ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)
Atilano Rodríguez Martínez Obispo de Ciudad Rodrigo «SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA, MISTERIO DE COMUNIÓN»
Escrito por Super UserAtilano Rodríguez Martínez
Obispo de Ciudad Rodrigo
«SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA,
MISTERIO DE COMUNIÓN»
Exhortación pastoral ante el nuevo curso 2007-2008
Atilano Rodríguez Martínez
Obispo de Ciudad Rodrigo
«SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA,
MISTERIO DE COMUNIÓN»
(Exhortación pastoral ante el nuevo curso 2007-2008)
Ciudad Rodrigo, 2007
Imprime: LLETRA, S.L.
Avda. Conde de Foxá, nº 89
Tel.: 923 48 12 68
37500 Ciudad Rodrigo
SEPARATA DEL BOLETIN OFICIAL DE LA DIOCESIS DE CIUDAD RODRIGO
Septiembre - Octubre 2007
Impreso en España
Depósito Legal: S - 857 - 1990
SUMARIO
INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
PARTE I
CONTEMPLEMOS LA REALIDAD
a) Existe un gran confusionismo en la concepción de la Iglesia . . . . . 9
b) El confusionismo genera desafección hacia la Iglesia . . . . . . . . . . 11
c) La desafección lleva a la huida silenciosa de la Iglesia . . . . . . . . . 13
PARTE II
ESCUCHEMOS LA PALABRA DE DIOS
a) La elección de los doce . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
b) Caraterísticas de las primeras comunidades cristianas . . . . . . . . . 19
c) Elección de sus sucesores por parte de los apóstoles . . . . . . . . . . . 22
d) Jesús ora al Padre para que todos vivan la comunión . . . . . . . . . . 24
e) La Eucaristía edifica la comunión eclesial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 26
ACOJAMOS LAS ENSEÑANZAS DE LA IGLESIA
a) La Iglesia, misterio de comunión (Concilio Vaticano II) . . . . . . . . 31
b) Enviados al mundo para ser artífices de comunión
(Enseñanzas de Juan Pablo II y Benedicto XVI) . . . . . . . . . . . . . . 34
c) La comunión trinitaria, modelo, fuente y meta de
la comunión eclesial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
d) Hagamos de la Iglesia casa y escuela de comunión. . . . . . . . . . . . 39
e) Para vivir la comunión es necesaria una espiritualidad
de comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
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PARTE III
COMPORTAMIENTOS QUE IMPIDEN LA COMUNIÓN
a) Nuestros pecados rompen la comunión eclesial. . . . . . . . . . . . . . . 45
b) Las concepciones sociológicas de la Iglesia . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
c) El activismo incontrolado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
d) Los grupos cerrados dificultan la comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
e) El miedo a vivir la corresposabilidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
PARTE IV
OBJETIVO PASTORAL Y POSIBLES ACCIONES PARA LA PROGRAMACIÓN
PASTORAL
Profundicemos en el conocimiento y en el amor a la Iglesia como misterio de comunión
par impulsar su misión evangelizadora desde la corresponsabilidad
1) Contemplación del misterio Trinitario para aprender
a vivir la comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
2) Atentos a la acción del Espíritu para colaborar con Él . . . . . . . . 59
3) Impulsar la espiritualidad de comunión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
4) Preparación de la Eucaristía dominical . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
5) Vivencia de la comunión más alla de la parroquia. . . . . . . . . . . . 62
6) No podemos evangelizar si estamos divididos. . . . . . . . . . . . . . . 63
7) La comunión no es uniformidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 64
8) La comunión debe llevarnos a la incorporación de
los pobres a la comunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
9) Necesitamos promover el asociacionismo laical . . . . . . . . . . . . . 66
10) La perfecta comunión de la Iglesia no se consigue
en este mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
CONCLUSIÓN
MARÍA, MODELO Y MADRE DE LA IGLESIA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
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Queridos diocesanos:
Todos somos conscientes de la novedad del momento que vivimos y de la dificultad que experimentamos para encontrar medios y caminos para evangelizar. Con el fin de dar respuesta a estas dificultades, el año pasado centrábamos nuestra mirada en el Proyecto Diocesano de las Unidades Pastorales en el que ha ido desembocando el trabajo pastoral de nuestra diócesis de años anteriores. Os recuerdo con gratitud que juntos hemos estado dispuestos durante estos años a trabajar confiando siempre en Dios (2003-2004), sintiéndonos llamados a evangelizar en un mundo nuevo (2004-2005), alegres en la esperanza(2005-2006), volviendo a las fuentes de la vida cristiana para contemplar a Jesucristo (2006-2007) y siempre animados por la virtud teologal de la esperanza.
Es cierto que la realidad del momento nos ha situado desde hace unos años ante una sociedad que se ha hundido en un mar de palabras e imágenes efímeras y vacías, en medio del ruido ensordecedor de la civilización moderna, con miles de propuestas, pero con gran ausencia de Dios. Los hombres y mujeres experimentan una gran insatisfacción y una creciente soledad que fácilmente les puede llevar por caminos distintos a los de la Iglesia y a los de la auténtica fe.
Por todo ello, y para llenar de contenido espiritual y pastoral el proyecto Diocesano de las Unidades Pastorales, como un medio y camino para la evangelización, en la carta pastoral escrita el pasado año, con ocasión de la programación pastoral del curso en los distintos arciprestazgos de la diócesis, os invitaba a “Volver a las fuentes de la vida cristiana”.
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Como seguidores de Jesús necesitamos volver constantemente a Él nuestros ojos, nuestro corazón y nuestra mente, porque es la piedra angular sobre la que reposa el edificio eclesial y sobre la que se sustenta toda nuestra vida cristiana. Si queremos fundamentar sólidamente nuestra identidad como creyentes y si deseamos construir el edificio de las “Unidades Pastorales” durante los próximos años en nuestra diócesis, debemos hacerlo sobre bases sólidas para no trabajar en balde y para no quedarnos en una organización fría y sin contenido. Precisamente por esto, con la programación pastoral en los distintos arciprestazgos de la diócesis, pretendíamos ayudar a todos los miembros de nuestras comunidades a volver la mirada y el corazón a Jesucristo, como evangelio de Dios.
Ahora bien, la misión nos exigía y nos sigue exigiendo profundizar en el Misterio Trinitario, porque la contemplación de Jesucristo es imposible si olvidamos o pasamos por alto su íntima relación de amor y de vida con el Padre y con el Espíritu Santo. Jesucristo vino al mundo como el enviado del Padre, para mostrarnos su rostro y para cumplir en todo momento su voluntad, guiado siempre por la acción del Espíritu Santo. Partiendo de esta verdad evangélica, podemos afirmar que es totalmente imposible conocer a Cristo y entender su vida sin adentrarnos en las profundidades del misterio Trinitario, que es misterio de vida, de amor y de unidad.
No podemos olvidar que para un verdadero creyente todo en la vida nace de este misterio y todo se orienta hacia la consumación de la existencia en él. Desde la comunión con la Trinidad, incoada en el sacramento del bautismo y desarrollada en los demás- 6 -sacramentos, todos los cristianos hemos sido constituidos hijos de Dios y somos invitados a caminar por el mundo en comunión con los hermanos, dejando que la Palabra divina ilumine y oriente nuestros pensamientos y acciones. De este modo, con el testimonio de la palabra y de las obras, podremos anunciar a todos las maravillas de Dios.
En la oración pausada y en la formación cristiana integral encontraremos los medios necesarios para fortalecer la fe, la esperanza y la caridad y para alcanzar el conocimiento interior y experiencial, personal y comunitario, del Dios vivo.
Pero, durante el tiempo de peregrinación por esta tierra, no debemos perder de vista que la vocación cristiana, nuestra filiación divina, la Iglesia, la evangelización, la comunión fraterna, el amor y la salvación son dones de Dios Padre, que se ofrecen a todos los hombres por medio de Jesucristo a impulsos del Espíritu Santo, sin mérito alguno por nuestra parte.
Por lo tanto, sólo volviendo a Cristo y permaneciendo en Él, podremos acoger estos dones, valorarlos y ofrecerlos a los hermanos. Sin olvidar nunca estos aspectos fundamentales y básicos de nuestra vida cristiana, en los cuales nos hemos detenido de un modo especial el curso pasado, durante los próximos meses meditaremos en el SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA, MISTERIO DE COMUNIÓN.
Para hacer esta meditación será preciso que volvamos nuestros ojos al Evangelio, en donde Jesús mismo nos presenta el origen de la Iglesia. Sin sus enseñanzas y su testimonio vital resultará imposible entender el ser y la misión de la Iglesia fundada porÉl.
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Teniendo en cuenta las abundantes y atinadas reflexiones de los miembros del Consejo Pastoral Diocesano, del Colegio de Arciprestes y del Consejo del Presbiterio, en esta carta pastoral voy a fijarme fundamentalmente en la realidad de la Iglesia, concebida como misterio de comunión para la misión o como misterio de comunión misionera.
Los estudios eclesiológicos posteriores al Concilio y las intervenciones del Magisterio de la Iglesia señalan que esta es la expresión que mejor define y resume el contenido de los distintos documentos conciliares.
PARTE I
CONTEMPLEMOS LA REALIDAD
La Iglesiafundada por Jesucristo ha recibido el encargo de anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra, compartiendo los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de todos los hombres, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren. Millones de cristianos en el mundo entero se levantan cada día con el deseo de seguir las huellas del Maestro y de ayudar a sus semejantes a descubrirle como el camino, la verdad y la vida. Sin embargo, observamos que en algunos países, como el nuestro, la misión de la Iglesia no es comprendida ni aceptada por parte de bastantes creyentes y no creyentes. La consideran como una institución pasada de moda, arcaica, trasnochada e incapaz de conectar con la vida y con las necesidades del hombre de hoy. Estas apreciaciones tienen que ayudarnos a pensar qué es lo que hacemos mal para corregirlo, para progresar en la conversión y para acrecentar la fidelidad al Señor. Pero, por otra parte, las dificultades y las incomprensiones no deben desanimarnos, ni mucho menos angustiarnos, pues sabemos que la Iglesia, al igual que le ocurrió a su Señor, debe asumir la cruz, la incomprensión y la persecución en el cumplimiento de su misión.
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Concretamente, tendríamos que preguntarnos qué le sucede a la Iglesia en España y cuál es la concepción que se tiene de la misma en estos momentos.
a) Existe un gran confusionismo en la concepción de la Iglesia. Conligeras variantes, los evangelios sinópticos nos presentan aquella escena íntima, en la que Jesús se encuentra a solas con sus discípulos y, en un clima de confianza y de amistad, les hace la pregunta sobre la identidad de su persona: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”. La respuesta de los discípulos, recogiendo el sentir popular, es vaga, imprecisa y confusa:“Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas”.
Al escuchar esta respuesta tan equivocada sobre su identidad, el Señor les formula directamente a los discípulos la misma pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Pedro responde, en nombre de sus compañeros:“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. (Mt. 16, 13-16).Como el mismo Jesús reconocerá, la respuesta de Pedro es acertada, pero resulta imposible formularla con tanta claridad y precisión sin que exista previamente una revelación por parte del Padre celestial. Los que han respondido a la llamada del Maestro y quieren seguirle, deben tener clara su identidad y para ello han de abrir la mente y el corazón a la acción de la gracia y a la revelación de Dios. Los discípulos no pueden permanecer en la confusión o en el desconcierto generalizado de la masa. Ellos deberán anunciara Jesucristo y tendrán que ser sus testigos hasta losconfines de la tierra.
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El discípulo necesita tener clara la identidad del Maestro. El discípulo no puede instalarse en la confusión
Pero, para que su testimonio sea verdadero y auténtico, han de conocer perfectamente la identidad del Maestro, es decir, deberán reconocerle y acogerle como verdadero Dios y verdadero hombre en íntima comunión con la voluntad del Padre.
Si hoy formulásemos a los católicos españoles la misma pregunta que el Señor hizo a los doce, seguramente nos encontraríamos con muchas sorpresas. Sin duda, habría un grupo importante de cristianos que confesaría con gozo y claridad la verdadera identidad de Jesucristo como el enviado del Padre, el Mesías y Señor. Pero, como en tiempos de Jesús, también en nuestros días bastantes bautizados darían respuestas incompletas, superficiales y confusas sobre su ser y misión. Este mismo confusionismo lo percibiríamos en muchos bautizados, si hiciésemos la pregunta sobre el ser de la Iglesia, sobre su identidad, origen y misión.
Desgraciadamente la carencia de una verdadera experiencia de Dios y el desconocimiento de los principales contenidos doctrinales de la fe católica es alarmante en muchos bautizados. Esto queda patente en los estudios sociológicos y en los comunicados o declaraciones de algunos grupos que, al menos, de palabra confiesan su condición de cristianos.
La misión de Jesucristo no puede entenderse sin la Iglesia y ésta no tendría sentido sin su vinculación y referencia constante a Jesucristo. Sin embargo el cristiano de hoy disocia fácilmente ambas realidades. Con frecuencia, apenas ve lo que la Iglesia le aporta para vivir de Aquel que es su maestro de vida.
¿Cómo podremos decir que somos cristianos, seguidores de Jesucristo y miembros de la Iglesia, si no conocemos a fondo quién es Jesús y qué es la Iglesia?
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Pero no existe verdadera experiencia de Dios.Contenidos doctrinales de la fe católica, son ignorados por muchos bautizados.
b) El confusionismo genera desafección hacia la Iglesia
A pesar de este desconocimiento, observamos que en los últimos años son muchas las personas, creyentes y no creyentes, que se creen en el deber de opinar sobre la Iglesia y su misión. Todos se atreven a recordarnos a los restantes miembros de la comunidad cristiana lo que la Iglesia debe ser y hacer para no perder el tren de la historia, para adaptarse a las necesidades del momento presente y para ser bien vista por la sociedad actual.
En muchas ocasiones, bastantes personas ofrecen su visión de la Iglesia o de lo que ésta debe hacer sin tomar en consideración las enseñanzas evangélicas y sin respetar la Tradición viva de la Iglesia. Los criterios subjetivos y los gustos personales suelen ser su único punto de apoyo a la hora de enjuiciar la misión de la Iglesia. En ciertos casos, estas opiniones y comentarios se quedan en los aspectos externos, responden a fijaciones del pasado y obedecen a una concepción ideológica de la Iglesia, según la cual ésta estaría formada por buenos y malos, progresistas y retrógrados, avanzados y tradicionalistas.
En otros casos se percibe una concepción de la Iglesia puramente sociológica, equiparándola a cualquier otro grupo u organización social, sin tener en cuenta para nada su verdadera identidad y sin preguntarse por la misión confiada por el Señor a la misma.
Los contenidos de estos comentarios e informaciones llegan a través de los medios de comunicación a muchos católicos buenos, pero de fe débil y con poca formación religiosa. Ellos acogen estas informaciones y las noticias sobre la vida y la actividad de la Iglesia sin una actitud crítica y, en bastantes ocasiones, las reciben como si realmente reflejasen su verdadera identidad. Esta aceptación indiscriminada de lo que dicen otras personas sobre el ser de la Iglesia, poco a poco va calando en las conciencias y genera un gran confusionismo y un desprecio progresivo e infundado hacia la institución eclesial.
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Criterios subjetivos frente a enseñanzas evangélicas y Tradición viva de la Iglesia. La opinión que muchos bautizados tienen de la Iglesia, viene desde fuera, sesgada, hostil y desmoralizadora
En la mayor parte de los casos estas informaciones sesgadas e incompletas sobre la identidad de la Iglesia no tienen en cuenta su origen, pasan por alto su quehacer, olvidan su servicio generoso a la sociedad y minusvaloran la misión confiada por el Señor a la misma.
El mensaje que la Iglesia aporta al mundo es un mensaje de salvación sobre todo para los pobres, para los que sufren, para los que nada tienen o nada son. Nada ni nadie puede empañar este mensaje. Ciertamente la Iglesia hace cosas mal, puesto que quienes nos consideramos miembros de la misma somos pecadores y experimentamos las limitaciones propias de la condición humana. Esto ya lo sabía el Señor cuando llamó a los doce al seguimiento y esto lo sabe también cuando hoy nos llama a nosotros, que estamos tan alejados de la experiencia y del conocimiento directo e íntimo que ellos tenían de su persona.
La Iglesiano es ni mucho menos una especie de enclave “santo” dentro de un mundo profano e impío, sino que es la obra dispuesta por Dios para comunicara todos los pueblos la salvación. Ser cristiano es una gracia de Dios. Por eso, gracias a Él, en la Iglesia española y en la Iglesia universal, a pesar de las limitaciones y pecados de sus miembros, el Espíritu Santo continúa suscitando hombres y mujeres que caminan por las sendas de la verdad y de la santidad. Desde la adhesión incondicional a Jesucristo y desde un profundo amor a sus semejantes trabajan hasta el final, con la esperanza puesta en lo que no se ve y gastan la vida en silencio en los entornos del Reino de Dios. Son incontables los testimonios de fe y caridad, que cada día podemos comprobar y constatar, pero estos testimonios –no sé muy bien por qué razón- se acallan por parte de los medios de comunicación y nunca salen a la luz. No faltan verdaderos testimonios de fe y de caridad vividos en la esperanza
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Importancia de conocer, comprender y asumir nuestros orígenes y nuestras raíces
c) La desafección lleva a la huída silenciosa de la Iglesia
Pero en nuestros días, además, se produce una huida silenciosa de la Iglesia por parte de algunos que consideran que vive anclada en el pasado. Muchos esperan que la Iglesia, pasando por alto las enseñanzas evangélicas y las exigencias morales que se derivan del mensaje de Jesús, justifique actitudes y comportamientos personales o sociales que chocan frontalmente con el Evangelio y con el derecho natural. Aunque sea de forma inconsciente, se está pidiendo una religión a la carta y se espera una Iglesia que responda a los gustos de cada creyente o a los deseos de ciertos grupos sociales, aunque estos gustos o deseos sean contrarios a las enseñanzas evangélicas.
Ante este abandono de la Iglesia por parte de algunos y ante las mofas de otros, que, sin embargo, siguen recibiendo de ella el pan de la vida, los que la amamos de verdad debemos unirnos cada día más a ella para cumplir mejor su misión. Hemos de vivir nuestro cristianismo en profundidad, sabiendo dónde están nuestras raíces, comprendiendo que no puede existir seguimiento de Jesucristo como no sea dentro de la Iglesia y en comunión con ella. No podemos caer en la indiferencia o en la crítica
amarga contra la Iglesia, como hacen algunos. Ella es nuestra madre, la que nos ha engendrado a la vida cristiana, la que nos ofrece constantemente al Autor de la vida, la esperanza del mundo. El encargo que tenemos de evangelizar, incluso estando equipados
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Se espera una
Iglesia que
responda a los
deseos de determinados
grupos
sociales
No hay
seguimiento de
Jesús, ni envío a
evangelizar si no
es en comunión
con su Iglesia.
con “toda la armadura de Dios” (Ef 6,11), conducirá siempre a una situación de acontecimiento difícil y dramático “como ovejas en medio de lobos”. Los Hechos de los Apóstoles, la vida de San Pablo y de muchos santos son testimonio de que la misión de la Iglesia siempre será victoriosa, pero solo en la persecución, el fracaso y el martirio: “Mirad, yo he vencido al mundo”. Pero esta victoria pasa por la cruz (Jn 16,33).
Siempre faltará algo esencial a quien, pretendiendo profundizar en el seguimiento de Jesucristo y en el servicio del Reino se niega a contemplar con ojos de fe y de esperanza el misterio de la Iglesia. La meditación de este misterio podrá comunicar a nuestra acción y a nuestra oración no solo equilibrio y autenticidad, sino también fuerza: la Iglesia todavía “fea” en muchos aspectos, no por ello deja de ser la “esposa”.
Y lo es por elección de su Creador. Lo es siempre, a pesar de sus faltas. Es bueno oír estas verdades, si queremos conservar pacíficamente la fe en la Iglesia real que peregrina por este mundo, no en la de nuestros sueños o desencantos. Esto nos ayudará a caminar con esperanza y nos permitirá mirar a la Iglesia como la fuente de la que el Espíritu hará brotar una vida espiritual auténtica, sólida y realista.
Sabemos que estamos lejos del ideal, pues el ser profundo de la Iglesia permanece oculto. Por eso es fundamental la paciencia en la esperanza, sin extrañarnos de las lentitudes. En particular, como miembros de la Iglesia, todos tenemos necesidad de conversión pues, si reflexionamos sobre el misterio de la Iglesia, siempre podremos sacar provecho de las luchas e incomprensiones, más para purificarnos que para defendernos.
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Los bautizados
hemos de mirar
con ojos de fe y
esperanza el
Misterio de la
Iglesia
Como consecuencia de los comportamientos y actitudes de fuerzas poderosas ajenas a la Iglesia y de las afirmaciones de algunos de sus miembros, que lo han recibido todo de ella y que ahora la desprecian, ¿no estaremos cayendo bastantes cristianos en una desafección hacía la madre que nos ha dado y nos sigue dando la vida de Dios? Las actitudes negativas con relación a la Iglesia por parte de algunos hermanos nuestros, en vez de llevarnos a la desesperanza, deben ayudarnos a revisar nuestra concepción de la misma. En el credo apostólico, después de confesar la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y en su obra de salvación, confesamos nuestra fe en la Iglesia, “una, santa, católica y apostólica”.
Pero tendríamos que preguntarnos: ¿Aceptamos con fe la salvación que Dios nos ofrece por medio dela Iglesia? ¿Actuamos y no comportamos de acuerdo con esta confesión de fe que sale de nuestros labios?
El gran individualismo, que afecta a muchos ciudadanosespañoles, está afectando también a bastantes creyentes que pretenden tener hilo directo con Dios, sin pasar por la Iglesia. ¿Habremos olvidado que el Señor ha fundado su Iglesia como canal por el que nos llega a todos la luz y la fuerza del Evangelio? ¿No estaremos dando más importancia y prestando más credibilidad a lo que nos dicen otros de la Iglesia que a lo que nos enseña el Evangelio, el Catecismo de la Iglesia Católica y el magisterio del Papa y de los obispos en comunión con él?
Tal vez estas preguntas podrían servirnos a todos para hacer un examen de conciencia y para preguntarnos por el grado de nuestra adhesión y amor a la única Iglesia de Jesucristo. Ya decía H. de Lubac, en los años posteriores a la celebración del ConcilioVaticano II, que no todos sus hijos comprenden a la Iglesia. Unos se espantan
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Tantas actitudes
negativas respecto
a la Iglesia y
nuestra propia
confesión de fe
expresada en el
Credo, deben
ponernos en
disposición de
revisar nuestra FE
en la Iglesia y
nuestro grado de
adhesión a la única
Iglesia de Cristo, a
pesar de todo.
de ella otros se escandalizan y otros, que viven poco de su Espíritu, quieren introducir
en ella sus criterios innovadores y subversivos.
PARTE II
ESCUCHEMOS LA PALABRA DE DIOS
El primer paso indispensable para todos es acercarnos a contemplar la Palabra de Dios. Debe ser nuestro alimento de cada día, para mirar desde ella cualquier realidad. La Palabra de Dios debe presidir todos los momentos de fe personales o comunitarios, los momentos significativos de nuestra vida, y especialmente nuestra oración. La cercanía a la Sagrada Escritura nos llevará a contemplar con ojos de fe las realidades que Dios mismo nos ha revelado. Ahora bien, esta contemplación es siempre un don de Dios.
Por eso, a nosotros nos toca buscarlo, quererlo, estar preparados para recibirlo. No tengamos miedo ni pongamos resistencias. El Espíritu Santo nos revelará los planes de Dios y nos guiará hasta la plenitud de la verdad. Por eso, aunque sea brevemente, os invito a hacerun recorrido por la Sagrada Escritura. En ella el Señor nos habla a todos y continúa diciéndonos cómo es la Iglesia por Él fundada y a la que nosotros pertenecemos por puro don de su infinita misericordia.
Debemos volver una y otra vez a la Palabra de Dios, a las fuentes de la vida cristiana, no sólo para descubrir nuestra vocación y recordar lo que el Señor quiere y espera de nosotros, sino para profundizar en el ser y en la misión de la Iglesia.
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La Palabrade Dios
nos comunica
quién y cómo es la
Iglesia de
Jesucristo
a) La elección de los doce
La relación de Dios con el pueblo de Israel es una historia de alianza. En el desarrollo de esta historia, Dios toma siempre la iniciativa y su lenguaje con los miembros del pueblo elegido es en todo momento un lenguaje de amor. Jesús actuará a lo largo de su vida con estos mismos comportamientos. Él toma la iniciativa a la hora de elegir a los suyos y él siempre ama primero.
Al igual que la historia de Israel, la historia de la Iglesia es un entramado de luces y sombras, de pecados y virtudes, de errores y aciertos, de escándalos y de obras maravillosas. Pero lo extraordinario de todo esto es la fidelidad de Dios, que permanece inmutable.
El pueblo será dispersado o se alejará de los mandatos de Dios, pero Él no abandonará nunca a quien ha elegido.
Nos ahorraríamos muchos malentendidos y muchos esfuerzos inútiles si fuéramos capaces de considerar así a la Iglesia: no somos nosotros quienes la hacemos. Es el Espíritu el que no cesa de formarla en nosotros. Es el amor de Dios el que nos reúne en comunidad de hermanos. En Cristo Jesús, Dios ha entrado en el mundo para reunir a los hijos dispersos, invitándoles a formar parte de su pueblo.
El Concilio Vaticano II señala que “el Padre celestial decidió convocar a cuantos creen en Cristo en laSanta Iglesia” (LG. 2). Por eso, desde el comienzo de su vida pública, Jesús invitará incesantemente a la conversión de los pecados para poder participar del Reino de Dios y para dar testimonio de la llegada del mismo. En referencia a las doce tribus de Israel, Jesucristo llama a los doce y les invita a estar con Él.
Con esta elección quiere indicar que ha llegado el tiempo definitivo y que es necesario dar pasos para la reconstrucción del pueblo de las doce tribus, medianteuna Alianza nueva y definitiva.
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En la dispersión
Jesús llama a los
Doce a “estar con
Él” como primer
paso para la comunión
Como consecuencia de la misión de Jesús, el pueblo de las doce tribus se convertirá en un pueblo universal, en su Iglesia. De este modo quedará patente que no puede existir oposición ni separación entre Jesús y su Iglesia. Los cristianos sabemos que la alianza de Dios sigue intacta, a pesar de nuestros pecados, y descubrimos también que no podremos encontrar a Jesús sin la Iglesia, pues Él la fundó para comunicarse por medio de ella a la humanidad entera.
Si nos fijamos en los apóstoles elegidos por el Señor, comprobamos que para cumplir adecuadamente el encargo que Él va a confiarles, deben conocer de cerca al Maestro. Tendrán que confesar públicamente su identidad y esto sólo se aprende desde el trato cercano, desde la comunión profunda y desde la convivencia íntima con su Maestro. Los apóstoles serán enviados al mundo por Jesús, como Él fue enviado por el Padre. Ahora bien, para realizar fielmente el encargo recibido deben ser “expertos” en Jesús.
Contemplando la actuación del Maestro y acogiendo con docilidad sus enseñanzas, los apóstoles aprenderán a amar al Padre sobre todas las cosas y estarán siempre dispuestos a dar la vida por sus semejantes.
Con el paso del tiempo comprobarán que, para ser verdaderos discípulos y auténticos testigos de Jesucristo, no sirve un amor cualquiera, sino que es necesario amar hasta el extremo, hasta la muerte y muerte de cruz, como el Maestro les ha amado. Los apóstoles comprobarán también que el grupo de los elegidos debe actuar siempre con el espíritu de las Bienaventuranzas, con actitud de servicio y de amor incondicional a todos. Con estos sentimientos y actitudes se comportó Jesús, el Siervo perfecto, que al final de su vida, para indicar el sentido del don que hacía de sí mismo en su pasión, se puso a los pies de sus discípulosy se los lavó.
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El envío a la
misión requiere
ser “expertos” en
el Señor
Al escuchar las enseñanzas de Jesús y al descubrir sus comportamientos, el verdadero discípulo debe estar siempre dispuesto a dar la propia vida por amor y debe actuar siempre con sentimientos de perdón y de misericordia, incluso a los enemigos. El amor del discípulo no puede reducirse únicamente al círculo de los amigos o al grupo de los que piensan como él. Ese amor no tiene mérito alguno pues también los paganos y los no creyentes son capaces de amar a quienes les aman. El verdadero amor cristiano, descubierto en la comunión y en la relación frecuente con Cristo, nos abre siempre a la contemplación del amor del Padre y es derramado en nuestros corazones por la acción del Espíritu Santo. Sólo, si nos dejamos conducir por el Espíritu Santo, podremos amar a los hermanos como el Señor nos ama a cada uno de nosotros.
b) Características de las primeras comunidades cristianas
Con la muerte del Maestro, los apóstoles experimentan una profunda tristeza y parecen perder la confianza en la realización de sus proyectos. Por ello, después de resucitar de entre los muertos, el Señor busca a sus discípulos y se les aparece para renovar su fe debilitada, para hacerles ver que está vivo, para devolverles la alegría y la paz y para reconstruir la comunión entre ellos. De este modo, ellos podrán entender y aceptar que todo lo que habían dicho las Escrituras santas sobre su persona ha llegado a cumplimiento. El desánimo y la desesperanza de los apóstoles, como consecuencia de la muerte del Maestro, se transforman en gozo y alegría desbordantes, al experimentar nuevamente la presencia del Resucitado en medio de ellos.
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La presencia del Resucitado
transforma el
desánimo y la
desesperanza en
gozo y alegría.
Después de estos encuentros con Jesucristo, los apóstoles vuelven a Jerusalén desde el monte de los Olivos. Pero hacen este viaje, no por cuenta propia, sino cumpliendo las indicaciones del Maestro. “Y cuando llegaron, subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipey Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo,Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu encompañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús y de sus hermanos” (Act. 1, 13-14).
Esta primera descripción de la comunidad cristiana nos presenta a los apóstoles en oración, esperando la venida del Espíritu, pues debía cumplirse la promesa del Padre, según la cual todos serían bautizados con el Espíritu Santo.
La oración en común, que es la principal característica de esta comunidad, provoca y realiza la comunión entre los miembros de la comunidad. Con esta referencia, se nos quiere indicar a todos los creyentes que la oración en la Iglesia hace posible la profundización y consolidación de la comunión entre sus miembros, ayudando de este modo a superar las diferencias que pudieran existir entre ellos.
Según la narración del Libro de los Hechos de los Apóstoles, también observamos que, desde los primeros momentos, un grupo de mujeres participan con los apóstoles en la oración y en la actividad evangelizadora, sintiéndose todos arropados por la presencia de la Santísima Virgen. María acompaña maternalmente el nacimiento de la Iglesia, orando con ellos y por ellos, y esperando confiadamente el cumplimiento de laspromesas del Padre. Podríamos decir que esta comunidad, anterior al acontecimiento de Pentecostés, ya posee los elementos esenciales de la comunión, que se consolidará posteriormente con la venida del Espíritu.
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Perseveran en la
oración,
con un mismo
espíritu
María acompaña
el nacimiento de la
Iglesia
Una vez recibido el Espíritu Santo el día de Pentecostés, el grupo de los creyentes crecía constantemente como consecuencia de la incorporación de aquellos que se convertían al Señor y abrazaban la fe a partir de la predicación de los apóstoles y de los signosque el Espíritu realizaba por medio de ellos.
Todos “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Act. 2, 42). Esto hacía posible el que todos tuviesen un solo corazón y una sola alma, es decir, permanecían íntimamente unidos a Cristo.
Esta comunión con Cristo y entre sí de los miembros de la primera comunidad cristiana es tan profunda y tan intensa que les impulsa a salir de sí mismos para dar testimonio público del Señor resucitado con obras y palabras y les mueve a compartir los bienes materiales con todos los hermanos, especialmente con los necesitados. Los primeros cristianos no podían guardar para sí mismos lo que ellos habían visto, oído y recibido. Sentían la urgencia de comunicarlo a todos para que pudiesen participar de la dicha y felicidad que ellos experimentaban.
La experiencia de la comunión con Cristo en sus padecimientos y en su resurrección transforma interiormente el corazón de los creyentes y genera una vida nueva en los reunidos. Esto les lleva a participar como piedras vivas en la construcción de la comunidad cristiana, en la edificación de aquel sólido edificio espiritual que se iba construyendo sobre Cristo, la Piedra angular. De esta comunión surge la conciencia
de pertenencia a la Iglesia y la llamada a la santidad, obradas en el corazón de los cristianos por la accióndel Espíritu Santo.
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La experiencia de
comunión con
Cristo y entre sí:
transforma el
corazón, crea
conciencia de
pertenencia,
posibilita la
predicación eficaz,
los signos del
Espíritu, el
testimonio público
y el compartir.
c) Elección de sus sucesores por parte de los apóstoles
A partir de este momento, la Iglesia comienza sumisión. Los apóstoles nombran a sus sucesores para que, de este modo, sea posible dar continuidad a la misión recibida del Señor a través de los siglos. La comunidad cristiana, organizada y estructurada bajo la guía de los pastores e impulsada por la acción del Espíritu Santo, seguirá extendiéndose por el mundoc omo misterio de comunión, reflejo de la comunión
Trinitaria. El apóstol Pablo ya manifestará este origen trinitario de la comunión, cuando saluda a los cristianos de Corinto con el saludo que la Iglesia mantiene através de los siglos al comienzo de la Santa Misa: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y lacomunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”
(II Cor. 13, 13). Esta comunión crea la Iglesia y hace de ella una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La evangelización nace de la comunión con Dios, por medio de Jesucristo, bajo la guía del Espíritu. Exige siempre una actitud de sincera conversión por parte de todos los miembros de la comunidad creyente y se orienta a la consecución de la más perfecta comunión con Dios y con los hermanos por parte de todos los que acogen la Buena Noticia. No se puede disociar o separar la comunión con Dios de la comunión con los hermanos. El Papa Benedicto XVI, refiriéndose aeste tema, decía recientemente que todo el que rompe la comunión con Dios, destruye el fundamento y la raíz de la comunión entre los hermanos, y donde no se vive la comunión fraterna, tampoco puede ser verdadera y auténtica la comunión con Dios.
- 22 -
La misión de Jesús
requiere
continuidad en la
unidad
de la comunidad
La Iglesiacuenta
con la acción del
Espíritu, pero en la
libertad de los
creyentes, está
expuesta a la
división y a la
pérdida de la fe y
de la unidad
Desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia, también podemos constatar que existe una relación íntima entre ésta y el Espíritu Santo. El Espíritu edifica la Iglesia, la conduce a la verdad plena e infunde el amor de Dios en el corazón de cada creyente.
Pero, juntamente con esta constatación, también descubrimos que el Espíritu no anula nunca la personalidad de los creyentes, no limita su libertad y, por tanto, no impide que puedan pecar, alejándose de Dios y de los hermanos. Como consecuencia de ello, la comunidad está siempre expuesta a la división y al distanciamiento entre sus miembros. Siempre existe el peligro de perder la fe y de romper por egoísmos y envidias la unidad pedida por Cristo al Padre. Pero, además de la acción constante y eficaz del Espíritu, la Iglesia para mantener la unidad necesita también del ministerio pastoral que, con prudente discernimiento, guarde y custodie la verdad recibida de Jesucristo. El libro de los Hechos de los Apóstoles señala que los primeros cristianos se reunían para la oración en común, para la fracción del pan y para escuchar la enseñanza de los apóstoles. Por lo tanto, la Iglesia, por voluntad expresa del Señor, además de recibir el don de la Eucaristía y los demás sacramentos, recibe también la sucesión apostólica que tiene la
misión de garantizar y velar para que la verdad entregada por Cristo a la Iglesia y el mandamiento del
amor permanezcan siempre vivos en ella. En este sentido, las primeras comunidades cristianas tenían muy claro que la fe, suscitada en el corazón de los creyentes por la predicación apostólica, se alimenta de la oración y de la fracción del pan y se expresa en el ejercicio de la caridad y en el servicio generoso a los hermanos.
- 23 -
Todos llamados a
acoger y promover
el don de la
comunión
La comunidad
cristiana necesita
el ministerio pastoral:
recibe la
sucesión apostólica,
que garantiza
la verdad recibida
de Cristo y la unidad
pedida por
Cristo al Padre.
Ciertamente, todos los bautizados estamos llamados a acoger el don de la comunión, como un regalo del Señor, y debemos promoverlo con todos los medios anuestro alcance. Pero, de un modo especial, esta misión de custodiar el depósito de la fe y de velar por la comunión eclesial compete a los sucesores de los apóstoles, aunque esto les cueste críticas, incomprensiones y la entrega de la propia vida, si fuere necesario.
Los apóstoles, además de la experiencia de su encuentro personal y vital con Cristo durante los años de su vida pública y después de su resurrección, transmitieron también a sus sucesores el envío al mundo recibido del Maestro. Este envío implica hacer discípulos de todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que el Señor les había enseñado. Para llevar a cabo esta misión contarán siempre con la garantía de la presencia del Señor hasta el fin de los tiempos y con la asistencia del Espíritu Santo (Mt. 28, 18-20).
d) Jesús ora al Padre para que todos vivan la comunión
El evangelista San Juan nos ayuda a entender la importancia que el Señor da a la vivencia de la comunión entre todos los miembros de la Iglesia. Para que nunca se rompa esta comunión con Él y con el Padre por parte de los doce y por parte de quienes creerán en Él a través de los siglos, como consecuencia de la predicación apostólica, Jesús ora confiada e intensamente al Padre antes de la última cena. Esta oración es comola última voluntad o el testamento de Jesús: “No te ruego solo por estos, sino también por aquellos que,
por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que elmundo crea que tú me has enviado...Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundoconozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos, como me has amado a mí” (Jn. 17, 20-21. 23).
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Teniendo en cuenta el contenido de la oración de Jesús al Padre, podemos vislumbrar la importancia que el Señor da a la vivencia de la comunión por parte de sus seguidores. Todos estamos llamados a permanecer en el amor de Dios para ser uno con Él y para acrecentar la íntima comunión de vida con el Padre.
De esta experiencia de amor y de unidad entre los hijos de un mismo Padre, dependerá el fruto de la misión evangelizadora y salvífica de la Iglesia y asimismo dependerá el que otros hermanos puedan acoger a Jesús como el enviado del Padre. Los últimos Papas nos han invitado insistentemente a emprender una nueva evangelización, pero no debemos engañarnos a nosotros mismos ni dejar que otros nos engañen con criterios humanos o con medias verdades. Si no acogemos el amor de Dios en nuestros corazones, sino somos testigos de ese amor en las relaciones con los hermanos y si vivimos divididos o enfrentados, no será posible la evangelización y el anuncio de Jesucristo. Las divisiones y los enfrentamientos son el mejor síntoma de que Dios no habita en nosotros y, consecuentemente, resulta imposible anunciarlo y dar testimonio de Él a los demás, porque lo que decimos con nuestros labios lo negamos con los hechos.
Pero Jesús, a quien debemos mirar y contemplar constantemente, no solo se presenta como modelo de amor y de comunión con el Padre y con los hermanos. Él mismo es la fuente de donde mana constantemente el amor y la unidad. En la parábola de la vid y los sarmientos, el Señor deja muy claro que, si el sarmiento deja de percibir la vida de la vid, se seca y no sirve para nada. Los cristianos recibimos vida y fecundidad de Cristo, el verdadero tronco de la vid. Por eso, aunque seamos muy dinámicos y activos, nada podremos hacer, si no permanecemos en Él (Jn. 15, 1-5).
- 25 -
Divisiones y
enfrentamientos,
síntoma
de que Dios no
habita en nosotros:
imposible
evangelizar
Jesús, fuente y
modelo de amor y
comunión.
De la íntima unión
con Él brota la
comunión entre
nosotros
De esta
íntima unión con Cristo nace y brota constantemente la comunión entre todos nosotros, pues somos sarmientos de la única vid. El Papa Juan Pablo II nos recordaba este origen trinitario de la comunión fraterna, al comentar la parábola de la vid y los sarmientos:
“El Señor Jesús nos indica que esta comunión fraterna es el reflejo maravilloso y la misteriosa participaciónen la vida íntima de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. (Ch L. n18). Por esto Jesús pedirá al Padre que todos seamos uno en Él y con el Padre para que el mundo crea que Él es su enviado.
e) La Eucaristía, fuente de la comunión eclesial
Pero la oración de Jesús por la unidad de los cristianos no es cuestión del pasado. Resucitado de entre los muertos, el Señor continúa intercediendo constantementeante el Padre para que todos seamos uno como
Él es uno con el Padre. En la celebración eucarística,se hace especialmente concreta, real y actual, la presencia viva del Resucitado en medio de su Iglesia. Enla Palabra proclamada y bajo las especies del pan y
del vino, santificadas por la acción del Espíritu Santo,el mismo Cristo que recorrió los caminos de Galilea,
curando las enfermedades y dolencias de sus hermanos,se hace real y verdaderamente presente en la
mesa de la Palabra y de la Eucaristía. El mismo quemurió y resucitó por la salvación del mundo continúa
entregando su cuerpo y su sangre para que esa salvaciónse haga actual y nos alcance a cada uno de nosotros.
El mismo que congregó a los apóstoles y discípulosen torno a sí, continúa hoy invitándonos a todos a
- 26 -
Cristo se hace
presente en la
Palabra y en la
Eucaristía.
formar un solo cuerpo con Él. Precisamente, por esto,en la segunda plegaria eucarística invocamos al
Espíritu Santo para “que congregue en la unidad acuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo”.
La Eucaristíaes el tesoro de la Iglesia. En la mismano es el ser humano el que tiene la iniciativa aportando
sus ofrendas, como en el Antiguo Testamento. EsDios mismo el que la tiene e invita al hombre a una
comida de alianza nueva y eterna. Él es el que quieremanifestar al hombre su amor, con un signo indiscutible.
Por eso el cristiano no puede concebir una vidaespiritual fuera de la celebración eucarística. En ella
aprende a vivir la comunión, a comprenderse a símismo y vivir la vida en plenitud.
Para impulsar, cultivar y acrecentar la comuniónentre todos los miembros del pueblo de Dios es básico
y prioritario que sigamos cuidando con esmero la preparacióny celebración eucarística, especialmente la
celebración del domingo, día del Señor y de la Iglesia.No debemos olvidar nunca que la Eucaristía es la
fuente y la cima de la vida cristiana, es la fuente y lemeta de la comunión: “La Eucaristía es Cristo que se
nos entrega edificándonos continuamente como sucuerpo” (Sacramentum caritatis, 14). Por tanto, quien
no participa de la Eucaristía no puede beber del aguade la vida eterna que mana constantemente del corazón
de Cristo y tampoco puede llegar a la perfectaunión con Dios, a la santidad de vida y a la plenituddel amor, que el Señor derrama en nuestros corazonespor medio del Espíritu Santo.
El apóstol Pablo, consciente de la importancia de laEucaristía para el desarrollo y fortalecimiento de la
comunión, desautoriza en determinados momentos loscomportamientos y actitudes de los cristianos de
Corinto con relación a la celebración eucarística. Ellos
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Congrega en la
unidad viva.
Manifiesta al
hombre su amor
real y presente.
El cristiano no
puede vivir su
cristianismo sin la
celebración de la
Eucaristía, fuente
y meta de
comunión.
La Eucaristíaes
fuente de la unidad
fe-vida.
sabían por las enseñanzas recibidas del apóstol que laparticipación en la Eucaristía les identificaba con
Cristo y les permitía entrar en comunión de vida yamor con el Resucitado, haciéndoles partícipes de su
salvación. Sin embargo vivían la Eucaristía como unpuro ritualismo y no cuidaban las exigencias de la
misma. Como consecuencia de ello, comulgaban elCuerpo de Cristo y, al mismo tiempo, con sus comportamientostributaban culto a los ídolos. Participabande la mesa eucarística y humillaban después a los hermanos,creando grupos o facciones en el seno de lacomunidad y olvidándose de las necesidades de los
pobres.Ante estos comportamientos, Pablo les recordaráque la Eucaristía ciertamente les abre a la participación
de la vida en el mundo venidero pero, mientrasestán en este mundo, les obliga a tener comportamientos
responsables y consecuentes con lo que han celebradotanto en las relaciones con el Padre, con los hermanos,
con la comunidad y con el mundo porque, alalimentarse de un mismo pan, forman un solo cuerpo
con el Señor. Dirá Pablo: “El cáliz de bendición quebendecimos, ¿no es comunión con la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión conel cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros,
aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo,porque comemos todos del mismo pan” (I Cor. 10, 16-
18).
