del mundo, de los problemas sociales, de los jóvenes, de la educación, del trabajo, de la cultura, de la vida política, etc. nuestros cristianos y nuestras comunidades se quedan mudos e impotentes, porque no están habituados a una confrontación en la que la referencia a la Palabra de Dios se entrelaza con la atención a la situación humana concreta contemplada en toda su complejidad y facetas. Sólo en esta perspectiva la Palabra divina revela y actualiza su capacidad de ser "fuerza de Dios" para los creyentes (cf. 1 Cor 1,18). A modo de conclusión 28. Sugerencias operativas
Hasta aquí la reflexión de carácter doctrinal y práctico que he querido ofreceros al comienzo del curso apostólico 1995-1996, como fundamentación de las diversas acciones que los organismos diocesanos, los arciprestazgos y las paroquias y otras comunidades se deben proponer para revalorizar la Palabra de Dios en el ámbito de sus propias competencias. 29. Invitación final
No quiero terminar esta Exhortación pastoral sin dirigirme de nuevo y de una manera más directa a mis hermanos los presbíteros y a las religiosas, teniendo en cuenta la importancia que tienen en la vida de la Iglesia tanto el ministerio ordenado como el carisma de la vida religiosa.
Ciudad Rodrigo, 22 de agosto de 1995 + Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo |
NOTAS 1. Estas líneas fueron expuestas en la sesión constitutiva del Consejo Presbiteral, el 29 de junio de 1995, y fueron publicadas en el Boletín Oficial del Obispado, de julio-agosto de este año, pp. 316-321. (Volver) 2. La comunidad parroquial al servicio de la evangelización hoy, Exhortación pastoral ante el nuevo curso apostólico 1994-1995, p. 4.(Volver)
3. Juan Pablo II, En el umbral del Tercer Milenio (Carta Apostólica), de 10-XI-1994, Librería Ed. Vaticana 1994 (= TMA).(Volver)
4. Véanse también los nn. 1-2 de las Observaciones generales de la Iniciación cristiana; y el comienzo del Motu proprio Divinae Consortium Naturae del Papa Pablo VI, de 15-VIII-1971, en el Ritual de la Confirmación.(Volver)
5. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La Catequesis de la Comunidad, Madrid 1983, n. 273.(Volver)
6. Véase el cap. V del Ritual de la Iniación cristiana de los Adultos, y la Nota de la Comisión Episcopal de Liturgia, de 16-IX-1992. (Volver)
7. Véase mi Exhortación pastoral del curso pasado: La comunidad parroquial al servicio de la Evangelización, n. 2.2.3.(Volver)
8. Juan Pablo II, Carta Apost. Vicesimus Quintus Annus, de 4-XII-1988, n. 8.(Volver)
9. Orden de lecturas de la Misa, n. 13.(Volver)
10. Título de la Relación final, en Sínodo 1985. Documentos (Madrid 1986), 3.(Volver)
11. Pablo VI, Exhort. Apost. Evangelii Nuntiandi, de 8-XII-1975, n. 27; cf. n. 22.(Volver)
12. En el Boletín Oficial del Obispado, de agosto septiembre de 1991, pp. 591-622.(Volver)
13. Conferencia Episcopal Española, "Para que el mundo crea". Plan pastoral (1994-1997), EDICE 1994, pp. 17-25.(Volver)
14. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Catechesi Tradendae, de 16-X-1979, nn. 26-27; cf. n. 30.(Volver)
15. Sínodo de los Obispos de 1977 sobre la Catequesis de nuestro tiempo, Mensaje al Pueblo de Dios, n. 9.(Volver)
16. Véase la estructura del Catecismo de la Iglesia Católica, descrita en los nn. 13-17. (Volver)
17. I Apol., 67, en RUIZ BUENO, D., Padres Apologistas (BAC 116, Madrid 1954), 258.(Volver)
18. "La lectura del Evangelio constituye el punto culminante de la liturgia de la Palabra; las demás lecturas, que, según el orden tradicional, hacen la transición del Antiguo al Nuevo Testamento, preparan a la asamblea reunida para esta lectura evangélica": Orden de lecturas de la Misa, n. 13.(Volver)
19. L.A. SCHOEKEL, Consejos al lector, en Hodie 17 (1965), p. 82.(Volver)
20. Pablo VI, Encíclica Mysterium Fidei, de 3-IX-1965, n. 20.(Volver)
21. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Catechesi Tradendae, n. 48.(Volver)
22. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, de 15-IV-1993, IV, C, 2.(Volver)
23. Ordenación general de la Liturgia de las Horas, n. 55. Véanse en el mismo documento los nn. 55-69 y 143-155, donde se explica la estrcutura y organización del Oficio de lectura.(Volver)
24. Véase lo que dice sobre la plegaria familiar el Papa Juan Pablo II, en la Exhort. Apost. Familiaris Consortio, de 22-XI-1981, nn. 59-60.(Volver)
25. Véanse Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, de 25-III-1992, n. 26; y Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31-I-1994, nn. 45-47.(Volver) |
LA MISION EVANGELIZADORA DE NUESTRA DIOCESIS
I. LINEAS DE ACCION PASTORAL PARA EL TRIENIO 2000-2003
II. LA MISION DE JESUCRISTO Y LA REVITALIZACION
DE LA ACCION EVANGELIZADORA DE NUESTRAS PARROQUIAS
(Objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-1)
SUMARIO
Introducción
I PARTE: LINEAS DE ACCION PASTORAL PARA EL TRIENIO 2000-2003
1. Continuidad con la etapa precedente
2. Necesidad de un mayor compromiso personal especialmente en los presbíteros
3. Propuestas del Consejo Presbiteral de 25-III-2000
4. Significado y alcance de las "líneas de acción"
5. Líneas de acción pastoral para los próximos cursos:
1. Atención a la vida espiritual en todos los sectores del pueblo de Dios
2. Formación permanente con talante misionero y promoción de un laicado adulto
3. Intensificación de la pastoral de la Iniciación cristiana
4. Revitalizar la celebración del domingo
5. Acompañamiento paciente y discernimiento de la piedad popular
6. Desarrollo de la pastoral familiar
7. Pastoral juvenil en clave vocacional
8. Mayor presencia de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad
9. Promover el desarrollo integral de las personas y de los pueblos en línea con la doctrina social de la Iglesia.
10. Adaptación de las estructuras pastorales al servicio de la acción evangelizadora
II PARTE: LA MISION DE JESUCRISTO Y LA REVITALIZACION
DE LA ACCION EVANGELIZADORA DE NUESTRAS PARROQUIAS
(Objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-1)
6. El objetivo pastoral de 2000-2001 y las "líneas de acción" del trienio
7. La misión de Jesucristo como fundamento de la misión de la Iglesia
8. El anuncio de la salvación, razón de ser de la Iglesia
9. La evangelización, misión esencial de la Iglesia
10. La nueva evangelización, necesidad de nuestro tiempo
11. La nueva evangelización en España
12. Caminos de re-evangelización
13. Características de una "pastoral de evangelización"
14. La renovación de nuestras parroquias
15. La comunión y la corresponsabilidad en la parroquia
16. A modo de conclusion
"LA MISION EVANGELIZADORA DE NUESTRA DIOCESIS"
Introducción
La celebración del Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento del Señor, al que se asoció el 50º del Restablecimiento de la Jerarquía Eclesiástica ordinaria en nuestra diócesis, ha querido ser un canto de alabanza y de glorificación de la SS. Trinidad, conmemorando el misterio de la Encarnación y el Nacimiento de nuestro Salvador y al mismo tiempo un "año intensamente eucarístico" (cf. TMA 55). Estas han sido las notas dominantes del objetivo pastoral diocesano del curso 1999-2000, que culminó con el II Congreso Eucarístico Diocesano, entre los días 18 de junio y 2 de julio. Dicho objetivo era el último de la serie que comenzó en 1.995-96 y que estuvo centrada en la Iniciación cristiana y en la preparación y celebración del Gran Jubileo. Por este motivo tenía un carácter de síntesis y de consolidación de los objetivos anteriores.
Al hacer el balance de lo que fue el curso pasado en la reunión de Arciprestes y de Delegados diocesanos los días 27 y 28 de junio, se propusieron unas líneas prioritarias de acción pastoral para los próximos años, que inspiren y den unidad a los objetivos diocesanos que se señalen. Estas líneas son substancialmente las que ahora propongo reelaboradas y enriquecidas. En la misma reunión se logró también diseñar los principales rasgos del objetivo pastoral para el curso 2000-2001.
Dada la amplitud de la presentación de las líneas de acción, este año el objetivo diocesano no va acompañado de una Exhortación pastoral. No obstante, en la segunda parte de esta presentación, ofrezco unas breves reflexiones que pueden ayudar a la comprensión y asimilación del objetivo del curso 2000-2001.
I
LINEAS DE ACCION PASTORAL PARA EL TRIENIO 2000-2003
1. Continuidad con la etapa precedente
Hemos recorrido ya un camino en los últimos años. La parroquia, la Palabra de Dios, la catequesis y la liturgia de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación, de la Penitencia y de la Eucaristía, la preparación y celebración del Jubileo son otros tantos hitos del itinerario realizado. Como transfondo de los objetivos y de las acciones hemos tratado de movernos siguiendo estas claves: la realidad de nuestra diócesis, la comprensión de la Iglesia como comunión para la misión, la importancia de la mediación de los presbíteros y de la vocación de los laicos, y la necesidad de una nueva evangelización.
Se ha procurado también implicar en el objetivo pastoral a parroquias, arciprestazgos, comunidades religiosas, grupos eclesiales y organismos diocesanos. Y que la formación permanente de los sacerdotes, de las religiosas y de los laicos estuviera en consonancia con el objetivo propuesto en cada curso, sobre la base de la Exhortación pastoral que yo escribía y presentaba durante las convivencias arciprestales del mes de octubre.
Debemos seguir avanzado por este camino, con idénticas motivaciones de fondo y contando con las mismas personas e instituciones diocesanas. Por otra parte han de proseguir y completarse las misiones parroquiales renovadas en aquellos arciprestazgos donde todavía no han tenido lugar.
2. Necesidad de un mayor compromiso personal especialmente en los presbíteros
Sin minusvalorar la aportación de las religiosas y de los laicos, que ha crecido en los últimos cursos, es evidente que la eficacia de los objetivos diocesanos depende en gran medida del grado y calidad de la caridad pastoral de los presbíteros, que se manifiesta en la disponibilidad real al servicio de la diócesis y en la dedicación a las tareas que les han sido confiadas. Por eso creo conveniente recordar una vez más algunas actitudes espirituales y operativas que pide el ejercicio del ministerio presbiteral:
- la esperanza que brota de la fe, del "consuelo de las Escrituras" (Rm 15,4) y de la oración;
- la generosidad en el trabajo, "porque la mies es mucha y los obreros pocos" (Mt 9,37);
- la disponibilidad efectiva para el servicio de la diócesis y de la comunidad o tarea encomendada a cada uno, que nunca puede ser considerada como una propiedad personal;
- la gratuidad y la pobreza, que pueden llegar hasta el no aceptar retribución para uno mismo (cf. 1 Cor 9,12; 2 Cor 11,7-9) [1] o el compartir los bienes, sobre todo aquellos adquiridos en el ejercicio del ministerio [2];
- unidad y corresponsabilidad en los criterios y en la acción, como piden la eclesiología de comunión y de misión, y la necesidad de escrutar juntos los signos de los tiempos a la luz del Evangelio (cf. GS 4; PO 9; etc.);
- la fraternidad presbiteral como comunicación de dones y de tiempo, expresada en las relaciones humanas y en gestos concretos de ayuda mutua;
- esta fraternidad se realiza muy especialmente en el trabajo pastoral "en equipo", de acuerdo con las varias modalidades existentes: unidades pastorales, agrupación de comunidades parroquiales pequeñas en una zona, parroquias "in solidum" (cf. CDC, c. 517 & 1), cooperación en tareas concretas, etc.
- una fraternidad apostólica más amplia que promueve la participación de los laicos y de las religiosas en la parroquia y en el arciprestazgo;
Son necesarios por tanto en los presbíteros y en todos los demás colaboradores de la acción pastoral de la Iglesia un empeño más decidido de dedicarse de lleno a evangelizar, además de una fuerte dosis de esperanza, capaz de contrarrestar los signos de cansancio, atonía y de pérdida de ilusión que se detectan a veces. En este empeño juega un papel decisivo el deseo de conversión y de búsqueda personal y comunitaria de los caminos por los que el Espíritu Santo quiere que avance la Iglesia en el desarrollo de su misión.
3. Propuestas del Consejo Presbiteral de 25-III-2000
La determinación del planteamiento global de la pastoral para los próximos cursos había sido estudiada también en la sesión del Consejo del Presbiterio que tuvo lugar el 25 de marzo de 2000. Allí se hicieron sugerencias muy interesantes que, convenientemente agrupadas, ofrecen el siguiente cuadro:
- Insistencia en la evangelización, y en la reevangelización o nueva evangelización ante la situación socio-religiosa y el avance del secularismo, etc., con particular atención a niños, jóvenes y familia. Catequesis misionera. Presencia de la Iglesia en la sociedad, a través de los medios de comunicación social, la cultura, etc. Celebración cristiana del domingo. Atención a la religiosidad popular.
- Formación y capacitación de los laicos, atendiendo a la corresponsabilidad y a la participación en la misión de la Iglesia. Formación de agentes pastorales: catequistas, lectores y otros colaboradores de la liturgia, monitores de pastoral juvenil, con especial atención a los pueblos pequeños.
- Revitalización de las parroquias en la catequesis, la liturgia, la acción caritativa y social, el consejo pastoral, etc. Unidades pastorales. Plan de resdistribución de parroquias y reorganización de arciprestazgos.
- Formación permanente de los sacerdotes. Potenciación del trabajo en equipo.
- Pastoral vocacional con nuevos métodos. Relación Presbiterio-Seminario. Atención a la marcha del Seminario.
- Objetivos pastorales dentro de un plan que abarque al menos un trienio. Evaluar mejor la aplicación de los objetivos.
4. Significado y alcance de las "líneas de acción"
Teniendo en cuenta el resultado de las reuniones que he mencionado y ante la evidecia de que estamos viviendo un momento de transición social y eclesial que se manifiesta en la aceleración de los cambios demográficos y culturales, definidos por la globalización de todos los fenómenos que afectan a los creyentes y a los no creyentes: secularización, pérdida de valores morales, desintegración de la familia, estandarización de las costumbres, descenso de vocaciones, atomización de las comunidades cristianas, insignificancia de la presencia de la Iglesia en la sociedad, etc., quiero proponer unas "líneas de acción" para los próximos cursos que sean a modo de "surcos de trabajo" ante todo para la pastoral diocesana, es decir, para los organismos implicados en ellas, pero también para los arciprestazgos y las parroquias teniendo en cuenta las propias necesidades y posibilidades.
Estas líneas de acción deberán inspirar tanto los objetivos diocesanos que se propongan como las correspondientes acciones que se señalen para llevarlos a cabo. En efecto, las "líneas de acción" y el "objetivo diocesano de pastoral" de cada curso han de ser en verdad una referencia necesaria y vinculante para la programación de los organismos diocesanos, de las parroquias, de los arciprestazgos, de las comunidades religiosas, de los grupos eclesiales y de los movimientos apostólicos que quieran integrarse en la vida diocesana, respetando naturalmente las peculiaridades legítimas de cada comunidad o grupo.
Denominador común de estas líneas es la necesidad de la evangelización como preocupación general y prioritaria. La Iglesia particular de Ciudad Rodrigo necesita reforzar su misión al servicio del Reino de Dios con la mirada puesta en Jesucristo, origen y dueño de la acción evangelizadora.
5. Líneas de acción pastoral para los próximos cursos:
1. Atención a la vida espiritual en todos los sectores del pueblo de Dios
No basta saber que es necesario evangelizar. Tampoco sirven de mucho los lamentos sobre la situación. Esta no es mejor ni peor que en otras épocas. Sin embargo es absolutamente necesario suscitar y mantener el deseo de conversión y las demás actitudes espirituales señaladas antes. Uno de los frutos del año dedicado al Espíritu Santo en la preparación del Jubileo (curso 1997-98) fue la atención a la salud espiritual de todos los miembros del pueblo de Dios: sacerdotes, seminaristas, religiosas y fieles laicos. Escrutar los signos de la presencia y de la obra del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo servirá de muy poco si no hay, en quienes trabajan en la acción evangelizadora, un compromiso decidido en favor de la propia santificación. La vida espiritual o "vida en el Espíritu" está en la base de cualquier tarea pastoral.
En este sentido el fomento de la espiritualidad de los presbíteros ha de constituir una preocupación prioritaria mediante los ejercicios espirituales que es necesario recordar y urgir cada año como un deber personal. Han de cuidarse también en esta línea los retiros mensuales y las convivencias del Presbiterio, a fin de que el ejercicio del ministerio sea una fuente de santificación. Particularmente necesario es el encuentro cotidiano con el Señor en la oración personal y en los restantes medios para la vida espiritual, evitando descuidarla por muchas actividades que se tengan. Es muy importante también que en el centro de la espiritualidad sacerdotal esté el Misterio eucarístico, "fuente y cima" de nuestro ministerio [3].
De la misma manera se ha animar a los laicos a que cultiven su vida interior, buscando la intimidad con Jesucristo y la entrega a los hermanos en la caridad y en la justicia, a fin de orientar la actividad humana de acuerdo con los designios de Dios. Pero es preciso ofrecerles los medios adecuados, entre los que sobresale la participación consciente y fructuosa en la Eucaristía y en la Penitencia, la adoración eucarística, tiempos de oración y de profundización en la fe, y acompañamiento espiritual. En este sentido va siendo hora de que en las parroquias o al menos en el arciprestazgo, se organicen encuentros o convivencias y se formen grupos que se reúnan periódicamente para la oración y la reflexión, en los que se ofrezcan dichos medios.
Responsables de esta línea de acción han de ser la Vicaría Episcopal del Clero, la Delegación Episcopal para la Vida Consagrada, la Delegación para los Laicos, los formadores del Seminario en lo que se refiere a su tarea y los arciprestes [4].
2. Formación permanente con talante misionero y promoción de un laicado adulto
La formación permanente que se ofrece a los sacerdotes, a las religiosas y a los laicos ha de estar orientada no sólo a dar una respuesta a la situación de secularización e increencia, sino también a potenciar la comunión y la corresponsabilidad en la misión de la Iglesia por parte de todos. Cada año deberá elegirse un temario de carácter doctrinal de acuerdo con el objetivo diocesano, pero que tenga en cuenta también las dimensiones espiritual y pastoral del ministerio de los presbíteros, las peculiaridades propias de la vida consagrada en el caso de las religiosas, y la vocación y misión de los laicos.
Todos los años se organizará al menos un cursillo de pastoral relacionado con el objetivo diocesano en las fechas más oportunas, abierto a sacerdotes, religiosas y fieles laicos, urgiéndose y encareciendo la asistencia especialmente a los presbíteros con ministerio parroquial o docencia de Religión. Así mismo se seguirán ofreciendo y facilitando la participación en los cursos de renovación organizados por la Comisión Episcopal del Clero y por "Iglesia en Castilla".
Un aspecto que no se puede descuidar en la formación permanente de los presbíteros, de las religiosas y aun de los fieles laicos es el relativo a la misión "ad gentes" o actividad evangelizadora tendente a anunciar a Jesucristo donde no existen o son minoritarias las comunidades cristianas y cuyas culturas no han sido influidas por el Evangelio. "Por tanto, hay que evitar que esta 'responsabilidad más específicamente misionera que Jesús ha confiado y diariamente vuelve a confiar a su Iglesia' se vuelva una flaca realidad dentro de la misión global del pueblo de Dios y, consiguientemente, descuidada u olvidada" [5].
Por otra parte es indispensable llamar y preparar a los laicos para una mayor y más eficiente colaboración en la misión evangelizadora y pastoral de la Iglesia. Promover la formación de un laicado adulto ha de constituir una preocupación permanente de todos los responsables de la acción pastoral, tanto a nivel diocesano como arciprestal y parroquial.
Responsables de la formación son, además de los organismos señalados en la primera "línea de acción", la Delegación para la Formación Permanente, la Delegación diocesana de Misiones y OO.MM.PP. y el Centro Teológico Civitatense. Este centro, con la colaboración de otros organismos diocesanos, debe asumir la tarea de organizar y dirigir escuelas de formación para los laicos, con programas específicos para responsables de la catequesis, ministros extraordinarios de la Eucaristía y de otras funciones litúrgicas, animadores de pastoral juvenil, y animadores de acción social y caritativa.
3. Intensificación de la pastoral de la Iniciación cristiana
Uno de los frutos de los objetivos diocesanos de los últimos años ha sido un mejor conocimiento de la naturaleza de la Iniciación cristiana y de su importancia tiene en la formación de la fe y en la vida de la Iglesia.
La línea de acción que se propone requiere, en primer lugar, un esfuerzo mayor en la catequesis de la comunidad cristiana según las directrices actuales de la Iglesia, que piden precisamente una intensificación del anuncio explícito de Jesucristo, una enseñanza más orgánica y sistemática de la fe, centrada en lo nuclear del mensaje cristiano, y una incorporación progresiva e integral de los destinatarios en todos los aspectos de la vida cristiana, como el conocimiento de la fe, la oración y la celebración, la caridad fraterna, la vida moral y el testimonio. La catequesis tiene un apoyo muy importante en el arte sagrado y en todo lo que constituye el patrimonio cultural de la Iglesia que es necesario conocer y valorar al servicio de la evangelización.
Ante el grave déficit de formación en la fe y de vida cristiana de muchos adultos, cada día es mayor la necesidad de una verdadera catequesis para éstos que, sin minusvalorar otros medios como la homilía dominical, las catequesis de los tiempos litúrgicos y las conferencias, conduzcan a esos adultos hacia el conocimiento de Jesucristo, la conversión y la plena comunión en la Iglesia. En los casos de preparación para recibir los sacramentos de la Iniciación cristiana se procurará ofrecer un acompañamiento personalizado a cargo del propio párroco o de un catequista laico bien preparado. De la misma manera es preciso atender a la Iniciación cristiana de los niños no bautizados que están en edad catequética.
Para lograr todos estos fines es indispensable una mayor unidad y colaboración entre los responsables de la catequesis y de la pastoral litúrgica al servicio de la educación en la fe, articulando oportunamente enseñanza catequística e iniciación en la celebración, sin olvidar los restantes aspectos de la vida cristiana. Habrá que prestar atención igualmente a los otros espacios de la formación en la fe como la familia, la escuela y los grupos apostólicos. De manera particular se ha de cuidar la selección y la preparación de los profesores de Religión.
Por eso es necesario perfeccionar el trabajo realizado en los últimos cursos preparando un Directorio diocesano para la Iniciación cristiana, intensificando la preparación de los catequistas y eligiendo bien los materiales para la catequesis, de manera que no suplanten a los Catecismos de la Conferencia Episcopal y tengan la debida aprobación o licencia eclesiástica.
Responsables de estas actuaciones han de ser la Vicaría Episcopal de Enseñanza y Catequesis, la Delegación diocesana de Pastoral litúrgica, los párrocos y los presbíteros asimilados a ellos. Colaborarán en esta línea de acción las delegaciones de Patrimonio cultural de la Iglesia, de Pastoral Familiar y el Secretariado para la Adolescencia y Juventud.
4. Revitalizar la celebración del domingo
Hace tiempo que se viene constatando una pérdida del sentido religioso y cristiano del domingo en la conciencia de los fieles, que se dejan llevar por el fenómeno del fin de semana o que consideran el domingo y las fiestas de precepto como un espacio de libre disposición al margen de toda referencia a Dios, a Jesucristo y a la comunidad eclesial. Las consecuencias de esta actitud para la pertenencia a la Iglesia y para la identidad cristiana de los bautizados son muy graves, ya que conduce a un alejamiento progresivo de la comunidad eclesial, de la Palabra de Dios, de la oración y de la Eucaristía.
La celebración del domingo tiene una gran eficacia evangelizadora. En efecto, el domingo es el "día en el que los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que 'los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos' (1 Pe 1,3)" (SC 106). El domingo constituye un momento álgido e indispensable de la vida cristiana, y de hecho la celebración eucarística dominical es la que reúne mayor número de fieles de manera regular y la que debe convertirse en punto de confluencia de las diversas instancias eclesiales y aun de los más variados grupos de fieles.
Se hace necesario mejorar las condiciones que hacen posible la participación plena, consciente y activa, interna y fructuosa de los fieles, como el modo de presidir, la proclamación de las lecturas, la elección de los cantos, etc. Por otra parte es indispensable también la catequesis sobre el significado del domingo, sobre el carácter eclesial de la Misa dominical que pide que la comunidad parroquial no se disgregue a causa de celebraciones para grupos particulares, y otros medios de santificación del día del Señor, como las Vísperas o la adoración eucarística. Es necesario fomentar esta adoración en todas las comunidades, de la que se derivan grandes frutos para la vida de fe, para las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la consagración religiosa, y para el testimonio y el apostolado de los laicos. En las parroquias más pequeñas, cuando no se pueda asegurar la Eucaristía todos los domingos, se podrá recurrir a las celebraciones dominicales en ausencia del presbítero una vez obtenida la aprobación expresa del obispo.
Responsables de esta línea han de ser la Delegación diocesana de Pastoral litúrgica con la colaboración de la Vicaría Episcopal de Enseñanza y Catequesis, los párrocos y los arciprestes.
5. Acompañamiento paciente y discernimiento de la piedad popular
En un proyecto pastoral de dimensión evangelizadora y misionera es preciso dedicar una mayor atención a las manifestaciones de la religiosidad popular, entre las que se encuentran las devociones eucarísticas y marianas, el culto a los santos y el recuerdo de los difuntos, las procesiones de Semana Santa, las cofradías, las fiestas patronales y las romerías. La religiosidad popular tiene valores indudables especialmente en el pueblo sencillo, en cuanto encauzan de alguna manera la necesidad de transcendencia inherente al ser humano y son expresión de una simbiosis entre la fe cristiana y la cultura popular de un determinado lugar. Sin embargo las manifestaciones religiosas están sujetas a numerosos riesgos entre los que se encuentran la deformación de las prácticas piadosas, el individualismo religioso, la marginación respecto de la vida parroquial y la manipulación cultural, económica y turística.
Cuando la religiosidad popular está bien orientada mediante una adecuada pedagogía de evangelización, procurando que afloren las raíces auténticas de la adoración a Dios y de la fe cristiana; y cuando los capellanes o consiliarios no se limitan a acompañar las manifestaciones y a ceder a todas las pretensiones sino que tratan de instruir a los fieles y de formar a los responsables de las asociaciones o cofradías, manteniendo la comunión eclesial y la vinculación con la parroquia, los frutos pastorales son muy grandes. Para actuar en este campo son necesarias la claridad de criterio, la adhesión a las orientaciones de la Iglesia, la paciencia y la suavidad no exenta de firmeza.
Por otra parte se deben fomentar también aquellos ejercicios piadosos del pueblo cristiano que la Iglesia no solamente ha recomendado siempre sino que ha orientado. En concreto la oración personal y el culto a la SS. Eucaristía fuera de la Misa, el Via Crucis, el Rosario y otras devociones marianas, el culto a los Santos Patronos y la intercesión por los Difuntos. El criterio básico ha de ser: "Los ejercicios piadosos deben organizarse siguiendo los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la liturgia, en cierto modo deriven de ella y hacia ella conduzcan" (SC 13). Para el cultivo de estas devociones se cuenta no sólo con directorios de la Santa Sede y del Episcopado Español sino también con subsidios renovados desde el punto de vista bíblico, litúrgico y antropológico.
Esta acción pastoral ha de llevarse a cabo principalmente por los párrocos y por los capellanes y consiliarios de las cofradías, contando con el asesoramiento y el apoyo de la Delegación diocesana de Pastoral litúrgica.
6. Desarrollo de la pastoral familiar
En una pastoral evangelizadora y misionera debe ocupar un lugar preferente la formación de los esposos cristianos, primeros educadores en la fe de sus hijos y a los que han de acompañar con la palabra y el testimonio a lo largo de todo el itinerario de Iniciación cristiana e incluso en la juventud. La familia desempeña en este sentido un verdadero ministerio evangelizador (cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. "Familiaris Consortio", 53). Sin embargo todos somos conscientes de las dificultades que atraviesa la institución familiar a causa de las transformaciones profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Cada vez se hace más difícil la fidelidad a los valores que constituyen el fundamento de la familia. Por otra parte se constata una gran ignorancia y un notable abandono respecto del verdadero significado de la vida conyugal y familiar, así como de la misión de los padres en el despertar religioso de los hijos y en la educación en la fe de éstos.
Por todo esto es urgente el acompañar a los matrimonios y a las familias cristianas con una acción pastoral específica, orientada a la transmisión y a la vivencia espiritual de los valores cristianos de la vida conyugal y familiar, con la certeza de que la evangelización depende en gran medida de la familia, verdadera Iglesia doméstica. Esta acción debe comenzar ya en el noviazgo y ha de estar presente en la preparación de la celebración del matrimonio. La solicitud pastoral ha de extenderse también a las familias que se hallan en situaciones difíciles o irregulares, con verdad, comprensión y esperanza, ofreciéndoles ayuda para que puedan acercarse al modelo de familia querido por Dios.
Cuidará de esta línea de acción la Delegación diocesana de Pastoral Familiar, con la colaboración del Secretariado para los Mayores, de la Vicaría de Enseñanza y Catequesis, de la Delegación diocesana de Pastoral litúrgica y, muy especialmente, de los párrocos y de los catequistas y educadores cristianos.
7. Pastoral juvenil en clave vocacional
La pastoral juvenil ha de tener necesariamente una fuerte impronta evangelizadora y vocacional. No se trata solamente de ofrecerles una respuesta a los interrogantes y a las inquietudes propias de su edad. Los jóvenes son, en efecto, la esperanza de la Iglesia y de la sociedad del mañana y están llamados a contribuir a la construcción de un mundo fundado en la fuerza del amor y del perdón que superen la injusticia y todas las formas de pobreza física y moral.
Por eso es preciso orientar la generosidad y el sentido solidario de los jóvenes hacia un seguimiento de Jesucristo más consciente y comprometido con la fe cristiana y con la comunidad eclesial. Dicho de otro modo, la acción pastoral con los adolescentes y los jóvenes ha de hacer compatibles los valores que propugnan con una opción claramente apostólica y duradera en el tiempo. No se ha de temer el enfrentar a la adolescencia y a la juventud con el radicalismo evangélico y con el riesgo que supone tratar de alcanzar las orillas de la vida consagrada, del ministerio sacerdotal y aun de la cooperación misionera en los países del tercer mundo incluso como laicos.
Entre las tareas más urgentes en este campo se encuentra la elaboración de un proyecto marco de pastoral juvenil con esta orientación vocacional, que interese lo mismo a las parroquias que a otras instancias, en el que se establezcan unos mínimos de formación, espiritualidad, compromiso y vinculación con la Iglesia local, aun respetando las características de cada grupo. Es indispensable también formar monitores de pastoral juvenil, que puedan estar al servicio de las parroquias para acoger a los adolescentes y jóvenes una vez que han recibido el sacramento de la Confirmación. Habría que arbitrar también alguna forma de acompañamiento de los jóvenes que están en la Universidad.
Obviamente, esta tarea de la pastoral juvenil no ha de restar importancia ni prioridad a la búsqueda y fomento de vocaciones al ministerio presbiteral, confiada especialmente al Seminario Diocesano con la colaboración de todos los fieles, especialmente los presbíteros y los educadores cristianos.
Responsables de esta acción pastoral son la Delegación diocesana de Pastoral vocacional, el Secretariado diocesano de Adolescencia y Juventud, la Delegación episcopal para la Vida Consagrada, la Delegación diocesana de Misiones, los párrocos con el apoyo del Arciprestazgo y los sacerdotes, religiosas y educadores cristianos que se dedican principalmente a la enseñanza y a los jóvenes.
8. Mayor presencia de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad
La acción evangelizadora y misionera, orientada a la implantación del Reino de Dios en el mundo, requiere preguntarse cuáles son las necesidades y las demandas a las que es preciso atender desde la misión de la Iglesia, que no existe para sí misma sino ser "sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1; cf. 48; etc.). Una de esas necesidades es la presencia del mensaje de Jesucristo en los medios de comunicación social tanto bajo la responsabilidad de la Iglesia diocesana -publicaciones, programas de radio o de televisión, internet, etc. propios-, como desde la competencia personal y profesional de los propios fieles laicos.
Esta última es una presencia semejante a la que debe existir en todos los demás ámbitos de la vida social, cultural, económica y política, para impregnarlos del espíritu evangélico y de los valores cristianos. Las realidades temporales son campo propio de los laicos, los cuales están llamados por su vocación secular a ordenarlas según Dios (cf. LG 31; GS 35-36; AA 7). A la Iglesia corresponde formar a esos laicos, ofrecerles los principios de orden moral que deben observarse en las cosas temporales y acompañarles espiritualmente (cf. AA 24).
Por otra parte en nuestra sociedad se constata una especie de retraimiento vergonzante por parte de muchos cristianos para manifestarse como tales en estos ámbitos. Mientras se alardea de observar costumbres y tradiciones que llevan un indudable sello original religioso y cristiano, muchos fieles que podrían hacerlo, no se sienten urgidos a asumir tareas de responsabilidad pública en favor del bien común. Es una consecuencia más del fenómeno de la modernidad, que ha pretendido escindir la vida de los hombres en "privada" y "pública", estando vigente en esta última únicamente la "razón funcional", es decir, de lo práctico y utilitario que interesa en términos de aprovechamiento o de conveniencia y prestigio, relegando a la vida privada el mundo de la fe y de los valores religiosos y morales, considerados como algo subjetivo. Al reducir lo religioso a lo puramente interior, se priva a la ética cristiana de toda influencia en las conductas sociales y públicas.
Por todo esto es cada día más necesario fortalecer la fe y el testimonio de los cristianos, objetivo del Jubileo del 2000 que seguirá siendo actual durante mucho tiempo. La única forma de superar las incoherencias señaladas, es una dedicación constante por parte de todos los presbíteros y de los cooperadores en la pastoral, a evangelizar las conciencias suscitando en todas las personas que están a nuestro alrededor un fuerte deseo de conversión y de renovación personal de acuerdo con lo señalado en la primera línea de acción pastoral, sin olvidar las exigencias y los imperativos que brotan de la caridad fraterna y del servicio al prójimo, especialmente del más necesitado.
Esta línea de acción afecta a todos los presbíteros, si bien hay varios organismos diocesanos que pueden potenciarla, como la Vicaría de Enseñanza y Catequesis, la Delegación diocesana para los Laicos, la de Acción Caritativa y Social, la de Pastoral de la Salud y la de Pastoral Familiar, etc.
9. Promover todo lo que signifique desarrollo integral de las personas y de los pueblos en línea con la doctrina social de la Iglesia.
En la misión evangelizadora de la Iglesia es muy importante el testimonio social de los cristianos y de las comunidades eclesiales. Este testimonio es en ocasiones la piedra de toque que verifica la autenticidad de otras manifestaciones de la vida personal y comunitaria. Evangelización y educación en la fe, participación en la liturgia, y acción caritativa y social, han de ir hermanadas en todo planteamiento pastoral. Esta acción no es algo que viene exigido desde fuera de la Iglesia y del ser cristiano. De la misma manera que los sacramentos manifiestan y confieren la salvación en el interior de la comunidad eclesial, así también la acción caritativa y social es un signo de amor y de comunicación de bienes para los no creyentes.
En nuestra diócesis existe una gran desproporción entre el volumen que alcanzan determinadas colectas, ordinarias y extraordinarias, con fines de ayuda al tercer mundo y la falta casi total de organización caritativa en las parroquias y a nivel arciprestal. La idea tan extendida de que "aquí no hay pobres", esconde muchas veces el desconocimiento de verdaderos problemas como la drogodependencia, el alcoholismo, las enfermedades mentales, el paro, la baja calidad de vida, la falta de perspectivas de futuro, las lagunas en el campo sanitario, etc.
Se hace necesario un mayor empeño en la formación en la doctrina social de la Iglesia por parte de los sacerdotes y de los fieles laicos. Esto es tarea ineludible de los organismos diocesanos, tan importante como el encauzar debidamente las aportaciones de la comunidad eclesial hacia sus objetivos. Ahora bien todo lo que sea asistencia social directa y las ayudas inmediatas, deberían realizarse a nivel parroquial. Se imponen por tanto una mayor coordinación y la superación de la tendencia a actuar "por libre" en este campo por parte de las parroquias y de los grupos y asociaciones caritativas.
No quiero dejar de aludir al hecho de que nuestra diócesis es prácticamente rural, aunque cada día se difuminan más las diferencias respecto de otras áreas sociológicas. Por eso echo en falta muchas veces una acción pastoral específica más adaptada a la situación de nuestros pueblos, a la existencia en ellos de una población cada día más envejecida, a la carencia de oportunidades para los jóvenes, etc. La existencia de núcleos con una población mínima absorbe mucho tiempo y reduce la mayor parte de las veces la acción pastoral a la Misa del domingo y a algunos sacramentos y sacramentales. Se hace imprescindible estudiar toda esta problemática en los arciprestazgos y emprender una tarea de mayor atención a los problemas humanos y sociales en la perspectiva del servicio que la Iglesia puede y debe prestar a la sociedad en este campo. Para ello hay que suscitar, una vez más, la colaboración de los laicos, y desde las parroquias no tener miedo a promover acciones de carácter social y cultural con un sello netamente cristiano y eclesial, especialmente de cara a los niños y jóvenes, como convivencias, encuentros y acampadas.
Responsables de esta línea de acción son la Delegación diocesana de Acción Caritativa y Social, la de Pastoral de la Salud, el Secretariado para el Apostolado en Carretera, y Manos Unidas, con la colaboración de la Delegación diocesana para los Laicos, el Secretariado para la Adolescencia y Juventud y el de los Mayores.
10. Adaptación de las estructuras pastorales al servicio de la acción evangelizadora
Parece necesario también adaptar las estructuras parroquiales, arciprestales y diocesanas para fomentar la fraternidad sacerdotal y apostólica y facilitar el trabajo en equipo y la colaboración. En algunos casos se tratará de crear los consejos pastorales parroquiales y, donde sea posible, de arciprestazgo. Lo mismo cabe decir de un Foro de Laicos a nivel diocesano, en el que se fomenten el conocimiento y la ayuda mutua entre los movimientos apostólicos y en los grupos eclesiales.
Esta línea de acción comprende también la creación y la animación de las escuelas de catequistas y de centros de formación de adultos; y la adaptación del Centro Teológico Civitatense, mencionada antes, para la preparación de los cooperantes en los distintos campos de la acción evangelizadora y pastoral de la Iglesia.
La responsabilidad última de realizar esta línea corresponde al Obispo y al Consejo Episcopal y, en la medida de la competencia de cada uno, a otros organismos diocesanos. Ahora bien, de nada sirven los cambios de las estructuras, si no se produce también una disponibilidad para llevar a cabo las acciones con el talante que requiere la acción evangelizadora.
II. LA MISION DE JESUCRISTO Y LA REVITALIZACION DE LA ACCION
EVANGELIZADORA DE NUESTRAS PARROQUIAS
(Objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-1)
En esta segunda parte voy a ofrecer ahora unas breves reflexiones que pueden ayudar a la comprensión y asimilación del objetivo pastoral del curso 2000-2001. Este objetivo, tal como está formulado, recuerda los que se propusieron para los cursos 1994-95: "Potenciar la comunidad parroquial como lugar propio para la acogida de la Palabra, para la celebración de la fe y para el servicio de la caridad"; y 1996-97: "Conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial", además de otros de años anteriores [6]. Por este motivo las Exhortaciones pastorales correspondientes a cada objetivo ofrecen fundamentación doctrinal que puede ser útil también para el del próximo curso [7].
6. El objetivo pastoral de 2000-2001 y las "líneas de acción" del trienio
El objetivo del próximo curso surgió también en la reunión de arciprestes y delegados diocesanos de los días 27 y 28 de junio, después del estudio de las líneas de acción pastoral para el próximo trienio. Allí se propusieron varias formulaciones para definir su contenido. Prácticamente en todas ellas aparecían de una forma o de otra la invitación a la revitalización de la parroquia en clave misionera y evangelizadora, la misión de Jesucristo como referencia básica y esencial para dicha revitalización y la potenciación de todo cuanto significa comunión, corresponsabilidad y avance por unos caminos ya iniciados.
Por este motivo, recogiendo las sugerencias que se hicieron entonces y a la vista de las "líneas de acción pastoral para el trienio 2000-2003" que acabo de exponer, el objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-2001, queda formulado así:
"PROFUNDIZAR EN LA MISION DE JESUCRISTO,
PARA REVITALIZAR LA ACCION EVANGELIZADORA DE NUESTRAS PARROQUIAS
EN COMUNION Y CORRESPONSABILIDAD"
Teniendo en cuenta este objetivo, cada delegación episcopal o diocesana y cada secretariado formulará también uno o dos objetivos específicos para el curso, en dependencia del objetivo diocesano y procurando aplicar las líneas de acción pastoral que les afecten de manera más directa. Al mismo tiempo señalarán algunas acciones concretas con sus medios y tiempos de realización. Conviene que este trabajo esté realizado antes de comenzar las jornadas diocesanas de presentación del objetivo pastoral durante el mes de octubre en los arciprestazgos.
En estas jornadas los arciprestazgos y las parroquias fijarán también sus objetivos específicos con sus acciones y calendario, inspirándose así mismo en el objetivo pastoral diocesano y tratando de aplicar las líneas de acción pastoral del trienio. Vuelvo a recordar que estas líneas señalan cauces o "surcos de trabajo" para tres años, responden a necesidades concretas y proponen sugerencias diversas y variadas.
7. La misión de Jesucristo como fundamento de la misión de la Iglesia
El objetivo pastoral diocesano invita a profundizar en la misión de Jesucristo para redescubrir en ella el fundamento de la misión de la Iglesia. En este sentido conviene recordar que el Nuevo Testamento presenta la obra de Jesús como una misión recibida del Padre, confiada después a los discípulos: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo" (Jn 29,21). Jesús es el enviado de Dios y los discípulos prolongan la misión de Cristo (Jn 17,18; 20,21).
Ahora bien, ¿en qué consiste la misión de Jesús? En términos generales la misión de Jesús se concreta en la salvación de los hombres. El vino a buscar y salvar lo que estaba perdido por el pecado (cf. Lc 19,10). De este modo cumplía la voluntad del Padre, llena de bondad y de amor (cf. Jn 3,17). Por eso Jesús es el Salvador, como indica su nombre, porque había de salvar al pueblo de los pecados (cf. Mt 1,12). Más aún, es el único Salvador capaz de redimir al hombre entera y plenamente, porque no hay bajo el cielo otro nombre por el que nosotros podamos ser salvados (cf. Hch 4,12). Su aparición en el mundo, acontecimiento que ha justificado la celebración del Gran Jubileo del 2000, fuela epifanía de la bondad de Dios y de su amor a los hombres (Tit 3,4).
Toda la vida de Jesús estuvo definida por el cumplimiento de la misión encomendada por el Padre. En Jesús la salvación tomó cuerpo y realidad palpable, manifestándose en cada una de sus palabras y en cada uno de sus gestos. Movido por el Espíritu Santo Jesús predicó el Reino de Dios y llamó a la conversión y al perdón de los pecados (cf. Mc 1,15; Lc 4,14-21). Pero cuando la palabra de amor se hizo más sonora y el gesto más patente fue en la cruz. Allí se reveló el amor infinito del Padre Dios a los hombres en Jesucristo.
Por eso la cruz fue el acto culminante de la misión salvífica de Jesús y la revelación definitiva de la salvación. Una salvación que consiste ante todo en el rescate del pecado y en la transformación radical del hombre que pasa a ser hijo de Dios (cf. Mc 10,45; Jn 1,12; 1 Jn 3,1-8). Jesús transmitió su misión a la Iglesia, la comunidad unida a él por la fe y el amor y que camina en la esperanza hasta la plena consumación del Reino.
8. El anuncio de la salvación, razón de ser de la Iglesia
La salvación no es algo etéreo, vago e intrascendente. Por el contrario, afecta a lo más íntimo del hombre y, por consiguiente, a su vida. La salvación comienza por el anuncio de Jesucristo, para que "todo el que vea al Hijo y crea en él tenga la vida eterna" (Jn 6, 40). En efecto, creer en el Hijo es conocer al Padre, revelado por Jesús, es aceptar la relación filial que tenía Jesús, mediante la cual no sólo podemos llamarnos hijos de Dios, sino que lo somos en realidad (cf. 1 Jn 3,1). De ese modo, el hombre que recibe el anuncio de Jesús y cree en él, es hecho hijo de Dios al recibir en su corazón el Espíritu del Hijo que da un testimonio irrecusable (cf. Gál 4,6-7; Rm 8,15-17).
Para llevar a cabo esta incorporación a su relación con el Padre, Jesús resucitado "envió a los Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos" (SC 5). Por tanto la única razón de ser de la misión de la Iglesia es continuar en el mundo la misión de Cristo. Esta misión no conoce fronteras ni tiene límite alguno. Es universal por difinición.
Con esta finalidad el Espíritu Santo la construye y la enriquece con diversos dones jerárquicos y carismáticos (cf. LG 4). Los discípulos de Jesús, todos los bautizados, santificados en la verdad (cf. Jn 17,19) y conocedores de la revelación de Dios (cf. Jn 15,15), deberán predicar y ofrecer por todo el mundo la buena nueva de la salvación (cf. Mt 28,18-20).
9. La evangelización, misión esencial de la Iglesia
En la Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi" [8] el Papa Pablo VI recordaba que "la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia" (EN 14). Por tanto la Iglesia "existe para evangelizar", esto es, para "dar testimonio de una manera sencilla y directa de Dios, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que Dios ha amado al mundo en su Hijo; que en su Verbo encarnado ha dado a todas las cosas el ser y ha llamado a los hombres a la vida eterna", y anunciar "con franqueza y valentía (parresía) que en Jesucristo Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres" (EN 27).
En el mandato evangelizador se subraya nítidamente el "id al mundo entero" del Señor, que pide salir en busca de todos los hombres para anunciarles la buena noticia e invitarles a ser "hombres nuevos", y "convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad a la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos" (EN 18).
Para llevar a cabo esta misión, el mismo Espíritu que conducía a Jesús en el anuncio del Reino de Dios anima ahora a la Iglesia a desentrañar el mensaje del Evangelio para ofrecerlo y distribuirlo en cada tiempo y en cada lugar. De este modo está siempre brindando las riquezas de Cristo y llamando a los hombres al conocimiento de la verdad y del amor del Padre y del Hijo. En esto se manifiesta también el dinamismo de la encarnación: el Verbo se hizo carne para salvación de todos los hombres de todos los tiempos.
El fundamento de la acción evangelizadora de la Iglesia no es otro que la misma persona de Jesucristo. No es una idea ni una doctrina simplemente. El es el que garantiza por el Espíritu de la Verdad (cf. Jn 14,17; 15,26) que la luz sigue brillando en las tinieblas por medio del Evangelio. Innumerables testigos de Cristo han sellado con su sangre en todas las épocas de la historia la proclamación de la esta buena nueva.
10. La nueva evangelización, necesidad de nuestro tiempo
El Papa Juan Pablo II ha acuñado la expresión "nueva evangelización" -la explicó por primera vez en Haití en 1983-, para aludir a la necesidad anunciar el Evangelio de una forma "nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión". Se trata de un concepto operativo y dinámico que en ocasiones es utilizado en sentido genérico y otras en sentido específico. En sentido genérico significa evangelizar en un mundo y en una sociedad que ha cambiado, tratando de hacerlo con un nuevo talante y de acuerdo con la conciencia renovada que la Iglesia tiene de sí misma y de su misión. Significa, también, evangelizar de una manera integral la persona, los ambientes y la cultura, dando la prioridad al anuncio de Jesucristo. La idea de la "nueva evangelización" está en continuidad con la expresión "evangelización renovada" de Pablo VI en la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" (n. 82).
En sentido específico, como precisa Juan Pablo II en la Encíclica "Redemptoris Missio", "nueva evangelización" o "re-evangelización", se refiere a la situación que se da en los países de vieja cristiandad, en los que "grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia" (RM 33). Ante las corrientes culturales del secularismo, la Iglesia ha tenido que revisar su quehacer evangelizador y pastoral para que responda a la nueva situación. Sin embargo encuentra una especial dificultad en aquellos que no viven conforme a la fe que han abandonado.
11. La nueva evangelización en España
En lo que se refiere a España, este concepto ha sido muy tenido en cuenta en los documentos y en los planes de acción pastoral de la Conferencia Episcopal Española, especialmente a partir de 1990. El Plan del trienio 1990-93 se titulaba precisamente: "Impulsar una nueva evangelización" [9], y aplicaba a la situación española lo que ha de entenderse por evangelización nueva, para que los cristianos, como "alma del mundo", puedan inculturar el Evangelio y evangelizar la sociedad. Como objetivos específicos de aquel plan se señalaban: "fortalecer la vida cristiana", "consolidar la comunión eclesial", "promover la participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia", "intensificar la solidaridad con los pobres y los que sufren y difundir la doctrina social de la Iglesia", e "impulsar la acción misionera de nuestras Iglesias". El Plan del trienio siguiente: "Para que el mundo crea" (Jn 17,21) (1994-97) [10] hacía una nueva reflexión y marcaba las siguientes metas: "impulsar una pastoral de evangelización", "intensificar la comunión eclesial" y "dedicar especial atención a la formación integral de los agentes de acción pastoral evangelizadora". En 1997 se celebró además un Congreso de Pastoral evangelizadora titulado: "Jesucristo, la Buena Noticia" [11].
Decir "nueva evangelización" o "evangelización renovada" significa, por tanto, poner en marcha en continuidad con la evangelización de los orígenes, un proyecto evangelizador que despliegue santidad de vida y testimonio, comunión eclesial, impulso misionero, interés por la promoción y formación de los laicos, opción preferente por los pobres, renovación de los métodos pastorales, etc., para afrontar de manera corresponsable el anuncio de Jesucristo único Salvador en una sociedad como la española que "sufre una particular erosión en las convicciones religiosas y éticas de una buena parte de su población, para la que el relativismo imperante y el mito del progreso materialista se sitúan como valores de primer orden y de máxima actualidad, relegando los valores religiosos como si fueran piezas de museo o realidades del pasado" [12].
Esta realidad en la que crecen desde el punto de vista religioso el pluralismo y la increencia, el afán de libertad y el distanciamiento respecto de la Iglesia institucional; y desde el punto de vista social la abundancia y la pobreza, la conciencia democrática y la corrupción pública y privada, la búsqueda de la paz y la violencia terrorista, las posibilidades de vida y las realidades de muerte, exige a la Iglesia una presencia más humilde y servicial en la sociedad, más dialogante y trasparente, y más responsable y solidaria con los problemas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
12. Caminos de re-evangelización
Ahora bien, junto a la dificultades que he señalado, existen también muchos aspectos positivos que es necesario valorar para seguir construyendo sobre ello, con la ayuda del Señor, pues Él es quien da el incremento. Estos aspectos positivos señalan en realidad verdaderos caminos para la acción evangelizadora de la Iglesia [13].
- Hay muchos católicos que se adhieren con fidelidad a la doctrina de la Iglesia y se esfuerzan por vivir con coherencia y autenticidad los principios evangélicos y morales.
- La gran mayoría de pastores y consagrados vive su vocación gozosamente y está dando la vida de modo silencioso, con el estilo del buen samaritano, al servicio de toda la sociedad. Muchas personas e instituciones de la Iglesia sirven a los más pobres y marginados con auténtica entrega y cercanía, ante los problemas del paro, la inmigración, las enfermedades crónicas, las drogodependencias, etc.
- Han florecido grupos y movimientos de iniciación a la oración y a la contemplación cristiana en medio del mundo. Es comprobable también por todas partes una vuelta a lo sagrado, como consecuencia del deseo y hambre de Dios.
- El nivel de la práctica dominical, que es un índice que tiene su importancia, se mantiene en muchos lugares pese a los cambios sociales y eclesiales. Esto quiere decir que existe también una mayor libertad para actuar como católicos.
- Son cada vez más numerosos los fieles laicos que participan y asumen sus responsabilidades tanto en parroquias como en movimientos eclesiales. Es muy apreciable también el número de personas que integran los voluntariados, movidas por su fe y su amor a Cristo en los necesitados.
- Es reconocida socialmente la contribución de la Iglesia en España a la convivencia y reconciliación nacional y su voluntad de mantener una independencia real del poder político y una mayor cercanía a los humildes y sencillos.
"En esta situación parece, pues, necesaria y urgente la propuesta sencilla, clara y confesante de Dios. Ante el anuncio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la soberanía de Jesucristo, pues sólo Él es el revelador de la Trinidad, la respuesta es la fe. Resulta imprescindible en los evangelizadores un crecimiento gozoso de la fe y de la esperanza, que les haga vivir lo que creen y anunciar lo que viven para comunicar y contagiar el Evangelio de Dios. Es necesario también, por lo mismo, examinar y reavivar nuestra respuesta de fe, raíz y fundamento de la vida cristiana y de la evangelización" [14].
13. Características de una "pastoral de evangelización"
Las definía así el Plan pastoral de la Conferencia E. Española para el trienio 1994-97 [15]:
1. Es una pastoral pensada y organizada para favorecer la renovación y consolidación de la fe del pueblo cristiano o su difusión y desarrollo en personas y ámbitos dominados por la increencia. Por eso mismo, no todas las actividades pastorales pueden llamarse igualmente evangelizadoras. En sentido estricto lo son aquellas expresamente dirigidas a favorecer la fe, la conversión a Dios y al Evangelio y a una vida cristiana auténtica y operante, bajo la acción del Espíritu Santo.
2. Cuando se habla de la necesidad de consolidar o difundir la fe se tiene en cuenta no una visión exclusivamente intelectual de la misma sino el concepto bíblico, especialmente el del Nuevo Testamento.
3. Es preciso atender con especial intensidad al proceso de secularización que se ha ido desarrollando entre nosotros y que ha acarreado el crecimiento de la increencia o la debilidad de la fe de los cristianos. La secularización ha afectado a la familia, a la fe en Dios y a la vida religiosa y eclesial, a las referencias religiosas en la vida pública, cultural, profesional y política.
4. Por eso "la evangelización no debe limitarse al anuncio de un mensaje, sino que pretende alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la Humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y con su designio de salvación" (EN 19). Una pastoral de evangelización no puede conformarse con ser una pastoral de mínimos, sino que ha de presentar la vida y la vocación del cristiano a la santidad.
5. Es una acción pastoral que corresponde no sólo a los sacerdotes y religiosos sino también a los laicos.
6. En cuando a sus contenidos y métodos, tiene también sus especiales características bien definidas:
- Requiere en primer lugar un anuncio de la Palabra de Dios, especialmente en aquellos puntos que ayudan a creer en Dios y en Jesucristo.
- Deber ser personalizada, incorporando intensas experiencias religiosas, personales y comunitarias.
- Invita a hacer una revisión de muchas de nuestras actividades pastorales ordinarias que, a pesar de los muchos esfuerzos hechos, no consiguen suscitar el vigor religioso y cristiano en las nuevas generaciones.
- Requiere también una renovación espiritual, eclesial y apostólica en los agentes de la pastoral, especialmente en los sacerdotes.
7. Pide a todos una fuerte vivencia espiritual y testimonial, sin dudas ni ambiguedades, con una actuación decidida y animada por el Espíritu de Dios y la misión eclesial, vivida en comunión clara y efectiva, y centrada en lo principal.
8. Supone una conciencia viva de que la fe es un don de Dios que nosotros no podemos promover sino colaborando humildemente con la acción sobrenatural del Espíritu Santo en los corazones de loa hombres. Evangelizar es antes que nada orar. Y requiere también un sentido muy agudo de nuestra propia pobreza a la hora de ser instrumentos de Dios en el anuncio y la edificación de su Reino.
9. La evangelización en una cultura postcristiana y neopagana tiene que tener permanentemente una dimensión apologética, no polémica ni al viejo estilo, para actuar procurando:
- Deshacer malentendidos, aclarar nociones deformadas, superar la barrera de suficiencia y menosprecio ante cualquier llamada religiosa.
- Llegar a zonas de interés real de las personas ante cuestiones preliminares como la libertad, la responsabilidad, la pervivencia, la autenticidad y el sentido último de la propia vida, etc...
- Utilizar un vocabulario y unas nociones que sirvan a la vez para expresar genuinamente la doctrina de la Iglesia y resulten significativos para nuestros interlocutores, con actitudes de diálogo y de servicio.
10. El anuncio del mensaje debe estar fortalecido por el testimonio de la vida renovada y salvada en la paz y la fraternidad, tanto dentro como fuera de la Iglesia, por un servicio de caridad y ayuda a los necesitados que sea verdaderamente llamativo e iluminador. Son los signos que han de acompañar el anuncio de la Palabra.
14. La renovación de nuestras parroquias
El objetivo pastoral diocesano del curso 2000-2001 se propone fomentar la revitalización de la función evangelizadora de nuestras parroquias. Esto será posible si se produce al mismo tiempo una profunda renovación de quienes las integran, pastores y fieles, en el sentido apuntado al tratar de la necesidad de "un mayor compromiso personal especialmente en los presbíteros" para hacer eficaces los objetivos pastorales diocesanos (n. 2), y como señalan varias de las "líneas de acción pastoral" que se han propuesto para el trienio. La renovación de las parroquias comprende también, pero en segundo lugar, la "adaptación de las estructuras pastorales" (línea 10).
Porque creo que conserva todavía su actualidad, me permito recoger algunas de las cosas que escribí en 1994 de cara al objetivo pastoral dedicado a "la comunidad parroquial al servicio de la evangelización".
En efecto, "de nada sirve cambiar las estructuras externas o la organización parroquial si los miembros de la parroquia no viven en una permanente búsqueda de perfección y de fidelidad a su condición de hijos de Dios y de la Iglesia.
Estamos, pues, ante la raíz y el fundamento de toda renovación eclesial. Renovación, desde el punto de vista evangélico, es lo mismo que conversión... No en vano la Iglesia nos invita continuamente a una escucha más atenta de la Palabra divina y a una oración más constante, para adaptar nuestra mentalidad y nuestros caminos a la voluntad del Señor. El año litúrgico, con sus tiempos de esperanza y de alegría, de penitencia y de gozo, va introduciendo a lo largo de nuestra existencia unas actitudes de búsqueda del rostro de Dios... El sacramento de la Reconciliación se centra hoy no sólo en la dimensión personal, insustituible siempre, sino también en la dimensión eclesial del perdón de Dios y aún del retorno a la Iglesia, a la que se daña también con el pecado. La Eucaristía, centro, fuente y culmen de la Iglesia local, reclama coherencia de vida... en la existencia cotidiana" (n. 3.2.).
"El modo mismo de ayudar a los demás y de poner en práctica el amor fraterno... puede ser hoy diferente a como lo ha sido en otros tiempos. La caridad cristiana exige aunar esfuerzos en orden a la promoción social y cultural de los pueblos, estimular iniciativas de desarrollo, apoyar a los jóvenes y a la mujer en la búsqueda de su lugar en la sociedad, infundir esperanza en nuestro mundo campesino y rural, sensibilizando a personas dispuestas a colaborar con su competencia, con su tiempo o con su aportación económica. También por aquí pasa la renovación de nuestras parroquias..." (ib.).
15. La comunión y la corresponsabilidad en la parroquia
El objetivo pastoral diocesano del próximo curso ha de procurar el crecimiento de toda la comunidad diocesana en comunión y en corresponsabilidad, cada uno según el carisma y el ministerio que desempeña, pero convencido de que el sujeto último que debe llevar a cabo la obra de la nueva evangelización es el Cristo total, cabeza y miembros. Nadie tiene derecho a "ir por libre", porque se resentiría el espíritu eclesial.
Como se trata de revitalizar la acción evangelizadora de la parroquia, me fijo fundamentalmente en ella para urgir esta comunión y corresponsabilidad. La parroquia es una "comunidad de fieles" (cf. CDC, c. 515), en la perspectiva de la eclesiología de comunión propuesta por el Concilio Vaticano II. De aquí se deriva la corresponsabilidad dentro del pueblo de Dios y la necesidad de que todos los fieles contribuyan al bien común y a la acción evangelizadora y pastoral de la parroquia, poniendo al servicio de ésta sus carismas y sus aptitudes, su tiempo e incluso los bienes materiales. A los presbíteros les corresponde fomentar y educar en esta participación para que florezca el sentido de la comunión en todos los campos de la evangelización, tratando de no privilegiar ninguna experiencia sobre otra, sino favoreciendo aquello que conduzca realmente a poner en práctica la misión de la Iglesia.
Por el mismo motivo la parroquia debe acoger las iniciativas de los movimientos apostólicos o de los grupos de espiritualidad, que puedan aportar también sus propias experiencias y métodos de trabajo. Lo importante es que se integren en la vida de la comunidad parroquial sin perder su identidad específica, pero subordinándola al bien común.
Aun en las parroquias más pequeñas es indispensable hoy la incorporación de los fieles laicos en la actividad pastoral. Son muchas las tareas de tipo catequético, litúrgico, caritativo, social, formativo, cultural, etc. que pueden llevarse a cabo con participación de los laicos, además de la Junta o consejo económico, que es necesario y muy ventajoso crear, pastoralmente hablando (cf. CDC c. 537), y del Consejo parroquial que conviene tener también.
16. A modo de conclusión
Cuando aún estamos celebrando el Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento del Señor, que debe presidir aún todo el año 2000, hemos esbozado unas "líneas de acción pastoral" para el trienio 2000-2003 y hemos señalado un objetivo diocesano para el curso próximo, el primero de dicho trienio.
Lo verdaderamente importante no son los planes pastorales sino quienes han de llevarlos a la práctica y el espíritu con que cada uno se entrega a la tarea encomendada. En este sentido vuelvo a insistir una vez más en la importancia de dos actitudes fundamentales: la primera es la conversión personal a Dios y a lo que nos pide en la hora presente; la segunda es la comunión eclesial a la que me acabo de referir en el número anterior.
Pero así como evangelizar es siempre un acto eclesial (cf. EN 60), y no una iniciativa personal de un individuo, la evangelización requiere también estar abiertos y unidos a la Iglesia universal. En este sentido la comunión exige también la disponibilidad para la "misión ad gentes", aludida en la segunda y en la séptima línea de acción pastoral. Nuestra conciencia eclesial no es verdadera si no tenenos en cuenta esta otra dimensión esencial de nuestra fe y de nuestra pertenencia a la Iglesia de Jesucristo.
Termino con unas palabras del Santo Padre Juan Pablo II: "El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros (EN 41); cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el «Testigo» por excelencia (Ap 1,5; 3,14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15,26-27)" (RM 42).
Que la Santísima Virgen María, "Estrella de la evangelización" [16]y señal de esperanza segura para toda la comunidad cristiana (cf. LG 68), nos aliente y sostenga en esta nueva etapa de nuestra actividad pastoral diocesana.
Ciudad Rodrigo, 15 de agosto de 2000
Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen
+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo
[1]. El Sínodo de los Obispos de 1.971 manifestó el deseo de que los ingresos de los sacerdotes estén separados de los actos ministeriales, sobre todo sacramentales: cf. Declaración Ultimis temporibus, II, 4: AAS 63 (1.971), 921.
[2]CD 28; PO 17; 20; PDV 30; CDC, c. 282, 2.
[3]. En este sentido remito a la Carta de Juan Pablo II a los sacerdotes el Jueves Santo de este año, y a la que yo escribí sobre "El ministro de la Eucaristía" dirigida a los presbíteros. en la Cuaresma.
[4]. No se olvide que los arciprestes son delegados del Obispo para la atención a los sacerdotes de su demarcación y están inmeditamente encargados de los encuentros sacerdotales y de promover acciones pastorales en su zona.
[5]. Juan Pablo II, Encíclica "Redemptoris Missio", de 7-XII-1990 (= RM), n. 33.
[6]. Por ejemplo 1.991-92: "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense"; y 1.993-94: "Promover, potenciar e instaurar una catequesis de adultos evangelizadora en nuestras comunidades parroquiales civitatenses".
[7]. Especialmente la de 1994-95: "La comunidad parroquial al servicio de la evangelización".
[8]. Pablo VI, Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi", de 8-XII-1975 (= EN).
[9]Conferencia E. Española, "Impulsar una nueva evangelización", Plan de acción pastoral de la CEE para el trienio 1990-1993, EDICE, Madrid 1990.
[10]Conferencia E. Española, "Para que el mundo crea (Jn 17,21)", EDICE, Madrid 1994.
[11]. Comité para el Jubileo del año 2000, "Jesucristo, la Buena Noticia". Congreso de Pastoral Evangelizadora, EDICE 1997.
[12]. Conferencia E. Española, "Proclamar el año de gracia del Señor". Plan de acción pastoral para el cuatrienio 1997-2000, EDICE 1997, n. 45.
[13]. Los enumero siguiendo el documento citado en la nota anterior, nn. 54 y ss.
[14]. Ib., n. 61. Véase también: Conferencia E. Española, "Dios es amor", Instrucción pastoral en los umbrales del Tercer Milenio, EDICE, Madrid 1998.
[15]. Cf. "Para que el mundo crea" (Jn 17, 21), cit., pp. 17-25.
[16]. Juan Pablo II, Discurso inaugural de la Conferencia de Puebla, de 28-I-1979, n. 94.
LA MISION DE LA IGLESIA Y LA REVITALIZACION EVANGELIZADORA DE NUESTROS ARCIPRESTAZGOS
Escrito por Super UserLA MISION DELA IGLESIA Y LA REVITALIZACION EVANGELIZADORA DE NUESTROS ARCIPRESTAZGOS
Exhortación pastoral sobre el Objetivo diocesano para el curso 2001-02
SUMARIO
Introducción
1. De nuevo la evangelización
2. Retos y líneas de acción pastoral
3. Un nuevo objetivo diocesano
I. LA MISION EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
4. De la misión de Jesucristo a la misión de la Iglesia
5. El Espíritu Santo "protagonista de la misión eclesial" (RM 21)
6. La misión de la Iglesia hoy bajo la acción del Espíritu
7. Crecer como Iglesia gracias a la misión
8. ¿Nuestra Diócesis es misionera? ¿y nuestras comunidades?
9. Caminos de misión en nuestra Diócesis
1.- Crecer en comunión
2.- Testimonio de vida
3.- Autoevangelización
4.- Espíritu de oración
5. Vida litúrgica y sacramental centrada en la Eucaristía
II. EL ARCIPRESTAZGO AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACION
10. El arciprestazgo: configuración canónica y órgano pastoral
11. Comunión y corresponsabilidad para la evangelización
12. Reorganización de los arciprestazgos
13. Necesidad de renovación sobre todo de las personas
14. La misión del arcipreste
III. LOS CAMPOS DE LA ACCION EVANGELIZADORA EN EL ARCIPRESTAZGO
15. En relación con la vida espiritual y a la formación permanente (líneas 1ª y 2ª)
16. En relación con la Iniciación cristiana y con la pastoral del domingo (líneas 3ª y 4ª)
17. En relación con las manifestaciones de la piedad popular (línea 5ª)
18. La pastoral de la familia y de los jóvenes (líneas 6ª y 7ª)
19. La acción social de los cristianos (líneas 8ª y 9ª)
20. Amodo de conclusión
"Ningún día dejaban de enseñar, en el templo y por las casas, anunciando el Evangelio de Jesucristo" (Hch 5,42) |
Introducción
Queridos diocesanos:
Al comenzar esta Exhortación pastoral de cara al nuevo curso (1) , me vienen a la mente las palabras que he puesto al principio y que reflejan la actitud de los Apóstoles y, en general de los primeros cristianos, que se tomaron muy en serio el mandato misionero del Señor (cf. Mc 16,15; etc.), de modo que un día y otro anunciaban y enseñaban la buena nueva de Jesucristo no sólo en el templo sino también por las casas, quizás casa por casa (cf. Hch 5,42).
1. De nuevo la evangelización
El curso 2001-02 va a ser el segundo en el que hemos de aplicar las "líneas de acción pastoral" señaladas, a modo de "surcos de trabajo pastoral", cuando el Gran Jubileo tocaba a su fin. "Denominador común de esas líneas, escribí hace un año, es la necesidad de la evangelización como preocupación general y prioritaria. La Iglesia particular de Ciudad Rodrigo necesita reforzar su misión al servicio del Reino de Dios con la mirada puesta en Jesucristo, origen y dueño de la acción evangelizadora" (2) .
Por este motivo volvemos otra vez al tema de la evangelización, vocación permanente de la Iglesia y urgencia pastoral primordial. En este aspecto nuestro tiempo se parece mucho al de los orígenes del cristianismo. Aunque han pasado dos mil años y somos herederos y depositarios de una rica tradición cristiana, es necesaria una nueva evangelización que dé respuesta a la demanda de muchos de los hombres y mujeres que piden a los creyentes, quizás no siempre de manera consciente, que les hablemos de Jesucristo y que se lo hagamos "ver": ¿No es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?" (3) .
2. Retos y líneas de acción pastoral
Puede parecer reiterativo, pero la secularización progresiva y el avance del neopaganismo que parece envolverlo todo reclaman de nosotros un anuncio explícito de Jesucristo, una permanente actitud de conversión del corazón y una vivencia de la fe y de cuanto significa ser cristianos, en íntima vinculación con la comunidad parroquial y diocesana que garantiza la pertenencia a la Iglesia de Jesús y la fidelidad a su mensaje.
Las diez líneas de acción pastoral para el trienio responden al propósito de continuar la experiencia que supuso la preparación y la celebración del Gran Jubileo, especialmente desde el curso 1996-97, pero también a la necesidad de inspirar los objetivos diocesanos con sus correspondientes acciones. Por otra parte estas líneas concretan entre nosotros lo que el Papa Juan Pablo II ha invitado a hacer a todas las Iglesias particulares, es decir, "establecer aquellas indicaciones programáticas concretas -objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios- que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura" (NMI 29).
He aquí las líneas que propusimos (4) :
1. Atención a la vida espiritual en todos los sectores del pueblo de Dios.
2. Formación permanente con talante misionero y promoción de un laicado adulto.
3. Intensificación de la pastoral de la Iniciación. cristiana
4. Revitalizar la celebración del domingo.
5. Acompañamiento paciente y discernimiento de la piedad popular.
6. Desarrollo de la pastoral familiar.
7. Pastoral juvenil en clave vocacional.
8. Mayor presencia de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad.
9. Promover el desarrollo integral de las personas y de los pueblos en línea con la doctrina social de la Iglesia.
10. Adaptación de las estructuras pastorales al servicio de la acción evangelizadora.
Estas líneas responden a la situación que nos toca vivir y que nos pide "reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: "¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9,16)" (NMI 40).
3. Un nuevo objetivo diocesano
El año pasado dijimos también que los objetivos pastorales del trienio deberían centrarse en la renovación de las parroquias (curso 2000-01), en la renovación de los arciprestazgos (curso 2001-02) y en la renovación de la diócesis (curso 2002-03), siempre en clave misionera y evangelizadora.
Por este motivo el objetivo del curso pasado, además de fijarse en la misión de N.S. Jesucristo como fundamento de la misión de la Iglesia, señaló como tarea "la revitalización de la acción evangelizadora de nuestras parroquias" (5) . En el curso 2001-02 se da un paso más. Este curso nos centraremos ya en la actividad misionera de la Iglesia (primer aspecto del objetivo del próximo curso), y en la renovación de los arciprestazgos de cara a la acción evangelizadora en comunión y corresponsabilidad (segundo aspecto del objetivo).
En consecuencia el objetivo diocesano de pastoral del curso 2001-02 queda formulado así:
PROFUNDIZAR EN LA MISION DE LA IGLESIA
PARA FORTALECER LA COMUNION Y LA CORRESPONSABILIDAD
DE LOS ARCIPRESTAZGOS
EN LA ACCION EVANGELIZADORA
La Exhortación pastoral desarrolla el objetivo propuesto en tres partes: la primera versa sobre la misión evangelizadora de la Iglesia, la segunda trata del arciprestazgo al servicio de la evangelización, y la tercera extrae algunas consecuencias concretas de tipo operativo.
I. LA MISION EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
4. De la misión de Jesucristo a la misión de la Iglesia
Ciertamente la misión de Jesucristo se prolonga en la misión de la Iglesia, depositaria y continuadora de la obra de salvación de su Señor y Esposo. En este sentido la misión de la Iglesia está íntimamente unida al misterio de las misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, si bien se manifestó en la vocación de los primeros discípulos, cuando Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que Él quiso, eligió a los Apóstoles para enviarlos a predicar el Reino de Dios (cf. Mc 3,13-19; Mt 10,1-42), primero a los hijos de Israel y después a todas las gentes (cf. Rom 1,16), para que hiciesen discípulos suyos a todos los pueblos, los bautizasen y les enseñasen (cf. Mc 16,15; Mt 28,16-20; Lc 24,45-48; Jn 20,21-23). Jesús prometió también estar con los enviados hasta la consumación de los siglos (cf. Mt 28,20).
Fue precisamente en la resurrección de Jesús con la donación del Espíritu Santo cuando la misión eterna del Hijo de Dios y del Espíritu Santo se convirtió en la misión de la Iglesia: "Como el Padre me envió así os envío yo" (Jn 20,21; cf. Mt 28,19; Lc 24,47-48; Hch 1,8). Como enseña el Concilio Vaticano II, la Iglesia es "por su misma naturaleza misionera, porque tiene su origen en la misión del Hijo y en la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre" (AG 2). Esto quiere decir que la Iglesia tiene el mismo origen que las misiones del Hijo y del Espíritu Santo, es decir, el amor eterno del Padre que "quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4); y como fin último el hacer participar a todos los hombres en la comunión de la vida trinitaria (cf. CCE 850-851) (6) .
La misión de la Iglesia, por tanto, arranca de su propio ser. Nacida del costado de Cristo es expansión en el tiempo de la presencia salvadora del Hijo de Dios encarnado para transmitir, bajo el impulso del Espíritu Santo, la vida divina a los hombres que ella misma recibe. En su condición de Cuerpo de Cristo animado por el Espíritu Santo, la Iglesia es camino y medio obligado en la comunicación de la salvación de Dios a los hombres.
5. El Espíritu Santo "protagonista de la misión eclesial" (RM 21)
La Iglesia existe para la misión. El ser de la Iglesia es ser en la misión, al servicio del Reino de Dios predicado por Jesús e inaugurado con su muerte y resurrección y la donación del Espíritu Santo. Todos estos aspectos están inseparablemente unidos en el acontecimiento de la Pascua-Pentecostés (cf. Jn 19,30; 20,22; Hch 2,1 ss.).
En efecto, cuando se cumplió la promesa de Jesús: "Seréis bautizados en el Espíritu Santo" (Hch 1,5), el Espíritu empujó a los Apóstoles a predicar el Evangelio precediéndoles, acompañándoles y permaneciendo en ellos (cf. Hch 2,4; 4,31; etc.) como había ocurrido con Jesús desde su encarnación (cf. Lc 1,35; 3,22; 4,1.14; etc.). El Espíritu Santo escogió para la misión a Bernabé y a Saulo (cf. Hch 13,2.46-48), inspiró el concilio de Jerusalén (cf. Hch 15,5-11.28) y llenó a los Apóstoles de audacia y de valentía para predicar y dar testimonio en nombre de Jesús (cf. Jn 15,26-27; Hch 1,8; 4,33; 9,27-28; etc.).
Desde entonces el Espíritu se manifiesta en la comunidad cristiana y la "la Iglesia se presenta ante el mundo como continuadora de la misión de Cristo, anunciando el Evangelio y dispensando los sacramentos de la salvación (cf. LG 2; SC 6). El Espíritu Santo guía a la Iglesia y hace que todos los creyentes en Cristo, santificados por Él, crezcamos juntos hacia la plena comunión y demos testimonio de la verdad del Evangelio. Él es 'quien vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo de la Iglesia' (LG 7)" (7) . El nombre de Jesús y el poder del Espíritu Santo son las constantes de la misión de la Iglesia.
6. La misión de la Iglesia hoy bajo la acción del Espíritu
El Concilio Vaticano II quiso recordar también la acción del Espíritu Santo en el corazón de cada hombre mediante las "semillas del Verbo" en las iniciativas religiosas y en las actividades humanas que tienden a la verdad, al bien, a Dios. Hablando del misterio pascual afirma: "Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible... En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma sólo de Dios conocida, se asocien a este misterio pascual" (GS 22).
De hecho es el Espíritu Santo el que mueve los corazones de los hombres para que se conviertan a Dios y se adhieran a Aquel que es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Dios no está lejos de aquellos que lo buscan sinceramente aun en medio de las sombras, ya que Él es quien da la vida, el aliento y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28). Los que desconocen sin culpa el Evangelio de Cristo y, a pesar de ello, se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en hacer la voluntad de Dios, conocida a través de la voz de la conciencia, pueden alcanzar la salvación eterna (cf. LG 16).
Pero a nosotros debe preocuparnos profundamente la situación de muchos fieles, especialmente jóvenes, que a pesar de haber sido bautizados y confirmados, viven completamente al margen de la comunidad cristiana o han abandonado la práctica religiosa. Esta situación es indicativa del reto que tiene la Iglesia en zonas como la nuestra, en las que la "sociedad cristiana" está adoptando, en el contexto de la globalización y de los cambios culturales, formas de vida cada día más opuestas al mensaje de Cristo (cf. RM 33-34; 37; etc.; NMI 40). Por esto la misión ha de adoptar entre nosotros las características de la "nueva evangelización", o anuncio explícito de Jesucristo con nuevo ínmpetu, nuevos métodos y nuevas expresiones (8) .
Ahora bien, como dice el Papa: "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RM 3).
7. Crecer como Iglesia gracias a la misión
Desde el momento en que Jesús dio a la Iglesia el mandato de continuar su misión, toda comunidad cristiana es misionera y se encuentra a sí misma en el servicio de la misión. Por este motivo la fidelidad a la misión lleva a la comunidad a crecer como Iglesia de Cristo.
En efecto, la Iglesia tiene significado únicamente en esta perspectiva dinámica. La evangelización es la vocación y la identidad de la Iglesia (cf. EN 14). Esta no es un fin en sí misma. Su razón de ser está en la proclamación del mensaje de la salvación y al mismo tiempo en bautizar (santificar), enseñar y dar testimonio de Jesucristo con proyección universal. El resultado de la acción misionera es el establecimiento de la Iglesia mediante la conversión, la fe, el bautismo y la entrada en la comunidad cristiana de quienes deciden seguir a Jesucristo y perseverar en la enseñanza apostólica, en la Eucaristía, en la "comunión del Espíritu" y en las oraciones (cf. Hch 2,39-42).
En este sentido la evangelización fue la labor más importante de la Iglesia en los orígenes, tal como ha quedado reflejado en el Nuevo Testamento. San Pablo es fue representante más significativo de esta tendencia, como puede verse en sus cartas (cf. Rm 1,14-15; 1 Cor 1,23; 9,14; 15,14; 2 Cor 4,5; Ef 3,8; 2 Tim 1,11; etc.). La urgencia en proclamar el Evangelio, confirmado por el testimonio de vida de los enviados, hacía que la Iglesia se extendiese por todas partes y difundiese la salvación que Cristo había hecho posible. De este modo pasó de Jerusalén a Samaría, a Antioquía y a todos los lugares de los que hay constancia en el Nuevo Testamento. En todas partes se repetía el envío misionero descrito por ejemplo en Hch 13,2-3: los responsables de la Iglesia, después de haber ayunado y orado, imponían las manos sobre los elegidos y los enviaban como misioneros.
Lo que ocurrió en los orígenes se repite hoy en nuestras comunidades eclesiales. Estas crecen interiormente y se ensanchan gracias a la acción evangelizadora. Por eso toda Iglesia particular o local, para ser plena y auténticamente ella misma, debe ser misionera manifiestando su fecundidad espiritual en el anuncio del Evangelio a los que no conocen a Jesucristo y en la cooperación en el establecimiento y el desarrollo de otras Iglesias. Por otra parte evangelizar es siempre un acto eclesial (cf. EN 60), es decir, no responde a una iniciativa particular o aislada. El evangelizador ha de estar unido a la misión de la Iglesia que se realiza en cada lugar y que garantiza la fidelidad al mandato del Señor.
8. ¿Nuestra Diócesis es misionera? ¿y nuestras comunidades?
Todas estas reflexiones nos conducen a hacernos una pregunta: ¿nuestra Iglesia a nivel diocesano y a nivel de las parroquias y demás comunidades, es misionera en el sentido señalado antes? ¿Sentimos todos los miembros de la Iglesia local el imperativo evangelizador y misionero y actuamos en consecuencia? ¿Es suficiente que al llegar las jornadas y colectas misionales o en favor de los pueblos del tercer mundo, recemos por el fruto de la actividad misionera de la Iglesia y colaboremos económicamente? Ciertamente no podemos olvidar que nuestra Diócesis ha cooperado con otras Iglesias enviando sacerdotes, religiosos y religiosas, entre los que se cuenta un notable número de misioneros y misioneras.
Pero el problema más acuciante que nos afecta, apuntado ya más arriba en los nn. 1 y 6, es la necesidad de evangelizar de nuevo a los "bautizados que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio" (RM 33). ¿Cómo afrontamos este reto?
No se trata de entrar en discusiones sobre los conceptos de misión, de actividad misionera, de evangelización y de nueva evangelización, porque en el fondo sólo hay una misión que tiene su origen en Cristo y su objeto esencial en la comunicación de la vida divina a los hombres en la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo. Las preguntas anteriores pretenden en definitiva hacer aflorar en todos los miembros de la comunidad diocesana la inquietud y el afán de responder personal, comunitaria e institucionalmente al mandato misionero de Jesús hacia el interior de nuestras propias parroquias y ambientes sin olvidar la cooperación con otras Iglesias.
Porque difícilmente una Diócesis será misionera si descuida cualquiera de los dos aspectos que acabo de señalar. Más aún, la dedicación al primero redundará en el segundo, y viceversa. Esto es lo que se deduce de la propia experiencia eclesial avalada por las enseñanzas de la Iglesia: "Las Iglesias de antigua cristiandad ante la dramática tarea de la nueva evangelización, comprenden mejor que no pueden ser misioneras respecto a los no cristianos de otros países o continentes, si antes no se preocupan seriamente de los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra, y viceversa" (RM 34).
9. Caminos de misión en nuestra Diócesis
Con este título quiero referirme a una serie de factores tanto de renovación de la conciencia misionera y evangelizadora como de actuación concreta para hacer más vivo y operativo el compromiso de nuestra Iglesia en la fidelidad al mandato de Cristo de anunciar el Evangelio a todas las gentes, empezando por "nuestra propia casa". En algunos de estos factores reaparecen las líneas prioritarias de acción pastoral apuntadas en el n. 2. En efecto, "la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal" (RM 2):
1.- Crecer en comunión: La comunión eclesial o unidad interna y externa de los discípulos de Jesús es uno de los signos más valiosos "para que el mundo crea" (Jn Jn 17,21). En efecto, la acción evangelizadora nace en comunidades cristianas religiosamente vigorosas en la fe y en la oración, que se esfuerzan en superar las limitaciones y las discrepancias de sus miembros por medio de la caridad, procurando vivir en una comunión efectiva con los pastores de la Iglesia y respetando todos los carismas y funciones y tratando de basar todas las relaciones intraeclesiales en la imagen amorosa de la SS. Trinidad. La comunión eclesial es "comunión misionera", que genera y es fruto a la vez de la misión (cf. Jn 15,16; ChL 32).
No es casual que el Santo Padre Juan Pablo II insista tanto en lo que él llama "espiritualidad de comunión", proponiéndola como principio de formación de toda comunidad cristiana: "Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado" (NMI 43). El motivo es que Dios quiere que toda la humanidad sea una familia, según el modelo de la Santísima Trinidad. La Iglesia es signo que anuncia esta comunión y e instrumento que la hace realidad ya en este mundo (cf. LG 1).
2.- Testimonio de vida: También lo señala el Papa: "El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros (cf. EN 69); cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión" (RM 42). Jesús envió a sus apóstoles con el mandato explícito de ser sus testigos (cf. Hch 1,8). La primitiva comunidad cristiana era consciente de la importancia de una vida recta y santa para proclamar el mensaje evangélico. Se otorgaba mucha importancia al amor fraterno y a la comunicación de bienes (cf. Hch 2,44-47), pero también se esforzaban en ser buenos ciudadanos obedeciendo a la autoridad legítima (cf. Rm 13,1-3). Se daba incluso un gran valor a los sufrimientos como parte de la misión apostólica (cf. 2 Cor 11,31). "Recuerden todos que el testimonio diario, basado en una vida de intimidad con Cristo, es un medio incomparable para la evangelización" (9) .
Junto a la vida misma de los cristianos "el testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio" (RM 42). Sólo con el testimonio se puede aspirar a la transformación de la sociedad con la fuerza del Evangelio (cf. EN 19). Por eso es necesario "apostar por la caridad", como señala el Papa (cf. NMI 49-50).
3.- Autoevangelización: La comunidad cristiana, para ser capaz de cumplir su misión de evangelizar con eficacia, necesita evangelizarse constantemente a sí misma. Es lo que pedía el Papa Pablo VI cuando hablaba de la Iglesia como "comunidad evangelizada y evangelizadora", formada por quienes primero han acogido con sinceridad el Evangelio y se reúnen para buscar juntos el Reino de Dios, construirlo y vivirlo. Los que han sido evangelizados "constituyen una comunidad que es a la vez evangelizadora... Aquellos que ya han recibido la Buena Nueva y que están reunidos en la comunidad de salvación, pueden y deben comunicarla y difundirla" (EN 13). Por otra parte la Iglesia, expuesta a los peligros del mundo, ha de escuchar y acoger continuamente el Evangelio. La comunidad consciente de esta necesidad, es capaz de compartir el mensaje de salvación con los demás.
4.- Espíritu de oración: Nunca se insistirá bastante en este aspecto de la vida cristiana que pone de relieve la primacía de la gracia divina. A pesar de los fenómenos de la secularización de las costumbres y del hedonismo de vida del que no se ven libres ni siquiera los cristianos más fieles, se constata hoy una exigencia creciente de espiritualidad en todos los sectores del pueblo de Dios, manifestada sobre todo en la necesidad de orar (cf. NMI 33). En este hecho ha podido influir la actitud de los creyentes de religiones no cristianas venidas de Oriente.
Pero es preciso orar como el Señor nos ha enseñado (cf. Lc 11,1-4) y como el Espíritua Santo, que "viene en ayuda de nuestra debilidad" (Rm 8,26), nos impulsa a hacerlo en confianza filial con el Padre y en apertura dialogal a lo que Él quiere manifestarnos a través de su Hijo. Por este motivo "nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas "escuelas de oración", donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el 'arrebato del corazón'. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios" (NMI 33).
La oración, presente en los planes de pastoral de las comunidades parroquiales y de los movimientos y grupos eclesiales (cf. NMI 34), no sólo no es una pérdida de tiempo sino condición indispensable para la evangelización (cf. Mt 6,10; 9,38; 18,19; RM 78).
5. Vida litúrgica y sacramental centrada en la Eucaristía. El Cristo que es anunciado en la evangelización, es "palabra y sacramento", es decir, es la suprema Palabra de Dios, el Verbo eterno del Padre en el cual lo ha dicho todo (cf. Jn 1,1 ss.: Hb 1,1-2), y es el supremo y primer sacramento del encuentro del hombre con Dios (cf. Jn 1,14; 1 Jn 1,1-3). El Evangelio, identificado con la persona de Jesús y con su obra de salvación (cf. Mc 1,1; Rm 1,1-4; Lc 17,21), es una realidad que debe ser acogida tanto en la predicación que la anuncia como en los signos sacramentales que la comunican. Por eso creer en Cristo es aceptar su palabra y dejarse santificar por sus sacramentos, comenzando por el Bautismo (cf. Hch 2,41; 8,34-38) y perseverando en la vida litúrgica de la comunidad (cf. Hch 2,42). La palabra predicada y los sacramentos de la Iniciación cristiana hacen nacer y renacer a la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Jn 19,30.34; CCE 1091 ss.).
De ahí la íntima conexión entre palabra y sacramento, entre evangelización y pastoral litúrgica. La palabra anuncia, suscitando la fe, lo que el Padre ha operado en Jesús para la salvación del mundo y el sacramento actualiza y cumple en los fieles el misterio de Cristo (cf. CCE 1100-1102 y 1104). Entre todos los sacramentos sobresale la Eucaristía, "fuente y cumbre" de la actividad de la Iglesia y aun de toda la vida cristiana (cf. SC 10; LG 11; PO 5). Por eso la comunidad cristiana, surgida en la evangelización, vive y expresa su identidad más profunda, la de ser cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, en torno a la mesa eucarística (cf. LG 3). Una comunidad que celebra intensamente la Eucaristía, sobre todo el domingo (cf. NMI 35-36), se siente enviada de nuevo (10) . La Eucaristía regenera continuamente a la Iglesia y la nutre con aquel amor que anima toda labor evangelizadora (cf. PO 13; EN 76; RM 51).
II. EL ARCIPRESTAZGO AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACION
La segunda parte de esta Exhortación se ocupa del arciprestazgo como cauce de comunión y de corresponsabilidad en la acción evangelizadora de la Iglesia diocesana, de la misma manera que el objetivo diocesano de pastoral del curso pasado se refirió a la parroquia (11) .
10. El arciprestazgo: configuración canónica y órgano pastoral
En el contexto de la misión de la Iglesia y de las preguntas hechas en el n. 8: "¿Es misionera nuestra Diócesis? ¿lo son nuestras comunidades?", hagamos ahora una reflexión sobre el arciprestazgo ante todo como unidad de trabajo pastoral, sin olvidar que ha sido primeramente una institución eclesiástica centrada en la figura del arcipreste y contemplada en el ordenamiento canónico de la Iglesia. En las últimas décadas el arciprestazgo o decanato ha conocido una interesante revalorización como unidad al servicio de la pastoral de conjunto y, en terminología acuñada en nuestra región y que hizo fortuna en nuestra Diócesis, como "hogar, escuela y taller".
En efecto, la figura del arcipreste o "vicario foráneo" es conocida desde el siglo V, época en la que se organizaron las parroquias rurales. El arcipreste era un delegado del Obispo que con el tiempo fue asumiendo diversas tareas desde la visita a las parroquias y la supervisión de la acción pastoral y de los archivos hasta la tutela y las convocatorias del clero. A partir del Concilio Vaticano II (cf. CD 30) el arcipreste debe impulsar y coordinar la acción pastoral en la que participan sacerdotes, religiosos y laicos. El Código de Derecho Canónico dedica varios cánones a los arciprestes e indirectamente a la vida de los arciprestazgos (cf. CDC c. 553-555). Entre las competencias que tiene el arcipreste destaca la de "fomentar y coordinar la actividad pastoral común en el arciprestazgo" (CDC c. 555, 1, &1).
Para facilitar precisamente esta actividad pastoral común, "varias parroquias cercanas entre sí pueden unirse en grupos peculiares como son los arciprestazgos" (CDC c. 374, 2). El arciprestazgo por tanto no es una superparroquia ni una entidad que las suplante. Tampoco es una fusión de parroquias, de manera que cada una conserva su autonomía y pesonalidad jurídica propia. Sin embargo es un cauce necesario para la misión de la Iglesia en un determinado territorio de la diócesis, con cierta homogeneidad humana y religiosa y con un número significativo de sacerdotes, de manera que haga posible no solamente la acción pastoral común sino también la vivencia de la fraternidad sacerdotal y apostólica. Es este aspecto el que se ha querido fomentar especialmente durante los últimos años en las diócesis de la Región del Duero, hoy "Iglesia en Castilla", haciendo del arciprestazgo renovado un órgano fundamental de la pastoral diocesana (12) .
11. Comunión y corresponsabilidad para la evangelización
El arciprestazgo es, por tanto, una estructura pastoral y sobre todo un ámbito en el que se ha de vivir intensamente la comunión de la Iglesia como "comunión misionera" y "camino de misión" en el sentido señalado antes (cf. n. 9,1 y 9,5). En efecto, la comunión de la Iglesia se manifiesta primero en la fraternidad entre los presbíteros entre sí, como "fraternidad sacerdotal" basada en el sacramento del Orden y en la pertenencia al mismo presbiterio diocesano: cf. LG 28; PO 7; PDV 17 (13) . Pero se ha de extender también a las religiosas y a los laicos que trabajan al servicio del Reino de Dios en la misión pastoral de la Iglesia particular. Esto es lo que se llama "fraternidad apostólica": cf. PO 9; AA 25; etc. (14) .
Se trata, en definitiva, de que todos los presbíteros, religiosas y laicos que dedicados a la acción pastoral en el arciprestazgo se esfuercen, en un clima de disponibilidad y de apertura a los demás y a la acción del Espíritu Santo, en superar las propias limitaciones personales, en ayudarse unos a otros y, cuando sea necesario, suplirse y atenderse mutuamente. A este respecto escribí en mi primera Exhortación pastoral, recogiendo una importante conclusión del Congreso sobre Parroquia evangelizadora de 1988: "La urgencia de la evangelización exige también compartir lo que se es y lo que se tiene: 'La parroquia actual sólo podrá realizar su función evangelizadora, si se complementa con la acción evangelizadora promovida desde una pastoral supraparroquial de la Iglesia particular (arciprestazgo, zona, servicios de los departamentos diocesanos). En esta pastoral, la parroquia deberá coordinarse con otras parroquias y comunidades religiosas y laicales, así como con los servicios, asociaciones y movimientos de una pastoral especializada y de una pastoral de ambientes'. Complemento y coordinación son una consecuencia de la comunión eclesial dentro de la comunidad diocesana y del presbiterio" (15) .
Ya he aludido antes al ideal del arciprestazgo como "hogar, escuela y taller". Se trata de un objetivo que no debemos perder de vista nunca como expresión y testimonio de la unidad eclesial, condición para la evangelización (cf. Jn 17,21).
- El arciprestazgo debe ser "hogar" de hermanos que comparten oración y experiencia de vida, a imagen de la Familia divina trinitaria cuyas Personas subsisten entre sí, a la vez que en su seno se proyecta y se inicia la obra de nuestra salvación.
- Ha de ser también "escuela" en la que se aprende continuamente, mediante una formación teológica y espiritual actualizada, amor fraterno, caridad pastoral y corresponsabilidad en el servicio del Reino de Dios y en las tareas concretas.
- Finalmente ha de ser "taller" en el que se elaboran, coordinan y revisan iniciativas, programas y métodos de evangelización para trabajar en las distintas funciones de la misión de la Iglesia: el servicio de la Palabra, el ministerio de la santificación y del culto, la diaconía de la caridad, etc.
12. Reorganización de los arciprestazgos
Estos bellos ideales deben concretarse en la práctica. Un medio de lograrlo es, ciertamente, el abordar la reordenación de todo el territorio diocesano junto con una mejor distribución de los sacerdotes, tratando al mismo tiempo de incorporar a religiosas y a laicos, para que la actividad pastoral se lleve a cabo de acuerdo con las exigencias de la misión de nuestra Iglesia en la hora presente, atendiendo a las necesidades de cada arciprestazgo o zona para que la solicitud pastoral llegue a todas las comunidades.
Lo requieren razones demográficas, como el descenso y el envejecimiento de la población, y la disminución del número de presbíteros. ¿Cómo servir pastoralmente a las parroquias más pequeñas, de modo que los sacerdotes no se pasen el tiempo de un pueblo a otro celebrando misas y otros actos de culto para muy pocas personas cada vez? ¿Cómo vertebrar la diócesis para que en cada arciprestazgo hay un grupo de sacerdotes que pueda formar un equipo pastoral suficiente para hacer realidad los ideales propuestos antes y que pueda ir asumiendo y proyectando el cuidado pastoral de toda la zona a medio y largo plazo, todo ello de acuerdo con el estilo evangelizador y corresponsable que demanda la situación?
Un primer paso se ha dado ya al reducir el número de arciprestazgos, que han pasado de nueve a siete. Pero en el interior de cada uno, con generosidad y espíritu de disponibilidad, se pueden dar otros pasos, tales como la integración de varias parroquias en una sola, la agregación de las más pequeñas a otras mayores sin que las parroquias pierdan su identidad, o el establecimiento de "unidades parroquiales de acción pastoral" sancionadas canónicamente y confiadas a un solo párroco o a varios in solidum con el apoyo de religiosas y de laicos (16) . Quizás sea necesario disponer primero de de un estudio sociológico no demasiado complicado que haga posible un diagnóstico de la realidad y facilite la previsión de las necesidades más o menos inmediatas desde el punto de vista pastoral.
En la misma línea de búsqueda de una mayor eficacia evangelizadora y pastoral, conviene ir creando también pequeñas estructuras de comunicación, encuentro y formación en el interior de los arciprestazgos, como el "Consejo Pastoral Arciprestal", en el que junto a los sacerdotes y las religiosas y los laicos que trabajan en cada uno estén representadas las distintas comunidades parroquiales, una "Escuela de catequistas", cursos para lectores y animadores de grupos juveniles, y otras sugerencias que aparecerán en la tercera parte.
El objetivo diocesano del próximo curso, al estar centrado en el arciprestazgo, y la Visita Pastoral que me dispongo a comenzar por segunda vez, nos brindan la ocasión para plantear debidamente estas cuestiones.
13. Necesidad de renovación sobre todo de las personas
Pero todo lo anterior no puede hacerse solamente por la vía de las reformas estructurales si previamente o al mismo tiempo no se produce una especie de conversión o cambio de mentalidad en todos los protagonistas de la acción pastoral en orden a asumir las exigencias de la nueva evangelización, de la comunión para la misión y de la corresponsabilidad. También se debe producir este cambio en el pueblo fiel, al cual hay que explicar las cosas con toda claridad para que las comprenda y asuma aunque sea más lentamente. Un factor importante de renovación se encuentra en la convicción de que es preciso siempre "respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia" ante la tentación de pensar que los ersultados dependen de nuestra capacidad de hacer y de programas (cf. MNI 38).
Las medidas señaladas antes ayudan a formar comunidades misioneras, abiertas a una acción evangelizadora que transciende los límites de la parroquia o del grupo de los más cercanos y asiduos; comunidades servidoras de la Palabra de Dios bajo todas las formas de su transmisión (primer anuncio, catequesis, formación, medios de comunicación social, etc.); comunidades centradas en una celebración más viva y fructuosa de la Eucaristía sobre todo del domingo y con una especial dedicación a la Iniciación cristiana; comunidades atentas a la promoción integral de las personas y de los pueblos y a la presencia de los laicos en vida social y pública.
En efecto la superación del individualismo pastoral y del aislamiento y la soledad, la búsqueda de criterios comunes y el propósito de compartir con los laicos y con las religiosas la misión y las tareas pastorales redundará en una mayor eficacia evangelizadora dentro del arciprestazgo y aun de la Iglesia diocesana. No se puede olvidar que todo este movimiento que se constata ya en muchos lugares no es una moda más o menos pasajera. Se trata de pasos que se están dando desde hace tiempo ya en otras Iglesias, incluso dentro de nuestra misma Provincia eclesiástica, pasos basados en la experiencia de los países de reciente evangelización, que con muy poco personal y ante poblaciones muy superiores a las nuestras nos dan ejemplo a los que tenemos que enfrentarnos a los problema de la pérdida de la fe y del alejamiento casi masivo de la vida cristiana.
Ya he dicho alguna vez que el Espíritu Santo está detrás de todo lo que signifique comunión misionera, diálogo, búsqueda de unidad y de cooperación, de manera que no es bueno ni saludable resistirse a esta dinámica, sobre todo cuando se dan los pasos requeridos canónicamente y debidamente sancionados por el Obispo.
14. La misión del arcipreste
He dejado para el final de esta parte la referencia a la persona del arcipreste, sobre el que recae en buena medida la tarea de animar la acción evangelizadora de la zona y de estimular a sus hermanos presbíteros y a los demás agentes de pastoral. Más allá de lo que señala el Derecho Canónico acerca del modo como debe ser elegido por el Obispo después de oir, según su prudente criterio, a los sacerdotes que ejercen el ministerio en el arciprestazgo (cf. CDC c. 553,2; 554,1-2), es evidente que su labor será tanto más eficaz cuanto mayor sea la autoridad y el prestigio personal de que goce ante sus compañeros. Deberá estar también en sintonía con las directrices diocesanas.
La tareas canónicas que tiene encomendadas (cf. CDC, c. 555) deben ser conocidas por todos los sacerdotes para que le faciliten su labor. El suyo es un servicio fraterno en orden a incrementar la comunión para la misión en todo el arciprestazgo, pero especialmente entre los presbíteros. Debe preocuparse por tanto de los diferentes aspectos de la vida sacerdotal, como la espiritualidad, la formación teológica y pastoral, la salud y la atención en las necesidades materiales, la unidad y la coordinación del trabajo pastoral, el descanso, etc. En nuestra diócesis se ha recorrido ya un largo trecho en cuanto a la función del arcipreste como responsable de los aspectos señalados antes, en particular los retiros sacerdotales, las reuniones de formación y otro tipo de encuentros y convivencias de laicos, jóvenes, etc.
Los arciprestes ayudan también al Obispo en los movimientos de personal, en las tomas de posesión de los párrocos, en la programación diocesana y en todo lo que tiene que ver con el arciprestazgo teniéndole informado, sugiriendo soluciones a los problemas y haciendo muchas veces de intermediario entre el Obispado y las parroquias. Un servicio importante para los fieles de las parroquias y aun de cara a la historia diocesana, lo constituye la supervisión de los libros parroquiales y la vigilancia sobre la administración de los bienes eclesiásticos. Por este motivo debe intervenir, de acuerdo con el Derecho general y particular diocesano, en numerosos actos relacionados con los citados bienes. Por estos motivos debe practicar la visita a las parroquias prevista en el canon 555,4, con discreción y prudencia, tarea que los sacerdotes deben facilitar también con buen ánimo. El arcipreste desempeña un gran papel en la Visita pastoral como coordinador de la misma y, si el Obispo lo desea, actuando como secretario en el ámbito del arciprestazgo.
III. LOS CAMPOS DE LA ACCION EVANGELIZADORA EN EL ARCIPRESTAZGO
En esta tercera parte se trata de concretar unas sugerencias operativas sobre la base de lo expuesto en las dos primeras partes de la Exhortación pero atendiendo también a las diez líneas prioritarias de acción pastoral para el trienio, recogidas en el n. 2. Lo que sigue a continuación pretende promover el discernimiento y la programación ante todo de los arciprestazgos pero tienen aplicación también a las parroquias y a los diversos grupos eclesiales.
15. En relación con la vida espiritual y a la formación permanente (líneas 1ª y 2ª)
Las dos primeras líneas que proponíamos para el trienio tienen en el arciprestazgo un espacio privilegiado de realización. Por una parte están las convivencias de comienzo de curso y los encuentros mensuales de retiro, de formación permanente y de pastoral para los sacerdotes, encuentros en los que en algunos lugares participan ya las religiosas y algunos laicos. Se trataría de mejorar estos medios, dedicándoles el tiempo necesario y la preparación debida para que sean verdaderos espacios de oración y de reflexión sosegada, y estableciendo quizás otro medio día para dedicarlo exclusivamente a temas pastorales.
A nivel arciprestal se pueden realizar convivencias trimestrales de oración y de formación con ocasión de los principales tiempos litúrgicos, abiertas a todos los fieles o a algún sector: matrimonios, catequistas, profesores de religión, confirmandos, niños, enfermos y discapacitados, etc.
A partir del próximo curso se empezará a dar una nueva configuración al Centro Teológico Civitatense para que programe y coordine escuelas de ministerios laicales para la catequesis, la liturgia, la pastoral juvenil y la acción social y caritativa.
16. En relación con la Iniciación cristiana y con la pastoral del domingo (líneas 3ª y 4ª)
La publicación del Directorio pastoral de la Iniciación cristiana en la Diócesis de Ciudad Rodrigo, en el que se recoge la experiencia y las orientaciones en torno a los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, la Primera Eucaristía (y la Penitencia) de los años de la preparación y celebración del Gran Jubileo, debe ir acompañada de un serio esfuerzo por conocer el documento y llevarlo a la práctica. Está redactado como respuesta a los retos que tiene hoy la Iglesia en el ámbito de la formación de la fe de los nuevos hijos de Dios, con una especial atención a la evangelización y a la catequesis en las diferentes etapas del itinerario de la Iniciación. Como tal documento será objeto de estudio en la formación permanente durante todo el curso, pero sería bueno que a nivel arciprestal y de las parroquias, se expusiese o se explicase su contenido a los fieles.
Momento oportuno pueden ser las conferencias cuaresmales, dado que la Cuaresma es preparación para los sacramentos pascuales y tiempo propicio para la conversión y la celebración de la Penitencia. Los cursos de preparación para el matrimonio, acción que sólo puede realizarse a nivel arciprestal, son una buena ocasión para informar a los futuros padres sobre la misión y las exogencias de la educación en la fe de los hijos.
Respecto de la pastoral del día del Señor, aunque descansa sobre el ministerio de los párrocos, sin embargo requiere la cooperación de distintas funciones laicales (lectores, cantores, responsables del cuidado de la iglesia). Preparar esta cooperación se puede hacer a nivel arciprestal. Más aún, sería muy conveniente que en los encuentros dedicados a la pastoral se planteara el problema del número y de la coordinación de las misas del domingo dentro del arciprestazgo, se hiciera un análisis sociorreligioso serio sobre la asistencia a la Eucaristía dominical, y si fuera necesario se estudiara la necesidad de Celebraciones dominicales en ausencia de presbítero, medida que requiere la intervención del Obispo.
17. En relación con las manifestaciones de la piedad popular (línea 5ª)
Aunque las fiestas patronales y otras manifestaciones religiosas de la piedad popular tienen de suyo ámbito local, sin embargo especialmente las primeras tienen una proyección supraparroquial, sobre todo si están ligadas a algún santuario a alguna imagen del Señor o de la Santísima Virgen cuya devoción está más extendida. En todo caso es frecuente que en las fiestas se reúnan los sacerdotes del arciprestazgo en la concelebración eucarística y en otros actos de la fiesta.
¿No es una buena ocasión para examinar cómo se hacen las cosas desde el punto de vista de una pastoral misionera para que la piedad popular sea, como quiere la Iglesia, cauce de evangelización? ¿No se dan por supuestas demasiadas cosas y todo se sigue haciendo como si estuviéramos ante un pueblo ampliamente creyente como en otros tiempos? Habría que estudiar a nivel del arciprestazgo los numerosos retos que plantea hoy la promoción de las fiestas religiosas desde el punto de vista turístico, cultural, económico y político, aclarando actitudes y preparando respuesta a los retos planteados. El camino es preparar bien las cosas, explicándolas de manera oportuna, ensayando los cantos más adecuados, dignificando las celebraciones, etc.
18. La pastoral de la familia y de los jóvenes (líneas 6ª y 7ª)
Los pastores no podemos permanecer cruzados de brazos ni resignados ante el deterioro creciente de la familia y ante los problemas de una juventud que se deja arrastrar por una pseudocultura de la noche y del vacío espiritual, que tratan de llenar con el alcohol, con el sexo y con todo tipo de drogas. Lamentarse es fácil y señalar la dejación de padres y educadores también, pero el lamento estéril no conduce a nada. ¿Qué se puede hacer, cuando en muchos lugares los padres no colaboran debidamente en la preparación de los sacramentos de la Iniciación cristiana de sus hijos?
Sin duda hay que buscar solución a nivel de arcipreztazgo o zona con la dedicación preferente de uno o varios de los sacerdotes a la pastoral familiar y a la formación de los jóvenes, colaborando los demás. Así mismo es necesario fomentar la participación como arciprestazgo en los encuentros y en las iniciativas de la Delegación diocesana de pastoral familiar y del Secretariado de Pastoral de la Adolescencia y la Juventud. Al servicio de los arciprestazgos y de las parroquias está el Camping "San Francisco" de Caritas Diocesana para todo tipo de convivencias. Lo que a veces no es posible llevar a cabo en la propia zona, se hace más fácil saliendo de ella y reuniéndose en un ambiente propicio para escuchar la voz de Dios y reflexionar y orar juntos compartiendo inquietudes y compromisos. Este tipo de actividad pastoral, que sale de las situaciones cómodas y de la instalación en la que "se va tirando", va muy de acuerdo con el talante que requiere la nueva evangelización de busqueda de caminos y de cauces nuevos para encontrarse con las personas.
19. La acción social de los cristianos (líneas 8ª y 9ª)
La presencia de los laicos, movidos por una opción cristiana, en los diferentes ámbitos de la vida social, cultural, económica y política, así como en los medios de comunicación, para impregnarlos del espíritu evangélico, es una asignatura pendiente en la gran mayoría de nuestro pueblo. Quizás sea un problema de formación más que de inhibición. Por este motivo conviene hacerse eco en la predicación de las enseñanzas del magisterio del Papa y de los obispos españoles sobre los diferentes aspectos de la vida social, especialmente cuando están en juego valores importantes como la vida humana, la salud, la paz, la conservación de la naturaleza, la educación, el trabajo, el acceso a los bienes sociales, los derechos de los extranjeros, etc. Estos son temas sobre los que se han de tener ideas claras, que se adquieren en la lectura y en el estudio personal, pero también en la reflexión compartida en el grupo sacerdotal y con los laicos del arciprestazgo.
Por otra parte existen también en nuestra diócesis problemas de atención a ancianos, enfermos, personas con minusvalías físicas y psíquicas, marginadas, solas, maltradas, o que no han tenido oportunidades básicas y mínimas para situarse laboral o culturalmente, etc. Detrás de estas y de otras situaciones parecidas hay hombres y mujeres, para los cuales la salvación de Dios integra también la solución de sus problemas humanos. ¿Para cuando la creación a nivel arciprestal de un pequeño equipo de Caritas que haga de fermento concienciador de las parroquias, que estudie los problemas y encauce las ayudas? Caritas es el órgano especializado de la Iglesia diocesana ante todo para sensibilizar, estimular y movilizar la generosidad de todos, pero la tarea asistencial debe realizarse en las parroquias y en los arciprestazgos. ¿No es hora también de procurar la formación de un voluntariado de cristianos comprometidos con la acción social y caritativa en las principales zonas de la diócesis?
Respecto de la adaptación de las estructuras del arciprestazgo (línea 10ª), ya me he referido a ello sobre todo en el n. 12, y de manera indirecta en toda la segunda parte. No es necesario insistir
20. Amodo de conclusión
Termino esta Exhortación pastoral para el curso 2001-02 como la he empezado, apelando al ejemplo de los primeros cristianos para que nos dediquemos de lleno, como ellos, a la evangelización de nuestros hermanos. Se trata de la misión de la Iglesia, recibida del Señor, que hoy adopta entre nosotros unas características nuevas, las de una situación en la que no basta conservar la fe ni la práctica religiosa como en tiempos todavía recientes, sino que es necesario un esfuerzo vigoroso para anunciarla otra vez y transmitirla en total fidelidad al anuncio de Jesucristo y a la tradición eclesial pero tratando también de salir al encuentro de los hombres y mujeres de hoy sin esperar a que ellos vengan a nosotros.
Para ello hemos de transformar nuestras comunidades parroquiales y nuestros arciprestazgos para que la acción misionera implique a todos los miembros del pueblo de Dios. Como dice el Santo Padre Juan Pablo II: "Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de las comunidades y de los grupos cristianos" (NMI 40).
A la mediación de María, Estrella de la nueva evangelización y referencia perfecta para todos los discípulos de Jesús en su disponibilidad para llevan la Buena Nueva a los hombres (cf. Lc 1,39-40), confío el nuevo curso pastoral 2001-02 y a todos los que sacerdotes, religiosas y laicos de nuestra diócesis que se dedican a cumplir el mandato misionero aquí y en otras Iglesias repartidas por todo el mundo.
Pero en este año de su beatificación, y en la proximidad del 65 aniversario de su martirio o nacimiento para el cielo, el día 19 de agosto, pido a la Beata María Nieves Crespo López, hija de nuestra Iglesia Civitatense, que interceda también delante de Dios por el fortalecimiento de la fe de esta comunidad diocesana y por la renovación interior de todos sus miembros.
Ciudad Rodrigo, a 15 de agosto de 2001
Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María
+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo
NOTAS
[1]. A lo largo de la Exhortación aparecen varias siglas. Además de las bíblicas y del Vaticano II, bien conocidas, hay que anotar las de los documentos de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II recogidas en las notas la primera vez que aparecen, y las del Código de Derecho Canónico (= CDC) y el Catecismo de la Iglesia Católica (= CCE).
[2]. "La misión evangelizadora de nuestra diócesis": 1. Líneas de acción pastoral para el trienio 2000-2003; 2. La misión de Jesucristo y la revitalización de la acción evangelizadora de nuestras parroquias (Objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-1), Ciudad Rodrigo 2000, p. 9.
[3]. S.S. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Novo Millennio Ineunte" (Al comienzo del nuevo milenio), de 6-I-2001 (= NMI), n. 16.
[4]. Su explicación puede verse en la Exhortación "La misión evangelizadora", cit., n. 5.
[5]. Véase la explicación del objetivo del curso 2000-01 en la segunda parte de la Exhortación "La misión evangelizadora", cit., (nn. 6 y 14-15).
[6]. Véase también la Encíclica de S.S. Juan Pablo II, "Redemptoris missio", de 7-XII-1990 (= RM), 23.
[7]. Mons. J. López Martín, "La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo", Exhort. pastoral del curso 1997-98, Ciudad Rodrigo 1997, n. 7.
[8]. Véase la Exhortación "La misión evangelizadora", cit., nn. 10-13.
[9]. Juan Pablo II, Meditación antes del Angelus, de 10-VI-2001 (cf. NMI 30-31).
[10]. Cf. S.S. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", de 18-V-1998, n. 45: De la Misa a la misión.
[11]. En este sentido esta parte es continuación de lo que expuse el año pasado en la Exhortación "La misión evangelizadora", cit., nn. 14-15.
[12]. Cf. Mons. José Delicado Baeza, El arciprestazgo, ámbito de la fraternidad apostólica, Valladolid 1985.
[13]. Véase también mi mi Carta a los presbíteros: El ejercicio del ministerio presbiteral en nuestra diócesis, Ciudad Rodrigo 1997, nn. 9 y 15).
[14]. Véase la misma Carta, cit., n. 20.
[15]. "La comunidad parroquial al servicio de la evangelización hoy", Ciudad Rodrigo 1994, n. 2.3.2.
[16]. La configuración concreta, personalidad jurídica y las características de las "unidades parroquiales", se determinarían mediante el decreto episcopal que las establezca (cf. CDC c. 516,2).
LA COMUNIDAD PARROQUIAL AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACION HOY Exhortación pastoral ante el curso apostólico 1994-1995
Escrito por Super User
LA COMUNIDAD PARROQUIAL AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACION HOYExhortación pastoral ante el curso apostólico 1994-1995 Los documentos y los libros que se citan constituyen el material que puede consultarse como complemento de esta Exhortación. Las siglas de los documentos del Concilio Vaticano II son las más conocidas: CD, Christus Dominus; LG, Lumen Gentium; SC, Sacrosanctum Concilium; etc. En el texto se indican también otras siglas. |
Queridos hermanos presbíteros, religiosas y fieles laicos de Ciudad Rodrigo: La práctica iniciada por Mons. Antonio Ceballos, mi antecesor tan amado por vosotros como admirado por mí, de ofrecer al comienzo del curso apostólico unas reflexiones doctrinales sobre el objetivo pastoral diocesano, me da la oportunidad de dirigirme por primera vez a toda la comunidad diocesana usando este medio. No quiero ocultaros la alegría que supone para mí redactar esta exhortación a modo de carta pastoral. Permitidme deciros como san Pablo: "Mi carta sois vosotros mismos, escrita en mi corazón, conocida y leida por todos los hombres, pues es notorio que sois carta de Cristo... escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo" (2 Cor 3,2-3). Circunstancias de esta Exhortación Uno de mis deseos al ser nombrado obispo vuestro ha sido que el comienzo del curso apostólico no sufriera apenas retraso. El relevo episcopal en la querida Diócesis Civitatense no debía ralentizar y menos aún paralizar la actividad pastoral de alcance diocesano. Al mantenimiento del pulso vigoroso de la Iglesia de Ciudad Rodrigo en los últimos meses ha contribuido la sabia dirección del Ilmo. Sr. D. Nicolás Martín Matías, Administrador diocesano, con sus colaboradores y la asistencia del Colegio de Consultores. Todos ellos merecen nuestro reconocimiento y gratitud, el vuestro y el mío. La espera del nuevo obispo ha sido breve, por otra parte, de manera que nuestra Iglesia recobra el ritmo habitual, pasado el verano. En este sentido el curso apostólico 1994-1995 en torno a un nuevo objetivo pastoral, se inicia bajo el signo de la continuidad y de la normalidad. El ministerio episcopal y la necesaria cooperación de todos Pero no se debe olvidar que la llegada de un nuevo pastor ha significado para la Diócesis Civitatense un momento de gracia y una señal de la renovada presencia del Señor en su Iglesia a través del ministerio episcopal. Mons. Ceballos, al despedirse, os pidió "una actitud de espera evangélica y de confianza eclesial" (Boletín Oficial del Obispado (= BOO), febrero 1994, p. 112), y D. Nicolás, al comunicar oficialmente a la diócesis la noticia de mi nombramiento, os invitaba a prestar al nuevo obispo una "acogida agradecida, porque el ministerio episcopal... es un don de Dios y de la Iglesia puesto a nuestro servicio...; filial, porque la misión del obispo es representar a Cristo, cabeza y pastor, que guía y acompaña continuamente a su Iglesia; esperanzadora, porque descubrimos la acción del Espíritu, que alentó a los primeros apóstoles y sigue siendo el alma de la actual comunidad de los discípulos de Jesús..." (15 de julio de 1994). Con estas actitudes que brotan de la fe, la celebración de mi ordenación en la tarde del domingo 25 de septiembre ha representado, para vosotros y para mí, no sólo una vivencia riquísima del misterio de la Iglesia y de la sucesión apostólica sino también el comienzo de una relación entre todos vosotros y yo, definida por la gracia del sacramento del episcopado y significada en el anillo que el Obispo ordenante puso en mi dedo como "signo de fidelidad a la Iglesia, Esposa Santa de Dios". Esta alianza nos compromete mutuamente en la tarea siempre hermosa del Reino de Dios. Desde este primer escrito episcopal os pido y os agradezco la colaboración que estoy seguro que me vais a prestar, cada uno desde su propio carisma personal, función eclesial o ministerio, "para la edificación de la Iglesia" (cf. Ef 3,7-12). Los objetivos de los últimos cursos La diócesis de Ciudad Rodrigo posee en los objetivos diocesanos anuales un cauce muy eficaz de programación y de realización de su acción pastoral. Al referirme a los que se han elegido y llevado adelante en los últimos años pretendo subrayar la continuidad y destacar la importancia de este cauce. Tengo delante la valiosa ponencia sobre la Dinámica pastoral de la diócesis, elaborada por el Ilmo. Sr. D. Andrés Bajo, Vicario de Pastoral, en la sesión del Consejo Presbiteral de 18 de diciembre de 1993. En ella se hace una amplia y detallada "memoria, análisis y evaluación del proyecto pastoral en el que está embarcada la diócesis" y que yo con todo cariño asumo en este momento. Doy por supuesto que esta ponencia es conocida, especialmente por los presbíteros y las personas más directamente implicadas en la pastoral diocesana. Un extracto ha sido oportunamente publicado en el BOO de febrero de 1994, pp. 90-96. Durante el curso 1988-89 se marcaron unos objetivos orientados a la renovación espiritual del presbiterio diocesano, intentando generar un proceso de conversión permanente en cada uno de los presbíteros y para hacer más eficaz cualquier planificación pastoral. Pero fue en el curso 1989-90 cuando se inicia la actual dinámica de señalar un objetivo pastoral diocesano para cada año, precedido de una convivencia de dos días en cada arciprestazgo y presentado por una exhortación pastoral del obispo, con diversas acciones de tipo formativo y operativo. Desde ese momento los objetivos han sido formulados como sigue: -1989-90: "Centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia diocesana". Al objetivo se une el tema del "arciprestazgo como hogar, escuela y taller". -1990-91: "Conocer el misterio de la Iglesia particular para impulsar una nueva evangelización". En este curso se realizó un estudio analítico en 85 parroquias. -1991-92: "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense". -1992-93: "Conocer, asumir e impulsar la vocación y misión de los laicos para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense". -1993-94: "Promover, potenciar e instaurar una catequesis de adultos evangelizadora en nuestras comunidades parroquiales civitatenses". Además de las acciones directamente relacionadas con el objetivo pastoral diocesano, desde 1989 se vienen realizando otras de gran importancia también para crear conciencia eclesial, consolidar entre los presbíteros el sentido de la corresponsabilidad e impulsar la participación de los laicos y de los jóvenes en la vida de la Iglesia. Estamos, pues, ante un camino recorrido hacia unas metas que comprenden un espíritu apostólico y un estilo pastoral, y que contribuyen a configurar la sensibilidad misionera e integradora de los distintos aspectos de la presencia y de la acción de la Iglesia en nuestro pueblo. Un componente muy significativo del trabajo pastoral de estos años ha sido, así me parece percibirlo, la espiritualidad de cada uno de los sectores eclesiales comprometidos en la misión de la Iglesia: presbíteros, religiosas, catequistas, laicos, jóvenes. No puede ser de otra manera si queremos que nuestro ministerio o tarea eclesial sea eficaz: "Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento" (1 Cor 3,8). Ante el curso 1994-95: un nuevo objetivo En mi primer encuentro con el Sr. Administrador diocesano, a los pocos días de hacerse público mi nombramiento, ya tuve conocimiento del objetivo elegido por el Colegio de Consultores en torno a la parroquia al servicio de la evangelización. En la comunicación de Final del Curso pastoral 1993-1994, D. Nicolás hacía una primera aproximación al objetivo de esta manera: "Se pretende que una realidad existente en nuestras estructuras eclesiales, como es la parroquia, adquiera en todas sus actividades una dimensión decididamente evangelizadora, tratando de buscar medios que despierten y afiancen la acogida del Evangelio y la fe comprometida en los miembros de las comunidades parroquiales. Sin dejar la serie de tareas propias del servicio parroquial, se ha de recalcar el talante evangelizador que corresponde primordialmente a la Iglesia, anunciando, de manera explícita y directa, a Jesucristo como camino, verdad y vida para los hombres de nuestro tiempo" (BOO de julio 1994, p. 440). Recuerdo también que en la entrevista con el Colegio de Consultores y una representación de la diócesis, el día 21 del pasado julio, uno de los presentes se refirió a la parroquia "que lo aglutina todo", como una característica de nuestra Iglesia Civitatense. También se habló del arciprestazgo y de su importancia para el trabajo pastoral. En otra reunión de información y de trabajo con D. Nicolás y con D. Andrés me fui enterando del planteamiento del objetivo diocesano, de las convivencias previas y de lo que podría ser mi contribución al objetivo, una vez ordenado obispo de Ciudad Rodrigo. Además de recibirlo como un magnífico regalo de la etapa de la Administración diocesana entre el episcopado de Mons. Ceballos y el comienzo de mi ministerio entre vosotros, me complace hacerlo también mío en el clima de continuidad y de normalidad al que me refería al principio de esta Exhortación. En este sentido mi primera contribución al objetivo son las reflexiones que vienen a continuación. Como todavía es muy pronto para mí el basarme en un conocimiento preciso y completo de la realidad diocesana, me vais a permitir hablar de la parroquia y de la comunidad parroquial en términos más bien generales. Después, con ayuda de vuestra experiencia, contrastad y completad lo que aquí se dice. Quiero, en primer término, tratar de la importancia de la parroquia hoy, y después de la relación entre la parroquia y la Iglesia diocesana, para referirme, finalmente, a algunas cuestiones más prácticas, pero siempre en general, de cara al objetivo de este nuevo curso. I. LA PARROQUIA, UNA INSTITUCION CON PLENA VIGENCIA Se habla y se escribe mucho últimamente acerca de la parroquia, sobre todo después del Congreso sobre Parroquia evangelizadora celebrado en Madrid del 11 al 13 de noviembre de 1988. El volumen de las actas de dicho congreso, editado por la Conferencia Episcopal Española (Congreso Parroquia evangelizadora, EDICE 1989), es un volumen de lectura obligada. Yo lo voy a tener muy en cuenta. Pero comencemos por recordar algunas ideas fundamentales. 1.1. Qué es la parroquia. Una mirada a la historia La palabra "parroquia" (gr. paroikía) empieza a designar la comunidad cristiana de un determinado lugar, a partir del siglo II. En este tiempo parroquia y diócesis coincidían, es decir, eran una misma realidad eclesial presidida por un obispo y un colegio de presbíteros, a los que ayudaban los diáconos, sin distribuciones territoriales. Más tarde, con la expansión geográfica y sociológica de la Iglesia, se empezó a encomendar a un presbítero una parte de la Iglesia local para atender mejor a los fieles, pero sin ánimo todavía de fraccionar la comunidad única y haciendo del presbítero un representante de la unidad y de la corresponsabilidad de todo el presbiterio con el obispo. Esta situación duró dos o tres siglos. La institucionalización de las circunscripciones eclesiásticas siguiendo el modelo de la organización del Imperio Romano y Bizantino y, ya en la Edad Media, la aparición del sistema beneficial, contribuyeron decisivamente a configurar el tipo de parroquia que ha llegado hasta nuestros días. Las parroquias son porciones en las que está dividida una diócesis. El Código de Derecho Canónico (= CDC) define así la parroquia: "es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio" (c. 515, &1). Nótese que esta definición contiene elementos muy interesantes de carácter teológico además de jurídico. 1.2. Validez actual de la parroquia Los expertos en el tema de la parroquia coinciden aseguran que se trata de una institución eclesial insustituible pero, a la vez, insuficiente. Es también la primera conclusión de la I ponencia del Congreso Parroquia evangelizadora: "Insustituible porque es a través de ella como la inmensa mayoría de la gente entra en contacto con la Iglesia. para muchos, la dimensión ordinaria de la Iglesia es la parroquia. Pero resulta insuficiente porque no es capaz por sí sola de realizar toda la misión evangelizadora. Debe vivir en comunión con la Iglesia particular y articularse adecuadamente en el arciprestazgo y la zona pastoral, a la vez que puede revitalizarse y potenciarse con los movimientos apostólicos y las pequeñas comunidades" (Congreso, cit., p. 299). De hecho muchos de los movimientos de renovación pastoral de alcance eclesial que se produjeron en las décadas anteriores y posteriores al Concilio Vaticano II tuvieron como denominador común la parroquia. Primero fue el movimiento litúrgico, centrado en la asamblea eucarística dominical. Después ha sido la pastoral misionera con el intento de llegar a los alejados y a las capas más deprimidas de la sociedad. Aunque hubo tensiones y hasta una cierta unilateralidad en algunos planteamientos, especialmente durante el debate en torno a la evangelización y los sacramentos, hoy todos los aspectos de la única misión de la Iglesia se encuentran afectados y aglutinados por la necesidad de la evangelización o, como se viene diciendo desde hace algún tiempo, la nueva evangelización. En todo caso la parroquia hoy, sin perder vigencia desde el punto de vista institucional, está recuperando y afianzando dimensiones que ya estaban presentes en la historia de la configuración de las comunidades cristianas locales. Me refiero en particular a la evangelización, primera urgencia de la misión de la Iglesia. La exclamación paulina "¿Ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Cor 9,16) se puede aplicar a toda la comunidad parroquial. Por eso la existencia misma del objetivo pastoral elegido para este curso: Potenciar la comunidad parroquial como lugar propio para la acogida de la Palabra, para la celebración de la fe y para el servicio fraterno, que alude a los tres aspectos básicos de la misión de la Iglesia, están articulados entre sí por la dimensión evangelizadora. II. LA PARROQUIA EN LA IGLESIA PARTICULAR Pero la parroquia, con ser plenamente válida hoy, se revela también insuficiente para realizar, por sí sola, toda la misión evangelizadora. De ahí que deba vivir en comunión profunda con la Iglesia particular, o lo que es lo mismo, con la totalidad de las parroquias y comunidades confiadas al ministerio del obispo y del presbiterio diocesano. Nótese, como señala la definición de parroquia ofrecida por el Código de Derecho Canónico, que la parroquia ha sido constituida de modo estable en la Iglesia particular. Esto quiere decir que, para comprender mejor la parroquia y trabajar más eficazmente en favor de la edificación de la comunidad parroquial, es indispensable conocer y vivir la vinculación de la parroquia con la Iglesia particular o diócesis. El tema de la Iglesia particular no es nuevo para vosotros. Con ocasión del objetivo del curso 1990-91: Conocer el misterio de la Iglesia particular para impulsar una nueva evangelización, Mons. Ceballos os dirigía una de sus hermosas e interesantes exhortaciones, en la que se refería al misterio y a la misión de la Iglesia particular y os invitaba a creer, a amar y a adheriros a ella. Os invito a leerla y a meditarla de nuevo, porque ofrece unos presupuestos fundamentales (véase BOO de octubre de 1990, pp. 595-613). Yo quiero referirme tan sólo a la parroquia en su relación con la Iglesia particular. 2.1. Fundamento eclesiológico y sacramental de la parroquia Como es sabido, durante mucho tiempo ha prevalecido, por razones históricas, una noción preferentemente jurídica de la parroquia. En la actualidad, el concepto de parroquia del Código de Derecho Canónico, tomado del Concilio Vaticano II (cf. CD 30-32), supone una base teológica y una perspectiva pastoral muy rica, en lugar del carácter beneficial de la legislación anterior. Este aspecto estaba llamado a desaparecer (cf. PO 20). La parroquia se define más como una "comunidad de fieles" que como un territorio, y el párroco aparece ante todo como un "pastor propio", cuya misión consiste en la "cura pastoral" de esa comunidad "bajo la autoridad del obispo diocesano", es decir, en depedencia y como cooperador principal del ministerio de éste (cf. CDC, c. 519). Pero esa "comunidad de fieles" está constituida en una Iglesia particular, es decir, pertenece junto con las demás parroquias a una comunidad diocesana. Nos interesa fijarnos en estos dos aspectos de carácter eclesiológico, la relación de la parroquia con la Iglesia particular y la relación del párroco con el ministerio del obispo. 2.1.1. La parroquia es Iglesia El marco teológico imprescindible para comprender la parroquia es la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano II. De acuerdo con ese marco, la parroquia, confiada a un presbítero que hace las veces del obispo, hace presente de alguna manera la Iglesia de Cristo establecida por todo el orbe (cf. SC 42; LG 28). Tanto la parroquia territorial, en base a un territorio o lugar, como la parroquia personal, formada atendiendo a la homogeneidad sociológica de quienes la integran (cf. CDC, c. 518), es una verdadera asamblea del Señor, signo visible de la Iglesia universal (cf. LG 26; SC 42; AA 10), en un pueblo, barrio o sector de población. En calidad de tal la parroquia evangeliza, engendra en la fe, convoca para la oración, nutre en la vida cristiana y apoya la participación de los laicos en las estructuras temporales. El carácter "local" o localizado de una parroquia, incluso la de tipo personal, facilita la pertenencia a la Iglesia, al identificar la realidad misteriosa que la constituye, es decir, "la caridad y la unidad del cuerpo místico de Cristo sin la cual no puede haber salvación" (LG 26, cf. 1; 8; etc.), con la imagen, el lugar e incluso el nombre de la parroquia. La parroquia es una verdadera Iglesia con rostro, perfil e identidad humana, además de evangélica y cristiana. No en vano se llama iglesia al edificio destinado a la asamblea de los fieles, especialmente para las celebraciones litúrgicas. Es a través de la parroquia como la inmensa mayoría de la gente entra en contacto con la Iglesia, como se ha dicho antes. En la parroquia están presentes elementos esenciales de la Iglesia de Cristo: la Palabra de Dios, la Eucaristía y los sacramentos, la comunión del Espíritu Santo, el ministerio ordenado, la oración, etc. La parroquia es verdaderamente Iglesia, o sea comunidad de fe, de celebración, de caridad y de presencia misionera en la sociedad y en el mundo. El Concilio Vaticano II llama una vez Iglesia local a la porción del pueblo de Dios guiada por un presbítero, es decir, a la parroquia (cf. PO 6), usando más frecuentemente expresiones como comunidad local de fieles (cf. LG 28), comunidad de fieles (cf. PO 5; AG 15), comunidad local (cf. LG 28; AA 30) o comunidad cristiana (cf. PO 6). De hecho toda comunidad local de los fieles, y no sólo la parroquia, hace presente a la Iglesia visible (cf. SC 42; LG 28) y se puede llamar Iglesia de Dios (cf. LG 28). La especificidad de la Iglesia local viene dada, en el Concilio Vaticano II, por el lugar. Otra cosa ocurre cuando habla de la Iglesia particular, que identifica con la diócesis y con otras circunscripciones que se definen no sólo por el territorio sino también por otros factores como el rito, la tradición litúrgica y el gobierno. "Unificada por virtud y a imagen de la Trinidad" (Misal Romano, prefacio VIII de los domingos del T.O.), la asamblea o congregación de los fieles, cuando se reune para celebrar la Eucaristía, constituye la "principal manifestación de la Iglesia" (cf. SC 41-42; 106). La Eucaristía es, en efecto, "fuente y culmen" de toda la vida de la Iglesia, por la que se significa y se realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo (cf. SC 10; LG 11; PO 5; 6). Y esto no se produce solamente en la liturgia presidida por el obispo, sino también en las "parroquias distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo, ya que de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe" (SC 42). De ahí la necesidad de fomentar la vida litúrgica parroquial, como señalaba el Concilio Vaticano II: "Hay que trabajar para que florezca el sentido comunitario parroquial sobre todo en la celebración común de la Misa dominical" (SC 42). Lo recordaba también el Papa Juan Pablo II en la parroquia de Orcasitas, en Madrid, en 1982: "Sois parroquia porque estáis unidos a Cristo gracias al memorial de su único sacrificio... Este sacrificio eucarístico traza el constante ritmo de la vida de la Iglesia, también de vuestra parroquia... Deseo recordaros la necesidad de que participéis en la santa Misa los domingos y días festivos" (Mensaje de Juan Pablo II a España, Madrid 1983, p. 109). 2.1.2. La parroquia es "célula de la diócesis" Ahora bien, aunque la parroquia es Iglesia, no es todavía la Iglesia en plenitud. El Concilio Vaticano II llama a la parroquia "célula de la diócesis" o de la Iglesia particular, lo cual quiere decir que no es la forma completa de la Iglesia ni la estructura esencial, sino una estructura derivada, dependiente de factores históricos y sociológicos. La parroquia tiene muchos elementos que la definen como Iglesia, pero no los tiene todos. Sí los tiene, en cambio, la Iglesia particular "confiada a un obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio" (CD 11; cf. CDC, c. 369). Es precisamente el ministerio del obispo, al que está unido el ministerio de los presbíteros, el que determina, dando vida y crecimiento, a una Iglesia particular. El obispo es principio visible y fundamento de la unidad de la Iglesia particular (cf. LG 23) y de él depende el ejercicio de los restantes ministerios y funciones eclesiales. Por otra parte el obispo es también el vínculo de la comunión jerárquica de la Iglesia particular con la Iglesia universal, es decir, el garante de la fe apostólica de su Iglesia y el que la representa en el seno de la comunión con las otras Iglesias y con el Sucesor de Pedro (cf. LG 22). Por eso la Eucaristía, que edifica la Iglesia, sólo puede ser presidida legítimamente por el obispo o por un presbítero en comunión con él. De ahí la importancia de la mención del nombre del Papa y del obispo en la plegaria eucarística. El ministerio del obispo y de los presbíteros en la Iglesia particular integra en la comunión eclesial las comunidades locales de los fieles y, al mismo tiempo, las abre a todas las dimensiones de la misión de la Iglesia. 2.1.3. El ministerio del párroco en relación con el obispo Todo esto no resta valor a la parroquia sino que la sitúa en su justo lugar en el conjunto de la comunión con toda la Iglesia y en la referencia a la tradición y a la vinculación de las Iglesias particulares dentro de la sucesión apostólica. Por tanto puede decirse que la Iglesia particular o diócesis vive y se desarrolla en las parroquias y éstas, a su vez, dan vida y crecimiento a aquella. Es esta inserción fecunda de la parroquia en la diócesis donde se revela también en toda su riqueza el ministerio del párroco. A los párrocos se les aplica preferentemente lo que dice el Vaticano II de los presbíteros en general: "En cada una de las congregaciones locales de los fieles representan al obispo, con el que están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y de la solicitud pastoral y la ejercen en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan ayuda eficaz a la edificiación de todo el cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12)" (LG 28; cf. SC 42). El párroco, por tanto, no es un ejecutivo o un representante territorial de una empresa de amplia implantación, en este caso la diócesis. Tampoco es un mero delegado del obispo al que se le confía una función subsidiaria. La relación del párroco con el obispo, aunque tiene una dimensión jurídica y un puesto en el ordenamiento canónico de la Iglesia -de nuevo encontramos la huella de la configuración histórica del servicio al pueblo de Dios-, se basa en la naturaleza sacramental de los vínculos que unen a todo presbítero con el obispo diocesano. El párroco, como "pastor propio" de la comunidad que le ha sido confiada, ejerce su misión en cuanto participante con el obispo diocesano y bajo su autoridad del ministerio de Cristo. Esta participación la recibe el presbítero en el sacramento del Orden, que le confiere también las funciones de enseñar, santificar y regir (cf. LG 28; CD 30; PO 4-6). Como ocurría ya en los primeros siglos de la Iglesia, la relación del párroco con el obispo y con los demás presbíteros es una relación de corresponsabilidad colegial y de comunión ministerial que debe ponerse de manifiesto a todos los niveles. Aquí radica la colaboración de los presbíteros en las tareas de ámbito arciprestal o de zona y de ámbito diocesano. El Papa Juan Pablo II ha señalado las profundas implicaciones espirituales que lleva consigo la pertenencia y la dedicación de los presbíteros a la Iglesia particular (cf. Exhort. postsinodal Pastores dabo vobis, de 25-III-1992, nn. 31-32; véase también el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31-I-1994, nn. 25-26). 2.2. Características de la parroquia Después de esta exposición de los fundamentos eclesiológico y sacramental de la parroquia y del ministerio del párroco, se puede entrar en el análisis de algunas notas de esta "célula viva de la Iglesia particular". Las características que deseo destacar tienen una incidencia especial en la misión evangelizadora de la Iglesia particular y, por consiguiente, de la parroquia. Me refiero a la globalidad de la misión, a la territorialidad y a la maternidad de la Iglesia. De estas características trató ampliamente la II Ponencia del Congreso Parroquia evangelizadora (cf. volumen Congreso, cit., pp. 110 ss.). 2.2.1. Globalidad de la misión de la parroquia La globalidad viene a ser la capacidad amplia y la facilidad de la parroquia para acoger a todos los creyentes que desean vivir su pertenencia a la Iglesia. Frente a otras formas de vida eclesial, comunidades o grupos más o menos homogéneos y necesariamente selectivos -aunque no excluyentes- en razón de un carisma o de una espiritualidad o de una actividad específica, la parroquia no requiere otro presupuesto que la profesión de la y el bautismo. El hecho mismo de la residencia dentro de un territorio parroquial, unido al mencionado presupuesto, garantiza ya a los fieles cristiano el acceso a todos los bienes de la Iglesia y, por consiguiente, a todos los servicios que ésta puede ofrecerles. La parroquia, en este sentido, está abierta a todas las personas, sea cual sea su situación religiosa o espiritual, sea cual sea la asociación, adscripción o pequeña comunidad en la que quieran desarrollar su fe y su vocación cristiana. Esto le permite a la parroquia acoger a todos los demás grupos eclesiales que surjan por necesidades de los fieles o por conveniencia pastoral, sean del tipo que sean. En la parroquia se ponen al alcance de todos los fieles sin excepción los mismos elementos que la constituyen como Iglesia de Cristo en el seno de la Iglesia particular o diócesis, a saber, la Palabra de Dios, la Eucaristía y los sacramentos, la comunión del Espíritu Santo, el ministerio ordenado, la oración, etc. 2.2.2. Territorialidad La territorialidad de la parroquia conserva todavía hoy una gran importancia, aun con la flexibilidad que requiere nuestra ápoca, caracterizada por una gran movilidad. Esta cualidad de la parroquia debe estimarse de manera particular atendiendo a la necesidad de que el anuncio del Evangelio y la respuesta de la fe, deben tomar cuerpo y encarnarse en unos hombres concretos y en una cultura determinada, o manera de vivir las relaciones con Dios, con los demás y con el mundo. En este sentido la parroquia, constituida por los creyentes y bautizados, es capaz también de mostrar el rostro encarnado de la Iglesia de Cristo en cada lugar, porque su vocación es hacerse presente en todos los pueblos para predicar el Evangelio y hacer discípulos a todas las gentes (cf. Mt 28,19; Mc 16,15-16). Ahora bien, territorialidad no quiere decir limitación. Además de la gran movilidad de hoy, existen grupos de personas que no se integran fácilmente en un lugar, como por ejemplo los gitanos y los emigrantes en general. Las dificultades de idiosincrasia, de lengua o de adaptación a las costumbres se pueden acrecentar si la parroquia no es lo suficientemente abierta y acogedora para estas personas, precisamente porque los que acuden a ella lo hacen no pocas veces esperando que la caridad cristiana les ayude a superar sus problemas. Las exigencias de la evangelización piden hoy a las parroquias y los que trabajan en ellas una sensibilidad especial ante estos hechos y la búsqueda de fórmulas y de soluciones para que la parroquia sea centro y plataforma del anuncio de Jesucristo y de la presencia de la Iglesia en la sociedad. 2.2.3. Maternidad de la parroquia Se trata de una función esencial de la Iglesia, confiada a la comunidad parroquial. En efecto, la Iglesia "engendra" nuevos hijos de Dios y los nutre con la Palabra divina y con los sacramentos de la fe. Esta función se realiza en todo el conjunto de la Iniciación cristiana, es decir, en el proceso que sigue hasta su plena integración en la comunidad cristiana el que es admitido en la Iglesia. Este proceso, en analogía con las primeras etapas de la vida humana, pone los fundamentos de toda la existencia de los hijos de Dios. En el caso de los niños nacidos de padres cristianos, el comienzo de la Iniciación cristiana es el Bautismo en la fe de la Iglesia, al que siguen la catequesis y la celebración de la Confirmación y de la Primera Eucaristía. La catequesis y la celebración de los sacramentos de la Iniciación no son dos itinerarios paralelos sino un único camino a través del cual la Iglesia, como Esposa de Cristo y Madre nutricia, incorpora a los hombres al misterio pascual. Pero esta función maternal de la Iglesia no termina en la Iniciación cristiana sino que se prolonga en el ministerio de la Palabra y en la celebración de la Eucaristía dominical y en la Penitencia, y en los restantes sacramentos. Esta función de la Iglesia, esencial y vital para ella, pertenece a comunidad eclesial plena, es decir, a la Iglesia particular. Sin embargo, en cuanto tal función está particularmente confiada a las parroquias. El motivo tiene que ver con la primera característica que se ha apuntado de la parroquia, es decir, con su carácter global y acogedor. En efecto, dar la vida de la fe, engendrar y alimentar al cristiano, es algo primigenio, básico y común, y no puede estar sujeto a ningún tipo de particularismos o condiciones específicas para entrar en la Iglesia que vayan más allá de la profesión de la fe en Cristo en el caso de los adultos o, en el caso de los párvulos, la fe de los padres o la confianza fundada en la futura educación cristiana. Aunque la acción evangelizadora y la educación en la fe en todas sus modalidades, así como la celebración de la Eucaristía y de la Penitencia, pueden y deben realizarse en todas las comunidades eclesiales, sin embargo la catequesis general, la preparación y la celebración de los sacramentos de la Iniciación cristiana han de tener como marco de referencia y como lugar habitual la parroquia. Las excepciones a esta práctica han de contar con razones muy poderosas. 2.3. La parroquia, plataforma pastoral básica Las características apuntadas de la parroquia la convierten en una verdadera unidad pastoral básica, junto a otras instancias y servicios pastorales que, junto a ella, tienen un carácter complementario. Entre éstos se encuentran el arciprestazgo, las delegaciones pastorales y otros organismos de alcance diocesano, e incluso los supradiocesanos que canalizan diversos objetivos y acciones como, entre nosotros, la secretaría pastoral "Iglesia en Castilla" y los planes de la Conferencia Episcopal Española. Conviene decir también una palabra sobre cada una de estas instancias y servicios. 2.3.1. La parroquia, "modelo de apostolado comunitario" El Vaticano II, cuando invita a los fieles laicos a participar en la vida y en la acción de la Iglesia como expresión de su vinculación a Cristo profeta, sacerdote y rey, afirma: "La parroquia presenta el modelo clarísimo del apostolado comunitario, reduciendo a unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran e insertándolas en la Iglesia universal" (AA 10). Esto quiere decir que la parroquia es una plataforma ideal para que pastores, religiosos y fieles laicos se encuentren en unas tareas eclesiales básicas como son las que la Iglesia particular o diocesana ha confiado a la parroquia. Más aún, a través del trabajo pastoral en la parroquia se pasa más fácilmente al servicio de la Iglesia particular, sujeto último y realización plena de la misión confiada por Cristo a sus discípulos. Naturalmente que esto no quiere decir que se minusvaloren otras acciones de carácter diocesano y aun supradiocesano, necesarias también y con las que es preciso colaborar. Ahora bien, las instituciones, incluidas las de la Iglesia, las configuran y determinan las personas. De poco sirve contar con una organización parroquial espléndida si no hay detrás una verdadera comunidad cristiana que confiesa la fe, celebra los misterios de Cristo y vive la caridad fraterna proyectando también su acción en la sociedad en la que se asienta. En otras palabras, no basta la estructura parroquial, ni los servicios de todo tipo, ni todos los proyectos pastorales juntos, aunque todo esto es muy conveniente, si falta el sentido comunitario y eclesial o éste resulta tan irrelevante que la parroquia parece más una empresa humana que un medio que conduce a los hombres a Cristo y los convierte individual y socialmente en una señal de su presencia salvífica en el mundo. Por esto la primera preocupación de todo párroco y de cada colaborador en la acción pastoral de la parroquia será fomentar y consolidar la comunión personal de cada fiel cristiano con Cristo y de todos los fieles entre sí. Cristo es la piedra angular sobre la que se levanta el templo espiritual de cada uno de los fieles y el templo del Espíritu que es todo el cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 3,16-17; 6,19; 1 Pe 2,5). El sentido comunitario no es sólo una conjunción de objetivos y de acciones, sino también una vivencia fraterna que nace de la participación en la vida del Dios Trinitario. De otra manera la parroquia no reflejará las notas de la Iglesia ni realizará una tarea eficaz de evangelización. La misma celebración eucarística, de donde dimana toda la fuerza de la comunidad cristiana (cf. SC 10), forma parte absolutamente indispensable de la búsqueda del espíritu comunitario de la parroquia (cf. PO 5). 2.3.2. En comunión con las otras parroquias del arciprestazgo Tampoco aquí se trata solamente de la necesaria coordinación de metas y de proyectos, buscando una mayor operatividad pastoral o una presencia más insistente en unos potenciales destinatarios. Es cierto que la sociedad actual y la forma de vida, dirigida por los poderosos medios de comunicación, reclaman unidad de discernimiento, de opciones y de esfuerzos también en el campo apostólico. Sin embargo en la Iglesia tenemos motivos mucho más profundos y estimulantes para trabajar todos en una misma dirección. Se trata de la comunión eclesial y presbiteral, que nace respectivamente de los sacramentos del Bautismo y del Orden y que conduce a poner todos los carismas, funciones y ministerios al servicio de la edificación de la Iglesia (cf. Ef 4,1-13). El amor de Dios revelado en Cristo y comunicado por su Espíritu a todos los miembros de la Iglesia debe traducirse en un testimonio de unidad "para que el mundo crea" (cf. Jn 17,21). Por otra parte la urgencia de la evangelización exige también compartir lo que se es y lo que se tiene: "La parroquia actual sólo podrá realizar su función evangelizadora, si se complementa con la acción evangelizadora promovida desde una pastoral supraparroquial de la Iglesia particular (arciprestazgo, zona, servicios de los departamentos diocesanos). En esta pastoral, la parroquia deberá coordinarse con otras parroquias y comunidades religiosas y laicales, así como con los servicios, asociaciones y movimientos de una pastoral especializada y de una pastoral de ambientes" (Concl. 19 de la ponencia III: Congreso, cit., p. 305). Complemento y coordinación son una consecuencia de la comunión eclesial dentro de la comunidad diocesana y del presbiterio. En la Diócesis Civitatense se viene trabajando con mucho interés en hacer del arciprestazgo "hogar, escuela y taller", especialmente para los presbíteros, y a esta finalidad se han dedicado algunas convivencias (cf. BOO de abril 1992, pp. 290-292). Este es un objetivo que todos debemos apoyar. El arciprestazgo aparece hoy más como una ayuda a las parroquias y a la acción pastoral que como una instancia intermedia entre los párrocos y la diócesis. En este sentido merece ser potenciado en todo aquello que signifique una mayor comunión y cooperación no sólo entre los presbíteros, sino también entre todos los que prestan su concurso a la pastoral de la Iglesia, como las religiosas, los catequistas y los laicos más comprometidos. A nivel arciprestal es posible muchas veces poner en marcha algunas actividades, por ejemplo de tipo formativo, que una parroquia sola no puede abordar. 2.3.3. Comunión con las demás Iglesias dentro de la Región La parroquia, "célula de la Iglesia particular", vive la comunión con toda la Iglesia visible de Cristo extendida por toda la tierra, a través de la comunidad diocesana presidida por el obispo con la cooperación del presbiterio, como se dicho más arriba. Esta comunión conduce también a la participación en aquellas orientaciones, objetivos pastorales, propuestas de acción y obras que son siempre de la Iglesia, aunque estén impulsadas en instancias y organismos de carácter regional, nacional y universal. En las diócesis de la Provincia Eclesiástica de Valladolid, a la que pertenece Ciudad Rodrigo, y en algunas otras diócesis de lo que hoy es la Región castellano-leonesa se viene trabajando conjuntamente desde hace 25 años a través de una Secretaría pastoral denominada primero "Región pastoral del Duero" y más tarde "Iglesia en Castilla" (véase la Memoria para la Esperanza. XXV aniversario de la Secretaría pastoral -1968-1993, en Iglesia en Castilla, XIV Encuentro de Arciprestes, Familia e Iglesia en Castilla hoy, Salamanca 1994, pp. 147-212). Con el agradecimiento al Señor y a quienes han dedicado y dedican tiempo, ilusión y energías a esta realidad, debemos mantener el propósito de seguir colaborando en lo que, además de ser un servicio eficaz a nuestras diócesis en diversas funciones y en varios sectores eclesiales, constituye también un modo de hacer presente a la Iglesia en nuestro pueblo. 2.3.4. Comunión con las demás Iglesias de España A nivel de la Conferencia Episcopal Española se confeccionan planes pastorales por trienios, con el fin de orientar el trabajo de las Comisiones y demás organismos de la Conferencia y las asambleas plenarias. Con respeto a la autonomía de las diócesis, estos planes trienales se proyectan en cada una de ellas, pues no en vano los obispos, al aprobarlos, tienen en cuenta la respectiva realidad diocesana y la comunión que les une como miembros del Colegio episcopal, entre sí y con el Santo Padre Juan Pablo II. En el presente trienio el plan pastoral lleva por título "Para que el mundo crea" (Jn 17,21). Plan pastoral para la Conferencia Episcopal (1994-1997) (EDICE 1974) y ofrece algunas consideraciones sobre la nueva evangelización y unos objetivos comunes en torno a la preocupación evangelizadora. Estos objetivos son: 1. Impulsar una pastoral de evangelización; 2. intensificar la comunión eclesial; y 3. dedicar especial atención a la formación integral de los agentes de la acción pastoral evangelizadora. Las parroquias pueden asumir perfectamente alguno de estos objetivos, adaptándolo a su medida y señalando las oportunas acciones. El primero de los tres señalados viene a coincidir de hecho con el que se ha propuesto a nivel diocesano para este curso apostólico. 2.3.5. Comunión con la Iglesia Universal Puede parecer ingenuo que una pequeña parroquia trate de sintonizar en su acción pastoral con las grandes líneas que el Papa o la Santa Sede proponen en un momento determinado. Sin embargo no es así, ya que el fundamento de la fidelidad al magisterio del Sucesor de Pedro que le debemos todos los hijos de la Iglesia se encuentra no sólo en la universalidad de su misión apostólica sino también en los vínculos que brotan de la comunión eclesial. Toda parroquia o comunidad local, se ha indicado antes, es Iglesia en la medida en que está inmersa en la Iglesia particular y realiza su comunión con el obispo y con el Papa, a través del ministerio del presbítero al que está confiada. Por tanto la parroquia como tal, en su programación pastoral, puede y debe recoger las enseñanzas y las orientaciones pontificias e intensificar su colaboración con las obras y actividades propuestas por la Santa Sede. Es muy importante tomar conciencia de que la llamada a la evangelización tiene hoy alcance verdaderamente universal gracias al Sínodo de los Obispos y, muy especialmente, a la convocatoria incansable que viene haciendo el Santo Padre Juan Pablo II prodigándose en sus viajes por todo el mundo. El obispo y los presbíteros en primer lugar, debemos tener una sensibilidad especial para cuanto nos llega de quien tiene la misión, recibida del Señor, de "confirmar a sus hermanos" (Lc 22,32). III. SUGERENCIAS DE CARA AL OBJETIVO DIOCESANO DE 1994-1995 Aunque en la exposición de los dos apartados anteriores han aparecido ya algunas ideas prácticas u operativas, es conveniente completar esta reflexión con algunas sugerencias si bien de tipo general. Estas sugerencias se refieren al aspecto comunitario de la acción pastoral parroquial, a la renovación de la parroquia y a los medios para la evangelización. 3.1. Dimensión comunitaria de la pastoral parroquial La parroquia se define hoy como "comunidad de fieles", como se ha visto antes, en la perspectiva de la eclesiología de comunión propuesta por el Concilio Vaticano II. Comunidad, en efecto, habla de comunión dentro del pueblo de Dios y de contribución de todos al bien común de este pueblo, al que se pertenece por el Bautismo. Esto hace que tanto el párroco, aunque representa al obispo y es el vínculo con la Iglesia particular, sea también hermano de los demás cristianos. Es cierto que la parroquia no es la única comunidad, pero es la más estable y la de más fácil pertenencia. "La parroquia, enseña el Papa en la Exhortación Christifideles laici, no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es la 'familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad', es 'una casa de familia, fraterna y acogedora', es la 'comunidad de los fieles'" (Christifideles laici, de 30-XII-1988, n. 26). De esta realidad debe brotar el afán de los miembros de la parroquia de poner al servicio de la totalidad sus carismas, sus aptitudes y su preparación personal, su tiempo y hasta los bienes materiales. Pero será necesario fomentar y educar para que florezca el sentido comunitario parroquial en todos los campos de la acción pastoral, desde la catequesis y la educación de la fe hasta la asistencia social y la comunicación de bienes, pasando por la participación consciente y plena en la vida litúrgica. En la parroquia se deberá conservar con esmero la apertura al entero pueblo de Dios, no privilegiando ninguna experiencia sobre otra, sino favoreciendo en todos los bautizados la conciencia de formar parte viva de la Iglesia y de su camino de fe. No obstante la parroquia estará abierta a las iniciativas de los grupos eclesiales o de los movimientos apostólicos o de espiritualidad, acogiendo, coordinando y acompañando a los miembros de éstos con espíritu de comunión eclesial. Cuando estos movimientos se pueden integrar fácilmente en la parroquia, se debe fomentar esta integración para una mayor eficacia pastoral. Cuando su ámbito de acción sea interparroquial o diocesano, se debe respetar esta característica y desde la parroquia se debe apoyar lo que no es sino una presencia de la Iglesia en ambientes a los que la parroquia no puede llegar a veces, como los campos cultural, social, profesional, educativo, etc. Dentro del ámbito comunitario parroquial es muy importante la búsqueda de una progresiva integración de los fieles laicos en las actividades de la parroquia. Aun en las parroquias más pequeñas hay personas que pueden ser consultadas e invitadas a prestar algún tipo de concurso. El párroco, aunque en un primer momento no logre esa colaboración, no debe desanimarse, porque terminará sintiéndose más solo. No se trata solamente de la Junta económica o del Consejo pastoral, dos realidades que no deben asustar a ningún pastor y que se pueden ir creando lentamente, contando primero con una persona tras otra. Se trata también de llamar y de invitar para otras tareas de tipo catequético, litúrgico, asistencial, formativo, festivo, etc. y dejar hacer a los que han sido llamados, una vez enterados y dispuestos. En muchas parroquias hay personas que se turnan en algunos servicios como la oración por los difuntos o la limpieza de la iglesia. Es preciso valorar esta práctica y darle un significado de servicio a toda la comunidad parroquial. Acerca de la vocación y de la misión de los laicos en nuestra Iglesia Civitatense Mons. Ceballos escribió la Exhortación pastoral previa al objetivo diocesano del curso 1992-1993. En ella tenemos ideas y sugerencias suficientes para avanzar por este camino de la integración de los seglares en la vida de la parroquia y en la diócesis. Sin duda se podría decir algo más acerca del sentido comunitario parroquial, pero no es cuestión solamente de hacer más o menos cosas, sino de formar poco a poco a los miembros de la comunidad en el amor y en el interés por la parroquia, en el sentir como propio todo lo que afecta a cada uno de los fieles, en el impregnar todos los actos relacionados con la vida parroquial de la conciencia de pertenecer a la Iglesia, etc. La pastoral en clave evangelizadora requiere también la presencia de un testimonio constante de comunión y de fraternidad cristiana y de atención a los problemas humanos del pueblo, de los sectores más deprimidos, etc. "Los pobres son evangelizados" (cf. Mt 11,6) constituye siempre una de las señales del Reino de Dios. 3.2. Renovación de la parroquia La vigencia actual de la parroquia, como se decía al principio, lleva consigo la necesidad de una revitalización y de una renovación. No me refiero a los intentos de las últimas décadas de transformar la institución parroquial, a los que he aludido al principio de esta Exhortación, sino a las actitudes que contribuyen a renovar esa "comunidad de fieles" que es la parroquia. De nada sirve cambiar las estructuras externas o la organización parroquial si los miembros de la parroquia no viven en una permanente búsqueda de perfección y de fidelidad a su condición de hijos de Dios y de la Iglesia. Estamos, pues, ante la raíz y el fundamento de toda renovación eclesial. Renovación, desde el punto de vista evangélico, es lo mismo que conversión y para asegurar una adecuada revitalización de nuestras parroquias, primero hemos de procurar la conversión a Dios de las personas, pastores y fieles. No en vano la Iglesia nos invita continuamente a una escucha más atenta de la Palabra divina y a una oración más constante, para adaptar nuestra mentalidad y nuestros caminos a la voluntad del Señor. El año litúrgico, con sus tiempos de esperanza y de alegría, de penitencia y de gozo, va introduciendo a lo largo de nuestra existencia unas actitudes de búsqueda del rostro de Dios y de relativización de lo que es contingente y material, para centrarnos en lo fundamental. La misma práctica del sacramento de la Reconciliación se centra hoy no sólo en la dimensión personal, insustituible siempre, sino también en la dimensión eclesial del perdón de Dios y aún del retorno a la Iglesia, a la que se daña también con el pecado. La Eucaristía, centro, fuente y culmen de la Iglesia local, reclama coherencia de vida con el misterio que se hace presente y que se prolongue en la existencia cotidiana, a lo largo de la semana o del día, cuanto se ha vivido en la celebración. Renovar las celebraciones litúrgicas, procurando que los que asisten a ellas participen consciente, activa y fructuosamente, de manera interna y externa, es una exigencia ineludible para revitalizar nuestras comunidades. Y lo mismo cabe decir de los ejercicios y de los actos de la piedad popular, tan queridos por el pueblo. Con respeto y con esmero, inspirándose en la liturgia, estos ejercicios contribuyen también a educar el sentido religioso y a impregnarlo de valores evangélicos. El modo mismo de ayudar a los demás y de poner en práctica el amor fraterno, sin cambiar un ápice en los motivos de fondo, puede ser hoy diferente a como lo ha sido en otros tiempos. La caridad cristiana exige aunar esfuerzos en orden a la promoción social y cultural de los pueblos, estimular iniciativas de desarrollo, apoyar a los jóvenes y a la mujer en la búsqueda de su lugar en la sociedad, infundir esperanza en nuestro mundo campesino y rural, sensibilizando a personas dispuestas a colaborar con su competencia, con su tiempo o con su aportación económica. También por aquí pasa la renovación de nuestras parroquias, no en el sentido de que se conviertan en instancias promotoras de empleo o de desarrollo comunitario -no es ésta su misión- sino en cuanto han de estar atentas a la situación humana y socioeconómica del pueblo para apoyar y amparar la acción de sus miembros en este terreno e incluso, en la medida de sus posibilidades, para sostener las obras y secundar las campañas que realizan Caritas y otras instituciones de la Iglesia. Por último la estructura y los servicios que ofrece la parroquia, aun la más pequeña, pueden mejorarse siempre y adoptar, según el tamaño y las necesidades, todos los medios técnicos al servicio de la misión parroquial, ya sea para la catequesis y la formación en la fe de los adultos, ya sea para mejorar la comunicación en las celebraciones litúrgicas y las condiciones de acogida y de comodidad en la iglesia, ya sea para atender mejor el despacho parroquial y la visita a las familias o a los enfermos, etc. 3.3. Los medios para la evangelización La evangelización no sólo es un denominador común de toda función, tarea o institución eclesial, y por consiguiente de la parroquia. Es también una acción pastoral concreta, que aparece en casi todos los objetivos diocesanos de los últimos años, especialmente en el de 1991-92: "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense", y en el de 1993-94: "Promover, potenciar e instaurar una catequesis de adultos evangelizadora en nuestras comunidades parroquiales civitatenses". "Aquí, en esta tierra castellana, donde parece que la historia se paraliza y la vida se acaba, el Señor ha sembrado la buena semilla y comienzan ya a despuntar los brotes de la primavera. Ha sido amada esta tierra. Ha sido amada esta Iglesia. Han sido amados los pobres. Estos pueblos y esta tierra necesitan hermanos que les repartan el pan del Evangelio" (Carta pastoral de Mons. Ceballos, de 15-VIII-1991, en Boletín Oficial de agosto-septiembre de 1991, pp. 591-592). Estas palabras, que sin duda os habrán conmovido tanto como a mí, definen perfectamente la urgencia de la hora presente, la hora de Dios, como la llamó el Papa Juan Pablo II el año pasado en su Visita Apostólica a España: "La hora presente debe ser la hora del anuncio gozoso del Evangelio, la hora del renacimiento moral y espiritual... Ha llegado el momento de desplegar la acción pastoral de la Iglesia en toda su plenitud, con unidad interna, solidez espiritual y audacia apostólica. La nueva evangelización necesita nuevos testigos, personas que hayan experimentado la transformación real de su vida en contacto con Jesucristo y sean capaces de transmitir esa experiencia a otros. Esta es la hora de Dios, la hora de la esperanza que no defrauda. Esta es la hora de renovar la vida interior de vuestras comunidades eclesiales y de emprender una fuerte acción pastoral y evangelizadora en el conjunto de la sociedad española" (Discurso a los miembros de la Conferencia Episcopal, en Juan Pablo II en España -Año 1993-. Texto completo de sus discursos, EDICE 1993, p. 51). Nuestra querida Diócesis Civitatense y todas nuestras parroquias y comunidades están llamadas a anunciar explícitamente a Jesucristo a los que están cerca y a los que se han alejado, a los creyentes para que crezcan y maduren en la fe y a los no creyentes para que conozcan al Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (cf. Jn 17,3). Ya no es tiempo de "ir tirando" o realizando una pastoral de "puro mantenimiento". Sin duda las características de nuestra Iglesia han de condicionar en buena medida los medios de la evangelización. Sin embargo, en lo que atañe a las parroquias como comunidades evangelizadas y evangelizadoras, los medios de la evangelización han de tener muy en cuenta las tres acciones pastorales básicas a través de las cuales se construye la Iglesia local: la catequesis y la educación en la fe, la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, juntamente con la oración litúrgica y la piedad popular, y el servicio cristiano impulsado por la caridad. Estas tres acciones han de tener como denominador común y como talante o estilo la preocupación misionera y evangelizadora. Además habrá que crear o instaurar cauces para reevangelizar a los bautizados con ocasión de los ciclos del año litúrgico, en una verdadera y propia catequesis de adultos. No se podrá olvidar la importancia de la homilía dominical y festiva para exponer los contenidos evangélicos que se van desgranando siguiendo el Leccionario de la Palabra de Dios, y la preparación de los sacramentos, especialmente del Bautismo de los niños, de la Confirmación y del Matrimonio. Los cursillos o los catecumenados que se preparan con este fin han de estar imbuidos de afán evangelizador. La enfermedad es también una ocasión para mostrar la cercanía de Cristo, Buena Noticia de salvación para el que sufre. La formación de una comunidad parroquial capaz de evangelizar a los pobres y a los pequeños pasa también por la presencia solidaria del pastor y de los agentes de pastoral junto a los menos favorecidos, junto a los ancianos, junto a los marginados y los marginales. Implica también austeridad de vida, y gestos de amor y de solicitud hacia todas las personas sin distinción. ¡Qué mayor gesto que el de tantos presbíteros que siguen viviendo y trabajando en la aldea que todos quieren abandonar!. IV. A MODO DE CONCLUSION Queridos hermanos y amigos: Sin duda el tema es inagotable y aún habría que decir muchas cosas. Pero lo importante es asimilarlas y vivirlas con espíritu de fe y de confianza en la acción invisible del Espíritu del Señor que no abandona nunca a su Iglesia. Quiero terminar poniendo el objetivo pastoral diocesano en las manos de Santa María, a la que sé que amáis entrañablemente y es invocada en toda la diócesis con títulos y nombres a cada cual más hermoso. Ella nos precedió presurosa y llena de júbilo como mensajera del Evangelio cuando fue a la montaña, a casa de Isabel (cf. Lc 1,39 ss.). Ella había recibido la Palabra de parte de Dios, había creido y dado su consentimiento pleno, y la Palabra se había hecho carne en ella (cf. Lc 1,38; Jn 1,14). Por eso mereció ser alabada por Isabel y por su propio Hijo (cf. Lc 1,45; 11,28). Ella, "evangelizada y evangelizadora", imagen y figura de la Iglesia, es la mejor referencia para la comunidad parroquial que quiere ser, como ella y con ella, portadora de la Buena Noticia de la salvación para los hombres. Salió el sembrador a sembrar. El surco está ya abierto esperando la semilla buena arrojada a manos llenas. En Ciudad Rodrigo, a 25 de septiembre de 1994, al término de la ordenación episcopal que me ha consagrado a vuestro servicio. Os saluda a todos y os bendice de corazón: + Julián, obispo de Ciudad Rodrigo |
JESUCRISTO NUESTRO SALVADOR EN LA INICIACION CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA FE Exhortación pastoral ante el curso apostólico 1.996-1.997
Escrito por Super UserJESUCRISTO NUESTRO SALVADOR EN LA INICIACION
CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA FE
Exhortación pastoral ante el curso apostólico 1.996-1.997
SUMARIO
Introducción
1. Balance de la aplicación del objetivo del curso 1.995-96.
2. El nuevo objetivo pastoral
3. En conexión con el objetivo anterior y con la "TMA"
I. Conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo Salvador,
"el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8)
4. "Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor"
5. Jesucristo, nuestro Salvador
6. "El mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8)
7. El acontecimiento de la Encarnación
8. La Iglesia, prolongación de Cristo
9. La Santísima Virgen María en el misterio de Cristo
10. Conocer a Jesucristo
11. Celebrar a Jesucristo
12. Anunciar a Jesucristo
II. La Iniciación cristiana, inserción en Jesucristo
13. El itinerario de la Iniciación cristiana
14. El Bautismo, sacramento de Iniciación
15. Nuestra inserción en Cristo por el Bautismo
16. Incorporación a la Iglesia, Cuerpo de Cristo
17. Función maternal de la Iglesia y pastoral del Bautismo
18. El Bautismo, fundamento de la conducta moral
19. Espiritualidad bautismal
20. El Bautismo y las vocaciones específicas dentro de la Iglesia.
III. La vida de la fe
21. La virtud teologal de la fe
22. La fe, un don que ha de crecer sobre el fundamento del Bautismo
23. "Fortalecer la fe de los cristianos"
24. "Fortalecer el testimonio de los cristianos"
25. Fe y obras: el compromiso social de los cristianos
IV. Sugerencias prácticas
26. Las fuentes de nuestro conocimiento de Jesucristo
27. La catequesis del misterio de Cristo hoy
28. Dimensión cristológica de la formación permanente
29. Celebrar el misterio de Cristo en el año litúrgico
30. El domingo y las fiestas del Señor
31. Las devociones a Cristo
32. La pastoral del Bautismo de los Niños
33. Necesidad de la pastoral familiar y de la catequesis de adultos
34. El testimonio social entre nosotros
35. Dar también testimonio de unidad
36. Algunos acontecimientos eclesiales del próximo curso
Conclusión
37. "Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre"
JESUCRISTO NUESTRO SALVADOR
EN LA INICIACION CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA FE
Exhortación pastoral ante el curso apostólico 1.996-97
Introducción [1]
Queridos hermanos presbíteros, religiosas y fieles laicos:
Al comenzar esta Exhortación, destinada a presentar el objetivo pastoral diocesano del curso 1.996-97, me complace expresar a toda la comunidad diocesana y a cada uno de sus miembros mi saludo lleno de afecto y de estima en el Señor.
Y con mi saludo el deseo de que el Padre "de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu, robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todo el pueblo de Dios, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que transciende toda ciencia, el amor de Cristo" (Ef 3,16-19; cf. Col 3,16).
1. Balance de la aplicación del objetivo del curso 1.995-96.
El deseo que acabo de manifestar es un eco del objetivo pastoral del pasado curso: Revalorizar la Palabra de Dios en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial. En efecto, si durante el curso 1.995-96 nos hemos esforzado por acoger con fe la Palabra de Dios en nosotros mismos y en nuestra propia vida, "Cristo habita" en todos más plenamente, y la asimilación personal y comunitaria del misterio cristiano es más rica y profunda.
Por otra parte, en este conocimiento "que transciende toda ciencia" consiste también la finalidad última del objetivo del curso próximo, cuya primera parte habla de conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo Salvador. Por eso, cuando nos disponemos a iniciar una nueva andadura en el camino de nuestra Iglesia Civitatense, debemos pedir al Padre que nos conceda seguir avanzando en la experiencia viva y consciente del "amor de Cristo", a fin de que el nuevo objetivo resulte eficaz y provechoso para toda la comunidad diocesana.
En este sentido el Encuentro diocesano de Laicos de la Vigilia de Pentecostés, el 25-V-1.996, y el balance llevado a cabo por los Delegados diocesanos y por los arciprestes a finales de junio, nos hacen ser moderadamente optimistas. Entre las realizaciones directamente relacionadas con el objetivo diocesano de 1.995-96 se encuentran las catequesis de adultos, de adolescentes y de niños en las que se ha dedicado una atención mayor a la Biblia; los grupos eclesiales y apostólicos en los que se han tenido muy en cuenta la lectura, la oración y el comentario de la Palabra de Dios en relación con la vida; y las comunidades que se han esmerado en la proclamación de las lecturas y del canto del Salmo responsorial en la Eucaristía, con un significativo aumento y una mejor preparación de quienes ejercen de manera habitual estos servicios litúrgicos.
En términos generales se puede afirmar que en la comunidad diocesana y especialmente en los presbíteros, las religiosas, los catequistas y otros laicos más comprometidos, se ha tomado conciencia de la importancia de la Palabra de Dios como una realidad verdaderamente vital para la fe y para la misión evangelizadora de la Iglesia. En consecuencia el amor a la Sagrada Escritura ha subido algunos enteros entre nosotros. Entre los sacerdotes ha aumentado la inquietud por revalorizar de hecho el ministerio de la Palabra, sobre todo la homilía, fruto sin duda de haber dedicado a toda esta temática los retiros y las sesiones mensuales de la formación permanante.
2. El nuevo objetivo pastoral
Para el próximo curso tendremos un nuevo objetivo formulado así: CONOCER, CELEBRAR Y ANUNCIAR A JESUCRISTO SALVADOR, EN LA INICIACION CRISTIANA (SACRAMENTO DEL BAUTISMO) Y EN LA VIDA DE LA FE. Este objetivo se empezó a perfilar en la reunión del Consejo del Presbiterio de 23 de marzo de 1.996 y fue objeto de un primer análisis en las reuniones de delegados diocesanos y de arciprestes del pasado junio.
Ahora bien, este objetivo pastoral, de manera semejante a como ha ocurrido con los que le han precedido, no aparece espontáneamente ni representa una novedad absoluta. En primer lugar está situado en las mismas coordenadas pastorales sobre las que se viene insistiendo desde hace años, es decir, en la evangelización y en la Iglesia local -nuestra Iglesia Civitatense-, tanto a nivel diocesano y arciprestal como a nivel parroquial. Estas coordenadas, verdaderas líneas prioritarias de formación y de acción, tratan de crear y de consolidar "un espíritu apostólico y un estilo pastoral, y contribuyen a configurar la sensibilidad misionera e integradora de los distintos aspectos de la presencia y de la acción de la Iglesia en nuestro pueblo" [2].
Aunque parezca reiterativo, es bueno recordar también que todos los objetivos pretenden "crear conciencia eclesial, consolidar entre los presbíteros el sentido de la corresponsabilidad e impulsar la participación de los laicos y de los jóvenes en la vida de la Iglesia" [3]. Esto sin olvidar la atención a los presbíteros y a las vocaciones al ministerio sacerdotal, y el dar pasos para ir preparando a la diócesis para el futuro inmediato.
3. En conexión con el objetivo anterior y con la "TMA"
Por otra parte el nuevo objetivo representa además un avance respecto de una realidad que empezamos a tener en cuenta ya el año pasado y que está llamada a ser un factor de continuidad en la formulación de los objetivos y de los programas pastorales de los próximos años. Me refiero a la Iniciación cristiana, cuya naturaleza e importancia empezamos ya a vislumbrar en relación con la Palabra de Dios en el curso pasado. En efecto, ante los problemas que plantea hoy el hacer cristianos y el incorporarlos de manera eficaz a la vida de la Iglesia, los pastores sentimos la necesidad de clarificar la idea que tenemos de la Iniciación cristiana y de analizar los medios catequéticos, litúrgicos y pastorales que empleamos para llevar a cabo la inserción de los hombres en el misterio de Cristo y su incorporación a la vida y a la misión de la Iglesia.
Así el objetivo del año pasado nos ayudó a tener en cuenta que la proclamación de la Palabra de Dios es la condición primera para llevar a cabo una tarea de Iniciación cristiana, puesto que, antes de celebrar los sacramentos, "es necesario que los hombres sean llamados a la fe y a la conversión" (SC 9; cf. 59), por medio de la evangelización y la catequesis (cf. Rm 10,14-15; AG 13-14).
Pero existe aún otro factor de continuidad entre el objetivo pastoral del curso 1.996-97 y el del año pasado. Se trata del programa que la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente -"En el umbral del Tercer Milenio"- del Papa Juan Pablo II, propone como preparación del Jubileo del año 2.000 [4]. Este programa contempla, para el año 1.997 y, por tanto para nuestro curso 1.996-97, la reflexión catequética sobre Cristo (TMA 40) y la actualización sacramental del Bautismo como fundamento de la existencia cristiana (TMA 41), en orden a fortalecer la fe y el testimonio de los cristianos (TMA 42). Tener en cuenta esta referencia de la Carta Apostólica, además de ser un signo de comunión con el Papa y con la Iglesia universal en esta fase de la preparación jubilar, nos ayuda a definir con mayor nitidez y profundidad de campo los contenidos del objetivo pastoral que nos proponemos para el curso próximo.
La exposición del objetivo se realiza en cuatro partes: la primera se fija en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios que se hizo "carne" (cf. Jn 1,14) para salvarnos. La segunda se centra en la Iniciación cristiana y de manera particular en el Bautismo, sacramento de nuestra inserción en el misterio de Cristo. La tercera analiza la vida de la fe y el testimonio de los cristianos en la hora presente. Y la cuarta extrae consecuencias prácticas y propone algunas sugerencias operativas.
I. CONOCER, CELEBRAR Y ANUNCIAR A JESUCRISTO SALVADOR,
"EL MISMO AYER, HOY Y POR LOS SIGLOS" (Hb 13,8)
4. "Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor"
Al iniciar esta primera parte, que fundamenta todo el objetivo pastoral, quisiera destacar toda la fuerza que tiene el enunciado que la precede, recordando las palabras del Símbolo Apostólico con las que confesamos nuestra fe en Jesucristo. De este modo yo mismo proclamo personalmente ante vosotros, mis queridos diocesanos, la fe de la Iglesia con la antigua fórmula bautismal que usamos también los domingos y solemnidades en la asamblea eucarística, alternando con el Símbolo de Nicea-Constantinopla:
"Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos"
Estas palabras centrales del Símbolo, aluden a la obra de la redención humana. Pero al referirse a Cristo, revelador del Padre y transmisor del Espíritu Santo a la Iglesia, nos asoman también a todo el Misterio Trinitario. Por eso recitar conscientemente el Símbolo, significa acoger el don de la revelación divina y entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y aun con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos y queremos vivir como hijos de Dios.
Al hacer mías estas palabras del Símbolo renuevo la conciencia de mi ministerio entre vosotros. En efecto, el día de mi ordenación episcopal me comprometí delante de la comunidad diocesana, del Presbiterio y de los obispos presentes, a "conservar íntegro y puro el depósito de la fe, tal como fue recibido de los Apóstoles y conservado en la Iglesia siempre y en todo lugar" [5]. Quiero, por tanto, proclamar y escribir el nombre de Aquel que es, para vosotros y para mí, el principio y el fin, el mediador único, el pontífice misericordioso y fiel, la razón suprema de la historia y de nuestro destino, el amigo incondicional, el hermano mayor... ¡Jesucristo, nuestro Señor!
Llevar en los labios y sobre todo en el corazón este Nombre divino, el único que puede salvar (cf. Hch 4,12; Rm 10,9), es poseer un tesoro por el que vale la pena cualquier renuncia con tal de tenerle a El, a Jesucristo. San Pablo, al final de su vida, no tuvo inconveniente en asegurar: "Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él... para conocerlo a él y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos" (Fil 3,8-11).
5. Jesucristo, nuestro Salvador
A lo largo de este curso pastoral 1.996-97, nuestra mirada de creyentes y nuestra misión de evangelizadores y de sujetos activos de la Iglesia Civitatense, deben centrarse en la persona de Jesucristo, Evangelio de Dios (cf. Mc 1,1), "nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte, Jesucristo nuestro Señor" (Rm 1,3-4). Sólo así podremos fortalecer la vida de la fe de nuestras comunidades y realizar la pastoral de la Iniciación cristiana que deseamos.
En efecto, por Cristo todos hemos sido llamados a la fe y a la vida de los hijos de Dios, y por El hemos sido consagrados y enviados a anunciar la Buena Nueva de la salvación a todos los hombres (cf. Jn 1,12; Mc 16,15-16; Rm 1,5-6; etc.). En El radica nuestro ser, nuestra misión y nuestro ministerio. En El hemos conocido también el amor y la bondad de Dios para con todos los hombres, y en El descubrimos el proyecto divino sobre la humanidad y aun sobre toda la creación. El colma las aspiraciones de todos los hombres y realiza plenamente todos los deseos. Nuestra mirada, por tanto, ha de estar "fija en El", como en la sinagoga de Nazaret, cuando inauguró "el año de gracia del Señor" (Lc 4,19; cf. 4,20).
Como ya he recordado, el Papa invita a toda la Iglesia a dedicar un año entero, el primero de la preparación del Jubileo del año 2.000, a descubrir y a profundizar en la verdadera identidad de Jesucristo:
"El primer año, 1.997, se dedicará a la reflexión sobre Cristo, Verbo del Padre, hecho hombre por obra del Espíritu Santo. Es necesario destacar el carácter claramente cristológico del Jubileo, que celebrará la Encarnación y la venida al mundo del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano. El tema general, propuesto para este año por muchos Cardenales y Obispos, es: "Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre" (cf. Hb 13,8)" (TMA 40).
6. "El mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8)
Este versículo procede de la Carta a los Hebreos y es un texto que nos resulta familiar porque es usado en la preparación del cirio en la Vigilia pascual. La expresión, en la mencionada carta, quiere dejar muy claro que la fe que nos ha sido anunciada por la Iglesia (cf. Hb 13,7), tiene un fundamento muy sólido y estable en la persona misma de Jesús. En efecto, Jesús es Alguien verdaderamente digno de crédito y al que podemos adherirnos totalmente, porque permanece siempre fiel, tanto en lo que toca a Dios, es decir, en su obediencia oblativa y sacerdotal (cf. Hb 2,17; 3,2; 5,7-9), como en lo que nos afecta a nosotros, la misericordia y la capacidad de compadecerse de sus hermanos (cf. Hb 2,10.17-18). Jesucristo es "el mismo", es decir, el Hijo de Dios y el Hermano de los hombres, el Sumo Sacerdote "misericordioso y fiel" (Hb 2,17).
En este sentido lo que Jesucristo era ayer, lo es igualmente hoy y lo seguirá siendo "por todos los siglos". A El pertenecen no sólo el pasado sino también el presente y el futuro (cf. Ap 1,18; GS 10; TMA 59). Por tanto no cabe buscar otro fundamento para nuestra vida de la fe y para nuestra vocación y misión, porque no existe fuera de Jesucristo.
El próximo curso pastoral 1.996-97, en las postrimerías del siglo XX y del segundo milenio de la historia de la Iglesia, vamos a tener la oportunidad de profundizar en nuestro conocimiento de Jesucristo para adherirnos más conscientemente a El, de celebrar su presencia siempre actual y viva entre nosotros, y de anunciar de palabra y con las obras, que Jesucristo nuestro Señor y Salvador, está vivo hoy y sale de nuevo al encuentro de los hombres para "dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19).
Jesús quiere decir en hebreo "Dios salva", y con esta misión fue anunciado expresamente antes de su nacimiento (cf. Mt 1,21; Lc 1,31). En el nombre de Jesús se condensa toda la historia de la salvación en favor de los hombres. Por eso invocar el nombre de Jesús: "¡Jesús es Señor!" (1 Cor 12,3b; Ap 22,20) significaba en la Iglesia Apostólica acogerse a la salvación divina realizada en la muerte y en la resurrección de Cristo. Esta era, por otra parte, la primitiva fórmula bautismal (cf. Hch 8,37).
Si queremos activar los "mecanismos" de nuestra fe de cara a la acción evangelizadora y a la Iniciación cristiana y prepararnos para el Jubileo del año 2.000, debemos subrayar con nuestras palabras y con nuestros gestos que Jesucristo es el centro de nuestra vida y de nuestro apostolado, que en todo lo que decimos y hacemos encontramos una persona en la que nos apoyamos, Jesús, "el Hijo Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14), "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).
7. El acontecimiento de la Encarnación
Pero nuestro conocimiento, celebración y anuncio de la persona de Jesucristo Salvador, incluye también el acontecimiento de la Encarnación, en la que se manifestó el amor de Dios a los hombres (cf. Jn 3,16; 1 Jn 4,9-10) y que nos hizo "hijos de Dios", "coherederos de Cristo" y "partícipes de la divina naturaleza" (Jn 1,12; Rm 8,17; 2 Pe 1,4). Este acontecimiento tuvo lugar en la "plenitud de los tiempos" (cf. Jn 1,14; Gal 4,4), es decir, cuando la historia humana alcanzó su momento culminante según el designio de Dios. Así lo afirma también el Símbolo Niceno-Constantinopolitano: "por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre".
Para los creyentes en Cristo, es esencial recordar -hacer memoria- y revivir -celebrar- la Encarnación del Hijo de Dios, no como un hecho del pasado sino como un acontecimiento que está siempre vigente y actual con su poder de salvación: "En Jesucristo, Verbo encarnado el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno" (cf. TMA 10). Recordar y celebrar con fe este acontecimiento, proclamado por la Palabra de Dios y representado simbólica y eficazmente en los signos del rito sacramental, nos hace contemporáneos de este hecho y nos comunica su fuerza salvadora.
La Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, desde el comienzo, subraya la importancia cósmica y humana de la concepción virginal de Jesús y de su nacimiento en Belén (cf. TMA 2 ss.). En efecto, la Encarnación supuso la renovación de todas las cosas creadas por el que es "Primogénito de toda la creación" y "el que tiene la primacía sobre todo cuanto existe" (Col 1,15.18; cf. Jn 1,3; TMA 3). Para la humanidad Jesucristo "manifiesta el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22), devolviéndole la semejanza divina deformada por el pecado y elevando la condición humana a la más alta dignidad (cf. TMA 4).
Fácilmente se identifica en esta idea la enseñanza de la Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II sobre la dignidad de la persona humana esclarecida por Jesucristo [6]. Al hablar de este modo del acontecimiento de la Encarnación, el Papa toma de nuevo las líneas básicas del "humanismo auténtico", el que "conduce de Cristo al hombre" y ofrece una respuesta a quienes se hacen todavía la pregunta por el hombre, por su razón de ser y por su libertad, aunque se muestren a veces escépticos y desilusionados de todos los dogmatismos modernos, incluido el de la ciencia.
De esta toma de conciencia de lo que ha representado la Encarnación para el hombre se deduce además un principio fundamental para configurar toda la acción evangelizadora y pastoral de la Iglesia. El principio es éste: el Evangelio conecta con los deseos más profundos del corazón humano, de los que son testigos las religiones de la humanidad, para infundir luz, vida y libertad (cf. GS 21; TMA 6). La Encarnación está en el origen de una acción evangelizadora y pastoral que ha de buscar al hombre en su situación histórica concreta, para ayudarlo a escuchar y acoger a Jesucristo: En Cristo "Dios habla a cada hombre y el hombre es capaz de responder a Dios" (TMA 6).
8. La Iglesia, prolongación de Cristo
Del acontecimiento de la Encarnación se deriva otra gran verdad que afecta no sólo a la misión de la Iglesia sino a la misma naturaleza de ésta, y que la convierte también en un verdadero acontecimiento de vida y de salvación. Me refiero al misterio de la Iglesia, el cual sólo puede entenderse desde Cristo, Cabeza de todo el cuerpo eclesial. En efecto, la Iglesia tiene en el misterio de la Encarnación no sólo su comienzo en el que es su Cabeza, sino también la referencia de su configuración humana y divina, visible e invisible, terrena y transcendente, sociedad organizada y comunidad espiritual, institución y carisma (cf. LG 8; SC 2). Por este motivo el Concilio Vaticano II enseñó también que "la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1; cf. 48; GS 45).
En este sentido la Iglesia es prolongación de Cristo, aunque no es identificable totalmente con Cristo, ya que éste es su Cabeza, el fundamento de su ser, el modelo de su actuación y la finalidad de toda su existencia. Sin embargo la correspondencia entre Cristo y la Iglesia es tan grande y profunda que las actitudes que se adoptan ante la Iglesia son actitudes derivadas hacia Cristo. Y a la inversa, la actitud frente a Cristo se proyecta también frente a la Iglesia. Por eso no es posible conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo adecuadamente si, a la vez, no se descubre, se valora y se manifiesta el misterio de la Iglesia. No cabe decir: "Cristo sí, la Iglesia no"; sino que es preciso afirmar: "Cristo sí, la Iglesia también" [7].
Los que formamos la Iglesia debemos mantener una actitud de profundo reconocimiento y gratitud a Dios por este "gran misterio" (cf. Ef 5,32), pero a la vez de humilde búsqueda de conversión y de renovación para que el mundo crea también en la Iglesia, cuerpo de Cristo y prolongación de su presencia encarnada en la historia. Con palabras admirables lo expresó el Papa Pablo VI:
"La Iglesia tiene siempre necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio. El Concilio Vaticano II ha recordado... este tema de la Iglesia que se evangeliza a sí misma a través de una conversión y una renovación constantes, para evangelizar al mundo de manera creíble" [8].
Iglesia evangelizada y evangelizadora, nuestra comunidad diocesana, nuestras parroquias, nuestros grupos eclesiales y apostólicos, tienen que volver una y otra vez al Evangelio de Jesucristo "Hijo de Dios", "Hijo de David" (cf. Rm 1,3-4; Mc 1,1) para anunciar explícitamente que no hay otro nombre en el que pueda darse la salvación que el nombre de Jesús.
9. La Santísima Virgen María en el misterio de Cristo
Al hablar de Jesucristo y del acontecimiento de la Encarnación no podemos olvidar la participación tan especial que desempeñó la Santísima Virgen María en dicho misterio. Lo señala expresamente el Papa en su Carta Apostólica:
"María Santísima, que estará presente de un modo por así decir transversal a lo largo de toda la fase preparatoria (del Jubileo del año 2.000), será contemplada durante este primer año (1.997) en el misterio de su Maternidad divina. ¡En su seno el Verbo se hizo carne! La afirmación de la centralidad de Cristo no puede ser, por tanto, separada del reconocimiento del papel desempeñado por su Santísima Madre" (TMA 43).
No podía ser de otra manera, porque María, como enseñó el Concilio Vaticano II, está "unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo" (SC 103). Más aún, según el designio de Dios, con vistas al misterio de Cristo y de la Iglesia, María entró también de manera muy íntima en la historia de la salvación y está presente de varios modos en los acontecimientos de la vida de Cristo, especialmente en la Encarnación y en su manifestación a los hombres (cf. LG 65; 66). Esta vinculación tan singular y tan profunda de María al Hijo de Dios hecho hombre tiene una adecuada expresión en el culto que la Iglesia ha dedicado siempre a la Santa Madre de Dios. Por eso la celebración de los misterios de la vida de Cristo y, de modo particular, el tiempo de Adviento y Navidad-Epifanía, constituyen una prolongada memoria y celebración de la maternidad divina y virginal de María [9].
Además hay otra razón para tener muy presente a María al considerar el misterio de Jesucristo nuestro Señor. Y es que María, junto a su Hijo, es "la imagen de lo que la Iglesia, toda entera, ansía y espera ser" (SC 103), para presentarse ante Cristo como la Esposa "sin mancha ni arruga, santa e inmaculada" (Ef 5,27). "Tipo y ejemplar acabadísimo de la Iglesia en la fe y en la caridad" la llama también el Concilio Vaticano II (LG 53; cf. 65). María nos ha precedido a todos en la santidad con que es preciso entrar a fondo en el misterio de la Encarnación para asemejarnos cada día más al Hijo de Dios y llevar en nosotros el reflejo de su gloria (cf. 2 Cor 3,18; 4,6). Entregada por entero, como sierva humilde del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo (cf. LG 56), nos enseña también a conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo Salvador. Con ella y como ella podremos, durante este curso pastoral y siempre, vivir nosotros y comunicar a los demás las riquezas insondables de Cristo.
10. Conocer a Jesucristo
"Esta es la vida aterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17,3). Conocer a Dios, conocer a Jesucristo, sumergirnos en su luz, dejarnos iluminar por su Palabra encarnada, adherirnos plenamente a la persona de Jesús, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8), constituye la vocación, la gracia y la posesión más sublime de los hombres, el gran don revelado y comunicado en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
Conocer a Jesucristo, celebrarlo y anunciarlo: estos tres verbos, que han aparecido ya varias veces, forman parte del enunciado del objetivo pastoral del curso 1.996-97. No han sido escogidos al azar. Cada uno de ellos encierra un significado propio, pero relacionados entre sí y atendiendo a su objeto, el misterio de Jesucristo, ofrecen un cuadro muy completo para comprender la misión actual de nuestra Iglesia Civitatense, dentro naturalmente del diseño que ha hecho el Papa en la carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente para la Iglesia universal.
En efecto, conocer a Jesucristo significa mucho más que adquirir o poseer un conjunto de datos relativos a su persona y a su obra. Aunque esto es también necesario hoy, incluso por cultura humana, dada la relevancia de la figura de Jesús de Nazaret en la historia, para los creyentes no es suficiente. Conocer a una persona lleva consigo entrar en comunión profunda con ella, alcanzar sus pensamientos y sus deseos más íntimos, sintonizar plenamente con ella. Esto vale también, en términos generales, para el conocimiento de Dios y de Jesucristo, tomando conciencia en este caso de lo limitado de nuestros conocimientos y de nuestro lenguaje para expresar lo inefable. No obstante, aunque a Dios nadie lo ha visto jamás, "el Hijo unigénito, el que está junto al Padre, es el que lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). En este sentido la entera persona de Jesús y sus palabras y obras, nos han abierto el acceso a Dios (cf. Jn 14,6-10; TMA 6).
Es necesario, por tanto, volver a la persona de Jesucristo y a su obra de salvación de manera que se produzca en todos nosotros un verdadero redescubrimiento de nuestro Salvador y de su misión salvífica, un reencuentro en el que nos sintamos ganados y como fascinados verdaderamente por él. En el Evangelio se oye una queja de Jesús que yo no quisiera que se pudiera aplicar a ninguno de nosotros: "¿Tanto tiempo llevo con vosotros, y aún no me habéis conocido?" (Jn 14,9). Jesús es nuestro Buen Pastor y nos conoce a nosotros, pero es preciso que nosotros le conozcamos también a El, reconozcamos su voz y le sigamos siempre (cf. Jn 10,14-16).
11. Celebrar a Jesucristo
Celebrar, desde el punto de vista humano, es estar juntos y participar, es hacer fiesta y cantar, es recordar y hacer presente a alguien, es honrarlo y proclamar sus cualidades, etc. Celebrar es una de las manifestaciones más gratificantes del hombre, tanto a nivel individual como a nivel colectivo o social. Celebrar a Jesucristo y el misterio de la Encarnación entra ya no sólo en el terreno de la liturgia cristiana, cuya acción cumbre es la Eucaristía (cf. 1 Cor 11,23-26; SC 10), sino también en el de toda expresión religiosa o festiva que evoque la vida de nuestro Salvador y lo haga cercano a los hombres. La piedad popular está llena también de gestos y de expresiones de devoción y de amor a Jesucristo. En este sentido supone siempre el reconocimiento de la presencia salvadora del Señor en medio de su pueblo, como cuando estaba visiblemente en esta tierra y la gente acudía en masa para verle y tocarle, "porque de él salía una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19; cf. Mc 3,7-10).
No obstante, precisando un poco más desde el punto de vista teológico, celebrar a Jesucristo es, como se ha indicado ya antes en el n. 7, evocar, revivir, actualizar y, en cierto modo, "ponerse en contacto" con los acontecimientos de la vida histórica de Jesús, los misterios que vamos recordando a lo largo del año litúrgico y de manera especial en la Pascua, para "llenarse de la gracia de la salvación" que contienen (cf. SC 102). Estos acontecimientos "se hacen presentes" simbólica y eficazmente para quienes los celebran con fe en los sacramentos y sacramentales (cf. SC 59-61), y en las fiestas del calendario cristiano (cf. SC 103-108).
El Papa lo ha recordado también:
"Conforme a la articulación de la fe cristiana en palabra y sacramento, parece importante juntar también en esta particular ocasión, la estructura de la memoria con la de la celebración, no limitándonos a recordar el acontecimiento sólo conceptualmente, sino haciendo presente el valor salvífico mediante la actualización sacramental" (TMA 31).
Memoria y celebración del acontecimiento de la Encarnación, del que se van a cumplir 2.000 años y que justifica el próximo Jubileo. Pero memoria y celebración que no se quedan en la conmemoración histórica (cf. TMA 15), sino que actualizan aquel acontecimiento haciéndolo presente y operante desde el punto de vista de la salvación. Por eso toda celebración litúrgica es siempre un verdadero acontecimiento, y el año litúrgico revive el "año de gracia del Señor" inaugurado por Jesús en la sinagoga de Nazaret (cf. TMA 10 y 14). Celebrar a Jesucristo es, por tanto, hacerlo presente en nuestra vida y en la vida de los demás por medio de las palabras y de los signos que evocan y actualizan la obra de la salvación.
12. Anunciar a Jesucristo
Anunciar a Jesucristo no es otra cosa que llevar a la práctica su mandato misionero antes de subir a los cielos (cf. Mt 28,19-20; y par.). Dicho de otra manera, "anunciar a Jesucristo" es dedicarse a evangelizar a todos los hombres con la palabra y con el testimonio de vida. ¿Es necesario insistir en lo que tantas veces ha aparecido en los objetivos pastorales diocesanos a lo largo de los últimos años. Tan sólo deseo recordar que la invitación de la Tercera Asamblea del Sínodo de los Obispos en 1974 y de Pablo VI en la Exhort. Apostólica Evangelii Nuntiandi en 1975, actualizada por el Papa Juan Pablo II con el término "nueva evangelización" -"con nuevo empeño, nuevo ardor y nuevos métodos"-, sigue siendo en este final de siglo la tarea principal de la Iglesia en la que todos debemos sentirnos comprometidos. En todas estas llamadas late una misma inquietud, un mismo propósito, el de "abrir un amplio espacio a la participación de los laicos, definiendo su específica responsabilidad en la Iglesia, como expresión de la fuerza que Cristo ha dado a todo el pueblo de Dios haciéndole partícipe de su propia misión mesiánica, profética, sacerdotal y regia" (TMA 21).
Anunciar a Jesucristo es la consecuencia que brota del conocimiento y de la celebración de sus misterios. Ambos aspectos, el conocer y el celebrar a Jesucristo, son un presupuesto necesario para evangelizar. Por esto sólo es verdadero nuestro conocimiento de Jesús y sólo es auténtica nuestra celebración, cuando de ambos brota la misión: "Id y anunciad... lo que habéis visto y oido" (Lc 7,22; cf. 2,20). La Eucaristía termina siempre con el envío misionero, que no es sólo un cortés "podéis ir en paz", sino un exigente "id" por todas partes y dad testimonio de lo que aquí habéis vivido. Evangelizar "anunciando" de manera explícita a Jesucristo y dando razón de nuestra fe y de nuestra esperanza en él (cf. 1 Pe 3,15), es también un aspecto esencial de nuestro objetivo pastoral diocesano.
II. La INICIACION CRISTIANA, INSERCION EN JESUCRISTO
Después de haber dirigido nuestra mirada a Jesucristo, el Hijo de Dios que "por nosotros los hombres y por nuestra salvación... se encarnó... y se hizo hombre", ahora hemos de fijarnos en el gran don que nos hizo en la Encarnación, es decir, en la posibilidad de ser "hijos de Dios" y "coherederos con Cristo", participando de su condición divina (cf. Jn 1,12; Rm 8,16-17; 2 Pe 1,4). Este don se hace realidad en los hombres a través de la Iniciación cristiana y se comunica en el Bautismo.
13. El itinerario de la Iniciación cristiana
En la I parte de la Exhortación pastoral de comienzo del curso pasado, ya expuse algunas nociones sobre la Iniciación cristiana que sirvieran de punto de partida para empezar a ocuparnos de este tema tan importante en la misión de la Iglesia y que hoy preocupa mucho a los pastores [10]. La Iniciación cristiana, siguiendo el Catecismo de la Iglesia Católica aparece, ante todo, como un don de Dios mediante la gracia de Jesucristo (cf. Cat., n. 1.212). Ahora bien, en cuanto tarea de la Iglesia, mediadora necesaria de este don por voluntad de Cristo, la Iniciación cristiana comprende un itinerario o proceso gradual en el que se dan todos o la mayor parte de estos elementos: el anuncio primero de Jesucristo, la catequesis y educación en la fe, la iniciación en la plegaria y en la celebración, la formación moral y la celebración de los sacramentos y de otros ritos sacramentales (cf. ib., nn. 4-6; 1.212; 1.275). Por parte del hombre, sujeto de la Iniciación, ésta comprende también la acogida de Jesucristo, la conversión, la fe, la recepción de los sacramentos, la conducta coherente y la incorporación personal y efectiva a la comunidad local de la Iglesia (cf. ib., n. 1.229).
La Iniciación cristiana, por tanto, es mucho más que la sola catequesis o la sola celebración de los sacramentos de la Iniciación, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Estos sacramentos se llaman así porque santifican o consagran los "comienzos de la vida cristiana", según la famosa analogía del desarrollo de la vida humana (cf. ib., n. 1.212). El prototipo de este itinerario o proceso gradual ha sido, en todos los tiempos y lugares, la Iniciación cristiana de los adultos, configurada en todos sus elementos durante los primeros siglos de la Iglesia, instaurada por el Concilio Vaticano II (cf. SC 64-66; AG 14) y descrita hoy en el Ritual de la Iniciación cristiana de los adultos (Coeditores litúrgicos 1974).
Ahora bien, en nuestras Iglesias particulares, en las que el Bautismo se celebra en las semanas siguientes al nacimiento de los párvulos, la Iniciación cristiana tiene características peculiares, de manera que requiere que la familia primero y la comunidad parroquial después, sin olvidar otras colaboraciones como la escuela y los grupos eclesiales, realicen una verdadera y propia catequesis tendente a desarrollar en los niños y en los adolescentes la semilla de la fe y de las demás virtudes cristianas, al tiempo que los preparan para celebrar eficaz y fructuosamente los restantes sacramentos de la Iniciación. Recuérdense, a este respecto, las palabras del Ritual del Bautismo de los Niños, al introducir la oración del "Padrenuestro":
"Estos niños, nacidos de nuevo por el Bautismo, se llaman y son hijos de Dios. Un día recibirán por la Confirmación la plenitud del Espíritu Santo. Se acercarán al altar del Señor, participarán en la Mesa de su sacrificio y lo invocarán como Padre en medio de su Iglesia" (n. 134).
Antes se ha dicho a los padres: "Vosotros, por vuestra parte, debéis esforzaros en educarlos en la fe, de tal manera que esta vida divina quede preservada del pecado y crezca en ellos de día en día" (n. 124).
14. El Bautismo, sacramento de Iniciación
La Iniciación cristiana de nuestros pequeños y adolescentes ha empezado en el Bautismo, como en el caso de la práctica totalidad de los fieles de nuestra Iglesia Civitatense, dando lugar al proceso de crecimiento que comprende etapas progresivas, un "catecumenado postbautismal" (Cat., n. 1231). Así pues, el Bautismo significa el comienzo de nuestra vida cristiana. De su importancia habla también la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente. En efecto, dice el Papa:
"El esfuerzo de actualización sacramental mencionado anteriormente podrá ayudar, a lo largo del año, al descubrimiento del Bautismo como fundamento de la existencia cristiana, según la palabra del Apóstol: 'Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo' (Gal 3.27). El Catecismo de la Iglesia Católica, por su parte, recuerda que el Bautismo constituye 'el fundamento de la comunión entre todos los cristianos e incluso con los que todavía no están en plena comunión con la Iglesia Católica' (CIC 1271)" (n. 41).
El Bautismo, lo mismo en los adultos que en los párvulos, es el sacramento que libera al hombre del poder de las tinieblas borrando el pecado original, y hace pasar a los hombres de la condición humana en que nacen como hijos de Adán al estado de los hijos adoptivos de Dios (cf. DS 1.524), hciéndolos nuevas criaturas, miembros del cuerpo de Cristo, e incorporándolos a la Iglesia (cf. Cat., n. 1.213). En el caso de los párvulos el sacramento es el principio y la fuente de todo el itinerario posterior de su educación cristiana, para que que comprendan y asimilen plenamente el misterio de Jesucristo y puedan finalmente, ellos mismos, asumir y ratificar la fe en la que fueron bautizados. También para estos niños el Bautismo es sacramento de Iniciación y el fundamento de su existencia cristiana.
15. Nuestra inserción en Cristo por el Bautismo
No es posible tocar todos los aspectos del sacramento del Bautismo en el corto espacio de una Exhortación pastoral. Pero sí destacar algunos puntos especialmente relacionados con nuestro objetivo diocesano. El primero de estos puntos es el de la inserción del hombre en el misterio de Jesucristo, Hijo de Dios y Cabeza de una nueva humanidad.
Son varios los textos bíblicos que se refieren a esta realidad. Entre ellos los que utilizan la imagen del vestido nupcial de los que, por Cristo, son hijos de Dios (cf. Ga 3,26-27; Ef 4,24; Col 3,10.12.14). Sin embargo es suficiente fijarse en el gran pasaje bautismal de Rm 6,1-11, especialmente en los vv. 3-5:
"Los que por el Bautismo nos incorporamos a Cristo,
fuimos incorporados a su muerte.
Por el Bautismo fuimos sepultados con él en la muerte,
para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos
por la gloria del Padre,
así también nosotros andemos en una vida nueva.
Porque si nuestra existencia está unida a él
en una muerte como la suya,
lo estará también en una resurrección como la suya"
San Pablo, con un lenguaje realista y dinámico, habla de la sepultura simbólica en las aguas del Bautismo como una inmersión eficaz en el poder salvífico de la Muerte y Resurrección del Señor. El bautizado es sepultado de con Cristo, muriendo al hombre viejo, para resucitar a una nueva vida, la vida del Espíritu (cf. Rm 6,6; Ef 4,22-24; Col 3,9-10). El rito bautismal produce el efecto de unir íntimamente a Cristo y ligar a su suerte a quien acepta morir y ser sepultado con Cristo, imitando la perfecta obediencia del Hijo de Dios (cf. Fil 2,8; Hb 5,7-9). La "gloria del Padre" asocia al bautizado al Misterio pascual de Jesús y le hace caminar "en la novedad de vida" como una criatura nueva (cf. Col 2,12; 6,15; 2 Cor 5,17). El bautizado es ya, desde ese momento, miembro del cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 6,15, 12,27) y coheredero con él (cf. Rm 8,17).
Esta inserción del hombre en Cristo, verdadera participación en el Misterio pascual, es tan profunda que el bautizado puede ser llamado "otro Cristo" y hacer suya la exclamación paulina: "Vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20; cf. Rm 8,10-11). El Padre reconoce en cada bautizado los rasgos de su Hijo y "ama en nosotros lo que amaba en él" (Misal Romano, pref. VII dominical del T. Ordinario). El bautizado es hijo de Dios en el Hijo Jesucristo, de manera que El es el "Promogénito de muchos hermanos" (Rm 8,29; cf. Col 1,15.18; Ap 1,5).
16. Incorporación a la Iglesia, cuerpo de Cristo
El Bautismo es además el sacramento por el que los hombres son incorporados a la Iglesia, "integrándose en su construcción para ser morada de Dios, por el Espíritu" (Ef 2,22). La situación de los baptisterios y de la fuente bautismal, junto a la entrada de las iglesias, significa que este sacramento abre la puerta de la comunidad cristiana visible. Y quiere decir también que en el Bautismo ha nacido y renace el nuevo pueblo de Dios que transciende los límites humanos de las razas, las culturas y las naciones para formar un solo cuerpo en Cristo porque "todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu" (1 Cor 12,13; cf. LG 7). En esta dignidad básica del Bautismo, "no hay distinción entre judíos ni gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,28).
La culminación de esta maravillosa unidad iniciada en el Bautismo, se alcanza en la participación eucarística, cuando la multitud "formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan" (1 Cor 10,17). De este modo cada uno de nosotros nos hemos convertido en miembros del cuerpo de Cristo y hemos sido hechos miembros los unos de los otros (cf. 1 Cor 12,27; Rm 12,5). Esta incorporación hace que todo el cuerpo de Cristo se vea enriquecido por el Espíritu con toda clase de carismas, funciones y ministerios para el bien común (cf. 1 Cor 12,1-11; Ef 4,7-13). Por su parte, cada miembro, al participar en la dignidad profética, sacerdotal y real de Cristo, común a todos fieles cristianos, está llamado a colaborar en la misión salvífica de la Iglesia.
Ahora bien, la incorporación de los bautizados a la Iglesia de Cristo y su participación en la misión de ésta se producen a través de la pertenencia a una comunidad local, la Iglesia particular o diócesis y la parroquia. La Iglesia universal, como es sabido, "está presente en todas las legítimas congregaciones locales de los fieles que, unidas a sus pastores, reciben también en el Nuevo Testamento el nombre de Iglesias" (LG 26; cf. SC 42; CD 11) [11].
En nuestra diócesis la parroquia es, junto con el arciprestazgo, la plataforma pastoral principal y básica. Por eso debe tener prioridad como forma de participación en la misión de la Iglesia por parte de todos los bautizados, sin excluir, obviamente, otras instancias de comunión y de misión, como la familia, la escuela, los movimientos apostólicos, los grupos eclesiales, etc. [12].
17. Función maternal de la Iglesia y pastoral del Bautismo
No quiero dejar pasar este aspecto de extraordinaria importancia para comprender el Bautismo como sacramento de la incorporación a la Iglesia. La analogía con lo que ocurre en la familia humana nos ayudará a entender la función que corresponde a toda la comunidad cristiana en este sacramento. El nacimiento de un niño afecta a toda la familia y es siempre un acontecimiento de gran importancia, en el que todos los miembros de la unidad familiar se sienten implicados. Lo mismo ha de suceder en la Iglesia, la gran familia de los hijos de Dios (cf. LG 6).
La participación, por tanto, de la comunidad cristiana en la pastoral de la Iniciación y, más en concreto, en la del Bautismo de los niños, es signo de la maternidad de la Iglesia que engendra y da a luz a nuevos hijos en este sacramento y los nutre y acompaña en su crecimiento hasta ver configurado a Cristo en cada uno de ellos (cf. Gal 4,19). La función maternal de la Iglesia, esencial y vital para ella y para los futuros hijos de Dios, corresponde a la comunidad eclesial primigenia, es decir, a la Iglesia particular o diocesana como comunidad plena y a las parroquias, en las que se realiza también la Iglesia en torno a un presbítero que hace las veces del obispo. Esta función no es transferible a ningún otro grupo eclesial, en el sentido de que "transmitir la vida de la fe, engendrar y alimentar, al cristiano es algo primigenio, básico y común, que no puede estar sujeto a ningún tipo de particularismos".
Por este motivo "la catequesis general, la preparación y la celebración de los sacramentos de la Iniciación cristiana han de tener como marco de referencia y como lugar habitual la parroquia. Las excepciones a esta práctica han de contar con razones muy poderosas" [13].
18. El Bautismo, fundamento de la conducta moral y del compromiso cristiana
Entre los numerosos frutos de la gracia bautismal se encuentra también la capacidad para obrar de acuerdo con la condición de los hijos de Dios, o sea, según la moral cristiana. El Bautismo, al insertar a los hombres en el ser divino de Cristo, hace "santos" a todos los bautizados (cf. Rm 1,7; etc. ). Esto lleva consigo la obligación moral de obrar como Cristo en la obediencia filial al Padre (cf. 1 Pe 1,15-16; Fil 2,8). Dicho de otro modo, a esta inserción en Cristo debe seguir para los bautizados el compromiso de traducir en la propia vida las actitudes de fidelidad, servicio, donación de sí mismo, entrega a la causa del Reino de Dios, etc. de Cristo Jesús, "el cual no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20,28). El Bautismo exige "imitar" a Jesucristo, como exige también avanzar siempre por el camino de la perfección evangélica propuesto por el Señor para todos sus seguidores (cf. Mt 5,48; 1 Pe 1,16). El Evangelio es el "programa de vida" de todos los bautizados.
Esta "imitación" de Cristo es un don del Espíritu Santo enviado a los corazones de los bautizados:
"Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará:
de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar;
y os daré un corazón nuevo,
y os infundiré un espíritu nuevo;
arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra,
y os daré un corazón de carne.
Os infundiré mi Espíritu,
y haré que caminéis según mis preceptos,
y que guardéis y cumpláis mis mandatos"
(Ez 36,25-27; cf. Sal 50,4.9.12-14).
Este bellísimo texto, una de las lecturas de la liturgia bautismal, se refiere a la transformación radical del corazón humano, es decir, el centro de su pensar, sentir y obrar. La presencia del Espíritu Santo hace posible que el hombre conozca con certeza la voluntad de Dios y se sienta movido a ponerla en práctica. El profeta Jeremías, al hablar de la nueva Alianza, prometió también la presencia del Espíritu del Señor en el interior de los corazones para que todos lo conozcan y "no tengan que enseñarse unos a otros ni los hermanos entre sí, diciendo: conoced al Señor; sino que todos me conocerán, desde los pequeños a los grandes" (Jer 31,43-34).
La "vida de la fe", la "vida en Cristo", la "vida digna del Evangelio" son algunas de las expresiones que el Catecismo de la Iglesia Católica emplea para referirse a la conducta de los que han sido hechos hijos de Dios por el Bautismo y han recibido la gracia de Cristo y los dones del Espíritu para "llevar una vida nueva" (Cat., nn. 16, 1.691 ss.). En efecto, nuestra conducta ha de ser coherente con nuestra condición de hijos de Dios y coherederos de Cristo. En Navidad, al contemplar y celebrar el misterio de la Encarnación, la liturgia medita estas significativas palabras: "Reconoce, cristiano, tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del reino de Dios" (San León Magno, serm. 21).
19. Espiritualidad bautismal
La Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente insiste en que el Bautismo es "fundamento de la existencia cristiana" (n. 41). Esto quiere decir también que toda nuestra vida ha de estar impregnada de la conciencia de ser hijos de Dios en el Hijo Jesucristo, naturalmente de una conciencia agradecida, gozosa, testimonial. A esto es a lo que se llama espiritualidad bautismal, que se traduce en la alegría de "llamarnos y ser en verdad hijos de Dios" (1 Jn 3,1), en la posibilidad de invocar a Dios con el nombre de "Padre" (cf. Rm 8,15-16; Ga 4,6) y de confesar a Jesucristo como "Señor" (cf. 1 Cor 12,3), en la certeza de orar con la confianza de los hijos (cf. Mt 6,6-13) y en el nombre de Jesús (cf. Jn 14,13-14), en la seguridad de la ayuda del Espíritu frente a nuestra debilidad (cf. Rm 8,26-27), en la capacidad para "hacer nuestros los sentimientos de Cristo" (Fil 2,5), etc.
Todos los cristianos deberíamos tener más presente el recuerdo del Bautismo, no sólo en la Vigilia pascual, al renovar las promesas bautismales, sino en otros momentos, celebrando, por ejemplo, su aniversario como hacemos con otras fechas importantes de nuestra vida. El domingo, día de la Resurrección del Señor, es, por el mismo motivo, un memorial permanente del Bautismo. Reconocer en nosotros la gracia bautismal es un modo de descubrir, celebrar y anunciar a Jesucristo en nuestra propia existencia unida a la suya. Las diversas escuelas o métodos de espiritualidad que han aparecido a lo largo de la historia, sobre todo cuando han sido acreditados por la santidad de quienes los crearon, reflejan siempre en su rica diversidad la misma y única base de la obra del Espíritu Santo en el corazón de los bautizados. Por eso no cabe una "vida en el Espíritu" o "según el Espíritu", que no se apoye en esta presencia y en la influencia permanente del Bautismo en los miembros de la Iglesia.
20. El Bautismo y las vocaciones específicas dentro de la Iglesia
En este sentido el Bautismo está también en la base de la espiritualidad específica de los diversos estados de vida de los discípulos de Jesús. Esto lo tuvo muy en cuenta el Concilio Vaticano II, al tratar de la espiritualidad de los sacerdotes: "Por el sacramento del Orden se configuran los presbíteros con Cristo sacerdote, como ministros de la Cabeza, para construir y edificar todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del Orden episcopal. Cierto que ya en la consagración del Bautismo, como todos los fieles en Cristo, recibieron el signo y el don de tan gran vocación y gracia, a fin de que, dentro de la flaqueza humana, puedan y deban aspirar a la perfección" (PO 12).
En el caso de los religiosos y aun de todas las demás personas consagradas, ocurre lo mismo: "El cristiano, mediante los votos u otros vínculos sagrados... hace una total consagración de sí mismo a Dios, amado sobre todas las cosas, de manera que se ordena al servicio de Dios y a su gloria por un título nuevo y especial. Ya por el Bautismo había muerto al pecado y estaba consagrado a Dios; sin embargo, para extraer de la gracia bautismal fruto copioso, pretende, por la profesión de los consejos evangélicos, liberarse de los impedimientos que podrían apartarle del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino y se consagra más íntimamente al servicio de Dios" (LG 44) [14].
Para los fieles laicos, el Bautismo está también en el origen de su vocación y de su misión en la Iglesia y en la sociedad (cf. LG 11; AA 4) [15]. El Bautismo es la fuente de todos sus derechos como miembro del pueblo de Dios y también de sus deberes. Bastaría referirse al sacerdocio común de todos los bautizados, por el que éstos hacen de su vida un sacrificio espiritual grato a Dios (cf. 1 Pe 2,5; Rm 12,1), para encontrar el motivo de su llamada a la santidad y a confesar delante de los hombres la fe que recibieron en el Bautismo (cf. AA 2-3).
De manera especial en los esposos cristianos actúa la gracia bautismal, ya que en virtud del Bautismo, sacramento de la fe, el hombre y la mujer que contraen matrimonio se insertan en la Alianza de Cristo con la Iglesia, de manera que su comunidad conyugal es asumida en el amor de Cristo y enriquecida con la fuerza de su Espíritu [16]. El Matrimonio de los bautizados es signo eficaz del amor de Cristo a la Iglesia y crea una comunidad de amor, la familia, verdadera Iglesia doméstica. La espiritualidad conyugal y familiar tiene, pues, su primer fundamento en el Bautismo.
III. LA VIDA DE LA FE
El Bautismo, en el conjunto de la Iniciación cristiana nos ha asimilado a Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Agradecer y valorar este gran don es también una forma de reconocer a Jesucristo presente en nuestra vida. Pero el Bautismo significa además el comienzo de la fe, es decir, de la respuesta del hombre a la acción de Dios. Este va a ser el contenido de esta tercera parte, en la que trataremos de analizar la vida de la fe y el testimonio de los cristianos como exigencia del Bautismo.
La Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente habla de ambos aspectos como uno de los objetivos del Jubileo del año 2.000 y, en particular, como una de las metas del primer año de la preparación. Dice el Papa:
"Todo deberá mirar al objetivo prioritario del Jubileo que es el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos. Es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado" (TMA, n. 42).
21. La virtud teologal de la fe
En efecto, la fe es una virtud teologal, esto es, que se refiere directamente a Dios, a quien tiene como origen, como motivo y como objeto (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1.812). Por la fe creemos en Dios y en todo lo que él nos ha revelado y la Iglesia nos propone, y por la fe nos entregamos a Dios entera y libremente (cf. ib., 1.814). Creer significa, en primer término, la adhesión personal del hombre a Dios, confiando en El y sometiéndose a El en lo que se llama la "obediencia de la fe", como en el caso de Abrahán: "Por la fe Abrahán obedeció y salió al lugar que había de recibir en herencia, salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8). Por la fe, a su mujer Sara se le concedió el hijo de la promesa y, por la fe, Abrahán ofreció a su hijo Isaac en sacrificio (cf. Hb 11,17). San Pablo hizo este elogio de la fe de Abrahán: "creyó en Dios y le fue reputado como justicia" (Rm 4,3), de manera que vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Rm 4,11.18).
La Santísima Virgen María, por su parte, es la realización más perfecta de la fe y de la obediencia a Dios. Al anunciárselo el ángel, dio su consentimiento para concebir en su seno al Hijo de Dios con estas palabras: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Por la fe mereció que Isabel le dedicara este elogio: "Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45). Desde ese momento toda su vida fue creer en el cumplimiento de la Palabra del Señor (cf. Lc 2,35). La Iglesia se mira continuamente en ella para guardar la fidelidad que debe a Cristo (cf. LG 64).
Creer en Dios está inseparablemente unido a creer en Jesucristo (cf. Jn 14,1), porque es el Hijo de Dios, "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero" (Credo), el único que ha visto al Padre y nos lo ha dado a conocer (cf. Jn 1,18; 6,46; Mt 11,27). Pero, al mismo tiempo, creemos en el Espíritu Santo "Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo" (Credo). El Espíritu Santo conoce las profundidades insondables de Dios y es el que nos descubre el misterio de Jesús y nos guía hacia la verdad plena (cf. Jn 14,26; 16,13-15; 1 Cor 2,10-11).
Pero la fe significa también creer y aceptar todo lo que Dios ha dicho y revelado, porque él es la verdad misma. En este sentido, objeto de la fe son también todas las verdades reveladas por Dios: "Creemos todas aquellas cosas que se contienen en la Palabra de Dios escrita o transmitida y son propuestas por la Iglesia... como divinamente reveladas" (Cat., n. 182).
La fe, tanto en la dimensión de confianza en Dios como en la dimensión de la adhesión de nuestra inteligencia a lo que él nos ha revelado, es un don de Dios, una verdadera gracia, una virtud sobrenatural infundida por él (cf. ib., n. 153). La fe, fruto de la evangelización y de la escucha de la Palabra de Dios, es necesaria para celebrar los sacramentos. Estos "no sólo suponen la fe, sino que también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones; por eso se llaman 'sacramentos de la fe'" (SC 59). Ahora bien la fe que expresan es, ante todo, la fe de la Iglesia, que es anterior a la fe de quienes celebran los sacramentos, los cuales son invitados a adherirse a ella y a profesarla en la misma celebración.
22. La fe, un don que ha de crecer sobre el fundamento del Bautismo
El Bautismo es, por tanto, sacramento de la fe. Ahora bien, la fe que se requiere para el Bautismo no es una fe perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. La fe ha de crecer y ha de fortalecerse en todos los bautizados, sean niños o sean adultos. Al catecúmeno que va a ser bautizado o, en el caso del bautismo de párvulos, al padrino, se le pregunta: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?". Y él responde: "La fe". Por este motivo la Iglesia ha considerado siempre como una de sus tareas más importantes el reavivar la fe de los catecúmenos o de los padres y padrinos de los párvulos que se van a bautizar. A este fin se ordenan tanto el catecumenado de los adultos y la preparación de los padres y padrinos como la liturgia de la Palabra de Dios en la celebración del Bautismo y la profesión de fe que tiene lugar en el rito bautismal.
Sobre la base de la necesidad de desarrollar la fe recibida en el Bautismo la Iglesia despliega toda su acción catequética, orientada hacia los niños, los jóvenes y los adultos. La catequesis es concebida como una permanente transmisión de la fe o enseñanza de lo que constituye el objeto de ésta, el misterio de Dios y de Jesucristo como suma verdad, y las verdades reveladas por Dios y presentadas como tales por la Iglesia. Esta enseñanza se caracteriza también por hacerse de modo orgánico y sistemático, con miras a introducir a los hombres más plenamente en la vida cristiana (cf. Cat., n. 5). La catequesis no es, por tanto, una tarea esporádica o que puede estar sujeta a las conveniencias de los destinatarios o de los responsables de las comunidades cristianas locales. Se trata, en efecto, de una acción íntimamente ligada a la vida de la Iglesia y que afecta decisivamente a su crecimiento interior y a su fidelidad al designio divino de salvación.
El hecho de que la catequesis en sentido estricto esté dirigida a los ya bautizados, sean niños, jóvenes o adultos, para que crezcan en la fe y alcancen la plenitud de la vida cristiana, invita también a descubrir la especial acción del Espíritu Santo que actúa en el corazón de los fieles y los dispone para acoger fielmente la verdad de Jesucristo y los demás contenidos de la catequesis. El es el verdadero Maestro interior que va conduciendo poco a poco a los fieles "hacia la verdad plena" (Jn 16,13) y los mueve a profesar la fe delante de los hombres (cf. 1 Cor 12,3). En realidad esta acción interior del Espíritu, unida a la labor catequética de la Iglesia, es la verdadera mistagogia de la fe, que seguía a la celebración de los sacramentos de la Iniciación en la Iglesia antigua, por la que los bautizados-confirmados eran "iluminados" (cf. Hb 10,32) en las catequesis mistagógicas.
23. "Fortalecer la fe de los cristianos"
Pero junto a la acción catequética, una comunidad cristiana viva no sólo se interesa por el crecimiento en la fe de los niños, de los jóvenes y de los adultos, sino que está preocupada también por el fortalecimiento de la fe de todos sus miembros sin excepción.
Fortalecer la fe significa robustecer, dar resistencia y solidez a la fe. En este sentido en las páginas del Nuevo Testamento resuena ya una exhortación apremiante para resistir al diablo: "Sed firmes en la fe" (1 Pe 5,9). Como apoyo de esta firmeza se recuerda el ejemplo de muchos fieles en el mundo entero. Una exhortación semejante puede leerse en Ef 6,10-18, que llama a fortalecerse en el Señor, revistiéndose de las armas de Dios, es decir, la verdad como ceñidor, la justicia como coraza, el Evangelio de la paz como calzado, la fe como escudo embrazado con fuerza, la salvación como casco y la Palabra de Dios como espada del Espíritu; y perseverando en la oración asidua y en la vigilancia constante (cf. Mt 24,41; Lc 18,1; 1 Cor 16,13; 1 Tes 5,17). La Carta a los Hebreos exhorta también: "Y ya que tenemos un Sumo Sacerdote eminente que ha penetrado en los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, mantengámonos firmes en la fe que profesamos" (Hb 4,14).
La Iglesia de los primeros siglos tenía que fortalecer a sus miembros frente a una serie de peligros: las persecuciones que tiñeron de sangre los comienzos de la predicación del Evangelio, y sobre todo la tentación de hacer componendas con el paganismo, contemporizando con las bajas inclinaciones del hombre y no luchando suficientemente contra el pecado (cf. Hb 12,4).
También en nuestro tiempo tenemos necesidad de la virtud de la fortaleza aplicada a nuestra fe y a las demás actitudes cristianas básicas, para no caer en la tentación de la indolencia o de la comodidad en la vida cristiana, en la conducta moral y en el testimonio. Es preciso, por tanto, remover las conciencias y sacudir la modorra de muchos cristianos mediante la llamada insistente y apremiante a la conversión como se hacía en la Iglesia de los primeros tiempos, denunciando los fallos principales y exhortando a un retorno cada día más consciente al Evangelio y al seguimiento de Jesucristo (cf. Rm 13,14; Ef 5,8-16). No podemos olvidar que este seguimiento entraña siempre "tomar la propia cruz" (cf. Mt 16,24-25; Ga 2,19), porque precisamente en la Cruz de Cristo se encuentra la "fuerza de Dios" transformadora de los espíritus (cf. 1 Cor 1,17-23).
La Iglesia de este final de siglo, como recuerda también el Papa (cf. TMA 37), está siendo de nuevo Iglesia de mártires. Ahí están las penalidades y sufrimientos de los pastores y fieles de las minorías cristianas del Norte de Africa, y de innumerables misioneros en otros lugares del mundo, verdaderos testigos de la fe y del servicio a los más pobres, que afrontan dificultades de todo tipo, incomprensiones y hasta la misma muerte para ser fieles a su vocación evangelizadora y humanitaria.
24. "Fortalecer el testimonio de los cristianos"
Y si la fe es fuerte, lo será también el testimonio de los cristianos, es decir, de los pastores y de los demás fieles. En primer lugar el testimonio diario de vivir con fidelidad y con alegría el haber sido salvados por Jesucristo e incorporados a su cuerpo que es la Iglesia. Es preciso mostrar, de palabra y de obra, que somos verdaderamente libres porque el Señor nos ha redimido de las ataduras del pecado y nos ha dado la posibilidad de ser dueños de nosotros mismos y de encontrar en él, que por nosotros murió y resucitó, la fuente continua de nuestra felicidad y de nuestra esperanza. Cristo debe ser para cada uno de los que creemos en él, el asidero más firme de nuestra existencia según la vocación personal de cada uno.
El cristiano consciente de que su suerte está unida a la del Señor, no tiene su corazón puesto en los bienes materiales sino en otros valores mucho más necesarios e importantes, como el amor, la amistad, la solidaridad, la justicia, la armonía familiar, la convivencia y la paz, de manera que usa de las cosas de este mundo sin darles más valor y en la medida en que están al servicio de las personas (cf. Mt 6,21; 19,21; Lc 12,21). Incluso es capaz de renunciar a los bienes para ayudar a los demás o para dedicarse más plenamente a su misión en la Iglesia y en la sociedad (cf. Mt 19,21; Hch 2,45; Hb 10,34).
Actuando así se superará incluso ese grave equívoco de nuestro tiempo, denunciado ya por el Concilio Vaticano II, la separación entre la fe y la vida (cf. GS 43). Esta coherencia entre lo que creemos y el modo de vivir da credibilidad al mensaje cristiano y convence de que la fe en Dios Padre y en su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo, colma abundantemente las ansias de transcendencia y de felicidad duradera que anidan en el corazón de todo ser humano. Naturalmente esta coherencia se ha de alimentar cada día en la lectura meditativa de la Palabra de Dios, en la plegaria, en la celebración de los sacramentos y de manera especial en la Eucaristía, "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11; cf. SC 10; etc.).
De manera particular los fieles laicos, al cumplir con fidelidad sus deberes profesionales y ciudadanos, han de poner de manifiesto que saben que aquí no tienen morada permanente (cf. Hb 13,14), pero su fe les impulsa a una más perfecta dedicación a los asuntos de este mundo. En efecto, "todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en instrumento vivo de la misión de la misma Iglesia 'en la medida del don de Cristo'" (LG 33). "Cada laico debe ser ante el mundo un testigo de la resurreción y de la vida del Señor Jesús y una señal del Dios vivo" (LG 38), orientando su vida familiar, profesional, social y, en general, todos los asuntos temporales de acuerdo con el Evangelio (cf. LG 36; GS 42-43; etc.).
25. Fe y obras: el compromiso social de los cristianos
El fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos, ha de producir su fruto también en el ámbito de la vocación y de la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad. En efecto, "la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro" (St 2,17; cf. 2,14-18; 1 Jn 3,17). Por esto la incorporación de los bautizados al cuerpo de Cristo mediante la fe y el Bautismo, lleva consigo el que cada fiel cristiano deba sentirse solidario de las alegrías y de los sufrimientos de sus hermanos (cf. 1 Cor 12,26). La caridad fraterna exige, en definitiva, "llorar con los que lloran y reir con los que ríen" (cf. Rm 12,15). La comunicación cristiana de bienes en el interior de la Iglesia tiene que hacerse realidad como un signo de credibilidad de la misma Iglesia de cara a su acción evangelizadora (cf. Hch 2,44-45; 4,32.34-37).
Pero las exigencias de la caridad no se reducen al ámbito de la comunidad cristiana, sino que han de contemplar a todos los hombres sin excepción. Lo pide también el significado universal del misterio de la Encarnación, acontecimiento por el que Cristo se ha acercado a todos los hombres para liberarlos de todo tipo de opresión (cf. Lc 4,18-19; Hch 10,38). La actualidad de la presencia redentora de Jesucristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8), en la historia humana forma parte del mensaje evangelizador que la Iglesia debe difundir por todas partes. Pero este mensaje debe ser acreditado por actuaciones concretas al servicio de una sociedad más justa, más tolerante, más solidaria y más fraterna. Anunciar a Jesucristo hoy significa comprometerse con la misión redentora de Jesús en su integridad y ponerse al servicio de los designios de Dios realizando su obra en cada contexto histórico.
La preparación del Jubileo del año 2.000 no ha olvidado esta dimensión social de los años jubilares en la Biblia, de manera que encuentra incluso en ella una de las raíces de la doctrina social de la Iglesia (cf. TMA 13).
IV. SUGERENCIAS PRACTICAS
Esta última parte extrae algunas consecuencias de todo lo anterior y propone algunas sugerencias operativas. Los puntos van siguiendo el orden de los temas tratados.
26. Las fuentes de nuestro conocimiento de Jesucristo
La primera consecuencia operativa del objetivo pastoral diocesano de este curso ha de referirse necesariamente a nuestro conocimiento de la persona de Jesucristo y de su obra de salvación, al que hemos dedicado la primera parte, para que Jesucristo ocupe verdaderamente el centro de nuestra reflexión, de nuestra enseñanza, de nuestro ministerio y de todas nuestras tareas eclesiales y apostólicas. Sólo si conocemos a Jesucristo y su poder de salvación en nosotros, podremos celebrarlo y anunciarlo convenientemente:
"Se trata, por tanto de descubrir en la persona de Cristo el designio de Dios que se realiza en él. Se trata de procurar comprender el significado de los gestos y de las palabras de Cristo, los signos realizados por él mismo, pues ellos encierran y manifiestan a la vez su misterio" [17].
A lo largo de este curso pastoral hemos de acudir con más frecuencia y con más profundidad a las fuentes de nuestro "conocimiento de Jesucristo", es decir, al Evangelio y a toda la Sagrada Escritura, a la tradición de la Iglesia, a la teología, pero también a la oración e incluso a la experiencia de los santos, de los contemplativos y de otros testigos que se han acercado también a Jesús y se han dejado transformar por él.
De entre todas estas "fuentes" es preciso destacar la Palabra de Dios, a la que dedicamos el objetivo pastoral del curso 1.995-96. Todo cuanto dijimos acerca del valor de las Escrituras en la vida de la Iglesia y para nosotros, sobre el modo de leerlas e interpretarlas a la luz de Jesucristo Resucitado y sobre la necesidad de intensificar la formación bíblica, el uso de la Biblia en la catequesis, la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, el ministerio de la homilía y la lectura en familia y en grupo de esta divina Palabra aplicada a las circunstancias de la vida, sigue teniendo valor en el presente curso. No se olvide que "desconocer la Escritura es desconocer a Cristo" (DV 25) [18].
27. La catequesis del misterio de Cristo hoy
Pero además de la centralidad de Cristo en todo cuanto reflexionemos, programemos o llevemos a la práctica en el curso 1996-97, es evidente que el objetivo de este año tiene una clara dimensión catequética. Este año habrá que poner un empeño especial en presentar con preferencia la persona y la obra salvadora de Jesús en todas aquellas acciones de carácter doctrinal o formativo, como la catequesis, la predicación, la enseñanza de la religión, los cursos de teología, las conferencias, los artículos en la prensa y en la hoja parroquial, las colaboraciones en la radio, etc.
Obviamente, la presentación de la persona de Cristo ha de hacerse en todas sus dimensiones: como Dios y como hombre, como Señor de los tiempos y de la historia humana, como revelador del misterio de Dios, como Evangelio y como salvación para los hombres y centro de todo cuanto existe.
De manera particular corresponde hacer esta presentación primordial de la persona de Cristo a la catequesis, cuya importancia ha sido expresamente recordada por la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente:
"El primer año será, por tanto, el momento adecuado para el redescubrimiento de la catequesis en su significado y valor originario de "enseñanza de los Apóstoles" (Hch 2,42) sobre la persona de Jesucristo y su misterio de salvación. De gran utilidad, para este objetivo, será la profundización en el Catecismo de la Iglesia Católica, que presenta 'fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la tradición viva en la Iglesia y del magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y las santas de la Iglesia, para permitir conocer mejor el misterio cristiano y reavivar la fe del Pueblo de Dios'(Fidei Depositum, 3). Para ser realistas, no se podrá descuidar la recta formación de las conciencias de los fieles sobre las confusiones relativas a la persona de Cristo, poniendo en su justo lugar los desacuerdos contra Él y contra la Iglesia" (TMA 42).
La cita no puede ser más explícita, aludiendo incluso a la conveniencia de corregir las desviaciones cristológicas y las presentaciones parciales del misterio de Cristo en los últimos tiempos. Pero no es una buena pedagogía comenzar señalando estos errores y contraponiéndoles la doctrina sana. Tampoco es bueno plantear cuestiones que tratan los especialistas en cristología y que no están al alcance de los lectores y de los oyentes con poca formación teológica.
Por eso será suficiente presentar de manera positiva e integradora la persona de Jesús como verdadero Dios y como verdadero hombre, que nació de la Santísima Virgen María Madre de Dios, haciéndose uno de nosotros en todo excepto en el pecado y uniéndose en cierto modo a todo hombre, que es imagen de Dios invisible, y que en su muerte y resurrección nos abrió el camino de la salvación (cf. GS 22). Como el Santo Padre señala oportunamente, la mejor síntesis del misterio de Cristo la tenemos en este momento en el Catecismo de la Iglesia Católica. Por este motivo recomiendo y encarezco su lectura y su uso constante en la catequesis de adultos, en los grupos de formación parroquiales y de otro tipo, etc. con la finalidad de dar a conocer a Jesucristo en base al objetivo diocesano.
28. Dimensión cristológica de la formación permanente
Cuanto acabo de decir se aplica también a la formación permanente de los presbíteros, de las religiosas y de los laicos más cultivados teológicamente. Pero, según las dimensiones de la formación permanente, el estudio y la reflexión sobre el misterio de Jesucristo no debe reducirse solamente a la adquisición de unos conocimientos y a la fundamentación de la doctrina cristológica en la Biblia, los Padres, el Magisterio y la teología, sino que ha de procurar también acercar a los destinatarios de esta formación a la experiencia personal y al encuentro con Jesucristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,5). Los presbíteros deben cultivar este año muy especialmente la faceta cristológica de su espiritualidad, faceta que se abre naturalmente a la dimensión trinitaria y pneumatológica [19].
Por otra parte, la formación permanente ha de tener en cuenta la proyección pastoral en todos los campos de la misión de la Iglesia: catequesis, enseñanza religiosa, liturgia, acción caritativa y social, formación del laicado, apostolado seglar, familia, adolescentes y jóvenes, vocaciones, salud, misiones, etc. Los que siguen un curso de formación permanente están llamados a conocer más profundamente el misterio de Cristo y a vivirlo con intensidad, para comunicar sus propios conocimientos y vivencias como testigos verdaderos de Jesucristo y de su presencia salvadora entre los hombres.
De manera particular me quiero referir a los educadores cristianos y a los profesores de religión y moral católica. Vuestra misión es cada día más necesaria y digna de reconocimiento. Conocer el misterio de Jesucristo significa poseer la clave para acceder al misterio de Dios y al misterio del hombre y, por tanto, para comprender todo el arco de la doctrina cristiana. La cristología ocupa un puesto neurálgico en el conjunto de los conocimientos teológicos. En vuestro papel científico y testimonial a un tiempo, presentad la figura y el mensaje de Jesús con todo el atractivo que merece, para que vuestros alumnos lo conozcan de verdad y sepan apreciar la contribución del cristianismo al pensamiento y a la cultura humana. En Europa y en España esta cultura no es comprensible adecuadamente si se prescinde de Jesucristo y de la Iglesia.
Os pido que os preparéis lo mejor posible para vuestra tarea. Aprecio en cuanto vale vuestra dedicación y vuestra generosa entrega, en medio de las dificultades actuales que todos conocéis. Y confío en todos vosotros y en la tarea que realizáis en nombre de la Iglesia y para el bien de la misma sociedad humana.
29. La celebración del misterio de Cristo en el año litúrgico
Uno de los medios más eficaces y de influjo más amplio que tiene la Iglesia para introducir a los fieles en el conocimiento y en la vivencia del misterio de Cristo es el año litúrgico. Siguiendo el ritmo semanal, basado en los domingos, y aun el ritmo de cada día, la comunidad cristiana va recordando y actualizando los distintos acontecimientos de la vida del Señor y su obra salvadora, cuyo centro es justamente el Misterio pascual:
"La Santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó del Señor, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año, desarrolla todo el Misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión y Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor" (SC 102).
El año litúrgico es, por tanto, una forma, y no la menos importante, de hacer presente en el tiempo a Cristo y su obra redentora, a fin de que los hombres se pongan en contacto con los hechos y las palabras en los que se efectuó la salvación de los hombres. Estos hechos y palabras son anunciados y proclamados como acontecimientos actuales en el "hoy de la Iglesia", por medio de las lecturas bíblicas que se hacen en la celebración. De ahí la importancia del Leccionario de la Misa, en el que siguiendo cada año un Evangelio Sinóptico, se desarrolla el misterio de Cristo en su totalidad. Así vivido, este misterio aparece como una epifanía progresiva de la bondad de Dios y de su amor al hombre (cf. Tit 3,4), que se manifiesta en la historia humana, es decir, en los días y en los años de los hombres, haciendo de ellos un signo de salvación, el "año de gracia del Señor" (cf. TMA 10).
Pero el año litúrgico es también el resultado de la búsqueda, por parte de la Iglesia y de los creyentes, de una respuesta a esa epifanía divina, por medio de la conversión y de la fe. Por eso el año litúrgico posee un gran valor para educar a los fieles en las actitudes que deben adquirir para "imitar" a Jesucristo al que han sido incorporados por el Bautismo (cf. supra, nn. 15 y 18).
Invito a todos los presbíteros y a los que cooperáis con ellos en la vida litúrgica a que pongáis interés e ilusión en la celebración de los diferentes tiempos litúrgicos, siguiendo las orientaciones del Misal y de las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario que se encuentran al comienzo de dicho libro. De manera particular os sugiero que cuidéis este año el denominado ciclo natalicio o de la manifestación del Señor, es decir, los tiempos de Adviento y Navidad-Epifanía, incluyendo naturalmente las solemnidades marianas que tienen lugar en él. No olvidemos que el tiempo que falta para el año 2.000 es presentado por el Papa Juan Pablo II como un verdadero Adviento presidido por el espíritu del Concilio Vaticano II (cf. TMA 20).
Un factor muy valioso para celebrar de manera progresiva y completa el misterio de Cristo en el círculo del año lo constituye la homilía de los domingos y de las fiestas. El próximo año litúrgico estará presidido por el Evangelio según San Marcos, cuyo carácter de "buena noticia de Jesucristo, Hijo de Dios" (Mc 1,1), desde el primer versículo, lo hace especialmente apto para anunciar el misterio cristiano con un fuerte acento kerigmático, es decir, centrado en Cristo Redentor y con una insistente llamada a la conversión personal. Predicar siguiendo este Evangelio es una buena ocasión para seguir renovando nuestro ministerio de la Palabra en la línea evangelizadora. También es una oportunidad para volver a estudiar y a meditar el texto de San Marcos, como ya se ha hecho alguna vez.
30. El domingo y las fiestas del Señor
Otro aspecto celebrativo del misterio de Cristo que es muy conveniente cuidar este curso es el domingo, como "día en el que los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que 'los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos' (1 Pe 1,3)" (SC 106). El domingo constituye un momento álgido de la vida cristiana, y de hecho la celebración eucarística dominical es la más participativa, la que reune mayor número de fieles de manera regular y la que se convierte en punto de confluencia de las diversas instancias eclesiales y aun de los más variados grupos de fieles.
Pero la importancia de este día, "fiesta primordial" de los cristianos (cf. ib.), no consiste solamente en esta dimensión eclesial, sino que radica ante todo en su carácter de encuentro con el Señor Resucitado y de memorial de la vida nueva comunicada en el Misterio pascual. Lo indica el mismo nombre del domingo, "día del Señor" (cf. Ap 1,10). De todos es conocida la pérdida del sentido de este día festivo en la conciencia de muchos cristianos, que se dejan llevar por el fenómeno del fin de semana o que consideran el domingo como un espacio de libre disposición al margen de toda referencia a Dios, a Jesucristo y a la comunidad eclesial. Las consecuencias de esta actitud para la pertenencia a la Iglesia y para la identidad cristiana de los bautizados son muy graves. Los fieles que no celebran el día del Señor, se apartan poco a poco de la comunidad eclesial, de la Palabra de Dios, de la oración y de la Eucaristía, es decir, de la vida de la fe y del encuentro con Jesucristo.
Lo mismo cabe decir del olvido de las fiestas del Señor a lo largo del año litúrgico. Junto con los domingos constituyen el despliegue de los acontecimientos de la vida de Cristo en el recuerdo anual que la Iglesia va haciendo de la obra de su divino Esposo. Entre las solemnidades hay que destacar las de Navidad y Epifanía, la Anunciación del Señor, el Triduo pascual, la Ascensión, Pentecostés, la Santísima Trinidad, el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el Sagrado Corazón de Jesús, Cristo Rey y el Aniversario de la Dedicación de la S.I. Catedral. En este curso pastoral orientado a conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo, deberían potenciarse lo más posible estas y otras fiestas del Señor, como la Presentación en el Templo, la Transfiguración, la Exaltación de la Santa Cruz, etc., cuidando todos los detalles de la celebración, especialmente los signos festivos, como las campanas, los cantos, los vestidos litúrgicos, las flores, el incienso, etc. y naturalmente las homilías y los restantes elementos didascálicos, como moniciones y preces.
Ruego, por tanto, a los responsables de la vida litúrgica de las parroquias y comunidades que insistan en la celebración cristiana del domingo, explicando a los fieles su significado y los modos de referir a Cristo todos los valores humanos y religiosos del descanso, de la convivencia familiar, del deporte, del encuenttro con la naturaleza y aun del turismo. Pido también que se procure preservar el domingo y las solemnidades del año litúrgico de otras conmemoraciones que distorsionan su significado cristológico, por ejemplo, los trasladados indebidos de fiestas de santos a dichos días o la celebración de misas rituales o exequiales cuando no están permitidas. Es el misterio de Cristo el que, en definitiva, sale perjudicado.
De la misma manera ruego a los responsables de los grupos eclesiales que no organicen celebraciones eucarísticas para grupos particulares en los domingos y en las fiestas de precepto, que disgreguen las asambleas litúrgicas habituales, especialmente en las parroquias.
31. Las devociones a Cristo
No quiero dejar de aludir tampoco a las manifestaciones de la piedad popular centradas en la devoción a la Humanidad santísima de nuestro Salvador. Me refiero no sólo al amor y a la veneración que siempre han suscitado en el pueblo sencillo determinados momentos o aspectos de la vida del Señor, como su infancia, su pasión y su glorificación, sino también a las expresiones que han adquirido carta de naturaleza y son incluso recomendadas por la Iglesia. Entre estas últimas se encuentra el culto eucarístico fuera de la Misa, el culto al Sagrado Corazón de Jesús, el Via Crucis, la veneración de las imágenes del Señor, las procesiones de Semana Santa, etc.
Nacidas muchas de estas manifestaciones populares en el contexto de la liturgia, constituyen un testimonio elocuente de la grandeza del misterio de Cristo que no agota su celebración en los actos litúrgicos sino que se desborda de muchas maneras para multiplicar su acercamiento a los hombres y dejarse "poseer" por éstos, especialmente por los sencillos, los humildes y los pobres.
El objetivo pastoral del próximo curso ofrece una buena ocasión para promover las mejores expresiones de culto a Jesucristo y de encauzar las devociones populares siguiendo las recomendaciones del Concilio Vaticano II y documentos posteriores [20]. La regla de oro sigue siendo ésta: "Los ejercicios piadosos deben organizarse siguiendo los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la liturgia, en cierto modo deriven de ella y hacia ella conduzcan" (SC 13).
Un último aspecto todavía sobre el sentido que tiene el culto a nuestro Salvador tanto en la liturgia como en la piedad popular. Los fieles bien formados han tenido siempre la conciencia de que los gestos y actitudes corporales que deben realizarse dependen del modo o grado de la presencia del Señor. En efecto, en las celebraciones litúrgicas esta presencia tiene grados diversos: la presencia en la asamblea y en los ministros, la presencia en la Palabra divina y en el Evangelio, la presencia en los sacramentos con su virtud, hasta culminar en la presencia bajo los Dones eucarísticos (cf. SC 7; 33; etc.). Este último modo o grado de presencia, llamada "real" por su carácter singular y eminente, se subraya mediante el gesto de la genuflexión o de la adoración.
En este sentido la liturgia ha determinado la genuflexión cuando se pasa delante del Sagrario donde está reservado el Santísimo Sacramento, y el permanecer de rodillas durante la consagración de la Misa, salvo que la estrechez del lugar, la aglomeración de la concurrencia u otra causa razonable lo impidan (cf. OGMR 21). En el momento de ir a comulgar está indicado el hacer un gesto de adoración antes de la recepción del Sacramento (cf. OGMR 244 c; etc.), que puede consistir en una sencilla inclinación de cabeza. Celebrar a Jesucristo supone también esmerarse en estos detalles que, convenientemente explicados, son siempre bien acogidos.
32. La pastoral del Bautismo de los Niños
De cuanto se ha dicho más arriba sobre el Bautismo y, en particular en el n. 17 acerca de la función maternal de la Iglesia y la pastoral de este sacramento, se deducen algunas consideraciones de orden práctico. En primer lugar que es toda la comunidad cristiana local, la que debe sentirse interesada por la pastoral del Bautismo dentro de un proyecto más amplio de Iniciación cristiana. Es, por tanto, responsabilidad de todos los bautizados el comunicar la vida de Cristo a nuevos miembros y el ayudarles luego a alcanzar la madurez y plenitud de esta vida.
En segundo lugar esta pastoral, como la posterior educación de los bautizados en la fe mediante la catequesis y los demás medios de educación cristiana, incumbe a los párrocos como un grave deber (cf. CDC, c. 528-530; 851; etc.), pero pide la colaboración de los catequistas y de otros laicos a los que es preciso llamar, formar y alentar en esta labor. Después habrá que articular la participación de los miembros de la comunidad parroquial en las tareas concretas de la acogida de los padres y padrinos, en las catequesis prebautismales y en la incorporación de éstos a la vida de la Iglesia, si están apartados de ella, y en la preparación de la celebración.
Tengo la intención de llevar al Consejo Presbiteral, dentro del curso 1.996-97, el estudio de la pastoral del Bautismo.
33. Necesidad de la pastoral familiar y de la catequesis de adultos
La acogida y el diálogo con los padres y padrinos es una tarea especialmente urgente hoy, porque el Bautismo de los párvulos en la fe de la Iglesia se debe realizar en la confianza de la futura educación cristiana de esos niños. Los padres deberían ser los primeros en conducir a sus hijos al conocimiento de Jesucristo y la vida de la fe, por gratitud a Dios y por fidelidad a la misión recibida tanto el día de su Matrimonio como en el Bautismo de éstos. Pero los pastores constatan con dolor que la mayoría de los padres que solicitan el Bautismo para sus hijos, no han hecho un verdadero discernimiento sobre los motivos y sobre las exigencias que comporta esta petición. Frecuentemente actúan movidos por el peso de la costumbre o por un cierto sentimiento de temor a que al niño le pueda ocurrir algo, aunque no faltan padres que, en medio de su escasa formación religiosa, desean de todo corazón que sus hijos sean bautizados como lo fueron ellos.
Pero lo que hace más agudo el problema es el ambiente de increencia, de conformismo con una forma de vida materialista y hedonista, al margen de todo imperativo ético, es decir, en lo que está siendo de hecho un neopaganismo práctico cada día más extendido, y que está causando un verdadero vacío espiritual en la generación de los matrimonios jóvenes. Se teme con razón que los padres alejados de la Iglesia no sólo no van a ser los primeros educadores en la fe de sus hijos, sino que van a influir negativamente en ellos precisamente en los años más delicados de su formación. ¿Qué hacer entonces? Está claro que un breve cursillo o una visita al domicilio de la familia no resuelve el problema. Tampoco se pueden adoptar soluciones drásticas que pueden empeorar la situación. Un buena fórmula puede ser, cuando en la parroquia funciona algún grupo de catequesis de adultos, el procurar que estos padres acepten de buen grado incorporarse a él para activar su fe y su vida cristiana. Puede proponérseles también un período de maduración con el acompañamiento de otro matrimonio o del mismo sacerdote.
Después están los casos, cada día más frecuentes, de los padres que viven en una situación irregular, como las denominadas "parejas de hecho", los casados sólo civilmente, o los divorciados y vueltos a casar, etc. Y no siempre se encuentran en el entorno familiar personas que se puedan responsabilizar seriamente de la futura educación cristiana de los niños.
Por todo esto es necesario activar la pastoral del Bautismo de los niños en nuestras parroquias, pero sobre las bases de una buena pastoral familiar que acompañe a los matrimonios jóvenes durante los primeros años, y de una labor evangelizadora global tendente a formar verdaderas comunidades cristianas. La maduración de la fe de los bautizados, especialmente de los niños y de los adolescentes, requiere la existencia de una comunidad cristiana viva y de unas estructuras mínimas de catequesis de adultos en las parroquias.
34. El testimonio social entre nosotros
Como una aplicación práctica de cuanto se ha dicho en el n. 25 acerca del compromiso social de los cristianos, como testimonio de una fe acompañada de las obras, cabe recordar que una forma de testimonio entre nosotros en la hora actual es la de trabajar individual y comunitariamente, uniendo los esfuerzos a los de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en favor de la promoción social de nuestro pueblo y del desarrollo económico de estas comarcas, las más depauperadas de nuestra región.
La caridad de Cristo nos exige ser solidarios en los esfuerzos justos de carácter reivindicativo y positivo, tendentes a mejorar las condiciones de vida y las perspectivas de futuro de toda la población, pero de manera especial de quienes sufren en este momento las consecuencias de una situación de postergación económica de la zona, los jóvenes que no han tenido todavía su primer empleo, los trabajadores ocasionales, los pequeños productores de los sectores agrícola, ganadero e industrial que no ven perspectivas de mejora, etc. Intervenir en estos ámbitos económicos y laborales corresponde a los laicos, pero los pastores no podemos inhibirnos sino que hemos de formar a esos laicos y darles a conocer la doctrina social de la Iglesia, así como hacer una llamada a la justicia y a la comunicación de bienes.
No podemos olvidarnos tampoco de los problemas del mundo de la marginación: mendigos y transeuntes, drogadictos, alcohólicos, enfermos psíquicos, ancianos olvidados, etc. La atención a estas personas requiere no sólo organización sino también generosidad para poner los medios necesarios en manos de quienes se dedican a la acción caritativa y social en nombre de la Iglesia diocesana y de las parroquias.
35. Dar también testimonio de unidad
Un último ejemplo del testimonio que debemos dar todos los creyentes en Cristo lo constituye también el orar y el trabajar por la unidad de los cristianos. "¿Acaso Cristo está dividido?" se preguntaba San Pablo escribiendo a los Corintios (cf. 1 Cor 1,10-13; 3,21-23). El hecho es que durante el milenio que está concluyendo se han producido numerosas y grandes rupturas en la comunión eclesial muy difíciles de superar. Pero todos somos conscientes, sobre todo a la luz del Concilio Vaticano II, de que es necesario intensificar la oración y el compromiso en favor de la unidad deseada por Cristo (cf. Jn 17,21-22; TMA 34).
Pero el testimonio de unidad no afecta solamente a las confesiones cristianas. También en el seno de nuestra Iglesia Civitatense estamos llamados a vivir gozosamente y a fortalecer cada día la gracia de la comunión eclesial, superando con espíritu de fe y de reconciliación las posibles fisuras que ponen en peligro la unidad de los espíritus. La comunión es un bien que no puede reducirse a los aspectos externos y organizativos de la Iglesia, sino que ha de brotar de lo más profundo del corazón, con ayuda de la gracia divina. Esta comunión "para que el mundo crea" (Jn 17,21; cf. 13,34-35) ha de ser compartida por toda la comunidad diocesana, en el seno de cada una de las comunidades parroquiales y religiosas, y por todas entre sí, en el Seminario Diocesano, en los grupos apostólicos y eclesiales, en las familias, en las asociaciones de fieles, etc. ¡Cristo nos ha salvado a todos y nos congrega en su amor!
Permitidme insistir en esta vocación y en esta gracia de la unidad eclesial, queridos hermanos presbíteros. Vosotros y yo formamos el Presbiterio diocesano, signo y factor de comunión eclesial en nuestra Iglesia particular. Vivamos todos plenamente la fraternidad sacramental y apostólica, como nos pedía el Concilio Vaticano II (cf. PO 7-8) y nos ha recordado el Papa Juan Pablo II en la Exhortación Pastores Dabo Vobis [21], y tratemos en todo momento de mantener la mayor unidad en cuanto a los grandes criterios pastorales y en cuanto a las exigencias de fidelidad a nuestro ministerio para el bien de la Iglesia Civitatense.
Las comunidades religiosas sois también, dentro de la gran familia diocesana, un testimonio y una llamada a "tenerlo todo en común" (Hch 2,44), pero no olvidéis que formáis parte también de la Iglesia local y que realizáis vuestra vocación consagrada en comunión de fe y de servicio con ella [22].
La comunión de la Iglesia es uno de sus mayores bienes y, por tanto, uno de los mayores y más claros signos de evangelización. Por eso no es una cuestión de estrategia pastoral o de coordinación práctica, sino exigencia de un imperativo evangélico, el tratar de hacer visible y palpable en gestos y signos la comunión de la Iglesia diocesana. Uno de estos signos, y muy importante, es el incorporar a los propios planes de formación y de acción el Objetivo pastoral diocesano, de manera que se vea que toda la comunidad diocesana tiene conciencia de formar una familia en torno al Obispo, principio de unidad y de comunión en la Iglesia particular y vínculo con la Iglesia universal y el Sucesor de Pedro. De este modo, la pluralidad de carismas, de funciones y de tareas, lejos de dificultar la unidad, pondrá de manifiesto que todos trabajan por el bien común y la edificación del Cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 12,13; Ef 4,4-16).
36. Algunos acontecimientos eclesiales del próximo curso
El estudio y la puesta en práctica del Objetivo pastoral diocesano durante el curso 1996-97, no puede impedirnos participar en una serie de convocatorias especiales que tendrán lugar en los próximos meses tanto a nivel diocesano como a nivel nacional.
Me refiero, en primer término, a la Visita pastoral, ya anunciada y que espero comenzar, Dios mediante, en el próximo mes de septiembre. Concebida como un encuentre del Obispo no sólo con los presbíteros sino también con sus colaboradores, con los miembros de la Junta Parroquial o Consejo pastoral, con las asociaciones laicales y con los distintos grupos de fieles nos permitirá orar juntos, escucharnos e intercambiar experiencias y palabras de estímulo [23]. De nuevo pido a todos que contemplen la Visita pastoral como un acontecimiento de gracia que debe desarrollarse en un clima de fe y de diálogo fraterno. Para que las comunidades y los fieles obtengan el mayor fruto espiritual, es necesario orar y pedir las actitudes de conversión a Dios y de escucha de la voz del Espíritu, de corresponsabilidad y de comunión eclesial.
Otros acontecimientos son el Congreso "La Iglesia frente a la pobreza", coordinado por la Comisión Episcopal de Pastoral Social y que se celebrara los días 26 al 28 de septiembre; el Congreso sobre Educación en valores, organizado por el Consejo General de la Educación Católica, los días 15 al 17 de noviembre de 1.996; y el Congreso de Pastoral evangelizadora, convocado por la Conferencia Episcopal y previsto para septiembre de 1997, cuyo título es "Jesucristo, la Buena Noticia". En todos estos congresos participará una representación diocesana, que deberá acudir debidamente preparada, con la aportación de todas las personas interesadas, según la dinámica de cada congreso.
Conclusión
37. "Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre"
El Objetivo pastoral diocesano del curso 1996-97 nos invita a descubrir a Jesucristo nuestro Señor y Salvador y a profundizar en el misterio de la Encarnación, al mismo tiempo que nos lleva a renovar la pastoral de la Iniciación cristiana, en particular el sacramento del Bautismo, y a fortalecer la vida de la fe y el testimonio de los cristianos. El misterio de Jesucristo ha de presidir todas nuestras actividades y ha de ser acogido con alegría confiada, que brote de un conocimiento cada día profundo de dicho misterio, ha de ser celebrado con fe sincera y con gratitud, y ha de ser anunciado por todos los medios y en todas las circunstancias.
Para llevar a cabo todo esto contamos con la Palabra de Dios y con la presencia luminosa y estimulante del Espíritu Santo, que el Padre y el Hijo Jesucristo envían sin cesar a la Iglesia y a nuestros corazones. Y contamos también con el ejemplo y la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ella, como ha dicho el Papa, estará presente a lo largo de toda la preparación del Jubileo del año 2.000. Por tanto contamos ya con ella a lo largo de todo el curso pastoral 1.996-97 y en cada actividad que nos propongamos. Ella es nuestro mejor modelo de la fe y de la respuesta obediente a la llamada de Dios.
Pero de cara al contenido central del objetivo de este año, Conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo, María se convierte también para nosotros en Maestra en el conocimiento de su Hijo, Iniciadora en las actitudes con que es preciso celebrar el culto divino y los sacramentos, y en Mensajera adelantada del Evangelio.
Por estos motivos no dudo en poner en sus manos todos los contenidos y todas las propuestas y sugerencias de esta Exhortación, así como el curso pastoral que va a comenzar. Y con la confianza del pueblo sencillo, unido a todos vosotros, hermanos presbíteros, estimadas religiosas y queridos seminaristas y fieles laicos, la invoco y le pido:
"¡Muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre,
oh clementísima,
oh piadosa,
oh dulce Virgen María!"
Abadía de la Santa Cruz (Madrid),
6 de agosto de 1.996, fiesta de la Transfiguración del Señor
+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo
[1]. Los documentos que se citan constituyen el material que puede consultarse como complemento de esta Exhortación. Las siglas de los documentos del Concilio Vaticano II son las más conocidas: AA: Apostolicam Actuositatem; CD: Christus Dominus; LG: Lumen Gentium; SC: Sacrosanctum Concilium; etc. En nota aparecerán también otras siglas y referencias.
[2]. La Comunidad parroquial al servicio de la Evangelización, Exhort. pastoral ante el curso apostólico 1.994-95, Introducción.
[3]. Ib.
[4]. Juan Pablo II, Carta Apostólica En el umbral del Tercer Milenio, de 10-XI-1.994, Librería Ed. Vaticana 1.994 (= TMA), nn. 39-54. Véase la Exhort. La Palabra de Dios, cit., n. 5.
[5]. Rito de la Ordenación del Obispo, Interrogatorio del obispo electo.
[6]. Véase también Juan Pablo II, Encíclica Redemptor Hominis, de 4-III-1.979, nn. 13 ss.
[7]. Véase R. Blázquez, Jesús sí, la Iglesia también. Reflexiones sobre la identidad cristiana, Salamanca 1.983.
[8]. Pablo VI, Exhort. Apostólica Evangelii Nuntiandi, de 8-XII-1.975, n. 15.
[9]. Véase Pablo VI, Exhort. Apostólica, Marialis Cultus, de 2-II-1.974, especialmente nn. 3-5.
[10]Véase mi Exhortación La Palabra de Dios en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial, nn. 4-10.
[11]. Véase mi Exhortación de comienzo del curso 1.994-95: La comunidad parroquial al servicio de la Evangelización hoy, II parte: "La parroquia en la Iglesia particular".
[12]. Véase la III parte de la citada Exhortación.
[13]. Ib., n. 2.2.3.
[14]. Véase también Juan Pablo II, Exhort. postsinodal Vita Consecrata, de 25-III-1.996, n. 30.
[15]. Véase Juan Pablo II, Exhort. Apostólica Christifideles laici, de 30-XII-1.988, nn. 10-13.
[16]. Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. postsinodal Familiaris Consortio, de 22-XI-1981, n. 13; Ritual del Matrimonio, II ed. típica (Coeditores litúrgicos 1996), Introd. general, n. 7.
[17]. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Catechesi Tradendae, de 16-X-1.979, n. 5.
[18]. Sobre cuanto acabo de decir, véanse los nn. 17 y ss. de mi Exhort. La Palabra de Dios en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial.
[19]. Véase el Directorio sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31-I-1.994, nn. 3-11.
[20]. Véase el Directorio sobre la piedad popular del Secretariado Nacional de Liturgia, publicado en 1989.
[21]. Véase el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, nn. 25-29.
[22]. Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Vita Consecrata, n. 42.
[23]. Véase el Anuncio de la Visita pastoral, en el Boletín Oficial del Obispado, de julio-agosto de 1996.
EL MINISTRO DE LA EUCARISTIA
Carta a los presbíteros en la Cuaresma de 2000
Sumario
Introducción
1. A las puertas de la Cuaresma del Año Santo
I. SACERDOCIO MINISTERIAL Y EUCARISTIA
2. Ministros de Cristo: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19)
3. Para edificar la Iglesia: "un solo Cuerpo" (1 Cor 10,17)
4. En la persona de Cristo: "a vosotros os llamo amigos" (Jn 15,15)
5. En nombre de la Iglesia: "sacerdocio real, nación consagrada" (1 Pe 2,5)
6. Bendición del Padre: "para alabanza de su gloria" (Ef 1,6)
II. ESPIRITUALIDAD DEL MINISTRO DE LA EUCARISTIA
7. Unidos a Jesucristo: nota cristológica
8. Dóciles al Espíritu Santo: nota pneumatológica
9. Vinculados a la Iglesia: nota eclesiológica
10. Transformados por la Eucaristía: nota eucarística
III. APLICACIONES PRACTICAS
A) Actitudes operativas de tipo general
11. Presidir como servidores, no como dueños de la celebración
12. Crear y mantener un adecuado clima religioso
13. Actuar con una fidelidad creativa
14. Atender a la dimensión evangelizadora de la Eucaristía
15. Asegurar la participación de los fieles
16. Respetar la estructura de la celebración y el ejercicio de los ministerios
17. Cuidar los aspectos expresivos y comunicativos
18. Preparación personal antes de la celebración
19. Preparar también los libros litúrgicos y otros elementos
B) Sugerencias para cada parte de la celebración
20. Los ritos de introducción
21. La liturgia de la Palabra
22. La liturgia eucarística:
a) La preparación de los dones
b) La plegaria eucarística
c) Los ritos de la comunión
23. Los ritos de despedida
A modo de conclusión
EL MINISTRO DE LA EUCARISTIA
Carta a los presbíteros en la Cuaresma de 2000
"Que la gente vea en vosotros ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Cor 4,1)
Queridos hermanos presbíteros:
Al llegar la Cuaresma del "año de gracia del Señor", el Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento de Jesucristo, quiero compartir con vosotros unas reflexiones y orientaciones para ayudaros en vuestro ministerio presbiteral.
Os saludo deseándoos una fecunda y gozosa celebración de la Pascua, cuyo comienzo coincidirá prácticamente con el Jubileo del Presbiterio diocesano en la mañana del Martes Santo en la Misa Crismal. Debemos prepararnos ya desde ahora para ambos acontecimientos, realizando el itinerario de conversión y de renovación que propone el Año Santo. Os escribo teniendo en cuenta el objetivo diocesano de este curso: "Celebrar el Jubileo del Nacimiento de Jesucristo como glorificación de la SS. Trinidad, especialmente en la Eucaristía, fuente y centro de la comunión y de la misión de la Iglesia".
1. A las puertas de la Cuaresma del Año Santo
En efecto, la Cuaresma invita, como lo hace el Año Santo, a la conversión y a la reconciliación. No en vano el Jubileo es "año de perdón de los pecados y de las penas por los pecados, año de reconciliación entre los adversarios, año de múltiples conversiones y de penitencia sacramental y extrasacramental (TMA 14). La Cuaresma facilita el retorno a la casa paterna para renovar la adhesión personal a Jesucristo y acoger con mayor fruto una renovada efusión del Espíritu Santo. Celebrando la Cuaresma experimentaremos con mayor intensidad "el gozo por la remisión de las culpas, la alegría de la conversión" (TMA 32).
El Jubileo ha de ser "un año intensamente eucarístico", porque "en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina" (TMA 55). Por este motivo quiero fijarme ahora en el ministerio de la presidencia de la Eucaristía, de la misma manera que el año pasado, al llegar también la Cuaresma, me ocupé del ministerio de la reconciliación.
La primera parte y la segunda de la carta tratan, respectivamente, de la dimensión teológica y espiritual del sacerdocio ministerial en relación con la Eucaristía. La tercera parte ofrece algunas aplicaciones prácticas.
I. SACERDOCIO MINISTERIAL Y EUCARISTIA
2. Ministros de Cristo: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19)
Nunca daremos gracias suficientemente al Padre que quiso asociarnos con su Hijo Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, por medio de un don especial del Espíritu Santo. Como enseña el Concilio Vaticano II: "Dios consagra a los presbíteros, por ministerio de los Obispos, para que participando de una forma especial del sacerdocio de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros de quien por medio de su Espíritu efectúa continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia. Por el Bautismo introducen a los hombres en el Pueblo de Dios; por el Sacramento de la Penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la Iglesia; con la Unción de los enfermos alivian a los enfermos; con la celebración, sobre todo, de la Misa ofrecen sacramentalmente el Sacrificio de Cristo" (PO 5).
Por medio del sacramento del Orden nos ha sido concedido participar de un modo especial en la condición sacerdotal de Jesucristo. En virtud de esta participación peculiar, distinta en esencia y en grado del sacerdocio común de los fieles [1], todo sacerdote (obispo o presbítero) representa en medio de la comunidad cristiana a Jesucristo, nuestro único Mediador delante del Padre (cf. 1 Tm 2,5), y actúa en su nombre con una potestad sagrada para perpetuar a lo largo del tiempo la oblación de quien es a la vez "Sacerdote, Víctima y Altar" [2]. Por eso "sólo Cristo es el verdadero Sacerdote, los demás somos ministros suyos" [3].
Al mandar a los Apóstoles en la última Cena: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19; 1 Cor 11,25), el Señor los consagró como sacerdotes de la Nueva Alianza, para que ellos y sus sucesores en el sacerdocio hiciesen presente el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la Cruz [4]. La continuidad de esta misión está garantizada por la sucesión apostólica, mediante la cual aquella misión ha de durar hasta el fin de los siglos (cf. LG 20; CCE 1087).
3. Para edificar la Iglesia: "un solo Cuerpo" (1 Cor 10,17)
De la participación especial en el sacerdocio de Jesucristo por medio del sacramento del Orden, brota también la competencia del sacerdocio ministerial. Esta consiste esencialmente en actualizar por el poder del Espíritu Santo el sacrificio redentor de nuestro Salvador. Por eso la presidencia de la celebración eucarística constituye la principal acción sacerdotal del ministro de Cristo y el momento en el que se produce el mayor grado de identificación personal con su Señor. Por eso la Eucaristía constituye no sólo la razón de ser del sacerdocio ministerial en la Iglesia, sino también la cumbre y el centro de la existencia sacerdotal (cf. LG 28; PO 5).
Esto es fácilmente comprensible si se tienen en cuenta la importancia que la Eucaristía tiene para la Iglesia, y el hecho de que solamente el sacerdote válidamente ordenado puede presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, garantizando con su actuación ministerial el sacrificio eucarístico [5]. Por eso, cuantas veces se celebra en el altar el memorial del sacrificio de Cristo, se realiza la obra de nuestra redención (cf. SC 2; LG 3). En este sentido el ministerio sacerdotal coopera decisivamente en la edificación de la Iglesia como cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 10,16-17; 14,12). La Eucaristía, sumo bien de la Iglesia, es fuente y cumbre de toda acción evangelizadora y centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero (cf. PO 5), pues "no se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía" (PO 6).
4. En la persona de Cristo: "a vosotros os llamo amigos" (Jn 15,15)
El ejercicio del sacerdocio ministerial en la Eucaristía pone de manifiesto una doble vinculación en el ministro ordenado. Por una parte con Cristo, a quien está unido por el sacramento del Orden, y por otra parte con la Iglesia, en cuyo nombre actúa también.
Respecto de Cristo el ministro representa a quien es el sumo Sacerdote y Cabeza de la comunidad cristiana. Ha sido el mismo Señor el que ha querido servirse del sacerdocio ministerial para poner de manifiesto en la Iglesia su presencia santificadora sobre todo en las acciones litúrgicas (cf. SC 7). El sacramento del Orden ha hecho de todo sacerdote "instrumento vivo de Cristo" (PO 12), "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor", a fin de que actúe "in persona Christi", es decir, personificando a Cristo sobre todo en la celebración eucarística, como he indicado antes [6].
Esto es una gran prueba de amor y de amistad por parte de Cristo: "'Amigos': así llamó Jesús a los Apóstoles. Así también quiere llamarnos a nosotros que, gracias al sacramento del Orden, somos partícipes de su Sacerdocio... ¿Podía Jesús expresarnos su amistad de manera más elocuente que permitiéndonos, como sacerdotes de la Nueva Alianza, obrar en su nombre, in persona Christi Capitis? Pues esto es precisamente lo que acontece en todo nuestro servicio sacerdotal, cuando administramos los sacramentos y, especialmente, cuando celebramos la Eucaristía. Repetimos las palabras que El pronunció sobre el pan y el vino y, por medio de nuestro ministerio, se realiza la misma consagración que Él hizo. ¿Puede haber una manifestación de amistad más plena que ésta? Esta amistad constituye el centro mismo de nuestro sacerdocio ministerial" [7].
5. En nombre de la Iglesia: "sacerdocio real, nación consagrada" (1 Pe 2,5)
El sacerdote está vinculado también con la Iglesia Esposa y cuerpo de Cristo, congregada en la unidad y asociada a Él para celebrar el misterio de la salvación. En efecto, el sacerdote "preside la asamblea congregada, dirige su oración, le anuncia el mensaje de la salvación, se asocia al pueblo en la ofrenda del sacrificio por Cristo en el Espíritu Santo a Dios Padre, da a sus hermanos el pan de la vida eterna y participa del mismo con ellos" (OGMR 60; cf. SC 33). Al hacer todo esto el sacerdote interviene "en nombre de todo el pueblo santo" [8], por lo que puede ser llamado también "ministro de la Iglesia".
Sin embargo estas expresiones no quieren decir que él sea un delegado de la comunidad o que haya sido constituido por ésta para ejercer el ministerio. En realidad el sacerdote representa a la Iglesia en la medida en que hace presente a Cristo en la comunidad reunida (cf. CCE 1552-1553). Aunque es toda la Iglesia la que ora y celebra, su oración y su ofrenda son inseparables de la oración y de la ofrenda de Cristo, su Cabeza. La liturgia es siempre el ejercicio del sacerdocio del Cristo total, Cabeza y miembros (cf. SC 7).
Por eso la asamblea de los fieles alcanza su plenitud expresiva como pueblo sacerdotal cuando es presidida por el ministro ordenado. El sacerdote contribuye de este modo a que la celebración eucarística sea la principal manifestación de la Iglesia (SC 41-42; LG 26). En efecto, en toda legítima reunión local de los fieles unidos a sus pastores se realiza el misterio de la Iglesia, "sacramento, señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género hunmano" (LG 1; etc.).
6. Bendición del Padre: "para alabanza de su gloria" (Ef 1,6)
Estos aspectos teológicos del sacerdocio ministerial invitan a considerarlo como una bendición que viene del Padre, "dispensador de todo don y gracia" [9]. No en vano el sacerdocio es un don de Dios a la comunidad cristiana. Pero es también una especial "bendición espiritual" (Ef 1,3) para quienes hemos sido llamados y consagrados para este ministerio mediante la especial efusión del Espíritu Santo efectuada en la ordenación. En ella el Padre renueva en los elegidos el Espíritu de santidad a fin de asimilarlos de un modo especial a su Hijo Jesucristo [10]. La conciencia de este don pide en todos nosotros una actitud de reconocimiento humilde y de acción de gracias continua, "para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1,6).
Brota de este modo la dimensión trinitaria de la espiritualidad sacerdotal. En efecto, si todo fiel cristiano, por medio del Bautismo, está ya en comunión con Dios Uno y Trino, el sacerdote ha sido constituido además en una relación particular y específica con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Con el Padre en cuya realidad misteriosa e insondable hunde sus raíces la identidad sacerdotal, y en quien nuestra vida y ministerio tiene su origen último. Con el Hijo y Señor nuestro Jesucristo, a quien estamos unidos mediante el "carácter" sacerdotal impreso en nuestras almas por el sacramento del Orden. Con el Espíritu Santo que por su acción ha hecho de nosotros, para siempre, ministros de Cristo y de la Iglesia. Nuestro ministerio cobra un gran relieve cuando es contemplado desde el misterio de la Santísima Trinidad [11].
II. ESPIRITUALIDAD DEL MINISTRO DE LA EUCARISTIA
Lo que acabo de indicar nos invita a profundizar en la espiritualidad del sacerdocio ministerial. Me voy a referir solamente a algunos aspectos, en concreto a las notas cristológica, pneumatológica, eclesiológica y eucarística. No son las únicas notas, pero las considero muy importantes desde el punto de vista de la finalidad de esta carta cuaresmal. El ejercicio del sacerdocio ministerial nos obliga a buscar la perfección según la palabra del Señor: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).
7. Unidos a Jesucristo: nota cristológica
Todo sacerdote, ha sido "enriquecido con una gracia particular para poder alcanzar mejor, por el servicio de los fieles que se le han confiado y de todo el Pueblo de Dios, la perfección de aquel a quien representa" (PO 12). En este sentido la celebración eucarística es momento privilegiado para vivir la configuración personal con Cristo otorgada por el sacramento del Orden. Al presidir la asamblea, el sacerdote ha de estar estrechamente unido a Cristo y manifestar, aun en el porte externo, el carácter santo de la acción que realiza como instrumento vivo de la presencia del Señor en su Iglesia.
La facultad de representar a Cristo en medio de los fieles nos pide también que nos esforcemos en "conformar la vida con el misterio de la cruz del Señor", como dice el obispo al neopresbítero al poner en sus manos la ofrenda del pueblo santo para el sacrificio eucarístico. El misterio de la cruz requiere no sólo una identificación con la actitud de servicio y de entrega generosa de Cristo que nos "amó hasta el extremo" (Jn 13,1; cf. 15,12-15), sino también el compromiso constante de perfeccionar la gracia bautismal muriendo cada día al pecado para vivir en la novedad de la resurrección: "Date cuenta de lo que haces e imita lo que conmemoras, de tal manera que al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, te esfuerces por hacer morir en ti el mal y procures caminar en una vida nueva" [12].
8. Dóciles al Espíritu Santo: nota pneumatológica
La celebración de la Eucaristía pone de manifiesto también la acción del Espíritu Santo en el misterio eucarístico y en el ministro ordenado. En efecto, el Espíritu Santo actualiza el sacrificio de Cristo transformando los dones del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor. Por eso, en el corazón mismo de la plegaria eucarística, nosotros suplicamos al Padre que envíe el Espíritu santificador sobre los dones y sobre todos los fieles que han de recibirlos una vez consagrados. Esta invocación se llama epíclesis y revela el poder eficaz del Espíritu Santo (cf. CCE 1105-1106).
Pero también el sacramento del Orden es fruto del Espíritu: "El día de la ordenación presbiteral, en virtud de una singular efusión del Paráclito, el Resucitado ha renovado en cada uno de nosotros lo que realizó con sus discípulos en la tarde de la Pascua, y nos ha constituido en continuadores de su misión en el mundo (cf. Jn 20,21-23)" [13]. Cristo quiso compartir con ellos y a través de ellos con nosotros, su misma consagración sacerdotal. La conciencia de esta participación en la unción y en la misión de Cristo debe impulsarnos a ser especialmente dóciles al Espíritu Santo en toda nuestra vida, ya que estamos también al servicio de su misión santificadora en la Iglesia.
9. Vinculados a la Iglesia: nota eclesiológica
En la celebración eucarística el presbítero es también miembro de la asamblea. Su actuación debe estar impregnada de un sentimiento de cercanía afectuosa a los fieles, y sus actitudes deben ser las propias de un hermano mayor, ya iniciado, que inicia a los demás. Pero en su condición de signo personal de Cristo, Cabeza de la Iglesia, el presbítero no puede confundirse con la asamblea. En efecto, la preside en nombre de Cristo, y con la autoridad del Señor proclama la Palabra, la explica, pronuncia la plegaria eucarística y santifica a los fieles. Hacer esto no es un privilegio, sino un servicio necesario que debe ayudarle a no perder su propia identidad ministerial (cf. OGMR 60). Se produce así una especie de alteridad que no sólo no aleja al ministro de los fieles sino que lo relaciona de una manera más viva con ellos: "Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Mt 20,28; cf. PO 12; etc.). La presidencia litúrgica recuerda a toda la comunidad que la Eucaristía es un don y un acto del Señor Jesucristo.
Además el presbítero ha de ser consciente de que preside la celebración haciendo las veces del obispo diocesano local, y por tanto en comunión con él y, a través de él, con el Papa y con toda la Iglesia. Las plegarias eucarísticas ponen de relieve esta comunión con distintas fórmulas, coincidentes en lo fundamental: que "toda celebración eucarística legítima es dirigida por el obispo, ya sea personalmente, ya por los presbíteros, sus colaboradores" (OGMR 59; LG 26; 28; SC 26; 42) [14].
10. Transformados por la Eucaristía: nota eucarística
La presidencia de la celebración eucarística no debe hacer olvidar al sacerdote que está llamado también a unirse personalmente al Sacrificio de Cristo, ofreciendo su propia vida juntamente con la Víctima santa y participando con las mejores disposiciones del sagrado banquete que su intervención ministerial hace posible. El dinamismo de la acción eucarística debe llevar al sacerdote a un grado tal de participación interna y externa, que sienta cómo toda su existencia se va enraizando cada día más en el misterio de Cristo como sugiere el prefacio de la Misa Crismal: "Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y de amor". La expresión más clara de esta identificación con Cristo a través de la Eucaristía es la caridad pastoral por la que el sacerdote se entrega a la Iglesia, y que determina su modo de pensar y de actuar, su ministerio y su conducta [15].
La importancia que la Eucaristía tiene en la vida de todo sacerdote debe conducirnos al compromiso de celebrarla diariamente, aun cuando no estuviere presente ningún fiel (cf. CDC, c. 904), y a vivirla como momento central de la jornada y como la ocasión de un profundo encuentro con el Señor y el Amigo. La centralidad de la Eucaristía en nuestra vida se manifiesta así mismo en el culto y en la devoción eucarística fuera de la Misa según las recomendaciones de la Iglesia [16]. En este punto los sacerdotes hemos de preceder al pueblo con el ejemplo, además de invitarlo con la palabra.
III. APLICACIONES PRACTICAS
Las sugerencias que siguen, basadas en la Ordenación general del Misal Romano (= OGMR), quieren ser una ayuda para los presbíteros en el ejercicio del ministerio de la presidencia de la Eucaristía. Primeramente aludo a unas actitudes generales de carácter operativo (A). Y finalmente hago una serie de indicaciones para cada una de las partes de la celebración (B).
A) Actitudes operativas de tipo general
11. Presidir como servidores, no como dueños de la celebración
Todas las acciones litúrgicas son "celebraciones de la Iglesia" que pertenecen a todo el cuerpo eclesial (cf. SC 26). Es "toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra" (CCE 1140). Por este motivo el ministro no es en ningún supuesto dueño de la celebración. En efecto, en la liturgia apenas se dice "yo" sino "nosotros". Este "nosotros" es la voz de la Iglesia, Esposa de Cristo, unida y asociada a su Señor para dirigirse al Padre en el Espíritu Santo (cf. SC 83-84; LG 4) [17].
Cuando ora en nombre de la asamblea, expresa lo que la Iglesia quiere decir a Dios y cuando realiza los gestos sacramentales, es dispensador de unos bienes que pertenecen a Cristo que lo ha elegido y consagrado para que haga sus veces y esté en medio del pueblo santificándolo y ayudándole a hacer de su vida el culto al Padre en el Espíritu Santo y en la verdad (cf. Jn 4,23).
12. Crear y mantener un adecuado clima espiritual
Al celebrar la Eucaristía es necesario atender a todos los aspectos de la liturgia, procurando que todo transcurra no sólo con el necesario sosiego y evitando la prisa, la superficialidad y el desorden, sino también con un adecuado clima espiritual y gozoso [18]. Presidir mal no solamente es un síntoma de debilitamiento interior, sino que es una dejación en la función de quien ha de educar continuamente al pueblo con el ejemplo además de la palabra. Por eso es fundamental también cuidar de que todo transcurra con la necesaria dignidad y compostura tanto en la celebración de la Misa como antes y después de ella. Así mismo se debe observar la máxima reverencia hacia el Santísimo Sacramento, por ejemplo, en el modo de trasladarlo y reservarlo, en la genuflexión al pasar por delante del Sagrario, en el silencio que ha de observarse en la iglesia, para evitar lo que sin duda son indicios de la pérdida del sentido de lo sagrado [19].
Por tanto no está de más reclamar, con discreción pero con firmeza, que en el interior de las iglesias se guarde el mayor respeto posible. Las visitas turísticas, la concurrencia a funerales, a bodas y a otras celebraciones sacramentales, la toma de fotografías y de imágenes, etc., producen la impresión de que no hay diferencia entre la calle y la iglesia, al contrario de lo que ocurre en los templos de otras religiones. La Eucaristía se ha de celebrar normalmente en la iglesia, a no ser que la necesidad exija otra cosa, que el Ordinario habrá de juzgar dentro de su jurisdicción.
13. Actuar con una fidelidad creativa
Por el mismo motivo el sacerdote no puede organizar la celebración en aquellos aspectos determinados ya por la Iglesia, según su preferencia particular o la de un grupo concreto. El respeto a los aspectos normativos del Misal es algo connatural al ministerio que se le ha confiado. Ahora bien, los mismos libros litúrgicos permiten un margen de flexibilidad, dentro del respeto a las estructuras fundamentales de la celebración, y ofrecen y en ocasiones aconsejan una cierta adaptación (cf. OGMR 313 ss.).
De ahí las exigencias de una sana creatividad en la fidelidad, que excluye tanto la introducción de cambios injustificables, como la repetición casi material de las celebraciones sin la debida atención a las adaptaciones que competen al ministro según las diversas situaciones de los fieles contempladas en los libros litúrgicos [20]. A la hora de preparar una celebración y de realizarla, es preciso tener presente, por ejemplo, la distinción entre las funciones que competen a los ministros y las que pueden y deben
desempeñar los laicos, a fin de que unos y otros realicen todo y solo aquello que les corresponde según la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas (cf. SC 28).
14. Atender a la dimensión evangelizadora de la Eucaristía
La celebración eucarística tiene una gran fuerza evangelizadora, que forma parte de la entraña misma del sacramento de nuestra fe, pues "cada vez que coméis este pan y bebemos de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1 Cor 11,26). El anuncio se realiza mediante los gestos, las palabras y los símbolos que intervienen en la celebración. Es, pues, toda la acción ritual la que es evangelizadora y no solamente algunas partes como las lecturas o la homilía. Con toda razón la Eucaristía "aparece como fuente y cima de toda evangelización" (PO 5), verdad de la que se derivan no pocas consecuencias pastorales especialmente en el campo de la catequesis y de la educación en la fe.
Al presidir la Eucaristía, el presbítero ha de ser consciente también de que ésta es también fuente permanente de la misión evangelizadora. Todo el que participa intensamente en la celebración eucarística, se sentirá llamado a transmitir a sus hermanos lo que ha vivido, compartiendo con ellos la alegría del encuentro con el Señor (cf. Mt 28,30; Lc 24,33‑35) [21].
15. Asegurar la participación de los fieles
El presidente de la asamblea eucarística ha de estar convencido de la importante función que le corresponde en orden a asegurar que "en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente" (SC 11). Ahora bien, el concepto de "participación activa" significa que la liturgia es acción comunitaria, pero esto no quiere decir que tenga que ser esbozada de nuevo, obedeciendo a un permanente cambio de estructuras a fin de hacer intervenir continuamente a todos los participantes. La participación activa pide también la interiorización de la acción litúrgica.
Se trata, por tanto, de guiar a los fieles hacia una participación plena, esto es, interna y externa, en el desarrollo de la celebración, no de configurar ésta con vistas a la participación externa. La "viveza" de una celebración es una idea ambigua, y en muchos casos denota una nueva forma de clericalismo condescendiente. A veces la comunidad siente también la tentación de "celebrarse a sí misma", sobre todo cuando la liturgia se convierte en manifestación de realizaciones y compromisos, en vez de atender al misterio celebrado. Habrá que recordar alguna vez el deber de asistir a la Misa dominical y la conveniencia de frecuentar la Eucaristía incluso diariamente, sin olvidar la obligación de recibir el Cuerpo de Cristo con las debidas disposiciones, acudiendo a la confesión sacramental cuando se tenga conciencia de pecado grave.
16. Respetar la estructura de la celebración y el ejercicio de los ministerios
El ordenamiento actual de la celebración eucarística y la distinción de ministerios y funciones, facilitan la acción de toda la asamblea como sujeto integral de la celebración y la actuación específica del sacerdocio ministerial en relación con el sacerdocio común de todos los fieles (cf. OGMR proemio 4-5; 7; 58; etc.). Los distintos ministerios están al servicio de la Palabra de Dios y del altar, pero también al servicio de la asamblea. Los signos de la presidencia litúrgica, como la sede y los vestidos litúrgicos, tienen la finalidad de mostrar el carácter jerárquico y ministerial de una asamblea que es presidida por quien hace las veces de Cristo Cabeza (cf. OGMR 60; etc.).
El significado de cada parte de la celebración está descrito en el Misal Romano atendiendo a una triple referencia: la naturaleza de cada elemento, fijada por la tradición litúrgica; su función en el interior del rito, que configura el dinamismo de toda la celebración; y las modalidades de su realización práctica, muchas veces según la oportunidad y atendiendo a la situación de los fieles (cf. OGMR 24-57).
17. Cuidar los aspectos expresivos y comunicativos
En la liturgia ningún elemento carece de significado. Todo tiene una hermosa unidad y deja entrever la admirable "mistagogia" de la Iglesia, en la que las palabras, los gestos y los signos conducen a los fieles "de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los 'sacramentos' a los 'misterios'" (CCE 1075). En la celebración conviene estar atentos a los aspectos expresivos y comunicativos, como los gestos de los ministros, realizados con naturalidad y sin afectación, y las actitudes y movimientos de los fieles, para que éstos no asistan "como extraños y mudos espectadores" (SC 48) [22]. Por eso la mejor "catequesis litúrgica" será siempre una buena celebración en la que encuentren adecuado equilibrio la actuación de los ministros y las intervenciones del pueblo, las lecturas y el canto, la oración común y el silencio. Hoy es fundamental cuidar la visibilidad y la acústica, para que todos puedan ver y oir con facilidad a los ministros.
Por otra parte, "la naturaleza y belleza del lugar y de todos los utensilios sea capaz de fomentar la piedad y mostrar la santidad de los misterios que se celebran" (OGMR 257). En efecto, el espacio celebrativo y todo el conjunto de signos y símbolos, como los vestidos y el resto del ajuar litúrgico, están impregnados de la experiencia del misterio. La misma ornamentación expresa y traduce la vivencia de la fe y de lo que se celebra [23]. La noble sencillez no está reñida con la belleza, y en todo se ha de procurar "que las cosas destinadas al culto sean en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales" (SC 122). Por otra parte, debería usarse más el incienso especialmente en las misas de los domingos y fiestas.
18. Preparación personal antes de la celebración
Para asegurar una buena participación en la celebración eucarística es necesario que tanto los ministros como los fieles "se acerquen a la liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz, y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano" (SC 11). En particular el sacerdote ha de ser consciente de que va a hacer las veces de Cristo, presidiendo la asamblea congregada, dirigiendo su oración, anunciando el Evangelio, asociando al pueblo al Sacrificio de Cristo que él ha de consagrar, y repartiendo el Pan de la vida a sus hermanos [24]. El que preside es una figura pública que debe actuar con sencillez y normalidad, sin rigideces ni automatismos. También por estas razones es fundamental la ejemplaridad del ministro. "Aunque no sea ésta la intención del sacerdote, es importante que los fieles le vean recogido cuando se prepara para celebrar el Santo Sacrificio, que sean testigos del amor y la devoción que pone en la celebración, y que puedan aprender de él a quedarse algún tiempo para dar gracias después de la comunión" [25].
Para facilitar la preparación de la comunidad y de los ministros es conveniente, como ya se ha indicado antes, crear un clima religioso y fraterno por medio de la ambientación del lugar, el silencio y la acogida de los fieles; y procurar que todas las personas que han de intervenir, designadas con tiempo suficiente, conozcan el desarrollo del rito y las diversas intervenciones como las lecturas y las intenciones de la oración universal. Es muy oportuno un breve ensayo de los cantos antes de comenzar. "Nada se deje a la improvisación, ya que la armónica sucesión y ejecución de los ritos contribuye muchísimo a disponer el espíritu de los fieles a la participación eucarística" (OGMR 313) [26].
Corresponde al sacerdote llamar a niños e instruirlos oportunamente para que ejerzan la función del acólito, necesaria no sólo por razones prácticas sino también para resaltar mejor la relevancia del ministro de la Eucaristía.
19. Preparar también los libros litúrgicos y otros elementos
Es indispensable hoy un esfuerzo mayor en la preparación efectiva de las celebraciones (cf. OGMR 73), atendiendo responsablemente "al bien espiritual común de la asamblea", sobre todo a la hora de la elección, cuando es posible hacerla, de los textos, de las lecturas y de los cantos "que mejor respondan a las necesidades y a la preparación espiritual y modo de ser de quienes participan" (OGMR 313), para que la Eucaristía sea siempre la "fuente primera e indispensable" de la vida cristiana (cf. SC 14). En todo caso conviene registrar los libros antes de empezar la celebración, sin olvidar el de la Oración de los Fieles.
Es muy importante elegir los cantos de acuerdo con su función y el tiempo litúrgico [27]. Los del Ordinario de la Misa deben tener inalterado el texto, los demás una letra válida doctrinalmente y una melodía apta litúrgica y pastoralmente. Habrá que preparar formas suficientes para que los fieles comulguen del mismo sacrificio en el que participan (cf. OGMR 56h), y que por su consistencia aparezcan verdaderamente como alimento (cf. ib. 283). Si se preparan otros dones además del pan y del vino, para ser presentados en su momento, que estén destinados verdaderamente a los pobres o a la Iglesia.
Conviene adornar el altar con sobriedad y buen gusto, según los tiempos litúrgicos y la forma de la mesa. La cruz y los candelabros no han de estar necesariamente sobre aquel, y menos aún hojas, gafas, micrófonos demasiado visibles, flexos, etc. La colocación de la sede y del ambón han de facilitar la comunicación con el pueblo. Los ornamentos han de ser dignos y limpios, sin necesidad de que sean lujosos; pero en los domingos y fiestas se usarán ornamentos mejores. El que preside ha de llevar la casulla sobre el alba y la estola (cf. OGMR 299). Tan sólo los concelebrantes, si no hay ornamentos suficientes, pueden prescindir de ella (cf. ib. 161).
Estas indicaciones tienen aplicación también en las concelebraciones, para que aparezcan como expresión de la unidad del sacerdocio, del sacrificio y del pueblo de Dios (cf. OGMR 153 ss.).
B) Sugerencias para cada parte de la celebración
20. Los ritos de introducción
"La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oir como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía" (OGMR 24). En efecto, además de abrir la celebración, invitan a la conversión y a reconocer la presencia del Señor en medio de los suyos (cf. OGMR 28). Se debería tener en cuenta que:
-el canto de entrada debe ser cantado por toda la asamblea y no sólo por un coro y aludir a la fiesta o al tiempo litúrgico; la procesión de los ministros al altar puede resaltarse llevando el Evangeliario o el Leccionario por el diácono o por un lector;
-el saludo a la comunidad desde la sede debe hacerse en tono amable y cordial, con las palabras rituales; el sacerdote puede hacer una breve monición alusiva a la celebración;
-el acto penitencial se hace con una de las fórmulas previstas; si se usa la tercera forma, bastan unas breves invocaciones, sin señalar motivos para el arrepentimiento; es importante observar el breve silencio a continuación de la invitación a reconocerse pecadores; los domingos, sobre todo de Pascua, es conveniente hacer la aspersión con el agua para recordar el bautismo; en este caso y cuando tiene lugar un rito litúrgico al comienzo de la celebración, se omite el acto penitencial;
-el Gloria pide ser cantado por toda la asamblea en directo o a dos coros; nunca puede ser sustituido por otro canto semejante;
-la oración colecta, precedida de la pausa silenciosa, debe ser cantada o recitada con voz alta y clara; es importante no abreviar la conclusión, que expresa la orientación trinitaria de la plegaria cristiana.
21. La liturgia de la Palabra
"Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la Liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal o de los fieles, la desarrollan y concluyen. En las lecturas, que luego comenta la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación, y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta palabra divina la hace suya el pueblo con los cantos, y muestra su adhesión a ella con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración universal hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo" (OGMR 33).
Se ha de cuidar con especial esmero esta parte de la acción litúrgica, en la que la proclamación del Evangelio ocupa un puesto eminente (cf. OGMR 13; OLM 13 y 17). La mayoría de los fieles que acude a la Misa dominical no suele tener otro contacto con la Palabra de Dios. Por otra parte la liturgia de la Palabra, íntimamente unida a la liturgia del Sacrificio (cf. SC 56), prepara a los fieles para participar en él más fructuosamente (cf. OLM 10). En este contexto la homilía, como "parte de la misma liturgia" (SC 52), ayuda a penetrar en el sentido de las lecturas y en el misterio celebrado (cf. OGMR 41-42) [28]. En concreto:
-las lecturas han de ser leídas por lectores que ayuden con su actitud espiritual y su preparación técnica a la adecuada comunicación de la Palabra de Dios [29]; las lecturas no pueden ser sustituidas nunca por textos no bíblicos (cf. OLM 12); en ocasiones se pueden elegir otras, u omitir una pero no el Evangelio, o leer la más breve (cf. OGMR 318-320); es importante el silencio previo a la lectura y durante ésta, así como el buen funcionamiento de la megafonía; una breve monición a cada lectura o una oportuna a todas ellas, contribuye a la comprensión de la Palabra de Dios;
-el salmo responsorial, que es también Palabra de Dios, se debe cantar por un salmista o recitar por otro lector; de ningún modo puede ser sustituido por un canto cualquiera [30];
-la proclamación del Evangelio va acompañada de la signación y el beso del libro; en la misa dominical y en las fiestas debería hacerse la procesión con luces, la incensación, y cantarse el aleluya (salvo en Cuaresma); es importante también la dignidad del libro;
-la homilía expone el misterio que se celebra y los principios de la vida cristiana (cf. SC 52); pero no es exégesis, ni catequesis, ni exposición doctrinal, ni panegírico, ni oración fúnebre; ha de tener una intención evangelizadora y mistagógica, con un lenguaje sencillo y un tono cercano y familiar; después del Evangelio o, en su caso, de la homilía, es conveniente una breve pausa de silencio para que los fieles mediten en su interior la Palabra divina;
-la profesión de fe se puede recitar o cantar por toda la asamblea; solamente en la noche de Pascua o en las misas en las que se administran los sacramentos de la Iniciación Cristiana se sustituye por la triple interrogación;
-la oración de los fieles debe hacerse confiando al diácono o a un solo lector el enunciado de las intenciones y resaltando la respuesta de la asamblea, la verdadera oración de los fieles, por ejemplo mediante el canto; las intenciones han de ser sobrias, proponiendo los motivos de la petición, no demasiado didácticas y respetando el carácter universal de esta plegaria;
22. La liturgia eucarística
"La última Cena, en la que Cristo instituyó el memorial de su muerte y resurrección, se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que hicieran en memoria suya... De ahí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia eucarística según estas mismas partes, con las palabras y gestos de Cristo. En efecto: 1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos alimentos que Cristo tomó en sus manos. 2) En la plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la aobra de la salvación, y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo. 3) Por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles, y por la comunión los mismos fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo" (OGMR 48).
La secuencia de ritos y plegarias de la liturgia eucarística entraña el anuncio eficaz de la muerte del Señor hasta su retorno (cf. 1 Cor 11,26). Por eso todas las liturgias coinciden en lo fundamental de esta secuencia.
a) La preparación de los dones comprende la procesión de ofrendas, gesto que pertenece a los fieles, mientras que la disposición de la mesa eucarística han de hacerla los ministros. El rito incluye también la incensación del altar, la purificación del que preside y la oración sobre las ofrendas, que cierra esta parte (cf. OGMR 49-53). Conviene tener presente que:
-la procesión de presentación de los dones puede ir acompañada por un canto apropiado o por música del órgano o de otros instrumentos; en ningún caso se debe "ofrecer" en voz alta o explicar lo que se lleva; la colecta se hace rápidamente, para que, si es posible, se incorpore a la procesión o termine antes de la presentación del pan y del vino en el altar; el cáliz puede ser preparado en la credencia por el diácono y llevado al altar (cf. OGMR 133); sobre el altar se colocarán siempre los corporales, lo suficientemente grandes como sea necesario, así como las patenas o copones para la distribución de la comunión o para los concelebrantes, pero evítese la sensación de abigarramiento;
-el sacerdote toma en sus manos el pan y el vino por separado, diciendo las palabras prescritas en voz baja o, si lo prefiere, en voz alta para que responda el pueblo; si se canta o suena la música, es evidente que estas palabras han de decirse en voz baja; el altar, la cruz y los dones pueden ser incensados;
-el lavatorio de las manos prepara al sacerdote para la plegaria eucarística, de la que es un preludio ya la oración sobre las ofrendas; los fieles se ponen de pie después de decir la respuesta a la invitación a orar.
b) La plegaria eucarística, "centro y culmen de toda la celebración, es una oración de acción de gracias y de santificación... El sentido de esta plegaria es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en la proclamación de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio" (OGMR 54). La posibilidad de elección entre varios textos responde a que un único formulario no es capaz de recoger toda la riqueza acumulada por la tradición en esta parte de la liturgia aucarística (cf. OGMR 321-322), y a criterios como las circunstancias de la celebración o de la asamblea, por ejemplo, misas por diversas necesidades, misas con niños y misas de la reconciliación. La importancia teológica y eclesial de la plegaria eucarística requiere el máximo respeto al texto, que en ningún caso puede ser modificado por el ministro. En esta parte se ha de tener en cuenta que:
-el sacerdote debe esperar a que los concelebrantes (si los hay) se acerquen al altar antes de iniciar el diálogo del prefacio; éste debería cantarse, lo mismo que la aclamación del Santo; cuando hay prefacio propio se usa éste, en otro caso se toma el prefacio del tiempo o del común; cuando hay prefacio propio no es posible usar la plegaria eucarística IV o la V con sus variantes (denominada antes, del Sínodo Suizo);
-es conveniente usar todas las plegarias eucarísticas aprobadas de acuerdo con lo que indica el Misal (cf. OGMR 322); las destinadas a las misas con niños y de la reconciliación tienen normas propias; no deben olvidarse las variaciones que propone el Misal para los domingos y para algunas solemnidades, así como las intercesiones propias de algunas misas rituales; la plegaria eucarística requiere ser pronunciada con voz alta y clara por el que preside; los concelebrantes se unen en voz baja en las partes que corresponden a todos (cf. OGMR 170); la plegaria puede ser cantada en la parte central; las intercesiones se pueden confiar a algunos de los concelebrantes; se puede mencionar el nombre del difunto cuando la misa se aplica con este fin, pero no es obligatorio más que en la Misa exequial para evitar que los fieles tengan un concepto privatizador de la eucaristía; durante la plegaria eucarística ningún sonido puede cubrir la voz del que la recita (cf. OGMR 12); durante la consagración los fieles están de rodillas, salvo que lo impida la estrechez del lugar o la aglomeración u otra causa razonable (cf. OGMR 21);
-la doxología la dice o canta el celebrante principal sólo o con los concelebrantes (cf. OGMR 191), pero no la asamblea; en la doxología solamente se elevan la patena y el cáliz; conviene destacar con el canto el amén final de la plegaria eucarística.
c) La secuencia de los ritos de la comunión, articulados en torno al Padrenuestro, el gesto de la paz y la fracción, mira ante todo a la comunión sacramental (cf. OGMR 56). Se ha de procurar mantener el equilibrio entre todos los elementos sin desorbitar, por ejemplo, el gesto de la paz. Por tanto:
-la monición al Padrenuestro puede hacerse con una de las fórmulas propuestas o con palabras parecidas; el texto del Padrenuestro no puede modificarse y no debe tener otro "arropamiento" que la monición previa y el embolismo con la aclamación "Tuyo es el Reino...";
-el rito de la paz ha de ser sobrio, intercambiando un gesto con los más cercanos; es preferible no cantar en este momento para no alargar el rito ni anular el canto del "Cordero de Dios";
-la fracción del Pan eucarístico -que dio nombre a la Eucaristía en el Nuevo Testamento- está ligada a la comunión (cf. 1 Cor 10,16-17), por lo que debe hacerse de manera visible y expresiva; el canto propio de este momento es el "Cordero de Dios";
-la comunión de los fieles deben darla los ministros ordinarios; sólo si faltan éstos o no son suficientes, pueden actuar ministros extraordinarios según lo establecido [31]; la distribución de la comunión va acompañada del canto oportuno; es importante el diálogo de la fe entre el ministro y el que comulga (cf. OGMR 56 i; 117); los fieles no pueden tomar la comunión por sí mismos; es conveniente que los fieles hagan un reverencia -basta una inclinación de cabeza- antes de recibir la comunión; un acólito sostiene la bandeja para impedir que la Forma eventualmente pueda caer al suelo; en la concelebración los concelebrantes han de hacer genuflexión cuando acceden al altar para tomar el Cuerpo y la Sangre del Señor (cf. OGMR 205);
-la comunión bajo las dos especies está ligada a determinados momentos o acontecimientos de la vida cristiana (cf. OGMR 240-242), salvo en la misa conventual o de comunidad, o en una asamblea especial, o en la Vigilia pascual;
-independientemente del canto de comunión, después del oportuno silencio, se puede cantar otro canto de acción gracias que concluirá con la oración poscomunión; los vasos sagrados deben limpiarse discretamente, mejor en la credencia que en el altar, pudiéndose hacer incluso después de la celebración.
