Lunes, 11 Abril 2022 11:03

III VIDA NUEVA EN EL ESPIRITU

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

III

VIDA NUEVA EN EL ESPIRITU

 

     1. Agua viva, la prenda del Espíritu

     2. "Renacer por el agua y el Espíritu"

     3. Un camino hacia el infinito

     Meditación bíblica

                             * * *

La novedad cristiana radica en el amor, a partir de la encarnación del Hijo de Dios, que se ha hecho hombre, ha muerto y ha resucitado por amor. Dios se ha hecho nuestro hermano, ha compartido en todo nuestro existir y nos ha hecho partícipes de su misma vida divina.

     A esta "vida nueva" (Rom 6,4) los cristianos la llamamos vida de "gracia", porque es "don" de Dios. En Dios todo suena a amor de donación. El amor eterno entre el Padre y el Hijo se expresa en el Espíritu Santo, como lazo de unión y expresión personal de su máxima unidad.

     Dios nos hace partícipes de su misma vida divina de amor eterno. Por esto, nuestra vida nueva es "camino de amor" (Ef 5,1), "vida según el Espíritu" (Rom 8,4) o vida "espiritual". Es la vida que Cristo nos ha merecido muriendo y resucitando: "murió por nuestros pecados, resucitó por nuestra justificación" (Rom 4,25). Cristo vive en nosotros y es nuestra vida (Col 3,3), porque nos comunica su misma vida en el Espíritu Santo.

 

1. Agua vida, la prenda del Espíritu

     Jesús usó el símbolo del agua para hablar de la vida nueva en el Espíritu Santo. El "agua viva" (Jn 4,10), "la fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14) y "los ríos de agua viva" (Jn 7,38) son el símbolo de esa vida de amor entre el Padre y el Hijo, expresada ("espirada") en el Espíritu Santo. Así nos lo indica San Juan: "Esto lo dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7,39).

     De hecho, es una vida de amor o de unidad, en el corazón y en las obras, como expresión y participación del amor o unidad de Dios. Es la unidad que pide Jesús para cada creyente y para toda la comunidad humana y eclesial: "Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti" (Jn 17,21).

     Esta unidad vital o "gloria" divina se expresa en el amor del Espíritu entre el Padre y el Hijo (Jn 17,5), y también en la unidad del corazón del hombre y de la comunidad (Jn 17,10; 16,14). Entonces el hombre se hace partícipe del amor entre el Padre y el Hijo: "Les has amado a ellos como a mí" (Jn 17,23; cf. 17,26). A través de esta unidad del corazón y de la vida, se manifiesta el evangelio en toda su luz: "Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,23; cf. 13,35).

     Por el hecho de tener la "prenda" del Espíritu en nuestro corazón (Ef 1,13; 2Cor 1,21), quedamos capacitados para hacer de la vida una donación a imagen de Dios Amor. "El Espíritu Santo es como un depositario por quien y en quien las otras personas poseen nuestras almas" (M.J. Scheeben).

     El Espíritu Santo comunicado por Jesús es como "llama de amor viva" (San Juan de la Cruz), que orienta todo nuestro ser, desde lo más hondo, hacia el amor. Es "el Espíritu que vivifica" (Jn 6,63), el "Señor y vivificador" (Credo), porque nos hace pasar a esa nueva vida, que es el ser humano embebido en Dios Amor. Es una acción que transforma la vida en una "fiesta del Espíritu Santo" (San Juan de la Cruz), donde el dolor se transforma en el gozo de la donación (cf. Jn 16,20-22).

     El "sello" o prenda del Espíritu es una exigencia y una posibilidad de amoldar la propia vida a los designios amorosos de Dios sobre el hombre (cf. Ef 1,9). La ruta del hombre está trazada por un camino de libertad en el Espíritu (cf. 2Cor 3,17), "libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21), "libertad con la que Cristo nos ha liberado" (Gal 5,1). Por esto el corazón se siente vacío y triste cuando no se orienta hacia el amor. Poseer, disfrutar, dominar..., no produce más que hastío y sede insaciable. Entonces la vida se arruina en una espiral de atropellos, tanto respecto a la gloria de Dios como al verdadero bien y felicidad nuestra y de los hermanos. "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el don de la redención. Alejad de vosotros toda amargura... Sed más bien unos con otros bondadosos, comprensivos, y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo" (Ef 4,30-32).