El Concilio Vaticano II señala que “no se construyeninguna comunidad si esta no tiene su raíz y centro en
la celebración de la sagrada Eucaristía” (PO. 6). Elolvido o el abandono por parte de muchos cristianos
de la celebración eucarística del domingo como consecuenciadel indiferentismo religioso, del individualismo,
de la comodidad o de la nueva organización deldomingo desde el punto de vista laboral, están dificul-
- 28 -
tando grandemente la construcción de la comunidadparroquial. Para evangelizar son necesarias comunidades
vivas, en las que todos los miembros asumanconscientemente su misión. Pero esto no será posible,
si los cristianos tienen miedo a confesar su identidadeclesial o dejan de alimentarse del Cuerpo y de la
Sangre del Señor.
El Papa Juan Pablo II decía: “La Eucaristía dominical,congregando semanalmente a los cristianos
como familia de Dios en torno a la mesa de laPalabra y del Pan de la vida, es también el antídoto
más natural contra la dispersión. Es el lugar privilegiadodonde la comunión es anunciada y cultivada
constantemente” (NMI. 36). El cristiano que no participaen la celebración de la Eucaristía, tendrá muchas
dificultades para entender lo que es la Iglesia y paradescubrir su condición de miembro vivo, activo y
consciente de la misma. En la celebración de laEucaristía, la comunión es anunciada y celebrada
mediante la presencia de los fieles en torno a laPalabra y a la mesa del Señor. El mejor anuncio para
los no creyentes y para el mundo de que somos comunidad
reunida por Jesús es la participación en laEucaristía.
Pero, además, la cordial acogida de la Palabra deDios proclamada y la comunión del Cuerpo de Cristo
entregado bajo las especies sacramentales nos exigena cuantos participamos en la celebración eucarística
salir hasta los últimos rincones del mundo para anunciary construir la comunión fraterna entre los hermanos,
cumpliendo así el encargo del Señor. No debemosolvidar nunca que la celebración eucarística cultiva y
alimenta la comunión porque el encuentro con laPalabra y la recepción del pan partido y entregado al
mismo tiempo que nos abren a la comunión con elPadre, por medio de Jesucristo sacramentado, bajo la
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La Eucaristía
dominical es
antídoto contra la
dispersión de la
comunidad y es
fuente y sentido de
la misión
La celebración de
la Eucaristía
impulsa al creyente
a salir de sí
mismo, a descubrir
que el Cristo que
salva es el Cristo
de todos y quiere
formar un Cuerpo.
acción del Espíritu Santo, nos estimulan y empujan afomentar y construir la comunión fraterna con todos
los miembros del pueblo de Dios. Cuando celebramospodemos pretender comulgar solo con Jesús. Él, en
virtud del sacramento del bautismo nos ha incorporadoa todos a su cuerpo glorioso para que formemos
parte de él como miembros vivos. Por lo tanto, todo elque comulga el cuerpo de Cristo, debe estar dispuesto
a comulgar también con sus hermanos. Ellos sontodos miembros del único cuerpo de Cristo.
En la comunión sacramental se rompe la línea deseparación entre el Señor y nosotros. El nos ofrece su
cuerpo glorioso y resucitado para que, dejándoleentrar en nosotros, vivamos y actuemos con sus mismos
sentimientos, actitudes y comportamientos. Elnos entrega su cuerpo resucitado y glorioso para que
podamos superar nuestro subjetivismo y nuestraslimitaciones, al descubrir que Él nos acoge a todos.
Como dice Benedicto XVI, “la comunión edifica laIglesia, abriendo los muros de la subjetividad y agrupándonos
en una profunda comunión existencial”.
ACOJAMOS LAS ENSEÑANZAS DE LA IGLESIA
El Concilio Vaticano II y los últimos Papas hanvuelto constantemente sus ojos a la Palabra de Dios
para redescubrir la identidad de la Iglesia y paraimpulsar su misión en la sociedad actual. Os animo a
repensar algunas enseñanzas del Concilio VaticanoII y del magisterio pontificio sobre la naturaleza, la
identidad y la misión de la Iglesia de Jesucristo. Deeste modo redescubriremos aspectos fundamentales dela misma, que debemos acoger desde la fe, y que, confrecuencia, pasan inadvertidos o son silenciados por
muchas informaciones religiosas.
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a) La Iglesia, misterio de comunión
La celebración de Concilio Vaticano II, don delEspíritu a la Iglesia y al mundo, ha sido una extraordinaria
experiencia de comunión y de corresponsabilidadeclesial. En el desarrollo de las distintas sesiones
del mismo, los padres conciliares, entre otras cosas,reflexionaron y meditaron sobre el ser y la misión de
la Iglesia, teniendo en cuenta su origen en Cristo. Estareflexión era necesaria para que la Iglesia pudiera llevar
a cabo con decisión y confianza la misión encomendadapor el Señor en un mundo, que ya experimentaba
en aquellos momentos profundas transformacionessociales, culturales, económicas y religiosas.
Inspirados y guiados por el Espíritu Santo, los padresconciliares volvieron sus ojos y su corazón al
Evangelio, a los últimos descubrimientos de la exégesisy a las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, con
el fin de profundizar en los orígenes y buscar nuevoscaminos para el anuncio del evangelio desde la fidelidad
a Jesucristo. En todo momento, los obispos reunidosen el Concilio tuvieron muy claro que era imposible
pensar y lograr una reforma de la Iglesia o unapurificación de las deformaciones experimentadas en
su seno con el paso del tiempo, si éstas no se conformabano estaban de acuerdo con el querer de Cristo.
Para comprender a la Iglesia es necesario referirlatotalmente a Cristo, puesto que Él es el verdadero
arquitecto y constructor de la misma. La Iglesia no seconstruye o edifica desde criterios humanos, sino
desde los criterios de Dios, puesto que ya estaba en sumente desde toda la eternidad. Algunos Padres de la
Iglesia, para mostrar la total dependencia de ésta de lapersona de Jesucristo, se sirvieron en sus escritos de la
imagen del sol y de la luna. Según esta imagen, Cristo,el sol de justicia, que se ha definido a sí mismo como
la luz del mundo, es el único que puede iluminar la- 31 -
Cristo: origen de
la iglesia
existencia y el quehacer de la Iglesia. Esta recibe de Éltodo su esplendor, al igual que la luna lo recibe del
sol. Como la luna brilla en la noche, también la Iglesiabrilla en medio de la oscuridad de este mundo, iluminando
las tinieblas de nuestra ignorancia, para enseñarnosasí el camino que conduce a la salvación.
Al meditar los textos de la Sagrada Escritura y alestudiar los escritos de los Padres de la Iglesia, lospadres conciliares constatan en primer lugar que laIglesia es un misterio porque, aunque tiene una estructura
visible, con su organización y con su actuación enla historia, detrás de esta estructura organizativa y
visible siempre está el designio eterno del Padre, lapresencia viva del Resucitado y la actuación constante
del Espíritu Santo. La Iglesia es un don del cielo y, portanto, los estudios teológicos y la reflexión humana
nunca lograrán discernir y desentrañar completamentela profundidad y la hondura de su misterio. Serán
los místicos y los santos los que nos ayudarán,mediante la contemplación y la experiencia mística, a
mirar a la Iglesia con los ojos de Dios. El Papa PabloVI, refiriéndose a esta realidad misteriosa de la
Iglesia, decía al inicio de la segunda sesión delConcilio: “La Iglesia es una realidad impregnada de
la presencia de Dios y, por consiguiente, de tal naturalezaque admite siempre nuevas y cada vez más profundasexploraciones sobre sí misma”.
Intentando penetrar y profundizar en la realidad dela Iglesia, los obispos participantes en el Concilio no
se ciñen en sus deliberaciones a una definición concretade la misma. En los documentos conciliares,
especialmente en la Constitución Dogmática “LumenGentium”, se proponen distintas metáforas o imágenes
tomadas de la Palabra de Dios o de la Tradición vivade la Iglesia y, por tanto, inspiradas por el Espíritu
Santo, para referirse a distintos aspectos de la Iglesia.
- 32 -
La Iglesiaes un
Misterio, aunque
su estructura y
actuación es
visible en medio
del mundo
Ante la realidad
del Misterio, el
Concilio ha
necesitado
múltiples
imágenes y
metáforas para
referirse a la
Iglesia
De este modo el Concilio nos hablará de la Iglesiacomo pueblo de Dios, templo del Espíritu, cuerpo de
Cristo, sacramento, asamblea santa, nueva Jerusalén,ciudad construida de piedras vivas, madre que nos da
la vida, arca que nos salva de la muerte y viña delSeñor, en la que los sarmientos necesitan permanecer
unidos a la vid para vivir y para dar fruto.Al observar este conjunto de imágenes para definir
y mostrar el ser de la Iglesia, tendríamos que preguntarnos:¿Por qué el Concilio utiliza tantos nombres o
imágenes? Para responder a esta pregunta, deberíamostener muy presente en primer lugar la riqueza y variedadde dones y de carismas, con los que Dios ha enriquecido
a su Iglesia, mediante la acción constante delEspíritu Santo. Como consecuencia de ello, resulta
fácil deducir que este conjunto de expresiones o imágenes,referidas a la Iglesia, no se pueden reducir las
unas a las otras. Todas son necesarias y complementarias,
porque nos ofrecen distintos matices del misterio
eclesial.
Por lo tanto, si queremos profundizar en un aspectoo imagen de los anteriormente señalados para definir a
la Iglesia, podemos hacerlo, pero sin olvidar los otros,puesto que si no los tenemos en cuenta, podríamos
quedarnos con visiones parciales de la Iglesia y tendríamosdificultades para llegar a una idea suficientemente
comprensiva de su ser, así como de la actitudque Dios quiere y espera de cada uno de nosotros con
relación a ella. La historia, maestra de la vida, nosenseña que la utilización excluyente de algunas imágenes
o metáforas sobre el ser de la Iglesia, ha llevadoen ciertos casos a radicalismos innecesarios. En unos
casos, han permitido defender posiciones excesivamenteespiritualistas sobre el ser de la Iglesia; en otros
casos, han conducido a mantener concepciones excesivamentesociológicas o seculares de la misma.
- 33 -
Profundizar en
alguna de las
imágenes no debe
llevarnos a la
tentación de
prescindir de otras.
En todas estas imágenes, utilizadas para definir elmisterio de la Iglesia, existe siempre la referencia a un
grupo de personas, a una comunidad de hermanos, aun pueblo que, por su especial relación o vinculación
con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, constituyenel pueblo de la nueva alianza. Este pueblo es convocado
por el Señor para manifestar en todo momento y atodos los seres humanos el amor y la unidad existentes
entre las tres personas de la Santísima Trinidad. ElConcilio Vaticano II ha expresado con claridad meridiana
esta identidad eclesial, cuando señala que “laIglesia es en Cristo como un sacramento, es decir,
signo e instrumento de la íntima unión del hombrecon Dios y de la unidad de todo el género humano”
(LG. 1).
b) Enviados al mundo para ser artífices de
comunión
El Papa Juan Pablo II participó activamente en losdebates conciliares y, también, en la segunda
Asamblea del Sínodo de los Obispos, celebrada enRoma el año 1985. Una de las proposiciones de este
Sínodo confirma que la “eclesiología” de comunión esla idea central y fundamental de los documentos del
Concilio Vaticano II. Desde esta concepción de laIglesia como misterio de comunión, el Papa Juan
Pablo II nos legó importantes documentos en los queprecisa y desarrolla las enseñanzas conciliares. Con
insistencia y convicción nos invitó a todos loscristianos a vivir la comunión eclesial, a superar las
divisiones y a profundizar en las enseñanzas delConcilio Vaticano II.
Como sucesor de Pedro, Juan Pablo II viajó portodo el mundo abriendo caminos para promover la
comunión y suplicó constantemente la unidad entre- 34 -
El misterio de la
Iglesia siempre se
refiere a un pueblo
vinculado de
forma especial a
Dios.
Eclesiología de
comunión: idea
central de los
documentos
conciliares
todas las Iglesias que confiesan a Jesucristo comoSeñor y Salvador de los hombres. Para ampliar el
campo de la comunión y para pedir la colaboración enfavor de la paz y la defensa de los derechos humanos,
dialogó y oró fraternalmente con representantes deotras confesiones religiones. Podríamos decir que
Juan Pablo II fue un buscador, un trabajador y un promotorincansable de la comunión y testigo de la
misma hasta el último aliento de su vida entre nosotros.
Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI hanpresentado la comunión como el fruto y la manifestación
más perfecta del amor del Padre, manifestado enla persona de Jesús, y derramado en el corazón de
cada ser humano por medio del Espíritu Santo, parahacer de todos un solo corazón y una sola alma.
Ambos pontífices, en contra de la opinión de muchaspersonas que reducen la pertenencia a la Iglesia únicamentea los obispos, sacerdotes y religiosos, nos handicho en sus catequesis y en sus escritos que todos
somos Iglesia y, consecuentemente, todos formamosla familia de los hijos de Dios. Los cristianos no sólo
estamos en la Iglesia, sino que somos miembros vivosde la misma. Al tener un mismo origen en la comunión
trinitaria, somos enviados hasta los confines de latierra para colaborar en la edificación de la comunión
en la Iglesia y en el mundo, hasta que lleguemos a laplena comunión con la Trinidad en la vida eterna.
Las enseñanzas de los últimos papas deben ayudarnos
a no separar la realidad espiritual de la Iglesiade su realidad visible, a verla en sí misma, en su naturaleza,
y en su relación y misión en el mundo, a comprenderlamuy atenta a las esperanzas y necesidades
de los hombres para proponerles y presentarles aJesucristo, la única fuente de esperanza. En estos últimos
años, los sucesores de Pedro están mostrándonos- 35 -
Partiendo de una
concepción
trinitaria de la vida
cristiana y de la
Iglesia: todos
somos Iglesia,
enviados a edificar
la comunión,
siendo fieles a la
imagen trinitaria
de Dios para poder
ser fieles al
hombre,
presentando a
Jesucristo
a todos los bautizados que la Iglesia debe ser fiel aDios para ser fiel al hombre, debe estar en el mundo,
pero sin acomodarse a los criterios del mundo.Partiendo de una comprensión trinitaria de la vida
cristiana y de la Iglesia, los papas nos invitan a contemplarlaviniendo de la Trinidad. A imagen de la
Trinidad está organizada y estructurada. Impulsada yanimada por la Trinidad, peregrina y avanza hacia el
encuentro pleno y definitivo con las Tres personasdivinas.
c) La comunión trinitaria, modelo, fuente y meta
de la comunión eclesial
El Papa Juan Pablo II, teniendo en cuenta el origende la Iglesia en la comunión trinitaria, dejó escrito que
“la comunión de los cristianos con Jesús tiene comomodelo, fuente y meta la misma comunión del Hijo
con el Padre en el don del Espíritu Santo: los cristianosse unen al Padre al unirse al Hijo en el vínculo
amoroso del Espíritu... Esta comunión es el mismomisterio de la Iglesia como lo recuerda el Concilio
Vaticano II en la célebre expresión de San Cipriano:La Iglesia universal se presenta como un pueblo congregadoen la unidad del Padre, del Hijo y delEspíritu Santo” (Ch. l. n. 18).
El Dios cristiano se ha revelado y se ha donado a lahumanidad como trinidad de personas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. La comunión de amor y de vida existenteentre las tres personas divinas, les lleva a ser un
solo Dios. De hecho Dios Padre se ha manifestadocomo amor infinito a cada ser humano, ofreciendo a
su Hijo por la salvación del mundo, mediante el vínculoamoroso del Espíritu Santo. La Santísima
Trinidad es el modelo consumado de la comunión.La Iglesia y cada cristiano debemos mirarnos en este
- 36 -
Misterio de tres,
que se convierte en
el misterio del
hombre:
comunica-ción en
el amor, en la que
siendo cada uno él
mismo, encuentra
en el otro el
mismo amor que
les hace existir
juntos.
modelo, sabiendo que somos diferentes, pero complementarios.Sólo la diferencia entre unos y otros, suficientementevalorada y asumida, puede conducirnos ala comunión.
Ahora bien, la Trinidad no es sólo modelo de lacomunión sino fuente de la misma, porque la
Trinidad habita en nuestros corazones: “Al darnosel Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en
nuestros corazones” (Rom. 5, 5). El hecho de que laTrinidad fuese sólo modelo de la comunión, podría
llevarnos a pensar que es algo externo a nosotros, quesuscita nuestra admiración, pero que no es imitable.
Al habitar en nosotros, la Trinidad se convierte enfuente de comunión, es decir, en la fuente de donde
mana el amor y la unidad con las que nosotros hemosde vivir la relación de comunión con Dios y las relaciones
de amor entre nosotros. Esta presencia del Diostrinitario en nosotros y dentro de nosotros nos permite
recibir comunión y ofrecer comunión, superando elegoísmo y la envidia que con tanta frecuencia aparecen
en las relaciones humanas. Así concebida, lacomunión es ante todo vertical, es decir, nace de Dios
para llegar al hombre y abre el corazón del hombrepara acogerla y responder nuevamente a Dios. Ante
esta maravilla del amor de Dios hacia nosotros, deberíabrotar constantemente de nuestro corazón y de
nuestros labios la acción de gracias, porque ha queridoquedarse y permanecer con nosotros y en nosotros,
donándonos su amor, para que gocemos de su santidady para que permanezcamos siempre en el amor recibido.
Finalmente, la Trinidad es la meta de la comunión.Esto quiere decir que la vida cristiana tiene sentido en
la medida en que permanece bien fundamentada en elamor y la unidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Por lo tanto, la comunión recibida como don debemos- 37 -
La Palabrase hace
interior a nosotros
y produce frutos
de acción y de
amor.
La comunión
vivida como don
recibido nos abre
al amor de Cristo
que se convierte
en amor a los
otros.
construirla y ofrecerla a los demás en la convivenciadiaria y en todos los ámbitos de la actividad pastoral.
Pero, no podemos quedarnos en la simple comuniónhorizontal, ofreciendo amor a los hermanos y pensando
que nuestra existencia terminará en este mundo. Esmás, resulta difícil vivir la comunión en este mundo,
si no tenemos clara la meta de la vocación a la quehemos sido llamados, después de nuestro paso por
esta tierra. Si vivimos la comunión con Dios y la construimosen las relaciones con los hermanos, estamos
llamados a participar de forma definitiva y plena delamor y de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo por toda la eternidad.
De acuerdo con lo dicho, las relaciones entre lasdistintas vocaciones y ministerios suscitados por el
Espíritu en el seno de la Iglesia, así como las mismasestructuras organizativas de esta, deben ser como “un
sacramento, o sea signo e instrumento de la unióníntima de Dios” (LG. 1). Nacidos, habitados y enviados
por Dios comunión, estamos hechos para sersigno de comunión y para construirla cada día en las
relaciones interpersonales. En este sentido la comuniónvertical está completada siempre por la comunión
horizontal. Podemos afirmar que el misterio Trinitariono es algo lejano o alejado de nosotros, sino el fundamentode nuestro vivir y actuar como cristianos pues,cuando creamos comunión, somos para la Iglesia y
para el mundo presencia y sacramento de la SantísimaTrinidad. En este sentido, la comunión es siempre algo
dinámico, que hay que lograr y hacer entre todosdesde la acogida de Dios. Quien conoce a Dios, quien
ha descubierto y experimentado que Dios es amor ycomunión de personas, debe vivir siempre en la comunión
y para la comunión.
- 38 -
En la diversidad de
dones y tareas
estamos llamados
a trabajar por la
unidad y la
comunión de todos
en el Cristo vivo,
que es la Iglesia
d) Hagamos de la Iglesia casa y escuela de comunión
A la conclusión del Gran Jubileo del Año 2000, elPapa Juan Pablo II proponía a todos los cristianos el
gran reto de hacer de la Iglesia “la casa y la escuela dela comunión”. Las razones profundas para asumir este
reto había que buscarlas en la fidelidad a la voluntadde Dios y en la necesidad de ofrecer respuestas evangélicasadecuadas a las necesidades y esperanzas de lasociedad y de los hombres de nuestro tiempo. La
Iglesia tiene que ser casa de comunión porque, comosu Señor, debe abrir sus puertas a todos los hombres.
Si en el corazón de la Iglesia habita el Espíritu Santo,vínculo de comunión, ella tiene que ser en medio del
mundo un espacio para la comunión. Del mismomodo que Cristo escuchó y acogió a cuantos acudieron
a Él, entregando su vida por la salvación de todos,la Iglesia no puede excluir a nadie de su seno por
cuestiones de raza, cultura o condición social.
Pero, al mismo tiempo que es casa de comunión, laIglesia debe ser también escuela de comunión porque
en ella se enseña a todos a vivir de la comunión conDios y a proyectar esta comunión en los distintos
ámbitos de la vida. Por supuesto, es muy importantetener en cuenta el método para enseñar la comunión,
pues podemos caer en el error de ofrecer e impartirlecciones teóricas sobre cómo vivir la comunión. La
mejor forma de enseñar a los demás hermanos lo quees la comunión debe ser la vivencia y experiencia de
la misma en el seno de cada comunidad cristiana.Cuando falta el testimonio que confirma las palabras,
podemos quedarnos en el vacío de las palabras.La Iglesia y el mundo de hoy necesitan experimentar
esta vivencia real de la comunión frente al crecienteindividualismo, disgregación y egoísmo. Cuando
- 39 -
Buscar espacios de
comunión para ser
fieles a lo que
quiere Dios y para
responder
evangelizando
Escuela de
comunión:
vivencia concreta
en cada
comunidad, frente
al individualis-mo
y la dispersión
contemplamos la realidad de un mundo tan fracturadopor el afán de poder y por la defensa de intereses egoístasy mezquinos, en el que tantos sufren las consecuenciasde la violencia, de la guerra y de la marginación
social, la Iglesia debe ser espacio de acogida ytestimonio de perfecta comunión para mostrar con
hechos concretos que es posible otro mundo, otraforma de entender la existencia y otra manera de ordenar
la convivencia entre los seres humanos.
Por ello es importantísimo que cuidemos la comuniónentre todos los miembros de la Iglesia. Es verdadque las vocaciones suscitadas por el Espíritu en suseno son distintas, pero no debemos olvidar que, antes
de la vocación específica de cada uno, todos somoshermanos en Cristo y estamos llamados a colaborar en
la construcción de su único Cuerpo. En ocasionesdamos la sensación -que en algún caso se convierte en
realidad- de vivir y actuar cada uno a nuestro aire, depensar únicamente en lo nuestro, olvidando que todos
somos miembros del único Pueblo de Dios, que tenemosuna misma fe y hemos recibido un mismo bautismo,
para anunciar el mismo Evangelio hasta los confinesde la tierra. En ocasiones, algunos se escudan en
los carismas o dones particulares para justificar suactuación eclesial al margen de los demás o de espaldas
a los restantes miembros de la comunidad cristiana.Para vencer esta tentación, conviene que escuchemos
una vez más las enseñanzas del Papa Juan PabloII: “Los caminos por los que cada uno de nosotros y
cada una de nuestras Iglesias caminan son muchos,pero no hay distancias entre quienes están unidos por
la misma comunión” (NMI. 58).
En esta vivencia de la comunión eclesial, debemostener siempre muy presente que, aunque todos los
bautizados gozamos de la misma dignidad ante Dios,sin embargo cada uno debe ser fiel a la vocación reci-
- 40 -
Anteponer la
comunión ante
cualquier tentación
de justificar
actuaciones
individualis-tas y
separadas
bida del Señor y, por tanto, esta vocación debe serreconocida y aceptada por los demás miembros de la
Iglesia. No podemos ni debemos confundir las vocaciones,porque entonces perderíamos nuestra identidad.
Los pastores no podemos usurpar la vocación delos laicos ni estos la de los religiosos o sacerdotes.
Tenemos vocaciones y misiones distintas en el seno dela Iglesia que debemos ejercer responsablemente ante
Dios y ante la comunidad. En este sentido, el Papa essiempre vínculo de comunión para la Iglesia universal,
y los obispos, como sucesores de los apóstoles, somosvínculo de comunión en el seno de nuestras Iglesias
particulares. A unos nos toca servir al Pueblo de Dios,imitando al Buen Pastor, buscando siempre el bien
espiritual y humano de todos sus miembros, desde unaescucha atenta y eficaz de los distintos carismas. A
otros, a los laicos, de acuerdo con su vocación secular,les corresponde de un modo especial la colaboración
con el Señor para la construcción del Reino de Diosen el mundo, actuando corresponsablemente con los
pastores y con los restantes miembros de la Iglesia, yacogiendo con docilidad sus enseñanzas. Unos y otros
debemos actuar desde la comunión y para la comunión,manteniéndonos unidos en lo que es esencial y
llegando a decisiones ponderadas y compartidas,incluso en lo opinable. El difícil equilibrio entre obediencia
y corresponsabilidad debe mantenerse pormedio de “una escucha recíproca y eficaz entre pastores
y fieles” (NMI. 45).
Este mismo clima de comunión y de corresponsabilidaddebe existir también entre las asociaciones y
movimientos eclesiales en sus relaciones con la parroquia.Los nuevos y antiguos movimientos o asociaciones
eclesiales han sido suscitados por el Espíritu en elseno del Pueblo de Dios. Por tanto, deben ser valorados
y acogidos en las diócesis y en las parroquias- 41 -
Reconocer
siempre, desde la
comunión y para
la comunión la
diversidad de
vocaciones,
carismas y tareas
individuales para
hacer posible la
fidelidad a Dios en
las vocaciones
particulares.
como un don de Dios y como un bien para la Iglesia ypara el mundo. No podemos actuar unos contra otros.
Como señalé anteriormente, todos somos complementariosy nos enriquecemos mutuamente de las aportacionesde los demás. En este sentido, Juan Pablo IIafirmaba que “las diversas realidades de asociación,
que tanto en sus modalidades más tradicionales comoen las más nuevas de los movimientos eclesiales,
siguen dando a la Iglesia una viveza que es don delEspíritu, constituyen una auténtica primavera del
Espíritu” (NMI 46).
Para que sea posible la participación activa de todoslos miembros del Pueblo de Dios en la misión evangelizadora,para que cada uno viva conscientemente suvocación y misión en la Iglesia y en el mundo, hemosde impulsar entre todos los organismos y los mediosde comunión, como pueden ser los consejos pastoralesparroquiales, arciprestales y diocesanos. Son mediosmuy útiles para la escucha fraterna, para la vivencia dela comunión, para el ejercicio de la corresponsabilidady para buscar juntos los caminos y los medios másadecuados para el anuncio de la Buena Noticia en estemomento de la historia. Para seguir avanzando en estadirección, debemos vivir conscientemente y con ilusiónla propia vocación y debemos ver este trabajo
pastoral conjuntado y coordinado entre todos losmiembros del pueblo de Dios, no como una carga o
una imposición, sino como una responsabilidad confiadapor el Señor.
e) Para vivir la comunión es necesaria una espiritualidad
de comunión
Estos aspectos o caminos para la práctica de lacomunión y para la manifestación de la misma, pueden
ser eficaces y útiles, si existe una verdadera espiri-- 42 -
Comunión y
corresponsabilidad
entre
movimientos y
asociaciones
Necesidad y
relevancia de los
espacios de
comunión
tualidad de la comunión, es decir, si permitimos y acogemosla actuación del Espíritu en nosotros, si recibimos
sus dones y nos dejamos conducir por Él en nuestrasactuaciones, en vez de hacerlo desde nosotros
mismos y desde nuestros criterios. En el caso de queno sigamos los caminos del Espíritu, “los instrumentos
externos de la comunión se convertirían en mediossin alma, en máscaras de comunión, más que en sus
modos de expresión y crecimiento” (NMI 43).
¿Cuáles serían los aspectos que deberíamos cuidar
especialmente en esta espiritualidad de comunión?
El Papa Juan Pablo II señala cuatro, que melimito a copiar literalmente:“La espiritualidad de comunión significa ante todouna mirada del corazón, sobre todo hacia el misteriode la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz hade ser reconocida también en el rostro de los hermanosque están a nuestro lado”.
“Espiritualidad de la comunión significa, además,
capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como uno
que me pertenece, para saber compartir con él susalegrías y sufrimientos, para intuir sus deseos y atender
a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera yprofunda amistad”.“Espiritualidad de la comunión es también lacapacidad de ver lo que hay de positivo en el otro,para acogerlo y valorarlo como un regalo de Dios: un
don para mí, además de ser un don para el hermanoque lo ha recibido directamente”.
“En fin, espiritualidad de comunión es saber darespacio al hermano, llevando mutuamente la carga
de los demás (Cf. Gal. 6, 2) y rechazando las tentacionesegoístas que continuamente nos acechan y
- 43 -
engendran competitividad, ganas de hacer carrera,desconfianza y envidia” (NMI. 43).
La contemplación de estos aspectos de la espiritualidadde comunión nos recuerda a todos que, antes de
hacer cosas y antes de programar actividades pastorales,la evangelización exige de todos nosotros una profundizaciónen la vivencia de las virtudes teologalesde la fe, la esperanza y la caridad. Evangelizar y vivir
la comunión exigen ante todo mirar desde el corazónel misterio Trinitario, en el cual vivimos, nos movemos
y existimos, para luego contemplar a Dios encada ser humano para tratarlo como hermano y para
entregarle nuestra vida por amor.
Esto quiere decir que las comunidades parroquiales,para ser auténticas casas y escuelas de comunión,
deben ser antes casas y escuelas de oración. En lacarta pastoral del año pasado, ya hacía referencia a la
urgente necesidad de fomentar y favorecer los espaciosde oración en nuestras comunidades parroquiales,
ayudando y enseñando a orar a quienes no saben o hanolvidado la práctica de la oración. Hemos de tener
muy presente que sólo cuando un cristiano tiene capacidadcontemplativa puede adentrarse en el misterio
Trinitario. Y solamente desde la escucha sincera de laPalabra y desde la acogida cordial del amor de Dios,
se puede ver al hermano como lugar privilegiado de supresencia y como alguien que me pertenece. Pensando
en el futuro de la Iglesia y en el cumplimiento de sumisión evangelizadora, todos debemos asumir este
reto.
- 44 -
Los frutos de la
espiritualidad de
comunión se
siembran y se
llenan de sentido,
en la oración y en
la escucha sincera
de la Palabra
PARTE III
COMPORTAMIENTOS QUE IMPIDEN LA COMUNIÓ
Sin duda podríamos enumerar muchas actitudes ycomportamientos que hacen inviable la comunión con
Dios y la comunión eclesial. Por su importancia, mefijaré solamente en cinco aspectos, que pueden ser
especialmente llamativos en estos momentos y queexigen una revisión por parte de todos para superar el
individualismo pastoral, las falsas concepciones de laIglesia y las tensiones internas que nos incapacitan
para mostrar el verdadero rostro de Cristo a los demás.
a) Nuestros pecados rompen la comunión eclesialEl Concilio Vaticano II señala que, mientras Cristo,
santo, inocente e inmaculado no conoció el pecado, laIglesia, sin embargo, “encierra en su propio seno a
pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitadade purificación, avanza continuamente por la sendade la penitencia y de la renovación” (LG. 8). LaIglesia es santa, porque, surgiendo incesantemente de
la Cenadel Señor y de su costado traspasado en lacruz, recibe en todo momento la vida y la santidad de
Dios, mediante la actuación del Espíritu santificador.Como consecuencia de esta presencia permanente del
Espíritu en su seno, la misma Iglesia se convierte tambiénen santificadora, porque en ella están depositados
todos los medios para la santificación y salvación delos hombres. De hecho toda la actuación de la Iglesia
está orientada a conseguir “la santificación de loshombres en Cristo y la glorificación de Dios” (SC.
10).
Pero, al mismo tiempo, la Iglesia es pecadora porqueen ella aparecen las debilidades y miserias de
- 45 -
La Iglesiaes santa
y santificadora
todos sus miembros, de cada uno de nosotros. El pecadoprovoca la ruptura de la comunión con Dios y también
la división y el enfrentamiento entre los hermanos.Todos, sin excepción, debemos reconocernos
pecadores, puesto que quien diga que no ha pecado seengaña a sí mismo. De hecho, así lo hacemos, cuando
confesamos públicamente que hemos pecado muchocontra Dios y los hermanos, al comenzar la celebración
de la Eucaristía. Como consecuencia de la fragilidadde la condición humana y debido a nuestras
incongruencias en el seguimiento de Jesucristo, descubrimosque a lo largo de nuestra existencia la cizaña
del pecado se encuentra mezclada con la buena semilladel Evangelio y esto, desgraciadamente, sucederá
así hasta el fin de los tiempos. La Iglesia congregapues a pecadores, que han sido alcanzados ya por la
gracia y la salvación lograda por Jesucristo, pero queaún están en vías de santificación.
El P. Raniero Cantalamessa, predicador del Papa,compara en alguno de sus escritos la realidad de la
Iglesia con el cuerpo humano. Y dice que un peligrogrande para el organismo de una persona son los coágulos,
grumos sólidos, líquidos o gaseosos que, enocasiones, se forman en las venas y en las arterias de
algunos individuos. Estos coágulos, como nosdemuestra la experiencia, si no se eliminan con rapidez,
pueden impedir la circulación de la sangre y puedenproducir daños graves en el organismo de las personas,
llegando incluso a la parálisis. En la Iglesia,cuerpo de Cristo, los coágulos son los obstáculos que
ponemos cada uno de nosotros a la comunión. Estoscoágulos son el orgullo, el deseo de imponer los propios
criterios a los demás, la envidia, la afirmación delpropio yo, la incapacidad para dudar de nosotros mismos,
la negación del perdón a los hermanos, las enemistadescrónicas. Si no eliminamos estos coágulos de
- 46 -
La Iglesia
congrega
pecadores.
El pecado separa y
distancia a los
hombres, les
impide
reconocerse,
provoca división
Necesidad de la
gracia divina y del
sacramento de la
Penitencia
nuestra vida con la ayuda de la gracia divina y con lacelebración del sacramento del perdón, será muy difícil
construir la comunión.
El apóstol Pablo escribía en su día a los cristianosde Éfeso, denunciando un conjunto de pecados cometidos
por sus miembros, que debían desterrar de sucorazón y de su conducta porque, si no lo hacían, estaban
negando su fe en Jesucristo y estaban haciendoimposible la convivencia fraterna y la comunión entre
ellos. Dice Pablo: “Desterrad de vosotros la amargura,la ira, los enfados, insultos y toda la maldad. Sed
buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otroscomo Dios os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4,
31-32).
Para detectar estos obstáculos, que todos ponemos ala comunión en muchos momentos de la vida, deberíamos
hacernos un chequeo con cierta frecuencia, esdecir, un examen de conciencia que nos ayude a prevenirlos
y a desterrarlos de nosotros. Hemos de ponertodos los medios a nuestro alcance para superar los
posibles enfrentamientos y divisiones, que son un verdaderoobstáculo para que la Iglesia aparezca ante el
mundo como misterio de comunión.
b) Las concepciones sociológicas de la Iglesia
Las dificultades del hombre de hoy para abrirse a latrascendencia y las visiones puramente sociológicas
de la Iglesia, que se perciben en algunos medios decomunicación y en los planteamientos de bastantes
bautizados, conducen a una visión de la Iglesia segúnlas necesidades de cada uno, como si esta fuese una
organización social más. Como consecuencia de ello,estas personas, en ocasiones con buena voluntad, piensany manifiestan que es necesario emprender unareforma en profundidad de la Iglesia, puesto que los
- 47 -
La fe que la
Iglesia nos invita a
poner en Jesús nos
enseña el camino
de la unidad.
Desde un examen
de conciencia
sincero: superar
divisiones desde el
corazón
Sin apertura
a la trascendencia
la Iglesiase vive
solo desde una
mirada
“sociológica”
que deberían hacerlo no se atreven, tienen miedo o lesfalta capacidad.Los que desean emprender estas reformas eclesialesconciben la Iglesia más como una organización democráticaque como una comunión de hermanos. Noentienden que la Iglesia proceda de Dios, sino que laven y la miran como procedente de las decisiones decada uno o de los planteamientos de un pequeñogrupo. Según este modo de entender la Iglesia, lasdecisiones en la misma se tomarían por acuerdos, unavez hechas las oportunas deliberaciones. En una
Iglesia así concebida, las enseñanzas evangélicas, losdogmas y las verdades de fe podrían cambiarse de
acuerdo con los criterios de los grupos mayoritarios ysegún las urgencias del momento. Es más, en algunas
ocasiones servirían unos determinados criterios defuncionamiento, pero estos no serían estables y permanentesporque, con el paso de los años, apareceríanotros grupos que podrían imponer criterios distintos.
Es decir, todo lo que hacen o deciden unas personas,puede ser anulado por otras. De este modo la Iglesia
quedaría reducida a lo que es factible, al resultado delas propias acciones u opiniones. De alguna forma, la
fe en Dios quedaría reducida a lo que nosotros pensamos,queremos y decidimos.
Con esta concepción de la Iglesia se pierde la visióndel misterio y se olvida que lo más grandioso que ella
puede ofrecer a la humanidad, no son los puntos devista de cada uno o los criterios de cada grupo humano,
sino al Dios de Jesucristo. La verdadera dimensiónde la Iglesia y su grandeza, la oferta de salvación y
liberación que puede hacer a la humanidad, no dependennunca de nosotros ni de nuestras opiniones sino
de su origen en Dios y de la constante actuación delEspíritu en ella. La fuerza liberadora de la Iglesia no
está en lo que hacemos nosotros sino en lo que realiza- 48 -
La fe en Dios
queda reducida a
lo que nosotros
pensamos,
queremos y
decidimos.
La pérdida de la
visión del Misterio
y del Origen de la
Iglesia en Cristo
nos hace buscar la
liberación en
nuestras propias
fuerzas y criterios.
Sin el Espíritu.
el Señor, mediante el soplo permanente del Espíritu,que nos precede, viene a nosotros y nos acompaña
constantemente para saciar nuestras aspiraciones másprofundas y nuestros deseos de eternidad.
Ciertamente, la Iglesia tendrá siempre necesidad derenovación y de conversión, especialmente en sus
estructuras organizativas. Esta renovación será siemprenecesaria, conveniente y oportuna. Pero no nos
engañemos. La verdadera renovación de la Iglesia nodependerá en ningún momento histórico de la cerrazón
en nuestros criterios personales, que son pasajerosy transitorios, sino de la apertura a la luz que viene de
lo alto, del Padre de las luces. Él es el único que puedeofrecer respuesta permanente a nuestras inquietudes y
el que puede regalarnos la verdadera y auténtica libertad,la libertad de los hijos de Dios.
c) El activismo incontrolado
La sociedad actual está marcada por el activismo,por las prisas, por el deseo de llegar a todo, como si
todo dependiese de nosotros mismos y de nuestrosesfuerzos. El afán de poseer y de tener para dar respuesta
a las múltiples necesidades que cada personase crea, hacen muy difícil la reflexión y, con frecuencia,
incapacitan al ser humano para actuar desde planteamientosespirituales. Esto está generando en la
sociedad actual la aparición de personas que ponen elcompromiso personal por encima de todo y que, consecuentemente,limitan el horizonte de su mirada a loque se puede realizar o experimentar y a lo que es
fruto de sus realizaciones concretas. Estas personasestán incapacitadas para pensar en algo más grande
que ellas mismas, puesto que esto podría suponer unlímite a su actividad. Al activista le resulta muy difícil
- 49 -
Antes que la
renovación externa
de la Iglesia es
necesaria la
conversión de las
personas.
El exceso de
actividad y el
pragmatismo
impiden la
apertura y la
confianza más allá
de nuestras fuerzas
abrirse al infinito, a lo eterno, a la verdadera meta dela existencia humana.
En medio de esta realidad marcada por el activismoy el pragmatismo, los cristianos sabemos por experiencia
que la fe en Jesucristo nos permite superar lasbarreras limitadas de nuestra existencia y de nuestro
mundo para abrir la mente y las aspiraciones del corazónhumano a Dios. La Iglesia, al ofrecernos la Buena
Noticia, nos ayuda a superar las barreras de nuestrosaber y poder para verlo todo desde el saber y el poder
de Dios, contemplando el mundo y la existenciahumana desde la sabiduría divina. Cuando confesamos
nuestra fe en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica,estamos manifestando la capacidad que ella tiene
para ofrecernos al único Dios y para brindarnos lasantidad y la salvación que nunca podremos alcanzar
con nuestros esfuerzos y descubrimientos.
Con frecuencia existe la convicción en la sociedadactual y en muchos bautizados de que una persona es
más cristiana y más santa porque se mueve mucho,realiza muchas actividades o está presente en todos los
grupos pastorales de la parroquia. Sin embargo, estopuede no ser verdad. Cada uno debemos asumir nuestra
vocación y vivirla en la misión que el Señor nosconfía en la Iglesia y en el mundo, pero no debemos
olvidar nunca la fuente de nuestro quehacer y la metade nuestros compromisos. Por ello tenemos que preguntarnossiempre qué lugar ocupa la meditación de laPalabra, la participación en los sacramentos y lavivencia del mandamiento del amor en nuestra vida.Como dice el apóstol Pablo, podemos hacer muchas
cosas, incluso milagros, pero si nos falta el amor, todolo anterior no sirve de nada. El Santo Padre decía,
antes de su elección como sucesor de Pedro, que “loque necesitamos no es una Iglesia más humana, sino
- 50 -
El cristiano sabe
que la fe en
Jesucristo es la
que permite
superar barreras y
abrirse a la acción
de Dios
No olvidemos la
fuente y la meta de
nuestro
compromiso
una Iglesia más divina; solo entonces será verdaderamentehumana”.
La verdadera renovación de la Iglesia y la construcciónde la misma como comunidad de hermanos
vendrá, sobre todo, del reconocimiento de nuestrospecadosy de la acogida cordial del perdón de Dios.
La Iglesiaes una comunidad de convertidos y, por lotanto, nace de la acogida de la gracia y del perdón que
el Señor nos ofrece. La autosuficiencia y la excesivaconfianza en nosotros mismos nos incapacitan para
reconocer nuestras limitaciones y pecados y nos impidenrecibir el perdón que Dios brinda a todos en el
sacramento de la penitencia. Por aquí debe comenzarel camino de cualquier renovación personal y, por
tanto, también el camino de la renovación de la comunidadeclesial. Si no hay renovación personal, difícilmente
puede darse la renovación y la transformacióneclesial.
d) Los grupos cerrados dificultan la comunión
El apóstol Pablo acusa a los cristianos de Corintode vivir y actuar según criterios carnales y humanos,
olvidando lo que él les había enseñado y pasando poralto la actuación del Espíritu en la Iglesia. En medio
de la comunidad de Corinto habían surgido grupos opartidos, que no favorecían el desarrollo de la fraternidad
sino que rompían la comunión entre los hermanos.Unos se confesaban seguidores de Pablo, otros,
por el contrario, seguidores de Apolo. Estas actuacionesprovocaban envidias y discordias entre ellos y,
consecuentemente, rompían la fraternidad que siempredebe reinar entre los hijos de un mismo Padre. Al
declararse seguidores de Pablo o de Apolo, los corintiosdefendían los intereses de esos grupos o buscaban
una apoyatura para dar respuesta a sus inclinaciones.
- 51 -
La autosuficiencia
y la excesiva
confianza nos
incapacitan para
reconocer
limitaciones y
pecados
Existe el riesgo de
confundir la
Iglesia con la pertenencia
a un grupo determinado
dentro de
la misma
Como consecuencia de ello, confundían la Iglesia conun club o con un grupo de amigos, en el que existían y
se defendían determinados intereses personales o grupales.
Los corintios, con su comportamiento, olvidanque la Iglesia es, ante todo, la Iglesia de Jesucristo,
fundada por Él y guiada por la fuerza impetuosa delEspíritu. La pertenencia a la misma exige ponerse en
las manos de Jesucristo, sintiéndose miembros de sucuerpo, de su Iglesia.
Esta concepción de la Iglesia, descrita por Pablo, noes cuestión del pasado. Puede darse en nuestros días.
Hoy también existe el peligro de dividir la Iglesia, alpretender formar grupos que respondan a los intereses
y deseos de sus miembros. En vez de abrirnos todos ala Palabra de Dios y de sentirnos miembros vivos de la
única Iglesia de Jesucristo, corremos el riesgo de formarnosnuestra propia idea del cristianismo y de la
Iglesia, defendiendo los intereses de un determinadogrupo eclesial. En estos casos la fe se convierte en la
simple decisión personal a favor de algo que me resultaagradable o por lo que deseo comprometerme, en
vez de ser una llamada a la conversión a Jesucristo, asus sentimientos y actitudes.
Cuando perdemos de vista la constante referenciade la Iglesia a Jesucristo y nos dejamos llevar por
nuestros criterios sobre ella, somos siempre nosotroslos que obramos y los que decidimos lo que debe ser y
hacer la Iglesia. Además todos los intentos de renovaciónde la misma, si olvidamos lo que Cristo quiere de
ella, serán siempre el fruto de nuestros criterios o delos criterios del grupo, al que pertenecemos. Esto lleva
inexorablemente a confundir la Iglesia con un club ocon una asociación más en el seno de la sociedad y a
entender la fe como un programa de partido.
