Lunes, 11 Abril 2022 11:03

IV EL HOGAR DE DIOS

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IV

EL HOGAR DE DIOS

    1. Dios cercano

    2. Dios en su casa solariega

    3. Presencia reclama presencia

    Meditación bíblica

                               * * *

     A Dios no se le encuentra envuelto en ideas y abstracciones, sino conviviendo con nosotros: "Tú estás cerca, Señor" (Sal 118,151). En la creación y en la historia, Dios se ha manifestado y comunicado a los hombres. A Dios se le encuentra en las cosas, en los hermanos y en el propio corazón, "más íntimamente presente que yo mismo" (San Agustín).

     Dios está presente para darse. Nos ha creado y sostiene nuestro ser porque nos ama. Todo nos habla de su presencia y de su amor. El hombre es un ser llamado a la existencia por amor, como "única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 23).

     Dios ha entablado relaciones personales con el hombre y espera de él una actitud relacional. Su presencia de inmensidad se quiere transformar en presencia de relación, comunicación y donación. La humanidad entera será una familia de hermanos cuando el hombre permita que Dios haga de su corazón su propio hogar.

 

1. Dios cercano

     Jesucristo presentó a Dios como cercano y familiar, que conoce y comprende nuestras necesidades y deseos *(Mt 6,8.26.32), que cuida con detalle y amorosamente de nuestras vidas *(Mt 7,11), que ve y escucha como quien toma parte activa en nuestra existencia *(Mt 6,4). El mismo Jesús es la expresión de esta presencia paterna de Dios Amor: *"Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9); "el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

     La presencia de Dios es activa y amorosa. No solamente nos da sus cosas, "su sol" (Mt 5,45), sino que se nos da él mismo. Esta presencia es transformante, puesto que la persona humana queda interpelada para abrirse a la acción divina. Pero, de modo especial, es presencia de relación personal ofrecida y postulada. El hombre se realiza viviendo esta relación con Dios presente en su corazón, en los hermanos, en los acontecimientos y en las cosas. Dios debería ser más real que todos los dones que nos ha dado; los mejores dones de la creación sólo tienen explicación en el amor de Dios: *"Uno es vuestro Padre" (Mt 23,9).

     No sería posible encontrar la presencia de Dios si se usaran mal las cosas y, sobre todo, si se utilizara a los hermanos. La actitud relacional con los demás es indispensable para encontrar a Dios. De otro modo, sólo se encontraría una idea o una abstracción sobre Dios. Jesucristo, el Hijo de Dios, nos da a conocer a su Padre (Lc 10,22) cuando sabemos verlo y escucharlo en cualquier hermano: *"Lo que hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40.45).

     La presencia de Dios no es el producto de nuestra mente, sino una realidad que ha tenido su iniciativa en Dios. El está presente para comunicarse y darse. Nuestra vida tiene sentido cuando se hace relación con él y con los hermanos. Esta verdad la descubrimos en nuestro encuentro con Cristo, no sólo considerando su vida mortal, sino en contacto con él ahora que vive resucitado y presente entre nosotros: *"Estaré con vosotros" (Mt 28,20).

     A Dios se le descubre en la realidad concreta de hermanos, acontecimientos y cosas. Pero todo depende de nuestra pureza de corazón. Por esto decimos que Dios nos espera dentro de nosotros: "Estabas dentro de mí" (San Agustín). Quien no sabe unificar su corazón, orientándolo hacia Dios presente, siembra la discordia y la división en la comunidad humana y eclesial. El hombre es menos hombre y se convierte en opresor de los hermanos, cuando prescinde de la actitud relacional con Dios presente en todo y en todos. El mismo atropello tiene lugar cuando se admite a Dios sólo como una idea o como un adorno.

     La experiencia de la presencia de Dios depende de la orientación del corazón hacia el amor. El "todo" de Dios sólo se percibe cuando el corazón se desprende de la "nada" de las criaturas. Nada ni nadie puede suplir a dios en el corazón humano. "En esto conocerá el que de veras a Dios ama, si con ninguna cosa menos que él se contenta" (San Juan de la Cruz). Entonces se ama a las personas y a las cosas en su justo valor, queriendo que ellas sean y se realicen según los planes de Dios.