23. Los ritos de despedida
"El rito de conclusión consta de: a) saludo y bendición sacerdotal, que en algunos días y ocasiones se enriquece y se amplía con la oración 'sobre el pueblo' o con otra fórmula más solemne. b) Despedida, con la que se disuelve la asamblea, para que cada uno vuelva a sus quehaceres, alabando y bendiciendo a Dios" (OGMR 57). La bendición de despedida puede incluir también una sencilla monición (cf. ib. 11) en la que se puede invitar a llevar a la existencia cotidiana lo que se ha vivido en la celebración. Así pues:
-los avisos o anuncios se dan antes del saludo litúrgico, terminada la postcomunión; la monición de despedida, esencial y cordial, se hace también antes del saludo;
-la oración sobre el pueblo y las bendiciones solemnes se deberían hacer con más frecuencia, especialmente en las solemnidades; el saludo, la oración sobre el pueblo, las fórmulas solemnes y la bendición pueden cantarse; hay también varias invitaciones para el "podéis ir en paz", que se pueden elegir;
-en principio no está previsto por la liturgia ningún canto "final"; pero puede cantarse una antífona mariana como se hace al finalizar las Completas;
-cuando a la Misa sigue otra acción litúrgica, por ejemplo, el rito de última recomendación y despedida en las exequias, o una procesión, o la exposición del Santísimo Sacramento, se omite todo el rito de despedida.
A modo de conclusión
Queridos hermanos presbíteros: Desearía que esta carta cuaresmal del "año intensamente eucarístico" os ayude en el ejercicio consciente, gozoso y verdaderamente fructífero del ministerio sacerdotal. La Eucaristía no es un rito desvinculado de vuestra vida, como tampoco lo es de la existencia de la comunidad cristiana. Es la fuente misma de donde mana la fuerza necesaria para ser ministros fieles de Cristo y, al mismo tiempo, para amar a los hermanos con la caridad del Buen Pastor. Lograr una gran profundidad espiritual y personal en vuestra actuación como instrumentos vivos de quien os ha llamado y consagrado para representarle en la comunidad de los fieles, y al mismo tiempo atender a todas las exigencias de la participación de los fieles, es un reto difícil pero también una gozosa tarea.
Pero contáis, contamos todos, con la acción del Espíritu Santo Creador ("Veni Creator Spiritus") que el Padre renovó en nuestros interior el día de la ordenación sacerdotal. Como contamos también con la intercesión de la Santísima Virgen, Madre del Sumo Sacerdote y Madre nuestra, y con la de San Juan de Avila, Maestro de evangelizadores y Patrono del Clero español, en este año del V Centenario de su nacimiento.
Ciudad Rodrigo, 22 de febrero de 2000
Fiesta de la Cátedra de San Pedro
+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo
[1]. Cf. LG 10-11; CCE 1546-1547. El sacerdocio ministerial entraña por tanto "un vínculo ontológico específico, que une al sacerdote con Cristo, sumo Sacerdote y Buen Pastor": Juan Pablo II, Exhortación postsinodal "Pastores dabo Vobis", de 25-III-1992 (= PDV), n. 11.
[2]. Misal Romano, prefacio V de Pascua (cf. LG 10; 28; PO 2).
[3]. Santo Tomás de Aquino, citado en el Catecismo de la Iglesia Católica (= CCE), 1545.
[4]. Cf. Concilio de Trento, Ses. XXII, cap. 1: DS 1739; CCE 1364-1367.
[5]. "Como pertenece a la misma naturaleza de la Iglesia que el poder de consagrar la Eucaristía sea ortorgado solamente a los obispos y presbíteros, los cuales son constituidos ministros mediante la recepción del sacramento del Orden, la Iglesia profesa que el misterio eucarístico no puede ser celebrado en comunidad alguna, sino por un sacerdote ordenado, como ha enseñado explícitamente el Concilio Lateranense IV": Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre el ministro de la Eucaristía, de 6-VIII-1983, n. 4 (cf. DS 802; CCE 1411).
[6]. Cf. SC 33; LG 10; 28; PO 2; 6; 12; CCE 1548-1549; PDV 15.
[7]. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes en el Jueves Santo de 1997, n. 5.
[8]. Ordenación general del Misal Romano (= OGMR), n. 10.
[9]. Pontifical Romano: Ordenación del Obispo, de los Presbíteros y de los Diáconos, Plegaria de la ordenación de presbíteros.
[10]. "Te pedimos, Padre Todopoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado, renueva en sus corazones el Espíritu de santidad; reciban de ti el segundo grado del ministerio sacerdotal, y sean, con su conducta, ejemplo de vida" (Pontifical Romano..., Plegaria de la ordenación de los presbíteros).
[11]. Cf. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31-I-1994, nn. 3 ss.
[12]. Pontifical Romano..., Homilía en la ordenación de presbíteros.
[13]. Juan Pablo II, Carta a los sacerdores para el Jueves Santo de 1998, introducción.
[14]. En efecto, los presbíteros son cooperadores necesarios del Orden episcopal y partícipes en grado subordinado del ministerio de los Apóstoles, tal como expresa la misma plegaria de ordenación. Este es el sentido de la fórmula "secundi meriti munus", traducida por "el segundo grado del ministerio sacerdotal", indicando implícitamente que el primer grado de ese ministerio está en el obispo.
[15]. Cf. PDV 23; PO 5.
[16]. Cf. PDV 48; CCE 1418; Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa, Orientaciones generales.
[17]. En efecto "la liturgia es una epifanía de la Iglesia, pues la liturgia es la Iglesia en oración. Celebrando el culto divino, la Iglesia expresa lo que es: una, santa, católica y apostólica": Juan Pablo II, Carta "Vicesimus Quintus Annus", de 4-XII-1988, n. 9.
[18]. "Un ritual auténticamente religioso y sobre todo auténticamente cristiano debe manifestar un último equilibrio. La ación ritual abre al sujeto al sosiego, al gozo, que es un elemento integrante del clima de la celebración y de la fiesta. Un rito debe estar bañado en ese clima tan difícilmente descriptible que llamamos solemnidad. Lo cual no significa que deba de constar de elementos ricos, de muchos celebrantes y de ceremonias complicadas. Por el contrario, la solemnidad supone un clima de sencillez, de recogimiento abierto y transparente, de gratuidad, de gozo, de paz y 'un algo más', 'un no sé qué' que es el signo de la manifestación de lo invisible, de la presencia del Misterio. Ese clima es el que permitirá que, si alguien entra en una asamblea que celebra de esta forma caiga rostro en tierra y confiese: 'Dios está verdaderamente en medio de ellos' (1 Cor 14,24-25)": J. Martín Velasco, Lo ritual en las religiones, Madrid 1986, p. 80.
[19]. Cf. Juan Pablo II, Carta "Dominicae Cenae", de 24-II-1980, n. 8; Instrucción "Inaestimabile Donum", de 3-IV-1980, introd. y n. 11.
[20]. Cf. Comisión E. de Liturgia, Creatividad y fidelidad en la liturgia, Madrid 1986.
[21]. Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", de 31-V-1998, n. 45.
[22]. "La expresión está demasiado limitada a las palabras. De tal manera ha prevalecido la palabra que ya no se exige del fiel ninguna expresión corporal... La liturgia todavía no ha descubierto que una actitud corporal significativa de forma consciente podría favorecer la actitud religiosa mucho más que un buen montón de palabras": A. Vergote, La realización simbólica en la expresión cultual: "Phase" 75 (1973) 213-233.
[23]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, Ambientación y arte en el lugar de la celebración, Madrid 1987.
[24]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El presidente de la celebración eucarística, Madrid 1988.
[25]. Congregación para el Clero, El presbítero, maestro de la Palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad ante el tercer milenio cristiano, Ciudad del Vaticano 1999, III, n. 2; Código de Derecho Canónico, c. 909.
[26]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El equipo de animación litúrgica, Madrid 1989;
[27]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, Canto y música en la celebración, Madrid 1992;
[28]. Cf. Comisión E. de Liturgia, Partir el pan de la Palabra. Orientaciones sobre el ministerio de la homilía, de 30-IX-1983, Madrid 1985.
[29]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El ministerio del lector, Madrid 1985.
[30]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El salmo responsorial y el ministerio del salmista, Madrid 1986.
[31]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El acólito y el ministro extraordinario de la Comunión, Madrid 1985.
EL MINISTERIO DE LA RECONCILIACION
Carta a los presbíteros en la Cuaresma de 1999
SUMARIO
1. Motivos de esta carta
I. MISTERIO Y MINISTERIO DE LA RECONCILIACION
2. "Convertíos y creed en el Evangelio"
3. "Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo"
4. "Nos encargó el ministerio de la reconciliación"
5. "En el nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios"
6. "No busco justos sino pecadores"
II. EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION
7. La mediación de la Iglesia en la reconciliación
8. La función del ministro en esta mediación
9. El sacramento de la Penitencia
10. Los actos del penitente: el examen de conciencia y la contrición
11. Los actos del penitente: la confesión y la satisfacción
12. Penitencia y Eucaristía: relaciones mutuas
III. EL EJERCICIO DEL MINISTERIO DE LA RECONCILIACION
13. "Haced vuestros los sentimientos de Cristo"
14. Cualidades humanas y espirituales
15. Dedicar tiempo y energías al ministerio
16. Catequesis sobre el sacramento de la Penitencia
17. Conocer y usar bien el "Ritual de la Penitencia"
18. "Siendo vosotros mismos asiduos en la recepción de la Penitencia"
A modo de conclusión
19. Hermanos mayores capaces de tener misericordia
EL MINISTERIO DE LA RECONCILIACION
Carta a los presbíteros en la Cuaresma de 1999
"Dios, por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18)
Queridos hermanos presbíteros:
Un año más, al llegar la Cuaresma, me pongo a escribiros una carta con el fin de ofreceros unas reflexiones y unas sugerencias que os sirvan de alimento para vuestra vida interior y de estímulo y orientación en vuestro ministerio. El misterio pascual de Jesucristo nos invita a una más profunda y sincera conversión de la mente y de la conducta. De este modo producirá un fruto mayor de renovación y de santidad en nuestra vida y hará más eficaz nuestros trabajos pastorales.
Para que esta conversión y renovación se hagan realidad hago mía la invocación de san Pablo a su querido discípulo Timoteo para desearos "la gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro" (2 Tm 1,2).
1. Motivos de esta carta
Como sabéis, nos encontramos en el tercero y último año de la preparación al Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento del Señor, año centrado, como dice el objetivo diocesano de pastoral de nuestra Diócesis, en "conocer al Padre y acoger su amor, especialmente en el sacramento de la Penitencia, para fundamentar una nueva civilización en la caridad y en la justicia". No voy a repetir lo que escribí en la Exhortación pastoral de comienzo del presente curso. No obstante voy a ocuparme ahora de lo que constituye el signo expresivo y eficaz del amor misericordioso del Padre que debemos conocer y acoger en nuestra vida, es decir, el sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia. En efecto, en la Carta Apostólica sobre el Tercer Milenio decía el Papa:
"En este tercer año el sentido del 'camino hacia el Padre' deberá llevar a todos a emprender, en la adhesión a Cristo Redentor del hombre, un camino de auténtica conversión, que comprende tanto un aspecto 'negativo' de liberación del pecado, como un aspecto 'positivo' de elección del bien, manifestado por los valores éticos contenidos en la ley natural, confirmada y profundizada por el Evangelio. Es éste el contexto adecuado para el redescubrimiento y la intensa celebración del sacramento de la Penitencia en su significado más profundo" [i].
Pero os escribo a vosotros, hermanos presbíteros, que compartís conmigo el gozo y las dificultades de un ministerio que, gracias a Dios, mantiene aún en nuestra Iglesia un cierto nivel de estima, pero que requiere una dedicación mayor y un compromiso de mejorar algunos aspectos de su celebración. Os escribo, por tanto, desde mi conciencia y responsabilidad de obispo, es decir, de quien en la Iglesia particular "tiene principalmente el poder y el ministerio de la reconciliación" y es "moderador de la disciplina penitencial" [ii].
Por eso quiero compartir con vosotros unas reflexiones de carácter teológico pastoral (I y II parte) y unas sugerencias (III parte) sobre este ministerio verdaderamente vital para el pueblo de Dios, y de cuyo ejercicio tendremos que rendir cuentas al Supremo Pastor que nos lo ha confiado.
I. MISTERIO Y MINISTERIO DE LA RECONCILIACION
2. "Convertíos y creed en el Evangelio"
La llegada de la Cuaresma es asociada espontáneamente al imperativo evangélico con el que Juan el Bautista, el mismo Señor y los apóstoles comenzaron su ministerio salvífico: "¡convertíos!", "¡arrepentíos (de vuestros pecados)!", "¡haced penitencia!", pues de las tres maneras se puede traducir el grito "metanoeite" neotestamentario (cf. Mt 3,2; Mc 1,15; Hch 3,19). Varias veces suena este imperativo en la liturgia del miércoles de ceniza, especialmente en el momento de imponerla como expresión de una voluntad de emprender el itinerario de la conversión que desembocará en la reconciliación pascual: "¡Convertíos y creed en el Evangelio!" (Mc 1,15).
La conversión es una exigencia de carácter personal, como respuesta a la acción reconciliadora de Dios. A cada hombre o mujer le corresponde acoger esta gracia y emprender el camino de regreso a la casa paterna cambiando su mentalidad y su forma de vivir. La conversión es para todos sin excepción. La Iglesia, depositaria del Evangelio y del perdón de los pecados, debe predicar la conversión tanto a los no creyentes para que conozcan al Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (cf. Jn 17,3), como a los creyentes para que se renueven interiormente y, o bien se restaure la comunión con el Padre en la Iglesia, rota por el pecado, o bien se intensifique aún más esta comunión de vida.
Nosotros los sacerdotes, aunque somos ministros de la reconciliación con Dios y del perdón de los pecados, estamos incluidos también en esa apremiante llamada y debemos escucharla y ponerla en práctica como una verdadera oportunidad de cambio radical de toda la persona: mente, corazón y conducta, a fin de adherirnos más firmemente a Jesucristo en el seno de la comunidad eclesial. En este sentido los pastores hemos de ofrecer a los demás fieles no sólo el ejercicio del ministerio sino también el testimonio de purificación y de renovación con nuestra propia vida de convertidos y reconciliados.
3. "Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo"
Por medio de la conversión el creyente, reconociendo su pobreza e indignidad, se reencuentra con el Padre con fe y confianza en el amor paterno. El Padre ha efectuado ya la reconciliación de toda la humanidad en la muerte de su Hijo Jesucristo. Como escribe San Pablo: "Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados" (2 Cor 5,18-19a). En esto consiste el misterio o acontecimiento de la reconciliación, que es un don de Dios, fruto de la iniciativa de quien es "rico en misericordia" y nos ha amado con un amor inmenso a pesar de estar nosotros muertos a causa de los pecados (cf. Ef 2,4-8). En efecto, "Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva" (Ez 18,23) y es siempre fiel a su amor de Padre y no cierra jamás su corazón a ningún hijo, sino que espera, busca, sale al encuentro, abraza y reconcilia, haciendo que de enemigos pasemos a ser amigos (cf. Rm 5,10) [iii]. Este tránsito lo hizo posible Jesús en su vida terrena. En efecto, Él "vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,8). Por eso perdonó al paralítico (cf. Mc 2,5), a la pecadora (cf. Lc 7,48), a la adúltera (cf. Jn 8,11) y al ladrón arrepentido (cf. Lc 23,43). Los gestos y palabras de Jesús para con los pecadores (cf. Lc 5,29-32; 7,47; etc.) eran la manifestación del amor misericordioso del Padre (cf. Jn 14,9). Esta manera de actuar culminó en el sacrificio pascual de la cruz, por el que Dios "reconcilió consigo todos los seres, los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20). Por eso Jesús es nuestra reconciliación y nuestra paz y "por Él podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18; cf. 13-18).
4. "Nos encargó el ministerio de la reconciliación"
El misterio de la reconciliación está en el centro mismo del mensaje y de la obra de Jesús. Un mensaje y una obra que no podían quedar interrumpidos con su muerte y resurrección. La reconciliación debía llegar a todos los hombres, y en consecuencia también la llamada a la conversión. Esto es lo que movió al Señor a confiar a sus Apóstoles y en ellos a sus sucesores, el misterio de la reconciliación convertido en una potestad sagrada y en un ministerio. La potestad consiste en perdonar los pecados (cf. Jn 20,23; cf. Mt 16,19; 18,18), algo que sólo a Dios compete (cf. Mc 2,7b.10), por eso va acompañada de la donación del Espíritu Santo con vistas a la misión.
El ministerio supone la presencia de esta potestad y del don del Espíritu transmitidos en el sacramento del Orden, y lleva consigo el servicio o encargo de anunciar la reconciliación y de efectuarla en el nombre de Cristo. Como continúa San Pablo: "A nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso nosotros actuamos como enviados de Cristo, y como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios" (2 Cor 5,19b-20). La "palabra de reconciliación" es el anuncio del misterio de la reconciliación efectuado en la muerte del Señor, mensaje que está así mismo en el centro de la predicación apostólica (cf. Lc 24,47; Hch 2,38; 3,19; etc.) y, por tanto, de la misión de la Iglesia:
"Puesto que Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación (cf Jn 20,23; 2 Cor 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros, colaboradores de los obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados 'en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo'" (CCE 1461).
Por eso los obispos y los presbíteros podemos hacer nuestras las palabras del Apóstol citadas antes, en el sentido de que el ministerio de la reconciliación nos ha hecho en la Iglesia "enviados de Cristo", esto es, embajadores, representantes y continuadores de la obra de Cristo y del Padre.
5. "En el nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios"
Aquí radica, por tanto, la grandeza y al mismo tiempo la responsabilidad de nuestro ministerio. En todo momento hemos de ser conscientes de que actuamos "en el nombre de Cristo", es decir, en "la persona de Cristo Cabeza" según la expresión teológica que recuerda que "en el servicio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo quien está presente en su Iglesia como Cabeza de su cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor y Maestro de la verdad" (CCE 1548). El sacramento del Orden nos ha configurado a Cristo para que, participando de una forma especial de su sacerdocio, consagremos el Sacrificio eucarístico que actualiza el misterio de la reconciliación del hombre con Dios y, en la Penitencia, perdonemos los pecados y reconciliemos a los pecadores con Dios y con la Iglesia (cf. LG 26; PO 5; CCE 1462). Por eso la Eucaristía y el sacramento de la Penitencia constituyen las dos acciones más significativas del ministerio sacerdotal, que posee todo presbítero aunque dependa del obispo en el ejercicio (cf. LG 28; PO 5).
Por eso la II edición típica del Pontifical de la Ordenación del Obispo, de los Presbíteros y de los Diáconos (1989) introdujo en el interrogatorio de los candidatos al Presbiterado la siguiente frase: "¿Estáis dispuestos a presidir con piedad y fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?" (n. 124). Ejerciendo de este modo el ministerio sacerdotal nos unimos con la intención y con la caridad pastoral a Cristo que quiso hacernos sus ministros en la obra de la reconciliación humana.
6. "No busco justos sino pecadores"
El ministerio de la Reconciliación es hoy sumamente necesario. Lo ha sido siempre, pero en la actualidad muchos fieles, especialmente los más jóvenes, no tienen una experiencia suficiente de lo que significan el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios y con la Iglesia. La catequesis que han recibido sobre la Penitencia no se puede decir que haya sido completa ni sistemática. Han variado también los ritmos y el hábito de la celebración de la Penitencia en nuestras comunidades y, lo que es más preocupante, la convicción de la necesidad y el aprecio del sacramento.
Ahora no se trata de analizar las causas de este hecho, sino de reflexionar sobre el ministerio de la Reconciliación. Miremos una vez más a Jesús, modelo y referencia de todo sacerdote. ¿Qué hacía Él? ¿Esperar a que la oveja perdida encontrara por sus medios la senda para reunirse con las demás o dejar las noventa y nueve ovejas en el redil y salir en busca de la perdida hasta encontrarla? (cf. Lc 15,4). ¿Quedarse tranquilamente en casa hasta que un pecador llamara a la puerta o ir en persona a la casa de éste, sentarse a su mesa y hablarle al corazón como en el caso de los publicanos Leví y Zaqueo? (cf. Mc 2,15-17; Lc 19,5-10). ¿Mantener una estudiada distancia en el diálogo con la mujer samaritana o conducirla poco a poco ante la verdad de su vida? (cf. Jn 4,16-18).
II. EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION
En esta segunda parte, continuando con la reflexión teológico pastoral, voy a referirme al sacramento de la Reconciliación, pero contemplado desde nuestra perspectiva de ministros, es decir, de quienes ocupamos un puesto verdaderamente decisivo para la renovación de la práctica sacramental de la Penitencia. Nosotros hemos de ser los primeros en conocer y estimar este sacramento, si queremos que nuestro pueblo lo valore debidamente.
7. La mediación de la Iglesia en la reconciliación
La reconciliación de los pecadores con Dios Padre continúa siendo una gracia y una oferta permanente en la Iglesia, que prolonga en la historia la presencia salvadora del Hijo de Dios hecho hombre y que ha sido constituida, por la acción invisible del Espíritu Santo, como un sacramento, signo e instrumento de reconciliación [iv]. En efecto, es en la Iglesia donde Cristo, resucitado y vivificado por el Espíritu Santo, se hace cercano al hombre y le facilita el acceso a la reconciliación con Dios. Esto explica la necesidad del "ministerio de la Iglesia", para alcanzar el perdón de los pecados, ministerio al que alude expresamente la fórmula de la absolución.
Por eso la Iglesia, por medio de los obispos y de los presbíteros, nunca ha cesado de anunciar la reconciliación facilitando la conversión y la gracia del perdón sobre todo en el sacramento de la Penitencia. Ella misma debe aparecer ante los hombres como una "comunidad reconciliada y reconciliadora", dando testimonio de la misericordia divina. Ante las puertas del tercer milenio la Iglesia, a la vez santa pero necesitada de purificación (cf. LG 8), acoge en su seno a los pecadores y trata de purificar la propia memoria de los aspectos más oscuros de su historia y de los pecados de sus hijos [v].
En este sentido la Iglesia entera, como pueblo sacerdotal, coopera con la obra divina de la reconciliación en la catequesis sobre el pecado y sobre la penitencia, en la plegaria por los pecadores, en la práctica de obras penitenciales, en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos en los cuales se hace presente la eficacia redentora del misterio pascual de Jesucristo, en el testimonio de vida personal y
social de sus miembros y en la promoción de la justicia en la sociedad y en el mundo.
8. La función del ministro en esta mediación
Pero además, "la misma Iglesia ha sido constituida instrumento de conversión y absolución del penitente por el ministerio entregado por Cristo a los Apóstoles y a sus sucesores" [vi], según lo expuesto más arriba, en el n. 4. En efecto los obispos y los presbíteros debemos llamar a los fieles a la conversión por la predicación de la Palabra de Dios y otorgarles el perdón de los pecados en nombre de Cristo y con la fuerza del Espíritu Santo. En el texto paulino comentado antes: "En nombre de Crsito os pedimos que os reconciliéis con Dios", no sólo se insiste en la misión que tienen los apóstoles de ejercer el ministerio de la reconciliación sino también en la necesaria respuesta de aceptación por parte del hombre, que se abre a la intervención de Dios en Cristo mediante la Iglesia. En esta perentoria invitación se encuentran implícitos los dos aspectos de la reconciliación por parte de Dios que están presentes también en el sacramento de la Penitencia: el eclesial y el personal. El primero consiste en que el misterio de la reconciliación ha sido entregado por Cristo a los apóstoles como una potestad sagrada para que sea efectivo en el seno de la Iglesia a través del ministerio apostólico. El segundo es la expresión de que la reconciliación, aunque se anuncia y ofrece a todos los fieles, se otorga realmente a cada uno en particular. Esto obedece a que el pecado, en su sentido propio, es un acto libre de la persona individual, con consecuencias ante todo sobre el propio pecador en el plano de la comunicación de la vida divina que queda rota o dañada según la gravedad del delito. Por otra parte todo pecado tiene también una repercusión social [vii].
El ministerio es necesario en todo caso, de acuerdo con el plan de Dios, el autor de la reconciliación que no ha dejado al arbitrio del hombre establecer los caminos de la salvación [viii]. Cristo ha confiado el ministerio de la reconciliación a los hombres designados por Él como ministros, es decir, a los apóstoles y a sus sucesores, que actúan en su nombre y con su misma potestad (in persona Christi). El hombre debe aceptar esta mediación de la Iglesia concretada en la acción de los ministros del sacramento.
9. El sacramento de la Penitencia
Vistas así las cosas se comprende mejor la estructura del sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia, en la que tanto el penitente como el ministro desempeñan, cada uno, un papel imprescindible. Lo enseña explícita y claramente el Catecismo de la Iglesia Católica:
"A través de los cambios que la disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y por otra parte, la acción de Dios por ministerio de la Iglesia. Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así el pecador es curado y restablecido en la comunión eclesial" (CCE 1448).
Por tanto el sacramento de la Penitencia en cuanto signo sacramental de la reconciliación con Dios y del perdón de los pecados, está constituido por los actos ya mencionados de la contrición o arrepentimiento -que conviene que vaya precedida del "examen de conciencia" hecho a la luz de la Palabra de Dios-, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote y la satisfacción u obra penitencial -que lleva consigo implícito el propósito de realizar la reparación y el "propósito de la enmienda"-, actos que debe realizar el penitente, y por la absolución del ministro "en el nombre de Cristo" (2 Cor 5,20), con la que "el sacramento de la Penitencia alcanza su plenitud" [ix].
10. Los actos del penitente: el examen de conciencia y la contrición
Al referirme a estos actos lo hago en la medida en que nosotros, como ministros de la Penitencia, intervenimos de alguna manera en ellos en el ejercicio de nuestro ministerio.
El "examen de conciencia" lo debe realizar el penitente a la luz de la Palabra divina, que le ayuda a conocer su situación de pecado y le llama a la conversión recordándole la misericordia del Padre. El examen de conciencia se hace de suyo antes de la celebración de la Penitencia, salvo en el Rito de la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual, que puede formar parte del mismo a continuación de la homilía. En todo caso se trata de un ejercicio en el que el creyente revisa su vida desde las exigencias del seguimiento de Cristo. Aquí es donde entra nuestro ministerio. Tenemos el deber de formar las conciencias de los fieles proyectando sobre las circunstancias de la vida los criterios del evangelio y ofreciendo siempre la interpretación auténtica que hace la Iglesia en su magisterio. Esto es válido también cuando nos encontramos con fieles que no saben cómo proceder o es necesario formular alguna pregunta o pedir aclaraciones [x].
En cuanto a la contrición o "dolor del alma y detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" [xi], el ministro de la Penitencia tiene también algo que hacer. Nuestro papel no es el de un psicólogo que propone una terapia adecuada para superar una situación emocional o un trastorno de la conducta. Lo propio del ministro de la Penitencia es suscitar en los penitentes el dolor de los pecados por motivos de orden sobrenatural, como por ejemplo, porque constituye un rechazo del amor del Padre y ha causado los sufrimientos de la pasión de Cristo. En esto consiste la contrición perfecta, hacia la que hay que tender, aunque sea suficiente el llamado dolor de atrición o contrición imperfecta, basada en la fealdad del pecado o en el temor a la condenación eterna.
11. Los actos del penitente: la confesión y la satisfacción
La confesión o autoacusación de los pecados ha contribuido de manera decisiva a definir la naturaleza de este sacramento llamado "de la confesión" o simplemente "la confesión", y el ejercicio del ministerio de la reconciliación. Desde esta perspectiva conviene recordar también algunas cosas.
En primer lugar el deber de los ministros y el derecho de los fieles a celebrar la Penitencia en su forma normal y ordinaria por la que un bautizado, consciente de pecado grave, es reconciliado con Dios y con la Iglesia, a saber, "la confesión individual e íntegra y la absolución" a no ser que una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión [xii]. He aquí como explica el Papa este deber y derecho recíprocos:
"A este propósito quiero poner en claro que no injustamente la sociedad moderna es celosa de los derechos inalienables de la persona: entonces, ¿cómo, precisamente en esa tan misteriosa y sagrada esfera de la personalidad, donde se vive la relación con Dios, se querría negar a la persona humana, a la persona de cada uno de los fieles, el derecho de un coloquio personal, único, con Dios, mediante el ministerio consagrado? ¿Por qué se querría privar a cada uno de los fieles, que vale 'en cuanto tal' ante Dios, de la alegría íntima y personalísima de este singular fruto de la gracia?" [xiii].
Pero los ministros de la Penitencia no debemos olvidar, y así lo hemos de enseñar en nuestra catequesis, que la confesión de los pecados no es solamente un gesto de fe y de humildad de quien se reconoce infiel a Dios en el pecado, sino también una verdadera proclamación de la santidad de Dios: "En este sentido, el mismo sacramento de la reconciliación habrá de aparecer... como un acto de culto... La confesión (exomologesis) significa tanto reconocer la fragilidad y miseria propias como proclamar doxológicamente la santidad y la misericordia de Dios" [xiv].
Sobre la satisfacción y el propósito de reparación del mal es preciso tener presente su carácter medicinal y significativo del compromiso o propósito personal de comenzar una existencia nueva. En lo que toca a nuestro ministerio, nos exige procurar que responda a la situación y a las necesidades del penitente. Este es un aspecto que tiene su importancia pastoral y que no debe ser resuelto con fórmulas estereotipadas que banalizan la obra penitencial o que la despojan de su contenido reparador y transformador del sujeto.
12. Penitencia y Eucaristía: relaciones mutuas
No quiero terminar esta segunda parte sin referirme brevemente a las relaciones entre los dos sacramentos más característicos del ministerio presbiteral: la Eucaristía y la Penitencia. Ambos sacramentos guardan una íntima relación entre sí, y no sólo porque todos los sacramentos conducen hacia la Eucaristía sino también porque en la Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo en persona con su misterio pascual que ha efectuado la reconciliación de la humanidad (cf. PO 5). El olvido de esta relación es una de las causas de la desafección que padece hoy el sacramento de la Penitencia, y que se puede comprobar en el hecho de que muchos fieles se acercan frecuentemente a la mesa eucarística y, sin embargo, no suelen reconciliarse en el sacramento de la Penitencia.
Conviene, pues, recordar a los fieles la necesidad de recibir este sacramento si tienen conciencia de pecado grave, ya que para acceder a la Eucaristía con las debidas disposiciones, es preciso remover todo obstáculo que se anteponga a esa comunión en el amor del Padre (cf. 1 Cor 11,28). Pero hemos de señalar también la conveniencia de recibir el sacramento de la reconciliación de manera periódica para participar con mayor fruto en la Eucaristía y evitar el pecado. Así mismo debemos explicar a los fieles la posibilidad de hacer un acto de contrición perfecta, que incluye el propósito de confesar los pecados graves en la próxima confesión, si tienen urgencia de comulgar y no tienen oportunidad de recibir el sacramento de la Penitencia previamente. Más aún, la misma participación en la Eucaristía contiene también una invitación a volver a la Penitencia:
"En efecto, cuando nos damos cuenta de quién es el que recibimos en la comunión eucarística, nace en nosotros casi espontáneamente un sentido de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y con la necesidad interior de purificación" [xv].
De este modo el sacramento de la Penitencia se sitúa en el marco de la orientación a Dios de toda la vida de los cristianos, ya que la conversión es una actitud permanente.
III. EL EJERCICIO DEL MINISTERIO DE LA RECONCILIACION
Las indicaciones prácticas del número precedente nos introducen en la tercera parte, en la que, guiado por numerosos documentos, os ofrezco una serie de sugerencias que pueden ser muy útiles.
13. "Haced vuestros los sentimientos de Cristo"
Esta invitación paulina de Fil 2,5 yo deseo aplicarla a las actitudes humanas y espirituales con las que es preciso ejercer el ministerio de la reconciliación. No en vano "el ministro ordenado es como el 'icono' de Cristo" (CCE 1142; cf. 1549), el cual es a su vez "imagen del Dios invisible" (Col 1,15; cf. Jn 14,9). Esto quiere decir que el ministro de la Penitencia, cuando ejerce este ministerio, cumple una función paternal y queda implicado en todo el dinamismo de la misericordia divina, revelando el corazón del Padre a los hombres y reproduciendo la imagen de Cristo Pastor que puso siempre de manifiesto el amor misericordioso del que lo había enviado (cf. Lc 15,2-32; 19,7.10; etc.) [xvi], a veces con la sola mirada como en la negación de Pedro (cf. Lc 22,61).
Para realizar con provecho espiritual esta función, debemos identificarnos con todo lo que significa el sacramento de la Penitencia, asumiendo la actitud, las palabras y los gestos de Cristo conforme al evangelio de la misericordia:
"Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador" (CCE 1465).
En efecto, es muy importante que renunciemos a toda pretensión humana, porque no somos nosotros los que devolvemos al pecador su dignidad de hijo de Dios, ni los que sanamos sus males ni los que juzgamos su situación, sino Cristo que está presente en el sacramento con su virtud (cf. SC 7). La Penitencia es llamada "sacramento de curación" porque en él actúa Cristo, "médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos" (CCE 1421).
14. Cualidades humanas y espirituales
Para lograr el ideal anterior es preciso poseer o tratar de adquirir una serie de cualidades humanas y espirituales que ayudarán sin duda a un mejor y más fructífero ejercicio de nuestro ministerio, haciéndolo más fácil y gratificante, aun sabiendo que la eficacia del sacramento no depende de esas cualidades. De lo que se trata en suma es de ejercerlo como Cristo y la Iglesia desean. En este sentido el Ritual de la Penitencia recomienda:
"Para que el confesor pueda cumplir su ministerio con rectitud y fidelidad, aprenda a conocer las enfermedades de las almas y a aportarles los remedios adecuados; procure ejercitar sabiamente la función de juez y, por medio de un estudio asiduo, bajo la guía del magisterio de la Iglesia, y, sobre todo, por medio de la oración, adquiera aquella ciencia y prudencia necesarias para este ministerio. El discernimiento del espíritu es, ciertamente, un conocimiento íntimo de la acción de Dios en el corazón de los hombres, un don del Espíritu Santo y un fruto de la caridad (Cfr. Fil 1,9-11)" (RP, praen. 10, a).
Y el Papa Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica Reconciliatio et Poenitentia, dice también:
"Para un cumplimiento eficaz del ministerio de reconciliación que se le encomienda, el sacerdote debe tener necesariamente cualidades humanas de prudencia, discreción, discernimiento, firmeza moderada por la mansedumbre y la bondad. Él debe tener, también, una preparación seria, no fragmentaria sino integral y armónica, en las diversas ramas de la teología, en la pedagogía y en la psicología, en la metodología del diálogo y, sobre todo, en el conocimiento vivo y comunicativo de la Palabra de Dios. Pero todavía es más necesario que él viva una vida espiritual intensa y genuina" (ReP, 29) [xvii].
Otros documentos pontificios y episcopales hablan del clima de serenidad y confianza en que debe desarrollarse el diálogo penitencial, de la paciencia y de la bondad, de la caridad y de la comprensión especialmente hacia las personas escrupulosas, de la finura psicológica, etc. El modelo, hay que recordarlo una vez más, es siempre la bondad y el amor de Cristo (cf. Tit 3,4):
"Así, dice el Papa, el sacerdote confesor jamás debe manifestar asombro, cualquiera sea la gravedad, o la extrañeza, por decirlo de alguna manera, de los pecados acusados por el penitente. Jamás debe pronunciar palabras que den la impresión de ser una condena de la persona, y no del pecado... Jamás debe indagar acerca de aspectos de la vida del penitente, cuyo conocimiento no sea necesario para la evaluación de sus actos... Jamás debe mostrarse impaciente o celoso de su tiempo, mortificando al penitente con la invitación de darse prisa (con excepción, claro está, de la hipótesis en que la acusación se haga con una palabrería inútil). Por lo que se refiere a la actuación externa, el confesor debe mostrar un rostro sereno, evitando gestos que puedan significar asombro, reproche o ironía. De la misma manera, quiero recordar que no se debe imponer al penitente el propio gusto, sino que es preciso respetar la sensibilidad en lo concerniente a la modalidad de la confesión, es decir, cara a cara o a través de la rejilla del confesonario" [xviii].
Entre las cualidades y las actitudes del ministro de la reconciliación destacan también la obediencia y la fidelidad a la normativa eclesial referente a las formas de reconciliación, y de modo especial a la confesión y absolución general reservada para los casos extraordinarios contemplados en las disposiciones vigentes y con las condiciones requeridas [xix]. No hay que olvidar tampoco el secreto sacramental, llamado también "'sigilo sacramental', porque lo que el penitente ha manifestado al sacerdote queda 'sellado' por el sacramento" (CCE 1467).
15. Dedicar tiempo y energías al ministerio
Pero de muy poco servirá el poseer estas o aquellas cualidades si falta una disponibilidad real para el ejercicio del ministerio:
"El presbítero deberá dedicar tiempo y energía para escuchar las confesiones de los fieles, tanto por su oficio (Cf. CIC c. 986; PO 13) como por la ordenación sacramental, pues los cristianos -como demuestra la experiencia- acuden con gusto a recibir este sacramento, allí donde saben que hay sacerdotes disponibles. Esto se aplica a todas partes, pero especialmente, a las zonas con las iglesias más frecuentadas y a los santuarios, donde es posible una colaboración fraterna y responsable de los sacerdotes religiosos y los ancianos" [xx].
En la práctica será necesario que en cada comunidad parroquial o iglesia abierta al culto se establezcan y se cumplan unos horarios oportunos para que los fieles puedan tener ocasión de celebrar con la calma y profundidad suficientes el sacramento de la Penitencia según el Rito de la reconciliación de un solo penitente. Así mismo es muy conveniente que siguiendo el año litúrgico u otros acontecimientos eclesiales, como la visita pastoral, peregrinaciones, fiestas patronales, etc., se fijen en el calendario pastoral las fechas de algunas celebraciones según el Rito de la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual, procurando abundancia de ministros y cuidando de que la celebración transcurra con el sosiego necesario.
La iniciación de los niños y de los adolescentes y jóvenes en el sacramento de la Penitencia deberá comprender la celebración según ambas formas, como ha señalado el reciente documento de la Conferencia Episcopal Española sobre La Iniciación cristiana [xxi].
16. Catequesis sobre el sacramento de la Penitencia
No quiero dejar de aludir a este factor de gran importancia para un ejercicio renovado del ministerio de la reconciliación. La catequesis sobre el sacramento de la Penitencia se da ordinariamente cuando se prepara a los niños para celebrarla por vez primera. Pero ya no se suele volver a tocar este sacramento a no ser que aparezca entre los temas del catecismo o de la clase de religión. Sin embargo, si queremos renovar la práctica y la celebración de la reconciliación hemos de hacer un esfuerzo catequético más generoso, orientado hacia toda la comunidad cristiana: niños, jóvenes y adultos. Esta catequesis ha de tocar siempre los aspectos fundamentales, adaptados a la edad de los destinatarios, y debe incluir también la explicación sencilla de los momentos que comprende la celebración, tanto la individual como la comunitaria con confesión y absolución individual.
En cuanto al contenido de esta catequesis es preciso recurrir a las enseñanzas de Jesús en el Evangelio sobre la misericordia divina y el perdón de los pecados, a las introducciones y a las principales fórmulas del Ritual de la Penitencia, al Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 1422-1498) y, a partir de ahí, a los materiales que lleven licencia eclesiástica o respondan claramente a la doctrina y a la práctica de la Iglesia acerca de este sacramento:
"Se precisa una catequesis que insista y destaque la iniciativa y el don de Dios, su juicio y su misericordia, para vivir desde la convicción de que estamos siendo perdonados y justificados gratuitamente por Él... Inspirándose en la fórmula de la absolución, esta catequesis habrá de mostrar que la reconciliación entre Dios y los hombres es una acción realizada en el marco de la historia de la salvación del amor de Dios, irrevocablemente dado en su Hijo por su Espíritu; que Cristo, en su misterio pascual, es ese centro y lugar irrevocable de la reconciliación; que esta reconciliación se actualiza en y por la Iglesia en cada celebración y mediante una acción institucional, que se concreta en el ministerio del sacramento" [xxii].
Un motivo de especial preocupación lo constituye hoy la ignorancia de muchos fieles, especialmente jóvenes, acerca de la importancia de los actos del penitente como elementos esenciales del sacramento y la escasa experiencia de la celebración del Rito de reconciliación de un solo penitente. De ahí la necesidad de tratar estos aspectos con claridad y prudencia, sobre todo ante aquellos fieles que han vivido en zonas en las que solamente se ofrecían los ritos de reconciliación de varios penitentes, incluso con la absolución impartida de modo general. Poco a poco hay que hacerles ver que, al margen de lo abusiva que es esta última práctica, si falta la intención de someter los pecados graves a la confesión, la absolución es inválida, ya que obviar la confesión de estos pecados significa eliminar un elemento esencial del sacramento. En efecto, cuando hay conciencia de pecado grave, no es suficiente el arrepentimiento si falta o se excluye culpablemente el propósito de acudir a la Penitencia [xxiii].
17. Conocer y usar bien el "Ritual de la Penitencia"
Se trata, en definitiva, de realizar una verdadera acción pastoral orientada hacia la conversión y la reconciliación. Obviamente, aunque en esta acción debe intervenir toda la comunidad cristiana como se ha indicado más arriba (n. 7), es a los ministros de la reconciliación y en particular a los párrocos a quienes corresponde llevarla a cabo. Para ello es necesario guiarse por el Ritual de la Penitencia promulgado en 1973, cuyas líneas de fuerza es preciso conocer.
Entre estas líneas destacan: la reconciliación como obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; la importancia de la Palabra de Dios; el significado eclesial de la reconciliación (cf. LG 11) confiada por el Señor como un ministerio a los apóstoles y a sus sucesores; la dimensión sacramental de la reconciliación y de la penitencia, que comprende esencialmente los actos del penitente y la palabra de absolución del ministro; las formas de celebración con sus elementos, especialmente el Rito de la reconciliación de un solo penitente con confesión y absolución individual; las celebraciones penitenciales en torno a la Palabra de Dios descritas también en el Ritual (cf. praen. nn. 36-37); los gestos litúrgicos, como la imposición de manos; y otros aspectos teológicos y disciplinares, entre los que se encuentra el significado de las indulgencias [xxiv].
El Ritual es un instrumento para la preparación de la Penitencia y una guía para su celebración válida y provechosa espiritualmente. Corresponde a los ministros del sacramento extraer de él el máximo partido llevando a la práctica sus orientaciones y sugerencias, eligiendo los textos más oportunos cuando se invita a ello y cuidando de que hasta en los detalles más pequeños todo contribuya a que los fieles tengan la impresión de que están celebrando una verdadera acción sagrada y litúrgica aun en la reconciliación individual. Conocer y usar de manera consciente y creativa el Ritual de la Penitencia, respetando al mismo tiempo sus indicaciones disciplinares, es una gran señal de madurez pastoral y de sentido de la responsabilidad en el ministerio de la reconciliación.
Es necesario también que en las iglesias se habilite un espacio apto para la celebración de la Penitencia a modo de capilla de la reconciliación, bien iluminado y, si es posible, presidido por un gran crucifijo. En él se situará la sede penitencial, decorosa y digna, apropiada para que el penitente pueda elegir el encuentro cara a cara o el anonimato a través de la rejilla. La posibilidad de hacer la lectura de la Palabra de Dios antes de la celebración del sacramento, requiere que en el lugar haya asientos y subsidios oportunos para los fieles. Es conveniente que el ministro use la vestidura litúrgica (alba y estola) y que realice bien el gesto de la imposición de manos sobre la cabeza del penitente [xxv]. Se ha educar a los fieles para que acudan a reconciliarse fuera de la celebración de la Misa [xxvi].
18. "Siendo vosotros mismos asiduos en la recepción de la Penitencia"
Todo cuanto he tratado de exponer de cara a revalorizar el ejercicio del ministerio de la reconciliación tiene un complemento necesario y sumamente eficaz en las exhortaciones y recomendaciones que la Iglesia ha venido haciendo a los que somos ministros de Cristo y dispensadores del misterio de la reconciliación (cf. 1 Cor 4,1; 2 Cor 5,18-20), desde el Concilio Vaticano II hasta los discursos y otros documentos del Papa Juan Pablo II en el sentido de que hemos de "ser asiduos en la recepción de la Penitencia". He aquí lo que ha escrito el Papa Juan Pablo II, desarrollando la doctrina del Concilio Vaticano II sobre este punto:
"Nosotros sacerdotes que somos los ministros del sacramento de la Penitencia, somos también -y debemos saberlo- sus beneficiarios. La vida espiritual y pastoral del sacerdote, como la de sus hermanos laicos y religiosos, depende, para su calidad y fervor, de la asidua y consciente práctica personal del sacramento de la Penitencia (Cf. PO 18). La celebración de la Eucaristía y el ministerio de los otros Sacramentos, el celo pastoral, la relación con los fieles, la comunión con los hermanos, la colaboración con el Obispo, la vida de oración, en una palabra toda la existencia sacerdotal sufre un inevitable decaimiento, si le falta, por negligencia o cualquier otro motivo, el recurso periódico e inspirado en una auténtica fe y devoción al sacramento de la Penitencia. En un sacerdote que no se confesase o se confesase mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resintirían muy pronto, y se daría cuenta también la comunidad de la que es pastor" [xxvii].
Se podrían citar también, entre otros, los textos del Código de Derecho Canónico (c. 276, &2, 5º, del Directorio para la vida y el ministerio de los presbíteros (n. 53) y de la Instrucción pastoral "Dejáos reconciliar con Dios" (n. 82).
A modo de conclusión
19. Hermanos mayores capaces de tener misericordia
Con las últimas referencias a la necesidad de ofrecer a los demás fieles un testimonio personal de aprecio y de celebración frecuente por nuestra parte del sacramento de la Penitencia, permitidme recordaros que, además de las funciones tantas veces resaltadas del ministro de la reconciliación como pastor, padre, buen samaritano y juez justo, el sacerdote es también hermano mayor capaz de compadecerse y de tener misericordia de los pecadores porque él mismo experimenta lo que significa la gracia del perdón de los pecados y la alegría de la reconciliación. En modo alguno podemos ser como el hermano mayor de la parábola que se mostró enojado y displicente ante el amor misericordioso del Padre para con el hijo pródigo (cf. Lc 15,28-30).
Todo lo contrario, nosotros mismos, siendo diligentes en este ministerio y procurando realizarlo con la actitud y los sentimientos de Cristo en su acogida de los pecadores, no solamente encontraremos en ello una fuente de alegría espiritual y de santificación personal sino que contribuiremos de manera decisiva a la recuperación y a la renovación del sacramento de la Penitencia en nuestras comunidades.
Confiando el fruto de esta Carta cuaresmal a la Santísima Virgen María, Madre de misericordia, al Apóstol Santiago ya que nos encontramos en Año Jubilar Compostelano, al Santo Cura de Ars y a los santos pastores que ejercieron este ministerio de manera ejemplar, me complace desearos a todos una santa y muy fecunda celebración del misterio pascual de Jesucristo en este año dedicado al Padre y al sacramento de su amor misericordioso, en el camino del Gran Jubileo del 2000. Con mi afectuoso saludo:
Ciudad Rodrigo, 17 de febrero de 1999
Miércoles de Ceniza
+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo
[i]. Juan Pablo II, Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, de 10-XI-1994 (= TMA), 49.
[ii]. Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecismo 1992 (citado con las siglas de la edición latina = CCE), 1462; cf. LG 26.
[iii]. Véase la II parte de mi Exhortación pastoral del comienzo de curso apostólico 1998-1999: Dios Padre misericordioso en la Iglesia y en nuestra vida, nn. 12 ss.
[iv]. Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Reconciliatio et Poenitentia, de 2-XII-1984 (= ReP), 11.
[v]. Cf. TMA 33; Juan Pablo II, Bula "Incarnationis Mysterium" de convocación del Gran Jubileo del año 2000, de 29-I-1998, n. 11.
[vi]. Ritual de la Penitencia, Coeditores litúrgicos 1975 (= RP), praenotanda n. 8.
[vii]. Cf. ReP 16.
[viii]. "En efecto, de acuerdo con el plan de Dios, según el cual la humanidad y la bondad del salvador se han hecho visibles al hombre (cf. Tit 3,4-5), Dios quiere salvarnos y restaurar su alianza con nosotros por medio de signos visibles" (RP praenot., n. 6 d; cf. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral sobre el sacramento de la Penitencia "Dejáos reconciliar con Dios", de 15-IV-1989, 46.
[ix]. RP praenot., n. 6 d.
[x]. En este sentido es muy útil el Vademecum para los confesores sobre algunos temas de moral conyugal editado en 1997 por el Pontificio Consejo para la Familia.
[xi]. CCE 1451; cf. Concilio de Trento: DS 1676.
[xii]. Código de Derecho Canónico, c. 969; cf. RP praenot. n. 31.
[xiii]. Juan Pablo II, Discurso a los penitenciarios de Roma de 31-I-1981: L´Osservatore Romano, ed. española de 15 de febrero de 1981; véase también el Discurso de 31-III-1990: L'Osservatore Romano, ed. española de 15-IV-1990.
[xiv]. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral "Dejáos reconciliar con Dios", cit., 70.
[xv]. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dominicae Coenae", de 24-II-1980, 7.
[xvi]. Cf. RP praenot., 10 c. Véanse también Directorio para la vida y el ministerio de los presbíteros, de 31-I-1994 (= Direct.), n. 51; Instrucción "Dejáos reconciliar con Dios", cit., n. 82.
[xvii]. Respecto de la teología moral cabe la posibilidad de que se presenten al ministro cuestiones complejas o muy difíciles: "En tal caso la prudencia pastoral, junto a la humildad, teniendo en cuenta si el penitente siente urgencia o no, si siente ansiedad o no, y teniendo presentes las demás circunstancias concretas, lo llevará a enviar a ese penitente a otro confesor o establecer una cita para un nuevo encuentro y, mientras tanto, prepararse: a este respecto ayuda tener presente que existen los volúmenes de los probati auctores, y que, salvando el resperto absoluto del sigilo sacramental, se puede recurrir a sacerdotes más doctos y experimentados" (Juan Pablo II, Discurso a los penitenciarios de Roma el 28-III-1993: L'Osservatore Romano, ed. española de 9-IV-1993.
[xviii]. Juan Pablo II, Discurso a los penitenciarios de Roma el 28-III-1993: cit.
[xix]. En España la Conferencia Episcopal determinó lo siguiente: "en el conjunto del territorio de la CEE, no existen casos generales y previsibles en los que se den los elementos que constituyen la situación de necesidad grave en la que se puede recurrir a la absolución general (c. 961, &1.2)": Conferencia Episcopal Española, Criterios acordados para la absolución sacramental colectiva a tenor del canon 961, 2, de 18-XI-1988; en Instrucción pastoral "Dejáos reconciliar con Dios", cit., pág. 111..
[xx]. Direct. 52; véase también la Instrucción pastoral "Dejaós reconciliar con Dios", cit., n. 82.
[xxi]. CCE, La Iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, de 27-XI-1998, 109.
[xxii]. CEE, Instrucción pastoral "Dejáos reconciliar con Dios", cit., 68.
[xxiii]. Cf. Código de Derecho Canónico, c. 962.
[xxiv]. Cf. Manual de Indulgencias. Normas, concesiones y principales oraciones del cristiano, Coeditores litúrgicos 1995. Véanse también la citada Bula "Incarnationis Mysterium" (nn. 9-10) y el documento anexo de la Penitenciaría Apostólica, Disposiciones para obtener la indulgencia jubilar.
[xxv]. Cuando éste usa la rejilla, será suficiente la extensión de la mano derecha.
[xxvi]. Cf. RP praen. n. 13. Por otra parte, no está permitido celebrar el Rito para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual, dentro de la Misa. Si ésta ha de seguir necesariamente, déjese un espacio de tiempo conveniente entre una y otra celebración.
[xxvii]. ReP 31/VI. Véase también la Exhortación Apostólica postsinodal "Pastores Dabo Vobis", de 25-III-1992, 26.
EL MINISTERIO DE LA ORACION Carta a los Presbíteros
Escrito por Super UserEL MINISTERIO DE LA ORACION
Carta a los Presbíteros
SUMARIO
Introducción
1. En la perspectiva del reciente Jubileo
2. En coherencia con las líneas de acción pastoral para el trienio 2.000-03
I. JESUS, MAESTRO DE ORACION
3. Necesidad de la oración
4. Las dificultades de nuestra oración
5. Oración y adoración
6. La oración de Jesús
7. La ayuda del Espíritu Santo
8. Oración al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo
9. Jesús y la Iglesia han orado por nosotros
10. El ejemplo de María y de los santos
II. LA ORACION EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DE LOS PRESBITEROS
11. La oración en la vida del presbítero
12. El ejercicio del ministerio fuente de santificación
13. El ministerio de la oración
14. Oración personal, oración paralitúrgica y oración litúrgica
15. De la oración personal a la oración litúrgica
16. La Eucaristía en el centro de la vida de oración del presbítero
17. La Liturgia de las Horas
18. Otras formas de oración
19. La visita y la oración ante el Santísimo Sacramento
III PARTE: ALGUNOS RECURSOS PARA LA ORACION
20. Oración vinculada siempre a la Palabra de Dios
21. Hay un tiempo para orar y un tiempo para trabajar
22. "Lectio Divina" y oración mental
23. Liturgia de las Horas y oración personal
24. La oración compartida y los grupos de oración
25. Amodo de conclusión
EL MINISTERIO DE LA ORACION
Carta a los Presbíteros
"Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos" (Lc 11,1).
Queridos hermanos presbíteros:
En los días que preceden a la Cuaresma me pongo a escribiros una carta como en años anteriores, con el deseo de ofreceros algunas ideas y sugerencias en torno a un tema importante para nuestra vida de ministros de Cristo. Pensando cuál podía ser ese tema y que tuviera además alguna relación con las líneas de acción pastoral propuestas al comienzo del curso, me ha parecido que podía ser la oración. Me he decidido a ello después de haber leído la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte del Santo Padre Juan Pablo II [i].
Recibid mi saludo fraterno en el Señor. La Cuaresma es tiempo de gracia y de salvación (cf. 2 Cor 6,2). Por eso pido al Padre de las misericordias que os conceda a cada uno aprovechar este tiempo para "renovaros en la mente y en el espíritu" (Ef 4,22).
1. En la perspectiva del reciente Jubileo
Os decía que he elegido el tema de la oración después de haber leído el bello documento con que nos ha obsequiado el Santo Padre al término de Jubileo. Sorprende gratamente comprobar el énfasis que pone en el retorno a la normalidad después de la grata experiencia de las celebraciones jubilares. Pero, como el mismo Papa ha dicho, "nada es como antes" al reanudar el camino del tiempo ordinario [ii]. El Año Jubilar nos ha dejado una herencia preciosa que hemos de conservar y de acrecentar especialmente en estos dos aspectos: manteniendo a Cristo en el centro de nuestra vida, y dando por todas partes testimonio de reconciliación, de espíritu de servicio y de comunión.
Permitidme citar estas significativas palabras de la Carta Apostólica: "Ahora tenemos que mirar hacia adelante, debemos «remar mar adentro», confiando en la palabra de Cristo: ¡Duc in altum! Lo que hemos hecho este año no puede justificar una sensación de dejadez y menos aún llevarnos a una actitud de desinterés. Al contrario, las experiencias vividas deben suscitar en nosotros un dinamismo nuevo, empujándonos a emplear el entusiasmo experimentado en iniciativas concretas... Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer»" (NMI 15).
2. En coherencia con las líneas de acción pastoral para el trienio 2.000-03
"Dinamismo nuevo", "entusiasmo", "iniciativas concretas" son palabras estimulantes. Pero es necesario construir sobre una base sólida. Y esta base no puede ser otra que la gracia de Jesucristo, sin el cual "no podemos hacer nada" (cf. Jn 15,5).
Completado el ciclo de objetivos diocesanos centrados en la Iniciación cristiana y en la preparación y celebración del Gran Jubileo (años 1.996-2.000), hemos trazado un nuevo programa que comprende diez líneas de acción pastoral para el trienio 2.000-2.003, de manera que el objetivo de cada curso tenga en cuenta y comprenda estas líneas. "Denominador común de estas líneas es la necesidad de la evangelización como preocupación general y prioritaria. La Iglesia particular de Ciudad Rodrigo necesita reforzar su misión al servicio del Reino de Dios con la mirada puesta en Jesucristo, origen y dueño de la acción evangelizadora" [iii].
La primera línea de acción consiste precisamente en la atención a la vida espiritual en todos los sectores del pueblo de Dios. No puede ser de otra manera. Evangelizar requiere en todos los que hemos de trabajar en ello, especialmente los sacerdotes, un compromiso decidido en favor de la propia santificación, cultivando los medios que la procuran, entre los que sobresale la oración como encuentro cotidiano con el Señor [iv].
Por todos estos motivos he pensado escribiros este año sobre la oración. Divido la Carta en tres partes. En la primera os invito a dirigir una vez más la mirada al Señor, Maestro de oración, para hacerle la misma súplica de los primeros discípulos: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11,1). En la segunda compartiré unas reflexiones sobre la oración en nuestra vida y en nuestro ministerio, ya que hemos sido constituidos en ministros de la oración. Y en la tercera trataré de proponer algunas sugerencias prácticas.
I. JESUS, MAESTRO DE ORACION
3. Necesidad de la oración
De nuevo quiero citar a S.S. Juan Pablo II: "La oración... nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: ¡Duc in altum!" (NMI 38).
Pero, ¿quién no está convencido de esta necesidad? Entre nosotros, los sacerdotes, que desde que entramos en el Seminario e incluso antes, en el seno de nuestras familias -fueron nuestras madres las que nos enseñaron a rezar-, sabemos lo que es la oración, nadie pone en duda esta necesidad. Pero en la práctica, no vamos a negarlo, padecemos una "cierta mala conciencia afligida", una sensación dolorosa de no estar siendo fieles a esta dimensión fundamental de nuestra existencia [v].
Y es cierto, y las causas no son únicamente las distracciones, la sequedad o falta de sabor, sino también la carencia de unas estructuras sistemáticas para la oración individual, el poco tiempo y la fluctuación de los momentos que le dedicamos, la rutina y la poca interioridad sobre todo en la celebración, tanto de la Eucaristía como de la misma Liturgia de las Horas. Nuestras celebraciones adolecen también de falta de preparación personal.
Quizás nos afectan también a nosotros los factores de una crisis religiosa más general. En efecto hay cristianos a los que se les ha olvidado lo que es rezar, porque han abandonado oraciones y prácticas de piedad que ahora no les dicen nada, o porque su relación con Dios les parece algo irreal y carente de sentido. Para muchos la oración está asociada a los momentos de dificultad, como un recurso último. En todos los casos se advierte un gran déficit de experiencia gozosa y liberadora del encuentro con Dios.
4. Las dificultades de nuestra oración
Los sacerdotes constatamos muchas veces que no hemos sabido cuidar la vida espiritual. Desbordados a veces por la actividad, no buscamos la ocasión propicia y el clima para sumergirnos en la oración, con el riesgo que esto comporta de que nos convirtamos en "funcionarios" de la tarea pastoral.
Es cierto que el mundo de la oración es complejo y difícil. Lo reconocen hasta los grandes orantes, que han experimentado en sus propias vidas esa complejidad y dificultad, y no pocas veces la "noche oscura". Santa Teresa decía: "Estas cosas de oración son todas dificultosas" (Vida 13,12). Dada la mentalidad utiliarista y el pragmatismo que nos envuelven, la oración carece de valor de manera que algunos se preguntan: "¿para qué sirve orar?". Esclavo de la eficacia y del rendimiento, al hombre de hoy no le preocupa la oración, aunque después tiene que buscar espacios para superar el stress y la ansiedad de la vida moderna. Quizás alguno de nosotros piensa también que la mejor oración es el compromiso, que basta orar con la vida y que todo es ya oración.
Pero el problema de la debilidad de nuestra oración es probablemente de otra naturaleza. Yo lo veo como un problema de relación o, si queréis, de superación de una idea en cierto modo racionalista o intelectual de la oración. Hemos pretendido que nuestra oración fuera como un raciocinio, una especie de discurso que va procediendo con lógica, por derivación de ideas. Si la oración consistiera en esto, sería una forma de hablar con nosotros mismos, y el Dios a quien nos dirigimos tan sólo la proyección o el espejo de nuestros deseos y frustraciones. Pero la oración es mucho más que una actividad intimista, que un recurso psicológico. Es una necesidad de nuestro espíritu, que quiere estar en contacto con Alguien que nos espera, nos acoge y nos ama.
5. Oración y adoración
Uno de los problemas más grandes con que tropezamos hoy y que tiene también su repercusión en la pobreza de nuestras oraciones es el debilitamiento del sentido de la adoración a Dios. Son muchos los signos que denotan este debilitamiento. Basta observar cómo se comporta la mayoría de la gente en el interior de las iglesias, incluso durante las celebraciones. Los gestos de adoración y el silencio religioso brillan por su ausencia muchas veces.
Fuera de la iglesia no se menciona a Dios en los actos públicos y en muchos otros actos, en los que antes se rezaba o se hacía al menos señal de la cruz al empezar. Se evita hablar de las realidades espirituales, incluso en ámbitos confesionales católicos, por temor a herir la susceptibilidad de los no creyentes. Poco a poco se difuminan las diferencias de lenguaje entre creyentes y no creyentes, de manera que todo el mundo se acostumbra a prescindir de lo religioso o a considerarlo como un fenómeno marginal. Es evidente que estamos ante una sociedad fuertemente atacada de secularismo. Y sin embargo se da la paradoja de la fascinación que producen algunas religiones orientales, las sectas y los movimientos pseudoespiritualistas.
En este clima la oración no existe sencillamente. Por eso debemos preguntarnos qué hemos hecho de la adoración como primer acto de la virtud de la religión, que expresa el homenaje de la criatura hacia su Creador y el reconocimiento de la más profunda dependencia. La adoración entraña admiración ante la insondabilidad del misterio divino y gratitud hacia la bondad de Dios, y se basa en un amor confiado que capacita para celebrar a Dios y darle la gloria y el honor que le son debidos. Por eso la adoración es el alma de todas las formas de culto, tanto personales e indivuales como comunitarias y litúrgicas. Recuperar el sentido de la adoración es hoy un objetivo absolutamente prioritario en la espiritualidad, en coherencia con el diálogo de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4,19-24).
6. La oración de Jesús
En el Libro de los Salmos, la colección más rica de plegaria que existe, hay innumerables ejemplos que reflejan las dificultades en la oración: "Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso" (Sal 22[21],3). Es el salmo que Jesús recitó en la soledad de la cruz. Los mismos sentimientos aparecen en los salmos 77[76], 88[87], etc. Como contraste el salmo 27[26] expresa la confianza en la cercanía de Dios: "El Señor es mi luz y mi salvación, el Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?" (v. 1). Expresiones semejantes se encuentran en el salmo 18[17]: "En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo Él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos" (v. 9). En labios de Jesús aparece una afirmación semejante: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que Tú me escuchas siempre" (Jn 11,41-42).
Bastarían estos ejemplos para advertir que la oración de Jesús, nuestro Maestro y modelo en la plegaria [vi], es una oración situada dentro de la tradición bíblica representada por el Salterio y, por esto mismo, una oración que asume las dificultades de nuestra oración y al mismo tiempo expresa la certeza de que Dios escucha siempre a sus hijos. En este sentido Jesús ha revelado su relación singular con el Padre y su íntima unidad con Él en el Espíritu Santo. Basta releer en esta clave los discursos de la última Cena y en especial la oración sacerdotal.
La enseñanza de Jesús más original e importante es la que se refiere al contenido mismo de la oración. Este contenido se condensa en una palabra: ¡Abba, Padre! (Mc 14,36). La manifestación de lo que esta palabra encierra fue seguida de la donación del Espíritu Santo, que hace posible la filiación divina adoptiva y el que todos los discípulos de Jesús podamos invocar a Dios como Él (cf. Rm 8,15; Gá 4,6-7). Por eso Jesús, respondiendo a la petición de de los discípulos de que les enseñara a orar, les dijo: "Cuando oréis decid: Padre..." (Lc 11,2; cf. Mt 6,9).
7. La ayuda del Espíritu Santo
Con frecuencia nos ponemos a orar sin preparación inmediata. Y no me refiero sólo al silencio exterior e interior, sino a la conveniencia de invocar la ayuda divina para la oración. Este es el sentido que tiene la recitación del "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles..." al comienzo de una meditación, y no es otro el significado de la invocación inicial de las horas del Oficio Divino: "Dios mío, ven en mi auxilio", tomada del Salmo 70[69],2.
Estas invocaciones nos recuerdan lo que dice San Pablo: "El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8,26). En efecto, el Espíritu Santo, «es el mismo en Cristo, en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los cristianos» (OGLH 8). Su misión es hacernos participar de la vida de Cristo, de su sabiduría y de su amor. Pero también de la oración de Jesús. Gracias al Espíritu Santo podemos participar en los sentimientos de Cristo en su coloquio con el Padre. "Nadie puede decir ¡Jesús es Señor!, si no es bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). Sin la asistencia del Espíritu, la oración no puede remontar el vuelo de la intimidad con Dios y se queda a lo sumo en una búsqueda de lo transcendente, como sucede en las formas de oración de muchas religiones.
Reconocer nuestra dificultad para orar y nuestra pobre experiencia de oración no es malo, ya que forma parte de nuestra condición humana que se ha alejado de Dios. Pero el Espíritu Santo, "derramado en nuestros corazones" (Rm 5,5), colma esta laguna y salva la distancia inspirando, moviendo, avivando en nosotros la conciencia de que somos hijos de Dios y ayudándonos a encontrar el gozo y la alegría de su presencia. Él mismo ora en nosotros. Por eso «no puede darse oración cristiana sin la acción del Espíritu Santo, el cual... nos lleva al Padre por medio del Hijo» (OGLH 8; cf. CCE 2.623).
8. Oración al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo
El Espíritu Santo hace de la oración una relación interpersonal. Gracias a Él no oramos dirigiéndonos a Dios de una manera confusa, sino sabiendo quién nos escucha. En este sentido la oración cristiana es una oración trinitaria, pero que pasa necesariamente por la mediación de Jesucristo: "No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos 'en el nombre de Jesús'. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre" (CCE 2.664).
Desde el Nuevo Testamento la ora ción debe dirigirse al Padre, por medio de Jesucristo nuestro Señor en la unidad del Espíritu Santo. De este modo la plegaria se sitúa, como aceptación y respuesta del creyente, dentro de la economía de la salvación que actualiza en el tiempo el designio eterno del Padre (cf. Ef 3,11; 2 Tm 1,9-10). Siguiendo las enseñanzas de Jesús los creyentes, movidos por el Espíritu Santo, debemos invocar a Dios como Padre con afecto filial y ofrecerle cuanto somos y tenemos imitando la oblación de Cristo en la cruz (cf. Hb 9,14). San Pablo recomendaba a los cristianos hacer de su vida una constante acción de gracias a Dios Padre, en el nombre de Jesucristo y por mediación de él (cf. Col 3,17; Ef 5,20). Pero esto sólo se logra dedicando tiempo a la oración que consagra la vida.
Jesucristo no sólo es el Mediador sacerdotal de nuestra plegaria y nuestro intercesor permanente ante el Padre (cf. 1 Jn 2,1; Hb 4,14-16). Es también término de nuestra oración. San Agustín escribió: "Cristo ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, y es invocado por nosotros como Dios nuestro" (Enarr. In Ps.85,1).
La oración cristiana se apoya en primer lugar en la misteriosa comunicación establecida entre el Hijo de Dios y la humanidad, unida a él en la Encarnación. Su gran valor radica en la presencia prometida por el propio Señor "donde estén reunidos dos o tres en su nombre" (Mt 18,20; 28,20), a fin de que todo lo que pidamos al Padre, nos sea concedido (cf. Jn 16,23).
9. Jesús y la Iglesia han orado por nosotros
Los sacerdotes debemos tener presente también que somos fruto de la oración de Jesús y de la oración de la Iglesia. En efecto, hay varios pasajes evangélicos en los que aparece el Señor orando por sus discípulos, los de la primera hora y los que hemos venido después como sucesores de aquellos. San Lucas tiene especial cuidado en señalar que Jesús eligió a los discípulos después de haber pasado una noche en oración: "Por entonces subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró Apóstoles" (Lc 6,12-13) [vii]. A uno de ellos, a Simón Pedro, elegido para ser cabeza y fundamente de todo el colegio, el Señor le dijo expresamente: "Simón... yo he pedido por ti para que tu fe no se apague" (Lc 22,32).
San Juan reproduce la oración de la última Cena, en la que Jesús oró al Padre en el Espíritu Santo pidiendo de manera especial por los discípulos (cf. Jn 17,20). En la oración tenía en cuenta que los iba a enviar al mundo para que continuaran su propia misión. Y añadió: "Yo por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad" (Jn 17,19). Era la ofrenda del sacrificio de la cruz, en el que Cristo se santificó a sí mismo y en el cual todos hemos sido santificados: consagrar equivale a santificar. Cristo actualiza continuamente su oración oblativa ante el Padre en el Espíritu Eterno (cf. Hb 7,25; 9,14; 1 Jn 2,1).
Actualización de la oración de Jesús en la presencia del Espíritu Santo, fue la invocación (epíclesis) del Obispo el día de nuestra ordenación sacerdotal. La solemne plegaria consecratoria fue precedida de la súplica de toda la asamblea de los fieles recabando incluso la intercesión de todos los santos, mientras nosotros orábamos también postrados en tierra. La voz de la Iglesia en oración es la voz de Cristo que ora con su cuerpo místico al Padre (cf. SC 83-84). Todo el rito de la ordenación, especialmente la imposición de manos y la unción con el crisma, ponían de manifiesto la presencia del Espíritu Santo que Cristo prometió pedir al Padre para que lo enviara sobre los discípulos y sobre toda la Iglesia (cf. Jn 14,16.26).
No podemos ser indiferentes al origen de nuestro ser ministerial y sacerdotal en la plegaria de Cristo y de la Iglesia. Tampoco podemos olvidar que cada día infinidad de fieles y comunidades religiosas, oran por nuestra santificación, prolongando de alguna manera la oración del Señor. La oración por las vocaciones comprende en primer término a los que hemos sido llamados y enviados ya.
10. El ejemplo de María y de los santos
No quiero dejar de recordarlo. Después de a nuestro Señor y Maestro, tenemos en María el modelo más acabado del orante. Ella forma parte también de los grandes testigos de la oración a lo largo de la historia salvífica. Pablo VI escribió una página preciosa sobre María, la Virgen orante, que merece la pena recoger: "Así aparece Ella en la visita a la Madre del Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza: tal es el 'Magnificat'(cf. Lc 1,46-55)... Virgen orante aparece María en Caná, donde, manifestando al Hijo con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene además un efecto de la gracia: que Jesús, realizando el primero de sus 'signos', confirme a sus discípulos en la fe en El (cf. Jn 2,1-12). También el último trazo biográfico de María nos la describe en oración: los Apóstoles 'perseveraban unánimes en la oración, juntamente con las mujeres y con María, Madre de Jesús, y con sus hermanos' (Hch 1,14): presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación" [viii].
El Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a la oración de María como la ofrenda generosa de todo su ser, cooperando en la anunciación de manera única con el designio amoroso del Padre para la concepción de Cristo, y en Pentecostés para la formación de la Iglesia, cuerpo de Cristo (cf. CCE 2.617; 2.622).
En cuanto a los santos, en todos sin excepción la plegaria ocupa un puesto preeminente. Como ejemplo basta citar a San Juan de Avila, Patrono del Clero secular español. Su oración era profundamente contemplativa y unitiva, es decir, buscando la familiaridad con Dios: "Por oración, decía, entendemos aquí una secreta e interior habla con que el alma se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que en secreta habla se pasa con Dios" (Audi Filia, c.70). Nuestro santo consideraba la oración como parte de su ministerio de mediación y de prolongación de la oración de Jesús, especialmente en la Eucaristía y en el Oficio Divino [ix].
II. LA ORACION EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DE LOS PRESBITEROS
11. La oración en la vida del presbítero
Esta referencia a San Juan de Avila nos introduce en la segunda parte de esta Carta. Se trata de conectar vida y ministerio por medio de la oración. O mejor aún, de mantener vivo y fecundo nuestro ministerio con ayuda de la oración, que nos ofrece la posibilidad de estar en sintonía particular y profunda con nuestro Señor y Maestro. El hecho de haber sido configurados con Cristo por el sacramento del orden nos pide cultivar esta sintonía y enriquecerla cada día. Notemos que nuestra vida espiritual, como enseñó el Concilio Vaticano II, se apoya en una doble exigencia: en primer lugar la consagración bautismal, y después pero en íntima conexión con ella el sacramento que nos ha constituido en instrumentos vivos Cristo, el Sacerdote eterno, para que le representemos a través del tiempo (cf. PO 12).
En nuestra vida ha de haber una unidad sobre la base de la vocación universal a la santidad para todos los cristianos, pero que se ha de realizar en la fidelidad al ministerio sacerdotal, cuyo ejercicio es un magnífico medio de santificación (cf. PO 13). La oración contribuye decisivamente a lograr esta unidad de vida. Lo enseña también el Vaticano II aludiendo a la caridad pastoral: "Esta caridad pastoral fluye, sobre todo, del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Cosa que no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran más íntimamente cada vez, por la oración, en el misterio de Cristo" (PO 14).
Más aún, la oración preserva al presbítero del peligro del "funcionalismo", que consiste en la reducción del ministerio a los aspectos puramente funcionales, vaciando de contenido la caridad pastoral [x].
12. El ejercicio del ministerio fuente de santificación
"El ejercicio de la triple función sacerdotal requiere y favorece a un tiempo la santidad" (PO 13). Esta afirmación del Concilio Vaticano II ha sido muy fecunda para la espiritualidad de los presbíteros. Sin embargo no parece que se hayan extraído en la práctica todas las consecuencias que entraña. Prevalece todavía una cierta dicotomía entre la espiritualidad, nutrida en el mejor de los casos en la celebración eucarística y en la oración, y la actividad ministerial entendida como tarea o trabajo. Sin embargo de lo que se trata es de unificar toda la existencia bajo el influjo santificador del Espíritu Santo, de manera que la consagración y la misión no sean dos realidades separadas sino íntimamente unidas (cf. PO 12; PDV 24).
Este ideal se logra renovando continuamente en nosotros y profundizando cada vez más la conciencia de que somos ministros de Cristo en virtud de la configuración sacramental con el que es Cabeza y Pastor de la Iglesia. Esta conciencia influye decisivamente en la vida espiritual al comprometer la totalidad de nuestras personas en el deempeño de nuestra misión en favor de la Iglesia y de la humanidad. Jesucristo ha querido contar con nosotros, es decir, con nuestra mediación consciente, libre y responsable. Por eso, aunque la eficacia santificadora de nuestro ministerio procede de Él, en alguna medida también esa misma eficacia está condicionada por la acogida y participación humana. De ahí que la mayor o menor santidad de vida de los ministros influye realmente en la actuación ministerial, que será tanto más fructuosa cuanto mayor es la docilidad y la fidelidad a Jesucristo y a su Espíritu (cf. PO 12; PDV 25).
Por este motivo el día de nuestra ordenación se nos dijo: "imitamini quod tractatis". La expresión dice literalmente: "imitad lo que administráis", pero su sentido es más amplio. Por eso el Rito actual de la ordenación despliega el significado completo al decir en el momento de entregar al neopresbítero la ofrenda del pueblo santo: "considera lo que realizas, imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor" [xi].
13. El ministerio de la oración
En este marco de unidad y de fecundación mutua entre vida espiritual y ejercicio del ministerio desempeña un papel de gran importancia la oración. En efecto, los sacerdotes hemos sido llamados a ser "maestros de oración". Por eso es fundamental que experimentemos "el sentido auténtico de la oración cristiana, el de ser un encuentro vivo y personal con el Padre por medio del Hijo unigénito bajo la acción del Espíritu; un diálogo que participa en el coloquio filial que Jesús tiene con el Padre" (PDV 47). La oración no solamente ha de ser alimento de nuestra vida espiritual sino también un servicio al pueblo de Dios, ya que nos ha sido confiado este ministerio cuando fuimos ordenados.
En la revisión del Pontifical de las Ordenaciones del Obispo, de los Presbíteros y de los Diáconos efectuada en 1.989 se han introducido algunas modificaciones muy interesantes en este sentido. Así en el escrutinio o promesas de los candidatos el Obispo pregunta: "Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?" [xii]. La fórmula es totalmente nueva y se ha introducido después de la referencia al Sacrificio eucarístico y al sacramento de la Penitencia, dentro de una remodelación de las preguntas siguiendo las tres funciones del ministerio apostólico: predicar, santificar, gobernar.
Significativa es también la adición en la última parte de la plegaria de ordenación, al señalar la colaboración de los presbíteros con el Obispo en las distintas funciones sacerdotales: la predicación del Evangelio, la dispensación de los misterios de Cristo y la formación del pueblo de Dios. La oración de los presbíteros como función ministerial es mencionada de este modo: "Que en comunión con nosotros, Señor, imploren tu misericordia por el pueblo que se les confía y en favor del mundo entero" [xiii]. La intención que ha motivado esta adiciones es muy clara: explicitar y subrayar que la oración de los presbíteros forma parte de la función santificadora del pueblo cristiano que les ha sido encomendada y para la cual han sido configurados sacramentalmente a Cristo.
Los textos litúrgicos aluden a la Liturgia de las Horas, como puede verse analizando las expresiones paralelas en la ordenación de los diáconos. Estos, al ser ordenados, aceptan la misión y la obligación de orar por toda la Iglesia y en su nombre con el Oficio Divino [xiv]. Pero la perspectiva es más amplia en el caso de los presbíteros. La oración como ministerio presbiteral es preciso contemplarla en relación con la celebración de la Eucaristía y con toda la función santificadora que se les ha confiado.
14. Oración personal, oración paralitúrgica y oración litúrgica
Para una mejor comprensión de lo que acabo de decir, me parece indispensable referirme a la cuestión de la relación entre estas tres formas de la oración cristiana, no siempre bien integradas y armonizadas en la vida espiritual. El distinguirlas ayuda a darles su justo valor, pero las tres son necesarias de manera que se enriquecen mutuamente y no suelen darse completamente por separado. Las tres son verdadera oración en la medida en que en ellas el hombre se abre y se sumerge en la presencia de Dios, si bien la última tiene como sujeto no sólo a los fieles cristianos en particular sino también al entero cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
La oración personal es la oración recomendada por el Señor al decir: "Cuando vayas a rezar entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará" (Mt 6,6). Es la oración practicada por nuestro Salvador cuando subía al monte a orar o trasnochaba en la oración (cf. Mc 1,35, 6,46; Lc 6,12; etc.), y por todos los discípulos de Jesús que se han tomado en serio su mandato de "orar siempre sin desanimarse" (Lc 18,1; cf. 1 Tes 5,17). De suyo esta oración es silenciosa, interior, individual -aunque sea en compañía de otras personas-, de la mente y del corazón, meditativa o contemplativa. Esta oración no puede faltar en la vida de ningún cristiano, menos aún en el sacerdote.
La oración paralitúrgica, llamada también comunitaria, es la oración de los ejercicios piadosos del pueblo cristiano y la que ha configurado muchas veces la religiosidad popular. Se inspira en la liturgia y conduce a ella (cf. SC 13), suele ser oración vocal y exterior, aunque comprenda también el silencio y el recogimiento. Usa fórmulas tradicionales, aunque no necesariamente. Puede parecer reiterativa, pero es sencilla y adaptada a los que oran en estructura y en expresiones. Aunque la Iglesia no da carácter oficial a la oración paralitúrgica, sin embargo la recomieda y encarece cuando se trata del culto eucarístico, el Rosario o el Via Crucis.
La oración litúrgica es toda celebración y toda forma de plegaria cuyo sujeto último es la Iglesia, cuerpo de Cristo, asociada a su Señor y Esposo para dar culto al Padre en el Espíritu Santo. Esta forma de oración está fijada en los libros litúrgicos, el Misal, los rituales de los sacramentos y la Liturgia de las Horas, y posee estructuras y fórmulas propias, heredadas en algunos casos de la tradición bíblica pero configuradas también por la propia tradición eclesial y litúrgica. Pero ha de ser también verdadera oración en todos los que toman parte en ella, de manera que "la mente concuerde con la voz", como pedía San Benito (cf. SC 90).
15. De la oración personal a la oración litúrgica
Las tres formas de oración deben darse en la vida de todo presbítero, de manera alternativa o escalonada, pero siempre procurando la unión con el Dios vivo. ¿Cómo se logra esto? Practicando las tres formas, dado que existe una comunicación y un influjo entre las tres.
En efecto la oración personal prepara y capacita para la celebración litúrgica, y al mismo tiempo brota como una derivación de ésta, al tratar de interiorizar lo que se ha escuchado -las lecturas de la Palabra de Dios- o lo que ha sido objeto de la plegaria -la eucología o los cantos- o de la acción ritual en la celebración. Por su parte la liturgia ha de transcurrir en un clima religioso que facilite el diálogo entre Dios y su pueblo, con el necesario ritmo y equilibrio entre la palabra y el silencio, entre el canto y el rito. De ahí la importancia que tienen los silenciosprevistos en la celebración, como el del acto penitencial en la Misa, los que siguen a la invitación a orar, el que se hace después de las lecturas o de la homilía y el que tiene lugar a continación de la comunión.
Por este motivo la participación de los fieles en la liturgia ha de ser a la vez consciente y activa, interna y externa, de manera que los que intervienen en la liturgia "pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina para no recibirla en vano" (SC 11; cf. 14; 19, etc.). En este sentido es absolutamente necesario que antes de la celebración se guarden la debida compostura exterior y el silencio en la iglesia y en los lugares cercanos a ella, para que tanto los ministros como los fieles se dispongan debidamente para la acción sagrada. Los sacerdotes debemos educar al pueblo, especialmente a los niños y jóvenes, en estas actitudes.
En cuanto a los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, individuales o comunitarios, según las tradiciones de cada lugar, es cierto que nacieron en un momento en que la liturgia resultaba ininteligible y distante, con el fin de colmar la necesidad del encuentro con Dios. Sin embargo su práctica sigue siendo muy conveniente, entre otros motivos porque son más fáciles y poseen un notable grado de adaptación al sentimiento religioso popular. Es cierto que hay que ejercer sobre ellos un cuidado atento para evitar desviaciones, pero cuando se trata de ejercicios recomendadas por la Iglesia, es evidente que los sacerdotes debemos ir delante del pueblo en estas prácticas porque nos hacen bien a nosotros y constituyen una buena preparación para la celebración litúrgica.
16. La Eucaristía en el centro de la vida de oración del presbítero
El año pasado por estas fechas os escribí la carta titulada "El ministro de la Eucaristía". En ella, especialmente en la segunda parte (nn. 7-10), me refería a las actitudes espirituales que hemos de mantener en la celebración eucarística, centro y razón de ser del ministerio sacerdotal y nuestra principal función (cf. PO 13). Os invito a releer esa parte y los nn. 11, 12 y 18 del la tercera.
Pero ahora me quiero referir a la centralidad de la Eucaristía en la vida de oración de los sacerdotes. En efecto la Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11; cf. CCE 1.324), porque "en la Eucaristía se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CCE 1.325). Si la oración es un acto de culto, la Eucaristía es el más elevado acto de oración y de adoración a Dios. Lo mismo ocurre en nuestra existencia sacerdotal [xv].
Bastaría recordar que toda la celebración se desarrolla dentro de una perspectiva trinitaria y cristológica, desde la invocación inicial hasta la bendición final. Entre los momentos más importantes de la Misa se encuentran la liturgia de la Palabra, en la que "Dios habla a su pueblo y éste le responde con el canto y la oración" (SC 33), y la plegaria eucarística que es "plegaria de acción de gracias y de consagración... oración que el sacerdote dirige a Dios en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo, a Dios Padre. El sentido de esta oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio" [xvi]. Toda la celebración está llena de oraciones, toda ella es oración.
No podemos presidir la Eucaristía como si ésta fuera un acto social cualquiera. Hemos de unirnos al "sacrificio de alabanza" (cf. Sal 116[115], 13) que nuestro Redentor realiza precisamente por nuestro ministerio. Más aún, hemos de ser conscientes de que la oración del resto de la jornada es prolongación de las alabanzas, de la acción de gracias y de las súplicas que han tenido lugar en la Eucaristía. Unidos a Cristo desde ese momento, con nuestra oración a lo largo del día seguimos ofreciendo al Padre el "sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que bendicen su nombre" (Hb 13,15).
17. La Liturgia de las Horas
Esta prolongación de la Eucaristía a lo largo del día en la oración de los presbíteros se produce ante todo en la Liturgia de las Horas. Como enseña el Concilio Vaticano II, "en el rezo del Oficio Divino prestan su voz a la Igle sia, que persevera en la oración, en nombre de todo el género humano, juntamente con Cristo que 'vive siempre para interceder por nosotros' (Hb 7,25)" (PO 13).
La Liturgia de las Horas, llamada también Oficio Divino, es "la oración pública de la Iglesia" (SC 98) en la cual todos los fieles, clérigos, religiosos y laicos, ejercen el sacerdocio real de los bautizados. Celebrada "según la forma aprobada" por la Iglesia, la Liturgia de las Horas es"realmente la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre" (SC 84). Cada miembro del pueblo sacerdotal participa en la Liturgia de las Horas según su lugar propio en la Iglesia y las circunstancias de su vida. En concreto nosotros, los sacerdotes, en cuanto entregados al ministerio pastoral, porque hemos sido llamados a permanecer asiduos en la oración y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5; CCE 1.175). Lo ideal es que celebremos el Oficio Divino con el pueblo o en común, pero si esto no es posible, la recitación individual es verdadera acción litúrgica en nombre de la Iglesia.
Así pues, "quien recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre propio como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona del mismo Cristo" (OGLH 108). Por eso los ministros ordenados, en virtud de la misión de representación de Cristo y de intercesión por la comunidad cristiana y aun por toda la humanidad, estamos formalmente obligados a esta oración "oficial", querida por la Iglesia y hecha en su nombre [xvii].
La obligación, bajo pecado grave, afecta a la recitación cotidiana e íntegra del Oficio (cf. CDC, cn. 276,2-3º; 1174,1), de manera que solamente una causa proporcionada a esa gravedad, por ejemplo, de salud o de servicio pastoral o de caridad o cansancio, nunca una simple incomodidad, puede eximir de esta obligación en todo o en parte. Pero nótese que los Laudes y las Vísperas, dada su importancia (cf. SC 89), requieren una causa de mayor gravedad aún [xviii].
18. Otras formas de oración
"El presbítero debe ser un hombre empapado de espíritu de oración. Cuanto más apremiado se sienta por la urgencia de los compromisos ministeriales, tanto más debe cultivar la contemplación y la paz interior, sabiendo perfectamente que el alma de todo apostolado consiste en la unión vital con Dios" [xix]. Por eso es necesario que organicemos nuestra vida de oración de modo que incluya, ante todo, la celebración diaria de la Eucaristía con una adecuada preparación y acción de gracias (cf. CDC, cn 276,2-2º; 904); incluso cuando no se pueda contar con la participación de los fieles, en cuyo caso se ha de procurar al menos un fiel (cf. CDC, cn. 906); y la Liturgia de las Horas (cf. supra).
Pero no deben faltar en nuestra vida el examen diario de conciencia, que se puede incluir en las Completas; la oración mental o meditación (cf. CDC, cn 276,2-5º), la lectio divina u oración con la Sagrada Escritura, la participación en los retiros y ejercicios espirituales periódicos (cf. CDC, cn. 276,2-4º) -cada dos años entre nosotros-, las devociones marianas entre las que destaca el Rosario, y otras prácticas tradicionales, la lectura espiritual y la visita al Santísimo (cf. PO 18) [xx].
19. La visita y la oración ante el Santísimo Sacramento
Esta última práctica, definida como "diálogo cotidiano con Cristo mediante la visita al Tabernáculo" (PO 18), es una forma de culto personal a la Eucaristía, derivada también de la celebración eucarística. La fe y el amor al Santísimo Sacramento no pueden permitir que la presencia sacramental del Señor en el Sagrario permanezca solitaria u olvidada: "Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración. 'La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor' (Pablo VI)" (CCE 1.418).
Ya en el Antiguo Testamento el Tabernáculo donde se guardaba el Arca de la Alianza era también la "tienda de la reunión" (cf. Ex 33,7). Aunque la finalidad primera de la Reserva eucarística es la comunión de los enfermos, no se puede olvidar la legitimidad y la necesidad del culto que brota de la conciencia de la presencia sacramental del Señor en la Eucaristía. La reunión o encuentro es también deseada por Él, cuya delicia es "gozar con los hijos de los hombres" (Pr 8,31). El sacerdote, a semejanza de Moisés, es el primer llamado a entrar en esa tienda del encuentro para entablar con Cristo un diálogo cotidiano, "como habla un hombre con su amigo" (cf. Ex 33,8.11).
III PARTE: ALGUNOS RECURSOS PARA LA ORACION
En esta última parte pretendo hacer algunas sugerencias de tipo práctico que nos animen a cultivar la oración en nuestra vida y en el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal al servicio del pueblo de Dios.
20. Oración vinculada siempre a la Palabra de Dios
De una manera o de otra todas las formas de oración guardan relación con la Palabra de Dios. Lo indicaba ya el Concilio Vaticano II cuando afirmaba: "Como ministros de la palabra de Dios (los presbíteros) leen y escuchan diaria mente la palabra divina que deben enseñar a otros; y si al mismo tiempo procuran recibirla en sí mismos, irán haciéndose discípulos del Señor cada vez más perfectos, según las palabras del Apóstol Pablo a Timoteo: 'Esta sea tu ocupación, éste tu estudio: de manera que tu aprovechamiento sea a todos manifiesto. Vela sobre ti, atiende a la enseñanza; insiste en ella. Haciéndolo así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan' (1 Tm 4,15-16). (PO 13; cf. 4).
La oración del presbítero, por tanto, está íntimamente vinculada al ministerio de la Palabra de Dios, de manera que la lectura meditativa y orante de la Sagrada Escritura constituye, como dice S.S. Juan Pablo II, "un elemento esencial de la formación espiritual" (PDV 47). Se trata de hacer de la lectura de la Escritura una escucha humilde y llena de amor, buscando la luz para la propia vida y para la vida de los fieles que nos han sido confiados. La familiaridad con la Palabra de Dios facilitará la conversión permanente y alimentará la fe y la caridad pastoral, además de convertirse en criterio de juicio y valoración de los hombres y de las cosas, de los acontecimientos y de los problemas.
Existe una fecundación mutua entre la lectura de la Escritura y la oración. Aquella ha de ir acompañada de ésta, y ésta ha de fundamentarse en aquella para que se entable diálogo entre Dios y el hombre (cf. DV 25). Sólo así se encuentra al Dios que habla al hombre, a Cristo que es "camino, verdad y vida" (Jn 14,6) y al Espíritu que ha inspirado las Escrituras.
21. Hay un tiempo para orar y un tiempo para trabajar
Los ministros ordenados hemos recibido la misión de orar en nombre de la Iglesia, y esta misión se lleva a cabo especialmente en la Liturgia de las Horas. Al mismo tiempo la Iglesia nos exhorta a mantener otras formas de oración. ¿Cómo proceder en la práctica, sobre todo cuando somos clérigos diocesanos, no monjes ni religiosos, llamados a ejercer el ministerio pastoral en medio del mundo?
Esta dificultad ha aflorado alguna vez en reuniones sacerdotales. Pero no es una dificultad que obstaculice realmente la oración, y menos aún que impida el ejercicio del ministerio. En realidad el verdadero riesgo que nos acecha en este punto es el del "activismo exterior", que somete nuestra existencia a un ritmo a veces frenético y estresante. Contra este riesgo y sus consecuencias en la oración tenemos el ejemplo del propio Jesús, que alternaba ministerio y oración y buscaba momentos para que los discípulos estuviesen a solas con Él (cf. Mc 3,13). Algún sacerdote ha resuelto esta dificultad trabajando de día y orando de noche, o levantándose más temprano, o prescindiendo de la televisión.
Bastaría el propósito de procurar el equilibrio entre las actividades de la jornada. Todos los días hemos de dedicar un tiempo a la comida, al necesario descanso y al esparcimiento, y esto requiere un ritmo y un cierto horario. Alterar sistemáticamente este ritmo es altamente peligroso para la salud. ¿Por qué no se establece también un ritmo semejante para la oración y el trato de amistad con el Señor? El Libro del Eclesiastés dice que "todo tiene su momento, y todo cuanto se hace bajo el sol tiene su tiempo" (Ecl 3,1). Cuando el cristiano, especialmente el sacerdote, "se engancha" a la oración, hace lo imposible por no dejarla, incluso a pesar de las noches oscuras. Hasta el paseo puede ser momento de oración, contemplativa o vocal. Y por supuesto, buscar "un sitio tranquilo y apartado" para estar unos días con el Maestro y Señor (cf. Mc 6,31-32).
22. "Lectio divina" y oración mental
Más arriba he mencionado la lectio divina entre las formas de oración. La lectio divina se remonta al mundo judío, fue promovida por los Santos Padres y ha sido practicada siempre en la vida monástica.
Consiste en leer y releer una página de la Escritura (lectura), subrayando palabras y deteniéndose en expresiones; en reflexionar después sobre lo que me dice el Señor en el texto aquí y ahora (meditación); en tratar de pasar del texto a Aquel que me habla en él (contemplación); en procurar comunicarse interiormente con el Señor (oración); en sentir íntimamente el gusto de Dios y de las cosas de Dios (consuelo); en discernir lo que debo hace a la luz de la Palabra (deliberación); y en proponerse seriamente a llevarlo a la práctica (acción). Todos estos pasos son posibles, aunque no es necesario que se den todos.
La oración mental, llamada también "meditación cristiana", que no hay que confundir con formas de meditación transcendental y menos aún con técnicas de relajación [xxi], es una actividad más sencilla de lo que parece. Hay muchos modos y métodos de hacerla. Los más frecuentes consisten en dedicar un tiempo a considerar un aspecto o misterio de Dios o de Jesucristo, por ejemplo deteniéndose en una escena evangélica. Puede hacerse también reflexionando desde la fe y en la presencia de Dios con el fin de encontrar luz y fuerza. Como decía Santa Teresa de Jesús: "No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho" (Moradas III,1,4).
La meditación puede hacerse sobre cualquier tema: contemplando la naturaleza, considerando un acontecimiento, reflexionando sobre una experiencia, deteniéndose sobre una frase de un salmo o de otro texto bíblico, pero siempre invocando la luz del Espíritu Santo y conscientes de hacerlo en la presencia de Dios. Existen libros de meditación, antiguos y actuales, que suelen ser muy útiles especialmente cuando no se sabe cómo empezar.
23. Liturgia de las Horas y oración personal
El mejor libro para la oración, después de la propia Sagrada Escritura, es la Liturgia de las Horas. Pero con frecuencia el Oficio Divino es visto más como una obligación que como un cauce de plegaria. Por este motivo surge una dificultad bastante frecuente: cómo compaginar esta obligación, prioritaria y grave -la celebración o recitación del Oficio Divino-, con lo que es una necesidad del espíritu -la oración personal-, además de una recomendación muy clara de la Iglesia para los sacerdotes. En otro tiempo se daba la paradoja de que la recitación del Breviario se procuraba cumplir cuanto antes y a veces de un tirón, al margen del momento propio de cada hora del Oficio, para dar paso a la meditación y a las restantes prácticas piadosas. La Liturgia de las Horas no alimentaba realmente la vida espiritual.
Sin embargo, después de la reforma litúrgica del Vaticano II que ha pretendido, entre otros objetivos, el que el Oficio Divino sea fuente de piedad y nutra verdaderamente la vida espiritual de los que tienen la misión de celebrarlo en nombre de la Iglesia (cf. SC 90; OGLH 18-19), muchos siguen todavía sin encontrar en la Liturgia de las Horas el apoyo de su oración. ¿Qué ocurre? Sin duda hay todavía un déficit de formación bíblica y litúrgica para poder saborear los salmos y sacar gusto de unos textos -himnos, antífonas, lecturas, responsorios- que piden más bien la celebración comunitaria que la recitación individual.
¿Subsiste aún esa dicotomía entre oración oficial, asumida como una obligación, y oración personal? Porque lo cierto es que quien tiene hábito de oración, no encuentra dificultad alguna en la celebración del Oficio. Más aún, éste le sirve de gran ayuda. La clave está, en cuanto sea posible, celebrarla o recitarla en común, con las pausas necesarias, y cuando esto no es posible, leer con calma, deteniéndose en las frases más enjundiosas. Si hacemos esto, poco a poco nos daremos cuenta de que la Liturgia de las Horas es una veta inagotable para la oración personal. Pero es fundamental también repartir el Oficio Divino durante el día, según el horario natural, situando el Oficio de lectura para el momento propicio. La naturaleza de esta hora, esencialmente sapiencial y contemplativa, permite convertirla en la mejor meditación.
No obstante, a alguno le pueden ayudar más otros libros y otros procedimientos. Lo importante es hacer oración, obviamente sin detrimento de la obligación de asegurar en la Iglesia la oración incesante, ya que en esto consiste la misión de celebrar el Oficio Divino que nos ha sido confiada a los ministros ordenados (cf. OGLH 28-31).
24. La oración compartida y los grupos de oración
"Aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo" (Santa Teresa de Jesús, Vida, 7,17). Este consejo de la Santa merece ser seguido. En los últimos años han surgido múltiples grupos de oración formados por personas que se sienten animadas no sólo por lazos de amistad sino también por un mismo deseo de enriquecer su vida espiritual. En nuestra Diócesis hay algunos de estos grupos, que son verdaderas escuelas de oración, en las que se cuida la escucha de la Palabra de Dios y se comparte la experiencia de la oración.
Aunque a los sacerdotes les cuesta compartir esta experiencia, sin embargo son los mejores animadores de estos grupos, entre otros motivos por su mayor familiaridad con la Sagrada Escritura. Pueden ser una buena ayuda, y al mismo tiempo un fermento para la renovación de la oración en la comunidad cristiana. Lo ideal es que el sacerdote sea el animador de la oración en la parroquia o grupo de fieles que le han sido confiados.
Por otra parte en los encuentros sacerdotales de espiritualidad o de pastoral se ora en común, al menos con la Liturgia de las Horas. Habría que procurar ampliar estos momentos de plegaria, y dedicando algún tiempo a poner en común lo que ha sido objeto de la oración personal, obviamente con sencillez y discreción.
25. Amodo de conclusión
Queridos hermanos presbíteros: Sobre la oración se pueden decir muchas más cosas y mejor todavía. Todos podemos y debemos mejorar nuestra oración: la oración litúrgica en la celebración de la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas, la oración comunitaria de los ejercicios piadosos del pueblo cristiano y la oración personal en la lectura de la Palabra de Dios o en la meditación.
La Cuaresma es un tiempo especialmente propicio para ello. Recordad que la oración forma parte, junto con el ayuno y la limosna, de las tres obras tradicionales recomendadas por la Iglesia (cf. Mt 6,1-6.16-18). Pero difícilmente podremos ayudar a los demás fieles a intensificar su oración si nosotros no reavivamos la nuestra. En particular, durante la Cuaresma hemos de pedir una profunda renovación de nuestra mentalidad y de nuestra conducta para poder celebrar gozosos el misterio pascual de Jesucristo. Que Dios nos conceda, por intercesión de Santa María la Virgen Orante, "penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados por la palabra (divina)... servirle fielmente y perseverar unidos en la plegaria" [xxii].
Ciudad Rodrigo, 22 de febrero de 2.001
Fiesta de la Cátedra de San Pedro
+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo
[i]. S.S. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Novo Millennio Ineunte" al Episcopado, al clero y a los fieles al concluir el Gran Jubileo del año 2.000, de 6-I-2.001 (= NMI).
[ii]. S.S. Juan Pablo II, Discurso a los miembros del Comité Central para el Gran Jubileo (11 de enero de 2.001): "L'Osservatore Romano", ed. española de 19-I-2.001, p. 5.
[iii]. "La misión evangelizadora de nuestra diócesis". Líneas de acción pastoral para el trienio 2.000-2.003, octubre de 2.000, n. 4.
[iv]. Cf. ib. n. 5 - 1ª.
[v]. J.M. Uriarte, Ministerio presbiteral y espiritualidad, IDAZ, San Sebastián 1.999, 119-123.
[vi]. Véase la Ordenación general de la Liturgia de las Horas (= OGLH), en el vol. I, nn. 3-4; y el Catecismo de la Iglesia Católica, Coeditores del Catecismo 1.999 (= CCE), 2.599-2.622; Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, Libreria Ed. Vaticana 1994, n. 40. También J. López Martín, La oración de las Horas, Salamanca 1.984, 21-38.
[vii]. "Se podría decir que el presbítero ha sido concebido en la larga noche de oración en la que el Señor Jesús habló al Padre acerca de sus Apóstoles y, ciertamente, de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, participarían de su misma misión" Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, cit., n. 38.
[viii]. S.S. Pablo VI, Exhortación Apostólica "Marialis Cultus", de 2-II-1.974, n. 18.
[ix]. Cf. J. Esquerda Bifet, Introducción a la doctrina de San Juan de Avila, BAC 608, Madrid 2.000, 389-394.
[x]. Sobre la caridad pastoral véase la Exhortación Apostólica Postsinodal de S.S. Juan Pablo II, "Pastores Dabo Vobis", de 25-III-1.992 (= PDV), nn. 21-23.
[xi]. Pontifical Romano. Ordenación de presbíteros, formulario I, n. 135. La homilía mistagógica del Pontifical es aún más explícita: "Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar en una vida nueva" (ib., n. 123).
[xii]. Ib. n. 124. En la homilía mistagógica se dice al respecto: "...al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no sólo por el pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recordad que habéis sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios" (ib., n. 123).
[xiii]. Ib., n. 131.
[xiv]. En efecto, el Obispo les pregunta: "¿Queréis conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a vuestro género de vida y, fieles a este espíritu, celebrar la Liturgia de las Horas, según vuestra condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo?": ib. n. 200.
[xv]. Aunque se refiere a los seminaristas, tiene aplicación también a los presbíteros: "Es necesario que los seminaristas participen diariamente en la celebración eucarística, de forma que luego tomen como regla de su vida sacerdotal la celebración diaria... Fórmense... según aquellas actitudes íntimas que la Eucaristía fomenta: la gratitud por los bienes recibidos del cielo, ya que la Eucaristía significa acción de gracias; la actitud donante, que los lleve a unir su entrega personal al ofrecimiento eucarístico de Cristo; la caridad, alimentada por un sacramento que es signo de unidad y de participación; el deseo de contemplación y adoración ante Cristo realmente presente bajo las especies eucarísticas" (PDV 48).
[xvi]. Ordenación general del Misal Romano, n. 54 (en la tercera edición del Misal Romano, n. 78).
[xvii]. "Por consiguiente, los obispos, presbíteros y demás ministros sagrados que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrar la Liturgia de las Horas deberán recitarlas diariamente en su integridad y, en cuanto sea posible, en los momentos del día que de veras correspondan" (OGLH 29).
[xviii]. Por eso la omisión total o parcial del Oficio por sola pereza o por realizar actividades de esparcimiento no necesarias, no es lícita, más aun, constituye un menosprecio, según la gravedad de la materia, del oficio ministerial y de la ley positiva de la Iglesia. Si un sacerdote debe celebrar varias veces la Santa Misa en el mismo día o atender confesiones por varias horas o predicar varias veces en un mismo día, y ello le ocasiona fatiga, puede considerar, con tranquilidad de conciencia, que tiene excusa legítima para omitir alguna parte proporcionada del Oficio. El Ordinario propio del sacerdote o diácono puede, por causa justa o grave, según el caso, dispensarlo total o parcialmente de la recitación del Oficio Divino, o conmutárselo por otro acto de piedad (como por ejemplo, el Santo Rosario, el Via Crucis, una lectura bíblica o espiritual, un tiempo de oración mental razonablemente prolongado, etc.). La "verdad del tiempo" o momento en que ha de celebrarse cada hora no es de por sí una causa que excuse de la recitación de los Laudes o las Vísperas, porque se trata de "horas principales" (SC, 89) que "merecen el mayor aprecio" (IGLH, 40) (Resumen de una declaración de la Congregación para el Culto Divino, de 15-XI-2.000).
[xix]. S.S. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un Simposio sobre "Pastores Dabo Vobis", el 28-V-1.993: Ecclesia 2.640 (1.993), 1.031.
[xx]. Cf. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, cit., n. 40.
[xxi]. Existe un documento muy iluminador al respeto de la Congregación para la Doctrina de la Fe titulado "Orationis Formas" de 15-X-1.989: "Ecclesia" 2459 (1990), 82-90.
[xxii]. Misal Romano, Colecta del miércoles de la 3ª semana de Cuaresma.
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DIOS PADRE MISERICORDIOSO EN LA IGLESIA Y EN NUESTRA VIDA
Escrito por Super UserDIOS PADRE MISERICORDIOSOEN LA IGLESIA Y EN NUESTRA VIDA
Exhortación pastoral ante el Curso apostólico 1.998-1.999
Introducción
1. Balance de la aplicación del objetivo del curso 1.997-98
2. El objetivo pastoral diocesano para el curso 1.998-99
I. DIOS ES NUESTRO PADRE
3. "Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra"
4. "A Dios nadie lo ha visto" (Jn 1,18).
5. "Su razonar acabó en vaciedades y su mente se sumergió en tinieblas" (Rm 1,21)
6. "El que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1,18)
7. "Quien me ha visto, ha visto al Padre" (Jn 14,9).
8. "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 1,3).
9. "El Espíritu es el que nos hace clamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 8,15).
10. "Padre nuestro del cielo..." (Mt 6,9).
11. María, "la hija predilecta del Padre" (TMA 54).
II. DIOS NOS AMA. LA PENITENCIA SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA DEL PADRE
12. "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura...?" (Is 49,15)
13. "Dios, rico en misericordia" (Ef 2,4).
14. "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18).
15. "Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios" (2 Cor 5,20).
16. "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20,22)
III. LA CARIDAD DEL PADRE EN NOSOTROS
17. "Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo" (Mc 12,30-31).
18. "Sed imitadores de Dios como hijos queridos y vivid en el amor" (Ef 5,1)
19. "El amor, vínculo de la unidad consumada" (Col 3,14).
IV. SUGERENCIAS PRACTICAS
20. Cómo hablar de Dios hoy y dar testimonio de que es nuestro Padre
21. Invocar al Padre y celebrar su amor misericordioso
22. Imitar al Padre en el amor y la misericordia
23. Acontecimientos eclesiales del próximo curso
24. A modo de conclusión
Introducción(1)
Queridos hermanos presbíteros, religiosas, seminaristas y fieles laicos:
"Dios es amor" (1 Jn 4,8.16). Quiero comenzar esta Exhortación pastoral evocando esta hermosa definición, reveladora del ser mismo de Dios. La tendremos muy presente a lo largo del nuevo curso apostólico porque el objetivo pastoral diocesano nos exigirá mantener una actitud de amorosa y agradecida mirada hacia el "Padre de las misericordias" (2 Cor 1,3). La afirmación "Dios es amor" nos introduce en el secreto más íntimo de la vida divina, una vida que es comunión eterna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y comunicación a la humanidad redimida, según el misterioso designio de salvación, en virtud del cual "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5).
Por esto, al expresaros a todos mi saludo fraterno y lleno de esperanza, pido al Señor que se hagan realidad gozosa en cada uno de vosotros las palabras de la liturgia con las que comenzamos la Eucaristía: "la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Cor 13,13).
1. Balance de la aplicación del objetivo del curso 1.997-98
Pero antes de entrar en los contenidos de la Exhortación pastoral, conviene recapitular lo que ha significado el curso 1.997-98, segundo año de la preparación para el Gran Jubileo del 2.000 y un paso más en el camino emprendido de renovar y actualizar la pastoral de la Iniciación cristiana en nuestra diócesis. El curso pasado estuvo todo él orientado a reconocer la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iniciación cristiana (sacramento de la Confirmación) y en la vida de la Iglesia en nuestro pueblo.
Según los balances que se han hecho y lo que yo mismo he podido comprobar en la Visita pastoral realizada en los cinco arciprestazgos que quedaban, se ha prestado una gran atención al Espíritu Santo. Se ha intensificado la vida espiritual de los sacerdotes, seminaristas, religiosas y laicos más cercanos a la Iglesia, particularmente en los grupos diocesanos de adolescentes y jóvenes y en los movimientos apostólicos. Cabe destacar también las catequesis especiales, el temario de la formación permanente y las referencias al Espíritu Santo en las homilías y en los encuentros pastorales y de espiritualidad. Para todo esto se ha contado con las publicaciones del Comité Central del Jubileo y con materiales propios.
La dimensión celebrativa del objetivo ha estado encaminada a subrayar el ciclo pascual -Cuaresma y Cincuentena- como tiempo del Espíritu, y a resituar la pastoral de la Confirmación en el conjunto de la Iniciación cristiana, con una mejora en los materiales catequéticos y con una mayor atención a la relación de este sacramento con el Bautismo. Todavía falta completar el estudio de esta pastoral en el Consejo del Presbiterio.
Desde el punto de vista de la acción social y del compromiso caritativo y misionero, es preciso destacar los esfuerzos hechos en algunas comunidades parroquiales para descubrir los signos de esperanza y de la acción del Espíritu, y las llamadas al testimonio solidario ante los problemas laborales, sanitarios, educativos, ocupacionales de jóvenes y niños, etc.
2. El objetivo pastoral diocesano para el curso 1.998-99
Estamos, pues, ante un nuevo curso apostólico, dentro de la dinámica de la preparación al Gran Jubileo(2), y con el propósito de mantener una clara continuidad en los objetivos pastorales(3). En este sentido el objetivo del próximo curso se centra en la persona divina del Padre, "rico en misericordia" (cf. TMA 49-54), y deberá ayudar a "descubrir cada día el amor incondicionado del Padre por toda criatura humana, y en particular por el hijo pródigo" (TMA 49).
Esta toma de conciencia de lo que entraña el amor inmenso de Dios para con la humanidad, es inseparable de lo que han significado los objetivos de los dos años anteriores. Así, el del curso 1.996-97 recordó que "conocer a Jesucristo" es indispensable para llegar al Padre (cf. Jn 14,6). Y el de 1.997-98 ha puesto de manifiesto que sólo "en la presencia y bajo la acción del Espíritu Santo" se comunica la vida divina que tiene su origen en el amor del Padre. En efecto, Cristo nos ha abierto el acceso al Padre, pero el Espíritu Santo es el que nos introduce en la profundidad del misterio divino. Se trata de no perder de vista esta unidad en el enfoque cristológico-trinitario de toda la preparación del Gran Jubileo: por Cristo, en el Espíritu Santo, al Padre (cf. TMA 39).
El objetivo tendrá en cuenta también la dimensión sacramental del amor misericordioso del Padre en el sacramento de la Penitencia y, como consecuencia, la virtud teologal de la caridad. No ha de olvidarse que la dimensión espiritual y moral de la preparación del Gran Jubileo, centrada en las tres virtudes teologales, tiene como fin "el fortalecimiento de la fe y del testimonio personal y social de los cristianos", para lo cual "es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado" (TMA 42).
Todos estos aspectos se condensan en el objetivo pastoral diocesano para el curso 1.998-99, formulado así: "Conocer al Padre y acoger su amor, especialmente en el sacramento de la Penitencia, para fundamentar una nueva civilización en la caridad y en la justicia"
La presentación que voy a hacer del objetivo, tiene cuatro partes: la primera se centra en el misterio de Dios Padre y de nuestra filiación divina adoptiva; la segunda se ocupa del amor misericordioso del Padre y de la Penitencia como sacramento de la misericordia divina; la tercera se fija en la virtud teologal de la caridad, especialmente en relación con el prójimo; y la cuarta propone diversas aplicaciones de carácter práctico.
I. DIOS ES NUESTRO PADRE
"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3). Esta súplica de Jesús en la última cena, deja entrever la necesidad de "conocer al Padre" para disfrutar plenamente de la comunión de vida y de amor que Él nos ha otorgado en Jesucristo. "Conocer" significa tener una experiencia profunda de la intimidad de una persona, en este caso del Padre celestial, que nos ama infinitamente.
3. "Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra"
El Símbolo Apostólico, en el que ha cristalizado la primitiva fórmula bautismal de la Iglesia de Roma, transmitida por la Tradición Apostólica de Hipólito, comienza por la afirmación básica y fundamental: "Creo en Dios", e inmediatamente, la confesión de la primera Persona divina, "Padre", al que se dan los títulos inseparables de "Todopoderoso" y de "Creador del cielo y de la tierra", reconociendo así su soberanía transcendente y su condición de origen de todo cuanto existe. El Símbolo Niceno completa estas afirmaciones subrayando la creencia en "un solo Dios", y añadiendo al final del primer artículo: "(Creador) de todo lo visible y lo invisible", es decir, de todas las criaturas corporales y espirituales.
Al recoger ahora estas palabras de la fórmula bautismal, que yo mismo repito con gozo cada domingo en unión con la asamblea reunida para la Eucaristía, os invito a todos los fieles de la diócesis a que proclaméis con los labios la fe que lleváis en el corazón, es decir, la fe cristiana, monoteísta y a la vez trinitaria: "Creo en Dios Padre", es decir, en el Dios único y verdadero, que es "Padre", "Padre de nuestro Señor Jesucristo" en virtud de la especial relación con el Hijo eterno, encarnado y glorificado (cf. 2 Cor 1,3; 11,31; etc.), y "Padre nuestro" porque nos regeneró con su gracia (cf. S. Agustín, De Trinit. V). Con sólo decir: "Dios Padre" (cf. Gál 1,3; Flp 2,11; etc.), se piensa enseguida en la idea de hijo, referida en primer lugar a Jesucristo, pero también a los que hemos recibido "el Espíritu del Hijo" (Gál 4,6), que nos ha hecho hijos adoptivos de Dios (cf. Rm 8,14-17):
"Date cuenta, escribe san Agustín, de lo fácil que es decir estas palabras y lo llenas de sentido que están. Es Dios y es Padre, Dios por el poder, Padre por la bondad. ¡Dichosos quienes se dan cuenta de que Dios nuestro Señor es nuestro Padre" (PL 38, 1.060).
4. "A Dios nadie lo ha visto" (Jn 1,18).
Sin embargo, aunque la afirmación "Dios Padre" parece tan sencilla y tan cercana, a muchos de nuestros contemporáneos les resulta difícil el comprenderla. Incluso personas que se consideran creyentes, cuando en sus vidas aparecen las contrariedades, la enfermedad o la muerte, se preguntan por qué Dios, si es un Padre bueno, permite esos males, o qué han hecho ellos para recibir ese "castigo". Otras personas tienen, en cambio, una idea de Dios excesivamente bonachona y condescendiente.
Ciertamente ambos modos de entender la paternidad divina son muy pobres y tienen que ver muy poco o casi nada con la idea de Dios que nos ofrecen la revelación bíblica y la enseñanza de la Iglesia. Probablemente tenemos que preguntarnos qué imagen de Dios hemos alimentado y estamos proyectando los que nos llamamos cristianos, en nuestra conducta pública y privada. Pero sin duda no son ajenos a esa pobre imagen de Dios los actuales fenómenos socioculturales del individualismo y de la emancipación de toda tutela, en los que apenas queda sitio para una autoridad moderadora superior, de manera que la figura del padre, desacreditada por la psicología profunda, se ha diluido hasta en el ámbito familiar, como consecuencia de la igualdad de los sexos, las familias monoparentales, etc.
En nuestra sociedad se constata un deterioro progresivo de la adhesión personal a Dios, y una dificultad creciente para creer en Él a causa del ambiente materialista, secularizado, autárquico y consumista que nos envuelve. Y no es que los hombres y mujeres de hoy estén abandonando la religión, lo que sucede es que una gran mayoría no busca acercarse y convertirse al Dios vivo en las prácticas religiosas sino que se contenta con una religión acomodada a los propios intereses, placentera y carente de todo compromiso moral. Un indicativo de lo que acabo de decir se puede apreciar hoy en la gran confusión existente entre folklore popular y religiosidad, con olvido de lo que constituye la verdadera tradición cristiana de los pueblos.
No faltan tampoco los que sienten miedo de Dios porque les inculcaron una imagen negativa y distorsionada de Él, de la que en el fondo están tratando de protegerse, buscando en las prácticas religiosas la salida a sus sentimientos de culpabilidad. Otros asocian la idea de Dios a infantilismo e inmadurez, y piensan que los creyentes somos unos ilusos que nos imaginamos la existencia de un Dios que promete lo que a nosotros nos resulta imposible conseguir. Otros relacionan la figura de Dios con la de la autoridad (paterna) que garantiza el orden y el poder sobre los súbditos. Algunos, finalmente, nunca han presentido la presencia de Dios en sus vidas, ni conocen esa comunicación cálida y vital con Él que es la oración.
Estas y otras actitudes ponen de relieve que, aunque el hombre puede conocer la existencia de Dios con la sola luz de la razón, sin embargo, apoyado únicamente en sus propias fuerzas, no es capaz de encontrar "la verdad de Dios" que se le ofrece en la revelación divina y en el seno de la comunidad cristiana. Aun cuando perciba en su interior el deseo profundo tan maravillosamente expresado por San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Confesiones, I,1), necesita encontrarse con otros hombres y mujeres que han "conocido" el rostro del Dios verdadero. En el IV Evangelio hay una frase que nos tiene que hacer pensar: "A Dios nadie lo ha visto, el Hijo único, el que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1,18).
5. "Su razonar acabó en vaciedades y su mente se sumergió en tinieblas" (Rm 1,21)
Hubo un tiempo en que bastaba contemplar la belleza de la creación para apreciar la grandeza y la hermosura infinita de Dios Creador. Pero hoy, en nombre de una ciencia que se considera cada día más capaz de explicar el mundo prescindiendo de Dios y ante la que no parecen existir fronteras de ningún tipo, se difunde continuamente toda una cultura de la increencia que lleva a los hombres y mujeres a rechazar la presencia y la intervención de cualquier otro agente que no sea el hombre mismo, señor y conductor de su destino. A esto se unen unas formas de vida dominadas por el placer y por el consumo, en las que no parece haber lugar para las preguntas por el origen y el sentido de la vida humana misma y de todo cuanto existe. Este clima, ajeno a toda búsqueda de transcendencia y a todo valor que implique un coste excesivo, los padres cristianos, y especialmente las personas mayores lo estáis experimentando cada día en vuestras propias familias, cuando queréis tocar con vuestros hijos el tema religioso. Los jóvenes que os confesáis creyentes lo percibís también entre los compañeros de vuestra generación.
En otras circunstancias era más fácil exponer la fe cristiana sobre el misterio de Dios, pero hoy los educadores y los pastores encontramos también una gran dificultad en la formación religiosa de las nuevas generaciones, como consecuencia del fenómeno actual de las comunicaciones sociales que arrojan sobre la sociedad un verdadero diluvio de mensajes no pocas veces contradictorios. La gente se acostumbra a vivir como si Dios no existiera, como si éste hubiera muerto en la conciencia de la humanidad.
El resultado es la gran soledad, el desasosiego y la insatisfacción que continuamente acosan a los hombres y mujeres de hoy, incluyendo a los mismos jóvenes, como consecuencia de la tensión que experimentan entre las propias limitaciones y esclavitudes, por una parte, y el deseo y el ansia de perfección y de libertad por otra. Otra consecuencia de este alejamiento práctico de Dios lo constituyen las creencias absurdas y en ocasiones peligrosas, alimentadas por la literatura de ciencia-ficción, y los miedos y angustias que padece mucha gente, terreno abonado para la superstición y para las sectas.
Deberíamos meditar en las palabras de San Pablo sobre el paganismo de su tiempo, aplicables de alguna manera a la situación que nos envuelve: "Dios los ha entregado a la bajeza de sus deseos, con la consiguiente degradación de sus propios cuerpos; por haber cambiado al Dios verdadero por uno falso, adorando y dando culto a la criatura en vez de al Creador" (Rm 1,24-25a).
6. "El que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1,18)
Pero, sin duda, la dificultad mayor para que los creyentes actúen como "testigos del Dios vivo" y despierten en sus conciudadanos la sed de conocerlo, es la poca fe y el dejarse llevar por el ambiente que he descrito. En efecto, la sociedad del bienestar no es la más apta para oír mensajes sobre Dios. Y sin embargo, en medio de tanta indiferencia y olvido de Dios, todavía hay a nuestro lado muchos hombres y mujeres que están buscándolo sin darse cuenta, haciendo un recorrido religioso solitario, entre incertidumbres y numerosos interrogantes. Muchos deserían tener fe o la añoran, aunque sin fuerzas para abrazarla y para poner los medios para volver a Dios. A veces, cuando se producen acontecimientos que interpelan las conciencias de todos, o cuando una persona sufre una fuerte sacudida en su vida, surgen de improviso los interrogantes más profundos del ser humano, aquellos que señalaba ya el Concilio Vaticano II: el sentido del dolor, del mal, de la muerte y de la propia existencia (cf. GS 10).
También se percibe cómo surge el deseo de Dios cuando alguien se encuentra con una persona o con un grupo que lo acoge fraternalmente y lo introduce en una experiencia de fraternidad y de comunión realmente compartida. Probablemente éste sea el modo más seguro para que nuestros contemporáneos encuentren al Dios verdadero, el que se ha revelado como Padre amoroso y solidario con sus criaturas, especialmente con los hombres y mujeres que sufren. Más allá de las ideas y de la misma doctrina, lo que todo el mundo comprende y acepta es una comunicación real de amor y de misericordia. Justamente éste fue el estilo de vida que Jesucristo propuso a sus discípulos: formar con ellos una comunidad de hermanos y tratarlos como tales, haciéndoles partícipes de los mismos bienes que Él había recibido del Padre (cf. Mt 23,9; Mc 10,29-30; Jn 15,5-17; etc.).
En realidad lo que hizo el Señor fue introducir en la tierra la comunidad de vida y de amor que se vive en el seno de la Trinidad, dando a conocer al Padre y haciendo posible la comunión con Él. No existe otro medio para llegar eficazmente hasta Dios que la persona de Jesús, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), el Hijo que está en el seno del Padre (cf. Jn 1,18).
7. "Quien me ha visto, ha visto al Padre" (Jn 14,9).
Por eso, cuando aquella experiencia alcanzó su culminación y los discípulos pidieron a Jesús que les mostrara al Padre, Él respondió: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9; cf. 12,45).
Esta afirmación es de la mayor importancia. No solamente quiere decir que Jesús es, efectivamente, el camino para llegar al Padre (cf. Jn 14,6; Mt 11,27), sino que es también la "plenitud de la revelación de Dios a los hombres" (DV 2). Por grandes que hayan sido las dificultades de la humanidad para encontrar a Dios a lo largo de la historia, y por difíciles que parezcan las circunstancias actuales para que nuestros contemporáneos lo conozcan, lo cierto es que el encuentro ya se ha producido en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Jesús no es un profeta más que habla "en nombre de Dios", sino que es Dios mismo que habla a la humanidad con su lenguaje: "El cristianismo comienza con la encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo" (TMA 6).
La existencia terrena de Jesús fue toda ella una manifestación de Dios al hombre. La entrega a los pobres, la solidaridad con los enfermos y excluidos, la acogida de los pecadores eran el signo visible del abrazo amoroso de Dios, abierto a todos como Padre (cf. Mc 2,17). Las parábolas del fariseo y del publicano (cf. Lc 18,9-14), del gran banquete (cf. Mt 22,1-10; Lc 14,16-24) y sobre todo la del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-31), anunciaban la dimensión universal y sin exclusión alguna del amor de Dios, que "quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4; cf. 2 Pe 3,9). Desde entonces, para encontrarse con Dios, no existe cauce más seguro que la experiencia filial de Jesús, que dejaba entrever en Él una relación íntima y entrañable con el Padre. Los discípulos de Jesús fueron testigos privilegiados de esta relación que sin duda tuvo que sorprenderles, como había ocurrido antes con María y con José (cf. Lc 2,49).
En efecto, Jesús inició una forma totalmente nueva y original de dirigirse a Dios y de hablar con Él llamándole "Abba, Padre" (Mc 14,36). Esta palabra, conservada en el Nuevo Testamento en su expresión aramea (cf. Rm 8,15; Gál 4,6), significa: "padre muy querido", "papá"; y denota familiaridad, cercanía y ternura para con Dios, encontrándose a gusto con Él y sintiéndose felices y amados (cf. Lc 10,21-22; Jn 17,20-26).
8. "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 1,3).
De este modo Jesús, al poner de manifiesto en su vida y en su enseñanza el verdadero rostro del Padre, transformó la idea que se tenía de Dios. Yendo aún más lejos que la revelación del Antiguo Testamento, cuya cumbre era la palabra comunicada a Moisés en la escena de la zarza ardiendo: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14), Jesús reveló el genuino ser de Dios. En efecto, frente al Judaísmo, que encumbraba la transcendencia de Dios hasta el extremo de mostrarlo absolutamente inaccesible, dejando en la penumbra su presencia entre los hombres, Jesús insistía en la posibilidad de adorarlo "en el Espíritu (Santo) y en la verdad", en cualquier lugar (cf. Jn 4,21-23), descubriendo que Dios se hace presente en el interior de cada ser humano.
El Dios de Jesús es, por tanto, el Padre bueno que se da totalmente a sus criaturas, los hombres y mujeres creados a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-27) y "hechura suya", como habían llegado a barruntar incluso algunos paganos (cf. Hch 17,28). Pero la novedad del mensaje de Jesús acerca de Dios sólo se puede comprender a partir de la revelación de esa paternidad, tal como Él la vivía y manifestaba con hechos y palabras. En efecto Jesús no sólo presentó a Dios como Padre suyo, siendo "una sola cosa" con Él (cf. Jn 10,30; 17,11.22), permaneciendo mutuamente el uno en el otro por el amor (cf. Jn 14,10-11;15,10), y actuando en perfecta sintonía (cf. Jn 5,19-21.30.36; 10,25), sino que reveló también que el Padre lo ha dado absolutamente todo al Hijo como expresión de amor y en orden a nuestra salvación (cf. Mt 11,27; 28,18; Jn 3,35; 13,3; 17,2).
A partir de esta manifestación histórica de la paternidad de Dios en Jesús, que culminó en el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor con la donación del Espíritu Santo, se produjo también la revelación de la condición divina del Hijo Jesucristo, Palabra eterna del Padre, "que se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14) y de la personalidad y misión del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19).
En los escritos del Nuevo Testamento son numerosos los testimonios que reflejan cómo la fe de la comunidad apostólica en el Dios único es también una fe trinitaria (cf. 2 Cor 13,13; Gál 4,4-6; Tit 3,4-6; Hb 2,2-4; etc.). El nuevo y definitivo nombre de Dios que aparece en la revelación bíblica, desconocido antes de la encarnación del Hijo (cf. Jn 1,18; Hch 17,23), es el de "Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo" (Rm 15,6). Con toda probabilidad esta expresión sustituyó en la liturgia cristiana a la antigua invocación judía: "Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob" (cf. Ex 3,6; Mc 12,26). La alabanza y la invocación de los cristianos, aleccionados por el mismo Cristo, se dirigía al Dios que se había manifestado a los patriarcas y a Moisés, y que se dió a conocer después, de un modo más profundo y pleno, como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo (cf. 2 Cor 1,3, Ef 1,3, Col 1,3; 1 Pe 1,3).
9. "El Espíritu es el que nos hace clamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 8,15).
Por eso la palabra que caracteriza y sintetiza la revelación de Dios como Padre en el Nuevo Testamento es "Abba (Padre)", que ya conocemos, pero con un sentido muy superior a lo que el término padre puede significar en el lenguaje humano. En efecto, Jesús dio a entender que esta palabra, con la profundidad que Él le daba, está reservada a Dios y no se puede atribuir a nadie en este mundo (cf. Mt 23,8-10). Posteriormente la tradición cristiana y la teología han asumido esta palabra para denominar a la primera Persona de la Santísima Trinidad. Por tanto, en el lenguaje de la fe y de la teología, la palabra Padre se refiere en primer lugar a la relación con el Hijo y Señor nuestro Jesucristo, en cuanto su principio original y originante desde la eternidad. Pero, en segundo lugar, hace referencia también a todos los que por la fe y el Bautismo hemos sido hechos partícipes de la condición filial de Jesús.
En este sentido el Padre es también para nosotros la fuente y el principio de nuestro ser de hijos de Dios. Pero hay una diferencia importante. Respecto del Hijo Jesucristo, Dios es Padre porque lo ha engendrado, como afirma el Símbolo de Nicea. Jesús es, en efecto, "el Unigénito" (1 Jn 4,9; cf. 3,16.18), "engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre", consubstancial a Él. En cambio, nuestra filiación divina es adoptiva y supone, más allá de nuestra condición de criaturas, el haber nacido "de Dios" por el nuevo nacimiento "del agua y del Espíritu" (cf. Jn 1,13; 3,3-5). Por eso el Bautismo es llamado también baño de regeneración y de renovación por el Espíritu (cf. Tit 3,5; 1 Pe 1,23). "En verdad podemos llamar Padre al Señor, nuestro Dios, porque nos regeneró con su gracia" (San Agustín, De Trin. V). Somos, pues, hijos de Dios, no por naturaleza sino por gracia.
La conciencia de ser hijo de Dios hizo exclamar a San Pablo: "Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abba!' (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios" (Gál 4,6-7; cf. Rm 8,15-17). Por eso el Espíritu Santo es el don personal, la Persona-don, que el Padre ha derramado en nuestros corazones para que participemos realmente de la condición filial de Jesús y tengamos su misma vida divina en nosotros como un manantial inagotable (cf. Jn 4,10.13-14; Rm 5,5). Gracias al Espíritu podemos dirigirnos con toda confianza al Padre, dador de todo bien (cf. Lc 11,13) y sentirnos hermanos de Cristo, como el mismo Señor llamó a los discípulos después de la resurrección (cf. Mt 28,10; Jn 20,17).
10. "Padre nuestro del cielo..." (Mt 6,9).
En efecto Jesús, que había afirmado: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27; Jn 10,15), quiso que todos aquellos que creyeran en Él, vinieran a ser también hijos de Dios (cf. Jn 1,12). Por eso se alegró y dio gracias al Padre que revela este misterio a los pequeños y sencillos (cf. Mt 11,25-26).
Y cuando se trató de enseñar a orar a los discípulos, el Señor les dijo: "Vosotros rezad así: Padre nuestro..." (Mt 6,9; cf. Lc 11,2). El Padrenuestro es, con toda razón, considerado el "compendio del Evangelio" (Tertuliano), es decir, de todo el mensaje de Jesús, y se llama "oración del Señor", no sólo porque viene de Él a través de la transmisión oral de los discípulos que la oyeron y la consignaron en los Evangelios, sino también porque lo que se expresa en ella es esa relación íntima y profunda que Jesús tenía con el Padre. Por eso el Padrenuestro no es una fórmula más de plegaria, para repetirla de una manera más o menos consciente (cf. Mt 6,7). Las primeros comunidades cristianas se dieron cuenta enseguida de la importancia de esta oración, de modo que la incorporaron a la plegaria litúrgica cotidiana, recitándola tres veces al día, por la mañana, al mediodía y en la tarde (cf. Didaché 8,3), en el lugar de la antigua profesión de fe o Shemá Ysrael (cf. Mc 12,29).
Posteriormenteel Padrenuestro fue objeto de una "entrega" (traditio) a los que iban a ser bautizados, para que lo asimilaran y aprendieran, iniciados por la Madre Iglesia en la invocación de Dios con la única palabra que Él escucha siempre, la del Hijo amado Jesucristo. La "entrega" del Padrenuestro iba siempre acompañada de un comentario dirigido a los "neófitos" (cf. 1 Pe 2,1-10) (4). Muy pronto también la "oración dominical" entró en la celebración eucarística, como preparación para la comunión y como manifestación de la esperanza de la comunidad cristiana en la venida del Señor al final de los tiempos: "venga a nosotros tu Reino" (cf. 1 Cor 11,26). Es tal la confianza y la alegría que provoca esta oración en los fieles cristianos, que la liturgia romana la introduce con la expresión: "nos atrevemos a decir".
11. María, "la hija predilecta del Padre" (TMA 54).
La actitud filial que debemos tener todos los hijos de Dios respecto de nuestro Padre a ejemplo de Jesús, tiene también para nosotros otro modelo de gran importancia. El Papa Juan Pablo II lo ha recordado en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, al proponer a María como "hija predilecta del Padre" y "ejemplo perfecto de amor, tanto a Dios como al prójimo" (TMA 54).
Son varios los motivos por los que María es "hija predilecta del Padre", todos ellos relacionados con las "cosas grandes que ha hecho en ella el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo (cf. Lc 1,49)" (LG 53). El primer motivo es común a todos los discípulos de Jesucristo, y no es otro que la filiación divina adoptiva como efecto de la comunicación personal del Espíritu Santo a María, que en ella tuvo lugar en el primer instante de su concepción inmaculada. En María coincideron la generación humana y la regeneración sobrenatural, al ser concebida sin pecado y santificada en el primer instante de su ser, en un mismo acto de amor de Dios hacia la que Él había elegido para Madre de su Hijo (cf. Rm 8,29-30; Ef 1,3-5). En nosotros la comunicación del Espíritu que nos ha hecho hijos de Dios tuvo lugar en el Bautismo, y fue llevada a mayor plenitud en la Confirmación.
El segundo motivo es la "predilección" del Padre por esta criatura suya, dotada de una gracia singular y eminente precisamente con vistas a su misión de Madre del Salvador. Por esta gracia María vivió de una manera eminente también su relación con Dios, no sólo conservando y desarrollando fielmente el germen de la filiación divina, ya aludida y que constituye la vocación de todo bautizado, sino poniendo toda su existencia al servicio de esa misión. La maternidad divina de María, al engendrar virginalmente al Hijo de Dios que toma carne en Ella (cf. Jn 1,14; Mt 1,20; Gál 4,4), reproduce y prolonga en la tierra la paternidad del Padre en el seno de la Trinidad. María dio en el tiempo al Hijo de Dios la naturaleza humana, como el Padre le da eternamente la naturaleza divina. La semejanza culmina en el hecho de que tanto el Padre como María, se dirigen a la misma Persona cuando la llaman "Hijo" (cf. Mc 1,11; Hb 1,5; y Lc 2,48). María participa de este modo en el misterio de la paternidad divina (cf. Ef 3,15). Por este motivo a María, "hija predilecta del Padre", le corresponde también el título de "Esposa del Padre", que aparece en innumerables testimonios litúrgicos y teológicos, y en este verso de Fray Luis de León:
"Virgen del Padre Esposa, dulce Madre del Hijo, Templo santo
del inmortal Amor..."
El Papa Juan Pablo II, en la carta citada antes, invita a todos los fieles a imitar a María en la actitud filial para con el Padre: "El Padre ha elegido a María para una misión única en la historia de la salvación: ser Madre del mismo Salvador. La Virgen respondió a la llamada de Dios con una disponibilidad plena: 'He aquí la esclava del Señor' (Lc 1,38). Su maternidad, iniciada en Nazaret y vivida en plenitud en Jerusalén junto a la Cruz, se sentirá en este año como una afectuosa e insistente invitación a todos los hijos de Dios, para que vuelvan a la casa del Padre escuchando su voz materna: 'Haced lo que Cristo os diga' (cf. Jn 2,5)" (TMA 54).
II. DIOS NOS AMA. LA PENITENCIA, SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA DEL PADRE
"Dios es amor" (1 Jn 4,8.16). Con esta afirmación he empezado esta Exhortación pastoral. La reproduzco de nuevo, porque en esta segunda parte debemos centrar la atención en el "amor incondicionado (del Padre) por toda criatura humana, y en particular por el 'hijo pródigo'" (TMA 49). En este contexto se trata también de la Penitencia, sacramento de la misericordia divina.
12. "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura...?" (Is 49,15)
En efecto, la historia de Israel ya fue una larga automanifestación amorosa de Dios para con su pueblo (cf. Dt 4,37; 7,8; etc.) que culminó en la plenitud de los tiempos con el envío del Hijo Jesucristo (cf. Jn 3,16; Rm 5,8; 1 Jn 4,9) y con la efusión del Espíritu Santo, el Espíritu del amor personal que une al Padre y al Hijo y que hace presente en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5,5).
En el Antiguo Testamento pueden leerse expresiones tan hermosas como ésta: "Sión decía: 'Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado'. ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, -dice el Señor todopoderoso-" (Is 49,14-15). La frase alude al amor fiel e indestructible de Dios para con su pueblo, al que no puede ver sufrir. En efecto, aunque la teología afirma en Dios, como una nota esencial, la impasibilidad, es decir, la exclusión de todo dolor o sufrimiento derivado de limitaciones o daños, sin embargo se reconoce también el misterio de la solidaridad compasiva divina con todo hombre y mujer que sufren. Esta solidaridad es algo real y se ha puesto en evidencia en la vida de Jesucristo, especialmente en su pasión y muerte (cf. Is 53,4-6; Rm 8,3.32).
También en el Antiguo Testamento, la compasión divina se hacía patente con imágenes humanas llenas de ternura: "Cuando Israel era niño le amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Yo enseñé a andar a Efraín, le alzaba en brazos, y no comprendía que yo le curaba. Con vínculos humanos, con lazos de amor le atraía; y era para ellos como quien alza una criatura contra su mejilla, y me inclinaba y le daba de comer" (Os 11,4, cf. Sal 103 [Vg 102], 13).
Jesús, en el Evangelio, utiliza expresiones cargadas de belleza y de esperanza para explicar la solicitud de Dios por sus criaturas: "Mirad a los pájaros: ni siembran ni siegan... y sin embargo vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?... Fijaos cómo crecen los lirios del campo... Pues si a la hierba... Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir... Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto" (Mt 6,26-32; cf. 10,29-31). La enseñanza de Jesús acerca del Padre es una invitación a vivir en un permanente clima de confianza filial en su amor providente. Las comparaciones con lo que ocurre con los padres humanos, ponen de relieve también la sobreabundancia de la generosidad del Padre del cielo (cf. Mt 7,11; Lc 11,11-13).
Jesús invita también a fijarse en el amor del Padre, que "hace salir el sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45), para imitar su actitud misericordiosa (cf. Lc 6,36. De este modo nuestras buenas obras darán "gloria al Padre que está en el cielo" (Mt 5,16).
13. "Dios, rico en misericordia" (Ef 2,4).
Con estas palabras empieza la encíclica del Papa Juan Pablo II, hecha pública el 30 de noviembre de 1.980, y dedicada a Dios Padre; la segunda en aparecer de la gran trilogía trinitaria (5). La frase, de gran importancia también para el próximo año, alude a un atributo del "Padre de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo" (2 Cor 1,3), que se puede rastrear a lo largo y a lo ancho de toda la revelación bíblica y que alcanza, una vez más, su máxima realización en la vida histórica de Jesús. En efecto, en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, la misericordia divina se ha hecho realidad presente y perceptible en medio de los hombres (cf. Jn 14,9). Las enseñanzas de Jesús y su cercanía a todo ser humano que sufre o está amenazado en su dignidad, ponen de manifiesto algo que ya el Antiguo Testamento había anunciado, que Dios es "compasivo y misericordioso" (Sal 103 (Vg 102),8; etc.), y que para Él es más grande el amor que la justicia (cf. Sal 98 (Vg 97),2ss.; Is 56,1).
Basta evocar las figuras del Buen Pastor que sale en busca de la oveja descarriada (cf. Lc 15,3-7), del buen samaritano (cf. Lc 10,30-37), del padre del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-32), o el modo como Jesús trata a la adúltera (cf. Jn 8,3-11), a la pecadora arrepentida (cf. Lc 7,37-50) y al ladrón que está crucificado junto a Él (cf. Lc 23,40-43), para comprobar cómo el amor posee un poder especial que prevalece sobre el pecado y sobre la infidelidad y es lo único capaz de transformar el corazón humano reconciliando al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás: "Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor" (Lc 7,47). Por eso Jesús exige a sus discípulos que nos dejemos guiar por el amor y la misericordia, el amor que es el mandamiento más grande (cf. Mt 22,38), y la misericordia como condición para alcanzarla nosotros mismos: "dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7).
La culminación de esta revelación y actuación de la misericordia divina se produce en la cruz y en la resurrección de Cristo. "Efectivamente, Cristo, a quien el Padre 'no perdonó' (Rm 8,32) en bien del hombre y que en su pasión así como en el suplicio de la cruz no encontró misericordia humana, en su resurrección ha revelado la plenitud del amor que el Padre nutre por Él y, en Él, por todos los hombres... En su resurrección Cristo ha revelado al Dios del amor misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como vía hacia la resurrección" (DM 8).
14. "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18).
Pero, desgraciadamente, no hemos sabido corresponder a ese amor. Frente a la historia de la bondad creciente y fiel del Padre, se opone la anti-historia de las negativas y de las infidelidades de los hombres. Desde aquella primera desobediencia, por la que el hombre abusó de su libertad (Gn 3,1-11), una verdadera invasión de pecados ha llenado el curso del tiempo (cf. Rm 1,18-32), de manera que "como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Rm 5,12).
Jesús ha retratado de manera certera la situación de todo hombre o mujer que prefiere dejar la casa paterna para hacer su vida al margen del Padre bueno, llevándose y dilapidando la parte de la herencia. La parábola del hijo pródigo, a la que he aludido varias veces, es sumamente iluminadora al respecto. Aquel hijo que había malgastado todo, "cuando empezó a pasar necesidad", se dio cuenta del amor y del calor familiar que había perdido. Fue entonces cuando, al verse en aquella situación, tomó la decisión de volver y de pedir a su padre que lo acogiera al menos como a uno de sus jornaleros (cf. Lc 15,14.17-19).
No es fácil dar este paso, porque supone tomar conciencia del estado lamentable en que se encuentra el pecador y porque exige el reconocimiento del propio pecado: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo" (Lc 15,18-19). El hijo menor, el que había dilapidado todos los bienes, tuvo el valor de hacer esta confesión y fue recibido amorosa y festivamente en la casa paterna por el Padre siempre dispuesto a la misericordia y al perdón (cf. Sal 103 (Vg 102),8-14). El otro hijo, el que se había quedado en casa, al comprobar de qué modo había sido acogido el pródigo, estuvo a punto de perderlo todo también, endurecido su corazón por el egoísmo y el enojo. También él tuvo necesidad de convertirse para permanecer en la casa paterna.
"La parábola del hijo pródigo, escribe Juan Pablo II, es, ante todo, la inefable historia del gran amor de un padre -Dios- que ofrece al hijo que vuelve a Él el don de la reconciliación plena"(6). En efecto la actitud del padre de la parábola y su manera de actuar, ponen de manifiesto la fidelidad de Dios a su paternidad y al amor que siempre ha sentido por sus hijos. Hay sobre todo un detalle especialmente significativo: "cuando (el hijo) todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo" (Lc 15,20). A impulsos de su amor, su compasión se transforma en alegría y generosidad, porque lo verdaderamente importante ha sido recuperar al hijo perdido (cf. Lc 15,32). He aquí, por tanto, el genuino rostro de Dios, su misericordia (cf. DM 43).
15. "Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios" (2 Cor 5,20).
Pero el Padre de bondad (cf. Rm 2,4; 11,22), que no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, no quiere imponer su amor al hombre. Respeta exquisitamente su libertad y lo llama una y otra vez a reunirse en torno a la mesa festiva del perdón y de la reconciliación, esperando su retorno con una paciencia infinita (cf. Rm 3,26; 1 Pe 3,20; 2 Pe 3,9). Esta fidelidad de Dios al amor paterno, se ha manifestado y se concreta para nosotros en el acto redentor de Cristo, del que es depositaria e instrumento la Iglesia por medio del ministerio sacerdotal. Como escribe San León Magno: "Todo lo que el Hijo de Dios obró y enseñó para la reconciliación del mundo, no lo conocemos solamente por la historia de las acciones pasadas, sino que lo sentimos también en la eficacia de lo que Él realiza en el presente" (Tract. 63,6) (7).
En efecto, la Iglesia, comunidad reconciliada y reconciliadora, tiene la misión de anunciar a los hombres el misterio de la reconciliación y de ser ella misma signo o sacramento de la misericordia divina (cf. LG 1; etc.). La Iglesia se dirige a todos los hombres y mujeres en el nombre de Cristo y del Padre, invitándoles a convertirse y a creer en el Evangelio, como hacía el propio Jesús al comienzo de su vida pública (cf. Mc 1,15; etc.). "El anuncio de la conversión como exigencia imprescindible del amor cristiano es particularmente importante en la sociedad actual, donde con frecuencia parecen desvanecerse los fundamentos mismos de una visión ética de la existencia humana" (TMA 50). Especialmente en los tiempos penitenciales, la Iglesia hace suya la apremiante exhortación paulina: "Somos embajadores de Cristo, siendo Dios el que por medio nuestro os exhorta; os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios" (2 Cor 5,20).
Pero, además, la Iglesia realiza esa misma reconciliación que anuncia por medio de diversos actos como las plegarias por los pecadores, las celebraciones penitenciales de la Palabra de Dios, las indulgencias, la práctica del ayuno, de la oración y de la limosna (cf. Mt 6,1-18), la corrección fraterna y la revisión de vida, los tiempos penitenciales, las peregrinaciones, la comunicación cristiana de bienes, la defensa de la justicia y del derecho de los más pobres (cf. Is 1,17), la denuncia del egoísmo y de todas las formas de pecado, etc.
Y en el centro de toda esa actuación reconciliadora en la que interviene de alguna manera la entera comunidad cristiana (cf. ReP 12), el ministerio de la reconciliación confiado por el Señor a los Apóstoles. Así lo afirma san Pablo cuando dice: "Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de reconciliar" (2 Cor 5,18).
16. "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20,22)
En efecto, el Hijo de Dios hecho hombre, no solamente cargó sobre sí la deuda inmensa del pecado del mundo (cf. Jn 1,29; Is 53,7.12) muriendo por nosotros y reconciliándonos con el Padre (cf. Rm 5,8-11; Ef 2,11-18), sino que confirió a los Apóstoles y a sus sucesores, mediante el Espíritu Santo, el poder de perdonar los pecados al decirles: "Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,22; cf. Mt 18,18). De este modo el Padre de las misericordias ha puesto en las manos y en los labios de los sacerdotes el ministerio de reconciliación, con la virtud y la misión de actuar en representación de Cristo, para reconciliar a los fieles que caen en el pecado.
El sacramento de la Penitencia es, por tanto, el signo eclesial del perdón de Dios instituido por Jesucristo y el lugar de la reconciliación gozosa del hijo que se ha alejado de la casa paterna. Esencialmente comprende, por una parte, los actos humanos del arrepentimiento de los pecados, la confesión expresa de los mismos y la satisfacción o reparación. Y por otra parte la palabra eficaz de la absolución impartida por el ministro, haciendo de este modo visible la mediación de la Iglesia y la reconciliación con Dios. Por medio de este sacramento el Padre acoge y devuelve la dignidad al hijo que retorna a Él, Cristo toma sobre sus hombros a la oveja perdida y la conduce nuevamente al redil y el Espíritu Santo vuelve a santificar su templo o a morar en él con mayor plenitud.
Lafórmula de la absolución destaca, en su primera parte, la especial intervención del Padre lleno de amor en el sacramento del perdón y de la reconciliación: "Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo, y envió el Espíritu Santo para remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz" (8). El perdón de los pecados, que sólo Dios puede otorgar (cf. Mc 2,7), tiene su origen en la misericordia del Padre y es obra suya, como lo fue la reconcilación de la humanidad en el misterio pascual de Jesucristo y en la efusión del Espíritu Santo. El ministro de la Penitencia representa verdaderamente a Dios Padre reconciliando consigo a un hijo.
Durante el próximo curso es preciso redescubrir el valor esencial para la vida cristiana y la importancia del sacramento de la Penitencia en su significado más profundo, como respuesta de amor al Padre misericordioso.
III. LA CARIDAD DEL PADRE EN NOSOTROS
En esta tercera parte, hemos de fijarnos en la virtud teologal de la caridad, "en su doble faceta de amor a Dios y a los hermanos", como "síntesis de la vida moral del creyente" que "tiene en Dios su fuente y su meta" (TMA 50). "Dios es amor" (1 Jn 4,8.16) y siembra amor en cada uno de nosotros.
17. "Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo" (Mc 12,30-31).
Esta frase, que sintetiza la respuesta de Jesús a un escriba que le preguntaba por el mandamiento principal de la Ley de Dios (cf, Mc 12,28-34), recoge las dos direcciones necesarias que tiene la virtud de la caridad, es decir, el amor como don divino "derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5; cf. Gál 5,22). Por la caridad "amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios" (CEC 1.822). Jesús afirmó que no existe mandamiento mayor que éste y que en él se encierran la Ley entera y los Profetas (cf. Mc 12,31; Mt 22,40).
Al final de su vida Jesús hizo de la caridad fraterna la consecuencia práctica del amor que hemos recibido del Padre a través del Hijo (cf. Jn 15,9) y el mandamiento nuevo (cf. Jn 13,34; 15,12), definitivo y último, coherente con la novedad de la salvación que Él vino a traernos y señal que nos distingue como discípulos suyos (cf. Jn 13,35). Dispuesto a dar la vida por amor a nosotros, cuando todavía éramos enemigos (cf. Rm 5,10), quiso también que nuestra caridad alcanzase incluso a los que nos causan mal o nos persiguen, imitando de este modo al Padre celestial que hace caer la lluvia sobre justos y pecadores (cf. Mt 5,43-48). Ningún ser humano debe quedar fuera de nuestro amor, porque todo cuanto hagamos o dejemos de hacer a cualquiera de los hermanos más pequeños lo hacemos o lo dejamos de hacer al propio Cristo (cf. Mt 25,40.45).
El año dedicado a "conocer al Padre y acoger su amor" ha de ser, por tanto, un año para crecer en la caridad y ahondar en la experiencia del amor cristiano como punto de partida y cauce para vislumbrar a Dios. Más arriba he hablado del modo como Jesús formó con los discípulos una comunidad de hermanos comunicándoles la vida y el amor que Él había recibido del Padre, experiencia que está también a nuestro alcance para introducir a nuestros contemporáneos en el conocimiento del Dios que es Padre (cf. supra, n. 6).
Las dos direcciones que ha de abarcar nuestro amor están tan interrelacionadas que la prueba de que verdaderamente amamos a Dios es el amor a los hermanos: "Si alguno dice: 'amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios ame también a su hermano" (1 Jn 4,20-21; cf. 3,17).
18. "Sed imitadores de Dios como hijos queridos y vivid en el amor" (Ef 5,1)
La vida cristiana se realiza en la comunión de fe y de amor. Por eso no se puede reducir a pura ética, como tampoco la moral cristiana limitarse al cumplimiento material de unos preceptos. La moral cristiana se encuadra en el dinamismo del amor de Dios y de las demás virtudes teologales, que junto con las bienaventuranzas inspiran y nutren nuestra conducta (9). La gran regla de oro de la actuación de los hijos de Dios fue formulada así por Jesucristo: "sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48; cf. 1 Pe 1,16). En esta imitación del Padre, en la que nos ha precedido Jesús para que aprendamos a "vivir como vivió Él" (1 Jn 2,6), necesitamos la asistencia del Espíritu Santo, la Persona-amor, verdadera Ley interior de la Nueva Alianza, aquella que Dios mismo introduce en el pecho de sus hijos y escribe en sus corazones para que lo conozcan y observen sus mandamientos (cf. Rm 8,2; Jer 31,33-34; Ez 36,27).
Somos, pues, discípulos del amor del Padre. El maravilloso himno paulino a la caridad, debe ser leído ante todo como expresión del amor que Dios nos tiene y que nosotros debemos tratar de traducir en nuestras vidas con su ayuda: "El amor es comprensivo...; el amor no presume...; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia sino que se alegra con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca" (1 Cor 13,4-8). El amor no puede pasar nunca, porque Dios se ha identificado con él (cf. 1 Jn 4,8.16) y Dios es eterno.
Pero dentro de la caridad práctica, reflejo del amor del Padre, puede y debe haber preferencias. Como las puso de manifiesto el modo de actuar de Jesús, revelador del Padre: "En este sentido, recordando que Jesús vino a 'evangelizar a los pobres' (Mt 11,5; Lc 7,22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados? Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo" (TMA 51).
Los hijos de Dios hemos de sentir dentro de nosotros la urgencia de su amor revelado en Cristo (cf. 2 Cor 5,14) y, en consecuencia, hacer de la solidaridad, del espíritu de servicio y de la generosidad para con los demás pautas permanentes de nuestra vida. Se trata de favorecer las condiciones necesarias para una mayor justicia social y para un reparto más equilibrado de los bienes de todo tipo, dando y acogiendo con alegría recíproca, conscientes de que el Padre bueno no se deja ganar en amor y en generosidad. Seremos buenos hijos de Dios y nos comportaremos como tales en la medida en que en nuestras vidas se trasparente el amor divino: "Si no tengo amor... nada soy" (1 Cor 13,3). Se cumplirá también la palabra del Señor que anunció: "serán todos discípulos de Dios" (Jn 6,45).
19. "El amor, vínculo de la unidad consumada" (Col 3,14).´
Si los cristianos tratamos de llevar "una vida digna del Evangelio de Cristo" (Flp 1,27), conformando nuestros pensamientos, palabras y acciones al modelo que el Padre nos propone en Cristo, podremos percibir los frutos del Espíritu: "amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí" (Gál 5,22-23) y prestar nuestra colaboración a la realización de dos grandes compromisos a los que es preciso prestar atención en el curso de este tercer y último año de preparación para el Gran Jubileo: "la confrontación con el secularismo y el diálogo con las grandes religiones" (TMA 52)(10).
El secularismo es un fenómeno de nuestro tiempo, descrito en la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1.985 como una secularización mal entendida y que consiste "en una visión autonomista del hombre y del mundo, que prescinde de la dimensión del misterio (o de lo divino), la descuida o incluso la niega" (Relación final II,A,1). Como consecuencia de este fenómeno, que suele estar emparejado con el laicismo o actitud negativa respecto del hecho religioso y eclesial, se va difuminando poco a poco la idea de Dios en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad y se pierde del todo el sentido de lo sagrado. Ante esta tendencia "será oportuno afrontar la vasta problemática de la crisis de civilización, que se ha ido manifestando sobre todo en el occidente tecnológicamente más desarrollado, pero interiormente empobrecido por el olvido y la marginación de Dios. A la crisis de civilización hay que responder con la civilización del amor, fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización" (TMA 52) .
El diálogo interreligioso (cf. TMA 53), debe interesarnos también teniendo en cuenta el hecho de las comunicaciones sociales. A través de los medios informativos nos enteramos de las creencias y de los ritos no sólo de las grandes religiones históricas de la humanidad, sino también de las infinitas formas de dar culto a Dios que existen en el mundo. Pero no siempre se nos presentan estas formas con objetividad y sin prejuicios. Cuando el Papa habla de diálogo interreligioso se refiere a la necesidad de que todos los creyentes ofrezcamos al mundo el testimonio de la experiencia de Dios y del sentido de la transcendencia, con respeto y evitando el riesgo del sincretismo.
Por otra parte están las sectas, es decir, los grupos religiosos cerrados en sí mismos, verdaderos esclavos de un falso mesías, que utilizan medios de todo tipo para captar adeptos y retenerlos. Las sectas sólo entran donde existe vacío religioso y cuando falta formación catequética y espíritu comunitario.
IV. SUGERENCIAS PRACTICAS
En esta última parte propongo de manera sucinta algunas consecuencias prácticas, siguiendo el orden de los temas expuestos en los apartados anteriores y destacando las distintas dimensiones del objetivo pastoral diocesano: catequética, celebrativa, espiritual y caritativo-social. Cada una de estas dimensiones ocupa un apartado, desde el n. 20 hasta el n. 23 inclusive. Las sugerencias llevan numeración propia.
20. Cómo hablar de Dios hoy y dar testimonio de que es nuestro Padre
1ª. La primera consecuencia práctica que deseo proponeros, dentro de la dimensión catequética del objetivo pastoral de este año, tiene que ver con las dificultades de muchas personas para comprender que Dios es nuestro Padre (cf. supra, nn. 4-6). No es sólo cuestión de lenguaje, sino también de un testimonio de vida que abra a la relación personal con el Padre y a la fraternidad cristiana. Os invito a designar siempre a Dios con el nombre propio de Padre: Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Dios nuestro Padre, el Padre misericordioso, el Padre del cielo o, simplemente, Dios Padre. Y a no hablar de la paternidad de Dios a partir de la experiencia humana, sino al revés, es decir, teniendo en cuenta que "de Él toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra" (Ef 3,14-15). La expresión paternidad significa en el texto paulino, origen y ascendencia. En realidad, la expresión Dios Padre transciende y supera completamente la imagen misma que tenemos los seres humanos de la paternidad.
2ª. En la catequesis y en la predicación es preciso subrayar este año el rostro de Dios manifestado por Jesús, y en concreto su actitud para con los pobres y los que sufren, en la que se revela la misericordia del Padre (cf. supra, nn. 7-8). En estas claves es preciso leer el Evangelio según San Mateo, que corresponde al próximo año litúrgico según el ciclo "A", especialmente los 5 grandes discursos: el sermón de la montaña (cap. 5-7), las instrucciones a los discípulos (cap. 10), las parábolas del Reino (cap. 13), la comunidad (cap. 18) y el escatológico (cap. 23-25). Las diversas formas de catequesis de adultos deben dedicarse este año al artículo primero del Símbolo: "Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra" (cf. CEC 199-429) y a la oración dominical (cf. supra, n. 10). Será necesario también, al hablar de la misericordia, el perdón, la paz, la solidaridad, la justicia, etc., señalar que se trata de valores del Reino de Dios.
3ª. Conviene que el temario de la formación permanente para los presbíteros, las religiosas y los grupos laicales, se inspire en los contenidos de la Encíclica Dives in misericordia, del Papa Juan Pablo II, y en el libro sobre Dios Padre, preparado por la Comisión Teológica del Comité Central para el Gran Jubileo. Como se ha hecho en años anteriores, los grupos que lo deseen pueden seguir mi exhortación pastoral, ampliando el estudio con la lectura de las referencias tanto bíblicas como de otros documentos que cito. Sugiero también que el temario incluya al menos un tema sobre el sacramento de la Penitencia, otro sobre la caridad y otro sobre la Santísima Virgen María, "hija predilecta del Padre". A nivel personal os invito a leer la mencionada encíclica del Papa, los documentos de la Conferencia Episcopal de los últimos años relativos a la Evangelización y las ponencias del Congreso de Pastoral evangelizadora publicadas en el volumen Jesucristo la Buena Noticia (EDICE 1.997).
4ª. Una forma de anuncio extraordinario de la Palabra de Dios y de llamada a la conversión es la misión al pueblo. Me refiero a las llamadas "misiones populares" de otro tiempo, pero convenientemente actualizadas en cuanto a la metodología. Mi deseo es que, en la Cuaresma de 1.999, se realice una misión evangelizadora en todas las parroquias de la Diócesis, por arciprestazgos, similar a la que se ha hecho en algunas Iglesias particulares, contando en primer lugar con los sacerdotes diocesanos, con las religiosas y con fieles laicos convenientemente preparados. Voy a confiar la tarea de impulsar y coordinar esta acción a la Vicaría Episcopal de Enseñanza y Catequesis con las colaboraciones necesarias.
21. Invocar al Padre y celebrar su amor misericordioso
En relación con la dimensión celebrativa y espiritual del objetivo:
5ª. Cuidar la oración litúrgica, especialmente en la celebración de la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas, y fomentar las diversas formas de oración comunitaria. Las oraciones litúrgicas nos educan en el modo de orar: prácticamente siempre van dirigidas al Padre por medio de Nuestro Señor Jesucristo; primero hacen memoria de los hechos de salvación, alabando y dando gracias, y después formulan la petición. Evitar el sentimentalismo y la subjetividad en las oraciones no litúrgicas de los ejercicios piadosos, e inspirarse en las preces de la Oración de los Fieles y de los Laudes y Vísperas para formular las súplicas.
6ª. Destacar de manera continuada e insistente, de diversas maneras, el carácter del domingo y de las fiestas de precepto como días de culto al Padre, que es preciso santificar no sólo con la participación en la Eucaristía sino también con el descanso y con la dedicación a las obras que el Padre quiere: la caridad, la solidaridad, etc. La reciente Carta Apostólica Dies Domini, ofrece un riquísimo y sugerente arsenal al respecto.
7ª. Destacar las llamadas a la conversión que aparecen a lo largo del año litúrgico, especialmente en la Cuaresma, y subrayar esta dimensión esencial de la vida cristiana, presentándola como una gran peregrinación hacia la casa del Padre (cf. TMA 49-50). Dado que el año próximo es Año Jubilar Compostelano, en el curso del cual se celebrará un Congreso Eucarístico Nacional en Santiago de Compostela, debemos organizar una peregrinación diocesana al sepulcro del Apóstol, que puede inscribirse además en la preparación del 50 aniversario de la normalización de la sucesión episcopal en nuestra Diócesis. Sobre este tema concreto me dirigiré a todos vosotros más adelante. Por ahora quiero invitaros a que orientéis, en la perspectiva de la conversión y del retorno a la casa paterna, cualquier peregrinación que pongáis en marcha, haciéndola gravitar en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.
8ª. Activar y renovar la práctica del sacramento de la Penitencia. Presentar, en la predicación y en la catequesis, este sacramento ante todo en relación con la misericordia del Padre (cf. supra, nn. 13-16). Para ello es imprescindible conocer y usar el Ritual de la Penitencia, ayudar a recobrar una sana conciencia de pecado, dedicar mucho más tiempo a este ministerio, ofrecer unos subsidios sencillos a los fieles para el examen de conciencia y la celebración de la reconciliación de un solo penitente, y respetar las disposiciones de la Iglesia referentes a no unir el Rito "B" con la Eucaristía. Sobre la importancia y actualidad del sacramento de la Penitencia hoy, invito a leer y a meditar de nuevo la Exhortación postsinodal Reconciliatio et Paenitencia, de 2-XII-1.984, y el documento de la Conferencia Episcopal Española "Dejaos reconciliar con Dios", de abril de 1.989.
9ª. Durante este año es preciso proseguir el empeño en cultivar la "vida en el Espíritu", propia de los hijos de Dios, cuya intensificación os proponía el curso pasado dedicado a la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Recordad que el Espíritu Santo es el que da testimonio en nuestro interior de que somos hijos de Dios y el que nos anima a invocarle como Jesús nos enseñó: "¡Abba! ¡Padre!" (cf. supra, n. 9). La vida espiritual estará de este modo impregnada de la alegría de la filiación divina adoptiva y de la confianza propia de los hijos. Innumerables santos vivieron este aspecto de la "vida en el Espíritu" con profundo gozo íntimo, encontrando en ello la fuente para ser fieles a su vocación cristiana, religiosa o sacerdotal.
22. Imitar al Padre en el amor y la misericordia
Nuestra respuesta filial al amor del Padre de las misericordias, según la invitación de Jesús (cf. supra, n. 18), comprende también unas exigencias de carácter caritativo y social:
10ª. Explícitamente el Papa ha hablado de "la opción preferencial por los pobres" (cf. TMA 51). Para nosotros esta preferencia, que no es en modo alguno excluyente, ha de llevarnos a mirar la realidad que nos rodea y a tomar conciencia de la situación de pobreza y de marginación que existe no ya en los países del tercer mundo sino aquí, en nuestra tierra. He constatado que los informes elaborados por nuestra Caritas Diocesana en 1.994 sobre las condiciones de vida de la población pobre, y en 1.997 sobre la situación, problemática y valores de la juventud, son desconocidos por la mayoría de los agentes de pastoral. A esto se añade el escaso conocimiento de problemas como la droga, el cierre de empresas, la sanidad y la falta de perspectivas para el futuro.
Esun signo importante de solidaridad el permanecer en nuestros pueblos, pero es misión de la Iglesia y de sus miembros más cualificados el animar y alentar a todas las personas, jóvenes y adultas, "que sienten inquietudes por el desarrollo o que no se resignan ante la postergación económica de la zona y el olvido de la misma en el reparto de los bienes de la sociedad actual" (11). Sería un buen compromiso para este año dedicado al Padre misericordioso, el completar la constitución de las Caritas parroquiales y la creación de consejos arciprestales de pastoral social.
11ª. Por otra parte este año dedicado al Padre de las misericordias nos pide a todos poner en práctica las denominadas obras de misericordia, tanto las espirituales como las corporales, dedicando más tiempo a compartir y a aliviar el sufrimiento y las limitaciones de nuestros hermanos, y a comunicar nuestros conocimientos y experiencias sobre todo de vida cristiana. Los enfermos, los ancianos, los discapacitados físicos y psíquicos, los inmigrantes, las personas que sufren malos tratos o algún tipo de explotación, o cuyos derechos no son suficientemente reconocidos, etc., piden que no pasemos de largo ante sus problemas.
12ª. En la misma línea de la puesta en práctica de las exigencias más profundas de la caridad cristiana, todas las delegaciones y secretariados diocesanos deberán programar algunas acciones inspiradas en el objetivo pastoral o al servicio del mismo. Me limito a señalar dos sectores pastorales a los que invito a dedicar un esfuerzo mayor este año:
El primero es el de la familia, que tiene en Dios Padre el principio generador de la vida y de todos los bienes destinados a sus hijos. En este año sería muy oportuno fundamentar en el amor del Padre toda acción encaminada a difundir el evangelio de la vida y los valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia, a preparar a los futuros esposos para su misión de transmisores de la vida, y a concienciar a toda la sociedad de la necesidad de respetar y proteger toda vida humana, desde la concepción hasta su final natural. Frente a la "cultura de muerte" que amenaza con invadirnos, es preciso promover positivamente la "cultura de la vida", como el primer bien que todos hemos recibido del Padre que nos ha creado por amor.
El segundo sector es el de la adolescencia y juventud. Hoy los muchachos parecen alejarse cada día más de sus padres, padeciendo no obstante un déficit notable de afecto y de madurez. El lema propuesto por el Papa para la reflexión juvenil del próximo año, de cara a la Jornada Mundial de la Juventud en el año 2.000 en Roma: "Mi Padre os ama" (Jn 16,27), ha de estar presente en todos los grupos parroquiales y de otras procedencias y ha de inspirar todas las actividades, a fin de que todos conozcan y acojan en sus vidas el amor de Dios Padre y no se entreguen a los ídolos que hoy pueden esclavizarlos. Invito a todos los que trabajan pastoralmente con adolescentes y jóvenes a preparar ya desde ahora la participación diocesana en la gran peregrinación europea de jóvenes en Santiago de Compostela, del 4 al 8 de agosto de 1.999.
23. Acontecimientos eclesiales del próximo curso
Además del hecho que acabo de señalar, en el curso 1.998-99 tendrán lugar otros acontecimientos eclesiales, de los que tengo noticia, que nos invitarán a estar atentos a su significado y a participar de alguna manera en ellos: la peregrinación de las diócesis españolas a la basílica del Pilar de Zaragora, los próximos días 12 y 13 de septiembre, con ocasión de los Congresos Mariológico y Mariano; la Exposición de arte sobre Jesucristo, el Hijo del Hombre, con participación de todas las diócesis españolas, desde el 23 de septiembre al 25 de noviembre, en Madrid; el XX aniversario de la elección del Papa Juan Pablo II como Sucesor de Pedro el día 16 del próximo octubre; las Jornadas nacionales de Liturgia, del 28 al 30 de octubre, con el título Caminamos hacia el Padre, por el Señor, en el Espíritu; y el Congreso Eucarístico Nacional en Santiago de Compostela, desde el 26 al 29 de mayo de 1.999. Está anunciada también la segunda Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa.
En cuanto nuestra Diócesis, además de las acciones señaladas por los distintos organismos diocesanos de acuerdo con el objetivo pastoral del próximo curso, y que serán recogidas en el calendario que elabora la Vicaría Episcopal de Pastoral y del Clero, quiero anunciaros, para el momento oportuno, el balance de la Visita pastoral realizada en los dos últimos cursos y el comienzo de los preparativos de la celebración del L aniversario de la normalización de la sucesión episcopal en nuestra diócesis, que tendrá lugar en el año 2.000, en el contexto del Gran Jubileo.
24. A modo de conclusión
Queridos diocesanos: El curso que nos disponemos a comenzar, bajo la mirada amorosa del Padre de las misericordias, debe ser para todos los miembros de la comunidad diocesana, especialmente para los sacerdotes, para las religiosas, los seminaristas y los laicos más cercanos a la misión de la Iglesia, una ocasión nueva para actualizar nuestra experiencia cristiana básica, que es la de ser hijos de Dios en el Hijo Jesucristo, acogiendo en nuestras vidas su inmenso amor, convirtiéndonos a Él cada día con mayor profundidad, y tratando de ser testigos de su misericordia, al ponerla en práctica nosotros mismos.
Vivamos la caridad fraterna, la solidaridad, el perdón y la reconciliación en todas nuestras relaciones, como expresión de la alegría de sabernos amados y protegidos por la inmensa misericordia del Padre. Que la Santísima Virgen María, "hija predilecta del Padre" y, para todo el pueblo cristiano, "Reina y Madre de misericordia" nos ayude con su intercesión a crear en nuestra Iglesia y en nuestro pueblo la nueva civilización que se fundamenta en la caridad y en la justicia.
Ciudad Rodrigo, 23 de agosto de 1.998,
Domingo XXI del Tiempo durante el año
+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo
(1)Los documentos que se citan constituyen un material complementario que puede consultarse. Las siglas de los documentos del Concilio Vaticano II son las más conocidas: AA: Apostolicam Actuositatem; CD: Christus Dominus; DV: Dei Verbum; LG: Lumen Gentium; SC: Sacrosanctum Concilium; etc. Otras siglas más citadas: CEC = Catecismo de la Iglesia Católica; TMA = Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente.(Volver)
(2)En efecto, en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente se señala: para el año 1.997 la reflexión catequética sobre Cristo (TMA 40) y la actualización del Bautismo (TMA 41-42); para el año 1.998 la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia (TMA 44) y en la Confirmación (TMA 45), para redescubrir la esperanza (TMA 46); para el año 1.999 la reflexión sobre el Padre misericordioso (TMA 49) y la Penitencia (TMA 50), en orden a un mayor compromiso de amor con la justicia y con los pobres (TMA 51-52); para el año 2.000 la glorificación de la Trinidad, especialmente en la Eucaristía (TMA 55).(Volver)
(3)1.989-90: "Centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia diocesana"; 1.990-91: "Conocer el misterio de la Iglesia particular para impulsar una nueva evangelización"; 1.991-92: "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense"; 1.992-93: "Conocer, asumir e impulsar la vocación y misión de los laicos para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense"; 1.993-94: "Promover, potenciar e instaurar una catequesis de adultos evangelizadora en nuestras comunidades parroquiales civitatenses"; 1.994-95: "Potenciar la comunidad parroquial como lugar propio para la acogida de la Palabra, para la celebración de la fe y para el servicio de la caridad"; 1.995-96: "Revalorizar la Palabra de Dios en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial"; 1.996-97: "Conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo en la Iniciación cristiana (sacramento del Bautismo) y en la vida de la fe"; 1.997-98: "Reconocer la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iniciación cristiana (sacramento de la Confirmación) y en la vida de la Iglesia en nuestro pueblo".(Volver)
(4) Los numerosos comentarios de los santos Padres a la "oración dominical", están dirigidos siempre a los catecúmenos. Una magnífica síntesis de estos comentarios puede verse hoy en la IV parte del Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2.777-2.865.(Volver)
(5)Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in misericordia, de 30-XI-1.980 (= DM). Puede verse en diversas publicaciones, juntamente con las otras dos dedicadas al Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo, respectivamente: Redemptor Hominis, de 4-III-1.979; y Dominum et Vivificantem, de 18-V-1.986 (= DVi). (Volver)
(6)Exhortación postsinodal Reconciliatio et Paenitentia, de 2-XII-1.984 (= ReP), n. 6; cf. DM 38. (Volver)
(7)Citado en RP 8. (Volver)
(8)El texto se inspira en 2 Cor 1,3; Rm 5,10; Jn 20,22-23; Mt 16,19 y Gál 5,22. (Volver)
(9)Véase CEC 1.691-1.698.(Volver)
(10)La civilización del amor, de la que ya habló Pablo VI al clausurar el año santo de 1.975, y que aparece numerosas veces en el magisterio de Juan Pablo II (cf. DVi 14; etc.), consiste en la inserción del Evangelio en la cultura existente, a partir de una renovación evangélica de la comunidad eclesial comprometida en el anuncio del Evangelio según el mandato del amor. (Volver)
(11)Exhort. pastoral ante el curso 1.997-1.998, n. 27.(Volver)
CORDOBA.- HOMILÍAS C: (CÓRDOBA 2010 HECHO) VEN PRONTO, SEÑOR
Escrito por Super UserCORDABA.- HOMILÍAS C:
(CÓRDOBA 2010 HECHO)
VEN PRONTO, SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo decimos en cada Misa, lo repetimos cantando muchas veces. Es el grito de la comunidad cristiana que vive a la espera de su Señor: Marana tha (Ven, Señor). Estas palabras en arameo las viene repitiendo la comunidad cristiana hace veinte siglos. El cristiano vive a la espera de la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El tiempo de Adviento acentúa esta actitud en nuestros corazones, la actitud de la espera y la esperanza activa. No vivimos en un mundo cerrado en sí mismo. Vivimos en la esperanza cierta de que el Señor vendrá al final y nos llevará con él. Algunos piensan que esta esperanza nos distrae del trabajo comprometido por cambiar este mundo, pero no es así. La esperanza cristiana nos estimula activamente a la transformación de este mundo, en la espera de un nuevo cielo y una nueva tierra. En el camino del Adviento, hoy se nos presenta la figura de Juan el Bautista. Fue por delante del Señor preparando sus caminos. Ya desde el nacimiento se llenó de alegría en la presencia de Jesús, uno y otro desde el seno de sus madres respectivas: Isabel y María. Y en la vida pública, Jesús comienza sus primeros pasos de la mano del Bautista junto al Jordán. Juan lo presentó en público con aquellas preciosas palabras: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, indicando de esta manera la misión del que viene a cargar con nuestros pecados y a redimirnos por su sacrificio redentor. O cuando llegan a confundirlo con el Mesías, Juan repite: Yo no soy el Mesías, soy el amigo del esposo que se alegra de que el esposo esté presente. Jesús dice de él: no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista. La figura de Juan Bautista ocupa un lugar fundamental en los comienzos de la vida pública de Jesús, y por eso es un personaje central en el tiempo de Adviento. No sólo nos señala con el dedo quién es Jesús y nos lo presenta, sino que nos indica con su vida cuáles son las actitudes para salir al encuentro del Señor que viene. En primer lugar, la humildad y la pobreza. Cuando Jesús vino en carne mortal, no vino aparatosamente, sino en humillación. Nació en Belén pobremente y vivió la mayor parte de su vida en la familia de Nazaret, entró en Jerusalén montado en una borriquita, fue crucificado como un malhechor y al tercer día resucitó. Juan Bautista el precursor cumplió su misión en humildad y terminó su misión de testigo de la verdad, cortándole la cabeza Herodes. La otra actitud de Juan el Bautista es la penitencia. Se preparó para la llegada del Señor, viviendo austeramente en el desierto. No fue una caña sacudida por el viento, ni un hombre vestido de lujo que habita en los palacios. Es un profeta que cumple su misión invitando a sus seguidores a un bautismo de penitencia, en el que Jesús mismo quiso sumergirse antes de comenzar su predicación. Nuestro encuentro con el Señor no va a producirse aparatosamente, ni en el lujo, ni en la vida disoluta. Nuestro encuentro con el Señor se producirá si sintonizamos en la onda en la que él emite su mensaje, en la onda en la que Juan Bautista le fue preparando el camino. Jesús anuncia la alegría de la salvación para los pobres de espíritu, a los que el Espíritu Santo le ha enviado. Tiempo de Adviento, tiempo de espera y de esperanza. Pero, cuidado. Demasiadas cosas pueden distraernos del Señor que viene. Salgamos a su encuentro con las pautas que Juan Bautista nos señala. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Ve
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VIRGEN Y MADRE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La cercanía de la Navidad pone delante de nuestros ojos la figura de María, la Madre de Dios. El Niño que nace es el Verbo eterno, y nace como hombre verdadero de una mujer, cumplido el tiempo normal de gestación en su seno materno. Contemplamos a María con su vientre abultado. Santa María de la esperanza. Y de esa contemplación brota la admiración, recogida en la liturgia vespertina de estos días en las antífonas de la Oh!. Santa María de la O, en la expectación del parto. Con qué admiración nos invita la Iglesia a vivir estos días inmediatos al nacimiento de Jesús. La admiración brota espontánea, porque esta madre es virgen. Ha concebido a su hijo sin concurso de varón, por la acción milagrosa del Espíritu Santo en su vientre. Ha concebido a su hijo sin perder la gloria de su virginidad. Se trata de una virginidad de plenitud. María ha consagrado su cuerpo y su alma al Señor, y antes de convivir maritalmente con su esposo José, recibe el anuncio del ángel que le pide su consentimiento para ser madre del Hijo eterno, madre de Dios. Y María dijo: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y “el Verbo se hizo carne” en su vientre virginal. La virginidad de María no consiste en ninguna carencia, no es una merma, no es un defecto o impotencia. La virginidad de María consiste en una plenitud de vida jamás conocida. María engendra a su Hijo divino, dándole su propia carne y su sangre, a la que se une un alma humana dotada de entendimiento y voluntad. Hombre completo y verdadero. María se parece de esta manera al Padre eterno, que engendra en la eternidad al mismo Hijo sin colaboración de nadie, por plenitud pletó- rica de vida en Dios. Este Hijo es de la misma naturaleza del Padre. Dios verdadero y completo. Una sola y única persona, la divina, que sin dejar de ser Dios se hace hombre verdadero. Es el misterio de la encarnación realizado con la colaboración singular de María la Virgen y Madre. María es virgen antes del parto, es decir, concibe virginalmente por plenitud de vida, sin concurso de varón. La unión complementaria del varón y la mujer es el camino ordinario, inventado por Dios, por el que todos venimos a la vida. El hijo es fruto del abrazo amoroso de sus padres. En María, el fruto bendito de su vientre, que es Jesús, nace sólo de ella y por eso se parece totalmente a ella y sólo a ella. María es virgen también en el parto, pues su Hijo no menoscabó la integridad de su madre, sino que la santificó. Si el parto es una lucha desgarradora entre el hijo y la madre, Jesús fue dado al mundo sin desgarro, con la plena oblatividad de una madre que no lo retiene para sí, sino que lo da generosamente sin ser posesiva. María es virgen después del parto. Su cuerpo fue totalmente para Jesús y sólo para Él. María no tuvo más hijos ni jamás tuvo relaciones matrimoniales con José. Permanece virgen para siempre. La virginidad de María es el sello de garantía de que el fruto de su vientre es divino. Si María no es virgen, Jesús no es Dios. Pero este que nace es el Hijo eterno, Dios como su Padre, y la virginidad de su Madre garantiza la identidad del Hijo. Y la identidad divina del Hijo hace que este parto sea singular. La fe cristiana afirma al mismo tiempo que el Hijo que nace es Dios y que la Madre que lo trae al mundo es virgen. No se entiende lo uno sin lo otro. Por eso, la liturgia nos invita a la admiración, a la contemplación extasiada del Niño que nace y de la Madre virgen que lo da a luz. Esto es la Navidad. Feliz y Santa Navidad para todos, de vuestro obispo:
ADVIENTO
ESPERANZA CRISTIANA O ATEA
El hombre no puede vivir sin esperanza. La esperanza es el motor de la vida humana. Depende de dónde ponga el hombre sus esperanzas, para que se sienta más o menos realizado, cuando alcanza lo que espera. O, por el contrario, se sienta defraudado cuando no se cumple aquello que esperaba. La esperanza cristiana se apoya en Dios, que es fiel y cumple siempre. La esperanza cristiana es una virtud teologal, que tiene a Dios como origen porque es Él quien la infunde en nuestros corazones, es una virtud que nos lleva a fiarnos de Dios y a desear que cumpla en nosotros y en el mundo sus promesas. Dios Padre nos promete hacernos partícipes de su vida en plenitud y para siempre. Por medio de su Hijo Jesucristo nos ha redimido del pecado y nos ha hecho hijos suyos. Nos da constantemente el don de su Espíritu, que llena de esperanza nuestros corazones. Nos llama a vivir en comunidad en su Santa Iglesia, como familia de Dios que anticipa el cielo nuevo y la nueva tierra. La esperanza cristiana ha transformado la historia de la humanidad. Ha llenado el corazón de muchos hombres y mujeres, moviéndoles a dar su vida por Cristo y por el Evangelio. Es una esperanza que la muerte no interrumpe, sino que precisamente en la muerte encuentra su cumplimiento, pues la muerte nos abre al encuentro definitivo y pleno con Dios para siempre en el cielo. Es una esperanza que nos lleva a amar de verdad, a Dios y a los hermanos, hasta el extremo de dar la vida. Para los que no tienen a Dios, o porque no le conocen todavía o porque lo han rechazado, hay otra esperanza, que no tiene tanto alcance ni mucho menos. Es una esperanza de los bienes de este mundo, que aún siendo buenos son pasajeros. Esperar la salud, la prosperidad terrena de los míos. Esperar cosas de este mundo, que aún siendo buenas nunca sacian el corazón humano. En definitiva, cuando no es Dios el motor de nuestra esperanza, vivimos con las alas recortadas sin vuelos largos que entusiasman y llenan el corazón. Una esperanza sin Dios es una esperanza temerosa de perder incluso aquello poco que se tiene (y es mayor el temor de perderlo, si es mucho lo que se ha alcanzado). Dios es la única garantía que elimina todo temor, y nos hace vivir en el amor. El marxismo ha predicado una esperanza, que al concretarse en la realidad histórica a lo largo del siglo XX, ha supuesto un rotundo fracaso. He ahí el progreso de los países socialistas del Este. Cuando en 1989 cayó el muro, pudimos constatar la pobreza inmensa de los que esperaban el “paraíso terrenal”, que nunca ha llegado. La esperanza marxista es el sueño de algo que no existe (utopía). Es una esperanza engañosa, porque pone en movimiento al hombre y a la sociedad, pero lo hace proyectando un espejismo, que nunca se realiza. Esta esperanza ha llevado al odio por sistema, a la lucha de clases, a la revolución e incluso al terrorismo. La esperanza cristiana, sin embargo, es la certeza de una realidad que se nos brinda como regalo de Dios y como plenitud humana. Y Dios cumple siempre sus promesas. La esperanza cristiana brota de la certeza generada por la fe, no es una proyección del corazón humano que inventa lo que no tiene, soñando aunque sea mentira. Y lo que Dios nos promete ya existe, está preparado, lo veremos plenamente en el cielo, y lo vemos continuamente realizado por el amor en nuestras vidas. No es una utopía, sino una realidad futura, que se va haciendo presente en la medida en que esperamos y nos abrimos al don de Dios. Que el tiempo de adviento nos haga crecer en la esperanza, de la buena. Esa esperanza que se apoya en Dios y no defrauda. Que este tiempo santo disipe tantos ídolos, que quizá nos llevan a esperar, pero con una esperanza que desaparece como el humo. El corazón humano no puede vivir sin esperanza. Pongamos en Dios nuestra esperaza, y nunca seremos defraudados. Con mi af
INMACULADA: MARIA PURISIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Al comienzo del año litúrgico, en la preparación inmediata a la Navidad, la Iglesia nos presenta la fiesta solemne de la Inmaculada, para que gocemos en esta fiesta y el corazón se nos llene de esperanza. Es como el primer fruto de la redención. María ha sido la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Ella es el fruto más precioso de la redención de su Hijo Jesucristo, que siendo Dios se ha hecho hombre en su vientre virginal. María ha sido librada del pecado, antes de contraerlo. Nosotros pecadores somos librados del pecado por la misericordia de Dios que nos perdona, después de haber caído en él. Pero Dios quiso lucirse en María, haciéndola preciosa, limpia de todo pecado, llena de gracia. Por eso, María es la Purísima. Lo que contemplamos en María, Dios lo quiere hacer en cada uno de nosotros y en toda su Iglesia. A María la libró del pecado por una gracia singular, a nosotros nos va librando del pecado por la gracia continua de su perdón, que nos cura, y de su gracia que nos previene. A María la ha llenado de gracia desde el comienzo, a nosotros nos va colmando de los dones que rebosan de Cristo hasta llevarnos a la santidad, pues “de la plenitud [de Cristo] hemos recibido todos gracia tras gracia” (Jn 1, 16). Mirando a María, descansa la mirada y el corazón humano. Por eso, ella es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. En ella vemos cumplido lo que Dios tiene preparado para nosotros, y eso nos llena de esperanza. Ella es la “señal” (Is 7, 14; Ap 12, 1) que Dios nos ha dado cuando nos anuncia sus promesas. En el comienzo de la historia de la humanidad, cuando todo estaba en perfecta armonía porque había salido bien hecho de las manos del Creador, el hombre y la mujer libremente se apartaron de Dios por el pecado. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte… todos pecaron” (Rm 5, 12). Prefirieron su plan al plan de Dios. Dieron la espalda a Dios, e introdujeron la muerte en el mundo, con todo lo que a la muerte le acompaña. Este es el pecado original, con el que todos nacemos heredado de nuestros primeros padres. Se produjo como un apagón universal y el hombre se encontraba “en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1, 79). “Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rm 3, 23). La redención del mundo nos viene por Jesucristo. Él es la luz del mundo, y el que le sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (cf. Jn 8, 12). La redención de Cristo disipa toda sombra de pecado y de muerte e inyecta en nosotros una vida nueva y una esperanza. Cuando está para llegar Jesús en la Navidad, como el que viene a salvarnos, la fiesta de la Inmaculada nos propone a María como aurora de la salvación. La aurora anuncia la llegada del día, la aurora es el día en sus comienzos. En María ya ha comenzado esa salvación que Jesús viene a traer para todos los hombres. Todo en estos días nos habla de Navidad, las luces, el ambiente, el encuentro con la familia. Que los cristianos percibamos el sentido profundo de estas fiestas que se acercan, de manera que nos acerquemos a Jesucristo y acojamos al Niño, que nace, en nuestro corazón. Sin Jesucristo no hay Navidad. María nos anuncia que ya está cerca. Agarrados de su mano, ella nos llevará hasta Él. Con mi afecto y bendición: Q
ADVIENTO
ESPERANDO AL SEÑOR QUE VIENE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Al comienzo del año litúrgico, en la preparación inmediata a la Navidad, la Iglesia nos presenta la fiesta solemne de la Inmaculada, para que gocemos en esta fiesta y el corazón se nos llene de esperanza. Es como el primer fruto de la redención. María ha sido la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Ella es el fruto más precioso de la redención de su Hijo Jesucristo, que siendo Dios se ha hecho hombre en su vientre virginal. María ha sido librada del pecado, antes de contraerlo. Nosotros pecadores somos librados del pecado por la misericordia de Dios que nos perdona, después de haber caído en él. Pero Dios quiso lucirse en María, haciéndola preciosa, limpia de todo pecado, llena de gracia. Por eso, María es la Purísima. Lo que contemplamos en María, Dios lo quiere hacer en cada uno de nosotros y en toda su Iglesia. A María la libró del pecado por una gracia singular, a nosotros nos va librando del pecado por la gracia continua de su perdón, que nos cura, y de su gracia que nos previene. A María la ha llenado de gracia desde el comienzo, a nosotros nos va colmando de los dones que rebosan de Cristo hasta llevarnos a la santidad, pues “de la plenitud [de Cristo] hemos recibido todos gracia tras gracia” (Jn 1, 16). Mirando a María, descansa la mirada y el corazón humano. Por eso, ella es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. En ella vemos cumplido lo que Dios tiene preparado para nosotros, y eso nos llena de esperanza. Ella es la “señal” (Is 7, 14; Ap 12, 1) que Dios nos ha dado cuando nos anuncia sus promesas. En el comienzo de la historia de la humanidad, cuando todo estaba en perfecta armonía porque había salido bien hecho de las manos del Creador, el hombre y la mujer libremente se apartaron de Dios por el pecado. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte… todos pecaron” (Rm 5, 12). Prefirieron su plan al plan de Dios. Dieron la espalda a Dios, e introdujeron la muerte en el mundo, con todo lo que a la muerte le acompaña. Este es el pecado original, con el que todos nacemos heredado de nuestros primeros padres. Se produjo como un apagón universal y el hombre se encontraba “en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1, 79). “Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rm 3, 23). La redención del mundo nos viene por Jesucristo. Él es la luz del mundo, y el que le sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (cf. Jn 8, 12). La redención de Cristo disipa toda sombra de pecado y de muerte e inyecta en nosotros una vida nueva y una esperanza. Cuando está para llegar Jesús en la Navidad, como el que viene a salvarnos, la fiesta de la Inmaculada nos propone a María como aurora de la salvación. La aurora anuncia la llegada del día, la aurora es el día en sus comienzos. En María ya ha comenzado esa salvación que Jesús viene a traer para todos los hombres. Todo en estos días nos habla de Navidad, las luces, el ambiente, el encuentro con la familia. Que los cristianos percibamos el sentido profundo de estas fiestas que se acercan, de manera que nos acerquemos a Jesucristo y acojamos al Niño, que nace, en nuestro corazón. Sin Jesucristo no hay Navidad. María nos anuncia que ya está cerca. Agarrados de su mano, ella nos llevará hasta Él. Con mi afecto y bendición:
ULTIMO DOMINGO DEL AÑO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Así le respondió Jesús al buen ladrón que, crucificado como él, pedía perdón arrepentido de sus pecados en el último minuto de su vida. Y Jesús le perdonó y le prometió el paraíso para ese mismo día: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Llegamos hoy al último domingo del año litúrgico, en el que celebramos la fiesta de Cristo Rey del universo. Jesucristo es el centro de la historia humana, es el centro del cosmos, de todo el universo. Porque es el Hijo de Dios, Dios como su Padre, que se ha hecho hombre como nosotros. Dios verdadero y hombre verdadero, consustancial al Padre en la divinidad, consustancial a nosotros en la humanidad. Una sola y única persona, eterno en su naturaleza divina y criatura humana al nacer de María virgen. A lo largo del año vamos celebrando litúrgicamente los misterios de la vida de Cristo. Desde su venida a la tierra, anunciada desde antiguo por los profetas, y acontecida en la noche santa de la primera Navidad, pasando por su vida de familia, sometido a sus padres José y María, hasta su ministerio pú- blico, cuando predicó el Reino e hizo milagros. Su vida en la tierra llegó al momento culminante cuando Jesús se entregó voluntariamente a la muerte, como Cordero que quita el pecado del mundo, y expió nuestros pecados desde la Cruz, alcanzando el perdón de Dios para todos los hombres. Murió libremente y resucitó al tercer día, venciendo la muerte. Nos ha abierto así de par en par las puertas del cielo, para todo aquel que, como el buen ladrón, pide perdón arrepentido de sus pecados. Jesucristo es rey, no al estilo de los reyes de este mundo, sino porque Dios Padre ha puesto en sus manos el Reino de Dios. El Reino de Dios es un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz. Un reino que comienza en este mundo, pero llega a su plenitud en el cielo. Un reino que se fragua en el corazón de cada hombre que lo acoge como se acoge una semilla pequeña, y en su día da un fruto hermoso y abundante. Un reino que se extiende a la convivencia de los hombres hasta instaurar la civilización del amor, no por el camino de la violencia o de la fuerza, sino por el de la persuasión y la belleza del bien, que fascina y compromete al hombre completo. Es el Reino que pedimos en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”. Es el Reino que trae la salvación para todos los hombres. ¿De qué nos salva? –Del pecado y de la muerte eterna. Y ¿qué nos aporta? –La vida nueva de hijos de Dios, que es eterna y no se acabará nunca, la felicidad y la paz con Dios y con los hombres, ahora y para toda la eternidad, “su reino no tendrá fin”. Jesucristo no nos quita nada de lo bueno que hay en la vida. Jesucristo nos lo da todo. Él nos lleva a la plenitud de la santidad, haciéndonos parecidos a Él y a su Padre Dios, que es nuestro Padre. El momento culminante de su reinado, Jesús lo ejerce desde la cruz, donde ha sido plenamente humillado por los poderes de este mundo. Desde esa suprema debilidad y desde esa pobreza, Él nos ha enriquecido dándonos la vida de Dios y ense- ñándonos que el camino de la realización no es la prepotencia y la soberbia, sino la humildad y el servicio. Cuando el buen ladrón, crucificado junto a Jesús en la cruz, constata cómo este hombre muere alabando a Dios y perdonando a sus enemigos, se le abren los ojos al descubrir un hombre nuevo, que no busca su interés egoísta ni reniega de su destino. ¿Será este hombre el Hijo de Dios? Así lo confiesa con esa súplica humilde: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Jesús le responde: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”. Con mi afecto y
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Es rica la Iglesia? La Iglesia católica está implantada en nuestro suelo desde hace casi veinte siglos. No hay excavación arqueológica en la que no aparezcan señales cristianas, como seña de identidad de nuestra cultura cristiana. Y es que el Evangelio ha empapado la vida de millones de hombres y mujeres, dándoles una esperanza que nadie más puede darles, la esperanza de la vida eterna, que brota de Jesús muerto y resucitado. En este sentido, la Iglesia es muy rica, tiene mucho que dar al mundo, lleva en su seno el futuro de la humanidad, que es Cristo el Señor. Pero la Iglesia ha realizado su misión y continúa realizándola con medios pobres. Con lo poco que recibe es mucho lo que hace, porque cuenta con miles de voluntarios dispuestos a gastar parte de su tiempo en favor de los demás, y porque hay miles de personas consagradas a Dios, sacerdotes, religiosos/as y seglares, que dedican su vida entera al servicio de los demás. Para realizar su misión la Iglesia necesita medios materiales, necesita medios económicos, necesita tu ayuda. Va creciendo la conciencia de que la Iglesia la sostenemos entre todos, porque la Iglesia ya no es subvencionada por el Estado ni hay una partida presupuestaria para la misma. La Iglesia se sostiene con los donativos de sus fieles, con las suscripciones voluntarias de los feligreses, con la X en la Declaración de la Renta, que a ti no te cuesta nada y Hacienda destina parte de tus impuestos a la Iglesia Católica y a otros fines sociales. Necesitamos tu ayuda para seguir anunciando el Evangelio, para construir templos nuevos, para restaurar los antiguos, para atender a tantos pobres y a tantas necesidades a las que hoy atiende la Iglesia, para estar cerca de los ancianos en las residencias, para impartir una buena educación a los niños, para alentar la esperanza en los jóvenes, para el sostenimiento de los sacerdotes, que con una pequeña nómina dedican su vida entera al servicio de Dios y de los hombres. El día de la Iglesia diocesana es una ocasión para agradecer a Dios que nos haya llamado a su santa Iglesia, que vivamos en la diócesis de Córdoba, dotada de muchos fieles, de bastantes sacerdotes y seminaristas, enriquecida por tantos religiosos/as. La Iglesia católica no es un parásito de nuestra sociedad, sino la principal bienhechora de la misma, gracias a la contribución de todos los fieles. Gracias, queridos diocesanos, por sentir la diócesis como vuestra, por sentiros miembros activos de la Iglesia. Que Dios os bendiga siempre. Con el afecto de vuestro Obispo,
La Iglesia la sostenemos entre todos DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA 2010 Q La Iglesia se sostiene con los donativos de sus fieles, con las suscripciones voluntarias de los feligreses, con la X en la Declaración de la Renta. El Evangelio ha empapado la vida de millones de hombres y mujeres, dándoles una esperanza que nadie más puede darles, la esperanza de la vida eterna, que brota de Jesús muerto y resucitado. Necesitamos tu ayuda para seguir anunciando el Evangelio, para construir templos nuevos, para restaurar los antiguos, para atender a tantos pobres y a tantas necesidades a las que hoy atiende la Iglesia... • Nº258 • 14/11/10 4 iglesia en españa Miles de fieles se desplazaron desde todo el mundo, el pasado 6 de noviembre, para acudir al encuentro con el Santo Padre y acogerlo con los brazos abiertos. El Sumo Pontífice llegó al aeropuerto de Santiago de Compostela donde fue recibido por los Príncipes de Asturias, quienes le transmitieron su mensaje de compromiso con determinados valores como son “la paz, la libertad y la dignidad del ser humano”, afirmó D. Felipe de Borbón. Asimismo, Benedicto XVI se hizo eco de las palabras de Juan Pablo II en su viaje a Compostela en el Año Santo de 1982 para exhortar a Europa a reencontrarse con sus raíces cristianas. Como un peregrino más, el Papa acudió a la Catedral compostelana para celebrar el ochocientos aniversario de su consagración. En su discurso, explicó el significado de la peregrinación: “Salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde Él se ha manifestado”. Al abrazar la venerada imagen del Santo, el sucesor de Pedro pidió al apóstol Santiago por “todos los hijos de la Iglesia” y afirmó que “la Iglesia es el abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos”. Su Santidad se desplazó en el papamóvil desde el Palacio Arzobispal hasta la plaza del Obradoiro, que fue el escenario de “arte, cultura y significado espiritual” en el que ofició la Misa a las 17:00 h. En la homilía destacó el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección del Señor, que ha de ser el punto de partida de todo cristiano, e invitó a los más de 7.000 asistentes a no tener miedo de dar testimonio del Evangelio. El día 7, Benedicto XVI llegó a Barcelona, celebrando la Eucaristía en la Sagrada Familia, obra de Antonio Gaudí, donde consagró el altar. El Papa confesó su conmoción ante la seguridad con la que el artista hizo frente a innumerables dificultades para llevar a cabo con confianza en la Divina Providencia la construcción de este templo, y manifestó su deseo de que se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de santidad al servicio de la Iglesia y de la humanidad. También, presidió el rezo del Ángelus junto a los más de 50.000 fieles que se congregaron en torno a la Sagrada Familia. El Pontífice aprovechó para ensalzar la importancia de la familia y el valor del matrimonio a semejanza de la Sagrada Familia de Nazaret. La visita concluyó con una despedida oficial en el aeropuerto del Prat, en la que el Rey D. Juan Carlos agradeció la amistad y la generosidad al Santo Padre. VISITA DEL PAPA A SA
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con este lema se nos presenta el domingo mundial de las misiones (DOMUND), para recordarnos que la Iglesia “es misionera por naturaleza” (AG 2), es decir, está llamada a expandir el mensaje evangélico por toda la tierra y en todos los tiempos. “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Este año, octubre misionero ha estado repleto de gracias de Dios para nuestra dió- cesis de Córdoba. El pasado día 6 de octubre, en la sesión constituyente del IX Consejo presbiteral, eran presentadas las líneas fundamentales de una colaboración estable entre la diócesis de Córdoba y la Prelatura de Moyobamba-Perú. Un acuerdo firmado por uno y otro obispo establece que la diócesis de Córdoba asume el compromiso estable de atender una zona pastoral, que el obispo de Moyobamba determina. La diócesis de Córdoba tendrá una presencia estable de al menos dos sacerdotes, con la posible presencia de alguna Congregación religiosa, a los que pueden acompañar otros seglares. Es como si nuestra diócesis de Córdoba se “alargara” hasta Moyobamba. Lo cual constituirá como un pulmón de oxígeno permanente, que nos haga respirar con los pulmones de la Iglesia universal. En estos días ha comenzado esta experiencia, que he tenido la suerte de inaugurar, acompañando a nuestros sacerdotes diocesanos y dejándolos instalados en su nueva parroquia de Ntra. Señora del Perpetuo Socorro, provincia de Picota, departamento de San Martín. El año jubilar de san Francisco Solano, que evangelizó por vez primera tantos territorios de Perú, Bolivia, etc., nos ha traído a nuestra diócesis esta gracia singular, que pedimos al Señor sea duradera por su intercesión. Pero el Domund nos habla de ese horizonte universal de la Iglesia, que se extiende a toda la tierra. La misión universal de la Iglesia, que preside el Papa y los obispos en comunión con él, tiene en este domingo esa perspectiva, que está canalizada a través de las Obras Misionales Pontificias (OMP). En esta jornada miramos al Papa y a todo el horizonte misionero en el que dejan su vida miles y miles de hombres y mujeres para que Cristo sea conocido y amado. Una de las hazañas más preciosas en el campo de la evangelización es precisamente la obra misionera a lo largo de los siglos. Mirada en su conjunto, uno percibe que sólo puede ser obra de la gracia de Dios. Cómo es posible que tantos hombres y mujeres (seglares, familias enteras, religiosos/as, sacerdotes, obispos) hayan entregado su vida entera y hayan sostenido su entrega en condiciones muy precarias y a costa de su salud, dejando atrás su tierra, sus amigos, su familia, todo por seguir a Jesucristo y anunciarlo a los que no lo conocen. Cuando visito estos campos de misión en la vanguardia de la Iglesia, siento el entusiasmo renovado de dar y gastar mi vida para que Cristo sea conocido donde Dios me ha colocado, y se me quitan las ganas de quejarme de nada, sino, por el contrario, de ofrecerlo todo por las misiones y los misioneros. Sólo la gracia de Dios puede explicarlo. Dios es el que fortalece, sostiene y alienta esta tarea. Por eso, es necesario que apoyemos sobre todo con la oración y el sacrifico la obra de las misiones. Los enfermos misioneros, las vocaciones contemplativas con su ofrenda a Dios de cada día, todos los que rezan y se sacrifican por las misiones. La Delegación diocesana de Misiones tiene este especial cometido, el de estimular en toda la diócesis el espíritu misionero, que tanto bien nos hace. El Domund es una llamada a ejercer todos como misioneros. De ese interés, alimentado en la oración y en el sacrificio, brotará la limosna generosa con la que sostener materialmente a los misioneros de todo el mundo. Que nada ni nadie merme esta colecta del Domund, que ponemos en manos del Papa, a través de las OMP, para atender a las misiones de la Iglesia universal. Los misioneros han demostrado que con poco hacen muchísimo. Si somos más generosos podrán hacer mucho más
DIOCESIS MISIONERA
El mes de octubre es el mes de las misiones. Es decir, en esta época del año nos damos más cuenta de que la Iglesia ha recibido el mandato misionero de Jesús: “Id al mundo entero, y predicad el Evangelio…” (Mc 16,15). El anuncio del Evangelio con obras y palabras ha sido una preocupación constante de la Iglesia, que en el pasado siglo ha llegado hasta el último rincón de la tierra. Sin embargo, “la obra misionera de la Iglesia está todavía en sus comienzos y debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio”, señalaba Juan Pablo II (RM 1). Nuestra pertenencia a la Iglesia nos hace misioneros, porque la Iglesia es católica y está destinada a llevar el Evangelio a todos los hombres para que se salven. En virtud del bautismo y la confirmación tenemos la gozosa obligación de comunicar a otros “lo que nosotros hemos visto y oído acerca del Verbo de la Vida” (1Jn 1,1), Jesucristo el Hijo eterno hecho hombre. No se trata de imponer a nadie la fe que nosotros hemos recibido como un don. La fe no se impone, se propone. Y esa fe y amor cristiano nos lleva a abrir nuestras entrañas de caridad ante las múltiples necesidades (de pan, de cultura, de Dios) que todavía tienen tantos hombres en el mundo. Conocer a Jesucristo es lo mejor que ha podido sucedernos, y no podemos callarlo, sino que hemos de comunicarlo con nuestra vida y nuestra palabra. He aquí la esencia de la misión. La diócesis de Córdoba es misionera desde sus comienzos. El gran obispo Osio de Córdoba catequizó al emperador Constantino hasta llevarle a la fe católica. Miles de misioneros, hombres y mujeres, han consagrado su vida a la misión. Muchos cristianos cordobeses han resistido persecuciones y torturas por causa de su fe, y han preferido morir antes que apartarse de Jesucristo. Entre los misioneros cordobeses destaca san Francisco Solano, nacido en Montilla, que evangelizó las tierras del Perú, Bolivia, etc. También en nuestros días, hombres y mujeres de Córdoba sirven a la Iglesia en tierras de misión. Sacerdotes, religiosos, religiosas, familias enteras en misión, seglares. Córdoba tiene muchos misioneros. Ahora, el presbítero D. David Rodríguez parte para la misión vinculado a nuestra diócesis y sirviendo al Camino Neocatecumenal. Y en estos días de octubre, dos sacerdotes de nuestro presbiterio, D. Juan Ropero y D. Francisco Granados, son enviados por la diócesis de Córdoba y por su obispo a la misión ad gentes. Estoy muy contento de aceptar su ofrecimiento, que prolongará la naturaleza misionera de nuestra diócesis en las tierras lejanas de Moyobamba-Perú. Ellos ayudan al obispo de Córdoba en su solicitud por todas las Iglesias. Todos quedamos comprometidos en esta misión diocesana: obispo, presbiterio, consagrados, fieles laicos, instituciones, parroquias, grupos y movimientos, cofradías y hermandades, todos estamos comprometidos en la misión diocesana de Moyobamba. El Obispo de Córdoba suscribe un acuerdo de fraterna colaboración con la Prelatura de Moyobamba, y con el envío de estos dos misioneros va nuestro apoyo oracional y nuestro sostenimiento económico a las iniciativas que ellos nos hagan llegar desde allí. Otras personas misioneras tienen el respaldo de sus congregaciones y de todos los que quieran ayudarles. La misión de Moyobamba ha de tener el apoyo de la diócesis de Córdoba en cuanto tal y de todas las personas e instituciones que en ella nos encontramos. Si todas las misiones son nuestras, porque son de la Iglesia católica, esta misión es la nuestra por excelencia, es la misión diocesana de Córdoba en Moyobamba. Ellos nos abren el camino, que queda abierto para experiencias de trabajo misionero en vacaciones, para voluntariado de jóvenes y adultos durante un periodo, para ofrecer limosnas con este fin. Acompañamos a todos los misioneros con nuestro afecto, nuestra oración y nuestra limosna generosa. Apoyamos especialmente a los que ahora parten. Apoyamos de un modo preferente a nuestra misión diocesana de Moyobamba en el Perú.
REZAMOS EL ROSARIO
El mes de octubre es el mes del rosario. El rosario es una oración muy sencilla y al mismo tiempo muy rica de contenido. Está al alcance de todos, incluso de los niños y de los que no saben rezar. El rosario es una síntesis del Evangelio en clave oracional, con un asombroso valor catequético y de iniciación cristiana. Es la oración de los pobres y los humildes, pues no necesita de medios especiales para realizarla. Se puede rezar en cualquier lugar, en cualquier momento, con un pequeño instrumento en las manos, o simplemente de memoria. En las últimas apariciones de la Virgen, ella invita siempre al rezo del rosario (Lourdes, Fátima, etc.). El rosario se ha convertido en una fuerte palanca de oración universal al alcance de todos. Es una oración que tiene a Jesucristo como centro. Jesús y María van siempre juntos, también en el rosario. “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús…”, repetimos muchas veces al rezar el avemaría. Y es una oración trinitaria, pues cada misterio comienza con el Padrenuestro y culmina con el “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo”. Los misterios que contemplamos son misterios de la vida de Jesús, contemplados desde el corazón inmaculado de María, la madre de Dios y nuestra madre. Ella se convierte como en un mirador privilegiado desde el que “miramos” a Cristo en las distintas escenas de su vida humana, terrena y celeste. Ella nos va ense- ñando a su hijo Jesús por dentro, dándonos a participar de los sentimientos de cada escena evangélica. El rosario se convierte así en un evangelio viviente y vivido, rumiado en el corazón y capaz de inspirar las mejores acciones de nuestra vida. Y en todo este proceso oracional, María es la pedagoga, la catequista, la madre. El rosario es una oración contemplativa. La repetición una y otra vez del avemaría hace que el rosario sea como la “oración del corazón”, que entre los orientales constituye el alimento de toda oración contemplativa. Las palabras sirven de soporte, pero pasan a segundo término y se establece una corriente de amor a Jesús y a María, que va llenando el corazón del orante, al sentirse amado en cada uno de los misterios que contempla. La contemplación fija los ojos del alma en el misterio correspondiente y estaría recitando interminablemente las palabras del ángel, prendido en algún aspecto de ese misterio contemplado. En mi ya largo ministerio sacerdotal me he encontrado con jóvenes y adultos que quieren rezar y no saben cómo hacerlo. He puesto un rosario en sus manos, les he invitado a que recen un misterio (10 avemarías) en distintos momentos del día, y, cuando ya van aprendiendo, a que recen el rosario completo (las 50 avemarías). Los resultados han sido sorprendentes en muchos casos. En un mundo en el que Dios está tan ausente y en el que se elimina toda huella de Dios, podemos iniciar en la oración a través del rezo del rosario individual o comunitariamente. En la biografía de Juan Pablo II, los grupos del rosario fueron el soporte de toda una pastoral juvenil que sostuvo su fe y la de sus contemporáneos en situaciones de verdadera persecución. Cuántas familias han rezado el rosario en familia, y han experimentado en sus hogares que la familia que reza unida permanece unida. Hoy es todo más difícil, sobre todo si ha sido entronizada la TV en el centro de la familia, convirtiéndose en un elemento que aísla y en una fuerza centrífuga que disgrega. A lo largo del siglo XX la oración del rosario ha sostenido la fe de pueblos y naciones sometidos al yugo del ateísmo soviético. Con razón la Virgen en Fátima pidió a los pastorcitos que rezaran el rosario e hicieran penitencia. Un mensaje que “derrumbó” el muro de Berlín y que es capaz también hoy de derrumbar tantos muros que nos apartan de Dios y de los hombres. Mes de octubre, mes del rosario. Una oración que no ha pasado de moda, sino que está al alcance de todos para traer al corazón (recordar) las palabras y la vida de Jesús, como María, que “guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). Con mi afecto y mi bendición:
NUESTRO SEMINARIO DE CÓRDOBA
QERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En estos días comienza el curso en nuestro Seminario diocesano: en los Seminarios Mayor y Menor de san Pelagio y en el Mayor Redemptoris Mater. Después de las vacaciones, aprovechadas en el descanso y en distintas actividades de tipo pastoral y formativo, vuelven los seminaristas al curso académico, dando un paso adelante en su camino hacia el sacerdocio. Tras la cosecha de 11 nuevos sacerdotes en el curso pasado y uno más que será ordenado el próximo 2 de octubre, tenemos nuevas incorporaciones de jóvenes que se sienten llamados por Dios para servirle como sacerdotes, sirviendo a los hermanos en las cosas de Dios. Otros jóvenes continúan su discernimiento para poder ingresar en el próximo curso. El Seminario de Córdoba es un inmenso regalo de Dios a su Iglesia. Toda la diócesis debe sentirse agradecida a Dios por este don, y tener muy presente en sus intenciones el Seminario, corazón de la diócesis. Ahí están los sacerdotes, atentos a la llamada de Dios en el corazón de jóvenes y adolescentes. Los sacerdotes son una pieza clave en la pastoral vocacional. Dios nos pide ser ejemplo para quienes nos miran, de manera que los que son llamados puedan decir: “yo quiero ser como este sacerdote”. Monaguillos que sirven al altar, adolescentes que se plantean el futuro de sus vidas, jóvenes maduros que deciden ser sacerdotes. Todos hemos tenido a algún sacerdote de referencia en nuestra vida. Queridos sacerdotes, gracias por el trabajo y la dedicación a este campo. Apoyad a los formadores de los distintos Seminarios, secundad sus convocatorias de actividades orientadas a este fin. Debe ser ésta una de las actividades más queridas en nuestro ministerio. Busquemos a los que puedan ser llamados y acompañemos sus pasos vacilantes, poniéndolos en contacto con el rector y los formadores. La familia es otro puntal para estos jóvenes aspirantes al sacerdocio. En una familia cristiana, la vocación al sacerdocio es un regalo que honra a toda la familia. Apoyad a vuestros hijos en este camino. No les quitéis la idea. Si en algún momento os resulta costoso dárselos a Dios, pensad que son de Dios antes que vuestros. Si un hijo o un familiar os plantea esta llamada, animadle. Un joven encuentra muchas dificultades, dentro de sí y fuera, para seguir esta vocación. Que en su familia encuentre un aliado, nunca un obstá- culo a superar. Queridos padres y madres de familia, pedidle a Dios en el silencio de vuestro corazón que os conceda el don de un hijo sacerdote. Pedídselo especialmente a la Virgen, madre del sumo y eterno sacerdote Jesucristo. Queridos jóvenes, os lo digo abiertamente, la Iglesia necesita más sacerdotes. Para nuestra diócesis y para ayudar a otras diócesis que nos lo piden. Si el Señor te llama, no le des largas. Ponte en camino. Busca a un sacerdote que te guíe. Intensifica tu trato con el Señor en la oración. Invoca a María. La Iglesia acoge tu inquietud, la examina, la aclara, pone a tu alcance los medios para que se haga realidad lo que te parece un sueño. No tengas miedo. Nadie te comerá el coco. Has de caminar con toda libertad, encontrando la vocación que Dios quiere para ti, y ahí serás feliz. Comienza el nuevo curso en el Seminario, donde los aspirantes al sacerdocio se preparan para tan alta vocación. Oremos todos al Señor por los que son llamados, por los que están en plan de discernimiento, por los que han de discernir la autenticidad de esta vocación. El Seminario es el corazón de la diócesis, y hemos de apoyarlo todos. En él se encuentra el futuro de la Iglesia, el futuro de nuestra diócesis. Con mi afecto y mi bendición: Q N
SAN JUAN DE AVILA
La diócesis de Córdoba es la diócesis de San Juan de Ávila, porque en ella murió el 10 de mayo de 1569. Los santos nacen para el cielo el día de su muerte. San Juan de Ávila nació para el cielo en Montilla (Córdoba). Su dies natalis es el 10 de mayo. Ciertamente, los santos son patrimonio de la Iglesia universal, y nadie puede reclamarlos en exclusiva. San Juan de Ávila es uno de los santos más grandes del siglo XVI, maestro de santos, precisamente desde tantos lugares de Andalucía, Extremadura y La Mancha, y finalmente desde su casa de Montilla. Después de su muerte, su influjo se ha extendido como el buen olor de Cristo por toda la Iglesia. Sin embargo, la diócesis de Córdoba tiene una deuda de gratitud con san Juan de Ávila. No ha sido suficientemente valorado, ni la diócesis ha promovido las causas de beatificación y canonización, ni el doctorado, que está a punto de concluir. En los últimos tiempos, se ha intensificado mucho este interés. Y a las puertas del doctorado, la diócesis toma más conciencia del gran valor “escondido” que tiene uno de sus hijos más famosos, san Juan de Ávila. Los obispos de Córdoba que me han precedido han dado pasos eficaces en esta dirección, sobre todo a partir de su beatificación y canonización. Todo ese camino cuaja ahora en las realizaciones que se anuncian. Coincide con el doctorado que se acerca, la circunstancia de que los PP. Jesuitas, que han regido el Santuario de San Juan de Ávila (Iglesia de la Encarnación) en Montilla desde los tiempos del Santo Maestro, ceden este templo a la diócesis de Córdoba, que lo atenderá en adelante por medio de sus curas diocesanos. Gratitud a los PP. Jesuitas por su trabajo durante siglos, y nuevos proyectos para esta nueva etapa de relación de la diócesis de Córdoba con San Juan de Ávila. Son muchos los peregrinos que se acercan hasta la Casa de San Juan de Ávila, hasta su sepulcro, hasta los lugares avilistas de Montilla. La diócesis de Córdoba quiere acogerlos, ofrecerles la posibilidad de retirarse junto al Santo Maestro, de estudiar su doctrina, de captar más de cerca su espiritualidad. La diócesis de Córdoba quiere impulsar el estudio de sus obras, su espiritualidad, su talante y ardor misionero, su experiencia como director espiritual, etc. La diócesis de Córdoba se siente en el deber de llevar a este gran santo a todas las naciones, de manera que se beneficien de él todos los fieles cristianos, laicos, consagrados y sacerdotes, sobre todos los sacerdotes diocesanos, de los cuales es patrono. Para eso, se ha constituido un Centro Diocesano “San Juan de Ávila”, radicado en la Casa de San Juan de Ávila en Montilla, y que unido al Santuario (Iglesia de la Encarnación) que guarda sus reliquias, desplegará una serie de iniciativas para cumplir estos objetivos. Queremos que toda la diócesis de Córdoba, y especialmente sus sacerdotes y seminaristas, acojan las iniciativas que brotan de este Centro Diocesano “San Juan de Ávila”, las apoyen y las hagan propias, colaborando en lo que esté de su parte. La edición de sus obras en distintas lenguas, la difusión de su figura a través de los modernos medios de comunicación (internet, web, CDs, etc.), la realización de cursos y estudios sobre su rica doctrina y su espiritualidad, serán medios puestos al alcance de todos, para que se beneficien de ello los que quieran. No debemos quedarnos nosotros al margen. Si san Juan de Ávila es de Córdoba, en Córdoba ha de ser más conocido y más estimado. También la vida consagrada encontrará en él ricas fuentes de inspiración para alimento de su vida y de su carisma. Pido a los monasterios de vida contemplativa que encomienden especialmente los frutos de estas iniciativas. Y si él ha dejado huella por su espiritualidad eucarística, por su amor a la Iglesia, por su talante pastoral, como misionero y director de almas, habremos de potenciar más estos aspectos en nuestra espiritualidad y en la pastoral de nuestra diócesis para hacernos dignos herederos de su rica herencia. La diócesis de Córdoba está con san Juan de Ávila, porque San Juan de Ávila ha estado siempre con la diócesis de Córdoba
FRAY LEOPOLDO Y MADRE PURÍSIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los santos son amigos, aunque no se hayan conocido en la tierra. Gozan de Dios para siempre y tiran de nosotros hacia el cielo. Los santos son nuestros hermanos mayores, y nos conviene hacernos amigos suyos, porque ellos nos enseñan la sabiduría de la vida. En los próximo días, la Iglesia que camina en Andalucía vive el gozo de ver a dos hijos suyos que son proclamados beatos, es decir, que están con Dios en el cielo –en eso consiste la beatitud, la felicidad– y que son ejemplo de vida cristiana para todos nosotros, porque han vivido la vida cristiana de manera heroica en todas las virtudes. Ellos constituyen para nosotros un reclamo fuerte para que no nos distraigamos de lo esencial, sino que, en medio de nuestras múltiples tareas y problemas, no olvidemos que la sabiduría consiste en amar a Dios por encima de todo y amar a los demás cono Cristo nos ha enseñado. Esto es ser santo, y también nosotros estamos llamados a ser santos. Fray Leopoldo nació en 1864 y murió en 1956, con 92 años. Natural de Alpandeire, en la sierra rondeña, era un campesino que se ganaba la vida con su trabajo sencillo y rudo del campo. En esa vida sencilla, encontraba tiempo para la oración, acudir a la Santa Misa, y para la caridad con los demás. A los 35 años, ingresó en los Capuchinos de Sevilla, y estuvo casi toda su vida en Granada. Era muy conocido por su alforja que pedía limosna y porque repartía misericordia a todo el mundo. Su vida es muy sencilla, como el Evangelio, pero es una vida llena de amor a Dios y a los necesitados. La devoción a fray Leopoldo está muy extendida, porque la gente descubre en él un resumen del Evangelio, al estilo de san Francisco de Asís, y un poderoso intercesor para tantos corazones humanos que necesitan misericordia. Madre María de la Purísima es una Hermana de la Cruz, una hija de santa Ángela de la Cruz. Nació en Madrid en 1926 de una familia rica, una “chica del barrio de Salamanca”, y enamorada de Cristo se hizo pobre como Él para ayudar a los pobres. Murió en Sevilla en 1998, casi antesdeayer. De manera, todos nosotros somos contemporáneos suyos. Ha sido una vida tan evangélica que su proceso para proclamarla beata ha sido fulminante. Con este gesto de rapidez, la Iglesia quiere decirnos que la santidad está al alcance de la mano, que no es sólo cosa de los antiguos, sino también de nuestros días, porque es un don que Dios nos ofrece continuamente. Y en el caso de Madre Purísima, nos viene a decir además que la mejor renovación de la vida religiosa consiste en la fidelidad al carisma fundacional, en la fidelidad a la Madre fundadora, como lo ha hecho esta santa religiosa. Cuántas Congregaciones van camino de desaparición por pretender una renovación que les ha hecho olvidar el amor primero. Queriendo “aplicar el Concilio” han perdido el norte. Ese camino es un camino estéril, que les priva de vocaciones, -menos mal!-. Madre María Purísima es una lección de renovación en fidelidad a sor Ángela de la Cruz, su fundadora. Madre Purísima nos enseña que el amor a los pobres no es palabrería, sino despojamiento de sí mismo, humildad, sencillez y entrega, al estilo de Jesús. Ella nos enseña un amor a la Iglesia y a sus pastores, que son garantía de autenticidad. La alegría de estas dos beatificaciones debe llenarnos el corazón de esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos dice por dónde hemos de ir y por dónde no. Amor a Dios, sí. Amor a los pobres, también. Fidelidad al carisma fundacional, por encima de todo. Adaptarse al mundo, no. Secularización de la vida religiosa, menos aún. La autenticidad viene de dentro y se muestra fuera, también en el hábito. Cuando se vive la autenticidad del Evangelio, brota vida, hay vocaciones. Eso es lo que ha prometido Jesús, lo demás nos lo inventamos nosotros, y así nos va tantas veces. Imitemos a los santos. Son nuestros hermanos mayores, que nos ense- ñan el camino de la vida, y nos animan a alcanzar la santidad que Dios nos ofrece continuamente. Con mi afecto y bendición: F
NUEVO CURSO Y PROPUESTAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tiempo de vacaciones no es tiempo de ocio inerte y paralizante. Si fuera así, volver a empezar sería deprimente. Las vacaciones sirven para descansar, para encontrar a la familia y a los amigos, para tratar con Dios más abundantemente, para pensar muchas cosas que el ritmo trepidante de la vida nos impide plantear, para hacer planes y proyectos, aunque alguno de ellos no llegue a cumplirse, para renovar energías en todos los sentidos. El descanso no consiste en no hacer nada. Eso aburre. El descanso consiste en cambiar de ocupación y dejar que se desarrollen otros aspectos que complementan nuestra vida. No olvidemos que muchas personas no han podido tener vacaciones, por distintos motivos. Y demos gracias a Dios por los que hayan podido tenerlas. Nos asomamos al nuevo curso con la mochila llena de propuestas y de esperanzas. Se trata de volver al trabajo ordinario con renovado empeño de colaborar con Dios en la obra de la creación y de la redención. No se trata de volver a la rutina, que hace pesada la vida, sino de mirar con esperanza la tarea que nos aguarda, y ponernos manos a la obra con ilusión. Dentro de pocos días comienza la Visita pastoral al arciprestazgo de Fuenteobejuna-Peñarroya-Pueblonuevo. Una parte de la Sierra cordobesa que visitaré hasta el último rincón para ver a sus gentes, para animar la vida cristiana, para hacerles palpar la universalidad de la Iglesia con la presencia del obispo. Y sobre todo, para conocer de cerca el trabajo de sus curas, que tienen que multiplicarse los domingos para celebrar la Eucaristía en todas las parroquias. Después de éste, en el trimestre siguiente (el primero de 2011) me propongo visitar el arciprestazgo de Ciudad Jardín en la capital. Y después, el arciprestazgo de La Rambla-Montilla. Pedid al Señor que esta Visita sea un verdadero encuentro con el Señor, presente en los fieles, presente en el obispo. El trabajo de este curso que comienza estará especialmente caracterizado por la pastoral juvenil, porque en el horizonte tenemos la Jornada Mundial de la Juventud dial de la Juventud con el Papa en Madrid, en agosto de 2011. Es una gran oportunidad para presentar a los jóvenes la belleza de la vida cristiana, el encuentro personal con Jesucristo en su Iglesia hoy. Arrimemos todos el hombro, y sobre todo invitemos a los jóvenes a que sean evangelizadores de su propia generación joven, de sus compañeros de estudios, de trabajo, de diversión. La fe se fortalece dándola. La diócesis de Córdoba con san Juan de Ávila. En Montilla comienza una nueva etapa de devoción, estudio, difusión de la vida y doctrina del santo Maestro de santos, san Juan de Ávila. La diócesis crea un nuevo Centro Diocesano “San Juan de Ávila”. Los PP. Jesuitas ceden a la diócesis de Córdoba el Santuario de san Juan de Ávila (Iglesia de la Encarnación), donde se encuentra la urna con sus reliquias. Una nueva etapa, que esperamos esté llena de frutos para difundir por todo el mundo el buen olor de este santo, que pronto será proclamado doctor de la Iglesia. La misión diocesana de Moyobamba. Además de otros frentes, en los que están presentes tantos misioneros cordobeses, este curso se abre un puente de colaboración misionera con la Prelatura territorial de Moyobamba-Perú. De diócesis a diócesis y de una manera estable, la Iglesia de Córdoba se hace más misionera, enviando dos sacerdotes, a los que se unirán múltiples colaboraciones de seglares y de proyectos. No damos de lo que nos sobra, sino de lo necesario. Y Dios es más generoso con nosotros. A comenzar el curso con nuevos bríos. Os invito a todos a ir colocando cada cosa en su sitio, para que, bendecidos por Dios, podamos entregarnos a la construcción de la Casa de Dios, cada uno desde la misión que Dios le ha confiado y acentuando todos la comunión eclesial que nos impulse a la misión. Con mi afecto y bendición: U
NOSOTROS CON EL PAPA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de san Pedro y san Pablo el 29 de junio nos trae a la mente la figura del Sucesor de Pedro, el Papa de Roma, que nos preside en la caridad y ha recibido del Señor el encargo de confirmarnos en la fe. Él es principio y fundamento de la unidad de la Iglesia. Para un discípulo de Cristo, que pertenece a su Iglesia, la referencia al Sucesor de Pedro es fundamental en su fe católica. Pedro no se puso al frente de aquella primera comunidad naciente por su propia iniciativa, por su carácter impulsivo, por su afán de mangonear. Pedro fue llamado por el Señor y puesto al frente de su Iglesia con el mandato de Jesús de presidirla en su nombre: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos” (Mt 16, 18). Y cuando Pedro falló en su amistad con el Maestro negándole en la noche de la pasión, Jesús le mostró su misericordia mediante aquel triple examen de amor, que concluye con un mandato: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 17). El Sucesor de Pedro no es por tanto un objeto de lujo en la Iglesia del Señor. El Sucesor de Pedro es una piedra fundamental. El Papa Benedicto XVI no ha elegido él ser Papa, sino que ha sido llamado por Dios para esta misión al servicio de la Iglesia. Hemos de orar para que el Señor le sostenga en su tarea de confirmar en la fe a todos los discípulos de Jesús el Señor. Sólo desde la fe entendemos quién es y para qué sirve el Papa. He oído decir que en el paso que muchos anglicanos están dando para su plena adhesión a la Iglesia católica se les exigen dos condiciones imprescindibles: La aceptación de la fe católica íntegramente, tal como está expresada en el Catecismo de la Iglesia Católica y la aceptación del primado del Sucesor de Pedro y la plena comunión con su magisterio y su disciplina. Todo eso incluye la Palabra de Dios en la Escritura, los Sacramentos, el mandato nuevo del amor, tal como Jesús nos lo ha enseñado, etc. Podemos decir, por tanto, que en nuestra condición de católicos estas dos condiciones son innegociables, y uno deja de ser católico si no acepta alguna de estas condiciones. El Catecismo y el Papa. A veces se encuentra uno con cristianos que diseñan ellos mismos la religión que quieren, tomando lo que les gusta y no aceptando lo que les disgusta. Se constituyen ellos mismos en norma de su vida. Prefieren una religión a la carta, en lugar de acoger la salvación que les viene dada. Algunos incluso se permiten el lujo de despreciar la doctrina de la Iglesia o de no atenerse a esa disciplina. La fiesta de san Pedro es una buena ocasión para revisar nuestra relación con el Papa. ¿Es para nosotros una figura decorativa simplemente? O ¿es un punto de referencia fundamental para nuestra fe? Con motivo de esta fiesta, hacemos también una colecta para poner esos donativos fruto de nuestra caridad a disposición de la caridad del Papa. Sed generosos. Desde la atalaya desde la que el Papa mira a la Iglesia universal y a toda la familia humana, se presentan muchas necesidades a la caridad del Papa. Si él recibe de la solidaridad cristiana de todos los católicos un apoyo traducido en euros, podrá atender a muchas más necesidades entre todas las que se presentan. Con un poco de cada uno, fruto de nuestra caridad, el Papa puede hacer muchísimo en tantos lugares del mundo. Por la fiesta de san Pedro renovamos nuestra adhesión al Papa, afectiva y efectiva. Y pasamos el cestillo para recoger lo que es fruto de nuestra caridad y entregarlo al Papa para que ejerza la caridad en las múltiples necesidades del mundo entero. Con m
YO ME APUNTO A RELIGION
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se abre el plazo en estos días para la matriculación en los cursos de primaria y secundaria, donde se pide la participación en la clase de Religión católica en la escuela. Atentos los padres de familia, atentos los alumnos para no dejar pasar el plazo, y renovar una vez más el compromiso de apuntarse a Religión. La clase de Religión te enseña a ser mejor discípulo de Jesús, a conocer tu historia religiosa, a comprometerte en la vivencia de una auténtica vida cristiana. Si eres católico, apúntate a clase de Religión católica. Es asombroso el alto porcentaje de padres y de alumnos que solicitan la clase de Religión en nuestros centros públicos y privados. Es como un referéndum, que año tras año revalida esta elección, con la que está cayendo. Contrasta este altísimo porcentaje de peticiones con la cantidad de pegas que encuentran los padres y los profesores para cumplir este sagrado deber, que es un derecho reconocido en la legalidad vigente. Tener clase de religión católica en la escuela no es ningún privilegio de los católicos. Es sencillamente el reconocimiento de un derecho a la libertad religiosa, que incluye la libertad de enseñanza, y asiste a los padres al elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Porque la responsabilidad de la educación corresponde en primer lugar a los padres. Elegir la clase de Religión para los hijos es el ejercicio de un derecho, no es un privilegio. Y al elegir la clase de Religión católica, los padres y los alumnos tienen derecho a ser respetados en este ideario, no sólo en esta clase sino en todas las demás, no enseñando nada que pueda herir la sensibilidad católica del alumno, que se está formando. Un Estado aconfesional no significa un Estado que ignora la Religión, y menos aún un Estado que la persigue o pretende eliminarla. El Estado aconfesional no tiene como oficial ninguna religión, pero respeta todas dentro de una legalidad de convivencia, e incluso contribuye a su pervivencia. En España más de un 90 % de ciudadanos se confiesan católicos. ¿A qué viene esa continua y sorda persecución de la religión católica? Los padres y los alumnos eligen la clase de Religión por altísimo porcentaje en Primaria y por un alto porcentaje en Secundaria. ¿Por qué tantas dificultades para impartir esta clase? Los peores horarios, ninguna facilidad, a veces incluyo rayando la ilegalidad o traspasando el límite de los derechos de padres y de alumnos. Es llamativo el tratamiento de la Religión en bachiller, a ver si se consigue que los alumnos se aburran y dejen de apuntarse a esta asignatura. Es momento, por tanto, de estar atentos, queridos padres. No se os olvide hacer constar esta petición en vuestro centro de enseñanza. Apoyad a los profesores de Religión. Es por el bien de vuestros hijos, que son también hijos de la Iglesia católica. Jóvenes, apuntaos a la clase de Religión. En ella aprendes muchas cosas de tu religión católica, que te ayudan a conocer y a formarte como católico. Defiende tus derechos. Si vas siendo responsable, date cuenta de que ser católico no es cosa de nombre, sino de verdad. Profesores de Religión, os agradezco vuestra dedicación a esta tarea. Conozco vuestras dificultades y cómo os abrís camino en medio de ellas. Apelo a vuestra conciencia de católicos militantes y confesantes en medio de una sociedad que mira de lado la religión o que la desprecia. Os animo a ser testigos con vuestra vida, con vuestra profesionalidad y vuestra competencia ante estos niños y jóvenes que se os confían. La Iglesia y los padres de estos niños os lo agradecemos. Con mi afecto y bendición: Y
EL SACERDOTE, AUDACIA DE DIOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hemos clausurado con gozo y acción de gracias a Dios el Año Sacerdotal, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Más de 15.000 sacerdotes, algunos de nuestra diócesis, y unos 500 obispos de todo el mundo nos hemos reunido en torno al sucesor de Pedro, el papa Benedicto XVI en la plaza de san Pedro de Roma. Otros miles y miles de sacerdotes por todo el orbe católico se han unido espiritualmente y a través de los medios de comunicación social. Y en tantos lugares se han tenido celebraciones propias. Todo un éxito, si por éxito se entiende no simplemente la publicidad de este mundo, sino las gracias de Dios derramadas sobre aquellos que han sido agraciados con el don del sacerdocio ministerial en favor del pueblo santo de Dios. Toda la Iglesia ha orado intensamente y se ha sacrificado a favor de los sacerdotes. Eso dará mucho fruto. Pero, ¿por qué tanta insistencia en el sacerdocio ministerial? Porque sabemos que el sacerdote, por voluntad de Cristo, es un elemento constitutivo de su Iglesia santa. “El sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, desde Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y del vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo”, nos ha recordado el Papa. Sin sacerdotes no puede haber Iglesia. El sacerdote no es un oficio organizativo simplemente, sino un sacramento. A través del sacerdote, Dios se acerca hasta nosotros, de manera admirable. “Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aún conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio»”. Se trata realmente de una audacia de Dios que nos deja asombrados. El Año Sacerdotal ha querido –y ha conseguido– despertar la alegría de ser sacerdotes para muchos que ya lo son y para otros muchos que se sienten llamados a serlo. Y esa admiración se ha ampliado a todos los fieles, que miran al sacerdote con ojos nuevos, al considerar la grandeza de la misión que se les ha confiado. “Era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo”. A lo largo de su larga travesía por la historia, la Iglesia encuentra dificultades concretas en cada época. En esta época se ha encontrado con este escollo, el de un mundo que quiere eliminar a Dios, al tiempo que lo necesita vivamente. Y en esa tendencia demoledora de Dios, se inserta hacer desaparecer toda huella de Dios, todo rastro de Dios, representado en el sacerdote. El Año Sacerdotal ha sentado muy mal al “enemigo”. Lo hemos constatado de múltiples maneras. Pero, ¿quién es el enemigo? Es el Maligno, del que pedimos vernos libres en el Padrenuestro: “…y líbranos del mal (del Maligno)”. Es el demonio (CEC 391s), que trabaja constantemente para apartarnos de Dios, aunque muchas veces no lo consiga. Son tantas personas que actúan movidas por el demonio y haciéndole el juego a sus intereses. El enemigo es todo lo que se opone a Dios, y ahí se incluyen nuestros propios pecados y el pecado del mundo. El sacerdote ha sido llamado por Jesús para luchar cuerpo a cuerpo contra el demonio, sus obras y sus seducciones, y vencerlo como lo ha vencido Él, con el poder que ha dado a sus sacerdotes. El Año Sacerdotal ha sido también un año de derrota para el Maligno. Por todo ello damos gracias a Dios y a tantas personas que se han tomado en serio este Año sacerdotal. Con mi afecto y bendición.
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
QUERODOS HERMANOS Y HERMANAS: A algunos no les gusta esta denominación. Lo consideran como algo pasado de moda y trasnochado. Y sin embargo pertenece a la más rica tradición de la Iglesia, que no debe perderse. Multitud de instituciones en la Iglesia llevan el nombre de “Sagrado Corazón”: congregaciones religiosas, grupos apostólicos, actividades de la Iglesia. ¿Qué es esto del “Sagrado Corazón”? –Se refiere a Jesucristo, el Verbo eterno que se ha hecho hombre de verdad, y por tanto ha tomado todo lo humano sin pecado. Y una de las realidades humanas más bonitas y más ricas es el corazón. Cuando decimos que una persona tiene corazón, estamos diciendo que es amable, comprensiva, cercana, que da gusto estar con ella. Cuando decimos que una persona no tiene corazón estamos diciendo que es una persona repelente, fría, inoperante, alguien que te da problemas en vez de aliviarte la vida. Pues, Dios tiene corazón. Dios es amor, Dios ama locamente a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único,… no para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). Y al enviar a su Hijo al mundo, este Hijo ha tomado un corazón humano. Jesucristo es el Hijo eterno de Dios con corazón humano. Un corazón como el nuestro, pero sin egoísmo, sin pecado, un corazón donde todo es amor puro, amor de donación, amor de oblación, amor generoso. Un corazón que ama, que se compadece, que comprende, que perdona, que tiene paciencia conmigo. Ese es el Sagrado Corazón de Jesús, verdadera escuela de amor. Y de ese Corazón traspasado por la lanza del soldado en la cruz ha brotado sangre y agua. Ha brotado a raudales el Espí- ritu Santo para todo el que acerca a beber con gozo de la fuente de la salvación. Ese corazón muerto de amor, ha resucitado y vive palpitante en el cielo y en la Eucaristía. Ahí está Jesús vivo. Tratar con Jesús en la Eucaristía es tratar de amistad, es dejarse querer por Él, es reparar con Él los pecados del mundo. El Corazón de Cristo es un corazón sensible al amor o al desprecio de los hombres. Es un corazón que ama y que sufre. Es un corazón que quiere transmitirnos sus propias actitudes, que quiere ense- ñarnos a amar de verdad. El viernes después del Corpus celebramos la fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús. Es como un resumen de toda la vida cristiana, porque el cristianismo es la religión del amor. En el cristianismo todo se explica desde el amor y para el amor. También se explica la desgracia del pecado que ha trastornado todo el orden querido por Dios. A tanto amor demostrado por Dios, el hombre ha respondido desde el origen despreciando ese amor. ¡El amor no es amado! Y ante tales ofensas, Dios ha reaccionado con más amor todavía. Un amor que se llama misericordia. Un amor que es capaz de curar las heridas del pecado. Un amor que perdona siempre y que restaura al hombre roto. El sábado siguiente se celebra el Inmaculado Corazón de María, el primer reflejo perfecto del amor de Cristo, el amor de una madre inmaculada y virgen, cuyo corazón ha estado siempre en sintonía con el corazón de su Hijo. Dos corazones unidos en el amor, en el sufrimiento, en la misión de redimir al mundo. Dos corazones inseparables el uno del otro. El corazón de Jesús y el corazón de María. Este año, en la fiesta del Sagrado Corazón se clausura el Año sacerdotal, porque “el sacerdote es un regalo del Corazón de Jesús”, dice el santo Cura de Ars. Con el Papa, pedimos por todos los sacerdotes, para que siendo santos nos muestren siempre el amor del Corazón de Cristo. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón, un mes especial para ejercitarse en el amor. Con mi afecto y bendic
EUCARISTÍA
HERMANOS Y HERMANAS: Del 27 al 30 de mayo se celebra en Toledo el X Congreso Eucarístico Nacional con el lema: “Me acercaré al altar de Dios, la alegría de mi juventud”. Es una ocasión preciosa para reunirnos en torno al altar, donde está presente Jesús sacramentado. Él es nuestra alegría. La Conferencia Episcopal Española, siguiendo el itinerario marcado por su Plan Pastoral 2006-2010, cuyo título es precisamente “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6, 35), convoca este Congreso Eucarístico para ayudar a los católicos españoles a vivir la Eucaristía que nos dejó el Señor, con una mayor intensidad. De este modo, la contemplación, la evangelización que transmite la fe, la vivencia de la esperanza y el servicio de la caridad se fortalecerán en el pueblo cristiano. Acudirán muchas personas de toda España: obispos, sacerdotes, consagrados, fieles laicos. Preside incluso un Legado Pontificio, el cardenal Sodano, que nos hará presente al Sucesor de Pedro. Pero serán muchísimos más los que no puedan acudir personalmente a este acontecimiento. Os invito a todos a uniros espiritualmente desde vuestras comunidades y parroquias, teniendo incluso algún acto eucarístico de adoración del Santísimo Sacramento en estos días señalados, que por otra parte nos preparan a la fiesta del Corpus Christi. ¿Para qué sirve un Congreso Eucarístico convocado para toda España? Quiere ser una llamada de atención a todos los cató- licos españoles para que valoremos más y más el sacramento de la Eucaristía, el tesoro más importante que tiene la Iglesia de todos los tiempos. Instituido por Jesucristo en la última Cena, el sacramento de la Eucaristía contiene al mismo Jesús, que murió por nosotros y vive resucitado y glorioso junto al Padre. El está junto a nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), como nos ha prometido. La Eucaristía es el sacramento del amor de Cristo a los hombres, que alimenta el amor cristiano en todos los que se acercan a él: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Comer a Cristo en la Eucaristía es comulgar con su actitud generosa de entrega al Padre y a los hombres. Él nos comunica el Espíritu Santo para transmitirnos sus mismas actitudes. Toda la vida de Cristo ha sido un culto de adoración al Padre y de entrega a los hombres. El que comulga prolonga estas actitudes en su propia vida para el mundo de hoy. La Eucaristía perpetúa el único sacrificio redentor de Cristo, que fue ofrecido en la Cruz por todos los hombres, para el perdón de los pecados y para abrirnos de par en par las puertas del cielo: “Yo por ellos me ofrezco en sacrifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Toda la caridad cristiana tiene su fuente y su alimento continuo en este sacramento. La Eucaristía es alimento de vida eterna, que anticipa en nosotros la inmortalidad: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). Jesús en la Eucaristía es amigo, compañero de camino, confidente. Es nuestro consuelo y nuestra alegría. Que el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo avive en nosotros el aprecio a este Santísimo Sacramento. Con mi afecto y bendición. Dios es la alegría de mi juventud Q El Congreso Eucarístico quiere ser una llamada de atención a todos los católicos españoles para que valoremos más y más el sacramento de la Eucaristía, el tesoro más importante que tiene la Iglesia de todos los tiemp
VAMOS A GUADALUPE
QUUERIDOS JÓVENES: En nuestra peregrinación diocesana a Guadalupe que marca el inicio de un año intenso en la preparación para la JMJ2011, os remito al Mensaje del Papa para esta Jornada Mundial de Madrid: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7). Leedlo y meditadlo muchas veces. Es muy bonito y con mucho contenido. Os hará mucho bien, como me lo ha hecho a mí. Arraigados. Con hondas raíces de fe. En vuestros padres, abuelos, etc. En nuestra cultura milenaria. Somos herederos de una rica herencia cristiana. No partimos de cero, ni es bueno que partamos de cero. Somos una rama de un árbol que tiene raí- ces profundas. Somos miembros de la familia de Dios, que es la Iglesia, con dos mil años de historia. Arraigados por la fe, como Abraham, que creyó contra toda esperanza. Hay que tener raíces propias. Las mejores raíces de nuestra vida es la confianza en Dios. Cuando uno confía en Dios, y a medida que va confiando más y más en Él, va echando raí- ces hondas, que no se secan ni echan abajo el árbol de la propia existencia. Edificados. Sobre el cimiento que es Cristo. Es la mejor garantía contra tantas corrientes ideológicas de ayer y de hoy que perturban la mente y el corazón. El laicismo actual propone continuamente un mundo sin Dios, como si Dios fuera un estorbo para el hombre, pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un “infierno” para el hombre, donde no se respetan ni los más elementales derechos humanos. Es preciso, por tanto, mirar a Cristo. “Del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado”. Podemos creer en Jesucristo sin verlo. Se nos acerca en los sacramentos, en la Eucaristía, en el perdón de la Penitencia, en los hermanos más pobres y necesitados. La fe en Jesucristo se alimenta en la lectura de la Palabra de Dios, de los Evangelios, y del Catecismo de la Iglesia Católica. Hay que dedicar tiempo a la oración, a la formación. Firmes, por estar confirmados en la fe de la Iglesia. No somos creyentes aislados, sino formando parte de la Iglesia, que se concreta en nuestra diócesis, en nuestra parroquia, en nuestra comunidad o en nuestro grupo. La referencia a la Iglesia y especialmente a su Magisterio es la mejor garantía de una fe sana y robusta. “Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (CEC 166). Si nos hemos encontrado con Cristo, hemos de compartirlo con los demás, anunciarlo, decírselo a todos. Sólo en Jesucristo hay salvación, y no hay desgracia más grande que la de vivir sin Él. En esta vida y en el más allá. Cuando uno es joven debe plantearse su estado de vida, su vocación. ¿Qué quiere Dios de mí, qué ha preparado Dios para mí desde la eternidad? Es eso lo que me hará feliz, no puedo plantear mi vocación al margen de Dios, porque me equivocaré. No debo contentarme con la mediocridad de la vida aburguesada, satisfaciendo mis necesidades más inmediatas. No se trata sólo de encontrar un trabajo bueno y seguro, se trata ante todo de vivir la vida en plenitud, en su inmensidad y belleza. Se trata de hacer de la vida un don para los demás. Dónde, cómo, cuándo. La JMJ2011 será una ocasión propicia para platearlo y quizá para dejarlo resuelto. Así lo pido a Dios para todos vosotros. Miramos a María. Ella nos mostrará el “fruto bendito de su vientre, Jesús”. Ella es madre de misericordia, “vida, dulzura y esperanza nuestra”. A ella nos encomendamos especialmente en este curso, que comenzamos peregrinando al santuario de Guadalupe. Recibid mi
ESPIRITU SANTO PENTECOSTÉS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Pentecostés” significa a los 50 días. Era una fiesta grande en el calendario judío, la fiesta de la cosecha, a los 50 días de la Pascua. Y, después de subir Jesús al cielo el día de la ascensión, envió de parte del Padre al Espíritu Santo, como había prometido: “Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16, 13). Desde entonces, la fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés. Hay un solo Dios, y Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios por dentro. Y Dios por dentro son tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, por ser la tercera persona, es la más desconocida. Sin embargo, el Espíritu Santo es el amor personal de Dios, que nos envuelve y nos penetra hasta lo más hondo de nuestra alma. Él es quien nos enseña a amar, porque Él es amor. Al Espíritu Santo lo recibimos ya en el bautismo, donde somos hechos hijos de Dios, pero donde se nos da el Espíritu Santo en plenitud es en el sacramento de la confirmación. En estos días muchos chicos y chicas en nuestra diócesis reciben el sacramento de la confirmación, con el que completan su iniciación cristiana. El Espíritu Santo nos convierte en “ofrenda permanente” a Dios y en “don para los demás”, al estilo de Jesús. El Espíritu Santo es el autor de la gracia en nuestras almas. Estar en gracia de Dios significa estar abierto dócilmente a la acción del Espíritu Santo, sin ningún pecado mortal que lo impida, porque el Espíritu Santo nos enseña y nos impulsa a amar, desterrando de nosotros todo egoísmo. Nuestra aspiración continua ha de ser la de dejarnos mover por el Espíritu Santo siempre y para todo. “Los que se dejan mover por el Espí- ritu Santo, ésos son hijos de Dios” (Rm 8, 14). El Espíritu es el autor de las virtudes, sobre todo de la fe, la esperanza y la caridad. La vida cristiana no es una lucha desesperada, más allá de nuestras fuerzas, por conseguir una meta. Es, más bien, la acogida continua de un don, que pone en movimiento todo el organismo espiritual. Acogemos en la fe y en el amor al Espíritu que movió a Jesús, y nos va haciendo parecidos al mismo Jesús. El Espíritu Santo actúa en nosotros por la acción de sus dones: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de ciencia, el don de fortaleza, el don de piedad, el don de temor de Dios. Son regalos excepcionales, que funcionan continuamente haciéndonos gustar qué bueno es el Señor, dándonos la prudencia y la fortaleza en el actuar, llevando a plenitud todas y cada una de las virtudes. Por ejemplo, sin el don de fortaleza, los mártires no habrían tenido suficiente virtud para soportar los tormentos; sin el don de sabiduría, las cosas de Dios no nos saben a nada. Pidamos al Espíritu Santo que venga sobre nosotros, que venga en nuestra ayuda, que venga a vivir en nuestros corazones, como a un templo. Tengamos dispuesto siempre nuestro corazón para este dulce huésped del alma. Sin el Espíritu Santo, que es el amor de Dios, no seremos capaces de nada. Con el Espíritu Santo, seremos capaces de todo. Dios que comenzó en nosotros la obra buena, él mismo la llevará a término por su Espíritu Santo. Con mi afecto y
PRIMERAS COMUNIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En estas fechas de mayo se celebran las primeras comuniones en casi todas las parroquias. Son miles y miles de niños y niñas, que se acercan por vez primera a recibir a Jesús sacramentado en la Eucaristía. Es toda una fiesta de familia, es también una ocasión de encuentro, es un motivo de alegría que deja huellas imborrables en cada uno de estos niños y niñas para toda su vida. Recuerdo una vez que me llamaron para atender a una persona en los últimos días de su vida, aquejado por grave enfermedad. Era todo un personaje. Después de muchísimos años vividos en el alejamiento de Dios, sin ninguna práctica sacramental y haciendo pública profesión de agnosticismo, viendo que se acercaba su final, había pedido un sacerdote. Y la familia me llamó a mí. Acudí sin demora y nada más comparecer en su salita de estar me espetó: “Padre, quiero confesar. La vida se me acaba”. Yo le escuché atentamente, hizo una buena y detallada confesión, rezamos a la Virgen –para lo cual se puso de rodillas– y recibió con todo fervor la comunión eucarística. Yo estaba asombrado de la acción de la gracia en el alma de este hombre plenamente lúcido, que por los sacramentos de la Iglesia quedó en paz con Dios y con los hombres, y se preparó estupendamente para la muerte, que llegó a los pocos días. Al terminar mi visita, le comenté mi asombro por su buena actitud ante los sacramentos, y él me respondió: “Todo lo recibí cuando me preparaba a la primera comunión”. Aquel hecho me ha servido de reflexión posteriormente en muchas ocasiones. Cuántas veces nos parece que la tarea de catequesis en nuestras parroquias sirve para muy poco, a la vista de los resultados que constatamos en muchos adolescentes y jóvenes. Cuántas veces cunde el desánimo en los padres católicos y en los catequistas, al ver que lo que han sembrado en el alma de ese niño, apenas produce fruto o incluso queda como borrado del todo. Y no es así. La experiencia de la primera comunión, que va precedida de la confesión de los propios pecados (aunque sean pecados de niño), si está bien preparada, producirá frutos inesperados en la vida de cada una de estas personas. La infancia es tiempo para sembrar. A veces se percibe el fruto de manera temprana. Otras veces no se percibe nada. Otras incluso, como que ha sido contraproducente todo lo que se ha sembrado. Pero la anécdota que he referido me lleva a concluir que el fruto de nuestra acción pastoral, de la buena educación de unos padres buenos, nunca quedará baldío. Hemos de continuar en esa tarea preciosa de presentar el misterio cristiano de manera accesible a los niños de primera comunión. La primera comunión tiene que ser el primer encuentro fuerte con Jesús, que nos ama hasta dar la vida por nosotros. Quizá hemos de dejar otros aspectos secundarios, que incluso estorban para esa experiencia. Creo que tenemos que limitar las parafernalias que se montan en torno a estos acontecimientos. Y en la catequesis hemos de ir a lo esencial, al encuentro con Jesús, a facilitar la oración, la comunicación tú a tú del niño con Jesús, a que aprenda a llamar madre a la Virgen santí- sima. Ese encuentro permanecerá ahí para toda la vida. Habrá ocasión de ampliarlo y profundizarlo más tarde. Pero la primera comunión es una ocasión muy propicia para la iniciación cristiana de los niños que se acercan. Y no olvidemos que también los padres y todos los miembros de la familia quedarán tocados si este momento es celebrado como Dios manda. Es tiempo de primeras comuniones. Es tiempo de siembra de las mejores experiencias que marcarán toda una vida. Con mi afecto y bendición. Q Primeras comuniones La primera comunión tiene que ser el primer encuentro fuerte con Jesús, que nos ama hasta dar la vida por nosotros. La experiencia de la primera comunión, que va precedida de la confesión de los propios pecados (aunque sean pecados de niño), si está bien preparada, producirá frutos inesperados en la vida de cada una de estas personas. • Nº240 • 16/05/10 4 tema de la semana Con ocasión del Año Sacerdotal y del 150 Aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, tuvo lugar en Córdoba un encuentro sacerdotal de las Diócesis Andaluzas en torno a las reliquias de San Juan de Ávila los días 5 y 6 de mayo. Un día grande para la
PEDERASTAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Las noticias de abuso de menores proliferan en todos los medios de comunicación. Son calificados como pederastas aquellos que abusan sexualmente de los niños y niñas para su placer, destrozando la vida de tantos inocentes en su edad temprana. Los enemigos de la Iglesia han encontrado un filón de oro para desprestigiarla, y de manera calculada van ofreciéndonos cada día algunas gotas de este elixir que es placer de demonios. Algunos incluso se han atrevido a arremeter contra el Papa Benedicto XVI, acusándole de encubridor. Si consiguieran probar la más mínima mancha, habrían dado en el “blanco” de sus pretensiones. Lo de “blanco” no sólo es por el vestido blanco del “dulce Cristo en la tierra”, sino porque atacado el Papa quedaría desprestigiada toda la Iglesia católica. Los hechos están ahí. Son innumerables los delitos cometidos en el abuso de menores por parte de padres, profesores, deportistas, médicos, profesionales de distintos tipos, etc. Pero lo más noticiero es que algunos eclesiásticos también son delincuentes, y esa es la noticia. Lo demás no importa tanto. Incluso se justifica y se promueve desde una educación sexual cada vez más precoz en una sociedad erotizada. Ante los hechos evidentes, lo primero es reconocer públicamente que algunos eclesiásticos –sacerdotes o religiosos– han cometido tales delitos. Y eso nos avergüenza a todos. Pues si alguno debe dar ejemplo en cualquier campo moral y más en éste, ha de ser aquel que se ha consagrado a Dios en cuerpo y alma. Nada más extraño al cristianismo que una sexualidad desordenada, convertida en un juego de placer y no en lenguaje del amor verdadero. En segundo lugar, a la Iglesia le preocupan las víctimas de tales abusos, vengan de donde vengan. Y si los abusos vienen de personas consagradas, la Iglesia está poniendo los medios para purgar de sus filas a los que no merecen la confianza de tratar con niños y niñas que hay que ayudar a crecer, no destrozar en su infancia. El encubrimiento de estos delitos no favorece a nadie, es como un pus que cuanto más se deja más se pudre. Sin embargo, son miles y miles los sacerdotes y los religiosos que realizan estupendamente su tarea. Colegios de la Iglesia, parroquias, voluntariados, tiempo libre, etc. están llenos de personas buenas que hacen el bien con la dedicación plena de sus vidas. Todos conocemos a muchos de ellos. No es justo mirar y calificar a todos por el mal que algunos hayan cometido. Ciertamente, un solo niño malogrado es ya demasiado. Pero no olvidemos los miles de personas buenas que han gastado y gastan su vida en esta noble tarea. Merecen toda nuestra confianza, hoy más que nunca, porque hoy más que nunca el Papa y todos los que tienen alguna responsabilidad en la Iglesia no dejarán pasar una en este delicado tema. Los que han cometido tales abusos están llamados a pedir perdón a Dios, a quien han ofendido gravemente, y a someterse a la justicia de los tribunales. El Papa Benedicto XVI ha practicado “tolerancia cero” en este grave tema y nos invita a que todos hagamos penitencia por los pecados de algunos en esta materia. No todo termina con la denuncia. ¿Quién podrá sanar el corazón del hombre, que se ha dejado llevar por sus malas inclinaciones? Sólo la misericordia de Dios, que incluye el cumplimiento de toda justicia, y nos hace capaces de pedir perdón y de ofrecerlo. A esa misericordia nos acogemos todos, extremando los controles para que tales delitos no sucedan más. Con mi a
MES DE MAYO EN LA ESCUELA DE MARIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llega el mes de mayo. Es el mes de María. En este mes precioso se nos invita especialmente a vivir con María, en las distintas romerías que llenan de flores nuestras ermitas y, sobre todo, en la espera del Espíritu Santo, como hicieron los apóstoles en la preparación a Pentecostés: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hech 1, 14). La comunidad cristiana tiene su referencia fundamental en aquella primera comunidad que vive unida con María a la espera del Espí- ritu Santo. Cuando llegue el Espíritu Santo, “nos lo enseñará todo y nos recordará todo” (Jn 14, 26) de parte de Jesús. La escena de Pentecostés es paralela a la de la Anunciación. En la Anunciación (Lc 1, 26s), María por iniciativa de Dios concibe en su vientre virginal al Hijo eterno de Dios, y el Verbo se hizo carne comenzando a ser hombre. María ha tenido un papel fundamental en el nacimiento del cuerpo físico de Cristo, es su madre. Y en Pentecostés (Hech 2, 1s), María alumbra a la Iglesia naciente por obra del Espíritu Santo, que hace de ella la madre del cuerpo místico de Cristo. Dos estampas de un díptico, en las cuales el Espíritu Santo y María generan y dan a luz el cuerpo físico y el cuerpo místico de Cristo. No se puede ser cristiano sin ser mariano, porque Cristo ha entrado en la historia humana por la mediación de María. El Espíritu Santo ha venido sobre la Iglesia y sobre el mundo con la intercesión de María. Y nuestra transformación en Cristo se produce siempre por obra del Espíritu Santo con la colaboración de María. La relación con María no es un artículo de lujo añadido en la vida cristiana, es una necesidad vital. No podemos vivir sin María. Así lo entiende y lo vive el pueblo cristiano, a lo largo de todo el año, y particularmente en este mes de mayo. La vida cristiana puede explicarse desde muchas perspectivas. Pero cuando miramos a María, vemos en ella cumplido lo que Dios quiere realizar en nosotros. Una mirada intuitiva a María, hecha con fe y con amor, es capaz de estremecer hasta el corazón más duro del hombre. Son abundantes las romerías marianas por toda la geografía. Y en este clima del mes de mayo, tendrá lugar la coronación pontificia de la Virgen de Belén, patrona de Palma del Río, el próximo 8 de mayo. Os invito, queridos hermanos, en este mes de mayo a vivir cada día esta relación con María, concretándola en alguna “flor” que podemos ofrecerla, como expresión generosa de nuestra devoción filial. ¿Qué podría ofrecerle yo hoy a mi madre del cielo? Con esta pregunta podemos concretar cada día cómo expresar nuestro amor a la Virgen. Y os invito especialmente a los jóvenes a engancharos al rezo del rosario. El rosario es como una oración “en red”, que nos ayuda a pensar en Jesús desde el corazón de María. Pasando por cada uno de los misterios de la vida de Cristo, repitiendo una y mil veces el saludo del ángel, ella nos va enseñando a contemplar a Jesús. Y en la escuela de María se nos van quedando grabadas las palabras y las obras de Jesús, nuestro maestro y nuestro redentor. No hay escuela mejor. Bienvenido el mes de mayo, el mes de María. Que con Ella nos llegue a todos la frescura de la vida del Resucitado. Con mi afecto y bendición. M
DIA DE MONAGUILLO, EL TESTIMONIO SUSCITA VOACACIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada Mundial de oración por las vocaciones se celebra coincidiendo con el IV domingo de Pascua, domingo del buen Pastor. En este Año Sacerdotal, también esta Jornada es una ocasión propicia para apreciar la misión del sacerdote en el servicio de la Iglesia, y más concretamente en el fomento de las vocaciones de especial consagración. Entendemos por vocaciones de especial consagración todas aquellas que incluyen la entrega de toda la vida en la virginidad y el celibato por el Reino de los cielos (Mt 19, 12). Y esta especial consagración es fruto de un don especial del Señor para aquellos a quienes él llama a seguirle incluso corporalmente. Desde el comienzo de la vida de la Iglesia, aparece este estilo de vida, en el que el hombre o la mujer no se casan, no constituyen una familia según la carne, sino que se consagran a Dios para una mayor fecundidad en el seno de la Iglesia, de la familia de los hijos de Dios. Este estilo de vida tiene su origen en el propio Jesús y en su madre bendita, María. Jesús no se casó. María fue siempre virgen. José es el padre virginal de Jesús. El apóstol Pablo vivió así y lo recomienda a sus fieles. “Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra” (1Co 7, 7). Enseguida proliferaron hombres y mujeres que querían vivir como vivió Jesús. Podemos decir que la virginidad es típicamente cristiana, porque toma de Jesús su inspiración y su ejemplo. Y porque no existe como tal en ninguna otra religión, fuera del cristianismo. La virginidad, por tanto, es un perfume de marca cristiana, que el mundo no entiende. Este tipo de vocaciones hacen un bien inmenso a la Iglesia y a la sociedad. A la Iglesia, porque son como la tipificación de la Iglesia virgen fecunda y recuerdan a todos los fieles los valores definitivos del Reino. Y a la sociedad, porque todas estas vocaciones sirven a la sociedad con una entrega y una gratuidad, que a veces sólo se valoran cuando nos faltan. Pero están ahí. En los lugares más pobres con los pobres. En las parroquias, llegando hasta el último rincón de cada hogar. En tantas obras asistenciales con ancianos, enfermos de SIDA, hospitales, cárceles, etc. En todo el campo de la educación, haciendo de sus colegios una plataforma de evangelización. En la vida contemplativa, recordando a todos que el único valor absoluto es Dios y que Dios merece ser buscado con todas nuestras fuerzas. Necesitamos, hoy como ayer, vocaciones de especial consagración. Sacerdotes, consagrados hombres y mujeres en las distintas formas de vida consagrada. Esta Jornada mundial es una ocasión para agradecer a Dios estos dones, sostener a los que han sido llamados y para pedir a Dios que siga enviándonos sacerdotes y consagrados en los distintos carismas que enriquecen la vida de la Iglesia. Necesitamos hombres y mujeres que estén dispuestos a dar la vida por Jesucristo y por los demás. Y no como un voluntariado a tiempo parcial, sino la vida entera en totalidad. A nuestros contemporá- neos, especialmente a los jóvenes, les cuesta asumir un compromiso para toda la vida. Sucede en el matrimonio y sucede en estas vocaciones de especial consagración. Por eso, hemos de apoyarlas como un bien común del que todos salimos beneficiados. El cauce principal por el que se suscitan y se sostienen estas vocaciones es el testimonio. La Jornada mundial de oración por las vocaciones es también una llamada a vivir fielmente la vocación recibida. Las personas consagradas y los sacerdotes suscitarán en la Iglesia quienes quieran ser como ellos, cuando vean un testimonio creíble de esa vocación a la que se sienten llamados. Con mi afecto y bendición. Q El testimonio suscita vocaciones Necesitamos hombres y mujeres que estén dispuestos a dar la vida por Jesucristo y por los demás. Y no como un voluntariado a tiempo parcial, sino la vida entera en totalidad. La Jornada mundial de oración por las vocaciones es también una llamada a vivir fielmente la vocación recibida. Las personas consagradas y los sacerdotes suscitarán en la Iglesia quienes quieran ser como ellos, cuando ven un testimonio creíble de esa vocación a la que se sienten llamados. • Nº237 • 25/04/10 4 iglesia diocesana Con motivo del Día Internacional contra la Esclavitud Infantil, el Movimiento Cultural Cristiano organizó 24 horas contra la esclavitud infantil a partir de las 11:00 h. del sábado 17 de abril. Durante este tiempo tuvieron lugar dos concentraciones en el Bulevar junto a la parroquia de San Nicolás (con puestos informativos, concentración...) para denunciar públicamente todas las
LA RESURRECCIÓN DE CRISTO ES UNA HECHO REAL
QUEERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando hablamos de la resurrección de Jesús, algunos dicen lo que les parece, y en muchas ocasiones se lanzan explicaciones y teorías que nada tienen que ver con lo que ha sucedido realmente. Estamos tocando el nú- cleo de la religión cristiana, y no podemos andar con explicaciones que destruyen el misterio. En esto como en todo, hemos de atenernos a lo que nos enseña la Iglesia. No somos nosotros los que inventamos la fe o la moral que la acompaña, sino que la fe –y la moral consiguiente– es anunciada por la Iglesia, bajo la responsabilidad de los apóstoles, y uno la acoge o la deja, pero no tiene derecho a extorsionarla. La resurrección de Jesús es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas (CEC 639). No sucedió simplemente en la conciencia de los apóstoles o de las mujeres, como el que sueña con algo que nunca sabemos si fue verdad o mentira. No. La resurrección de Jesús es un hecho real, que le ha sucedido al mismo Jesucristo. Aunque nadie lo hubiera visto, ni a nadie se hubiera aparecido, en la humanidad santa de Jesús se ha producido un cambio fundamental. Ha pasado de su condición de carne mortal y sometida al sufrimiento, muerto por amor en la cruz, a la situación de carne glorificada, llena de gozo y para toda la eternidad. Es un acontecimiento histórico (CEC 643). Jesús no es un fantasma ni es un mito. Jesús es un personaje histórico, que ha vencido la muerte, después de estar en el sepulcro, y ha roto las cadenas de la muerte resucitando. Se trata de un acontecimiento sucedido en un lugar y en un momento concreto de la historia humana, dentro de las coordenadas geográ- ficas y temporales de la historia. Jesús al resucitar no se ha ido de la historia humana, sino que ha entrado más adentro de esa misma historia, dándole sentido y transformándola desde dentro, para llevarla anticipadamente a su plenitud. La resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico y transcendente, porque desborda la historia (CEC 647). La resurrección de Jesús cambia el corazón y la vida de quien se encuentra con Él. Uno no puede encontrarse con el Resucitado y continuar como si no hubiera pasado nada. El encuentro de los apóstoles y de las mujeres con Jesús resucitado les cambió totalmente la vida. Realmente se produjo también en ellos una transformación grande, al encontrarse con Jesús resucitado. Y de ese encuentro brota la misión, el envío para ser testigos ante los hombres de lo que han visto y oído a Jesús. Pero no basta con decir que la resurrección consiste en que la causa de Jesús continúa. Claro que continúa, pero porque Él está vivo y acompaña la historia de la humanidad transformándola desde dentro. Ni basta decir que la resurrección consiste en el cambio producido en la vida de los apóstoles y las mujeres. Ellos cambiaron porque se encontraron de sopetón con el Resucitado. La resurrección de Jesús no es la proyección de una necesidad sentida, no es una alucinación religiosa colectiva. No. La resurrección de Jesús es un hecho, que ha sucedido en el mismo Jesús transfigurando el cadáver depositado en el sepulcro. No faltan quienes dicen que si hoy encontraran el cadáver de Jesús, su fe no sufriría ninguna alteración. Esa fe no es la fe de la Iglesia. La Iglesia confiesa y anuncia que el que ha resucitado es el mismo que fue depositado exsangüe en el sepulcro, y ha resucitado con su mismísimo cuerpo, no con otro que le hayan dado para la ocasión. Por eso el sepulcro de Cristo está vacío desde la ma- ñana de Pascua y es una de las más preciosas reliquias que se veneran en Jerusalén. Con mi afecto y bendición
TOMÁS EL AGNOSTICO EL DIA DE LA DIVINA MISERICORDIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A los ocho días de la resurrección del Señor, concluyendo la octava de Pascua, celebramos el domingo de la Divina Misericordia, domingo in albis, porque los nuevos bautizados dejaban la túnica blanca del bautismo. El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús resucitado que se aparece de nuevo a los apóstoles en el Cenáculo, con el saludo que trae la paz: “La paz esté con vosotros” (Jn 20, 21). Una paz que no viene del mundo ni de las componendas humanas, sino que es un don de Dios y que el corazón humano tanto ansía. En esta ocasión está también Tomás, el ausente del domingo pasado, el que estaba fuera de la comunidad, haciendo su vida, cuando Jesús vino al Cenáculo ya resuctiado. Los apóstoles se lo contaron a Tomás, y Tomás no les creyó. Para Tomás no era suficiente el testimonio de los demás apóstoles ni la alegría rebosante con se lo contaban. Él no lo había visto, no se había encontrado personalmente con Él. “Si no lo veo, no lo creo”, pensaba Tomás con una mezcla de indiferencia y escepticismo después de lo vivido en torno al Calvario y con un poco de envidia e inseguridad que se refugia en el desprecio. Seguro que en el fondo deseaba encontrarse con Jesús, pero se había declarado agnóstico, la postura cómoda del que ni siquiera busca a Dios, aunque tampoco se encuentra a gusto consigo mismo ni con su actual situación. Y en estas, a los ocho días aparece de nuevo Jesús en medio de sus apóstoles. “La paz esté con vosotros”. Y se dirige a Tomás el incrédulo. Jesús conoce bien de dónde cojea Tomás, pero no le reprocha nada. Él ha venido a buscar no a los justos, sino a los pecadores. Hoy Jesús ha venido a buscar a Tomás, a encontrarse con él, a hacerle partícipe de su gozo. Jesús busca a cada hombre, a cada persona. Y los busca, no porque necesite de nosotros. Él está en la gloria. Nos busca, porque quiere hacernos partícipes de su gozo y de su gloria. Cuando uno quiere a otra persona, quiere comunicarle al otro los bienes que él tiene. Jesús, al acercarse a Tomás, se pone a su altura. Tomás había dicho: “Si no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 25), y Jesús le dice precisamente eso: “Trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20, 27). La fe viene de lo alto, es un don de Dios, nunca una elucubración humana ni el fruto de un esfuerzo nuestro. La fe no es fruto de la razón. Pero, al mismo tiempo, la fe no va contra la razón, sino que se hace razonable verificándose en los signos que Dios pone a nuestro alcance. Jesús le da se- ñales a Tomás de que Él está resucitado, de que ha superado la muerte y está vivo de una manera nueva. Satisfecha esa pregunta, Tomás está abierto al don de la fe que Jesús le infunde en su corazón. “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28), dice Tomás en actitud adorante, postrado de rodillas ante su Se- ñor. Tomás entonces vio a Jesús con ojos nuevos, se encontró con Jesús resucitado, y él mismo se sentía un hombre nuevo. La gran misericordia que Jesús ha tenido con Tomás, por causa de su incredulidad, es la misericordia que Jesús quiere tener con cada uno de nosotros, que somos pecadores como Tomás. La incredulidad de Tomás ha sido ocasión para una misericordia más grande, pues donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. En estos días de Pascua nos acogemos especialmente a esa Divina Misericordia y le pedimos a Jesús que nos salga al encuentro como lo hizo con Tomás, el incrédulo. Con mi afecto y bendición: +
CRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: No imaginábamos que el Año de la Fe diera tanto de sí. Cuando Dios nos anuncia una gracia nueva, hemos de abrirnos a la misma con toda esperanza, dispuestos a lo imprevisible. Y lo imprevisible sucede. El Año de la fe que clausuramos con la fiesta de Cristo Rey del Universo nos ha traído gracias abundantes que hemos podido constatar, además de otras muchas que no podemos verificar en este momento.
El acontecimiento más sonoro de todo este Año ha sido sin duda la renuncia del Papa Benedicto XVI a la Sede de Pedro. Lo anunciaba el 11 de febrero y lo realizaba el 28 de ese mismo mes. Un hecho insólito en toda la historia de la Iglesia, del que hemos sido testigos y contemporáneos. Un acontecimiento que nos ha llenado de asombro por el amor a la Iglesia que lleva consigo, por la humildad y el desprendimiento que suponen y por la generosidad tan grande de este gesto final. ¡Gracias, Papa Benedicto!
Y a continuación, el regalo del Papa Francisco. Toda una sorpresa de Dios por la rapidez de la elección, por la persona elegida y por el nombre. Abiertos a esta nueva gracia, vivimos cada día la sorpresa del Evangelio, en las palabras y en los gestos del Papa Francisco, que atraen a tantas personas que estaban lejos de la Iglesia. Demos gracias a Dios, que guía a su Iglesia con renovada frescura.
Se abría el Año de la Fe en pleno Sínodo de los Obispos (11 de octubre), que se había inaugurado con la proclamación de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia universal (7 de octubre). Para nuestra diócesis de Córdoba, todo el Año de la Fe ha coincidido con el primer año jubilar de San Juan de Ávila (que continúa hasta un trienio, otros dos años más).
Una efeméride y la otra unidas, nos han dado la ocasión de peregrinar a Montilla, hasta el sepulcro del clericus cordubensis Juan de Ávila para obtener las gracias del jubileo, el perdón de Dios y la comunión con Dios y con los hermanos.
Parroquias, familias, grupos de jóvenes, sacerdotes, seminarios enteros, obispos y cardenales, la Conferencia Episcopal Española en pleno. Miles y miles de personas han venido hasta el sepulcro del nuevo Doctor para invocar su intercesión, dar gracias a Dios por su doctorado y conocer más a fondo su doctrina y su estilo de vida. Realmente, Montilla se ha convertido en un foco de fe por ser el lugar de la vida, de la muerte y del sepulcro de San Juan de Ávila.
Esto nos ha brindado la ocasión de celebrar un Congreso Internacional acerca del Apóstol de Andalucía a finales de abril, reuniendo a grandes especialistas en el tema y convocando a un numeroso grupo de participantes. Así como ofrecer en el mes de octubre, al cumplirse el aniversario de su doctorado, un curso sobre la “Identidad del presbítero diocesano secular” a la luz de sus enseñanzas.
La figura de este nuevo Doctor ha brillado con la luz de Cristo, alumbrando a todos los de la Casa. Continuemos en la tarea de dar a conocer esta figura señera de la Iglesia por todos los lugares a donde peregrinan las reliquias de su corazón y acogiendo a todos los peregrinos que llegan hasta Montilla.
El Año de la Fe ha sido la ocasión para expresar esa fe católica que se vive y se confiesa en la piedad popular de nuestra diócesis en torno a Cristo Redentor y a su Madre bendita. El Viacrucis Magno de la Fe (14 de septiembre) supuso un encuentro multitudinario de fieles, peregrinando por las calles de la capital, como si de una semana santa concentrada se tratara.
Córdoba vivió una jornada histórica en esa jornada e hizo vibrar en el corazón de muchos las raíces de la fe cristiana. Y algo parecido ha sucedido con el Rocío Magno de la Fe (16 de noviembre), congregando a los devotos de María Santísima del Rocío, portada en sus respectivas carretas y capitaneadas por el Sinpecado de la Hermandad Matriz de Almonte. Una y otra jornada nos hicieron ver que la fe de nuestro pueblo no es un barniz superficial ni una emoción pasajera, sino que brota de un corazón creyente, que se vive y se expresa con tintes cofrades.
Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Los que pensaban que España o que Andalucía había dejado de ser católica se encuentran con estas sorpresas que no brotan por generación espontánea.
Y estos acontecimientos a su vez alimentan en muchos una fe quizá vacilante, pero que encuentra en estas ocasiones un refuerzo para afrontar el drama de la vida con esperanza. Ojalá que el Año de la Fe haya dejado huella en el corazón de muchos para vivir la vida cotidiana con la esperanza del Evangelio.
Una esperanza que tiene los ojos puestos en el cielo y por eso se atreve a trabajar por la transformación del mundo presente. Recibid mi afecto y mi bendición.Q
JESUCRISTO REY
QERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el último domingo de año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado. La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio. Pero sobre todo, hace referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor. De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él. Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece. Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana. El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra. Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta). Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida. El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial. ¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor. El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado. Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver. En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. ¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria. Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria. ¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte. Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesucristo, Rey de amor Q
ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros. El Adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo. Pero el Adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María. El centro del Adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El Adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús! Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de Adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de Adviento, y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos, celebraremos la fiesta de la Inmaculada. Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de Adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer– que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Tiempo de Adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Viene el Señor: tiempo de Adviento Q
DOMINGO DE LA FAMILIA
En el clima de Navidad, contemplamos a Jesús, María y José viviendo el ambiente de familia, que ha inspirado y sigue inspirando a tantas familias en todo el mundo.
La familia es el lugar más apreciado por todos. En ella nacemos, somos amados de manera gratuita, vamos creciendo, y siempre es el lugar al que acudir para cualquier eventualidad, sea para compartir la alegría de un éxito como para compartir los contratiempos y desgracias de la vida.
La familia es el nido, es el hogar, es la pequeña comunidad donde el sujeto crece sano porque es amado sin medida. La familia tiene su fundamento último en la realidad de Dios y se alimenta continuamente de esa relación.
Dios es familia, es comunidad de amor en tres personas. Y el plan de Dios es introducirnos en su gran familia, que es la Iglesia, reflejo de la comunidad trinitaria.
La familia humana, tal como Dios la ha constituido, tiene como pilares al esposo y la esposa, iguales en dignidad, diferentes para ser complementarios biológica, sicológica y espiritualmente, que se prolongan de manera natural en los hijos. La ecología humana tiene este patrón original, y cuando es alterado, queda alterada la armonía de la creación y de la convivencia.
La familia hoy tiene inmensas posibilidades, que generan esperanza, y sufre también erosiones y amenazas, que hay que atender. La familia no es un problema, sino la solución a tantos problemas. “En la familia y en la Iglesia queda vencida la soledad”, reza el lema para este año.
Ciertamente, a pesar de las inmensas comunicaciones de que disponemos (TV, internet, redes sociales, etc.), una de las losas más fuertes sobre la persona es la soledad. Soledad que proviene en primer lugar por la desconexión con Dios. “El que cree, no está solo”, decía Benedicto XVI a los alemanes en 2006.
En nuestra sociedad muchos no han alcanzado esa relación con Dios, que llena el corazón de entusiasmo. El entusiasmo no es otra cosa que estar lleno de Dios. Y otros muchos han aflojado o incluso han roto esa relación con Dios.
Rota la relación con Dios, el hombre queda en la más absoluta soledad existencial. Dios tiene que descerrajar la ventana o la puerta de ese corazón para poder entrar. Eso explica la cerrazón a la vida naciente, que sólo se entiende si el corazón está cerrado a Dios.
O la cerrazón para acoger a los ancianos en una sociedad llena de prisas y falta de espacios familiares para compartir. Si el corazón está cerrado a Dios, busca su interés y en ese camino hasta el cónyuge puede convertirse en enemigo, con lo que duele eso.
Las rupturas matrimoniales tienen aquí su explicación. Son demasiadas rupturas las que conoce nuestra época, con la consiguiente falta de felicidad para el ambiente familiar. La familia, sin embargo, tiene futuro, es el futuro de la humanidad. Jesús ha venido al mundo en el seno de una familia para indicarnos que ese nido, ese hogar es querido por Dios para la felicidad del hombre y de la mujer.
Nuestra delegación diocesana de familia y vida trabaja en la educación para el amor humano, desde la niñez y la adolescencia y particularmente con los que piden a la Iglesia el sacramento del matrimonio, acompaña a los matrimonios para la vivencia de su santidad conyugal, ofrece acompañamiento desde el COF (Centro de Orientación Familiar) para situaciones de fragilidad, invita constantemente a vivir en familia la formación permanente, las convivencias, las vacaciones.
Es urgente que los jóvenes se sientan atraídos por esta realidad, porque ven matrimonios que viven con normalidad su vida de familia.
Y gracias a Dios son la inmensa mayoría. Con motivo de esta fiesta de la Sagrada Familia, invito a que se celebren en las parroquias las bodas de plata y de oro de tantos matrimonios, que nos recuerdan que la fidelidad entre los esposos y el compromiso para toda la vida es posible y llena de felicidad el corazón de quienes lo viven.
Damos gracias a Dios por nuestra familia, y estemos abiertos para acompañar a las familias que pasan por alguna dificultad, especialmente por las que se sienten solas ante tales situaciones. Recibid mi afecto y mi bendición:
REYES MAGOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vida del hombre en la tierra es una búsqueda continua. A veces, no sabe lo que busca; otras, sabe muy bien lo que quiere. Pero la vida del hombre es búsqueda, y en último término, búsqueda de Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (S. Agustín).
Esa insatisfacción que experimenta continuamente el corazón humano sólo quedará satisfecha cuando encuentre a Dios y cuando se encuentre con Él cara a cara en el cielo.
Al celebrar año tras año la fiesta de la Epifanía del Señor, hoy se nos presenta el ejemplo de búsqueda por parte de los Magos de Oriente, que acabaron encontrando al Mesías, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos. Con sus dificultades y obstáculos, fueron honestos en la búsqueda de la verdad, y ésta se les mostró desbordante en el encuentro con Jesús y su Madre.
Algo debió pasar en el firmamento, alguna señal por la que aquellos sabios se pusieron en camino. Al parecer, fue una estrella fugaz que les orientó en la dirección en la que debían caminar. Y siguieron las indicaciones que sus conocimientos científicos ofrecían, hasta llegar a Jerusalén, donde preguntaron por el rey de los judíos, que acababa de nacer.
La pregunta alborotó a unos y otros, especialmente a Herodes, que pensó que el recién nacido venía a quitarle el trono real. Herodes se sintió realmente amenazado, cuando Jesús no ha venido a quitar nada a nadie, sino a darlo todo, a llevarlo todo a plenitud.
Cuando el discernimiento no se hace en la verdad, sino buscando los propios intereses, el resultado está falseado. Los sabios y el rey Herodes les dieron un resultado falseado a los Magos, que buscaban orientación. Nos pasa muchas veces en la vida.
Buscamos la verdad, pero tantas personas influyen para apartarnos de la verdad, y nosotros mismos hacemos lo mismo con los demás. Menos mal que la verdad padece pero no perece, como dice un refrán español.
La verdad pasa por momentos difíciles, a veces es perseguida, a veces incluso quienes la proclaman son eliminados. Pero la verdad no perece, antes o después reaparece y se impone por la fuerza de la misma verdad, sin violencia, sin extorsión.
Los Magos se pusieron de nuevo en camino de búsqueda y volvieron a ver la estrella. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”. En la búsqueda de Dios, la luz que viene de Dios produce alegría; incluso en los momentos de oscuridad, no falta la paz que viene de Dios y nos sostiene en la búsqueda de la verdad.
Y esa estrella, señal de la luz de Dios que ilumina nuestras conciencias, les mostró el lugar exacto donde se encontraba Jesús. Entraron en la casa, vieron al Niño con María su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron.
Cuando vemos con claridad, no cabe otra postura que la adoración, es decir, la rendición de todo nuestro ser a la verdad descubierta. En este caso, ante Jesús, al que buscaban estos Magos.
La adoración es la postura fundamental de la criatura ante su Creador, es la postura fundamental de quien busca a Dios y lo encuentra. Hasta que no llegamos a esta postura de adoración, cabe el riesgo de manipular la verdad. Por el contrario, cuando descubrimos la verdad, cuando descubrimos a Dios, cuando nos encontramos con Jesús, se impone adorarlo, posponiendo nuestros razonamientos y nuestras cábalas.
Los Magos nos enseñan a buscar, nos enseñan a superar las dificultades de discernimiento en el camino, nos enseñan a adorar, cuando hemos encontrado al Señor.
La fiesta de la Epifanía del Señor tiene tres puntos: ésta de los Magos que vienen buscándolo y cuando lo encuentran lo adoran; el Bautismo en el Jordán, donde Jesús es presentado por su Padre como el Hijo amado y es inundado de Espíritu Santo; y las bodas de Caná, donde Jesús se muestra como el esposo que trae un vino nuevo, una alegría insuperable, para cada uno de nosotros. Recibid mi afecto y mi bendición:
BAUTISMO DEL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El ciclo litúrgico de Navidad se concluye con la fiesta del Bautismo del Señor (domingo siguiente a la Epifanía), que es ya el primer domingo del tiempo ordinario.
En la escena del Bautismo de Jesús, contemplamos a Jesús, ya adulto, entrando en las aguas del río Jordán para recibir el bautismo que predicaba Juan el Bautista. Jesús se puso a la cola de aquellas gentes pecadoras que buscaban sinceramente la conversión de sus vidas. Siendo inocente, Jesús es proclamado en ese momento como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Su presencia en esta escena de presentación le hace solidario con los pecadores, no en el pecado, sino en tomar sobre sus espaldas el pecado que aparta al hombre de Dios y de los demás, dándoles un cauce de nueva vida mediante el bautismo salvador.
Jesús entra en las aguas del Jordán y su contacto con las aguas confiere a estas aguas el poder de transmitir una nueva vida, la vida de hijos de Dios, que Jesús quiere compartir con nosotros. Jesús es presentado por el Padre como su Hijo muy amado, invitándonos a que lo escuchemos. Y es inundado del Espíritu Santo, que toca su carne para hacerla capaz de Dios. Lleno del fuego del Espíritu Santo, Jesús entra en el agua, y en lugar de apagarse ese fuego, confiere a las aguas bautismales el poder de transmitir ese fuego en el sacramento.
El Bautismo del Señor genera como un incendio universal, cuyo cauce transmisor son las aguas bautismales. Cuando cada uno de nosotros somos sumergidos en el agua del bautismo, recibimos el mismo Espíritu Santo que inundó a Jesús, recibimos el ser hijos del Padre, con el Hijo Jesucristo, que nos hace sus hermanos y coherederos de su herencia, el cielo para siempre. Todo ello se realiza por la acción misteriosa del Espíritu Santo, que envuelve a Jesús con el amor del Padre en esta escena y durante toda su vida.
El Espíritu Santo va a ser el motor de toda la existencia de Jesús. El es el que ha formado su cuerpo en las entrañas virginales de María, el que lo inunda en el Jordán y lo conduce a la misión.
Primero, llevándolo al desierto para enfrentarse cuerpo a cuerpo con Satanás y alcanzar la primera y más significativa victoria, una lucha no contra los poderes de este mundo, sino contra los espíritus del mal, a los que Jesús vence en su combate del Monte de las Tentaciones.
Después, ese mismo Espíritu le llevará a predicar, a sanar corazones afligidos, al anuncio del Evangelio del Reino. Y consumará su impulso llevándolo voluntariamente a la muerte por el sacrificio ofrecido en la Cruz. En este momento supremo, es el Espíritu Santo como el fuego divino que baja del cielo para encender a la víctima y aceptarla como ofrenda agradable a los ojos del Padre.
Por fin, el Espíritu Santo es quien resucita su carne sepultada, haciendo de ella carne gloriosa, que viene hasta nosotros en cada Eucaristía.
Eso mismo lo realiza el Espíritu Santo en nosotros, si le dejamos. Por el bautismo, hemos sido inundados de Espíritu Santo, que en la confirmación se nos ha dado en plenitud. Es el Espíritu Santo el que nos conduce por los caminos de la misión, según la vocación que cada uno haya recibido. Por eso, en el bautismo de Jesús, que hoy celebramos, preludio de nuestro bautismo, Jesús aparece como el hijo amado, que nos hace coherederos de su herencia del cielo. Después de celebrar la Navidad, habremos acumulado energías para afrontar la ofrenda de nuestra vida en las circunstancias ordinarias de la vida, o en las extraordinarias que puedan venir.
Si nos hemos acercado más a Jesucristo, la Navidad ha sido el comienzo de todo un itinerario que nos conduce a la Pascua, a la muerte y la resurrección. Sigamos al hilo del Año litúrgico profundizando en los misterios del Señor, en cada uno de los cuales se abre para nosotros una fuente inagotable de gracia. Recibid mi afecto y mi bendición: B
VOTACIONES EN ANDALUCÍA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El vuelco electoral en Andalucía producido el pasado 2 de diciembre en las elecciones autonómicas ha sido espectacular. Creo que ha superado con creces las expectativas y los temores de unos y de otros.
El cristiano no es ajeno a lo que sucede en este mundo; por el contrario, intenta con los medios a su alcance transformar la sociedad para hacer un mundo nuevo, más justo, más humano, más fraterno, más con Dios y más para el hombre.
El cristiano recurre sobre todo a los medios sobrenaturales de la oración, de la confianza en Dios, del amor fraterno que Jesús nos ha enseñado. Y al mismo tiempo, trabaja y se compromete en la transformación de este mundo, mediante el compromiso político concreto que cada uno estima en conciencia.
Me alegro de que esta sociedad andaluza, que muchos de dentro y de fuera desprecian o minusvaloran, haya sido capaz de dar un vuelco de este calibre, rompiendo una inercia casi imposible de superar. De esta manera Andalucía se sitúa como pionera de un cambio social que esperamos en la sociedad española.
Andalucía tiene una sensibilidad propia, Andalucía sabe lo que quiere y a donde va. Harta de promesas incumplidas, que la tienen a la cola en tantos aspectos, pide a gritos ser protagonista de su propia historia, y que no contradigan sus sentimientos más nobles.
No se puede estar contradiciendo la sensibilidad de un pueblo religioso y cristiano, un pueblo que pide respeto para sus tradiciones religiosas y está dispuesto a respetar a los demás. No se puede estar atacando la libertad religiosa impunemente, reclamando la propiedad pública de la MezquitaCatedral de Córdoba con argucias que no se sostienen ni por parte de los que las montan.
No se puede ir contracorriente queriendo construir un mundo sin Dios, en el que caben todos menos el Dios que ha configurado nuestra historia. No se puede trocear España, sin que eso tenga un precio político. No se puede pretender eliminar el derecho de los padres a elegir la educación que quieren para sus hijos, introduciendo leyes de ingeniería social que descomponen la persona y destrozan las conciencias. No se puede eliminar la vida inocente al inicio o al final de la vida, y esperar que encima los voten. Los andaluces son sensibles a todo esto, y han querido decir en las urnas cuál es el futuro que quieren para ellos y para sus hijos.
Ahora viene la responsabilidad de los que han obtenido la confianza de los electores. Le pedimos a Dios y a su Madre bendita que sepan gestionar bien el encargo de quienes los han votado y de toda la sociedad a la que sirven. No se trata de ninguna revancha, se trata de una renovación y regeneración de la noble tarea política, librándola de toda corrupción. No se trata de ningún protagonismo personal o de partido, sino de la cultura del encuentro, del pacto y del consenso para buscar lo mejor en favor de la sociedad a la que sirven.
Los electores de Andalucía han demostrado que saben a quien votan, y lo mismo que hoy han dado un vuelco electoral, pueden darlo dentro de un tiempo, si los actuales votados no saben gestionar bien el encargo recibido. Los andaluces han dado un paso histórico para decirles a los políticos por donde quieren construir su propio futuro, y que no se lo den ya construido o deconstruido. Sea cual sea la alianza a la que lleguen los políticos, encargados por el pueblo de gobernar, seguiremos recordándoles la necesidad de atender a los más pobres.
En nuestra provincia y en nuestra región están los barrios más pobres de España; entre nosotros tenemos la tasa más alta de paro, especialmente entre los jóvenes, que tienen que emigrar para buscarse un futuro digno. Entre nosotros continúa eliminándose la vida en el seno materno y se proyecta eliminarla en la etapa final de la vida. A las costas de Andalucía continúan llegando pateras cargadas de inmigrantes, que reclaman un planteamiento nuevo a nivel europeo y mundial. Los padres piden ser tenidos en cuenta en la educación de sus hijos, y eso no es posible con una escuela “única, pública y laica” para todos, como pretendían nuestros gobernantes. Son muchas las cosas que tienen que cambiar, y todo no puede hacerse en un día.
Cuenten nuestros gobernantes –sean los que sean– que la comunidad cristiana reza por ellos (como lo ha hecho y seguirá haciendo siempre), para que podamos vivir en paz, para que reine la justicia social entre nosotros, para que sean atendidos los más pobres de nuestro entorno, para que podamos vivir nuestra fe cristiana respetando a los que no la comparten, para que sea la persona siempre la que prevalezca sobre cualquier proyecto. Que el vuelco en Andalucía sirva para una conversión a Dios y hacia los hermanos, en este precioso tiempo de adviento.
INMACULADA Y VOCACIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Purísima, inmaculada, llena de gracia. Es lo mismo. El 8 de diciembre celebramos con gozo desbordante que María Santísima fue librada de todo pecado, incluso del pecado original, desde el primer instante de su concepción y para toda su vida.
Ya en ese momento fue llenada de gracia, en una plenitud creciente, recibiéndola toda de su Hijo divino, al que consagró alma, vida y corazón. “Alégrate, llena de gracia (kejaritomene)” (Lc 1,28), le dijo el ángel al anunciarle a María que iba a ser madre de Dios.
De esta manera, con esta plenitud de gracia, Dios preparó una digna morada para su Hijo. Ella es la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Ella es el fruto primero y más completo de la redención que su Hijo viene a traer para todos. La Inmaculada es patrona de España, porque ha sido nuestro país el que ha defendido “de siempre” esta cualidad de María, mucho antes de que se proclamara como dogma universal en 1854 por el Papa beato Pio IX.
La Orden franciscana luchó a favor de esta causa por todo el mundo. España tiene a gala tener como patrona a la Purísima, y cuando llega este día hace fiesta grande. Y en esta fiesta de la Virgen, como un anticipo de la misma Navidad que se acerca, el regalo de las Órdenes sagradas.
Este año dos nuevos presbíteros y tres nuevos diáconos. ¡Qué día más grande! Es uno de esos días señalados en el calendario con azul de cielo. Por María, azul celeste, y por los nuevos ordenados, que son un regalo del cielo para la diócesis y para la Iglesia universal.
Necesitamos muchos y santos sacerdotes, llenos de Dios, celoso de su gloria, servidores en el ministerio para sus hermanos los hombres, orantes, desprendidos, austeros, entregados. Que vivan la pobreza para estar ligeros de equipaje y tocar de cerca la carne herida de Cristo. Que vivan el celibato como signo de consagración a Dios con un corazón indiviso, en la castidad perfecta, para amar sin quedarse con nadie. Que vivan en la obediencia gozosa a la voluntad de Dios, para servir sin buscar sus intereses ni su propia gloria. Humildes para que brille la gloria de Dios en sus obras, buscando siempre el bien de las almas. Estos son los sacerdotes de la nueva evangelización a la que nos llama hoy la Iglesia.
La mejor pastoral vocacional es el testimonio de una vida entregada y gozosa por parte de los sacerdotes, porque también hoy Dios sigue llamando a jóvenes que están dispuestos a dar su vida entera para servir a Dios y a sus hermanos en el ministerio sacerdotal.
“¿Por qué quieres ser sacerdote?”, pregunté como rector a un joven arquitecto que un día se acercó a pedir ingreso en el Seminario. “Porque quiero dárselo todo a Jesucristo”, me respondió. Era novio y lo dejó para entregarse a Dios. Hoy es un excelente sacerdote.
Todos los que hoy son sacerdotes lo son, porque al sentir la llamada de Dios en su corazón, se han encontrado con un sacerdote referente, viendo realizado en él lo que Dios quiere realizar en los llamados. Por eso, hemos de orar al Señor por las vocaciones al sacerdocio y por todos aquellos que ya lo son, a fin de que sus vidas sean el mejor reflejo de Cristo sacerdote entre sus hermanos.
No es fácil ser sacerdote hoy, pero es apasionante. Como no fue fácil a María recibir la llamada a entregar su vida por completo y ponerla al servicio de Jesús. Es admirable la respuesta dada por María y es admirable, en su medida, la respuesta dada por el joven que se siente llamado.
A María Santísima pedimos para los sacerdotes y seminaristas la fidelidad al don recibido, porque siendo tan sublime este don, perderlo sería una desgracia inmensa. Para toda la vida, como María. Dios no se merece menos.
La Purísima y las Órdenes van íntimamente relacionadas en este 8 de diciembre, en los albores de la Navidad. Participemos en la alegría que viene de Dios y pidamos que muchos jóvenes que se plantean este camino, no duden como no dudó María en dar el paso para servir a Dios y a los hermanos.
Ave María purísima, sin pecado concebida. Mantén en la fidelidad hasta la muerte a todos tus sacerdotes, para que sean dignos ministros del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición.
AÑO DE LA MISERICORDIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia. La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras. La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca. Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia. Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo. Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados. Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno. A todos, mi afecto y mi bendición: El Año de la Misericordia Q
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2015 AÑO NUEVO, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ AÑO B
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz. La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia. Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él. La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo. En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales. En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor. Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir. Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico. Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”. Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás. Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud. No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea. Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). No es el odio el que construye la historia, sino el amor. Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz. Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud. Recibid mi afecto y mi bendición. Año nuevo, jornada mundial de la paz «No esclavos, sino hermanos» Q
LA IGLESIA, MADRE SIN FRONTERAS, HUIDA A EGIPTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús fue un emigrante y un refugiado. Tuvo que salir en brazos de María y de José de su tierra y de su casa y emigrar a Egipto, porque era perseguido por Herodes. La estancia en Egipto por parte de Jesús, el Hijo de Dios, durante los primeros años de su vida terrena le ha convertido en cercano especialmente a todos los que tienen que dejar su casa para mejorar sus condiciones de vida: por razones de trabajo para alcanzar un nivel que supere los mínimos de hambruna en los que se vive, por razones de bienestar para compartir la situación de los países avanzados o por razones de supervivencia, cuando las guerras, el exterminio o razones políticas hacen imposible vivir en su propia casa. La Iglesia no tiene fronteras, sino que es madre de todos. Nadie puede sentirse extranjero o forastero en la Iglesia. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19). En este domingo, Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, tenemos especialmente presentes a todos los que han tenido que dejar su tierra y su familia, por la razón que sea, para encontrar una situación mejor. En muchas ocasiones ese tránsito se ha producido con dolor, con desgarro, a veces poniendo en riesgo la propia vida. Y en ese tránsito muchos han perdido la vida o han visto violada su dignidad humana. La Iglesia, que es madre, quiere serlo especialmente de sus hijos que sufren. Vemos en nuestro entorno numerosos ciudadanos procedentes de África, de América, de Asia que son católicos como nosotros. Todos merecen respeto, los católicos y los que no lo son. Pero los católicos son “de casa” para otro católico. Hemos de abrir los ojos para acoger con amor cristiano a todos esos hermanos nuestros que llegan a este país de mayoría cató- lica y no son acogidos del todo. ¿Dónde está nuestra caridad fraterna? “Fui extranjero y me hospedasteis”, recuerda Jesús. “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Es verdad que no tenemos en nuestras manos la solución a un problema que nos desborda. El asunto de la emigración ha llegado a globalizarse, es asunto que escapa a nuestro control. Tiene raíces profundas en la injusticia con la que viven los países del Sur, que aspiran a entrar en los países del Norte más desarrollados. Y mientras no se ataje ese problema de injusticia mundial, no resolvemos casi nada. No cumplimos solamente con acoger de manera inmediata al que encontramos forastero en nuestro entorno. El asunto es de tamaño gigante. Pero no debemos permitir que se nos cuele en al alma la “globalización de la indiferencia”, es decir, no debemos permitir que al ser un problema tan universal, nos deje indiferentes también a nosotros porque no podemos remediarlo del todo. Algo podemos hacer, y es mucho lo que hacemos si nos damos cuenta de que los emigrantes son personas humanas, con toda su dignidad y sus derechos, y si además son católicos, son personas que debieran sentirse en su casa al llegar entre nosotros. Trabajo menos pagado, esclavitud sexual, redes de mendicidad para enriquecer al patrón, tráfico de niños, explotación por parte de las mafias en el traslado, etc. Hoy día el mayor negocio del mundo es el tráfico con personas, y el mundo de los emigrantes es el caldo de cultivo de este mercado. No podemos permanecer indiferentes, y algo podemos hacer cada uno. Aprovecho para agradecer todo lo que se está haciendo por parte de las parroquias y de la dió- cesis de Córdoba en este punto. La Iglesia es casa de acogida, también a los que vienen de otro país buscando una situación mejor. Regulen las autoridades civiles lo que tengan que regular en el servicio al bien común, pero respetemos todos la dignidad humana de cada persona. España es país fronterizo en distintas direcciones, ¿sabremos estar a la altura de nuestra situación estratégica para fomentar el respeto a la dignidad de todos los que llegan a nuestras fronteras por tierra, mar y aire? Iglesia sin fronteras, madre de todos. Que esta Jornada nos haga conscientes de que cada uno puede hacer algo, aunque sea pequeño, para acoger al forastero. Y muchas parroquias hacen mucho, como lo hace Cáritas o la Delegación diocesana de migraciones. A todos, muchas gracias en nombre todos los inmigrantes. Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Iglesia sin fronteras, madre de todos Q
NAVIDAD Y FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia. La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar– convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla. Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros. La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. Él aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos– puede suplirla. La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas–, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre quí- mico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homó- loga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos. Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia. Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias. Recibid mi afecto y mi bendición: Navidad y familia Q
IDEOLOGÍA DE GÉNERO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿En qué consiste la ideología de género, de la que oímos hablar continuamente? –El Papa (B16) acaba de referirse a ella, con tonos suaves pero profundamente alarmantes.
La ideología de género destroza la familia, rompe todo lazo del hombre con Dios a través de su propia naturaleza, sitúa al hombre por encima de Dios, y entonces Dios ya no es necesario para nada, sino que hemos de prescindir de Él, porque Dios es un obstáculo para la libertad del hombre.
La ideología de género es una filosofía, según la cual “el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía” (B16).
La frase emblemática de Simone de Beauvoir (1908-1986), pareja de Jean Paul Sartre: “Mujer no se nace, sino que se hace” expresa que el sexo es aquello que uno decide ser. Ya no valdrían las ecografías que detectan el sexo de la persona antes de nacer. Esperamos un bebé. ¿Es niño o niña? –La ecografía nos dice claramente que es niña. No. Lo que vale es lo que el sujeto decida. Si quiere ser varón, puede serlo, aunque haya nacido mujer. Y si quiere ser mujer puede serlo, aunque haya nacido varón. No se nace, se hace.
Al servicio de esta ideología existen una serie de programas formativos, médicos, escolares, etc. que tratan de hacer “tragar” esta ideología a todo el mundo, haciendo un daño tremendo en la conciencia de los niños, adolescentes y jóvenes.
La ideología de género no respeta para nada la propia naturaleza en la que Dios ha inscrito sus huellas: soy varón, soy mujer, por naturaleza. Lo acepto y lo vivo gozosamente y con gratitud al Creador. No. Relacionar con la naturaleza, y por tanto con Dios, mi identidad sexual es una esclavitud de la que la persona tiene que liberarse, según esta ideología equivocada.
De aquí viene un cierto feminismo radical, que rompe con Dios y con la propia naturaleza, tal como Dios la ha hecho. Un feminismo que se va extendiendo implacablemente, incluso en las escuelas.
La iglesia católica es odiada por los promotores de la ideología de género, precisamente porque se opone rotundamente a esto. “Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación” (B16). Y, sin embargo, una de las realidades más bonitas de la vida es la familia.
La familia según su estructura originaria, donde existe un padre y una madre, porque hay un varón y una mujer, iguales en dignidad, distintos y complementarios. Donde hay hijos, que brotan naturalmente del abrazo amoroso de los padres.
La apertura a la vida prolonga el amor de los padres en los hijos. Donde hay hermanos, y abuelos, y tíos, y primos, etc. ¡Qué bonita es la familia, tal como Dios la ha pensado! Dios quiere el bien del hombre, y por eso ha inventado la familia. Aunque la ideología de género intenta destruirla, la fuerza de la naturaleza y de la gracia es más potente que la fuerza del mal y de la muerte.
La familia necesita la redención de Cristo, porque Herodes sigue vivo, y no sólo mata inocentes en el seno materno, sino que intenta mentalizar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes con esta ideología, queriendo hacerles ver que hay “otros” tipos de familia.