- 52 -
Grupos que
responden en su
identidad y en sus
acciones a los
intereses y
criterios de sus
miembros
Solo con criterios
humanos propios,
se pierde de vista
lo que Cristo
quiere de su
Iglesia.
Si realmente creemos que Cristo resucitado ha fundadola Iglesia, si estamos convencidos de que Él vive
y actúa en ella y en el mundo por la acción permanentedel Espíritu Santo, en todo momento tendríamos
que seguirle y obedecerle a Él, aunque esto lleve consigoponer los propios criterios en un segundo plano.
Como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, seguir aCristo no significa apoyarme en mis ideas o defender
un conjunto de criterios, aunque sean religiosos, sinoseguir a una persona y poner nuestra vida en sus
manos para que Él nos transforme en criaturas nuevas,creadas según justicia y santidad verdaderas.
Ciertamente hay muchas cosas en la Iglesia quedebemos hacer nosotros en plena fidelidad al encargo
del Señor y en comunión con el Papa, los obispos ylos demás hermanos, pero hay otras, que son fundamentales,y que nos vienen dadas. La fe, la graciadivina, el perdón de los pecados, la capacidad de amar
son dones de Dios a su Iglesia y no dependen de nosotros.
Por eso, si queremos ser miembros de la únicaIglesia de Jesucristo, debemos acogerlos y recibirlos
con profunda gratitud.En cualquier caso, debemos vencer la tentación deconstruir nuestra Iglesia, siguiendo las indicaciones demaestros particulares o de falsos profetas. ComoPablo les recordaba a los cristianos de Corinto, el queplanta y el que riega no son nada. Uno y otro son simplescolaboradores de Dios y miembros de la única
Iglesia común, fundada por Jesucristo, que tendrá su consumación al fin de los tiempos. El importante es
Dios, que nos llamó a todos a la fe, aunque haya sidopor mediación de otros hermanos. Él es el único que
puede hacer crecer la semilla depositada en el surco.
- 53 -
La comunión con
el Papa, con los
obispos, con los
demás creyentes
no tiene nada de
servil ni de
arbitraria.
Es la afirmación
de unirse a Cristo
en la comunidad y
en la unidad.
No caer en la
tentación de
construir nuestra
propia iglesia.
e) Las actividades pastorales de mantenimiento
El Concilio Vaticano II y otros documentos posterioresde los Papas y de los Obispos señalan que la
misión evangelizadora de la Iglesia es un derecho y undeber de todos los bautizados. Como consecuencia de
la inserción en Cristo, que se produce en el sacramentodel bautismo por la acción del Espíritu Santo, tenemos
acceso al Padre y, consecuentemente, somosconstituidos hijos suyos y hermanos de todos los creyentes,
iguales en dignidad y con idéntica misión. Porlo tanto, antes de las vocaciones específicas al laicado,
al sacerdocio o a la vida consagrada, todos nos identificamosen nuestra filiación divina, en la vivencia de
la caridad cristiana y en la misión de ser testigos deJesucristo hasta los confines de la tierra.
En este sentido, el Concilio Vaticano II ya invitabaa los pastores de la Iglesia a reconocer la dignidad y la
responsabilidad de los cristianos laicos, dejándoleslibertad y campo para actuar y animándoles a tomar
iniciativas. Para ello se consideraba necesario favorecerel diálogo fraterno, animar los proyectos pastorales
presentados por los laicos y escuchar sus peticiones(LG. 37). Durante estos cuarenta años, desde la
clausura del Concilio, se ha avanzado mucho en elestablecimiento de estas relaciones de colaboración
corresponsable entre sacerdotes, religiosos y laicos.
Sobre todo, en las actividades pastorales impulsadasen el seno de las parroquias y arciprestazgos se ha llegadoa una importante participación de los laicos,como consecuencia de la toma de conciencia de su
papel en la edificación de la Iglesia. Resulta muchomás difícil, sobre todo en estos tiempos, el que los laicos
cristianos se hagan presentes en la evangelizaciónde las realidades temporales.
- 54 -
Misión de
evangelizar:
derecho y deber de
todo bautizado.
Dignidad de los
laicos: comunión y
corresponsabilidad
entre
sacerdotes,
religiosos y laicos.
En nuestra diócesis se dan relaciones de estimamutua y de colaboración fraterna entre laicos y sacerdotes.
Los procesos de formación llevados a cabo enlos arciprestazgos y las reflexiones de años pasados
sobre la comunión eclesial y sobre la corresponsabilidaden la misión evangelizadora han producido frutos
importantes. Debemos dar gracias a Dios porque existengrupos de laicos bien formados y dispuestos a
colaborar con el Señor en la evangelización delmundo. No obstante, es necesario seguir avanzando en
el reconocimiento y en la estima de la vocación laical,ayudando a todos los bautizados, mediante una adecuada
formación integral, a asumir aquellas responsabilidadesque les corresponden por vocación y misión.
En algunos casos, los laicos tienen miedo a comprometerseporque consideran que les falta la adecuada
formación para desempeñar un papel más activo en elseno de la comunidad. En otros casos los sacerdotes
tienen dificultades para impulsar el protagonismo delos cristianos laicos, porque durante muchos años el
sacerdote era el único protagonista de la evangelizacióny, porque además, se le formaba para ello.
En estos momentos no debemos caer en la tentaciónestéril de culparnos unos a otros. Esto no ayuda a la
vivencia de la fraternidad ni al desarrollo de la comunión.Todos debemos ponernos ante el Señor, escuchar
su voz y responder confiadamente a la misma. Lanueva evangelización, como consecuencia de la secularizaciónprogresiva de la sociedad y de la indiferenciareligiosa, exige el protagonismo evangelizador de
todos los miembros del pueblo de Dios y demandavivir con fidelidad la vocación recibida. Las distintas
vocaciones y carismas, suscitados por el Espíritu en elseno de la comunidad, deben ser acogidos, impulsados
y acompañados para que surjan comunidades vivas,corresponsables y misioneras.
- 55 -
Realidad
esperanzadora en
nuestra diócesis:
frutos de
comunión eclesial
y de
corresponsabilidad
evangelizadora.
Ante las
dificultades, orar
al Señor y
responder con
confianza
Los encuentros arciprestales celebrados duranteestos últimos años nos han ayudado a conocernos
mejor, a orar juntos al Señor y a constatar que es posibleel trabajo pastoral desde la mutua colaboración. La
constitución progresiva de los consejos pastoralesparroquiales, arciprestales y diocesano es el mejor testimonio
del interés por trabajar unidos, en comuniónfraterna, para que otros se encuentren con el Señor ydescubran la alegría y el gozo de ser testigos y seguidoressuyos.
PARTE IV
OBJETIVO PASTORAL Y POSIBLES ACCIONES
PARA LA PROGAMACIÓN PASTORAL
A lo largo de la exposición he intentado, no sé sicon mucho acierto, compartir con todos vosotros mi
reflexión sobre el origen y la identidad de la Iglesiaconcebida como misterio de comunión misionera.
Espero que lo dicho pueda ayudarnos a descubrir quela Iglesia no se puede entender desde sí misma ni
desde concepciones y parámetros sociales, sinodesde Cristo y en Él. Y esto, no sólo porque ha sido
fundada por Jesucristo, sino porque su misión es lamisma que la de su Señor. Por medio de la Iglesia,
Dios sigue comunicando y ofreciendo a la humanidadla verdad y la gracia. Dios, por medio de la Iglesia,
hace llegar su misericordia de generación en generacióny continúa realizando en nuestros días obras
grandes en favor de todos los hombres.
El trabajo pastoral, realizado por miles de sacerdotes,religiosos y laicos a través de los siglos en el
mundo y en nuestra diócesis, nos permite hoy dar graciasa Dios por el don de la fe y nos brinda la posibilidad
de celebrar y acoger su acción santificadora y sal-
- 56 -
Progresar en los
espacios de
comunión creados
estos años
vadora. En estos momentos somos nosotros los llamadosy enviados al mundo para dar testimonio de fe, de
esperanza y amor a las generaciones más jóvenes. ElSeñor nos invita a colaborar en la construcción de su
Iglesia desde la más íntima comunión con Él y con loshermanos. De este modo, mediante la incesante acción
del Espíritu, la Iglesia seguirá siendo canal de vidadivina, de salvación y de esperanza para todos los
seres humanos. Por ello, os animo a todos los diocesanosa meditar y profundizar durante el próximo curso
pastoral en el siguiente objetivo pastoral:
Profundicemos en el conocimiento y en el amor
a la Iglesia como misterio de comunión para
impulsar su misión evangelizadora desde la
corresponsabilidad.
Ahora bien, para la realización o el cumplimientode este objetivo, como hemos hecho otros años, es
necesario que nos propongamos algunas accionesconcretas que nos permitan descubrir, acoger, vivir,
celebrar, pedir, construir y comunicar el misteriodel amor de Dios, del cual nace y fluye el misterio
de la Iglesia como comunión misionera.
A continuación os propongo unas cuantas accionesque nos pueden ayudar a encontrar caminos para la
vivencia de la comunión y para la realización de lamisma. Aunque no podamos recogerlas todas en nuestra
programación pastoral, me parece importante quelas tengamos presentes para que no pensemos nunca
que ya hemos llegado a la meta.
1) Contemplación del misterio Trinitario para
aprender a vivir la comunión
La comunión, como he señalado anteriormente,nace de la incorporación a la vida divina en virtud del
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sacramento del bautismo, crece constantemente alimentadapor la participación en la Eucaristía y se
recupera, en el caso de que se pierda como consecuenciadel pecado, por el sacramento de la penitencia. Por
lo tanto, para hacer un examen sobre el grado devivencia de la comunión debemos preguntarnos si
realmente vivimos con Cristo, por Él y en Él o, por elcontrario, vivimos cerrados sobre nosotros mismos y
dominados por los criterios culturales del momento.
Sin duda, al responder a esta pregunta, descubriremosque hemos de buscar y encontrar espacios en
nuestra vida para avanzar en la contemplación delmisterio Trinitario, que habita en nosotros y en el
corazón de los hermanos. Aquí esta la fuente de lacomunión. No podremos experimentar el misterio de
la Iglesiacomo comunión ni vivir la comunión con loshermanos, si no tenemos estos espacios de oración y
contemplación en nuestra vida. Además, como lacomunión es siempre un don de Dios, debemos pedirla
confiadamente al Señor y acogerla en la recepciónfrecuente de los sacramentos, especialmente en la
Penitencia y Eucaristía.
Cada año programamos cursillos para la preparaciónde los sacramentos, porque estamos convencidos
de que cada día es necesaria una adecuada formaciónde quienes participan en los mismos, debido a las
carencias religiosas de muchos bautizados. En la programaciónde estos cursillos y en la misma celebración
de los sacramentos no debiera faltar nunca lapresentación de los mismos como encuentros personales
con la Palabra, con la vida, con el perdón y el amordel Dios Trino.
- 58 -
Preguntarnos si
vivimos en Cristo,
por Él y en Él
Buscar y encontrar
espacios de
oración y
contemplación del
Misterio Trinitario
Preparación de los
sacramentos como
encuentros
personales con
Dios
2) Atentos a la acción del Espíritu para colaborar
con Él
La diócesis y la parroquia deben realizar su misiónen un lugar concreto, pero no pertenecen a ese lugar.
Simplemente están en él. Esto quiere decir que todosdebemos estar muy atentos a los sufrimientos y esperanzasde los hombres, conociendo y asumiendo lascaracterísticas del lugar, pero sin dejarnos arrastrar ni
atrapar por ellas. Los miembros de una parroquiadeben conocer bien la realidad de la misma para evangelizarla
y purificarla de todo egoísmo y de aquellasactitudes y comportamientos que se oponen a los valores
del Evangelio.
Como consecuencia de lo dicho, la parroquia deberecordar frecuentemente a sus miembros que todos
somos peregrinos. Estamos en este mundo de paso, encamino, y no tenemos aquí morada definitiva. Nuestra
verdadera patria es el cielo. Somos ciudadanos delcielo. La profundización en la fe por parte de todos los
miembros de la comunidad cristiana y la contemplacióndel testimonio de los santos, que nos iluminas
con su testimonio y nos acompañan con su intercesión,permitirá salir del círculo cerrado de lo terreno y
material para abrir el corazón a lo trascendente y a laesperanza de lo que no se ve.
La vocación y misión de la parroquia es la de ser enel mundo lugar de comunión de los creyentes, es
decir, el ámbito donde la comunión se convierte enexperiencia y tarea diaria, fundiendo en la unidad
todas las diferencias humanas que en ella se dan (Ch.l. 27). Esta unidad no se puede presuponer, sino que
exige un esfuerzo permanente de colaboración con elEspíritu. Sólo Él puede transformar las divisiones y
las tensiones humanas provocadas por el pecado ysólo, mediante el soplo del Espíritu, será posible supe-
- 59 -
La diócesis y las
parroquias deben
conocer su propia
realidad para
evangelizarla.
La misión
evangelizadora de
la parroquia
también requiere
salir de lo sensible
y abrirse a la
esperanza.
Y con esfuerzo
permanente por
ser lugar de
comunión como
experiencia diaria
para todos.
rar las tendencias disgregadoras que puedan surgir enel seno de la comunidad. La catequesis y los tiempos
dedicados a la formación cristiana deben ayudar a loscristianos a recordar que no estamos en el mundo para
siempre sino que estamos llamados a heredar conCristo la vida eterna. Aquí debe estar fundamentada
nuestra esperanza.
3) Impulsar la espiritualidad de comunión
Los primeros cristianos se reunían para la oraciónen común, para la fracción del pan y para gozar de la
comunión fraterna. A partir de estos encuentros eranreconocidos y admirados por su testimonio de amor y
por la ayuda generosa a los necesitados. Sabían que lacomunión, como don de Dios, debían pedirla para
poder vivirla en cada momento de la existencia.La experiencia nos demuestra que, además de nuestros
pecados que en cualquier momento pueden romperla comunión con Dios y con los hermanos, hoy
existen grupos y personas especialmente interesadosen dividir a los miembros de la Iglesia. Los calificativos
de progresistas y conservadores –que no se sabemuy bien lo que quieren decir- aplicados a determinadas
personas o instituciones eclesiales tienen una finalidady unos objetivos bien definidos: provocar la división
entre obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Losprogresistas serían los buenos, los conservadores
serían los malos, los anclados en el pasado, los que nodeben ser tenidos en cuenta. Siempre es más fácil vencery confundir sembrando la división en el seno de lacomunidad cristiana.
Teniendo esto en cuenta, antes de programar iniciativaspastorales, debemos programar e impulsar una
espiritualidad de comunión en el seno de nuestrascomunidades. Esto nos exige programar espacios de
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Pedir el don de la
comunión: oración
en común
Atentos a los
intereses ajenos en
dividir a los
miembros de la
Iglesia
oración y de escucha de la Palabra, que nos ayuden atodos a profundizar y adentrarnos en el misterio de
Dios y en el misterio de la Iglesia, así como en la acogidaa cada hermano como alguien que nos pertenece.
Desde la contemplación del amor de Dios, el Espíritunos ayudará a prodigar los gestos de amor con todos,
pero especialmente con los alejados de la Iglesia. Deeste modo podremos pasar de una comunión afectiva a
una comunión efectiva, concreta y real.
4) Preparación de la Eucaristía dominical
El Papa Juan Pablo II decía que la parroquia es unacomunidad eucarística. Esto significa que es una
comunidad idónea para celebrar la Eucaristía, porqueen ella encuentra la raíz profunda para su edificación y
el vínculo sacramental de su existir en plena comunióncon toda la Iglesia.
Cada día constatamos con más claridad la necesidadde impulsar la actividad evangelizadora de todos
los miembros del pueblo de Dios, pero ésta debe alimentarseconstantemente de la celebración litúrgica y
de los sacramentos, que son el fundamento y el culmende toda la actividad evangelizadora y misionera.
Puede haber parroquias con actividades pastoralesbien programadas, pero si sus miembros no participan
asiduamente en la Eucaristía y en las celebracioneslitúrgicas no podrán crecer en la comunión eclesial ni
la corresponsabilidad pastoral. Todas estas actividadesprogramadas pueden quedar en simple organización
pero sin Espíritu.
Por lo tanto, debemos poner todos los medios anuestro alcance para preparar y celebrar con esmero y
con paz la celebración de la Eucaristía dominical. Estano puede ser el simple cumplimiento de un mandato
sino el centro de la vida de la comunidad y el medio- 61 -
Antes de nada,
profundizar,
robustecer, llenar
de sentido la
comunión en el
interior de las
comunidades
La verdadera
actividad
evangelizadora y
misionera de
nuestras
comunidades ha
de tener su origen
en la celebración
de la Eucaristía y
de los demás
sacramentos.
para expresar la comunión con la Palabra de Dios, conJesucristo sacramentado y con los hermanos. En definitiva,el medio para vivir la identidad cristiana y eclesial.
Debido al desconocimiento por parte de muchosbautizados de los signos y símbolos utilizados en la
Eucaristía y en los demás sacramentos, podríamosorganizar en las parroquias alguna catequesis que
ayude a descubrir el sentido y la razón de ser de losmismos.
5) Vivencia de la comunión más allá de la
parroquia
Pero no basta vivir la comunión en el seno de laparroquia. Esta, como última localización de la
Iglesia, tiene una vocación universal. Por eso, lacomunión vivida entre los miembros de la comunidad
parroquial debe estar siempre abierta a la Iglesia universala través de la Iglesia particular, de la que recibe
su razón de ser, su eclesialidad.
Los planes pastorales y las programaciones debenayudarnos a crecer en esta apertura. En el futuro debemos
seguir incrementando la colaboración con lasparroquias vecinas a través de las programaciones
arciprestales. El arciprestazgo debe seguir siendo elámbito de una pastoral de conjunto, que ayude a la
constitución de las unidades pastorales. Ningunaparroquia y, mucho menos nuestras pequeñas parroquias,
pueden ser autosuficientes.
Pero, además, debemos cuidar la participación enlas actividades y en los encuentros diocesanos. No son
muchos y pueden ser una gran ayuda para expresarnuestra pertenencia a la Iglesia diocesana y para estimular
la participación de los laicos en la evangelización.
- 62 -
Buscar los medios
y las personas para
preparar y celebrar
con esmero y paz
la Eucaristía
dominical
La comunión
vivida en la
parroquia es
fundamental pero
no es suficiente.
Apertura y
participación
arcipreste y,
diocesana. Mirada
a la Iglesia
universal.
Colaboración
evangelizadora
entre movimientos
y parroquias
Al mismo tiempo, tendríamos que fomentar muchomás la colaboración entre movimientos apostólicos y
parroquias, como medio para concretar la comunión ypara hacer más eficaz la misión evangelizadora. Las
parroquias y movimientos no pueden vivir de espaldas.Si esto fuese así, fallaría la comunión y la misión.
6) No podemos evangelizar si estamos divididos
Por el sacramento del bautismo no sólo hemos sidoincorporados a Jesucristo y a la Iglesia, sino que
hemos sido llamados por Dios para realizar unamisión. Esta misión, que es la evangelización, nos une
a todos: presbíteros, religiosos y cristianos laicos. Porvoluntad del Padre todos hemos sido llamados a la
comunión para la misión.
La participación de todos los bautizados en la comunión y en la misión forma parte de la esencia de
la Iglesia. Todaslas vocaciones son importantes ynecesarias para el ser y para la evangelización en la
Iglesia. El Concilio ya decía que “la Iglesia no estáverdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es
signo perfecto de Cristo entre los hombres, mientrasno exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente
dicho. Porque el Evangelio no puede quedarprofundamente grabado en las mentes, la vida y el
trabajo de un pueblo sin la presencia activa de loslaicos. Por eso, ya desde la fundación de la Iglesia, se
ha de atender sobre todo a la construcción de un laicadocristiano maduro” (AG 21).
La preocupación por fomentar la comunión eclesialdebe llevarnos a los sacerdotes a impulsar, animar y
acompañar la vocación laical. Y a los laicos a tomarcada día más clara conciencia de la propia vocación,
que no es una concesión delegada del obispo o de los- 63 -
Comunión para la
misión.
La misión nos une.
Importancia de un
laicado cristiano
maduro
Vocación laical:
impulsar, animar y
acompañar
sacerdotes, sino una exigencia de la incorporación aCristo y a su Iglesia.
Necesitamos seguir favoreciendo espacios para eldiálogo y para la escucha mutua en los distintos consejos
pastorales y grupos parroquiales para asumirtodos con gozo la responsabilidad misionera y evangelizadora
desde la vivencia de la propia identidad.
Manteniendo la unidad en lo esencial, hemos de propiciarla escucha recíproca, intentando confluir hacia
opciones ponderadas en lo opinable. No podemos salira evangelizar divididos porque entonces el Evangelio
no será creíble. Por lo tanto, creo que es llegado elmomento de constituir los consejos económicos parroquiales
y los consejos pastorales parroquiales y arciprestalesallí donde no están constituidos para que los
laicos asuman responsabilidades y ofrezcan sus criteriosy propuestas para la acción pastoral y evangelizadora.
7) La comunión no es uniformidad
Algunas personas se equivocan cuando conciben lacomunión como uniformidad. Si esto se produjese
sería un gran empobrecimiento para la Iglesia y seríatambién la negación de que el Espíritu Santo sopla
donde quiere y como quiere en el mundo y en el corazónde cada ser humano. Todos somos hijos de Dios,
profesamos la misma fe, participamos de los mismossacramentos y vivimos de la vida trinitaria, pero cada
uno debe vivir todo esto desde la propia vocación y deacuerdo con los talentos o los dones recibidos del
Señor.
Además, como nos recuerda el apóstol Pablo, loscristianos somos miembros del cuerpo de Cristo, aunque
tengamos funciones distintas. Este nos exige permanecerunidos a Cristo, cabeza del cuerpo, dejando
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Esfuerzo por crear
consejos
pastorales y
económicos allí
donde no los haya
En la diversidad de
vocaciones y
carismas, la
comunión eclesial
no se consigue
imponiendo ideas
y criterios propios.
que la gracia divina vivifique nuestra existencia. Porlo tanto, aunque la mano nunca pueda realizar las funciones
del pie o de otro miembro del cuerpo, esto nosignifica que, buscando ser distintos, unos miembros
actúen en contra de los otros. Sería la destrucción y lamuerte del cuerpo, impidiendo al mismo tiempo valorar
y acoger lo positivo que hay en el otro.
La comunión eclesial nunca se podrá conseguir,imponiendo a los demás las propias ideas y criterios o
defendiendo criterios corporativos, sino acogiendotodos los criterios de Cristo. La comunión hemos de
buscarla mediante el diálogo y la fraternidad entretodas las vocaciones eclesiales. Solo el amor verdadero
y la estima cordial de las distintas vocaciones eclesialesayudan a superar las diferencias. “La unidad en
la Iglesiano es uniformidad, sino integración orgánicade las legítimas diversidades” (NMI. 46).
8) La comunión debe llevarnos a la incorporación
de los pobres a la comunidad
Como bien sabemos, en nuestros días existenmuchas pobrezas, materiales y espirituales. La mayor
pobreza de todas es la de aquellos que no conocen aDios o viven como si Él no existiese. Pero, además de
esta pobreza radical, existen otras pobrezas, comopueden ser la soledad de los ancianos, el abandono de
los niños, la explotación de los emigrantes o el sufrimientode los enfermos. A todos ellos debería llegarles
el amor de Dios por medio del amor, acogida ycercanía de los miembros de la comunidad cristiana.
Esto nos exige poner todos los medios a nuestro alcancepara eliminar las causas que provocan estas pobrezas,
ayudando de este modo a cada hermano a ser protagonistade su propia historia.
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Diálogo,
fraternidad, estima
y reconocimiento
de lo diverso
Tomar
conciencia de
todas las pobrezas
que existen.
Poner medios para
eliminar las
causas.
Ahora bien, no basta acercarse a los pobres paramostrarles el amor de Jesucristo, es preciso invitarles,
cuando sea posible, a que entren a formar parte de lacomunidad cristiana, como miembros vivos de la
misma. De este modo experimentarán el gozo de serevangelizados para convertirse en evangelizadores. El
Papa Juan Pablo II decía que “los pobres en la comunidadcristiana deben sentirse como en su casa”
(NMI 50).
Una preocupación de la acción pastoral debe ser lade ayudar a los miembros de nuestras comunidades a
vivir la comunión de bienes con los necesitados y participaractivamente en la eliminación de las causas que
generan la pobreza. En este sentido tenemos queseguir animando a todos los cristianos a asumir su responsabilidaden el ejercicio de la caridad, pues elmandamiento del amor obliga a todos los bautizados.
La nueva imaginación de la caridad debe buscar nosolo la eficacia de las ayudas prestadas a los demás,
sino la cercanía a cada hermano para que pueda experimentarla solidaridad y el amor.
9) Necesitamos promover el asociacionismo
laical
Todos somos testigos del fuerte individualismo queafecta a amplios sectores de nuestra sociedad. Este
individualismo nos afecta también a muchos cristianos.Aunque el ser humano es un ser social y se realiza
como persona en la medida en que se abre a losdemás y establece relaciones con ellos, sin embargo
percibimos que la disminución de la generosidad estáprovocando un creciente enfriamiento y una permanente
desconfianza hacia todas las formas asociadas.Ante esta realidad, tenemos que dedicar tiempo al
impulso del asociacionismo laical. Los laicos no sólo- 66 -
Invitar al pobre y
al alejado a
incorporarse a la
comunidad
cristiana.
Profundizar en la
comunión de
bienes y en el
ejercicio de la
caridad, deber de
todo bautizado.
El individualismo
dentro de la Iglesia
provoca falta de
generosidad y
gran desconfianza.
tienen derecho a asociarse sino que deben hacerlocomo expresión de la comunión y de la unidad de la
Iglesia. Ciertamente, cada uno debe dar testimoniopersonal de su fe en Jesucristo, pero también ha de
hacerlo asociándose con otros. En tiempos de secularizacióny de indiferencia religiosa, la formas asociadas
de apostolado seglar y la participación en asociacionesciviles o eclesiales implicadas en la defensa de la dignidadde la persona y de los derechos humanos, puedenser una ayuda valiosa para que muchos cristianos
vivan más coherentemente las exigencias evangélicasy se comprometan de forma consciente en una acción
misionera y apostólica.
Por lo tanto, debemos apoyar las asociaciones ymovimientos apostólicos diocesanos. En el caso de
que sea imposible el asociacionismo, hemos de esforzarnospor la creación de grupos de laicos en nuestras
parroquias para que estas lleguen a ser comunidadesvivas y bien cohesionadas. Si dedicamos tiempo a la
formación integral de estos grupos de bautizados y lesofrecemos espacios de participación, será posible la
aparición de parroquias o unidades pastorales, vivasen la fe y comprometidas en la evangelización.
10) La perfecta comunión de la Iglesia no se
consigue en este mundo
La Iglesiaes un pueblo peregrino hacia la patriacelestial. Ella no es aún el Reino de Dios en plenitud
sino la forma inicial de ese Reino. Hacia la plenitudde ese Reino crece y avanza en este mundo, santificada
por la gracia divina y experimentando el pecado desus miembros. La comunión en la Iglesia, que nace de
la Trinidad, debe ayudar a todos los cristianos a peregrinarpor este mundo buscando la perfecta y plena
comunión con Dios y con los hermanos.
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Formas asociadas
de apostolado
seglar.
Crear grupos de
formación integral.
Espacios de
participación.
El recuerdo de esta patria, aún no lograda, le enseñaa la Iglesia que debe ser humilde porque ella solo es el
instrumento, el medio pobre del Espíritu para conducira la humanidad hacia la tierra prometida, cuando llegue
el tiempo de la instauración de todas las cosas enCristo. Esta conciencia de peregrinación le impulsa
también a no dejarse atrapar por los poderes de estemundo, a mantener el vigor de la esperanza y a colaborar,
mediante el anuncio del Evangelio, hacia laconsecución de una convivencia regida por la verdad,la justicia y el amor. El recuerdo de la patria y la esperanzaen el cumplimiento de las promesas del Señor
llena a la Iglesia de gozo a pesar de las contradiccionesy de las pruebas experimentadas durante el tiempo
de su peregrinación.
En virtud de la gracia del Señor, común a la Iglesiaperegrina y a la Iglesia celestial, se produce entre
ambas una perfecta comunión. El Señor y su graciaunen a la Iglesia peregrina con la Iglesia triunfante y
con aquellos hijos que, habiendo dado el paso a laeternidad, aún necesitan purificación para ser integrados
totalmente en la Iglesia celestial. Desde la concienciade esta comunión, los cristianos peregrinos,
invocamos en la liturgia, además de la intercesión delSeñor, la intercesión de la Bienaventurada Virgen
María, de San José, de los santos apóstoles, de losmártires y de todos los santos. La profunda devoción a
los santos tan presente en la piedad del pueblo cristianoresponde, pues, a la realidad de la Iglesia como
misterio de comunión. Y de esta experiencia de comunióneclesial nace también la oración por los difuntos
por parte de la Iglesia peregrina para que sean purificadosde sus faltas y alcancen la gloria celestial. Por
tanto, hemos de seguir prestando especial atención alas manifestaciones de religiosidad popular y a la oración
litúrgica por los difuntos.
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CONCLUSIÓN
MARÍA, MODELO Y MADRE DE LA IGLESIA
María es la respuesta perfecta a la llamada de Dios.Ella, en la profundidad de su fe acoge la Palabra y se
convierte en madre de todo el Cuerpo, Jesús y nosotros.
El Papa Juan Pablo II dijo en su visita a Canadáen el año 1985: “La fe de la Iglesia es, ante todo, la fe
de María, de la que Pedro es el garante”.La Iglesia, cuando vive su Misterio, no puede prescindir
de María sino que debe reconocerse plenamenteen ella. La Santísima Virgen aparece situada en la
cima de la historia de Israel y en el comienzo de lavida de la Iglesia para mostrar a los que la miramos
los caminos de la vida verdadera.Los evangelios señalan que la Santísima Virgen
colaboró incondicionalmente con el Padre en el hacersehombre el Hijo de Dios, mediante la acción del
Espíritu. La Iglesia nos invita a contemplar este misteriode la Anunciación. En el mismo, Dios y María se
encuentran por la mediación del ángel. Dios puederealizar en Ella su designio porque tiene ante sí una
criatura que responde al amor con amor y que reconoceque Dios lo es todo y que todo viene de Él. María
cree en la Palabra y en Ella se realiza lo imposible. LaIglesia comienza en María, mediante la fe en la
Palabra y por la acción del Espíritu. En Ella laTrinidad se hace presente a la humanidad y esta la
recibe en María. Dios, en la Trinidad de sus personas,se revela a María para convertirse en vida del hombre:
el Padre da, el Hijo se da y el Espíritu realiza el don.Cada una de las tres Personas divinas está actuando en
la persona de María.
La Iglesia, que se ve reflejada en este misterio,sigue viéndose en los distintos momentos de la vida
- 69 -
de María. María prosigue su camino con total docilidada la Palabra de Dios. Recorre caminos inesperados,
caminos de silencio, de pobreza, de olvido de sí.Vuelve a decir “sí” en cada instante y cada nuevo “sí”
abre su corazón a nuevas experiencias. Ella, con lacolaboración de San José, acompaña y cuida de Jesús
durante los años de su niñez y juventud. En los últimosinstantes de la vida, cuando Jesús se entrega hasta
la muerte de cruz para reunir en uno a los hijos deDios dispersos, María le acompaña y comparte sus
sufrimientos. En medio del profundo dolor, recibirá elencargo por parte de Jesús de cuidar del discípulo
amado y, en la persona del discípulo, de toda laIglesia.
Desde aquel instante, María comienza a cumplir lamisión confiada. Así la contemplamos acompañando a
los apóstoles el día de Pentecostés y consolidando conla oración y la cercanía la comunión de la primera
comunidad cristiana. Por eso, podemos decir que
María es modelo y figura de la Iglesia por su santidad,fidelidad y perfecta obediencia a la voluntad de
Dios. Pero, al mismo tiempo, como Madre de laIglesia y de todos los creyentes, intercede por cada
uno de nosotros ante su Hijo y ante el Padre. Mientrasperegrinamos por este mundo, intentando vencer el
pecado y permitiendo que Dios nos transforme interiormentemediante su Espíritu, levantamos los ojos a
María que resplandece como modelo de virtudes paratoda la comunidad de los elegidos.
La Iglesia, que se dedica a través de los siglos areunir en Jesús a los hijos de Dios dispersos, se reconoce
plenamente en María, que aparece ahora, a losojos de la fe, apoyada en Aquel a quien se entregó, en
Aquel que reina por los siglos de los siglos. Contra laIglesia puede desencadenarse la persecución y pueden
crecer los obstáculos para el desarrollo de su misión.
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Pero por la fe de María, de la que Pedro es testigo, ypor la fuerza del Espíritu, que la sostiene, “las puertas
del infierno no prevalecerán contra ella”.Como nos recuerda el Concilio, ofrezcamos todos“súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre delos hombres para que ella, que ayudó con sus oracionesa la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada enel cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados,
interceda en la comunión de todos los santosante su Hijo hasta que todas las familias de los pueblos,
tanto los que se honran con el título de cristianoscomo los que todavía desconocen a su Salvador, llegue
a reunirse felizmente, en paz y concordia, en unsolo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e
indivisible Trinidad” (LG. 69).
Con mi bendición, os saludo a todos de corazón15 de agosto de 2007
+ Atilano Rodríguez
Obispo de C. Rodrigo
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Atilano Rodríguez Martínez
Obispo de Ciudad Rodrigo
«SER Y MISIÓN DE LA IGLESIA,
MISTERIO DE COMUNIÓN»
Exhortación pastoral ante el nuevo curso 2007-2008
VOCACION: A LA SORPRESA DE DIOS...
Don, iniciativa y sorpresa
La llamada de Dios al sacerdocio, como toda llamada, es un don suyo, que se hace sentir al tiempo de Dios, cuando, donde y cómo él quiere. Es siempre una llamada que se fraguó en el corazón de Dios desde toda la eternidad, como "amor eterno" (Jer 31,3) y como elección en Cristo desde "antes de la creación del mundo" (Ef 1,4).
Toda llamada divina llega de modo sorprendente, como el "sígueme" que Jesús pronunció invitando a Mateo el publicano (Mt 9,9) o al joven rico (Mc 10,21). El primer momento produce incluso un cierto temor, ante lo inesperado, como en el caso de la Santísima Virgen (Lc 1,29).
Las primeras señales
Esta llamada comenzó a ser realidad concreta "desde el seno de la madre" (Is 49,1; Gal 1,15), pero es una "gracia" que se irá manifestado en el momento oportuno, en la infancia, en la juventud o en edad adulta. Para Pablo, el perseguidor, fue en el camino de Damasco, y a esa gracia respondió "sin hacer esperar" (Gal 1,16).
El "tiempo" de la vocación es un tiempo de gracia, un "tiempo oportuno" (2Cor 6,1). Si los efectos de esta llamada comienzan a manifestarse desde el seno de la madre, podrá dejarse sentir ya desde la infancia. Pero precisamente porque la vocación es un don gratuito de Dios, el tiempo de una clara manifestación puede darse en cualquier momento de la vida. De aquí que se hable también de vocación sacerdotal de personas adultas. Los Apóstoles fueron llamados así y, por esto, Jesús les hizo comprender que la llamada era una declaración de amor e iniciativa suya: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros" (Jn 15,16).
Las indicaciones de "Pastores dabo vobis"
Según "Pastores dabo vobis", el "misterio de la vocación" sacerdotal se manifiesta en un dinamismo de "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer con El" (PDV 34). En la vocación tiene lugar "un inefable diálogo entre Dios y el hombre", que consiste en el encuentro entre "el don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre" (PDV 36).
Es toda la Iglesia la que se siente responsable de que esta vocación sacerdotal se realice a su debido tiempo. Por esto "en su misión educativa, la Iglesia procura con especial atención suscitar en los niños, adolescentes y jóvenes, el deseo y la voluntad de un seguimiento integral y atrayente de Jesucristo" (PDV 40).
La "opción fundamental" por Cristo, en el camino del sacerdocio, para ser su signo personal o su transparencia, supone una cierta madurez, que se traduce en actitud relacional de encuentro, seguimiento y misión. Si la vocación sacerdotal es una declaración de amor (Mc 3,13; Jn 15,9), la respuesta debe darse en esta misma línea de amor y entrega incondicional: "permaneced en mi amor" (Jn 15,9).
El sentido esponsal de la vocación sacerdotal, acentuado repetidamente en "Pastores dabo vobis" (nn. 22-23), podrá ser captado y vivido principalmente por jóvenes capaces de comprender el enamoramiento para toda la vida. Quien se enamora así de Cristo, comprende que la llamada sacerdotal, "al estilo de los Apóstoles" (PDV 42,60), incluye la actitud que manifestó San Pedro en nombre de todos: "nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mt 19,27). Es a partir de este enamoramiento, que se llamará caridad pastoral, cuando se podrán comprender y vivir las exigencias sacerdotales de contemplación, perfección y misión.
El ejemplo y el acompañamiento de María
María será siempre el modelo y la guía en este camino vocacional. Ella influyó en la santificación de Juan Bautista, cuando el Precursor estaba todavía en el seno de Isabel (Lc 1,41-44). El ejemplo de fe de María influyó en la fe y en el seguimiento de los Apóstoles (Jn 2,11-12). Y María estaba también activamente presente en el Cenáculo cuando los Apóstoles con otros discípulos se preparaban para recibir el Espíritu Santo (Act 1,14).
En todo momento del despertar vocacional y de la formación inicial y permanente, María está presente de modo activo y materno. "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 36). "Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82).
Juan Esquerda Bifet
CONCLUSION: "Creo en la vida eterna"
A Dios no se le conquista. Es él mismo quien se da gratuitamente. Comienza a "ver" a Dios quien abre su corazón al amor. Quien se cierra en sí mismo o mancha su dignidad humana embruteciéndola con la posesión abusiva de los dones que son de toda la humanidad, no acierta a ver a Dios, ni en la creación ni en los hermanos ni en su corazón. Para empezar a "ver al Invisible" (Heb 11,27), hay que vivir de una convicción de fe que lleve a compromisos concretos: "creo en la vida eterna",
Somos muchos los que decimos que "creemos" en Dios. Pero no en todos los creyentes aparecen los signos claros de esta fe. Creer en Dios supone vivir en un dinamismo de encuentro familiar con él, "nuestro Padre". Quien vive así, no se contenta con los velos de la fe ni con los dones pasajeros de esta vida, sino que aspira a una visión y encuentro, personal y universal, pleno y definitivo. El "Credo", que recitamos todos los cristianos y que profesa la realidad profunda de Dios Amor y de Jesucristo Salvador, termina con esta expresión a modo de síntesis sapiencial: "creo en la vida eterna".
La vida cristiana es auténtica cuando se convierte en un "sí", un "amén", de todo lo afirmado en el "Credo". Este "sí" es personal, porque nadie nos puede suplir en el momento de decirlo y de vivirlo. Pero es también comunitario, porque refleja un corazón unificado por el amor a Dios y a toda la humanidad.
Caminamos hacia una "vida eterna" (Mt 19,29), una vida que ya no será efímera, sino definitiva. Nuestros nombres se van inscribiendo en "el libro de la vida" (Apoc 20.15), en la medida en que vivimos el presente según la verdad y el amor, que no tienen fronteras. La vida eterna no es escapar del tiempo, sino salvar el tiempo trascendiéndolo, es decir, amándolo de verdad.
La vida presente es siempre un don irrepetible de Dios Amor, que nos ensaya para pasar a vivir de su misma vida. Mientras tengamos un momento de vida presente, vale la pena vivirla. Por esto la vida es siempre sagrada y estamos llamados a respetarla y amarla, en nosotros y en los demás. Sólo Dios es dueño de la vida. Y sólo él puede transformar nuestra vida en vida eterna de encuentro, visión y donación plena. Si compartimos los dones de Dios con todos los hermanos, este amor romperá las fronteras del tiempo para convertirlo en eternidad. La fe se nos hará visión, en la medida en que la sepamos vivir y compartir sin fronteras.
San Benito resume la espiritualidad y perfección en este lema: "desear fervientemente la vida eterna" (Regla). Así sus monasterios se convirtieron en centros de piedad, trabajo, cultura, vida familiar y progreso. En aquellos tiempos, en torno a los monasterios, como en torno a las catedrales, surgieron pueblos y ciudades que cifraban su felicidad en el compartir con los demás hermanos peregrinos hacia la vida eterna. Cuando disminuyó esta dinámica de fe, esperanza y caridad, las ciudades y pueblos se convirtieron en centros de poder, competencias, luchas y divisiones. Sólo los santos, por su deseo de vida eterna, han sabido construir la ciudad temporal, respetando la autonomía de las cuestiones técnicas y marcando fuertemente la línea del mandato del amor.
Cuando decimos "fe", los cristianos queremos decir adhesión personal a Cristo y compromiso para poner en práctica su mensaje. La "inserción" de Cristo en el mundo tiene sentido de "fermento" (Mt 13,33), que transforma lo temporal en vida eterna. La trascendencia de la fe, que apunta al más allá, nos sitúa en una inserción que transforma la humanidad entera y la creación hasta "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).
Cuando afirmamos en el corazón y en la comunidad litúrgica, "creo en la vida eterna", trazamos un hito nuevo en la ruta de nuestro caminar de peregrinos. "Creemos lo que no vemos, para merecer, por la fe, llegar a ver lo que creemos" (San Agustín).
Todo "discípulo amado" de Cristo puede descubrir en cualquier situación histórica, también en un sepulcro vacío o en el trabajo de todos los días, las huellas de Cristo resucitado: "vio y creyó" (Jn 20,8); "es el Señor" (Jn 21,7). Son estos discípulos de Cristo los que se convierten en testigos del Invisible. La fe vivida en el servicio de todos los días, se contagia a los hermanos, ayudándoles a vivir la fe en la presencia de Cristo escondido en el seno de María y en los signos pobres de la Iglesia: "Bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirá lo que se te ha dicho de parte del Señor" (Lc 1,45). Entonces "la claridad de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1).
Elaborar y compartir el "pan nuestro de cada día" (Mt 6,11), a ejemplo de Jesús en Emaús, es el camino para ver a Dios. "Así por fin, se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).
En este camino hacia la visión de Dios, hay que convertir la vida en "pan partido". Dando a Dios esta "gloria", llegaremos a ver y participar de su "gloria", como María, "la mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). "María, Madre de Misericordia, cuida de todos para que no se haga inútil la cruz de Cristo, para que el hombre no pierda el camino del bien, no pierda la conciencia del pecado y crezca en la esperanza en Dios, 'rico en misericordia' (Ef 2,4), para que haga libremente las buenas obras que él le asignó y, de esta manera, toda su vida sua 'un himno a su gloria' (Ef 1,12)" (VS 120).
VI.UN ENSAYO PARA VER AL INVISIBLE: AMAR MAS A LA CREACION Y A LOS HERMANOS
Escrito por Super User
VI.UN ENSAYO PARA VER AL INVISIBLE: AMAR MAS A LA CREACION Y A LOS HERMANOS
1. Cada hermano es una historia de amor
2. El gozo de vivir: ¡bienaventurados!
3. Sembrar y construir la paz definitiva
Meditación bíblica.
1. Cada hermano es una historia de amor
El camino y la escuela para "ver" a Dios es el amor incondicional a todos y a cada uno de los hermanos. Ya en esta tierra, encuentra filialmente a Dios sólo quien le descubre en los demás. "Dios" no es una simple palabra ni una simple idea, sino el Amor hecho relación de donación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se comienza a "conocer" a Dios y a aceptarlo, cuando la vida se hace relación de donación. Quien se cierra en sí mismo, niega a Dios, prescinde de él o hace de él un mero adorno. "El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20).
Dios es "alguien" que sale a nuestro encuentro para relacionarse con nosotros a través de las criaturas, los acontecimientos y las personas. Aunque "a Dios no le ha visto nadie" (Jn 1,18), es él quien se deja entrever viviendo en nosotros y en medio de nosotros. "Si amamos a Dios, él permanece con nosotros" (1Jn 4,12).
No ha habido nadie en la historia que no haya experimentado la evidencia del pasar de las cosas y de las personas. El problema que todos se plantean, con soluciones diversas e incluso opuestas, es el del sentido de ese "pasar" que llamamos "contingencia". Ningún ser del cosmos tiene origen en sí mismo. Si todo pasa, ¿habrá una vida permanente?. La respuesta cristiana es el amor. Quien ama, pasa de la contingencia a la trascendencia, porque comienza ya a entrar en la vida eterna de Dios. "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos!" (1Jn 3,14).
