Lunes, 11 Abril 2022 11:03

V CRISTO EN LOS HERMANOS

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

V

CRISTO EN LOS HERMANOS

 

     1. Cristo en cada hermano

     2. Cristo en la comunidad de hermanos

     3. Cristo envía a los hermanos

     Meditación bíblica

                             * * *

     Cuando un creyente vive de auténticamente la vida divina de la gracia, siente en su corazón la "voz de la sangre". Cada hermano y toda la comunidad humana están llamados a vivir la misma "vida nueva" (Rom 6,4). El amor a la comunidad de hermanos y a toda la Iglesia es garantía de que uno vive la vida divina participada.

     La "vida en Cristo", comunicada a nuestros corazones, es "vida en el Espíritu" y constituye la realidad más profunda de la Iglesia como "cuerpo" de Cristo, esposa, sacramento, madre y Pueblo de Dios. Sin la vida de la gracia, la Iglesia se reduciría a simples estructuras. "El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo, y en ellos ora y da testimonio de su adopción de hijos" (LG 4).

     El "murmullo" del "agua viva" en nuestros corazones se traduce en compromisos de misión: "La caridad de Cristo me apremia, al pensar que uno ha muerto por todos. Y Cristo ha muerto por todos para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos" (2Cor 5,14-15). El compromiso apostólico o misionero es la señal de vivir con autenticidad la vida de la gracia. "La urgencia de la actividad  misionera brota de la radical novedad  de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos" (RMi 7).

1. Cristo en cada hermano

     La propia vida de gracia, como vida divina participada y como inhabitación de Dios Amor en nosotros, se vive siempre en relación a los hermanos. Cada hermano es una historia de amor eterno que comenzó en el corazón de Dios. En cada hermano podemos descubrir destellos de presencia y de vida divina. Esta experiencia de fe comienza descubriendo a Cristo escondido en la vida y en el rostro de cada hermano, especialmente cuando está necesitado: "Cuantas veces hicisteis eso a un de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     La sorpresa de Saulo, al encontrarse con Cristo en el camino de Damasco, consistió en descubrir que el Señor vive en cada creyente: "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act 9,4). Un baso de agua dado a un hermano se convierte en un gesto de amor manifestado a Cristo que vive en él (Mt 10,42).

     La vida nueva que Dios nos comunica y su presencia de inhabitación en nosotros como en su propio hogar, son la fuente de nuestra realización como personas humanas, creadas a imagen de Dios Amor. Nuestra personalidad se construye en una actitud de relación, que es donación a Dios y a los hermanos. "El hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24).

     El cumplimiento del mandato de Cristo es una exigencia y una manifestación de la vida nueva: "Amaos como yo os he amado" (Jn 13,34). Pero esta actitud evangélica sólo es posible cuando dejamos que Cristo viva en nosotros de verdad: "Sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Entonces le descubrimos presente en los hermanos. Esta vida en Cristo, compartida con todos, nos hace ser "un solo cuerpo" (1Cor 12,12), donde cada miembro se siente solidario con de los demás: "Si padece un miembro, todos los demás padecen con él" (1Cor 12,26).

     En cada hermano podemos descubrir las huellas de Dios Amor. Es siempre "el hermano, por quien Cristo ha muerto" (1Cor 8,11). La vida de cada hermano es biografía de Cristo. Desde el nacimiento hasta la muerte, todo creyente puede "completar" (Col 1,24) lo que falta al "Cristo total". Desde el día de la encarnación, Cristo acompaña a cada ser humana para hacer de él su prolongación, su mismo "sí" o "amén" de donación (2Cor 1,20; Heb 13,15).

     La realidad de Iglesia, como "misterio" o signo de la presencia de Cristo, tiene lugar en cada creyente. La Iglesia, en cada uno de sus miembros, es "complemento" de Cristo (Ef 1,23), su expresión, su "consorte". La dignidad fundamental de cada miembro de la Iglesia es la misma. La diversidad de vocaciones y de ministerios se convierte en campo diferenciados donde cada uno debe realizar su vida divina participada. Es más el que ama más, es decir, el que más refleje en su vida la comunión de Dios Amor, uno y trino.