El Hijo de Dios nació y vivió en una familia y santificó los lazos familiares. La fiesta de la Sda. Familia de Nazaret en el contexto de la Navidad es una preciosa ocasión para dar gracias a Dios por nuestras respectivas familias, que son como el nido donde hemos nacido o donde crecemos y nos sentimos amados.
Es ocasión para pedir por las familias que atraviesan dificultades, para echar una mano a la familia que tengo cerca y cuyas necesidades no son sólo materiales, sino a veces de sufrimientos por conflictos de todo tipo.
La fiesta de la Sda. Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José es una oportunidad para reafirmar que sólo en la familia, tal como Dios la ha instituido, encuentra el hombre su pleno desarrollo personal y, por tanto, la felicidad de su corazón. En la familia está el futuro de la humanidad, en la familia que responde al plan de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición..
BAUTISMO DEL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Preciosa presentación de Jesucristo por parte de su Padre desde el cielo: “Tú eres mi hijo amado, el predilecto” (Lc 3,22).
Concluimos con la fiesta del Bautismo del Señor el ciclo de Navidad este domingo, y nos preguntamos quién es éste, quién es Jesús. La presentación nos viene ofrecida por su Padre Dios: “Este es mi Hijo amado”. Jesús es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero.
Y ante el asombro de todos, hemos sabido que siendo Dios, y sin dejar de serlo, se ha hecho hombre verdadero. Hombre como nosotros, tomando una existencia plenamente humana, en todo semejante a la nuestra, excepto en el pecado. Es decir, se ha hecho hombre, y se ha hecho hombre en la condición de humillado, sometido al sufrimiento y a la muerte, para rescatar al hombre perdido por el pecado, alejado de Dios, sin rumbo y sin esperanza.
Los días de Navidad tienen este remate impresionante, para hacernos ver que solo en Jesucristo hay salvación para el hombre. El hombre de hoy –y de todos los tiempos– no tiene remedio con cualquier cosa. Tiene un cáncer, y eso no se cura con aspirina. Está herido de muerte, y no puede curarse con buenas palabras. Sólo en Jesucristo puede el hombre encontrar la salvación. Sólo en él hay esperanza para cualquier persona, sea cual sea su situación.
Porque Jesucristo ha dado su vida por cada uno de los humanos, ha recorrido los caminos perdidos de cada hombre para traerlo a la casa del Padre y hacerle disfrutar de los dones de Dios. Y eso sólo puede hacerlo siendo Dios, compartiendo con nosotros su condición divina, haciéndonos hijos en el Hijo.
Y lo ha hecho acercándose hasta nosotros en su condición humana, hecho niño indefenso, pasando desapercibido la mayor parte de su vida, y, mediante su ministerio público, anunciando el Reino de Dios a todos los hombres, por el camino de la conversión, hasta morir en la cruz y vencer la muerte en la resurrección.
El bautismo de Jesús ha inaugurado nuestro bautismo. El agua en la que Cristo entra, ungido por el Espíritu, ha recibido de él la fuerza del mismo Espíritu que le ha consagrado. Es como si el fuego entrando en el agua, convirtiera el agua en vehículo transmisor de ese mismo fuego.
El bautismo de Jesús es el origen de nuestra unción con el Espíritu para hacernos hijos de Dios. El Espíritu Santo ha capacitado la carne de Cristo para la gloria. Sumergido en el agua, como anticipo de su muerte, la carne de Cristo se ha hecho capaz para gozar de Dios eternamente. Y en ese mismo acto, y a través del agua, nos transmite a nosotros el Espíritu que nos capacita para superar el pecado y la muerte, hacernos hijos de Dios y herederos del cielo.
En esta fiesta del Bautismo del Señor yo también fui ungido por el Espíritu en la consagración episcopal. Entonces recibí la plenitud del sacerdocio ministerial para servir a la Iglesia en nombre de Cristo Cabeza y Esposo. Fue el 9 de enero de 2005 en Tarazona, en el día de san Eulogio de Córdoba. Hace ahora 8 años.
Al pasar los años, este santo cordobés me ha traído hasta esta preciosa ciudad e importante diócesis. Pedid a Dios por vuestro obispo Demetrio, para que sea humilde y valiente pregonero del Evangelio.
El domingo pasado, el Papa Benedicto XVI decía al consagrar nuevos obispos: “El obispo ha de estar poseído de la inquietud de Dios por los hombres… participa en la inquietud de Dios por los hombres… El agnosticismo ampliamente imperante hoy tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que lo pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios.
Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes es hoy especialmente acuciante para un Obispo. Él ha de ser valeroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes. A los que el Señor manda como corderos en medio de lobos se les requiere inevitablemente que tengan el valor de permanecer firmes en la verdad…
También de los sucesores de los Apóstoles se ha de esperar que sean constantemente golpeados, de manera moderna, si no cesan de anunciar de forma audible y comprensible el Evangelio de Jesucristo. Y entonces podrán estar alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes por él”. Pues eso, pedir al Señor que vuestro Obispo vaya delante del rebaño, dispuesto a dar la vida por cada uno cuando llega el lobo, avisando de los peligros y los engaños del enemigo, y anunciando a todos la salvación y la esperanza que sólo Jesucristo puede dar, porque es el único salvador de todos los hombres. Recibid mi afecto y mi bendición.
SEMANA DE UNIÓN POR LAS IGLESIAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Del 18 al 25 de enero, año tras año, celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, porque esperamos de Dios que se aligere el camino hacia la plena unidad de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo. La unidad es la meta, la oración es el camino. Es preciso orar, haciéndose eco de la oración de Cristo ante el Padre, por la unidad de los cristianos: “Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, para que el mundo crea” (Jn 17,21).
La unidad de los cristianos tiene su fundamento en la oración de Cristo y tiene un alto valor de signo y testimonio, para que el mundo crea. Jesucristo ha fundado su Iglesia: una, santa, católica, apostólica. Pero los hombres han ido desgajándola a lo largo de la historia.
Una gran ruptura se produjo en 1052, cuando las Iglesias de Oriente se separaron de Roma. Y otra ruptura más grande aún se produjo en torno a 1520, cuando Lutero rompió con Roma, proclamando una reforma. Son dos heridas sangrantes, que no han cicatrizado todavía. A comienzos del siglo XX, un fuerte movimiento ha inspirado a todos los cristianos que es posible recuperar la unidad perdida. Es el movimiento ecuménico, que tiene distintos aspectos. Oración, diálogo teológico, encuentros de líderes, acciones conjuntas en favor de la justicia y la paz.
La oración por la unidad de los cristianos ha de ser una intención primaria en nuestra oración habitual. Es posible la unidad, y por eso la pedimos y nos preparamos a ella en clima de fe. La unidad no será fruto solamente del diálogo o de las acciones humanas, necesarias para alcanzar este objetivo. La unidad será un don de Dios, en el momento oportuno según los planes de Dios. Y en este camino, todos tenemos que convertirnos. La unidad no vendrá del consenso negociado, rebajando cada uno algo de su verdad. Eso sería demoler la verdad y la parte de verdad que cada uno posea.
La unidad vendrá por la profundización en la verdad que cada uno ha alcanzado, porque la verdad profundizada confluye en la verdad total. Tenemos elementos comunes muy importantes, como son la Sagrada Escritura, algunos sacramentos como el bautismo, etc. Con las comunidades orientales, además, tenemos la sucesión apostólica en los obispos y presbíteros y por tanto la Eucaristía válida, donde se produce la transubstanciación del pan en el Cuerpo del Señor. Pero a todos los hermanos separados les falta la comunión plena con el Sucesor de Pedro, el Papa. Y éste es un elemento esencial de la única Iglesia de Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).
La Iglesia no ha dejado nunca de ser una, porque ha tenido siempre al Sucesor de Pedro con todos los demás elementos que la integran. La conversión que a todos se nos pide es la de dejar a un lado nuestras posturas particulares para profundizar en lo esencial que nos une y lo esencial que Cristo ha dejado a su Iglesia.
Cuántos hermanos separados del tronco común encuentran la única Iglesia de Cristo y piden la plena comunión con el Papa, como Sucesor del apóstol Pedro, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia.
En nuestros tiempos se está dando un fenómeno extraordinario, el paso masivo de anglicanos a la plena comunión de la Iglesia. Damos gracias a Dios por todo ello. Para acelerar este camino hacia la unidad, los católicos hemos de orar insistentemente.
Y a esa oración unir nuestra conversión para vivir más plenamente los dones que hemos recibido. Vivir mejor la Eucaristía, como presencia real, sacrificio y banquete. Vivir el perdón del sacramento de la penitencia. Vivir la comunión plena con el Papa, con su magisterio, con su disciplina.
También los católicos tenemos que recorrer un camino, que no consiste en despreciar ningún aspecto esencial de la única Iglesia de Cristo, sino en vivirlos de verdad cada uno de ellos, para que el mundo crea. Si un hermano cristiano separado se encuentra contigo, ¿le entrarán ganas de pertenecer a la Iglesia católica, al ver cómo vives tu pertenencia a la Iglesia, tu comunión con los demás hermanos dentro de la misma Iglesia, tu amor a la Eucaristía, tu obediencia al Papa y a los Obispos en comunión con él?
Oremos por la unidad de los cristianos y ensanchemos el corazón para acoger a nuestro hermano más cercano. De esta manera estamos recorriendo el camino hacia la unidad plena. Recibid mi afecto y mi bendición.
JESUS EN LA SINAGOGA: DOMINGO .. DESPUÉS DE EPIFANÍA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Todos estos domingos después de Epifanía se refieren a la autorevelación de Jesús. Es decir, Jesús se presenta declarando quién es y a qué viene al mundo.
Este domingo, Jesús va a su pueblo, donde todo el mundo le conoce, y acude el sábado a la sinagoga, donde los judíos se reúnen todas las semanas para leer y explicar las Escrituras. Allí había acudido desde niño y siendo joven.
Ahora ya adulto se presenta, después del bautismo en el Jordán, leyendo el libro de Isaías, que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres… a proclamar el año de gracia del Señor”. Y de manera directa, Jesús, terminada la lectura, afirma: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir” (Lc 4,-18-21). Es decir, yo soy este Mesías anunciado.
Los acontecimientos anteriores se han desarrollado junto al río Jordán, cuando Jesús, al inicio de su vida pública, fue en busca de Juan Bautista para ser bautizado también él.
Conocemos la escena del Bautismo, de la venida del Espíritu Santo sobre él y de la voz del Padre, que lo presenta al mundo como su Hijo amado. Y una vez que el Espíritu santo ha venido sobre él y lo ha envuelto en el amor del Padre, Jesús comienza su misión de anunciar el Evangelio a todos, especialmente a los pobres.
Jesús se presenta en Nazaret plenamente consciente de su identidad. Se siente el Hijo amado, se siente ungido por el Espíritu Santo, inundado del amor del Padre. Se siente destinado a llevar la salvación a todos los hombres, especialmente a los que sufren, a los pobres, que el Evangelio identifica con los humildes, los que confían en Dios.
No hay duda de que Jesucristo sabe quién es y a qué ha venido. Porque termina su lectura, comentando: “Hoy se ha cumplido esta Escritura” en mí. Yo soy el Mesías, el Ungido por el Espíritu. Yo soy el enviado para anunciar la salvación, el año de gracia del Señor. Eso significa Cristo, ungido. Y eso significa cristiano, ungido como Cristo por el mismo Espíritu.
El Espíritu ha capacitado el corazón de Cristo para amar hasta dar la vida, lo ha capacitado para la gloria, donde ha quedado repleto de la gloria de Dios. Y lo que el Espíritu ha hecho en Jesús, quiere hacerlo en nosotros, sus ungidos, sus cristianos.
La unción va unida a la misión. Es ungido para ser enviado. El cristiano no afronta sus tareas por iniciativa propia, como quien organiza una actividad que tiene en él su origen. El cristiano prolonga la misión de Cristo, que es la de anunciar el Evangelio del amor de Dios, rescatando el hombre de sus esclavitudes y llevándolo a la libertad de hijo de Dios.
Las palabras del profeta se han cumplido en Cristo, el ungido, y se prolongan en los cristianos, los ungidos. Cristo y los cristianos están para llevar al mundo la gracia de Dios, la misericordia de Dios, la libertad que brota de esa gracia de Dios para todos.
La evangelización no es en primer lugar una actividad humana organizada. La evangelización ante todo es la acogida del Espí- ritu santo, que nos identifica con Cristo. El protagonista de la evangelización es el Espíritu santo, que nos va recordando las palabras y las acciones de Cristo y las “cumple” hoy entre nosotros.
La tarea de la evangelización toma al evangelizador todo entero, no sólo una parte, y lo empapa del Espíritu santo. Y el fin de la evangelización no es principalmente mejorar las condiciones de vida material de los hombres, sino invitarlos a disfrutar de la libertad de los hijos de Dios, porque reciben el Espíritu que los hace libres. Libres del pecado, libres del mundo, libres de Satanás, que los tenía esclavizados. Y por eso, constructores de un mundo nuevo también en el orden social.
En la escena del Evangelio de este domingo, Cristo establece su programa: recibir el Espíritu santo para llevar la libertad de hijos a todos los hombres. En esta preciosa tarea está implicada la Iglesia en la evangelización de ayer, de hoy y de siempre. Recibid mi afecto y mi bendición.
EL AÑO 2915 ES DEL CICLO B: AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del ministerio público por parte de Jesús, él se encuentra con sus primeros discípulos y los llama para hacerlos apóstoles. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18). Los evangelios de estos domingos nos lo han recordado. Tenemos aquí el núcleo primero del seguimiento de Cristo, para todos los estados de vida, también para la vida consagrada. Jesús llama por su nombre a cada uno y la nueva vida que Jesús inaugura para sus discípulos consiste en estar con él, irse con él, seguir sus pasos, convivir con él, compartir su suerte, hacerse “consortes”. En el grupo de estos discípulos había varones y mujeres, iba acompañado por “los Doce y por algunas mujeres” (Lc 8,1-2), cuyos nombre se señalan: María, Juana, Susana, etc. He aquí una de las barreras que Jesús ha superado, cuando en su cultura y en su tiempo las mujeres no pintaban nada, ni iban a la escuela ni tenían ningún derecho ciudadano. Jesús, sin embargo, las ha llamado y las ha admitido a su seguimiento, como verdaderas discípulas, que aparecen en diversos pasajes del evangelio. La historia de la Iglesia y de la humanidad está llena de grandes mujeres, una de las cuales sobresale en este año de su V centenario, Teresa de Jesús. La vida consagrada consiste fundamentalmente en dejar los esquemas comunes instituidos por Dios en la creación de constituir una familia propia, por el matrimonio y los hijos engendrados, para seguir a Jesús y formar parte de otra familia nueva, más amplia, donde se vive el estilo de vida de Jesús pobre, virgen y obediente. Es propio de la vida consagrada la virginidad o la castidad perfecta por el Reino de los cielos, tal como la ha vivido el mismo Jesús. En la virginidad, Jesús está mostrando una fecundidad más amplia y más profunda, la que brota de Dios y hace hijos de Dios, dándoles la vida eterna. El camino del matrimonio es camino inventado por Dios y bendecido por Jesucristo. El matrimonio es camino de santidad, pues el amor humano queda santificado por el sacramento del matrimonio. Pero el camino de la vida consagrada, que tiene en alta estima el camino del matrimonio inventado por Dios, consiste en dejar esa senda y elegir otra, la que Cristo mismo ha vivido. En la vida consagrada se trata de seguir a Cristo pobre, virgen y obediente, entregándole la vida y gastándola en el servicio a los demás. Nadie puede ir por el camino de la vida consagrada, si no es llamado por Dios, pues se trata de un camino que supera por los cuatro costados las fuerzas humanas. Y nadie puede elegir un camino que le supera, si no es llamado y capacitado por Dios mismo. Además de ser llamado/a, es necesaria la gracia de Dios para perseverar en este santo propósito, pues la vida consagrada o se vive en un clima de fe, continuamente alimentado por la coherencia de vida, o se desvanece incluso aquella primera llamada con su respuesta generosa del primer momento. La Jornada mundial de la vida consagrada, que se celebra en toda la Iglesia el 2 de febrero, en la fiesta de la Candelaria, es ocasión propicia para agradecer a Dios el gran regalo de la vida consagrada en la Iglesia, y concretamente en nuestra diócesis de Córdoba. Cuántos testimonios hemos recibido de tantos religiosos y religiosas que han gastado su vida en el servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres en todos los campos. La Iglesia debe agradecer a todos los consagrados la entrega de sus vidas al Señor, el enorme servicio llevado a cabo, el fuerte testimonio de hombres y mujeres consagrados a Dios para toda la vida. Realmente, si nos faltara ese ejército de amor formado por tantas personas consagradas, a la Iglesia le faltaría un referente necesario para caminar hacia la santidad, a la que todos somos llamados. Los consagrados/as tiran de todo el Pueblo de Dios hacia arriba, a los valores evangélicos que sólo la gracia de Dios puede sostener. Los consagrados son los motores principales de un mundo nuevo, la nueva civilización del amor. Los consagrados nos recuerdan que lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: «Y dejándolo todo, le siguieron» En el Año de la vida consagrada Q
MANOS UNIDAS, LUCHAMOS CONTRA LA POBREZA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado. Y hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio. Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos. Manos Unidas lucha contra la pobreza en la que viven tantos millones de personas, que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución queremos contribuir. “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201). Manos Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo. A base de proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios, Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados, sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte. Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la erradicación de la pobreza. En todas las parroquias esta colecta es la más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer. La Ayuda Oficial al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos recursos. Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195). La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”. Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no tienen nada. El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una solidaridad que no nos despoje no sería cristiana. La caridad cristiana nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su sangre. Personas valoradas a tan alto precio. Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a él. Recibid mi afecto y mi bendición: Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas? Manos Unidas Q
MANOS UNIDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Manos Unidas vuelve otro año para sensibilizarnos en la solidaridad que nace de la caridad cristiana, es decir, en la solidaridad que tiene como fundamento la fe en Dios y en la dignidad humana, porque toda persona humana está llamada a ser hijo/a de Dios, a participar de los bienes de la Casa de Dios, a compartir los bienes de una sociedad más justa.
Manos Unidas es una ONG de la Iglesia Católica, y trabaja para erradicar el hambre en el mundo desde una visión cristiana del mundo y de la persona. El Año de la Fe también nos interpela en este campo de la caridad social. La Campaña de Manos Unidas adquiere su punto culminante en la colecta litúrgica que presentamos en la Misa del domingo segundo de febrero, el día 10.
El fruto de nuestro ayuno lo ponemos “a los pies de los apóstoles” (Hech 4,35), como hacía la primera comunidad cuando uno se desprendía de sus bienes y los entregaba a los apóstoles. Nosotros ahora, para remediar con esa generosa contribución el hambre en el mundo.
Este año Manos Unidas nos propone un lema “No hay justicia sin igualdad”, dentro de los Objetivos del Milenio para erradicar la pobreza en el mundo. Es un lema que puede leerse desde distintas perspectivas. La perspectiva de Manos Unidas, que contribuye notablemente a la educación y al progreso de la sociedad, es una perspectiva cristiana. Dios ha creado al hombre, varón y mujer (Gn 1,27), iguales en dignidad, distintos y complementarios, a imagen de Dios y para llegar a ser semejanza suya.
En esta igualdad querida por Dios e inscrita en la naturaleza humana, la mujer está menos valorada a lo largo de la historia y a día de hoy. La igualdad que Dios propone consiste en promover esa igualdad, que coloque a la mujer en igualdad de condiciones para acceder a la cultura, al trabajo, a la sociedad en todos sus aspectos, al reconocimiento de todos sus derechos.
La igualdad no significa borrar toda diferencia entre varón y mujer, que enriquece la sociedad, haciendo a los dos complementarios según el proyecto de Dios. Ese igualitarismo rompería la armonía de la creación y la ecología social.
La igualdad que brota de la visión cristiana dignifica a la mujer. Más aún, sitúa a la mujer como especialmente protagonista de este desarrollo. El fin de Manos Unidas es la lucha contra el hambre, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo, la falta de instrucción y las causas que las producen. Acabar con la desigualdad y favorecer que las mujeres tengan capacidad para encauzar responsablemente sus vidas, son cuestiones fundamentales en las que hay que incidir, entre otras razones, porque de ellas depende que consigamos erradicar la pobreza.
La promoción de la mujer es un objetivo prioritario de Manos Unidas; ella es agente fundamental de desarrollo, familiar y social, y juega un papel decisivo en el ámbito económico. La desigualdad que padece, el hecho de que se le impida el ejercicio de tantos derechos, aumenta la pobreza y la inseguridad alimentaria en el mundo.
Agradezco de corazón a tantas personas que trabajan en Manos Unidas en la diócesis de Córdoba, no sólo en los servicios diocesanos desde la ciudad, sino en todas y cada una de las parroquias, donde al realizar la Visita pastoral me encuentro siempre con la delegada parroquial.
Son multitud de iniciativas, que brotan de la parroquia e implican a todo el vecindario con el objetivo de recaudar fondos para los fines de Manos Unidas: rastrillos, rifas, tómbolas, cenas del hambre, venta de dulces u otros objetos regalados, colectas, que desembocan en la colecta litúrgica del domingo, para hacer de todo ese esfuerzo una ofrenda sagrada al Señor. S
e trata de toda una movida, que protagonizan las mujeres de la parroquia y en la que colaboran todo tipo de personas. Esa acción por sí misma va educando a todos en la solidaridad cristiana para que cada año se cumpla la Campaña propuesta. La fe y la caridad que brota de ella no nos aparta de la justicia, sino que la promueve.
Este año, trabajamos todos con Manos Unidas para que la igualdad llegue a todas las mujeres del mundo, tantas veces explotadas, y sean reconocidos sus derechos. “No hay justicia sin igualdad”. Recibid mi afecto y mi bendición.
SAN VALENTÍN, DÍA DE LOS ENAMORADOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el “día de los enamorados”. ¿De dónde viene esta costumbre? San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. Él propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio. Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse. Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual. Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo. El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse. No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc. La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios. Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin lí- mite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos. El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre. El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor. Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan. Eso es el sacramento del matrimonio. Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que Él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente. Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama. El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro, aún sin querer, me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad. Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque Él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo. San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano. Recibid mi afecto y mi bendición: San Valentín, día de los enamorados Q
JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada para la Vida consagrada se celebra cada año el 2 de febrero. Coincidiendo con la fiesta litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo en brazos de María su madre, la Candelaria, y acompañados de José.
Esta fiesta nos presenta a Jesús como “luz de las gentes” puesto en el candelero de su madre, para alumbrar a todo hombre que viene a este mundo. Cristo alumbra a todo hombre y le descubre su dignidad de hijo de Dios con la colaboración de María, que lo presenta en el Templo.
La vida consagrada tiene esta misión, la de anunciar a Cristo en nuestro tiempo. La misión de alumbrar a todo hombre con la luz de Cristo, que se ha encendido en el corazón y en la vida de cada consagrado/a.
Una persona consagrada es una luz encendida para estimular y alimentar la fe del pueblo cristiano. En este Año de la fe, nos damos cuenta de que cada persona consagrada es como un signo vivo de Cristo resucitado en medio de su pueblo.
La Iglesia necesita en nuestros días estas luminarias que alimenten la fe de tantas personas que vacilan o que se apartan de Dios. Muchas veces no convencen las palabras, ni siquiera la predicación. En esas ocasiones, lo único que convence es el testimonio de vida. Una persona consagrada es un signo viviente, que prolonga el amor de Dios a los hombres y expresa que sólo Dios debe ser amado con totalidad.
En nuestra diócesis de Córdoba, Dios nos ha bendecido con una presencia abundante de personas consagradas, hombres y mujeres, en las distintas formas de consagración: contemplativos/as, religiosos/as, seculares, vírgenes consagradas.
Los contemplativos, monjes y monjas, hacen de sus monasterios lugares de oración continua. Alabanza a Dios en la liturgia diaria, intercesión por las necesidades de la Iglesia, cargando con la cruz de tantas personas que sufren. Porque no se han retirado del mundo para desinteresarse de sus hermanos, sino para llevar en sus corazones las penas y las alegrías de sus contemporáneos. Los monasterios de monjes y monjas de nuestra diócesis con también lugares y oasis de oración para quienes los visitan, para unos días de retiro, de oración, de reflexión. Hay en nuestra diócesis abundantes religiosos/as en obras de apostolado, según el carisma propio de cada Congregación.
En el campo educativo, colegios, guarderías. En el campo de la beneficencia, atendiendo enfermos, ancianos, pobres de todo tipo. En el campo de las parroquias, asumiendo tareas de catequesis, formación, etc.
Y tantas otras personas consagradas en institutos seculares, en el orden de las vírgenes, en asociaciones de fieles. Qué sería de nuestra diócesis sin esta presencia tan benéfica. Todos ellos son un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Valoremos estos dones de Dios en su Iglesia. En muchos casos constatamos disminución de presencia por la escasez de vocaciones.
Es momento de gratitud, más que de lamentos. Cada una de las personas consagradas es una luz encendida, y por cada una de ellas damos gracias a Dios, al tiempo que pedimos a Dios nuevas vocaciones para que no nos falte nunca esa luz tan necesaria en nuestro mundo.
Que la Jornada para la Vida consagrada aliente la fidelidad de todos los consagrados, en todos los carismas que embellecen y enriquecen la Iglesia santa de Dios. Que esta Jornada nos lleve a todos a dar gracias a Dios por lo que continuamente recibimos de su testimonio y su trabajo en los distintos campos.
Que el Señor siga bendiciendo nuestra diócesis con nuevas vocaciones a la vida consagrada, que sean signos de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Recibid mi afecto y mi bendición.
LA CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de vida, a retomar el rumbo para el que hemos nacido y del que nos hemos desviado por el pecado.
La Cuaresma nos prepara a la Pascua, en la que por el bautismo somos renovados, recibimos el Espíritu Santo y vivimos una vida nueva. Ahora bien, la conversión es posible en nuestra vida gracias a la paciencia de Dios con nosotros. El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola de la higuera estéril, que el dueño podría arrancar para encontrar otros frutos y no ocupar terreno en balde. Sin embargo, el viñador intercede: “Señor, déjala todavía este año: yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto” (Lc 13,8).
La misericordia de Dios tiene una paciencia sin límite con cada uno de nosotros, a ver si damos fruto. “Si no, al año que viene la cortarás”. La paciencia de Dios es infinita, pero nuestro tiempo se acaba, y por eso urge. “Y si no os convertís, pereceréis de la misma manera” (Lc 13,5).
La conversión no es fruto solamente de nuestro esfuerzo, pues nuestras fuerzas son escasas y el objetivo es desproporcionado a nuestra capacidad. Llegar a ser hijos de Dios en plenitud, llegar a la santidad que Dios nos ofrece no puede ser fruto de nuestro esfuerzo. La conversión es ante todo gracia de Dios, y la cuaresma está llena de tales gracias, que nos mueven a cambiar. “Ahora es tiempo favorable; ahora es el día de la salvación” (2Co 6,2).
La cuaresma es, por tanto, un tiempo privilegiado para esperar el cambio radical de nuestra vida, es tiempo privilegiado para esperar el cambio de otras personas conocidas o desconocidas, por las que intercedemos, como el viñador, con el compromiso de cuidar esa planta.
La conversión la produce Dios, que es el único que puede cambiar las voluntades humanas, y Él nos invita en este tiempo de gracia a colaborar activamente en esta tarea, en nosotros y en los demás. “El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión” (2Pe 3,9).
Y las pautas que la Iglesia nos señala para este tiempo de gracia son: oración, ayuno y limosna. Acercarse a Dios, acoger su gracia en la oración con espíritu de fe, escuchar su Palabra, rumiarla en el corazón, es el primer paso para alimentar la fe, puesto que la fe brota de la escucha de la Palabra de Dios. Cuidar durante este tiempo todos los actos de oración: la misa, el perdón, las devociones, de manera que alimentemos un clima de fe, de donde brota todo lo demás.
La primera llamada de la conversión es la de volver a Dios, acercarnos más a Él. El ayuno consiste en privarse incluso de lo necesario, para abrir la mente y el corazón a Dios, espabilados para oír su voz. Y por el ayuno, abrir nuestro corazón a las necesidades de los demás.
El ayuno nos capacita para la relación con Dios y la relación con los demás. En definitiva, el ayuno rompe el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos, el ayuno nos hace libres y capaces de amar. Lo que muchas veces nos parece imprescindible, por la mortificación y el ayuno podemos desprendernos de ello, ayudados siempre por la gracia de Dios.
Y un corazón libre, hecho capaz de amar, sale al encuentro de las necesidades de los demás, desbordándose en la caridad. Ponernos delante de las necesidades de los que sufren, despierta en nosotros la misericordia, ablanda nuestro corazón, provoca la compasión.
Si Dios nos ama tan generosamente, cómo no amar nosotros en la misma línea a nuestros hermanos. Ponernos al lado del que sufre, nos pilla los dedos, compromete nuestra existencia, y nos hace crecer en el amor. Ésta es la misericordia que Dios quiere. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5,7). “Señor, déjala todavía este año”. La cuaresma nos ofrece una nueva oportunidad. Aprovechémosla. Recibid mi afecto y mi bendición.
CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros. Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será. Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás. Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios. La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús. Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia. Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder. Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios. Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas. Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas. El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña. La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás. “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal. Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua. Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración. Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio. Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua. Con mi afecto y mi bendición: Cuaresma: lucha contra Satanás Q
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios. Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas. Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15). La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo. Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa. El mandamiento principal es “amarás…”. La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10). Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar. A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros. En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma. Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos. Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20). El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios. A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien. Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente. Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente. Recibid mi afecto y mi bendición: Los diez mandamientos Q
DOMINGO DE PASIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos encontramos ya en el domingo de pasión, cercanos a la Semana Santa y a la Pascua. Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo. La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre. Un punto clave de la redención es la obediencia de Cristo al Padre. Una obediencia que no le merma libertad, porque se vive en el amor generoso, sino que nos da la clave de la verdadera libertad. El hombre tiene una sed profunda de libertad, aspira a ella, la grita por las calles, se siente humillado cuando esa libertad no se le reconoce. Es una aspiración sana y verdadera, porque el hombre está hecho para la libertad. Pero, al mismo tiempo, esa aspiración por la libertad encuentra señuelos y sucedáneos que le entrampan como una emboscada y le hacen más esclavo que antes. Buscando la libertad, tantas veces se equivoca de camino y se hace cada vez más esclavo. Nunca se ha proclamado tanto la libertad y nunca ha habido tantas esclavitudes. Esclavitud en el trabajo, adicciones al sexo, al alcohol, al juego, a la droga. El hombre aspira a ser libre y se ve enredado en múltiples esclavitudes: el afán de poder esclaviza, el deseo de placer esclaviza, el ansia por tener esclaviza. Mucha gente vive esclava de su propia imagen y es capaz de hacer grandes sacrificios por tener un busto que los demás puedan admirar. Cuántas esclavitudes personales y cuántas otras que vienen del egoísmo de los demás. Cuando el hombre no tiene su norte en Dios, se convierte en dominador de los demás, haciéndolos esclavos, porque él ya está esclavizado. Necesitamos mirada larga, necesitamos respirar otro ambiente, necesitamos salir de lo que nos asfixia para sentir la libertad de gozar de la vida, de tener esperanza ante las dificultades, de ampliar un horizonte que no tenga límite. Este domingo se nos presenta Jesús obediente al Padre, enseñándonos el camino de la verdadera libertad. Si quieres ser libre, camina por la senda de los mandamientos de Dios. Si quieres ser libre, déjate mover por aquel mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por nosotros. Si aspiras a la verdadera libertad, abre tu corazón a las necesidades de los hermanos más necesitados. No te cierres en ti mismo. Elige libremente el camino que a Jesús le ha llevado por la pasión y la muerte a la gloria de la resurrección. Abre tu corazón al hermano y ocú- pate más de sus necesidades que de tus caprichos. Obediencia. Esta es la palabra clave para una verdadera libertad. Obediencia que a veces incluye sufrimiento y muerte. “A gritos y con lágrimas (Cristo) presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y en su angustia fue escuchado” (Hebr 5,7). Obediencia que, vivida con amor, trae la salvación, ayuda al hermano, se entrega y da la vida. Este domingo de pasión nos acerca a la Semana Santa. Este año la ciudad de Córdoba celebra los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, y para ello disfrutaremos de un año jubilar, que será inaugurado el viernes de dolores. “Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María” (Jn 19,25). Ella compartió todos los sentimientos de su Hijo, ella acompaña hoy a todos los hijos que sufren por cualquier causa. Ella nos enseña a todos a obedecer a Dios. Ella nos enseña el camino de la verdadera libertad. Recibid mi afecto y mi bendición: Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer Q
MISA CRISMAL
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si sólo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo. En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes. En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios. ¿Qué celebramos en la Misa Crismal? Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo. Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espí- ritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo. A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados. La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres. Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal. En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación. Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un río de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia. ¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templos vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados. Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia. Este año serán seis nuevos presbíteros. Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios. Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda. En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen continuamente los consagrados con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello. Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana. En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf. Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición: La Misa Crismal Q
OREMOS POR LA ELECCIÓN DEL NUEVO PAPA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia se encuentra en estos días reunida en oración para invocar al Espíritu Santo, a fin de que asista a los Padres Cardenales en la elección del nuevo Pontífice. Tras la voluntaria y libre renuncia del papa emérito Benedicto XVI a la Sede de Pedro, se han puesto en marcha los organismos competentes para dar a la Iglesia un nuevo Sucesor del apóstol Pedro, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal. Es Dios el que llama y elige, y lo hace con la colaboración de las mediaciones humanas correspondientes. En este caso, corresponde a los Padres Cardenales menores de 80 años reunirse para elegir el nuevo Sucesor de Pedro y Obispo de Roma.
La elección debe ir acompañada por la aceptación del sujeto, y, cuando esto se produzca, se anunciará a la Iglesia universal: “Os anuncio una gran alegría: Tenemos Papa (Habemus Papam)”. Y reconoceremos en él al elegido por Dios para regir su Iglesia universal. Es un momento privilegiado para vivirlo en clima de fe.
“Creo en la Iglesia” confesamos en el Credo. Y eso significa que esta Iglesia la ha fundado Jesucristo nuestro Señor, que el Espíritu Santo es el alma que la sostiene, la santifica y la envía a la misión. Y que a esta Iglesia, Jesucristo la ha dotado de un pastor universal, que representa a Jesucristo buen Pastor de todos los pastores y fieles.
No se trata por tanto de un elemento puramente organizativo, sino de un aspecto de la fe, de nuestra fe en la Iglesia. Muchos aspectos accidentales de la Iglesia pueden ir cambiando a lo largo de los siglos, pero éste es un dato fundamental: que Cristo ha puesto al frente de su Iglesia al apóstol Pedro y a los Doce apóstoles con él, para que prolonguen al buen Pastor Jesucristo, que da la vida por sus ovejas. Y aquí viene la oración.
Necesitamos la oración para entrar con la fe en este aspecto del misterio, necesitamos la oración para no quedarnos en las anécdotas que nos cuentan los medios de comunicación. No entramos en la oración para pedirle a Dios por mi candidato, sino para disponer mi espíritu a recibir de Dios aquel que sea elegido.
Oramos por los Padres Cardenales electores, para que procedan a la elección con rectitud de intención, para que no busquen otra cosa que el bien de la Iglesia universal, para que el Espíritu Santo los ilumine y cada uno de ellos se deje mover por la gracia.
Y oramos también por el que vaya a ser elegido, para que llegado el momento de la aceptación, pueda hacerlo con libertad de espíritu, sienta la fuerza de Dios que le llama y le da la gracia para la tarea y encuentre en todos los fieles de la Iglesia la obediencia pronta a sus orientaciones pastorales.
Oramos para que todos los fieles lo reciban en la fe y en la comunión eclesial. A veces recibe uno esa pregunta: ¿cómo quiere que sea el nuevo Papa? Y cuando sea elegido, ¿qué le parece el nuevo Papa? Estamos acostumbrados a juzgar de todo y en todo, y como una niebla que oscurece la fe, a proyectar nuestro juicio también sobre estas realidades sobrenaturales.
Sin embargo, no somos nosotros los que juzgamos al Papa ni le sometemos a nuestro juicio, sino que humildemente hemos de someternos nosotros al juicio que él tenga sobre nosotros.
El Sucesor de Pedro es puesto al frente de su Iglesia para guiarnos y conducirnos por el camino de Cristo, y ha de contar con nuestra pronta obediencia y nuestra acogida en el amor cristiano. Por eso, rezamos, para que nuestra fe no se nuble con tantas informaciones y comentarios, sino que vayamos a lo fundamental de estos días y lo vivamos con espíritu de fe.
En todas las parroquias y comunidades oramos estos días por el Romano Pontífice que va a ser elegido. Y reafirmamos nuestra pertenencia a la Iglesia, con el deseo de obedecer prontamente al que sea elegido como Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Recibid mi afecto y mi bendición.
PAPA FRANCISCO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Ha sido como una ola de aire fresco, que ha encendido millones de esperanzas en el corazón de otras tantas personas. La plaza de San Pedro se inundó de fieles, y escuchamos con gran sorpresa: Habemus Papam!, cuyo nombre es Francisco.
No otro Francisco, sino Francisco de Asís, el poverello y humilde Francisco de Asís, el patrono de la ecología como lugar creado por Dios para el hombre, el del Cantico de las criaturas, el santo de la paz, Haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz! “No te olvides de los pobres”, le decía un cardenal al oído, y el nuevo Papa pensó en Francisco de Asís.
Cómo desean lo hombres de nuestro tiempo encontrar razones para la esperanza. Y no valen las promesas que tantos hacen y luego no cumplen. El mundo entero ha visto en la elección del nuevo Papa un motivo de esperanza, porque ha visto en él, en los pocos días que lleva, gestos de frescor evangélico. Como si este tipo de personas tan importantes fueran del todo inaccesibles o estuvieran blindadas al trato personal y directo con la gente.
El Papa Francisco ha roto esa impresión, y aunque nosotros no podamos saludarle directamente, hemos visto que se acerca y acoge, que escucha y quiere llegar a todos. Como Jesús en el Evangelio, de quien el Papa es Vicario en la tierra. Y esto alegra el corazón de muchos, de creyentes y no creyentes, de católicos y no católicos.
Hemos de orar por el Papa Francisco para que le dejen ser y expresarse así, para que su palabra y sus gestos lleguen a toda persona de buena voluntad y a todos pueda anunciar el Evangelio de la esperanza, que está destinado especialmente a los pobres y sencillos de corazón.
He acudido a Roma, en nombre propio y en representación de toda la diócesis de Córdoba, para orar con el Papa y por el Papa. Tiempo habrá de hablarle de nuestras cosas. Ahora, para rezar y vivir esa comunión plena con el Sucesor de Pedro, que nos hace católicos.
No esperemos novedades en el campo doctrinal. La Iglesia es heredera del Evangelio de Jesucristo con el encargo de anunciarlo a los hombres de nuestra generación. Pero hemos de poner la imaginación al servicio de esta evangelización, haciéndonos cada vez más transparencia de ese Evangelio que anunciamos.
Con qué facilidad nos instalamos mentalmente y vitalmente, domesticando el Evangelio y reduciéndolo a nuestra medida. Dios, sin embargo, quiere sacarnos de nuestras casillas, quiere ensanchar nuestra capacidad para llenarnos de Él. E igualmente, en nuestras maneras de actuar, va abriendo caminos nuevos para el Evangelio de una manera que no podíamos sospechar. “Mirad que realizo algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,18).
La novedad es siempre Jesucristo y no sabemos con qué matices se va a expresar a través de este Papa, pero el mundo entero ha percibido que algo nuevo está brotando, y esa novedad es siempre una sorpresa del Espíritu Santo para quienes estén dóciles a sus inspiraciones.
La Iglesia está viva. Los Padres Cardenales han cumplido su tarea de dar a la Iglesia un nuevo Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Y lo han hecho de manera admirable para todo el mundo, como un ejemplo de buen hacer, en un clima de oración y de seriedad, lejos de las intrigas y grupos de presión que nos contaba la prensa.
Acogemos al Papa Francisco con el corazón abierto de par en par, no sólo porque nos gusten o no sus formas, sino porque es quien representa a Cristo en este momento concreto.
Y sus apariciones en público tienen la mejor expresión de que Jesucristo quiere salir al encuentro de cada persona, para expresarle su amor y la misericordia de Dios. Nos preparamos así a la Semana Santa, con actitud de conversión y con renovado deseo de seguir cumpliendo la misión que Dios nos ha encomendado a cada uno en su Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición.
DIA DEL SEMINARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Día del Seminario es una ocasión propicia para agradecer a Dios que tengamos sacerdotes/presbíteros en nuestras parroquias, en nuestros grupos y comunidades, en nuestros colegios y hospitales y en tantos lugares donde Jesucristo se nos hace presente por medio de ellos. Es una gracia inmensa de Dios que no falten sacerdotes a su Iglesia, a nuestra diócesis de Córdoba.
Y si la Iglesia quiere tener sacerdotes, tiene que prepararlos bien, nos recuerda san Juan de Ávila. La vocación al sacerdocio es una llamada de Dios, a la que el llamado responde fiándose de Dios. Y Dios Padre se nos acerca visiblemente en su Hijo Jesucristo hecho hombre, que ha llamado a tantos para seguirle por el camino del sacerdocio, dándoles su Espíritu Santo. Todo ello, en la Iglesia comunidad, donde nacemos por el bautismo y donde se configura la vocación a la santidad de cada uno para el servicio a la humanidad.
La diócesis de Córdoba necesita sacerdotes para atender sus propias necesidades y para el servicio de la Iglesia universal. Y tales sacerdotes han de salir de entre los niños y jóvenes de nuestras familias.
Cada nuevo sacerdote es un milagro de Dios, porque responde a esa vocación en medio de mil dificultades. Por eso, hemos de crear entre todos un clima propicio para que se produzca esa llamada y para que sea respondida con facilidad y prontitud.
Más de 90 jóvenes se preparan hoy en Córdoba para ser sacerdotes: 35 en el Seminario Mayor “San Pelagio”, otros tantos en el Seminario Menor, provenientes todos de nuestra diócesis, y una veintena en el Seminario “Redemptoris Mater”, provenientes de distintos lugares del mundo. Y además, un pequeño grupo de otros cinco religiosos cursan estudios junto a los demás.
Todos se sienten llamados a ser un día sacerdotes del Señor, porque han descubierto esa vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Damos gracias a Dios por cada uno de estos jóvenes, y pedimos a Dios que envíe más y más trabajadores de su viña, y que mantenga fieles en su servicio a todos los llamados.
Necesitamos muchos más, y por eso le pedimos a Dios continuamente por las vocaciones sacerdotales, porque Dios quiere atender nuestra súplica, para que a su Iglesia no le falten nunca sacerdotes, no le falte nunca la Eucaristía.
Las vocaciones surgen como en su clima natural allí donde hay vida cristiana y fervor: en las familias cristianas, en las parroquias, grupos, colegios, movimientos y comunidades cristianas.
La mejor pastoral vocacional es un buen clima de vida cristiana, donde el niño y el joven perciban la llamada de Dios y puedan responderla con normalidad. En un buen clima de vida cristiana, brotan ésta y todas las vocaciones que configuran la familia de los hijos de Dios.
Por eso, es urgente y necesaria la pastoral juvenil que lleve a lo esencial, al encuentro con Cristo y a la vida nueva que brota de ese encuentro. Fiarse de Jesucristo es dejarse seducir por Él y vivir como vivió Él, dejando a un lado otras posibilidades por buenas que sean. “Sé de quién me he fiado” es el lema de este año.
La vocación es un diálogo de amor, que genera confianza mutua. Cuando Dios llama, lo hace con un gesto de confianza del que nunca se arrepiente. La llamada de Dios es irrevocable. Y quien responde a esta llamada experimenta que se ha fiado de Dios, se ha fiado de Jesucristo, y ésa es la roca sólida en la que se cimienta su respuesta.
La frase es de san Pablo, que una vez que se encontró con Jesucristo la vida le cambió, y ya nadie pudo apartarle de ese amor, a pesar de las dificultades que tuvo que afrontar.
Fiarse de Jesucristo merece la pena, en esta y en todas las vocaciones cristianas. Que muchos niños y jóvenes experimenten esa confianza, y respondan con amor a quien les llama para seguirle de cerca en el sacerdocio/presbiterado. Recibid mi afecto y mi bendición.
SEMINARIO Y VOCACIONES:ORDENACIONES SACERDOTALES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El sábado 23 de junio es una fecha señalada en el calendario de la diócesis de Córdoba. Dos nuevos sacerdotes van a ser ordenados presbíteros en la Santa Iglesia Catedral. Es día de fiesta grande para todos. El presbiterio diocesano con su obispo acoge a estos dos jóvenes sacerdotes en una cadena ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros días.
Las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” resuenan especialmente en este acontecimiento. La Iglesia puede seguir cumpliendo su misión evangelizadora gracias a este hilo rojo, que nunca se ha roto y que proviene de Jesús a través de los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros. Jesucristo sostiene a su Iglesia, manteniéndola fiel al Evangelio.
Él ha tocado el corazón de estos jóvenes y los ha llamado a seguirle. Él los consagra ministros suyos, para que actúen en su nombre y con su autoridad, in persona Christi capitis. Él los envía a la misión, como un día envió a los apóstoles “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros” (Mt 28, 19- 20).
Junto a estos jóvenes, Jesucristo sigue llamando a otros muchos jóvenes por todos los lugares de la tierra para que prolonguen esta sagrada misión hasta el final de los tiempos. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado” (Lc 10,16).
Es asombroso constatar que Jesús sigue llamando y cómo muchos jóvenes le responden positivamente. Gocemos de este gran acontecimiento eclesial y social. El Seminario es el lugar, el tiempo, la comunidad, todo un conjunto de medios, que los ha preparado y los ha hecho “dignos” de ser presentados a las sagradas Órdenes. Seminario diocesano Mayor y Menor de “San Pelagio”.
La diócesis mira al Seminario como el corazón de la diócesis, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Y todo periodo de gestación es especialmente delicado y requiere especiales atenciones. Damos gracias a Dios porque nos concede una Comunidad viva en el Seminario. Siguen llegando jóvenes, que son atendidos con esmero y delicadeza, para acompañar todo su proceso de discernimiento, maduración, crecimiento y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres.
Agradecemos a todos los que colaboran en el Seminario: formadores, profesores, personal de servicio. Esta fiesta es para todos y estimula a todos a seguir trabajando en esta dirección, la de hacer sacerdotes santos, según el Corazón de Cristo.
Para las familias es también una fiesta. Los nuevos sacerdotes y los que se preparan a serlo no han caído del cielo, sino que han nacido en el seno de una familia. Bendita familia en la que Dios llama a alguno de sus miembros para el sacerdocio o para la vida consagrada. Supone un gran regalo de Dios y supone un sacrificio para la familia, una generosa donación a fondo perdido. Dios recompensará como sabe hacerlo esta generosidad de los padres, dando su hijo para el Seminario, para el sacerdocio. Encontrar apoyo en la propia familia es una gran ayuda para el que da este paso, y es una gran ayuda para mantenerse fiel en esta vocación. Gracias, padres y madres. Dios llama a vuestros hijos, vosotros los ofrecéis para que sirvan a Dios y a los hombres.
En las parroquias el gozo es desbordante. Qué alegría para un sacerdote haber ayudado, acompañado, orientado a una vocación sacerdotal; y ver que llega a su madurez. Creo que es una de las mayores alegrías del corazón de un sacerdote.
Por eso, los párrocos y todos los sacerdotes que entran en contacto con estos jóvenes se sienten recompensados con creces cuando llega el día de la ordenación sacerdotal.
Felicitamos a la diócesis de Córdoba, Iglesia santa, esposa del Señor, por el regalo que recibe de su esposo en estos dos nuevos presbíteros. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo 125).
19 DE MARZO Y 1º DE MAYO: FIESTA DE SAN JOSÉ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La próxima fiesta de san José Obrero el 1 de mayo nos invita a pensar desde la fe en el mundo del trabajo, en las personas en cuanto son sujetos activos del trabajo que realizan, en los problemas que surgen en esta dimensión del hombre, en las relaciones que se establecen precisamente por motivo del trabajo.
El trabajo humano no tiene sólo la perspectiva de la producción, sino ante todo la perspectiva de la persona. La doctrina social de la Iglesia, la que brota del Evangelio y está transida de amor al hombre, nos enseña que el trabajo es el centro de la cuestión social.
El trabajo abarca muchos aspectos, refiriéndose al hombre. Puede considerarse desde el punto de vista de la técnica, de los medios de producción, etc. O puede considerarse desde el hombre como sujeto activo, que crece y se personaliza en el trabajo. En cualquier caso, siempre es el hombre el centro del trabajo, no la producción.
El hombre se mide por sí mismo, por lo que es, no por lo que produce. Y el hombre en su dimensión personal y familiar. Vivimos días de fuerte crisis en el mundo laboral, sobre todo porque no hay trabajo para todos. Más aún, se ha llegado a unos niveles de paro inimaginables. Y además, no se ve solución fácil ni pronta.
Es un problema generalizado en los países del bienestar, donde habíamos llegado a un nivel de producción y de consumo, que casi nos parecía haber alcanzado el paraíso terrenal. Pero algo se ha roto en el sistema, y la máquina no funciona.
Las prestaciones sociales se acaban y muchas personas, de las que dependen muchas familias, se ven en la angustiosa situación de no tener trabajo. Y de ahí surgen otros muchos problemas personales y familiares, como es el sentimiento de inutilidad, la falta de esperanza, el empobrecimiento de grandes grupos de personas, etc.
La fiesta de san José Obrero, el día del trabajo, es ocasión para pensar qué podemos hacer. Y lo primero de todo, es darnos cuenta de que la dignidad le viene al trabajo de ser colaboración con la obra de Dios.
Dios ha creado el mundo y ha mandado al hombre que lo domine y lo organice para su bien, según el plan de Dios. Sin Dios, los problemas del trabajo no tienen arreglo. Y en la tarea del trabajo, el hombre aprende a convivir con los demás, haciendo del trabajo un lugar de encuentro, nunca de conflicto.
En segundo lugar, hemos de estar abiertos a la solidaridad con quien no tiene nada de nada, para ayudarle en su emergencia y abrirle caminos de esperanza.
Las dificultades unen a los hombres para superar juntos tales problemas. Además, deben favorecerse las iniciativas personales o de grupo que tienden a proyectar la capacidad creativa del hombre para servir a la sociedad con su propio trabajo.
El ideal no es conseguir un trabajo para rendir lo menos posible, teniendo un sueldo asegurado a costa de no sé quién. En el trabajo, uno debe considerar como propio aquello que realiza, al mismo tiempo que reclama la dignidad de su obra ante los demás.
La apertura a la vida, engendrar a la generación venidera, es otro punto importante de la cuestión social, porque si no hay generación de reemplazo, no será posible garantizar las pensiones y ni siquiera la mínima producción para sobrevivir en nuestra sociedad. Hay que ayudar a las familias a que tengan hijos, que serán los trabajadores del mañana. He aquí la más importante inversión a largo plazo, a la que todavía no se le presta la debida atención en nuestra sociedad.
Y, llegando a las cifras macroeconómicas que nos hablan de un parón del consumo y el consiguiente parón de la productividad, debemos preguntarnos qué pieza se ha roto en el mecanismo social, por el cual esto no funciona, y muchos sufren las consecuencias. A simple vista, se percibe que no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades.
La permanente excitación al consumo tiene un límite, y si no somos capaces de ser austeros por el camino de la virtud, tendremos que ser austeros obligatoriamente por la vía de la carencia. La crisis nos va a enseñar mucho, nos ha de enseñar a ser más austeros.
Por otra parte, todos nos hemos hecho más sensibles a la transparencia en la gestión del dinero público, de manera que sea perseguida la corrupción en todos sus ámbitos, el dinero fácil a base de pelotazos con cargo al erario público, el derroche faraónico en proyectos y realizaciones, que se hacen con el dinero de todos para cobrar comisiones.
Dios quiera que haya pronto trabajo para todos, y así lo pedimos a san José Obrero, pero mientras eso llega, evitemos conflictos innecesarios y protestas que no conducen a nada y abramos nuestro corazón a la solidaridad fraterna, la que brota de considerar al otro como hermano y no como rival.
San José y la crisis pueden ayudarnos a valorar mejor el trabajo. Recibid mi afecto y mi bendición.
II PASCUA: JESÚS SE APARECE EN EL LAGO DE TIBERIADES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo, Jesús resucitado se aparece a los apóstoles junto al lago de Tiberíades.
Estaban pescando, pero no habían obtenido ningún resultado. Y Jesús les manda echar las redes de nuevo, y obtienen una pesca muy abundante. Los apóstoles se sienten seguros y contentos de la presencia del Señor, que comparte con ellos el desayuno y convive con ellos después de resucitado.
Terminada la escena de la pesca milagrosa, Jesús se dirige a Pedro. Probablemente, Pedro no se atrevía ni a levantar la mirada, no es capaz de mirar a Jesús de frente, aunque no puede vivir sin Él.
Cada vez que se acuerda de la noche de la pasión, en la que negó a su Maestro, llora. Pero son lágrimas mezcladas de arrepentimiento y de gratitud, porque se siente perdonado por un amor más grande que su pecado. Se siente abrazado por la misericordia de Dios en aquella mirada de Jesús la noche de la pasión, una mirada de comprensión, de amistad, de perdón. Una mirada que a Pedro le supo a gloria. Y por eso llora cada vez que la recuerda.
Terminada la pesca milagrosa, Jesús se dirige a Pedro para darle la oportunidad de que saque afuera lo que lleva dentro. Porque Pedro es sincero, tiene un corazón noble, aunque le ha traicionado su debilidad cuando se ha enfrentado al escándalo de la cruz, al ver a su Maestro hecho una piltrafa.
Y después de aquella mirada de Jesús, ya no le cabe duda de que Jesús le quiere más que nunca. Ahora bien, es Jesús el que le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Una, dos y tres veces. Como cuando cantó el gallo y Pedro le había negado una, dos y tres veces. Pedro responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y así por segunda vez. Y en la tercera pregunta de Jesús, Pedro ya no se fía de sí mismo, y le responde: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
Yo, Señor, quiero quererte y sé que te quiero, pero no me fío de mí, sino que me fío de ti, especialmente en esto del amor. Tú lo sabes todo, tú conoces quién soy y cómo soy, y te quiero apoyándome en tu gracia y tu perdón, apoyado en tu fidelidad.
A Pedro le ha fortalecido la mirada misericordiosa de Jesús, le ha hecho más desconfiado de sí mismo y más confiado en Jesús. Se había fiado de Jesús siempre, pero ahora más que nunca, cuando ha constatado que es el amor de Dios el que rehabilita cuando ya nuestras fuerzas no dan más de sí.
Tocando la propia limitación, ha podido constatar un amor más grande que no proviene de él, sino de la misericordia de Dios. Jesucristo resucitado sale a nuestro encuentro, al encuentro de cada persona que viene a este mundo, al encuentro también de quienes son sus discípulos para comunicarles la alegría de una vida nueva, la vida del resucitado, cuya fuerza no está en las propias energías, sino en el poder del Espíritu Santo.
El tiempo pascual particularmente es un tiempo de gracia para experimentar esta novedad de vida, por la que no nos apoyamos ya en nuestra vida, sino en la vida de Dios en nosotros. Por eso, es un tiempo precioso, porque nos sitúa en el encuentro con Cristo resucitado, que renueva todas las cosas.
La gracia de Dios cambia el corazón de quien se encuentra con Dios, como hemos contemplado en la biografía del nuevo beato Cristóbal de Santa Catalina, beatificado el pasado domingo en la catedral de Córdoba.
Repleto del amor de Dios, purificado de sus propias debilidades en una vida de penitencia y pobreza especial, también él experimentó como Pedro esa mirada misericordiosa de Jesús que le hizo conocerse como hombre nuevo, renacido por la gracia, y le hizo capaz de desbordarse en misericordia con los pobres de su entorno.
Una vida así deja estela de santidad para los siglos venideros, porque es una vida fecunda. Una vida así es prolongación de la vida de Jesús para el hombre de todos los tiempos. Así quiere Dios que sea nuestra vida para los demás, pero la clave de esa novedad está en la respuesta a una pregunta: ¿Me quieres de verdad? Sí, Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Recibid mi afecto y mi bendición.
IV DOMINGO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE LAS VOCACIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vocación es una llamada. ¿Quién llama? Es Dios quien llama, haciendo atrayente la llamada a quien es llamado, aunque muchas veces se sienta rechazo. ¿A qué llama? A la santidad de vida, es decir, a identificar la propia vida con la vida de Jesús, a someter la propia voluntad a la voluntad de Dios, a hacer de la propia vida una donación para los demás. A esto estamos llamados todos.
Y el bautismo ha consagrado nuestra existencia con una energía, la que viene del Espíritu Santo, capaz de transformarnos de pies a cabeza, capaz de hacernos nuevos a imagen de Cristo muerto y resucitado.
Hay por tanto un tirón permanente en nuestra vida, el tirón de Dios, que tira de nosotros haciéndonos capaces de Dios y de asemejarnos a Cristo el Señor, nuestro Redentor. Si no se lo impedimos, Dios hará su obra por la acción amorosa del Espíritu Santo, nos llevará a la plenitud, llegaremos a la santidad plena. No habría peor represión en nuestra vida que la de reprimir a Dios en nuestro corazón, no dejarle actuar, darle largas.
Una vez que hemos recibido el bautismo, por su propio impulso estamos abocados a la santidad y a colaborar activamente en esta tarea. Y en este camino de santidad, propio de todo cristiano, Dios llama con vocación especial a algunos, para identificarlos más plenamente con su Hijo. Son las vocaciones de especial consagración a Dios, tanto en varones como en mujeres.
Son las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial, que sostienen la vida de la Iglesia por parte de quienes hacen de su vida una entrega total, incluso corporal, para seguir a Cristo y hacerle presente en medio de nuestros contemporáneos. Tales vocaciones son también necesarias hoy, para la nueva evangelización.
Todos los cristianos estamos llamados a esta nueva evangelización, y los consagrados dedican su vida entera a esta tarea, siendo testigos ante el mundo de un amor más grande. Tales vocaciones de vida consagrada tienen en común la consagración a Dios en la virginidad, en la castidad perfecta o en el celibato. Son un signo vivo ante el mundo de Cristo Esposo, que ama a cada persona con amor de totalidad.
Para vivir esa consagración especial, es necesaria la gracia de Dios, que llama a quien quiere, poniendo en su corazón ese atractivo irresistible a darse del todo y para siempre. Es lo que pedimos en esta Jornada mundial de oración por las vocaciones. Que no nos falten en nuestro entorno y en la Iglesia universal personas consagradas, signos vivos de Cristo amante de su Iglesia, signos de esa Iglesia que ama con amor de totalidad a su Esposo y Señor, prolongando ese amor en los hermanos.
Qué sería de nosotros y de la Iglesia sin esa legión de hombres y mujeres que han entregado su vida al Señor para servirle en los pobres, en la educación de niños y jóvenes, en la atención a los ancianos y enfermos, en la tarea de la evangelización, superando toda dificultad.
Necesitamos esas vocaciones, y por eso las pedimos humildemente al Señor, en esta jornada y durante todo el año. Nuestra diócesis de Córdoba ha recibido y continúa recibiendo abundantemente el testimonio y la acción benéfica de tantas personas, hombres y mujeres, consagradas a Dios en el servicio a los demás, a tiempo completo y de por vida.
Cada una de estas personas ha respondido a esa vocación con una actitud sostenida de confianza en Dios, que llama y sostiene en esa vocación.
En este Año de la fe constatamos que la consagración a Dios es un fruto maduro de la fe, que se traduce en caridad. ¡Confío en ti! es la actitud del que ha sido llamado y se ha fiado de Dios. Es también la actitud con la que pedimos a Dios abundantes vocaciones consagradas para afrontar la tarea de la Iglesia en todos los ámbitos.
La Jornada mundial de oración por las vocaciones nos haga agradecidos a Dios por tantas vocaciones recibidas y nos haga mendigos ante Dios de estas vocaciones que tanto necesitamos también en nuestro tiempo. 4º domingo de Pascua, domingo del buen Pastor, Jornada mundial de oración por las vocaciones. Recibid mi afecto y mi bendición.
DÍA DEL SEMINARIO, QUÉ PUEDO HACER POR MI SEMINARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vocación es cosa de Dios. También la vocación al sacerdocio ministerial. Él es quien llama y quien hace llegar su llamada al corazón humano. Él es quien da oídos para escucharla y fuerza para responder. Él es quien sostiene en la fidelidad a quienes le siguen. Por eso, ante toda vocación que viene de Dios, toda la Iglesia debe orar, pedir, levantar las manos a Dios, pidiéndole que envíe muchos y santos sacerdotes a su Iglesia. La respuesta a esa vocación es cosa del hombre, ayudado por la gracia de Dios. Dios deja libre al hombre para que responda o no, para que siga la llamada o dé la espalda a la misma, como hiciera el joven rico. Y nuestra oración va dirigida a Dios, teniendo presentes a todos los llamados para que respondan fielmente a esa llamada y se mantengan fieles en este santo servicio. “¿Qué mandáis hacer de mí?” es una frase de Santa Teresa de Jesús, a quien recordamos especialmente en este V centenario de su nacimiento. Es una frase que expresa esa disponibilidad ante la llamada de Dios, y que ella cumplió a la perfección. “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mi?”. Teresa de Jesús tuvo sus crisis, sus dificultades, sus pecados e infidelidades, pero su sí al Señor cada vez fue más grande, hasta rendirse del todo a Jesús, su amor y su todo. Es un buen ejemplo para todo cristiano, y también para todo sacerdote o para quien es llamado a serlo. La campaña vocacional que en torno a la fiesta de san José nos propone la Iglesia cada año tiene como objetivo despertar en el corazón de todos la necesidad de tener sacerdotes para la diócesis de Córdoba y para la Iglesia universal. Jesucristo fundó su Iglesia sobre el cimiento de los Apóstoles y sus colaboradores, y los ordenados por el sacramento del Orden son necesarios para que esta Iglesia subsista por los siglos de los siglos, y permanezca en nuestra dió- cesis de Córdoba. Se trata de una cuestión vital y de primerísima necesidad. Por eso, estamos seguros que nuestra oración será escuchada, si pedimos insistentemente por las vocaciones al sacerdocio ministerial. Es preciso crear un clima vocacional, de manera que un niño, un adolescente, un joven pueda percibir con nitidez la llamada de Dios y pueda responder sin mayores dificultades, porque estamos seguros que Dios sigue llamando a muchos, pero hay interferencias en la comunicación y a veces no llega esa llamada, y hay obstáculos insalvables que dificultan la respuesta adecuada. La llamada al sacerdocio suele encarnarse en un sacerdote concreto, a quien ese joven conoce directamente. “Quiero ser cura como tú”, es la experiencia más frecuente en los que son llamados. Por eso, queridos sacerdotes, qué tremenda responsabilidad en este campo de las vocaciones al sacerdocio. Examinemos si nuestra vida es transparencia de Cristo buen pastor, examinemos si vivimos nuestra vida en el gozo del evangelio, examinemos si un niño o un joven puede entusiasmarse con nuestra manera de vivir. La llamada suele darse en un contexto cristiano, fervoroso en la fe, estimulante en el seguimiento de Cristo y en el servicio a los demás. Muchas veces es la misma familia, que ha sabido trasmitir la fe a sus hijos y ha expresado tantas veces el aprecio por la vida sacerdotal, en relación con sacerdotes concretos que se hacen presentes en el hogar. Otras veces es la parroquia, el entorno del cura párroco, el grupo de monaguillos, la cercanía a las cosas del altar. Otras, el grupo de jóvenes, que vive una vida cristiana sana, eclesial, de exigencia en el seguimiento de Cristo, de entrega a los demás. En ese grupo surgen todas las vocaciones: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio. Qué importante es que los grupos juveniles tengan una sólida vida cristiana, porque de ahí brotarán todo tipo de vocaciones, también al sacerdocio ministerial. No faltan vocaciones que brotan del encuentro personal con Cristo en situaciones chocantes y contrarias: la muerte de un ser querido, un fracaso aparente, un revés en la vida. Dios se sirve de todo para golpear el corazón de una persona y decirle: “Tú, sígueme”. En todos los casos, cada vocación es como un milagro de Dios. Y en nuestra diócesis hay vocaciones al sacerdocio, hay muchos milagros de Dios. Damos gracias a Dios por ello, pedimos para que los formadores del Seminario ayuden en el discernimiento y en el seguimiento y, particularmente acompañamos a los que serán ordenados en los próximos meses: 6 nuevos sacerdotes. El Señor está grande con nosotros, y estamos alegres. Recibid mi afecto y mi bendición: «¿Qué mandáis hacer de mí?» Día del Seminario Q
PASCUA DE PENTECOSTES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con este título confesamos en el credo la fe en la tercera persona de Dios, el Espíritu Santo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida (vivificantem)”.
La pascua de Pentecostés a los cincuenta días de la resurrección del Señor, nos trae esa venida del Espíritu Santo como alma de la Iglesia, y como alma de nuestra alma. Como alma de la Iglesia, nos congrega en un solo cuerpo, en plena comunión con los pastores.
Esta es la fiesta de la unidad de la Iglesia. Y a nivel personal, “los que se dejan mover por el Espíritu Santo, ésos son hijos de Dios” (Rm 8, 14). Dios viene a vivir en nuestro corazón, ha puesto su morada en nuestra alma en gracia, vive en cada uno de nosotros como en un templo. “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?...El templo de Dios es sagrado, ese templo sois vosotros” (1Co 3, 16-17). Por tanto, “glorificad a Dios con vuestro cuerpo” (1Co 6, 20). Alma y cuerpo.
El Espíritu Santo nos inunda con su amor, no sólo en el alma, también en el cuerpo, haciendo de nuestra carne lugar de la gloria de Dios. La castidad es posible porque es virtud que el Espíritu Santo produce en nosotros, animándonos a superar el pecado y a convertir nuestro cuerpo en templo de su gloria.
La sexualidad es lenguaje de expresión del amor verdadero, en su lugar y en su momento, y es un fruto del Espíritu Santo, en el conjunto de la vida cristiana. Los frutos del Espíritu son: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Gal5, 22-23).
Pentecostés es, por tanto, la fiesta de la exuberancia de Dios que nos concede los dones y los frutos del Espíritu Santo, nos hace sentir con la Iglesia, nos enseña a amar al estilo de Cristo, nos va recordando interiormente todo lo que Jesucristo nos ha enseñado. Vivimos tiempos de turbulencias en muchos campos.
Necesitamos del Espíritu Santo que nos aclare la verdad de Dios y del hombre, que nos dé fuerzas para seguir la voluntad de Dios, que nos impulse a la misión de llevar el Evangelio a toda persona. Por ejemplo, en la defensa de la vida humana. Unos y otros se debaten hasta dónde es permitido matar al niño que anida en el seno materno.
Cualquier ley que permita el aborto, será siempre una ley que no está a la altura del hombre. Nunca le es lícito a nadie matar o permitir que se mate al ser humano que comienza a existir desde la fecundación en el seno materno. Todo ser humano tiene derecho a vivir desde que es concebido, y nadie por ninguna razón puede suprimir ese ser humano indefenso. Dejadle vivir. No se puede invocar el derecho de nadie a elegir, cuando está en juego la vida de otro. Y no se trata de una cuestión religiosa, se trata ante todo de una cuestión humana.
La luz de Dios nos hace ver con más claridad lo que la simple razón humana puede descubrir, si no está obcecada por intereses egoístas. Europa, y España dentro de ella, se muere de vieja. Los cientos de miles –más de un millón– de abortos producidos en los últimos años constituyen el suicidio lento de un pueblo, que no es capaz de transmitir la vida a la generación siguiente, e inventa mil razones para justificar este despropósito, lo que ya está siendo una verdadera catástrofe social.
No podemos callar ante este genocidio. Se precisa una política inspirada en la cultura de la vida, que supere de una vez por todas la cultura de la muerte. Una política que favorezca la natalidad, que ayude a las madres a criar a sus hijos en casa, que no penalice a la familia que se abre generosamente a la vida.
La mujer no pierde nada por ser madre, sino por el contrario llega así a su plenitud humana. Una educación en el afecto y en la sexualidad, que supere la concepción hedonista de este aspecto vital para el ser humano. La sexualidad presentada a los jóvenes no como un juego placentero, sino como un camino de superación personal, en el que se aprende a amar dándose, sacrificándose, ayudando a los demás, viviendo según la ley de Dios, que quiere siempre lo mejor para el hombre.
Necesitamos del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que venga intensamente sobre nosotros. Sobre la Iglesia para que se renueve interiormente, a fin de ser testigo elocuente de la novedad de Cristo entre los hombres de nuestro tiempo. Sobre nuestra sociedad, que presenta signos preocupantes de cansancio y de desesperanza. Sobre la humanidad entera. “Envía Señor tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra”. Amén. Recibid mi afecto y mi bendición.
CORPUES CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus (trasladada de jueves a domingo) es como una prolongación del Jueves Santo, el día en que Jesús instituyó la Eucaristía. Es un precioso invento. Que Jesús haya encontrado la forma de estar en el cielo y estar cerca de nosotros hasta el fin del mundo es verdaderamente asombroso. Por eso, a lo largo de los siglos tantos santos han quedado atraídos por la Eucaristía, como la mariposa queda fascinada por la luz. Ya no sabe salir de esa órbita. No se entiende la vida de un cristiano que no quede asombrado –y viva de ese asombro– ante Cristo Eucaristía. Este año damos gracias por la Adoración Eucarística Perpetua, que ha encontrado eco intenso en tantos adoradores de Córdoba, de manera que día y noche todos los días del año Cristo sea adorado y nos traiga torrentes de gracia para nuestras vidas y nuestras comunidades cristianas. En la Eucaristía se hace presente eficazmente el sacrificio redentor de Cristo, que entregó su vida en la cruz por la redención del mundo. Siendo Dios y hombre verdadero, la ofrenda de su vida es de valor infinito y su sangre lava todos los pecados. “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”. Participar en la Eucaristía es unirse a Cristo que se ofrece por todos. Todo el sufrimiento del mundo adquiere valor unido a Cristo que se ofrece. Y se nos da como alimento, en la forma de pan y de vino, convertidos en su cuerpo y en su sangre: “Tomad, comed, que esto es mi cuerpo. Tomad, bebed, que ésta es mi sangre”. Y al recibirlo como alimento, alimenta nuestra vida. La Eucaristía es alimento de vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Comiendo de la misma comida entramos en comunión unos con otros, es Jesucristo el que nos une en su cuerpo, como el racimo a la vid, para dar frutos de vida eterna. La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros la caridad cristiana. No tiene sentido que comamos a Cristo en la Eucaristía y mantengamos rivalidades, envidias y desamor entre nosotros. Comulgar con Cristo y comulgar con el hermano. Una comunidad eucarística es una comunidad en la que todos se aman con el amor de Cristo, en la que todos aportan lo mejor que tienen y en donde las rivalidades se superan por un amor sincero, que reconoce los valores del otro. La paciencia para soportar los defectos del prójimo es una obra de misericordia que se alimenta en la Eucaristía. “Mirad cómo se aman”, ha sido siempre el atractivo de una verdadera comunidad cristiana. Y esa caridad cristiana, alimentada en la Eucaristía, se prolonga con los más necesitados, saliendo al encuentro de ellos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido: los recursos de todo tipo, según las necesidades de cada uno, e incluso el don precioso de la fe, que se nos da para comunicarla. Este año en Córdoba estamos celebrando el 50 aniversario de Cáritas diocesana, y es el día del Corpus el día más apropiado de esta institución de caridad. Damos gracias a Dios por todos los que han colaborado en esta institución de Iglesia, que promueve la caridad de todos para favorecer a los más necesitados. El mandamiento nuevo del amor fraterno, “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, es el motor constante de Cáritas. Cáritas no es una ONG cualquiera, es la caridad de la comunidad cristiana para servir a los pobres de la Diócesis. Por todas estas razones, la procesión del Corpus no es una exhibición de los que desfilan, sino una proclamación solemne de nuestra fe en la presencia de Cristo en este precioso sacramento, y un testimonio agradecido ante los demás de nuestro compromiso de amor con todos, especialmente con los más pobres. La fiesta del Corpus es la presencia viva de Cristo, que alimenta continuamente a su Iglesia. Venid, adorémosle. Venid, comamos de este pan bajado del cielo. Venid a reponer fuerzas para seguir amando a todos. Venid, que en este sacramento se encuentra el tesoro de la Iglesia para todos los hombres. Recibid mi afecto y mi bendición: Corpus Christi, Jesucristo vivo que alimenta a su Iglesia Q
CORAZÓN DE JESÚS, UN CORAZÓN ROTO DE AMOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La religión cristiana es la religión del amor, del amor de Dios a nosotros y del amor nuestro a Dios y a los demás. Así lo ha venido manifestando Dios desde los orígenes de la revelación, pero lo ha dicho del todo y exageradamente en el Corazón de su Hijo Jesucristo. Por parte de Dios, hemos venido a la existencia como resultado de su amor. Existo, luego Dios me ama. Ese amor de Dios se ha prolongado en el abrazo amoroso de mis padres que me han engendrado y posteriormente me han acogido en sus brazos, me han cuidado, me han ayudado a crecer en todos los aspectos. Y por parte nuestra, de cada uno de nosotros, somos solidarios en el primer pecado, el pecado original, por el que ya nacemos en pecado y además añadimos nuestros propios pecados personales a lo largo de nuestra vida. El pecado no es otra cosa que el desamor, decirle “no” a Dios que nos ama, darle largas, darle la espalda, preferir mi gusto y mi norma a su santa voluntad expresada en los mandamientos. Dios es mi Padre, que me ama y me engendra continuamente a su vida divina, la vida de la gracia, y la criatura humana rechaza muchas veces ese don paternal, cortando la vida y eligiendo la muerte. La relación de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con el hombre es un drama permanente desde el primer pecado hasta la consumación de los tiempos, en que triunfe definitivamente su amor. Porque Dios siempre reacciona amando. Cuando este amor se dirige a quien le ha ofendido, ese amor se llama perdón, se llama misericordia. El amor de Dios es una continua misericordia con nosotros, es un derroche de misericordia, que nos va sanando, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad. En el centro de este drama se sitúa el Corazón de Cristo. En él, Dios Padre nos ha dado a su Hijo único, su Hijo amado, como el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por él”. Y no lo ha hecho de manera generalizada y como a granel, sino de manera personalizada, por cada uno. “Me amó y se entregó por mi”. En el Corazón de Cristo tenemos por tanto la expresión de un amor por parte de Dios que llega a la máxima expresión, darnos a su Hijo y con él al Espíritu Santo. Pero este Corazón de Cristo está coronado de espinas, está herido por los pecados de todos los hombres, y de él brota una llama amor al Padre y a toda la humanidad. Es un Corazón roto, herido por la lanza del soldado, efecto del pecado de toda la humanidad. Y roto de amor, porque no es correspondido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”, le dice Jesús a Santa Margarita María Alacoque. A pesar de todo, es un Corazón que sigue amando y busca corazones que se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor de los hombres. Es un Corazón que acabará triunfando por la vía del amor en los corazones de quienes le acogen. La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 12 de junio, es un momento propicio para agradecer este amor sin medida, con el que siempre contamos y que nunca nos falta. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón. Es ocasión propicia para reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad. ¡Cómo duele ofender a quien amamos de verdad, y ver que el Amor no es amado! Es ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean, para que a todos llegue este lubrificante del amor en medio de tanto sufrimiento. Que la fiesta del Sagrado Corazón nos prepare al Año de la Misericordia. La práctica de los primeros viernes, la comunión y la adoración eucarística con tono de reparación e intercesión, la ofrenda de nuestra vida en amor de correspondencia, la contemplación de ese Amor incesante, que siempre reacciona amando, nos lleve a todos a exclamar: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición. Un corazón roto de amor, el Corazón de Jesús Q
CORAZÓN DE JESUS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios tiene corazón. El Dios que Jesucristo nos ha revelado no es un Dios lejano e insensible a nuestras necesidades. Por el contrario, es un Dios cercano, que ha enviado a su Hijo único, para que comparta nuestra existencia y nos haga partícipes de su gloria.
Este Dios cristiano no ha tenido otro motivo para actuar así que su inmenso amor por nosotros, que somos criaturas suyas y que quiere hacernos hijos suyos.
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús (viernes de la semana siguiente al Corpus) quiere recordarnos esto. Celebrar al Corazón de Jesús es celebrar un amor más grande, que quiere introducirnos en su órbita de amor, para ser amados y enseñarnos a amar. La máxima expresión visible de ese amor es la Cruz y su prolongación en la Eucaristía.
Ante los males del mundo nos interrogamos por qué. El Hijo de Dios, enviado por el Padre en la plenitud de los tiempos, nos lo ha explicado. Los males del mundo no tienen su origen en Dios, porque Dios sólo es autor del bien. Los males del mundo han sido introducidos en la historia por la incitación del demonio, padre de la mentira, y por el pecado del hombre, que ha mal usado su libertad.
El mal más radical del hombre es querer “ser como Dios” (Gn 3,5; Flp 2,6) y romper con Él para hacerse independiente de Dios, haciéndose a sí mismo norma de sus actos, sin referencia a Dios. Jesucristo, por el contrario, ha entrado en este mundo como hijo, en actitud de amorosa obediencia filial, colgado del Padre, para revelar al mundo que Dios es amor. No hay otro camino para disfrutar de Dios que la actitud de vivir como hijo en relación de obediencia filial al Padre.
Nuestras soberbias y rebeldías han llevado a Jesús a la Cruz, que Él ha vivido con amor, y en la Cruz ha reciclado todos nuestros pecados. “Sus heridas nos han curado” (1Pe 2,24). El culto y la devoción al sagrado Corazón de Jesús ponen ante nuestros ojos el resumen de toda la vida cristiana: el amor.
Dios es amor y se mueve por amor. El hombre está llamado al amor y hasta que no lo encuentra, hasta que no lo vive, está inquieto y desasosegado. El Espíritu Santo es amor de Dios derramado en nuestros corazones. Jesús es el Hijo hecho hombre, con un corazón humano como el nuestro, que ama al Padre y a los hombres hasta el extremo y que sufre al ver a los hombres alejados de la casa del Padre.
Jesús se ha tomado en serio nuestra felicidad y ha ofrecido su vida en rescate por la multitud, para atraer a una multitud de hijos dispersos, haciéndolos sus hermanos. “Este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de los cuales recibe tantas ingratitudes”, le dice Jesús a santa Margarita. Jesús se acerca hasta nosotros y nos ofrece su amor, tantas veces olvidado o rechazado por nuestros pecados.
El culto al Sagrado Corazón incluye esa actitud de reparación por los propios pecados y por los del mundo entero. No partimos de cero, hay toda una historia detrás. Por una parte, un amor que nos espera desde toda la eternidad en el corazón de Dios, donde cada uno tenemos un lugar, y además, el Corazón humano de Cristo, reflejo del corazón de Dios y muy sensible a las necesidades de los hombres.
Por otra parte, nuestro alejamiento de Dios: hemos nacido en pecado y, una vez rescatados por la sangre redentora de Cristo, con frecuencia nos apartamos de sus caminos.
Celebrar la fiesta del sagrado Corazón de Jesús significa dejarse envolver por ese amor, que sana nuestras heridas y nos hace disfrutar de los dones del Padre. Significa caer en la cuenta de tantos desamores o desprecios a Cristo, que tanto nos ha amado, y reparar tanto desamor por nuestra parte. Significa tener sed del Espíritu Santo, que brota a raudales del Corazón de Cristo traspasado de amor.
Celebrar el Corazón de Jesús consiste en ponernos como Él en el lugar de los demás, cargando con sus pecados y con todas las secuelas del pecado, venciendo el mal a fuerza de bien. No hay amor más grande, que el que se encierra en el Corazón de Jesús. Ni hay otra fuerza transformadora más potente para instaurar un mundo nuevo de justicia y de paz. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! Recibid mi afecto y mi bendición.
SANTÍSIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy es la solemnidad de la Santísima Trinidad. El Dios que Jesús nos ha revelado es un Dios comunidad en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que viven en la gloria, en la felicidad eterna, antes que el mundo existiera.
Libremente, estas Personas divinas han querido compartir su felicidad, manifestando su gloria en el universo creado. Una creación que ha quedado “prendada de su hermosura”. Y ante el pecado de nuestros primeros padres, Dios no se ha desentendido de nosotros, sino que nos ha enviado a su Hijo, como centro y culmen de la creación y de la historia, como redentor del hombre apartado de Dios por el pecado. Dios se ha empeñado en hacernos felices con Él para siempre.
El drama de la redención pone en juego a las tres Personas divinas, que se han compadecido de nuestra desgracia. El Padre ha enviado a su Hijo, que nacido de María virgen, se ha hecho semejante en todo a nosotros excepto en el pecado; ha sufrido, ha muerto y ha resucitado. Elevado al cielo, nos ha enviado al Espíritu Santo. Nosotros hemos conocido ese amor de Dios sin medida porque Jesús nos lo ha enseñado y nos lo ha demostrado en su vida.
Derramando el Espíritu Santo en nuestros corazones, los Tres vienen a vivir en nuestra alma como en un templo, inyectando la vida divina en nuestra vida, que ya ha empezado a ser eterna y llegará a su plenitud en el cielo.
Este misterio tan sublime se nos ha revelado no para hacer cábalas en nuestra mente de una persona a otra, sino para contemplarlo como una realidad misteriosa que ha puesto su morada en nuestro corazón. No estamos solos, en nuestra alma ha puesto Dios su morada.
La oración consiste precisamente en caer en la cuenta de esa presencia actuante de Dios en nuestra vida. Las tres divinas Personas se aman entre sí en nuestro propio corazón y de ahí brota una corriente de agua viva, que sacia nuestra sed de Dios. Las personas que han recibido una vocación contemplativa y viven en el claustro nos están recordando continuamente este misterio.
En España hay 801 monasterios de vida contemplativa (35 masculinos y 766 femeninos) y 9.195 religiosos y religiosas (340 masculinos y 8.855 femeninas). Son un caudal impresionante en la vida de la Iglesia. Actualmente el número va decreciendo, faltan vocaciones para mantener ese nivel actual, pero siguen siendo muchas almas contemplativas, que desgastan su vida ante el Señor en oración continua, en la alabanza divina, en la intercesión por la Iglesia y por toda la humanidad.
Coincidiendo con la solemnidad de la Santí- sima Trinidad, la Iglesia celebra la Jornada pro Orantibus y nos recuerda el valor de esta vocación contemplativa, nos invita a valorarla, apoyarla, orar por todos ellos, los monjes y las monjas contemplativos.
El lema en este año teresiano dice: “Solo quiero que le miréis a Él”. Cuando sus monjas le preguntan a Santa Teresa algunos consejos para tener contemplación, ella entre otras muchas recomendaciones les repite: “No os pido que penséis mucho… tan sólo os pido que le miréis” (Sta. Teresa, Camino de perfección [V] 26,3).
La vida contemplativa tiene como motor principal la acción del Espíritu santo que provoca en el alma la fascinación por Cristo en cada uno de sus misterios. Mirarle a Él no es una actitud paralizante, sino dinamizante del seguimiento de Cristo y de la entrega de la vida en ofrenda por la Iglesia.
Los monasterios contemplativos son lugares de oración para todos los cristianos. Nos hacen este gran favor, sea cual sea nuestra vocación: propiciar un clima de silencio y oración, particularmente en la oración litúrgica, en la que ellos y ellas viven continuamente.
Valoremos este gran servicio al pueblo de Dios, y sostengamos nuestros monasterios con nuestro apoyo, nuestra oración, e incluso con nuestra ayuda material. Recibid mi afecto y mi bendición: Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio para contemplar, para disfrutar.
SANTISIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El misterio fontal del cristianismo es el misterio trinitario. Jesucristo nos ha abierto de par en par las puertas del corazón de Dios, para introducirnos en esa intimidad divina, en la que descubrimos asombrados que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No es un ser solitario ni aburrido, Dios es trinidad, es comunidad, comunión, familia de amor. Tres personas, un solo Dios. Lo tienen todo en común, se distinguen por la relación personal. El Padre es el dador, el Hijo es el dado, el Espíritu Santo es el don.
No cabe mayor comunidad ni mayor diferencia personal. Entrar en este misterio sólo podemos hacerlo de puntillas, en silencio, en actitud de profunda adoración. No podemos manipular el misterio para acomodarlo a nuestra medida.
En este misterio se entra en actitud de profunda adoración, porque es inmenso y nos desborda por todas las latitudes. Y entrando en este misterio, respiramos la grandeza de Dios y la grandeza del hombre, llamado a compartir esa misma vida en una corriente de amor, que tiene su origen en Dios, nos envuelve en el mismo amor y nos hace capaces de amar a la manera de Dios.
Jesucristo, en su condición humana y terrena, ha vivido inmerso en este misterio de amor y de fluida comunicación, con una profunda y espontánea familiaridad con el Padre, hablándonos del Espíritu Santo con toda naturalidad. Él ha sido el gran contemplativo, que nos ha hablado de las más profundas intimidades del corazón de Dios.
Realmente, Jesús aparece como una de esas tres personas, en íntima comunión de amor con las demás y anunciándonos a todos la alteza de nuestra vocación: entrar a participar de Dios en esa corriente de amor trinitario.
Más aún, Jesucristo nos anuncia que las tres personas de Dios quieren poner su morada en nuestro corazón, a manera de un templo: “Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Es el misterio de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma de quien vive en gracia de Dios. El que ha conocido a Jesucristo ya no está solo ni se siente solo, porque vive en comunidad, en esa comunidad de amor trinitario, cuyo reflejo en la historia es la Iglesia, icono de la Trinidad.
La oración consiste en caer en la cuenta de esa relación de amor, que tiene su iniciativa en Dios y que nos incorpora a esa relación, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo (Jesucristo), ungidos por el Espíritu Santo.
En el seno de la Iglesia, algunos reciben esta vocación especial, que es la vida contemplativa. Se llama contemplativos en la Iglesia a los que “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (PC 7).
Son muchos los hombres y mujeres en la Iglesia que viven esta vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Ellos son verdaderos “centinelas de la oración”, como reza el cartel de este Año de la fe.
En nuestra diócesis de Córdoba hay 24 monasterios de vida contemplativa, uno masculino y los demás femeninos, verdaderos oasis de oración y de paz, en el silencio y en el trabajo de la vida retirada. Hay también algunos ermitaños, que viven la vida contemplativa en la soledad del desierto.
Muchos cristianos encuentran en estos monasterios lugares para el trato con Dios, porque favorecen el silencio, la liturgia bien celebrada, un clima de oración, una presencia especial de Dios. Por eso, los contemplativos son considerados centinelas de la oración.
No se han retirado del mundo para desentenderse de los demás. Se han retirado atraídos por el misterio de Dios, como la mariposa se siente fascinada por la luz, y viviendo en soledad o en comunidad, oran por sus hermanos, se sacrifican por todos, presentan a Dios nuestras necesidades y proporcionan espacios de oración y retiro para los que buscan a Dios en el silencio, retirados de las ocupaciones cotidianas.
Los contemplativos no son parásitos de la sociedad, sino reclamos fuertes del misterio de Dios en medio de nuestro mundo tan aturdido por tanta actividad. Ellos nos hacen un bien inmenso, a los creyentes y a los no creyentes, su presencia es un oasis de Dios en medio del desierto de la ciudad secular.
Oremos por los que se dedican a orar por nosotros. Ellos nos cuidan, ellos son para nosotros “centinelas de la oración”, ellos proclaman al mundo que Dios quiere introducirnos en el círculo de su amistad, en su vida divina. Su testimonio nos hace más fácil a todos la vocación contemplativa que todos llevamos en el corazón, porque estamos llamados a disfrutar de Dios.
Recibid mi afecto y mi bendición.
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.
LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.
Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, pero nos dice “Dadles vosotros de comer”.
Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?
Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.
La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.
Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.
“Dadles vosotros de comer”. Jesús nos invita a abrir nuestro corazón y repartir amor a tantas personas que lo necesitan. Amar a todos, amar incluso a los enemigos, es el mandamiento nuevo de Cristo a sus discípulos.
Nuestros contemporáneos necesitan a Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor de las carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios, el hombre está vacío y padece una orfandad que le asfixia progresivamente, aunque esté lleno de cosas exteriores. “Dadles vosotros de comer”.
Urge llevar el Evangelio a todos, llevarles la buena noticia de que Dios es amor y ama a todos, de que Dios perdona siempre. Urge sanar las heridas que el enemigo (Satanás) ha producido en el alma. Urge restaurar al hombre herido por el pecado y abocado a la muerte.
Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.
“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.
LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.
Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, y lo puede todo, y como es Amor apasionado por el hombre se queda con nosotros todos os días hasta el fin del mundo en nuestros sagrarios. Necesitamos alma de oración ante el sagrario, almas eucarísticas que visiten y oren ante el Señor, por sus hijos, por el mundo, por los necesitados, sobre todo, de amor y también de pan material. Por eso hoy día de la Eucaristía, del pan celestial que es Jesucristo, celebramos el día de la caridad y del amor para con todos: Amaos como yo he amado y día de caridad para multiplicar y dar de comer a los hambrientos de pan material.
Nuestros contemporáneos 1º necesitan de Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor y peor de todas las hambres y carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios el hombre es pobre y está vacío porque le falta el Todo, el sentido de su vida, la esperanza de la eternidad y padece una orfandaz que le asfixia progresivamente aunque esté lleno de cosas que no llenan el existir y el corazón, aunque lo tenga todo le falta el Todo de todo que es Dios Amor y Eternidad.
2º Antes de la multiplicación de los panes, al ver Jesús una multitud hambrienta porque llevaban tres días sin comer, lleno de compasión y sabiendo lo que tenía que hacer, le dijo a los Apóstoles y nos dice ahora a nosotros: “Dadles vosotros de comer”.
Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿Cuáles son sus necesidades? ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos?
Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.
La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.
Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.
Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.
“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.
DOMINGO II PASCUA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Me impresiona la aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás, que viene a cerrar la sucesión de relatos de resurrección. Y me impresiona por Tomás, que acepta humildemente las señales que Jesús le ofrece, pero sobre todo por Jesús y su condescendencia hacia Tomás. Fueron las mujeres las primeras que se encontraron con el misterio de la resurrección del Señor. Los apóstoles estaban llenos de miedo encerrados en el Cenáculo, temiendo que fueran a por ellos en cualquier momento. Las mujeres, sin embargo, rompieron el miedo y fueron al sepulcro muy de mañana, preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús, que estaba en el sepulcro. Al llegar y entrar en el sepulcro, vieron que Jesús no estaba allí y un ángel les dijo: Ha resucitado, id a decirlo a los hermanos y que vayan a Galilea. María Magdalena tuvo un encuentro precioso con el Señor, a quien confundió con el hortelano y al que descubrió cuando él la llamó por su nombre. Cuando se lo dijeron a los apóstoles, Pedro y Juan fueron corriendo al sepulcro, entraron, vieron y creyeron. Y así durante aquella jornada con los discípulos de Emaús y de nuevo al atardecer en el Cenáculo con todos los presentes. Tomás no estaba, y cuando se lo dijeron, respondió con escepticismo: Si no lo veo, no lo creo. A los ocho días, al domingo siguiente, Jesús se apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. Podemos decir que vino especialmente por él. En medio de la comunidad, Jesús está para todos, pero especialmente para los que tienen dificultad de creer. Jesús va al encuentro de Tomás, no espera a que él se convenza, se convierta y venga. Sino que él mismo en persona va al encuentro de Tomás para ofrecerle nuevas señales de su resurrección. Nos ha sido más útil la incredulidad de Tomás que la fe de los demás, porque esa incredulidad ha provocado un nuevo acercamiento de Jesús para todos aquellos que tenemos dificultades en el camino de la fe. Y la fe de Tomás es el resultado de una más grande misericordia por parte de Jesús, que no se cansa de nosotros, sino que una y otra vez nos muestra las señales de su resurrección para que creamos. Era domingo. Porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y desde entonces la comunidad cristiana no ha dejado de reunirse en el domingo, el día del Señor. Cuando los mártires de Abitene (s. IV) fueron conducidos al tribunal que los condenó a muerte, ellos confesaron: No podemos vivir sin el domingo, no podemos vivir sin el Señor, no podemos vivir sin la fuerza de su resurrección, la vida sería insoportable si no renová- ramos cada domingo la certeza de la vida futura con Jesús, que ya está en medio de nosotros resucitado. No podemos vivir sin la esperanza de la resurrección, que el domingo nos renueva por la comunión eucarística. Volviendo a Tomás, en aquel segundo domingo de la historia, Jesús se le acerca lleno de misericordia para darle nuevas pruebas de su resurrección: “Trae tu mano y métela en mi costado… Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,27-29). San Juan Pablo II ha llamado a este día Domingo de la Divina Misericordia. Y el Papa Francisco nos anuncia en este día que el año 2016 será el Año de la Misericordia. Nuestra época está especialmente necesitada de misericordia, de la misericordia divina que salga al encuentro de cada hombre para hacerlo partícipe de la alegría de la resurrección, de manera que comprenda que está llamada a una vida sin fin, llena de felicidad en el cielo. Nuestra época está especialmente necesitada de nuevas señales de Jesús resucitado, porque se le han oscurecido las señales normales, a las que cualquiera tiene acceso, si está en la comunidad eclesial. Muchos contemporáneos nuestros “no estaban” cuando vino Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Esperar a que vengan? ¿Y si no vienen? ¿Van a quedar privados del gozo del encuentro con Jesús en el seno de la comunidad? Hoy la Iglesia tiene la preciosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad. Y ha de salir a su encuentro para mostrarles nuevas señales de que Cristo está vivo y es el que anima con su Espíritu Santo una comunidad viva, en la que todos se aman como hermanos. La incredulidad de Tomás trajo consigo nuevas muestras de amor por parte de Jesús, fueron la oportunidad de mostrar más abundante misericordia. La increencia de nuestro tiempo es una oportunidad para que la Iglesia, testigo del Resucitado, ofrezca nuevas señales de esa presencia de Cristo en nuestro mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Tomás, el incrédulo Q
DOMINGO DE PASCUA:YO SOY EL BUEN PASTOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús se presenta ante sus discípulos, utiliza con frecuencia la formula “Yo soy”, que tiene en significado inmediato de identificación: yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la puerta. Pero que tiene también un significado más hondo por ser la fórmula con la que Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que es”. “Yo soy”, por tanto, tiene ese valor añadido de presentarse como Dios, tal como se ha presentado Dios ante Moisés en el Antiguo Testamento. El “Yo soy” de antiguo soy yo aquí y ahora, nos dice Jesús. En este cuarto domingo de Pascua Jesús se presenta como el buen pastor, que conoce a sus ovejas y ellas le conocen y le siguen y que da la vida por las ovejas, por todas, para hacer un solo rebaño con un solo pastor. La figura del pastor resulta muy familiar en el ambiente de Jesús, en una cultura rural, ganadera y trashumante, que vive de los rebaños y busca continuamente buenos pastos para ellos. Jesús toma esta imagen en diversas ocasiones para identificarse y para explicarnos su amor por cada uno de nosotros. En el Antiguo Testamento, Dios promete dar pastores a su pueblo. Dar pastores según su corazón. En contraposición a tantos malos pastores que en vez de servir a las ovejas, se sirven de ellas, buscando su lana y su leche en provecho propio, en vez de buscar el bien de las ovejas, llevándolas a buenos pastos, librándolas de los peligros, defendiéndolas del lobo cuando llega, etc. “Yo soy el buen pastor”, en el que se juntan bondad y belleza. La iconografía cristiana muy pronto representó a Jesús como el buen pastor con su oveja al hombro, una figura tierna y amable, una figura atrayente e incluso bucólica, que ha inspirado posteriormente a tantos místicos y poetas. Con esta imagen Jesús quiere expresarnos su amor, su solicitud por nosotros, su cariño. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, nos alimenta con su cuerpo y su sangre, nos conoce por nuestro nombre, nos atrae para que le sigamos y seamos ovejas de su rebaño. Jesús nos libra de los peligros y cuando viene el lobo nos defiende, dando incluso su vida por nosotros, no como el asalariado, que cuando ve venir el lobo huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. A Jesús sí, a Jesús le importan mucho cada una de sus ovejas y por cada una de ellas ha entregado su vida en la cruz. Ese talante “pastoral” de Jesús lo pide la Iglesia para sus pastores hoy. Identificación con Cristo a quien representan, solicitud por el rebaño que se les confía, de manera que conozcan a cada una de las ovejas, las amen y estén dispuestos a gastar sus vidas por ellas, como el buen pastor. Predilección por las ovejas descarriadas, de manera que estén dispuestos a dejar las noventa y nueve en el redil para salir en busca de la perdida, más todavía cuando las pérdidas han crecido en notablemente. En este cuarto domingo de Pascua celebramos la Jornada mundial de oración por las Vocaciones, a la luz del Buen pastor que continúa en su Iglesia esa solicitud por cada uno de sus hijos para mostrarles a todos la bondad y la misericordia de Dios. Ya no sólo los pastores, sino toda vocación de especial consagración. Tantas mujeres y tantos hombres que gastan su vida en la atención a tantas necesidades materiales y espirituales por todo el mundo, a veces en condiciones precarias y con todo tipo de carencias. El amor de Jesús buen pastor llega a muchísimas personas gracias a estas vocaciones que suponen la entrega de toda la vida, más allá incluso de todo voluntariado. En este Año de la vida consagrada pedimos especialmente al Señor que no nos falten esas manos y ese corazón siempre dispuesto a llevar el amor del buen pastor a cada una de las personas necesitadas. Que el Señor conceda a su pueblo muchas y santas vocaciones que tiren de todo el Pueblo de Dios hacia la meta de la santidad, que nos recuerden los valores definitivos del Reino, en obediencia, castidad y pobreza, en la vida común o en la soledad del desierto. La vida consagrada es un bien de valor incalculable para la Iglesia y es la señal inequívoca de una familia, una comunidad, una diócesis renovada. Domingo del Buen Pastor. Pidamos al Señor por todos los pastores de su Iglesia. Pidamos por todas las vocaciones de especial consagración, hombres y mujeres que entregan su vida al completo para que otros tengan vida eterna. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen pastor Q
MES DE MAYO, MES DE MARIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos en una de las temporadas más bonitas del año. Todo florece, todo se renueva, la vida brota con pujanza, antes de que llegue al calor y lo sofoque casi todo. El tiempo y las temporadas no son sólo el transcurso cronológico de los días y las horas. El paso del tiempo tiene también otro sentido. El tiempo es momento de gracia, de encuentro con Dios, de crecimiento personal, de trato con los demás, de ser creativos y de ver sus resultados. Lo más bonito del tiempo es que la persona crece y se va capacitando progresivamente para la eternidad. El hombre se va haciendo capaz de vivir en la eternidad, donde ya no hay ni tiempo ni temporadas, porque la eternidad ha entrado en el tiempo, para llevarlo a su plenitud. Viviendo en el tiempo, hemos inaugurado ya la eternidad. En Córdoba es especialmente bonito vivir en el mes de mayo: luz de primavera, brisa que no sofoca, flores en abundancia, cruces de mayo, feria para rematar el mes. Y en este contexto, la Pascua del Señor. Cristo que ha vencido la muerte, y nos hace partícipes de su victoria. Cristo que nos envía desde el Padre al Espíritu Santo en Pentecostés, remate de la Pascua. María, que llena el mes de mayo en la espera orante de ese Espíritu Santo. Primeras comuniones, confirmaciones, bodas, bautizos. Encuentro festivo de las familias, porque Dios se acerca a nuestras vidas y nos reúne en su amor y en nuestra amistad. Cuánta belleza en los ojos de un niño que se acerca a comulgar con su alma limpia. Cómo impresionan estos momentos de cada uno de los sacramentos, en los que Dios llega hasta nosotros y nos hace partícipes de su vida. La vida cristiana ha sido siempre fuente de alegría en todas las generaciones. Las cruces de mayo son la exuberancia de la Cruz del Señor, que ha florecido con la primavera. En la Cruz está Jesús que ama y se entrega, está su sangre que se derrama. De la Cruz brotan las flores, porque Cristo ha saldado nuestras deudas, nos ha abierto las puertas del cielo, nos ha hecho hermanos unos de otros. La señal del cristiano es la santa Cruz. La cruz de mayo es la Cruz florida y hermosa. La fiesta de las cruces de mayo es un canto a la vida, lleno de esperanza. En la Cruz de Cristo alcanzamos misericordia, y por eso hacemos fiesta. Los patios de Córdoba son la expresión de un patrimonio cultural, son la exposición de la alegría de la vida, que vuelve a brotar en la primavera. Los patios de Córdoba representan esa alegría llevada a la familia, al hogar, a las relaciones más entrañables del corazón humano. La alegría de unos esposos que estrenan su amor en fidelidad permanente cada día. La alegría de un niño que nace y lleva inscrito en su ADN un proyecto de amor de Dios del que sus padres son garantes, la alegría de unos jóvenes que se enamoran y piensan en el futuro compartido. La vida es gozosa, porque no somos seres para la muerte, sino para vivir eternamente. Los patios de Córdoba nos recuerdan todo esto, y mucho más. Por último, la feria de Córdoba, donde la alegría se comparte con los amigos y donde se encuentran a otros, que hacía tiempo no veíamos, y en la calma del descanso festivo y feriado podemos comunicar nuestra experiencia de la vida, y escuchar al otro que te comunica su intimidad. Qué bonita es la convivencia, cuando es sana, y no necesita de emociones fuertes para vivir. En medio de esta alegría del mes de mayo, María es la flor más bonita de este mes, y a la que queremos ofrecerles las mejores flores de nuestro jardín. María que nos prepara a recibir al Espí- ritu Santo, como lo hizo convocando a los apóstoles de su Hijo en el Cená- culo y uniéndolos a todos en la oración. Es la madre que se alegra de vernos a todos unidos. ¡Feliz mes de mayo, queridos cordobeses! Que la alegría de la vida que brota de la Cruz de Cristo, que florece en los geranios y claveles de nuestros hogares y que se va afianzando en la convivencia con los amigos, alivie de las fatigas del trabajo, dé esperanza a quienes la han perdido y nos haga más capaces de compartir con quienes lo pasan mal. Recibid mi afecto y mi bendición: Mes de mayo en Córdoba Q
PRIMERAS COMUNIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los niños y niñas de primera comunión tienen siempre la misma edad, los que vamos pasando somos nosotros, sobre los que va recayendo el peso de los años. Pero los niños de primera comunión representan esa eterna infancia llena de inocencia, de ternura, de alegría, presente en el rostro de tantos niños y niñas, que vemos estos días vestidos de primera comunión. Se trata de un momento feliz en la vida de cada uno de los cristianos, por otra parte inolvidable, como otras experiencias fuertes que vivimos en la infancia. El momento de la primera comunión, con sus antecedentes y consiguientes, es un momento de gracia especial por parte de Dios en la edad temprana de nuestra vida. Podemos decir que Dios se vuelca sobre cada uno de estos niños y niñas para hacerles entender que Él siempre nos ama, que es bueno con nosotros, que está siempre dispuesto a perdonarnos, que nos quiere hacer felices en la vida terrena y en el cielo para siempre. Los niños lo viven y lo creen sin especiales dificultades. Es de mayores cuando surgen las dificultades y cuando incluso pueden oscurecerse estas vivencias. Pero la referencia a aquella experiencia feliz de la primera comunión ha redimido a muchas personas a lo largo de su vida de adultos. De ahí la importancia de vivir bien esa experiencia de la primera comunión. A lo largo de mi vida pastoral he encontrado con casos muy llamativos de personas que habían dejado casi totalmente toda práctica religiosa a lo largo de su vida y que incluso habían mostrado su actitud contraria a lo religioso, y ante una enfermedad inesperada o ante una desgracia de cualquier tipo, han reaccionado conectando con aquella experiencia de la primera comunión, reseteando su vida y centrándola en lo verdaderamente importante. Fueron felices con Dios, conocieron a Jesús, se sintieron hijos de su buena Madre, y, llegada la hora de la verdad, quieren conectar con aquella felicidad vivida en la primera comunión, que nadie pudo darles nunca. Por eso es importante que los mayores, sobre todo los padres, los catequistas, los sacerdotes y todos los que rodeamos a los niños de primera comunión les ayudemos a vivir una experiencia feliz centrada en Jesucristo, como el mejor de los amigos, que nos introduce en la vida de Dios para siempre. En primer lugar, dejándonos evangelizar por estos niños y niñas. Es verdad lo que ellos sienten, es verdad que Dios es amigo, es verdad que Jesús me quiere, es verdad que María nuestra madre cuida de nosotros. No hemos de vivir en el entorno de estos niños “como si” todo eso fuera verdad, sino vivirlo de verdad, como lo viven ellos. Sin prejuicios, sin ideologías que matan nuestra inocencia, sin pretextos que retardan nuestra respuesta. Por otra parte, no hemos de convertir la primera comunión en una simple fiesta social o de familia. Es bueno encontrarse, compartir esa alegría entre toda la familia. Pero la mejor manera de ayudar a estos niños es entrar en la verdad de lo que celebramos. Es decir, el mejor regalo para estos niños es que sus padres y todos los que acuden a la primera comunión comulguen el Cuerpo del Señor, habiendo hecho una sincera confesión fruto de una sincera conversión. Los adultos hemos de evitar atiborrar a los niños con regalos, que incluso a ellos no les interesan. El mejor regalo, el único insustituible es Jesús y ninguna otra cosa debiera distraer en este día la atención de los niños. Vendrán otras ocasiones en que podremos tener algún detalle, pero no hagamos víctimas a estos niños de una sociedad de consumo que nos asfixia y puede asfixiar en ellos la preciosa experiencia de la primera comunión. Y, por último, enseñemos a estos niños a compartir: a compartir su fe en Jesús con otros niños, de manera que se hagan misioneros (no proselitistas) ya desde la infancia; a compartir su alegría con otros niños que viven en condiciones de pobreza extrema, y a veces no lejos de nosotros. A los niños no se les hace difícil todo esto, hagamos un esfuerzo los mayores para entrar en la órbita feliz de los niños de primera comunión. Dios quiere que la primera comunión de un niño o niña sea una ocasión de gracia para todos los que le rodean. Recibid mi afecto y mi bendición: Niños de primera comunión Q
MAYO, ASCENSIÓN, AL CIELO CON ELLA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Coincide el final del mes de mayo con la fiesta de la Ascensión del Señor. Y a lo largo del mes de mayo está presente de manera especial María, la madre de Dios y madre nuestra. Ella nos acompaña en el camino de la vida para llevarnos al cielo, a la patria donde Dios nos ha preparado el gozo eterno de los santos. La Ascensión del Señor consiste en que Jesús, después de cuarenta días apareciéndose a sus discípulos para mostrarles que estaba vivo, que había resucitado, subió al cielo delante de sus ojos hasta que desapareció de su vista. Ese cuerpo glorioso, animado por un alma humana como la nuestra, ha ido a la gloria con el Padre, indicándonos al mismo tiempo cuál es la meta y cuál es el camino. La meta es Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que nos ha preparado el hogar del cielo para hacernos felices con Él para siempre. El camino es la santa humanidad de Cristo, como puente y escalera que Dios nos ha dado a toda la humanidad para que pasando por Él lleguemos a la meta. La Ascensión del Señor es el culmen de una vida y de una misión. El Hijo, enviado por el Padre, ha venido a la tierra para llevarse consigo a la humanidad cautiva, liberándola de los lazos de muerte que la atan y otorgándola la libertad de los hijos de Dios. Y elevado al cielo, nos enviará el Espíritu Santo, que hace posible esa libertad desde dentro de nuestro corazón. Jesús no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino para prepararnos un sitio y tirar de nosotros hacia arriba. Ese itinerario ascendente nos muestra que estamos llamados al cielo, y esa esperanza nos sostiene en la construcción de un mundo nuevo, en el que reine la justicia y la paz entre todos los hombres. En la Ascensión del Señor estamos llamados a elevarnos de nivel, pero no porque nosotros subimos un escalón más, sino porque somos elevados por la fuerza del Espíritu a niveles inimaginables, con tal de que no impidamos con el peso de nuestra culpas ese vuelo hacia arriba. En ese camino de ascensión, María nos precede, como en todos los aspectos de la vida cristiana. Ella ha sido la primera redimida, la mejor redimida. Inmaculada desde el comienzo, madre virginal del Redentor, terminado el curso de su vida terrena fue elevada al cielo en cuerpo y alma, fue trasplantada como una flor preciosa, con tierra y todo, hasta la patria celestial. En ella vemos cómo su elevación al cielo ha sido obra del Espíritu en ella, por eso hablamos de asunción. Y en ella vemos nuestro propio destino, que no consiste sólo en ir al cielo, sino en ir al cielo con todo nuestro ser, alma y cuerpo. La fiesta de la Ascensión del Señor tiene su cumplimiento en la fiesta de la Asunción de María (15 de agosto). Una vez más, Él y ella van inseparablemente unidos desde aquel momento culminante de la Encarnación, que unió a los dos para siempre. El misterio de María se entiende a la luz del misterio de Cristo, y el misterio de Cristo se entiende mejor cuando lo vemos cumplido en María, como primicia de lo que Dios va a realizar en cada uno de nosotros. “¡Al cielo con ella!” es el grito del capataz que manda en un paso de palio, y todos a una levantan a la madre de Dios. En estos días, este grito se hace realidad en nuestras vidas. No somos nosotros quienes levantan a María, es ella la que nos levanta con la fuerza atrayente de su asunción. Pero en el origen está Jesús que, con su poder divino, ha ascendido al cielo, mostrándonos a todos el camino y la meta: con Él y hasta la gloria que Dios nos tiene preparada. “¡Al cielo con ella!” es un nuevo estímulo en este final de mayo para celebrar la Ascensión del Señor, situándonos con Jesús en la gloria, desde donde vivimos nuestra vida terrena, todavía sometida a las pruebas de esta etapa. El pensamiento del cielo no como una utopía inalcanzable, sino como una realidad que nos espera, es el mejor estímulo para seguir caminando con esperanza, es la mejor fuerza para superar las dificultades de la vida, incluida la muerte, porque en el cielo nos espera Jesús y nos espera siempre nuestra madre María. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Al cielo con Ella! Q
PENTECOSTÉS, ESPÍRITU SANTO Y APOSTOLADO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. A los cincuenta días de la Pascua, fue enviado el Espíritu Santo desde el seno del Padre, por el cauce de la humanidad santísima de Jesucristo, de cuyo costado, abierto por la lanza, manó sangre y agua. Y llenó toda la tierra, renovándola. La fiesta litúrgica de Pentecostés tiene la capacidad de actualizar aquella efusión del Espí- ritu Santo, para renovar hoy todo el universo. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia. El Espíritu Santo, alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Esa fuerza potente del Espíritu Santo no es una energía anónima, que pudiera desprender el cosmos. No. Se trata de una relación personal, una relación de amor, de tú a tú. El Espíritu actúa silenciosamente en nuestros corazones y los va inflamando con el fuego de su amor, nos va recordando las cosas de Jesús y nos da la profunda convicción de que somos hijos de Dios y miembros de su familia que es la Iglesia. El Espíritu Santo prende en el corazón de los creyentes para hacerlos testigos: “Esta es la hora en que rompe el Espíritu el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo. Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo...” (himno litúrgico). La fiesta de Pentecostés es por tanto la fiesta del apostolado. Los apóstoles, al recibir el Espíritu Santo, fueron fortalecidos con la fuerza de lo alto y se convirtieron en testigos valientes de Jesús en medio del pueblo, dispuestos incluso a sufrir persecución y hasta martirio por amor a Jesús. Las vigilias y la misma fiesta de Pentecostés en cada una de las parroquias quiere alentar en todos el dinamismo apostólico que hoy necesita la Iglesia para presentarse ante el mundo como la Esposa de Cristo, signo transparente de su presencia y de su amor en el mundo, santa e inmaculada en medio del mundo. Es el día del apostolado seglar. Los fieles laicos en la Iglesia son como un enorme gigante dormido, que va despertando para asumir la tarea propia en la Iglesia y en el mundo: imbuir las realidades de este mundo con el espí- ritu del evangelio, a manera de fermento, como sal de la tierra y como luz del mundo. Renovarlo todo para llevarlo a su plenitud, purificándolo de todo lastre. La familia se hace nueva, el amor humano se hace nuevo, el trabajo adquiere un sentido nuevo, la vida social es otra cosa, y hasta la polí- tica adquiere su verdadera dimensión de servicio a la sociedad en el ejercicio de la caridad social. El Espíritu Santo todo lo hace nuevo, dejemos que entre en nuestros corazones. Es el día de la Acción Católica. Desde los primeros pasos, la Acción Católica vio en esta fiesta de Pentecostés su fiesta propia, en la cual tomar conciencia del papel de los laicos en la vida de la Iglesia y tomar impulso para su apostolado. Y concretamente de los laicos que viven en torno a la parroquia y a sus pastores, siguiendo sus planes pastorales y desembocando en la parroquia sus colaboraciones para convertirla en una comunidad viva, con un fuerte sentido de comunión, en la participación y en la corresponsabilidad eclesial. No es la única forma de participación de los laicos en la vida de la Iglesia. En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Pero la Acción Católica ha gozado siempre de una preferencia por parte de los pastores, porque en su propia naturaleza se confiesa como estrecha colaboradora del apostolado parroquial y diocesano. En estrecha comunión con los pastores, en estrecha colaboración con la jerarquía y como vínculo de comunión entre todos los fieles laicos de la parroquia, actuando públicamente en nombre de la Iglesia. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Ven y haz nuevas todas las cosas, renovando nuestro corazón. Recibid mi afecto y mi bendición: Espíritu Santo y apostolado Q
SANTISIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El misterio fontal del cristianismo es el misterio trinitario. Jesucristo nos ha abierto de par en par las puertas del corazón de Dios, para introducirnos en esa intimidad divina, en la que descubrimos asombrados que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No es un ser solitario ni aburrido, Dios es trinidad, es comunidad, comunión, familia de amor. Tres personas, un solo Dios. Lo tienen todo en común, se distinguen por la relación personal. El Padre es el dador, el Hijo es el dado, el Espíritu Santo es el don.
No cabe mayor comunidad ni mayor diferencia personal. Entrar en este misterio sólo podemos hacerlo de puntillas, en silencio, en actitud de profunda adoración. No podemos manipular el misterio para acomodarlo a nuestra medida.
En este misterio se entra en actitud de profunda adoración, porque es inmenso y nos desborda por todas las latitudes. Y entrando en este misterio, respiramos la grandeza de Dios y la grandeza del hombre, llamado a compartir esa misma vida en una corriente de amor, que tiene su origen en Dios, nos envuelve en el mismo amor y nos hace capaces de amar a la manera de Dios.
Jesucristo, en su condición humana y terrena, ha vivido inmerso en este misterio de amor y de fluida comunicación, con una profunda y espontánea familiaridad con el Padre, hablándonos del Espíritu Santo con toda naturalidad. Él ha sido el gran contemplativo, que nos ha hablado de las más profundas intimidades del corazón de Dios.
Realmente, Jesús aparece como una de esas tres personas, en íntima comunión de amor con las demás y anunciándonos a todos la alteza de nuestra vocación: entrar a participar de Dios en esa corriente de amor trinitario.
Más aún, Jesucristo nos anuncia que las tres personas de Dios quieren poner su morada en nuestro corazón, a manera de un templo: “Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Es el misterio de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma de quien vive en gracia de Dios. El que ha conocido a Jesucristo ya no está solo ni se siente solo, porque vive en comunidad, en esa comunidad de amor trinitario, cuyo reflejo en la historia es la Iglesia, icono de la Trinidad.
La oración consiste en caer en la cuenta de esa relación de amor, que tiene su iniciativa en Dios y que nos incorpora a esa relación, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo (Jesucristo), ungidos por el Espíritu Santo.
En el seno de la Iglesia, algunos reciben esta vocación especial, que es la vida contemplativa. Se llama contemplativos en la Iglesia a los que “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (PC 7).
Son muchos los hombres y mujeres en la Iglesia que viven esta vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Ellos son verdaderos “centinelas de la oración”, como reza el cartel de este Año de la fe.
En nuestra diócesis de Córdoba hay 24 monasterios de vida contemplativa, uno masculino y los demás femeninos, verdaderos oasis de oración y de paz, en el silencio y en el trabajo de la vida retirada. Hay también algunos ermitaños, que viven la vida contemplativa en la soledad del desierto.
Muchos cristianos encuentran en estos monasterios lugares para el trato con Dios, porque favorecen el silencio, la liturgia bien celebrada, un clima de oración, una presencia especial de Dios. Por eso, los contemplativos son considerados centinelas de la oración.
No se han retirado del mundo para desentenderse de los demás. Se han retirado atraídos por el misterio de Dios, como la mariposa se siente fascinada por la luz, y viviendo en soledad o en comunidad, oran por sus hermanos, se sacrifican por todos, presentan a Dios nuestras necesidades y proporcionan espacios de oración y retiro para los que buscan a Dios en el silencio, retirados de las ocupaciones cotidianas.
Los contemplativos no son parásitos de la sociedad, sino reclamos fuertes del misterio de Dios en medio de nuestro mundo tan aturdido por tanta actividad. Ellos nos hacen un bien inmenso, a los creyentes y a los no creyentes, su presencia es un oasis de Dios en medio del desierto de la ciudad secular.
Oremos por los que se dedican a orar por nosotros. Ellos nos cuidan, ellos son para nosotros “centinelas de la oración”, ellos proclaman al mundo que Dios quiere introducirnos en el círculo de su amistad, en su vida divina. Su testimonio nos hace más fácil a todos la vocación contemplativa que todos llevamos en el corazón, porque estamos llamados a disfrutar de Dios.
Recibid mi afecto y mi bendición.
VERANO, YO ME APUNTO A RELIGIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Está abierto el plazo para la matriculación en los cursos de primaria y secundaria, donde se pide la participación en la clase de Religión católica en la escuela. Atentos los padres de familia, atentos los alumnos para no dejar pasar el plazo, y renovar una vez más el compromiso de apuntarse a Religión. La clase de Religión te enseña a ser mejor discípulo de Jesús, a conocer tu historia religiosa, a comprometerte en la vivencia de una auténtica vida cristiana, a ser solidario con el amor de Cristo con todos los desfavorecidos de la tierra. Si eres católico, apúntate a clase de Religión católica. Si haces la primera comunión, si acudes a confirmarte, sería una incoherencia no apuntarte a Religión católica en tu escuela. Es asombroso el alto porcentaje de padres y de alumnos que solicitan la clase de Religión en la diócesis de Córdoba, tanto en los centros públicos como en los concertados. Es como un referéndum, que año tras año revalida esta elección, con la que está cayendo. Contrasta este altísimo porcentaje de peticiones con la cantidad de pegas que encuentran los padres y los profesores para cumplir este sagrado deber, que es un derecho reconocido en la legalidad vigente, en la Constitución española y en las leyes. A veces, podíamos pensar que se intenta por todos los medios eliminar esta asignatura, porque no se favorece, sino que se obstaculiza lo más posible. A pesar de todo, los padres siguen pidiendo Religión católica para sus hijos en un altísimo porcentaje: más del 90 % en primaria y más del 70 % en secundaria. En mis visitas pastorales, no dejo de acudir a la escuela, y me reciben con gran alegría los alumnos. Agradezco la buena acogida, salvo rarísimas excepciones, por parte del equipo directivo, el consejo escolar, los padres y los alumnos. Se trata de un verdadero acontecimiento pedagógico del Centro, en el que la inmensa mayoría de alumnos son católicos y alumnos de Religión cató- lica. Ellos lo demandan, no se lo impidamos. Tener clase de Religión católica en la escuela no es ningún privilegio de los católicos. Es sencillamente el reconocimiento de un derecho a la libertad religiosa, que incluye la libertad de enseñanza, y asiste a los padres al elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Porque la responsabilidad de la educación corresponde en primer lugar a los padres. Elegir la clase de Religión para los hijos es el ejercicio de un derecho, no es un privilegio. Y al elegir la clase de Religión católica, los padres y los alumnos tienen derecho a ser respetados en este ideario, no sólo en esta clase sino en todas las demás, no enseñando nada que pueda herir la sensibilidad católica del alumno, que se está formando. Y esos mismos alumnos, que han elegido libremente la Religión como asignatura, tienen derecho a que el Obispo los visite. El Obispo, por tanto, visita las aulas no invocando un privilegio del pasado que hay que superar, sino como un derecho de los niños y jóvenes de hoy. Los derechos de los niños deben ser respetados por todos. Un Estado aconfesional no significa un Estado que ignora la Religión, y menos aún un Estado que la persigue o pretende eliminarla. El Estado aconfesional no tiene como oficial ninguna religión, pero respeta todas dentro de una legalidad de convivencia, e incluso contribuye a su pervivencia. En España más de un 90 % de ciudadanos se confiesan católicos. La presencia de la Religión en la escuela no hace daño a nadie, y beneficia a todos los que la eligen. Es momento, por tanto, de estar atentos, queridos padres. No se os olvide hacer constar esta petición en vuestro centro de enseñanza. Apoyad a los profesores de Religión. Es por el bien de vuestros hijos, que son también hijos de la Iglesia católica. Jóvenes, apuntaos a la clase de Religión. En ella aprendes muchas cosas de tu religión católica, que te ayudan a conocer y a formarte como católico. Defiende tus derechos. Si vas siendo responsable, date cuenta de que ser católico no es cosa de nombre, sino de verdad. Profesores de Religión, os agradezco vuestra dedicación a esta tarea. Conozco vuestras dificultades y cómo os abrís camino en medio de ellas. Apelo a vuestra conciencia de católicos militantes y confesantes en medio de una sociedad que mira de lado la religión o que la desprecia. Os animo a ser testigos con vuestra vida, con vuestra profesionalidad y vuestra competencia ante estos niños y jóvenes que se os confían. La Iglesia y los padres de estos niños os lo agradecemos. Con mi afecto y bendición: Yo me apunto a Religión Q
LE ACOMPAÑABAN ALGUNAS MUJERES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el discipulado de Jesús había varones y mujeres. Por unas razones o por otras, en el grupo más amplio de los que iban con Él, lo acompañaban algunas mujeres: “María Magdalena, Susana, y otras muchas” (Lc 8,3). Son muchas las mujeres que aparecen a lo largo del Evangelio. Se trata de un hecho insólito en la época de Jesús.
En aquella época, las mujeres no tenían ni voz ni voto, no iban a la escuela, no tenía valor su testimonio, no contaban para nada en la sociedad. Y Jesús las acogió en su escuela, entre sus discípulos, en su seguimiento. “Es algo universalmente admitido –incluso por parte de quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano– que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad” (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem 12).
Habríamos de empezar por la mujer elegida para ser madre de Dios, María. Ella es la criatura más excelsa entre todas las personas humanas: llena de gracia, sin pecado concebida, madre y virgen, asunta a los cielos incluso con su cuerpo. Dios, de entre todas las personas que ha elegido para colaborar con Él, ha elegido una mujer no sólo como madre de su Hijo divino para hacerse hombre, sino como principal colaboradora en la obra de la redención.
Antes que ninguno de los demás discípulos, antes que los mismos apóstoles, antes incluso que Pedro, está María, la mujer por excelencia, que aparece siempre junto a Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección. Y lo acompaña en el cielo como madre e intercesora nuestra.
En ella, Dios ha manifestado una predilección por la mujer, y en ella toda la humanidad ha de encontrar el referente de la verdadera dignidad de la mujer en todos los tiempos. Algunos se empeñan en reivindicar hoy el sacerdocio femenino, el sacerdocio de la mujer, como si fuera un derecho, como si fuera una cota de poder.
La Iglesia no es dueña absoluta de los dones que le ha otorgado su Maestro, y ha respondido que no puede hacer algo diferente a lo que ha hecho su Maestro y Señor, Jesucristo (JPII, Ordinatio sacerdotalis, 1994).
El sacerdocio ministerial es un don, nunca un derecho. Por tanto, no puede entrar en el mercado de los derechos humanos, ni debe ser objeto de reivindicaciones. Y de manera definitiva la Iglesia ha establecido que la ordenación sacerdotal sólo puede concederse a varones. Esta sentencia no podrá ser reformada nunca jamás, porque el Papa Juan Pablo II la ha dictado apoyado en el ejemplo de Jesús, en la Palabra de Dios, en la tradición viva de la Iglesia y en su infalibilidad pontificia.
Con ello, Jesucristo no ha hecho de menos a la mujer, porque la ha igualado en todo con el varón. Por ejemplo, en los temas de matrimonio, cuando la mujer no tenía ningún derecho y podía ser repudiada en cualquier momento, Jesús sitúa a la mujer a la misma altura que el varón. No sólo la mujer comete adulterio si se va con otro, también el varón comete adulterio si se va con otra (cf Mt 19,9), porque Dios los ha hecho iguales en dignidad, diferentes para ser complementarios.
Esta postura de Jesús sorprendió fuertemente a sus discípulos, pero Jesús dejó establecida esta igualdad fundamental, que la Iglesia tiene que respetar y promover a lo largo de los siglos. El papel de la mujer en la Iglesia es de enorme importancia, no sólo porque todas las mujeres están llamadas en cuanto tales a la santidad, sino porque a ellas de manera especial les ha sido encomendado el cuidado del ser humano, desde su concepción hasta su muerte.
En el matrimonio o en la virginidad, el corazón de la mujer está hecho para la maternidad, para proteger al ser humano, especialmente a los más débiles e indefensos. Nada más cálido para el ser humano que el regazo de una madre. El “genio” femenino y el corazón de la mujer está hecho para amar, para acoger, para expresar la ternura de Dios con el hombre.
El feminismo cristiano ha ofrecido a la humanidad grandes mujeres, plenamente femeninas, a imagen de María, la madre de Jesús, y entregadas de lleno, en la virginidad o en el matrimonio, a una maternidad amplia y fecunda.
La mujer no ha de dejar de ser mujer para ser más, sino que precisamente siendo mujer, plenamente mujer, encontrará su plenitud.
Entre los seguidores de Jesús había mujeres, hoy en nuestras parroquias, grupos y movimientos prevalecen las mujeres. Reconozcamos el papel de la mujer en la Iglesia para ser fieles a Jesús y su Evangelio. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Acabado el curso pastoral, viene la cosecha. Cinco (3+2) nuevos presbíteros para la Iglesia en la diócesis de Córdoba. Tres son ordenados en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, y otros dos en fecha posterior, por razones de edad. Demos gracias a Dios por todos ellos. Su ordenación presbiteral atañe no sólo al Seminario, que ve coronados sus frutos en un día tan gozoso, sino a toda la diócesis, que se alegra de recibir el don de estos nuevos sacerdotes para que hagan presente a Cristo sacramentalmente.
La Iglesia no la componen solamente los pastores (obispos y presbíteros), sino que está llena de fieles laicos y muchos consagrados/as. Pero en la naturaleza de esta Iglesia santa, tal como la ha fundado Jesucristo, el ministerio apostólico es insustituible: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). Es lo que llamamos la dimensión petrina de la Iglesia, es decir, el ministerio sacerdotal, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia.
Aquella primera comunidad de los apóstoles, los Doce, se ha ido extendiendo y ampliando a lo largo de los siglos por toda la tierra con sus sucesores, los obispos, y sus colaboradores, los presbíteros. Son necesarios los pastores para que la Iglesia exista y permanezca en el tiempo, y a ellos de manera especial se les confía la misión de: “Id y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 29,19).
La Iglesia es misionera en su entraña más honda, y todos hemos de acoger este mandato de Cristo, cada uno en la vocación a la que ha sido llamado. Pero los pastores han de encabezar el cumplimiento de este mandato hasta los confines de la tierra y hasta el final de los tiempos.
Entre todas las funciones que se le encomiendan al sacerdote, destaca la de representar a Cristo en la celebración eucarística. Jesús cumple su promesa de estar entre nosotros hasta el final de los tiempos, de manera especial por el ministerio de los sacerdotes que lo traen al altar en la santa Misa.
E igualmente, gracias al ministerio del sacerdote, Jesús puede perdonar nuestros pecados y devolvernos la gracia cuando la habíamos perdido, por medio del sacramento del perdón. La acción del sacerdote se extiende a otros muchos aspectos: predicación de la Palabra, atención y consuelo a los enfermos, instrucción a los niños, orientación a los jóvenes, acompañamiento a los esposos, etc. Ayuda a todos, particularmente a los más pobres, para que alcancen la dignidad de hijos de Dios.
La diócesis de Córdoba está de fiesta y exulta de gozo ante esta ordenación sacerdotal. Nuestra oración constante, pidiendo al Señor que “mande obreros a su mies”, ha sido escuchada, y estamos alegres y agradecidos. Hemos de continuar orando para que no nos falten nunca sacerdotes que nos traigan a Cristo. Son un don de Dios para la Iglesia y para el mundo, y el Señor ha condicionado estos dones a nuestra oración de petición: “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Mt 9,37).
En todas las parroquias, en todas las comunidades y grupos apostólicos, en todas las familias, oremos incesantemente para que Dios nos dé obreros en su viña, y oremos también por la perseverancia de los que han sido consagrados en el orden sacerdotal, para que sean fieles a tan altos dones recibidos para el servicio de la Iglesia.
Que no busquen su interés, sino el de Cristo. Que estén dispuestos a gastar su vida por Él y por los hermanos. Que entreguen su vida diariamente para que otros tengan Vida eterna. “¡Señor, danos muchos y santos sacerdotes!”. Sacerdotes según el Corazón de Cristo.
Recuerdo cómo lloraban aquellas gentes sencillas de Picota-Perú, cuando hace tres años llegaron dos sacerdotes misioneros de nuestra diócesis, a los que tuve la suerte de acompañar. Al terminar la Misa, pregunté sorprendido por qué lloraban, y me dijeron: “Padre, no sabemos cómo agradecer a Dios el bien que nos ha concedido. En nuestro pueblo (y en toda aquella zona) no ha habido nunca sacerdotes. Le hemos pedido a Dios un sacerdote, ¡y nos ha enviado dos!”. ¿Veis? Los pobres son siempre agradecidos.
Pues eso, Dios nos concede a la diócesis de Córdoba este año cinco nuevos sacerdotes. Cómo no vamos a darle gracias, llorando de gratitud. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres y contentos”. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
SEPTIEMBRE: FIESTA DE LOS CRISTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 14 de septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La Cruz gloriosa de mayo, la Cruz que ha florecido en la resurrección, la Cruz que se ha convertido en la señal del cristiano, porque en ella Jesucristo ha muerto para redimir a todos los hombres. Es una fiesta que marca el comienzo del curso pastoral: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo… (con la señal de la santa Cruz).
Y este año la fiesta reviste especial importancia, porque el mundo cofrade celebra una expresión solemne de la fe cristiana con un Viacrucis Magno, en el que confluyen 18 pasos de nuestra semana santa cordobesa. Realmente es un acontecimiento extraordinario y esperamos que sea una magna expresión de fe, que a su vez alimente la fe de los participantes.
El cortejo procesional, que comienza con la Reina de los Mártires, termina en la Santa Iglesia Catedral, templo principal de la comunidad católica de Córdoba, donde todos adoraremos a Jesús Sacramentado, vivo y glorioso en la Hostia, después de haberlo acompañado en sus imágenes de pasión camino de la cruz (viacrucis): Huerto, Rescatado, Penas, Redención, Sentencia, Coronación de Espinas, Pasión, Caído, Encuentro/ Verónica, Humildad y Paciencia, Amor, Expiración, Ánimas, Descendimiento, Angustias, Santo Sepulcro, Resucitado.
Fue el beato Álvaro de Córdoba, patrono de la Agrupación de Cofradías de la ciudad, quien introdujo esta práctica del Viacrucis en occidente. A la vuelta de su viaje a Tierra Santa en 1419, construyó las catorce estaciones en torno al convento dominico de Escalaceli en Córdoba, para contemplar ese camino de la pasión que culmina en la cruz del calvario.
Santo Domingo, su fundador, había inventado y difundido el rezo del rosario, para contemplar los misterios de la vida de Jesús. El beato Álvaro inventó el ejercicio del viacrucis, como lo había visto en la vía dolorosa de Jerusalén.
Así, de manera gráfica y sensible podía hacerse este recorrido, acompañando con los propios sentimientos los sentimientos de Cristo, que “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20), generando una empatía de Cristo al creyente y del creyente devoto a Cristo.
El viacrucis, por tanto, tiene mucho de cordobés. De aquí, se extendió a todo occidente. La piedad popular, y más en Andalucía, tiene su propio mundo, es como un universo en el que se mezclan el aspecto sensible, sentimientos profundos, costumbres y formas, imágenes y ritos, solemnidad y cercanía.
Es un mundo que ha brotado de la fe, que se vive de padres a hijos. Y a veces es el sentimiento religioso más profundo que sostiene la esperanza de una persona, sobre todo en momentos decisivos.
La piedad popular, como todo, tiene sus riesgos, pero tiene sus grandes valores. Nunca debe perder el norte de que ha nacido en la fe y debe vivirse en clima de fe. Cuando se queda en lo superficial o se reduce a mero acontecimiento cultural, corre el riesgo de desaparecer. La piedad popular es la fe de los sencillos, pero no debe confundirse con una fe sin raíces. No debe perder la conciencia de que ha nacido en la Iglesia católica y a ella pertenece, y esa pertenencia salvaguarda de interferencias culturales y políticas de turno.
El mundo cofrade es gestionado por seglares, y por cierto muy capaces, pero necesita del sacerdote para garantizar la formación y la comunión eclesial, e insertarse en la vida ordinaria de la parroquia.
El mundo cofrade, como la misma vida, necesita renovación continua. Y esa renovación le viene de dentro, es decir, del fervor con que se vive la fe y la pertenencia a la cofradía y la decisión de arrimar el hombro cuando haga falta (nunca mejor dicho).
El mundo cofrade no es para personas deseosas de protagonismo o personalismo, que no han podido encontrarlo en otros ámbitos de la vida. Cuando esto es así, la cofradía es un problema continuo. En el mundo cofrade, como en toda la vida cristiana, vale quien sirve, y no vale quien quiere servirse de la cofradía para sus intereses.
He expresado en varias ocasiones mi aprecio por la piedad popular vivida en el mundo cofrade. Esta es una ocasión propicia para agradecer a tantas personas las horas que gastan en preparar y sacar a la calle sus sagrados titulares, los ensayos de costaleros y las bandas de música.
Cuando sale a la calle una procesión de éstas, se remueve y se conmueve toda la sociedad. Que este movimiento abra rendijas por las que pueda entrar la luz de la fe en tantos corazones, para que experimenten ese amor más grande que sólo Dios y su Madre bendita son capaces de dar. Vivamos con mucha fe este Viacrucis Magno. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
DOMINGO: DIOS O EL DINERO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?” (Lc 16, 11), nos dice Jesús en el Evangelio de este domingo.
Lamentablemente, asistimos a noticias de corrupción casi todos los días, como si el dinero fuera un exponente de la vida real. Nos duele especialmente que esto se produzca en el ámbito de la administración pública, donde se administra el dinero de todos, cuando hay recursos para todos, y por la avaricia de algunos, muchos se quedan sin lo necesario para vivir.
Pero este combate se libra en el corazón de cada uno, de cada familia, de cada institución, también dentro de la Iglesia, donde sus hijos también son pecadores. El dinero se convierte en una tentación de quien busca seguridades y, al encontrarlas en el dinero, prescinde de Dios.
El dinero no es malo, incluso es necesario para vivir, pero Jesús nos advierte del peligro del dinero y nos invita a abrazar libremente la austeridad de vida y la pobreza voluntaria. Máxime cuando el desequilibrio mundial en este punto es tan escandaloso: unos mucho, hasta rebosar y derrochar; y otros, nada, ni siquiera lo necesario para vivir.
Jesús, siendo dueño de todo, se ha despojado de todo, dándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Por eso, Jesús, que va siempre delante de nosotros con su vida, nos advierte severamente: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13).
Llega un momento en que el dinero es antagonista de Dios, y tenemos que elegir. O Dios o el dinero. Si uno elige a Dios, tendrá que “perder” dinero. Si uno elige el dinero, pierde a Dios, se queda sin Dios.
Cuando uno no tiene a Dios ni le importa Dios, es muy explicable que se agarre al dinero, aunque éste nunca le dará la felicidad, y más bien temprano que tarde tendrá que dejarlo todo cuando le llegue la muerte. Pero es inconcebible que un creyente, que tiene a Dios como Dios, se aferre al dinero hasta el punto de perder a Dios. Este es uno de los dilemas de la vida, que se plantea continuamente. “Ningún siervo puede servir a dos amos” (Lc 16, 13).
El amor a Dios nos va sacando continuamente de nosotros mismos, el amor a los demás nos hace solidarios con actitudes de caridad cristiana con quienes padecen necesidad de cualquier tipo, y nos lleva a compartir lo que tenemos, aquello que legítimamente hayamos recibido.
Por el contrario, el amor a sí mismo nos aleja de los demás, nos hace tantas veces injustos, y sobre todo nos aleja de Dios, al preferir el dios dinero. Jesús nos invita en el Evangelio a ser astutos en la consecución de la meta, de lo único importante de nuestra vida: la santidad, el ser hijos de Dios en plenitud. A través de los bienes de este mundo –nuestras cualidades, nuestros recursos, nuestro tiempo, nuestra salud, etc.– perseguir hasta alcanzar esa meta a la que somos llamados.
El derroche de los bienes que Dios nos ha dado, nos lleva a la ruina y a ser rechazados por el amo de la hacienda. Emplear esos bienes para alcanzar la salvación eterna, haciendo el bien a los demás, nos hará triunfar en la vida.
Dios nos invita a ser generosos, a dar más de lo que corresponde. Dios nos invita incluso a ser misericordiosos, es decir, a parecernos a él. Perdonando a quien nos ofende, reaccionando con amor ante quien no nos ama e incluso nos persigue. Esta es la generosidad divina y así quiere hacernos a nosotros generosos.
Dios tiene mucho que ver con el dinero, y, donde está Dios, el dinero se emplea de manera apropiada. Donde no está Dios, la avaricia no encuentra límite ni freno. ¿Cómo empleamos el dinero? Cuánto gastamos y en qué. Es un test importante para saber si nuestra vida discurre por buen camino. Y de ello seremos juzgados por Dios. Recibid mi afecto y mi bendición.
EL JUICIO DE DIOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Somos muy sensibles a lo que sale en la prensa, y parece que lo que no sale en los periódicos no existe. Para el creyente, sin embargo, su referencia es el juicio de Dios: qué piensa Dios de esto, cómo seré juzgado por Dios en aquello. “Ten presente el juicio de Dios, y no pecarás”, recuerda una clásica sentencia cristiana.
El examen de conciencia consiste en ponerse delante de Dios y dejarse iluminar por su juicio, siempre misericordioso y consonante con la verdad. Dios me conoce, sabe mis intenciones mejor que nadie, mejor que yo mismo. Dios que me conoce, me ama, me perdona, me estimula a ser mejor, y desde esa perspectiva acepto ser corregido, porque a la luz de ese amor me es más fá- cil ver mis deficiencias, mis pecados.
El juicio de Dios se muestra implacable con los que plantean su vida en el lujo, el derroche, la vida disoluta y, consiguientemente, no se acuerdan de los pobres que no tienen ni siquiera lo necesario para vivir.
Hay muchos “lázaros” a las puertas de nuestras casas, en nuestro ambiente de pueblo o ciudad: gente sin trabajo, sin una vivienda segura, sin futuro, jóvenes enganchados a la droga y al sexo fácil sin afán de superación, personas derrotadas por el alcohol, enfermos incurables, situaciones que suscitan lástima en quien las contempla.
En unos casos, el sujeto tiene su culpa; en otros, son víctimas del mundo en que vivimos. En todos, las heridas están ahí y supuran. Y levantando la mirada, son millones de personas en el mundo las que no tienen lo elemental para vivir: comida escasa, cuando no se mueren de hambre; sin asistencia sanitaria, expuestos a la muerte por cualquier motivo que podría curarse fácilmente; sin una familia estable que sirva de cobertura y dé seguridad; sin acceso a la cultura elemental; incluso, sin que les haya llegado la buena noticia de Jesucristo redentor.
No podemos pasar indiferentes ante estas situaciones. El juicio de Dios llega a nuestra conciencia para decirnos que somos responsables de tales injusticias. No echemos la culpa a Dios de lo que hacemos mal los humanos, y pongámonos a la tarea de hacer un mundo más justo y más fraterno, precisamente porque tenemos un mismo Padre Dios.
No podemos plantear nuestra vida en el lujo, en los banquetes, en la ropa de moda, en los viajes de placer, en el gasto sin freno, cuando en el mundo, cerca o lejos de nosotros (hoy nada está lejos), hay tantos pobres sin lo elemental para vivir.
No tranquilicemos nuestra conciencia repartiendo algunas migajas de lo que nos sobra, pues todo lo que hemos recibido tiene una hipoteca social. Nos es dado para administrarlo en favor propio y en favor ajeno. No somos dueños absolutos de nada, aunque tengamos derecho a usar lo necesario.
Las personas e instituciones de Iglesia hemos de tener delante de los ojos esta parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19- 31), porque creemos en el juicio de Dios, que nos pedirá cuentas del talante de vida que hemos llevado, de cómo hemos administrado los bienes, los propios y los institucionales, de cómo hemos atendido a los “lázaros” de nuestra puerta y del mundo entero. Y el juicio de Dios será implacable para quienes no tuvieron esa perspectiva de eternidad, a la luz de la cual intentaron ser justos en su vida terrena.
Las heridas de nuestros contemporáneos están clamando misericordia por parte de quienes hemos conocido el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y hemos recibido ese amor en el don de su Espíritu Santo.
Salimos al encuentro de nuestros hermanos necesitados no sólo porque su necesidad y su carencia claman al cielo, sino porque Dios está de su parte y reserva un juicio severo para quienes, ante tales situaciones, no abrieron su corazón a la misericordia. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).
El que no es capaz de amar, provocado por la necesidad de sus hermanos, se va incapacitando para recibir ese amor que le espera en la vida eterna. Se cierra al amor, y en eso consiste la condenación eterna.
El que no atiende a su hermano necesitado se pone en peligro de condenación eterna, como le sucedió al Epulón del evangelio, y nos recuerda Jesús ante el juicio final: “Tuve hambre y no me disteis de comer… Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41-42).
El juicio de Dios nos alerta. Nos ponemos delante de Dios y actuemos en consecuencia. Recibid mi afecto y mi bendición.
DOMINGO AUMENTA MI FE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Auméntanos la fe” (Lc 5, 7). En el Evangelio de este domingo, con esta petición se acercan a Jesús los apóstoles, porque esta es la clave del seguimiento de Cristo. O tienes fe, y le sigues. O no tienes fe, y le dejas. O –lo más frecuente- vives una situación bipolar, que va desde momentos de fervor, en los que todo es muy fácil, a momentos de oscuridad en los que todo se hace cuesta arriba.
La vida de fe es la respuesta al don de Dios que sale a mi encuentro, me habla en su Palabra y en los acontecimientos de mi vida y de la historia, y espera una entrega total de mi persona a la llamada continua que Él me hace. La fe es don y tarea, regalo y esfuerzo. La fe comienza en Dios, que tiene siempre la iniciativa y viene a plenificar una búsqueda del hombre, que sólo en Dios alcanza esa plenitud. “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, nos recuerda san Agustín.
Nos encontramos en el Año de la fe, que abrió el Papa Benedicto el 11 de octubre de 2012, para conmemorar el 50 aniversario del concilio Vaticano II, y concluirá el Papa Francisco el próximo 24 de noviembre de 2013, fiesta de Cristo Rey del universo.
Un año largo para darle gracias a Dios por el don de la fe, profundizar en el significado de este don y el compromiso personal que lleva consigo y descubrir sus ramificaciones en todos los ámbitos de la vida. En el contexto de este Año de la fe, el Papa nos ha regalado una encíclica, “Lumen fidei” (29.06.2013), escrita a cuatro manos, es decir, redactada en gran parte por el Papa Benedicto y rematada por el Papa Francisco.
Esta encíclica explica la fe desde distintas perspectivas, pero sobre todo presenta la fe como una luz deslumbrante, que ilumina todos los aspectos de la vida presente y de la vida futura, incluido el más allá.
La fe no es un sentimiento pasajero, no es una emoción del momento, no es algo fugaz, como casi todo lo que nos rodea. La fe consiste más bien en ver la vida, las cosas, a los demás, la historia, con los ojos de Dios, con los ojos humanos de Cristo. ¿Y eso cómo puede ser? Porque abrimos el corazón a Dios que se comunica y respondemos en la obediencia a Dios que quiere el bien del hombre.
Para creerle a Dios, él nos ha dado abundantes signos a lo largo de la historia de la salvación, pero sobre todo nos ha dado a su Hijo Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que ha entregado su vida por nosotros y muriendo ha destruido la muerte para resucitar glorioso del sepulcro. Sólo el amor es creíble.
Y en Jesucristo el amor de Dios al hombre ha llegado a su máxima expresión. En Jesucristo Dios nos ha dicho que nos ama, y que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Ese amor, que nos precede, es un amor creíble. Y por eso, movidos por su Espíritu, respondemos en la misma onda: entregando nuestra vida, toda nuestra vida, a Dios que va siempre por delante. La fe no es algo individual, sino una realidad comunitaria.
Creemos en el seno de la Iglesia, creemos lo que la Iglesia nos enseña, creemos por el testimonio de la Iglesia. Y en la Iglesia están nuestros padres, nuestros catequistas, nuestros sacerdotes, tantas personas que nos han ayudado a creer, está el Magisterio de la Iglesia, está el Catecismo de la Iglesia Católica, precioso resumen de la fe. Tantos hijos de la Iglesia han vivido este diálogo de salvación entre Dios y el hombre, de tantas maneras, que se convierten para nosotros en testimonios fuertes y en crédito seguro para nuestra vida de fe. Son los santos.
Por eso, Jesús nos dice: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza...”, seríais capaces de hacer obras grandes, y además al hacerlas nos parecerá que “hemos hecho lo que teníamos que hacer”, como lo más natural del mundo. Para el que no es creyente, para el que tiene la fe oscurecida o nublada, muchas cosas le parecen imposibles.
Pero para el creyente, tales cosas no son imposibles, porque para Dios no hay nada imposible y colaborando con él nos hace casi omnipotentes. Si tuviéramos fe como un grano de mostaza… Auméntanos la fe, Señor.
En este Año de la fe y siempre. Una fe honda y bien arraigada en la verdad. Una fe que se expresa en el amor. Una fe que surte siempre esperanza, incluso en los momentos decisivos del sufrimiento y de la prueba. Una fe que mueva montañas. Recibid mi afecto y mi bendición.
MÁRTIRES DEL 36
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia en España celebra una jornada gloriosa con la elevación a los altares de 522 mártires de la persecución religiosa de los años ‘30 del siglo XX (II República y Guerra Civil). Diez de ellos Carmelitas en nuestra diócesis de Córdoba, cuatro en Montoro: José María Mateos, Eliseo María Durán, Jaime María y Ramón María; y seis en Hinojosa del Duque: Carmelo María, José María González, José María Ruiz, Antonio María, Eliseo María Camargo, y Pedro. Algunos nacidos también en nuestra diócesis: Carmelo María en Villaralto, Jaime María en Villaviciosa, Eliseo María Durán en Hornachuelos y de este grupo, andaluces todos menos uno.
Esta tierra andaluza, además de buen vino y buen aceite, tiene estos vástagos que hoy nos honran a todos, como los mejores hijos de la Iglesia y de esta tierra. En el total de los 522 hay sacerdotes, monjes, religiosos/as y seglares de toda España. Una vez más, España tierra de mártires
¿Por qué son glorificados? Porque supieron amar hasta el extremo, porque cuando los atacaron y los mataron, supieron perdonar al estilo de Cristo. Y eso lo aprendieron de Cristo, eso lo han recibido del Espíritu Santo que les dio fuerza en el momento supremo, eso lo han recibido en el seno de la Iglesia que se lo ha enseñado.
La vida cristiana de estos hombres y mujeres ha frutado en un testimonio martirial asombroso. Ellos no son caídos en el campo de batalla, ni una bala perdida acabó con sus vidas en medio de la refriega, donde suelen caer de uno y otro bando. No. Ellos fueron buscados en sus casas y en sus conventos, fueron llevados al paredón por ser curas o monjas, por ser hombres y mujeres de Acción Católica, por ser cristianos. Fueron asesinados por odio a la fe. Y muchos de ellos fueron asesinados después de horribles torturas, con terrible ensañamiento. La patria hace bien de honrar a sus héroes, pero aquí estamos hablando de otra cosa.
Hablamos de mártires, de personas que han amado hasta el extremo y han preferido morir antes que apartarse de Dios o dejar de ser cristianos. Un proceso minucioso y con garantías científicas de historicidad ha examinado cada caso y nos propone uno por uno a estos mártires, es decir, a personas que han sido asesinadas por odio a la fe y han muerto perdonando a sus enemigos.
Cuando la Iglesia honra a sus mártires, no recrimina a sus verdugos, sino que celebra el amor más grande de sus hijos, que han sido capaces de mostrar ante el mundo la victoria definitiva del amor sobre el odio, del perdón sobre la brutalidad de los ultrajes. “No olvidamos, pero perdonamos”, como nos ha enseñado Jesús nuestro Maestro.
La memoria histórica que hacemos de estos mártires no es para azuzar el odio, ni para reivindicar ningún derecho, sino para cantar las alabanzas de Dios y estimularnos en el amor y en el perdón. Es por tanto una fiesta de gloria y de misericordia.
Una vez más constatamos que la última palabra no la tiene el odio y el pecado, sino el amor misericordioso de Dios que ha anidado en el corazón de estos cristianos. Ellos han sido humillados hasta el extremo, es lógico (con la lógica evangélica) que ahora sean glorificados en medio de la asamblea de los fieles. Y nosotros gozamos de esta glorificación, porque son el orgullo del pueblo de Dios.
“La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, decía Tertuliano. Sí, nuestra fe es indudablemente fruto de aquel testimonio martirial, que ha alentado la fe a lo largo del siglo XX, del que somos ciudadanos.
El Año de la fe, en el que nos encontramos para celebrar el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, tiene en esta celebración uno de sus momentos culminantes.
Tarragona va a ser el escenario de este magno acontecimiento por varias razones: porque se pretende hacer un solo acto conjunto para toda España, porque Tarragona es también tierra de mártires desde sus orígenes hasta hoy y porque el número mayoritario de beatos en este acontecimiento pertenecen a la diócesis de Tarragona.
Tarragona se convierte así en capital del martirio en este domingo. Vivamos con fe este momento de gracia para toda España.
En nuestra diócesis de Córdoba honraremos a los mártires cordobeses el sábado 19 en Montoro y el domingo 20 en Hinojosa. Pedimos a estos nuevos mártires que nos den la firmeza de la fe para que seamos testigos del amor de Dios, que será el que triunfe sobre todas nuestras miserias. Recibid mi afecto y mi bendición.
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Misionero es el que lleva un encargo, el que lleva un anuncio para otro. Alguien le envía, no va por su cuenta. Y tiene un destinatario, no se queda con lo que le han encargado.
En el ámbito de la Iglesia católica, llamamos misionero a quien anuncia el Evangelio con su vida y con su palabra, en la catequesis y en el compromiso de la vida, en la caridad y amando hasta el perdón, construyendo un mundo nuevo más justo, solidario y fraterno.
Este domingo celebramos el DOMUND, domingo mundial de las misiones. Celebramos que la Iglesia es misionera, recordamos a nuestros misioneros, caemos todos en la cuenta de que tenemos “algo” que decir y transmitir a nuestros contemporáneos. La Iglesia existe para evangelizar, Jesucristo la ha fundado para que lleve el Evangelio a todas las naciones, a todas las personas de todos los tiempos. Es una dimensión esencial de la Iglesia, la de ser misionera, la de ser católica y universal. Por tanto, no se reduce a un día, sino que es tarea de todo el año.
Ahora bien, este domingo, el domingo del DOMUND, nos damos más cuenta de la inmensa tarea que tenemos por delante: anunciar a todos que Dios nos ama, que nos ha enviado a su Hijo para redimirnos de la esclavitud del pecado y darnos la libertad de los hijos, que ha derramado el Espíritu Santo para que sea el alma de la Iglesia y viva en nuestras almas como en un templo, que todos los hombres somos hermanos sin distinción de raza, cultura, nación.
Este año el lema del DOMUND parece una ecuación matemática: Fe + caridad = misión. Nos encontramos en el Año de la fe, para profundizar en el gran don recibido de Dios que nos compromete en la tarea misionera: la fe.
La fe no es un sentimiento pasajero, ni es una emoción del momento. La fe es como una luz deslumbrante que ilumina todos los aspectos de nuestra vida, dándoles sentido. La fe ilumina la existencia, el amor humano, el trabajo, el sufrimiento, incluso la muerte. La fe nos habla de una vida eterna que empieza aquí y no acabará nunca. La fe tiene como centro y plenitud a Jesucristo.
Y esa fe la vivimos en la Iglesia, la recibimos de la Iglesia, la celebramos y la compartimos en la Iglesia. La Iglesia nos envía al mundo entero para ser testigos y misioneros de esta fe para todos los hombres. La fe se verifica en el amor. Sólo el amor es creíble, es digno de fe. Y Jesucristo nos ha amado hasta el extremo. Su amor ha quedado verificado en su pasión de amor por nosotros, resucitando de entre los muertos.
Por eso, la fe nos lleva al compromiso del amor, y lo más querido para nosotros es haber conocido a Jesucristo, para poder compartirlo con los demás. La fe unida al amor nos lleva a la misión.
El domingo del DOMUND es ocasión propicia para agradecer el don de la fe, agradecer el don de la Iglesia que nos ha dado la fe y nos la alimenta continuamente, agradecer el trabajo que tantos hermanos nuestros, hombres y mujeres, están realizando para la propagación de la fe. No se trata de imponer a nadie nuestras creencias, ni de ningún proselitismo.
Se trata, como lo muestran nuestros misioneros, de dar la vida testimoniando que Dios nos ama en Jesucristo hasta el extremo. Se trata de llegar a todos los habitantes del mundo para llevarles la buena notica de la redención, para hacerles partícipes de los dones de la Casa de Dios.
Todo cristiano es misionero, debe llevar en su corazón la inquietud misionera de cumplir el encargo recibido, de llevar la buena noticia a los destinatarios, de alimentar continuamente la fe recibida y testimoniarla con su ejemplo y con sus palabras.
Los mártires que estos días celebramos son un estímulo en la tarea misionera, pues ellos con su vida y con su entrega hasta la muerte hacen creíble el amor de Dios que conduce al perdón. Sólo el amor es creíble. En los mártires se ha cumplido. Que ellos intercedan por nosotros para que sepamos cumplir la misión encomendada, para que seamos misioneros, en fidelidad a quien nos envía y a los destinatarios. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
PEREGRINACIÓN A GUADALUPE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la 18ª edición de la peregrinación diocesana anual de jóvenes a Guadalupe. Año tras año se han ido fraguando ilusiones, realidades, esperanzas, un tejido de relaciones, crecimiento en las personas, una nueva sociedad.
La peregrinación es como una parábola de la vida misma. En la peregrinación hay una meta, el cielo, la vida eterna en el gozo de Dios, simbolizado en un lugar sagrado, un santuario, y en este caso, un santuario mariano, donde María nos espera para mostrarnos el futo bendito de su vientre, Jesús.
En la peregrinación hay un camino, a veces fatigoso, pero que siempre nos abre a nuevos horizontes. Caminar es ponerse en marcha, no permanecer quietos o perezosos, caminar es ir al encuentro, salir de sí mismo. Hacer un camino es seguir una ruta, para no perderse, es seguir unas pautas para garantizar que no caminamos en balde ni en sentido equivocado. “Yo soy el camino…” nos dice Jesús (Jn 14,6). Ir con él, seguirle a él, vivir como vivió él es acertar en la vida. Caminar sin él es ir a tientas, es andar sin certezas y sin norte, sería perderse.
En el camino, no vamos solos, vamos en grupo, en pequeños grupos dentro del gran grupo, como símbolo de la Iglesia, comunidad de comunidades, la católica, que incluye pequeñas comunidades y grupos, pero que al mismo tiempo nos abre a una relación más amplia con todos. No se trata de un grupo amorfo o invertebrado, sino que hay unos monitores y unos guías. Como en la Iglesia, donde tenemos nuestros pastores y quienes nos orientan en el camino de nuestra propia vida.
Caminar en grupo tiene sus momentos de silencio y sus momentos de comunicación, sus momentos de oración y sus momentos de recreo. El silencio ayuda a encontrarse consigo mismo y con la verdad del otro. La relación personal se establece desde lo hondo, no desde lo superficial, y el silencio ayuda a profundizar para comunicarse más plenamente.
En el camino encontramos dificultades y alivios, fatiga y consuelo. Es duro caminar horas y horas, pero es más llevadero si se hace en compañía. Como la misma vida. Qué dura es la soledad que aísla y qué bonita la comunicación que ayuda. La que uno recibe y la que uno da, pues hay más alegría en dar que en recibir.
La dureza del camino se hace más llevadera si hay una mano amiga que me anima a continuar. El camino en grupo es una oportunidad de servir al otro olvidándome de mí mismo. Cuántas oportunidades en una peregrinación para ejercer el servicio por amor.
La peregrinación nos ha sacado de la comodidad de nuestra casa y nuestro ambiente, y llegan momentos en que uno carece de casi todo. Estar atento para servir, para ayudar, para hacer más agradable la vida a los demás es un ejercicio propio de estos acontecimientos, donde todos aprendemos.
Doy las gracias a la Delegación diocesana de juventud por las horas y los días que lleva gastados organizando este encuentro, para que todo esté a punto, para que no falte nada, para poner en marcha a todos, para organizar lo que después sale tan bien.
Muchos han dejado horas de descanso y diversión, porque mucho antes de llegar a la peregrinación han pensado en los demás preparándolo todo.
Gracias, jóvenes voluntarios, sacerdotes, todos los que servís en este acontecimiento. Comenzamos en la Catedral, que consideramos cada día más como nuestra Casa madre, el lugar que nos acoge como comunidad católica que camina en Córdoba.
Comenzamos con la Misa que preside el Obispo, sucesor de los apóstoles, que nos engancha a la Iglesia universal, la que preside el sucesor de Pedro.
Comenzamos pidiendo el auxilio del Señor y el de su Madre santísima, y nos ponemos en camino. “Vamos al lío…” ha repetido el Papa Francisco, queriendo decirnos que no nos apaguemos, que vayamos al encuentro de los demás, especialmente de los que se han apartado de la Casa de Dios.
Que seamos misioneros del Evangelio que hemos recibido gratis, y gratis hemos de comunicar. Prefiero una iglesia accidentada a una iglesia paralizada y centrada en sí misma, nos ha dicho el Papa. La Iglesia existe para evangelizar, para proponer a los demás y darles al único que puede salvarnos, Jesucristo nuestro Señor. Procedamos en la paz del Señor. Amén Recibid mi afecto y mi bendición.
DIFUNTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fe cristiana nos enseña que hemos nacido para vivir eternamente, primero en la etapa de la vida terrena, después en la etapa eterna con Dios y con los hermanos. Y que nuestra suerte depende del amor de Dios misericordioso y de nuestras obras en correspondencia a ese amor. Dios nos ha creado para la vida, y para la vida feliz en la eternidad del cielo.
Ahora bien, no nos llevará con Él forzadamente, sino por la colaboración libre de nuestra voluntad y nuestros actos. La fe nos habla de “otra vida” más allá de la muerte, pues no acaba todo con la muerte, sino que seguiremos viviendo para siempre.
El culto a los difuntos se basa en esta certeza. Si no creyéramos en la otra vida, a qué viene la veneración y el culto a los difuntos. Pues no se trata simplemente de un recuerdo nostálgico de aquellos con los que hemos compartido una etapa –más o menos larga– de nuestra vida pasada, sino de la certeza de que están vivos, a la espera de una plenitud, que llegará en el último día de la historia de la humanidad.
Los difuntos nos hablan, por tanto, no sólo de pasado, sino de futuro. Allí donde ellos han llegado, llegaremos cada uno de nosotros, no sabemos cuándo. La vida del hombre sobre la tierra reviste ese tono de dramatismo, por el hecho de estar sometido a fuerzas contrapuestas, que le llevan a la lucha entre el bien y el mal en su propio corazón y en el escenario de la historia de la humanidad.
Nacidos para el cielo, nacidos para Dios, el hombre experimenta la tentación constante de apartarse de Dios, porque lo considera su rival, corriendo el riesgo de perderse eternamente. En esta lucha dramática, la más importante de nuestras tareas, nuestra preocupación estriba en aprender a amar de verdad, para saciarnos plenamente de Dios, que nos llama al amor eterno.
Pero también constatamos que muchas veces nos invade el egoísmo, el desamor, todos los vicios capitales, que nos apartan de Dios y de los hermanos. De nuestros hermanos, que han cruzado el umbral de la muerte, tenemos la certeza de que algunos ya están con Dios, han llegado a la meta con éxito pleno.
Son los santos, muchos de los cuales han sido canonizados por la Iglesia, otros muchos más sin canonizar, pero que han recorrido el camino de su vida terrena con éxito, aprendiendo a amar hasta el extremo. Por estos no rezamos, sino que ellos son nuestros referentes, nuestros hermanos mayores que nos ayudan en esa lucha dramática de la vida terrena.
Otros, sin embargo, están en fase de purificación hasta llegar a la plenitud del amor. Habiendo muerto en la amistad de Dios, hay cicatrices de pecados anteriores que han de ser restauradas, hay egoísmos recónditos que han de ser transformados en amor, hay deudas de amor que sólo se curan en el sufrimiento.
Estas son las almas de nuestros hermanos difuntos, que todavía no han llegado al cielo, pero que sin embargo ya han alcanzado la salvación eterna. Por estos rezamos, porque nuestra oración les llega y les hace bien. Por ellos participamos de la cruz de Cristo, en el ayuno y la penitencia, para reparar lo que hicieron mal, y nosotros podemos resarcirlo en solidaridad fraterna.
Cabe la suerte también de los que libremente se han apartado de Dios para siempre en el infierno. Por esos no podemos rezar, porque la condenación es eterna, y en el infierno es imposible poder amar. No nos consta de nadie, que viva esta situación. Solamente los ángeles caídos, los demonios, que se rebelaron contra Dios y fueron arrojados al infierno, sin posibilidad de redención. Jesús nos avisa en su evangelio de este peligro en nuestra vida, no para asustarnos, sino para mostrarnos que sería una terrible desgracia vivir sin el amor de Dios para siempre, siempre.
En estos días traemos a nuestra memoria a todos los difuntos, para vivir la comunión con ellos en el amor. Visitamos nuestros cementerios, ofrecemos sufragios en favor de sus almas, y de paso caemos en la cuenta de nuestra suerte eterna, para desear el cielo, para purificarnos ya aquí en la tierra, participando de la cruz de Cristo, para acrecentar la esperanza en Dios que nos llama a vivir con él. Recibid mi afecto y mi bendición.
DOMINGO: DIOS DE VIVOS NO DE MUERTOS: DIFUNTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El origen de la vida está en Dios. La vida no ha brotado por azar ni por casualidad, sino por una decisión libre de Dios, que quiere hacer partícipes a los seres creados de su vida. Y especialmente a los seres humanos, a los que ha dotado de alma inmortal y espiritual.
En esa transmisión de la vida colabora la misma naturaleza, dotada de capacidad de transmitirse. Y en la especie humana colaboran los padres con la acción creadora de Dios. Dios pone la parte más importante, el alma, creada de la nada. Los padres aportan el soporte corporal. Y el resultado es una nueva persona humana.
En este mes de noviembre, mes de los difuntos, muchos vuelven a preguntarse por el más allá. Hay quienes piensan que todo termina con la tumba, qué triste. Hay quienes piensan que sobrevivimos en nuevas reencarnaciones, qué complicado. La fe cristiana, sin embargo, nos dice que hemos sido creados para vivir siempre, siempre, qué alegría.
Nuestra alma es inmortal y vive una sola vez la etapa terrena, no se reencarna en nadie más. Y acabada la etapa terrena llega a la eternidad para alcanzar el premio o castigo por sus obras. Esa misma alma tira de nuestro cuerpo, que resucitará en el último día de la historia.
El misterio de la muerte ha sido iluminado con la luz de Cristo, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha pasado por el trance de la muerte y ha resucitado, venciendo a la muerte. Podemos decir que hasta Jesucristo la muerte vencía al hombre, ante la muerte el hombre se veía envuelto en un misterio que no sabía resolver. Pero a partir de Jesucristo el hombre ha vencido la muerte, “la muerte ya no tiene dominio sobre él”. “Si hemos muerto con Cristo [en el bautismo], creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, un vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rm 6,8-9).
No es indiferente afrontar la vida y la muerte con esta certeza o no. Llegadas estas fechas de difuntos, la liturgia cristiana en todas sus expresiones es una liturgia serena y llena de esperanza, es incluso una invitación a exultar de estremecimiento ante la certeza de una vida feliz que Dios nos tiene preparada.
La Misa de réquiem, celebrada en la Catedral de Córdoba por todos nuestros difuntos, y acompañada por el “Requiem” de Mozart, es un canto exultante en perspectiva católica ante el misterio de la muerte humana, vencida por Cristo con una victoria prometida para todos nosotros.
Por el contrario, se ha puesto de moda en nuestros días acercarse a otras culturas paganas para revivir el misterio de la muerte. Se trata de una regresión, de un volver atrás, incluso desde el punto de vista cultural. Es como si en el mundo de las comunicaciones, habiendo conocido el teléfono y el internet, ahora regresáramos a la comunicación por señales de humo (propia de la edad de piedra) o por palomas mensajeras.
Abundan en distintos municipios –con gastos del erario público– fiestas de la muerte pagana, tomadas de la antigüedad, antes de Cristo, o fiestas de tipo medieval, sacando a relucir el más absurdo oscurantismo, o fiesta de halloween, donde en torno a la muerte reinan las brujas y los demonios, y se proyectan todo tipo de pasiones desordenadas y de culto a Satán. ¿Qué se pretende con todo esto?
Bajo el pretexto de otras culturas, lo que se pretende es ocultar la verdad de la vida cristiana, a ver si borramos las raí- ces cristianas de nuestro pueblo. Con el pretexto del pluralismo, nos hacen comulgar con ruedas de molino, con prácticas que chirrían a la conciencia cristiana en algo tan sagrado como son nuestros difuntos o el destino de nuestra vida más allá de la muerte.
En definitiva, se trata de paganizar la cultura, como si Cristo no hubiera vencido la muerte. Se prohíben manifestaciones cristianas en la escuela, como el Belén o la Semana Santa, y se promueven por todos los medios, brujas y demonios en torno a la muerte, contradiciendo la conciencia cristiana de unos niños y jóvenes, cuyos padres quieren la formación cristiana para sus hijos y han elegido clase de religión católica en la escuela.
La intencionalidad está clara. Por eso, queridos sacerdotes, catequistas, profesores de religión, venzamos el mal a fuerza de bien. Anunciemos sin miedo la victoria de Cristo sobre la muerte, que nos lleva a vivir la vida terrena con la esperanza del cielo.
No permitamos que las prácticas paganas borren la conciencia cristiana del alma de nuestro pueblo. Lo más avanzado que ha conocido la historia de la humanidad es la victoria de Cristo sobre la muerte. No la silenciemos. Es el preludio de nuestra propia victoria, que nos hace vivir la vida presente de otra manera.
El Evangelio de este domingo nos proclama: “Dios es un Dios de vivos, no de muertos”, porque en él todos estamos llamados a la vida y a la resurrección después de la muerte.
DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando hablamos de la Iglesia, cada uno se imagina una cosa. Hay quienes piensan en los grandes edificios, en las altas jerarquías, en los grandes acontecimientos. Hay quienes piensan en su parroquia, en su barrio, en la gente que se reúne en el templo.
Cuando hablamos de la Iglesia, hemos de pensar en primer lugar en su fundador: nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia la ha fundado Jesucristo y pertenece a un proyecto salvador de Dios con los hombres. Dios no quiere salvarnos aisladamente, sino formando un cuerpo, una comunidad, en la que unos nos ocupemos de los otros. Dios ha querido la salvación de todos los hombres, formando un solo cuerpo, el Pueblo de Dios.
La Iglesia, por tanto, no la inventamos nosotros ni la hacemos a nuestro gusto. La Iglesia la ha fundado Jesucristo, y pertenecemos a ella porque hemos sido llamados por Dios para formar parte de su Pueblo, el Pueblo de Dios. Pertenecer a la Iglesia es una gracia de Dios, mantenernos en la plena comunión con la Iglesia es gracia de Dios.
En esta Iglesia, en este Cuerpo, cada uno tiene su función, su misión. Todos somos miembros de este Cuerpo por el bautismo, en una igualdad fundamental y en una vocación común: que seamos santos y que seamos ante el mundo como una antorcha de luz y de esperanza para todos.
Y en este Cuerpo orgánico, cada uno tiene su misión: unos son sucesores de los apóstoles, los obispos y en su medida los presbíteros. Son los pastores de la Iglesia, junto con los diáconos que la sirven.
Entre ellos, tiene un papel fundamental el Sucesor de Pedro, que nos reúne a todos en la unidad querida por Cristo. Otros son fieles laicos, seglares que viven en el mundo (en la familia, el trabajo, la cultura y la vida pública) y lo van transformando a manera de fermento, según Dios. Otros son como un reclamo de la vida celeste, porque viven ya en la tierra como todos viviremos en el cielo: en pobreza, castidad perfecta y obediencia. Estos son los consagrados/ as en las distintas formas de vida aprobadas por la Iglesia.
Cada uno debe cumplir la misión para la que ha sido llamado, sin confundir campos ni tareas. Pues bien, en esta Iglesia a la que hemos sido llamados, vivimos en diócesis o parcelas, presididos por un obispo, y todas unidas constituyen la Iglesia universal.
Nosotros pertenecemos a la diócesis de Córdoba, que se remonta a los tiempos de los apóstoles y ha conocido etapas de gran esplendor y etapas de fuerte persecución, que la han purificado.
Es toda una historia de salvación la que Dios ha hecho con nuestros antepasados en este lugar concreto y donde Dios quiere seguir actuando para bien nuestro y de nuestros contemporáneos.
La misión de la Iglesia en nuestros días es apasionante y preciosa. “La Iglesia está con todos y al servicio de todos”, reza el lema de este año. Para hacernos ver que en la Iglesia no existen fronteras ni discriminación.
Fiel a su Fundador Jesucristo, la Iglesia ha de llegar a todos para anunciarles el Evangelio, y ponerse al servicio de todos para prolongar la actitud de Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir. Para eso, la Iglesia cuenta con recursos espirituales y materiales. Ofrece a todos la salvación de Dios, que Cristo nos ha merecido con su muerte en la cruz y con su gloriosa resurrección de entre los muertos, a través de la Palabra de Dios, los sacramentos y el testimonio de los cristianos.
La Iglesia necesita tu ayuda. Necesita tu voluntariado. Necesita tu aportación económica. Me admira ver en todas las parroquias cantidad de gente que sirve desinteresadamente en todos los campos de la parroquia.
Al llegar a este día de la Iglesia diocesana, quiero agradecer a todos los que trabajan de una u otra manera para que la Iglesia cumpla hoy su misión.
Quiero agradecer a todos los que aportan su contribución económica para afrontar tantas tareas que la Iglesia lleva adelante: desde la restauración de los templos hasta la caridad con los más necesitados, que en este momento son muchos.
Continuad aportando y colaborando con la Iglesia diocesana. Es algo que está al servicio de todos y entre todos hemos de sostenerla. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
DOMINGO XVII
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos.
El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio.
El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres.
Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos.
Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación.
El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos.
El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres. Por eso, nuestro señor Jesucristo, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.
Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo. Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional.
En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir.
Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos. Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino. La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos.
Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. “Comerán y se hartarán”, anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla. Recibid mi afecto y mi bendición: Dar de comer Q
SEPTIEMBRE 14 LA SANTA CRUZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Santa Cruz el 14 de septiembre nos da la pauta cada año para el inicio del curso cristiano: bajo el signo de la Santa Cruz. No empezamos nuestras actividades por una programación comercial o de marketing, por unos objetivos marcados que hemos de revisar como la cuenta de resultados empresarial. Empezamos el curso cristiano en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo el signo de la Santa Cruz.
La Santa Cruz para el cristiano no es una carga pesada e insoportable, que hemos de arrastrar resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo.
Después de haber celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida.
La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir más unidos a Cristo, porque “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), compartiendo sus sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor.
Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la salvación del mundo.
Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él.
Mirando la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor. Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora.
Son tantos los sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del Evangelio: amar hasta dar la vida.
Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro para sus hijos en ella.
Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar.
Necesitamos la Cruz de Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno en ocasión de solidaridad fraterna. Es posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han curado.
Comencemos el nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente.
La Virgen de los Dolores es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz. Recibid mi afecto y mi bendición: Bajo el signo de la Santa Cruz Q
DOMINGO:QUIEN ES EL PRIMERO EN EL REINO DE LOS CIELOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Iban los discípulos con Jesús camino de Jerusalén. Iban juntos, pero no iban pensando lo mismo. Jesús iba hablando de sus cosas, de sus intereses, de su horizonte, de su Pascua. De su Pasión y Muerte, que culminaría en la Resurrección.
Ellos, sin embargo, iban a su bola. Están pensando en quien será el primero, quien ocupará el primer puesto en el reino que Jesús va a inaugurar. Se enfadan entre ellos, porque quieren todos el primer puesto y entran en competencia unos contra otros. La mentalidad de Jesús y la de los apóstoles son contrapuestas, hay intereses divergentes.
Cuando Jesús les pregunta de qué venían hablando por el camino, ellos no contestaron. Les daba vergüenza verse confrontados con Jesús. Ver en Él el servidor bueno y generoso y estar ellos maquinando otros intereses egoístas.
Reconocer el propio pecado es ya un paso notable para poder cambiar, para poder caminar en el seguimiento de Jesús. Jesús aprovecha para darles una enseñanza: «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».
Con esta afirmación Jesús está haciendo un retrato de sí mismo, porque siendo Dios, se ha abajado a nuestra altura para elevarnos a nosotros a la suya. Ha compartido nuestra situación para hacernos partícipes de su condición de Hijo, repartiendo con nosotros la herencia y haciéndonos hijos de Dios y herederos del cielo.
Jesús ha recorrido el camino de la humildad, haciéndose esclavo y obediente por amor, hasta dar la vida para que nosotros tengamos vida abundante, y vida eterna. A Carlos de Foucauld le gustaba repetir: escoge siempre el último puesto y nadie te lo quitará.
La tendencia natural es la de escalar. Si, además, esa tendencia está herida por el pecado, la escalada se hace incluso a costa de pisar a otros. Más aún, se utiliza a los demás para mi propio provecho. El egoísmo y la soberbia nunca se sienten satisfechos.
Eso le pasó a Adán y todos los humanos tropezamos en la misma piedra. En la raíz de todo pecado se encuentra la soberbia y la mentira. En cambio, Jesús propone un camino nuevo: el camino del servicio que brota de un corazón sencillo y humilde. Y la humildad es «andar en verdad», como nos enseña santa Teresa de Jesús. El cálculo humano nos lleva a pensar en los primeros puestos, en eludir todo tipo de humillaciones, en aparentar mucho más de lo que somos.
Jesús, sin embargo, nos propone otro camino, que nos llevará ciertamente a la plenitud: el camino de la humildad y del servicio por amor. Buscar el último puesto lleva consigo despojamiento voluntario y pobreza para seguir a Cristo pobre y despojado.
La gloria está más allá. Antes o después, por muy encumbrado que te encuentres, tendrás que despojarte hasta de tu propio cuerpo. Mejor es, por tanto, ir entrenándose en ese trabajo voluntario, realizado por amor, que ser arrancado del todo con un tirón doloroso. «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».
María ha sido la humilde esclava del Señor, la que más se ha parecido a Jesús, su Hijo. Ella ha buscado el último puesto, y nadie se lo quitará. Porque en ese puesto ha llegado a ser la primera entre todos, bendita entre todas las mujeres. Por eso la felicitarán todas las generaciones.
Sólo la luz del Evangelio ilumina esta realidad tan contradictoria con nuestras apetencias y aspiraciones. Sólo el misterio del Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre (GS 22), mostrándole su vocación de hijo de Dios.
En medio de todo, Jesús no rechaza a sus apóstoles, que andan buscando el primer puesto y riñen entre ellos por alcanzarlo. Convive con ellos, tiene paciencia, les explica el Evangelio, dará la vida por ellos. Y ellos un día llegarán a parecerse del todo a su Maestro.
En el seguimiento de Jesús no empezamos siendo perfectos, empezamos a seguirle porque Él nos atrae, a pesar de nuestros pecados. Acoger a Jesús nos irá llevando a ser humildes e incluso a sentir la vergüenza de no serlo. Él, que nos ha llamado a seguirle, completará en nosotros la obra que ha comenzado. Recibid mi afecto y mi bendición: ¿Quién es el primero? Q
DOMINGOMARCO 9,43 SI TU MANO DERECHA TE ESCANDALIZA, CÓRTATELA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9,43- 47), nos enseña Jesús este domingo. Se trata de una de las enseñanzas más tajantes de Jesús, por la que hay que jugárselo todo para entrar en el Reino de los cielos.
El seguimiento de Jesús lleva consigo una actitud radical y tajante, que no admite compromisos ni mediocridades. O cortamos tantas situaciones que nos alejan de Dios, o nos iremos alejando de Dios cada vez más. Si quieres entrar en el Reino de los cielos, tienes que adoptar decisiones tajantes en tu vida. Por el contrario, cuando los discípulos van a quejarse porque algunos que no son de los nuestros hacen cosas buenas, Jesús les responde: “No se lo impidáis…, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,41).
Podíamos decir que todo lo bueno que hay en el mundo, todo lo bueno que hay en el corazón de otra persona, nos hace cercanos, connaturales y hermanos. No existe persona, por muy mala que sea, que no tenga cosas buenas, y a veces más de las que nosotros vemos a simple vista. Y con eso bueno que tiene es capaz de hacer cosas buenas, con las que me siento en sintonía y con las que puedo colaborar.
Le pasó también a Moisés, cuando aquellos dos no estaban en el campamento al venir el Espíritu sobre ellos. También aquellos dos ausentes se pusieron a profetizar, y vinieron a decirle a Moisés que se lo prohibiera. Moisés respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!”(Nm 11,29). Si hacen el bien, no serán tan malos.
La envidia, que anida en el corazón del hombre pecador, nos equivoca haciéndonos pensar que lo bueno que hacen los demás merma bondad a lo bueno que hagamos nosotros. Y no es así. Todo lo que hay de bueno en el mundo, venga de donde venga, procede de Dios, que es el origen de todo bien.
Aquí reside la plataforma común desde la que es posible el diálogo con toda persona humana: la verdad, el bien y la belleza anidan en el corazón de todo hombre. Y poniendo en común lo que cada uno ha ido descubriendo, podemos sumar y llegar a la verdad plena, que sólo se encuentra en Dios.
La verdad no es la suma de nuestras verdades, sino que existe por sí misma y todo hombre tiene acceso a ella, aunque no sea capaz de abarcarla por completo. La verdad y el bien se reciben como un don en nuestros corazones.
Ese encuentro con la verdad, que no dominamos, es lo que nos hace capaces de entrar en diálogo con toda otra persona, porque también nosotros estamos a la búsqueda de la verdad plena. No hemos recorrido todo el camino, somos peregrinos. Y en el camino de la vida, otra persona, sea quien sea, nos puede enseñar y hemos de estar dispuestos a acoger lo bueno que nos brinda.
Por eso, Jesús nos propone un camino de exigencia personal, tajante consigo mismo sin falsas compasiones, y al mismo tiempo de apertura en el trato con los demás, inclusivo para acoger a todos, vengan de donde vengan.
Según aquello que cada uno percibe, sea coherente y llegue hasta el final. Dios le pedirá cuenta. Y en relación con los demás, abra los ojos a todo lo bueno que hay en el corazón de cada hombre en la espera de que el otro llegue a la plenitud de la verdad.
El cristiano ha aprendido de Cristo esta actitud de diálogo con todos. Jesús acoge a todos, valora a todos, escucha a todos. Y para todos ha venido, poniéndose a su servicio, para que todos tengan vida eterna.
a misión de la Iglesia incluye este diálogo de salvación: acercarse a cada hombre para ofrecerle la verdad que nos ha sido dada en Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Tajante consigo mismo, inclusivo para los demás Q
DOMINGO EL JOVEN RICO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llamada de Jesús a seguirle de cerca no es una iniciativa humana ni una ocurrencia subjetiva, sino que tiene su origen en el amor de predilección del mismo Jesús.
Aquella mirada con la que Jesús llama al joven rico es la misma mirada con la que se han sentido llamados tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. “No se me había ocurrido”, “Yo no quería”, “Me vino por sorpresa”, comentan muchos de los llamados. Es como si en un momento cualquiera, del que uno guarda imborrable recuerdo, hubiera entendido que Alguien me ama con amor eterno y llena de sentido pleno toda mi existencia.
Si el corazón humano está hecho para ser amado, la llamada personal va acompañada de ese amor en plenitud que promete una vida fecunda. Después viene el análisis de los signos, puesto que la fe es razonable, no una corazonada irracional. Pero el punto de arranque es el amor, “Él nos amó primero” (1Jn 4, 10), que busca correspondencia. Esa llamada, precisamente por ser total, implica una respuesta de totalidad. “Véndelo todo y dalo a los pobres”.
Seguir a Jesús es incompatible con la reserva de algo para sí. Hay que darlo todo, porque uno ha encontrado a quien le da todo. Y además, se trata de una actitud sostenida a lo largo de toda la vida. No se cumple de una vez por todas. Es un camino, un itinerario de progresivo despojamiento, sin posibilidad de reconquista. Dejarlo todo, quemar las naves y no volver la vista atrás. Todo un proceso de conversión permanente y de crecimiento en el seguimiento de Cristo.
La riqueza es un peligro. Aquel joven era rico simplemente por ser joven. Tenía toda su vida por delante, además de las cualidades y recursos a su alcance. Es en la juventud normalmente cuando Dios llama. E invita a dejarlo todo, no cuando pase la mitad de la vida, sino en los albores de esa vida, en la primera juventud, cuando la persona tiene todas las posibilidades por delante, cuando es rico.
La juventud es por tanto el momento de la llamada y es cuando más tiene uno que dejar. Su vida entera. Pero al mismo tiempo, como aquellos amores primeros de juventud, la respuesta tiene un encanto que no lo tiene cualquier otro momento posterior de la vida.
La perseverancia en ese primer amor exige el cuidado atento para mantener un corazón libre y siempre disponible, un corazón pobre, de manera que la llamada y la respuesta no pierdan el encanto primero.
Ha habido personas que se entregaron con toda sinceridad y sin escatimar nada, pero han dejado crecer en su corazón otras hierbas, espinas y abrojos. Y eso ha sofocado la generosidad del amor primero.
Hay que cuidar el corazón, que se agarra a lo que pilla y puede malograr aquella respuesta generosa de juventud. Aquel joven no quiso responder. Entramos en el misterio de la libertad humana. Me he encontrado con muchos jóvenes que han aplazado la respuesta e incluso con algunas personas que se arrepienten de no haber respondido a tiempo y ya no haber podido estrenar un amor que se ofreció en su primera juventud. Sólo la misericordia de Dios es capaz de devolver lo primigenio, la frescura de aquel amor.
La misericordia de Dios es capaz de hacerlo todo nuevo. Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, insiste Jesús. No se trata de despreciar todo lo bueno que Dios nos da. Y las riquezas (materiales, espirituales) son dones de Dios. Pero tales riquezas suponen un peligro constante en la vida de la persona.
Buenas son las riquezas, pero mejor es la pobreza, cuando se trata de parecerse a Jesús. Y el que ha sido tocado por un amor de este calibre, debe aspirar a vivir en pobreza y humildad para parecerse a su Maestro y Señor.
Es un lenguaje que el mundo no entiende. Pero el que ha sido tocado, entiende que su tesoro es el Señor y no aspira a otra cosa. Incluso, busca renunciar a todo con tal de tenerle a él. “Por él lo perdí todo” (Flp 3,8), con tal de ganarle a él.
Esta es la sabiduría de la vida, acertar en descubrir aquel proyecto de amor que Dios me tiene preparado. Esa es la vocación en cualquiera de sus formas. Y todas ellas tienen un punto común de arranque: el amor de Cristo que supera toda ideología. Recibid mi afecto y mi bendición: Le miró con amor Q
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las misiones (DOMUND), que celebramos este domingo, nos trae a la mente y al corazón el recuerdo del mandato misionero de Jesús: “Id y predicad al mundo entero…” (Mc 16, 15), tarea que la Iglesia realiza cada día.
En este domingo de manera especial se da cuenta de este don del Señor y de esta tarea que tiene por delante: Evangelizar, decir al mundo entero que Dios nos ama con amor de misericordia. Estamos dentro del contexto del Año de la vida consagrada, entre quienes este mandato misionero se hace más palpable.
El primer responsable de llevar el Evangelio al mundo entero es cada Iglesia particular, con el obispo al frente en plena comunión con el Sucesor de Pedro (RM 63). Y dentro de la Iglesia, todos los carismas que brotan en la misma con esta dimensión misionera. De hecho, entre los misioneros repartidos por el todo el mundo, la inmensa mayoría son consagrados/as.
Gracias a ellos, el Evangelio en todas sus expresiones llega a tantas personas lejanas. En el campo de la catequesis y la formación, en la atención a los enfermos y a los pobres, en la vida sacramental y celebrativa.
Se cumple en estos días el cincuenta aniversario del decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, que ha supuesto un verdadero impulso misionero para toda la Iglesia, recordando a todos que Santa Teresa del Niño Jesús es patrona de las misiones desde su entrega de amor en el silencio de la clausura y que san Francisco Javier es patrono desde su disposición a viajar hasta tierras lejanas para anunciar a Cristo, haciéndose todo para todos. “Misioneros” quiere decir enviados. Enviados por Cristo, enviados por la Iglesia.
En esta tarea de la evangelización no cabe el espontáneo, ni la iniciativa particular. Todo misionero es enviado, va con un encargo, lleva un mensaje que es de otro.
Entre el medio millón de misioneros/as que hay por todo el mundo, ha crecido en este periodo postconciliar la interculturalidad. Ya no es sólo Europa la que envía, como ha hecho a lo largo de tantos siglos.
En muchas ocasiones, actualmente Europa es la que recibe misioneros. Pero además, los misioneros provienen de todos los lugares de la tierra. Nos hemos hecho más conscientes todos de que el ser misionero es consustancial con el ser cristiano.
La misma expansión misionera por toda la tierra ha suscitado vocaciones de todos los países, especialmente de los países más jóvenes. “de la misericordia”, porque el enviado lleva un mensaje de vida, que puede resumirse en la misericordia de Dios para todos.
El misionero no reparte propaganda ni cumple su tarea con proselitismo. El misionero es testigo y portador de una vida que brota del corazón de Dios y va destinada a todos, preferentemente a los que sufren, a los pobres, a los que no cuentan en nuestra sociedad. Los misioneros repartidos por todo el mundo son los mejores embajadores de ese amor de Dios vivido cotidianamente.
Lo constatamos cuando surge cualquier desgracia natural. Enseguida aparecen los misioneros que están allí desde hace años, y son ellos/as los primeros en atender. Pasarían inadvertidos y en el anonimato, y cualquiera de esas catástrofes los pone en primera línea informativa.
La misericordia de Dios cuenta con estos testigos, que han entregado su vida por completo a la causa de Dios y de los pobres, sin ninguna publicidad. También, junto a estos consagrados de por vida, aparecen voluntarios, entre los cuales hay muchos jóvenes, que entregan parte de su tiempo, de sus vacaciones, a vivir cerca de los pobres, anunciándoles con sus vidas la misericordia de Dios.
Es muy de valorar esta generosidad, porque cualquier gesto realizado en favor de los más necesitados, aunque solo sea un vaso de agua (Mt 10, 42), agrada al corazón de Dios y contribuye a sembrar esa misericordia entre los hombres. Domingo del Domund. Todos misioneros.
Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros de la misericordia
PEREGRINACIÓN A GUADALUPE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este año se cumplen 20 años de aquel primer Guadalupe (1995), que instituyó el obispo de Córdoba, Don Francisco Javier Martínez con un grupo numeroso de jóvenes.
Aquellos años han sido continuados por Don Juan José Asenjo durante varios años, de manera que ha llegado hasta nosotros de forma ininterrumpida esta experiencia de Guadalupe, año tras año.
Guadalupe como peregrinación diocesana de jóvenes, caminando dos días para postrarse ante los pies de la Virgen y confiarle los secretos de un corazón juvenil que sueña y proyecta su futuro. En torno a 700 peregrinos cada año, son 14.000 peregrinos los que han caminado a Guadalupe, los que han ido madurando en su fe y en su vida bajo la mirada maternal de María.
Aquellos primeros ya no son tan jóvenes, pero el recuerdo de aquellas experiencias quedará inolvidable para el resto de sus días. Cuántos jóvenes de la mano de María se han encontrado con Jesús en estos años, cuántos han encontrado el sentido de la vida, cuántos han recobrado su dignidad que había sido perdida por el pecado, cuántos han descubierto que la Iglesia es joven y es capaz de dar esperanza a los jóvenes.
En el puente de san Rafael, Córdoba se ha puesto en camino año tras año, bajo la guía de su santo Custodio, convocando a miles de jóvenes. Ha sido una experiencia valiosa, por la que hoy damos gracias a Dios y a su madre bendita.
En este año 2015, Guadalupe supondrá el comienzo de la Gran Misión Juvenil, que nos hará vivir juvenilmente el Año Santo de la misericordia y nos preparará para la Jornada Mundial de la Juventud 2016 en Cracovia, los días 26 al 31 de julio próximo, bajo el lema “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”, bajo la guía del Papa Francisco.
Invito a toda la Diócesis a vivir esta Gran Misión Juvenil, niños, jó- venes y adultos. Todo el Pueblo de Dios en camino, bajo el estandarte de la Santa Cruz, con la protección maternal de María y con la intercesión de san Juan Pablo II, en cuya patria se va a celebrar la próxima Jornada, él que puso en marcha esta fecunda experiencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
Hasta Cracovia viajará un buen número de cordobeses, chicos y chicas, pero serán muchísimos más los que no podrán acudir. Que esta Gran Misión Juvenil llegue a todos, en todas las parroquias y ámbitos juveniles para decirles a todos que Dios es amor y que su misericordia no se acaba nunca. Una misericordia que llena nuestro corazón de esperanza.
Vivimos un cambio de época y hemos de prepararnos a esa nueva época inyectando en este mundo contemporáneo una fuerte dosis de misericordia que promueva la civilización del amor. No más odio ni enfrentamientos, ni guerra ni discordias. El conflicto no resuelve nada, sino que lo empeora todo. Solo el amor construye la historia, solo el amor sana las heridas, solo el amor es digno de crédito.
Y este mensaje lleno de vida solo nos viene de Jesucristo, el único que puede salvarnos. Solo el amor de Cristo, que quita el pecado del mundo, es capaz de hacer un mundo nuevo, y los jóvenes tienen que prepararse para ello viviendo la experiencia del amor gratuito de Dios, que nos hace servidores de los demás como agradecimiento al amor gratuito que nosotros hemos recibido de Dios.
Un amor que conoce el perdón y que está dispuesto a ofrecerlo y recibirlo. No es la economía ni la cultura técnico-científica en la que nos movemos, no serán los poderosos ni los populistas demagogos que engañan al pueblo.
Solo la Cruz de Cristo, que derrocha bendiciones y amor de Dios para todos, la Cruz que es símbolo del perdón que todo lo hace nuevo. La Cruz y el servicio, decía el papa Francisco hace pocos días, es la seña de identidad del cristiano. De esa Cruz bendita han brotado todas las generosidades de los santos, toda la fuerza de los mártires, toda la capacidad de servicio de los misioneros, el amor generoso y silencioso de los padres de familia, la pureza de las almas consagradas, la entrega de los jóvenes a las a causas más nobles que han transformado este mundo.
Y junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre, María Santísima. Junto a la cruz de su hijo Jesús y junto a la nuestra de cada día. Y así es más fácil llevarla. Tengo mucha esperanza en esta Gran Misión Juvenil, que se prolongará durante todo el año. Preparemos los caminos y que los corazones se abran a este mensaje de amor que quiere transformar nuestra vida. Parroquias, colegios de la Iglesia, colegios públicos que lo deseen.
Digamos a esta generación de jóvenes de nuestro tiempo que Jesucristo ha dado su vida por nosotros y que vale la pena seguirle, como han hecho tantos hombres y mujeres, que nos ha precedido. Construyamos entre todos la civilización del amor en torno a Cristo y a su santí- sima Madre, con la intercesión de los santos. Aquí está el futuro de la humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición.
FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Todos los Santos (1 noviembre) y la Conmemoración de todos los difuntos (2 noviembre) vienen a ponernos delante de los ojos la realidad del más allá.
Más allá de la muerte, la vida continúa para cada uno de nosotros. Hemos sido creados para vivir eternamente con Dios en el cielo, que será una gracia de Dios y un premio a nuestra libre respuesta positiva. Cabe lógicamente la respuesta negativa por nuestra parte que nos apartaría de Dios para toda la eternidad. Eso es el infierno, donde no podremos amar nunca más. Pero el plan de Dios es llevarnos consigo al cielo.
La fiesta de Todos los Santos nos habla de esa felicidad preparada por Dios para cada uno y para todos. A veces pensamos que la santidad es hacer cosas extrañas, y no es así. La santidad es sencillamente ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios. Dejarle a Dios que él vaya haciendo su obra en nosotros, no interrumpirle. Colaborar con él en la misión que nos encomienda.
El pecado consiste precisamente en preferir la propia voluntad y capricho ante la voluntad de Dios. Nacemos pecadores y el bautismo nos hace santos. La vida entera es un proceso de crecimiento en la santidad, configurándonos cada vez más con Cristo y eliminando al mismo tiempo la mala hierba que crece sola en nuestro corazón sin haberla sembrado nosotros.
La santidad es parecerse a Jesucristo y a su madre bendita María. Eso son los santos, una prolongación de Cristo en la historia, un eco de su presencia. Hace pocos días fue proclamada santa la Madre María de la Purísima, que fue superiora general de las Hermanas de la Cruz.
Es un gozo indecible verla ensalzada en los altares, esta mujer que ha sido humilde hasta el extremo, como son las Hermanas de la Cruz siguiendo el carisma de Santa Ángela de la Cruz. Una mujer lista y bien preparada, que lo deja todo para parecerse a Jesús crucificado en el servicio a los pobres, irradiando alegría en su entorno. El pueblo la tuvo por santa en vida, hoy ha sido incluida oficialmente en el catálogo de los santos.
En Córdoba daremos gracias a Dios por este fuerte testimonio de vida, que nos espolea a ser santos nosotros, el domingo 1 de noviembre en la Misa de 12, en la Santa Iglesia Catedral. Y al día siguiente, 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos. La Iglesia nos invita a orar por todos los difuntos, especialmente por nuestros familiares y deudos.
Y es que, terminada la etapa de la vida terrena, la muerte nos presenta ante Dios para ser juzgados por él. Y puede que la muerte nos llegue sin haber purificado nuestro corazón de todo afecto desordenado, con el vestido de bautismo manchado, sin el traje nupcial.
Dios ha preparado el purgatorio como situación transitoria para aquellos que han muerto en el Señor, pero por remolones no les ha dado tiempo a purificarse. El purgatorio es un lugar donde se ama (no es como el infierno), pero donde se sufre inmensamente, al ver el amor de Dios tan grande y la respuesta mía tan pequeña e imperfecta.
Por eso, rezamos por los difuntos para que cuanto antes vayan a gozar de Dios en el cielo, con los santos, con María santísima, con Jesús con el Padre y el Espíritu Santo.
Podemos ahorrarnos el purgatorio, si durante nuestra vida en la tierra hacemos penitencia por nuestros pecados pasados. Y podemos ahorrar purgatorio a los demás si asumimos por amor los sufrimientos de la vida diaria.
No escaquearnos del sufrimiento, porque nos traerá muchos bienes a nosotros y a los demás. Nuestro ideal no es evitarnos todo sufrimiento a costa de lo que sea.
Nuestro ideal es hacer la voluntad de Dios, unirnos a la Cruz de Cristo redentor, y de esa manera merecer para nosotros y para los demás el cielo.
La fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los difuntos nos hablan del más allá. El cristiano vive radicado por la fe en el cielo, en el otro mundo, y pasa por la tierra haciendo el bien de manera transitoria. Pensemos en el más allá para vivir la etapa presente con sentido de futuro. Recibid mi afecto y mi bendición: Estamos llamados a la santidad Q
DOMINGOMARCOS 12, 44 LAS DOS VIUDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17, 10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44).
A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4, 26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo. Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo. Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo.
Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús. El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia.
El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar. Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos.
El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas.
La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante. “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento.
La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento.
Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia. Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás.
Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre.
Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón... Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir.
Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: «Ha echado todo lo que tenía para vivir» Q
DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Qué es una diócesis? Un territorio de la Iglesia católica, que comprende una comunidad amplia, con sus fieles, con sus pastores, con sus personas dedicadas plenamente o consagradas a Jesucristo y su Evangelio, con múltiples carismas e instituciones.
La diócesis de Córdoba incluye toda la provincia civil de Córdoba, con 232 parroquias, 800.000 fieles, 350 sacerdotes, 70 seminaristas que se preparan al sacerdocio, multitud de fieles laicos en torno a las parroquias, en torno a las cofradías, en torno a los diversos carismas y nuevos movimientos, y más de 800 hombres y mujeres de vida consagrada.
La diócesis de Córdoba constituye todo un caudal de santidad heredado desde siglos al servicio hoy de la evangelización. Esto es, para decir al mundo entero que Dios es amor, que en su Hijo Jesucristo muerto en la cruz y resucitado, nos ha expresado ese amor hasta el extremo y nos ha dado su Espíritu Santo; que estamos llamados a ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre, y que el mundo sólo tiene futuro si camina por las sendas del amor.
Un amor que construye, que restaura, que elimina fronteras, que tiende puentes y que abre su mano para ayudar a los más pobres e indefensos de la sociedad.
El Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en esta diócesis de Córdoba, que es la nuestra, y darle gracias a Dios por ello. Nadie se sienta excluido, nadie monte su propio tenderete para su propio negocio.
Con las gracias y carismas recibidos y reconocidos por la misma Iglesia pongámonos todos a la tarea de evangelizar nuestro mundo, darle un suplemento de alma, hacer presente el amor y la misericordia de Dios a través de nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestra vida personal y nuestras instituciones.
En el campo de la atención a los pobres, Caritas coordina la caridad de toda la diócesis, en la que colaboran las parroquias, las cofradías, las familias religiosas, en la atención primaria a más de 200.000 personas al año. Nadie hace tanto por los pobres como la Iglesia en Córdoba: comedor de transeúntes en Trinitarios, en Lucena, en Montilla, albergue para los sin techo “Madre del Redentor”, residencias de ancianos, sobre todo por parte de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras familias religiosas, rescate de mujeres víctimas de la trata en Adoratrices, atención a drogadictos, servicio a los presos.
Es admirable esta gran generosidad, donde muchas personas han entregado su vida entera para servir a los pobres, y lo hacen siempre con escasos recursos y con mucha generosidad.
En el campo de la educación, la Iglesia en Córdoba atiende 25.000 alumnos en edad escolar en medio de mil dificultades y estrecheces, pero con la constancia de quien se ha entregado de por vida a esta preciosa tarea de formar hombres y mujeres de futuro, la mayoría de ellos en barrios pobres y alguno de élite.
En el campo de la catequesis, del culto, del servicio religioso a una población que en el 90% se confiesa católica: misas, bodas, comuniones, confesiones, confirmaciones, entierros. Miles de horas dedicadas a la catequesis, en pura gratuidad de voluntariado de los catequistas, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos.
Una multitud inmensa de hermanos en las casi mil Hermandades y Cofradías, a las que afluyen multitud de jóvenes. Ninguna institución cuenta con tantos voluntarios y con tantas horas de dedicación. Se trata de todo un movimiento social en favor de los demás, que genera comunión y crecimiento, y que brota del amor gratuito de Dios, que se ha manifestado en Cristo.
La Iglesia católica no es un parásito de la sociedad, sino su principal bienhechora.
Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana es ocasión para dar gracias a Dios por todo esto, renovando el propósito de seguir adelante en el servicio a Dios y a los hombres.
Vivimos tiempos nada cómodos para la Iglesia católica, pero no se dan cuenta quienes nos incomodan del inmenso bien que nos hacen al despertar en nosotros las mejores esencias del amor cristiano, que nos lleva a vencer el mal a fuerza de bien. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia diocesana Q
ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El comienzo de un nuevo año litúrgico nos abre a la esperanza de una nueva etapa repleta de gracias, que nos ayudará a crecer en nuestra vida cristiana, en el encuentro con el Señor y en el servicio a los hermanos. Año nuevo, vida nueva.
El Año litúrgico comienza con la alerta acerca de la venida del Señor al final de la historia. Hemos de estar preparados, porque no sabemos cuándo será, y ese momento coincide con el final de nuestra historia personal.
El primer domingo de adviento nos sitúa ante la venida del Señor y ante el final de la historia humana. Todo se acabará, aquí no quedará nadie, la historia tiene un final. Jesucristo ha venido a nuestro encuentro y nos ha dicho que después de esta vida hay otra, que después de esta etapa nos espera él mismo con los brazos abiertos para presentarnos ante el Padre y vivir felices con Dios para siempre.
El primer domingo de adviento nos habla del más allá, que debe estar continuamente presente en el más acá y guiar nuestros pasos. El lazo de unión de esta etapa con la otra es el amor. Sólo quedará el amor. Los primeros cristianos vivían en esta espera ardiente de la venida del Señor: Maranatha, era el grito y oración frecuente en los labios de un creyente: “Ven, Señor Jesús”.
Revisemos si hoy los cristianos tienen y alimentan este deseo. Ciertamente el deseo de morirse por aburrimiento de esta vida o por desesperación no viene de Dios, y debe ser rechazado. Pero hay un deseo sereno, que se fundamenta en la esperanza y que deja en las manos de Dios y en la agenda de Dios esa fecha feliz del encuentro con él. Alimentar este deseo es lo propio del adviento.
Desear ver a Dios, salir al encuentro de Cristo que viene, mirar a María nuestra madre que nos quiere junto a su Hijo Jesús, eso es el adviento. Santa Teresa de Jesús, buena amiga, repetía: “Cuán triste Dios mío / la vida sin Ti, ansiosa de verte / deseo morir”.
San Juan de la Cruz expresa el mismo deseo: “…rompe la tela de este dulce encuentro” (Llama de amor viva, 1). Y tantos otros santos. Coincide el comienzo del adviento con la novena de la Inmaculada y con su fiesta solemne.
Es muy bonito ver a María, la llena de gracia, la sinpecado, el resultado perfecto de la redención que Cristo ha venido a traernos. En ella podemos mirarnos para ver y desear lo que Dios quiere hacer en nosotros: limpiarnos de todo pecado y llevarnos a la santidad plena. Y en la fiesta de la Inmaculada, nuevos diáconos para nuestra diócesis y la Iglesia universal. Es como un regalo de María en este tiempo de adviento para la diócesis.
Muchos de nuestros sacerdotes recuerdan gozosamente este día feliz de su ordenación diaconal. Le ofrecieron a Dios lo mejor de su corazón y pusieron este secreto en el corazón inmaculado de María.
Pedimos especialmente por todos los sacerdotes, para que María los mantenga puros en su corazón. El adviento nos prepara también a la Navidad de este año. El fruto bendito del vientre virginal de María nace en Belén para salvarnos de la muerte eterna y hacernos hijos de Dios. Fiesta de gozo y salvación.
Que no nos distraiga el consumismo, el deseo de placer, la bulla externa. Mantengamos la espera del Señor en actitud penitencial, de despojamiento. El Señor viene a nosotros de múltiples maneras, en cada hombre, en cada acontecimiento. Que nos encuentre con las lámparas encendidas.
Tiempo de adviento, tiempo de espera, tiempo de purificar la esperanza, tiempo de preparar el encuentro con el Señor al final de nuestra vida. El Señor viene, preparemos su llegada. Recibid mi afecto y mi bendición
CUARTO DOMING DE ADVIENTO
El cuarto domingo de adviento es un domingo mariano, es el domingo mariano por excelencia. Cada domingo, semana tras semana, celebramos el misterio de Cristo, muerto de amor y resucitado para nuestra salvación, pero llegados al cuarto domingo de adviento, en el que Cristo sigue siendo el centro, lo contemplamos en el seno de su Madre virgen, a punto de darlo a luz en la nochebuena.
Una vez más la Madre y el Hijo van inseparablemente unidos y no se entienden el uno sin el otro. Los unió Dios en su admirable plan de redención; no los separe el hombre con sus razonamientos y elucubraciones.
En este Año jubilar del Corazón de Jesús, contemplemos una y otra vez esta sintonía de corazones: el Corazón de Jesús y el Corazón de María. El corazón de Jesús y el corazón de María laten al unísono. El corazón de María está abierto a la voluntad de Dios. Cuando recibe el anuncio del ángel de que va a ser madre de Dios, ella termina diciendo: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Toda una actitud de ofrenda, de disponibilidad, de obediencia a los planes de Dios.
Y el Verbo se hizo carne en su seno virginal. Todo el mundo estuvo pendiente de ese “sí” de María, nos recuerda san Bernardo. En ese “SÍ” con mayúscula se ha abierto una fase nueva de la historia humana. Un “sí” sostenido durante toda su vida, incluso en los momentos de dolor. Junto a la Cruz de Jesús estaba María acompañando y sosteniendo la ofrenda de Cristo al Padre.
Ella participó de esa actitud en entrega generosa de sí misma, como lo hizo desde el principio, desde el anuncio del ángel. Al entrar en este mundo, dice Jesús dirigiéndose al Padre: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has dado un cuerpo. Entonces yo dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hbr 10,6-7).
Con esta actitud ha vivido Jesús toda su vida terrena y vive en la eternidad en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. La vida cristiana consiste por tanto en esa obediencia al estilo de Jesús, al estilo de María. Obediencia a la voluntad de Dios, que le hace disponible para entregar su vida en rescate por muchos.
La sincronía de los corazones de Jesús y de María es asombrosa. En el mismo instante histórico en que ella responde al ángel, diciendo: “Aquí está la esclava del Señor”, Jesús entra en el mundo diciendo “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Es un instante cronológico en el que ambos corazones han coincidido en la misma actitud, en el mismo “sí”, que ha abierto una nueva etapa para la humanidad.
Si la tendencia del corazón humano es la rebeldía y la desobediencia como secuela del pecado, Jesús y María han vivido toda su vida en obediencia de amor. Jesús y María han cambiado el rumbo de la historia, haciendo de su vida una ofrenda de amor al Padre para servir a toda la humanidad.
Dos corazones que laten al unísono, qué bonita convivencia. Entrar en el corazón de Cristo y en el corazón de María, que laten al unísono con las mismas actitudes de obediencia y de amor, nos enseña a vivir con ellos y como ellos en obediencia de amor a Dios Padre; nos enseña a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente; nos enseña a convivir unos con otros.
El corazón de Cristo y el corazón de María son la mejor escuela de vida cristiana, por el camino de la obediencia, que es camino de libertad, y por el camino del amor para entregar la propia vida a los planes de Dios.
Cuarto domingo de adviento. Preparemos la Navidad que se acerca, intensificando en nuestro corazón las actitudes del Corazón de Cristo y del Corazón de María. Actitud de ofrenda, de oblación, de solidaridad, de servicio y entrega.
Cuando rezamos el Rosario, vamos contemplando los misterios de Cristo desde el Corazón de María. Domingo mariano, porque en su vientre María lleva al Redentor del hombre y del mundo.
Feliz y Santa Navidad para todos. Recibid mi afecto y mi bendición:
BODAS DE CANÁ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús ha venido al mundo para manifestarnos una vida nueva, que brota del corazón de Dios y que busca compartir con el hombre la felicidad en la que los Tres (Padre, Hijo y Espíritu Santo) viven eternamente. Dios quiere hacernos felices, no quiere otra cosa, y hacernos felices eternamente, comenzando ya en la tierra esta felicidad que nunca acabe y dure para toda la eternidad. –
En el Evangelio de este domingo se nos presenta Jesús asistiendo a una boda. Una boda es la santificación por parte de Dios del amor humano que ha brotado y madurado en la relación varón y mujer, y que se prometen mutuamente amor para toda la vida. Celebrar el amor humano produce alegría en todos los asistentes a la boda.
Con su presencia, Jesús santifica ese amor humano, elevándolo a la categoría de sacramento. Jesús bendijo el amor humano, el amor del varón y de la mujer, reconociendo en el mismo aquella bendición del principio que Dios otorgó a los esposos y que no fue abolida por el pecado. “Y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31).
Y en aquella boda llegó un momento en que faltó el vino, que es el símbolo de la alegría de los novios y de los invitados. Los novios habían preparado gran cantidad, pero se quedaron cortos. Por mucha que sea la alegría del amor humano compartido, antes o después se acaba. A veces incluso de manera imprevista. El amor humano por muy fuerte que sea, por muy enamorados que se casen los novios, se agota. El hombre necesita un amor que no se acabe y, sin embargo, no es capaz de dar un amor de ese calibre.
María la madre de Jesús se dio cuenta de que faltaba el vino, y puso en marcha a unos y a otros para que su hijo Jesús manifestara su gloria en esa circunstancia, en ese momento. Les dijo a los camareros: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús convirtió en vino bueno las seis tinajas de cien litros cada una. ¡Una pasada! Hubo para todos los días de la boda vino en abundancia, inacabable, mejor que el primero, mejor que el que habían preparado los novios.
Hubo alegría, de la mejor alegría, de la alegría que no se acaba. En el vino que Jesús proporcionó, aquellos novios experimentaron un amor nuevo, que saciaba con creces sus ansias de amar y de ser amados; y sobre todo, percibieron que ese amor no se acaba nunca. “Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él” (Jn 2,11).
La Epifanía de Jesús se prolonga en esta escena de las bodas de Caná, donde Jesús se presenta como el verdadero esposo de nuestras almas. El corazón humano no está hecho para la soledad, sino para la comunión, para la convivencia, para convivir con otro, con los demás. “No es bueno que el hombre esté sólo, voy a darle una ayuda semejante” (Gn 2, 18).
En el Antiguo Testamento (y en las demás religiones) no hay más salida a la soledad que compartir la vida en el matrimonio. Ese es un vino bueno. Pero la gran novedad del cristianismo es Jesús, que se presenta como el verdadero Esposo, capaz de satisfacer el deseo de amor de todo corazón humano, y este es un vino mucho mejor y duradero.
Cristiano es el que se ha encontrado de verdad con Jesucristo, ha dejado que Jesús entre en su vida, en su corazón y disfruta de ese amor compartido. Pero Jesús no se contenta con ser un amigo más entre tantos. Ha venido para ocupar la zona esponsal de nuestro corazón, para saciarla plenamente. Esa relación con Jesús, a la que todos estamos llamados, tiene doble camino de expresión: el camino del matrimonio, que santifica el amor de los esposos, y en el que Jesucristo se convierte en el esposo de cada uno de los cónyuges por medio del signo sacramental del otro.
El sacramento del matrimonio consagra a cada uno de los esposos como signo sacramental de Cristo esposo para el otro. En el matrimonio el verdadero esposo es Jesucristo, y el cónyuge es signo sacramental de Cristo.
Y el otro camino de vivir la relación con Cristo esposo es el de la virginidad o la castidad perfecta, donde Cristo aparece como el verdadero esposo, que sacia plenamente el corazón humano en una relación esponsal directa –sin intermediario, sin sacramento– con Cristo, esposo de nuestras almas. “A dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido…”, exclama el alma enamorada de Cristo esposo en los versos de san Juan de la Cruz. Descubrir a Cristo esposo es una Epifanía. Jesús ha venido al mundo para ser la “ayuda semejante” de toda persona humana. Recibid mi afecto y mi bendición: E
ORDINARIIO:EVANGELIZAR A LOS POBRES
Jesús inicia su ministerio público con el bautismo en el Jordán, donde ha sido empapado del Espíritu Santo, del amor del Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco” (Lc 3,22), transmitiendo a las aguas el poder de santificar con el Espíritu Santo a todo el que se sumerja en el bautismo, y hacerle hijo amado del Padre.
Acabado el bautismo en el Jordán, Jesús fue al desierto para luchar cuerpo a cuerpo con Satanás y vencerlo. Pero sobre esto volveremos en cuaresma. Ahora, en el evangelio de este domingo, Jesús inicia su ministerio público yendo a su pueblo, a la sinagoga de Nazaret, donde había vivido su vida de familia durante bastantes años y era conocido como “el hijo de José” (Lc 4,22), “el hijo del carpintero” (Mt 13,55). Y, tomando el libro del profeta Isaías, leyó el pasaje mesiánico del Espíritu que vendrá sobre el Mesías y lo empapará con la unción del Espíritu para enviarlo a dar la buena noticia a los pobres. “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21), concluye Jesús. De esta manera, Jesús hace su propia presentación en su pueblo, donde todos le conocen desde niño.
Jesús es el Mesías y sabe que lo es. Jesús es el Hijo de Dios, sabe que es Dios y habla continuamente de ello. Su presentación en público lo manifiesta abiertamente y sus oyentes lo entienden a la primera, porque se extrañan de esta pública autoconfesión y quieren despeñarlo como a un blasfemo. Jesús se escabulle y sale ileso del apuro en esta ocasión. El bautismo del Jordán lo ha empapado de Espíritu Santo, lo ha envuelto en el amor del Padre.
El Espíritu Santo ha tocado la carne de Cristo y la ha capacitado para la gloria. Y lleno del Espíritu Santo, Jesús señala su programa misionero. Ha venido para darnos la libertad. Ha venido para hacernos partícipes de su filiación divina. Ha venido para anunciar a los pobres la salvación. Ha venido para ser el año de gracia del Señor para todos, para ser la misericordia de Dios con los pecadores. La libertad cristiana no es el libertinaje de hacer cada uno lo que quiera. “Para vivir en libertad, Cristo os ha liberado” (Ga 5,1). Cristo nos libra del pecado, la peor de las esclavitudes. Cristo rompe las cadenas de nuestros vicios, de todos nuestros egoísmos.
Cristo nos hace hijos de Dios. Ésta es una gran liberación. Jesucristo realiza su misión acogiendo a los pobres y a los enfermos, y envía a su Iglesia a prolongar su misma misión. Cuántos hombres y mujeres han sido a lo largo de la historia prolongación de este Jesús buen samaritano, que se acerca al desvalido, al despojado, al descartado y lo levanta de su postración devolviéndole la dignidad perdida: hombres y mujeres, niños y adultos, víctimas de la injusticia y del abuso de los demás.
La tarea de la Iglesia no es un programa de promoción sin más, no es un proyecto anónimo. La tarea de la Iglesia tiene siempre presente el rostro de Jesús que se refleja en el rostro de los desfavorecidos. Es una tarea personal, de persona a persona. Nunca es un programa en el que sólo cuentan los números o la cuenta de resultados. He aquí la principal revolución que ha movido la historia, la revolución del amor. Para eso ha venido Jesucristo.
El anuncio de la salvación a los pobres no significa la exclusión de nadie, la opción preferencial por los pobres no es exclusiva ni excluyente. La opción por los pobres es la opción por la persona, sin que ninguna barrera social o cultural nos detenga. Allí donde parece que ya no hay nada que hacer, porque el sujeto está deconstruido, o incluso destruido casi totalmente, allí se dirige con preferencia la acción sanadora y santificadora de Jesús y de la Iglesia. Donde parece que no hay nada que hacer humanamente, es donde está todo por hacer, es donde puede lucirse mejor el amor de Dios. Ese es el lugar preferente de la misión de la Iglesia, como nos ha enseñado Jesús.
La Iglesia que Jesucristo ha fundado no está llamada a resolver todos los problemas de nuestro tiempo, pero sí está llamada a expresar con signos la presencia salvadora de Jesús. Y un signo elocuente es la atención a los pobres, en todas las épocas, pero especialmente hoy. Llevar el Evangelio a los pobres, traer a los pobres al centro de la Iglesia, dejar que los pobres nos evangelicen. Esta es la misión de la Iglesia, que tiene que revisar continuamente. Este es el signo de que el Reino de Dios está en medio de nosotros. Y para eso debemos dejar que el Espíritu Santo nos unja y nos empape hoy, para prolongar la misión de Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición:
VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANO Y HERMANAS: El 2 de febrero celebra la liturgia de la Iglesia la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo en brazos de su madre María acompañada por José. Es una estampa preciosa y llena de ternura.
Con este ritual judío, María cumple el precepto de presentar a su hijo ante Dios y llena de contenido nuevo esta presentación. Jesús se ofrece, en las manos de María, al Padre. Hace visible el contenido de su vida, para ser ofrecido como ofrenda agradable, llenando de alegría el Templo, colmando las esperanzas del anciano Simeón y repartiendo alegría a todos por medio de la ancianita Ana.
Coincidiendo con esta fiesta litúrgica, en la que todos somos invitados a ofrecernos con Jesús en los brazos de María, la Iglesia celebra la Jornada mundial de la Vida Consagrada, con el lema: “Padre nuestro. La vida consagrada, presencia del amor de Dios”.
Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, dar gracias a Dios por el don de la vida, y más concretamente de la vida consagrada en el seno de la Iglesia y para el servicio de todos. Además, pretende que toda la Iglesia agradezca a Dios este magnífico don, que hace presente la ofrenda y la entrega de Cristo. Y presenta a todos los fieles la grandeza de esta vocación, que tanto enriquece a la Iglesia con sus abundantes carismas.
La vida consagrada reviste múltiples formas de consagración: desde las vírgenes consagradas, que ya están presentes en las primeras comunidades cristianas y tienen hoy su papel, hasta las monjas contemplativas que hacen de su vida una ofrenda en el claustro, manteniendo viva y encendida la lámpara de la fe y del amor en medio de nuestro mundo de hoy.
Los religiosos y religiosas han brotado en el jardín de la Iglesia como flores y frutos abundantes del Espíritu para la edificación del Cuerpo de Cristo y para el servicio de los más pobres en todas las naciones de la tierra.
Hombres y mujeres santos, gigantes en el amor a Cristo y en la entrega de sus vidas por amor, han sembrado el campo de la Iglesia de múltiples carismas para proclamar el Evangelio a toda la tierra en la catequesis, en la vida misionera, en la predicación con su vida y su trabajo permanente.
Son los santos y santas Fundadores. Muchos de ellos se han visto urgidos por la necesidad de la educación de niños y jóvenes, abriendo caminos nuevos a la pedagogía que se fundamenta en el amor. Otros muchos se han entregado plenamente al servicio de los más pobres, descubriendo antiguas y nuevas pobrezas y sanando heridas. Me asombra contemplar esa legión inmensa de fundadores y fundadoras, que se han adelantado a su tiempo, porque se han dejado mover por los ojos del corazón y han sido pioneros en todos los campos de la pobreza.
No han vivido sometidos a la lógica de la historia, sino a la lógica del amor, del amor de Cristo en sus corazones. Y han encontrado muchedumbres de seguidores, de vocaciones consagradas, que constituyen los mejores hijos de la Iglesia. Qué sería de la Iglesia sin estas personas consagradas.
También hoy tenemos necesidad de estos corazones que anteponen el amor de Cristo a cualquier otro interés. Oremos por las vocaciones a la vida consagrada, hoy más necesarias, porque escasean en nuestros ambientes.
Hombres y mujeres, humildes y desconocidos en la mayoría de los casos, pero necesarios para prolongar el más fino espíritu evangélico en nuestra sociedad. Hombres y mujeres en virginidad y castidad perfecta, para amar sin fronteras a aquellos a los que son destinados.
Hombres y mujeres sin alforja, sin túnica de repuesto, en pobreza y humildad, para mostrar al mundo el gran tesoro que es Dios.
Hombres y mujeres en actitud de obediencia y humildad, en actitud de misión para ir donde haga falta, para gastar la vida por los demás en el nombre de Cristo.
Benditos sean los pies y las manos de todos estos hombres y mujeres que configuran la vida de la Iglesia con su vida consagrada. Recibid mi afecto y mi bendición: Padre nuestro. La vida consagrada, presencia del amor de Dios Q
MANOS UNIDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Manos Unidas es una ONG de la Iglesia Católica para promover el desarrollo integral de las personas y los pueblos, declarando la guerra al hambre en el mundo.
Brotó de la feliz iniciativa de las mujeres de Acción Católica en un momento crucial. Cuando muchos optaban por eliminar bocas para que tocáramos a más, ellas optaron por ensanchar la mesa y dar un lugar a muchos que padecen situaciones de hambre material, cultural o espiritual, aunque tocáramos a menos. En estos 60 años han llegado a millones de personas en los países en vías de desarrollo, proporcionándoles crecimiento en todos los sentidos y dándoles una serie de oportunidades en todos los campos: proyectos agrícolas, educativos, sanitarios, de atención específica a la mujer, a los migrantes, etc.
El mundo está mal repartido, y la culpa no es de Dios, sino de los hombres, que tienen lo necesario y mucho más, olvidándose de quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir. Es preciso romper la indiferencia y aportar nuestro grano de arena para revertir la situación mundial.
En 2017, más de un millón y medio de personas se beneficiaron directamente de esta organización, repartiendo cerca de 40 millones de euros. Para este y los próximos años, se quiere acentuar la ayuda a la mujer, que sufre grandes discriminaciones en tantos lugares de la tierra. Ese apoyo en programas concretos tendrá un efecto multiplicador, pues a su vez tales mujeres repercutirán en sus respectivas familias, en sus hijos, en la educación, en la sanidad, etc.
¿Cuáles pueden ser las tentaciones de Manos Unidas? Por una parte, centrarse solamente en lo material. Existe el peligro por parte nuestra de tener como objetivo recoger dinero sin más, que pensamos va a ser bien empleado, pero quedarnos ahí. Necesitamos el dinero para llevar adelante los proyectos, pero ese no es el objetivo principal. Detrás de cada proyecto hay personas concretas. Y la motivación de todas esas recaudaciones es el amor cristiano, que mueve el corazón a interesarnos por nuestros hermanos que carecen de lo necesario.
La ONG Manos Unidas admite también donaciones de todos los que quieren hacer el bien a través de esta organización, aunque no sean cristianos. Pero los cristianos realizamos la colecta anual como fruto del ayuno, privándonos de algo, y poniendo nuestros donativos a los pies de los Apóstoles para que ellos repartan según las necesidades.
Otro peligro es el de seleccionar necesidades en los destinatarios: comida, casa, cultura, sanidad, prescindiendo de su dimensión religiosa. No podemos ayudar a la persona reduciendo sus necesidades a lo material, cultural, sanitario, etc. y olvidándonos de lo religioso. La religión es una dimensión esencial de la persona. Y nuestra ayuda es una ayuda integral a toda la persona, incluida esa dimensión religiosa, que le abre a la relación con Dios y mejora las relaciones humanas. No se trata de ayudar sólo a los católicos o sólo a los creyentes. Se trata de ayudar a la persona en todas sus dimensiones, incluyendo la dimensión religiosa y espiritual.
Entiendo que haya prioridades, la del hambre en el mundo, pero no hay mayor hambre que el hambre de Dios. Algunos pueden pensar que si se atiende a la persona en su totalidad, integralmente, incluida su dimensión religiosa, quizá se redujeran los ingresos de algunos donantes. Y entonces vuelvo a la tentación anterior. Manos Unidas no es sólo una ONG para recaudar fondos, aunque los destine para bien de los pobres. Manos Unidas tiene una identidad cristiana, que la configura como institución de la Iglesia Católica al servicio de los más pobres de la tierra.
Aprovecho este momento especial de la campaña anual para agradecer a todos los que trabajan en Manos Unidas en nuestra diócesis de Córdoba, que son muchos, y además lo hacen de manera voluntaria como una prolongación de su compromiso cristiano. También a todos aquellos que lo hacen de manera altruista, aunque no tengan una motivación cristiana. Hacer el bien abre el camino y el corazón al encuentro con Dios y con los hermanos. Recibid mi afecto y mi bendición: 60 años de Manos Unidas, contra e
LAS BIENAVENTURANZAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la reciente Carta del Papa Francisco, Gaudete et exultate, invitándonos a la santidad nos presenta esta página del Evangelio –las bienaventuranzas– como pauta de vida.
En las bienaventuranzas se dibuja el rostro del Maestro, y seguirle a él es ir contracorriente, porque el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida. Pero Jesús nos promete –y él cumple siempre– una felicidad por este camino: felices, bienaventurados los que van por este camino.
En la primera, bienaventurados los pobres, están resumidas todas las demás. Pobre en la Sagrada Escritura es el que confía en Dios, el que se fía de Dios, el que pone en Dios toda su confianza y no se apoya en sí mismo. Las cualidades naturales las hemos recibido de Dios y de Dios recibimos continuamente dones de gracia sobrenaturales. La torcedura del corazón humano considera que lo que hemos recibido es nuestro y busca tener más y más para apoyarse más en sí mismo.
Curiosamente, cuanto más tenemos (tiempo, cualidades, dinero, etc) corremos más riesgo de apartarnos de Dios, y de hecho la seguridad de los bienes de este mundo nos aleja de Dios. No debiera ser así, porque Dios está en el origen de todos los bienes, pero la experiencia nos dice que quien tiene se aleja de Dios. Y, por el contrario, cuando uno no tiene está más predispuesto a confiar en Dios. Por eso, Jesús nos advierte en el Evangelio del peligro de las riquezas. No son malas, y menos aún si son adquiridas legítimamente. Pero el rico se siente seguro y como que no necesita de Dios. Incluso, llega a decir Jesús: Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo.
Qué tendrá la pobreza, que Dios tanto bendice. A su Hijo lo ha enviado al mundo en absoluta pobreza y Jesús ha vivido esa pobreza como expresión de libertad, en una dependencia total de su Padre Dios. Jesús en el Evangelio nos recomienda vivamente la pobreza voluntaria para parecernos a él y seguirle de cerca.
En la vida religiosa, por ejemplo, se incluye el voto de pobreza, de no tener nada propio para que aparezca más claramente que el tesoro de esa persona es Dios y no los bienes de este mundo, aunque sean buenos. Junto a los pobres, Jesús bendice a los mansos y humildes de corazón, como lo es él. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29).
A nosotros pecadores nos brota inmediatamente la ira descontrolada, incentivada por el odio, el orgullo, la vanidad. El manso y humilde actúa en otra dirección, aguanta y no ataca, no guarda rencor ni venganza, reacciona amando. Reaccionar con humilde mansedumbre, eso es santidad. Y sólo con estas actitudes podemos acercarnos a los pobres y a los humildes.
Felices los que lloran, porque serán consolados. El mundo no quiere llorar, prefiere divertirse, pasarlo bien, ignorar el sufrimiento. Ay de vosotros los que ahora reís, porque haréis duelo. Sin embargo, el sufrimiento forma parte de la vida y con Jesús adquiere un sentido nuevo. Nuestro sufrimiento unido a la Cruz de Cristo adquiere un sentido y un valor redentor.
El seguimiento de Cristo nos da capacidad para afrontar las contrariedades de la vida y nos hace capaces de compartir los sufrimientos de quienes lloran, no esquivamos esa realidad, sino que la compartimos con los demás para aliviarlos en su dolor. Dichosos cuando os odien los hombres, os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre. Alegraos y saltad de gozo.
¡Qué grande es este reto de Jesús! Porque sucede en nuestra vida, y lo grandioso es que Jesús lo ha previsto y nos alienta con esta bienaventuranza: Alegraos y saltad de gozo. Miremos al Maestro, porque es precisamente lo que ha vivido él, y es lo que él quiere darnos a vivir en nuestra vida. Recibid mi afecto y mi bendición: Las bienaventuranzas, c
DOMINGOS III DE PASCUA: EXAMEN DE AMOR: ¿ME AMAS?
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Después de la noche de la traición, Jesús fue entregado al poder de la muerte como consecuencia de nuestros pecados, fue crucificado y fue sepultado. Al tercer día resucitó de entre los muertos, como primogénito de entre los muertos y nos dice: “Yo soy el que vive; estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte” (Ap 1, 18).
Jesucristo resucitado ha inaugurado una vida nueva para él y para nosotros, una vida que hemos recibido en el bautismo y de la que nos vamos apropiando más y más, hasta ser transfigurados por el poder de su resurrección.
Una vez resucitado, Jesús se vuelve a los suyos, los que le dejaron solo e incluso lo negaron, para expresarles su misericordia y su perdón. El domingo pasado lo hacía con el apóstol Tomás, que, al comprobar las llagas de su mano y su costado, se rindió en adoración confesando: “Señor mío y Dios mío”.
En este domingo se dirige a Pedro, el que lo negó por tres veces, para ofrecerle su misericordia y hacerle experimentar un amor más grande. Habían vuelto a sus faenas habituales de la pesca en el lago de Tiberíades, de donde habían sido llamados. Capitaneados por Pedro, estuvieron toda la noche sin pescar nada. Y al amanecer, se apareció Jesús a la orilla, que les pregunta por la pesca y les ordena echar las redes de nuevo. En plena faena, quien lo identifica primero es Juan, el que más amaba a Jesús por ser el discípulo amado: “¡Es el Señor!”. Pedro se tiró al agua para alcanzarle impacientemente, se olvida de la barca, de la pesca y de los demás.
El tirón de Jesús se hace irresistible. Arrastra la barca y comprueba que la redada de peces es inmensa. “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. A Jesús lo han visto transfigurado, pero lo han reconocido directamente y por el fruto abundante de la pesca. Y compartieron con él aquel desayuno que les supo a gloria.
Terminada la comida, Jesús se dirige a Pedro y le hace un examen de amor: “Pedro, ¿me amas más que éstos?”. Tres veces lo había negado, tres veces le repite Jesús la pregunta, a la que Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. La respuesta positiva conduce a la misión: “Pastorea mis ovejas”. Cuando vuelve a preguntarlo por tercera vez, Pedro se entristeció. Probablemente por el recuerdo de las negaciones en la noche de la pasión. Y responde afirmativamente, pero no apoyado en su certeza, sino apoyado en el saber de Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.
Este examen de amor, que Pedro supera positivamente, es ante todo una muestra de amor y misericordia por parte de Jesús a Pedro. Jesús le pone en situación de confesar su amor, reparando su pecado en las negaciones.
Le pone en bandeja esta confesión de amor, en la que Pedro se hace consciente de que su fuerza no está en sí mismo, sino en Jesús. Y apoyado en Jesús, confiesa su amor, que es más grande que su pecado.
Jesús resucitado se hace presente en nuestra vida de múltiples maneras, una de ellas para perdonar nuestros pecados con un amor más grande de su parte, que genera en nuestro corazón un amor mayor hacia él.
Cuántas veces nos hemos sentido profundamente renovados al recibir el fruto de su redención en el sacramento de la penitencia, en el que confesamos nuestros pecados y confesamos el amor más grande de Jesús a nosotros y de nosotros a él. El sacramento de la penitencia, por tanto, no es sólo propio de cuaresma, donde tiene más un sentido penitencial, sino que es también propio de la Pascua, donde tiene más un sentido de confesión de amor, como en el caso de Pedro.
La Iglesia pone a nuestro alcance el sacramento del perdón para que lo recibamos con frecuencia, pues necesitamos escuchar del Señor el amor que nos tiene y necesitamos igualmente hacer nuestra confesión de amor, que repara nuestros pecados. Feliz Pascua de Resurrección a todos. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMINGO CUARTO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.
Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, ternura, cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).
Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.
En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento lleno de amor. Y añade “Mi Padre me las ha dado... y nadie puede arrebatarlas de mi mano” (Jn 10, 29). Nadie nos puede separar de Jesús, a no ser que nosotros le diéramos la espalda. Pero queriendo estar con él, nada ni nadie nos podrá separar, porque es Dios Padre quien nos ha puesto en su mano.
A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebramos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”.
Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”.
Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Se trata, por tanto, no sólo de decidir qué es lo que más me gusta, por dónde me siento atraído, sino de preguntarse cuál es el sueño de Dios para mí. Cada uno hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios, y Dios quiere siempre para cada uno de nosotros lo mejor, lo que realmente me va a hacer feliz.
Acertar con ese proyecto de Dios es todo un arte, y es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.
A este propósito el Papa Francisco se dirige a los jóvenes para esta Jornada: “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.
Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo.
Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este día por las vocaciones. Que Dios siga llamando y que los jóvenes sean generosos para decir sí al sueño de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Os daré pastores según mi Corazón Q
DOMINGO V DE PASCUA C
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Es un verdadero privilegio vivir el mes de mayo en Córdoba. Hay casas y patios que son un canto precioso a la vida y a la alegría de la primavera. “Con flores a María…” cantamos en este mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen María. En muchos lugares esas flores adornan una imagen de la Virgen, nuestra Madre, como diciéndonos que Ella es la flor más hermosa en el jardín de la historia humana, cuyo fruto bendito es Jesús nuestro Salvador.
Y en este quinto domingo de Pascua, Jesús vuelve a recordarnos el mandamiento nuevo del amor cristiano: “Amaos unos a otros como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.
Resulta curioso que el mandamiento más importante de Jesús sea el mandamiento del amor, que coincide precisamente con la aspiración más profunda del corazón humano, donde toda persona humana encuentra su felicidad. El mandamiento de Jesús, por tanto, no es algo extraño al corazón humano, sino algo superlativamente humano, que quiere hacernos plenamente humanos.
La divinización del hombre se ha realizado por el misterio de la Encarnación, misterio en el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre; y en este misterio el hombre no ha perdido su identidad, sino que su identidad humana ha llegado a plenitud. Ser divinizado coincide por tanto con ser “humanizado”. El hombre llega a ser más humano precisamente cuando es más divinizado.
Así nos lo enseña san León Magno, cuya doctrina desemboca en el concilio de Calcedonia, afirmando que cada una de las naturalezas -la humana y la divina- no pierden su identidad al quedar unidas por el misterio de la Encarnación, sino que más bien la identidad de cada una queda salvaguardada precisamente en virtud de este mismo misterio. La persona humana es más humana cuanto más divina se deje hacer.
Por eso, el mandato del amor, que nos viene como gracia del cielo, lleva a plenitud la capacidad de amor que brota del corazón del hombre. El amor divino que Jesús nos manda no destruye ni anula el amor humano, sino que lo purifica, lo fortalece y lo lleva a plenitud.
Jesús sitúa precisamente en este mandamiento del amor la señal preferente de la identidad de un cristiano: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. Se trata, por tanto, no de un amor pasajero ni de un amor interesado. Se trata de un amor permanente, de un amor oblativo, de un amor que supera incluso las barreras humanas.
El amor humano se mueve frecuentemente por el interés que reporta, y no es malo que funcione así; pero se queda corto. Ese amor no transforma la persona, ni transforma la historia. Otras veces se detiene ante las deficiencias del otro; amamos lo que nos atrae espontáneamente, amamos por las cualidades que vemos en el otro, pero no amamos cuando no vemos cualidades ni atractivo. Tampoco es malo ese amor, pero se queda corto también.
El amor al que nos invita Jesús, el mandamiento nuevo del amor cristiano, es un amor que se mueve por la acción del Espíritu Santo, busca hacer el bien a los demás, es generoso sin mirar el propio interés y llega incluso al amor a los enemigos.
Cuando el amor llega a estas cotas, ciertamente es un amor que viene de Dios y no de nuestro natural, aunque sea bueno. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es un amor que llena el corazón humano elevándolo a la categoría de amor divino. Es un amor con marca propia, es la marca cristiana. Que el mes de mayo os traiga la alegría de la vida del Resucitado y este amor nuevo y profundo que viene de Dios. Recibid mi afecto y mi
VI DE PASCUA LA ASCENCIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo la Ascensión del Señor a los cielos. Los cuarenta días de la resurrección se cumplen el jueves, y queda trasladada al domingo. Jesús bendijo a sus apóstoles, les encomendó el mandato misionero de ir al mundo entero a predicar el Evangelio y se fue al cielo, donde nos espera como la patria definitiva.
Pudieron los apóstoles convivir con Jesús durante cuarenta días después de su Resurrección, de manera que les quedó fuertemente certificada la certeza de que está vivo, de que ha inaugurado una nueva vida para él y para nosotros.
Pudieron palpar su carne resucitada, verificar sus llagas gloriosas, comer con Él, experimentar visiblemente su presencia renovadora, que les llenó el corazón de inmensa alegría.
La fiesta de la ascensión viene a ser el colofón de la resurrección, porque, una vez resucitado Jesús, su lugar propio es el cielo, la gloria, estar junto al Padre. Pero ha tenido con nosotros esta inmensa condescendencia de dejarse tocar por los suyos y de compartir con ellos el gozo de la Pascua. Arrebatado a la vista y a los sentidos de los apóstoles, nuestra relación con Jesucristo es una relación de fe y de amor, en la esperanza de vernos un día cara a cara y saciarnos plenamente de su presencia gozosa en el cielo.
Vivimos en la espera de ese día feliz, pero ya gustamos desde ahora su presencia de otra manera en la vida cotidiana de la Iglesia. Está presente en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía, que nos ha dejado como testamento de su amor. Está presente en las personas y en la comunidad eclesial, donde Él ha prometido estar con nosotros hasta el final de los tiempos.
Está presente, como buen pastor, en quienes lo representan en medio de su pueblo. Está presente en los pobres y necesitados, con los que ha querido identificarse y a través de los cuales reclama continuamente nuestro amor. No se ha desentendido de este mundo, ni nos ha dejado a nosotros a nuestra suerte como si Él ya no actuara. No. La presencia del Resucitado en la historia humana es una presencia transformadora capaz de llevar esta historia humana a la plenitud y llenarla de sentido en cada una de sus etapas.
Nuestro encuentro personal con el Resucitado nos pone en actitud misionera, no sólo para anunciar que está vivo y nos espera en el cielo, sino para infundir el Espíritu Santo en nuestros corazones, a fin de hacernos constructores de una historia en la que somos protagonistas.
Precisamente en estos días, después de los comicios electorales, se abre una nueva etapa en nuestra convivencia cotidiana. Personas de distintas opciones y partidos políticos acceden, con el mandato de los ciudadanos, a los puestos de responsabilidad para gobernar los municipios y la provincia. Hace poco, también la región autonómica.
La convivencia y la política no es sólo producto de las urnas, es también fruto de la gracia de Dios y de la acción del Espíritu Santo, que conduce la historia. Por eso, encomendamos con fervor la acción de los que nos gobiernan a distintos niveles. Pedimos para ellos la fuerza de lo alto, la luz de Dios y la gracia para acertar en sus decisiones, de manera que busquen el bien de todos, especialmente el de los más desfavorecidos.
Los cristianos, a la luz de la fe y del mandato misionero de Jesús, tenemos una enorme responsabilidad en la construcción de la ciudad terrena. Está en juego la dignidad de la persona, sus derechos y obligaciones, su libertad y su responsabilidad. Está en juego la familia con sus pilares estables del varón y la mujer, unidos en el amor que Dios bendice y abiertos generosamente a la vida. Necesitamos que nazcan muchos más niños para que no vivamos en el desierto demográfico, sin esperanza de futuro.
Necesitamos una política urgente que atienda a los barrios más deprimidos, de manera que un día puedan salir de su situación, cada vez más degradada. Muchos proyectos están sobre la mesa de quienes han asumido la responsabilidad de gobernarnos en la nueva etapa. Jesucristo ha subido al cielo para mostrarnos cuál es la meta, pero se ha incrustado en la historia humana para llevarla a su plenitud por medio de nuestro trabajo.
Oramos para que su presencia sea notable y transfiguradora, también por la colaboración de sus discípulos en esta hora concreta. Recibid mi afecto y mi bendición: S
DOMINGO VII DE PASCUA PENTECOSTÉS ESPIRITU SANTO RENUEVALO TODO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos.
La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurreción, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.
“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego.
Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercerea persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correpondencia de relación personal.
El es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.
El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podeis con todo, cuando venga el Espíritu Santo él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16, 13).
Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15).
Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experiementar a Dios mismo con el don de piedad.
El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo –la Iglesia–, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Epíritu Santo.
La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc.
Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión.
Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.
En la fiesta de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado seglar, con el lema: “Somos misión”. Es decir, la presencia viva de laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que viven su pertenencia a la Iglesia en torno a la parroquia -Acción Católica General- o a los ambientes específicos -Acción Católica Especializada-.
Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.
Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.
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PARÁABOLA DE BUEN SAMARITANO
HERMANOS Y HERMANAS: Escuchamos en el evangelio de este domingo la parábola del buen samaritano, que es un autorretrato del mismo Jesús. El relato viene provocado por la pregunta de un letrado que se dirige a Jesús para saber qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le responde con el resumen de los mandamientos: Amor a Dios y amor al prójimo. Pero el letrado preguntó: y ¿quién es mi prójimo? Y aquí viene la parábola del buen samaritano, de Jesús el buen samaritano. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Hasta que no recorre uno esa distancia no se da cuenta de lo que supone ese trayecto. Se trata de un trayecto de pocos kilómetros, pero con un desnivel de casi mil metros. Es, por tanto, un recorrido muy empinado. De Jerusalén a Jericó, cuesta abajo. Se presta al pillaje, al vandalismo, al asalto improvisado. Y aquel hombre de la parábola fue asaltado y despojado de todo, “cayó a manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Este hombre representa a tantos hombres a quienes los demás hombres despojan injustamente, con violencia y lo dejan como descartado, medio muerto, para no hacerle caso nadie. Si miramos el horizonte de nuestra sociedad, así se encuentran millones de personas, a quienes el abuso de los demás ha dejado en la cuneta. Ante esta situación, uno puede mirar para otro lado. No se entera o no quiere enterarse, le resulta más cómodo no echar cuenta. Pasa de largo. Otros pasan también de largo, viendo incluso la extrema necesidad del descartado y apaleado. No tienen tiempo, no se sienten implicados, no va con ellos. Encuentran siempre algún pretexto para no implicarse. No tengo, no puedo, no sé, no va conmigo. Mas, por el contrario, hay alguien que se siente interpelado y no pasa de largo. Se detiene, siente lástima, se acerca, desciende de su cabalgadura, venda las heridas, lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada, cargando con los gastos que lleve consigo aquella cura de reposo. ¿No vemos a simple vista a Jesús en este caminante que se acerca? Jesús se ha abajado hasta nosotros, se ha sentido interpelado por nuestra situación en la que hemos perdido nuestra dignidad de hijos, en la que hemos quedado apaleados en la cuneta de la vida. Es el hombre expulsado del paraíso por su pecado, es el hombre que se ha apartado de Dios y ha quedado huérfano y sin remedio, es el hombre que no puede salvarse por sí mismo, que está condenado a muerte irremediablemente. Es el hombre oprimido por el hombre, que es abusado, que es explotado. Es el hombre objeto de trata, de esclavitud. Es el hombre o la mujer, que ha sido violentamente acosado por el egoísmo de los demás y ha sido tratado como un objeto de usar y tirar. Cuántas personas nos encontramos así en el camino de la vida. Jesús nos enseña a no pasar de largo, a implicarnos, a remangarnos, a compartir, a devolver la dignidad, a cargar sobre nuestros hombros, a llevar a la comunidad a aquellos que encontramos tan despojados de todo. La posada aquí significa la Iglesia, la comunidad de los hermanos que acogen, que aman, que sirven, que comparten lo que tienen y por eso sanan con el amor cristiano. Cuántas personas, cuya aspecto aparente es de normalidad, sufren en su corazón por tantas razones. Cuántos corazones se siente defraudados, traicionados por quienes debían amarles. También esos son despojados de la vida, a quienes hay que atender. Ése es tu prójimo, nos viene a decir Jesús. Prójimo es aquel a quien tú te acercas, movido por el amor cristiano. No se trata de una justicia internacional que nunca llega, de los grandes principios que brotan de grandes proclamas. Se trata sencillamente del amor de cada día al que tienes más cerca, a aquel al que te acercas movido por el amor. Anda, y haz tú lo mismo. Recibid mi afecto y mi bendición: A
ENSEÑANOS A ORAR EL PADRE NUESTRO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La oración es el trato con Dios, que nos admite en su conversación y se entretiene en estar con nosotros. Dios ha preparado a lo largo de la historia un acercamiento progresivo hasta poner su morada en nuestras almas, en nuestro corazón. ¡Somos templos del Dios vivo! Orar es caer en la cuenta de esta realidad, Dios no está lejos ni hay que viajar para encontrarlo. Dios vive en mi corazón y por la oración caigo en la cuenta de esta realidad y entablo un diálogo de amor con las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que me aman. En el evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario (ciclo C), Jesús nos enseña a orar con la oración del Padrenuestro. Estaba Jesús orando y los discípulos se acercaron para decirle: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Toda la vida de Jesús está transida de oración, su relación con el Padre es fluida y espontánea, mira las personas, los acontecimientos y las cosas con los ojos de Dios. Aparece en muchas ocasiones orando: al atardecer, al amanecer, durante toda la noche, al realizar un milagro o una curación extraordinaria, retirado solitario en el monte, rodeado de sus discípulos o ante la muchedumbre. Es una lección permanente y silenciosa, un ejemplo de vida. Le atrae ponerse en oración como al hierro le atrae el imán, y comparte con el Padre los deseos de su corazón. La gran novedad de la oración cristiana, la que Jesús nos enseña, es la de tratar a Dios como Padre. No nos atreveríamos a hacerlo, si no fuera porque él nos lo ha enseñado así. Es decir, Jesús nos introduce en su corazón de hijo y nos abre de par en par las puertas del corazón de su Padre, el corazón de Dios, para hacernos hijos. No podíamos entrar más adentro ni podíamos llegar a más. Y desde ahí, penetrar en el gozo de las personas divinas y disfrutarlo, mirarnos a nosotros y al mundo con los ojos de Dios. Otra novedad de la oración que Jesús nos enseña es, junto a la invocación de “Padre”, la de llamarle “nuestro”. Es decir, a Dios no nos dirigimos nunca como personas aisladas, sino siempre formando parte de una fraternidad humana, en la que todos somos o estamos llamados a ser hermanos, precisamente porque tenemos como padre a Dios. El Padrenuestro es, por tanto, oración de fraternidad, de solidaridad porque tenemos en común a nuestro Padre Dios. Al enseñarnos a orar, Jesús nos insiste en que pidamos: “Pedid y se os dará”. ¿Por qué este mandato insistente? Algunos piensan que si Dios ya sabe nuestras necesidades, para qué pedirle insistentemente. La oración de petición ha de hacerse con confianza y con perseverancia. Sabiendo que para Dios nada hay imposible, recurrimos a él cuando nos vemos incapaces de alcanzar aquello que necesitamos. San Agustín nos recuerda que al pedirle a Dios lo que necesitamos, no estamos recordándole a Dios nada, pues él todo lo sabe, sino que nos estamos recordando a nosotros que todo nos viene de Dios. Por ejemplo, hemos de pedir la lluvia para nuestros campos en medio de la sequía tremenda que padecemos. Al hombre de nuestro tiempo no se le ocurre pedirlo a Dios, porque ha desconectado de Dios y todo lo espera de su propio ingenio, de los pantanos, de los regadíos artificiales, etc. Se le ocurre hacer un plan de regadío, pero no se le ocurre acudir a Dios. Sin embargo, el progreso no está en contra de Dios, ni Dios está en contra del progreso. Pedirle a Dios la lluvia necesaria para nuestros campos es reconocer que Dios es el autor del universo, y puede darnos el bien de la lluvia –como todos los demás bienes– si se lo pedimos con confianza y con insistencia. Hay dones que Dios no nos los da, porque no se lo pedimos. Pero a veces sucede que nos cansamos de pedir. Y aquí viene la otra condición de la oración de petición, la perseverancia, la insistencia. Cuando pedimos a Dios una y otra vez algún bien para nosotros, hemos de pedirlo una, otra y mil veces. Pero si Dios está dispuesto a concederlo, ¿por qué se hace de rogar tanto? Pues –continúa san Agustín–, porque repitiendo una y otra vez lo que necesitamos, va ajustándose nuestra voluntad a la de Dios, no a la inversa. Pedid y recibiréis, si pedimos con confianza y con perseverancia. Y si Dios tarda en concederlo, es porque quiere ajustar nuestra voluntad a la suya. Nosotros sigamos insistiendo, porque él siempre nos escucha. Recibid mi afecto y mi bendic
SAN JUAN DE ÁVILA
12.- Espejo de santidad para los sacerdotes A los sacerdotes san Juan de Ávila se nos ha dado como patrono del clero secular español. Pero, además de los curas seculares diocesanos, han sido discípulos suyos un buen grupo de santos sacerdotes, que derivaron a la Compañía de Jesús, a los Dominicos, a los Franciscanos, a los Carmelitas, a los Ermitaños de San Basilio en el Tardón, etc. Y se han considerado influidos por él los autores de la escuela sacerdotal francesa (Olier, Condrén, Berulle, etc.), el santo Cura de Ars, San Vicente de Paul, san Francisco de Sales, san Antonio María Claret, etc. San Juan de Ávila es para todos, especialmente para los sacerdotes. Los sacerdotes, y más concretamente los sacerdotes de la diócesis de Córdoba, estamos obligados a acercarnos a su figura, conocer su biografía, leer sus escritos, imitar sus virtudes, acudir a su intercesión. El Tratado sobre el sacerdocio es una fuerte llamada a la santidad sacerdotal en el ejercicio del ministerio, así como varias de sus cartas dirigidas a sacerdotes. Leamos a San Juan de Ávila. Dios nos conceda en este Año jubilar una renovación profunda de nuestro presbiterio diocesano de Córdoba, “que en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros”, pedimos en la oración de su fiesta. Estamos elaborando en el Consejo Presbiteral el Proyecto del Presbiterio (PDV 79), que será una pauta a tener en cuenta para nuestro crecimiento sacerdotal, y podrá ser enriquecido con sucesivas aportaciones. Hemos de convencernos de una vez por todas que sólo la santidad sacerdotal dará sentido y fruto apostólico a nuestra vida ministerial. “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, anima y cuerpo, y vernos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre… ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso…? Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad”8 . La formación permanente de los sacerdotes es cada vez más necesaria. Como sabemos, no abarca sólo el aspecto intelectual, que es necesario actualizar continuamente, sino toda la vida del sacerdote en sus dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral (PDV 71). Los estudios de Derecho Canónico en la Universidad de San Dámaso (con escolaridad especial), que algunos ya han concluido felizmente y otros están por concluir próximamente, se ha mostrado un recurso importante de formación permanente, tanto por la capacitación en la eclesiología de comunión del Vati8 San Juan de Ávila, Plática 1, 6: BAC I, 790. 12 carta pastoral Estamos elaborando en el Consejo Presbiteral el Proyecto del Presbiterio, que será una pauta a tener en cuenta para nuestro crecimiento sacerdotal cano II como en la convivencia de los sacerdotes más jóvenes en sus primeros pasos de sacerdocio. Se trata de avivar cada día la gracia recibida por la imposición de manos. Se hace necesaria hoy más que nunca una verdadera “pastoral sacerdotal” (Ratio Formar pastores misioneros, 366). La preocupación principal del obispo ha de ser que sus sacerdotes sean santos, y en esta tarea también los presbíteros son colaboradores del obispo. Cada sacerdote ha de sentir como propia la tarea de ayudar a sus hermanos sacerdotes a ser santos. La primera ocupación que el obispo confía a un sacerdote es que se ocupe de sus hermanos sacerdotes. En el respeto, en el cariño mutuo, en la cercanía debemos considerar a cada uno de los sacerdotes de nuestro presbiterio como verdaderos hermanos. Somos miembros de una familia en la que estamos atentos a las necesidades del hermano. Nada más ajeno al corazón de un sacerdote que desentenderse de su hermano sacerdote, sobre todo si está en necesidad. En este punto quisiera agradecer al Papa Francisco la cariñosa y enjundiosa Carta que ha dirigido a todos los sacerdotes con motivo del 160 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars. Os invito a leerla despacio. Entre tantas cosas preciosas, nos dice: “Gracias por buscar fortalecer los vínculos de fraternidad y amistad en el presbiterio y con vuestro obispo, sosteniéndose mutuamente, cuidando al que está enfermo, buscando al que se aísla, animando y aprendiendo la sabiduría del anciano, compartiendo los bienes, sabiendo reír y llorar juntos, ¡cuán necesarios son estos espacios! E inclusive siendo constantes y perseverantes cuando tuvieron que asumir alguna misión áspera o impulsar a algún hermano a asumir sus responsabilidades; porque «es eterna su misericordia»”9 . “Alguna forma de vida común”, 9 Francisco, Carta a los sacerdotes en el 160 aniversario de la muerte de Cura de Ars, 4 agosto 2019. nos recomienda la Iglesia de nuestro tiempo10, y ya es ejemplo de ello san Juan de Ávila. Él no vivía en casa propia, sino prestada, y en los distintos lugares donde fijó su residencia vivía en convictorio con otros sacerdotes. No es sólo propio de religiosos, también los sacerdotes diocesanos seculares hemos de intentar formas de vida que nos estimulen a la santidad. Vivir en comunidad no es para tener garantizados ciertos servicios comunes, vivir en comunidad ayuda a superar la cómoda soltería y ejercitarse en la caridad fraterna cada día con una sencilla regla de vida, vivir en comunidad es un signo de caridad y unidad ante los fieles. “Vivir con otros significa aceptar la necesidad de la propia y continua conversión y sobre todo descubrir la belleza de este camino, la alegría de la humildad, de la penitencia, y también de la conversación, del perdón mutuo, de sostenerse mutuamente. “Ved qué dulzura qué delicia convivir los hermanos unidos” (Sal 133, 1)”11. Vivir en comunidad ayuda a la santidad. Por el contrario, hacer la propia vida independiente, incluso hasta el 10 “Para hacer más eficaz la misma cura de almas se recomienda encarecidamente la vida común de los sacerdotes... que favorece la acción apostólica y da a los fieles ejemplo de caridad y unidad” (ChD, sobre los obispos, 30). “A fin de que los presbíteros se presten mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e intelectual, puedan cooperar más adecuadamente en el ministerio y se libren de los peligros que acaso origine la soledad, foméntese entre ellos alguna forma de vida común… a saber, la convivencia, donde fuera posible, o la mesa común o, por lo menos, reuniones frecuentes” (PO 8). 11 Benedicto XVI, A sacerdotes de la Fraternidad San Carlos (12 febrero 2011). aislamiento, no favorece la vida sacerdotal. Por eso, hemos de cuidar los encuentros sacerdotales, la reunión de arciprestazgo, la reunión de los miércoles, las reuniones de formación permanente, los retiros mensuales, los Ejercicios anuales, los encuentros de quinquenales, etc. No nos parezca demasiado cuando se nos convoca para reunirnos. La vida sacerdotal diocesana no es para vivirla a solas, sino en fraternidad, en comunidad, y las formas concretas serán hasta donde se pueda. 13.- Como San Juan de Ávila, atendamos las vocaciones sacerdotales El Señor nos ha bendecido por la intercesión de san Juan de Ávila con vocaciones sacerdotales para la atención a nuestra diócesis y a la Iglesia universal. Demos gracias a Dios por cada una de las vocaciones que Dios suscita en el seno de nuestra Iglesia diocesana. Cada una de ellas es un milagro de Dios. Pidamos al Señor, por intercesión de san Juan de Ávila, que los que llegan a nuestro Seminario con el fuerte tirón de una vocación que lleva a dejarlo todo por él, no se sientan defraudados ni lleguen a consensuar con el mundo cualquier forma de mundanidad. Que los que son agregados al presbiterio diocesano por la ordenación sacerdotal encuentren estímulos permanentes para su fidelidad y no consientan nunca en la mediocridad. La mejor pastoral vocacional tiene como fundamento siempre la oración al Dueño de la mies para que mande obreros a su mies (cf. Mt 9,38). No nos cansemos de hacerlo en todas las parroquias, en todas las comunidades, en todos los grupos. Oremos constantemente, porque la oración nos hace caer en la cuenta de que la vocación viene de Dios y sólo él puede sostenerla. Por eso nos insiste: “Pedid y recibiréis”, condicionando a nuestra oración el regalo de nuevas vocaciones y la fidelidad a la misma. 13 EN El inicio del curso 2019-2020 La vida sacerdotal diocesana no es para vivirla a solas, sino en fraternidad, en comunidad La familia cristiana es el clima ordinario de cultivo de tales vocaciones, sobre todo si los padres piden a Dios que alguno de sus hijos sea llamado por este camino. El brote de una vocación al sacerdocio sorprende en ocasiones a los padres y los hermanos, precisamente porque es una llamada de Dios; y han de considerarse afortunados cuando alguno de sus miembros es tocado por el dedo de Dios. También hay familias que se resisten, que no son capaces de sobreponerse al instinto natural, que planean un futuro para sus hijos, y se sorprenden de que Dios descabale tales planes. Lo que Dios tiene preparado para cada uno es mejor siempre que lo que nosotros podemos planear. Pero un niño, adolescente o joven se siente llamado particularmente cuando se cruza en su vida con un sacerdote. “Yo quiero ser como tú”, he oído a tantos sacerdotes cuando relatan el origen de su vocación. El encuentro con algún sacerdote ejemplar ha puesto en marcha el ideal vocacional, que se ha ido concretando posteriormente. La vocación al sacerdocio debe ser atendida cuando surge. Si llega en la edad adulta, en la edad adulta. Si llega en la niñez o adolescencia, atenderla entonces. Para eso, la diócesis dispone de Seminario Menor, atendido por buenos sacerdotes y con un buen clima formativo. No es correcto aplazar o entorpecer la respuesta. Un niño al comienzo de la secundaria puede saber bien lo que quiere –lo sé por experiencia propia y de tantos otros-, mientras que, por el contrario, un aplazamiento en la respuesta puede evaporar lo que fue una auténtica llamada, que reclama una respuesta generosa. Precisamente porque el ambiente general está enrarecido, un chaval que quiere ser cura encontrará en el Seminario Menor el ambiente más propicio, aunque a los padres les suponga cierto desprendimiento. Fomentemos todos las vocaciones en edad temprana, no descuidemos el Seminario Menor, atendamos sus actividades, los encuentros de monaguillos, el preseminario, las colonias de verano, etc. Y lo mismo el Seminario Mayor, que goza de buena salud. La atención humana personalizada, que proporciona una formación sana y educa para asumir compromisos de por vida, el clima de intensa vida espiritual, la formación intelectual con buenos profesores nativos y la proyección pastoral en el contacto con las parroquias dan un buen nivel a nuestro Seminario, gracias a muchas colaboraciones de sacerdotes, religiosos/as y seglares. El Seminario es un fruto precioso de todo el Pueblo de Dios, es el corazón de la diócesis, es la pupila del obispo. Hemos vivido a lo largo del curso un relevo en el equipo formativo (por el nombramiento del nuevo obispo de Guadix, sacerdote de nuestro presbiterio, que ha supuesto algunos ajustes) y ha podido resolverse con naturalidad, gracias a que la diócesis de Córdoba cuenta con buenos sacerdotes. La comunidad del Seminario ha asumido el cambio con gran sentido eclesial y con madurez. La diócesis de Córdoba, a pesar de nuestras limitaciones, es un organismo sano. Damos gracias a Dios. Pero el constatar la buena marcha, no debe detenernos en la autocomplacencia. El Seminario es cosa de todos y todos tenemos que arrimar el hombro. La pastoral vocacional ha de ser una tarea prioritaria de los sacerdotes. Si vivimos como sacerdotes, si somos fieles a los dones recibidos, habrá jóvenes que sientan la llamada y les será más fácil responder. Sean generosas las familias al dar sus hijos para el Señor. La pastoral juvenil, que abarca todas las vocaciones, recuerde continuamente esta llamada al sacerdocio ministerial. La Iglesia necesita sacerdotes para su supervivencia, hagámoslo ver a los jóvenes, y ante la necesidad bien expuesta algunos sentirán la llamada. No nos dé reparo hacer esta propuesta directamente. En los encuentros con jóvenes, fomentemos el Adoremus, que tanto los atrae. Ahí, en el trato personal y directo con el Señor podrán descubrir esta llamada específica. Necesitamos sacerdotes, más sacerdotes, santos sacerdotes. Jóvenes que tras una adecuada preparación, 14 carta pastoral La mejor pastoral vocacional tiene como fundamento siempre la oración al Dueño de la mies para que mande obreros a su mies sean capaces de quemar las naves y seguir a Jesús de manera irreversible. San Juan de Ávila es un referente para todos. 14.- La pastoral familiar, tarea preferente En estas líneas que escribo al inicio del curso pastoral, tengo que acentuar especialmente la pastoral que coordina y promueve la Delegación diocesana de familia y vida. Partimos del interés de toda la Iglesia por la familia y la vida, sobre todo a partir del Papa Juan Pablo II, el “Papa de la familia”, como le proclamó Francisco el día de su canonización. Ya Pablo VI nos regaló la encíclica “Humanae vitae” (1968), de la que se han cumplido 50 años. “Encíclica profética” la calificó Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Familiaris consortio (1981), que ha sido ampliada en la encíclica Evangelium vitae (1995). En nuestros días, como fruto de los dos Sínodos sobre la familia, el Papa Francisco nos ha dado la Exhortación apostólica Amoris laetitia (2016), en cuyo surco alimentamos la pastoral del matrimonio, de la familia y de la vida hoy. El fundamento de la familia es el amor de los esposos –varón y mujer-, que les ha llevado al compromiso de unir sus vidas para siempre ante Dios. Se trata de un amor que perdura, incluso cuando han desaparecido las emociones del primer momento. Es un amor consagrado por el sacramento del matrimonio, que significa y hace presente el amor de Cristo esposo a su esposa la Iglesia. La vocación al amor, que toda persona experimenta en su corazón, encuentra en el matrimonio cristiano su cumplimiento y su expresión propia: un amor humano, total, fiel y exclusivo, fecundo (HV 9). “Sólo la unión exclusiva e indisoluble entre un varón y una mujer cumple una función social plena, por ser un compromiso estable y por hacer posible la fecundidad. Debemos reconocer la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad, pero las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo, por ejemplo, no pueden equipararse sin más al matrimonio. Ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación de la vida nos asegura el futuro de la sociedad” (AL 52). El matrimonio es ante todo un proyecto de Dios para la felicidad del hombre y cumple una función social plena, por la estabilidad del compromiso de fidelidad de ambos esposos, que repercute en toda la sociedad, y por la apertura a la vida, que garantiza la perpetuidad de la especie humana. “En el matrimonio conviene cultivar la alegría del amor”, recuerda el Papa (AL 126), que no se limita al placer, sino que se expresa en la ternura, en la contemplación del otro, valorándolo en sí mismo; alegría que se renueva en el dolor, pues “cuanto mayor fue el peligro en la batalla, tanto mayor es el gozo en el triunfo” (San Agustín). Qué necesitado está nuestro mundo de esta buena noticia del amor matrimonial, testimoniado en tantos matrimonios. Aquí radica la pastoral familiar, que va dando sus frutos. Están los Centros de Orientación Familiar (COF). En ellos se acoge al que reclama sus servicios y se programan actividades de formación de novios, de conocimiento de la propia fertilidad, de acompañamiento a los matrimonios en dificultad. Se constata la necesidad de más voluntarios, que presten ese servicio de acompañamiento a otros. La Delegación de familia y vida ha puesto en marcha el Proyecto “Raquel” para los que sufren las secuelas del aborto, que no deja de ser la muerte violenta de un inocente, y eso deja huella. Ha puesto en marcha el Proyecto “Ángel”, para personas tentadas de abortar, acogiéndolas y orientándolas. Ha puesto en marcha el Proyecto “Un amor que no termina” para personas que sufren el divorcio o la separación, a fin de que se encuentren más a fondo con el Señor y acompañar las posibles secuelas. Ha puesto en marcha el Proyecto “Una fecundidad 15 EN El inicio del curso 2019-2020 La vocación al amor, que toda persona experimenta en su corazón, encuentra en el matrimonio cristiano su cumplimiento y su expresión propia más amplia” para matrimonios que se enfrentan a la infertilidad, y que tiene en algunos casos la derivación a la Naprotecnologia (procreación natural sirviéndose de la ciencia). Ha puesto en marcha la campaña “Pon un cura en tu familia”. Todos estos Proyectos requieren acompañamiento, cierta preparación y tiempo. Se admiten voluntarios que quieran ofrecer un tiempo de sus vidas para ayudar a otros en el campo de la pastoral familiar. En el acompañamiento y la formación permanente de matrimonios está la atención específica a grupos de matrimonios en las parroquias sin ninguna marca. Están los grupos de matrimonios de ACG, los Equipos de Nuestra Señora, el Movimiento Familiar Cristiano, el Proyecto de Amor Conyugal, Hogares Nuevos, Cursillos Cristiandad para Matrimonios, etc. El Espíritu Santo va suscitando en su Iglesia nuevas gracias y carismas para la atención a matrimonios en época de bonanza y en época de borrasca. No hay que dar largas hasta que llega la tormenta, es necesario que todo matrimonio tenga un acompañamiento de otros matrimonios con algún sacerdote consiliario, para mantener encendida la llama del amor conyugal, afrontar las dificultades propias y ayudar a otros matrimonios que pasan por las mismas circunstancias. La pastoral familiar tienen que llevarla adelante principalmente los mismos matrimonios. La vocación matrimonial no termina en sí misma, sino que tiene esa dimensión misionera de ayudar a otros a llegar a la plenitud del amor conyugal. Para todo ello es necesario el cultivo de la vida espiritual, la vida según el Espíritu. Se ofrecen Ejercicios Espirituales para matrimonios, retiros especiales para matrimonios y para novios. Y son necesarios también medios de formación permanente, como la formación continua de los Catequistas Prematrimoniales para novios, el Master en Pastoral Familiar del Instituto Juan Pablo II con una preparación a fondo en la pastoral del matrimonio, la familia y la vida, los Cursos Teen Star para la formación afectiva de adolescentes y jóvenes, el conocimiento del Protocolo diocesano para la protección de menores con su Código de buenas prácticas para ambientes sanos y seguros en la Iglesia12. El Consejo Diocesano de Familia y Vida, constituido en diciembre de 2013, lleva seis años reuniendo en dos ocasiones al año a los representantes de todas las realidades pastorales que confluyen en la pastoral diocesana del Matrimonio, la Familia y la Vida. Es un lugar de encuentro para la comunicación y la comunión eclesial (sístole), y de misión para crear por toda la diócesis una red de matrimonios responsables de la pastoral familiar en las parroquias (diástole). Nos falta mucho camino por recorrer, tenemos muchas limitaciones y fallos, todavía no se cumple el “sueño misionero de llegar a todos”13 los matrimonios, pero vamos dando pasos y damos gracias a Dios por ello. 15.- Herederos de un gran
VIVA LA MADRE DE DIOS
HERMANOS Y HERMANAS: Las fiestas de la Virgen traen consigo gracia abundante de Dios para nosotros, traen alegría y esperanza, son ocasión para experimentar que ella es nuestra Madre. Comenzamos el curso cada año con la fiesta de la Natividad de María, la fiesta de su nacimiento, su cumpleaños diríamos. Si celebramos su inmaculada concepción el 8 de diciembre, a los nueve meses celebramos el día de su nacimiento, el 8 de septiembre. En muchos lugares de la geografía universal es la fiesta principal de María, son las fiestas patronales en su honor. También en nuestra diócesis de Córdoba el 8 de septiembre es la fiesta principal de María en muchos pueblos y ciudades de nuestra diócesis. Podemos decir que el mes de septiembre está señalado como mes mariano precisamente por esta fiesta. En la ciudad de Córdoba celebramos la Virgen de la Fuensanta como patrona de la ciudad. La imagen de la Virgen de la Fuensanta fue coronada canónicamente el 2 de octubre de 1994, hace ahora veinticinco años. Fue trasladada desde su Santuario a la Catedral, donde hubo un triduo preparatorio en su honor, para acudir el día de la coronación a la avenida Gran Capitán donde recibió el beso de todos los cordobeses por las manos del Nuncio Apostólico en España, Mons. Mario Tagliaferri, acompañado por el obispo de Córdoba, Mons. José Antonio Infantes Florido. Éste puso la corona al Niño divino y el Nuncio se la puso a nuestra Madre, la Virgen de la Fuensanta coronada. Ella da nombre a esta pequeña y entrañable imagen, a su Santuario y al barrio donde se ubica. Cada año, llegado el 8 de septiembre, acudimos a su Santuario para rendirle el homenaje de todo el pueblo de Córdoba. Antes, su imagen bendita viene a la Catedral, y este año también a otras cinco parroquias. En la Catedral se celebra solemne Misa el día 7, la víspera de su fiesta, y es llevada procesionalmente a su Santuario para la fiesta del día 8. El Evangelio de este día (Mt 1,18-25) subraya la grandeza de esta mujer, Virgen y Madre al mismo tiempo. Ella es la mujer elegida por Dios para madre de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Lo engendró en su seno virginal sin concurso de varón, por sobreabundancia de vida, como Dios Padre engendra a su Hijo en la sustancia divina sin ninguna otra colaboración. María es icono del Padre. Su virginidad nos habla de una vida plena y pletórica, abundante y rebosante. De esa abundancia de vida ha brotado en su seno virginal la vida nueva del Hijo eterno que comienza a ser hombre en ella. De ella ha tomado su carne y su sangre que será entregada para nuestra redención en la Cruz. La virginidad de María es una llamada permanente a la fidelidad para todos los cristianos. Ella ha dejado a Dios la iniciativa en todo, y por eso su vida es tan fecunda. Esa profunda unión con Dios resulta fecunda en la maternidad divina. María no da origen a su Hijo en cuanto Dios. Él es eterno. María da origen a ese Hijo en cuanto hombre, y por eso es llamada desde antiguo la “Madre de Dios” (en griego, Theotokos). Verdadera Madre de Dios, porque es Madre del Hijo hecho hombre. De esta manera, Jesucristo es Dios como su Padre Dios y es hombre verdadero como su madre María, como nosotros. Una persona divina en dos naturalezas, divina y humana. Y desde la Cruz, su Hijo divino Jesús nos la ha dado como Madre a todos los discípulos de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,26-27). Podemos llamarla madre y tenerla como madre, porque ha sido su Hijo el que nos la ha dado como tal. María es mediadora de todas las gracias. Es decir, todo lo que Dios nos quiere conceder lo hace con la colaboración de la Madre, nos demos cuenta de ello o no. Por eso, llegada su fiesta, acudimos a ella para pedirla atrevidamente aquello que necesitemos. En una fiesta suya Ella quiere darnos gracias especiales, que hemos de pedir con confianza. Acudamos a nuestra Madre en estos días de su fiesta. Ella nos alcanzará de su Hijo todo lo que le pidamos. Recibid mi afecto y
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno al 14 de septiembre de 2019, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba organiza actos para rememorar el 75 aniversario de la fundación de dicha Agrupación. Al encontrarnos este año en el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe) y al celebrar el 90 aniversario de la bendición e inauguración del monumento al Sagrado Corazón en Las Ermitas de Córdoba, la Agrupación de Cofradías cordobesa planteó esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”, que el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral acoge en nuestro Templo principal. Ya la misma Agrupación ha organizado el pasado 30 de junio 2019 la Magna procesión del Sagrado Corazón, confluyendo tres imágenes: la del Sagrado Corazón de Jesús de la Colegiata de San Hipólito (PP. Jesuitas), la imagen de Nuestra Señora de los Dolores (desde el hospital de San Jacinto) y la imagen de San Rafael (desde la Basílica del Juramento), llegando hasta la Catedral en un espectáculo de fe precioso, y retornando a sus respectivas sedes. En años anteriores la misma Agrupación ha organizado el Viacrucis Magno de la Fe (14 septiembre 2013) y la Magna Mariana “Regina Mater” (27 junio 2015). Ahora se trata de la convocatoria de imágenes de Jesús, provenientes de puntos significativos de toda la diócesis y provincia de Córdoba, que expresan ese amor del Corazón de Cristo en los distintos pasos de Pasión, Muerte y Gloria del Señor. Cuarenta y cuatro Hermandades se darán cita en la Catedral de Córdoba para esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”. Algunas imágenes llegarán a la Catedral en traslado privado, otras en viacrucis el día 13, y treinta y una de ellas procesionarán en esta Magna del 14 septiembre 2019. De esta manera, quedarán expuestas todas del 15 al 22 de septiembre en las naves de la Santa Iglesia Catedral para contemplación de devotos y visitantes. El culto a las imágenes quedó consagrado en el Concilio II de Nicea (787), superando los ataques inconoclastas, que han rebrotado también en épocas posteriores: “El culto a las imágenes remite al prototipo”, nos enseña la Iglesia. Las imágenes son una prolongación del misterio de la Encarnación, por la que el Hijo eterno invisible se ha hecho visible al tomar nuestra propia carne, podemos tocarle, podemos mirarle, podemos abrazarle, podemos besarle. Las imágenes son expresión de una fe colmada de belleza; a través de ellas llega hasta nosotros el rostro de Cristo con sus preciosas actitudes de misericordia, de cercanía, de amor. Tocando las imágenes con la mirada y con la devoción, le devolvemos a Jesucristo alguna expresión de cariño por nuestra parte. Desde la fuerza juvenil de los costaleros que portan los sagrados Titulares hasta las lágrimas que brotan espontáneas cuando miramos a Jesús, en estos acontecimientos se multiplica y se condensa la emoción, que no es algo pasajero, sino acumulación de sentimientos de la persona creyente. En una imagen se une lo divino y lo humano, y abrazados a esa imagen nos sentimos elevados y fortalecidos para recorrer el camino de nuestra vida. Que esta Magna de Jesús 2019 traiga bendiciones del cielo a todos los que en ella participamos. Que logremos “abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento” (Ef 3, 18). Y que recorramos el camino de la vida, sabiendo que Jesús va por delante de nosotros, nos espera y nos acompaña siempre. Felicidades a la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba en este 75 aniversario, que coincide con el 25 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Fuensanta, patrona de Córdoba. Gracias a todos los que habéis preparado con esmero este acontecimiento religioso de nuestra diócesis. Os agradezco de corazón especialmente a los que venís de las parroquias rurales, portando vuestra imagen bendita de Jesús y superando todo tipo de dificultades. Una vez más el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral nos acoge en el Templo madre de toda la diócesis para una expresión de fe tan eclesial. Recibid mi afecto y mi bendición: Por tu Cruz redimiste al mundo Q • Nº 664 • 15/09/19 3 En una imagen se une lo divino y lo humano, y abrazados a esa imagen nos sentimos elevados y fortalecidos para recorrer el camino de nuestra vida nió el prelado, en
DOMINGO XXV O XXVI
O Dios o el dinero Q
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Pocas veces Jesús se pone tan tajante como en el evangelio de este domingo. Junto al evangelio de la misericordia –Dios nos perdona siempre–, está también la disyuntiva de ponernos o de parte de Dios o alimentar los ídolos de nuestro corazón: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). No es compatible lo uno con lo otro, aunque nosotros pretendamos a veces poner una vela a Dios y otra al diablo. ¿De dónde viene esta incompatibilidad? El dinero no es malo en sí mismo, más aún es necesario para sobrevivir. Por medio del dinero atendemos nuestras necesidades básicas de alimentación, vestido, casa, atención a la salud, etc. Dios no es enemigo de todo eso y quiere que estemos atendidos lo mejor posible. El dinero lo adquirimos como fruto del trabajo, de nuestro ingenio humano, de nuestra capacidad creativa, etc. Y eso también es bueno. Pero el dinero representa la seguridad que este mundo ofrece y, teniendo dinero, se nos abren muchas posibilidades. La clave de la disyuntiva no está por tanto en el dinero, sino en la alternativa de confiar en Dios o confiar en nuestros medios. No parece que sea compatible el amor al dinero (con todas las posibilidades que ofrece) y la confianza en Dios, que es nuestro Padre providente. Siendo el dinero la puerta para tantas posibilidades en nuestra vida, el corazón humano desarrolla una actitud que le hace desear más y más. Cuando esta actitud se hace viciosa, entonces tenemos la codicia, la avaricia. Este vicio consiste en el deseo desordenado de tener más. Y no sólo dinero, sino cualquiera de los bienes de este mundo. La codicia, como cualquier otro vicio, nunca se ve satisfecha. Cuanto más la alimentas, más engorda. Y el avaricioso no descansa nunca con lo que tiene ni se amolda a las posibilidades que la vida le ofrece. El dinero entonces esclaviza, se convierte en un ídolo, la avaricia es una idolatría: “Apartaos de toda codicia y avaricia, que es una idolatría” (Col 3, 5), nos dice el apóstol san Pablo. Cuando aparece la codicia en el corazón humano, uno se aleja de Dios y se incapacita para ayudar a los demás. Movido por la avaricia, el corazón humano se hace injusto y pierde su capacidad de solidaridad. Cuando uno lo quiere todo para sí, no percibe que lo recibido es también para compartirlo generosamente con los demás: su tiempo, sus cualidades, su dinero. Por eso, Jesús se presenta en su vida terrena en actitud de pobreza y austeridad, y nos invita a seguir su ejemplo. Las circunstancias en la que Jesús vive no son pura casualidad, sino que expresan su ser más profundo. Nace pobre en Belén, vive en la austeridad y desprendimiento de quien, pudiendo tenerlo todo, prefiere no tenerlo para vivir colgado de su Padre Dios y muere pobrísimo en la cruz. Llama bienaventurados a los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos, y nos invita a seguirle por este camino. Ciertamente, cada uno tiene derecho a tener lo que necesita para vivir. Pero la pregunta es por qué unos tanto y otros tan poco o nada. Y la respuesta apunta al egoísmo del corazón humano, que se queda con lo suyo y lo ajeno. Por eso, la severa advertencia de Jesús en este pasaje evangélico y en otros: No podéis servir a Dios y al dinero, porque el servicio a Dios no esclaviza nunca, sino que nos hace libres. Mientras que el servicio al dinero esclaviza siempre y es origen de muchos males. Cuando Zaqueo recibió a Jesús en su casa, le salió espontáneo devolver lo que había robado a los demás en su vida, llevado por la usura, e incluso se hizo generoso repartiendo parte de sus bienes entre los pobres. Si dejamos que Jesús entre en nuestra casa, en nuestro corazón, nos hará generosos, desprendidos, solidarios y podremos escuchar de Jesús: Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Recibid mi afecto y mi bendición:
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno al 14 de septiembre de 2019, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba organiza actos para rememorar el 75 aniversario de la fundación de dicha Agrupación. Al encontrarnos este año en el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe) y al celebrar el 90 aniversario de la bendición e inauguración del monumento al Sagrado Corazón en Las Ermitas de Córdoba, la Agrupación de Cofradías cordobesa planteó esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”, que el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral acoge en nuestro Templo principal. Ya la misma Agrupación ha organizado el pasado 30 de junio 2019 la Magna procesión del Sagrado Corazón, confluyendo tres imágenes: la del Sagrado Corazón de Jesús de la Colegiata de San Hipólito (PP. Jesuitas), la imagen de Nuestra Señora de los Dolores (desde el hospital de San Jacinto) y la imagen de San Rafael (desde la Basílica del Juramento), llegando hasta la Catedral en un espectáculo de fe precioso, y retornando a sus respectivas sedes. En años anteriores la misma Agrupación ha organizado el Viacrucis Magno de la Fe (14 septiembre 2013) y la Magna Mariana “Regina Mater” (27 junio 2015). Ahora se trata de la convocatoria de imágenes de Jesús, provenientes de puntos significativos de toda la diócesis y provincia de Córdoba, que expresan ese amor del Corazón de Cristo en los distintos pasos de Pasión, Muerte y Gloria del Señor. Cuarenta y cuatro Hermandades se darán cita en la Catedral de Córdoba para esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”. Algunas imágenes llegarán a la Catedral en traslado privado, otras en viacrucis el día 13, y treinta y una de ellas procesionarán en esta Magna del 14 septiembre 2019. De esta manera, quedarán expuestas todas del 15 al 22 de septiembre en las naves de la Santa Iglesia Catedral para contemplación de devotos y visitantes. El culto a las imágenes quedó consagrado en el Concilio II de Nicea (787), superando los ataques inconoclastas, que han rebrotado también en épocas posteriores: “El culto a las imágenes remite al prototipo”, nos enseña la Iglesia. Las imágenes son una prolongación del misterio de la Encarnación, por la que el Hijo eterno invisible se ha hecho visible al tomar nuestra propia carne, podemos tocarle, podemos mirarle, podemos abrazarle, podemos besarle. Las imágenes son expresión de una fe colmada de belleza; a través de ellas llega hasta nosotros el rostro de Cristo con sus preciosas actitudes de misericordia, de cercanía, de amor. Tocando las imágenes con la mirada y con la devoción, le devolvemos a Jesucristo alguna expresión de cariño por nuestra parte. Desde la fuerza juvenil de los costaleros que portan los sagrados Titulares hasta las lágrimas que brotan espontáneas cuando miramos a Jesús, en estos acontecimientos se multiplica y se condensa la emoción, que no es algo pasajero, sino acumulación de sentimientos de la persona creyente. En una imagen se une lo divino y lo humano, y abrazados a esa imagen nos sentimos elevados y fortalecidos para recorrer el camino de nuestra vida. Que esta Magna de Jesús 2019 traiga bendiciones del cielo a todos los que en ella participamos. Que logremos “abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento” (Ef 3, 18). Y que recorramos el camino de la vida, sabiendo que Jesús va por delante de nosotros, nos espera y nos acompaña siempre. Felicidades a la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba en este 75 aniversario, que coincide con el 25 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Fuensanta, patrona de Córdoba. Gracias a todos los que habéis preparado con esmero este acontecimiento religioso de nuestra diócesis. Os agradezco de corazón especialmente a los que venís de las parroquias rurales, portando vuestra imagen bendita de Jesús y superando todo tipo de dificultades. Una vez más el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral nos acoge en el Templo madre de toda la diócesis para una expresión de fe tan eclesial. Recibid mi afecto y mi bendición: Por tu Cruz redimiste al mundo
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Recibimos la incitación permanente a “vivir bien”, entendiendo por ello una vida regalada en la que no nos falte de nada y en la que estén satisfechas todas nuestras apetencias. Nos lo dice el mundo de nuestro entorno, nos lo pide el cuerpo, y nos lo sugiere de una u otra manera el mismo demonio. Y por esa vida optó el personaje del relato evangélico de este domingo, Epulón el rico (Lc 16, 19-31). Vestía refinadamente y banqueteaba a diario, se daba a la buena vida. A su lado estaba el pobre Lázaro, enfermo y hambriento, que ni siquiera podía saciarse de lo que le sobrada al rico. La primera desgracia del rico Epulón es la de plantear la vida para disfrutar de todos sus placeres. Y los placeres de esta vida se acaban antes o después, no son eternos. De ello tendremos que dar cuenta ante Dios. Y la otra desgracia de Epulón es la de haber cerrado su corazón a las necesidades de los pobres de su entorno, no había percibido la pobreza de Lázaro, y eso que lo tenía a la puerta de su casa. Se había ido estrechando cada vez más su capacidad de amar. La vida que continúa después de la muerte pone las cosas en su sitio, y a la luz de esa última realidad hemos de vivir la vida presente. Sucedió que ambos murieron y Lázaro fue a gozar de Dios para siempre, mientras que Epulón sufrió los tormentos que él mismo se había fraguado en su vida terrena. Porque el infierno no es castigo independiente de esta vida terrena. El infierno consiste en no poder amar. El corazón humano que está hecho para amar y ser amado se encuentra con que se le han cerrado todas las posibilidades, y ese será su tormento eterno, no poder amar aunque quiera y no poder ser amado por nadie. Varias lecciones nos da Jesús con esta parábola. En primer lugar, que la vida no es para disfrutarla sin medida. Estamos hechos para la felicidad, sí; pero no para esa vida sensual, que nos va disolviendo en vez de construirnos. Pasarlo bien, disfrutar de los placeres de este mundo, darse la “buena vida” no conduce a nada bueno, además de que crea adicciones insaciables. Al contrario, nos va cerrando el corazón y no va haciendo incapaces de amar. Por el contrario, las penas de cada día aceptadas con humildad y ofrecidas con amor, nos ensanchan el corazón y nos hacen capaces de disfrutar ya desde ahora de la felicidad que Dios nos tiene preparada y que nunca acaba. Y en segundo lugar, una vida disoluta nos hace desentendernos de los demás. Sólo piensa en sí mismo, no le conmueven las necesidades de los demás, se hace insolidario. Si el rico Epulón hubiera abierto los ojos a los pobres de su entorno, hubiera detenido su mala marcha mucho antes. El contacto con los pobres nos abre a la verdad de nosotros mismos; los pobres nos evangelizan al recordarnos que nosotros también somos necesitados y, al ponernos delante de los ojos personas y situaciones que nos conmueven, nos sacan de nuestros esquemas. Compartir las penas de los demás nos hace más humanos, más solidarios, nos hace bien al sacarnos de nuestro egoísmo. Pobres y ricos. No están en el mundo para contraponerlos, ni para enfrentarlos, ni para enzarzar a unos contra otros en lucha dialéctica tan frecuente en nuestro tiempo. El mundo no se arregla por la vía del enfrentamiento, del odio o de la lucha de clases. Lo único que renovará el mundo es el amor. Acercarse a los pobres es un imperativo del amor cristiano. Jesucristo siendo rico se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8, 9), y lo ha hecho por amor. Ese camino nuevo, que Jesús ha inaugurado, nos invita a recorrerlo con él, el camino del amor, que se acerca a los pobres en actitud de humildad y despojamiento para servirlos. Cuánto bien nos hacen los pobres, si no los miramos como rivales o desde arriba, sino abajándonos como ha hecho nuestro Señor. El acercamiento a los pobres nos abre el horizonte de la vida eterna, la cerrazón a los pobres nos lleva a la perdición. Recibid mi afecto y mi bendición: Una vida disoluta conduce a la perdición eterna
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercaron a Jesús diez leprosos, que a gritos le decían: Ten compasión de nosotros. La lepra era una enfermedad incurable, una enfermedad mortal, una enfermedad que generaba marginación por razones sanitarias. Al que se le declaraba la lepra quedaba incomunicado con el resto de la sociedad para no contagiar a los demás. Por eso, a Jesús le gritan de lejos. Y Jesús atiende su petición. Ha curado todo tipo de enfermedades, ha expulsado otros tantos demonios, ha resucitado incluso a algún muerto, ha multiplicado los panes y los peces. En cada uno de sus milagros Jesús nos transmite un mensaje. En la curación de estos diez leprosos aparece la fuerza de Cristo que es capaz de librarnos de nuestras lepras. Son lepras nuestros vicios y pecados, nuestras adicciones y desesperanzas, nuestra propia historia que cada uno bien conoce. Quién podrá librarnos de todo eso. Jesucristo ha venido para librarnos de todo pecado, de toda atadura, de toda esclavitud. Cuando nos ponemos delante de él, que es todo pureza y santidad, nos sentimos manchados, impuros, sucios. Es una gracia de Dios sentirse así, porque esa sensación viene al contemplarle a él. Pero si él nos hace sentirnos impuros, es porque quiere purificarnos y limpiarnos de todo lo que nos ensucia. Él quiere hacer en cada uno de nosotros una historia de amor, más fuerte que nuestro pecado. Una historia de misericordia. Uno de los peores males de nuestro tiempo es la pérdida del sentido del pecado, decía ya Pío XII. Y hemos ido a peor en sentido generalizado. Para mucha gente el sentido del pecado sería como un sentimiento insano de culpa, como una represión educacional, que habría que erradicar considerándolo todo como normal, o a lo sumo con un margen de error, y que habría que liberar con técnicas psicológicas del profundo. Ciertamente, el sentido del pecado proviene del sentido de Dios. Cuando Dios no está presente, es muy difícil tener conciencia de haberle ofendido. Sólo cuando hay un encuentro sincero con Dios, surge el sentido del pecado, surge la conciencia de haberle ofendido, de haberle olvidado. En la conversión de tantos santos aparece esa sensación de haber ofendido a Dios y de haber tardado en responderle positivamente. “Tarde te amé”, dice san Agustín lamentándose. Necesitamos la gracia de Dios no sólo para librarnos del pecado, que nos aparta de Dios y de los demás, sino también para reconocer que estamos sucios por ese pecado, que incluso no percibíamos. Muchas veces no se trata de introspecciones psicológicas, sino sencillamente de ponerse delante del Señor, como hicieron aquellos diez leprosos, y pedirle a Jesucristo con toda humildad que nos cure nuestras heridas. “Y quedaron limpios”. A medida que nuestro trato con Dios sea más intenso y profundo, más percibiremos esa impureza de nuestro corazón, más caeremos en la cuenta de la necesidad de pureza, con mayor humildad gritaremos: “Jesús, ten compasión de nosotros”. Mirando cada uno nuestra propia historia, percibiremos que ha sido Dios quien nos ha sanado del pecado y de ahí brotará espontáneamente la acción de gracias. Diez fueron sanados, uno sólo vino a dar gracias. Quizá los otros nueve se quedaron sólo en lo exterior. Ese que volvió se dio cuenta de la grandeza de haber sido curado y por eso volvió para dar gracias. No seamos desagradecidos, porque es muchísimo lo que hemos recibido, aunque a veces no nos demos cuenta. La plegaria central del culto cristiano es la acción de gracias (en griego, eucaristía) dirigida a Dios Padre por habernos dado a su Hijo Jesucristo y en él nos lo ha dado todo. La acción de gracias brota de un corazón humilde, de un corazón que no se siente con derecho a nada, de un corazón que reconoce la obra de Dios en su vida. Cuando Dios actúa, un corazón humilde lo reconoce y lo agradece. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Y quedaron limpios
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia es misionera por naturaleza, y en la Iglesia cada uno de los bautizados. Por el Bautismo somos sumergidos en Cristo y recibimos el Espíritu Santo, nos hacemos partícipes de Cristo sacerdote, profeta y rey. El mismo Espíritu que ungió a Jesús en el Jordán y lo envió a proclamar la salvación a los pobres y a todos los hombres es el Espíritu Santo que nos ha ungido en el Bautismo y nos ha hecho pregoneros del Evangelio. Cien años hace que el Papa Benedicto XV, a través de la Carta apostólica Maximum illud (el máximo y santísimo encargo), recordó a la Iglesia la preciosa tarea del anuncio misionero a todas las gentes. La Iglesia ha conocido desde ese momento un renovado impulso misionero. La Iglesia no ha dejado de recordar y cumplir el mandato misionero en todas las épocas a lo largo de su historia: el primer anuncio de los primeros siglos con tantos apóstoles y testigos, la evangelización de los pueblos del nuevo mundo tras el descubrimiento de América con tantísimos misioneros, pero además en el último siglo ha reverdecido este impulso misionero del que ahora celebramos cien años (tantos Institutos religiosos misioneros y tantos sacerdotes y laicos). Con este motivo, el Papa Francisco ha proclamado el Mes Misionero Extraordinario, que estamos viviendo durante todo el mes de octubre. “Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios”, nos recuerda el Papa Francisco. Esta unión con Cristo se da y se vive en la Iglesia. No somos seres solitarios, ni Dios ha querido salvarnos aisladamente, sino formando un Pueblo. Nuestra pertenencia a la Iglesia nos hace partícipes de esa misión con la que Cristo ha enviado a los apóstoles: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16,15). Escuchamos este mandato como dirigido a cada uno personalmente, como encargo máximo y santísimo que Jesús ha dado a su Iglesia. La Iglesia, por tanto, tiene que estar alimentando continuamente esta misión, tan propia que pertenece a su misma naturaleza, pues la Iglesia ha nacido para evangelizar. El domingo del DOMUND y el Mes misionero son ocasión para agradecer a Dios el don de los misioneros, hombres y mujeres, que se han puesto en camino. Son quinientos mil misioneros por todo el mundo, más mujeres que hombres. Los mejores embajadores de la Iglesia, los que ya estaban allí cuando sucede algún contratiempo y los que permanecen allí cuando pasa la noticia. No son voluntarios temporales –muy valiosos, por cierto-. Son misioneros que han puesto su vida en juego para llevar la buena noticia del amor de Dios, que nos hace hermanos. Gracias, queridos misioneros, que habéis dejado patria, amigos, ambientes, comodidades, etc. y, ligeros de equipaje, gastáis vuestra vida por amor a Dios y por amor a los hermanos. Y cuando llega esta ocasión, y en otros muchos momentos, hemos de rascarnos el bolsillo. Si de verdad nos interesa que el Evangelio llegue, hemos de ser generosos con nuestro dinero y nuestro tiempo dedicado a las misiones: construcción de iglesias, formación de catequistas y sacerdotes, sostenimiento de tantas tareas pastorales, etc. Si de verdad queremos esa promoción integral que Dios quiere para cada persona, hemos de echar todas las manos que podamos para que llegue algo de tanto que nos sobra e incluso de lo que necesitamos. Gracias, Delegación diocesana de Misiones de Córdoba, por vuestro trabajo constante a lo largo del año. Lo hacéis muy bien, no decaiga esa animación misionera. Dios os bendiga siempre. Recibid mi afecto y mi bendición. Q Bautizados y enviados, D
1 DE NOVIEMBRE. FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin; la muerte es un accidente pasajero, que nos introduce en la vida eterna definitivamente. El mes de noviembre es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos, el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que no acaba, en la vida después de la muerte. “Dichoso mes, que empieza por todos los Santos y termina con san Andrés”, afirma un dicho popular, que considera el mes de noviembre como mes privilegiado. La fiesta de todos los Santos es el 1 de noviembre. Nos levanta el ánimo para que miremos al cielo como nuestra patria definitiva. Los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. La fiesta de todos los Santos nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros hermanos mayores, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. Allí iremos también nosotros con ellos. No es una fecha para la tristeza, sino para la alegría y la esperanza. Nuestra vocación es la santidad, y esos hermanos nuestros ya han alcanzado la meta, y gozan de Dios para siempre. Entre esos santos que veneramos están muchos amigos, familiares y conocidos que ya han traspasado el umbral de la muerte, después de haber vivido santamente. La Iglesia ha canonizado a algunos, pero la inmensa multitud de los habitantes del cielo no serán canonizados. A todos quiere la Iglesia honrar con el recuerdo para que los imitemos y recurramos a su intercesión en el camino de la vida. Santos del cielo, mirad nuestras vidas y acompañadnos en nuestro caminar hasta la meta. Viendo vuestra vida santa, aprendemos a vivir santamente. La vida cristiana llega a su plenitud en la santidad. Nos anima saber que esa es nuestra vocación, y que en este camino van delante nuestros hermanos mayores, los santos del cielo. Y, por qué celebramos a los Difuntos otro día, el 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por lazos de pecado o secuelas derivadas, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto. Cuando somos muy queridos y no hemos sabido corresponder, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios. Por los que se hayan apartado de Dios definitivamente en el infierno, la Iglesia no ora, porque su situación es irreversible. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, les acorta el tiempo de la prueba. Podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aún sabiendo que lo iba a resucitar. Podemos expresar con flores nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les llega es nuestra oración por su alma, ofrecer la Santa Misa en sufragio suyo u otras oraciones. La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. Os invito a que encarguéis a vuestros sacerdotes que ofrezcan Misas por vuestros difuntos, y nos unamos todos a ese ofrecimiento. Es una santa costumbre, muy extendida, pero que a veces se descuida. La Misa tiene un valor infinito y, si a ello unimos nuestra ofrenda de corazón y una limosna, entramos en el precioso misterio de la comunión de los santos, donde unos ayudan a otros en la aplicación de los frutos de la redención de Cristo. Ellos nos ayudan, nosotros los ayudamos. En el misterio de la fe y la comunión eclesial. Oramos unos por otros, ofrecemos la Santa Misa, el Rosario, nuestros sacrificios. Hacemos como una piña entre todos, y de esa manera la muerte y sus secuelas son vencidas por el amor cristiano. Recibid mi afecto y mi bendición. Q Más allá de la muerte
DIA 2 NOVIEMBRE: DIFUNTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.
El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos, el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, pero que no acaba sino que en la vida eterna, en la vida después de la muerte. Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres salvados por los méritos de Cristo, de todos los nuestros que están en el cielo, y sigue con el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra. Pedimos que así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo y rezando por nosotros nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna. Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote.
Los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto a esta vida de la tierra. La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros hermanos mayores, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz; nos invita a que le recordemos y recemos por si necesitan nuestra ayuda, que ofrezcamos la misa hoy y otros días, así como la comunión y el rosario por ellos, porque se hayan purificado de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro padre del cielo.
Allí iremos también nosotros con ellos. No es una fecha solo para la tristeza, sino para la alegría y la esperanza. Entre esos difuntos por los cuales hoy especialmente rezamos están muchos amigos, familiares y conocidos que ya han traspasado el umbral de la muerte, después de haber vivido santamente. Yo lamento que hoy día olvidamos muy pronto a los difuntos y ya nos rezamos ni ofrecemos misas por ellos, los méritos de Cristo por su salvación eterna. Antes teníamos que hace una lista en este mes de noviembre y en la parroquia casi todos los días teniamos intenciones por nuestro difuntos. Hoy desgraciadamente está muy olvidados. Pues bien, hoy es un día especial en la Iglesia para rezar por ellos y encomendarlos ante Dios.
La Iglesia ha canonizado a algunos, pero la inmensa multitud de los habitantes del cielo no serán canonizados. A todos quiere la Iglesia honrar con el recuerdo para que los imitemos y recurramos a su intercesión en el camino de la vida.
Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por lazos de pecado o secuelas derivadas, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto.
Cuando somos muy queridos y no hemos sabido corresponder, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios. Por los que se hayan apartado de Dios definitivamente en el infierno, la Iglesia no ora, porque su situación es irreversible. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, les acorta el tiempo de la prueba.
Podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aún sabiendo que lo iba a resucitar. Podemos expresar con flores nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les llega es nuestra oración por su alma, ofrecer la Santa Misa en sufragio suyo u otras oraciones.
La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. Os invito a que encarguéis a vuestros sacerdotes que ofrezcan Misas por vuestros difuntos, y nos unamos todos a ese ofrecimiento. Es una santa costumbre, muy extendida, pero que a veces se descuida.
La Misa tiene un valor infinito y, si a ello unimos nuestra ofrenda de corazón y una limosna, entramos en el precioso misterio de la comunión de los santos, donde unos ayudan a otros en la aplicación de los frutos de la redención de Cristo. Ellos nos ayudan, nosotros los ayudamos. En el misterio de la fe y la comunión eclesial. Oramos unos por otros, ofrecemos la Santa Misa, el Rosario, nuestros sacrificios. Hacemos como una piña entre todos, y de esa manera la muerte y sus secuelas son vencidas por el amor cristiano.