     La presencia de Dios es como de quien ama creando y redimiendo, por Cristo su Hijo y en el Espíritu Santo. El "alguien", el "viviente" (Jer 10,10) ha creado y redimido al hombre para relacionarse con él. Cuando el hombre se decide a entablar estas relaciones, todas las cosas y todos los acontecimientos le hablan de su presencia y de su cercanía amorosa: "Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos"... (San Juan de la Cruz). Ya todas las cosas se redescubren como "plantadas por la mano del Amado" (idem).

     Dios se ha manifestado y se ha comunicado salvándonos por medio de su Hijo Jesucristo y bajo la acción amorosa del Espíritu Santo. Es, pues, Dios "alguien", uno y Trino, la máxima unidad en el amor. Y así como es, se deja entender cercano, haciendo de nuestra historia la prolongación de su existencia infinita. Conoce, ama, convive, dirige respetando nuestra libertad, restaura sin humillaciones. A cada ser humano, amado eternamente, le deja entender su presencia: *"Estoy contigo" (Sal 138,18).

     Hay una presencia de Dios que llamamos de "inmensidad". El está presente dando el ser y sosteniendo la existencia de todas las cosas. Todo nos habla de un "paso" de Dios, que ha dejado huellas imborrables. Pero esta presencia es más profunda respecto al hombre, en cuanto que Dios lo ha creado todo y lo conserva todo por amor a él. Dios ha creado las cosas por Cristo su Hijo, en el amor del Espíritu Santo, para que todo ser humano, hecho hijo en el Hijo e imagen en su Imagen, viva de una presencia divina que es donación de todo lo que es él (cf. Col 1,12-17).

     Esta presencia divina nos parece, a veces, ausencia inexplicable. Es que los signos y dones de su presencia tampoco pueden llenar el corazón del hombre. Dios nos "ensaya" para que le descubramos en sus dones, y, luego, nos retira esos dones pasajeros porque se nos quiere dar él mismo. Todo viene de su amor, que respeta la historia y la libertad del hombre. En su presencia bajo signos y dones, y, especialmente, en su aparente silencio y ausencia, es siempre él, cercano, fiel al amor y a la existencia e historia humana. Por medio de Jesús y en cualquier tempestad, deja oír su voz: *"Soy yo" (Jn 6,20).

 

2. Dios en su casa solariega

     Dios ha querido hacerse presente, estar con nosotros y comunicarse de un modo original propio de su amor: vivir en nosotros como en su propio hogar o casa solariega: *"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14,23). Es la presencia amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Jn 14,17; Rom 8,9-11).

     Durante la marcha del pueblo de Israel por el desierto, Dios quiso manifestar su presencia por medio de un signo: la tienda o tabernáculo, la "shekinah" (Ex 33,7). Así demostraba su cercanía, como de "esposo" que corre la suerte de su esposa peregrina. A la luz de la encarnación del Verbo (Jn 1,14), Dios nos ha manifestado una presencia suya más íntima, en lo más hondo de nuestro ser: *"El que vive en caridad, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

     Somos casa o *"templo de Dios vivo" (2Cor 6,16), "templo del Espíritu Santo" (1Cor 6,19). Todo nuestro ser ha sido tocado por esta presencia divina transformante (1Cor 3,16-17). El amor de Dios es así, haciendo que su presencia sea de donación: *"El amor de Dios se ha manifestado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

     Dios habita en nosotros tal como es, haciéndonos partícipes de su misma vid trinitaria de Dios amor. Nuestro ser ha empezado a entrar en esta relación amorosa entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En nosotros, hechos partícipes de la vida divina, el Padre engendra al Hijo, y el Padre y el Hijo "expresan" su amor mutuo en el Espíritu Santo. Nuestra vida es ya la historia del mismo Dios. Por eso el Padre nos ama como a su Hijo en el amor del Espíritu Santo. Así lo declaró Jesús en su oración al Padre: *"Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a estos como me amaste a mí... El amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,23.26).