     La caridad que Dios infunde en nosotros (Rom 5,5) nos hace hombres nuevos, partícipes de la vida trinitaria de Dios Amor. Es vida nueva que se traduce en justicia o justificación inherente en el fondo de nuestro ser. Es un don totalmente gratuito de Dios, que nos capacita para responder con el mismo amor que Dios infunde en nosotros de modo permanente.

     La vida es siempre movimiento en el sentido más profundo de la palabra. En Dios, es vida de eterna donación, que origina toda vida creada. En nosotros, la vida nueva del Espíritu nos purifica, ilumina y guía hacia la unidad en el amor, y deja entender una presencia activa y amorosa de Dios, que nos comunica luz para conocer la verdad y fuerza para seguirla. Esta "gracia" de Dios se hace don "actual" (en momentos concretos) y "habitual" (permanente).

     Jesús invitó a todos a participar en esa vida nueva del Espíritu, que se nos convierte en "ríos de agua viva" (Jn 7,38). Sólo exige reconocer la propia realidad humana limitada y quebradiza, pero amada por Dios: "El que tenga sed, que venga a mí y beba" (Jn 7,37). La llamada de Jesús es siempre de horizontes universalistas: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28).

     La vida nueva en el Espíritu es "unidad de vida", en el corazón y en la convivencia con los hermanos. El modo de pensar, de valorar las cosas, de decidirse y de actuar, es ya según la nueva ley del amor. Es actitud filial que se expresa en la oración como relación personal de confianza y de unión ("Padre nuestro"). En la vida práctica, esa actitud se expresa como reacción en el amor ("bienaventuranzas" y mandamiento nuevo). "Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,14).

     La presencia del Espíritu Santo en nosotros, juntamente con el Padre y el Hijo, reclama relación personal. Su luz exige apertura. Su acción santificadora pide sintonía. La vida nueva es siempre caridad, humildad, verdad, servicio... Es la misma vida de Cristo, concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35; Mt 1,18-20), guiado hacia el desierto, ungido y enviado por el mismo Espíritu, para predicar el evangelio a los pobres (Lc 4,1-18).

     Vivir la vida nueva produce el "gozo del Espíritu" (Lc 10,21, por el hecho de transformar toda circunstancia en donación. Es el mensaje de las bienaventuranzas: "bienaventurado" quien sepa transformar las dificultades en amor.

     El mismo Espíritu Santo, comunicado por Cristo resucitado, nos hace discernir los signos certeros de nuestro caminar de vida nueva: nos hace transformar los momentos de dificultad y de "desierto" (Lc 4,1), en capacidad de darnos a los hermanos más "pobres" (Lc 4,18) según el plan salvíficos de Dios. Entonces nace en el corazón el "gozo en el Espíritu" (Lc 10,21), que es gozo de sentirse unidos a Cristo en su amor filial al Padre: "Sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21).

 

2. "Renacer por el agua y el Espíritu"

     La oferta Jesús que hizo Jesús a Nicodemo, sobre una vida nueva, equivale a un nuevo nacimiento: "Quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos" (Jn 3,5). El agua es símbolo de la vida nueva en el Espíritu Santo. A Nicodemo, como a nosotros, le costó entender el mensaje de Jesús, porque es un mensaje que se comprender en la medida en que uno lo quiera vivir.

     El cristiano ha nacido a la vida nueva por medio del bautismo instituido por Jesús. La misión que el Señor encargó a sus discípulos fue precisamente la de anunciar el evangelio llamando a la conversión y al bautismo: "Id..., enseñad..., bautizad..." (Mt 28,19).

     El "bautismo" significa una transformación en Cristo, por la vida nueva o agua viva del Espíritu, como una esponja se empapa de agua. Esto presupone un actitud de conversión o cambio radical, para pensar, sentir y amar como Cristo. Es la conversión que el Señor predicaba desde el comienzo de su vida pública (Mc 1,15) y que encargó predicar a sus discípulos (Lc 24,47).