     El trabajo que cada hermano realiza, las cualidades que posee y los cargos que desempeña, son sólo medios o instrumentos por los que hará realidad la "vida nueva" en sí mismo y en los demás. La vida divina participada es común a todos los que han abierto el corazón a Dios.

     Ver el rostro de Cristo en el rostro de cada hermano es una señal de vivir en sintonía con el pensar, sentir y amar del Señor. Sólo quien descubre y respeta esta realidad del hermano podrá decir, como Pablo, "mi vida es Cristo" (Fil 1,21), "es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

     El proceso de la propia configuración con Cristo, como proceso de apertura a la vida divina, corre a la par del hecho de saber adivinar en cada hermano su misma realidad, reconociéndola, respetándola y amándola.

     Cada hermano está llamado a la perfección de la caridad, de suerte que su vid se haga prolongación y expresión de Cristo. Cada uno debe ser, para los demás, una ayuda en este camino de crecimiento espiritual, que abarca todo el ser del hombre.

     La actitud filial del "Padre nuestro" se realiza en cada hermano que ha encontrado a Cristo. A partir de este encuentro, su filiación divina es un proceso indefinido que delinea su dignidad. En cada ser humano hay alguna "semilla" de esta realidad cristiana, que tiende a llegar a la plenitud. El tener, el poseer y el disfrutar de unos bienes terrenos no es determinante para la verdadera personalidad humana, puesto que "el hombre vale más por lo que es, que por lo que tiene" (GS 35).

     El mensaje de las bienaventuranzas está moldeando la personalidad de todo creyente sin excepción. Jesús ya vive, de algún modo, en todo corazón humano, para hacer de él su misma imagen filial, de suerte que el pensar, sentir y querer se realicen en cada corazón según el modelo de Dios Amor: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48).

     La pobreza, limitación y marginación en que se encuentran algunos hermanos no son motivo suficiente para olvidar o prescindir de su dignidad de hijos de Dios y de hermanos en Cristo. Todo hermano es amado por Dios de modo irrepetible. Todo hermano es recuperable para la vida divina y para reencontrar su realidad integralmente humana en Cristo. Cualquier ser humano, aunque fuera un esclavo por su condición social, es ya "parte de nuestro mismo corazón" (Filemón 12), como coheredero de la misma "vida nueva".

     A la luz de esta dignidad cristiana, a la que está llamado todo ser humano por el hecho de haber sido redimido por Cristo, ya no existen categorías sociales ni esclavitudes más o menos solapadas. Cada uno es "el hermano queridísimo" (Filemón 16). No aceptable la clasificación que solemos hacer entre buenos y malos, ricos y pobres, puesto que prevalece la realidad profunda de que Cristo hace de cada hermano una página de su biografía. Quien ha encontrado a Cristo ya no tiene más vocación que la de compartir con todo hermano el mismo caminar hacia el Amor, cuando "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).

     El "misterio" del hombre se descifra sólo en el "misterio" de Cristo, prolongado en el "misterio" de la Iglesia. El significado profundo de las palabras "libertad", "igualdad" y "fraternidad" está acuñado en el cristianismo, con la particularidad de que estas palabras no pueden separarse de su dimensión universalista, porque "Cristo murió por todos" (2Cor 5,14-15).

 

2. Cristo en la comunión de hermanos

     "Iglesia" ("ecclesia") significa el conjunto de hermanos "convocados" por la presencia de Cristo resucitado. Todos ellos forman una comunidad o "comunión" basada en el amor. Todos ellos son, en Cristo, el reflejo de la unidad de donación que existe en Dios Amor: "Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4, citando a San Cipriano). La vida divina participada es la que fundamenta la "comunión" eclesial, dando sentido a la vida fraterna.

     La señal de ser partícipes de la vida divina es precisamente esta actitud de amor que quiere construir la comunión de hermanos: "Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1Jn 3,14).