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Impresionante la parábola evangélica de este domingo, en la que nos sentimos reflejados. Nos sentimos reflejados en la actitud del fariseo que subió al templo. Cuántas veces delante de Dios le pasamos factura por el bien que hemos hecho. Pensamos que Dios nos tendría que tratar de otra manera, tendría que pagarnos los servicios prestados, porque le hemos servido, hemos cumplidos sus mandamientos, nos hemos portado bien con él. Y si nos ponemos a compararnos con los demás, peor todavía. Pensamos tantas veces que el otro no se merece tanto bien como le acontece en la vida. Miramos de reojo al que ha tenido un traspié, nos consideramos más que él. Delante de Dios nos sentimos buenos y nos llenamos de orgullo. Esa oración no sirve más que para aumentar nuestro ego, y de ella salimos peor de lo que hemos entrado. Por el contrario, el publicano subió a la oración con el alma humillada. Es consciente de su pecado, se da cuenta de que no tiene remedio por sí mismo. Que se ha propuesto tantas veces ser bueno y otras tantas le ha traicionado su debilidad. Ante Dios, le brota espontanea la humildad de reconocer lo que es, un pecador. No se compara con nadie, porque a los demás los juzga mejores que él. No por ello se siente deprimido, porque confía en el Señor y por eso acude a él, diciendo: Señor ten piedad (Kyrie eleison) ! También nos sentimos identificados tantas veces con esta actitud del publicano. Jesús dijo esta parábola por “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás” (Lc 18,9). Es una seria advertencia para nosotros, sus oyentes, sus discípulos. La religión cristiana no pretende pisotear nuestras cualidades, nuestra dignidad, lo que somos de verdad. Jesús nos enseña a vivir en la verdad de nosotros mismos, sin fantasías que nos engañan. La humildad es vivir en la verdad, y la verdad es que no somos nada, recuerda santa Teresa de Jesús. Pero en este poco o nada que somos, Dios ha fijado sus ojos para elevarnos haciéndonos hijos suyos. La gran dignidad humana se fundamenta en lo que Dios ha hecho por nosotros. Siendo injustos y pecadores, Dios ha tenido compasión de nosotros y nos ha hecho hijos suyos. No saber esto, lleva al ser humano a buscar apoyos ficticios, a apoyarse en sí mismo o apoyarse en los demás. La autoafirmación de sí mismo conduce al orgullo, y es una señal manifiesta de debilidad; o incluso lleva a apoyarse en el aplauso de los demás, que pasa como un ruido vacío. La sustancia de la dignidad humana está en la fuerza de Dios, que nos ha enviado a su Hijo para hacernos hijos suyos y nos ha dado de su Espíritu Santo para envolvernos en su amor. Cuando reconocemos nuestra debilidad, porque la palpamos tal cual es, percibimos más que nunca la fuerza de Dios que nos sostiene en su amor. Así, cuando nos sentimos pobres y pequeños, nos gozamos en la fuerza y el amor de Dios, que se complace en su criatura. Por eso, en una visión cristiana tiene tanta importancia el pobre y el desvalido, porque nos recuerdan a todos nuestra condición y nos actualizan más todavía ese amor que está al fondo de nuestra existencia, el amor de Dios. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa”. La vida cristiana, la vida de Cristo en nosotros es un camino de humildad, que se alimenta de humillaciones. No nos apoyamos en lo que ya tenemos, y menos aún en el juicio ajeno, que tantas veces se equivoca. La vida del cristiano se apoya en Dios, esa es su roca firme. Y cuando se dirige a Dios, lo hace con plena confianza: Señor, ten compasión de este pecador. La oración hecha con humildad, nos va regenerando por dentro. Recibid mi afecto y mi bendición. Q
DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Un domingo al año centramos nuestra atención en la Iglesia diocesana, en la que viven los católicos durante toda su vida y donde se concreta nuestra pertenencia a la única Iglesia de Cristo, la Iglesia universal una, santa, católica y apostólica. Jesucristo ha fundado su Iglesia como la comunidad de los hijos de Dios, redimidos por su sangre preciosa, alimentada continuamente con dones divinos, alentada por el Espíritu Santo, cuyo centro es la Eucaristía, donde Jesús prolonga su presencia hasta el final de los tiempos. Esta única Iglesia de Cristo está fundada sobre el cimiento de los apóstoles, sucedidos por los obispos. Al frente Jesús puso a Pedro, al que sucede el obispo de Roma, el Papa. Esta única Iglesia extendida por toda la tierra se asienta en miles de diócesis o Iglesias particulares por todo el universo, donde se agrupan los fieles laicos, los consagrados y los pastores, presididos por el Obispo, sucesor de los apóstoles, en plena comunión con el Papa. Celebrar la Iglesia diocesana es celebrar nuestra pertenencia a la Iglesia, aquí y ahora. Es celebrar nuestra pertenencia a la diócesis de Córdoba. Cada diócesis, también la nuestra de Córdoba, tiene su propia historia de santidad, su propia historia de evangelización. Es una parcela de la Iglesia del Señor, continuamente evangelizada y evangelizadora, continuamente renovada por la santidad de sus hijos, continuamente en salida misionera hacia todos sus miembros, especialmente hacia los más apartados y hacia los más necesitados. Con una población de cerca de 800.000 habitantes, en más de 13.000 km², con 350 sacerdotes (diocesanos y religiosos) para 231 parroquias y otros muchos servicios. En torno a 200 misioneros, sacerdotes, religiosos y laicos, que han dejado su tierra por el Evangelio. Nos encontramos inmersos en el Sínodo de los Jóvenes de Córdoba (2019-2022), como una gran misión juvenil, que despierte en tantos de ellos el acercamiento a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia en sus parroquias, colegios, grupos y comunidades, hermandades y cofradías. Con 51 seminaristas diocesanos (mayores y menores) y 15 en el seminario Redemptoris Mater. Mirando a estos jóvenes, se hace realidad el lema de este año: “Sin ti no hay presente. Contigo hay futuro”. La diócesis de Córdoba es una diócesis viva, con mucha vitalidad eclesial. Abundante participación en la vida de las parroquias, muchos fieles laicos activos por toda la diócesis, seminarios donde se forma un buen grupo de aspirantes al sacerdocio, vocaciones de jóvenes a la vida sacerdotal, religiosa y misionera. Con una población juvenil, que elige la enseñanza católica en bastantes colegios, regidos por carismas religiosos y algunos dependientes del Obispado. Una diócesis que acoge a los pobres, a los sin techo, que colabora en la inserción laboral, en la atención a los reclusos, a las mujeres en exclusión, que acoge la vida en su etapa naciente y en su declive natural. Una diócesis misionera, que prolonga su presencia en Picota, prelatura de Moyobamba/ Perú. Toda esta realidad necesita el apoyo de sus fieles, y lo tiene. Conocer nuestra diócesis en toda su riqueza vital y apoyarla cada vez más es el objetivo de este Día de la Iglesia diocesana. Gracias a todos por vuestra colaboración. Necesitamos voluntarios para Cáritas y Manos Unidas, necesitamos catequistas para la transmisión de la fe a todos los niveles, necesitamos personas que entreguen parte de su tiempo a tantas actividades pastorales en las parroquias, los grupos, las comunidades. Necesitamos recursos económicos para todas estas actividades, para hacer el bien y para el mantenimiento de tantos edificios monumentales: iglesias, ermitas, casas rectorales, etc. Seguimos contando con tu colaboración, señalando la X en la declaración de la renta, con tus donativos voluntarios según las colectas que se proponen, con tu cuota o suscripción voluntaria para ayudar a la Iglesia, con los legados testamentarios que hacen las personas buenas para la Iglesia. Día de la Iglesia diocesana. Damos gracias a Dios por tantos dones, por esta diócesis en concreto, donde vivimos la fe en nuestra peregrinación hacia la patria celeste. Y aportamos entre todos a lo largo del año de mil maneras, también con nuestro donativo en este domingo. Recibid mi afecto y mi bendición Q D
JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Uno de los aspectos centrales del magisterio del Papa Francisco es el tema de los pobres, no sólo por medio de las palabras, sino sobre todo con los gestos. No es un tema para tratarlo sólo académicamente, sino sobre todo para vivirlo y experimentarlo vitalmente. La del Papa Francisco es una voz que se levanta continuamente en defensa del pobre y que pone en crisis al mundo entero con este reclamo evangélico, como no lo hace nadie en el mundo. La opción por los pobres es algo repetido por los últimos Papas, y sobre esto Francisco nos dice que “la opción por los pobres es una categoría teológica, antes que cultural, sociológica, política o filosófica” (EG 198). Se trata de poner los ojos en Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre y que proclamó bienaventurados a los pobres de espíritu. Él vivió pobre y nos invita a seguirle por el camino de la pobreza y la austeridad personal. Más aún, nos invita a salir al encuentro de los pobres de nuestro tiempo, tantos, tantísimos por tantas formas de pobreza, pobrezas materiales y espirituales. Niños explotados a los que se les ha robado la infancia, jóvenes a los que se les cierra el futuro, adultos que viven en situaciones precarias y con falta de todo, mujeres explotadas y abusadas, migrantes en busca de un mejor porvenir a quienes se cierran las puertas. De todas esas personas Dios nunca se desentiende, sino que escucha, protege, defiende, redime, salva. Por eso, los pobres, aún en la situación más extrema, pueden confiar en el Señor, y la esperanza de los pobres nunca se frustrará. Ahí se fundamenta la atención de la Iglesia a los pobres, porque la Iglesia existe para ser el corazón de Dios abierto a las personas de nuestro tiempo, al estilo de Jesús el buen samaritano. Por eso, la Iglesia debe ser siempre lugar de acogida, donde nadie se sienta extraño. Y de una acogida humilde y cariñosa, porque la Iglesia no tiene todos los medios para resolver todos los problemas, pero sí tiene en su corazón el amor de Dios manifestado en el corazón de Cristo Jesús, y con ese talante debe salir y acoger a los más pobres. “La promoción de los pobres, también en lo social, no es un compromiso externo al anuncio del Evangelio, por el contrario, pone de manifiesto el realismo de la fe cristiana y su validez histórica”, nos recuera el Papa en el mensaje de este año. Los pobres no son números ni estadísticas, sino personas concretas que sufren en su carne esas carencias. La atención a los pobres no se reduce a la asistencia, ante cuya urgencia hemos de actuar, sino que debe buscar la verdadera promoción integral de la persona con programas y proyectos de desarrollo, que eliminen las injusticias que están detrás. Y no olvidemos que lo que más necesitan los pobres es a Dios. Los pobres nos evangelizan y son evangelizados, he ahí una señal inequívoca del Reino de Dios. Ellos nos recuerdan el rostro de Cristo, porque Jesús ha querido identificarse con cada uno de ellos, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25). Los pobres nos denuncian sin palabras nuestra comodidad y nuestro egoísmo, y resultan molestos a nuestra sociedad que intenta esconderlos. Esta Jornada de los Pobres viene a recordarnos esta tarea pendiente, en la que continuamente somos aprendices. Es una Jornada para poner ante nuestros ojos a todos los que trabajan en este campo y agradecerles su entrega y generosidad. Es muy provocativo para jóvenes y adultos conocer a personas que se juegan la vida y la van gastando en este campo de la atención a los pobres. ¡Cómo no recordar a Madre Teresa de Calcuta, un icono evangelizador de nuestro tiempo! En nuestras parroquias y comunidades también encontramos personas sensibles a esta dimensión esencial de la Iglesia, apoyemos su tarea. Que la Jornada mundial de los pobres nos ayude a todos a ser Iglesia, corazón de Dios que escucha y atiende a los pobres, a ser Iglesia samaritana que trabaja por la justicia con corazón. Recibid mi afecto y mi bendición:
CRISTO REY
HERMANOS Y HERMANAS: El Año litúrgico termina con este domingo. El próximo domingo comienza el adviento, que nos prepara a la Navidad y a la venida del Señor. Y por ser el último domingo es la solemnidad de Jesucristo Rey del universo. El evangelio de san Lucas nos presenta esa escena de la pasión en la que se produce un diálogo entre los dos ladrones, y uno de ellos se dirige suplicante a Jesús: “Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino”. Se trata de una súplica llena de humildad, de confianza. Una escena que suscita ternura. Y la respuesta de Jesús suscita paz en el corazón de todos los que leemos esta palabra: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús ocultó su condición regia a lo largo de toda su vida pública. Hubiera sembrado confusión en los que le seguían por motivos temporales, o incluso políticos. Cuando quisieron proclamarlo rey, después de la multiplicación de los panes, Él se escabulló y apareció al día siguiente dando explicaciones: “Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6, 26). Hay a lo largo de todo el evangelio como una especie de “secreto mesiánico”, que Jesús va desvelando progresivamente para no sembrar ambigüedad. Sólo cuando llegamos a la entrada en Jerusalén, Jesús se deja aclamar como rey abiertamente, y así a lo largo de toda la pasión. Es condenado por proclamarse “Rey de los judíos” y así reza en el título de la cruz: Jesús Nazareno, el rey de los judíos. Por eso, el buen ladrón que quizá no lo habría conocido antes, al oír o saber que su compañero Jesús está en el mismo suplicio que él, siendo el rey de los judíos, con una visión de fe apela a la misericordia de Dios, pidiéndole a Jesús que lo lleve a su reino. Bonita petición en el último minuto de su vida, y más preciosa aún la respuesta de Jesús, prometiéndole el paraíso en esa situación límite. Por tanto, la consideración de Jesucristo como rey no es algo de épocas ya superadas, sino que se remonta hasta la misma conciencia de Jesús. Él fue tratado como tal y Él tenía conciencia de ello cuando le preguntan: “Entonces, ¿tú eres rey?” Y responde: “Tú lo dices, soy rey” (Jn 18, 37). Inspirados en las mismas palabras de Jesús, la Iglesia proclama a Jesucristo rey del universo, no sólo por su condición divina, sino también en su condición humana. Porque con su muerte y resurrección ha sometido los poderes de este mundo a su reinado de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Ha vencido la muerte y ha vencido a Satanás. El reino de Dios se ha hecho presente en la persona de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre. Así lo pedimos en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu reino”. Pero no es un reino al estilo de los reinos de este mundo, sino un reino de amor, que se instaura en los corazones y llega a todos los aspectos de la vida, también a los aspectos sociales de la convivencia humana, a la sociedad en la que vivimos. Corremos el riesgo, como los contemporáneos de Jesús, de malinterpretar su reino, de hacer un reinado temporal según nuestras propias opciones. Sin embargo, el reino de Jesús y su reinado piden de nosotros una conversión permanente para hacernos como Él. Sólo cuando cambia nuestro corazón, podemos ser factores de cambio en nuestro entorno. Y el cambio que se nos pide es el de un corazón nuevo, sensible al amor de Dios y sensible a las necesidades de nuestros hermanos. Un corazón capaz de amar siempre, capaz de dar la vida en el servicio a Dios y a los hermanos. Que Jesucristo, Rey del universo, reine en nuestros corazones y venga a nosotros su reino, porque colaboramos con Él en la implantación de la verdad, de la justicia y de la paz. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Último domingo, fiesta de Cristo
HOMIIAS CICLO C 2010
BODAS DE CANÁ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús ha venido al mundo para manifestarnos una vida nueva, que brota del corazón de Dios y que busca compartir con el hombre la felicidad en la que los Tres (Padre, Hijo y Espíritu Santo) viven eternamente. Dios quiere hacernos felices, no quiere otra cosa, y hacernos felices eternamente, comenzando ya en la tierra esta felicidad que nunca acabe y dure para toda la eternidad. –
En el Evangelio de este domingo se nos presenta Jesús asistiendo a una boda. Una boda es la santificación por parte de Dios del amor humano que ha brotado y madurado en la relación varón y mujer, y que se prometen mutuamente amor para toda la vida. Celebrar el amor humano produce alegría en todos los asistentes a la boda.
Con su presencia, Jesús santifica ese amor humano, elevándolo a la categoría de sacramento. Jesús bendijo el amor humano, el amor del varón y de la mujer, reconociendo en el mismo aquella bendición del principio que Dios otorgó a los esposos y que no fue abolida por el pecado. “Y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31).
Y en aquella boda llegó un momento en que faltó el vino, que es el símbolo de la alegría de los novios y de los invitados. Los novios habían preparado gran cantidad, pero se quedaron cortos. Por mucha que sea la alegría del amor humano compartido, antes o después se acaba. A veces incluso de manera imprevista. El amor humano por muy fuerte que sea, por muy enamorados que se casen los novios, se agota. El hombre necesita un amor que no se acabe y, sin embargo, no es capaz de dar un amor de ese calibre.
María la madre de Jesús se dio cuenta de que faltaba el vino, y puso en marcha a unos y a otros para que su hijo Jesús manifestara su gloria en esa circunstancia, en ese momento. Les dijo a los camareros: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús convirtió en vino bueno las seis tinajas de cien litros cada una. ¡Una pasada! Hubo para todos los días de la boda vino en abundancia, inacabable, mejor que el primero, mejor que el que habían preparado los novios.
Hubo alegría, de la mejor alegría, de la alegría que no se acaba. En el vino que Jesús proporcionó, aquellos novios experimentaron un amor nuevo, que saciaba con creces sus ansias de amar y de ser amados; y sobre todo, percibieron que ese amor no se acaba nunca. “Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él” (Jn 2,11).
La Epifanía de Jesús se prolonga en esta escena de las bodas de Caná, donde Jesús se presenta como el verdadero esposo de nuestras almas. El corazón humano no está hecho para la soledad, sino para la comunión, para la convivencia, para convivir con otro, con los demás. “No es bueno que el hombre esté sólo, voy a darle una ayuda semejante” (Gn 2, 18).
En el Antiguo Testamento (y en las demás religiones) no hay más salida a la soledad que compartir la vida en el matrimonio. Ese es un vino bueno. Pero la gran novedad del cristianismo es Jesús, que se presenta como el verdadero Esposo, capaz de satisfacer el deseo de amor de todo corazón humano, y este es un vino mucho mejor y duradero.
Cristiano es el que se ha encontrado de verdad con Jesucristo, ha dejado que Jesús entre en su vida, en su corazón y disfruta de ese amor compartido. Pero Jesús no se contenta con ser un amigo más entre tantos. Ha venido para ocupar la zona esponsal de nuestro corazón, para saciarla plenamente. Esa relación con Jesús, a la que todos estamos llamados, tiene doble camino de expresión: el camino del matrimonio, que santifica el amor de los esposos, y en el que Jesucristo se convierte en el esposo de cada uno de los cónyuges por medio del signo sacramental del otro.
El sacramento del matrimonio consagra a cada uno de los esposos como signo sacramental de Cristo esposo para el otro. En el matrimonio el verdadero esposo es Jesucristo, y el cónyuge es signo sacramental de Cristo.
Y el otro camino de vivir la relación con Cristo esposo es el de la virginidad o la castidad perfecta, donde Cristo aparece como el verdadero esposo, que sacia plenamente el corazón humano en una relación esponsal directa –sin intermediario, sin sacramento– con Cristo, esposo de nuestras almas. “A dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido…”, exclama el alma enamorada de Cristo esposo en los versos de san Juan de la Cruz. Descubrir a Cristo esposo es una Epifanía. Jesús ha venido al mundo para ser la “ayuda semejante” de toda persona humana. Recibid mi afecto y mi bendición: E
ORDINARIIO:EVANGELIZAR A LOS POBRES
Jesús inicia su ministerio público con el bautismo en el Jordán, donde ha sido empapado del Espíritu Santo, del amor del Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco” (Lc 3,22), transmitiendo a las aguas el poder de santificar con el Espíritu Santo a todo el que se sumerja en el bautismo, y hacerle hijo amado del Padre.
Acabado el bautismo en el Jordán, Jesús fue al desierto para luchar cuerpo a cuerpo con Satanás y vencerlo. Pero sobre esto volveremos en cuaresma. Ahora, en el evangelio de este domingo, Jesús inicia su ministerio público yendo a su pueblo, a la sinagoga de Nazaret, donde había vivido su vida de familia durante bastantes años y era conocido como “el hijo de José” (Lc 4,22), “el hijo del carpintero” (Mt 13,55). Y, tomando el libro del profeta Isaías, leyó el pasaje mesiánico del Espíritu que vendrá sobre el Mesías y lo empapará con la unción del Espíritu para enviarlo a dar la buena noticia a los pobres. “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21), concluye Jesús. De esta manera, Jesús hace su propia presentación en su pueblo, donde todos le conocen desde niño.
Jesús es el Mesías y sabe que lo es. Jesús es el Hijo de Dios, sabe que es Dios y habla continuamente de ello. Su presentación en público lo manifiesta abiertamente y sus oyentes lo entienden a la primera, porque se extrañan de esta pública autoconfesión y quieren despeñarlo como a un blasfemo. Jesús se escabulle y sale ileso del apuro en esta ocasión. El bautismo del Jordán lo ha empapado de Espíritu Santo, lo ha envuelto en el amor del Padre.
El Espíritu Santo ha tocado la carne de Cristo y la ha capacitado para la gloria. Y lleno del Espíritu Santo, Jesús señala su programa misionero. Ha venido para darnos la libertad. Ha venido para hacernos partícipes de su filiación divina. Ha venido para anunciar a los pobres la salvación. Ha venido para ser el año de gracia del Señor para todos, para ser la misericordia de Dios con los pecadores. La libertad cristiana no es el libertinaje de hacer cada uno lo que quiera. “Para vivir en libertad, Cristo os ha liberado” (Ga 5,1). Cristo nos libra del pecado, la peor de las esclavitudes. Cristo rompe las cadenas de nuestros vicios, de todos nuestros egoísmos.
Cristo nos hace hijos de Dios. Ésta es una gran liberación. Jesucristo realiza su misión acogiendo a los pobres y a los enfermos, y envía a su Iglesia a prolongar su misma misión. Cuántos hombres y mujeres han sido a lo largo de la historia prolongación de este Jesús buen samaritano, que se acerca al desvalido, al despojado, al descartado y lo levanta de su postración devolviéndole la dignidad perdida: hombres y mujeres, niños y adultos, víctimas de la injusticia y del abuso de los demás.
La tarea de la Iglesia no es un programa de promoción sin más, no es un proyecto anónimo. La tarea de la Iglesia tiene siempre presente el rostro de Jesús que se refleja en el rostro de los desfavorecidos. Es una tarea personal, de persona a persona. Nunca es un programa en el que sólo cuentan los números o la cuenta de resultados. He aquí la principal revolución que ha movido la historia, la revolución del amor. Para eso ha venido Jesucristo.
El anuncio de la salvación a los pobres no significa la exclusión de nadie, la opción preferencial por los pobres no es exclusiva ni excluyente. La opción por los pobres es la opción por la persona, sin que ninguna barrera social o cultural nos detenga. Allí donde parece que ya no hay nada que hacer, porque el sujeto está deconstruido, o incluso destruido casi totalmente, allí se dirige con preferencia la acción sanadora y santificadora de Jesús y de la Iglesia. Donde parece que no hay nada que hacer humanamente, es donde está todo por hacer, es donde puede lucirse mejor el amor de Dios. Ese es el lugar preferente de la misión de la Iglesia, como nos ha enseñado Jesús.
La Iglesia que Jesucristo ha fundado no está llamada a resolver todos los problemas de nuestro tiempo, pero sí está llamada a expresar con signos la presencia salvadora de Jesús. Y un signo elocuente es la atención a los pobres, en todas las épocas, pero especialmente hoy. Llevar el Evangelio a los pobres, traer a los pobres al centro de la Iglesia, dejar que los pobres nos evangelicen. Esta es la misión de la Iglesia, que tiene que revisar continuamente. Este es el signo de que el Reino de Dios está en medio de nosotros. Y para eso debemos dejar que el Espíritu Santo nos unja y nos empape hoy, para prolongar la misión de Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición:
LAS BIENAVENTURANZAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la reciente Carta del Papa Francisco, Gaudete et exultate, invitándonos a la santidad nos presenta esta página del Evangelio –las bienaventuranzas– como pauta de vida.
En las bienaventuranzas se dibuja el rostro del Maestro, y seguirle a él es ir contracorriente, porque el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida. Pero Jesús nos promete –y él cumple siempre– una felicidad por este camino: felices, bienaventurados los que van por este camino.
En la primera, bienaventurados los pobres, están resumidas todas las demás. Pobre en la Sagrada Escritura es el que confía en Dios, el que se fía de Dios, el que pone en Dios toda su confianza y no se apoya en sí mismo. Las cualidades naturales las hemos recibido de Dios y de Dios recibimos continuamente dones de gracia sobrenaturales. La torcedura del corazón humano considera que lo que hemos recibido es nuestro y busca tener más y más para apoyarse más en sí mismo.
Curiosamente, cuanto más tenemos (tiempo, cualidades, dinero, etc) corremos más riesgo de apartarnos de Dios, y de hecho la seguridad de los bienes de este mundo nos aleja de Dios. No debiera ser así, porque Dios está en el origen de todos los bienes, pero la experiencia nos dice que quien tiene se aleja de Dios. Y, por el contrario, cuando uno no tiene está más predispuesto a confiar en Dios. Por eso, Jesús nos advierte en el Evangelio del peligro de las riquezas. No son malas, y menos aún si son adquiridas legítimamente. Pero el rico se siente seguro y como que no necesita de Dios. Incluso, llega a decir Jesús: Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo.
Qué tendrá la pobreza, que Dios tanto bendice. A su Hijo lo ha enviado al mundo en absoluta pobreza y Jesús ha vivido esa pobreza como expresión de libertad, en una dependencia total de su Padre Dios. Jesús en el Evangelio nos recomienda vivamente la pobreza voluntaria para parecernos a él y seguirle de cerca.
En la vida religiosa, por ejemplo, se incluye el voto de pobreza, de no tener nada propio para que aparezca más claramente que el tesoro de esa persona es Dios y no los bienes de este mundo, aunque sean buenos. Junto a los pobres, Jesús bendice a los mansos y humildes de corazón, como lo es él. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29).
A nosotros pecadores nos brota inmediatamente la ira descontrolada, incentivada por el odio, el orgullo, la vanidad. El manso y humilde actúa en otra dirección, aguanta y no ataca, no guarda rencor ni venganza, reacciona amando. Reaccionar con humilde mansedumbre, eso es santidad. Y sólo con estas actitudes podemos acercarnos a los pobres y a los humildes.
Felices los que lloran, porque serán consolados. El mundo no quiere llorar, prefiere divertirse, pasarlo bien, ignorar el sufrimiento. Ay de vosotros los que ahora reís, porque haréis duelo. Sin embargo, el sufrimiento forma parte de la vida y con Jesús adquiere un sentido nuevo. Nuestro sufrimiento unido a la Cruz de Cristo adquiere un sentido y un valor redentor.
El seguimiento de Cristo nos da capacidad para afrontar las contrariedades de la vida y nos hace capaces de compartir los sufrimientos de quienes lloran, no esquivamos esa realidad, sino que la compartimos con los demás para aliviarlos en su dolor. Dichosos cuando os odien los hombres, os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre. Alegraos y saltad de gozo.
¡Qué grande es este reto de Jesús! Porque sucede en nuestra vida, y lo grandioso es que Jesús lo ha previsto y nos alienta con esta bienaventuranza: Alegraos y saltad de gozo. Miremos al Maestro, porque es precisamente lo que ha vivido él, y es lo que él quiere darnos a vivir en nuestra vida. Recibid mi afecto y mi bendición: Las bienaventuranzas, c
AMAD A VUESTROS ENEMIGOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo toca un punto neurálgico de nuestro corazón humano. Somos capaces de amar, estamos hechos para amar, pero no podíamos imaginar que el corazón humano pudiera llegar a tanto. “Amad a vuestros enemigos”. Las fuerzas humanas no dan de sí para esto, pero Jesucristo nos hace capaces, dándonos su Espíritu Santo, dándonos un corazón como el suyo, que sea capaz de amar como ama él.
El núcleo del Evangelio está en el corazón de Cristo, que nos ama con misericordia a los pecadores. Él no ha devuelto el insulto, como cordero llevado al matadero. En su corazón no hay venganza ni resentimiento. Más aún, se goza en perdonar. Y nos propone un mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Este mandamiento es toda una revolución en las relaciones humanas.
La civilización humana dio un salto tremendo con el paso de la ley de la selva a la ley del Talión. En la ley de la selva, gana siempre el más fuerte; los más débiles pierden siempre, e incluso desaparecen. Algunas veces constatamos que esa ley sigue vigente, de manera que también hoy los más débiles salen perdiendo. Por eso, el “ojo por ojo y diente por diente” (ley del Talión) puso barreras a la ley de la selva.
Con esta ley sólo puedes cobrarte una pieza si el otro te debe una; no puedes dejarte llevar por la venganza y cobrarte tres, cuando sólo te deben una, porque tú seas más fuerte o más vengativo.
Otro salto importante en las relaciones humanas viene dado por el Decálogo que Dios entrega a Moisés: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero en esta ley que Moisés recibe en el Sinaí, está permitido odiar a los enemigos: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo (cf. Mt 5, 43). La cumbre del amor viene marcada por la actitud y el mandamiento de Jesucristo: “Amaos como yo os he amado”.
No puede haber listón más alto, porque en este mandamiento se incluye lo que este domingo nos proclama el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada”. El primer referente es vuestro Padre que está en el cielo, y a él nos parecemos, si llevamos en nuestra alma su misma vida, la que él nos ha dado por el don del Espíritu Santo. Y el referente más cercano es el mismo Jesús, que se parece plenamente al Padre y nos abre el camino para parecernos a él.
Esta es la civilización del amor, que ha cambia el rumbo de la historia. El motor de la historia no es el odio ni el enfrentamiento de unos contra otros. El motor de la historia es el amor al estilo de Jesucristo. Es lo que han vivido los santos en su propia vida, ese estilo de Jesucristo es posible en tantos hombres y mujeres que han vivido dando la vida, e incluso la han perdido en el amor generoso hacia los demás.
Hace pocos días, un misionero salesiano, Antonio César Fernández, nacido en Pozoblanco (Córdoba) ha sido asesinado en Burkina Faso por ser misionero. Él ha gastado su vida entera en el servicio a los más pobres como misionero en África.
El carisma salesiano le llevó a dedicarse por entero a los niños y jóvenes más pobres, y en ese tajo de entrega plena ha dado la vida, incluso con el derramamiento de su sangre. Quién arriesga su vida de esta manera, sino el que vive el amor de Cristo, “los que no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12, 11).
Para nosotros, su familia de carne y sangre y su familia religiosa, las lágrimas. Para la Iglesia y para la humanidad, el testimonio heroico de una vida entregada con amor. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los paganos. Para eso no hace falta ni la gracia de Dios, ni el Espíritu Santo, ni la fuerza de Jesucristo.
Para amar al estilo de Cristo, para tener sus sentimientos, hace falta la gracia de Dios y la ayuda de lo alto. Que desaparezca del mundo la venganza, la revancha, el enfrentamiento, el odio y el mundo se llene del amor de Cristo. Esta es la verdadera revolución, la que cambia el mundo, la revolución del amor. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos
MIÉRCOLES DE CENIZA
HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma con el miércoles de ceniza. Este año cae muy tarde –decimos– la Semana Santa, la Pascua, y por tanto el miércoles de ceniza. Es que la Pascua la celebramos el primer plenilunio (luna llena) de la primavera, que este año nos lleva hasta el 21 de abril, la gran fiesta de la resurrección del Señor. Por eso, el miércoles próximo es miércoles de ceniza.
Parece chocante que pasemos del carnaval a la ceniza tan bruscamente. Sí. La Cuaresma es un tiempo litúrgico que nos prepara a la gran fiesta de la Pascua, y los carnavales han surgido como una protesta ante la penitencia que la Iglesia nos invita a realizar para preparar nuestro cuerpo y nuestra alma a la muerte y resurrección del Señor. El carnaval se ha convertido así en un hecho cultural, que no tiene que ver para nada con lo religioso, más bien es antípoda del mismo.
La fecha central del calendario litúrgico es la Pascua del Señor. Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo: su pasión, muerte y resurrección, que traemos a la memoria en cada celebración de la Eucaristía y celebramos solemnemente una vez al año.
Cincuenta días para celebrarlo, es el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, es el tiempo cuaresmal. Para este tiempo, la Iglesia nos da unas pautas para quien quiera hacer el camino cuaresmal como camino de minicatecumenado que nos conduce a la renovación del bautismo en la vigilia pascual.
En primer lugar, la oración más abundante, mejor hecha. En definitiva, volvernos a Dios por la conversión de la vida y recibir de él las luces que motivan nuestro camino de vida. La oración es como la respiración del alma. Si no hay oración, no hay vida de relación con Dios. La Iglesia como buena madre nos recuerda y nos insiste en que volvamos a Dios, intensifiquemos nuestra relación con él, revisemos nuestra oración. Lectura de la Palabra de Dios, participación más asidua en los sacramentos –penitencia y eucaristía-. Rezo del rosario como oración contemplativa desde el corazón de María, que contempla los misterios de la vida de Cristo. La Cuaresma es una llamada al desierto para escuchar la declaración de amor por parte de Dios y ponernos en camino de combate y de penitencia.
En este camino penitencial, otra pauta es el ayuno. Ayunar es privarse de algo para estar más ágil en el trato con Dios y en el servicio a los demás. Hay muchas cosas que se nos van acumulando y nos impiden el camino ligero. Hay que despojarse. Ayunar de comida para compartir con quienes no tienen ni siquiera lo elemental. Ayunar de comodidades, para no dejarnos llevar por la pereza y la acedia. Ayunar de descansos y diversiones para que no se relaje el espíritu. Ayunar supone penitencia, sacrificio, privación. El ayuno está de moda para otros fines no religiosos, como es el deporte, la salud, etc. Por eso la Iglesia nos manda ayunar, con un pequeño símbolo de no comer, pero con la intención de invitarnos a privarnos de tantas cosas que nos estorban. Cosas incluso buenas y legítimas, pero que nos hacen pesada la carrera. Ligeros de equipaje para correr el camino del amor a Dios y al prójimo.
Y el tercer elemento de esta pauta Cuaresmal es la limosna, la misericordia, la generosidad con los demás. Si nos volvemos a Dios de verdad y nos privamos de lo que nos estorba, es para abrir el corazón (y el bolsillo) a los demás en tantas formas de servicio. Cuaresma es tiempo de salir al encuentro de los más necesitados, y hay tantas necesidades a nuestro alrededor y en el mundo entero. Compartir con los pobres nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestro dinero es prolongar la misericordia de Dios, que es bueno con todos, especialmente con sus hijos más débiles. Oración, ayuno, limosna. Es el trípode de la Cuaresma.
Entremos de lleno desde el comienzo, Dios nos sorprenderá con su gracia y podremos salir renovados con este tiempo de salvación. Recibid mi afecto y mi bendición: Miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma Q
I DOMINGO DE CUARESMA: LAS TENTACIONES DEL DEMONIO
HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.
Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada. Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.
Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.
Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece.
La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia. El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece.
El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.
El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él. Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio.
La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario. Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria. San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.
Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi afecto y mi bendición: Las tentaciones y el Maligno Q
ADVIENTO, VIENE EL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El comienzo del Año litúrgico nos presenta una perspectiva completa de nuestro futuro. Nuestro futuro es el cielo. Hemos nacido para el cielo, y el cielo es nuestra patria definitiva.
Ahora bien, ese futuro se vislumbra con tintes dramáticos, porque el hombre ha roto con Dios, con su Creador y Señor, y ha comprometido seriamente su futuro. Dios, sin embargo, le ofrece de nuevo y con creces la salvación rechazada.
La historia del hombre, por tanto, se convierte en una lucha dramática entre los extravíos del hombre y Dios que sale al encuentro de ese mismo hombre extraviado, ofreciéndole su casa, abriéndole los brazos, brindándole su perdón y derrochando con él su misericordia.
Verdaderamente, Dios es amigo del hombre, y más todavía del hombre roto por el pecado y por sus propios extravíos. En este camino de ida y vuelta, en este cruce de caminos –de Dios al hombre y del hombre a Dios– está situado Jesucristo, el Hijo de Dios enviado del Padre, que sale al encuentro del hombre. Cristo, hombre como nosotros, se ha convertido en nuestro hermano mayor, el que nos enseña el camino para volver a la casa del Padre.
La salvación del hombre tiene nombre, se llama Jesucristo. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) del hombre. Jesucristo es el esperado, aún sin saberlo, por el corazón de todo hombre que viene a este mundo, porque sólo Jesucristo puede darle lo que el corazón humano desea y ansía.
Sólo Jesús puede abrirle de par en par las puertas del cielo, cerradas por el pecado. Sólo Jesús puede pagar esa inmensa deuda que el hombre arrastra sobre sus hombros en su relación con Dios. Sólo Jesús nos hace verdaderos hermanos de nuestros contemporáneos, haciéndonos capaces de perdonar a quienes nos ofenden. Sólo Jesús puede traer la paz al corazón del hombre.
Esa esperanza de toda la historia de la humanidad se cumplió en el vientre virginal de María, que concibió virginalmente (sin concurso de varón) a Jesús y permanece virgen para siempre. Ese mismo Jesús, ya glorioso, vendrá al final de la historia para llevarnos con Él al cielo para siempre. Y ese mismo Jesús es el que viene ahora en cada persona y en cada acontecimiento, provocando en cada uno de nosotros un encuentro con Él.
Ahora bien, aquella primera venida se realizó en la humildad de nuestra carne. La última venida se realizará en la gloria del resucitado. Y la venida cotidiana a nuestra vida se produce en la fe y en la caridad, generando en nosotros una esperanza que no se acaba. Porque esperamos, podemos ponernos a la tarea de transformar nuestra vida y nuestro mundo. Jesucristo se ha puesto de nuestra parte en este camino de esperanza, dándonos el Espíritu Santo, capaz de superar toda dificultad, incluso hasta la muerte.
Por eso, el tiempo de adviento es tiempo de esperanza. Esperamos la última venida del Señor, esa que a los cristianos de todos los tiempos les ha mantenido en vela, a veces incluso en medio de grandes dificultades.
Cada día que amanece, cada actividad que emprendemos tiene como meta el encuentro definitivo con el Señor. La oración más antigua de la comunidad cristiana es: ¡Ven, Señor! (Maranatha!). Una oración que sale del corazón de quien espera su gloriosa venida, y por tanto, la victoria definitiva de Dios y de su Cristo, frente a todas las dificultades con las que tropezamos cada día, frente a nuestras debilidades y pecados, frente a Satanás y frente al mundo que nos engaña. Una oración que ha sostenido la esperanza de muchos corazones.
El tiempo de adviento nos sitúa en esa perspectiva amplia del final de nuestra vida, que da sentido a cada momento presente. El tiempo de adviento tiene a Jesucristo como centro y a la Madre que le lleva en su seno. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata para la Navidad que se acerca. Es un tiempo muy bonito, porque nos habla de algo nuevo, que Dios va haciendo en el corazón de cada hombre. Recibid mi afecto y mi bendición.
ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico.
La liturgia celebra el misterio de Cristo a lo largo de todo el año, haciéndonos contemporáneo ese misterio, porque lo acerca hasta nosotros, y haciéndonos a nosotros contemporáneos de Cristo, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de san Ignacio).
El primer domingo de Adviento nos presenta a Jesús que viene, y nos invita a vivir en actitud de espera. Jesucristo vino a la tierra hace ya dos mil años, y dentro de pocos días celebramos en la Navidad este misterio de su encarnación, de su nacimiento como hombre, sin dejar de ser Dios eterno.
Adoramos en la carne del Hijo al mismo Dios hecho hombre, hecho niño. Misterio que no ha pasado, sino que permanece para toda la eternidad: Dios hecho hombre. Misterio que la liturgia acerca hasta nosotros, sobre todo en la Eucaristía, donde se nos da como alimento al mismo Cristo.
Jesucristo está viniendo en cada momento a nuestra vida. Sigue llamando a la puerta de nuestro corazón. “Estoy a la puerta llamando. Si alguno oye mi voz y me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20).
Además de su presencia sacramental, Jesús viene hasta nosotros en cada persona y en cada acontecimiento, para provocar en nosotros una actitud de acogida, de adoración, de servicio. La presencia de Cristo en nuestra vida se realiza por la acción constante del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones por la gracia.
El primer domingo de Adviento, sin embargo, acentúa la venida del Señor al final de los tiempos, al final de la historia. Cuando todo lo que vemos se acabe, vendrá Jesús glorioso para llevarnos con Él para siempre.
Hay quienes piensan que con la muerte se acaba todo. No es así. El cristiano sabe que, después del duro trance de la muerte y de todo lo que le precede, está la vida eterna, que no acaba y que consiste en gozar con Jesús para siempre.
Qué distinta es la vida cuando se vive en la perspectiva de la espera. Como la esposa espera a que vuelva su esposo a casa para gozar de su compañía y de su amor, así nos invita la liturgia del primer domingo de Adviento a esperar con actitud esponsal al Señor, que viene.
No sabemos ni el día ni la hora, para que la espera intensifique el deseo. Por eso, no debemos distraernos entretenidos con las cosas de este mundo, aunque sean buenas. Quiere el Señor que le deseemos ardientemente, que esperemos con mucho deseo su venida. Y este deseo irá purificando nuestro corazón de otras adherencias, que nos impiden volar.
El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, con este sentido gozoso de la espera. ¿Dónde está nuestro corazón? Donde esté nuestro tesoro (cf Mt 6,21).
María es el personaje central del Adviento, porque ella ha acogido con corazón puro al Verbo eterno, que se hace carne en su vientre virginal, por obra del Espíritu Santo. Ella lo ha recibido en actitud de adoración y lo da al mundo generosamente, sin perderlo. Ella nos enseña a ser verdaderos discípulos de su Hijo. Si hay alguna etapa mariana a lo largo del año, esa etapa ciertamente es el adviento. Con María inmaculada, con María virgen y madre, con María asociada a la redención de Cristo, vivimos el tiempo de Adviento y nos preparamos para la santa Navidad que se acerca. Recibid mi afecto y mi bendición: Esperando al Señor, que viene.
SE ACERCA LA NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de la Navidad. Días de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos da a luz al Hijo eterno de Dios hecho hombre en sus entrañas virginales, permaneciendo virgen para siempre. El Hijo es Dios y la madre es virgen, dos aspectos de la misma realidad, que hacen resplandecer el misterio en la noche de la historia humana. La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos. El nacimiento de una nueva criatura es siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio de un sucedáneo cualquiera. Viene Jesús cargado de misericordia en este Año jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego. Sin embargo, la venida de Jesús, su venida en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo insistentemente. El milagro puede producirse. La Navidad es novedad. Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como príncipe de la paz, con poder sanador para nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre para adorarlo. Él nos hará humildes y generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima vivamos estos días preciosos de la Navidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Llega la Navidad Q
EL MISTERIO DE LA NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El niño que va a nacer no es un niño cualquiera. Es el Hijo eterno de Dios. Él existe desde siempre, con el Padre y el Espíritu Santo. Es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero… de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho”, decimos en el credo.
Por eso, nuestra primera actitud ante este Niño que nace es la actitud de adoración, que sólo Dios merece: no adoréis a nadie más que a Él. Nos postramos profundamente ante quien nos supera y nos desborda, porque es el creador de todo y en él hemos sido pensados y creados desde toda la eternidad.
A este niño a quien queremos, podemos decirle con toda propiedad: ¡Te adoro! Y nace niño, desvalido, necesitado del amor de un padre y una madre. Es hombre plenamente como nosotros, “en todo semejante a nosotros, sin pecado” (Hbr 4,15).
Lo sentimos como hermano, como uno de los nuestros. Ha suprimido toda distancia entre Dios y el hombre, acercándose de esta manera tan inofensiva, que suscita incluso ternura en quien se acerca hasta él.
Un niño nunca produce miedo, siempre provoca ternura. El misterio de la Navidad consiste en la cercanía de Dios que entra en nuestras vidas de manera asombrosamente cercana. Cómo íbamos a imaginar que Dios se acercara tanto, hasta hacerse uno de nosotros, para que lo podamos acoger en nuestros brazos.
El misterio de la Navidad es el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, para que los hombres seamos hechos hijos de Dios. “Reconoce, cristiano, tu dignidad” (San León Magno).
Toda persona humana es como una prolongación de este misterio, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22), y en cada persona descubrimos esos rasgos de Cristo que se acerca hasta nosotros. A veces incluso desvalido, sin recursos, porque otros le han despojado de ellos o nunca se los han otorgado. Pero siempre con la dignidad que le da ser persona humana, prolongación de Cristo, que sale a nuestro encuentro. He aquí la raíz más honda de toda dignidad humana y de todos los derechos humanos.
La persona vale porque está hecha a imagen y semejanza de Dios, y de ahí nace la igualdad fundamental que elimina toda discriminación. Eres persona humana, tienes una dignidad inviolable y unos derechos, desde el inicio de tu vida hasta su final natural. Y la señal de todo este misterio tan sublime es una mujer.
“Apareció una señal en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada de doce estrellas, está encinta y grita con los dolores de dar a luz” (Ap.12).
Esa mujer es María, que puede ampliarse a la Iglesia, prolongación de María en la historia. Es la misma señal que el profeta presenta al rey Acaz: “Dios os dará una señal: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios-connosotros” (Is 7,14).
En el misterio de la Redención, la persona más importante asociada por Dios ha sido una mujer: María. De aquí arranca la dignidad tan sublime de toda mujer. Ella ha tenido parte esencial en la realización de este misterio, desde la encarnación hasta Pentecostés, y ella sigue teniendo parte esencial en la aplicación de esta redención a todos los hombres de todos los tiempos, también en nuestra época.
La cercanía de Dios hasta los hombres se realiza a través de María, el lugar del encuentro de Dios con los hombres y de los hombres con Dios se realiza en el seno virginal de María.
Ella lleva en su vientre al Hijo de Dios hecho hombre para darlo a todos los hombres de todos los tiempos Y la señal de que su hijo no es un niño cualquiera es que ella lo ha sentido brotar en su seno por la acción directa de Dios, por el amor de Dios, por obra del Espíritu Santo.
María llega de esta manera a una fecundidad que no es propia de la carne y la sangre, sino de Dios (cf Jn 1,13). María engendra a Jesús sin relación sexual con José, porque “antes de vivir juntos” ella queda embarazada, y sin ninguna relación carnal con José, ella da a luz a su hijo, al que José pondrá por nombre Jesús, como nos cuenta el Evangelio de este domingo (Mt 1,18-24).
La Navidad es nueva cada año. Pueden repetirse los adornos, las costumbres, nuestra pequeña capacidad de acogerla. Pero la Navidad siempre es nueva y sorprendente.
Vivámosla con el asombro de un niño ante lo nuevo. La vivimos acercándonos a este Niño, que es el Hijo de Dios hecho hombre. Recibid mi afecto y mi bendición.
LA FAMILIA, PRIMERA NECESIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El contexto de la Navidad nos introduce de lleno en la familia. Son fechas de reunirse todos, de saludar a los que no han venido, de expresar nuestro cariño de múltiples maneras, de recordar a los que ya han partido a la casa del Padre. Son fechas muy familiares. Para creyentes y no creyentes, la familia es una realidad de primera necesidad en su vida.
Y la familia se constituye por el vínculo estable de un varón y una mujer, bendecido por Dios, de donde brota la vida de los hijos, constituyéndose así una comunidad de vida y amor entre todos sus miembros. La familia más amplia la integran los abuelos, los primos, los tíos.
Crecer en ese ambiente sano va formando una personalidad sana, fuente de felicidad y bienestar. Ninguna otra realidad de nuestra vida comparable con la familia.
En la familia encontramos apoyo, la familia está siempre detrás cuando llegan las dificultades, la familia es el mejor estímulo para los padres que gastan su vida por el hogar que han formado, la familia es escuela de fraternidad y convivencia, en la familia aprendemos a amar de verdad.
Jesús quiso vivir en una familia, santificando los lazos familiares. La mayor parte de su vida en la tierra fue una vida de familia. “Jesús bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 51).
Ver crecer a un hijo, a un nieto es fuente de gozo para los padres y para los abuelos, llenando de sentido su existencia. Jesús dio esta profunda satisfacción a sus padres, que lo veían crecer hasta llegar a la madurez.
Por otra parte, él sintió el cariño de sus padres y sus abuelos, que le ayudaron a crecer sano en su sicología humana. “Esposo y esposa, padre y madre, por la gracia de Dios”, reza el lema de este año para la fiesta de la Sagrada Familia en el domingo más cercano a la Navidad.
La ideología de género pretende cambiar el lenguaje de manera intencionada, para anular toda diferencia entre padre y madre, esposo y esposa. Se sustituye padre y madre por progenitor A y B, se sustituye esposo y esposa por cónyuge 1º y 2º.
En el plan de Dios, el único que hará feliz al hombre en la tierra y en el cielo, hay una diferencia para la complementariedad entre el esposo y la esposa, el padre y la madre. Borrar las diferencias anula las personas. Borrar esta especificidad anula la familia. Lo que parece un juego inocente de palabras, encierra toda una ideología y una orientación destructora de la familia.
Vuelve en estos días el debate sobre el aborto, subrayando hasta el extremo la libertad de la mujer para ser o no ser madre. Sin duda, la mujer (y el varón) ha de tener libertad para algo tan sublime como es la maternidad (paternidad). Y cuanto más libre y responsable sea esa decisión, mejor.
Pero si en algún momento, con libertad o sin ella, se concibe un nuevo ser, éste no puede pagar los vidrios rotos de sus padres. No se puede arreglar una situación de irresponsabilidad con otra añadiendo un crimen. El aborto siempre es un fracaso. Fracaso de la humanidad, que traga todos los días la noticia de miles y miles de abortos.
Fracaso para la madre, que se ve en la situación de matar a su hijo, porque no le cabe otra salida. Fracaso para los miles de personas que son eliminadas en el claustro materno, el lugar más seguro del mundo y el más cálido de nuestra existencia. Se necesita un acompañamiento a la mujer en situación de riesgo, urge prevenir ya desde la educación afectivo-sexual de los adolescentes y jóvenes, e incluso desde niños, debemos potenciar entre todos la fidelidad hasta la muerte a la propia pareja.
Y no vale decir que lo que aparece en el vientre materno es un simple amasijo de células. No. La ciencia muestra a las claras que desde el momento mismo de la concepción tenemos un nuevo ser humano, con su propio código genético, con su propio potencial de desarrollo, que merece todos los respetos por parte de quienes tienen que ayudarle a desarrollarse y nunca tienen el derecho a deshacerse de él eliminándolo. Va ganando puntos en la lucha por la vida ese respeto merecido al embrión humano, el ser más indefenso de la naturaleza, que hay que proteger en una sana ecología humana.
Dios quiera que la Navidad nos haga más sensatos a la hora de valorar la vida, la familia, el amor humano. Dios lo ha hecho muy bien, y “vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31).
No destroce el hombre la obra de Dios, si no quiere acarrearse la ruina para sí mismo y para su entorno. Recibid mi afecto y mi bendición.
HOY ES NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy es Navidad. La liturgia de todo el orbe católico nos hace contemporáneos del nacimiento de Jesús en Belén. El Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre, naciendo niño en un establo. No se trata de un simple recuerdo. Se trata de una celebración, es decir, celebrando la Navidad entramos en el misterio de Dios, que, llegada la plenitud de los tiempos, nos ha enviado a su Hijo, nacido de María virgen.
Hoy es Navidad. La cercanía de Dios ha superado todas las expectativas que el hombre pudiera soñar. De muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres, a través de los profetas, a través de múltiples acontecimientos de salvación, a través de una presencia salvadora constante a favor de su Pueblo.
Ahora Dios Padre nos habla en su Hijo, y en Él nos lo ha dicho todo, y no tiene más que decir. El es la Palabra eterna, hecha carne en el seno de María virgen.
Hoy es Navidad. Se trata del acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Todo gira en torno a Jesucristo. El es el centro del cosmos y de la historia. La historia se divide en dos: antes de Cristo y después de Cristo.
Antes de Cristo todo ha sido expectación, búsqueda, esperanza. Con la llegada de Cristo, se han cumplido las promesas de Dios. El hombre descubre a Dios y descubre quién es el hombre. Y la historia se repite en el corazón de cada hombre. Hasta que el hombre se encuentra con Jesucristo, su vida es una expectativa, es una promesa. Cuando se encuentra con Jesucristo, la vida cambia, la vida se llena de plenitud, y ya para siempre.
Hoy es navidad. Es la fiesta del hombre, que ha llegado a su máxima grandeza, cuando, al unirse a Jesucristo, conoce su altí- sima vocación de hijo de Dios. Qué suerte hemos tenido. Dios se ha acercado al hombre de tal manera, que nos hace divinos a todos los humanos que se dejan transformar por el Espíritu de Dios. Nacerán no de la carne, ni la voluntad humana, sino de Dios. En esta fiesta, el hombre encuentra el motivo más profundo de toda solidaridad humana. ¡Somos hermanos en Cristo!
Hoy es Navidad. Nos acercamos temblorosos y curiosos a ver al Niño que ha nacido. Es la Palabra hecha silencio. Es el eterno que se hace temporal y se ajusta al ritmo de las horas y de los días. Es la Vida que asume la caducidad de la muerte, para llevar a la humanidad a la vida que no acaba. Es Dios que se hace hombre, para que el hombre sea divinizado.
Hoy es Navidad. Contemplemos con María, llenos de asombro y estupor, este nacimiento admirable. Pidamos a José esa capacidad de contemplar en silencio lo que sucede ante sus ojos. “Dejémonos contagiar por el silencio de San José”, nos ha recordado el Papa en estos días. Venid, adoremos a este Niño, porque es Dios que se ha hecho hombre.
Hoy es Navidad. La Navidad celebrada cristianamente nos trae alegría, gozo y paz en el corazón. Que el nacimiento del Señor nos llene a todos con estos dones de la Navidad, y nos haga a todos portadores de esta buena noticia para los nuestros. Es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros contemporáneos. Feliz y santa Navidad para todos. Con mi afecto y bendición.
ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El comienzo de un nuevo año litúrgico nos abre a la esperanza de una nueva etapa repleta de gracias, que nos ayudará a crecer en nuestra vida cristiana, en el encuentro con el Señor y en el servicio a los hermanos. Año nuevo, vida nueva.
El Año litúrgico comienza con la alerta acerca de la venida del Señor al final de la historia. Hemos de estar preparados, porque no sabemos cuándo será, y ese momento coincide con el final de nuestra historia personal.
El primer domingo de adviento nos sitúa ante la venida del Señor y ante el final de la historia humana. Todo se acabará, aquí no quedará nadie, la historia tiene un final. Jesucristo ha venido a nuestro encuentro y nos ha dicho que después de esta vida hay otra, que después de esta etapa nos espera él mismo con los brazos abiertos para presentarnos ante el Padre y vivir felices con Dios para siempre.
El primer domingo de adviento nos habla del más allá, que debe estar continuamente presente en el más acá y guiar nuestros pasos. El lazo de unión de esta etapa con la otra es el amor. Sólo quedará el amor. Los primeros cristianos vivían en esta espera ardiente de la venida del Señor: Maranatha, era el grito y oración frecuente en los labios de un creyente: “Ven, Señor Jesús”.
Revisemos si hoy los cristianos tienen y alimentan este deseo. Ciertamente el deseo de morirse por aburrimiento de esta vida o por desesperación no viene de Dios, y debe ser rechazado. Pero hay un deseo sereno, que se fundamenta en la esperanza y que deja en las manos de Dios y en la agenda de Dios esa fecha feliz del encuentro con él. Alimentar este deseo es lo propio del adviento.
Desear ver a Dios, salir al encuentro de Cristo que viene, mirar a María nuestra madre que nos quiere junto a su Hijo Jesús, eso es el adviento. Santa Teresa de Jesús, buena amiga, repetía: “Cuán triste Dios mío / la vida sin Ti, ansiosa de verte / deseo morir”.
San Juan de la Cruz expresa el mismo deseo: “…rompe la tela de este dulce encuentro” (Llama de amor viva, 1). Y tantos otros santos. Coincide el comienzo del adviento con la novena de la Inmaculada y con su fiesta solemne.
Es muy bonito ver a María, la llena de gracia, la sinpecado, el resultado perfecto de la redención que Cristo ha venido a traernos. En ella podemos mirarnos para ver y desear lo que Dios quiere hacer en nosotros: limpiarnos de todo pecado y llevarnos a la santidad plena. Y en la fiesta de la Inmaculada, nuevos diáconos para nuestra diócesis y la Iglesia universal. Es como un regalo de María en este tiempo de adviento para la diócesis.
Muchos de nuestros sacerdotes recuerdan gozosamente este día feliz de su ordenación diaconal. Le ofrecieron a Dios lo mejor de su corazón y pusieron este secreto en el corazón inmaculado de María.
Pedimos especialmente por todos los sacerdotes, para que María los mantenga puros en su corazón. El adviento nos prepara también a la Navidad de este año. El fruto bendito del vientre virginal de María nace en Belén para salvarnos de la muerte eterna y hacernos hijos de Dios. Fiesta de gozo y salvación.
Que no nos distraiga el consumismo, el deseo de placer, la bulla externa. Mantengamos la espera del Señor en actitud penitencial, de despojamiento. El Señor viene a nosotros de múltiples maneras, en cada hombre, en cada acontecimiento. Que nos encuentre con las lámparas encendidas.
Tiempo de adviento, tiempo de espera, tiempo de purificar la esperanza, tiempo de preparar el encuentro con el Señor al final de nuestra vida. El Señor viene, preparemos su llegada. Recibid mi afecto y mi bendición
1ºDOMINGO DECUARESMA:LAS TENTACIONES DEL DEMONIO
HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.
Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada.
Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.
Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.
Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece. La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia.
El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece. El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.
El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él.
Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio. La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario.
Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria.
San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.
Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi
2º DOMINGO DE CUARESMA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El camino hacia la Pascua que marca la Cuaresma es camino hacia el cielo, y cada año se renueva en la Resurreción del Señor. Después de empezar este tiempo santo con paso firme, el segundo domingo nos presenta a Jesús transfigurado en el monte Tabor. La meta no es la cruz, el sufrimiento, la muerte. La meta es la transfiguración de nuestra vida, la metamorfosis de este cuerpo mortal en cuerpo glorioso. “Él transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3, 21).
Un creyente no espera el paraíso terrenal. Eso se queda para el marxismo materialista y para el ateísmo, que no tienen horizonte de eternidad. Para ellos, el paraíso es una utopía, que no existe, pero que mantiene encendido el principio esperanza en el corazón del hombre. Para el creyente, el paraíso está en el cielo, más allá de todo lo que vemos, más allá de la historia. Para un creyente, el paraíso existe con toda certeza, pero se sitúa en la zona más allá de la muerte. Somos ciudadanos del cielo.
A la luz de esta perspectiva tiene sentido el sacrificio, el esfuerzo, la penitencia cuaresmal. Los sufrimientos de la vida no son para aguantarlos estoicamente, sino para unirlos a la Cruz de Cristo, con la que el mundo ha sido redimido.
El sufrimiento cristiano es para vivirlo con amor, como lo ha vivido Cristo. Cuando Jesús iba decidido camino de Jerusalén bien sabía a lo que iba, a sufrir la muerte de cruz, que desembocaría en el triunfo de la resurrección. Y Jesús tuvo compasión de sus apóstoles, los que lo habían dejado todo para seguirle.
Antes de continuar el camino, subió con ellos a un monte alto –un día entero se llevaba esta caminata– para un retiro espiritual en las alturas, en el monte. Y estando allí en oración con los tres más cercanos, su rostro se iluminó y los vestidos brillaban de blancura.
Es como si Jesús dejara por unos instantes translucir la intimidad de su corazón divino en su rostro humano. Vieron a Dios con rostro de hombre, en un rostro humano transformado, transfigurado, lleno de gloria. “Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (S 26).
En la búsqueda de Dios por parte del corazón humano hay un deseo creciente de ver a Dios. Dios ha ido mostrando su rostro y su intimidad progresivamente hasta llegar a su Hijo Jesucristo, en quien habita la plenitud de la divinidad y en quien hemos visto el rostro de Dios.
Cuando los apóstoles lo vieron, cayeron rostro en tierra, como adormilados. “Qué hermoso es estar aquí”, dijo Pedro. Cuando el hombre vislumbra el rostro de Dios, su corazón se llena de alegría, de paz, de esperanza. Esa es la vida contemplativa, a la que todos estamos llamados.
La Cuaresma nos invita a buscar a Dios, a buscar el rostro de Dios. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (S 34, 6). Sería afanoso buscar ese rostro si no hubiera salido a nuestro encuentro. Pero no es así. El rostro de Dios Padre nos ha salido al encuentro en el rostro y en el corazón de su Hijo Jesucristo. Ahí lo encontramos, y ahí descansa nuestro corazón inquieto.
Cuando san Juan de la Cruz propone la Subida al Monte Carmelo, a los pocos pasos propone la unión con Dios como meta. El corazón humano no persevera en la subida, si no tiene claro a dónde va. Sabiendo cuál es la meta, la unión con Dios, el hombre puede seguir caminando, aunque le cueste fatigas, aunque se encuentre con contrariedades de todo tipo. Todo lo soporta con tal de alcanzar la meta que se le propone.
Eso hace Jesús este domingo con nosotros: no tengáis miedo, la meta es la transfiguración, no la cruz. Ánimo, aunque ello cueste sangre. Gracias, Señor, por tu comprensión y por proponernos metas más altas. Recibid mi afecto y mi bendición: Somos ciudadan
DOMINGO DE CUARESMA: SEMANA DE LA FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, nos encontramos con la Semana de la Familia que solemos celebrar en primavera, en torno al 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del ángel a Nuestra Señora y de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María (9 meses antes de la Navidad). El 25 de marzo en la tarde, tendremos en la Catedral la vigilia de oración por la vida. La vida reverdece cuando llega la primavera, la vida es imparable. Y la causa de la vida, igualmente.
Por mucha campaña antivida en aras de la libertad y del derecho a elegir, la vida tiene futuro, nunca la muerte. El discurso sobre la vida volverá a tener futuro y ahogará los gritos de muerte que están de moda. Esta es la esperanza cristiana que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Dios se ha acercado a nosotros en la carne de su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Y nos llama a la vida para hacernos partícipes de una Vida que no acaba.
Dios ha dotado al hombre (varón y mujer) de la capacidad de colaborar con él en la generación de nuevas vidas. La unión amorosa de los padres es el lugar sagrado donde brota la vida. La fecundación no es un simple amasijo de células, sino una carne con alma, y el alma la crea Dios para estrenar en cada ser humano que viene a la existencia.
Un ser humano vivo es una persona humana, aunque todavía no se haya desarrollado plenamente. Y más de cien mil seres vivos, personas humanas, son eliminados en el seno materno antes de nacer en España cada año. Millones y millones en el mundo.
A pesar de toda esa conspiración de muerte (“cultura de la muerte” la llamaba Juan Pablo II), la vida sigue brotando con fuerza y por eso vale la pena luchar en favor de la vida. El 25 de marzo tenemos una cita en la Catedral y en todas las parroquias para celebrar la Jornada por la Vida, para agradecer a Dios el don de la vida, y para luchar con las armas de la fe, de la oración y de la mentalización en favor de la vida. Muchos colaboran con la muerte en este campo sin saberlo, incluso sin culpa propia.
Tenemos que crear entre todos una “cultura de la vida”, que respeta la ecología humana y la promueve, porque el primer derecho de todo ser humano es el derecho a vivir, una vez que ha sido concebido. “Nadie tiene derecho a suprimir una vida inocente”, gritaba Juan Pablo II en el paseo de la Castellana de Madrid allá por el año 1982, en su primer viaje a España. Desde entonces han sido segadas millones de vidas en el seno materno.
Y muchas vidas han sido rescatadas de la muerte antes de ser destruidas, gracias a los que trabajan en favor de la vida. La Semana de la Familia abordará también otros temas relacionados con la familia y con la vida. El martes 26 nos hablará Mons. Juan Antonio Aznarez. El miércoles y el viernes otras ponencias según programa. El jueves será especialmente dedicado a la oración en todas las parroquias con los temas referentes a la familia; y el viernes la última ponencia y clausura de la Semana.
Somos como David y Goliat, unos enanos ante un gran gigante, pero David abatió a Goliat porque su lucha la basó “en el nombre del Señor”. Pues hagamos eso, en el nombre del Señor vivamos nuestra defensa de la vida, sin pretensión de ofender a nadie, pero proponiendo una y otra vez el evangelio de la familia y de la vida, que hace feliz al hombre y genera paz social.
Vuelve una y otra vez la propuesta de eliminar la vida en su última fase, cuando la “calidad” de vida ya no es estimable. Luchemos por la defensa de la vida en su última etapa. La persona vale no por lo que produce, ni estorba por el gasto que genera. La vida es sagrada y cuanto más débil más merece ser protegida, mimada, atendida con amor inmenso.
Ahí queda patente la dignidad de la persona, que ha de ser amada y atendida hasta su último aliento natural, sin que nadie tenga derecho a cortar el hilo. Misterio de la Encarnación, Semana de la Familia y la Vida, tiempo de Cuaresma que nos prepara a la gran fiesta de la Vida, Cristo que ha vencido la muerte y nos da nueva vida, la Pascua del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Semana de la Familia
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, Dios nos sale al encuentro en este cuarto domingo de Cuaresma con la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso. Es como el corazón de todo el Evangelio.
Algunos comentaristas afirman que si hubiera desaparecido todo el Evangelio, con tener esta parábola nos bastaría para conocer el corazón de Dios. Verdaderamente sorprendente, no podíamos imaginar que Dios fuera así, si no nos lo hubiera contado el mismo Jesucristo, el hijo y hermano bueno.
Dios es un padre al que le duele que su hijo se aleje de él. Dios sufre por nuestros pecados, por nuestras infidelidades, por nuestros olvidos de él. Él no se cansa de esperar que volvamos, y esto nos debe dar una gran esperanza siempre para nosotros y para los demás. De nadie está dicha la última palabra, podemos esperar su salvación hasta el último minuto, porque Dios espera siempre.
El hombre está muy bien dibujado en los dos hijos de la parábola. Ninguno de los dos vive como hijo. Uno se aleja, tomando en sus manos lo que el padre le da y lo malgasta hasta la ruina total. No vive como hijo, prefiere su autonomía, tiene sed de libertad, pero alejado de Dios cada día es más esclavo de sus vicios y pecados.
Ojo con la libertad que nos lleva al pecado, eso no es libertad, sino esclavitud del peor calibre. Alejado de Dios, queda despojado incluso de su dignidad de hijo y llegan a faltarle hasta las más elementales condiciones para sobrevivir.
Sólo en ese momento de extrema necesidad, recapacita y recuerda lo que ha perdido. Entonces se le ocurre volver, pero lo hace por necesidad; no piensa en su padre, no es capaz de darse cuenta de lo que su padre alberga en el corazón paterno. Le bastaría vivir como jornalero, una vez perdida la dignidad de hijo. Y aquí viene la sorpresa. El corazón de Dios no es como el nuestro.
El padre de la parábola es nuestro Padre Dios, el Padre que Jesucristo nos ha revelado como padre lleno de misericordia. Dios se conmueve cuando ve que volvemos a él, y sale a nuestro encuentro no para reñirnos, no para echarnos en cara nuestros extravíos, sino para expresarnos su amor, un amor que no habíamos imaginado nunca. Nosotros continuamente ponemos límite al amor de Dios, Dios sin embargo nos ama ilimitadamente.
Esta es una experiencia continua y progresiva en nuestra vida. Todavía no hemos agotado la misericordia de Dios, todavía no hemos experimentado hasta dónde llega ese amor de Dios.
Contrasta este amor de Dios, rico en misericordia, con la actitud del hermano mayor que se ha quedado en casa, pero no disfruta de los dones del padre: “en tantos años que te sirvo nunca me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos”. Le molesta que su padre sea padre y se porte como padre. Le molesta que su hermano, el hijo pródigo, tenga perdón como si no hubiera pasado nada. “Ese hijo tuyo”, al que nunca reconoce como hermano. Le molesta que su padre sea tan misericordioso. En definitiva, la envidia no le deja vivir. Para él, es una injusticia tremenda que Dios sea capaz de perdonar así.
Como nos pasa a nosotros tantas veces, que consideramos injusto que Dios sea bueno con todos, incluso con los “malos”. También para este hijo mayor, el padre tiene palabras de perdón. Hijo mío, tu hermano.
Destacaría de toda la parábola la alegría del corazón de Dios Padre, cuando ve que un hijo suyo regresa. Para el hijo pródigo fue una gran sorpresa comprobar que su padre seguía siendo padre, a pesar de que él había sido un mal hijo. Más aún, pudo constatar esa misericordia del padre hasta el límite precisamente en las circunstancias en que él se había dejado llevar de su egoísmo y volvía de nuevo.
El tiempo de Cuaresma es para eso, para volver a Dios, el Padre misericordioso, que no se cansa de perdonar; y para volver a los hermanos, abriendo nuestro corazón incluso a los “malos” para que se arrepientan y vengan a la casa del Padre. No conseguiremos nada con reproches, todo lo ha conseguido Jesús con su amor hasta dar la vida por nosotros.
Nos detenemos ante el amor de Dios, contemplamos ese amor misericordioso hasta el límite y nos dejamos atraer por su misericordia. Recibid mi afecto y me bendición: Dios Padre misericordioso
DOMINGO DE RAMOS: MURIÓ POR NOSOTROS Y VENCIÓ LA MUERTE PARA TODA LA HUMANIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la semana central del año litúrgico católico, la Semana Santa. El centro de nuestra fe cristiana es una persona, Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdadero. Y el núcleo de su recorrido histórico en la tierra es su muerte en cruz y su gloriosa resurrección. El próximo 21 de abril es el día más solemne del año, la Pascua de resurrección, precedida por el Triduo pascual.
El domingo de Ramos, este domingo, celebramos el comienzo de la Semana Santa. Jesús llega a Jerusalén y hace su entrada triunfal a lomos de una borriquita, no de un caballo potente, como solían hacer los vencedores. Jesús nos enseña así que su reino no es de este mundo ni como los de este mundo, sino que su reino es un reinado de amor, que nos conquista por el camino de la humildad y del servicio.
Los niños captaron el momento y salieron a su encuentro aclamándolo con cantos mesiánicos: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”.
El martes santo día 16 celebramos la Misa Crismal. Cercanos a la Pascua, recogemos los frutos de la redención que nos vienen por los sacramentos y consagramos el santo Crisma con el que serán ungidos los bautizados, los confirmados y los ordenados. Se bendicen además los santos Óleos para otros sacramentos. Se trata de una preciosa celebración de la Esposa de Cristo, la santa Iglesia, que es ungida y adornada por su Esposo con los dones del Espíritu Santo.
Estamos invitados todos a participar en ella. Durante la misma, los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales de permanecer fieles a Cristo Sacerdote para el servicio del Pueblo santo de Dios.
A lo largo de estos días en todas las parroquias hay celebraciones del sacramento de la Penitencia, que nos prepare el alma para las fiestas que se acercan.
El Jueves santo celebramos la Cena del Señor, en la que Jesús tuvo aquel gesto profético del Lavatorio de los pies y nos dio su Cuerpo y Sangre. Todo un resumen de la vida cristiana, la entrega en el servicio y el don de su amor en la Eucaristía. Por este sacramento, se perpetúa la presencia viva y real de Jesús entre nosotros, hecho sacrificio y comunión. ¡Qué regalo más grande! Adorémosle.
El Viernes santo lo llena plenamente la Cruz del Señor. El patíbulo de la Cruz en la que Cristo ha sido ejecutado con la pena capital se ha convertido en el símbolo cristiano. La cruz es el lugar y la forma como Cristo ha muerto, dando la vida por amor. Nos invita a seguirle, tomando cada uno su propia cruz y ayudando a los demás a llevar la suya. La Cruz de Cristo ilumina todo sufrimiento humano y lo hace llevadero.
El Sábado santo es día de silencio con María junto al sepulcro de Cristo cadáver, en la espera de la resurrección. Es el día de la espera incluso para los que no tienen ninguna esperanza, porque la espera se centra en Jesucristo que resucitará del sepulcro y nos resucitará a todos con él.
Cuando ha caído el día, la Iglesia se reúne para la principal de las vigilias, la Vigilia pascual con aleluya inacabable por la victoria de Cristo sobre la muerte. Esa es una noche santa que recuerda las maravillas de Dios en todas las noches de las historia.
El Domingo de Pascua es todo alegría y fiesta. Ha resucitado el Señor, es decir, ha vencido la muerte en él y para nosotros. Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte, todos continúan en el sepulcro. Cristo ha salido victorioso del sepulcro y ya no muere más. Este el horizonte más amplio que puede tener una mente humana la muerte no es la última palabra.
La última palabra es la vida sin final, la vida eterna, en la que Jesús nos introduce por su resurrección. Nos acercamos a la Semana Santa, que en nuestros pueblos y ciudades tiene una grandiosa expresión en la piedad popular con las procesiones, estaciones de penitencia, desfiles, viacrucis, etc.
Entremos de lleno, de corazón, en la Semana Santa y acojamos el don del amor hecho carne en su Hijo muerto y resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMINGO DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! La resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y los cristianos nos intercambiamos los buenos deseos de que Cristo viva en tu vida y la llene de vida.
El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida en favor de los hombres.
Aunque nosotros tengamos tirones de muerte, generados por nuestro pecados, algunos de ellos visiblemente destructivos (el pecado es siempre demoledor, aunque no se vea de pronto), Dios no se cansa de sembrar vida en nuestros corazones y en la historia de la humanidad. Dios no se cansa de resucitarnos, sacándonos de la muerte en la que nuestros pecados nos sumergen.
La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos.
Una de las formas de recargar permanentemente esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre la muerte y a apropiarnos esa victoria, a traducirla en nuestra vida.
Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, cuando coincide en este día, puesto que las condiciones laborales, sobre todo en el sector servicios, obligan al trabajo todos los días de la semana, reservando al descanso las jornadas que toquen, sean o no domingos.
Para otros, el domingo se ha convertido en un día lúdico, dedicado al deporte u otras actividades lúdicas, tan necesarias en el mundo en el que vivimos, trepidante de prisas.
Para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Los miembros de la familia viven en otra ciudad, por razones de estudio o de trabajo. A su vez, esta familia tiene los abuelos en el pueblo. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, pero obligan a replantear el domingo de otra manera.
El domingo es el primer día de la semana –“este es el día que ha hecho el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo –al tercer día resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús.
“A los ocho días...” Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.
Nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos nuestras vacilaciones, no tanto en el hecho de la resurrección cuanto en las consecuencias para nuestra vida. Viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, nos devuelve la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida.
Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo, quitarles la celebración de la victoria de Cristo, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo.
Sin el domingo no somos nada. Sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. No podemos vivir sin el domingo.
La celebración de la Pascua estimule en nosotros el deseo del encuentro con el Señor, para palpar sus llagas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria.
Y nos haga cada vez más aficionados al domingo, como día del encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad de hermanos con los que compartimos nuestra fe en el Resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición: El Domingo, día del Señor.
DOMINGOS III DE PASCUA: EXAMEN DE AMOR: ¿ME AMAS?
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Después de la noche de la traición, Jesús fue entregado al poder de la muerte como consecuencia de nuestros pecados, fue crucificado y fue sepultado. Al tercer día resucitó de entre los muertos, como primogénito de entre los muertos y nos dice: “Yo soy el que vive; estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte” (Ap 1, 18).
Jesucristo resucitado ha inaugurado una vida nueva para él y para nosotros, una vida que hemos recibido en el bautismo y de la que nos vamos apropiando más y más, hasta ser transfigurados por el poder de su resurrección.
Una vez resucitado, Jesús se vuelve a los suyos, los que le dejaron solo e incluso lo negaron, para expresarles su misericordia y su perdón. El domingo pasado lo hacía con el apóstol Tomás, que, al comprobar las llagas de su mano y su costado, se rindió en adoración confesando: “Señor mío y Dios mío”.
En este domingo se dirige a Pedro, el que lo negó por tres veces, para ofrecerle su misericordia y hacerle experimentar un amor más grande. Habían vuelto a sus faenas habituales de la pesca en el lago de Tiberíades, de donde habían sido llamados. Capitaneados por Pedro, estuvieron toda la noche sin pescar nada. Y al amanecer, se apareció Jesús a la orilla, que les pregunta por la pesca y les ordena echar las redes de nuevo. En plena faena, quien lo identifica primero es Juan, el que más amaba a Jesús por ser el discípulo amado: “¡Es el Señor!”. Pedro se tiró al agua para alcanzarle impacientemente, se olvida de la barca, de la pesca y de los demás.
El tirón de Jesús se hace irresistible. Arrastra la barca y comprueba que la redada de peces es inmensa. “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. A Jesús lo han visto transfigurado, pero lo han reconocido directamente y por el fruto abundante de la pesca. Y compartieron con él aquel desayuno que les supo a gloria.
Terminada la comida, Jesús se dirige a Pedro y le hace un examen de amor: “Pedro, ¿me amas más que éstos?”. Tres veces lo había negado, tres veces le repite Jesús la pregunta, a la que Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. La respuesta positiva conduce a la misión: “Pastorea mis ovejas”. Cuando vuelve a preguntarlo por tercera vez, Pedro se entristeció. Probablemente por el recuerdo de las negaciones en la noche de la pasión. Y responde afirmativamente, pero no apoyado en su certeza, sino apoyado en el saber de Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.
Este examen de amor, que Pedro supera positivamente, es ante todo una muestra de amor y misericordia por parte de Jesús a Pedro. Jesús le pone en situación de confesar su amor, reparando su pecado en las negaciones.
Le pone en bandeja esta confesión de amor, en la que Pedro se hace consciente de que su fuerza no está en sí mismo, sino en Jesús. Y apoyado en Jesús, confiesa su amor, que es más grande que su pecado.
Jesús resucitado se hace presente en nuestra vida de múltiples maneras, una de ellas para perdonar nuestros pecados con un amor más grande de su parte, que genera en nuestro corazón un amor mayor hacia él.
Cuántas veces nos hemos sentido profundamente renovados al recibir el fruto de su redención en el sacramento de la penitencia, en el que confesamos nuestros pecados y confesamos el amor más grande de Jesús a nosotros y de nosotros a él. El sacramento de la penitencia, por tanto, no es sólo propio de cuaresma, donde tiene más un sentido penitencial, sino que es también propio de la Pascua, donde tiene más un sentido de confesión de amor, como en el caso de Pedro.
La Iglesia pone a nuestro alcance el sacramento del perdón para que lo recibamos con frecuencia, pues necesitamos escuchar del Señor el amor que nos tiene y necesitamos igualmente hacer nuestra confesión de amor, que repara nuestros pecados. Feliz Pascua de Resurrección a todos. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMINGO CUARTO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.
Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, ternura, cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).
Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.
En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento lleno de amor. Y añade “Mi Padre me las ha dado... y nadie puede arrebatarlas de mi mano” (Jn 10, 29). Nadie nos puede separar de Jesús, a no ser que nosotros le diéramos la espalda. Pero queriendo estar con él, nada ni nadie nos podrá separar, porque es Dios Padre quien nos ha puesto en su mano.
A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebramos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”.
Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”.
Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Se trata, por tanto, no sólo de decidir qué es lo que más me gusta, por dónde me siento atraído, sino de preguntarse cuál es el sueño de Dios para mí. Cada uno hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios, y Dios quiere siempre para cada uno de nosotros lo mejor, lo que realmente me va a hacer feliz.
Acertar con ese proyecto de Dios es todo un arte, y es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.
A este propósito el Papa Francisco se dirige a los jóvenes para esta Jornada: “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.
Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo.
Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este día por las vocaciones. Que Dios siga llamando y que los jóvenes sean generosos para decir sí al sueño de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Os daré pastores según mi Corazón Q
DOMINGO V DE PASCUA C
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Es un verdadero privilegio vivir el mes de mayo en Córdoba. Hay casas y patios que son un canto precioso a la vida y a la alegría de la primavera. “Con flores a María…” cantamos en este mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen María. En muchos lugares esas flores adornan una imagen de la Virgen, nuestra Madre, como diciéndonos que Ella es la flor más hermosa en el jardín de la historia humana, cuyo fruto bendito es Jesús nuestro Salvador.
Y en este quinto domingo de Pascua, Jesús vuelve a recordarnos el mandamiento nuevo del amor cristiano: “Amaos unos a otros como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.
Resulta curioso que el mandamiento más importante de Jesús sea el mandamiento del amor, que coincide precisamente con la aspiración más profunda del corazón humano, donde toda persona humana encuentra su felicidad. El mandamiento de Jesús, por tanto, no es algo extraño al corazón humano, sino algo superlativamente humano, que quiere hacernos plenamente humanos.
La divinización del hombre se ha realizado por el misterio de la Encarnación, misterio en el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre; y en este misterio el hombre no ha perdido su identidad, sino que su identidad humana ha llegado a plenitud. Ser divinizado coincide por tanto con ser “humanizado”. El hombre llega a ser más humano precisamente cuando es más divinizado.
Así nos lo enseña san León Magno, cuya doctrina desemboca en el concilio de Calcedonia, afirmando que cada una de las naturalezas -la humana y la divina- no pierden su identidad al quedar unidas por el misterio de la Encarnación, sino que más bien la identidad de cada una queda salvaguardada precisamente en virtud de este mismo misterio. La persona humana es más humana cuanto más divina se deje hacer.
Por eso, el mandato del amor, que nos viene como gracia del cielo, lleva a plenitud la capacidad de amor que brota del corazón del hombre. El amor divino que Jesús nos manda no destruye ni anula el amor humano, sino que lo purifica, lo fortalece y lo lleva a plenitud.
Jesús sitúa precisamente en este mandamiento del amor la señal preferente de la identidad de un cristiano: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. Se trata, por tanto, no de un amor pasajero ni de un amor interesado. Se trata de un amor permanente, de un amor oblativo, de un amor que supera incluso las barreras humanas.
El amor humano se mueve frecuentemente por el interés que reporta, y no es malo que funcione así; pero se queda corto. Ese amor no transforma la persona, ni transforma la historia. Otras veces se detiene ante las deficiencias del otro; amamos lo que nos atrae espontáneamente, amamos por las cualidades que vemos en el otro, pero no amamos cuando no vemos cualidades ni atractivo. Tampoco es malo ese amor, pero se queda corto también.
El amor al que nos invita Jesús, el mandamiento nuevo del amor cristiano, es un amor que se mueve por la acción del Espíritu Santo, busca hacer el bien a los demás, es generoso sin mirar el propio interés y llega incluso al amor a los enemigos.
Cuando el amor llega a estas cotas, ciertamente es un amor que viene de Dios y no de nuestro natural, aunque sea bueno. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es un amor que llena el corazón humano elevándolo a la categoría de amor divino. Es un amor con marca propia, es la marca cristiana. Que el mes de mayo os traiga la alegría de la vida del Resucitado y este amor nuevo y profundo que viene de Dios. Recibid mi afecto y mi
VI DE PASCUA LA ASCENCIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo la Ascensión del Señor a los cielos. Los cuarenta días de la resurrección se cumplen el jueves, y queda trasladada al domingo. Jesús bendijo a sus apóstoles, les encomendó el mandato misionero de ir al mundo entero a predicar el Evangelio y se fue al cielo, donde nos espera como la patria definitiva.
Pudieron los apóstoles convivir con Jesús durante cuarenta días después de su Resurrección, de manera que les quedó fuertemente certificada la certeza de que está vivo, de que ha inaugurado una nueva vida para él y para nosotros.
Pudieron palpar su carne resucitada, verificar sus llagas gloriosas, comer con Él, experimentar visiblemente su presencia renovadora, que les llenó el corazón de inmensa alegría.
La fiesta de la ascensión viene a ser el colofón de la resurrección, porque, una vez resucitado Jesús, su lugar propio es el cielo, la gloria, estar junto al Padre. Pero ha tenido con nosotros esta inmensa condescendencia de dejarse tocar por los suyos y de compartir con ellos el gozo de la Pascua. Arrebatado a la vista y a los sentidos de los apóstoles, nuestra relación con Jesucristo es una relación de fe y de amor, en la esperanza de vernos un día cara a cara y saciarnos plenamente de su presencia gozosa en el cielo.
Vivimos en la espera de ese día feliz, pero ya gustamos desde ahora su presencia de otra manera en la vida cotidiana de la Iglesia. Está presente en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía, que nos ha dejado como testamento de su amor. Está presente en las personas y en la comunidad eclesial, donde Él ha prometido estar con nosotros hasta el final de los tiempos.
Está presente, como buen pastor, en quienes lo representan en medio de su pueblo. Está presente en los pobres y necesitados, con los que ha querido identificarse y a través de los cuales reclama continuamente nuestro amor. No se ha desentendido de este mundo, ni nos ha dejado a nosotros a nuestra suerte como si Él ya no actuara. No. La presencia del Resucitado en la historia humana es una presencia transformadora capaz de llevar esta historia humana a la plenitud y llenarla de sentido en cada una de sus etapas.
Nuestro encuentro personal con el Resucitado nos pone en actitud misionera, no sólo para anunciar que está vivo y nos espera en el cielo, sino para infundir el Espíritu Santo en nuestros corazones, a fin de hacernos constructores de una historia en la que somos protagonistas.
Precisamente en estos días, después de los comicios electorales, se abre una nueva etapa en nuestra convivencia cotidiana. Personas de distintas opciones y partidos políticos acceden, con el mandato de los ciudadanos, a los puestos de responsabilidad para gobernar los municipios y la provincia. Hace poco, también la región autonómica.
La convivencia y la política no es sólo producto de las urnas, es también fruto de la gracia de Dios y de la acción del Espíritu Santo, que conduce la historia. Por eso, encomendamos con fervor la acción de los que nos gobiernan a distintos niveles. Pedimos para ellos la fuerza de lo alto, la luz de Dios y la gracia para acertar en sus decisiones, de manera que busquen el bien de todos, especialmente el de los más desfavorecidos.
Los cristianos, a la luz de la fe y del mandato misionero de Jesús, tenemos una enorme responsabilidad en la construcción de la ciudad terrena. Está en juego la dignidad de la persona, sus derechos y obligaciones, su libertad y su responsabilidad. Está en juego la familia con sus pilares estables del varón y la mujer, unidos en el amor que Dios bendice y abiertos generosamente a la vida. Necesitamos que nazcan muchos más niños para que no vivamos en el desierto demográfico, sin esperanza de futuro.
Necesitamos una política urgente que atienda a los barrios más deprimidos, de manera que un día puedan salir de su situación, cada vez más degradada. Muchos proyectos están sobre la mesa de quienes han asumido la responsabilidad de gobernarnos en la nueva etapa. Jesucristo ha subido al cielo para mostrarnos cuál es la meta, pero se ha incrustado en la historia humana para llevarla a su plenitud por medio de nuestro trabajo.
Oramos para que su presencia sea notable y transfiguradora, también por la colaboración de sus discípulos en esta hora concreta. Recibid mi afecto y mi bendición: S
DOMINGO VII DE PASCUA PENTECOSTÉS ESPIRITU SANTO RENUEVALO TODO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos.
La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurreción, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.
“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego.
Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercerea persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correpondencia de relación personal.
El es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.
El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podeis con todo, cuando venga el Espíritu Santo él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16, 13).
Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15).
Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experiementar a Dios mismo con el don de piedad.
El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo –la Iglesia–, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Epíritu Santo.
La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc.
Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión.
Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.
En la fiesta de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado seglar, con el lema: “Somos misión”. Es decir, la presencia viva de laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que viven su pertenencia a la Iglesia en torno a la parroquia -Acción Católica General- o a los ambientes específicos -Acción Católica Especializada-.
Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.
Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.
PARÁBOLA DE BUEN SAMARITANO
HERMANOS Y HERMANAS: Escuchamos en el evangelio de este domingo la parábola del buen samaritano, que es un autorretrato del mismo Jesús. El relato viene provocado por la pregunta de un letrado que se dirige a Jesús para saber qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le responde con el resumen de los mandamientos: Amor a Dios y amor al prójimo. Pero el letrado preguntó: y ¿quién es mi prójimo? Y aquí viene la parábola del buen samaritano, de Jesús el buen samaritano. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Hasta que no recorre uno esa distancia no se da cuenta de lo que supone ese trayecto. Se trata de un trayecto de pocos kilómetros, pero con un desnivel de casi mil metros. Es, por tanto, un recorrido muy empinado. De Jerusalén a Jericó, cuesta abajo. Se presta al pillaje, al vandalismo, al asalto improvisado. Y aquel hombre de la parábola fue asaltado y despojado de todo, “cayó a manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Este hombre representa a tantos hombres a quienes los demás hombres despojan injustamente, con violencia y lo dejan como descartado, medio muerto, para no hacerle caso nadie. Si miramos el horizonte de nuestra sociedad, así se encuentran millones de personas, a quienes el abuso de los demás ha dejado en la cuneta. Ante esta situación, uno puede mirar para otro lado. No se entera o no quiere enterarse, le resulta más cómodo no echar cuenta. Pasa de largo. Otros pasan también de largo, viendo incluso la extrema necesidad del descartado y apaleado. No tienen tiempo, no se sienten implicados, no va con ellos. Encuentran siempre algún pretexto para no implicarse. No tengo, no puedo, no sé, no va conmigo. Mas, por el contrario, hay alguien que se siente interpelado y no pasa de largo. Se detiene, siente lástima, se acerca, desciende de su cabalgadura, venda las heridas, lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada, cargando con los gastos que lleve consigo aquella cura de reposo. ¿No vemos a simple vista a Jesús en este caminante que se acerca? Jesús se ha abajado hasta nosotros, se ha sentido interpelado por nuestra situación en la que hemos perdido nuestra dignidad de hijos, en la que hemos quedado apaleados en la cuneta de la vida. Es el hombre expulsado del paraíso por su pecado, es el hombre que se ha apartado de Dios y ha quedado huérfano y sin remedio, es el hombre que no puede salvarse por sí mismo, que está condenado a muerte irremediablemente. Es el hombre oprimido por el hombre, que es abusado, que es explotado. Es el hombre objeto de trata, de esclavitud. Es el hombre o la mujer, que ha sido violentamente acosado por el egoísmo de los demás y ha sido tratado como un objeto de usar y tirar. Cuántas personas nos encontramos así en el camino de la vida. Jesús nos enseña a no pasar de largo, a implicarnos, a remangarnos, a compartir, a devolver la dignidad, a cargar sobre nuestros hombros, a llevar a la comunidad a aquellos que encontramos tan despojados de todo. La posada aquí significa la Iglesia, la comunidad de los hermanos que acogen, que aman, que sirven, que comparten lo que tienen y por eso sanan con el amor cristiano. Cuántas personas, cuya aspecto aparente es de normalidad, sufren en su corazón por tantas razones. Cuántos corazones se siente defraudados, traicionados por quienes debían amarles. También esos son despojados de la vida, a quienes hay que atender. Ése es tu prójimo, nos viene a decir Jesús. Prójimo es aquel a quien tú te acercas, movido por el amor cristiano. No se trata de una justicia internacional que nunca llega, de los grandes principios que brotan de grandes proclamas. Se trata sencillamente del amor de cada día al que tienes más cerca, a aquel al que te acercas movido por el amor. Anda, y haz tú lo mismo. Recibid mi afecto y mi bendición: A
ENSEÑANOS A ORAR EL PADRE NUESTRO
UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La oración es el trato con Dios, que nos admite en su conversación y se entretiene en estar con nosotros. Dios ha preparado a lo largo de la historia un acercamiento progresivo hasta poner su morada en nuestras almas, en nuestro corazón. ¡Somos templos del Dios vivo! Orar es caer en la cuenta de esta realidad, Dios no está lejos ni hay que viajar para encontrarlo. Dios vive en mi corazón y por la oración caigo en la cuenta de esta realidad y entablo un diálogo de amor con las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que me aman. En el evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario (ciclo C), Jesús nos enseña a orar con la oración del Padrenuestro. Estaba Jesús orando y los discípulos se acercaron para decirle: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Toda la vida de Jesús está transida de oración, su relación con el Padre es fluida y espontánea, mira las personas, los acontecimientos y las cosas con los ojos de Dios. Aparece en muchas ocasiones orando: al atardecer, al amanecer, durante toda la noche, al realizar un milagro o una curación extraordinaria, retirado solitario en el monte, rodeado de sus discípulos o ante la muchedumbre. Es una lección permanente y silenciosa, un ejemplo de vida. Le atrae ponerse en oración como al hierro le atrae el imán, y comparte con el Padre los deseos de su corazón. La gran novedad de la oración cristiana, la que Jesús nos enseña, es la de tratar a Dios como Padre. No nos atreveríamos a hacerlo, si no fuera porque él nos lo ha enseñado así. Es decir, Jesús nos introduce en su corazón de hijo y nos abre de par en par las puertas del corazón de su Padre, el corazón de Dios, para hacernos hijos. No podíamos entrar más adentro ni podíamos llegar a más. Y desde ahí, penetrar en el gozo de las personas divinas y disfrutarlo, mirarnos a nosotros y al mundo con los ojos de Dios. Otra novedad de la oración que Jesús nos enseña es, junto a la invocación de “Padre”, la de llamarle “nuestro”. Es decir, a Dios no nos dirigimos nunca como personas aisladas, sino siempre formando parte de una fraternidad humana, en la que todos somos o estamos llamados a ser hermanos, precisamente porque tenemos como padre a Dios. El Padrenuestro es, por tanto, oración de fraternidad, de solidaridad porque tenemos en común a nuestro Padre Dios. Al enseñarnos a orar, Jesús nos insiste en que pidamos: “Pedid y se os dará”. ¿Por qué este mandato insistente? Algunos piensan que si Dios ya sabe nuestras necesidades, para qué pedirle insistentemente. La oración de petición ha de hacerse con confianza y con perseverancia. Sabiendo que para Dios nada hay imposible, recurrimos a él cuando nos vemos incapaces de alcanzar aquello que necesitamos. San Agustín nos recuerda que al pedirle a Dios lo que necesitamos, no estamos recordándole a Dios nada, pues él todo lo sabe, sino que nos estamos recordando a nosotros que todo nos viene de Dios. Por ejemplo, hemos de pedir la lluvia para nuestros campos en medio de la sequía tremenda que padecemos. Al hombre de nuestro tiempo no se le ocurre pedirlo a Dios, porque ha desconectado de Dios y todo lo espera de su propio ingenio, de los pantanos, de los regadíos artificiales, etc. Se le ocurre hacer un plan de regadío, pero no se le ocurre acudir a Dios. Sin embargo, el progreso no está en contra de Dios, ni Dios está en contra del progreso. Pedirle a Dios la lluvia necesaria para nuestros campos es reconocer que Dios es el autor del universo, y puede darnos el bien de la lluvia –como todos los demás bienes– si se lo pedimos con confianza y con insistencia. Hay dones que Dios no nos los da, porque no se lo pedimos. Pero a veces sucede que nos cansamos de pedir. Y aquí viene la otra condición de la oración de petición, la perseverancia, la insistencia. Cuando pedimos a Dios una y otra vez algún bien para nosotros, hemos de pedirlo una, otra y mil veces. Pero si Dios está dispuesto a concederlo, ¿por qué se hace de rogar tanto? Pues –continúa san Agustín–, porque repitiendo una y otra vez lo que necesitamos, va ajustándose nuestra voluntad a la de Dios, no a la inversa. Pedid y recibiréis, si pedimos con confianza y con perseverancia. Y si Dios tarda en concederlo, es porque quiere ajustar nuestra voluntad a la suya. Nosotros sigamos insistiendo, porque él siempre nos escucha. Recibid mi afecto y mi bendic
DOMINGO XXV O XXVI
O DIOS O EL DINERO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Pocas veces Jesús se pone tan tajante como en el evangelio de este domingo. Junto al evangelio de la misericordia –Dios nos perdona siempre–, está también la disyuntiva de ponernos o de parte de Dios o alimentar los ídolos de nuestro corazón: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). No es compatible lo uno con lo otro, aunque nosotros pretendamos a veces poner una vela a Dios y otra al diablo. ¿De dónde viene esta incompatibilidad? El dinero no es malo en sí mismo, más aún es necesario para sobrevivir. Por medio del dinero atendemos nuestras necesidades básicas de alimentación, vestido, casa, atención a la salud, etc. Dios no es enemigo de todo eso y quiere que estemos atendidos lo mejor posible. El dinero lo adquirimos como fruto del trabajo, de nuestro ingenio humano, de nuestra capacidad creativa, etc. Y eso también es bueno. Pero el dinero representa la seguridad que este mundo ofrece y, teniendo dinero, se nos abren muchas posibilidades. La clave de la disyuntiva no está por tanto en el dinero, sino en la alternativa de confiar en Dios o confiar en nuestros medios. No parece que sea compatible el amor al dinero (con todas las posibilidades que ofrece) y la confianza en Dios, que es nuestro Padre providente. Siendo el dinero la puerta para tantas posibilidades en nuestra vida, el corazón humano desarrolla una actitud que le hace desear más y más. Cuando esta actitud se hace viciosa, entonces tenemos la codicia, la avaricia. Este vicio consiste en el deseo desordenado de tener más. Y no sólo dinero, sino cualquiera de los bienes de este mundo. La codicia, como cualquier otro vicio, nunca se ve satisfecha. Cuanto más la alimentas, más engorda. Y el avaricioso no descansa nunca con lo que tiene ni se amolda a las posibilidades que la vida le ofrece. El dinero entonces esclaviza, se convierte en un ídolo, la avaricia es una idolatría: “Apartaos de toda codicia y avaricia, que es una idolatría” (Col 3, 5), nos dice el apóstol san Pablo. Cuando aparece la codicia en el corazón humano, uno se aleja de Dios y se incapacita para ayudar a los demás. Movido por la avaricia, el corazón humano se hace injusto y pierde su capacidad de solidaridad. Cuando uno lo quiere todo para sí, no percibe que lo recibido es también para compartirlo generosamente con los demás: su tiempo, sus cualidades, su dinero. Por eso, Jesús se presenta en su vida terrena en actitud de pobreza y austeridad, y nos invita a seguir su ejemplo. Las circunstancias en la que Jesús vive no son pura casualidad, sino que expresan su ser más profundo. Nace pobre en Belén, vive en la austeridad y desprendimiento de quien, pudiendo tenerlo todo, prefiere no tenerlo para vivir colgado de su Padre Dios y muere pobrísimo en la cruz. Llama bienaventurados a los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos, y nos invita a seguirle por este camino. Ciertamente, cada uno tiene derecho a tener lo que necesita para vivir. Pero la pregunta es por qué unos tanto y otros tan poco o nada. Y la respuesta apunta al egoísmo del corazón humano, que se queda con lo suyo y lo ajeno. Por eso, la severa advertencia de Jesús en este pasaje evangélico y en otros: No podéis servir a Dios y al dinero, porque el servicio a Dios no esclaviza nunca, sino que nos hace libres. Mientras que el servicio al dinero esclaviza siempre y es origen de muchos males. Cuando Zaqueo recibió a Jesús en su casa, le salió espontáneo devolver lo que había robado a los demás en su vida, llevado por la usura, e incluso se hizo generoso repartiendo parte de sus bienes entre los pobres. Si dejamos que Jesús entre en nuestra casa, en nuestro corazón, nos hará generosos, desprendidos, solidarios y podremos escuchar de Jesús: Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Recibid mi afecto y mi bendición:
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno al 14 de septiembre de 2019, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba organiza actos para rememorar el 75 aniversario de la fundación de dicha Agrupación. Al encontrarnos este año en el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe) y al celebrar el 90 aniversario de la bendición e inauguración del monumento al Sagrado Corazón en Las Ermitas de Córdoba, la Agrupación de Cofradías cordobesa planteó esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”, que el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral acoge en nuestro Templo principal. Ya la misma Agrupación ha organizado el pasado 30 de junio 2019 la Magna procesión del Sagrado Corazón, confluyendo tres imágenes: la del Sagrado Corazón de Jesús de la Colegiata de San Hipólito (PP. Jesuitas), la imagen de Nuestra Señora de los Dolores (desde el hospital de San Jacinto) y la imagen de San Rafael (desde la Basílica del Juramento), llegando hasta la Catedral en un espectáculo de fe precioso, y retornando a sus respectivas sedes. En años anteriores la misma Agrupación ha organizado el Viacrucis Magno de la Fe (14 septiembre 2013) y la Magna Mariana “Regina Mater” (27 junio 2015). Ahora se trata de la convocatoria de imágenes de Jesús, provenientes de puntos significativos de toda la diócesis y provincia de Córdoba, que expresan ese amor del Corazón de Cristo en los distintos pasos de Pasión, Muerte y Gloria del Señor. Cuarenta y cuatro Hermandades se darán cita en la Catedral de Córdoba para esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”. Algunas imágenes llegarán a la Catedral en traslado privado, otras en viacrucis el día 13, y treinta y una de ellas procesionarán en esta Magna del 14 septiembre 2019. De esta manera, quedarán expuestas todas del 15 al 22 de septiembre en las naves de la Santa Iglesia Catedral para contemplación de devotos y visitantes. El culto a las imágenes quedó consagrado en el Concilio II de Nicea (787), superando los ataques inconoclastas, que han rebrotado también en épocas posteriores: “El culto a las imágenes remite al prototipo”, nos enseña la Iglesia. Las imágenes son una prolongación del misterio de la Encarnación, por la que el Hijo eterno invisible se ha hecho visible al tomar nuestra propia carne, podemos tocarle, podemos mirarle, podemos abrazarle, podemos besarle. Las imágenes son expresión de una fe colmada de belleza; a través de ellas llega hasta nosotros el rostro de Cristo con sus preciosas actitudes de misericordia, de cercanía, de amor. Tocando las imágenes con la mirada y con la devoción, le devolvemos a Jesucristo alguna expresión de cariño por nuestra parte. Desde la fuerza juvenil de los costaleros que portan los sagrados Titulares hasta las lágrimas que brotan espontáneas cuando miramos a Jesús, en estos acontecimientos se multiplica y se condensa la emoción, que no es algo pasajero, sino acumulación de sentimientos de la persona creyente. En una imagen se une lo divino y lo humano, y abrazados a esa imagen nos sentimos elevados y fortalecidos para recorrer el camino de nuestra vida. Que esta Magna de Jesús 2019 traiga bendiciones del cielo a todos los que en ella participamos. Que logremos “abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento” (Ef 3, 18). Y que recorramos el camino de la vida, sabiendo que Jesús va por delante de nosotros, nos espera y nos acompaña siempre. Felicidades a la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba en este 75 aniversario, que coincide con el 25 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Fuensanta, patrona de Córdoba. Gracias a todos los que habéis preparado con esmero este acontecimiento religioso de nuestra diócesis. Os agradezco de corazón especialmente a los que venís de las parroquias rurales, portando vuestra imagen bendita de Jesús y superando todo tipo de dificultades. Una vez más el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral nos acoge en el Templo madre de toda la diócesis para una expresión de fe tan eclesial. Recibid mi afecto y mi bendición: Por tu Cruz redimiste al mundo
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Recibimos la incitación permanente a “vivir bien”, entendiendo por ello una vida regalada en la que no nos falte de nada y en la que estén satisfechas todas nuestras apetencias. Nos lo dice el mundo de nuestro entorno, nos lo pide el cuerpo, y nos lo sugiere de una u otra manera el mismo demonio. Y por esa vida optó el personaje del relato evangélico de este domingo, Epulón el rico (Lc 16, 19-31). Vestía refinadamente y banqueteaba a diario, se daba a la buena vida. A su lado estaba el pobre Lázaro, enfermo y hambriento, que ni siquiera podía saciarse de lo que le sobrada al rico. La primera desgracia del rico Epulón es la de plantear la vida para disfrutar de todos sus placeres. Y los placeres de esta vida se acaban antes o después, no son eternos. De ello tendremos que dar cuenta ante Dios. Y la otra desgracia de Epulón es la de haber cerrado su corazón a las necesidades de los pobres de su entorno, no había percibido la pobreza de Lázaro, y eso que lo tenía a la puerta de su casa. Se había ido estrechando cada vez más su capacidad de amar. La vida que continúa después de la muerte pone las cosas en su sitio, y a la luz de esa última realidad hemos de vivir la vida presente. Sucedió que ambos murieron y Lázaro fue a gozar de Dios para siempre, mientras que Epulón sufrió los tormentos que él mismo se había fraguado en su vida terrena. Porque el infierno no es castigo independiente de esta vida terrena. El infierno consiste en no poder amar. El corazón humano que está hecho para amar y ser amado se encuentra con que se le han cerrado todas las posibilidades, y ese será su tormento eterno, no poder amar aunque quiera y no poder ser amado por nadie. Varias lecciones nos da Jesús con esta parábola. En primer lugar, que la vida no es para disfrutarla sin medida. Estamos hechos para la felicidad, sí; pero no para esa vida sensual, que nos va disolviendo en vez de construirnos. Pasarlo bien, disfrutar de los placeres de este mundo, darse la “buena vida” no conduce a nada bueno, además de que crea adicciones insaciables. Al contrario, nos va cerrando el corazón y no va haciendo incapaces de amar. Por el contrario, las penas de cada día aceptadas con humildad y ofrecidas con amor, nos ensanchan el corazón y nos hacen capaces de disfrutar ya desde ahora de la felicidad que Dios nos tiene preparada y que nunca acaba. Y en segundo lugar, una vida disoluta nos hace desentendernos de los demás. Sólo piensa en sí mismo, no le conmueven las necesidades de los demás, se hace insolidario. Si el rico Epulón hubiera abierto los ojos a los pobres de su entorno, hubiera detenido su mala marcha mucho antes. El contacto con los pobres nos abre a la verdad de nosotros mismos; los pobres nos evangelizan al recordarnos que nosotros también somos necesitados y, al ponernos delante de los ojos personas y situaciones que nos conmueven, nos sacan de nuestros esquemas. Compartir las penas de los demás nos hace más humanos, más solidarios, nos hace bien al sacarnos de nuestro egoísmo. Pobres y ricos. No están en el mundo para contraponerlos, ni para enfrentarlos, ni para enzarzar a unos contra otros en lucha dialéctica tan frecuente en nuestro tiempo. El mundo no se arregla por la vía del enfrentamiento, del odio o de la lucha de clases. Lo único que renovará el mundo es el amor. Acercarse a los pobres es un imperativo del amor cristiano. Jesucristo siendo rico se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8, 9), y lo ha hecho por amor. Ese camino nuevo, que Jesús ha inaugurado, nos invita a recorrerlo con él, el camino del amor, que se acerca a los pobres en actitud de humildad y despojamiento para servirlos. Cuánto bien nos hacen los pobres, si no los miramos como rivales o desde arriba, sino abajándonos como ha hecho nuestro Señor. El acercamiento a los pobres nos abre el horizonte de la vida eterna, la cerrazón a los pobres nos lleva a la perdición. Recibid mi afecto y mi bendición: Una vida disoluta conduce a la perdición eterna
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercaron a Jesús diez leprosos, que a gritos le decían: Ten compasión de nosotros. La lepra era una enfermedad incurable, una enfermedad mortal, una enfermedad que generaba marginación por razones sanitarias. Al que se le declaraba la lepra quedaba incomunicado con el resto de la sociedad para no contagiar a los demás. Por eso, a Jesús le gritan de lejos. Y Jesús atiende su petición. Ha curado todo tipo de enfermedades, ha expulsado otros tantos demonios, ha resucitado incluso a algún muerto, ha multiplicado los panes y los peces. En cada uno de sus milagros Jesús nos transmite un mensaje. En la curación de estos diez leprosos aparece la fuerza de Cristo que es capaz de librarnos de nuestras lepras. Son lepras nuestros vicios y pecados, nuestras adicciones y desesperanzas, nuestra propia historia que cada uno bien conoce. Quién podrá librarnos de todo eso. Jesucristo ha venido para librarnos de todo pecado, de toda atadura, de toda esclavitud. Cuando nos ponemos delante de él, que es todo pureza y santidad, nos sentimos manchados, impuros, sucios. Es una gracia de Dios sentirse así, porque esa sensación viene al contemplarle a él. Pero si él nos hace sentirnos impuros, es porque quiere purificarnos y limpiarnos de todo lo que nos ensucia. Él quiere hacer en cada uno de nosotros una historia de amor, más fuerte que nuestro pecado. Una historia de misericordia. Uno de los peores males de nuestro tiempo es la pérdida del sentido del pecado, decía ya Pío XII. Y hemos ido a peor en sentido generalizado. Para mucha gente el sentido del pecado sería como un sentimiento insano de culpa, como una represión educacional, que habría que erradicar considerándolo todo como normal, o a lo sumo con un margen de error, y que habría que liberar con técnicas psicológicas del profundo. Ciertamente, el sentido del pecado proviene del sentido de Dios. Cuando Dios no está presente, es muy difícil tener conciencia de haberle ofendido. Sólo cuando hay un encuentro sincero con Dios, surge el sentido del pecado, surge la conciencia de haberle ofendido, de haberle olvidado. En la conversión de tantos santos aparece esa sensación de haber ofendido a Dios y de haber tardado en responderle positivamente. “Tarde te amé”, dice san Agustín lamentándose. Necesitamos la gracia de Dios no sólo para librarnos del pecado, que nos aparta de Dios y de los demás, sino también para reconocer que estamos sucios por ese pecado, que incluso no percibíamos. Muchas veces no se trata de introspecciones psicológicas, sino sencillamente de ponerse delante del Señor, como hicieron aquellos diez leprosos, y pedirle a Jesucristo con toda humildad que nos cure nuestras heridas. “Y quedaron limpios”. A medida que nuestro trato con Dios sea más intenso y profundo, más percibiremos esa impureza de nuestro corazón, más caeremos en la cuenta de la necesidad de pureza, con mayor humildad gritaremos: “Jesús, ten compasión de nosotros”. Mirando cada uno nuestra propia historia, percibiremos que ha sido Dios quien nos ha sanado del pecado y de ahí brotará espontáneamente la acción de gracias. Diez fueron sanados, uno sólo vino a dar gracias. Quizá los otros nueve se quedaron sólo en lo exterior. Ese que volvió se dio cuenta de la grandeza de haber sido curado y por eso volvió para dar gracias. No seamos desagradecidos, porque es muchísimo lo que hemos recibido, aunque a veces no nos demos cuenta. La plegaria central del culto cristiano es la acción de gracias (en griego, eucaristía) dirigida a Dios Padre por habernos dado a su Hijo Jesucristo y en él nos lo ha dado todo. La acción de gracias brota de un corazón humilde, de un corazón que no se siente con derecho a nada, de un corazón que reconoce la obra de Dios en su vida. Cuando Dios actúa, un corazón humilde lo reconoce y lo agradece. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Y quedaron limpios
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia es misionera por naturaleza, y en la Iglesia cada uno de los bautizados. Por el Bautismo somos sumergidos en Cristo y recibimos el Espíritu Santo, nos hacemos partícipes de Cristo sacerdote, profeta y rey. El mismo Espíritu que ungió a Jesús en el Jordán y lo envió a proclamar la salvación a los pobres y a todos los hombres es el Espíritu Santo que nos ha ungido en el Bautismo y nos ha hecho pregoneros del Evangelio. Cien años hace que el Papa Benedicto XV, a través de la Carta apostólica Maximum illud (el máximo y santísimo encargo), recordó a la Iglesia la preciosa tarea del anuncio misionero a todas las gentes. La Iglesia ha conocido desde ese momento un renovado impulso misionero. La Iglesia no ha dejado de recordar y cumplir el mandato misionero en todas las épocas a lo largo de su historia: el primer anuncio de los primeros siglos con tantos apóstoles y testigos, la evangelización de los pueblos del nuevo mundo tras el descubrimiento de América con tantísimos misioneros, pero además en el último siglo ha reverdecido este impulso misionero del que ahora celebramos cien años (tantos Institutos religiosos misioneros y tantos sacerdotes y laicos). Con este motivo, el Papa Francisco ha proclamado el Mes Misionero Extraordinario, que estamos viviendo durante todo el mes de octubre. “Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios”, nos recuerda el Papa Francisco. Esta unión con Cristo se da y se vive en la Iglesia. No somos seres solitarios, ni Dios ha querido salvarnos aisladamente, sino formando un Pueblo. Nuestra pertenencia a la Iglesia nos hace partícipes de esa misión con la que Cristo ha enviado a los apóstoles: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16,15). Escuchamos este mandato como dirigido a cada uno personalmente, como encargo máximo y santísimo que Jesús ha dado a su Iglesia. La Iglesia, por tanto, tiene que estar alimentando continuamente esta misión, tan propia que pertenece a su misma naturaleza, pues la Iglesia ha nacido para evangelizar. El domingo del DOMUND y el Mes misionero son ocasión para agradecer a Dios el don de los misioneros, hombres y mujeres, que se han puesto en camino. Son quinientos mil misioneros por todo el mundo, más mujeres que hombres. Los mejores embajadores de la Iglesia, los que ya estaban allí cuando sucede algún contratiempo y los que permanecen allí cuando pasa la noticia. No son voluntarios temporales –muy valiosos, por cierto-. Son misioneros que han puesto su vida en juego para llevar la buena noticia del amor de Dios, que nos hace hermanos. Gracias, queridos misioneros, que habéis dejado patria, amigos, ambientes, comodidades, etc. y, ligeros de equipaje, gastáis vuestra vida por amor a Dios y por amor a los hermanos. Y cuando llega esta ocasión, y en otros muchos momentos, hemos de rascarnos el bolsillo. Si de verdad nos interesa que el Evangelio llegue, hemos de ser generosos con nuestro dinero y nuestro tiempo dedicado a las misiones: construcción de iglesias, formación de catequistas y sacerdotes, sostenimiento de tantas tareas pastorales, etc. Si de verdad queremos esa promoción integral que Dios quiere para cada persona, hemos de echar todas las manos que podamos para que llegue algo de tanto que nos sobra e incluso de lo que necesitamos. Gracias, Delegación diocesana de Misiones de Córdoba, por vuestro trabajo constante a lo largo del año. Lo hacéis muy bien, no decaiga esa animación misionera. Dios os bendiga siempre. Recibid mi afecto y mi bendición. Q Bautizados y enviados, D
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HOMILIAS CICLO C 2010
LAS BIENAVENTURANZAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la reciente Carta del Papa Francisco, Gaudete et exultate, invitándonos a la santidad nos presenta esta página del Evangelio –las bienaventuranzas– como pauta de vida.
En las bienaventuranzas se dibuja el rostro del Maestro, y seguirle a él es ir contracorriente, porque el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida. Pero Jesús nos promete –y él cumple siempre– una felicidad por este camino: felices, bienaventurados los que van por este camino.
En la primera, bienaventurados los pobres, están resumidas todas las demás. Pobre en la Sagrada Escritura es el que confía en Dios, el que se fía de Dios, el que pone en Dios toda su confianza y no se apoya en sí mismo. Las cualidades naturales las hemos recibido de Dios y de Dios recibimos continuamente dones de gracia sobrenaturales. La torcedura del corazón humano considera que lo que hemos recibido es nuestro y busca tener más y más para apoyarse más en sí mismo.
Curiosamente, cuanto más tenemos (tiempo, cualidades, dinero, etc) corremos más riesgo de apartarnos de Dios, y de hecho la seguridad de los bienes de este mundo nos aleja de Dios. No debiera ser así, porque Dios está en el origen de todos los bienes, pero la experiencia nos dice que quien tiene se aleja de Dios. Y, por el contrario, cuando uno no tiene está más predispuesto a confiar en Dios. Por eso, Jesús nos advierte en el Evangelio del peligro de las riquezas. No son malas, y menos aún si son adquiridas legítimamente. Pero el rico se siente seguro y como que no necesita de Dios. Incluso, llega a decir Jesús: Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo.
Qué tendrá la pobreza, que Dios tanto bendice. A su Hijo lo ha enviado al mundo en absoluta pobreza y Jesús ha vivido esa pobreza como expresión de libertad, en una dependencia total de su Padre Dios. Jesús en el Evangelio nos recomienda vivamente la pobreza voluntaria para parecernos a él y seguirle de cerca.
En la vida religiosa, por ejemplo, se incluye el voto de pobreza, de no tener nada propio para que aparezca más claramente que el tesoro de esa persona es Dios y no los bienes de este mundo, aunque sean buenos. Junto a los pobres, Jesús bendice a los mansos y humildes de corazón, como lo es él. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29).
A nosotros pecadores nos brota inmediatamente la ira descontrolada, incentivada por el odio, el orgullo, la vanidad. El manso y humilde actúa en otra dirección, aguanta y no ataca, no guarda rencor ni venganza, reacciona amando. Reaccionar con humilde mansedumbre, eso es santidad. Y sólo con estas actitudes podemos acercarnos a los pobres y a los humildes.
Felices los que lloran, porque serán consolados. El mundo no quiere llorar, prefiere divertirse, pasarlo bien, ignorar el sufrimiento. Ay de vosotros los que ahora reís, porque haréis duelo. Sin embargo, el sufrimiento forma parte de la vida y con Jesús adquiere un sentido nuevo. Nuestro sufrimiento unido a la Cruz de Cristo adquiere un sentido y un valor redentor.
El seguimiento de Cristo nos da capacidad para afrontar las contrariedades de la vida y nos hace capaces de compartir los sufrimientos de quienes lloran, no esquivamos esa realidad, sino que la compartimos con los demás para aliviarlos en su dolor. Dichosos cuando os odien los hombres, os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre. Alegraos y saltad de gozo.
¡Qué grande es este reto de Jesús! Porque sucede en nuestra vida, y lo grandioso es que Jesús lo ha previsto y nos alienta con esta bienaventuranza: Alegraos y saltad de gozo. Miremos al Maestro, porque es precisamente lo que ha vivido él, y es lo que él quiere darnos a vivir en nuestra vida. Recibid mi afecto y mi bendición: Las bienaventuranzas, c
AMAD A VUESTROS ENEMIGOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo toca un punto neurálgico de nuestro corazón humano. Somos capaces de amar, estamos hechos para amar, pero no podíamos imaginar que el corazón humano pudiera llegar a tanto. “Amad a vuestros enemigos”. Las fuerzas humanas no dan de sí para esto, pero Jesucristo nos hace capaces, dándonos su Espíritu Santo, dándonos un corazón como el suyo, que sea capaz de amar como ama él.
El núcleo del Evangelio está en el corazón de Cristo, que nos ama con misericordia a los pecadores. Él no ha devuelto el insulto, como cordero llevado al matadero. En su corazón no hay venganza ni resentimiento. Más aún, se goza en perdonar. Y nos propone un mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Este mandamiento es toda una revolución en las relaciones humanas.
La civilización humana dio un salto tremendo con el paso de la ley de la selva a la ley del Talión. En la ley de la selva, gana siempre el más fuerte; los más débiles pierden siempre, e incluso desaparecen. Algunas veces constatamos que esa ley sigue vigente, de manera que también hoy los más débiles salen perdiendo. Por eso, el “ojo por ojo y diente por diente” (ley del Talión) puso barreras a la ley de la selva.
Con esta ley sólo puedes cobrarte una pieza si el otro te debe una; no puedes dejarte llevar por la venganza y cobrarte tres, cuando sólo te deben una, porque tú seas más fuerte o más vengativo.
Otro salto importante en las relaciones humanas viene dado por el Decálogo que Dios entrega a Moisés: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero en esta ley que Moisés recibe en el Sinaí, está permitido odiar a los enemigos: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo (cf. Mt 5, 43). La cumbre del amor viene marcada por la actitud y el mandamiento de Jesucristo: “Amaos como yo os he amado”.
No puede haber listón más alto, porque en este mandamiento se incluye lo que este domingo nos proclama el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada”. El primer referente es vuestro Padre que está en el cielo, y a él nos parecemos, si llevamos en nuestra alma su misma vida, la que él nos ha dado por el don del Espíritu Santo. Y el referente más cercano es el mismo Jesús, que se parece plenamente al Padre y nos abre el camino para parecernos a él.
Esta es la civilización del amor, que ha cambia el rumbo de la historia. El motor de la historia no es el odio ni el enfrentamiento de unos contra otros. El motor de la historia es el amor al estilo de Jesucristo. Es lo que han vivido los santos en su propia vida, ese estilo de Jesucristo es posible en tantos hombres y mujeres que han vivido dando la vida, e incluso la han perdido en el amor generoso hacia los demás.
Hace pocos días, un misionero salesiano, Antonio César Fernández, nacido en Pozoblanco (Córdoba) ha sido asesinado en Burkina Faso por ser misionero. Él ha gastado su vida entera en el servicio a los más pobres como misionero en África.
El carisma salesiano le llevó a dedicarse por entero a los niños y jóvenes más pobres, y en ese tajo de entrega plena ha dado la vida, incluso con el derramamiento de su sangre. Quién arriesga su vida de esta manera, sino el que vive el amor de Cristo, “los que no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12, 11).
Para nosotros, su familia de carne y sangre y su familia religiosa, las lágrimas. Para la Iglesia y para la humanidad, el testimonio heroico de una vida entregada con amor. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los paganos. Para eso no hace falta ni la gracia de Dios, ni el Espíritu Santo, ni la fuerza de Jesucristo.
Para amar al estilo de Cristo, para tener sus sentimientos, hace falta la gracia de Dios y la ayuda de lo alto. Que desaparezca del mundo la venganza, la revancha, el enfrentamiento, el odio y el mundo se llene del amor de Cristo. Esta es la verdadera revolución, la que cambia el mundo, la revolución del amor. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos
MIÉRCOLES DE CENIZA
HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma con el miércoles de ceniza. Este año cae muy tarde –decimos– la Semana Santa, la Pascua, y por tanto el miércoles de ceniza. Es que la Pascua la celebramos el primer plenilunio (luna llena) de la primavera, que este año nos lleva hasta el 21 de abril, la gran fiesta de la resurrección del Señor. Por eso, el miércoles próximo es miércoles de ceniza.
Parece chocante que pasemos del carnaval a la ceniza tan bruscamente. Sí. La Cuaresma es un tiempo litúrgico que nos prepara a la gran fiesta de la Pascua, y los carnavales han surgido como una protesta ante la penitencia que la Iglesia nos invita a realizar para preparar nuestro cuerpo y nuestra alma a la muerte y resurrección del Señor. El carnaval se ha convertido así en un hecho cultural, que no tiene que ver para nada con lo religioso, más bien es antípoda del mismo.
La fecha central del calendario litúrgico es la Pascua del Señor. Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo: su pasión, muerte y resurrección, que traemos a la memoria en cada celebración de la Eucaristía y celebramos solemnemente una vez al año.
Cincuenta días para celebrarlo, es el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, es el tiempo cuaresmal. Para este tiempo, la Iglesia nos da unas pautas para quien quiera hacer el camino cuaresmal como camino de minicatecumenado que nos conduce a la renovación del bautismo en la vigilia pascual.
En primer lugar, la oración más abundante, mejor hecha. En definitiva, volvernos a Dios por la conversión de la vida y recibir de él las luces que motivan nuestro camino de vida. La oración es como la respiración del alma. Si no hay oración, no hay vida de relación con Dios. La Iglesia como buena madre nos recuerda y nos insiste en que volvamos a Dios, intensifiquemos nuestra relación con él, revisemos nuestra oración. Lectura de la Palabra de Dios, participación más asidua en los sacramentos –penitencia y eucaristía-. Rezo del rosario como oración contemplativa desde el corazón de María, que contempla los misterios de la vida de Cristo. La Cuaresma es una llamada al desierto para escuchar la declaración de amor por parte de Dios y ponernos en camino de combate y de penitencia.
En este camino penitencial, otra pauta es el ayuno. Ayunar es privarse de algo para estar más ágil en el trato con Dios y en el servicio a los demás. Hay muchas cosas que se nos van acumulando y nos impiden el camino ligero. Hay que despojarse. Ayunar de comida para compartir con quienes no tienen ni siquiera lo elemental. Ayunar de comodidades, para no dejarnos llevar por la pereza y la acedia. Ayunar de descansos y diversiones para que no se relaje el espíritu. Ayunar supone penitencia, sacrificio, privación. El ayuno está de moda para otros fines no religiosos, como es el deporte, la salud, etc. Por eso la Iglesia nos manda ayunar, con un pequeño símbolo de no comer, pero con la intención de invitarnos a privarnos de tantas cosas que nos estorban. Cosas incluso buenas y legítimas, pero que nos hacen pesada la carrera. Ligeros de equipaje para correr el camino del amor a Dios y al prójimo.
Y el tercer elemento de esta pauta Cuaresmal es la limosna, la misericordia, la generosidad con los demás. Si nos volvemos a Dios de verdad y nos privamos de lo que nos estorba, es para abrir el corazón (y el bolsillo) a los demás en tantas formas de servicio. Cuaresma es tiempo de salir al encuentro de los más necesitados, y hay tantas necesidades a nuestro alrededor y en el mundo entero. Compartir con los pobres nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestro dinero es prolongar la misericordia de Dios, que es bueno con todos, especialmente con sus hijos más débiles. Oración, ayuno, limosna. Es el trípode de la Cuaresma.
Entremos de lleno desde el comienzo, Dios nos sorprenderá con su gracia y podremos salir renovados con este tiempo de salvación. Recibid mi afecto y mi bendición: Miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma Q
I DOMINGO DE CUARESMA: LAS TENTACIONES DEL DEMONIO
HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.
Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada. Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.
Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.
Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece.
La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia. El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece.
El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.
El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él. Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio.
La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario. Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria. San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.
Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi afecto y mi bendición: Las tentaciones y el Maligno Q
TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Así se expresa la oración de este domingo 3º de adviento: “Concédenos llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación– y poder celebrarla con alegría desbordante”. Le pedimos a Dios llegar a la Navidad y le pedimos poder celebrarla con alegría desbordante. La Navidad como fiesta de gozo y de salvación es la fiesta del nacimiento en la carne del Hijo eterno de Dios. Es asombroso que Dios se haya hecho hombre, y más asombroso aún que nosotros seamos hechos partícipes de su divinidad, seamos divinizados.
¿En qué consiste esa alegría que pedimos, y que Dios quiere concedernos? Ciertamente es una alegría que no viene de fuera. No viene de lo que uno come, de lo que uno bebe o de lo que uno se divierte, o de lo que uno se compra para tener algo más. “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).
Si miramos al portal de Belén, veremos que el Hijo de Dios ha venido en la más absoluta pobreza. Allí no hubo ni cenas, ni regalos, ni bulla. Allí hubo mucho amor por parte de su madre María y por parte de José. Ni siquiera hubo para ellos “lugar en la posada” (Lc 2,1).
Los ángeles hicieron fiesta cantando: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Esa es la alegría que se nos promete: la paz de Dios en nuestra alma y en el mundo, porque viene a salvarnos el que quita el pecado del mundo y nos hace hijos de Dios.
No hay paz sin justicia, no habrá alegría verdadera sin hacer partícipes de esta salvación a los pobres, que sufren en su carne y en su alma las consecuencias del pecado. Viene el Señor a sanar todas esas heridas, a curarlas acercándose a cada uno de nosotros con amor, a devolvernos la amistad con Dios, haciéndonos hijos, a restaurar nuestras relaciones humanas, instaurando la fraternidad universal, a empujarnos para salir al encuentro de todas las pobrezas de nuestro mundo.
Esa alegría que colma y sacia el corazón humano es una alegría desbordante. De dentro afuera. Rebosa de nuestra alma a nuestro cuerpo, a nuestra sensibilidad e incluso a nuestros sentidos exteriores. La vida cristiana produce alegría desbordante y se nota en nuestro rostro y en el exterior.
De esa alegría interior estamos llamados a dar testimonio en nuestro entorno, porque el cristiano no tiene cara de amargura, sino de haber sido redimido. El cristiano vive con la certeza de una victoria. Se acercan las fiestas de Navidad y todo desde fuera nos invita al bullicio y la dispersión.
Sin embargo, son días para vivirlos con María, con la Iglesia que ora y se alegra anticipadamente por la salvación que le viene del Señor. Son días para vivirlos con Juan el Bautista, hombre penitente que prepara los caminos del Señor. No está reñido lo uno con lo otro. Precisamente la alegría cristiana sostiene la penitencia que necesitamos por nuestros pecados.
Sólo el que descubre el gran don que se avecina es capaz de ponerse a la tarea de quitar todo lo que le estorba. Sólo quien ha experimentado algo de la alegría de Dios, se esfuerza por rechazar los goces del pecado. No sólo la penitencia nos conduce a la alegría, sino que la verdadera alegría, la que viene de Dios, nos conduce a la penitencia serena y humilde que necesitamos.
En la misa de medianoche, de la nochebuena, oiremos esta Palabra: “Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo” (Tt, 2-1113).
Eso es un cristiano, el que espera la venida del Señor, el que desea ese encuentro creciente con el amor de su alma. Por eso, está contento al llegar la Navidad y no deja distraerse por otros elementos extraños a esto. La alegría promete ser desbordante, de dentro afuera, una alegría que el mundo no puede dar, porque sólo viene de Jesucristo nuestro salvador, de nuestro encuentro con Él. Por eso, qué triste una Navidad sin Jesucristo. Recibid mi afecto y mi bendición.
2º DOMINGO DE CUARESMA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El camino hacia la Pascua que marca la Cuaresma es camino hacia el cielo, y cada año se renueva en la Resurreción del Señor. Después de empezar este tiempo santo con paso firme, el segundo domingo nos presenta a Jesús transfigurado en el monte Tabor. La meta no es la cruz, el sufrimiento, la muerte. La meta es la transfiguración de nuestra vida, la metamorfosis de este cuerpo mortal en cuerpo glorioso. “Él transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3, 21).
Un creyente no espera el paraíso terrenal. Eso se queda para el marxismo materialista y para el ateísmo, que no tienen horizonte de eternidad. Para ellos, el paraíso es una utopía, que no existe, pero que mantiene encendido el principio esperanza en el corazón del hombre. Para el creyente, el paraíso está en el cielo, más allá de todo lo que vemos, más allá de la historia. Para un creyente, el paraíso existe con toda certeza, pero se sitúa en la zona más allá de la muerte. Somos ciudadanos del cielo.
A la luz de esta perspectiva tiene sentido el sacrificio, el esfuerzo, la penitencia cuaresmal. Los sufrimientos de la vida no son para aguantarlos estoicamente, sino para unirlos a la Cruz de Cristo, con la que el mundo ha sido redimido.
El sufrimiento cristiano es para vivirlo con amor, como lo ha vivido Cristo. Cuando Jesús iba decidido camino de Jerusalén bien sabía a lo que iba, a sufrir la muerte de cruz, que desembocaría en el triunfo de la resurrección. Y Jesús tuvo compasión de sus apóstoles, los que lo habían dejado todo para seguirle.
Antes de continuar el camino, subió con ellos a un monte alto –un día entero se llevaba esta caminata– para un retiro espiritual en las alturas, en el monte. Y estando allí en oración con los tres más cercanos, su rostro se iluminó y los vestidos brillaban de blancura.
Es como si Jesús dejara por unos instantes translucir la intimidad de su corazón divino en su rostro humano. Vieron a Dios con rostro de hombre, en un rostro humano transformado, transfigurado, lleno de gloria. “Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (S 26).
En la búsqueda de Dios por parte del corazón humano hay un deseo creciente de ver a Dios. Dios ha ido mostrando su rostro y su intimidad progresivamente hasta llegar a su Hijo Jesucristo, en quien habita la plenitud de la divinidad y en quien hemos visto el rostro de Dios.
Cuando los apóstoles lo vieron, cayeron rostro en tierra, como adormilados. “Qué hermoso es estar aquí”, dijo Pedro. Cuando el hombre vislumbra el rostro de Dios, su corazón se llena de alegría, de paz, de esperanza. Esa es la vida contemplativa, a la que todos estamos llamados.
La Cuaresma nos invita a buscar a Dios, a buscar el rostro de Dios. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (S 34, 6). Sería afanoso buscar ese rostro si no hubiera salido a nuestro encuentro. Pero no es así. El rostro de Dios Padre nos ha salido al encuentro en el rostro y en el corazón de su Hijo Jesucristo. Ahí lo encontramos, y ahí descansa nuestro corazón inquieto.
Cuando san Juan de la Cruz propone la Subida al Monte Carmelo, a los pocos pasos propone la unión con Dios como meta. El corazón humano no persevera en la subida, si no tiene claro a dónde va. Sabiendo cuál es la meta, la unión con Dios, el hombre puede seguir caminando, aunque le cueste fatigas, aunque se encuentre con contrariedades de todo tipo. Todo lo soporta con tal de alcanzar la meta que se le propone.
Eso hace Jesús este domingo con nosotros: no tengáis miedo, la meta es la transfiguración, no la cruz. Ánimo, aunque ello cueste sangre. Gracias, Señor, por tu comprensión y por proponernos metas más altas. Recibid mi afecto y mi bendición: Somos ciudadan
DOMINGO DE CUARESMA: SEMANA DE LA FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, nos encontramos con la Semana de la Familia que solemos celebrar en primavera, en torno al 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del ángel a Nuestra Señora y de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María (9 meses antes de la Navidad). El 25 de marzo en la tarde, tendremos en la Catedral la vigilia de oración por la vida. La vida reverdece cuando llega la primavera, la vida es imparable. Y la causa de la vida, igualmente.
Por mucha campaña antivida en aras de la libertad y del derecho a elegir, la vida tiene futuro, nunca la muerte. El discurso sobre la vida volverá a tener futuro y ahogará los gritos de muerte que están de moda. Esta es la esperanza cristiana que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Dios se ha acercado a nosotros en la carne de su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Y nos llama a la vida para hacernos partícipes de una Vida que no acaba.
Dios ha dotado al hombre (varón y mujer) de la capacidad de colaborar con él en la generación de nuevas vidas. La unión amorosa de los padres es el lugar sagrado donde brota la vida. La fecundación no es un simple amasijo de células, sino una carne con alma, y el alma la crea Dios para estrenar en cada ser humano que viene a la existencia.
Un ser humano vivo es una persona humana, aunque todavía no se haya desarrollado plenamente. Y más de cien mil seres vivos, personas humanas, son eliminados en el seno materno antes de nacer en España cada año. Millones y millones en el mundo.
A pesar de toda esa conspiración de muerte (“cultura de la muerte” la llamaba Juan Pablo II), la vida sigue brotando con fuerza y por eso vale la pena luchar en favor de la vida. El 25 de marzo tenemos una cita en la Catedral y en todas las parroquias para celebrar la Jornada por la Vida, para agradecer a Dios el don de la vida, y para luchar con las armas de la fe, de la oración y de la mentalización en favor de la vida. Muchos colaboran con la muerte en este campo sin saberlo, incluso sin culpa propia.
Tenemos que crear entre todos una “cultura de la vida”, que respeta la ecología humana y la promueve, porque el primer derecho de todo ser humano es el derecho a vivir, una vez que ha sido concebido. “Nadie tiene derecho a suprimir una vida inocente”, gritaba Juan Pablo II en el paseo de la Castellana de Madrid allá por el año 1982, en su primer viaje a España. Desde entonces han sido segadas millones de vidas en el seno materno.
Y muchas vidas han sido rescatadas de la muerte antes de ser destruidas, gracias a los que trabajan en favor de la vida. La Semana de la Familia abordará también otros temas relacionados con la familia y con la vida. El martes 26 nos hablará Mons. Juan Antonio Aznarez. El miércoles y el viernes otras ponencias según programa. El jueves será especialmente dedicado a la oración en todas las parroquias con los temas referentes a la familia; y el viernes la última ponencia y clausura de la Semana.
Somos como David y Goliat, unos enanos ante un gran gigante, pero David abatió a Goliat porque su lucha la basó “en el nombre del Señor”. Pues hagamos eso, en el nombre del Señor vivamos nuestra defensa de la vida, sin pretensión de ofender a nadie, pero proponiendo una y otra vez el evangelio de la familia y de la vida, que hace feliz al hombre y genera paz social.
Vuelve una y otra vez la propuesta de eliminar la vida en su última fase, cuando la “calidad” de vida ya no es estimable. Luchemos por la defensa de la vida en su última etapa. La persona vale no por lo que produce, ni estorba por el gasto que genera. La vida es sagrada y cuanto más débil más merece ser protegida, mimada, atendida con amor inmenso.
Ahí queda patente la dignidad de la persona, que ha de ser amada y atendida hasta su último aliento natural, sin que nadie tenga derecho a cortar el hilo. Misterio de la Encarnación, Semana de la Familia y la Vida, tiempo de Cuaresma que nos prepara a la gran fiesta de la Vida, Cristo que ha vencido la muerte y nos da nueva vida, la Pascua del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Semana de la Familia
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, Dios nos sale al encuentro en este cuarto domingo de Cuaresma con la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso. Es como el corazón de todo el Evangelio.
Algunos comentaristas afirman que si hubiera desaparecido todo el Evangelio, con tener esta parábola nos bastaría para conocer el corazón de Dios. Verdaderamente sorprendente, no podíamos imaginar que Dios fuera así, si no nos lo hubiera contado el mismo Jesucristo, el hijo y hermano bueno.
Dios es un padre al que le duele que su hijo se aleje de él. Dios sufre por nuestros pecados, por nuestras infidelidades, por nuestros olvidos de él. Él no se cansa de esperar que volvamos, y esto nos debe dar una gran esperanza siempre para nosotros y para los demás. De nadie está dicha la última palabra, podemos esperar su salvación hasta el último minuto, porque Dios espera siempre.
El hombre está muy bien dibujado en los dos hijos de la parábola. Ninguno de los dos vive como hijo. Uno se aleja, tomando en sus manos lo que el padre le da y lo malgasta hasta la ruina total. No vive como hijo, prefiere su autonomía, tiene sed de libertad, pero alejado de Dios cada día es más esclavo de sus vicios y pecados.
Ojo con la libertad que nos lleva al pecado, eso no es libertad, sino esclavitud del peor calibre. Alejado de Dios, queda despojado incluso de su dignidad de hijo y llegan a faltarle hasta las más elementales condiciones para sobrevivir.
Sólo en ese momento de extrema necesidad, recapacita y recuerda lo que ha perdido. Entonces se le ocurre volver, pero lo hace por necesidad; no piensa en su padre, no es capaz de darse cuenta de lo que su padre alberga en el corazón paterno. Le bastaría vivir como jornalero, una vez perdida la dignidad de hijo. Y aquí viene la sorpresa. El corazón de Dios no es como el nuestro.
El padre de la parábola es nuestro Padre Dios, el Padre que Jesucristo nos ha revelado como padre lleno de misericordia. Dios se conmueve cuando ve que volvemos a él, y sale a nuestro encuentro no para reñirnos, no para echarnos en cara nuestros extravíos, sino para expresarnos su amor, un amor que no habíamos imaginado nunca. Nosotros continuamente ponemos límite al amor de Dios, Dios sin embargo nos ama ilimitadamente.
Esta es una experiencia continua y progresiva en nuestra vida. Todavía no hemos agotado la misericordia de Dios, todavía no hemos experimentado hasta dónde llega ese amor de Dios.
Contrasta este amor de Dios, rico en misericordia, con la actitud del hermano mayor que se ha quedado en casa, pero no disfruta de los dones del padre: “en tantos años que te sirvo nunca me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos”. Le molesta que su padre sea padre y se porte como padre. Le molesta que su hermano, el hijo pródigo, tenga perdón como si no hubiera pasado nada. “Ese hijo tuyo”, al que nunca reconoce como hermano. Le molesta que su padre sea tan misericordioso. En definitiva, la envidia no le deja vivir. Para él, es una injusticia tremenda que Dios sea capaz de perdonar así.
Como nos pasa a nosotros tantas veces, que consideramos injusto que Dios sea bueno con todos, incluso con los “malos”. También para este hijo mayor, el padre tiene palabras de perdón. Hijo mío, tu hermano.
Destacaría de toda la parábola la alegría del corazón de Dios Padre, cuando ve que un hijo suyo regresa. Para el hijo pródigo fue una gran sorpresa comprobar que su padre seguía siendo padre, a pesar de que él había sido un mal hijo. Más aún, pudo constatar esa misericordia del padre hasta el límite precisamente en las circunstancias en que él se había dejado llevar de su egoísmo y volvía de nuevo.
El tiempo de Cuaresma es para eso, para volver a Dios, el Padre misericordioso, que no se cansa de perdonar; y para volver a los hermanos, abriendo nuestro corazón incluso a los “malos” para que se arrepientan y vengan a la casa del Padre. No conseguiremos nada con reproches, todo lo ha conseguido Jesús con su amor hasta dar la vida por nosotros.
Nos detenemos ante el amor de Dios, contemplamos ese amor misericordioso hasta el límite y nos dejamos atraer por su misericordia. Recibid mi afecto y me bendición: Dios Padre misericordioso
DOMINGO DE RAMOS: MURIÓ POR NOSOTROS Y VENCIÓ LA MUERTE PARA TODA LA HUMANIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la semana central del año litúrgico católico, la Semana Santa. El centro de nuestra fe cristiana es una persona, Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdadero. Y el núcleo de su recorrido histórico en la tierra es su muerte en cruz y su gloriosa resurrección. El próximo 21 de abril es el día más solemne del año, la Pascua de resurrección, precedida por el Triduo pascual.
El domingo de Ramos, este domingo, celebramos el comienzo de la Semana Santa. Jesús llega a Jerusalén y hace su entrada triunfal a lomos de una borriquita, no de un caballo potente, como solían hacer los vencedores. Jesús nos enseña así que su reino no es de este mundo ni como los de este mundo, sino que su reino es un reinado de amor, que nos conquista por el camino de la humildad y del servicio.
Los niños captaron el momento y salieron a su encuentro aclamándolo con cantos mesiánicos: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”.
El martes santo día 16 celebramos la Misa Crismal. Cercanos a la Pascua, recogemos los frutos de la redención que nos vienen por los sacramentos y consagramos el santo Crisma con el que serán ungidos los bautizados, los confirmados y los ordenados. Se bendicen además los santos Óleos para otros sacramentos. Se trata de una preciosa celebración de la Esposa de Cristo, la santa Iglesia, que es ungida y adornada por su Esposo con los dones del Espíritu Santo.
Estamos invitados todos a participar en ella. Durante la misma, los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales de permanecer fieles a Cristo Sacerdote para el servicio del Pueblo santo de Dios.
A lo largo de estos días en todas las parroquias hay celebraciones del sacramento de la Penitencia, que nos prepare el alma para las fiestas que se acercan.
El Jueves santo celebramos la Cena del Señor, en la que Jesús tuvo aquel gesto profético del Lavatorio de los pies y nos dio su Cuerpo y Sangre. Todo un resumen de la vida cristiana, la entrega en el servicio y el don de su amor en la Eucaristía. Por este sacramento, se perpetúa la presencia viva y real de Jesús entre nosotros, hecho sacrificio y comunión. ¡Qué regalo más grande! Adorémosle.
El Viernes santo lo llena plenamente la Cruz del Señor. El patíbulo de la Cruz en la que Cristo ha sido ejecutado con la pena capital se ha convertido en el símbolo cristiano. La cruz es el lugar y la forma como Cristo ha muerto, dando la vida por amor. Nos invita a seguirle, tomando cada uno su propia cruz y ayudando a los demás a llevar la suya. La Cruz de Cristo ilumina todo sufrimiento humano y lo hace llevadero.
El Sábado santo es día de silencio con María junto al sepulcro de Cristo cadáver, en la espera de la resurrección. Es el día de la espera incluso para los que no tienen ninguna esperanza, porque la espera se centra en Jesucristo que resucitará del sepulcro y nos resucitará a todos con él.
Cuando ha caído el día, la Iglesia se reúne para la principal de las vigilias, la Vigilia pascual con aleluya inacabable por la victoria de Cristo sobre la muerte. Esa es una noche santa que recuerda las maravillas de Dios en todas las noches de las historia.
El Domingo de Pascua es todo alegría y fiesta. Ha resucitado el Señor, es decir, ha vencido la muerte en él y para nosotros. Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte, todos continúan en el sepulcro. Cristo ha salido victorioso del sepulcro y ya no muere más. Este el horizonte más amplio que puede tener una mente humana la muerte no es la última palabra.
La última palabra es la vida sin final, la vida eterna, en la que Jesús nos introduce por su resurrección. Nos acercamos a la Semana Santa, que en nuestros pueblos y ciudades tiene una grandiosa expresión en la piedad popular con las procesiones, estaciones de penitencia, desfiles, viacrucis, etc.
Entremos de lleno, de corazón, en la Semana Santa y acojamos el don del amor hecho carne en su Hijo muerto y resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMINGO DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! La resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y los cristianos nos intercambiamos los buenos deseos de que Cristo viva en tu vida y la llene de vida.
El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida en favor de los hombres.
Aunque nosotros tengamos tirones de muerte, generados por nuestro pecados, algunos de ellos visiblemente destructivos (el pecado es siempre demoledor, aunque no se vea de pronto), Dios no se cansa de sembrar vida en nuestros corazones y en la historia de la humanidad. Dios no se cansa de resucitarnos, sacándonos de la muerte en la que nuestros pecados nos sumergen.
La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos.
Una de las formas de recargar permanentemente esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre la muerte y a apropiarnos esa victoria, a traducirla en nuestra vida.
Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, cuando coincide en este día, puesto que las condiciones laborales, sobre todo en el sector servicios, obligan al trabajo todos los días de la semana, reservando al descanso las jornadas que toquen, sean o no domingos.
Para otros, el domingo se ha convertido en un día lúdico, dedicado al deporte u otras actividades lúdicas, tan necesarias en el mundo en el que vivimos, trepidante de prisas.
Para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Los miembros de la familia viven en otra ciudad, por razones de estudio o de trabajo. A su vez, esta familia tiene los abuelos en el pueblo. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, pero obligan a replantear el domingo de otra manera.
El domingo es el primer día de la semana –“este es el día que ha hecho el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo –al tercer día resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús.
“A los ocho días...” Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.
Nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos nuestras vacilaciones, no tanto en el hecho de la resurrección cuanto en las consecuencias para nuestra vida. Viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, nos devuelve la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida.
Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo, quitarles la celebración de la victoria de Cristo, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo.
Sin el domingo no somos nada. Sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. No podemos vivir sin el domingo.
La celebración de la Pascua estimule en nosotros el deseo del encuentro con el Señor, para palpar sus llagas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria.
Y nos haga cada vez más aficionados al domingo, como día del encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad de hermanos con los que compartimos nuestra fe en el Resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición: El Domingo, día del Señor.
DOMINGOS III DE PASCUA: EXAMEN DE AMOR: ¿ME AMAS?
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Después de la noche de la traición, Jesús fue entregado al poder de la muerte como consecuencia de nuestros pecados, fue crucificado y fue sepultado. Al tercer día resucitó de entre los muertos, como primogénito de entre los muertos y nos dice: “Yo soy el que vive; estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte” (Ap 1, 18).
Jesucristo resucitado ha inaugurado una vida nueva para él y para nosotros, una vida que hemos recibido en el bautismo y de la que nos vamos apropiando más y más, hasta ser transfigurados por el poder de su resurrección.
Una vez resucitado, Jesús se vuelve a los suyos, los que le dejaron solo e incluso lo negaron, para expresarles su misericordia y su perdón. El domingo pasado lo hacía con el apóstol Tomás, que, al comprobar las llagas de su mano y su costado, se rindió en adoración confesando: “Señor mío y Dios mío”.
En este domingo se dirige a Pedro, el que lo negó por tres veces, para ofrecerle su misericordia y hacerle experimentar un amor más grande. Habían vuelto a sus faenas habituales de la pesca en el lago de Tiberíades, de donde habían sido llamados. Capitaneados por Pedro, estuvieron toda la noche sin pescar nada. Y al amanecer, se apareció Jesús a la orilla, que les pregunta por la pesca y les ordena echar las redes de nuevo. En plena faena, quien lo identifica primero es Juan, el que más amaba a Jesús por ser el discípulo amado: “¡Es el Señor!”. Pedro se tiró al agua para alcanzarle impacientemente, se olvida de la barca, de la pesca y de los demás.
El tirón de Jesús se hace irresistible. Arrastra la barca y comprueba que la redada de peces es inmensa. “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. A Jesús lo han visto transfigurado, pero lo han reconocido directamente y por el fruto abundante de la pesca. Y compartieron con él aquel desayuno que les supo a gloria.
Terminada la comida, Jesús se dirige a Pedro y le hace un examen de amor: “Pedro, ¿me amas más que éstos?”. Tres veces lo había negado, tres veces le repite Jesús la pregunta, a la que Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. La respuesta positiva conduce a la misión: “Pastorea mis ovejas”. Cuando vuelve a preguntarlo por tercera vez, Pedro se entristeció. Probablemente por el recuerdo de las negaciones en la noche de la pasión. Y responde afirmativamente, pero no apoyado en su certeza, sino apoyado en el saber de Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.
Este examen de amor, que Pedro supera positivamente, es ante todo una muestra de amor y misericordia por parte de Jesús a Pedro. Jesús le pone en situación de confesar su amor, reparando su pecado en las negaciones.
Le pone en bandeja esta confesión de amor, en la que Pedro se hace consciente de que su fuerza no está en sí mismo, sino en Jesús. Y apoyado en Jesús, confiesa su amor, que es más grande que su pecado.
Jesús resucitado se hace presente en nuestra vida de múltiples maneras, una de ellas para perdonar nuestros pecados con un amor más grande de su parte, que genera en nuestro corazón un amor mayor hacia él.
Cuántas veces nos hemos sentido profundamente renovados al recibir el fruto de su redención en el sacramento de la penitencia, en el que confesamos nuestros pecados y confesamos el amor más grande de Jesús a nosotros y de nosotros a él. El sacramento de la penitencia, por tanto, no es sólo propio de cuaresma, donde tiene más un sentido penitencial, sino que es también propio de la Pascua, donde tiene más un sentido de confesión de amor, como en el caso de Pedro.
La Iglesia pone a nuestro alcance el sacramento del perdón para que lo recibamos con frecuencia, pues necesitamos escuchar del Señor el amor que nos tiene y necesitamos igualmente hacer nuestra confesión de amor, que repara nuestros pecados. Feliz Pascua de Resurrección a todos. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMINGO CUARTO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.
Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, ternura, cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).
Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.
En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento lleno de amor. Y añade “Mi Padre me las ha dado... y nadie puede arrebatarlas de mi mano” (Jn 10, 29). Nadie nos puede separar de Jesús, a no ser que nosotros le diéramos la espalda. Pero queriendo estar con él, nada ni nadie nos podrá separar, porque es Dios Padre quien nos ha puesto en su mano.
A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebramos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”.
Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”.
Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Se trata, por tanto, no sólo de decidir qué es lo que más me gusta, por dónde me siento atraído, sino de preguntarse cuál es el sueño de Dios para mí. Cada uno hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios, y Dios quiere siempre para cada uno de nosotros lo mejor, lo que realmente me va a hacer feliz.
Acertar con ese proyecto de Dios es todo un arte, y es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.
A este propósito el Papa Francisco se dirige a los jóvenes para esta Jornada: “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.
Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo.
Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este día por las vocaciones. Que Dios siga llamando y que los jóvenes sean generosos para decir sí al sueño de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Os daré pastores según mi Corazón Q
DOMINGO V DE PASCUA C
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Es un verdadero privilegio vivir el mes de mayo en Córdoba. Hay casas y patios que son un canto precioso a la vida y a la alegría de la primavera. “Con flores a María…” cantamos en este mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen María. En muchos lugares esas flores adornan una imagen de la Virgen, nuestra Madre, como diciéndonos que Ella es la flor más hermosa en el jardín de la historia humana, cuyo fruto bendito es Jesús nuestro Salvador.
Y en este quinto domingo de Pascua, Jesús vuelve a recordarnos el mandamiento nuevo del amor cristiano: “Amaos unos a otros como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.
Resulta curioso que el mandamiento más importante de Jesús sea el mandamiento del amor, que coincide precisamente con la aspiración más profunda del corazón humano, donde toda persona humana encuentra su felicidad. El mandamiento de Jesús, por tanto, no es algo extraño al corazón humano, sino algo superlativamente humano, que quiere hacernos plenamente humanos.
La divinización del hombre se ha realizado por el misterio de la Encarnación, misterio en el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre; y en este misterio el hombre no ha perdido su identidad, sino que su identidad humana ha llegado a plenitud. Ser divinizado coincide por tanto con ser “humanizado”. El hombre llega a ser más humano precisamente cuando es más divinizado.
Así nos lo enseña san León Magno, cuya doctrina desemboca en el concilio de Calcedonia, afirmando que cada una de las naturalezas -la humana y la divina- no pierden su identidad al quedar unidas por el misterio de la Encarnación, sino que más bien la identidad de cada una queda salvaguardada precisamente en virtud de este mismo misterio. La persona humana es más humana cuanto más divina se deje hacer.
Por eso, el mandato del amor, que nos viene como gracia del cielo, lleva a plenitud la capacidad de amor que brota del corazón del hombre. El amor divino que Jesús nos manda no destruye ni anula el amor humano, sino que lo purifica, lo fortalece y lo lleva a plenitud.
Jesús sitúa precisamente en este mandamiento del amor la señal preferente de la identidad de un cristiano: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. Se trata, por tanto, no de un amor pasajero ni de un amor interesado. Se trata de un amor permanente, de un amor oblativo, de un amor que supera incluso las barreras humanas.
El amor humano se mueve frecuentemente por el interés que reporta, y no es malo que funcione así; pero se queda corto. Ese amor no transforma la persona, ni transforma la historia. Otras veces se detiene ante las deficiencias del otro; amamos lo que nos atrae espontáneamente, amamos por las cualidades que vemos en el otro, pero no amamos cuando no vemos cualidades ni atractivo. Tampoco es malo ese amor, pero se queda corto también.
El amor al que nos invita Jesús, el mandamiento nuevo del amor cristiano, es un amor que se mueve por la acción del Espíritu Santo, busca hacer el bien a los demás, es generoso sin mirar el propio interés y llega incluso al amor a los enemigos.
Cuando el amor llega a estas cotas, ciertamente es un amor que viene de Dios y no de nuestro natural, aunque sea bueno. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es un amor que llena el corazón humano elevándolo a la categoría de amor divino. Es un amor con marca propia, es la marca cristiana. Que el mes de mayo os traiga la alegría de la vida del Resucitado y este amor nuevo y profundo que viene de Dios. Recibid mi afecto y mi
VI DE PASCUA LA ASCENCIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo la Ascensión del Señor a los cielos. Los cuarenta días de la resurrección se cumplen el jueves, y queda trasladada al domingo. Jesús bendijo a sus apóstoles, les encomendó el mandato misionero de ir al mundo entero a predicar el Evangelio y se fue al cielo, donde nos espera como la patria definitiva.
Pudieron los apóstoles convivir con Jesús durante cuarenta días después de su Resurrección, de manera que les quedó fuertemente certificada la certeza de que está vivo, de que ha inaugurado una nueva vida para él y para nosotros.
Pudieron palpar su carne resucitada, verificar sus llagas gloriosas, comer con Él, experimentar visiblemente su presencia renovadora, que les llenó el corazón de inmensa alegría.
La fiesta de la ascensión viene a ser el colofón de la resurrección, porque, una vez resucitado Jesús, su lugar propio es el cielo, la gloria, estar junto al Padre. Pero ha tenido con nosotros esta inmensa condescendencia de dejarse tocar por los suyos y de compartir con ellos el gozo de la Pascua. Arrebatado a la vista y a los sentidos de los apóstoles, nuestra relación con Jesucristo es una relación de fe y de amor, en la esperanza de vernos un día cara a cara y saciarnos plenamente de su presencia gozosa en el cielo.
Vivimos en la espera de ese día feliz, pero ya gustamos desde ahora su presencia de otra manera en la vida cotidiana de la Iglesia. Está presente en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía, que nos ha dejado como testamento de su amor. Está presente en las personas y en la comunidad eclesial, donde Él ha prometido estar con nosotros hasta el final de los tiempos.
Está presente, como buen pastor, en quienes lo representan en medio de su pueblo. Está presente en los pobres y necesitados, con los que ha querido identificarse y a través de los cuales reclama continuamente nuestro amor. No se ha desentendido de este mundo, ni nos ha dejado a nosotros a nuestra suerte como si Él ya no actuara. No. La presencia del Resucitado en la historia humana es una presencia transformadora capaz de llevar esta historia humana a la plenitud y llenarla de sentido en cada una de sus etapas.
Nuestro encuentro personal con el Resucitado nos pone en actitud misionera, no sólo para anunciar que está vivo y nos espera en el cielo, sino para infundir el Espíritu Santo en nuestros corazones, a fin de hacernos constructores de una historia en la que somos protagonistas.
Precisamente en estos días, después de los comicios electorales, se abre una nueva etapa en nuestra convivencia cotidiana. Personas de distintas opciones y partidos políticos acceden, con el mandato de los ciudadanos, a los puestos de responsabilidad para gobernar los municipios y la provincia. Hace poco, también la región autonómica.
La convivencia y la política no es sólo producto de las urnas, es también fruto de la gracia de Dios y de la acción del Espíritu Santo, que conduce la historia. Por eso, encomendamos con fervor la acción de los que nos gobiernan a distintos niveles. Pedimos para ellos la fuerza de lo alto, la luz de Dios y la gracia para acertar en sus decisiones, de manera que busquen el bien de todos, especialmente el de los más desfavorecidos.
Los cristianos, a la luz de la fe y del mandato misionero de Jesús, tenemos una enorme responsabilidad en la construcción de la ciudad terrena. Está en juego la dignidad de la persona, sus derechos y obligaciones, su libertad y su responsabilidad. Está en juego la familia con sus pilares estables del varón y la mujer, unidos en el amor que Dios bendice y abiertos generosamente a la vida. Necesitamos que nazcan muchos más niños para que no vivamos en el desierto demográfico, sin esperanza de futuro.
Necesitamos una política urgente que atienda a los barrios más deprimidos, de manera que un día puedan salir de su situación, cada vez más degradada. Muchos proyectos están sobre la mesa de quienes han asumido la responsabilidad de gobernarnos en la nueva etapa. Jesucristo ha subido al cielo para mostrarnos cuál es la meta, pero se ha incrustado en la historia humana para llevarla a su plenitud por medio de nuestro trabajo.
Oramos para que su presencia sea notable y transfiguradora, también por la colaboración de sus discípulos en esta hora concreta. Recibid mi afecto y mi bendición: S
DOMINGO VII DE PASCUA PENTECOSTÉS ESPIRITU SANTO RENUEVALO TODO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos.
La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurreción, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.
“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego.
Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercerea persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correpondencia de relación personal.
El es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.
El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podeis con todo, cuando venga el Espíritu Santo él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16, 13).
Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15).
Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experiementar a Dios mismo con el don de piedad.
El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo –la Iglesia–, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Epíritu Santo.
La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc.
Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión.
Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.
En la fiesta de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado seglar, con el lema: “Somos misión”. Es decir, la presencia viva de laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que viven su pertenencia a la Iglesia en torno a la parroquia -Acción Católica General- o a los ambientes específicos -Acción Católica Especializada-.
Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.
Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.
PARÁBOLA DE BUEN SAMARITANO
HERMANOS Y HERMANAS: Escuchamos en el evangelio de este domingo la parábola del buen samaritano, que es un autorretrato del mismo Jesús. El relato viene provocado por la pregunta de un letrado que se dirige a Jesús para saber qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le responde con el resumen de los mandamientos: Amor a Dios y amor al prójimo. Pero el letrado preguntó: y ¿quién es mi prójimo? Y aquí viene la parábola del buen samaritano, de Jesús el buen samaritano. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Hasta que no recorre uno esa distancia no se da cuenta de lo que supone ese trayecto. Se trata de un trayecto de pocos kilómetros, pero con un desnivel de casi mil metros. Es, por tanto, un recorrido muy empinado. De Jerusalén a Jericó, cuesta abajo. Se presta al pillaje, al vandalismo, al asalto improvisado. Y aquel hombre de la parábola fue asaltado y despojado de todo, “cayó a manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Este hombre representa a tantos hombres a quienes los demás hombres despojan injustamente, con violencia y lo dejan como descartado, medio muerto, para no hacerle caso nadie. Si miramos el horizonte de nuestra sociedad, así se encuentran millones de personas, a quienes el abuso de los demás ha dejado en la cuneta. Ante esta situación, uno puede mirar para otro lado. No se entera o no quiere enterarse, le resulta más cómodo no echar cuenta. Pasa de largo. Otros pasan también de largo, viendo incluso la extrema necesidad del descartado y apaleado. No tienen tiempo, no se sienten implicados, no va con ellos. Encuentran siempre algún pretexto para no implicarse. No tengo, no puedo, no sé, no va conmigo. Mas, por el contrario, hay alguien que se siente interpelado y no pasa de largo. Se detiene, siente lástima, se acerca, desciende de su cabalgadura, venda las heridas, lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada, cargando con los gastos que lleve consigo aquella cura de reposo. ¿No vemos a simple vista a Jesús en este caminante que se acerca? Jesús se ha abajado hasta nosotros, se ha sentido interpelado por nuestra situación en la que hemos perdido nuestra dignidad de hijos, en la que hemos quedado apaleados en la cuneta de la vida. Es el hombre expulsado del paraíso por su pecado, es el hombre que se ha apartado de Dios y ha quedado huérfano y sin remedio, es el hombre que no puede salvarse por sí mismo, que está condenado a muerte irremediablemente. Es el hombre oprimido por el hombre, que es abusado, que es explotado. Es el hombre objeto de trata, de esclavitud. Es el hombre o la mujer, que ha sido violentamente acosado por el egoísmo de los demás y ha sido tratado como un objeto de usar y tirar. Cuántas personas nos encontramos así en el camino de la vida. Jesús nos enseña a no pasar de largo, a implicarnos, a remangarnos, a compartir, a devolver la dignidad, a cargar sobre nuestros hombros, a llevar a la comunidad a aquellos que encontramos tan despojados de todo. La posada aquí significa la Iglesia, la comunidad de los hermanos que acogen, que aman, que sirven, que comparten lo que tienen y por eso sanan con el amor cristiano. Cuántas personas, cuya aspecto aparente es de normalidad, sufren en su corazón por tantas razones. Cuántos corazones se siente defraudados, traicionados por quienes debían amarles. También esos son despojados de la vida, a quienes hay que atender. Ése es tu prójimo, nos viene a decir Jesús. Prójimo es aquel a quien tú te acercas, movido por el amor cristiano. No se trata de una justicia internacional que nunca llega, de los grandes principios que brotan de grandes proclamas. Se trata sencillamente del amor de cada día al que tienes más cerca, a aquel al que te acercas movido por el amor. Anda, y haz tú lo mismo. Recibid mi afecto y mi bendición: A
LLAMADOS A LA CONTEMPLACIÓN
HERMANOS Y HERMANAS: Vivimos en un mundo lleno de prisas, que produce fatiga y agotamiento. Las circunstancias del trabajo, la conciliación de la vida familiar y laboral, la acumulación de las distintas tareas hacen que se multiplique el estrés en tantas personas. Hoy Jesús en el Evangelio nos llama a la necesidad del descanso y a tomarnos la vida de otra manera. Jesús nos invita a la contemplación. Ya Abraham recibió la visita de aquellos tres personajes, que representaban al único Dios, y quedó embelesado (Gn 18, 1-10). Ofreció su hospitalidad, acogiendo a Dios en su casa, y Dios bendijo aquella casa con un hijo, donde habían esperado descendencia tanto tiempo y no había llegado nunca. Esa escena ha dado lugar al icono de Rublev (1427), fruto de una larga e intensa contemplación por parte de su autor, que intenta introducirnos en la relación interna de las Personas divinas. La contemplación de este icono como que detiene el reloj del tiempo y nos introduce en la eternidad de Dios, que ha entrado en nuestra historia, que ha venido a nuestra casa. Más aún, que ha convertido nuestra alma en templo de su gloria. La contemplación humana del misterio de Dios, que el icono de Rublev refleja, consiste en dejarse introducir en el diálogo de amor que circula entre las Personas divinas. Al hacerse hombre el Hijo, tomando nuestra naturaleza humana, ha incorporado a ese diálogo de amor su corazón humano y nos ha incorporado a todos los humanos, a quienes él quiere revelar este alto misterio. El corazón humano existe para la contemplación de Dios, para entrar en la intimidad de las tres Personas divinas y dejarse envolver por ese diálogo de amor al que nos incorporan. Ahí encontrará el corazón humano el descanso al que aspira a lo largo de su peregrinación por la tierra: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (S. Agustín, Confesiones 1). Algo parecido sucede en el Evangelio de este domingo. Fue Jesús a casa de sus amigos de Betania, Lázaro, Marta y María, a los que visitaba en bastantes ocasiones. Y en una de ellas, aparece María embelesada a la escucha del Maestro, en actitud puramente contemplativa. Hasta el punto que su hermana Marta se queja de que ella está demasiado ocupada, mientras su hermana está embelesada en la contemplación de Jesús. La enseñanza de Jesús es clara. No desprecia el trabajo que Marta está realizando, y lo está realizando para atender al Maestro. Marta le sirve de esta manera. Pero Jesús se detiene para alabar la actitud contemplativa de María y llamar la atención de Marta: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán” (Lc 10, 42). La contemplación verdadera no es pérdida de tiempo, sino satisfacción de una necesidad radical del corazón humano. Hemos nacido para descansar en Dios y muchas veces padecemos el espejismo de la actividad, que se convierte en activismo. La contemplación verdadera nos pone desnudos y descalzos delante de Dios para vernos tal como somos, sin engaños ni apariencias. Y en ese acto de profunda adoración, Dios nos descubre su rostro, su identidad, su intimidad, que contiene en sí todo deleite. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (Salmo 34,6). Y nos descubre nuestra identidad y nuestra misión. Los días de verano son ocasión propicia para crecer en la contemplación. El cristiano no necesita de las técnicas orientales para relajarse ni aspira a una contemplación fruto del vacío de la mente. La contemplación cristiana es relación de amor con las Personas divinas, que nos va personalizando. Nunca es algo abstracto e impersonal. Y de esa contemplación brota el fruto de las buenas obras, el trabajo ofrecido a Dios en favor de los hermanos. Sólo una cosa es necesaria, no nos dejemos atrapar por el estrés ni por el activismo. Dediquemos tiempo a la contemplación, que Dios quiere concederla a todos los que se disponen para la misma. Recibid mi afecto y mi bendición: Llamados a la contemplación Q
ENSEÑANOS A ORAR EL PADRE NUESTRO
UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La oración es el trato con Dios, que nos admite en su conversación y se entretiene en estar con nosotros. Dios ha preparado a lo largo de la historia un acercamiento progresivo hasta poner su morada en nuestras almas, en nuestro corazón. ¡Somos templos del Dios vivo! Orar es caer en la cuenta de esta realidad, Dios no está lejos ni hay que viajar para encontrarlo. Dios vive en mi corazón y por la oración caigo en la cuenta de esta realidad y entablo un diálogo de amor con las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que me aman. En el evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario (ciclo C), Jesús nos enseña a orar con la oración del Padrenuestro. Estaba Jesús orando y los discípulos se acercaron para decirle: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Toda la vida de Jesús está transida de oración, su relación con el Padre es fluida y espontánea, mira las personas, los acontecimientos y las cosas con los ojos de Dios. Aparece en muchas ocasiones orando: al atardecer, al amanecer, durante toda la noche, al realizar un milagro o una curación extraordinaria, retirado solitario en el monte, rodeado de sus discípulos o ante la muchedumbre. Es una lección permanente y silenciosa, un ejemplo de vida. Le atrae ponerse en oración como al hierro le atrae el imán, y comparte con el Padre los deseos de su corazón. La gran novedad de la oración cristiana, la que Jesús nos enseña, es la de tratar a Dios como Padre. No nos atreveríamos a hacerlo, si no fuera porque él nos lo ha enseñado así. Es decir, Jesús nos introduce en su corazón de hijo y nos abre de par en par las puertas del corazón de su Padre, el corazón de Dios, para hacernos hijos. No podíamos entrar más adentro ni podíamos llegar a más. Y desde ahí, penetrar en el gozo de las personas divinas y disfrutarlo, mirarnos a nosotros y al mundo con los ojos de Dios. Otra novedad de la oración que Jesús nos enseña es, junto a la invocación de “Padre”, la de llamarle “nuestro”. Es decir, a Dios no nos dirigimos nunca como personas aisladas, sino siempre formando parte de una fraternidad humana, en la que todos somos o estamos llamados a ser hermanos, precisamente porque tenemos como padre a Dios. El Padrenuestro es, por tanto, oración de fraternidad, de solidaridad porque tenemos en común a nuestro Padre Dios. Al enseñarnos a orar, Jesús nos insiste en que pidamos: “Pedid y se os dará”. ¿Por qué este mandato insistente? Algunos piensan que si Dios ya sabe nuestras necesidades, para qué pedirle insistentemente. La oración de petición ha de hacerse con confianza y con perseverancia. Sabiendo que para Dios nada hay imposible, recurrimos a él cuando nos vemos incapaces de alcanzar aquello que necesitamos. San Agustín nos recuerda que al pedirle a Dios lo que necesitamos, no estamos recordándole a Dios nada, pues él todo lo sabe, sino que nos estamos recordando a nosotros que todo nos viene de Dios. Por ejemplo, hemos de pedir la lluvia para nuestros campos en medio de la sequía tremenda que padecemos. Al hombre de nuestro tiempo no se le ocurre pedirlo a Dios, porque ha desconectado de Dios y todo lo espera de su propio ingenio, de los pantanos, de los regadíos artificiales, etc. Se le ocurre hacer un plan de regadío, pero no se le ocurre acudir a Dios. Sin embargo, el progreso no está en contra de Dios, ni Dios está en contra del progreso. Pedirle a Dios la lluvia necesaria para nuestros campos es reconocer que Dios es el autor del universo, y puede darnos el bien de la lluvia –como todos los demás bienes– si se lo pedimos con confianza y con insistencia. Hay dones que Dios no nos los da, porque no se lo pedimos. Pero a veces sucede que nos cansamos de pedir. Y aquí viene la otra condición de la oración de petición, la perseverancia, la insistencia. Cuando pedimos a Dios una y otra vez algún bien para nosotros, hemos de pedirlo una, otra y mil veces. Pero si Dios está dispuesto a concederlo, ¿por qué se hace de rogar tanto? Pues –continúa san Agustín–, porque repitiendo una y otra vez lo que necesitamos, va ajustándose nuestra voluntad a la de Dios, no a la inversa. Pedid y recibiréis, si pedimos con confianza y con perseverancia. Y si Dios tarda en concederlo, es porque quiere ajustar nuestra voluntad a la suya. Nosotros sigamos insistiendo, porque él siempre nos escucha. Recibid mi afecto y mi bendic
DOMINGO XXII C
HERMANOS Y HERMANAS: La enseñanza de Jesús en este domingo XXII de tiempo ordinario se refiere a la humildad, una virtud que brota del Corazón de Cristo: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30). Jesús no vino a este mundo como le hubiera correspondido por su condición divina, en gloria y poder, sino que vivió entre nosotros en humildad y despojamiento, como uno de tantos, en la obediencia de amor al Padre y en la entrega por nosotros hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios su Padre lo ensalzó sentándolo a su derecha, constituyéndolo Señor y Rey de amor. Jesús nos invita a seguirle, a imitarle, a vivir como vivió él. “Tened en vosotros los sentimientos de Cristo”, nos recuerda san Pablo (Flp 2, 5). Y en eso consiste la vida cristiana, en parecerse a Jesús no sólo por fuera, sino sobre todo con un corazón como el suyo. Con un sencillo ejemplo, Jesús nos enseña hoy a ser humildes: cuando te inviten a un banquete, siéntate en el último puesto y nadie te lo quitará. Como ha hecho el mismo Jesús. A donde él ha llegado, no ha llegado nadie, hasta el grado más bajo de humildad y servicio. Y, ¿por qué hasta ese nivel? –Porque el pecado lleva consigo el virus de la soberbia, que destruye a la persona. Cuando el hombre se deja llevar por ese virus, la persona entra en descomposición. Y por experiencia sabemos que es una tentación permanente en el corazón humano creerse algo, apoyarse en sí mismo y alejarse de Dios. Por eso Jesús nos invita descaradamente a buscar el último puesto, a ensayarnos continuamente en el tercer grado de humildad. “Humildad es vivir en verdad”, nos enseña Santa Teresa (6Moradas 10, 7). El demonio, por el contrario, es el padre de la mentira y nos marea por el camino de la imaginación, haciéndonos ver difícil el bien y fácil el mal. Dios es la verdad, acercarnos a Dios es acercarnos a la verdad, y la verdad es que no somos nada, pero Dios se ha inclinado sobre nosotros y nos ha dignificado haciéndonos hijos suyos. La humildad no consiste en el apocamiento o la pusilanimidad. Desde la más profunda humildad somos capaces de grandes cosas, porque vemos que es Dios quien nos asiste. Las cualidades, el tiempo, todo tipo de bienes nos vienen de Dios. La soberbia nos hace creer que esos bienes son nuestros sin referirlos a Dios. La humildad nos pone en la verdad de que es Dios el autor de todo bien en nuestra vida y todos los éxitos los referimos a Dios. “Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14, 11). De un corazón humilde brota ser generoso. Lo que ha recibido lo comparte, y lo comparte sin buscar recompensa. Jesús nos enseña a invitar a los que “no podrán pagarte”, porque si eres generoso con quien puede corresponder, eso lo hace cualquiera. Mientras que si eres generoso con quien no podrá corresponder, es porque tu corazón está saciado de los dones de Dios y por eso eres capaz de compartir sin esperar recompensa. Humildad y generosidad van juntas, brotan de un corazón como el de Cristo. “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso” (Sir 3, 17), nos dice la primera lectura de este domingo. Buscar la humildad, buscar el último puesto, ser generoso sin esperar recompensa de los demás es parecerse a Jesús, manso y humilde de corazón. El mundo no se arreglará por el camino de la prepotencia, a ver quién es más. El mundo se arreglará por el camino de la humildad y de la generosidad, es lo que nos enseña Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Procede con humildad, busca el último puesto
8 DE SEPTIEMBRE: NATIIVIDAD DE MARÍA
VIVA LA MADRE DE DIOS
HERMANOS Y HERMANAS: Las fiestas de la Virgen traen consigo gracia abundante de Dios para nosotros, traen alegría y esperanza, son ocasión para experimentar que ella es nuestra Madre. Comenzamos el curso cada año con la fiesta de la Natividad de María, la fiesta de su nacimiento, su cumpleaños diríamos. Si celebramos su inmaculada concepción el 8 de diciembre, a los nueve meses celebramos el día de su nacimiento, el 8 de septiembre. En muchos lugares de la geografía universal es la fiesta principal de María, son las fiestas patronales en su honor. También en nuestra diócesis de Córdoba el 8 de septiembre es la fiesta principal de María en muchos pueblos y ciudades de nuestra diócesis. Podemos decir que el mes de septiembre está señalado como mes mariano precisamente por esta fiesta. En la ciudad de Córdoba celebramos la Virgen de la Fuensanta como patrona de la ciudad. La imagen de la Virgen de la Fuensanta fue coronada canónicamente el 2 de octubre de 1994, hace ahora veinticinco años. Fue trasladada desde su Santuario a la Catedral, donde hubo un triduo preparatorio en su honor, para acudir el día de la coronación a la avenida Gran Capitán donde recibió el beso de todos los cordobeses por las manos del Nuncio Apostólico en España, Mons. Mario Tagliaferri, acompañado por el obispo de Córdoba, Mons. José Antonio Infantes Florido. Éste puso la corona al Niño divino y el Nuncio se la puso a nuestra Madre, la Virgen de la Fuensanta coronada. Ella da nombre a esta pequeña y entrañable imagen, a su Santuario y al barrio donde se ubica. Cada año, llegado el 8 de septiembre, acudimos a su Santuario para rendirle el homenaje de todo el pueblo de Córdoba. Antes, su imagen bendita viene a la Catedral, y este año también a otras cinco parroquias. En la Catedral se celebra solemne Misa el día 7, la víspera de su fiesta, y es llevada procesionalmente a su Santuario para la fiesta del día 8. El Evangelio de este día (Mt 1,18-25) subraya la grandeza de esta mujer, Virgen y Madre al mismo tiempo. Ella es la mujer elegida por Dios para madre de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Lo engendró en su seno virginal sin concurso de varón, por sobreabundancia de vida, como Dios Padre engendra a su Hijo en la sustancia divina sin ninguna otra colaboración. María es icono del Padre. Su virginidad nos habla de una vida plena y pletórica, abundante y rebosante. De esa abundancia de vida ha brotado en su seno virginal la vida nueva del Hijo eterno que comienza a ser hombre en ella. De ella ha tomado su carne y su sangre que será entregada para nuestra redención en la Cruz. La virginidad de María es una llamada permanente a la fidelidad para todos los cristianos. Ella ha dejado a Dios la iniciativa en todo, y por eso su vida es tan fecunda. Esa profunda unión con Dios resulta fecunda en la maternidad divina. María no da origen a su Hijo en cuanto Dios. Él es eterno. María da origen a ese Hijo en cuanto hombre, y por eso es llamada desde antiguo la “Madre de Dios” (en griego, Theotokos). Verdadera Madre de Dios, porque es Madre del Hijo hecho hombre. De esta manera, Jesucristo es Dios como su Padre Dios y es hombre verdadero como su madre María, como nosotros. Una persona divina en dos naturalezas, divina y humana. Y desde la Cruz, su Hijo divino Jesús nos la ha dado como Madre a todos los discípulos de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,26-27). Podemos llamarla madre y tenerla como madre, porque ha sido su Hijo el que nos la ha dado como tal. María es mediadora de todas las gracias. Es decir, todo lo que Dios nos quiere conceder lo hace con la colaboración de la Madre, nos demos cuenta de ello o no. Por eso, llegada su fiesta, acudimos a ella para pedirla atrevidamente aquello que necesitemos. En una fiesta suya Ella quiere darnos gracias especiales, que hemos de pedir con confianza. Acudamos a nuestra Madre en estos días de su fiesta. Ella nos alcanzará de su Hijo todo lo que le pidamos. Recibid mi afecto y
CÓRDOBA. CICLO B. OCTUBRE: MES DEL ROSARIO, VIRGEN DEL PILAR
Escrito por Super UserCÓRDOBA. CICLO B.
LAS HOMILIAS CICLO B 2012 ESTÁN EN Pag. 424
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ESTAS SON 2017-18 B
OCTUBRE: MES DEL ROSARIO, VIRGEN DEL PILAR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El año entero está salpicado de fiestas de la Virgen, y el mes de octubre está dedicado al santo rosario, subrayando la importancia de esta práctica piadosa en honor de María Santísima. El rosario es una oración que tiene a Cristo como centro: “bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. En cada misterio contemplamos algún aspecto de la vida de Cristo. Y esa contemplación la hacemos desde el corazón de su madre María. Con María, miramos a Jesús y vamos repasando los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, es decir, su nacimiento, su vida y su ministerio público, su pasión y muerte y su gloriosa resurrección. El rosario es una oración contemplativa, repetitiva del avemaría, en la que se trenzan el saludo del ángel y el de su prima Isabel y nuestra petición humilde “ruega por nosotros pecadores”. Hace pocos días en la Visita pastoral; al regalar a los niños del cole un rosario, les explicaba en qué consiste este rezo repetitivo. Una niña preguntó espontáneamente: ¿Y no te cansas de repetir tantas veces el avemaría? Le respondí: En el rosario, María nos pregunta: “¿Me quieres?” Y yo le respondo: “Te quiero”. Ella me pide: “Dímelo de nuevo”. Y así, una y otra y otra vez. Se trata, por tanto, de un diálogo de amor, y cuando dos personas se quieren, no se cansan de decírselo una y mil veces. El rosario es aburrido si se tratara solamente de repetición verbal de unas palabras. Pero si es la expresión de un amor, el amor no cansa ni se cansa. Algunos han comparado el rosario con la oración de Jesús, que en el oriente es tan frecuente. Esa oración consiste en repetir una y mil veces la oración que aparece en aquellos que se acercan a Jesús pidiendo un milagro: “Jesús, Hijo de Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador”. El libro “El peregrino ruso” lo explica muy bien. Es una oración que se pronuncia con los labios, pero que va calando progresivamente en el corazón, hasta identificarse con el mismo latido del corazón. “Jesús, ten piedad”. Jesús es el centro, a quien se invoca, en quien se cree, en quien se confía, a quien se ama. Y de esa mirada contemplativa al que puede sanarnos y darnos su gracia, volvemos a nosotros, que somos pecadores y pedimos misericordia. En el rosario ocurre algo parecido: La mirada se dirige a María continuamente, repetitivamente. Con las palabras del ángel, con las palabras de Isabel. “Llena de gracia”, “Bendita entre todas las mujeres”. Y de ella volvemos a nosotros: “ruega por nosotros pecadores”, con un añadido que pide humildemente el don de la perseverancia final: “y en la hora de nuestra muerte”. El avemaría es una oración muy completa, cuyo centro es el fruto bendito de tu vientre, Jesús. Cada misterio se inicia con el padrenuestro, la oración del Señor, y se concluye con el gloria a las tres personas divinas. Repetir una y mil veces este esquema tan sencillo, hace que el corazón descanse ya no tanto en las palabras, sino en la persona a la que se dirige: a María nuestra madre, a la que pedimos insistentemente que ruegue por nosotros pecadores. La llena de gracia en favor de los pecadores. He conocido muchas personas que han aprendido a rezar con el rosario. Al principio fijándose más en las palabras pronunciadas, después entrando en el corazón inmaculado de María, desde donde contemplar a Jesús en cada uno de sus misterios, donde María va asociada a la obra de la redención. Para muchas personas el rezo del rosario es una oración contemplativa, que introduce serenamente en la hondura del misterio de Dios de la mano de María, la gran pedagoga. Recemos el santo rosario. Recémoslo todos los días, en distintas ocasiones. Recemos el rosario en familia y por la familia, en estos días del Sínodo de la familia. Contemplemos cada uno de los misterios, tomando alguna lectura de la Palabra de Dios y haciendo peticiones por nuestras necesidades y por las del mundo entero. La Virgen del Pilar, que es venerada en toda España y muy especialmente en Aragón, nos alcance esa unidad de España que tanto necesitamos en los momentos actuales. Recibid mi afecto y mi bendición: En el mes del Rosario, la Virgen del Pilar Q
DOMUND, RENACE LA ALEGRÍA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Animo, por tanto, a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, fundada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones” (Mensaje del Papa Francisco, 2014). La alegría del Evangelio surge del encuentro con Cristo, y no tanto de la búsqueda por nuestra parte, sino porque en esa búsqueda de sentido para nuestra vida, él nos ha salido al encuentro. La fe se produce en ese encuentro, que llena nuestro corazón de alegría. No podemos guardarnos la buena noticia que hemos recibido, y por eso salimos al encuentro de otros para hacerles partícipes de esa misma alegría. En la salida hacia los demás, los pobres son los privilegiados a quienes llega primero el Evangelio. Quienes están llenos de cosas y distraídos por otros afanes, el Evangelio les resbala. Quienes, por el contrario, se sienten pobres, están despojados, viven el sufrimiento, etc. ésos son privilegiados para el encuentro con Cristo. La Iglesia lleva a Jesucristo hasta los pobres y los que están disponibles para acogerle. Y en ese anuncio la alegría se multiplica. Celebrar el DOMUND es recordar esta dimensión esencial de la Iglesia. La Iglesia es misionera por naturaleza. No puede guardarse el Evangelio, no puede ocultar a Jesucristo, no puede retardar el anuncio para que otros tengan esa misma alegría. Por eso, es urgente la tarea misionera de la Iglesia, en la que todos estamos comprometidos. No se trata sólo de recordar el bien social que nuestros misioneros realizan por todo el mundo, un bien inmenso. Se trata de recordar en primer lugar el anuncio de Jesucristo. Es Jesucristo quien llama, es Jesucristo quien envía, es de Jesucristo de quien damos testimonio, es Jesucristo el que cambia los corazones y los llena de alegría. Y ese encuentro con Jesucristo se convierte en ayuda a todos los necesitados. Llegado este domingo, tenemos ocasión de agradecer a Dios la entrega generosa de tantos hombres y mujeres que han dado su vida al Señor para hacerlo presente entre sus contemporáneos, especialmente entre los más pobres. Son los misioneros que están por todo el mundo, nuestros misioneros salidos de Córdoba para el anuncio de Cristo y su evangelio a todos los hombres, los misioneros de todo el mundo, que han dejado su tierra y su gente para compartir su vida llevando a otros la alegría del Evangelio. Agradezco a todos los que desde nuestra delegación diocesana de misiones entregan su tiempo voluntariamente para este servicio misionero. Y agradezco a todos los fieles cristianos, niños, jóvenes y adultos, que se comprometen en esta bonita tarea. La Iglesia no impone a nadie su mensaje, no obliga a creer, no hace proselitismo. La evangelización se realiza por atracción. ¡Es tan bonito creer! Tener como amigo nada menos que a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Y es tan atrayente la vida de quienes se han encontrado de veras con Jesús. El problema misionero no es de carencias materiales, sino de falta de testigos. Por eso, todos estamos llamados a ser misioneros, es decir, a ser testigos de Jesucristo con nuestra vida, en nuestro ambiente, con el corazón ensanchado al mundo entero. La misión no excluye a nadie, sino que va preferentemente a los más pobres. Y con misioneros entregados y entusiasmados brotan vocaciones en esa dirección. Que el DOMUND de este año sea un motivo de alegría para todos. Hemos conocido a Jesús y no podemos callarlo ni ocultarlo, aunque al dar testimonio de él nos encontremos con el rechazo, la marginación e incluso la persecución. Esto mismo será una señal inequívoca de que estamos anunciando al que por nosotros se entregó voluntariamente a la cruz y ha vencido el mal, el pecado y la muerte con su resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición: Renace la alegría DOMUND 2014
LOS JOVENES, GUADALUPE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Una vez más, los jóvenes nos han sorprendido en la 19ª Peregrinación diocesana de jóvenes a Guadalupe el pasado fin de semana. Más de 700, muchos veteranos y otros muchos nuevos se han enganchado a esta movida juvenil, que tiene a Santa María de Guadalupe como meta y que supone toda una experiencia de comunidad peregrina, donde prevalece la alegría, la ilusión, el gozo de compartir, las nuevas amistades. Eso es la Iglesia: una comunidad viva, llena de esperanza y capaz de dar esperanza a los adultos y los jóvenes de hoy, al darles a Jesucristo, nuestro salvador y nuestro redentor, el fruto bendito del seno virginal de María. La peregrinación se plantea en parámetros de dureza, no de comodidad ni de consumo. Hay que caminar más de 30 kms., brotan las ampollas, hace calor, se pasa sed, hay momentos en que la cuesta arriba se hace pesada, escasez de duchas, dormir en el suelo, acostarse tarde, levantarse pronto. Pero al mismo tiempo, el caminar juntos proporciona la alegría del encuentro, de los amigos, del compartir. Hay lazos de amistad que sólo en la dificultad nacen o se fortalecen. La peregrinación es una pará- bola de la vida. La vida es así, alegrías y dificultades compartidas, echando una mano al que se muestra más débil para fortalecerle entre todos, y llegar juntos a la meta. En el camino, los sacerdotes, los catequistas, los educadores son una ayuda muy eficaz. Además de ir juntos, necesitamos en la vida referentes, personas que van por delante y otean el horizonte para que no nos perdamos. Parroquias, colegios, grupos de diversa índole. Todos somos la Iglesia del Señor. La peregrinación a Guadalupe es como la puesta en escena de una Iglesia viva, una Iglesia joven, una Iglesia capaz de superar las dificultades, porque se siente alentada por el Espíritu Santo, que brota del Corazón traspasado de Cristo y porque tiene una Madre, María. Una Iglesia llena de esperanza. Los testimonios ofrecidos estimulan a seguir adelante. Unos novios que se han declarado y decidido casarse cuando llegaban ante la imagen bendita de Santa María de Guadalupe, quieren compartir sus vidas según el plan de Dios. Otros se han conocido en Guadalupe y cada año refuerzan su amor ante la Señora. Unos chicos que han visto más claramente su vocación al sacerdocio, dejándolo todo para seguir a Jesús sirviendo a sus contemporáneos, han constatado que su papel es muy importante en el servicio a sus hermanos, para ofrecerles la Eucaristía, el perdón, la Palabra de Dios. Entre ellos destacaban los seminaristas, jóvenes alegres como los demás y enamorados de Jesucristo y de su Evangelio. Unas chicas que sienten la llamada a la vida consagrada y que en su deseo de ser madres experimentan un horizonte mucho más amplio que el de la carne y la sangre. Guadalupe es realmente un vivero de vocaciones a todos los estados de vida cristiana, y alimenta año tras año la vocación a la que cada uno es llamado por el Señor. Una vez más he constatado la necesidad en nuestra diócesis de Córdoba de anudar esta red de jó- venes, que viven en sus parroquias, en sus grupos diferentes. Considero una urgencia pastoral ofrecer la Acción Católica General a tantos jóvenes que no están vinculados a nada y necesitan esa articulación diocesana, que los inserta en sus parroquias y los vincula a la diócesis. No partimos de un grupo ya constituido, al que se suman otros jóvenes. Partimos de cada parroquia, de cada grupo y el obispo los convoca para una etapa nueva, constituyente, para formar la nueva Acción Católica General de jóvenes en la diócesis de Córdoba. Queridos sacerdotes, os invito a secundar esta propuesta del obispo, a fin de que varios miles de jóvenes se articulen en una red capilar por toda la diócesis para un proyecto común, en el que los mismos jóvenes sean protagonistas en el seno de la Iglesia, asuman responsabilidades, sobre todo en relación con otros más jó- venes y con los niños, sigan algunas pautas comunes de formación y tengamos anualmente algún encuentro. En definitiva, tengan conciencia de pertenencia. Urge constituir los Niños de Acción Católica General, pero para eso necesitamos numerosos grupos de monitores, que van creciendo en la medida en que se enganchan a esta cadena transmisora de la experiencia cristiana en nuestra diócesis. Guadalupe me ha descubierto una vez más que vivimos en una dió- cesis bendecida por Dios en la que todos hemos de confluir en un proyecto común para vivir y expresar la comunión eclesial. El mundo actual está esperando esta comunión para lanzarnos eficazmente a la evangelización. A Santa María se lo he pedido con toda mi alma, y espero que Dios bendiga a todos estos jóvenes y esta propuesta de Acción Católica General de jóvenes y niños. Con mi afecto y mi bendición: Los jóvenes nos sorprenden Guadalupe 2014 Q
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las misiones (DOMUND), que celebramos este domingo, nos trae a la mente y al corazón el recuerdo del mandato misionero de Jesús: “Id y predicad al mundo entero…” (Mc 16, 15), tarea que la Iglesia realiza cada día.
En este domingo de manera especial se da cuenta de este don del Señor y de esta tarea que tiene por delante: Evangelizar, decir al mundo entero que Dios nos ama con amor de misericordia. Estamos dentro del contexto del Año de la vida consagrada, entre quienes este mandato misionero se hace más palpable.
El primer responsable de llevar el Evangelio al mundo entero es cada Iglesia particular, con el obispo al frente en plena comunión con el Sucesor de Pedro (RM 63). Y dentro de la Iglesia, todos los carismas que brotan en la misma con esta dimensión misionera. De hecho, entre los misioneros repartidos por el todo el mundo, la inmensa mayoría son consagrados/as.
Gracias a ellos, el Evangelio en todas sus expresiones llega a tantas personas lejanas. En el campo de la catequesis y la formación, en la atención a los enfermos y a los pobres, en la vida sacramental y celebrativa. Se cumple en estos días el cincuenta aniversario del decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, que ha supuesto un verdadero impulso misionero para toda la Iglesia, recordando a todos que Santa Teresa del Niño Jesús es patrona de las misiones desde su entrega de amor en el silencio de la clausura y que san Francisco Javier es patrono desde su disposición a viajar hasta tierras lejanas para anunciar a Cristo, haciéndose todo para todos.
“Misioneros” quiere decir enviados. Enviados por Cristo, enviados por la Iglesia. En esta tarea de la evangelización no cabe el espontáneo, ni la iniciativa particular. Todo misionero es enviado, va con un encargo, lleva un mensaje que es de otro. Entre el medio millón de misioneros/as que hay por todo el mundo, ha crecido en este periodo postconciliar la interculturalidad.
Ya no es sólo Europa la que envía, como ha hecho a lo largo de tantos siglos. En muchas ocasiones, actualmente Europa es la que recibe misioneros. Pero además, los misioneros provienen de todos los lugares de la tierra. Nos hemos hecho más conscientes todos de que el ser misionero es consustancial con el ser cristiano.
La misma expansión misionera por toda la tierra ha suscitado vocaciones de todos los países, especialmente de los países más jóvenes. “de la misericordia”, porque el enviado lleva un mensaje de vida, que puede resumirse en la misericordia de Dios para todos.
El misionero no reparte propaganda ni cumple su tarea con proselitismo. El misionero es testigo y portador de una vida que brota del corazón de Dios y va destinada a todos, preferentemente a los que sufren, a los pobres, a los que no cuentan en nuestra sociedad.
Los misioneros repartidos por todo el mundo son los mejores embajadores de ese amor de Dios vivido cotidianamente. Lo constatamos cuando surge cualquier desgracia natural. Enseguida aparecen los misioneros que están allí desde hace años, y son ellos/as los primeros en atender. Pasarían inadvertidos y en el anonimato, y cualquiera de esas catástrofes los pone en primera línea informativa.
La misericordia de Dios cuenta con estos testigos, que han entregado su vida por completo a la causa de Dios y de los pobres, sin ninguna publicidad. También, junto a estos consagrados de por vida, aparecen voluntarios, entre los cuales hay muchos jóvenes, que entregan parte de su tiempo, de sus vacaciones, a vivir cerca de los pobres, anunciándoles con sus vidas la misericordia de Dios.
Es muy de valorar esta generosidad, porque cualquier gesto realizado en favor de los más necesitados, aunque solo sea un vaso de agua (Mt 10, 42), agrada al corazón de Dios y contribuye a sembrar esa misericordia entre los hombres.
Domingo del Domund. Todos misioneros. Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros de la misericordia.
PEREGRINACIÓN A GUADALUPE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este año se cumplen 20 años de aquel primer Guadalupe (1995), que instituyó el obispo de Córdoba, Don Francisco Javier Martínez con un grupo numeroso de jóvenes. Aquellos años han sido continuados por Don Juan José Asenjo durante varios años, de manera que ha llegado hasta nosotros de forma ininterrumpida esta experiencia de Guadalupe, año tras año. Guadalupe como peregrinación diocesana de jóvenes, caminando dos días para postrarse ante los pies de la Virgen y confiarle los secretos de un corazón juvenil que sueña y proyecta su futuro. En torno a 700 peregrinos cada año, son 14.000 peregrinos los que han caminado a Guadalupe, los que han ido madurando en su fe y en su vida bajo la mirada maternal de María. Aquellos primeros ya no son tan jóvenes, pero el recuerdo de aquellas experiencias quedará inolvidable para el resto de sus días. Cuántos jóvenes de la mano de María se han encontrado con Jesús en estos años, cuántos han encontrado el sentido de la vida, cuántos han recobrado su dignidad que había sido perdida por el pecado, cuántos han descubierto que la Iglesia es joven y es capaz de dar esperanza a los jóvenes. En el puente de san Rafael, Córdoba se ha puesto en camino año tras año, bajo la guía de su santo Custodio, convocando a miles de jóvenes. Ha sido una experiencia valiosa, por la que hoy damos gracias a Dios y a su madre bendita. En este año 2015, Guadalupe supondrá el comienzo de la Gran Misión Juvenil, que nos hará vivir juvenilmente el Año Santo de la misericordia y nos preparará para la Jornada Mundial de la Juventud 2016 en Cracovia, los días 26 al 31 de julio próximo, bajo el lema “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”, bajo la guía del Papa Francisco. Invito a toda la Diócesis a vivir esta Gran Misión Juvenil, niños, jó- venes y adultos. Todo el Pueblo de Dios en camino, bajo el estandarte de la Santa Cruz, con la protección maternal de María y con la intercesión de san Juan Pablo II, en cuya patria se va a celebrar la próxima Jornada, él que puso en marcha esta fecunda experiencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Hasta Cracovia viajará un buen número de cordobeses, chicos y chicas, pero serán muchísimos más los que no podrán acudir. Que esta Gran Misión Juvenil llegue a todos, en todas las parroquias y ámbitos juveniles para decirles a todos que Dios es amor y que su misericordia no se acaba nunca. Una misericordia que llena nuestro corazón de esperanza. Vivimos un cambio de época y hemos de prepararnos a esa nueva época inyectando en este mundo contemporáneo una fuerte dosis de misericordia que promueva la civilización del amor. No más odio ni enfrentamientos, ni guerra ni discordias. El conflicto no resuelve nada, sino que lo empeora todo. Solo el amor construye la historia, solo el amor sana las heridas, solo el amor es digno de crédito. Y este mensaje lleno de vida solo nos viene de Jesucristo, el único que puede salvarnos. Solo el amor de Cristo, que quita el pecado del mundo, es capaz de hacer un mundo nuevo, y los jóvenes tienen que prepararse para ello viviendo la experiencia del amor gratuito de Dios, que nos hace servidores de los demás como agradecimiento al amor gratuito que nosotros hemos recibido de Dios. Un amor que conoce el perdón y que está dispuesto a ofrecerlo y recibirlo. No es la economía ni la cultura técnico-científica en la que nos movemos, no serán los poderosos ni los populistas demagogos que engañan al pueblo. Solo la Cruz de Cristo, que derrocha bendiciones y amor de Dios para todos, la Cruz que es símbolo del perdón que todo lo hace nuevo. La Cruz y el servicio, decía el papa Francisco hace pocos días, es la seña de identidad del cristiano. De esa Cruz bendita han brotado todas las generosidades de los santos, toda la fuerza de los mártires, toda la capacidad de servicio de los misioneros, el amor generoso y silencioso de los padres de familia, la pureza de las almas consagradas, la entrega de los jóvenes a las a causas más nobles que han transformado este mundo. Y junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre, María Santísima. Junto a la cruz de su hijo Jesús y junto a la nuestra de cada día. Y así es más fácil llevarla. Tengo mucha esperanza en esta Gran Misión Juvenil, que se prolongará durante todo el año. Preparemos los caminos y que los corazones se abran a este mensaje de amor que quiere transformar nuestra vida. Parroquias, colegios de la Iglesia, colegios públicos que lo deseen. Digamos a esta generación de jóvenes de nuestro tiempo que Jesucristo ha dado su vida por nosotros y que vale la pena seguirle, como han hecho tantos hombres y mujeres, que nos ha precedido. Construyamos entre todos la civilización del amor en torno a Cristo y a su santísima Madre, con la intercesión de los santos. Aquí está el futuro de la humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición. Guadalupe 20 y la Gran Misión Juvenil Q
FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Todos los Santos (1 noviembre) y la Conmemoración de todos los difuntos (2 noviembre) vienen a ponernos delante de los ojos la realidad del más allá. Más allá de la muerte, la vida continúa para cada uno de nosotros. Hemos sido creados para vivir eternamente con Dios en el cielo, que será una gracia de Dios y un premio a nuestra libre respuesta positiva. Cabe lógicamente la respuesta negativa por nuestra parte que nos apartaría de Dios para toda la eternidad. Eso es el infierno, donde no podremos amar nunca más. Pero el plan de Dios es llevarnos consigo al cielo. La fiesta de Todos los Santos nos habla de esa felicidad preparada por Dios para cada uno y para todos. A veces pensamos que la santidad es hacer cosas extrañas, y no es así. La santidad es sencillamente ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios. Dejarle a Dios que él vaya haciendo su obra en nosotros, no interrumpirle. Colaborar con él en la misión que nos encomienda. El pecado consiste precisamente en preferir la propia voluntad y capricho ante la voluntad de Dios. Nacemos pecadores y el bautismo nos hace santos. La vida entera es un proceso de crecimiento en la santidad, configurándonos cada vez más con Cristo y eliminando al mismo tiempo la mala hierba que crece sola en nuestro corazón sin haberla sembrado nosotros. La santidad es parecerse a Jesucristo y a su madre bendita María. Eso son los santos, una prolongación de Cristo en la historia, un eco de su presencia. Hace pocos días fue proclamada santa la Madre María de la Purísima, que fue superiora general de las Hermanas de la Cruz. Es un gozo indecible verla ensalzada en los altares, esta mujer que ha sido humilde hasta el extremo, como son las Hermanas de la Cruz siguiendo el carisma de Santa Ángela de la Cruz. Una mujer lista y bien preparada, que lo deja todo para parecerse a Jesús crucificado en el servicio a los pobres, irradiando alegría en su entorno. El pueblo la tuvo por santa en vida, hoy ha sido incluida oficialmente en el catálogo de los santos. En Córdoba daremos gracias a Dios por este fuerte testimonio de vida, que nos espolea a ser santos nosotros, el domingo 1 de noviembre en la Misa de 12, en la Santa Iglesia Catedral. Y al día siguiente, 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos. La Iglesia nos invita a orar por todos los difuntos, especialmente por nuestros familiares y deudos. Y es que, terminada la etapa de la vida terrena, la muerte nos presenta ante Dios para ser juzgados por él. Y puede que la muerte nos llegue sin haber purificado nuestro corazón de todo afecto desordenado, con el vestido de bautismo manchado, sin el traje nupcial. Dios ha preparado el purgatorio como situación transitoria para aquellos que han muerto en el Señor, pero por remolones no les ha dado tiempo a purificarse. El purgatorio es un lugar donde se ama (no es como el infierno), pero donde se sufre inmensamente, al ver el amor de Dios tan grande y la respuesta mía tan pequeña e imperfecta. Por eso, rezamos por los difuntos para que cuanto antes vayan a gozar de Dios en el cielo, con los santos, con María santísima, con Jesús con el Padre y el Espíritu Santo. Podemos ahorrarnos el purgatorio, si durante nuestra vida en la tierra hacemos penitencia por nuestros pecados pasados. Y podemos ahorrar purgatorio a los demás si asumimos por amor los sufrimientos de la vida diaria. No escaquearnos del sufrimiento, porque nos traerá muchos bienes a nosotros y a los demás. Nuestro ideal no es evitarnos todo sufrimiento a costa de lo que sea. Nuestro ideal es hacer la voluntad de Dios, unirnos a la Cruz de Cristo redentor, y de esa manera merecer para nosotros y para los demás el cielo. La fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los difuntos nos hablan del más allá. El cristiano vive radicado por la fe en el cielo, en el otro mundo, y pasa por la tierra haciendo el bien de manera transitoria. Pensemos en el más allá para vivir la etapa presente con sentido de futuro. Recibid mi afecto y mi bendición: Estamos llamados a la santidad Q
DOMINGO MARCOS 12, 44 LAS DOS VIUDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17, 10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44). A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4, 26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo. Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo. Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo. Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús. El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia. El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar. Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos. El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas. La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante. “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento. La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento. Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia. Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás. Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre. Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón... Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir. Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: «Ha echado todo lo que tenía para vivir»
DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Qué es una diócesis? Un territorio de la Iglesia católica, que comprende una comunidad amplia, con sus fieles, con sus pastores, con sus personas dedicadas plenamente o consagradas a Jesucristo y su Evangelio, con múltiples carismas e instituciones. La diócesis de Córdoba incluye toda la provincia civil de Córdoba, con 232 parroquias, 800.000 fieles, 350 sacerdotes, 70 seminaristas que se preparan al sacerdocio, multitud de fieles laicos en torno a las parroquias, en torno a las cofradías, en torno a los diversos carismas y nuevos movimientos, y más de 800 hombres y mujeres de vida consagrada. La diócesis de Córdoba constituye todo un caudal de santidad heredado desde siglos al servicio hoy de la evangelización. Esto es, para decir al mundo entero que Dios es amor, que en su Hijo Jesucristo muerto en la cruz y resucitado, nos ha expresado ese amor hasta el extremo y nos ha dado su Espíritu Santo; que estamos llamados a ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre, y que el mundo sólo tiene futuro si camina por las sendas del amor. Un amor que construye, que restaura, que elimina fronteras, que tiende puentes y que abre su mano para ayudar a los más pobres e indefensos de la sociedad. El Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en esta diócesis de Córdoba, que es la nuestra, y darle gracias a Dios por ello. Nadie se sienta excluido, nadie monte su propio tenderete para su propio negocio. Con las gracias y carismas recibidos y reconocidos por la misma Iglesia pongámonos todos a la tarea de evangelizar nuestro mundo, darle un suplemento de alma, hacer presente el amor y la misericordia de Dios a través de nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestra vida personal y nuestras instituciones. En el campo de la atención a los pobres, Caritas coordina la caridad de toda la diócesis, en la que colaboran las parroquias, las cofradías, las familias religiosas, en la atención primaria a más de 200.000 personas al año. Nadie hace tanto por los pobres como la Iglesia en Córdoba: comedor de transeúntes en Trinitarios, en Lucena, en Montilla, albergue para los sin techo “Madre del Redentor”, residencias de ancianos, sobre todo por parte de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras familias religiosas, rescate de mujeres víctimas de la trata en Adoratrices, atención a drogadictos, servicio a los presos. Es admirable esta gran generosidad, donde muchas personas han entregado su vida entera para servir a los pobres, y lo hacen siempre con escasos recursos y con mucha generosidad. En el campo de la educación, la Iglesia en Córdoba atiende 25.000 alumnos en edad escolar en medio de mil dificultades y estrecheces, pero con la constancia de quien se ha entregado de por vida a esta preciosa tarea de formar hombres y mujeres de futuro, la mayoría de ellos en barrios pobres y alguno de élite. En el campo de la catequesis, del culto, del servicio religioso a una población que en el 90% se confiesa católica: misas, bodas, comuniones, confesiones, confirmaciones, entierros. Miles de horas dedicadas a la catequesis, en pura gratuidad de voluntariado de los catequistas, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Una multitud inmensa de hermanos en las casi mil Hermandades y Cofradías, a las que afluyen multitud de jóvenes. Ninguna institución cuenta con tantos voluntarios y con tantas horas de dedicación. Se trata de todo un movimiento social en favor de los demás, que genera comunión y crecimiento, y que brota del amor gratuito de Dios, que se ha manifestado en Cristo. La Iglesia católica no es un parásito de la sociedad, sino su principal bienhechora. Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana es ocasión para dar gracias a Dios por todo esto, renovando el propósito de seguir adelante en el servicio a Dios y a los hombres. Vivimos tiempos nada cómodos para la Iglesia católica, pero no se dan cuenta quienes nos incomodan del inmenso bien que nos hacen al despertar en nosotros las mejores esencias del amor cristiano, que nos lleva a vencer el mal a fuerza de bien. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia diocesana Q
DOMINGO 18 de noviembre: DOMINGO DE LOS POBRES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo 18 de noviembre celebramos la II Jornada Mundial de los Pobres, Jornada instituida por el Papa Francisco para alcanzar uno de los objetivos principales de su pontificado: poner a los pobres en el centro de vida de la Iglesia (EG 198). Este año bajo el lema “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó” (Salmo 34, 7). Os invito a leer el Mensaje que el Papa ha escrito para la ocasión. Situaciones humanas por las que a veces hemos pasado, situaciones humanas en las que viven tantas personas excluidas, marginadas, descartadas. Personas concretas que nos gritan con su vida para despertarnos de cierto letargo en el que muchas veces nos encontramos. Nos viene bien esta Jornada para reflexionar sobre la pobreza, sus condiciones, sus causas y orígenes, sus consecuencias.
Hay pobrezas de todo tipo: falta de recursos materiales, falta de salud, falta de oportunidades para el trabajo y la inserción social. A ello se añade la marginación, la exclusión, el trabajo esclavo, la esclavitud sexual, etc. Y la mayor de las carencias, la falta de Dios con culpa o sin culpa propia. La Jornada Mundial de los Pobres nos haga caer en la cuenta de los grandes problemas y de las personas concretas que viven cerca de nosotros.
La pobreza, cuando viene impuesta por la vida y por las condiciones sociales, humilla, margina, degrada, roba la esperanza. Pero cuando Dios ha querido arreglar este mundo tan injusto, lleno de desigualdades, lo ha hecho por el camino de la pobreza voluntaria del Hijo de Dios, que siendo rico se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (2Co 8, 9).
Seguir a Jesucristo pobre y humilde es el mejor camino para salir al encuentro de los pobres de este mundo. Algo tendrá la pobreza voluntaria cuando Dios la ha elegido para la salvación del mundo.
Salgamos al encuentro de nuestros hermanos los pobres con humildad, sin aparato, compartiendo algo de sus carencias y haciéndoles partícipes de nuestra solidaridad, que pretende dignificarlos.
Esta Jornada mundial de los Pobres es una ocasión propicia para invitar a algún pobre a nuestra mesa, no sólo darle una limosna o atender alguna de sus necesidades. Y es también ocasión para reconocer las múltiples colaboraciones, que pueden venir de personas con nuestra misma identidad religiosa o sin ella, porque tienen otra o porque no tienen ninguna, “siempre y cuando no descuidemos lo que nos es propio, llevar a todos a Dios y a la santidad” (Mensaje del Papa para esta Jornada).
Invito a todas las parroquias a tener actos significativos, siguiendo las orientaciones del Papa. En la ciudad de Córdoba, Cáritas Diocesana organiza en la parroquia de Santa Luisa de Marillac (Sector Sur) actos con los mismos pobres, invitándolos a la oración, a compartir una merienda y otras actividades.
En la S.I. Catedral, a la Misa de 12 de este domingo están invitados especialmente los pobres. Normalmente a los pobres los tenemos a las puertas de las Iglesias, pero no entran. Que en esta Jornada podamos hacer algo para que “entren”. Y que vayamos rompiendo las barreras que nos separan de ellos.
Jornada Mundial de los Pobres para caer en la cuenta de nuestras propias pobrezas, para tender una mano y abrir el corazón a quienes lo necesitan, para compartir con los necesitados de manera que ellos lleguen a ocupar el centro de la Iglesia. No podremos resolver el problema mundial de la pobreza, que es enormemente complicado, pero sí podemos poner una gota en el océano de la pobreza, una gota de amor, de comprensión, de acogida. Y esta jornada nos ayude a despojarnos libremente en favor de aquellos que están despojados contra su voluntad. Recibid mi afecto y mi bendición: Jornada Mundial de los Pobres Q
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
II JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 18 de noviembre de 2018
Este pobre gritó y el Señor lo escuchó
1. «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (Sal 34,7). Las palabras del salmista las hacemos nuestras desde el momento en el que también nosotros estamos llamados a ir al encuentro de las diversas situaciones de sufrimiento y marginación en la que viven tantos hermanos y hermanas, que habitualmente designamos con el término general de “pobres”. Quien ha escrito esas palabras no es ajeno a esta condición, sino más bien al contrario. Él ha experimentado directamente la pobreza y, sin embargo, la transforma en un canto de alabanza y de acción de gracias al Señor. Este salmo nos permite también hoy a nosotros, rodeados de tantas formas de pobreza, comprender quiénes son los verdaderos pobres, a los que estamos llamados a dirigir nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidades.
Se nos dice, ante todo, que el Señor escucha a los pobres que claman a él y que es bueno con aquellos que buscan refugio en él con el corazón destrozado por la tristeza, la soledad y la exclusión. Escucha a todos los que son atropellados en su dignidad y, a pesar de ello, tienen la fuerza de alzar su mirada al cielo para recibir luz y consuelo. Escucha a aquellos que son perseguidos en nombre de una falsa justicia, oprimidos por políticas indignas de este nombre y atemorizados por la violencia; y aun así saben que Dios es su Salvador. Lo que surge de esta oración es ante todo el sentimiento de abandono y confianza en un Padre que escucha y acoge. A la luz de estas palabras podemos comprender más plenamente lo que Jesús proclamó en las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3).
En virtud de esta experiencia única y, en muchos sentidos, inmerecida e imposible de describir por completo, nace el deseo de contarla a otros, en primer lugar a los que, como el salmista, son pobres, rechazados y marginados. Nadie puede sentirse excluido del amor del Padre, especialmente en un mundo que con frecuencia pone la riqueza como primer objetivo y hace que las personas se encierren en sí mismas.
2. El salmo describe con tres verbos la actitud del pobre y su relación con Dios. Ante todo, “gritar”. La condición de pobreza no se agota en una palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios. ¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no consigue llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles? En una Jornada como esta, estamos llamados a hacer un serio examen de conciencia para darnos cuenta de si realmente hemos sido capaces de escuchar a los pobres.
Lo que necesitamos es el silencio de la escucha para poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aun siendo meritorias y necesarias, están dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre. En tal caso, cuando los pobres hacen sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz de sintonizar con su condición. Estamos tan atrapados por una cultura que obliga a mirarse al espejo y a preocuparse excesivamente de sí mismo, que pensamos que basta con un gesto de altruismo para quedarnos satisfechos, sin tener que comprometernos directamente.
3. El segundo verbo es “responder”. El salmista dice que el Señor, no solo escucha el grito del pobre, sino que le responde. Su respuesta, como se muestra en toda la historia de la salvación, es una participación llena de amor en la condición del pobre. Así ocurrió cuando Abrahán manifestó a Dios su deseo de tener una descendencia, a pesar de que él y su mujer Sara, ya ancianos, no tenían hijos (cf. Gn 15,1-6). También sucedió cuando Moisés, a través del fuego de una zarza que ardía sin consumirse, recibió la revelación del nombre divino y la misión de hacer salir al pueblo de Egipto (cf. Ex 3,1-15). Y esta respuesta se confirmó a lo largo de todo el camino del pueblo por el desierto, cuando sentía el mordisco del hambre y de la sed (cf. Ex 16,1-16; 17,1-7), y cuando caían en la peor miseria, es decir, la infidelidad a la alianza y la idolatría (cf. Ex 32,1-14).
La respuesta de Dios al pobre es siempre una intervención de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a reemprender la vida con dignidad. La respuesta de Dios es también una invitación a que todo el que cree en él obre de la misma manera, dentro de los límites humanos. La Jornada Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de cualquier lugar para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199), que honra al otro como persona y busca su bien.
4. El tercer verbo es “liberar”. El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle la dignidad. La pobreza no es algo buscado, sino que es causada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males tan antiguos como el hombre, pero que son siempre pecados, que afectan a tantos inocentes, produciendo consecuencias sociales dramáticas. La acción con la que el Señor libera es un acto de salvación para quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios. Tantos salmos narran y celebran esta historia de salvación que se refleja en la vida personal del pobre: «[El Señor] no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; no le ha escondido su rostro: cuando pidió auxilio, lo escuchó» (Sal 22,25). Poder contemplar el rostro de Dios es signo de su amistad, de su cercanía, de su salvación. Te has fijado en mi aflicción, velas por mi vida en peligro; […] me pusiste en un lugar espacioso (cf. Sal31,8-9). Ofrecer al pobre un “lugar espacioso” equivale a liberarlo de la “red del cazador” (cf. Sal 91,3), a alejarlo de la trampa tendida en su camino, para que pueda caminar libremente y mirar la vida con ojos serenos. La salvación de Dios adopta la forma de una mano tendida hacia el pobre, que acoge, protege y hace posible experimentar la amistad que tanto necesita. A partir de esta cercanía, concreta y tangible, comienza un genuino itinerario de liberación: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).
5. Me conmueve saber que muchos pobres se han identificado con Bartimeo, del que habla el evangelista Marcos (cf. 10,46-52). El ciego Bartimeo «estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna» (v. 46), y habiendo escuchado que Jesús pasaba «empezó a gritar» y a invocar al «Hijo de David» para que tuviera piedad de él (cf. v. 47). «Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte» (v. 48). El Hijo de Dios escuchó su grito: «“¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Rabbunì, que recobre la vista”» (v. 51). Esta página del Evangelio hace visible lo que el salmo anunciaba como promesa. Bartimeo es un pobre que se encuentra privado de capacidades fundamentales, como son la de ver y trabajar. ¡Cuántas sendas conducen también hoy a formas de precariedad! La falta de medios básicos de subsistencia, la marginación cuando ya no se goza de la plena capacidad laboral, las diversas formas de esclavitud social, a pesar de los progresos realizados por la humanidad… Cuántos pobres están también hoy al borde del camino, como Bartimeo, buscando dar un sentido a su condición. Muchos se preguntan cómo han llegado hasta el fondo de este abismo y cómo poder salir de él. Esperan que alguien se les acerque y les diga: «Ánimo. Levántate, que te llama» (v. 49).
Por el contrario, lo que lamentablemente sucede a menudo es que se escuchan las voces del reproche y las que invitan a callar y a sufrir. Son voces destempladas, con frecuencia determinadas por una fobia hacia los pobres, a los que se les considera no solo como personas indigentes, sino también como gente portadora de inseguridad, de inestabilidad, de desorden para las rutinas cotidianas y, por lo tanto, merecedores de rechazo y apartamiento. Se tiende a crear distancia entre los otros y uno mismo, sin darse cuenta de que así nos distanciamos del Señor Jesús, quien no solo no los rechaza sino que los llama a sí y los consuela. En este caso, qué apropiadas se nos muestran las palabras del profeta sobre el estilo de vida del creyente: «Soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo» (Is 58,6-7). Este modo de obrar permite que el pecado sea perdonado (cf. 1P 4,8), que la justicia recorra su camino y que, cuando seamos nosotros los que gritemos al Señor, entonces él nos responderá y dirá: ¡Aquí estoy! (cf. Is 58, 9).
6. Los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas. Dios permanece fiel a su promesa, e incluso en la oscuridad de la noche no deja que falte el calor de su amor y de su consolación. Sin embargo, para superar la opresiva condición de pobreza es necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas que se preocupan por ellos y que, abriendo la puerta de su corazón y de su vida, los hacen sentir familiares y amigos. Solo de esta manera podremos «reconocer la fuerza salvífica de sus vidas» y «ponerlos en el centro del camino de la Iglesia» (Exhort. apost. Evangelii gaudium, 198).
En esta Jornada Mundial estamos invitados a concretar las palabras del salmo: «Los pobres comerán hasta saciarse» (Sal 22,27). Sabemos que tenía lugar el banquete en el templo de Jerusalén después del rito del sacrificio. Esta ha sido una experiencia que ha enriquecido en muchas Diócesis la celebración de la primera Jornada Mundial de los Pobres del año pasado. Muchos encontraron el calor de una casa, la alegría de una comida festiva y la solidaridad de cuantos quisieron compartir la mesa de manera sencilla y fraterna. Quisiera que también este año, y en el futuro, esta Jornada se celebrara bajo el signo de la alegría de redescubrir el valor de estar juntos. Orar juntos en comunidad y compartir la comida en el domingo. Una experiencia que nos devuelve a la primera comunidad cristiana, que el evangelista Lucas describe en toda su originalidad y sencillez: «Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. [....] Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,42.44-45).
7. Son innumerables las iniciativas que diariamente emprende la comunidad cristiana como signo de cercanía y de alivio a tantas formas de pobreza que están ante nuestros ojos. A menudo, la colaboración con otras iniciativas, que no están motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, nos permite brindar una ayuda que solos no podríamos realizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra intervención es también limitada, débil e insuficiente, nos lleva a tender la mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda lograr su objetivo con más eficacia. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad, aunque sabemos reconocer otras formas de ayuda y de solidaridad que, en parte, se fijan los mismos objetivos; pero no descuidemos lo que nos es propio, a saber, llevar a todos hacia Dios y hacia la santidad. Una respuesta adecuada y plenamente evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas experiencias y la humildad en el prestar nuestra colaboración sin ningún tipo de protagonismo.
En relación con los pobres, no se trata de jugar a ver quién tiene el primado en el intervenir, sino que con humildad podamos reconocer que el Espíritu suscita gestos que son un signo de la respuesta y de la cercanía de Dios. Cuando encontramos el modo de acercarnos a los pobres, sabemos que el primado le corresponde a él, que ha abierto nuestros ojos y nuestro corazón a la conversión. Lo que necesitan los pobres no es protagonismo, sino ese amor que sabe ocultarse y olvidar el bien realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone al servicio es instrumento en las manos de Dios para que se reconozca su presencia y su salvación. Lo recuerda san Pablo escribiendo a los cristianos de Corinto, que competían ente ellos por los carismas, en busca de los más prestigiosos: «El ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”; y la cabeza no puede decir a los pies: “No os necesito”» (1 Co 12,21). El Apóstol hace una consideración importante al observar que los miembros que parecen más débiles son los más necesarios (cf. v. 22); y que «los que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan» (vv. 23-24). Pablo, al mismo tiempo que ofrece una enseñanza fundamental sobre los carismas, también educa a la comunidad a tener una actitud evangélica con respecto a los miembros más débiles y necesitados. Los discípulos de Cristo, lejos de albergar sentimientos de desprecio o de pietismo hacia ellos, están más bien llamados a honrarlos, a darles precedencia, convencidos de que son una presencia real de Jesús entre nosotros. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
8. Aquí se comprende la gran distancia que hay entre nuestro modo de vivir y el del mundo, el cual elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y riqueza, mientras margina a los pobres, considerándolos un desecho y una vergüenza. Las palabras del Apóstol son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: «Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Siguiendo esta misma línea, así nos exhorta en la Carta a los Romanos: «Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde» (12,15-16). Esta es la vocación del discípulo de Cristo; el ideal al que aspirar con constancia es asimilar cada vez más en nosotros los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).
9. Una palabra de esperanza se convierte en el epílogo natural al que conduce la fe. Con frecuencia, son precisamente los pobres los que ponen en crisis nuestra indiferencia, fruto de una visión de la vida excesivamente inmanente y atada al presente. El grito del pobre es también un grito de esperanza con el que manifiesta la certeza de que será liberado. La esperanza fundada en el amor de Dios, que no abandona a quien confía en él (cf. Rm 8,31-39). Así escribía santa Teresa de Ávila en su Camino de perfección: «La pobreza es un bien que encierra todos los bienes del mundo. Es un señorío grande. Es señorear todos los bienes del mundo a quien no le importan nada» (2,5). En la medida en que sepamos discernir el verdadero bien, nos volveremos ricos ante Dios y sabios ante nosotros mismos y ante los demás. Así es: en la medida en que se logra dar a la riqueza su sentido justo y verdadero, crecemos en humanidad y nos hacemos capaces de compartir.
10. Invito a los hermanos obispos, a los sacerdotes y en particular a los diáconos, a quienes se les impuso las manos para el servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-7), junto con las personas consagradas y con tantos laicos y laicas que en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos, hacen tangible la respuesta de la Iglesia al grito de los pobres, a que vivan esta Jornada Mundial como un momento privilegiado de nueva evangelización. Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia. Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo recíprocamente las manos unos a otros, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, vuelve operosa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en su camino hacia el Señor que llega.
Vaticano, 13 de junio de 2018
Memoria litúrgica de san Antonio de Padua
Francisco
JESUCRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el último domingo de año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado.
La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio.
Pero sobre todo, hace referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor.
De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él. Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece.
Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana.
El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra.
Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta).
Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida.
El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial. ¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor.
El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado.
Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver.
En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. ¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria.
Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria. ¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte.
Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesucristo, Rey de amor.
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: CURSILLO MIL DE CÓRDOBA
Hemos asistido con gozo a la clausura del Cursillo n° 1,000 de la diócesis de Córdoba, y este domingo acudimos a la Catedral para dar gracias a Dios por este feliz acontecimiento.
Hace 58 años llegó el Movimiento de Cursillos a nuestra diócesis de Córdoba por la mediación de D. Felipe Tejederas, joven sacerdote que a sus 28 años hizo su Cursillo en Cartagena en 1954. La llegada posterior en 1957 de D. Juan Capó a Córdoba como canónigo y profesor del Seminario, proveniente de Mallorca, donde había sido de los iniciadoras de esta feliz experiencia, da un impulso definitivo al Movimiento en Córdoba. En mi carta pastoral «Cursillo n° 1.000. Cincuenta y ocho años «de colores” en Córdoba» amplío lo que aquí os digo resumidamente.
La historia de Cursillos de Cristiandad se entronca con todo un despertar del Laicado católico en España en la primera mirad del siglo XX, que desemboca en el Concilio Vaticano II, cuyos mejores frutos recoge la Exhortación Christi fideles laici (1988). Córdoba tuvo la suerte de contar con unos líderes seglares de primera categoría, aconsejados por celosos sacerdotes, que los impulsaron a vivir con plena conciencia su vocación laical en la Iglesia y en el mundo.
El Movimiento de Cursillos en Córdoba ha producido abundantes frutos de santidad y de compromisos apostólicos fermentando de Evangelio los ambientes. La presencia de los laicos como «Iglesia en el mundo” tiene en Córdoba un referente para otras diócesis y para la Iglesia universal.
Este Movimiento de cursillos de cristiandad no es sólo un recuerdo del pasado, como tantos otros que un día florecieron pero hoy están caducos, sino que es algo vivo hoy. He encontrado cursillistas por todas partes en la diócesis de Córdoba, en las parroquias y en todas sus actividades (catequesis, cáritas, liturgia, etc.), en el campo civil, con una presencia transformadora y eficaz, en tantas obras sociales. al servicio de antiguas r nuevas pobrezas.
He constatado que el “Cristo cuenta contigo” del cursillista se lo han tomado en serio muchos miles de hombres y mujeres de nuestra diócesis, entregando lo mejor de sí mismos a la tarea de la evangelización. Al anuncio gozoso de Cristo y de la nueva vida que brota de Él, haciendo al hombre feliz.
El Movimiento de Cursillos tiene además rasgos que le hacen muy apreciable en nuestra diócesis de Córdoba. Es un Movimiento muy diocesano, inserto plenamente en la estructura ordinaria tic la diócesis, al servicio de la Iglesia local, sin perder su dimensión universal. Es un Movimiento laical, bien estructurado, dirigido por laicos y muy inserto en las necesidades reales de nuestro ambiente sin perder para nada su carácter de fermento evangélico, con una hoja de servicios y una cuenta de resultados admirable en la sociedad cordobesa.
Es un Movimiento en plena sintonía con los Pastores de la Iglesia, donde se ama al Papa y al Obispo, donde se estima sobremanera el ministerio del presbítero y se cuenta con él, donde se vive una eclesiología de comunión, secundando de buen grado todas las orientaciones diocesanas. Todo esto le hace ser un Movimiento muy querido y apreciado por todos, laicos, sacerdotes y consagrados, en la diócesis de Córdoba. Los cursillistas de Córdoba son un referente para la vida de la Iglesia hoy.
Constatar esta realidad de un golpe de vista me lleva a dar gracias a Dios y a invitaros a hacerlo, porque “Dios ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (S 126,3). Sí, Dios ha estado grande con la diócesis de Córdoba y no podemos dejar pasar este acontecimiento sin expresar nuestro gozo dándole gracias a Dios, como merece.
Esa es la razón por la que he invitado a las altas jerarquías de la Iglesia, y han accedido gustosos a acompañaros en esta acción de gracias a Dios, y de alguna manera a honrar a nuestra diócesis con su presencia.
El Cardenal Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, ministro del Papa para este campo del apostolado seglar, preside la Eucaristía este domingo en la Catedral de Córdoba, acompañado del Nuncio de Su Santidad en España, del Obispo Consiliario del Movimiento y otros Prelados que se unen a nuestra celebración.
Daremos gracias a Dios y nos sentiremos todos invitados a seguir por este camino de comunión eclesial, que es ci único que puede garantizar el fruto duradero a la siembra del Evangelio y su eficacia transformadora del mundo.
Recibid mi afecto y mi bendición
Mil Cursillos en Córdoba
Es un Movimiento muy diocesano, inserto plenamente en la estructura ordinaria de la diócesis, al servicio de la Iglesia local sin perder su dimensión universal, Es un Movimiento laical, bien estructurado, dirigido por laicos y muy inserto en las necesidades reales de nuestro ambiente sin perder para nada su carácter de fermento evangélico, con una hoja de servicios y una cuenta de resultados admirable en la sociedad cordobesa.
FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Todos los Santos (1 noviembre) y la Conmemoración de todos los difuntos (2 noviembre) vienen a ponernos delante de los ojos la realidad del más allá. Más allá de la muerte, la vida continúa para cada uno de nosotros.
Hemos sido creados para vivir eternamente con Dios en el cielo, que será una gracia de Dios y un premio a nuestra libre respuesta positiva. Cabe lógicamente la respuesta negativa por nuestra parte que nos apartaría de Dios para toda la eternidad. Eso es el infierno, donde no podremos amar nunca más.
Pero el plan de Dios es llevarnos consigo al cielo. La fiesta de Todos los Santos nos habla de esa felicidad preparada por Dios para cada uno y para todos. A veces pensamos que la santidad es hacer cosas extrañas, y no es así. La santidad es sencillamente ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios. Dejarle a Dios que él vaya haciendo su obra en nosotros, no interrumpirle. Colaborar con él en la misión que nos encomienda.
El pecado consiste precisamente en preferir la propia voluntad y capricho ante la voluntad de Dios. Nacemos pecadores y el bautismo nos hace santos. La vida entera es un proceso de crecimiento en la santidad, configurándonos cada vez más con Cristo y eliminando al mismo tiempo la mala hierba que crece sola en nuestro corazón sin haberla sembrado nosotros.
La santidad es parecerse a Jesucristo y a su madre bendita María. Eso son los santos, una prolongación de Cristo en la historia, un eco de su presencia.
Hace pocos días fue proclamada santa la Madre María de la Purísima, que fue superiora general de las Hermanas de la Cruz. Es un gozo indecible verla ensalzada en los altares, esta mujer que ha sido humilde hasta el extremo, como son las Hermanas de la Cruz siguiendo el carisma de Santa Ángela de la Cruz. Una mujer lista y bien preparada, que lo deja todo para parecerse a Jesús crucificado en el servicio a los pobres, irradiando alegría en su entorno.
El pueblo la tuvo por santa en vida, hoy ha sido incluida oficialmente en el catálogo de los santos. En Córdoba daremos gracias a Dios por este fuerte testimonio de vida, que nos espolea a ser santos nosotros, el domingo 1 de noviembre en la Misa de 12, en la Santa Iglesia Catedral.
Y al día siguiente, 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos. La Iglesia nos invita a orar por todos los difuntos, especialmente por nuestros familiares y deudos. Y es que, terminada la etapa de la vida terrena, la muerte nos presenta ante Dios para ser juzgados por él. Y puede que la muerte nos llegue sin haber purificado nuestro corazón de todo afecto desordenado, con el vestido de bautismo manchado, sin el traje nupcial.
Dios ha preparado el purgatorio como situación transitoria para aquellos que han muerto en el Señor, pero por remolones no les ha dado tiempo a purificarse. El purgatorio es un lugar donde se ama (no es como el infierno), pero donde se sufre inmensamente, al ver el amor de Dios tan grande y la respuesta mía tan pequeña e imperfecta.
Por eso, rezamos por los difuntos para que cuanto antes vayan a gozar de Dios en el cielo, con los santos, con María santísima, con Jesús con el Padre y el Espíritu Santo.
Podemos ahorrarnos el purgatorio, si durante nuestra vida en la tierra hacemos penitencia por nuestros pecados pasados. Y podemos ahorrar purgatorio a los demás si asumimos por amor los sufrimientos de la vida diaria.
No escaquearnos del sufrimiento, porque nos traerá muchos bienes a nosotros y a los demás. Nuestro ideal no es evitarnos todo sufrimiento a costa de lo que sea. Nuestro ideal es hacer la voluntad de Dios, unirnos a la Cruz de Cristo redentor, y de esa manera merecer para nosotros y para los demás el cielo.
La fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los difuntos nos hablan del más allá. El cristiano vive radicado por la fe en el cielo, en el otro mundo, y pasa por la tierra haciendo el bien de manera transitoria. Pensemos en el más allá para vivir la etapa presente con sentido de futuro. Recibid mi afecto y mi bendición: Estamos llamados a la santidad.
FIESTA DE CRISTO REY.
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Todo en la vida cristiana gira en torno a Jesucristo, como no podía ser de otra manera. Él es el centro del cosmos y de la historia. El Año litúrgico nos va desgranando año tras año ese misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final. Y la celebración litúrgica tiene la capacidad de traernos eficazmente el misterio que celebramos.
En Jesucristo la historia de la humanidad ha encontrado su plenitud, en Él se nos anticipa nuestro futuro. Celebrar esta fiesta de Cristo Rey hace alusión, por una parte, a la pretensión histórica de Jesús, por la que fue condenado a muerte: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Una pretensión que quedó plenamente verificada en la resurrección de Jesús y en su victoria sobre la muerte. Verdaderamente, Jesús es Rey. Y por otra parte, hace alusión al final hacia el que caminamos.
Es una fiesta de futuro, teniendo presente el pasado histórico y entrando en esa espiral ascensional, que nos va configurando con Cristo hasta transformarnos como él. No se trata de un reinado despótico. Jesús aparece como el buen pastor que cuida de sus ovejas, manso y humilde de corazón, que está dispuesto a dar la vida por cada uno de nosotros, como ha sucedido realmente. En él encontramos la paz del corazón, pues nos sentimos queridos con un amor que sana nuestras heridas.
En el conjunto de la historia, hay un error primigenio, el pecado original, y hay una sobreabundancia de gracia en Jesucristo. “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”. Nuestra vida terrena camina con esta cojera. Jesús viene en nuestra ayuda y nos llena el corazón de esperanza.
El bautismo nos saca de la muerte y nos introduce en la vida para siempre. Al final, todo será sometido a Dios y Dios lo será todo para todos, si no malogramos el plan de Dios en nuestra vida. Jesús aparece como el que viene a juzgar, cuando venga en su gloria el Hijo del hombre.
Viene a premiar a los buenos y a rechazar a los malos. “El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras”. Y seremos examinados de amor. Al atardecer de la vida te examinarán del amor, nos recuerda san Juan de la Cruz. “Tuve hambre y me diste de comer…” ¿Cuándo, cómo, dónde, a quién? Todo lo que hicimos a uno de los humildes hermanos, “a mí me lo hicisteis”, dice Jesús.
Esa personificación de Jesús en la persona de los pobres y los humildes, que asoman en nuestra vida pidiendo nuestra ayuda, es todo un principio revolucionario en la nueva civilización del amor. Nunca será el odio, sino el amor el que cambie el mundo. El amor cristiano reside en nuestro corazón por el Espíritu Santo, que se nos ha dado, nos hace salir de nosotros mismos para entregar la vida y gastarla en favor de los demás. Pero además, el amor cristiano encuentra en cada uno de los destinatarios (sean de la condición que sean) una prolongación de Jesús, “a mí me lo hicisteis…”.
Esta motivación en su origen y en su término hace que Jesucristo reine en el mundo, transformando incluso el orden social. No es por tanto, un reino de poderío humano, de prepotencia, de exclusión de nadie. El de Cristo es un reino de amor.
Él nos ha ganado con las armas del amor, y con estas mismas armas quiere que luchemos, seguros de la victoria final. “Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de la fiesta).
¡Venga a nosotros tu Reino! Que la fiesta de Cristo Rey del Universo nos introduzca en esa espiral de amor, que va sanando todas las heridas del corazón, propias y ajenas, consecuencia del pecado, y va introduciendo en cada corazón una nueva vida que brota del Corazón de Cristo, que ama sin medida. Recibid mi afecto y mi bendición: Cristo Rey, último domingo.
CRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Cristo Rey del Universo viene a ser como el broche de oro del año litúrgico, a lo largo del cual vamos celebrando a Cristo en sus distintos misterios: desde su anuncio, su nacimiento, su vida familiar, su vida pública predicando el Reino de Dios, su pasión, muerte y resurrección, su ascensión a los cielos y el envío del Espí- ritu Santo, la espera de su gloriosa venida al final de los tiempos para reunirnos a todos y entregar su Reino al Padre. Cristo Rey del Universo nos presenta a Jesús como el que ha conquistado los corazones humanos por la vía del amor y de la atracción, nunca por la violencia ni la prepotencia. Jesús ha conquistado nuestros corazones por la vía del amor, y de un amor hasta el extremo. En el centro del cristianismo se encuentra la ley del amor, del amor que Cristo nos tiene y del amor que nosotros le tenemos a él. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo unigénito, y por parte de Jesús nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Este es el mandamiento nuevo que Cristo nos ha dejado: que os améis unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros. La fiesta de Cristo Rey reclama nuestra atención ante esa estampa de Cristo que viene a juzgar a vivos y muertos al final de los tiempos. Sentará a unos a su derecha y a otros a su izquierda, para decir a unos: Venid benditos de mi Padre y heredad el Reino. Mientras a los otros les dirá: id malditos al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. La última palabra no está dicha todavía. Esa se la reserva Jesús, porque el Padre Dios le ha dado todo poder sobre el cielo y la tierra como juez universal. Mientras caminamos por esta tierra estamos siempre a tiempo de enfilar el camino de la vida, que nos conduce al cielo, aunque nuestros pasos hayan sido muy extraviados. Él continuamente nos brinda su misericordia, que sana nuestras heridas. Pero, en todo caso, el examen y la medida será la del amor. De manera que el ejercicio del amor sea nuestra principal tarea a lo largo de nuestra existencia. La persona humana está hecha para amar y ser amada y en ese ejercicio anticipa su felicidad. Por el contrario, cuando se deja llevar por el egoísmo, fruto del pecado, se aísla y se encierra en sí misma asfixiada por no poder amar, y en eso consiste el infierno. Dios nos ha hecho para amar, y de ello nos examinará Jesús al final de los tiempos, acerca de la verdad de nuestra vida. Impresiona en esta escena del juicio final que Jesús haya querido identificarse con sus hermanos más humildes. “A mí me lo hicisteis”. Cada vez que lo hicimos con cada uno de los necesitados y los pobres, lo hicimos a Cristo y él será el buen pagador que nos lo recompense en el juicio final. Cristo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo y en el privado de libertad, en el pobre y necesitado, víctima de tantas pobrezas añejas y nuevas. La realeza de Cristo es por tanto algo que se va fraguando en la vida diaria. Vamos dejándole reinar en la medida en que le dejamos espacio en una sociedad tantas veces dominada por el egoísmo y no por el amor, en la medida que aprendemos a amar. Cristo reina en la medida en que los pobres son atendidos, en la medida en que nos dejamos evangelizar por ellos. Cristo reina cuando en tales pobres descubrimos el rostro de Cristo, haciéndole a él lo que hacemos a nuestros hermanos. Cristo y los pobres ocupan un lugar central en el Evangelio, porque Cristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y proclama dichosos a quienes tienen un corazón pobre, desprendido, capaz de abrirse a las necesidades de los demás. Cuando los pobres son evangelizados y, más aún, cuando nos dejamos evangelizar por ellos, entonces el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Y cuando esto se extienda a toda la tierra, Cristo ejercerá su reinado y se mostrará Rey del Universo. Recibid mi afecto y mi bendición: Cristo Rey: «A mí me lo hicisteis» Q
JESUCRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el último domingo de año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado. La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio. Pero sobre todo, hace referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor. De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él. Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece. Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana. El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra. Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta). Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida. El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial. ¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor. El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado. Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver. En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. ¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria. Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria. ¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte. Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesucristo, Rey de amor Q
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comienza el Año litúrgico, primer domingo de adviento. A ese Cristo Rey que celebrábamos el pasado domingo, lo esperamos lleno de gloria al final de los tiempos. La historia humana no está encerrada en sí misma, no es un eterno retorno sobre sí misma, como el burro de la noria, sino que está abierta a Jesucristo, centro y culmen de esa historia humana, que la lleva a plenitud.
Caminamos al encuentro del Señor, que ya ha venido hace dos mil años para anticipar en su humanidad santí- sima ese término final en su gloriosa resurrección. Caminamos al encuentro del Señor, que a lo largo de este Año litúrgico iremos desgranando en cada uno de sus misterios.
El cristiano vive, por tanto, a la espera del Señor. Su destino no es la tumba, no vive encerrado en su vida terrena. Jesucristo ha roto las puertas del hades y ha abierto de par en par las puertas del cielo. Esta situación, la de nuestra vida presente, tiene salida. O mejor, tiene “sacada”, porque no salimos por nuestro propio impulso, sino que somos sacados por la potente fuerza aspiradora de la gracia.
Comenzamos el Año litúrgico con este horizonte abierto. No nos asfixian los problemas presentes, sino que tomamos aire a fondo sabiendo que el Señor está cerca, viene a nuestro encuentro, viene a salvarnos. Para cada uno de nosotros ese encuentro se producirá definitivamente al terminar su existencia terrena, para toda la humanidad se producirá al final de la historia.
En un caso y en otro, la meta es Jesucristo que nos espera para un abrazo eterno, que nos llenará de gozo para siempre. No dejemos de pensar continuamente en el cielo, es la mejor manera de afrontar con fortaleza los problemas de la tierra. El pensamiento del cielo no nos enajena, sino que nos compromete seriamente a transformar este mundo con la presencia de Dios, el único que puede salvarnos. El tiempo de adviento, más breve este año, nos prepara para la Navidad. El nacimiento en la carne del Hijo de Dios. Volveremos a vivir la ternura de un Niño que viene a salvarnos, que es Dios como su Padre y se ha hecho hombre como nosotros: nuestro Señor Jesucristo.
Y junto a él siempre está su Madre, desde el comienzo hasta el final. Ella le ha traído a este mundo como madre, ella le acompañará en su ofrenda definitiva junto a la Cruz. Ella acompaña a la Iglesia, la comunidad de su Hijo, hasta el encuentro definitivo con él. Una de las primeras fiestas del año es la Inmaculada, el 8 diciembre. Fiesta de pureza, de hermosura, de plenitud de gracia. Como María.
Ella fue librada de toda sombra de pecado, su corazón fue un sí sostenido y permanente a Dios y a su plan redentor. Qué hermosa eres María, en ti no hay mancha de pecado original, eres la llena de gracia. La más graciosa y hermosa de todas las criaturas. María es el primer fruto de la redención, es el primer fruto del adviento. Y lo es también para nosotros, pues Dios nos quiere parecidos a esta Madre amante. Para eso, nos pone a Jesús y nos da su Espíritu Santo.
Recorramos el tiempo de adviento, tiempo de esperanza, con actitud penitencial. Como el que hace balance del año anterior y ajusta su vida reorientándola hacia Dios en el año venidero. No estamos siempre en el mismo punto, sino que Dios nos va atrayendo cada vez más hacia Él, si no le ponemos obstáculo.
Cesen tantas esperanzas fatuas, y se fortalezca la verdadera esperanza, la que pone en Dios su fundamento. No nos dejemos arrastrar por el consumismo “navideño”, que no tiene que ver nada con Jesús. Sino preparemos nuestro corazón para acoger al que viene a salvarnos y nos enseña a ser solidarios de quienes nos necesitan. Recibid mi afecto y mi bendición: El Señor viene, tiempo de adviento.
TOMADO DEL 2015 B
1º ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros. El Adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo. Pero el Adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María. El centro del Adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El Adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús! Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de Adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de Adviento, y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos, celebraremos la fiesta de la Inmaculada. Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de Adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer– que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Tiempo de Adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Viene el Señor: tiempo de Adviento Q
LA INMACULADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Ave María purísima, sin pecado concebida”. Con esta jaculatoria saludamos en España en tantas ocasiones buenas, recordando el saludo del ángel a María, que hacemos nuestro como saludo cristiano.
Muchas personas comienzan con estas palabras su confesión sacramental, muchos saludan así al entrar en una casa, muchos la emplean al comenzar una obra buena, etc. Pertenece a la entraña del pueblo cristiano esta devoción mariana, que evoca el saludo del ángel a María y recuerda que ella es la Purísima, llena de gracia y concebida sin pecado original.
Al comienzo del Año litúrgico celebramos la solemne fiesta de la Inmaculada, como aurora que anuncia la llegada del sol. La redención de Cristo ha comenzado por María. Ella es la primera destinataria de esa redención que viene a traer su Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Redentor. Ella es la más redimida, la mejor redimida, la primera redimida.
En ella nos miramos como en un espejo para contemplar lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros. A ella en medida superlativa, a nosotros según la medida asignada por Dios. A ella, desde el comienzo; a nosotros, como final consumado. Pero todos redimidos por la sangre redentora de Cristo, derramada en la Cruz para limpiarnos de nuestros pecados.
María fue concebida por vía natural del abrazo amoroso de sus padres Joaquín y Ana. El fruto de esa unión ha resultado singular, pues Dios eligió a María para que fuera en su momento la madre del Redentor. Y por eso la libró de todo pecado, llenándola de su gracia, incluso librándola del pecado original, que todos contraemos al nacer.
Lo que a todos nos viene dado como perdón, a ella le viene dado anticipadamente como prevención en virtud de los méritos de Cristo. De manera que nunca tuvo la más mínima sombra de pecado, y en ella todo fue luz de gracia desde el primer momento. Por eso, la llamamos la Purísima.
Nuestra patria España, en su larga historia de santidad, ha impulsado continuamente que esta verdad tan arraigada en la conciencia cristiana de nuestro pueblo llegara a ser definida como dogma de fe. Y así sucedió en 1854 (precisamente, el 8 de diciembre), cuando el Papa Pío IX definió que “la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano”.
A partir de esa fecha, el Papa visita todos los años la plaza de España en Roma, depositando un ramo de flores junto al monumento de la Inmaculada. María Inmaculada es patrona de España, precisamente con este título tan atractivo y tan seductor para el alma creyente.
A ella nos dirigimos en esta hora crucial de la historia de España para que nos tienda su mano materna y seamos capaces de recorrer caminos de paz y de concordia entre todos los pueblos de España. Este corazón inmaculado de María se convirtió en digna morada de su Hijo, al que recibió en la fe y concibió en su vientre, permaneciendo virgen.
Se acerca la Navidad, se acerca la contemplación de este misterio de amor, que tiene corazón de madre. Preparemos nuestro corazón para acoger el misterio que nos desborda. Dios se acerca a nosotros en este Niño indefenso en los brazo de su Madre santísima. Nos acercamos a Él con el deseo de acogerlo en nuestro corazón.
Que el Adviento sea de verdad tiempo de acercamiento al Señor, porque Él sale a nuestro encuentro en cada hombre, en cada acontecimiento. Sobre todo en aquellas personas que sufren la injusticia, en los pobres y desheredados de la tierra, que reclaman nuestra atención.
El viene a establecer un reinado de justicia y de amor. Preparándonos así a recibirle este año, nos vayamos disponiendo a recibirle cuando venga a llevarnos con Él definitivamente. Su Madre bendita nos acompañará en todo momento, también en ese momento supremo. Recibid mi afecto y mi bendición: Ave María Purísima, sin pecado concebida.
LA PURÍSIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal. María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada. En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada. Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia. Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima. Que el Señor os conceda a todos una profunda renovación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q
AÑO DE LA MISERICORDIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia. La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras. La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca. Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia. Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo. Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados. Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno. A todos, mi afecto y mi bendición: El Año de la Misericordia Q
ADVIENTO, AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El año 2015 es el Año de la vida consagrada. Así lo dispuso el papa Francisco, anunciándolo el año pasado por estas fechas. Un Año dedicado a dar gracias a Dios, a mirar el futuro con esperanza y a vivir el presente con pasión, a los 50 años del concilio Vaticano II y del decreto Perfectae caritatis sobre la vida consagrada. En nuestra diócesis de Córdoba lo inauguramos el sábado 29 de noviembre en la Catedral. Comenzamos un nuevo año litúrgico, que nos pone alerta sobre la venida del Señor, la última venida, cuando acabe nuestra vida en la tierra (cada vez más cercana) y cuando acabe la historia de la humanidad. El Señor vendrá glorioso para juzgar a vivos y muertos. De ese juicio no se escapa nadie, y es en definitiva el único que importa. Por eso, hemos de vivir con el alma transparente y con la conciencia clara de que hemos de ser juzgados y hemos de dar cuenta a Dios de toda nuestra vida. El tiempo de adviento nos introduce en un nuevo año litúrgico, en el que renovaremos sacramentalmente el misterio de Cristo completo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final de los tiempos. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata a la Navidad que se acerca un año más, cuando Jesús vino y viene a quedarse con nosotros, el eterno nacido como uno de los nuestros. Volver nuestros ojos a la vida consagrada es ciertamente para dar gracias a Dios. En nuestra iglesia diocesana de Córdoba han brotado abundantes vocaciones a la vida consagrada en tantos carismas que adornan el jardín de la Iglesia con frutos abundantes. Y además, la presencia de la vida consagrada en nuestra dió- cesis es superabundante en todos los campos. En monasterios de vida contemplativa, que tanto bien nos hacen al recordarnos la primacía de Dios en un mundo tan agitado. En el campo de la educación con fundaciones centenarias, donde miles y miles de hombres y mujeres han sido formados en estos colegios. En el campo de la beneficencia con todo tipo de obras sociales: hospitales, residencias de ancianos, atención a los pobres, cercanía a las nuevas pobrezas. Cuántos hombres y mujeres (más mujeres que hombres) consagrados de por vida a hacer el bien, cuántas lágrimas han enjugado, cuántos sufrimientos compartidos y aliviados, cuántas hambres saciadas. En el campo de la evangelización y catequesis, a pie de parroquia, disponibles para llegar a todos los hogares, confidentes de tantos corazones desgarrados, presentando a niños, jóvenes y adultos la belleza del Evangelio. Cómo no dar gracias a Dios por todo ello. El Año de la vida consagrada viene para eso. ¿No hemos conocido en nuestra vida almas consagradas a Dios, cercanas para hacer el bien a todo el mundo? Demos gracias a Dios por todos estos dones en su Iglesia de los que todos somos beneficiarios. La vida consagrada en sus múltiples formas tiene futuro, por eso este año abre nuevos caminos de esperanza. Ciertamente ha descendido el número de religiosos y religiosas, de consagrados en los distintas formas. Pero cada uno de los llamados debe mirar el futuro con esperanza, porque Dios no falla. Y el que ha llamado a cada uno a esta vocación, lo llevará a feliz término. Este año servirá para presentar al pueblo de Dios cada uno de estos carismas que el Espíritu ha sembrado en su Iglesia, y Dios hará brotar nuevas vocaciones entre los jóvenes, estoy seguro. La vida consagrada debe ser vivida con pasión en el presente. Es signo de un amor más grande y más hermoso, es una vida de corazón dilatado para amar más y para una mayor fecundidad. Valoramos la vida consagrada en todas sus formas y expresiones, porque son un don del Espíritu para la Iglesia de nuestro tiempo. Si tu hijo o tu hija te dice que ha sido llamado por Dios, no te resistas. Si un amigo o amiga te dice que ha sentido de Dios esta llamada, felicítale. Es un gran regalo para la familia, para la sociedad. Valora esa vocación, acompáñala, sostenla con tu calor y con tu oración. Una líder política de nuestros días pensaba que la religión era el opio del pueblo hasta que vio que su hijo enganchado a la droga fue desenredado por unas personas consagradas a Dios en la vida religiosa. El cariño de estas personas, su paciencia, su perseverancia en el amor hizo que aquel joven fuera reconstruyéndose desde dentro, y hoy sea un hombre nuevo. Su madre que pensaba que la religión era el opio del pueblo constató que la religión sacó a su hijo del opio de la droga. Y como este, muchísimos casos parecidos. En la vida consagrada se da el amor más grande, aquel amor que es el único capaz de construir un mundo nuevo. Recibid mi afecto y mi bendición: Adviento del Año de la Vida consagrada Q
LA PURÍSIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto del Adviento, brilla la fiesta de María Santísima, primera redimida, fruto y primicia de la redención de Cristo. Esperamos un Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Él viene a librarnos del pecado y a darnos la libertad de los hijos de Dios. Romperá nuestras cadenas, las cadenas del pecado, que nos atan a nuestros vicios y egoísmos. Y viviremos con él la libertad de la gracia, la libertad del amor, que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. En María todo esto se ha cumplido. Por eso, ella va delante de nosotros como madre buena e inspira nuestro caminar. Mirándola a ella, entendemos la vida cristiana y a dónde nos quiere llevar el Señor. María ha sido colmada de gracia en el momento mismo de su concepción, y por eso, librada de todo pecado, incluso del pecado original. Es la Inmaculada Concepción, la Purísima, la Llena de gracia. “Toda hermosa eres María y en ti no hay mancha de pecado original”. Esta dimensión de María ha sido vivida en la historia de la Iglesia de manera universal, y particularmente en España. Por eso, María es patrona de España en este título de la Inmaculada. España contribuyó especialmente a que esta verdad se extendiera por todo el mundo. España capitaneó los votos inmaculistas, es decir, las promesas de defender la limpia concepción de María Santísima, su libertad del pecado y su plenitud de gracia desde el comienzo. En 1854 el papa Pio IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, y desde entonces todos los años el Papa va a la plaza de España en Roma para depositar un ramo de flores a la Inmaculada. La Inmaculada y España van unidas en este gesto del Papa, que perdura hasta el día de hoy. La única esclavitud que oprime al hombre es el pecado. Y de ahí se derivan todas las demás. El hambre en el mundo proviene del pecado, porque hay alimentos para todos, pero unos se comen lo suyo y lo ajeno. La corrupción en la vida pú- blica proviene del pecado, porque la avaricia del corazón es insaciable y se aprovecha del servicio público para embolsarse privadamente grandes cantidades de dinero. Las guerras y divisiones entre los hombres provienen del pecado, porque cada uno mira solamente sus intereses e introduce la violencia para defenderlos. Las rupturas familiares provienen del pecado, porque no se ofrece el perdón de la convivencia. Toda suciedad del alma proviene del pecado. Necesitamos, por tanto, que alguien nos saque de esta situación y a eso viene Jesús, a salvarnos del pecado y darnos la libertad de ser hijos de Dios. Puestos en esa tesitura, alguno podría pensar que ese sueño es imposible. Pero para Dios nada hay imposible, y nos lo demuestra poniéndonos delante de los ojos una señal: María Santísima. En ella Dios ha realizado lo que quiere realizar en cada uno de nosotros, ciertamente en la medida adecuada. En ella, de manera singular y superlativa; en cada uno de nosotros, según la medida de Cristo, según los dones que Dios nos dé y según la respuesta que a tales dones demos nosotros. Pero en María ya se ha cumplido, y por eso ella es nuestra esperanza. En el marxismo, el sueño que se proyecta hacia el futuro no existe, es una utopía para alentar la esperanza colectiva. En el cristianismo, el ideal tiene rostro concreto: se llama María. Lo que Dios ha hecho en ella quiere hacerlo en nosotros, es posible, ya lo ha cumplido. Por eso, el Adviento es tiempo de esperanza, porque el que viene a salvarnos, Jesucristo, ya está en medio de nosotros, se oculta en el seno de María virgen, que nos lo dará en la nochebuena, nos trae la alegría del perdón de Dios y de su misericordia. Pongámonos en actitud de conversión, con deseo de purificar tantas malas hierbas de nuestro corazón, y brotará en nosotros una vida nueva, que llenará nuestro corazón de alegría. El Adviento es tiempo de esperanza y de alegría, porque nuestros problemas tienen solución en Dios, en Jesucristo. Y María es prueba de ello. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q
3º DOMINGO DE ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tercer domingo de adviento es el domingo de la alegría cristiana. La liturgia de este día comienza con estas palabras: “Estad siempre alegres en el Señor...” (Flp 4,4). No se trata de una alegría externa, bullanguera, que viene de fuera. Sino de una alegría que viene de dentro y sale hacia afuera, una alegría serena, llena de paz. Es una alegría que viene de Dios, no de lo que uno come y bebe.
La razón de esta alegría es porque el Señor está con nosotros, está entre nosotros, está cerca. “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”, nos dice Sta. Teresa. Cuando uno lo tiene todo, y no tiene a Dios, está hueco y vacío. Cuando tiene a Dios, aunque le falte lo demás, tiene lo principal. Hemos sido hechos para disfrutar de Dios, ya en este mundo y esperamos disfrutar de Él para toda la eternidad. Esta es la fuente de la verdadera alegría.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren” por cualquier causa. Recibiendo esta alegría de Dios, somos enviados a repartirla en nuestro entorno.
El Evangelio es una buena noticia. Los ángeles llenarán de alegría el mundo, anunciando el nacimiento de Jesús. María proclama esta alegría, que brota de tener a Dios en su corazón y en su vientre. Nuestro mundo necesita esta alegría, lo ha conseguido casi todo, pero le falta alegría. El hombre contemporáneo está orgulloso de sus avances y de sus logros, pero tiene que “comprar” la alegría, porque no la tiene. Esa alegría no le vendrá nunca de fuera, le viene de Dios.
El Papa Francisco transmite esa alegría en sus continuos anuncios del Evangelio. Su carta programática se titula “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium): “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y el resultado de los Sínodos sobre la familia nos lo ofrece con el título “La alegría del amor” (Amoris laetitia): “La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”.
Nuestra sociedad está harta de palabras y promesas que no se cumplen. Está pidiendo a gritos el testimonio de una vida en la que se cumpla esta alegría que viene de Dios. Es la alegría de los santos, que con muy poco han hecho obras grandes. Y es el testimonio de tantas gentes sencillas, que viven la alegría cotidiana de confiar en Dios, en medio de las dificultades que surgen cada día.
Llegamos a la Navidad, “fiesta de gozo y salvación” y pedimos al Señor poder celebrarla “con alegría desbordante” (oración colecta). Las fiestas de Navidad están llenas de alegría para todos. A muchos no les llega la razón profunda de esa alegría, se quedan con lo exterior. Corresponde a los cristianos, que conocen el motivo de la alegría de estos días, ser testigos de una alegría que no cuesta dinero ni se compra con dinero, la alegría de Dios que viene a salvarnos. La alegría de hacer el bien a los demás gratuitamente, la alegría de gastarse para aliviar a los demás en el camino de su vida.
Quien conecta con el misterio de estos días, sale renovado de las fiestas de Navidad, porque el corazón se le llena de esperanza, de ganas de vivir. Quien, por el contrario, se queda solo con lo externo, la Navidad le generará resaca y tristeza, con la fatiga de haber ido de un sitio para otro sin saber por qué. Tiempo de Navidad, tiempo de alegría, tiempo de conversión. Volvamos a Dios, y Él llenará nuestro corazón de una alegría gratuita, por la que merece la pena celebrar la Navidad. A todos, mi deseo de una santa y feliz Navidad: Estad siempre alegres en el Señor
3º ADVIENTO ALEGRAOS EN EL SEÑOR,
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una alegría que viene de fuera y que produce resaca. Esa no es la alegría en el Señor. Y hay otra alegría que viene de dentro, que rebosa en nuestra sensibilidad y que nos da la paz. Ésta es la alegría en el Señor.
La alegría de fuera cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma nuestra ansiedad y nos produce la paz.
El domingo tercero de adviento es el domingo de la alegría en el Señor: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito estad alegres” (Flp 4,4). Es la alegría de María: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1). Es la alegría de los santos; “Un santo triste es un triste santo”, decía san Francisco de Sales. Y la razón de esta alegría es porque Dios está con nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca.
La Navidad que se acerca es fiesta de gozo y de salvación, y le pedimos a Dios en este domingo que podamos celebrarla con alegría desbordante. Urge que los creyentes vivamos el sentido verdadero de la navidad: Dios con nosotros. ¿Cómo puede uno celebrar una navidad sin Dios?
Para muchos de nuestros contemporáneos, incluso para algunos de nuestros familiares, la Navidad consiste en comer, beber, juerga y ruido. A lo sumo, una reunión de familia, que siempre es bueno. Pero nada más.
La Navidad, sin embargo, es Dios con nosotros, Dios que se acerca en un niño pequeño, indefenso, débil para que no tengamos miedo de acercarnos a él, e incluso de sentir ternura por él. Dios que se acerca hasta nosotros no con poder ni prepotencia, sino en la debilidad de nuestra carne mortal. Él espera que le abramos el corazón, que nos rindamos ante él y lo adoremos postrados, como hicieron los magos y los pastores. Desde esa actitud de adoración,
la única que nos hace verdaderamente libres, salimos al encuentro de los demás para compartir lo que nosotros hemos recibido de Dios.
La Navidad es compartir con los demás lo mucho que hemos recibido, empezando por el don de la fe. De la Navidad brota la solidaridad, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22). Y unido él con cada hombre, nos ha unido a todos entre sí, ha creado una solidaridad más fuerte que los mismos lazos de la carne y de la sangre. La alegría no puede ser completa, mientras haya un hermano que sufre. “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9), preguntó Dios a Caín cuando éste había matado a su hermano Abel. La respuesta nos la da el propio Jesucristo: “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Jesús ha salido al encuentro de los más necesitados, ha recorrido los pasos del hijo perdido hasta encontrarlo, y lo ha cargado sobre sus hombros, trayéndolo a casa de nuevo. La Navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para llevarles la felicidad de Dios. No puede haber Navidad sin Dios, ni puede haber Navidad sin acercamiento a los hermanos que sufren.
La buena noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más solidarios, con la solidaridad establecida por la encarnación del Hijo. Alegraos siempre en el Señor. Es una alegría que no nos distrae de los problemas del momento, sino que precisamente nos da capacidad para afrontarlos. Es una alegría que fortalece e impulsa, que no frena ni enajena, que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para toda la eternidad. María tiene mucho que ver en esta alegría, porque nos viene por el fruto bendito de su vientre, Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Alegres en el Señor.
4º ADVIENTO, MARÍA, HÁGASE EN MI TU PALABRA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Navidad es inminente, estamos a pocos días del gran acontecimiento del nacimiento del Señor. La liturgia tiene esa propiedad, la de hacernos presente el misterio que celebramos, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de S. Ignacio). Jesucristo nació hace veinte siglos, la liturgia nos trae ese misterio hasta nuestros días para que lo vivamos en directo. Estamos en Navidad, fiesta del nacimiento de Jesús en la carne del seno virginal de María. En la Navidad aparecen varios personajes.
En primer lugar, el protagonista es Jesús, el Hijo eterno de Dios que nace como hombre. Dios desde siempre, comienza a ser hombre en el tiempo. Engendrado del Padre en la eternidad, engendrado de María en nuestra historia humana. Dios verdadero y hombre verdadero, siendo el mismo y único sujeto. La adoración es la actitud inmediata al contemplar este misterio, porque el Niño que nace es Dios, que llega hasta nosotros en la debilidad de una vida pequeña e indefensa.
Junto al Niño está la Madre, María santísima. Lo ha recibido en su vientre sin concurso de varón, virginalmente, por sobreabundancia de vida, como un icono de la fecundidad inagotable del Padre en el seno de Dios. María es plenamente madre, de otra manera, por obra del Espíritu Santo. Ella es todo acogida del don de su Hijo divino. Ella es todo donación de este Hijo al mundo. Con un corazón limpio y generoso, María recibe y entrega. Ella es personaje esencial en este misterio, y quedará unida para siempre e inseparablemente al misterio cristiano. Es la Madre, fuente de vida, no sólo para su Hijo, sino para todos nosotros.
La discreta presencia de José realza su papel de colaborador imprescindible. Sin él, el Niño no hubiera nacido. Concebido sin su colaboración biológica, acoge el misterio que María su esposa lleva en su seno virginal y se convierte en verdadero padre. No biológico, pero verdadero padre que protege y sostiene el misterio de la Navidad, al Niño y a la Madre.
Silencioso José, dócil a los planes de Dios, pone su vida entera al servicio de toda la humanidad. En el portal de Belén sobresale la pobreza. Allí no hay nada, ni adornos, ni muebles ni cama, ni lo más elemental de una casa pobre. Una cueva, un pesebre, unas pajas. Así ha elegido Dios Padre el lugar para que nazca su Hijo. Esto nos hace pensar que el despojamiento y la humillación del Hijo son un ingrediente necesario para la redención del mundo.
Navidad es inteligible en este contexto. Fuera de este contexto, no entendemos nada de lo que acontece en Navidad. Navidad es una llamada fuerte a la humildad, a la pobreza y a la austeridad, al despojamiento en beneficio de los demás.
Por eso, Jesús es tan atrayente en Navidad. Porque aparece en la humildad de nuestra carne, despojado de todo, sin aparato social, para que podamos acercarnos a él sin miedo. Él conquista nuestro corazón por la vía del amor y sólo los que se hacen como niños son capaces de entender lo que sucede en esta gran fiesta. De ahí brota la solidaridad con los necesitados. En ellos se prolonga Cristo hoy. Aquel Hijo de Dios, despojado de todo, sigue vivo en tantos hermanos nuestros a los que la vida ha despojado de todo, de su dignidad, de sus derechos.
Son miles las personas que a nuestro lado sobreviven sin lo más elemental para vivir, y reclaman nuestra atención, nuestra solidaridad fraterna, nuestra compasión eficiente. Navidad es de los pobres y para los pobres, porque el Hijo de Dios se ha hecho pobre hasta el extremo, invitándonos a ser pobres, humildes y despojados. Y a acercarnos a los pobres para compartir con ellos lo que hayamos recibido. La caridad cristiana, a ejemplo de Cristo, no se sitúa en un plano superior para atender desde ahí a los más humillados.
La caridad cristiana se abaja hasta el extremo para compartir desde abajo lo recibido de Dios, incluido el don de la fe. Muchos cristianos, hombres y mujeres, han vivido el misterio de la Navidad así a lo largo de la historia, y han construido de esta manera un mundo nuevo. También esta Navidad quiere dejar huella en tu corazón para que colabores en la construcción de una nueva humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Hágase en mí según tu Palabra.
SE ACERCA LA NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de la Navidad. Días de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos da a luz al Hijo eterno de Dios hecho hombre en sus entrañas virginales, permaneciendo virgen para siempre. El Hijo es Dios y la madre es virgen, dos aspectos de la misma realidad, que hacen resplandecer el misterio en la noche de la historia humana. La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos. El nacimiento de una nueva criatura es siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio de un sucedáneo cualquiera. Viene Jesús cargado de misericordia en este Año jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego. Sin embargo, la venida de Jesús, su venida en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo insistentemente. El milagro puede producirse. La Navidad es novedad. Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como príncipe de la paz, con poder sanador para nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre para adorarlo. Él nos hará humildes y generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima vivamos estos días preciosos de la Navidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Llega la Navidad Q
NAVIDAD Y FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia. La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar– convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla. Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros. La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. Él aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos– puede suplirla. La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas–, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre quí- mico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homó- loga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos. Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia. Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias. Recibid mi afecto y mi bendición: Navidad y familia Q
LOS PASTORES Y LOS MAGOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre completo, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Y ha nacido de María virgen en un momento concreto de la historia para transformar la historia desde dentro y llevarla a su plenitud, convirtiéndose en un ciudadano de nuestro mundo, uno de nosotros. Él se ha hecho hombre para que el hombre sea hecho hijo de Dios. ¡Qué admirable intercambio! A este acontecimiento histórico misterioso y trascendente se acercan los pastores, después del anuncio del ángel: “Os traigo una buena noticia. Hoy en la ciudad de Belén os ha nacido un Salvador… Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz” (Lc 2,11). Y los pastores corren a ver al Niño, con la sencillez de la piedad popular. Han sido tocados por Dios y por su gracia, y responden con la fe de los sencillos: se llenaron de alegría y le llevaron al Niño de lo que tenían. Su pobreza les dispuso a recibir la buena noticia e hicieron fiesta aquella noche. Por su parte, ellos se convirtieron en testigos y pregoneros de lo que habían visto. “Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores” (Lc 2,18). La actitud de los pastores nos enseña mucho. En primer lugar, que Dios no se revela a los soberbios, a los que están liados en sus problemas, a los que piensan que no necesitan de Él. Dios prefiere revelarse a los sencillos, a los humildes de corazón, a los pobres. Dios se complace en comunicarse con los que tienen el corazón abierto a la buena noticia de la salvación y lo esperan todo de Él. Pero además, la sencillez de corazón les hace ir aprisa a ver al Niño del que les ha hablado el ángel. Un corazón dispuesto responde con prontitud al toque de Dios. Y por eso, se convierten en pregoneros y evangelizadores ellos mismos de lo que han visto y experimentado. A este misterio de la Navidad se acercan también los magos de Oriente, los que traen regalos para Jesús y para todos nosotros. Ellos son modelo en la búsqueda de Dios. Son sabios que en la ciencia de su investigación, están abiertos a la sorpresa de Dios, y siguiendo esas mismas investigaciones descubren una señal que les pone en camino de una búsqueda ulterior. “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). Preguntan y Herodes comido por la envidia les despista, pero la estrella vuelve a brillar y los deja a las puertas del misterio. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (ib. 10-11). Los magos son hombres sabios, científicos, que siguiendo su investigación descubren a Dios. La ciencia no está reñida con la fe ni la fe con la ciencia, y cuando la ciencia se cierra a la fe, deja de ser verdadera ciencia. La ciencia tiene su campo propio y sus lí- mites. Cuando el científico, por mucho que sepa, pretende abarcar con su especialidad todas las dimensiones de la persona, se pasa de listo. Ser científico y ser humilde no es fácil. Los magos de Oriente son científicos y son humildes, y desde el campo propio de su ciencia, abiertos a otras dimensiones, descubren señales que les conducen a la verdad completa. Dios se revela a los sencillos y a los sabios, con tal que éstos sean también sencillos de corazón. La Navidad la entienden especialmente los niños y quienes se hacen niños como ellos. Y no porque en torno a la Navidad haya cuentos, fábulas y mitos que sólo los niños en su ingenuidad pueden alimentar, sino porque el misterio de Dios en su más profunda realidad, la cercanía de Dios hecho hombre en un niño indefenso, sólo la pueden captar quienes tienen un corazón sencillo y humilde como el de un niño. La Navidad nos trae un acontecimiento y un estilo. Dios hecho hombre con estilo de sencillez, entrando discretamente en nuestras vidas. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3). Recibid mi afecto y mi bendición:
DÍA DE LA FAMILIA
QUERIDO HERMANOS Y HERMANAS: “El deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva a la Iglesia”. Como respuesta a ese anhelo “el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia”. Con estas palabras comienza el Papa Francisco su exhortación apostólica Amoris laetitia (AL), dedicada al amor humano en la familia.
Hay crisis, ciertamente, en este y en tantos campos en este cambio de época. Pero el amor humano es precioso y el Evangelio tiene una buena noticia para ese amor humano que se vive en familia. ¿Cuál es esa buena noticia? En primer lugar, que Dios vive en familia, Dios es familia. Son tres personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo- que se llevan maravillosamente, todo lo tienen en común.
El Dios que nos ha revelado Jesucristo no es un Dios solitario y aburrido, lejano, inaccesible. No. Es un Dios amor, familia, comunión, cercanía, que ha abierto su círculo más íntimo para hacernos partícipes de esa felicidad a todos los humanos. Todos –sea cual sea nuestra situación, nuestra condición– tenemos un lugar en el corazón de Dios. Nadie se sienta excluido porque Dios lo ha traído a la existencia para hacerle experimentar ese amor eterno e infinito de Dios, para hacerle feliz.
Y a su imagen, Dios ha creado al hombre, “varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). “La pareja que ama y genera la vida es la verdadera “escultura” viviente capaz de manifestar al Dios creador y salvador” (AL 11). Cuando la ideología de género afirma que no hay diferencia entre el varón y la mujer y que cada uno puede elegir para sí lo que quiera en este orden de cosas, está ignorando esta realidad honda de la persona humana, que tiene arraigo bilógico, existencial e incluso religioso. Ninguna persona debe ser discriminada por su orientación.
Todos tenemos un lugar en el corazón de Dios y de Dios nos sentimos amados, sean cuales sean las condiciones de nuestra vida. Pero ese Dios que nos ama ha trazado un plan para de felicidad del hombre, y nosotros los humanos no podemos enmendar la plana a Dios.
“La ideología de género –recuerda el Papa Francisco– niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Ésta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer... No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don” (Papa Francisco, Amoris laetitia, 56).
He aquí uno de los retos más importantes en el campo de la familia hoy. Y junto a esto, el invierno demográfico, es decir, los pocos niños que nacen en España. Llevamos décadas con uno de los índices más bajos del mundo en la natalidad, y este dato está pasando factura ya a nuestra sociedad. Si una sociedad no es capaz de transmitir la vida a la generación siguiente, es una sociedad que fracasa en una de sus tareas fundamentales.
Son muchos los factores que concurren en este cataclismo, no depende sólo los esposos. Están las autoridades con sus planes de gobierno y de ayuda a las familias en todos los aspectos, está la sociedad entera con su mentalidad a favor o en contra de la vida. ¿Qué programa de gobierno será capaz de estimular a los esposos a ser generosos en la transmisión de la vida? Y en la tarea educativa que le acompaña.
La Sagrada Familia de Nazaret –Jesús, María y José– se nos presentan hoy como modelo de convivencia, donde el amor es el clima de relación de todos sus miembros. Pedimos hoy al Señor por nuestras familias, agradecemos a Dios haber nacido y crecido en una familia. Apoyemos todos la familia, que sigue siendo el nido del amor y el ámbito más valorado hoy en nuestros contemporáneos.
Si nos acercamos un poco más al proyecto de Dios, seremos más felices en este campo tan vital de la familia. Dios bendiga a nuestras familias, especialmente a los jóvenes que se casan o se van a casar en este año. Y a aquellos que han sido fieles durante 25 o 50 años, y lo celebran gozosos con sus hijos y nietos. Felicidades a todos. Con mi afecto y bendición: El deseo de familia está vivo.
DÍA DE LA FAMILIA
HERMANOS Y HERMANAS: Las fiestas de Navidad nos hablan de vida, de fecundidad, de algo nuevo que nace. La Navidad es la fiesta de la vida.. “Quien tiene al Hijo [Jesucristo] tiene la vida, quien no tiene al Hijo no tiene la vida» (lJn 5,12). La Navidad es fiesta de exuberancia de vida. Esa vida ha brotado en el seno de una Virgen, donde la virginidad no es una tara ni una merma, sino abundancia pletórica de vida, reflejo de la vida sobreabundante del Padre, que engendra virginalmente a su Hijo en la eternidad y lo ha engendrado corno hombre de María Virgen en el tiempo.
Dios es amigo de la vida, no de la muerte. La muerte no La ha inventado Dios, sino que ha sido introducida en el mundo y en la historia por el pecado del hombre. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rrn 5,12). La muerte a la que todos estamos sometidos por el pecado original, y la muerte que nosotros mismos introducirnos por nuestros propios pecados: homicidios, guerras, odios que conducen a la muerte.
La familia, según el plan de Dios, es el santuario del amor y de la vida. Constituida sobre el amor estable de un varón y una mujer, bendecido por Dios, la familia está abierta a la vida, es el lugar donde se transmite la vida, es el nido donde hemos venido a la vida y hemos crecido por con amor de nuestros padres, que nos han cui dado con esmero y cariño. Nada más bonito que ese nido de amor y de vida, que es la familia según el plan de Dios.. Muchos jóvenes se preguntan hoy si será posible La familia, según el plan de Dios, es el santuario del amor y de la vida.
Alcanzar ese sueño dorado de una familia estable, de un amor fiel hasta la muerte, de una fecundidad que resulta rentable en todos los aspectos de la vida. Es un deseo que para muchos resulta inalcanzable, o al menos, lleno de riesgos. Quién no quiere un amor para toda la vida. Quién no se siente gozoso al verse fecundo y prolongado en los hijos. Quién no desea una familia estable, en la que poner todas las esperanzas humanas como proyecto vital,
Pero la realidad que palpamos viene a decirnos todo la contrario.
Entre los matrimonios jóvenes, son menos los que permanecen fieles para toda la vida, que los que rompen su matrimonio corno algo inaguantable. ¡Con lo que duele eso! Es más fácil romper un matrimonio que romper cualquier otro contrato. Son cada día más frecuentes los abortos, que suponen matar al hijo en et propio seno materno, llevados por la presión ambiental. En España, en Andalucía, son miles de abortos cada dia impunemente. Cuando las leyes facilitan algo, casi que están induciendo a que se haga. Las estadísticas lo cantan.
La Navidad viene a decirnos que sí, que es posible. Que viva la vida, que brota del corazón de Dios y quiere hace feliz al hombre. Luchemos contra la muerte que destroza el corazón humano y siembra destrucción en la sociedad.
Dios quiere la felicidad del hombre, ya aquí en la tierra, aunque haya dificultades y sufrimientos, y para Siempre en el cielo sin ningún sufrimiento. Más aún, siguiendo los planes de Dios, la economía es más estable y armónica. Cuesta menos dinero una familia estable y fiel que el sujeto que tiene dos o más parejas. Los hijos de una familia como Dios manda crecen más sanos que los que están repartidos, y no saben de quién son. ¡Cuánto sufren esos niños!
La Navidad viene a hacer posible el matrimonio y la familia según el plan de Dios. La Navidad es la gracia de Dios, que sana el corazón humano, herido por el pecado. La Navidad nos habla de que es posible la fidelidad matrimonial, es posible la apertura generosa a la vida, es posible el matrimonio y la familia según el plan de Dios, Dios ha pensado muy bien las cosas, y cuando el hombre sigue los caminos de Dios, a pesar de sus debilidades, encuentra la vida, encuentra la felicidad en algo tan fundamental para la sociedad corno es la familia. Que viva la vida, que brota del corazón de Dios y quiere hacer feliz al hombre. Luchemos contra la muerte que des- traza el corazón humano y siembra destrucción en la sociedad.
LA SAGRADA FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia entera está implicada en un proceso de reflexión acerca de la familia, al que papa Francisco nos ha convocado. Un Sínodo en octubre pasado de 2014 y otro Sínodo en octubre de 2015, con la invitación a que todos participemos en su elaboración con las aportaciones personales, comunitarias e institucionales que creamos conveniente. Se trata de una ocasión excepcional, un momento de gracia para acoger las orientaciones que la Iglesia nos propone y entrar en un diálogo de salvación con la situación concreta que vivimos. Son muchos los retos que nos presenta la época presente en torno a la familia. Por una parte, es la institución más apreciada, es el nido donde nacemos, crecemos y somos amados en toda circunstancia, es el lugar donde gozamos y sufrimos, donde compartimos lo que somos y tenemos. Y al mismo tiempo, dada la fragilidad humana, la familia sufre erosión interna y externa. Desde dentro, porque muchos acceden al matrimonio sin la debida preparación, sin la debida madurez afectiva, sin una experiencia suficiente de Dios, que santifica el amor humano en el matrimonio y lo pone a salvo de nuestras veleidades. Por eso, tanto fracaso matrimonial en nuestros días, tanto sufrimiento en este aspecto de la vida tan hondo para la persona. Hay mucho gozo en el seno de la familia, pero también hay mucho sufrimiento, sobre todo en aquellos que no se sienten amados como esperaban. Desde fuera, en el ambiente social, porque la familia se ha convertido en moneda de cambio en un mercado corrupto. De la fragilidad humana se quiere sacar provecho en el inmenso negocio de la pornografía, hoy accesible más fácilmente por internet. Se presenta el amor como algo fugaz e inconsistente, incapaz de dar solidez a la persona y menos aún a un proyecto de amor para toda la vida entre el varón y la mujer. Esto se refleja en las costumbres y en las leyes, que para complacer a los votantes introducen normativas que en vez de arreglar empeoran la situación. Pero el proyecto de Dios sigue en pie. Dios apuesta por la felicidad del hombre (varón y mujer) y sigue ofreciéndole lo que “al principio” dejó inscrito en la naturaleza humana. Dios sigue apostando por la felicidad del hombre y en su hijo Jesucristo nos ofrece una sanación de raíz de nuestras propias debilidades, dándonos el Espíritu Santo como fuerza que nos hace capaces de amar verdaderamente. Cristo ama a su Iglesia de manera plena, hasta entregarse por ella y purificarla, para presentarla ante sí sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef. 5). Y así ha diseñado el proyecto de felicidad para el hombre en el matrimonio: indisoluble, abierto generosamente a la vida. Uno con una para siempre, fuente de fecundidad en los hijos. Lo que el hombre no es capaz de conseguir por sus solas fuerzas, y ni siquiera con la ayuda de los demás, puede alcanzarlo con la gracia de Dios, que quiere hacer feliz al hombre, salvándole de su debilidad y de su pecado. Es posible la esperanza, también en este campo de la familia. He aquí el gran reto de la Iglesia, servidora del Señor y de la humanidad, en nuestros días. A la Iglesia le confía el Señor hoy como siempre que sea luz en un mundo confuso y que oriente el camino de la verdadera felicidad del hombre, a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos. La Iglesia tiene la preciosa tarea de presentar con hechos, con el testimonio de tantos hijos suyos, que la felicidad es posible, que la solidez de la familia nos interesa a todos, que no es una utopía ese plan de Dios sobre la familia, sino que es una realidad al alcance de todos. Y al mismo tiempo, a la Iglesia se le encomienda ser “hospital de campaña” para todos los heridos en esta “guerra”. Ser lugar de acogida para todos sin discriminación, ser hogar donde todos puedan encontrar el bálsamo de sus heridas, porque todos pueden ser curados y fortalecidos por el amor de Dios. La Santa Familia de Nazaret, Jesús, María y José representan ese icono humano, ese círculo de amor, reflejo de la comunidad trinitaria de Dios, que inspira e impulsa toda familia según el plan de Dios. A la Familia de Nazaret encomendamos todas nuestras familias y le damos gracias por todo lo bueno que nuestra familia nos aporta. Recibid mi afecto y mi bendición. A la Iglesia le preocupa la familia Q
EL BAUTISMO, NUESTRO PROPIO BAUTISMO
UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Termina el ciclo litúrgico de Navidad con la fiesta del Bautismo de Jesús, una escena de la vida de Jesús llena de significado. Jesús se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan, significando que él no hace asco de los pecadores, sino que viene a juntarse con ellos, viene a buscarlos. Entiende su vida como entrega por ellos, por eso se acerca a los pecadores. Así lo presenta Juan el Bautista: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Una de las acusaciones que después le hacen es esa: «Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”» (Lc 15,2). Este es el título de nuestra cercanía con Jesús, que ha venido a buscar a los pecadores: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (1Tm 1,15), decía san Pablo. Esta cercanía de Jesús a los pecadores se llama misericordia. Todos los humanos hemos nacido en pecado, es decir, apartados de Dios (excepto María que ha sido librada antes de contraerlo). Y sólo podemos acercarnos a Dios, si Dios viene hasta nosotros. Es lo que ha hecho Dios con su Hijo Jesucristo: enviarlo a buscar a los pecadores. Y no los buscará por fuera ni desde fuera, sino compartiendo el dolor que supone el alejamiento de Dios por el pecado. Siendo inocente, Jesús ha probado el dolor de la lejanía, ha recorrido los caminos que alejan a los hombres de Dios, para acercarlos a Él. “Al que no conocía pecado, Dios lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5,21). El bautismo de Jesús en el Jordán prolonga el admirable intercambio de la Navidad: Dios se ha hecho hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios por Jesucristo. Y la escena del bautismo de Jesús en el Jordán es una gran epifanía de Dios. Aparece Dios Padre como una voz del cielo, diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Y ese amor del Padre a su Hijo divino, que se ha hecho hombre, se expresa envolviéndolo con el Espíritu Santo, que aparece en forma de paloma. Es una escena, por tanto, en la que el Espíritu Santo desciende sobre Jesús, ungiendo su carne humana y haciéndola capaz de la gloria. El ser humano es incapaz por sí mismo de ver a Dios. En esta escena del Jordán, el Espíritu desciende sobre la carne humana de Jesús, le envuelve con su amor, le unge con su toque y le hace capaz de la gloria. Es lo que se conoce como la unción del Verbo en su carne humana por parte del Espíritu Santo. Jesús irá después a su pueblo y en la sinagoga de Nazaret dirá con palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Es el Espíritu Santo el que lo conducirá en su misión por los caminos de Palestina hasta el Calvario, hasta la cruz y la resurrección. Todo había comenzado en el bautismo del Jordán, donde Jesús comienza su vida pública y su ministerio. ¿Qué sucede cuando el fuego entra en el agua? Que el agua sofoca al fuego y lo apaga. En esta escena, sin embargo, ocurre algo sorprendente. Jesús, lleno del fuego del Espí- ritu Santo (“Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” Lc 3, 16), entra en el agua del Jordán y no se apaga en él el Espíritu Santo, sino que, entrando en el agua, enciende en el agua la capacidad de transmitir el Espíritu Santo. A partir de este momento, el agua se convierte en transmisora del Espíritu Santo para todos los que se acerquen a recibir el bautismo. “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Por eso, en esta escena del bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios. Porque esa agua ha recibido de Cristo el poder de transmitir el Espíritu Santo, y en el bautismo también nosotros, como Cristo, recibimos el Espíritu Santo, que nos hace hijos y coherederos con Cristo de la gloria preparada. El bautismo es la unción con el Espíritu Santo de cada uno de los bautizados, en orden a capacitarlo para la gloria. En el bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo. Jesús se acerca hasta cada uno de nosotros pecadores, carga con nuestros pecados en su propia carne, nos lava los pecados y, ungiéndonos con su Espíritu santo, nos hace hijos del Padre, hermanos de los demás hombres y herederos del cielo. Bautismo de Jesús, bautismo de los cristianos. No se trata de simple agua natural, se trata de un agua que lleva dentro el fuego del Espíritu Santo, que nos transfigura haciéndonos hijos de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La presentación de Jesús por parte de Juan el Bautista es ésta: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Estamos acostumbrados a oírla, pero vale la pena detenerse a profundizar en su significado. En la relación con Dios existe por parte del hombre el deseo de unión con Dios, y en ese contexto se sitúan los sacrificios. Es decir, presentarle a Dios de lo nuestro para que Él lo bendiga y podamos así participar de sus bienes. Es muy frecuente en la historia de las religiones presentar a Dios un cordero, como fruto escogido del propio rebaño, y ofrecerlo en sacrificio, o destruyendo la víctima en honor de Dios, o santificándola para comerla en su nombre u ofreciéndola como reparación por los propios pecados. En la religión judía el cordero ocupa un lugar especial, porque la fiesta principal judía consiste en comer un cordero, celebrando la pascua, la liberación por parte de Dios del pueblo elegido, y al mismo tiempo ese cordero es punto de encuentro de todos los comensales en la comunión fraterna. Más tarde los musulmanes tomarán también un cordero para su fiesta principal, la del sacrificio de Abrahám que estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac, sustituido por un cordero. El cordero forma parte del mundo de los sacrificios, es símbolo de perdón, de comunión, de ofrenda sacrificial de lo nuestro a Dios. Cuando Juan el Bautista presenta a Jesús como el “Cordero de Dios” está presentando la mejor ofrenda que en su día podremos hacer a Dios, el rescate por nuestros pecados y delitos, la comunión de vida con Dios que se acerca hasta nosotros. Jesús es presentado desde el principio como el que viene a quitar el pecado del mundo. La separación más profunda del hombre con respecto a Dios se introdujo en el paraíso, cuando Adán y Eva pecaron desobedeciendo a Dios y sus mandatos. Rompieron con Dios y prefirieron seguir su propio camino, que conduce a la perdición. Todos nacemos en pecado, y además pecamos personalmente. Es decir, hemos roto con Dios tantas veces. ¿Y nadie podrá resolver esa ruptura, que nos lleva a la ruina? Jesucristo es presentado como el que viene a curar esa fractura. Él es el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre como nosotros. Ya en su persona se da esta unión admirable de Dios y el hombre. Y su tarea, su misión redentora será la de traernos a Dios como Padre misericordioso, y presentarnos ante su Padre como hijos, haciéndonos hermanos suyos. En Cristo confluye ese deseo de Dios, que busca al hombre para hacerle partícipe de sus dones, de su vida, de su felicidad. Y en Cristo nos encontramos representados ante el Padre, pagando Él por nosotros la deuda inmensa de nuestros pecados, con que hemos ofendido a Dios. “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La ruptura del pecado no se arreglará con palabras, sino con la ofrenda de este Cordero, que pone su vida en rescate por la multitud. La salvación del mundo, de todos los hombres, alcanza su culmen dramático en la pasión redentora de Jesús, que ofreciendo su vida humana en la cruz, nos alcanza vida eterna de hijos a todos nosotros. Pero Jesús ya comienza su vida con esta conciencia. Se pone en la fila de los pecadores para participar de su suerte, como inocente, y para hacerles partícipes de su condición de Hijo, dándoles su Espíritu Santo. La curación del pecado lleva consigo sangre, dolor, muerte, para deshacer lo mal hecho y para restaurar lo que ha quedado roto. La muerte y todo lo que le rodea ha sido asumido por el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. De esta manera, lo que era nuestra ruina se ha convertido en nuestro remedio medicinal, gracias a este Cordero de Dios envuelto en Espíritu Santo. Ya los primeros pasos de Jesús en su vida pública señalan el programa: ha venido a buscar a los pecadores, y por ellos dará la vida en la cruz. Éste es el Cordero que Dios nos da, es el Cordero que por su sacrificio nos restablece la unión con Dios, es el Cordero que paga con su sangre todos nuestros delitos, es el Cordero que comemos en la comunión y nos hace hermanos. “Yo lo he visto”, nos dice el apóstol Juan. La experiencia directa de este encuentro es el mejor aval para dar testimonio, y en esto consiste la evangelización. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA, PARTICIPA EN TU PARROQUIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”, dice el lema de este año para el Día de la Iglesia Diocesana. Esta jornada es ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en una dió- cesis concreta, la diócesis de Córdoba, que vive en comunión con la Iglesia universal y con todas las diócesis del entorno, la única Iglesia del Señor. Nuestra pertenencia a la Iglesia diocesana de Córdoba nos hace conscientes de una historia concreta de santidad, de evangelización, de acción caritativa y de celebraciones que van jalonando nuestras vidas. En la Visita pastoral que voy realizando, voy conociendo a muchas personas de toda clase y condición y me admiro de cómo colaboran en la edificación de la Iglesia. Catequesis, Cáritas, grupos de evangelización, múltiples celebraciones, fiestas y romerías. Realmente la Iglesia católica en nuestra diócesis tiene una presencia muy eficiente y transformadora del mundo, y atiende a los pobres de múltiples maneras, casi 200.000 en atención primaria. Nuestra diócesis cuenta con 301 sacerdotes diocesanos, y con una buena cantera de seminaristas que se preparan para el ministerio sacerdotal, 3.000 catequistas, más de 250 misioneros, 230 parroquias, 24 monasterios. Además de casi un millar de religiosos/ as que atienden colegios, parroquias, obras caritativo-sociales. Un batallón inmenso de seglares, que nutren su vida de fe en la Iglesia y al mismo tiempo son testigos de Jesucristo y su evangelio en nuestro mundo. Miles y miles de cofrades que sostienen la piedad popular. Nuestra diócesis es una diócesis viva, con una fuerte actividad en todos los frentes. Esta jornada es ocasión para agradecer a todos los que viven la Iglesia y hacen que la Iglesia esté viva. Pero no podemos dormirnos en la complacencia de lo que hemos recibido, en la vana complacencia. Todo lo recibido es para la misión, para darlo, para multiplicarlo. Y el Día de la Iglesia Diocesana nos plantea el reto de evangelizar con nuestra vida, con nuestro ejemplo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Para eso, la parroquia sigue siendo lugar de referencia, es la Iglesia que se acerca hasta nuestra casa, es el lugar donde podemos alimentar nuestra fe y vivir la comunidad que es la Iglesia. La parroquia es insustituible. Por otra parte, son necesarias las pequeñas comunidades, los grupos apostó- licos, la vida asociada según los distintos carismas en la Iglesia, donde cada uno encuentra la cercanía de la Iglesia y comparte su vivencia con otros, asumiendo compromisos de llevar esta Buena noticia a los demás. En este sentido, las mismas parroquias aglutinan muchas personas, unas organizadas en grupos, otras sin asociarse, pero todas colaborando en la acción de la Iglesia a través de su parroquia. Estamos expandiendo la Acción Católica General, que va cundiendo en muchas parroquias, como organización de los mismos seglares en plena y gozosa comunión con sus pastores para los fines propios de la Iglesia, a nivel parroquial y diocesano. Ojalá todas las parroquias tengan Acción Católica General (nivel de adultos, jóvenes y niños), como existe Cáritas o la organización de la catequesis parroquial. Es necesaria también la aportación económica, para afrontar tantas necesidades: en la atención a los pobres, en el mantenimiento de las instalaciones, en la restauración de los templos, en la realización de tantas actividades apostólicas. Nuestra dió- cesis crece cada año en la autofinanciación, es decir, los católicos ayudan cada vez más a la Iglesia con su aportación económica, aunque todavía nos falta camino por recorrer. El Día de la Iglesia Diocesana nos invita a caminar en esta dirección. Que en todas las parroquias se informe de los ingresos y gastos que se originan, pues la transparencia es siempre fuente de comunión. Que todos veamos la necesidad de aportar a la diócesis para los gastos comunes y para la solidaridad con los que tienen menos. “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”. Si te sientes verdaderamente miembro de la Iglesia, colabora, participa con tu actividad y con tu dinero, pues la Iglesia hace el bien a todos. Recibid mi afecto y mi bendición: Participa en tu parroquia Día de la Iglesia Diocesana
2015 AÑO NUEVO, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz.
La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia.
Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él.
La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo.
En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales.
En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor. Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir.
Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico.
Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”. Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás.
Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud.
No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea.
Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). No es el odio el que construye la historia, sino el amor.
Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz.
Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21).
Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud. Recibid mi afecto y mi bendición. Año nuevo, jornada mundial de la paz «No esclavos, sino hermanos» Q
LA IGLESIA, MADRE SIN FRONTERAS, HUIDA A EGIPTO, EMIGRANTE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús fue un emigrante y un refugiado. Tuvo que salir en brazos de María y de José de su tierra y de su casa y emigrar a Egipto, porque era perseguido por Herodes.
La estancia en Egipto por parte de Jesús, el Hijo de Dios, durante los primeros años de su vida terrena le ha convertido en cercano especialmente a todos los que tienen que dejar su casa para mejorar sus condiciones de vida: por razones de trabajo para alcanzar un nivel que supere los mínimos de hambruna en los que se vive, por razones de bienestar para compartir la situación de los países avanzados o por razones de supervivencia, cuando las guerras, el exterminio o razones políticas hacen imposible vivir en su propia casa.
La Iglesia no tiene fronteras, sino que es madre de todos. Nadie puede sentirse extranjero o forastero en la Iglesia. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19).
En este domingo, Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, tenemos especialmente presentes a todos los que han tenido que dejar su tierra y su familia, por la razón que sea, para encontrar una situación mejor.
En muchas ocasiones ese tránsito se ha producido con dolor, con desgarro, a veces poniendo en riesgo la propia vida. Y en ese tránsito muchos han perdido la vida o han visto violada su dignidad humana.
La Iglesia, que es madre, quiere serlo especialmente de sus hijos que sufren. Vemos en nuestro entorno numerosos ciudadanos procedentes de África, de América, de Asia que son católicos como nosotros. Todos merecen respeto, los católicos y los que no lo son.
Pero los católicos son “de casa” para otro católico. Hemos de abrir los ojos para acoger con amor cristiano a todos esos hermanos nuestros que llegan a este país de mayoría cató- lica y no son acogidos del todo. ¿Dónde está nuestra caridad fraterna? “Fui extranjero y me hospedasteis”, recuerda Jesús. “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Es verdad que no tenemos en nuestras manos la solución a un problema que nos desborda. El asunto de la emigración ha llegado a globalizarse, es asunto que escapa a nuestro control. Tiene raíces profundas en la injusticia con la que viven los países del Sur, que aspiran a entrar en los países del Norte más desarrollados.
Y mientras no se ataje ese problema de injusticia mundial, no resolvemos casi nada. No cumplimos solamente con acoger de manera inmediata al que encontramos forastero en nuestro entorno. El asunto es de tamaño gigante.
Pero no debemos permitir que se nos cuele en al alma la “globalización de la indiferencia”, es decir, no debemos permitir que al ser un problema tan universal, nos deje indiferentes también a nosotros porque no podemos remediarlo del todo.
Algo podemos hacer, y es mucho lo que hacemos si nos damos cuenta de que los emigrantes son personas humanas, con toda su dignidad y sus derechos, y si además son católicos, son personas que debieran sentirse en su casa al llegar entre nosotros. Trabajo menos pagado, esclavitud sexual, redes de mendicidad para enriquecer al patrón, tráfico de niños, explotación por parte de las mafias en el traslado, etc. Hoy día el mayor negocio del mundo es el tráfico con personas, y el mundo de los emigrantes es el caldo de cultivo de este mercado. No podemos permanecer indiferentes, y algo podemos hacer cada uno.
Aprovecho para agradecer todo lo que se está haciendo por parte de las parroquias y de la diócesis de Córdoba en este punto. La Iglesia es casa de acogida, también a los que vienen de otro país buscando una situación mejor.
Regulen las autoridades civiles lo que tengan que regular en el servicio al bien común, pero respetemos todos la dignidad humana de cada persona. España es país fronterizo en distintas direcciones, ¿sabremos estar a la altura de nuestra situación estratégica para fomentar el respeto a la dignidad de todos los que llegan a nuestras fronteras por tierra, mar y aire? Iglesia sin fronteras, madre de todos.
Que esta Jornada nos haga conscientes de que cada uno puede hacer algo, aunque sea pequeño, para acoger al forastero. Y muchas parroquias hacen mucho, como lo hace Cáritas o la Delegación diocesana de migraciones. A todos, muchas gracias en nombre todos los inmigrantes. Dios os lo pagará.
Recibid mi afecto y mi bendición: Iglesia sin fronteras, madre de todos.
AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del ministerio público por parte de Jesús, él se encuentra con sus primeros discípulos y los llama para hacerlos apóstoles. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18).
Los evangelios de estos domingos nos lo han recordado. Tenemos aquí el núcleo primero del seguimiento de Cristo, para todos los estados de vida, también para la vida consagrada. Jesús llama por su nombre a cada uno y la nueva vida que Jesús inaugura para sus discípulos consiste en estar con él, irse con él, seguir sus pasos, convivir con él, compartir su suerte, hacerse “consortes”.
En el grupo de estos discípulos había varones y mujeres, iba acompañado por “los Doce y por algunas mujeres” (Lc 8,1-2), cuyos nombre se señalan: María, Juana, Susana, etc. He aquí una de las barreras que Jesús ha superado, cuando en su cultura y en su tiempo las mujeres no pintaban nada, ni iban a la escuela ni tenían ningún derecho ciudadano.
Jesús, sin embargo, las ha llamado y las ha admitido a su seguimiento, como verdaderas discípulas, que aparecen en diversos pasajes del evangelio. La historia de la Iglesia y de la humanidad está llena de grandes mujeres, una de las cuales sobresale en este año de su V centenario, Teresa de Jesús.
La vida consagrada consiste fundamentalmente en dejar los esquemas comunes instituidos por Dios en la creación de constituir una familia propia, por el matrimonio y los hijos engendrados, para seguir a Jesús y formar parte de otra familia nueva, más amplia, donde se vive el estilo de vida de Jesús pobre, virgen y obediente.
Es propio de la vida consagrada la virginidad o la castidad perfecta por el Reino de los cielos, tal como la ha vivido el mismo Jesús. En la virginidad, Jesús está mostrando una fecundidad más amplia y más profunda, la que brota de Dios y hace hijos de Dios, dándoles la vida eterna.
El camino del matrimonio es camino inventado por Dios y bendecido por Jesucristo. El matrimonio es camino de santidad, pues el amor humano queda santificado por el sacramento del matrimonio. Pero el camino de la vida consagrada, que tiene en alta estima el camino del matrimonio inventado por Dios, consiste en dejar esa senda y elegir otra, la que Cristo mismo ha vivido.
En la vida consagrada se trata de seguir a Cristo pobre, virgen y obediente, entregándole la vida y gastándola en el servicio a los demás. Nadie puede ir por el camino de la vida consagrada, si no es llamado por Dios, pues se trata de un camino que supera por los cuatro costados las fuerzas humanas. Y nadie puede elegir un camino que le supera, si no es llamado y capacitado por Dios mismo.
Además de ser llamado/a, es necesaria la gracia de Dios para perseverar en este santo propósito, pues la vida consagrada o se vive en un clima de fe, continuamente alimentado por la coherencia de vida, o se desvanece incluso aquella primera llamada con su respuesta generosa del primer momento.
La Jornada mundial de la vida consagrada, que se celebra en toda la Iglesia el 2 de febrero, en la fiesta de la Candelaria, es ocasión propicia para agradecer a Dios el gran regalo de la vida consagrada en la Iglesia, y concretamente en nuestra diócesis de Córdoba.
Cuántos testimonios hemos recibido de tantos religiosos y religiosas que han gastado su vida en el servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres en todos los campos.
La Iglesia debe agradecer a todos los consagrados la entrega de sus vidas al Señor, el enorme servicio llevado a cabo, el fuerte testimonio de hombres y mujeres consagrados a Dios para toda la vida.
Realmente, si nos faltara ese ejército de amor formado por tantas personas consagradas, a la Iglesia le faltaría un referente necesario para caminar hacia la santidad, a la que todos somos llamados.
Los consagrados/as tiran de todo el Pueblo de Dios hacia arriba, a los valores evangélicos que sólo la gracia de Dios puede sostener.
Los consagrados son los motores principales de un mundo nuevo, la nueva civilización del amor.
Los consagrados nos recuerdan que lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: «Y dejándolo todo, le siguieron» En el Año de la vida consagrada.
MANOS UNIDAS, LUCHAMOS CONTRA LA POBREZA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado.
Y hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio.
Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos.
Manos Unidas lucha contra la pobreza en la que viven tantos millones de personas, que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución queremos contribuir. “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201).
Manos Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo. A base de proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios, Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados, sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte.
Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la erradicación de la pobreza. En todas las parroquias esta colecta es la más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer.
La Ayuda Oficial al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos recursos.
Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195).
La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”. Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no tienen nada. El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una solidaridad que no nos despoje no sería cristiana.
La caridad cristiana nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su sangre. Personas valoradas a tan alto precio. Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a él. Recibid mi afecto y mi bendición: Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas? Manos Unidas.
SAN VALENTÍN, DÍA DE LOS ENAMORADOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el “día de los enamorados”. ¿De dónde viene esta costumbre?
San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. Él propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio.
Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse.
Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual. Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo.
El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse. No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc.
La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios.
Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin límite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos.
El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre.
El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor.
Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan. Eso es el sacramento del matrimonio.
Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que Él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente.
Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama.
El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro, aún sin querer, me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad.
Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque Él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo.
San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano. Recibid mi afecto y mi bendición: San Valentín, día de los enamorados.
DÍA DE ANDALUCÍA, (EXTREMADURA)
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El amor a la patria nos lo manda el cuarto mandamiento de la ley de Dios. Nuestra patria es España y nuestra tierra Andalucía, “lo más grande” de España.
Llegados al día de Andalucía os ofrezco alguna reflexión desde la fe, conveniente en este momento en que reflexionamos sobre el voto de las próximas elecciones regionales al Parlamento Andaluz, de donde surgirá el Gobierno de la Junta de Andalucía. No le corresponde al obispo entrar en política, y menos en la política de partido.
Para eso están los que dedican su vida a esta noble causa de servicio al bien común. La tarea política es una de las más eminentes formas de caridad social, porque pone la vida al servicio de los demás para lograr la justicia, la paz y la convivencia, el bienestar de todos, especialmente el de los más pobres y desfavorecidos.
A los pastores nos toca ofrecer pautas éticas para el buen gobierno de la cosa pública, que a todos nos afecta. Y la Iglesia invita a sus hijos cristianos laicos a que entren en la arena de la política, incluso de la política partidista, para llevar el Evangelio a nuestra sociedad y construir un mundo más humano, más justo y más fraterno.
El primero y principal bien a salvaguardar es Dios y su presencia benéfica en nuestra sociedad. Dios no es enemigo del hombre, sino aliado y buen aliado, omnipotente aliado, inspirador de los mejores propósitos en el corazón del hombre. ¿Por qué prescindir de Dios u organizar la ciudad terrena como si él no existiera?
Ya sé que hay personas que no creen en Dios y que un Estado democrático debe buscar el bien de todos, también el de los que no creen en Dios o incluso lo rechazan. De acuerdo. Pero, por qué organizar la vida sin Dios, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos son creyentes.
Nuestra Constitución consagra un Estado aconfesional, donde ninguna religión es oficial, sino que se promueve y se favorece la religión de los ciudadanos, en mutuo respeto de todos y en convivencia democrática de unos con otros.
Ahora bien, lo que me sorprende es que de un Estado aconfesional se favorezca todo lo que va contra Dios o contra la religión católica. Me alegro de que otras religiones sean delicadamente respetadas, pero los católicos en España y en Andalucía no somos una minoría étnica, sino el 92% de la población.
Aquí pasa algo raro. ¿No seríamos capaces de asumir una laicidad positiva, que considere la religión como un bien social? Invito a los políticos a que tengan en cuenta esto, porque incluso los que son católicos y practicantes, llegados al campo de la política, prefieren dejar a un lado sus convicciones para mantenerse en una neutralidad que ofende a la inmensa mayoría de la población.
Hemos de convivir todos, respetarnos todos, ser tolerantes unos con otros. Pero a veces parece que la única religión no respetable sea la católica, la de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. No basta con tener procesiones (ahora llega la Semana Santa), es preciso que la fe de un pueblo empape todas las estructuras, aún dentro de un Estado aconfesional.
Los políticos deben respetar y promover la libertad religiosa, que se expresa de tantas maneras: libertad de los padres para elegir la educación que prefieren para sus hijos, sin ser considerados ciudadanos de segunda por ser católicos. Libertad por tanto para una enseñanza libre, favorecida por los fondos públicos, porque atiende un derecho ciudadano a la educación, que no tiene por qué ser siempre estatal.
No debe considerarse la escuela estatal como la única y para todos, dejando la concertada como subsidiaria. Es todo lo contrario: la escuela de iniciativa social es la primera, y debe ser apoyada con fondos públicos. Y la escuela estatal es subsidiaria, allí donde no haya otras iniciativas sociales que cubran esa necesidad ciudadana.
El estatalismo en la escuela es uno de los grandes males para una sociedad que quiere ser libre y educar en libertad. La dignidad humana en todas las fases de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Cuántos niños no llegan a ver la luz porque son eliminados en el seno materno.
Un político debe luchar por la vida, para que nadie quede excluido y para que no crezca la brecha de la exclusión social. El trabajo es un derecho de la persona. Trabajo para todos, es una de las principales preocupaciones del político. Y más en nuestra región andaluza donde los índices de paro alcanzan cifras alarmantes, particularmente el paro juvenil.
En mis Visitas pastorales he visto bolsas de pobreza que no podía imaginar, he tocado de cerca situaciones que no son propias de una sociedad desarrollada. Un político debe poner todos los medios posibles para diluir esas bolsas y atacar las causas que las provocan.
Una sociedad que se desarrolla deja a un lado muchas personas en la cuneta de la vida: ancianos sin pensión, niños desprotegidos, jóvenes en la droga, emigrantes que llegan y tanto necesitamos. Es tarea de todos.
Ánimo, queridos políticos. Oramos en el Día de Andalucía para que desaparezca la corrupción en la administración pública y en toda la sociedad. Es una vergüenza que algunos aprovechen su puesto de servicio para enriquecerse robando del dinero de todos, cuando hay tantos pobres.
Oramos para que no prevalezca la mentira, el engaño, la trampa y el embuste. Oramos para que construyamos entre todos un mundo mejor.
Andalucía tiene muchos recursos, sobre todo sus gentes abiertas, alegres y acogedoras. Es la tierra de María Santísima. Andalucía es lo más grande de España, y debemos entre todos dignificarla con nuestra aportación ciudadana. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de Andalucía.
LA FIESTA DE LA EPIFANIA: JESÚS QUIERE DARSE A CONOCER
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la epifanía es la fiesta de la .manifestación de Jesús a todos los hombres. Hemos celebrado ci misterio de la Encarnación, que ha tenido su sensibilización ene1 nacimiento de Jesús según la carne en Belén. En este gran misterio, oculto desde la eternidad y revelado por Dios en los últimos tiempos (cf. Col 1,26), nos asombra la colaboración de María, la madre virgen, que acoge en su seno virginal y da a luz a nuestro Señor Jesucristo. Una mujer, una madre, una virgen, que tiene, un papel central en ei misterio de la redención, y de la que todos tenemos mucho que aprender.
Jesús ha venido al mundo para darse a conocer. Y en esto consiste la evangelización. Evangelizar es dar a conocer a Jesucristo, es dar a conocer el Evangelio a todos los hombres, es llevar la buena noticia para que todos la disfruten ya desde ahora en la tierra, y para siempre en el cielo. La mayor alegría del hombre es encontrarse con jesucristo y la mayor desgracia es no conocerle. De ahí brota la urgencia de la evangelización. Si uno ha conocido a Jesucristo, no puede ca’- llar, no puede guard&rseio para sí. Tiene que comunicarlo, no imponerlo a nadie, pero sí proponerle incluso insistentemente, En esa propuesta, que incluye ei testimonio de la propia vida y la palabra, muchos han encontrado rechazo, e incluso hasta el. martirio. Pero gracias a tales personas, Jesucristo es conocido y amado por otros muchos. Gracias al testimonio de tantos, la fe se ha difundido y hasta nosotros ha llegado la feliz noticia de la salvación.
En.la tiesta de la epifanía, aparecen los Magos, que orientados por la estrella han encontrado a Jesús y le han ofrecido el obsequio de su adoración: oro, incienso y mirra.
Ellos se convirtieron en pregoneros de esta búsqueda, incorporando a otros en esta investigación, y, una vez que encontraron a Jesús fueron pregoneros de este encuentro para los demás. Jesús es presentado a tales personajes, ajenos a la historia de Israel, para indicarnos que su revelación está destinada a todos los hombres y que sólo en ci encuentro con él encontrará e1 hombre la plenitud de la verdad. Hasta que el hombre no se encuentra con Jesucristo y lo adora como fruto de ese encuentro, no ha encontrado la salvación.