     El día de Pentecostés, San Pedro proclamó a todas las gentes el anuncio de la conversión y del bautismo. Y así lo sigue haciendo la Iglesia en su misión evangelizadora. Es una llamada a cambiar de vida para recibir la vida nueva del Espíritu: "Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Act 2,38).

     El bautismo que Jesús recibió en el Jordán, por manos de Juan el Bautista, fue de "penitencia"o perdón de los pecados, en nombre nuestro. Con ello simbolizaba nuestro bautismo en él, para que el Padre, comunicándonos la filiación divina del mismo Cristo, por obra del Espíritu Santo, pudiera ver en nosotros el rostro y la vida de su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo puestas mis complacencias" (Mt 3,17). De este modo, participamos de la realidad divina y filial de Jesús (Mt 17,2-5).

     Por el bautismo, somos "injertados" en Cristo, participando de su misterio de muerte y resurrección, y de su misma realidad de Hijo. Nuestra vida antigua de "hombre viejo" debe dejar paso a la "vida nueva" (Rom 6,2-6). Participar en la vida de Cristo consiste en "crucificarse" con él (Rom 6,6), de suerte que ya no vivamos sino para él: "Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,11).

     Por este nuevo nacimiento "en el agua y en el Espíritu", Cristo nos hace partícipes de la vida trinitaria de Dios Amor. No es una "cosa" lo que nos da, sino el mismo Dios con todo lo que él es y tiene. Por esto es un bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). Nuestra vida ya se puede construir en la unidad del amor, recuperando con creces el rostro del primer ser humano salido de las manos amorosas de Dios.

     Las exigencias del bautismo y de la vida "cristiana" son las mismas del amor infundido por Dios en nuestros corazones. Todo cristiano está llamado a ser santo sin rebajas y apóstol sin fronteras. La caridad de Dios es y exige donación total: "Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16). Por esto, "es completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40).

     Ser consecuente con las exigencias del bautismo, en esta línea de santidad cristiana, "suscita un nivel de vida más humano, incluso en la sociedad terrena" (LG 40). Sólo por medio de esta renovación evangélica, los cristianos pueden ser luz, sal y fermento en las circunstancias y estructuras humanas (Mt 5,3; 13,33), para hacerlas cambiar desde dentro según el mandato del amor y el mensaje de las bienaventuranzas.

     Sólo una Iglesia renovada por la vivencia del bautismo podrá responder a las necesidades de cada época y capacitarse para evangelizar a todos los pueblos. Para ello se necesita, por parte de todos, según las directrices conciliares, un "acrecentamiento de la vida cristiana" (SC 1) y "una profunda vida interior" (AG 35).

     La renovación eclesial consiste, pues, en una vida cristiana coherente con las exigencias del bautismo. Esta es la realidad de la Iglesia, que "siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8).

     Sin estas actitudes evangélicas de renovación interior, las personas e instituciones eclesiales caerían en un proceso de descomposición y de esterilidad. Si los laicos deben asumir responsabilidades en las estructuras humanas y eclesiales, lo harán como fermento evangélico. Si los religiosos o personas consagradas deben insertarse en los servicios de caridad, lo harán como signo fuerte de las bienaventuranzas. Si los sacerdotes ministros deben obrar en nombre de Cristo Cabeza, lo harán como signo transparente del Buen Pastor que guía dando la vida.

     Sin la vivencia de la vocación bautismal, toda vocación queda abocada a la esterilidad espiritual y apostólica. La falta de vida espiritual se origina en actitudes de búsqueda del propio interés, por encima de las exigencias del amor: "¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones misioneras... en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos" (San Juan de la Cruz).

     El nuevo nacimiento, cuando se vive con generosidad, aun dentro de las limitaciones humanas, produce el gozo del Espíritu, por saberse amado y capacitado para amar. En el fondo del propio ser, experimentado como suma pobreza, se deja entender la presencia de Dios Amor como fuente que suena a amor eterno: "¡Oh cristalina fuente, - si en esos tus semblantes plateados - formases de repente - los ojos deseados - que tengo en mis entrañas dibujados!" (San Juan de la Cruz).