     Cristo clasificó a la comunidad de creyentes con una frase llena de ternura: "Mi Iglesia" (Mt 16,16). Su amor por la Iglesia llegó hasta dar la vida por ella: "Amó a la Iglesia y sen entregó a sí mismo por ella, para consagrarla a Dios purificándola por medio del agua y de la palabra. Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). Este amor lo contagió a sus amigos, hasta hacerlos disponibles para sufrir por ella y de ella: "Me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24).

     La comunidad de creyentes es verdaderamente Iglesia, es decir, "comunidad convocada", cuando reina el amor fraterno; entonces se convierte en signo claro y portador de Cristo: "Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20); "amaos los unos a los otros, como yo os he amado... en esto conocerán que sois mis discípulos" (Jn 13, 34-35).

     La realidad de la Iglesia es, pues, la de ser signo de la presencia de Cristo (Iglesia "misterio") en cuanto comunidad de hermanos (Iglesia "comunión"). Ahí radica la fuerza de la misión eclesial. Por esto se llama también "cuerpo" o expresión de Cristo (1Cor 12,27; Ef 1,23), "pueblo" o propiedad suya esponsal (1Pe 2,9) y "signo levantado ante los pueblos" (cf. Is 11,12).

     La Iglesia es el "Cristo total", como diría San Agustín. Cristo se prolonga en el tiempo y en los diversos lugares a través de los creyentes que viven la nueva ley del amor fraterno. La vida de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, es vida nueva en el Espíritu Santo: "El Hijo de Dios, en la naturaleza humana unida a sí, redimió al hombre, venciendo la muerte con su muerte y resurrección, y lo transformó en una nueva criatura. Y a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó místicamente su Cuerpo, comunicándoles su Espíritu" (LG 7).

     La ley del amor fraterno hace posible que la comunidad eclesial crezca armoniosamente en la vida nueva del Espíritu. "La claridad de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1) cuando la misma Iglesia se renueva en el amor: "El Espíritu Santo... con la fuerza del evangelio, rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).

     Por esta vida de "comunión" o de amor fraterno, la comunidad eclesial es "un solo cuerpo" de Cristo, diferenciado por los diversos servicios o ministerios y vocaciones, alimentado por "un solo pan" y unificado por el amor en el que cada hermano es solidario de los gozos y esperanzas de los demás (1Cor 12,12-26).

     Para que la comunidad eclesial sea "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32), es necesario realizar un proceso unificador por medio de la "escucha de la palabra", la oración, la celebración eucarística y el compartir los bienes. "María, la Madre de Jesús", es el modelo y la Madre de esta comunidad  unificada y vivificada por el Espíritu Santo (cf. Act 1-4).

     Cuando la fraternidad no se basa en la vida divina participada en el corazón, no existe propiamente la "comunión" de hermanos, puesto que "la caridad viene de Dios" (1Jn 4,7). Sin esta caridad verdadera, una comunidad eclesial se diluye o se hace un grupo de presión, que divide a otras comunidades apartándolas de la comunión con la Iglesia particular y universal. No se ama de verdad a los hermanos cuando se siembra entre ellos la amargura del propio corazón.

     Como Cristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu de amor, de modo semejante el cristiano nace a la vid divina en la comunidad eclesial, de la que María es figura y personificación. El bautismo y los demás sacramentos recuperan entonces el significado más profundo, que consiste en transformar la vida en vida divina participada, como proceso indefinido de configuración con Cristo. No existe evangelización sin los "sacramentos de la fe" (SC 59). Por esto la eucaristía es "la fuente y la cumbre de toda la evangelización" (PO 5; cf. SC 10; LG 11).

     El hecho de vivir la vida divina, que nos hace participar en la vida trinitaria, "en el Espíritu, por Cristo, al Padre" (cf. Ef 2,18), es el fundamento de la comunión eclesial en "un solo cuerpo" (Ef 2,16). Sólo entonces nace en el corazón y en la comunidad "la paz de Cristo", que se fundamenta en la caridad, como "vínculo de perfección" (Col 3,14).