Ninguna necesidad tan primerísima corno encontrarse con Jesucristo. La fiesta de la epifanía nos envía a dar testimonio de la luz con la que hemos sido iluminados en la Navidad.
Pero la epifanía del Señor viene presentada en estos días finales de la Navidad como un desposorio de Cristo con cada hombre, uniendo los tres acontecimientos. “Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque en el Jordán, Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a la boda del Rey; y los invitados se alegran por el agua convertida en vino” (Ant. Vísperas).
Son tres acontecimientos en los que Jesús nos muestra su gloria, y los que se han dejado iluminar por esta luz han encontrado la verdad al encontrarse con él. Los Magos traen los regalos para este desposorio, en ei que el Rey celestial nos hace entrega de su vida, perpetuando este don en la Eucaristía.
En estas bodas, no faltará nunca el vino que Cristo nos brinda, como signo de una alegría plena que no tiene fin, en contraposición. a toda alegría humana que tiene caducidad. Y en el bautismo del Jordán, Jesús aparece como el cordero de Dios que quita ci pecado del mundo, lo que nadie más que Dios puede hacer, perdonar el pecado de cada uno de los hombres.
La fiesta de la Navidad concluye con este mandato misionero. Si te has encontrado con Jesús, anúncialo a otros. Jesús ha venido para todos. Toda persona humana tiene derecho a este encuentro con Jesús y no debe faltarle, si quienes le han conocido lo anuncian con su propia vida.
En una escena del drama “El padre humillado” de P. Claudel, una muchacha judía, hermosísima pero ciega, aludiendo al doble significado de la luz, pregunta a su amigo cristiano: “vosotros que veis, ¿qué uso habéis hecho de la luz?”. Se trata de una gozosa tarea y de una tremenda responsabilidad, de la que seremos examinados en ei último día.
Muchas personas necesitan muchas cosas, porque carecen de ellas y les haría su vida más feliz. Pero ninguna necesidad tan primerísima corno encontrarse con Jesucristo. La fiesta de la epifanía nos envía a dar testimonio de la luz con la que hemos sido iluminados en la Navidad. Esa es la alegría del que se ha encontrado con Cristo. ¡Ay de mi si no evangelizare! (1Cor 9,16).
Recibid mi afecto y mi bei dición:
Jesús quiere darse a conocer
Evangelizar e dar a conocer a Jesucristo, es dar a conocer el Evangelio a todos los hombres, es llevar la buena noticia para que todos la disfruten ya desde ahora en la tierra, y para siempre en el cielo.
LA IGLESIA, MADRE SIN FRONTERAS, HUIDA A EGIPTO
Jornada mundial del Emigrante
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús fue un emigrante y un refugiado. Tuvo que salir en brazos de María y de José de su tierra y de su casa y emigrar a Egipto, porque era perseguido por Herodes.
La estancia en Egipto por parte de Jesús, el Hijo de Dios, durante los primeros años de su vida terrena le ha convertido en cercano especialmente a todos los que tienen que dejar su casa para mejorar sus condiciones de vida: por razones de trabajo para alcanzar un nivel que supere los mínimos de hambruna en los que se vive, por razones de bienestar para compartir la situación de los países avanzados o por razones de supervivencia, cuando las guerras, el exterminio o razones políticas hacen imposible vivir en su propia casa.
La Iglesia no tiene fronteras, sino que es madre de todos. Nadie puede sentirse extranjero o forastero en la Iglesia. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19).
En este domingo, Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, tenemos especialmente presentes a todos los que han tenido que dejar su tierra y su familia, por la razón que sea, para encontrar una situación mejor.
En muchas ocasiones ese tránsito se ha producido con dolor, con desgarro, a veces poniendo en riesgo la propia vida. Y en ese tránsito muchos han perdido la vida o han visto violada su dignidad humana. La Iglesia, que es madre, quiere serlo especialmente de sus hijos que sufren. Vemos en nuestro entorno numerosos ciudadanos procedentes de África, de América, de Asia que son católicos como nosotros. Todos merecen respeto, los católicos y los que no lo son. Pero los católicos son “de casa” para otro católico.
Hemos de abrir los ojos para acoger con amor cristiano a todos esos hermanos nuestros que llegan a este país de mayoría cató- lica y no son acogidos del todo. ¿Dónde está nuestra caridad fraterna? “Fui extranjero y me hospedasteis”, recuerda Jesús. “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Es verdad que no tenemos en nuestras manos la solución a un problema que nos desborda. El asunto de la emigración ha llegado a globalizarse, es asunto que escapa a nuestro control.
Tiene raíces profundas en la injusticia con la que viven los países del Sur, que aspiran a entrar en los países del Norte más desarrollados. Y mientras no se ataje ese problema de injusticia mundial, no resolvemos casi nada. No cumplimos solamente con acoger de manera inmediata al que encontramos forastero en nuestro entorno.
El asunto es de tamaño gigante. Pero no debemos permitir que se nos cuele en al alma la “globalización de la indiferencia”, es decir, no debemos permitir que al ser un problema tan universal, nos deje indiferentes también a nosotros porque no podemos remediarlo del todo.
Algo podemos hacer, y es mucho lo que hacemos si nos damos cuenta de que los emigrantes son personas humanas, con toda su dignidad y sus derechos, y si además son católicos, son personas que debieran sentirse en su casa al llegar entre nosotros. Trabajo menos pagado, esclavitud sexual, redes de mendicidad para enriquecer al patrón, tráfico de niños, explotación por parte de las mafias en el traslado, etc.
Hoy día el mayor negocio del mundo es el tráfico con personas, y el mundo de los emigrantes es el caldo de cultivo de este mercado. No podemos permanecer indiferentes, y algo podemos hacer cada uno. Aprovecho para agradecer todo lo que se está haciendo por parte de las parroquias y de la diócesis de Córdoba en este punto.
La Iglesia es casa de acogida, también a los que vienen de otro país buscando una situación mejor. Regulen las autoridades civiles lo que tengan que regular en el servicio al bien común, pero respetemos todos la dignidad humana de cada persona.
España es país fronterizo en distintas direcciones, ¿sabremos estar a la altura de nuestra situación estratégica para fomentar el respeto a la dignidad de todos los que llegan a nuestras fronteras por tierra, mar y aire? Iglesia sin fronteras, madre de todos.
Que esta Jornada nos haga conscientes de que cada uno puede hacer algo, aunque sea pequeño, para acoger al forastero. Y muchas parroquias hacen mucho, como lo hace Cáritas o la Delegación diocesana de migraciones.
A todos, muchas gracias en nombre todos los inmigrantes. Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Iglesia sin fronteras, madre de todos.
ORDENACIÓN EPISCOPAL DEL OBISPO DEMETRIO
QUERIDOS AMIGOS E HIJOS EN LA DIÓCESIS DE CÓRDOBA: El 9 de enero es una fecha señalada en mi calendario personal, y es una fecha que afecta a la vida de la diócesis. Ese día, hace ya trece años (el 9 de enero de 2005) fui consagrado obispo para servir a la Iglesia en este ministerio.
En ese mismo día, la Iglesia celebra la memoria litúrgica de san Eulogio (c. 800-857), mártir de Córdoba, que había sido elegido arzobispo de Toledo, pero no llegó a ocupar la sede toledana, porque días antes alcanzó el martirio en Córdoba. Feliz coincidencia, no pretendida, pero prevista por Dios en su amorosa providencia.
Las normas litúrgicas señalan que ese día recéis especialmente por el obispo, para que cumpla su ministerio como Dios manda. Os lo agradezco de antemano a todos los que lo hagáis, como lo hacéis a diario al mencionar el nombre del obispo en la Eucaristía y en otros momentos de vuestra oración.
La oración nos introduce y alimenta en un clima de fe, en el que podemos apoyar todo lo bueno con nuestro deseo y colaboración. Estoy muy contento de servir a la Iglesia como obispo, y estoy especialmente contento de servirla en esta diócesis de Córdoba. Puedo deciros que me siento muy contento de ser “cura”, sin más.
Durante treinta años he sido presbítero en la diócesis de Toledo, como sabéis. Y he sido muy feliz en los distintos servicios que el arzobispo de Toledo me iba encomendando: párroco, profesor, tareas diocesanas de gobierno, formador en el Seminario, etc.
Me ha sostenido siempre el trato asiduo con el Señor. Él no me ha fallado nunca, él ha sido muy comprensivo conmigo siempre, me he sentido muy querido por el Señor y me he sentido muy a gusto con él. Doy gracias a Dios por tantas personas que ha puesto en mi camino de formación y de ayuda para perseverar en su santo servicio.
No sólo superiores, formadores y director espiritual, sino tantas personas a las que he servido y me han edificado por su testimonio de fe y de vida cristiana: personas consagradas, matrimonios y familias, jóvenes, adultos, ancianos, tantos y tantos.
Un día me llamaron por teléfono de parte del Papa Juan Pablo II y acudí a la Nunciatura en Madrid. Es un momento inolvidable. “El Santo Padre le ha nombrado obispo de Tarazona”, me dijo Mons. Monteiro. “Vaya a la capilla y me da la respuesta”. Fui a la capilla de Nunciatura y le respondí: “Si me lo dice el Papa, como si me lo dijera Dios mismo”. Y acepté este nuevo servicio.
Toda la gente de mi entorno lo consideraba como un honor para mí. A mí, sin embargo, me suponía salir de mi tierra y de mis gentes e ir en la fe a una tierra desconocida. Para mí, ése y los momentos sucesivos fueron un acto de fe sostenida en la voluntad de Dios que me señalaba otros caminos. Y he sido muy feliz en Tarazona, con mis aciertos y mis deficiencias.
El Señor ha seguido siendo el mismo de siempre y encontré buenos colaboradores que me hicieron fácil la tarea. Y otro día, pasados cinco años, me llamaron de parte del Papa Benedicto XVI, y acudí a Nunciatura para recibir la misión de servir a la diócesis de Córdoba, en la que cumplo ocho años dentro de pocas semanas.
Sería largo contaros todo lo vivido en Córdoba, la diócesis del santo en cuya fiesta fui ordenado obispo. Deciros que me siento muy contento de poder serviros como obispo, como “cura” de tantos fieles a los que he podido visitar en sus respectivas parroquias a lo largo de seis años de Visita pastoral, que ahora estoy recorriendo en segunda vuelta.
Sobre todo he encontrado muchos y muy buenos presbíteros, próvidos cooperadores del obispo en la misión común. He encontrado muchos, muchísimos fieles laicos, –inolvidable el reciente Encuentro diocesano de laicos,7 de octubre 2017- , cuya fe y testimonio me conmueve continuamente.
He encontrado religiosos y consagrados en tantos campos, que gastan su vida en la entrega a Dios y en el servicio a los demás. Rezad, rezad por el obispo. En esta fecha y siempre. Yo os lo agradezco de veras. Que sea santo, que sirva a la diócesis desde el Corazón de Cristo, que no busque ningún interés humano, sino solamente gastar mi vida por el Señor, que tanto me ama, y gastarla para que todos le conozcan y le amen más. Recibid mi afecto y mi bendición:
OREMOS POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dirigiéndose a la comunidad de Corinto, San Pablo les advierte que las distintas banderías y grupos enfrentados unos a otros, no es propio de la Iglesia del Señor.”Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo… que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir, pues me he enterado de que hay discordias entre vosotros. Algunos dicen: «yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?” (1Co 1, 10-13). Resulta dramático para aquella comunidad incipiente que las pocas fuerzas que tenían pudieran irse en las tensiones y mutuas disensiones de unos contra otros, además del escándalo ante los demás por estas divisiones. Pues, lo mismo sucede en nuestros días. Se repiten los problemas, porque se repite el pecado y los defectos de las personas y las comunidades. Constatar la falta de unidad en la Iglesia es un dolor para san Pablo y lo es también para nosotros hoy, después de siglos de división. Además de ser un escándalo y un obstáculo para la nueva evangelización. Por eso, oramos continuamente por la unidad de los cristianos. Y lo hacemos especialmente durante este Octavario de oración por la unidad de los cristianos, cada año, del 18 al 25 de enero, concluyendo con la fiesta de la conversión de San Pablo, el apóstol que ha sido añadido al grupo de los Doce de manera excepcional, por medio de su conversión de perseguidor en apóstol de Cristo. La Iglesia de Cristo es una, y nunca ha dejado de serlo. Así la confesamos en el Credo, y por eso nos duele que haya disensiones entre los bautizados, que impiden que podamos comulgar el cuerpo del Señor en la misma Eucaristía. Dos heridas siguen sangrando en el cuerpo de la Iglesia: la que se produjo en el año 1050, cuando el patriarca de Constantinopla rompió con el sucesor del apóstol Pedro, el Papa de Roma. Y la segunda, peor todavía, cuando Lutero rompió con Roma hacia el año 1520. De cada una de esas dos rupturas han ido naciendo grupos distintos, que perduran hasta el día de hoy. Lo que nos une a todos es el mismo bautismo, la fe en Jesucristo como Dios y como hombre, la Palabra de Dios, el Espíritu Santo que nos impulsa a la santidad y a la caridad. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, repetía Juan XXIII. Podemos llamarnos realmente hermanos, aunque hay todavía desavenencias entre nosotros. Teniendo tantos elementos en común, podemos aspirar con fundamento a la unidad visible en la única Iglesia de Cristo. Pero hemos de seguir orando al Señor, porque el don de la unidad plena es un don de Dios, un don del Espíritu Santo. La unidad no consistirá en el consenso, ni en la suma de todas las partes, a manera de sincretismo entre todos. Ni tampoco en la eliminación de las riquezas que cada uno posee y ha desarrollado en su historia de santidad, que se ha hecho cultura. La unidad vendrá por el camino del mutuo respeto y del mutuo reconocimiento de todo lo que hay de bueno en cada grupo cristiano, y por la obediencia a la Palabra del Señor y la docilidad al Espíritu Santo. Entre los elementos esenciales de esta única Iglesia se encuentra el reconocimiento del primado de Pedro y del sucesor de Pedro, el Papa, tal como lo estableció Jesús. Los primeros que tenemos que hacer caso al Papa somos los católicos, en actitud de fe y de comunión plena con lo que el Papa nos enseña y nos va indicando. Muchos cristianos no católicos se extrañan de que entre los católicos a veces no haya esa sintonía de fe y de disciplina con el Papa de Roma. En torno al Sucesor de Pedro vendrá la unidad de la Iglesia. Y en torno a María, la madre de la Iglesia, la madre común que nos reunirá a todos en la misma comunidad. Sigamos rezando en estos días y durante todo el año, para que la deseada unidad de la Iglesia llegue a feliz puerto. Estamos en la preparación de dos grandes acontecimientos en el camino hacia la unidad: la peregrinación conjunta del papa Francisco y del patriarca Bartolomé (ortodoxo) al Calvario y al sepulcro vacío del Señor resucitado en Jerusalén, recordando otro encuentro parecido entre Pablo VI y Atenágoras, hace ya 50 años. Y el encuentro todavía sin fecha entre el papa Francisco y el patriarca Cirilo de Moscú. Oremos por la unidad de los cristianos, y trabajemos por la unidad en el seno de nuestra diócesis, de nuestras parroquias, de nuestras familias. Todo ello contribuye a la unidad querida por el Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
2 DE FEBRERO, ALEGRÍA DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada Mundial de la Vida Consagrada se celebra el 2 de febrero. El día en que María presenta a su Hijo en el templo, y lo rescata con una ofrenda de pobres: un par de pichones. Esa ofrenda de Jesús portado en brazos de su madre María, acompañada de José, es todo un símbolo de lo que será la ofrenda de Jesús en el Calvario para la redención del mundo, junto a su Madre que estuvo junto a Él. Es la fiesta de la Candelaria, la que lleva en su mano una candela, que es la luz del mundo: Jesucristo, nuestro Señor. También nosotros portamos este día una candela como signo de la luz de Cristo que ha sido alumbrada en nuestros corazones, la luz de la fe, con la que salimos al encuentro del Señor. “¡Oh luz gozosa…!” cantamos a Cristo, luz del mundo, porque la luz siempre es motivo de alegría, en contraste con las tinieblas que siempre son signo del pecado y de la tristeza del hombre envuelto en sombras de muerte. Cristo es la luz del mundo y con su encarnación ilumina el misterio del hombre al propio hombre. Sin Jesucristo, pequeñas luces se encienden en la noche de la historia, hasta que llega Él, “resplandor de la gloria del Padre” (Hbr. 1,3), Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Sin Jesucristo, andamos a oscuras. Con Jesucristo todo es visto en su realidad más profunda. Con Jesucristo llega la alegría de la luz a tantas zonas de nuestra vida que adquieren sentido alumbradas por Él. La vida consagrada es una prolongación de la luz de Cristo en nuestro mundo, en nuestra época. La vida consagrada es luz, porque es testimonio de Cristo, imitando a María su bendita madre. La vida consagrada no se entiende si no se acoge la luz de Cristo, y al mismo tiempo esa vida consagrada ilumina y da sentido a tantos interrogantes que se plantean nuestros contemporáneos. La vida consagrada es una luz profética para nuestro tiempo. Una vida entregada plenamente a Dios para el servicio de los hermanos, especialmente de los pobres en sus múltiples carencias, sólo se entiende si la luz de Cristo ha entrado en el corazón de esa persona y ha tirado de ella para hacer de su vida una ofrenda de amor. Una vida entregada en la virginidad, la obediencia y la pobreza, vivida en comunidad, es una luz llamativa para el mundo de hoy. Son los más altos valores del Reino, vividos por Jesús, y que iluminan la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En nuestra diócesis de Córdoba contamos con abundancia de personas consagradas en todos los campos. Monjas y monjes de vida contemplativa, con clausura y sin clausura, que nos reclaman para la oración y que ofrecen sus comunidades como oasis de paz para el encuentro con Dios y consigo mismo, para la oración litúrgica, para la adoración eucarística, para el sosiego que sólo Dios puede dar. Religiosos y religiosas en la escuela católica. Miles de alumnos y muchos más antiguos alumnos, que se benefician del testimonio de tales religiosos y religiosas en sus diferentes colegios. Cuánto bien han hecho y siguen haciendo a la sociedad. Nunca han sido un negocio, sino un servicio, en el que tantas personas consagradas han dedicado su vida a tiempo completo a la preciosa tarea de la educación. Y lo mismo podemos decir, de los que sirven a los ancianos, a los enfermos, a los pobres en distintos ámbitos. Esa mano amable, esa sonrisa que comparte lo que tiene, ese corazón maternal para los momentos de dolor. Tantas personas necesitadas, niños, jóvenes, adultos, ancianos han encontrado en esta persona consagrada el rostro amable de Jesús buen samaritano, que cura las heridas del camino. Gracias a todos los consagrados de nuestra diócesis. Que vuestro testimonio alumbre el corazón de tantos jóvenes, que conociéndoos puedan sentir la llamada a seguir al Señor por el mismo camino. Gracias por vuestra entrega, de toda la vida, algunos de vosotros ya cargados de años y de méritos. Que esta Jornada de la Vida Consagrada nos haga reconocer la luz que aportáis a la Iglesia y podáis seguir iluminando con la luz de Cristo, a manera de la Candelaria –María–, para que todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo encuentren a Jesús, y a través de todos vosotros participen de su misericordia. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
MANOS UNIDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Campaña de Manos Unidas dura todo el año. Durante todo el año se realizan actividades para concienciar a las distintas parroquias, grupos cristianos y a la sociedad entera acerca del hambre en el mundo, es decir, de las múltiples carencias que sufren tantas personas en el mundo, mientras otras tienen de sobra para vivir desahogadamente. El mundo está mal repartido y de ello no tiene la culpa Dios, sino el egoísmo de los hombres, que se quedan con lo suyo y lo ajeno. Pero el viernes segundo de febrero es el día del “ayuno voluntario”, cuyo resultado es entregado en la colecta litúrgica del domingo siguiente con destino a Manos Unidas. Señalemos algunos aspectos propios de esta campaña y esta colecta: Primero, que la ayuda que prestamos a las personas que viven en países en vías de desarrollo no lo hacemos de lo que nos sobra, sino privándonos (ayunando) de algo que necesitamos. Esto es típicamente cristiano. Damos rascándonos el bolsillo y quitándolo de tantas cosas legítimas, pero que podemos prescindir de ellas para compartir con los que no tienen nada. “Jesús, siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9) Segundo, se trata de una colecta litúrgica, que resume las aportaciones de todos los que se reúnen a celebrar la Eucaristía, donde aprendemos a compartir y a ser generosos con los demás, como lo ha sido Jesucristo con cada uno de nosotros. “Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros hemos de amarnos unos a otros” (1Jn 4,11). Así cumplimos lo que hacían los primeros cristianos, que privándose de sus bienes, los vendían y ponían el dinero “a los pies de los Apóstoles” (Hech 4,35) para que éstos lo repartieran a los pobres. Manos Unidas es una organización de seglares y dirigida por seglares, bajo la alta dirección de los pastores de la Iglesia, porque se considera una ONG católica, vinculada gozosamente a sus pastores. Una fuerza interna de Manos Unidas es que está respaldada por los obispos de toda España. Tercero, las mujeres de Acción Católica que comenzaron y todos los que hoy participan en esta gestión lo hacen movidos por el amor cristiano, al que pueden unirse todos las personas de buena voluntad que lo deseen. Es decir, Manos Unidas nunca apoyará proyectos que vayan en contra de la persona humana o promuevan la injusticia. Promueve la dignidad de la persona, la promoción de la mujer que en tantos lugares está despreciada, el acceso a la cultura por parte de los niños, la capacitación profesional de jóvenes y adultos para sacar de la tierra el agua y la comida mediante una agricultura sostenible, el acceso a una asistencia sanitaria básica, etc. Nunca promocionará campañas de esterilización de la mujer, campañas de aborto provocado, situaciones injustas que incluyan la explotación de los pobres, “pelotazos” por los que se enriquecen los gestores a costa de los destinatarios, etc. Se trata de una organización confesionalmente católica, y por eso merece el apoyo de todos los cató- licos y de todos los que en esa línea quieran colaborar. Los proyectos de Manos Unidas cuidan con esmero su ejecución según la doctrina social de la Iglesia. Este año, la campaña se refiere a “Un mundo nuevo: proyecto común”, fijado en el marco de los Objetivos del Milenio. Cada uno entiende estos Objetivos del Milenio a su manera. Manos Unidas lo enfoca siempre desde la perspectiva cristiana a la que antes me he referido. Sí, es posible un mundo nuevo, porque es posible un hombre nuevo. Y es posible un hombre nuevo, porque Jesucristo es el Hombre nuevo que hace nuevas todas las cosas. La muerte y resurrección de Cristo hace nuevas todas las cosas. No hay ninguna fuerza tan capaz de transformar la realidad humana como la resurrección de Cristo, que hace nuevas todas las cosas. Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte como la ha vencido Cristo el Señor resucitando. Por eso, es posible un mundo nuevo, es posible vencer el pecado y la muerte, es posible cambiar el rumbo del egoísmo y transformarlo en amor, es posible un mundo nuevo, porque es posible la esperanza para tantas personas que llevan toda su vida sin acceso a las necesidades más básicas de la existencia humana. Es posible un mundo nuevo en el que las personas, las sociedades, los Estados y el orden internacional propicien un mundo nuevo en el que todos puedan comer, tener acceso a la cultura y estar cubiertos en la asistencia sanitaria. La oración es una fuerza potente para cambiar el mundo, porque comienza cambiando los corazones de las personas, que toman decisiones en la marcha de la historia. La campaña de Manos Unidas este año nos recuerda que tenemos que aspirar todos –cada uno desde su perspectivaa un objetivo común: hacer un mundo nuevo. Para un cristiano no es una utopía, es algo real, comenzando por uno mismo. Recibid mi afecto y mi bendición:
AMAD A VUESTROS ENEMIGOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nadie ha dicho cosa parecida en toda la historia de la humanidad. Suena a nuevo e incluso resulta chocante a la razón humana: “amad a vuestros enemigos”. Sin embargo, esta es la buena noticia de Jesús, hecha carne en su propia vida. Imposible para los hombres, sólo es posible para Dios y a aquellos a quienes Dios se lo conceda. Dios quiere la felicidad del hombre a toda costa. Y el hombre busca esa felicidad, y tantas veces no acierta. Este domingo, Jesús nos enseña en el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,44). Sí, la felicidad del hombre se encuentra en el amor, en ser amado y en poder amar. El deseo de ser amado es ilimitado. Por el contrario, la capacidad de amar es limitada. Cuando estos dos polos se dislocan, la persona humana entra por el camino del absurdo y su vida no tiene sentido: ni sabe amar ni se siente amada, y eso es el infierno. Para resolver este conflicto, hemos de ir a la fuente del amor, y la raíz del amor se encuentra, por tanto, “no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo” (1Jn 4,10), “para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). La trayectoria de Jesús ha sido la entrega por amor hasta el extremo. Y ¿cuál es su secreto? Que su corazón humano estaba plenamente saciado del amor del Padre y en sintonía con él, ha entregado su vida para saciar de amor el corazón de todo el que acerca a él y hacernos capaces de amar como ha amado él, dándonos su Espíritu Santo. Cristo revela el misterio del corazón del hombre, dándonos la clave del amor. Es preciso tener el corazón saciado para poder amar, y a su vez, amando, vamos creciendo en el desarrollo de nuestra personalidad total. A lo largo de la historia de la cultura, el hombre se dio cuenta de que la ley de la selva no sirve para la convivencia humana. No vale que el más fuerte aplaste al más débil, de manera que sólo puedan sobrevivir los que están mejor dotados. Eso sucede en la fauna animal, pero la persona humana tiene inteligencia y corazón y, por tanto, no puede vivir como los animales. Para superar la ley de la selva, vino la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Es decir, si haces una, tu enemigo tiene derecho a cobrarte una. No tiene derecho a dejarse llevar por la venganza y cobrarte cinco cuando sólo le has hecho una. Pero este equilibrio se ve alterado en continuas ocasiones, porque el corazón humano es injusto y se deja vencer continuamente por la revancha. En los comienzo de la revelación de Dios, cuando Dios entrega a Moisés las tablas de la Ley, se habla de amar al prójimo como a ti mismo, de amar a tu prójimo sin amar a tu enemigo. Se trata de un paso abismal en comparación con la ley de la selva o la ley de Talión. Sin embargo, la actitud y la enseñanza de Cristo van mucho más allá, primero en su vida y después en sus mandamientos. Por muchas leyes de equilibrio social que se establezcan, el corazón humano tiende a quedarse corto cuando da y a reclamar más de lo debido cuando recibe. Se necesita un plus de amor para cubrir esos huecos que la injusticia humana va produciendo. Y ahí se sitúa la entrega de Jesucristo sin medida y hasta el extremo. Solamente él puede decirnos que amemos a nuestros enemigos, porque su corazón saciado del amor del Padre ha podido decir en el momento supremo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), excusando a los que están produciéndole la muerte. Amar a los enemigos es, por tanto, algo típica y exclusivamente cristiano, de Cristo. A nadie más en la historia de la humanidad se le ha ocurrido ese mandato, porque nadie más ha tenido nunca su corazón tan saciado de amor como el Corazón de Cristo y por eso nadie más ha sido capaz de amar, incluso a quienes le ofenden. El mandato de Cristo nos hace capaces de hacerlo, porque para ello nos da su Espíritu Santo, amor de Dios derramado en nuestros corazones. Se trata de una capacidad nueva, que viene de Dios y que satisface plenamente las expectativas humanas, porque el hombre ha nacido para el amor y nunca pensaba que pudiera llegar a tan alta cota, como es la de amar a los enemigos. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos Q
VISITA AD LIMINA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Roma es el centro de la catolicidad de la Iglesia, porque allí llegó san Pedro para evangelizar y allí sufrió el martirio, dando el supremo testimonio de amor. Su sepulcro fue venerado desde el momento mismo en que fue martirizado en el circo de Nerón en la colina Vaticana. Y en torno a él se juntaron otros sepulcros cristianos, convirtiendo el lugar en un lugar sagrado. El gran obelisco de la plaza de San Pedro en el Vaticano fue “testigo” de aquel martirio, por el que Pedro pudo decirle a Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17). Y se lo dijo con su vida y con su sangre. Para honrar ese sepulcro se han ido construyendo basílicas superpuestas, hasta la actual y majestuosa basílica de San Pedro en el Vaticano. Al sepulcro del apóstol Pedro han acudido cristianos de todo el mundo a lo largo de estos dos mil años, y la costumbre de que los obispos visiten este sepulcro, oren ante él y visiten al Papa, sucesor de Pedro, viene desde hace muchos siglos. Es un signo de comunión eclesial con el que preside, en nombre de Cristo, a toda la Iglesia, porque el Papa, vicario de Cristo, obispo de Roma, sucesor de Pedro, es “el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (LG 23). Ir a ver a Pedro es motivo de gozo para el obispo y para toda la diócesis de Córdoba. La diócesis de Córdoba es católica por su vinculación con el Papa, porque es presidida por un obispo que ha nombrado el Papa y está en plena comunión con él. La relación de cada fiel con el Papa es algo esencial a la fe católica. Sentir con el Papa es sentir con la Iglesia. Y esta relación con el Papa no es sólo externa, sino de corazón, con el deseo de secundar sus orientaciones, escuchar sus enseñanzas y obedecer su disciplina. La visita ad limina (a los sepulcros) de los apóstoles Pedro y Pablo va precedida de un informe completo del estado de la diócesis (más de mil páginas), donde se expone la situación de la diócesis, de sus fieles, de sus curas, sus seminaristas, sus seglares y religiosos, su vitalidad y sus obras, su caridad y su apostolado, sus esperanzas y dificultades. Se trata de dar cuenta al que nos preside en el amor de cómo andamos, para recibir de él las orientaciones oportunas, no sea que corramos en vano (Ga 2,2). También san Pablo subió a Jerusalén, a ver a Pedro, y le expuso el Evangelio que él predicaba a los gentiles, no sea que estuviera corriendo en vano. Y fue confirmado de que iba por buen camino. La visita ad limina vendrá a confirmarnos en la fe. “Pedro, he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y cuando tú te recuperes, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Pedro ha recibido de Jesús este ministerio de “confirmar” a los hermanos, no porque él no sea débil como todos los humanos, sino porque asistido por Jesucristo y por el Espíritu Santo, no puede desviarse de la verdad. El Papa es infalible para servir a la infalibilidad de la Iglesia. El Papa no puede apartarse de la verdad, para garantizar a la Iglesia su permanencia en la verdad. “Confirma a tus hermanos” es un mandato de Jesús, de manera que la Iglesia permanezca hasta el fin del mundo en la verdad que Cristo le ha entregado. Acudimos con fe ante el sucesor de Pedro, ante el obispo de Roma, vicario de Cristo, “dulce Cristo en la tierra” (decía Sta. Catalina de Siena), para poner a sus pies nuestro trabajo apostólico, el evangelio que predicamos, los frutos que cosechamos, las dificultades que encontramos, los proyectos que acariciamos, no sea que corramos en vano. Y escucharemos su enseñanza como escuchan los hijos la palabra de su padre, con deseo de ponerla en práctica y vivir la plena comunión con la Iglesia católica, nuestra madre. El encuentro con el Papa va acompañado del encuentro con los hermanos obispos de las diócesis vecinas y de las diócesis de toda España. Es por tanto un momento de fuerte comunión eclesial con los hermanos obispos, presididos por el Papa. Ruego a todos los diocesanos, a las familias cristianas, a los niños, a los jóvenes, a los consagrados y a los seglares, a los sacerdotes y seminaristas que oren intensamente, ayunen y ofrezcan sacrificios especialmente en estos días de gracia por los frutos espirituales para nuestra diócesis de la visita ad limina. María, madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de seguir anunciando el evangelio con nuestra vida y nuestras palabras a las personas de esta generación. Recibid mi afecto y mi bendición: Camino de Roma Q
19 MARZO: DIA DEL SEMINARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Seminario es un lugar, una etapa, un plan de formación, una comunidad de jóvenes que se preparan para el sacerdocio ministerial. La Iglesia cuida con todo esmero la preparación de aquellos que son llamados por Dios para servir a los hombres en este ministerio. Acompaña a los jóvenes que sienten esta vocación, discierne los signos de esa llamada de Dios, verifica si esa llamada toma cuerpo en la vida de esta persona, y, después de un tiempo largo de preparación (humana, intelectual, espiritual y pastoral), los presenta para ser ordenados por el sacramento del Orden, que los consagra en ministros de Jesucristo buen pastor. El próximo 19, día de san José, será ordenado presbí- tero uno de ellos. En la reciente Visita ad limina, el Papa nos ha insistido en esta preciosa tarea del Obispo: la de suscitar colaboradores y continuadores del ministerio sacerdotal para el bien de la Iglesia, la de atender bien nuestro Seminario, la de alentar a los jóvenes que se presentan con vocación sacerdotal. Los sacerdotes constituyen un bien común de todo el Pueblo de Dios y son un bien necesario para la sociedad de nuestro tiempo, son bienhechores de la humanidad. Y si queremos tener sacerdotes, hemos de prepararlos con medios adecuados. Un edificio que los acoge, un equipo de formadores que los acompaña y los va ayudando a crecer en todos los aspectos, un claustro de profesores que cuida la formación intelectual de nivel universitario, unos párrocos que los van iniciando en la práctica pastoral, etc. Y en el fondo de todo ello, una familia que favorece el seguimiento de Cristo, unos padres que se desprenden de su hijo, unos hermanos que apoyan al hermano que va a ser cura, unos amigos que se alegran de la vocación de su amigo. Nuestro Seminario de Córdoba goza de buena salud, gracias a Dios, y así me lo han reconocido en Roma estos días. Tenemos un total de 85 jóvenes que quieren ser curas. Demos gracias a Dios, porque cada uno de ellos es un milagro de Dios y una gracia que hay que cuidar con toda atención, más todavía en los tiempos que vivimos. Dios sigue llamando, y no dejará a su Iglesia sin los sacerdotes que ésta necesita para la evangelización y para acompañar a tantas personas que necesitan esperanza. En el Seminario Conciliar San Pelagio, 32 mayores y 31 menores. En el Seminario Redemptoris Mater, 22. Estos jóvenes constituyen un reto y una responsabilidad para la diócesis, que asume con entusiasmo la tarea de formarlos bien para servir a sus contemporáneos. Hemos de favorecer entre todos esa cultura vocacional, que ayuda a madurar las semillas de la vocación. Los padres, los sacerdotes, especialmente los párrocos, los profesores, los amigos, el Seminario como lugar específico, toda la diócesis. Para ello, debemos orar continuamente al Señor para que siga enviando trabajadores a su mies y contribuir económicamente en el sostenimiento del Seminario. Tomemos como algo nuestro el Seminario y apoyémoslo con todos los medios. La diócesis de Córdoba –me han recordado en la Visita ad limina– tiene un referente estupendo para el sacerdote diocesano en san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, clericus cordubensis. A él le pedimos que nuestros sacerdotes sean santos, amigos de Dios y cercanos a los hombres por el servicio y la entrega de sus vidas. El Papa nos insistía en que los sacerdotes han de ejercitarse en el “apostolado de la oreja”, es decir, de la escucha y del acompañamiento constante a tantas personas que necesitan esperanza. Pastores con olor a oveja, es decir, entregados y en contacto continuo con los fieles que les son encomendados. Humildes, orantes, entregados, pobres y austeros en sus vidas, sobrios y castos, obedientes, amantes de los pobres, que encuentran en ellos un reflejo de Jesucristo buen samaritano. Cuando hay sacerdotes así, surgen vocaciones, surgen jóvenes que quieren ser así. El presbiterio diocesano de Córdoba es el primero y principal generador de todas estas vocaciones sacerdotales. Queridos sacerdotes, tomad como primera preocupación de vuestro ministerio dar a la Iglesia abundantes vocaciones. Cuando los fieles encuentran un sacerdote así, les descansa el corazón. Necesitamos más sacerdotes y sacerdotes cada vez más santos, para llevar al mundo la alegría del Evangelio, porque constituye un gozo inmenso encontrarse con Jesucristo y para eso son necesarios sacerdotes que lo prolongan hoy. Recibid mi afecto y mi bendición: Día del Seminario Q
DÍA DEL SEMINARIO, QUÉ PUEDO HACER POR MI SEMINARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vocación es cosa de Dios. También la vocación al sacerdocio ministerial. Él es quien llama y quien hace llegar su llamada al corazón humano. Él es quien da oídos para escucharla y fuerza para responder. Él es quien sostiene en la fidelidad a quienes le siguen.
Por eso, ante toda vocación que viene de Dios, toda la Iglesia debe orar, pedir, levantar las manos a Dios, pidiéndole que envíe muchos y santos sacerdotes a su Iglesia. La respuesta a esa vocación es cosa del hombre, ayudado por la gracia de Dios.
Dios deja libre al hombre para que responda o no, para que siga la llamada o dé la espalda a la misma, como hiciera el joven rico. Y nuestra oración va dirigida a Dios, teniendo presentes a todos los llamados para que respondan fielmente a esa llamada y se mantengan fieles en este santo servicio.
“¿Qué mandáis hacer de mí?” es una frase de Santa Teresa de Jesús, a quien recordamos especialmente en este V centenario de su nacimiento. Es una frase que expresa esa disponibilidad ante la llamada de Dios, y que ella cumplió a la perfección. “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mi?”. Teresa de Jesús tuvo sus crisis, sus dificultades, sus pecados e infidelidades, pero su sí al Señor cada vez fue más grande, hasta rendirse del todo a Jesús, su amor y su todo. Es un buen ejemplo para todo cristiano, y también para todo sacerdote o para quien es llamado a serlo.
La campaña vocacional que en torno a la fiesta de san José nos propone la Iglesia cada año tiene como objetivo despertar en el corazón de todos la necesidad de tener sacerdotes para la diócesis de Córdoba y para la Iglesia universal.
Jesucristo fundó su Iglesia sobre el cimiento de los Apóstoles y sus colaboradores, y los ordenados por el sacramento del Orden son necesarios para que esta Iglesia subsista por los siglos de los siglos, y permanezca en nuestra diócesis de Córdoba.
Se trata de una cuestión vital y de primerísima necesidad. Por eso, estamos seguros que nuestra oración será escuchada, si pedimos insistentemente por las vocaciones al sacerdocio ministerial. Es preciso crear un clima vocacional, de manera que un niño, un adolescente, un joven pueda percibir con nitidez la llamada de Dios y pueda responder sin mayores dificultades, porque estamos seguros que Dios sigue llamando a muchos, pero hay interferencias en la comunicación y a veces no llega esa llamada, y hay obstáculos insalvables que dificultan la respuesta adecuada.
La llamada al sacerdocio suele encarnarse en un sacerdote concreto, a quien ese joven conoce directamente. “Quiero ser cura como tú”, es la experiencia más frecuente en los que son llamados. Por eso, queridos sacerdotes, qué tremenda responsabilidad en este campo de las vocaciones al sacerdocio.
Examinemos si nuestra vida es transparencia de Cristo buen pastor, examinemos si vivimos nuestra vida en el gozo del evangelio, examinemos si un niño o un joven puede entusiasmarse con nuestra manera de vivir.
La llamada suele darse en un contexto cristiano, fervoroso en la fe, estimulante en el seguimiento de Cristo y en el servicio a los demás. Muchas veces es la misma familia, que ha sabido trasmitir la fe a sus hijos y ha expresado tantas veces el aprecio por la vida sacerdotal, en relación con sacerdotes concretos que se hacen presentes en el hogar.
Otras veces es la parroquia, el entorno del cura párroco, el grupo de monaguillos, la cercanía a las cosas del altar. Otras, el grupo de jóvenes, que vive una vida cristiana sana, eclesial, de exigencia en el seguimiento de Cristo, de entrega a los demás. En ese grupo surgen todas las vocaciones: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio.
Qué importante es que los grupos juveniles tengan una sólida vida cristiana, porque de ahí brotarán todo tipo de vocaciones, también al sacerdocio ministerial.
No faltan vocaciones que brotan del encuentro personal con Cristo en situaciones chocantes y contrarias: la muerte de un ser querido, un fracaso aparente, un revés en la vida. Dios se sirve de todo para golpear el corazón de una persona y decirle: “Tú, sígueme”. En todos los casos, cada vocación es como un milagro de Dios.
Y en nuestra diócesis hay vocaciones al sacerdocio, hay muchos milagros de Dios. Damos gracias a Dios por ello, pedimos para que los formadores del Seminario ayuden en el discernimiento y en el seguimiento y, particularmente acompañamos a los que serán ordenados en los próximos meses: 6 nuevos sacerdotes.
El Señor está grande con nosotros, y estamos alegres. Recibid mi afecto y mi bendición: «¿Qué mandáis hacer de mí?» Día del Seminario.
25 MARZO, ENCARNACIÓN DE JESÚS EN EL SENO DE MARÍA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 25 de marzo celebramos la fiesta de la encarnación de Señor en el seno de María virgen. Por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón, María santísima recibió una nueva vida en su vientre, y la acarició con amor. Era el Hijo de Dios, Dios eterno como su Padre, que comenzaba a ser hombre, una criatura indefensa, y comenzó a serlo como embrión animado de alma racional humana, que después se convirtió en feto y llegado a la madurez correspondiente fue dado a luz en la Nochebuena. Qué bonita es la Navidad como paradigma del nacimiento de todo niño que viene a este mundo. Así hemos nacido todos. Como fruto del abrazo amoroso de nuestros padres, ha brotado en el vientre de nuestra madre una nueva vida, un nuevo hijo, que ha sido acogido con amor y gozo en el seno de nuestra familia, hasta que hemos nacido, desprendiéndonos del seno materno. La ciencia nos certifica que desde el momento mismo de la concepción, de la fecundación, comenzó un nuevo ser distinto de la madre, no un simple amasijo de células, sino una persona viva llamada a la existencia, si nadie lo impide. Hoy no se lleva llamar las cosas por su nombre, y cuando se mata al hijo engendrado en el seno materno, se habla de “interrupción voluntaria del embarazo”, cuando la realidad cruda y dura consiste en eliminar a un ser humano en el lugar más seguro y más cálido para el ser humano: el vientre materno. El Concilio Vaticano II a este hecho lo llama “crimen abominable” (GS 51), y en él intervienen el padre, la madre, la más amplia familia, los amigos, el personal sanitario, etc. Toda una presión social, en la que tantas veces la misma madre es víctima y no tiene más salida que la de abortar, pagando ella sola los vidrios rotos de esta catástrofe. Las heridas profundas que produce el aborto ahí quedan para ser sanadas por una abundante misericordia. Todos somos de alguna manera responsables de este fracaso: el aborto provocado en más de cien mil casos cada año en España, que suman ya más de un millón de vidas humanas segadas al comienzo de su existencia. Se trata de un fracaso no sólo personal, sino colectivo y social. La mentalidad de nuestra sociedad, con leyes y sin leyes, se va generalizando en dirección abortista, y una mujer tiene todo a su favor para eliminar al hijo de sus entrañas y apenas cuenta con ayuda para llevar libremente su embarazo a feliz término. He aquí una de las más sonoras injusticias de nuestro tiempo. Se invoca la libertad de la madre para tener este hijo, y no se tiene en cuenta para nada el niño que acaba de ser engendrado y que tiene derecho a nacer. La Jornada por la Vida, que celebran todos los movimientos provida el 25 de marzo es una llamada a valorar la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su muerte natural, de manera que podamos hacer frente a la cultura de la muerte que se va difundiendo como una marea negra en nuestro tiempo. El sí a la vida es un sí al progreso, porque si no hay nacimientos está en peligro la ecología humana, está en peligro la sociedad y su continuidad armónica, está en peligro el crecimiento de una nación, están en peligro las pensiones. La gran esperanza para la humanidad es el nacimiento de nuevos hijos. Cuando éstos son escasos, la esperanza está recortada, el futuro es incierto, la sociedad se muere de tristeza. El cristiano vive de la fe y por eso ama la vida, que se prolonga en la vida eterna gozosamente. Apoyado en la ciencia y por el sentido común de la ley natural, trabaja a favor de la vida y va poniendo los medios para que ningún ser humano sea eliminado forzadamente en el seno materno. Si ya en esos primeros momentos de la vida, se permite la violencia, qué podemos esperar en otros campos o niveles. La crisis moral y de valores que estamos viviendo encontrará una salida cuando la vida humana sea más valorada, y los esposos jóvenes vivan abiertos a la vida, y sean apoyados por toda la sociedad. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis! Q
24 HORAS PARA EL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Ha sido una iniciativa del papa Francisco para toda la Iglesia: “24 horas para el Señor”, una jornada completa (incluida la noche) de adoración eucarística y de confesiones individuales para esta cuaresma, concretamente en los días 28 y 29 de marzo. En todo el mundo ha sido acogida favorablemente esta iniciativa, también en nuestra diócesis de Córdoba. En distintas parroquias esta iniciativa se concreta en actos de adoración eucarística y en celebraciones penitenciales que preparan para recibir el perdón sacramental. Vale la pena prepararse para la Pascua, porque en ella celebramos el paso del Señor por nuestra vida. Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, muriendo en la cruz y resucitando glorioso, y quiere hacernos pasar a nosotros por esa transformación. Esta Pascua supone un paso adelante en nuestra vida cristiana, en la identificación con Cristo. Toda la tarea cristiana tiene su iniciativa en Dios, no es una ocurrencia nuestra. Es Dios el que llama y el que nos precede con su gracia, invitándonos a colaborar respondiendo a esa gracia. Un punto clave de la preparación para la Pascua es la conversión, cambiar de vida, dejar los malos pasos y volver a Dios. Para eso, es necesario entrar en relación con Dios por la oración para constatar que él nos espera siempre y está dispuesto a abrazarnos con misericordia. Él sale a nuestro encuentro y nosotros hemos de dedicarle tiempo. Unos Ejercicios Espirituales, un retiro, un tiempo dedicado sólo al Señor. De ahí, esta iniciativa del Papa, “24 horas para el Señor”, para que dejando toda otra ocupación o interés nos pongamos a la escucha de Dios, en la lectura de la Palabra, en la oración silenciosa, en la adoración eucarística. Y junto a la oración, el sacramento del perdón. Cuando dejamos entrar a Dios en nuestra vida, inmediatamente nos vemos sucios, olvidados de él, injustos con los demás. Y sentimos el dolor de haber actuado así. Nos duele el pecado, que ha ofendido a Dios, nos deja rotos por dentro y nos aleja de los demás. Quién podrá librarnos de esa sensación de culpa, que corresponde a la realidad de nuestras malas acciones. Sólo Dios puede hacerlo. Si se tratara simplemente de un ajuste personal, pondríamos una serie de medios humanos para corregir tales defectos. Pero se trata de corresponder a un amor que nos desborda, el amor misericordioso de Dios. Y lo mejor que podemos hacer es dejarnos querer por Dios, un amor que sana nuestras heridas, perdona nuestros pecados y nos fortalece en nuestros puntos flacos. Y él nos iluminará lo que tenemos que hacer para cambiar de vida. A la persona humana le cuesta reconocer sus errores y busca justificaciones y excusas por todas partes. Pero ante Dios eso no vale. Ante Dios somos lo que somos, por eso el que no quiere reconocer su debilidad y sus errores, se esconde, como hiciera Adán en el paraíso: “Oí tu ruido… y me escondí” (Gn 3,10). Sin embargo, ante Dios no hemos de tener miedo, porque él no viene a condenarnos, sino a perdonarnos, a ayudarnos a recorrer un camino de salvación. Dios nos ha enviado a su Hijo para que recorra ese camino y sea él mismo nuestro salvador. Es lo que celebramos en la Pascua: el Hijo hecho hombre asume el peso de nuestros pecados en la cruz, paga por nosotros la deuda de nuestras fechorías, y resucita glorioso del sepulcro, vencedor de la muerte, inaugurando una vida nueva para él y para nosotros. En cuaresma –y en todo tiempo– se nos invita a volver a Dios, y al encontrarnos con él, constataremos que él nos estaba esperando con la mesa puesta. Cerrados en nosotros mismos, nos parece imposible salir de nuestras miserias. Entrando en el corazón de Dios, nos sentimos ensanchados, porque él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. “24 horas para el Señor” es un ejercicio de cuaresma, que consiste principalmente en volver a Dios, entrar en la órbita de su amor misericordioso, dejarse querer por él y ablandado nuestro corazón, confesar nuestros pecados, sabiendo que él siempre nos perdona, nos renueva y nos impulsa a seguir por el camino del bien. Recibid mi afecto y mi bendición: 24 horas para el Señor Q
DOMINGO DE PASIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo”, reza la oración colecta de este domingo de pasión, a pocos días de la semana santa. Vivir de aquel mismo amor es vivir como vivió él, Jesucristo. Vivir así es vivir dando la vida y gastándola en el servicio de Dios y de los hermanos. Ha sido el amor, y sólo el amor, el motor de toda la redención. Jesucristo lo ha vivido así y lo ha predicado con el ejemplo. Dios Padre ha entregado a su Hijo al mundo por amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). Y en ese clima de amor ha vivido Jesucristo su existencia terrena, para entregarse a la muerte por amor al Padre y a los hombres. Por amor al Padre: “Para que el mundo vea que amo al Padre… vamos [a la pasión]” (Jn 14, 31), y por amor a los hombres: “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). La obediencia de un corazón humano es la clave de la redención. La obediencia por amor de Cristo al Padre es la clave de nuestra salvación. En esta sinfonía de amor, una nota disonante es el pecado del mundo, nuestros pecados, que ofenden a Dios realmente, dividen el corazón del hombre y rompen la armonía de la creación y de la convivencia humana. El pecado hace que la redención esté teñida de dolor, haciendo que la cruz sea repelente a simple vista. Pero este mismo pecado ha sido reciclado en la cruz redentora de Cristo, porque él ha vivido su muerte en la cruz con una sobredosis de amor al Padre y a los hombres, y “de lo que era nuestra ruina, ha hecho nuestra salvación” (prefacio 3º ordinario). El amor, por tanto, en el origen y en el término. El amor como motor de la redención del mundo. El amor en la cruz de Cristo como la gran potencia recicladora de todos nuestros egoísmos y contradicciones. El amor ha triunfado sobre el pecado, y desde la Cruz el amor se extiende como misericordia para todo el que quiera recibirla. El domingo de pasión nos pone delante de los ojos a Cristo crucificado, que nos abraza con su amor y solicita de nosotros una respuesta de amor en el mismo sentido: “Que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la redención del mundo”. Nos acercamos a la celebración anual y solemne de la redención en la Semana Santa: pasión, muerte y resurrección del Señor. Pongamos a punto nuestro corazón para sintonizar con ese amor, que va a pasar por nuestras vidas, para que vivamos una verdadera “pascua”. La piedad popular multiplica en estas jornadas sus actos penitenciales: viacrucis, quinarios y triduos, actos de hermandad en cada una de las cofradías. Ponerse a punto para los días santos que se acercan incluye poner a punto el corazón, con oración más abundante, con ayuno penitencial y con una caridad más ardiente. De nada nos serviría todo lo exterior, si no nos lleva a lo interior, si la procesión no va por dentro. Vivir del amor de Cristo, vivir como vivió él no es algo en lo que nos empeñamos nosotros, sino un don de Dios, que pide nuestra colaboración para ser eficaz en nuestras vidas. Mirar a Cristo crucificado, mirarlo fijamente durante estos días. Tiene mucho que decirnos a cada uno. Quiere decirnos ese amor, distinto a los demás amores humanos, que viene de Dios y ha transformado el mundo. Le pedimos que nos conceda vivir de ese mismo amor que le ha movido a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Domingo de Pasión
SEMANA SANTA:VAYAMOS Y MURAMOS CON ÉL
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando todos los apóstoles estaban temblando de miedo ante el anuncio de la pasión por parte de Jesús, Tomás tuvo un arranque de generosidad: “Vayamos y muramos con él” (Jn 11,16). Luego, cuando llegue la hora de la verdad, desaparecerá del escenario, como desaparecieron Pedro y casi todos los demás, siguiendo de lejos los acontecimientos del Maestro. Tan sólo nos consta de Juan, que estaba junto a la cruz con María la madre de Jesús, los demás se dejaron vencer por el miedo, quisieron salvar su pellejo antes que dar la cara por Jesús. Cuando Jesús resucita de entre los muertos, no les echa en cara este acobardamiento, sino que se muestra cariñoso con ellos, lleno de misericordia. Especialmente con el apóstol Tomás, con el que tiene la condescendencia de aparecerse a los ocho días para mostrarle las llagas de sus manos y el costado abierto por la lanza. Domingo de la divina misericordia. A Jesús le gustan nuestros arranques, nuestros buenos deseos, que brotan del amor verdadero, aunque tantas veces nos quedemos luego cortos en la realización. A santa Teresa de Jesús le gustaba decir que ella pertenecía a la cofradía de los buenos deseos, y ahí la tenemos llena de buenas obras, porque los buenos deseos son los que generan las buenas obras. Como los apóstoles, que a pesar de su debilidad en el momento fuerte de la cruz, una vez fortalecidos por la resurrección del Señor, serán capaces de anunciar a Cristo muerto y resucitado y dar la vida por él. En estos días santos, dejemos que nuestro corazón se arranque como una saeta de amor a Jesús y a su bendita Madre, cuando contemplemos los distintos pasos del escenario de la pasión, muerte y resurrección del Señor. ¿Se quedará sólo en buenos deseos? Seguro que no, pues también en nosotros los buenos deseos, antes o después, generan buenas obras. Pero son días de desear, como Tomás, estar con Jesús y participar de sus más profundos sentimientos. “Vayamos y muramos con él”. He concluido en estos días la Visita pastoral al barrio de poniente en la ciudad de Córdoba. Cuánta gente buena, cuánta pobreza hasta la carencia de lo más elemental, cuánta caridad y solidaridad para paliar los efectos de la crisis y del paro. La celebración de la Semana Santa no es una evasión de la realidad que vivimos, sino un compromiso más fuerte con Jesús, que nos mira lleno de misericordia, y con los hermanos, que nos piden ayuda porque no llegan a fin de mes. La Semana Santa que comenzamos será un año más una explosión de devoción, de entusiasmo, de fervor, de piedad. Dejemos que él –Jesús– nos mire. Sintamos la presencia maternal de la Madre que nos acompaña, especialmente en los momentos de dolor para paliarlos o en los momentos de gozo para multiplicarlo. No nos quedemos en lo puramente externo, sino entremos en el corazón de Cristo, en el corazón de su Madre bendita para hacernos más humanos, para hacernos más divinos. “Vayamos y muramos con él” sea para cada uno de nosotros como un arranque de buenos deseos. De estar con Jesús y no dejarle nunca, y de salir al encuentro de tantas personas que sufren a nuestro alrededor. Hay quien afirma que de no estar la Iglesia con sus parroquias y sus cáritas, dentro de las cuales están muy presentes las cofradías, cercana a la gente que sufre, podríamos tener un estallido social. Porque las necesidades son muchas, y es mucha gente la que pasa hambre en nuestro entorno. Cuando llegue el jueves santo, volveremos a escuchar el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”, y veremos el gesto tan elocuente de Jesús lavando los pies de sus discípulos. No podemos permanecer impasibles ante tanto sufrimiento: el que Cristo nos manifiesta en su gloriosa pasión y el que padecen tantos hermanos nuestros, vecinos nuestros, que no tienen ni para comer. “Vayamos y muramos con él”. La semana santa constituya un nuevo impulso para seguir de cerca a Jesús, que va camino de su entrega por amor, a fin de alcanzarnos el perdón de Dios. Y que ese amor que brota del corazón de Cristo mueva el nuestro para atender tantas necesidades de nuestro entorno. Recibid mi afecto y mi bendición: «Vayamos y muramos con él» Q
JORNADA MUNDIAL POR LAS VOCACIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio del IV domingo de pascua nos presenta a Jesucristo en esa bella imagen del pastor que ha encontrado la oveja descarriada y la ha cargado con más amor sobre sus hombros. Ante esa imagen uno no siente el peso de sus extravíos, sino la ternura de quien le ha encontrado y le ha salvado: Cristo el Señor resucitado. Sentirse salvado, sentirse amado por un amor más grande que mis propios pecados, el amor de Jesús buen pastor. Esta es la imagen de este domingo de pascua, domingo del buen pastor. “El Señor es mi pastor, nada me falta”, cantamos en el salmo responsorial. Cuánta paz trae a nuestra alma este bello salmo, cuando lo repetimos en nuestra oración personal. Es una oración de confianza, que ensancha el corazón con la experiencia de sentirse amado por el pastor que acoge a su oveja perdida. Imagen idílica, llena de ternura, Jesucristo buen pastor. Coincidiendo con esta fecha, celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Todos tenemos una vocación, hemos sido llamados por Dios a ser sus hijos y a gozar de su vida para siempre. Y en esa vocación universal, cada uno ha de descubrir el plan de Dios que quiere hacerle feliz, su propia vocación en la que dar la vida al servicio de otros. Entre todas ellas, hoy pedimos a Dios por las vocaciones de especial consagración. Es decir, agradecemos a Dios la llamada de todas aquellas personas que prolongan la ternura de Cristo buen pastor, buen samaritano. Cuántas manos y corazones maternales, que palpan la carne de Cristo sufriente en los hospitales, con los enfermos terminales, entre los más pobres de la tierra. Cuántas mujeres en línea de vanguardia de la evangelización para servir a la Iglesia en los múltiples carismas que la enriquecen: colegios, parroquias, inserción en barrios marginales, pobres de todas las pobrezas materiales y espirituales. Corazones virginales, en castidad perfecta consagrada al Señor, en pobreza y sin nada propio, sometidos a la obediencia para agradar a Dios. Oremos por todos estos hombres y mujeres que gastan su vida para hacer palpable la ternura del buen pastor, Jesucristo. Y entre todas esas vocaciones, Dios sigue llamando a jóvenes para prolongar el ministerio de Cristo buen pastor, sacerdote y testigo de la verdad. En este domingo, un grupo numeroso de seminaristas dan pasos significativos acercándose al sacerdocio ministerial: admisión a las sagradas Órdenes, lectores y acólitos. Damos gracias a Dios, porque cada uno de estos jóvenes es un milagro de Dios, cada uno de ellos es alegría y esperanza para la Iglesia, que seguirá teniendo pastores según el corazón de Cristo. Necesitamos más sacerdotes, y Dios sigue llamando a jóvenes de nuestro tiempo para dar la vida en el sacerdocio ministerial. Oremos por todos ellos, oremos por los que descubren su vocación, oremos especialmente por los que vacilan a la hora de dar una respuesta generosa, oremos por la perseverancia de los que han emprendido este camino. Oremos por las vocaciones sacerdotales. La figura de san Juan de Ávila, cuya fiesta celebramos el 10 de mayo, emerge señera para continuar llamando a tantos jóvenes que buscan, y no saben qué: “Escucha, hijo/a (audi, filia), mira, inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el Rey de tu hermosura”. La vocación es un tema de enamoramiento. La iniciativa la tiene Dios, que en su Hijo hecho hombre se acerca hasta nosotros, para fascinarnos con su presencia y su hermosura, y comunicarnos a nosotros esa hermosura. ¡Eres el más bello de los hombres! Y esta llamada de Dios busca corazones que se dejen enamorar por el Señor, para seguirle de cerca, corporalmente, en pobreza, castidad y obediencia. La vocación no necesita muchas explicaciones, como no las necesita ningún enamoramiento. Ese atractivo inicial va tomando cuerpo en el corazón de quien es llamado/a y progresivamente ya no entiende su vida sin Jesucristo, que le ha robado el corazón. Ahora bien, esa vocación, ese enamoramiento necesita alimento y cuidado. Y por eso en esta jornada oramos especialmente por las vocaciones: a la vida religiosa y a la vida sacerdotal. Recibid mi afecto y mi bendición: Jornada mundial de oración por las vocaciones Domingo del buen pastor Q
PRIMERAS COMUNIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La primera comunión constituye un momento feliz de la vida. Marca la conciencia del niño/a para toda su existencia. Es una ocasión de gracia de Dios muy especial, porque el corazón de un niño no tiene barreras para Dios, y Dios entra de lleno dejando buen sabor en esa experiencia temprana. No debemos desaprovechar este momento, porque Jesús viene no sólo al alma de este niño, sino que de alguna manera entra en la vida de toda la familia. La primera comunión es un momento de gracia para todos. Abuelos y nietos, primos y hermanos, tíos y demás familia. Los padres se ven de pronto crecidos, al ver crecidos a sus hijos, y el amor primero del matrimonio se renueva ya más maduro y sereno. Fue el Papa san Pio X el que introdujo la primera comunión en la infancia, a comienzos del siglo XX. El quería comulgar de niño y se lo dijo a su párroco, que le remitió al obispo. Cuando el obispo vino a la parroquia, Pepito, aquel monaguillo que quería comulgar, se dirigió al obispo haciéndole la petición. El obispo le hizo entender que la norma era de la Iglesia universal y él no podía cambiarla y terminó su explicación con una evasiva: “Cuando seas Papa podrás cambiarlo”. Y aquel monaguillo, Pepito Sarto, cuando llegó a Papa con el nombre de Pio X, lo primero que hizo fue conceder a todos los niños del mundo poder acercarse a recibir a Jesús en la comunión, como él lo había deseado desde niño sin haber podido cumplir su deseo. Lo que parece una simple anécdota tiene mucho trasfondo. La Iglesia que siempre ha estimado sobremanera la santa Eucaristía y que ha puesto muchas condiciones para acercarse a recibirla, por medio del Papa san Pio X universalizó la comunión diaria y la puso al alcance de los niños. Hay quienes piensan que todo el movimiento misionero que viene en las décadas siguientes tiene su origen en este acercamiento de los niños a Jesús Eucaristía. La comunión de los niños lleva consigo todo un catecumenado de iniciación cristiana. El niño aprende a tratar con Jesús como un amigo, es introducido en la profundidad de los misterios de nuestra fe cristiana, y lo hace sin ninguna barrera. Sorprende a muchos catequistas constatar cómo los niños preguntan y se meten de lleno en el misterio de Dios, tratándole con una familiaridad que en muchos casos no volverá a repetirse en sus vidas. Es fundamental, por tanto, que en esta experiencia de fe infantil vayamos a lo esencial, sin perdernos en perifollos o montajes artificiales. “Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis” (Lc 18,16). Por una parte, favorezcamos ese encuentro que tiene mucha más importancia de lo que parece, va a dejar una huella en el alma de esos niños, como una experiencia fundante de la relación con Dios, con un Dios tan cercano, que lo puedo comer y lo puedo tratar como amigo. Y por otra parte, no lo impidamos con nuestros planteamientos de “adultos”. En torno a las primeras comuniones se ha montado un tinglado que desfigura la naturalidad de lo sobrenatural, que antepone lo vistoso a lo invisible, que monta la fiesta por fuera sin acompañar al niño en lo que está viviendo por dentro. La primera comunión es una invitación ante todo a comulgar por parte de todos los asistentes. Quizá haya quienes no puedan acercarse. Pues, hagan comunión espiritual. Vivan lo más unidos posible a Dios para sintonizar con lo que el niño está viviendo. No aturdamos al niño con regalos que no son apropiados ni tiene capacidad de asimilar. El regalo por excelencia es Jesús y para no distraer, dejemos los regalos para otro momento. No se trata de que el niño aparezca como el príncipe imaginario de los cuentos que lee, ni que la niña aparezca como una novia engalanada. Es todo mucho más sencillo. Se trata de que el alma esté limpia y adornada para Jesús, con un vestido de fiesta sencillo que sirva para futuras ocasiones. ¡Ah! Y cuando el niño ha hecho la primera comunión, no termina todo. Comienza una nueva vida que hay que cuidar con esmero. Es más importante el año posterior a la primera comunión que el año anterior de preparación, porque durante el año posterior y los que siguen, el niño puede comulgar y ha de ser acompañado para aprender a tratar a Jesús y llevar esa experiencia de encuentro a la vida cotidiana del hogar, del cole, del juego, de toda su existencia. Jesús viene para hacerse amigo con una amistad que dure hasta la eternidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Primeras comuniones Q
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CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos en estos días el tiempo de Cuaresma. En el cristianismo, es un tiempo santo, que nos prepara a la Pascua. Tiempo santo, porque nos viene dado por Dios para nuestro bien. Tiempo de preparación a la gran fiesta anual de la pasión y muerte de Jesucristo, que culmina en la resurrección, de donde brota el don del Espíritu Santo. Son cuarenta días de preparación y cincuenta días de celebración. Se trata de una subida o escalada, que lleva consigo esfuerzo y ascesis, para remontarnos a una meseta de vida cristiana y experimentar el gozo de la nueva vida del Resucitado, que nos da el Espíritu Santo. Entremos con esperanza en este tiempo santo, veamos con serenidad cuáles son los puntos flacos de nuestra vida cristiana para ejercitarnos en las virtudes y eliminar los vicios. Las pautas que nos señala la Iglesia son el ayuno, la oración y la limosna. Constituyen como un trípode permanente, que en este tiempo ha de intensificarse. Abriendo nuestro corazón a Dios (oración) nos capacitamos para el ayuno de nuestros vicios e incluso de tantas cosas buenas que nos entretienen y nos impiden crecer, y de esta manera nos capacitamos para ser más generosos con nuestros hermanos que sufren, que necesitan nuestra ayuda. Se da como una circularidad entre estos tres aspectos, y cada uno de ellos influye en los otros, van juntos. El primer domingo de Cuaresma es el domingo de las tentaciones de Jesús. Se retiró al desierto, llevado por el Espíritu Santo, para ser tentado, para ser puesto a prueba. La vida entera de Jesús y nuestra propia vida es una vida sometida continuamente a la prueba. No hemos de temer las pruebas y las tentaciones, las crisis de crecimiento y las pruebas que Dios va señalando en nuestra vida. Miremos a Jesucristo. Jesús no necesitaba ser puesto a prueba, pero dejó que el enemigo lo tentara para poder derrotarlo y enseñarnos a nosotros cómo hemos de actuar en nuestra lucha contra Satanás. El demonio se acercó a Jesús en varias ocasiones, se le insinuó de varias maneras. Los evangelios sinópticos tipifican el momento de las tres tentaciones del desierto, al comienzo del ministerio público, pero hay además otros momentos, como cuando Pedro se resiste a ir por el camino de la Cruz o cuando Jesús experimenta la prueba definitiva en la oración del huerto. El demonio es muy listo. Y nos tiene engañados haciéndonos creer que no existe, que no actúa, que es un mito. Y mientras tanto él está encizañando, tirando de nosotros hacia el mal, queriéndonos apartar de Dios continuamente. No seamos tontos. El demonio existe, el demonio trabaja, el demonio está continuamente haciendo su labor. El Papa Francisco nos lo recuerda continuamente y nos alerta para no dejarnos engañar. En el programa de Jesús, un capítulo importante es su lucha frontal contra el demonio. Desde el comienzo de su ministerio, se retira cuarenta días para luchar contra él. Y lo vence por la oración y el ayuno, por la escucha de la Palabra, por el rechazo frontal sin admitir negociaciones. “Cuanto más tarde se decide el hombre a resistirle, tanto más débil se hace cada día, y el enemigo contra él más fuerte” (Kempis 13,5). La Iglesia, en este camino cuaresmal, nos pone delante de los ojos ya desde el primer domingo de Cuaresma que aquí tenemos un trabajo fundamental: la lucha contra Satanás. Si la vida es una lucha permanente, debemos saber quién es el enemigo para emplear los medios adecuados. De lo contrario, iremos de derrota en derrota. Nuestra lucha no es contra los poderes de este mundo, sino contra los espíritus del mal (Cf. Ef 6,12), nos recuerda san Pablo. El enemigo es más fuerte que nosotros. Solo podremos vencerle con el poder de la gracia que viene de Dios, con la oración, el ayuno y la limosna. Manos a la obra, la Cuaresma es tiempo de ejercicio, de lucha, de ascesis. Y no es una lucha en solitario, sino una lucha solidaria, con toda la Iglesia y en favor del mundo entero. La victoria está asegurada. Recibid mi afecto y mi bendición: El demonio existe, Jesús lo ha derrotado
CONFIRMACIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tiempo de Pascua es tiempo propicio para la iniciación cristiana. Una nueva vida que surge pletórica de Cristo resucitado llega a través de los sacramentos a cada uno de los discípulos de Jesús en su Iglesia. Bautismo, confirmación y eucaristía son los tres sacramentos de la iniciación cristiana. Son los sacramentos que nos incorporan a Cristo y a su Iglesia, injertándonos en la cepa matriz que es Cristo para recibir la savia que nos lleve a producir frutos en abundancia. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). El tiempo de Pascua es tiempo propicio para las confirmaciones en cada una de nuestras comunidades parroquiales. Adolescentes, jóvenes y adultos en gran número reciben este sacramento para constituirse en miembros vivos y de pleno derecho en la santa Iglesia. El sacramento de la confirmación viene a completar el bautismo. En el bautismo fuimos ungidos con el santo crisma, como expresión del Espíritu santo que se derrama en nuestra cabeza y en nuestros corazones. En la confirmación volvemos a ser ungidos con el santo crisma para recibir la plenitud del Espíritu Santo y todos sus dones (sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza, piedad y temor de Dios), de manera que seamos miembros vivos de este Cuerpo, con todos los derechos y obligaciones que lleva consigo. Para ser testigos de Cristo ante el mundo, incluso hasta el martirio si fuera necesario. La Iglesia en su ordenamiento disciplinar establece que para ser padrino o madrina el cristiano tiene que estar confirmado (c. 874), para acceder al sacramento del matrimonio reciba la confirmación (c. 1065). Y en el ordenamiento de nuestra diócesis de Córdoba está establecido que para acceder a los cargos directivos de Cofradías y Hermandades la persona debe estar confirmada. Por supuesto, ha de estar confirmado el que abraza el estado religioso o accede al orden sacerdotal. Es decir, el sacramento de la confirmación no es un lujo añadido en la vida cristiana, sino un sacramento de iniciación que completa al bautismo, y en principio deben recibirlo todos los bautizados. Por eso, hay tantos adultos que piden el sacramento de la confirmación. Ha habido quizá un cierto olvido o dejadez de este sacramento, y luego al tener que ejercer responsabilidades en la Iglesia se ha percibido la necesidad del mismo. Bienvenidos todos los que piden el sacramento de la confirmación, sean jóvenes o adultos. Es una ocasión propicia para renovar actitudes aletargadas y recordar la belleza de la vida cristiana. La preparación al sacramento de la confirmación incluye dedicación de catequistas y catequizandos en una puesta a punto que hace mucho bien a todos. Ahora bien, la confirmación no es un punto final, sino una etapa volante que conduce a otros momentos sucesivos de la vida cristiana. El joven tiene que continuar su formación cristiana en virtudes que le vayan configurando con Cristo. El adulto no debe conformarse con tener el “papel” de la confirmación, sino que este encuentro renovado ha de llevarle a un acercamiento progresivo a Dios y a la Iglesia, de donde quizá se había apartado. La vida cristiana necesita reciclarse continuamente, ponerse al día, renovarse en el corazón de los fieles cristianos. La confirmación es una ocasión para ello. Que el Espíritu Santo venga abundante sobre nuestra diócesis de Córdoba en la fiesta de Pentecostés, que se acerca (8 de junio) y en las miles de confirmaciones que se celebran por todas las parroquias.
CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros.
Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será.
Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás. Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios.
La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús.
Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia. Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder.
Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios.
Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente.
Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas. Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas.
El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña.
La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás. “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal. Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua.
Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración.
Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio. Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua. Con mi afecto y mi bendición: Cuaresma: lucha contra Satanás.
DOMINGO DE CUARESMA
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios. Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas.
Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15).
La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo.
Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa. El mandamiento principal es “amarás…”.
La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10).
Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar. A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros.
En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma.
Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos. Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20). El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios.
A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien.
Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente.
Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente. Recibid mi afecto y mi bendición: Los diez mandamientos
CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros.
Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será.
Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás. Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios.
La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús. Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia.
Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder. Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios.
Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas.
Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas.
El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña. La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás.
“Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal. Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua.
Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración.
Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio.
Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua. Con mi afecto y mi bendición: Cuaresma: lucha contra Satanás.
CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El anuncio gozoso de la Pascua nos pone en camino hacia la fiesta principal del Año litúrgico: la muerte y la resurrección del Señor. La Cuaresma es un catecumenado anual para prepararnos a esta fiesta principal, en la cual renovaremos las promesas bautismales y se renueva la vida de la Iglesia. Pongámonos en camino.
Jesús santificó este tiempo santo con los cuarenta días en el desierto, previos a su ministerio público. Pero ese periodo de cuarenta recuerda los cuarenta años que el Pueblo de Dios anduvo por el desierto, saliendo de la esclavitud de Egipto hasta llegar a la Tierra prometida. La Cuaresma tiene por tanto un sentido de prueba, de desierto, de tentación, de combate contra el mal, de superación con el ejercicio del bien.
La pauta que nos marca Jesús para este tiempo es la oración, el ayuno y la limosna (Mt 6, 1ss). “La oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida”, nos recuerda el Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma.
La oración nos abre a Dios y a sus dones, y ahí está el origen de todos los bienes para nuestra vida. Volvamos a Dios, él nos espera como el padre del hijo pródigo con los brazos abiertos para abrazarnos y devolvernos la dignidad de hijos y el sentido fraterno con nuestros hermanos. “La limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida”, insiste el Papa.
La limosna perdona nuestros pecados y abre nuestro corazón para compartir lo que tenemos con los demás. Hemos recibido mucho, qué menos que compartamos algo con quienes no tienen nada. “La medida que uséis, la usarán con nosotros” (Lc 6, 38). Nos funciona instintivamente el deseo de tener más, eso es la avaricia. La Cuaresma es tiempo de ir contra esa tendencia, ejercitándonos en la generosidad con los demás, especialmente con los pobres. El cristiano es generoso y sabe compartir con los demás.
“El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios.
El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre”, nos recuerda el Papa. Se dice tantas veces que el ayuno no está de moda. Sin embargo, quizá hoy más que nunca esté extendida la práctica del ayuno. Tanta gente es capaz de privarse de cosas por un fin superior: dieta diaria, ejercicio físico, etc. Lo que no está de moda es el ayuno por motivos religiosos, y la Cuaresma nos pone delante de los ojos esta necesidad de nuestro espíritu.
En este primer domingo de Cuaresma aparece Jesús luchando contra Satanás en el desierto, al que vence con la oración y el ayuno, apoyado en la Palabra de Dios. Por toda nuestra diócesis se inician Viacrucis y preparación para las estaciones de penitencia. Tomemos en nuestras manos el Evangelio de cada día y dediquemos un rato cada día para templar nuestro espíritu.
Pongamos a punto nuestro espíritu, hagamos un plan personal para esta Cuaresma. Dios nos espera para hacernos partícipes de sus dones. Tengamos presente en todas las parroquias y grupos las “24 horas para el Señor”, el viernes 9 y el sábado 10 de marzo. Que se multiplique la adoración en esas 24 horas y que tengamos fácil acceso al sacramento de la Penitencia. El Papa nos lo recuerda. Recibid mi afecto y mi bendición: Cuaresma, tiempo de gracia, camino hacia la Pascua.
DOMINGO DE CUARESMA: EL JOVEN RICO: LOS DIEZ MANDAMIENTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios. Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas.
Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15).
La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo. Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa.
El mandamiento principal es “amarás…”. La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10).
Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar. A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros.
En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma. Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos.
Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20).
El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios. A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien.
Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente.
Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente. Recibid mi afecto y mi bendición: Los diez mandamientos.
DOMINGO DE CUARESMA: CURACIÓN DEL PARALÍTICO
9.- Jesús es Dios
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El mensaje central de todo el Nuevo Testamento consiste en decirnos que Dios es nuestro Padre misericordioso y Jesús es el Hijo de Dios, consustancial al Padre y consustancial a nosotros, es decir, Dios verdadero y hombre verdadero.
Mientras no llegamos a reconocer a Jesús como Dios, nos quedamos a medio camino de nuestra identidad cristiana. En la nueva evangelización, hemos de proclamar con vigor que Jesús es Dios para conducir a quienes lo acogen a la más profunda adoración.
En el evangelio de hoy, Jesús aparece curando a un paralitico (Mc 2,1-12). Un hecho sorprendente por si mismo, nunca hemos visto una cosa igual». Pero, además, Jesús vincula este hecho a su propia identidad de Hijo de Dios, que tiene poder en la tierra para perdonar pecados.
“Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?”. Con esta pregunta Jesús mismo se está presentando como Dios, como el que ha recibido de Dios ese poder, como el que actúa con la fuerza de Dios a favor del hombre pecador para redimirlo.
El paralítico se presentaba ante Jesús con una fe inmensa, buscando la curación física, que Jesús le concedió. Pero al ver la fe que tenía, Jesús fue al fondo del corazón, y le dijo: “Tus pecados quedan perdonados”. El hombre tiene muchas necesidades, pero sólo una es imprescindible, El hombre necesita salud, medios económicos, trabajo, acogida. Cuando carece de esto se siente desvalido. Pero el hombre necesita ante todo alguien que le alivie del peso de sus pecados, que sólo Dios puede colmarla.
La necesidad más honda del corazón humano es Dios, y.
le oprime sin poder librarse de ello. Y eso sólo se lo puede dar Dios. La necesidad más honda del corazón humano es Dios, y sólo Dios puede colmarla, Jesús viene a eso precisamente.
Cuántas veces se nos presenta un Jesús líder, un Jesús incluso revolucionario, un Jesús que ha luchado por la justicia y por instaurar la paz en la tierra. Es verdad todo eso, Pero Jesús, ante todo, es Dios. Y porque es Dios, puede perdonar pecados, puede curar la mayor desgracia del corazón del hombre. Aquel paralítico y sus acompañantes iban buscando la curación física, y Jesús les salió al encuentro con la sanación de. su corazón mediante el perdón de los pecados.
No fue una salida de tono, ni una evasión de la realidad que le presentaban. Jesús con el perdón que le ofrece, le descubre su más radical invalidez, que él ha venido a curar. Jesús nos invita a no quedarnos en lo mínimo, sino a llegar a lo máximo cuando nos acercamos a éL ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “echa a andar»? La curación del paralítico Jesús la realiza para mostrar su propia identidad divina en un contexto de fe verdadera y sincera, “viendo Jesús la fe que tenían”.
En la tarea de la nueva evangelización que se nos presenta hoy no podemos ofrecer un Jesús recortado, reducido a un personaje que nos arregla algunos problemas. El problema más hondo del corazón humano es Dios, el encuentro con Dios, el gozo de sentirse hijo de Dios.
Toda la acción de la Iglesia, incluso esa acción caritativa que resuelve las necesidades inmediatas, debe ir orientada a mostrar a Aquel que ha venido a buscar a los pecadores para hacerlos hijos de Dios. Todo lo demás es secundario. Aunque muchas personas acuden a la Iglesia buscando el remedio a sus males, como aquel paralítico, la Iglesia tiene el deber de presentarle a Jesús Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo. Y toda la acción de la Iglesia, incluso esa acción caritativa que resuelve las necesidades inmediatas, debe ir orientada a mostrar a Aquel que ha venido a buscar a los pecadores para hacerlos hijos de Dios.
No tenemos que esperar a resolver los problemas de los hombres para presentarles después a Dios, a Jesús el Señor. Cuando alguien acude mostrando sus carencias, hemos de llevarle a Jesús para que se encuentre de veras con él, y descubriéndole lo adore. Sólo desde esa actitud de adoración, al menos por nuestra parte, podremos ofrecer solución a los problemas de los hombres de hoy. Y más aún, sólo desde la adoración a Jesús como Dios podremos mostrar que el poder para resolver tantas dolencias nos viene de Dios, y no es fruto de nuestras capacidades ni siquiera de la suma del esfuerzo de todos.
Jesús es Dios y tiene capacidad de perdonar nuestros pecados. Por eso cura al paralitico, para mostrarle una salvación integral que tiene en Dios su fundamento. La Iglesia lleva en su seno este tesoro, y no debe limitarse a resolverlos problemas de los hombres, sino anunciar a Jesús como Dios, el único que puede sanar el corazón del hombre y llevarlo a la plena felicidad.
Con mi afecto y bendición
DOMINGO II DE CUARESMA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Domingo de la transfiguración del Señor, segundo de Cuaresma. En el camino hacia la Pascua, Jesús se nos presenta hoy en el misterio de su transfiguración en el monte Tabor. Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, los tres más íntimos, y subió a un monte muy alto, desde el que se divisa toda Galilea. Se fue a orar, como tenía costumbre de hacer a solas o con sus discípulos.
En Cuaresma, la liturgia nos insiste en la oración como medio de unión con Dios, que quiere llenar nuestro corazón de felicidad. El deseo natural de ver a Dios, inscrito en el corazón humano, quedará colmado con la visión beatífica en el cielo, cuando veamos a Dios cara a cara y nos saciemos plenamente de su semblante. Lo que brota espontáneo de nuestro corazón será satisfecho con creces por el don de la gracia. “Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. -Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (Salmo 26).
Mientras dura nuestra peregrinación por este mundo, “caminamos en fe, no en visión” (2Co 5, 7). Muchos contemporáneos nuestros no alcanzan a identificar este deseo de Dios, que late en nuestro corazón, aunque no lo sepamos. La Cuaresma es tiempo propicio para este descubrimiento, para satisfacer este deseo de ver a Dios o de tratar con Él en la oración.
En este contexto Cuaresmal de preparación para la Pascua, para la vida nueva de Cristo en nosotros, Jesucristo se muestra transfigurado, con un rostro y unos vestidos llenos de luz, capaces de cegar los ojos de nuestra cara, llenarnos de luz hasta deslumbrarnos.
¿Qué quiere decirnos Jesús con esta escena? –Jesús nos está anunciando la transformación de nuestra vida cuando llegue la resurrección. Jesús anticipa en este momento lo que será su cuerpo glorioso cuando resucite del sepulcro, lo que será nuestros cuerpos gloriosos cuando resucitemos al final de la historia. La experiencia de los tres discípulos la expresa Pedro en nombre de todos: “¡Qué bien se está aquí!”. Qué bien se está con Jesús, qué bien se está aunque todavía no le veamos cara a cara, qué bueno experimentar su presencia, qué fuerte percibir por la fe que está a nuestro lado, que nos ama y satisface nuestros deseos más profundos.
Cuando el Señor nos invita a la oración, no siempre nos regala consuelos, pues muchas veces nos lleva por caminos de sequedad. Pero lo importante es que nosotros busquemos su rostro, y Él llegará cuando quiera y nos haga bien. Lo importante en la oración es perseverar, y las sequedades nos fortalecen para que no busquemos sólo los regalos, sino que estemos dispuestos a ser fieles incluso en las pruebas. Si realmente buscamos a Dios, las pruebas nos purifican para poder disfrutarle más todavía cuando llega. Qué bien se está con Jesús.
Cuántos ratos en la adoración eucarística nos han transmitido esta experiencia. Multipliquemos esos ratos de adoración para estar con Él e invitemos a otros a vivir esta experiencia. Busquemos algún día completo de retiro espiritual o unos ejercicios espirituales. No lo dejemos todo para el cielo, ya en la tierra estamos llamados a disfrutar de Dios, de Jesús, del Espíritu que mora en nuestras almas.
Parecería una alienación, cuando nos ponemos a buscar estas experiencias. Nada de eso. Sólo cuando nuestro corazón ha gozado de Dios, podemos afrontar los problemas cotidianos con una esperanza sin lí- mite. Necesitamos experimentar a Dios, buscar su rostro, saciarnos de su presencia para transformar el mundo, hacerlo más humano, más divino, más habitable, más justo, más fraterno.
La Cuaresma no tiene como término la penitencia, sino que la penitencia nos prepara al encuentro gozoso con el Señor. La Cuaresma es salir al encuentro del hermano necesitado, pero cómo vamos a salir a su encuentro si no tenemos nada que aportarle. La oración es clave para una vida de fe, en cualquiera de los estados de la vida. Dejemos que nuestro corazón busque a Dios y Él nos concederá encontrarnos con su Hijo amado. Recibid mi afecto y mi bendición. «Buscad mi rostro». Qué bien se está aquí.
2º DOMINGO DE CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El segundo domingo de Cuaresma es el domingo de la Transfiguración. En el camino cuaresmal, camino de penitencia, se nos presenta como un adelanto la gloria de la resurrección, la meta de nuestro camino. Si miramos solamente lo que nos falta, si contarnos sólo con nuestras fuerzas, ei camino se hace insoportable, porque somos débiles, estamos manchados y es mucho lo que hay que purificar en nuestro corazón. Seremos transfigurados con Él. Qué bien se esta con Jesús. Sólo él puede saciar como nadie las aspiraciones más profundas del corazón humano.
Cristo resucitado, que en esta escena de la Transfiguración deja traslucir los esplendores de su divinidad. Contamos con su ayuda, y esa luz que brota de su carne glorificada es la que nos envuelve> nos purifica y nos transfigura divinizándonos.
“Este es mi Hijo amado” (Mc 9,7), nos dice la voz del Padre. Jesús es ei amado del Padre, que nos invita a escucharle y a seguirle del Tabor al Calvario para llegar a la gloria. Cuando Pedro vive esta experiencia de profunda unión con Jesús, que le comunica el misterio de su identidad divina y e1 misterio de su amor, Pedro se siente amado y exclama:“Qué bien se está aquí!”. Qué bien se esta con Jesús. Sólo él puede saciar como nadie las aspiraciones ms profundas del corazón humano. La Cuaresma nos invita a vivir esta profunda experiencia en el trato con Jesucristo. “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (534,9).
Mientras el gusto lo tenemos en las cosas de este mundo y en las criaturas, no digamos en ios vicios y pecados que nos alejan de Dios, entonces el paladar lo tenemos estropeado para gustar las cosas de Dios. Jesús viene a mostramos otro horizonte, otra manera de vivir, qu.e «ni el ojo vio, ni ci oído oyó, ni cabe en la mente del hombre” (ICo 2,9).
Pedro percibió algo de ese profundo misterio y por eso exclamó: qué bien se esti aquí. La vida cristiana no es un conjunto de fastidios, sino el atractivo de una Persona, que nos deslumbra suavemente con su belleza, nos envuelve con su amor y nos transforma.
En la Iglesia, algunas personas son llamadas a la vida contemplativa, cuya misión es la de vivir esta experiencia de manera continua y recordarnos a todos lo “único necesario” (Lc 10,41). La vida contemplativa no es una huida del mundo. La vida cristiana no es un conjunto de fastidios, sino el atractivo de una Persona, que nos deslumbra suavemente con su belleza, nos envuelve con su amor y nos transforma (fuga mundi) para vivir más cómodamente y sin problemas. No. La vida contemplativa incluye el desierto, la lucha contra Satanás, el apartamiento de las cosas de este mundo, la penitencia por los propios pecados y por los del mundo entero.
Y todo eso para dedicarse a Dios e interceder por todos los hombres. Los contemplativos siendo fieles a su vocación son mis primeros bienhechores de la humanidad. Ellos (monjes y monjas) experimentan de cerca lo queexperimentó Pedro en el Tabor ¡Qué bien se está aquí!, y se han sentido atraídos por una fuerza irresistible, hasta dejarlo todo para estar a solas con él.
El camino cuaresmal, —y toda la vida cristiana—, quiere enseñarnos a gustar las cosas de Dios, ei insondable misterio el corazón de Cristo, hasta quedar fascinados por su belleza, hasta quedar transformados por su bondad. Sin este atractivo no entenderíamos nada del largo camino penitencial que hemos de recorrer para llegar a la plena divinización.
Entremos, por tanto, en el camino de la cuaresma que nos conduce hacia la Pascua. Cultivemos durante este tiempo especialmente la oración, el trato personal con el Señor. Es ahí donde él podrá decirnos al corazón su amor por nosotros y donde podr& encandilarnos con el fui- gor de su divinidad.
Recibid mi afecto y mi bendición:¡Qué bien se está aquí!
III DOMINGO DE CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: III domingo de cuaresma, camino hacia la Pascua. La Palabra de Dios hoy nos presenta el camino de los mandamientos de Dios como el sendero de la vida. “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos” (S 18). Ante los mandamientos de Dios, nos quedamos muchas veces en el precepto positivo o negativo de lo que mandan o prohíben, y no vamos al fondo.
Una religión de preceptos es poco atractiva, menos aún si son prohibiciones. Porque si somos cristianos es porque seguimos a Jesús, una persona viva. Sin embargo, ese seguimiento, supone un camino con sus puntos de referencia; unos contenidos, unos preceptos, una moral. Los mandamientos, que Dios entregó a Moisés en el Sinaí, son la expresión de una vida nueva, que mira a Dios en todos los campos de la vida y mira al prójimo con el que he de convivir.
Jesús revalidó estos mandamientos, cuando el joven rico se acercó para preguntarle qué tenía que hacer para heredar la vida eterna. Guarda los mandamientos, le dijo Jesús (Mt 19, 17). Los mandamientos son, por tanto, ramificaciones de la vida de Dios en nosotros. Dios que es santo, quiere que seamos santos.
Y esa santidad, participación de la vida de Dios en nosotros, consiste en cumplir los mandamientos. Los tres primeros se refieren a nuestra relación con Dios. Y en todos ellos, el mandato es “amarás...”. El primero los resume todos: Amarás a Dios sobre todas las cosas. Es costumbre entre los judíos repetir cada día varias veces este credo fundamental: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Dios. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Dt 6, 4-5).
Tener a Dios como interlocutor, poder tratarle y poder amarle es toda una dignificación de nuestra existencia humana. Con Dios podemos hablar y hemos de recordarle continuamente, no para ofenderle, insultarle o desconfiar de él, sino para alabarle, darle gracias y confiar en Él como un Padre.
Y Dios nos manda agradecer el tiempo, como un don; por eso, santificar las fiestas. No sólo para descansar del trabajo diario, sino ante todo para darle gracias a Dios porque nos hace sus colaboradores. El tiempo queda santificado por el ritmo de las fiestas, durante las cuales hemos de dedicar tiempo a la oración y a la alabanza divina.
Por eso, la Iglesia nos manda acudir a Misa cada domingo, para celebrar la resurrección del Señor y recuperar aliento para toda la semana. El domingo se ha convertido para muchos en el día del deporte y de la excursión, en el día libre del trabajo. Por el contrario, el domingo es el día de la nueva creación, es el día de nuestra plena renovación.
Los siete mandamientos siguientes se refieren a nuestra relación con los demás: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Empezando por quienes nos han dado la vida y todos los que tienen sobre nosotros alguna autoridad: honrar padre y madre.
En una época en que la autoridad está por los suelos, este mandamiento nos recuerda que en ello nos va la vida. Si no eres agradecido, no eres bien nacido. El quinto nos recuerda el don de la vida, la propia y la del otro. Respetar, amar, proteger y promover la vida, porque cada uno de nuestros semejantes es un don de Dios para nosotros que hay que acoger. Nunca es un estorbo, que haya que eliminar.
En el sexto y noveno aparece la capacidad de transmitir la vida, y para eso hemos sido creados como seres sexuados. La sexualidad es para expresar el amor verdadero en su contexto apropiado. Fuera de él, es un abuso, que rompe la dinámica del don de sí mismo. El séptimo y el décimo nos recuerdan el destino universal de los bienes. Nunca lo mío es solamente mío, sino que se me ha dado para compartir con los demás, especialmente con los que no tienen. Y en el octavo se nos manda vivir en la verdad, desechando la mentira y todos sus derivados.
Los mandamientos no son obstáculos, sino cauces de la vida de Dios. “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”. Recibid mi afecto y mi bendición: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
DOMINGO DE CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los ojos puestos en Jesucristo, la Cuaresma avanza hasta la celebración de la Pascua, que se acerca. Y Jesucristo va centrando cada vez más nuestra atención.
El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús levantado en alto, atrayendo a todo el que lo mira, como aquel estandarte que levantó Moisés en el desierto. Quien lo miraba quedaba curado de las picaduras mortales de las víboras. Todos nosotros estamos continuamente acechados por el pecado que nos ha “picado” y nos ha herido de muerte. Nadie puede traernos la salvación; sólo Jesucristo, que ha sido enviado por Dios Padre para traer la salvación al mundo entero. “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17).
Jesucristo no ha venido a echar a nadie fuera, ha venido para atraer a todos hacia él. Jesús no juzga ni excluye a nadie, sino que busca a todos y cada uno para ofrecerles su salvación. Él ha venido en medio de las tinieblas de este mundo para ser luz que disipa esas tinieblas. El que se acerca a él se siente iluminado, desapareciendo las tinieblas de su vida. Pero el que obra mal, no quiere la luz, no quiere “aclararse”, no se deja iluminar, para no verse acusado por sus obras.
Vivimos unos tiempos en que a lo malo se le pone nombre de bueno y a lo bueno se le pone nombre de malo. La confusión está servida, y cuánto daño hace esa confusión a todos, especialmente a los más jóvenes. Cuánto sufrimiento en medio de esta desorientación, en la que además el desorientado no quiere que lo orienten.
Jesús va llegando a la vida de todos, suave o repentinamente, de todo el que lo permite voluntariamente. Y cambia la vida de muchos. De todos los que se dejan iluminar por él. La Cuaresma es una oportunidad para ello. Por eso, es preciso mirar a Jesucristo.
Muchas veces sobran los razonamientos, están de más los sentimientos refractarios, la propia voluntad se siente contradicha. Una mirada de fe puede abrir el corazón de par en par a ese amor que ronda a la puerta de nuestro corazón. ¿Qué tengo que hacer? –Dejarte querer por un amor que te salva y te dignifica.
De una u otra manera hemos seguido nuestros desordenados intereses. “También nosotros vivíamos en el pasado siguiendo las tendencias de la carne, obedeciendo los impulsos del instinto y de la imaginación, y estábamos destinados a la ira, como los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que os amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo. Estáis salvados por pura gracia… Y esto no viene de vosotros, es don de Dios” (Ef 2,3-9).
La salvación es gracia de Dios, para nosotros y para los demás. El tiempo de Cuaresma es el tiempo más propicio de esta gracia, de este amor misericordioso de Dios. Por eso, hemos de interceder unos por otros con la gran confianza de que Dios puede llegar, quiere llegar al corazón de tantas personas en este tiempo favorable, quiere llegar a nuestro propio corazón para cambiarlo. Mirar a Jesucristo. En él Dios Padre nos manifiesta su amor hasta el extremo.
En Cristo crucificado encontramos un amor que nos desborda. Dejarnos querer por él nos va transformando hasta identificarnos con Jesús, de manera que podamos decir con el apóstol: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Sólo en él hay salvación, lo demás son sucedáneos. Sólo él es el Hijo; sólo él es Dios; sólo él se ha hecho hombre, sin dejar de ser Dios para divinizarnos a nosotros. Sólo él ha ido a la muerte por amor para pagar por nuestros pecados. Sólo él ha resucitado, rompiendo las cadenas de la muerte para darnos nueva vida con horizonte de cielo. Sólo en él hay salvación. Recibid mi afecto y mi bendición: Mirad a Jesucristo, sólo en él hay salvación.
JESÚS EXPULSA DEL TEMPLO A LOS VENDEDORES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La escena evangélica de este domingo sorprende por su violencia. Jesús toma un látigo y expulsa a los vendedores del Templo, que han convertido la casa de Dios en un mercado. Es una escena que se presta a interpretaciones diversas, no todas adecuadas. En primer lugar, señalar que Jesús no es un violento, y que Dios no nos trata nunca con violencia ni a la fuerza.
A lo largo de la historia de la salvación, Dios ha querido poner su casa entre los hombres, Dios ha querido acercarse al hombre para hacerle partícipe de sus dones y de su. amor, para darle a participar de su misma vida divina. Los hombres han construido templos como lugar adecuado para encontrarse con Dios, sentir su presencia cercana, Los templos son lugares para la oración y para la reunión litúrgica de la comunidad.
Ya desde antiguo, en ei camino del desierto, la tienda del encuentro era ci lugar separado de la vida ordinaria y dedicado al encuentro con Dios. Moisés entraba en esa tienda y salía de ella con e1 rostro transfigurado, su vida quedaba renovada en ei contacto con Dios. Cuando el pueblo se asienta definitivamente en la tierra prometida, los reyes preparan y construyen el Templo de Jerusalén, colmado de belleza, como lugar de refugio y de encuentro con Dios y entre los hombres.
Pero este templo tan precioso es destruido por el enemigo que saca de la ciudad y lleva cautivos al destierro al pueblo elegido. A la vuelta del destierro, se pone en marcha la construcción de un nuevo templo. En este segundo templo es en el que entra Jesucristo, ya desde niño, y donde se produce la escena que nos narra el evangelio de este domingo. Un templo que también será destruido con la invasión de los romanos, y del que hoy sólo queda un muro..
El hombre necesita espacios sagrados, que le aparten de lo profano y le introduzcan en el mundo de lo divino, le acerquen. a Dios. Pero la historia de la salvación ha demostrado que esos lugares sagrados son frágiles, se rompen, se destruyen y con ello peligra la relación del hombre con Dios, y consiguientemente las relaciones de los hombres entre si.
Jesús irrumpe enla historia ofreciéndonos un templo nuevo, el templo de su cuerpo. He aquí el sentido propio de esta escena evangélica. Jesús propone una novedad tan fuerte, que rompe de alguna manera con la realidad anterior del templo, al tiempo que lo lleva a plenitud. Si el templo es el lugar del encuentro con Dios, en la humanidad santa de Cristo Dios nos ofrece su más perfecta cercanía, En el corazón de Cristo, Dios llega hasta nosotros y nosotros llegamos hasta él.
La relación del hombre con Dios no se funda en lugares que el hombre construye o puede destruir. Aunque seguimos necesitando del templo como lugar sagrado, el verdadero templo en el que habita la plenitud de la divinidad es la humanidad de Cristo. Y este templo, que los hombres hemos destruido por el pecado, llevando a Jesucristo a la cruz, ha sido reconstruido por Dios al resucitarlo de entre los muertos. «Destruid este templo y en tres días lo reedificaré» (Jn 2,19).
En ese templo, que es Jesucristo, nosotros somos incorporados como piednis vivas, formando una prolongación de Cristo en la historia y formando un templo nuevo, un lugar donde Dios habita para los hombres.
Cristo es el templo nuevo y vivo de Dios en medio de los hombres. Nosotros somos templos de Dios, al acoger por la gracia la presencia de Dios en nuestros corazones. El litigo de Jesús en el templo contra los vendedores que allí se encontraban es celo de amor que le lleva a Jesús adecirnos que acojamos su presencia sin mezclarla con nuestros intereses egoístas.
La cuaresma es tiempopropicio para purificar en nuestras almas todo aquello que estorba a la presencia benéfica de Dios en nosotros, paraconvertirnos en templos vivos de Dios.
El hablaba del templo de su cuerpo
A lo largo de la historia de la salvación, Dios ha querido poner su casa entre los hombres, Dios ha querido acercarse al hombre. para hacerle partícipe de sus dones y de su amor, para darle a participar de su misnia vida divina.
Si el templo es el lugar del encuentro con Dios, en la humanidad santa de Cristo Dios nos ofrece su mís perfecta cercanía. En el corazón de Cristo, Dios llega hasta nosotros y nosotros llegamos hasta él.
Recibid mi afecto y mi bendición
DOMINGO DE PASIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos encontramos ya en el domingo de pasión, cercanos a la Semana Santa y a la Pascua. Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo.
La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre. Un punto clave de la redención es la obediencia de Cristo al Padre. Una obediencia que no le merma libertad, porque se vive en el amor generoso, sino que nos da la clave de la verdadera libertad.
El hombre tiene una sed profunda de libertad, aspira a ella, la grita por las calles, se siente humillado cuando esa libertad no se le reconoce. Es una aspiración sana y verdadera, porque el hombre está hecho para la libertad.
Pero, al mismo tiempo, esa aspiración por la libertad encuentra señuelos y sucedáneos que le entrampan como una emboscada y le hacen más esclavo que antes. Buscando la libertad, tantas veces se equivoca de camino y se hace cada vez más esclavo. Nunca se ha proclamado tanto la libertad y nunca ha habido tantas esclavitudes. Esclavitud en el trabajo, adicciones al sexo, al alcohol, al juego, a la droga.
El hombre aspira a ser libre y se ve enredado en múltiples esclavitudes: el afán de poder esclaviza, el deseo de placer esclaviza, el ansia por tener esclaviza. Mucha gente vive esclava de su propia imagen y es capaz de hacer grandes sacrificios por tener un busto que los demás puedan admirar.
Cuántas esclavitudes personales y cuántas otras que vienen del egoísmo de los demás. Cuando el hombre no tiene su norte en Dios, se convierte en dominador de los demás, haciéndolos esclavos, porque él ya está esclavizado.
Necesitamos mirada larga, necesitamos respirar otro ambiente, necesitamos salir de lo que nos asfixia para sentir la libertad de gozar de la vida, de tener esperanza ante las dificultades, de ampliar un horizonte que no tenga límite. Este domingo se nos presenta Jesús obediente al Padre, enseñándonos el camino de la verdadera libertad.
Si quieres ser libre, camina por la senda de los mandamientos de Dios. Si quieres ser libre, déjate mover por aquel mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por nosotros. Si aspiras a la verdadera libertad, abre tu corazón a las necesidades de los hermanos más necesitados. No te cierres en ti mismo. Elige libremente el camino que a Jesús le ha llevado por la pasión y la muerte a la gloria de la resurrección. Abre tu corazón al hermano y ocúpate más de sus necesidades que de tus caprichos.
Obediencia. Esta es la palabra clave para una verdadera libertad. Obediencia que a veces incluye sufrimiento y muerte. “A gritos y con lágrimas (Cristo) presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y en su angustia fue escuchado” (Hebr 5,7). Obediencia que, vivida con amor, trae la salvación, ayuda al hermano, se entrega y da la vida.
Este domingo de pasión nos acerca a la Semana Santa. Este año la ciudad de Córdoba celebra los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, y para ello disfrutaremos de un año jubilar, que será inaugurado el viernes de dolores. “Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María” (Jn 19,25). Ella compartió todos los sentimientos de su Hijo, ella acompaña hoy a todos los hijos que sufren por cualquier causa. Ella nos enseña a todos a obedecer a Dios. Ella nos enseña el camino de la verdadera libertad.
Recibid mi afecto y mi bendición: Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer.
DOMINGO DE PASIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos encontramos ya en el domingo de pasión, cercanos a la Semana Santa y a la Pascua. Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo.
La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre.
Un punto clave de la redención es la obediencia de Cristo al Padre. Una obediencia que no le merma libertad, porque se vive en el amor generoso, sino que nos da la clave de la verdadera libertad.
El hombre tiene una sed profunda de libertad, aspira a ella, la grita por las calles, se siente humillado cuando esa libertad no se le reconoce. Es una aspiración sana y verdadera, porque el hombre está hecho para la libertad. Pero, al mismo tiempo, esa aspiración por la libertad encuentra señuelos y sucedáneos que le entrampan como una emboscada y le hacen más esclavo que antes. Buscando la libertad, tantas veces se equivoca de camino y se hace cada vez más esclavo. Nunca se ha proclamado tanto la libertad y nunca ha habido tantas esclavitudes. Esclavitud en el trabajo, adicciones al sexo, al alcohol, al juego, a la droga.
El hombre aspira a ser libre y se ve enredado en múltiples esclavitudes: el afán de poder esclaviza, el deseo de placer esclaviza, el ansia por tener esclaviza. Mucha gente vive esclava de su propia imagen y es capaz de hacer grandes sacrificios por tener un busto que los demás puedan admirar. Cuántas esclavitudes personales y cuántas otras que vienen del egoísmo de los demás.
Cuando el hombre no tiene su norte en Dios, se convierte en dominador de los demás, haciéndolos esclavos, porque él ya está esclavizado. Necesitamos mirada larga, necesitamos respirar otro ambiente, necesitamos salir de lo que nos asfixia para sentir la libertad de gozar de la vida, de tener esperanza ante las dificultades, de ampliar un horizonte que no tenga límite.
Este domingo se nos presenta Jesús obediente al Padre, enseñándonos el camino de la verdadera libertad. Si quieres ser libre, camina por la senda de los mandamientos de Dios. Si quieres ser libre, déjate mover por aquel mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por nosotros.
Si aspiras a la verdadera libertad, abre tu corazón a las necesidades de los hermanos más necesitados. No te cierres en ti mismo. Elige libremente el camino que a Jesús le ha llevado por la pasión y la muerte a la gloria de la resurrección. Abre tu corazón al hermano y ocúpate más de sus necesidades que de tus caprichos. Obediencia. Esta es la palabra clave para una verdadera libertad.
Obediencia que a veces incluye sufrimiento y muerte. “A gritos y con lágrimas (Cristo) presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y en su angustia fue escuchado” (Hebr 5,7). Obediencia que, vivida con amor, trae la salvación, ayuda al hermano, se entrega y da la vida.
Este domingo de pasión nos acerca a la Semana Santa. Este año la ciudad de Córdoba celebra los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, y para ello disfrutaremos de un año jubilar, que será inaugurado el viernes de dolores. “Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María” (Jn 19,25).
Ella compartió todos los sentimientos de su Hijo, ella acompaña hoy a todos los hijos que sufren por cualquier causa. Ella nos enseña a todos a obedecer a Dios. Ella nos enseña el camino de la verdadera libertad. Recibid mi afecto y mi bendición: Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer.
MISA CRISMAL
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si sólo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo.
En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes.
En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios. ¿Qué celebramos en la Misa Crismal?
Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo. Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espíritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo.
A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados.
La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres.
Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal.
En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación.
Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un río de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia. ¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templos vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados.
Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia. Este año serán seis nuevos presbíteros.
Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios.
Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda.
En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen los consagrados continuamente con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello.
Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana.
En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf. Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición: La Misa Crismal.
DOMINGO DE RAMOS: VIERNES DE DOLORES: LA VIRGEN DE LOS DOLORES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El viernes de Dolores abre la semana santa en Córdoba. La Señora de Córdoba, la Virgen de los Dolores nos reclama para abrazarnos en su condición de madre y acompañarnos durante toda la semana. Nos sentimos hijos de tan buena madre, y nos sentimos comprendidos porque ella también ha sufrido mucho. “Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” (Is 66,13), nos promete el Señor, y lo cumple dándonos a su madre. Acudimos a ella con la confianza de un hijo.
Pero es el domingo de Ramos el que abre la semana santa en la Iglesia universal. Entraba Jesús en Jerusalén y los niños hicieron bulla en torno a su persona, con ramos de olivo, con cantos, con aclamaciones, poniendo a sus pies las propias vestiduras a manera de alfombra regia: “Viva, Jesús nuestro rey!”
Había como una expectación en todo el pueblo, que esperaba un mesías, un salvador. Aquellos niños, sin duda inspirados por Dios, le salieron al encuentro y le aclamaron como rey. ¿Un rey de juguete? –No, un rey de verdad, pero que entra en la ciudad santa sin aparato ni cortejo, sin caballos ni poderío.
Entra humilde y pobre, montado en una borriquita, como había prometido el profeta (Zac 9,9). Los que lo vieron quedaron sorprendidos, incluso mandaron callar a los chiquillos, pero Jesús acogió la aclamación diciéndoles: “Dejadles; si ellos callan, hablarán las piedras” (Lc 19,40). Nos unimos a los niños hebreos con nuestras aclamaciones y cánticos, aplaudimos a Jesús que llega a Jerusalén en su último viaje. Viene a salvarnos, viene a dar la vida. Qué alegría, la salvación está cerca.
En tantos lugares del mundo son los jóvenes y los niños los que se acercan a Jesús para aclamarle con la alegría propia de la juventud, sin prejuicios, espontáneamente. Este año, además, estamos preparando el Sínodo de los jóvenes. La Iglesia quiere escuchar a los jóvenes. Muchas veces son ellos los que, capaces de ir contracorriente, buscan la verdad, dicen la verdad, proponen caminos de verdad para los mayores. Dejemos que nos hablen los jóvenes, como hablaron aquella mañana en Jerusalén, aclamando a Jesús como rey, aunque los mayores querían taparles la boca.
Y la celebración del domingo de Ramos cambia de color cuando entramos en la Eucaristía. Toda ella nos presenta la pasión y muerte del Señor, para presentarnos el próximo domingo su gloriosa resurrección. “Una vida sumisa a la voluntad del Padre”, pedimos en la oración colecta.
Escuchamos el primer cántico del Siervo de Yavé y la lectura de la pasión. Y como salmo, el grito desgarrador y confiado de Jesús al Padre: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”. Qué misterio tan grande, sólo el silencio puede adentrarnos en este grito de Jesús. Él sabe que su Padre no lo abandona nunca, pero conoce el corazón del hombre roto en su soledad a causa del pecado. Jesús quita el pecado del mundo, cargando con ello.
Y en este grito quiere llegar al corazón de tantos hombres y mujeres que no son capaces de reconocer a Dios en sus vidas, y que por tanto viven en la peor de las soledades con el sufrimiento que eso conlleva.
El hombre de nuestro tiempo padece este mal, y por ellos grita Jesús desde la Cruz. La proclamación de la Pasión (este año según san Marcos) nos estremece: la mujer pecadora que unge los pies de Jesús, Judas con su beso traidor, la última Cena con la institución de la Eucaristía, la oración angustiada del huerto de Getsemaní, las autoridades religiosas que le arrancan la confesión explícita de su identidad divina y le condenan a muerte, Pedro que le niega cobardemente, Pilato que le manda a la crucifixión soltando a Barrabás, los soldados que se burlan, y Jesús muere en la Cruz.
“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”, confiesa el centurión, un pagano. Cada uno de estos pasajes nos encoge el corazón, y nos deja sin palabras, en silencio contemplando un amor desbordante.
Entremos en ese ámbito sagrado de la pasión del Señor, haciendo nuestros todos esos momentos, “como si allí presente me hallare” (S.Ignacio). Jesús ha pensado en mí, por su mente ha pasado mi vida entera y eso le ha empujado a entregarse: “Me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). El Señor nos conceda unos días santos, en los que no sólo recordamos, sino que revivimos para nuestra salvación todos aquellos momentos.
Recibid mi afecto y mi bendición.
MISA CRISMAL
UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si sólo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo.
En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes.
En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios. ¿Qué celebramos en la Misa Crismal? Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo.
Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espíritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo. A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados.
La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres. Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal.
En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación. Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un río de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia.
¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templos vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados. Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia.
Este año serán seis nuevos presbíteros. Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios.
Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda.
En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen continuamente los consagrados con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello.
Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana.
En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf. Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición: La Misa Crismal Q
PASCUA DE RESURRECCIÓN y II de Pascua
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El saludo de los cristianos orientales en estos días de Pascua es este: “¡Cristo ha resucitado! -¡Verdaderamente ha resucitado!”. Cuando lo escuché por primera vez en una peregrinación a Jerusalén, me impresionó cómo las calles se llenaban con este grito en las distintas lenguas, sobre todo por parte de los griegos. Era como un grito de victoria, que era coreado y respondido por otros que lo escuchaban, aunque no se conocieran entre sí. Me estremeció escuchar este saludo, que jóvenes y adultos se dirigían mutuamente con grandes gritos y cantos por las calles de Jerusalén.
Ciertamente, Cristo ha resucitado y es el punto de apoyo fundamental de nuestra fe cristiana. Las mujeres que fueron al sepulcro, los apóstoles en distinta ocasiones, otros discípulos como los discípulos de Emaús y “más de quinientos hermanos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto” (1Co 15,6), el mismo Pablo en el camino de Damasco, etc. vieron a Jesús vivo con una nueva vitalidad. Era el mismo, pero distinto y transfigurado. Este es el Evangelio para el mundo entero: Jesús ha muerto realmente en la Cruz, ha sido sepultado en un sepulcro nuevo a estrenar, sellado con una losa imponente, y ha vencido la muerte resucitando y rompiendo las cadenas de la muerte. El sudario y las vendas quedaron impregnadas de esa “radiación” especial del Resucitado.
Su resurrección no es una vuelta a la vida anterior, sino la inauguración de una vida nueva y pletórica para él y para nosotros con él. El acontecimiento de la resurrección es un hecho real, no imaginario ni virtual. Le sucedió al mismo Jesús, de manera que ya no está muerto, su sepulcro está vacío: “No busquéis entre los muertos al que vive, porque ha resucitado” (Lc 24,5).
Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en una fecha concreta y ha dejado huellas históricas constatables. Y sobre todo, es un hecho del que hay numerosos testigos, que lo han visto, han estado con él, lo han tocado y han convivido hasta su ascensión a los cielos.
No hay acontecimiento en la historia de la humanidad que goce de tanta historicidad como la resurrección del Señor. Ha sido sometido a todo tipo de análisis, ha hecho correr ríos de tinta en todas las épocas, es un hecho verificado con todas las garantías. Los apóstoles son testigos directos, y su testimonio es prolongado por la Iglesia a lo largo de la historia.
El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha cambiado la vida de muchísimas personas y ha cambiado el curso de la historia humana, introduciendo en la misma la novedad del Resucitado. Es por tanto también un hecho transcendental, que supera las coordenadas de la historia, llevándola a su plenitud.
La resurrección de Cristo pasa a nosotros por el bautismo, por el que hemos sido sumergidos en el misterio de la muerte y resurrección del Señor. El bautismo inyecta en nosotros una vida nueva, la del Resucitado, para que toda nuestra existencia terrena sea nueva y vayamos dejando a un lado nuestra existencia pecadora, que nos hace viejos.
Así vamos creciendo por la gracia a la medida del don de Cristo en una vida nueva, que no acaba, sino que perdura para la eternidad. “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo;… aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3,1-3).
Hubo un apóstol, Tomás, que no creyó lo que le dijeron los demás, que habían visto a Jesús resucitado. “Si no lo veo, no lo creo”. Es patrono de los escépticos y los agnósticos. Y Jesús tuvo con él una muestra de especial cariño, tomándole la mano para que palpara sus llagas de resucitado. Qué gran lección de Jesús.
Cada uno tiene su momento para encontrarse con Jesús. A nosotros nos toca anunciar con nuestra vida ese testimonio de fe, y Jesús tocará el corazón incluso de los incrédulos para hacerles ver que está vivo.
La Iglesia, las comunidades cristianas, nuestra propia vida sea un anuncio gozoso de este acontecimiento: ¡Cristo ha resucitado! Así lo viene haciendo la Iglesia desde hace dos mil años, y muchos – también hoy- jóvenes y adultos responden con su vida: ¡Verdaderamente ha resucitado!
Feliz Pascua a todos: La Iglesia, las comunidades cristianas, nuestra propia vida sea un anuncio gozoso de este acontecimiento: ¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado.
DOMINGO II PASCUA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Me impresiona la aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás, que viene a cerrar la sucesión de relatos de resurrección. Y me impresiona por Tomás, que acepta humildemente las señales que Jesús le ofrece, pero sobre todo por Jesús y su condescendencia hacia Tomás.
Fueron las mujeres las primeras que se encontraron con el misterio de la resurrección del Señor. Los apóstoles estaban llenos de miedo encerrados en el Cenáculo, temiendo que fueran a por ellos en cualquier momento.
Las mujeres, sin embargo, rompieron el miedo y fueron al sepulcro muy de mañana, preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús, que estaba en el sepulcro. Al llegar y entrar en el sepulcro, vieron que Jesús no estaba allí y un ángel les dijo: Ha resucitado, id a decirlo a los hermanos y que vayan a Galilea.
María Magdalena tuvo un encuentro precioso con el Señor, a quien confundió con el hortelano y al que descubrió cuando él la llamó por su nombre. Cuando se lo dijeron a los apóstoles, Pedro y Juan fueron corriendo al sepulcro, entraron, vieron y creyeron. Y así durante aquella jornada con los discípulos de Emaús y de nuevo al atardecer en el Cenáculo con todos los presentes.
Tomás no estaba, y cuando se lo dijeron, respondió con escepticismo: Si no lo veo, no lo creo. A los ocho días, al domingo siguiente, Jesús se apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. Podemos decir que vino especialmente por él. En medio de la comunidad, Jesús está para todos, pero especialmente para los que tienen dificultad de creer.
Jesús va al encuentro de Tomás, no espera a que él se convenza, se convierta y venga. Sino que él mismo en persona va al encuentro de Tomás para ofrecerle nuevas señales de su resurrección. Nos ha sido más útil la incredulidad de Tomás que la fe de los demás, porque esa incredulidad ha provocado un nuevo acercamiento de Jesús para todos aquellos que tenemos dificultades en el camino de la fe.
Y la fe de Tomás es el resultado de una más grande misericordia por parte de Jesús, que no se cansa de nosotros, sino que una y otra vez nos muestra las señales de su resurrección para que creamos. Era domingo. Porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y desde entonces la comunidad cristiana no ha dejado de reunirse en el domingo, el día del Señor.
Cuando los mártires de Abitene (s. IV) fueron conducidos al tribunal que los condenó a muerte, ellos confesaron: No podemos vivir sin el domingo, no podemos vivir sin el Señor, no podemos vivir sin la fuerza de su resurrección, la vida sería insoportable si no renováramos cada domingo la certeza de la vida futura con Jesús, que ya está en medio de nosotros resucitado.
No podemos vivir sin la esperanza de la resurrección, que el domingo nos renueva por la comunión eucarística. Volviendo a Tomás, en aquel segundo domingo de la historia, Jesús se le acerca lleno de misericordia para darle nuevas pruebas de su resurrección: “Trae tu mano y métela en mi costado…
Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,27-29). San Juan Pablo II ha llamado a este día Domingo de la Divina Misericordia. Y el Papa Francisco nos anuncia en este día que el año 2016 será el Año de la Misericordia.
Nuestra época está especialmente necesitada de misericordia, de la misericordia divina que salga al encuentro de cada hombre para hacerlo partícipe de la alegría de la resurrección, de manera que comprenda que está llamada a una vida sin fin, llena de felicidad en el cielo.
Nuestra época está especialmente necesitada de nuevas señales de Jesús resucitado, porque se le han oscurecido las señales normales, a las que cualquiera tiene acceso, si está en la comunidad eclesial.
Muchos contemporáneos nuestros “no estaban” cuando vino Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Esperar a que vengan? ¿Y si no vienen? ¿Van a quedar privados del gozo del encuentro con Jesús en el seno de la comunidad?
Hoy la Iglesia tiene la preciosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad. Y ha de salir a su encuentro para mostrarles nuevas señales de que Cristo está vivo y es el que anima con su Espíritu Santo una comunidad viva, en la que todos se aman como hermanos.
La incredulidad de Tomás trajo consigo nuevas muestras de amor por parte de Jesús, fueron la oportunidad de mostrar más abundante misericordia. La increencia de nuestro tiempo es una oportunidad para que la Iglesia, testigo del Resucitado, ofrezca nuevas señales de esa presencia de Cristo en nuestro mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Tomás, el incrédulo.
DOMINGO II PASCUA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Me impresiona la aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás, que viene a cerrar la sucesión de relatos de resurrección. Y me impresiona por Tomás, que acepta humildemente las señales que Jesús le ofrece, pero sobre todo por Jesús y su condescendencia hacia Tomás.
Fueron las mujeres las primeras que se encontraron con el misterio de la resurrección del Señor. Los apóstoles estaban llenos de miedo encerrados en el Cenáculo, temiendo que fueran a por ellos en cualquier momento. Las mujeres, sin embargo, rompieron el miedo y fueron al sepulcro muy de mañana, preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús, que estaba en el sepulcro. Al llegar y entrar en el sepulcro, vieron que Jesús no estaba allí y un ángel les dijo: Ha resucitado, id a decirlo a los hermanos y que vayan a Galilea.
María Magdalena tuvo un encuentro precioso con el Señor, a quien confundió con el hortelano y al que descubrió cuando él la llamó por su nombre. Cuando se lo dijeron a los apóstoles, Pedro y Juan fueron corriendo al sepulcro, entraron, vieron y creyeron. Y así durante aquella jornada con los discípulos de Emaús y de nuevo al atardecer en el Cenáculo con todos los presentes. Tomás no estaba, y cuando se lo dijeron, respondió con escepticismo: Si no lo veo, no lo creo.
A los ocho días, al domingo siguiente, Jesús se apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. Podemos decir que vino especialmente por él. En medio de la comunidad, Jesús está para todos, pero especialmente para los que tienen dificultad de creer.
Jesús va al encuentro de Tomás, no espera a que él se convenza, se convierta y venga. Sino que él mismo en persona va al encuentro de Tomás para ofrecerle nuevas señales de su resurrección. Nos ha sido más útil la incredulidad de Tomás que la fe de los demás, porque esa incredulidad ha provocado un nuevo acercamiento de Jesús para todos aquellos que tenemos dificultades en el camino de la fe.
Y la fe de Tomás es el resultado de una más grande misericordia por parte de Jesús, que no se cansa de nosotros, sino que una y otra vez nos muestra las señales de su resurrección para que creamos. Era domingo. Porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y desde entonces la comunidad cristiana no ha dejado de reunirse en el domingo, el día del Señor.
Cuando los mártires de Abitene (s. IV) fueron conducidos al tribunal que los condenó a muerte, ellos confesaron: No podemos vivir sin el domingo, no podemos vivir sin el Señor, no podemos vivir sin la fuerza de su resurrección, la vida sería insoportable si no renováramos cada domingo la certeza de la vida futura con Jesús, que ya está en medio de nosotros resucitado. No podemos vivir sin la esperanza de la resurrección, que el domingo nos renueva por la comunión eucarística.
Volviendo a Tomás, en aquel segundo domingo de la historia, Jesús se le acerca lleno de misericordia para darle nuevas pruebas de su resurrección: “Trae tu mano y métela en mi costado… Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,27-29).
San Juan Pablo II ha llamado a este día Domingo de la Divina Misericordia. Y el Papa Francisco nos anuncia en este día que el año 2016 será el Año de la Misericordia. Nuestra época está especialmente necesitada de misericordia, de la misericordia divina que salga al encuentro de cada hombre para hacerlo partícipe de la alegría de la resurrección, de manera que comprenda que está llamada a una vida sin fin, llena de felicidad en el cielo. Nuestra época está especialmente necesitada de nuevas señales de Jesús resucitado, porque se le han oscurecido las señales normales, a las que cualquiera tiene acceso, si está en la comunidad eclesial.
Muchos contemporáneos nuestros “no estaban” cuando vino Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Esperar a que vengan? ¿Y si no vienen? ¿Van a quedar privados del gozo del encuentro con Jesús en el seno de la comunidad? Hoy la Iglesia tiene la preciosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad. Y ha de salir a su encuentro para mostrarles nuevas señales de que Cristo está vivo y es el que anima con su Espíritu Santo una comunidad viva, en la que todos se aman como hermanos.
La incredulidad de Tomás trajo consigo nuevas muestras de amor por parte de Jesús, fueron la oportunidad de mostrar más abundante misericordia. La increencia de nuestro tiempo es una oportunidad para que la Iglesia, testigo del Resucitado, ofrezca nuevas señales de esa presencia de Cristo en nuestro mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Tomás, el incrédulo
CUARTO DOMINGO DE PASCUA
YO SOY EL BUEN PASTOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús se presenta ante sus discípulos, utiliza con frecuencia la formula “Yo soy”, que tiene en significado inmediato de identificación: yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la puerta. Pero que tiene también un significado más hondo por ser la fórmula con la que Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que es”. “Yo soy”, por tanto, tiene ese valor añadido de presentarse como Dios, tal como se ha presentado Dios ante Moisés en el Antiguo Testamento. El “Yo soy” de antiguo soy yo aquí y ahora, nos dice Jesús.
En este cuarto domingo de Pascua Jesús se presenta como el buen pastor, que conoce a sus ovejas y ellas le conocen y le siguen y que da la vida por las ovejas, por todas, para hacer un solo rebaño con un solo pastor.
La figura del pastor resulta muy familiar en el ambiente de Jesús, en una cultura rural, ganadera y trashumante, que vive de los rebaños y busca continuamente buenos pastos para ellos. Jesús toma esta imagen en diversas ocasiones para identificarse y para explicarnos su amor por cada uno de nosotros.
En el Antiguo Testamento, Dios promete dar pastores a su pueblo. Dar pastores según su corazón. En contraposición a tantos malos pastores que en vez de servir a las ovejas, se sirven de ellas, buscando su lana y su leche en provecho propio, en vez de buscar el bien de las ovejas, llevándolas a buenos pastos, librándolas de los peligros, defendiéndolas del lobo cuando llega, etc. “Yo soy el buen pastor”, en el que se juntan bondad y belleza.
La iconografía cristiana muy pronto representó a Jesús como el buen pastor con su oveja al hombro, una figura tierna y amable, una figura atrayente e incluso bucólica, que ha inspirado posteriormente a tantos místicos y poetas.
Con esta imagen Jesús quiere expresarnos su amor, su solicitud por nosotros, su cariño. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, nos alimenta con su cuerpo y su sangre, nos conoce por nuestro nombre, nos atrae para que le sigamos y seamos ovejas de su rebaño.
Jesús nos libra de los peligros y cuando viene el lobo nos defiende, dando incluso su vida por nosotros, no como el asalariado, que cuando ve venir el lobo huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. A Jesús sí, a Jesús le importan mucho cada una de sus ovejas y por cada una de ellas ha entregado su vida en la cruz.
Ese talante “pastoral” de Jesús lo pide la Iglesia para sus pastores hoy. Identificación con Cristo a quien representan, solicitud por el rebaño que se les confía, de manera que conozcan a cada una de las ovejas, las amen y estén dispuestos a gastar sus vidas por ellas, como el buen pastor.
Predilección por las ovejas descarriadas, de manera que estén dispuestos a dejar las noventa y nueve en el redil para salir en busca de la perdida, más todavía cuando las pérdidas han crecido en notablemente.
En este cuarto domingo de Pascua celebramos la Jornada mundial de oración por las Vocaciones, a la luz del Buen pastor que continúa en su Iglesia esa solicitud por cada uno de sus hijos para mostrarles a todos la bondad y la misericordia de Dios. Ya no sólo los pastores, sino toda vocación de especial consagración.
Tantas mujeres y tantos hombres que gastan su vida en la atención a tantas necesidades materiales y espirituales por todo el mundo, a veces en condiciones precarias y con todo tipo de carencias. El amor de Jesús buen pastor llega a muchísimas personas gracias a estas vocaciones que suponen la entrega de toda la vida, más allá incluso de todo voluntariado.
En este Año de la vida consagrada pedimos especialmente al Señor que no nos falten esas manos y ese corazón siempre dispuesto a llevar el amor del buen pastor a cada una de las personas necesitadas.
Que el Señor conceda a su pueblo muchas y santas vocaciones que tiren de todo el Pueblo de Dios hacia la meta de la santidad, que nos recuerden los valores definitivos del Reino, en obediencia, castidad y pobreza, en la vida común o en la soledad del desierto. La vida consagrada es un bien de valor incalculable para la Iglesia y es la señal inequívoca de una familia, una comunidad, una diócesis renovada.
Domingo del Buen Pastor. Pidamos al Señor por todos los pastores de su Iglesia. Pidamos por todas las vocaciones de especial consagración, hombres y mujeres que entregan su vida al completo para que otros tengan vida eterna. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen pasto.
4º DOMINGO DE PASCUA. YO SOY EL BUEN PASTOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús se presenta ante sus discípulos, utiliza con frecuencia la formula “Yo soy”, que tiene en significado inmediato de identificación: yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la puerta. Pero que tiene también un significado más hondo por ser la fórmula con la que Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que es”. “Yo soy”, por tanto, tiene ese valor añadido de presentarse como Dios, tal como se ha presentado Dios ante Moisés en el Antiguo Testamento. El “Yo soy” de antiguo soy yo aquí y ahora, nos dice Jesús.
En este cuarto domingo de Pascua Jesús se presenta como el buen pastor, que conoce a sus ovejas y ellas le conocen y le siguen y que da la vida por las ovejas, por todas, para hacer un solo rebaño con un solo pastor.
La figura del pastor resulta muy familiar en el ambiente de Jesús, en una cultura rural, ganadera y trashumante, que vive de los rebaños y busca continuamente buenos pastos para ellos. Jesús toma esta imagen en diversas ocasiones para identificarse y para explicarnos su amor por cada uno de nosotros.
En el Antiguo Testamento, Dios promete dar pastores a su pueblo. Dar pastores según su corazón. En contraposición a tantos malos pastores que en vez de servir a las ovejas, se sirven de ellas, buscando su lana y su leche en provecho propio, en vez de buscar el bien de las ovejas, llevándolas a buenos pastos, librándolas de los peligros, defendiéndolas del lobo cuando llega, etc. “Yo soy el buen pastor”, en el que se juntan bondad y belleza.
La iconografía cristiana muy pronto representó a Jesús como el buen pastor con su oveja al hombro, una figura tierna y amable, una figura atrayente e incluso bucólica, que ha inspirado posteriormente a tantos místicos y poetas.
Con esta imagen Jesús quiere expresarnos su amor, su solicitud por nosotros, su cariño. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, nos alimenta con su cuerpo y su sangre, nos conoce por nuestro nombre, nos atrae para que le sigamos y seamos ovejas de su rebaño.
Jesús nos libra de los peligros y cuando viene el lobo nos defiende, dando incluso su vida por nosotros, no como el asalariado, que cuando ve venir el lobo huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. A Jesús sí, a Jesús le importan mucho cada una de sus ovejas y por cada una de ellas ha entregado su vida en la cruz.
Ese talante “pastoral” de Jesús lo pide la Iglesia para sus pastores hoy. Identificación con Cristo a quien representan, solicitud por el rebaño que se les confía, de manera que conozcan a cada una de las ovejas, las amen y estén dispuestos a gastar sus vidas por ellas, como el buen pastor. Predilección por las ovejas descarriadas, de manera que estén dispuestos a dejar las noventa y nueve en el redil para salir en busca de la perdida, más todavía cuando las pérdidas han crecido en notablemente.
En este cuarto domingo de Pascua celebramos la Jornada mundial de oración por las Vocaciones, a la luz del Buen pastor que continúa en su Iglesia esa solicitud por cada uno de sus hijos para mostrarles a todos la bondad y la misericordia de Dios. Ya no sólo los pastores, sino toda vocación de especial consagración. Tantas mujeres y tantos hombres que gastan su vida en la atención a tantas necesidades materiales y espirituales por todo el mundo, a veces en condiciones precarias y con todo tipo de carencias.
El amor de Jesús buen pastor llega a muchísimas personas gracias a estas vocaciones que suponen la entrega de toda la vida, más allá incluso de todo voluntariado. En este Año de la vida consagrada pedimos especialmente al Señor que no nos falten esas manos y ese corazón siempre dispuesto a llevar el amor del buen pastor a cada una de las personas necesitadas.
Que el Señor conceda a su pueblo muchas y santas vocaciones que tiren de todo el Pueblo de Dios hacia la meta de la santidad, que nos recuerden los valores definitivos del Reino, en obediencia, castidad y pobreza, en la vida común o en la soledad del desierto.
La vida consagrada es un bien de valor incalculable para la Iglesia y es la señal inequívoca de una familia, una comunidad, una diócesis renovada.
Domingo del Buen Pastor. Pidamos al Señor por todos los pastores de su Iglesia. Pidamos por todas las vocaciones de especial consagración, hombres y mujeres que entregan su vida al completo para que otros tengan vida eterna. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen pastor.
MAYO, ASCENSIÓN, AL CIELO CON ELLA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Coincide el final del mes de mayo con la fiesta de la Ascensión del Señor. Y a lo largo del mes de mayo está presente de manera especial María, la madre de Dios y madre nuestra. Ella nos acompaña en el camino de la vida para llevarnos al cielo, a la patria donde Dios nos ha preparado el gozo eterno de los santos. La Ascensión del Señor consiste en que Jesús, después de cuarenta días apareciéndose a sus discípulos para mostrarles que estaba vivo, que había resucitado, subió al cielo delante de sus ojos hasta que desapareció de su vista. Ese cuerpo glorioso, animado por un alma humana como la nuestra, ha ido a la gloria con el Padre, indicándonos al mismo tiempo cuál es la meta y cuál es el camino. La meta es Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que nos ha preparado el hogar del cielo para hacernos felices con Él para siempre. El camino es la santa humanidad de Cristo, como puente y escalera que Dios nos ha dado a toda la humanidad para que pasando por Él lleguemos a la meta. La Ascensión del Señor es el culmen de una vida y de una misión. El Hijo, enviado por el Padre, ha venido a la tierra para llevarse consigo a la humanidad cautiva, liberándola de los lazos de muerte que la atan y otorgándola la libertad de los hijos de Dios. Y elevado al cielo, nos enviará el Espíritu Santo, que hace posible esa libertad desde dentro de nuestro corazón. Jesús no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino para prepararnos un sitio y tirar de nosotros hacia arriba. Ese itinerario ascendente nos muestra que estamos llamados al cielo, y esa esperanza nos sostiene en la construcción de un mundo nuevo, en el que reine la justicia y la paz entre todos los hombres. En la Ascensión del Señor estamos llamados a elevarnos de nivel, pero no porque nosotros subimos un escalón más, sino porque somos elevados por la fuerza del Espíritu a niveles inimaginables, con tal de que no impidamos con el peso de nuestra culpas ese vuelo hacia arriba. En ese camino de ascensión, María nos precede, como en todos los aspectos de la vida cristiana. Ella ha sido la primera redimida, la mejor redimida. Inmaculada desde el comienzo, madre virginal del Redentor, terminado el curso de su vida terrena fue elevada al cielo en cuerpo y alma, fue trasplantada como una flor preciosa, con tierra y todo, hasta la patria celestial. En ella vemos cómo su elevación al cielo ha sido obra del Espíritu en ella, por eso hablamos de asunción. Y en ella vemos nuestro propio destino, que no consiste sólo en ir al cielo, sino en ir al cielo con todo nuestro ser, alma y cuerpo. La fiesta de la Ascensión del Señor tiene su cumplimiento en la fiesta de la Asunción de María (15 de agosto). Una vez más, Él y ella van inseparablemente unidos desde aquel momento culminante de la Encarnación, que unió a los dos para siempre. El misterio de María se entiende a la luz del misterio de Cristo, y el misterio de Cristo se entiende mejor cuando lo vemos cumplido en María, como primicia de lo que Dios va a realizar en cada uno de nosotros. “¡Al cielo con ella!” es el grito del capataz que manda en un paso de palio, y todos a una levantan a la madre de Dios. En estos días, este grito se hace realidad en nuestras vidas. No somos nosotros quienes levantan a María, es ella la que nos levanta con la fuerza atrayente de su asunción. Pero en el origen está Jesús que, con su poder divino, ha ascendido al cielo, mostrándonos a todos el camino y la meta: con Él y hasta la gloria que Dios nos tiene preparada. “¡Al cielo con ella!” es un nuevo estímulo en este final de mayo para celebrar la Ascensión del Señor, situándonos con Jesús en la gloria, desde donde vivimos nuestra vida terrena, todavía sometida a las pruebas de esta etapa. El pensamiento del cielo no como una utopía inalcanzable, sino como una realidad que nos espera, es el mejor estímulo para seguir caminando con esperanza, es la mejor fuerza para superar las dificultades de la vida, incluida la muerte, porque en el cielo nos espera Jesús y nos espera siempre nuestra madre María. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Al cielo con Ella! Q
PENTECOSTÉS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El concilio Vaticano II ha puesto en el candelero la naturaleza y la misión de los laicos en la Iglesia. Los fieles cristianos laicos tienen una identidad propia y una misión en la Iglesia y en el mundo. Son bautizados y confirmados, miembros de pleno derecho en la comunidad eclesial, partícipes del sacerdocio común de Cristo para ser en el mundo profetas, sacerdotes y reyes, para consagrar el mundo desde dentro e instaurar el Reino de Cristo en la historia, con la mirada puesta siempre en el cielo. El gran despertar del laicado sucedió en la primera mitad del siglo XX, cuando el paso a la sociedad industrial ha hecho cambiar los esquemas medievales de la sociedad. La Iglesia entendió que sus hijos fieles cristianos laicos tenían que ponerse a la tarea de construir un mundo nuevo, uniendo sus manos con todos los que se esfuerzan en esta tarea desde distintas perspectivas. La doctrina social de la Iglesia ha constituido un potente faro de luz para afrontar los cambios sociales del siglo XX, y brota entonces en torno a la parroquia y a la diócesis la Acción Cató- lica, como fuerza capaz de aglutinar generaciones enteras de jóvenes y adultos, para llevarlos a la santidad en la tarea de transformar este mundo. Las distintas catástrofes del momento (guerras, dictaduras de uno y otro signo, etc.) despertaron en los laicos la urgencia de ponerse a la labor para hacer un mundo nuevo. El concilio Vaticano II ha sido el concilio del laicado, recogiendo las mejores aguas de las décadas precedentes. La llamada a la santidad de todos en todos los estados de vida, no sólo de algunos que se consagran o se apartan del mundo, el impulso misionero como tarea de todos en la Iglesia, la corresponsabilidad de todos en el seno de la Iglesia, cada uno desde la misión recibida para confluir en la comunión orgánica de un mismo Cuerpo. Estas y otras líneas de fuerza han dado lugar a una floración del laicado como nunca lo había conocido la Iglesia en su historia. Nuestra diócesis de Córdoba dispone de un laicado abundante, centrado en lo esencial, inserto en el mundo, con ímpetu misionero y evangelizador. La inmensa mayoría de estos fieles laicos viven y se nutren en torno a las parroquias y en ellas encuentran el campo de su misión apostólica. He aquí el núcleo de la nueva Acción Católica General, que tenemos que coordinar en toda la diócesis, a distintas velocidades, en sus tres niveles de adultos, jóvenes y niños. Son muchos los laicos que se organizan y sirven desde las Hermandades y Cofradías. Otros, se han adherido a los distintos carismas que el Espíritu Santo ha suscitado en esta etapa postconciliar, como si de un nuevo Pentecostés se tratara. Cursillos de Cristiandad, Comunidades Neocatecumenales, Comunión y Liberación, Focolarinos, etc. son otros tantos grupos en la Iglesia que la rejuvenecen y la hacen misionera en este momento importante de la historia. La vigilia de Pentecostés, en la espera y súplica del Espíritu Santo, quiere ser un momento de vivencia de esta comunión eclesial a nivel de toda la diócesis, presididos por el obispo en la Santa Iglesia Catedral. En la Visita pastoral, voy entrando en contacto con todos estos fieles laicos, que son muchedumbre inmensa. ¡Qué bonita es la Iglesia, la Esposa del Señor, nuestra madre! Vivir en la Iglesia, gozar de los bienes de la Casa de Dios, reconocer las cualidades de tantas personas y grupos que laboran, trabajar por la comunión de unos con otros. Esta es la tarea que el Espíritu Santo va suscitando en nosotros, y en la que el obispo tiene la preciosa tarea de sostener la unidad de todos. Cada uno debe dar gracias a Dios por lo que ha recibido, y donde lo ha recibido. La fiesta de Pentecostés debe proporcionarnos a todos la alegría de esa comunión que viene de lo alto, y en la que todos somos artífices. El Consejo Diocesano de Pastoral, formado sobre todo por laicos, y el Consejo Diocesano de Laicos son organismos de comunión, de comunicación y de participación a nivel diocesano para que todos nos sintamos representados y corresponsables en la tarea común de la nueva evangelización. Os espero a muchos laicos en la Vigilia de Pentecostés, y a todos os invito a que os unáis en espíritu orando al Espíritu Santo por nuestra Iglesia diocesana de Córdoba, una dió- cesis en estado de misión. Con mi afecto y mi bendición: Es la hora de los laicos Q
SANTÍSIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de este domingo quiere subrayarnos la originalidad del Dios cristiano, que Jesucristo nos ha revelado para que lo disfrutemos. Jesús aparece en el escenario de la historia presentándose como el Hijo único de Dios Padre. De esta manera, entendemos que Dios tiene un Hijo, que convive con él en la eternidad, desde siempre y para siempre. Este Hijo es su imagen perfecta, son de la misma naturaleza: el Padre da, engendra, el Hijo recibe, es engendrado. Y entre ambos se establece una corriente de amor muy subido, tan intensa, que constituye el Espíritu Santo. Dios, por tanto, no es un ser solitario y aburrido. El Dios de Jesucristo es un Dios comunitario, que viven en familia, donde se intercambian, se dan y se reciben, se aman, y son superfelices, sin que nadie les pueda robar esa felicidad, tan propia de Dios. Por un designio libre y lleno de amor han decidido los Tres crear el mundo, llenarlo de habitantes y poner al Hijo en el centro de todo, haciéndose hombre. Y aquí viene el misterio de Cristo, que conocemos, desde su entrada en el seno virginal de María y su nacimiento en Belén hasta su muerte, resurrección y ascensión a los cielos en Jerusalén. Toda la vida de Cristo es manifestación en la historia del misterio íntimo de Dios en la eternidad. En cualquiera de las fiestas aparecen las tres personas divinas actuando, cada una a su manera, con el deseo de incorporar a cada uno de los hombres al círculo de su intimidad. ¿Para qué se nos ha revelado este misterio de la Stma. Trinidad? Para que lo disfrutemos, responde Santo Tomás. Celebrar esta fiesta sirve para caer en la cuenta de que Dios nos invita a entrar en su misterio, abriendo nuestro corazón para que el único Dios en sus tres personas vengan a poner su morada en nuestra alma cuando está en gracia. Somos templo y morada de Dios, que vive en nosotros y quiere poner su casa en nosotros por vía de amor. No estamos solos, estamos siempre acompañados, y qué compañía tan cercana (desde dentro), tan eficiente (nos va transformando), tan universal (para llevar a todos a la plenitud). La actitud correspondiente es la adoración. Adorar es reconocer la grandeza de Dios, que nos desborda. Adorar es acoger el abrazo amoroso de Dios, que nos envuelve y nos diviniza. Junto a esta actitud de adoración está la alabanza a Dios que es tan grande, lo llena todo y es amigo del hombre. En este día celebramos la Jornada de la Vida contemplativa, para dar gracias a Dios por tantas personas –hombres y mujeres– que han consagrado su vida a la alabanza divina en el claustro o en la soledad eremítica. Estas personas nos recuerdan a todos que si Dios se ha abajado hasta nosotros, es para que vivamos pendientes de él como lo único necesario para el hombre. Con facilidad nos distraemos de lo fundamental y nos enredamos en tantas cosas que nos despistan. Los contemplativos nos recuerdan, haciéndolo vida en sus vidas, que Dios es lo único necesario, y que todo lo demás nos vendrá por añadidura. “Sólo Dios” repetía San Rafael Arnaiz. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía Santa Teresa de Jesús. “Evangelizamos orando” es el lema de esta Jornada. La evangelización, que lleva consigo obras de caridad, de predicación y de culto, debe ir acompañada por la oración. Y los contemplativos nos lo recuerdan. En nuestra diócesis de Córdoba hay monasterios y ermitaños, monjas de clausura y contemplativas de distintos carismas. En esta Jornada queremos agradecerles su vocación y su misión en la Iglesia. ¡Nos hacen tanto bien! Con mi afecto y mi bendición Oh, santísima Trinidad Q
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la fiesta del Corpus, fiesta grande en honor a la Eucaristía. Es como un eco del jueves santo. No podemos olvidar aquel momento tan entrañable en el que Jesús, al celebrar la cena pascual, la noche en que fue entregado, instituyó la Eucaristía, el sacramento de su amor. En ella, se entrega en sacrificio por nosotros, nos reúne en torno a su mesa y nos da a comer su mismo cuerpo, para incorporarnos a él y ser transformados en él. Este es el alimento de la vida eterna. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna… y yo lo resucitaré” (Jn 6,54) En la fiesta del Corpus se trata de aclamar al que ha llegado tan cerca de nosotros, compartiendo nuestra vida y cargando con nuestras miserias, para levantarnos hasta su nivel, hasta divinizarnos. Él es el Rey de reyes. En la larga tradición de la Iglesia, la fiesta del Corpus es una fiesta de exaltación de la Eucaristía, de Jesús que prolonga su presencia viva e irradiante de gracias para todo el que se acerca hasta él. Inmensas catedrales con cúpulas excelsas para elevar nuestra vista y nuestro corazón a lo alto, de donde ha venido este pan del cielo. Custodias y ostensorios preciosos para contener como en un trono a su majestad el Rey del cielo y de la tierra. Todo lo que rodea a la Eucaristía es precioso, porque precioso es el tesoro que guarda la Iglesia para acercarlo a todos los que se acercan a ella, el pan vivo bajado del cielo, fortaleza para el que va de camino a la patria celeste, alimento de eternidad, comida que nos hace hermanos y nos invita a buscar a los pobres, a los privados de los bienes de Dios. La misma procesión del Corpus por las calles de nuestras ciudades y nuestros pueblos es un canto de alabanza a Jesucristo, que atrae las miradas de todos, y ante el que nos santiguamos o nos arrodillamos en señal de veneración y de fe. No es una imagen bendita la que pasea por nuestras calles y plazas, es el mismo Dios hecho hombre y prolongado en la Eucaristía. El que está en la Eucaristía nos habla de amor. No estaría él ahí, si no fuera por un amor loco que le ha llevado a despojarse de todo y entregarse por nosotros, un amor que le hace compartir nuestros sufrimientos para aliviarnos, un amor que le lleva a identificarse con todo el que sufre por cualquier causa. “Lo que hagáis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). La Eucaristía ha sido el motor más potente para mover el corazón del hombre en la búsqueda de la solidaridad fraterna. La Eucaristía es como esa fisión nuclear del amor, tan potente que, llegando al corazón de cada hombre, ha transformado la historia de la humanidad. No podemos adorar a Cristo en la Eucaristía y despreciarlo en los pobres o desentendernos de él, porque es la misma persona, Dios que se acerca hasta nosotros, en el sacramento y disfrazado en el pobre. Por eso, en este día del Corpus celebramos el día de la caridad. El que ha conocido el amor de Cristo hasta el extremo, hasta darse en comida para la salvación del mundo, el que alaba a su Señor y le tributa todas las alabanzas y los honores, se siente al mismo tiempo impulsado a llevar ese mismo amor a los privados de tantos bienes que Dios quiere darles y los hombres no les han dado. La caridad cristiana lleva a cumplir toda justicia, a dar a cada uno lo suyo y lo que le corresponde, y a darle un plus de amor basado en la misericordia con la que Dios nos trata continuamente. La caridad cristiana nunca es ré- mora para la justicia, sino que allí donde la justicia no llega, llega la caridad y la misericordia, como hace Dios continuamente con nosotros. Día del Corpus, honremos a Cristo cercano en la Eucaristía, alabemos al Rey de reyes, y honremos a Cristo presente en el hermano que sufre, en el que es explotado, en el que es objeto de mercado de los múltiples intereses egoístas. Salgamos al encuentro de nuestro pró- jimo, como el buen samaritano. No tengamos miedo de la caridad cristiana, es la única que puede cumplir toda justicia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Eucaristía y los pobres, tesoro de la Iglesia Q
NUEVOS SACERDOTES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El final de curso es siempre la coronación de una etapa para emprender otra hasta llegar a la meta definitiva. Dios nos espera con los brazos abiertos, como un padre y una madre esperan a su hijo cuando llega a casa. Cada etapa recorrida nos lleva a experimentar el abrazo de Dios que nos acoge, nos perdona, nos limpia, nos llena de su amor. En estos días, al terminar el curso pastoral y académico, cumplimos una etapa de nuestra vida, que nos lleva a ser agradecidos con Dios y con quienes nos rodean. El 26 de junio celebramos la fiesta de san Pelagio, un adolescente de catorce años, que prefirió morir antes que dejarse manipular por los halagos de la lujuria. Un mártir lleno de amor a Cristo, traducido en castidad, siempre actual para los jó- venes de nuestro tiempo. Fue martirizado donde hoy se levanta el Seminario San Pelagio, nuestro Seminario diocesano. Y es patrono de todos los jó- venes, y especialmente de los que caminan hacia el sacerdocio bajo su patrocinio en nuestra diócesis de Córdoba. Precisamente tres alumnos de nuestros Seminarios reciben en estos días la sagrada ordenación: dos como presbíteros y uno como diácono, además de otro presbítero que fue ordenado en la fiesta de San José. Son para la dió- cesis un regalo especial de Dios, y los acogemos con actitud de fe, que llena nuestro corazón de esperanza. Estoy seguro que su paso firme suscitará la respuesta generosa de otros jóvenes a la llamada de Dios para el sacerdocio ministerial. Oramos por los que son ordenados y por los que son llamados a seguir a Jesús por este camino. Varios de ellos serán alumnos de nuestros Seminarios: Mayor y Menor de San Pelagio y Mayor Redemptoris Mater. La Iglesia necesita sacerdotes, y no hemos de cansarnos de pedirlos al Dueño de la mies. La fiesta de san Pedro y san Pablo, el 29 de junio, nos habla del ministerio ordenado, sin el que no existe la Iglesia fundada por Cristo. La comunidad cristiana no es el conjunto de personas que por propia iniciativa se han agrupado en torno a su líder, Jesucristo. Nuestra pertenencia a la Iglesia se debe a una iniciativa de amor gratuito del Señor, que nos llama a pertenecer a su familia, a la Iglesia que Cristo ha fundado, y en la que ingresamos por el santo bautismo. Al fundar esta Iglesia, Jesús ha elegido a Pedro constituyéndole roca firme y fundamento de la verdad, del amor y de la unidad. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y los poderes del infierno no la derrotarán” (Mt 16,18). La Iglesia es jerárquica en su estructura, animada por el Espíritu Santo como su alma propia. Los dones del Espíritu no se dan nunca en conflicto con la sucesión apostó- lica. Y aquel que sucede a Pedro y los obispos en comunión con él están al servicio de la comunión en la Iglesia, para articular todos esos carismas. En la fiesta de San Pedro, celebramos el día del Papa, e incluso hacemos una colecta para la caridad del Papa en el mundo entero. Pertenecer a la Iglesia católica lleva consigo la plena comunión con el Papa que nos preside en la caridad a todos los católicos. Sintonizar afectiva y efectivamente con su persona y ministerio. Leer sus enseñanzas, seguir sus directrices, obedecer su disciplina. En esto consiste la comunión eclesial. No somos nosotros los que juzgamos al Papa, si lo hace bien o lo hace mal, según nuestros gustos y preferencias. Por el contrario, nos ponemos en obediencia de fe, en escucha para ser juzgados por su palabra y sus orientaciones, de manera que ajustemos nuestra vida a lo que Dios nos va indicando por medio de su ministerio. Damos gracias a Dios, al acabar este curso, en el que Dios nos ha colmado de sus bendiciones, nos ha mantenido fieles en la comunión de su santa Iglesia, ha hecho fecundos nuestros trabajos y nos ha bendecido con estos nuevos ordenados en el ministerio sacerdotal. Gracias todas ellas que si son recibidas con gratitud nos abren a nuevas gracias que Dios nos tiene preparadas. Recibid mi afecto y mi bendición: Nuevos sacerdotes, final de curso, gracias a Dios Q
SEMILLAS VOCACIONALES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo pasado, en la fiesta de San Pedro y san Pablo, recibían el orden sacerdotal dos nuevos presbíteros y un diá- cono. La historia de cada uno es diferente: llamados en edad adulta o en la niñez, su vocación ha ido madurando en el Seminario hasta dar este paso definitivo de la ordenación. Dios hace su historia con cada uno, pero en todas ellas se encuentran elementos comunes que nos permiten concluir cómo actúa Dios. A lo largo de toda esta semana, cuarenta muchachos conviven en el Seminario Menor para las colonias vocacionales, durante las cuales conocen a los seminaristas, juegan, rezan, tienen catequesis, etc. y se plantean su posible vocación sacerdotal. A lo largo de todo el año hay distintas actividades “vocacionales” con el fin de proponer esta posible llamada del Señor a tantos niños, adolescentes y jóvenes. Partimos de una certeza: Dios quiere dar pastores a su pueblo. Le interesa a Él más que a ninguno que haya hombres disponibles para perpetuar en su Iglesia la misión de Cristo y del Espíritu, porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios quiere hacer felices a todos los hombres y mujeres que habitan nuestro planeta, y el plan de redención que Cristo ha cumplido con su muerte y resurrección se continúa en la Iglesia a lo largo de la historia con la colaboración de todos, y muy especialmente la de los sacerdotes. La vocación sacerdotal se produce en el encuentro de dos libertades: la libertad de Dios, que llama a quien quiere, y la libertad del hombre que responde sí o no a esa llamada de Dios. La vocación sacerdotal –como toda vocación cristianaes siempre un misterio, es decir, pertenece al mundo de lo divino y Dios nos lo da a conocer, dejándonos a nosotros la tarea de escudriñar su voluntad y sus planes para nosotros. En la práctica, está demostrado que Dios llama a muchos jóvenes a ser sacerdotes, a algunos desde la niñez (como es mi caso), a otros en la juventud, a otros en la adultez. En todos los casos, debe llegarse a la certeza de tal vocación, para seguirla decididamente. Pero a muchos les llega esa llamada a través de otros sacerdotes o de amigos seminaristas, o a través de acontecimientos y experiencias personales que les plantea este interrogante. Y está demostrado también que muchos jó- venes, al sentir esa llamada, experimentan temor. Muchos se asustan y lo dejan para otro momento. Otros, ante la grandeza del don, lo rechazan para siempre. Si Dios llama, Él ayuda a seguir su llamada. Por eso, un elemento primero y fundamental de la pastoral vocacional es la oración por esta intención, el ofrecimiento de nuestros trabajos y sufrimientos por las vocaciones, la cooperación y el acompañamiento a los que son llamados. Un segundo elemento es la propuesta directa a niños y jóvenes de esta preciosa vocación. Muchos sacerdotes recuerdan que la pregunta les vino suscitada por el cura de su parroquia o por otro seminarista. Por eso, la importancia de estas colonias vocacionales. Dato importante es el acompañamiento espiritual a quien manifiesta esta vocación: no se trata de agobiar con exigencias imposibles ni de desentenderse de esta llamada. Acompañar significa tomar en serio, hacerse cargo de las dificultades (como en toda otra vocación) y ayudar a superarlas. Un papel importante tienen los padres y la familia. Una persona que va creciendo necesita el apoyo de aquellos que le quieren. Sin el apoyo de la familia, muchas vocaciones se perderían. Y muchas vocaciones se pierden porque los padres se oponen o prefieren otro camino más “rentable” para su hijo. Un papel fundamental tienen los sacerdotes, párrocos, profesores. Los primeros agentes de pastoral vocacional son los sacerdotes. Todo sacerdote debe tener la sana preocupación de que haya sacerdotes en la Iglesia, continuadores de la obra de Cristo para bien de los hombres. Seguimos pidiendo al Señor que envíe trabajadores a su viña. Es una necesidad de su Iglesia. Con mi afecto y mi bendición: Semillas vocacionales Q
DOMINGO LA BUENA SEMILLA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La buena semilla es la Palabra de Dios, que como lluvia fina va cayendo sobre nuestro corazón y lo va transformando para que produzca fruto a su tiempo. La semilla es la misma para todos, pero no siempre produce los mismos resultados. Depende también de la tierra que la acoge y del cuidado que reciba. Nuestro corazón está hecho para dar fruto, para ser fecundo. En unos casos produce el ciento por uno, o el setenta o el treinta. Cuando encuentra buena tierra, la cosecha está garantizada, y produce alegría en el corazón que lo produce. Pero hay veces que esa tierra no está bien cuidada, como cuando junto a la buena semilla crecen también la mala hierba, las espinas, los abrojos. Si uno no cuida eso, la mala hierba abrasa la cosecha. Es preciso estar atento. No basta acoger la Palabra con alegría y buena disposición, es preciso también un trabajo constante por purificar la tierra de otras adherencias. La tarea penitencial de eliminar los obstáculos ha de ser cotidiana, porque de lo contrario, los buenos deseos no llegan a frutar. Hay muchas personas buenas que dejan de serlo y no sabemos por qué. Es porque no cuidan la semilla, cardando la mala hierba para que no la sofoquen otras contrariedades. Una tarea permanente ha de ser la de profundizar e interiorizar la buena semilla. Si se queda sólo en la superficie sin arraigar con raíces profundas, cualquier temporal de frío o de calor lo deshace. Las lluvias torrenciales, las granizadas, el pedrisco y el calor sofocante pueden destruir la cosecha. Echar raíces es algo que no se ve, pero es fundamental para la vida, y cuando vienen las dificultades, estas refuerzan la semilla en vez de sofocarla. Echar raí- ces se alcanza quitando las piedras y dándole a la tierra su profundidad adecuada. Echar raíces es no quedarse sólo en lo visible y aparente, sino en ir al fondo poniendo buenos cimientos. ¡Ah! Pero hay también una dificultad que supera las capacidades humanas. Se trata de la acción del Maligno, de Satanás, que está al acecho para robar de nuestro corazón la buena semilla en cuanto cae. Él tiene poder de engañarnos, de seducirnos, porque es padre de la mentira. Y Jesús nos advierte en varias ocasiones de las malas artes que el Maligno emplea contra nosotros. Él nos hace ver lo malo como bueno y lo bueno al contrario. Él nos agranda las dificultades y pinta feo lo que es bello. Realmente es nuestro gran enemigo, que como león rugiente ronda buscando a quien devorar. ¿Cómo vernos libres de sus engaños? Con la vigilancia y la oración, con la penitencia y la escucha atenta de la Palabra de Dios, con el consejo de personas prudentes que conocen sus artimañas. Cuánto bien nos hace un buen consejero, un buen director espiritual, con el que discernir lo que viene de Dios y lo que viene del Maligno. Para un sano crecimiento en la vida cristiana es fundamental la ayuda de otros, y sobre todo del director espiritual. En esta viña del Señor todos somos trabajadores, llamados a distinta hora, con jornal de gloria para todo el que persevere hasta el final. El trabajo más importante está dentro, en nuestro propio corazón. Y el apostolado no es otra cosa que cuidar esa semilla en el corazón de quienes se nos han confiado, y ayudar a que brote con fuerza, eliminando todos los obstáculos. De corazones renovados brotará cosecha abundante y frutos de bien para toda la sociedad. “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”, cantamos en el salmo responsorial de este domingo. Estamos llamados a dar fruto abundante, a ser fecundos. Atentos a la Palabra de Dios que lleva dentro toda su carga de fecundidad. Vale la pena cuidar la buena tierra, y eliminar todos los obstá- culos para que dé fruto abundante. Recibid mi afecto y mi bendición: La buena semilla Q
LAICIDAD POSITIVA Y AUTÉNTICA CRISTIANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos llegan continuamente mensajes de un lado y de otro acerca de los “privilegios” de la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia no quiere privilegios, ni pretende ser tratada mejor que nadie. La Iglesia quiere someterse a las leyes comunes y servir a la sociedad y a la persona. La Iglesia lo único que pretende es poder ejercer la misión que Cristo le ha encomendado, y poder hacerlo en libertad. Es lo que la Iglesia está haciendo en la hora presente. Atender a los necesitados, compartir con el que está solo o no tiene para comer, vendar heridas que nuestra sociedad produce y no es capaz de restañar. Hacer como el buen samaritano (Jesús), que se abajó de su cabalgadura y cargó en sus hombros a aquel hombre apaleado en la cuneta de la vida. Dar esperanza no con palabras huecas, sino con hechos. Alentar la solidaridad fraterna. Poner al alcance de todos una vida que viene de lo alto, de Dios para los hombres, de Cristo redentor, que ilumina y da sentido a la existencia del hombre. Abrir el horizonte de una vida eterna que comienza ya desde este mundo y se consumará plenamente en el cielo. A pesar de las limitaciones y los pecados de sus hijos, incluso de sus dirigentes, la Iglesia no aspira a otra cosa que a parecerse a Jesucristo su Señor, que no vino a ser servido, sino a servir y a gastar la vida para que todos tengan vida eterna. Sin embargo, es constante la acusación de que la Iglesia busca privilegios, se aferra a sus propios intereses en perjuicio de la sociedad. Es presentada en nuestros ambientes como algo nocivo, como un parásito, que hay que evitar o a lo sumo hay que tolerar. Las sociedades modernas tienen capacidad de organizarse por sí mismas, y esto es algo muy bueno. No estamos en el Medioevo, en el que la sociedad necesitaba todavía de la tutoría de la Iglesia para gobernarse en los asuntos temporales. Hoy, la Iglesia y el Estado son entidades autónomas, que merecen el respeto recíproco de una y otro, con la autonomía propia de cada uno. Pero la Iglesia sigue teniendo una misión que no puede ser ignorada ni marginada. En el fondo, la cuestión fundamental es si lo religioso, y más concretamente lo católico, tiene un lugar en la vida pública, o, por el contrario, todo sentimiento religioso debe quedar en lo escondido de la conciencia, sin ninguna manifestación pública, con una actitud casi vergonzante. La Iglesia es la primera en reconocer la autonomía de las realidades temporales, pero tiene al mismo tiempo, la preciosa tarea de inyectar esperanza en sus miembros, para hacerlos capaces de construir un mundo mejor en todos los sentidos. El hecho religioso no es un estorbo para el crecimiento, sino un factor positivo que impulsa en la mejor dirección. Es lo que algunos llaman laicidad positiva. Laico, es decir, no religioso, incluyendo a todos, también a los agnósticos y ateos. Y positivo, es decir, acogiendo lo que la dimensión religiosa aporta de positivo a la convivencia de todos, sin imponer nada a nadie. Muchas veces se entiende por laico lo antirreligioso. Y la religión no es un mal, sino un bien en la vida personal y comunitaria de la sociedad, que ha de ser respetado y promovido por la sociedad civil. En España, el 90 % de sus habitantes se declaran católicos, la inmensa mayoría bautiza a sus hijos, se casa por la Iglesia, pide religión católica para sus hijos en la escuela pública, participa en actividades de la Iglesia a distintos niveles. Por eso, la Iglesia católica, desde sus órganos supremos, la Santa Sede, establece Acuerdos con los Estados para facilitar el servicio a esos ciudadanos y garantizar su acción benéfica a la sociedad en la libertad que le conceden esos mismos Estados. No busca ningún privilegio con tales Acuerdos, busca solamente la libertad de ejercer su propia misión en favor de las personas y de la sociedad a las que sirve. No quiere ventajas, sólo quiere servir. Y qué gran servicio presta. Debemos introducir en el debate público esta realidad de la laicidad positiva, de lo contrario estaríamos incurriendo en una grave injusticia, la de ignorar el hecho religioso al que se adhieren la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos. Recibid mi afecto y mi bendición: Laicidad positiva
EVANGELIO DEL DOMINGO: ID VOSOTROS TAMBIÉN A MI VIÑA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos dice el Evangelio de este domingo que el dueño de la viña salió a distintas horas del día, a la mañana, al mediodía y al atardecer, y en cada una de ellas ofrecía trabajo a nuevos operarios: “Id también vosotros a mi viña…” (Mt 20,4), contratando a cada uno de ellos por un precio ajustado. La viña del Señor es la Iglesia, es el mundo entero. Dios nos llama a todos y cada uno a su viña, nos ofrece trabajo, nos da una misión. En la viña del Señor no hay paro, en la Iglesia y en nuestro mundo contemporáneo siempre hay tarea. Lo que hace falta son ganas de trabajar. Porque el trabajo no se mide en primer lugar por la remuneración, aunque sea necesario el dinero para sobrevivir. No es remunerado el trabajo de una madre o un padre con sus hijos. No es remunerado el cariño dado a los ancianos. No es remunerado el trabajo de dedicación a los pobres y a los últimos. No es remunerado el tiempo que dedicamos a la oración. El trabajo no se mide por el salario. El trabajo es la acción humana colaboradora con la obra de Dios. Ya desde la creación, Dios llamó al hombre para acabar su obra. El trabajo es trabajar-con, es poner al servicio de los demás las propias capacidades para hacer un mundo mejor. En último término, “la obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado” (Jn 6,29). Es decir, lo importante es responder cuando cada uno es llamado. “Id también vosotros a mi viña” es una invitación y una llamada a trabajar por la expansión del Reino de Dios. Un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz. A esta viña, a este trabajo somos llamados todos, a distintas horas, pero hay trabajo para todos. Cuántas veces se oye decir: Pero, cómo no me he dado cuenta de esto anteriormente. Y la respuesta es muy sencilla: además de que me haya hecho el sordo, está que Dios tiene su agenda y su reloj. Y Él llama a cada uno a la hora que quiere: en la mañana, a mediodía o al atardecer. Para esta tarea, nunca es tarde si la dicha es buena. El salario ajustado era de un denario por jornada, es decir, un precio altamente desproporcionado. Y es que en la colaboración con Dios, a poco que pongamos, él lo multiplica por infinito. Nuestra colaboración ensancha nuestro corazón y lo capacita para llenarse de Dios. La recompensa final es el cielo, la vida eterna con él en la felicidad del cielo. Por eso, “a jornal de gloria, no hay trabajo grande”, repite un himno de vísperas, pues la gloria siempre será un premio desmesurado por parte de Dios, que lleva incluido un merecimiento por parte nuestra. Y al recibir el premio, en el que queda pagado todo merecimiento, toda justicia, los de la mañana se quejaron de recibir el pago ajustado, que era el mismo para los de la tarde. Brota la envidia al compararse con otros, y en el fondo de la envidia está el considerarse menospreciado, querido menos. La envidia es el único pecado que nunca produce gozo, y muchas de nuestras tristezas provienen de ahí, de compararnos con otros y sentirnos menos amados, menos afortunados. La respuesta del dueño es la respuesta de Dios a nuestras quejas y reivindicaciones: no te hago de menos si te doy lo que hemos ajustado, si te doy un salario desmesuradamente grande. Si al otro le doy lo mismo, es por sobreabundancia de misericordia para con él. Y “¿vas a tener tú envidia de que yo sea bueno?” El Dueño apela a su propia libertad para gestionar sus asuntos. En la libertad de Dios, él reparte a cada uno los dones que considera oportunos. Cuando se oye decir que Dios ama a todos por igual, no es verdad. Dios ama a cada uno con amor desbordante, capaz de satisfacer con creces las necesidades de cada uno, pero dándole a cada uno su medida, que no es la misma para todos. No le ha dado lo mismo a María Santísima que a cada uno de nosotros. “Id también vosotros a mi viña” es una invitación a trabajar con Dios en la obra de nuestra santificación y la de los demás. Es un trabajo apasionante y el jornal no puede ser más desbordante. Recibid mi afecto y mi bendición: «Id también vosotros a mi viña» Q
DOMINGO.CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS, LA MUERTE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El final de nuestra vida en la tierra puede afrontarse de muchas maneras. A mucha gente le desespera no poder hacer nada ante la muerte, le deprime pensar en ello. Otros prefieren no pensar, y sin embargo, el momento se va acercando. Otros piensan que en la tumba se acaba todo, y hay que aprovecharse de esta vida todo lo posible sin ninguna referencia al más allá. Para un creyente en el más allá, la vida presente le sirve de preparación y alienta su esperanza en los momentos de dificultad. El cristiano plantea la vida como un encuentro personal con quien nos ama y nos espera. Es como el esposo que llega a casa y abraza a su esposa, como el padre que besa a sus hijos después de larga ausencia, como el amigo que se encuentra con la persona amada. El final de nuestra vida será como un encuentro feliz con quien esperábamos y nos saciará de su amor para siempre, un amor que nunca acabará, porque nos introduce en la eternidad. “Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor” (Flp 1,23), nos dice san Pablo. Porque “para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia” (1,21). Pero si es más necesario para vosotros quedarme todavía, me veo en una disyuntiva. Quiero estar con Cristo y quiero vuestro bien, Dios decida. Cuando uno descubre el amor del Señor, le entran unas ganas locas de irse con él. Y cuando ve el bien que por encargo de Dios puede hacer a los demás, se entrega a la tarea y a los demás con pasión. En un planteamiento cristiano no cabe el apego a esta vida, a sus riquezas y honores, a los placeres que pueden ofrecernos. Un cristiano vive centrado en Jesucristo, “nuestra esperanza” (1Tm 1,1). Santa Teresa de Jesús vivió esta experiencia. El deseo intenso de morirse aparece en las quintas moradas, para llegar al deseo sereno del encuentro con el Esposo en las séptimas moradas. Vehemencia en la pasión y sosiego en el amor crecido. El encuentro con el Esposo no depende primero de nuestra voluntad, sino de la voluntad del Señor, a la cual se rinde la nuestra. “Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera y como Dios quiera”, repetía santa Maravillas. El evangelio nos habla de esta espera esponsal: “¡Que viene el Esposo, salid a su encuentro!” (Mt 25,6). Había cinco doncellas que esperaban con sus lámparas, encendidas en el fuego de la fe y del amor. Y a pesar del sueño y del sopor de la espera, fruto de nuestro pecado, al grito de llegada, pudieron atizar sus lámparas y estar listas para entrar a la boda con el Esposo. Por el contrario, otras cinco doncellas no llevaban aceite en sus lámparas, su amor era escaso y ante el sopor de la espera, la llegada del Esposo les pilló desprevenidas y se quedaron fuera. La vida es una espera esponsal, que está sometida a la tentación y a la prueba del sopor y del enfriamiento en el amor. Conviene estar prevenidos con las lámparas encendidas y con reservas suficientes para que el amor sea más fuerte que el pecado, para que la espera sea más fuerte que la desesperanza, de manera que cuando lleguen los contratiempos, esa reserva de fe, ese amor encendido sepa cambiar las dificultades en ocasiones de crecimiento. La vida no es un camino hacia la muerte, porque el hombre no es un ser para la muerte. El hombre es un ser para la vida, y para la vida eterna, para siempre y sin fin. La muerte no es la última palabra de nuestra existencia. Cristo resucitado nos llama a una vida que no acaba, con El, en el gozo eterno. El mes de noviembre es mes de difuntos y del más allá. Solamente si vivimos la vida en la espera del Señor tiene sentido la espera y la esperanza. Unas veces con ardor y pasión, otras con amor sereno que espera el encuentro. Siempre con la certeza de que más allá de la muerte nos espera el abrazo amoroso de quien nos llama a la vida para siempre. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Que viene el Esposo!
TIEMPO ORDINARIO: EL BAUTISMO DE JESÚS Y PRIMEROS DISCÍPULOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En estos primeros domingos del tiempo ordinario, el Evangelio nos presenta a Jesús llamando a sus primeros discípulos, a los que posteriormente constituirá apóstoles y fundamento de su Iglesia.
Cuando Jesús bajó al Jordán para ser bautizado, Juan lo señaló ante sus discípulos: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y ellos se interesaron por Jesús. ¿Qué pudo atraerles de Jesús? Probablemente la misma indicación de Juan el Bautista al señalarlo, pero además su atractivo personal.
Estamos no ante un hombre cualquiera, sino ante un hombre misterioso, incluso fascinante desde el primer contacto. Algo intuyeron en él aquellos primeros discípulos, cuando fueron capaces de dejarlo todo y seguirlo. “Maestro, ¿dónde vives?”. –“Venid y lo veréis”. Jesús no les lanza un discurso para convencerles de lo importante que es su seguimiento, sencillamente les invita a convivir con él.
En el seguimiento de Cristo, él no nos ofrece un programa, un proyecto, un plan de vida. Jesucristo nos ofrece convivir con él. El seguimiento de Cristo significa dejar entrar a Jesús en mi vida y entrar yo a formar parte de la suya. Ellos fueron y vieron y se quedaron con él aquel día. Es curioso porque anotan incluso la hora del encuentro. Debió ser para ellos un momento fuerte de encuentro, que ya nunca olvidarán.
Encontrarse con Jesús, también hoy, es uno de los momentos más fuertes de la vida de una persona. Pero hasta que no se produce ese encuentro personal no tenemos un cristiano. Luego viene la comunidad que acoge o que incluso propicia el encuentro, pero nadie puede sustituir ese encuentro personal con el Señor.
En ese encuentro cada uno tiene su papel. Está Jesús, que atrae con su simple presencia. No es un hombre cualquiera, es Dios que se acerca hasta nosotros en su realidad humana y cercana. Está cada uno de los discípulos, que se deja fascinar por él y al dejarlo entrar en la propia vida, la vida le cambia de rumbo y constata que él ha venido a satisfacer las más profundas aspiraciones del corazón humano. Y están las mediaciones de unos con otros.
Lo que llamamos apostolado está lleno de testimonio de la experiencia personal transmitida a otros. “Hemos encontrado al Mesías”. Y lo llevó a Jesús. La diferencia entre apostolado y proselitismo está precisamente ahí. El apostolado consiste en un testimonio fuerte, que respeta la libertad del destinatario y espera de Dios el resultado, acompañándolo con la oración.
El proselitismo, por el contrario, busca una cuenta de resultados, busca el fruto de la operación, se realiza a base de marketing y no respeta la libertad, los tiempos, el ritmo del destinatario. La evangelización es lo contrario del proselitismo.
Dios sigue llamando hoy. Jesucristo sigue siendo atrayente y fascinante para tantos hombres y mujeres de hoy, y especialmente para tantos jóvenes de hoy. Toda vocación cristiana a la vida seglar, a la vida consagrada, al sacerdocio- tiene como raíz este seguimiento de Cristo, fascinados por el atractivo que ejerce en nuestro corazón por medio de su Espíritu Santo.
La vida cristiana no es un conjunto de normas, no es un proyecto, ni unas ideas más o menos bien articuladas. La vida cristiana es una persona y consiste en su seguimiento. Esta persona es Jesucristo, que sigue llamando hoy. En estos primeros domingos del año la liturgia nos presenta la vida cristiana como un seguimiento, como una llamada, una vocación.
Quizá hoy sea más difícil percibir esa llamada, no porque Dios no llame, sino porque los transmisores de esa llamada están obstruidos. No sería tanto falta de llamada, sino falta de testigos o falta de intensidad del testimonio, que sacuda fuerte la mente y el corazón de los llamados.
Jesucristo sigue teniendo hoy fascinación y capacidad de atraer en su seguimiento. Una cultura vocacional genera un microclima en el que se respira la llamada de Dios (a cualquiera de las vocaciones cristianas). Es decir, una cultura vocacional crea un clima, en el que la vida se entiende como llamada y como respuesta.
No faltan jóvenes que se sienten llamados, pero no se atreven a seguir al Señor. De ahí que la oración deba apoyar a todos los que se sientan llamados, mostrándoles nuestra experiencia de haber encontrado al Señor. Ven y verás. Fueron y vieron y se quedaron con él. Oremos por las vocaciones. Recibid mi afecto y mi bendición.
18-25 ENERO: ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La unidad de los cristianos es un asunto sangrante en la vida de la Iglesia. Por un lado, es un reto y una esperanza. Por otro, es una herida abierta que nos humilla y nos recuerda continuamente nuestra condición de pecadores, amados por Dios.
Del 18 al 25 de enero, todos los años rezamos especialmente por la unidad de los cristianos. Rezamos todo el año, porque en toda eucaristía oramos para que el Espíritu Santo, que es autor de la unidad de la Iglesia, nos mantenga unidos.
Pero llegados a estas fechas, intensificamos la conciencia de este reto y esta herida e intensificamos la oración por esta intención, una de las primeras y principales en la Iglesia. Orar por una intención no es recordarle a Dios algo que se le puede haber olvidado. Dios es el que inspira estas intenciones en su Iglesia y en el corazón de los hombres. Al orar por una intención entramos en la órbita de la fe, entramos en el corazón de Dios y nos interesamos por los intereses de Dios.
Dios quiere que todos los humanos formemos una única familia, para eso ha enviado a su Hijo, para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y Dios quiere reunir a todos sus hijos en la Iglesia que su Hijo ha fundado. Jesucristo ha fundado esta Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y sus sucesores y ha enviado sobre ella como un gran regalo al Espíritu Santo. Jesucristo ha fundado una sola Iglesia sobre la roca de Pedro. “Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” (Mt 16, 18).
Y esta unidad se ha mantenido fundamentalmente por la comunión de pastores y fieles con el primado de Pedro a lo largo de los siglos. Pero para vergüenza de todos, esa unidad se ha fracturado en distintos momentos clave. El pecado de los hombres ha entrado en la historia de la Iglesia, y se han producido fracturas y divisiones, que permanecen hasta el día de hoy. Las más grandes han sido la ruptura Oriente-Occidente con el cisma del año 1050, generando la gran separación entre ortodoxos y católicos; y la ruptura de Lutero en 1517, cuyo centenario hemos recordado recientemente, y que ha generado la gran separación entre protestantes y católico/romanos.
Sin embargo, el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, está suscitando un fuerte movimiento de acercamiento y de unidad entre todos. El siglo XX ha sido un siglo de acercamientos hasta desembocar en el concilio Vaticano II. Y a partir del concilio, los pasos dados han sido de gigante en el camino hacia la unidad, también con algunos traspiés.
Llegamos de nuevo a estas fechas y queremos sumarnos a ese camino hacia la unidad que desde todas las confesiones cristianas va dándose: encuentros del Papa con otros líderes religiosos no católicos, o porque él mismo los visita en sus países o porque vienen a Roma para encontrarse con el Sucesor de Pedro.
Al mismo tiempo, continúan los debates teológicos entre expertos que se reúnen para acercar posturas, profundizando en lo que cada comunidad ha alcanzado. A nosotros nos corresponde unirnos en la oración común para pedirle a Dios la unidad de todos los cristianos en la única Iglesia fundada por el Señor.
En Córdoba hemos tenido hace dos meses un encuentro de líderes cristianos: católicos, ortodoxos de Constantinopla, de Rusia, de Rumanía, armenios, maronitas. Ha sido con motivo del Congreso Internacional Mozárabe. Ellos han tenido sus respectivas ponencias, resaltando cómo viven la fe en un contexto parecido a los cristianos cordobeses mozárabes durante la dominación musulmana. Y nos ha ayudado mucho recibir su testimonio y compartir juntos la oración de la tarde, teniendo como horizonte el testimonio de los mártires.
Hoy, como ayer, sigue habiendo mártires a los que no preguntan si son católicos u ortodoxos, armenios o rumanos. Simplemente son asesinados por ser “cristianos”. El martirio de todos esos hermanos nos une a todos en una fe y un gran amor al Señor. Es el ecumenismo de los mártires. Oremos por la unidad de los cristianos. Ha de ser obra de Dios, secundada por la oración sincera de quienes confesamos que “ha sido tu diestra quien lo hizo...”. Recibid mi afecto y mi bendición.
AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del ministerio público por parte de Jesús, él se encuentra con sus primeros discípulos y los llama para hacerlos apóstoles. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18). Los evangelios de estos domingos nos lo han recordado. Tenemos aquí el núcleo primero del seguimiento de Cristo, para todos los estados de vida, también para la vida consagrada. Jesús llama por su nombre a cada uno y la nueva vida que Jesús inaugura para sus discípulos consiste en estar con él, irse con él, seguir sus pasos, convivir con él, compartir su suerte, hacerse “consortes”. En el grupo de estos discípulos había varones y mujeres, iba acompañado por “los Doce y por algunas mujeres” (Lc 8,1-2), cuyos nombre se señalan: María, Juana, Susana, etc. He aquí una de las barreras que Jesús ha superado, cuando en su cultura y en su tiempo las mujeres no pintaban nada, ni iban a la escuela ni tenían ningún derecho ciudadano.
Jesús, sin embargo, las ha llamado y las ha admitido a su seguimiento, como verdaderas discípulas, que aparecen en diversos pasajes del evangelio. La historia de la Iglesia y de la humanidad está llena de grandes mujeres, una de las cuales sobresale en este año de su V centenario, Teresa de Jesús.
La vida consagrada consiste fundamentalmente en dejar los esquemas comunes instituidos por Dios en la creación de constituir una familia propia, por el matrimonio y los hijos engendrados, para seguir a Jesús y formar parte de otra familia nueva, más amplia, donde se vive el estilo de vida de Jesús pobre, virgen y obediente.
Es propio de la vida consagrada la virginidad o la castidad perfecta por el Reino de los cielos, tal como la ha vivido el mismo Jesús. En la virginidad, Jesús está mostrando una fecundidad más amplia y más profunda, la que brota de Dios y hace hijos de Dios, dándoles la vida eterna.
El camino del matrimonio es camino inventado por Dios y bendecido por Jesucristo. El matrimonio es camino de santidad, pues el amor humano queda santificado por el sacramento del matrimonio. Pero el camino de la vida consagrada, que tiene en alta estima el camino del matrimonio inventado por Dios, consiste en dejar esa senda y elegir otra, la que Cristo mismo ha vivido.
En la vida consagrada se trata de seguir a Cristo pobre, virgen y obediente, entregándole la vida y gastándola en el servicio a los demás. Nadie puede ir por el camino de la vida consagrada, si no es llamado por Dios, pues se trata de un camino que supera por los cuatro costados las fuerzas humanas. Y nadie puede elegir un camino que le supera, si no es llamado y capacitado por Dios mismo.
Además de ser llamado/a, es necesaria la gracia de Dios para perseverar en este santo propósito, pues la vida consagrada o se vive en un clima de fe, continuamente alimentado por la coherencia de vida, o se desvanece incluso aquella primera llamada con su respuesta generosa del primer momento.
La Jornada mundial de la vida consagrada, que se celebra en toda la Iglesia el 2 de febrero, en la fiesta de la Candelaria, es ocasión propicia para agradecer a Dios el gran regalo de la vida consagrada en la Iglesia, y concretamente en nuestra diócesis de Córdoba.
Cuántos testimonios hemos recibido de tantos religiosos y religiosas que han gastado su vida en el servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres en todos los campos.
La Iglesia debe agradecer a todos los consagrados la entrega de sus vidas al Señor, el enorme servicio llevado a cabo, el fuerte testimonio de hombres y mujeres consagrados a Dios para toda la vida.
Realmente, si nos faltara ese ejército de amor formado por tantas personas consagradas, a la Iglesia le faltaría un referente necesario para caminar hacia la santidad, a la que todos somos llamados.
Los consagrados/as tiran de todo el Pueblo de Dios hacia arriba, a los valores evangélicos que sólo la gracia de Dios puede sostener. Los consagrados son los motores principales de un mundo nuevo, la nueva civilización del amor. Los consagrados nos recuerdan que lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios.
Recibid mi afecto y mi bendición: «Y dejándolo todo, le siguieron» En el Año de la vida consagrada Q
2 DE FEBRERO: PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO: JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA.
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 2 de febrero, fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo en brazos de su madre María y acompañados por José, celebramos en la Iglesia la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Jesús entra en el Templo para ser ofrecido, y José porta en sus manos el rescate del primogénito propio de una familia pobre: un par de aves domésticas. Cumplieron así la ley de Moisés, llevándola a plenitud. La vida humana encuentra su sentido cuando se vive como un don recibido de Dios, y cuando le ofrecemos a Dios como respuesta a esa misma vida recibida. En la reciprocidad de ese don se inserta la vida consagrada.
La vida consagrada es la forma de vida que Jesús tomó para sí a lo largo de su vida terrena, y en la que él llama a su seguimiento a tantas mujeres y hombres a lo largo de la historia. Es una novedad y una originalidad evangélica. Encuentra en otros ambientes culturales y religiosos ciertos parecidos, pero la novedad consiste en vivir como vivió él, Jesús nuestro Señor.
El seguimiento de Cristo, iniciado en el bautismo, alcanza su máxima expresión en la vida consagrada, que desde el comienzo Jesús transmite a sus apóstoles y discípulos, entre los cuales se encontraba un grupo de mujeres. Sí, las mujeres que entonces no tenían ninguna participación ni consideración social son llamadas al seguimiento de Cristo, entran a formar parte del grupo de los que viven más cerca de Jesús. Y a lo largo de la historia han sido millones de hombres y mujeres los que han vivido y continúan este estado de vida en la Iglesia.
La vida consagrada tiene como identidad la vivencia de los consejos evangélicos de virginidad o castidad perpetua, de obediencia y de pobreza. Y en muchos casos, sobre todo en la vida religiosa, incluye la vida comunitaria.
La vida consagrada es un icono de la vida trinitaria, es un reflejo de la vida de Jesús, es una profecía para este tiempo y para todas las épocas de los valores definitivos del Reino. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con un buen número de consagrados/as. Están presentes en todos los frentes de la evangelización: en colegios, en residencias de ancianos, en atención directa a los pobres, en hospitales, en parroquias dedicándose a la tarea directa de catequesis y demás.
Los consagrados son la vanguardia de la Iglesia, entre nosotros y en territorios de misión, a donde sólo llegan ellos y ellas. Este año, el lema reza “La vida consagrada, encuentro con el Amor de Dios”. No se entiende la vida consagrada sin una referencia directa a Dios, porque es testimonio del amor de Dios a los hombres y, al mismo tiempo, testimonio del amor del hombre, varón o mujer, a Dios.
En un mundo en el que se pretende prescindir de Dios, la vida consagrada es un grito profético que nos señala el amor de Dios presente en la historia. Es profético el modo de vivir evangélico, viviendo como vivió Jesús. De esta manera, es una llamada a todos los cristianos y es un referente de cómo vivir la vida cristiana, cada uno desde su propia vocación y misión.
Y es profética la tarea que desempeñan, ir a los últimos, a los más necesitados, como un imperativo de Jesús, que vivió así y se dirigió a los pobres, a los humildes, a los que esperaban la salvación de Dios. La tarea que realizan los consagrados es inestimable, la empezamos a entender cuando nos falta.
Pidamos en esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada por todos los que han sentido la llamada del Señor a seguirle de cerca para que el Señor los sostenga en su vocación y misión. Pidamos por tantos jóvenes, varones y mujeres, que sienten hoy la llamada a ese seguimiento radical de Jesús, para que nunca falte en la Iglesia la lámpara ardiente de los que siguen a Jesús en la vida consagrada: monjes y monjas, religiosos/as, institutos seculares, vírgenes consagradas, familias eclesiales con sus propios consagrados.
Demos gracias a Dios por este gran regalo a su Iglesia, apoyemos a los que así han sido llamados. En la Catedral de Córdoba lo celebramos el día 2, a las 10:30, convocados todos los consagrados que puedan asistir. Todo el pueblo de Dios rece y valore en esta Jornada el gran don de la vida consagrada para bien de toda la Iglesia y de la sociedad. Recibid mi afecto y mi bendición:
2 DE FEBRERO: INFANCIA MISIONERA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 2 de febrero celebra la Iglesia la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo en brazos de su madre María, a los 40 días del nacimiento de Jesús. María lleva en sus manos la «luz de las gentes”, Cristo el Señor. Por eso, es llamada la Candelaria, porque lleva en sus manos al que viene a ser la luz del mundo. Y lo lleva al Templo para consagrarlo al Señor, según la Ley de Moisés. Es un acto de ofrenda de la vida del Hijo, que se realiza en brazos de su Madre, por la mediación de María santísima.
Coincidiendo con esta fecha celebramos también la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este año con ci lema: «Ven y sígueme” (Mc 10,21), como un eco de la Jornada Mundial de la Juventud, en la que tantos jóvenes —chicos y chicas— han sentido la llamada del Señor para seguirle consagrando su vida entera.
La vida consagrada es una prolongación del bautismo, por el que hemos sido hechos criaturas nuevas. La vida adquiere sentido en la ofrenda de sí mismo, y en la vida consagrada adquiere una perfección muy especial. También hoy Dios sigue llamando a este tipa de vida,, que tanto bien hace a la Iglesia y a la sociedad.
Desde el comienzo de la Iglesia ha existido la vida consagrada, es decir, el seguimiento de Cristo en el voto de la obediencia, la virginidad y la pobreza. Jesús llamó a los Doce para seguirle y los constituyó Apóstoles. Y ellos, dejándolo todo, le siguieron. Esa es la «vida apostólica”.
Ahí tenemos la primera llamada, a la que seguirán tantísimas otras, con formas diferentes de seguimiento. En definitiva, se trata de ser discípulos de Aquel que nos ha llamado a seguirle. Y en la vida consagrada este seguimiento adquiere tono de totalidad y de exclusividad. Seguir a Jesús con toda la vida, con todas las fuerzas, para bien de su Iglesia en el servicio a los hermanos.
Damos gracias a Dios por la vida contemplativa de tantas mujeres y hombres en nuestra diócesis y en toda la Iglesia, en los distintos monasterios.
La vida contemplativa nos está recordando que «sólo Dios basta”, y que vale la pena dejarlo todo para vivir en su Casa alabándole siempre, día y noche. Las monjes y monjas viven retirados del mundo para recordarnos a todos la necesidad que tenemos de Dios. Ellos al mismo tiempo, ofrecen en sus comunidades espacias de silencio y de retiro para acoger a los que buscan a Dios y pueden encontrarlo en el retiro de la oración.
Cuánto bien nos hacen los contemplativos. Inútiles a los ojos del mundo, son como un pulmón que da oxígeno a nuestra generación. Muchos jóvenes hoy sienten esta fuerte llamada, que todos hemos de favorecer para gloria de Dios y bien de la Iglesia.
Damos gracias a Dios por todos los hombres y mujeres que viven en la vida religiosa. Mediante la consagración a Dios, se entregan de por vida a obras de caridad, apostolado, enseñanza. Son como un ejército de amor que llena el jardín de la Iglesia con sus mejores aromas.
Cuántos carismas ha suscitado el Espíritu para servir a los hermanos, en el seguimiento radical de Cristo. Nuestra diócesis de Córdoba es especialmente afortunada con la presencia de tantas formas de vida religiosa, que expanden el buen olor de Cristo.
También damos gracias a Dios por las Sociedades de Vida apostólica, por los Institutos Seculares, por las Vírgenes Consagradas y por las Nuevas Formas de Vida Consagrada. Permaneciendo en el mundo, están consagrados a’ Dios, para transformar el mundo desde dentro.
Dios sigue llamando. En nuestra diócesis continúa habiendo jóvenes que reciben esta llamada, que entre todos hemos de cultivar yhacer madurar en un clima de fe.
Damos gracias a Dios por la vida consagrada en todas sus formas, y que constituyen en la iglesia como un reclamo para que todos los fieles sigamos la llamada del Señor a la santidad.
En la nueva evangelización, los consagrados tienen un papel insustituible. Apoyemos todos esta forma de vida, que Jesús eligió para sí y para su Madre bendita.
Con mi afecto y bendición. «Ven y sígueme» (Mc 10, 21)
HUID DE LA FORNICACIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:impacta escuchar tan directamente esta palabra en la liturgia de este domingo. Parece dirigida especialmente a nuestro tiempo, donde la incitación a la fornicación es continua en los medios de comunicación, en cine, en la P4, incluso hasta en algunas escuelas de secundaria, dentro de los programas escolares.
San Pablo se dirige a los corintios, una ciudad portuaria donde había de todo, también de lo mala. En el imperio romano, la honestidad y la castidad fue decayendo y las costumbres entre los jóvenes y adolescentes era en ciertos ambientes, sobre todo deportivos, una depravación.
San Pablo se dirige directamente a los jóvenes y les exhorta: «Huid de la fornicación”, y ies da una razón de peso: “No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,. .que habita en vosotros? No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros (1Co 6,20). Precisamente, de las ideas que hoy más se gritan con ansia de libertad es la contraría: “Yo soy mía/mío, y con mi cuerpo hago lo que quiero».
El Evangelio de Jesucristo tiene repercusiones en todos los ámbitos de la persona, también en el campo de la sexualidad. La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega. Un amor que busca la felicidad del otro y que está dispuesto al sacrificio y a la renuncia. Un amor que tiene su ámbito y su cauce en el matrimonio estable y bendecido por Dios.La castidad es la virtud que educa la sexualidad, haciéndola humana y sacándola de su más brutal animalidad.
Cuando la sexualidad está bien encauzada, la persona vive en armonía consigo misma y en armonía con los demás, evitando toda provocación o violencia, La castidad viene protegida por el pudor. Cuando la sexualidad está desorganizada es como realidad irracional.
La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega.
una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo.
Y esto sea dicho para todos los estados de vida: para la persona soltera, en la que no hay lugar para el ejercicio de la sexualidad, para la persona casada, que ha de saber administrar sus impulsos en aras del amor auténtico, para la persona consagrada, que vive su sexualidad sublimada en un amor más puro y oblativo.
“Huid de la fornicación» nos dice a todos san Pablo. Me ha llamado la atención un libro publicado estos días en que se dice que cuando la sexualidad está bien encauzada, la persona vive en armonía consigo misma y en armonía con los demás, evitando toda provocación o violencia.
Hace unos días leía un artículo, en el que una candidata a miss Venezuela explica su experiencia reciente con un título que lo dice todo: “Virgen a los treinta» Precisamente no alcanzó el título al que se presentaba por no aceptar la propuesta de la fornicación, que al parecer era una condición (no escrita) del concurso. En ella se ha cumplido esta palabra de san Pablo. Y el libro se ha convertido en besseller (el más vendido) entre los jóvenes y las jóvenes de su entorno, de nuestro tiempo.
Es posible llegar virgen al matrimonio, aunque el ambiente no sea favorable. Es posible vivir una consagración total, de alma y cuerpo, al Señor como una ofrenda al Señor que beneficia a los demás. Es posible ser fiel al propio marido, a la propia mujer. Más aún, a eso invita la Palabra de Dios en este domingo, huyen do de la fornicación. Y la Palabra de Dios tiene fuerza para que se cumpla en nuestras vidas.
“Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo... glorificad a Dios con vuestro cuerpo! Damos gloria a Dios no sólo con nuestros buenos pensamientos y deseos, con nuestra voluntad que busca someterse a la voluntad divina, purificando continuamente la intención Damos gloria a Dios también con nuestro cuerpo. Dios nos ha amado también corporalmente, al hacerse carne el Hijo de Dios. El cristianismo es la religión de la redención de nuestra carne.
Damos gloria a Dios también con nuestro cuerpo. Dios nos ha amado también corporalmente, al hacerse carne el Hijo de Dios,
Nuestro amor a Dios, a Jesucristo, pasa por nuestro cuerpo. La gracia de Dios es capaz de organizar nuestra sexualidad humana y hacerla progresivamente capaz de expresar el amor más auténtico, el único que hace feliz a toda persona humana.
Recibid mi afecto y mi bendición:
2º DOMINGO DE FEBRERO: MANOS UNIDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Al llegar el segundo domingo de febrero hacemos la colecta litúrgica de Manos Unidas, poniendo “a los pies de los Apóstoles” –hoy, los obispos– (Hech. 4, 35) nuestras aportaciones voluntarias, que irán destinadas a miles y miles de personas en otros tantos proyectos de Manos Unidas por todo el mundo.
La Campaña contra el Hambre en el mundo nos invita este año a “Compartir lo que importa”. Repetimos una vez más aquel gesto de los primeros cristianos, que, al conocer a Jesucristo por el anuncio del Evangelio, vendían sus bienes y los ponían a los pies de los Apóstoles para que éstos los repartieran entre los pobres de la comunidad.
San Pablo, al subir a Jerusalén para contrastar con Pedro y los demás apóstoles el contenido de su Evangelio, nos dice que concluyeron el encuentro con un abrazo fraterno y una recomendación: “No te olvides de los pobres” (cf. Gal 2, 10), y por eso san Pablo realizo una gran colecta con destino a los pobres de Jerusalén.
Nos cuenta el Papa Francisco que, al momento de su elección para Sucesor de Pedro, el cardenal Hummes que estaba a su lado le susurró: “No te olvides de los pobres”, y eso le llevó a elegir el nombre de Francisco como recuerdo del santo que se ha caracterizado por la pobreza personal y la entrega y cercanía a los pobres.
Manos Unidas nos presenta el panorama mundial de tantas pobrezas que impiden el desarrollo de los pueblos y el crecimiento personal de tantas personas. Manos Unidas toca el corazón de los católicos españoles y de toda persona de buena voluntad que quiera colaborar por este cauce.
El estilo de Manos Unidas, como ONG de la Iglesia Católica para paliar el hambre en el mundo, no es solamente recaudar fondos, sino mentalizar a los fieles de nuestras comunidades cristianas “para que no se olviden de los pobres”. En nuestro primer mundo tenemos de todo, aunque a nuestro alrededor también hay carencias muy notables, como son cubrir las necesidades básicas de alimento y vivienda. Pero no nos hacemos idea de las carencias que tienen tantos habitantes del planeta que mueren de hambre cada día. Alimentos, educación, sanidad, casa, tierra. Carecen de todo y no podemos aplazar la respuesta a estas necesidades hasta que las instituciones internacionales salgan a su encuentro.
Urge ayudarlos hoy, quizá mañana sea tarde. “Comparte lo que importa” pone el acento sobre todo en la persona. Alimentos hay de sobra en el mundo, hace falta sensibilidad para compartir lo que importa: la dignidad de la persona, tener lo elemental para sobrevivir, tener acceso a una educación y sanidad que mejore la calidad de vida, tener el pan de cada día. Y sobre todo, tener a Dios y conocer a Jesucristo, que nos ofrece la salvación de Dios, nos hace hermanos unos de otros y nos da a su Madre como madre nuestra. Agradezco a todas las personas que trabajan como voluntarias en Manos Unidas, en la delegación diocesana y en las parroquias. Por todas las parroquias que visito me encuentro siempre con la delegada de Manos Unidas y su equipo, que inventan múltiples iniciativas para concienciar y recaudar fondos destinados a estos proyectos.
No dejéis de motivar la razón más profunda de nuestra caridad cristiana: si hemos conocido a Jesucristo, si compartimos la mesa eucarística en la que se nos entrega el mismo Jesús, no podemos olvidarnos de los pobres, porque en ellos prolonga Jesús su presencia, reclamando nuestro amor, nuestra solidaridad, nuestro compartir con ellos lo que tengamos, privándonos de algo. ¿De qué nos serviría llenar los estómagos si no conocieran al Señor? No los ayudamos para traerlos a lo nuestro. Nuestra caridad ha de ser gratuita, pero en esa caridad debe aparecer siempre visible que ha sido Jesús el que nos ha motivado, y es a él a quien servimos.
En la caridad con los hermanos, con los pobres, es donde se verifica nuestro amor a Dios. Comparte lo que importa, da de tu pan al hambriento, viste al desnudo, ofrece buena educación al que lo necesita y ten presente en tu oración a tantos y tantos que no conocen a Jesucristo, porque están privados de su Evangelio. Recibid mi afecto y mi bendición: Manos Unidas «Comparte lo que importa».
2 VIERNES DEL MES DE FEBRERO: MANOS UNIDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El segundo viernes dci mes de febrero y el domingo siguiente son las jornadas anuales de Manos Unidas, una ONG de la Iglesia católica compuesta principalmente por voluntarios. Una organización que cuenta con enlaces en todas las parroquias de España y que lleva más de cincuenta años promoviendo el desarrollo en todo el mundo.
En el año 2010 ha recaudado 53 millones de euros, destinándolo a 641 proyectos en 55 países. Cuenta con 95 mil socios en toda España. Una obra grandiosa que tiene su origen en las mujeres de Acción Católica hace 53 años, que en vez de taponar las fuentes de la vida para que no haya bocas, ha ensanchado la mesa para que quepan todos a la hora de comer.
La colecta de Manos Unidas se deposita “a los pies de los Apóstoles» en la colecta litúrgica de este domingo. Nos recuerda aquella primera comunidad cristiana: “No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían ci importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hech 4,34-35).
Aquella comunidad, que era perseverante en la oración, que acudía a la enseñanza de los Apóstoles, al ponerlo todo en común, lo ponía “a los pies de los Apóstoles” para que ellos lo repartieran.. Éstos, para dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra, eligieron siete diáconos que se encargaban del servicio de la caridad en la comunidad cristiana, bajo la autoridad de los mismos Apóstoles.
La colecta de Manos Unidas tiene por tanto un sentido litúrgico y sagrado. No es la simple acumulación de una cantidad cuanto más grande mejor, sino la expresión de una comunión eclesial que tiene su reflejo visible incluso en los dineros, y se presenta como ofrenda con la propia vida en la celebración eucarística.
El desprendimiento de cada donante tiene unas motivaciones profundamente cristianas, al estilo de Cristo, y tiende a.establecer una fraternidad que brota de nuestro ser hijos de Dios. En la colecta de Manos Unidas, Dios esni por medio. Es el Espíritu Santo el motor de toda esta movida de solidaridad, es el Espíritu Santo el que va “formando el corazón» Deus caritas, 31 a) de los que trabajan en Manos Unidas. Y al terminar cada campaña, los que han participado en ella salen renovados en su vida cristiana.
Cada euro en Manos Unidas es sagrado, porque brota de la santa virtud de la caridad cristiana, es decir, del amor a Dios y del amor al prójimo por amor de Dios, independiente departidos e ideologías (Ib. 31b).
Este año Manos Unidas nos llama la atención sobre la salud con ci lema: “La salud, derecho de todos. ¡Actúa!”. La cantidad de recursos que tenemos a nuestro alcance nos hace perder de vista que la mayoría de los habitantes del planeta no tienen tales recursos, no tienen la mínima atención sanitaria, no pueden curar sus enfermedades, y la muerte les sobreviene con toda facilidad.
En la campaña contra el hambre en el mundo, es muy importante este campo de la salud, según señala el Objetivo del Milenio, n° 6. Pero se trata de la salud que busca el bien integral de la persona, no la salud a cualquier precio, donde puede filtrarse el egoísmo que destruye a la persona, sino la salud con rostro humano, creado a imagen y semejanza de
Cada euro en Manos Unidas es sagrado, porque brota de la santa virtud de la caridad cristiana, es decir, del amor a Dios y del amor al prójimo por amor de Dios, independiente de partidos e ideologías.
La Iglesia católica atiende miles de dispensarios por todo el mundo, está en la avanzadilla de la salud para los países en vías de progreso. Malaria, tuberculosis, SIDA, lepra y otras enfermedades olvidadas son atendidas por tantos misioneros y misioneras que dan su vida en la vanguardia de la misión. Y lo hacen no por proselitismo, pues atienden gratuitamente a los católicos y a los que no lo son, sino por amor a Dios ya los hombres (ib. 3 le).
Agradezco a todos los voluntarios de Manos Unidas de toda la diócesis su trabajo a favor de esta causa. En mi Visita pastoral me encuentro con muchos de estos voluntarios, que ponen la imaginación al servicio de la caridad. Que no falte en ninguna parroquia esta Colecta, esta mentalización de Manos Unidas, las actividades propias de esta ONG de la Iglesia católica. Y no olvidemos nunca que la mayor carencia es la carencia de Dios, tan frecuente en este mundo tan lleno de cosas,
Con mi afecto y bendición: Manos Unidas, la solidaridad cristiana
MANOS UNIDAS, LUCHAMOS CONTRA LA POBREZA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado. Y hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio.
Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos.
Manos Unidas lucha contra la pobreza en la que viven tantos millones de personas, que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución queremos contribuir.
“Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201). Manos Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo.
A base de proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios, Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados, sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte. Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la erradicación de la pobreza.
En todas las parroquias esta colecta es la más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer. La Ayuda Oficial al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos recursos.
Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195).
La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”. Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no tienen nada.
El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una solidaridad que no nos despoje no sería cristiana.
La caridad cristiana nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su sangre. Personas valoradas a tan alto precio.
Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a él. Recibid mi afecto y mi bendición: Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas? Manos Unidas.
SAN VALENTÍN, DÍA DE LOS ENAMORADOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el “día de los enamorados”. ¿De dónde viene esta costumbre? San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. Él propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio.
Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse. Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual.
Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo. El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse.
No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc.
La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios.
Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin límite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos.
El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre.
El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor. Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan.
Eso es el sacramento del matrimonio. Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que Él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente. Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama.
El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro, aún sin querer, me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad.
Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque Él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo.
San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano. Recibid mi afecto y mi bendición: San Valentín, día de los enamorados.
DÍA DE ANDALUCÍA, (EXTREMADURA)
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El amor a la patria nos lo manda el cuarto mandamiento de la ley de Dios. Nuestra patria es España y nuestra tierra Andalucía, “lo más grande” de España.
Llegados al día de Andalucía os ofrezco alguna reflexión desde la fe, conveniente en este momento en que reflexionamos sobre el voto de las próximas elecciones regionales al Parlamento Andaluz, de donde surgirá el Gobierno de la Junta de Andalucía. No le corresponde al obispo entrar en política, y menos en la política de partido. Para eso están los que dedican su vida a esta noble causa de servicio al bien común.
La tarea política es una de las más eminentes formas de caridad social, porque pone la vida al servicio de los demás para lograr la justicia, la paz y la convivencia, el bienestar de todos, especialmente el de los más pobres y desfavorecidos.
A los pastores nos toca ofrecer pautas éticas para el buen gobierno de la cosa pública, que a todos nos afecta. Y la Iglesia invita a sus hijos cristianos laicos a que entren en la arena de la política, incluso de la política partidista, para llevar el Evangelio a nuestra sociedad y construir un mundo más humano, más justo y más fraterno.
El primero y principal bien a salvaguardar es Dios y su presencia benéfica en nuestra sociedad. Dios no es enemigo del hombre, sino aliado y buen aliado, omnipotente aliado, inspirador de los mejores propósitos en el corazón del hombre. ¿Por qué prescindir de Dios u organizar la ciudad terrena como si él no existiera?
Ya sé que hay personas que no creen en Dios y que un Estado democrático debe buscar el bien de todos, también el de los que no creen en Dios o incluso lo rechazan. De acuerdo. Pero, por qué organizar la vida sin Dios, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos son creyentes.
Nuestra Constitución consagra un Estado aconfesional, donde ninguna religión es oficial, sino que se promueve y se favorece la religión de los ciudadanos, en mutuo respeto de todos y en convivencia democrática de unos con otros.
Ahora bien, lo que me sorprende es que de un Estado aconfesional se favorezca todo lo que va contra Dios o contra la religión católica. Me alegro de que otras religiones sean delicadamente respetadas, pero los católicos en España y en Andalucía no somos una minoría étnica, sino el 92% de la población. Aquí pasa algo raro.
¿No seríamos capaces de asumir una laicidad positiva, que considere la religión como un bien social? Invito a los políticos a que tengan en cuenta esto, porque incluso los que son católicos y practicantes, llegados al campo de la política, prefieren dejar a un lado sus convicciones para mantenerse en una neutralidad que ofende a la inmensa mayoría de la población. Hemos de convivir todos, respetarnos todos, ser tolerantes unos con otros. Pero a veces parece que la única religión no respetable sea la católica, la de la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
No basta con tener procesiones (ahora llega la Semana Santa), es preciso que la fe de un pueblo empape todas las estructuras, aún dentro de un Estado aconfesional. Los políticos deben respetar y promover la libertad religiosa, que se expresa de tantas maneras: libertad de los padres para elegir la educación que prefieren para sus hijos, sin ser considerados ciudadanos de segunda por ser católicos.
Libertad por tanto para una enseñanza libre, favorecida por los fondos públicos, porque atiende un derecho ciudadano a la educación, que no tiene por qué ser siempre estatal. No debe considerarse la escuela estatal como la única y para todos, dejando la concertada como subsidaria. Es todo lo contrario: la escuela de iniciativa social es la primera, y debe ser apoyada con fondos públicos. Y la escuela estatal es subsidiaria, allí donde no haya otras iniciativas sociales que cubran esa necesidad ciudadana.
El estatalismo en la escuela es uno de los grandes males para una sociedad que quiere ser libre y educar en libertad. La dignidad humana en todas las fases de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural.
Cuántos niños no llegan a ver la luz porque son eliminados en el seno materno. Un político debe luchar por la vida, para que nadie quede excluido y para que no crezca la brecha de la exclusión social. El trabajo es un derecho de la persona. Trabajo para todos, es una de las principales preocupaciones del político. Y más en nuestra región andaluza donde los índices de paro alcanzan cifras alarmantes, particularmente el paro juvenil.
En mis Visitas pastorales he visto bolsas de pobreza que no podía imaginar, he tocado de cerca situaciones que no son propias de una sociedad desarrollada. Un político debe poner todos los medios posibles para diluir esas bolsas y atacar las causas que las provocan. Una sociedad que se desarrolla deja a un lado muchas personas en la cuneta de la vida: ancianos sin pensión, niños desprotegidos, jóvenes en la droga, emigrantes que llegan y tanto necesitamos. Es tarea de todos. Ánimo, queridos políticos.
Oramos en el Día de Andalucía para que desaparezca la corrupción en la administración pública y en toda la sociedad. Es una vergüenza que algunos aprovechen su puesto de servicio para enriquecerse robando del dinero de todos, cuando hay tantos pobres.
Oramos para que no prevalezca la mentira, el engaño, la trampa y el embuste. Oramos para que construyamos entre todos un mundo mejor. Andalucía tiene muchos recursos, sobre todo sus gentes abiertas, alegres y acogedoras. Es la tierra de María Santísima.
Andalucía es lo más grande de España, y debemos entre todos dignificarla con nuestra aportación ciudadana. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de Andalucía.
INFANCIA MISIONERA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:
El mandato misionero de Jesús a su Iglesia sigue resonando en nuestros corazones también hoy: “Id y predicad el Evangelio a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.,. El que crea y se bautice se salvará” (cf .M.t 28,19; Mc 16,16). Este mandato misionero no supone imponer la fe a nadie, y menos aún por la violencia, sino que propone el Evangelio como un tesoro descubierto, que se quiere compartir para bien de los demás.
Celebramos en estos días la Infanda Misionera, que quiere inculcar en los niños católicos ese deseo de que Jesús sea conocido por todos los demás niños del mundo. Continuamente enseñamos a los niños a ser capaces de compartir desde un juguete hasta la necesidad básica del alimento y la cultura, En primer lugar, para apreciar lo que tienen, pero además, porque se hagan sensibles de que la inmensa mayoría de los niños del mundo no disfrutan de todos estos bienes. Iniciativas de todo tipo van educando en ese espíritu solidario: lo que tú has recibido tienes que compartirlo con los demás, y eso a ti te hace bien.
Esta jornada misionera nos advierte que el mayor bien que una persona posee es el de haber encontrado único salvador del mundo. Muchos niños del mundo no conocen a Jesucristo, o porque nunca han oído hablar de él o porque no tienen quién les anuncie esta buena noticia, Y no hemos de irnos a países lejanos, donde puede darse esta carencia junto con otras muchas de tipo material.
También entre nosotros, muchos niños ya no han recibido de sus padres la transmisión. de la fe en Jesucristo, para descubrirlo progresivamente como amigo, como el Hijo de Dios que se ha acercado hasta nosotros con deseo de ganarse nuestra amistad, para hacemos partícipes de su vida divina. Muchos niños nuestros viven rodeados de otros niños que no son cristianos, o que habiendo recibido el bautismo, apenas conocen a Jesús como verdadero amigo.
Las actitudes que se cultivan desde la infancia permanecen para toda la vida, son como cimientos sobre los que se construye la historia de cada persona. Y esta actitud misionera es una de las actitudes básicas, que influirán en una persona para siempre. Hemos aflojado en el espíritu misionero, también en este nivel de la infancia, que al fin y al cabo recibe lo que los adultos queremos proporcionales.
También es este campo se percibe el influjo del relativismo de nuestro tiempo. Un relativismo en el campo religioso, por el que consideramos erróneamente que todo vale y que da lo mismo una religión que otra.
Por ese camino, no somos capaces de apreciar como tesoro la fe cristiana recibida desde los apóstoles y ci mandato misionero de ir al mundo entero a anunciar el Evangelio. Los mismos slogans que manejamos en este campo religioso y en el propiamente misionero no pasan muchas veces de ser una invitación a una solidaridad descafeinada que no compromete y por tanto, no se vive con entusiasmo.
Es preciso tomar conciencia del don de la fe como un tesoro recibido, que tenemos que compartir con quienes no lo tienen. Un niño es capaz de conocer a Jesucristo, de hacerse amigo de él, si tiene a su alrededor personas mayores — empezando por sus padres y sus educadores— que le hablan con pasión de Jesús y sus enseñanzas.
Un niño está llamado a apasionarse por Jesucristo, si encuentra personas apasionadas que se lo transmiten. Y eso no está reñido con la capacidad de respetar al otro y sus diferencias. La Infancia Misionera no consiste en animar a los niños a una solidaridad que igualmente podría darse si uno no fuera cristiano. Podernos y debemos enseñar a los niños a ser misioneros. Ellos son capaces de recibir esta llama del ardor misionero, que quiere que todos los hombres se salven porque han conocido a Jesucristo, único salvador. Muchos niños del mundo —también cercanos a nosotros— no lo saben, y a nosotros se nos ha dado para que aprendamos a compartirlo. La fe, también en los niños, se fortalece dándola.
Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros, ya desde ninos
SAN JOSE, ESPOSO DE MARÍA VIRGEN: DÍA DEL SEMINARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Por la fiesta de san José, esposo de María virgen y padre adoptivo de Jesús, celebramos en casi toda España el “Día del Seminario”. Es decir, en torno a esta fecha se despliegan una serie de acciones concretas dirigidas a dar a conocer nuestros Seminarios diocesanos, se despliega una fuerte actividad de campaña vocacional, se llega a un gran número de jóvenes en nuestra diócesis por medio de los seminaristas, se piden oraciones por esta importante intención y se hace una colecta extraordinaria, con la que se mantiene el Seminario cada año.
La campaña vocacional les sirve a los seminaristas también para conocer la diócesis, sus distintas parroquias y vicarías, conocer a la gente más de cerca, vivir unos días en contacto muy directo con los sacerdotes del presbiterio diocesano y ver su acción pastoral de cerca. Es ocasión para que los seminaristas hablen a todo el mundo, y especialmente a los niños y jóvenes, de la vocación sacerdotal que ellos mismos han recibido y plantear a muchos esa posible llamada que se esconde en el corazón de quienes son llamados.
Estoy convencido de que Dios llama a muchos más de los que se lo plantean y a bastantes más de los que responden. Dios es el primer interesado en dar pastores a su pueblo. Pero sucede que la llamada no llega por mensaje directo normalmente, sino a través del testimonio de otros.
La campaña vocacional sirve de altavoz a esa llamada, y varios de los jóvenes que responden han escuchado esta vocación por medio de otros jóvenes seminaristas a los que han oído hablar de su vocación sacerdotal. Y sucede también que algunos (no sé cuántos) de los llamados, se hacen sordos a esa voz y escurren el hombro.
A veces, Dios tiene que insistir con varios mensajeros, y aun así respeta siempre la libertad del que quiera responder o no. Por eso, la campaña vocacional debe estar transida de oración, por la que nos situamos en un plano de fe, desde el que pedimos a Dios que envíe trabajadores a su mies, que nos mande muchos y santos sacerdotes para el servicio de su Pueblo.
Tienen mucho que ver en este aspecto las familias: los padres, los abuelos, los hermanos. Si cuando llega la vocación a alguno de los miembros de la familia, todos apoyan, la cosa es más fácil. Es más fácil responder, cuando uno se siente apoyado por su familia.
En el clima de familia cristiana, el caldo de cultivo es más propicio para que Dios llame algún niño o joven para servir a la Iglesia en el camino del servicio ministerial. Por eso, la crisis de vocaciones tiene en parte su referencia en las familias. Empezando por la baja natalidad y siguiendo por las consecuencias de un ambiente ajeno (e incluso hostil) al Evangelio.
Tienen mucho que ver también los sacerdotes. Los principales agentes de pastoral vocacional son precisamente los sacerdotes. Para mí y para tantos otros, la figura del párroco ha sido fundamental para aclarar los síntomas de mi vocación sacerdotal, que después va configurándose en esa referencia continua.
Queridos sacerdotes, sea vuestra primera y principal preocupación crear un clima vocacional en vuestro entorno. Vivid y hablad de vuestro sacerdocio con alegría pascual, la alegría que en medio de las dificultades se goza con la victoria del Señor. Aunque no falten las cruces, pero es más desbordante el gozo de la resurrección, el gozo del Evangelio, que hemos de transmitir contagiosamente con nuestra vida. Es muy difícil que un niño o un joven se entusiasme con el sacerdocio, si vieran en nosotros la queja y la amargura continua.
“Apóstoles de los jóvenes” reza el lema de este año. Y es que los jóvenes deben ser evangelizadores de los propios jóvenes, y también la vocación sacerdotal se transmite por contagio de otros jóvenes llamados por Dios. Esta es la razón por la que los seminaristas se patean la diócesis en estos días, para encontrarse con otros jóvenes y contarles su experiencia. Pero además esa tarea debe ser permanente, dentro de las posibilidades que ofrecen las múltiples limitaciones humanas. Por eso, oración por las vocaciones.
Dios tiene sus planes, colaboremos con él. El Día del Seminario nos lo recuerda. Todos tenemos algo o mucho que hacer en este campo, para que la Iglesia no se sienta privada de los sacerdotes necesarios para la evangelización. Es un bien común, es tarea de todos. Sed generosos también en la colecta, Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Día del Seminario Apóstoles para los jóvenes.
DÍA DEL SEMINARIO«Pasión por el Evangelio»
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno a la fiesta de san José esposo virginal de María Virgen, patriarca de la Iglesia universal, formador del único y sumo Sacerdote Jesucristo, celebramos el Día del Seminario. Es una ocasión propicia para volver nuestros ojos hacia esta institución diocesana, valorar su importancia .y sentirla como nuestra.
El Seminario es el lugar donde se preparan los que van a ser sacerdotes. El Seminario es la comunidad de los que han sido llamados al ministerio sacerdotal. El Seminario es el tiempo de esa formación. que desemboca en la ordenación. El Seminario es también un edificio emblemático, cuyos lugares son referentes para todo el presbiterio.
Llamados por Dios, los alumnos del Seminario cultivan las señales de vocación, se entrenan en una respuesta radical en el seguimiento del Señor, al tiempo que cultivan la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral.
El Seminario es el corazón de la diócesis, de donde la diócesis recibe la sangre oxigenada que alimenta el organismo, y a su vez el Seminario es el órgano que recibe el alimento de toda la comunidad diocesana.
Nuestra diócesis de Córdoba es bendecida continuamente por Dios con vocaciones para el sacerdocio ministerial, Cada año son ordenados un grupo de jóvenes que rejuvenecen ei presbiterio diocesano, y garantizan el relevo gene- racional en el presbiterio. Cada año vienen niños, adolescentes y jóvenes a nuestro Seminario para discernir su vocación yprepararse para el sacerdocio.
En torno al Seminario gira la vida de la diócesis: las familias, que son el primer seminario, los profesores especializados que imparten sus asignaturas, los formadores que van modelando el corazón sacerdotal de estos aspirantes, los bienhechores que colaboran con su oración y su limosna en el sostenimiento del Seminario. El Seminario es, por tanto, como una orquesta sinfónica, donde cada uno tiene. su papel, y entre todos han de interpretar esa preciosa melodía de dar a la Iglesia pastores según el corazón de Cristo.
En esta preciosa empresa, necesitamos más. “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande trabajadores a su mies» (Lc 10,2). La primerísima tarea en este campo es, por tanto, la oración, porque cada vocación es un don de Dios, que hemos de implorar con humildad y reconocer con generosidad, cuando nos es concedido. Además, entre todos hemos de crear un clima propicio a la vocación sacerdotal, un “clima vocacional”, de manera que cuando un niño, un adolescente o un joven se plantea su vocación, sea acogido y ayudado a cernir y a responder a esta llamada. Que ninguno se sienta rechazado, que ninguna vocación quede aplazada en su respuesta por falta de acogida.
Aquí tienen un papel muy importante los padres. En las familias cristianas es frecuente pedir al Señor que algún miembro de la familia sea llamado al sacerdocio ministerial, y cuando surge una vocación, todos —padres, hermanos, abuelos- se sienten felices y corresponsables en acompañarla.
Queridos padres: Si Dios llama a vuestro hijo para ser sacerdote, no se lo impidáis. Agradeced a Dos este inmenso regalo a la familia y a la Iglesia, acompañad esta vocación frágil, ponedla en contacto con el párroco y con el Seminario.
Pero más importante aún es el papel de los párrocos y de los sacerdotes que están en contacto con los niños, jóvenes o adolescentes. Casi todas las vocaciones al sacerdocio surgen en referencia a algún sacerdote. «Yo quiero ser como este sacerdote”, suele ser la experiencia primera del que es llamado.
De ahí, queridos sacerdotes, la importancia de nuestro testimonio sacerdotal. Un testimonio gozoso y humilde de haber sido llamado por Dios para esta noble tarea al servicio del Pueblo de Dios. Y al mismo tiempo, una preocupación constante por descubrir a los que posiblemente sean llamados y una propuesta directa de esta posible vocación a niños, adolescentes y jóvenes.
No tengáis miedo, queridos sacerdotes, de hacer la propuesta explícita, de acompañar a quienes reconocen esta vocación. Un cura entregado y contento de serlo suele suscitar a su alrededor niños y jóvenes que quieren ser como él. En nuestra época, hay una campaña organizada para desprestigiar al sacerdote católico. Venzamos el mal a fuerza de bien, es decir, respondamos a ello con una vida serena y gozosa en el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones sacerdotales.
Toda la comunidad cristiana tiene un papel importante en el campo de las vocaciones. Todos hemos de sentir como una primera necesidad que la Iglesia tenga sacerdotes. Nuestra diócesis, agradecida a Dios porque no le faltan seminaristas, necesita muchos más para atender las necesidades de la diócesis y de la Iglesia universal. Pidamos al Señor que no falte entre nosotros esa «Pasión por el Evangelio”, que mueva a muchos a seguir la llamada del Señor.
Recibid mi afecto y mi bendición:
MES DE MAYO, MES DE MARIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos en una de las temporadas más bonitas del año. Todo florece, todo se renueva, la vida brota con pujanza, antes de que llegue al calor y lo sofoque casi todo.
El tiempo y las temporadas no son sólo el transcurso cronológico de los días y las horas. El paso del tiempo tiene también otro sentido. El tiempo es momento de gracia, de encuentro con Dios, de crecimiento personal, de trato con los demás, de ser creativos y de ver sus resultados.
Lo más bonito del tiempo es que la persona crece y se va capacitando progresivamente para la eternidad. El hombre se va haciendo capaz de vivir en la eternidad, donde ya no hay ni tiempo ni temporadas, porque la eternidad ha entrado en el tiempo, para llevarlo a su plenitud.
Viviendo en el tiempo, hemos inaugurado ya la eternidad. En Córdoba es especialmente bonito vivir en el mes de mayo: luz de primavera, brisa que no sofoca, flores en abundancia, cruces de mayo, feria para rematar el mes. Y en este contexto, la Pascua del Señor. Cristo que ha vencido la muerte, y nos hace partícipes de su victoria. Cristo que nos envía desde el Padre al Espíritu Santo en Pentecostés, remate de la Pascua.
María, que llena el mes de mayo en la espera orante de ese Espíritu Santo. Primeras comuniones, confirmaciones, bodas, bautizos. Encuentro festivo de las familias, porque Dios se acerca a nuestras vidas y nos reúne en su amor y en nuestra amistad.
Cuánta belleza en los ojos de un niño que se acerca a comulgar con su alma limpia. Cómo impresionan estos momentos de cada uno de los sacramentos, en los que Dios llega hasta nosotros y nos hace partícipes de su vida. La vida cristiana ha sido siempre fuente de alegría en todas las generaciones.
Las cruces de mayo son la exuberancia de la Cruz del Señor, que ha florecido con la primavera. En la Cruz está Jesús que ama y se entrega, está su sangre que se derrama. De la Cruz brotan las flores, porque Cristo ha saldado nuestras deudas, nos ha abierto las puertas del cielo, nos ha hecho hermanos unos de otros. La señal del cristiano es la santa Cruz. La cruz de mayo es la Cruz florida y hermosa. La fiesta de las cruces de mayo es un canto a la vida, lleno de esperanza. En la Cruz de Cristo alcanzamos misericordia, y por eso hacemos fiesta.
Los patios de Córdoba son la expresión de un patrimonio cultural, son la exposición de la alegría de la vida, que vuelve a brotar en la primavera. Los patios de Córdoba representan esa alegría llevada a la familia, al hogar, a las relaciones más entrañables del corazón humano.
La alegría de unos esposos que estrenan su amor en fidelidad permanente cada día. La alegría de un niño que nace y lleva inscrito en su ADN un proyecto de amor de Dios del que sus padres son garantes, la alegría de unos jóvenes que se enamoran y piensan en el futuro compartido.
La vida es gozosa, porque no somos seres para la muerte, sino para vivir eternamente. Los patios de Córdoba nos recuerdan todo esto, y mucho más. Por último, la feria de Córdoba, donde la alegría se comparte con los amigos y donde se encuentran a otros, que hacía tiempo no veíamos, y en la calma del descanso festivo y feriado podemos comunicar nuestra experiencia de la vida, y escuchar al otro que te comunica su intimidad. Qué bonita es la convivencia, cuando es sana, y no necesita de emociones fuertes para vivir.
En medio de esta alegría del mes de mayo, María es la flor más bonita de este mes, y a la que queremos ofrecerles las mejores flores de nuestro jardín. María que nos prepara a recibir al Espíritu Santo, como lo hizo convocando a los apóstoles de su Hijo en el Cenáculo y uniéndolos a todos en la oración. Es la madre que se alegra de vernos a todos unidos.
¡Feliz mes de mayo, queridos cordobeses! Que la alegría de la vida que brota de la Cruz de Cristo, que florece en los geranios y claveles de nuestros hogares y que se va afianzando en la convivencia con los amigos, alivie de las fatigas del trabajo, dé esperanza a quienes la han perdido y nos haga más capaces de compartir con quienes lo pasan mal. Recibid mi afecto y mi bendición: Mes de mayo en Córdoba.
PRIMERAS COMUNIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los niños y niñas de primera comunión tienen siempre la misma edad, los que vamos pasando somos nosotros, sobre los que va recayendo el peso de los años. Pero los niños de primera comunión representan esa eterna infancia llena de inocencia, de ternura, de alegría, presente en el rostro de tantos niños y niñas, que vemos estos días vestidos de primera comunión. Se trata de un momento feliz en la vida de cada uno de los cristianos, por otra parte inolvidable, como otras experiencias fuertes que vivimos en la infancia.
El momento de la primera comunión, con sus antecedentes y consiguientes, es un momento de gracia especial por parte de Dios en la edad temprana de nuestra vida. Podemos decir que Dios se vuelca sobre cada uno de estos niños y niñas para hacerles entender que Él siempre nos ama, que es bueno con nosotros, que está siempre dispuesto a perdonarnos, que nos quiere hacer felices en la vida terrena y en el cielo para siempre. Los niños lo viven y lo creen sin especiales dificultades. Es de mayores cuando surgen las dificultades y cuando incluso pueden oscurecerse estas vivencias.
Pero la referencia a aquella experiencia feliz de la primera comunión ha redimido a muchas personas a lo largo de su vida de adultos. De ahí la importancia de vivir bien esa experiencia de la primera comunión. A lo largo de mi vida pastoral he encontrado con casos muy llamativos de personas que habían dejado casi totalmente toda práctica religiosa a lo largo de su vida y que incluso habían mostrado su actitud contraria a lo religioso, y ante una enfermedad inesperada o ante una desgracia de cualquier tipo, han reaccionado conectando con aquella experiencia de la primera comunión, recogiendo su vida y centrándola en lo verdaderamente importante.
Fueron felices con Dios, conocieron a Jesús, se sintieron hijos de su buena Madre, y, llegada la hora de la verdad, quieren conectar con aquella felicidad vivida en la primera comunión, que nadie pudo darles nunca. Por eso es importante que los mayores, sobre todo los padres, los catequistas, los sacerdotes y todos los que rodeamos a los niños de primera comunión les ayudemos a vivir una experiencia feliz centrada en Jesucristo, como el mejor de los amigos, que nos introduce en la vida de Dios para siempre.
En primer lugar, dejándonos evangelizar por estos niños y niñas. Es verdad lo que ellos sienten, es verdad que Dios es amigo, es verdad que Jesús me quiere, es verdad que María nuestra madre cuida de nosotros. No hemos de vivir en el entorno de estos niños “como si” todo eso fuera verdad, sino vivirlo de verdad, como lo viven ellos. Sin prejuicios, sin ideologías que matan nuestra inocencia, sin pretextos que retardan nuestra respuesta.
Por otra parte, no hemos de convertir la primera comunión en una simple fiesta social o de familia. Es bueno encontrarse, compartir esa alegría entre toda la familia. Pero la mejor manera de ayudar a estos niños es entrar en la verdad de lo que celebramos. Es decir, el mejor regalo para estos niños es que sus padres y todos los que acuden a la primera comunión comulguen el Cuerpo del Señor, habiendo hecho una sincera confesión fruto de una sincera conversión.
Los adultos hemos de evitar atiborrar a los niños con regalos, que incluso a ellos no les interesan. El mejor regalo, el único insustituible es Jesús y ninguna otra cosa debiera distraer en este día la atención de los niños. Vendrán otras ocasiones en que podremos tener algún detalle, pero no hagamos víctimas a estos niños de una sociedad de consumo que nos asfixia y puede asfixiar en ellos la preciosa experiencia de la primera comunión.
Y, por último, enseñemos a estos niños a compartir: a compartir su fe en Jesús con otros niños, de manera que se hagan misioneros (no proselitistas) ya desde la infancia; a compartir su alegría con otros niños que viven en condiciones de pobreza extrema, y a veces no lejos de nosotros.
A los niños no se les hace difícil todo esto, hagamos un esfuerzo los mayores para entrar en la órbita feliz de los niños de primera comunión. Dios quiere que la primera comunión de un niño o niña sea una ocasión de gracia para todos los que le rodean. Recibid mi afecto y mi bendición: Niños de primera comunión.
PENTECOSTÉS, ESPÍRITU SANTO Y APOSTOLADO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. A los cincuenta días de la Pascua, fue enviado el Espíritu Santo desde el seno del Padre, por el cauce de la humanidad santísima de Jesucristo, de cuyo costado, abierto por la lanza, manó sangre y agua. Y llenó toda la tierra, renovándola.
La fiesta litúrgica de Pentecostés tiene la capacidad de actualizar aquella efusión del Espíritu Santo, para renovar hoy todo el universo. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia. El Espíritu Santo, alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Esa fuerza potente del Espíritu Santo no es una energía anónima, que pudiera desprender el cosmos. No. Se trata de una relación personal, una relación de amor, de tú a tú.
El Espíritu actúa silenciosamente en nuestros corazones y los va inflamando con el fuego de su amor, nos va recordando las cosas de Jesús y nos da la profunda convicción de que somos hijos de Dios y miembros de su familia que es la Iglesia.
El Espíritu Santo prende en el corazón de los creyentes para hacerlos testigos: “Esta es la hora en que rompe el Espíritu el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo. Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo...” (himno litúrgico). La fiesta de Pentecostés es por tanto la fiesta del apostolado.
Los apóstoles, al recibir el Espíritu Santo, fueron fortalecidos con la fuerza de lo alto y se convirtieron en testigos valientes de Jesús en medio del pueblo, dispuestos incluso a sufrir persecución y hasta martirio por amor a Jesús. Las vigilias y la misma fiesta de Pentecostés en cada una de las parroquias quiere alentar en todos el dinamismo apostólico que hoy necesita la Iglesia para presentarse ante el mundo como la Esposa de Cristo, signo transparente de su presencia y de su amor en el mundo, santa e inmaculada en medio del mundo.
Es el día del apostolado seglar. Los fieles laicos en la Iglesia son como un enorme gigante dormido, que va despertando para asumir la tarea propia en la Iglesia y en el mundo: imbuir las realidades de este mundo con el espíritu del evangelio, a manera de fermento, como sal de la tierra y como luz del mundo.
Renovarlo todo para llevarlo a su plenitud, purificándolo de todo lastre. La familia se hace nueva, el amor humano se hace nuevo, el trabajo adquiere un sentido nuevo, la vida social es otra cosa, y hasta la política adquiere su verdadera dimensión de servicio a la sociedad en el ejercicio de la caridad social. El Espíritu Santo todo lo hace nuevo, dejemos que entre en nuestros corazones.
Es el día de la Acción Católica. Desde los primeros pasos, la Acción Católica vio en esta fiesta de Pentecostés su fiesta propia, en la cual tomar conciencia del papel de los laicos en la vida de la Iglesia y tomar impulso para su apostolado. Y concretamente de los laicos que viven en torno a la parroquia y a sus pastores, siguiendo sus planes pastorales y desembocando en la parroquia sus colaboraciones para convertirla en una comunidad viva, con un fuerte sentido de comunión, en la participación y en la corresponsabilidad eclesial.
No es la única forma de participación de los laicos en la vida de la Iglesia. En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Pero la Acción Católica ha gozado siempre de una preferencia por parte de los pastores, porque en su propia naturaleza se confiesa como estrecha colaboradora del apostolado parroquial y diocesano.
En estrecha comunión con los pastores, en estrecha colaboración con la jerarquía y como vínculo de comunión entre todos los fieles laicos de la parroquia, actuando públicamente en nombre de la Iglesia.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Ven y haz nuevas todas las cosas, renovando nuestro corazón. Recibid mi afecto y mi bendición: Espíritu Santo y apostolado.
VERANO, YO ME APUNTO A RELIGIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Está abierto el plazo para la matriculación en los cursos de primaria y secundaria, donde se pide la participación en la clase de Religión católica en la escuela. Atentos los padres de familia, atentos los alumnos para no dejar pasar el plazo, y renovar una vez más el compromiso de apuntarse a Religión.
La clase de Religión te enseña a ser mejor discípulo de Jesús, a conocer tu historia religiosa, a comprometerte en la vivencia de una auténtica vida cristiana, a ser solidario con el amor de Cristo con todos los desfavorecidos de la tierra.
Si eres católico, apúntate a clase de Religión católica. Si haces la primera comunión, si acudes a confirmarte, sería una incoherencia no apuntarte a Religión católica en tu escuela. Es asombroso el alto porcentaje de padres y de alumnos que solicitan la clase de Religión en la diócesis de Córdoba, tanto en los centros públicos como en los concertados. Es como un referéndum, que año tras año revalida esta elección, con la que está cayendo.
Contrasta este altísimo porcentaje de peticiones con la cantidad de pegas que encuentran los padres y los profesores para cumplir este sagrado deber, que es un derecho reconocido en la legalidad vigente, en la Constitución española y en las leyes. A veces, podíamos pensar que se intenta por todos los medios eliminar esta asignatura, porque no se favorece, sino que se obstaculiza lo más posible.
A pesar de todo, los padres siguen pidiendo Religión católica para sus hijos en un altísimo porcentaje: más del 90 % en primaria y más del 70 % en secundaria. En mis visitas pastorales, no dejo de acudir a la escuela, y me reciben con gran alegría los alumnos. Agradezco la buena acogida, salvo rarísimas excepciones, por parte del equipo directivo, el consejo escolar, los padres y los alumnos. Se trata de un verdadero acontecimiento pedagógico del Centro, en el que la inmensa mayoría de alumnos son católicos y alumnos de Religión católica. Ellos lo demandan, no se lo impidamos.
Tener clase de Religión católica en la escuela no es ningún privilegio de los católicos. Es sencillamente el reconocimiento de un derecho a la libertad religiosa, que incluye la libertad de enseñanza, y asiste a los padres al elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Porque la responsabilidad de la educación corresponde en primer lugar a los padres.
Elegir la clase de Religión para los hijos es el ejercicio de un derecho, no es un privilegio. Y al elegir la clase de Religión católica, los padres y los alumnos tienen derecho a ser respetados en este ideario, no sólo en esta clase sino en todas las demás, no enseñando nada que pueda herir la sensibilidad católica del alumno, que se está formando. Y esos mismos alumnos, que han elegido libremente la Religión como asignatura, tienen derecho a que el Obispo los visite.
El Obispo, por tanto, visita las aulas no invocando un privilegio del pasado que hay que superar, sino como un derecho de los niños y jóvenes de hoy. Los derechos de los niños deben ser respetados por todos. Un Estado aconfesional no significa un Estado que ignora la Religión, y menos aún un Estado que la persigue o pretende eliminarla. El Estado aconfesional no tiene como oficial ninguna religión, pero respeta todas dentro de una legalidad de convivencia, e incluso contribuye a su pervivencia.
En España más de un 90 % de ciudadanos se confiesan católicos. La presencia de la Religión en la escuela no hace daño a nadie, y beneficia a todos los que la eligen. Es momento, por tanto, de estar atentos, queridos padres. No se os olvide hacer constar esta petición en vuestro centro de enseñanza.
Apoyad a los profesores de Religión. Es por el bien de vuestros hijos, que son también hijos de la Iglesia católica. Jóvenes, apuntaos a la clase de Religión. En ella aprendes muchas cosas de tu religión católica, que te ayudan a conocer y a formarte como católico. Defiende tus derechos. Si vas siendo responsable, date cuenta de que ser católico no es cosa de nombre, sino de verdad.
Profesores de Religión, os agradezco vuestra dedicación a esta tarea. Conozco vuestras dificultades y cómo os abrís camino en medio de ellas. Apelo a vuestra conciencia de católicos militantes y confesantes en medio de una sociedad que mira de lado la religión o que la desprecia.
Os animo a ser testigos con vuestra vida, con vuestra profesionalidad y vuestra competencia ante estos niños y jóvenes que se os confían. La Iglesia y los padres de estos niños os lo agradecemos.
Con mi afecto y bendición: Yo me apunto a Religión.
DOMINGO XVII
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos. El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio.
El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres.
Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos.
Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación.
El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos.
El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres. Por eso, nuestro señor Jesucristo, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.
Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo.
Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional.
En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir. Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos. Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino.
La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos. Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. “Comerán y se hartarán”, anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla. Recibid mi afecto y mi bendición: Dar de comer al hambriento.
SEPTIEMBRE 14 LA SANTA CRUZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Santa Cruz el 14 de septiembre nos da la pauta cada año para el inicio del curso cristiano: bajo el signo de la Santa Cruz. No empezamos nuestras actividades por una programación comercial o de marketing, por unos objetivos marcados que hemos de revisar como la cuenta de resultados empresarial. Empezamos el curso cristiano en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo el signo de la Santa Cruz.
La Santa Cruz para el cristiano no es una carga pesada e insoportable, que hemos de arrastrar resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo.
Después de haber celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida.
La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir más unidos a Cristo, porque “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), compartiendo sus sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor.
Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la salvación del mundo.
Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él. Mirando la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor.
Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora. Son tantos los sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del Evangelio: amar hasta dar la vida.
Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro para sus hijos en ella. Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar.
Necesitamos la Cruz de Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno en ocasión de solidaridad fraterna. Es posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han curado.
Comencemos el nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente.
La Virgen de los Dolores es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz. Recibid mi afecto y mi bendición: Bajo el signo de la Santa Cruz.
EL SIGNO DE LA SANTA CRUZ.
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La señal del cristiano es la santa Cruz. Para los musulmanes, su señal y símbolo es la media luna. Para los judíos, la estrella de David (de seis puntas). La señal del cristiano es la santa Cruz, porque en ella murió nuestro Señor Jesucristo para redimir a todos los hombres. En principio, la cruz era la pena capital según la ley romana; entre los judíos de aquel tiempo, la pena capital era la lapidación. Jesús fue condenado a la pena capital de la cruz por parte de Pilato, gobernador romano en la provincia romana de Palestina. La crucifixión era una pena capital horrible y de muerte lenta, por agotamiento o por desangramiento y asfixia. Jesús se sometió libremente a la muerte de Cruz, nos recuerdan los textos bíblicos, como momento supremo de su ofrenda. Él es el Cordero de Dios, que sustituye a los corderos de los antiguos sacrificios, ofrecido como expiación por los pecados del pueblo, ofrecido como sacrificio de comunión, ofrecido en sacrificio de holocausto (destrucción total de la víctima). Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, cargándolo sobre sus espaldas. La imagen que ha quedado impresa en la retina de los discípulos de Cristo es la de la Cruz, a la que fue clavado nuestro Señor y Redentor. Llegados al 14 de septiembre, celebramos la fiesta litúrgica de la Santa Cruz, completada el 15 con los dolores de María su madre junto a la Cruz. Una vez más, Él y ella van siempre juntos, porque junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María, en actitud de sintonía y colaboración. Y en ese momento supremo Jesús nos da como madre a su misma Madre, María. Fiesta, por tanto, de la Santa Cruz y de la Virgen de los Dolores, con un tono festivo y victorioso. Ya no es la Cruz del viernes santo que a todos nos aplasta, es la Cruz victoriosa en la que Jesús ha vivido la muerte con libertad, ha amado hasta el extremo de dar la vida, ha vencido por su resurrección al pecado, a la muerte y a Satanás. En Córdoba y en muchos pueblos, esta fiesta es la de las cruces de mayo, que hace unas décadas ha sido fijada el 14 de septiembre, aunque entre nosotros se siga celebrando en los primeros días de mayo. Repetirlo no es ningún obstáculo, así lo entendemos mejor. La cruz es el sufrimiento vivido con amor. La Cruz se ha convertido en el símbolo del amor, desde el patíbulo más horrible. No basta el sufrimiento, que a tanta gente le aparta de Dios, como si Dios tuviera la culpa de nuestros dolores (porque no fuera capaz de remediarlos). No basta el amor, que en tantas ocasiones tiene tintes poéticos e idealistas, y a veces queda en simples palabras bonitas. La Cruz es el sufrimiento vivido con amor, vivido en libertad. Es un amor que se expresa dando la vida, perdiendo la propia vida. Es un sufrimiento que se vive en el amor, en el don de sí mismo, alcanzando una fecundidad ilimitada. Eso es lo que celebramos el 14 de septiembre. En este domingo, además, Jesús nos invita a seguirle por este camino: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34). No hay otro camino, y cuanto más tardemos en asumir esta realidad, peor para nosotros. Nuestra carne y nuestra manera mundana de entender la vida nos hace pensar en el placer, en el éxito, en el tener y en el poder. Jesús entra de lleno en nuestra vida para proponernos otra forma de vivir, la que ha vivido Él. Supuesto que el pecado ha trastornado todo lo que ha salido bien de las manos de Dios, no hay otro camino de redención que asumir la cruz de cada día, como ha hecho Jesús, e ir tras de Él. Si no tomas tu cruz con decisión, tendrás que llevarla arrastrándola; y así pesa más. En definitiva, se trata de seguirle a Él, de vivir con Él, de vivir como Él; y eso incluye la cruz de cada día. Pero si le seguimos, es porque ha vencido la muerte, el egoísmo, el pecado; y nosotros queremos vivir de esa libertad que Él nos ha alcanzado y que nadie más nos puede dar. Si morimos con Él, reinaremos con Él. Recibid mi afecto y mi bendición: La Santa Cruz Q
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el seguimiento de Jesús, él nos da lecciones muy bellas acerca de esta pretensión del corazón humano: No busques el primer puesto, porque puede estar reservado para otro y cuando llegue te lo quitarán (Lc 14,7-11), tú busca el último puesto. No busquéis los primeros puestos, porque ya están reservados por mi Padre celestial (Mc 10, 40), el que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor. En el evangelio de este domingo, los discípulos de Jesús habían ido comentando por el camino quién era el más importante. Y Jesús les enseña: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Es lo que ha hecho Jesús. Su vida en la tierra no ha sido deslumbrante, y eso que era Dios. Ha preferido ocultar su gloria con el velo de la humildad, en una naturaleza semejante a la nuestra y sometida a toda clase de limitaciones, pasando como un hombre cualquiera, “el hijo del carpintero”. Nace pobre en un establo, vive una vida de familia normal, pasando desapercibido. Ejerce su ministerio, con signos milagrosos y con palabras de vida eterna, que le llevan a la Cruz. En la resurrección será ensalzado y colocado a la derecha del Padre. Su gloria brilla más cuánto más humillada ha sido su condición terrena. San Pablo nos invita a tener estos sentimientos de Cristo: “Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo… que siendo Dios, se ha hecho hombre, se ha despojado de todo, obediente hasta la muerte de Cruz” (cf Flp 2, 5ss). “Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Co 8, 9). Se busca este perfil en el discípulo de Cristo. La tendencia del corazón humano, herido por el pecado, es la ganar prestigio, ocupar primeros puestos, como si eso diera al hombre la felicidad. En el fondo, se trata de una inseguridad, que busca asegurarse agarrándose a lo que puede. Jesús, por el contrario, pone el acento en el servicio. No nos enseña a ser tontos o a parecerlo, no. Nos enseña a servir, poniendo el acento en esta actitud, como una meta permanente del corazón que quiere parecerse a él. En nuestro corazón y en nuestro alrededor, se finge hasta la mentira, la apariencia de lo que uno no es. Jesús nos llama a conversión y a vivir en la verdad: los dones que adornan tu vida son dados por Dios para el servicio a los demás. Somos lo que somos a los ojos de Dios, no lo que parecemos o aparentamos a los ojos de los hombres. La competitividad que debe incitar al cristiano es la de parecerse a Jesús y la de servir a los demás, a los de cerca y a los de lejos. Nos pone como ejemplo a los niños. Ellos no tienen picardía, no son maliciosos, tienen un corazón limpio. Jesús nos invita a parecernos a ellos. Es lo que llamamos “infancia espiritual”, que está tejida de humildad, de sencillez, de servicio, de amor. Es todo un programa de vida, porque en relación con nuestros padres de la tierra, cada vez somos menos hijos, menos dependientes de ellos (incluso, cuando llegan a mayores, dependen ellos de nosotros). Pero en relación con nuestro Padre del cielo, cada vez somos más hijos, más dependientes de él, más “niños”, hasta que nos hundamos plenamente en su seno paternal para siempre. “Si no os convertís y os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18, 3). En el momento supremo de su vida, Jesús nos dio esta gran lección. Al sentarse a la mesa para la cena pascual, se puso a lavar los pies a sus apóstoles: “Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14). Con el gesto de lavar los pies, arrodillado a los pies de sus apóstoles, Jesús deja a su Iglesia el testamento de su amor y nos marca la pauta de su seguimiento: servir hasta el extremo. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:En el seguimiento de Jesús, él nos da lecciones muy bellas acerca de esta pretensión del corazón humano: No busques el primer puesto, porque puede estar reservado para otro y cuando llegue te lo quitarán (Lc 14,7-11), tú busca el último puesto. No busquéis los primeros puestos, porque ya están reservados por mi Padre celestial (Mc 10, 40), el que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor. En el evangelio de este domingo, los discípulos de Jesús habían ido comentando por el camino quién era el más importante. Y Jesús les enseña: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Es lo que ha hecho Jesús. Su vida en la tierra no ha sido deslumbrante, y eso que era Dios. Ha preferido ocultar su gloria con el velo de la humildad, en una naturaleza semejante a la nuestra y sometida a toda clase de limitaciones, pasando como un hombre cualquiera, “el hijo del carpintero”. Nace pobre en un establo, vive una vida de familia normal, pasando desapercibido. Ejerce su ministerio, con signos milagrosos y con palabras de vida eterna, que le llevan a la Cruz. En la resurrección será ensalzado y colocado a la derecha del Padre. Su gloria brilla más cuánto más humillada ha sido su condición terrena. San Pablo nos invita a tener estos sentimientos de Cristo: “Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo… que siendo Dios, se ha hecho hombre, se ha despojado de todo, obediente hasta la muerte de Cruz” (cf Flp 2, 5ss). “Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Co 8, 9). Se busca este perfil en el discípulo de Cristo. La tendencia del corazón humano, herido por el pecado, es la ganar prestigio, ocupar primeros puestos, como si eso diera al hombre la felicidad. En el fondo, se trata de una inseguridad, que busca asegurarse agarrándose a lo que puede. Jesús, por el contrario, pone el acento en el servicio. No nos enseña a ser tontos o a parecerlo, no. Nos enseña a servir, poniendo el acento en esta actitud, como una meta permanente del corazón que quiere parecerse a él. En nuestro corazón y en nuestro alrededor, se finge hasta la mentira, la apariencia de lo que uno no es. Jesús nos llama a conversión y a vivir en la verdad: los dones que adornan tu vida son dados por Dios para el servicio a los demás. Somos lo que somos a los ojos de Dios, no lo que parecemos o aparentamos a los ojos de los hombres. La competitividad que debe incitar al cristiano es la de parecerse a Jesús y la de servir a los demás, a los de cerca y a los de lejos. Nos pone como ejemplo a los niños. Ellos no tienen picardía, no son maliciosos, tienen un corazón limpio. Jesús nos invita a parecernos a ellos. Es lo que llamamos “infancia espiritual”, que está tejida de humildad, de sencillez, de servicio, de amor. Es todo un programa de vida, porque en relación con nuestros padres de la tierra, cada vez somos menos hijos, menos dependientes de ellos (incluso, cuando llegan a mayores, dependen ellos de nosotros). Pero en relación con nuestro Padre del cielo, cada vez somos más hijos, más dependientes de él, más “niños”, hasta que nos hundamos plenamente en su seno paternal para siempre. “Si no os convertís y os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18, 3). En el momento supremo de su vida, Jesús nos dio esta gran lección. Al sentarse a la mesa para la cena pascual, se puso a lavar los pies a sus apóstoles: “Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14). Con el gesto de lavar los pies, arrodillado a los pies de sus apóstoles, Jesús deja a su Iglesia el testamento de su amor y nos marca la pauta de su seguimiento: servir hasta el extremo
DOMINGO XXV
QUIEN ES EL PRIMERO EN EL REINO DE LOS CIELOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Iban los discípulos con Jesús camino de Jerusalén. Iban juntos, pero no iban pensando lo mismo. Jesús iba hablando de sus cosas, de sus intereses, de su horizonte, de su Pascua. De su Pasión y Muerte, que culminaría en la Resurrección. Ellos, sin embargo, iban a su bola. Están pensando en quien será el primero, quien ocupará el primer puesto en el reino que Jesús va a inaugurar. Se enfadan entre ellos, porque quieren todos el primer puesto y entran en competencia unos contra otros. La mentalidad de Jesús y la de los apóstoles son contrapuestas, hay intereses divergentes.
Cuando Jesús les pregunta de qué venían hablando por el camino, ellos no contestaron. Les daba vergüenza verse confrontados con Jesús. Ver en Él el servidor bueno y generoso y estar ellos maquinando otros intereses egoístas.
Reconocer el propio pecado es ya un paso notable para poder cambiar, para poder caminar en el seguimiento de Jesús. Jesús aprovecha para darles una enseñanza: «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».
Con esta afirmación Jesús está haciendo un retrato de sí mismo, porque siendo Dios, se ha abajado a nuestra altura para elevarnos a nosotros a la suya. Ha compartido nuestra situación para hacernos partícipes de su condición de Hijo, repartiendo con nosotros la herencia y haciéndonos hijos de Dios y herederos del cielo. Jesús ha recorrido el camino de la humildad, haciéndose esclavo y obediente por amor, hasta dar la vida para que nosotros tengamos vida abundante, y vida eterna.
A Carlos de Foucauld le gustaba repetir: escoge siempre el último puesto y nadie te lo quitará. La tendencia natural es la de escalar. Si, además, esa tendencia está herida por el pecado, la escalada se hace incluso a costa de pisar a otros. Más aún, se utiliza a los demás para mi propio provecho.
El egoísmo y la soberbia nunca se sienten satisfechos. Eso le pasó a Adán y todos los humanos tropezamos en la misma piedra. En la raíz de todo pecado se encuentra la soberbia y la mentira. En cambio, Jesús propone un camino nuevo: el camino del servicio que brota de un corazón sencillo y humilde.
Y la humildad es «andar en verdad», como nos enseña santa Teresa de Jesús. El cálculo humano nos lleva a pensar en los primeros puestos, en eludir todo tipo de humillaciones, en aparentar mucho más de lo que somos. Jesús, sin embargo, nos propone otro camino, que nos llevará ciertamente a la plenitud: el camino de la humildad y del servicio por amor. Buscar el último puesto lleva consigo despojamiento voluntario y pobreza para seguir a Cristo pobre y despojado.
La gloria está más allá. Antes o después, por muy encumbrado que te encuentres, tendrás que despojarte hasta de tu propio cuerpo. Mejor es, por tanto, ir entrenándose en ese trabajo voluntario, realizado por amor, que ser arrancado del todo con un tirón doloroso. «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».
María ha sido la humilde esclava del Señor, la que más se ha parecido a Jesús, su Hijo. Ella ha buscado el último puesto, y nadie se lo quitará. Porque en ese puesto ha llegado a ser la primera entre todos, bendita entre todas las mujeres. Por eso la felicitarán todas las generaciones. Sólo la luz del Evangelio ilumina esta realidad tan contradictoria con nuestras apetencias y aspiraciones. Sólo el misterio del Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre (GS 22), mostrándole su vocación de hijo de Dios.
En medio de todo, Jesús no rechaza a sus apóstoles, que andan buscando el primer puesto y riñen entre ellos por alcanzarlo. Convive con ellos, tiene paciencia, les explica el Evangelio, dará la vida por ellos. Y ellos un día llegarán a parecerse del todo a su Maestro.
En el seguimiento de Jesús no empezamos siendo perfectos, empezamos a seguirle porque Él nos atrae, a pesar de nuestros pecados. Acoger a Jesús nos irá llevando a ser humildes e incluso a sentir la vergüenza de no serlo. Él, que nos ha llamado a seguirle, completará en nosotros la obra que ha comenzado. Recibid mi afecto y mi bendición: ¿Quién es el primero?
DOMINGO MARCO 9,43 SI TU MANO DERECHA TE ESCANDALIZA, CÓRTATELA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9,43- 47), nos enseña Jesús este domingo. Se trata de una de las enseñanzas más tajantes de Jesús, por la que hay que jugárselo todo para entrar en el Reino de los cielos.
El seguimiento de Jesús lleva consigo una actitud radical y tajante, que no admite compromisos ni mediocridades. O cortamos tantas situaciones que nos alejan de Dios, o nos iremos alejando de Dios cada vez más.
Si quieres entrar en el Reino de los cielos, tienes que adoptar decisiones tajantes en tu vida. Por el contrario, cuando los discípulos van a quejarse porque algunos que no son de los nuestros hacen cosas buenas, Jesús les responde: “No se lo impidáis…, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,41).
Podíamos decir que todo lo bueno que hay en el mundo, todo lo bueno que hay en el corazón de otra persona, nos hace cercanos, connaturales y hermanos. No existe persona, por muy mala que sea, que no tenga cosas buenas, y a veces más de las que nosotros vemos a simple vista. Y con eso bueno que tiene es capaz de hacer cosas buenas, con las que me siento en sintonía y con las que puedo colaborar.
Le pasó también a Moisés, cuando aquellos dos no estaban en el campamento al venir el Espíritu sobre ellos. También aquellos dos ausentes se pusieron a profetizar, y vinieron a decirle a Moisés que se lo prohibiera. Moisés respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!”(Nm 11,29).
Si hacen el bien, no serán tan malos. La envidia, que anida en el corazón del hombre pecador, nos equivoca haciéndonos pensar que lo bueno que hacen los demás merma bondad a lo bueno que hagamos nosotros. Y no es así. Todo lo que hay de bueno en el mundo, venga de donde venga, procede de Dios, que es el origen de todo bien.
Aquí reside la plataforma común desde la que es posible el diálogo con toda persona humana: la verdad, el bien y la belleza anidan en el corazón de todo hombre. Y poniendo en común lo que cada uno ha ido descubriendo, podemos sumar y llegar a la verdad plena, que sólo se encuentra en Dios.
La verdad no es la suma de nuestras verdades, sino que existe por sí misma y todo hombre tiene acceso a ella, aunque no sea capaz de abarcarla por completo. La verdad y el bien se reciben como un don en nuestros corazones.
Ese encuentro con la verdad, que no dominamos, es lo que nos hace capaces de entrar en diálogo con toda otra persona, porque también nosotros estamos a la búsqueda de la verdad plena. No hemos recorrido todo el camino, somos peregrinos. Y en el camino de la vida, otra persona, sea quien sea, nos puede enseñar y hemos de estar dispuestos a acoger lo bueno que nos brinda.
Por eso, Jesús nos propone un camino de exigencia personal, tajante consigo mismo sin falsas compasiones, y al mismo tiempo de apertura en el trato con los demás, inclusivo para acoger a todos, vengan de donde vengan. Según aquello que cada uno percibe, sea coherente y llegue hasta el final. Dios le pedirá cuenta.
Y en relación con los demás, abra los ojos a todo lo bueno que hay en el corazón de cada hombre en la espera de que el otro llegue a la plenitud de la verdad. El cristiano ha aprendido de Cristo esta actitud de diálogo con todos. Jesús acoge a todos, valora a todos, escucha a todos. Y para todos ha venido, poniéndose a su servicio, para que todos tengan vida eterna.
La misión de la Iglesia incluye este diálogo de salvación: acercarse a cada hombre para ofrecerle la verdad que nos ha sido dada en Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Tajante consigo mismo, inclusivo para los demás.
DOMINGO EL JOVEN RICO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llamada de Jesús a seguirle de cerca no es una iniciativa humana ni una ocurrencia subjetiva, sino que tiene su origen en el amor de predilección del mismo Jesús.
Aquella mirada con la que Jesús llama al joven rico es la misma mirada con la que se han sentido llamados tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. “No se me había ocurrido”, “Yo no quería”, “Me vino por sorpresa”, comentan muchos de los llamados. Es como si en un momento cualquiera, del que uno guarda imborrable recuerdo, hubiera entendido que Alguien me ama con amor eterno y llena de sentido pleno toda mi existencia.
Si el corazón humano está hecho para ser amado, la llamada personal va acompañada de ese amor en plenitud que promete una vida fecunda. Después viene el análisis de los signos, puesto que la fe es razonable, no una corazonada irracional. Pero el punto de arranque es el amor, “Él nos amó primero” (1Jn 4, 10), que busca correspondencia.
Esa llamada, precisamente por ser total, implica una respuesta de totalidad. “Véndelo todo y dalo a los pobres”. Seguir a Jesús es incompatible con la reserva de algo para sí. Hay que darlo todo, porque uno ha encontrado a quien le da todo. Y además, se trata de una actitud sostenida a lo largo de toda la vida. No se cumple de una vez por todas. Es un camino, un itinerario de progresivo despojamiento, sin posibilidad de reconquista. Dejarlo todo, quemar las naves y no volver la vista atrás. Todo un proceso de conversión permanente y de crecimiento en el seguimiento de Cristo.
La riqueza es un peligro. Aquel joven era rico simplemente por ser joven. Tenía toda su vida por delante, además de las cualidades y recursos a su alcance. Es en la juventud normalmente cuando Dios llama.
E invita a dejarlo todo, no cuando pase la mitad de la vida, sino en los albores de esa vida, en la primera juventud, cuando la persona tiene todas las posibilidades por delante, cuando es rico. La juventud es por tanto el momento de la llamada y es cuando más tiene uno que dejar. Su vida entera.
Pero al mismo tiempo, como aquellos amores primeros de juventud, la respuesta tiene un encanto que no lo tiene cualquier otro momento posterior de la vida. La perseverancia en ese primer amor exige el cuidado atento para mantener un corazón libre y siempre disponible, un corazón pobre, de manera que la llamada y la respuesta no pierdan el encanto primero.
Ha habido personas que se entregaron con toda sinceridad y sin escatimar nada, pero han dejado crecer en su corazón otras hierbas, espinas y abrojos. Y eso ha sofocado la generosidad del amor primero. Hay que cuidar el corazón, que se agarra a lo que pilla y puede malograr aquella respuesta generosa de juventud.
Aquel joven no quiso responder. Entramos en el misterio de la libertad humana. Me he encontrado con muchos jóvenes que han aplazado la respuesta e incluso con algunas personas que se arrepienten de no haber respondido a tiempo y ya no haber podido estrenar un amor que se ofreció en su primera juventud. Sólo la misericordia de Dios es capaz de devolver lo primigenio, la frescura de aquel amor.
La misericordia de Dios es capaz de hacerlo todo nuevo. Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, insiste Jesús. No se trata de despreciar todo lo bueno que Dios nos da. Y las riquezas (materiales, espirituales) son dones de Dios. Pero tales riquezas suponen un peligro constante en la vida de la persona.
Buenas son las riquezas, pero mejor es la pobreza, cuando se trata de parecerse a Jesús. Y el que ha sido tocado por un amor de este calibre, debe aspirar a vivir en pobreza y humildad para parecerse a su Maestro y Señor. Es un lenguaje que el mundo no entiende. Pero el que ha sido tocado, entiende que su tesoro es el Señor y no aspira a otra cosa. Incluso, busca renunciar a todo con tal de tenerle a él. “Por él lo perdí todo” (Flp 3,8), con tal de ganarle a él.
Esta es la sabiduría de la vida, acertar en descubrir aquel proyecto de amor que Dios me tiene preparado. Esa es la vocación en cualquiera de sus formas. Y todas ellas tienen un punto común de arranque: el amor de Cristo que supera toda ideología. Recibid mi afecto y mi bendición: Le miró con amor.
DOMINGO MARCOS 12, 44 LAS DOS VIUDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17, 10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44).
A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4, 26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo. Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo.
Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo. Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús.
El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia.
El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar.
Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos.
El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas.
La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante. “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento.
La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento. Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia.
Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás.
Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre. Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón...
Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir.
Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo.
Recibid mi afecto y mi bendición: «Ha echado todo lo que tenía para vivir».
DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Qué es una diócesis? Un territorio de la Iglesia católica, que comprende una comunidad amplia, con sus fieles, con sus pastores, con sus personas dedicadas plenamente o consagradas a Jesucristo y su Evangelio, con múltiples carismas e instituciones.
La diócesis de Córdoba incluye toda la provincia civil de Córdoba, con 232 parroquias, 800.000 fieles, 350 sacerdotes, 70 seminaristas que se preparan al sacerdocio, multitud de fieles laicos en torno a las parroquias, en torno a las cofradías, en torno a los diversos carismas y nuevos movimientos, y más de 800 hombres y mujeres de vida consagrada.
La diócesis de Córdoba constituye todo un caudal de santidad heredado desde siglos al servicio hoy de la evangelización. Esto es, para decir al mundo entero que Dios es amor, que en su Hijo Jesucristo muerto en la cruz y resucitado, nos ha expresado ese amor hasta el extremo y nos ha dado su Espíritu Santo; que estamos llamados a ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre, y que el mundo sólo tiene futuro si camina por las sendas del amor.
Un amor que construye, que restaura, que elimina fronteras, que tiende puentes y que abre su mano para ayudar a los más pobres e indefensos de la sociedad.
El Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en esta diócesis de Córdoba, que es la nuestra, y darle gracias a Dios por ello. Nadie se sienta excluido, nadie monte su propio tenderete para su propio negocio. Con las gracias y carismas recibidos y reconocidos por la misma Iglesia pongámonos todos a la tarea de evangelizar nuestro mundo, darle un suplemento de alma, hacer presente el amor y la misericordia de Dios a través de nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestra vida personal y nuestras instituciones.
En el campo de la atención a los pobres, Caritas coordina la caridad de toda la diócesis, en la que colaboran las parroquias, las cofradías, las familias religiosas, en la atención primaria a más de 200.000 personas al año. Nadie hace tanto por los pobres como la Iglesia en Córdoba: comedor de transeúntes en Trinitarios, en Lucena, en Montilla, albergue para los sin techo “Madre del Redentor”, residencias de ancianos, sobre todo por parte de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras familias religiosas, rescate de mujeres víctimas de la trata en Adoratrices, atención a drogadictos, servicio a los presos.
Es admirable esta gran generosidad, donde muchas personas han entregado su vida entera para servir a los pobres, y lo hacen siempre con escasos recursos y con mucha generosidad. En el campo de la educación, la Iglesia en Córdoba atiende 25.000 alumnos en edad escolar en medio de mil dificultades y estrecheces, pero con la constancia de quien se ha entregado de por vida a esta preciosa tarea de formar hombres y mujeres de futuro, la mayoría de ellos en barrios pobres y alguno de élite.
En el campo de la catequesis, del culto, del servicio religioso a una población que en el 90% se confiesa católica: misas, bodas, comuniones, confesiones, confirmaciones, entierros. Miles de horas dedicadas a la catequesis, en pura gratuidad de voluntariado de los catequistas, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos.
Una multitud inmensa de hermanos en las casi mil Hermandades y Cofradías, a las que afluyen multitud de jóvenes. Ninguna institución cuenta con tantos voluntarios y con tantas horas de dedicación.
Se trata de todo un movimiento social en favor de los demás, que genera comunión y crecimiento, y que brota del amor gratuito de Dios, que se ha manifestado en Cristo.
La Iglesia católica no es un parásito de la sociedad, sino su principal bienhechora. Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana es ocasión para dar gracias a Dios por todo esto, renovando el propósito de seguir adelante en el servicio a Dios y a los hombres.
Vivimos tiempos nada cómodos para la Iglesia católica, pero no se dan cuenta quienes nos incomodan del inmenso bien que nos hacen al despertar en nosotros las mejores esencias del amor cristiano, que nos lleva a vencer el mal a fuerza de bien. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia diocesana.
2015 AÑO NUEVO, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz.
La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia.
Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él.
La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo.
En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales. En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor.
Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir. Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico.
Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”.
Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás. Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud.
No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea. Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15).
No es el odio el que construye la historia, sino el amor. Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).
Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz. Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud. Recibid mi afecto y mi bendición. Año nuevo, jornada mundial de la paz «No esclavos, sino hermanos» Q
MES DE MAYO, MES DE MARIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos en una de las temporadas más bonitas del año. Todo florece, todo se renueva, la vida brota con pujanza, antes de que llegue al calor y lo sofoque casi todo. El tiempo y las temporadas no son sólo el transcurso cronológico de los días y las horas.
El paso del tiempo tiene también otro sentido. El tiempo es momento de gracia, de encuentro con Dios, de crecimiento personal, de trato con los demás, de ser creativos y de ver sus resultados. Lo más bonito del tiempo es que la persona crece y se va capacitando progresivamente para la eternidad. El hombre se va haciendo capaz de vivir en la eternidad, donde ya no hay ni tiempo ni temporadas, porque la eternidad ha entrado en el tiempo, para llevarlo a su plenitud.
Viviendo en el tiempo, hemos inaugurado ya la eternidad. En Córdoba es especialmente bonito vivir en el mes de mayo: luz de primavera, brisa que no sofoca, flores en abundancia, cruces de mayo, feria para rematar el mes. Y en este contexto, la Pascua del Señor. Cristo que ha vencido la muerte, y nos hace partícipes de su victoria. Cristo que nos envía desde el Padre al Espíritu Santo en Pentecostés, remate de la Pascua.
María, que llena el mes de mayo en la espera orante de ese Espíritu Santo. Primeras comuniones, confirmaciones, bodas, bautizos. Encuentro festivo de las familias, porque Dios se acerca a nuestras vidas y nos reúne en su amor y en nuestra amistad. Cuánta belleza en los ojos de un niño que se acerca a comulgar con su alma limpia.
Cómo impresionan estos momentos de cada uno de los sacramentos, en los que Dios llega hasta nosotros y nos hace partícipes de su vida. La vida cristiana ha sido siempre fuente de alegría en todas las generaciones.
Las cruces de mayo son la exuberancia de la Cruz del Señor, que ha florecido con la primavera. En la Cruz está Jesús que ama y se entrega, está su sangre que se derrama. De la Cruz brotan las flores, porque Cristo ha saldado nuestras deudas, nos ha abierto las puertas del cielo, nos ha hecho hermanos unos de otros. La señal del cristiano es la santa Cruz. La cruz de mayo es la Cruz florida y hermosa. La fiesta de las cruces de mayo es un canto a la vida, lleno de esperanza. En la Cruz de Cristo alcanzamos misericordia, y por eso hacemos fiesta.
Los patios de Córdoba son la expresión de un patrimonio cultural, son la exposición de la alegría de la vida, que vuelve a brotar en la primavera. Los patios de Córdoba representan esa alegría llevada a la familia, al hogar, a las relaciones más entrañables del corazón humano.
La alegría de unos esposos que estrenan su amor en fidelidad permanente cada día. La alegría de un niño que nace y lleva inscrito en su ADN un proyecto de amor de Dios del que sus padres son garantes, la alegría de unos jóvenes que se enamoran y piensan en el futuro compartido. La vida es gozosa, porque no somos seres para la muerte, sino para vivir eternamente. Los patios de Córdoba nos recuerdan todo esto, y mucho más.
Por último, la feria de Córdoba, donde la alegría se comparte con los amigos y donde se encuentran a otros, que hacía tiempo no veíamos, y en la calma del descanso festivo y feriado podemos comunicar nuestra experiencia de la vida, y escuchar al otro que te comunica su intimidad. Qué bonita es la convivencia, cuando es sana, y no necesita de emociones fuertes para vivir.
En medio de esta alegría del mes de mayo, María es la flor más bonita de este mes, y a la que queremos ofrecerles las mejores flores de nuestro jardín. María que nos prepara a recibir al Espíritu Santo, como lo hizo convocando a los apóstoles de su Hijo en el Cenáculo y uniéndolos a todos en la oración. Es la madre que se alegra de vernos a todos unidos.
¡Feliz mes de mayo, queridos cordobeses! Que la alegría de la vida que brota de la Cruz de Cristo, que florece en los geranios y claveles de nuestros hogares y que se va afianzando en la convivencia con los amigos, alivie de las fatigas del trabajo, dé esperanza a quienes la han perdido y nos haga más capaces de compartir con quienes lo pasan mal. Recibid mi afecto y mi bendición: Mes de mayo en Córdoba Q
PENTECOSTÉS, ESPÍRITU SANTO Y APOSTOLADO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. A los cincuenta días de la Pascua, fue enviado el Espíritu Santo desde el seno del Padre, por el cauce de la humanidad santísima de Jesucristo, de cuyo costado, abierto por la lanza, manó sangre y agua. Y llenó toda la tierra, renovándola. La fiesta litúrgica de Pentecostés tiene la capacidad de actualizar aquella efusión del Espíritu Santo, para renovar hoy todo el universo.
El Espíritu Santo, alma de la Iglesia. El Espíritu Santo, alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Esa fuerza potente del Espíritu Santo no es una energía anónima, que pudiera desprender el cosmos. No. Se trata de una relación personal, una relación de amor, de tú a tú. El Espíritu actúa silenciosamente en nuestros corazones y los va inflamando con el fuego de su amor, nos va recordando las cosas de Jesús y nos da la profunda convicción de que somos hijos de Dios y miembros de su familia que es la Iglesia. El Espíritu Santo prende en el corazón de los creyentes para hacerlos testigos: “Esta es la hora en que rompe el Espíritu el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo. Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo...” (himno litúrgico).
La fiesta de Pentecostés es por tanto la fiesta del apostolado. Los apóstoles, al recibir el Espíritu Santo, fueron fortalecidos con la fuerza de lo alto y se convirtieron en testigos valientes de Jesús en medio del pueblo, dispuestos incluso a sufrir persecución y hasta martirio por amor a Jesús. Las vigilias y la misma fiesta de Pentecostés en cada una de las parroquias quiere alentar en todos el dinamismo apostólico que hoy necesita la Iglesia para presentarse ante el mundo como la Esposa de Cristo, signo transparente de su presencia y de su amor en el mundo, santa e inmaculada en medio del mundo.
Es el día del apostolado seglar. Los fieles laicos en la Iglesia son como un enorme gigante dormido, que va despertando para asumir la tarea propia en la Iglesia y en el mundo: imbuir las realidades de este mundo con el espíritu del evangelio, a manera de fermento, como sal de la tierra y como luz del mundo.
Renovarlo todo para llevarlo a su plenitud, purificándolo de todo lastre. La familia se hace nueva, el amor humano se hace nuevo, el trabajo adquiere un sentido nuevo, la vida social es otra cosa, y hasta la polí- tica adquiere su verdadera dimensión de servicio a la sociedad en el ejercicio de la caridad social. El Espíritu Santo todo lo hace nuevo, dejemos que entre en nuestros corazones.
Es el día de la Acción Católica. Desde los primeros pasos, la Acción Católica vio en esta fiesta de Pentecostés su fiesta propia, en la cual tomar conciencia del papel de los laicos en la vida de la Iglesia y tomar impulso para su apostolado.
Y concretamente de los laicos que viven en torno a la parroquia y a sus pastores, siguiendo sus planes pastorales y desembocando en la parroquia sus colaboraciones para convertirla en una comunidad viva, con un fuerte sentido de comunión, en la participación y en la corresponsabilidad eclesial.
No es la única forma de participación de los laicos en la vida de la Iglesia. En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Pero la Acción Católica ha gozado siempre de una preferencia por parte de los pastores, porque en su propia naturaleza se confiesa como estrecha colaboradora del apostolado parroquial y diocesano. En estrecha comunión con los pastores, en estrecha colaboración con la jerarquía y como vínculo de comunión entre todos los fieles laicos de la parroquia, actuando públicamente en nombre de la Iglesia.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Ven y haz nuevas todas las cosas, renovando nuestro corazón. Recibid mi afecto y mi bendición: Espíritu Santo y apostolado.
DOMINGOS XVI Y SIGUIENTES:
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El sábado 23 de junio es una fecha señalada en el calendario de la diócesis de Córdoba. Dos nuevos sacerdotes van a ser ordenados presbíteros en la Santa Iglesia Catedral. Es día de fiesta grande para todos. El presbiterio diocesano con su obispo acoge a estos dos jóvenes sacerdotes en una cadena ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros días. Las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” resuenan especialmente en este acontecimiento. La Iglesia puede seguir cumpliendo su misión evangelizadora gracias a este hilo rojo, que nunca se ha roto y que proviene de Jesús a través de los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros. Jesucristo sostiene a su Iglesia, manteniéndola fiel al Evangelio. Él ha tocado el corazón de estos jóvenes y los ha llamado a seguirle. Él los consagra ministros suyos, para que actúen en su nombre y con su autoridad, in persona Christi capitis. Él los envía a la misión, como un día envió a los apóstoles “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros” (Mt 28, 19- 20). Junto a estos jóvenes, Jesucristo sigue llamando a otros muchos jóvenes por todos los lugares de la tierra para que prolonguen esta sagrada misión hasta el final de los tiempos. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado” (Lc 10,16). Es asombroso constatar que Jesús sigue llamando y cómo muchos jóvenes le responden positivamente. Gocemos de este gran acontecimiento eclesial y social. El Seminario es el lugar, el tiempo, la comunidad, todo un conjunto de medios, que los ha preparado y los ha hecho “dignos” de ser presentados a las sagradas Órdenes. Seminario diocesano Mayor y Menor de “San Pelagio”. Además, Seminario “Redemptoris Mater” del Camino Neocatecumenal. La diócesis mira al Seminario como el corazón de la diócesis, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Y todo periodo de gestación es especialmente delicado y requiere especiales atenciones. Damos gracias a Dios porque nos concede una Comunidad viva en el Seminario. Siguen llegando jóvenes, que son atendidos con esmero y delicadeza, para acompañar todo su proceso de discernimiento, maduración, crecimiento y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres. Agradecemos a todos los que colaboran en el Seminario: formadores, profesores, personal de servicio. Esta fiesta es para todos y estimula a todos a seguir trabajando en esta dirección, la de hacer sacerdotes santos, según el Corazón de Cristo. Para las familias es también una fiesta. Los nuevos sacerdotes y los que se preparan a serlo no han caído del cielo, sino que han nacido en el seno de una familia. Bendita familia en la que Dios llama a alguno de sus miembros para el sacerdocio o para la vida consagrada. Supone un gran regalo de Dios y supone un sacrificio para la familia, una generosa donación a fondo perdido. Dios recompensará como sabe hacerlo esta generosidad de los padres, dando su hijo para el Seminario, para el sacerdocio. Encontrar apoyo en la propia familia es una gran ayuda para el que da este paso, y es una gran ayuda para mantenerse fiel en esta vocación. Gracias, padres y madres. Dios llama a vuestros hijos, vosotros los ofrecéis para que sirvan a Dios y a los hombres. En las parroquias el gozo es desbordante. Qué alegría para un sacerdote haber ayudado, acompañado, orientado a una vocación sacerdotal; y ver que llega a su madurez. Creo que es una de las mayores alegrías del corazón de un sacerdote. Por eso, los párrocos y todos los sacerdotes que entran en contacto con estos jóvenes se sienten recompensados con creces cuando llega el día de la ordenación sacerdotal. Felicitamos a la diócesis de Córdoba, Iglesia santa, esposa del Señor, por el regalo que recibe de su esposo en estos dos nuevos presbíteros. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo 125). Recibid mi afec
DIA DEL PAPA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:¡Viva el Papa! Es un grito frecuente cuando asistimos a las celebraciones o audiencias que él preside. Es un grito que brotó espontáneo y desgarrado del corazón de los católicos cuando el Papa Pío IX fue perseguido y expoliado en el siglo XIX. Hoy no tiene esas connotaciones políticas, sino que viene a ser el grito espontáneo de la fe y del gozo del encuentro. La adhesión al Papa constituye un elemento esencial de la fe católica, que en algunos momentos y en algunos ambientes se nos quiere arrebatar. Llegados a la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la que celebramos también el Día del Papa, volvemos a esta consideración que afecta a la médula de la fe católica. La Iglesia comenzó su andadura en la historia apoyada en la memoria permanente de su Fundador, Jesucristo el Señor. Y fue el mismo Jesucristo el que eligió a los doce Apóstoles, llamándolos por su nombre a cada uno después de una noche de oración, y los constituyó columnas de esa nueva comunidad, fundada por él. Al frente de esa comunidad incipiente puso a Simón Pedro, como roca firme y fundamento de la unidad de su Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no podrá contra ella” (Mt 16,18). Un hombre frágil y pecador como Pedro, es puesto como roca firme al servicio de aquella comunidad, que fue abriéndose camino en medio de dificultades y persecuciones desde el principio. La fuerza le viene de la encomienda del mismo Cristo, del Espíritu Santo que le asiste en su servicio y de la oración constante de la comunidad cristiana que vive unida en la oración, mientras Pedro está prisionero: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12, 5). La persecución ha fortalecido a la Iglesia y a sus miembros en todos los momentos de la historia. Una de las pruebas de la naturaleza divina de la Iglesia, compuesta por hombres frágiles y pecadores, es precisamente esa: nadie, ni los de fuera ni los de dentro, han sido capaces de hundir o destruir esta Iglesia fundada por Jesucristo, porque es Dios quien la sostiene, y el mismo Jesucristo ha garantizado su existencia hasta el final de la historia. El sucesor de Pedro es el Papa. El Papa Francisco hace el número es el 266 en la lista de sucesores del apóstol Pedro. El Papa Francisco fue elegido el 13 de marzo de 2013 (lleva más de cinco años) y eligió el nombre de Francisco para acentuar su referencia a san Francisco de Asís, cuyos rasgos principales son la pobreza evangélica al estilo de Cristo, el amor por la creación como obra del Creador y la promoción de la paz en el diálogo con todos los pueblos. El Papa Francisco se caracteriza por un estilo sencillo y cercano, accesible a todos, por su amor preferencial por los pobres (“Sueño con una Iglesia pobre para los pobres”), por la insistencia en poner a la Iglesia en actitud misionera (“Iglesia en salida”), que ha de llevar el Evangelio a todos. Y ha empeñado muchos esfuerzos en la reforma de la Curia romana para purificarla de lastres que van acumulándose y hacerla más ágil en el servicio al ministerio del sucesor de Pedro y a la Iglesia universal. Llegados al Día del Papa, demos gracias a Dios por el Papa Francisco, a quien Dios ha elegido para presidir la Iglesia santa de Dios. Oremos por el Papa, reconociendo en la fe el papel que Cristo le ha confiado para nuestra salvación y la del mundo entero. Estemos atentos a su magisterio, para secundar sus enseñanzas. Superemos los peligros a los que el Papa se enfrenta hoy especialmente. Por una parte, el halago interesado tomando de él lo que a uno le conviene, y dejando lo que no interesa. Éste es una de las peores amenazas al ministerio del sucesor de Pedro. Y por otra parte, la crítica amarga de lo que no nos guste de él, como si el seguimiento de Cristo y la adhesión al Papa fuera un capricho selectivo de nuestros gustos o tendencias. La adhesión al Papa es un principio incuestionable de un corazón verdaderamente católico. Oremos por el Papa, oremos por cada uno de nosotros, oremos por la acogida en la fe de sus enseñanzas y orientaciones. El Papa es un regalo de Cristo a su Iglesia, el Papa Francisco es un regalo de Dios a la Iglesia de nuestros días. Recibid mi afecto
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:El apóstol Pablo se llevó varios desencantos a lo largo de su vida. Se ve que era un hombre fogoso, enérgico, apasionado. Tenía ganas de comerse el mundo, primero persiguiendo a los cristianos, luego predicando a Cristo, cuando éste le derribó del caballo. Ya en este revés –la caída del caballo en el camino de Damasco– aprendió mucho, porque se dio cuenta de que la vida no es lo que uno se propone, por muchas energías que tenga o muchos propósitos que haga. Es Dios el que lleva los hilos de la historia, y cuanto antes aprendamos a vivir sincronizados con su voluntad, mejor para nosotros y para los demás. Pero cuando se puso a predicar a Jesucristo al llegar al Areópago de Atenas, puso en juego todas sus habilidades oratorias, todos sus argumentos de diálogo, todo su poder persuasivo para transmitir algo de lo que él estaba decididamente convencido. “Al hablar de resurrección de los muertos, le dijeron: de eso te oiremos hablar otro día. Y le dejaron solo”. Este revés fue decisivo en su vida apostólica, ya siendo cristiano. Se dio cuenta que en la evangelización no se convence al otro a base de argumentos ni de presiones, sino que ha de ser la gracia de Dios la que entre en el corazón del otro y lo cambie. Nuestra colaboración consiste en ser testigos con nuestra vida y con nuestras palabras de lo que hemos vivido y recibido. Llegar al corazón del otro y mucho más cambiar su corazón, es cosa propia de Dios. No se trata de un marketing ni de una publicidad, se trata de confiar en la gracia de Dios y dejarle a Dios que actúe. En la lectura de este domingo, nos habla de una experiencia más honda y de un revés continuado a lo largo de su vida: “Me han metido una espina en la carne, un ángel de Satanás que me apalea para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad” (2Co 12,8). No sabemos del todo a qué se refiere cuando habla de una “espina en la carne”. Podía ser alguna enfermedad, algún complejo, algún vicio difícil de erradicar. No sabemos. En todo caso, era algo que le molestaba, le humillaba, le tenía como derrotado. Y por eso, acude a la gracia de Dios, a la petición humilde de la gracia para superar esa espina. La respuesta por parte del Señor es clara. No le da su gracia para eliminar el obstáculo, sino para soportarlo con humildad. Dios no nos quiere superhombres, quiere que confiemos en su gracia y nos fiemos de su amor. Y aquí el apóstol nos da una gran lección: “Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. San Pablo resume de esta manera la paradoja más profunda de la vida cristiana. Lo que parece una contrariedad, se convierte en una oportunidad de crecimiento, una oportunidad para la humildad, una oportunidad para confiar en el amor de Dios. Hasta la situación más cerrada, tiene apertura cuando uno confía humildemente en la gracia de Dios. Oí muchas veces a un gran maestro de vida espiritual que las situaciones más desesperadas de nuestra vida no tienen “salida”, tienen “sacada”. Es decir, cuando vivimos situaciones en las que nuestras fuerzas llegan al límite y ya no podemos más, es entonces cuando sólo Dios puede actuar y acontece un vuelco inesperado, que orienta nuestra vida en otra dirección. La situación extrema en este sentido es la muerte. De la muerte no hay salida, es decir, no salimos por nosotros mismos, sino que somos sacados por Cristo resucitado. Y parecidas situaciones, sin ser tan extremas, se producen continuamente en nuestra vida. Ante ellas, san Pablo nos dice: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Es decir, en la providencia de Dios, que conduce para nuestro bien los hilos de la historia, situaciones límite son ocasión de renovada confianza, situaciones desesperadas son ocasión de mayor confianza, situaciones de debilidad son ocasión de una fortaleza que no es nuestra, sino que viene de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte», dice san Pablo Q • Nº 611 • 08/07/18 3 Es Dios el que lleva los hilos de la historia, y cuanto antes aprendamos a vivir sincronizados con su voluntad, mejor para nosotros y para los demás. Cincuenta matrimonios, entre participantes en el retiro y los custodios, que han prestado ayuda a José Luis Gadea y Magüi Gálvez, iniciadores del proyecto Amor Conyugal, han participado en el retiro celebrado en la Casa de Espiritualidad de San Antonio. De los diez matrimonios custodios, tres habían hecho el retiro en Málaga, uno en Jerez y otro en Sevilla, requisito para prestar este servicio de ayuda durante los retiros. Todos recibieron formación a través de la catequesis de San Juan Pablo II sobre el Amor Humano, un encuentro “muy experiencial, después de presentar las verdades PROYECTO AMOR CONYUGAL Matrimonio como Dios lo pensó de Fátima el sábado y el domingo, el Obispo de la Diócesis, Monseñor Demetrio Fernández, celebró la eucaristía como final del encuentro y compartió con ellos momentos de charla. La exposición del Santísimo Sacramento propició tiempos de oración y recogimiento. El Colegio Alauda cedió sus instalaciones para que los hijos de los matrimonios acudieran al campamento organizado por la Escuela Diocesana de Tiempo Libre y animación sociocultural “Gaudium”. A este retiro, como a otros que se vienen celebrando, han llegado matrimonios muy diferentes entre si, “hay matrimonios con una vida intensa de fe y una relación madura de amor, que viven una experiencia inolvidable, y hay también matrimonios en crisis que se sanan en este retiro”, aseguró Magüi Gálvez. Durante este encuentro de Córdoba, los matrimonios sacaron en procesión a la Virgen “La belleza del matrimonio”, con este título cincuenta matrimonios han celebrado el retiro de Amor Conyugal del 29 de junio al 1 de julio, en la Casa de Espiritualidad San Antonio. Un encuentro fundamental para reforzar la vocación del vínculo matrimonial sobre la catequesis de San Juan Pablo II, centrada en la familia y el matrimonio que nos muestra San Juan Pablo II, el matrimonio vive una experiencia relacionada con esa verdad. Esto hace que nos cale tan hondo”, explicó Magüi Gálvez en una entrevista reciente de Iglesia en Córdoba. ciudad romana
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el Evangelio de este domingo, Jesús envía a sus apóstoles de dos en dos para entrenarlos en la tarea de la evangelización. La pedagogía de Jesús es impresionante. Habla con palabras de vida eterna, pero al mismo tiempo convive, tiene gestos, comparte con sus discípulos y les va enseñando. Y en este envío de dos en dos, los envía de “prácticas”. Cuando regresen, revisará con ellos cómo les ha ido y compartirán de nuevo el gozo del Evangelio. Cuando Jesús ya haya sido elevado al cielo, ellos sabrán cómo actuar y recordarán los consejos del Maestro, incluso en la manera de actuar. Ellos irán con la autoridad de Jesús, con poder incluso de someter a los espíritus inmundos. En el envío, destaca la pobreza de medios, “un bastón y nada más; ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja… ni siquiera túnica de repuesto”. Es llamativa esta insistencia de Jesús en la austeridad y en la pobreza para la evangelización. El Evangelio va destinado a los pobres y ha de realizarse en pobreza. Los poderosos, los ricos, los que tienen medios no suelen estar disponibles para la salvación que viene de Dios. Uno tiene que pasar por situaciones de privación para sentirse necesitado, y ahí necesitará a Dios. Cuando se emplean muchos medios, la evangelización echa para atrás por sí misma, se convierte en un contrasigno. La Iglesia tiene la preciosa tarea de la evangelización, es decir, de anunciar a todos el amor de Dios, la redención de Cristo, el don del Espíritu Santo. No prosperará en esta tarea si lo hace con prepotencia, con muchos medios, sin austeridad ni pobreza. He aquí una clave del fruto apostólico. “De dos en dos”, es como la expresión mínima de una comunidad. La evangelización no puede hacerse como francotiradores, cada uno por su cuenta, cada uno en su “cortijo” sin interesarle lo demás. La evangelización ha de hacerse en equipo, en comunidad, de dos en dos. Dios no ha querido salvarnos aisladamente, sino formando un pueblo, el Pueblo de Dios. Salieron a predicar la conversión, pues la evangelización que anuncia el amor de Dios lo primero que provoca es una conversión del corazón, un acercamiento a ese Dios que nos ama tanto, un reconocimiento de nuestros propios pecados y un deseo de cambiar a mejor, ajustando nuestra vida a ese amor de Dios. Ahora bien, esta buena noticia no siempre encuentra acogida. Hay muchos momentos que suscita rechazo, incluso persecución al mensajero. La historia de la Iglesia está llena de mártires. Jesús lo predice y nos invita a sacudir el polvo de las sandalias para probar su culpa. Pero el evangelizador no se rinde. Sigue predicando la conversión, expulsando demonios, ungiendo con el bálsamo del aceite, signo de la suavidad de Dios y curando enfermedades. Eso es un misionero, el que va en nombre de otro, el que se siente enviado para dar una buena noticia, el que hace como Jesús, que se acerca a los pobres y los enfermos y los unge con el bálsamo del amor de Dios. El misionero será buen misionero, si es buen discípulo. Si se ha puesto en la escuela de Jesús para aprender de él su disciplina y su discipulado. Y un ben discípulo no acaba de serlo hasta que no es misionero, porque ha de comunicar a los demás lo que ha visto y oído, lo que ha experimentado. Hay, por tanto, una circularidad, una correlación entre el discípulo y el misionero. A medida que uno es misionero, aprende mejor las enseñanzas de Jesús y su manera de vivir. A medida que uno es discípulo, aprende más a ser misionero, porque Jesús los envió de dos en dos a predicar. El verano es ocasión para muchos jóvenes y adultos de tener una experiencia misionera. En vez de tomar vacaciones en la playa o en la montaña, toman su tiempo de descanso para compartir con otros en zonas de pobreza extrema en todos los sentidos, material y espiritual. Cuando uno vuelve de esa experiencia, se da cuenta de que ha recibido mucho más de lo que ha dado, porque ha aprendido a ser discípulo misionero. Recibid mi afecto y mi bendición: De dos en dos, discípulos misioneros Q • Nº 612 • 15/07/18 3 La evangelización ha de hacerse en equipo, en comunidad, de dos en dos. Dios no ha querido salvarnos aisladamente, sino formando un pueblo, el Pueblo de Dios. Solo aquellas personas con titulación pueden restaurar imágenes. Si la obra es neobarroca podrán hacerlo imagineros La Diócesis de Córdoba cuenta con un protocolo para llevar a cabo la restauración y ejecución de imágenes. Cada intervención debe ser aprobada tras seguir un proceso de verificación por parte del departamento de gestión de patrimonio o del departamento técnico. Cada intervención solo será aprobada tras la aportación de un informe técnico y tras comprobar la ideoneidad del restaurador. En primer lugar, tiene que existir una solicitud por parte del párroco, el currículum de la persona que va a llevar a cabo la restauración y un informe técnico sobre el proyecto que contenga una Varios controles para evitar intervenciones fallidas La Diócesis garantiza restauraciones seguras o desfavorable. Del
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:Después de la misión apostólica, en la que fueron enviados de dos en dos, Jesús se reúne con sus apóstoles para revisar el apostolado que han realizado. Me imagino al grupo de los doce contando con euforia al Maestro cómo les había ido, qué dificultades habían encontrado, qué experiencias nuevas habían tenido, incluso la alegría de constatar que hasta los demonios se les sometían al invocar el nombre de Jesús, como les sucedió al otro grupo de los setenta y dos (cf. Lc 10, 17). En toda experiencia apostólica nueva, el gozo consiste en constatar que Dios ha actuado por medio de nosotros, y nos llena de asombro ver que Dios se fíe de nosotros, que Dios cuente con nosotros y que nuestras pobres colaboraciones humanas produzcan un fruto divino. Por eso, Jesús los invita a retirarse con él a un lugar apartado, solitario, donde nadie pudiera distraerlos. El verano es tiempo propicio para el descanso, para retirarse a lugares apropiados para esa revisión personal, para mayor y más intensa oración, para planear el futuro. Los monasterios son lugares apropiados y hacen este gran servicio a la Iglesia y a todos los que quieran acudir. Son lugares de paz, de encuentro con el Señor, de quietud en medio del ajetreo. El hecho de interrumpir el trabajo cotidiano ya sirve de descanso, y debemos aprovecharlo para descansar con el Señor, para renovar fuerzas cara al futuro. Uno no se retira para huir de nadie, y menos aún de los problemas en los que se debate la gente. El profeta Jonás huyó de la misión que Dios le encomendaba y las circunstancias adversas le devolvieron a la realidad de la encomienda. Esa tentación la llevamos todos, nos recuerda el Papa Francisco (Gaudete et exultate, 134). Hay veces que a uno le dan ganas de salir corriendo no sé a dónde para olvidarse de todo. No es ese el retiro al que nos invita Jesús. El retiro al que nos invita Jesús es a estar con él, llevando en nuestras manos y en nuestra conversación la misión que él mismo nos ha encomendado, y revisando con él cómo van las cosas, para volver a la vida cotidiana con renovadas energías. Y resulta que cuando planeaban ese retiro, la gente salió a su encuentro en una muchedumbre inmensa que buscaba a Jesús. Aunque muchos no lo sepan, esas idas y venidas son para buscarle a él, porque sólo él puede compadecerse de todos. “Jesús vio esa multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6, 34). Es impresionante esa mirada compasiva de Jesús. Su corazón se conmovió al ver a tanta gente desamparada y se entretuvo para enseñarles. Dios nos ha dado a Jesús como buen pastor, en contraste con tantos malos pastores, que buscan sólo su interés o, peor aún, son lobos en lugar de pastores. Cómo necesitamos en nuestros días buenos pastores. Pastores según el corazón de Cristo. Pidamos al Señor que no nos falten pastores como él. Cuál es la diferencia entre un pastor bueno y un pastor malo. Un pastor bueno, al estilo de Jesús, conoce a sus ovejas y está dispuesto a dar su vida por ellas, incluso cuando vienen las dificultades. Un pastor malo se toma la tarea como un oficio cualquiera, y si vienen especiales dificultades, deja las ovejas y huye; y es que a un asalariado no le importan las ovejas (cf. Jn 10). Pero incluso, hay pastores que, vestidos con túnica de pastor, son auténticos lobos. Estos nunca buscarán el bien de las ovejas, sino que al acercarse a ellas será para devorarlas y destrozarlas. Recordando el estribillo que este domingo cantamos: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar...” pidamos insistentemente por la santidad de los pastores. Que tengan los mismos sentimientos de Cristo, que sientan verdadera compasión por el rebaño, que sean capaces de dar la vida por esas ovejas encomendadas, que nunca se aprovechen de ellas y –por el amor de Dios– que nunca sean lobos que destrocen las ovejas. Recibid mi
DOMINGO B XXV….
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Un signo de nuestro tiempo es el individualismo, la exaltación de lo nuestro, el nacionalismo en todas sus expresiones.
Y tal exaltación la hacemos muchas veces en contra de los demás. Valoramos lo nuestro y despreciamos lo de los demás. Vivimos en una constante competitividad, y, si al que saludas es de los nuestros o no, será distinta la actitud de cercanía o de rechazo en las relaciones humanas.
Esta actitud del corazón humano es tan antigua como la misma historia, y Dios quiere corregirla abriéndonos a la universalidad, ensanchando nuestro corazón y nuestra mirada. Le pasó a Moisés, cuando iban peregrinos en el desierto. Dios quiso capacitar a un número de colaboradores, y algunos no acudieron a la cita, y sin embargo les llegó también ese espíritu divino con el que poder ejercer la misión encomendada.
Algunos de los más cercanos a Moisés se sintieron celosos de que incluso los que no habían acudido a la cita hubieran recibido el mismo espíritu de Dios y pidieron a Moisés que lo prohibiera. Y a eso respondió Moisés: “Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor” (Nm 11,29).
Y eso mismo les pasa a los discípulos de Jesús, reivindicando el monopolio del poder de expulsar demonios, recibido de Jesús: “Hemos visto a uno que echaba demonios y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. Jesús sale al paso diciéndoles: “No se lo impidáis…El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40).
Podíamos decir que la actitud de Jesús es una actitud inclusiva, universal. Aunque el otro no reúna todas las características exigidas, reconoce todo lo valioso que puede haber en él. La actitud de la Iglesia en su tarea misionera es también inclusiva. Es enviada al mundo entero para evangelizar, y la evangelización no es excluyente. Sólo están excluidos los que se autoexcluyen; y nunca definitivamente, porque el evangelizador espera paciente que todos se conviertan y acojan el Evangelio.
Uno de los testimonios más importantes en la vida de la Iglesia es esta actitud incluyente. En el corazón de toda persona, sea quien sea, siempre hay mucho de bien. Por eso, la evangelización es diálogo y anuncio. El diálogo comienza por el reconocimiento de lo bueno que hay en el otro. No se trata del “todo vale”, sino en todos hay mucho de bien, que de entrada nos hace sintonizar con cualquiera, aunque no sea de los nuestros, porque con toda persona tenemos mucho en común.
El corazón de Dios es amplio, ahí todos tenemos un lugar. Sólo quedan excluidos los que se autoexcluyen porque dan la espalda a Dios. Pero Dios sigue esperando pacientemente incluso a los que lo niegan o lo desprecian. Paciencia de Dios, que espera ilimitadamente. Paciencia de Jesucristo, que considera de los nuestros a todos aquellos que no están contra nosotros. Paciencia del cristiano, que abre su corazón a todos, valorando lo bueno que allí se encuentra y ofreciéndole lo bueno que él ha recibido.
A veces entre nosotros somos excluyentes. Ese no es de los nuestros, de nuestro grupo, de nuestra comunidad. Ese lo tiene difícil para su salvación, piensan algunos de los que van por otros caminos.
El camino es Jesucristo y cualquiera de las formas eclesiales consiste en acercarnos a Él. La medida es Jesucristo, no nuestros propios esquemas. Aprendamos a valorar lo que otros tienen, aunque no sean de los nuestros.
Eso nos dará un corazón amplio, como el de Dios, como el de Jesús. Un corazón católico y universal, que sabe valorar todo lo bueno que hay en los demás, y les propone con humildad lo bueno que él ha recibido. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMINGO XVII
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos. El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio. El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres. Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos. Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación. El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos. El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres. Por eso, nuestro señor Jesucristo, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo. Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional. En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir. Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos. Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino. La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos. Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. “Comerán y se hartarán”, anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla. Recibid mi afecto y mi bendición: Dar de comer Q
SEPTIEMBRE 14 LA SANTA CRUZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Santa Cruz el 14 de septiembre nos da la pauta cada año para el inicio del curso cristiano: bajo el signo de la Santa Cruz. No empezamos nuestras actividades por una programación comercial o de marketing, por unos objetivos marcados que hemos de revisar como la cuenta de resultados empresarial. Empezamos el curso cristiano en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo el signo de la Santa Cruz. La Santa Cruz para el cristiano no es una carga pesada e insoportable, que hemos de arrastrar resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo. Después de haber celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida. La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir más unidos a Cristo, porque “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), compartiendo sus sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor. Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la salvación del mundo. Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él. Mirando la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor. Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora. Son tantos los sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del Evangelio: amar hasta dar la vida. Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro para sus hijos en ella. Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar. Necesitamos la Cruz de Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno en ocasión de solidaridad fraterna. Es posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han curado. Comencemos el nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente. La Virgen de los Dolores es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz. Recibid mi afecto y mi bendición: Bajo el signo de la Santa Cruz Q
LA SANTA CRUZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El centro de la religión cristiana es una persona, se llama Jesucristo. Y el centro de la vida de Jesucristo y de su misión redentora se contiene en la santa Cruz y en su gloriosa resurrección. La novedad cristiana consiste en que el Hijo de Dios, hecho hombre por amor, se ha entregado hasta la muerte de cruz para rescatarnos del pecado y hacernos partí- cipes de la filiación divina, hacernos hijos de Dios. Todo este misterio tiene un símbolo, un icono: la santa Cruz. La Cruz es la señal del cristiano. Celebramos este domingo 14 de septiembre –con preferencia sobre el propio domingo– la fiesta de la exaltación de la santa Cruz. Es decir, celebramos a Jesucristo que, clavado en la Cruz se ha convertido en punto de atracción para todos los hombres: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32). Estamos acostumbrados y por eso no nos choca, pero no deja de ser sorprendente que un ejecutado en la pena capital de la crucifixión, un crucificado, se haya convertido en el emblema del más alto amor en la historia de la humanidad. Es rechazada por judíos y es negada por musulmanes, pero en la locura de la cruz está la salvación del mundo entero, porque en ella se ha expresado el amor más grande, que ha convertido la cruz en la cátedra del amor. Un dato histórico, Jesús crucificado, se ha convertido por su gloriosa resurrección en icono de salvación, de alegría, de redención para todos. El pueblo cristiano lo ha entendido y celebra de tiempo inmemorial la cruz gloriosa, la cruz de la que brotan flores y frutos, la cruz de mayo. En el calendario litúrgico renovado esa fiesta ha pasado a celebrarse el 14 de septiembre, pero en muchos pueblos nuestros y en la ciudad continúa celebrándose el primer domingo de mayo, o mejor, el 3 de mayo que es su día. Las cruces de mayo tienen en Añora una floración y expresión muy singular, festiva, gozosa, exuberante. Y en tantos pueblos, en los colegios infantiles, esas fechas de la cruz de mayo lleva a colocar cruces adornadas de flores, de colores, (¡hasta de chocolate!) para transmitir que por la santa Cruz nos ha llegado la alegría y la salvación. Es toda una catequesis que se ha inculturado en la conciencia del pueblo de Dios. La cruz de Cristo no fue un accidente desagradable o un final trágico inesperado. La cruz de Cristo es la puesta en escena del amor trinitario de las personas divinas entre sí, y del amor de Dios a los hombres. En la Cruz de Cristo aparece el amor profundo de Dios por los hombres: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). En la Cruz de Cristo aparece el amor de Cristo a los hombres: “Nadie tiene amor más grande que el que entrega la vida por los amigos” (Jn 15,13). En la Cruz de Cristo se recicla todo el mal del mundo, toda injusticia, todo pecado. Por eso la Cruz es repelente y echa para atrás, porque es un cúmulo de males que la hacen feísima. Pero traspasando esa cáscara, nos encontramos con su fruto exquisito, el de un amor sin medida, el amor de Cristo crucificado. Sucede en nuestra vida. Cuando nos llega un sufrimiento, en nosotros o en alguno de los nuestros, la reacción inmediata es de repulsa. Aquí viene la mirada al crucifijo, a Cristo en la Cruz. Y entonces entendemos lo que nunca habíamos entendido: que el sufrimiento vivido con amor tiene sentido, que el sufrimiento vivido así es redentor, es saludable, nos hace más humanos y más divinos. Y la razón de todo ello es porque antes que nosotros Cristo ha vivido su Cruz, sufrimiento lleno de amor, para decirnos a todos que nos ama y que si queremos amar, hemos que tomar cada uno la cruz de cada día, en la que va fraguándose nuestra historia de salvación. Esto nadie lo ha enseñado como lo ha enseñado Jesús con su propia vida. Y de aquí viene la alegría de las cruces de mayo y la alegría de la exaltación de la santa Cruz en este día de septiembre. Oh Cruz gloriosa, en la que Cristo es nuestra salvación. Cruz bendita que nos acompañas a lo largo de nuestra vida. Concé- denos esa luz que brota del árbol de la Cruz para que besando a Cristo crucificado entendamos que amor con amor se paga. Recibid mi afecto y mi bendición: La Santa Cruz Q
DOMINGO: QUIEN ES EL PRIMERO EN EL REINO DE LOS CIELOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Iban los discípulos con Jesús camino de Jerusalén. Iban juntos, pero no iban pensando lo mismo. Jesús iba hablando de sus cosas, de sus intereses, de su horizonte, de su Pascua. De su Pasión y Muerte, que culminaría en la Resurrección. Ellos, sin embargo, iban a su bola. Están pensando en quien será el primero, quien ocupará el primer puesto en el reino que Jesús va a inaugurar. Se enfadan entre ellos, porque quieren todos el primer puesto y entran en competencia unos contra otros. La mentalidad de Jesús y la de los apóstoles son contrapuestas, hay intereses divergentes. Cuando Jesús les pregunta de qué venían hablando por el camino, ellos no contestaron. Les daba vergüenza verse confrontados con Jesús. Ver en Él el servidor bueno y generoso y estar ellos maquinando otros intereses egoístas. Reconocer el propio pecado es ya un paso notable para poder cambiar, para poder caminar en el seguimiento de Jesús. Jesús aprovecha para darles una enseñanza: «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos». Con esta afirmación Jesús está haciendo un retrato de sí mismo, porque siendo Dios, se ha abajado a nuestra altura para elevarnos a nosotros a la suya. Ha compartido nuestra situación para hacernos partícipes de su condición de Hijo, repartiendo con nosotros la herencia y haciéndonos hijos de Dios y herederos del cielo. Jesús ha recorrido el camino de la humildad, haciéndose esclavo y obediente por amor, hasta dar la vida para que nosotros tengamos vida abundante, y vida eterna. A Carlos de Foucauld le gustaba repetir: escoge siempre el último puesto y nadie te lo quitará. La tendencia natural es la de escalar. Si, además, esa tendencia está herida por el pecado, la escalada se hace incluso a costa de pisar a otros. Más aún, se utiliza a los demás para mi propio provecho. El egoísmo y la soberbia nunca se sienten satisfechos. Eso le pasó a Adán y todos los humanos tropezamos en la misma piedra. En la raíz de todo pecado se encuentra la soberbia y la mentira. En cambio, Jesús propone un camino nuevo: el camino del servicio que brota de un corazón sencillo y humilde. Y la humildad es «andar en verdad», como nos enseña santa Teresa de Jesús. El cálculo humano nos lleva a pensar en los primeros puestos, en eludir todo tipo de humillaciones, en aparentar mucho más de lo que somos. Jesús, sin embargo, nos propone otro camino, que nos llevará ciertamente a la plenitud: el camino de la humildad y del servicio por amor. Buscar el último puesto lleva consigo despojamiento voluntario y pobreza para seguir a Cristo pobre y despojado. La gloria está más allá. Antes o después, por muy encumbrado que te encuentres, tendrás que despojarte hasta de tu propio cuerpo. Mejor es, por tanto, ir entrenándose en ese trabajo voluntario, realizado por amor, que ser arrancado del todo con un tirón doloroso. «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos». María ha sido la humilde esclava del Señor, la que más se ha parecido a Jesús, su Hijo. Ella ha buscado el último puesto, y nadie se lo quitará. Porque en ese puesto ha llegado a ser la primera entre todos, bendita entre todas las mujeres. Por eso la felicitarán todas las generaciones. Sólo la luz del Evangelio ilumina esta realidad tan contradictoria con nuestras apetencias y aspiraciones. Sólo el misterio del Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre (GS 22), mostrándole su vocación de hijo de Dios. En medio de todo, Jesús no rechaza a sus apóstoles, que andan buscando el primer puesto y riñen entre ellos por alcanzarlo. Convive con ellos, tiene paciencia, les explica el Evangelio, dará la vida por ellos. Y ellos un día llegarán a parecerse del todo a su Maestro. En el seguimiento de Jesús no empezamos siendo perfectos, empezamos a seguirle porque Él nos atrae, a pesar de nuestros pecados. Acoger a Jesús nos irá llevando a ser humildes e incluso a sentir la vergüenza de no serlo. Él, que nos ha llamado a seguirle, completará en nosotros la obra que ha comenzado. Recibid mi afecto y mi bendición: ¿Quién es el primero? Q
DOMINGO XXVIII OCTUBRE, MES DEL ROSARIO,
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vida en la tierra es un combate permanente y “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino... contra los espíritus del mal” (Ef 6, 12), nos recuerda san Pablo. El demonio se ocupa de atacar a los discípulos de Jesús, “a los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Y “este tipo de demonios sólo se combaten con la oración y el ayuno” (Mt 17, 21).