     Esta presencia de Dios Amor en nosotros es distinta de su presencia de inmensidad. La llamamos presencia de "inhabitación", como de vivir en la propia casa, y sólo es posible si nuestro corazón se abre al amor (cf. 1Jn 4,16; Rom 5,5). Por ser obra del amor divino, se atribuye al Espíritu Santo, que es la expresión personal del amor entre el Padre y el Hijo. Nuestra vida ya forma parte de esa vida divina de relación profunda, que es presencia de donación: en el Espíritu Santo, por Cristo, nos abrimos filialmente al Padre (cf. Ef 2,18).  Somos seres profundamente relacionados. No estamos nunca solos. Nuestra aparente soledad se nos va transformando en una presencia trascendente, más allá de lo que podamos pensar, sentir y decir.

     Por esta presencia de "inhabitación", como de hogar familiar, Dios nos engendra en el Hijo y nos vivifica con su misma vida. Nuestro amor se hace partícipe del amor eterno entre el Padre y el Hijo, que se expresa en el Espíritu Santo. De este modo entramos como hijos (herederos) y como amigos en la intimidad divina. Dios está en nosotros como Padre y amigo, haciéndonos capaces de entrar en relación amorosa y en encuentro personal con él. Cuando nuestro corazón se abre a esta presencia divina de donación, "está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios... que es dar tanto como le dan..., dando al Amado la misma luz y calor de amor que recibe... ama por el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo se aman" (San Juan de la Cruz).

     Esta presencia nos hace *"familiares de Dios" (Ef 2,19). Por esto hay que decidirse a limpiar la casa de todo lo que no suene a amor. En la medida en que se purifique el corazón de toda escoria, la presencia de Dios se hace más real. Un corazón abierto al amor descubre y vive esta presencia como fuente de entrega y de gozo. "Dios está presente como el objeto conocido en el sujeto que conoce, como el objeto amado en aquel que le ama, y porque por este conocimiento y este amor la criatura racional alcanza al mismo Dios, se dice que Dios habita en ella como en su templo" (Santo Tomás).

     Es "comunidad" de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cf. 1Jn 1,3). Dios se nos da tal como es, para que podamos convivir con él en plan familiar. Su presencia es *"gracia de nuestro Señor Jesucristo, amor del Padre y comunicación del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). Esta presencia de donación hace posible nuestra participación en la vida de Dios. La "gracia" o don de Dios se identifica con esta donación de las personas divinas. La presencia de Dios, como amado en amante, nos transforma en él y da pleno sentido a nuestro existir. Ya nos podemos sentir plenamente amados y capacitados para amar. El nos ama tal como somos y nosotros ya le podemos amar con su mismo amor.

     La vida de Cristo en nosotros es esa misma vida de Dios que se expresa en presencia de donación y en relación personal por parte de cada persona de la Santísima Trinidad. Entrando en esta relación, nuestra vida se unifica a imagen de la unidad de Dios Amor en trinidad de personas. El cumplimiento del mandato del amor sólo es posible a partir de un corazón unificado por el amor del Espíritu Santo, en Cristo, "el esplendor" del Padre (Heb 1,3).

     La trascendencia de Dios se nos convierte en inmanencia infinita. Su cercanía al corazón del hombre llega hasta hacernos partícipes de su misma presencia amorosa. Apoyados en esta fe, el aparente silencio de Dios y su aparente ausencia, ya se os transforma en palabra y presencia de enamorado, que nos retira sus dones para darse él mismo. Teniendo a él, en esta comunicación de amor infinito, ya todo lo demás nos podrá faltar sin que se tambalee nuestra existencia. En él volvemos a encontrar a todas las cosas y a todos los hermanos en su verdadera perspectiva.

     Dios, por su presencia de inhabitación, "toma posesión de nosotros" y permite que nosotros "nos posesionemos de él" (San Buenaventura). Su amor es "esponsal" porque, al comunicársenos él del todo, nos eleva a su mismo nivel y nos capacita para devolverle un amor que es participación de su mismo amor.

 

3. Presencia reclama presencia

     La presencia de Dios no es de adorno ni para quedarse en un simple recuerdo y conocimiento teórico. El está presenta tal como es, dándose como Dios Amor, para entablar relaciones personales de tú a tú. Es presencia relacionada que reclama presencia de relación y de donación. "Toda alma debe vivir de la Trinidad para volver a ella" (Concepción Cabrera de Armida).