     Las divisiones se manifiestan siempre en problemática de superficie, que cada uno procura fundamentar en razones aparentemente válidas. Pero, en realidad, toda división nace en un corazón ya dividido con anterioridad, que no quiere morir al propio egoísmo y vivir sólo para el amor. El "Cristo dividido" (1Cor 1,13) de tantas comunidades sólo se puede restaurar por medio de un conversión personal y comunitaria, como apertura incondicional a los planes de Dios. "El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior" (UR 7). El "ecumenismo" más difícil es el de los hermanos que ya viven en la misma casa.

     El amor a la Iglesia, tal como es, con sus signos limitados y, al mismo tiempo, portadores de gracia, es la piedra de toque de la "comunión" eclesial. "La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (PO 14). "En la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo" (San Agustín). Cuando el corazón no vive en sintonía con la vida divina, rompe los lazos de comunión eclesial. La vida de gracia no puede convertirse en un adorno ni en una abstracción aséptica.

     La palabra de Dios transmitida a la comunidad eclesial es el punto de partida de la "comunión", porque es palabra que tiene su iniciativa en Dios (palabra revelada e inspirada) y que se ha transmitido y predicado a través de la comunión eclesial (magisterio, predicación, liturgia, vida de santos...). Si esta palabra no llegara a ser contemplada en el corazón, como hizo María (Lc 2,19.51), y no se hiciera vida de amor personal y comunitario, se convertiría en simple lenguaje para expresar ideas preconcebidas. Vivir la "gracia" con actitud relacional para con Dios íntimamente presente, se traduce en actitud de escucha humilde y contemplativa de la palabra, que orienta ("convierte") el corazón hacia el amor. La garantía de haber escuchado y contemplado la palabra está en la vivencia de la eucaristía como presencia especial de Cristo, sacrificio y sacramento de unidad.

 

3. Cristo envía a los hermanos

     El "agua viva" o vida divina participada, que Cristo ofreció a la samaritana, es para todos: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba" (Jn 7,37). El llamado del Señor no tiene fronteras: "Venid a mí todos" (Mt 11,28); "yo soy el pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,48.51).

     Quien vive en sintonía con esta vida nueva, siente continuamente en su corazón la voz de Cristo Buen Pastor:

"Tengo otras ovejas" (Jn 10,16); "tengo sed" (Jn 19,28). Cuando uno escucha los amores de Cristo, como el discípulo amado (Jn 13, 23-25), descubre que el "agua" que brota de su corazón es fruto de una "sangre" derramada "por todos" (Jn 19,34-37; Mt 26,28).

     Cuando se encuentra a Cristo de verdad, entonces "arde el corazón" (Lc 24,32) y se siente la necesidad imperiosa de anunciarle a todos los hermanos (Lc 24,33-35). Cuando el Señor deja sentir su presencia, como a la Magdalena junto al sepulcro vacío, es para hacer partícipes a los demás de esta misma gracia: "Ve a mis hermanos" (Jn 20,17).

     La vida divina o vida de gracia es participación en la filiación divina de Cristo, que es "el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29). La Iglesia, como comunidad "convocada" por Cristo resucitado, ha sido fundada para evangelizar a todos los pueblos: "Id por todo el mundo" (Mt 28,19). La misión que Cristo ha confiado a los suyos es la de comunicar la vida divina: "Bautizad en el hombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (ibídem). "Los pueblos son coherederos" con nosotros del misterio de Cristo (Ef 3,6).

     Un creyente o una comunidad cristiana que no viviera la realidad de ser Iglesia "misterio" (signo de Cristo) e Iglesia "comunión" (fraternidad), confundiría la Iglesia "misión" con una empresa técnica, filantrópica o política. La misión nace como urgencia de comunicar la caridad que Dios ha infundido en nuestros corazones: "La caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "ay de mí si no evangelizare" (1Cor 9,16). "La misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11).