La nave de la Iglesia tiene que atravesar a veces tempestades que parece que la harán naufragar. Pero Jesús va dentro de esta barca, y estando Él no tememos. Al timón de esta barca ha colocado a Pedro, pecador arrepentido, que confesó su amor a Cristo después de haberlo negado: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18). La fuerza no viene de Pedro, sino de Jesús; pero esa fuerza para salir victoriosos de la tormenta va unida a Pedro y a sus sucesores, hoy el Papa Francisco.
El Papa Francisco nos ha convocado a todos los fieles cristianos a orar por la Iglesia, especialmente a lo largo del mes de octubre, con la oración del Rosario, a la que añadamos la invocación a la Stma. Virgen: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desoigas la oración de tus hijos necesitados, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!”,
y la oración al arcángel san Miguel: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la milicia celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén”.
No es para asustarse. Vivir de la fe y en tono sobrenatural es lo propio del creyente. Pero sí nos preocupa la arremetida constante contra la Iglesia desde fuera y desde dentro. Como si se hubieran desatado todos los demonios a la vez. “A los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8, 28).
Cuando Dios permite esta prueba, es para nuestro bien. Para purificarnos, para espolearnos en el camino del bien, para hacernos más humildes y más necesitados de la gracia divina. Pues, acudamos a la oración y a la penitencia por nuestros pecados y por los pecados del mundo entero.
El mes de octubre es una ocasión propicia para la oración del Rosario, es el mes del Rosario. Con esta oración sencilla, vamos recorriendo los misterios de la vida de Jesús desde el balcón del corazón de su Madre bendita. Es una oración que invita a la alegría, que da paz al corazón, que sintoniza nuestro corazón con los sentimientos de Cristo y de su Madre.
Invito especialmente a los jóvenes a que se aficionen al rezo del Rosario. Si no completo, al menos una parte, alguna decena. Es muy educativo en todas las etapas de la vida. Cuando a uno no le sale otra cosa en la oración, queda siempre el Rosario, como la espera paciente hasta la venida del Señor.
Y oremos especialmente por el Papa, nos lo pide él continuamente. Y más en estas circunstancias. Los escándalos, las declaraciones, los ataques de todo tipo sólo benefician a los enemigos de la Iglesia.
En el Corazón de Cristo, donde se reciclan todas nuestras maldades, pidamos al Señor que proteja al Papa, que lo libre de sus enemigos, que son los enemigos de la Iglesia, que le aliente en su ministerio, en el que tiene que llevar sobre sus hombros una pesada cruz.
Nosotros siempre con el Papa. Sin él, dejamos de ser católicos. Así lo hemos aprendido, y así queremos vivir y morir. En la barca de Pedro, vamos todos. Si en estos momentos hay tempestad, reforcemos nuestra comunión con el Papa Francisco, y en la oración y la penitencia pasará esta turbulencia y saldremos renovados, porque hemos confiado más plenamente en el Señor y en su Madre, que van con nosotros en esta barca.
DOMINGO MARCO 9,43 SI TU MANO DERECHA TE ESCANDALIZA, CÓRTATELA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9,43- 47), nos enseña Jesús este domingo. Se trata de una de las enseñanzas más tajantes de Jesús, por la que hay que jugárselo todo para entrar en el Reino de los cielos. El seguimiento de Jesús lleva consigo una actitud radical y tajante, que no admite compromisos ni mediocridades. O cortamos tantas situaciones que nos alejan de Dios, o nos iremos alejando de Dios cada vez más. Si quieres entrar en el Reino de los cielos, tienes que adoptar decisiones tajantes en tu vida. Por el contrario, cuando los discípulos van a quejarse porque algunos que no son de los nuestros hacen cosas buenas, Jesús les responde: “No se lo impidáis…, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,41). Podíamos decir que todo lo bueno que hay en el mundo, todo lo bueno que hay en el corazón de otra persona, nos hace cercanos, connaturales y hermanos. No existe persona, por muy mala que sea, que no tenga cosas buenas, y a veces más de las que nosotros vemos a simple vista. Y con eso bueno que tiene es capaz de hacer cosas buenas, con las que me siento en sintonía y con las que puedo colaborar. Le pasó también a Moisés, cuando aquellos dos no estaban en el campamento al venir el Espíritu sobre ellos. También aquellos dos ausentes se pusieron a profetizar, y vinieron a decirle a Moisés que se lo prohibiera. Moisés respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!”(Nm 11,29). Si hacen el bien, no serán tan malos. La envidia, que anida en el corazón del hombre pecador, nos equivoca haciéndonos pensar que lo bueno que hacen los demás merma bondad a lo bueno que hagamos nosotros. Y no es así. Todo lo que hay de bueno en el mundo, venga de donde venga, procede de Dios, que es el origen de todo bien. Aquí reside la plataforma común desde la que es posible el diálogo con toda persona humana: la verdad, el bien y la belleza anidan en el corazón de todo hombre. Y poniendo en común lo que cada uno ha ido descubriendo, podemos sumar y llegar a la verdad plena, que sólo se encuentra en Dios. La verdad no es la suma de nuestras verdades, sino que existe por sí misma y todo hombre tiene acceso a ella, aunque no sea capaz de abarcarla por completo. La verdad y el bien se reciben como un don en nuestros corazones. Ese encuentro con la verdad, que no dominamos, es lo que nos hace capaces de entrar en diálogo con toda otra persona, porque también nosotros estamos a la búsqueda de la verdad plena. No hemos recorrido todo el camino, somos peregrinos. Y en el camino de la vida, otra persona, sea quien sea, nos puede enseñar y hemos de estar dispuestos a acoger lo bueno que nos brinda. Por eso, Jesús nos propone un camino de exigencia personal, tajante consigo mismo sin falsas compasiones, y al mismo tiempo de apertura en el trato con los demás, inclusivo para acoger a todos, vengan de donde vengan. Según aquello que cada uno percibe, sea coherente y llegue hasta el final. Dios le pedirá cuenta. Y en relación con los demás, abra los ojos a todo lo bueno que hay en el corazón de cada hombre en la espera de que el otro llegue a la plenitud de la verdad. El cristiano ha aprendido de Cristo esta actitud de diálogo con todos. Jesús acoge a todos, valora a todos, escucha a todos. Y para todos ha venido, poniéndose a su servicio, para que todos tengan vida eterna. La misión de la Iglesia incluye este diálogo de salvación: acercarse a cada hombre para ofrecerle la verdad que nos ha sido dada en Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Tajante consigo mismo, inclusivo para los demás Q
DOMINGO EL JOVEN RICO DOMINGO XXIX B
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús entra en la vida de una persona, la propuesta es radical: dejarlo todo para seguirle. Son muchas las ocasiones en que se repite este llamamiento a lo largo del Evangelio. En este domingo se nos presenta la llamada al joven rico, que algunos califican de rico precisamente por ser joven. Es decir, se trata de un joven con toda la vida por delante, quizá con muchos proyectos en su vida y desde luego con muchas posibilidades de futuro, al que Jesús invita a seguirle.
El seguimiento de Jesús no es para personas aburridas, que no saben qué hacer con su vida. Ni para personas carentes de otras posibilidades. Cuando Jesús llama, llama a quien quiere, tenga muchas o pocas cualidades. Lo cierto es que llama para un seguimiento radical, que incluye dejarlo todo para irse con Él.
Si Jesús no tuviera conciencia de quién es, el Hijo de Dios hecho hombre, no se atrevería a una llamada de este calibre; y si quien es llamado para seguirle no sabe quién es Jesús, no tomará la decisión radical de seguirle con toda su vida en las manos. Ya los apóstoles intuyeron de alguna manera quién era Jesús, y dejándolo todo (la barca, las redes, su padre), le siguieron.
Es el encuentro personal con Jesús el que plantea la vida vocacionalmente. La escena de la llamada al joven rico es muy bonita en su planteamiento, aunque el resultado no sea tan feliz, precisamente porque era muy rico y le costaba dejar todo lo que tenía.
La iniciativa es del joven, que busca el sentido de la vida y pregunta a Jesús qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. Esta es la pregunta fundamental de la vida. Hay quienes se pasan media vida sin plantearse esta pregunta fundamental. Hay otros que se la plantean ya desde jóvenes. Es la juventud precisamente el momento de hacérsela con todas las consecuencias. Jesús le responde indicándole el camino de los mandamientos, y los enumera. El joven le responde que vive en ese camino de los mandamientos de Dios desde hace tiempo, lo cual le honra enormemente. Pero Jesús le miró, le amó y le dijo: “Véndelo todo y sígueme”. Es la llamada que tantos jóvenes, hombres y mujeres, han recibido en su vida.
Recordemos el caso de san Antonio en el desierto, al escuchar esta llamada de Jesús, con estas mismas palabras de la escena evangélica, lo vendió todo, lo dio a los pobres y se fue al desierto para estar con Jesús. Lo mismo le pasó a san Francisco de Asís, a san Juan de Ávila y a tantos otros. Estos dos últimos vivían una situación privilegiada: hijo único de una familia adinerada, futuro resuelto. La entrada de Jesús en sus vidas, les dio un vuelco total, vendieron todo (que era mucho), lo dieron a los pobres y se fueron con Jesús. Y fueron inmensamente felices, mucho más que si se hubieran entretenido en gestionar sus bienes temporales.
Seguir a Jesús es lo mejor que nos puede suceder en nuestra vida, y ellos tuvieron la sabiduría de acertar muy pronto con el camino de la vida, dejándolo todo por el Todo, que es Jesús. El joven rico del evangelio, sin embargo, se marchó triste porque era muy rico y le costó dejarlo todo para seguir a Jesús. Y Jesús aprovecha para dar una enseñanza: “Qué difícil es que un rico entre en el Reino de Dios!”.
Pobre y rico en el Evangelio es sobre todo el que confía o no en Dios, en Jesucristo. El que confía en sí mismo, en sus cualidades, en sus recursos, en sus posibilidades, etc. le será muy difícil entrar en el camino de la vida, que conduce al cielo. Por el contrario, el pobre, el humilde, es el que confía en Dios, en Jesucristo, y al fiarse de Él, va despojándose de todo para tenerle sólo a Él.
Durante estas semanas de octubre está celebrándose el Sínodo de los Obispos dedicado a los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. La Iglesia quiere salir al encuentro de los jóvenes de hoy, como lo hizo Jesús, para ofrecerles otro plan.
Pedimos a Dios que la Iglesia de nuestro tiempo acierte a proponer a los jóvenes el camino de la vida eterna, tal como lo hizo Jesús, y sepa acompañarlos en su discernimiento. Seguirá habiendo jóvenes que se den media vuelta y prefieran quedarse con lo suyo, aunque se queden tristes. Pero habrá otros jóvenes, como ha habido tantos a lo largo de la historia, que dejándolo todo estarán dispuestos a seguir a Jesús, y el corazón se les llenará de alegría.
La canonización en este domingo del Papa Pablo VI, de Mons. Oscar Romero, de la Madre Nazaria Ignacia, etc. alcance a los jóvenes esta gracia. Recibid mi afecto y mi bendición: Véndelo todo, ven y sígueme
DIA DE LAS VOCACIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llamada de Jesús a seguirle de cerca no es una iniciativa humana ni una ocurrencia subjetiva, sino que tiene su origen en el amor de predilección del mismo Jesús. Aquella mirada con la que Jesús llama al joven rico es la misma mirada con la que se han sentido llamados tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. “No se me había ocurrido”, “Yo no quería”, “Me vino por sorpresa”, comentan muchos de los llamados. Es como si en un momento cualquiera, del que uno guarda imborrable recuerdo, hubiera entendido que Alguien me ama con amor eterno y llena de sentido pleno toda mi existencia. Si el corazón humano está hecho para ser amado, la llamada personal va acompañada de ese amor en plenitud que promete una vida fecunda. Después viene el análisis de los signos, puesto que la fe es razonable, no una corazonada irracional. Pero el punto de arranque es el amor, “Él nos amó primero” (1Jn 4, 10), que busca correspondencia. Esa llamada, precisamente por ser total, implica una respuesta de totalidad. “Véndelo todo y dalo a los pobres”. Seguir a Jesús es incompatible con la reserva de algo para sí. Hay que darlo todo, porque uno ha encontrado a quien le da todo. Y además, se trata de una actitud sostenida a lo largo de toda la vida. No se cumple de una vez por todas. Es un camino, un itinerario de progresivo despojamiento, sin posibilidad de reconquista. Dejarlo todo, quemar las naves y no volver la vista atrás. Todo un proceso de conversión permanente y de crecimiento en el seguimiento de Cristo. La riqueza es un peligro. Aquel joven era rico simplemente por ser joven. Tenía toda su vida por delante, además de las cualidades y recursos a su alcance. Es en la juventud normalmente cuando Dios llama. E invita a dejarlo todo, no cuando pase la mitad de la vida, sino en los albores de esa vida, en la primera juventud, cuando la persona tiene todas las posibilidades por delante, cuando es rico. La juventud es por tanto el momento de la llamada y es cuando más tiene uno que dejar. Su vida entera. Pero al mismo tiempo, como aquellos amores primeros de juventud, la respuesta tiene un encanto que no lo tiene cualquier otro momento posterior de la vida. La perseverancia en ese primer amor exige el cuidado atento para mantener un corazón libre y siempre disponible, un corazón pobre, de manera que la llamada y la respuesta no pierdan el encanto primero. Ha habido personas que se entregaron con toda sinceridad y sin escatimar nada, pero han dejado crecer en su corazón otras hierbas, espinas y abrojos. Y eso ha sofocado la generosidad del amor primero. Hay que cuidar el corazón, que se agarra a lo que pilla y puede malograr aquella respuesta generosa de juventud. Aquel joven no quiso responder. Entramos en el misterio de la libertad humana. Me he encontrado con muchos jóvenes que han aplazado la respuesta e incluso con algunas personas que se arrepienten de no haber respondido a tiempo y ya no haber podido estrenar un amor que se ofreció en su primera juventud. Sólo la misericordia de Dios es capaz de devolver lo primigenio, la frescura de aquel amor. La misericordia de Dios es capaz de hacerlo todo nuevo. Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, insiste Jesús. No se trata de despreciar todo lo bueno que Dios nos da. Y las riquezas (materiales, espirituales) son dones de Dios. Pero tales riquezas suponen un peligro constante en la vida de la persona. Buenas son las riquezas, pero mejor es la pobreza, cuando se trata de parecerse a Jesús. Y el que ha sido tocado por un amor de este calibre, debe aspirar a vivir en pobreza y humildad para parecerse a su Maestro y Señor. Es un lenguaje que el mundo no entiende. Pero el que ha sido tocado, entiende que su tesoro es el Señor y no aspira a otra cosa. Incluso, busca renunciar a todo con tal de tenerle a él. “Por él lo perdí todo” (Flp 3,8), con tal de ganarle a él. Esta es la sabiduría de la vida, acertar en descubrir aquel proyecto de amor que Dios me tiene preparado. Esa es la vocación en cualquiera de sus formas. Y todas ellas tienen un punto común de arranque: el amor de Cristo que supera toda ideología. Recibid mi afecto y mi bendición: Le miró con amor Q
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las misiones (DOMUND), que celebramos este domingo, nos trae a la mente y al corazón el recuerdo del mandato misionero de Jesús: “Id y predicad al mundo entero…” (Mc 16, 15), tarea que la Iglesia realiza cada día. En este domingo de manera especial se da cuenta de este don del Señor y de esta tarea que tiene por delante: Evangelizar, decir al mundo entero que Dios nos ama con amor de misericordia. Estamos dentro del contexto del Año de la vida consagrada, entre quienes este mandato misionero se hace más palpable. El primer responsable de llevar el Evangelio al mundo entero es cada Iglesia particular, con el obispo al frente en plena comunión con el Sucesor de Pedro (RM 63). Y dentro de la Iglesia, todos los carismas que brotan en la misma con esta dimensión misionera. De hecho, entre los misioneros repartidos por el todo el mundo, la inmensa mayoría son consagrados/as. Gracias a ellos, el Evangelio en todas sus expresiones llega a tantas personas lejanas. En el campo de la catequesis y la formación, en la atención a los enfermos y a los pobres, en la vida sacramental y celebrativa. Se cumple en estos días el cincuenta aniversario del decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, que ha supuesto un verdadero impulso misionero para toda la Iglesia, recordando a todos que Santa Teresa del Niño Jesús es patrona de las misiones desde su entrega de amor en el silencio de la clausura y que san Francisco Javier es patrono desde su disposición a viajar hasta tierras lejanas para anunciar a Cristo, haciéndose todo para todos. “Misioneros” quiere decir enviados. Enviados por Cristo, enviados por la Iglesia. En esta tarea de la evangelización no cabe el espontáneo, ni la iniciativa particular. Todo misionero es enviado, va con un encargo, lleva un mensaje que es de otro. Entre el medio millón de misioneros/as que hay por todo el mundo, ha crecido en este periodo postconciliar la interculturalidad. Ya no es sólo Europa la que envía, como ha hecho a lo largo de tantos siglos. En muchas ocasiones, actualmente Europa es la que recibe misioneros. Pero además, los misioneros provienen de todos los lugares de la tierra. Nos hemos hecho más conscientes todos de que el ser misionero es consustancial con el ser cristiano. La misma expansión misionera por toda la tierra ha suscitado vocaciones de todos los países, especialmente de los países más jóvenes. “de la misericordia”, porque el enviado lleva un mensaje de vida, que puede resumirse en la misericordia de Dios para todos. El misionero no reparte propaganda ni cumple su tarea con proselitismo. El misionero es testigo y portador de una vida que brota del corazón de Dios y va destinada a todos, preferentemente a los que sufren, a los pobres, a los que no cuentan en nuestra sociedad. Los misioneros repartidos por todo el mundo son los mejores embajadores de ese amor de Dios vivido cotidianamente. Lo constatamos cuando surge cualquier desgracia natural. Enseguida aparecen los misioneros que están allí desde hace años, y son ellos/as los primeros en atender. Pasarían inadvertidos y en el anonimato, y cualquiera de esas catástrofes los pone en primera línea informativa. La misericordia de Dios cuenta con estos testigos, que han entregado su vida por completo a la causa de Dios y de los pobres, sin ninguna publicidad. También, junto a estos consagrados de por vida, aparecen voluntarios, entre los cuales hay muchos jóvenes, que entregan parte de su tiempo, de sus vacaciones, a vivir cerca de los pobres, anunciándoles con sus vidas la misericordia de Dios. Es muy de valorar esta generosidad, porque cualquier gesto realizado en favor de los más necesitados, aunque solo sea un vaso de agua (Mt 10, 42), agrada al corazón de Dios y contribuye a sembrar esa misericordia entre los hombres. Domingo del Domund. Todos misioneros. Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros de la misericordia Q
DOMINGO XXX B
Domingo xxx B: ciego de Jericó: Bartimero hijo de Timeo
Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí (Kyrie eleison)
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La “oración de Jesús” está muy extendida por Oriente. Consiste en repetir una y mil veces la invocación a Jesús: “Jesús, Hijo del Dios vivo, ten misericordia de mí que soy un pecador”. El “Peregrino ruso” es un relato anónimo de mediados del siglo XIX, que cuenta el camino de un peregrino en el deseo de identificarse plenamente con Jesús. Es uno de los libros más leídos en el mundo ortodoxo, válido plenamente para un católico. Y la oración de este peregrino es la “oración de Jesús”, a la que aludimos. Esa oración está fundada en el Evangelio, precisamente en el Evangelio de este domingo, en el que el ciego de Jericó, al oír tumulto por el camino, pregunta por Jesús y se dirige a él gritando: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Es una oración centrada en Jesús, es una invocación a Jesús, invocado como Hijo de Dios, como Hijo de David, como Señor (Kyrie). Y al mismo tiempo es un reconocimiento humilde de las propias necesidades, de nuestra condición pecadora: soy un pecador. La relación entre ese Jesús y yo se resuelve en su misericordia: ten misericordia de mí (eleison). Es lo que hizo el ciego de Jericó. Se dirige a Jesús con plena confianza, con absoluta confianza. Él me puede curar, sólo él puede curarme, no puedo dejar pasar esta oportunidad en mi vida. El pasa por el camino de mi vida y le grito: ten compasión de mí, que soy un pecador. Cuando Jesús se acerca a aquel ciego, le pregunta: Qué puedo hacer por ti. Y el ciego le responde: Señor, que pueda ver. Y Jesús le devuelve la vista, diciéndole: Tu fe te ha curado. El poder de la curación es de Dios, la fe es el clima en el que Dios realiza el milagro. A veces no sabemos cómo orar. He aquí una lección preciosa de oración por parte del ciego de Jericó. Muchas veces acudimos a la oración llenos de preocupaciones, de ruidos, alterados por tantas actividades. Muchas veces acudimos a la oración como quienes andan sobrados en todo, como el que acude a por una ayudita, que nunca viene mal. Sin embargo, a la oración hemos de ir como el ciego de Jericó, conscientes de nuestras carencias y necesidades. Nadie nos puede curar, sólo Dios, sólo Jesús tiene en sus manos poder para curar nuestros males, para alcanzarnos lo que necesitamos. A la oración hemos de acudir como un verdadero indigente, que busca la salvación en quien puede dársela. Dios está deseando darnos lo que le pedimos, si es para nuestro bien. Dios no es tacaño, sino que es generoso en darnos gracia abundante para llevarnos a la santidad plena. Sin embargo, Dios a veces se hace rogar. Comenta san Agustín que cuando Dios tarda en concedernos aquello que es bueno para nosotros, su tardanza es para nuestro bien, porque es una tardanza para ensanchar nuestro deseo y nuestra capacidad de recibir aquello que nos va a conceder. La tardanza juega a nuestro favor, pues la gracia concedida colmará el deseo, que va agrandándose a medida que se difiere. La mayor dificultad para alcanzar las gracias que Dios quiere concedernos está en nuestra soberbia. Tantas veces creemos que no necesitamos, otras tantas cuando acudimos a pedirlo pensamos que se nos ha de conceder al instante. Si así fuera, nos atribuiríamos a nosotros mismos aquello que es gracia y regalo del Señor. Por eso, a la oración hemos de acudir con plena confianza, sabiendo que Dios nos va a dar lo que más nos conviene, y si tarda, es porque quiere dárnoslo más abundantemente. A la oración hemos de acudir como verdaderos mendigos, que se sienten carentes de todo y piden lo que necesitan a quien puede dárselo. El ciego de Jericó es un ejemplo elocuente de oración: Hijo de David, ten compasión de mí. “Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador”, dice el peregrino ruso, repitiéndolo miles y miles de veces como una jaculatoria. En la Misa ha quedado resumida esta plegaria: Kyrie eleison (Señor, ten piedad). Acudamos a quien quiere darnos sus dones con la humildad de quien se siente mendigo. Recibid mi afecto y mi bendición: J
2015 AÑO NUEVO, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz. La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia. Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él. La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo. En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales. En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor. Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir. Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico. Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”. Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás. Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud. No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea. Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). No es el odio el que construye la historia, sino el amor. Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz. Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud. Recibid mi afecto y mi bendición. Año nuevo, jornada mundial de la paz «No esclavos, sino hermanos» Q
LA IGLESIA, MADRE SIN FRONTERAS, HUIDA A EGIPTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús fue un emigrante y un refugiado. Tuvo que salir en brazos de María y de José de su tierra y de su casa y emigrar a Egipto, porque era perseguido por Herodes. La estancia en Egipto por parte de Jesús, el Hijo de Dios, durante los primeros años de su vida terrena le ha convertido en cercano especialmente a todos los que tienen que dejar su casa para mejorar sus condiciones de vida: por razones de trabajo para alcanzar un nivel que supere los mínimos de hambruna en los que se vive, por razones de bienestar para compartir la situación de los países avanzados o por razones de supervivencia, cuando las guerras, el exterminio o razones políticas hacen imposible vivir en su propia casa. La Iglesia no tiene fronteras, sino que es madre de todos. Nadie puede sentirse extranjero o forastero en la Iglesia. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19). En este domingo, Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, tenemos especialmente presentes a todos los que han tenido que dejar su tierra y su familia, por la razón que sea, para encontrar una situación mejor. En muchas ocasiones ese tránsito se ha producido con dolor, con desgarro, a veces poniendo en riesgo la propia vida. Y en ese tránsito muchos han perdido la vida o han visto violada su dignidad humana. La Iglesia, que es madre, quiere serlo especialmente de sus hijos que sufren. Vemos en nuestro entorno numerosos ciudadanos procedentes de África, de América, de Asia que son católicos como nosotros. Todos merecen respeto, los católicos y los que no lo son. Pero los católicos son “de casa” para otro católico. Hemos de abrir los ojos para acoger con amor cristiano a todos esos hermanos nuestros que llegan a este país de mayoría cató- lica y no son acogidos del todo. ¿Dónde está nuestra caridad fraterna? “Fui extranjero y me hospedasteis”, recuerda Jesús. “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Es verdad que no tenemos en nuestras manos la solución a un problema que nos desborda. El asunto de la emigración ha llegado a globalizarse, es asunto que escapa a nuestro control. Tiene raíces profundas en la injusticia con la que viven los países del Sur, que aspiran a entrar en los países del Norte más desarrollados. Y mientras no se ataje ese problema de injusticia mundial, no resolvemos casi nada. No cumplimos solamente con acoger de manera inmediata al que encontramos forastero en nuestro entorno. El asunto es de tamaño gigante. Pero no debemos permitir que se nos cuele en al alma la “globalización de la indiferencia”, es decir, no debemos permitir que al ser un problema tan universal, nos deje indiferentes también a nosotros porque no podemos remediarlo del todo. Algo podemos hacer, y es mucho lo que hacemos si nos damos cuenta de que los emigrantes son personas humanas, con toda su dignidad y sus derechos, y si además son católicos, son personas que debieran sentirse en su casa al llegar entre nosotros. Trabajo menos pagado, esclavitud sexual, redes de mendicidad para enriquecer al patrón, tráfico de niños, explotación por parte de las mafias en el traslado, etc. Hoy día el mayor negocio del mundo es el tráfico con personas, y el mundo de los emigrantes es el caldo de cultivo de este mercado. No podemos permanecer indiferentes, y algo podemos hacer cada uno. Aprovecho para agradecer todo lo que se está haciendo por parte de las parroquias y de la dió- cesis de Córdoba en este punto. La Iglesia es casa de acogida, también a los que vienen de otro país buscando una situación mejor. Regulen las autoridades civiles lo que tengan que regular en el servicio al bien común, pero respetemos todos la dignidad humana de cada persona. España es país fronterizo en distintas direcciones, ¿sabremos estar a la altura de nuestra situación estratégica para fomentar el respeto a la dignidad de todos los que llegan a nuestras fronteras por tierra, mar y aire? Iglesia sin fronteras, madre de todos. Que esta Jornada nos haga conscientes de que cada uno puede hacer algo, aunque sea pequeño, para acoger al forastero. Y muchas parroquias hacen mucho, como lo hace Cáritas o la Delegación diocesana de migraciones. A todos, muchas gracias en nombre todos los inmigrantes. Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Iglesia sin fronteras, madre de todos Q
NAVIDAD Y FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia. La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar– convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla. Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros. La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. Él aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos– puede suplirla. La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas–, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre quí- mico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homó- loga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos. Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia. Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias. Recibid mi afecto y mi bendición: Navidad y familia Q
IDEOLOGÍA DE GÉNERO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿En qué consiste la ideología de género, de la que oímos hablar continuamente? –El Papa (B16) acaba de referirse a ella, con tonos suaves pero profundamente alarmantes.
La ideología de género destroza la familia, rompe todo lazo del hombre con Dios a través de su propia naturaleza, sitúa al hombre por encima de Dios, y entonces Dios ya no es necesario para nada, sino que hemos de prescindir de Él, porque Dios es un obstáculo para la libertad del hombre.
La ideología de género es una filosofía, según la cual “el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía” (B16).
La frase emblemática de Simone de Beauvoir (1908-1986), pareja de Jean Paul Sartre: “Mujer no se nace, sino que se hace” expresa que el sexo es aquello que uno decide ser. Ya no valdrían las ecografías que detectan el sexo de la persona antes de nacer. Esperamos un bebé. ¿Es niño o niña? –La ecografía nos dice claramente que es niña. No. Lo que vale es lo que el sujeto decida. Si quiere ser varón, puede serlo, aunque haya nacido mujer. Y si quiere ser mujer puede serlo, aunque haya nacido varón. No se nace, se hace.
Al servicio de esta ideología existen una serie de programas formativos, médicos, escolares, etc. que tratan de hacer “tragar” esta ideología a todo el mundo, haciendo un daño tremendo en la conciencia de los niños, adolescentes y jóvenes.
La ideología de género no respeta para nada la propia naturaleza en la que Dios ha inscrito sus huellas: soy varón, soy mujer, por naturaleza. Lo acepto y lo vivo gozosamente y con gratitud al Creador. No. Relacionar con la naturaleza, y por tanto con Dios, mi identidad sexual es una esclavitud de la que la persona tiene que liberarse, según esta ideología equivocada.
De aquí viene un cierto feminismo radical, que rompe con Dios y con la propia naturaleza, tal como Dios la ha hecho. Un feminismo que se va extendiendo implacablemente, incluso en las escuelas.
La iglesia católica es odiada por los promotores de la ideología de género, precisamente porque se opone rotundamente a esto. “Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación” (B16). Y, sin embargo, una de las realidades más bonitas de la vida es la familia.
La familia según su estructura originaria, donde existe un padre y una madre, porque hay un varón y una mujer, iguales en dignidad, distintos y complementarios. Donde hay hijos, que brotan naturalmente del abrazo amoroso de los padres.
La apertura a la vida prolonga el amor de los padres en los hijos. Donde hay hermanos, y abuelos, y tíos, y primos, etc. ¡Qué bonita es la familia, tal como Dios la ha pensado! Dios quiere el bien del hombre, y por eso ha inventado la familia. Aunque la ideología de género intenta destruirla, la fuerza de la naturaleza y de la gracia es más potente que la fuerza del mal y de la muerte.
La familia necesita la redención de Cristo, porque Herodes sigue vivo, y no sólo mata inocentes en el seno materno, sino que intenta mentalizar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes con esta ideología, queriendo hacerles ver que hay “otros” tipos de familia.
El Hijo de Dios nació y vivió en una familia y santificó los lazos familiares. La fiesta de la Sda. Familia de Nazaret en el contexto de la Navidad es una preciosa ocasión para dar gracias a Dios por nuestras respectivas familias, que son como el nido donde hemos nacido o donde crecemos y nos sentimos amados.
Es ocasión para pedir por las familias que atraviesan dificultades, para echar una mano a la familia que tengo cerca y cuyas necesidades no son sólo materiales, sino a veces de sufrimientos por conflictos de todo tipo.
La fiesta de la Sda. Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José es una oportunidad para reafirmar que sólo en la familia, tal como Dios la ha instituido, encuentra el hombre su pleno desarrollo personal y, por tanto, la felicidad de su corazón. En la familia está el futuro de la humanidad, en la familia que responde al plan de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición..
BAUTISMO DEL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Preciosa presentación de Jesucristo por parte de su Padre desde el cielo: “Tú eres mi hijo amado, el predilecto” (Lc 3,22).
Concluimos con la fiesta del Bautismo del Señor el ciclo de Navidad este domingo, y nos preguntamos quién es éste, quién es Jesús. La presentación nos viene ofrecida por su Padre Dios: “Este es mi Hijo amado”. Jesús es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero.
Y ante el asombro de todos, hemos sabido que siendo Dios, y sin dejar de serlo, se ha hecho hombre verdadero. Hombre como nosotros, tomando una existencia plenamente humana, en todo semejante a la nuestra, excepto en el pecado. Es decir, se ha hecho hombre, y se ha hecho hombre en la condición de humillado, sometido al sufrimiento y a la muerte, para rescatar al hombre perdido por el pecado, alejado de Dios, sin rumbo y sin esperanza.
Los días de Navidad tienen este remate impresionante, para hacernos ver que solo en Jesucristo hay salvación para el hombre. El hombre de hoy –y de todos los tiempos– no tiene remedio con cualquier cosa. Tiene un cáncer, y eso no se cura con aspirina. Está herido de muerte, y no puede curarse con buenas palabras. Sólo en Jesucristo puede el hombre encontrar la salvación. Sólo en él hay esperanza para cualquier persona, sea cual sea su situación.
Porque Jesucristo ha dado su vida por cada uno de los humanos, ha recorrido los caminos perdidos de cada hombre para traerlo a la casa del Padre y hacerle disfrutar de los dones de Dios. Y eso sólo puede hacerlo siendo Dios, compartiendo con nosotros su condición divina, haciéndonos hijos en el Hijo.
Y lo ha hecho acercándose hasta nosotros en su condición humana, hecho niño indefenso, pasando desapercibido la mayor parte de su vida, y, mediante su ministerio público, anunciando el Reino de Dios a todos los hombres, por el camino de la conversión, hasta morir en la cruz y vencer la muerte en la resurrección.
El bautismo de Jesús ha inaugurado nuestro bautismo. El agua en la que Cristo entra, ungido por el Espíritu, ha recibido de él la fuerza del mismo Espíritu que le ha consagrado. Es como si el fuego entrando en el agua, convirtiera el agua en vehículo transmisor de ese mismo fuego.
El bautismo de Jesús es el origen de nuestra unción con el Espíritu para hacernos hijos de Dios. El Espíritu Santo ha capacitado la carne de Cristo para la gloria. Sumergido en el agua, como anticipo de su muerte, la carne de Cristo se ha hecho capaz para gozar de Dios eternamente. Y en ese mismo acto, y a través del agua, nos transmite a nosotros el Espíritu que nos capacita para superar el pecado y la muerte, hacernos hijos de Dios y herederos del cielo.
En esta fiesta del Bautismo del Señor yo también fui ungido por el Espíritu en la consagración episcopal. Entonces recibí la plenitud del sacerdocio ministerial para servir a la Iglesia en nombre de Cristo Cabeza y Esposo. Fue el 9 de enero de 2005 en Tarazona, en el día de san Eulogio de Córdoba. Hace ahora 8 años.
Al pasar los años, este santo cordobés me ha traído hasta esta preciosa ciudad e importante diócesis. Pedid a Dios por vuestro obispo Demetrio, para que sea humilde y valiente pregonero del Evangelio.
El domingo pasado, el Papa Benedicto XVI decía al consagrar nuevos obispos: “El obispo ha de estar poseído de la inquietud de Dios por los hombres… participa en la inquietud de Dios por los hombres… El agnosticismo ampliamente imperante hoy tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que lo pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios.
Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes es hoy especialmente acuciante para un Obispo. Él ha de ser valeroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes. A los que el Señor manda como corderos en medio de lobos se les requiere inevitablemente que tengan el valor de permanecer firmes en la verdad…
También de los sucesores de los Apóstoles se ha de esperar que sean constantemente golpeados, de manera moderna, si no cesan de anunciar de forma audible y comprensible el Evangelio de Jesucristo. Y entonces podrán estar alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes por él”. Pues eso, pedir al Señor que vuestro Obispo vaya delante del rebaño, dispuesto a dar la vida por cada uno cuando llega el lobo, avisando de los peligros y los engaños del enemigo, y anunciando a todos la salvación y la esperanza que sólo Jesucristo puede dar, porque es el único salvador de todos los hombres. Recibid mi afecto y mi bendición.
SEMANA DE UNIÓN POR LAS IGLESIAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Del 18 al 25 de enero, año tras año, celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, porque esperamos de Dios que se aligere el camino hacia la plena unidad de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo. La unidad es la meta, la oración es el camino. Es preciso orar, haciéndose eco de la oración de Cristo ante el Padre, por la unidad de los cristianos: “Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, para que el mundo crea” (Jn 17,21).
La unidad de los cristianos tiene su fundamento en la oración de Cristo y tiene un alto valor de signo y testimonio, para que el mundo crea. Jesucristo ha fundado su Iglesia: una, santa, católica, apostólica. Pero los hombres han ido desgajándola a lo largo de la historia.
Una gran ruptura se produjo en 1052, cuando las Iglesias de Oriente se separaron de Roma. Y otra ruptura más grande aún se produjo en torno a 1520, cuando Lutero rompió con Roma, proclamando una reforma. Son dos heridas sangrantes, que no han cicatrizado todavía. A comienzos del siglo XX, un fuerte movimiento ha inspirado a todos los cristianos que es posible recuperar la unidad perdida. Es el movimiento ecuménico, que tiene distintos aspectos. Oración, diálogo teológico, encuentros de líderes, acciones conjuntas en favor de la justicia y la paz.
La oración por la unidad de los cristianos ha de ser una intención primaria en nuestra oración habitual. Es posible la unidad, y por eso la pedimos y nos preparamos a ella en clima de fe. La unidad no será fruto solamente del diálogo o de las acciones humanas, necesarias para alcanzar este objetivo. La unidad será un don de Dios, en el momento oportuno según los planes de Dios. Y en este camino, todos tenemos que convertirnos. La unidad no vendrá del consenso negociado, rebajando cada uno algo de su verdad. Eso sería demoler la verdad y la parte de verdad que cada uno posea.
La unidad vendrá por la profundización en la verdad que cada uno ha alcanzado, porque la verdad profundizada confluye en la verdad total. Tenemos elementos comunes muy importantes, como son la Sagrada Escritura, algunos sacramentos como el bautismo, etc. Con las comunidades orientales, además, tenemos la sucesión apostólica en los obispos y presbíteros y por tanto la Eucaristía válida, donde se produce la transubstanciación del pan en el Cuerpo del Señor. Pero a todos los hermanos separados les falta la comunión plena con el Sucesor de Pedro, el Papa. Y éste es un elemento esencial de la única Iglesia de Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).
La Iglesia no ha dejado nunca de ser una, porque ha tenido siempre al Sucesor de Pedro con todos los demás elementos que la integran. La conversión que a todos se nos pide es la de dejar a un lado nuestras posturas particulares para profundizar en lo esencial que nos une y lo esencial que Cristo ha dejado a su Iglesia.
Cuántos hermanos separados del tronco común encuentran la única Iglesia de Cristo y piden la plena comunión con el Papa, como Sucesor del apóstol Pedro, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia.
En nuestros tiempos se está dando un fenómeno extraordinario, el paso masivo de anglicanos a la plena comunión de la Iglesia. Damos gracias a Dios por todo ello. Para acelerar este camino hacia la unidad, los católicos hemos de orar insistentemente.
Y a esa oración unir nuestra conversión para vivir más plenamente los dones que hemos recibido. Vivir mejor la Eucaristía, como presencia real, sacrificio y banquete. Vivir el perdón del sacramento de la penitencia. Vivir la comunión plena con el Papa, con su magisterio, con su disciplina.
También los católicos tenemos que recorrer un camino, que no consiste en despreciar ningún aspecto esencial de la única Iglesia de Cristo, sino en vivirlos de verdad cada uno de ellos, para que el mundo crea. Si un hermano cristiano separado se encuentra contigo, ¿le entrarán ganas de pertenecer a la Iglesia católica, al ver cómo vives tu pertenencia a la Iglesia, tu comunión con los demás hermanos dentro de la misma Iglesia, tu amor a la Eucaristía, tu obediencia al Papa y a los Obispos en comunión con él?
Oremos por la unidad de los cristianos y ensanchemos el corazón para acoger a nuestro hermano más cercano. De esta manera estamos recorriendo el camino hacia la unidad plena. Recibid mi afecto y mi bendición.
JESUS EN LA SINAGOGA: DOMINGO .. DESPUÉS DE EPIFANÍA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Todos estos domingos después de Epifanía se refieren a la autorevelación de Jesús. Es decir, Jesús se presenta declarando quién es y a qué viene al mundo.
Este domingo, Jesús va a su pueblo, donde todo el mundo le conoce, y acude el sábado a la sinagoga, donde los judíos se reúnen todas las semanas para leer y explicar las Escrituras. Allí había acudido desde niño y siendo joven.
Ahora ya adulto se presenta, después del bautismo en el Jordán, leyendo el libro de Isaías, que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres… a proclamar el año de gracia del Señor”. Y de manera directa, Jesús, terminada la lectura, afirma: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir” (Lc 4,-18-21). Es decir, yo soy este Mesías anunciado.
Los acontecimientos anteriores se han desarrollado junto al río Jordán, cuando Jesús, al inicio de su vida pública, fue en busca de Juan Bautista para ser bautizado también él.
Conocemos la escena del Bautismo, de la venida del Espíritu Santo sobre él y de la voz del Padre, que lo presenta al mundo como su Hijo amado. Y una vez que el Espíritu santo ha venido sobre él y lo ha envuelto en el amor del Padre, Jesús comienza su misión de anunciar el Evangelio a todos, especialmente a los pobres.
Jesús se presenta en Nazaret plenamente consciente de su identidad. Se siente el Hijo amado, se siente ungido por el Espíritu Santo, inundado del amor del Padre. Se siente destinado a llevar la salvación a todos los hombres, especialmente a los que sufren, a los pobres, que el Evangelio identifica con los humildes, los que confían en Dios.
No hay duda de que Jesucristo sabe quién es y a qué ha venido. Porque termina su lectura, comentando: “Hoy se ha cumplido esta Escritura” en mí. Yo soy el Mesías, el Ungido por el Espíritu. Yo soy el enviado para anunciar la salvación, el año de gracia del Señor. Eso significa Cristo, ungido. Y eso significa cristiano, ungido como Cristo por el mismo Espíritu.
El Espíritu ha capacitado el corazón de Cristo para amar hasta dar la vida, lo ha capacitado para la gloria, donde ha quedado repleto de la gloria de Dios. Y lo que el Espíritu ha hecho en Jesús, quiere hacerlo en nosotros, sus ungidos, sus cristianos.
La unción va unida a la misión. Es ungido para ser enviado. El cristiano no afronta sus tareas por iniciativa propia, como quien organiza una actividad que tiene en él su origen. El cristiano prolonga la misión de Cristo, que es la de anunciar el Evangelio del amor de Dios, rescatando el hombre de sus esclavitudes y llevándolo a la libertad de hijo de Dios.
Las palabras del profeta se han cumplido en Cristo, el ungido, y se prolongan en los cristianos, los ungidos. Cristo y los cristianos están para llevar al mundo la gracia de Dios, la misericordia de Dios, la libertad que brota de esa gracia de Dios para todos.
La evangelización no es en primer lugar una actividad humana organizada. La evangelización ante todo es la acogida del Espí- ritu santo, que nos identifica con Cristo. El protagonista de la evangelización es el Espíritu santo, que nos va recordando las palabras y las acciones de Cristo y las “cumple” hoy entre nosotros.
La tarea de la evangelización toma al evangelizador todo entero, no sólo una parte, y lo empapa del Espíritu santo. Y el fin de la evangelización no es principalmente mejorar las condiciones de vida material de los hombres, sino invitarlos a disfrutar de la libertad de los hijos de Dios, porque reciben el Espíritu que los hace libres. Libres del pecado, libres del mundo, libres de Satanás, que los tenía esclavizados. Y por eso, constructores de un mundo nuevo también en el orden social.
En la escena del Evangelio de este domingo, Cristo establece su programa: recibir el Espíritu santo para llevar la libertad de hijos a todos los hombres. En esta preciosa tarea está implicada la Iglesia en la evangelización de ayer, de hoy y de siempre. Recibid mi afecto y mi bendición.
EL AÑO 2915 ES DEL CICLO B: AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del ministerio público por parte de Jesús, él se encuentra con sus primeros discípulos y los llama para hacerlos apóstoles. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18). Los evangelios de estos domingos nos lo han recordado. Tenemos aquí el núcleo primero del seguimiento de Cristo, para todos los estados de vida, también para la vida consagrada. Jesús llama por su nombre a cada uno y la nueva vida que Jesús inaugura para sus discípulos consiste en estar con él, irse con él, seguir sus pasos, convivir con él, compartir su suerte, hacerse “consortes”. En el grupo de estos discípulos había varones y mujeres, iba acompañado por “los Doce y por algunas mujeres” (Lc 8,1-2), cuyos nombre se señalan: María, Juana, Susana, etc. He aquí una de las barreras que Jesús ha superado, cuando en su cultura y en su tiempo las mujeres no pintaban nada, ni iban a la escuela ni tenían ningún derecho ciudadano. Jesús, sin embargo, las ha llamado y las ha admitido a su seguimiento, como verdaderas discípulas, que aparecen en diversos pasajes del evangelio. La historia de la Iglesia y de la humanidad está llena de grandes mujeres, una de las cuales sobresale en este año de su V centenario, Teresa de Jesús. La vida consagrada consiste fundamentalmente en dejar los esquemas comunes instituidos por Dios en la creación de constituir una familia propia, por el matrimonio y los hijos engendrados, para seguir a Jesús y formar parte de otra familia nueva, más amplia, donde se vive el estilo de vida de Jesús pobre, virgen y obediente. Es propio de la vida consagrada la virginidad o la castidad perfecta por el Reino de los cielos, tal como la ha vivido el mismo Jesús. En la virginidad, Jesús está mostrando una fecundidad más amplia y más profunda, la que brota de Dios y hace hijos de Dios, dándoles la vida eterna. El camino del matrimonio es camino inventado por Dios y bendecido por Jesucristo. El matrimonio es camino de santidad, pues el amor humano queda santificado por el sacramento del matrimonio. Pero el camino de la vida consagrada, que tiene en alta estima el camino del matrimonio inventado por Dios, consiste en dejar esa senda y elegir otra, la que Cristo mismo ha vivido. En la vida consagrada se trata de seguir a Cristo pobre, virgen y obediente, entregándole la vida y gastándola en el servicio a los demás. Nadie puede ir por el camino de la vida consagrada, si no es llamado por Dios, pues se trata de un camino que supera por los cuatro costados las fuerzas humanas. Y nadie puede elegir un camino que le supera, si no es llamado y capacitado por Dios mismo. Además de ser llamado/a, es necesaria la gracia de Dios para perseverar en este santo propósito, pues la vida consagrada o se vive en un clima de fe, continuamente alimentado por la coherencia de vida, o se desvanece incluso aquella primera llamada con su respuesta generosa del primer momento. La Jornada mundial de la vida consagrada, que se celebra en toda la Iglesia el 2 de febrero, en la fiesta de la Candelaria, es ocasión propicia para agradecer a Dios el gran regalo de la vida consagrada en la Iglesia, y concretamente en nuestra diócesis de Córdoba. Cuántos testimonios hemos recibido de tantos religiosos y religiosas que han gastado su vida en el servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres en todos los campos. La Iglesia debe agradecer a todos los consagrados la entrega de sus vidas al Señor, el enorme servicio llevado a cabo, el fuerte testimonio de hombres y mujeres consagrados a Dios para toda la vida. Realmente, si nos faltara ese ejército de amor formado por tantas personas consagradas, a la Iglesia le faltaría un referente necesario para caminar hacia la santidad, a la que todos somos llamados. Los consagrados/as tiran de todo el Pueblo de Dios hacia arriba, a los valores evangélicos que sólo la gracia de Dios puede sostener. Los consagrados son los motores principales de un mundo nuevo, la nueva civilización del amor. Los consagrados nos recuerdan que lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: «Y dejándolo todo, le siguieron» En el Año de la vida consagrada Q
MANOS UNIDAS, LUCHAMOS CONTRA LA POBREZA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado. Y hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio. Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos. Manos Unidas lucha contra la pobreza en la que viven tantos millones de personas, que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución queremos contribuir. “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201). Manos Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo. A base de proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios, Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados, sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte. Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la erradicación de la pobreza. En todas las parroquias esta colecta es la más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer. La Ayuda Oficial al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos recursos. Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195). La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”. Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no tienen nada. El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una solidaridad que no nos despoje no sería cristiana. La caridad cristiana nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su sangre. Personas valoradas a tan alto precio. Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a él. Recibid mi afecto y mi bendición: Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas? Manos Unidas Q
MANOS UNIDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Manos Unidas vuelve otro año para sensibilizarnos en la solidaridad que nace de la caridad cristiana, es decir, en la solidaridad que tiene como fundamento la fe en Dios y en la dignidad humana, porque toda persona humana está llamada a ser hijo/a de Dios, a participar de los bienes de la Casa de Dios, a compartir los bienes de una sociedad más justa.
Manos Unidas es una ONG de la Iglesia Católica, y trabaja para erradicar el hambre en el mundo desde una visión cristiana del mundo y de la persona. El Año de la Fe también nos interpela en este campo de la caridad social. La Campaña de Manos Unidas adquiere su punto culminante en la colecta litúrgica que presentamos en la Misa del domingo segundo de febrero, el día 10.
El fruto de nuestro ayuno lo ponemos “a los pies de los apóstoles” (Hech 4,35), como hacía la primera comunidad cuando uno se desprendía de sus bienes y los entregaba a los apóstoles. Nosotros ahora, para remediar con esa generosa contribución el hambre en el mundo.
Este año Manos Unidas nos propone un lema “No hay justicia sin igualdad”, dentro de los Objetivos del Milenio para erradicar la pobreza en el mundo. Es un lema que puede leerse desde distintas perspectivas. La perspectiva de Manos Unidas, que contribuye notablemente a la educación y al progreso de la sociedad, es una perspectiva cristiana. Dios ha creado al hombre, varón y mujer (Gn 1,27), iguales en dignidad, distintos y complementarios, a imagen de Dios y para llegar a ser semejanza suya.
En esta igualdad querida por Dios e inscrita en la naturaleza humana, la mujer está menos valorada a lo largo de la historia y a día de hoy. La igualdad que Dios propone consiste en promover esa igualdad, que coloque a la mujer en igualdad de condiciones para acceder a la cultura, al trabajo, a la sociedad en todos sus aspectos, al reconocimiento de todos sus derechos.
La igualdad no significa borrar toda diferencia entre varón y mujer, que enriquece la sociedad, haciendo a los dos complementarios según el proyecto de Dios. Ese igualitarismo rompería la armonía de la creación y la ecología social.
La igualdad que brota de la visión cristiana dignifica a la mujer. Más aún, sitúa a la mujer como especialmente protagonista de este desarrollo. El fin de Manos Unidas es la lucha contra el hambre, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo, la falta de instrucción y las causas que las producen. Acabar con la desigualdad y favorecer que las mujeres tengan capacidad para encauzar responsablemente sus vidas, son cuestiones fundamentales en las que hay que incidir, entre otras razones, porque de ellas depende que consigamos erradicar la pobreza.
La promoción de la mujer es un objetivo prioritario de Manos Unidas; ella es agente fundamental de desarrollo, familiar y social, y juega un papel decisivo en el ámbito económico. La desigualdad que padece, el hecho de que se le impida el ejercicio de tantos derechos, aumenta la pobreza y la inseguridad alimentaria en el mundo.
Agradezco de corazón a tantas personas que trabajan en Manos Unidas en la diócesis de Córdoba, no sólo en los servicios diocesanos desde la ciudad, sino en todas y cada una de las parroquias, donde al realizar la Visita pastoral me encuentro siempre con la delegada parroquial.
Son multitud de iniciativas, que brotan de la parroquia e implican a todo el vecindario con el objetivo de recaudar fondos para los fines de Manos Unidas: rastrillos, rifas, tómbolas, cenas del hambre, venta de dulces u otros objetos regalados, colectas, que desembocan en la colecta litúrgica del domingo, para hacer de todo ese esfuerzo una ofrenda sagrada al Señor. S
e trata de toda una movida, que protagonizan las mujeres de la parroquia y en la que colaboran todo tipo de personas. Esa acción por sí misma va educando a todos en la solidaridad cristiana para que cada año se cumpla la Campaña propuesta. La fe y la caridad que brota de ella no nos aparta de la justicia, sino que la promueve.
Este año, trabajamos todos con Manos Unidas para que la igualdad llegue a todas las mujeres del mundo, tantas veces explotadas, y sean reconocidos sus derechos. “No hay justicia sin igualdad”. Recibid mi afecto y mi bendición.
SAN VALENTÍN, DÍA DE LOS ENAMORADOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el “día de los enamorados”. ¿De dónde viene esta costumbre? San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. Él propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio. Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse. Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual. Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo. El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse. No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc. La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios. Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin lí- mite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos. El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre. El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor. Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan. Eso es el sacramento del matrimonio. Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que Él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente. Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama. El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro, aún sin querer, me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad. Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque Él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo. San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano. Recibid mi afecto y mi bendición: San Valentín, día de los enamorados Q
JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada para la Vida consagrada se celebra cada año el 2 de febrero. Coincidiendo con la fiesta litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo en brazos de María su madre, la Candelaria, y acompañados de José.
Esta fiesta nos presenta a Jesús como “luz de las gentes” puesto en el candelero de su madre, para alumbrar a todo hombre que viene a este mundo. Cristo alumbra a todo hombre y le descubre su dignidad de hijo de Dios con la colaboración de María, que lo presenta en el Templo.
La vida consagrada tiene esta misión, la de anunciar a Cristo en nuestro tiempo. La misión de alumbrar a todo hombre con la luz de Cristo, que se ha encendido en el corazón y en la vida de cada consagrado/a.
Una persona consagrada es una luz encendida para estimular y alimentar la fe del pueblo cristiano. En este Año de la fe, nos damos cuenta de que cada persona consagrada es como un signo vivo de Cristo resucitado en medio de su pueblo.
La Iglesia necesita en nuestros días estas luminarias que alimenten la fe de tantas personas que vacilan o que se apartan de Dios. Muchas veces no convencen las palabras, ni siquiera la predicación. En esas ocasiones, lo único que convence es el testimonio de vida. Una persona consagrada es un signo viviente, que prolonga el amor de Dios a los hombres y expresa que sólo Dios debe ser amado con totalidad.
En nuestra diócesis de Córdoba, Dios nos ha bendecido con una presencia abundante de personas consagradas, hombres y mujeres, en las distintas formas de consagración: contemplativos/as, religiosos/as, seculares, vírgenes consagradas.
Los contemplativos, monjes y monjas, hacen de sus monasterios lugares de oración continua. Alabanza a Dios en la liturgia diaria, intercesión por las necesidades de la Iglesia, cargando con la cruz de tantas personas que sufren. Porque no se han retirado del mundo para desinteresarse de sus hermanos, sino para llevar en sus corazones las penas y las alegrías de sus contemporáneos. Los monasterios de monjes y monjas de nuestra diócesis con también lugares y oasis de oración para quienes los visitan, para unos días de retiro, de oración, de reflexión. Hay en nuestra diócesis abundantes religiosos/as en obras de apostolado, según el carisma propio de cada Congregación.
En el campo educativo, colegios, guarderías. En el campo de la beneficencia, atendiendo enfermos, ancianos, pobres de todo tipo. En el campo de las parroquias, asumiendo tareas de catequesis, formación, etc.
Y tantas otras personas consagradas en institutos seculares, en el orden de las vírgenes, en asociaciones de fieles. Qué sería de nuestra diócesis sin esta presencia tan benéfica. Todos ellos son un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Valoremos estos dones de Dios en su Iglesia. En muchos casos constatamos disminución de presencia por la escasez de vocaciones.
Es momento de gratitud, más que de lamentos. Cada una de las personas consagradas es una luz encendida, y por cada una de ellas damos gracias a Dios, al tiempo que pedimos a Dios nuevas vocaciones para que no nos falte nunca esa luz tan necesaria en nuestro mundo.
Que la Jornada para la Vida consagrada aliente la fidelidad de todos los consagrados, en todos los carismas que embellecen y enriquecen la Iglesia santa de Dios. Que esta Jornada nos lleve a todos a dar gracias a Dios por lo que continuamente recibimos de su testimonio y su trabajo en los distintos campos.
Que el Señor siga bendiciendo nuestra diócesis con nuevas vocaciones a la vida consagrada, que sean signos de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Recibid mi afecto y mi bendición.
RENUNCIA: GRACIAS, BENEDICTO XVI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos ha sorprendido a todos, pero ciertamente es un gesto propio y coherente de este Papa. El anuncio de su renuncia a la Sede de Pedro concluye un pontificado lleno de frutos para la Iglesia y para la historia de la humanidad. Con plena lucidez y consciente de sus límites de salud, presenta la renuncia para que otro presida la Iglesia universal como Vicario de Cristo, principio y fundamento de la unidad de la Iglesia del Señor, sucesor del apóstol Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Se trata de un gesto por parte de quien al ser elegido reconoció ser “un humilde obrero en la viña del Señor”.
A todos nos enseña, sea cual sea nuestro lugar en la Iglesia, que estamos para servir al único Señor de todos y de todo, y no estamos para instalarnos o servirnos del lugar que se nos ha encomendado.
El Papa Benedicto XVI ha servido a la Iglesia con todo su ser, y por eso le damos las gracias. Sobre todo, ha iluminado los grandes temas y preocupaciones del hombre de nuestro tiempo con palabras evangélicas que todos entienden.
Me sumo a los que dicen que el papa Benedicto XVI pasará a la historia como un eminente doctor de la Iglesia. Ha demostrado ser un hombre sabio, y al mismo tiempo humilde. Ha reflexionado abundantemente sobre la necesidad de Dios para encontrar el norte y el sentido de la vida del hombre. Ha enseñado que la fe y la razón van de la mano, ensanchando el horizonte de la razón para no caer en fanatismos irracionales y abriendo el horizonte de la fe para no asfixiar el hombre en un bunker materialista y hedonista.
Ha promovido la disciplina de la Iglesia para que sea santa sobre todo en sus sacerdotes. Ha impulsado la nueva evangelización y nos ha insistido en que confiemos en los jóvenes: “La Iglesia está viva, la Iglesia es joven, la Iglesia lleva en su seno a Jesucristo, el futuro de la humanidad”, exclamaba en el inicio de su pontificado, y ha encandilado a los jóvenes en las sucesivas Jornadas Mundiales de la Juventud.
Ha cuidado la liturgia con delicadeza benedictina y nos ha enseñado a celebrar los misterios sagrados con espíritu de adoración. Ha explicado la Palabra de Dios con estilo de lectio divina, sacando lustre a esa Palabra.
Nos ha regalado un libro sobre Jesús de Nazaret, que sólo con el prólogo y la introducción marca una nueva etapa en los estudios de cristología.
Para la diócesis de Córdoba, Benedicto XVI pasa a la historia como el Papa que ha proclamado al clericus cordubensis Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia universal. Y lo ha hecho no sólo porque le tocaba hacerlo, sino porque, enamorado de la figura de san Juan de Ávila, ha impulsado esta causa, llevándola a feliz término.
Es el Papa que ha declarado Basílica la Iglesia que custodia el sepulcro del nuevo Doctor y ha concedido un Año jubilar, en el que nos encontramos, para alcanzar gracias abundantes por la intercesión de este Santo.
Es el Papa que llegó a afirmar: “Pensamos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila y San Juan de Ávila, son figuras que finalmente han renovado el catolicismo y formado la fisonomía del mundo moderno” (6.11.2011).
Buen conocedor del siglo de oro español, ha puesto a san Juan de Ávila como modelo de evangelización. Cuando en varias ocasiones he tenido oportunidad de saludarle, al decirle que era el obispo de Córdoba, me ha repetido: “¡La diócesis de San Juan de Ávila!”. Inolvidable será la audiencia privada que nos concedió el miércoles 10 de octubre de 2012, a los pocos días de la declaración del doctorado, cuando le regalamos en oro una cruz pectoral con una preciosa reliquia y una talla del nuevo Doctor.
Con asombrados ojos de niño, exclamó: ¡Qué bonito!, ordenando a su secretario que lo pasara a su apartamento privado para tener cerca estos recuerdos del Doctor de la Iglesia. Gracias, Benedicto XVI.
Te vas en plena lucidez, dejándonos a todos cierto sentimiento de pena y orfandad. Pero sabemos que la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro te recordará siempre y encontrará en tu pontificado un nuevo impulso para evangelizar. Creo en la Iglesia fundada por Jesucristo, que ofrece a la humanidad personas como Benedicto XVI. Recibid mi afecto y mi bendición.
LOS PAPAS: AGRADECIMIENTO A BENEDICTO VI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los Papas que ha tenido la Iglesia en el último siglo, casi todos están canonizados o en camino de serlo. San Pio X, Pio XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II. Nunca ha tenido la Iglesia una lista de Papas de este calibre, a cual mejor.
Y en esta lista se inserta Benedicto XVI, que dentro de pocos días dejará de ser Papa, y en esa misma lista se inserta el nuevo Papa, que Dios ya conoce y nosotros conoceremos en los próximos días. Y es porque la Iglesia en este momento concreto de la historia tiene un papel transcendental ante el mundo tan cambiante que estamos viviendo.
En todos estos Papas se cumple la llamada a la santidad que el Concilio Vaticano II ha mostrado para todos: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG 11).
La santidad no son solamente cualidades personales ni es principalmente esfuerzo humano. La santidad ante todo es gracia. Y por tanto, Dios ha estado grande con nosotros, dándonos esta fila de Papas que llenan las mejores páginas de la historia de la humanidad con su santidad de vida.
Sin duda, este conjunto de Papas han iluminado como nadie la situación del último siglo y han afrontado con el vigor siempre renovado del Evangelio los graves problemas de la humanidad de nuestro tiempo.
Es momento, por tanto, de pensar en lo que significa el primado del apóstol Pedro para el conjunto de la Iglesia y para toda la humanidad. Es momento de agradecer a Cristo el Señor que asista a su Iglesia de esta manera tan excepcional. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16,18).
Jesucristo fundó su Iglesia sobre el cimiento de los apóstoles y a uno de ellos –Pedro- le puso al frente de aquella comunidad naciente. Fue Jesucristo en persona el que llamó uno por uno, por su nombre, a cada uno de los apóstoles y después de una noche de oración (Lc 6,12s), los constituyó apóstoles, es decir, columnas de su Iglesia. Ellos a su vez constituyeron comunidades por distintos lugares, manteniendo siempre la comunión con Pedro.
La fundación de la Iglesia está en la mente del mismo Jesús de Nazaret, y por eso “llamó a los que quiso y se fueron con él, e instituyó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para expulsar demonios” (Mc. 3,13-15).
De entre estos doce, eligió a Pedro para ponerle al frente de todos. Por eso, el sucesor de Pedro está al frente de toda la Iglesia. Pedro fue obispo de Roma, allí encontró el martirio. Y por eso, el obispo de Roma es sucesor del apóstol Pedro y está puesto por Jesucristo al frente de toda su Iglesia. No se trata de que Pedro, después de la muerte de Cristo, se hiciera el mandón del grupo por su cuenta. Fue Jesucristo mismo el que le puso al frente de su Iglesia y le dio las llaves de Reino de los cielos. Fue Jesús el que le examinó en el amor y le confió la hermosa tarea de apacentar a sus ovejas, las que Cristo había rescatado con su sangre preciosa.
Al tiempo que damos gracias a Dios por el pontificado de Benedicto XVI, le pedimos que nos dé un nuevo pastor según su corazón, que nos apaciente a todos con el amor de Cristo.
La Iglesia tiene hoy una preciosa tarea, “ser como sacramento de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí” (LG 1), la Iglesia tiene futuro. La comunión en la fe y en la disciplina con el sucesor de Pedro es signo y garantía de estar en la comunidad que ha fundado Jesús, a la que han pertenecido tantos santos y santas de Dios.
El amor al Vicario de Cristo es una nota distintiva de todo católico, que se traduce en acogida humilde y gozosa de su magisterio, de su disciplina, de sus indicaciones. Las circunstancias que estamos viviendo son propicias para preguntarnos si de verdad amamos al Papa, si le hacemos caso en lo que nos enseña, si le obedecemos en lo que nos manda. Apartarse de la comunión con el sucesor de Pedro, sería apartarse de la verdadera Iglesia del Señor.
La oración de estos días nos sitúa en un clima de fe, por el que podemos entender qué significa la sucesión apostólica, y sólo en clima de fe estaremos preparados para vivir en comunión con el Sucesor de Pedro, el Papa que Dios quiere dar a su Iglesia hoy. Recibid mi afecto y mi bendición.
LA CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de vida, a retomar el rumbo para el que hemos nacido y del que nos hemos desviado por el pecado.
La Cuaresma nos prepara a la Pascua, en la que por el bautismo somos renovados, recibimos el Espíritu Santo y vivimos una vida nueva. Ahora bien, la conversión es posible en nuestra vida gracias a la paciencia de Dios con nosotros. El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola de la higuera estéril, que el dueño podría arrancar para encontrar otros frutos y no ocupar terreno en balde. Sin embargo, el viñador intercede: “Señor, déjala todavía este año: yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto” (Lc 13,8).
La misericordia de Dios tiene una paciencia sin límite con cada uno de nosotros, a ver si damos fruto. “Si no, al año que viene la cortarás”. La paciencia de Dios es infinita, pero nuestro tiempo se acaba, y por eso urge. “Y si no os convertís, pereceréis de la misma manera” (Lc 13,5).
La conversión no es fruto solamente de nuestro esfuerzo, pues nuestras fuerzas son escasas y el objetivo es desproporcionado a nuestra capacidad. Llegar a ser hijos de Dios en plenitud, llegar a la santidad que Dios nos ofrece no puede ser fruto de nuestro esfuerzo. La conversión es ante todo gracia de Dios, y la cuaresma está llena de tales gracias, que nos mueven a cambiar. “Ahora es tiempo favorable; ahora es el día de la salvación” (2Co 6,2).
La cuaresma es, por tanto, un tiempo privilegiado para esperar el cambio radical de nuestra vida, es tiempo privilegiado para esperar el cambio de otras personas conocidas o desconocidas, por las que intercedemos, como el viñador, con el compromiso de cuidar esa planta.
La conversión la produce Dios, que es el único que puede cambiar las voluntades humanas, y Él nos invita en este tiempo de gracia a colaborar activamente en esta tarea, en nosotros y en los demás. “El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión” (2Pe 3,9).
Y las pautas que la Iglesia nos señala para este tiempo de gracia son: oración, ayuno y limosna. Acercarse a Dios, acoger su gracia en la oración con espíritu de fe, escuchar su Palabra, rumiarla en el corazón, es el primer paso para alimentar la fe, puesto que la fe brota de la escucha de la Palabra de Dios. Cuidar durante este tiempo todos los actos de oración: la misa, el perdón, las devociones, de manera que alimentemos un clima de fe, de donde brota todo lo demás.
La primera llamada de la conversión es la de volver a Dios, acercarnos más a Él. El ayuno consiste en privarse incluso de lo necesario, para abrir la mente y el corazón a Dios, espabilados para oír su voz. Y por el ayuno, abrir nuestro corazón a las necesidades de los demás.
El ayuno nos capacita para la relación con Dios y la relación con los demás. En definitiva, el ayuno rompe el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos, el ayuno nos hace libres y capaces de amar. Lo que muchas veces nos parece imprescindible, por la mortificación y el ayuno podemos desprendernos de ello, ayudados siempre por la gracia de Dios.
Y un corazón libre, hecho capaz de amar, sale al encuentro de las necesidades de los demás, desbordándose en la caridad. Ponernos delante de las necesidades de los que sufren, despierta en nosotros la misericordia, ablanda nuestro corazón, provoca la compasión.
Si Dios nos ama tan generosamente, cómo no amar nosotros en la misma línea a nuestros hermanos. Ponernos al lado del que sufre, nos pilla los dedos, compromete nuestra existencia, y nos hace crecer en el amor. Ésta es la misericordia que Dios quiere. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5,7). “Señor, déjala todavía este año”. La cuaresma nos ofrece una nueva oportunidad. Aprovechémosla. Recibid mi afecto y mi bendición.
CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros. Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será. Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás. Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios. La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús. Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia. Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder. Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios. Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas. Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas. El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña. La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás. “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal. Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua. Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración. Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio. Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua. Con mi afecto y mi bendición: Cuaresma: lucha contra Satanás Q
DÍA DE ANDALUCÍA, (EXTREMADURA)
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El amor a la patria nos lo manda el cuarto mandamiento de la ley de Dios. Nuestra patria es España y nuestra tierra Andalucía, “lo más grande” de España. Llegados al día de Andalucía os ofrezco alguna reflexión desde la fe, conveniente en este momento en que reflexionamos sobre el voto de las próximas elecciones regionales al Parlamento Andaluz, de donde surgirá el Gobierno de la Junta de Andalucía. No le corresponde al obispo entrar en política, y menos en la política de partido. Para eso están los que dedican su vida a esta noble causa de servicio al bien común. La tarea política es una de las más eminentes formas de caridad social, porque pone la vida al servicio de los demás para lograr la justicia, la paz y la convivencia, el bienestar de todos, especialmente el de los más pobres y desfavorecidos. A los pastores nos toca ofrecer pautas éticas para el buen gobierno de la cosa pública, que a todos nos afecta. Y la Iglesia invita a sus hijos cristianos laicos a que entren en la arena de la política, incluso de la política partidista, para llevar el Evangelio a nuestra sociedad y construir un mundo más humano, más justo y más fraterno. El primero y principal bien a salvaguardar es Dios y su presencia benéfica en nuestra sociedad. Dios no es enemigo del hombre, sino aliado y buen aliado, omnipotente aliado, inspirador de los mejores propósitos en el corazón del hombre. ¿Por qué prescindir de Dios u organizar la ciudad terrena como si él no existiera? Ya sé que hay personas que no creen en Dios y que un Estado democrático debe buscar el bien de todos, también el de los que no creen en Dios o incluso lo rechazan. De acuerdo. Pero, por qué organizar la vida sin Dios, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos son creyentes. Nuestra Constitución consagra un Estado aconfesional, donde ninguna religión es oficial, sino que se promueve y se favorece la religión de los ciudadanos, en mutuo respeto de todos y en convivencia democrática de unos con otros. Ahora bien, lo que me sorprende es que de un Estado aconfesional se favorezca todo lo que va contra Dios o contra la religión católica. Me alegro de que otras religiones sean delicadamente respetadas, pero los católicos en España y en Andalucía no somos una minoría étnica, sino el 92% de la población. Aquí pasa algo raro. ¿No seríamos capaces de asumir una laicidad positiva, que considere la religión como un bien social? Invito a los políticos a que tengan en cuenta esto, porque incluso los que son católicos y practicantes, llegados al campo de la política, prefieren dejar a un lado sus convicciones para mantenerse en una neutralidad que ofende a la inmensa mayoría de la población. Hemos de convivir todos, respetarnos todos, ser tolerantes unos con otros. Pero a veces parece que la única religión no respetable sea la católica, la de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. No basta con tener procesiones (ahora llega la Semana Santa), es preciso que la fe de un pueblo empape todas las estructuras, aún dentro de un Estado aconfesional. Los políticos deben respetar y promover la libertad religiosa, que se expresa de tantas maneras: libertad de los padres para elegir la educación que prefieren para sus hijos, sin ser considerados ciudadanos de segunda por ser cató- licos. Libertad por tanto para una enseñanza libre, favorecida por los fondos públicos, porque atiende un derecho ciudadano a la educación, que no tiene por qué ser siempre estatal. No debe considerarse la escuela estatal como la única y para todos, dejando la concertada como subsidaria. Es todo lo contrario: la escuela de iniciativa social es la primera, y debe ser apoyada con fondos públicos. Y la escuela estatal es subsidiaria, allí donde no haya otras iniciativas sociales que cubran esa necesidad ciudadana. El estatalismo en la escuela es uno de los grandes males para una sociedad que quiere ser libre y educar en libertad. La dignidad humana en todas las fases de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Cuántos niños no llegan a ver la luz porque son eliminados en el seno materno. Un político debe luchar por la vida, para que nadie quede excluido y para que no crezca la brecha de la exclusión social. El trabajo es un derecho de la persona. Trabajo para todos, es una de las principales preocupaciones del político. Y más en nuestra región andaluza donde los índices de paro alcanzan cifras alarmantes, particularmente el paro juvenil. En mis Visitas pastorales he visto bolsas de pobreza que no podía imaginar, he tocado de cerca situaciones que no son propias de una sociedad desarrollada. Un polí- tico debe poner todos los medios posibles para diluir esas bolsas y atacar las causas que las provocan. Una sociedad que se desarrolla deja a un lado muchas personas en la cuneta de la vida: ancianos sin pensión, niños desprotegidos, jóvenes en la droga, emigrantes que llegan y tanto necesitamos. Es tarea de todos. Ánimo, queridos políticos. Oramos en el Día de Andalucía para que desaparezca la corrupción en la administración pública y en toda la sociedad. Es una vergüenza que algunos aprovechen su puesto de servicio para enriquecerse robando del dinero de todos, cuando hay tantos pobres. Oramos para que no prevalezca la mentira, el engaño, la trampa y el embuste. Oramos para que construyamos entre todos un mundo mejor. Andalucía tiene muchos recursos, sobre todo sus gentes abiertas, alegres y acogedoras. Es la tierra de María Santísima. Andalucía es lo más grande de España, y debemos entre todos dignificarla con nuestra aportación ciudadana. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de Andalucía Q
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios. Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas. Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15). La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo. Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa. El mandamiento principal es “amarás…”. La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10). Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar. A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros. En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma. Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos. Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20). El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios. A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien. Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente. Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente. Recibid mi afecto y mi bendición: Los diez mandamientos Q
DOMINGO DE PASIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos encontramos ya en el domingo de pasión, cercanos a la Semana Santa y a la Pascua. Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo. La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre. Un punto clave de la redención es la obediencia de Cristo al Padre. Una obediencia que no le merma libertad, porque se vive en el amor generoso, sino que nos da la clave de la verdadera libertad. El hombre tiene una sed profunda de libertad, aspira a ella, la grita por las calles, se siente humillado cuando esa libertad no se le reconoce. Es una aspiración sana y verdadera, porque el hombre está hecho para la libertad. Pero, al mismo tiempo, esa aspiración por la libertad encuentra señuelos y sucedáneos que le entrampan como una emboscada y le hacen más esclavo que antes. Buscando la libertad, tantas veces se equivoca de camino y se hace cada vez más esclavo. Nunca se ha proclamado tanto la libertad y nunca ha habido tantas esclavitudes. Esclavitud en el trabajo, adicciones al sexo, al alcohol, al juego, a la droga. El hombre aspira a ser libre y se ve enredado en múltiples esclavitudes: el afán de poder esclaviza, el deseo de placer esclaviza, el ansia por tener esclaviza. Mucha gente vive esclava de su propia imagen y es capaz de hacer grandes sacrificios por tener un busto que los demás puedan admirar. Cuántas esclavitudes personales y cuántas otras que vienen del egoísmo de los demás. Cuando el hombre no tiene su norte en Dios, se convierte en dominador de los demás, haciéndolos esclavos, porque él ya está esclavizado. Necesitamos mirada larga, necesitamos respirar otro ambiente, necesitamos salir de lo que nos asfixia para sentir la libertad de gozar de la vida, de tener esperanza ante las dificultades, de ampliar un horizonte que no tenga límite. Este domingo se nos presenta Jesús obediente al Padre, enseñándonos el camino de la verdadera libertad. Si quieres ser libre, camina por la senda de los mandamientos de Dios. Si quieres ser libre, déjate mover por aquel mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por nosotros. Si aspiras a la verdadera libertad, abre tu corazón a las necesidades de los hermanos más necesitados. No te cierres en ti mismo. Elige libremente el camino que a Jesús le ha llevado por la pasión y la muerte a la gloria de la resurrección. Abre tu corazón al hermano y ocú- pate más de sus necesidades que de tus caprichos. Obediencia. Esta es la palabra clave para una verdadera libertad. Obediencia que a veces incluye sufrimiento y muerte. “A gritos y con lágrimas (Cristo) presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y en su angustia fue escuchado” (Hebr 5,7). Obediencia que, vivida con amor, trae la salvación, ayuda al hermano, se entrega y da la vida. Este domingo de pasión nos acerca a la Semana Santa. Este año la ciudad de Córdoba celebra los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, y para ello disfrutaremos de un año jubilar, que será inaugurado el viernes de dolores. “Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María” (Jn 19,25). Ella compartió todos los sentimientos de su Hijo, ella acompaña hoy a todos los hijos que sufren por cualquier causa. Ella nos enseña a todos a obedecer a Dios. Ella nos enseña el camino de la verdadera libertad. Recibid mi afecto y mi bendición: Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer Q
MISA CRISMAL
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si sólo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo. En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes. En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios. ¿Qué celebramos en la Misa Crismal? Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo. Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espí- ritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo. A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados. La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres. Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal. En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación. Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un río de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia. ¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templos vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados. Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia. Este año serán seis nuevos presbíteros. Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios. Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda. En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen continuamente los consagrados con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello. Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana. En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf. Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición: La Misa Crismal Q
OREMOS POR LA ELECCIÓN DEL NUEVO PAPA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia se encuentra en estos días reunida en oración para invocar al Espíritu Santo, a fin de que asista a los Padres Cardenales en la elección del nuevo Pontífice. Tras la voluntaria y libre renuncia del papa emérito Benedicto XVI a la Sede de Pedro, se han puesto en marcha los organismos competentes para dar a la Iglesia un nuevo Sucesor del apóstol Pedro, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal. Es Dios el que llama y elige, y lo hace con la colaboración de las mediaciones humanas correspondientes. En este caso, corresponde a los Padres Cardenales menores de 80 años reunirse para elegir el nuevo Sucesor de Pedro y Obispo de Roma.
La elección debe ir acompañada por la aceptación del sujeto, y, cuando esto se produzca, se anunciará a la Iglesia universal: “Os anuncio una gran alegría: Tenemos Papa (Habemus Papam)”. Y reconoceremos en él al elegido por Dios para regir su Iglesia universal. Es un momento privilegiado para vivirlo en clima de fe.
“Creo en la Iglesia” confesamos en el Credo. Y eso significa que esta Iglesia la ha fundado Jesucristo nuestro Señor, que el Espíritu Santo es el alma que la sostiene, la santifica y la envía a la misión. Y que a esta Iglesia, Jesucristo la ha dotado de un pastor universal, que representa a Jesucristo buen Pastor de todos los pastores y fieles.
No se trata por tanto de un elemento puramente organizativo, sino de un aspecto de la fe, de nuestra fe en la Iglesia. Muchos aspectos accidentales de la Iglesia pueden ir cambiando a lo largo de los siglos, pero éste es un dato fundamental: que Cristo ha puesto al frente de su Iglesia al apóstol Pedro y a los Doce apóstoles con él, para que prolonguen al buen Pastor Jesucristo, que da la vida por sus ovejas. Y aquí viene la oración.
Necesitamos la oración para entrar con la fe en este aspecto del misterio, necesitamos la oración para no quedarnos en las anécdotas que nos cuentan los medios de comunicación. No entramos en la oración para pedirle a Dios por mi candidato, sino para disponer mi espíritu a recibir de Dios aquel que sea elegido.
Oramos por los Padres Cardenales electores, para que procedan a la elección con rectitud de intención, para que no busquen otra cosa que el bien de la Iglesia universal, para que el Espíritu Santo los ilumine y cada uno de ellos se deje mover por la gracia.
Y oramos también por el que vaya a ser elegido, para que llegado el momento de la aceptación, pueda hacerlo con libertad de espíritu, sienta la fuerza de Dios que le llama y le da la gracia para la tarea y encuentre en todos los fieles de la Iglesia la obediencia pronta a sus orientaciones pastorales.
Oramos para que todos los fieles lo reciban en la fe y en la comunión eclesial. A veces recibe uno esa pregunta: ¿cómo quiere que sea el nuevo Papa? Y cuando sea elegido, ¿qué le parece el nuevo Papa? Estamos acostumbrados a juzgar de todo y en todo, y como una niebla que oscurece la fe, a proyectar nuestro juicio también sobre estas realidades sobrenaturales.
Sin embargo, no somos nosotros los que juzgamos al Papa ni le sometemos a nuestro juicio, sino que humildemente hemos de someternos nosotros al juicio que él tenga sobre nosotros.
El Sucesor de Pedro es puesto al frente de su Iglesia para guiarnos y conducirnos por el camino de Cristo, y ha de contar con nuestra pronta obediencia y nuestra acogida en el amor cristiano. Por eso, rezamos, para que nuestra fe no se nuble con tantas informaciones y comentarios, sino que vayamos a lo fundamental de estos días y lo vivamos con espíritu de fe.
En todas las parroquias y comunidades oramos estos días por el Romano Pontífice que va a ser elegido. Y reafirmamos nuestra pertenencia a la Iglesia, con el deseo de obedecer prontamente al que sea elegido como Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Recibid mi afecto y mi bendición.
PAPA FRANCISCO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Ha sido como una ola de aire fresco, que ha encendido millones de esperanzas en el corazón de otras tantas personas. La plaza de San Pedro se inundó de fieles, y escuchamos con gran sorpresa: Habemus Papam!, cuyo nombre es Francisco.
No otro Francisco, sino Francisco de Asís, el poverello y humilde Francisco de Asís, el patrono de la ecología como lugar creado por Dios para el hombre, el del Cantico de las criaturas, el santo de la paz, Haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz! “No te olvides de los pobres”, le decía un cardenal al oído, y el nuevo Papa pensó en Francisco de Asís.
Cómo desean lo hombres de nuestro tiempo encontrar razones para la esperanza. Y no valen las promesas que tantos hacen y luego no cumplen. El mundo entero ha visto en la elección del nuevo Papa un motivo de esperanza, porque ha visto en él, en los pocos días que lleva, gestos de frescor evangélico. Como si este tipo de personas tan importantes fueran del todo inaccesibles o estuvieran blindadas al trato personal y directo con la gente.
El Papa Francisco ha roto esa impresión, y aunque nosotros no podamos saludarle directamente, hemos visto que se acerca y acoge, que escucha y quiere llegar a todos. Como Jesús en el Evangelio, de quien el Papa es Vicario en la tierra. Y esto alegra el corazón de muchos, de creyentes y no creyentes, de católicos y no católicos.
Hemos de orar por el Papa Francisco para que le dejen ser y expresarse así, para que su palabra y sus gestos lleguen a toda persona de buena voluntad y a todos pueda anunciar el Evangelio de la esperanza, que está destinado especialmente a los pobres y sencillos de corazón.
He acudido a Roma, en nombre propio y en representación de toda la diócesis de Córdoba, para orar con el Papa y por el Papa. Tiempo habrá de hablarle de nuestras cosas. Ahora, para rezar y vivir esa comunión plena con el Sucesor de Pedro, que nos hace católicos.
No esperemos novedades en el campo doctrinal. La Iglesia es heredera del Evangelio de Jesucristo con el encargo de anunciarlo a los hombres de nuestra generación. Pero hemos de poner la imaginación al servicio de esta evangelización, haciéndonos cada vez más transparencia de ese Evangelio que anunciamos.
Con qué facilidad nos instalamos mentalmente y vitalmente, domesticando el Evangelio y reduciéndolo a nuestra medida. Dios, sin embargo, quiere sacarnos de nuestras casillas, quiere ensanchar nuestra capacidad para llenarnos de Él. E igualmente, en nuestras maneras de actuar, va abriendo caminos nuevos para el Evangelio de una manera que no podíamos sospechar. “Mirad que realizo algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,18).
La novedad es siempre Jesucristo y no sabemos con qué matices se va a expresar a través de este Papa, pero el mundo entero ha percibido que algo nuevo está brotando, y esa novedad es siempre una sorpresa del Espíritu Santo para quienes estén dóciles a sus inspiraciones.
La Iglesia está viva. Los Padres Cardenales han cumplido su tarea de dar a la Iglesia un nuevo Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Y lo han hecho de manera admirable para todo el mundo, como un ejemplo de buen hacer, en un clima de oración y de seriedad, lejos de las intrigas y grupos de presión que nos contaba la prensa.
Acogemos al Papa Francisco con el corazón abierto de par en par, no sólo porque nos gusten o no sus formas, sino porque es quien representa a Cristo en este momento concreto.
Y sus apariciones en público tienen la mejor expresión de que Jesucristo quiere salir al encuentro de cada persona, para expresarle su amor y la misericordia de Dios. Nos preparamos así a la Semana Santa, con actitud de conversión y con renovado deseo de seguir cumpliendo la misión que Dios nos ha encomendado a cada uno en su Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición.
DIA DEL SEMINARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Día del Seminario es una ocasión propicia para agradecer a Dios que tengamos sacerdotes/presbíteros en nuestras parroquias, en nuestros grupos y comunidades, en nuestros colegios y hospitales y en tantos lugares donde Jesucristo se nos hace presente por medio de ellos. Es una gracia inmensa de Dios que no falten sacerdotes a su Iglesia, a nuestra diócesis de Córdoba.
Y si la Iglesia quiere tener sacerdotes, tiene que prepararlos bien, nos recuerda san Juan de Ávila. La vocación al sacerdocio es una llamada de Dios, a la que el llamado responde fiándose de Dios. Y Dios Padre se nos acerca visiblemente en su Hijo Jesucristo hecho hombre, que ha llamado a tantos para seguirle por el camino del sacerdocio, dándoles su Espíritu Santo. Todo ello, en la Iglesia comunidad, donde nacemos por el bautismo y donde se configura la vocación a la santidad de cada uno para el servicio a la humanidad.
La diócesis de Córdoba necesita sacerdotes para atender sus propias necesidades y para el servicio de la Iglesia universal. Y tales sacerdotes han de salir de entre los niños y jóvenes de nuestras familias.
Cada nuevo sacerdote es un milagro de Dios, porque responde a esa vocación en medio de mil dificultades. Por eso, hemos de crear entre todos un clima propicio para que se produzca esa llamada y para que sea respondida con facilidad y prontitud.
Más de 90 jóvenes se preparan hoy en Córdoba para ser sacerdotes: 35 en el Seminario Mayor “San Pelagio”, otros tantos en el Seminario Menor, provenientes todos de nuestra diócesis, y una veintena en el Seminario “Redemptoris Mater”, provenientes de distintos lugares del mundo. Y además, un pequeño grupo de otros cinco religiosos cursan estudios junto a los demás.
Todos se sienten llamados a ser un día sacerdotes del Señor, porque han descubierto esa vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Damos gracias a Dios por cada uno de estos jóvenes, y pedimos a Dios que envíe más y más trabajadores de su viña, y que mantenga fieles en su servicio a todos los llamados.
Necesitamos muchos más, y por eso le pedimos a Dios continuamente por las vocaciones sacerdotales, porque Dios quiere atender nuestra súplica, para que a su Iglesia no le falten nunca sacerdotes, no le falte nunca la Eucaristía.
Las vocaciones surgen como en su clima natural allí donde hay vida cristiana y fervor: en las familias cristianas, en las parroquias, grupos, colegios, movimientos y comunidades cristianas.
La mejor pastoral vocacional es un buen clima de vida cristiana, donde el niño y el joven perciban la llamada de Dios y puedan responderla con normalidad. En un buen clima de vida cristiana, brotan ésta y todas las vocaciones que configuran la familia de los hijos de Dios.
Por eso, es urgente y necesaria la pastoral juvenil que lleve a lo esencial, al encuentro con Cristo y a la vida nueva que brota de ese encuentro. Fiarse de Jesucristo es dejarse seducir por Él y vivir como vivió Él, dejando a un lado otras posibilidades por buenas que sean. “Sé de quién me he fiado” es el lema de este año.
La vocación es un diálogo de amor, que genera confianza mutua. Cuando Dios llama, lo hace con un gesto de confianza del que nunca se arrepiente. La llamada de Dios es irrevocable. Y quien responde a esta llamada experimenta que se ha fiado de Dios, se ha fiado de Jesucristo, y ésa es la roca sólida en la que se cimienta su respuesta.
La frase es de san Pablo, que una vez que se encontró con Jesucristo la vida le cambió, y ya nadie pudo apartarle de ese amor, a pesar de las dificultades que tuvo que afrontar.
Fiarse de Jesucristo merece la pena, en esta y en todas las vocaciones cristianas. Que muchos niños y jóvenes experimenten esa confianza, y respondan con amor a quien les llama para seguirle de cerca en el sacerdocio/presbiterado. Recibid mi afecto y mi bendición.
SEMINARIO Y VOCACIONES:ORDENACIONES SACERDOTALES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El sábado 23 de junio es una fecha señalada en el calendario de la diócesis de Córdoba. Dos nuevos sacerdotes van a ser ordenados presbíteros en la Santa Iglesia Catedral. Es día de fiesta grande para todos. El presbiterio diocesano con su obispo acoge a estos dos jóvenes sacerdotes en una cadena ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros días.
Las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” resuenan especialmente en este acontecimiento. La Iglesia puede seguir cumpliendo su misión evangelizadora gracias a este hilo rojo, que nunca se ha roto y que proviene de Jesús a través de los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros. Jesucristo sostiene a su Iglesia, manteniéndola fiel al Evangelio.
Él ha tocado el corazón de estos jóvenes y los ha llamado a seguirle. Él los consagra ministros suyos, para que actúen en su nombre y con su autoridad, in persona Christi capitis. Él los envía a la misión, como un día envió a los apóstoles “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros” (Mt 28, 19- 20).
Junto a estos jóvenes, Jesucristo sigue llamando a otros muchos jóvenes por todos los lugares de la tierra para que prolonguen esta sagrada misión hasta el final de los tiempos. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado” (Lc 10,16).
Es asombroso constatar que Jesús sigue llamando y cómo muchos jóvenes le responden positivamente. Gocemos de este gran acontecimiento eclesial y social. El Seminario es el lugar, el tiempo, la comunidad, todo un conjunto de medios, que los ha preparado y los ha hecho “dignos” de ser presentados a las sagradas Órdenes. Seminario diocesano Mayor y Menor de “San Pelagio”.
La diócesis mira al Seminario como el corazón de la diócesis, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Y todo periodo de gestación es especialmente delicado y requiere especiales atenciones. Damos gracias a Dios porque nos concede una Comunidad viva en el Seminario. Siguen llegando jóvenes, que son atendidos con esmero y delicadeza, para acompañar todo su proceso de discernimiento, maduración, crecimiento y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres.
Agradecemos a todos los que colaboran en el Seminario: formadores, profesores, personal de servicio. Esta fiesta es para todos y estimula a todos a seguir trabajando en esta dirección, la de hacer sacerdotes santos, según el Corazón de Cristo.
Para las familias es también una fiesta. Los nuevos sacerdotes y los que se preparan a serlo no han caído del cielo, sino que han nacido en el seno de una familia. Bendita familia en la que Dios llama a alguno de sus miembros para el sacerdocio o para la vida consagrada. Supone un gran regalo de Dios y supone un sacrificio para la familia, una generosa donación a fondo perdido. Dios recompensará como sabe hacerlo esta generosidad de los padres, dando su hijo para el Seminario, para el sacerdocio. Encontrar apoyo en la propia familia es una gran ayuda para el que da este paso, y es una gran ayuda para mantenerse fiel en esta vocación. Gracias, padres y madres. Dios llama a vuestros hijos, vosotros los ofrecéis para que sirvan a Dios y a los hombres.
En las parroquias el gozo es desbordante. Qué alegría para un sacerdote haber ayudado, acompañado, orientado a una vocación sacerdotal; y ver que llega a su madurez. Creo que es una de las mayores alegrías del corazón de un sacerdote.
Por eso, los párrocos y todos los sacerdotes que entran en contacto con estos jóvenes se sienten recompensados con creces cuando llega el día de la ordenación sacerdotal.
Felicitamos a la diócesis de Córdoba, Iglesia santa, esposa del Señor, por el regalo que recibe de su esposo en estos dos nuevos presbíteros. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo 125).
19 DE MARZO Y 1º DE MAYO: FIESTA DE SAN JOSÉ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La próxima fiesta de san José Obrero el 1 de mayo nos invita a pensar desde la fe en el mundo del trabajo, en las personas en cuanto son sujetos activos del trabajo que realizan, en los problemas que surgen en esta dimensión del hombre, en las relaciones que se establecen precisamente por motivo del trabajo.
El trabajo humano no tiene sólo la perspectiva de la producción, sino ante todo la perspectiva de la persona. La doctrina social de la Iglesia, la que brota del Evangelio y está transida de amor al hombre, nos enseña que el trabajo es el centro de la cuestión social.
El trabajo abarca muchos aspectos, refiriéndose al hombre. Puede considerarse desde el punto de vista de la técnica, de los medios de producción, etc. O puede considerarse desde el hombre como sujeto activo, que crece y se personaliza en el trabajo. En cualquier caso, siempre es el hombre el centro del trabajo, no la producción.
El hombre se mide por sí mismo, por lo que es, no por lo que produce. Y el hombre en su dimensión personal y familiar. Vivimos días de fuerte crisis en el mundo laboral, sobre todo porque no hay trabajo para todos. Más aún, se ha llegado a unos niveles de paro inimaginables. Y además, no se ve solución fácil ni pronta.
Es un problema generalizado en los países del bienestar, donde habíamos llegado a un nivel de producción y de consumo, que casi nos parecía haber alcanzado el paraíso terrenal. Pero algo se ha roto en el sistema, y la máquina no funciona.
Las prestaciones sociales se acaban y muchas personas, de las que dependen muchas familias, se ven en la angustiosa situación de no tener trabajo. Y de ahí surgen otros muchos problemas personales y familiares, como es el sentimiento de inutilidad, la falta de esperanza, el empobrecimiento de grandes grupos de personas, etc.
La fiesta de san José Obrero, el día del trabajo, es ocasión para pensar qué podemos hacer. Y lo primero de todo, es darnos cuenta de que la dignidad le viene al trabajo de ser colaboración con la obra de Dios.
Dios ha creado el mundo y ha mandado al hombre que lo domine y lo organice para su bien, según el plan de Dios. Sin Dios, los problemas del trabajo no tienen arreglo. Y en la tarea del trabajo, el hombre aprende a convivir con los demás, haciendo del trabajo un lugar de encuentro, nunca de conflicto.
En segundo lugar, hemos de estar abiertos a la solidaridad con quien no tiene nada de nada, para ayudarle en su emergencia y abrirle caminos de esperanza.
Las dificultades unen a los hombres para superar juntos tales problemas. Además, deben favorecerse las iniciativas personales o de grupo que tienden a proyectar la capacidad creativa del hombre para servir a la sociedad con su propio trabajo.
El ideal no es conseguir un trabajo para rendir lo menos posible, teniendo un sueldo asegurado a costa de no sé quién. En el trabajo, uno debe considerar como propio aquello que realiza, al mismo tiempo que reclama la dignidad de su obra ante los demás.
La apertura a la vida, engendrar a la generación venidera, es otro punto importante de la cuestión social, porque si no hay generación de reemplazo, no será posible garantizar las pensiones y ni siquiera la mínima producción para sobrevivir en nuestra sociedad. Hay que ayudar a las familias a que tengan hijos, que serán los trabajadores del mañana. He aquí la más importante inversión a largo plazo, a la que todavía no se le presta la debida atención en nuestra sociedad.
Y, llegando a las cifras macroeconómicas que nos hablan de un parón del consumo y el consiguiente parón de la productividad, debemos preguntarnos qué pieza se ha roto en el mecanismo social, por el cual esto no funciona, y muchos sufren las consecuencias. A simple vista, se percibe que no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades.
La permanente excitación al consumo tiene un límite, y si no somos capaces de ser austeros por el camino de la virtud, tendremos que ser austeros obligatoriamente por la vía de la carencia. La crisis nos va a enseñar mucho, nos ha de enseñar a ser más austeros.
Por otra parte, todos nos hemos hecho más sensibles a la transparencia en la gestión del dinero público, de manera que sea perseguida la corrupción en todos sus ámbitos, el dinero fácil a base de pelotazos con cargo al erario público, el derroche faraónico en proyectos y realizaciones, que se hacen con el dinero de todos para cobrar comisiones.
Dios quiera que haya pronto trabajo para todos, y así lo pedimos a san José Obrero, pero mientras eso llega, evitemos conflictos innecesarios y protestas que no conducen a nada y abramos nuestro corazón a la solidaridad fraterna, la que brota de considerar al otro como hermano y no como rival.
San José y la crisis pueden ayudarnos a valorar mejor el trabajo. Recibid mi afecto y mi bendición.
SEMINARIO Y VOCACIONES:ORDENACIONES SACERDOTALES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El sábado 23 de junio es una fecha señalada en el calendario de la diócesis de Córdoba. Dos nuevos sacerdotes van a ser ordenados presbíteros en la Santa Iglesia Catedral. Es día de fiesta grande para todos. El presbiterio diocesano con su obispo acoge a estos dos jóvenes sacerdotes en una cadena ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros días.
Las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” resuenan especialmente en este acontecimiento. La Iglesia puede seguir cumpliendo su misión evangelizadora gracias a este hilo rojo, que nunca se ha roto y que proviene de Jesús a través de los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros. Jesucristo sostiene a su Iglesia, manteniéndola fiel al Evangelio.
Él ha tocado el corazón de estos jóvenes y los ha llamado a seguirle. Él los consagra ministros suyos, para que actúen en su nombre y con su autoridad, in persona Christi capitis. Él los envía a la misión, como un día envió a los apóstoles “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros” (Mt 28, 19- 20).
Junto a estos jóvenes, Jesucristo sigue llamando a otros muchos jóvenes por todos los lugares de la tierra para que prolonguen esta sagrada misión hasta el final de los tiempos. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado” (Lc 10,16).
Es asombroso constatar que Jesús sigue llamando y cómo muchos jóvenes le responden positivamente. Gocemos de este gran acontecimiento eclesial y social. El Seminario es el lugar, el tiempo, la comunidad, todo un conjunto de medios, que los ha preparado y los ha hecho “dignos” de ser presentados a las sagradas Órdenes. Seminario diocesano Mayor y Menor de “San Pelagio”.
La diócesis mira al Seminario como el corazón de la diócesis, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Y todo periodo de gestación es especialmente delicado y requiere especiales atenciones. Damos gracias a Dios porque nos concede una Comunidad viva en el Seminario. Siguen llegando jóvenes, que son atendidos con esmero y delicadeza, para acompañar todo su proceso de discernimiento, maduración, crecimiento y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres.
Agradecemos a todos los que colaboran en el Seminario: formadores, profesores, personal de servicio. Esta fiesta es para todos y estimula a todos a seguir trabajando en esta dirección, la de hacer sacerdotes santos, según el Corazón de Cristo.
Para las familias es también una fiesta. Los nuevos sacerdotes y los que se preparan a serlo no han caído del cielo, sino que han nacido en el seno de una familia. Bendita familia en la que Dios llama a alguno de sus miembros para el sacerdocio o para la vida consagrada. Supone un gran regalo de Dios y supone un sacrificio para la familia, una generosa donación a fondo perdido. Dios recompensará como sabe hacerlo esta generosidad de los padres, dando su hijo para el Seminario, para el sacerdocio. Encontrar apoyo en la propia familia es una gran ayuda para el que da este paso, y es una gran ayuda para mantenerse fiel en esta vocación. Gracias, padres y madres. Dios llama a vuestros hijos, vosotros los ofrecéis para que sirvan a Dios y a los hombres.
En las parroquias el gozo es desbordante. Qué alegría para un sacerdote haber ayudado, acompañado, orientado a una vocación sacerdotal; y ver que llega a su madurez. Creo que es una de las mayores alegrías del corazón de un sacerdote.
Por eso, los párrocos y todos los sacerdotes que entran en contacto con estos jóvenes se sienten recompensados con creces cuando llega el día de la ordenación sacerdotal.
Felicitamos a la diócesis de Córdoba, Iglesia santa, esposa del Señor, por el regalo que recibe de su esposo en estos dos nuevos presbíteros. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo 125).
II PASCUA: JESÚS SE APARECE EN EL LAGO DE TIBERIADES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo, Jesús resucitado se aparece a los apóstoles junto al lago de Tiberíades.
Estaban pescando, pero no habían obtenido ningún resultado. Y Jesús les manda echar las redes de nuevo, y obtienen una pesca muy abundante. Los apóstoles se sienten seguros y contentos de la presencia del Señor, que comparte con ellos el desayuno y convive con ellos después de resucitado.
Terminada la escena de la pesca milagrosa, Jesús se dirige a Pedro. Probablemente, Pedro no se atrevía ni a levantar la mirada, no es capaz de mirar a Jesús de frente, aunque no puede vivir sin Él.
Cada vez que se acuerda de la noche de la pasión, en la que negó a su Maestro, llora. Pero son lágrimas mezcladas de arrepentimiento y de gratitud, porque se siente perdonado por un amor más grande que su pecado. Se siente abrazado por la misericordia de Dios en aquella mirada de Jesús la noche de la pasión, una mirada de comprensión, de amistad, de perdón. Una mirada que a Pedro le supo a gloria. Y por eso llora cada vez que la recuerda.
Terminada la pesca milagrosa, Jesús se dirige a Pedro para darle la oportunidad de que saque afuera lo que lleva dentro. Porque Pedro es sincero, tiene un corazón noble, aunque le ha traicionado su debilidad cuando se ha enfrentado al escándalo de la cruz, al ver a su Maestro hecho una piltrafa.
Y después de aquella mirada de Jesús, ya no le cabe duda de que Jesús le quiere más que nunca. Ahora bien, es Jesús el que le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Una, dos y tres veces. Como cuando cantó el gallo y Pedro le había negado una, dos y tres veces. Pedro responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y así por segunda vez. Y en la tercera pregunta de Jesús, Pedro ya no se fía de sí mismo, y le responde: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
Yo, Señor, quiero quererte y sé que te quiero, pero no me fío de mí, sino que me fío de ti, especialmente en esto del amor. Tú lo sabes todo, tú conoces quién soy y cómo soy, y te quiero apoyándome en tu gracia y tu perdón, apoyado en tu fidelidad.
A Pedro le ha fortalecido la mirada misericordiosa de Jesús, le ha hecho más desconfiado de sí mismo y más confiado en Jesús. Se había fiado de Jesús siempre, pero ahora más que nunca, cuando ha constatado que es el amor de Dios el que rehabilita cuando ya nuestras fuerzas no dan más de sí.
Tocando la propia limitación, ha podido constatar un amor más grande que no proviene de él, sino de la misericordia de Dios. Jesucristo resucitado sale a nuestro encuentro, al encuentro de cada persona que viene a este mundo, al encuentro también de quienes son sus discípulos para comunicarles la alegría de una vida nueva, la vida del resucitado, cuya fuerza no está en las propias energías, sino en el poder del Espíritu Santo.
El tiempo pascual particularmente es un tiempo de gracia para experimentar esta novedad de vida, por la que no nos apoyamos ya en nuestra vida, sino en la vida de Dios en nosotros. Por eso, es un tiempo precioso, porque nos sitúa en el encuentro con Cristo resucitado, que renueva todas las cosas.
La gracia de Dios cambia el corazón de quien se encuentra con Dios, como hemos contemplado en la biografía del nuevo beato Cristóbal de Santa Catalina, beatificado el pasado domingo en la catedral de Córdoba.
Repleto del amor de Dios, purificado de sus propias debilidades en una vida de penitencia y pobreza especial, también él experimentó como Pedro esa mirada misericordiosa de Jesús que le hizo conocerse como hombre nuevo, renacido por la gracia, y le hizo capaz de desbordarse en misericordia con los pobres de su entorno.
Una vida así deja estela de santidad para los siglos venideros, porque es una vida fecunda. Una vida así es prolongación de la vida de Jesús para el hombre de todos los tiempos. Así quiere Dios que sea nuestra vida para los demás, pero la clave de esa novedad está en la respuesta a una pregunta: ¿Me quieres de verdad? Sí, Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Recibid mi afecto y mi bendición.
PASCUA DE PENTECOSTES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con este título confesamos en el credo la fe en la tercera persona de Dios, el Espíritu Santo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida (vivificantem)”.
La pascua de Pentecostés a los cincuenta días de la resurrección del Señor, nos trae esa venida del Espíritu Santo como alma de la Iglesia, y como alma de nuestra alma. Como alma de la Iglesia, nos congrega en un solo cuerpo, en plena comunión con los pastores.
Esta es la fiesta de la unidad de la Iglesia. Y a nivel personal, “los que se dejan mover por el Espíritu Santo, ésos son hijos de Dios” (Rm 8, 14). Dios viene a vivir en nuestro corazón, ha puesto su morada en nuestra alma en gracia, vive en cada uno de nosotros como en un templo. “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?...El templo de Dios es sagrado, ese templo sois vosotros” (1Co 3, 16-17). Por tanto, “glorificad a Dios con vuestro cuerpo” (1Co 6, 20). Alma y cuerpo.
El Espíritu Santo nos inunda con su amor, no sólo en el alma, también en el cuerpo, haciendo de nuestra carne lugar de la gloria de Dios. La castidad es posible porque es virtud que el Espíritu Santo produce en nosotros, animándonos a superar el pecado y a convertir nuestro cuerpo en templo de su gloria.
La sexualidad es lenguaje de expresión del amor verdadero, en su lugar y en su momento, y es un fruto del Espíritu Santo, en el conjunto de la vida cristiana. Los frutos del Espíritu son: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Gal5, 22-23).
Pentecostés es, por tanto, la fiesta de la exuberancia de Dios que nos concede los dones y los frutos del Espíritu Santo, nos hace sentir con la Iglesia, nos enseña a amar al estilo de Cristo, nos va recordando interiormente todo lo que Jesucristo nos ha enseñado. Vivimos tiempos de turbulencias en muchos campos.
Necesitamos del Espíritu Santo que nos aclare la verdad de Dios y del hombre, que nos dé fuerzas para seguir la voluntad de Dios, que nos impulse a la misión de llevar el Evangelio a toda persona. Por ejemplo, en la defensa de la vida humana. Unos y otros se debaten hasta dónde es permitido matar al niño que anida en el seno materno.
Cualquier ley que permita el aborto, será siempre una ley que no está a la altura del hombre. Nunca le es lícito a nadie matar o permitir que se mate al ser humano que comienza a existir desde la fecundación en el seno materno. Todo ser humano tiene derecho a vivir desde que es concebido, y nadie por ninguna razón puede suprimir ese ser humano indefenso. Dejadle vivir. No se puede invocar el derecho de nadie a elegir, cuando está en juego la vida de otro. Y no se trata de una cuestión religiosa, se trata ante todo de una cuestión humana.
La luz de Dios nos hace ver con más claridad lo que la simple razón humana puede descubrir, si no está obcecada por intereses egoístas. Europa, y España dentro de ella, se muere de vieja. Los cientos de miles –más de un millón– de abortos producidos en los últimos años constituyen el suicidio lento de un pueblo, que no es capaz de transmitir la vida a la generación siguiente, e inventa mil razones para justificar este despropósito, lo que ya está siendo una verdadera catástrofe social.
No podemos callar ante este genocidio. Se precisa una política inspirada en la cultura de la vida, que supere de una vez por todas la cultura de la muerte. Una política que favorezca la natalidad, que ayude a las madres a criar a sus hijos en casa, que no penalice a la familia que se abre generosamente a la vida.
La mujer no pierde nada por ser madre, sino por el contrario llega así a su plenitud humana. Una educación en el afecto y en la sexualidad, que supere la concepción hedonista de este aspecto vital para el ser humano. La sexualidad presentada a los jóvenes no como un juego placentero, sino como un camino de superación personal, en el que se aprende a amar dándose, sacrificándose, ayudando a los demás, viviendo según la ley de Dios, que quiere siempre lo mejor para el hombre.
Necesitamos del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que venga intensamente sobre nosotros. Sobre la Iglesia para que se renueve interiormente, a fin de ser testigo elocuente de la novedad de Cristo entre los hombres de nuestro tiempo. Sobre nuestra sociedad, que presenta signos preocupantes de cansancio y de desesperanza. Sobre la humanidad entera. “Envía Señor tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra”. Amén. Recibid mi afecto y mi bendición.
CORAZÓN DE JESÚS, UN CORAZÓN ROTO DE AMOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La religión cristiana es la religión del amor, del amor de Dios a nosotros y del amor nuestro a Dios y a los demás. Así lo ha venido manifestando Dios desde los orígenes de la revelación, pero lo ha dicho del todo y exageradamente en el Corazón de su Hijo Jesucristo. Por parte de Dios, hemos venido a la existencia como resultado de su amor. Existo, luego Dios me ama. Ese amor de Dios se ha prolongado en el abrazo amoroso de mis padres que me han engendrado y posteriormente me han acogido en sus brazos, me han cuidado, me han ayudado a crecer en todos los aspectos. Y por parte nuestra, de cada uno de nosotros, somos solidarios en el primer pecado, el pecado original, por el que ya nacemos en pecado y además añadimos nuestros propios pecados personales a lo largo de nuestra vida. El pecado no es otra cosa que el desamor, decirle “no” a Dios que nos ama, darle largas, darle la espalda, preferir mi gusto y mi norma a su santa voluntad expresada en los mandamientos. Dios es mi Padre, que me ama y me engendra continuamente a su vida divina, la vida de la gracia, y la criatura humana rechaza muchas veces ese don paternal, cortando la vida y eligiendo la muerte. La relación de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con el hombre es un drama permanente desde el primer pecado hasta la consumación de los tiempos, en que triunfe definitivamente su amor. Porque Dios siempre reacciona amando. Cuando este amor se dirige a quien le ha ofendido, ese amor se llama perdón, se llama misericordia. El amor de Dios es una continua misericordia con nosotros, es un derroche de misericordia, que nos va sanando, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad. En el centro de este drama se sitúa el Corazón de Cristo. En él, Dios Padre nos ha dado a su Hijo único, su Hijo amado, como el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por él”. Y no lo ha hecho de manera generalizada y como a granel, sino de manera personalizada, por cada uno. “Me amó y se entregó por mi”. En el Corazón de Cristo tenemos por tanto la expresión de un amor por parte de Dios que llega a la máxima expresión, darnos a su Hijo y con él al Espíritu Santo. Pero este Corazón de Cristo está coronado de espinas, está herido por los pecados de todos los hombres, y de él brota una llama amor al Padre y a toda la humanidad. Es un Corazón roto, herido por la lanza del soldado, efecto del pecado de toda la humanidad. Y roto de amor, porque no es correspondido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”, le dice Jesús a Santa Margarita María Alacoque. A pesar de todo, es un Corazón que sigue amando y busca corazones que se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor de los hombres. Es un Corazón que acabará triunfando por la vía del amor en los corazones de quienes le acogen. La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 12 de junio, es un momento propicio para agradecer este amor sin medida, con el que siempre contamos y que nunca nos falta. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón. Es ocasión propicia para reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad. ¡Cómo duele ofender a quien amamos de verdad, y ver que el Amor no es amado! Es ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean, para que a todos llegue este lubrificante del amor en medio de tanto sufrimiento. Que la fiesta del Sagrado Corazón nos prepare al Año de la Misericordia. La práctica de los primeros viernes, la comunión y la adoración eucarística con tono de reparación e intercesión, la ofrenda de nuestra vida en amor de correspondencia, la contemplación de ese Amor incesante, que siempre reacciona amando, nos lleve a todos a exclamar: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición. Un corazón roto de amor, el Corazón de Jesús Q
CORAZÓN DE JESUS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios tiene corazón. El Dios que Jesucristo nos ha revelado no es un Dios lejano e insensible a nuestras necesidades. Por el contrario, es un Dios cercano, que ha enviado a su Hijo único, para que comparta nuestra existencia y nos haga partícipes de su gloria.
Este Dios cristiano no ha tenido otro motivo para actuar así que su inmenso amor por nosotros, que somos criaturas suyas y que quiere hacernos hijos suyos.
La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús (viernes de la semana siguiente al Corpus) quiere recordarnos esto. Celebrar al Corazón de Jesús es celebrar un amor más grande, que quiere introducirnos en su órbita de amor, para ser amados y enseñarnos a amar. La máxima expresión visible de ese amor es la Cruz y su prolongación en la Eucaristía.
Ante los males del mundo nos interrogamos por qué. El Hijo de Dios, enviado por el Padre en la plenitud de los tiempos, nos lo ha explicado. Los males del mundo no tienen su origen en Dios, porque Dios sólo es autor del bien. Los males del mundo han sido introducidos en la historia por la incitación del demonio, padre de la mentira, y por el pecado del hombre, que ha mal usado su libertad.
El mal más radical del hombre es querer “ser como Dios” (Gn 3,5; Flp 2,6) y romper con Él para hacerse independiente de Dios, haciéndose a sí mismo norma de sus actos, sin referencia a Dios. Jesucristo, por el contrario, ha entrado en este mundo como hijo, en actitud de amorosa obediencia filial, colgado del Padre, para revelar al mundo que Dios es amor. No hay otro camino para disfrutar de Dios que la actitud de vivir como hijo en relación de obediencia filial al Padre.
Nuestras soberbias y rebeldías han llevado a Jesús a la Cruz, que Él ha vivido con amor, y en la Cruz ha reciclado todos nuestros pecados. “Sus heridas nos han curado” (1Pe 2,24). El culto y la devoción al sagrado Corazón de Jesús ponen ante nuestros ojos el resumen de toda la vida cristiana: el amor.
Dios es amor y se mueve por amor. El hombre está llamado al amor y hasta que no lo encuentra, hasta que no lo vive, está inquieto y desasosegado. El Espíritu Santo es amor de Dios derramado en nuestros corazones. Jesús es el Hijo hecho hombre, con un corazón humano como el nuestro, que ama al Padre y a los hombres hasta el extremo y que sufre al ver a los hombres alejados de la casa del Padre.
Jesús se ha tomado en serio nuestra felicidad y ha ofrecido su vida en rescate por la multitud, para atraer a una multitud de hijos dispersos, haciéndolos sus hermanos. “Este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de los cuales recibe tantas ingratitudes”, le dice Jesús a santa Margarita. Jesús se acerca hasta nosotros y nos ofrece su amor, tantas veces olvidado o rechazado por nuestros pecados.
El culto al Sagrado Corazón incluye esa actitud de reparación por los propios pecados y por los del mundo entero. No partimos de cero, hay toda una historia detrás. Por una parte, un amor que nos espera desde toda la eternidad en el corazón de Dios, donde cada uno tenemos un lugar, y además, el Corazón humano de Cristo, reflejo del corazón de Dios y muy sensible a las necesidades de los hombres.
Por otra parte, nuestro alejamiento de Dios: hemos nacido en pecado y, una vez rescatados por la sangre redentora de Cristo, con frecuencia nos apartamos de sus caminos.
Celebrar la fiesta del sagrado Corazón de Jesús significa dejarse envolver por ese amor, que sana nuestras heridas y nos hace disfrutar de los dones del Padre. Significa caer en la cuenta de tantos desamores o desprecios a Cristo, que tanto nos ha amado, y reparar tanto desamor por nuestra parte. Significa tener sed del Espíritu Santo, que brota a raudales del Corazón de Cristo traspasado de amor.
Celebrar el Corazón de Jesús consiste en ponernos como Él en el lugar de los demás, cargando con sus pecados y con todas las secuelas del pecado, venciendo el mal a fuerza de bien. No hay amor más grande, que el que se encierra en el Corazón de Jesús. Ni hay otra fuerza transformadora más potente para instaurar un mundo nuevo de justicia y de paz. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! Recibid mi afecto y mi bendición.
SANTÍSIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy es la solemnidad de la Santísima Trinidad. El Dios que Jesús nos ha revelado es un Dios comunidad en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que viven en la gloria, en la felicidad eterna, antes que el mundo existiera.
Libremente, estas Personas divinas han querido compartir su felicidad, manifestando su gloria en el universo creado. Una creación que ha quedado “prendada de su hermosura”. Y ante el pecado de nuestros primeros padres, Dios no se ha desentendido de nosotros, sino que nos ha enviado a su Hijo, como centro y culmen de la creación y de la historia, como redentor del hombre apartado de Dios por el pecado. Dios se ha empeñado en hacernos felices con Él para siempre.
El drama de la redención pone en juego a las tres Personas divinas, que se han compadecido de nuestra desgracia. El Padre ha enviado a su Hijo, que nacido de María virgen, se ha hecho semejante en todo a nosotros excepto en el pecado; ha sufrido, ha muerto y ha resucitado. Elevado al cielo, nos ha enviado al Espíritu Santo. Nosotros hemos conocido ese amor de Dios sin medida porque Jesús nos lo ha enseñado y nos lo ha demostrado en su vida.
Derramando el Espíritu Santo en nuestros corazones, los Tres vienen a vivir en nuestra alma como en un templo, inyectando la vida divina en nuestra vida, que ya ha empezado a ser eterna y llegará a su plenitud en el cielo.
Este misterio tan sublime se nos ha revelado no para hacer cábalas en nuestra mente de una persona a otra, sino para contemplarlo como una realidad misteriosa que ha puesto su morada en nuestro corazón. No estamos solos, en nuestra alma ha puesto Dios su morada.
La oración consiste precisamente en caer en la cuenta de esa presencia actuante de Dios en nuestra vida. Las tres divinas Personas se aman entre sí en nuestro propio corazón y de ahí brota una corriente de agua viva, que sacia nuestra sed de Dios. Las personas que han recibido una vocación contemplativa y viven en el claustro nos están recordando continuamente este misterio.
En España hay 801 monasterios de vida contemplativa (35 masculinos y 766 femeninos) y 9.195 religiosos y religiosas (340 masculinos y 8.855 femeninas). Son un caudal impresionante en la vida de la Iglesia. Actualmente el número va decreciendo, faltan vocaciones para mantener ese nivel actual, pero siguen siendo muchas almas contemplativas, que desgastan su vida ante el Señor en oración continua, en la alabanza divina, en la intercesión por la Iglesia y por toda la humanidad.
Coincidiendo con la solemnidad de la Santí- sima Trinidad, la Iglesia celebra la Jornada pro Orantibus y nos recuerda el valor de esta vocación contemplativa, nos invita a valorarla, apoyarla, orar por todos ellos, los monjes y las monjas contemplativos.
El lema en este año teresiano dice: “Solo quiero que le miréis a Él”. Cuando sus monjas le preguntan a Santa Teresa algunos consejos para tener contemplación, ella entre otras muchas recomendaciones les repite: “No os pido que penséis mucho… tan sólo os pido que le miréis” (Sta. Teresa, Camino de perfección [V] 26,3).
La vida contemplativa tiene como motor principal la acción del Espíritu santo que provoca en el alma la fascinación por Cristo en cada uno de sus misterios. Mirarle a Él no es una actitud paralizante, sino dinamizante del seguimiento de Cristo y de la entrega de la vida en ofrenda por la Iglesia.
Los monasterios contemplativos son lugares de oración para todos los cristianos. Nos hacen este gran favor, sea cual sea nuestra vocación: propiciar un clima de silencio y oración, particularmente en la oración litúrgica, en la que ellos y ellas viven continuamente.
Valoremos este gran servicio al pueblo de Dios, y sostengamos nuestros monasterios con nuestro apoyo, nuestra oración, e incluso con nuestra ayuda material. Recibid mi afecto y mi bendición: Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio para contemplar, para disfrutar.
SANTISIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El misterio fontal del cristianismo es el misterio trinitario. Jesucristo nos ha abierto de par en par las puertas del corazón de Dios, para introducirnos en esa intimidad divina, en la que descubrimos asombrados que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No es un ser solitario ni aburrido, Dios es trinidad, es comunidad, comunión, familia de amor. Tres personas, un solo Dios. Lo tienen todo en común, se distinguen por la relación personal. El Padre es el dador, el Hijo es el dado, el Espíritu Santo es el don.
No cabe mayor comunidad ni mayor diferencia personal. Entrar en este misterio sólo podemos hacerlo de puntillas, en silencio, en actitud de profunda adoración. No podemos manipular el misterio para acomodarlo a nuestra medida.
En este misterio se entra en actitud de profunda adoración, porque es inmenso y nos desborda por todas las latitudes. Y entrando en este misterio, respiramos la grandeza de Dios y la grandeza del hombre, llamado a compartir esa misma vida en una corriente de amor, que tiene su origen en Dios, nos envuelve en el mismo amor y nos hace capaces de amar a la manera de Dios.
Jesucristo, en su condición humana y terrena, ha vivido inmerso en este misterio de amor y de fluida comunicación, con una profunda y espontánea familiaridad con el Padre, hablándonos del Espíritu Santo con toda naturalidad. Él ha sido el gran contemplativo, que nos ha hablado de las más profundas intimidades del corazón de Dios.
Realmente, Jesús aparece como una de esas tres personas, en íntima comunión de amor con las demás y anunciándonos a todos la alteza de nuestra vocación: entrar a participar de Dios en esa corriente de amor trinitario.
Más aún, Jesucristo nos anuncia que las tres personas de Dios quieren poner su morada en nuestro corazón, a manera de un templo: “Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Es el misterio de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma de quien vive en gracia de Dios. El que ha conocido a Jesucristo ya no está solo ni se siente solo, porque vive en comunidad, en esa comunidad de amor trinitario, cuyo reflejo en la historia es la Iglesia, icono de la Trinidad.
La oración consiste en caer en la cuenta de esa relación de amor, que tiene su iniciativa en Dios y que nos incorpora a esa relación, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo (Jesucristo), ungidos por el Espíritu Santo.
En el seno de la Iglesia, algunos reciben esta vocación especial, que es la vida contemplativa. Se llama contemplativos en la Iglesia a los que “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (PC 7).
Son muchos los hombres y mujeres en la Iglesia que viven esta vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Ellos son verdaderos “centinelas de la oración”, como reza el cartel de este Año de la fe.
En nuestra diócesis de Córdoba hay 24 monasterios de vida contemplativa, uno masculino y los demás femeninos, verdaderos oasis de oración y de paz, en el silencio y en el trabajo de la vida retirada. Hay también algunos ermitaños, que viven la vida contemplativa en la soledad del desierto.
Muchos cristianos encuentran en estos monasterios lugares para el trato con Dios, porque favorecen el silencio, la liturgia bien celebrada, un clima de oración, una presencia especial de Dios. Por eso, los contemplativos son considerados centinelas de la oración.
No se han retirado del mundo para desentenderse de los demás. Se han retirado atraídos por el misterio de Dios, como la mariposa se siente fascinada por la luz, y viviendo en soledad o en comunidad, oran por sus hermanos, se sacrifican por todos, presentan a Dios nuestras necesidades y proporcionan espacios de oración y retiro para los que buscan a Dios en el silencio, retirados de las ocupaciones cotidianas.
Los contemplativos no son parásitos de la sociedad, sino reclamos fuertes del misterio de Dios en medio de nuestro mundo tan aturdido por tanta actividad. Ellos nos hacen un bien inmenso, a los creyentes y a los no creyentes, su presencia es un oasis de Dios en medio del desierto de la ciudad secular.
Oremos por los que se dedican a orar por nosotros. Ellos nos cuidan, ellos son para nosotros “centinelas de la oración”, ellos proclaman al mundo que Dios quiere introducirnos en el círculo de su amistad, en su vida divina. Su testimonio nos hace más fácil a todos la vocación contemplativa que todos llevamos en el corazón, porque estamos llamados a disfrutar de Dios.
Recibid mi afecto y mi bendición.
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.
LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.
Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, pero nos dice “Dadles vosotros de comer”.
Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?
Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.
La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.
Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.
“Dadles vosotros de comer”. Jesús nos invita a abrir nuestro corazón y repartir amor a tantas personas que lo necesitan. Amar a todos, amar incluso a los enemigos, es el mandamiento nuevo de Cristo a sus discípulos.
Nuestros contemporáneos necesitan a Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor de las carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios, el hombre está vacío y padece una orfandad que le asfixia progresivamente, aunque esté lleno de cosas exteriores. “Dadles vosotros de comer”.
Urge llevar el Evangelio a todos, llevarles la buena noticia de que Dios es amor y ama a todos, de que Dios perdona siempre. Urge sanar las heridas que el enemigo (Satanás) ha producido en el alma. Urge restaurar al hombre herido por el pecado y abocado a la muerte.
Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.
“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.
LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.
Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, y lo puede todo, y como es Amor apasionado por el hombre se queda con nosotros todos os días hasta el fin del mundo en nuestros sagrarios. Necesitamos alma de oración ante el sagrario, almas eucarísticas que visiten y oren ante el Señor, por sus hijos, por el mundo, por los necesitados, sobre todo, de amor y también de pan material. Por eso hoy día de la Eucaristía, del pan celestial que es Jesucristo, celebramos el día de la caridad y del amor para con todos: Amaos como yo he amado y día de caridad para multiplicar y dar de comer a los hambrientos de pan material.
Nuestros contemporáneos 1º necesitan de Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor y peor de todas las hambres y carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios el hombre es pobre y está vacío porque le falta el Todo, el sentido de su vida, la esperanza de la eternidad y padece una orfandaz que le asfixia progresivamente aunque esté lleno de cosas que no llenan el existir y el corazón, aunque lo tenga todo le falta el Todo de todo que es Dios Amor y Eternidad.
2º Antes de la multiplicación de los panes, al ver Jesús una multitud hambrienta porque llevaban tres días sin comer, lleno de compasión y sabiendo lo que tenía que hacer, le dijo a los Apóstoles y nos dice ahora a nosotros: “Dadles vosotros de comer”.
Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿Cuáles son sus necesidades? ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos?
Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.
La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.
Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.
Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.
“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus (trasladada de jueves a domingo) es como una prolongación del Jueves Santo, el día en que Jesús instituyó la Eucaristía.
Es un precioso invento. Que Jesús haya encontrado la forma de estar en el cielo y estar cerca de nosotros hasta el fin del mundo es verdaderamente asombroso. Por eso, a lo largo de los siglos tantos santos han quedado atraídos por la Eucaristía, como la mariposa queda fascinada por la luz. Ya no sabe salir de esa órbita. No se entiende la vida de un cristiano que no quede asombrado –y viva de ese asombro– ante Cristo Eucaristía.
Este año damos gracias por la Adoración Eucarística Perpetua, que ha encontrado eco intenso en tantos adoradores de Córdoba, de manera que día y noche todos los días del año Cristo sea adorado y nos traiga torrentes de gracia para nuestras vidas y nuestras comunidades cristianas.
En la Eucaristía se hace presente eficazmente el sacrificio redentor de Cristo, que entregó su vida en la cruz por la redención del mundo. Siendo Dios y hombre verdadero, la ofrenda de su vida es de valor infinito y su sangre lava todos los pecados. “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”.
Participar en la Eucaristía es unirse a Cristo que se ofrece por todos. Todo el sufrimiento del mundo adquiere valor unido a Cristo que se ofrece. Y se nos da como alimento, en la forma de pan y de vino, convertidos en su cuerpo y en su sangre: “Tomad, comed, que esto es mi cuerpo. Tomad, bebed, que ésta es mi sangre”. Y al recibirlo como alimento, alimenta nuestra vida.
La Eucaristía es alimento de vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Comiendo de la misma comida entramos en comunión unos con otros, es Jesucristo el que nos une en su cuerpo, como el racimo a la vid, para dar frutos de vida eterna.
La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros la caridad cristiana. No tiene sentido que comamos a Cristo en la Eucaristía y mantengamos rivalidades, envidias y desamor entre nosotros. Comulgar con Cristo y comulgar con el hermano.
Una comunidad eucarística es una comunidad en la que todos se aman con el amor de Cristo, en la que todos aportan lo mejor que tienen y en donde las rivalidades se superan por un amor sincero, que reconoce los valores del otro. La paciencia para soportar los defectos del prójimo es una obra de misericordia que se alimenta en la Eucaristía. “Mirad cómo se aman”, ha sido siempre el atractivo de una verdadera comunidad cristiana.
Y esa caridad cristiana, alimentada en la Eucaristía, se prolonga con los más necesitados, saliendo al encuentro de ellos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido: los recursos de todo tipo, según las necesidades de cada uno, e incluso el don precioso de la fe, que se nos da para comunicarla.
Este año en Córdoba estamos celebrando el 50 aniversario de Cáritas diocesana, y es el día del Corpus el día más apropiado de esta institución de caridad. Damos gracias a Dios por todos los que han colaborado en esta institución de Iglesia, que promueve la caridad de todos para favorecer a los más necesitados. El mandamiento nuevo del amor fraterno, “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, es el motor constante de Cáritas.
Cáritas no es una ONG cualquiera, es la caridad de la comunidad cristiana para servir a los pobres de la Diócesis. Por todas estas razones, la procesión del Corpus no es una exhibición de los que desfilan, sino una proclamación solemne de nuestra fe en la presencia de Cristo en este precioso sacramento, y un testimonio agradecido ante los demás de nuestro compromiso de amor con todos, especialmente con los más pobres.
La fiesta del Corpus es la presencia viva de Cristo, que alimenta continuamente a su Iglesia. Venid, adorémosle. Venid, comamos de este pan bajado del cielo. Venid a reponer fuerzas para seguir amando a todos. Venid, que en este sacramento se encuentra el tesoro de la Iglesia para todos los hombres.
Recibid mi afecto y mi bendición: Corpus Christi, Jesucristo vivo que alimenta a su Iglesia.
DOMINGO II PASCUA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Me impresiona la aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás, que viene a cerrar la sucesión de relatos de resurrección. Y me impresiona por Tomás, que acepta humildemente las señales que Jesús le ofrece, pero sobre todo por Jesús y su condescendencia hacia Tomás. Fueron las mujeres las primeras que se encontraron con el misterio de la resurrección del Señor. Los apóstoles estaban llenos de miedo encerrados en el Cenáculo, temiendo que fueran a por ellos en cualquier momento. Las mujeres, sin embargo, rompieron el miedo y fueron al sepulcro muy de mañana, preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús, que estaba en el sepulcro. Al llegar y entrar en el sepulcro, vieron que Jesús no estaba allí y un ángel les dijo: Ha resucitado, id a decirlo a los hermanos y que vayan a Galilea. María Magdalena tuvo un encuentro precioso con el Señor, a quien confundió con el hortelano y al que descubrió cuando él la llamó por su nombre. Cuando se lo dijeron a los apóstoles, Pedro y Juan fueron corriendo al sepulcro, entraron, vieron y creyeron. Y así durante aquella jornada con los discípulos de Emaús y de nuevo al atardecer en el Cenáculo con todos los presentes. Tomás no estaba, y cuando se lo dijeron, respondió con escepticismo: Si no lo veo, no lo creo. A los ocho días, al domingo siguiente, Jesús se apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. Podemos decir que vino especialmente por él. En medio de la comunidad, Jesús está para todos, pero especialmente para los que tienen dificultad de creer. Jesús va al encuentro de Tomás, no espera a que él se convenza, se convierta y venga. Sino que él mismo en persona va al encuentro de Tomás para ofrecerle nuevas señales de su resurrección. Nos ha sido más útil la incredulidad de Tomás que la fe de los demás, porque esa incredulidad ha provocado un nuevo acercamiento de Jesús para todos aquellos que tenemos dificultades en el camino de la fe. Y la fe de Tomás es el resultado de una más grande misericordia por parte de Jesús, que no se cansa de nosotros, sino que una y otra vez nos muestra las señales de su resurrección para que creamos. Era domingo. Porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y desde entonces la comunidad cristiana no ha dejado de reunirse en el domingo, el día del Señor. Cuando los mártires de Abitene (s. IV) fueron conducidos al tribunal que los condenó a muerte, ellos confesaron: No podemos vivir sin el domingo, no podemos vivir sin el Señor, no podemos vivir sin la fuerza de su resurrección, la vida sería insoportable si no renová- ramos cada domingo la certeza de la vida futura con Jesús, que ya está en medio de nosotros resucitado. No podemos vivir sin la esperanza de la resurrección, que el domingo nos renueva por la comunión eucarística. Volviendo a Tomás, en aquel segundo domingo de la historia, Jesús se le acerca lleno de misericordia para darle nuevas pruebas de su resurrección: “Trae tu mano y métela en mi costado… Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,27-29). San Juan Pablo II ha llamado a este día Domingo de la Divina Misericordia. Y el Papa Francisco nos anuncia en este día que el año 2016 será el Año de la Misericordia. Nuestra época está especialmente necesitada de misericordia, de la misericordia divina que salga al encuentro de cada hombre para hacerlo partícipe de la alegría de la resurrección, de manera que comprenda que está llamada a una vida sin fin, llena de felicidad en el cielo. Nuestra época está especialmente necesitada de nuevas señales de Jesús resucitado, porque se le han oscurecido las señales normales, a las que cualquiera tiene acceso, si está en la comunidad eclesial. Muchos contemporáneos nuestros “no estaban” cuando vino Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Esperar a que vengan? ¿Y si no vienen? ¿Van a quedar privados del gozo del encuentro con Jesús en el seno de la comunidad? Hoy la Iglesia tiene la preciosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad. Y ha de salir a su encuentro para mostrarles nuevas señales de que Cristo está vivo y es el que anima con su Espíritu Santo una comunidad viva, en la que todos se aman como hermanos. La incredulidad de Tomás trajo consigo nuevas muestras de amor por parte de Jesús, fueron la oportunidad de mostrar más abundante misericordia. La increencia de nuestro tiempo es una oportunidad para que la Iglesia, testigo del Resucitado, ofrezca nuevas señales de esa presencia de Cristo en nuestro mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Tomás, el incrédulo Q
DOMINGO DE PASCUA:YO SOY EL BUEN PASTOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús se presenta ante sus discípulos, utiliza con frecuencia la formula “Yo soy”, que tiene en significado inmediato de identificación: yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la puerta. Pero que tiene también un significado más hondo por ser la fórmula con la que Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que es”. “Yo soy”, por tanto, tiene ese valor añadido de presentarse como Dios, tal como se ha presentado Dios ante Moisés en el Antiguo Testamento. El “Yo soy” de antiguo soy yo aquí y ahora, nos dice Jesús. En este cuarto domingo de Pascua Jesús se presenta como el buen pastor, que conoce a sus ovejas y ellas le conocen y le siguen y que da la vida por las ovejas, por todas, para hacer un solo rebaño con un solo pastor. La figura del pastor resulta muy familiar en el ambiente de Jesús, en una cultura rural, ganadera y trashumante, que vive de los rebaños y busca continuamente buenos pastos para ellos. Jesús toma esta imagen en diversas ocasiones para identificarse y para explicarnos su amor por cada uno de nosotros. En el Antiguo Testamento, Dios promete dar pastores a su pueblo. Dar pastores según su corazón. En contraposición a tantos malos pastores que en vez de servir a las ovejas, se sirven de ellas, buscando su lana y su leche en provecho propio, en vez de buscar el bien de las ovejas, llevándolas a buenos pastos, librándolas de los peligros, defendiéndolas del lobo cuando llega, etc. “Yo soy el buen pastor”, en el que se juntan bondad y belleza. La iconografía cristiana muy pronto representó a Jesús como el buen pastor con su oveja al hombro, una figura tierna y amable, una figura atrayente e incluso bucólica, que ha inspirado posteriormente a tantos místicos y poetas. Con esta imagen Jesús quiere expresarnos su amor, su solicitud por nosotros, su cariño. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, nos alimenta con su cuerpo y su sangre, nos conoce por nuestro nombre, nos atrae para que le sigamos y seamos ovejas de su rebaño. Jesús nos libra de los peligros y cuando viene el lobo nos defiende, dando incluso su vida por nosotros, no como el asalariado, que cuando ve venir el lobo huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. A Jesús sí, a Jesús le importan mucho cada una de sus ovejas y por cada una de ellas ha entregado su vida en la cruz. Ese talante “pastoral” de Jesús lo pide la Iglesia para sus pastores hoy. Identificación con Cristo a quien representan, solicitud por el rebaño que se les confía, de manera que conozcan a cada una de las ovejas, las amen y estén dispuestos a gastar sus vidas por ellas, como el buen pastor. Predilección por las ovejas descarriadas, de manera que estén dispuestos a dejar las noventa y nueve en el redil para salir en busca de la perdida, más todavía cuando las pérdidas han crecido en notablemente. En este cuarto domingo de Pascua celebramos la Jornada mundial de oración por las Vocaciones, a la luz del Buen pastor que continúa en su Iglesia esa solicitud por cada uno de sus hijos para mostrarles a todos la bondad y la misericordia de Dios. Ya no sólo los pastores, sino toda vocación de especial consagración. Tantas mujeres y tantos hombres que gastan su vida en la atención a tantas necesidades materiales y espirituales por todo el mundo, a veces en condiciones precarias y con todo tipo de carencias. El amor de Jesús buen pastor llega a muchísimas personas gracias a estas vocaciones que suponen la entrega de toda la vida, más allá incluso de todo voluntariado. En este Año de la vida consagrada pedimos especialmente al Señor que no nos falten esas manos y ese corazón siempre dispuesto a llevar el amor del buen pastor a cada una de las personas necesitadas. Que el Señor conceda a su pueblo muchas y santas vocaciones que tiren de todo el Pueblo de Dios hacia la meta de la santidad, que nos recuerden los valores definitivos del Reino, en obediencia, castidad y pobreza, en la vida común o en la soledad del desierto. La vida consagrada es un bien de valor incalculable para la Iglesia y es la señal inequívoca de una familia, una comunidad, una diócesis renovada. Domingo del Buen Pastor. Pidamos al Señor por todos los pastores de su Iglesia. Pidamos por todas las vocaciones de especial consagración, hombres y mujeres que entregan su vida al completo para que otros tengan vida eterna. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen pastor Q
MES DE MAYO, MES DE MARIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos en una de las temporadas más bonitas del año. Todo florece, todo se renueva, la vida brota con pujanza, antes de que llegue al calor y lo sofoque casi todo. El tiempo y las temporadas no son sólo el transcurso cronológico de los días y las horas. El paso del tiempo tiene también otro sentido. El tiempo es momento de gracia, de encuentro con Dios, de crecimiento personal, de trato con los demás, de ser creativos y de ver sus resultados. Lo más bonito del tiempo es que la persona crece y se va capacitando progresivamente para la eternidad. El hombre se va haciendo capaz de vivir en la eternidad, donde ya no hay ni tiempo ni temporadas, porque la eternidad ha entrado en el tiempo, para llevarlo a su plenitud. Viviendo en el tiempo, hemos inaugurado ya la eternidad. En Córdoba es especialmente bonito vivir en el mes de mayo: luz de primavera, brisa que no sofoca, flores en abundancia, cruces de mayo, feria para rematar el mes. Y en este contexto, la Pascua del Señor. Cristo que ha vencido la muerte, y nos hace partícipes de su victoria. Cristo que nos envía desde el Padre al Espíritu Santo en Pentecostés, remate de la Pascua. María, que llena el mes de mayo en la espera orante de ese Espíritu Santo. Primeras comuniones, confirmaciones, bodas, bautizos. Encuentro festivo de las familias, porque Dios se acerca a nuestras vidas y nos reúne en su amor y en nuestra amistad. Cuánta belleza en los ojos de un niño que se acerca a comulgar con su alma limpia. Cómo impresionan estos momentos de cada uno de los sacramentos, en los que Dios llega hasta nosotros y nos hace partícipes de su vida. La vida cristiana ha sido siempre fuente de alegría en todas las generaciones. Las cruces de mayo son la exuberancia de la Cruz del Señor, que ha florecido con la primavera. En la Cruz está Jesús que ama y se entrega, está su sangre que se derrama. De la Cruz brotan las flores, porque Cristo ha saldado nuestras deudas, nos ha abierto las puertas del cielo, nos ha hecho hermanos unos de otros. La señal del cristiano es la santa Cruz. La cruz de mayo es la Cruz florida y hermosa. La fiesta de las cruces de mayo es un canto a la vida, lleno de esperanza. En la Cruz de Cristo alcanzamos misericordia, y por eso hacemos fiesta. Los patios de Córdoba son la expresión de un patrimonio cultural, son la exposición de la alegría de la vida, que vuelve a brotar en la primavera. Los patios de Córdoba representan esa alegría llevada a la familia, al hogar, a las relaciones más entrañables del corazón humano. La alegría de unos esposos que estrenan su amor en fidelidad permanente cada día. La alegría de un niño que nace y lleva inscrito en su ADN un proyecto de amor de Dios del que sus padres son garantes, la alegría de unos jóvenes que se enamoran y piensan en el futuro compartido. La vida es gozosa, porque no somos seres para la muerte, sino para vivir eternamente. Los patios de Córdoba nos recuerdan todo esto, y mucho más. Por último, la feria de Córdoba, donde la alegría se comparte con los amigos y donde se encuentran a otros, que hacía tiempo no veíamos, y en la calma del descanso festivo y feriado podemos comunicar nuestra experiencia de la vida, y escuchar al otro que te comunica su intimidad. Qué bonita es la convivencia, cuando es sana, y no necesita de emociones fuertes para vivir. En medio de esta alegría del mes de mayo, María es la flor más bonita de este mes, y a la que queremos ofrecerles las mejores flores de nuestro jardín. María que nos prepara a recibir al Espí- ritu Santo, como lo hizo convocando a los apóstoles de su Hijo en el Cená- culo y uniéndolos a todos en la oración. Es la madre que se alegra de vernos a todos unidos. ¡Feliz mes de mayo, queridos cordobeses! Que la alegría de la vida que brota de la Cruz de Cristo, que florece en los geranios y claveles de nuestros hogares y que se va afianzando en la convivencia con los amigos, alivie de las fatigas del trabajo, dé esperanza a quienes la han perdido y nos haga más capaces de compartir con quienes lo pasan mal. Recibid mi afecto y mi bendición: Mes de mayo en Córdoba Q
PRIMERAS COMUNIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los niños y niñas de primera comunión tienen siempre la misma edad, los que vamos pasando somos nosotros, sobre los que va recayendo el peso de los años. Pero los niños de primera comunión representan esa eterna infancia llena de inocencia, de ternura, de alegría, presente en el rostro de tantos niños y niñas, que vemos estos días vestidos de primera comunión. Se trata de un momento feliz en la vida de cada uno de los cristianos, por otra parte inolvidable, como otras experiencias fuertes que vivimos en la infancia. El momento de la primera comunión, con sus antecedentes y consiguientes, es un momento de gracia especial por parte de Dios en la edad temprana de nuestra vida. Podemos decir que Dios se vuelca sobre cada uno de estos niños y niñas para hacerles entender que Él siempre nos ama, que es bueno con nosotros, que está siempre dispuesto a perdonarnos, que nos quiere hacer felices en la vida terrena y en el cielo para siempre. Los niños lo viven y lo creen sin especiales dificultades. Es de mayores cuando surgen las dificultades y cuando incluso pueden oscurecerse estas vivencias. Pero la referencia a aquella experiencia feliz de la primera comunión ha redimido a muchas personas a lo largo de su vida de adultos. De ahí la importancia de vivir bien esa experiencia de la primera comunión. A lo largo de mi vida pastoral he encontrado con casos muy llamativos de personas que habían dejado casi totalmente toda práctica religiosa a lo largo de su vida y que incluso habían mostrado su actitud contraria a lo religioso, y ante una enfermedad inesperada o ante una desgracia de cualquier tipo, han reaccionado conectando con aquella experiencia de la primera comunión, reseteando su vida y centrándola en lo verdaderamente importante. Fueron felices con Dios, conocieron a Jesús, se sintieron hijos de su buena Madre, y, llegada la hora de la verdad, quieren conectar con aquella felicidad vivida en la primera comunión, que nadie pudo darles nunca. Por eso es importante que los mayores, sobre todo los padres, los catequistas, los sacerdotes y todos los que rodeamos a los niños de primera comunión les ayudemos a vivir una experiencia feliz centrada en Jesucristo, como el mejor de los amigos, que nos introduce en la vida de Dios para siempre. En primer lugar, dejándonos evangelizar por estos niños y niñas. Es verdad lo que ellos sienten, es verdad que Dios es amigo, es verdad que Jesús me quiere, es verdad que María nuestra madre cuida de nosotros. No hemos de vivir en el entorno de estos niños “como si” todo eso fuera verdad, sino vivirlo de verdad, como lo viven ellos. Sin prejuicios, sin ideologías que matan nuestra inocencia, sin pretextos que retardan nuestra respuesta. Por otra parte, no hemos de convertir la primera comunión en una simple fiesta social o de familia. Es bueno encontrarse, compartir esa alegría entre toda la familia. Pero la mejor manera de ayudar a estos niños es entrar en la verdad de lo que celebramos. Es decir, el mejor regalo para estos niños es que sus padres y todos los que acuden a la primera comunión comulguen el Cuerpo del Señor, habiendo hecho una sincera confesión fruto de una sincera conversión. Los adultos hemos de evitar atiborrar a los niños con regalos, que incluso a ellos no les interesan. El mejor regalo, el único insustituible es Jesús y ninguna otra cosa debiera distraer en este día la atención de los niños. Vendrán otras ocasiones en que podremos tener algún detalle, pero no hagamos víctimas a estos niños de una sociedad de consumo que nos asfixia y puede asfixiar en ellos la preciosa experiencia de la primera comunión. Y, por último, enseñemos a estos niños a compartir: a compartir su fe en Jesús con otros niños, de manera que se hagan misioneros (no proselitistas) ya desde la infancia; a compartir su alegría con otros niños que viven en condiciones de pobreza extrema, y a veces no lejos de nosotros. A los niños no se les hace difícil todo esto, hagamos un esfuerzo los mayores para entrar en la órbita feliz de los niños de primera comunión. Dios quiere que la primera comunión de un niño o niña sea una ocasión de gracia para todos los que le rodean. Recibid mi afecto y mi bendición: Niños de primera comunión Q
SANTISIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El misterio fontal del cristianismo es el misterio trinitario. Jesucristo nos ha abierto de par en par las puertas del corazón de Dios, para introducirnos en esa intimidad divina, en la que descubrimos asombrados que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No es un ser solitario ni aburrido, Dios es trinidad, es comunidad, comunión, familia de amor. Tres personas, un solo Dios. Lo tienen todo en común, se distinguen por la relación personal. El Padre es el dador, el Hijo es el dado, el Espíritu Santo es el don.
No cabe mayor comunidad ni mayor diferencia personal. Entrar en este misterio sólo podemos hacerlo de puntillas, en silencio, en actitud de profunda adoración. No podemos manipular el misterio para acomodarlo a nuestra medida.
En este misterio se entra en actitud de profunda adoración, porque es inmenso y nos desborda por todas las latitudes. Y entrando en este misterio, respiramos la grandeza de Dios y la grandeza del hombre, llamado a compartir esa misma vida en una corriente de amor, que tiene su origen en Dios, nos envuelve en el mismo amor y nos hace capaces de amar a la manera de Dios.
Jesucristo, en su condición humana y terrena, ha vivido inmerso en este misterio de amor y de fluida comunicación, con una profunda y espontánea familiaridad con el Padre, hablándonos del Espíritu Santo con toda naturalidad. Él ha sido el gran contemplativo, que nos ha hablado de las más profundas intimidades del corazón de Dios.
Realmente, Jesús aparece como una de esas tres personas, en íntima comunión de amor con las demás y anunciándonos a todos la alteza de nuestra vocación: entrar a participar de Dios en esa corriente de amor trinitario.
Más aún, Jesucristo nos anuncia que las tres personas de Dios quieren poner su morada en nuestro corazón, a manera de un templo: “Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Es el misterio de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma de quien vive en gracia de Dios. El que ha conocido a Jesucristo ya no está solo ni se siente solo, porque vive en comunidad, en esa comunidad de amor trinitario, cuyo reflejo en la historia es la Iglesia, icono de la Trinidad.
La oración consiste en caer en la cuenta de esa relación de amor, que tiene su iniciativa en Dios y que nos incorpora a esa relación, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo (Jesucristo), ungidos por el Espíritu Santo.
En el seno de la Iglesia, algunos reciben esta vocación especial, que es la vida contemplativa. Se llama contemplativos en la Iglesia a los que “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (PC 7).
Son muchos los hombres y mujeres en la Iglesia que viven esta vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Ellos son verdaderos “centinelas de la oración”, como reza el cartel de este Año de la fe.
En nuestra diócesis de Córdoba hay 24 monasterios de vida contemplativa, uno masculino y los demás femeninos, verdaderos oasis de oración y de paz, en el silencio y en el trabajo de la vida retirada. Hay también algunos ermitaños, que viven la vida contemplativa en la soledad del desierto.
Muchos cristianos encuentran en estos monasterios lugares para el trato con Dios, porque favorecen el silencio, la liturgia bien celebrada, un clima de oración, una presencia especial de Dios. Por eso, los contemplativos son considerados centinelas de la oración.
No se han retirado del mundo para desentenderse de los demás. Se han retirado atraídos por el misterio de Dios, como la mariposa se siente fascinada por la luz, y viviendo en soledad o en comunidad, oran por sus hermanos, se sacrifican por todos, presentan a Dios nuestras necesidades y proporcionan espacios de oración y retiro para los que buscan a Dios en el silencio, retirados de las ocupaciones cotidianas.
Los contemplativos no son parásitos de la sociedad, sino reclamos fuertes del misterio de Dios en medio de nuestro mundo tan aturdido por tanta actividad. Ellos nos hacen un bien inmenso, a los creyentes y a los no creyentes, su presencia es un oasis de Dios en medio del desierto de la ciudad secular.
Oremos por los que se dedican a orar por nosotros. Ellos nos cuidan, ellos son para nosotros “centinelas de la oración”, ellos proclaman al mundo que Dios quiere introducirnos en el círculo de su amistad, en su vida divina. Su testimonio nos hace más fácil a todos la vocación contemplativa que todos llevamos en el corazón, porque estamos llamados a disfrutar de Dios.
Recibid mi afecto y mi bendición.
VERANO, YO ME APUNTO A RELIGIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Está abierto el plazo para la matriculación en los cursos de primaria y secundaria, donde se pide la participación en la clase de Religión católica en la escuela. Atentos los padres de familia, atentos los alumnos para no dejar pasar el plazo, y renovar una vez más el compromiso de apuntarse a Religión. La clase de Religión te enseña a ser mejor discípulo de Jesús, a conocer tu historia religiosa, a comprometerte en la vivencia de una auténtica vida cristiana, a ser solidario con el amor de Cristo con todos los desfavorecidos de la tierra. Si eres católico, apúntate a clase de Religión católica. Si haces la primera comunión, si acudes a confirmarte, sería una incoherencia no apuntarte a Religión católica en tu escuela. Es asombroso el alto porcentaje de padres y de alumnos que solicitan la clase de Religión en la diócesis de Córdoba, tanto en los centros públicos como en los concertados. Es como un referéndum, que año tras año revalida esta elección, con la que está cayendo. Contrasta este altísimo porcentaje de peticiones con la cantidad de pegas que encuentran los padres y los profesores para cumplir este sagrado deber, que es un derecho reconocido en la legalidad vigente, en la Constitución española y en las leyes. A veces, podíamos pensar que se intenta por todos los medios eliminar esta asignatura, porque no se favorece, sino que se obstaculiza lo más posible. A pesar de todo, los padres siguen pidiendo Religión católica para sus hijos en un altísimo porcentaje: más del 90 % en primaria y más del 70 % en secundaria. En mis visitas pastorales, no dejo de acudir a la escuela, y me reciben con gran alegría los alumnos. Agradezco la buena acogida, salvo rarísimas excepciones, por parte del equipo directivo, el consejo escolar, los padres y los alumnos. Se trata de un verdadero acontecimiento pedagógico del Centro, en el que la inmensa mayoría de alumnos son católicos y alumnos de Religión cató- lica. Ellos lo demandan, no se lo impidamos. Tener clase de Religión católica en la escuela no es ningún privilegio de los católicos. Es sencillamente el reconocimiento de un derecho a la libertad religiosa, que incluye la libertad de enseñanza, y asiste a los padres al elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Porque la responsabilidad de la educación corresponde en primer lugar a los padres. Elegir la clase de Religión para los hijos es el ejercicio de un derecho, no es un privilegio. Y al elegir la clase de Religión católica, los padres y los alumnos tienen derecho a ser respetados en este ideario, no sólo en esta clase sino en todas las demás, no enseñando nada que pueda herir la sensibilidad católica del alumno, que se está formando. Y esos mismos alumnos, que han elegido libremente la Religión como asignatura, tienen derecho a que el Obispo los visite. El Obispo, por tanto, visita las aulas no invocando un privilegio del pasado que hay que superar, sino como un derecho de los niños y jóvenes de hoy. Los derechos de los niños deben ser respetados por todos. Un Estado aconfesional no significa un Estado que ignora la Religión, y menos aún un Estado que la persigue o pretende eliminarla. El Estado aconfesional no tiene como oficial ninguna religión, pero respeta todas dentro de una legalidad de convivencia, e incluso contribuye a su pervivencia. En España más de un 90 % de ciudadanos se confiesan católicos. La presencia de la Religión en la escuela no hace daño a nadie, y beneficia a todos los que la eligen. Es momento, por tanto, de estar atentos, queridos padres. No se os olvide hacer constar esta petición en vuestro centro de enseñanza. Apoyad a los profesores de Religión. Es por el bien de vuestros hijos, que son también hijos de la Iglesia católica. Jóvenes, apuntaos a la clase de Religión. En ella aprendes muchas cosas de tu religión católica, que te ayudan a conocer y a formarte como católico. Defiende tus derechos. Si vas siendo responsable, date cuenta de que ser católico no es cosa de nombre, sino de verdad. Profesores de Religión, os agradezco vuestra dedicación a esta tarea. Conozco vuestras dificultades y cómo os abrís camino en medio de ellas. Apelo a vuestra conciencia de católicos militantes y confesantes en medio de una sociedad que mira de lado la religión o que la desprecia. Os animo a ser testigos con vuestra vida, con vuestra profesionalidad y vuestra competencia ante estos niños y jóvenes que se os confían. La Iglesia y los padres de estos niños os lo agradecemos. Con mi afecto y bendición: Yo me apunto a Religión Q
LE ACOMPAÑABAN ALGUNAS MUJERES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el discipulado de Jesús había varones y mujeres. Por unas razones o por otras, en el grupo más amplio de los que iban con Él, lo acompañaban algunas mujeres: “María Magdalena, Susana, y otras muchas” (Lc 8,3). Son muchas las mujeres que aparecen a lo largo del Evangelio. Se trata de un hecho insólito en la época de Jesús.
En aquella época, las mujeres no tenían ni voz ni voto, no iban a la escuela, no tenía valor su testimonio, no contaban para nada en la sociedad. Y Jesús las acogió en su escuela, entre sus discípulos, en su seguimiento. “Es algo universalmente admitido –incluso por parte de quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano– que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad” (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem 12).
Habríamos de empezar por la mujer elegida para ser madre de Dios, María. Ella es la criatura más excelsa entre todas las personas humanas: llena de gracia, sin pecado concebida, madre y virgen, asunta a los cielos incluso con su cuerpo. Dios, de entre todas las personas que ha elegido para colaborar con Él, ha elegido una mujer no sólo como madre de su Hijo divino para hacerse hombre, sino como principal colaboradora en la obra de la redención.
Antes que ninguno de los demás discípulos, antes que los mismos apóstoles, antes incluso que Pedro, está María, la mujer por excelencia, que aparece siempre junto a Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección. Y lo acompaña en el cielo como madre e intercesora nuestra.
En ella, Dios ha manifestado una predilección por la mujer, y en ella toda la humanidad ha de encontrar el referente de la verdadera dignidad de la mujer en todos los tiempos. Algunos se empeñan en reivindicar hoy el sacerdocio femenino, el sacerdocio de la mujer, como si fuera un derecho, como si fuera una cota de poder.
La Iglesia no es dueña absoluta de los dones que le ha otorgado su Maestro, y ha respondido que no puede hacer algo diferente a lo que ha hecho su Maestro y Señor, Jesucristo (JPII, Ordinatio sacerdotalis, 1994).
El sacerdocio ministerial es un don, nunca un derecho. Por tanto, no puede entrar en el mercado de los derechos humanos, ni debe ser objeto de reivindicaciones. Y de manera definitiva la Iglesia ha establecido que la ordenación sacerdotal sólo puede concederse a varones. Esta sentencia no podrá ser reformada nunca jamás, porque el Papa Juan Pablo II la ha dictado apoyado en el ejemplo de Jesús, en la Palabra de Dios, en la tradición viva de la Iglesia y en su infalibilidad pontificia.
Con ello, Jesucristo no ha hecho de menos a la mujer, porque la ha igualado en todo con el varón. Por ejemplo, en los temas de matrimonio, cuando la mujer no tenía ningún derecho y podía ser repudiada en cualquier momento, Jesús sitúa a la mujer a la misma altura que el varón. No sólo la mujer comete adulterio si se va con otro, también el varón comete adulterio si se va con otra (cf Mt 19,9), porque Dios los ha hecho iguales en dignidad, diferentes para ser complementarios.
Esta postura de Jesús sorprendió fuertemente a sus discípulos, pero Jesús dejó establecida esta igualdad fundamental, que la Iglesia tiene que respetar y promover a lo largo de los siglos. El papel de la mujer en la Iglesia es de enorme importancia, no sólo porque todas las mujeres están llamadas en cuanto tales a la santidad, sino porque a ellas de manera especial les ha sido encomendado el cuidado del ser humano, desde su concepción hasta su muerte.
En el matrimonio o en la virginidad, el corazón de la mujer está hecho para la maternidad, para proteger al ser humano, especialmente a los más débiles e indefensos. Nada más cálido para el ser humano que el regazo de una madre. El “genio” femenino y el corazón de la mujer está hecho para amar, para acoger, para expresar la ternura de Dios con el hombre.
El feminismo cristiano ha ofrecido a la humanidad grandes mujeres, plenamente femeninas, a imagen de María, la madre de Jesús, y entregadas de lleno, en la virginidad o en el matrimonio, a una maternidad amplia y fecunda.
La mujer no ha de dejar de ser mujer para ser más, sino que precisamente siendo mujer, plenamente mujer, encontrará su plenitud.
Entre los seguidores de Jesús había mujeres, hoy en nuestras parroquias, grupos y movimientos prevalecen las mujeres. Reconozcamos el papel de la mujer en la Iglesia para ser fieles a Jesús y su Evangelio. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Acabado el curso pastoral, viene la cosecha. Cinco (3+2) nuevos presbíteros para la Iglesia en la diócesis de Córdoba. Tres son ordenados en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, y otros dos en fecha posterior, por razones de edad. Demos gracias a Dios por todos ellos. Su ordenación presbiteral atañe no sólo al Seminario, que ve coronados sus frutos en un día tan gozoso, sino a toda la diócesis, que se alegra de recibir el don de estos nuevos sacerdotes para que hagan presente a Cristo sacramentalmente.
La Iglesia no la componen solamente los pastores (obispos y presbíteros), sino que está llena de fieles laicos y muchos consagrados/as. Pero en la naturaleza de esta Iglesia santa, tal como la ha fundado Jesucristo, el ministerio apostólico es insustituible: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). Es lo que llamamos la dimensión petrina de la Iglesia, es decir, el ministerio sacerdotal, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia.
Aquella primera comunidad de los apóstoles, los Doce, se ha ido extendiendo y ampliando a lo largo de los siglos por toda la tierra con sus sucesores, los obispos, y sus colaboradores, los presbíteros. Son necesarios los pastores para que la Iglesia exista y permanezca en el tiempo, y a ellos de manera especial se les confía la misión de: “Id y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 29,19).
La Iglesia es misionera en su entraña más honda, y todos hemos de acoger este mandato de Cristo, cada uno en la vocación a la que ha sido llamado. Pero los pastores han de encabezar el cumplimiento de este mandato hasta los confines de la tierra y hasta el final de los tiempos.
Entre todas las funciones que se le encomiendan al sacerdote, destaca la de representar a Cristo en la celebración eucarística. Jesús cumple su promesa de estar entre nosotros hasta el final de los tiempos, de manera especial por el ministerio de los sacerdotes que lo traen al altar en la santa Misa.
E igualmente, gracias al ministerio del sacerdote, Jesús puede perdonar nuestros pecados y devolvernos la gracia cuando la habíamos perdido, por medio del sacramento del perdón. La acción del sacerdote se extiende a otros muchos aspectos: predicación de la Palabra, atención y consuelo a los enfermos, instrucción a los niños, orientación a los jóvenes, acompañamiento a los esposos, etc. Ayuda a todos, particularmente a los más pobres, para que alcancen la dignidad de hijos de Dios.
La diócesis de Córdoba está de fiesta y exulta de gozo ante esta ordenación sacerdotal. Nuestra oración constante, pidiendo al Señor que “mande obreros a su mies”, ha sido escuchada, y estamos alegres y agradecidos. Hemos de continuar orando para que no nos falten nunca sacerdotes que nos traigan a Cristo. Son un don de Dios para la Iglesia y para el mundo, y el Señor ha condicionado estos dones a nuestra oración de petición: “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Mt 9,37).
En todas las parroquias, en todas las comunidades y grupos apostólicos, en todas las familias, oremos incesantemente para que Dios nos dé obreros en su viña, y oremos también por la perseverancia de los que han sido consagrados en el orden sacerdotal, para que sean fieles a tan altos dones recibidos para el servicio de la Iglesia.
Que no busquen su interés, sino el de Cristo. Que estén dispuestos a gastar su vida por Él y por los hermanos. Que entreguen su vida diariamente para que otros tengan Vida eterna. “¡Señor, danos muchos y santos sacerdotes!”. Sacerdotes según el Corazón de Cristo.
Recuerdo cómo lloraban aquellas gentes sencillas de Picota-Perú, cuando hace tres años llegaron dos sacerdotes misioneros de nuestra diócesis, a los que tuve la suerte de acompañar. Al terminar la Misa, pregunté sorprendido por qué lloraban, y me dijeron: “Padre, no sabemos cómo agradecer a Dios el bien que nos ha concedido. En nuestro pueblo (y en toda aquella zona) no ha habido nunca sacerdotes. Le hemos pedido a Dios un sacerdote, ¡y nos ha enviado dos!”. ¿Veis? Los pobres son siempre agradecidos.
Pues eso, Dios nos concede a la diócesis de Córdoba este año cinco nuevos sacerdotes. Cómo no vamos a darle gracias, llorando de gratitud. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres y contentos”. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
SEPTIEMBRE: FIESTA DE LOS CRISTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 14 de septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La Cruz gloriosa de mayo, la Cruz que ha florecido en la resurrección, la Cruz que se ha convertido en la señal del cristiano, porque en ella Jesucristo ha muerto para redimir a todos los hombres. Es una fiesta que marca el comienzo del curso pastoral: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo… (con la señal de la santa Cruz).
Y este año la fiesta reviste especial importancia, porque el mundo cofrade celebra una expresión solemne de la fe cristiana con un Viacrucis Magno, en el que confluyen 18 pasos de nuestra semana santa cordobesa. Realmente es un acontecimiento extraordinario y esperamos que sea una magna expresión de fe, que a su vez alimente la fe de los participantes.
El cortejo procesional, que comienza con la Reina de los Mártires, termina en la Santa Iglesia Catedral, templo principal de la comunidad católica de Córdoba, donde todos adoraremos a Jesús Sacramentado, vivo y glorioso en la Hostia, después de haberlo acompañado en sus imágenes de pasión camino de la cruz (viacrucis): Huerto, Rescatado, Penas, Redención, Sentencia, Coronación de Espinas, Pasión, Caído, Encuentro/ Verónica, Humildad y Paciencia, Amor, Expiración, Ánimas, Descendimiento, Angustias, Santo Sepulcro, Resucitado.
Fue el beato Álvaro de Córdoba, patrono de la Agrupación de Cofradías de la ciudad, quien introdujo esta práctica del Viacrucis en occidente. A la vuelta de su viaje a Tierra Santa en 1419, construyó las catorce estaciones en torno al convento dominico de Escalaceli en Córdoba, para contemplar ese camino de la pasión que culmina en la cruz del calvario.
Santo Domingo, su fundador, había inventado y difundido el rezo del rosario, para contemplar los misterios de la vida de Jesús. El beato Álvaro inventó el ejercicio del viacrucis, como lo había visto en la vía dolorosa de Jerusalén.
Así, de manera gráfica y sensible podía hacerse este recorrido, acompañando con los propios sentimientos los sentimientos de Cristo, que “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20), generando una empatía de Cristo al creyente y del creyente devoto a Cristo.
El viacrucis, por tanto, tiene mucho de cordobés. De aquí, se extendió a todo occidente. La piedad popular, y más en Andalucía, tiene su propio mundo, es como un universo en el que se mezclan el aspecto sensible, sentimientos profundos, costumbres y formas, imágenes y ritos, solemnidad y cercanía.
Es un mundo que ha brotado de la fe, que se vive de padres a hijos. Y a veces es el sentimiento religioso más profundo que sostiene la esperanza de una persona, sobre todo en momentos decisivos.
La piedad popular, como todo, tiene sus riesgos, pero tiene sus grandes valores. Nunca debe perder el norte de que ha nacido en la fe y debe vivirse en clima de fe. Cuando se queda en lo superficial o se reduce a mero acontecimiento cultural, corre el riesgo de desaparecer. La piedad popular es la fe de los sencillos, pero no debe confundirse con una fe sin raíces. No debe perder la conciencia de que ha nacido en la Iglesia católica y a ella pertenece, y esa pertenencia salvaguarda de interferencias culturales y políticas de turno.
El mundo cofrade es gestionado por seglares, y por cierto muy capaces, pero necesita del sacerdote para garantizar la formación y la comunión eclesial, e insertarse en la vida ordinaria de la parroquia.
El mundo cofrade, como la misma vida, necesita renovación continua. Y esa renovación le viene de dentro, es decir, del fervor con que se vive la fe y la pertenencia a la cofradía y la decisión de arrimar el hombro cuando haga falta (nunca mejor dicho).
El mundo cofrade no es para personas deseosas de protagonismo o personalismo, que no han podido encontrarlo en otros ámbitos de la vida. Cuando esto es así, la cofradía es un problema continuo. En el mundo cofrade, como en toda la vida cristiana, vale quien sirve, y no vale quien quiere servirse de la cofradía para sus intereses.
He expresado en varias ocasiones mi aprecio por la piedad popular vivida en el mundo cofrade. Esta es una ocasión propicia para agradecer a tantas personas las horas que gastan en preparar y sacar a la calle sus sagrados titulares, los ensayos de costaleros y las bandas de música.
Cuando sale a la calle una procesión de éstas, se remueve y se conmueve toda la sociedad. Que este movimiento abra rendijas por las que pueda entrar la luz de la fe en tantos corazones, para que experimenten ese amor más grande que sólo Dios y su Madre bendita son capaces de dar. Vivamos con mucha fe este Viacrucis Magno. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
DOMINGO: DIOS O EL DINERO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?” (Lc 16, 11), nos dice Jesús en el Evangelio de este domingo.
Lamentablemente, asistimos a noticias de corrupción casi todos los días, como si el dinero fuera un exponente de la vida real. Nos duele especialmente que esto se produzca en el ámbito de la administración pública, donde se administra el dinero de todos, cuando hay recursos para todos, y por la avaricia de algunos, muchos se quedan sin lo necesario para vivir.
Pero este combate se libra en el corazón de cada uno, de cada familia, de cada institución, también dentro de la Iglesia, donde sus hijos también son pecadores. El dinero se convierte en una tentación de quien busca seguridades y, al encontrarlas en el dinero, prescinde de Dios.
El dinero no es malo, incluso es necesario para vivir, pero Jesús nos advierte del peligro del dinero y nos invita a abrazar libremente la austeridad de vida y la pobreza voluntaria. Máxime cuando el desequilibrio mundial en este punto es tan escandaloso: unos mucho, hasta rebosar y derrochar; y otros, nada, ni siquiera lo necesario para vivir.
Jesús, siendo dueño de todo, se ha despojado de todo, dándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Por eso, Jesús, que va siempre delante de nosotros con su vida, nos advierte severamente: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13).
Llega un momento en que el dinero es antagonista de Dios, y tenemos que elegir. O Dios o el dinero. Si uno elige a Dios, tendrá que “perder” dinero. Si uno elige el dinero, pierde a Dios, se queda sin Dios.
Cuando uno no tiene a Dios ni le importa Dios, es muy explicable que se agarre al dinero, aunque éste nunca le dará la felicidad, y más bien temprano que tarde tendrá que dejarlo todo cuando le llegue la muerte. Pero es inconcebible que un creyente, que tiene a Dios como Dios, se aferre al dinero hasta el punto de perder a Dios. Este es uno de los dilemas de la vida, que se plantea continuamente. “Ningún siervo puede servir a dos amos” (Lc 16, 13).
El amor a Dios nos va sacando continuamente de nosotros mismos, el amor a los demás nos hace solidarios con actitudes de caridad cristiana con quienes padecen necesidad de cualquier tipo, y nos lleva a compartir lo que tenemos, aquello que legítimamente hayamos recibido.
Por el contrario, el amor a sí mismo nos aleja de los demás, nos hace tantas veces injustos, y sobre todo nos aleja de Dios, al preferir el dios dinero. Jesús nos invita en el Evangelio a ser astutos en la consecución de la meta, de lo único importante de nuestra vida: la santidad, el ser hijos de Dios en plenitud. A través de los bienes de este mundo –nuestras cualidades, nuestros recursos, nuestro tiempo, nuestra salud, etc.– perseguir hasta alcanzar esa meta a la que somos llamados.
El derroche de los bienes que Dios nos ha dado, nos lleva a la ruina y a ser rechazados por el amo de la hacienda. Emplear esos bienes para alcanzar la salvación eterna, haciendo el bien a los demás, nos hará triunfar en la vida.
Dios nos invita a ser generosos, a dar más de lo que corresponde. Dios nos invita incluso a ser misericordiosos, es decir, a parecernos a él. Perdonando a quien nos ofende, reaccionando con amor ante quien no nos ama e incluso nos persigue. Esta es la generosidad divina y así quiere hacernos a nosotros generosos.
Dios tiene mucho que ver con el dinero, y, donde está Dios, el dinero se emplea de manera apropiada. Donde no está Dios, la avaricia no encuentra límite ni freno. ¿Cómo empleamos el dinero? Cuánto gastamos y en qué. Es un test importante para saber si nuestra vida discurre por buen camino. Y de ello seremos juzgados por Dios. Recibid mi afecto y mi bendición.
EL JUICIO DE DIOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Somos muy sensibles a lo que sale en la prensa, y parece que lo que no sale en los periódicos no existe. Para el creyente, sin embargo, su referencia es el juicio de Dios: qué piensa Dios de esto, cómo seré juzgado por Dios en aquello. “Ten presente el juicio de Dios, y no pecarás”, recuerda una clásica sentencia cristiana.
El examen de conciencia consiste en ponerse delante de Dios y dejarse iluminar por su juicio, siempre misericordioso y consonante con la verdad. Dios me conoce, sabe mis intenciones mejor que nadie, mejor que yo mismo. Dios que me conoce, me ama, me perdona, me estimula a ser mejor, y desde esa perspectiva acepto ser corregido, porque a la luz de ese amor me es más fá- cil ver mis deficiencias, mis pecados.
El juicio de Dios se muestra implacable con los que plantean su vida en el lujo, el derroche, la vida disoluta y, consiguientemente, no se acuerdan de los pobres que no tienen ni siquiera lo necesario para vivir.
Hay muchos “lázaros” a las puertas de nuestras casas, en nuestro ambiente de pueblo o ciudad: gente sin trabajo, sin una vivienda segura, sin futuro, jóvenes enganchados a la droga y al sexo fácil sin afán de superación, personas derrotadas por el alcohol, enfermos incurables, situaciones que suscitan lástima en quien las contempla.
En unos casos, el sujeto tiene su culpa; en otros, son víctimas del mundo en que vivimos. En todos, las heridas están ahí y supuran. Y levantando la mirada, son millones de personas en el mundo las que no tienen lo elemental para vivir: comida escasa, cuando no se mueren de hambre; sin asistencia sanitaria, expuestos a la muerte por cualquier motivo que podría curarse fácilmente; sin una familia estable que sirva de cobertura y dé seguridad; sin acceso a la cultura elemental; incluso, sin que les haya llegado la buena noticia de Jesucristo redentor.
No podemos pasar indiferentes ante estas situaciones. El juicio de Dios llega a nuestra conciencia para decirnos que somos responsables de tales injusticias. No echemos la culpa a Dios de lo que hacemos mal los humanos, y pongámonos a la tarea de hacer un mundo más justo y más fraterno, precisamente porque tenemos un mismo Padre Dios.
No podemos plantear nuestra vida en el lujo, en los banquetes, en la ropa de moda, en los viajes de placer, en el gasto sin freno, cuando en el mundo, cerca o lejos de nosotros (hoy nada está lejos), hay tantos pobres sin lo elemental para vivir.
No tranquilicemos nuestra conciencia repartiendo algunas migajas de lo que nos sobra, pues todo lo que hemos recibido tiene una hipoteca social. Nos es dado para administrarlo en favor propio y en favor ajeno. No somos dueños absolutos de nada, aunque tengamos derecho a usar lo necesario.
Las personas e instituciones de Iglesia hemos de tener delante de los ojos esta parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19- 31), porque creemos en el juicio de Dios, que nos pedirá cuentas del talante de vida que hemos llevado, de cómo hemos administrado los bienes, los propios y los institucionales, de cómo hemos atendido a los “lázaros” de nuestra puerta y del mundo entero. Y el juicio de Dios será implacable para quienes no tuvieron esa perspectiva de eternidad, a la luz de la cual intentaron ser justos en su vida terrena.
Las heridas de nuestros contemporáneos están clamando misericordia por parte de quienes hemos conocido el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y hemos recibido ese amor en el don de su Espíritu Santo.
Salimos al encuentro de nuestros hermanos necesitados no sólo porque su necesidad y su carencia claman al cielo, sino porque Dios está de su parte y reserva un juicio severo para quienes, ante tales situaciones, no abrieron su corazón a la misericordia. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).
El que no es capaz de amar, provocado por la necesidad de sus hermanos, se va incapacitando para recibir ese amor que le espera en la vida eterna. Se cierra al amor, y en eso consiste la condenación eterna.
El que no atiende a su hermano necesitado se pone en peligro de condenación eterna, como le sucedió al Epulón del evangelio, y nos recuerda Jesús ante el juicio final: “Tuve hambre y no me disteis de comer… Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41-42).
El juicio de Dios nos alerta. Nos ponemos delante de Dios y actuemos en consecuencia. Recibid mi afecto y mi bendición.
DOMINGO AUMENTA MI FE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Auméntanos la fe” (Lc 5, 7). En el Evangelio de este domingo, con esta petición se acercan a Jesús los apóstoles, porque esta es la clave del seguimiento de Cristo. O tienes fe, y le sigues. O no tienes fe, y le dejas. O –lo más frecuente- vives una situación bipolar, que va desde momentos de fervor, en los que todo es muy fácil, a momentos de oscuridad en los que todo se hace cuesta arriba.
La vida de fe es la respuesta al don de Dios que sale a mi encuentro, me habla en su Palabra y en los acontecimientos de mi vida y de la historia, y espera una entrega total de mi persona a la llamada continua que Él me hace. La fe es don y tarea, regalo y esfuerzo. La fe comienza en Dios, que tiene siempre la iniciativa y viene a plenificar una búsqueda del hombre, que sólo en Dios alcanza esa plenitud. “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, nos recuerda san Agustín.
Nos encontramos en el Año de la fe, que abrió el Papa Benedicto el 11 de octubre de 2012, para conmemorar el 50 aniversario del concilio Vaticano II, y concluirá el Papa Francisco el próximo 24 de noviembre de 2013, fiesta de Cristo Rey del universo.
Un año largo para darle gracias a Dios por el don de la fe, profundizar en el significado de este don y el compromiso personal que lleva consigo y descubrir sus ramificaciones en todos los ámbitos de la vida. En el contexto de este Año de la fe, el Papa nos ha regalado una encíclica, “Lumen fidei” (29.06.2013), escrita a cuatro manos, es decir, redactada en gran parte por el Papa Benedicto y rematada por el Papa Francisco.
Esta encíclica explica la fe desde distintas perspectivas, pero sobre todo presenta la fe como una luz deslumbrante, que ilumina todos los aspectos de la vida presente y de la vida futura, incluido el más allá.
La fe no es un sentimiento pasajero, no es una emoción del momento, no es algo fugaz, como casi todo lo que nos rodea. La fe consiste más bien en ver la vida, las cosas, a los demás, la historia, con los ojos de Dios, con los ojos humanos de Cristo. ¿Y eso cómo puede ser? Porque abrimos el corazón a Dios que se comunica y respondemos en la obediencia a Dios que quiere el bien del hombre.
Para creerle a Dios, él nos ha dado abundantes signos a lo largo de la historia de la salvación, pero sobre todo nos ha dado a su Hijo Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que ha entregado su vida por nosotros y muriendo ha destruido la muerte para resucitar glorioso del sepulcro. Sólo el amor es creíble.
Y en Jesucristo el amor de Dios al hombre ha llegado a su máxima expresión. En Jesucristo Dios nos ha dicho que nos ama, y que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Ese amor, que nos precede, es un amor creíble. Y por eso, movidos por su Espíritu, respondemos en la misma onda: entregando nuestra vida, toda nuestra vida, a Dios que va siempre por delante. La fe no es algo individual, sino una realidad comunitaria.
Creemos en el seno de la Iglesia, creemos lo que la Iglesia nos enseña, creemos por el testimonio de la Iglesia. Y en la Iglesia están nuestros padres, nuestros catequistas, nuestros sacerdotes, tantas personas que nos han ayudado a creer, está el Magisterio de la Iglesia, está el Catecismo de la Iglesia Católica, precioso resumen de la fe. Tantos hijos de la Iglesia han vivido este diálogo de salvación entre Dios y el hombre, de tantas maneras, que se convierten para nosotros en testimonios fuertes y en crédito seguro para nuestra vida de fe. Son los santos.
Por eso, Jesús nos dice: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza...”, seríais capaces de hacer obras grandes, y además al hacerlas nos parecerá que “hemos hecho lo que teníamos que hacer”, como lo más natural del mundo. Para el que no es creyente, para el que tiene la fe oscurecida o nublada, muchas cosas le parecen imposibles.
Pero para el creyente, tales cosas no son imposibles, porque para Dios no hay nada imposible y colaborando con él nos hace casi omnipotentes. Si tuviéramos fe como un grano de mostaza… Auméntanos la fe, Señor.
En este Año de la fe y siempre. Una fe honda y bien arraigada en la verdad. Una fe que se expresa en el amor. Una fe que surte siempre esperanza, incluso en los momentos decisivos del sufrimiento y de la prueba. Una fe que mueva montañas. Recibid mi afecto y mi bendición.
MÁRTIRES DEL 36
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia en España celebra una jornada gloriosa con la elevación a los altares de 522 mártires de la persecución religiosa de los años ‘30 del siglo XX (II República y Guerra Civil). Diez de ellos Carmelitas en nuestra diócesis de Córdoba, cuatro en Montoro: José María Mateos, Eliseo María Durán, Jaime María y Ramón María; y seis en Hinojosa del Duque: Carmelo María, José María González, José María Ruiz, Antonio María, Eliseo María Camargo, y Pedro. Algunos nacidos también en nuestra diócesis: Carmelo María en Villaralto, Jaime María en Villaviciosa, Eliseo María Durán en Hornachuelos y de este grupo, andaluces todos menos uno.
Esta tierra andaluza, además de buen vino y buen aceite, tiene estos vástagos que hoy nos honran a todos, como los mejores hijos de la Iglesia y de esta tierra. En el total de los 522 hay sacerdotes, monjes, religiosos/as y seglares de toda España. Una vez más, España tierra de mártires
¿Por qué son glorificados? Porque supieron amar hasta el extremo, porque cuando los atacaron y los mataron, supieron perdonar al estilo de Cristo. Y eso lo aprendieron de Cristo, eso lo han recibido del Espíritu Santo que les dio fuerza en el momento supremo, eso lo han recibido en el seno de la Iglesia que se lo ha enseñado.
La vida cristiana de estos hombres y mujeres ha frutado en un testimonio martirial asombroso. Ellos no son caídos en el campo de batalla, ni una bala perdida acabó con sus vidas en medio de la refriega, donde suelen caer de uno y otro bando. No. Ellos fueron buscados en sus casas y en sus conventos, fueron llevados al paredón por ser curas o monjas, por ser hombres y mujeres de Acción Católica, por ser cristianos. Fueron asesinados por odio a la fe. Y muchos de ellos fueron asesinados después de horribles torturas, con terrible ensañamiento. La patria hace bien de honrar a sus héroes, pero aquí estamos hablando de otra cosa.
Hablamos de mártires, de personas que han amado hasta el extremo y han preferido morir antes que apartarse de Dios o dejar de ser cristianos. Un proceso minucioso y con garantías científicas de historicidad ha examinado cada caso y nos propone uno por uno a estos mártires, es decir, a personas que han sido asesinadas por odio a la fe y han muerto perdonando a sus enemigos.
Cuando la Iglesia honra a sus mártires, no recrimina a sus verdugos, sino que celebra el amor más grande de sus hijos, que han sido capaces de mostrar ante el mundo la victoria definitiva del amor sobre el odio, del perdón sobre la brutalidad de los ultrajes. “No olvidamos, pero perdonamos”, como nos ha enseñado Jesús nuestro Maestro.
La memoria histórica que hacemos de estos mártires no es para azuzar el odio, ni para reivindicar ningún derecho, sino para cantar las alabanzas de Dios y estimularnos en el amor y en el perdón. Es por tanto una fiesta de gloria y de misericordia.
Una vez más constatamos que la última palabra no la tiene el odio y el pecado, sino el amor misericordioso de Dios que ha anidado en el corazón de estos cristianos. Ellos han sido humillados hasta el extremo, es lógico (con la lógica evangélica) que ahora sean glorificados en medio de la asamblea de los fieles. Y nosotros gozamos de esta glorificación, porque son el orgullo del pueblo de Dios.
“La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, decía Tertuliano. Sí, nuestra fe es indudablemente fruto de aquel testimonio martirial, que ha alentado la fe a lo largo del siglo XX, del que somos ciudadanos.
El Año de la fe, en el que nos encontramos para celebrar el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, tiene en esta celebración uno de sus momentos culminantes.
Tarragona va a ser el escenario de este magno acontecimiento por varias razones: porque se pretende hacer un solo acto conjunto para toda España, porque Tarragona es también tierra de mártires desde sus orígenes hasta hoy y porque el número mayoritario de beatos en este acontecimiento pertenecen a la diócesis de Tarragona.
Tarragona se convierte así en capital del martirio en este domingo. Vivamos con fe este momento de gracia para toda España.
En nuestra diócesis de Córdoba honraremos a los mártires cordobeses el sábado 19 en Montoro y el domingo 20 en Hinojosa. Pedimos a estos nuevos mártires que nos den la firmeza de la fe para que seamos testigos del amor de Dios, que será el que triunfe sobre todas nuestras miserias. Recibid mi afecto y mi bendición.
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Misionero es el que lleva un encargo, el que lleva un anuncio para otro. Alguien le envía, no va por su cuenta. Y tiene un destinatario, no se queda con lo que le han encargado.
En el ámbito de la Iglesia católica, llamamos misionero a quien anuncia el Evangelio con su vida y con su palabra, en la catequesis y en el compromiso de la vida, en la caridad y amando hasta el perdón, construyendo un mundo nuevo más justo, solidario y fraterno.
Este domingo celebramos el DOMUND, domingo mundial de las misiones. Celebramos que la Iglesia es misionera, recordamos a nuestros misioneros, caemos todos en la cuenta de que tenemos “algo” que decir y transmitir a nuestros contemporáneos. La Iglesia existe para evangelizar, Jesucristo la ha fundado para que lleve el Evangelio a todas las naciones, a todas las personas de todos los tiempos. Es una dimensión esencial de la Iglesia, la de ser misionera, la de ser católica y universal. Por tanto, no se reduce a un día, sino que es tarea de todo el año.
Ahora bien, este domingo, el domingo del DOMUND, nos damos más cuenta de la inmensa tarea que tenemos por delante: anunciar a todos que Dios nos ama, que nos ha enviado a su Hijo para redimirnos de la esclavitud del pecado y darnos la libertad de los hijos, que ha derramado el Espíritu Santo para que sea el alma de la Iglesia y viva en nuestras almas como en un templo, que todos los hombres somos hermanos sin distinción de raza, cultura, nación.
Este año el lema del DOMUND parece una ecuación matemática: Fe + caridad = misión. Nos encontramos en el Año de la fe, para profundizar en el gran don recibido de Dios que nos compromete en la tarea misionera: la fe.
La fe no es un sentimiento pasajero, ni es una emoción del momento. La fe es como una luz deslumbrante que ilumina todos los aspectos de nuestra vida, dándoles sentido. La fe ilumina la existencia, el amor humano, el trabajo, el sufrimiento, incluso la muerte. La fe nos habla de una vida eterna que empieza aquí y no acabará nunca. La fe tiene como centro y plenitud a Jesucristo.
Y esa fe la vivimos en la Iglesia, la recibimos de la Iglesia, la celebramos y la compartimos en la Iglesia. La Iglesia nos envía al mundo entero para ser testigos y misioneros de esta fe para todos los hombres. La fe se verifica en el amor. Sólo el amor es creíble, es digno de fe. Y Jesucristo nos ha amado hasta el extremo. Su amor ha quedado verificado en su pasión de amor por nosotros, resucitando de entre los muertos.
Por eso, la fe nos lleva al compromiso del amor, y lo más querido para nosotros es haber conocido a Jesucristo, para poder compartirlo con los demás. La fe unida al amor nos lleva a la misión.
El domingo del DOMUND es ocasión propicia para agradecer el don de la fe, agradecer el don de la Iglesia que nos ha dado la fe y nos la alimenta continuamente, agradecer el trabajo que tantos hermanos nuestros, hombres y mujeres, están realizando para la propagación de la fe. No se trata de imponer a nadie nuestras creencias, ni de ningún proselitismo.
Se trata, como lo muestran nuestros misioneros, de dar la vida testimoniando que Dios nos ama en Jesucristo hasta el extremo. Se trata de llegar a todos los habitantes del mundo para llevarles la buena notica de la redención, para hacerles partícipes de los dones de la Casa de Dios.
Todo cristiano es misionero, debe llevar en su corazón la inquietud misionera de cumplir el encargo recibido, de llevar la buena noticia a los destinatarios, de alimentar continuamente la fe recibida y testimoniarla con su ejemplo y con sus palabras.
Los mártires que estos días celebramos son un estímulo en la tarea misionera, pues ellos con su vida y con su entrega hasta la muerte hacen creíble el amor de Dios que conduce al perdón. Sólo el amor es creíble. En los mártires se ha cumplido. Que ellos intercedan por nosotros para que sepamos cumplir la misión encomendada, para que seamos misioneros, en fidelidad a quien nos envía y a los destinatarios. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
PEREGRINACIÓN A GUADALUPE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la 18ª edición de la peregrinación diocesana anual de jóvenes a Guadalupe. Año tras año se han ido fraguando ilusiones, realidades, esperanzas, un tejido de relaciones, crecimiento en las personas, una nueva sociedad.
La peregrinación es como una parábola de la vida misma. En la peregrinación hay una meta, el cielo, la vida eterna en el gozo de Dios, simbolizado en un lugar sagrado, un santuario, y en este caso, un santuario mariano, donde María nos espera para mostrarnos el futo bendito de su vientre, Jesús.
En la peregrinación hay un camino, a veces fatigoso, pero que siempre nos abre a nuevos horizontes. Caminar es ponerse en marcha, no permanecer quietos o perezosos, caminar es ir al encuentro, salir de sí mismo. Hacer un camino es seguir una ruta, para no perderse, es seguir unas pautas para garantizar que no caminamos en balde ni en sentido equivocado. “Yo soy el camino…” nos dice Jesús (Jn 14,6). Ir con él, seguirle a él, vivir como vivió él es acertar en la vida. Caminar sin él es ir a tientas, es andar sin certezas y sin norte, sería perderse.
En el camino, no vamos solos, vamos en grupo, en pequeños grupos dentro del gran grupo, como símbolo de la Iglesia, comunidad de comunidades, la católica, que incluye pequeñas comunidades y grupos, pero que al mismo tiempo nos abre a una relación más amplia con todos. No se trata de un grupo amorfo o invertebrado, sino que hay unos monitores y unos guías. Como en la Iglesia, donde tenemos nuestros pastores y quienes nos orientan en el camino de nuestra propia vida.
Caminar en grupo tiene sus momentos de silencio y sus momentos de comunicación, sus momentos de oración y sus momentos de recreo. El silencio ayuda a encontrarse consigo mismo y con la verdad del otro. La relación personal se establece desde lo hondo, no desde lo superficial, y el silencio ayuda a profundizar para comunicarse más plenamente.
En el camino encontramos dificultades y alivios, fatiga y consuelo. Es duro caminar horas y horas, pero es más llevadero si se hace en compañía. Como la misma vida. Qué dura es la soledad que aísla y qué bonita la comunicación que ayuda. La que uno recibe y la que uno da, pues hay más alegría en dar que en recibir.
La dureza del camino se hace más llevadera si hay una mano amiga que me anima a continuar. El camino en grupo es una oportunidad de servir al otro olvidándome de mí mismo. Cuántas oportunidades en una peregrinación para ejercer el servicio por amor.
La peregrinación nos ha sacado de la comodidad de nuestra casa y nuestro ambiente, y llegan momentos en que uno carece de casi todo. Estar atento para servir, para ayudar, para hacer más agradable la vida a los demás es un ejercicio propio de estos acontecimientos, donde todos aprendemos.
Doy las gracias a la Delegación diocesana de juventud por las horas y los días que lleva gastados organizando este encuentro, para que todo esté a punto, para que no falte nada, para poner en marcha a todos, para organizar lo que después sale tan bien.
Muchos han dejado horas de descanso y diversión, porque mucho antes de llegar a la peregrinación han pensado en los demás preparándolo todo.
Gracias, jóvenes voluntarios, sacerdotes, todos los que servís en este acontecimiento. Comenzamos en la Catedral, que consideramos cada día más como nuestra Casa madre, el lugar que nos acoge como comunidad católica que camina en Córdoba.
Comenzamos con la Misa que preside el Obispo, sucesor de los apóstoles, que nos engancha a la Iglesia universal, la que preside el sucesor de Pedro.
Comenzamos pidiendo el auxilio del Señor y el de su Madre santísima, y nos ponemos en camino. “Vamos al lío…” ha repetido el Papa Francisco, queriendo decirnos que no nos apaguemos, que vayamos al encuentro de los demás, especialmente de los que se han apartado de la Casa de Dios.
Que seamos misioneros del Evangelio que hemos recibido gratis, y gratis hemos de comunicar. Prefiero una iglesia accidentada a una iglesia paralizada y centrada en sí misma, nos ha dicho el Papa. La Iglesia existe para evangelizar, para proponer a los demás y darles al único que puede salvarnos, Jesucristo nuestro Señor. Procedamos en la paz del Señor. Amén Recibid mi afecto y mi bendición.
DIFUNTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fe cristiana nos enseña que hemos nacido para vivir eternamente, primero en la etapa de la vida terrena, después en la etapa eterna con Dios y con los hermanos. Y que nuestra suerte depende del amor de Dios misericordioso y de nuestras obras en correspondencia a ese amor. Dios nos ha creado para la vida, y para la vida feliz en la eternidad del cielo.
Ahora bien, no nos llevará con Él forzadamente, sino por la colaboración libre de nuestra voluntad y nuestros actos. La fe nos habla de “otra vida” más allá de la muerte, pues no acaba todo con la muerte, sino que seguiremos viviendo para siempre.
El culto a los difuntos se basa en esta certeza. Si no creyéramos en la otra vida, a qué viene la veneración y el culto a los difuntos. Pues no se trata simplemente de un recuerdo nostálgico de aquellos con los que hemos compartido una etapa –más o menos larga– de nuestra vida pasada, sino de la certeza de que están vivos, a la espera de una plenitud, que llegará en el último día de la historia de la humanidad.
Los difuntos nos hablan, por tanto, no sólo de pasado, sino de futuro. Allí donde ellos han llegado, llegaremos cada uno de nosotros, no sabemos cuándo. La vida del hombre sobre la tierra reviste ese tono de dramatismo, por el hecho de estar sometido a fuerzas contrapuestas, que le llevan a la lucha entre el bien y el mal en su propio corazón y en el escenario de la historia de la humanidad.
Nacidos para el cielo, nacidos para Dios, el hombre experimenta la tentación constante de apartarse de Dios, porque lo considera su rival, corriendo el riesgo de perderse eternamente. En esta lucha dramática, la más importante de nuestras tareas, nuestra preocupación estriba en aprender a amar de verdad, para saciarnos plenamente de Dios, que nos llama al amor eterno.
Pero también constatamos que muchas veces nos invade el egoísmo, el desamor, todos los vicios capitales, que nos apartan de Dios y de los hermanos. De nuestros hermanos, que han cruzado el umbral de la muerte, tenemos la certeza de que algunos ya están con Dios, han llegado a la meta con éxito pleno.
Son los santos, muchos de los cuales han sido canonizados por la Iglesia, otros muchos más sin canonizar, pero que han recorrido el camino de su vida terrena con éxito, aprendiendo a amar hasta el extremo. Por estos no rezamos, sino que ellos son nuestros referentes, nuestros hermanos mayores que nos ayudan en esa lucha dramática de la vida terrena.
Otros, sin embargo, están en fase de purificación hasta llegar a la plenitud del amor. Habiendo muerto en la amistad de Dios, hay cicatrices de pecados anteriores que han de ser restauradas, hay egoísmos recónditos que han de ser transformados en amor, hay deudas de amor que sólo se curan en el sufrimiento.
Estas son las almas de nuestros hermanos difuntos, que todavía no han llegado al cielo, pero que sin embargo ya han alcanzado la salvación eterna. Por estos rezamos, porque nuestra oración les llega y les hace bien. Por ellos participamos de la cruz de Cristo, en el ayuno y la penitencia, para reparar lo que hicieron mal, y nosotros podemos resarcirlo en solidaridad fraterna.
Cabe la suerte también de los que libremente se han apartado de Dios para siempre en el infierno. Por esos no podemos rezar, porque la condenación es eterna, y en el infierno es imposible poder amar. No nos consta de nadie, que viva esta situación. Solamente los ángeles caídos, los demonios, que se rebelaron contra Dios y fueron arrojados al infierno, sin posibilidad de redención. Jesús nos avisa en su evangelio de este peligro en nuestra vida, no para asustarnos, sino para mostrarnos que sería una terrible desgracia vivir sin el amor de Dios para siempre, siempre.
En estos días traemos a nuestra memoria a todos los difuntos, para vivir la comunión con ellos en el amor. Visitamos nuestros cementerios, ofrecemos sufragios en favor de sus almas, y de paso caemos en la cuenta de nuestra suerte eterna, para desear el cielo, para purificarnos ya aquí en la tierra, participando de la cruz de Cristo, para acrecentar la esperanza en Dios que nos llama a vivir con él. Recibid mi afecto y mi bendición.
DOMINGO: DIOS DE VIVOS NO DE MUERTOS: DIFUNTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El origen de la vida está en Dios. La vida no ha brotado por azar ni por casualidad, sino por una decisión libre de Dios, que quiere hacer partícipes a los seres creados de su vida. Y especialmente a los seres humanos, a los que ha dotado de alma inmortal y espiritual.
En esa transmisión de la vida colabora la misma naturaleza, dotada de capacidad de transmitirse. Y en la especie humana colaboran los padres con la acción creadora de Dios. Dios pone la parte más importante, el alma, creada de la nada. Los padres aportan el soporte corporal. Y el resultado es una nueva persona humana.
En este mes de noviembre, mes de los difuntos, muchos vuelven a preguntarse por el más allá. Hay quienes piensan que todo termina con la tumba, qué triste. Hay quienes piensan que sobrevivimos en nuevas reencarnaciones, qué complicado. La fe cristiana, sin embargo, nos dice que hemos sido creados para vivir siempre, siempre, qué alegría.
Nuestra alma es inmortal y vive una sola vez la etapa terrena, no se reencarna en nadie más. Y acabada la etapa terrena llega a la eternidad para alcanzar el premio o castigo por sus obras. Esa misma alma tira de nuestro cuerpo, que resucitará en el último día de la historia.
El misterio de la muerte ha sido iluminado con la luz de Cristo, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha pasado por el trance de la muerte y ha resucitado, venciendo a la muerte. Podemos decir que hasta Jesucristo la muerte vencía al hombre, ante la muerte el hombre se veía envuelto en un misterio que no sabía resolver. Pero a partir de Jesucristo el hombre ha vencido la muerte, “la muerte ya no tiene dominio sobre él”. “Si hemos muerto con Cristo [en el bautismo], creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, un vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rm 6,8-9).
No es indiferente afrontar la vida y la muerte con esta certeza o no. Llegadas estas fechas de difuntos, la liturgia cristiana en todas sus expresiones es una liturgia serena y llena de esperanza, es incluso una invitación a exultar de estremecimiento ante la certeza de una vida feliz que Dios nos tiene preparada.
La Misa de réquiem, celebrada en la Catedral de Córdoba por todos nuestros difuntos, y acompañada por el “Requiem” de Mozart, es un canto exultante en perspectiva católica ante el misterio de la muerte humana, vencida por Cristo con una victoria prometida para todos nosotros.
Por el contrario, se ha puesto de moda en nuestros días acercarse a otras culturas paganas para revivir el misterio de la muerte. Se trata de una regresión, de un volver atrás, incluso desde el punto de vista cultural. Es como si en el mundo de las comunicaciones, habiendo conocido el teléfono y el internet, ahora regresáramos a la comunicación por señales de humo (propia de la edad de piedra) o por palomas mensajeras.
Abundan en distintos municipios –con gastos del erario público– fiestas de la muerte pagana, tomadas de la antigüedad, antes de Cristo, o fiestas de tipo medieval, sacando a relucir el más absurdo oscurantismo, o fiesta de halloween, donde en torno a la muerte reinan las brujas y los demonios, y se proyectan todo tipo de pasiones desordenadas y de culto a Satán. ¿Qué se pretende con todo esto?
Bajo el pretexto de otras culturas, lo que se pretende es ocultar la verdad de la vida cristiana, a ver si borramos las raí- ces cristianas de nuestro pueblo. Con el pretexto del pluralismo, nos hacen comulgar con ruedas de molino, con prácticas que chirrían a la conciencia cristiana en algo tan sagrado como son nuestros difuntos o el destino de nuestra vida más allá de la muerte.
En definitiva, se trata de paganizar la cultura, como si Cristo no hubiera vencido la muerte. Se prohíben manifestaciones cristianas en la escuela, como el Belén o la Semana Santa, y se promueven por todos los medios, brujas y demonios en torno a la muerte, contradiciendo la conciencia cristiana de unos niños y jóvenes, cuyos padres quieren la formación cristiana para sus hijos y han elegido clase de religión católica en la escuela.
La intencionalidad está clara. Por eso, queridos sacerdotes, catequistas, profesores de religión, venzamos el mal a fuerza de bien. Anunciemos sin miedo la victoria de Cristo sobre la muerte, que nos lleva a vivir la vida terrena con la esperanza del cielo.
No permitamos que las prácticas paganas borren la conciencia cristiana del alma de nuestro pueblo. Lo más avanzado que ha conocido la historia de la humanidad es la victoria de Cristo sobre la muerte. No la silenciemos. Es el preludio de nuestra propia victoria, que nos hace vivir la vida presente de otra manera.
El Evangelio de este domingo nos proclama: “Dios es un Dios de vivos, no de muertos”, porque en él todos estamos llamados a la vida y a la resurrección después de la muerte.
DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando hablamos de la Iglesia, cada uno se imagina una cosa. Hay quienes piensan en los grandes edificios, en las altas jerarquías, en los grandes acontecimientos. Hay quienes piensan en su parroquia, en su barrio, en la gente que se reúne en el templo.
Cuando hablamos de la Iglesia, hemos de pensar en primer lugar en su fundador: nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia la ha fundado Jesucristo y pertenece a un proyecto salvador de Dios con los hombres. Dios no quiere salvarnos aisladamente, sino formando un cuerpo, una comunidad, en la que unos nos ocupemos de los otros. Dios ha querido la salvación de todos los hombres, formando un solo cuerpo, el Pueblo de Dios.
La Iglesia, por tanto, no la inventamos nosotros ni la hacemos a nuestro gusto. La Iglesia la ha fundado Jesucristo, y pertenecemos a ella porque hemos sido llamados por Dios para formar parte de su Pueblo, el Pueblo de Dios. Pertenecer a la Iglesia es una gracia de Dios, mantenernos en la plena comunión con la Iglesia es gracia de Dios.
En esta Iglesia, en este Cuerpo, cada uno tiene su función, su misión. Todos somos miembros de este Cuerpo por el bautismo, en una igualdad fundamental y en una vocación común: que seamos santos y que seamos ante el mundo como una antorcha de luz y de esperanza para todos.
Y en este Cuerpo orgánico, cada uno tiene su misión: unos son sucesores de los apóstoles, los obispos y en su medida los presbíteros. Son los pastores de la Iglesia, junto con los diáconos que la sirven.
Entre ellos, tiene un papel fundamental el Sucesor de Pedro, que nos reúne a todos en la unidad querida por Cristo. Otros son fieles laicos, seglares que viven en el mundo (en la familia, el trabajo, la cultura y la vida pública) y lo van transformando a manera de fermento, según Dios. Otros son como un reclamo de la vida celeste, porque viven ya en la tierra como todos viviremos en el cielo: en pobreza, castidad perfecta y obediencia. Estos son los consagrados/ as en las distintas formas de vida aprobadas por la Iglesia.
Cada uno debe cumplir la misión para la que ha sido llamado, sin confundir campos ni tareas. Pues bien, en esta Iglesia a la que hemos sido llamados, vivimos en diócesis o parcelas, presididos por un obispo, y todas unidas constituyen la Iglesia universal.
Nosotros pertenecemos a la diócesis de Córdoba, que se remonta a los tiempos de los apóstoles y ha conocido etapas de gran esplendor y etapas de fuerte persecución, que la han purificado.
Es toda una historia de salvación la que Dios ha hecho con nuestros antepasados en este lugar concreto y donde Dios quiere seguir actuando para bien nuestro y de nuestros contemporáneos.
La misión de la Iglesia en nuestros días es apasionante y preciosa. “La Iglesia está con todos y al servicio de todos”, reza el lema de este año. Para hacernos ver que en la Iglesia no existen fronteras ni discriminación.
Fiel a su Fundador Jesucristo, la Iglesia ha de llegar a todos para anunciarles el Evangelio, y ponerse al servicio de todos para prolongar la actitud de Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir. Para eso, la Iglesia cuenta con recursos espirituales y materiales. Ofrece a todos la salvación de Dios, que Cristo nos ha merecido con su muerte en la cruz y con su gloriosa resurrección de entre los muertos, a través de la Palabra de Dios, los sacramentos y el testimonio de los cristianos.
La Iglesia necesita tu ayuda. Necesita tu voluntariado. Necesita tu aportación económica. Me admira ver en todas las parroquias cantidad de gente que sirve desinteresadamente en todos los campos de la parroquia.
Al llegar a este día de la Iglesia diocesana, quiero agradecer a todos los que trabajan de una u otra manera para que la Iglesia cumpla hoy su misión.
Quiero agradecer a todos los que aportan su contribución económica para afrontar tantas tareas que la Iglesia lleva adelante: desde la restauración de los templos hasta la caridad con los más necesitados, que en este momento son muchos.
Continuad aportando y colaborando con la Iglesia diocesana. Es algo que está al servicio de todos y entre todos hemos de sostenerla. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
DOMINGO XVII
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos.
El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio.
El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres.
Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos.
Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación.
El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos.
El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres. Por eso, nuestro señor Jesucristo, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.
Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo. Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional.
En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir.
Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos. Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino. La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos.
Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. “Comerán y se hartarán”, anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla. Recibid mi afecto y mi bendición: Dar de comer Q
SEPTIEMBRE 14 LA SANTA CRUZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Santa Cruz el 14 de septiembre nos da la pauta cada año para el inicio del curso cristiano: bajo el signo de la Santa Cruz. No empezamos nuestras actividades por una programación comercial o de marketing, por unos objetivos marcados que hemos de revisar como la cuenta de resultados empresarial. Empezamos el curso cristiano en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo el signo de la Santa Cruz.
La Santa Cruz para el cristiano no es una carga pesada e insoportable, que hemos de arrastrar resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo.
Después de haber celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida.
La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir más unidos a Cristo, porque “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), compartiendo sus sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor.
Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la salvación del mundo.
Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él.
Mirando la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor. Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora.
Son tantos los sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del Evangelio: amar hasta dar la vida.
Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro para sus hijos en ella.
Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar.
Necesitamos la Cruz de Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno en ocasión de solidaridad fraterna. Es posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han curado.
Comencemos el nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente.
La Virgen de los Dolores es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz. Recibid mi afecto y mi bendición: Bajo el signo de la Santa Cruz Q
DOMINGO:QUIEN ES EL PRIMERO EN EL REINO DE LOS CIELOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Iban los discípulos con Jesús camino de Jerusalén. Iban juntos, pero no iban pensando lo mismo. Jesús iba hablando de sus cosas, de sus intereses, de su horizonte, de su Pascua. De su Pasión y Muerte, que culminaría en la Resurrección.
Ellos, sin embargo, iban a su bola. Están pensando en quien será el primero, quien ocupará el primer puesto en el reino que Jesús va a inaugurar. Se enfadan entre ellos, porque quieren todos el primer puesto y entran en competencia unos contra otros. La mentalidad de Jesús y la de los apóstoles son contrapuestas, hay intereses divergentes.
Cuando Jesús les pregunta de qué venían hablando por el camino, ellos no contestaron. Les daba vergüenza verse confrontados con Jesús. Ver en Él el servidor bueno y generoso y estar ellos maquinando otros intereses egoístas.
Reconocer el propio pecado es ya un paso notable para poder cambiar, para poder caminar en el seguimiento de Jesús. Jesús aprovecha para darles una enseñanza: «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».
Con esta afirmación Jesús está haciendo un retrato de sí mismo, porque siendo Dios, se ha abajado a nuestra altura para elevarnos a nosotros a la suya. Ha compartido nuestra situación para hacernos partícipes de su condición de Hijo, repartiendo con nosotros la herencia y haciéndonos hijos de Dios y herederos del cielo.
Jesús ha recorrido el camino de la humildad, haciéndose esclavo y obediente por amor, hasta dar la vida para que nosotros tengamos vida abundante, y vida eterna. A Carlos de Foucauld le gustaba repetir: escoge siempre el último puesto y nadie te lo quitará.
La tendencia natural es la de escalar. Si, además, esa tendencia está herida por el pecado, la escalada se hace incluso a costa de pisar a otros. Más aún, se utiliza a los demás para mi propio provecho. El egoísmo y la soberbia nunca se sienten satisfechos.
Eso le pasó a Adán y todos los humanos tropezamos en la misma piedra. En la raíz de todo pecado se encuentra la soberbia y la mentira. En cambio, Jesús propone un camino nuevo: el camino del servicio que brota de un corazón sencillo y humilde. Y la humildad es «andar en verdad», como nos enseña santa Teresa de Jesús. El cálculo humano nos lleva a pensar en los primeros puestos, en eludir todo tipo de humillaciones, en aparentar mucho más de lo que somos.
Jesús, sin embargo, nos propone otro camino, que nos llevará ciertamente a la plenitud: el camino de la humildad y del servicio por amor. Buscar el último puesto lleva consigo despojamiento voluntario y pobreza para seguir a Cristo pobre y despojado.
La gloria está más allá. Antes o después, por muy encumbrado que te encuentres, tendrás que despojarte hasta de tu propio cuerpo. Mejor es, por tanto, ir entrenándose en ese trabajo voluntario, realizado por amor, que ser arrancado del todo con un tirón doloroso. «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».
María ha sido la humilde esclava del Señor, la que más se ha parecido a Jesús, su Hijo. Ella ha buscado el último puesto, y nadie se lo quitará. Porque en ese puesto ha llegado a ser la primera entre todos, bendita entre todas las mujeres. Por eso la felicitarán todas las generaciones.
Sólo la luz del Evangelio ilumina esta realidad tan contradictoria con nuestras apetencias y aspiraciones. Sólo el misterio del Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre (GS 22), mostrándole su vocación de hijo de Dios.
En medio de todo, Jesús no rechaza a sus apóstoles, que andan buscando el primer puesto y riñen entre ellos por alcanzarlo. Convive con ellos, tiene paciencia, les explica el Evangelio, dará la vida por ellos. Y ellos un día llegarán a parecerse del todo a su Maestro.
En el seguimiento de Jesús no empezamos siendo perfectos, empezamos a seguirle porque Él nos atrae, a pesar de nuestros pecados. Acoger a Jesús nos irá llevando a ser humildes e incluso a sentir la vergüenza de no serlo. Él, que nos ha llamado a seguirle, completará en nosotros la obra que ha comenzado. Recibid mi afecto y mi bendición: ¿Quién es el primero? Q
DOMINGOMARCO 9,43 SI TU MANO DERECHA TE ESCANDALIZA, CÓRTATELA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9,43- 47), nos enseña Jesús este domingo. Se trata de una de las enseñanzas más tajantes de Jesús, por la que hay que jugárselo todo para entrar en el Reino de los cielos.
El seguimiento de Jesús lleva consigo una actitud radical y tajante, que no admite compromisos ni mediocridades. O cortamos tantas situaciones que nos alejan de Dios, o nos iremos alejando de Dios cada vez más. Si quieres entrar en el Reino de los cielos, tienes que adoptar decisiones tajantes en tu vida. Por el contrario, cuando los discípulos van a quejarse porque algunos que no son de los nuestros hacen cosas buenas, Jesús les responde: “No se lo impidáis…, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,41).
Podíamos decir que todo lo bueno que hay en el mundo, todo lo bueno que hay en el corazón de otra persona, nos hace cercanos, connaturales y hermanos. No existe persona, por muy mala que sea, que no tenga cosas buenas, y a veces más de las que nosotros vemos a simple vista. Y con eso bueno que tiene es capaz de hacer cosas buenas, con las que me siento en sintonía y con las que puedo colaborar.
Le pasó también a Moisés, cuando aquellos dos no estaban en el campamento al venir el Espíritu sobre ellos. También aquellos dos ausentes se pusieron a profetizar, y vinieron a decirle a Moisés que se lo prohibiera. Moisés respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!”(Nm 11,29). Si hacen el bien, no serán tan malos.
La envidia, que anida en el corazón del hombre pecador, nos equivoca haciéndonos pensar que lo bueno que hacen los demás merma bondad a lo bueno que hagamos nosotros. Y no es así. Todo lo que hay de bueno en el mundo, venga de donde venga, procede de Dios, que es el origen de todo bien.
Aquí reside la plataforma común desde la que es posible el diálogo con toda persona humana: la verdad, el bien y la belleza anidan en el corazón de todo hombre. Y poniendo en común lo que cada uno ha ido descubriendo, podemos sumar y llegar a la verdad plena, que sólo se encuentra en Dios.
La verdad no es la suma de nuestras verdades, sino que existe por sí misma y todo hombre tiene acceso a ella, aunque no sea capaz de abarcarla por completo. La verdad y el bien se reciben como un don en nuestros corazones.
Ese encuentro con la verdad, que no dominamos, es lo que nos hace capaces de entrar en diálogo con toda otra persona, porque también nosotros estamos a la búsqueda de la verdad plena. No hemos recorrido todo el camino, somos peregrinos. Y en el camino de la vida, otra persona, sea quien sea, nos puede enseñar y hemos de estar dispuestos a acoger lo bueno que nos brinda.
Por eso, Jesús nos propone un camino de exigencia personal, tajante consigo mismo sin falsas compasiones, y al mismo tiempo de apertura en el trato con los demás, inclusivo para acoger a todos, vengan de donde vengan.
Según aquello que cada uno percibe, sea coherente y llegue hasta el final. Dios le pedirá cuenta. Y en relación con los demás, abra los ojos a todo lo bueno que hay en el corazón de cada hombre en la espera de que el otro llegue a la plenitud de la verdad.
El cristiano ha aprendido de Cristo esta actitud de diálogo con todos. Jesús acoge a todos, valora a todos, escucha a todos. Y para todos ha venido, poniéndose a su servicio, para que todos tengan vida eterna.
a misión de la Iglesia incluye este diálogo de salvación: acercarse a cada hombre para ofrecerle la verdad que nos ha sido dada en Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Tajante consigo mismo, inclusivo para los demás Q
DOMINGO EL JOVEN RICO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llamada de Jesús a seguirle de cerca no es una iniciativa humana ni una ocurrencia subjetiva, sino que tiene su origen en el amor de predilección del mismo Jesús.
Aquella mirada con la que Jesús llama al joven rico es la misma mirada con la que se han sentido llamados tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. “No se me había ocurrido”, “Yo no quería”, “Me vino por sorpresa”, comentan muchos de los llamados. Es como si en un momento cualquiera, del que uno guarda imborrable recuerdo, hubiera entendido que Alguien me ama con amor eterno y llena de sentido pleno toda mi existencia.
Si el corazón humano está hecho para ser amado, la llamada personal va acompañada de ese amor en plenitud que promete una vida fecunda. Después viene el análisis de los signos, puesto que la fe es razonable, no una corazonada irracional. Pero el punto de arranque es el amor, “Él nos amó primero” (1Jn 4, 10), que busca correspondencia. Esa llamada, precisamente por ser total, implica una respuesta de totalidad. “Véndelo todo y dalo a los pobres”.
Seguir a Jesús es incompatible con la reserva de algo para sí. Hay que darlo todo, porque uno ha encontrado a quien le da todo. Y además, se trata de una actitud sostenida a lo largo de toda la vida. No se cumple de una vez por todas. Es un camino, un itinerario de progresivo despojamiento, sin posibilidad de reconquista. Dejarlo todo, quemar las naves y no volver la vista atrás. Todo un proceso de conversión permanente y de crecimiento en el seguimiento de Cristo.
La riqueza es un peligro. Aquel joven era rico simplemente por ser joven. Tenía toda su vida por delante, además de las cualidades y recursos a su alcance. Es en la juventud normalmente cuando Dios llama. E invita a dejarlo todo, no cuando pase la mitad de la vida, sino en los albores de esa vida, en la primera juventud, cuando la persona tiene todas las posibilidades por delante, cuando es rico. La juventud es por tanto el momento de la llamada y es cuando más tiene uno que dejar. Su vida entera. Pero al mismo tiempo, como aquellos amores primeros de juventud, la respuesta tiene un encanto que no lo tiene cualquier otro momento posterior de la vida.
La perseverancia en ese primer amor exige el cuidado atento para mantener un corazón libre y siempre disponible, un corazón pobre, de manera que la llamada y la respuesta no pierdan el encanto primero.
Ha habido personas que se entregaron con toda sinceridad y sin escatimar nada, pero han dejado crecer en su corazón otras hierbas, espinas y abrojos. Y eso ha sofocado la generosidad del amor primero.
Hay que cuidar el corazón, que se agarra a lo que pilla y puede malograr aquella respuesta generosa de juventud. Aquel joven no quiso responder. Entramos en el misterio de la libertad humana. Me he encontrado con muchos jóvenes que han aplazado la respuesta e incluso con algunas personas que se arrepienten de no haber respondido a tiempo y ya no haber podido estrenar un amor que se ofreció en su primera juventud. Sólo la misericordia de Dios es capaz de devolver lo primigenio, la frescura de aquel amor.
La misericordia de Dios es capaz de hacerlo todo nuevo. Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, insiste Jesús. No se trata de despreciar todo lo bueno que Dios nos da. Y las riquezas (materiales, espirituales) son dones de Dios. Pero tales riquezas suponen un peligro constante en la vida de la persona.
Buenas son las riquezas, pero mejor es la pobreza, cuando se trata de parecerse a Jesús. Y el que ha sido tocado por un amor de este calibre, debe aspirar a vivir en pobreza y humildad para parecerse a su Maestro y Señor.
Es un lenguaje que el mundo no entiende. Pero el que ha sido tocado, entiende que su tesoro es el Señor y no aspira a otra cosa. Incluso, busca renunciar a todo con tal de tenerle a él. “Por él lo perdí todo” (Flp 3,8), con tal de ganarle a él.
Esta es la sabiduría de la vida, acertar en descubrir aquel proyecto de amor que Dios me tiene preparado. Esa es la vocación en cualquiera de sus formas. Y todas ellas tienen un punto común de arranque: el amor de Cristo que supera toda ideología. Recibid mi afecto y mi bendición: Le miró con amor Q
DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las misiones (DOMUND), que celebramos este domingo, nos trae a la mente y al corazón el recuerdo del mandato misionero de Jesús: “Id y predicad al mundo entero…” (Mc 16, 15), tarea que la Iglesia realiza cada día.
En este domingo de manera especial se da cuenta de este don del Señor y de esta tarea que tiene por delante: Evangelizar, decir al mundo entero que Dios nos ama con amor de misericordia. Estamos dentro del contexto del Año de la vida consagrada, entre quienes este mandato misionero se hace más palpable.
El primer responsable de llevar el Evangelio al mundo entero es cada Iglesia particular, con el obispo al frente en plena comunión con el Sucesor de Pedro (RM 63). Y dentro de la Iglesia, todos los carismas que brotan en la misma con esta dimensión misionera. De hecho, entre los misioneros repartidos por el todo el mundo, la inmensa mayoría son consagrados/as.
Gracias a ellos, el Evangelio en todas sus expresiones llega a tantas personas lejanas. En el campo de la catequesis y la formación, en la atención a los enfermos y a los pobres, en la vida sacramental y celebrativa.
Se cumple en estos días el cincuenta aniversario del decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, que ha supuesto un verdadero impulso misionero para toda la Iglesia, recordando a todos que Santa Teresa del Niño Jesús es patrona de las misiones desde su entrega de amor en el silencio de la clausura y que san Francisco Javier es patrono desde su disposición a viajar hasta tierras lejanas para anunciar a Cristo, haciéndose todo para todos. “Misioneros” quiere decir enviados. Enviados por Cristo, enviados por la Iglesia.
En esta tarea de la evangelización no cabe el espontáneo, ni la iniciativa particular. Todo misionero es enviado, va con un encargo, lleva un mensaje que es de otro.
Entre el medio millón de misioneros/as que hay por todo el mundo, ha crecido en este periodo postconciliar la interculturalidad. Ya no es sólo Europa la que envía, como ha hecho a lo largo de tantos siglos.
En muchas ocasiones, actualmente Europa es la que recibe misioneros. Pero además, los misioneros provienen de todos los lugares de la tierra. Nos hemos hecho más conscientes todos de que el ser misionero es consustancial con el ser cristiano.
La misma expansión misionera por toda la tierra ha suscitado vocaciones de todos los países, especialmente de los países más jóvenes. “de la misericordia”, porque el enviado lleva un mensaje de vida, que puede resumirse en la misericordia de Dios para todos.
El misionero no reparte propaganda ni cumple su tarea con proselitismo. El misionero es testigo y portador de una vida que brota del corazón de Dios y va destinada a todos, preferentemente a los que sufren, a los pobres, a los que no cuentan en nuestra sociedad. Los misioneros repartidos por todo el mundo son los mejores embajadores de ese amor de Dios vivido cotidianamente.
Lo constatamos cuando surge cualquier desgracia natural. Enseguida aparecen los misioneros que están allí desde hace años, y son ellos/as los primeros en atender. Pasarían inadvertidos y en el anonimato, y cualquiera de esas catástrofes los pone en primera línea informativa.
La misericordia de Dios cuenta con estos testigos, que han entregado su vida por completo a la causa de Dios y de los pobres, sin ninguna publicidad. También, junto a estos consagrados de por vida, aparecen voluntarios, entre los cuales hay muchos jóvenes, que entregan parte de su tiempo, de sus vacaciones, a vivir cerca de los pobres, anunciándoles con sus vidas la misericordia de Dios.
Es muy de valorar esta generosidad, porque cualquier gesto realizado en favor de los más necesitados, aunque solo sea un vaso de agua (Mt 10, 42), agrada al corazón de Dios y contribuye a sembrar esa misericordia entre los hombres. Domingo del Domund. Todos misioneros.
Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros de la misericordia
DOMINGOMARCOS 12, 44 LAS DOS VIUDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17, 10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44).
A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4, 26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo. Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo. Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo.
Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús. El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia.
El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar. Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos.
El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas.
La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante. “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento.
La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento.
Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia. Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás.
Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre.
Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón... Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir.
Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: «Ha echado todo lo que tenía para vivir» Q
DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Qué es una diócesis? Un territorio de la Iglesia católica, que comprende una comunidad amplia, con sus fieles, con sus pastores, con sus personas dedicadas plenamente o consagradas a Jesucristo y su Evangelio, con múltiples carismas e instituciones.
La diócesis de Córdoba incluye toda la provincia civil de Córdoba, con 232 parroquias, 800.000 fieles, 350 sacerdotes, 70 seminaristas que se preparan al sacerdocio, multitud de fieles laicos en torno a las parroquias, en torno a las cofradías, en torno a los diversos carismas y nuevos movimientos, y más de 800 hombres y mujeres de vida consagrada.
La diócesis de Córdoba constituye todo un caudal de santidad heredado desde siglos al servicio hoy de la evangelización. Esto es, para decir al mundo entero que Dios es amor, que en su Hijo Jesucristo muerto en la cruz y resucitado, nos ha expresado ese amor hasta el extremo y nos ha dado su Espíritu Santo; que estamos llamados a ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre, y que el mundo sólo tiene futuro si camina por las sendas del amor.
Un amor que construye, que restaura, que elimina fronteras, que tiende puentes y que abre su mano para ayudar a los más pobres e indefensos de la sociedad.
El Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en esta diócesis de Córdoba, que es la nuestra, y darle gracias a Dios por ello. Nadie se sienta excluido, nadie monte su propio tenderete para su propio negocio.
Con las gracias y carismas recibidos y reconocidos por la misma Iglesia pongámonos todos a la tarea de evangelizar nuestro mundo, darle un suplemento de alma, hacer presente el amor y la misericordia de Dios a través de nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestra vida personal y nuestras instituciones.
En el campo de la atención a los pobres, Caritas coordina la caridad de toda la diócesis, en la que colaboran las parroquias, las cofradías, las familias religiosas, en la atención primaria a más de 200.000 personas al año. Nadie hace tanto por los pobres como la Iglesia en Córdoba: comedor de transeúntes en Trinitarios, en Lucena, en Montilla, albergue para los sin techo “Madre del Redentor”, residencias de ancianos, sobre todo por parte de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras familias religiosas, rescate de mujeres víctimas de la trata en Adoratrices, atención a drogadictos, servicio a los presos.
Es admirable esta gran generosidad, donde muchas personas han entregado su vida entera para servir a los pobres, y lo hacen siempre con escasos recursos y con mucha generosidad.
En el campo de la educación, la Iglesia en Córdoba atiende 25.000 alumnos en edad escolar en medio de mil dificultades y estrecheces, pero con la constancia de quien se ha entregado de por vida a esta preciosa tarea de formar hombres y mujeres de futuro, la mayoría de ellos en barrios pobres y alguno de élite.
En el campo de la catequesis, del culto, del servicio religioso a una población que en el 90% se confiesa católica: misas, bodas, comuniones, confesiones, confirmaciones, entierros. Miles de horas dedicadas a la catequesis, en pura gratuidad de voluntariado de los catequistas, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos.
Una multitud inmensa de hermanos en las casi mil Hermandades y Cofradías, a las que afluyen multitud de jóvenes. Ninguna institución cuenta con tantos voluntarios y con tantas horas de dedicación. Se trata de todo un movimiento social en favor de los demás, que genera comunión y crecimiento, y que brota del amor gratuito de Dios, que se ha manifestado en Cristo.
La Iglesia católica no es un parásito de la sociedad, sino su principal bienhechora.
Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana es ocasión para dar gracias a Dios por todo esto, renovando el propósito de seguir adelante en el servicio a Dios y a los hombres.
Vivimos tiempos nada cómodos para la Iglesia católica, pero no se dan cuenta quienes nos incomodan del inmenso bien que nos hacen al despertar en nosotros las mejores esencias del amor cristiano, que nos lleva a vencer el mal a fuerza de bien. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia diocesana Q
CRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: No imaginábamos que el Año de la Fe diera tanto de sí. Cuando Dios nos anuncia una gracia nueva, hemos de abrirnos a la misma con toda esperanza, dispuestos a lo imprevisible. Y lo imprevisible sucede. El Año de la fe que clausuramos con la fiesta de Cristo Rey del Universo nos ha traído gracias abundantes que hemos podido constatar, además de otras muchas que no podemos verificar en este momento.
El acontecimiento más sonoro de todo este Año ha sido sin duda la renuncia del Papa Benedicto XVI a la Sede de Pedro. Lo anunciaba el 11 de febrero y lo realizaba el 28 de ese mismo mes. Un hecho insólito en toda la historia de la Iglesia, del que hemos sido testigos y contemporáneos. Un acontecimiento que nos ha llenado de asombro por el amor a la Iglesia que lleva consigo, por la humildad y el desprendimiento que suponen y por la generosidad tan grande de este gesto final. ¡Gracias, Papa Benedicto!
Y a continuación, el regalo del Papa Francisco. Toda una sorpresa de Dios por la rapidez de la elección, por la persona elegida y por el nombre. Abiertos a esta nueva gracia, vivimos cada día la sorpresa del Evangelio, en las palabras y en los gestos del Papa Francisco, que atraen a tantas personas que estaban lejos de la Iglesia. Demos gracias a Dios, que guía a su Iglesia con renovada frescura.
Se abría el Año de la Fe en pleno Sínodo de los Obispos (11 de octubre), que se había inaugurado con la proclamación de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia universal (7 de octubre). Para nuestra diócesis de Córdoba, todo el Año de la Fe ha coincidido con el primer año jubilar de San Juan de Ávila (que continúa hasta un trienio, otros dos años más).
Una efeméride y la otra unidas, nos han dado la ocasión de peregrinar a Montilla, hasta el sepulcro del clericus cordubensis Juan de Ávila para obtener las gracias del jubileo, el perdón de Dios y la comunión con Dios y con los hermanos.
Parroquias, familias, grupos de jóvenes, sacerdotes, seminarios enteros, obispos y cardenales, la Conferencia Episcopal Española en pleno. Miles y miles de personas han venido hasta el sepulcro del nuevo Doctor para invocar su intercesión, dar gracias a Dios por su doctorado y conocer más a fondo su doctrina y su estilo de vida. Realmente, Montilla se ha convertido en un foco de fe por ser el lugar de la vida, de la muerte y del sepulcro de San Juan de Ávila.
Esto nos ha brindado la ocasión de celebrar un Congreso Internacional acerca del Apóstol de Andalucía a finales de abril, reuniendo a grandes especialistas en el tema y convocando a un numeroso grupo de participantes. Así como ofrecer en el mes de octubre, al cumplirse el aniversario de su doctorado, un curso sobre la “Identidad del presbítero diocesano secular” a la luz de sus enseñanzas.
La figura de este nuevo Doctor ha brillado con la luz de Cristo, alumbrando a todos los de la Casa. Continuemos en la tarea de dar a conocer esta figura señera de la Iglesia por todos los lugares a donde peregrinan las reliquias de su corazón y acogiendo a todos los peregrinos que llegan hasta Montilla.
El Año de la Fe ha sido la ocasión para expresar esa fe católica que se vive y se confiesa en la piedad popular de nuestra diócesis en torno a Cristo Redentor y a su Madre bendita. El Viacrucis Magno de la Fe (14 de septiembre) supuso un encuentro multitudinario de fieles, peregrinando por las calles de la capital, como si de una semana santa concentrada se tratara.
Córdoba vivió una jornada histórica en esa jornada e hizo vibrar en el corazón de muchos las raíces de la fe cristiana. Y algo parecido ha sucedido con el Rocío Magno de la Fe (16 de noviembre), congregando a los devotos de María Santísima del Rocío, portada en sus respectivas carretas y capitaneadas por el Sinpecado de la Hermandad Matriz de Almonte. Una y otra jornada nos hicieron ver que la fe de nuestro pueblo no es un barniz superficial ni una emoción pasajera, sino que brota de un corazón creyente, que se vive y se expresa con tintes cofrades.
Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Los que pensaban que España o que Andalucía había dejado de ser católica se encuentran con estas sorpresas que no brotan por generación espontánea.
Y estos acontecimientos a su vez alimentan en muchos una fe quizá vacilante, pero que encuentra en estas ocasiones un refuerzo para afrontar el drama de la vida con esperanza. Ojalá que el Año de la Fe haya dejado huella en el corazón de muchos para vivir la vida cotidiana con la esperanza del Evangelio.
Una esperanza que tiene los ojos puestos en el cielo y por eso se atreve a trabajar por la transformación del mundo presente. Recibid mi afecto y mi bendición.Q
JESUCRISTO REY
QERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el último domingo de año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado. La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio. Pero sobre todo, hace referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor. De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él. Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece. Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana. El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra. Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta). Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida. El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial. ¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor. El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado. Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver. En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. ¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria. Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria. ¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte. Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesucristo, Rey de amor Q
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HOMILIAS CICLO B 2012
1 DE ENERO DEL 2012
HERMANOS Y HERMANAS:
Las fiestas de Navidad nos hablan de vida, de fecundidad, de algo nuevo que nace. La Navidad es la fiesta de la vida.. “Quien tiene al Hijo [Jesucristo] tiene la vida, quien no tiene al Hijo no tiene la vida» (lJn 5,12). La Navidad es fiesta de exuberancia de vida. Esa vida ha brotado en el seno de una Virgen, donde la virginidad no es una tara ni una merma, sino abundancia pletórica de vida, reflejo de la vida sobreabundante del Padre, que engendra virginalmente a su Hijo en la eternidad y lo ha engendrado corno hombre de María Virgen en el tiempo.
Dios es amigo de la vida, no de la muerte. La muerte no La ha inventado Dios, sino que ha sido introducida en el mundo y en la historia por el pecado del hombre. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rrn 5,12). La muerte a la que todos estamos sometidos por el pecado original, y la muerte que nosotros mismos introducirnos por nuestros propios pecados: homicidios, guerras, odios que conducen a la muerte.
La familia, según el plan de Dios, es el santuario del amor y de la vida. Constituida sobre el amor estable de un varón y una mujer, bendecido por Dios, la familia está abierta a la vida, es el lugar donde se transmite la vida, es el nido donde hemos venido a la vida y hemos crecido por con amor de nuestros padres, que nos han cui dado con esmero y cariño. Nada más bonito que ese nido de amor y de vida, que es la familia según el plan de Dios.. Muchos jóvenes se preguntan hoy si será posible La familia, según el plan de Dios, es el santuario del amor y de la vida.
Alcanzar ese sueño dorado de una familia estable, de un amor fiel hasta la muerte, de una fecundidad que resulta rentable en todos los aspectos de la vida. Es un deseo que para muchos resulta inalcanzable, o al menos, lleno de riesgos. Quién no quiere un amor para toda la vida. Quién no se siente gozoso al verse fecundo y prolongado en los hijos. Quién no desea una familia estable, en la que poner todas las esperanzas humanas como proyecto vital,
Pero la realidad que palpamos viene a decirnos todo la contrario.
Entre los matrimonios jóvenes, son menos los que permanecen fieles para toda la vida, que los que rompen su matrimonio corno algo inaguantable. ¡Con lo que duele eso! Es más fácil romper un matrimonio que romper cualquier otro contrato. Son cada día más frecuentes los abortos, que suponen matar al hijo en et propio seno materno, llevados por la presión ambiental. En España, en Andalucía, son miles de abortos cada dia impunemente. Cuando las leyes facilitan algo, casi que están induciendo a que se haga. Las estadísticas lo cantan.
La Navidad viene a decirnos que sí, que es posible. Que viva la vida, que brota del corazón de Dios y quiere hace feliz al hombre. Luchemos contra la muerte que destroza el corazón humano y siembra destrucción en la sociedad.
Dios quiere la felicidad del hombre, ya aquí en la tierra, aunque haya dificultades y sufrimientos, y para Siempre en el cielo sin ningún sufrimiento. Más aún, siguiendo los planes de Dios, la economía es más estable y armónica. Cuesta menos dinero una familia estable y fiel que el sujeto que tiene dos o más parejas. Los hijos de una familia como Dios manda crecen más sanos que los que están repartidos, y no saben de quién son. ¡Cuánto sufren esos niños!
La Navidad viene a hacer posible el matrimonio y la familia según el plan de Dios. La Navidad es la gracia de Dios, que sana el corazón humano, herido por el pecado. La Navidad nos habla de que es posible la fidelidad matrimonial, es posible la apertura generosa a la vida, es posible el matrimonio y la familia según el plan de Dios, Dios ha pensado muy bien las cosas, y cuando el hombre sigue los caminos de Dios, a pesar de sus debilidades, encuentra la vida, encuentra la felicidad en algo tan fundamental para la sociedad corno es la familia. Que viva la vida, que brota del corazón de Dios y quiere hacer feliz al hombre. Luchemos contra la muerte que des- traza el corazón humano y siembra destrucción en la sociedad.
Con mi afecto y bendición:
Viva la vida, fuera la muerte
LA FIESTA DE LA EPIFANIA: JESÚS QUIERE DARSE A CONOCER
HERMANOS Y HERMANAS:
La fiesta de la epifanía es la fiesta de la .manifestación de Jesús a todos los hombres. Hemos celebrado ci misterio de la Encarnación, que ha tenido su sensibilización ene1 nacimiento de Jesús según la carne en Belén. En este gran misterio, oculto desde la eternidad y revelado por Dios en los últimos tiempos (cf. Col 1,26), nos asombra la colaboración de María, la madre virgen, que acoge en su seno virginal y da a luz a nuestro Señor Jesucristo. Una mujer, una madre, una virgen, que tiene, un papel central en ei misterio de la redención, y de la que todos tenemos mucho que aprender.
Jesús ha venido al mundo para darse a conocer. Y en esto consiste la evangelización. Evangelizar es dar a conocer a Jesucristo, es dar a conocer el Evangelio a todos los hombres, es llevar la buena noticia para que todos la disfruten ya desde ahora en la tierra, y para siempre en el cielo. La mayor alegría del hombre es encontrarse con jesucristo y la mayor desgracia es no conocerle. De ahí brota la urgencia de la evangelización. Si uno ha conocido a Jesucristo, no puede ca’- llar, no puede guard&rseio para sí. Tiene que comunicarlo, no imponerlo a nadie, pero sí proponerle incluso insistentemente, En esa propuesta, que incluye ci testimonio de la propia vi4a y la palabra, muchos han encontrado rechazo, e incluso hasta el. martirio. Pero gracias a tales personas, Jesucristo es conocido y amado por otros muchos. Gracias al testimonio de tantos, la fe se ha difundido y hasta nosotros ha llegado la fehz noticia de la salvación. En.la tiesta de laepifafía, aparecen los Magos, que orientados por la estrella han encontrado a Jesús y le han ofrecido el obsequio de su adoración: oro, incienso y mirra. Ellos se convirtieren en pregoneros de esta búsqueda, incorporando a otros en esta investigación, y, una vez que encontraron a Jesús fueron pregoneros de este encuentro para los demás. Jesús es presentado a tales personajes, ajenos a la historia de Israel, para indicarnos que su revelación está destinada a todos los hombres y que sólo en ci encuentro con él encontrará e1 hombre la plenitud de la verdad. Hasta que el hombre no se encuentra con Jesucristo y lo adora como fruto de ese encuentro, no ha encontrado la salyació
Ninguna necesidad tanprimerísirna corno encontrarse con Jesucristo. La fiesta de la epifanía nos envía a dar testimonio de la luz con la que hemos sido iluminados en la Navidad,
Pero la epifanía del Señor viene presentada en estos días finales de la Navidad como un desposorio de Cristo con cada hombre, uniendo los tres acontecimientos. “Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque en el jordán, Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a la boda del Rey; y los invitados se alegran por el agua convertida en vino” (Ant. Vísperas). Son tres acontecimientos en los que Jesús nos muestra su gloria, y los que se han dejado iluminar por esta luz han encontrado la verdad al encontrarse con él. Los Magos traen los regalos para este desposorio, en ei que el Rey celestial nos hace entrega de su vida, perpetuando este don en la Eucaristía. En estas bodas, no faltará nunca el vino que Cristo nos brinda, como signo de una alegría plena que no tiene fin, en contraposición. a toda alegría humana que tiene caducidad. Y en el bautismo del Jordán, Jesús aparece como el cordero de Dios que quita ci pecado del mundo, lo que nadie más qüe Dios puede hacer, perdonar el pecado de cada uno de los hombres. La fiesta de la Navidad
concluye con este mandato misionero. Si te has encontrado con Jesús, anúncialo a otros. Jesús ha venido para todos. Toda persona humana tiene derecho a este encuentro con Jesús y no debe faltarle, si quienes le han conocido lo anuncian con su propia vida. En una escena del drama “El padre humillado” de P. claudel, una muchacha judía, hermosísinia pero ciega, aludiendo al doble significado de la luz, pregunta a su amigo cristiano: “vosotros que veis, ¿qué uso habéis hecho de la luz?”. Se trata de una gozosa tarea y de una tremenda responsabilidad, de la que seremos examinados en ei último día. Muchas personas necesitan muchas cosas, porque carecen de ellas y les haría su vida más feliz. Pero ninguna necesidad tan prímerísima corno encontrarse con Jesucristo. La fiesta de la epifanía nos envía a dar testimonio de la luz con la que hemos sido iluminados en la Navidad. Esa es la alegría del que se ha encontrado con Cristo. ¡.Ay d.c mi si no evangelizare! (iCo 9,16).
Recibid mi afecto y mi bei dición:
INFANCIA MISIONERA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:
El mandato misionero de Jesús a su Iglesia sigue resonando en nuestros corazones también hoy: “Id y predicad ei Evangelio a todas las gentes, bautiz índolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.,. El que crea y se bautice se salvarí” (cf .M.t 28,19; Mc 16,16). Este mandato misionero no supone imponer la fe a nadie, y menos aún por la violencia, sino que propone el Evangelio cqmo un tesoro descubierto, que se quiere compartir para bien de los derns.
Celebramos en estos días la Infanda Misionera, que quiere inculcar en los niños católicos ese deseo de que Jesús sea conocido por todos los demás niños del mundo. Continuamente enseñamos a ios niños a ser capaces de compartii desde un juguete hasta la necesidad básica del dimei to y la cultura, En primer lugar, para apreciar lo que tienen, pero además, porque se hagan sensibles de que la inmensa mayoría de los niños del mundo no disfrutan de todos estos bienes. Iniciativas de todo tipo van educando en ese espíritu solidario: lo que tú has recibido tienes que compartirlo con los demás, y eso a ti te hace bien.
Esta jornada misionera nos advierte que el mayor bien que una persona posee es ci de haber encontrado
único salvador del mundo. Muchos niños del mundo no conocen a Jesucristo, o porque nunca han ofdo hablar d.c él o porque no tienen quién les anuncie esta buena noticia, Y no hemos de irnos a países lejanos, donde puede dar- se esta carencia junto con otras muchas de tipo materiaL No. También entre nosotros, muchos niños ya no han recibido de sus padres la transmisión. de la fe en Jesucristo, para descubrirlo progresivamente como amigo, como el Hijo de Dios que se ha acercado hasta nosotros con deseo de ganarse nuestra amistad, para hacemos partícipes de su vida divina. Muchos niños nuestros viven rodeados de otros niños que no son cristianos, o que habiendo recibido el bautismo, apenas conocen ajesús como verdadero amigo.
Las actitudes que se cultivan desde la infancia permanecen para toda la vida, son como cimientos sobre los que se construye
la historia de cada persona. Y esta actitud misionera es una de las actitudes bisicas, que influir&n en una persona para siempre. Hemos aflojado en el espíritu misionero, también en este nivel de la infancia, que al fin y al cabo recibe lo que los adultos queremos proporcionales. También es este campo se percibe el influjo del relativismo de nuestro tiempo. Un relativismo en el campo religioso, por ci que considerainos erróneamente que todo vale y que da lo mismo una religión que otra. Por ese camino, no somos capaces de apreciar como tesoro la fe cristiana recibida desde los apóstoles y ci mandato misionero de ir al mundo entero a anunciar el Evangelio.
Los mismos slogans que manejamos en este campo religioso y en el propiamente misionero no pasan muchas veces de ser una invitación Iighr a una solidaridad descafeinada que no compromete y; por tanto,
no se vive con entusiasmo. Es preciso tomar conciencia del don de la fe como un tesoro recibido, que tenemos que compartir con quienes no lo tienen. Un niño es capaz de conocer a Jesucristo, de hacerse amigo de él, si tiene a su alrededor personas mayores — empezando por sus padres y sus educadores— que ie hablan con pasión de Jesús y sus enseñanzas.
Un niño está llamado a apasionarse por Jesucristo, si encuentra personas apasionadas que se lo transmiten. Y eso no está reñido con la capacidad de respetar al otro y sus diferencias. La Infancia Misionera no consiste en animar a los niños a una solidaridad que igualmente podría darse si uno no fuera cristiano. Podernos y debemos enseñar a los niños a ser misioneros. Ellos son capaces de recibir esta llama del ardor misionero, que quiere que todos los hombres se salven porque han conocido a Jesucristo, único salvador. Muchos niños del mundo —también cercanos a nosotros— nolo saben, y a nosotros se nos ha dado para que aprendamos a compartirlo. La
fe, también en los niños, se fortalece dándola. Recibid mi afecto y mi bendición:
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El mensaje central de todo el Nuevo Testamento consiste en decirnos que Dios es nuestro Padre misericordioso y Jesús es el Hijo de Dios, consustancial al Padre y consustancial a nosotros, es decir, Dios verdadero y hombre verdadero. Mientras no llegamos a reconocer a Jesús como Dios, nos quedamos a medio camino de nuestra identidad cristiana. En la nueva evangelización, hemos de proclamar con vigor que Jesús es Dios para conducir a quienes lo acogen a la más profunda adoración.
En el evangelio de hoy, Jesús aparece curando a un paralitico (Mc 2,1-12). Un hecho sorprendente por si mismo, nunca hemos visto una cosa igual». Pero, además, Jesús vincula este hecho a su propia identidad de Hijo de Dios, que tiene poder en la tierra para perdonar pecados.
“Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?”. Con esta pregunta Jesús mismo se está presentando como Dios, como ci que ha recibido de Dios ese poder, como ei que acti.ía con la fuerza de Dios a favor del hombre pecador para redimir- lo. El paralítico se presen - taba ante Jesús con una fe inmensa, buscando la curación física, que Jesús le concedió. Pero al ver la fe que tenía, Jesús fue al fondo del corazón, y ie dijo: “Tus pecados quedan perdonados”. El hombre tiene muchas necesidades, pero sólo una es imprescindible, El hombre necesita salud, medios económicos, trabajo, acogida. Cuando carece de esto se siente desvalido. Pero el hombre necesita ante todo alguien que ie alivie del peso de sus pecados, que La necesidad más honda dci corazón humano es Dios, y sólo Dios puede colmaria.
le oprime sin poder librarse de ello. Y eso sólo se lo puede dar Dios. La necesidad más honda del corazón hutuano es Dios, y sólo Dios puede colmaria, Jesús viene a eso precisamente. Cuántas veces se nos presenta un Jesús líder, un Jesús incluso revolucionario, unJesús que ha luchado por la justicia y por instaurar la paz en la tierra. Es verdad todo eso, Pero Jesús, ante todo, es Dios. Y porque es Dios, puede perdonar pecados, puede curar la mayor desgracia del corazón del hombre. Aquel paralítico y sus acompañantes iban buscando la curación física, y Jesús les salió al encuentro con la sanaciófl de. su corazón mediante el perdón de los pecados. No fue una salida de tono, ni una evasión de la realidad que le presentaban. Jesús con el perdón que le ofrece, le descubre su más radical invalidez, que él ha venido a curar.
Jesús nos invita a no quedarnos en lo mínimo, sino a llegar a lo máximo cuando nos acercamos a éL ¿Qué es más fácil:
decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “echa a andar»? La curación del paralítico Jesús la realiza para mostrar su propia identidad divina en un contexto de fe verdadera y sincera, “viendo Jesús la fe que tenían”.
En la tarea de la nueva evangelización que se nos presenta hoy no podemos ofrecer un Jesús recortado, reducido a un personaje que nos arregla algunos problemas. El problema más hondo del corazón humano es Dios, el encuentro con Dios, el gozo de sentirse hijo de
Toda la acción de la Iglesia, incluso esa acción caritativa que resuelve las necesidades itirnediatas, debe ir orientada a mostrar a Aquel que ha venjdo.a buscar a los pecadores para hacerlos hijos de Dios.
Dios. Todo lo demás es secundario. Aunqüe muchas personas acuden a la Iglesia buscando el remedio a sus males, como aquel paralítico, la Iglesia tiene el deber de presentarle a Jesús Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo. Y toda la acción de la Iglesia, incluso esa acción caritativa que resuelve las necesidades inmediatas, debe ir orientada a mostrar a Aquel
que ha venido a buscar a los pecadores para hacerlos hijos de Dios.
No tenemos que esperar a resolver ms problemas de los hombres para presentarles después a Dios, a Jesús el Señor. Cuando alguien acude mostrando sus carencias, hemos de llevarle a Jesús para que se encuentre de veras con él, y descubriéndole lo adore. Sólo desde esa actitud de adoración, al menos por nuestra parte, podremos ofrecer solución a los problemas de los hombres de hoy. Y más aún, sólo desde la adoración a Jesús como Dios podremos mostrar que el poder para resolver tantas dolencias nos viene de Dios, y no es fruto de nuestras capacidades ni siquiera de la suma del esfuerzo de todos.
Jesús es Dios y tiene capacidad de perdonar nuestros pecados. Por eso cura al paralitico, para mostrarle una salvación integral que tiene en Dios su fundamento. La Iglesia lleva en su seno este tesoro, y no debe limitarse a resolverlos problemas de los hombres, sino anuriciar a Jesús como Dios, el único que puede sanar el corazón del hombre y Ile- varlo a la plena felicidad. Conmiafectoybendi-
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12 DÍA DEL SEMINARIO «Pasión por el Evangelio» QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno a la fiesta de san Jos&, esposo virginal de María Virgen, patriarca de la Iglesia universal, fm’ mador del tinico y sumo Sacerdote Jesucristo, celebramos ei Día del Seminario. Es una ocasión propicia para volver nuestros ojos hacia esta institución diocesana, valorar su importancia .y sentirla como nuestra.
El Seminario es el lugar donde se preparan los que van a ser sacerdotes. El Seminario es la comunidad de los que han sido llamados al ministerio sacerdotaL El Seminario es ci tiempo de esa formación. que desemboca en la ordenación. El Seminario es tambión un edificio emblemático, cuyos lugares son referentes para todo el presbiterio. Llamados por Dios, los alumnos del Seminario cultivan las señales de vocación, se entrenan en una respuesta radical en el seguimiento del Señor, al tiempo que cultivan la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral. El Seminario es el corazón de la diócesis, de donde la diócesis recibe la sangre oxigenada que alimenta el organismo, y a su vez el Seminario es el órgano que recibe el alimento de toda la comunidad diocesana.
Nuestra diócesis de Córdoba es bendecida continuamente por Dios con vocaciones para el sacerdocio ministerial, Cada año son ordenados un grupo de jóvenes que rejuvenecen ei presbiterio diocesano, y garantizan el relevo gene- racional en el presbiterio. Cada año vienen niños, adolescentes y jóvenes a nuestro Seminario para discernir su vocación y prepararse para el sacerdocio. En torno al Seminario gira la vida de la diócesis:
las familias, que son ei prinier seminario, los profesores especializados que imparten sus asignaturas, los formadores que van modelando el corazón sacerdotal de estos aspirantes, los bienhechores que colaboran con su oración y su limosna en el sostenim.iento del Seminario. El Seminario es, por tanto, como una orquesta sinfónica, donde cada uno tiene. su papel, y entre todos han de interpretar esa preciosa melodía de dar a la Iglesia pastores según el corazón de Cristo.
En esta preciosa empresa, necesitamos más. “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande trabajadores a su mies» (Le 10,2). La primerísima tarea en este campo es, por tanto, la oración, porque cada vocación es un don de Dios, que hemos de implorar con humildad y reconocer con generosidad, cuando nos es concedido. Además, entre todos hemos de crear un clima propicio a la vocación sacerdotal, un “clima vocacional”, de manera que cuando un niño, un
adolescente o un joven se plantea su vocación, sea acogido y ayudado a cernir y a responder a esta llamada. Que ninguno se sienta rechazado, que ninguna vocación quede aplazada en su respuesta por falta de acogida.
Aquí tienen un papel muy importante los padres. En las familias cristianas es frecuente pedir al Señor que algún miembro de la familia sea llamado al sacerdocio ministerial, y cuando surge una yocación, todos —padres, hermanos, abuelos- se sienten felices y corresponsables en acompañar la Queridos padres: Si Dios llama a vuestro hijo para ser sacerdote, no se lo impidáis. Agradeced a Dos este inmenso regalo a la familia y a la Iglesia, acompañad esta vocación frágil, ponedla en contacto con el párroco y con el Seminario.
Pero más importante aún es el papel de los párrocos y de los sacerdotes que están en contacto con los niños, jóvenes o adolescentes. Casi todas las vocaciones al sacerdocio surgen en referencia a algún sacerdote. «Yo quiero ser como este sacerdote”, suele ser la experiencia primera del que es llamado. De ahí, queridos sacerdotes, la importanda de nuestro testimonio sacerdotal. Un testimonio gozoso y humilde de haber sido llamado por Dios para esta noble tarea al servicio del Pueblo de Dios. Y al mismo tiempo, una preocupación constante por descubrir a los que posiblemente sean llamados y una propuesta directa de esta posible vocación a niños, adolescentes y jóvenes. No tengáis miedo, queridos sacerdotes, de hacer la propuesta explícita, de acompañar a quienes reconocen esta vocación. Un cura entregado y contento de serlo suele suscitar a su alrededor niños y jóvenes que quieren ser como él. En nuestra época, hay una campaña organizada para desprestigiar al sacerdote católico. Venzamos el mal a fuerza de bien, es decir, respondarnos a ello con una vida serena y gozosa en el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones sacerdotales.
Toda la comunidad cristiana tiene un papel importante en el campo de las vocaciones. Todos hemos de sentir como una primera necesidad que la Iglesia tenga sacerdotes. Nuestra diócesis, agradecida a Dios porque no le faltan seminaristas, necesita muchos más para atender las necesidades de la diócesis y de la Iglesia universal. Pidamos al Señor que no falte entre nosotros esa «Pasión por el Evangelio”, que mueva a muchos a seguir la llama- da del Senor. Recibid mi afecto y mi be dición:
CORDOBA: Ciclo A: ADVIENTO, COMIENZA EL AÑO LITÚRGICO
Escrito por Super UserCORDOBA: Ciclo A:
ADVIENTO, COMIENZA EL AÑO LITÚRGICO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos un nuevo Año litúrgico, una nueva etapa de nuestro camino hacia el cielo. El Año litúrgico gira en torno a Jesucristo, dura un año natural, pero comenzando antes para prepararnos a Navidad, al nacimiento de Jesús en Belén. Y terminó el pasado domingo, fiesta de Jesucristo Rey.
La vida cristiana no es una repetición monótona de lo mismo, el Año litúrgico tampoco. La vida cristiana tiene como centro una persona, la segunda de la Trinidad, el Hijo que se ha hecho hombre en el seno virginal de María, Nuestro Señor Jesucristo.
Y el Año litúrgico es la celebración de los misterios de la vida de Cristo que por medio de la liturgia se nos hace contemporáneo, cercano. No es por tanto una repetición monótona, es una celebración en espiral ascendente y creciente.
Volvemos a celebrar el nacimiento, la vida pública, la pasión, la muerte y la resurrección del Señor que culmina en el envío del Espíritu Santo. No es lo mismo del año pasado, es siempre algo nuevo, como lo es el encuentro con una persona, aunque uno conviva con ella todos los días. Y a lo largo de un año, Dios Padre nos irá regalando nuevas gracias de unión con su Hijo Jesús, gracias de conversión, gracias de apostolado en el anuncio del Evangelio y los pobres serán evangelizados.
El Adviento es el tiempo de la espera del Señor, que viene. El cristiano no afronta la muerte como si fuera un muro impenetrable. No. El cristiano sabe que después de la vida presente nos esperan los brazos amorosos de Dios, nos espera la vida eterna en la felicidad de Dios con María y con todos los santos.
El cristiano se alegra y sufre como todos los mortales, pero mantiene siempre la certeza de una vida que no acaba, de una felicidad que no termina, y eso le llena de esperanza, incluso en los momentos más duros de su vida. El tiempo de Adviento tiene este sentido de prepararnos al encuentro del Señor cuando venga a buscarnos. Que cuando llegue nos encuentre preparados y dispuestos.
El tiempo de Adviento nos prepara también a la venida de Jesús en la Navidad. Qué bonita es la Navidad y tanto o más su preparación. Como una madre espera con paz serena el nacimiento de su hijo, así la Iglesia entera se pone en estado de buena esperanza.
La esperanza es el color del adviento. Viene Jesús a salvarnos, es el Salvador. Y su venida nos trae alegría y paz. Nos trae solidaridad con los hermanos, especialmente con los que sufren. En Navidad, Jesús es el centro y sin él no tendríamos Navidad. Que no nos suene la Navidad a fiesta de consumo y de placeres. Que la Navidad nos suene a Jesús, y le preparemos el corazón.
Ya podemos empezar a poner el belén en casa, en el cole, en las calles. Pero sobre todo, prepara tu corazón para él. Que se sienta a gusto cuando venga. Para ello, limpia tu casa, ordena tu vida, déjale entrar. Te trae alegrías que nunca olvidarás. Y este niño tiene madre.
Al comienzo del tiempo de adviento, la fiesta de la Inmaculada. La primera redimida, antes que nadie, antes de contraer ningún pecado. Toda pura y toda limpia, sin pecado original. La novena de la Inmaculada y su fiesta grande llenará de alegría a toda la Iglesia.
La diócesis de Córdoba le agradece a María que nos dé dos diáconos. Rezamos para que se preparen bien y sean dignos ministros del altar. Tiempo de adviento, lleno de esperanzas y cumplimiento de promesas. Nos ponemos en camino con las lámparas encendidas, con la fe ardiente y la caridad solí- cita. Recibid mi afecto y mi bendición: Estad en vela, estad preparados
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: (19-20 A)
1.- QUERIDOS HERMANOS: el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios; para ambas esperas, hay que prepararse por una vida la fe y la oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos.
Por eso, refiriéndome a la venida de Cristo en la Navidad, y mirando nuestra espera en este tiempo de adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo y que os sabéis de memoria: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, habrá una Navidad pagana, perdida, no cristiana, porque no habrá habido nacimiento de Cristo en nuestra vida.
El Adviento no ha sido vivido y aprovechado cristianamente, porque no ha habido espera y deseo del Señor, no puede haber Navidad cristiana, de Cristo, en nosotros, sino una navidad pagana, aunque sobren champán y turrones, porque Cristo no ha nacido por una espera de amor en nosotros.
Por eso, para que sea navidad en nosotros, en nuestras familías, en el mundo, vamos a prepararnos para esta venida de Cristo mediante una vida más fervorosa de oración, teniendo todos los dias un rato de oración, si es ante su presencia en el Sagrario, mejor; vamos a procurar vivir en amor fraterno en nuestro ambiente y famiia, vamos a perdonar si tenemos algún problema en el trabajo o en los vecinos.
En este tiempo de espera, para que el Señor nazca o aumente su presencia en nosotros, desde el cura hasta el último, os invito en este tiempo a rezar más, a venir más a la iglesia, todos los días hay misas por la mañana y por la tarde; pero hacer hoy mismo este propósito y compromiso con el Señor, Él que viene para nacer o aumentar su presencia de gracia y amor y felicidad en todos nosotros, en todos los hombres.
Y pidamos por los nuestros que estén un poco alejados. Si no lo hacemos así, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano. Y la Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y en los conventos es tiempo de
oración y conversión más profunda, más auténtica, más verdadera y comunitaria, desde las superioras hasta la última religiosa, para que sea Navidad auténtica y cristiana en las parroquias, en los conventos y en las familías.
Y como tantas veces repeto en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace por un en nuestro corazón por un aumento de fe y amor, habrá sido una navidad inútil.
Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».
Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, de Cristo, por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces, sencillamente paganas, puro consumismo, incluso en familías cristinas. Mirad la televisión y los guasad.
Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios; ¿por dónde vendrá Cristo esta Navidad?. El camino ya le sabemos: debemos recogernos en ratos de oración y silencio para rezar y orar y meditar y esperar a Cristo en esta Navidad. Y el camino ya le sabemos: oración, conversión, eucaristía más frecuente, diaria, si es posible, visita a enfermos y ancianos, donativos y caridad…
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2.- Para eso, en este tiempo de Adviento, la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el primer Adviento cristiano. Hay dos persona que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a tratar de vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de su Hijo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?
Lo esperó y recibió por el camino de la oración: La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; y la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y el Hijo empezó a nacer ya en sus entrañas por obra del Espíritu Santo. Y orando fue embarazada a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que la saludó diciendo: cómo es posible que me venga a visitar la madre de mi Señor, y María remató la escena con la oración de Magnificat: proclama mi alma la grandeza…
Oración, meditación, ratos de Sagrario a solas con el Señor, para vivir el adviento y esperar la Navidad.Hoy hay crisis de oración no solo en el mundo sino en la misma Iglesia, en seglares, en cristianos, en curas, frailes y monjas. María nos invita a vivir el Adviento en clima de oración.
Todas la tarde rezamos el rosario, por la mañana a las 9, Laudes, no estaría mal venir algún día en este tiempo de adviento. Sin oración meditativa, afectiva o contemplativa no hay encuentro con Cristo, no hay Adviento ni Navidad cristiana, aunque haya villancicos y sobren champám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración.
2.- Y Cristo vino también por el camino de la fe viva y confiada en María. “Cómo será eso…He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel ante el misterio que la desbordaba y no comprendía. María vivió el primer Adviento con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?
Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas.
Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño es el Hijo de Dios, y por eso merece nuestra oración, nuestra espera, nuestro tiempo sobre otras cosas o comodidades. Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros, hasta los nuestros.
Necesitamos orar, venir más a la iglesia, aunque en estos tiempos poco o nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta de gobiernos y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, a Dios, a Evangelio…; este mundo se está alejando de Dios, porque quiere encontrar la felicidad en la cosas finitas; este mundo se está llenando de todo, y está cada vez más vacio: familias rotas, esposos, matrimonio rotos, madres que matan a sus hijos e hijos que matan a sus padres, este mundo de medios y guasad que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, le falta Dios, el único Amor que llena y da compañía. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, aumente su presencia, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros hogares.
Vivamos el adviento, salgamos a esperar al Señor, con fe y ratos de iglesia Y oración, misas, jueves eucarísticos, rosarios. Lo necesitamos,
¡Qué maravilla, la Eucaristía! Lo tiene todo: la Navidad, los hechos y dichos salvadores de Cristo, su pasión, muerte y resurrección, los bienes escatológicos… lo tiene todo, porque tiene a Cristo entero y completo. Por eso, estos días hay que participar más y mejor en la Eucaristía. Allí viene ya el Cristo vivo, vivo y glorioso, Cristo último y escatológico que consuma litúrgicamente todos los demás encuentros que hemos tenido con el Señor durante la vida y que nos puede acontecer en cualquier instante, porque nos sucede históricamente en la hora de nuestra muerte, cuando Cristo glorioso viene a examinarnos de amor: «Al atardecer de la vida, seremos examinados de amor» (S. Juan de la Cruz).
ADVIENTO, VIENE EL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El comienzo del Año litúrgico nos presenta una perspectiva completa de nuestro futuro. Nuestro futuro es el cielo. Hemos nacido para el cielo, y el cielo es nuestra patria definitiva.
Ahora bien, ese futuro se vislumbra con tintes dramáticos, porque el hombre ha roto con Dios, con su Creador y Señor, y ha comprometido seriamente su futuro. Dios, sin embargo, le ofrece de nuevo y con creces la salvación rechazada.
La historia del hombre, por tanto, se convierte en una lucha dramática entre los extravíos del hombre y Dios que sale al encuentro de ese mismo hombre extraviado, ofreciéndole su casa, abriéndole los brazos, brindándole su perdón y derrochando con él su misericordia.
Verdaderamente, Dios es amigo del hombre, y más todavía del hombre roto por el pecado y por sus propios extravíos. En este camino de ida y vuelta, en este cruce de caminos –de Dios al hombre y del hombre a Dios– está situado Jesucristo, el Hijo de Dios enviado del Padre, que sale al encuentro del hombre. Cristo, hombre como nosotros, se ha convertido en nuestro hermano mayor, el que nos enseña el camino para volver a la casa del Padre.
La salvación del hombre tiene nombre, se llama Jesucristo. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) del hombre. Jesucristo es el esperado, aún sin saberlo, por el corazón de todo hombre que viene a este mundo, porque sólo Jesucristo puede darle lo que el corazón humano desea y ansía.
Sólo Jesús puede abrirle de par en par las puertas del cielo, cerradas por el pecado. Sólo Jesús puede pagar esa inmensa deuda que el hombre arrastra sobre sus hombros en su relación con Dios. Sólo Jesús nos hace verdaderos hermanos de nuestros contemporáneos, haciéndonos capaces de perdonar a quienes nos ofenden. Sólo Jesús puede traer la paz al corazón del hombre.
Esa esperanza de toda la historia de la humanidad se cumplió en el vientre virginal de María, que concibió virginalmente (sin concurso de varón) a Jesús y permanece virgen para siempre. Ese mismo Jesús, ya glorioso, vendrá al final de la historia para llevarnos con Él al cielo para siempre. Y ese mismo Jesús es el que viene ahora en cada persona y en cada acontecimiento, provocando en cada uno de nosotros un encuentro con Él.
Ahora bien, aquella primera venida se realizó en la humildad de nuestra carne. La última venida se realizará en la gloria del resucitado. Y la venida cotidiana a nuestra vida se produce en la fe y en la caridad, generando en nosotros una esperanza que no se acaba. Porque esperamos, podemos ponernos a la tarea de transformar nuestra vida y nuestro mundo. Jesucristo se ha puesto de nuestra parte en este camino de esperanza, dándonos el Espíritu Santo, capaz de superar toda dificultad, incluso hasta la muerte.
Por eso, el tiempo de adviento es tiempo de esperanza. Esperamos la última venida del Señor, esa que a los cristianos de todos los tiempos les ha mantenido en vela, a veces incluso en medio de grandes dificultades.
Cada día que amanece, cada actividad que emprendemos tiene como meta el encuentro definitivo con el Señor. La oración más antigua de la comunidad cristiana es: ¡Ven, Señor! (Maranatha!). Una oración que sale del corazón de quien espera su gloriosa venida, y por tanto, la victoria definitiva de Dios y de su Cristo, frente a todas las dificultades con las que tropezamos cada día, frente a nuestras debilidades y pecados, frente a Satanás y frente al mundo que nos engaña. Una oración que ha sostenido la esperanza de muchos corazones.
El tiempo de adviento nos sitúa en esa perspectiva amplia del final de nuestra vida, que da sentido a cada momento presente. El tiempo de adviento tiene a Jesucristo como centro y a la Madre que le lleva en su seno. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata para la Navidad que se acerca. Es un tiempo muy bonito, porque nos habla de algo nuevo, que Dios va haciendo en el corazón de cada hombre. Recibid mi afecto y mi bendición.
ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros. El Adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo. Pero el Adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María. El centro del Adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El Adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús! Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de Adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de Adviento, y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos, celebraremos la fiesta de la Inmaculada. Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de Adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer– que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Tiempo de Adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Viene el Señor: tiempo de Adviento Q
ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico.
La liturgia celebra el misterio de Cristo a lo largo de todo el año, haciéndonos contemporáneo ese misterio, porque lo acerca hasta nosotros, y haciéndonos a nosotros contemporáneos de Cristo, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de san Ignacio).
El primer domingo de Adviento nos presenta a Jesús que viene, y nos invita a vivir en actitud de espera. Jesucristo vino a la tierra hace ya dos mil años, y dentro de pocos días celebramos en la Navidad este misterio de su encarnación, de su nacimiento como hombre, sin dejar de ser Dios eterno.
Adoramos en la carne del Hijo al mismo Dios hecho hombre, hecho niño. Misterio que no ha pasado, sino que permanece para toda la eternidad: Dios hecho hombre. Misterio que la liturgia acerca hasta nosotros, sobre todo en la Eucaristía, donde se nos da como alimento al mismo Cristo.
Jesucristo está viniendo en cada momento a nuestra vida. Sigue llamando a la puerta de nuestro corazón. “Estoy a la puerta llamando. Si alguno oye mi voz y me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20).
Además de su presencia sacramental, Jesús viene hasta nosotros en cada persona y en cada acontecimiento, para provocar en nosotros una actitud de acogida, de adoración, de servicio. La presencia de Cristo en nuestra vida se realiza por la acción constante del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones por la gracia.
El primer domingo de Adviento, sin embargo, acentúa la venida del Señor al final de los tiempos, al final de la historia. Cuando todo lo que vemos se acabe, vendrá Jesús glorioso para llevarnos con Él para siempre.
Hay quienes piensan que con la muerte se acaba todo. No es así. El cristiano sabe que, después del duro trance de la muerte y de todo lo que le precede, está la vida eterna, que no acaba y que consiste en gozar con Jesús para siempre.
Qué distinta es la vida cuando se vive en la perspectiva de la espera. Como la esposa espera a que vuelva su esposo a casa para gozar de su compañía y de su amor, así nos invita la liturgia del primer domingo de Adviento a esperar con actitud esponsal al Señor, que viene.
No sabemos ni el día ni la hora, para que la espera intensifique el deseo. Por eso, no debemos distraernos entretenidos con las cosas de este mundo, aunque sean buenas. Quiere el Señor que le deseemos ardientemente, que esperemos con mucho deseo su venida. Y este deseo irá purificando nuestro corazón de otras adherencias, que nos impiden volar.
El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, con este sentido gozoso de la espera. ¿Dónde está nuestro corazón? Donde esté nuestro tesoro (cf Mt 6,21).
María es el personaje central del Adviento, porque ella ha acogido con corazón puro al Verbo eterno, que se hace carne en su vientre virginal, por obra del Espíritu Santo. Ella lo ha recibido en actitud de adoración y lo da al mundo generosamente, sin perderlo. Ella nos enseña a ser verdaderos discípulos de su Hijo. Si hay alguna etapa mariana a lo largo del año, esa etapa ciertamente es el adviento. Con María inmaculada, con María virgen y madre, con María asociada a la redención de Cristo, vivimos el tiempo de Adviento y nos preparamos para la santa Navidad que se acerca. Recibid mi afecto y mi bendición: Esperando al Señor, que viene.
ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando estamos esperando un acontecimiento importante y bonito en nuestra vida, nos ponemos a prepararlo con tiempo. Ya en la preparación disfrutamos del evento, y las dificultades que haya que superar, se superan con alegría. La alegría de lo que va a suceder nos estimula en la misma preparación, la alegría del acontecimiento se nos anticipa cuando estamos preparándolo. En este segundo domingo de adviento, sale a nuestro encuentro Juan el Bautista, “el que va delante del Señor a preparar sus caminos”, invitándonos a preparar los caminos del Señor que viene a salvarnos. Cuando el camino está expedito, se facilitan las comunicaciones, es más fácil llegar. El Señor viene y quiere entrar en nuestras vidas, cambiarlas, para hacernos más felices, si vivimos con él. Nos ponemos a la tarea. En el tiempo de adviento, Dios quiere intensificar nuestra esperanza, purificando nuestra memoria. Muchas cosas del pasado nos estorban, nos sirven de lastre. Nuestros pecados y nuestras experiencias negativas nos impiden esperar. Apoyados en nosotros mismos y en lo que nos ha pasado anteriormente, pensamos que nos va a suceder lo mismo y se nos cierra el horizonte del futuro. ¡Hemos empezado tantas veces a ser mejores, y después hemos vuelto a caer en lo mismo de siempre! El tiempo de adviento viene a decirnos: Es posible cambiar definitivamente, éste es el tiempo propicio, el Señor te ofrece de nuevo esta posibilidad, no la desaproveches. Proyectamos el futuro apoyados en nuestro pasado. El adviento, al anunciarnos la venida del Señor, nos invita a abrirnos a lo nuevo que Dios quiere hacer en nuestras vidas. Viene Él en persona a salvarnos, y Él tiene poder para cambiar nuestras vidas, para hacer algo nuevo en nosotros. “Él os bautizará con Espíritu Santo”. Jesucristo viene para llenarnos de su Espí- ritu, que nos hace capaces de amar, y nos llevará a la plenitud de ese amor, a la plenitud de la santidad. El tiempo de adviento es un tiempo penitencial, es un tiempo de conversión a Dios, pero se trata de una penitencia llena de esperanza, una penitencia que disfruta de la alegría del acontecimiento al que se prepara. El Señor viene constantemente a nuestra vida, quiere unirse a cada uno de nosotros más intensamente, quiere comunicarnos sus dones y hacernos partícipes de su felicidad. El acontecimiento de la Navidad que se acerca es “Dios con nosotros”, y por eso hemos de hacerle sitio en nuestro corazón. En este camino de preparación, la Virgen María tiene un protagonismo singular. Ella es la llena de gracia, la que ha sido librada del pecado, incluso del pecado original, la Inmaculada Concepción, cuya fiesta vamos a celebrar en los próximos días. La fiesta de la Inmaculada nos pone delante de los ojos el primer fruto de la redención. Lo que Dios ha hecho en ella, quiere hacerlo en su medida en cada uno de nosotros, puros, llenos de su gracia, inmaculados en su presencia. María nos va a dar a Jesús en la Nochebuena. Ella nos alcance la pureza de corazón para acoger a Jesús que viene a salvarnos. Ella nos ayude a entender que Dios quiere hacer nueva nuestra vida. Ella nos haga esperar al que viene a salvarnos, porque sólo en Él tenemos la salvación. Con mi afe
ESTAD EN VELA, VIENE EL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos un nuevo año litúrgico en este primer domingo de Adviento, con la atención puesta en Jesucristo que viene.
La historia humana no es un círculo cerrado en sí misma, no es un eterno retorno de lo mismo. La historia ha conocido su plenitud en Jesucristo y camina hacia esa plenitud continuamente. El mundo creado por Dios tiene su propia dinámica de crecimiento, algunas veces en zigzag. Y en este mundo creado ha entrado el Hijo de Dios, haciéndose carne en el vientre virginal de María.
Ha recorrido una etapa de la vida terrena, se ha entregado voluntariamente a la muerte y ha vencido la muerte resucitando de entre los muertos, es “el primogénito de entre los muertos” (Col 1, 18).
El tiempo de Adviento nos hace presente esta realidad, que celebramos continuamente en la Eucaristía. La Eucaristía es Dios con nosotros en la carne de Cristo y al mismo tiempo es la plenitud de la creación y de la historia en esa carne resucitada, transfigurada, transformada. Vivir el Adviento es vivir a la espera del Señor, que viene a transformarlo todo.
La Palabra de Dios en este tiempo santo de Adviento es una invitación continua a la vigilancia gozosa y esperanzada. El pecado nos adormece, nos anquilosa, nos atonta y nos hace ver la realidad extorsionada. El Señor, por el contrario, nos invita a despertar, a ponernos en camino, a espabilarnos, a ver las cosas como son, como las ve Dios.
En la primera parte del Adviento, se nos invita a poner la atención en la venida última del Señor. La historia humana, nuestra propia historia personal no tiene “salida”, tiene “sacada”. Es decir, por su propio dinamismo la historia humana, nuestra propia historia no llegaría a la plenitud que Dios tiene programada.
El Señor que viene, viene a sacarnos de nuestras limitaciones y a llenar nuestro corazón de un gozo inimaginable. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni cabe en la mente humana lo que Dios tiene preparado para los que lo aman” (1Co 2, 9).
Hemos de detenernos a gozar de este futuro que nos espera, que no es un sueño, sino una promesa del Señor (y el Señor cumple sus promesas). Estamos llamados a una vida en plenitud con Dios y con los hermanos, para siempre. La Iglesia como buena madre nos lo recuerda y nos lo anuncia, especialmente en el tiempo de Adviento. Si esto es así, debemos purificar nuestro corazón de tantas adherencias que nos retardan.
Tenemos necesidad de resetear nuestra propia historia, de poner a punto nuestro corazón y nuestra vida. Nuestro destino es el cielo, que ya empezamos a vivir en la tierra, porque el cielo es estar con Cristo. Y con esta perspectiva hemos de ir muriendo a tantas realidades de la vida, que no son definitivas y en las que nos entretenemos indebidamente o nos apartan de Dios.
El Adviento quiere desaletargarnos, quiere estimularnos en el camino del bien. Hemos de vivirlo con mucha esperanza. “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”, nos dice Jesús en el evangelio de este domingo. No se trata de ningún nerviosismo ni de ninguna zozobra. Se trata de una espera serena y esponsal del que viene a saciar lo más profundo de nuestro corazón.
Cuando un esposo que ama espera a su esposa, o viceversa, no se pone atacado de los nervios, sino que se siente estimulado, motivado. Pues, algo parecido. El Señor viene, cada vez está más cerca. No podemos dedicarnos a “comilonas, borracheras, lujuria o desenfreno, riñas o envidias” (Rm 13, 13; segunda lectura de este domingo), sino que hemos de revestirnos del Señor Jesucristo, de sus sentimientos, de sus actitudes.
Pongamos a punto nuestro corazón, el Señor viene. Cuántas personas comienzan este año y quizá no lo terminen en la tierra. Estemos preparados siempre, lo mejor está por suceder. Recibid mi afecto y mi bendición: Estad en vela, viene el Señor.
ADVIENTO, AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El año 2015 es el Año de la vida consagrada. Así lo dispuso el papa Francisco, anunciándolo el año pasado por estas fechas. Un Año dedicado a dar gracias a Dios, a mirar el futuro con esperanza y a vivir el presente con pasión, a los 50 años del concilio Vaticano II y del decreto Perfectae caritatis sobre la vida consagrada. En nuestra diócesis de Córdoba lo inauguramos el sábado 29 de noviembre en la Catedral. Comenzamos un nuevo año litúrgico, que nos pone alerta sobre la venida del Señor, la última venida, cuando acabe nuestra vida en la tierra (cada vez más cercana) y cuando acabe la historia de la humanidad. El Señor vendrá glorioso para juzgar a vivos y muertos. De ese juicio no se escapa nadie, y es en definitiva el único que importa. Por eso, hemos de vivir con el alma transparente y con la conciencia clara de que hemos de ser juzgados y hemos de dar cuenta a Dios de toda nuestra vida. El tiempo de adviento nos introduce en un nuevo año litúrgico, en el que renovaremos sacramentalmente el misterio de Cristo completo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final de los tiempos. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata a la Navidad que se acerca un año más, cuando Jesús vino y viene a quedarse con nosotros, el eterno nacido como uno de los nuestros. Volver nuestros ojos a la vida consagrada es ciertamente para dar gracias a Dios. En nuestra iglesia diocesana de Córdoba han brotado abundantes vocaciones a la vida consagrada en tantos carismas que adornan el jardín de la Iglesia con frutos abundantes. Y además, la presencia de la vida consagrada en nuestra dió- cesis es superabundante en todos los campos. En monasterios de vida contemplativa, que tanto bien nos hacen al recordarnos la primacía de Dios en un mundo tan agitado. En el campo de la educación con fundaciones centenarias, donde miles y miles de hombres y mujeres han sido formados en estos colegios. En el campo de la beneficencia con todo tipo de obras sociales: hospitales, residencias de ancianos, atención a los pobres, cercanía a las nuevas pobrezas. Cuántos hombres y mujeres (más mujeres que hombres) consagrados de por vida a hacer el bien, cuántas lágrimas han enjugado, cuántos sufrimientos compartidos y aliviados, cuántas hambres saciadas. En el campo de la evangelización y catequesis, a pie de parroquia, disponibles para llegar a todos los hogares, confidentes de tantos corazones desgarrados, presentando a niños, jóvenes y adultos la belleza del Evangelio. Cómo no dar gracias a Dios por todo ello. El Año de la vida consagrada viene para eso. ¿No hemos conocido en nuestra vida almas consagradas a Dios, cercanas para hacer el bien a todo el mundo? Demos gracias a Dios por todos estos dones en su Iglesia de los que todos somos beneficiarios. La vida consagrada en sus múltiples formas tiene futuro, por eso este año abre nuevos caminos de esperanza. Ciertamente ha descendido el número de religiosos y religiosas, de consagrados en los distintas formas. Pero cada uno de los llamados debe mirar el futuro con esperanza, porque Dios no falla. Y el que ha llamado a cada uno a esta vocación, lo llevará a feliz término. Este año servirá para presentar al pueblo de Dios cada uno de estos carismas que el Espíritu ha sembrado en su Iglesia, y Dios hará brotar nuevas vocaciones entre los jóvenes, estoy seguro. La vida consagrada debe ser vivida con pasión en el presente. Es signo de un amor más grande y más hermoso, es una vida de corazón dilatado para amar más y para una mayor fecundidad. Valoramos la vida consagrada en todas sus formas y expresiones, porque son un don del Espíritu para la Iglesia de nuestro tiempo. Si tu hijo o tu hija te dice que ha sido llamado por Dios, no te resistas. Si un amigo o amiga te dice que ha sentido de Dios esta llamada, felicítale. Es un gran regalo para la familia, para la sociedad. Valora esa vocación, acompáñala, sostenla con tu calor y con tu oración. Una líder política de nuestros días pensaba que la religión era el opio del pueblo hasta que vio que su hijo enganchado a la droga fue desenredado por unas personas consagradas a Dios en la vida religiosa. El cariño de estas personas, su paciencia, su perseverancia en el amor hizo que aquel joven fuera reconstruyéndose desde dentro, y hoy sea un hombre nuevo. Su madre que pensaba que la religión era el opio del pueblo constató que la religión sacó a su hijo del opio de la droga. Y como este, muchísimos casos parecidos. En la vida consagrada se da el amor más grande, aquel amor que es el único capaz de construir un mundo nuevo. Recibid mi afecto y mi bendición: Adviento del Año de la Vida consagrada Q
ALEGRAOS EN EL SEÑOR, ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una alegría que viene de fuera y que produce resaca. Esa no es la alegría en el Señor. Y hay otra alegría que viene de dentro, que rebosa en nuestra sensibilidad y que nos da la paz. Ésta es la alegría en el Señor. La alegría de fuera cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma nuestra ansiedad y nos produce la paz. El domingo tercero de adviento es el domingo de la alegría en el Señor: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito estad alegres” (Flp 4,4). Es la alegría de María: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1). Es la alegría de los santos; “Un santo triste es un triste santo”, decía san Francisco de Sales. Y la razón de esta alegría es porque Dios está con nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca. La Navidad que se acerca es fiesta de gozo y de salvación, y le pedimos a Dios en este domingo que podamos celebrarla con alegría desbordante. Urge que los creyentes vivamos el sentido verdadero de la navidad: Dios con nosotros. ¿Cómo puede uno celebrar una navidad sin Dios? Para muchos de nuestros contemporáneos, incluso para algunos de nuestros familiares, la Navidad consiste en comer, beber, juerga y ruido. A lo sumo, una reunión de familia, que siempre es bueno. Pero nada más. La Navidad, sin embargo, es Dios con nosotros, Dios que se acerca en un niño pequeño, indefenso, dé- bil para que no tengamos miedo de acercarnos a él, e incluso de sentir ternura por él. Dios que se acerca hasta nosotros no con poder ni prepotencia, sino en la debilidad de nuestra carne mortal. Él espera que le abramos el corazón, que nos rindamos ante él y lo adoremos postrados, como hicieron los magos y los pastores. Desde esa actitud de adoración, la única que nos hace verdaderamente libres, salimos al encuentro de los demás para compartir lo que nosotros hemos recibido de Dios. La Navidad es compartir con los demás lo mucho que hemos recibido, empezando por el don de la fe. De la Navidad brota la solidaridad, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22). Y unido él con cada hombre, nos ha unido a todos entre sí, ha creado una solidaridad más fuerte que los mismos lazos de la carne y de la sangre. La alegría no puede ser completa, mientras haya un hermano que sufre. “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9), preguntó Dios a Caín cuando éste había matado a su hermano Abel. La respuesta nos la da el propio Jesucristo: “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Jesús ha salido al encuentro de los más necesitados, ha recorrido los pasos del hijo perdido hasta encontrarlo, y lo ha cargado sobre sus hombros, trayéndolo a casa de nuevo. La Navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para llevarles la felicidad de Dios. No puede haber Navidad sin Dios, ni puede haber Navidad sin acercamiento a los hermanos que sufren. La buena noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más solidarios, con la solidaridad establecida por la encarnación del Hijo. Alegraos siempre en el Señor. Es una alegría que no nos distrae de los problemas del momento, sino que precisamente nos da capacidad para afrontarlos. Es una alegría que fortalece e impulsa, que no frena ni enajena, que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para toda la eternidad. María tiene mucho que ver en esta alegría, porque nos viene por el fruto bendito de su vientre, Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Alegres en el Señor Q
CICLO A.. 3º DOMINGO DE ADVIENTO: ESTAS SIEMPRE ALEGRES
S Y HERMANAS: El tercer domingo de Adviento nos invita a la sana alegría que brota de la fe: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”. La vida cristiana no es una vida triste. La vida cristiana destila una serena alegría que brota del corazón reconciliado con Dios y con los hermanos. La alegría a la que se nos invita en estas fechas es la alegría que brota de que el Señor está cerca. Él viene continuamente a nuestras vidas de múltiples maneras: en la Eucaristía, en la Palabra, en el perdón, en la comunidad reunida o dispersa, en cada hombre y en cada acontecimiento, especialmente se nos hace pedigüeño en cada persona necesitada que reclama nuestra atención. El Señor está cerca de nosotros y nos convida a entrar en comunión con él, abriendo nuestro corazón. “Estoy a la puerta llamando. Si alguno me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20). El Se- ñor, que ya está presente en nuestras vidas, quiere entablar una relación más profunda, que sacie más plenamente nuestro corazón. El anuncio de esta venida llena nuestro corazón de alegría. Como un anticipo de la Navidad, el Señor nos ha concedido el gran regalo de siete nuevos diáconos para nuestra diócesis de Córdoba y para la Iglesia universal, que pronto serán ordenados presbí- teros. Han sido ordenados recientemente en la fiesta de la Inmaculada, y constituyen una realidad y una promesa que viene a enriquecer nuestro presbiterio diocesano. Cómo no darle gracias a Dios por este reglado tan excelente. Ellos son fruto generoso de familias cristianas, de parroquias vivas, de unos sacerdotes y catequistas que les han transmitido con su testimonio y su palabra la alegría del Evangelio. Ellos son fruto de nuestros Seminarios diocesanos –el Seminario de San Pelagio y el Seminario Redemptoris Mater–. Ellos son un fruto precioso de la Iglesia madre que quiere seguir cuidando de los hombres a través de ministros que prolongan al Buen Pastor, Jesucristo. Las fiestas de Navidad que se acercan son un motivo muy hondo de alegría para el creyente cristiano. El Hijo de Dios viene en nuestra carne mortal para hacernos partícipes de su inmortalidad, de su vida divina. ¡Oh, qué admirable intercambio! El Hijo de Dios se hace hombre para hacernos a nosotros hijos de Dios. Esta salvación no es algo que sucedió y la recordamos como algo del pasado, sino que está sucediendo hoy, está sucediendo para nosotros y para toda la humanidad. A través de los santos misterios que celebramos en la liturgia hoy nos llega a nosotros esta salvación. En el tercer domingo de Adviento vemos como despunta el día con ese color rosáceo de la aurora. La Navidad es Jesucristo, y celebrar la Navidad es encontrarse con Jesucristo y encontrar en Él la salvación. Quizá para muchos la Navidad ha quedado vacía de su contenido real. Quizá para muchos, incluso cristianos y creyentes, la Navidad no pasará de ser una fiesta de familia, e incluso ni siquiera eso. Habrá muchos que vivirán la Navidad como un momento de pura diversión. La Palabra de Dios nos advierte: “Despojémonos de las obras de las tinieblas y revistá- monos de las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfreno, nada de rivalidades ni envidias…” (Rm 13,12-13). La alegría de la Navidad, si es auténtica, no deja resaca, no fatiga. Por el contrario, la alegría de la Navidad es estimulante y supone para nosotros un impulso para vivir más cerca de Dios y más abiertos a nuestros hermanos. La Navidad viene a centrarnos más en Dios y en la misión que Dios nos ha encomendado, para ayudarnos a cada uno a cumplir cada vez mejor las obligaciones de nuestro estado y de nuestra vocación. Si vivimos así la Navidad, nos habremos enterado de la fiesta, y esperar esta fiesta es motivo de gozo exultante. El Señor viene a salvarnos, estad alegres. “Desbordo de gozo con el Señor”. “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Que María nos comunique el gozo de su corazón. Con mi afecto y mi bendición: • Nº307 • 11/12/11 3 E
El tercer domingo de advientoes el domingo de la alegría cristiana. La liturgia de este día comienza con estas palabras: “Estad siempre alegres en el Señor...” (Flp 4,4). No se trata de una alegría externa, bullanguera, que viene de fuera. Sino de una alegría que viene de dentro y sale hacia afuera, una alegría serena, llena de paz. Es una alegría que viene de Dios, no de lo que uno come y bebe. La razón de esta alegría es porque el Señor está con nosotros, está entre nosotros, está cerca. “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”, nos dice Sta. Teresa. Cuando uno lo tiene todo, y no tiene a Dios, está hueco y vacío. Cuando tiene a Dios, aunque le falte lo demás, tiene lo principal. Hemos sido hechos para disfrutar de Dios, ya en este mundo y esperamos disfrutar de Él para toda la eternidad. Esta es la fuente de la verdadera alegría. “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren” por cualquier causa. Recibiendo esta alegría de Dios, somos enviados a repartirla en nuestro entorno. El Evangelio es una buena noticia. Los ángeles llenarán de alegría el mundo, anunciando el nacimiento de Jesús. María proclama esta alegría, que brota de tener a Dios en su corazón y en su vientre. Nuestro mundo necesita esta alegría, lo ha conseguido casi todo, pero le falta alegría. El hombre contemporá- neo está orgulloso de sus avances y de sus logros, pero tiene que “comprar” la alegría, porque no la tiene. Esa alegría no le vendrá nunca de fuera, le viene de Dios. El Papa Francisco transmite esa alegría en sus continuos anuncios del Evangelio. Su carta programática se titula “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium): “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y el resultado de los Sínodos sobre la familia nos lo ofrece con el título “La alegría del amor” (Amoris laetitia): “La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”. Nuestra sociedad está harta de palabras y promesas que no se cumplen. Está pidiendo a gritos el testimonio de una vida en la que se cumpla esta alegría que viene de Dios. Es la alegría de los santos, que con muy poco han hecho obras grandes. Y es el testimonio de tantas gentes sencillas, que viven la alegría cotidiana de confiar en Dios, en medio de las dificultades que surgen cada día. Llegamos a la Navidad, “fiesta de gozo y salvación” y pedimos al Señor poder celebrarla “con alegría desbordante” (oración colecta). Las fiestas de Navidad están llenas de alegría para todos. A muchos no les llega la razón profunda de esa alegría, se quedan con lo exterior. Corresponde a los cristianos, que conocen el motivo de la alegría de estos días, ser testigos de una alegría que no cuesta dinero ni se compra con dinero, la alegría de Dios que viene a salvarnos. La alegría de hacer el bien a los demás gratuitamente, la alegría de gastarse para aliviar a los demás en el camino de su vida. Quien conecta con el misterio de estos días, sale renovado de las fiestas de Navidad, porque el corazón se le llena de esperanza, de ganas de vivir. Quien, por el contrario, se queda solo con lo externo, la Navidad le generará resaca y tristeza, con la fatiga de haber ido de un sitio para otro sin saber por qué. Tiempo de Navidad, tiempo de alegría, tiempo de conversión. Volvamos a Dios, y Él llenará nuestro corazón de una alegría gratuita, por la que merece la pena celebrar la Navidad. A todos, mi deseo de una santa y feliz Navidad:
2 O 3 DOMINGO DE ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tiempo de adviento es tiempo de gozo y esperanza, como la vida cristiana misma. El gozo proviene de la cercanía de Dios, que nos envía a su Hijo Jesucristo para salvarnos, para divinizarnos.
La esperanza se genera porque Dios cumple siempre sus promesas y nos asegura estar siempre con nosotros. Vale la pena fiarse de Dios, porque Dios siempre cumple. Y, ¿qué nos ha prometido? Dios nos ha creado para hacernos felices, para hacernos partícipes de su propia felicidad que quiere compartirla con nosotros. Y la felicidad de Dios no es pasajera, sino que dura para siempre.
Amanecemos en este mundo y miramos a nuestro alrededor, donde, junto a tantas cosas bellas y buenas, está presente el mal en sus múltiples manifestaciones: egoísmo, explotación del hombre por el hombre, enfrentamientos, guerras, deportaciones, prófugos, violaciones de todos los derechos, etc.
¿Cómo puede existir un Dios, que permite estas cosas? Muchos se rebotan contra Dios al experimentar tanto sufrimiento propio o ajeno, y concluyen: Dios no existe. Otros, por el contrario, acuden a ese Dios bueno para pedirle que nos salve. Y aquí se sitúa la salvación que viene a traer Jesucristo. Dios no se ha desentendido de las desgracias de los hombres.
Dios se ha acercado a nuestro mundo y ha entrado de lleno en él, haciéndose hombre, uno de nosotros. El Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha puesto su tienda entre nosotros, para convivir con nosotros, para compartir nuestra suerte. En todo semejante a nosotros menos en el pecado.
Jesucristo por su encarnación, por haberse hecho hombre como nosotros, ilumina el misterio del hombre al propio hombre y le muestra la grandeza de su vocación, que somos hijos de Dios. Jesucristo ha venido a decirnos el inmenso amor de Dios al hombre, y nos lo ha dicho hasta el extremo, hasta morir en la Cruz por nosotros.
Él nos aclara que el mal en el mundo no lo ha inventado Dios, sino que es factura del hombre. Y que ese mal tiene una raíz común, el pecado. Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su encarnación, su muerte redentora y su resurrección abren para todos los hombres un horizonte ilimitado de felicidad, pero es preciso pasar por la muerte, por el despojamiento, por la Cruz.
El sufrimiento abrazado con amor nos hace participar de la Cruz redentora de Cristo y convierte nuestra pobreza en riqueza de amor. Recibimos de Dios ese amor repleto de misericordia y repartimos ese amor a nuestro alrededor de manera solidaria. Este es el motivo de nuestra alegría.
Los males que nuestra humanidad está soportando tienen un sentido, tienen un valor y contribuyen a la redención del mundo. Jesucristo nos ha enseñado a estar de parte de los que sufren por cualquier causa, siempre de parte de las víctimas.
El anuncio evangélico es siempre anuncio de alegría y gozo para todos. Los ángeles en la noche de Belén así lo cantan: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Nos preparamos a la Navidad con esta alegría y este gozo, que brotan de saber que Jesús está en medio de nosotros.
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del asilamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”, nos recuerda el Papa Francisco (EG 1).