Nuestros deseos más hondos no llegan nunca, en esta tierra, a la plena satisfacción. Todo va esfumándose en el tiempo. Y mientras poseemos algo bello y bueno, no deja de asaltarnos el temor de que todo se nos puede arrebatar. Pero podemos constatar otra experiencia profunda: cuando hacemos de nuestra vida una donación, a veces desde nuestra pobreza, entonces brota en nuestro interior una convicción de que aquel gozo de la donación se abre al infinito. En este momento comienza a vibrar en nosotros la imagen divina que el mismo Dios ha impreso en nuestro corazón. Nuestra historia definitiva se va construyendo en el amor.
Este paso hacia el amor, donde encontraremos a Dios, no sería posible sin la convicción de que él nos ama y nos llama capacitándonos para dar el salto al infinito. "Es él quien nos ha amado primero" (1Jn 4,12), porque, desde la eternidad, "nos ha elegido en Cristo". haciéndonos participar en su misma "filiación", gracia a la donación sacrificial de Cristo ("por su sangre") y a la "prenda del Espíritu" de amor, que, como "señal" imborrable, ha impreso en nuestro interior (Ef 1,3-14).
Cada ser humano es hermano nuestro; su historia es una historia de amor que comenzó eternamente en el corazón de Dios. Por esto, cada hermano está llamado a realizarse amando y a pasar a la misma vida eterna de Dios.
Cada uno es, para los demás, un signo y estímulo del amor: anuncia que Dios ama a cada ser humano de modo irrepetible, y que cada uno puede y debe realizarse amando. La alegría del corazón y de la convivencia humana nacen de este anuncio expresado en respeto, servicio, escucha y colaboración, solidaridad (Rom 13,8).
La presencia amorosa de Dios en la historia es un juicio permanente sobre nuestro amor. Si amamos, le descubrimos presente en todo y en todos. Nos juzga el Amor. Un día este juicio será definitivo, personal y comunitariamente. "A la tarde te examinarán en el amor" (San Juan de la Cruz, Avisos).
Frecuentemente los que se dicen "ateos" o "agnósticos", es que vislumbran que, de aceptar la realidad de Dios, habrían de cambiar radicalmente su vida de relaciones personales. Por esto critican a los que creen en Dios cuando éstos no son consecuentes con su fe. El "Dios" de adorno, que no compromete a amar, no existe. Creer en Dios equivale a relacionarse responsablemente con Dios y con los hermanos.
A las comunidades eclesiales primitivas, San Juan les escribe, desde la isla de Patmos, que se han enfriado en "el primer amor" (Apoc 2,4). Este es el riesgo de toda época histórica. Por esto Dios permite persecuciones y sufrimientos, para purificar a su Iglesia "esposa" de Cristo. Cada comunidad y cada creyente, como consortes de Cristo, deben aprender a correr esponsalmente su misma suerte, reaccionando con amor, y "lavar su túnica en la sangre del Cordero" (Apoc 7,14). No se podría llegar al encuentro definitivo con Cristo (a las "bodas"), si la esposa no estuviera todo ella "vestida de sol" como María (Apoc 12,1). La purificación, "como el oro en el crisol" (Apoc 3,18), si no termina en esta tierra, debe continuar en el "purgatorio" del más allá. A la "victoria" final se llega con un "nombre nuevo", que es obra del "Espíritu" de amor (Apoc 2,17).
"Ver" a Dios será ver a "alguien" y, consiguientemente, convivir y participar en el intercambio vital de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta visión se ensaya conviviendo y compartiendo la vida con los hermanos. "Amamos al prójimo como compartícipe nuestro en la bienaventuranza" (Santo Tomás). El reverso del amor es el "infierno", es decir, la decisión libre de apartarse definitivamente del primer Amor.
Nuestra perfección en el más allá se está labrando ya en esta tierra. Si aprendemos a ver a Cristo en el rostro de cada hermano, llegaremos a ver a todos los hermanos en el rostro de Cristo resucitado. Para permanecer eternamente en Dios Amor, hay que vivir amando ya desde nuestro presente. "Dios es Amor; el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1Jn 4,16).
2. El gozo de vivir: "¡bienaventurados!"
La bienaventuranza definitiva de la otra vida comienza a anticiparse en la vida presente, cuando el corazón experimenta la paz y la alegría de la donación a Dios y a los hermanos. En el sermón de la montaña, Jesús describe las situaciones más dolorosas de la humanidad, para proclamar "bienaventurados" a los que, en esas circunstancias, saben reaccionar amando (Mt 5,1-12.44-42).
Es verdad que vivimos todavía de la fe, la cual sólo luego será visión y encuentro. Esta fe es siempre "oscura", aunque produce certeza. Jesús llama "gozosos" a los que viven de la fe: "bienaventurados los que sin ver, creen" (Jn 20,29). La fe es posesión anticipada de lo que se tendrá después, "garantía de lo que se espera, anticipación de las cosas que no se ven" (Heb 11,1).
Las pruebas y sufrimientos nos hacen tomar conciencia de que los bienes pasajeros son un ensayo, para descubrir a quien se nos comienza a dar él mismo en ellos. Para poder llegar al encuentro definitivo con Dios y a los bienes eternos, vale la pena cualquier sufrimiento. "Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom 8,18). Las quejas o "gemidos" de nuestra situación, manifiestan que aspiramos a algo duradero.
Jesús ofrece "ver" y "entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,3-5). "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libera elaboración, sino que es, ante todo, una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). Para llegar al Reino definitivo, donde nos espera Jesucristo, hay que "renacer de nuevo" (Jn 3,3-5). Al Señor se le encuentra en el corazón (reino "carismático") y en la comunidad eclesial de hermanos (reino "institucional" de comunión). Sólo por este camino, de un nuevo nacimiento y apertura al amor, se llegará a encontrarle en el más allá (reino "escatológico").
Todo es gracia. Pero Dios quiere una recepción libre y responsable de sus dones pasajeros para poder llegar al don definitivo de la visión y encuentro. Dios es tan misericordioso, que corona sus propios dones haciendo, con nuestra colaboración, que esos dones divinos se conviertan, al mismo tiempo, en nuestros méritos. "El Señor os retribuirá con su herencia" (Col 3,24).
La paz y el gozo del corazón nacen cuando usamos rectamente de los dones creados. La vida es hermosa porque deja entrever que Dios es bueno. Si no llegamos a tener este gozo de la vida sencilla y ordinaria, no le descubriremos cuando parece que se nos esconde. Si él permite que sus dones pasen o desaparezcan, es porque se nos quiere dar él mismo. En la vida e historia humana hay suficientes huellas de Dios Amor, para sentirse amado por él y capacitado para amarle y hacerle amar.
Cuando uno ha experimentado esta presencia y cercanía de Dios, queda misionado para comunicarlo a todos los hermanos: "ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,37). Esta actitud es fruto del Espíritu Santo enviado por Jesús a sus apóstoles, "infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).
La alegría mayor de una apóstol de Cristo consiste en ayudar a los demás a sentirse amados por Cristo para decidirse a amarle y hacerle amar. El mayor servicio que se puede hacer a un hermano es el de que encuentre y viva su propia identidad: "caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros" (Ef 5,2).
Mientras "nuestro exterior va decayendo, lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16). Aceptar con gozo este desmoronamiento, sólo es posible con la presencia y amor de Cristo, que experimentó nuestro mismo itinerario de contingencias y limitaciones, salvo en el pecado. "Pasar" con alegría "de este mundo al Padre" (Jn 13,1), es obra de la gracia o vida en Cristo. Nuestra naturaleza, sin la gracia, no llega a esta actitud de apertura al amor. Cuando el corazón se orienta hacia esta limpieza de toda mira egoísta, Dios se deja entrever: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). A Dios se le ve y se le conoce más con el corazón que con la cabeza (cfr Jn 14,21). Ver con el corazón significa conocer a Dios amándole.
La tierra se va convirtiendo en cielo cuando se ama de verdad de Dios, a los hermanos y a la creación entera. Cuando amamos "más" a la tierra, con esta perspectiva salvífica, caminamos hacia la visión de Dios. Desde el principio de la creación, Dios ha confiado al hombre todo el cosmos, porque "vio que todo era bueno" (Gen 1,3). Por el amor, la humanidad y el cosmos pasan a ser "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1). "El amor nunca pasa" (1Cor 13,8).
Si "la bienaventuranza es el único bien del hombre", según Santo Tomás, es señal de que ya comienza en esta tierra, cuando experimentamos el gozo de recibir dones pasajeros de Dios como monedas para cambiarlos en dones imperecederos. Este trueque de todos los días produce el gozo de la esperanza, porque se confía en Dios y se tiende hacia él. "La esperanza no deja confundido" (Rom 5,5).
El "descanso" hacia el que caminamos es fruto de una fatiga o trabajo, transformado en el gozo de la donación. Todo trabajo pasajero, convertido en amor, nos comunica el gozo de la cercanía de Cristo que viene: "alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que todo el mundo conozca vuestra bondad. El Señor está cerca" (Fil 4,4). Sólo el encuentro definitivo será descanso verdadero: "dice el Espíritu: descansen de sus fatigas" (Apoc 14,13).
Por Cristo, centro de la creación y de la historia, hemos descubierto que todo don de Dios es un "sí" de Dios al hombre. Amando esos dones de Dios (en los hermanos y en el cosmos), hacemos de nuestra vida un "sí" como respuesta al "sí" de Dios. "Cuantas promesas hay de Dios, son en él un sí; y por él decimos amén (sí) para gloria de Dios" (2Cor 1,20).
3. Sembrar y construir la paz definitiva
La paz nace en el corazón que encuentra a Dios que es la suma verdad y sumo bien. Este encuentro es un camino hacia el infinito, que se rotura mientras uno avanza paso a paso, entre luces y sombras. El camino queda abierto para otros. Quien va encontrando al Dios de la paz, se hace sembrador y constructor de la paz: "dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).
Todo momento presente queda salvado por Cristo y se va transformado en vida de un más allá, a condición de que haya sido un momento de donación. Favorecer el progreso, la justicia y la paz, a la luz de las bienaventuranzas y del mandato del amor, equivale a caminar hacia la verdad y la vida definitiva. El "camino" es siempre Cristo, y es él también la meta definitiva (cfr Jn 14,6).
La "paz", que Cristo comunica en la resurrección (Jn 20,20), es la misma que anuncia el apóstol de Cristo (Mt 10.7). El anuncio auténtico se hace acontecimiento: la paz se construye en los corazones y en la comunidad, cuando hay un "hijo de la paz" (Lc 10,6).
El cielo se construye en la tierra. Cristo resucitado, presente entre nosotros, nos hace sus colaboradores para "restaurar" o recapitular todas las cosas en él (Ef 1,10). Dios quiere necesitar de nuestras manos para una nueva creación. Así "Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra, donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano" (GS 39; cfr 2Cor 5,2; 2Pe 3,13).
La palabra divina con que fue creado el cosmos, es ahora, para la nueva creación, el Verbo hecho nuestro hermano, "como lámpara que reluce en lugar oscuro, hasta que luzca el día y el lucero se levante en nuestros corazones" (2Pe 1,19). Llegará un día en que triunfará definitivamente la verdad y el amor, hasta hacer partícipe a toda la humanidad del cuerpo glorificado de Cristo. "Estoy seguro de que Dios, que ha comenzado en vosotros una obra tan buena, la llevará a término para el día en que Cristo Jesús se manifieste" (Fil 1,6).
Al caminar en el amor, sembramos y construimos la paz, anticipando, como en esbozo, la vida nueva del más allá. Por esto, "la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra... El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección" (GS 39).
La paz en la comunidad humana se construye sólo desde un corazón unificado y una familia unida, donde se refleje la comunión trinitaria de Dios Amor. La paz la construyen los "hombres nuevos, creadores de una nueva humanidad" (GS 30).
La misión de la Iglesia consiste en ser signo portador de la presencia de Cristo (Iglesia misterio), que unifica los corazones según el mandato del amor. Entonces la Iglesia aparece como comunión que construye la comunión humana. "Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser sacramento" (SRS 40).
La paz anunciada en Belén y comunicada por Cristo al resucitar, es ahora anunciada por la Iglesia que llama a adherirse personalmente a Cristo (conversión), para vivir en él y de él (bautismo). Es la paz mesiánica que Dios ya sembró (al menos en forma de deseo) en el corazón de todos los pueblos, y de la que el antiguo Israel era garante: "he aquí sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz" (Nah 2,1).
El tapiz maravilloso que estamos tejiendo, sólo mostrará su belleza en el más allá. De momento, todo nos parece hilachas, como el desmoronamiento de nuestro cuerpo y el resquebrajamiento de nuestras obras. Pero así "completamos" a Cristo, en su vida, muerte y resurrección (Col 1,24; Ef 1,23). Nuestra vida y nuestra muerte, si se realizan amando, son biografía del "Cristo total". Pasamos y hacemos pasar a toda la humanidad y a toda la creación hacia la glorificación en Cristo, en la medida en que nuestra vida se convierta en donación.
La donación perfecta a Dios y a los hermanos, sólo será posible en el cielo. En esta tierra realizamos un ensayo que ya es realidad cada vez más perfecta. Nuestra acción en la historia será también efectiva, incluso más efectiva, desde el más allá, cuando nuestro amor no tendrá altibajos ni defectos. El deseo de Santa Teresa de Lisieux, de seguir influyendo sobre este mundo, es algo que pertenece a todo glorificado en Cristo: "quiero pasar el cielo haciendo el bien en la tierra".
Las "piedras vivas" del templo definitivo (1Pe 2,5) se comienzan a labrar en esta tierra por obra del Espíritu de amor. Para "tener un premio en el cielo" (Mt 19,21), hay que echar por la borda todo lo que no suene a amor, convivencia fraterna y solidaridad.
La paz de Cristo es la de "un hombre nuevo" (Ef 2,15), que camina "a la verdad por la caridad" (Ef 4,15). En todo período histórico ha habido seres humanos que han marcado un hito en este camino hacia la ciudad definitiva. Casi siempre han sido vidas anónimas, sin pedestal ni galería. Todo lo que nace del amor viene de Dios y se dirige al encuentro definitivo con él. Todo va a desaparecer, menos lo que se haya hecho con amor.
La Iglesia de Jesús, por su nota característica de "peregrina" ("escatológica"), es sólo un conjunto de signos transparentes y portadores de Jesús. Por esto no se entretiene en los poderes y ventajas pasajeras de este mundo, sino que, "mientras dure este tiempo de la Iglesia, tiene a su cargo la tarea de evangelizar" (EN 16), puesto que es "misionera por su misma naturaleza" (AG 2). La Iglesia peregrina se encuentra "entre la primera venida del Señor y la segunda"; ella sabe muy bien que "antes de que venga el Señor, es necesario predicar el Evangelio a todas las gentes" (AG 9). En el encuentro con el Señor no podemos presentarnos solos ni con las manos vacías.
Haciéndose cada día más "comunión", la Iglesia es signo de la presencia de Cristo, como "misterio" o "sacramento universal de salvación" (AG 1). Esta realidad constituye su "misión", puesto que entonces se inserta en medio de todos los pueblos, donde Dios ya ha sembrado las "semillas del Verbo" y la "preparación evangélica". Entonces la Iglesia obra como fermento evangélico en medio de las culturas y situaciones humanas, "purificando, elevando y consumando" (AG 9). "De esta manera, la actividad misionera de la Iglesia tiende a la plenitud escatológica" (ibídem), donde se realizará el encuentro definitivo con Cristo.
Cualquier comunidad eclesial, por pequeña que sea, y cualquier creyente, son una realidad de "comunión" que no tiene fronteras. Cuando el corazón y la comunidad viven de Dios Amor, entonces son el eco de toda la geografía y de toda la historia. Dios quiere llevar a la armonía del amor o "reconciliar todas las cosas en Cristo, pacificando con la sangre de su cruz las cosas de la tierra como las cosas del cielo" (Col 1,20). Así es el evangelio que Cristo ha confiado a sus apóstoles: "el evangelio que ha sido predicado a toda criatura, y cuyo ministro he sido constituido yo, Pablo" (Col 1,23).
MEDITACION BIBLICA
- En cada hermano se realiza una historia irrepetible de amor en la que todos colaboramos:
"El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20).
"Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos!" (1Jn 3,14).
"Si amamos a Dios, él permanece con nosotros" (1Jn 4,12).
"Dios es Amor; el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1Jn 4,16).
"La esperanza no engaña porque Dios, dándonos el Espíritu Santo, ha derramado su amor en nuestros corazones" (Rom 5,5).
- La vida es hermosa y gozosa cuando nace del amor, se ilumina con la fe y se apoya en la esperanza:
"Bienaventurados los que sin ver, creen" (Jn 20,29).
"La fe es garantía de lo que se espera, anticipación de las cosas que no se ven" (Heb 11,1).
"Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom 8,18).
"El Señor os retribuirá con su herencia" (Col 3,24).
"Nuestro exterior va decayendo, lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16).
"Dios vio que todo era bueno" (Gen 1,3).
"El amor nunca pasa" (1Cor 13,8).
"La esperanza no deja confundido" (Rom 5,5).
"Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que todo el mundo conozca vuestra bondad. El Señor está cerca" (Fil 4,4).
"Dice el Espíritu: descansen de sus fatigas" (Apoc 14,13).
"Cuantas promesas hay de Dios, son en él un sí; y por él decimos amén (sí) para gloria de Dios" (2Cor 1,20).
- La misión de construir la paz en una nueva humanidad, recapitulando todas las cosas en Cristo:
"He aquí sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz" (Nah 2,1).
"Tendrás un tesoro en los cielos; ven y sígueme" (Mt 19,21).
"El evangelio ha sido predicado a toda criatura, cuyo ministro he sido constituido yo, Pablo" (Col 1,23).
"Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,37).
"Caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros" (Ef 5,2).
"Estoy seguro de que Dios, que ha comenzado en vosotros una obra tan buena, la llevará a término para el día en que Cristo Jesús se manifieste" (Fil 1,6).
"La Palabra... es como lámpara que reluce en lugar oscuro, hasta que luzca el día y el lucero se levante en nuestros corazones" (2Pe 1,19).
"Reconciliar todas las cosas en Cristo, pacificando con la sangre de su cruz las cosas de la tierra como las cosas del cielo" (Col 1,20).
V. VEREMOS A DIOS TAL COMO ES
1. Encuentro definitivo
2. Visión de Dios
3. Donación total
Meditación bíblica.
1. Encuentro definitivo
Apenas de habla del cielo o se habla incorrectamente. Dicen que, mal o bien, antes se hablaba más. La imagen del cielo como de un televisor panorámico no sirve de nada. Tampoco sirve la comparación de un museo, de una exposición universal o de un banquete opíparo. Las caricaturas, en este caso, no tienen valor. Nuestro gusto queda estragado por el abuso de los bienes terrenos que, de suyo, deberían ser un pregusto del más allá.
Por más que imaginemos o inventemos comparaciones para describir el cielo, quedará siempre en pie la afirmación del evangelio de Juan: "a Dios no le ha visto nadie" (Jn 1,18). Pablo dejó constancia de que se trata de "lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar" (1Cor 2,9), y de "palabras inefables que el hombre no puede expresar" (2Cor 12,4).
Sólo a partir de una actitud humilde y auténtica de no saber, no ver, no poder, Dios comienza a manifestarse a sí mismo. Porque no somos nosotros los que conquistamos la visión de Dios, sino que es él quien se nos muestra y comunica: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8); "los pobres son evangelizados" (Lc 7,22).
Detrás o "más allá" de cada flor que se marchita está el amor de nuestro Padre que no se desvanece nunca (cfr Mt 6,25-34). Lo que llamamos "cielo" será un encuentro personal, comunitario y pleno con Dios, nuestro "Padre que está en los cielos" (Mt 6,11). Dios está presente y amándonos dentro de cualquier don suyo, desde "su sol" que él nos comunica con amor (Mt 5,45), desde su universo, su tierra, su aire, sus seres vivientes, sus hijos que son nuestros hermanos, como "hijos de un mismo Padre" (ibídem). Todas las cosas, todos los acontecimientos y todos los seres humanos reflejan "su misericordia": "el Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades" (Sal 99,5).
Si todo ha salido de Dios, en él se encuentra toda la belleza, bondad, felicidad, verdad, saber, poder... Todo, pero de otro modo más profundo y en grado infinito. Dios ha creado al hombre para un encuentro de plenitud. Precisamente por ser la creatura a la que Dios ama por sí misma (GS 24), el hombre puede comenzar a encontrar a Dios en su propio corazón y en ese "más allá" que dejan entender las cosas. "Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).
No podemos imaginar cómo será el encuentro pleno con Dios y cómo podremos verle tal como es. Sería un contrasentido y un absurdo que ya supiéramos hablar claramente de lo que todavía no podemos ver (1Cor 2,9).
Lo más importante de nuestra vida es la actitud relacional con Dios y con los hermanos, que debemos ir adquiriendo. Porque es esa capacidad de relación, que Dios ha sembrado en nosotros, la que nos lleva a la trascendencia, al "cielo". "El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1024).
Hay un fenómeno constante en la historia humana que será siempre un "misterio": las diversas formas de esclavitud y de abuso de los hermanos. Porque este fenómeno, disfrazado con caretas intercambiables, se produce continuamente: dominar, utilizar, marginar, eliminar, intimidar, clasificar para despreciar... El hombre se construye como tal, sólo cuando adopta una actitud relacional de donación, a imagen de Dios Amor. Allí está la semilla del "cielo" como encuentro y visión de quien nos ha amado desde la eternidad. "Por su muerte y resurrección, Jesucristo nos ha abierto el cielo... El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incoporados a él" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1026).
Estamos embotados para hablar del cielo, porque no nos abrimos al amor. Por haber sido creados a imagen de Dios, que es Amor, "el hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24).
Este encuentro se puede frustrar para siempre. Cristo mismo, que ama a cada uno hasta dar la vida por él y por todos, ha hablado de este posible fracaso como de "fuego inextinguible" (Mc 9,48) y de "tormento eterno" por la "separación" de Dios (Lc 16,26; Mt 25,41-46).
El ser humano, si no se abre al amor, se destruye a sí mismo, encerrándose en la soledad y frustración. Estos sentimientos (tan frecuentes hoy y traducidos en huida, divorcio, droga, suicidio...), son el subproducto de una sociedad que se cierra al "más allá", construyéndose paulatinamente un absurdo: la pérdida del encuentro con Dios Amor, por no descubrirle y amarle en los hermanos más pobres.
¿Cómo podremos hablar del "cielo" a un corazón embotado por la posesión abusiva de bienes que, de suyo, deberían dejar transparentar un amor infinito y misericordioso para toda la humanidad? O construimos la historia amando para poder pasar a la trascendencia y encuentro definitivo con Dios, o caemos en el absurdo de la separación definitiva de él.
Sólo Cristo nos puede desvelar este misterio, porque "en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22). La parábola del rico epulón y del pobre Lázaro, así como la narración del juicio final (donde nos examinarán de amor), brotaron del mismo corazón de Cristo que había narrado con alegría la conversión y el regreso del hijo pródigo a la casa del Padre. Todo lo hizo el mismo primer Amor.
Los textos bíblicos nos hablan de visión y donación plena de Dios (1Jn 3,2). Pero esta realidad, tan esperanzadora como inexplicable, incluye un encuentro definitivo que será relación personal profunda y que y se ensaya y comienza ya en esta tierra. La relación personal con Dios es una actitud de sintonía y diálogo, a partir de un encuentro de fe, que tiende a la visión encuentro. Se busca la unión verdadera, sin imágenes, directa, que sabemos que es posible gracias al mensaje de Jesús (Mt 25,34ss).
Quien está enamorado de Cristo desea encontrarle en el reino de su Padre, que él quiere compartir con los suyos. Es Cristo mismo quien nos invita a estar con él definitivamente (Jn 14,3). Si el modo de pasar a este encuentro es la "muerte", no obstante prevalece el objetivo deseado: "deseo morir para estar con Cristo" (Fil 1,23). Por esto, "caminamos en la fe, no en la visión; pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y morar junto al Señor" (2Cor 5,8).
Lo que llamamos "cielo", para el cristiano no suena a fantasía ni a alienación, sino a una realidad futura que sólo se construye cambiando el presente en donación. Entonces ya se puede hablar de algo definitivo, a manera de "hogar" (2Cor 5,1), "herencia" (1Pe 1,4), "ciudad futura" (Heb 13,14). El espacio y el tiempo ya no contarán, porque "después de esta vida, Dios mismo será nuestro hogar" (San Agustín). "Vivir en el cielo es 'estar con Cristo' (cf Jn 14,3)... Los elegidos viven en él, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cfr Apoc 2,17)" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1025).
Esta dinámica del encuentro definitivo con Dios, deja bien a las claras que la felicidad del ser humano no puede consistir en la posesión y el uso de las cosas, por buenas y preciosas que sean, sino en la relación de amado y amante con Dios, es decir, en saberse amado infinitamente y poder amar con el mismo amor. "La bienaventuranza consiste en gozar de Ti, para Ti y por Ti, ésta es la felicidad y no otra"... "Allí descansaremos y veremos, veremos y nos amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin" (San Agustín).
Al ser humano, especialmente hoy, le preocupa el ser y vivir según su propia identidad. Pero esta realidad profunda y coherente radica en el ser y, sólo a partir del ser, pasa necesariamente a un obrar de donación de sí mismo. Esta identidad, vivida plenamente, sólo será posible en el encuentro definitivo con Dios. Para el cristiano, "entrar en el descanso" (Heb 4,10) equivale a haberse gastado por amar como Cristo (2Cor 12,15)) y por hacerle amar.
La invitación e iniciativa para este encuentro vienen del Señor: "estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20). Es siempre Cristo quien invita a un "seguimiento" especial, que se convierte en "canto nuevo" (Apoc 14,3-4). En el "más allá", es decir, en el "cielo", es Cristo quien nos espera para compartir plenamente con nosotros su misma glorificación en cuerpo y espíritu, como "alguien sentado en el trono" (Apoc 4,2).
Puesto que "somos hijos", por participación en la misma filiación de Cristo, somos "herederos de Dios". Por esto seremos "glorificados con él". Para llegar a esta meta, hay que "compartir los padecimientos" y el amor de Cristo ya en esta tierra (Rom 8,15-17). Esta actitud filial es la "fe digna de alabanza, gloria y honor en la venida de Jesucristo" (1Pe 1,7).
Este encuentro definitivo, hacia el que caminamos, será inagotable en la visión y donación de Dios que es infinito, como amor siempre nuevo y lleno de vitalidad. La Palabra personal de Dios, el Verbo encarnado, que Dios ha comenzado a pronunciar para nosotros, está penetrando en nuestro ser, purificándolo, iluminándolo y transformándolo en el suyo. Este proceso de contemplación, perfección y misión, desembocará en el encuentro vivencial de la visión y unión plena y definitiva.
2. Visión de Dios
Lo más característico del cielo, tal como se describe en los textos bíblicos, es la visión de Dios. Pero es la visión del ser amado, que incluye profunda relación personal y donación mutua y total. Es la visión de Dios Amor. "Le veremos tal como es" (1Jn 3,2); "le veremos cara a cara... como Dios mismo me conoce" (1Cor 13,12).
Cuando decimos "ver", no queremos decir que se trata de una visión curiosa o estática, como quien contempla un panorama. Es el ver de un conocimiento profundo, relacional, como en familia, que, por tanto, incluye el amar, darse y ser feliz con el intercambio total de las personas amadas. Es entrar de verdad en la "unidad" amorosa y en la "gloria" o realidad profunda de Dios Amor. Es "ver" amando y poseyendo la "gloria" del mismo Cristo como Hijo de Dios (cfr Jn 17,24).
Ya en esta tierra se comenzó a "ver su gloria" en la humanidad de Jesús (Jn 1,14). Pero este inicio de fe va pasando a ser plenitud de visión y relación en la "vida eterna". "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17,3). Este "lugar" de visión y encuentro es el que nos ha preparado Jesús (Jn 14,2-3), para conocer amando a Dios, participando de su mismo conocimiento y amor sin estorbos ni esperas.
El hombre ha sido creado para la "gloria" de Dios, para ser "alabanza (expresión) de su gloria" (Ef 1,6). La misma vida humana se va haciendo transparencia de Dios Amor, para llegar un día a la visión y transformación verdadera. "La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios" (San Ireneo).
En nuestra vida mortal puede haber un destello o anticipo de esta visión. Pero aún entonces no hay palabras ni conceptos capaces de expresar esta experiencia. Es la gracia que describe San Pablo: "fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede repetir" (2Cor 12,4).
Esta visión relacional que nos espera, es la consecuencia y herencia del hecho de participar en la filiación divina de Jesús. "Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2).
A Dios le vemos o le podemos ver cada día en sus creaturas y, de modo especial, en los hermanos y en nuestro corazón. Pero este conocer y ver es "como en espejo" (1Cor 13,12). En cambio, "luego le veremos cara a cara" (ibídem), como comunicándonos el conocimiento y amor del mismo Dios.
San Agustín, en las Confesiones, hablando con Dios, cuenta su conversación con su madre Santa Mónica en el puerto de Ostia: "nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres Tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de la vida que hay en Ti".
Es todo nuestro ser el que verá y amará a Dios. Nuestra misma naturaleza, de cuerpo y espíritu, sin dejar de ser ella, será transformada y capacitada para la visión de Dios: "desde mi carne yo veré a Dios; yo le veré, veranle mis ojos, y no otros" (Job 19,26-27).
Esta visión amorosa y transformante, visión beatífica, será posible gracias a la luz divina que el Señor nos comunicará elevando nuestra capacidad. Es en la misma luz de Dios que le veremos a él tal como es: "en tu luz veremos la luz" (Sal 35,10). Es luz que nos vendrá de Jesús, porque en el cielo "su lámpara es el Cordero" (Apoc 21,23) y "la gloria de Dios reverbera en la faz de Cristo" (2Cor 4,6).
Los bienaventurados verán el rostro de Dios directamente, sin espejos ni mensajeros: "verán su rostro" (Apoc 22.4). El "rostro" significa el mismo ser de Dios, no su reflejo o "espalda" (Ex 33,23). Conoceremos a Dios con el mismo conocimiento con que él nos conoce: "entonces comprenderé como yo mismo soy conocido por Dios" (1Cor 13,12).
Querer comprender ya ahora lo que sólo comprenderemos después, es como un círculo vicioso. La fe y la esperanza nos ayudan a fiarnos de las palabras y promesas de Dios. Ahora hablamos de lo que "ni ojo vio, ni oído oyó" en esta tierra (1Cor 2,9). Pero entonces, en el más allá, se nos comunicará el "Espíritu Santo", el cual nos hará capaces de "penetrar en lo más profundo de Dios" (1Cor 2,10).
"A causa de su trascendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando el mismo abre su misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia 'visión beatífica'" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.1028).
La predicación de la Iglesia y la reflexión teológica han calificado la visión de Dios en el cielo como visión "clara" (sin sombras), intuitiva (como de mirada profunda de amor), inmediata (sin intermediarios ni "especies"). Será el mismo ser de Dios, su luz divina, que nos iluminará. Los santos agradecían a Dios el cielo futuro ya desde esta tierra: "a tanto llegó tu bondad, que quieres que nuestra gloria no consista principalmente en cosa criada..., sino en ver aquella cara llena de gracias, en ver aquella hermosura infinita que, cuando enhorabuena estemos allá, quitará el velo delante de si para que lo veamos presente, no por alguna especie criada, sino por sí mismo" (San Juan de Avila).
Dios mismo, ya en esta tierra, por medio de Jesús su Hijo, nos ha comenzado a mostrar su ser y su vida: el Padre se expresa a sí mismo eternamente en el Verbo (su Palabra personal, su Hijo) (cfr Jn 1,1-18); el amor mutuo entre el Padre y el Hijo se expresa en el Espíritu Santo (cfr Jn 15,26). La "generación" del Verbo (por parte del Padre) y la "espiración" del Espíritu (por parte del Padre y del Hijo), constituyen la misma vida de Dios Amor. Dios no es una idea abstracta ni una cosa como un primer motor. Su vida es la máxima unidad y felicidad, por ser sólo donación, relación personal mutua, mirada amorosa e infinita... Este misterio, que ahora sólo "balbuceamos" como niños (1Cor 13,11), un día será visión y comunicación plena. Nos cuesta entender esto y entusiasmarnos por ello, porque todavía no vivimos sólo de amor.
Al comunicársenos Dios por la creación, revelación y redención, nos ha herido de amor. No nos puede dejar en esta situación de ansiedad por ver su rostro o su realidad plena. Si uno vive con coherencia lo que Dios nos ha dicho en Cristo su Hijo, no puede menos de aspirar a la visión y encuentro definitivo: "descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura, sino con la presencia y la figura" (San Juan de la Cruz).
Nuestro egoísmo camuflado nos hace pensar principalmente en cómo podremos ser felices al dejar la vida y los bienes de esta tierra. No sabemos compartir con los hermanos los dones creados y los dones de la fe. Entonces hasta nos imaginamos el cielo como si fuera la tierra simplemente mejorada, y sólo para nosotros. Pero la felicidad nace sólo del amor. Dios es Amor y Verdad. En él está toda la belleza, bondad, verdad, fuerza, bienestar...; pero de otro modo y en grado sumo. Nuestra felicidad consistirá en gozarnos de que él sea así; entonces él nos comunicará toda su felicidad infinita. Los santos lo han expresado de un modo tan sencillo, que hasta lo puede comprender un niño, si es todavía niño: "me bastará para ser feliz, ver a Dios feliz" (Santa Teresa de Lisieux). Pero para gustar esto, hay que abrirse más a todos los hermanos de todos los pueblos; porque todos han sido creados y redimidos para esta felicidad. Sin "pregustar" este cielo, será difícil que contagiemos de evangelio a los que todavía no conocen a Cristo.
Caminamos hacia esta visión clara de Dios. No entendemos porque todavía no hemos llegado a esta donación plena. Pero ya vislumbramos la visión porque él se nos ha comenzado a "revelar" por resquicios y, de modo especial, por medio de su Hijo, que es "su esplendor" personal (Heb 1,3) e "imagen invisible" (Col 1,15).
Si, por hipótesis, en este momento llegara el encuentro directo con Dios Amor, tal vez nos sentiríamos avergonzados, porque no le amamos perfectamente con todo el corazón. Para llegar a ver a Dios, no basta con "comprender", hay que "purificarse" (en esta vida o en la otra) para amarle con el mismo amor con que él nos ama. Cuando nuestro corazón ame con éste amor, entonces veremos a Dios tal como es. "Dios es Amor... él nos ha amado primero... hemos conocido el amor y hemos creído en él; el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,7-16).
3. Donación total
El "cielo", por ser encuentro definitivo con Dios Amor, no es sólo relación y visión, sino también donación total y mutua, por parte de Dios y por parte nuestra. Nuestro ser, sin perder su identidad, pasará a transformarse plenamente por la inserción en la misma vida de Dios. Relación, visión y donación (o posesión mutua) no podrán ya separarse. "La promesa de ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura, ver es poseer. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir" (San Gregorio de Nisa).
La plenitud del ser humano y su felicidad perfecta consistirá en la participación plena y para siempre de la vida trinitaria de Dios Amor. Será la "vida eterna" anunciada y comunicada por Jesús, en su expresión definitiva: "Dios nos ha dado la vida eterna... en su Hijo" (1Jn 5,13; cfr Jn 6,47; 17,3).
Ya desde ahora "hemos recibido el Espíritu que procede de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido" (1Cor 2,12). Es ese mismo Espíritu de amor el que nos garantiza que podremos entrar en las "profundidades" o intimidad de Dios (1Cor 2,10; 1Jn 4,13).
Dios se nos dará del todo sólo en el más allá, en cuanto que nos hará semejantes a él, como partícipes de su misma vida. Ello será una consecuencia de nuestra participación en la filiación divina de Cristo. "Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2). Así será nuestra "herencia" de hijos de Dios (Rom 8,17).
Nuestra participación en la vida trinitaria de Dios Amor es pura donación suya. En el encuentro definitivo, viviremos y contemplaremos cómo el Padre engendra eternamente al Hijo en el amor del Espíritu Santo. Nosotros seremos partícipes de esa misma vida divina, en cuanto que el Padre nos engendra en el Hijo, como "hijos en el Hijo" (cfr Ef 1,5), y, con el Hijo, nos comunica la misma vida del Espíritu. Experimentaremos en nosotros la misma mirada amorosa de Dios: "tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco" (Lc 3,22; Heb 1,5). Será el fruto final de nuestro bautismo, como "inserción" en el misterio de Cristo (Roma 6,5) y como "complemento" suyo (Ef 1,23). Por esto los bautizados están llamados a ser santos y apóstoles, para comenzar a vivir esta realidad y anunciarla y comunicarla a todos los pueblos.
La donación que Dios nos hará de sí mismo, como encuentro, visión y participación plena en su misma vida, será para nosotros una nueva vida, que ya comenzó en el bautismo y que será plenitud en el más allá: "por Cristo, podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,19). Por medio de Jesús, nuestra vida quedará definitivamente orientada en el Espíritu Santo, al Padre. Participaremos en la donación de cada persona divina a los demás y entraremos en esa máxima unidad vital y comunión de Dios Amor, como quien entra en su propio hogar y familia (cfr Jn 17,21-24).
El Espíritu Santo, que Dios, ya en esta tierra, "ha derramado en nuestros corazones" (Rom 5,5), nos hará capaces de ver a Dios y de participar en su mirada amorosa y transformante. El proceso comenzado llegará a su perfección. "A cara descubierta, reflejamos como en espejo la gloria del Señor, y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, movidos por el Espíritu del Señor" (2Cor 3,18).
Es todo nuestro ser, en la unidad integral de cuerpo y espíritu, el que participará de esta plena donación de Dios. Ya desde ahora somos "ciudadanos de los santos" (Ef 2,19), pero sólo después viviremos en la nueva ciudad, la Jerusalén celeste, cuando "Jesucristo transformará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante al suyo" (Fil 3,21). Jesús resucitado, que está a la derecha del Padre, es causa y modelo de nuestra plenitud y perfección final.
Podremos participar, como componentes del mismo hogar y familia, en el diálogo de amor entre el Padre y el Hijo, y sondear con el Espíritu "las profundidades de Dios" (1Cor 2,10). Nuestro ritmo de vida será el mismo de Dios, puesto que, para los bienaventurados, "Dios mismo es la vida" (San Agustín).
Nuestra vida definitiva será ya eternidad imperecedera. No será algo estático, sino "la posesión simultánea y perfecta de una vida que no acaba" (Boecio). Sólo conviviendo con Dios, es posible esa "vida eterna", como complemento de la promesa de Cristo, que es "la resurrección y la vida" (Jn 11,25).
La actitud egoísta, que manifestamos frecuentemente, se hace evidente también en el modo de concebir el cielo, como si la felicidad fuera algo individualista. Por esto no acertamos en nuestras explicaciones sobre el más allá, e incluso aburrimos a los que nos escuchan. Pero si en Dios Amor todo es donación, nuestro cielo de visión beatífica será en comunión de hermanos, como miembros de una misma Iglesia que es esencialmente comunitaria, sin dejar de ser cada persona irrepetible. "No es satisfactoria la posesión de un bien, si se disfruta de él a solas" (San Buenaventura). Por esto, "la gloria es el gozo de la comunidad fraterna" (San Beda).
El cielo, por ser donación total de Dios y entre Dios y los bienaventurados, no tiene que ver nada con lo estático y el aburrimiento. Allí, o mejor, entonces, podremos amar y ser amados plenamente en Dios. "Amar al Amor crea un círculo vital, de suerte que el amor ya no puede apagarse" (San Bernardo).
Entonces "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). Sólo cuando los corazones se abran al amor, llegarán al encuentro, a la visión y a la donación plena de Dios Amor. Mientras tanto, el Espíritu Santo siembra en todos los corazones y en todas las culturas y los pueblos, esa "semilla" evangélica del Verbo que está llamada a "madurar en Cristo" (RMi 28; cfr LG 17; AG 3, 15).
La tarea más hermosa del ser humano en esta vida, es la de realizarse según estos proyectos maravillosos que no tienen fronteras ni en la entrega ni en la misión. Los santos, que han vivido más cerca de este ideal, han gastado la vida para que todos los hermanos se abran al Amor. "Que todos te conozcan y te amen" (Inés Teresa Arias). Este deseo y compromiso misionero en el presente, es la mejor escuela para ensayar la visión y la donación de Dios en el más allá.
MEDITACION BIBLICA
- Preparamos el encuentro definitivo, personal y comunitario con Dios
"Deseo morir para estar con Cristo" (Fil 1,23).
"Caminamos en la fe, no en la visión; pero confiamos y quisiéramos más partir del cuerpo y morar junto al Señor" (2Cor 5,8).
"Estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20).
"Fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede repetir" (2Cor 12,4).
- Caminamos hacia la visión de Dios tal como es
"Le veremos cara a cara... Entonces conoceré como Dios mismo me conoce" (1Cor 13,12).
"Ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1Jn 3,2).
"Desde mi carne yo veré a Dios; yo le veré, veranle mis ojos, y no otros" (Job 19,26-27).
"La gloria de Dios reverbera en la faz de Cristo" (2Cor 4,6).
"Verán su rostro" (Apoc 22.4).
- El encuentro y visión será donación mutua y total
"Dios es Amor... él nos ha amado primero... hemos conocido el amor y hemos creído en él; el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,7-16).
"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17,3).
"Dios nos ha dado la vida eterna... en su Hijo" (1Jn 5,13; cfr Jn 6,47; 17,3).
"Y si somos hijos, también somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados con él" (Rom 8,17).
"Jesucristo transformará nuestro pobre cuerpo en un cuerpo glorioso semejante al suyo" (Fil 3,21).
"Por Cristo, podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,19).
"A cara descubierta, reflejamos como en espejo la gloria del Señor, y nos transformamos en la misma imagen, de gloria en gloria, movidos por el Espíritu del Señor" (2Cor 3,18).
"Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).
IV. HACIA UNA TIERRA Y UNA HUMANIDAD NUEVA
1. La verdad en el amor
2. La historia solidaria de cada hermano y de cada pueblo
3. La utopía cristiana de la esperanza
Meditación bíblica.
1. La verdad en el amor
El cosmos, con toda su vitalidad estremecedora, empezó en un latido del corazón de Dios, es decir, con su palabra amorosa. Así fueron hechos cielo y tierra. "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos" (Sal 32,6).
Aquello fue sólo un inicio de algo maravilloso que Dios quiere completar con nuestras manos puestas en las suyas. Los horizontes se abren al infinito cuando el hombre se hace libre para amar.
Lo que procede de Dios nace de su amor y sólo se puede perfeccionar con un programa de donación generosa. Personas y cosas expresan su verdad más honda cuando trasparentan la realidad de Dios, suma verdad y sumo bien. Dios nos ha hecho libres, "a su imagen" (Gen 1,26-27), para que nos realicemos amando.
La verdad de nuestro ser, de nuestra historia y de todo el universo, se construye en el amor. La verdad "nos hace libres" (Jn 8,32) cuando "caminamos en el amor" (Ef 5,2). "El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y, con ella, la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien" (CA 38). "Según la fe cristiana y la doctrina de la Iglesia, solamente la libertad que se somete a la verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la verdad y en realizar la verdad" (VS 84).
Comenzamos a ver a Dios en los hermanos, en los acontecimientos y en las cosas, cuando nuestro corazón se abre a la verdad del amor. Todo habla de Dios, verdad y bien, cuando se vive en sintonía de autenticidad y donación. La vida es hermosa cuando se convierte en ensayo de la visión y del encuentro definitivo con Dios, que es inicio de las semillas de verdad y de amor que él mismo ha sembrado en nuestro existir. Entonces "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). Mientras tanto, el hombre tiene la tarea de "construir la verdad por medio de la caridad" (Ef 4,15).
No ha existido ni existirá nunca un hermano que no busque la verdad y el bien. Pero la debilidad, la oscuridad y, a veces, el desorden y la maldad del corazón, llegan a confundir la verdad con el error, y el bien con el mal. Cuando un corazón se cierra al amor, se obnubila la verdad. Entonces uno busca lo que cree ser su bien, atropella a los hermanos y se embota a sí mismo. Sólo Jesús, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), "conoce lo que hay en el hombre" (Jn 2,25) y puede redimir al hombre abriéndole nuevamente a la luz y al amor. Es él quien "siembra la buena semilla", para que "los justos resplandezcan como el sol en el Reino de su Padre" (Mt 13,37-43).
Quien ha encontrado a Cristo siente el deseo ardiente de "estar" con él de modo definitivo (Fil 1,23). Mientras tanto, la vida se hace tarea de construir ese mundo nuevo que Cristo nos "prepara" con nuestra colaboración (cfr. Jn 14,2-3). Para llegar a "ver la gloria" de Cristo (Jn 17,24), hay que construir el corazón y la convivencia humana según la verdad y el amor de la "comunión" de Dios.