     En algunas comunidades cristianas existe una sensibilidad "estragada" por mil preocupaciones, relativamente buenas, que no corresponden a los deseos profundos de Cristo. Si el Señor se acercó a toda clase de necesidades humanas, fue para salvar al hombre en toda su integridad de Hijo de Dios. Hay sectores humanos que ya han superado la pobreza material y la marginación, pero que han caído en la mayor de las pobrezas: alejarse de Dios Amor y oprimir a los hermanos.

     Los santos vivieron un compromiso profundo de encarnación e inserción, a partir de una auténtica experiencia de la vida divina, que Cristo mereció para todos. El "amor preferencial por los pobres" es un contagio de los amores de Cristo, que vino para "salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10) y para "dar la vida en rescate por todos" (Mt 20,28). Este amor sólo es posible cuando se ha entrado en el corazón de Cristo, porque "el amor viene de Dios" (1Jn 4,7).

     Quien ha recibido la gracia de la fe, descubre que todo ser humano ha sido amado y "elegido en Cristo" para ser "hijo de en el Hijo", gracias a la "prenda del Espíritu"; de esta vivencia nace la necesidad imperiosa, por agradecimiento y por misión, de trabajar incansablemente para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Si el amor no fuera así, dejaría de ser amor.

     Lo mejor que podemos dar a los hermanos es nuestra colaboración para que reciban el don de la fe y de la vida nueva. Una sociedad que no viviera del amor a Cristo daría origen a nuevas formas de pobreza y de marginación: droga, suicidio, aborto, eutanasia, empobrecimiento de los pueblos más débiles, erotismo... La peor de esas esclavitudes es la de impedir que la persona se realice amando, haciendo de su vida una donación a imagen de Dios Amor. El ser humano sólo se realiza en una relación de entrega sincera a los demás.

     Sólo a partir de la vida nueva de la gracia, los hombres recuperarán su dignidad de hijos de Dios. Entonces se podrá "alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación" (EN 19). Sólo a la luz de la vida nueva será posible "proponer una nueva síntesis entre evangelio y vida, y poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio" (Juan Pablo II).

     Llegar a sentir y asumir "la propia responsabilidad en la difusión del evangelio", sólo es posible a partir de "una profunda vida interior" (AG 35). La toma de conciencia de ser hijos de Dios produce apóstoles de esta misma filiación. Entonces se siente en el corazón el celo apostólico de Pablo, que saber transformar las dificultades en amor fecundo: "para formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19).

     La misión de la Iglesia es la de crear comunidades que vivan la "comunión" o fraternidad como reflejo de la vida divina trinitaria: "Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'. Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia"... (SRS 40).

     La cercanía al hombre concreto, para liberarlo de todo género de esclavitudes, sólo es auténtica cuando se le ama tal como es, según los designios de Dios: "El camino de la Iglesia pasa a través del corazón del hombre, porque está ahí el lugar recóndito del encuentro salvífico con el Espíritu Santo, con el Dios oculto y precisamente ahí el Espíritu Santo se convierte en fuente de agua que brota para la vida eterna" (DEV 67).

     Esta oferta cristiana puede parecer "dura" y utópica, cuando en la publicidad son otros los problemas que aquejan a la humanidad. Pero las palabras de Jesús son "palabras de vida eterna" (Jn 6,68), que no se prestan al juego de la moda. Desde los nuevos "areópagos" del mundo actual, surge el mayor desafío de la historia de la Iglesia: nos preguntan sobre nuestra experiencia del Dios vivo: "El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76; cfr. RMi 38).

     Si el hombre de hoy perdiera su relación con Dios, atrofiaría su relación de respeto al cosmos y de donación a los hermanos. La vida de gracia hace seres humanos profundamente "inculturados", es decir, inmersos en las actitudes culturales básicas: relación con Dios, con la humanidad y con el cosmos. La destrucción indiscriminada de la naturaleza es un signo de haber atrofiado el amor a Dios y a los hermanos. La "ecología" bien entendida tiene raíces morales y espirituales.