Preparemos el camino al Señor con un corazón bien dispuesto, como nos anuncia el Bautista. La alegría de la Navidad se llama Jesucristo. Recibid mi afecto y mi bendición: Alegraos siempre en el Señor
ALEGRAOS EN EL SEÑOR, ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una alegría que viene de fuera y que produce resaca. Esa no es la alegría en el Señor. Y hay otra alegría que viene de dentro, que rebosa en nuestra sensibilidad y que nos da la paz. Ésta es la alegría en el Señor. La alegría de fuera cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma nuestra ansiedad y nos produce la paz. El domingo tercero de adviento es el domingo de la alegría en el Señor: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito estad alegres” (Flp 4,4). Es la alegría de María: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1). Es la alegría de los santos; “Un santo triste es un triste santo”, decía san Francisco de Sales. Y la razón de esta alegría es porque Dios está con nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca. La Navidad que se acerca es fiesta de gozo y de salvación, y le pedimos a Dios en este domingo que podamos celebrarla con alegría desbordante. Urge que los creyentes vivamos el sentido verdadero de la navidad: Dios con nosotros. ¿Cómo puede uno celebrar una navidad sin Dios? Para muchos de nuestros contemporáneos, incluso para algunos de nuestros familiares, la Navidad consiste en comer, beber, juerga y ruido. A lo sumo, una reunión de familia, que siempre es bueno. Pero nada más. La Navidad, sin embargo, es Dios con nosotros, Dios que se acerca en un niño pequeño, indefenso, dé- bil para que no tengamos miedo de acercarnos a él, e incluso de sentir ternura por él. Dios que se acerca hasta nosotros no con poder ni prepotencia, sino en la debilidad de nuestra carne mortal. Él espera que le abramos el corazón, que nos rindamos ante él y lo adoremos postrados, como hicieron los magos y los pastores. Desde esa actitud de adoración, la única que nos hace verdaderamente libres, salimos al encuentro de los demás para compartir lo que nosotros hemos recibido de Dios. La Navidad es compartir con los demás lo mucho que hemos recibido, empezando por el don de la fe. De la Navidad brota la solidaridad, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22). Y unido él con cada hombre, nos ha unido a todos entre sí, ha creado una solidaridad más fuerte que los mismos lazos de la carne y de la sangre. La alegría no puede ser completa, mientras haya un hermano que sufre. “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9), preguntó Dios a Caín cuando éste había matado a su hermano Abel. La respuesta nos la da el propio Jesucristo: “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Jesús ha salido al encuentro de los más necesitados, ha recorrido los pasos del hijo perdido hasta encontrarlo, y lo ha cargado sobre sus hombros, trayéndolo a casa de nuevo. La Navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para llevarles la felicidad de Dios. No puede haber Navidad sin Dios, ni puede haber Navidad sin acercamiento a los hermanos que sufren. La buena noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más solidarios, con la solidaridad establecida por la encarnación del Hijo. Alegraos siempre en el Señor. Es una alegría que no nos distrae de los problemas del momento, sino que precisamente nos da capacidad para afrontarlos. Es una alegría que fortalece e impulsa, que no frena ni enajena, que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para toda la eternidad. María tiene mucho que ver en esta alegría, porque nos viene por el fruto bendito de su vientre, Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Alegres en el Señor Q
Tercer domingo adviento: Gaudete
El tercer domingo de adviento es el domingo de la alegría cristiana. La liturgia de este día comienza con estas palabras: “Estad siempre alegres en el Señor...” (Flp 4,4). No se trata de una alegría externa, bullanguera, que viene de fuera. Sino de una alegría que viene de dentro y sale hacia afuera, una alegría serena, llena de paz. Es una alegría que viene de Dios, no de lo que uno come y bebe. La razón de esta alegría es porque el Señor está con nosotros, está entre nosotros, está cerca. “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”, nos dice Sta. Teresa. Cuando uno lo tiene todo, y no tiene a Dios, está hueco y vacío. Cuando tiene a Dios, aunque le falte lo demás, tiene lo principal. Hemos sido hechos para disfrutar de Dios, ya en este mundo y esperamos disfrutar de Él para toda la eternidad. Esta es la fuente de la verdadera alegría. “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren” por cualquier causa. Recibiendo esta alegría de Dios, somos enviados a repartirla en nuestro entorno. El Evangelio es una buena noticia. Los ángeles llenarán de alegría el mundo, anunciando el nacimiento de Jesús. María proclama esta alegría, que brota de tener a Dios en su corazón y en su vientre. Nuestro mundo necesita esta alegría, lo ha conseguido casi todo, pero le falta alegría. El hombre contemporá- neo está orgulloso de sus avances y de sus logros, pero tiene que “comprar” la alegría, porque no la tiene. Esa alegría no le vendrá nunca de fuera, le viene de Dios. El Papa Francisco transmite esa alegría en sus continuos anuncios del Evangelio. Su carta programática se titula “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium): “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y el resultado de los Sínodos sobre la familia nos lo ofrece con el título “La alegría del amor” (Amoris laetitia): “La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”. Nuestra sociedad está harta de palabras y promesas que no se cumplen. Está pidiendo a gritos el testimonio de una vida en la que se cumpla esta alegría que viene de Dios. Es la alegría de los santos, que con muy poco han hecho obras grandes. Y es el testimonio de tantas gentes sencillas, que viven la alegría cotidiana de confiar en Dios, en medio de las dificultades que surgen cada día. Llegamos a la Navidad, “fiesta de gozo y salvación” y pedimos al Señor poder celebrarla “con alegría desbordante” (oración colecta). Las fiestas de Navidad están llenas de alegría para todos. A muchos no les llega la razón profunda de esa alegría, se quedan con lo exterior. Corresponde a los cristianos, que conocen el motivo de la alegría de estos días, ser testigos de una alegría que no cuesta dinero ni se compra con dinero, la alegría de Dios que viene a salvarnos. La alegría de hacer el bien a los demás gratuitamente, la alegría de gastarse para aliviar a los demás en el camino de su vida. Quien conecta con el misterio de estos días, sale renovado de las fiestas de Navidad, porque el corazón se le llena de esperanza, de ganas de vivir. Quien, por el contrario, se queda solo con lo externo, la Navidad le generará resaca y tristeza, con la fatiga de haber ido de un sitio para otro sin saber por qué. Tiempo de Navidad, tiempo de alegría, tiempo de conversión. Volvamos a Dios, y Él llenará nuestro corazón de una alegría gratuita, por la que merece la pena celebrar la Navidad. A todos, mi deseo de una santa y feliz Navidad:
EL ROSARIO: MES DE OCTUBRE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿De qué estará hecho el corazón de una madre? Cada hijo tiene experiencia de ser amado de manera especial desde el corazón de su madre. Es un amor único, rebosante de ternura, que conoce al hijo mejor que nadie y le comprende, e incluso disculpa sus defectos. Una madre habla siempre bien de su hijo y pondera sus cualidades, no le importa quedar ella en situación inferior, porque a ella le llena de satisfacción que su hijo sea más grande que ella. Nos encontramos en el mes de octubre, mes del Rosario. Feliz invento de santo Domingo de Guzmán, cauce de evangelización, oración para los sencillos y los pobres, contemplación serena de los misterios de la vida de Jesús desde el corazón de su Madre bendita. Cuando uno no sabe o no puede rezar, todavía se pueden desgranar avemarías sueltas y seguidas, contemplando algún momento de la vida de Jesús. En el rezo del Rosario se experimenta una compañía de María, que rompe todo aislamiento. Estando ella, nos sentimos felizmente queridos, aún en medio del sufrimiento. Los misterios gozosos nos hacen partícipes de la alegría del Evangelio: el anuncio del ángel, la visitación de María, el nacimiento de Jesús, la ofrenda en el Templo, el hallazgo de Jesús después de haberlo perdido. Todo el evangelio de la infancia es comunicación de una alegre noticia, aunque no falten momentos de dolor. Acercarse a Jesús desde el corazón maternal de María es mirar con lupa ampliada esa alegría y pedirle a Dios que nos conceda por intercesión de María participar en esa alegría durante toda nuestra vida. En los misterios luminosos asistimos con María a escenas de la vida pública de Jesús: el bautismo en el Jordán, las bodas de Caná, el anuncio del Evangelio, la transfiguración y la institución de la Eucaristía. Son momentos claves de la vida de Jesús, que ahora miramos retrospectivamente desde el Corazón inmaculado de María. Los misterios dolorosos nos introducen en el drama redentor de Cristo, en lo más íntimo de su Corazón. Quién conoce mejor que María la angustia de la pasión, la agonía del huerto, la flagelación, la corona de espinas, el camino hacia el Calvario con la Cruz a cuestas, la crucifixión y muerte de asfixia clavado al madero. Quebranto con Cristo quebrantado, pedimos con san Ignacio en los Ejercicios Espirituales al contemplar estos misterios. Cuánto consuelo para el que sufre saberse acompañado por Jesús, que nos ha precedido en el dolor y nos acompaña siempre. Y junto a Jesús está siempre su Madre. Con los misterios gloriosos vislumbramos la meta: Cristo resucitado y ascendido al cielo, la venida del Espíritu Santo, la glorificación de María en su asunción al cielo y su coronación como Reina junto a su Hijo Rey. Nuestro destino no es la tierra, ni nuestra aspiración es la de vivir interminablemente en este mundo (qué aburrimiento!). Nuestra meta es el cielo, nuestro destino es la gloria, estar con Jesús para siempre, transfigurados en él y superada nuestra condición terrena, que está sometida a tantas limitaciones y penas. Por eso, Jesús se lo ha comunicado ya plenamente a su Madre, para que sea también un motivo de esperanza para nosotros. El rezo del Rosario es muy sencillo. Enseñemos a los niños y a los jóvenes, como María enseñó a los pastores de Fátima, pidiéndoles que rezaran e hicieran penitencia por la paz del mundo, por los pecadores. A lo largo de mi ministerio sacerdotal he iniciado a muchos en esta sencilla oración, y ya adultos reconocen el gran bien que les ha hecho. Fomentemos durante este mes el rezo del Rosario. Se trata de mirar desde el Corazón de María cada uno de los misterios de la vida de Jesús. No hay mejor mirador. Y pidámosle a ella con toda confianza que nos transmita los sentimientos de Cristo. También hoy hemos de pedir la paz del mundo, la convivencia de los pueblos en España, la renovación cristiana de la familia, el ardor misionero de la evangelización. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMUND
HERMANAS: En este tercer domingo de octubre celebramos el domingo de las misiones, DOMUND, con el lema: “Sé valiente, la misión te espera”. Es una ocasión propicia para reforzar esa dimensión esencial de la Iglesia y de nuestra fe cristiana, la dimensión misionera. La Iglesia, fundada por Jesucristo, recibe de Él el mandato misionero: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16,15). Evangelizar no es proselitismo, evangelizar es dar testimonio con la propia vida de haber encontrado a Jesucristo, ofreciéndoselo a los demás. A lo largo de estos veinte siglos, el Evangelio ha ido extendiéndose por todo el mundo y podemos decir que a estas alturas ese Evangelio ha llegado a todas las naciones. La globalización además favorece esa expansión misionera del mensaje de Jesucristo. Aunque, estamos todavía en los comienzos de la misión ad gentes, según nos recordaba Juan Pablo II (RM 40). Pero, contando con todos los medios a nuestro alcance, son las personas las que hacen la misión. El lema de este año nos interpela personalmente, “Sé valiente”. Se trata de salir de la propia comodidad y dar el paso, para lo cual se necesita cierta valentía. Y este imperativo va dirigido a todos: fieles laicos, jóvenes y adultos, consagrados, sacerdotes. Porque la dimensión misionera es connatural a todos los estados de vida. “Ay de mí, si no evangelizara” (1Co 9,16). Cada vez es más frecuente el deseo de dedicar un tiempo, incluso quitándolo de las vacaciones, para compartir una colaboración en la tarea misionera. Algunos incluso se deciden a dedicar toda su vida, y encontrarán en ello su gozo y su recompensa, como nos enseña Jesús. La diócesis de Córdoba es una diócesis misionera. Un buen número de cordobeses –más de 200– viven hoy entregando su vida entera a la misión ad gentes, otros muchos dedican parte de su tiempo a esta feliz aventura y dentro de la Diócesis existe toda una red de comunicación y animación misionera, que alienta continuamente ese espíritu misionero que se traduce en obras. El pasado año 2016 se han recogido de la diócesis de Córdoba para las Obras Misionales Pontificias 630.000 €, además de todo lo que se envía por otros cauces. La Misión diocesana de Picota recibió en este mismo año otros 237.619 €. con distintos proyectos financiados desde la diócesis. Córdoba es una de las primeras diócesis de Espa- ña, y España es uno de los primeros países del mundo en esta colaboración económica. Sigamos por este camino, quitándonos algo de lo nuestro para compartirlo con los que no tienen nada. Poco de lo nuestro es muchísimo para ellos. Os animo a dar más. Felicito a todos los colaboradores de la Delegación diocesana de Misiones, con el delegado al frente. Sois un ejemplo de trabajo ilusionado para toda la Diócesis, que da sus resultados en el fervor misionero e incluso en la recaudación. Piense cada uno si no podría hacer más por las misiones: un tiempo de dedicación in situ, el ofrecimiento de las incomodidades y sufrimientos de la vida, que unido a Jesucristo llevará fortaleza para los misioneros y disponibilidad del corazón de los destinatarios, la privación de un gusto para entregar ese dinero a las misiones. Ningún dinero mejor empleado. Hay muchas causas nobles, que apoyamos con nuestra aportación, pero esta causa es la de llevar el Evangelio a todos, haciéndolos partícipes de la vida divina por medio de la Palabra de Dios y de los sacramentos. Es la mayor colaboración que podemos ofrecer. El DOMUND es el momento más intenso de esta conciencia misionera. Luego vienen otros a lo largo del año. Hagamos partícipes de este espíritu misionero a los niños, particularmente los que reciben enseñanza católica, a los jóvenes para que crezcan en este espíritu misionero, a los adultos para que tomen esta prioridad como asunto propio, a los enfermos y ancianos para que ofrezcan su vida por las misiones. Recibid mi afecto y mi bendición: DOMUND 2017 «Sé valiente, la misión te espera»
MES DE SANTOS Y DIFUNTOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Dichoso mes, que comienza con Todos los Santos y acaba con san Andrés”, reza un dicho popular sobre este mes de noviembre que iniciamos en estos días. La fiesta de Todos los Santos es un fuerte estí- mulo a la santidad, a la que todos estamos llamados, sea cual sea nuestro estado y condición. Todas las demás son metas parciales, la meta última es que seamos santos. Que nos parezcamos a Dios, nuestro Padre que es santo, que imitemos a Jesucristo nuestro hermano mayor, que nos dejemos inundar por el Espíritu Santo, Espíritu de santidad que transforma nuestros corazones. La fiesta de todos los Santos nos pone delante de los ojos una multitud inmensa de hombres y mujeres, niños y adultos, en todos los estados de vida –fieles laicos, matrimonios, religiosos y consagrados a Dios, pastores en la Iglesia– que han alcanzado la santidad como un regalo de Dios y de su gracia, a la que ellos han correspondido con humildad y generosidad. Muchos de estos hermanos han sido canonizados por la Iglesia, es decir, han sido reconocidos como tales y son propuestos a todos los fieles como ejemplos de santidad y vida cristiana. Pero son muchísimos más los que han alcanzado esa meta de la santidad y no han sido canonizados ni lo serán nunca. Las canonizaciones representan como una muestra del gran catálogo de santos que viven junto a Dios, gozando de él e intercediendo por nosotros. A todos ellos está dedicada esta fiesta de Todos los Santos. Entre éstos tenemos familiares y amigos, que son para nosotros referente de vida cristiana y ejemplo de santidad, y a los que nos encomendamos continuamente en nuestro camino hacia el Cielo. El Cielo es estar con Dios gozando de su amor para siempre, siempre, sin posibilidad de perderlo nunca jamás. El Cielo es la situación en que amaremos con todo nuestro ser a Dios y a los hermanos. Nuestro corazón siente añoranza del Cielo. Hemos sido creados para el Cielo. La fiesta de Todos los Santos nos habla del Cielo, como nuestra patria y nuestro destino definitivo. ¿Qué tengo que hacer para alcanzar el Cielo, la vida eterna?, le preguntó un joven a Jesús. “Guarda los mandamientos”, le respondió Jesús. “Y si quieres llegar hasta el final vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y sígueme”. Jesucristo es el único valor absoluto, por el que vale la pena jugárselo todo y no nos defraudará. Y junto a los santos, recordamos también a los fieles difuntos. Son todos aquellos hermanos nuestros que han partido ya de este mundo y han sido salvados por la sangre de Cristo, pero todavía no disfrutan a plena luz de la gloria de Dios. Están sufriendo. El sufrimiento de las almas del Purgatorio consiste en sentirse amados, muy amados por Dios, y constatar que no han sabido amarle a su tiempo. Ese contraste es como un fuego que quema y purifica sus almas, para prepararlas al gozo del Cielo que les espera. La Iglesia sufre con sus hijos que sufren en el Purgatorio, y los tiene presentes continuamente en sus oraciones. Es costumbre cristiana rezar por los difuntos, por nuestros difuntos y por los del mundo entero. Es costumbre cristiana ofrecer la Santa Misa y otras oraciones, ofrecer sacrificios, trabajos y sufrimientos por nuestros hermanos difuntos. Y les llega ciertamente. Les hacemos un gran favor con nuestros sufragios, porque la redención de Cristo se completa en nuestra propia carne en favor de la Iglesia. A medida que decae la certeza y la esperanza del Cielo, decae también la oración por los difuntos. Muchos piensan que una vez que han terminado la vida en la tierra ya no tenemos nada que hacer por ellos. No es así. Podemos y debemos orar por ellos. No dejemos de encargar Misas por ellos, pedir a los sacerdotes que ofrezcan la Santa Misa por alguno de nuestros difuntos, además de que la Misa es por todos. Ofreciendo el estipendio señalado, encarguemos Misas por los difuntos. Y si no tenemos recursos económicos, las encargamos también, aunque no podamos pagarlas. La Misa ofrecida por un difunto es de gran alivio para esa persona querida. Santos y difuntos, mes de noviembre. Deseo del Cielo, intercesión de los santos, oración por los difuntos. Recibid mi afecto y mi bendición:
IGLESIA DIOCESANA
HERMANOS Y HERMANAS: Este domingo de noviembre celebramos en toda España el Día de la Iglesia Diocesana. Una jornada para darnos cuenta de que pertenecemos a la Iglesia Universal en una Iglesia particular o dió- cesis, la diócesis de Córdoba. Jesucristo fundó la Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles y los envió por todo el mundo a anunciar el Evangelio. Aquellos Apóstoles y sus colaboradores expandieron la Iglesia por todo el mundo. En nuestro suelo patrio el Evangelio fue predicado muy pronto, en los albores del cristianismo y después de muchos avatares esta Iglesia del Señor vive y camina en la diócesis de Córdoba, llevando la salvación de Dios a todos sus habitantes. Según los datos estadísticos, el 95,5 % de la población en Córdoba es bautizada católica. Por tanto, miembros de la Iglesia Católica. Pero no todos participan de la misma manera. Hay quienes son bautizados y reciben cristiana sepultura y otros, además, participan de distintas maneras en la vida de la Iglesia. La Visita pastoral me permite contactar con cada parroquia en cada pueblo y puedo afirmar que estamos en una diócesis muy viva, con mucha vitalidad cristiana. Demos gracias a Dios. Con un laicado muy abundante, que actúa en las distintas áreas de la diócesis: catequesis, caritas, culto dominical, coros, lectores, portadores de la comunión a los enfermos, etc. Con una presencia en el mundo muy importante, testigos de Dios y de la vida nueva del Resucitado, transformando el mundo desde dentro a manera de fermento, como el alma en el cuerpo. Con un colectivo cofrade de miles y miles de personas, con ganas de llevar adelante la presencia del misterio cristiano en las calles y plazas de la ciudad y de nuestros pueblos. Con grupos y movimientos de apostolado de muchos colores, sobre todo en Cursillos de Cristiandad y Comunidades Neocatecumenales. Con una presencia cada vez más extendida de la Acción Católica General. El Encuentro Diocesano de Laicos del pasado 7 de octubre ha sido una muestra de la vitalidad de nuestra diócesis de Córdoba, donde hemos afrontado con toda claridad y con mucha esperanza los distintos retos que el mundo de hoy plantea a los católicos y cómo éstos han de salir al encuentro de nuestros contemporáneos sobre todo con el testimonio de una vida nueva y distinta. “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”, nos dice el Señor. Al llegar el día de la Iglesia Diocesana, caemos todos en la cuenta más y más de que la diócesis la hacemos entre todos. Esta Iglesia fundada por Jesucristo, que tiene como alma el Espíritu Santo y como Madre a María Santísima, está formada por todos sus miembros como parte activa, que afronta sus obras como propias y su sostenimiento como una obligación lógica. La Iglesia hemos que mantenerla entre todos, cada uno según sus posibilidades. Con nuestra aportación económica, con nuestra colaboración de voluntariado, con nuestra oración incesante, con nuestro servicio a todos los niveles. Al servicio de esta Iglesia Diocesana hay 280 sacerdotes, que tienen en los actuales 80 seminaristas su continuidad y su futuro. En el seno de esta diócesis hay 25 Comunidades de vida contemplativa, una de hombres y el resto de mujeres, que constituyen la mejor reserva de espiritualidad para vitalizar el apostolado de todos. Más de 800 religiosos y consagrados nos recuerdan la llamada a la santidad de todos. La diócesis de Córdoba tiene como objetivos prioritarios el campo de la familia y de la vida, el campo de la educación y de la transmisión de la fe, el campo de la atención a los pobres, que son el tesoro de la Iglesia. Para cumplir todos estos objetivos, para mantener todas sus instituciones, para vitalizar cada vez más esta Iglesia Diocesana contamos CONTIGO. “Somos una gran familia contigo”. Siéntete miembro activo en esta gran familia, colabora en lo que puedas: es tu diócesis, es la Iglesia del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia Diocesana «Somos una gran familia CONTIGO» Q • Nº 578 • 12/11/17 3 La Iglesia hemos que mantenerla entre todos, cada uno según sus posibilidades. Con nuestra aportación económica, con nuestra colaboración de voluntariado, con nuestra oración incesante... EN ESTE MES DE NOVIEMBRE LOS OBISPOS ESPAÑOLES NOS INVITAN A REZAR POR PARA QUE EL SEÑOR CONCEDA}LA VERDADERA PAZ y concordia entre los pueblos, y nunca se invoque el nombre santo de Dios para justificar la violencia y la muerte. Red Mundial de Oración por el Papa Apostolado de la Oración EL PAPA FRANCISCO NOS INVITA A REZAR POR LOS CRISTIANOS DE ASIA,}para que, dando testimonio del Evangelio con sus palabras y obras, favorezcan el diálogo, la paz y la comprensión mutua, especialmente con aquellos que pertenecen a otras religiones. Con la bajada de las temperaturas se inicia el programa de atención nocturna a las personas sin hogar de Cáritas Ya ha comenzado a trabajar en Córdoba el programa de atención nocturna a personas sin hogar de Cáritas Diocesana, es la conocida UVI social que se acerca hasta la media noche a unas cincuenta personas diarias. Los voluntarios ofrecen abrigo y comida pero sobre todo brindan compañía, porque muchas de las personas a las que atienden buscan cercanía. “Ellos nos esperan para hablar unos minutos, después de no haber hablado con nadie en todo el día”, explica el responsable de este programa de atención de Cáritas, Rafael Serrano. Cada noche, la ruta es la misma y los horarios similares, de maUVI SOCIAL DE CÁRITAS DIOCESANA n
JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Papa Francisco, al término del Año de la Misericordia, ha instituido la Jornada Mundial de los Pobres, que este año se celebrará por primera vez, y será el 19 de noviembre (domingo anterior a la fiesta de Cristo Rey del Universo). A otras varias Jornadas, que los Papas anteriores han instituido, quiere él dejar ésta para perpetua memoria. El Papa Francisco nos ofrece en muchas ocasiones enseñanzas muy agudas y comprometidas en este tema, para que la Iglesia ponga a los pobres en el centro de su vida y de su acción apostólica. Os invito a leer la Carta del Papa al instituir esta Jornada, no tiene desperdicio. Se trata de contemplar a Cristo pobre. “No olvidemos que para los discí- pulos de Cristo la pobreza es ante todo vocación para seguir a Cristo pobre”. La pobreza no es una desgracia, sino una bienaventuranza, nos hace parecidos a Jesús, que siendo rico se hizo pobre por nosotros. “La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido” (CEC 25-45). Se trata en esta Jornada de tocar la carne de Cristo, que se prolonga en tantas personas que sufren la carencia de lo necesario para vivir, y que por eso llamamos pobres: “el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, la ignorancia y el analfabetismo, la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y la migración forzada”. El pecado hace estragos y lleva a tremendas injusticias que tienen que pagar siempre los más débiles. En esta Jornada se trata de acercarnos a todas estas personas para compensar con nuestro amor y hasta donde podamos esa injusticia que brota siempre del egoísmo y del desamor. Poner a los pobres en el centro de la vida de la Iglesia, al estilo de san Francisco de Asís, que reconocía en los pobres el rostro de Cristo y buscaba parecerse a Cristo pobre. La opción cristiana por los pobres no es una opción ideológica, sino una opción de amor hacia los últimos, en los que reconocemos el rostro de Cristo. En esta actitud, la Iglesia se juega su credibilidad, se juega el fruto de la evangelización. Además, los pobres no son sólo destinatarios, sino agentes de evangelización. Al traerlos a nuestra vida, al acercarnos hasta ellos entendemos mejor el Evangelio en su verdad más profunda. “Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio”. Los pobres nos enseñan a ser humildes, a confiar en Dios, a no idolatrar el dinero, el placer, el consumo. Los pobres nos enseñan a compartir, nos hacen más humanos. El Papa nos invita a realizar gestos concretos: sentar a nuestra mesa a algún pobre concreto que conocemos de cerca, celebrar con ellos la liturgia de este domingo, porque los pobres suelen estar a las puertas de nuestras iglesias, pero no suelen entrar en ellas. En un mundo falto de amor, los gestos concretos de amor generoso y gratuito nos abren a nuevas posibilidades en nuestra relación con los demás y nos capacitan siempre en nuestra relación con Dios. Acojamos esta propuesta del Papa Francisco con prontitud de corazón. Estoy seguro de que nos traerá muchos beneficios a nuestra diócesis de Córdoba, a nuestras parroquias, a nuestras familias. Ya tenemos muchos gestos de caridad, ya colaboramos de múltiples maneras con Caritas a todos los niveles. Esta Jornada instituida por el Papa Francisco será para todos ocasión de renovar nuestro amor y acercamiento a los pobres con el amor de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: I Jornada Mundial de los Pobres No amemos de palabra, sino con obras Q •
CUARTO DOMING DE ADVIENTO
El cuarto domingo de adviento es un domingo mariano, es el domingo mariano por excelencia. Cada domingo, semana tras semana, celebramos el misterio de Cristo, muerto de amor y resucitado para nuestra salvación, pero llegados al cuarto domingo de adviento, en el que Cristo sigue siendo el centro, lo contemplamos en el seno de su Madre virgen, a punto de darlo a luz en la nochebuena.
Una vez más la Madre y el Hijo van inseparablemente unidos y no se entienden el uno sin el otro. Los unió Dios en su admirable plan de redención; no los separe el hombre con sus razonamientos y elucubraciones.
En este Año jubilar del Corazón de Jesús, contemplemos una y otra vez esta sintonía de corazones: el Corazón de Jesús y el Corazón de María. El corazón de Jesús y el corazón de María laten al unísono. El corazón de María está abierto a la voluntad de Dios. Cuando recibe el anuncio del ángel de que va a ser madre de Dios, ella termina diciendo: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Toda una actitud de ofrenda, de disponibilidad, de obediencia a los planes de Dios.
Y el Verbo se hizo carne en su seno virginal. Todo el mundo estuvo pendiente de ese “sí” de María, nos recuerda san Bernardo. En ese “SÍ” con mayúscula se ha abierto una fase nueva de la historia humana. Un “sí” sostenido durante toda su vida, incluso en los momentos de dolor. Junto a la Cruz de Jesús estaba María acompañando y sosteniendo la ofrenda de Cristo al Padre.
Ella participó de esa actitud en entrega generosa de sí misma, como lo hizo desde el principio, desde el anuncio del ángel. Al entrar en este mundo, dice Jesús dirigiéndose al Padre: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has dado un cuerpo. Entonces yo dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hbr 10,6-7).
Con esta actitud ha vivido Jesús toda su vida terrena y vive en la eternidad en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. La vida cristiana consiste por tanto en esa obediencia al estilo de Jesús, al estilo de María. Obediencia a la voluntad de Dios, que le hace disponible para entregar su vida en rescate por muchos.
La sincronía de los corazones de Jesús y de María es asombrosa. En el mismo instante histórico en que ella responde al ángel, diciendo: “Aquí está la esclava del Señor”, Jesús entra en el mundo diciendo “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Es un instante cronológico en el que ambos corazones han coincidido en la misma actitud, en el mismo “sí”, que ha abierto una nueva etapa para la humanidad.
Si la tendencia del corazón humano es la rebeldía y la desobediencia como secuela del pecado, Jesús y María han vivido toda su vida en obediencia de amor. Jesús y María han cambiado el rumbo de la historia, haciendo de su vida una ofrenda de amor al Padre para servir a toda la humanidad.
Dos corazones que laten al unísono, qué bonita convivencia. Entrar en el corazón de Cristo y en el corazón de María, que laten al unísono con las mismas actitudes de obediencia y de amor, nos enseña a vivir con ellos y como ellos en obediencia de amor a Dios Padre; nos enseña a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente; nos enseña a convivir unos con otros.
El corazón de Cristo y el corazón de María son la mejor escuela de vida cristiana, por el camino de la obediencia, que es camino de libertad, y por el camino del amor para entregar la propia vida a los planes de Dios.
Cuarto domingo de adviento. Preparemos la Navidad que se acerca, intensificando en nuestro corazón las actitudes del Corazón de Cristo y del Corazón de María. Actitud de ofrenda, de oblación, de solidaridad, de servicio y entrega.
Cuando rezamos el Rosario, vamos contemplando los misterios de Cristo desde el Corazón de María. Domingo mariano, porque en su vientre María lleva al Redentor del hombre y del mundo.
Feliz y Santa Navidad para todos. Recibid mi afecto y mi bendición:
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el cuarto domingo de Adviento estamos tocando con las manos el misterio cercano del nacimiento del Señor. La Navidad se echa encima, estamos a las puertas. Este cuarto domingo es el domingo mariano por excelencia. Y junto a María está José en este gran misterio. Ya desde antiguo fue anunciado que el Mesías nacería de una virgen y nacería virginalmente. Así lo recuerda la primera lectura de este domingo, tomada del profeta Isaías. Era como un sueño, que se ha hecho realidad en la historia, en María. María es la madre de Jesús, permaneciendo virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Madre y virgen. La atención se centra en ella cuando estamos a las puertas de la Navidad, porque en su vientre viene hasta nosotros el Hijo de Dios hecho hombre. Siguiendo el evangelio de san Mateo, correspondiente este año al ciclo A, se nos explica cómo se realizó este gran misterio. Y con toda claridad explícitamente se nos anuncia que Jesús no es fruto de la relación sexual varón/ mujer de José con María, sino que este niño es fruto de un milagro de Dios, que ha sido anunciado a María, en el relato del evangelio de san Lucas, y ha sido anunciado a José, en el relato del evangelio de san Mateo. Uno y otro, son relatos coincidentes en la sustancia del asunto. La virginidad de esta madre está garantizada por la Palabra de Dios en este y en otros pasajes de la Sagrada Escritura. Y la fe proviene de la Palabra de Dios. No se trata de un género literario o de una manera bonita de expresar un gran misterio. Se trata de las repercusiones incluso biológicas que el misterio lleva consigo. Jesús es Dios, y su madre virgen. Son dos caras de la misma moneda, son dos aspectos del mismo misterio. Cuando alguno niega que María sea virgen, está negando que Jesús es Dios. Y viceversa. Cuando se considera que Jesús es uno más, un líder humano y no el Hijo eterno de Dios, se concluye que ha nacido de manera “natural”, como todos nacemos al venir a este mundo. Sin embargo, la fe católica, apoyada en la Palabra de Dios y en la explicación que la Iglesia ha dado a lo largo de dos mil años, anuncia que María es la siempre virgen madre del Redentor, nuestro Señor Jesucristo. No se trata de una verdad o un aspecto periférico de la fe católica. Estamos en el mismo núcleo de esta fe católica, que tiene enormes consecuencias para la vida cristiana. María en su condición de madre y José en su condición del que hace las veces de padre están enseñándonos a todos cómo quiere Dios que colaboremos en la obra de la restauración de un mundo nuevo. La iniciativa es de Dios, Dios va delante. Dejarle a Dios que sea Dios, que vaya delante incluye una cierta actitud virginal por parte humana. María y José, cada uno a su manera, son prototipo de esta colaboración en los planes de Dios. Uno y otro acogen la buena noticia con corazón fiel, y ponen su vida entera al servicio del misterio de la encarnación. Y sus vidas no fueron estériles por eso. Al contrario, representan la mayor fecundidad que una persona humana ha podido tener. María es la bendita entre todas las mujeres, a la que todas las generaciones felicitarán. Ella es el personaje más importante en la obra redentora, más que los apóstoles, más que cada uno de nosotros por mucho que hagamos. Y junto a ella, José, sin el que todo este misterio hubiera sido inviable históricamente. También él pone su vida al servicio de este gran misterio, y eso le ha merecido ser protector y cuidador de generaciones y generaciones, patriarca de la Iglesia. Nos acercamos estos días a contemplar el Belén instalado en nuestras casas, en nuestras instituciones. En el Belén la figura central es Jesucristo, ese Niño que viene a salvarnos. Y junto a él, su madre María y el que hace las veces de padre, José. Una familia sagrada donde inspirarse nuestras propias familias. A todos, santa y feliz Navidad
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el cuarto domingo de Adviento estamos tocando con las manos el misterio cercano del nacimiento del Señor. La Navidad se echa encima, estamos a las puertas. Este cuarto domingo es el domingo mariano por excelencia. Y junto a María está José en este gran misterio. Ya desde antiguo fue anunciado que el Mesías nacería de una virgen y nacería virginalmente. Así lo recuerda la primera lectura de este domingo, tomada del profeta Isaías. Era como un sueño, que se ha hecho realidad en la historia, en María. María es la madre de Jesús, permaneciendo virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Madre y virgen. La atención se centra en ella cuando estamos a las puertas de la Navidad, porque en su vientre viene hasta nosotros el Hijo de Dios hecho hombre. Siguiendo el evangelio de san Mateo, correspondiente este año al ciclo A, se nos explica cómo se realizó este gran misterio. Y con toda claridad explícitamente se nos anuncia que Jesús no es fruto de la relación sexual varón/ mujer de José con María, sino que este niño es fruto de un milagro de Dios, que ha sido anunciado a María, en el relato del evangelio de san Lucas, y ha sido anunciado a José, en el relato del evangelio de san Mateo. Uno y otro, son relatos coincidentes en la sustancia del asunto. La virginidad de esta madre está garantizada por la Palabra de Dios en este y en otros pasajes de la Sagrada Escritura. Y la fe proviene de la Palabra de Dios. No se trata de un género literario o de una manera bonita de expresar un gran misterio. Se trata de las repercusiones incluso biológicas que el misterio lleva consigo. Jesús es Dios, y su madre virgen. Son dos caras de la misma moneda, son dos aspectos del mismo misterio. Cuando alguno niega que María sea virgen, está negando que Jesús es Dios. Y viceversa. Cuando se considera que Jesús es uno más, un líder humano y no el Hijo eterno de Dios, se concluye que ha nacido de manera “natural”, como todos nacemos al venir a este mundo. Sin embargo, la fe católica, apoyada en la Palabra de Dios y en la explicación que la Iglesia ha dado a lo largo de dos mil años, anuncia que María es la siempre virgen madre del Redentor, nuestro Señor Jesucristo. No se trata de una verdad o un aspecto periférico de la fe católica. Estamos en el mismo núcleo de esta fe católica, que tiene enormes consecuencias para la vida cristiana. María en su condición de madre y José en su condición del que hace las veces de padre están enseñándonos a todos cómo quiere Dios que colaboremos en la obra de la restauración de un mundo nuevo. La iniciativa es de Dios, Dios va delante. Dejarle a Dios que sea Dios, que vaya delante incluye una cierta actitud virginal por parte humana. María y José, cada uno a su manera, son prototipo de esta colaboración en los planes de Dios. Uno y otro acogen la buena noticia con corazón fiel, y ponen su vida entera al servicio del misterio de la encarnación. Y sus vidas no fueron estériles por eso. Al contrario, representan la mayor fecundidad que una persona humana ha podido tener. María es la bendita entre todas las mujeres, a la que todas las generaciones felicitarán. Ella es el personaje más importante en la obra redentora, más que los apóstoles, más que cada uno de nosotros por mucho que hagamos. Y junto a ella, José, sin el que todo este misterio hubiera sido inviable históricamente. También él pone su vida al servicio de este gran misterio, y eso le ha merecido ser protector y cuidador de generaciones y generaciones, patriarca de la Iglesia. Nos acercamos estos días a contemplar el Belén instalado en nuestras casas, en nuestras instituciones. En el Belén la figura central es Jesucristo, ese Niño que viene a salvarnos. Y junto a él, su madre María y el que hace las veces de padre, José. Una familia sagrada donde inspirarse nuestras propias familias. A todos, santa y feliz Navidad: Q María y José, protagonistas del gran misterio de la Navidad
ESTAS QUE SIGUEN NOVIEMBRE 2016
17CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se trata de un milagro que no ha sucedido nunca jamás y que nos llena de admiración cada vez que lo contemplamos. María ha engendrado virginalmente a Jesús, lo ha parido virginalmente y ha permanecido virgen para siempre.
Las antífonas de vísperas de estos días hasta la Navidad comienzan con “¡Oh!”, de manera que el 18 de diciembre celebramos Santa María de la O, en la expectación del parto. Una fiesta especialmente celebrada en el rito hispano. El cuarto domingo de adviento es un domingo mariano. La figura central del mismo es María, virgen y madre, porque lleva en su vientre a Jesús para darlo a luz próximamente.
El evangelio de este domingo nos cuenta: “La generación de Jesús fue de esta manera: María su madre estaba desposada con José y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 18).
Este relato de la generación de Jesús afirma dos cosas: que María no ha tenido con José las relaciones carnales propias de los esposos y que el embarazo de María, que espera un hijo, viene del Espíritu Santo. No se puede afirmar que el hijo viene de la unión sexual de María con José, a no ser que arranquemos esta página del Evangelio, y otras que lo describen igualmente.
A veces, en ambientes cristianos, se oyen afirmaciones que niegan esta verdad esencial del misterio de Cristo y de su Madre. El que niega que María es al mismo tiempo virgen y madre no es católico. A nadie se le obliga a confesar la fe de la Iglesia, pero si uno se declara católico es porque acepta la fe de la Iglesia en todos sus contenidos. Y la virginidad de María al engendrar y dar a luz a su Hijo es un dato esencial de nuestra fe.
Si para explicar estos textos bíblicos se llega a la conclusión de que María no es virgen cuando es madre, quiere decir que esa explicación no vale. ¿Qué significa la virginidad de María? María es virgen porque se parece a Dios Padre, es como un icono en la historia de la humanidad de la virginidad del Padre eterno que engendra a su Hijo en la eternidad.
El Padre engendra desde siempre a su Hijo. No hay un “tiempo” en que el Padre no era Padre o el Hijo no era Hijo. No. Desde siempre, en la eternidad de Dios, el Padre engendra a su Hijo de la misma sustancia, de la sustancia divina, y lo hace sin ninguna cooperación.
Es de tal calibre la vitalidad de Dios Padre que engendra a su Hijo sin ninguna otra colaboración, es decir, virginalmente. La virginidad de Dios es vida pletórica, y María es dotada en su medida por el Espíritu Santo de esa vitalidad que viene de Dios. Por eso, concibe a su Hijo sin ninguna cooperación humana. La virginidad de María es vitalidad pletórica, es una virginidad fecunda que desemboca en maternidad.
La virginidad cristiana se sitúa en ese horizonte. La virginidad cristiana no es una tara, un defecto, un minus que resta cualidades a la persona. La virginidad cristiana supone un magis de vitalidad, para ser prolongación de la vitalidad de Dios, de la vitalidad sobrenatural de la gracia.
Jesucristo vivió ese estado de virginidad toda su vida, porque se parece a su Padre, también al hacerse hombre. Jesús y María han inaugurado ese aspecto típica y exclusivamente cristiano de la virginidad.
José es padre virginal de Jesús, no es padre biológico. Pero eso no le ha impedido volcarse –dar la vida– por su esposa María y por su hijo Jesús, más aún, ha podido hacerlo virginalmente, es decir, con una plenitud de vida total.
La virginidad es un perfume de Navidad. Acercarse al portal de Belén nos trae ese aroma, una vida nueva, una vida que tiene en Dios su origen, que tiene en la tierra una madre virgen, que se prolonga en tantas personas especialmente consagradas por el don de la virginidad y que tienen en Jesús, en María y en José su referencia.
Cuarto domingo de adviento, domingo de María. Es el domingo en el que la liturgia se fija en María, virgen y madre, porque ella nos trae a su Hijo para darlo al mundo en la Nochebuena. Feliz y santa Navidad a todos: Una madre virgen.
LA ESPERANZA MARXISMO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El hombre no puede vivir sin esperanza. La esperanza es el motor de la vida humana. Depende de dónde ponga el hombre sus esperanzas, para que se sienta más o menos realizado, cuando alcanza lo que espera. O, por el contrario, se sienta defraudado cuando no se cumple aquello que esperaba.
La esperanza cristiana se apoya en Dios, que es fiel y cumple siempre. La esperanza cristiana es una virtud teologal, que tiene a Dios como origen porque es Él quien la infunde en nuestros corazones, es una virtud que nos lleva a fiarnos de Dios y a desear que cumpla en nosotros y en el mundo sus promesas.
Dios Padre nos promete hacernos partícipes de su vida en plenitud y para siempre. Por medio de su Hijo Jesucristo nos ha redimido del pecado y nos ha hecho hijos suyos. Nos da constantemente el don de su Espíritu, que llena de esperanza nuestros corazones. Nos llama a vivir en comunidad en su Santa Iglesia, como familia de Dios que anticipa el cielo nuevo y la nueva tierra.
La esperanza cristiana ha transformado la historia de la humanidad. Ha llenado el corazón de muchos hombres y mujeres, moviéndoles a dar su vida por Cristo y por el Evangelio. Es una esperanza que la muerte no interrumpe, sino que precisamente en la muerte encuentra su cumplimiento, pues la muerte nos abre al encuentro definitivo y pleno con Dios para siempre en el cielo.
Es una esperanza que nos lleva a amar de verdad, a Dios y a los hermanos, hasta el extremo de dar la vida. Para los que no tienen a Dios, o porque no le conocen todavía o porque lo han rechazado, hay otra esperanza, que no tiene tanto alcance ni mucho menos.
Es una esperanza de los bienes de este mundo, que aún siendo buenos son pasajeros. Esperar la salud, la prosperidad terrena de los míos. Esperar cosas de este mundo, que aún siendo buenas nunca sacian el corazón humano.
En definitiva, cuando no es Dios el motor de nuestra esperanza, vivimos con las alas recortadas sin vuelos largos que entusiasman y llenan el corazón. Una esperanza sin Dios es una esperanza temerosa de perder incluso aquello poco que se tiene (y es mayor el temor de perderlo, si es mucho lo que se ha alcanzado). Dios es la única garantía que elimina todo temor, y nos hace vivir en el amor.
El marxismo ha predicado una esperanza, que al concretarse en la realidad histórica a lo largo del siglo XX, ha supuesto un rotundo fracaso. He ahí el progreso de los países socialistas del Este. Cuando en 1989 cayó el muro, pudimos constatar la pobreza inmensa de los que esperaban el “paraíso terrenal”, que nunca ha llegado.
La esperanza marxista es el sueño de algo que no existe (utopía). Es una esperanza engañosa, porque pone en movimiento al hombre y a la sociedad, pero lo hace proyectando un espejismo, que nunca se realiza. Esta esperanza ha llevado al odio por sistema, a la lucha de clases, a la revolución e incluso al terrorismo.
La esperanza cristiana, sin embargo, es la certeza de una realidad que se nos brinda como regalo de Dios y como plenitud humana. Y Dios cumple siempre sus promesas. La esperanza cristiana brota de la certeza generada por la fe, no es una proyección del corazón humano que inventa lo que no tiene, soñando aunque sea mentira.
Y lo que Dios nos promete ya existe, está preparado, lo veremos plenamente en el cielo, y lo vemos continuamente realizado por el amor en nuestras vidas. No es una utopía, sino una realidad futura, que se va haciendo presente en la medida en que esperamos y nos abrimos al don de Dios.
Que el tiempo de adviento nos haga crecer en la esperanza, de la buena. Esa esperanza que se apoya en Dios y no defrauda. Que este tiempo santo disipe tantos ídolos, que quizá nos llevan a esperar, pero con una esperanza que desaparece como el humo.
El corazón humano no puede vivir sin esperanza. Pongamos en Dios nuestra esperanza, y nunca seremos defraudados. Con mi afecto y bendición: El hombre no puede vivir sin esperanza.
SE ACERCA LA NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de la Navidad. Días de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos da a luz al Hijo eterno de Dios hecho hombre en sus entrañas virginales, permaneciendo virgen para siempre. El Hijo es Dios y la madre es virgen, dos aspectos de la misma realidad, que hacen resplandecer el misterio en la noche de la historia humana. La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos. El nacimiento de una nueva criatura es siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio de un sucedáneo cualquiera. Viene Jesús cargado de misericordia en este Año jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego. Sin embargo, la venida de Jesús, su venida en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo insistentemente. El milagro puede producirse. La Navidad es novedad. Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como príncipe de la paz, con poder sanador para nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre para adorarlo. Él nos hará humildes y generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima vivamos estos días preciosos de la Navidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Llega la Navidad Q
TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Así se expresa la oración de este domingo 3º de adviento: “Concédenos llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación– y poder celebrarla con alegría desbordante”. Le pedimos a Dios llegar a la Navidad y le pedimos poder celebrarla con alegría desbordante. La Navidad como fiesta de gozo y de salvación es la fiesta del nacimiento en la carne del Hijo eterno de Dios. Es asombroso que Dios se haya hecho hombre, y más asombroso aún que nosotros seamos hechos partícipes de su divinidad, seamos divinizados.
¿En qué consiste esa alegría que pedimos, y que Dios quiere concedernos? Ciertamente es una alegría que no viene de fuera. No viene de lo que uno come, de lo que uno bebe o de lo que uno se divierte, o de lo que uno se compra para tener algo más. “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).
Si miramos al portal de Belén, veremos que el Hijo de Dios ha venido en la más absoluta pobreza. Allí no hubo ni cenas, ni regalos, ni bulla. Allí hubo mucho amor por parte de su madre María y por parte de José. Ni siquiera hubo para ellos “lugar en la posada” (Lc 2,1).
Los ángeles hicieron fiesta cantando: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Esa es la alegría que se nos promete: la paz de Dios en nuestra alma y en el mundo, porque viene a salvarnos el que quita el pecado del mundo y nos hace hijos de Dios.
No hay paz sin justicia, no habrá alegría verdadera sin hacer partícipes de esta salvación a los pobres, que sufren en su carne y en su alma las consecuencias del pecado. Viene el Señor a sanar todas esas heridas, a curarlas acercándose a cada uno de nosotros con amor, a devolvernos la amistad con Dios, haciéndonos hijos, a restaurar nuestras relaciones humanas, instaurando la fraternidad universal, a empujarnos para salir al encuentro de todas las pobrezas de nuestro mundo.
Esa alegría que colma y sacia el corazón humano es una alegría desbordante. De dentro afuera. Rebosa de nuestra alma a nuestro cuerpo, a nuestra sensibilidad e incluso a nuestros sentidos exteriores. La vida cristiana produce alegría desbordante y se nota en nuestro rostro y en el exterior.
De esa alegría interior estamos llamados a dar testimonio en nuestro entorno, porque el cristiano no tiene cara de amargura, sino de haber sido redimido. El cristiano vive con la certeza de una victoria. Se acercan las fiestas de Navidad y todo desde fuera nos invita al bullicio y la dispersión.
Sin embargo, son días para vivirlos con María, con la Iglesia que ora y se alegra anticipadamente por la salvación que le viene del Señor. Son días para vivirlos con Juan el Bautista, hombre penitente que prepara los caminos del Señor. No está reñido lo uno con lo otro. Precisamente la alegría cristiana sostiene la penitencia que necesitamos por nuestros pecados.
Sólo el que descubre el gran don que se avecina es capaz de ponerse a la tarea de quitar todo lo que le estorba. Sólo quien ha experimentado algo de la alegría de Dios, se esfuerza por rechazar los goces del pecado. No sólo la penitencia nos conduce a la alegría, sino que la verdadera alegría, la que viene de Dios, nos conduce a la penitencia serena y humilde que necesitamos.
En la misa de medianoche, de la nochebuena, oiremos esta Palabra: “Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo” (Tt, 2-1113).
Eso es un cristiano, el que espera la venida del Señor, el que desea ese encuentro creciente con el amor de su alma. Por eso, está contento al llegar la Navidad y no deja distraerse por otros elementos extraños a esto. La alegría promete ser desbordante, de dentro afuera, una alegría que el mundo no puede dar, porque sólo viene de Jesucristo nuestro salvador, de nuestro encuentro con Él. Por eso, qué triste una Navidad sin Jesucristo. Recibid mi afecto y mi bendición.
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ADVIENTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo decimos en cada Misa, lo repetimos cantando muchas veces. Es el grito de la comunidad cristiana que vive a la espera de su Señor: Marana tha (Ven, Señor). Estas palabras en arameo las viene repitiendo la comunidad cristiana hace veinte siglos. El cristiano vive a la espera de la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El tiempo de Adviento acentúa esta actitud en nuestros corazones, la actitud de la espera y la esperanza activa. No vivimos en un mundo cerrado en sí mismo. Vivimos en la esperanza cierta de que el Señor vendrá al final y nos llevará con él. Algunos piensan que esta esperanza nos distrae del trabajo comprometido por cambiar este mundo, pero no es así. La esperanza cristiana nos estimula activamente a la transformación de este mundo, en la espera de un nuevo cielo y una nueva tierra. En el camino del Adviento, hoy se nos presenta la figura de Juan el Bautista. Fue por delante del Señor preparando sus caminos. Ya desde el nacimiento se llenó de alegría en la presencia de Jesús, uno y otro desde el seno de sus madres respectivas: Isabel y María. Y en la vida pública, Jesús comienza sus primeros pasos de la mano del Bautista junto al Jordán. Juan lo presentó en público con aquellas preciosas palabras: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, indicando de esta manera la misión del que viene a cargar con nuestros pecados y a redimirnos por su sacrificio redentor. O cuando llegan a confundirlo con el Mesías, Juan repite: Yo no soy el Mesías, soy el amigo del esposo que se alegra de que el esposo esté presente. Jesús dice de él: no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista. La figura de Juan Bautista ocupa un lugar fundamental en los comienzos de la vida pública de Jesús, y por eso es un personaje central en el tiempo de Adviento. No sólo nos señala con el dedo quién es Jesús y nos lo presenta, sino que nos indica con su vida cuáles son las actitudes para salir al encuentro del Señor que viene. En primer lugar, la humildad y la pobreza. Cuando Jesús vino en carne mortal, no vino aparatosamente, sino en humillación. Nació en Belén pobremente y vivió la mayor parte de su vida en la familia de Nazaret, entró en Jerusalén montado en una borriquita, fue crucificado como un malhechor y al tercer día resucitó. Juan Bautista el precursor cumplió su misión en humildad y terminó su misión de testigo de la verdad, cortándole la cabeza Herodes. La otra actitud de Juan el Bautista es la penitencia. Se preparó para la llegada del Señor, viviendo austeramente en el desierto. No fue una caña sacudida por el viento, ni un hombre vestido de lujo que habita en los palacios. Es un profeta que cumple su misión invitando a sus seguidores a un bautismo de penitencia, en el que Jesús mismo quiso sumergirse antes de comenzar su predicación. Nuestro encuentro con el Señor no va a producirse aparatosamente, ni en el lujo, ni en la vida disoluta. Nuestro encuentro con el Señor se producirá si sintonizamos en la onda en la que él emite su mensaje, en la onda en la que Juan Bautista le fue preparando el camino. Jesús anuncia la alegría de la salvación para los pobres de espíritu, a los que el Espíritu Santo le ha enviado. Tiempo de Adviento, tiempo de espera y de esperanza. Pero, cuidado. Demasiadas cosas pueden distraernos del Señor que viene. Salgamos a su encuentro con las pautas que Juan Bautista nos señala. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Ve
EL MISTERIO DE LA NAVIDAD
NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El niño que va a nacer no es un niño cualquiera. Es el Hijo eterno de Dios. Él existe desde siempre, con el Padre y el Espíritu Santo. Es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero… de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho”, decimos en el credo.
Por eso, nuestra primera actitud ante este Niño que nace es la actitud de adoración, que sólo Dios merece: no adoréis a nadie más que a Él. Nos postramos profundamente ante quien nos supera y nos desborda, porque es el creador de todo y en él hemos sido pensados y creados desde toda la eternidad.
A este niño a quien queremos, podemos decirle con toda propiedad: ¡Te adoro! Y nace niño, desvalido, necesitado del amor de un padre y una madre. Es hombre plenamente como nosotros, “en todo semejante a nosotros, sin pecado” (Hbr 4,15).
Lo sentimos como hermano, como uno de los nuestros. Ha suprimido toda distancia entre Dios y el hombre, acercándose de esta manera tan inofensiva, que suscita incluso ternura en quien se acerca hasta él.
Un niño nunca produce miedo, siempre provoca ternura. El misterio de la Navidad consiste en la cercanía de Dios que entra en nuestras vidas de manera asombrosamente cercana. Cómo íbamos a imaginar que Dios se acercara tanto, hasta hacerse uno de nosotros, para que lo podamos acoger en nuestros brazos.
El misterio de la Navidad es el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, para que los hombres seamos hechos hijos de Dios. “Reconoce, cristiano, tu dignidad” (San León Magno).
Toda persona humana es como una prolongación de este misterio, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22), y en cada persona descubrimos esos rasgos de Cristo que se acerca hasta nosotros. A veces incluso desvalido, sin recursos, porque otros le han despojado de ellos o nunca se los han otorgado. Pero siempre con la dignidad que le da ser persona humana, prolongación de Cristo, que sale a nuestro encuentro. He aquí la raíz más honda de toda dignidad humana y de todos los derechos humanos.
La persona vale porque está hecha a imagen y semejanza de Dios, y de ahí nace la igualdad fundamental que elimina toda discriminación. Eres persona humana, tienes una dignidad inviolable y unos derechos, desde el inicio de tu vida hasta su final natural. Y la señal de todo este misterio tan sublime es una mujer.
“Apareció una señal en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada de doce estrellas, está encinta y grita con los dolores de dar a luz” (Ap.12).
Esa mujer es María, que puede ampliarse a la Iglesia, prolongación de María en la historia. Es la misma señal que el profeta presenta al rey Acaz: “Dios os dará una señal: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios-connosotros” (Is 7,14).
En el misterio de la Redención, la persona más importante asociada por Dios ha sido una mujer: María. De aquí arranca la dignidad tan sublime de toda mujer. Ella ha tenido parte esencial en la realización de este misterio, desde la encarnación hasta Pentecostés, y ella sigue teniendo parte esencial en la aplicación de esta redención a todos los hombres de todos los tiempos, también en nuestra época.
La cercanía de Dios hasta los hombres se realiza a través de María, el lugar del encuentro de Dios con los hombres y de los hombres con Dios se realiza en el seno virginal de María.
Ella lleva en su vientre al Hijo de Dios hecho hombre para darlo a todos los hombres de todos los tiempos Y la señal de que su hijo no es un niño cualquiera es que ella lo ha sentido brotar en su seno por la acción directa de Dios, por el amor de Dios, por obra del Espíritu Santo.
María llega de esta manera a una fecundidad que no es propia de la carne y la sangre, sino de Dios (cf Jn 1,13). María engendra a Jesús sin relación sexual con José, porque “antes de vivir juntos” ella queda embarazada, y sin ninguna relación carnal con José, ella da a luz a su hijo, al que José pondrá por nombre Jesús, como nos cuenta el Evangelio de este domingo (Mt 1,18-24).
La Navidad es nueva cada año. Pueden repetirse los adornos, las costumbres, nuestra pequeña capacidad de acogerla. Pero la Navidad siempre es nueva y sorprendente.
Vivámosla con el asombro de un niño ante lo nuevo. La vivimos acercándonos a este Niño, que es el Hijo de Dios hecho hombre. Recibid mi afecto y mi bendición.
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ECCE VENIO, MARÍA NOS PREPARA PARA LA NAVIDAD
Fiat - Ecce venio (Hágase - He aquí que vengo…) Estamos en las vísperas de la Navidad, y la atención de la Iglesia se centra en María: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho es Señor se cumplirá” (Lc 1,45) y en Jesús, que entra en el mundo obedeciendo al Padre: “He aquí que vengo (ecce venio) para hacer tu voluntad” (Hbr 10,7). La generación biológica del Niño que ha brotado en el seno virginal de María, tiene su origen en un acto de fe total por parte de María. En este año de la fe, María nos enseña que la vida de fe produce frutos de amor y buenas obras en nuestras vidas. Dichosa María, modelo para el creyente. La actitud de María, “hágase (fiat) en mí según tu Palabra” (Lc 1,38) es la expresión de una fe total y sin condiciones a Dios, que le pide el consentimiento para colaborar en el misterio de la Encarnación como madre del Redentor. María concibió al Verbo en su mente antes que en su vientre, nos recuerda san Agustín. Es decir, acogió por la fe al Verbo de Dios antes que darle carne de su carne. Y en el mismo instante en que ella da su consentimiento, el Verbo se hace carne en su seno virginal. Este es el misterio de la Encarnación del Verbo, que siendo Dios, y sin dejar de serlo, se hace hombre verdadero. En ese mismo instante cronológico, en el que el Verbo increado entra en la historia como criatura, entra con la actitud de profunda obediencia ante el Padre: “He aquí que vengo (ecce venio) para hacer tu voluntad” (Hbr 10,7). Ya desde el comienzo, el Hijo entra en el mundo en actitud de obediencia al Padre, en actitud de ofrenda de la propia vida con tonos sacrificiales, en actitud sacerdotal ofreciendo su propio cuerpo, su corazón humano, en actitud de solidaridad con todos y cada uno de los humanos. “Por el misterio de la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22). Ya en el instante de la Encarnación, queda expresado todo el misterio redentor del Hijo, que viene como sacerdote eterno, ofreciendo su misma vida, para la redención del mundo. Y todo ello se realiza en actitud de obediencia, de amor, de ofrenda, de solidaridad. En torno a la Navidad, somos invitados a contemplar esa sintonía entre María y Jesús, que se produce precisamente en el instante de la Encarnación y permanecerá a lo largo de la historia y para toda la eternidad. El corazón de María está en plena sintonía con el corazón de Jesús, su Hijo. Uno y otro viven en la obediencia amorosa a Dios y al plan redentor, que incluye la disponibilidad total, la ofrenda de la propia vida, la solidaridad con todo el género humano, al que Dios quiere salvar. El fiat de María es cronológicamente simultáneo al ecce venio de Jesús. Sus corazones laten al mismo ritmo. El motor de este amor es el Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, que envuelve el corazón de María y el corazón de Jesús. Movidos por el Espíritu Santo, estos dos corazones humanos se convierten en el motor del cambio de la historia de la humanidad. El destino de la humanidad ya no es la ruina que ha traído el pecado como desobediencia a Dios. El destino de la humanidad es la sintonía con Dios por la obediencia, desde donde se construye un mundo nuevo, redimido por el amor. Somos invitados a entrar dentro del corazón de Jesús y del corazón de María, de la Madre y del Hijo, para admirar esta sintonía de sentimientos, pidiendo que nuestra vida conecte y sintonice con estas actitudes. La libertad a la que el hombre aspira se alcanza por el camino de la obediencia en el amor. En esta dinámica de amor es introducido José, que cumple lo que el ángel le dice (Mt 1,24), poniéndose a plena disposición del misterio redentor. En esta dinámica de amor entra todo el que se acerca al misterio de la Encarnación. Entremos estos días en esa órbita, y seremos impulsados en esa misma dirección de obediencia amorosa a Dios, de ofrenda de nuestras propia vidas, de solidaridad con nuestros hermanos. Eso es Navidad.
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NOVIEMBRE: DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este domingo de noviembre celebramos en toda España el Día de la Iglesia Diocesana. Una jornada para darnos cuenta de que pertenecemos a la Iglesia Universal en una Iglesia particular o dió- cesis, la diócesis de Córdoba. Jesucristo fundó la Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles y los envió por todo el mundo a anunciar el Evangelio. Aquellos Apóstoles y sus colaboradores expandieron la Iglesia por todo el mundo. En nuestro suelo patrio el Evangelio fue predicado muy pronto, en los albores del cristianismo y después de muchos avatares esta Iglesia del Señor vive y camina en la diócesis de Córdoba, llevando la salvación de Dios a todos sus habitantes. Según los datos estadísticos, el 95,5 % de la población en Córdoba es bautizada católica. Por tanto, miembros de la Iglesia Católica. Pero no todos participan de la misma manera. Hay quienes son bautizados y reciben cristiana sepultura y otros, además, participan de distintas maneras en la vida de la Iglesia. La Visita pastoral me permite contactar con cada parroquia en cada pueblo y puedo afirmar que estamos en una diócesis muy viva, con mucha vitalidad cristiana. Demos gracias a Dios. Con un laicado muy abundante, que actúa en las distintas áreas de la diócesis: catequesis, caritas, culto dominical, coros, lectores, portadores de la comunión a los enfermos, etc. Con una presencia en el mundo muy importante, testigos de Dios y de la vida nueva del Resucitado, transformando el mundo desde dentro a manera de fermento, como el alma en el cuerpo. Con un colectivo cofrade de miles y miles de personas, con ganas de llevar adelante la presencia del misterio cristiano en las calles y plazas de la ciudad y de nuestros pueblos. Con grupos y movimientos de apostolado de muchos colores, sobre todo en Cursillos de Cristiandad y Comunidades Neocatecumenales. Con una presencia cada vez más extendida de la Acción Católica General. El Encuentro Diocesano de Laicos del pasado 7 de octubre ha sido una muestra de la vitalidad de nuestra diócesis de Córdoba, donde hemos afrontado con toda claridad y con mucha esperanza los distintos retos que el mundo de hoy plantea a los católicos y cómo éstos han de salir al encuentro de nuestros contemporáneos sobre todo con el testimonio de una vida nueva y distinta. “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”, nos dice el Señor. Al llegar el día de la Iglesia Diocesana, caemos todos en la cuenta más y más de que la diócesis la hacemos entre todos. Esta Iglesia fundada por Jesucristo, que tiene como alma el Espíritu Santo y como Madre a María Santísima, está formada por todos sus miembros como parte activa, que afronta sus obras como propias y su sostenimiento como una obligación lógica. La Iglesia hemos que mantenerla entre todos, cada uno según sus posibilidades. Con nuestra aportación económica, con nuestra colaboración de voluntariado, con nuestra oración incesante, con nuestro servicio a todos los niveles. Al servicio de esta Iglesia Diocesana hay 280 sacerdotes, que tienen en los actuales 80 seminaristas su continuidad y su futuro. En el seno de esta diócesis hay 25 Comunidades de vida contemplativa, una de hombres y el resto de mujeres, que constituyen la mejor reserva de espiritualidad para vitalizar el apostolado de todos. Más de 800 religiosos y consagrados nos recuerdan la llamada a la santidad de todos. La diócesis de Córdoba tiene como objetivos prioritarios el campo de la familia y de la vida, el campo de la educación y de la transmisión de la fe, el campo de la atención a los pobres, que son el tesoro de la Iglesia. Para cumplir todos estos objetivos, para mantener todas sus instituciones, para vitalizar cada vez más esta Iglesia Diocesana contamos CONTIGO. “Somos una gran familia contigo”. Siéntete miembro activo en esta gran familia, colabora en lo que puedas: es tu diócesis, es la Iglesia del Señor. Recibid mi
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NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Navidad es la fiesta del nacimiento en la carne del Hijo de Dios, que se hace hombre para salvarnos. Este sujeto que hace dos mil años nace en Belén ya existía como Dios en la eternidad, y se hace hombre para hacernos a nosotros partícipes de su divinidad. Y el que es eterno, sin dejar de serlo, nace en el tiempo, haciéndose ciudadano de nuestro mundo. Este cruce de caminos –de Dios al hombre y del hombre a Dios– se realiza en el seno de María virgen y madre. Ella es el santuario de la nueva alianza de Dios con los hombres, alianza nueva y eterna, indisoluble. Al darnos a su Hijo, Dios Padre nos lo ha dado todo, porque viene a salvarnos, haciéndonos partícipes de su divinidad. Ha tomado de lo nuestro para darnos de lo suyo. Se ha abajado hasta nosotros para elevarnos hasta Él. En el misterio de la Navidad comienza nuestra salvación, que se consumará en la muerte y resurrección del que nace para salvarnos. Y en María encontraremos a Jesús. Nunca fuera de ella. Por eso, nos acercamos a ella, que lleva en su seno al Hijo de Dios, y eso la hace ser madre de Dios. En la cruz, en la última hora, Jesús nos la dará como madre nuestra: “Ahí tienes a tu Madre… Y desde aquella hora, la recibió en su casa” (Jn 19,27). La Navidad es para vivirla con María y con José, sin ruidos, en el silencio de la noche. Ellos prepararon este momento y lo vivieron de manera ejemplar. Acudían a Belén para empadronarse, cumpliendo las leyes civiles que lo habían prescrito. Y el llenazo de gente les deja fuera de la posada: “No había para ellos sitio en la posada” (cf. Lc 2,17). María lo dio a luz y lo colocó en un pesebre, un lugar para los animales. Cuánta pobreza hay en Belén, cuánta pobreza rodea el nacimiento de Jesús. Qué cosas tiene Dios. Porque lo que a nosotros nos parece imprevisto, Dios lo tiene previsto y diseñado. Y a su Hijo le prepara un lugar pobrísimo para nacer, ¡con lo que duele eso a unos padres!. Qué tendrá la pobreza y la humillación, cuando Dios la ha escogido como ámbito para el nacimiento de su Hijo. Este Hijo más adelante nos invitará a seguirle, viviendo como ha vivido él. Pobreza y humildad, pobreza y desprendimiento, pobreza y solidaridad. Entre el barullo de la gente, los de alrededor no se enteran de que a su lado ha tenido lugar el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Serán los ángeles los que anuncian la buena noticia a unos pastores: “Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres a los que Dios ama” (Lc 2,14). Y los que van enterándose, van recibiendo la alegría del acontecimiento. Nosotros nos acercamos a la Navidad de la mano de María y de José. No permitamos que el barullo ambiental nos distraiga del misterio. Navidad es una fiesta para contemplar, para fijarnos en la pobreza, en la humildad del Hijo que nace, en el despojamiento total. “Se despojó de su rango” (Flp 2,7). Llegó hasta el colmo de la humillación y vivió humillado toda su vida en la tierra, hasta la muerte de cruz. “Por eso, Dios lo ensalzó” en la resurrección, más allá de la muerte. Navidad es Jesucristo con todas las virtudes que le adornan. Navidad es María que lo trae al mundo en la virginidad de su cuerpo y de su alma. Navidad es la sagrada Familia, como nido donde brota la vida, como santuario del amor y de la vida. “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad”, la dignidad de hijo en el Hijo, la dignidad de hijo de Dios. Y alegrémonos con la alegría que viene de Dios. Feliz y santa Navidad para todos.
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SAGRADAFAMILIA
UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto y ambiente de Navidad, celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, integrada por Jesús, María y José. Qué bonita es la familia, tal como Dios la ha pensado, como un reflejo de su comunión de amor trinitario. En la familia, cada uno de los miembros vive para los demás, se alimenta de esas relaciones y crece en el amor verdadero, entregándose por amor. De esta manera, la familia es escuela y camino de santidad. Puesto que la santidad consiste en parecerse a Dios, la familia es un ámbito propicio para ejercer las virtudes propias de la convivencia humana, una escuela de santidad: «Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta» (Col 3, 12-14). Los esposos, entregándose el uno al otro, en el olvido de sí mismo, buscando que el otro sea feliz y llegue a Dios. Los padres, ilusionados constantemente en el crecimiento de sus hijos: que crezcan sanos de cuerpo y alma, que respiren el amor verdadero, que se mama en casa, que aprendan a hacer de su vida una entrega generosa y sepan elegir bien. Los abuelos, aportando sabiduría y paciencia como lubrificante de las relaciones familiares; los nietos, amando y ofreciendo ternura a los mayores, y más cuando van siendo más débiles. Todo eso va configurando una trama de santidad en las relaciones de unos con otros, donde el sacrificio no echa para atrás, sino estimula a la generosidad de la entrega. Nuestra diócesis de Córdoba ha conocido en los últimos años una expansión de la pastoral familiar a todos los niveles. Han contribuido a ello los dos Sínodos sobre la familia, la Exhortación Amoris laetitia del Papa Francisco y una mayor conciencia de que las relaciones familiares necesitan apoyo, porque la familia no es el problema, sino la solución a todos los problemas. Los Centros de Orientación Familiar (COF) diocesanos –en la Ciudad, en la Campiña y en la Sierra– han conocido una mayor actividad, junto a los curso de orientación matrimonial a propósito de la nueva normativa canónica y la agilización de las causas de nulidad. Apoyemos entre todos la familia. Programas como el “Proyecto Ángel” y el “Proyecto Raquel” para las personas que sufren a causa del aborto antes y después, cursos de conocimiento de la propia fertilidad, Naprotecnología (la ciencia tecnológica al servicio de la procreación natural), y a nivel espiritual “Proyecto Amor conyugal”, cursos para matrimonios, antiguos y nuevos movimientos familiaristas, etc. El Espíritu Santo suscita en su Iglesia nuevos carismas y formas para vivir el matrimonio como un camino de santidad. Las amenazas y los riesgos son muchos, la gracia de Dios es mayor y convierte todo eso en nuevas oportunidades de crecimiento. Educación para el amor, desde la niñez hasta el matrimonio o la vida consagrada. Apertura a la vida, que garantiza el relevo generacional. Atención a los mayores, tanto más necesaria cuando mayor sea su desvalimiento. Apoyo constante a los jóvenes para que afronten el futuro con esperanza. La familia es el lugar idóneo para acompañar y sostener a cada uno en el camino de la vida, la familia es verdadera escuela y camino de santidad. Teniendo a la Sagrada Familia de Nazaret –Jesús, María y José– como referente, pedimos hoy especialmente por nuestras familias, para que reine en ellas el amor de Dios y cada uno de sus miembros llegue a la santidad plena a la que Dios nos llama. Recibid mi
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JESÚS DICE: NO OS AGOBIÉIS POR EL DINERO
HERMANOS Y HERMANAS: Hasta cinco veces nos repite Jesús en el evangelio de este domingo: “no os agobiéis”. El agobio es una experiencia muy frecuente de nuestra existencia humana limitada, pobre, muchas veces impotente ante los problemas que se nos presentan. Cuando el agobio es grave, va unido a la angustia y nos hace sufrir fuertemente. Nuestro tiempo es para muchos un tiempo de agobio, porque no llegamos a todo lo que tenemos que hacer o porque no nos llegan los recursos para todo lo que tenemos que afrontar. Jesús vincula este agobio a la preocupación por las riquezas: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Nunca hemos tenido tantos medios a nuestro alcance y quizá nunca ha habido tanto agobio como el que sufren tantos contemporáneos. Cuanto más tenemos, más agobio sufrimos. El agobio al que se refiere Jesús está íntimamente vinculado a la avaricia, cuando a uno le parece que no va a tener suficiente para comer o para vestir. El agobio proviene principalmente de pensar que tenemos que resolver nuestra vida por nosotros mismos. En ese sentido, aunque tuviéramos todos los bienes de este mundo, seguiríamos agobiados, porque la vida no depende de mí. La vida es un don permanente, que depende de Dios. Y no puedo añadir una hora al tiempo de mi vida, por mucho que me agobie. Sólo desaparece el agobio cuando percibo que Dios me da una vida que no acaba nunca. Por tanto, la invitación de Jesús a no agobiarse es la complementaria a la invitación por parte de Jesús a tener confianza en Dios. Nos presenta el ejemplo de los pájaros del cielo o de los lirios de campo. Dios Padre los alimenta y los viste de hermosura. A Jesús, por tanto, le preocupa nuestro agobio, porque quiere que vivamos confiados en nuestro Padre Dios, que cuida de nosotros, como una madre cuida de su hijo pequeño. Ese cuidado de Dios Padre se llama providencia divina. Dios no nos ha creado para arrojarnos en el mundo, en la historia, dejándonos a nuestra suerte, a ver si sobrevivimos. No, eso supondría una angustia de muerte. Dios nos ha creado por amor, y nos cuida por amor cada día, en cada circunstancia. Dios nos protege de los peligros y nos libra de todos los males. Dios quiere siempre nuestro bien, y su providencia sobre nosotros nunca se equivoca, aunque muchas veces no la entendamos. Jesús vive así, colgado de su Padre y quiere que experimentemos este amor tan delicado y tan tierno. No acabamos de creer en la Providencia, porque no nos sentimos como niños en los brazos de Dios. Pensamos que siendo adultos tenemos que procurarnos todo por nuestra cuenta, y al afrontar un problema tras otro, nos viene el agobio. “No agobiarse”, nos recuerda Jesús, quiere decir: confía en la providencia de Dios, y Dios proveerá. Apoyados en la providencia de Dios, y nunca al margen de ella, tendremos que actuar como colaboradores de Dios para buscar nuestro sustento y el de aquellos que se nos han encomendado. Pero no es lo mismo trabajar teniendo el respaldo de Dios Padre, que lanzarse al vacío como el que tiene que resolver los problemas con sus capacidades y con sus recursos. El agobio de muchos contemporáneos proviene de haberse olvidado de Dios, de haber prescindido de Dios en sus vidas, porque son capaces de valerse por sí mismos en algunas cosas. De ahí proviene la avaricia de querer tener más y más, para prescindir totalmente de Dios. Ahora bien, el que prescinde de Dios, antes o después sentirá ese agobio, porque no será capaz de añadir una hora al tiempo de su vida. No os agobiéis, tenemos un Padre Dios que se ocupa de nosotros y nos hace capaces de colaborar con él para que nosotros y los demás tengamos lo necesario para vivir. Con mi afecto y bendición: Q No agobiarse Dios no nos ha creado para arrojarnos en el mundo, en la historia, dejándonos a nuestra suerte, a ver si sobrevivimos. No, eso supondría una angustia de muerte. Dios nos ha creado por amor. La vida es un don permanente, que depende de Dios. Y no puedo añadir una hora al tiempo de mi vida, por mucho que me agobie. Sólo desaparece el agobio cuando percibo que Dios me da una vida que no acaba nunca.
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JORNADA DE L A JUVENTUD
HERMANOS Y HERMANAS: El color rojo tiene un fuerte simbolismo. Es color de sangre, de bravura. Es color excitante. A lo largo de la historia ha tenido distintos significados. Para los cristianos, en su larga historia bimilemaria, el color rojo es el color de la sangre de los mártires, es el color del Espíritu Santo. El uso del color rojo en la liturgia cristiana nos evoca un amor a prueba de fuego, el amor de Jesús y el amor que él nos ha dejado como mandamiento. Los mártires no han matado a nadie ni han ido contra nadie. Han amado por encima de sus fuerzas humanas, y sometidos a la prueba de salvar su pellejo o de ser cristianos, han sido capacitados para dar la vida libremente, perdonando incluso a sus enemigos. En Córdoba ha habido mártires en todas las épocas, en todas las culturas, en la época romana, en la época visigótica, en la época musulmana, en época reciente. En Córdoba hay bravura, hay casta, hay sangre derramada con amor y por amor a Cristo. En la revolución marxista, sin embargo, el color rojo es color de odio, de lucha de clases, de oposición sistemática, es color de muerte y de destrucción. Los países que han llevado a la práctica esa revolución han visto retrasado su desarrollo, como ha sucedido en el Este europeo, han quedado anquilosados por un Estado que absorbía su libertad y su iniciativa. Ese color rojo no tiene futuro. A los jóvenes que se preparan al gran encuentro con el Vicario de Cristo en agosto de 2011 en Madrid, en la Jornada Mundial de la Juventud y todas las actividades que le acompa- ñan, se les entrega en estos días una bufanda roja. No es el rojo de la revolución marxista, cuyos resultados son un rotundo fracaso, ni el del nihilismo de Nietzsche, que conduce a la nada y al sinsentido aunque exalte al superhombre, ni el de la revolución sexual de Freud y sus discípulos, que hace esclavos del sexo por todas partes. La bufanda roja que se entrega a los jóvenes cordobeses estos días es el rojo del amor cristiano, que ha construido la historia apoyado en Jesucristo y en su Espíritu, invocando a María como Madre del amor hermoso, construyendo la civilización del amor y llamando a todos los hombres a una fraternidad universal que tiene a Dios como Padre, tal como nos lo ha revelado Jesucristo. El sábado 19 de febrero, miles de jóvenes de Córdoba y provincia vinieron a la ciudad. Están calentando motores para el gran encuentro de jóvenes este verano con el Papa, con Jesucristo, con otros millones de jóvenes del mundo entero, que quieren construir un mundo distinto, donde el odio y el pecado queden superados por el amor más grande, el amor de Cristo. Hubo todo tipo de actividades en esta jornada, música, fiesta, liturgia, piedad popular, gozo del encuentro con otros contemporá- neos que comparten la misma fe y los mismos ideales. Pero todas esas actividades invitan a los jóvenes a cambiar de vida, a acercarse a Jesucristo, a vivir la vida de la gracia, recuperando la pureza de alma que ofrece el sacramento del perdón. Todo estaba preparado para que cada uno se encontrase con Jesucristo y le cambiase su vida. No hubo botellón, ni preservativos, ni porros, ni marcha que diluye su persona y deja resaca. El color rojo de esta bufanda es color de amor, de un amor grande y hermoso, que se ha cultivado en esta tierra, al acoger el don del Espíritu Santo. En estos jóvenes está el futuro de la Iglesia y de nuestra sociedad. Estos jóvenes vienen a demostrar que “la Iglesia está viva, que la Iglesia es joven, que la Iglesia lleva en su entra- ña el futuro de la humanidad, que es Jesucristo” (Benedicto XVI).
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SEMINARIO: EL SACERDOCIO, DON DE DIOS PARA EL MUNDO
HERMANOS Y HERMANAS: En torno al día de san José celebramos el día del Seminario en nuestra dió- cesis y en toda España. Es una ocasión propicia para volver nuestros ojos sobre esta primera necesidad de la Iglesia: que tenga sacerdotes según el corazón de Dios. El sacerdote es un don de Dios. Dios ha querido que seamos un pueblo sacerdotal, dentro del cual y al servicio del mismo algunos sean consagrados como sacerdotes para el bien común de este pueblo en las cosas de Dios. Tener a nuestro alcance un sacerdote no es un derecho adquirido, es siempre un regalo de Dios. Dios es el que llama, Dios es el que sostiene en la fidelidad, Dios es el que envía a la misión. A Dios ha de elevarse continuamente nuestra mirada para pedirle muchos y santos sacerdotes. “Rogad al Dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies” (Mt 9,38), porque la mies es abundante y los obreros son pocos. El primer trabajo en la pastoral vocacional es la oración, porque solamente en un clima de fe alimentado por la oración puede percibirse la llamada, puede acogerse el don del sacerdocio y puede sostenerse la fidelidad a esta vocación. He constatado por muchos lugares de la diócesis esta oración por las vocaciones en las preces de la Misa, en la oración sacerdotal de los jueves eucarísticos, en la oración de los enfermos, en cadenas de oración por esta urgente necesidad de la Iglesia. Si a través de la oración entramos en los planes de Dios, Él nos hará entender qué es lo que hemos de hacer para crear el clima propicio a las vocaciones. A un niño y a un joven hoy les es más difícil captar la señal que Dios le envía llamándole al sacerdocio. Hay muchas interferencias que le impiden tener esta cobertura. Hemos de servirles esa señal, haciendo como de repetidores que amplifican la señal. Un buen clima de vida eclesial –en la parroquia, en el grupo apostólico, en la comunidad, en la familia, en la escuela– es siempre el ambiente donde nacen y crecen sanas estas vocaciones. Las vocaciones brotan donde hay un clima de amor intenso a Jesucristo y deseo de colaborar en su obra redentora, donde se cultiva el amor y la devoción a la Virgen María, donde se abre el horizonte misionero de la Iglesia universal superando los particularismos donde uno se mueve. A veces estas vocaciones brotan en la infancia, otras veces en la adolescencia o en la juventud o en la edad madura. Hay llamadas tempranas, hay llamadas tardías. Y hay repuestas de todo tipo. La comunidad diocesana debe estar atenta a todas las llamadas, para acogerlas, discernirlas, acompañarlas, ayudarlas a madurar, sostenerlas con la oración, el interés y la ayuda económica. Valoro mucho los trabajos que se hacen en este campo con los monaguillos, en las convivencias vocacionales, en el preseminario, en la pastoral juvenil, que este año reviste especiales acentos en la preparación de la JMJ. Los sacerdotes, y particularmente los párrocos, son los primeros y principales agentes de la pastoral vocacional. Un cura entusiasmado suscita en su entorno nuevas vocaciones al sacerdocio. Dios ha bendecido nuestra diócesis de Córdoba con un buen número de vocaciones al sacerdocio, pero necesitamos muchas más. No podemos dormirnos en los laureles de lo ya recibido, pues las bendiciones de Dios son promesa de nuevos dones, si sabemos recibirlos con gratitud y compartirlos con generosidad. Demos gracias a Dios y a tantas personas que colaboran en esta obra de las vocaciones. Agradezco especialmente a los sacerdotes que se toman interés por este asunto, a los formadores y profesores del Seminario que gastan su vida llenos de ilusión, a las familias que ofrecen generosamente a sus hijos, a los catequistas, profesores y colegios que educan con una perspectiva de fe, a los bienhechores que aportan sus bienes para una causa tan noble. Todos a una alcancemos de Dios que suscite abundantes vocaciones al sacerdocio ministerial y que sepamos acogerlas con gratitud y con el compromiso de ayudarlas a madurar y a responder con fidelidad a tales dones de Dios. Con m
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DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA: SOMOS UNA FAMILIA CONTIGO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este domingo de noviembre celebramos en toda España el Día de la Iglesia Diocesana. Una jornada para darnos cuenta de que pertenecemos a la Iglesia Universal en una Iglesia particular o diócesis, la diócesis de Córdoba.
Jesucristo fundó la Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles y los envió por todo el mundo a anunciar el Evangelio. Aquellos Apóstoles y sus colaboradores expandieron la Iglesia por todo el mundo. En nuestro suelo patrio el Evangelio fue predicado muy pronto, en los albores del cristianismo y después de muchos avatares esta Iglesia del Señor vive y camina en la diócesis de Córdoba, llevando la salvación de Dios a todos sus habitantes.
Según los datos estadísticos, el 95,5 % de la población en Córdoba es bautizada católica. Por tanto, miembros de la Iglesia Católica. Pero no todos participan de la misma manera. Hay quienes son bautizados y reciben cristiana sepultura y otros, además, participan de distintas maneras en la vida de la Iglesia.
La Visita pastoral me permite contactar con cada parroquia en cada pueblo y puedo afirmar que estamos en una diócesis muy viva, con mucha vitalidad cristiana.
Demos gracias a Dios. Con un laicado muy abundante, que actúa en las distintas áreas de la diócesis: catequesis, caritas, culto dominical, coros, lectores, portadores de la comunión a los enfermos, etc.
Con una presencia en el mundo muy importante, testigos de Dios y de la vida nueva del Resucitado, transformando el mundo desde dentro a manera de fermento, como el alma en el cuerpo. Con un colectivo cofrade de miles y miles de personas, con ganas de llevar adelante la presencia del misterio cristiano en las calles y plazas de la ciudad y de nuestros pueblos. Con grupos y movimientos de apostolado de muchos colores, sobre todo en Cursillos de Cristiandad y Comunidades Neocatecumenales. Con una presencia cada vez más extendida de la Acción Católica General.
El Encuentro Diocesano de Laicos del pasado 7 de octubre ha sido una muestra de la vitalidad de nuestra diócesis de Córdoba, donde hemos afrontado con toda claridad y con mucha esperanza los distintos retos que el mundo de hoy plantea a los católicos y cómo éstos han de salir al encuentro de nuestros contemporáneos sobre todo con el testimonio de una vida nueva y distinta. “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”, nos dice el Señor.
Al llegar el día de la Iglesia Diocesana, caemos todos en la cuenta más y más de que la diócesis la hacemos entre todos. Esta Iglesia fundada por Jesucristo, que tiene como alma el Espíritu Santo y como Madre a María Santísima, está formada por todos sus miembros como parte activa, que afronta sus obras como propias y su sostenimiento como una obligación lógica. La Iglesia hemos que mantenerla entre todos, cada uno según sus posibilidades.
Con nuestra aportación económica, con nuestra colaboración de voluntariado, con nuestra oración incesante, con nuestro servicio a todos los niveles. Al servicio de esta Iglesia Diocesana hay 280 sacerdotes, que tienen en los actuales 80 seminaristas su continuidad y su futuro. En el seno de esta diócesis hay 25 Comunidades de vida contemplativa, una de hombres y el resto de mujeres, que constituyen la mejor reserva de espiritualidad para vitalizar el apostolado de todos. Más de 800 religiosos y consagrados nos recuerdan la llamada a la santidad de todos.
La diócesis de Córdoba tiene como objetivos prioritarios el campo de la familia y de la vida, el campo de la educación y de la transmisión de la fe, el campo de la atención a los pobres, que son el tesoro de la Iglesia.
Para cumplir todos estos objetivos, para mantener todas sus instituciones, para vitalizar cada vez más esta Iglesia Diocesana contamos CONTIGO. “Somos una gran familia contigo”. Siéntete miembro activo en esta gran familia, colabora en lo que puedas: es tu diócesis, es la Iglesia del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia Diocesana «Somos una gran familia CONTIGO»
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LA PURÍSIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto del Adviento, brilla la fiesta de María Santísima, primera redimida, fruto y primicia de la redención de Cristo. Esperamos un Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Él viene a librarnos del pecado y a darnos la libertad de los hijos de Dios. Romperá nuestras cadenas, las cadenas del pecado, que nos atan a nuestros vicios y egoísmos. Y viviremos con él la libertad de la gracia, la libertad del amor, que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. En María todo esto se ha cumplido. Por eso, ella va delante de nosotros como madre buena e inspira nuestro caminar. Mirándola a ella, entendemos la vida cristiana y a dónde nos quiere llevar el Señor. María ha sido colmada de gracia en el momento mismo de su concepción, y por eso, librada de todo pecado, incluso del pecado original. Es la Inmaculada Concepción, la Purísima, la Llena de gracia. “Toda hermosa eres María y en ti no hay mancha de pecado original”. Esta dimensión de María ha sido vivida en la historia de la Iglesia de manera universal, y particularmente en España. Por eso, María es patrona de España en este título de la Inmaculada. España contribuyó especialmente a que esta verdad se extendiera por todo el mundo. España capitaneó los votos inmaculistas, es decir, las promesas de defender la limpia concepción de María Santísima, su libertad del pecado y su plenitud de gracia desde el comienzo. En 1854 el papa Pio IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, y desde entonces todos los años el Papa va a la plaza de España en Roma para depositar un ramo de flores a la Inmaculada. La Inmaculada y España van unidas en este gesto del Papa, que perdura hasta el día de hoy. La única esclavitud que oprime al hombre es el pecado. Y de ahí se derivan todas las demás. El hambre en el mundo proviene del pecado, porque hay alimentos para todos, pero unos se comen lo suyo y lo ajeno. La corrupción en la vida pú- blica proviene del pecado, porque la avaricia del corazón es insaciable y se aprovecha del servicio público para embolsarse privadamente grandes cantidades de dinero. Las guerras y divisiones entre los hombres provienen del pecado, porque cada uno mira solamente sus intereses e introduce la violencia para defenderlos. Las rupturas familiares provienen del pecado, porque no se ofrece el perdón de la convivencia. Toda suciedad del alma proviene del pecado. Necesitamos, por tanto, que alguien nos saque de esta situación y a eso viene Jesús, a salvarnos del pecado y darnos la libertad de ser hijos de Dios. Puestos en esa tesitura, alguno podría pensar que ese sueño es imposible. Pero para Dios nada hay imposible, y nos lo demuestra poniéndonos delante de los ojos una señal: María Santísima. En ella Dios ha realizado lo que quiere realizar en cada uno de nosotros, ciertamente en la medida adecuada. En ella, de manera singular y superlativa; en cada uno de nosotros, según la medida de Cristo, según los dones que Dios nos dé y según la respuesta que a tales dones demos nosotros. Pero en María ya se ha cumplido, y por eso ella es nuestra esperanza. En el marxismo, el sueño que se proyecta hacia el futuro no existe, es una utopía para alentar la esperanza colectiva. En el cristianismo, el ideal tiene rostro concreto: se llama María. Lo que Dios ha hecho en ella quiere hacerlo en nosotros, es posible, ya lo ha cumplido. Por eso, el Adviento es tiempo de esperanza, porque el que viene a salvarnos, Jesucristo, ya está en medio de nosotros, se oculta en el seno de María virgen, que nos lo dará en la nochebuena, nos trae la alegría del perdón de Dios y de su misericordia. Pongámonos en actitud de conversión, con deseo de purificar tantas malas hierbas de nuestro corazón, y brotará en nosotros una vida nueva, que llenará nuestro corazón de alegría. El Adviento es tiempo de esperanza y de alegría, porque nuestros problemas tienen solución en Dios, en Jesucristo. Y María es prueba de ello. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q
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INMACULADA
Nuestra diócesis de Córdoba es costumbre desde hace muchos años que los diáconos de cada año sean ordenados en la fiesta de la Inmaculada, el 8 de diciembre. De esta manera, la gran fiesta de María la llena de gracia, la sin pecado, queda reduplicada por la alegría de estos jóvenes que reciben el sacramento del Orden en el grado de diáconos y que llenan de alegría y esperanza la diócesis de Córdoba que los acoge. Así también, cada año los sacerdotes de Córdoba celebran esta fecha aniversario de su ordenación diaconal, que no olvidarán en toda su vida. María aparece de esta manera en el comienzo del adviento como la primera redimida, y redimida de manera excepcional. Porque Dios la eligió para ser la madre del Hijo eterno, Dios como su Padre, que se hace carne en la carne virginal de María. Ella fue librada de todo pecado antes de contraerlo o de cometerlo, incluso del pecado original. La redención que Jesús viene a traer para todos tiene su primer fruto excepcional en su madre bendita. De esta manera, María ha sido repleta de la gracia divina desde el primer momento de su existencia. “Llena de gracia”, la saluda el ángel de parte de Dios. Y más que llena, requetellena (kejaritomene). Sin ninguna sombra de pecado a lo largo de toda su vida. Y librada incluso del pecado original con el que todos nacemos. En ella el pecado no tuvo nunca morada. Todo su corazón fue para Dios siempre. Mirarla a ella da esperanza, porque lo recibido en ella es también para nosotros. “Concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas”, pedimos en la oración de este día. Los diáconos hacen pública ante Dios y ante la Iglesia su promesa de celibato. Es decir, su plena consagración a Dios. Por el celibato se consagran a Dios en castidad total para toda la vida, renunciando a constituir una familia propia, porque entregan a Dios su corazón, su presente y su futuro, su alma y su cuerpo, los afectos más íntimos. María inspira esta actitud y la sostiene en cada uno. Los sacerdotes son elegidos de entre aquellos que reconocen haber recibido de Dios el don del celibato. Son carismas diferentes, sacerdocio y celibato, pero están íntimamente relacionados desde la primera hora de la Iglesia. Si el sacerdote hace presente a Jesucristo buen pastor en medio de su pueblo y al servicio del mismo, el celibato le permite al sacerdote vivir como vivió Jesús, que vivió virgen y célibe durante toda su vida para entregarse de lleno al servicio de los hermanos. Y junto al celibato, la obediencia. Jesús vivió colgado de la voluntad del Padre continuamente. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió” (Jn 4,34). El sacerdote prolonga esa actitud de Jesús, procurando cumplir la voluntad de Dios en la entrega por sus hermanos. En el diaconado se hace esta promesa de obediencia, poniendo las propias manos en manos del obispo, y prometiendo obediencia al obispo para toda la vida. María vivió en esta actitud de obediencia de la fe desde el fiat ante el ángel hasta el acompañamiento a su Hijo junto a la cruz, durante toda su vida. Obediencia y celibato que conllevan una vida austera, sencilla, pobre, en donde brilla la humildad y sencillez de corazón, ponerse al nivel de la gente humilde, no mirar a nadie nunca desde arriba, sino mirarlos con actitud de amor servicial, que lleva a dar la vida. Todas estas son virtudes y actitudes de María. Por eso, los diáconos de Córdoba viven con especial intensidad esa fiesta de la Purísima, porque en este día grande ella aparece luminosa, iluminando el horizonte del pueblo cristiano, iluminando la vida de los que se consagran a Dios, y renovando año tras año la generosidad de Dios, que hace generosos a los hombres. Oramos en este día por los nuevos diáconos. Ella los proteja siempre. Recibid mi afecto y mi bendició
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MADRE Y VIRGEN VIRGINIDAD DE MARIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Cómo puede ser que una virgen sea madre, o que una madre sea virgen? He aquí la paradoja, que nos invita a entrar dentro del misterio. Nuestra razón humana se queda corta ante esta realidad tan honda. Necesitamos un conocimiento superior para entrar dentro, necesitamos el conocimiento de la fe y la luz superior de la fe para entender que María es madre y es virgen al mismo tiempo. Más aún, que lo uno explica lo otro. La Palabra de Dios así nos lo revela. María recibe el saludo del ángel, que le anuncia que va a ser madre del Verbo hecho carne y que le pide su consentimiento para este plan de Dios tan grandioso (cf Lc 1,26s). María acepta y el Verbo se hizo carne en su seno virginal, sin semen de varón. En el anuncio a José, se nos relata cómo José acogió a María y al que ella llevaba en su seno, y sin tener relaciones sexuales, ella dio a luz a su Hijo (cf Mt 1,18s). La Palabra de Dios quiere certificar que María concibió por la acción milagrosa del Espíritu Santo, que la hizo plenamente fecunda, de manera que pudo tener un hijo sin la colaboración masculina propia de toda generación humana. La virginidad de María no entra en conflicto con su maternidad. Ella está consagrada plenamente a Dios, y Dios la elige para ser su madre. Así como el Padre eterno engendra a su Hijo eterno sin colaboración de nadie, y lo hace por fecundidad pletórica divina, así María, a quien el Espíritu Santo llenó de vida, concibe y da a luz un hijo varón sin necesidad de ninguna colaboración biológica masculina. María se convierte de esta manera en un icono del Padre eterno, que engendra a su Hijo en la eternidad como Dios, y envía este Hijo al mundo para que nazca de María virgen en cuanto hombre. La virginidad de María es una prolongación en la historia y en el tiempo de la virginidad de Dios Padre en la eternidad. María se parece a Dios Padre. Este Hijo que en la eternidad ha sido engendrado virginalmente (por abundancia de vida) es engendrado en el tiempo también virginalmente (por una vitalidad que viene de lo alto). De esta manera, María nos revela el rostro de Dios, o mejor, el Hijo nos revela al Padre ya desde su misma concepción humana, que se realiza en el seno de la virgen María su madre. Introducidos en el misterio por la luz de la fe, vemos como muy coherente que esta mujer sea virgen para reflejar la fecundidad de Dios. Una fecundidad que no brota de la carne ni de la sangre, sino de Dios. Una fecundidad que viene de lo alto. Una fecundidad que brota de la virginidad y que desemboca en maternidad. San Agustín lo resume bellamente: “María fue virgen al concebir a su Hijo, virgen durante el embarazo, virgen en el parto, Virgen después del parto, Virgen siempre” (Sermón 186,1). La virginidad de María es signo de una fecundidad suprema, la fecundidad virginal del Padre eterno, la fecundidad virginal del mismo Jesús, que vivió virginalmente, la fecundidad virginal de José, que colabora en la acogida del misterio. La fecundidad de tantos llamados a vivir en este estado de vida para ser instrumentos de la fecundidad divina. La virginidad cristiana no es una tara o una merma de la persona consagrada a Dios, sino la expresión de una fecundidad superior, que proviene no de la carne ni de la sangre, sino de Dios. Negar la virginidad de María es negar que Jesús sea Dios. Y cuando se atenúa la divinidad del Hijo, la virginidad de su madre se diluye. En estas fiestas de Navidad, que se acercan, celebramos el nacimiento no de un niño cualquiera, sino del Hijo de Dios, que se hace hombre para salvar a los hombres. Un niño cualquiera no nos traería la salvación. Si nos salva es porque es Dios. Y el sello de garantía de que este niño es Dios es precisamente la virginidad de su Madre. En Belén se respira virginidad, plenitud de vida, de una vida nueva que proviene de Dios. Nos acercamos al belén con la pureza de un niño, con la generosidad de María, con la castidad de José. En Belén todo es nuevo, y se renueva la vida de los mortales. Por eso estamos alegres con la alegría que proviene de Dios. Feliz y santa Navidad. Con mi afecto y mi bendición:
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LA INMACULADA
El 8 de diciembre es una fiesta muy grande en el calendario litúrgico. Celebramos la fiesta solemne de María Santísima en su Inmaculada Concepción. Celebramos que María ha sido el primer fruto de la Redención de Cristo, el fruto más logrado. Celebramos que María fue librada de todo pecado, antes de cometerlo. Fue librada incluso del pecado original.
En esta fiesta celebramos la Purísima, la llena de gracias, nuestra Madre del cielo. En el camino del Adviento y en el camino de la vida, María ocupa un puesto singular, porque ella es la que lleva en su seno al Hijo de Dios hecho hombre en su vientre virginal por obra del Espíritu Santo. Cuando esperamos que venga el Salvador, la miramos a ella, que lo lleva en su vientre para darlo al mundo en la Nochebuena y en cada Eucaristía.
María representa la ternura del Adviento. Y a ella le pedimos que nos enseñe y nos ayude a tratar a Jesús como lo trató ella, a acogerlo con un corazón puro, a abrazarlo con todo el amor del mundo, a darlo a los demás como nuestro mejor tesoro. El tiempo de Adviento es un tiempo de esperanza. Una gran esperanza, la esperanza de la venida de Jesús al final. Todo es pasajero, todo tiene fecha de caducidad, todo pasa. Jesucristo permanece para siempre.
Él ha venido a nuestra orilla para llevarnos a la suya, él se ha hecho hombre para hacernos a nosotros hijos de Dios. La plenitud de nuestra vida no está aquí, en lo que vemos, en lo que alcanzan nuestras capacidades. La plenitud de nuestra vida está más allá, está en el cielo.
Por eso, nuestro deseo de vivir siempre quedará saciado pasando por la muerte para el encuentro definitivo con el Señor. Llegaremos a la plenitud cuando hayamos sido despojados de todo (incluso de nuestro cuerpo) y del todo, y podamos así ser plenamente revestidos de gloria.
¡Ven, Señor Jesús! (Maranatha) es la más antigua oración cristiana que se conoce. Aquellas primeras comunidades deseaban ardientemente la venida gloriosa del Señor, e invocaban continuamente esta venida: Ven, Señor Jesús. La repetimos continuamente en la Eucaristía, “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.
Sería una contradicción que repitiéramos una y otra vez esta invocación, y cuando aparecen los síntomas de la venida del Señor, que viene a recogernos, nos asustara esta llegada. Somos ciudadanos del cielo, no ciudadanos de la tierra para siempre.
El paraíso terrenal no existe, aunque algunas ideologías modernas lo dibujen como utopía o aunque tengamos la secreta aspiración de vivir felices en la tierra para siempre. El paraíso está en el cielo y el paso de esta vida a la otra supone un despojamiento, una ruptura, un desgarro. V
en, Señor Jesús es la invocación de que llegue el día definitivo en el que nos encontremos con el Señor para siempre, en un abrazo eterno. En María ya se ha cumplido esa plenitud, ese final. Ella participa de la gloria de su Hijo, a quien ha acompañado en el camino de la pasión y de la muerte en Cruz.
María sigue acompañando a sus hijos que sufren, está más cerca de aquellos que más lo necesitan para darles la esperanza de que llegarán a la plenitud. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza y tiempo de purificación de esa esperanza.
Nada ni nadie de este mundo podrá llenarnos. Sólo Dios podrá hacerlo, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él. El tiempo de Adviento purifique nuestra memoria, mirando al pasado y proyectándonos en el futuro, acogidos a su infinita misericordia. Que el tiempo de Adviento con María os prepare para la venida del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición.
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LA PURÍSIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal. María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada. En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada. Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia. Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima. Que el Señor os conceda a todos una profunda renovación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q
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INMACULADA Y VOCACIONES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Purísima, inmaculada, llena de gracia. Es lo mismo. El 8 de diciembre celebramos con gozo desbordante que María Santísima fue librada de todo pecado, incluso del pecado original, desde el primer instante de su concepción y para toda su vida.
Ya en ese momento fue llenada de gracia, en una plenitud creciente, recibiéndola toda de su Hijo divino, al que consagró alma, vida y corazón. “Alégrate, llena de gracia (kejaritomene)” (Lc 1,28), le dijo el ángel al anunciarle a María que iba a ser madre de Dios.
De esta manera, con esta plenitud de gracia, Dios preparó una digna morada para su Hijo. Ella es la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Ella es el fruto primero y más completo de la redención que su Hijo viene a traer para todos. La Inmaculada es patrona de España, porque ha sido nuestro país el que ha defendido “de siempre” esta cualidad de María, mucho antes de que se proclamara como dogma universal en 1854 por el Papa beato Pio IX.
La Orden franciscana luchó a favor de esta causa por todo el mundo. España tiene a gala tener como patrona a la Purísima, y cuando llega este día hace fiesta grande. Y en esta fiesta de la Virgen, como un anticipo de la misma Navidad que se acerca, el regalo de las Órdenes sagradas.
Este año dos nuevos presbíteros y tres nuevos diáconos. ¡Qué día más grande! Es uno de esos días señalados en el calendario con azul de cielo. Por María, azul celeste, y por los nuevos ordenados, que son un regalo del cielo para la diócesis y para la Iglesia universal.
Necesitamos muchos y santos sacerdotes, llenos de Dios, celoso de su gloria, servidores en el ministerio para sus hermanos los hombres, orantes, desprendidos, austeros, entregados. Que vivan la pobreza para estar ligeros de equipaje y tocar de cerca la carne herida de Cristo. Que vivan el celibato como signo de consagración a Dios con un corazón indiviso, en la castidad perfecta, para amar sin quedarse con nadie. Que vivan en la obediencia gozosa a la voluntad de Dios, para servir sin buscar sus intereses ni su propia gloria. Humildes para que brille la gloria de Dios en sus obras, buscando siempre el bien de las almas. Estos son los sacerdotes de la nueva evangelización a la que nos llama hoy la Iglesia.
La mejor pastoral vocacional es el testimonio de una vida entregada y gozosa por parte de los sacerdotes, porque también hoy Dios sigue llamando a jóvenes que están dispuestos a dar su vida entera para servir a Dios y a sus hermanos en el ministerio sacerdotal.
“¿Por qué quieres ser sacerdote?”, pregunté como rector a un joven arquitecto que un día se acercó a pedir ingreso en el Seminario. “Porque quiero dárselo todo a Jesucristo”, me respondió. Era novio y lo dejó para entregarse a Dios. Hoy es un excelente sacerdote.
Todos los que hoy son sacerdotes lo son, porque al sentir la llamada de Dios en su corazón, se han encontrado con un sacerdote referente, viendo realizado en él lo que Dios quiere realizar en los llamados. Por eso, hemos de orar al Señor por las vocaciones al sacerdocio y por todos aquellos que ya lo son, a fin de que sus vidas sean el mejor reflejo de Cristo sacerdote entre sus hermanos.
No es fácil ser sacerdote hoy, pero es apasionante. Como no fue fácil a María recibir la llamada a entregar su vida por completo y ponerla al servicio de Jesús. Es admirable la respuesta dada por María y es admirable, en su medida, la respuesta dada por el joven que se siente llamado.
A María Santísima pedimos para los sacerdotes y seminaristas la fidelidad al don recibido, porque siendo tan sublime este don, perderlo sería una desgracia inmensa. Para toda la vida, como María. Dios no se merece menos.
La Purísima y las Órdenes van íntimamente relacionadas en este 8 de diciembre, en los albores de la Navidad. Participemos en la alegría que viene de Dios y pidamos que muchos jóvenes que se plantean este camino, no duden como no dudó María en dar el paso para servir a Dios y a los hermanos.
Ave María purísima, sin pecado concebida. Mantén en la fidelidad hasta la muerte a todos tus sacerdotes, para que sean dignos ministros del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición.
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LA PURÍSIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal. María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada. En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada. Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia. Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima. Que el Señor os conceda a todos una profunda renovación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q
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MARÍA, HÁGASE EN MI TU PALABRA, NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Navidad es inminente, estamos a pocos días del gran acontecimiento del nacimiento del Señor. La liturgia tiene esa propiedad, la de hacernos presente el misterio que celebramos, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de S. Ignacio). Jesucristo nació hace veinte siglos, la liturgia nos trae ese misterio hasta nuestros días para que lo vivamos en directo. Estamos en Navidad, fiesta del nacimiento de Jesús en la carne del seno virginal de María. En la Navidad aparecen varios personajes. En primer lugar, el protagonista es Jesús, el Hijo eterno de Dios que nace como hombre. Dios desde siempre, comienza a ser hombre en el tiempo. Engendrado del Padre en la eternidad, engendrado de María en nuestra historia humana. Dios verdadero y hombre verdadero, siendo el mismo y único sujeto. La adoración es la actitud inmediata al contemplar este misterio, porque el Niño que nace es Dios, que llega hasta nosotros en la debilidad de una vida pequeña e indefensa. Junto al Niño está la Madre, María santísima. Lo ha recibido en su vientre sin concurso de varón, virginalmente, por sobreabundancia de vida, como un icono de la fecundidad inagotable del Padre en el seno de Dios. María es plenamente madre, de otra manera, por obra del Espíritu Santo. Ella es todo acogida del don de su Hijo divino. Ella es todo donación de este Hijo al mundo. Con un corazón limpio y generoso, María recibe y entrega. Ella es personaje esencial en este misterio, y quedará unida para siempre e inseparablemente al misterio cristiano. Es la Madre, fuente de vida, no sólo para su Hijo, sino para todos nosotros. La discreta presencia de José realza su papel de colaborador imprescindible. Sin él, el Niño no hubiera nacido. Concebido sin su colaboración biológica, acoge el misterio que María su esposa lleva en su seno virginal y se convierte en verdadero padre. No biológico, pero verdadero padre que protege y sostiene el misterio de la Navidad, al Niño y a la Madre. Silencioso José, dócil a los planes de Dios, pone su vida entera al servicio de toda la humanidad. En el portal de Belén sobresale la pobreza. Allí no hay nada, ni adornos, ni muebles ni cama, ni lo más elemental de una casa pobre. Una cueva, un pesebre, unas pajas. Así ha elegido Dios Padre el lugar para que nazca su Hijo. Esto nos hace pensar que el despojamiento y la humillación del Hijo son un ingrediente necesario para la redención del mundo. Navidad es inteligible en este contexto. Fuera de este contexto, no entendemos nada de lo que acontece en Navidad. Navidad es una llamada fuerte a la humildad, a la pobreza y a la austeridad, al despojamiento en beneficio de los demás. Por eso, Jesús es tan atrayente en Navidad. Porque aparece en la humildad de nuestra carne, despojado de todo, sin aparato social, para que podamos acercarnos a él sin miedo. Él conquista nuestro corazón por la vía del amor y sólo los que se hacen como niños son capaces de entender lo que sucede en esta gran fiesta. De ahí brota la solidaridad con los necesitados. En ellos se prolonga Cristo hoy. Aquel Hijo de Dios, despojado de todo, sigue vivo en tantos hermanos nuestros a los que la vida ha despojado de todo, de su dignidad, de sus derechos. Son miles las personas que a nuestro lado sobreviven sin lo más elemental para vivir, y reclaman nuestra atención, nuestra solidaridad fraterna, nuestra compasión eficiente. Navidad es de los pobres y para los pobres, porque el Hijo de Dios se ha hecho pobre hasta el extremo, invitándonos a ser pobres, humildes y despojados. Y a acercarnos a los pobres para compartir con ellos lo que hayamos recibido. La caridad cristiana, a ejemplo de Cristo, no se sitúa en un plano superior para atender desde ahí a los más humillados. La caridad cristiana se abaja hasta el extremo para compartir desde abajo lo recibido de Dios, incluido el don de la fe. Muchos cristianos, hombres y mujeres, han vivido el misterio de la Navidad así a lo largo de la historia, y han construido de esta manera un mundo nuevo. También esta Navidad quiere dejar huella en tu corazón para que colabores en la construcción de una nueva humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Hágase en mí según tu Palabra Q
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LA PURÍSIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto del Adviento, brilla la fiesta de María Santísima, primera redimida, fruto y primicia de la redención de Cristo. Esperamos un Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Él viene a librarnos del pecado y a darnos la libertad de los hijos de Dios. Romperá nuestras cadenas, las cadenas del pecado, que nos atan a nuestros vicios y egoísmos. Y viviremos con él la libertad de la gracia, la libertad del amor, que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. En María todo esto se ha cumplido. Por eso, ella va delante de nosotros como madre buena e inspira nuestro caminar. Mirándola a ella, entendemos la vida cristiana y a dónde nos quiere llevar el Señor. María ha sido colmada de gracia en el momento mismo de su concepción, y por eso, librada de todo pecado, incluso del pecado original. Es la Inmaculada Concepción, la Purísima, la Llena de gracia. “Toda hermosa eres María y en ti no hay mancha de pecado original”. Esta dimensión de María ha sido vivida en la historia de la Iglesia de manera universal, y particularmente en España. Por eso, María es patrona de España en este título de la Inmaculada. España contribuyó especialmente a que esta verdad se extendiera por todo el mundo. España capitaneó los votos inmaculistas, es decir, las promesas de defender la limpia concepción de María Santísima, su libertad del pecado y su plenitud de gracia desde el comienzo. En 1854 el papa Pio IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, y desde entonces todos los años el Papa va a la plaza de España en Roma para depositar un ramo de flores a la Inmaculada. La Inmaculada y España van unidas en este gesto del Papa, que perdura hasta el día de hoy. La única esclavitud que oprime al hombre es el pecado. Y de ahí se derivan todas las demás. El hambre en el mundo proviene del pecado, porque hay alimentos para todos, pero unos se comen lo suyo y lo ajeno. La corrupción en la vida pú- blica proviene del pecado, porque la avaricia del corazón es insaciable y se aprovecha del servicio público para embolsarse privadamente grandes cantidades de dinero. Las guerras y divisiones entre los hombres provienen del pecado, porque cada uno mira solamente sus intereses e introduce la violencia para defenderlos. Las rupturas familiares provienen del pecado, porque no se ofrece el perdón de la convivencia. Toda suciedad del alma proviene del pecado. Necesitamos, por tanto, que alguien nos saque de esta situación y a eso viene Jesús, a salvarnos del pecado y darnos la libertad de ser hijos de Dios. Puestos en esa tesitura, alguno podría pensar que ese sueño es imposible. Pero para Dios nada hay imposible, y nos lo demuestra poniéndonos delante de los ojos una señal: María Santísima. En ella Dios ha realizado lo que quiere realizar en cada uno de nosotros, ciertamente en la medida adecuada. En ella, de manera singular y superlativa; en cada uno de nosotros, según la medida de Cristo, según los dones que Dios nos dé y según la respuesta que a tales dones demos nosotros. Pero en María ya se ha cumplido, y por eso ella es nuestra esperanza. En el marxismo, el sueño que se proyecta hacia el futuro no existe, es una utopía para alentar la esperanza colectiva. En el cristianismo, el ideal tiene rostro concreto: se llama María. Lo que Dios ha hecho en ella quiere hacerlo en nosotros, es posible, ya lo ha cumplido. Por eso, el Adviento es tiempo de esperanza, porque el que viene a salvarnos, Jesucristo, ya está en medio de nosotros, se oculta en el seno de María virgen, que nos lo dará en la nochebuena, nos trae la alegría del perdón de Dios y de su misericordia. Pongámonos en actitud de conversión, con deseo de purificar tantas malas hierbas de nuestro corazón, y brotará en nosotros una vida nueva, que llenará nuestro corazón de alegría. El Adviento es tiempo de esperanza y de alegría, porque nuestros problemas tienen solución en Dios, en Jesucristo. Y María es prueba de ello. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q
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MARÍA, HÁGASE EN MI TU PALABRA, NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Navidad es inminente, estamos a pocos días del gran acontecimiento del nacimiento del Señor. La liturgia tiene esa propiedad, la de hacernos presente el misterio que celebramos, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de S. Ignacio). Jesucristo nació hace veinte siglos, la liturgia nos trae ese misterio hasta nuestros días para que lo vivamos en directo. Estamos en Navidad, fiesta del nacimiento de Jesús en la carne del seno virginal de María. En la Navidad aparecen varios personajes. En primer lugar, el protagonista es Jesús, el Hijo eterno de Dios que nace como hombre. Dios desde siempre, comienza a ser hombre en el tiempo. Engendrado del Padre en la eternidad, engendrado de María en nuestra historia humana. Dios verdadero y hombre verdadero, siendo el mismo y único sujeto. La adoración es la actitud inmediata al contemplar este misterio, porque el Niño que nace es Dios, que llega hasta nosotros en la debilidad de una vida pequeña e indefensa. Junto al Niño está la Madre, María santísima. Lo ha recibido en su vientre sin concurso de varón, virginalmente, por sobreabundancia de vida, como un icono de la fecundidad inagotable del Padre en el seno de Dios. María es plenamente madre, de otra manera, por obra del Espíritu Santo. Ella es todo acogida del don de su Hijo divino. Ella es todo donación de este Hijo al mundo. Con un corazón limpio y generoso, María recibe y entrega. Ella es personaje esencial en este misterio, y quedará unida para siempre e inseparablemente al misterio cristiano. Es la Madre, fuente de vida, no sólo para su Hijo, sino para todos nosotros. La discreta presencia de José realza su papel de colaborador imprescindible. Sin él, el Niño no hubiera nacido. Concebido sin su colaboración biológica, acoge el misterio que María su esposa lleva en su seno virginal y se convierte en verdadero padre. No biológico, pero verdadero padre que protege y sostiene el misterio de la Navidad, al Niño y a la Madre. Silencioso José, dócil a los planes de Dios, pone su vida entera al servicio de toda la humanidad. En el portal de Belén sobresale la pobreza. Allí no hay nada, ni adornos, ni muebles ni cama, ni lo más elemental de una casa pobre. Una cueva, un pesebre, unas pajas. Así ha elegido Dios Padre el lugar para que nazca su Hijo. Esto nos hace pensar que el despojamiento y la humillación del Hijo son un ingrediente necesario para la redención del mundo. Navidad es inteligible en este contexto. Fuera de este contexto, no entendemos nada de lo que acontece en Navidad. Navidad es una llamada fuerte a la humildad, a la pobreza y a la austeridad, al despojamiento en beneficio de los demás. Por eso, Jesús es tan atrayente en Navidad. Porque aparece en la humildad de nuestra carne, despojado de todo, sin aparato social, para que podamos acercarnos a él sin miedo. Él conquista nuestro corazón por la vía del amor y sólo los que se hacen como niños son capaces de entender lo que sucede en esta gran fiesta. De ahí brota la solidaridad con los necesitados. En ellos se prolonga Cristo hoy. Aquel Hijo de Dios, despojado de todo, sigue vivo en tantos hermanos nuestros a los que la vida ha despojado de todo, de su dignidad, de sus derechos. Son miles las personas que a nuestro lado sobreviven sin lo más elemental para vivir, y reclaman nuestra atención, nuestra solidaridad fraterna, nuestra compasión eficiente. Navidad es de los pobres y para los pobres, porque el Hijo de Dios se ha hecho pobre hasta el extremo, invitándonos a ser pobres, humildes y despojados. Y a acercarnos a los pobres para compartir con ellos lo que hayamos recibido. La caridad cristiana, a ejemplo de Cristo, no se sitúa en un plano superior para atender desde ahí a los más humillados. La caridad cristiana se abaja hasta el extremo para compartir desde abajo lo recibido de Dios, incluido el don de la fe. Muchos cristianos, hombres y mujeres, han vivido el misterio de la Navidad así a lo largo de la historia, y han construido de esta manera un mundo nuevo. También esta Navidad quiere dejar huella en tu corazón para que colabores en la construcción de una nueva humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Hágase en mí según tu Palabra Q
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LA SAGRADA FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia entera está implicada en un proceso de reflexión acerca de la familia, al que papa Francisco nos ha convocado. Un Sínodo en octubre pasado de 2014 y otro Sínodo en octubre de 2015, con la invitación a que todos participemos en su elaboración con las aportaciones personales, comunitarias e institucionales que creamos conveniente. Se trata de una ocasión excepcional, un momento de gracia para acoger las orientaciones que la Iglesia nos propone y entrar en un diálogo de salvación con la situación concreta que vivimos. Son muchos los retos que nos presenta la época presente en torno a la familia. Por una parte, es la institución más apreciada, es el nido donde nacemos, crecemos y somos amados en toda circunstancia, es el lugar donde gozamos y sufrimos, donde compartimos lo que somos y tenemos. Y al mismo tiempo, dada la fragilidad humana, la familia sufre erosión interna y externa. Desde dentro, porque muchos acceden al matrimonio sin la debida preparación, sin la debida madurez afectiva, sin una experiencia suficiente de Dios, que santifica el amor humano en el matrimonio y lo pone a salvo de nuestras veleidades. Por eso, tanto fracaso matrimonial en nuestros días, tanto sufrimiento en este aspecto de la vida tan hondo para la persona. Hay mucho gozo en el seno de la familia, pero también hay mucho sufrimiento, sobre todo en aquellos que no se sienten amados como esperaban. Desde fuera, en el ambiente social, porque la familia se ha convertido en moneda de cambio en un mercado corrupto. De la fragilidad humana se quiere sacar provecho en el inmenso negocio de la pornografía, hoy accesible más fácilmente por internet. Se presenta el amor como algo fugaz e inconsistente, incapaz de dar solidez a la persona y menos aún a un proyecto de amor para toda la vida entre el varón y la mujer. Esto se refleja en las costumbres y en las leyes, que para complacer a los votantes introducen normativas que en vez de arreglar empeoran la situación. Pero el proyecto de Dios sigue en pie. Dios apuesta por la felicidad del hombre (varón y mujer) y sigue ofreciéndole lo que “al principio” dejó inscrito en la naturaleza humana. Dios sigue apostando por la felicidad del hombre y en su hijo Jesucristo nos ofrece una sanación de raíz de nuestras propias debilidades, dándonos el Espíritu Santo como fuerza que nos hace capaces de amar verdaderamente. Cristo ama a su Iglesia de manera plena, hasta entregarse por ella y purificarla, para presentarla ante sí sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef. 5). Y así ha diseñado el proyecto de felicidad para el hombre en el matrimonio: indisoluble, abierto generosamente a la vida. Uno con una para siempre, fuente de fecundidad en los hijos. Lo que el hombre no es capaz de conseguir por sus solas fuerzas, y ni siquiera con la ayuda de los demás, puede alcanzarlo con la gracia de Dios, que quiere hacer feliz al hombre, salvándole de su debilidad y de su pecado. Es posible la esperanza, también en este campo de la familia. He aquí el gran reto de la Iglesia, servidora del Señor y de la humanidad, en nuestros días. A la Iglesia le confía el Señor hoy como siempre que sea luz en un mundo confuso y que oriente el camino de la verdadera felicidad del hombre, a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos. La Iglesia tiene la preciosa tarea de presentar con hechos, con el testimonio de tantos hijos suyos, que la felicidad es posible, que la solidez de la familia nos interesa a todos, que no es una utopía ese plan de Dios sobre la familia, sino que es una realidad al alcance de todos. Y al mismo tiempo, a la Iglesia se le encomienda ser “hospital de campaña” para todos los heridos en esta “guerra”. Ser lugar de acogida para todos sin discriminación, ser hogar donde todos puedan encontrar el bálsamo de sus heridas, porque todos pueden ser curados y fortalecidos por el amor de Dios. La Santa Familia de Nazaret, Jesús, María y José representan ese icono humano, ese círculo de amor, reflejo de la comunidad trinitaria de Dios, que inspira e impulsa toda familia según el plan de Dios. A la Familia de Nazaret encomendamos todas nuestras familias y le damos gracias por todo lo bueno que nuestra familia nos aporta. Recibid mi afecto y mi bendición. A la Iglesia le preocupa la familia Q
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LA SAGRADA FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia entera está implicada en un proceso de reflexión acerca de la familia, al que papa Francisco nos ha convocado. Un Sínodo en octubre pasado de 2014 y otro Sínodo en octubre de 2015, con la invitación a que todos participemos en su elaboración con las aportaciones personales, comunitarias e institucionales que creamos conveniente. Se trata de una ocasión excepcional, un momento de gracia para acoger las orientaciones que la Iglesia nos propone y entrar en un diálogo de salvación con la situación concreta que vivimos. Son muchos los retos que nos presenta la época presente en torno a la familia. Por una parte, es la institución más apreciada, es el nido donde nacemos, crecemos y somos amados en toda circunstancia, es el lugar donde gozamos y sufrimos, donde compartimos lo que somos y tenemos. Y al mismo tiempo, dada la fragilidad humana, la familia sufre erosión interna y externa. Desde dentro, porque muchos acceden al matrimonio sin la debida preparación, sin la debida madurez afectiva, sin una experiencia suficiente de Dios, que santifica el amor humano en el matrimonio y lo pone a salvo de nuestras veleidades. Por eso, tanto fracaso matrimonial en nuestros días, tanto sufrimiento en este aspecto de la vida tan hondo para la persona. Hay mucho gozo en el seno de la familia, pero también hay mucho sufrimiento, sobre todo en aquellos que no se sienten amados como esperaban. Desde fuera, en el ambiente social, porque la familia se ha convertido en moneda de cambio en un mercado corrupto. De la fragilidad humana se quiere sacar provecho en el inmenso negocio de la pornografía, hoy accesible más fácilmente por internet. Se presenta el amor como algo fugaz e inconsistente, incapaz de dar solidez a la persona y menos aún a un proyecto de amor para toda la vida entre el varón y la mujer. Esto se refleja en las costumbres y en las leyes, que para complacer a los votantes introducen normativas que en vez de arreglar empeoran la situación. Pero el proyecto de Dios sigue en pie. Dios apuesta por la felicidad del hombre (varón y mujer) y sigue ofreciéndole lo que “al principio” dejó inscrito en la naturaleza humana. Dios sigue apostando por la felicidad del hombre y en su hijo Jesucristo nos ofrece una sanación de raíz de nuestras propias debilidades, dándonos el Espíritu Santo como fuerza que nos hace capaces de amar verdaderamente. Cristo ama a su Iglesia de manera plena, hasta entregarse por ella y purificarla, para presentarla ante sí sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef. 5). Y así ha diseñado el proyecto de felicidad para el hombre en el matrimonio: indisoluble, abierto generosamente a la vida. Uno con una para siempre, fuente de fecundidad en los hijos. Lo que el hombre no es capaz de conseguir por sus solas fuerzas, y ni siquiera con la ayuda de los demás, puede alcanzarlo con la gracia de Dios, que quiere hacer feliz al hombre, salvándole de su debilidad y de su pecado. Es posible la esperanza, también en este campo de la familia. He aquí el gran reto de la Iglesia, servidora del Señor y de la humanidad, en nuestros días. A la Iglesia le confía el Señor hoy como siempre que sea luz en un mundo confuso y que oriente el camino de la verdadera felicidad del hombre, a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos. La Iglesia tiene la preciosa tarea de presentar con hechos, con el testimonio de tantos hijos suyos, que la felicidad es posible, que la solidez de la familia nos interesa a todos, que no es una utopía ese plan de Dios sobre la familia, sino que es una realidad al alcance de todos. Y al mismo tiempo, a la Iglesia se le encomienda ser “hospital de campaña” para todos los heridos en esta “guerra”. Ser lugar de acogida para todos sin discriminación, ser hogar donde todos puedan encontrar el bálsamo de sus heridas, porque todos pueden ser curados y fortalecidos por el amor de Dios. La Santa Familia de Nazaret, Jesús, María y José representan ese icono humano, ese círculo de amor, reflejo de la comunidad trinitaria de Dios, que inspira e impulsa toda familia según el plan de Dios. A la Familia de Nazaret encomendamos todas nuestras familias y le damos gracias por todo lo bueno que nuestra familia nos aporta. Recibid mi afecto y mi bendición. A la Iglesia le preocupa la familia Q
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Inmaculalda
HERMANOS Y HERMANAS: “Ave María purísima, sin pecado concebida”. Con esta jaculatoria saludamos en España en tantas ocasiones buenas, recordando el saludo del ángel a María, que hacemos nuestro como saludo cristiano. Muchas personas comienzan con estas palabras su confesión sacramental, muchos saludan así al entrar en una casa, muchos la emplean al comenzar una obra buena, etc. Pertenece a la entraña del pueblo cristiano esta devoción mariana, que evoca el saludo del ángel a María y recuerda que ella es la Purísima, llena de gracia y concebida sin pecado original. Al comienzo del Año litúrgico celebramos la solemne fiesta de la Inmaculada, como aurora que anuncia la llegada del sol. La redención de Cristo ha comenzado por María. Ella es la primera destinataria de esa redención que viene a traer su Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Redentor. Ella es la más redimida, la mejor redimida, la primera redimida. En ella nos miramos como en un espejo para contemplar lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros. A ella en medida superlativa, a nosotros según la medida asignada por Dios. A ella, desde el comienzo; a nosotros, como final consumado. Pero todos redimidos por la sangre redentora de Cristo, derramada en la Cruz para limpiarnos de nuestros pecados. María fue concebida por vía natural del abrazo amoroso de sus padres Joaquín y Ana. El fruto de esa unión ha resultado singular, pues Dios eligió a María para que fuera en su momento la madre del Redentor. Y por eso la libró de todo pecado, llenándola de su gracia, incluso librándola del pecado original, que todos contraemos al nacer. Lo que a todos nos viene dado como perdón, a ella le viene dado anticipadamente como prevención en virtud de los méritos de Cristo. De manera que nunca tuvo la más mínima sombra de pecado, y en ella todo fue luz de gracia desde el primer momento. Por eso, la llamamos la Purísima. Nuestra patria Espa- ña, en su larga historia de santidad, ha impulsado continuamente que esta verdad tan arraigada en la conciencia cristiana de nuestro pueblo llegara a ser definida como dogma de fe. Y así sucedió en 1854 (precisamente, el 8 de diciembre), cuando el Papa Pío IX definió que “la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano”. A partir de esa fecha, el Papa visita todos los años la plaza de España en Roma, depositando un ramo de flores junto al monumento de la Inmaculada. María Inmaculada es patrona de España, precisamente con este título tan atractivo y tan seductor para el alma creyente. A ella nos dirigimos en esta hora crucial de la historia de España para que nos tienda su mano materna y seamos capaces de recorrer caminos de paz y de concordia entre todos los pueblos de España. Este corazón inmaculado de María se convirtió en digna morada de su Hijo, al que recibió en la fe y concibió en su vientre, permaneciendo virgen. Se acerca la Navidad, se acerca la contemplación de este misterio de amor, que tiene corazón de madre. Preparemos nuestro corazón para acoger el misterio que nos desborda. Dios se acerca a nosotros en este Niño indefenso en los brazo de su Madre santísima. Nos acercamos a Él con el deseo de acogerlo en nuestro corazón. Que el Adviento sea de verdad tiempo de acercamiento al Señor, porque Él sale a nuestro encuentro en cada hombre, en cada acontecimiento. Sobre todo en aquellas personas que sufren la injusticia, en los pobres y desheredados de la tierra, que reclaman nuestra atención. El viene a establecer un reinado de justicia y de amor. Preparándonos así a recibirle este año, nos vayamos disponiendo a recibirle cuando venga a llevarnos con Él definitivamente. Su Madre bendita nos acompañará en todo momento, también en ese momento supremo. Recibid mi afecto y mi bendición: A
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NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se trata de una de las fiestas más importantes del calendario cristiano, que ha impregnado el tejido social y las costumbres de nuestros ambientes. El que nace Niño en Belén es el Hijo eterno del Padre, que se ha hecho verdadero hombre en el seno de María Virgen. Y viene para hacernos hijos de Dios, para hacernos hermanos unos de otros, viene para traernos la paz con perdón abundante para nuestras vidas redimidas. Todo ello es motivo de gran alegría, y por eso hacemos fiesta.
En nuestra sociedad descristianizada, se va evaporando el motivo hondo de la Navidad. Algunos políticos no saben qué hacer, otros toman medidas que ofenden a los cristianos. En una sociedad con profundas raíces cristianas no se puede arrancar sin hacer daño todo lo referente a la fe cristiana. Asistimos a expresiones de un laicismo radical, que quisiera borrar a Dios del mapa, de la convivencia, de las expresiones culturales. Es una aberración. A nadie se le obliga a creer y nadie tiene que molestarse porque otros tengan fe.
La verdadera aconfesionalidad consiste en admitir a todos, fomentando incluso lo que es de cada uno y de cada grupo en el respeto de la convivencia. Nunca la aconfesionalidad es ataque, abuso de autoridad para suprimir expresiones que son de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Eso ya no es aconfesionalidad, sino militancia laicista y ataque a los creyentes.
La religión es mucho más tolerante que la militancia atea. Por eso, por mucho que se empeñen en ignorarlo o suprimirlo, Navidad es Navidad, no es el solsticio de invierno. Navidad es Jesucristo que nace de María virgen. Ahora bien, la verdadera reivindicación de la Navidad consiste en vivirla y mostrarla a quienes no la viven, respetando a todos. Hemos de reconocer entre los cristianos que, si nos quedamos en lo puramente externo, habremos vaciado nuestro corazón de lo más bonito que se celebra en estos días: el encuentro con Jesús, que viene a salvarnos.
Cada uno de nosotros necesita esa salvación para salir de los enredos del pecado y del egoísmo. Nuestros contemporáneos necesitan esa salvación que trae Jesús. Nuestro mundo necesita al Príncipe de la paz, que nos restaura en la relación con Dios y con los demás.
En Navidad hemos de abrir de par en par el corazón para que entre Jesucristo, limpie nuestro corazón y nos restaure. Celebramos Navidad para acercarnos al Niño de Belén y adorarlo con todo nuestro ser. No adoréis a nadie más que a Él. Nos preparamos a la Navidad con una buena confesión, que nos deje bien dispuestos para este encuentro.
Navidad es María, la virgen madre del Niño que nace en Belén. La persona humana más importante de la historia, una mujer sencilla y humilde, dispuesta a servir, entregada de lleno a la misión encomendada. ¡Cómo nos enseña María a vivir la Navidad verdadera! Y junto a ella, José su esposo, verdadero padre (no biológico) de Jesús, que se ocupa de su familia, la protege, le da cobijo. He aquí la familia de Nazaret: Jesús, María y José. Un hogar inspirador y protector para la familia cristiana.
Navidad es la fiesta de la familia, donde se refuerzan los lazos del amor, donde cada uno se siente querido gratuitamente, el nido donde los esposos (varón y mujer) se complementan y se ayudan, el hogar donde nacen los hijos y crecen sanos alimentados por el amor fiel de sus padres.
Navidad es la fiesta de la solidaridad de unos con otros. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22) y ha establecido lazos de unión de unos con otros. Es más fuerte lo que nos une con cada persona, que lo que pudiera separarnos.
Jesucristo ha compartido con nosotros su vida divina, en actitud de humildad y servicio al hacerse hombre, para que nosotros prolonguemos ese amor fraterno, cuidando especialmente de los más necesitados.
Navidad es fiesta de solidaridad, no una solidaridad superficial, sino la que brota de nuestra más profunda unión con Cristo. A todos os deseo una santa y feliz Navidad. Si vivimos la Navidad de corazón, de verdad, en nuestra familia, en nuestra parroquia, la Navidad transformará el mundo, transformando nuestros corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Hoy es Navidad.
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HOY ES NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy es Navidad. La liturgia de todo el orbe católico nos hace contemporáneos del nacimiento de Jesús en Belén. El Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre, naciendo niño en un establo. No se trata de un simple recuerdo. Se trata de una celebración, es decir, celebrando la Navidad entramos en el misterio de Dios, que, llegada la plenitud de los tiempos, nos ha enviado a su Hijo, nacido de María virgen.
Hoy es Navidad. La cercanía de Dios ha superado todas las expectativas que el hombre pudiera soñar. De muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres, a través de los profetas, a través de múltiples acontecimientos de salvación, a través de una presencia salvadora constante a favor de su Pueblo.
Ahora Dios Padre nos habla en su Hijo, y en Él nos lo ha dicho todo, y no tiene más que decir. El es la Palabra eterna, hecha carne en el seno de María virgen.
Hoy es Navidad. Se trata del acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Todo gira en torno a Jesucristo. El es el centro del cosmos y de la historia. La historia se divide en dos: antes de Cristo y después de Cristo.
Antes de Cristo todo ha sido expectación, búsqueda, esperanza. Con la llegada de Cristo, se han cumplido las promesas de Dios. El hombre descubre a Dios y descubre quién es el hombre. Y la historia se repite en el corazón de cada hombre. Hasta que el hombre se encuentra con Jesucristo, su vida es una expectativa, es una promesa. Cuando se encuentra con Jesucristo, la vida cambia, la vida se llena de plenitud, y ya para siempre.
Hoy es navidad. Es la fiesta del hombre, que ha llegado a su máxima grandeza, cuando, al unirse a Jesucristo, conoce su altí- sima vocación de hijo de Dios. Qué suerte hemos tenido. Dios se ha acercado al hombre de tal manera, que nos hace divinos a todos los humanos que se dejan transformar por el Espíritu de Dios. Nacerán no de la carne, ni la voluntad humana, sino de Dios. En esta fiesta, el hombre encuentra el motivo más profundo de toda solidaridad humana. ¡Somos hermanos en Cristo!
Hoy es Navidad. Nos acercamos temblorosos y curiosos a ver al Niño que ha nacido. Es la Palabra hecha silencio. Es el eterno que se hace temporal y se ajusta al ritmo de las horas y de los días. Es la Vida que asume la caducidad de la muerte, para llevar a la humanidad a la vida que no acaba. Es Dios que se hace hombre, para que el hombre sea divinizado.
Hoy es Navidad. Contemplemos con María, llenos de asombro y estupor, este nacimiento admirable. Pidamos a José esa capacidad de contemplar en silencio lo que sucede ante sus ojos. “Dejémonos contagiar por el silencio de San José”, nos ha recordado el Papa en estos días. Venid, adoremos a este Niño, porque es Dios que se ha hecho hombre.
Hoy es Navidad. La Navidad celebrada cristianamente nos trae alegría, gozo y paz en el corazón. Que el nacimiento del Señor nos llene a todos con estos dones de la Navidad, y nos haga a todos portadores de esta buena noticia para los nuestros. Es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros contemporáneos. Feliz y santa Navidad para todos. Con mi afecto y bendición.
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MARÍA, VIRGEN Y MADRE. NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La cercanía de la Navidad pone delante de nuestros ojos la figura de María, la Madre de Dios. El Niño que nace es el Verbo eterno, y nace como hombre verdadero de una mujer, cumplido el tiempo normal de gestación en su seno materno.
Contemplamos a María con su vientre abultado. Santa María de la esperanza. Y de esa contemplación brota la admiración, recogida en la liturgia vespertina de estos días en las antífonas de la Oh!. Santa María de la O, en la expectación del parto.
Con qué admiración nos invita la Iglesia a vivir estos días inmediatos al nacimiento de Jesús. La admiración brota espontánea, porque esta madre es virgen. Ha concebido a su hijo sin concurso de varón, por la acción milagrosa del Espíritu Santo en su vientre. Ha concebido a su hijo sin perder la gloria de su virginidad.
Se trata de una virginidad de plenitud. María ha consagrado su cuerpo y su alma al Señor, y antes de convivir maritalmente con su esposo José, recibe el anuncio del ángel que le pide su consentimiento para ser madre del Hijo eterno, madre de Dios. Y María dijo: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y “el Verbo se hizo carne” en su vientre virginal.
La virginidad de María no consiste en ninguna carencia, no es una merma, no es un defecto o impotencia. La virginidad de María consiste en una plenitud de vida jamás conocida. María engendra a su Hijo divino, dándole su propia carne y su sangre, a la que se une un alma humana dotada de entendimiento y voluntad. Hombre completo y verdadero.
María se parece de esta manera al Padre eterno, que engendra en la eternidad al mismo Hijo sin colaboración de nadie, por plenitud pletórica de vida en Dios. Este Hijo es de la misma naturaleza del Padre. Dios verdadero y completo. Una sola y única persona, la divina, que sin dejar de ser Dios se hace hombre verdadero.
Es el misterio de la encarnación realizado con la colaboración singular de María la Virgen y Madre. María es virgen antes del parto, es decir, concibe virginalmente por plenitud de vida, sin concurso de varón.
La unión complementaria del varón y la mujer es el camino ordinario, inventado por Dios, por el que todos venimos a la vida. El hijo es fruto del abrazo amoroso de sus padres.
En María, el fruto bendito de su vientre, que es Jesús, nace sólo de ella y por eso se parece totalmente a ella y sólo a ella. María es virgen también en el parto, pues su Hijo no menoscabó la integridad de su madre, sino que la santificó.
Si el parto es una lucha desgarradora entre el hijo y la madre, Jesús fue dado al mundo sin desgarro, con la plena oblatividad de una madre que no lo retiene para sí, sino que lo da generosamente sin ser posesiva.
María es virgen después del parto. Su cuerpo fue totalmente para Jesús y sólo para Él. María no tuvo más hijos ni jamás tuvo relaciones matrimoniales con José. Permanece virgen para siempre. La virginidad de María es el sello de garantía de que el fruto de su vientre es divino.
Si María no es virgen, Jesús no es Dios. Pero este que nace es el Hijo eterno, Dios como su Padre, y la virginidad de su Madre garantiza la identidad del Hijo. Y la identidad divina del Hijo hace que este parto sea singular. La fe cristiana afirma al mismo tiempo que el Hijo que nace es Dios y que la Madre que lo trae al mundo es virgen. No se entiende lo uno sin lo otro.
Por eso, la liturgia nos invita a la admiración, a la contemplación extasiada del Niño que nace y de la Madre virgen que lo da a luz. Esto es la Navidad. Feliz y Santa Navidad para todos, de vuestro obispo: Virgen y Madre.
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DOMINGO DE LA FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Papa Francisco nos ha regalado en este año 2016 una exhortación apostólica titulada Amoris laetitia (la alegría del amor), fruto de los dos Sínodos celebrados previamente.
Un precioso documento que se inserta en la rica tradición eclesial para proponer al mundo entero la alegría del amor humano, que se vive en el seno de la familia, cuyo fundamento son los esposos abiertos a nuevas vidas que brotan del abrazo amoroso de ambos.
En la línea de las enseñanzas del Vaticano II, el beato Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae (1968), dando una visión positiva del amor humano y de su recta administración en el matrimonio, con la generosa apertura a la vida, en el contexto de una paternidad responsable.
Después, san Juan Pablo II dio un fuerte impulso a la doctrina, la moral y la espiritualidad matrimonial. Fue canonizado por el Papa Francisco (2014) como el “Papa de la familia”. A él se deben las Catequesis sobre el amor humano y la Exhortación postsinodal Familiaris consortio (1981).
El amor humano es algo bueno, inventado por Dios, y tiene su expresión carnal en la sexualidad del varón y la mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios y fecundos. El Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas (2005) nos ofrece un análisis agudo y delicado sobre el amor de eros y de ágape.
Ahora el papa Francisco nos propone la alegría del amor con esa tónica positiva de ofrecer a todos el proyecto de Dios y acompañar a tantos hombres y mujeres que a veces cojean en algún aspecto de esta experiencia vital.
Llegados a la fiesta anual de la Sagrada Familia (Jesús, María y José), damos gracias a Dios por nuestra propia familia, en la que hemos nacido o la que se ha constituido por nuevo matrimonio, y le pedimos a Dios que nos ayude a superar los retos del presente y a sanar las heridas en este campo medular de la persona, el amor humano.
El panorama en el que vivimos insertos no es fácil. El deseo de compartir todo durante toda la vida se ve truncado cuando llega la infidelidad de alguno de los esposos. El amor de Dios y su perdón son capaces de restaurar esas heridas, recuperando el respeto mutuo de quienes se habían prometido fidelidad para siempre.
La apertura generosa a la vida no pasa por sus mejores momentos. Vivimos inmersos en un ambiente antinatalista, donde la anticoncepción se ha generalizado y donde ha crecido el número de abortos.
Vivimos un invierno demográfico demasiado largo, que nos hará pagar a caro precio ese miedo a transmitir la vida. Si no hay hijos, no hay reemplazo generacional, pero ante todo, si no hay hijos es porque generalmente se taponan las fuentes de la vida. Y un amor taponado se corrompe, se enfría, se pierde.
Por otra parte, la ciencia tecnológica permite conseguir un hijo en la pipeta del laboratorio, dejando como “material sobrante” los embriones que no se utilizan. Un hijo tiene derecho a nacer del abrazo amoroso de sus padres. Por eso, el Papa Francisco pone todo el acento en la preparación para el matrimonio de tantos jóvenes que sueñan con ese futuro feliz para sus vidas.
Para poder amar durante toda la vida es necesario prepararse, es fundamental aprender a amar, superando todo egoísmo. Los novios tienen la bonita tarea de dejarse iluminar por la Palabra de Dios y por la enseñanza de la Iglesia, que les propone un camino precioso para ser felices toda la vida. Pero eso requiere el encuentro con Jesucristo y la vivencia de la fe en su Iglesia.
Quizá muchos hoy se acercan al matrimonio sin saber lo que Dios les ofrece ni lo que ellos desean. Cuando esto es así, el fracaso está garantizado. Quizá éste sea hoy el reto más grave al que nos enfrentamos.
La fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret nos invita a reforzar las verdaderas motivaciones del matrimonio. Si es un invento de Dios, tiene que ser bueno, tiene que ser posible, tiene que ser fácil. Las cosas de Dios están a nuestro alcance si confiamos en él, si invocamos cada día humildemente su gracia, si reconocemos nuestra debilidad y acudimos a quien puede fortalecernos.
Os convoco a todos para celebrar juntos la fiesta de las familias el próximo 8 de enero en la Catedral de Córdoba, a las 12. Los que cumplís 25 y 50 años de matrimonio, con vuestros hijos y nietos, venid. Un coro de niños canta a Jesús en esta ocasión de familia. La fiesta de la Sagrada Familia nos estimule a salir al encuentro de tantas personas que sufren en este punto del amor conyugal, para acogerlas, acompañarlas, integrarlas. Dios quiere nuestra felicidad y el amor humano no debe convertirse nunca en una tortura. Recibid mi afecto y mi bendición: La alegría del amor en la familia
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LA FAMILIA, PRIMERA NECESIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El contexto de la Navidad nos introduce de lleno en la familia. Son fechas de reunirse todos, de saludar a los que no han venido, de expresar nuestro cariño de múltiples maneras, de recordar a los que ya han partido a la casa del Padre. Son fechas muy familiares. Para creyentes y no creyentes, la familia es una realidad de primera necesidad en su vida.
Y la familia se constituye por el vínculo estable de un varón y una mujer, bendecido por Dios, de donde brota la vida de los hijos, constituyéndose así una comunidad de vida y amor entre todos sus miembros. La familia más amplia la integran los abuelos, los primos, los tíos.
Crecer en ese ambiente sano va formando una personalidad sana, fuente de felicidad y bienestar. Ninguna otra realidad de nuestra vida comparable con la familia.
En la familia encontramos apoyo, la familia está siempre detrás cuando llegan las dificultades, la familia es el mejor estímulo para los padres que gastan su vida por el hogar que han formado, la familia es escuela de fraternidad y convivencia, en la familia aprendemos a amar de verdad.
Jesús quiso vivir en una familia, santificando los lazos familiares. La mayor parte de su vida en la tierra fue una vida de familia. “Jesús bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 51).
Ver crecer a un hijo, a un nieto es fuente de gozo para los padres y para los abuelos, llenando de sentido su existencia. Jesús dio esta profunda satisfacción a sus padres, que lo veían crecer hasta llegar a la madurez.
Por otra parte, él sintió el cariño de sus padres y sus abuelos, que le ayudaron a crecer sano en su sicología humana. “Esposo y esposa, padre y madre, por la gracia de Dios”, reza el lema de este año para la fiesta de la Sagrada Familia en el domingo más cercano a la Navidad.
La ideología de género pretende cambiar el lenguaje de manera intencionada, para anular toda diferencia entre padre y madre, esposo y esposa. Se sustituye padre y madre por progenitor A y B, se sustituye esposo y esposa por cónyuge 1º y 2º.
En el plan de Dios, el único que hará feliz al hombre en la tierra y en el cielo, hay una diferencia para la complementariedad entre el esposo y la esposa, el padre y la madre. Borrar las diferencias anula las personas. Borrar esta especificidad anula la familia. Lo que parece un juego inocente de palabras, encierra toda una ideología y una orientación destructora de la familia.
Vuelve en estos días el debate sobre el aborto, subrayando hasta el extremo la libertad de la mujer para ser o no ser madre. Sin duda, la mujer (y el varón) ha de tener libertad para algo tan sublime como es la maternidad (paternidad). Y cuanto más libre y responsable sea esa decisión, mejor.
Pero si en algún momento, con libertad o sin ella, se concibe un nuevo ser, éste no puede pagar los vidrios rotos de sus padres. No se puede arreglar una situación de irresponsabilidad con otra añadiendo un crimen. El aborto siempre es un fracaso. Fracaso de la humanidad, que traga todos los días la noticia de miles y miles de abortos.
Fracaso para la madre, que se ve en la situación de matar a su hijo, porque no le cabe otra salida. Fracaso para los miles de personas que son eliminadas en el claustro materno, el lugar más seguro del mundo y el más cálido de nuestra existencia. Se necesita un acompañamiento a la mujer en situación de riesgo, urge prevenir ya desde la educación afectivo-sexual de los adolescentes y jóvenes, e incluso desde niños, debemos potenciar entre todos la fidelidad hasta la muerte a la propia pareja.
Y no vale decir que lo que aparece en el vientre materno es un simple amasijo de células. No. La ciencia muestra a las claras que desde el momento mismo de la concepción tenemos un nuevo ser humano, con su propio código genético, con su propio potencial de desarrollo, que merece todos los respetos por parte de quienes tienen que ayudarle a desarrollarse y nunca tienen el derecho a deshacerse de él eliminándolo. Va ganando puntos en la lucha por la vida ese respeto merecido al embrión humano, el ser más indefenso de la naturaleza, que hay que proteger en una sana ecología humana.
Dios quiera que la Navidad nos haga más sensatos a la hora de valorar la vida, la familia, el amor humano. Dios lo ha hecho muy bien, y “vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31).
No destroce el hombre la obra de Dios, si no quiere acarrearse la ruina para sí mismo y para su entorno. Recibid mi afecto y mi bendición.
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ENERO 2011 FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
Nº265 • 02/01/11 3 VOZ DEL PASTOR UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto de la Navidad, fiesta de gozo y de salvación, celebramos la fiesta de la Sda. Familia de Nazaret, donde conviven Jesús, María y José, como un icono de la vida trinitaria, puesto que Dios es una familia de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No estamos llamados a vivir en solitario, como personas aisladas. Estamos todos llamados a vivir en familia. A vivir en familiaridad con las Personas divinas, y a vivir en relación continua con la familia humana, que en la Iglesia encuentra su preciosa expresión y su realización. “La Iglesia es como un sacramento de la unión de los hombres con Dios y de la unión de los hombres entre sí” (LG 1), constituyendo como una familia humana. La fiesta de la Sda. Familia nos hace sentirnos miembros de esta gran familia que es la Iglesia, la familia de los hijos de Dios. La familia es la “Iglesia doméstica”, es decir, un espacio de convivencia humana donde se hace presente la Iglesia fundada por Jesucristo. En la propia familia uno es amado por sí mismo, cada uno de nosotros es atendido cuando llegan los momentos de prueba. En la familia hemos nacido y hemos crecido al calor de unos padres y de unos abuelos que nos aman, de unos hermanos y de unos primos que nos han ayudado a crecer. En la familia aprendemos a amar. En la familia son atendidos particularmente los ancianos y los enfermos. Y cuando llegan los momentos de crisis, la familia es el recurso principal para sentirse apoyado y salir adelante. Y es que la familia pertenece al designio de Dios-amor sobre los hombres. En este plan amoroso de Dios, la familia constituye un pilar fundamental de nuestra vida y de nuestra convivencia. Según el plan de Dios, la familia consiste en la unión estable de un varón y una mujer, que se aman y se profesan amor para toda la vida. Unión santificada por la bendición de Dios en el sacramento del matrimonio, cuyo vínculo es fuente permanente de gracia y es irrompible, es decir indisoluble. Unión que por su propia naturaleza está abierta a la vida y suele desembocar en el nacimiento de nuevos hijos que completan el amor de los padres y constituyen como la corona de los padres. Este plan de Dios –el plan de la familia– no ha sido destruido ni siquiera por el pecado original ni por el castigo del diluvio, con el que tantas cosas fueron a pique. En el principio, Dios los hizo varón y mujer, y vio Dios que era muy bueno. El pecado trastornó estos planes de Dios, pero Dios mantuvo su bendición sobre el varón y la mujer en orden a la mutua complementariedad y la prolongación de la especie humana. Dios ha ido perfeccionando el modelo de familia hasta llevarlo a plenitud en su Hijo Jesucristo. Su Hijo eterno, Jesucristo nuestro Señor, se ha presentado en el mundo como el Esposo que viene a desposarse con cada uno de nosotros y viene a saciar los deseos más profundos de todo corazón humano. “Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para consagrarla, purificándola con el baño del agua y de la palabra y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante” (Ef 5). Jesucristo actúa con nosotros, con su Iglesia, como un esposo que engalana a su esposa con su Espí- ritu Santo, con su gracia, con sus sacramentos, con su Palabra, con todos sus dones. Jesucristo ha bendecido las bodas de Caná y ha santificado el matrimonio elevándolo a la categoría de sacramento de la unión del mismo Cristo con su Iglesia. Jesucristo hace posible que el matrimonio sea indisoluble, como nunca antes lo había sido. Jesucristo llena de su amor –de un amor crucificado– el corazón de los esposos para que se amen sin medida, hasta dar la vida totalmente el uno por el otro y ambos por los hijos, para que sepan perdonarse. El amor matrimonial, vivido desde Cristo, ya no es un sentimiento paHomilía de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba, en la fiesta de la Sagrada Familia. Catedral de Córdoba, 26 de diciembre de 2010 canaldiocesis.tv La familia, esperanza de la humanidad Q Jesucristo hace posible que el matrimonio sea indisoluble, como nunca antes lo había sido. Jesucristo llena de su amor –de un amor crucificado– el corazón de los esposos para que se amen sin medida. Cuando llegan los momentos de crisis, la familia es el recurso principal para sentirse apoyado y salir adelante. Y es que la familia pertenece al designio de Dios-amor sobre los hombres. •
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LA ENCARNACIÓN: JORNADA DE LA VIDA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 25 de marzo, solemnidad de la Encarnación del Señor, celebra la Iglesia en España la Jornada por la Vida. El Verbo ha comenzado a existir como hombre en las entrañas virginales de María, por obra del Espíritu Santo. El Verbo se ha hecho carne, comenzando a ser un embrión en el seno materno. El misterio del hombre sólo se entiende a la luz del Verbo encarnado, también en esta fase embrionaria del ser humano (cf GS 22). La investigación cientí- fica explica cada vez mejor cómo el ser humano comienza a existir desde el momento mismo de su concepción, es decir, en el momento de la fecundación. Y los partidarios de eliminar seres humanos en el vientre materno se ven cada vez más abochornados ante los descubrimientos de la ciencia, y tienen que justificar sus planteamientos con ideologías y prejuicios acientíficos. Se trata ciertamente de la batalla más encarnecida que sostiene hoy la humanidad, o a favor de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, o en contra de la vida mediante el aborto, la eliminación de embriones, la supresión de los disminuidos, la aceleración de la muerte para los enfermos terminales, etc. “Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14), es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15)” (EV 3). Asistimos a una verdadera conspiración contra la vida, como denunciaba Juan Pablo II en su encíclica Evangelium vitae (1995), fruto de un eclipse de Dios en nuestra cultura contemporánea. Por eso, es necesario proponer una y otra vez el Evangelio de la vida, que brota del Verbo hecho carne, y nos presenta al Dios amigo de la vida y del hombre, más fuerte que la cultura de la muerte, que proviene del egoísmo y del pecado. En esta lucha sin cuartel, nos mantiene la esperanza de que la vida triunfará sobre la muerte, como ha sucedido en Cristo, que ha vencido la muerte resucitando. Y de vez en cuando nos llegan noticias de esta victoria, de pequeños pero importantes logros, que nos alientan a seguir en la tarea. Hay muchos jóvenes y muchos voluntarios que trabajan en este campo a favor de la cultura de la vida. Hay muchas iniciativas de grupos sociales que promueven esa cultura de la vida. La Iglesia es pregonera de esta buena noticia, que encuentra eco en muchas personas amigas de la vida. La Jornada por la Vida este año nos dice: “Siempre hay una razón para vivir”. La vida es sagrada, la vida es un don de Dios. Pero al mismo tiempo, la vida es un bien para el hombre. Es un bien para el que vive, y es un bien para quienes le rodean. Por muy terminal que sea una existencia, es una vida preciosa que hay que mimar. Qué luz tan hermosa proyecta sobre este tema la perspectiva de la vida eterna. A la luz de este horizonte, vale la pena traer hijos al mundo para que sean partícipes de una vida inacabable, eterna. Vale la pena gastar la vida en su crianza, vale la pena dar la vida para que otros tengan vida. Y a la luz de este horizonte es valiosa la vida de un disminuido, o de un inválido, o de una persona en fase terminal. Las personas no se valoran por lo que producen, sino por lo que son. Una madre, una abuela, un hijo no se miden por lo que producen. Valen por lo que son. Y la vida es bonita vivirla siempre. Por eso, “siempre hay una razón para vivir”. Con mi afecto y bendición: S
103 HOMILIAS CICLO A 2011
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ENERO 2011 FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
Nº265 • 02/01/11 3 VOZ DEL PASTOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto de la Navidad, fiesta de gozo y de salvación, celebramos la fiesta de la Sda. Familia de Nazaret, donde conviven Jesús, María y José, como un icono de la vida trinitaria, puesto que Dios es una familia de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
No estamos llamados a vivir en solitario, como personas aisladas. Estamos todos llamados a vivir en familia. A vivir en familiaridad con las Personas divinas, y a vivir en relación continua con la familia humana, que en la Iglesia encuentra su preciosa expresión y su realización. “La Iglesia es como un sacramento de la unión de los hombres con Dios y de la unión de los hombres entre sí” (LG 1), constituyendo como una familia humana.
La fiesta de la Sda. Familia nos hace sentirnos miembros de esta gran familia que es la Iglesia, la familia de los hijos de Dios. La familia es la “Iglesia doméstica”, es decir, un espacio de convivencia humana donde se hace presente la Iglesia fundada por Jesucristo.
En la propia familia uno es amado por sí mismo, cada uno de nosotros es atendido cuando llegan los momentos de prueba. En la familia hemos nacido y hemos crecido al calor de unos padres y de unos abuelos que nos aman, de unos hermanos y de unos primos que nos han ayudado a crecer. En la familia aprendemos a amar. En la familia son atendidos particularmente los ancianos y los enfermos. Y cuando llegan los momentos de crisis, la familia es el recurso principal para sentirse apoyado y salir adelante. Y es que la familia pertenece al designio de Dios-amor sobre los hombres.
En este plan amoroso de Dios, la familia constituye un pilar fundamental de nuestra vida y de nuestra convivencia. Según el plan de Dios, la familia consiste en la unión estable de un varón y una mujer, que se aman y se profesan amor para toda la vida. Unión santificada por la bendición de Dios en el sacramento del matrimonio, cuyo vínculo es fuente permanente de gracia y es irrompible, es decir indisoluble. Unión que por su propia naturaleza está abierta a la vida y suele desembocar en el nacimiento de nuevos hijos que completan el amor de los padres y constituyen como la corona de los padres.
Este plan de Dios –el plan de la familia– no ha sido destruido ni siquiera por el pecado original ni por el castigo del diluvio, con el que tantas cosas fueron a pique. En el principio, Dios los hizo varón y mujer, y vio Dios que era muy bueno. El pecado trastornó estos planes de Dios, pero Dios mantuvo su bendición sobre el varón y la mujer en orden a la mutua complementariedad y la prolongación de la especie humana.
Dios ha ido perfeccionando el modelo de familia hasta llevarlo a plenitud en su Hijo Jesucristo. Su Hijo eterno, Jesucristo nuestro Señor, se ha presentado en el mundo como el Esposo que viene a desposarse con cada uno de nosotros y viene a saciar los deseos más profundos de todo corazón humano. “Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para consagrarla, purificándola con el baño del agua y de la palabra y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante” (Ef 5).
Jesucristo actúa con nosotros, con su Iglesia, como un esposo que engalana a su esposa con su Espí- ritu Santo, con su gracia, con sus sacramentos, con su Palabra, con todos sus dones. Jesucristo ha bendecido las bodas de Caná y ha santificado el matrimonio elevándolo a la categoría de sacramento de la unión del mismo Cristo con su Iglesia.
Jesucristo hace posible que el matrimonio sea indisoluble, como nunca antes lo había sido. Jesucristo llena de su amor –de un amor crucificado– el corazón de los esposos para que se amen sin medida, hasta dar la vida totalmente el uno por el otro y ambos por los hijos, para que sepan perdonarse. El amor matrimonial, vivido desde Cristo, ya no es un sentimiento paHomilía de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba, en la fiesta de la Sagrada Familia. Catedral de Córdoba, 26 de diciembre de 2010
Nº265 • 02/01/11 4 VOZ DEL PASTOR: LA SAGRADA FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesucristo nos hace capaces de amarnos como Él nos ama, hasta el extremo, hasta dar la vida. Y esto no es un heroísmo del cristiano, sino que es una gracia de Dios que se alimenta continuamente de los sacramentos, de la Palabra, de la convivencia de cada día. Es un amor que convierte las dificultades en ocasiones de más amor.
Este amor de los esposos debe fluir como el agua que corre. Si se estanca, se pudre. El amor conyugal debe fluir en una apertura constante a la vida, que recibe de Dios responsablemente los hijos, como el mejor regalo del matrimonio. El Magisterio de la Iglesia insiste en que el amor conyugal debe ser humano, total, exclusivo y fecundo, porque la persona llega a su plenitud en el don de sí mismo. Cualquier recorte en esta donación es una merma en el don de sí mismo, es un achicamiento de la grandeza a la que el hombre (varón o mujer) es llamado.
Entre los esposos, esta mutua donación tiene su expresión incluso en la donación corporal, en el lenguaje de la sexualidad que Dios mismo ha situado en el corazón humano. Cuando la sexualidad es entendida como un juego de placer, este proyecto de Dios sobre el hombre se arruina. El placer que acompaña a la relación sexual no puede convertirse en valor absoluto de las relaciones del varón y la mujer.
Cuando lo único que se persigue es el placer, la satisfacción de uno mismo, el otro se convierte en objeto, y el amor se convierte en egoísmo. La sexualidad entonces es el lenguaje del egoísmo, del egoísmo más terrible, porque utiliza al otro para su propio provecho. Lo que Dios ha hecho –la sexualidad humana- como expresión del amor auténtico, el hombre (varón o mujer) puede convertirlo fácilmente en lenguaje del más puro egoísmo, que conduce a disfrutar del otro a toda costa, incluso hasta la violencia psicoló- gica o física.
La familia es escuela de amor, empezando por los esposos. Es preciso estrenar cada día ese amor, liberado del egoísmo por la gracia del perdón de Dios, que haga a los esposos entregarse cada vez con un amor renovado. El sacramento de la Eucaristía es la escuela del amor.
En este sacramento, Jesús renueva su entrega –incluso corporal– a cada uno de nosotros. Una entrega que le ha costado la vida, una entrega hecha de amor verdadero. Una entrega que quiere alimentar en nosotros ese mismo calibre de entrega en la relación de unos con otros, también en la relación de los esposos entre sí. Ante un proyecto demoledor de la familia, evangelicemos la familia.
El plan amoroso de Dios ha encontrado a lo largo de la historia múltiples dificultades que llenan de sombra este precioso proyecto y conducen al hombre (varón o mujer) a la mayor de las tristezas. Si la familia y el amor humano son fuente de alegría inmensa, la extorsión de este plan precioso se convierte en fuente continua de dolor y sufrimiento para los que lo padecen.
Nunca sufre más la persona humana que cuando padece desamor, y más aún si lo padece por parte de quienes deben amarle. Nada tan doloroso para el corazón humano como el sentirse objeto del otro o el sentir no correspondido el amor que ha puesto en su vida. Nuestra época padece más que nunca este desamor.
Pero precisamente en nuestra época se quiere prescindir del plan de Dios, precisamente por ser de Dios. Una vez más, cuando el hombre se aparta de Dios, se acarrea toda clase de males en contra de sí mismo y en contra de los demás. El hombre contemporáneo se aparta de este proyecto de Dios cuando se deja contagiar por la mentalidad anticonceptiva de nuestra época.
En muchos ambientes y en muchos corazones la aspiración es a disfrutar lo más posible de la sexualidad humana como fuente de placer, evitando a toda costa el nacimiento de un nuevo hijo en el seno de la familia. Esta mentalidad no es nueva, es tan vieja como el hombre. Pero en nuestros días se ha acentuado, empleando para ello los medios técnicos al alcance, que hoy son mayores que en otras épocas: la píldora anticonceptiva y todos los métodos químicos o artificiales para impedir la fecundación, llegando incluso a la esterilización masculina o femenina que convierte al varón.
La familia es escuela de amor, empezando por los esposos. Es preciso estrenar cada día ese amor, liberado del egoísmo por la gracia del perdón de Dios, que haga a los esposos entregarse cada vez con un amor renovado.
CELEBRACIÓN DE LA SAGRADA FAMILIAEN LA S.I.C. (26 DE DICIEMBRE DE 2010) • Nº265 • 02/01/11 5 VOZ DEL PASTOR
Queridos esposos (y queridos sacerdotes y catequistas de estos temas). La Iglesia nos enseña que en la relación conyugal de los esposos, va contra el plan de Dios que en la unión sexual sea impedida la apertura a la vida. Todo acto matrimonial debe estar abierto por su propia naturaleza a la vida.
La encíclica Humanae vitae enseña claramente esta doctrina, y –¡ay de nosotros!–, si la extorsionamos diciendo lo contrario o dejando a la conciencia de cada uno que haga lo que quiera. La conciencia no es la subjetividad que se afirma a sí misma, sino la capacidad de conocer la verdad y obedecerla con todo el corazón.
Cuando la Iglesia nos enseña claramente una doctrina, los hijos de la Iglesia deben ponerse en actitud de obedecerla, de seguir la verdad que se nos anuncia. Hemos de pedir perdón a Dios porque en este punto obispos, sacerdotes y catequistas no hemos anunciado con fidelidad la doctrina de la Iglesia, la doctrina que salva y hace felices a los hombres. En el desierto demográfico que padecemos, en el que el mundo occidental se muere de pena, todos tenemos nuestra parte de culpa. No sólo los legisladores y los políticos por no favorecer la familia verdadera, sino también los transmisores de la verdad evangélica (obispos-presbiteros-catequistas) por haber ocultado o negado la doctrina de la Iglesia en este punto.
España lleva muchos años con el índice de natalidad más bajo del mundo, y desde que se ha introducido el aborto hay más de un millón de muertos por este crimen abominable. Por este camino, España y los países occidentales tan orgullosos de su progreso caminan hacia su propia destrucción. Las facilidades para el divorcio, para la anticoncepción en todas sus formas, para el aborto incluso con la píldora del día después repartida gratuitamente como anticonceptivo, son otros tantos ataques a la familia, al proyecto amoroso de Dios sobre la familia y la vida.
No pretendemos imponer a nadie nuestra visión de la vida y de la familia, pero pedimos que se respete la visión que hemos recibido de Dios y que está inscrita en la naturaleza humana. El “ministro” de la familia en el gobierno del Papa, el cardenal Antonelli, me comentaba hace pocos días en Zaragoza que la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual. Para eso, a través de distintos programas, irá implantando la ideología de género, que ya está presente en nuestras escuelas. Es decir, según la ideología de género, uno no nacería varón o mujer, sino que lo elige según su capricho, y podrá cambiar de sexo cuando quiera según su antojo. He aquí el último “logro” de una cultura que quiere romper totalmente con Dios, con Dios creador, que ha fijado en nuestra naturaleza la distinción del varón y de la mujer.
En medio de esta confusión, que afecta principalmente a nuestros jóvenes, celebramos la fiesta de la Sda. Familia de Nazaret para darle gracias a Dios por el don de nuestra familia, la que está constituida por un padre y una madre, y en la que nacen hijos según el proyecto de Dios.
Estamos convencidos de que el plan de Dios es el único que hace felices a los hombres. Y la primera tarea que se nos encomienda a los que así lo creemos es la de vivirlo en coherencia y con una plenitud cada vez mayor. No es momento de lamentarse, sino de conocer bien cuáles son los ataques a este bien precioso y de vivir con lucidez y con coherencia lo que hemos recibido de Dios, por ley natural o por ley revelada.
El principal enemigo en este tema –y en tantos otros– no está fuera. Está dentro de nosotros y entre nosotros, cuando la sal y la luz del Evangelio la ocultamos o la aguamos de tal manera que nadie la reconoce como tal.
El principal enemigo de la familia es vivir a medias el evangelio de la familia y de la vida. Contemplemos la Familia de Nazaret, demos gracias a Dios por nuestras familias y asumamos todos el compromiso de dar a conocer esta buena noticia, de evangelizar nuestro mundo con el evangelio de la familia y de la vida según el plan de Dios. Que Jesús niño, adolescente y joven, que María y José bendigan nuestras familias. Amén
DÍA 1 DE ENERO: SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llegada de un nuevo año es motivo de esperanza para todos, pues todos esperamos mejorar en tantos aspectos de nuestra vida.
Un año nuevo nos invita a una vida nueva, y más este Año de la misericordia, que nos ofrece por parte de Dios más abundante gracia para la conversión. Dios nos invita de nuevo a volver a su Casa, a la Iglesia, a los sacramentos del perdón y la Eucaristía, y para eso derrocha su gracia en nuestros corazones. Si Dios nos quiere tanto y quiere siempre nuestro bien, cómo permanecer rezagados, perezosos, en medio de nuestras malas costumbres, nuestros vicios, nuestros pecados.
Un año nuevo nos invita a una vida nueva, a una vida de gracia, a una conversión radical. Acojamos con esperanza esa misericordia de Dios. Comienza el año con la solemnidad de Santa María Madre de Dios, como primera página de este almanaque.
Ella es bendita entre todas las mujeres, porque es bendito el fruto de su vientre, Jesús. Ella ha concebido virginalmente al Hijo eterno de Dios, dándole su propia carne y sangre, que un día será derramada en la Cruz para el perdón de los pecados del mundo entero. Ella permanece virgen para siempre, mostrándonos la belleza de una vida consagrada del todo a Dios y puesta al servicio de todos los hombres. Ella es Madre de misericordia para todos nosotros pecadores, por quienes ruega constantemente.
En el primer día del año, celebramos la Jornada mundial de la paz 2016, con el lema dado por el papa Francisco: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. La paz es un don de Dios que busca anidar en el corazón de cada persona, en el ámbito de cada hogar, en toda la sociedad y en el concierto de las naciones.
Al darnos Dios su paz, quiere darnos todos los dones, pero busca para ello corazones que acojan este don y trabajen activamente por difundir esta paz.
Vivimos en un mundo amenazado constantemente con acciones que rompen el equilibro y la paz del mundo: terrorismo, persecución, refugiados, trata de personas, esclavitud. Un mundo desequilibrado, que está viviendo la tercera guerra mundial por etapas. Según el Papa Francisco: “El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de tercera guerra mundial por etapas que estamos viviendo”, dijo a su llegada a La Habana el pasado 20 de septiembre.
No podemos permanecer indiferentes, escudados en nuestro bienestar de occidente y pensando que tales problemas no nos afectan a nosotros. El Papa nos invita a adoptar una postura de buen samaritano (Lc 10, 30ss), aquel que bajaba de Jerusalén a Jericó y se encontró con un hombre apaleado por la vida y dejado en la cuneta. Algunos pasaron indiferentes, no quisieron implicarse, no querían problemas.
Pero el buen samaritano “lo vio y se conmovió”, se detuvo, se bajó de su cabalgadura y tomó sobre sí el cuidado de aquella persona, pagando por él el alojamiento en la posada. “Anda y haz tú lo mismo”, concluye Jesús en esta parábola. He aquí la actitud con que la Iglesia, cada cristiano y la entera humanidad han de reaccionar ante los males presentes.
La indiferencia se vence con la solidaridad, como ha hecho Jesucristo, que al hacerse hombre se ha unido de alguna manera con cada hombre, ha cargado con sus miserias y le ha llevado a la posada de su Iglesia, de la comunidad, para ser sanado de sus heridas. Sólo una cultura de la solidaridad puede vencer el egoísmo de nuestras indiferencias.
El Año de la misericordia es una nueva invitación a salir al encuentro de toda persona que sufre, acercarnos a ella, dejarnos conmover por su situación y compartir su sufrimiento para aliviarlo con el bálsamo de nuestro amor. Año nuevo, vida nueva. Que la misericordia de Dios sea la tónica de este año para acogernos unos a otros en la verdad y en la caridad. Recibid mi afecto y mi bendición: Feliz año 2016
EPIFANÍA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El encuentro con Jesucristo llena el corazón de alegría. “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG 1). La Navidad concluye con la manifestación universal de Jesús, pues Él he venido para salvar a todos los hombres.
La Epifanía del Señor es una fiesta misionera, una fiesta de expansión de una luz que alumbra a todo el que se acerca. Dejémonos iluminar por Él.
Son tres los misterios de la vida de Jesús que se actualizan en la Epifanía: la adoración de los Magos venidos de Oriente, el bautismo en el Jordán y las bodas de Caná.
Como si los tres tuvieran una conexión interna en la manifestación de Jesús al mundo. Reza así la antífona de II vísperas del 6 de enero: “Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy, el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado en el Jordán para salvarnos. Aleluya”.
La adoración de los Magos, que en nuestro ambiente se han convertido en reyes que traen los regalos al Niño Jesús y los reparten a todos los demás, es un relato precioso. Los Magos son ejemplo de búsqueda sincera de la verdad, esa búsqueda que todo hombre lleva en su corazón.
Ellos superan una dificultad tras otra hasta encontrarse con Jesús en los brazos de María su madre. Y lo superan atraídos por la estrella que tiene sus momentos de esplendor y sus momentos de ocultamiento, como pasa en la vida de cada persona.
No todo es luz y claridad en la vida, también hay momentos de oscuridad, donde se nubla todo, hasta lo que un día vimos con plena claridad. Es momento entonces de perseverar en la búsqueda, y aparecerá de nuevo la estrella atrayente que ilumina los pasos que hemos de seguir dando en el camino hasta que veamos a Dios cara a cara en el cielo.
El bautismo de Jesús en el Jordán supone el comienzo del ministerio público de Jesús, sumergido en lo más hondo de la tierra y emergiendo con ánimo renovado por la unción del Espíritu Santo, que le conducirá durante toda su vida hasta la entrega suprema en la cruz y el fuego renovador de la resurrección.
La unción del Espíritu Santo en el bautismo del Jordán ha capacitado la carne de Cristo para ser plataforma de la gloria de Dios. En Él se muestra Dios y su amor a los hombres, cubierto por el velo de una carne humillada, todavía no glorificada.
Al entrar Jesús en el Jordán y ser llenado del Espíritu Santo, ha incendiado las aguas y las ha dotado de capacidad para engendrar la nueva vida de nuestro bautismo. “Este es mi hijo amado”, le dice el Padre dándole su Espíritu Santo. Renovemos nuestro bautismo.
Las bodas de Caná no son una boda cualquiera. Jesús elige ese escenario para expresarnos que ha venido para que la alegría del amor que viven los esposos no se agote nunca. Él es el verdadero esposo de nuestras almas, y si Él está presente el vino de la alegría no se acabará. Y en caso de que se acabe por nuestra culpa, se renueva acercándonos a Él de nuevo.
María la mujer tiene un papel fundamental en este misterio, pues es la madre atenta a las necesidades de sus hijos, que le dice a Jesús: “No tienen vino”. Y a nosotros: “Haced lo que Él os diga”. Los tres acontecimientos constituyen una epifanía (manifestación) del Señor. Jesús no ha quedado encerrado en el ámbito de su pueblo, sino que ha venido para todos, judíos y paganos, creyentes y agnósticos. Cuando una persona se encuentra con Jesús, su vida cambia.
Por eso, la Epifanía es una fiesta misionera, porque si has conocido a Jesús, vas a comunicarlo a los demás, no te lo guardas. Hay miles de catequistas por todo el mundo, que sostienen la evangelización de los niños, adolescentes, jóvenes y adultos.
En esta fecha recordamos a los catequistas nativos, aquellos en los que la fe ha prendido y los convierte a su vez en testigos del Evangelio para sus coetáneos. La tarea del catequista nativo ha sido imprescindible en la transmisión de Evangelio a todas las naciones, a todas las culturas, a todas las lenguas. Valoramos su trabajo y los apoyamos con nuestra oración y nuestra limosna.
Que la luz de Jesús brille en nuestra vida, porque hemos sido atraídos por su estrella y venimos a adorarlo. Y que esa luz recibida la difundamos con nuestras obras y nuestras palabras a nuestro alrededor. Recibid mi afecto y mi bendición: Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.
BAUTISMO DE JESÚS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Junto a las aguas del Jordán, cuando Jesús se acercó para ser bautizado, Juan Bautista lo identifico y lo señaló diciendo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).
Desde el comienzo de su ministerio público, Jesús es identificado en un ambiente de pecadores arrepentidos que buscan penitencia. Y en ese contexto, Jesús es el único inocente que quita el pecado del mundo, cargando con ese pecado. “Cargado con nuestros pecados subió al leño [de la Cruz], para que muertos al pecado vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado” (1Pe 2, 24).
El misterio de la Redención tiene su fuente en el amor de Dios, que nos ha creado por amor y, ante la catástrofe del pecado, nos quiere redimir por el camino del amor. Un amor que incluye la justicia de la reparación, pues no sería más amor no permitir que el ofensor pueda reparar lo estropeado, si no todo, al menos lo que pueda.
Así ha sucedido en la Redención, obrada por Jesucristo. Él ha devuelto al Padre lo que los hombres habíamos robado. El amor del corazón de Cristo es más grande que todos nuestros pecados. Su ofrenda en la Cruz repara todas las culpas de todos los tiempos, también las nuestras.
Ahora bien, así como el pecado aparta de Dios por hacer el propio capricho (con placer o sin él), la redención se ha realizado por el camino de la obediencia amorosa y se ha expresado en el sufrimiento lleno de amor al Padre y a los hombres.
Jesucristo es el Hijo amado del Padre, envuelto en el Espíritu Santo, dado a los hombres como ofrenda agradable, como cordero sin mancha, para ser ofrecido en reparación de nuestros pecados y los del mundo entero.
En la tradición bíblica, el cordero recuerda la Pascua, recuerda el sacrificio ofrecido a Dios, recuerda al carnero que va delante del rebaño señalando el camino. La muerte de Cristo en la Cruz se produjo en el mismo instante en que los corderos eran preparados para la Pascua judía. Y, así como en el Antiguo Testamento, la ofrenda del cordero pascual recordaba con gratitud las maravillas de Dios y alcanzaba el perdón de los pecados del pueblo, así este Cordero (Jesús) al ser ofrecido en la Cruz repara los pecados del mundo entero, porque carga con ellos.
Este sacrificio redentor se actualiza constantemente en la Eucaristía, en la celebración de la Santa Misa. Aquí recordamos haciendo presente a Cristo, que se ofrece por nosotros en la Cruz y al que ha vencido la muerte resucitando.
El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, es dado en comida pascual, es Cristo vivo y glorioso, que alimenta en nosotros la nueva vida del Resucitado, dándonos su Espíritu Santo, y cargando con nuestros pecados para destruirlos ante la presencia de Dios.
En la Eucaristía comemos el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Y ¿cuál es pecado del mundo? Son nuestros pecados personales, por los que rompemos con Dios, prefiriendo nuestra voluntad y capricho a la voluntad de Dios, que quiere nuestra felicidad verdadera.
Jesucristo ha venido para restablecer esa relación con Dios, rota por el pecado. Son nuestras rupturas con los demás, llevados por nuestro egoísmo en sus múltiples manifestaciones, poniéndonos como centro de todo y olvidando que la vida es para darla, gastarla en servicio a los demás. Jesucristo ha vivido y nos ha enseñado el amor fraterno.
Tantas injusticias en el mundo son el resultado de la suma de todos nuestros pecados. El pecado social llega incluso a hacerse pecado estructural, a generar estructuras de pecado (el aborto organizado, los emigrantes explotados, los niños abusados, los prófugos y refugiados, los pobres y desheredados de la tierra).
Tales estructuras de pecado no son algo anónimo, sino el resultado de nuestras malas acciones. El pecado del mundo es también el estropicio de la Creación (la contaminación del aire y de las aguas, la deforestación, los ambientes insanos generados por las grandes industrias, etc.).
Cuidemos la casa común, que Dios nos ha dado para habitarla y disfrutarla, no para destruirla. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros y por tu misericordia y tu perdón haznos criaturas nuevas, con un corazón nuevo, semejante al tuyo, capaces de restaurar lo que el pecado a destrozado. Recibid mi afecto y mi bendición: Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
HOMILIAS CICLO A 2011
EL BAUTISMO DEL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Al comenzar un nuevo año nos deseamos todos lo mejor para el año que comienza. Hemos tenido oportunidad de dar gracias a Dios por lo mucho recibido en el año pasado, de pedir perdón a Dios y a los demás por los dones desaprovechados o mal empleados, y de pedir a Dios nuevas gracias para la etapa del nuevo año. “Que el Señor nos muestre la luz de su rostro y nos dé su paz”. Nos acogemos a la misericordia de Dios, que nos ama perdonándonos, y confiamos en su providencia, que nunca se equivoca. Emprendemos esta nueva etapa con ilusión y entusiasmo. Dios quiere hacer obras grandes en nosotros y con nosotros. Y es momento de volver a las tareas ordinarias con ánimo renovado. La fiesta del bautismo del Señor señala el comienzo de su ministerio público. Solidario con los pecadores, Jesús entra en el Jordán para ser bautizado con un bautismo de penitencia, el bautismo predicado por Juan, que no perdonaba los pecados, sino que preparaba para recibir al que tenía que venir. Jesús, el Santo de Dios, baja hasta lo más profundo de la tierra para dar a entender que ha venido a buscar a los pecadores, a los que están alejados de Dios y hundidos por el peso de sus pecados. Al llegar a aquel lugar de penitencia, Jesús es descubierto por Juan el Bautista, que lo señala ante los pecadores arrepentidos como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, porque carga con todas nuestras miserias. Jesús no ha venido simplemente para arreglar algunos aspectos de nuestra existencia humana, para mejorar nuestro estado de bienestar. Su misión se sitúa en la raíz de nuestra perdición –el pecado– para tomarnos sobre sus hombros y llevarnos a la casa del Padre, para hacernos hijos de Dios. Su actuación sobre nosotros no es barniz exterior, sino que es cuestión de vida o muerte, y de vida o muerte para toda la eternidad. La voz del Padre nos lo presenta como su Hijo amado, aquel en quien el Padre tiene puestas sus complacencias. En un plató tan singular –entre pecadores– Jesús aparece como el amado del Padre, lleno de gracia y de verdad. Es ungido por el Espíritu Santo, es decir, envuelto en ese amor del Padre en el que vive como Hijo desde la eternidad. Amado del Padre, el Padre nos lo presenta para que sea amado de los hombres, el amado de nuestras almas. Jesús, Ungido por el Espíritu Santo, entra en el agua. Una antorcha encendida, si entra en el agua, se apaga. Sin embargo, el fuego del Espíritu Santo que inunda a Jesús no se apaga al entrar en el Jordán, sino que le confiere al agua la capacidad de incendiar al mundo entero, de transmitir una nueva vida, que brota del costado de Cristo. El agua santificada por Jesús en el Jordán se convierte en elemento transmisor del fuego del Espíritu Santo para hacer renacer del agua y del Espíritu a todos los que reciban el bautismo instituido por Cristo. El bautismo de Jesús en el Jordán señala el comienzo de nuestro propio bautismo, por el que se nos perdonan los pecados, nacemos a una nueva vida de hijos de Dios y por el fuego del Espíritu Santo nos convertimos en hijos amados del Padre. En esta fiesta del bautismo del Señor, y precisamente el 9 de enero de 2005 –hace seis años– recibí la ordenación episcopal por la que el Señor me transmitió la plenitud de su sacerdocio. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia…”. Orad por vuestro obispo para que hoy y siempre el fuego del Espíritu Santo me haga arder y me convierta en una prolongación de Cristo buen pastor para todos los hombres. Con mi afecto y bendición:
BAUTISMO DEL SEÑOR: EL CRISTIANISMO ES CRISTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. Últimamente nos ha hablado en su Hijo” (Hb 1, 1). Este Hijo de Dios es Jesucristo. Así nos lo presenta Juan Bautista junto al río Jordán, así lo confiesa Pedro, respondiendo a la pregunta de Jesús. Así aparece en tantos lugares del Evangelio. Jesús no puede ser considerado como un hombre cualquiera, aún siendo verdadero hombre. En lo más hondo de su persona está el misterio de que es el Hijo de Dios enviado al mundo, es Dios como su Padre, es una persona divina. No hay propuesta parecida en ninguna otra experiencia religiosa de las que hay en el mundo. Toda experiencia religiosa parte del hombre, y puede tener muchos elementos de verdad, porque el corazón humano es capaz de la verdad. Pero el centro del cristianismo es una persona, una persona divina, que se llama Jesucristo. El cristianismo no tiene su origen en el hombre, sino en Dios. A Dios se le ha ocurrido enviar a su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, “en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4, 15). Y, por tanto, en Jesucristo, Dios nos ha dicho todo lo que tiene que decir a los hombres, y a Él hemos de acudir porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Hay quienes piensan que la paz del mundo llegará cuando todas las religiones limen sus aristas, renuncien a sus principios y se consiga entre todos un consenso en el que nadie tendrá la verdad, sino que esa verdad habrá llegado por el consenso entre todos. Nada más equivocado que esa propuesta. La verdad existe en Dios, y Dios ha hablado a los hombres de múltiples maneras, pero en donde nos lo ha dicho todo ha sido en su Hijo, su Palabra, su Verbo. En Él está toda la verdad acerca de Dios y acerca del hombre. No se nos ha dado otro nombre en el que podamos salvarnos, Jesucristo (cf. Hech 4, 12). Buscar la verdad es buscar a Dios, y Dios nos ha hablado en Jesucristo. Esa verdad de Dios puede encontrarse como esparcida en el corazón de muchas personas de buena voluntad, podemos hallarla en muchas experiencias religiosas que ha conocido la humanidad en su historia, está presente quizá en tantas experiencias religiosas de nuestros días, incluso en las grandes religiones. Pero el punto de referencia y de verificación ha de ser siempre Jesucristo, porque Él es la Palabra de Dios, donde la revelación de Dios ha llegado a su plenitud. Él es el único salvador de todos los hombres. Su salvación no se limita a aquellos que le conocen y le aceptan. Su salvación es más universal y llega al corazón de todos los hombres por caminos que sólo Dios conoce. Todos los hombres están llamados a conocer a Jesucristo, el Hijo de Dios. Hasta que uno no se encuentra con Jesucristo no ha encontrado la verdad plena. Y una vez encontrada esa verdad, todo hombre ha de recorrer un camino hasta identificarse con ella. En este sentido, también los que conocemos a Jesucristo somos compañeros de camino de tantas personas que buscan la verdad, a veces por caminos insospechados y muy variados. Pero no hemos de guardarnos esa verdad que en Jesucristo nos ha sido dada. Cuando descubrimos que Jesucristo es Dios, el único salvador de todos los hombres, no podemos guardarnos esta buen noticia –el Evangelio–, y nos sentimos urgidos a comunicar a los demás lo que hemos visto y oído. No se trata de ningún proselitismo, pues el proselitismo intenta convencer al otro sea como sea. La verdad del cristianismo no se impone a nadie, sino que se propone con el testimonio y con la palabra. Si te has encontrado con Jesús como Hijo de Dios, hazte discípulo suyo y lleva esta buena noticia a los que no le conocen. El apostolado nace de esta experiencia de encuentro con Jesús, con Jesús el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Con mi afecto y bendición: Q E
JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Papa Francisco, al término del Año de la Misericordia, ha instituido la Jornada Mundial de los Pobres, que este año se celebrará por primera vez, y será el 19 de noviembre (domingo anterior a la fiesta de Cristo Rey del Universo). A otras varias Jornadas, que los Papas anteriores han instituido, quiere él dejar ésta para perpetua memoria.
El Papa Francisco nos ofrece en muchas ocasiones enseñanzas muy agudas y comprometidas en este tema, para que la Iglesia ponga a los pobres en el centro de su vida y de su acción apostólica. Os invito a leer la Carta del Papa al instituir esta Jornada, no tiene desperdicio.
Se trata de contemplar a Cristo pobre. “No olvidemos que para los discípulos de Cristo la pobreza es ante todo vocación para seguir a Cristo pobre”. La pobreza no es una desgracia, sino una bienaventuranza, nos hace parecidos a Jesús, que siendo rico se hizo pobre por nosotros. “La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales.
La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido” (CEC 25-45).
Se trata en esta Jornada de tocar la carne de Cristo, que se prolonga en tantas personas que sufren la carencia de lo necesario para vivir, y que por eso llamamos pobres: “el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, la ignorancia y el analfabetismo, la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y la migración forzada”.
El pecado hace estragos y lleva a tremendas injusticias que tienen que pagar siempre los más débiles. En esta Jornada se trata de acercarnos a todas estas personas para compensar con nuestro amor y hasta donde podamos esa injusticia que brota siempre del egoísmo y del desamor.
Poner a los pobres en el centro de la vida de la Iglesia, al estilo de san Francisco de Asís, que reconocía en los pobres el rostro de Cristo y buscaba parecerse a Cristo pobre. La opción cristiana por los pobres no es una opción ideológica, sino una opción de amor hacia los últimos, en los que reconocemos el rostro de Cristo.
En esta actitud, la Iglesia se juega su credibilidad, se juega el fruto de la evangelización. Además, los pobres no son sólo destinatarios, sino agentes de evangelización. Al traerlos a nuestra vida, al acercarnos hasta ellos entendemos mejor el Evangelio en su verdad más profunda. “Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio”.
Los pobres nos enseñan a ser humildes, a confiar en Dios, a no idolatrar el dinero, el placer, el consumo. Los pobres nos enseñan a compartir, nos hacen más humanos. El Papa nos invita a realizar gestos concretos: sentar a nuestra mesa a algún pobre concreto que conocemos de cerca, celebrar con ellos la liturgia de este domingo, porque los pobres suelen estar a las puertas de nuestras iglesias, pero no suelen entrar en ellas.
En un mundo falto de amor, los gestos concretos de amor generoso y gratuito nos abren a nuevas posibilidades en nuestra relación con los demás y nos capacitan siempre en nuestra relación con Dios. Acojamos esta propuesta del Papa Francisco con prontitud de corazón.
Estoy seguro de que nos traerá muchos beneficios a nuestra diócesis de Córdoba, a nuestras parroquias, a nuestras familias. Ya tenemos muchos gestos de caridad, ya colaboramos de múltiples maneras con Caritas a todos los niveles. Esta Jornada instituida por el Papa Francisco será para todos ocasión de renovar nuestro amor y acercamiento a los pobres con el amor de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: I Jornada Mundial de los Pobres No amemos de palabra, sino con obras Q
UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Del 18 al 25 de enero celebramos todos los años la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Esta es una de las primeras urgencias del ser y del vivir de la Iglesia y uno de los principales retos de la misión de la Iglesia en nuestros días. “Que todos sean uno, como tú Padre y yo somos uno, para que el mundo crea” (Jn 17, 21), es la oración de Jesús al despedirse de los suyos en la última cena. Jesucristo ha fundado una sola Iglesia, apoyándola sobre la roca de Pedro, el primero de los Apóstoles. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Esta sucesión ininterrumpida desde Pedro hasta nuestros días está garantizada por el Papa, el obispo de Roma, Sucesor de Pedro. Pero el pecado de los hombres ha introducido a lo largo de la historia rupturas que todavía padecemos. La primera gran ruptura se produjo en el año 1054, cuando la Iglesia de Oriente se separó de Occidente, el obispo de Constantinopla se separó del obispo de Roma. Desde entonces los ortodoxos han vivido su vida cristiana desconectados del primado del Sucesor de Pedro. Estas Iglesias ortodoxas tienen verdaderos obispos, sucesores de los Apóstoles, mantienen la verdadera y santa Eucaristía y los demás sacramentos instituidos por Cristo, la integridad de la Palabra de Dios y mucha santidad acumulada a lo largo de la historia como fruto de tantas persecuciones por causa de su fe. Nos encontramos con ellos frecuentemente, con motivo de la inmigración venida de los países del Este. En nuestras escuelas nos encontramos con bastantes niños ortodoxos, cuyos padres no dudan en inscribirlos en la clase de religión católica. Católicos y ortodoxos somos verdaderos hermanos, muy cercanos en casi todo, a la espera de la unidad plena. Otra ruptura más fuerte se produjo hacia el año 1520, cuando Lutero rompió con el Papa de Roma en aras de una reforma evangélica de la Iglesia. Los protestantes perdieron la sucesión apostó- lica, no tienen obispos ni sacerdotes insertos en esa sucesión apostólica, tampoco tienen todos los sacramentos instituidos por Cristo. El recuerdo de la Cena del Señor no equivale a nuestra Eucaristía, no tiene la presencia real y sustancial del Señor. Tienen la Palabra de Dios, que valoran muchísimo. Y en estos cinco siglos desconectados del Sucesor de Pedro muchos han vivido la santidad y han alcanzado el martirio por amor a Cristo. Los “protestantes” se han ramificado en distintas direcciones, muy distintas entre sí, desde Comunidades más observantes y fieles al Evangelio y a la Tradición de la Iglesia hasta Comunidades que continúan alejándose más y más del tronco común. El movimiento ecumé- nico ha crecido notablemente a lo largo del siglo XX y fue muy alentado por el concilio Vaticano II. Es deseo de todos los cristianos (católicos, ortodoxos y protestantes) llegar a la unidad plena de todos en la única Iglesia que Cristo fundó, y que tiene en el Sucesor de Pedro su punto de referencia fundamental. Es tarea de todos dejarnos mover por el Espíritu Santo que nos conduce a la plena comunión, mediante la oración por la unidad, las actitudes de acogida mutua de las personas y de todo lo bueno que cada uno tiene, la superación de prejuicios históricos, el amor en definitiva de todos como hermanos, según el mandato de Cristo. Los especialistas y teólogos tienen sus diá- logos de estudio, tan importantes. Los líderes de cada una de las Comunidades se encuentran y se abrazan en señal de fraternidad. Nosotros, todos a orar por la unidad de los cristianos y por todos los pasos que conducen a esa plena comunión. Es un deseo de Cristo, es una urgencia de la Iglesia del Señor, es una necesidad para la nueva evangelización. Con mi afecto y bendición: «
VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que se celebra en el próximo agosto en Madrid, nos sitúa en ese horizonte juvenil que da alegría y esperanza a nuestra vida. La juventud es frescura y novedad, la juventud es presente renovado y futuro esperanzador. La juventud no es sólo cuestión de edad, sino que es una postura ante la vida, porque hay personas con edad juvenil, que están cansadas de vivir, y hay personas cargadas de años, que viven y contagian una esperanza que ni siquiera la muerte podrá destruir. En ese horizonte juvenil celebramos el 2 de febrero la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en la fiesta en que Jesús es presentado en el templo en brazos de María su madre. Jesús es presentado y ofrecido como una hostia viva. Ya en los comienzos de su vida, esta escena representa lo que va a ser toda ella: una ofrenda de amor a Dios para rescatar a los hombres atrapados por el pecado, dándoles la libertad de hijos, la dignidad de hijos de Dios. Eso es la vida cristiana. La vida consagrada es un desarrollo pleno del bautismo, por el que una persona entrega toda su vida a Dios como una ofrenda de amor, para el bien de los demás. La vida consagrada consiste en el seguimiento corporal de Cristo en virginidad-pobreza-obediencia, según los distintos y abundantes carismas que el Espí- ritu distribuye en la Iglesia para bien de todo el Cuerpo. La Jornada de la Vida Consagrada nos lleva en primer lugar a dar gracias a Dios por tantas y tantas personas –varones y mujeres– que han respondido a la llamada de Dios, entregando su vida entera. Constituyen un tesoro para la Iglesia y para el mundo: en la vida contemplativa, en la vida misionera, en la vida apostólica, en el campo de la beneficencia, de la educación, de la evangelización. En lugares y formas arriesgadas, expuestos muchas veces a la incomprensión y al rechazo, sin estipendio y sin honores, por amor a Jesucristo y a su Evangelio. Toda una vida ofrecida a Dios, como Jesús fue ofrecido en el templo en brazos de su Madre. La presencia de la vida consagrada es un gran regalo de Dios a su Iglesia, del que todos somos beneficiarios. En nuestra diócesis de Córdoba constituye un rico patrimonio de santidad acumulada y de vivo testimonio ante el mundo actual. Hay monasterios de vida contemplativa, donde sus monjes y monjas ofrecen su vida en alabanza continua al Señor, haciendo un bien inmenso a nuestro mundo que tanto busca la eficiencia mercantil. Son oasis de humanidad, de frescura juvenil para nuestro mundo agobiado por las prisas. Es muy abundante entre nosotros la presencia de personas consagradas en el campo educativo y asistencial. Congregaciones masculinas y femeninas de larga historia o surgidas recientemente. Contamos con la presencia de personas consagradas en el mundo, como un fermento que rejuvenece nuestra sociedad y la renueva. Y en los diversos campos, me encuentro con jóvenes que inician su noviciado, realizan sus primeros votos o recorren la etapa de juniorado. Hay menos que antes, pero sigue habiendo bastantes jóvenes de nuestra diócesis de Córdoba que responden a esta llamada del Señor, en la vida sacerdotal y en la vida consagrada. La Jornada Mundial de la Juventud será también una ocasión propicia para que muchos jóvenes sean tocados por esta forma de vida y decidan seguirla. Vale la pena. Esos brotes deben ser apoyados por todos. Son un bien y una esperanza para la Iglesia y para el mundo. La Jornada de la Vida Consagrada nos invita a orar por estas vocaciones, para que superando toda dificultad descubran y experimenten la alegría de entregarse al Señor para bien de la Iglesia y de la humanidad. Con mi afecto y
MANOS UNIDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando aquellas Mujeres de Acción Católica comenzaron hace más de 50 años lo que hoy es Manos Unidas, fueron contracorriente. Ante el hambre en el mundo, que a todos nos desagarra, las Organizaciones políticas internacionales decidieron apoyar los planes antinatalistas, proporcionando todo tipo de anticonceptivos, esterilizaciones y hasta el mismo aborto. Ante el problema del hambre en el mundo, esas Organizaciones decidieron suprimir bocas, para que podamos tocar a más los que estamos a la mesa. Las Mujeres de Acción Católica, por el contrario, decidieron ensanchar la mesa para que quepan todos. Es como cuando en una familia llegan todos los hijos, los nietos y algunos amigos. Todos caben. Se ensanchan las mesas, se echa mano de todos los asientos de la casa, y el resultado final es el del gozo multiplicado para todos los participantes, aunque nos haya tocado una ración menor. Manos Unidas ha decidido salir al encuentro de todas las pobrezas, llamándonos la atención para que abramos nuestros corazones y nuestros bolsillos a las necesidades de los demás. Manos Unidas quiere desinstalarnos de nuestro egoísmo y nos ayuda a compartir con los que no tienen nada. Manos Unidas trabaja con una clara identidad cristiana, haciendo palpable el amor cristiano, que no elimina a nadie, sino que ensancha el corazón para abarcar a todos. Manos Unidas es una organización de la Iglesia Católica en España que, urgida por el amor de Cristo, colabora en la erradicación de la pobreza a través de proyectos de desarrollo social en el mundo entero. Este año nos llama la atención acerca de la mortalidad infantil. “Su mañana es hoy”. Cada hora mueren 1.000 niños menores de 5 años por causas que podrían evitarse fácilmente, y todas esas causas tienen que ver con la desnutrición y la falta de higiene. Cada hora, muchos niños de todo el mundo, también en los países desarrollados, mueren asesinados en el seno materno mediante el aborto provocado. Los niños son el futuro de la sociedad. Su futuro se fragua hoy. Hemos de salir hoy al encuentro de esas situaciones para que esos niños crezcan sanos de cuerpo y alma, y tengan un futuro mejor. Nuestra colaboración con Manos Unidas va a mejorar la vida de miles de niños que podrán estar mejor nutridos, con una higiene más sana, con una cultura apropiada. Centramos nuestros esfuerzos en este objetivo, y sabemos que nuestra aportación va a llegar directamente a tales niños, sin que se pierda por el camino, porque muchos de esos proyectos los llevan a cabo misioneros católicos, que son la mejor avanzadilla de la Iglesia. Y porque aquí contamos con una gran organización, en la que la mínima parte son contratados y la gran mayoría son voluntarios gratuitos, seamos generosos. Cuando se trata de compartir con los que no tienen, no hemos de dar de lo que nos sobra. Si fuera así, no encontraríamos nunca ocasión para dar. El cristiano da de lo que le hace falta incluso para vivir, como la pobre viuda del Evangelio (cf Lc 21,4), como ha hecho el mismo Jesucristo: “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9). No se trata simplemente de que todos tengan más. La caridad cristiana pasa por el despojamiento personal. Una ayuda a los demás que no suponga sacrificio por mi parte tiene poco de cristiana, no se parece a Jesucristo. La campaña de Manos Unidas es una ocasión propicia para medir nuestra caridad cristiana. Este año se trata de proporcionar a muchos niños un futuro mejor. “Su mañana es hoy”. Con mi afecto y bendición
SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIÓN DE LAS IGLESIAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La semana de oración por la unidad de los cristianos viene año tras año del 18 al 25 de enero. La fecha está señalada porque el 25 de enero celebramos la conversión de San Pablo, apóstol y misionero de los gentiles. Y en el camino hacia la unidad, la actitud fundamental ha de ser la conversión al Señor, movidos por el amor de Cristo que se prolonga en su Iglesia.
La unidad de los cristianos no será fruto de ningún consenso entre las partes, en el que unos ceden por un lado y otros por el otro, sino fruto de un mayor acercamiento a Jesucristo que nos ha convocado en su Iglesia y nos ha confiado a todos los cristianos la misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes. El punto de referencia de la unidad es, por tanto, Jesucristo. Y el lugar de esa unidad será su santa Iglesia.
El camino hacia la unidad incluye un acercamiento al Señor, en respuesta a lo mucho que él nos ha dado a cada uno, porque la división ha surgido o se acentúa cuando cada uno se aferra a lo suyo (aún siendo verdadero) para excluir a los demás de su corazón (lo cual ya no es bueno). “El amor de Cristo nos apremia” (2Co 5, 14), en palabras de apóstol Pablo.
Se trata de un amor inclusivo, que no rechaza a nadie, sino que abraza a todos. Un amor que respeta el ritmo de cada uno, movido por el Espíritu y en respuesta a ese impulso vivificador. Un amor que urge, pues el bien no admite demora. Pero se trata de una urgencia personal de respuesta a la gracia recibida y que os conduce a amar más y mejor.
A lo largo del año que ha pasado no deja de haber acontecimientos que señalan hitos hacia la unidad: en febrero se encontraron papa Francisco y patriarca Cirilo de Moscú en La Habana. En abril Bartolomé y Francisco fueron juntos a la isla de Lesbos para interesarse por los refugiados. En junio, el viaje de Francisco a Armenia, y en septiembre el viaje a Georgia constituyen pasos importantes en la comunicación mutua y la comunión espiritual en el Señor.
Un acontecimiento de singular importancia ha sido el “Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa” en Creta durante el mes de junio. Además de las sesiones de trabajo que los teólogos de distintas confesiones mantienen entre sí en un verdadero diálogo que profundiza los puntos comunes para ser ampliados y las divergencias para ser superadas.
Todo este camino hacia la unidad de los cristianos tiene que ir regado con mucha oración y penitencia. Pues la unidad de los cristianos en una sola Iglesia, con todos los sacramentos, en unidad de fe y bajo la autoridad del Sucesor de Pedro, ha de ser un don de Dios implorado insistentemente.
La insistencia no para recordarle a Dios algo que pueda habérsele olvidado, cosa imposible, sino porque al pedirlo con insistencia preparamos nuestros corazones para recibir ese gran don en el tiempo y en la forma que Dios tiene previstos. Dios cuenta, además, con que se lo pidamos para concedérnoslo.
Intensifiquemos, por tanto, en estos días la oración por la unidad de los cristianos, tal como nos enseñó el Señor: “Padre santo, que sean uno, como tú y yo somos uno... para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
Aquellos dones de Dios que ya hemos recibido, procuremos vivirlos con mayor intensidad: la Palabra de Dios, la Eucaristía y demás sacramentos, el testimonio de la caridad fraterna a todos los niveles.
Todo eso va construyendo la unidad de la Iglesia, y esa unidad tiene un reflejo inmediato en la evangelización de nuestro mundo: “...para que el mundo crea”.
Semana de oración por la unidad de los cristianos, abrimos nuestros brazos a todos los hermanos que por el mismo bautismo formamos un solo Cuerpo para un abrazo fraterno sincero y lleno de esperanza. Y nos dejamos impulsar por el amor de Cristo, que nos apremia a vivir unidos. María es la única madre de todos, y a una madre lo que más le gusta es ver a sus hijos unidos. Ella nos alcance el don de la unidad en la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia»
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UNIÓN DE LOS CRISTIANOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Durante los días de esta próxima semana (18 al 25 enero) cada año dedicamos unos días a orar por la unidad de los cristianos, a reflexionar sobre este tema y a dar pasos eficaces en el camino hacia la unidad plena. El lema de este año “Nos mostraron una humanidad poco común” se refiere a un episodio de la comunidad cristiana, en el que Pablo va camino de Roma con sus acompañantes, naufragaron y fueron a parar a la isla de Malta, donde fueron acogidos por los cristianos del lugar con una amabilidad y una humanidad poco común. El camino hacia Roma se vio alterado por las condiciones del naufragio, pero fue ocasión para experimentar el amor de los hermanos que los acogieron. Cómo se agradece eso. En circunstancias normales no aflora quizá esa caridad y esa humanidad, que en circunstancias especiales brota del corazón humano. Nos evoca este camino hacia Roma por parte de Pablo, que ha apelado al emperador cuando era condenado a muerte en su tierra de origen, el camino que tantas personas recorren para llegar a la plena comunión con el sucesor de Pedro, el Papa de Roma. No es un camino fácil, en él se encuentran dificultades, tropiezos, contratiempos, que no tienen que servir para hundir al hermano, sino que son ocasión para salir a su encuentro y hacerle más fácil el camino. Cuando esas dificultades se presentan y uno encuentra a los hermanos que le echan una mano, se agradece grandemente. El lema evoca también a tantos cientos y miles de personas que atraviesan el mediterráneo u otros lugares del planeta en busca de una situación mejor. Son millones de hombres y mujeres los que hacen esa travesía desde su país de origen hasta un horizonte mejor, que a veces encuentra turbulencias, naufragios, dificultades inesperadas. A algunos – demasiados– les cuesta la misma vida. Encontrar una mano hermana que te socorre es algo que se agradece enormemente. La semana de oración por la unidad de los cristianos nos hace caer en la cuenta de que Jesús ha fundado una sola Iglesia, y que a lo largo de la historia esa única Iglesia se ha sentido zarandeada por las divisiones internas de sus hijos. El camino hacia la unidad es un camino difícil, por eso hemos de pedirle a Dios que nos conceda esa unidad deseada por Cristo y por todos sus discípulos hoy. Y ese camino hacia la unidad, referido a personas concretas, supone un camino arduo para tantos que buscan sinceramente la verdad en la Iglesia de Cristo. Recordemos a san Juan Newman, recientemente canonizado. Él fue un hombre en búsqueda sincera de la verdad y la encontró cuando encontró la Iglesia católica romana. Para él no fue fácil, como no es fácil para muchos hermanos nuestros que siguen buscando hoy el verdadero rostro de la Iglesia del Señor. Si en este camino hacia la unidad, todos y cada uno de esos hermanos encuentra una mano amiga que le sostiene, se encuentra con comunidades de hermanos que acogen, el camino se hace más fácil, la unidad se hace más cercana. Oremos en esta semana especialmente por la unidad de los cristianos. Entre nosotros ya conviven hermanos ortodoxos de distintos patriarcados orientales, protestantes de distintas confesiones cristianas. Que encuentren en nosotros una mano amiga, hermana. Que encuentren en nosotros una humanidad poco común, la que hemos aprendido de nuestro Maestro común, nuestro Señor Jesucristo, y la de tantos hermanos que nos han precedido allanando el camino hacia la unidad plena. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Semana de oración por la unidad de los cristianos «N
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BAUTISMO DEL SEÑOR. TERMINA LA NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El ciclo litúrgico de Navidad concluye con la fiesta del bautismo del Señor junto al Jordán, acto con el cual inicia su ministerio público y la misión encomendada por el Padre. El evangelio de este domingo nos describe esa escena, en la que Juan el Bautista está predicando junto al Jordán un bautismo de penitencia, y se le van acercando aquellos que quieren prepararse a la venida del Mesías. Escuchan, hacen penitencia, se reconocen pecadores y entran en el agua con el deseo de ser purificados. En esto que entre la multitud se acerca Jesús y se mezcla con los pecadores, siendo él inocente. Y al acercarse al Bautista, éste le reconoce y le señala delante de todos: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús pide que le bautice, y Juan se resiste: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. La insistencia de Jesús empuja a Juan a realizar aquel bautismo también sobre Jesús. Se trata de una escena preciosa. Cuando Jesús entra en el agua, Jesús fue plenificado de Espíritu Santo, el amor del Padre que lo envuelve con su amor, acogiendo el Espíritu Santo. El cielo se abrió y se oyó esa voz del Padre: “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”. Amado del Padre en el don permanente del Espíritu Santo. Como sucede en el seno de la Trinidad. Jesús es plenamente consciente en su corazón humano de este derroche de amor por parte de su Padre, cuando en la sinagoga de Nazaret exclama: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la salvación a los pobres. Toda la misión de Jesús irá envuelta del Espíritu Santo, como amor del Padre, como motor de su obra redentora, hasta el último suspiro en la Cruz, donde él insuflará este Espíritu Santo sobre toda la humanidad. El Espíritu Santo ha tocado la carne de Cristo y la ha hecho capaz de la gloria, de la que ahora goza ya resucitado. Esa carne de Cristo se convierte en vehículo del amor del Padre para todos los hombres. El amado del Padre se convierte así en amado de todos los hombres. Ese Verbo divino que se ha hecho carne ha recorrido los caminos de la misión, rematada en la pasión y muerte y coronada en la resurrección. Esa carne de Cristo ya glorificada es la que recibimos en el sacramento de la Eucaristía, convertida en alimento de salvación. A partir de este momento, el agua se ha convertido en vehículo transmisor del Espíritu para todos los que reciban el nuevo bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios, amados en el Amado, por la efusión del Espíritu Santo, que nos capacita para la gloria. En el bautismo del Jordán, donde Jesús es sumergido en las aguas, tiene origen nuestro propio bautismo, primero de los sacramentos que nos abre la puerta para todas las demás gracias de Dios en nuestra vida. Jesús se mezcla entre los pecadores. Nos está indicando con ello cuál es su misión y cuáles sus destinatarios. No ha venido a los que se consideran justos, sino a los que reconocen humildemente su condición de pecadores y necesitan salvación. Si Jesús ha cargado con el pecado del mundo, es para librarnos del pecado y hacernos hijos de Dios, amados de Dios. He aquí el atractivo de Jesucristo, hermoso con la hermosura de Dios (nos recuerda san Juan de Ávila), amado del Padre y de los hombres, lleno de Espíritu Santo. Acercándonos a él, comiendo su carne gloriosa, acogemos al Amado. El Espíritu Santo le irá conduciendo por los caminos de la misión, vayamos con él. Recibid mi afecto y mi bendición: Q E
4º DOMINGO A: DOMINGO DE LAS BIENAVENTURANZAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús presenta este domingo la Carta magna de su Evangelio, la página de las Bienaventuranzas. Es una propuesta que ha sorprendido a muchos a lo largo de la historia, incluso a no cristianos. Es una página que se hace vida en tantos santos de todos los tiempos, antiguos y contemporáneos.
El hombre ha sido creado para ser feliz, y muchas veces experimenta todo lo contrario. Experimenta en propia carne el dolor y el sufrimiento de múltiples maneras, y cuando mira a su alrededor constata cuánto sufrimiento hay en el mundo. A veces se le pasa por la cabeza la exclamación de Job: “¡Ojalá no hubiera nacido!” (Jb 3, 3) o la del profeta Jeremías en un momento de desesperación: “Maldito el día en que nací” (Jr 20, 14).
En este contexto, algunos autores ateos de nuestro tiempo afirman que el hombre es un ser para la muerte, destinado a morir sin más horizonte. Sin embargo, Dios no se arrepiente de habernos creado. Dios quiere la vida, es amigo de la vida, nunca de la muerte. Dios quiere nuestra felicidad, y una felicidad que no se acabe nunca.
Ese misterio profundo y contradictorio en el que el hombre se ve sumergido tiene una clave: Dios nos ha creado para la vida, para la felicidad, pero el pecado ha introducido en el mundo una verdadera catástrofe, un desequilibrio que afecta incluso a la naturaleza creada.
Todo esto no lo entendemos hasta que no entramos en el Corazón de Cristo, y él nos explica con su vida el drama del pecado, que le ha llevado a la humillación y a la Cruz, y nos ilumina el atrayente misterio de un amor más fuerte que el pecado y que la muerte, por el que ha ofrecido su vida libremente en la Cruz y la ha recibido nueva de su Padre en la resurrección.
La resurrección de Cristo es como un foco potentísimo que ilumina el misterio del hombre, su vocación y su destino, el sentido del sufrimiento y del amor humano.
A la luz de este foco potente, se entienden las bienaventuranzas de Jesús: -“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Sólo la humildad, la pobreza y el desprendimiento nos sitúan en la verdad de nuestra vida. No somos nada, más aún somos pecadores. Y todo lo bueno que hay en nuestra vida, nos viene de Dios. La soberbia y el orgullo lo distorsionan todo.
Jesús, siendo Dios y sin dejar de serlo, ha aparecido en su camino terreno como pobre, humilde y despojado de todo. Sin buscar su gloria, sino la gloria del Padre, y en disponibilidad de servicio a todos. Y por este camino nos llama a seguirle.
Los que le han seguido por aquí, han encontrado la felicidad ya en este mundo y luego la felicidad eterna. Esta primera bienaventuranza engloba todas las demás: los que lloran serán consolados, los que tienen hambre de justicia (santidad) serán saciados, los misericordiosos alcanzarán misericordia, los limpios de corazón verán a Dios, los que trabajan por la paz son hijos de Dios, de los perseguidos es el reino de los cielos. Destaquemos los “limpios de corazón”. Sólo ellos ven a Dios.
En un mundo en el que parece que Dios se esconde y para muchos es difícil encontrarlo, ¿no será que falta esa pureza de corazón en la que Dios pueda reflejar su rostro y podamos encontrarnos con él por la fe?
Termina Jesús las bienaventuranzas subrayando la persecución “por mi causa”. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Muchas veces somos perseguidos por nuestros defectos, por nuestras limitaciones, por nuestra culpa. Nos sirva de penitencia ese sufrimiento.
Pero quizá muchas de ellas seamos perseguidos porque somos de Jesús, porque anunciamos su Evangelio, porque pregonamos la verdad. A los mártires se les ha concedido el don de llegar a esta bienaventuranza.
No tememos estos sufrimientos, que son timbre de gloria para los verdaderos discípulos del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Bienaventurados
DOMINGO V A: VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La sal es imprescindible para un buen guiso. Un guiso sin sal es un guiso soso. La sal, además sirve para preservar de la corrupción, mantiene la frescura, evita la descomposición. Jesús emplea este elemento para decir a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mt 5,13).
La misión del cristiano es, por tanto, dar sabor y buen gusto a todo lo bueno que hay en el mundo. Es tarea suya preservar lo bueno sin que se estropee nunca.
Jesucristo no ha venido a quitarnos nada bueno, sino a darle sabor, para que pregustemos la vida que no acaba junto a Él para siempre. Pero al mismo tiempo, Jesús advierte con cierta severidad: ¿para qué vale la sal, si pierde su sabor y sus propiedades? No sirve para nada, hay que tirarla. Nada más inútil que una sal desvirtuada. ¿Qué hace un cristiano cuando se acomoda al mundo en el que vive? Se mundaniza, pierde su vigor original, no sirve como cristiano.
El Papa Francisco nos está recordando continuamente los males que trae consigo la mundanidad para el cristiano, para las instituciones cristianas, para la Iglesia.
Dejarse mover por el placer, por el dinero, por el poder, por el prestigio, eso ya lo hace el mundo, y lo hace muy calculadamente para sus intereses. No le importan los que quedan en la cuneta, los descartados, los explotados, los abusados. Ese no puede ser el comportamiento de un cristiano.
El cristiano está llamado a ser “sal de la tierra”, porque nuestro mundo de hoy necesita sentido, valor, razón para vivir y esperar. Y Jesucristo encomienda a los cristianos esa preciosa tarea. Y con otras palabras, viene a decir lo mismo: “Vosotros sois la luz del mundo”.
Qué alegría cuando hay luz, qué tristeza cuando falta la luz y nos envuelve la oscuridad. Con la luz podemos ver y comunicarnos, podemos caminar, podemos mirar al horizonte. Sin luz, en medio de la oscuridad, quedamos aislados, incomunicados, no hay horizonte ni hay esperanza posible.
Nos dice Jesús: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Cuando Jesús entra en nuestra vida, se van disipando las tinieblas y vemos de otra manera. Vemos las cosas como son, como Dios las ha hecho.
Sin Jesús, vemos a nuestra manera, vemos distorsionada la realidad, se nos cierra el horizonte y nos viene la angustia. Nuestro mundo intenta muchas veces plantear la vida sin Dios, sin luz, a oscuras. Y ve todo del revés.
Por eso, los cristianos estamos llamados a ser luz de mundo, la luz que viene de Dios, la luz que ha brillado en Belén, que ha brillado en la Cruz, que ha brillado en la Resurrección. Nuestro mundo sin Jesús camina a oscuras.
Es urgente la tarea de alumbrar, para que vean, para que se alegren, para que se abra en sus vidas un horizonte infinito. “Vosotros que véis, ¿qué habéis hecho con la luz?”, decía P. Claudel.
A lo largo de la historia, han sido los santos los que han sido luminarias en su entorno para iluminar la vida cotidiana de tantas personas. Vale más un ejemplo que mil palabras. Madre Teresa de Calcuta ha iluminado toda nuestra época para que entendamos que los pobres han de ser preferidos, y que ese amor es el único que puede transformar el mundo.
Juan Pablo II nos ha mostrado a Cristo como centro del mundo y de la historia, porque Cristo era el centro de su vida. El santo Cura de Ars nos muestra con su dedicación al ministerio sacerdotal cuánto bien hace un buen cura a los fieles de su entorno. Santa Gianna Bareta, que prefirió morir para que sobreviviera su hija, nos enseña hasta dónde llega el amor de una madre. Tantos matrimonios cristianos, cuyos esposos se aman, son fieles y están abiertos a la vida, son el mejor ejemplo de cómo Dios quiere hacer felices a los que viven en una familia cristiana hoy.
Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Una vez más acogemos esta misión que Jesucristo nos confía y con su gracia asumimos el reto de vivir la vida cristiana como testimonio, “para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a nuestro Padre del cielo”. Recibid mi afecto y mi bendición: Sal de la tierra, luz del mundo
MANOS UNIDAS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llega la Jornada Nacional de Manos Unidas, el segundo domingo de febrero (12 febrero), que durante todo el año nos va recordando el gran problema del mundo, la injusticia en el reparto de los recursos, por el que 800 millones de personas padecen hambre, malviven o mueren por esta causa en el mundo a día de hoy.
Las Mujeres de Acción Católica –hoy Manos Unidas– se propusieron ensanchar su mesa y enseñarnos a ensanchar la nuestra para que en ella quepan todos los hombres, especialmente los más necesitados, en vez de eliminarlos o mantenerlos en esa situación inhumana. “El mundo no necesita más comida. Necesita más gente comprometida” es el lema de esta 54 Campaña contra el hambre en el mundo, que promueve Manos Unidas en 2017.
En el Trienio de lucha contra el Hambre (2016-2018), se propone dar respuesta a las causas y problemas que provocan el hambre en el mundo, acompañando a los más pobres, reforzando el derecho de los pequeños productores, contribuyendo a un cambio de sistemas alimentarios más justo y educando para la vida solidaria y sostenible.
Concretamente, este año nos insiste en tres cuestiones urgentes: el desperdicio de alimentos, la lucha contra la especulación alimentaria, el compromiso con una agricultura respetuosa con el medio ambiente que asegure el consumo local.
Hay alimentos en el mundo para todos. Qué pasa. Que unos tenemos lo necesario y nos sobra, y otros no tienen qué llevarse a la boca. El mundo está mal repartido, y la culpa no es de Dios. Es de los hombres, que no respetamos la justicia y el derecho de los más pobres a tener lo necesario para vivir.
Dios es amigo de la justicia en el mundo. Nuestro egoísmo humano introduce un fuerte desequilibrio que sólo el amor, a grandes dosis, podrá reparar. Aquí viene la Campaña de Manos Unidas, que brota del amor de Cristo en nuestros corazones, para colaborar hasta donde podamos en resolver este grandísimo problema en el mundo.
La Campaña incluye varios aspectos. El primero, que nos demos cuenta. Que sepamos agradecer a Dios todo lo que cada día nos da. Que sepamos valorar lo que usamos. Después, que sepamos introducir en nuestra vida un talante de austeridad, es decir, de no gastar más de lo necesario y despojarnos de algo nuestro para compartirlo con los demás que no tienen nada. Por último, que seamos solidarios de manera continuada, no sólo un día señalado. Entrando en nuestras casas constatamos que sobra comida que no reciclamos, y que termina en el cubo de la basura. Debemos educarnos, y educar a los pequeños y más jóvenes con nuestro ejemplo.
El alimento de cada día es algo que pedimos en el Padrenuestro, y lo pedimos para todos los hombres. El alimento material, que nutre nuestro cuerpo, y el alimento espiritual, que nutre nuestra alma.
Pero, además de una injusticia, es una desfachatez que teniendo para comer cada día, lo tiremos al cubo de la basura. Es un símbolo de que vivimos en la abundancia, en la hartura hasta tirarlo.
Gracias a Manos Unidas por abrirnos los ojos a un horizonte donde tantos millones de niños y adultos no tienen hoy para comer. Y en vez de quedarnos en lamentos, nos tiende su mano para pedir nuestra aportación económica.
Manos Unidas tiene un prestigio reconocido a nivel estatal español y a nivel internacional, porque sabe trabajar con proyectos bien estudiados y con personas muy competentes que los llevan a cabo.
Manos Unidas es muy experta en el tema. Vale la pena apoyar esta ONG de la Iglesia católica, con la que salen al paso de tantos proyectos en los que se benefician tantos millones de personas. En 2015, se recaudaron más de 45 millones de euros. Y se atendieron más de dos millones de personas, en 938 proyectos de África, Asia y América. Gracias a todos los que trabajáis en Manos Unidas en nuestra diócesis de Córdoba.
Estamos con vosotros y os felicito por vuestro trabajo. Dios multiplicará vuestros esfuerzos, dando frutos a su tiempo. Recibid mi afecto y mi bendición: Manos Unidas ¿Más comida? – Más gente comprometida
DOMINGO VII A: SED SANTOS PORQUE DIOS ES SANTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “El templo de Dios es santo. Ese templo sois vosotros” (1Co 3, 17). La dignidad de la persona le viene dada por Dios, que ama todo lo que ha creado, y especialmente esa dignidad es restaurada y acrecentada por la sangre redentora de Cristo, que nos ha convertido en templos de Dios.
El respeto al otro no es sólo buena educación, sino visión de fe: el otro es hijo de Dios o está llamado a serlo, ha sido redimido por la sangre de Cristo y es templo del Espíritu Santo. ¿Cuál es el precio de esa persona? Ha sido rescatada no con oro o con plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha (1Pe, 1, 19). Ese es su precio, ese es su valor, la sangre de Cristo, mucho más de lo que pesa en oro.
Cuántas violaciones de los derechos humanos, cuántos atropellos a la dignidad humana, cuando al otro se le considera simplemente como objeto de mercado, objeto de placer, un medio de producción. Cuántos niños soldados, cuántos niños esclavos en el trabajo, abusados sexualmente por los mayores, que nunca tendrán acceso a la cultura ni una vida digna.
Cuántas mujeres violadas, objeto de trata, explotadas sexualmente, pisoteadas en su dignidad humana. Cuántas personas que tienen que dejar su casa, perseguidos que se convierten en prófugos, emigrantes sin rumbo fijo en busca de una situación mejor, que a veces se topan con la muerte en el mar, en los caminos, en el rechazo de los hombres.
Todo hombre es tu hermano, toda persona es templo de Dios. Si alguno profana este templo, está pisoteando al Espíritu que habita en vosotros. La Palabra de este domingo nos pone delante el horizonte de la santidad para todos: “Sed santos, porque yo el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2). Si somos hijos de Dios, nos parecemos a él.
Y Jesús en el Evangelio, después de profundizar en los mandamientos de Dios para llevarlos a su radicalidad, esos mandamientos que llegan a su culmen en las bienaventuranzas, nos señala: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
Y desgrana esa perfección en el mandamiento del amor al prójimo, pues nadie puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama a su prójimo a quien ve (1Jn 4,20). “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (Mt 5,43-44).
Nadie ha hablado nunca así. No hay líder religioso, ni filosófico, ni cultural, ni político que haya pronunciado estas palabras, que haya puesto ese listón. El amor a los enemigos es algo que brota del corazón del Cristo, del corazón de Dios.
Jesucristo ha pedido perdón para los que le estaban crucificando, y nos manda perdonar a los que nos persiguen, nos calumnian o nos hacen cualquier tipo de daño. Amar a los que nos aman, eso lo hace cualquiera, a no ser que sea un degenerado o un ingrato. Pero amar a quienes te hacen mal, a quienes quieren quitarte de en medio, eso sólo es posible si el amor de Cristo reside en tu corazón. Eso es lo que nos identifica como cristianos.
El testimonio que está llamado a dar un cristiano no es sólo el respeto y la promoción de los derechos de los demás, tantas veces conculcados por el egoísmo humano. El cristiano está llamado a un plus mayor, está llamado, urgido interiormente por la acción del Espíritu Santo, a amar a los enemigos, a los que te hacen mal, a los que no te quieren o incluso quieren destruirte.
En un mundo convulso como el nuestro, en un cambio de época como el que estamos viviendo, es necesario recurrir a lo típicamente cristiano, a aquello que sólo el cristianismo puede aportar como original y propio a este mundo en el que vivimos.
Es urgente este testimonio cristiano del perdón a los enemigos. Sólo ese amor será capaz de transformar nuestra generación, para amanecer a una época nueva y renovada. En este campo más que en ningún otro el cristiano está llamado a ser luz del mundo, partícipe de la misericordia de Dios con los hombres, que hace salir el sol para buenos y malos y manda la lluvia para justos e injustos. Sólo el que está profundamente unido a Cristo será capaz de dar la talla en este testimonio que se le pide. Recibid mi afecto y mi bendición: Sois templos de Dios, sed santos.
VI DOMINGO CICLO A
AMAD A VUESTROS ENEMIGOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo toca un punto neurálgico de nuestro corazón humano. Somos capaces de amar, estamos hechos para amar, pero no podíamos imaginar que el corazón humano pudiera llegar a tanto. “Amad a vuestros enemigos”. Las fuerzas humanas no dan de sí para esto, pero Jesucristo nos hace capaces, dándonos su Espíritu Santo, dándonos un corazón como el suyo, que sea capaz de amar como ama él.
El núcleo del Evangelio está en el corazón de Cristo, que nos ama con misericordia a los pecadores. Él no ha devuelto el insulto, como cordero llevado al matadero. En su corazón no hay venganza ni resentimiento. Más aún, se goza en perdonar. Y nos propone un mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Este mandamiento es toda una revolución en las relaciones humanas.
La civilización humana dio un salto tremendo con el paso de la ley de la selva a la ley del Talión. En la ley de la selva, gana siempre el más fuerte; los más débiles pierden siempre, e incluso desaparecen. Algunas veces constatamos que esa ley sigue vigente, de manera que también hoy los más débiles salen perdiendo. Por eso, el “ojo por ojo y diente por diente” (ley del Talión) puso barreras a la ley de la selva.
Con esta ley sólo puedes cobrarte una pieza si el otro te debe una; no puedes dejarte llevar por la venganza y cobrarte tres, cuando sólo te deben una, porque tú seas más fuerte o más vengativo.
Otro salto importante en las relaciones humanas viene dado por el Decálogo que Dios entrega a Moisés: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero en esta ley que Moisés recibe en el Sinaí, está permitido odiar a los enemigos: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo (cf. Mt 5, 43). La cumbre del amor viene marcada por la actitud y el mandamiento de Jesucristo: “Amaos como yo os he amado”.
No puede haber listón más alto, porque en este mandamiento se incluye lo que este domingo nos proclama el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada”. El primer referente es vuestro Padre que está en el cielo, y a él nos parecemos, si llevamos en nuestra alma su misma vida, la que él nos ha dado por el don del Espíritu Santo. Y el referente más cercano es el mismo Jesús, que se parece plenamente al Padre y nos abre el camino para parecernos a él.
Esta es la civilización del amor, que ha cambia el rumbo de la historia. El motor de la historia no es el odio ni el enfrentamiento de unos contra otros. El motor de la historia es el amor al estilo de Jesucristo. Es lo que han vivido los santos en su propia vida, ese estilo de Jesucristo es posible en tantos hombres y mujeres que han vivido dando la vida, e incluso la han perdido en el amor generoso hacia los demás.
Hace pocos días, un misionero salesiano, Antonio César Fernández, nacido en Pozoblanco (Córdoba) ha sido asesinado en Burkina Faso por ser misionero. Él ha gastado su vida entera en el servicio a los más pobres como misionero en África.
El carisma salesiano le llevó a dedicarse por entero a los niños y jóvenes más pobres, y en ese tajo de entrega plena ha dado la vida, incluso con el derramamiento de su sangre. Quién arriesga su vida de esta manera, sino el que vive el amor de Cristo, “los que no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12, 11).
Para nosotros, su familia de carne y sangre y su familia religiosa, las lágrimas. Para la Iglesia y para la humanidad, el testimonio heroico de una vida entregada con amor. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los paganos. Para eso no hace falta ni la gracia de Dios, ni el Espíritu Santo, ni la fuerza de Jesucristo.
Para amar al estilo de Cristo, para tener sus sentimientos, hace falta la gracia de Dios y la ayuda de lo alto. Que desaparezca del mundo la venganza, la revancha, el enfrentamiento, el odio y el mundo se llene del amor de Cristo. Esta es la verdadera revolución, la que cambia el mundo, la revolución del amor. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos
COMIENZA LA CUARESMA
HERMANOS Y HERMANAS: Hemos comenzado el tiempo de Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua. En la Pascua celebramos el misterio central de Cristo y del cristiano, la muerte redentora de Cristo y su gloriosa resurrección, que nos abre un horizonte nuevo de vida eterna. Nos ponemos en camino hacia la Pascua, donde renovaremos nuestro bautismo, sumergidos con Cristo en su muerte para renacer con Cristo a la nueva vida. El horizonte es la divinización del hombre, ser transfigurados con Cristo para participar de su gloria. El camino es la prueba y la tentación, donde salimos fortalecidos en el combate contra las fuerzas del mal y contra el demonio. Los medios a emplear son la oración, el ayuno y la limosna. La Cuaresma se plantea como un catecumenado en el que revivir nuestro propio bautismo, que desemboca en el sacramento de la penitencia para sentarse a la mesa del Señor en la Eucaristía. La oración nos pone en clima de escucha de la Palabra de Dios. Durante el tiempo de Cuaresma somos invitados a volver a Dios, a convertirnos de nuestros malos pasos, a reorientar nuestra vida hacia la meta, que es Dios. Seguramente que todos necesitamos ajustes en la dirección de nuestro corazón inquieto, que sólo en Dios hallará su descanso. Dedicar más tiempo a la oración durante este tiempo, examinar nuestra conciencia para ver si nos ajustamos a la voluntad de Dios, es una tarea propia de la vida cristiana y especialmente de este tiempo de Cuaresma. ¿En qué tiene que cambiar mi vida? El ayuno consiste en privarse de lo que nos estorba, para abrir nuestro corazón a Dios y a los hermanos. Queriendo o sin querer, nos dejamos llevar por el egoísmo, que nos impide amar de verdad. Pensamos solamente en nuestras necesidades, y cuanto más tenemos, más queremos. Necesitamos invertir esta tendencia. El ayuno es un entrenamiento en el amor verdadero, que ha de aquilatarse en la prueba. Nos estorban los vicios y los pecados, nos estorban tantas aficiones que aún siendo buenas nos entretienen. Sólo en el amor encontraremos que nuestro corazón se satisface, y cuántas veces nos es imposible amar. En el campo del ayuno se incluye la penitencia y la mortificación. Si no morimos con Cristo, no podemos resucitar con Él. ¿De qué tengo que despojarme? La limosna es generosidad, apertura del corazón a los hermanos para compartir con ellos lo que tú has recibido. Cuántas necesidades a nuestro alrededor. Mucha gente lo pasa mal, a miles de kilómetros y a nuestro lado, mientras yo tengo más de lo necesario. Ha aumentado el paro obrero, muchas familias no tienen nada para comer o para sobrevivir. La crisis nos interpela a todos, y no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando a que se resuelvan las macrocifras. Podemos y debemos salir al encuentro de nuestros hermanos más cercanos. En nuestra ciudad y en nuestros pueblos de Córdoba hay pobres, hay necesidad, hay miseria. Y en el mundo entero, mucho más. Cáritas y las parroquias están al servicio de tantos hermanos nuestros que no tienen casi nada. Las instituciones de caridad de la Iglesia están mostrando en este momento el rostro más amable de la Iglesia en la atención a los más necesitados. Cuando falla todo, ahí está la Iglesia para ayudar al que lo necesita. La Cuaresma es un tiempo de gracia para aprender a amar, para aprender a compartir. ¿Qué podría compartir con los demás? Oración, ayuno, limosna. Un trípode referencial de toda vida cristiana. En Cuaresma hay que actualizar este trípode. Así, renovados por la penitencia, podremos disfrutar de los dones de la Pascua. Con mi afec
MIÉRCOLES DE CENIZA
HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma con el miércoles de ceniza. Este año cae muy tarde –decimos– la Semana Santa, la Pascua, y por tanto el miércoles de ceniza. Es que la Pascua la celebramos el primer plenilunio (luna llena) de la primavera, que este año nos lleva hasta el 21 de abril, la gran fiesta de la resurrección del Señor. Por eso, el miércoles próximo es miércoles de ceniza.
Parece chocante que pasemos del carnaval a la ceniza tan bruscamente. Sí. La Cuaresma es un tiempo litúrgico que nos prepara a la gran fiesta de la Pascua, y los carnavales han surgido como una protesta ante la penitencia que la Iglesia nos invita a realizar para preparar nuestro cuerpo y nuestra alma a la muerte y resurrección del Señor. El carnaval se ha convertido así en un hecho cultural, que no tiene que ver para nada con lo religioso, más bien es antípoda del mismo.
La fecha central del calendario litúrgico es la Pascua del Señor. Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo: su pasión, muerte y resurrección, que traemos a la memoria en cada celebración de la Eucaristía y celebramos solemnemente una vez al año.
Cincuenta días para celebrarlo, es el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, es el tiempo cuaresmal. Para este tiempo, la Iglesia nos da unas pautas para quien quiera hacer el camino cuaresmal como camino de minicatecumenado que nos conduce a la renovación del bautismo en la vigilia pascual.
En primer lugar, la oración más abundante, mejor hecha. En definitiva, volvernos a Dios por la conversión de la vida y recibir de él las luces que motivan nuestro camino de vida. La oración es como la respiración del alma. Si no hay oración, no hay vida de relación con Dios. La Iglesia como buena madre nos recuerda y nos insiste en que volvamos a Dios, intensifiquemos nuestra relación con él, revisemos nuestra oración. Lectura de la Palabra de Dios, participación más asidua en los sacramentos –penitencia y eucaristía-. Rezo del rosario como oración contemplativa desde el corazón de María, que contempla los misterios de la vida de Cristo. La Cuaresma es una llamada al desierto para escuchar la declaración de amor por parte de Dios y ponernos en camino de combate y de penitencia.
En este camino penitencial, otra pauta es el ayuno. Ayunar es privarse de algo para estar más ágil en el trato con Dios y en el servicio a los demás. Hay muchas cosas que se nos van acumulando y nos impiden el camino ligero. Hay que despojarse. Ayunar de comida para compartir con quienes no tienen ni siquiera lo elemental. Ayunar de comodidades, para no dejarnos llevar por la pereza y la acedia. Ayunar de descansos y diversiones para que no se relaje el espíritu. Ayunar supone penitencia, sacrificio, privación. El ayuno está de moda para otros fines no religiosos, como es el deporte, la salud, etc. Por eso la Iglesia nos manda ayunar, con un pequeño símbolo de no comer, pero con la intención de invitarnos a privarnos de tantas cosas que nos estorban. Cosas incluso buenas y legítimas, pero que nos hacen pesada la carrera. Ligeros de equipaje para correr el camino del amor a Dios y al prójimo.
Y el tercer elemento de esta pauta Cuaresmal es la limosna, la misericordia, la generosidad con los demás. Si nos volvemos a Dios de verdad y nos privamos de lo que nos estorba, es para abrir el corazón (y el bolsillo) a los demás en tantas formas de servicio. Cuaresma es tiempo de salir al encuentro de los más necesitados, y hay tantas necesidades a nuestro alrededor y en el mundo entero. Compartir con los pobres nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestro dinero es prolongar la misericordia de Dios, que es bueno con todos, especialmente con sus hijos más débiles. Oración, ayuno, limosna. Es el trípode de la Cuaresma.
Entremos de lleno desde el comienzo, Dios nos sorprenderá con su gracia y podremos salir renovados con este tiempo de salvación. Recibid mi afecto y mi bendición: Miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma Q
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DOMINGO DE CUARESMA: LAS TENTACIONES DEL DEMONIO
HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.
Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada. Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.
Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.
Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece.
La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia. El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece.
El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.
El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él. Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio.
La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario. Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria. San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.
Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi afecto y mi bendición: Las tentaciones y el Maligno Q
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1ºDOMINGO DECUARESMA:LAS TENTACIONES DEL DEMONIO
HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.
Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada.
Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.
Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.
Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece. La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia.
El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece. El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.
El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él.
Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio. La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario.
Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria.
San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.
Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi
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2º DOMINGO DE CUARESMA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El camino hacia la Pascua que marca la Cuaresma es camino hacia el cielo, y cada año se renueva en la Resurreción del Señor. Después de empezar este tiempo santo con paso firme, el segundo domingo nos presenta a Jesús transfigurado en el monte Tabor. La meta no es la cruz, el sufrimiento, la muerte. La meta es la transfiguración de nuestra vida, la metamorfosis de este cuerpo mortal en cuerpo glorioso. “Él transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3, 21).
Un creyente no espera el paraíso terrenal. Eso se queda para el marxismo materialista y para el ateísmo, que no tienen horizonte de eternidad. Para ellos, el paraíso es una utopía, que no existe, pero que mantiene encendido el principio esperanza en el corazón del hombre. Para el creyente, el paraíso está en el cielo, más allá de todo lo que vemos, más allá de la historia. Para un creyente, el paraíso existe con toda certeza, pero se sitúa en la zona más allá de la muerte. Somos ciudadanos del cielo.
A la luz de esta perspectiva tiene sentido el sacrificio, el esfuerzo, la penitencia cuaresmal. Los sufrimientos de la vida no son para aguantarlos estoicamente, sino para unirlos a la Cruz de Cristo, con la que el mundo ha sido redimido.
El sufrimiento cristiano es para vivirlo con amor, como lo ha vivido Cristo. Cuando Jesús iba decidido camino de Jerusalén bien sabía a lo que iba, a sufrir la muerte de cruz, que desembocaría en el triunfo de la resurrección. Y Jesús tuvo compasión de sus apóstoles, los que lo habían dejado todo para seguirle.
Antes de continuar el camino, subió con ellos a un monte alto –un día entero se llevaba esta caminata– para un retiro espiritual en las alturas, en el monte. Y estando allí en oración con los tres más cercanos, su rostro se iluminó y los vestidos brillaban de blancura.
Es como si Jesús dejara por unos instantes translucir la intimidad de su corazón divino en su rostro humano. Vieron a Dios con rostro de hombre, en un rostro humano transformado, transfigurado, lleno de gloria. “Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (S 26).
En la búsqueda de Dios por parte del corazón humano hay un deseo creciente de ver a Dios. Dios ha ido mostrando su rostro y su intimidad progresivamente hasta llegar a su Hijo Jesucristo, en quien habita la plenitud de la divinidad y en quien hemos visto el rostro de Dios.
Cuando los apóstoles lo vieron, cayeron rostro en tierra, como adormilados. “Qué hermoso es estar aquí”, dijo Pedro. Cuando el hombre vislumbra el rostro de Dios, su corazón se llena de alegría, de paz, de esperanza. Esa es la vida contemplativa, a la que todos estamos llamados.
La Cuaresma nos invita a buscar a Dios, a buscar el rostro de Dios. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (S 34, 6). Sería afanoso buscar ese rostro si no hubiera salido a nuestro encuentro. Pero no es así. El rostro de Dios Padre nos ha salido al encuentro en el rostro y en el corazón de su Hijo Jesucristo. Ahí lo encontramos, y ahí descansa nuestro corazón inquieto.
Cuando san Juan de la Cruz propone la Subida al Monte Carmelo, a los pocos pasos propone la unión con Dios como meta. El corazón humano no persevera en la subida, si no tiene claro a dónde va. Sabiendo cuál es la meta, la unión con Dios, el hombre puede seguir caminando, aunque le cueste fatigas, aunque se encuentre con contrariedades de todo tipo. Todo lo soporta con tal de alcanzar la meta que se le propone.
Eso hace Jesús este domingo con nosotros: no tengáis miedo, la meta es la transfiguración, no la cruz. Ánimo, aunque ello cueste sangre. Gracias, Señor, por tu comprensión y por proponernos metas más altas. Recibid mi afecto y mi bendición: Somos ciudadan
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DOMINGO DE CUARESMA: SEMANA DE LA FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, nos encontramos con la Semana de la Familia que solemos celebrar en primavera, en torno al 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del ángel a Nuestra Señora y de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María (9 meses antes de la Navidad). El 25 de marzo en la tarde, tendremos en la Catedral la vigilia de oración por la vida. La vida reverdece cuando llega la primavera, la vida es imparable. Y la causa de la vida, igualmente.
Por mucha campaña antivida en aras de la libertad y del derecho a elegir, la vida tiene futuro, nunca la muerte. El discurso sobre la vida volverá a tener futuro y ahogará los gritos de muerte que están de moda. Esta es la esperanza cristiana que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Dios se ha acercado a nosotros en la carne de su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Y nos llama a la vida para hacernos partícipes de una Vida que no acaba.
Dios ha dotado al hombre (varón y mujer) de la capacidad de colaborar con él en la generación de nuevas vidas. La unión amorosa de los padres es el lugar sagrado donde brota la vida. La fecundación no es un simple amasijo de células, sino una carne con alma, y el alma la crea Dios para estrenar en cada ser humano que viene a la existencia.
Un ser humano vivo es una persona humana, aunque todavía no se haya desarrollado plenamente. Y más de cien mil seres vivos, personas humanas, son eliminados en el seno materno antes de nacer en España cada año. Millones y millones en el mundo.
A pesar de toda esa conspiración de muerte (“cultura de la muerte” la llamaba Juan Pablo II), la vida sigue brotando con fuerza y por eso vale la pena luchar en favor de la vida. El 25 de marzo tenemos una cita en la Catedral y en todas las parroquias para celebrar la Jornada por la Vida, para agradecer a Dios el don de la vida, y para luchar con las armas de la fe, de la oración y de la mentalización en favor de la vida. Muchos colaboran con la muerte en este campo sin saberlo, incluso sin culpa propia.
Tenemos que crear entre todos una “cultura de la vida”, que respeta la ecología humana y la promueve, porque el primer derecho de todo ser humano es el derecho a vivir, una vez que ha sido concebido. “Nadie tiene derecho a suprimir una vida inocente”, gritaba Juan Pablo II en el paseo de la Castellana de Madrid allá por el año 1982, en su primer viaje a España. Desde entonces han sido segadas millones de vidas en el seno materno.
Y muchas vidas han sido rescatadas de la muerte antes de ser destruidas, gracias a los que trabajan en favor de la vida. La Semana de la Familia abordará también otros temas relacionados con la familia y con la vida. El martes 26 nos hablará Mons. Juan Antonio Aznarez. El miércoles y el viernes otras ponencias según programa. El jueves será especialmente dedicado a la oración en todas las parroquias con los temas referentes a la familia; y el viernes la última ponencia y clausura de la Semana.
Somos como David y Goliat, unos enanos ante un gran gigante, pero David abatió a Goliat porque su lucha la basó “en el nombre del Señor”. Pues hagamos eso, en el nombre del Señor vivamos nuestra defensa de la vida, sin pretensión de ofender a nadie, pero proponiendo una y otra vez el evangelio de la familia y de la vida, que hace feliz al hombre y genera paz social.
Vuelve una y otra vez la propuesta de eliminar la vida en su última fase, cuando la “calidad” de vida ya no es estimable. Luchemos por la defensa de la vida en su última etapa. La persona vale no por lo que produce, ni estorba por el gasto que genera. La vida es sagrada y cuanto más débil más merece ser protegida, mimada, atendida con amor inmenso.
Ahí queda patente la dignidad de la persona, que ha de ser amada y atendida hasta su último aliento natural, sin que nadie tenga derecho a cortar el hilo. Misterio de la Encarnación, Semana de la Familia y la Vida, tiempo de Cuaresma que nos prepara a la gran fiesta de la Vida, Cristo que ha vencido la muerte y nos da nueva vida, la Pascua del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Semana de la Familia
CUARTO DOMINGO DE CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, Dios nos sale al encuentro en este cuarto domingo de Cuaresma con la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso. Es como el corazón de todo el Evangelio.
Algunos comentaristas afirman que si hubiera desaparecido todo el Evangelio, con tener esta parábola nos bastaría para conocer el corazón de Dios. Verdaderamente sorprendente, no podíamos imaginar que Dios fuera así, si no nos lo hubiera contado el mismo Jesucristo, el hijo y hermano bueno.
Dios es un padre al que le duele que su hijo se aleje de él. Dios sufre por nuestros pecados, por nuestras infidelidades, por nuestros olvidos de él. Él no se cansa de esperar que volvamos, y esto nos debe dar una gran esperanza siempre para nosotros y para los demás. De nadie está dicha la última palabra, podemos esperar su salvación hasta el último minuto, porque Dios espera siempre.
El hombre está muy bien dibujado en los dos hijos de la parábola. Ninguno de los dos vive como hijo. Uno se aleja, tomando en sus manos lo que el padre le da y lo malgasta hasta la ruina total. No vive como hijo, prefiere su autonomía, tiene sed de libertad, pero alejado de Dios cada día es más esclavo de sus vicios y pecados.
Ojo con la libertad que nos lleva al pecado, eso no es libertad, sino esclavitud del peor calibre. Alejado de Dios, queda despojado incluso de su dignidad de hijo y llegan a faltarle hasta las más elementales condiciones para sobrevivir.
Sólo en ese momento de extrema necesidad, recapacita y recuerda lo que ha perdido. Entonces se le ocurre volver, pero lo hace por necesidad; no piensa en su padre, no es capaz de darse cuenta de lo que su padre alberga en el corazón paterno. Le bastaría vivir como jornalero, una vez perdida la dignidad de hijo. Y aquí viene la sorpresa. El corazón de Dios no es como el nuestro.
El padre de la parábola es nuestro Padre Dios, el Padre que Jesucristo nos ha revelado como padre lleno de misericordia. Dios se conmueve cuando ve que volvemos a él, y sale a nuestro encuentro no para reñirnos, no para echarnos en cara nuestros extravíos, sino para expresarnos su amor, un amor que no habíamos imaginado nunca. Nosotros continuamente ponemos límite al amor de Dios, Dios sin embargo nos ama ilimitadamente.
Esta es una experiencia continua y progresiva en nuestra vida. Todavía no hemos agotado la misericordia de Dios, todavía no hemos experimentado hasta dónde llega ese amor de Dios.
Contrasta este amor de Dios, rico en misericordia, con la actitud del hermano mayor que se ha quedado en casa, pero no disfruta de los dones del padre: “en tantos años que te sirvo nunca me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos”. Le molesta que su padre sea padre y se porte como padre. Le molesta que su hermano, el hijo pródigo, tenga perdón como si no hubiera pasado nada. “Ese hijo tuyo”, al que nunca reconoce como hermano. Le molesta que su padre sea tan misericordioso. En definitiva, la envidia no le deja vivir. Para él, es una injusticia tremenda que Dios sea capaz de perdonar así.
Como nos pasa a nosotros tantas veces, que consideramos injusto que Dios sea bueno con todos, incluso con los “malos”. También para este hijo mayor, el padre tiene palabras de perdón. Hijo mío, tu hermano.
Destacaría de toda la parábola la alegría del corazón de Dios Padre, cuando ve que un hijo suyo regresa. Para el hijo pródigo fue una gran sorpresa comprobar que su padre seguía siendo padre, a pesar de que él había sido un mal hijo. Más aún, pudo constatar esa misericordia del padre hasta el límite precisamente en las circunstancias en que él se había dejado llevar de su egoísmo y volvía de nuevo.
El tiempo de Cuaresma es para eso, para volver a Dios, el Padre misericordioso, que no se cansa de perdonar; y para volver a los hermanos, abriendo nuestro corazón incluso a los “malos” para que se arrepientan y vengan a la casa del Padre. No conseguiremos nada con reproches, todo lo ha conseguido Jesús con su amor hasta dar la vida por nosotros.
Nos detenemos ante el amor de Dios, contemplamos ese amor misericordioso hasta el límite y nos dejamos atraer por su misericordia. Recibid mi afecto y me bendición: Dios Padre misericordioso
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SAN JUAN DE ÁVILA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La próxima celebración de los 450 años de la muerte de san Juan de Ávila nos pone en clima de año jubilar, ocasión de volver nuestra atención a Montilla, lugar desde donde voló al cielo el 10 de mayo de 1569 y donde se veneran sus reliquias y su sepulcro hasta el día de hoy.
La diócesis de Córdoba guarda entre sus mejores tesoros esta memoria del gran santo y maestro de santos, san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia universal, patrono del clero secular y apóstol de Andalucía.
El próximo 6 de abril comenzamos este Año jubilar en la basílica pontifica de Montilla. Viene del Vaticano para este acontecimiento el cardenal Beniamino Stella, prefecto de la Congregación para el Clero y los Seminarios. Nos acompañará el arzobispo metropolitano de Sevilla, don Juan José Asenjo, y otros obispos cercanos. Y estáis todos invitados a uniros espiritualmente al acontecimiento y a visitar su sepulcro a lo largo de este año que se abre.
En esta fecha también será concedido por el Ayuntamiento de Montilla el título de hijo adoptivo de Montilla a san Juan de Ávila, que difunde el nombre de Montilla por el mundo entero. Este año para la novena previa a su fiesta vendrá cada día un obispo de Andalucía y el día grande de su fiesta (10 de mayo) lo celebraremos especialmente, con los sacerdotes por la mañana y con todo el pueblo cristiano por la tarde. La memoria de los santos, y de este gran santo, maestro de santos, es un estímulo para todos en nuestro camino de santidad. Para los sacerdotes particularmente, en nuestro camino de santidad sacerdotal.
La reforma de la Iglesia, necesaria en todas las épocas, y también en la nuestra, va precedida por la reforma del clero, de los sacerdotes. Si la Iglesia quiere afrontar una nueva época de santidad, una nueva primavera de la Iglesia, ha de poner especial empeño en la santidad de los sacerdotes y de los que se preparan al sacerdocio. Por eso, este nuevo año jubilar es una nueva ocasión y un estímulo, que nos llena de esperanza. San Juan de Ávila destaca fuertemente por su afán evangelizador. Quería que todos supieran que Dios es amor y a eso consagró su vida y todas sus energías.
Nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) el 6 de enero de 1500 muere en Montilla el 10 de mayo de 1569. Hijo único y muy deseado de unos padres pudientes, va jovencito a Salamanca para estudiar derecho. Allí tiene una fuerte experiencia de Jesucristo, que le cambia la vida, y regresa a su casa. Tres años de oración intensa, de penitencia, de discernimiento. Descubre su vocación sacerdotal y marcha a Alcalá para los estudios eclesiásticos. Es ordenado sacerdote en 1526 y lo celebra en su pueblo natal, vendiendo todos sus bienes (que eran abundantes), repartiéndolos a los pobres e invitando a su primera Misa a doce pobres. Quiere ser misionero en el nuevo mundo recién descubierto y se traslada a Sevilla para embarcar rumbo a México. Además del despojamiento material, Dios le fue despojando de todo lo demás. El arzobispo de Sevilla le retiene y estando en Sevilla es calumniado, llevado a la cárcel, donde pasa más de un año privado de libertad. Cuando sale absuelto y libre de cargos, se traslada a Córdoba, donde queda incardinado para siempre como clericus cordubensis. Doña Catalina Fernández de Córdoba lo vincula a Montilla y después de predicar por tantos lugares –Granada, Zafra, Fregenal, etc–, funda colegios y la universidad de Baeza (1542) en su afán de completar la formación de los jóvenes.
Los últimos veinte años de su vida se retira a Montilla, y desde este lugar escribe cartas, tratados de reforma y espiritualidad, recibe visitas, aconseja a los santos más notables de la época en España. Y sobre todo dedica muchas horas a la oración y a la atención de sacerdotes, que lo tienen por maestro.
El año jubilar que comenzamos el 6 de abril de 2019 (125 años de su beatificación) para ser clausurado el 31 de mayo de 2020 (50 años de su canonización) sea una nueva ocasión para conocerle de cerca, imitarle en sus grandes virtudes, acudir a su intercesión y tenerlo como referente en nuestra vida cristiana.
Todo un calendario de acontecimientos irán jalonando este nuevo años jubilar. Que todo sirva para que, por su intercesión, nos acerquemos más a Dios y anunciemos con ardor el amor de Dios a nuestros contemporáneos. Recibid mi afecto y mi bendición:
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PRIMER DOMINGO DE CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Cuaresma es anuncio y preparación inmediata para la Pascua. La Pascua es la celebración anual de los misterios centrales de nuestra fe cristiana: Jesucristo que afronta su pasión y muerte por amor a todos los hombres y es resucitado por el poder de Dios, constituyéndolo Señor. Todo un acontecimiento que ha marcado la historia de la humanidad y que los cristianos celebramos con devoción, dolor y gozo, como las más importantes celebraciones del año.
La Pascua es un tiempo de renovación: cuarenta días para prepararla (cuaresma) y cincuenta días para celebrarla (cincuentena pascual), que concluye con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Entre nosotros, además, coincide con la primavera, donde la creación se renueva, todo florece y cosechamos los frutos del año.
Pero la renovación más importante es la de nuestros propios corazones, y por eso hemos de ponernos en camino. La cuaresma recuerda los cuarenta años del pueblo de Dios por el desierto desde Egipto hasta la Tierra prometida, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí para recibir las Tablas de la Ley, los cuarenta días de Jesús al comienzo de su ministerio público cuando lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo vence.
Entremos en la cuaresma con el deseo de revivir nuestro bautismo hasta renovar esas promesas bautismales en la vigilia pascual. El trípode clásico de la cuaresma es: oración, ayuno y limosna, como nos ha recordado Jesús en el evangelio del miércoles de ceniza.
¡Volvamos a Dios! Abrimos nuestra mente y nuestro corazón a la Palabra de Dios, que en este tiempo nos llega con mayor abundancia. “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Hbr 3, 15). Dediquemos tiempo más abundante a la oración en todas sus formas: oración litúrgica (misa, liturgia de las horas, confesión, etc.), devocional (rosario, viacrucis...), lectio divina (lectura orante de la Palabra de Dios), lectura espiritual (explicación de la fe y la moral cristiana, vidas de santos), etc.
La oración es la respiración del alma, y a veces andamos asfixiados. No encontramos tiempo, y lo que encontramos es a toda prisa y con miles de distracciones. Busquemos momentos, jornadas, lugares, etc. que nos ayuden a vivir el silencio de la escucha. Dios tiene mucho que decirnos, pero le es difícil decírnoslo si no estamos a la escucha. Cuando entramos en ese silencio de Dios, se nos ensancha el corazón y nos es mucho más fácil el camino de la vida. Por el contrario, cuando la oración anda escasa, todo va mal.
El tiempo de cuaresma es tiempo propicio para crecer en la oración, el trato con Dios. Dios está deseando y por eso nos ofrece un tiempo de gracias para la conversión.
El ayuno es una necesidad vital. Se expresa en la comida, pero abarca todas las dimensiones de la vida. Por el ayuno, el espíritu se purifica y el cuerpo se agiliza. ¿De qué podemos ayunar? La oración nos lo irá indicando: de tantas cosas que nos estorban para estar atentos a Dios y a las necesidades de los demás.
Tendemos por nuestra condición pecadora a centrarnos en nosotros mismos, a darnos gustos y caprichos en todos los campos (comida, vestido, viajes, gastos de todo tipo, empleo del tiempo, etc.), y de esa manera alimentamos nuestro egoísmo. El ayuno nos abre a las necesidades de los demás: una vida entregada y donada no piensa en sí mismo, sino en los que le necesitan. Esa espiral que gira hacia nosotros debe cambiar de sentido para ser una espiral en salida hacia los demás, para hacer de nuestra vida una donación.
La limosna es la actitud de misericordia hacia los pobres y necesitados, desde la convivencia más cotidiana con los que nos rodean hasta las grandes necesidades que el mundo padece.
No podemos desentendernos, sino debemos salir al paso como el buen samaritano, porque “el otro es un don” para mí, como nos recuerda Papa Francisco en su Mensaje para Cuaresma 2017. La cuaresma es ocasión preciosa para ejercitarnos en ese amor fraterno. El pobre Lázaro (Lc 16, 19- 31) nos hace entender que la vida tiene otra dimensión, además de las apariencias, el prestigio, el poder, el placer, la vanidad y la mentira.
Los pobres nos recuerdan que también cada uno de nosotros hemos de ser un don para ellos. Comenzamos la cuaresma con buen ánimo. “Este es el tiempo de la misericordia”, aprovechemos la cuaresma que nos conduce hacia la pascua del Señor y la nuestra. Recibid mi afecto y mi bendición: Oración, ayuno, limosna.
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SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA: TABOR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En este segundo domingo de cuaresma, el Evangelio nos presenta la escena de la transfiguración del Señor en el monte Tabor. Jesús subió con los tres discípulos más cercanos a un monte desde el que se domina toda la región de Galilea y se transfiguró delante de ellos. Es decir, dejó translucir en su carne humana la gloria de su persona divina, de su divinidad. Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Debió ser una estampa bellísima la de ver a Jesús con toda su belleza, con toda su gloria, transfigurado. Pedro, al ver esto, exclamó: “Qué bien se está aquí” (Mt 17, 4).
¿Qué pretendía Jesús con aquel momento, en el que no hubo enseñanzas especiales, como las que había habido en el sermón de la montaña? Fue como mostrarles su gloria, como un anticipo de lo que después será su resurrección.
Jesús con la transfiguración les comunica a sus discípulos una gran esperanza, al mostrarles la meta definitiva de la carne humana: esta carne humana y toda la persona está llamada a la divinización, a la glorificación, a la transfiguración plena.
Y lo hace antes de enfilar el camino hacia Jerusalén, durante el cual irá anunciándoles la pasión y la muerte que voluntariamente él va a sufrir en la Cruz. Jesús, antes de meternos en la fragua de la Cruz, nos anuncia el resplandor de la gloria a la que estamos llamados.
Quizá no consiga disipar todos los escándalos que la Cruz va a suponer para sus discípulos más cercanos, pero siempre les quedará el buen sabor de haber estado con él en este momento tan singular. Cuando el Resucitado se les aparezca, después de la pasión y la muerte, ellos le reconocerán también por la experiencia vivida en la transfiguración.
La cuaresma es camino de preparación para la Pascua, es una etapa de penitencia, de ayuno, de esfuerzo. La Iglesia nos sitúa ante este momento de la transfiguración, como hizo Jesús, para confortarnos en medio de nuestras penitencias con la meta de este camino ascensional. Cuando se tiene clara la meta es más fácil afrontar las dificultades del camino.
La religión cristiana no es la suma de nuestras prácticas penitenciales, aunque éstas sean necesarias para nuestra plena renovación. La religión cristiana nos presenta a Jesús en el centro y como meta su transfiguración y la nuestra. Se trata como de una metamorfosis (un cambio de ser) en el que llegaremos a ser “otro”, permaneciendo el mismo sujeto.
Santa Teresa de Jesús, cuando tiene que explicar este misterio de la transformación de nuestras vidas, encontró una imagen bonita, como buena maestra y doctora de la Iglesia. Dice ella que es algo parecido al gusano de seda, que bien alimentado por las hojas de morera, elabora un hilo fino de seda con el que teje un capullo, en el cual ese gusano se encierra por un tiempo. Ese gusano transformado en crisálida, rompe el capullo y sale convertido en mariposa que vuela y que resulta fecunda por la puesta de innumerables huevos, que se convertirán en nuevos gusanos.
La vida cristiana no es la suma prolongada de lo que somos y de lo que vivimos a lo largo de nuestra existencia. La vida cristiana es como una transfiguración, es una nueva vida, como la de Cristo resucitado, que se va tejiendo en el día a día de nuestra existencia, y en donde la acción del Espíritu Santo nos va transfigurando como el gusano de seda se transmuta en mariposa.
La transfiguración nos habla de la meta, y eso nos anima grandemente, y nos habla de un proceso de transformación en el que vamos siendo empapados de divinidad, vamos siendo divinizados, hasta llegar a ser plenamente humanos y partícipes de la naturaleza divina.
Ánimo. Vale la pena recorrer el camino de la cuaresma que nos prepara para la Pascua. Vale la pena emprender el camino que pasa por la Cruz, cuando en el horizonte está la resurrección. Vale la pena aprovechar este tiempo santo de la cuaresma por el que somos plenamente renovados. Cuando hemos encontrado a Jesús, todo cuadra, y podemos decir: Qué bien se está aquí. Recibid mi afecto y mi bendición. Qué bien se está aquí.
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DIA DEL SEMINARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Seminario es un lugar, una etapa, un plan de formación, una comunidad de jóvenes que se preparan para el sacerdocio ministerial. La Iglesia cuida con todo esmero la preparación de aquellos que son llamados por Dios para servir a los hombres en este ministerio. Acompaña a los jóvenes que sienten esta vocación, discierne los signos de esa llamada de Dios, verifica si esa llamada toma cuerpo en la vida de esta persona, y, después de un tiempo largo de preparación (humana, intelectual, espiritual y pastoral), los presenta para ser ordenados por el sacramento del Orden, que los consagra en ministros de Jesucristo buen pastor. El próximo 19, día de san José, será ordenado presbí- tero uno de ellos. En la reciente Visita ad limina, el Papa nos ha insistido en esta preciosa tarea del Obispo: la de suscitar colaboradores y continuadores del ministerio sacerdotal para el bien de la Iglesia, la de atender bien nuestro Seminario, la de alentar a los jóvenes que se presentan con vocación sacerdotal. Los sacerdotes constituyen un bien común de todo el Pueblo de Dios y son un bien necesario para la sociedad de nuestro tiempo, son bienhechores de la humanidad. Y si queremos tener sacerdotes, hemos de prepararlos con medios adecuados. Un edificio que los acoge, un equipo de formadores que los acompaña y los va ayudando a crecer en todos los aspectos, un claustro de profesores que cuida la formación intelectual de nivel universitario, unos párrocos que los van iniciando en la práctica pastoral, etc. Y en el fondo de todo ello, una familia que favorece el seguimiento de Cristo, unos padres que se desprenden de su hijo, unos hermanos que apoyan al hermano que va a ser cura, unos amigos que se alegran de la vocación de su amigo. Nuestro Seminario de Córdoba goza de buena salud, gracias a Dios, y así me lo han reconocido en Roma estos días. Tenemos un total de 85 jóvenes que quieren ser curas. Demos gracias a Dios, porque cada uno de ellos es un milagro de Dios y una gracia que hay que cuidar con toda atención, más todavía en los tiempos que vivimos. Dios sigue llamando, y no dejará a su Iglesia sin los sacerdotes que ésta necesita para la evangelización y para acompañar a tantas personas que necesitan esperanza. En el Seminario Conciliar San Pelagio, 32 mayores y 31 menores. En el Seminario Redemptoris Mater, 22. Estos jóvenes constituyen un reto y una responsabilidad para la diócesis, que asume con entusiasmo la tarea de formarlos bien para servir a sus contemporáneos. Hemos de favorecer entre todos esa cultura vocacional, que ayuda a madurar las semillas de la vocación. Los padres, los sacerdotes, especialmente los párrocos, los profesores, los amigos, el Seminario como lugar específico, toda la diócesis. Para ello, debemos orar continuamente al Señor para que siga enviando trabajadores a su mies y contribuir económicamente en el sostenimiento del Seminario. Tomemos como algo nuestro el Seminario y apoyémoslo con todos los medios. La diócesis de Córdoba –me han recordado en la Visita ad limina– tiene un referente estupendo para el sacerdote diocesano en san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, clericus cordubensis. A él le pedimos que nuestros sacerdotes sean santos, amigos de Dios y cercanos a los hombres por el servicio y la entrega de sus vidas. El Papa nos insistía en que los sacerdotes han de ejercitarse en el “apostolado de la oreja”, es decir, de la escucha y del acompañamiento constante a tantas personas que necesitan esperanza. Pastores con olor a oveja, es decir, entregados y en contacto continuo con los fieles que les son encomendados. Humildes, orantes, entregados, pobres y austeros en sus vidas, sobrios y castos, obedientes, amantes de los pobres, que encuentran en ellos un reflejo de Jesucristo buen samaritano. Cuando hay sacerdotes así, surgen vocaciones, surgen jóvenes que quieren ser así. El presbiterio diocesano de Córdoba es el primero y principal generador de todas estas vocaciones sacerdotales. Queridos sacerdotes, tomad como primera preocupación de vuestro ministerio dar a la Iglesia abundantes vocaciones. Cuando los fieles encuentran un sacerdote así, les descansa el corazón. Necesitamos más sacerdotes y sacerdotes cada vez más santos, para llevar al mundo la alegría del Evangelio, porque constituye un gozo inmenso encontrarse con Jesucristo y para eso son necesarios sacerdotes que lo prolongan hoy. Recibid mi afecto y mi bendición: Día del Seminario Q
25 MARZO, ENCARNACIÓN DE JESÚS EN EL SENO DE MARÍA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 25 de marzo celebramos la fiesta de la encarnación de Señor en el seno de María virgen. Por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón, María santísima recibió una nueva vida en su vientre, y la acarició con amor. Era el Hijo de Dios, Dios eterno como su Padre, que comenzaba a ser hombre, una criatura indefensa, y comenzó a serlo como embrión animado de alma racional humana, que después se convirtió en feto y llegado a la madurez correspondiente fue dado a luz en la Nochebuena. Qué bonita es la Navidad como paradigma del nacimiento de todo niño que viene a este mundo. Así hemos nacido todos. Como fruto del abrazo amoroso de nuestros padres, ha brotado en el vientre de nuestra madre una nueva vida, un nuevo hijo, que ha sido acogido con amor y gozo en el seno de nuestra familia, hasta que hemos nacido, desprendiéndonos del seno materno. La ciencia nos certifica que desde el momento mismo de la concepción, de la fecundación, comenzó un nuevo ser distinto de la madre, no un simple amasijo de células, sino una persona viva llamada a la existencia, si nadie lo impide. Hoy no se lleva llamar las cosas por su nombre, y cuando se mata al hijo engendrado en el seno materno, se habla de “interrupción voluntaria del embarazo”, cuando la realidad cruda y dura consiste en eliminar a un ser humano en el lugar más seguro y más cálido para el ser humano: el vientre materno. El Concilio Vaticano II a este hecho lo llama “crimen abominable” (GS 51), y en él intervienen el padre, la madre, la más amplia familia, los amigos, el personal sanitario, etc. Toda una presión social, en la que tantas veces la misma madre es víctima y no tiene más salida que la de abortar, pagando ella sola los vidrios rotos de esta catástrofe. Las heridas profundas que produce el aborto ahí quedan para ser sanadas por una abundante misericordia. Todos somos de alguna manera responsables de este fracaso: el aborto provocado en más de cien mil casos cada año en España, que suman ya más de un millón de vidas humanas segadas al comienzo de su existencia. Se trata de un fracaso no sólo personal, sino colectivo y social. La mentalidad de nuestra sociedad, con leyes y sin leyes, se va generalizando en dirección abortista, y una mujer tiene todo a su favor para eliminar al hijo de sus entrañas y apenas cuenta con ayuda para llevar libremente su embarazo a feliz término. He aquí una de las más sonoras injusticias de nuestro tiempo. Se invoca la libertad de la madre para tener este hijo, y no se tiene en cuenta para nada el niño que acaba de ser engendrado y que tiene derecho a nacer. La Jornada por la Vida, que celebran todos los movimientos provida el 25 de marzo es una llamada a valorar la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su muerte natural, de manera que podamos hacer frente a la cultura de la muerte que se va difundiendo como una marea negra en nuestro tiempo. El sí a la vida es un sí al progreso, porque si no hay nacimientos está en peligro la ecología humana, está en peligro la sociedad y su continuidad armónica, está en peligro el crecimiento de una nación, están en peligro las pensiones. La gran esperanza para la humanidad es el nacimiento de nuevos hijos. Cuando éstos son escasos, la esperanza está recortada, el futuro es incierto, la sociedad se muere de tristeza. El cristiano vive de la fe y por eso ama la vida, que se prolonga en la vida eterna gozosamente. Apoyado en la ciencia y por el sentido común de la ley natural, trabaja a favor de la vida y va poniendo los medios para que ningún ser humano sea eliminado forzadamente en el seno materno. Si ya en esos primeros momentos de la vida, se permite la violencia, qué podemos esperar en otros campos o niveles. La crisis moral y de valores que estamos viviendo encontrará una salida cuando la vida humana sea más valorada, y los esposos jóvenes vivan abiertos a la vida, y sean apoyados por toda la sociedad. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis! Q
TERCER DOMINGO DE CUARESMA
HERMANOS Y HERMANAS: El tercer domingo de cuaresma es el domingo de la Samaritana, el domingo de la sed de Cristo, el domingo en que él quiere saciar nuestra sed con su agua, que es el Espíritu Santo. El agua del que habla el evangelio de san Juan se refiere al Espíritu Santo. “De sus entrañas manarán torrentes de agua viva… Esto lo decía del Espíritu Santo” (Jn 7,37-39).
También en este pasaje de la Samaritana, el agua que Jesús le ofrece es el Espíritu Santo: “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, tú le pedirías y él te daría agua viva” (Jn 4,10).
Jesús ha venido a saciar nuestra sed, y para ofrecernos su agua, se presenta ante la Samaritana junto al pozo de Sicar, pidiéndole él a ella: “Dame de beber”.
Jesús entra en nuestras vidas de múltiples maneras, y muchas veces entra reclamando nuestra atención a esas múltiples necesidades que padecen los que están a nuestro alrededor, tras de las cuales se esconde él mismo como necesitado. Cuál es nuestra sorpresa cuando, atendiendo a tantas necesidades humanas, nos topamos con Jesús, porque él estaba ahí esperándonos.
La cuaresma es camino de preparación para la Pascua, y la Pascua culmina con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Ese mismo Espíritu Santo que brota del costado de Cristo, traspasado por la lanza, del que salió sangre y agua. El mismo Espíritu que abrasa las entrañas de Cristo en la Cruz, hasta hacerle gritar: “Tengo sed” (Jn 19,28). El Espíritu Santo que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha inundado de gloria, en su alma y en su cuerpo.
La cuaresma prepara nuestra alma para recibir el don supremo del Espíritu Santo, purificándonos de otros sucedáneos que no calman la sed. “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed”. “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (san Agustín).
Este tiempo santo quiere reorientar nuestra vida hacia Dios. Nadie podrá saciar nuestra sed más que Cristo, y hemos de examinar nuestro corazón para descubrir dónde bebemos y dónde buscamos saciar nuestra sed. Es preciso corregir el rumbo, para que nuestro caminar esté orientado hacia Dios.
Jesús conoce la vida de esta mujer de moral disipada, y no le echa para atrás esa situación. Al contrario, la busca premeditadamente. Era una mujer y además una mujer pecadora. Jesús supera estas barreras sociológicas y religiosas de su época, porque ha venido a buscar a los pecadores para introducirlos en la órbita del amor de Dios que redime.
Y entabla con ella un diálogo de salvación, se pone a su nivel pidiéndole agua, para escucharla y poderle ofrecer de esta manera otro agua superior. La escena evangélica de la Samaritana está llena de misericordia por parte de Jesús, que no condena ni rechaza, sino que invita y espera lo mejor de cada uno de nosotros.
El tiempo de cuaresma es tiempo de gracia especial para los pecadores, porque están llamados a encontrar el perdón de Dios que reoriente su vida.
Cuando la Samaritana ha experimentado este amor gratuito en su vida, se ha sentido conocida y saciada por un amor que nunca había conocido. Es entonces cuando va a decirles a sus paisanos que ha encontrado al Mesías, al salvador del mundo. Y es que el apostolado, o brota de esta experiencia de un amor gratuito que se convierte en testimonio, o es simple proselitismo que no convierte a nadie ni transforma la vida.
Preparemos la Pascua, el paso del Señor por nuestra vida. Para ello nos acercamos a Cristo que nos pide de beber para darnos él un agua que brota del corazón de Dios, el Espíritu Santo. Recibid mi afecto y mi bendición: «Dame de beber»
QUINTO DOMINGO DE CUARESMA: LÁZARO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Resulta conmovedor el relato de la resurrección de Lázaro, porque vemos a Jesús que llora ante la tumba de su amigo muerto, y los que estaban mirándolo concluyeron: “¡Cómo lo quería!”.
Jesús sabe que lo va a resucitar, devolviéndolo a la vida, e incluso ha declarado: “Lázaro ha muerto; vamos a despertarlo”. Sin embargo, se le ve conmovido hasta las lágrimas cuando llega al sepulcro y constata que está cadáver y ya huele mal, porque llevaba muerto cuatro días.
A nosotros muchas veces nos brotan espontáneas las lágrimas de la emoción o la pena, y nos parece una debilidad humana impropia de personas fuertes. Este gesto de Jesús nos lo hace muy cercano, porque al hacerse hombre ha asumido todas nuestras debilidades sin pecado, también las lágrimas por un amigo que ha muerto. Y nos consuela ver a Jesús llorar por un amigo, verle conmovido.
En el quinto domingo de cuaresma, camino de la Pascua, Jesús nos anuncia la vida. El próximo domingo ya lo veremos entrando en Jerusalén, montado en la borriquita. Hoy asistimos con él a la resurrección de su amigo Lázaro muerto, al que Jesús resucita devolviéndole la vida terrena, como un signo de la vida eterna que ha venido a traernos a todos. ¿Quién es éste que tiene poder para resucitar a los muertos? Nadie ha hecho cosa semejante a lo largo de la historia.
En el evangelio se nos relatan tres milagros en los que Jesús devuelve la vida: la hija de Jairo (Mt 9, 18-26), el hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-17) y la resurrección de Lázaro (Jn 11, 38-44). Al realizar este tercero, proclama: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.
He aquí la clave del mensaje de este domingo: Jesús es la Vida, tiene la vida que el Padre le ha comunicado y tiene la capacidad de darla a quien la haya perdido. Sobre todo, tiene la capacidad de darnos su propia vida, la vida sobrenatural del Espíritu Santo en nuestras almas, por medio de los sacramentos que nos vivifican y por medio de su Palabra, que da vida.
El bautismo es el sacramento por el que nacemos a la vida de Dios en nosotros. La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros esa vida de Dios. El sacramento de la penitencia vigoriza nuestra alma mortecina por el pecado, y si hemos perdido la gracia de Dios, nos la devuelve acrecentada. Nuestra preparación para la Pascua no es sólo prepararnos para una fiesta.
En la Pascua vamos pasando de la muerte a la vida, al hacernos Jesús partícipes de su misma vida. Una buena confesión, bien preparada por un buen examen de conciencia, que nos acerque avergonzados y arrepentidos al sacramento del perdón será la mejor preparación para la Pascua.
¿Quién podrá restaurar nuestro corazón en tantas heridas que nos hacen sufrir? ¿Quién podrá curar nuestro egoísmo, que destruye nuestra persona? Sólo Jesús tiene palabras de vida eterna. Sólo él tiene vida para dar y repartir sin medida. Jesús no sólo nos propone un camino, un método, unas pautas de comportamiento. Jesús nos da su misma vida y es capaz de dárnosla incluso si tiene que resucitarnos, como ha hecho con su amigo Lázaro.
Deseemos vivamente las fiestas de Pascua, en las cuales nuestra vida cristiana se renueva y se fortalece. Reavivemos en nosotros el bautismo que nos ha dado la vida de Dios, ya no la de Lázaro. Una vida que no acabará nunca y que llegará a su plenitud más allá de la muerte. Mediante la oración, el ayuno y la limosna preparemos nuestro corazón para recibir el gran don del Espíritu Santo, que vendrá desbordante en Pentecostés. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesús se echó a llorar.
DOMINGO DE RAMOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el Domingo de Ramos, con la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de la borriquita, comenzamos la Semana Santa, la semana en que celebramos anualmente los misterios centrales de nuestra fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo.
Hemos venido preparándonos durante la cuaresma (40 días) y lo celebraremos durante el tiempo pascual (50 días), para rematar en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo.
En este domingo aparece Jesús que camina libremente hacia la muerte. “Nadie me quita la vida, la doy yo libremente” (Jn 10,18). Jesús no es sorprendido por lo que le viene encima, sino que lo conoce y desea que se cumpla. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15). Llama la atención la libertad con la que Jesús se enfrenta a su muerte redentora. Más que un reo, aparece como un juez poderoso, dueño de la situación. El secreto de todo ello está en el amor que mueve su corazón. Jesús no va a la muerte a empujones o a la fuerza, va libremente, como libre es el amor que le acompaña.
Amor al Padre, al que se entrega en obediencia amorosa. Jesús conoce el plan redentor de su Padre Dios y ha entrado de lleno en esa voluntad de salvar a todos, entregándose a la muerte. Su obediencia es un acto de amor y la ofrenda de su vida tiene ante todo esa dirección vertical de darle a su Padre lo que se merece, y lo que tantas veces los humanos le hemos robado por el pecado.
Y amor a los hombres, por los que se entrega voluntariamente en actitud de servicio, ocupando el último puesto, para que nosotros recuperemos la dignidad de hijos de Dios. Los sufrimientos de la pasión que viene encima serán terribles.
Sufrimientos físicos: azotes, corona de espinas, clavado en cruz, sed agotadora, muerte por asfixia. Sufrimientos sicológicos: humillación, tremenda humillación. Es tratado como un malhechor, siendo el hijo de Dios. Sometido a una sentencia injusta, él no abrió la boca. Tremendamente llamativo el silencio de Jesús a lo largo de la pasión. “Jesús, sin embargo, callaba” (Mt 26,62), recordando al Siervo de Yavé, que iba mudo como cordero llevado al matadero.
Pero lo más misterioso es ese silencio de Dios, que le hace gritar a Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27, 46). Dios Padre no abandonó nunca a su Hijo, y bien lo sabía Jesús que el Padre nunca le abandona. Sin embargo, la zona inferior de su humanidad se sintió desgarrada ya desde la oración en el huerto.
Jesús quiso tocar de esta manera tantas situaciones humanas donde se palpa el silencio de Dios. Y es que todo ese sufrimiento humano, que muchas personas arrastran en su vida es peor que la muerte. Y Jesús ha pasado por ese trago, para que cuando nos toque pasarlo a nosotros no nos sintamos solos.
Ha sido muy honda la humillación y el descenso hasta lo más inferior. Y es que será muy grande la exaltación por la resurrección. Bien lo expresa el himno que cantamos en la liturgia y que ya cantaban aquellos primeros cristianos como respuesta a la predicación de los apóstoles, y concretamente a la predicación del apóstol Pablo. “Cristo, siendo de condición divina... se despojó de su rango, obediente hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo” (Flp 2, 6-11).
Entremos con Jesús en Jerusalén, aclamémosle con palmas y ramos, uniéndonos al griterío de los niños y jóvenes que le aclaman como rey: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Participemos en la liturgia de estos días santos.
La Misa Crismal del martes, donde se consagra el santo Crisma para los sacramentos y los sacerdotes renuevan sus promesas (invitados también especialmente los que se van a confirmar). El triduo pascual, jueves en la tarde, viernes y vigilia pascual. Y, si le acompañamos en la muerte, tendremos parte en la alegría de su resurrección.
Las procesiones de Semana Santa sean todas expresión de este acompañamiento a Jesús que camina libre hacia la muerte para llevarnos a todos a la resurrección de una nueva vida. Santa Semana para todos y feliz Pascua de resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición: Libre hacia la muerte.
DOMINGO DE PASIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo”, reza la oración colecta de este domingo de pasión, a pocos días de la semana santa. Vivir de aquel mismo amor es vivir como vivió él, Jesucristo. Vivir así es vivir dando la vida y gastándola en el servicio de Dios y de los hermanos. Ha sido el amor, y sólo el amor, el motor de toda la redención. Jesucristo lo ha vivido así y lo ha predicado con el ejemplo. Dios Padre ha entregado a su Hijo al mundo por amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). Y en ese clima de amor ha vivido Jesucristo su existencia terrena, para entregarse a la muerte por amor al Padre y a los hombres. Por amor al Padre: “Para que el mundo vea que amo al Padre… vamos [a la pasión]” (Jn 14, 31), y por amor a los hombres: “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). La obediencia de un corazón humano es la clave de la redención. La obediencia por amor de Cristo al Padre es la clave de nuestra salvación. En esta sinfonía de amor, una nota disonante es el pecado del mundo, nuestros pecados, que ofenden a Dios realmente, dividen el corazón del hombre y rompen la armonía de la creación y de la convivencia humana. El pecado hace que la redención esté teñida de dolor, haciendo que la cruz sea repelente a simple vista. Pero este mismo pecado ha sido reciclado en la cruz redentora de Cristo, porque él ha vivido su muerte en la cruz con una sobredosis de amor al Padre y a los hombres, y “de lo que era nuestra ruina, ha hecho nuestra salvación” (prefacio 3º ordinario). El amor, por tanto, en el origen y en el término. El amor como motor de la redención del mundo. El amor en la cruz de Cristo como la gran potencia recicladora de todos nuestros egoísmos y contradicciones. El amor ha triunfado sobre el pecado, y desde la Cruz el amor se extiende como misericordia para todo el que quiera recibirla. El domingo de pasión nos pone delante de los ojos a Cristo crucificado, que nos abraza con su amor y solicita de nosotros una respuesta de amor en el mismo sentido: “Que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la redención del mundo”. Nos acercamos a la celebración anual y solemne de la redención en la Semana Santa: pasión, muerte y resurrección del Señor. Pongamos a punto nuestro corazón para sintonizar con ese amor, que va a pasar por nuestras vidas, para que vivamos una verdadera “pascua”. La piedad popular multiplica en estas jornadas sus actos penitenciales: viacrucis, quinarios y triduos, actos de hermandad en cada una de las cofradías. Ponerse a punto para los días santos que se acercan incluye poner a punto el corazón, con oración más abundante, con ayuno penitencial y con una caridad más ardiente. De nada nos serviría todo lo exterior, si no nos lleva a lo interior, si la procesión no va por dentro. Vivir del amor de Cristo, vivir como vivió él no es algo en lo que nos empeñamos nosotros, sino un don de Dios, que pide nuestra colaboración para ser eficaz en nuestras vidas. Mirar a Cristo crucificado, mirarlo fijamente durante estos días. Tiene mucho que decirnos a cada uno. Quiere decirnos ese amor, distinto a los demás amores humanos, que viene de Dios y ha transformado el mundo. Le pedimos que nos conceda vivir de ese mismo amor que le ha movido a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Domingo de Pasión Q
SEMANA SANTA: VAYAMOS Y MURAMOS CON ÉL
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando todos los apóstoles estaban temblando de miedo ante el anuncio de la pasión por parte de Jesús, Tomás tuvo un arranque de generosidad: “Vayamos y muramos con él” (Jn 11,16). Luego, cuando llegue la hora de la verdad, desaparecerá del escenario, como desaparecieron Pedro y casi todos los demás, siguiendo de lejos los acontecimientos del Maestro. Tan sólo nos consta de Juan, que estaba junto a la cruz con María la madre de Jesús, los demás se dejaron vencer por el miedo, quisieron salvar su pellejo antes que dar la cara por Jesús. Cuando Jesús resucita de entre los muertos, no les echa en cara este acobardamiento, sino que se muestra cariñoso con ellos, lleno de misericordia. Especialmente con el apóstol Tomás, con el que tiene la condescendencia de aparecerse a los ocho días para mostrarle las llagas de sus manos y el costado abierto por la lanza. Domingo de la divina misericordia. A Jesús le gustan nuestros arranques, nuestros buenos deseos, que brotan del amor verdadero, aunque tantas veces nos quedemos luego cortos en la realización. A santa Teresa de Jesús le gustaba decir que ella pertenecía a la cofradía de los buenos deseos, y ahí la tenemos llena de buenas obras, porque los buenos deseos son los que generan las buenas obras. Como los apóstoles, que a pesar de su debilidad en el momento fuerte de la cruz, una vez fortalecidos por la resurrección del Señor, serán capaces de anunciar a Cristo muerto y resucitado y dar la vida por él. En estos días santos, dejemos que nuestro corazón se arranque como una saeta de amor a Jesús y a su bendita Madre, cuando contemplemos los distintos pasos del escenario de la pasión, muerte y resurrección del Señor. ¿Se quedará sólo en buenos deseos? Seguro que no, pues también en nosotros los buenos deseos, antes o después, generan buenas obras. Pero son días de desear, como Tomás, estar con Jesús y participar de sus más profundos sentimientos. “Vayamos y muramos con él”. He concluido en estos días la Visita pastoral al barrio de poniente en la ciudad de Córdoba. Cuánta gente buena, cuánta pobreza hasta la carencia de lo más elemental, cuánta caridad y solidaridad para paliar los efectos de la crisis y del paro. La celebración de la Semana Santa no es una evasión de la realidad que vivimos, sino un compromiso más fuerte con Jesús, que nos mira lleno de misericordia, y con los hermanos, que nos piden ayuda porque no llegan a fin de mes. La Semana Santa que comenzamos será un año más una explosión de devoción, de entusiasmo, de fervor, de piedad. Dejemos que él –Jesús– nos mire. Sintamos la presencia maternal de la Madre que nos acompaña, especialmente en los momentos de dolor para paliarlos o en los momentos de gozo para multiplicarlo. No nos quedemos en lo puramente externo, sino entremos en el corazón de Cristo, en el corazón de su Madre bendita para hacernos más humanos, para hacernos más divinos. “Vayamos y muramos con él” sea para cada uno de nosotros como un arranque de buenos deseos. De estar con Jesús y no dejarle nunca, y de salir al encuentro de tantas personas que sufren a nuestro alrededor. Hay quien afirma que de no estar la Iglesia con sus parroquias y sus cáritas, dentro de las cuales están muy presentes las cofradías, cercana a la gente que sufre, podríamos tener un estallido social. Porque las necesidades son muchas, y es mucha gente la que pasa hambre en nuestro entorno. Cuando llegue el jueves santo, volveremos a escuchar el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”, y veremos el gesto tan elocuente de Jesús lavando los pies de sus discípulos. No podemos permanecer impasibles ante tanto sufrimiento: el que Cristo nos manifiesta en su gloriosa pasión y el que padecen tantos hermanos nuestros, vecinos nuestros, que no tienen ni para comer. “Vayamos y muramos con él”. La semana santa constituya un nuevo impulso para seguir de cerca a Jesús, que va camino de su entrega por amor, a fin de alcanzarnos el perdón de Dios. Y que ese amor que brota del corazón de Cristo mueva el nuestro para atender tantas necesidades de nuestro entorno. Recibid mi afecto y mi bendición: «Vayamos y muramos con él» Q
LA PASCUA DE RESURRECCIÓN
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El núcleo central del cristianismo y de nuestra fe es una persona, Jesucristo. Y el núcleo central de nuestra fe en Jesucristo que estamos celebrando estos días de pascua es la muerte y la resurrección del Señor.
Los días de Semana Santa hemos asistido con emoción, conmovidos, a la celebración de la pasión y muerte de Jesús, tal como nos la narran los Evangelios y tal como nos lo transmite la Iglesia.
La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio que celebramos, de manera que podamos asistir en directo a los acontecimientos que sucedieron una vez y se nos trasmiten en directo en la celebración litúrgica. Impresiona contemplar a Jesús que va a la muerte, como cordero al matadero, en actitud de amor obediente al Padre y en actitud de amor solidario con toda la humanidad, con cada persona.
Lo vemos colgado en la cruz, no como un objeto decorativo, sino como una realidad histórica que ha sucedido hace dos mil años. Sólo el contemplar los distintos momentos de esa pasión que culmina en la muerte, conmueve al que lo contempla. Y si además profundiza en los motivos, se da cuenta del amor desbordante que ha movido todo esto. “Amó más que padeció”, le gustaba repetir a san Juan de Ávila.
Si nos detenemos a contemplar estos acontecimientos es porque están saturados de amor a cada uno de nosotros, de manera que cada uno podemos decir en primera persona: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
Contemplar la pasión no es cosa sólo de semana santa, sino de toda la vida del cristiano, porque contemplando tanto amor, uno se siente provocado a amar de la misma manera. Todo eso no sería más que un nostálgico recuerdo del pasado, si no hubiera resucitado. El acontecimiento de la resurrección es el que da sentido a todo.
Aquel que colgó en el madero de la cruz, que murió y fue sepultado, HA RESUCITADO. Ha vencido la muerte, la suya y la nuestra. Y esta noticia ha llegado hasta los confines de la tierra y ha llenado el corazón de regocijo para todos.
Nadie, ningún líder de la humanidad ha tocado tan a fondo el problema del hombre; este hombre con tanto deseo de vivir y, sin embargo, sometido a la muerte. Sólo Jesús, cordero inocente, ha llegado hasta nosotros y ha compartido nuestra desgracia, la muerte como consecuencia del pecado. Y sólo Él ha vencido la muerte resucitando para no morir nunca más. Sólo Jesús ha resuelto este problema, el problema del hombre.
El acontecimiento de la resurrección es un hecho real, no imaginario ni virtual. Le sucedió al mismo Jesús, de manera que ya no está muerto, su sepulcro está vacío: “No busquéis entre los muertos al que vive, porque ha resucitado”.
Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en una fecha concreta y ha dejado huellas históricas constatables. Y sobre todo, es un hecho del que hay numerosos testigos, que lo han visto, han estado con Él, lo han tocado y han convivido hasta su ascensión a los cielos.
No hay acontecimiento en la historia de la humanidad que goce de tanta historicidad como la resurrección del Señor. Ha sido sometido a todo tipo de análisis, ha hecho correr ríos de tinta en todas las épocas, es un hecho verificado con todas las garantías.
Los apóstoles son testigos directos, y su testimonio es prolongado por la Iglesia a lo largo de la historia. El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha cambiado la vida de muchísimas personas y ha cambiado el curso de la historia humana, introduciendo en la misma la novedad del Resucitado.
Cuando llegamos a estas fechas de celebración de la resurrección del Señor, se afianza la fe del pueblo creyente. Y muchos que no creían, comienzan a creer, como le pasó al apóstol Tomás, que cuando se lo contaron dijo: “si no lo veo no lo creo”. Jesús tuvo la condescendencia y la paciencia de mostrarle sus llagas, y Tomás se rindió confesando: “Señor mío y Dios mío”.
La fe en Jesús resucitado no es sencilla consecuencia de un razonamiento, sino fruto de un encuentro con Jesús, de donde brota la fe.
Celebrar en la liturgia este hecho, quiere introducir en nuestra vida una renovación de la fe y de la esperanza, que desemboca en un amor ardiente capaz de transformarlo todo.
Feliz Pascua de resurrección a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! Nosotros lo hemos “visto” y damos testimonio al mundo entero de esta gran noticia para que la alegría llegue a todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Ha resucitado, aleluya.
DOMINGO DE RAMOS: MURIÓ POR NOSOTROS Y VENCIÓ LA MUERTE PARA TODA LA HUMANIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la semana central del año litúrgico católico, la Semana Santa. El centro de nuestra fe cristiana es una persona, Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdadero. Y el núcleo de su recorrido histórico en la tierra es su muerte en cruz y su gloriosa resurrección. El próximo 21 de abril es el día más solemne del año, la Pascua de resurrección, precedida por el Triduo pascual.
El domingo de Ramos, este domingo, celebramos el comienzo de la Semana Santa. Jesús llega a Jerusalén y hace su entrada triunfal a lomos de una borriquita, no de un caballo potente, como solían hacer los vencedores. Jesús nos enseña así que su reino no es de este mundo ni como los de este mundo, sino que su reino es un reinado de amor, que nos conquista por el camino de la humildad y del servicio.
Los niños captaron el momento y salieron a su encuentro aclamándolo con cantos mesiánicos: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”.
El martes santo día 16 celebramos la Misa Crismal. Cercanos a la Pascua, recogemos los frutos de la redención que nos vienen por los sacramentos y consagramos el santo Crisma con el que serán ungidos los bautizados, los confirmados y los ordenados. Se bendicen además los santos Óleos para otros sacramentos. Se trata de una preciosa celebración de la Esposa de Cristo, la santa Iglesia, que es ungida y adornada por su Esposo con los dones del Espíritu Santo.
Estamos invitados todos a participar en ella. Durante la misma, los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales de permanecer fieles a Cristo Sacerdote para el servicio del Pueblo santo de Dios.
A lo largo de estos días en todas las parroquias hay celebraciones del sacramento de la Penitencia, que nos prepare el alma para las fiestas que se acercan.
El Jueves santo celebramos la Cena del Señor, en la que Jesús tuvo aquel gesto profético del Lavatorio de los pies y nos dio su Cuerpo y Sangre. Todo un resumen de la vida cristiana, la entrega en el servicio y el don de su amor en la Eucaristía. Por este sacramento, se perpetúa la presencia viva y real de Jesús entre nosotros, hecho sacrificio y comunión. ¡Qué regalo más grande! Adorémosle.
El Viernes santo lo llena plenamente la Cruz del Señor. El patíbulo de la Cruz en la que Cristo ha sido ejecutado con la pena capital se ha convertido en el símbolo cristiano. La cruz es el lugar y la forma como Cristo ha muerto, dando la vida por amor. Nos invita a seguirle, tomando cada uno su propia cruz y ayudando a los demás a llevar la suya. La Cruz de Cristo ilumina todo sufrimiento humano y lo hace llevadero.
El Sábado santo es día de silencio con María junto al sepulcro de Cristo cadáver, en la espera de la resurrección. Es el día de la espera incluso para los que no tienen ninguna esperanza, porque la espera se centra en Jesucristo que resucitará del sepulcro y nos resucitará a todos con él.
Cuando ha caído el día, la Iglesia se reúne para la principal de las vigilias, la Vigilia pascual con aleluya inacabable por la victoria de Cristo sobre la muerte. Esa es una noche santa que recuerda las maravillas de Dios en todas las noches de las historia.
El Domingo de Pascua es todo alegría y fiesta. Ha resucitado el Señor, es decir, ha vencido la muerte en él y para nosotros. Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte, todos continúan en el sepulcro. Cristo ha salido victorioso del sepulcro y ya no muere más. Este el horizonte más amplio que puede tener una mente humana la muerte no es la última palabra.
La última palabra es la vida sin final, la vida eterna, en la que Jesús nos introduce por su resurrección. Nos acercamos a la Semana Santa, que en nuestros pueblos y ciudades tiene una grandiosa expresión en la piedad popular con las procesiones, estaciones de penitencia, desfiles, viacrucis, etc.
Entremos de lleno, de corazón, en la Semana Santa y acojamos el don del amor hecho carne en su Hijo muerto y resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMINGO DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! La resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y los cristianos nos intercambiamos los buenos deseos de que Cristo viva en tu vida y la llene de vida.
El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida en favor de los hombres.
Aunque nosotros tengamos tirones de muerte, generados por nuestro pecados, algunos de ellos visiblemente destructivos (el pecado es siempre demoledor, aunque no se vea de pronto), Dios no se cansa de sembrar vida en nuestros corazones y en la historia de la humanidad. Dios no se cansa de resucitarnos, sacándonos de la muerte en la que nuestros pecados nos sumergen.
La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos.
Una de las formas de recargar permanentemente esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre la muerte y a apropiarnos esa victoria, a traducirla en nuestra vida.
Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, cuando coincide en este día, puesto que las condiciones laborales, sobre todo en el sector servicios, obligan al trabajo todos los días de la semana, reservando al descanso las jornadas que toquen, sean o no domingos.
Para otros, el domingo se ha convertido en un día lúdico, dedicado al deporte u otras actividades lúdicas, tan necesarias en el mundo en el que vivimos, trepidante de prisas.
Para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Los miembros de la familia viven en otra ciudad, por razones de estudio o de trabajo. A su vez, esta familia tiene los abuelos en el pueblo. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, pero obligan a replantear el domingo de otra manera.
El domingo es el primer día de la semana –“este es el día que ha hecho el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo –al tercer día resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús.
“A los ocho días...” Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.
Nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos nuestras vacilaciones, no tanto en el hecho de la resurrección cuanto en las consecuencias para nuestra vida. Viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, nos devuelve la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida.
Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo, quitarles la celebración de la victoria de Cristo, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo.
Sin el domingo no somos nada. Sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. No podemos vivir sin el domingo.
La celebración de la Pascua estimule en nosotros el deseo del encuentro con el Señor, para palpar sus llagas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria.
Y nos haga cada vez más aficionados al domingo, como día del encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad de hermanos con los que compartimos nuestra fe en el Resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición: El Domingo, día del Señor.
TERCER DOMINGO DE PASCUA: EMAÚS.
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Emaús es un lugar geográfico. Se encuentra a 11 kms. al noroeste de Jerusalén. Y hacia este lugar iban caminando dos discípulos –uno se llamaba Cleofás- desanimados después del “fracaso” del Maestro muerto en cruz.
Jesús se puso a caminar con ellos, aunque ellos no lo reconocieron durante la larga caminata. Dialogaron, se desahogaron, escucharon, se sintieron muy a gusto con aquel caminante anónimo, que fue dando sentido a su vida, les explicó las Escrituras y se detuvo con ellos para cenar. Al partir el pan se dio a conocer, y desapareció. Nos lo cuenta el evangelio de este domingo 3º de Pascua (Lc 24,13-35).
Emaús es una experiencia de encuentro con Jesús resucitado. Ellos no le reconocen. Jesús entra suavemente en sus vidas, agobiadas por la tristeza y el sinsentido. Y ahora qué hacemos, se preguntaban. No vale la pena ilusionarse con nada, porque luego te deprimes cuando todo termina. Jesús pacientemente les escucha, los acoge, se hace cargo de sus preguntas, comprende su situación.
Jesús nos hace entender que en esos momentos de agobio, cuando no hay ninguna esperanza, Él está ahí discretamente, sosteniendo, acompañando, ayudando, dando sentido a la vida. Emaús es una pedagogía. Es una manera de entrar en diálogo, saliendo al encuentro de quienes sufren, de quienes no tienen esperanza, para ponerse a su altura, sin pretensiones de superioridad y mostrarles las razones de nuestra fe, de nuestra experiencia, sin presionar nunca la libertad del otro.
Es una pedagogía que va respondiendo a las necesidades del otro y que presenta con sencillez y humildad las propias convicciones por si pueden iluminar la oscuridad del otro. Es una pedagogía opuesta totalmente al proselitismo, no tiene prisa, no impone nada. Sólo propone con vigor y verdad, con esperanza. Emaús es un encuentro.
Jesús resucitado ha tenido distintas apariciones, distintos encuentros con sus apóstoles y discípulos, pero este tiene algo especial. Ellos le reconocen cuando Jesús se da a conocer, no antes. Jesús lleva el reloj y la agenda de nuestra historia, no nosotros. Con todo, “¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).
No basta leer la Escritura, es preciso entenderla. Para ello, es preciso leerla con fe y tener quien nos la explique. La Escritura debe ser leída en la Iglesia, en la comunidad, en la comunión con quienes tienen la misión y la autoridad de interpretarla: los pastores.
Los grandes herejes de la historia siempre han tenido un texto bíblico en el que apoyarse para sus desvaríos. No. Es preciso entender lo que entiende la Iglesia a lo largo de sus veinte siglos de Tradición. Si no, leo la Escritura a mi manera, a mi gusto, a mi medida. Y no me lleva al encuentro con Jesús.
Emaús concluye en la Eucaristía. Cuando llegaron a la posada, Jesús hizo ademán de seguir adelante y ellos le invitaron: “Qué- date con nosotros, porque atardece. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando”. El mismo gesto que en la última Cena, cuando instituyó la Eucaristía. Al repetir aquellas palabras y aquellos gestos, se les abrieron los ojos de la fe y lo reconocieron, pero Él desapareció de su vista.
Jesús está en la Eucaristía vivo y resucitado, presente hasta el final de los tiempos, aunque nuestros ojos no lo vean. Emaús es toda una catequesis eucarística.
Cuántas veces acudimos al Misterio de la fe, a la Santa Misa con los ojos vendados y con el corazón frio. La Eucaristía es la celebración de este encuentro con Jesús. Él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan. Tú, escucha, acoge la Palabra, deja que el Señor caliente tu corazón y encienda tu fe, y lo reconocerás en la Eucaristía, y tu vida encontrará sentido cuando parece que ya no lo tenía, y tendrás nuevos motivos para esperar, porque entenderás una y otra vez que “era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar así en su gloria”.
Cuando las cosas van bien, es muy fácil creer, es muy fácil seguir a Jesús. Pero cuando las cosas se tuercen, cuando llega la dificultad y la Cruz, no es fácil descubrir allí presente a Jesús. Por eso, es la Eucaristía el momento del reencuentro con quien nos acompaña en el camino de la vida, para dar sentido a nuestro peregrinar.
Que en esta Pascua te encuentres con Jesús que se ha hecho caminante contigo. Y que, animado por su Espíritu, salgas al encuentro de tantos contemporáneos tuyos que están esperando quien les acompañe y les explique el sentido de la vida. Sólo en Jesús podrán encontrarlo. Recibid mi afecto y mi bendición: Emaús
CUARTO DOMINGO DE PASCUA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo del buen pastor. Y el buen pastor es Jesucristo, que con esta imagen bíblica nos explica la misión que el Padre le ha encomendado: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. “Yo soy el buen pastor... Yo soy la Puerta por donde han de entrar las ovejas”.
Jesucristo conoce a cada una de las ovejas y ellas conocen su voz. El buen pastor da la vida por sus ovejas, en cambio el asalariado ve venir al lobo y huye, porque no le importan las ovejas. Bonita imagen la del buen pastor, llena de ternura, para hablarnos de un amor sin límite como el de Jesús.
Ese buen pastor va a buscar la oveja perdida y cuando la encuentra no la riñe ni la trae a empujones y patadas, sino que la toma sobre sus hombros y la acaricia con ternura, curando sus heridas.
En este domingo del buen pastor, el Papa Francisco nos invita a orar por las vocaciones de especial consagración con el lema “Empujados por el Espíritu: Aquí estoy, envíame”, recordándonos que toda vocación tiene una dimensión misionera. “La alegría del Evangelio es una alegría misionera” (EG 21).
Uno no ha recibido los dones de Dios para disfrutarlos él solo o para guardárselos, sino para llevarlos a los demás. “La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes así: confiados y serenos por haber descubierto el verdadero tesoro, ansiosos de ir a darlo a conocer con alegría a todos (cf. Mt 13, 44)”.
Los jóvenes que descubren la llamada de Dios para consagrarse a él totalmente, suelen descubrir esa llamada en el contacto con los necesitados, con los pobres de la tierra, con personas que casi han perdido la esperanza. Sienten la urgencia de la entrega, cuando compadecidos tienden su mano a quienes los necesitan, y en esa generosidad humana Dios les hace descubrir la urgencia de dar la vida entera para que otros tengan vida en abundancia.
Un joven de hoy en nuestro contexto social debe ser puesto en contacto con los que sufren por cualquier carencia, porque ahí detrás está el Señor esperándole para llamarle a su seguimiento radical. Un joven hoy está dispuesto a entregar su vida si ve a quienes van delante de él entregándola sin reservarse nada.
Cuando nos lamentamos de crisis de vocaciones, debemos todos (especialmente los consagrados, religiosos y sacerdotes, también el obispo) hacer examen de conciencia y preguntarnos: ¿Con la vida que yo llevo, alguno puede sentirse llamado a seguir al Señor?
“Empujados por el Espíritu: Aquí estoy, envíame” es el lema de esta Jornada. Por eso, somos invitados a la oración, porque toda vocación es un don del Espíritu Santo, y a él hemos de pedir insistentemente que envíe trabajadores a su mies, especialmente personas consagradas de por vida a la misión.
Los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen especial necesidad de esas manos del buen pastor, de esos corazones entregados a Dios para el servicio de sus hermanos, especialmente los más pobres.
Estamos contentos porque nuestra diócesis de Córdoba continúa cada año acogiendo el don de estas vocaciones consagradas a Dios. Además de varios jóvenes cordobeses para la vida religiosa en distintas Congregaciones, son 12 los seminaristas que por el Rito de Admisión a las Sagradas Órdenes dan un paso decisivo en su preparación inmediata al sacerdocio y otros varios que reciben el ministerio de Lector o Acólito en estos días. Próximamente dos de ellos serán ordenados presbíteros.
Nuestros Seminarios siguen forjando discípulos misioneros para la nueva evangelización. La historia de cada uno de ellos es una historia de amor, en la que se han dejado fascinar por Aquel que los ha llamado a su seguimiento, y les va dando fuerzas para superar las dificultades propias de este seguimiento. Otros tantos jóvenes llaman al Seminario para su ingreso en el próximo curso.
Acompañemos con la oración estos pasos de discernimiento y entrega generosa al Señor en la vida religiosa o en el sacerdocio diocesano. “Aquí estoy, envíame”. Sigue habiendo corazones generosos dispuestos a darlo todo para ser testigos ante los demás del amor del buen pastor. Recibid mi afecto y mi bendición: Jornada mundial de oración por las Vocaciones Empujados por el Espíritu. «Aquí estoy, envíame».
VIRGEN DE FÁTIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “El 13 de mayo la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iria, Ave, ave María”, cantamos en Fátima o en torno a su imagen en tantas ocasiones.
Sucedió en el año 1917, en plena guerra mundial. María se presentó a tres niños pastores como Señora de la Paz, pidiendo a los niños que se unieran a su oración para alcanzar la paz del mundo y la conversión de los pecadores.
Los pastorcitos se unieron a la oración con el rezo del santo Rosario y con sacrificios que ofrecían por estas intenciones que les había propuesto la Señora.
Un año antes, el Ángel de Portugal, fue preparándolos mediante actos de adoración y veneración de la Eucaristía. Fueron incomprendidos, sufrieron persecución, ellos se mantuvieron firmes apoyados por la Señora, que venía a consolarlos el 13 de cada mes, de mayo a octubre. En octubre hubo una señal grande en el cielo, el milagro del sol, ante una muchedumbre inmensa. La Virgen les prometió que pronto se los llevaría al cielo.
Los dos pequeños murieron enseguida: Francisco, antes de cumplir los 11 años, dos años después de las apariciones, se fue al cielo el 4 de abril de 1919. Y su hermana Jacinta, dos años más pequeña que Francisco, se fue al cielo antes de cumplir los 10 años, el 20 de febrero de 1920.
Quedó Lucía, la mayor de los tres, para contarle al mundo los “secretos” que la Señora les confió. Consagrada al Inmaculado Corazón de María en la clausura monástica, murió el 13 de febrero de 2005 con casi 98 años. El Papa Juan Pablo II beatificó a Francisco y Jacinta el 13 de mayo de 2000, en Fátima. Ahora, el Papa Francisco los proclamará santos también en Fátima, el 13 de mayo de 2017, en el centenario de las apariciones.
Acerca de Lucía, el proceso de canonización sigue su curso. “Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas”, declaraba el Vaticano en el año 2000. Con estas apariciones, María ha acompañado a la Iglesia a lo largo de todo el siglo XX, el siglo de los mártires.
Y la Virgen de Fátima tendió su mano protectora sobre el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo d 1981, librándolo de la muerte en el atentado contra su persona en la plaza de san Pedro en el Vaticano. En 1989 caía el muro de Berlín (construido en 1961), el telón de acero, el muro de la vergüenza.
La Virgen de Fátima y Juan Pablo II han tenido mucho que ver en la caída de ese muro, que ha sido precedida de muchos sufrimientos y acompañada por muchos rosarios. Hoy, la Virgen de Fátima continúa transmitiéndonos su mensaje: oración y penitencia. Por los pecadores, por la paz del mundo, por todos aquellos que son perseguidos por causa de su fe para que sean sostenidos en su combate.
Hoy sigue siendo actual el mensaje de Fátima, porque María continúa acompañando al Pueblo de Dios peregrinante en esta hora crucial de la historia y continúa abriendo caminos de esperanza allí donde parece que todo horizonte se cierra.
María es nuestra esperanza, porque es Madre de misericordia, y todo aquel que experimenta esa maternidad de María, se siente seguro y se siente salvado. El acontecimiento de Fátima llama poderosamente la atención por su sencillez, propia del estilo de Dios y no de los hombres.
En un lugar lejano al escenario de los acontecimientos principales del momento, a unos niños inocentes e ignorantes de tantas cosas que sucedían en su época, Dios se comunica a través de su Madre santísima para transmitir al mundo un mensaje de esperanza. Dios elige lo pequeño, lo que no cuenta para confundir a los poderosos de este mundo.
El acontecimiento de Fátima nos descubre una vez más que es la oración y la intercesión la que puede cambiar el mundo, acompañada del sacrificio voluntario realizado por amor y unido a la Cruz redentora de Cristo, que ha salvado al mundo.
Nuestra diócesis de Córdoba ha recibido la visita de la imagen de la Virgen de Fátima en todas las parroquias para celebrar el centenario, y es asombroso constatar cómo un medio tan sencillo suscita tanta devoción, tantas conversiones, tanto acercamiento a Dios.
Ella, María, nos dice claramente que sigamos confiando en su Inmaculado Corazón, donde Lucía ha encontrado consuelo durante toda su vida. “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”, les dijo a los niños pastores. Virgen del Rosario de Fátima, ruega por nosotros. Recibid mi afecto y mi bendición: 13 de mayo, Virgen de Fátima.
DOMINGO III DE PASCUA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Con esta efusión de gozo pascual el mundo entero se desborda de alegría” (prefacio de Pascua). La resurrección de Jesucristo ha llenado el mundo entero de alegría, una alegría estimulante que llena el corazón de esperanza.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos describe la tarea de la Iglesia en la primera evangelización. Acuciados por la persecución, tuvieron que dispersarse de Jerusalén. Y aquella circunstancia adversa les fue abriendo nuevas puertas para el Evangelio.
San Pablo en sus cartas nos describe sus correrías apostólicas, llenas de dificultades de todo tipo, pero llenas también de gozo estimulante al constatar que el Evangelio iba prendiendo y tomando cuerpo en el corazón de cada persona y en cada una de las comunidades que iba implantando.
Hoy se nos describe en la primera lectura la actuación del diácono Felipe que “predicaba a Cristo”. Y ante su predicación y los signos que realizaba, “la ciudad se llenó de alegría”. Enterados los apóstoles, fueron hasta Samaría Pedro y Juan y mediante la oración y la imposición de manos transmitían el Espíritu Santo a los que se habían adherido a Jesucristo.
La alegría ha sido y es la nota dominante de la evangelización, incluso en medio de las persecuciones y las dificultades. El encuentro con Jesucristo resucitado va cambiando la vida de la personas, porque llena el corazón de gozo y abre el horizonte de la existencia a una perspectiva de vida eterna, que ya ha comenzado con el bautismo.
También hoy la Iglesia está llamada a evangelizar, a anunciar a Jesucristo resucitado en un mundo muchas veces desconcertado y que incluso pasa de Dios. No se trata de transmitir simplemente unas verdades, se trata de testimoniar una alegría porque nos hemos encontrado con el Resucitado en nuestra vida.
“Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral”, nos advierte el Papa Francisco (EG 10), porque el Evangelio no puede ser recibido “a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”, decía Pablo VI (EN 80).
¿Cuál es el fundamento de esta alegría cristiana? Es una alegría que brota de la fe, de tener a Dios, que se nos entrega generosamente en su Hijo Jesucristo. Por eso, la ausencia de Dios genera tristeza y desaliento.
El Dios de Jesucristo nos ha abierto de par en par su corazón para entregarnos lo que más vale: su Hijo hecho hombre y el Espíritu Santo que brota de las llagas del Resucitado, como de un manantial a borbotones. El cristiano no es, por tanto, la persona buena que vive de sus méritos, sino la persona que en su debilidad e incluso en su pecado se ha encontrado con Jesús y se ha sentido amado sin medida, y por tanto perdonado con un amor más grande.
La alegría, por tanto, no brota de nuestras buenas obras, sino del encuentro con Aquel que nos ama hasta el extremo. Y es una alegría expansiva. Busca contar a otros, comunicarles el hallazgo de este profundo sentido que le da a la vida el encuentro con Jesucristo. Busca sobre todo a los que sufren por cualquier carencia, porque ahí descubrimos de manera especial la presencia del Señor, disfrazado en sus pobres.
Pero no impone nada a nadie, no fuerza la situación, no violenta la libertad, respeta los plazos que Dios tiene para cada uno. Vive con entusiasmo, pero no es arrollador. Da testimonio, pero no hace proselitismo.
Tenemos necesidad hoy de evangelizadores que rebosen la alegría de este encuentro con el Señor. Una alegría que se traduce en el cumplimiento de los respectivos deberes, que sale al encuentro de los demás, particularmente de los necesitados, que sabe dar razón de su esperanza a quienes le rodean.
El Evangelio se ha transmitido así desde las primeras comunidades evangelizadoras, y el tiempo pascual nos recuerda que esa ha de ser la tónica de la vida cristiana. Recibid mi afecto y mi bendición: La ciudad se llenó de alegría.
PENTECOSTÉS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés (50 díaS) completa las fiestas de Pascua. Cristo resucitado envía el Espíritu Santo sobre su Iglesia y sobre toda la humanidad para renovarlo todo desde dentro: “Envía, Señor, tu Espíritu y renovarás la faz de la tierra”. ¿Quién es el Espíritu Santo? La tercera persona del único Dios. El Dios que nos ha revelado Jesucristo no es un ser solitario y aburrido, sino una familia de tres personas que viven la mismísima vida. El Padre ha engendrado a su Hijo único en el amor del Espíritu Santo. Felices desde siempre y para siempre, se han compadecido de nosotros pecadores que no sabemos usar bien la libertad que Dios nos dio en la creación.
Aquello que salió bien hecho de las manos de Dios, lo ha roto el pecado. Pero Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- no se ha desentendido de nosotros, pobres pecadores, sino que ha enviado a su Hijo para buscarnos y traernos de nuevo a casa, cargando con cada uno de nosotros y con nuestras fechorías.
Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su muerte nos ha traído la vida, sus heridas nos han curado. Y en su resurrección hemos resucitado todos, porque nos ha abierto de par en par las puertas del cielo. Del costado abierto de Jesús en la Cruz ha brotado sangre y agua.
Ahí tenemos una primera efusión del Espíritu Santo sobre nosotros. Porque la humanidad de Cristo es como un frasco de perfume de alta calidad. Roto en la Cruz, se ha expandido ese perfume que inunda el mundo entero y lo renueva todo. Ese “perfume” es el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo nos llega a nosotros por medio de la humanidad de Cristo, rota en la Cruz y resucitada por la fuerza de Dios. Por eso Pentecostés es el remate de la Pascua, porque Jesús resucitado ha subido al cielo a los cuarenta días y nos ha enviado desde el seno del Padre este Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, porque es Dios como el Padre y el Hijo. ¡Ven, Espíritu Santo!