     Por el bautismo se recibe un don permanente o "prenda" y "marca" del Espíritu Santo (el "carácter"), por el que nos transformamos en Cristo (cf. Ef 1,14; 4,30; 2Cor 1,22). Por este don, el Espíritu Santo nos hace "expresión" o "gloria" del mismo Cristo y partícipes de su mismo ser (cf. Jn 16,13-14). En este sentido estamos "ungidos" por el Espíritu Santo, divinizados por él, que impregna todo nuestro ser orientándolo desde su raíz hacia el Amor (cf. 1Jn 2,20).

     El nuevo nacimiento en el Espíritu nos capacita para vivir generosamente la filiación divina participada. Nuestro ser queda relacionado íntimamente con las tres divinas personas en la máxima unidad de Dios Amor: "Por él (Cristo) tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

     Por el bautismo, Dios nos ha hecho compartir el ser y la vida de Cristo: "nos dio vida en Cristo, nos resucitó y nos sentó en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,5-6). Este nuevo nacimiento es iniciativa del amor de Dios: "por el gran amor con que nos amó" (Ef 2,4). El bautismo es "el baño de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo" (Tit 3,5).

     Cristo quiere manifestar su misterio pascual, de muerte y resurrección, a través de cada bautizado: "Con él fuisteis sepultados en el bautismo y en él mismo fuisteis resucitados" (Col 2,12). El mundo será más humano cuando haya cristianos consecuentes y comprometidos con las exigencias bautismales.

     Nuestro nuevo nacimiento se realiza por la presencia activa y santificadora de Dios Amor, uno y trino, en lo más hondo de nuestro ser.

 

3. Un camino hacia el infinito

     El "agua viva" que Dios ha hecho brotar en nuestro corazón, "salta" como torrente de vida eterna. Lo que percibimos es muy exiguo; la fuente es infinita. Nuestra transformación en hijos de Dios no es más que un inicio de una plenitud que un día será realidad en el más allá. Mientras tanto, la vida divina participada va inundando cada vez más todo nuestro ser, en un proceso de crecimiento, "hasta que lleguemos todos juntos a encontrarnos en la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios; a la madurez del varón perfecto, a un desarrollo orgánico proporcionado a la plenitud de Cristo" (Ef 4,13),

     Nuestro camino de crecimiento es proceso de "revestirse" de Cristo (Rom 13,14) o de formación armónica de "un solo cuerpo" (Rom 12,5), cada uno según la gracia recibida como miembros peculiares del mismo cuerpo del Señor.

     La semilla divina que Cristo ha sembrado en nosotros (Lc 8,11), es la vida nueva en el Espíritu Santo. Desde el día de nuestro nacimiento "espiritual", el crecimiento es ley de vida hasta llegar a la "plenitud del amor" (Rom 13,10).

     Crecemos en esta vida divina por la puesta en práctica de la caridad, expresada en obras y virtudes concretas, como respuesta a la acción de Dios, puesto que "la caridad es la fuente y la raíz de todas las virtudes" (Santo Tomás). Lo único que va a quedar de nuestro camino de peregrinación, es el haber amado. Todo pasará, menos el amor: "La caridad no pasa nunca" (1Cor 13,8). "Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad" (1Cor 13,13).

     Decidirse a emprender este camino de santidad es como despertar de un largo letargo. Es siempre una respuesta a un don de Dios: "¡Tarde te conocí, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te conocí! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirías. Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera... Toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia. ¡Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras!" (San Agustín).

     El crecimiento de la vida espiritual es una orientación de todo el ser hacia la caridad: "ordenar todo según el amor" (Santo Tomás). Es, pues, un crecimiento armónico en la madurez cristiana de pensar, sentir y amar como Cristo (fe, esperanza y caridad), para obrar como él (virtudes morales, a partir de la caridad). La acción del Espíritu Santo en el ejercicio de estas virtudes se manifiesta más intensamente por medio de los dones del Espíritu Santo. Es siempre la misma gracia santificante y la misma acción divina que, cada vez más, purifica, regenera, ilumina, fortalece y unifica.