En Dios se encuentra la máxima unidad, porque cada persona, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es una relación pura y una donación plena, una mirada eterna y amorosa hacia la otra. La verdad de cada persona divina se resuelve en el amor de donación plena. De esa unidad nació el ser humano y a esta unidad debe volver. La vida en el tiempo es un proceso de construcción de esa unidad amorosa que expresa la verdad de Dios Amor: "que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros... Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,21.23).
Llegar a ser "expresión" (gloria) de Dios Amor (Ef 1,4), es un proceso de relación, unión, imitación y transformación en Cristo, como "hijos en el Hijo" (Ef 1,5). El rostro del primer hombre tuvo los rasgos muy claros de la fisonomía de Dios. Hay que volver a este rostro original que, ahora en Cristo, en más resplandeciente, como "esplendor de la gloria" del Padre (Heb 1,3). En la medida en que cada uno se transforme en expresión de Cristo, que es "la verdad y la vida", en esa misma medida le encuentra como consorte, hermano y "camino", en la propia existencia y en la de los demás.
En cada ser humano hay huellas imborrables de Dios y rasgos inconfundibles de Cristo crucificado y resucitado. Esas huellas y esos rasgos se hacen transparencia del Señor, si encuentran sintonía de verdad y de amor en los hermanos. Frecuentemente somos sólo cuerpos opacos, quistes cerrados, que se entrecruzan como en diálogo de sordos, o como sonámbulos que caminan a tientas porque no quieren despertar. Cuando uno decide "perderse" en el amor, se abre espontáneamente a un mundo maravilloso de hermanos y de seres que buscan "luz y vida" (Jn 1,4).
Para que muchos hermanos encuentren a Cristo y para que nosotros tengamos esta misma suerte, es necesario echar por la borda toda la "basura" (Fil 3,8). La regla evangélica de "perder la vida" (Mt 10,39) se convierte en la mejor ganancia. No basta con dejar por Cristo todas las cosas; es imprescindible dejarse a sí mismo. El amor brota como "fuente" y "Espíritu" de vida, cuando se reconoce la "verdad" del propio ser y de la creación entera: "adorar al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).
Las cosas y los rostros se resisten a dejar entrever la realidad divina grabada en su ser más hondo, cuando encuentran en nosotros esas falsas autodefensas, conveniencias y preferencias egoístas. Para que todo quede orientado o "recapitulado en Cristo" (Ef 1,10), es necesario un proceso de actitud filial, que construya la familia humana como familia de hermanos. Sólo así se llegará con éxito a la "regeneración" de los hijos de Dios (Mt 19,28). Mientras tanto, caminamos "a tientas".
En el "nuevo cielo" y "nueva tierra" (Apoc 21,1; Is 65,17), "reinará la justicia" (2Pe 3,13). Será un don de Dios, como fruto de la redención de Cristo. Pero los dones divinos requieren aceptación libre y amor de retorno. Dios no destruirá nada de lo que ha creado, sino que lo transformará; pero todo lo demás que no ha nacido del amor y de la verdad, se esfumará como una pesadilla "al despuntar la nueva jornada" (2Pe 1,19).
La novedad evangélica es la verdad eterna de Dios Amor, manifestada, comunicada y prolongada en el tiempo. "Hago nuevas todas las cosas" (Apoc 21,5). La "venida de nuestro Señor Jesucristo", verdad y vida, ya acontece todos los días, salvando nuestro ser de lo pasajero y fugaz, para hacerlo pasar a una realidad "incorruptible" en el amor. "Que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1Tes 5,23). Un día esta venida será definitiva y decisiva.
Pensar que el tiempo final está lejano o que será sólo para otros, es tan equivocado como temer un cataclismo apocalíptico a la vuelta de la esquina o a la llegada de un nuevo milenio. Cristo ya viene todos los días, para transformar en vida eterna nuestro presente vivido en la verdad y en el amor. "Vengo pronto" (Apoc 3,11); "estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20); "estoy a punto de llegar" (Apoc 22,12).
Por el anuncio y la vivencia de la verdad y del amor en comunión con Cristo, preparamos el encuentro final de toda la humanidad con él. Ese "juicio final", que será examen de amor, estimula a todo creyente y a todo apóstol a "preparar los caminos del Señor" (Lc 1,76), para recibir, ya desde ahora, a quien es "luz para iluminar a las naciones" (Lc 2,32).
2. La historia solidaria de cada hermano y de cada pueblo
El camino hacia el "más allá", hacia el "cielo nuevo y tierra nueva", es una ruta solidaria de hermanos y de pueblos. La plenitud a que aspiramos es obra de todos. Sólo llegará a buen término lo que nazca del amor de comunión entre hijos del mismo Padre.
La plenitud de la persona humana, el progreso auténtico de los pueblos y la perfección del cosmos, se van construyendo como respuesta personal y comunitaria a la iniciativa de Dios Creador. No es una evolución natural, sino una consumación del amor divino en nosotros, manifestado y comunicado por Cristo, "el primero entre muchos hermanos" (Rom 8,29).
Este cambio profundo hacia el que caminamos es obra conjunta de Dios y del hombre, a modo de segunda creación, fruto de la redención de Cristo. "El universo será restaurado" (Santo Tomás), no aniquilado. El avance hacia esta restauración final está jalonado de innumerables gestos de amor y de solidaridad, casi siempre desconocidos por la publicidad. Lo demás es hojarasca de un "mundo" caduco, que "pasa" (1Cor 7,31). "La figura pasa, pero no la naturaleza" (San Agustín) ni lo que se construya compartiendo el caminar de los hermanos.
Dios está presente en nuestra historia. Un día esta presencia será visión y donación. Ahora caminamos hacia esa definitiva "morada de Dios entre los hombres" (Apoc 21,3), cuando él hará de la familia humana su hogar o casa solariega para siempre.
Los bienes que se poseen y usan en una caminata, son bienes pasajeros. A veces se pierden o los roban antes de llegar a la meta. Caminamos con la convicción de que "nos espera una fortuna mayor y más permanente" (Heb 10,34). Este caminar nos recuerda que "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesús" (Fil 3,20). Por esto, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Heb 13,14).
Los bienes pasajeros pasan a ser prenda de vida eterna cuando se comparten solidariamente. Así como en los dones de Dios lo más importante es que él se da a sí mismo, de modo semejante lo esencial de los bienes terrenos es que se "negocian" para producir convivencia de hermanos. El que da más es el que da "desde su pobreza" (Lc 21,4). Lo que no se convierte en donación queda "apolillado" y "corroído" (Mt 6,19).
La cerrazón individualista se convierte frecuentemente en egoísmo colectivo del propio grupo. El mismo orín, que corroe los corazones, corroe también los pueblos en ansias de poseer y dominar (Mc 10,42). Toda violencia, tanto de tipo individual como colectivo, engendra nuevas violencias de la misma intensidad. La "paz" nunca es duradera cuando se basa en el bienestar de unos pocos. Apreciar sólo lo que es útil y agradable para nosotros, es la fuente de todas las discordias. El mensaje evangélico de "paz a los hombres de buena voluntad", se basa en la apertura del corazón y de la comunidad a la "gloria" o planes salvíficos de Dios (cfr. Lc 2,14). Lo que no refleja el amor o comunión trinitaria, produce violencia y va a desaparecer como caduco.
El espacio y el tiempo, sin apertura al más allá, atrofian la vida del hombre, convirtiéndole en un tirano de la creación y en un mercader de esclavos. Las esclavitudes que se producen durante la historia no desaparecen, sino que cambian de disfraz. "Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio que garantice relaciones justas entre los hombres" (CA 44).
Aprender a leer la presencia de Dios en la vida y en la historia, es la fuente de la convivencia humana en la solidaridad y en el respeto a la creación. Cuando el corazón se cierra a Dios, origina la cerrazón a los demás. "En vez de desempeñar el papel de colaborador en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y, con ello, provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada" (CA 37).
Cuando se pierde el sentido de admiración y de escucha, es que el hombre se ha cerrado a la presencia amorosa de Dios. Entonces nace la duda sobre el sentido de la vida, y cada uno intenta sobrevivir prescindiendo de los hermanos o atropellándolos como si fueran una cosa útil. "Esto demuestra, sobre todo, mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo de poseer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella actitud desinteresada, gratuita, estética, que nace del asombro por el ser y por la belleza, que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que la ha creado" (CA 37).
En teoría, el hecho de desprenderse de las cosas y de sí mismo produce pobreza y desmantelamiento. En realidad, el ser humano se realiza dando y dándose, precisamente por la impronta e imagen de Dios Amor que está impresa en el fondo de su ser. "Esta semejanza demuestra que el hombre, única creatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Los instintos llevan a la cerrazón consumista, a modo de suicidio y de atrofia. "Es mediante la propia donación libre como el hombre se realiza auténticamente a sí mismo, y esta donación es posible gracias a la esencial capacidad de trascendencia de la persona humana" (CA 41).
En la creación hay todavía muchos "misterios" que escapan a la investigación humana. El ser humano será siempre un misterio insondable, precisamente por su capacidad de trascenderse. Cuando los hombres y los pueblos se cierran en su egoísmo, entonces se origina el absurdo. "Misterio" significa un amor escondido que se va descubriendo. "Absurdo" equivale a caos y destrucción. El hombre, "en cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación. Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo, y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios" (CA 41).
Cada persona y la humanidad entera, o se realizan en la "comunión" de solidaridad, o se destruyen y alienan, creando focos de violencia solapada, que van explotando cuando la resistencia llega a su límite. A la larga, el corazón humano no aguanta ni la masificación de las personas, ni el individualismo personalista que margina a los demás. Esos ateísmos son tan mortíferos como caducos. Hay que dar paso a la utopía de la comunión. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'" (SRS 40).
El "misterio" de la comunión es don de Dios. Precisamente por ello, se realiza en la historia con la colaboración libre del hombre. La unidad amorosa de Dios se refleja en el corazón humano por el mandamiento nuevo del amor (cfr. Jn 13,34-35; 17,21-23).
3. La utopía cristiana de la esperanza
La superficie de las cosas y de la historia no siempre deja entrever la profundidad del misterio del hombre. Las cosas y acontecimientos que parecen más lógicos, no siempre son los más auténticos. Doblegarse ante la eficacia, el éxito y la demostración "lógica", puede llegar a ser una idolatría y una alienación. La "utopía" es una actitud positiva que permite ver más allá de los parámetros que nosotros nos hemos fabricado. Es verdad que puede haber una utopía falsa, a modo de espejismo en el desierto. Pero lo importante es acertar en el camino que cruza toda la historia humana. El hombre y la sociedad que viven sin utopía, se hunden.
La "utopía" o ideal que propone el evangelio es la actitud de esperanza. Siempre se puede hacer lo mejor: amar. Todo es hermoso cuando se afronta la realidad como semilla de otro Reino, "donde reinará la justicia" y el amor (cfr 2Pe 3,13). Ahí no hay lugar para desesperación, la agresividad o violencia y la huida. La realidad con la que nos topamos diariamente es una programación que se lleva a efecto amando. Este es el programa del sermón de la montaña: "amad..., haced el bien... como vuestro Padre" (Mt 5,44-48).
Alguien dijo que las bienaventuranzas seguirían siendo maravillosas aunque Cristo no hubiera existido... Pero esa afirmación es una utopía falaz. Las bienaventuranzas son la misma vida de Jesús, que "pasó haciendo el bien" (Mt 10,38). El evangelio vale porque son gestos de la vida de Jesús de Nazaret, el HIjo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, "el Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4, 14). Cuando Cristo está ausente, las mejores utopías se convierten en atropello de seres humanos.
Algunos tienden, aparentemente, a sumar para perfeccionar. Están de moda los "sincretismos", que son más engañosos que las sectas fanáticas. Se dice que sumando todos los mejores programas de progreso y todos los "credos" religiosos, se podría construir el mejor sistema social y la mejor religión, como algo común a todos. Pero lo que no nace del amor no suma, sino que destruye los auténticos valores y absolutiza el error, relativizando la verdad. Jesús "no ha venido a destruir, sino a completar" o perfeccionar (Mt 5,17). La suma auténtica de programas, culturas y religiones será el desarrollo armónico de todas las "semillas del Verbo", hasta llegar a la "madurez en Cristo" (RMi 28).
El cristianismo no propone una opción técnica, sino que valora y dinamiza todas las opciones que llevan a la "libertad del Espíritu" (2Cor 3,17), basada en la verdad y el amor. Las realidades terrenas (científicas, culturales, políticas, económicas, sociales...) conservan su autonomía, siempre que no cierren la puerta a la trascendencia de Dios Amor y del misterio de la vida y dignidad humana.
La esperanza es actitud de confianza y tensión o dinamismo hacia un objetivo de plenitud en Cristo. Por una parte, es una seguridad de conseguir la meta: "esperamos lo que no vemos" (Rom 8,25). Por otra parte, es una tensión vital y comprometida hacia el encuentro: "ven, Señor Jesús" (Apoc 22,20). Mientras tanto, hacemos de la vida una "eucaristía", transformando la humanidad en Cuerpo Místico del Señor y construyendo una "nueva tierra". Así anunciamos el mensaje evangélico y, de modo especial, "anunciamos la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1Cor 11,26).
Nuestra seguridad no es ilusoria, porque nos apoyamos en la fuerza de Cristo resucitado presente. El "salir al encuentro" del Señor que viene (Mt 25,6) significa preparar las personas y las cosas orientándolas hacia el amor y la verdad. La misión tiene esta dinámica "escatológica" de encuentro final con Cristo y de plenitud por parte de toda la humanidad.
Todo la Iglesia está llamada hacerse transparencia esperanzadora de la vida de Cristo, como "mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). La comunidad eclesial, en esta transformación esperanzadora, mira a María como a su figura acabada, que "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68; cfr 2Pe 3,10).
El futuro definitivo de este mundo no será fruto de una evolución ni un simple perfeccionamiento, sino un cambio radical por la fuerza de la resurrección de Cristo, que salvará la naturaleza de las cosas y a todos los hombres que se hayan abierto al amor, haciendo pasar todo a una participación plena en su glorificación de Hijo de Dios hecho nuestro hermano: "Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder" (1Cor 6,14).
Aquí no caben las teorías cósmicas (por válidas que sean a nivel temporal) ni menos aún las utopías materialistas de un paraíso en la tierra. Todos los humanos y todos los pueblos caminamos hacia una realidad última, que será una bienaventurada plenitud de la humanidad y del cosmos.
Esta nuestra fe y esperanza no nacen de reflexiones (las cuales siempre ayudan), sino del mensaje proclamado por Jesús: "venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34). El camino hacia esta plenitud ya está trazado: ver y amar a Cristo en los hermanos, hacer que todo hermano se entere de que Dios le ama en Cristo. "Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
La "utopía" de la esperanza cristiana promete lo mejor: "no habrá muerte, llanto, dolor" (Apoc 21,4). Desaparecerá el pecado y, por tanto, sus consecuencias de dolor y muerte. Apoyados en la resurrección de Cristo, nosotros "esperamos la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23). No es que se desprecie la vida terrena y el quehacer en el tiempo, sino que se aspira y se trabaja para construir la ciudad del más allá desde las circunstancias presentes. "No deseamos ser despojados, sino revestidos para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (2Cor 5,4); "se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción" (1Cor 15,42).
Este dinamismo o tensión histórica de la esperanza cristiana no aminora en nada el quehacer y compromiso temporal, sino que lo orienta todo hacia una vida e historia nueva de visión y de encuentro definitivo con Cristo. Esta aspiración no nace de una reflexión o teoría, sino del Espíritu Santo que "Dios ha infundido en nuestros corazones" (Rom 5,5). Por esto, la comunidad eclesial, simbolizada por una esposa, aspira continuamente a las bodas eternas: "el Espíritu y la esposa dicen: ven..., ven Señor Jesús" (Apoc 17-20).
El desmoronamiento de las cosas pasajeras va dando paso a la realidad definitiva: "vuestro exterior va decayendo; lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16). La "ciudad permanente" se construye amasando nuestra contingencia en la comunión, "hasta que venga el Señor" (Cant 5,7; 1Cor 11,26). Nosotros, en un cosmos renovado, seremos los mismos, pero con una existencia totalmente nueva, "como los ángeles del cielo" (Mt 22,30).
Todo es don de Dios, todo es gracia y fruto de su misericordia. Pero, precisamente por ello, el Dios de la Alianza (o de un pacto de amor con un "sí" de ambas partes) quiere nuestra cooperación libre y responsable: "conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna" (Jud 21).
Apuntando a este encuentro definitivo, "en la manifestación de Jesucristo" (1Pe 1,7), el cristiano se caracteriza por sembrar y construir la paz en la esperanza: "que la esperanza os mantenga alegres" (Rom 12,12). Nuestra alegría se basa en Cristo resucitado: "cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis con él" (Col 3,3). A esta realidad grandiosa está llamada toda la humanidad. Los que ya somos "creyentes", quedamos comprometidos a anunciar y presentar en nuestras vidas esta vocación a la que están llamados todos los pueblos.
MEDITACION BIBLICA
- Una vida amasada de verdad y amor:
"Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos" (Sal 32,6).
"La verdad os hará libres" (Jn 8,32).
"Sed imitadores de Dios como hijos suyos muy amados, y caminad en el amor, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios" (Ef 5,1-22).
"Construir la verdad por medio de la caridad" (Ef 4,15).
"Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna" (Jud 21).
- Una humanidad construida en la comunión y solidaridad
"Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros... Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,21.23).
"Amad..., haced el bien... como vuestro Padre" (Mt 5,44-48).
"Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán que sois mis discípulos" (Jn 13,34-35).
- La esperanza cristiana hacia un nuevo cielo y una nueva tierra
"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1).
"Los justos resplandezcan como el sol en el Reino de su Padre" (Mt 13,43).
"Recapitular en Cristo todas las cosas" (Ef 1,10).
"Nosotros esperamos, según la promesa de Dios, unos cielos nuevos y una tierra nueva, donde reina la justicia" (2Pe 3,13).
"Tenemos la palabra de los profetas, que es firmísima, a la que hacéis bien en mirar como a una lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones" (2Pe 2,19).
"Hago nuevas todas las cosas" (Apoc 21,5).
"Que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1Tes 5,23).
"Vengo pronto" (Apoc 3,11); "estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20); "estoy a punto de llegar" (Apoc 22,12).
"Esperamos lo que no vemos" (Rom 8,25).
"Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesús" (Fil 3,20).
"No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Heb 13,14).
"Nos espera una fortuna mayor y más permanente" (Heb 10,34).
"Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).
"Anunciamos la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1Cor 11,26).
"Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34).
"No habrá muerte, llanto, dolor" (Apoc 21,4).
"Esperamos la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23).
"No deseamos ser despojados, sino revestidos para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (2Cor 5,4).
"Se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción" (1Cor 15,42).
"Vuestro exterior va decayendo; lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16).
"El Espíritu y la esposa dicen: ven..., ven Señor Jesús" (Apoc 17-20).
"Que la esperanza os mantenga alegres" (Rom 12,12).
"Cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis con él" (Col 3,3).
III LOS TESTIGOS DEL ENCUENTRO
1. Los hombres que más supieron de amor
2. Autenticidad de los testigos del encuentro
3. Un camino viable para todos
Meditación bíblica.
1. Los hombres que más supieron de amor
En toda la historia ha habido personas muy sensibles a la presencia y a la palabra de Dios. Son los "santos". Su vida, amasada de barro como la de cualquier mortal, fue modelada por una actitud relacional con Dios y con los hermanos. No es que necesariamente tuvieran visiones o revelaciones, sino que sencillamente fueron consecuentes, a partir de un primer encuentro con Cristo: "hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,45).
La vida de cada día es una búsqueda de Dios, donde se actualiza la experiencia de un primer encuentro. Ni el mismo Jesús dio explicaciones teóricas sobre la naturaleza de esta experiencia, sino que invitó a entrar en contacto con su presencia y cercanía: "venid y veréis" (Jn 1,39). Es esta "experiencia de Jesús" (RMi 24), a la que somos llamados todos, la que dinamiza todo el proceso de santidad y de misión, es decir, la actitud de gastar la vida por amarle y hacerle amar.
Los santos encontraron a Dios porque se abrieron al amor. Su vida fue una búsqueda de Dios y de su Hijo amado, Jesús, sin admitir sucedáneos inútiles. Esa búsqueda es ya señal de haberle encontrado, porque sólo los enamorados buscan así.
Cuando la esposa de los Cantares dice "busqué y no lo hallé" (Cant 3,2), nos recuerda que los dones de Dios nos dejan entrever a Dios, pero ellos no son Dios: "no quieras enviarme, de hoy más ya mensajeros, que no saben decirme lo que quiero" (San Juan de la Cruz). Trascendiendo las cosas y trascendiéndose a sí mismo, se encuentra a Dios cercano: "hallé al amado de mi alma" (Cant 3,4).
La búsqueda de Dios es auténtica cuando le buscamos sólo a él. Los signos de su presencia y, sobre todo, Jesús escondido en ellos, son un examen de amor: "¿qué buscáis?" (Jn 1,38). Los dones y mensajeros nos cuestionan sobre la autenticidad de nuestra búsqueda. Cuando Jesús se quiere dar a entender, nos toca el corazón, llamándonos por nuestro verdadero nombre y preguntándonos si de verdad le buscamos a él: "¿por qué lloras? "¿a quién buscas?" (Jn 20,15).
Los santos no son ídolos ni artículos de museo, sino testigos, modelos e intercesores, como hermanos que hicieron nuestro mismo camino y que ahora nos siguen acompañando en la "comunión de los santos". En ellos encontramos la visibilidad de Jesús y un evangelio viviente. No estorban para el encuentro personal con Jesús, sino que son a manera de cristal que, si está totalmente limpio, deja pasar toda la luz. Si ellos encontraron a Dios y a Jesús su Hijo en su caminar histórico, también podemos encontrarle nosotros.
San Pedro, el día de Pentecostés, anunció a Jesús resucitado diciendo: "nosotros somos testigos" (Act 2,32). Más tarde, trazaría un camino para ver a Jesús con los ojos de la fe: "que vuestra fe aparezca digna de alabanza en la revelación de Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso, logrando la meta de vuestra fe, la salvación de las almas" (1Pe 1,7-9).
Siguiendo estas pautas, los santos han vivido en la oscuridad de la fe y, desde esta perspectiva, han encontrado a Cristo resucitado. "Bienaventurados los que sin ver creen" (Jn 20,29), dijo Jesús apareciendo a Santo Tomás y a los demás apóstoles. Es la actitud de María, que creyó apoyada en las palabras del ángel. Como Santa Isabel, los santos se han inspirado en esta fe mariana: "Bienaventurada tú que has creído" (Lc 1,45).
Quien se abre a la verdad y al amor, es atraído por Dios que es la Verdad y el Amor. El deseo y la búsqueda de Dios es irresistible, porque nace del mismo Dios que lo ha sembrado en nuestro corazón: "no me escondas tu rostro" (Sal 142,7). Este deseo de ver a Dios es ya un preludio de la visión y del encuentro definitivo.
Cuando se deja entrar "la palabra de Dios" en el corazón, es como una "espada de dos filos" (Heb 4,12), que, por una parte, corta las amarras que impiden la libertad, y, por otra, rasga el velo o la nube que nos separa de Dios. Esta palabra comunica "luz" a los que creen, pero se convierte en "escándalo" para los que se cierran a la fe (Lc 2,32-35). Los santos, a ejemplo de María, han sabido compartir la vida de Cristo y, por ello mismo, se han encontrado con él en los momentos más inesperados y de la manera más sencilla que podemos imaginar. A nosotros nos pasaría lo mismo si viviéramos como ellos...
Las cosas, los acontecimientos y, sobre todo, las personas, dejan entrever a Dios Amor, que se desvive por todos y por cada uno. Pero se necesita un corazón abierto al amor para entender de amor. Quien sólo "utiliza" a los hermanos y a las cosas para su propio interés, embota su corazón y no acierta a ver a quien ha creado todo por amor y se da él mismo por amor. "En cada una de las criaturas vemos a Dios, su sello, su amor, su ternura" (María Inés Teresa Arias).
Hay una nueva vida que Dios ha sembrado en nuestro ser más hondo. Es la vida de la "gracia", como participación en la misma vida de Dios Amor. Es esa vida, como injerto de la caridad divina, la que nos hace ver más allá de la superficie de las cosas. Es como la voz de la sangre, la "semilla incorruptible" (1Pe 1,23), que nos hace "consortes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4).
Cuando la vida se resuelve en amor, la presencia de Dios se hace más palpable, como inicio de un encuentro definitivo: "rompe la tela de este dulce encuentro" (San Juan de la Cruz). Se adivina entonces que ese encuentro sólo será definitivo después de esta vida mortal: "descubre tu presencia, y máteme tu vida y hermosura. Mira que la presencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura" (San Juan de la Cruz).
Ese deseo de ver a Dios nace de una realidad profunda que es ya inicio de la visión. Es como un "canto nuevo" que sólo saben cantar los que "siguen al Cordero" (Apoc 14,3-4), es decir, los que viven del encuentro con Cristo por la fe, la esperanza y el amor. Esa buena nueva de Jesús es un don suyo como patrimonio de toda la humanidad. Inmensas multitudes no saben este mensaje porque no ven su transparencia en la vida de quienes decimos que ya creemos.
Algunos santos han expresado esta realidad por medio de poesía inigualable. Escribía Santa Teresa de Avila: "vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero". Pero los santos sabían muy bien que "de los niños es el reino de los cielos" (Mt 5,3). Ellos vivieron con un corazón de niño que se abre siempre al infinito. El día de su muerte fue propiamente el día de su verdadero nacimiento. Estos santos son los que amaron de verdad la existencia terrena y más se desvivieron por todos los demás hermanos.
2. Autenticidad de los testigos del encuentro
Los santos nos acomplejan porque son personas auténticas. A veces nos formamos sobre ellos una idea inexacta. De hecho eran personas tan sensibles a la presencia de Dios, que vivían del deseo de verle y de encontrarle. Pero eran así porque reconocían su propia realidad quebradiza ante la infinita misericordia de Dios: "tenemos este tesoro en vasos de barro" (2Cor 4,7). Entonces sabían advertir las huellas de Jesús hasta en el rostro de un pobre, de un enfermo, de un marginado. Para ellos, cualquier persona es "el hermano por quien Cristo ha muerto" (Roma 14,15). Toda persona es una historia de amor.
Si los santos fueran sólo ejemplo de cosas extraordinarias, ya no serían ellos, sino el fruto de nuestra imaginación. Ellos son ejemplo de que nuestro barro puede ser modelado cariñosamente y maravillosamente por el divino alfarero: "como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano" (Jer 18,6). Dios se deja entrever sólo de los que se reconocen pequeños y pobres: "Dios ha mirado la nada (el "humus", la tierra) de su esclava" (Lc 1,48).
Pedro, que sería el "testigo" cualificado de Cristo resucitado (Act 2,32) y el que recibiría el encargo de "reconfirmar a los hermanos" (Lc 22,32), aprendió la presencia amorosa de Cristo dejándose mirar por él en un momento de pecado y de fracaso (Lc 22,61-62). Así experimentó en sí mismo que cada persona es una oveja predilecta del "príncipe de los pastores" (1Pe 5,4).
Pablo, que vivió siempre en sintonía con Cristo (Gal 2,20) y que experimentó repetidas veces su presencia y su palabra (Act 18,18,9-10; 2Tim 4,17), se consideró siempre lleno de "debilidades" (2Cor 12,5) y amado del Señor. Para él, todo ser humano ha sido amado eternamente por Dios en Cristo, hasta llegar a ser "hijo en el Hijo" (cfr. Ef 1,5).
A Jesús le oyeron y vieron muchos. Todos contemplaron sus signos. No todos creyeron en él, porque muchos "amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,37-43). Cuando Jesús, por intercesión de María, "manifestó su gloria" de Hijo de Dios que comparte con nosotros los gozos y las tristezas, entonces "sus discípulos creyeron en él" (Jn 2,11). A esos seguidores suyos, que descubrieron su presencia amorosa, Jesús les llamó "mis pequeñuelos" (Mt 10,42).
Es interesante (y hasta nos parece curioso) observar la predilección de los santos por los "pequeños": niños, pobres, enfermos, marginados, personas que buscan la verdad, familia, jóvenes... No iban sólo para proporcionar una ayuda de beneficencia, sino que sabían, por propia experiencia, que esos "pobres" eran las personas más preparadas para encontrar a Dios y llegar a las alturas de la santidad y de la contemplación. Las mejores explicaciones sobre la experiencia de Dios, las escribieron los santos pensando en personas del pueblo sencillo.
Cada vez es más frecuente ver y oir, en los medios de comunicación social, a personas que, por el hecho de tener un "pedestal", ya se creen con el derecho de hablar de todo y con un tono dogmático. Quien lee los místicos cristianos observa todo lo contrario. Ellos se consideran siempre aprendices. De hecho, sus mejores aplicaciones son frecuentemente una reflexión sapiencial suya sobre experiencias de personas pequeñas y pobres a las que ellos aconsejaron. Una persona de poca "altura" intelectual creía que no sabía orar y pasaba todo el tiempo de la oración pensando o diciendo: "estoy contenta porque Dios es bueno, hermoso, santo"... San Juan de la Cruz lo expresó con lírica inimitable: "gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura, al monte y al collado, do mana el agua pura; entremos más adentro en la espesura".
La experiencia de la benignidad, de la misericordia y de la ternura paterna de Dios, se obtiene o, mejor, se recibe, reconociendo la propia realidad limitada y pobre. Ese fue el "camino" de los santos. Cristo espera, "sentado y cansado del camino", junto a nuestro pozo de Sicar (Jn 4,6). "El se acuerda de qué (barro) hemos sido hechos, se acuerda de que no somos más que polvo" (Sal 102,14).
Los santos, por ser humildes, es decir, auténticos, no buscaban a Dios en "cisternas agrietadas", sino en "los manantiales de agua viva" (Jer 2,13). El secreto está en descubrir que los dones que Dios ha puesto en el cosmos y en nuestro corazón, son sólo un mensaje de que es él en persona quien se nos quiera mostrar y comunicar. A Dios se le encuentra en la propia realidad y pobreza. Ese es el único "camino" de la contemplación, es decir, de ver y descubrir a Cristo, la Palabra personal de Dios Amor cerca y dentro de nuestro corazón.
Los santos lo expresaron así:
"Con el corazón herido vi tu resplandor... Que me conozca a mí para que te conozca a ti" (San Agustín).
"Señor, yo soy una pobre tierra sin agua; dad a este pobre corazón esta gracia" (Santa Juana F. Fremiot de Chantal).
"Mi alma está enferma de hambre de tu amor; que tu amor la sacie... La oración es una queja de la ausencia de Dios... Estás dentro de mí, en torno a mí, y yo no te siento" (San Anselmo).
"Yo no busco ni deseo otra cosa que a ti solo, Señor, atráeme a ti... Abre a un huérfano que te invoca. Méteme en el abismo de tu divinidad; hazme un solo espíritu contigo" (San Alberto Magno).
"No me moveré en absoluto de mi nada, si no soy movido por Dios... Espero luz después de la tinieblas" (San Pablo de la Cruz).
"Nosotros somos pobres de todo; pero si oramos, ya no somos pobres" (San Alfonso María de Ligorio).
"¿Quieres y buscas a Dios? ¿con qué te podrás excusar si no lo tuvieres? No te excusará tu pobreza, que de balde se da" (San Juan Bautista de la Concepción).
"La oración es un ratito que tenemos para conversar con el Esposo, para recrearnos con él... ¿Cuándo me uniré a mi Amado y daré un abrazo a mi Santísima Madre la Virgen María?" (Bta. Paula Montal).
3. Un camino asequible a todos
La vida cristiana consiste en "caminar en el amor" (Ef 5,2). La "ley" que Dios Amor ha dictado y grabado en el corazón es como la ruta que nos lleva a la visión y encuentro con él: "amarás al Señor tu Dios con todo el corazón" (Deut 6,5; Mt 22,37). Esta pauta de la "perfección de la caridad" es una llamada "para todos" (LG 39-40). Jesús proclamó la llamada universal a la santidad con términos nuevos: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).
Los niños aprenden a caminar porque son consecuentes con su ser de niños. El camino del amor hacia la visión de Dios sólo exige una actitud filial de reconocerse débil, amado y, consecuentemente, capacitado y decidido a abrirse totalmente al amor. San Juan de la Cruz describe los momentos más elevados de la vida espiritual y contemplativa con la comparación de la oveja perdida y reencontrada: "el Buen Pastor se goza con la oveja en sus hombros, que había perdido y buscado por muchos rodeos" (Cántico). Ese encuentro de Dios en lo más hondo del corazón tiene lugar cuando "el alma... con todas sus fuerzas entienda, ame y goce a Dios" (LLama).
Se necesita sólo un corazón sano para "leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que las ha creado" (CA 37). Entonces se adquiere un "conocimiento interno", es decir, profundo de las cosas y de los acontecimientos. Dios ha creado todo por amor, lo conserva todo con amor y está presente amándonos. Diría San Ignacio de Loyola que en todas estas cosas y dones nacidos de su amor, "el mismo Señor desea dárseme" (Contemplación para alcanzar amor).
Los ojos están sanos para ver a Dios cuando el corazón se hace libre de toda inclinación torcida y egoísta: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). Quien se abre al amor, descubre a Dios Amor dándose. En el agua, en la brisa, en la luz, en la vida..., se contempla a Dios, se le descubre escondido, cuando uno tiene la audacia de decir: "dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta" (San Ignacio, ibídem).
Lo que dicen los santos sobre la presencia de Dios en nuestras vidas, es algo sencillo y profundo a la vez, al alcance de los niños y de los pobres, como todo el evangelio. Si no fuera así, no sería el mensaje de Jesús o estaría mal expuesto. Pero hay que distinguir el meollo de este mensaje, de la exposición literaria hecha por un escritor humano. La lírica y la teología de San Juan de la Cruz no la puede repetir cualquiera. Tampoco son para todos algunas gracias extraordinarias que, de suyo, no constituyen la santidad y la contemplación. Cuando estos santos escriben, tiene en la mente, como interlocutores o lectores, a la gente del pueblo, con tal que abran el corazón a Dios. De ahí que pongan como modelo del encuentro con Dios a la ovejita perdida y reencontrada, la samaritana, Saulo, la Magdalena, etc. Basta con reconocer la propia sed de Dios, expresándola cada uno a su modo, y querer "amar con todo el corazón".
Hay tres aspectos que se destacan en el mensaje que los santos, testigos del encuentro, nos quieren comunicar: hay que limpiar el corazón, orientarlo decididamente hacia el amor y procurar ver a Dios en todo. En nuestra vida hay siempre defectos y debilidades, pero hay que tomar una decisión, renovada todos los días, de volver al "primer amor" (Apoc 2,4).
Podemos resumir brevemente la doctrina de San Juan de la Cruz de este modo: buscar con sinceridad ("buscando mis amores"), afrontando la realidad según los planes de Dios ("iré por esos montes y riberas"), dejando de lado todo lo que no suene a amor ("ni cogeré las flores"), si espantarse ante las debilidades y problemas ("ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras"). No puede haber sucedáneos en esta búsqueda ("el ganado perdí que antes seguía"). Para llega al Todo, que es Dios, hay que estar dispuesto a "salir" de la propia instalación y a perder todo lo que no sirva para realizarnos según el amor: "diréis que me he perdido, que andando enamorada, me hice perdidiza, y fui ganada".
Esta libertad del corazón es una tarea que se va realizando continuamente. Pero no sería posible sin un fuerte enamoramiento de Cristo. Estamos invitados a entrar en sus amores, para quedar captados por él: "en la interior bodega, de mi Amado bebí, y, cuando salía, por toda aquesta vega, ya cosa no sabía, y el ganado perdí que antes seguía" (San Juan de la Cruz). La vida es hermosa porque ya quiere vivirse como donación a Dios y a los hermanos. El hecho de vaciarse de sí (o del falso yo) para llenarse de Dios Amor, hace posible el realizarse a sí mismo de verdad: "ya sólo en amar es mi ejercicio" (idem). El salmista nos invita a orar así: "tu amor es mejor que la vida" (Sal 62,4).
No es la lírica ni la explicación teológica ni las gracias extraordinarias lo que hace llegar a la experiencia de Dios Amor, sino esta orientación de todo el ser hacia él. Entonces el sol y la luna, el agua y la tierra, y todas las cosas, dejan entrever a quien lo ha creado y lo conserva por amor, y está presente para comunicarse él mismo: "mi Amado, las montañas"... Los "ojos" o mirada de Dios Amor ya se reflejan en el propio corazón y en todo el cosmos. Precisamente porque se experimenta la cercanía de Dios, se siente más fuertemente su ausencia y el "todavía no" de una visión plena. Sólo los enamorados pueden hablar así: "salí tras ti clamando, y eras ido".
Parece como si del encuentro definitivo sólo nos separara un tenue "velo", a modo de "nube luminosa" que, en el Tabor, muestra a Cristo Hijo de Dios mientras lo esconde (Mt 17,5). Se desea ardientemente la visión: "descubre tu presencia"..., "rompe la tela de este dulce encuentro"...
Uno desearía sentir los pasos de Jesús, ver sus huellas, oír su voz... Pero ya se ha aprendido a descubrirle más presente y más cercano cuando se le "siente" lejos y en silencio. El mejor regalo de Cristo, siempre presente y cercano, es la convicción de que, si no le vemos, es porque identifica su caminar con el nuestro: "mi alma se aprieta contra ti, tu diestra mi sostiene" (Sal 62,9).
MEDITACION BIBLICA
- Aprender de los santos a encontrar a Dios
"Hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,45).
"Busqué y no lo hallé... Hallé al amado de mi alma" (Cant 3,2-4).
"Nosotros somos testigos" (Act 2,32).
"Los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8).
"Mi alma se aprieta contra ti, tu diestra mi sostiene" (Sal 62,9).
- A Dios se le encuentra en la propia realidad y pobreza
"¿Por qué lloras? "¿a quién buscas?" (Jn 20,15).
"Tenemos este tesoro en vasos de barro" (2Cor 4,7).
"Como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano" (Jer 18,6).
"Dios ha mirado la nada (el "humus", la tierra) de su esclava" (Lc 1,48).
"Gustosamente presumiré de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2Cor 12,9).
"El se acuerda de qué (barro) hemos sido hechos, se acuerda de que no somos más que polvo" (Sal 102,14).
- La experiencia de los santos es imitable
"Venid y veréis" (Jn 1,39).
"Que vuestra fe aparezca digna de alabanza en la revelación de Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien ahora creéis sin verle, y os regocijáis con un gozo inefable y glorioso, logrando la meta de vuestra fe, la salvación de las almas" (1Pe 1,7-9).
"Bienaventurada tú que has creído" (Lc 1,45).
"Bienaventurados los que sin ver creen" (Jn 20,29).
"De los niños es el reino de los cielos" (Mt 5,3).
"Jesús manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él" (Jn 2,11).
"Caminar en el amor, como Cristo nos amó" (Ef 5,2).
"Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón" (Deut 6,5; Mt 22,37).
"Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).
II. ¿NO ME CONOCEIS?
1. Sólo Jesús ha visto a Dios
2. Dios cercano y visible en Jesús
3. Compañero de viaje hacia la visión y encuentro definitivo
Meditación bíblica.
1. Sólo Jesús ha visto a Dios
No hay ningún ser humano que haya visto verdaderamente a Dios en esta tierra. Ha habido siempre hombres auténticos, sabios, santos, fundadores de religión, pensadores, poetas, genios, hombres sencillos y comprometidos en la búsqueda de la verdad y en la práctica del bien... Ninguno ha dicho que ha visto a Dios cara a cara.
Es verdad que ha habido y siguen habiendo muchas personas que dicen tener una fuerte experiencia de Dios, de tipo relacional, artístico, "místico"... Muchas religiones han tenido origen en una fuerte experiencia religiosa de un fundador. La providencia de Dios ha ido dejando huellas de su presencia amorosa, que tiende hacia un futuro de plenitud en la visión y en el encuentro. Pero "a Dios no lo ha visto nadie" (Jn 1,18).
Nadie tiene derecho a considerar como exclusiva su propia experiencia de Dios, porque él se manifiesta a cada uno que abre su corazón al amor. Habrá siempre mucha escoria en el corazón, en las comunidades y en las instituciones civiles y religiosas. Pero "el Espíritu (de Dios Amor) se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad... Es también el Espíritu quien esparce 'las semillas de la Palabra' presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (Rmi 28).
Jesús no ha dado origen a una religión sólo a partir de una fuerte "experiencia" religiosa. El es el Hijo de Dios hecho hombre, que "no ha venido a destruir, sino a completar" purificando (Mt 5,17). Se ha hecho hermano de todos y de cada uno sin excepción y sin preferencias de razas y culturas. La originalidad de su vida y de su mensaje radica en su realidad de Hijo de Dios: "a Dios no lo ha visto nadie; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18). "Yo hablo de lo que he visto en mi Padre" (Jo 8,38).
Si Jesús nos ha legado un mensaje concreto (resumido en nuestro "credo"), un estilo de vida (mandamientos) y unos signos salvíficos de su presencia (sacramentos), es para invitarnos a una experiencia de encuentro con Dios (oración y caridad), que se convertirá en visión plena y encuentro definitivo en el más allá.
Jesús "convoca" a todo ser humano y a todos los pueblos, con todo su bagaje cultural y religioso (valorado y purificado), para "pasar" a esa "visión" actual de Dios, que se llama "fe": "creed en el evangelio" (Mc 1,15). Los que ya han respondido a la "convocación" forman su "Iglesia" (=comunidad convocada), que él llama cariñosamente "mi Iglesia" (Mt 16,18). A "los suyos" (Jn 13,1), Jesús les confía ese tesoro de la fe, que debe ser patrimonio de toda la humanidad.
La fe en Jesús equivale a una vida de sintonía con él, a un cambio o apertura ("conversión"), a modo de "adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio" (RMi 46). Es, pues, dejarse amar y perdonar por él, para dejarse contagiar de su "visión" de Dios.
Sólo Jesús ha visto verdaderamente a Dios, por ser su Hijo que, como Dios, ha entrado en el seno del Padre, expresándole su amor en el Espíritu Santo. Desde el día de la encarnación en el seno de María, el Hijo de Dios es hombre verdadero, nuestro Salvador, que ha venido para que nosotros, "conociendo" a Dios Amor, tengamos una vida nueva: "ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).
Cuando Jesús nos dice que "miremos" las flores y "observemos" los pájaros (Mt 6,26), nos hace una invitación a "ver" a Dios de modo nuevo. Porque Dios es nuestro Padre y Jesús nos hace partícipes de su misma filiación: "bien lo sabe vuestro Padre celestial" (Mt 6,32); "¡cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quien se las pida!" (Mt 7,11).
Hay que aprender a leer en la vida una presencia amorosa de Dios. Pero sólo es posible conviviendo con Jesús. El Hijo de Dios no quiso ningún privilegio en provecho suyo. La novedad está en decir, con él: "sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21). La historia no se construye ni con la rabia ni con la huida ni con la indiferencia, sino que sólo se construye amando. Y eso sólo es posible cuando se vislumbra una presencia de Dios que nos ama y nos capacita para amar.
En el sermón de la montaña, dice Jesús: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). El "corazón" significa todo ese mundo interior que es expresión de todo cuanto sentimos, pensamos, amamos, queremos... Ahí debe construirse la unidad más profunda del ser humano, como el "ojo" interior, que puede transformar todo nuestro ser en "luz" o en "tinieblas" (Mt 6,22-23). La claridad o limpieza de nuestra "mirada" se traduce en apertura a todo lo bueno para hacerse uno mismo donación, a "imagen de Dios" (Gen 1,26-17). Cuando el "corazón" vive en ese tono, todas las cosas, acontecimientos y personas se hacen transparencia de Dios.
No es posible "ver" a Dios sin vivir en sintonía con los amores y vivencias de Cristo: "tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5). El, en cuanto Verbo o Hijo de Dios, es una mirada amorosa al Padre; en cuanto hombre, tiene nuestros mismos sentimientos, pero abiertos siempre a la presencia y al amor del Padre. Vivió siempre "ocupado en las cosas del Padre" (Lc 2,49). Y esta ocupación era su plan de vida permanente (Mt 3,15), su "comida" o vivencia profunda (Jn 4,34), su "misión" o identidad (Jn 5,30), su "obra" que había de llevar a cabo (Jn 17,4). Por esto no estuvo "nunca solo" (Jn 8,29) y siempre habló de lo que estaba "viendo en el Padre" (Jn 8,38).