     Jesús explicó esta relación amorosa de Dios presente, con estas palabras: "Mi padre le amará, vendremos a él" (Jn 14,23). Pero también señaló las coordenadas de nuestra relación: "Si alguno me ama, guardará mi palabra" (ibídem). Esta relación equivale a: *"permaneced en mi amor" (Jn 15,4), en actitud filial y amigable de escucha y respuesta para darse el uno al otro.

     Descubrir esta relación personal con Dios es fuente de gozo. No estamos nunca solos. "El alma siente en sí esta divina compañía", hasta habituarse a un trato íntimo con Dios: "traerle siempre consigo" (Santa Teresa). Dios se nos entrega para que gocemos de él: "Tenemos la potestad de gozar de la persona divina" (Santo Tomás).

     La "gracia" es la vida divina que el mismo Dios nos comunica para transformarnos en él, haciéndonos capaces de entablar con él relaciones íntimas de amistad y filiación. En esta tierra es sólo un inicio de una realidad que será plenitud sólo en el más allá: "¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi felicidad, soledad infinita, inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Ti como una presa. Hundíos en mí para que yo me hunda en Vos en espera de ir a contemplar, con vuestra luz, el abismo de vuestras grandezas" (Isabel de la Trinidad).

     Dios nos habla en el silencio del corazón y se nos comunica por encima de lo que nosotros podamos percibir. Su relación con nosotros es a partir de su amor de donación total. Se goza de su sabiduría, omnipotenciaa y bondad, porque nos ama hasta hacernos partícipes de todo su ser y cualidades divinas, como si nos dijera: "Yo soy tuyo y para Ti, y gusto de ser tal como soy por ser tuyo y para darme a Ti" (San Juan de la Cruz).

     Nuestra relación con Dios ya es posible a nivel de amistad y de filiación. Dios se nos hace luz de verdad y amor de donación, en la medida en que nuestro corazón se vacíe de todo lo que no suene a amor. Nuestra trato con Dios ya puede ser a partir de nuestra pobreza, a modo de "advertencia amorosa a Dios, simple y sencilla, como quien abre los ojos con advertencia de amor" (San Juan de la Cruz).

     Todo creyente está llamado a vivir esta relación filial con Dios íntimamente presente. El objetivo de la vida espiritual y de la acción pastoral es que cada creyente llegue a esta unión personal con Dios Amor. La teología cristiana, si es auténtica, no tiene otro objetivo que el de ayudar a escuchar la palabra viva que Dios hace resonar en lo más profundo del corazón. Dios habla de tú a tú, cuando el corazón reconoce su propia pobreza y se quiere abrir al amor.

     La presencia de Dios se nos hace intercambio. Dios se nos da tal como es y nos pide una relación auténtica de nuestro ser, "en Espíritu y verdad" (Jn 4,23). El Espíritu Santo, comunicado por el Padre y el Hijo, hace posible nuestra actitud de relación filial, expresada en confianza y unión de voluntades.

     El acento de nuestra relación con Dios debe ponerse en el mismo Dios, por encima de sus dones y también por encima de nuestro modo de percibirle. Buscamos al dador en persona, más allá de sus dones. La experiencia de relación con Dios se realiza en este "desierto", donde el Hijo de Dios se nos da en persona: *"Venid y ved" (Jn 1,39). Cristo se nos hace "camino, verdad y vida" (Jn 14,6) porque sólo él nos puede introducir en el misterio de Dios Amor (cf.Lc 10,22).

     El hecho de que Dios tenga la iniciativa de hacer de su presencia una relación personal y amorosa, nos capacita para responder con una relación semejante: "Porque me amaste, me has hecho amable" (San Agustín). Su declaración y relación de amor es como "saeta que hiere el corazón, haciéndolo capaz de amar" (idem).

     Nuestra relación con Dios es ya posible, gracias al Espíritu Santo que nos transforma en Jesús y nos hace decir, con su mismo amor: "Padre" (Gal 4,7; Rom 8,15). Participamos en la misma relación amorosa entre el Hijo y el Padre. Basta con presentarnos tal como somos, con nuestra pobreza radical, dispuestos a recibir su amor transformante. Entonces nos encontramos con la gran sorpresa de Dios Amor: el Padre nos ama como Padre, engendrándonos (por participación) en su mismo Hijo y haciéndonos participar en el amor del Espíritu Santo. Todo es don suyo y participación en su intimidad divina.