     Nuestros hermanos, de cualquier raza y de cualquier pueblo, necesitan ver a Cristo en nuestro modo de amar, ver, escuchar, hablar, actuar. Ningún nivel de actuación sociológica (cultural, política, económica...) queda dispensado de esta dimensión evangélica. El Espíritu Santo, enviado por Jesús, si le dejamos actuar en el corazón, nos convierte en "testigos" del Señor "hasta los últimos confines de la tierra" (Act 1,8).

     La Iglesia, para cumplir su misión evangelizadora, mira siempre a Nazaret y al Cenáculo: "En la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén" (RM 24). "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Cristo en los hermanos:

 

     "Cuantas veces hicisteis eso a un de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     "Saulo, ¿por qué me persigues?... Yo soy Jesús, a quien tú persigues" (Act 9,4-5).

 

     "Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1Jn 3,14).

     "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado... en esto conocerán que sois mis discípulos" (Jn 113, 34-35).

 

    

- Cristo en la comunidad:

 

     "Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20)

 

     "Todos los miembros del cuerpo, por muchos que sean, no forman más que un solo cuerpo; así también Cristo... Si padece un miembro, todos los demás padecen con él" (1Cor 12,12.26).

 

     "Porque tú te las das de sabio, ¿se va a perder... ese que es un hermano, por quien Cristo ha muerto?" (1Cor 8,11)

 

     "Todo lo ha puesto Dios bajo el dominio de Cristo, constituyéndolo cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, y, por tanto, su complemento" (Ef 1,23)

 

     "¿Es que está dividido Cristo?" (1Cor 1,13)

 

- Amar a la Iglesia como Cristo la ama:

 

     "Amó a la Iglesia y sen entregó a sí mismo por ella, para consagrarla a Dios purificándola por medio del agua y de la palabra. Se preparó así una Iglesia esplendorosa, sin mancha ni arruga ni cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada" (Ef 5,25-27).

 

     "Me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por el bien de su cuerpo que es la Iglesia" (Col 1,24).

 

- El amor de Cristo urge a la misión sin fronteras:

 

     "La caridad de Cristo me apremia, al pensar que uno ha muerto por todos. Y Cristo ha muerto por todos para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos" (2Cor 5,14-15).

 

     "Venid a mí todos" (Mt 11,28).

     "Yo soy el pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,48.51).

 

     "Tengo otras ovejas" (Jn 10,16).

     "Tengo sed" (Jn 19,28).

     "Ve a mis hermanos" (Jn 20,17).

 

     "Id por todo el mundo, amaestrad a todos los pueblos, bautizándolos en el hombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).

     "Seréis mis testigos...  hasta los últimos confines de la tierra" (Act 1,8).

 

     "Todos los pueblos comparten la misma herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha por Cristo Jesús a través del evangelio, del que la gracia y la fuerza de Dios me han hecho servidor" (Ef 3,6-7).

 

     "El Hijo del hombre ha venido para salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10) y para "dar la vida en rescate por todos" (Mt 20,28).

 

     "Recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

     "Ay de mí si no evangelizare" (1Cor 9,16).

     "Hijitos míos, por quienes estoy sufriendo de nuevo dolores de parto, hasta formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19).

 

- María, Madre de la unidad de la Iglesia:

 

     "La madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le respondió: ¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. Dice su madre a los que servían: Haced lo que él os diga" (Jn 2,4-5).

 

     "Perseveraban unánimemente en la oración,... con María la madre de Jesús" (Act 1,14). "Se llenaron todos del Espíritu Santo" (Act 2,4). "Y perseveraban asiduamente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en la oración... Vivían unidos y tenían todas las cosas en común" (Act 2,42-44). "La multitud de los que creyeron tenía un solo corazón y una sola alma... y con gran fortaleza daban los apóstoles el testimonio que se les había confiado acerca de la resurrección del Señor Jesús" (Act 4,32)

 

     "Dijo Jesús: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y dirigiendo en torno su mirada a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: Ahí tenéis mi madre y mis hermanos. Pues el que hiciere la voluntad de Dios, éste es mi hermano y hermana y madre" (Mc 3,33-35).

Visto 275 veces
Más en esta categoría: « IV EL HOGAR DE DIOS VI VER A DIOS »

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.