Es el clamor de la Iglesia que intercede por toda la humanidad. Necesitamos renovarnos desde dentro. Las heridas hondas no se curan con un parche, tienen que cicatrizar de dentro a fuera.
Nuestro corazón necesita una fuerza renovadora que desde dentro le vaya renovando. Y Dios tiene el proyecto de hacerlo todo nuevo. Ni el pecado, ni la corrupción ni el odio son la última palabra. La última palabra la tiene Dios, y Dios es amor, capaz de regenerarlo todo, de hacerlo todo nuevo.
¡Ven, Espíritu Santo, y renuévanos desde dentro, renueva nuestra sociedad, nuestra convivencia, renueva el mundo entero! Coincidiendo con este gran día, la Iglesia celebra también el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, como recordándonos a todos que la acción del Espíritu Santo requiere la colaboración de los cristianos para llevar a cabo esta renovación.
“Acción católica es pasión católica”, decía el Papa Francisco hace pocas semanas a los jóvenes de AC de Italia. Para poder actuar es preciso recibir el impulso, para amar es necesario ser amado, para dar hay que recibir.
La acción del cristiano y del apóstol seglar tiene que recibir del Espíritu Santo el vigor necesario para afrontar esa renovación que nuestro mundo necesita. “Padecer” el amor de Dios, ser movidos por el Espíritu Santo es lo que hará que el mundo cambie, porque previamente ha cambiado nuestros corazones. “Salir, caminar y sembrar siempre de nuevo” es el lema para la Acción Católica de este año.
El Papa nos está recordando continuamente que no hemos de esperar a que vengan, sino que tenemos que salir al encuentro, como ha hecho Dios con nosotros, como ha hecho Jesucristo haciéndose compañero de nuestro camino. Pero esa salida no es a lo loco o sin rumbo, sino por el camino que Jesucristo ha trazado, él es el Camino. En ningún otro hay salvación, Él ha venido para todos los hombres.
Y no hemos de dar nada por supuesto, es preciso sembrar siempre de nuevo en las nuevas generaciones que van viniendo y en las añejas que necesitan renovarse. Es tiempo de sembrar, ya vendrá la cosecha a su tiempo. Sembrar es tarea que llena el corazón de esperanza.
En nuestra diócesis de Córdoba estamos preparando el Encuentro Diocesano de Laicos para el 7 de octubre de este año 2017. Los laicos han de tomar cada vez más la iniciativa de la evangelización, han de ocupar su lugar de corresponsabilidad en la Iglesia y en el mundo.
En comunión con los pastores y los consagrados, los fieles laicos han de insertarse en el mundo porque es ahí donde tienen su misión propia, según la vocación a la que Dios los llama. Pidamos al Espíritu Santo que renueve especialmente a los laicos de nuestra diócesis y que vayamos todos “unidos para que el mundo crea” a ese Encuentro al que somos convocados todos. Recibid mi afecto y mi bendición: Pentecostés, ven Espíritu Santo.
SANTÍSIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo más original del cristianismo es que el Dios que Jesús nos ha revelado no es un ser solitario, lejano o inaccesible, sino un Dios cercano, entrañable, preocupado por nuestra felicidad. Vive una comunidad de amor de las tres Personas, en una felicidad desbordante, que quieren compartirla libremente con todas las personas que llaman a la existencia, con cada uno de nosotros. Estamos llamados a disfrutar de la felicidad de Dios.
¿Para qué se nos ha revelado este profundo misterio?, se pregunta santo Tomás de Aquino. Para que lo disfrutemos, responde. Y es así. A muchos cristianos les da miedo entrar en este misterio profundo, porque piensan que se van a hacer un lío con las tres Personas, una sola naturaleza o vida en Dios. Un Dios en tres Personas. Prefieren tratar a Dios de lejos, en abstracto, como un ser que me desborda, pero al que no tengo fácil acceso.
Cuando Jesús nos ha hablado de Dios, nos ha dicho que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es su Padre y que él es su Hijo único, y que del amor de ambos brota el Espíritu Santo. Y los Tres ponen su morada en los corazones que acogen esta gracia de Dios.
Precisamente, Jesús ha hecho que el misterio de Dios no sea algo inaccesible, sino un misterio atrayente como la zarza que Moisés vio sin consumirse en el monte. O como aquel huésped que se acercó a la tienda de Abrahán –eran uno y tres al mismo tiempo– y Abrahán le rogó que no pasara sin detenerse. De esta visita y de esta presencia les vino a él y a Sara la gracia de tener un hijo, Isaac, que fue la alegría de la casa y de todo el pueblo elegido.
Hay un Dios, al que se accede por la razón, el Dios de los filósofos. Es Dios verdadero, pero quedarse sólo ahí resulta un Dios frío y especulativo. Y está el Dios revelado, el que ha salido al encuentro del hombre desde antiguo, por medio de los profetas, y últimamente en su único Hijo Jesucristo, plenitud y centro de la revelación.
Conocer el Dios de Jesús significa entrar en lo más profundo del misterio. Como si Jesús nos hubiera presentado a su Padre Dios, hablándonos abundantemente de él, revelándolo como Padre misericordioso (ahí están las preciosas parábolas del Evangelio), y abriendo el horizonte a una fraternidad universal, que tiene por Padre al mismo Dios.
Jesús no nos ha revelado este profundo misterio para satisfacer nuestro entendimiento en cotas de conocimiento que la mente humana nunca hubiera podido alcanzar. Jesús nos ha revelado este misterio, nos ha introducido en él para que lo disfrutemos, para llenar nuestro corazón de felicidad. Para que nos gocemos de tener a Dios como Padre y no vivamos nunca más como huérfanos, sino amparados por su cobertura paternal que se hace providencia cada día. Para que sintamos la cercanía y la semejanza con Cristo, el Hijo único, que nos ha hecho hermanos y nos ha enseñado a amar como él nos ama, hasta la muerte, hasta dar la vida. Para que contemos siempre con ese poder sobrenatural del Espíritu Santo que nos hace parecidos a Jesús desde dentro y nos consuela continuamente con sus dones y carismas. Sería una pena que un cristiano no gozara de este misterio continuamente, porque lo considerara algo difícil e inaccesible, algo sólo para iniciados.
El misterio de Dios, Santísima Trinidad, se nos ha comunicado para que lo disfrutemos, para que vivamos siempre acompañados por su divina presencia en nuestras almas. Y esto desde el momento de nuestro bautismo. Para que aprendamos a vivir en comunidad, donde el amor transforma todas las diferencias en riquezas mutuas. Para que aprendamos a aceptarnos a nosotros mismos y a los demás también en nuestras limitaciones y pecados con un amor capaz de perdonar, una amor que todo lo hace nuevo.
Con motivo de esta solemne fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos recuerda el papel de los contemplativos en la vida de la Iglesia. Jornada pro Orantibus, que este año tiene como lema: “Contemplar el mundo con la mirada de Dios”. En nuestra diócesis de Córdoba, 24 monasterios de monjas y 1 monasterio de monjes, además de los ermitaños, nos están recordando a todos esta mirada contemplativa del mundo con la mirada de Dios.
Agradecemos esta vocación tan bonita y beneficiosa para la Iglesia y para la humanidad. Por aquellos que continuamente oran por nosotros, hoy oramos nosotros por ellos con gratitud y esperanza. Recibid mi afecto y mi bendición: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
PENTECOSTÉS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Pentecostés” significa a los 50 días. Era una fiesta grande en el calendario judío, la fiesta de la cosecha, a los 50 días de la Pascua. Y, después de subir Jesús al cielo el día de la ascensión, envió de parte del Padre al Espíritu Santo, como había prometido: “Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16, 13). Desde entonces, la fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés. Hay un solo Dios, y Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios por dentro. Y Dios por dentro son tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, por ser la tercera persona, es la más desconocida. Sin embargo, el Espíritu Santo es el amor personal de Dios, que nos envuelve y nos penetra hasta lo más hondo de nuestra alma. Él es quien nos enseña a amar, porque Él es amor. Al Espíritu Santo lo recibimos ya en el bautismo, donde somos hechos hijos de Dios, pero donde se nos da el Espíritu Santo en plenitud es en el sacramento de la confirmación. En estos días muchos chicos y chicas en nuestra diócesis reciben el sacramento de la confirmación, con el que completan su iniciación cristiana. El Espíritu Santo nos convierte en “ofrenda permanente” a Dios y en “don para los demás”, al estilo de Jesús. El Espíritu Santo es el autor de la gracia en nuestras almas. Estar en gracia de Dios significa estar abierto dócilmente a la acción del Espíritu Santo, sin ningún pecado mortal que lo impida, porque el Espíritu Santo nos enseña y nos impulsa a amar, desterrando de nosotros todo egoísmo. Nuestra aspiración continua ha de ser la de dejarnos mover por el Espíritu Santo siempre y para todo. “Los que se dejan mover por el Espí- ritu Santo, ésos son hijos de Dios” (Rm 8, 14). El Espíritu es el autor de las virtudes, sobre todo de la fe, la esperanza y la caridad. La vida cristiana no es una lucha desesperada, más allá de nuestras fuerzas, por conseguir una meta. Es, más bien, la acogida continua de un don, que pone en movimiento todo el organismo espiritual. Acogemos en la fe y en el amor al Espíritu que movió a Jesús, y nos va haciendo parecidos al mismo Jesús. El Espíritu Santo actúa en nosotros por la acción de sus dones: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de ciencia, el don de fortaleza, el don de piedad, el don de temor de Dios. Son regalos excepcionales, que funcionan continuamente haciéndonos gustar qué bueno es el Señor, dándonos la prudencia y la fortaleza en el actuar, llevando a plenitud todas y cada una de las virtudes. Por ejemplo, sin el don de fortaleza, los mártires no habrían tenido suficiente virtud para soportar los tormentos; sin el don de sabiduría, las cosas de Dios no nos saben a nada. Pidamos al Espíritu Santo que venga sobre nosotros, que venga en nuestra ayuda, que venga a vivir en nuestros corazones, como a un templo. Tengamos dispuesto siempre nuestro corazón para este dulce huésped del alma. Sin el Espíritu Santo, que es el amor de Dios, no seremos capaces de nada. Con el Espíritu Santo, seremos capaces de todo. Dios que comenzó en nosotros la obra buena, él mismo la llevará a término por su Espíritu Santo. Con mi afecto y bendición. El Espíritu Santo Q
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Del 27 al 30 de mayo se celebra en Toledo el X Congreso Eucarístico Nacional con el lema: “Me acercaré al altar de Dios, la alegría de mi juventud”. Es una ocasión preciosa para reunirnos en torno al altar, donde está presente Jesús sacramentado. Él es nuestra alegría. La Conferencia Episcopal Española, siguiendo el itinerario marcado por su Plan Pastoral 2006-2010, cuyo título es precisamente “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6, 35), convoca este Congreso Eucarístico para ayudar a los católicos españoles a vivir la Eucaristía que nos dejó el Señor, con una mayor intensidad. De este modo, la contemplación, la evangelización que transmite la fe, la vivencia de la esperanza y el servicio de la caridad se fortalecerán en el pueblo cristiano. Acudirán muchas personas de toda España: obispos, sacerdotes, consagrados, fieles laicos. Preside incluso un Legado Pontificio, el cardenal Sodano, que nos hará presente al Sucesor de Pedro. Pero serán muchísimos más los que no puedan acudir personalmente a este acontecimiento. Os invito a todos a uniros espiritualmente desde vuestras comunidades y parroquias, teniendo incluso algún acto eucarístico de adoración del Santísimo Sacramento en estos días señalados, que por otra parte nos preparan a la fiesta del Corpus Christi. ¿Para qué sirve un Congreso Eucarístico convocado para toda España? Quiere ser una llamada de atención a todos los cató- licos españoles para que valoremos más y más el sacramento de la Eucaristía, el tesoro más importante que tiene la Iglesia de todos los tiempos. Instituido por Jesucristo en la última Cena, el sacramento de la Eucaristía contiene al mismo Jesús, que murió por nosotros y vive resucitado y glorioso junto al Padre. El está junto a nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), como nos ha prometido. La Eucaristía es el sacramento del amor de Cristo a los hombres, que alimenta el amor cristiano en todos los que se acercan a él: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Comer a Cristo en la Eucaristía es comulgar con su actitud generosa de entrega al Padre y a los hombres. Él nos comunica el Espíritu Santo para transmitirnos sus mismas actitudes. Toda la vida de Cristo ha sido un culto de adoración al Padre y de entrega a los hombres. El que comulga prolonga estas actitudes en su propia vida para el mundo de hoy. La Eucaristía perpetúa el único sacrificio redentor de Cristo, que fue ofrecido en la Cruz por todos los hombres, para el perdón de los pecados y para abrirnos de par en par las puertas del cielo: “Yo por ellos me ofrezco en sacrifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Toda la caridad cristiana tiene su fuente y su alimento continuo en este sacramento. La Eucaristía es alimento de vida eterna, que anticipa en nosotros la inmortalidad: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). Jesús en la Eucaristía es amigo, compañero de camino, confidente. Es nuestro consuelo y nuestra alegría. Que el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo avive en nosotros el aprecio a este Santísimo Sacramento. Con mi afecto y bendición. Dios es la alegría de mi juventud Q
CORPUS CHRISTI
Hemos celebrado el X Congreso Eucarístico Nacional en Toledo el pasado fin de semana con gran fervor y participación de muchos. Este domingo celebramos la gran fiesta litúrgica del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el “Corpus”. Después de contemplar detenidamente lo que este Sacramento es y significa en la vida de la Iglesia, hagamos algunas consideraciones en torno a este misterio. Comer el mismo pan nos reúne en el mismo cuerpo “Somos un solo y mismo cuerpo, porque participamos del único y mismo pan” (1Co 10, 17). Uno de los frutos más importantes de la Eucaristía es la unidad de la Iglesia, porque es la Iglesia la que celebra y confecciona la Eucaristía, pero al mismo tiempo es la Eucaristía la que edifica la Iglesia, congregándola en la unidad. En la Eucaristía, la Iglesia encuentra su fuente continua de cohesión interna. De la misma Eucaristía brota una “espiritualidad de comunión”, que nos une a todos en un solo cuerpo, sin matar las riquezas propias de cada uno, sino poniendo cada uno lo mejor de sí mismo para el enriquecimiento del Cuerpo. No se puede comulgar el cuerpo de Cristo y estar reñidos entre nosotros. No podemos acoger a Cristo en nuestro corazón y al mismo tiempo despreciar a nuestros hermanos. El que abre su corazón a Cristo, lo abre también a los hermanos. Por eso, la Eucaristía nos lleva a la comunión eclesial, amando a la Iglesia como es, como Cristo la ha fundado. Comulgar nos conduce al amor a nuestros pastores, al Papa, a su magisterio y a su disciplina, a los obispos y a sus enseñanzas, a los sacerdotes que nos presiden en el nombre de Cristo. Sería una contradicción comulgar el Cuerpo de Cristo y vivir en postura de disidencia o ruptura con los pastores de la Iglesia, que son quienes nos sirven la Eucaristía en el nombre y con la autoridad de Cristo. Por ejemplo, un sacerdote que celebra la Eucaristía o un fiel cristiano que comulga en la misma no puede albergar en su corazón una postura de contradicción con aquellos que gobiernan la Iglesia. La comunión eclesial a la que la Eucaristía conduce comienza por la acogida respetuosa y amable de nuestros pastores. La Eucaristía, por tanto, es alimento permanente de la comunión entre los miembros de la Iglesia, y particularmente con los pastores que la conducen en nombre del buen Pastor, Cristo. El Jesús que adoramos en la Eucaristía es el mismo que reclama nuestro amor en los pobres y necesitados. “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). El Jesús que adoramos en la Eucaristía es el mismo que servimos en nuestros hermanos. La Eucaristía fue instituida en el contexto de la última Cena, cuando Jesús se levantó de la mesa y lavó los pies a sus discípulos como el último de los siervos. Y en esa escena del lavatorio de los pies, Jesús nos advierte: “Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros habéis de lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 13-14). “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn 13, 34). Comer a Cristo en la Eucaristía nos lleva a hacernos cargo de las necesidades de los hermanos, a cargar con sus flaquezas, a aliviar sus sufrimientos con el bálsamo de nuestro amor. Y esto, comenzando por los que tenemos más cerca, nuestros enfermos, nuestros ancianos. La acción caritativa y social que la Iglesia lleva a cabo tiene aquí su alimento permanente. Caritas y toda acción caritativa y social de la Iglesia se distinguen de otras ONGs por el amor cristiano que las inspira y que las sostiene. Que la fiesta del Corpus alimente en todos los cristianos esa caridad cristiana con los pobres. En esto conocerán que somos discípulos de Jesús, el buen samaritano. Con mi afecto y bendición. C
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A algunos no les gusta esta denominación. Lo consideran como algo pasado de moda y trasnochado. Y sin embargo pertenece a la más rica tradición de la Iglesia, que no debe perderse. Multitud de instituciones en la Iglesia llevan el nombre de “Sagrado Corazón”: congregaciones religiosas, grupos apostólicos, actividades de la Iglesia. ¿Qué es esto del “Sagrado Corazón”? –Se refiere a Jesucristo, el Verbo eterno que se ha hecho hombre de verdad, y por tanto ha tomado todo lo humano sin pecado. Y una de las realidades humanas más bonitas y más ricas es el corazón. Cuando decimos que una persona tiene corazón, estamos diciendo que es amable, comprensiva, cercana, que da gusto estar con ella. Cuando decimos que una persona no tiene corazón estamos diciendo que es una persona repelente, fría, inoperante, alguien que te da problemas en vez de aliviarte la vida. Pues, Dios tiene corazón. Dios es amor, Dios ama locamente a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único,… no para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). Y al enviar a su Hijo al mundo, este Hijo ha tomado un corazón humano. Jesucristo es el Hijo eterno de Dios con corazón humano. Un corazón como el nuestro, pero sin egoísmo, sin pecado, un corazón donde todo es amor puro, amor de donación, amor de oblación, amor generoso. Un corazón que ama, que se compadece, que comprende, que perdona, que tiene paciencia conmigo. Ese es el Sagrado Corazón de Jesús, verdadera escuela de amor. Y de ese Corazón traspasado por la lanza del soldado en la cruz ha brotado sangre y agua. Ha brotado a raudales el Espí- ritu Santo para todo el que acerca a beber con gozo de la fuente de la salvación. Ese corazón muerto de amor, ha resucitado y vive palpitante en el cielo y en la Eucaristía. Ahí está Jesús vivo. Tratar con Jesús en la Eucaristía es tratar de amistad, es dejarse querer por Él, es reparar con Él los pecados del mundo. El Corazón de Cristo es un corazón sensible al amor o al desprecio de los hombres. Es un corazón que ama y que sufre. Es un corazón que quiere transmitirnos sus propias actitudes, que quiere enseñarnos a amar de verdad. El viernes después del Corpus celebramos la fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús. Es como un resumen de toda la vida cristiana, porque el cristianismo es la religión del amor. En el cristianismo todo se explica desde el amor y para el amor. También se explica la desgracia del pecado que ha trastornado todo el orden querido por Dios. A tanto amor demostrado por Dios, el hombre ha respondido desde el origen despreciando ese amor. ¡El amor no es amado! Y ante tales ofensas, Dios ha reaccionado con más amor todavía. Un amor que se llama misericordia. Un amor que es capaz de curar las heridas del pecado. Un amor que perdona siempre y que restaura al hombre roto. El sábado siguiente se celebra el Inmaculado Corazón de María, el primer reflejo perfecto del amor de Cristo, el amor de una madre inmaculada y virgen, cuyo corazón ha estado siempre en sintonía con el corazón de su Hijo. Dos corazones unidos en el amor, en el sufrimiento, en la misión de redimir al mundo. Dos corazones inseparables el uno del otro. El corazón de Jesús y el corazón de María. Este año, en la fiesta del Sagrado Corazón se clausura el Año sacerdotal, porque “el sacerdote es un regalo del Corazón de Jesús”, dice el santo Cura de Ars. Con el Papa, pedimos por todos los sacerdotes, para que siendo santos nos muestren siempre el amor del Corazón de Cristo. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón, un mes especial para ejercitarse en el amor. Con mi afecto y bendición: Q S
SACERDOCIO
HERMANAS: Hemos clausurado con gozo y acción de gracias a Dios el Año Sacerdotal, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Más de 15.000 sacerdotes, algunos de nuestra diócesis, y unos 500 obispos de todo el mundo nos hemos reunido en torno al sucesor de Pedro, el papa Benedicto XVI en la plaza de san Pedro de Roma. Otros miles y miles de sacerdotes por todo el orbe católico se han unido espiritualmente y a través de los medios de comunicación social. Y en tantos lugares se han tenido celebraciones propias. Todo un éxito, si por éxito se entiende no simplemente la publicidad de este mundo, sino las gracias de Dios derramadas sobre aquellos que han sido agraciados con el don del sacerdocio ministerial en favor del pueblo santo de Dios. Toda la Iglesia ha orado intensamente y se ha sacrificado a favor de los sacerdotes. Eso dará mucho fruto. Pero, ¿por qué tanta insistencia en el sacerdocio ministerial? Porque sabemos que el sacerdote, por voluntad de Cristo, es un elemento constitutivo de su Iglesia santa. “El sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, desde Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y del vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo”, nos ha recordado el Papa. Sin sacerdotes no puede haber Iglesia. El sacerdote no es un oficio organizativo simplemente, sino un sacramento. A través del sacerdote, Dios se acerca hasta nosotros, de manera admirable. “Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aún conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio»”. Se trata realmente de una audacia de Dios que nos deja asombrados. El Año Sacerdotal ha querido –y ha conseguido– despertar la alegría de ser sacerdotes para muchos que ya lo son y para otros muchos que se sienten llamados a serlo. Y esa admiración se ha ampliado a todos los fieles, que miran al sacerdote con ojos nuevos, al considerar la grandeza de la misión que se les ha confiado. “Era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo”. A lo largo de su larga travesía por la historia, la Iglesia encuentra dificultades concretas en cada época. En esta época se ha encontrado con este escollo, el de un mundo que quiere eliminar a Dios, al tiempo que lo necesita vivamente. Y en esa tendencia demoledora de Dios, se inserta hacer desaparecer toda huella de Dios, todo rastro de Dios, representado en el sacerdote. El Año Sacerdotal ha sentado muy mal al “enemigo”. Lo hemos constatado de múltiples maneras. Pero, ¿quién es el enemigo? Es el Maligno, del que pedimos vernos libres en el Padrenuestro: “…y líbranos del mal (del Maligno)”. Es el demonio (CEC 391s), que trabaja constantemente para apartarnos de Dios, aunque muchas veces no lo consiga. Son tantas personas que actúan movidas por el demonio y haciéndole el juego a sus intereses. El enemigo es todo lo que se opone a Dios, y ahí se incluyen nuestros propios pecados y el pecado del mundo. El sacerdote ha sido llamado por Jesús para luchar cuerpo a cuerpo contra el demonio, sus obras y sus seducciones, y vencerlo como lo ha vencido Él, con el poder que ha dado a sus sacerdotes. El Año Sacerdotal ha sido también un año de derrota para el Maligno. Por todo ello damos gracias a Dios y a tantas personas que se han tomado en serio este Año sacerdotal. Con mi afecto y bendición. Q
SEMINARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En estos días comienza el curso en nuestro Seminario diocesano: en los Seminarios Mayor y Menor de san Pelagio y en el Mayor Redemptoris Mater. Después de las vacaciones, aprovechadas en el descanso y en distintas actividades de tipo pastoral y formativo, vuelven los seminaristas al curso académico, dando un paso adelante en su camino hacia el sacerdocio. Tras la cosecha de 11 nuevos sacerdotes en el curso pasado y uno más que será ordenado el próximo 2 de octubre, tenemos nuevas incorporaciones de jóvenes que se sienten llamados por Dios para servirle como sacerdotes, sirviendo a los hermanos en las cosas de Dios. Otros jóvenes continúan su discernimiento para poder ingresar en el próximo curso. El Seminario de Córdoba es un inmenso regalo de Dios a su Iglesia. Toda la diócesis debe sentirse agradecida a Dios por este don, y tener muy presente en sus intenciones el Seminario, corazón de la diócesis. Ahí están los sacerdotes, atentos a la llamada de Dios en el corazón de jóvenes y adolescentes. Los sacerdotes son una pieza clave en la pastoral vocacional. Dios nos pide ser ejemplo para quienes nos miran, de manera que los que son llamados puedan decir: “yo quiero ser como este sacerdote”. Monaguillos que sirven al altar, adolescentes que se plantean el futuro de sus vidas, jóvenes maduros que deciden ser sacerdotes. Todos hemos tenido a algún sacerdote de referencia en nuestra vida. Queridos sacerdotes, gracias por el trabajo y la dedicación a este campo. Apoyad a los formadores de los distintos Seminarios, secundad sus convocatorias de actividades orientadas a este fin. Debe ser ésta una de las actividades más queridas en nuestro ministerio. Busquemos a los que puedan ser llamados y acompañemos sus pasos vacilantes, poniéndolos en contacto con el rector y los formadores. La familia es otro puntal para estos jóvenes aspirantes al sacerdocio. En una familia cristiana, la vocación al sacerdocio es un regalo que honra a toda la familia. Apoyad a vuestros hijos en este camino. No les quitéis la idea. Si en algún momento os resulta costoso dárselos a Dios, pensad que son de Dios antes que vuestros. Si un hijo o un familiar os plantea esta llamada, animadle. Un joven encuentra muchas dificultades, dentro de sí y fuera, para seguir esta vocación. Que en su familia encuentre un aliado, nunca un obstá- culo a superar. Queridos padres y madres de familia, pedidle a Dios en el silencio de vuestro corazón que os conceda el don de un hijo sacerdote. Pedídselo especialmente a la Virgen, madre del sumo y eterno sacerdote Jesucristo. Queridos jóvenes, os lo digo abiertamente, la Iglesia necesita más sacerdotes. Para nuestra diócesis y para ayudar a otras diócesis que nos lo piden. Si el Señor te llama, no le des largas. Ponte en camino. Busca a un sacerdote que te guíe. Intensifica tu trato con el Señor en la oración. Invoca a María. La Iglesia acoge tu inquietud, la examina, la aclara, pone a tu alcance los medios para que se haga realidad lo que te parece un sueño. No tengas miedo. Nadie te comerá el coco. Has de caminar con toda libertad, encontrando la vocación que Dios quiere para ti, y ahí serás feliz. Comienza el nuevo curso en el Seminario, donde los aspirantes al sacerdocio se preparan para tan alta vocación. Oremos todos al Señor por los que son llamados, por los que están en plan de discernimiento, por los que han de discernir la autenticidad de esta vocación. El Seminario es el corazón de la diócesis, y hemos de apoyarlo todos. En él se encuentra el futuro de la Iglesia, el futuro de nuestra diócesis. Con mi afecto y mi bendición: Q
CRISTO HA RESUCITADO
DOS HERMANOS Y HERMANAS: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. El domingo de Pascua es el domingo de los domingos. Es el día del Señor. El día en que Cristo resucitó, venció la muerte y salió victorioso del sepulcro, inaugurando una vida nueva para él y para nosotros. Los relatos de la resurrección de Jesús son relatos de fe que nos transmiten un hecho real, histórico y transcendente. La resurrección de Jesús no es un mito o una leyenda. Es un hecho real, sucedido al propio Jesús y constatado por sus apóstoles. Al tercer día de su muerte, Jesús revivió, su cadáver volvió a la vida, su alma quedó inundada para siempre la gloria del Padre. Y la muerte fue vencida. No volvió a esta vida, que termina en la muerte, sino que revivió a una vida nueva que él ha inaugurado en su propia carne. Por eso, cuando las mujeres van al sepulcro un ángel les anuncia: “No está aquí, ha resucitado” (Mc 16, 6). Y ellas se lo comunican a los apóstoles, y éstos constatan los hechos. Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en un día del calendario. Un hecho singular en la historia de la humanidad. Y es un hecho transcendente, porque desborda la historia humana, llevándola a plenitud en su propia carne. Jesús se deja ver por sus discípulos al atardecer que aquel gran día en el Cená- culo, por los discípulos de Emaús. Y posteriormente en distintas maneras por distintas personas, incluso por el apóstol Tomás, el incrédulo, que se rindió ante la misericordia de Jesús: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). Las mujeres, los apóstoles, los discípulos, más de quinientos hermanos han visto a Jesús resucitado (1Co 15, 6). El apóstol Pablo nos dice: “Yo lo he visto” (Cf 1Co 9, 1). La resurrección de Jesús ha quedado abundantemente testificada y certificada por medio de testigos dignos de crédito. El acontecimiento de la resurrección del Se- ñor es el punto clave de nuestra fe cristiana. No somos discípulos de un personaje que pertenece al pasado, somos discí- pulos de un personaje que está vivo. Es el único personaje en la historia de la humanidad que ha resucitado de veras. Somos discípulos de quien tiene la vida y la da al que se le acerca. Somos discípulos del Resucitado, a quien hemos contemplado en estos días pasados colgado de una cruz, muerto de amor por nosotros y a su Padre. Su resurrección es prenda y anticipo de nuestra propia resurrección. También nosotros resucitaremos como Él, más allá de la muerte. Nuestra alma está llamada a disfrutar de la gloria después de la muerte, y nuestro cuerpo resucitará en el último día de la historia humana, al final de los tiempos. “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi aunque haya muerto vivirá y todo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25). Vivir con esta esperanza es ya motivo de un gran gozo en la vida presente. No hay comparación entre los sufrimientos de esta vida y la gloria que nos espera. El cristiano vive en la esperanza de la gloria. Este Jesús, hijo eterno de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación, está muy cerca de nosotros en el sacramento de la Eucaristía. Ahí está vivo y glorioso, y espera que acudamos a Él para llenarnos de su vida divina, de su gracia, de su gloria. El domingo de Pascua es un día nuevo, es el día en que estrenamos vida, es un día que nos llena de gozo el corazón con una alegría que nunca terminará. A todos os deseo una santa y feliz Pascua de resurrección, con mi afecto y bendición: C
PENTECOSTÉS APOSTOLADO SEGLAR
El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y dulce huésped El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, derramado en Pentecostés como el Amor personal de Dios en nuestras almas. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). La vida cristiana consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), que viene a ser alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Pero al mismo tiempo, el Espíritu Santo nos congrega en un solo Cuerpo, el de Cristo, y aglutinados por el Espíritu formamos la Iglesia santa del Señor. Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, es la fiesta de su acción íntima en cada uno de nosotros para que vivamos en gracia de Dios y adornados por sus dones, sus frutos y carismas. Es la fiesta de la Iglesia, que ha recibido de Cristo el mandato de predicar a todos los hombres el Evangelio. La Iglesia existe para evangelizar y a esa tarea es permanentemente convocada por el Espíritu Santo, también en nuestros días. Apostolado seglar, personal y asociado En esta obra de la nueva evangelización, hoy más que nunca son necesarios los seglares. Los laicos tienen su lugar propio en la Iglesia y en el mundo y les corresponde ordenar los asuntos temporales según Dios (LG 31). En virtud del bautismo y de la confirmación, los seglares están llamados a ser la Iglesia en el mundo. A través de los laicos, el Evangelio de Cristo se hace presente en el mundo de la familia, del trabajo, de la cultura, de la vida pú- blica. Todos los laicos están llamados a vivir y testimoniar el Evangelio de Cristo, viviendo en el mundo a manera de fermento, para transformarlo desde dentro con la savia del Evangelio. El Magisterio de la Iglesia anima continuamente a los laicos a que vivan su misión en la Iglesia y en el mundo asociándose unos con otros, según el Espíritu va suscitando distintos carismas para el bien común en la construcción del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Este es uno de los frutos visibles del Concilio Vaticano II, la gran floración de movimientos y asociaciones que en comunión con los Pastores llevan adelante según su vocación la misión de la Iglesia. La Acción Católica, fundada por el Papa Mención especial merece la Acción Católica, fundada por el Papa y los Obispos (“participación de los laicos en el apostolado jerárquico”, Pio XI), diseñada por el Vaticano II (AA 20) y ratificada en nuestros días: “los laicos se asocian libremente de modo orgánico y estable, bajo el impulso del Espíritu Santo, en comunión con el Obispo y con los sacerdotes, para poder servir, con fidelidad y laboriosidad, según el modo que es propio a su vocación y con un método particular, al incremento de toda la comunidad cristiana, a los proyectos pastorales y a la animación evangélica de todos los ámbitos de la vida” (ChL 31). La Acción Católica es como el apostolado seglar que brota de la misma entraña de la Iglesia, que tiene como estructura la misma estructura de la Iglesia (parroquia, diócesis, Iglesia universal) y que en estrecha colaboración con la Jerarquía recibe un mandato especial de los Pastores para hacer presente a la Iglesia en el mundo. Por su vinculación específica con los Pastores, a la Acción Cató- lica se le confía una misión especial en el fomento de la comunión eclesial del apostolado seglar. En mis continuas Visitas pastorales constato la abundancia de fieles laicos que viven en torno a la parroquia. Gracias a estos seglares, la parroquia funciona en la catequesis, en la liturgia, en la caridad, en todo lo que hace la Iglesia desde la parroquia para el bien de la comunidad que le rodea. Esa es la Acción Católica General, aunque no se llame como tal. Además, está la Acción Católica Especializada, según los distintos ambientes donde trabaja (HOAC, JOC, Rural, etc.). La Acción Católica General ha rebrotado recientemente con nuevos planteamientos. La Nueva Acción Católica se está organizando de tal manera que puede ofrecer a los adultos, jóvenes y niños de manera conjunta una propuesta de apostolado seglar parroquial y diocesana, articulando a todos esos seglares que están en torno a las parroquias. Esta Nueva Acción Católica puede ayudar mucho a las parroquias, cultivando la espiritualidad bautismal y la propiamente laical, llevando conjuntamente planes de formación permanente y transmitiendo a todos el gozo de pertenecer a la Iglesia, en plena comunión con los Pastores. Si no existiera esta Acción Católica, habría que inventarla. Pero existe ya y hemos de implantarla en todas las parroquias. Acción Católica en todas las parroquias Hago mía para la diócesis de Córdoba la opción tomada por los Obispos españoles y concretamente por mi inmediato antecesor, Mons. Asenjo, en relación con este importante campo de la pastoral diocesana: la implantación progresiva en todas las parroquias de la diócesis de la Nueva Acción Católica General, en adultos, jóvenes y niños conjuntamente. Será un gran bien para esa muchedumbre de laicos que viven su vida cristiana en torno a las parroquias, dándoles la estructura misma de la Iglesia y asumiendo el protagonismo que corresponde a los seglares en la nueva evangelización de nuestro tiempo. Piensen los párrocos cómo podríamos ayudarnos todos a esta implantación. Y pidamos al Espíritu Santo que nos impulse en esta dirección. Con mi afecto y mi bendición: Pe
CORPUS CHRISTI
QEERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la fiesta del Corpus Christi celebramos el Día de la Caridad en la Iglesia. Cáritas es la organización de esa caridad de la Iglesia, que por una mano recibe y por otra reparte, atendiendo múltiples necesidades de nuestro tiempo. En el presente, la institución Cáritas ha adquirido un prestigio inmenso, porque está atendiendo a miles de familias en toda España, que sufren el azote de la crisis económica. Hasta nuestros enemigos más acérrimos reconocen el bien que la Iglesia está haciendo a los demás a través de Cáritas. Y Cá- ritas no es una simple recaudación de cuotas, sino que es la institución que hace circular la caridad cristiana de un corazón a otro. Junto a Cáritas hay también otras instituciones cristianas, familias religiosas, grupos y movimientos de Iglesia, que mueven la caridad de los fieles en el seno de la comunidad eclesial. A todos, mi estímulo y mi gratitud en este Día de Caridad. La caridad cristiana brota del Corazón de Cristo. “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34), es el mandamiento nuevo de Cristo. Y Él nos ha amado hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Nadie tiene amor más grande. La caridad cristiana es el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. La caridad cristiana no brota de una decisión nuestra, sino de un don que recibimos de Dios y por el cual somos movidos a amar a Dios y al prójimo. Colaborar con ese don de Dios será mérito nuestro. La caridad cristiana se distingue de la mera filantropía. No se trata de hacer el bien al otro, sin más. Eso es bueno. Pero la caridad cristiana es otra cosa: es amar al otro por Dios, porque veo en él la imagen de Cristo sufriente y necesitado, porque veo en él un hijo de Dios, a quien Dios ama con amor infinito. La caridad cristiana brota de Dios y tiene a Dios como término. “En esto consiste el amor, no en que nosotros hemos amado a Dios, sino en que Él nos ha amado primero… Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros hemos de amarnos unos a otros” (1Jn 4,10-11). Cuando nos amamos con el amor cristiano, hacemos presente a Dios en medio de nosotros. “Las cosas importantes se hacen con corazón”, reza el lema de este año. No se trata de hacer cosas y resolver problemas simplemente. Menos aún de atender “casos”. Se trata de poner el corazón en lo que hacemos. Cáritas nos pide que pongamos el corazón, es decir, que lo hagamos con una actitud interna de amor verdadero, del amor que viene de Dios. Y desde esa interioridad brote nuestra mano tendida al hermano que lo necesita. La actuación de Cáritas diocesana de Córdoba es enorme. Atenciones de primera necesidad, transeúntes, recogida de cartones como medio de inserción laboral, casa para presos en sus primeras salidas, residencia para ancianos marginados y un sinfín de atenciones a todos los niveles, además de estar atenta a las necesidades que surgen de improviso por catástrofes naturales. La Cáritas diocesana anima a su vez a las Cáritas parroquiales, porque a pie de parroquia se necesita esa mínima organización que haga circular la caridad de los discí- pulos de Cristo. Por eso, Cáritas nos hace una llamada a la generosidad en este Día de la Caridad, para poder seguir haciendo el bien y llegar a muchas más personas que presentan sus múltiples necesidades. Cáritas necesita voluntarios y necesita medios económicos. Cá- ritas necesita también la oración de toda la comunidad cristiana para que no falte ese don del amor que Dios pone en nuestros corazones. Por todas las parroquias que visito encuentro ese grupo de personas que dan su tiempo y su iniciativa para organizar, bajo la autoridad del párroco, la caridad en su parroquia. A todos mi gratitud. Hacéis presente el rostro más amable de la Iglesia, que como madre atiende a sus hijos. No os canséis nunca de hacer el bien, porque al atardecer de la vida nos examinarán del amor. Aprender a amar y ejercitarse en el amor es la tarea de toda la vida. Que no falte Cáritas en cada parroquia. Hoy lo necesitamos más que nunca. Con mi afecto y bendición: L
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Tendría que ser en jueves, pero ha sido trasladado al domingo hace años. Todavía este jueves en algunos lugares (Priego, entre otros) y el domingo de manera universal, celebramos la fiesta grande del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la fiesta del Corpus Christi.
Qué fiesta tan bonita para acompañar a Jesús Eucaristía, para tirarle los pétalos de nuestro cariño, para agradecerle este gran invento de la Eucaristía, Dios con nosotros hasta el final de la historia.
Es como una prolongación del Jueves Santo, cuando Jesús, la víspera de su pasión, cenó la Pascua con sus apóstoles y al final de aquella cena instituyó el sacramento de la Eucaristía y todos comieron aquel pan consagrado como el Cuerpo del Señor y bebieron de aquel cáliz la Sangre del Señor. El Jueves Santo concluye la santa Misa con una procesión al Monumento, que subraya la presencia de Jesucristo prolongada después de la celebración.
Ahora, la fiesta del Corpus lleva en procesión al Rey de los reyes, Dios mismo en persona hecho hombre y eucaristía por nosotros. Desde su trono regio, desde la custodia (qué custodias, qué ostensorios tan bonitos), Jesús va bendiciendo a todos: en nuestras calles, en nuestras plazas, entrando en nuestros hogares y en nuestros corazones.
La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con Él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.
Ha crecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía.
En este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente.
La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.
Y la Eucaristía es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él... Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía.
Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.
Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno. Quiero agradecer a todos los que desde Cáritas hacen el bien a los demás. Cuántas horas de voluntariado, gratuitamente, por parte de tantas personas en el servicio a los demás: enfermos, pobres, transeúntes y sin techo, inmigrantes, mujeres maltratadas, niños explotados, ancianos solos. “Tus buenas obras pueden cambiar miradas”, dice el lema de este año.
En la diócesis de Córdoba, 1700 voluntarios en 168 Cáritas parroquiales. 130.000 personas atendidas, 30.000 familias, con una inversión de 5,5 millones de euros, procedentes de la caridad de los fieles.
Si Cáritas no existiera, habría que fundarla. Es la caridad organizada de la Iglesia Católica. Gracias a todos los que colaboráis con Cáritas, haciendo visible el rostro más amable de la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: El Cuerpo y la Sangre del Señor.
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.
LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.
Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, y lo puede todo, y como es Amor apasionado por el hombre se queda con nosotros todos os días hasta el fin del mundo en nuestros sagrarios. Necesitamos alma de oración ante el sagrario, almas eucarísticas que visiten y oren ante el Señor, por sus hijos, por el mundo, por los necesitados, sobre todo, de amor y también de pan material. Por eso hoy día de la Eucaristía, del pan celestial que es Jesucristo, celebramos el día de la caridad y del amor para con todos: Amaos como yo he amado y día de caridad para multiplicar y dar de comer a los hambrientos de pan material.
Nuestros contemporáneos 1º necesitan de Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor y peor de todas las hambres y carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios el hombre es pobre y está vacío porque le falta el Todo, el sentido de su vida, la esperanza de la eternidad y padece una orfandaz que le asfixia progresivamente aunque esté lleno de cosas que no llenan el existir y el corazón, aunque lo tenga todo le falta el Todo de todo que es Dios Amor y Eternidad.
2º Antes de la multiplicación de los panes, al ver Jesús una multitud hambrienta porque llevaban tres días sin comer, lleno de compasión y sabiendo lo que tenía que hacer, le dijo a los Apóstoles y nos dice ahora a nosotros: “Dadles vosotros de comer”.
Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?
Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.
La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.
Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.
Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.
“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus (trasladada de jueves a domingo) es como una prolongación del Jueves Santo, el día en que Jesús instituyó la Eucaristía.
Es un precioso invento. Que Jesús haya encontrado la forma de estar en el cielo y estar cerca de nosotros hasta el fin del mundo es verdaderamente asombroso. Por eso, a lo largo de los siglos tantos santos han quedado atraídos por la Eucaristía, como la mariposa queda fascinada por la luz. Ya no sabe salir de esa órbita. No se entiende la vida de un cristiano que no quede asombrado –y viva de ese asombro– ante Cristo Eucaristía.
Este año damos gracias por la Adoración Eucarística Perpetua, que ha encontrado eco intenso en tantos adoradores de Córdoba, de manera que día y noche todos los días del año Cristo sea adorado y nos traiga torrentes de gracia para nuestras vidas y nuestras comunidades cristianas.
En la Eucaristía se hace presente eficazmente el sacrificio redentor de Cristo, que entregó su vida en la cruz por la redención del mundo. Siendo Dios y hombre verdadero, la ofrenda de su vida es de valor infinito y su sangre lava todos los pecados. “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”.
Participar en la Eucaristía es unirse a Cristo que se ofrece por todos. Todo el sufrimiento del mundo adquiere valor unido a Cristo que se ofrece. Y se nos da como alimento, en la forma de pan y de vino, convertidos en su cuerpo y en su sangre: “Tomad, comed, que esto es mi cuerpo. Tomad, bebed, que ésta es mi sangre”. Y al recibirlo como alimento, alimenta nuestra vida.
La Eucaristía es alimento de vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Comiendo de la misma comida entramos en comunión unos con otros, es Jesucristo el que nos une en su cuerpo, como el racimo a la vid, para dar frutos de vida eterna.
La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros la caridad cristiana. No tiene sentido que comamos a Cristo en la Eucaristía y mantengamos rivalidades, envidias y desamor entre nosotros. Comulgar con Cristo y comulgar con el hermano.
Una comunidad eucarística es una comunidad en la que todos se aman con el amor de Cristo, en la que todos aportan lo mejor que tienen y en donde las rivalidades se superan por un amor sincero, que reconoce los valores del otro. La paciencia para soportar los defectos del prójimo es una obra de misericordia que se alimenta en la Eucaristía. “Mirad cómo se aman”, ha sido siempre el atractivo de una verdadera comunidad cristiana.
Y esa caridad cristiana, alimentada en la Eucaristía, se prolonga con los más necesitados, saliendo al encuentro de ellos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido: los recursos de todo tipo, según las necesidades de cada uno, e incluso el don precioso de la fe, que se nos da para comunicarla.
Este año en Córdoba estamos celebrando el 50 aniversario de Cáritas diocesana, y es el día del Corpus el día más apropiado de esta institución de caridad. Damos gracias a Dios por todos los que han colaborado en esta institución de Iglesia, que promueve la caridad de todos para favorecer a los más necesitados. El mandamiento nuevo del amor fraterno, “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, es el motor constante de Cáritas.
Cáritas no es una ONG cualquiera, es la caridad de la comunidad cristiana para servir a los pobres de la Diócesis. Por todas estas razones, la procesión del Corpus no es una exhibición de los que desfilan, sino una proclamación solemne de nuestra fe en la presencia de Cristo en este precioso sacramento, y un testimonio agradecido ante los demás de nuestro compromiso de amor con todos, especialmente con los más pobres.
La fiesta del Corpus es la presencia viva de Cristo, que alimenta continuamente a su Iglesia. Venid, adorémosle. Venid, comamos de este pan bajado del cielo. Venid a reponer fuerzas para seguir amando a todos. Venid, que en este sacramento se encuentra el tesoro de la Iglesia para todos los hombres.
Recibid mi afecto y mi bendición: Corpus Christi, Jesucristo vivo que alimenta a su Iglesia.
FIESTA DEL CORAZÓN DE JESÚS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios tiene corazón, nos ama infinitamente, conoce nuestra debilidad y tiene misericordia de nosotros. En el corazón de Dios todos tenemos un lugar, nadie se sienta excluido de ese amor que nos ha creado y nos ha redimido, haciéndonos hijos suyos. En su Hijo Jesucristo, Dios se ha hecho carne, con un corazón humano como el nuestro. Jesús nos acerca ese amor de Dios, nos hace sensible un amor sin medida, que nos ama hasta el extremo, que se compadece de nosotros, que ama y sufre.
Esto es lo que celebramos en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, celebrada esta semana. En el Corazón de Cristo se resume simbólicamente todo el cristianismo, que es la religión del amor. No existe otro motivo en el corazón de Dios. Sólo el amor. Ni envidia, ni odio, ni venganza. Sólo amor. Y eso es lo que quiere Dios en nuestro corazón, que sólo haya amor, aunque dada nuestra debilidad se nos cuelan otros sentimientos que hacen nuestro corazón impuro.
Celebrar el Corazón de Cristo nos lleva a contemplar todo el misterio de la Redención, concentrado en ese Corazón que sólo sabe amar, irradia amor y enseña a amar al que se acerca a él.
En el Corazón de Cristo se entrecruzan varios caminos: Dios que nos ama dándonos a su Hijo único. El Hijo que ama a su Padre con un amor desbordante, también en representación de toda la humanidad y en reparación de todos nuestros desamores y nuestras ofensas.
El Hijo encarnado que nos ama a cada uno, hasta el punto de que cada uno pueda decir: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20), escuchando de Jesús: “Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos”. Por eso, el mandamiento nuevo, el testamento del Señor resuena acercándonos a su Corazón: “Amaos unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.
“El Amor no es amado”, gritaba san Francisco de Asís con abundantes lágrimas. Para el que ama de verdad, el pecado del mundo le toca el corazón, porque percibe en él un desprecio hacia Dios, que es Amor y sólo Amor. De ahí brota el deseo de amarle más a Aquel que es ofendido, el deseo de reparar las ofensas de todo el mundo.
¿Cómo es posible que el Amor, que sólo es Amor, sea despreciado y sea ofendido? Es el misterio del pecado, por el mal empleo de la libertad humana, que sólo tendrá remedio en una sobredosis de amor, en la Cruz de Cristo.
Podrá sanarse en la actitud de reparación que brota de un amor más puro, que no recrimina a nadie, que reacciona amando más todavía. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, y a cambio sólo recibe injurias y ofensas”, le dice el Corazón de Cristo a santa Margarita María de Alacoque.
De ese Corazón y como un regalo de su amor, la diócesis recibe este domingo dos nuevos sacerdotes presbíteros para el servicio de la diócesis, abiertos a la Iglesia universal. Carlos y David. Carlos proviene de Valencia y se ha formado en el Seminario Redemptoris Mater. David es de Jauja (Córdoba), su familia vive en nuestra diócesis, y se ha formado en el Seminario Conciliar San Pelagio. Tiene un hermano sacerdote, Antonio Reyes.
“El sacerdote es un regalado del Corazón de Jesús”, repetía el santo Cura de Ars. Hoy se cumple entre nosotros. Necesitamos sacerdotes según el Corazón de Cristo. Pidamos que estos dos nuevos sacerdotes vivan traspasados por el amor del Corazón de Cristo y entreguen su vida por amor. Y pidamos por todos los jóvenes que se preguntan por su vocación. “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Que miren al Corazón de Cristo y se dejen envolver por su amor. Ahí encontrarán la respuesta.
Sólo el amor es digno de crédito. Matrimonio, vida consagrada, ministerio sacerdotal. La razón de la elección sea: y ¿dónde podré amar más? Junto al Corazón de Cristo está su Madre, su Inmaculado Corazón. Son dos corazones que laten al unísono. Ella nos conceda percibir el latido del Corazón de Cristo, para poder latir al unísono con Él y con Ella. Recibid mi afecto y mi bendición: Dos nuevos sacerdotes, regalo del Corazón de Cristo.
FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO: FIESTA DEL PAPA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo (29 de junio) es ocasión para celebrar el Día del Papa. Fue el mismo Jesucristo el que confió a Pedro el gobierno de su Iglesia: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18), y desde la ascensión de Jesús a los cielos, Pedro ha ejercido de cabeza entre los apóstoles. Y a él se refieren todos en los primeros pasos de aquella comunidad evangelizadora.
El mismo Pablo, convertido al Señor en el camino de Damasco cuando perseguía a los cristianos, somete su predicación al discernimiento de Pedro para no correr en vano. Jesucristo sigue siendo el referente fundamental de la vida del cristiano y de la Iglesia.
Y a esta Iglesia, que a Jesús le ha costado la misma vida y por la que ha derramado su preciosa sangre, la ha dotado del primado de Pedro, estructurando jerárquicamente esta comunidad en torno a los Apóstoles. Pastores y fieles, por tanto, tienen en Pedro el principio y fundamento de la unidad en la Iglesia.
El Sucesor de Pedro es el Papa, el obispo de Roma, porque fue en Roma donde Pedro fue obispo y donde selló con la sangre del martirio su testimonio de amor al Señor. Roma se ha convertido así en el epicentro de la cristiandad, la comunidad que preside en la caridad a todas las demás comunidades y diócesis del mundo entero.
En la fiesta de san Pedro (y san Pablo) volvemos nuestros ojos a Roma para vivir en la fe nuestra comunión con el Obispo de Roma, Papa de la Iglesia universal. Si una diócesis se encerrara en sí misma o en sus límites geográficos, regionales o nacionales, perdería su condición de católica y universal.
El Papa y la comunión con él nos hacen católicos, una de las notas esenciales de la Iglesia fundada por Jesucristo. Renovemos, por tanto, esta dimensión más honda de nuestra fe, que no anula nuestras propias riquezas, sino que nos aporta una esencial: la comunión con la Iglesia universal.
Dios nos ha concedido en nuestros tiempos Papas excelentes y santos. Si recorremos la lista del último siglo, un siglo atormentado en el concierto universal, veremos que el ministerio del Sucesor de Pedro ha sido decisivo para la marcha de la historia. Y si miramos en nuestros días, la figura del Papa Francisco ha cobrado un fuerte protagonismo como referente moral y líder mundial. Podemos decir que la Iglesia católica en el pre y postconcilio Vaticano II ha abierto por medio del Papa nuevos horizontes de renovación en un cambio de época como el que estamos viviendo, al tiempo que permanece fiel a su Maestro y Señor.
Subrayaría del Papa Francisco sobre todo su opción por los pobres de la tierra, una opción teológica, antes que sociológica, filosófica o política. Es decir, una opción inspirada en el ejemplo y la enseñanza de Cristo nuestro Señor.
Su atención constante a los últimos, a los descartados, a los refugiados, a los emigrantes, a los que cruzan el mar a la desesperada en busca de mejores condiciones y pierden la vida en el intento, a los explotados en el tráfico de personas humanas, sobre todo en el caso de tantas mujeres, etc.
Este fuerte testimonio resulta muchas veces incómodo, pero no va contra nadie, sólo se inspira en el amor, y nos impulsa continuamente a la conversión.
Oremos por el Papa. Todos los días. Para realizar su ministerio, su servicio a los creyentes en Cristo y a toda la humanidad, necesita constantemente del auxilio divino, porque se trata de una tarea que desborda todas las capacidades humanas.
Él nos pide continuamente que oremos por él, y lo hacemos con gusto, para que el Señor que lo ha elegido para ponerlo al frente de su Iglesia, lo sostenga con su gracia. Nosotros nos beneficiamos continuamente de su ministerio como “dulce Cristo en la tierra”, en frase feliz de santa Catalina de Siena, y por ello hemos de colaborar con nuestra oración en el sostenimiento de su ministerio.
También se nos pide la colecta de este domingo, para el ejercicio de la caridad del Papa. Es el óbolo de san Pedro. Lo encomendamos especialmente a nuestra Madre, María Santísima. Que el Señor lo conserve, lo vivifique y lo haga feliz en la tierra, de manera que no lo entregue en manos de sus enemigos. Recibid mi afecto y mi bendición: Día del Papa, en la fiesta de san Pedro.
DOMINGO ….a
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús se presenta en el Evangelio de este domingo como “manso y humilde de corazón”. Es llamativa esta autopresentación, al tiempo que es tremendamente atrayente.
A Jesús en su personalidad divina nos lo ha presentado el Padre del cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mc 1, 11). Y Jesús mismo se dirige continuamente a Dios como su Padre, “¡Abba!”. Pero en el Evangelio de este domingo, Jesús nos invita a que acudamos a él. “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11, 28).
La mansedumbre es cualidad muy valorada. No tiene agresividad ni asperezas, es tranquila y apacible. Puede llegar incluso a la ternura. Cuántas veces nos vemos sorprendidos por nuestros impulsos, por nuestras reacciones bruscas y a veces violentas, que alteran la convivencia de nuestro entorno.
Encontrarse con una persona mansa y apacible es una fortuna. Todos los que conviven con ella gozan de esa paz que transmite el que es manso de corazón. En el caso de Jesús, además, él quiere transmitirnos esta cualidad y lo hace mediante nuestro trato con él y por el don permanente de su Espíritu Santo en nuestras almas.
En este, como en todos los demás aspectos de la vida cristiana, no se trata de una imitación externa y menos aún de una decisión voluntarista por nuestra parte. Se trata más bien de la acogida de un don que se nos ofrece y de entrenarnos en esa misma práctica, ejercitándonos en esa virtud. La humildad es virtud que está en los cimientos de un gran edificio.
Esos altos rascacielos de las grandes ciudades, tiene un soporte hondo, que no se ve pero que soporta todo el edificio. El humilde no hace ostentación de sus virtudes, aunque reconozca que las tiene, pero las tiene como un don recibido y las vive con gratitud al que se las hadado.
El humilde no protesta porque no le tienen en cuenta. El humilde busca instintivamente el último puesto, no ser tenido en cuenta, pasar desapercibido. La humildad se alimenta con humillaciones, que el humilde asume con normalidad y sin alboroto.
Cuánto bien hace una persona humilde, cuánto bien hace una persona dotada de buenas cualidades, si es humilde. Si, por el contrario, tiene muchas cualidades y no es humilde, se vuelve insoportable; mejor es que no las tuviera. Se dice que así como la caridad y el amor son el motor de todas las virtudes, así la humildad está en el cimiento de todas ellas. Cualquier virtud natural o sobrenatural sin humildad es una virtud dislocada, y puede hacer daño.
La humildad todo lo soporta, no se engríe, no se compara con los demás ni siente envidia. Jesús se presenta así, como “manso y humilde” de corazón. Y nos invita a acercarnos a él, especialmente cuando estamos cansados y agobiados.
No es el trabajo físico el que más nos fatiga, y además se reponen energías con el diario descanso. Ni siquiera las preocupaciones de las tareas en las que somos responsables son la fuerza más fatigante.
Lo que realmente nos fatiga son nuestros apegos interiores, esas sanguijuelas que chupan nuestra energía y nuestro entusiasmo. Nos fatiga nuestro amor propio, nos fatiga nuestra falta de rectitud de intención, nuestras dobleces. Nos fatigan todas las secuelas de pecado, que van minando nuestro entusiasmo. Por el contrario, nos refresca la conversión profunda de nuestro corazón, nos renueva sentirnos amados tal como somos, gratuitamente. Nos hace felices constatar que nuestros problemas tienen arreglo.
Por eso, en este tiempo de vacaciones y descanso, acudamos a Jesús: “Venid a mí...” Él nos comprende, él nos acoge, él nos ama incondicionalmente. Si acudimos a él, encontraremos nuestros descanso, porque su yugo es llevadero y su carga ligera. Recibid mi afecto y mi bendición: Manso y humilde de corazón.
TIEMPO DE VACACIONES: VERANO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Unos antes, otros después, a lo largo del verano hay tiempo para vacaciones. No todo el mundo puede tomárselas, pero todos, de una manera u otra disminuyen el ritmo de actividad de la vida ordinaria, y muchos lo hacen para dedicarse a otra actividad complementaria. Porque vacaciones no es tiempo de no hacer nada, sino de hacer otra cosa, que complemente nuestra formación, que ayude al descanso, que nos dé oportunidad de desarrollar aspectos que no pueden desplegarse en el ritmo ordinario del año.
Hay quienes plantean las vacaciones como tiempo de desenfreno. Como si estuvieran todo el año reprimidos y en vacaciones de desatan. Cuando estos vuelven a la vida ordinaria experimentan una fuerte depresión. Las vacaciones no pueden plantearse desde el desenfreno, sino haciendo aquello que nos gusta –supuesto que tenemos buen gusto– poder vivir un tiempo sin la presión de los horarios y de las agendas.
Cuando uno piensa en las vacaciones, piensa en visitar a los amigos, en convivir con la familia, en hacer turismo, en tomarse un tiempo de mayor descanso. Quizá no pueda hacer todo lo que se le ocurre, pero ha dejado suelto el espíritu y ha recuperado energías para afrontar de nuevo la vida ordinaria.
En este descanso, un lugar preferente lo ocupa Dios. A lo largo del año, vamos con el tiempo justo. En vacaciones, podemos dedicar más tiempo a la oración, a la lectura pausada, a la contemplación de la naturaleza. Dios está ahí, y quiere ser nuestro descanso, y además es un descanso gratuito. “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”, nos recuerda san Agustín en sus Confesiones.
Descansemos en Dios, conectemos con las motivaciones positivas que han dado sentido a nuestra vida, renovemos aquel amor primero que es capaz de impulsarnos a grandes empresas. Durante las vacaciones, muchos niños y jóvenes de parroquia acuden a campamentos de verano.
Son una ocasión preciosa para crecer, para convivir, para hacer nuevos amigos, para estar con Jesucristo en el fresquito de la mañana o en la Misa del atardecer. El tiempo de ocio es tiempo para la evangelización, es decir, para la experiencia más fuerte de Jesús en medio de nosotros, en medio de su Iglesia, en esa cadena de adultos, jóvenes y niños que se anuda en estas ocasiones.
En vacaciones, muchos adultos toman unos días de retiro espiritual en un monasterio, en una casa de ejercicios. Es un tiempo intenso de relación con Dios, que restaura muchas heridas y fortalece para la misión que cada uno ha recibido.
Celebré hace pocos días la Eucaristía con un numeroso grupo de misioneros de toda Andalucía (se habían ofrecido más de tres mil, y fueron seleccionados unos cuatrocientos).
Durante ocho días se han dedicado a evangelizar por las calles y plazas, viviendo aquella experiencia que describe el Evangelio de san Lucas 10,1ss: “los envió de dos en dos a todos los pueblos y lugares… sin alforja, sin sandalias… llevando la paz a todos”. Al regreso, venían desbordantes de gozo, porque habían experimentado la verdad de esta Palabra en sus vidas, en medio de múltiples privaciones e incluso rechazos. Habían experimentado sobre todo la fuerza y la verdad del Evangelio, habían constatado que los pobres eran los mejores dispuestos a recibir la buena nueva. Todos nos contagiamos de la alegría de este anuncio.
Otro tanto les ocurrirá a los que van en misión ad gentes, como los de Picota/ Perú (tres expediciones este verano), o los que dedican tiempo para servir a los más pobres. Algunos han viajado a Calcuta. La fe se fortalece dándola, nos decía Juan Pablo II. He participado en convivencias sacerdotales, donde también los sacerdotes tienen la oportunidad de descansar con el Señor y en la amistad de los hermanos. He visitado campamentos de niños y jóvenes, donde la algarabía de la edad aprende la disciplina y el servicio sacrificado, al tiempo que la supervivencia en contacto con la naturaleza y liberados de tantos cachivaches que tienen en sus casas. Varias expediciones hacen el Camino de Santiago o una peregrinación a Fátima en el centenario de las apariciones.
Hace pocos días acompañaba a la primera peregrinación de la Hospitalidad de Lourdes en Córdoba, que tiene como objetivo llevar enfermos a Lourdes, y que en esta primera edición ha acudido un buen grupo. Que las vacaciones sean tiempo de provecho, de descanso, de hacer otras cosas, de llenarse de Dios. Felices vacaciones para todos. Recibid mi afecto y mi bendición: De vacaciones.
25 DE JULIO: FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegados al 25 de julio celebramos la fiesta solemne del apóstol Santiago el Mayor, patrono de España. Hijo de Zebedeo y Salomé, hermano del discípulo amado, el apóstol Juan, murió mártir de Cristo en la primera persecución de Herodes, en los años 40 de nuestra era.
La escena del evangelio de este día es muy expresiva (Mt 20, 20-28). Fue la madre la que se acercó a Jesús, cuando iban camino de Jerusalén, para pedirle que sus dos hijos, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, tuvieran los primeros puestos en el reino de Jesús que ella se imaginaba. Jesús respondió: “No sabéis lo que pedís”.
La ignorancia es muy atrevida, y los intereses egoístas se cuelan hasta en el corazón de las personas buenas. No era malo lo que pedían, pero Jesús les hizo caer en la cuenta de que no sabían lo que pedían, puesto que el Reino que Jesús venía a instaurar tiene otros planteamientos.
Una vez más aparece la paciencia de Jesús, que aprovechará la ocasión para explicar que el primero en el Reino es el que sirve. “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber?”, les pregunta Jesús. El cáliz de Jesús se refiere a la pasión, se refiere a la Cruz.
Les está preguntando si están dispuestos a pasar el trago de la Cruz, que Jesús va a vivir en Jerusalén. Y si están dispuestos a asumir su propia Cruz, cuando llegue. Ellos responden muy espontáneamente: “Somos capaces”. Tampoco en esta respuesta saben lo que están diciendo. Están disponibles a hacer lo que diga Jesús, que ya es bastante. Pero no alcanzan a comprender lo del “cáliz” que Jesús les ofrece. “Mi cáliz lo beberéis”, les asegura Jesús.
Aquí tenemos una certeza: Jesús está anunciándoles la muerte que un día padecerán por su nombre. Tanto uno como otro serán mártires de Cristo, derramarán su sangre por amor a Cristo, serán capacitados para beber el cáliz de la pasión de Cristo, muy unidos a su Maestro.
Y Jesús continúa: “...pero esos primeros puestos que pedís, corresponde a mi Padre concederlo”. En el Reino de Jesús no hay escalafones, ni ascensos, ni trienios. En el Reino de Jesús, lo único que puntúa es dar la propia vida, perderla por él y por los demás. “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por la multitud”.
La petición interesada de los primeros puestos encuentra esta respuesta preciosa por parte de Jesús, que pone patas arriba toda pretensión de carrerismo en el seguimiento del Señor. Las pretensiones humanas ponen al propio sujeto en el centro. Jesús “descentra” esas pretensiones y sitúa el centro en el servicio, en dar la vida.
El discípulo de Jesús es el que le sigue, el que se va pareciendo cada vez más a él, el que hace de su vida un servicio de amor a Dios y a los demás. La fiesta del apóstol Santiago viene a replantearnos dónde está nuestro centro, dónde están nuestros intereses, si queremos seguir de verdad a Jesús. La vida cristiana consiste en servir al estilo de Cristo, en dar la vida como él, en beber el cáliz que Dios ponga en nuestras manos.
La fiesta de Santiago sea una nueva ocasión para presentar ante el Apóstol patrono de España y amigo del Señor todas las necesidades del momento presente. Pedimos por su intercesión que la fe cristiana se mantenga en España hasta el final de los tiempos, incluso en una situación plural y democrática, como la que vivimos.
Pedimos en este momento concreto que sea preservada la unidad de España, la unidad de sus pueblos y regiones como lo ha pedido la Conferencia Episcopal Española en 2006 y en otras varias ocasiones. Pedimos que España sea una nación solidaria y fraterna, capaz de compartir sus logros con quienes no tienen nada en la vida; que el crecimiento económico vaya acompañado por el crecimiento de otros tantos valores que pertenecen a nuestra identidad y a nuestra historia. Apóstol Santiago, patrono de España, ruega por nosotros. Recibid mi afecto y mi bendición: Santiago apóstol, patrono de España.
NATIVIDAD DE LA VIRGEN: 8 DE SEPTIEMBRE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comienza septiembre, y para muchos vuelta de vacaciones. Comienza el nuevo curso, o al menos los preparativos para el mismo. Y en este comienzo, nos encontramos con María Santísima el próximo 8 de septiembre, cuando celebramos su nacimiento, la Natividad de María.
En muchos lugares de nuestra diócesis es la fiesta principal de la Virgen. Es bonito ver en estos días cómo los niños pequeños van de la mano de su madre al cole. Unos van contentos, otros con algunas lágrimas, todos estrenan ropa, mochila, ilusiones. Pues algo así sucede en la vida cristiana. Hay muchos proyectos para el nuevo curso, estrenamos personas que vienen en nuestra ayuda: sacerdotes, profesores, catequistas, etc.
En medio de todas estas novedades, sobresale la ayuda de nuestra Madre María. Nos agarramos a su mano, y así no nos perdemos. Agarrados de su mano, sentimos la seguridad de tener una madre que nos cuida y nos protege. Con Ella, todo será más fácil, porque nos sentimos queridos y acompañados.
En la ciudad, tenemos varios actos en torno a la fiesta mayor de la Virgen de la Fuensanta: novena solemne, traída a la Catedral en las vísperas acompañada de los jóvenes, Misa en la Catedral por todo lo alto en la víspera y procesión hasta su Santuario; celebración gozosa en su Santuario el día de la fiesta con la participación del Cabildo Catedral.
Es la patrona de la ciudad y todas las Hermandades y Cofradías, que la tienen por patrona, se vuelcan en honrarla con sus mejores galas. En otros muchos lugares es la fiesta de nuestra Madre con su advocación propia. Encuentro Diocesano del Apostolado de la Oración el 16 en Montilla, para ponernos las pilas en la devoción al Sagrado Corazón y a la Eucaristía, con todo el sentido reparador de la vida cristiana. Ojalá todas las parroquias fomenten esta preciosa devoción al Corazón de Cristo y difundan la práctica del ofrecimiento diario al Sagrado Corazón por el Inmaculado Corazón de María. Asamblea Diocesana de Acción Católica General, el sábado 30, en el obispado. Hemos tenido en Santiago de Compostela este verano la Asamblea General con la asistencia de 1.300 participantes, 22 obispos y más de un centenar de cordobeses. Hemos de empujar en todas las parroquias la constitución de grupos, que lleven una formación programada y vaya creando una red de fieles laicos por toda la Diócesis. Son los laicos de nuestras parroquias, de toda la Diócesis, que hemos de procurar se organicen entre sí como organización laical en la Iglesia para potenciar su presencia en el mundo de hoy. Y ya muy cercano el Encuentro Diocesano de Laicos, el sábado 7 de octubre, bajo el lema “Unidos para que el mundo crea”.
Es fruto de una larga preparación, en la que los laicos han tenido gran protagonismo: Consejo Diocesano de Laicos, Comisión preparatoria del Encuentro, temas estudiados, respuesta a los cuestionarios trabajados, etc. Y esperamos frutos abundantes de este Encuentro para bien de nuestra diócesis de Córdoba.
Hay muchos carismas en nuestra diócesis, que la enriquecen con la vitalidad de Cristo. Pero no olvidemos que la Dió- cesis tiene su propio carisma, su propia historia de santidad, su misión específica y entre todos hemos de construirla, aportando a la casa común, no sólo sirviéndonos de ella.
Y a final de octubre, la habitual Peregrinación de jóvenes a Guadalupe (del 20 al 22). Y el V Encuentro Nacional de Jóvenes Cofrades en Córdoba (del 27 al 29), que reunirá un gran número de jóvenes en nuestra ciudad, procedentes de toda España.
Así que, nos agarramos de la mano de María nuestra madre desde el comienzo. Ella nos irá llevando, nos irá enseñando a seguir a Jesús como discípulos misioneros de su Evangelio y de su alegría para un mundo como el nuestro que necesita razones para la esperanza. De la mano de María, con el rosario en las manos, invocándola continuamente como Madre de misericordia, comencemos esta nueva etapa de nuestra vida. Recibid mi afecto y mi bendición: De la mano de María.
CRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cristo Rey. Todo en la vida cristiana gira en torno a Jesucristo, como no podía ser de otra manera. Él es el centro del cosmos y de la historia.
El Año litúrgico nos va desgranando año tras año ese misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final. Y la celebración litúrgica tiene la capacidad de traernos eficazmente el misterio que celebramos. En Jesucristo la historia de la humanidad ha encontrado su plenitud, en Él se nos anticipa nuestro futuro.
Celebrar esta fiesta de Cristo Rey hace alusión, por una parte, a la pretensión histórica de Jesús, por la que fue condenado a muerte: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Una pretensión que quedó plenamente verificada en la resurrección de Jesús y en su victoria sobre la muerte. Verdaderamente, Jesús es Rey.
Y por otra parte, hace alusión al final hacia el que caminamos. Es una fiesta de futuro, teniendo presente el pasado histórico y entrando en esa espiral ascensional, que nos va configurando con Cristo hasta transformarnos como él.
No se trata de un reinado despótico. Jesús aparece como el buen pastor que cuida de sus ovejas, manso y humilde de corazón, que está dispuesto a dar la vida por cada uno de nosotros, como ha sucedido realmente.
En él encontramos la paz del corazón, pues nos sentimos queridos con un amor que sana nuestras heridas. En el conjunto de la historia, hay un error primigenio, el pecado original, y hay una sobreabundancia de gracia en Jesucristo. “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”.
Nuestra vida terrena camina con esta cojera. Jesús viene en nuestra ayuda y nos llena el corazón de esperanza. El bautismo nos saca de la muerte y nos introduce en la vida para siempre. Al final, todo será sometido a Dios y Dios lo será todo para todos, si no malogramos el plan de Dios en nuestra vida.
Jesús aparece como el que viene a juzgar, cuando venga en su gloria el Hijo del hombre. Viene a premiar a los buenos y a rechazar a los malos. “El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras”. Y seremos examinados de amor. Al atardecer de la vida te examinarán del amor, nos recuerda san Juan de la Cruz. “Tuve hambre y me diste de comer…” ¿Cuándo, cómo, dónde, a quién? Todo lo que hicimos a uno de los humildes hermanos, “a mí me lo hicisteis”, dice Jesús.
Esa personificación de Jesús en la persona de los pobres y los humildes, que asoman en nuestra vida pidiendo nuestra ayuda, es todo un principio revolucionario en la nueva civilización del amor. Nunca será el odio, sino el amor el que cambie el mundo.
El amor cristiano reside en nuestro corazón por el Espíritu Santo, que se nos ha dado, nos hace salir de nosotros mismos para entregar la vida y gastarla en favor de los demás. Pero además, el amor cristiano encuentra en cada uno de los destinatarios (sean de la condición que sean) una prolongación de Jesús, “a mí me lo hicisteis…”.
Esta motivación en su origen y en su término hace que Jesucristo reine en el mundo, transformando incluso el orden social. No es por tanto, un reino de poderío humano, de prepotencia, de exclusión de nadie. El de Cristo es un reino de amor. Él nos ha ganado con las armas del amor, y con estas mismas armas quiere que luchemos, seguros de la victoria final. “Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de la fiesta).
¡Venga a nosotros tu Reino! Que la fiesta de Cristo Rey del Universo nos introduzca en esa espiral de amor, que va sanando todas las heridas del corazón, propias y ajenas, consecuencia del pecado, y va introduciendo en cada corazón una nueva vida que brota del Corazón de Cristo, que ama sin medida. Recibid mi afecto y mi bendición:
FIESTA DE CRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Concluimos al terminar el año litúrgico el Año jubilar de la misericordia, en la solemne fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Vivimos sometidos al tiempo y a los calendarios, y todo lo que comienza, termina, lleva fecha de caducidad.
El Año de la misericordia ha sido un año repleto de actos y de momentos para caer en la cuenta de que la misericordia constituye el corazón del Evangelio. Ha sido un año para acoger el gran perdón de Dios para toda la humanidad y para cada uno de nosotros. Y ha sido un año para ejercitarnos en la práctica de las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.
Dios rico en misericordia y los pobres han ocupado el centro de atención de este Año de la misericordia. Pero el Corazón de Dios no se cierra, sigue abierto de par en par para todos. El amor de Dios ha llegado a su plenitud en la Cruz de Cristo, donde Jesús ha abierto su corazón de par en par para enseñarnos que el amor es más fuerte que la muerte, más fuerte que el pecado.
El Corazón de Jesús traspasado de amor nos repite: “Venid a mí... que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,28). La misericordia de Dios ha llegado a su plenitud en el Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo.
Tampoco se clausuran las obras de misericordia, sino que este Año nos ha impulsado a practicarlas continuamente como seña de identidad del cristiano: “tuve hambre y me diste de comer… fui forastero y me hospedaste, estuve en la cárcel y viniste a verme... Conmigo lo hicisteis”, nos dice el Señor (Mt 25,35s).
Son muchas las pobrezas que padece el hombre de hoy: falta de amor, desprecio y marginación, adicciones múltiples (droga, alcohol, sexo, internet…), prófugos y refugiados, víctimas de la trata y de la explotación sexual. No pasemos de largo, no seamos indiferentes. Quizá podamos hacer algo, –o ¡mucho!– para aliviar tantas necesidades. Y sobre todo podemos compartir su dolor y ofrecerles nuestra esperanza para que alcancen la verdadera libertad.
El Año jubilar de la misericordia ha sido una ocasión preciosa para ver cómo sólo Jesucristo puede dar pleno sentido a la vida del hombre, porque no se nos ha dado otro Nombre en el que podamos salvarnos (cf Hech 4,12). Y al experimentar la misericordia recibida y repartida, hemos entendido mejor que sólo el amor transforma el mundo, nunca el odio ni el enfrentamiento.
Pongamos manos a la obra, a la obra del amor que brota del Corazón de Cristo y quiere llegar a todos los corazones, y no nos dejemos seducir por propuestas rápidas y engañosas. La fiesta de Cristo Rey del Universo viene a recordarnos que Jesús ha sido constituido por el Padre como el centro y el culmen de la historia, hacia el que tienden todos los corazones y que quiere reinar en el mundo entero por la civilización del amor.
Hace pocas semanas participé en la canonización del jovencito mejicano José Sánchez del Río. En la plaza de san Pedro miles y miles de personas con la respiración contenida ante las palabras solemnes del Papa cuando los proclamaba santos. Y al terminar la fórmula latina, aquel silencio de la plaza fue roto por un grito: “¡Viva Cristo Rey!”, que me estremeció profundamente.
No era un grito contra nadie, era como el grito de san José Sánchez del Río en aquel momento culminante de su glorificación, el mismo grito que salió de sus labios en el momento del martirio. “¡Viva Cristo Rey!” ha sido el grito con el que miles y miles de mártires han proclamado su amor a Cristo en el momento supremo del martirio en tantos lugares de la tierra.
Es un grito de confesión de fe, es un grito de perdón a los verdugos, es una plegaria desgarradora para que venga a nosotros su Reino, el “reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de Cristo Rey).
Los que militamos bajo la bandera del Rey eternal queremos que esta fiesta sea una ocasión propicia para llevar a todos los hombres el dulce mensaje de la misericordia, sin la cual es imposible que el mundo sobreviva. Recibid mi afecto y mi bendición: Año de la misericordia ¡Viva Cristo Rey!
HOMILIAS CICLO A 2011
DOMINGO VIII SERMÓN DE LA MONTAÑA: AMAD A VUESTROS ENEMIGOS
HERMANOS Y HERMANAS: Escuchamos en el Evangelio de estos domingos el Sermón de la Montaña, que comienza con las bienaventuranzas y nos presenta a Jesús como el nuevo Moisés, que subió al monte para traernos las tablas de la ley de Dios. Jesús se presenta no ya como el mensajero de Dios, al estilo de Moisés, sino como Dios mismo que viene a traernos la ley nueva del amor y que se concreta en todos los campos de la vida humana. “Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo” (Mt 5, 44). “Amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 44) constituye como la quintaesencia del Evangelio. Amar es la vocación del hombre: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Juan Pablo II, RH 10). No podemos vivir sin amor, sin ser amados y sin amar. Dicen que el infierno consiste simplemente en eso: en no poder amar, en quedar encerrado y asfixiado en el propio egoísmo. En la escala del amor hay muchos grados, y Jesús nos ha enseñado el amor más grande. En las relaciones humanas, existe la ley de la selva, es decir, la ley del más fuerte que elimina al más débil. A veces el ser humano vuelve a ese estadio, agravado por el pecado, que oprime al débil y lo destruye. Un estadio superior es la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente”, es decir, no puedes vengarte sin medida. Si te han hecho una, puedes cobrarte una, pero no diez. Otro grado superior lo encontramos en la ley dada por Dios a Moisés, cuando manda amar al prójimo y permite odiar al enemigo. A ese mandamiento hace referencia Jesús para contraponer el mandamiento nuevo del amor cristiano, el amor más grande del que es capaz el corazón humano: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). ¿Cómo nos ha amado Jesús? Dando la vida por nosotros. Y eso que todavía éramos enemigos de Dios. “Mas la prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5, 8). El amor de Dios reflejado en el corazón de Cristo es un amor sin medida, hasta el extremo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16). Y Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús nos ama sin medida, hasta el extremo, perdonando incluso a aquellos que le ofenden: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Y ese amor tan genuino y tan puro, un amor que es plenamente oblativo y nada posesivo, es el que Jesús nos manda en su Evangelio: “Amad a vuestros enemigos”. El amor cristiano incluye el amor a los enemigos, al estilo de Dios, al estilo de Jesús. Amar a los enemigos no brota de la carne ni de la sangre. Es un don de su gracia, que puede ser acogido o rechazado por mí. Cuando en nuestro corazón asoma el amor a los enemigos es porque Jesús ha entrado en nuestra vida y ha comenzado a cambiarla desde dentro. Esta es la revolución que cambiará el mundo, la revolución del amor que Cristo ha vivido y ha predicado. El mundo no se arregla con la violencia, ni con la guerra, ni con el odio que conduce a la lucha de clases. El mundo se arregla cuando hay amor. Y este amor más grande sólo puede venir de Dios. Con mi afecto y bendición:
CURACIÓN DEL CIEGO
HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua nos encontramos este domingo con el evangelio del ciego de nacimiento, signo de la situación de pecado en que nacemos, y signo del poder de Jesús que ha venido para que veamos, es decir, para curar nuestra ceguera de nacimiento y hacernos entrar por la fe en otra esfera de conocimiento. También nosotros padecemos cegueras parciales o totales. Mucha gente de nuestro entorno, incluso amigos y familiares cercanos, no tienen fe. Y por tanto, no ven lo que puede ver un creyente. Y nosotros mismos, los creyentes, constatamos que cuanto más viva está nuestra fe, más capaces somos de ver las cosas como las ve Dios. Una fe viva es como una lámpara en lugar oscuro, disipa toda tiniebla. Una fe débil ilumina sólo para no caerse y apenas puede verse toda la amplitud del horizonte. Qué precioso es el don de la fe. La fe es un regalo de Dios, que no anula nuestra capacidad de conocimiento humano, sino que la eleva. La razón y la fe no son incompatibles entre sí. Son como dos hermanas –una mayor y otra menor– que van de la mano por el camino de la vida. La razón ve aquello que razona, hasta donde llega su alcance. La fe, sin embargo, es como la hermana mayor que le cuenta a la más pequeña todo lo que su visión alcanza, un panorama que sólo desde Dios puede contemplarse. Las dos disfrutan cuando ponen en común lo que cada una ve. Aún siendo diferente el alcance de cada una y las cualidades de su visión, no están reñidas entre sí, sino que son complementarias para el sujeto y para la libertad humana. A muchos contemporá- neos les gusta contraponer la fe y la razón, como si la una excluyera la otra. Hay quienes acusan de mentecato al creyente, como si el creyente estuviera atontado por ver las cosas desde la fe. Se pone de moda ser no creyente, como logro de una adultez y de una superioridad que proporcionaría la razón privada de la fe. Nada más lejos de la realidad. El creyente no está disminuido por ser creyente. No pierde nada de su racionalidad y de su libertad. Pero además, su racionalidad llega a plena perfección cuando se abre a la fe, a otra dimensión superior que sus simples ojos humanos no pueden ver. Le viene como un don de arriba, sin negar la capacidad que la persona tiene en sus ojos humanos. Por ejemplo, ante la realidad de la muerte, la razón humana no tiene alcance para explicar a la persona el sentido último de esta realidad que nos atenaza continuamente. La razón humana puede llegar a percibir que la muerte no es el final fatal, pero no puede explicar todo el porqué de este misterio, que fuera de Jesucristo nos aplasta (cf GS 22). Jesucristo, sin embargo, ha iluminado el corazón humano con la luz de su propia resurrección, y a la luz de esta realidad nueva, toda persona puede entender que después de la muerte su vida continuará más feliz aún que aquí en la tierra. Lo que la razón no alcanza, la fe lo acerca. Y toda persona creyente puede disfrutar de una vida que le espera más allá de la muerte, y que ya ha comenzado en su propia existencia aquí en la tierra por el bautismo. Hemos de suplicarle al Señor el don de la fe, y de una fe intensa que sea capaz de iluminar ampliamente todas las realidades de nuestra vida. Esa fe la recibimos en el bautismo, y hemos de alimentarla continuamente con la oración, los sacramentos y las buenas obras. Como el ciego de nacimiento, le decimos: ¡Señor, que vea! La cuaresma nos conduce a la noche santa de la resurrección, donde la luz de Cristo resplandecerá y disipará todas nuestras tinieblas, todas nuestras cegueras. Con mi afec
MIRAR AL CRUCIFICADO SEMANA SANTA
QUERIDOA HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús en Jerusalén. La Iglesia trae hasta nosotros aquellos acontecimientos históricos que por medio de la celebración litúrgica se nos hacen contemporá- neos, para que los vivamos en directo haciéndonos coprotagonistas de los mismos y recibiendo el fruto de la redención. Cristo crucificado vuelve a ser en estos días centro de atención de todos los creyentes. “Cuando yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12, 32), dijo Jesús refiriéndose a la muerte en cruz que había de sufrir. En la cruz se muestra de manera asombrosa el amor de Dios Padre a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). El Dios que Jesús nos ha revelado es un Dios compasivo del hombre y de su desgracia. No se aleja, sino que se acerca más y más en busca del hombre, perdido por el pecado. Espera a la puerta del corazón del hombre, respetando su libertad, y queriendo entrar para hacerle partícipe de sus dones. El Dios que Jesús nos ha revelado no es un Dios vengativo, justiciero, enfadado con el hombre. No. Es un Dios que sufre con el hombre las consecuencias del pecado de los hombres. A Dios le duele que sus hijos se alejen de Él, y por eso ha enviado a su Hijo único para que salga a nuestro encuentro. En la cruz, Jesús hace de su vida una ofrenda de amor al Padre. Obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, Jesús ama al Padre y quiere reparar todas las ofensas de todos los hombres de todos los tiempos. También las mías. La llama de amor del Espíritu Santo abrasa el corazón de Cristo, haciendo de él una ofrenda preciosa para la redención del mundo. Él ha cargado con nuestros pecados –“cordero de Dios que quita el pecado del mundo”– y nos ha reconciliado con el Padre y con nuestros hermanos los hombres. En la cruz, Jesús manifiesta el amor más grande: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13), en incluso por sus enemigos: “La prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5, 8). Desde la cruz, Jesús nos ha enseñado a amar de una manera nueva, hasta dar la vida en ofrenda de amor al Padre y para bien de los demás. La cruz es el sufrimiento vivido con amor. El sufrimiento solo, acaba por desesperar y derrotar a cualquiera. El amor tiene muchas maneras de expresarse, y no todas adecuadas. Sólo el amor que se expresa en el sacrificio es el auténtico. Sólo el sufrimiento vivido con amor es valioso. Esta manera de amar la aprendemos en la escuela de Jesús. “Si alguno quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Lc 9, 23). Mirar al Crucificado es poner ante nuestros ojos la máxima expresión del amor, para sentirnos amados y para aprender a amar. Santa Teresa de Jesús escribía a sus monjas en su libro Camino de perfección y les decía: “No os pido que penséis mucho… tan sólo os pido que le miréis” (CP 42, 3). Mirar al Crucificado en estos días de pasión, mirarlo para seguirle de cerca, mirarlo para entender tantas cosas que no entendemos de nuestra vida, mirarlo para aprender a ser discípulo suyo. “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37; Zac 12, 10), pues fueron nuestros pecados los que le trajeron tanto dolor, pero ha sido su amor el que nos ha traí- do la salvación. Mirar con amor al que desde la Cruz tanto no ama, nos traerá a todos la salvación. Con mi afecto y bendición: Q M
LLEGA LA SEMANA SANTA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos en que los cristianos celebramos los misterios de nuestra redención. En el primer plenilunio de primavera (según el calendario lunar), vuelve la fiesta central de la Pascua cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo, que regula todo el calendario del año. Este año, en fecha muy avanzada (según el calendario solar), el 24 de abril. La liturgia tiene la capacidad de hacernos contemporá- neos del misterio. En nuestro ambiente andaluz, es imposible que la Semana Santa pase desapercibida. Todo el mundo –creyentes y no creyentes, en los pueblos y en la ciudad– sabe que estamos en Semana Santa. Incluso recibimos muchos más turistas en estas fechas, que vienen a ver nuestra manera de celebrar estos santos misterios. Lo que aconteció una vez en la historia, la muerte y la resurrección de Cristo, ha quedado grabado a fuego en la conciencia de un pueblo, cuyas raíces son cristianas, y que se estremece al ver de nuevo por las calles la imagen de Cristo o de su Madre bendita. El paso de los siglos y el ataque permanente del laicismo de nuestros días, que quiere borrar a Dios de la conciencia de un pueblo, no han sido capaces de eliminar la Semana Santa en nuestros pueblos y ciudades. Pienso, incluso, que el sentimiento religioso que la Semana Santa lleva consigo ha arraigado más fuerte aún, cuanto mayores son los ataques contra la religión católica. Y llega un año más el Viernes de Dolores que acompaña a María, la madre que sufre al ver sufrir a su Hijo divino y al ver a sus hijos enredados en el pecado, por los que su Hijo va a morir en la cruz. Después viene la “borriquita”, es decir, la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de una borrica en el Domingo de Ramos. Cantos y alabanzas, vivas a Cristo que viene a salvarnos. “Si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). Los preparativos de la Pascua nos llevan hasta el Jueves Santo, cuando Jesús celebra la Pascua con los Apóstoles, la última cena y la primera Eucaristía: “Tomad y comed: esto es mi Cuerpo…este es el cáliz de mi Sangre” (Mt 26, 26s). Y al instituir la eucaristía, instituye el sacerdocio ministerial confiado a los Apóstoles: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). La tarde-noche del Jueves y todo el Viernes Santo nos conducen hasta el Calvario donde Jesús es crucificado. El silencio, la penitencia, el dolor acompañan al creyente cuando contempla a Cristo crucificado, en su agonía y en su expiración, o se suma al cortejo de quienes asisten a su santo entierro. ¿Cómo han podido los hombres realizar este deicidio, matar a Dios? Condenar a muerte y ejecutar al Rey de la vida. Es un misterio que sólo encuentra respuesta en la fe: “Nadie me quita la vida, la doy yo voluntariamente” (Jn 10,18), dice Jesús. Jesús nos ha dado la vida a costa de su vida, para que tengamos vida eterna. Hay un misterio de amor escondido en tanto sufrimiento. La jornada del sábado santo es jornada de luto y ausencia. No está Jesús, ni siquiera en el sagrario. Es jornada de esperanza, con María que no dudó ni por un instante del triunfo de su hijo Jesús. Y en la noche más importante del año, del sábado al domingo, asistimos al triunfo de Cristo sobre la muerte en la vigilia pascual. ¡Qué noche dichosa!, sólo Tú conociste el misterio de la resurrección. Al amanecer del primer día de la semana, celebramos la resurrección de Jesús. ¡Verdaderamente, ha resucitado!, gritan los cristianos con cantos de júbilo y aleluyas. Si morimos con Cristo, resucitaremos con Él. Que la Semana Santa traiga a todos una verdadera renovación para vivir la vida nueva de Cristo resucitado, durante el tiempo pascual y en toda nuestra vida. Con mi afecto y bendición:
CRISTO HA RESUCITADO
DOS HERMANOS Y HERMANAS: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. El domingo de Pascua es el domingo de los domingos. Es el día del Señor. El día en que Cristo resucitó, venció la muerte y salió victorioso del sepulcro, inaugurando una vida nueva para él y para nosotros. Los relatos de la resurrección de Jesús son relatos de fe que nos transmiten un hecho real, histórico y transcendente. La resurrección de Jesús no es un mito o una leyenda. Es un hecho real, sucedido al propio Jesús y constatado por sus apóstoles. Al tercer día de su muerte, Jesús revivió, su cadáver volvió a la vida, su alma quedó inundada para siempre la gloria del Padre. Y la muerte fue vencida. No volvió a esta vida, que termina en la muerte, sino que revivió a una vida nueva que él ha inaugurado en su propia carne. Por eso, cuando las mujeres van al sepulcro un ángel les anuncia: “No está aquí, ha resucitado” (Mc 16, 6). Y ellas se lo comunican a los apóstoles, y éstos constatan los hechos. Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en un día del calendario. Un hecho singular en la historia de la humanidad. Y es un hecho transcendente, porque desborda la historia humana, llevándola a plenitud en su propia carne. Jesús se deja ver por sus discípulos al atardecer que aquel gran día en el Cená- culo, por los discípulos de Emaús. Y posteriormente en distintas maneras por distintas personas, incluso por el apóstol Tomás, el incrédulo, que se rindió ante la misericordia de Jesús: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). Las mujeres, los apóstoles, los discípulos, más de quinientos hermanos han visto a Jesús resucitado (1Co 15, 6). El apóstol Pablo nos dice: “Yo lo he visto” (Cf 1Co 9, 1). La resurrección de Jesús ha quedado abundantemente testificada y certificada por medio de testigos dignos de crédito. El acontecimiento de la resurrección del Se- ñor es el punto clave de nuestra fe cristiana. No somos discípulos de un personaje que pertenece al pasado, somos discí- pulos de un personaje que está vivo. Es el único personaje en la historia de la humanidad que ha resucitado de veras. Somos discípulos de quien tiene la vida y la da al que se le acerca. Somos discípulos del Resucitado, a quien hemos contemplado en estos días pasados colgado de una cruz, muerto de amor por nosotros y a su Padre. Su resurrección es prenda y anticipo de nuestra propia resurrección. También nosotros resucitaremos como Él, más allá de la muerte. Nuestra alma está llamada a disfrutar de la gloria después de la muerte, y nuestro cuerpo resucitará en el último día de la historia humana, al final de los tiempos. “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi aunque haya muerto vivirá y todo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25). Vivir con esta esperanza es ya motivo de un gran gozo en la vida presente. No hay comparación entre los sufrimientos de esta vida y la gloria que nos espera. El cristiano vive en la esperanza de la gloria. Este Jesús, hijo eterno de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación, está muy cerca de nosotros en el sacramento de la Eucaristía. Ahí está vivo y glorioso, y espera que acudamos a Él para llenarnos de su vida divina, de su gracia, de su gloria. El domingo de Pascua es un día nuevo, es el día en que estrenamos vida, es un día que nos llena de gozo el corazón con una alegría que nunca terminará. A todos os deseo una santa y feliz Pascua de resurrección, con mi afecto y bendición: C
FLORES DE MAYO PARA MARIA
DOS HERMANOS Y HERMANAS: El mes de mayo es el mes de las flores. Córdoba es un buen ejemplo de ello. Y unido a las flores, el mes de mayo es el mes de María, la flor más bonita de la creación. En el mes de mayo celebramos la Cruz de mayo. No ya como patíbulo y lugar de suplicio, donde Jesús ha sufrido la muerte como un malhechor, sino como árbol donde ha florecido el amor más hermoso, desde donde Jesucristo ha expresado el más alto grado de amor al Padre y a los hombres. La Cruz se nos presenta no en su sabor amargo, sino en su sabor dulce. Me llamó la atención una cruz que los niños de Montilla sacaban en procesión. Era la cruz del cristiano, sí, pero hecha de dulces y de “chuches”. Era una cruz edulcorada. La cruz del cristiano viene edulcorada por el amor que Cristo nos enseña desde ella. Cristo resucitado ha convertido la Cruz en el árbol de la salvación. Celebramos la Cruz florida, la Cruz de la que ha brotado la vida en abundancia para todos los hombres. Ave Crux, spes unica. ¡Ave, oh Cruz, esperanza única de la humanidad! En la ciudad y en muchos pueblos, la Cruz de mayo, la Cruz florida nos invita a mirar la vida con esperanza, incluso cuando tropezamos con las espinas de este árbol frondoso. Y junto a Jesús, siempre María. También en el mes de mayo. En casi todos los pueblos se celebran romerías en honor de la Virgen María. La naturaleza invita a ello, los campos están preciosos. Pero, además, la gracia de la redención ha estallado en un canto de victoria por la resurrección de Jesucristo. María es la primera flor y el primer fruto de la redención. En ella la gracia de Dios se ha volcado a raudales. María es la llena de gracia y la mediadora de todas las gracias para toda la creación. A lo largo del tiempo pascual, nos gozamos con la resurrección de Cristo y nos preparamos a la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Los apóstoles esperaron al Espíritu Santo en oración con María: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compa- ñía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. (Hech 1,14). María congrega a los apóstoles, María enseña a orar y a esperar; a través de María el Espíritu Santo engendra el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia, como había engendrado de ella el cuerpo físico en la encarnación. María y el Espíritu Santo tienen una especial complicidad en el misterio de la redención, en su realización y en su aplicación. Por eso, el mes de mayo es tan bonito y tan lleno de contenido. En muchos grupos y movimientos de jóvenes es costumbre, en estos días de mayo, hacer y renovar la consagración a la Virgen. Somos de María ya desde el bautismo, al haber sido hechos hijos de Dios. La consagración a la Virgen consiste en caer en la cuenta de que es nuestra madre, renovando nuestra relación con ella como verdaderos hijos desde el bautismo, y poniendo la ofrenda de nuestra vida a su servicio y bajo su protección. Todo con María y por María. La mirada a María, a quien consagramos nuestra vida, renueva en nosotros el frescor de la vida cristiana y recupera desde ella todo su vigor. En el mes de mayo, adquiere pleno significado esta oración que rezamos todos los días: “Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti celestial princesa, Virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes Madre mía”. Con mi afecto y bendición: Q F
PENTECOSTÉS APOSTOLADO SEGLAR
El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y dulce huésped El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, derramado en Pentecostés como el Amor personal de Dios en nuestras almas. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). La vida cristiana consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), que viene a ser alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Pero al mismo tiempo, el Espíritu Santo nos congrega en un solo Cuerpo, el de Cristo, y aglutinados por el Espíritu formamos la Iglesia santa del Señor. Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, es la fiesta de su acción íntima en cada uno de nosotros para que vivamos en gracia de Dios y adornados por sus dones, sus frutos y carismas. Es la fiesta de la Iglesia, que ha recibido de Cristo el mandato de predicar a todos los hombres el Evangelio. La Iglesia existe para evangelizar y a esa tarea es permanentemente convocada por el Espíritu Santo, también en nuestros días. Apostolado seglar, personal y asociado En esta obra de la nueva evangelización, hoy más que nunca son necesarios los seglares. Los laicos tienen su lugar propio en la Iglesia y en el mundo y les corresponde ordenar los asuntos temporales según Dios (LG 31). En virtud del bautismo y de la confirmación, los seglares están llamados a ser la Iglesia en el mundo. A través de los laicos, el Evangelio de Cristo se hace presente en el mundo de la familia, del trabajo, de la cultura, de la vida pú- blica. Todos los laicos están llamados a vivir y testimoniar el Evangelio de Cristo, viviendo en el mundo a manera de fermento, para transformarlo desde dentro con la savia del Evangelio. El Magisterio de la Iglesia anima continuamente a los laicos a que vivan su misión en la Iglesia y en el mundo asociándose unos con otros, según el Espíritu va suscitando distintos carismas para el bien común en la construcción del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Este es uno de los frutos visibles del Concilio Vaticano II, la gran floración de movimientos y asociaciones que en comunión con los Pastores llevan adelante según su vocación la misión de la Iglesia. La Acción Católica, fundada por el Papa Mención especial merece la Acción Católica, fundada por el Papa y los Obispos (“participación de los laicos en el apostolado jerárquico”, Pio XI), diseñada por el Vaticano II (AA 20) y ratificada en nuestros días: “los laicos se asocian libremente de modo orgánico y estable, bajo el impulso del Espíritu Santo, en comunión con el Obispo y con los sacerdotes, para poder servir, con fidelidad y laboriosidad, según el modo que es propio a su vocación y con un método particular, al incremento de toda la comunidad cristiana, a los proyectos pastorales y a la animación evangélica de todos los ámbitos de la vida” (ChL 31). La Acción Católica es como el apostolado seglar que brota de la misma entraña de la Iglesia, que tiene como estructura la misma estructura de la Iglesia (parroquia, diócesis, Iglesia universal) y que en estrecha colaboración con la Jerarquía recibe un mandato especial de los Pastores para hacer presente a la Iglesia en el mundo. Por su vinculación específica con los Pastores, a la Acción Cató- lica se le confía una misión especial en el fomento de la comunión eclesial del apostolado seglar. En mis continuas Visitas pastorales constato la abundancia de fieles laicos que viven en torno a la parroquia. Gracias a estos seglares, la parroquia funciona en la catequesis, en la liturgia, en la caridad, en todo lo que hace la Iglesia desde la parroquia para el bien de la comunidad que le rodea. Esa es la Acción Católica General, aunque no se llame como tal. Además, está la Acción Católica Especializada, según los distintos ambientes donde trabaja (HOAC, JOC, Rural, etc.). La Acción Católica General ha rebrotado recientemente con nuevos planteamientos. La Nueva Acción Católica se está organizando de tal manera que puede ofrecer a los adultos, jóvenes y niños de manera conjunta una propuesta de apostolado seglar parroquial y diocesana, articulando a todos esos seglares que están en torno a las parroquias. Esta Nueva Acción Católica puede ayudar mucho a las parroquias, cultivando la espiritualidad bautismal y la propiamente laical, llevando conjuntamente planes de formación permanente y transmitiendo a todos el gozo de pertenecer a la Iglesia, en plena comunión con los Pastores. Si no existiera esta Acción Católica, habría que inventarla. Pero existe ya y hemos de implantarla en todas las parroquias. Acción Católica en todas las parroquias Hago mía para la diócesis de Córdoba la opción tomada por los Obispos españoles y concretamente por mi inmediato antecesor, Mons. Asenjo, en relación con este importante campo de la pastoral diocesana: la implantación progresiva en todas las parroquias de la diócesis de la Nueva Acción Católica General, en adultos, jóvenes y niños conjuntamente. Será un gran bien para esa muchedumbre de laicos que viven su vida cristiana en torno a las parroquias, dándoles la estructura misma de la Iglesia y asumiendo el protagonismo que corresponde a los seglares en la nueva evangelización de nuestro tiempo. Piensen los párrocos cómo podríamos ayudarnos todos a esta implantación. Y pidamos al Espíritu Santo que nos impulse en esta dirección.
CORPUS CHRISTI
ERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la fiesta del Corpus Christi celebramos el Día de la Caridad en la Iglesia. Cáritas es la organización de esa caridad de la Iglesia, que por una mano recibe y por otra reparte, atendiendo múltiples necesidades de nuestro tiempo. En el presente, la institución Cáritas ha adquirido un prestigio inmenso, porque está atendiendo a miles de familias en toda España, que sufren el azote de la crisis económica. Hasta nuestros enemigos más acérrimos reconocen el bien que la Iglesia está haciendo a los demás a través de Cáritas. Y Cá- ritas no es una simple recaudación de cuotas, sino que es la institución que hace circular la caridad cristiana de un corazón a otro. Junto a Cáritas hay también otras instituciones cristianas, familias religiosas, grupos y movimientos de Iglesia, que mueven la caridad de los fieles en el seno de la comunidad eclesial. A todos, mi estímulo y mi gratitud en este Día de Caridad. La caridad cristiana brota del Corazón de Cristo. “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34), es el mandamiento nuevo de Cristo. Y Él nos ha amado hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Nadie tiene amor más grande. La caridad cristiana es el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. La caridad cristiana no brota de una decisión nuestra, sino de un don que recibimos de Dios y por el cual somos movidos a amar a Dios y al prójimo. Colaborar con ese don de Dios será mérito nuestro. La caridad cristiana se distingue de la mera filantropía. No se trata de hacer el bien al otro, sin más. Eso es bueno. Pero la caridad cristiana es otra cosa: es amar al otro por Dios, porque veo en él la imagen de Cristo sufriente y necesitado, porque veo en él un hijo de Dios, a quien Dios ama con amor infinito. La caridad cristiana brota de Dios y tiene a Dios como término. “En esto consiste el amor, no en que nosotros hemos amado a Dios, sino en que Él nos ha amado primero… Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros hemos de amarnos unos a otros” (1Jn 4,10-11). Cuando nos amamos con el amor cristiano, hacemos presente a Dios en medio de nosotros. “Las cosas importantes se hacen con corazón”, reza el lema de este año. No se trata de hacer cosas y resolver problemas simplemente. Menos aún de atender “casos”. Se trata de poner el corazón en lo que hacemos. Cáritas nos pide que pongamos el corazón, es decir, que lo hagamos con una actitud interna de amor verdadero, del amor que viene de Dios. Y desde esa interioridad brote nuestra mano tendida al hermano que lo necesita. La actuación de Cáritas diocesana de Córdoba es enorme. Atenciones de primera necesidad, transeúntes, recogida de cartones como medio de inserción laboral, casa para presos en sus primeras salidas, residencia para ancianos marginados y un sinfín de atenciones a todos los niveles, además de estar atenta a las necesidades que surgen de improviso por catástrofes naturales. La Cáritas diocesana anima a su vez a las Cáritas parroquiales, porque a pie de parroquia se necesita esa mínima organización que haga circular la caridad de los discí- pulos de Cristo. Por eso, Cáritas nos hace una llamada a la generosidad en este Día de la Caridad, para poder seguir haciendo el bien y llegar a muchas más personas que presentan sus múltiples necesidades. Cáritas necesita voluntarios y necesita medios económicos. Cá- ritas necesita también la oración de toda la comunidad cristiana para que no falte ese don del amor que Dios pone en nuestros corazones. Por todas las parroquias que visito encuentro ese grupo de personas que dan su tiempo y su iniciativa para organizar, bajo la autoridad del párroco, la caridad en su parroquia. A todos mi gratitud. Hacéis presente el rostro más amable de la Iglesia, que como madre atiende a sus hijos. No os canséis nunca de hacer el bien, porque al atardecer de la vida nos examinarán del amor. Aprender a amar y ejercitarse en el amor es la tarea de toda la vida. Que no falte Cáritas en cada parroquia. Hoy lo necesitamos más que nunca. Con mi afecto y bendición: L
CON MARIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 8 de septiembre nos trae la fiesta de la natividad de María Santísima, como el día de su cumpleaños. Y coincidiendo con esta fecha, las fiestas principales en honor de nuestra Madre en tantos lugares de la diócesis y del orbe católico. En Córdoba, nuestra Señora de la Fuensanta, y en tantos otros lugares con otros mil apellidos unidos al mismo nombre, María. Es una nueva oportunidad de volver nuestros ojos a la que es toda santa y nos es dada como madre en el orden de la gracia. Una forma bonita de empezar el curso es acudir a su protección maternal, poniendo en sus manos nuestros deseos y proyectos. Con María comenzamos las catequesis de ni- ños, de jóvenes y de adultos. Ella nos abra el oído para escuchar la Palabra de Dios. “Dichosa tú que has creído” (Lc 1,45) y para comunicarla generosamente a los demás, llevando la buena noticia del Evangelio, que alegra el corazón humano y lo llena de esperanza. Oyente de la Palabra, María ha recibido en su mente antes que en su vientre al Verbo de Dios que en ella se ha hecho carne, Jesucristo. Que ella nos conceda un corazón puro y virginal, que no antepone sus propios criterios, sino que obedece dócilmente a la Palabra para hacerla vida en la propia vida. Que ella nos enseñe en la escuela de Jesús a guardar sus palabras meditándolas en nuestro corazón (Cf. Lc 2, 19). Con María somos presentados en el templo para ser una ofrenda agradable a los ojos de Dios, como ella presentó a su Hijo y colaboró con Él en el sacrificio del Calvario. Que el Espíritu Santo nos transforme en ofrenda permanente, para hacer de nuestra vida una entrega generosa a los demás. María es la mujer eucarística, que nos enseña a vivir en constante acción de gracias. En la adoración de cada día, en espíritu y en verdad, al Dios único y verdadero, María nos enseña a no anteponer ningún interés personal a los planes de Dios. Ella nos enseña y nos anima a gastar nuestra vida como un culto agradable a Dios para el bien de nuestros hermanos. Con María salimos al encuentro de las necesidades de nuestros hermanos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido de Dios. “María fue aprisa a la montaña” (Lc 1,39). Es la caridad que se hace diligencia, prontitud en el servicio, amor desinteresado. Esta dimensión de la Eucaristía, la de la caridad fraterna, que sale al paso de las necesidades de los hermanos, tiene un especial acento para nuestra diócesis en este curso pastoral, en el que consideramos “La Eucaristía, fuente de la acción social desde la caridad y la justicia”, en el tercer año del plan pastoral. Muchos hermanos nuestros –a veces muy cercanos– no tienen ni siquiera lo necesario para vivir, mientras otros nadan en la abundancia. María es madre de todos y quiere que a unos no les falte y a otros se les ablande el corazón y aprendan a compartir. Sólo la caridad que viene de Dios y es acogida en nuestros corazones será capaz de dar a cada uno lo que se le debe, de cumplir toda justicia. Con María, como María. Ella es la fiel discípula de Cristo nuestro Maestro y nuestro Señor. Y Él nos la ha dado como Madre de misericordia, vida dulzura y esperanza nuestra. Emprendemos el nuevo curso pastoral alentados por su presencia maternal. En ella ponemos nuestra confianza. Que ella nos alcance parecernos a su Hijo cada vez más. Con mi af
DOMINGO XXV
LA ENVIDIA: ID A TRABAJAR A MI VIÑA
HERMANOS Y HERMANAS: “Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo” (Mt 20, 4), nos dice el Señor en este domingo. Trabajamos para Dios y a Él hemos de dar cuenta, y trabajamos para el servicio de los hermanos. Vamos caminando hacia la plenitud a la que Dios nos llama, a la santidad, en la fidelidad a estos dos amores, servicio a Dios y a los demás. Pero cada uno lo hace a su ritmo, según su estado de vida, según la vocación específica que ha recibido de Dios. Y según la hora en que Dios le llama a trabajar en su viña. A unos, a la hora de tercia; a otros, a la hora de nona. A unos, en la entrega de su vida, viviendo la vocación matrimonial, esposo y esposa, prolongados en los hijos. Ahí está la escuela de santidad para ellos. A otros, en la donación de su vida totalmente consagrada a Dios, como una oblación perenne, en la virginidad, la obediencia y la pobreza, recordándonos a todos los valores definitivos del Reino. A otros, entregados como el Buen pastor al cuidado de las ovejas y convocando a todos a la comunión eclesial. No como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convertidos en modelo del rebaño (1Pe 5, 3). En esta viña y en esta empresa, que no conoce desempleo, todos tienen un lugar. Una empresa que tiene como pago final de los trabajos un “jornal de gloria”. Una empresa en la que Dios es el dueño y nosotros los viñadores, cada uno con sus dones y carismas, en la comunión eclesial con los pastores que el Dueño ha puesto al frente de su viña y reconociendo los dones dados a otros, que son también para mí. A veces en esa misma viña y en esos viñadores se cuela la envidia, que merma la comunión y siembra la discordia. A eso se refiere Jesús en la parábola de este domingo. El Dueño fue llamando a las distintas cuadrillas contratadas a distinta hora. Y algunos, que habían trabajado más tiempo, se compararon con los otros, acusándoles de que habían trabajado menos y habían recibido lo mismo. El Dueño, que cumplió en justicia dando a cada uno lo contratado, no dio a todos por igual. Y es que el amor de Dios y los dones de Dios son desiguales. Dios ama a cada uno según la medida que Él establece, no según los parámetros que yo tengo. Me basta saber que a mí me ama infinitamente, que conmigo se ha desbordado su amor, que ese amor ha colmado las aspiraciones más profundas de mi corazón, y que mi respuesta a su gracia alcanzará un premio de gloria, en el que se manifestará abundantemente su misericordia. Para qué quiero más, si yo estoy repleto. Pero si yo empiezo a compararme con el otro, lo primero que sucede es que considero al otro ajeno y distante de mí. Como si lo que le dan al otro me lo quitaran a mí, y entonces brota la tristeza de lo que a mí me falta, es decir, de lo que al otro le han dado. Esta es la envidia, que ante todo produce la tristeza del bien ajeno. Ya desde niños brota en nosotros ese sentimiento, que a muchos les cuesta una enfermedad o varias. En los adultos es más disimulado este vicio, pero a veces incluso es más intenso. Jesucristo ha venido a curarnos de la envidia con un amor desbordante por su parte hacia nosotros, de manera que cada uno nos sintamos plenamente queridos por Él. Ahora bien, la envidia es insaciable, y aunque te dieran el doble de lo que tienes, al ver que a otro le dan algo, pensarás siempre que te lo quitan a ti. La envidia sólo se cura si te sientes plenamente amado por el Señor y si los dones que Dios ha dado al otro los consideras también como propios. “¿Es que vas a tener envidia de que yo sea bueno?”, le pregunta el Dueño al viñador que se queja envidioso. En el fondo, la envidia, que se produce en la relación horizontal con los demás, es una ofensa vertical a Dios. La envidia incluye la desazón de pensar que Dios no me ama lo suficiente, por el simple hecho de que ama a otros y les hace partícipes de sus dones. Al comenzar nuestras tareas del nuevo curso, sumemos los dones recibidos a los que otros han recibido también, sepamos estimar los dones ajenos, incluso cuando son mejores que los míos, ya que Dios también me ama a mí infinitamente, y de esta manera se multiplica la comunión al considerar lo propio y lo ajeno como don de un Dios que nos ama exageradamente a cada uno. Recibid mi afecto y mi
SI, PERO CONVIÉRTETE: LOS HIJOS ENVIADOS A LA VIÑA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos traiciona nuestra debilidad, y cuando queremos hacer el bien, nos sorprende el mal que no queríamos. Lo expresa san Pablo acertadamente: “Querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo” (Rm 7, 18-19). Es decir, hay en nuestro interior una división que nos resulta dolorosa, y hemos de estar muy atentos para no dejarnos engañar por nosotros mismos o por el demonio que es más listo que nosotros. En el camino del bien, muchas veces nos parece que con pensarlo, ya hemos cumplido, porque nos parece que ya lo hemos hecho. Y no. Lo que cuenta es lo que realmente somos capaces de hacer. Cuando hemos hecho el bien, hemos de dar gracias a Dios, que nos ha asistido con su gracia. Pero aunque quisiéramos hacer el bien, si al final no lo hemos hecho, hemos de aceptar humildemente la necesidad de convertirnos. Porque “no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21). Jesús en el evangelio de hoy nos alerta de esa falsa seguridad de quien se siente bueno, y no se para a pensar en la voluntad de Dios, expresada de mil maneras en nuestra vida. El segundo hijo dijo a su padre: “Voy”, y no fue. Y por contraste, Jesús alaba la actitud de quien, considerado socialmente como malo, llegado el momento, se arrepiente y hace lo que Dios quiere. Le dijo al primer hijo: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. El le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue (Mt 21, 29). Nuestra seguridad, por tanto, está en Dios y en el cumplimiento de la voluntad de Dios, con una llamada permanente a la conversión, que nos hace humildes para reconocer que muchas veces no cumplimos la voluntad de Dios, aunque deseamos cumplirla con la ayuda de su gracia. Esa falsa seguridad en nosotros mismos, que se sustenta en una oculta soberbia, nos lleva a veces a enjuiciar a los demás, catalogándolos en el grupo de los malos, de los que no tienen remedio, para colocarnos nosotros en el grupo de los buenos. Y para Dios, las cosas no son así. Dios está ofreciendo continuamente su amor y su perdón a toda persona humana, por muy lejos que esté de Él o nos parezca a nosotros como tal. “¿Es injusto mi proceder, o no es vuestro proceder el que es injusto?”, dice Dios por el profeta. La tendencia a catalogar a los demás en buenos y malos no tiene en cuenta esa posibilidad de que el pecador se convierta. Y la clave de la esperanza para nosotros y para lo demás está precisamente ahí, en que Dios nos ofrece continuamente su gracia para que podamos cambiar, y en que realmente cambiamos cuando nos acercamos a Él y cumplimos su voluntad. “Si el malvado recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá” (Ez 18, 28). “Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna”. Dios no se olvida de eso. Pero a nosotros nos conviene recordarlo continuamente, porque apoyados en nuestras medidas y nuestros criterios, caemos en el pesimismo al constatar que no hacemos el bien que queremos. Y caemos en la exclusión de los demás, al no considerarlos capaces de conversión. Dios juega siempre a nuestro favor, a favor del pecador, para que se arrepienta. Y lo consigue. La enseñanza de Jesús en este domingo nos llena de esperanza, porque, por malos que sean nuestros caminos, Dios nos invita continuamente a la conversión, y “hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lc 15, 7). Ese pecador es, en primer lugar, cada uno de nosotros que es llamado continuamente a la conversión, y cada uno de nuestros hermanos, a los que Dios ofrece su gracia para que se conviertan. Recibid mi afecto y mi bendición: Q S
MAYO Y OCTUBRE , MES DEL ROSARIO
IDOS HERMANOS Y HERMANAS: El mes de octubre es el mes del rosario, aunque el rosario es oración de todo el año. Pero en este mes podemos detenernos a valorarlo más, e incluso aprovechar para iniciar a otros en esta oración tan sencilla y tan profunda, tan universal y tan personal. No conozco santo que no haya sido aficionado a esta oración desde que santo Domingo de Guzmán lo fundara (c. 1210). Y es que el corazón humano tiene necesidad de expresarse, y en la oración del rosario encuentra cauce para ello. La oración del rosario está al alcance de todos, ni- ños y ancianos, jóvenes y adultos. Es una oración que podemos empezar y volver a empezar muchas veces, porque consiste sencillamente en poner el propio corazón en el corazón de María y con ella ir contemplando los distintos misterios de la vida de Jesús. Se trata de una sintonía espiritual entre el orante, María y Jesús. Y el alma queda satisfecha cuando se alimenta de esta oración del rosario, en el que incluye sus peticiones, sus intenciones, los suspiros de su alma. Es una oración mariana y cristocéntrica. Miramos a María y con ella contemplamos los misterios de la vida de Jesús. Comienza con el Padrenuestro, la oración que nos enseñó el Señor, y concluye, después de las diez avemarías, con el gloria a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es una oración del corazón, que repite una y otra vez las mismas palabras –el Avemaría–, que sirven de vehículo para ir centrando la atención en Jesús y en María, para introducirnos en este diálogo de amor entre María y Jesús a lo largo de toda la obra de la redención. Y confiados en Dios volver a los problemas cotidianos, para los que pedimos la ayuda de Dios. Qué bien le suenan a María estas palabras, el saludo del ángel, “llena de gracia”, anunciándole que va a ser madre de Dios, la felicitación de su prima Isabel, “bendita entre todas las mujeres”, que alaba su fe, la petición humilde de los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Así, los misterios gozosos nos presentan el evangelio de la infancia de Jesús, donde aparece por todas partes la alegría de la salvación que comienza, y que se renueva cada vez que lo recordamos. Son misterios en los que María tiene un protagonismo especial, como la Madre del Redentor. Luego, los misterios luminosos (introducidos en el rosario por el beato Juan Pablo II), que recuerdan momentos importantes de la vida pública del Señor: el Bautismo, las bodas de Caná, la transfiguración, la Eucaristía. Los misterios dolorosos son como un viacrucis vivido con María en aquel camino del Calvario hasta la muerte. El recuerdo de la pasión redentora de Cristo nos hace descubrir una y otra vez su amor por nosotros y la crueldad de nuestros pecados, para que sintamos quebranto con Cristo quebrantado. Y en los misterios gloriosos, se nos comunica la alegría de la victoria de Jesús sobre la muerte, sobre el pecado y sobre Satanás, señalándonos el camino del cielo como meta última de nuestra vida, en la que María ya ha sido introducida incluso con su cuerpo. El rosario viene a ser como un pequeño compendio del Evangelio, recibido una y otra vez en actitud orante, como María recibía todas estas cosas meditándolas en su corazón. Y además se presta a que lo recemos de manera simple o que lo ampliemos con lecturas bíblicas y poniendo intenciones en cada una de sus decenas, convirtiéndose en una catequesis orante de los misterios centrales de nuestra fe cristiana. Os recomiendo a todos el rezo diario del rosario. Rezado a solas o en comunidad o en familia. Muchas personas mayores me dicen que es su oración habitual y abundante. Iniciad a los ni- ños y a los jóvenes en esta sencilla oración, de manera que se aficionen a orar con este método sencillo. Llevamos el rosario en nuestras manos, en nuestro bolso, en nuestro coche. Que no sea un simple adorno, sino el instrumento de oración que usamos muchas veces hasta desgastarlo. Y oremos por la paz, por las familias, por los pecadores. Los beatos niños de Fátima nos han dejado un ejemplo precioso de lo que vale esta sencilla oración para transformar el mundo. Recibid mi afecto y mi bendición:
XXVIII A: CONVIDADOS A LA BODA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús continúa ense- ñándonos por medio de parábolas los misterios del Reino. Además del contenido, Jesús es un maestro en pedagogía. Con qué belleza de detalles nos va introduciendo en su mensaje sublime. Hoy nos habla con lenguaje de bodas. Jesucristo mismo se presenta como el esposo, que ha venido a desposarse con su propia humanidad. “El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo” (Mt 22, 2). Él es el hijo del rey, que viene a desposarse con la humanidad. La unión hipostática es como una alianza de bodas. Ahí se fundamenta la indisolubilidad del matrimonio, en esa unión inseparable de lo divino y lo humano en la única persona divina de Jesús. Jesucristo esposo ha venido a desposarse con cada persona humana, varón o mujer. Jesucristo es la “ayuda semejante” (Gn 2, 18) por la que Dios ha sacado al hombre de su más absoluta soledad. La persona humana ha nacido para comunicarse, y en esa comunicación llega a la plena comunión con los demás y con Dios, que lo ha creado y le llama a esa comunión de amor. En Jesucristo, el hombre llega a comunicarse con Dios entrando en el misterio de la Trinidad santa. El hombre llega a ser interlocutor de Dios, y va haciéndose hijo de Dios. Dios nos invita, por tanto, a un banquete de bodas, a la boda de su Hijo, a la unión de su Hijo con cada uno de nosotros y con todos lo hombres. Y esa invitación a veces encuentra pretextos y rechazos por nuestra parte. Dios quiere dar al hombre sus dones, y el hombre rechaza los dones de Dios con frecuencia. Unas veces, abiertamente. Otras, con disimulo y con pretextos. Pero rechaza los dones de Dios y se queda sin ellos. Ésta es la mayor desgracia del hombre: no aprovechar los dones de Dios o rechazarlos. Esto ofende profundamente el corazón de Dios –el Amor no es amado– y hace estragos en la historia de la humanidad y de cada hombre. Dios, por su parte, ante el rechazo de los pecadores, no se cansa ni se enfada. Y abre su banquete a todos los hombres, de toda clase y condición. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,4). Dios ha creado al hombre por amor, lo llama a su amor y quiere colmarlo con su amor. Y espera. Tiene una paciencia infinita, porque “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18,23). Pero el hombre puede empeñarse en alejarse de Dios y, si se empeñara en vivir y morir alejado, el hombre se acarrearía por ese camino su más terrible perdición, la condenación eterna. La llamada es universal, a todo tipo de personas, de todas las edades y situaciones. Pero sólo se puede entrar en el banquete si uno se abre a ese amor, si aprende a amar y acude al banquete con vestido nupcial, con vestido de fiesta. “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestido nupcial?” (Mt 22,12). A este banquete, que es el cielo, no puede uno acercarse de cualquier manera, sino solamente con actitud de acogida de un amor que va por delante, de un amor que nos ha lavado y purificado en la sangre del Cordero. Sólo puede uno acercarse a este banquete, si está en gracia de Dios. La salvación que Dios nos ofrece, por tanto, es un anuncio gozoso, con tono esponsal, que viene a llenar nuestro corazón en sus más profundas aspiraciones, anuncio universal para todos los hombres. Es un anuncio constante por parte de Dios. Ha de ser un anuncio acogido con prontitud, porque podríamos entretenernos y perder la oportunidad que se nos ofrece. Y esa acogida por parte nuestra llena de alegría el corazón de Dios y nos sitúa a nosotros en la gracia de Dios. Con mi afecto y bend
XXIX A: DIOS Y EL CESAR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo Jesús ha sentado un principio de enormes consecuencias para la vida social de los pueblos y de las naciones, que están compuestas por personas individuales: “Dad al Cé- sar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Se trata de un principio prepolítico de importancia capital, también en nuestros días. Muchos de los conflictos que hoy se originan en la convivencia social provienen de no respetar este principio que Cristo ha introducido en la historia y en la convivencia de los hombres y que es un principio que está al alcance de la razón humana. Dios es el Creador del universo y también el que ha dotado al hombre de la capacidad de convivir socialmente. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios es un ser social por naturaleza. Y en la sociedad nos encontramos personas de todo tipo, unos creyentes, otros no. Unos tienen esta religión, otros la otra. No todo es igual ni todo vale lo mismo. Ni hemos de dejar a cada uno con la suya en un relativismo con apariencia de tolerancia que todo lo devalúa. A esto se añade la actitud de aquellos que quieren prescindir de Dios y les molesta todo lo que se refiere a Dios, pasando a una actitud excluyente y a veces de ataque a todo lo religioso, sobre todo si se trata de la religión católica. La verdad ha de ser buscada infatigablemente, y el corazón humano es capaz de alcanzarla, máxime cuando Dios ha salido al encuentro del hombre para comunicárnosla. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. La convivencia humana tiene sus leyes propias y su autonomía, que todos hemos de respetar. Pero tales leyes tienen su fuente propia y su propio límite. La autonomía de las realidades temporales significa que la autoridad civil ha de regular la convivencia de todos los ciudadanos a través de los órganos propios de gobierno, pero ha de hacerlo en el respeto a la ley natural y al derecho natural, accesible a toda razón humana. “El cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de la revelación, sino que se ha remitido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho”, recordaba Benedicto XVI al Parlamento alemán recientemente (22/09/2011). Por eso, gran parte de la materia que ha de regularse jurídicamente puede tener como criterio el de la mayoría, pero en cuestiones fundamentales en las que está en juego la dignidad del hombre, el principio de la mayoría no basta. Se hace necesario el recurso al derecho natural, de manera que las leyes no vayan nunca en contra del hombre. Hacer que todo lo gobierne Dios es ignorar que hay que dar al César lo que es del César. Prescindir de Dios o de todo influjo de la religión en la marcha de la sociedad es cerrarse al influjo benéfico que el hombre recibe de Dios a través de la religión. El mundo contemporáneo necesita recordar este principio evangélico, que es el fundamento de la libertad religiosa, de la autonomía de las realidades temporales y en definitiva del derecho natural, accesible a la razón de todos los humanos. Sofocar toda relación con Dios so pretexto de autonomía humana, como hace la razón positivista, es como cerrarnos en un edificio de cemento armado sin ventanas, en el que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Es necesario abrir en nuestra época las ventanas a Dios, que no suprime los derechos del César, sino que los garantiza en una libertad que el hombre sólo alcanza cuando tiene a Dios. Recibid mi afecto y mi bendición.
DOMUND
UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las Misiones (DOMUND) es una ocasión propicia para caer en la cuenta de la responsabilidad que todo cristiano tiene en el anuncio del Evangelio. Todos somos misioneros, todos somos enviados. ¿Quién nos envía? Es la Iglesia la que nos encomienda la tarea de ser testigos con nuestra vida y nuestra palabra del Evangelio de Jesús para todos los hombres, empezando por los que tenemos cerca y llegando hasta los que están lejos, a los que nosotros podemos acercarnos. La Iglesia es misionera porque Cristo la ha enviado al mundo para anunciar la buena noticia de la salvación: “Id y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 28, 19). Y Cristo es el enviado del Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Por eso Jesús nos dice. “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20, 21). El envío tiene, por tanto, su origen en el Padre, que tanto ha amado al mundo que ha enviado a su único Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él, por su muerte y su resurrección. Este Hijo ha dado a su Iglesia el Espíritu Santo, alma de toda evangelización, diciendo a los apóstoles: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. En la misión es fundamental sentirse enviado por Dios en la mediación de su Iglesia, que ha recibido el mandato misionero de ir a todas las gentes. Si se tratara sólo de una iniciativa humana, pronto se agostaría. Si es Dios quien la sostiene, durará por los siglos de los siglos. ¿Para qué nos envía? Para anunciar el Evangelio del amor de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Cuando uno ha encontrado en Jesucristo la respuesta a tantos interrogantes personales que nadie resuelve, no puede callarse, sino que se hace testigo de esta experiencia para comunicarla a los demás. El impulso misionero brota del encuentro personal con Jesucristo en su Iglesia. Esta tarea misionera encuentra buena acogida, buena tierra que recibe la semilla y entonces da fruto abundante. Pero, a veces, la tierra está dura y la semilla no penetra. Más aún, el anuncio misionero se encuentra también con el rechazo y la persecución revestida de múltiples formas. Es lo que sucede con frecuencia en nuestro mundo occidental, donde muchas personas pierden la fe que recibieron y se apartan de Dios. La tarea misionera de la Iglesia tiene, por tanto, distintos frentes. Unos más acogedores, otros más reacios e incluso hostiles a la acogida. En unos y en otros, es importante la actitud del misionero, del evangelizador, que ha de tener siempre los ojos fijos en Jesucristo, el enviado del Padre, que anuncia el amor del Padre a los hombres por el camino de la humillación y de la muerte hasta la resurrección. De esta manera, la Palabra de Dios adquiere una humilde potencia capaz de transformar hasta los corazones más duros, porque es más fuerte la gracia que el pecado, es más fuerte el amor de Dios al mundo que el rechazo que el mundo tiene hacia Dios. Muchos hombres y mujeres misioneros nos dan testimonio de esta entrega de la vida por llevar la buena noticia de la salvación a todos los hombres, padeciendo todo tipo de carencias y despojos, e incluso hasta el martirio. El DOMUND es ocasión de traerlos a la memoria, y el testimonio de estas personas de vanguardia nos estimula a todos a contribuir en el compromiso misionero con la oración que aviva el fuego del impulso misionero, con la colaboración personal, que sostiene la misión, con nuestra colaboración económica, quitándonoslo de otro sitio. España es uno de los países más generosos de la Iglesia cató- lica en esta empresa, aportando personas y dinero. Animamos a los jóvenes y a los niños a ser misioneros desde ahora, porque la propia fe se fortalece dándola, y en la medida en que la recibimos hemos de contribuir a su onda expansiva, que beneficie a toda la humanidad. Con mi afecto y mi bendición:
DIA DE LA IGLESIAA DIOCESANA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo el Día de la Iglesia Diocesana 2011. Una ocasión propicia para caer más en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia Católica en una diócesis concreta, en la diócesis de Córdoba. Pertenecemos a la única Iglesia fundada por Jesucristo, extendida por toda la tierra, Iglesia universal y católica, presidida por el Sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI y todos los Obispos en comunión con él, que se concreta en cada Iglesia diocesana, presidida por el Obispo propio en comunión con el Papa y los demás Obispos. La sucesión apostó- lica es la principal garantía de pertenencia a esta Iglesia de Cristo, cuya alma es el Espíritu Santo y se apiña en torno a sus pastores, compuesta por seglares, consagrados y pastores. “La diócesis es una porción del Pueblo de Dios” (c. 369), es una comunidad de personas, que habitan un determinado territorio, donde se hace presente la Iglesia universal y católica. Y a través de la Iglesia llega el Evangelio de Jesucristo para la salvación de todos los hombres. Un Evangelio que se vive en el testimonio de la caridad, se celebra en la liturgia y se anuncia a todos los hombres, para que todos tengan vida en abundancia, y vida eterna. “La Iglesia es como sacramento signo e instrumento del encuentro de los hombres con Dios y de los hombres entre sí” (LG 1). La primera tarea de la Iglesia hoy es abrir ventanas a Dios en un mundo que intenta cerrarse herméticamente a la presencia de Dios, con peligro de asfixia. La primera tarea de la Iglesia es dar a Dios, poner a los hombres en contacto con Dios, que en Jesucristo nos ha revelado su rostro misericordioso, y ha derramado el Espíritu Santo en nuestras almas. Ese amor de Dios, derramado en nuestros corazones, nos hace capaces de amar al estilo de Dios, llevando a plenitud la vocación más honda del hombre, la vocación al amor. “Éste es mi mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discí- pulos, si os amáis unos a otros” (Jn 13,34-35). La Iglesia pone en acto este amor de múltiples maneras y necesita tu colaboración, tu participación, para que tú y otros muchos se beneficien de los dones de Dios. En el campo de la educación, de la beneficencia, de la atención a los pobres y necesitados de nuestra sociedad. En la atención a los ancianos y a los ni- ños, a los jóvenes y a los adultos. En la extensión del Evangelio más allá de los mares. La Iglesia diocesana es como una familia grande, que se concreta en las parroquias y en los grupos de apostolado, en las comunidades de vida consagrada para la evangelización, según los múltiples carismas que la enriquecen. No es lugar de aportar cifras, pero la Iglesia en nuestra diócesis es una realidad muy viva: en sus sacerdotes que gastan su vida a tiempo completo en el servicio de Dios y de los hombres, en sus consagrados/as que viven dedicados a difundir los valores del Reino, en sus miles y miles de seglares que viven inmersos en el mundo, transformándolo desde dentro. La Iglesia en nuestra sociedad es la primera bienhechora de la humanidad, no sólo porque ha sembrado Europa y nuestra tierra de una cultura transformadora de la historia, sino porque a día de hoy es la comunidad viva que sale al encuentro del hombre en todas sus necesidades. La Iglesia está contigo, está con todos. La Iglesia no excluye a nadie, y a todos atiende. En momentos de crisis como los que vivimos, la Iglesia es una institución fiable, porque a ella acuden personas de todo tipo para encontrar ayuda, y de la Iglesia se fían los que aportan su colaboración material o espiritual. Vale la pena participar en la vida y en las actividades de la Iglesia católica. Hoy es el día de la Iglesia diocesana, participa. Con mi afecto y mi bendición: Q La Iglesia contigo, con todos. Participa La Iglesia no excluye a nadie, y a todos atiende. En momentos de crisis como los que vivimos, la Iglesia es una institución fiable, porque a ella acuden personas de todo tipo para encontrar ayuda, y de la Iglesia se fían los que aportan su colaboración material o espiritual. La primera tarea de la Iglesia es dar a Dios, poner a los hombres en contacto con Dios, que en Jesucristo nos ha revelado su rostro misericordioso, y ha derramado el Espíritu Santo en nuestras almas. • Nº303 • 13/11/11 4 iglesia diocesana A primeras horas de la tarde, era recibido en la puerta principal de la iglesia por el párroco, José Francisco Gil, quien tras unas palabras de agradecimiento por su presencia, le acompa- ñó hasta el interior del templo donde le esperaba una representación de las Secciones de A.N.E y A.N.F.E. y miembros de los Grupos de Limpieza Parroquial. Tras un acto de adoración junto a todos los asistentes, comenzó este primer encuentro con feligreses de la Parroquia, para quienes D. Demetrio tuvo palabras de aliento, gratitud y reconocimiento por su labor desinteresada y constante a favor de la casa del Señor. Posteriormente, el Sr. Obispo partió hasta la Ermita-Santuario de Nuestra Señora de Guía, donde fue recibido por su Rector, Francisco Vigara, quien le explicó y detalló la historia y restauraciones llevadas a cabo a lo largo de los años. Posteriormente, mantuvo un encuentro con las directivas de cada una de las Hermandades y Cofradías de Villanueva del Duque, que concluyó con el rezo de salutación a la Virgen de Guía. En el Cementerio rezó un responso por todos los difuntos allí enterrados, y visitó las tumbas de dos presbíteros muy recordados de la localidad: Guillermo Moreno Romero, Beneficiado de la S.I.C. de Córdoba; y José Elías Sánchez Jurado, quien fue párroco de san Mateo y capellán de las Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús. Después de visitar la Ermita de San Gregorio, continuó sus encuentros pastorales en la Iglesia Parroquial, en donde le esperaban los Grupos de Cáritas, Misiones y Domund. Antes de celebrar la solemne Misa Estacional en la que impartió el Sacramento de la Confirmación a 25 jóvenes, administró la Penitencia a aquellos fieles que se acercaron hasta el confesionario. A continuación, se celebró la Misa Estacional, con la presencia de las Autoridades, con la que Mons. Demetrio Fernández concluía su Visita Pastoral a Villanueva del Duque. JOSÉ CABALLERO NAVAS CONCLUYE LA VISITA PASTORAL A VILLANUEVA DEL DUQUE El día 30 de octubre, el Sr. Obispo concluía su Visita pastoral a Villanueva del Duque con la celebración de la Misa Estacional en la Iglesia Parroquial de San Mateo Apóstol, en una tarde repleta de actividades y encuentros pastorales. Cientos de fieles y numerosos sacerdotes acompañaron a Juan Miguel Ramírez durante la ceremonia de Ordenación Diaconal que presidió Mons. Demetrio Fernández el pasado 5 de noviembre. Juan Miguel Ramírez Gragero, miembro de la Comunidad Franciscana, recibió la ordenación diaconal, en una solemne celebración Eucarística realizada en la parroquia Santa María de Guadalupe de Córdoba, de manos del Sr. Obispo. La ceremonia contó con la presencia de cientos de fieles que abarrotaban el templo, así como de numerosos sacerdotes y religiosos de la Comunidad Franciscana. En la homilía, Mons. Demetrio Fernández destacó el ejemplo de Jesucristo, así como el carisma de San Francisco de Asís, invitándole a ser fiel al ministerio que recibe y a descubrir lo que el Señor tiene preparado para él. “Tu corazón está consagrado al Señor al estilo franciscano”, indicó. Asimismo, explicó que “para todos la vocación es un misterio de Dios, en el que Dios llama y el hombre responde”. Dirigiéndose a Juan Miguel, el Sr. Obispo le recordó que “es ordenado diácono para el servicio; un servicio en el que el punto de referencia es Jesucristo”. Al mismo tiempo, el prelado manifestó que “la imposición de manos es una llamada al Espíritu Santo que la recibes para toda tu vida y que te configura con Cristo”. “Serás una luz para los jóvenes de tu parroquia y eres puesto para ser un referente, porque al verte a ti, verán a Jesucristo”, afirmó. Concluyó la homilía encomendando al diácono a la protección de la Virgen Santísima y animando a los jó- venes a no tener miedo, si son llamados a la vocación, a decir que sí. LA DIÓCESIS DE CÓRDOBA CUENTA CON UN NUEVO DIÁCONO
CRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Cristo Rey resume todo el año litúrgico. Jesucristo es como el centro y el culmen de la historia humana. “Todo ha sido creado por Él y para Él. Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él” (Col 1,16-17). El amor es lo que ha movido a Dios para crear el mundo y para redimirlo después del pecado. Y en el centro de ese proyecto de amor, Jesucristo, a quien Dios Padre “ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). “No se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvados” (Hech 4,12), porque sólo en Jesucristo Dios ha podido decirnos su amor hasta el extremo, sólo en Jesucristo hemos podido pagar a Dios la deuda del pecado, sólo en Jesucristo el odio de los hombres se ha convertido en amor. Entrar en la órbita de su amor nos va configurando con Él, nos hace capaces de amar como ama Él. El reino de Dios se ha instaurado plenamente en Jesucristo. Prefigurado largamente en el Antiguo Testamento, con sus luces y sus sombras, en Jesucristo ha llegado a su plenitud, y en Jesucristo “Dios lo será todo para todos” (1Co 15,28). No se trata de un reino de fuerza y de poder, ni menos aún de esclavitud o sometimiento por la violencia. El reino de Dios es “un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (Prefacio de la Misa). El reino de Dios entra en el corazón de los hombres haciéndolos capaces de amar en el servicio, y de ir instaurando la civilización de amor, que proviene de la gracia, frente a la cultura de la muerte, que proviene del pecado. Por eso, en el evangelio de esta fiesta de Cristo Rey, aparece Jesucristo como rey y juez universal, retribuyendo el amor con que cada uno hayamos actuado en nuestra vida: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos sus ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante Él todas las naciones” (Mt 25,31). Y en ese juicio final seremos examinados en el amor. “Al atardecer de la vida te examinarán del amor” (san Juan de la Cruz). Y recordaremos las palabras de Jesús: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Un corazón abierto a la misericordia, es un corazón capaz de recibir la misericordia de Dios. “Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado desde la creación del mundo”. Cuando el reino de Dios que Cristo ha venido a instaurar entra en el corazón de todos los hombres, los hombres se hacen capaces de amar al estilo de Cristo, atendiendo al que sufre, al que tiene hambre, al que tiene sed, al forastero, al desnudo, al enfermo. En cada uno de ellos, Cristo se ha disfrazado de mendigo para reclamar nuestra misericordia, para hacernos misericordiosos, para abrir nuestro corazón y de esa manera hacernos capaces de la misericordia de Dios. Por eso, Jesús dice: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), es decir, no proviene de las fuerzas de este mundo, ni siquiera de las fuerzas buenas que este mundo es capaz de producir. El reino de Dios que Cristo ha instaurado proviene de Dios, de su gracia, de su amor, de su misericordia para con los pecadores, y prende en el corazón de quienes se abren a la gracia y por eso se hacen misericordiosos para los demás. Es una corriente de vida que tiene su origen en Dios y que pasa por el corazón de Cristo, donde se recicla el pecado del mundo, convirtiéndose en misericordia para todos. Participar de esa misericordia es la señal inequívoca de que el reino de Dios ha llegado al corazón del hombre, y desde ahí puede alumbrar un mundo nuevo, donde la misericordia (el amor que supera la miseria humana) sea la expresión del reino de Dios. Venga a nosotros tu reino, y seremos salvados de nuestras pobrezas y miserias, de nuestro pecado y de la dureza de nuestro corazón. Venga a nosotros tu reino, y seremos
capaces de amar al estilo de Cristo. Con mi afecto y bendición: Q C
CRISTO REY
Para ser testigo de la verdad La fiesta de Cristo rey del universo es como el colofón del año litúrgico, a lo largo del cual celebramos todo el misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta la expansión de su Reino a todo el universo. A la pregunta de Pilato: “Conque, ¿tú eres rey”, Jesús responde: “Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad” (Jn 18,37). El plan de Dios es llevarnos a la felicidad en la que él vive de siempre y para siempre. Dios nos ha hecho para ser felices, nos ha traído a la existencia para hacernos partícipes de su vida en la tierra y llevarnos a la plenitud en el cielo. La libertad humana mal empleada ha introducido el pecado en la historia de la humanidad. Primero, el pecado original, y luego los pecados personales de cada uno. Y el pecado consiste en darle a Dios la negativa de entrar en su plan y su proyecto. La historia de la humanidad se ha convertido en un drama: por una parte, Dios está empeñado en hacernos felices y por otra el hombre, seducido por el demonio, patalea en contra de esa felicidad que Dios le ofrece, se ilusiona pensando que va a ser feliz sin Dios y se aleja de él. El hombre se instala así en la mentira (el demonio es padre de la mentira), y vive engañado, engañando a todos los de su alrededor. Al apartarse de Dios, el hombre no encuentra sentido a su vida, anda perdido y desorientado, busca la felicidad donde sea y va de coscorrón en coscorrón. En medio de este drama ha entrado Jesucristo, como el hijo único de Dios, que viene a compartir con los hombres su propia felicidad eterna, abajándose hasta la realidad humana en su más dolorosa experiencia. El Hijo de Dios no ha entrado en el mundo por el camino de la ostentación y el triunfalismo. No. Dada la situación del hombre apartado de Dios por el pecado y despojado de su dignidad, Jesucristo ha entrado en el mundo por el camino de la humildad y la pobreza, en actitud de obediencia a su Padre-Dios. Jesucristo ha llevado a la humanidad a la salvación muriendo en la cruz para saldar nuestra deuda y resucitando para abrirnos las puertas del cielo. La redención que Cristo nos ha alcanzado consiste en recorrer el camino del hombre perdido y sometido a la muerte por culpa del pecado, y en esa solidaridad con el hombre, decirle la verdad, decirle que Dios le ama y que, a pesar de todo, es posible recuperar la felicidad perdida, porque Dios está empeñado en hacernos partícipes de su felicidad y de su vida. Resucitando, Jesucristo ha inaugurado para el género humano una vida nueva, que el hombre no podía soñar. Este camino recorrido por Jesucristo se llama misericordia, es decir, la manifestación de un amor al estilo de Dios, que quiere a toda costa que el hombre se salve y entre en relación con Dios. Un amor que es más fuerte que el pecado y que la muerte. Un amor que es capaz de ponerle al hombre en la verdad de su ser. Un amor que es capaz de transformar la historia de la humanidad, instaurando la civilización del amor. Acoger a Jesucristo, que nos ha mostrado su amor hasta el extremo de dar la vida por nosotros, es dejarle que reine en nuestros corazones y nos reconduzca por el camino del bien. El ha vencido a la muerte resucitando. Y comparte con nosotros su victoria. Que Cristo reine en nuestros corazones, y desde ahí proyecte su reinado a la sociedad en que vivimos. Su reinado es un reinado de santidad y de gracia, de verdad y de vida, de justicia, de amor y de paz. De espaldas a Cristo, reina la mentira y la muerte, la injusticia y el odio, la guerra de intereses y la enemistad entre los hombres. La fiesta de Cristo rey del universo nos abre un horizonte de esperanza, porque en medio de la mentira que nos envuelve, Jesucristo ha venido para ser testigo de la verdad, invitándonos a su seguimiento para que nosotros vivamos también en la verdad y seamos testigos de la verdad entre nuestros contemporáneos. Y qué es la verdad, preguntará Pilato con su actitud agnóstica y relativista. La verdad es Jesucristo. El que ha conocido a Jesucristo, ha entrado en la órbita de la verdad, vive en la verdad. La fiesta de Cristo rey nos sitúe a todos en
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HOMILIAS CICLO A 2011
EMPEZANDO DESDE EL 2010, AQUÍ VAN LAS HOMILÍAS CICLO A
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LA PURÍSIMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal. María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada. En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada. Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia. Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima. Que el Señor os conceda a todos una profunda renovación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q
AÑO DE LA MISERICORDIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia. La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras. La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca. Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia. Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo. Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados. Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno. A todos, mi afecto y mi bendición: El Año de la Misericordia Q
SE ACERCA LA NAVIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de a Navidad. Días de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos a a luz al Hijo eterno de Dios hecho hombre en sus entrañas irginales, permaneciendo virgen para siempre. El Hijo es Dios y lamadre es virgen, dos aspectos de la misma realidad, que hacen esplandecer el misterio en la noche de la historia humana. La glesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos. El nacimiento de una nueva criatura es siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio de un sucedáneo cualquiera. Viene Jesús cargado de misericordia en este Año jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego. Sin embargo, la venida de Jesús, su venida en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo insistentemente. El milagro puede producirse. La Navidad es novedad. Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como príncipe de la paz, con poder sanador para nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre para adorarlo. Él nos hará humildes y generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima vivamos estos días preciosos de la Navidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Llega la Navidad Q
NAVIDAD Y FAMILIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia. La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar– convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla. Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros. La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. Él aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos– puede suplirla. La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas–, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre quí- mico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homó- loga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos. Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia. Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias. Recibid mi afecto y mi bendición: Navidad y familia Q
LOS PASTORES Y LOS MAGOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre completo, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Y ha nacido de María virgen en un momento concreto de la historia para transformar la historia desde dentro y llevarla a su plenitud, convirtiéndose en un ciudadano de nuestro mundo, uno de nosotros. Él se ha hecho hombre para que el hombre sea hecho hijo de Dios. ¡Qué admirable intercambio! A este acontecimiento histórico misterioso y trascendente se acercan los pastores, después del anuncio del ángel: “Os traigo una buena noticia. Hoy en la ciudad de Belén os ha nacido un Salvador… Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz” (Lc 2,11). Y los pastores corren a ver al Niño, con la sencillez de la piedad popular. Han sido tocados por Dios y por su gracia, y responden con la fe de los sencillos: se llenaron de alegría y le llevaron al Niño de lo que tenían. Su pobreza les dispuso a recibir la buena noticia e hicieron fiesta aquella noche. Por su parte, ellos se convirtieron en testigos y pregoneros de lo que habían visto. “Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores” (Lc 2,18). La actitud de los pastores nos enseña mucho. En primer lugar, que Dios no se revela a los soberbios, a los que están liados en sus problemas, a los que piensan que no necesitan de Él. Dios prefiere revelarse a los sencillos, a los humildes de corazón, a los pobres. Dios se complace en comunicarse con los que tienen el corazón abierto a la buena noticia de la salvación y lo esperan todo de Él. Pero además, la sencillez de corazón les hace ir aprisa a ver al Niño del que les ha hablado el ángel. Un corazón dispuesto responde con prontitud al toque de Dios. Y por eso, se convierten en pregoneros y evangelizadores ellos mismos de lo que han visto y experimentado. A este misterio de la Navidad se acercan también los magos de Oriente, los que traen regalos para Jesús y para todos nosotros. Ellos son modelo en la búsqueda de Dios. Son sabios que en la ciencia de su investigación, están abiertos a la sorpresa de Dios, y siguiendo esas mismas investigaciones descubren una señal que les pone en camino de una búsqueda ulterior. “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). Preguntan y Herodes comido por la envidia les despista, pero la estrella vuelve a brillar y los deja a las puertas del misterio. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (ib. 10-11). Los magos son hombres sabios, científicos, que siguiendo su investigación descubren a Dios. La ciencia no está reñida con la fe ni la fe con la ciencia, y cuando la ciencia se cierra a la fe, deja de ser verdadera ciencia. La ciencia tiene su campo propio y sus lí- mites. Cuando el científico, por mucho que sepa, pretende abarcar con su especialidad todas las dimensiones de la persona, se pasa de listo. Ser científico y ser humilde no es fácil. Los magos de Oriente son científicos y son humildes, y desde el campo propio de su ciencia, abiertos a otras dimensiones, descubren señales que les conducen a la verdad completa. Dios se revela a los sencillos y a los sabios, con tal que éstos sean también sencillos de corazón. La Navidad la entienden especialmente los niños y quienes se hacen niños como ellos. Y no porque en torno a la Navidad haya cuentos, fábulas y mitos que sólo los niños en su ingenuidad pueden alimentar, sino porque el misterio de Dios en su más profunda realidad, la cercanía de Dios hecho hombre en un niño indefenso, sólo la pueden captar quienes tienen un corazón sencillo y humilde como el de un niño. La Navidad nos trae un acontecimiento y un estilo. Dios hecho hombre con estilo de sencillez, entrando discretamente en nuestras vidas. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3). Recibid mi afecto y mi bendición:
EL BAUTISMO, NUESTRO PROPIO BAUTISMO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Termina el ciclo litúrgico de Navidad con la fiesta del Bautismo de Jesús, una escena de la vida de Jesús llena de significado. Jesús se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan, significando que él no hace asco de los pecadores, sino que viene a juntarse con ellos, viene a buscarlos. Entiende su vida como entrega por ellos, por eso se acerca a los pecadores. Así lo presenta Juan el Bautista: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Una de las acusaciones que después le hacen es esa: «Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”» (Lc 15,2). Este es el título de nuestra cercanía con Jesús, que ha venido a buscar a los pecadores: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (1Tm 1,15), decía san Pablo. Esta cercanía de Jesús a los pecadores se llama misericordia. Todos los humanos hemos nacido en pecado, es decir, apartados de Dios (excepto María que ha sido librada antes de contraerlo). Y sólo podemos acercarnos a Dios, si Dios viene hasta nosotros. Es lo que ha hecho Dios con su Hijo Jesucristo: enviarlo a buscar a los pecadores. Y no los buscará por fuera ni desde fuera, sino compartiendo el dolor que supone el alejamiento de Dios por el pecado. Siendo inocente, Jesús ha probado el dolor de la lejanía, ha recorrido los caminos que alejan a los hombres de Dios, para acercarlos a Él. “Al que no conocía pecado, Dios lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5,21). El bautismo de Jesús en el Jordán prolonga el admirable intercambio de la Navidad: Dios se ha hecho hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios por Jesucristo. Y la escena del bautismo de Jesús en el Jordán es una gran epifanía de Dios. Aparece Dios Padre como una voz del cielo, diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Y ese amor del Padre a su Hijo divino, que se ha hecho hombre, se expresa envolviéndolo con el Espíritu Santo, que aparece en forma de paloma. Es una escena, por tanto, en la que el Espíritu Santo desciende sobre Jesús, ungiendo su carne humana y haciéndola capaz de la gloria. El ser humano es incapaz por sí mismo de ver a Dios. En esta escena del Jordán, el Espíritu desciende sobre la carne humana de Jesús, le envuelve con su amor, le unge con su toque y le hace capaz de la gloria. Es lo que se conoce como la unción del Verbo en su carne humana por parte del Espíritu Santo. Jesús irá después a su pueblo y en la sinagoga de Nazaret dirá con palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Es el Espíritu Santo el que lo conducirá en su misión por los caminos de Palestina hasta el Calvario, hasta la cruz y la resurrección. Todo había comenzado en el bautismo del Jordán, donde Jesús comienza su vida pública y su ministerio. ¿Qué sucede cuando el fuego entra en el agua? Que el agua sofoca al fuego y lo apaga. En esta escena, sin embargo, ocurre algo sorprendente. Jesús, lleno del fuego del Espí- ritu Santo (“Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” Lc 3, 16), entra en el agua del Jordán y no se apaga en él el Espíritu Santo, sino que, entrando en el agua, enciende en el agua la capacidad de transmitir el Espíritu Santo. A partir de este momento, el agua se convierte en transmisora del Espíritu Santo para todos los que se acerquen a recibir el bautismo. “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Por eso, en esta escena del bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios. Porque esa agua ha recibido de Cristo el poder de transmitir el Espíritu Santo, y en el bautismo también nosotros, como Cristo, recibimos el Espíritu Santo, que nos hace hijos y coherederos con Cristo de la gloria preparada. El bautismo es la unción con el Espíritu Santo de cada uno de los bautizados, en orden a capacitarlo para la gloria. En el bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo. Jesús se acerca hasta cada uno de nosotros pecadores, carga con nuestros pecados en su propia carne, nos lava los pecados y, ungiéndonos con su Espíritu santo, nos hace hijos del Padre, hermanos de los demás hombres y herederos del cielo. Bautismo de Jesús, bautismo de los cristianos. No se trata de simple agua natural, se trata de un agua que lleva dentro el fuego del Espíritu Santo, que nos transfigura haciéndonos hijos de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La presentación de Jesús por parte de Juan el Bautista es ésta: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Estamos acostumbrados a oírla, pero vale la pena detenerse a profundizar en su significado. En la relación con Dios existe por parte del hombre el deseo de unión con Dios, y en ese contexto se sitúan los sacrificios. Es decir, presentarle a Dios de lo nuestro para que Él lo bendiga y podamos así participar de sus bienes. Es muy frecuente en la historia de las religiones presentar a Dios un cordero, como fruto escogido del propio rebaño, y ofrecerlo en sacrificio, o destruyendo la víctima en honor de Dios, o santificándola para comerla en su nombre u ofreciéndola como reparación por los propios pecados. En la religión judía el cordero ocupa un lugar especial, porque la fiesta principal judía consiste en comer un cordero, celebrando la pascua, la liberación por parte de Dios del pueblo elegido, y al mismo tiempo ese cordero es punto de encuentro de todos los comensales en la comunión fraterna. Más tarde los musulmanes tomarán también un cordero para su fiesta principal, la del sacrificio de Abrahám que estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac, sustituido por un cordero. El cordero forma parte del mundo de los sacrificios, es símbolo de perdón, de comunión, de ofrenda sacrificial de lo nuestro a Dios. Cuando Juan el Bautista presenta a Jesús como el “Cordero de Dios” está presentando la mejor ofrenda que en su día podremos hacer a Dios, el rescate por nuestros pecados y delitos, la comunión de vida con Dios que se acerca hasta nosotros. Jesús es presentado desde el principio como el que viene a quitar el pecado del mundo. La separación más profunda del hombre con respecto a Dios se introdujo en el paraíso, cuando Adán y Eva pecaron desobedeciendo a Dios y sus mandatos. Rompieron con Dios y prefirieron seguir su propio camino, que conduce a la perdición. Todos nacemos en pecado, y además pecamos personalmente. Es decir, hemos roto con Dios tantas veces. ¿Y nadie podrá resolver esa ruptura, que nos lleva a la ruina? Jesucristo es presentado como el que viene a curar esa fractura. Él es el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre como nosotros. Ya en su persona se da esta unión admirable de Dios y el hombre. Y su tarea, su misión redentora será la de traernos a Dios como Padre misericordioso, y presentarnos ante su Padre como hijos, haciéndonos hermanos suyos. En Cristo confluye ese deseo de Dios, que busca al hombre para hacerle partícipe de sus dones, de su vida, de su felicidad. Y en Cristo nos encontramos representados ante el Padre, pagando Él por nosotros la deuda inmensa de nuestros pecados, con que hemos ofendido a Dios. “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La ruptura del pecado no se arreglará con palabras, sino con la ofrenda de este Cordero, que pone su vida en rescate por la multitud. La salvación del mundo, de todos los hombres, alcanza su culmen dramático en la pasión redentora de Jesús, que ofreciendo su vida humana en la cruz, nos alcanza vida eterna de hijos a todos nosotros. Pero Jesús ya comienza su vida con esta conciencia. Se pone en la fila de los pecadores para participar de su suerte, como inocente, y para hacerles partícipes de su condición de Hijo, dándoles su Espíritu Santo. La curación del pecado lleva consigo sangre, dolor, muerte, para deshacer lo mal hecho y para restaurar lo que ha quedado roto. La muerte y todo lo que le rodea ha sido asumido por el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. De esta manera, lo que era nuestra ruina se ha convertido en nuestro remedio medicinal, gracias a este Cordero de Dios envuelto en Espíritu Santo. Ya los primeros pasos de Jesús en su vida pública señalan el programa: ha venido a buscar a los pecadores, y por ellos dará la vida en la cruz. Éste es el Cordero que Dios nos da, es el Cordero que por su sacrificio nos restablece la unión con Dios, es el Cordero que paga con su sangre todos nuestros delitos, es el Cordero que comemos en la comunión y nos hace hermanos. “Yo lo he visto”, nos dice el apóstol Juan. La experiencia directa de este encuentro es el mejor aval para dar testimonio, y en esto consiste la evangelización. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
OREMOS POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Y HERMANAS: Dirigiéndose a la comunidad de Corinto, San Pablo les advierte que las distintas banderías y grupos enfrentados unos a otros, no es propio de la Iglesia del Señor.”Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo… que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir, pues me he enterado de que hay discordias entre vosotros. Algunos dicen: «yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?” (1Co 1, 10-13). Resulta dramático para aquella comunidad incipiente que las pocas fuerzas que tenían pudieran irse en las tensiones y mutuas disensiones de unos contra otros, además del escándalo ante los demás por estas divisiones. Pues, lo mismo sucede en nuestros días. Se repiten los problemas, porque se repite el pecado y los defectos de las personas y las comunidades. Constatar la falta de unidad en la Iglesia es un dolor para san Pablo y lo es también para nosotros hoy, después de siglos de división. Además de ser un escándalo y un obstáculo para la nueva evangelización. Por eso, oramos continuamente por la unidad de los cristianos. Y lo hacemos especialmente durante este Octavario de oración por la unidad de los cristianos, cada año, del 18 al 25 de enero, concluyendo con la fiesta de la conversión de San Pablo, el apóstol que ha sido añadido al grupo de los Doce de manera excepcional, por medio de su conversión de perseguidor en apóstol de Cristo. La Iglesia de Cristo es una, y nunca ha dejado de serlo. Así la confesamos en el Credo, y por eso nos duele que haya disensiones entre los bautizados, que impiden que podamos comulgar el cuerpo del Señor en la misma Eucaristía. Dos heridas siguen sangrando en el cuerpo de la Iglesia: la que se produjo en el año 1050, cuando el patriarca de Constantinopla rompió con el sucesor del apóstol Pedro, el Papa de Roma. Y la segunda, peor todavía, cuando Lutero rompió con Roma hacia el año 1520. De cada una de esas dos rupturas han ido naciendo grupos distintos, que perduran hasta el día de hoy. Lo que nos une a todos es el mismo bautismo, la fe en Jesucristo como Dios y como hombre, la Palabra de Dios, el Espíritu Santo que nos impulsa a la santidad y a la caridad. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, repetía Juan XXIII. Podemos llamarnos realmente hermanos, aunque hay todavía desavenencias entre nosotros. Teniendo tantos elementos en común, podemos aspirar con fundamento a la unidad visible en la única Iglesia de Cristo. Pero hemos de seguir orando al Señor, porque el don de la unidad plena es un don de Dios, un don del Espíritu Santo. La unidad no consistirá en el consenso, ni en la suma de todas las partes, a manera de sincretismo entre todos. Ni tampoco en la eliminación de las riquezas que cada uno posee y ha desarrollado en su historia de santidad, que se ha hecho cultura. La unidad vendrá por el camino del mutuo respeto y del mutuo reconocimiento de todo lo que hay de bueno en cada grupo cristiano, y por la obediencia a la Palabra del Señor y la docilidad al Espíritu Santo. Entre los elementos esenciales de esta única Iglesia se encuentra el reconocimiento del primado de Pedro y del sucesor de Pedro, el Papa, tal como lo estableció Jesús. Los primeros que tenemos que hacer caso al Papa somos los católicos, en actitud de fe y de comunión plena con lo que el Papa nos enseña y nos va indicando. Muchos cristianos no católicos se extrañan de que entre los católicos a veces no haya esa sintonía de fe y de disciplina con el Papa de Roma. En torno al Sucesor de Pedro vendrá la unidad de la Iglesia. Y en torno a María, la madre de la Iglesia, la madre común que nos reunirá a todos en la misma comunidad. Sigamos rezando en estos días y durante todo el año, para que la deseada unidad de la Iglesia llegue a feliz puerto. Estamos en la preparación de dos grandes acontecimientos en el camino hacia la unidad: la peregrinación conjunta del papa Francisco y del patriarca Bartolomé (ortodoxo) al Calvario y al sepulcro vacío del Señor resucitado en Jerusalén, recordando otro encuentro parecido entre Pablo VI y Atenágoras, hace ya 50 años. Y el encuentro todavía sin fecha entre el papa Francisco y el patriarca Cirilo de Moscú. Oremos por la unidad de los cristianos, y trabajemos por la unidad en el seno de nuestra diócesis, de nuestras parroquias, de nuestras familias. Todo ello contribuye a la unidad querida por el Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
2 DE FEBRERO, ALEGRÍA DE LA VIDA CONSAGRADA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada Mundial de la Vida Consagrada se celebra el 2 de febrero. El día en que María presenta a su Hijo en el templo, y lo rescata con una ofrenda de pobres: un par de pichones. Esa ofrenda de Jesús portado en brazos de su madre María, acompañada de José, es todo un símbolo de lo que será la ofrenda de Jesús en el Calvario para la redención del mundo, junto a su Madre que estuvo junto a Él. Es la fiesta de la Candelaria, la que lleva en su mano una candela, que es la luz del mundo: Jesucristo, nuestro Señor. También nosotros portamos este día una candela como signo de la luz de Cristo que ha sido alumbrada en nuestros corazones, la luz de la fe, con la que salimos al encuentro del Señor. “¡Oh luz gozosa…!” cantamos a Cristo, luz del mundo, porque la luz siempre es motivo de alegría, en contraste con las tinieblas que siempre son signo del pecado y de la tristeza del hombre envuelto en sombras de muerte. Cristo es la luz del mundo y con su encarnación ilumina el misterio del hombre al propio hombre. Sin Jesucristo, pequeñas luces se encienden en la noche de la historia, hasta que llega Él, “resplandor de la gloria del Padre” (Hbr. 1,3), Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Sin Jesucristo, andamos a oscuras. Con Jesucristo todo es visto en su realidad más profunda. Con Jesucristo llega la alegría de la luz a tantas zonas de nuestra vida que adquieren sentido alumbradas por Él. La vida consagrada es una prolongación de la luz de Cristo en nuestro mundo, en nuestra época. La vida consagrada es luz, porque es testimonio de Cristo, imitando a María su bendita madre. La vida consagrada no se entiende si no se acoge la luz de Cristo, y al mismo tiempo esa vida consagrada ilumina y da sentido a tantos interrogantes que se plantean nuestros contemporáneos. La vida consagrada es una luz profética para nuestro tiempo. Una vida entregada plenamente a Dios para el servicio de los hermanos, especialmente de los pobres en sus múltiples carencias, sólo se entiende si la luz de Cristo ha entrado en el corazón de esa persona y ha tirado de ella para hacer de su vida una ofrenda de amor. Una vida entregada en la virginidad, la obediencia y la pobreza, vivida en comunidad, es una luz llamativa para el mundo de hoy. Son los más altos valores del Reino, vividos por Jesús, y que iluminan la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En nuestra diócesis de Córdoba contamos con abundancia de personas consagradas en todos los campos. Monjas y monjes de vida contemplativa, con clausura y sin clausura, que nos reclaman para la oración y que ofrecen sus comunidades como oasis de paz para el encuentro con Dios y consigo mismo, para la oración litúrgica, para la adoración eucarística, para el sosiego que sólo Dios puede dar. Religiosos y religiosas en la escuela católica. Miles de alumnos y muchos más antiguos alumnos, que se benefician del testimonio de tales religiosos y religiosas en sus diferentes colegios. Cuánto bien han hecho y siguen haciendo a la sociedad. Nunca han sido un negocio, sino un servicio, en el que tantas personas consagradas han dedicado su vida a tiempo completo a la preciosa tarea de la educación. Y lo mismo podemos decir, de los que sirven a los ancianos, a los enfermos, a los pobres en distintos ámbitos. Esa mano amable, esa sonrisa que comparte lo que tiene, ese corazón maternal para los momentos de dolor. Tantas personas necesitadas, niños, jóvenes, adultos, ancianos han encontrado en esta persona consagrada el rostro amable de Jesús buen samaritano, que cura las heridas del camino. Gracias a todos los consagrados de nuestra diócesis. Que vuestro testimonio alumbre el corazón de tantos jóvenes, que conociéndoos puedan sentir la llamada a seguir al Señor por el mismo camino. Gracias por vuestra entrega, de toda la vida, algunos de vosotros ya cargados de años y de méritos. Que esta Jornada de la Vida Consagrada nos haga reconocer la luz que aportáis a la Iglesia y podáis seguir iluminando con la luz de Cristo, a manera de la Candelaria –María–, para que todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo encuentren a Jesús, y a través de todos vosotros participen de su misericordia. Recibid mi afecto y mi bendición: Q
AMAD A VUESTROS ENEMIGOS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nadie ha dicho cosa parecida en toda la historia de la humanidad. Suena a nuevo e incluso resulta chocante a la razón humana: “amad a vuestros enemigos”. Sin embargo, esta es la buena noticia de Jesús, hecha carne en su propia vida. Imposible para los hombres, sólo es posible para Dios y a aquellos a quienes Dios se lo conceda. Dios quiere la felicidad del hombre a toda costa. Y el hombre busca esa felicidad, y tantas veces no acierta. Este domingo, Jesús nos enseña en el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,44). Sí, la felicidad del hombre se encuentra en el amor, en ser amado y en poder amar. El deseo de ser amado es ilimitado. Por el contrario, la capacidad de amar es limitada. Cuando estos dos polos se dislocan, la persona humana entra por el camino del absurdo y su vida no tiene sentido: ni sabe amar ni se siente amada, y eso es el infierno. Para resolver este conflicto, hemos de ir a la fuente del amor, y la raíz del amor se encuentra, por tanto, “no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo” (1Jn 4,10), “para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). La trayectoria de Jesús ha sido la entrega por amor hasta el extremo. Y ¿cuál es su secreto? Que su corazón humano estaba plenamente saciado del amor del Padre y en sintonía con él, ha entregado su vida para saciar de amor el corazón de todo el que acerca a él y hacernos capaces de amar como ha amado él, dándonos su Espíritu Santo. Cristo revela el misterio del corazón del hombre, dándonos la clave del amor. Es preciso tener el corazón saciado para poder amar, y a su vez, amando, vamos creciendo en el desarrollo de nuestra personalidad total. A lo largo de la historia de la cultura, el hombre se dio cuenta de que la ley de la selva no sirve para la convivencia humana. No vale que el más fuerte aplaste al más débil, de manera que sólo puedan sobrevivir los que están mejor dotados. Eso sucede en la fauna animal, pero la persona humana tiene inteligencia y corazón y, por tanto, no puede vivir como los animales. Para superar la ley de la selva, vino la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Es decir, si haces una, tu enemigo tiene derecho a cobrarte una. No tiene derecho a dejarse llevar por la venganza y cobrarte cinco cuando sólo le has hecho una. Pero este equilibrio se ve alterado en continuas ocasiones, porque el corazón humano es injusto y se deja vencer continuamente por la revancha. En los comienzo de la revelación de Dios, cuando Dios entrega a Moisés las tablas de la Ley, se habla de amar al prójimo como a ti mismo, de amar a tu prójimo sin amar a tu enemigo. Se trata de un paso abismal en comparación con la ley de la selva o la ley de Talión. Sin embargo, la actitud y la enseñanza de Cristo van mucho más allá, primero en su vida y después en sus mandamientos. Por muchas leyes de equilibrio social que se establezcan, el corazón humano tiende a quedarse corto cuando da y a reclamar más de lo debido cuando recibe. Se necesita un plus de amor para cubrir esos huecos que la injusticia humana va produciendo. Y ahí se sitúa la entrega de Jesucristo sin medida y hasta el extremo. Solamente él puede decirnos que amemos a nuestros enemigos, porque su corazón saciado del amor del Padre ha podido decir en el momento supremo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), excusando a los que están produciéndole la muerte. Amar a los enemigos es, por tanto, algo típica y exclusivamente cristiano, de Cristo. A nadie más en la historia de la humanidad se le ha ocurrido ese mandato, porque nadie más ha tenido nunca su corazón tan saciado de amor como el Corazón de Cristo y por eso nadie más ha sido capaz de amar, incluso a quienes le ofenden. El mandato de Cristo nos hace capaces de hacerlo, porque para ello nos da su Espíritu Santo, amor de Dios derramado en nuestros corazones. Se trata de una capacidad nueva, que viene de Dios y que satisface plenamente las expectativas humanas, porque el hombre ha nacido para el amor y nunca pensaba que pudiera llegar a tan alta cota, como es la de amar a los enemigos. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos Q
PENTECOSTÉS
QERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El concilio Vaticano II ha puesto en el candelero la naturaleza y la misión de los laicos en la Iglesia. Los fieles cristianos laicos tienen una identidad propia y una misión en la Iglesia y en el mundo. Son bautizados y confirmados, miembros de pleno derecho en la comunidad eclesial, partícipes del sacerdocio común de Cristo para ser en el mundo profetas, sacerdotes y reyes, para consagrar el mundo desde dentro e instaurar el Reino de Cristo en la historia, con la mirada puesta siempre en el cielo. El gran despertar del laicado sucedió en la primera mitad del siglo XX, cuando el paso a la sociedad industrial ha hecho cambiar los esquemas medievales de la sociedad. La Iglesia entendió que sus hijos fieles cristianos laicos tenían que ponerse a la tarea de construir un mundo nuevo, uniendo sus manos con todos los que se esfuerzan en esta tarea desde distintas perspectivas. La doctrina social de la Iglesia ha constituido un potente faro de luz para afrontar los cambios sociales del siglo XX, y brota entonces en torno a la parroquia y a la diócesis la Acción Cató- lica, como fuerza capaz de aglutinar generaciones enteras de jóvenes y adultos, para llevarlos a la santidad en la tarea de transformar este mundo. Las distintas catástrofes del momento (guerras, dictaduras de uno y otro signo, etc.) despertaron en los laicos la urgencia de ponerse a la labor para hacer un mundo nuevo. El concilio Vaticano II ha sido el concilio del laicado, recogiendo las mejores aguas de las décadas precedentes. La llamada a la santidad de todos en todos los estados de vida, no sólo de algunos que se consagran o se apartan del mundo, el impulso misionero como tarea de todos en la Iglesia, la corresponsabilidad de todos en el seno de la Iglesia, cada uno desde la misión recibida para confluir en la comunión orgánica de un mismo Cuerpo. Estas y otras líneas de fuerza han dado lugar a una floración del laicado como nunca lo había conocido la Iglesia en su historia. Nuestra diócesis de Córdoba dispone de un laicado abundante, centrado en lo esencial, inserto en el mundo, con ímpetu misionero y evangelizador. La inmensa mayoría de estos fieles laicos viven y se nutren en torno a las parroquias y en ellas encuentran el campo de su misión apostólica. He aquí el núcleo de la nueva Acción Católica General, que tenemos que coordinar en toda la diócesis, a distintas velocidades, en sus tres niveles de adultos, jóvenes y niños. Son muchos los laicos que se organizan y sirven desde las Hermandades y Cofradías. Otros, se han adherido a los distintos carismas que el Espíritu Santo ha suscitado en esta etapa postconciliar, como si de un nuevo Pentecostés se tratara. Cursillos de Cristiandad, Comunidades Neocatecumenales, Comunión y Liberación, Focolarinos, etc. son otros tantos grupos en la Iglesia que la rejuvenecen y la hacen misionera en este momento importante de la historia. La vigilia de Pentecostés, en la espera y súplica del Espíritu Santo, quiere ser un momento de vivencia de esta comunión eclesial a nivel de toda la diócesis, presididos por el obispo en la Santa Iglesia Catedral. En la Visita pastoral, voy entrando en contacto con todos estos fieles laicos, que son muchedumbre inmensa. ¡Qué bonita es la Iglesia, la Esposa del Señor, nuestra madre! Vivir en la Iglesia, gozar de los bienes de la Casa de Dios, reconocer las cualidades de tantas personas y grupos que laboran, trabajar por la comunión de unos con otros. Esta es la tarea que el Espíritu Santo va suscitando en nosotros, y en la que el obispo tiene la preciosa tarea de sostener la unidad de todos. Cada uno debe dar gracias a Dios por lo que ha recibido, y donde lo ha recibido. La fiesta de Pentecostés debe proporcionarnos a todos la alegría de esa comunión que viene de lo alto, y en la que todos somos artífices. El Consejo Diocesano de Pastoral, formado sobre todo por laicos, y el Consejo Diocesano de Laicos son organismos de comunión, de comunicación y de participación a nivel diocesano para que todos nos sintamos representados y corresponsables en la tarea común de la nueva evangelización. Os espero a muchos laicos en la Vigilia de Pentecostés, y a todos os invito a que os unáis en espíritu orando al Espíritu Santo por nuestra Iglesia diocesana de Córdoba, una dió- cesis en estado de misión. Con mi afecto y mi bendición: Es la hora de los laicos Q
SANTÍSIMA TRINIDAD
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de este domingo quiere subrayarnos la originalidad del Dios cristiano, que Jesucristo nos ha revelado para que lo disfrutemos. Jesús aparece en el escenario de la historia presentándose como el Hijo único de Dios Padre. De esta manera, entendemos que Dios tiene un Hijo, que convive con él en la eternidad, desde siempre y para siempre. Este Hijo es su imagen perfecta, son de la misma naturaleza: el Padre da, engendra, el Hijo recibe, es engendrado. Y entre ambos se establece una corriente de amor muy subido, tan intensa, que constituye el Espíritu Santo. Dios, por tanto, no es un ser solitario y aburrido. El Dios de Jesucristo es un Dios comunitario, que viven en familia, donde se intercambian, se dan y se reciben, se aman, y son superfelices, sin que nadie les pueda robar esa felicidad, tan propia de Dios. Por un designio libre y lleno de amor han decidido los Tres crear el mundo, llenarlo de habitantes y poner al Hijo en el centro de todo, haciéndose hombre. Y aquí viene el misterio de Cristo, que conocemos, desde su entrada en el seno virginal de María y su nacimiento en Belén hasta su muerte, resurrección y ascensión a los cielos en Jerusalén. Toda la vida de Cristo es manifestación en la historia del misterio íntimo de Dios en la eternidad. En cualquiera de las fiestas aparecen las tres personas divinas actuando, cada una a su manera, con el deseo de incorporar a cada uno de los hombres al círculo de su intimidad. ¿Para qué se nos ha revelado este misterio de la Stma. Trinidad? Para que lo disfrutemos, responde Santo Tomás. Celebrar esta fiesta sirve para caer en la cuenta de que Dios nos invita a entrar en su misterio, abriendo nuestro corazón para que el único Dios en sus tres personas vengan a poner su morada en nuestra alma cuando está en gracia. Somos templo y morada de Dios, que vive en nosotros y quiere poner su casa en nosotros por vía de amor. No estamos solos, estamos siempre acompañados, y qué compañía tan cercana (desde dentro), tan eficiente (nos va transformando), tan universal (para llevar a todos a la plenitud). La actitud correspondiente es la adoración. Adorar es reconocer la grandeza de Dios, que nos desborda. Adorar es acoger el abrazo amoroso de Dios, que nos envuelve y nos diviniza. Junto a esta actitud de adoración está la alabanza a Dios que es tan grande, lo llena todo y es amigo del hombre. En este día celebramos la Jornada de la Vida contemplativa, para dar gracias a Dios por tantas personas –hombres y mujeres– que han consagrado su vida a la alabanza divina en el claustro o en la soledad eremítica. Estas personas nos recuerdan a todos que si Dios se ha abajado hasta nosotros, es para que vivamos pendientes de él como lo único necesario para el hombre. Con facilidad nos distraemos de lo fundamental y nos enredamos en tantas cosas que nos despistan. Los contemplativos nos recuerdan, haciéndolo vida en sus vidas, que Dios es lo único necesario, y que todo lo demás nos vendrá por añadidura. “Sólo Dios” repetía San Rafael Arnaiz. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía Santa Teresa de Jesús. “Evangelizamos orando” es el lema de esta Jornada. La evangelización, que lleva consigo obras de caridad, de predicación y de culto, debe ir acompañada por la oración. Y los contemplativos nos lo recuerdan. En nuestra diócesis de Córdoba hay monasterios y ermitaños, monjas de clausura y contemplativas de distintos carismas. En esta Jornada queremos agradecerles su vocación y su misión en la Iglesia. ¡Nos hacen tanto bien! Con mi afecto y mi bendición Oh, santísima Trinidad Q
CORPUS CHRISTI
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la fiesta del Corpus, fiesta grande en honor a la Eucaristía. Es como un eco del jueves santo. No podemos olvidar aquel momento tan entrañable en el que Jesús, al celebrar la cena pascual, la noche en que fue entregado, instituyó la Eucaristía, el sacramento de su amor. En ella, se entrega en sacrificio por nosotros, nos reúne en torno a su mesa y nos da a comer su mismo cuerpo, para incorporarnos a él y ser transformados en él. Este es el alimento de la vida eterna. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna… y yo lo resucitaré” (Jn 6,54) En la fiesta del Corpus se trata de aclamar al que ha llegado tan cerca de nosotros, compartiendo nuestra vida y cargando con nuestras miserias, para levantarnos hasta su nivel, hasta divinizarnos. Él es el Rey de reyes. En la larga tradición de la Iglesia, la fiesta del Corpus es una fiesta de exaltación de la Eucaristía, de Jesús que prolonga su presencia viva e irradiante de gracias para todo el que se acerca hasta él. Inmensas catedrales con cúpulas excelsas para elevar nuestra vista y nuestro corazón a lo alto, de donde ha venido este pan del cielo. Custodias y ostensorios preciosos para contener como en un trono a su majestad el Rey del cielo y de la tierra. Todo lo que rodea a la Eucaristía es precioso, porque precioso es el tesoro que guarda la Iglesia para acercarlo a todos los que se acercan a ella, el pan vivo bajado del cielo, fortaleza para el que va de camino a la patria celeste, alimento de eternidad, comida que nos hace hermanos y nos invita a buscar a los pobres, a los privados de los bienes de Dios. La misma procesión del Corpus por las calles de nuestras ciudades y nuestros pueblos es un canto de alabanza a Jesucristo, que atrae las miradas de todos, y ante el que nos santiguamos o nos arrodillamos en señal de veneración y de fe. No es una imagen bendita la que pasea por nuestras calles y plazas, es el mismo Dios hecho hombre y prolongado en la Eucaristía. El que está en la Eucaristía nos habla de amor. No estaría él ahí, si no fuera por un amor loco que le ha llevado a despojarse de todo y entregarse por nosotros, un amor que le hace compartir nuestros sufrimientos para aliviarnos, un amor que le lleva a identificarse con todo el que sufre por cualquier causa. “Lo que hagáis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). La Eucaristía ha sido el motor más potente para mover el corazón del hombre en la búsqueda de la solidaridad fraterna. La Eucaristía es como esa fisión nuclear del amor, tan potente que, llegando al corazón de cada hombre, ha transformado la historia de la humanidad. No podemos adorar a Cristo en la Eucaristía y despreciarlo en los pobres o desentendernos de él, porque es la misma persona, Dios que se acerca hasta nosotros, en el sacramento y disfrazado en el pobre. Por eso, en este día del Corpus celebramos el día de la caridad. El que ha conocido el amor de Cristo hasta el extremo, hasta darse en comida para la salvación del mundo, el que alaba a su Señor y le tributa todas las alabanzas y los honores, se siente al mismo tiempo impulsado a llevar ese mismo amor a los privados de tantos bienes que Dios quiere darles y los hombres no les han dado. La caridad cristiana lleva a cumplir toda justicia, a dar a cada uno lo suyo y lo que le corresponde, y a darle un plus de amor basado en la misericordia con la que Dios nos trata continuamente. La caridad cristiana nunca es ré- mora para la justicia, sino que allí donde la justicia no llega, llega la caridad y la misericordia, como hace Dios continuamente con nosotros. Día del Corpus, honremos a Cristo cercano en la Eucaristía, alabemos al Rey de reyes, y honremos a Cristo presente en el hermano que sufre, en el que es explotado, en el que es objeto de mercado de los múltiples intereses egoístas. Salgamos al encuentro de nuestro pró- jimo, como el buen samaritano. No tengamos miedo de la caridad cristiana, es la única que puede cumplir toda justicia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Eucaristía y los pobres, tesoro de la Iglesia Q
SEMILLAS VOCACIONALES
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo pasado, en la fiesta de San Pedro y san Pablo, recibían el orden sacerdotal dos nuevos presbíteros y un diá- cono. La historia de cada uno es diferente: llamados en edad adulta o en la niñez, su vocación ha ido madurando en el Seminario hasta dar este paso definitivo de la ordenación. Dios hace su historia con cada uno, pero en todas ellas se encuentran elementos comunes que nos permiten concluir cómo actúa Dios. A lo largo de toda esta semana, cuarenta muchachos conviven en el Seminario Menor para las colonias vocacionales, durante las cuales conocen a los seminaristas, juegan, rezan, tienen catequesis, etc. y se plantean su posible vocación sacerdotal. A lo largo de todo el año hay distintas actividades “vocacionales” con el fin de proponer esta posible llamada del Señor a tantos niños, adolescentes y jóvenes. Partimos de una certeza: Dios quiere dar pastores a su pueblo. Le interesa a Él más que a ninguno que haya hombres disponibles para perpetuar en su Iglesia la misión de Cristo y del Espíritu, porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios quiere hacer felices a todos los hombres y mujeres que habitan nuestro planeta, y el plan de redención que Cristo ha cumplido con su muerte y resurrección se continúa en la Iglesia a lo largo de la historia con la colaboración de todos, y muy especialmente la de los sacerdotes. La vocación sacerdotal se produce en el encuentro de dos libertades: la libertad de Dios, que llama a quien quiere, y la libertad del hombre que responde sí o no a esa llamada de Dios. La vocación sacerdotal –como toda vocación cristianaes siempre un misterio, es decir, pertenece al mundo de lo divino y Dios nos lo da a conocer, dejándonos a nosotros la tarea de escudriñar su voluntad y sus planes para nosotros. En la práctica, está demostrado que Dios llama a muchos jóvenes a ser sacerdotes, a algunos desde la niñez (como es mi caso), a otros en la juventud, a otros en la adultez. En todos los casos, debe llegarse a la certeza de tal vocación, para seguirla decididamente. Pero a muchos les llega esa llamada a través de otros sacerdotes o de amigos seminaristas, o a través de acontecimientos y experiencias personales que les plantea este interrogante. Y está demostrado también que muchos jó- venes, al sentir esa llamada, experimentan temor. Muchos se asustan y lo dejan para otro momento. Otros, ante la grandeza del don, lo rechazan para siempre. Si Dios llama, Él ayuda a seguir su llamada. Por eso, un elemento primero y fundamental de la pastoral vocacional es la oración por esta intención, el ofrecimiento de nuestros trabajos y sufrimientos por las vocaciones, la cooperación y el acompañamiento a los que son llamados. Un segundo elemento es la propuesta directa a niños y jóvenes de esta preciosa vocación. Muchos sacerdotes recuerdan que la pregunta les vino suscitada por el cura de su parroquia o por otro seminarista. Por eso, la importancia de estas colonias vocacionales. Dato importante es el acompañamiento espiritual a quien manifiesta esta vocación: no se trata de agobiar con exigencias imposibles ni de desentenderse de esta llamada. Acompañar significa tomar en serio, hacerse cargo de las dificultades (como en toda otra vocación) y ayudar a superarlas. Un papel importante tienen los padres y la familia. Una persona que va creciendo necesita el apoyo de aquellos que le quieren. Sin el apoyo de la familia, muchas vocaciones se perderían. Y muchas vocaciones se pierden porque los padres se oponen o prefieren otro camino más “rentable” para su hijo. Un papel fundamental tienen los sacerdotes, párrocos, profesores. Los primeros agentes de pastoral vocacional son los sacerdotes. Todo sacerdote debe tener la sana preocupación de que haya sacerdotes en la Iglesia, continuadores de la obra de Cristo para bien de los hombres. Seguimos pidiendo al Señor que envíe trabajadores a su viña. Es una necesidad de su Iglesia. Con mi afecto y mi bendición: Semillas vocacionales Q
DOMINGO LA BUENA SEMILLA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La buena semilla es la Palabra de Dios, que como lluvia fina va cayendo sobre nuestro corazón y lo va transformando para que produzca fruto a su tiempo. La semilla es la misma para todos, pero no siempre produce los mismos resultados. Depende también de la tierra que la acoge y del cuidado que reciba. Nuestro corazón está hecho para dar fruto, para ser fecundo. En unos casos produce el ciento por uno, o el setenta o el treinta. Cuando encuentra buena tierra, la cosecha está garantizada, y produce alegría en el corazón que lo produce. Pero hay veces que esa tierra no está bien cuidada, como cuando junto a la buena semilla crecen también la mala hierba, las espinas, los abrojos. Si uno no cuida eso, la mala hierba abrasa la cosecha. Es preciso estar atento. No basta acoger la Palabra con alegría y buena disposición, es preciso también un trabajo constante por purificar la tierra de otras adherencias. La tarea penitencial de eliminar los obstáculos ha de ser cotidiana, porque de lo contrario, los buenos deseos no llegan a frutar. Hay muchas personas buenas que dejan de serlo y no sabemos por qué. Es porque no cuidan la semilla, cardando la mala hierba para que no la sofoquen otras contrariedades. Una tarea permanente ha de ser la de profundizar e interiorizar la buena semilla. Si se queda sólo en la superficie sin arraigar con raíces profundas, cualquier temporal de frío o de calor lo deshace. Las lluvias torrenciales, las granizadas, el pedrisco y el calor sofocante pueden destruir la cosecha. Echar raíces es algo que no se ve, pero es fundamental para la vida, y cuando vienen las dificultades, estas refuerzan la semilla en vez de sofocarla. Echar raí- ces se alcanza quitando las piedras y dándole a la tierra su profundidad adecuada. Echar raíces es no quedarse sólo en lo visible y aparente, sino en ir al fondo poniendo buenos cimientos. ¡Ah! Pero hay también una dificultad que supera las capacidades humanas. Se trata de la acción del Maligno, de Satanás, que está al acecho para robar de nuestro corazón la buena semilla en cuanto cae. Él tiene poder de engañarnos, de seducirnos, porque es padre de la mentira. Y Jesús nos advierte en varias ocasiones de las malas artes que el Maligno emplea contra nosotros. Él nos hace ver lo malo como bueno y lo bueno al contrario. Él nos agranda las dificultades y pinta feo lo que es bello. Realmente es nuestro gran enemigo, que como león rugiente ronda buscando a quien devorar. ¿Cómo vernos libres de sus engaños? Con la vigilancia y la oración, con la penitencia y la escucha atenta de la Palabra de Dios, con el consejo de personas prudentes que conocen sus artimañas. Cuánto bien nos hace un buen consejero, un buen director espiritual, con el que discernir lo que viene de Dios y lo que viene del Maligno. Para un sano crecimiento en la vida cristiana es fundamental la ayuda de otros, y sobre todo del director espiritual. En esta viña del Señor todos somos trabajadores, llamados a distinta hora, con jornal de gloria para todo el que persevere hasta el final. El trabajo más importante está dentro, en nuestro propio corazón. Y el apostolado no es otra cosa que cuidar esa semilla en el corazón de quienes se nos han confiado, y ayudar a que brote con fuerza, eliminando todos los obstáculos. De corazones renovados brotará cosecha abundante y frutos de bien para toda la sociedad. “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”, cantamos en el salmo responsorial de este domingo. Estamos llamados a dar fruto abundante, a ser fecundos. Atentos a la Palabra de Dios que lleva dentro toda su carga de fecundidad. Vale la pena cuidar la buena tierra, y eliminar todos los obstá- culos para que dé fruto abundante. Recibid mi afecto y mi bendición: La buena semilla Q
LA SANTA CRUZ
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El centro de la religión cristiana es una persona, se llama Jesucristo. Y el centro de la vida de Jesucristo y de su misión redentora se contiene en la santa Cruz y en su gloriosa resurrección. La novedad cristiana consiste en que el Hijo de Dios, hecho hombre por amor, se ha entregado hasta la muerte de cruz para rescatarnos del pecado y hacernos partí- cipes de la filiación divina, hacernos hijos de Dios. Todo este misterio tiene un símbolo, un icono: la santa Cruz. La Cruz es la señal del cristiano. Celebramos este domingo 14 de septiembre –con preferencia sobre el propio domingo– la fiesta de la exaltación de la santa Cruz. Es decir, celebramos a Jesucristo que, clavado en la Cruz se ha convertido en punto de atracción para todos los hombres: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32). Estamos acostumbrados y por eso no nos choca, pero no deja de ser sorprendente que un ejecutado en la pena capital de la crucifixión, un crucificado, se haya convertido en el emblema del más alto amor en la historia de la humanidad. Es rechazada por judíos y es negada por musulmanes, pero en la locura de la cruz está la salvación del mundo entero, porque en ella se ha expresado el amor más grande, que ha convertido la cruz en la cátedra del amor. Un dato histórico, Jesús crucificado, se ha convertido por su gloriosa resurrección en icono de salvación, de alegría, de redención para todos. El pueblo cristiano lo ha entendido y celebra de tiempo inmemorial la cruz gloriosa, la cruz de la que brotan flores y frutos, la cruz de mayo. En el calendario litúrgico renovado esa fiesta ha pasado a celebrarse el 14 de septiembre, pero en muchos pueblos nuestros y en la ciudad continúa celebrándose el primer domingo de mayo, o mejor, el 3 de mayo que es su día. Las cruces de mayo tienen en Añora una floración y expresión muy singular, festiva, gozosa, exuberante. Y en tantos pueblos, en los colegios infantiles, esas fechas de la cruz de mayo lleva a colocar cruces adornadas de flores, de colores, (¡hasta de chocolate!) para transmitir que por la santa Cruz nos ha llegado la alegría y la salvación. Es toda una catequesis que se ha inculturado en la conciencia del pueblo de Dios. La cruz de Cristo no fue un accidente desagradable o un final trágico inesperado. La cruz de Cristo es la puesta en escena del amor trinitario de las personas divinas entre sí, y del amor de Dios a los hombres. En la Cruz de Cristo aparece el amor profundo de Dios por los hombres: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). En la Cruz de Cristo aparece el amor de Cristo a los hombres: “Nadie tiene amor más grande que el que entrega la vida por los amigos” (Jn 15,13). En la Cruz de Cristo se recicla todo el mal del mundo, toda injusticia, todo pecado. Por eso la Cruz es repelente y echa para atrás, porque es un cúmulo de males que la hacen feísima. Pero traspasando esa cáscara, nos encontramos con su fruto exquisito, el de un amor sin medida, el amor de Cristo crucificado. Sucede en nuestra vida. Cuando nos llega un sufrimiento, en nosotros o en alguno de los nuestros, la reacción inmediata es de repulsa. Aquí viene la mirada al crucifijo, a Cristo en la Cruz. Y entonces entendemos lo que nunca habíamos entendido: que el sufrimiento vivido con amor tiene sentido, que el sufrimiento vivido así es redentor, es saludable, nos hace más humanos y más divinos. Y la razón de todo ello es porque antes que nosotros Cristo ha vivido su Cruz, sufrimiento lleno de amor, para decirnos a todos que nos ama y que si queremos amar, hemos que tomar cada uno la cruz de cada día, en la que va fraguándose nuestra historia de salvación. Esto nadie lo ha enseñado como lo ha enseñado Jesús con su propia vida. Y de aquí viene la alegría de las cruces de mayo y la alegría de la exaltación de la santa Cruz en este día de septiembre. Oh Cruz gloriosa, en la que Cristo es nuestra salvación. Cruz bendita que nos acompañas a lo largo de nuestra vida. Concé- denos esa luz que brota del árbol de la Cruz para que besando a Cristo crucificado entendamos que amor con amor se paga. Recibid mi afecto y mi bendición: La Santa Cruz Q
EVANGELIO DEL DOMINGO: ID VOSOTROS TAMBIÉN A MI VIÑA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos dice el Evangelio de este domingo que el dueño de la viña salió a distintas horas del día, a la mañana, al mediodía y al atardecer, y en cada una de ellas ofrecía trabajo a nuevos operarios: “Id también vosotros a mi viña…” (Mt 20,4), contratando a cada uno de ellos por un precio ajustado. La viña del Señor es la Iglesia, es el mundo entero. Dios nos llama a todos y cada uno a su viña, nos ofrece trabajo, nos da una misión. En la viña del Señor no hay paro, en la Iglesia y en nuestro mundo contemporáneo siempre hay tarea. Lo que hace falta son ganas de trabajar. Porque el trabajo no se mide en primer lugar por la remuneración, aunque sea necesario el dinero para sobrevivir. No es remunerado el trabajo de una madre o un padre con sus hijos. No es remunerado el cariño dado a los ancianos. No es remunerado el trabajo de dedicación a los pobres y a los últimos. No es remunerado el tiempo que dedicamos a la oración. El trabajo no se mide por el salario. El trabajo es la acción humana colaboradora con la obra de Dios. Ya desde la creación, Dios llamó al hombre para acabar su obra. El trabajo es trabajar-con, es poner al servicio de los demás las propias capacidades para hacer un mundo mejor. En último término, “la obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado” (Jn 6,29). Es decir, lo importante es responder cuando cada uno es llamado. “Id también vosotros a mi viña” es una invitación y una llamada a trabajar por la expansión del Reino de Dios. Un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz. A esta viña, a este trabajo somos llamados todos, a distintas horas, pero hay trabajo para todos. Cuántas veces se oye decir: Pero, cómo no me he dado cuenta de esto anteriormente. Y la respuesta es muy sencilla: además de que me haya hecho el sordo, está que Dios tiene su agenda y su reloj. Y Él llama a cada uno a la hora que quiere: en la mañana, a mediodía o al atardecer. Para esta tarea, nunca es tarde si la dicha es buena. El salario ajustado era de un denario por jornada, es decir, un precio altamente desproporcionado. Y es que en la colaboración con Dios, a poco que pongamos, él lo multiplica por infinito. Nuestra colaboración ensancha nuestro corazón y lo capacita para llenarse de Dios. La recompensa final es el cielo, la vida eterna con él en la felicidad del cielo. Por eso, “a jornal de gloria, no hay trabajo grande”, repite un himno de vísperas, pues la gloria siempre será un premio desmesurado por parte de Dios, que lleva incluido un merecimiento por parte nuestra. Y al recibir el premio, en el que queda pagado todo merecimiento, toda justicia, los de la mañana se quejaron de recibir el pago ajustado, que era el mismo para los de la tarde. Brota la envidia al compararse con otros, y en el fondo de la envidia está el considerarse menospreciado, querido menos. La envidia es el único pecado que nunca produce gozo, y muchas de nuestras tristezas provienen de ahí, de compararnos con otros y sentirnos menos amados, menos afortunados. La respuesta del dueño es la respuesta de Dios a nuestras quejas y reivindicaciones: no te hago de menos si te doy lo que hemos ajustado, si te doy un salario desmesuradamente grande. Si al otro le doy lo mismo, es por sobreabundancia de misericordia para con él. Y “¿vas a tener tú envidia de que yo sea bueno?” El Dueño apela a su propia libertad para gestionar sus asuntos. En la libertad de Dios, él reparte a cada uno los dones que considera oportunos. Cuando se oye decir que Dios ama a todos por igual, no es verdad. Dios ama a cada uno con amor desbordante, capaz de satisfacer con creces las necesidades de cada uno, pero dándole a cada uno su medida, que no es la misma para todos. No le ha dado lo mismo a María Santísima que a cada uno de nosotros. “Id también vosotros a mi viña” es una invitación a trabajar con Dios en la obra de nuestra santificación y la de los demás. Es un trabajo apasionante y el jornal no puede ser más desbordante. Recibid mi afecto y mi bendición: «Id también vosotros a mi viña» Q
MES DEL ROSARIO, VIRGEN DEL PILAR
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El año entero está salpicado de fiestas de la Virgen, y el mes de octubre está dedicado al santo rosario, subrayando la importancia de esta práctica piadosa en honor de María Santísima. El rosario es una oración que tiene a Cristo como centro: “bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. En cada misterio contemplamos algún aspecto de la vida de Cristo. Y esa contemplación la hacemos desde el corazón de su madre María. Con María, miramos a Jesús y vamos repasando los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, es decir, su nacimiento, su vida y su ministerio público, su pasión y muerte y su gloriosa resurrección. El rosario es una oración contemplativa, repetitiva del avemaría, en la que se trenzan el saludo del ángel y el de su prima Isabel y nuestra petición humilde “ruega por nosotros pecadores”. Hace pocos días en la Visita pastoral; al regalar a los niños del cole un rosario, les explicaba en qué consiste este rezo repetitivo. Una niña preguntó espontáneamente: ¿Y no te cansas de repetir tantas veces el avemaría? Le respondí: En el rosario, María nos pregunta: “¿Me quieres?” Y yo le respondo: “Te quiero”. Ella me pide: “Dímelo de nuevo”. Y así, una y otra y otra vez. Se trata, por tanto, de un diálogo de amor, y cuando dos personas se quieren, no se cansan de decírselo una y mil veces. El rosario es aburrido si se tratara solamente de repetición verbal de unas palabras. Pero si es la expresión de un amor, el amor no cansa ni se cansa. Algunos han comparado el rosario con la oración de Jesús, que en el oriente es tan frecuente. Esa oración consiste en repetir una y mil veces la oración que aparece en aquellos que se acercan a Jesús pidiendo un milagro: “Jesús, Hijo de Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador”. El libro “El peregrino ruso” lo explica muy bien. Es una oración que se pronuncia con los labios, pero que va calando progresivamente en el corazón, hasta identificarse con el mismo latido del corazón. “Jesús, ten piedad”. Jesús es el centro, a quien se invoca, en quien se cree, en quien se confía, a quien se ama. Y de esa mirada contemplativa al que puede sanarnos y darnos su gracia, volvemos a nosotros, que somos pecadores y pedimos misericordia. En el rosario ocurre algo parecido: La mirada se dirige a María continuamente, repetitivamente. Con las palabras del ángel, con las palabras de Isabel. “Llena de gracia”, “Bendita entre todas las mujeres”. Y de ella volvemos a nosotros: “ruega por nosotros pecadores”, con un añadido que pide humildemente el don de la perseverancia final: “y en la hora de nuestra muerte”. El avemaría es una oración muy completa, cuyo centro es el fruto bendito de tu vientre, Jesús. Cada misterio se inicia con el padrenuestro, la oración del Señor, y se concluye con el gloria a las tres personas divinas. Repetir una y mil veces este esquema tan sencillo, hace que el corazón descanse ya no tanto en las palabras, sino en la persona a la que se dirige: a María nuestra madre, a la que pedimos insistentemente que ruegue por nosotros pecadores. La llena de gracia en favor de los pecadores. He conocido muchas personas que han aprendido a rezar con el rosario. Al principio fijándose más en las palabras pronunciadas, después entrando en el corazón inmaculado de María, desde donde contemplar a Jesús en cada uno de sus misterios, donde María va asociada a la obra de la redención. Para muchas personas el rezo del rosario es una oración contemplativa, que introduce serenamente en la hondura del misterio de Dios de la mano de María, la gran pedagoga. Recemos el santo rosario. Recémoslo todos los días, en distintas ocasiones. Recemos el rosario en familia y por la familia, en estos días del Sínodo de la familia. Contemplemos cada uno de los misterios, tomando alguna lectura de la Palabra de Dios y haciendo peticiones por nuestras necesidades y por las del mundo entero. La Virgen del Pilar, que es venerada en toda España y muy especialmente en Aragón, nos alcance esa unidad de España que tanto necesitamos en los momentos actuales. Recibid mi afecto y mi bendición: En el mes del Rosario, la Virgen del Pilar Q
MES DEL ROSARIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:
El mes de octubre es el mes del Rosario, porque comienza con la fiesta de la Virgen del Rosario el día 7, instituida por la victoria de Lepanto (hace ahora 449 años). Otras posteriores victorias fueron atribuidas a María Santísima por el rezo del Santo Rosario, que la Virgen enseñó a Santo Domingo de Guzmán, y la Orden dominica se ha encargado de difundir por el mundo entero hasta universalizarlo.
En las apariciones de la Virgen en Lourdes (1858) y en Fátima (1917), ha insistido en el rezo del santo Rosario. El papa León XIII escribió varias encíclicas sobre esta devoción mariana; san Juan Pablo II dice: “El rosario es mi oración preferida”. Y el papa Francisco ha repetido: “El rosario es la oración que acompaña siempre mi vida, también es la oración de los sencillos y de los santos”.
En muchas familias es costumbre rezar unidos el santo Rosario a diario. “Familia que reza unida, permanece unida”, decía el P. Peyton en su campaña por un mundo mejor. Es la oración que trenza la contemplación con la oración vocal, que tiene un gran contenido bíblico, que contempla los misterios de Cristo desde el corazón de María. Es oración cristocéntrica y mariana al mismo tiempo, que repite el saludo del ángel a María a manera de la oración repetitiva oriental.
A muchos jóvenes, en mis años jóvenes y no tan jóvenes, los he iniciado en el rezo del Rosario. Y cuántos de ellos me lo han recordado y agradecido pasados los años. Es una oración que está al alcance de todos, es una oración sumamente sencilla, es una oración que enseña a orar a los humildes y sencillos. Benditas abuelitas que rezan y rezan el rosario, trayendo gracias abundantes para toda la Iglesia.
El Rosario se compone de cuatro grupos de misterios: los Misterios gozosos, referentes a la infancia de Jesús y que llenan de alegría el corazón. Los Misterios luminosos, que desgranan algunos momentos de la vida pública de Jesús. Los Misterios dolorosos, que contemplan la pasión y muerte del Señor. Y los Misterios gloriosos, que nos presentan la victoria de Cristo resucitado y la alegría irreversible de su resurrección. Hay personas que rezan las cuatro partes cada día. Hay personas que rezan una parte. Hay quienes rezan solamente un misterio. Lo importante es conectar por medio de esta oración con Jesucristo, sintiendo cercana la intercesión de María nuestra madre, que nos enseña a orar.
También en nuestros días necesitamos abrir nuestro corazón a Dios y mantener esta oración sencilla, que alimenta nuestra fe. Son también muchas las necesidades de nuestros días por las que hemos de interceder continuamente, por las que hemos de rezar el Rosario. La salud de los enfermos, la justicia y la paz en el mundo, la situación actual de nuestra sociedad, las intenciones del Papa y las necesidades de la Iglesia, además de nuestras necesidades personales y familiares. Pero sobre todo, el alejamiento de Dios que trae un mal radical para tantas personas.
La mayor carencia de la vida humana es carecer de Dios, y muchos de nuestros contemporáneos la padecen. Por eso hay que pedir insistentemente, sin cansarnos, para que muchos recuperen o descubran el sentido de Dios en sus vidas, y puedan disfrutar de los dones de Dios.
Al comienzo de curso en nuestra diócesis de Córdoba, pidamos al Señor por el Sínodo de los Jóvenes de Córdoba, que muchos jóvenes de nuestro entorno se encuentren con Dios, en su Iglesia; descubran a Cristo y la protección maternal de María.
Octubre es el mes misionero, pidamos en este mes especialmente por la extensión del Evangelio por todo el mundo. Pidamos por los misioneros que se juegan la vida cada día, en medio de múltiples carencias. Que María santísima los proteja siempre.
Pidamos por nuestra diócesis, por nuestros sacerdotes y seminaristas, por los que siguen de cerca al Señor en la vida consagrada, por las familias, los niños y los jóvenes. Pidamos especialmente por todos los que sufren por cualquier causa. Recemos el Rosario cada día, nos hará mucho bien a nosotros y a los demás. Recibid mis palabras con el mismo afecto y deseos de amor a la Virgen que tengo siempre por todos vosotros al rezar el santo rosario todos los días de mi vida.
DOMUND, RENACE LA ALEGRÍA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Animo, por tanto, a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, fundada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones” (Mensaje del Papa Francisco, 2014). La alegría del Evangelio surge del encuentro con Cristo, y no tanto de la búsqueda por nuestra parte, sino porque en esa búsqueda de sentido para nuestra vida, él nos ha salido al encuentro. La fe se produce en ese encuentro, que llena nuestro corazón de alegría. No podemos guardarnos la buena noticia que hemos recibido, y por eso salimos al encuentro de otros para hacerles partícipes de esa misma alegría. En la salida hacia los demás, los pobres son los privilegiados a quienes llega primero el Evangelio. Quienes están llenos de cosas y distraídos por otros afanes, el Evangelio les resbala. Quienes, por el contrario, se sienten pobres, están despojados, viven el sufrimiento, etc. ésos son privilegiados para el encuentro con Cristo. La Iglesia lleva a Jesucristo hasta los pobres y los que están disponibles para acogerle. Y en ese anuncio la alegría se multiplica. Celebrar el DOMUND es recordar esta dimensión esencial de la Iglesia. La Iglesia es misionera por naturaleza. No puede guardarse el Evangelio, no puede ocultar a Jesucristo, no puede retardar el anuncio para que otros tengan esa misma alegría. Por eso, es urgente la tarea misionera de la Iglesia, en la que todos estamos comprometidos. No se trata sólo de recordar el bien social que nuestros misioneros realizan por todo el mundo, un bien inmenso. Se trata de recordar en primer lugar el anuncio de Jesucristo. Es Jesucristo quien llama, es Jesucristo quien envía, es de Jesucristo de quien damos testimonio, es Jesucristo el que cambia los corazones y los llena de alegría. Y ese encuentro con Jesucristo se convierte en ayuda a todos los necesitados. Llegado este domingo, tenemos ocasión de agradecer a Dios la entrega generosa de tantos hombres y mujeres que han dado su vida al Señor para hacerlo presente entre sus contemporáneos, especialmente entre los más pobres. Son los misioneros que están por todo el mundo, nuestros misioneros salidos de Córdoba para el anuncio de Cristo y su evangelio a todos los hombres, los misioneros de todo el mundo, que han dejado su tierra y su gente para compartir su vida llevando a otros la alegría del Evangelio. Agradezco a todos los que desde nuestra delegación diocesana de misiones entregan su tiempo voluntariamente para este servicio misionero. Y agradezco a todos los fieles cristianos, niños, jóvenes y adultos, que se comprometen en esta bonita tarea. La Iglesia no impone a nadie su mensaje, no obliga a creer, no hace proselitismo. La evangelización se realiza por atracción. ¡Es tan bonito creer! Tener como amigo nada menos que a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Y es tan atrayente la vida de quienes se han encontrado de veras con Jesús. El problema misionero no es de carencias materiales, sino de falta de testigos. Por eso, todos estamos llamados a ser misioneros, es decir, a ser testigos de Jesucristo con nuestra vida, en nuestro ambiente, con el corazón ensanchado al mundo entero. La misión no excluye a nadie, sino que va preferentemente a los más pobres. Y con misioneros entregados y entusiasmados brotan vocaciones en esa dirección. Que el DOMUND de este año sea un motivo de alegría para todos. Hemos conocido a Jesús y no podemos callarlo ni ocultarlo, aunque al dar testimonio de él nos encontremos con el rechazo, la marginación e incluso la persecución. Esto mismo será una señal inequívoca de que estamos anunciando al que por nosotros se entregó voluntariamente a la cruz y ha vencido el mal, el pecado y la muerte con su resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición: Renace la alegría DOMUND 2014 Q
DOMINGO. CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS, LA MUERTE
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El final de nuestra vida en la tierra puede afrontarse de muchas maneras. A mucha gente le desespera no poder hacer nada ante la muerte, le deprime pensar en ello. Otros prefieren no pensar, y sin embargo, el momento se va acercando. Otros piensan que en la tumba se acaba todo, y hay que aprovecharse de esta vida todo lo posible sin ninguna referencia al más allá. Para un creyente en el más allá, la vida presente le sirve de preparación y alienta su esperanza en los momentos de dificultad. El cristiano plantea la vida como un encuentro personal con quien nos ama y nos espera. Es como el esposo que llega a casa y abraza a su esposa, como el padre que besa a sus hijos después de larga ausencia, como el amigo que se encuentra con la persona amada. El final de nuestra vida será como un encuentro feliz con quien esperábamos y nos saciará de su amor para siempre, un amor que nunca acabará, porque nos introduce en la eternidad. “Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor” (Flp 1,23), nos dice san Pablo. Porque “para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia” (1,21). Pero si es más necesario para vosotros quedarme todavía, me veo en una disyuntiva. Quiero estar con Cristo y quiero vuestro bien, Dios decida. Cuando uno descubre el amor del Señor, le entran unas ganas locas de irse con él. Y cuando ve el bien que por encargo de Dios puede hacer a los demás, se entrega a la tarea y a los demás con pasión. En un planteamiento cristiano no cabe el apego a esta vida, a sus riquezas y honores, a los placeres que pueden ofrecernos. Un cristiano vive centrado en Jesucristo, “nuestra esperanza” (1Tm 1,1). Santa Teresa de Jesús vivió esta experiencia. El deseo intenso de morirse aparece en las quintas moradas, para llegar al deseo sereno del encuentro con el Esposo en las séptimas moradas. Vehemencia en la pasión y sosiego en el amor crecido. El encuentro con el Esposo no depende primero de nuestra voluntad, sino de la voluntad del Señor, a la cual se rinde la nuestra. “Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera y como Dios quiera”, repetía santa Maravillas. El evangelio nos habla de esta espera esponsal: “¡Que viene el Esposo, salid a su encuentro!” (Mt 25,6). Había cinco doncellas que esperaban con sus lámparas, encendidas en el fuego de la fe y del amor. Y a pesar del sueño y del sopor de la espera, fruto de nuestro pecado, al grito de llegada, pudieron atizar sus lámparas y estar listas para entrar a la boda con el Esposo. Por el contrario, otras cinco doncellas no llevaban aceite en sus lámparas, su amor era escaso y ante el sopor de la espera, la llegada del Esposo les pilló desprevenidas y se quedaron fuera. La vida es una espera esponsal, que está sometida a la tentación y a la prueba del sopor y del enfriamiento en el amor. Conviene estar prevenidos con las lámparas encendidas y con reservas suficientes para que el amor sea más fuerte que el pecado, para que la espera sea más fuerte que la desesperanza, de manera que cuando lleguen los contratiempos, esa reserva de fe, ese amor encendido sepa cambiar las dificultades en ocasiones de crecimiento. La vida no es un camino hacia la muerte, porque el hombre no es un ser para la muerte. El hombre es un ser para la vida, y para la vida eterna, para siempre y sin fin. La muerte no es la última palabra de nuestra existencia. Cristo resucitado nos llama a una vida que no acaba, con El, en el gozo eterno. El mes de noviembre es mes de difuntos y del más allá. Solamente si vivimos la vida en la espera del Señor tiene sentido la espera y la esperanza. Unas veces con ardor y pasión, otras con amor sereno que espera el encuentro. Siempre con la certeza de que más allá de la muerte nos espera el abrazo amoroso de quien nos llama a la vida para siempre. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Que viene el Esposo! Q
DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA, PARTICIPA EN TU PARROQUIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”, dice el lema de este año para el Día de la Iglesia Diocesana. Esta jornada es ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en una dió- cesis concreta, la diócesis de Córdoba, que vive en comunión con la Iglesia universal y con todas las diócesis del entorno, la única Iglesia del Señor. Nuestra pertenencia a la Iglesia diocesana de Córdoba nos hace conscientes de una historia concreta de santidad, de evangelización, de acción caritativa y de celebraciones que van jalonando nuestras vidas. En la Visita pastoral que voy realizando, voy conociendo a muchas personas de toda clase y condición y me admiro de cómo colaboran en la edificación de la Iglesia. Catequesis, Cáritas, grupos de evangelización, múltiples celebraciones, fiestas y romerías. Realmente la Iglesia católica en nuestra diócesis tiene una presencia muy eficiente y transformadora del mundo, y atiende a los pobres de múltiples maneras, casi 200.000 en atención primaria. Nuestra diócesis cuenta con 301 sacerdotes diocesanos, y con una buena cantera de seminaristas que se preparan para el ministerio sacerdotal, 3.000 catequistas, más de 250 misioneros, 230 parroquias, 24 monasterios. Además de casi un millar de religiosos/ as que atienden colegios, parroquias, obras caritativo-sociales. Un batallón inmenso de seglares, que nutren su vida de fe en la Iglesia y al mismo tiempo son testigos de Jesucristo y su evangelio en nuestro mundo. Miles y miles de cofrades que sostienen la piedad popular. Nuestra diócesis es una diócesis viva, con una fuerte actividad en todos los frentes. Esta jornada es ocasión para agradecer a todos los que viven la Iglesia y hacen que la Iglesia esté viva. Pero no podemos dormirnos en la complacencia de lo que hemos recibido, en la vana complacencia. Todo lo recibido es para la misión, para darlo, para multiplicarlo. Y el Día de la Iglesia Diocesana nos plantea el reto de evangelizar con nuestra vida, con nuestro ejemplo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Para eso, la parroquia sigue siendo lugar de referencia, es la Iglesia que se acerca hasta nuestra casa, es el lugar donde podemos alimentar nuestra fe y vivir la comunidad que es la Iglesia. La parroquia es insustituible. Por otra parte, son necesarias las pequeñas comunidades, los grupos apostó- licos, la vida asociada según los distintos carismas en la Iglesia, donde cada uno encuentra la cercanía de la Iglesia y comparte su vivencia con otros, asumiendo compromisos de llevar esta Buena noticia a los demás. En este sentido, las mismas parroquias aglutinan muchas personas, unas organizadas en grupos, otras sin asociarse, pero todas colaborando en la acción de la Iglesia a través de su parroquia. Estamos expandiendo la Acción Católica General, que va cundiendo en muchas parroquias, como organización de los mismos seglares en plena y gozosa comunión con sus pastores para los fines propios de la Iglesia, a nivel parroquial y diocesano. Ojalá todas las parroquias tengan Acción Católica General (nivel de adultos, jóvenes y niños), como existe Cáritas o la organización de la catequesis parroquial. Es necesaria también la aportación económica, para afrontar tantas necesidades: en la atención a los pobres, en el mantenimiento de las instalaciones, en la restauración de los templos, en la realización de tantas actividades apostólicas. Nuestra dió- cesis crece cada año en la autofinanciación, es decir, los católicos ayudan cada vez más a la Iglesia con su aportación económica, aunque todavía nos falta camino por recorrer. El Día de la Iglesia Diocesana nos invita a caminar en esta dirección. Que en todas las parroquias se informe de los ingresos y gastos que se originan, pues la transparencia es siempre fuente de comunión. Que todos veamos la necesidad de aportar a la diócesis para los gastos comunes y para la solidaridad con los que tienen menos. “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”. Si te sientes verdaderamente miembro de la Iglesia, colabora, participa con tu actividad y con tu dinero, pues la Iglesia hace el bien a todos. Recibid mi afecto y mi bendición: Participa en tu parroquia Día de la Iglesia Diocesana Q
CRISTO REY
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Cristo Rey del Universo viene a ser como el broche de oro del año litúrgico, a lo largo del cual vamos celebrando a Cristo en sus distintos misterios: desde su anuncio, su nacimiento, su vida familiar, su vida pública predicando el Reino de Dios, su pasión, muerte y resurrección, su ascensión a los cielos y el envío del Espí- ritu Santo, la espera de su gloriosa venida al final de los tiempos para reunirnos a todos y entregar su Reino al Padre. Cristo Rey del Universo nos presenta a Jesús como el que ha conquistado los corazones humanos por la vía del amor y de la atracción, nunca por la violencia ni la prepotencia. Jesús ha conquistado nuestros corazones por la vía del amor, y de un amor hasta el extremo. En el centro del cristianismo se encuentra la ley del amor, del amor que Cristo nos tiene y del amor que nosotros le tenemos a él. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo unigénito, y por parte de Jesús nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Este es el mandamiento nuevo que Cristo nos ha dejado: que os améis unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros. La fiesta de Cristo Rey reclama nuestra atención ante esa estampa de Cristo que viene a juzgar a vivos y muertos al final de los tiempos. Sentará a unos a su derecha y a otros a su izquierda, para decir a unos: Venid benditos de mi Padre y heredad el Reino. Mientras a los otros les dirá: id malditos al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. La última palabra no está dicha todavía. Esa se la reserva Jesús, porque el Padre Dios le ha dado todo poder sobre el cielo y la tierra como juez universal. Mientras caminamos por esta tierra estamos siempre a tiempo de enfilar el camino de la vida, que nos conduce al cielo, aunque nuestros pasos hayan sido muy extraviados. Él continuamente nos brinda su misericordia, que sana nuestras heridas. Pero, en todo caso, el examen y la medida será la del amor. De manera que el ejercicio del amor sea nuestra principal tarea a lo largo de nuestra existencia. La persona humana está hecha para amar y ser amada y en ese ejercicio anticipa su felicidad. Por el contrario, cuando se deja llevar por el egoísmo, fruto del pecado, se aísla y se encierra en sí misma asfixiada por no poder amar, y en eso consiste el infierno. Dios nos ha hecho para amar, y de ello nos examinará Jesús al final de los tiempos, acerca de la verdad de nuestra vida. Impresiona en esta escena del juicio final que Jesús haya querido identificarse con sus hermanos más humildes. “A mí me lo hicisteis”. Cada vez que lo hicimos con cada uno de los necesitados y los pobres, lo hicimos a Cristo y él será el buen pagador que nos lo recompense en el juicio final. Cristo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo y en el privado de libertad, en el pobre y necesitado, víctima de tantas pobrezas añejas y nuevas. La realeza de Cristo es por tanto algo que se va fraguando en la vida diaria. Vamos dejándole reinar en la medida en que le dejamos espacio en una sociedad tantas veces dominada por el egoísmo y no por el amor, en la medida que aprendemos a amar. Cristo reina en la medida en que los pobres son atendidos, en la medida en que nos dejamos evangelizar por ellos. Cristo reina cuando en tales pobres descubrimos el rostro de Cristo, haciéndole a él lo que hacemos a nuestros hermanos. Cristo y los pobres ocupan un lugar central en el Evangelio, porque Cristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y proclama dichosos a quienes tienen un corazón pobre, desprendido, capaz de abrirse a las necesidades de los demás. Cuando los pobres son evangelizados y, más aún, cuando nos dejamos evangelizar por ellos, entonces el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Y cuando esto se extienda a toda la tierra, Cristo ejercerá su reinado y se mostrará Rey del Universo. Recibid mi afecto y mi bendición: Cristo Rey: «A mí me lo hicisteis» Q
CUARESMA 2020
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo continúa el Sermón de la montaña, donde Jesús va interiorizando los preceptos de Dios. Donde se dijo “ama a tu prójimo y aborrece a tu enemigo”, Jesús nos enseña a poner la otra mejilla cuando te abofetean en una de ellas. Es decir, no sólo no respondas con el tono con que has sido ofendido, sino que “no hagáis frente al que os agravia”. Esta doctrina no la ha enseñado nunca nadie más en toda la historia de la humanidad, es una enseñanza original de Jesús, que concluye: “Amad a vuestro enemigos y rezad por los que os persiguen”, y la razón más profunda de ello es para parecerse a Dios Padre, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Mirarnos en el espejo de Jesús puede resultar decepcionante, si ponemos la fuerza de nuestra santificación en nuestro esfuerzo y en nuestras capacidades. Cuando planteamos las cosas desde nosotros, malo es si no alcanzamos lo que pretendemos, pero peor aún si lo alcanzamos. En el primer caso, nos viene el desánimo y la desesperanza; pero cuando lo conseguimos, fácilmente nos lo atribuimos a nosotros y a nuestra capacidad, y brota espontánea la soberbia y el orgullo. El planteamiento ha de ser siempre desde Jesús, que nos ha prometido su Espíritu Santo como el que irá modelando nuestro corazón al estilo del corazón de Jesús. El agente principal, por tanto, de este camino a la santidad, de este camino de parecernos a Jesús es el Espíritu Santo. Él actúa discretamente, pero eficazmente. Sin él no podríamos dar un paso, y menos aún alcanzar la meta que nos propone el mismo Jesús. La vida cristiana no es una imitación externa de Jesucristo en cualquiera de sus virtudes. La vida cristiana consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo, no obstaculizando su acción poderosa y fecunda, y colaborando con él secundando sus inspiraciones. Por eso es posible la santidad. Si fuera un proyecto humano, nunca se alcanzaría. No, es un proyecto de Dios. “Esta es la voluntad de Dios: que seáis santos” (1Ts 4, 3). Y en las cotas del amor al prójimo, nadie apunta tan alto. Porque en la ley de la selva, el más fuerte se come al más débil. En la ley del Talión (“ojo por ojo y diente por diente”) se establece una proporción: te hacen una, tú puedes responder haciendo otra, pero no dos o tres. Ahora bien, al llegar al mandato de Jesús, el que ofende ha de ser objeto de tu amor. “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?. Eso también lo hacen los publicanos”. Aquel amor que nadie puede explicar de dónde viene, ese amor es de Dios en nuestros corazones. En el fondo, Jesús está haciendo un autorretrato de su propia vida. Eso es lo que él ha hecho siempre. De su corazón no brota nunca el odio ni la venganza. De su corazón sólo brota el amor. Y nos pone a su Padre Dios como referente, dándonos su Espíritu Santo como acompañante y abogado permanente. Podemos decir que en este mandamiento del amor a los enemigos Jesús nos resume la quintaesencia del Evangelio, que consiste en tener a Dios como Padre y en tratar a todos como hermanos, hijos del mismo Padre. Y puesto que todos somos limitados y pecadores, en la convivencia de unos con otros es necesario el perdón continuo, pedido con humildad y ofrecido con generosidad. Así nos parecemos a nuestro Padre Dios, porque tratamos de imitar a Jesucristo, acogiendo el don del Espíritu Santo. Así podemos ser santos como nuestro Padre celestial es santo. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Sed santos, sed perfectos
COMIENZA LA CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua, catecumenado para los bautizados y último tramo para los que van a recibir el Bautismo en las fiestas de Pascua. Tiempo de desierto, de más oración, de ayuno y de limosna. Tiempo de gracia y de perdón, tiempo de misericordia. En este primer domingo se nos presenta el relato del pecado original. No es fácil dar una respuesta a lo que nos sucede personalmente y a lo que sucede colectivamente: queremos el bien y lo hacemos, pero también hacemos el mal, queriendo y sin querer. Por qué somos capaces de hacer el mal, si nos repugna, si no estamos hechos para eso. Dios ha revelado que en el origen está su mano creadora, de la que todo ha salido bien hecho. Dios ha creado al hombre libre y en el origen hay por parte del hombre una respuesta negativa, el pecado. El pecado no tiene su origen en Dios, ni la muerte que es consecuencia del pecado. El pecado es hechura humana, y es hechura humana todo lo que de ahí se deriva. En el origen, aquellos primeros padres desobedecieron a Dios e introdujeron en la historia de la humanidad una verdadera catástrofe. Lo sabemos porque Dios nos lo ha contado y más aún porque en Cristo se nos ilumina nuestro nuevo destino y la gracia que él nos trae. Cuando en el camino de la vida cristiana hacia la santidad queremos seguir a Jesús, hay veces que nos cuesta y palpamos que es superior a nuestras fuerzas, no podemos. Entramos entonces en la dinámica de la tentación, de la prueba. Se nos sugiere el mal, y sentimos cierta connaturalidad, nos atrae. Cada uno conoce sus puntos flacos, conoce sus debilidades. El enemigo también las conoce, y nos ataca por ahí. La gracia de Cristo es superior a esas debilidades y por eso tenemos que orar sin desfallecer. Es decir, por la oración entramos en la órbita de Dios y percibimos por la fe cuál es nuestro destino, cuales son los medios de santificación y, como pobres e indigentes, le pedimos a Dios su gracia. La victoria viene después de la lucha y refuerza nuestras virtudes, aportándonos un organismo sano, sanado por la gracia de Cristo. En Cuaresma todo esto se activa especialmente. Por un lado, conocer cuáles son nuestras debilidades. Por otro, experimentar una vez más la gracia de Dios, que viene en nuestro auxilio. Y finalmente, combatir contra el enemigo, contra Satanás, para reforzar nuestras fortalezas y salir victoriosos en la lucha. San Agustín, doctor de la gracia, nos enseña magistralmente: “Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente por medio de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones” (Sermón 60). No nos asusten las tentaciones y las pruebas. De ellas, Dios quiere sacar mayores bienes para nosotros. Quiere hacernos conocer nuestras fortalezas y debilidades, quiere auxiliarnos con su gracia. Jesús ante las tentaciones salió victorioso, porque luchó ayudado de la fuerza del Espíritu Santo, y venció al demonio apoyado en la palabra de Dios. Jesús se fue al desierto para ser tentado y alentarnos a nosotros en la lucha diaria contra las tentaciones del maligno. Jesús no tuvo pecado, nunca se apartó de la voluntad de su Padre Dios. Nosotros somos pecadores, es decir, nos apartamos de la voluntad de Dios. Y por eso, necesitamos el perdón. La Cuaresma es tiempo de gracia y de penitencia. Hemos pecado, lo reconocemos. Por eso, acudimos a la misericordia de Dios, para nosotros y para los demás. Pedimos por los pecadores, entre los cuales estamos cada uno de nosotros, para que mirando a Cristo crucificado entendamos el amor de Dios, que es rico en misericordia. Recibid mi afecto y mi bendición: Q El pecado, la tentación y la victoria
SOBRE LA EUTANASIA QUE VIENE:
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Recientemente el Gobierno ha presentado para su tramitación en las Cortes un proyecto de Ley para afrontar el sufrimiento de enfermedades irreversibles y el final de la vida, reformando el artículo 143 del código penal, que castiga la eutanasia y el suicidio asistido. En esta nueva Ley queda legalizada la eutanasia y el suicidio asistido, como reconociendo el “derecho” que toda persona con una enfermedad irreversible tiene a eliminar esa situación, eliminando su vida. Nos encontramos ante un nuevo ataque a la dignidad de la persona, ante una nueva actuación de la cultura de la muerte, como señalaba san Juan Pablo II: “estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la «cultura de la muerte» y la «cultura de la vida»... tenemos la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida” (EV 28). La eutanasia consiste en poner fin a la vida de un paciente, y hacerlo deliberadamente, o con una sustancia letal o dejando de administrarle los cuidados ordinarios para sobrevivir. El objetivo de la eutanasia es poner fin al sufrimiento. Y el suicidio asistido consiste en proporcionar al enfermo, a petición propia, los medios necesarios para que se consume el suicidio. La atención al enfermo, por muy extrema que sea su situación y por muy altos que sean sus dolores, ha de estar inspirada por el amor a la persona, por el respeto a su dignidad humana, por el amor a la vida en toda circunstancia, y especialmente cuando esa vida es débil y vulnerable. A nadie le está permitido matar a otro por ninguna razón. En estos casos, se argumenta que la compasión –“para que no sufra”– permitiría acabar con su vida, pero con la ayuda de la ciencia, hoy es posible mitigar e incluso eliminar del todo el dolor sin necesidad de eliminar la vida de la persona. Eso se llama cuidados paliativos. Matemos, por tanto, el dolor, pero respetemos la persona, respetemos la vida, porque la vida es un don de Dios y nadie puede disponer de la vida ni en su comienzo ni en su final. En los cuidados paliativos es legítimo aplicar la sedación paliativa, donde se administran, bajo control médico, fármacos que eliminan el dolor. En este campo la ciencia ha avanzado notablemente, y la ciencia en este caso trabaja en favor del hombre. Los entendidos en este campo de la medicina y los que trabajan con enfermos en este campo no se cansan de repetir que falta una política y un desarrollo de los cuidados paliativos. Todavía en nuestra sociedad son miles de personas a los que no llegan tales cuidados, porque no hay presupuesto, ni medios ni personal dedicado a ello. Más que una ley de eutanasia hay que poner en marcha una línea de investigación y un objetivo de llegar a todos los que necesiten tales cuidados paliativos, y que nadie se vea privado de tales medios y de la atención personalizada, cuando le llega la necesidad. Por otra parte, no se trata de prolongar la vida indefinidamente y a toda costa, empleando medios desproporcionados para mantener esa vida al precio que sea. Se puede caer por este camino en el encarnizamiento terapéutico, que en definitiva alarga el sufrimiento que padece el enfermo y quienes le rodean. Dejemos que la persona muera en su momento, sin que le falten los medios ordinarios, pero sin necesidad de recurrir a medios extraordinarios para prolongar aquello sea como sea. En definitiva, Dios nos ha enseñado a amar la vida, pero no hemos de temer la muerte. Jesucristo va por delante en ese trago y nos da su mano para que no recorramos solos ese trayecto. Los que están en torno al enfermo han de ser un signo de esa ternura de Dios para con sus hijos más débiles, han de ser un testimonio sacrificado del amor de Cristo que ha querido acompañarnos desde dentro en ese paso de esta vida a la otra y asocia nuestro sufrimiento humano a su Cruz redentora. A nadie le está permitido matar a nadie, ni siquiera por la compasión de suprimir el dolor. Matemos el dolor, no matemos al enfermo. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Matemos el dolor, no matemos al enfermo
3º DOMINGO DE CUARESMA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tercer domingo de Cuaresma nos presenta la escena preciosa de Jesús en diálogo con la Samaritana, que tiene como centro el agua viva. Qué bonito pasaje, qué delicadeza la del Señor al acercarse a esta mujer, sin remilgos y con todo respeto. Iba cansado del camino y se sentó al borde del pozo de Sicar, en el manantial de Jacob. Jesús entra directamente: dame de beber. Jesús tiene sed, la misma sed que gritará desde la Cruz, sed del Espíritu Santo, sed de la fe de aquella mujer que estaba perdida. El agua tiene todo un significado simbólico en este y otros pasajes del Evangelio. Es como la gracia de Dios, en cuya ausencia nos morimos de sed, y que Jesús ha venido a traer a raudales, sin agotarse, capaz de saciar a todo el que se acerque a beber de él. “El que tenga sed que venga a mí y beba el que cree en mí; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva” (Jn 7, 37). Al acercarse Jesús a aquella mujer le pide agua para anunciarle un agua viva. Jesús no le reprocha nada, pero le recuerda su propia historia, una historia de desamor y desengaños. Ha tenido seis hombres, y ninguno ha podido saciar esa sed honda que el corazón humano siente de ser amado de verdad. La mujer al sentirse conocida y amada de una manera nueva, como nadie nunca la había amado antes, le pide a Jesús esa agua viva de la que su corazón está tan necesitado. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. Aquella mujer descubrió a Jesús, como el que tenía que venir a salvar el mundo, y se hizo discípula misionera de Jesús. Fue a su pueblo y habló de Jesús a sus paisanos, habló de Jesús con entusiasmo, hizo partícipes a los demás de su propia experiencia de sentirse amada por Jesús. Y muchos creyeron en Jesús por el testimonio de la Samaritana y le pidieron que se quedara con ellos algún día. Para Dios no hay discriminación de hombre o mujer, unos y otros están llamados a entrar en el corazón de Cristo, experimentar su amor incondicional y ser testigos de ese amor ante los demás. Nadie nos ha amado nunca como nos ama Jesús, en cuyo corazón encontramos la misericordia abundante de Dios para nuestras vidas. Santa Teresa de Jesús se sentía muy identificada en este pasaje de la Samaritana. Locamente enamorada del Señor, se identificaba con esta mujer a la que Jesús le ofrece un amor sin medida, sin egoísmo, un amor que sana y redime, un amor que dignifica. Amante de la naturaleza, del agua, las flores, Santa Teresa gustaba detenerse a contemplar este pasaje, donde Jesús nos ofrece un agua viva, que sacia los deseos más hondos del corazón humano, gustaba identificarse con esta mujer pecadora a la que Jesús sana con un amor redentor. La Cuaresma no es simplemente un camino por el desierto árido de la penitencia. En este camino encontramos también oasis con agua abundante, en los que podemos reponer fuerzas para seguir adelante. Ese oasis es el corazón de Cristo, manantial abundante de Espíritu Santo, fuente de gozo y de salvación, perdón abundante para nosotros pecadores. En estos domingos celebramos el Día del Seminario, los seminaristas recorren la Diócesis en misión vocacional, dando testimonio de su encuentro con Jesús, que les ha cambiado la vida. Necesitamos sacerdotes para nuestra Diócesis y para la Iglesia universal. Sacerdotes santos. Oremos por los que se preparan al sacerdocio en el Seminario, oremos por sus formadores y oremos especialmente por los jóvenes que sienten la llamada y se lo están pensando. En nuestra diócesis de Córdoba hay un clima vocacional, donde párrocos, catequistas, familias y otros jóvenes contribuyen a que la respuesta a la llamada de Dios sea posible. Sed generosos en la colecta del Día del Seminario, Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Él te dará agua v
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DOMINGO DE RAMOS
DOMINGO DE RAMOS, en la pasión del Señor Siempre me ha llamado la atención el titulo litúrgico de este domingo. Por un lado, aclamaciones, vivas, aplausos a Jesús que viene como rey a salvarnos. Y por otra, comienzo de la pasión, que conduce a la muerte, para celebrar con gozo desbordante la resurrección el próximo domingo, día de la Pascua anual, día del Señor por excelencia. Pues, entremos de lleno en este domingo de ramos. Este año no tenemos ni borriquita, ni palmas, ni ramos, ni bulla de niños en torno a Jesús. Pero es ocasión propicia para proclamar a Jesucristo como rey de nuestros corazones. ¿Quién manda en tu corazón, en tu vida? En este domingo renovamos el deseo de que sea Cristo quien manda, y queremos ponernos a sus órdenes en todo. Ahora bien, si Jesucristo es tu rey, entra de lleno esta semana en el misterio de la redención que él ha llevado a cabo para toda la humanidad. Escucha con atención la pasión que hoy se proclama en el evangelio, y medítala pausadamente en algún momento de tu oración personal. Cuántas lecciones nos da Dios en estos momentos de confinamiento: la convivencia familiar, el servicio de unos a otros, el testimonio heroico de quienes trabajan en primera línea del campo de batalla, la solidaridad de todos quedándonos en casa para derrotar el virus, la preciosa lección de tantas personas que parten de este mundo en la paz de Dios. Nunca nos habíamos imaginado que seríamos capaces de tanto. Y es que en las situaciones límite, sale lo mejor de nosotros mismos. Creo que junto a todo eso, se da la experiencia de que Dios está cercano, que nos asiste con su gracia, que nos ha dado a su madre como madre nuestra, María Santísima. Que nos hace palpar la experiencia de Iglesia en su modalidad doméstica y sus abundantes testimonios de caridad activa. Este confinamiento es ocasión para la oración personal y en familia. Vemos que salen a la luz la generosidad y la caridad ampliadas. Me llegan testimonios de sacerdotes que inventan formas diferentes con tal de estar cerca de sus fieles de múltiples maneras y alentarlos en esta situación, algunos poniendo en riesgo su vida por atender sacramentalmente al pueblo de Dios, con enfermos, con ancianos, con pobres. Hay párrocos que suministran la Santa Comunión a sus fieles por medio del padre o madre de familia cuando sale a la compra, pasa por la parroquia y lo lleva respetuosamente para todos los de casa. No podemos vivir sin víveres para el cuerpo, no podemos vivir sin Eucaristía para el alma, además de la comunión espiritual. Nos llegan testimonios de religiosas que se juegan la vida en la atención a los ancianos, y lo hacen por Dios, afrontando incluso campañas mediáticas de desprestigio (bien orquestadas), cuando lo están dando todo por los ancianos sin ninguna nómina durante toda su vida, a coste cero para la sociedad. Y un sinfín de iniciativas de jóvenes y adultos para estar cerca de los más necesitados. Cuando salgamos de esta, reconoceremos que Dios ha estado muy a nuestro lado y que la caridad cristiana no es “opio del pueblo”, sino la expansión del amor que brota continuo del Corazón de Cristo. Sigamos así, porque los momentos de prueba aquilatan la verdadera virtud. En la pasión según san Mateo que escuchamos en este domingo de ramos, Jesús vive la oración del huerto en la angustia terrible y nos invita a orar, conoce la traición de Judas, la conspiración que acaba con su vida, el olvido incluso de sus amigos, la sentencia injusta de condena a muerte y la ejecución en el suplicio de la cruz, donde expiró. Pero allí estaban aquellas buenas mujeres y algunos discípulos dándole una digna sepultura. Y sobre todo estaba su Padre-Dios sosteniendo aquella entrega por la salvación del mundo entero. Y allí estaba María, como nos refiere el evangelio de san Juan, cuando nos la dio como madre. Reflexionando estos días, he caído en la cuenta de que los Santos Niños de Fátima Francisco y Jacinta murieron en la última pandemia de hace un siglo, en 1918. Hemos celebrado hace poco el centenario de su muerte. Pues aquella epidemia fue la ocasión de que consumaran su entrega al inmaculado Corazón de María, que en Cova de Iría les había mostrado su Corazón. Y mientras vivieron su enfermedad ofrecían sus pequeños sacrificios “por los pecadores”, hasta que la Señor se los llevó al cielo. Un ejemplo precioso para todos nosotros, llamados a ofrecer lo de cada día para el perdón de los pecados, propios y ajenos. Y constatar que al final el Corazón inmaculado de María triunfará. Recibid mi afecto y mi bendición: + Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
LA ALEGRÍA DE LA PASCUA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La liturgia de la Iglesia en estos días de Pascua rebosa alegría por todas partes, y la razón única de esta alegría desbordante es que Cristo ha resucitado. Falta nos hace una buena dosis de esa alegría para los momentos que estamos viviendo, acosados por la muerte en múltiples frentes. Necesitamos la alegría que nos viene de la resurrección del Señor, como una alegría verdadera. La alegría verdadera, la que dura, no viene de fuera adentro, sino de dentro afuera. Es una alegría en el corazón. Así lo han vivido los apóstoles, las mujeres que fueron al sepulcro, los múltiples testigos que lo vieron resucitado. Basta leer cada uno de los relatos, que nos transmiten los Evangelios, para conectar con esa alegría que ha llenado el corazón de tantísimas personas a lo largo de la historia. Hasta nosotros llega esa alegría, abramos el corazón para recibirla. La fe cristiana tiene como centro la persona de Cristo. Y el fundamento de nuestra fe cristiana es precisamente este: que Cristo no está muerto, sino que ha vencido la muerte y vive otra vida, nueva y distinta, para siempre. Ya en los primeros tiempos se cuestionaban este anuncio, y san Pablo afirma rotundamente: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe… Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (1Co 15,14). Es el encuentro con Cristo el que cambia radicalmente nuestra vida. Conectar con quien ha vencido la muerte nos abre un horizonte insospechado, que llena nuestro corazón y nos hace respirar hondo. Porque el problema del hombre es que antes o después tiene que enfrentarse a la muerte, y todos sus proyectos se vienen abajo. Y no basta esa supervivencia colectiva en la que algunos se amparan. Cierto, soy miembro de una sociedad, pero me interesa sobre todo si yo en persona viviré. En estos días en que la muerte nos toca tan cerca, esta es la pregunta fundamental: quién me librará de la muerte. Nadie puede hacerlo, sólo Cristo puede darte alas de una vida que no se acaba, porque sólo él ha resucitado de entre los muertos. Y nos quiere comunicar esa vida que no acaba. Jesucristo no sólo nos abre el horizonte del cielo, que es nuestra meta, sino que nos libra del miedo a la muerte, que nos tiene pillados, nos tiene esclavizados. Nos cuesta la vida entera aprender esta actitud. “Jesús participó de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Hbr 2, 14-15). En las circunstancias actuales del coronavirus mueren muchas personas, pero además es toda la población la que vive con un miedo terrible en su corazón. Están pillados terriblemente por este miedo a la muerte. A eso viene Jesús, y esa es la gran noticia que la Iglesia tiene hoy para el mundo, para todos los hombres. Cristo ha resucitado y nos abre de par en par las puertas del cielo. Y Cristo resucitado nos libra del miedo a la muerte. Cada uno debe aportar lo que tiene en este momento de crisis. El personal sanitario aporta su trabajo infatigable con grave riesgo para su vida. Otras muchas personas están dando su vida de manera admirable. Qué podemos aportar los cristianos. Nosotros podemos aportar nuestra fe vivida, el testimonio de Cristo resucitado, que nos libra de la muerte y del miedo a la muerte. Había un paralítico en la puerta del Templo de Jerusalén, pidiendo limosna Y Pedro le dijo: “No tengo oro ni plata, pero en nombre de Jesucristo, levántate y anda” (Hech 3,6). Pues eso, además de todos los recursos humanos, económicos, científicos y técnicos tan necesarios en este momento, los cristianos te damos lo que tenemos y que nadie más te podrá dar: la fe en Cristo resucitado que llene tu corazón de paz y de alegría en medio de las pruebas. La certeza de la resurrección hace que la persona humana no sea un ser para la muerte, sino para la vida. Ahí está el secreto de la esperanza, para mí y para todos. Queridos hermanos, rezo cada día por toda la diócesis. Quisiera que todos escucharan este anuncio, que les hará mucho bien y les llenará el corazón de alegría: Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado!. Cristo ha vencido la muerte, y quiere liberarnos del miedo a la muerte. Es urgente, hoy, ahora que seamos testigos de esto para este mundo que sufre. Recibid mi afecto y mi bendición:
CARTA PARA LA SEMANA SANTA DE DEMETRIO FERNÁNDEZ, OBISPO DE CÓRDOBA
«Vayamos con él» es el título de la carta para la Semana Santa de Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
La Semana Santa nos trae el misterio de nuestra redención para celebrarlo, revivirlo, incorporarnos a él y rejuvenecer nuestras fuerzas con su gracia. En Córdoba, comenzamos la Semana Santa con la fiesta de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, a la que siguen viacrucis por todas partes, que nos invitan a la conversión y a la penitencia. Y culminará con la celebración gozosa de la Vigilia pascual y el domingo de Pascua de Resurrección
Entremos con Jesús en Jerusalén, y con los niños y jóvenes aclamemos a Jesús como el que viene a salvarnos. El viene humilde y sencillo, a lomos de una borriquita, pero acepta ser proclamado como el que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel, el único salvador de todos los hombres. Su retiro en Betania le prepara de manera inmediata a los acontecimientos que se acercan.
“He deseado enormemente comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer”, les comunica a los apóstoles al sentarse a la mesa para la cena pascual, en la que instituye el sacramento de la Eucaristía, el ministerio sacerdotal que la prolonga en la historia y el mandato del amor fraterno, que hace presente a lo largo de los siglos la presencia de Cristo.
De nuevo se nos levantará ante los ojos a Cristo crucificado: “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y adoramos esa cruz bendita, que tantas veces rehuimos, y que el viernes santo besamos agradecidos. “Dolor con Cristo dolorido, quebranto con Cristo quebrantado”, nos recuerdan los Ejercicios de san Ignacio, y dolor con tantas personas que sufren por culpa de otros (injusticias y pecados) y por las propias culpas. Dolor reparador, solidaridad, restauración. Para vivir el silencio del sábado santo, junto al sepulcro, a la espera de la Resurrección.
Y en la Vigilia pascual, la madre de las vigilias, gozo incontenible porque Cristo ha vencido la muerte y ha resucitado. Verdaderamente, ha resucitado, y ha cambiado el curso de la historia de la humanidad, introduciendo savia nueva, su Espíritu Santo, en las venas de la humanidad.María santísima ha vivido todo este recorrido con singular protagonismo, junto a su Hijo. Ella quiere vivirlo este año junto a cada uno de nosotros, con la Iglesia, con cada hombre que sufre. Como madre que sabe consolar y anima a la esperanza. Virgen de los dolores y Madre de la alegría, Señora nuestra.
Vivamos estos días con Jesucristo. Vayamos con él, a la pasión, a la muerte, a la resurrección. Él nos dará su Espíritu Santo, y renovará la faz de la tierra. Nosotros podremos prolongar en la historia su presencia transformadora, en la medida en que nos dejemos mover por el Espíritu.
ENTERRAR A LOS MUERTOS OBRA DE MISERICORDIA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La caridad cristiana incluye la obra de misericordia corporal de enterrar a los muertos, además de la obra de misericordia espiritual de rezar por ellos. Así lo hacemos normalmente, pero la actual pandemia ha trastocado ese momento vital de la muerte, y hemos de estar especialmente atentos para no dejarnos arrollar por las estadísticas frías. La situación actual de la pandemia ha multiplicado el número de muertos, que además de morir en la soledad y sin familiares cercanos, son conducidos aprisa al cementerio para su sepelio o cremación, sin apenas acompañamiento de la familia. En cualquier caso, la legislación del estado de alarma prevé que al momento del sepelio asista el ministro del culto correspondiente, entre nosotros el sacerdote católico. Os agradezco, queridos sacerdotes, que por caridad cristiana estemos cerca de la familia en estos momentos de dolor tan especial y asistamos al cementerio para dar cristiana sepultura a nuestros difuntos cristianos. El que muere es miembro de nuestra comunidad parroquial y queremos acompañarle en ese último adiós, hasta que volvamos a vernos en el cielo, como esperamos. La fe cristiana refuerza esa dignidad de los difuntos, porque ese cuerpo que ahora enterramos en debilidad Dios lo resucitará en fortaleza al final de los tiempos. Nuestra presencia en el momento del sepelio es también un acto de fe explícita en la vida que continúa más allá de la muerte y en la resurrección de los muertos al final de los tiempos, al tiempo que un acto de la más noble compasión para con los familiares. Por otra parte, hemos de consignar en el Libro de Difuntos a cada uno de los enterrados y para eso hemos de ser solícitos en recabar la licencia de sepultura que expide el registro civil para su enterramiento, y según el mismo asentar la correspondiente partida en el archivo parroquial. Cuánto agradecen los familiares que estemos cerca de ellos en esos momentos, pero especialmente en estas circunstancias en que todo se complica. Me llegan varios testimonios de ello. Normalmente hemos contado siempre con la colaboración de las funerarias, pero en estos momentos tienen la tentación de no colaborar, quizá por la saturación del servicio. El cauce ordinario, por tanto, se ha trastocado. Por eso, me dirijo a todos los fieles para rogarles que oren especialmente por los difuntos que mueren en estas circunstancias de pandemia e insistir a todos los familiares que llamen al párroco, para que atienda esos momentos del sepelio con la oración de la Iglesia. Más tarde podrán celebrarse los actos comunitarios debidos, pero ahora en el momento de la muerte y del sepelio reclamemos la presencia del sacerdote, como nos reconoce la legislación del estado de alarma. Si en algún lugar de nuestra diócesis el párroco tuviera especiales dificultades para asistir al sepelio de sus feligreses, comuníquelo a su arcipreste o vicario, y rogamos a los familiares y a todas las personas interesadas llamen al obispado de Córdoba, al teléfono 957 496 474; o escriban un e-mail a la siguiente dirección: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo., solicitando esa presencia de un sacerdote. Se nos han dado ya varios casos. Vivimos, por tanto, una situación inédita en relación con los difuntos, en la que la caridad cristiana no puede inhibirse, quitándonos el muerto de cualquier manera. Atendamos a los enfermos, a los que pasan hambre, a los niños, a todos los que sufren. Pero no descuidemos a los difuntos y a sus familiares en un momento tan imborrable para la conciencia personal y colectiva, como es la despedida de un ser querido. Cada uno de los que mueren tiene derecho a un sepelio digno y la familia tiene derecho al duelo por aquel familiar fallecido. Revisen las funerarias si ofrecen los servicios que tienen contratados con sus afiliados. Los familiares pueden continuar encargando Misas en sufragio por sus difuntos, como es costumbre cristiana. Por los difuntos podemos ofrecer también la indulgencia plenaria en sus formas habituales de alcanzarla, además del rezo del Rosario u otras oraciones. No consideremos el número de muertos como una fría estadística, que va modulando su curva a medida que pasa la pandemia. Cada uno de ellos tiene una familia concreta, y quizá alguno de nosotros hayamos sido tocados de cerca por la muerte de algún familiar o de algún vecino o conocido cercano. “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor: así que, ya vivamos, ya muramos, somos del Señor. Pues para eso murió y resucitó Cristo, para ser Señor de muertos y de vivos” (Rm 14, 8-9). Recibid mi afecto y mi bendición:
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4º DOMINGO DE PASCUA, DEL BUEN PASTOR
HERMANOS Y HERMANAS: En el cuarto domingo de Pascua, la liturgia vuelve a presentarnos la figura de Jesucristo buen pastor. “Yo soy el buen Pastor”, nos dice Jesús con ese matiz de belleza, de bondad, que le hacen más atractivo aún. Está aludiendo a toda una tradición en la que Dios ha prometido darnos pastores según su Corazón, a la vista de tantos pastores mediocres o incluso malos, que se aprovechan de las ovejas – de su leche y de su lana- en lugar de servirles, dando la vida por ellas. Dios había prometido “Yo mismo las pastorearé” (Ez 34,15) y esa promesa se cumple en Jesús: “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11). Es una de las figuras más entrañables con la que Jesús se presenta en el evangelio. Lleva consigo la solicitud amorosa, la búsqueda de la oveja perdida, que al ser encontrada es colocada sobre los hombros del buen pastor con toda la ternura y la misericordia que supone buscarla y encontrarla, y con toda la alegría para el corazón de Dios por el hallazgo. Jesús contrapone la figura del buen pastor, que ama sus ovejas, que las conoce a cada una por su nombre, del contraste con la figura del funcionario asalariado, que cumple más o menos con su labor, pero no las ama, no las conoce una por una. Y la prueba de ello es que, cuando viene el lobo, el buen pastor no huye, sino que afronta la dificultad a riesgo de su vida, mientras que el asalariado cuando llega la dificultad huye y deja abandonadas las ovejas. Qué gran actualidad adquiere en estos días esta imagen de Jesús buen Pastor. Cada uno hemos recibido una misión por parte de Dios. Ha llegado la pandemia, y ¿qué hemos hecho?. Cada uno responda, mirando a Jesús el buen pastor. Me refiero en primer lugar a los pastores, empezando por mí, pero de manera más amplia me refiero a todos los que tienen alguna responsabilidad en la Iglesia o en la sociedad. Si en algún momento hemos sentido cobardía, miedo que hace retroceder, miremos a Jesús el buen pastor para aprender de él y pidámosle humildemente perdón por no haber estado a la altura. Pero a la luz de esta referencia, Jesús buen Pastor, me siento movido a dar gracias a Dios por tantas personas que han sentido la urgencia de ayudar a los demás y han vencido el miedo que paraliza. Estas personas han puesto en juego sus vidas, y muchas de ellas la han perdido. Al entrar en el fuego directo del combate han sido abatidas y han muerto dando la vida por los demás. ¿Puede haber algo más parecido a Jesús el buen Pastor? Vaya nuestro homenaje sincero a todos los que han muerto en estas semanas pasadas, y particularmente a los que han encontrado la muerte en el tajo de trabajo y precisamente de ese trabajo. Creo que es uno de los mayores testimonios que hemos podido recibir en estos días. Que el buen Pastor les haga disfrutar de los gozos eternos, ya que se han parecido a él al gestionar su vida, sus recursos, su salud. Y han antepuesto la ayuda a los demás a su propio interés. Este ejemplo de Jesús queremos que se extienda por el mundo entero. Y por eso hoy celebramos la Jornada Mundial de oración por las Vocaciones, donde se incluyen todas las vocaciones que llevan entregar la vida a Jesús para que otros tengan vida. Son las vocaciones de especial consagración: hombres y mujeres que dan su vida a fondo perdido, y hemos tenido claros ejemplos en estas semanas, para atender a los ancianos o atender a la vida naciente, atendiendo a las madres gestantes, o dedicarse a la educación para que la persona sea verdaderamente libre. Personas que dan su vida entera, no sólo unas horas de voluntariado, en la atención a los pobres, a los que quedan marginados por el egoísmo de los demás, víctimas del maltrato, de la violencia, de la explotación, del abuso, de la injusticia, etc. Hay personas dedicadas de por vida a rescatar a otros de las redes tóxicas en las que están atrapados. A los jóvenes especialmente os pregunto: ¿no merece la pena gastar la vida en un camino parecido? ¿Qué piensas hacer con tu vida? Oramos en este domingo del buen Pastor por todas las vocaciones consagradas, las que ya están para que perseveren hasta el final, dando su vida, y las que son llamadas ahora para que venzan los miedos y las dificultades y se arriesguen en esta preciosa aventura de parecerse a Jesucristo buen Pastor. Oramos también por las vocaciones nativas en países de nueva evangelización. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen Pastor, yo soy la puerta Q
HERMANOS Y HERMANAS:Hace 451 años moría en Montilla san Juan de Ávila. Cada año por el 10 de mayo acudimos junto a su sepulcro para celebrar su fiesta solemne en la basílica que lleva su nombre, y a lo largo del año no dejan de pasar obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, en grupos de familias o de parroquias, que peregrinan hasta el sepulcro del Maestro de santos. Este año nos encontramos sumergidos en una situación especial, y especial será la celebración de la fiesta de san Juan de Ávila. Normalmente es un día de encuentro de los sacerdotes de la diócesis de Córdoba, a los que unen otros que son gozosamente acogidos. Solemos rendir homenaje a los que celebran 25 y 50 años de sacerdocio (bodas de plata y oro), y es un momento festivo de convivencia entre todos. En estos últimos años, nos ha presidido alguna personalidad eclesiástica relevante, que nos une a la universalidad de la Iglesia y nos abre horizontes. La página web sanjuandeavila.net/sja2020 nos trae abundante material y recursos para hacer un “viaje” hasta Montilla y visitar los distintos lugares avilistas. Os invito a entrar en ella. Encontraréis textos bien traídos, videos del año jubilar y de cada lugar, una novena para este año especial. La diócesis de Córdoba se siente en la obligación de difundir esta figura eclesial para conocimiento universal y para provecho de todos. Y se une a otras tantas diócesis vecinas, en las que san Juan de Ávila ejerció importante influjo, en la que dejó huella profunda. Ante su fiesta, destacaría de san Juan de Ávila: -Su profundo amor a Jesucristo. El toque de la gracia vivido en Salamanca a los 18 años le hace cambiar de rumbo en su vida, el largo periodo de retiro en Almodóvar su pueblo, la experiencia de la cárcel en Sevilla, etc. le han ido puliendo su corazón en gran sintonía con los sentimientos de Cristo. Todo ello alimentado con una devoción grande a la Eucaristía, con largas horas de adoración, su amor a la Cruz, o mejor, a Cristo crucificado. Acercándose a él, constatamos que vive muy identificado con Cristo y nos hace mucho bien. Tiene páginas de una profundidad mística, que expresan no sólo la cultura adquirida sino la experiencia fuerte de un encuentro con Jesucristo que ha sido creciente a lo largo de su vida. Y junto a Jesús, la gran devoción a la Virgen María. “Más quisiera estar sin pellejo que sin devoción a la Virgen”, a la que llama enfermera del hospital de la misericordia de Dios. -Su gran celo apostólico. Le ardía el corazón por llevar las almas a Dios, por dar a conocer ese amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo y que es como fuego del Espíritu Santo. “Sepan todos que nuestro Dios es amor”, en un contexto en el que los reformadores hablaban de la cólera de Dios, de su justicia vengativa. Desde joven se arriesga a dejarlo todo, a venderlo todo repartiéndolo a los pobres y emprender camino a las misiones lejanas de México. El arzobispo de Sevilla se lo impidió y lo convirtió en “Apóstol de Andalucía”. Pero él no paró predicando misiones populares, explicando el catecismo a los niños, fundando colegios para formar a los jóvenes, fundando la universidad de Baeza, formando a los jóvenes sacerdotes, tratando en dirección espiritual a tantas personas a las que proponía directamente su vocación a la santidad. Trató con muchísimas personas, de toda clase y condición, que buscaban su consejo y dirección: con jóvenes y adultos, con seglares y casados, con clérigos y obispos, con religiosos. -Estuvo conectado con los más grandes santos de su época, el siglo de oro de la mística española, que acudían a él buscando su doctrina, su consejo y orientación. Donde hay un santo se apiñan otros muchos, y es que un santo no crece solo, sino en racimo con otros muchos: san Juan de Dios, santa Teresa de Jesús, san Francisco de Borja, san Ignacio de Loyola, por citar algunos. Los entendidos dicen que san Juan de Ávila es como la “puerta de la mística” del siglo de oro español, y qué siglo aquel. Maestro de santos, en sus últimos 15 años desde Montilla, como el mejor vino de solera, desplegó un influjo enorme hasta el concilio de Trento y los Sínodos de Toledo, Córdoba, etc. Una de sus preocupaciones fue elevar el nivel de formación y santidad de los sacerdotes, auspiciando que la reforma de la Iglesia debe ir precedida por la santidad de los sacerdotes. Benedicto XVI dijo al proclamarlo doctor de la Iglesia: “A lo largo de los siglos sus escritos han sido fuente de inspiración para la espiritualidad sacerdotal y se le puede considerar como el promotor del movimiento místico entre los presbíteros seculares”. Promotor del movimiento místico entre los presbíteros seculares, casi nada. Por eso, volvemos a él una y otra vez. Que su fiesta nos alimente el deseo de parecernos a él, por eso la celebramos. Recibid mi afecto y mi bendición: San Juan de Ávila Q
DIA DEL ENFERMOAcompañaren la soledad Pascua del Enfermo 2020
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una soledad buena, la que nos permite el descanso, la que nos pone en contacto con Dios, la que nos da impulso para llevar adelante la misión que Dios nos ha encomendado, para entregar nuestra vida a los demás. Esta soledad buena debe ser fomentada, de manera que nos libremos del torbellino de la actividad, del ruido, del estrés, del exceso de mensajes, comunicaciones, estímulos. Solo en la medida en que administramos esta buena soledad, nos hacemos capaces de darnos a los demás. Cuando nuestra vida es extrovertida, corremos el riesgo de no tener nada que dar, porque estamos vacíos. Pero hay una soledad que viene impuesta y que aplasta a la persona que la padece, porque toda persona está hecha para la relación. Es la soledad que aísla, que encierra en uno mismo. Es la soledad que procede de la marginación, del descarte, de la injusticia. Es la soledad que padecen tantas personas a las que la vida y el egoísmo de los demás han golpeado. Ancianos abandonados incluso por sus familiares. Personas que son abandonados por sus cónyuges, con lo que duele eso. Niños a quienes sus padres no atienden. Jóvenes víctimas del consumismo, que quedan en la cuneta de la vida. Añadamos a todo ello los migrantes y los refugiados que huyen de la guerra. La soledad es una de las principales causas de la exclusión social. En España, 4,7 millones de hogares son de una persona sola. 850.000 mayores de 80 años viven solos y con dificultades de movilidad. La Pascua del Enfermo se celebra en dos fechas al año: en torno al 11 de febrero, fiesta de Ntra. Sra. la Virgen de Lourdes, porque ella es salud de los enfermos, y en torno al VI domingo de Pascua, donde se busca que el gozo de la Pascua llegue especialmente a los enfermos. Este año, con el lema “Acompañar en la soledad”, poniendo el foco en tantas personas de nuestro entorno que viven solas, en una soledad impuesta, que las aísla y las destruye. Para todos ellos suena especialmente la invitación de Jesucristo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Jesucristo quiere entrar en la vida de todas estas personas y hacerse su compañero de camino, su alivio y su descanso. Y prolongado en su Iglesia, en la comunidad de los amigos del Señor, mover a los miembros de la comunidad cristiana para que salgan al encuentro de tantas personas solas de su entorno. La pandemia que vivimos y el confinamiento que por razones sanitarias nos viene impuesto, han acentuado esta soledad y nos han hecho más conscientes de personas que viven cerca de nosotros y están solas. También estas circunstancias han sido ocasión de nuevas iniciativas de acompañamiento en la soledad, y damos gracias a Dios por esta generosidad. El tiempo de Pascua en el que nos encontramos nos invita a vivir esta presencia gozosa del Señor en medio de nosotros, particularmente en el sacramento de la Eucaristía. Ahí se acerca a nosotros vivo y glorioso para acompañarnos en nuestra soledad, para dar sentido a nuestros trabajos, para hacer redentor nuestro sufrimiento vivido con amor junto a él. En este VI domingo de Pascua nos habla en el Evangelio de que no nos dejará solos y desamparados, sino que nos enviará otro Paráclito, el Espíritu Santo, como abogado defensor que estará siempre junto a nosotros para acompañarnos, para defendernos, para consolarnos. Cuando uno descubre la intimidad de Dios, que Jesucristo nos ha abierto para introducirnos en ella, ya no vive nunca solo. Tiene huéspedes que habitan en su alma: el Espíritu Santo, que nos hace entender lo profundo de Dios, el Padre omnipotente que nos cuida como a sus hijos queridos y Jesucristo, el Hijo hecho hombre, que comparte nuestra vida para darnos acceso a compartir la suya. Realmente, el Dios de Jesucristo ha venido para acompañar nuestra soledad, para aliviar nuestro cansancio, para dar alas a nuestra esperanza. Recibid mi afecto y mi bendición:
PENTECOSTÉS
VEN, ESPÍRITU SANTO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es una de las tres grandes fiestas del año litúrgico católico, una de las tres Pascuas del año. Está la Pascua de Resurrección, la fiesta de las fiestas. Y rematando la cincuentena pascual, la Pascua de Pentecostés. Además, se añade la pascua del nacimiento de Jesús, la Navidad. “Pascua” significa el paso de Dios por nuestra vida, en nuestra historia, en nuestra experiencia. Un paso de Dios que quiere divinizarnos, acercarnos más a Él, hacernos partícipes de su divinidad. En Pentecostés celebramos la venida del Espíritu Santo, que brota del corazón traspasado de Cristo en la cruz y resucitado. Ese corazón es como una ventana abierta de par en par por donde Dios se acerca hasta nosotros y por donde nosotros nos acercamos a Dios. Un corazón que ha sido taladrado por nuestros pecados y nos hemos encontrado con la gran sorpresa de un amor desbordante, que perdona, un corazón lleno de misericordia, que invita constantemente al arrepentimiento para entrar en comunión con Él. A los cincuenta días de la resurrección estaban los apóstoles reunidos en oración con María en el Cenáculo, y de repente vino el Espíritu Santo como un viento recio, posándose como lenguas de fuego sobre la cabeza de cada uno de ellos. Es la primera comunidad cristiana, fundada sobre el cimiento de los Apóstoles, aglutinados por la Madre, María Santísima. Es la primera comunidad de base, cuya alma es el Espíritu Santo. La Iglesia de todos los tiempos vuelve continuamente sus ojos a ese momento fundacional y a sus elementos esenciales. El Espíritu Santo es el aliento permanente de esta comunidad fundada por Jesucristo, es el alma de la Iglesia. El Espíritu Santo rejuvenece continuamente a la Iglesia, la embellece con sus dones y gracias, la presenta renovada y engalanada como una novia para su esposo, Jesucristo. El Espíritu Santo genera en nosotros una profunda sintonía con Jesucristo, nos hace sentirnos hijos de Dios, nos hace experimentar que Dios es nuestro Padre, que somos hermanos miembros de una misma familia. Vivir en gracia de Dios es vivir conscientemente esa relación filial, gozosa con el Padre; fraternal, amistosa, esponsal con el Hijo Jesucristo, habitados por el Espíritu Santo que ocupa nuestro corazón como un templo de Dios. Cuando uno vive esa relación honda con las personas divinas rompe el cerco de la soledad y el aislamiento, vive siempre acompañado, disfruta de una participación de la misma vida de Dios, vive en “otro mundo” y desde ese mundo se acerca a las realidades terrenas. Toda la vida cristiana es vida en el Espíritu Santo, es vida espiritual. En este día de Pentecostés celebramos también el Día del Apostolado Seglar y la Acción Católica, con el lema “Hacia un renovado Pentecostés”, haciéndonos eco del reciente Congreso de Laicos “Pueblo de Dios en salida”, celebrado en Madrid (14-16 febrero 2020), y que ha supuesto un nuevo impulso para la Iglesia en España con el protagonismo de los laicos en la vida de la Iglesia y en la vida pública de la sociedad actual. El coronavirus ha dejado en segundo plano este gran acontecimiento eclesial reciente, que habremos de retomar de manera inmediata mirando al futuro. Y la clave de esta renovación eclesial es la experiencia profunda de la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones, de manera que la Iglesia se renueve constantemente y ofrezca a la sociedad de hoy la alegría del Evangelio. No es momento de achicarse, tampoco de creerse más que los demás. Es momento de vivir la realidad de nuestras vidas: amados de Dios, somos incorporados al Cuerpo de su Hijo, y recibimos constantemente el Espíritu Santo que ahuyenta nuestros miedos y nos da el arrojo de lanzarnos con parresía (audacia) a la evangelización de nuestro tiempo. A darla vida, como Cristo, para la salvación del mundo. Pentecostés es el don perfecto de la Pascua. El don que Cristo resucitado hace a su Iglesia, el don del Espíritu Santo, nada menos que la tercera persona de Dios, que viene a vivir en nuestros corazones como en un templo. “Abramos la boca del alma, que es el deseo, y vayamos sedientos a la fuente de Agua Viva”, nos recuerda san Juan de Ávila. Recibid mi afecto y mi bendición: V
CORPUS CHRISTI
UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llega la gran fiesta del Corpus Christi, fiesta de la Eucaristía por excelencia, prolongación de aquel jueves santo, en que Cristo tomando el pan nos dice: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo; tomad y bebed, esta es mi sangre”. Y desde entonces hasta el día de hoy, por el ministerio del sacerdote, el pan se convierte en la carne gloriosa de Cristo y el vino en su sangre preciosa. Oh, sacramento admirable. Este sacramento es una invitación permanente a la asombrosa admiración en la adoración, es una provocación continua a comer el cuerpo de Cristo y entrar en plena comunión de amor con Él, constituye un envío permanente al cumplimiento del amor fraterno, que tiene en el Jueves Santo su mandato con el lavatorio de los pies. “Tocar la carne de Cristo” es frase querida al Papa Francisco, que repite cuando trata del tema de los pobres en la Iglesia y de nuestra correspondiente atención a los mismos. “No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor”, decía a los cardenales (29.06.2018). “Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con Él y a tocar la carne sufriente de los demás”. Es una expresión que se sitúa en la más pura tradición de san Ireneo, el teólogo de la carne de Cristo. Y significa palpar la realidad del misterio de la encarnación del Señor, que ha tomado una carne real, no imaginaria, que ha muerto realmente por nosotros y que ha resucitado con su propia carne, no en otro cuerpo dado en la resurrección. Palpar la carne de Cristo en los pobres significa percibir la prolongación de Cristo en cada una de las personas que sufren en el alma o en el cuerpo. “Lo que hagáis a uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Al llegar esta gran fiesta del Corpus, queremos comer la carne gloriosa de Cristo en la comunión eucarística y tocar esa misma carne de Cristo en los pobres, nuestros hermanos. La actividad de Cáritas es permanente a lo largo de todo el año. Cáritas es la organización de la caridad en la Iglesia. No es una ONG cualquiera, es el cauce organizado de los católicos para el ejercicio de la caridad y la atención a los pobres en nuestra sociedad. Existe en cada Iglesia diocesana y en cada parroquia. Y encuentra multitud de voluntarios que sirven en todos los aspectos necesarios, pero, sobre todo, acompaña a las personas que acuden a pedir ayuda. “No me tratan como simples funcionarios, me tratan con corazón y se hacen cargo de mi situación”, me decía hace poco una persona que acudía en busca de alimentos. “Lo más importante de Cáritas es el trato, el corazón que pone en todo lo que hace”, me decía otro indigente. “Cuando ya no tengo donde recurrir, me queda Cáritas siempre”. Los pobres necesitan comer, sí; pero necesitan sobre todo que los trates con dignidad, compartiendo su situación y ofreciendo lo que tienes a la vez que recibes grandes testimonios de ellos. En una sociedad como la nuestra en que cada uno va a lo suyo, merece la pena detenerse ante las personas necesitadas, al menos en estos días de la Campaña de Cáritas. “Somos capaces de amar sin medida”, es el lema de este año. Recuerda por un lado el amor de Cristo, que “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1), y con ese mismo amor nos manda que amemos a nuestros hermanos. Y nos recuerda al mismo tiempo los abundantes testimonios que hemos tenido cerca con ocasión de la pandemia. No se trata de un voluntarismo superior a nuestras fuerzas, a manera de héroes, que nos sitúe en una tensión insoportable ante un nivel inalcanzable. Se trata de recibir como un don de Dios la capacidad de amar, hemos sido hechos para amar, y el Espíritu Santo dado en nuestros corazones nos lleva a un amor sin medida al estilo de Cristo. Y al mismo tiempo vemos que, llegada la ocasión, la persona humana es capaz de estirarse y alargar su capacidad sin medida. Las ocasiones límite ponen a prueba nuestra capacidad y la agrandan, y no podíamos imaginar que la persona diera tanto de sí. En la virtud de la caridad no hay medida, cada uno llegue hasta donde le es dado llegar, y en el ejercicio de ese amor, él mismo se sorprenderá. “La medida del amor es amar sin medida” (San Bernardo). Ese amor se hace palpable, tangible. Cáritas tiende su mano para pedir tu colaboración económica. No hay cuestación por las calles, haz tu ingreso en la cuenta de Cáritas. Seamos generosos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad. Hoy Cáritas necesita tu ayuda más que nunca. Recibid mi afecto y mi bendición: Tocar la carne de Cristo, amar sin medida
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SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús, el viernes después del Corpus. Es la celebración del amor de Dios, que se ha expresado hasta el extremo en el corazón humano de Jesús, herido de amor por nuestros pecados. La devoción y el culto al Sagrado Corazón se acentúa en el contexto de la reforma católica en el ambiente de la reforma protestante. Frente a posturas que hablan de la justicia vindicativa de Dios y del castigo divino por el pecado humano, el Sagrado Corazón nos recuerda que ha sido el amor, sólo el amor, el que ha movido a Dios en su relación con los hombres. Y que ese amor perdura, a pesar de los muchos pecados de los hombres. Es más, que ese amor es capaz de sanar todas las heridas del pecado y es capaz de reciclar todo el odio humano para convertirlo en amor verdadero y duradero. Sólo el amor es capaz de transformar el mundo y la historia, nunca será el odio ni la venganza humana. El misterio central de la fe cristiana es una persona: Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne en las entrañas virginales de María. Dios verdadero y hombre verdadero. En la humanidad de Cristo, en su corazón humano, nos llegan todos los tesoros de Dios para los hombres. Y en ese corazón humano todos los hombres podemos devolver lo que hemos roto, puede repararse lo deteriorado en el corazón humano. El Corazón de Cristo se ha convertido en el punto de encuentro de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. Decía nuestro San Juan de Ávila: “Sepan todos que nuestro Dios es amor” y dedicó a este eje de la vida cristiana muchos de sus escritos, además del Tratado del Amor de Dios. Pues ese amor de Dios se ha hecho carne en el corazón humano de Cristo, nuestro Señor. Y el corazón de Cristo es todo un símbolo de ese amor. Por eso la devoción y el culto al Corazón de Jesús nos está recordando constantemente el centro y la síntesis de la vida cristiana: que Dios es amor. El símbolo del corazón nos habla de amor. Ese corazón está llagado por la lanza del soldado en la Cruz, ha sido herido por nuestros pecados, porque a Dios nuestros pecados le entristecen y le ofenden. Pero de ese corazón brota agua y sangre, para lavar nuestras manchas y redimir nuestros delitos. Es un corazón del que sólo mana amor, capaz de sanar nuestros desamores, nuestras heridas. Un manantial permanente de amor, para que acudamos a él todo el que tenga sed de vida y de amor. Es un corazón coronado de espinas. La burla con la que los soldados le encasquetaron esa corona es el resumen de nuestras frivolidades al tratar superficialmente el amor. Y, sin embargo, esa corona de burla es el símbolo de que Cristo es rey de verdad, no de burla. Es el único que puede poner orden en nuestro corazón y en la sociedad, porque ha ofrecido su vida para la reconciliación de todos. La fuerza del amor de Cristo es más potente que todas nuestras frivolidades, aprendemos a amar acercándonos a ese Corazón. El Amor no es amado, es incluso ofendido. Pero ese Amor ha reaccionado ante nuestros pecados con un amor más grande. En el símbolo del corazón aparece una llama de fuego, queriéndonos decir que ese Corazón es un horno de amor, que quema nuestras impurezas, que aquilata nuestras virtudes, como se aquilata el oro en el fuego. Un amor que no se agota nunca, que nunca se cansa de amar. La religión cristiana es la religión del amor, en ella no tiene ninguna justificación ni el odio, ni la venganza, ni la injusticia, ni la violencia, ni la explotación del hombre por el hombre, ni el abuso, ni la manipulación, ni la marginación o el descarte. Sólo el amor vencerá todas nuestras limitaciones y delitos. Acercándonos al Corazón de Cristo aprendemos a amar con los sentimientos de ese mismo Corazón, hasta implantar en el mundo la “civilización del amor”. Aprendamos en nuestras familias a amar así, entronizando el Corazón de Cristo en el centro de los hogares. Aprendamos en nuestra sociedad a introducir cada vez más el amor que brota de este Corazón. Aprendamos en la vida pública, en la vida política, a sembrar este amor, nunca el odio ni la crispación. Aunque parezca atajar el camino, el odio y la crispación retrasan siempre el progreso. El amor de Cristo nos enseña un camino de prosperidad cuando lo llevamos a la práctica. Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición: Un corazón vivo y palpitante de amor.
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DOMINGO 14 A
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El pasaje evangélico de este domingo XIV del tiempo ordinario es un autorretrato de Jesús. Él mismo se nos presenta hablando de su identidad, de sus sentimientos, de su invitación a seguirle. Toda esta proclamación se realiza en un clima de oración. La relación de Jesús con el Padre, con su Padre Dios, es una relación estrecha, profunda, íntima. En esta página Jesús nos abre su corazón para mostrarnos su relación especial con el Padre. Jesús vive colgado del Padre. Jesús es Dios, él sabe que es el Hijo de Dios y nos habla continuamente de ello, no lo disimula. Aquí lo manifiesta abiertamente. “Todo me lo ha entregado mi Padre”, la misma vida en el seno de Dios, pues tienen la misma naturaleza divina, y la vida humana por medio de María Virgen. La oración cristiana consiste en entrar en ese diálogo de amor que mantienen el Padre y el Hijo en la eternidad, diálogo que se ha introducido en el tiempo para hacérnoslo más accesible. Ese diálogo les sabe a gloria, y sabe a gloria a quien ellos introducen en el mismo. Estas cosas Dios las esconde a los sabios y las revela a los sencillos. La primera condición para entrar en ese diálogo de amor entre el Padre y el Hijo ha de ser la humildad, la sencillez de corazón. “Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. Qué tendrá la humildad que tanto atrae el corazón de Dios hacia su criatura. Santa Teresa de Jesús, usando la imagen del ajedrez, viene a decir que la humildad es la reina que da jaque mate al rey (Camino 16). El Evangelio está hecho para los humildes, por eso tantas veces no nos entra en la cabeza ni en el corazón. Al Hijo sólo lo conoce el Padre, al Padre sólo lo conoce el Hijo y a quien el Hijo se lo revele. No se trata de conocer a Dios en abstracto, Jesús nos da a conocer a Dios como su Padre y se nos manifiesta a sí mismo como el Hijo. El Dios cristiano es un Dios familia, comunidad de tres, diálogo permanente entre ellos. Este es el Dios de Jesús, nuestro Dios. “Venid a mí”. Jesús nos invita a seguirle, a estar con él, a entrar en su amistad. Él sabe que estamos agobiados. Y no nos agobian los problemas, el agobio nos viene de nuestros pecados pasados y presentes, y de las secuelas que han dejado en nosotros. Ese agobio sólo lo puede curar él. “Y yo os aliviaré”. Jesús no ha venido para fastidiarnos la vida, no ha venido para echar nuevas cargas sobre nuestros hombros. Jesús ha venido para hacernos la vida más llevadera, para aliviarnos la carga, para infundir esperanza en nuestros corazones fatigados. Nos lo expresa con la imagen del yugo, ese yugo que une a dos animales de carga que tiran del carro simultáneamente. Jesús nos invita a entrar en ese yugo, donde él tira más fuerte y donde la vida se hace pareja con el otro. Jesús nos invita a una relación de compartir el yugo (con-yuge). La carga más fuerte es muchas veces la propia soledad. Jesús nos invita a no vivir solos, nos invita a entrar en su yugo, a dejarnos acompañar por él y nos promete que es llevadero este yugo. Claro, si tira él del carro, esto puede ir adelante. No pretendamos hacer solos lo que Cristo quiere hacer con nosotros. No nos empeñemos en tirar del carro con nuestras solas fuerzas, porque nos reventamos y no prosperamos. Venid a mí, cargad con mi yugo, aprended de mí. “Soy manso y humilde de corazón”. Todo un programa de vida. Como los grandes pintores que con pocos rasgos dibujan un perfil. Jesús nos da estos rasgos de su propio perfil: manso y humilde. Manso por su buen carácter, por su acción pacificadora, por su equilibrio emocional. Qué bien se está con Jesús, no se enfada, no me echa en cara mis defectos, me ama, tiene paciencia conmigo. Y es humilde, nunca prepotente ni mirando desde arriba, sino arrodillado a los pies de sus amigos para lavarles los pies. Vale la pena hacerse amigo suyo, en él encontramos nuestro descanso. Recibid mi afecto y mi bendición:
DOMINGO XVII A
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Una tendencia fuerte del corazón humano es la tendencia a la fecundidad, a dar fruto abundante, a ver que nuestra vida sirve para algo y para alguien. En el Evangelio de este domingo, XV de tiempo ordinario, Jesucristo toca este tema, y lo hace con una parábola que todos podemos entender fácilmente. Nuestra vida es como una tierra fecunda, que si recibe buena semilla puede dar buenos frutos según la capacidad de cada uno. Esta tierra fecunda recibe la Palabra de Dios como un regalo de lo alto. No podríamos dar frutos de vida eterna si no recibiéramos de lo alto la gracia de Dios, que nos hace hijos en el Hijo, si no recibiéramos el Espíritu Santo, que nos hace fecundos. La semilla, por tanto, está garantizada, es de primerísima calidad. Viene después la tierra. Y en esta parábola, Jesús nos va explicando cómo hay quienes apenas acogen la Palabra, viene el enemigo y la roba. El enemigo es el Maligno, es Satanás. Su tarea es la de robar de nuestros corazones esa buena semilla, que, al no ser bien acogida, es fácilmente robada. Atención a esta acción del demonio. A muchos los entretiene, los distrae, los aparta de Dios. Es preciso que por nuestra parte hagamos un esfuerzo por labrar la tierra, para que produzca fruto. Precisamente porque es un don de lo alto, debemos poner toda nuestra atención para que el demonio no nos engañe y nos robe la Palabra de nuestro corazón. Otra actitud es la de acoger con alegría esa buena semilla, pero encuentra una tierra llena de piedras, con escasa profundidad y sin poder arraigar. En cuanto salió el sol, se secó. Hay cosas gordas en la vida humana que impiden a la Palabra echar raíces. Hay personas que dicen que no son creyentes por la cuenta que les tiene, es decir, porque no quieren quitar de su vida algo que va contra la ley de Dios. Prefieren ser infecundos y no ajustar su vida al plan de Dios. Así no hay fruto. Una semilla no puede arraigar en un terreno pedregoso. Para que la tierra quede mullida hay que empezar quitando lo más gordo, y luego vendrán otras labores. Otra actitud es la que representa la tierra con zarzas, espinas y otras hierbas. Quizá haya profundidad para acoger la Palabra y dar fruto abundante, pero esa tierra no está cuidada. Si se deja crecer la mala hierba, es imposible que el fruto perdure. Se ahoga. Son los afanes de la vida, los problemas que se acumulan, el trabajo que agota. Es la seducción de las riquezas por las que tantos se afanan. El corazón de estas personas está ocupado y, al tiempo que brota la buena semilla, brotan los propios intereses que no coinciden con los de Dios. En la vida cristiana hay todo un trabajo de ir quitando lo que estorba, es la tarea de la abnegación, de la mortificación. Aunque haya buenos deseos y buenos propósitos, porque la Palabra ha arraigado, si no se van puliendo los afectos desordenados, los apegos, llegarán a asfixiar los buenos frutos. Por último, Jesús habla de la tierra que está preparada, que va siendo cuidada. Esta tierra acoge la Palabra y da fruto. El corazón humano es capaz de dar frutos de vida eterna, de vida abundante, si es cuidado con esta buena semilla y con la colaboración esforzada de mimar la tierra. Qué satisfacción cuando vemos los frutos, y eso que todavía no acabamos de verlos del todo. Sembramos con esperanza y en su día cosecharemos. Esa tierra no se refiere a personas distintas. Todas esas actitudes o tipos de tierra pueden darse en una misma persona, por etapas de su vida, por diferentes aspectos de su personalidad. Se trata de que todo el corazón vaya convirtiéndose en tierra buena para que produzca fruto en todos los campos. Como en toda tierra de labranza, trabajo nunca falta, es tarea de toda la vida. El sembrador es excelente, la semilla es de primera calidad, la tierra de nuestra vida ha de ir cultivándose continuamente para que produzca frutos abundantes. Recibid mi afecto y mi bendición: Semilla buena en tierra buena.
DOMINGO XVIII
EL TRIGO Y LA ZIZAÑA
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo nos propone la parábola del trigo y la cizaña, una experiencia cotidiana de quien cultiva el campo, y de la que Jesús extrae una enseñanza fundamental para nuestra vida. Dios sólo es origen del bien, el mal no tiene nunca origen en Dios. Y se plantea la pregunta ¿por qué existe el mal en el mundo, en nuestro corazón, a nuestro alrededor? La parábola nos enseña que el buen sembrador ha sembrado buena semilla en el campo, ha sembrado trigo, y como tal esa semilla va creciendo hasta dar fruto y darnos un rico pan. Pero, junto a esa semilla buena, de la que se esperan frutos buenos, aparece otra hierba mala, la cizaña. Es muy parecida al trigo en su aspecto exterior, pero sus granos son tóxicos para el consumo humano. La reacción espontánea de los empleados en ese campo, cuando ven aparecer la cizaña, que ellos no han sembrado, es la de ir al dueño del campo para preguntar quién lo ha sembrado. La respuesta es clara: ha sido el enemigo. El enemigo del hombre en el lenguaje bíblico es siempre Satanás, cuya tarea permanente es la de sembrar el mal para apartarnos de Dios. Queda identificada, por tanto, la semilla tóxica y quién ha sido el que la ha sembrado. No ha surgido por generación espontánea, la siembra ha sido intencionada. Y viene entonces el núcleo de la enseñanza. La reacción espontánea y la propuesta es la de ir a arrancarla inmediatamente. Para que no haga daño al trigo, para que no confunda al labrador, para que los frutos de una y de otra no se confundan. Pero el dueño del campo señala rotundamente: No, que podíais hacer daño al trigo. Al arrancar la cizaña, corre peligro el trigo, que podría ser arrancado indebidamente. Hay males en nuestra vida y en la sociedad que habitamos que son fáciles de identificar y de luchar contra ellos. Nuestra lucha contra el mal ha de ser constante, una lucha sin cuartel. Pero hay males, que a pesar de ser identificados, no pueden ser eliminados de un plumazo. Se trata de convivir con ellos, fortaleciendo el bien que cultivamos y tolerando el mal que acompañan. Aquí, el discernimiento. Cuándo debemos atacar frontalmente el mal hasta erradicarlo y cuándo hemos de convivir con él tolerándolo para no hacer un mal mayor. El dueño del campo no procede a arrancar la cizaña para no perjudicar al trigo. No la arranca por respeto a la cizaña ni por darle otra oportunidad a la misma cizaña. La cizaña siempre será tóxica y cuanto más crezca peor. Sin embargo, para no dañar al trigo, permite que crezcan juntos el trigo y la cizaña. Tiempo habrá, cuando llegue la siega, de separar lo uno y lo otro. Y el buen trigo irá al granero, mientras que la cizaña irá a la hoguera, será destruida. Recurrían a mí hace unos días unos padres para que les aconsejara acerca de un hijo y de su mal comportamiento. Qué podían hacer. Acababa yo de meditar esta parábola, y encontré luz en ella para ofrecerla a esos padres angustiados. En cada actuación concreta, invoquemos al Espíritu Santo para ver qué tenemos que hacer. Pero en caso de duda, probemos en la línea de esta parábola, que algunos podrían calificar de tolerante, incluso en el mal sentido de la palabra. Dejadlos crecer juntos. Hay riesgo de que todo se vuelva cizaña. Hay riesgo de que el trigo, poco o mucho, se vuelva inservible si sus frutos se mezclan con el fruto tóxico de la cizaña. Dejadlos crecer juntos, nos dice Jesús hoy. No se trata de una indiferencia ante el mal ni se trata de favorecer el mal directa o indirectamente. Se trata de salvar el trigo. Y a veces para salvarlo hay que hacer la vista gorda ante la cizaña, que ha sembrado el enemigo. Ya llegará el momento de separar el trigo de la cizaña, pero ahora respeta la persona, respétala con todo el amor de tu corazón, respeta su libertad, como hace Dios continuamente con nosotros. Con este respeto a la persona por encima de todo, el trigo se fortalecerá y la cizaña quedará delatada por sí misma, de manera que el mismo sujeto que la padece será capaz de eliminarla en su momento. La pedagogía de Dios no siempre coincide con la nuestra. Recibid mi afecto
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DOMINGO 24 A 2020
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Las relaciones comunitarias tienen varias dimensiones y distintos aspectos. El domingo pasado Jesús nos hablaba de la corrección fraterna, en este domingo nos habla del perdón a quien nos ha ofendido. ¿Cuántas veces tengo que perdonar?, le preguntan. ¿Hasta siete veces? Es número completo, que señala la perfección. Es decir, si llego a perdonar siete veces, ya he dado la talla de la perfección. Y Jesús responde: -No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18, 22). Esto es, sin límite, siempre. Y les puso una parábola para explicar esta enseñanza. Jesús es verdadero maestro y gran pedagogo a la hora de hacernos entender las cosas grandes con ejemplos sencillos. Un hombre, deudor ante su dueño de una gran deuda, pidió a su dueño que se la perdonara; y se la perdonó. Y este mismo perdonado, ante un compañero que tenía pequeña deuda con él, le exigió que pagara hasta meterle en la cárcel. Cuando se enteró el dueño, indignado tomó cartas en el asunto y le ajustó las cuentas a este criado tan exigente con su compañero. “No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Jesús nos hace ver que el perdón a los demás tiene su fundamento en el perdón que hemos recibido nosotros de Dios. Por parte de Dios hemos sido perdonados hasta la saciedad, y no hemos de olvidarlo nunca, porque aquí está el argumento para que nosotros podamos perdonar a los demás hasta setenta veces siete, es decir, sin límite. Estamos tocando el núcleo del evangelio, el tema del perdón a quienes nos ofenden, que lleva incluso al amor a los enemigos. No hay doctrina más sublime en ninguna cultura ni en ninguna religión. Perdonar, perdonar siempre es la quintaesencia del cristianismo, es el amor más refinado. Es lo que ha hecho Jesús hasta dar la vida por nosotros. Quien recibe el Espíritu de Jesús, lleva en su alma este impulso a perdonar, como lo hizo él. Tenemos que ejercitarnos en ello, porque no sale espontáneo de la carne ni de la sangre. Así ha quedado plasmado en la oración principal del cristiano, el Padrenuestro: “Perdona nuestra ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Hay una correlación entre el perdón recibido y el perdón ofrecido, en ambas direcciones. Perdonar a los que nos ofenden nos capacita para recibir el perdón de Dios. Y al mismo tiempo, cuanto más recibimos el perdón de Dios y más conscientes nos hacemos del perdón que recibimos, más nos capacitamos para perdonar a los demás. En cualquier caso, sería una grave injusticia que no perdonáramos a los demás, cuando nosotros somos perdonados continuamente. El perdón cristiano no es simple cuestión de cortesía. Cuando Dios nos perdona, nos devuelve con creces los dones rechazados por el pecado, por las ofensas a él. Es decir, Dios se complace en volver a darnos lo que antes habíamos rechazado, incluso aumentándolo. Nos lo devuelve con creces. Y cuando nosotros perdonamos movidos por este mismo Espíritu Santo, nos hacemos capaces de restaurar en el otro lo que él ha perdido por la ofensa al hermano. En realidad, la vida cristiana es un camino de perdón continuo, puesto que somos débiles, pecadores y rompemos la alianza con Dios y el amor debido a los hermanos. Qué sería de nosotros sin esta dinámica de perdón. Y esa misma dinámica es la que debemos contribuir a implantarse en nuestra sociedad. Sólo las fuerzas humanas no serían capaces de este programa de perdón. Recibiendo a raudales el perdón de Dios y su gracia, nos vamos capacitando para perdonar a los demás. Y qué hondamente contentos nos sentimos al ser perdonados por Dios y por los demás, qué satisfacción la de poner perdonar a los hermanos hasta setenta veces siete. Recibid mi afecto y mi bendición: Setenta veces siete Q
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MES DEL ROSARIO04/10/20
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:
El mes de octubre es el mes del Rosario, porque comienza con la fiesta de la Virgen del Rosario el día 7, instituida por la victoria de Lepanto (hace ahora 449 años). Otras posteriores victorias fueron atribuidas a María Santísima por el rezo del Santo Rosario, que la Virgen enseñó a Santo Domingo de Guzmán, y la Orden dominica se ha encargado de difundir por el mundo entero hasta universalizarlo.
En las apariciones de la Virgen en Lourdes (1858) y en Fátima (1917), ha insistido en el rezo del santo Rosario. El papa León XIII escribió varias encíclicas sobre esta devoción mariana; san Juan Pablo II dice: “El rosario es mi oración preferida”. Y el papa Francisco ha repetido: “El rosario es la oración que acompaña siempre mi vida, también es la oración de los sencillos y de los santos”.
En muchas familias es costumbre rezar unidos el santo Rosario a diario. “Familia que reza unida, permanece unida”, decía el P. Peyton en su campaña por un mundo mejor. Es la oración que trenza la contemplación con la oración vocal, que tiene un gran contenido bíblico, que contempla los misterios de Cristo desde el corazón de María. Es oración cristocéntrica y mariana al mismo tiempo, que repite el saludo del ángel a María a manera de la oración repetitiva oriental.
A muchos jóvenes, en mis años jóvenes y no tan jóvenes, los he iniciado en el rezo del Rosario. Y cuántos de ellos me lo han recordado y agradecido pasados los años. Es una oración que está al alcance de todos, es una oración sumamente sencilla, es una oración que enseña a orar a los humildes y sencillos. Benditas abuelitas que rezan y rezan el rosario, trayendo gracias abundantes para toda la Iglesia.
El Rosario se compone de cuatro grupos de misterios: los Misterios gozosos, referentes a la infancia de Jesús y que llenan de alegría el corazón. Los Misterios luminosos, que desgranan algunos momentos de la vida pública de Jesús. Los Misterios dolorosos, que contemplan la pasión y muerte del Señor. Y los Misterios gloriosos, que nos presentan la victoria de Cristo resucitado y la alegría irreversible de su resurrección. Hay personas que rezan las cuatro partes cada día. Hay personas que rezan una parte. Hay quienes rezan solamente un misterio. Lo importante es conectar por medio de esta oración con Jesucristo, sintiendo cercana la intercesión de María nuestra madre, que nos enseña a orar.
También en nuestros días necesitamos abrir nuestro corazón a Dios y mantener esta oración sencilla, que alimenta nuestra fe. Son también muchas las necesidades de nuestros días por las que hemos de interceder continuamente, por las que hemos de rezar el Rosario. La salud de los enfermos, la justicia y la paz en el mundo, la situación actual de nuestra sociedad, las intenciones del Papa y las necesidades de la Iglesia, además de nuestras necesidades personales y familiares. Pero sobre todo, el alejamiento de Dios que trae un mal radical para tantas personas.
La mayor carencia de la vida humana es carecer de Dios, y muchos de nuestros contemporáneos la padecen. Por eso hay que pedir insistentemente, sin cansarnos, para que muchos recuperen o descubran el sentido de Dios en sus vidas, y puedan disfrutar de los dones de Dios.
Al comienzo de curso en nuestra diócesis pidamos al Señor por medio de su madre María a la que siempre escucha cuando rezamos el santo rosario que la juventud y las familias actuales de nuestro entorno se encuentren con Dios, en su Iglesia; descubran a Cristo y la protección maternal de María.
Octubre es también el mes del Domund, el mes misionero, pidamos en este mes especialmente por la extensión del Evangelio por todo el mundo y especialmente en nuestra España que con estos gobiernos ateos se está alejando de Dios y de la salvación eterna. Pidamos tambien y especialmente por los paises de misión, por los misioneros que se juegan la vida cada día, en medio de múltiples carencias. Que María santísima los proteja siempre.
Pidamos por nuestra diócesis, por nuestros sacerdotes y seminaristas, por los que siguen de cerca al Señor en la vida consagrada, por las familias, los niños y los jóvenes.
Pidamos especialmente por todos los que sufren por cualquier causa. Recemos el Rosario cada día, nos hará mucho bien a nosotros y a los demás. Recibid mis palabras con el mismo afecto y deseos de amor a la Virgen que tengo siempre por todos vosotros al rezar el santo rosario todos los días de mi vida.
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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo vamos de boda, la boda del hijo del rey. Asistimos por tanto a la boda del heredero, donde el padre ha tirado la casa por la ventana, llamando a muchos invitados. El hijo del rey es Jesucristo para quien su Padre Dios tiene preparada la herencia del Reino de los cielos. “El Señor Dios le dará el trono de David su padre, y su reino no tendrá fin”. Los invitados son muchos, porque la redención de Dios y su amor al hombre no tienen fin. La redención se plantea como un gran banquete nupcial, al que todos somos invitados. Dios tiene preparado para nosotros en su Hijo alegría sin fin, fiesta y encuentro, esperanza y futuro. El drama se plantea cuando los invitados no acuden a la boda, no corresponden con amor al amor de quien los invita. Encuentran pretextos en circunstancias menores, que les apartan de asistir a este grandioso banquete nupcial. Unos tienen negocios, otros tierras que atender, algunos incluso han rechazado violentamente a los emisarios, porque no aceptan la invitación ni quieren que se les recuerde siquiera. El rey no se cansa de insistir, incluso amplía el campo de invitados, a todos los cruces de caminos, a todos los que encontréis. Y la sala del banquete se llenó de invitados, no de los de primera hora, sino de aquellos que estaban descartados. La misericordia de Dios es universal. El rechazo de los primeros invitados está recordando al rechazo que Jesús ha experimentado por parte de su pueblo judío. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Ese rechazo primero ha servido para ampliar el círculo de invitados. El rechazo a Jesús como Mesías del pueblo de Israel ha abierto de par en par las puertas a los gentiles. Cuando la sala se llenó de invitados, el rey llamó la atención a uno que había entrado al banquete de cualquier manera. “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje nupcial?”. Esta pregunta nos da la clave de toda la parábola. No se trata sólo de una boda, que simboliza la fiesta y la felicidad a la que Dios nos llama. Y de la boda del hijo del rey, nuestro Señor Jesucristo que viene a desposarse con la humanidad. Se trata de acudir a esta invitación con el “traje nupcial”. No sólo con traje de fiesta, sino con el traje nupcial, con el que el novio y la novia acuden a la boda. Y es que Jesús viene a desposarse con cada uno de nosotros. No se trata de una boda ajena a nuestra existencia. Se trata de la unión más profunda que cada persona humana está llamada a tener con Jesucristo, sea cual sea su vocación y misión en la vida. El novio es Jesucristo, la novia es cada una de las almas. Si es a mí a quien se dirige el Señor, con quien quiere entablar una relación esponsal, corresponde una actitud esponsal por parte de cada uno de nosotros. Y para eso hay que acudir con traje de bodas. Ese traje nupcial significa la gracia santificante, que el Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones, haciéndonos hijos de Dios, haciéndonos tempo del Espíritu Santo. Pero al mismo tiempo, ese traje nupcial significa una relación esponsal con Jesucristo, la “ayuda adecuada”, que Dios da a cada uno de nuestros corazones humanos (cf Gn 2,18: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a darle una ayuda adecuada”). En el evangelio, Jesús se nos presenta muchas veces con lenguaje de bodas. En este domingo, además, nos invita a acudir al banquete con el traje nupcial. El hombre, cuando no quiere acudir, encuentra siempre pretextos y excusas. Todo está preparado para la boda. Si uno se autoexcluye no culpe a Dios de esta exclusión. Por el contrario, recibamos la invitación con la alegría de quien va de boda, y preparemos el traje nupcial para acudir como conviene. Recibid mi afecto y mi bendición: El
DOMINGO DEL DOMUND
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo el día del DOMUND, domingo mundial de las misiones. Una nueva ocasión de entrar en esta dimensión esencial de la Iglesia, la dimensión misionera. Misión se refiere en primer lugar al envío de Jesucristo por parte del Padre para anunciar a los hombres el amor de Dios. Un amor que no es amado y que incluso es rechazado por los hombres. Por eso, un anuncio doloroso que llega a su máxima expresión en la Cruz redentora de Cristo. Los Apóstoles también han sido enviados por Jesucristo al mundo entero: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Ellos han sido los primeros misioneros, enviados por Jesús al mundo entero. Y han cumplido ese mandato misionero, yendo hasta los confines del mundo para anunciar esta buena noticia. La Iglesia desde su nacimiento es misionera, es decir, ha nacido para evangelizar. Ha nacido para llevar al mundo entero la buena noticia del Evangelio: Dios te ama, Cristo ha muerto por ti, las puertas del cielo están abiertas para ti, todos somos hermanos hijos del mismo Padre, tu vocación es la santidad, llegar a parecerte del todo a Jesucristo por la acción de su Espíritu Santo. En distintos momentos del año, se nos recuerda esta dimensión misionera de la Iglesia. El domingo del DOMUND es un momento fuerte para recordar y profundizar en esta dimensión esencial de la Iglesia, la dimensión misionera.Este año con el lema “Aquí estoy, envíame”. Son palabras del profeta Isaías (Is 6,8), en respuesta a la llamada de Dios para enviarle a una misión. Son las palabras del mismo Jesús, que al entrar en este mundo, dijo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hbr 10,7). Es la respuesta de tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia, que al sentir la llamada de Dios, se han mostrado disponibles para ir a donde sea, para cumplir la misión de anunciar el Evangelio. El lema expresa en primer lugar que la misión tiene su origen en una llamada divina. Es Dios el que llama. Y lo hace directamente o poniéndonos delante de los ojos las necesidades perentorias de los demás. Esa llamada, si es de Dios, trae consigo una fuerza superior, que impulsa a cumplir la misión encomendada. Por parte del llamado la disponibilidad es incondicional: “Aquí estoy”. Llegada esta fecha, es momento para agradecer a Dios los más de 500 mil misioneros católicos (hombre y mujeres, más mujeres que hombres), que por todo el mundo anuncian el Evangelio en nombre de la Iglesia. Y lo hacen con plena disponibilidad, atendiendo todos los ámbitos de la persona: educativos, sanitarios, cercanía a los pobres, remedios para el hambre, acompañamiento a las personas en todas sus necesidades y, sobre todo, anuncio explícito de Jesucristo y de su salvación para todos. La acción misionera de la Iglesia es una acción que favorece el progreso de los pueblos a todos los niveles. Y en medio de esos pueblos sencillos y humildes encontramos verdaderos testimonios de fe, que nos edifican. Todos los misioneros constatan que es mucho más lo que reciben que lo que ofrecen, ya que la acción misionera de la Iglesia va precedida y acompañada por la acción de Espíritu Santo que actúa en los corazones. Nuestra diócesis de Córdoba tiene más de 200 misioneros esparcidos por todo el mundo. Allí donde nadie más llega, llegan ellos. Los misioneros son la vanguardia de una Iglesia que existe para evangelizar. Se cumplen en estos días 10 años de la Misión de Picota, en Moyobamba-Perú. Dos sacerdotes diocesanos, que han ido relevándose sucesivamente, dos comunidades religiosas estables y un buen grupo de seglares, además de los seminaristas en una corta experiencia de verano. Picota es parte de nuestra diócesis de Córdoba. Son innumerables las actividades visibles y más todavía las invisibles, cuando visitamos aquel lugar tan lejano geográficamente (a más de 12.000 kms de Córdoba) y tan cercano en el corazón de la Iglesia de Córdoba. Damos gracias a Dios, que nos invita a ser misioneros. Recibid mi afecto y mi bendición: «Aquí estoy, envíame» DOMUND
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EL PURGATORIO
QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (Catecismo 1030). Esto nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica cuando habla del más allá de la muerte. El Purgatorio supone por tanto la salvación eterna, que es irreversible, aunque todavía no goza a plena luz de Dios, porque necesita una purificación previa. El mes de noviembre, último mes del año litúrgico, nos pone delante de los ojos el más allá, para que reflexionemos. ¿Qué pasa después de la muerte? La muerte no acaba con nosotros, llevando nuestros huesos al sepulcro o al horno crematorio, y ahí termina todo. No. Dios nos ha creado para vivir eternamente junto a él, para hacernos partícipes de su felicidad inmensa. El hombre es espíritu encarnado. En la muerte nuestra carne se separa del espíritu, del alma. El cuerpo va al sepulcro, el espíritu o alma no muere. Al final de los tiempos, el cuerpo volverá a reunirse con el espíritu. Este mes de noviembre es ocasión para evangelizar en esta dirección y pedir para todos la luz con la que vislumbramos un destino eterno para cada uno de nosotros. El tiempo de pandemia acentúa esta cuestión, pues la pregunta de fondo es ésta: y si me muero, qué pasa. Pues después de la muerte viene el juicio de Dios. En la presencia de Dios nos veremos tal cual somos, sin dobleces, sin mentira, sin engaño. La luz de Dios nos sitúa en la verdad. Y la verdad más importante es que Dios nos ama. Dios nos mira con amor. Somos criaturas suyas, somos hijos suyos por el bautismo. Dios no desprecia nada de lo que ha creado, y menos aún a aquellos que ha adoptado como hijos, dándoles su misma vida en el bautismo. En el corazón de Dios cada uno tiene su lugar propio, en el corazón de Dios todos tenemos un sitio. Y en ese juicio tras la muerte o en el juicio universal al final de los tiempos, Dios nos mirará con amor y con misericordia, pues su amor se dirige a personas que le han ofendido de múltiples maneras. “Si llevas cuenta de los delitos, Señor, quién podrá resistir; pero de ti procede el perdón y así infundes respeto” (Salmo 129). Si, a pesar de ese amor inmenso y misericordioso de Dios, uno da la espalda a Dios, no quiere saber nada de él y se aparta obstinadamente de él, su vida va camino de perdición. Si persevera conscientemente en esa actitud, se carga la salvación que Dios le ofrece. Eso es el infierno. Mientras dura la vida en la tierra, la persona está siempre en la posibilidad de conversión, del volverse a Dios. Tan grande es la misericordia de Dios. Por eso, debemos orar por todos, esperar por todos, pedir la salvación de todos. Y en ese misterio de la gracia que Dios ofrece, pedir que la persona humana no se cierre y aunque sea en el último minuto se abra a la misericordia de Dios, que es inmensa. Pero muchos, ante este amor insistente de Dios, abierto siempre al perdón, alcanzan esa misericordia a lo largo de tantos momentos de su vida. Y mueren en la amistad de Dios, aunque les falte mucho por purificar. Esas son las benditas almas del purgatorio, por las que pedimos especialmente en este mes de noviembre. Nuestra oración les llega, les hace bien. Nuestra intercesión y nuestros sacrificios pueden sacarlas del purgatorio. Es una sana costumbre cristiana ofrecer la Santa Misa por los difuntos, encargar la Eucaristía a un sacerdote y, si podemos, aportar una pequeña limosna. Y además de la Misa, otras oraciones y sacrificios, obras de caridad ofrecidas por las almas del purgatorio. Oremos por las almas del purgatorio, especialmente en este mes de noviembre. Recibid mi afecto y mi bendición: Más allá del final: juicio, infierno, p