Como hombre verdadero, Jesús experimentó la oscuridad de un aparente "silencio" y "ausencia" de Dios (Lc 22,42aa; Mt 27,46). Jesús sabía que el Padre "no le deja solo" (Jn 8,29). Por esto en los momentos de oscuridad y sufrimiento, manifiesta una experiencia más profunda de Dios: "en tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46). La vida mortal de Jesús es una "pascua", un "paso" hacia el Padre. El día de la encarnación había orado así: "vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7). Después de su muerte, al aparecer resucitado, dice a los suyos: "voy a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).
Así, en nombre nuestro, como "primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29), "Jesús, el Hijo de Dios, ha penetrado los cielos" (Heb 4,14), siendo "el mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8). "Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo" (Jn 3,13).
La palabra "cielo" no es, pues, una palabra de adorno, sino una realidad: nuestra misma vida que, por ser vida de Jesucristo, comienza a ser "vida eterna". Con Cristo y en unión con todos los hermanos, ensayamos la visión definitiva de Dios, que un día será nuestra plenitud.
2. Dios cercano y visible en Jesús
Toda la historia humana es una búsqueda de la verdad y del bien. Y en esa búsqueda, gozosa y penosa a la vez, ningún corazón humano ha dejado de preguntarse sobre Dios. El hombre ha ido elaborando ideas y expresiones de ese "alguien", sin el cual la existencia humana se hace un misterio inexplicable. En toda religión hay el riesgo de construirse un "dios" a la medida del propio interés y según las preferencias del momento.
El rechazo de Dios, que aparece con relativa frecuencia en nuestra época, refleja ordinariamente la resistencia innata del corazón a toda caricatura sobre Dios. "Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del evangelio" (GS 19). Muchas veces son los mismos creyentes quienes "han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios" (ibídem).
Dios se nos ha hecho cercano y visible en nuestra historia concreta por medio de Jesús, su Hijo, el "Emmanuel" o Dios con nosotros. Nos quejamos de que Dios parezca ausente y callado ante los acontecimientos humanos. Pero es él quien tiene toda la razón al quejarse de que no le hayamos descubierto presente entre nosotros: "¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido?" (Jn 14,9).
Sólo Jesús ha podido decir con autenticidad y verdad: "quien me ve a mi, ve al Padre" (Jn 14,9). Los que buscaban "ver a Jesús" (Jn 12,21) tenían necesidad de sentir a Dios cercano. Jesús es la epifanía personal de Dios: "yo y el Padre somos una misma cosa" (Jn 10,30).
El modo de amar de Jesús es original, porque presenta las características del amor divino. Si nace pobre en Belén y muere desnudo en la cruz, es para decirnos que se nos da él mismo en persona. Si se acerca y recibe a todos y a cada uno sin distinción, es porque transparenta el amor de Dios, que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45).
El fenómeno de recibir o de rechazar a Jesús, es como una tensión histórica humanamente inexplicable: "vino a los suyos y los suyos no le recibieron; pero a cuantos le recibieron, dioles le poder de llegar a ser hijos de Dios" (Jn 1,11-12).
La humanidad de Jesús es un signo o expresión de todo lo que es él. Es Dios, hombre y Salvador: "el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). "Ver" la realidad de Jesús, en toda su "gloria" de Dios hecho hombre, sólo es posible cuando nos abrimos al amor: "hemos visto su gloria; la gloria propia del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Cuando el corazón se cierra en sí mismo egoísticamente, buscando el propio interés, entonces no es posible ver a Dios presente en nuestra vida: "no creyeron en él... porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,37.44).
En toda la creación y en todo el decurso de la historia, se encuentran signos de la presencia, cercanía y amor de Dios. De modo semejante, desde la encarnación, en todo corazón humano hay huellas de la presencia de Jesús, el Hijo de Dios hecho nuestro hermano y protagonista: "todo ha sido creado por él y para él. El es antes que todo y todo subsiste en él" (Col 1,16-17).
Es un hecho que se puede constatar continuamente: no hay un solo corazón humano que permanezca insensible ante la bienaventuradas y el mandato del amor. Y es más evidente este hecho cuando se presenta, con autenticidad y coherencia, la vida de Jesús que "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). El atractivo de Jesús es irresistible, cuando su vida aparece a través de la vida de sus testigos. Entonces no deja de "arder el corazón" (Lc 24,32).
La huella de Jesús, que se encuentra en todo corazón humano y en toda cultura, necesita, para despertar en la conciencia de cada persona, encontrar la sintonía de creyentes que vivan enamorados de Cristo y que sean su transparencia. Hace ya veinte siglos que resonaron en el mundo las palabras de Jesús: "yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). "No hay salvación fuera de él" (Act 4,12). El problema de fondo es que Cristo ha querido necesitar de nuestro testimonio para que le encuentren a él como "Dios con nosotros".
Los seguidores de Cristo están llamados a "transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que les anima" (RMi 24). "No hay que dejarse atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones" (Rmi 66). No se puede anunciar a Cristo por medio de evangelizadores tristes y desalentados. La sociedad humana necesita siempre ver en a los creyentes y apóstoles "la alegría de Cristo" (EN 80), como huella clara de su presencia salvífica.
En toda época histórica y, de modo especial, en la nuestra, el ser humano busca garantías de "salvación". Hay miles de propuestas por parte de grupos fanáticos y de sectas ilusas, que, a pesar de ser trampa y cartón, han acertado en el blanco: "sentirse" salvados. La trampa está en el "sentirse" sujetivista al margen del amor de donación y, por tanto, al margen de Cristo "el Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4,14). Una "religiosidad sin Dios" (PDV 6) es un ateísmo camuflado, una religiosidad salvaje.
Es fácil encontrar a Cristo y, en él, a Dios Amor, cuando uno sabe dar un "vaso de agua" al hermano sediento (Mt 10,42), respetar y admirar la inocencia de un niño (Mt 18,10), alentar a un enfermo (Mt 25,36), levantar a un marginado mal herido (Lc 10,33-34), compartir el pan con los demás (Mt 25,35), comprender los defectos del hermano (Mt 7,2ss). Entonces, a través nuestro, "Cristo se convierte en signo legible de Dios que es amor" (SD 3).
Cristo deja sus huellas en la vida de cada persona. Para una mujer divorciada, las huellas de Jesús eran las de un forastero "cansado del camino", que pedía de beber (Jn 4,6). Para un enfermo que sufría parálisis hacía ya 38 años, fue una pregunta dirigida al corazón: "¿quieres curar?" (Jn 5,6-7). Para un ciego recién curado por Jesús, fue un examen sobre la fe: "¿crees en el Hijo de Dios?" (Jn 9,35). Para Saulo, el fariseo perseguidor de los cristianos, fue descubrir que Cristo vivía en cada hermano: "Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act 9,4)...
Jesús está acostumbrado a que le cierren las puertas (Lc 2,7) y a que le esquiven su mirada de amor (Mc 10,21) o a que interpreten mal sus deseos de salvarnos (Jn 4,9). Esos malentendidos son algo "mejor" que la adulación y la indiferencia. Nadie es capaz de reaccionar ante Cristo y ante su evangelio con "tranquilidad" estoica. Algunos aparentan quedarse tranquilos diciendo que son "agnósticos". Pero ya se encarga Jesús de dejarnos en el corazón una cierta inquietud, que sólo puede satisfacerse con un encuentro verdadero: "dame de esta agua" (Jn 4,15).
En toda cultura y religión hay huellas de Dios Amor, como preparación para un encuentro con él, que se manifiesta en Cristo su Hijo. Siempre se puede adivinar huellas de Dios que conducen a una "madurez en Cristo" (RMi 28). Para avivar esas huellas, se necesitan creyentes y apóstoles que, por su vida profundamente relacionada con Cristo y con los hermanos, manifiesten "su experiencia de Jesús" (RMi 24).
Dios se hace visible en nuestra historia personal y comunitaria. En el atropello y muerte de un inocente o de cualquier hermano, allí está él haciéndonos ver el rostro de su Hijo: "a mi me lo hicisteis" (Mt 25,40). Y cuando somos nosotros los hundidos o marginados y en plena tempestad, allí también está él: "soy yo" (Jn 6,20).
Para que otros hermanos descubran a Cristo presente en su existencia cotidiana, como "pasando" y respetando su libertad, se necesita el testimonio de quienes, sin merecerlo, ya han encontrado al Señor: "este es el Cordero de Dios" (Jn 1,36); "hemos encontrado a Jesús de Nazaret... Ven y verás" (Jn 1,45-46).
3. Compañero de viaje hacia la visión y encuentro definitivo
La cercanía de Jesús, en cada ser humano sin excepción, es una consecuencia de su realidad de Dios hecho nuestro hermano (Jn 1,14). Nuestro caminar hacia el más allá, se nos hace desposorio con Cristo. El comparte nuestro caminar, haciéndose nuestro "camino" y consorte. Y nos hace sentir su misma experiencia filial: nuestro Padre Dios nos mira con el mismo amor con que mira a Jesús (Jn 17,26). Así nos lo dice él mismo: "el Padre os ama" (Jn 16,27).
Repetidamente Jesús explicó el sentido de la vida humana por medio de parábolas de bodas (Mt 22,1-14; 25,1-13). El mismo es el "esposo" (Mt 9,15), es decir, quien comparte nuestro existir corriendo nuestra misma suerte ("consorte") y haciéndonos complemento o prolongación de su misma vida.
Jesús vivió la experiencia de Dios, su Padre, compartiéndola con nosotros: "yo les he dado la gloria que tú me diste" (Jn 17,22; cfr. 17, 5). Toda su vida es un "paso" (pascua) hacia el Padre (Jn 13,1), llevándonos de la mano a todos y cada uno: "salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28); "subo a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).
El Señor habló de este caminar y de esta suerte común, como quien prepara un hogar futuro que ya comienza a ser realidad: "voy a prepararos lugar... De nuevo vendré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros" (Jn 14,2-3). Esta preparación de un hogar común se hace con el seguimiento evangélico de Cristo, compartiendo su misma suerte: "si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26).
Ahora Jesús vive glorificado junto al Padre; pero su deseo más hondo es el de compartir esta gloria y visión de Dios con nosotros, como él mismo lo pidió en la última cena: "Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado" (Jn 17,24).
Nuestra realidad histórica de peregrinos que no pueden esquivar la muerte, se nos convierte en una nueva experiencia de Dios en Cristo su Hijo. En efecto, Cristo comparte con nosotros nuestras limitaciones y hasta nuestra muerte, para hacernos partícipes de su misma vida inmortal: "si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él" (Rom 6,8); "sea que vivamos, sea que muramos, somos del Señor" (Rom 14,8).
Se dice de algunas personas santas que llegaron a experimentar sensiblemente la compañía y la palabra de Jesús. Esta experiencia, de suyo, no es señal de santidad, sino que es un signo de lo que hace Jesús con todos, aunque de modo diverso. Tal vez estas personas, debido a su debilidad, necesitaban estas gracias extraordinarias, o quizá también eran gracias concedidas para que pudieran reconfirmar a otros en la fe y vivencia evangélica. Pablo, refugiado en Corinto después de la predicación dolorosa de Atenas, oyó que Jesús le decía: "no tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 18, 9-10). Juan Pablo II, en la encíclica misionera (RMi 80), aplica este texto a todo apóstol: "precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre".
Nuestra fe en el cielo, donde veremos a Dios "cara a cara" (1Cor 13,12), se basa en el amor esponsal de Cristo resucitado. "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen (o han muerto)" (1Cor 15,20). Su muerte y su resurrección son parte de nuestra herencia.
El Padre nos ama como consortes y prolongación de Cristo. Por esto, "por el gran amor con que nos amó... nos dio vida por Cristo... y nos resucitó y nos sentó en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,4-6).
Es verdad que para experimentar esta cercanía de Cristo y vivir gozosamente la esperanza en la visión de Dios, hay que ser consecuentes con la fe cristiana. Pero Jesús ofreció este don a un criminal arrepentido, que nosotros hemos calificado de "buen ladrón": "hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43). Jesús ha dado "su vida en rescate por todos" (Mt 20,28), puesto que "tenía que morir para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52).
En este caminar personal y comunitario hacia la visión de Dios, encontramos, ya en esta vida, destellos de su presencia, palabra y amor. Cristo comparte con nosotros las luces y sombras de este caminar. Para él, nosotros somos parte de su misma biografía: "mi Iglesia" (Mt 16,18), "mis ovejas" (Jn 10,14), "mis hermanos" (Jn 20,17).
Jesús nos incorpora a su misma vida, para formar una sola familia que siga sus mismos derroteros: "quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). Esta familia de seguidores del Señor encuentra en María su modelo y madre, en una "comunión de vida", que se convierte en actualización y "memoria" del caminar histórico de Jesús.
La Iglesia es la comunidad de creyentes convocada por Cristo resucitado, quien está presente en medio de ella. No es que la comunidad eclesial necesite privilegios históricos, sino que, en los mismos avatares del caminar de toda la familia humana, experimenta por la fe la cercanía del Señor resucitado. Experimentar a Cristo cercano es fruto de la solidaridad con los demás hermanos de todos los pueblos. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia" (GS 1).
El caminar humano está sembrado también de sorpresas desagradables, que frecuentemente parecen ocultar el rostro amoroso de Dios. En estas circunstancias de cruz y de sepulcro vacío, Jesús deja sus huellas pobres, a modo de "lienzos" y de "sudario", para probar nuestra fe, confianza y amor (cfr. Jn 20,6-7). "Ver" a Jesús donde parece que no está, sólo es posible cuando el amor supera la agresividad y el desánimo (cfr Jn 20,8).
El desierto tiene sus rutas conocidas sólo de los expertos. Se necesita un guía seguro para llegar al oasis de aguas refrescantes y sanas. Haciéndose nuestro hermano, como "cordero" llevado al matadero, Cristo es, al mismo tiempo, guía y pastor. El ha experimentado la amargura de las "lagrimas" (Heb 5,7), puesto que fue "tentado en todo a semejanza nuestra" (Heb 4,15). De este modo, el Hijo de Dios hecho nuestro hermano "vino a ser para todos causa de salvación eterna" (Heb 5,9).
Sería una alienación mirar hacia el futuro para olvidar el presente. Pero la vida presente tampoco tendría sentido, si no estuviera abierta al más allá. Nuestros ojos, llenos de polvo, recobran la claridad de su mirada cuando levantamos la cabeza, sin dejar de caminar con los pies en el suelo. El corazón siente la cercanía de Dios en el presente, cuando recuerda que hay una vida definitiva. Cristo nos ayuda a levantar la mirada y a recobrar la esperanza. "El Cordero será su pastor y los conducirá a las fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos" (Apoc 7,17).
La presencia de Jesús en nuestro caminar se descubre por sus huellas eclesiales: su palabra es todavía viviente, su eucaristía es él mismo como pan comido y sacrificio, sus sacramentos son signos eficaces de su acción salvífica, su comunidad eclesial es una fraternidad con Jesús en medio (Mt 18,20)... Su promesa de permanecer con nosotros se ha hecho realidad, que hay que descubrir diariamente, de corazón a corazón: "estaré con vosotros" (Mt 28,20).
MEDITACION BIBLICA
- Sólo Jesús, nuestro hermano, ha visto a Dios
"A Dios no lo ha visto nadie; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18).
"Yo hablo de lo que he visto en mi Padre" (Jo 8,38).
"Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28).
"Jesús, el Hijo de Dios, ha penetrado los cielos" (Heb 4,14).
"El mismo ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8).
"Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo" (Jn 3,13).
- Jesús se nos hace epifanía personal de Dios
"¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis conocido? Quien me ve a mi, ve al Padre" (Jn 14,9).
"Yo y el Padre somos una misma cosa" (Jn 10,30).
"El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria; la gloria propia del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).
"Soy yo" (Jn 6,20).
"Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).
"Sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21).
"En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46).
"Vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7).
"Todo ha sido creado por él y para él. El es antes que todo y todo subsiste en él" (Col 1,16-17).
- Jesús presente en nuestro caminar hacia visión de Dios
"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).
"Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado" (Jn 17,24).
"Yo les he dado la gloria que tú me diste" (Jn 17,22; cfr. 17, 5).
"Subo a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).
"Primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29).
"Vino a los suyos y los suyos no le recibieron; pero a cuantos le recibieron, dioles le poder de llegar a ser hijos de Dios" (Jn 1,11-12).
"Voy a prepararos lugar... De nuevo vendré y os tomaré conmigo, par que donde yo estoy, estéis también vosotros" (Jn 14,2-3).
"Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26).
"Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo, estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria que tú me has dado" (Jn 17,24).
"Si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él" (Rom 6,8).
"Sea que vivamos, sea que muramos, somos del Señor" (Rom 14,8).
"No tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 18, 9-10).
"Vino a ser para todos causa de salvación eterna" (Heb 5,9).
"El Cordero será su pastor y los conducirá a las fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos" (Apoc 7,17).
"Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen (o han muerto)" (1Cor 15,20).
"Por el gran amor con que nos amó... nos dio vida por Cristo... y nos resucitó y nos sentó en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2,4-6).
"Hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43).
"Estaré con vosotros" (Mt 28,20).
- La fe en Jesús tiene sus exigencias
"No creyeron en él... porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,37.44).
"No hay salvación fuera de él" (Act 4,12).
"El Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4,14).
"¿Quieres curar?" (Jn 5,6-7).
"¿Crees en el Hijo de Dios?" (Jn 9,35).
"Saulo, ¿por qué me persigues?" (Act 9,4)...
"Hemos encontrado a Jesús de Nazaret... Ven y verás" (Jn 1,45-46).
"Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).
"El hijo del hombre ha venido a dar su vida en rescate por todos" (Mt 20,28).
"Jesús tenía que morir para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52).
I. UN CORAZON INQUIETO
1. Dios escapa a nuestros conceptos y programaciones
2. La búsqueda incansable del corazón humano
3. Dios se manifiesta y comunica gratuitamente
Meditación bíblica
1. Dios escapa a nuestros conceptos y programaciones
El hombre tiene frecuentemente la manía de dominar y poseer. Y si se le ocurre la idea de "Dios", quiere entonces hacerse un Dios a su medida. Pero Dios es infinitamente bueno y no se deja apresar de esas miras achatadas, sino que es él quien se deja ver y encontrar. No existe corazón humano donde no resuene la voz de Dios: "estoy contigo" (Sal 123,18).
Y no es que las ideas y conceptos sean malos. En ellos de refleja "algo" de Dios. Pero él es "alguien". Si fabricamos ideas nacidas del amor y del deseo de verle y encontrarle, entonces hay algo más que ideas: hay latidos del corazón. En Jesús, Dios nos dice: "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).
Algunos han intentado practicar una especie de "religión", en la que prevalecerían los ritos, las fórmulas y los métodos sin la presencia amorosa de Dios "alguien". Si no se busca la presencia de Dios, todo es pegar golpes al aire. No hay "andamio" ni torre de Babel capaz de llegar a Dios. Pero si es el amor el que busca la relación y el encuentro, entonces cualquier detalle sirve para descorrer el velo que oculta la presencia maravillosa de Dios. Los ritos, fórmulas y métodos son buenos como medios para abrirse a una relación con Dios.
Cuando uno quiere dominar y conquistar a Dios, no se encuentra más que con el eco ridículo de su propia voz. A Dios se le encuentra abriendo el corazón al hermano más pobre, a las flores más olvidadas, al agua que corre, a la luz pasajera...
Si nos empeñamos en programar la visita de Dios a nuestro aire y en cómo él "debería" hacerse presente según nuestros cálculos y horarios, entonces no experimentaremos mas que ausencia, silencio y lejanía de Dios. Nos quejamos de él, olvidando que somos nosotros los que le cerramos la puerta. Si él es el Amor, se dejará sentir donde haya una puerta abierta al amor. Y amar es darse, es decir, todo lo contrario de encerrarse en sí mismo.
Dios es siempre sorpresa. Si le comprendiéramos", no sería El. "Dios es escondido" (Is 45,15). "Nuestro saber de él es siempre inmaduro" (1Cor 13,9).
Respetando el misterio del hombre, descubriremos el misterio de Dios cercano. Cuando se destruye el misterio del hombre reduciéndolo a una cosa útil, Dios no se deja sentir. Entonces no se ve a Dios ni en el hombre ni en la creación.
Los ruidos y las prisas agrandan y desorbitan los problemas. Quienes son fieles a Dios en los momentos de dificultad, le descubren hasta en "la brisa" vespertina (1Reg 19,12). Una planta pisoteada por un viandante y una hojita seca recién caída del árbol, son una historia de amor entre Dios y el hombre. En los ojos inocentes de un niño y en las manos temblorosas de una anciano, hay huellas imborrables de la presencia de Dios. Al Señor le gusta hablar en el "silencio".
Dios se acerca y se deja entrever en los acontecimientos, pero sólo a los que tienen capacidad de escuchar, admirar y agradecer. Cuando experimentamos el silencio y la ausencia de Dios y nos quejamos de ello, es que necesitamos dejarnos "lavar los ojos" por Cristo (Jn 9,7).
En nuestros programas, cuando nos resulta útil, reservamos un espacio para Dios. Pero Dios se deja ver sólo de los sedientos de la verdad y del amor: "soy yo, el que habla contigo" (Jn 4,26; "ya lo has visto" (Jn 9,37).
Cuando se niega a Dios o se duda de él, se le insulta y se le desafía, él con ternura de Padre (Lc 15,20; Os 11,1-4) comprende que en nuestro pataleo infantil no dejamos de buscarle.
Dios sigue soplando con amor para derrumbar todos nuestros castillos de naipes. Nuestras seguridades y parapetos son ídolos falsos porque no suenan a amor. Todas las cosas son buenas porque Dios es bueno. Pero Dios ha creado todo para que construyamos una familia de hermanos. Cuando nos apropiamos de una flor para hacerla exclusivamente nuestra, entonces esa flor ya no comunica el aroma de un "mundo amado" por Dios (Jn 3,16). Cuando el corazón humano se encierra en sí mismo, ya no encuentra al hermano ni a Dios.
Cuando experimentamos lo quebradizo de nuestro ser y los bandazos de la historia, nos da la impresión de que todo se tambalea, también la "idea" de Dios. La protesta y la rabia no sirven para nada. ¿Por qué no aceptar y amar el hecho de que se derrumba nuestra programación y nuestro andamio? Es nuestra "idea" de Dios la que se resquebraja; pero Dios, que nos ama tal como somos, sigue siendo el mismo: el "Otro", el que es "fiel" a la existencia humana por ser fiel al Amor (Ex 3,14).
La persona humana empieza a ser tal cuando tiene la audacia de "trascenderse" haciéndose relación y donación a los otros: "a ti levanto mis ojos, a ti que habitas en los cielos" (Sal 122,1). Esos "cielos", donde Dios habita, son el "más allá" de esa superficie algo rugosa de nuestra historia que palpamos todos los días.
En los momentos de oscuridad, Dios está más cerca que nunca, "más íntimamente presente que yo mismo" (San Agustín). Las explicaciones teóricas son insuficientes. Nos basta con mirar de hito en hito el rostro de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Entonces sentiremos su "mirada de amor" (Mc 10,21). En esos momentos es cuando especialmente "nos guía la fe", pero todavía "no la visión" (2Cor 5,7).
El misterio del hombre comienza a descifrarse cuando su propio ser se abre al amor. "Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).
Cuando reconocemos con autenticidad nuestra limitación, sin patalear y sin desanimarse, entonces descubrimos lo más maravilloso de nuestro ser: se abre al infinito, se hace infinitamente receptivo. Entonces Dios se manifiesta descubriendo y comunicando la profundidad de su verdad y de su amor. La prueba de haber encontrado a Dios es la actitud de escucha y de admiración por todo lo bueno que hay en cada cosa y en cada hermano. "Que yo me conozca a mí, para que te conozca a Ti" (San Agustín).
Sólo los que buscan de verdad, encuentran las maravillas de la creación. La búsqueda sencilla y filial de Dios es señal de haberle encontrado. Todas las cosas nos hablan de él. Desde él se ven todas las cosas en su perspectiva más auténtica. La visión plena de Dios sólo será posible cuando nuestro cántaro, con el que vamos cotidianamente a la fuente, quedará "roto" por la fuerza de los "torrentes de agua viva" (Jn 7,38).
La palabra "Dios", si no llega a ser relación y servicio a los hermanos, no pasa de ser un adorno deleznable y una idea pasajera, vulnerable por las corrientes del pensamiento y del quehacer humano. Pero cuando Dios es "alguien", entonces "ningún torrente puede extinguir el amor" (Cant 8,7).
2. La búsqueda incansable del corazón humano
Se dice que hay muchas cosas inexplicables, muchos "misterios". Pero lo que existe y es realidad no es en sí mismo un misterio. Es simplemente una invitación a llevar a efecto el deseo de saber y de vivir. El problema consiste en si acertamos o no en esa búsqueda, que un día debe ser encuentro.
El misterio más profundo con que se topa todo corazón humano sin excepción, es la búsqueda sobre Dios como realidad viviente. No se trata sólo de ideas, que también cuestionan el corazón humano, sino de "alguien" que, habiéndonos creado por amor, nos sigue conduciendo delicadamente hacia él: "nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que te encuentre" (San Agustín).
No hay pueblo ni cultura que no deje traslucir este "misterio"; pero, como hemos indicado, el verdadero "misterio" consiste en la invitación a continuar en la búsqueda. La tierra reseca ansía el agua para poder hacerse fecunda. Dios nos ha hecho así, a su medida: "mi carne languidece por ti, como tierra reseca sin agua" (Sal 62,2). "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar" (Catecismo de la Iglesia Católica, n.27).
El tema de "ver" a Dios es ya clásico y constante en la historia de la humanidad. Se ha intentado dar una explicación a este deseo universal. El tema no es teórico, sino existencial. Se comienza a descifrar el misterio cuando uno acepta el reto de Dios, que ha sembrado en nuestro corazón el deseo de verle y de encontrarle definitivamente. Sin esta aceptación vivencial,es inútil buscar soluciones. "Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo iré a ver el rostro de mi Dios?" (Sal 41,3).
Jesús hizo brotar en el corazón de la samaritana, que era una mujer divorciada, el deseo de un "agua viva" que es como "rumor de vida eterna" (Jn 4,14). Los deseos de verdad y de bien, que son la quinta esencia de todo corazón humano, sólo se pueden saciar si se orientan hacia la donación, hacia el compartir con los hermanos, hacia Dios Amor. En el camino del martirio, que tendría lugar en Roma, San Ignacio de Antioquía lo expresaba así mi amor está crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarse de materia; sí, en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y desde lo íntimo me está diciendo: ven al Padre".
El corazón humano experimenta unas ansias insaciables y humanamente inexplicables. Los desastres de una humanidad continuamente destruida por guerras, enfermedades, abusos, odios y egoísmos absurdos, deben terminar. Dice San Pablo que nosotros "gemimos dentro de nuestro corazón" (Rom 8,23), como sintonizando con un cosmos resquebrajado que gime oprimido por el pecado del mismo hombre: "la creación entera hasta ahora gime y tiene dolores de parto" (Rom 8,22). Pero ese gemido es auténtico cuando nace de un corazón filial, "que suspira por llegar a la adopción de hijos" (Rom 8,23). Cuando se pierde el espíritu de sintonía con cada hermano que pasa a nuestro lado, el corazón se atrofia. Su "deseo" de Dios sigue martillando, pero ya transformado en una quimera o en una duda enfermiza.
No es que los que decimos que creemos en Dios estamos necesariamente en mejores condiciones que los hermanos que dicen que prescinden de Dios. El corazón tiene sus trampas. Con la etiqueta de la "gloria de Dios" se han manifestado siempre intereses personalistas que han arruinado personas, instituciones eclesiales y pueblos enteros. El "misterio de la iniquidad" (2Tes 2,7) está en todo corazón humano sin excepción. Pero siempre queda, más hondo todavía, el "misterio de la piedad" (1Tim 3,16). Dios nos sigue amando tal como somos, para hacernos tal como él es. Una persona sencilla oraba así: "Señor, acéptame tal como soy, pero haz de mí lo que tú crees que debo ser".
Creían los antiguos que quien viera a Dios dejaría de existir: "nadie puede verlo y quedar con vida" (Ex 33,20). En toda afirmación humana hay siempre una partecita de verdad. Veremos a Dios y lo experimentaremos muy cercano, en la medida en que "muramos" a todo lo que no sea amor, para pasar a una nueva vida. Pero, al mismo tiempo, esta nuestra vida del presente no es definitiva y, por eso, la visión plena de Dios sólo será realidad cuando nuestra vida quedará transformada en vida eterna. Así se entiende la afirmación de San Pablo: "no deseamos ser despojados del cuerpo, sino revestidos (de inmortalidad)" (2Cor 5,4).
Ya podemos decir a Dios, sin complejos de miedo o de conquista: "muéstrame tu rostro" (Ex 33,18); "muéstranos al Padre y nos basta" (Jn 14,8). Los niños no tienen miedo cuando se sienten en un ambiente familiar. Somos los adultos quienes les hemos contagiado nuestros miedos tontos. Cuando el corazón va recuperando su primera fisonomía, todo le parece hermoso. Entonces sabe descifrar la verdadera realidad, donde nos espera Dios, dejando de lado las caretas y fantasmas que nos hemos construido.
El corazón se atrofia cuando piensa que ya lo tiene todo. Entonces está a un paso de la desesperación, cuando las "aguas torrenciales" arrasa su "casa sin fundamento" (Mt 7,26). La salud del corazón humano se manifiesta en la búsqueda permanente del Infinito. Esa búsqueda se alimenta de encuentros hermosos e inolvidables de huellas de Dios, que desaparecieron luego, como diciéndonos silenciosamente que hay un más allá. "Ahora nosotros te seguimos de todo corazón y buscamos tu rostro" (Dan 3,41).
La "luz" para ver a Dios, ya en esta vida, nos la regala él mismo: "en tu luz veremos la luz" (Sal 35, 10). De hecho, ya tenemos destellos de esta luz "desde el seno de la madre" (Is 49,1). Dios nos ha creado con capacidad de "dominar la tierra" (Gen 1,28) y el universo entero. Ya se entiende que es el "dominio" de continuar la obra de Dios en bien de toda la humanidad y de todo el cosmos. Es esa verdadera "conquista" donde se va descubriendo a Dios, con un velo cada vez más tenue que nos separa de él. Y es entonces cuando el deseo de encontrarle definitivamente se hace más intenso: "rompe la tela de este dulce encuentro" (San Juan de la Cruz). Esta es la "contemplación" cristiana de "ver" a Dios cuando y donde parece que no está o cuando parece que se nos aleja. Este evangelio o "buena nueva" es para "los niños" y "pequeños", cuyo corazón ha echado por la borda los lastres del egoísmo (Mt 11,25).
El "rostro" de Dios lo intuimos cuando los gozos nos recuerdan el agradecimiento y cuando las penas nos remiten a un "más allá". A veces nos da la impresión de ver "su espalda" (Ex 33,23) más que sus ojos amorosos. Pero él no nos quiere engañar; su "toque" nos produce dolor porque en nosotros todavía hay algo que no suena a él o porque sus dones todavía no son él. "La cruz es un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (SD 8). Con esta luz de la fe, que sólo puede comunicar Cristo, podemos descubrir que "en el mundo en que vivimos está presente el amor" (SD 3).
3. Dios se manifiesta y comunica gratuitamente
El modo de amar de Dios es diferente del nuestro. Nosotros apreciamos a las personas por su cercanía: cualidades, simpatía, utilidad, afinidad... Así "sabemos" quién es quién. Pero Dios es totalmente "otro". El ama porque es bueno; no porque nosotros somos buenos, sino para hacernos buenos como él. Y ama dándose a sí mismo, más que dándonos sus cosas y sus dones. Ama gratuitamente y sin medida, antes de que nosotros existiéramos, antes de que nosotros le conozcamos y amemos. "Nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo" (Ef 1,4). "El nos ha amado primero" (1Jn 4,10).
Esta gratuidad del amor de Dios nos desconcierta. Primero se nos hace presente en sus cosas o dones, para decirnos que nos ama. Pero luego esos mismos dones aparecen como quebradizos y pasajeros. Y así nos va educando para hacernos comprender que su amor va más allá de sus dones. Su amor es inquebrantable y para siempre: "te he amado con un amor eterno" (Jer 31,3).
El camino de esta vida es siempre original e inédito. No hay dos pasos iguales ni dos trechos del camino que se identifiquen. Cada época y cada momento son irrepetibles, porque cada persona es amada y se construye de modo peculiar. Pero hay siempre "algo" que es común con aplicaciones diversas: el mirar amoroso y providente de Dios. Cada uno abre un camino inédito, que ayudará a otros hermanos a dar su paso irrepetible. "Caminarán, Señor, a la luz de tu rostro" (Sal 88,16).
No nos acostumbramos nunca a esas sorpresas de Dios, que son siempre muestras de su amor gratuito. En el Antiguo Testamento, Dios dejaba entender su presencia con el signo de la "nube" (Ex 24,28). Aparentemente, desde entonces no ha cambiado nada. Porque Dios sigue siendo "el otro", el escondido. Pero cuando leemos el evangelio y entablamos relación personal con Cristo, esa nube, sin dejar de serlo, es "nube luminosa" (Mt 17,5). Ahora, después de la encarnación del Hijo de Dios, en cada momento de nuestra vida y a través de su palabra y de los acontecimientos, Dios nos dice: "este es mi Hijo muy amado; escuchadle" (Mt 17,5).
El modo con que Dios se nos hace presente y cercano, lo escoge él, según la medida de su amor infinito, no según nuestros baremos. A nosotros nos parece que le vamos a encontrar cuando nos autojustificamos o cuando estamos con las botas puestas. Pero quien nos creó de la "nada", conoce nuestro "barro" más que nosotros mismos. En esos momentos de autosuficiencia estamos más embotados que nunca. El espera que reconozcamos nuestra realidad tal como es, sin complejos de escrúpulo ni de perfeccionismo. A él le encontraremos en el "templo" de la vida, cuando nos decidamos a aceptarnos "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23). Es que a él le gusta la autenticidad de que sepamos reconocernos tal como somos ante su mirada de amor.
Por medio de la creación y de la historia, y, sobre todo, por medio de su Hijo Jesucristo, Dios nos ha revelado su amor para hacernos partícipes de él. Dios se nos ha comenzado a manifestar y comunicar. Un día, en el más allá, esos destellos de su presencia y amor serán visión y comunicación plena. Todo es don gratuito de su amor. El ensayo nos resulta doloroso, porque a nosotros nos cuesta amar como él.
Todos los dones que vienen de Dios dejan entrever una fuente que nunca se agota. El es el "manantial de gua viva" (Apoc 22,1). La gratuidad de esa agua se fundamenta en el amor divino: "vosotros los sedientos, venid a las aguas, aun los que no tenéis dinero" (Is 55,1). Dios sólo nos pide que reconozcamos nuestra sed, que sintamos necesidad de él y de los hermanos, reconociendo nuestra realidad limitada que se abre al infinito.
Esa gratuidad del amor divino sólo aparecerá plenamente en el encuentro definitivo con él. El "agua" de su misma vida, que él nos ofrece, se nos convierte en "fuente que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14). No podemos comprender ahora ese modo de amor que es característico de Dios. Para poderle ver, Dios nos pide que creamos en su amor. Le comenzamos a "ver" cuando compartimos sus bienes con los hermanos: "lo que hiciereis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis" (Mt 25,40).
Hay que ensayar en esta tierra el encuentro "inagotable" con Dios. Cuando perdemos la capacidad de admirar las maravillas de la creación y de los retazos de vida de cada hermano, entonces embotamos nuestros ojos para ver a Dios. Si aceptamos amorosamente el misterio de cada ser humano, es que hemos comenzado a ver a Dios. Cuando Dios se nos hará visión plena, no dejará de ser un misterio inagotable y siempre nuevo, sin monotonía ni aburrimiento. Dios es siempre sorprendente.
Si hacemos de los hermanos una cosa útil y manipulable, nos cerramos al amor y a la visión de Dios. Hablar del "cielo" resulta ridículo sólo cuando ya se ha excluido a algún hermano del cielo del amor.
El amor gratuito a los hermanos, a ejemplo de Cristo y según se mandamiento nuevo, se expresa en una donación que no se condiciona a la simpatía ni a la utilidad. El camino para "ver" a Dios en todos los momentos de nuestra vida, es ese amor de gratuidad del que Cristo nos ha dejado ejemplo: "amaros como yo os he amado" (Jn 13,34); "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).
La luz, el aire, el gua, la tierra, el sol..., nos dan una "seguridad" original. Nuestro ser necesita ver, respirar, beber, comer, caminar... Y todo esto es posible porque todas las cosas son buenas, como procedente del corazón de Dios: "y vio Dios ser muy bueno cuanto había creado" (Gen 1,31). El macrocosmos y el microcosmos, lo mismo que una hojita o un pétalo de flor, son maravillas que invitan a abrirse al infinito. Cuando el hombre pisotea esos dones o se cree el amo y señor absoluto de todo, las cosas ocultan su mensaje. Porque lo más importante de todo es que Dios no sólo nos da sus dones, sino que se da a sí mismo en cada uno de las criaturas. Pero ese amor de gratuidad sólo se comienza a entender haciendo del propio ser una donación a todos y en todo.
Respirar pausadamente el aire puro, hacer que el propio ser deje de endurecerse por la crispación de músculos y nervios, invitar a la mente a que sintonice con ideas de verdad y de bien, todo esto es bueno (a modo de "vía", "método", "yoga"...), a condición de que se convierta en apertura a "alguien" que nos ha concebido eternamente en su corazón. Si faltara nuestra actitud relacional con él, no hay método ni yoga capaz de hacer disfrutar a nuestro corazón la paz de su identidad. El corazón humano es así: o se abre al amor de gratuidad o se atrofia en la drogadicción de sucedáneos engañosos.
Educarse para el amor de gratuidad es un "riesgo": se puede perder todo lo que no suene a amor. Pero vale la pena saber desprenderse a tiempo de harapos y chapucerías, que nosotros llamamos "tejidos" y "colirios" (Apoc 3,18). El evangelio de Jesús se ha ido propagando siempre por un testimonio de amor "manso y humilde" (Mt 11,29), que se da gratuitamente: "no quebrará la caña cascada ni apagará la mecha humeante, hasta hacer triunfar el derecho" (Mt 12,20; Is 42,3-4).
El Espíritu de Dios Amor es así. Precisamente por este amor gratuito de Dios, todo ser humano es siempre recuperable. Todos los pueblos de la tierra están esperando ver ese signo verdadero de Dios hecho hombre: "en su nombre pondrán las naciones su esperanza" (Mt 12,21). No hay quien resista a esa fuerza humilde del amor, cuando se manifiesta de verdad. Es la transparencia de las bienaventuranzas la que constituye la misión más eficaz. Por esto "la misión se halla todavía en los comienzos" (RMi 1).
Se dice que los pueblos desaparecen cuando pierden su "memoria" histórica y cultural. Nuestra "memoria" cristiana consiste en recibir y "rumiar en el corazón" los gestos y palabras de Jesús de Nazaret, que "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). Esa es la "memoria" mariana de la Iglesia (Lc 2,19.51), que sabe "gozarse en Dios Salvador" (Lc 1,47), "admirarse" de sus designios (Lc 2,33) y , consiguientemente, "verle" en el rostro de todo hermano necesitado (Jn 2,3).
MEDITACION BIBLICA
- Dios "escondido":
"Dios es escondido" (Is 45,15).
"Nuestro saber de él es siempre inmaduro" (1Cor 13,9).
"A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en los cielos" (Sal 122,1).
- El deseo universal de ver y encontrar a Dios
"En su nombre pondrán las naciones su esperanza" (Mt 12,21).
"No deseamos ser despojados del cuerpo, sino revestidos (de inmortalidad)" (2Cor 5,4).
"Ningún torrente puede extinguir el amor" (Cant 8,7).
"Mi carne languidece por ti, como tierra reseca sin agua" (Sal 62,2).
"Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo iré a ver el rostro de mi Dios?" (Sal 41,3).
"Gemimos dentro de nuestro corazón que suspira por llegar a la adopción de hijos" (Rom 8,23).
"La creación entera hasta ahora gime y tiene dolores de parto" (Rom 8,22).
"Muéstrame tu rostro" (Ex 33,18).
"Ahora nosotros te seguimos de todo corazón y buscamos tu rostro" (Dan 3,41).
"Caminarán, Señor, a la luz de tu rostro" (Sal 88,16).
- Dios se deja ver y encontrar
"Y vio Dios ser muy bueno cuanto había creado" (Gen 1,31).
"Nos ha elegido en Cristo antes de la creación del mundo" (Ef 1,4).
"Te he amado con un amor eterno" (Jer 31,3).
"Estoy contigo" (Sal 123,18).
"Soy yo, el que habla contigo" (Jn 4,26).
"El nos ha amado primero" (1Jn 4,10).
"No quebrará la caña cascada ni apagará la mecha humeante, hasta hacer triunfar el derecho" (Mt 12,20; Is 42,3-4).
"Vosotros los sedientos, venid a las aguas, aun los que no tenéis dinero" (Is 55,1).
"El agua que yo le daré se convertirá en su interior en un manantial que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14).
- Condición para "ver" y encontrar a Dios: amar a los hermanos
"Amaros como yo os he amado" (Jn 13,34).
"Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).
"Lo que hiciereis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mi me lo hicisteis" (Mt 25,40).
"Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,29).
III. DIOS AMOR, FUENTE DE LA MISION. DIMENSION TRINITARIA DE LA MISION DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
Escrito por Super UserIII. DIOS AMOR, FUENTE DE LA MISION. DIMENSION TRINITARIA DE LA MISION DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
1. La misión de Jesús, misión trinitaria
A) El misterio de Dios Amor, uno y trino, revelado por Jesús
B) La misión eterna del Hijo en la misión temporal de Jesús
C) El amor del Padre como fuente de la misión
2. La misión de la Iglesia, fundada en la Trinidad
A) La Iglesia de la Trinidad, misterio de comunión
B) El "kerigma", primer anuncio de Dios Amor
C) Por Cristo Salvador, hacia la Trinidad
3. El fin último de la misión: glorificación de la Trinidad
A) Construir la "comunión" en el corazón del hombre
B) Construir la "comunión" en la comunidad eclesial
C) Construir la "comunión" en la comunidad humana de todos los pueblos
1. La misión de Jesús, misión trinitaria
Sólo por Jesús y en él, sabemos que Dios es Amor, uno y trino, la máxima unidad vital. Dios, en cada "persona" divina, es pura relación de donación. En Dios todo suena a donación mutua. El Padre se expresa a sí mismo en el Hijo, y ambos se expresan amando en el Espíritu Santo. En ese amor tiene origen la creación del hombre, como "única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24).
En ese amor divino tiene origen la misión del Hijo, para hacerse hombre (encarnación) y para redimir a toda la humanidad (redención). La misión es cristocéntrica porque es teocéntrica y trinitaria.
La Trinidad de Dios Amor es el origen de la misión y del mandato misionero, que Cristo confió a su Iglesia. Por esto, "la índole misionera de la Iglesia" está "basada dinámicamente en la misma misión trinitaria" (RMi 1). La misión viene de Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo; se realiza según los planes salvíficos de Dios y se completa continuamente en una dinámica eclesial y cósmica hacia Dios. La misión es toda la Trinidad en acción, para introducir al hombre, creado y restaurado a su imagen, en su misterio trinitario de amor.
A) El misterio de Dios Amor, uno y trino, revelado por Jesús
En toda la vida y mensaje de Jesús encontramos una epifanía personal del misterio de Dios Amor. En cada gesto, momento y palabra suya, el Padre en el amor del Espíritu, nos dice: "este es mi Hijo amado, escuchadlo" (Mt 17,5; 3,17). Al enviarnos a su Hijo, Dios nos ha dado la mayor prueba de su amor (Jn 3,16). En esta misión de su Hijo, por la fuerza del Espíritu, Dios se ha mostrado como "Dios Amor" (1Jn 4,8ss).[1]
El mismo Jesús se nos hace "el camino" para llegar a esta "verdad y vida" (Jn 14,6), que es él mismo, con el Padre y el Espíritu Santo: "quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9ss; cf. 12,45-46). Sólo Jesús, como Hijo unigénito del Padre, conoce y ha visto a Dios (Jn 1,18); por esto, "sólo el Hijo lo puede revelar" (Mt 11,27).[2]
El primer momento en que se revela el misterio trinitario a la humanidad, es el momento de la encarnación, cuando el ángel anunció a María que Jesús, el "Hijo del Altísimo", sería concebido "por obra del Espíritu Santo", porque era enviado para "salvar" a los hombres (Lc 1,26-38; cf. Mt 1,18-21).[3]
Jesús comunicó el Espíritu Santo a los suyos, como enviado por Padre y el Hijo, puesto que procede de ambos por amor, para que los apóstoles pudieran "dar testimonio" de quién es Jesús (Jn 15,26-27; 16,13-14). La unidad de Jesús, con el Padre y en el Espíritu (Jn 16,14-15), se convierte en el origen y el objetivo de la misión: la participación de cada ser humano en la vida trinitaria de Dios amor. Ello equivale a entrar a formar parte de la "unidad" vital de Dios: "que sea uno, como tú, Padre en mí y yo en ti" (Jn 17,21). Esta es la misión que recibió Jesús y que transmitió a los suyos: "como tú me enviaste al mundo, así yo les envío al mundo" (Jn 17,18).[4]
Nosotros conocemos, por medio de Jesús, que la fuente de la misión es la Trinidad de Dios Amor. La misión es cristocéntrica porque es trinitaria: Jesús es el Hijo enviado por el Padre con la fuerza del Espíritu. El gozo de Jesús, al realizar su misión y al hacernos a nosotros partícipes de ella, es "gozo en el Espíritu Santo", porque así se cumplen los designios del Padre (cf. Lc 10,21-24).