     El camino espiritual es progreso en la relación personal con Dios (camino de oración) y progreso en la fidelidad generosa a los dones de Dios (camino de perfección). La práctica de las virtudes, como imitación de Cristo y configuración con él, se alimenta de momentos fuertes de oración y de colaboración activa y de esfuerzo decidido (sacrificio). Los sacramentos y las celebraciones litúrgicas, especialmente la celebración eucarística, son momentos privilegiados de este crecimiento en la vida divina. Presupuesto necesario es el deseo y la decisión de entrega total a la santidad y a los planes salvíficos de Dios.

     La vida de caridad sólo tiene una regla: querer darlo todo, es decir, darse del todo y para siempre. Se empieza todos los días y se vive este deseo de perfección en las cosas pequeñas, orientándolas hacia el amor. Lo más importante es no ceder en este "primer amor" (Apoc 2,4).

     Crecer en el orden de la gracia, para cualquier creyente, significa irse "llenando de la consolación del Espíritu Santo" (Act 9,31). Efectivamente, la acción divina o acción de su Espíritu, cuando se recibe con apertura de corazón, produce el gozo de las bienaventuranzas por haber reaccionado en el amor. Y este gozo del Espíritu "nadie lo puede quitar" (Jn 16,22).

     Cada cristiano y cada comunidad alberga en su corazón un "Jesús viviente", que tiene que crecer. El crecimiento es siempre en verdadera "sabiduría", que es "gracia de Dios" (Lc 2,40.52) y que produce la fidelidad generosa a la "unción y misión del Espíritu" (Lc 4,18), para seguir los designios del Padre en vistas a la salvación de los hermanos. Por eso no hay fidelidad a la misión ni verdadero apostolado, sin fidelidad generosa en el camino de la santificación.

     En este crecimiento de "Jesús viviente" en nuestro corazón y en la comunidad, María sigue siendo Madre, con "una nueva maternidad en el Espíritu" (RM 37). Ella coopera con "amor materno" (LG 63) y con una "presencia activa y materna" (RM 24,28,31). Jesús quiso nacer de María, "la mujer", y la quiso también asociada a la obra redentora, para que nosotros recibiéramos abundantemente "la adopción de hijos" (Gal 4,4-7).

     El crecimiento en la perfección es una exigencia del "amor de Cristo a su Iglesia", que la quiere toda "santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). El amor de Cristo hace posible una respuesta generosa y siempre creciente, de suerte que "los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,15).

     Se crece en el amor orientando todo el ser a Dios que es suma verdad y sumo bien, y que se deja entrever en cada hermano y en cada acontecimiento. Es crecimiento de transformación en Cristo, como respuesta y colaboración al amor y a la iniciativa de Dios: "Abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, por quien todo el cuerpo va obrando mesuradamente su crecimiento, en orden a su confirmación en la caridad" (Ef 5,15-16). Se crece, pues, en intensidad de adhesión de fe, esperanza y amor, que transforma nuestra ser en imagen de Cristo.

     El mensaje del amor, que reclama crecimiento en la generosidad, es mensaje de cruz. La "conversión" es una orientación creciente del hombre hacia Cristo crucificado y resucitado, para

vivir conforme a su mandato de amor: "Cuando seré levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn 12,32).

     La vida de gracia, o vida divina en nosotros, crece "según la medida que el Espíritu Santo quiere y según la disposición y cooperación de cada uno" (Trento). Es unión creciente con Dios, que se expresa siempre en la práctica concreta de las virtudes. Es, pues, "unidad de vida", como sintonía con los amores de Cristo, con la acción santificadora del Espíritu y con la voluntad salvífica del Padre.

     La caridad, como raíz y fuente de todas las virtudes, informa todo nuestro actuar. Cada virtud es como un rasgo de la fisonomía de Cristo, como una presencia viviente, activa y transformante de Dios en nosotros.