     No hay que conquistar interioridades profundas psicológicas, ni tampoco intentar conseguir manifestaciones aparatosas de "religiosidad". Basta con entrar sencillamente en el propio corazón (Mt 6,6; Rom 10,8-10), porque el hombre "por su interioridad es superior al universo entero; en esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).

     El camino de la relación personal e íntima con Dios pasa por el corazón. Es camino de amor de retorno, a modo de amistad: "Estar con quien sabemos que nos ama" (Santa Teresa), "una mirada sencilla del corazón" (Santa Teresa de Lisieux), "pensar en Dios amándole" (Carlos de Foucauld), "noticia amorosa" (San Juan de la Cruz), "mirarle de una vez" (San Francisco de Sales). Entonces se experimenta la oración del salmista: *"En Ti está la fuente de la vida y en tu luz podemos ver la luz" (Sal 35,10). Así es la "fiesta del Espíritu" (San Juan de la Cruz).

     La experiencia de este encuentro va más allá del pensar, sentir y hablar. Se manifiesta en una convicción profunda de fe, traducida en motivaciones y actitudes de donación a Dios y de servicio a los hermanos. El modo de tratar a los hermanos es la expresión de cómo es nuestra relación con Dios. Las reflexiones se convierten en adoración del misterio. Los sentimientos y afectos pasan a ser admiración gozosa de que Dios quién es y cómo es. Las palabras dejan paso a un silencio activo de enamorado.

     La relación personal con Dios se demuestra en la práctica del mandato del amor y en las actitudes de esperanza y de reaccionar amando, según la pauta del sermón de la montaña. La señal de haber entrado en la comunión de Dios Amor es la vivencia, afectiva y efectiva, de la Iglesia como misterio o signo de Cristo presente, comunión de hermanos y misión.

     La "puerta" y el "camino" para entrar en esta relación personal con Dios Amor, sigue siendo Jesús: *"Os llamo amigos porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre" (Jn 15,15); "el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad completa... todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí" (Jn 16,13-14).

 

 

                         MEDITACION BIBLICA

 

- La cercanía de Dios:

 

    "Tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará... Vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes que se las pidáis" (Mt 6,4.8).

 

    "Fijaos en las aves del... vuestro Padre celestial las alimenta, ¿no valéis vosotros mucho más que ellas?... Ya sabe vuestro Padre celestial que necesitáis estas cosas" (Mt 6,26.32).

 

- El Hijo de Dios entre nosotros:

 

    "El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

 

    "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9).

 

- Cristo en los hermanos:

 

    "Lo que hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis" (Mt 25,40.45).

 

    "Uno es vuestro Padre" (Mt 23,9)

 

- En nuestro caminar:

 

    "Estaré con vosotros" (Mt 28,20).

 

    "Estoy contigo" (Sal 138,18).

 

    "Soy yo" (Jn 6,20).

 

    "En Ti está la fuente de la vida y en tu luz podemos ver la luz" (Sal 35,10).

 

- Somos casa de Dios:

 

    "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14,23).

 

    "El que vive en caridad, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

 

    "Nosotros somos templo de Dios vivo" (2Cor 6,16).

 

    "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habéis recibido de Dios y habita en vosotros?" (1Cor 6,19)

 

    "El amor de Dios se ha manifestado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

 

- Amados en Cristo:

 

    "Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a estos como me amaste a mí... El amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,23.26).

 

    "Sois conciudadanos dentro del Pueblo de Dios, sois familiares de Dios" (Ef 2,19).

 

    "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunicación del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2Cor 13,13).

 

- Trato de amistad:

 

    "Permaneced en mi amor" (Jn 15,4)

 

    "Maestro, ¿dónde vives?... Venid y ved" (Jn 1,39)

 

    "Os llamo amigos porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre" (Jn 15,15); "el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad completa... todo lo que os dé a conocer, lo recibirá de mí" (Jn 16,13-14).

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