Esa misma misión trinitaria, de la que Cristo es portador en cuanto Hijo enviado por el Padre, es la que comunica a sus apóstoles (Jn 20,21), para que puedan transformar ("bautizar") a toda la humanidad, insertándola en la vida de Dios Amor, uno y trino, "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).
A la luz de Dios Amor, revelado por Jesús, descubrimos la unidad vital (la naturaleza), en tres personas distintas, que, por la donación total mutua, son la máxima unidad. La creación y la redención del ser humano (y del universo) tienen origen en Dios Padre, que "nos ha elegido" eternamente en su Hijo único, para ser "hijos de adopción" (hijos en el Hijo), por la gracia y "prenda del Espíritu" (Ef 1,3-14). La creación es obra de la Trinidad.[5]
Cuando Cristo dijo "el Padre os ama" (Jn 16,27), nos indicó que el Padre nos ama como le ama a el (Jn 17,23.26). Por esto, "en el gozo del Espíritu Santo", ya podemos decir, con él, "sí, Padre" (Lc 10,21), "Padre nuestro" (Mt 6,9; cf. Rom 8,14-27). La humanidad será salvada definitivamente en Cristo, cuando adoptará esta actitud filial para con Dios y fraterna hacia todos los demás hermanos. "Así, finalmente, se cumple de verdad el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).[6]
B) La misión eterna del Hijo en la misión temporal de Jesús
Jesús, como Verbo encarnado, es "el Hijo unigénito que está en el seno del Padre" (Jn 1,18). Por el hecho de ser engendrado eternamente por el Padre, procede de él y es igual a él ("consubstancial"). Es "la imagen de Dios invisible" (Col 1,15), "el esplendor de su gloria, la irradiación de su substancia" (Heb 1,3). Esta "procesión" puede llamarse "misión" eterna del Hijo de Dios, y fundamenta la misión temporal. El Hijo es "el enviado al mundo" por el Padre (Jn 17,36; cf. 3,16-17), bajo la acción o "unción" del Espíritu Santo (Lc 4,18).
La misión que Cristo recibió del Padre y que llevó a la práctica, "guiado por el Espíritu" (Lc 4,1.14), da sentido a toda su vida. Procede del Padre y vuelve al Padre (Jn 16,28). Esta dinámica misionera del ser, del obrar y de la vivencia de Cristo, constituye su "pascua", es decir, su paso "hacia el Padre" (Jn 13,1), arrastrando a toda la humanidad con él, hasta "recapitular todo en él" (Ef 1,10), porque "todo se apoya en él" (Col 1,17).
Lo que Cristo recibió del Padre en el amor del Espíritu, es lo que comunica a toda la humanidad, para que todos sean "comunión" o reflejo de la vida trinitaria de Dios Amor: "yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,22).[7]
Por el ejercicio de la misión, Jesús muestra que él es "la Palabra definitiva de la revelación... la autorevelación definitiva de Dios" (RMi 5). Y aunque en toda la creación y en toda la historia, en las culturas y en los pueblos, hay "semillas del Verbo", no cabe separación entre el Verbo y Jesucristo (cf. RMi 6). Las semillas del Verbo, por ser tales, conducen a la plenitud en Cristo, el Verbo encarnado.[8]
Jesús "inauguró en la tierra el reino de los cielos", precisamente como "cumplimiento de la voluntad del Padre" (LG 3). La epifanía trinitaria que tuvo lugar en el bautismo y en la transfiguración de Jesús, mostró su realidad permanente de "Hijo de Dios", concebido por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35).
Misteriosamente y sólo a la luz de la fe, esta epifanía tendrá su máxima expresión en la cruz: entregando su vida en manos del Padre, Jesús, el Hijo, ya podrá comunicar el agua o vida nueva del Espíritu (Jn 19,30-37). La fuerza de la misión llega a su cenit por la "exaltación" de Jesús en la cruz (Jn 3,14-15; 12,32; Fil 2,9). Así Jesús, como "heredero de todas las cosas" (Heb 1,2), podrá orientar a toda la humanidad en la dinámica trinitaria del amor (1Cor 9,6; Ef 2,18).[9]
La vida de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es, pues, "misión" que totaliza o "consagra" todo su ser por el Espíritu enviado por el Padre (Lc 4,18). Su vida misionera es esencialmente trinitaria (Lc 10,21). La "evangelización de los pobres" conlleva esta impronta trinitaria que va transformando la creación en nueva creación, en "un nuevo cielo y una nueva tierra" (Apoc 21,1), "donde habita la justicia" y el amor (2Pe 3,13).
La Trinidad es el fundamento o raíz del mandato misionero comunicado por Cristo a su Iglesia. La economía de la salvación realizada por el Señor (economía salvífica) tiene como fuente la economía o vida íntima de la Trinidad (economía inmanente). Pero nosotros conocemos el misterio de la Trinidad y su economía, sólo a partir del misterio de Cristo y de su economía de salvación.[10]
Las "procesiones" trinitarias ad intra son eternas (el Hijo procede del Padre; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo o por el Hijo) (cf. AG 2). Estas procesiones son el fundamento de las "misiones" ad extra (el Hijo es enviado por el Padre, y el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo).[11]
Así, pues, las procesiones justifican las misiones y éstas dependen de aquellas. La prioridad fontal se encuentra en las procesiones; la prioridad cognoscitiva, por parte nuestra, pertenece a las misiones. Dios Padre es la fuente primera (o el amor fontal) de la misión ad extra. El Hijo realiza el misterio pascual. El Espíritu Santo es enviado e infundido en la Iglesia para santificarla como fruto de la redención del Hijo y de los planes salvíficos del Padre.[12]
A partir del misterio trinitario, se puede, pues, hablar de:
- causa última de la misión: "el amor fontal o caridad de Dios Padre" (AG 2; cf. Jn 3,16);
- misión constitutiva, fundacional y original: el Padre envía al Hijo; el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo;
- misión realizada por Cristo de modo visible (encarnación, redención, misterio pascual) con los signos visibles de la misión invisible (gracia) del Espíritu Santo;
- misión consecuente, continuada y participada en la Iglesia, que es fruto y efecto de la misión constitutiva y de la misión realizada por Cristo.[13]
El prototipo de la misión es la encarnación: el Hijo de Dios, enviado por el Padre y hecho hombre para salvar a la humanidad. Así se continúa en el tiempo (por pura gracia) la generación eterna del Hijo. La misión del Hijo procede del Padre y se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. El objetivo de esta misión es también trinitario: la inhabitación de la Trinidad en el "alma" y la construcción de la comunión en la comunidad humana por medio de la Iglesia (cf. DM 7; AG 4). La vida intra-trinitaria se comunica por la misión del Hijo y del Espíritu Santo.[14]
C) El amor del Padre como fuente de la misión
La misión de Jesús deriva, como de su fuente, del amor del Padre: "el Padre me amó" (Jn 15,9), "el Padre me envió" (Jn 20,21). Este amor del Padre a Cristo enviado, se prolonga en los hombres evangelizados por Cristo: "les has amado como a mí" (Jn 17,23). La misión encomendada a los apóstoles tiene estas mismas características: "así os envío yo" (Jn 20,21). Es, pues, el amor del Padre a su Hijo y al mundo, el que ha dado origen a la misión (Jn 3,16-17; 1Jn 4,8-9). Jesús es el enviado para manifestarnos y comunicarnos este amor.[15]
El amor eterno del Padre al Hijo, y de éste al Padre, se expresa "espirado" en el Espíritu Santo, quien, en este sentido, procede del Padre y del Hijo (o del Padre por el Hijo). Este amor divino ha dado origen a la creación, a la encarnación del Verbo y a la redención. La humanidad entera, en todo su proceso histórico y salvífico, es fruto de este amor.
La misión o envío del Hijo y del Espíritu Santo, corresponde al designio del Padre: "Este designio dimana del 'amor fontal' o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con El en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin 'todo en todas las cosas' (1 Cor 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).[16]
Este "amor de Dios" es "gracia de Nuestro Señor Jesucristo" y "comunicación del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). La causa última (fuente) de la misión es el amor del Padre (cf. AG 2). El Hijo enviado procede del Padre por generación eterna. El Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo procede del Padre y del Hijo por "espiración" eterna de su amor mutuo. La misión del Hijo (por la encarnación, como obra de toda la Trinidad) y la misión del Espíritu Santo (por los signos y efectos de gracia), deriva del Padre como de su fuente original. Las "procesiones" trinitarias, en este contexto de amor mutuo, justifican la misión ad extra; pero ésta no es una necesidad, sino pura gracia para toda la humanidad.[17]
Es toda la Trinidad, como máxima unidad de naturaleza divina y con su distinción de personas iguales entre sí, la que actúa "ad extra", tanto para la obra de la creación como para la encarnación y redención.[18]
La misión del Hijo y del Espíritu, por parte del Padre, es la fuente constitutiva y original de la misión de la Iglesia, que prolonga esta misma misión por mandato de Cristo y por comunicación del Espíritu Santo. La fuente de la misión es, pues, la realidad profunda de Dios Amor, es decir, su economía salvífica trinitaria (economía "ad intra" o inmanente). El Padre es la fuente o causa última del amor y de la misión (economía salvífica "ad extra").[19]
En esta dimensión trinitaria se enmarca todo el plan de salvación, que tiene origen en el Padre en cuanto engendra al Hijo y, con el Hijo, espira el Espíritu Santo, para hacer partícipe de esta realidad divina a todo el género humano: "El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, 'que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura' (Col 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre 'los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos hermanos' (Rom 8,19)" (LG 2).[20]
En el magisterio postconciliar, el tema trinitario ha sido presentado para ser vivido por la Iglesia y anunciado a todos los pueblos. La "renovación interior", a que llama el concilio, tiene como objetivo el tomar conciencia de "la responsabilidad en la difusión del evangelio" para una más eficiente "colaboración en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).[21]
La encíclica Dives in misericordia presenta a Dios Padre misericordioso manifestado en la persona de Jesús su Hijo. "Dios, que es amor, no puede revelarse de otro modo, si no es como misericordioso" (DM 13). Esta misericordia divina debe ser proclamada por medio de la misión de la Iglesia. "La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia... y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador" (ibídem).[22]
2. La misión de la Iglesia, fundada en la Trinidad
La misión que la Iglesia ha recibido de Cristo es la misma que él recibió del Padre y que realizó guiado por el Espíritu Santo (Jn 17,18; 20,21-23; Lc 4,1.18). Por esto la "índole misionera" de la Iglesia está "basada dinámicamente en la misma misión trinitaria" (RMi 1). "Evangelizar es, ante todo... dar testimonio de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo" (EN 26).
El misterio o realidad salvífica de la Iglesia sólo puede captarse en el contexto del misterio trinitario. La Iglesia, por ser expresión e instrumento de Cristo presente en ella, es reflejo de las misiones trinitarias internas y externas, y se fundamenta en ellas.
El universalismo de la misión eclesial, "a todos los pueblos", arranca del hecho de que la humanidad entera está llamada a configurarse ("bautizarse") según el modelo trinitario de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo (cf. Mt 28,19). Los apóstoles podrán "dar testimonio" de Cristo, si reciben "el Espíritu que procede del Padre" y "da testimonio" del Señor (Jn 15,26-27).
A) La Iglesia de la Trinidad, misterio de comunión
Cuando Jesús habló de su Iglesia ("mi Iglesia"), indicó su fundamento visible ("tú eres Pedro"); pero también afirmó su origen fontal en el amor del Padre, quien revela a los hombres su verdadera naturaleza, a modo de edificio que se construye armónicamente (Mt 16,17-18; cf. Ef 2,10; 1Pe 2,5).
La realidad eclesial "dimana del amor fontal o caridad de Dios Padre" (AG 2), de la gracia de Cristo Redentor y de la acción santificadora y unificadora del Espíritu Santo (cf. 2Cor 13,13). La Iglesia es, pues, fruto de los designios salvíficos del Padre, de la donación (o del costado abierto) de Cristo y del envío del Espíritu Santo en Pentecostés. Es, pues, el "icono" de la Trinidad, "la Iglesia de la Trinidad".[23]
La naturaleza misionera de la Iglesia se fundamenta en su relación con el misterio Trinitario de Dios Amor, que debe llegar a todos los corazones y a todos los pueblos. "La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre" (AG 2).
La Iglesia es misterio de comunión por tener su origen en Dios Amor, por Cristo, en el Espíritu Santo. Es "enviada por Dios a las gentes, para ser sacramento universal de salvación" (AG 1), es decir, "instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano" (LG 1).
Esta comunión activa y eficaz de la Iglesia es reflejo de la comunión trinitaria, que es fuente de toda comunión. Por esto, la Iglesia es "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). "El concepto de comunión está en el corazón del autoconocimiento de la Iglesia, en cuanto misterio de la unión personal de cada hombre con la Trinidad divina y con los otros hombres, iniciada por la fe, y orientada a la plenitud escatológica en la Iglesia celeste, aun siendo ya una realidad incoada en la Iglesia sobre la tierra".[24]
Las imágenes bíblicas aplicadas a la Iglesia, indican "comunión", siempre con cierta referencia al misterio trinitario: cuerpo, casa, templo, pueblo, esposa, etc. (cf. LG 6-7). Los creyentes, reunidos en comunidad "convocada" (ecclesia), son "conciudadanos de los santos, familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús... en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Ef 2,19-21). La comunión trinitaria es, pues, el origen y el fundamento de la comunión eclesial.[25]
Al presentar los temas misioneros y, de modo especial, la reflexión teológica sobre la misión de la Iglesia ("misionología"), hay que enmarcarlos "en el designio trinitario de la salvación" (RMi 32). Entonces se da "un nuevo respiro a la misma actividad misionera, concebida no ya como una tarea al margen de la Iglesia, sino insertada en el centro de su vida, como compromiso básico de todo el Pueblo de Dios" (ibídem).[26]
La Iglesia toma su impulso de la vida trinitaria, transmitida por Cristo, para convertirse en instrumento de comunión en el corazón humano, en la familia y en la sociedad entera, anunciando que "por Cristo, tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18). La dinámica misionera de la Iglesia es de comunión: en el Espíritu, por Cristo, al Padre. "La Iglesia... reflejo luminoso y vivo del misterio de la Santísima Trinidad... lleva en sí el misterio del Padre que, sin ser llamado ni enviado por nadie (cf. Rom 11, 33‑35), llama a todos para santificar su nombre y cumplir su voluntad; ella custodia dentro de sí el misterio del Hijo, llamado por el Padre y enviado para anunciar a todos el Reino de Dios, y que llama a todos a su seguimiento; y es depositaria del misterio del Espíritu Santo, que consagra para la misión a los que el Padre llama mediante su Hijo Jesucristo" (PDV 35).
B) El "kerigma", primer anuncio de Dios Amor
El primer anuncio del evangelio ("kerigma") es siempre trinitario: se anuncia a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, que comunica, de parte del Padre, la vida nueva en el Espíritu. La fuerza de la misión no estriba en conceptos, fáciles o difíciles, sino en la realidad de Dios Amor, que supera todo concepto y se encuentra ya en el fondo de cada corazón humano.[27]
Cuando San Pedro, el día de Pentecostés, anunció a Cristo muerto y resucitado, este primer anuncio contenía el misterio trinitario, que se comunica a todo corazón si se abre al amor: "a este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos... Arrepentíos y bautizados en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el Espíritu Santo" (Act 2,32-38).
San Pablo basa el primer anuncio también en el mismo contenido: Cristo, por su resurrección, manifiesta que es Hijo de Dios hecho nuestro hermano por la fuerza del Espíritu. Este es "el evangelio que Dios había prometido por medio de sus profetas en las Escrituras santas. Este evangelio se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David en cuanto hombre, y constituido por su resurrección de entre los muertos, Hijo poderoso de Dios según el Espíritu santificador: Jesucristo, Señor nuestro, por quien he recibido la gracia de ser apóstol, a fin de llevar la fe a todas las naciones" (Rom 1,1-5).[28]
Jesús había enviado a los apóstoles "a todas las gentes", para "enseñar" o anunciar el mensaje de su encarnación y redención, de suerte que toda la humanidad quedara invitada y urgida a participar del misterio trinitario de Dios Amor, "bautizándose" en él (Mt 28,19). Jesús comunicó el Espíritu Santo ("la promesa del Padre") a los apóstoles, para que tuvieran el valor de anunciar en su nombre este misterio de amor a toda la humanidad (cf. Lc 24,47-49).
Los conceptos humanos, siendo válidos en sí mismos, son insuficientes para expresar el misterio de Dios Amor. Todos los pueblos, en sus diversas culturas y conceptos, esperan con deseos profundos ("gemidos") sembrados por Dios en su corazón (cf. Rom 8,22ss), el anuncio de Cristo como Hijo enviado por el Padre para comunicar la nueva vida en el Espíritu. Por esto, "evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Hijo; que en su Verbo Encarnado ha dado a todas las cosas el ser, y ha llamado a los hombres a la vida eterna" (EN 26).[29]
El apóstol queda urgido a hacer este "primer anuncio" a todos los pueblos, dando testimonio de Cristo enviado por el Padre con la fuerza de Espíritu, porque "toda persona tiene el derecho a escuchar la Buena Nueva de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación" (RMi 46).
Las culturas religiosas tienen una experiencia de Dios y trazan un camino de salvación dentro de los límites de una reflexión humana, siempre en el marco de una providencia divina sobrenatural. El anuncio del misterio de Cristo, en este contexto histórico-cultural, da un salto al infinito, que sólo se puede captar con el don de la fe: Dios Amor nos ha enviado a su Hijo para comunicarnos la vida nueva en el Espíritu. La salvación trazada por los designios de Dios no equivale a la "salvación" de un mal concreto (como el dolor, el error, etc.), sino que hace entrar en la intimidad divina por Cristo y en el Espíritu Santo. Es, pues, la salvación integral del hombre en toda su totalidad y según los designios eternos del mismo Dios. Se anuncia, pues, una salvación plena en Cristo:
- el Hijo de Dios, perfecto Dios (Gal 4,4; Rom 9,5),
- perfecto hombre, hermano nuestro (1Tim 2,5; Fil 2,7; Jn 1,14),
- Salvador definitivo, pleno y universal (Tit 3,4).
La novedad de la misión cristiana estriba en este anuncio de la encarnación del Verbo y de su misterio pascual de muerte y resurrección, como epifanía del misterio trinitario. Por Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre, Dios ha querido salvar al hombre por medio del hombre, comunicándole la vida nueva en el Espíritu. El misterio del hombre, creado a imagen de Dios (Gen 1,26-27), ha sido restaurado, por Cristo y en el Espíritu. El hombre ya puede participar de la vida trinitaria (Ef 2,18; Jn 14,17.23).[30]
C) Por Cristo Salvador, hacia la Trinidad
La Iglesia de la Trinidad anuncia a Cristo como "camino" hacia el misterio divino que ha sido revelado y comunicado a la humanidad. Sólo por Cristo Salvador conocemos a Dios en cuanto Padre que ha enviado a su Hijo para salvarnos: "nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10,22). Jesús, "Salvador del mundo" (Jn 4,42), nos hace conocer al Padre como "Dios Amor", que "nos hace participar de su Espíritu" (1Jn 4,8.13-14).[31]
Por el hecho de recibir esta vida nueva de salvación en Cristo, ya podemos "conocer y creer en el amor" de un Dios que se ha manifestado como Amor por habernos enviado a su Hijo con la fuerza del Espíritu (cf. 1Jn 4,13-16). Conocemos el misterio de la Trinidad (que es la economía trascendente respecto a nosotros e inmanente en Dios), gracias a la economía salvífica realizada en esta tierra por Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.
Jesús nos salva haciéndonos partícipes de su misma filiación divina. Por comunicarnos su Espíritu, ya podemos ser de verdad hijos de Dios (por la gracia de "adopción", no por exigencia de nuestra naturaleza). El misterio trinitario se manifiesta en la vida de Jesús (cf. n. 1 de este capítulo); gracias a la redención, se nos ha comunicado a nosotros. "El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios", como "coherederos de Cristo"; por esto, ya podemos decir a Dios "Padre" (Abba), con la misma voz y amor de Cristo, puesto que estamos unidos a él (cf. Rom 8,14-17).[32]
A Dios Amor, uno y trino (la Trinidad), lo hemos conocido amándonos y salvándonos en Cristo su Hijo. El Antiguo Testamento tiene algunas huellas que dejan entrever esta realidad divina trinitaria (Dios crea y dirige la historia con su Palabra y la fuerza de su Espíritu); pero estas huellas sólo se pueden interpretar adecuadamente a la luz del Nuevo Testamento, por el misterio de la encarnación del Verbo y por la venida del Espíritu Santo.[33]
La Iglesia, comunidad convocada por Jesús, entra en el misterio de la Trinidad sólo por medio del mismo Jesús, quien nos ha dado a conocer "todo" lo que él, como Hijo eterno de Dios, ha visto y vivido en el Padre (Jn 1,18; 6,46; 15,15). El Espíritu Santo, enviado por Jesús, "guía hacia la verdad completa" del misterio de Dios (Jn 14,13-15).
Conocer a Cristo, como le conocen sus ovejas (Jn 10,14), es conocer amando su misterio, que es manifestación del misterio de Dios Amor, uno y trino. Conocer a Cristo equivale a conocer la Trinidad. Por medio de la encarnación del Hijo de Dios, "se ha manifestado la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres" (Tit 3,4ss).
Por Cristo, ya sabemos que Dios no es sólo una idea, ni sólo un primer motor, una experiencia o un "absoluto". La salvación de Cristo manifiesta que Dios es "alguien", personal, vivo. Toda su vida es infinita y plena, sin circunstancias pasajeras y sin abstracciones. Como Padre, se expresa a sí mismo perfectamente en el Hijo; como Padre e Hijo, se expresan el amor en el Espíritu Santo. El ser humano, creado a imagen de Dios, como ser que piensa y ama, ya puede entrar, por gracia, en la participación de la vida trinitaria. Por Cristo y en el Espíritu, somos "consortes de la divina naturaleza" (2Pe 1,4).[34]
Por Cristo y en la vida nueva del Espíritu, la humanidad ya puede acercarse al Padre (cf. Ef 2,18). Con la "prenda del Espíritu", ya puede "decir por Cristo amén a Dios" (2Cor 1,20-22). Cuando lleguemos a ver a Dios, será el Espíritu Santo quien nos transformará plenamente en Cristo como hijos de Dios, para llevar a plenitud los planes salvíficos y universales del Padre (2Cor 3,18; cf. Ef 1,5-6). "El amor no sólo crea el bien, sino que hace participar en la misma vida de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En efecto, el que ama desea darse a sí mismo" (DM 7).
Toda la humanidad está llamada a entrar en esta salvación plena y definitiva. "La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos" (RMi 7).[35]
3. El fin último de la misión: glorificación de la Trinidad
El ideal que el cristianismo propone a toda la humanidad, es el de llevar a efecto el plan salvífico del Padre, por Cristo Redentor, en la vida nueva del Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14). La "gloria" de Dios consiste en que todo ser humano, en la integridad de su ser, participe de esta vida divina. Cuando se llegue a este objetivo, entonces se habrá conseguido "la alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6), es decir, la salvación integral y universal de la humanidad, según los designios de Dios.
Jesús, desarrollando la misión encomendada, glorificó al Padre: "Te he glorificado sobre la tierra, he cumplido la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17,4). La gloria de Dios se realiza cuando el hombre entra en el conocimiento vivencial de Dios Amor revelado por Jesucristo: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a tí, único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo" (Jn 17,3; cf. 1Pe 4,11).
La misión de la Iglesia es la misma de Jesús. Por medio de la actividad misionera de la Iglesia, "Dios es glorificado plenamente, desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que cumplió en Jesucristo" (AG 7). Por esta misión eclesial, que es prolongación de la de Jesús, "Dios procura, a la vez, su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).[36]
La gloria de Dios se consigue construyendo el corazón humano, la comunidad eclesial y toda la comunidad humana, según el modelo de la comunión trinitaria. "Esta gloria consiste en que los hombres reciben consciente, libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo y la manifiestan en toda su vida" (PO 2).[37]
A) Construir la "comunión" en el corazón del hombre
La gloria de Dios se fragua en el fondo de cada corazón humano, cuando éste se construye como reflejo de la comunión trinitaria. Por esto, cada persona humana, como ser irrepetible, es el objetivo inmediato de la misión de Cristo y de su Iglesia. La cercanía de Cristo a cada persona concreta (cf. GS 22), continúa en la misión de sus apóstoles, para escuchar, sanar, perdonar (cf. Mt 10,5-8).
En cada corazón humano debe reconstruirse el rostro primitivo de su ser como imagen de Dios Amor, uno y trino. Cuando el corazón se unifica, abriéndose al amor, según el modelo de las bienaventuranzas, entonces se reproduce en él el modelo de comunión que existe en Dios: "amad..., sed perfectos como vuestro Padre del cielo" (Mt 5,44-48).
La paz, que es "comunión" en la sociedad humana, radica fundamentalmente en la comunión y unidad de cada corazón. "La paz es... un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo... La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre... En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia" (GS 78).[38]
La comunión del corazón sólo es posible a partir de la presencia de Cristo, quien, a su vez, es garante de la inhabitación de la Trinidad en él. Cuando "la caridad de Dios se difunde en los corazones por el Espíritu Santo" (Rom 8,26), entonces Dios Amor, uno y trino, establece ahí su "hogar" o casa solariega (cf. Jn 14,15-23).
El objetivo inmediato de la misión de la Iglesia es, pues, conseguir que reine el amor en el corazón de cada ser humano, por la inhabitación de la Trinidad en él. Entonces el corazón se hace "gloria" de Dios por la comunicación del Espíritu en él (cf. Jn 16,14). "La suprema y completa autorrevelación de Dios, que se ha realizado en Cristo, atestiguada por la predicación de los Apóstoles, sigue manifestándose en la Iglesia mediante la misión del Paráclito invisible, el Espíritu de la verdad" (DM 7). La inhabitación de la Trinidad hace participar de esta vida que es fuente de la misión de Cristo y de la Iglesia.[39]
La unidad divina y trinitaria se hace realidad en la unidad del corazón unificado por el amor. La vida intratrinitaria se comunica por medio de la misión del Espíritu Santo, como fruto de la misión de Cristo. Cuando el corazón creyente vive esta realidad de gracia, experimenta la urgencia de la misión: "el Espíritu Santo unifica en la comunión... infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Cuando la vida intratrinitaria se comunica al hombre por la misión del Hijo y del Espíritu Santo, existe entonces la comunión en el corazón, como base de la comunión de toda la sociedad humana.
Dios creó al hombre para relacionarse con él y para que el mismo hombre se realizara en relación de comunión fraterna (Gen 2-3). Esta relación divina se podría concretar en la presencia de inmensidad; pero, por la revelación, sabemos que se concreta en una relación de donación: "su alguno me ama, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada" (Jn 14,23); "el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).
Esta nueva presencia de Dios es de comunicación de su misma vida divina por la caridad. La presencia de Dios en medio de su pueblo, por la "shekiná" o tienda de Yavé (Ex 33,7-11), gracias a la presencia del Hijo de Dios por la encarnación (Jn 1,14), se ha convertido en presencia de donación, a imagen de la donación mutua entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Rom 5,5; Gal 4,6-7).[40]
Juntamente con esta realidad de participación en la vida divina trinitaria, el hombre es hijo de Dios por la gracia de la adopción. El Padre nos hace "hijos en el Hijo" (Ef 1,5), por medio de la redención de Cristo y la comunicación del Espíritu Santo (1Jn 3,1-24; Rom 8, 14-17)[41]
La Iglesia, continuando la misión de Cristo, construye en cada corazón humano esta realidad de "familiares de Dios" (Ef 2,19), "hijos en el Hijo" (Ef 1,5), "templos del Espíritu Santo" (1Cor 6,19). La unidad o comunión del corazón debe reflejar la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cf. Jn 17,21). Precisamente esta comunión es el objetivo de la misión confiada por el Padre a Cristo y, por él, a la Iglesia (cf. Jn 17,18-21).[42]
El anuncio y la construcción del Reino de Cristo comienza precisamente por la llamada a la conversión, a la fe, y al bautismo. Es toda la persona humana la que queda invitada a abrirse a los planes de Dios Amor, puesto que se trata de "conversión de mentalidades y de corazones" (RH 16). El Reino anunciado comienza a establecerse en el corazón (Reino "carismático"), para pasar luego a construir la comunidad (Reino "institucional") y, finalmente, llegar a ser plenitud de resurrección final en Cristo (Reino "escatológico").[43]
Por el bautismo, el creyente en Cristo entra a participar en la vida trinitaria como "consorte de la naturaleza divina" (2Pe 1,4). La gracia recibida configura con Cristo y, por él y en el Espíritu, transforma la persona del creyente en hijo de Dios por participación. La misión de la Iglesia apunta, pues, a crear este nuevo cosmos a partir de un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5).[44]
La misión descrita por Pablo tiene como objetivo "formar a Cristo" en cada ser humano (Gal 4,19), para que desde cada corazón brote la palabra "Padre", pronunciada por quien es hijo de Dios gracias al Espíritu Santo comunicado por Cristo (Gal 4,4-7). Por la "prenda del Espíritu", comunicada por Cristo Redentor, ya podemos decir "sí" a Dios (2Cor 1,20-22).
La vida humana y todo el universo se hace reflejo de Dios Amor, a partir de este sí como "alabanza de su gloria" (Ef 1,6). Es el "sí" de Jesús, que comenzó en la encarnación (cf. Heb 10,5-7) y que quiso el "sí" de María como figura de la Iglesia (Lc 1,38). "Injertados" en Cristo por el bautismo, los creyentes ya pueden "vivir para Dios en Cristo Señor nuestro" (Rom 6,5-11). La vida se hace donación a los hermanos cuando es donación a Dios.[45]
B) Construir la "comunión" en la comunidad eclesial
La Iglesia de la Trinidad es ella misma misterio de comunión y de misión, como hemos visto más arriba (III, 2, A). Lo es porque está llamada a construir la comunión en cada corazón humano y en toda la comunidad humana (cf. n. 3, A y C). Por esto, ella misma se debe construir continuamente como reflejo de la comunión trinitaria. Esta construcción es un proceso de crecimiento en la comunión. La Iglesia es "germen de unidad" para todo el género humano, en la medida en que ella misma sea "comunión de vida" (LG 9).
La Iglesia es "signo" de comunión en cuanto ella misma transparenta y comunica la comunión. Por esto, es "sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).[46]
La comunidad eclesial se construye con la predicación de la Palabra como continuación de la predicación apostólica, con la celebración eucarística como sacramento de unidad y con la solidaridad de compartir los bienes como signo de fraternidad (cf. Act 2,42-47). "En efecto, toda comunidad, para ser cristiana, debe formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la palabra de Dios, en la oración centrada en la eucaristía, en la comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir según las necesidades de los miembros (Act 2,42-47). Cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal" (RMi 51).
Entonces, a imitación de la comunidad eclesial primitiva, se forma "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32). La fuerza del Espíritu se manifiesta en la evangelización, a partir de esta comunión eclesial (cf. Act 4,31.33-34).[47]
Cada comunidad cristiana, por la comunión o vida fraterna, debe ser "un solo cuerpo" por la "unidad del Espíritu" que la anima según diversos carismas (Ef 4,3-6). Todo carisma (gracia), así como toda vocación, forma de vida y ministerio, se dan "según la medida de la donación de Cristo" (Ef 4,7), "para edificar el cuerpo de Cristo" (Ef 4,12). Cada creyente y toda la comunidad crece por el amor: "abrazados a la verdad, en todo crezcamos en la caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo" (Ef 4,15).[48]
La comunidad crece por la fuerza del Espíritu Santo que está en ella (cf. Ef 2,21-22), que ha sido enviado por Jesús resucitado, también presente en medio de los hermanos "reunidos en su nombre" (Mt 18,20). Es una comunión de "santos", de "familiares de Dios", a modo de edificio espiritual, cuyos "fundamentos son los Apóstoles" y cuya "piedra angular es Jesucristo" (Ef 2,19-20). "Primogénito entre muchos hermanos, constituye, con el don de su Espíritu, una nueva comunidad fraterna entre todos los que con fe y caridad le reciben después de su muerte y resurrección, esto es, en su Cuerpo, que es la Iglesia, en la que todos, miembros los unos de los otros, deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones que se les hayan conferido" (GS 32).
La Palabra, convocando a la comunidad eclesial para celebrar el cuerpo eucarístico de Cristo, la transforma en Cuerpo Místico del Señor. El "amén" por el que la comunidad se une a Cristo, la unifica a ella misma como familia de hermanos. El "Padre nuestro" edifica la paz fraterna en este "sí": "por él (por Cristo) decimos amén, para gloria de Dios" (2Cor 1,20; cf. Heb 13,15).[49]
El Espíritu Santo, por ser prenda de comunión entre el Padre y el Hijo, lo es también entre los miembros de la comunidad eclesial (cf. Ef 1,13-14). "Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones" (2Cor 1,21-22).
El programa de este camino de comunión está ya trazado en el misterio trinitario, que se nos convierte para nosotros en economía de salvación universal. La comunidad queda renovada por la comunión de Dios Amor y, por tanto, capacitada para construir la comunión en todos los corazones y en toda la humanidad. Este es el saludo trinitario y misionero del inicio de la celebración eucarística: "la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Cor 13,13).
C) Construir la "comunión" en la comunidad humana de todos los pueblos
La comunidad eclesial, por su misma naturaleza de "pueblo mesiánico", es "germen de unidad para todo el género humano" (LG 9). Efectivamente, "Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él, como de instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16)" (ibídem).
En Cristo y por la Iglesia, el mundo llegará a "la unidad completa" (LG 1), como reflejo de la comunión trinitaria de Dios Amor. Por ser "misterio de comunión", la Iglesia está "abierta a la dinámica misionera y ecuménica".[50]
En el grado en que la Iglesia sea comunión, se constituye en constructora de la comunión universal. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'" (SRS 40). Por esto, la Iglesia es "sacramento inseparable de unidad" para todos los hombres.[51]
El objetivo de la encarnación del Hijo de Dios es de "establecer la paz o comunión con él y una fraterna sociedad entre los hombres" (AG 3). La Iglesia, por ser signo portador de Cristo (misterio), tiene su misma misión : construir la humanidad en comunión de hermanos, "partícipes de la naturaleza divina" (AG 3). "Plugo a Dios llamar a los hombres a la participación de su vida no sólo individualmente, sin mutua conexión mutua entre ellos, sino constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad (cf. Jn 11,52)" (AG 2).
Por el hecho de ser y vivir la comunión trinitaria en el corazón y en la comunidad, la Iglesia se hace instrumento de comunión sin fronteras. "Fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17,21-23)" (RMi 23).
El ser de comunión eclesial (en personas y comunidades) vale más que el hacer. "Se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace" (RMi n. 23).
La antropología y sociología cristiana (es decir, a la luz del evangelio) valoran el ser humano y las realidades humanas según la capacidad de donación: "el hombre... no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Sólo a partir de esta donación personal, es posible construir la sociedad en comunión de hermanos y de pueblos. "El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor" (GS 26).
No será posible lograr los derechos fundamentales de los hombres y de los pueblos, si no se parte del origen del hombre y del mundo: la comunión de Dios Amor. "Ello es imposible si los individuos y los grupos sociales no cultivan en sí mismo y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales, de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracia" (GS 30).
La misión que Cristo encomendó a su Iglesia tiende, pues, a construir la humanidad en comunión de hermanos. Cristo "ordenó a los Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva evangélica, para que la humanidad se hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor" (GS 32). La historia humana es un camino de comunión o solidaridad creciente. "Esta solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su consumación y en que los hombres, salvados por la gracia, como familia amada de Dios y de Cristo hermano, darán a Dios gloria perfecta" (GS 32).
Así, pues, "la promoción humana de la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia", como sacramento o signo eficaz de esta unidad (GS 42). La comunión eclesial, vivida íntegramente, es la base de la comunión de toda la humanidad. "La unión de la familia humana cobra sumo vigor y se completa con la unidad, fundada en Cristo, de la familia constituida por los hijos de Dios" (GS 42). Construyendo esta comunión universal, la Iglesia contribuye a la "edificación de un mundo más humano" (GS 57).[52]
ORIENTACION BILBIOGRAFICA
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Nota: Ver fichas bibliográficas en este capítulo: cruz (nota 9), "kerigma" (nota 28), salvación (notas 31), gracia y filiación adoptiva (notas 32, 41 y 45), religiones no cristianas (nota 33), Iglesia comunión (notas 46-48), Cuerpo Místico (nota 49), promoción humana y evangelización (nota 52).
[1]La teología del evangelio de San Juan y de sus cartas, se mueve en esta dirección de "manifestación" del amor de Dios por medio de Jesús (Jn 3,16-17; 1Jn 3-4). A. FEUILLET, Le mystère de l'amour divin dans la théologie johanninque (Paris, Gabalda, 1972); S. VERGES, Dios es amor. El amor de Dios revelado en Cristo según Juan (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1982). Ver otros estudios sobre San Juan, en la nota 15 del capítulo I y en la orientación bibliográfica final. La Trinidad de Dios hay que presentarla a las religiones fuertemente monosteístas, como la máxima unidad de un Dios que es plenamente vida y amor. La unidad no es abstracción, a modo de una idea o un primer motor, sino la fuente viva en sí misma, aún antes de crear el hombre y el cosmos. Por esto la creación y la redención, por medio de Jesús, se convierten en misión para el hombre creado y redimido, para anunciar y comunicar a otros la misma vida de Dios uno y trino.
[2]El testimonio religioso de Jesús no es el de un "místico" ni el de un fundador de religión que ha tenido una fuerte experiencia de Dios. El testimonio peculiar de Jesús consiste en comunicar lo que él ha visto en el Padre desde la eternidad: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios, y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18); "solamente aquel que ha venido de Dios, ha visto al Padre" (Jn 6,46).
[3]"La autorrevelación de Dios, que es imprescrutable unidad en la Trinidad, queda contenida en las líneas fundamentales de la anunciación en Nazaret" (MD 3). María es "la Madre de Dios Hijo, y por eso, hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo" (LG 53). AA.VV., María y la Santísima Trinidad (Salamanca, Estudios Trinitarios, 1986); J.H. NICOLAS, Synthèse dogmatique. De la Trinité à la Trinité (Paris, Beauchesne, 1986).
[4]V.M. CAPDEVILA, Trinidad y misión en el evangelio y en las cartas de San Juan: Estudios Trinitarios 15 (1981) 83-153.
[5]"Todo es uno en ellos, donde no existe oposición de relación... A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está toto en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia: DS 1330-1331).
[6]Ver el tema de la misión en relación con la Trinidad, en los apartados siguientes. AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970); J. AUER, Dios uno y trino (Barcelona, Herder 1982); N. CIOLA, Immagine di Dio-Trinità e società moderna: Lateranum 58 (1992) 157-180; C. DUQUOC, Dios diferente (Salamanca, Sígueme, 1982); J. ESQUERDA BIFET, Construir la historia amando. Trinidad y existencia humana (Barcelona, Balmes, 1989); B. FORTE, Trinidad como historia (Salamanca, Sígueme, 1988); W. KASPER, El Dios de Jesucristo (Salamanca, Sígueme, 1986); J. MOLTMANN, Trinidad y reino de Dios (Salamanca, Sígueme, 1987); J.J. O'DONNELL, Il mistero della Trinità (Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 1989); G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sígueme, 1980); L. SCHEFFCZYK, Dios uno y trino (Madrid, FAX, 1973); S. VERGES, J.J. DALMAU, Dios revelado por Cristo (Madrid, BAC, 1969).
[7]Esta unidad de "comunión" constituye la naturaleza de la Iglesia, como reflejo de la unidad de la vida trinitaria: "Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). Lumen Gentium4 cita a San Cipriano, De oratione domenica 23: PL 4, 553. Ver el tema de la "comunión" eclesial en el apartado n. 3 del presente capítulo.
[9]AA.VV., La sapienza della croce oggi (Torino, LDC, 1976); AA.VV., Sabiduría de la cruz (Madrid, Narcea, 1980); H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); J. ESQUERDA BIFET, Fuerza de la debilidad. Espiritualidad de la cruz (Madrid, BAC 1993).
[10]La expresión "economía" singifica "designio" (divino), "dispensación", "administración" (Lc 16,2; Col 1,25; Ef 3,2). Se acostumbra a usar más frecuentemente como "economía sacramental", en el sentido de "comunicación (o dispensación) de los frutos del misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia sacramental de la Iglesia" (CEC 1076).
[11]Hay, pues, dos "procesiones" (que también pueden llamarse "misiones") ad intra, que fundamentan la dos misiones ad extra. El Hijo y el Espíritu proceden de la misma fuente (el Padre), pero de diverso modo: el Hijo procede por generación; el Espíritu procede por "espiración" (cf. SANTO TOMAS, I, q.43, a.2). La misión ad extra es visible en cuanto al Hijo (por la encarnación y redención), quien es el autor de la santificación. La misión ad extra es invisible en cuanto al Espíritu Santo, pero con signos externos de santificación (cf. I, q.43, a.7). Los efectos de gracia también pueden ser diversos (iluminacion, afectos) según se atribuyan al Hijo o al Espíritu (cf. I, q.43, a.5). Ver: L. SCHEFFCZYK, Las misiones trinitarias como fuentes de la vida cristiana: Scripta Theologica 24 (1992) 923-940.
[12]Hay que distinguir entre "procesiones" y "relaciones". Las procesiones fundamentan las relaciones. En las relaciones se distinguen tres elementos: el sujeto del que proceden (terminus a quo), el objeto (terminus ad quem) y el fundamento (que consiste en la procesión). El Padre es relación al Hijo por generación activa. El Hijo es relación al Padre por ser engendrado (generación pasiva). El Padre y el Hijo son relación al Espíritu por "espiración" activa. El Espíritu Santo es relación al Padre y al Hijo por "espiración" pasiva. Ver algunos tratados actuales sobre la Trinidad, en la nota 6.
[13]La procesión eterna del Hijo y del Espíritu (respectivamente por generación y espiración) es el fundamento de la misión temporal, como nuevo modo de la presencia de Dios en el mundo. La misión temporal del Hijo y del Espíritu son una extensión (aunque no necesaria) de su procesión eterna. La misión temporal es una gracia y no una necesidad.
[14] La dimension trinitaria de la misión ha sido estudiada con perspectivas cada vez más teológicas, pastorales y espirituales. Propiamente la Iglesia descubre esta dimensión trinitaria por medio de la misión de Cristo. Ver: Y. CONGAR, Principes doctrinaux, en: L'action missionnaire de l'Eglise, Décret "Ad Gentes" (Paris, Cerf, 1967) 185-221; J.S. CONNOR, Towards a trinitarian theology of mission: Missiology 2 (1981) 155-168; A. GILLET, Trinité et mission: Euntes Digest 25 (Kessel-Lo 1992) 6-17; M.G. MASCIARELLI, La Chiesa è missione, prospettiva trinitaria (Casale Monferrato, PIEMME, 1988; A. PEÑAMARIA, Trinidad y misión. Presupuestos teológicos de misionología: Estudios Trinitarios 15 (1981) 363-378; A. RETIF, Trinité et missions: Eglise Vivante 6 (1954) 179-189; L. SCHEFFCZYK, Trinidad y misión en la Iglesia católica, en: Trinidad y misión (Salamanca 1981) 257-268; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981).
[15]El amor de Dios es "amor eterno" (Jer 31,3), "desde el seno materno" (Is 49,1), manifestado con "lazos de amor" (Os 11,1-4). Es amor lleno de "ternura" y "rico en misericordia" (Ef 2,4; cf. 1Pe 1,3). Pablo experimentó este amor en Cristo y lo expresó de diversas maneras: "me amó" (Gal 2,20), "nos amó" (Ef 5,2); "amó a la Iglesia" (Ef 5,25). El mensaje cristiano a todos los pueblos es así: "Jesucristo es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3,16-18)" (VS 118). Ver relación entre la misericordia divina y la misión en el capítulo IV, 1, A. Estudios en esta misma línea: AA.VV., Dives in Misericordia, Commento all'enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981).