     El crecimiento en la perfección de la caridad se expresa en el amor al prójimo tal como Dios le ama, es decir, tal como es o debe ser a imagen de Dios Amor. "En esto hemos conocido que hemos pasado de la muerte a la vida: si amamos a los hermanos" (1Jn 3,14). Nuestra "fe formanda" se expresa en la esperanza y en el amor a Dios y a los hermanos.

     "La participación en la naturaleza divina, concedida a los hombres por la gracia de Cristo, mantiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el mantenimiento de la vida natural. Nacidos de una vida nueva por el bautismo, los fieles son fortalecidos por el sacramento de la confirmación y reciben en el Eucaristía el pan de la vida eterna. Así, por estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez más las riquezas de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI).

     Crecer en santidad es, pues, una exigencia del amor. Es la razón de ser de la redención obrada por Cristo Buen Pastor: "he venido para que tengan vida y la tengan muy abundante" (Jn 10,10). El Padre nos purifica para hacer de nosotros, cada vez más, un Jesús viviente.

                       MEDITACION BIBLICA

 

- Fuente de agua viva:

 

     "El agua que yo le daré se hará fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14).

 

     "El que tenga sed, que venga a mí y beba... manarán de sus entrañas ríos de agua viva. Esto lo dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7,38-39).

 

- Una vida que unifica:

 

     "Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti" (Jn 17,21).

 

     "Yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,23; cf. 13,35).

    

     "Por él (Cristo) tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

 

     "Nos dio vida en Cristo, nos resucitó y nos sentó en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,5-6).

 

     "Sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21).

 

- "Vida nueva" en el Espíritu (Rom 6,2-6):

    

     "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el don de la redención. Alejad de vosotros toda amargura... Sed más bien unos con otros bondadosos, comprensivos, y perdonaos los unos a los otros, como Dios os ha perdonado en Cristo" (Ef 4,30-32).

 

     "Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Act 2,38).

 

     "Los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,15).

 

- Horizontes universales:

 

     "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28).

 

     "Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rom 8,14).

 

     "Id..., enseñad..., bautizad..." (Mt 28,19).

 

- Nuevo nacimiento:

 

     "Quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos" (Jn 3,5).

 

     "Este es mi Hijo amado, en quien tengo puestas mis complacencias" (Mt 3,17).

 

     "Así, pues, haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,11).

 

     "Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

 

- La gracia del bautismo:

 

     "Cuando se manifestó la bondad y amor de Dios nuestro Salvador a los hombres, no por obras hechas en justicia que nosotros hubiéramos practicado, sino según su misericordia, nos salvó por el baño de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, seamos constituidos, conforme a la esperanza, herederos de la vida eterna" (Tit 3,4-7).

    

     "Con él fuisteis sepultados en el bautismo y en él mismo fuisteis resucitados" (Col 2,12).

 

- Camino de plenitud:

 

     "Hasta que lleguemos todos juntos a encontrarnos en la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios; a la madurez del varón perfecto, a un desarrollo orgánico proporcionado a la plenitud de Cristo" (Ef 4,13),

 

     "Abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo, por quien todo el cuerpo va obrando mesuradamente su crecimiento, en orden a su confirmación en la caridad" (Ef 5,15-16).

 

- Sólo quedará el amor:

 

     "La caridad no pasa nunca" (1Cor 13,8). "Ahora permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad" (1Cor 13,13).

 

     "En esto hemos conocido que hemos pasado de la muerte a la vida: si amamos a los hermanos" (1Jn 3,14).

 

- A precio de la sangre de Cristo:

 

     "Cuando seré levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn 12,32).

 

     "He venido para que tengan vida y la tengan muy abundante" (Jn 10,10).

 

     "Murió por nuestros pecados, resucitó por nuestra justificación" (Rom 4,25).

 

     "Mirad por vosotros mismos y por toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os puso como obispos para pastorear la Iglesia de Dios, que él adquirió con su propia sangre" (Act 20,28).

Visto 282 veces
Más en esta categoría: « II VIDA EN CRISTO IV EL HOGAR DE DIOS »

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.