[16]En los textos conciliares del Vaticano II sobre la Trinidad (especialmente LG 2-4; AG 2-4), la dimensión trinitaria de la misión no se presenta a partir de conceptos teológicos (que son también válidos), sino a partir de contenidos bíblicos. Por esto, el acento recae en la urgencia de la misión como respuesta al amor de Dios manifetado por Cristo y en el Espíritu. La dinámica es la del texto de Efesios 2,18: en el Espíritu, por Cristo, al Padre, como respuesta a la misión que viene del Padre, por el Hijo, en el Espíritu. "Consumada, pues, la obra, que el Padre confió el Hijo en la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18)" (LG 4; cf. AG 4).
[17]SANTO TOMAS, I q.43 a.2 (generación del Hijo y espiración del Espíritu Santo); I q.43 a.5 (efectos diversos de gracia por ser distintas las personas enviadas); I q.43 a.7 (misión visible del Hijo e invisible del Espíritu con signos visibles).
[18]Ver el apartado 1, A, de este mismo capítulo. La palabra "relación" constituye, en Dios, cada persona: la persona del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es "relación" de generación activa (el Padre), de generación pasiva o de ser engendrado (el Hijo), de espiración pasiva (el Espíritu Santo). A veces se ha subrayado la relación como "mirada" personal, que sería donación total de una persona a la otra, según sea por generación o espiración. "Miraos siempre, Padre e Hijo, miraos siempre sin cesar, porque así se obre mi salud". Cita de: SAN JUAN DE AVILA, Trado del amor de Dios, en: Juan de Avila, escritos sacerdotales (Madrid, BAC, 1969) 135.
[19]Ver la nota 6 sobre la teología trinitaria en general, y la nota 14 sobre la relación entre Trinidad y misión. La Trinidad en los textos conciliares: AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970).
[20]Estudia este tema en sus fuentes bíblicas, patrísticas, liturgicas y místicas, aprovechando la reflexión teológica actual: R. MORETTI, In comunione con la Trinità (Marietti, 1979).
[21]Después de la exponer la dimensión trinitaria de la Iglesia, Lumen Gentium urge a esta renovación. "El Espíritu Santo la renueva incensantemente" (LG 4); ella "es al mismo tiempo santa y necesitada de purificación... está fortalecida con la virtud del Señor resucitado, para... revelar al mundo fielmente su misterio" (LG 8).
[22]La encíclica Dives in Misericordia es del 30 de noviembre de 1980; AAS 72 (1980). Algunos estudios han hecho resaltar su dimensión misionera. AA.VV., Dives in misericordia, commento all'enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Univ. Urbaniana, 1981). Si se tiene en cuenta las encíclicas Redemptor hominis (1979) y Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo (1986), se puede hablar de una "trilogía" magisterial en línea trinitaria.
[23]La expresión "Iglesia de la Trinidad" tiene su origen en las Iglesias de oriente. Cf. G. DRAGAS, Ortodox Ecclesiology in outline: The Greek Ortodox Theological Review 26 (1981) 186ss; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981). Ver otros estudios sobre la Iglesia misionera en relación con la Trinidad, en la nota 26.
[24]Documento de la Congregación para la doctrina de la Fe (de 28 mayo de 1992): Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (Lib. Edit. Vaticana, 1992) 3. Ver también el documento final de Sínodo Episcopal de 1985, sobre la Iglesia misterio, comunión y misión: Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, Relatio finalis (Lib. Edit. Vaticana, 1985). En el n. 3 de este mismo capítulo estudiamos el tema de la Iglesia como constructora de comunión. Lumen Gentium 4 cita a San Cipriano, De orat. dom. 23: PL 4,553.
[25]Estudios sobre la Iglesia, misterio de comunión: AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Teresianum, 1979; J. ESQUERDA BIFET, Compartir con los hermanos, la comunión de los santos (Barcelona, Balmes, 1992; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252.
[26]AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970); J.M. ALONSO, Ecclesia de Trinitate, en: Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (Madrid, BAC, 1966) 138-165; S. DIANICH, Iglesia y misión (Salamanca, Sígueme, 1988) n.7 (La misión "de Trinitate"); M.G. MASCIARELLI, La Chiesa è missione, prospettiva trinitaria (Casale Monferrato, PIEMME, 1988); L. SCHEFFCZYK, Trinidad y misión en la Iglesia católica, en: Trinidad y misión (Salamanca, 1981) 257-268; Idem, Las misiones trinitarias como fuentes de la vida cristiana: Scripta Theologica 24 (1992) 923-940; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981); Idem, Principios teológicos de la misión de la Iglesia, en: La misionología hoy (Estella, Edt. Verbo Divino, 1987) 194-220.
[27]La palabra "kerigma", en el Nuevo Testamento, indica más bien "proclamación" por medio de la "predicación": Rom 16,25.
[28]Los elementos principales del "kerigma" son: la filiación divina de Jesús (manifestada por la fuerza del Espiritu), su realidad humana (manifestada especialmente en su nacimiento y muerte), su redención por la muerte y resurrección para nuestra salvación. J. DANIELOU, Le Kérygme selon le christianisme primitif, en: L'annonce de l'évangile aujourd'hui (Paris, Cerf 1962) 78-83; C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos (Madrid, Fax, 1974). Estos elementos aparecen muy claramente en los textos bíblicos marianos: María Virgen (Cristo es Dios), María madre (Cristo es hombre), María asociada a la salvación (Cristo es el Salvador): J. ESQUERDA BIFET, María en el "kerigma" o primera evangelización misionera: Marianum 42 (1980) 470-488. Ver el capítulo XII, n.1.
[29]"Las tinieblas del error o del pecado no pueden eliminar totalmente en el hombre la luz de Dios Creador. Por esto, siempre permanece en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud de su conocimiento" (VS 1).
[30]"El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gen 1,26), pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a amar al Señor" (VS inicio). Pero para llegar a la verdad plena necesita de Cristo: "El hombre... debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser, debe 'apropiarse' y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo" (VS 8).
[31]Hemos estudiado el tema de Cristo Salvador en el capítulo I, n.3. Ver el tema de la salvación (dimensión soteriológica de la misión) en el capítulo VI de nuestro estudio (n.2 B). AA.VV.,La salvezza oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1989); A. AMATO, Missione cristiana e centralità di Cristo Gesù, en: La missione del Redentore (Leumann-Torino, LDC, 1992) 13-29.
[32]Esta filiación divina adoptiva, cuando se vive con autenticidad, se convierte en urgencia de anuncio para otros hermanos: "la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). V.Mª CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre (Salamanca, Sec. Trinitario, 1984) I; J. ESQUERDA BIFET, Dame de beber (Barcelona, Balmes, 1991); M. FLICK, Z. ALSZEGHY, El evangelio de la gracia, Antropología teológica (Salamanca, Sígueme, 1971); L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia (Madrid, BAC, 1993); G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sec. Trinitario, 1967); A. ROYO MARIN, Somos hijos de Dios, Misterio divino de la gracia (Madrid, BAC, 1977); A. TURRADO, Somos hijos de Dios (Madrid, BAC, 1977).
[33]Ver el n. 1 de este capítulo (el misterio de Dios Anor, uno y trino, revelado por Jesús). Hemos citado algunos estudios teológicos actuales sobre la Trinidad, en la nota 6 de este capítulo. Algunas expresiones (y vivencias) culturales de los diversos pueblos podrían servir como analogías, lo mismo que sirvieron (una vez purificados) los conceptos de la filosofía grecorromana (sobre persona, naturaleza, etc.). Pero sería inadecuado usar ideas y conceptos inexactos, como la "trimurti" del hinduismo: Brahma, Vishnú, Shiva, a modo de tres funciones divinas (respectivamente: creación, conservación destrucción). M. DELAHOUTRE, Triade, trimurti, Trinità, en: Grande Dizionario delle Religioni (Assisi, Citadella Edit. 1988) 2167-2169; J. DUPUIS, Jesucristo al encuentro de las religiones (Madrid, Paulinas, 1991). Ver el tema de las religiones en el capítulo VIII.
[34]El objetivo principal de la misión de la Iglesia es hacer realidad este "reflejo" de la comunión trinitaria en los corazones y en la comunidad humana. Cuando el corazón humano vive esta realidad, la vida se hace donación a los hermanos sin excepción. "Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo" (RMi 7). Ver el tema en el n. 3 de este capítulo. G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sec. Trinitario, 1967).
[35]Respecto a la salvación, añade Redemptoris Missio: "La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia, es autocomunicación de Dios" (RMi 7).
[36]"La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios" (SAN IRENEO, Adv. Haer., lib. IV 20,7,184).
[37]Los textos bíblicos y magisteriales indican un dinamismo hacia la gloria definitiva de Dios en el más allá, por Cristo y en el Espíritu. Cf. Col 3,4; Rom 8,17; 1Pe 5,10; LG 2; AG 2 y 7; PO 2. H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) 165-181; A. PEÑAMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera: Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425.
[38]Es frecuente el tema del "corazón dividido", como causa de los males de la sociedad. "En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar" (GS 10; cf. 13).
[39]R. MORETTI, In comunione con la Trinità (Marietti, 1979);
G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sígueme, 1980).
[40]Por esto, la formación del apóstol debe orientarse en esta línea trinitaria: "aprender a vivir en trato asiduo y familiar con el Padre, por su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo" (OT 8). Los grandes contemplativos han encontrado en esta fuente la fuerza para el camino de santidad y de misión: "En este templo de Dios, sólo él y el alma se gozan con grandísimo silencio" (SANTA TERESA, Moradas, 7ª, cap. 3,11). "La Santísima Trinidad... de cuya compañía venía al alma un poder que señoreaba toda la tierra" (ídem, Relaciones 24). "Y así, ama el alma a Dios con voluntad y fuerza del mismo Dios, unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma allí transformada" (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual 38,3.
[41]Ver el tema de la filiación divina adoptiva, como participación en la filiación divina de Jesús, en este mismo capítulo III, 1,A y 2,B. Ver: V.Mª. CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre (Salamanca, Sec. Trinitario, 1984); A. ROYO MARIN, Somos hijos de Dios, Misterio divino de la gracia (Madrid, BAC, 1977); M.J. SCHEEBEN, Las maravillas de la gracia (Bilbao, Desclée, 1963); A. TURRADO, Somos hijos de Dios (Madrid, BAC, 1977).
[42]Los predicadores y místicos de la Edad Nueva, como Jan van Ruysbroek (1293-1381), buscaban, por medio de sus escritos y sermones, unificar el corazón de los creyentes a imagen de la Trinidad, según la oración de Cristo en la última cena y el primer capítulo de la carta a los Efesios. Ver: RUYSBROEK, Elevaciones, lib. 6º (la plegaria de Jesús). En estos escritos se inspiró también Isabel de la Trinidad, buscando la gloria de Dios ("la alabanza de gloria", según Ef 1,6) por medio de esta unificación del corazón a imagen de la Trinidad presente en el alma. Ver especialmente "el cielo en la tierra" y los últimos Ejercicios Espirituales (de 1906): Sor Isabel de la Trinidad, obras completas (Burgos, Monte Carmelo, 1979) 129-193.
[43]Ver el capítulo VII, n. 1 de nuestro estudio. C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y Soteriología (Bogotá, CELAM, 1987) tema V: "Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca").
[44]Sobre la llamada al bautismo, como acción misionera específica de la Iglesia, en el capítulo VII n.1 de nuestro estudio.
[45]Además de los estudios sobre la gracia citados en las notas 32, 24, 41, ver: CH. BAUMGARTNER, La gracia de Cristo (Barcelona, Herder, 1969); H. DE LUBAC, Le mystère du surnaturel (Paris, 1965); P. GALTIER, La gracia santificante (Barcelona, Herder, 1964); J.H. NICOLAS, Les profondeurs de la grâce (Paris, Beauchesne, 1969); G. PHILIPS, L'union personelle avec le Dieu vivant (Gembloux, Duculot, 1974); H. RONDET, La gracia de Cristo (Barcelona, Estela, 1966); E. SCHILLEBEECKX, Cristo y los cristianos, gracia y liberación (Madrid, Cristiandad, 1982).
[46]Además de los estudios citados en la nota 25 (sobre la Iglesia comunión), ver: C. BONIVENTO, Sacramento di unità (Bologna, 1976); J. ESQUERDA BIFET, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252; C. SCANZILLO, La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Ist. Scienze Religiose, 1987). Sobre la Iglesia "sacramento universal de salvación", ver el capítulo VI, n.2 de nuestro estudio.
[47]La "koinonía" (comunión, comunidad) equivale a la unidad del "cuerpo" místico de Cristo como fruto de la participación en la eucaristía (1Cor 10,16-17), y se manifiesta en el compartir los bienes (Heb 13,16), también al estilo de la primera comunidad cristiana (Act 4,32). AA.VV., Comunión: nuevo rostro de la misión (Burgos, 1981); J. CAPMANY, Misión en la comunión (Madrid, PPC, 1984); Y. CONGAR, Diversité et communion (Paris, Cerf, 1982); M.J. LE GUILLOU, Mission et unité, les exigences de la communion (Paris, 1964).
[48]La diversidad de vocaciones y carismas, es en vistas a ejercer diversos servicios o "ministerios". "La Iglesia es una por la unidad de la caridad, porque todos están unidos por el amor de Dios y entre sí por el amor mutuo" (SANTO TOMAS, Exposit. in Symbol. Apost.a.9). Ver: Y. CONGAR, Ministeri e comunione ecclesiale (Bologna, Dehoniane, 1973).
[49]Ver el tema de la Iglesia como Cuerpo Místico en la encíclica de Pío XII (29 de junio de 1943): Mystici Corporis Christi: AAS 35 (1943) 193-248. Dimensión misionera: O. DOMINGUEZ, El dogma del Cuerpo Místico y la espiritualidad misionera: Misiones Extranjeras n.12 (1953) 99-117.
[51]SAN CIPRIANO, Epist. ad Magnum 6: PL 3,1142. Ver el tema de la Iglesia como "sacramento universal de salvación" en el capítulo VI, 2 B de nuestro estudio. C. BONIVENTO, La Chiesa sacramento di salvezza per tutte le nazioni: Euntes Docete 28 (1975) 1-50; 316-354; Y.M. CONGAR, Un peuple messianique, l'Église sacrement du salut (Paris, Cerf, 1975).
[52]Ver el tema de la promoción humana en relación con la misión, en el capítulo VII, 2 C. Ver: J. ALFARO, Hacia una teología del progreso humano (Barcelona, Herder, 1969); A. NICOLAS, Teología del progresso (Salamanca, Sígueme, 1972); J. SARAIVA MARTINS, Evangelizare pauperibus, evangelizzazione e promozione umana, en: Cristo, Chiesa, Missione (Urbaniana Univ. Press, 1992) 327-342.
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TEOLOGIA Y SANTIDAD
Juan Esquerda Bifet
Introducción: El estudio y la docencia de la teología como camino de santidad
1. Camino de santidad según las diversas funciones de la teología
2. Camino de santidad según las actitudes teológicas ante la Palabra de Dios
3. Camino de santidad como asimilación teológica del misterio de Cristo
Líneas conclusivas: El deseo y compromiso de santidad, como garantía de la autenticidad de la teología
* * *
Introducción: El estudio y la docencia de la teología como camino de santidad
El hecho de dedicarse al estudio o a la docencia «teológica», equivale a emprender un camino de «santidad». «Estudiar» a Dios, «leer» su Palabra, significa querer «conocer» a Dios amándolo. «El conocimiento de la verdad cristiana recuerda íntimamente y exige interiormente el amor a Aquel a quien ha dado su asentimiento»[1].
Relacionar teología y santidad, equivale a entrar en un camino de esperanza y de gozo, capaz de superar todas las angustias, los riesgos y los retos, que suelen surgir en la búsqueda sincera de la verdad plena, la cual sólo existe en Dios revelado por Cristo.
Sin el deseo y compromiso de santidad, como exigencia del bautismo para configurarse con Cristo, no se aceptarían las exigencias de la teología sobre el misterio de Dios Amor ni la moral de las bienaventuranzas, ni las implicaciones evangélicas de la vocación cristiana laical, religiosa y sacerdotal.
Solo Dios es «Santo», trascendente, que pide a sus creyentes «ser santos», amar como él, vivir anclados en su trascendencia (cfr. Lv 11,44; 1 Pe 1,16). Dios Amor nos ha revelado el misterio de su intimidad, por medio de su Hijo, para que lo conozcamos vivencialmente y «para que vivamos por él» (1 Jn 4,9)[2].
Juan Pablo II, haciéndose eco de las proposiciones del Sínodo Episcopal sobre la Iglesia en Europa, dejó constancia de su «gratitud» y aprecio por «la vocación de los teólogos», así como por «su trabajo»[3].
El desarrollo de la reflexión teológica sobre el misterio de Dios Amor, revelado por Cristo, es un compromiso de responder a una llamada, que se traduce en relación personal (contemplación), imitación (seguimiento evangélico) y transformación en Cristo (santidad como perfección de la caridad). El estudio teológico necesita la actitud previa del amor a Cristo, a quien se ha dado el asentimiento de fe y por quien se ha asumido una opción fundamental, que da sentido a la existencia cristiana.
La Instrucción pastoral Teología y Secularización recuerda que «la teología nace de la fe y está llamada a interpretarla manteniendo su vinculo irrenunciable con la comunidad eclesial» (n.69). Esta «llamada» a la comunión eclesial es llamada a la santidad, como configuración con Cristo. Entonces se capta mejor que «la Iglesia necesita de la teología, como la teología necesita de su vinculo eclesial» (ibídem).
Una teología, elaborada seriamente, produce en el teólogo y en quienes siguen su docencia, «la alegría cristiana» de «acoger plenamente a Jesucristo en la comunión de la Iglesia» (ibídem, n.68). Entonces es una teología que lleva a la celebración, a la contemplación, a la vivencia y a la misión[4].
La Instrucción alude brevemente a la santidad, relacionada con el trabajo teológico (cfr. n. 9, 54, 59, 60). Desarrolla algo más el tema cuando, citando el concilio, recuerda que la santidad consiste en «la perfección de la caridad» (LG 40) y afirma que «es la vocación última de toda persona humana» (n.54)[5].
El estudio y la docencia teológica se encuadran, pues, en el contexto de la llamada a la santidad, que es propia de todo bautizado, según la síntesis final del sermón de la montaña (cfr. Mt 5,48). Así se llega a la caridad, como «plenitud de la ley» (Rom 13,10) y como «vínculo de perfección» (Col 3,14). Toda la vida cristiana consiste en «caminar en el amor» (Ef 5,1).
Si la teología es un «discipulado» que «nace de la fe», entonces se convierte en una función de «hacer discípulos» de Jesús en plenitud (cfr. Mt 28,19), para poder recibir «la vida nueva en el Espíritu» y «seguir la vida de Cristo». Por esto, de todo teólogo y de todo creyente se debería decir: «El discípulo de Cristo, unido al Salvador y movido por el Espíritu Santo, es capaz de alcanzar la caridad, la santidad» (Instrucción, n.54).
La Instrucicón recuerda también la misión de la Iglesia, la cual «no deja de proclamar que en Cristo el hombre ha recuperado la santidad primera» (n.60). La gracia, ofrecida por Cristo, «hace plenamente libre la libertad humana, orientando al hombre hacia la Bienaventuranza». Es «todo el hombre», la totalidad de su ser, que está llamado a «desarrollar una vida moral auténtica» (ibídem, cita GS 23).
La teología es un camino y un servicio de santidad. Es la «ciencia» sobre Cristo crucificado y resucitado (cfr. 1 Cor 2,2; 2 Cor 5,16), que comporta el compromiso de «vivir» en él como respuesta a su amor (Gal 2,19-20) y de «formar a Cristo» en los demás (Gal 4,19). El misterio de esta vida de amor de Cristo y a Cristo, «supera toda ciencia» (Ef 3,19), pero el Señor ha querido necesitar de nuestra reflexión teológica como ayuda necesaria para la Iglesia peregrina[6].
1. Camino de santidad según las diversas funciones de la teología
A Dios se le encuentra, en un proceso de humildad confiada y audaz («fides quaerens intellectum»), en la medida en que se le busque tal como es, sin querer imponerle nuestros preconceptos. El estudio y la docencia teológica son un proceso continuo de «conversión», como apertura a los nuevos planes salvíficos de Dios en Cristo.
Sin una actitud permanente (aunque siempre imperfecta) de fidelidad al Espíritu Santo, sería imposible encontrar el Verbo escondido en los textos escriturísticos, inspirados por el mismo Espíritu.
Las diversas funciones de la teología (científico-sistemática, celebrativa, kerigmnática, vivencial) se armonizan entre sí, cuando el corazón se compromete en un proceso de unificación por el amor. Los avances en cada una de estas funciones teológicas se consiguen con un equilibrio armónico, que deriva hacia una evolución armónica. Un corazón dividido, que antepusiera algo al amor de Cristo, tendría el riesgo de generar dicotomía y disenso.
La «comprensión» de Dios, como tarea específica de la teología, se desarrolla entre la posibilidad de conseguirla por parte del hombre, y la imposibilidad de llegar, en esta tierra, a una comprensión perfecta. «Si comprendes, entonces eso no es Dios»[7].
1ª) En el camino de la función científico-sistemática
El proceso de la reflexión teológica a nivel científico-sistemático, es parecido al de la inserción de la fe en las diversas culturas. La fe del creyente necesita expresarse en términos y contenidos de reflexión humana y, a veces, científica.
La fe cristiana sale al encuentro del profundo deseo del hombre para conocer y amar a Dios: «En lo más profundo del corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de Dios {...} El hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda» (FR 24, 27)[8].
La propia reflexión, así como cualquier dato de una cultura, se usa con la libertad de quien busca la verdad plena. Son elementos que necesitan valorarse y también purificarse, para poder llegar a «la razón ilustrada por la fe» o también a «la inteligencia de la fe». El proceso es, pues, de valoración, purificación e inicio de entrada en una verdad plena, que sólo se encuentra en Dios revelado por Jesús.
La terminología teológica es siempre imperfecta, aunque necesita y puede tener un nivel de validez relativa en el caminar de la Iglesia peregrina, hasta llegar a la visión de Dios[9].
Este camino científico-sistemático necesita la humildad de reconocer tanto la validez del esfuerzo de reflexión, como las limitaciones del fruto conseguido. Quien busca a Dios atraído por su amor (que equivale al deseo de santidad), no tiene inconveniente en reconocer las limitaciones de la reflexión teológica. Al mismo tiempo, tiene la audacia de proponer con insistencia y claridad sus reflexiones, para abrir nuevos caminos a la comprensión del misterio divino. Los dones de Dios (también los de la reflexión teológica) no son Dios[10].
2ª) En el camino de la función celebrativa
La función celebrativa de la teología indica la pista del misterio divino, manifestado en Cristo y celebrado como misterio pascual. Toda celebración litúrgica es anuncio, actualización y comunicación del misterio de Cristo muerto y resucitado.
Cualquier contenido de la teología, además de ser un esfuerzo intelectual sistemático, tiene que invitar a la celebración del mismo misterio que se estudia. Las realidades teológicas y salvíficas que se reflexionan, acontecen de hecho en la celebración litúrgica. Por esto el estudio de la teología prepara cristianos liturgos, además de profetas y santos.
El conocimiento amoroso del misterio divino se abre fácilmente a esta función celebrativa, que, por su naturaleza, es comunitaria, como expresión de la comunión eclesial.
La carencia de deseo de santidad tiene el riesgo de hacer subjetivista y teórico el estudio de la teología. Entonces se entraría en un proceso de reflexión sobre teorías y aproximaciones, ajenos a los acontecimientos salvíficos que son esenciales en el mensaje doctrinal del evangelio. La doctrina teológica es inherente al hecho salvífico de Cristo, Verbo encarnado, redentor, resucitado, presente en las celebraciones litúrgicas. Debe ser también un encuentro con Cristo vivo.
El estudio y la docencia de la teología son camino que ayuda a la comunidad a ser «pan partido» como Cristo Eucaristía. De ahí que la teología esté orientada hacia la celebración litúrgica, como «cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10). La liturgia es «la fuente primaria y necesaria» de la vida cristiana y de la «actuación pastoral» (SC 14).
Con esta dimensión celebrativa, los contenidos de la teología se actualizan durante el año litúrgico y, de modo especial, en las celebraciones litúrgicas. Se reflexiona sobre «alguien» presente en la Iglesia y en el mundo. «Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica» (SC 7). «Está presente en el sacrificio de la Misa {...} en los Sacramentos {...} en su palabra {...} Está presente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, él mismo que prometió: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18,20)» (SC 7)[11].
3ª) En el camino de la función kerigmática
La función kerigmática de la teología abre la puerta al anuncio del misterio de Cristo. Toda reflexión teológica debe capacitar al teólogo para el anuncio. Sin el deseo de santidad, que incluye el deseo de misión (amar y hacer amar al Amor), las reflexiones teológicas no ayudarían en la tarea kerigmática de la predicación[12].
Se reflexiona sobre «alguien» (Cristo, en su doctrina y en sus hechos salvíficos), sobre quien se ha tomado una opción fundamental en el camino del amor y de la misión.
El resumen de las constituciones conciliares del Vaticano II hace patente una dinámica que debería notarse en toda exposición teológica: El misterio de Cristo, presente en la Iglesia (LG) y en el mundo (GS), se concreta en él mismo como Palabra del Padre (DV), qua ha hecho de su vida una oblación pascual (SC). Esta síntesis de las constituciones del concilio Vaticano II, es una fuerte invitación al anuncio del misterio de Cristo a todos los pueblos (AG).
Para anunciar a Cristo tal como es, es necesario dar testimonio del misterio que se predica. «La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad {...} La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión {...} La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión “ad gentes” exige misioneros santos» (RMi 90)[13].
4ª) En el camino de la función vivencial
La opción fundamental por Cristo, que es la clave de la decisión de amarle de todo, consiste en aceptarle vivencialmente tal como es: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Así es la respuesta comprometida a la pregunta previa de Jesús: «¿Quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). De ahí nace el «gozo» de aceptar a Cristo, la «verdad», tal como es, sin concesiones al consenso: «¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
Si la santidad consiste en «la perfección de la caridad», y la teología es un camino para conocer a Dios amándole, entonces por el hecho de seguir este camino se acierta a ver la relación entre el amor y la aceptación de la realidad de Cristo: «Tú sabes que te amo» (Jn 21,15). No habría teología, si ésta no fuera la expresión de una fe como «conocimiento de Cristo vivido personalmente» (VS 88)[14].
La teología es exigente. No sería posible sin una fuerte relación personal con Cristo (aspecto contemplativo), sin una disponibilidad para dejarse configurar o transformar en él y sin una vida de pobreza a imitación de la suya. Es difícil, si no imposible, acertar en la reflexión teológica (la cual no es una simple reflexión filosófica), sin contemplación y sin pobreza evangélica.
La fe se «incultura» auténticamente en la mente del teólogo y del apóstol, cuando se inserta o incultura en el propio corazón. Algunos fallos que existen en el desarrollo del tratado de gracia (cuando este tratado se explica) y la falta de apertura a la misión universalista «ad gentes» (cuando se explica la misionología), son debidos a actitudes de falta de generosidad en el camino del amor.
Una prueba de la necesidad de santidad, como exigencia de la función vivencial de la teología, se puede constatar en el hecho de cómo se presenta la moral cristiana, que no puede derivar principalmente del decálogo ni de la ética natural, sino de las bienaventuranzas: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). Por esto, sin el deseo de santidad, es imposible comprender y vivir las exigencias de la moral matrimonial, social, vocacional[15].
2. Camino de santidad según las actitudes teológicas ante la Palabra de Dios
El camino teológico es camino de auscultar constantemente la invitación del Padre: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo» (Mt 17,5). No existe propiamente una labor teológica a tiempo parcial, analógicamente a como no existe una oración cristiana propiamente dicha sin la actitud permanente (aunque sea sólo implícita) de relación personal con Dios.
La actitud teológica ante la Palabra Dios es un camino de apertura a la acción santificadora del mismo Dios. No se podría entrar en este proceso de fidelidad a la Palabra, pronunciada en el eterno «silencio» de Dios, sin una actitud de «silencio» interior, que es proceso de apertura al amor.
La teología reflexiona científicamente sobre la Palabra revelada (don e iniciativa de Dios) para dejarse sorprender por ella, tal como es creída, predicada, enseñada y celebrada en la Iglesia, y tal como la han asimilado los santos por un proceso de contemplación y de perfección.
Si la Palabra de Dios no entrara hasta el fondo del corazón para unificarlo por el amor, las reflexiones «teológicas» se reducirían a un mosaico hecho añicos y arrastrado por la tempestad o por la moda del momento.
1ª) Teología de la sorpresa, del misterio, del más allá
El misterio de Dios Amor revelado por Cristo es siempre mucho más allá de todas nuestras reflexiones, sin quitar a estas reflexiones su validez y necesidad durante el tiempo de Iglesia peregrina. Para hacer teología, se necesita «el impulso de la sorpresa» (FR 105)[16].
Los términos contingentes de la teología, por el hecho de ser un esfuerzo humano, son válidos cuando no ofuscan la trascendencia del misterio divino. Esta referencia es parte integrante del camino de la teología y de la santidad[17].
El corazón del teólogo se abre para recibir a Dios tal como es. La iniciativa de la búsqueda es del mismo Dios, quien suscita la búsqueda teológica en el corazón, como «teología» sobre la «fe», para intentar comprenderla sin tergiversarla.
Al estudiar la Palabra, es decir, los contenidos de la revelación, se la recibe como «revelada», comunicada donada por Dios. Pero la Palabra resuena también con términos y reflexiones humanas en personas que son «testigos» peculiares de la fe profesada y vivida por la Iglesia.
Sólo se puede entrar en los contenidos de la Palabra, con un corazón que sabe respetarla, sin manipularla, mientras, al mismo tiempo, la reflexiona con la audacia filial de saberse invitado a iniciar la experiencia sapiencial que prepara el encuentro definitivo con Dios Amor.
A Dios se le ama alegrándose de su misterio insondable, que ya comienza a ser comunicado, pero todavía no en plenitud. Precisamente por este «más allá» de los frutos de la propia reflexión, el teólogo se deja sorprender y cuestionar por el misterio, para prepararse a recibir y encontrar nuevas luces de Dios.
El método filosófico y teológico que usaba el Bto. Ramón Llull, al dialogar con los creyentes de otras religiones (especialmente con los musulmanes), consistía en partir del respeto que ellos tenían del misterio de Dios, para invitarles a alegrarse de saber (si lo aceptaban) que Dios (uno y trino, Verbo Encarnado) era más allá de sus creencias. Hoy esta actitud humilde ante el misterio es difícil encontrarla en algunas reflexiones teológicas (cristianas y de otras religiones). Al afirmar la fuerza de la razón, Llull no deja de subrayar la necesidad de la fe para «que creamos lo que no podemos entender... y entendamos que Dios es cosa mayor de lo que nosotros podemos entender»[18].
2ª) Teología de la apertura desde la propia realidad limitada.
También para el teólogo vale la llamada a una actitud de búsqueda humilde y confiada. «El hombre se encuentra en un camino de búsqueda, humanamente interminable: búsqueda de verdad y búsqueda de una persona de quien fiarse. La fe cristiana le ayuda ofreciéndole la posibilidad concreta de ver realizado el objetivo de esta búsqueda... Así, en Jesucristo, que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última dirigida a la humanidad para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y nostalgia» (FR 33).
La reflexión teológica sobre el misterio de Dios se distingue de otro tipo de reflexión, porque, por tratarse de Dios Amor revelado por Cristo, el teólogo tiene que adecuar sus criterios, su escala de valores y sus actitudes. «Conocer» a Dios, es un proceso de fe, esperanza y amor. Dios no es una idea, sino alguien. No podría darse verdadera teología sin la apertura del propio ser con todos sus componentes (pensar, sentir, amar, obrar).
Por el hecho de querer expresar el misterio de Dios con términos humanos, éstos deben reconocerse como contingentes, limitados y siempre insuficientes para abarcar todo el misterio de Dios. La validez de estos términos, por los que se expresa la reflexión humana sobre Dios, no puede hacer olvidar su provisionalidad a modo de hipótesis de trabajo y de andamios que ya no servirán en la visión de Dios[19].
No puede haber una reflexión teológica “autónoma”, en el sentido de elaborar teorías, hipótesis o suposiciones al margen de la revelación. Sería un “feudalismo” intelectual abusivo. La vitalidad siempre nueva de la teología supone esta actitud humilde ante la verdad revelada. «La teología se apoya, como en cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura unida a la Tradición; así se mantiene firme y recobra su juventud, penetrando a la luz de la fe la verdad escondida en el misterio de Cristo» (DV 24).
La humildad, a modo de infancia espiritual, es cualidad que acompaña en todo el camino de la verdadera sabiduría: «Cuantos teólogos hay sin gracia del Espíritu Santo, nada son {...} El Espíritu Santo es ayo de niños{...} ¡Y qué bien enseñado será el niño que de tal ayo saliere enseñado!»[20].
3ª) Teología de la esperanza como confianza filial y “tensión”
El camino teológico, además de ser camino de fe hacia el conocimiento del misterio de Dios y camino de caridad hacia la unión con Dios, es también camino de esperanza, que equivale a una actitud de confianza filial, de audacia y de tensión hacia una plenitud.
Se trabaja en un ambiente «familiar», no como «extraños», sino como «familiares de Dios» (Ef 2,19). Por esto se tiene la audacia de buscar y de proponer, que es señal de humildad y de verdad. Precisamente la humildad de saber que las reflexiones son limitadas (y que siempre pueden y deben mejorarse), ayuda a la libertad de los hijos de Dios, basada en la verdad de la caridad (cfr. Ef 4,15).
La búsqueda teológica expresa la sed del corazón humano, suscitada por el mismo Dios. Incluso, a la luz de la revelación cristiana, esta sed del hombre es suscitada por la «sed» de Dios, quien tiene siempre la iniciativa en el camino del amor: «nos ha amado primero» (1 Jn 4,19). Es él quien busca al hombre, antes de que éste le busque a él. La «sed» de la reflexión teológica auténtica se traduce en un encuentro a modo de etapa de un camino, que invita a seguir buscando para poder encontrar cada vez más.
Esta confianza y tensión de la esperanza «no defrauda», si se vive en sintonía con «el amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5,5).
La búsqueda esperanzada de la teología se apoya en una relación que podríamos llamar esponsal y contemplativa: es Dios (en Cristo) quien primero sale al encuentro, para ofrecer y pedir una relación, la de compartir la misma vida con él. El «gozo» de la esperanza (cfr. Rom 12,12) da sentido a la fatiga de la búsqueda. El corazón busca hasta encontrar a Dios plenamente. Mientras tanto, el camino queda iluminado por la Palabra, fortalecido por la Eucaristía, vivificado por la caridad, «hasta que el Señor venga» (1 Cor 11,26)[21].
4ª) Teología de la experiencia cristiana de Dios
Para entrar en los contenidos de la Palabra de Dios, se necesita una actitud contemplativa, según la afirmación de Orígenes: «Ninguno puede percibir el significado (del evangelio), si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como madre»[22].
El anuncio evangélico está ligado intrínsecamente a la contemplación (cfr. 1 Jn 1,1ss). Si la teología debe ser un servicio kerigmático, en vistas a la catequesis y predicación, reclama, por ello mismo, una actitud de reflexión previa que respete el misterio del mensaje revelado. Esta actitud es «contemplativa», de «intuir» más allá de lo que se está encontrando. De hecho, la fuerza de la misión evangelizadora arranca de la capacidad contemplativa. Sin esta actitud contemplativa, el teólogo, como todo apóstol, no podría “anunciar a Cristo de modo creíble” (RMi 91)[23].
El servicio teológico prepara a la comunidad eclesial, desde el silencio contemplativo, para ser un estímulo en el encuentro de todas las religiones y culturas con Cristo. La Instrucción sobre Teología y Secularización constata que «la aceptación por la fe del Misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sitúa al cristiano en una forma de oración sin par en las otras religiones» (n.20). Es la teología cristiana la que puede constatar que «Dios vivo y verdadero no puede ser conocido más que cuando Él mismo toma la iniciativa de revelarse» (ibídem, n.21). Por esto, «las comunidades cristianas están llamadas a ser escuelas de oración, en las que se oriente de manera adecuada el hambre de espiritualidad» (ibídem).
Los santos que eran grandes teólogos indicaron la actitud contemplativa (en los momentos de oración y en las dificultades de la vida), como una exigencia del estudio teológico. «El estudiar será alzando el corazón al Señor»[24].
La peculiaridad de la contemplación cristiana, como experiencia de Dios Amor, corresponde a la peculiaridad de la reflexión cristiana sobre el mismo Dios revelado por Cristo. El «Padre nuestro», las bienaventuranzas y el mandamiento del amor, son la quintaesencia del cristianismo, como actitudes infundidas por el mismo Dios Amor, uno y trino. La reflexión teológica sobre la Trinidad, la encarnación y la redención, se realiza con esta misma actitud filial, guiada por el Espíritu Santo.
En la revelación cristiana, Dios se muestra como «Palabra que suena en el silencio»[25]. La fatiga del trabajo teológico forma parte de este «silencio», respetando el misterio infinito de Dios, admirándolo y recibiéndolo para integrarlo en la propia donación incondicional.
El camino de la teología es camino de santidad, porque es camino para prepararse al «silencio» sonoro de la visión de Dios y del encuentro definitivo con él. La validez de las expresiones teológicas se constata por el respeto a este misterio que sólo se abrirá plenamente en el más allá.
Sólo la contemplación cristiana puede responder a los grandes desafíos de la experiencia de Dios en otras religiones. Los retos sobre el dolor y la muerte, que parecen «silencio» y «ausencia» de Dios, sólo tienen respuesta en Cristo, como «Verbo» encarnado (Palabra entre nosotros) y como «Emmanuel» (Dios con nosotros). Los grandes y meritorios esfuerzos de otras religiones (que intuyen un más allá trascendente a toda reflexión) necesitan ver en el cristianismo la Palabra pronunciada en el silencio de la adoración, admiración y donación. La teología del siglo XXI tiene planteado en esta realidad el mayor desafío de su historia[26].
La teología, con esta dimensión contemplativa, busca encontrando («buscad y hallaréis»), para seguir buscando de modo insistente, «llamando» a la puerta del corazón de Dios, que quiere comunicar el misterio de Cristo a toda la humanidad («llamad y se os abrirá»). El camino de la teología se dirige a la trascendencia de un más allá, insospechado por toda ciencia humana y por todas las otras religiones: «Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2).
La fe «ha estimulado ciertamente la razón a permanecer abierta a la novedad radical que comporta la revelación de Dios» (FR 101). La reflexión sobre la Palabra de Dios, reclama actitud de «silencio contemplativo», porque esta Palabra, el Verbo, se ha pronunciado eternamente en el «silencio» de Dios Amor, y sólo se comunica cuando hay la actitud humilde y confiada del silencio contemplativo. Efectivamente, «una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el alma»[27].
3. Camino de santidad como asimilación teológica del misterio de Cristo
Si la teología cristiana no ayudara a experimentar un encuentro con Cristo vivo (resucitado, presente en los hermanos y bajo signos eclesiales), perdería su nota característica, que es la de reflexionar sobre Dios Amor revelado por Cristo. Si Cristo es la Palabra definitiva de Dios, ello hace ver (sin destruir) la validez de la reflexión humana, que intenta entrar en los secretos de las ciencias, de la filosofía y de la teología.
Se puede constatar, en los años postconciliares del Vaticano II, un cierto desconcierto por parte de quienes reciben cursos de actualización. No me refiero propiamente a errores dogmáticos de loa expositores ), sino más bien a una exposición teórica, expresada a veces con terminología ambigua, que plantea dudas sin dar la posibilidad de resolverlas, desalentando con frecuencia a los agentes de pastoral[28].
Me parece que estas exposiciones, a veces poco alentadores de la vocación y del ministerio apostólico, son debidas a la falta de dimensión cristológica de los estudios teológicos, como había pedido el concilio. Cualquier exposición teológica debe ser un aliciente para anunciar, celebrar, vivir y comunicar el Misterio de Cristo[29].
El enfoque de los estudios teológicos no ha llegado todavía a aplicar las directrices claras del concilio sobre la orientación hacia el Misterio de Cristo: «En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el Misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal» (OT 14; cfr. PDV 53)[30].
Algunos escritos actuales están algo lejos de este enfoque alentador. La reflexión paulina sobre el Misterio de Cristo, por el contrario, deja siempre la impronta de un estímulo hacia la santidad y el apostolado: «El amor de Cristo nos apremia al pensar que... murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2Cor 5,14-15). A Pablo lo que le hacía afrontar con pasión las circunstancias adversas de la vida, era el ideal de «formar a Cristo» en todo ser humano (Gal 4,19).
Cualquier aspecto de la reflexión teológica gira en torno a Dios Amor revelado por Cristo. Es, pues, el misterio de Cristo el que da sentido a toda la labor teológica cristiana. «En el origen de nuestro ser como creyentes hay un encuentro, único en su género, en el que se manifiesta un misterio oculto en los siglos (cfr. 1 Cor 2,7; Rom 16, 25-26), pero ahora revelado. Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cfr. Ef 1, 9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina» (FR 7)[31].
Los diversos tratados de teología (y de modo analógico todo tratado científico y filosófico) pueden encuadrarse en alguna de estas etapas del estudio sobre el Misterio de Cristo:
1ª) El Misterio de Cristo escondido (preexistente) en el misterio de Dios. Estudio sobre la trascendencia de Dios y sobre el origen de los seres (Dios creador). Estudio sobre el misterio de Dios revelado por Cristo (Dios uno y trino, Trinidad).
2ª) El Misterio de Cristo preparado en la creación y en la historia humana. Estudio sobre los seres creados, el progreso humano, la historia de la humanidad, con una perspectiva que guía y prepara para el Misterio de Cristo. Las culturas y las religiones están en esta perspectiva querida por Dios. A la creación se la ama de verdad, cuando se la valora a la luz de la realidad cristológica del proyecto global y definitivo de Dios Amor. Por esto, «todo lo que ha hecho Dios es muy bueno» (Gen 1,31) y todo está llamado a tener a «Cristo como cabeza» (Ef 1,10). «Todo ha sido creado por él y para él... y todo tiene en él su consistencia» (Col 1,16-17)[32].
3ª) El Misterio de Cristo esperado y deseado en la historia del pueblo de la primera Alianza. Estudio sobre las Escrituras del Antiguo Testamento, que contienen la revelación propiamente dicha. El Verbo está «escondido» en estos escritos y sólo puede ser descubierto plenamente con la ayuda de la gracia y de la fe cristiana.
4ª) El Misterio de Cristo presente, como Verbo Encarnado, en la comunidad eclesial. A la luz de los escritos del Nuevo Testamento y de la Tradición, estudio sobre la encarnación y redención, sobre la Iglesia y sus signos salvíficos y servicios, de camino hacia el encuentro definitivo. Cristo está presente «en medio» de sus hermanos (cfr. Mt 18,20), que forman su familia-comunidad como «misterio» (Cristo presente), comunión (Cristo en medio de los hermanos) y misión (Cristo anunciado y comunicado a toda la humanidad).
5ª) El Misterio de Cristo «glorificado» en la plenitud del más allá. Estudio sobre la escatología cristiana, a partir de la revelación sobre el Misterio de Cristo. Significado de la esperanza, como confianza y tensión constructiva y comprometida hacia el más allá.
Se trata de entrar en sintonía con Dios Amor, que ha enviado a su Hijo como protagonista de nuestra historia, «para que vivamos por él» (1 Jn 4,9). La dinámica de este camino (también en los estudios teológicos) es de tensión confiada y constructiva, «hasta que vuelva» (1 Cor 4,5; 11,26). Esta dinámica contagia entusiasmo, para trabajar en el campo apostólico, especialmente en momentos, como los actuales, cuando no siempre se puede constatar el fruto inmediato de los esfuerzos realizados. El himno “ven, Señor Jesús” (Ap 22,20) infundía aliento a los mártires de la Iglesia primitiva.
El esfuerzo de la razón, en todo el proceso de reflexión científica, filosófica, teológica, tiene esta orientación cristológica: «Lo que la razón humana busca “sin conocerlo” (Hch 17, 23), puede ser encontrado sólo por medio de Cristo: lo que en Él se revela, en efecto, es la “plena verdad” (cfr. Jn 1, 14-16) de todo ser que en Él y por Él ha sido creado y después encuentra en Él su plenitud (cfr. Col 1, 17)» (FR 34).
El aprecio por la reflexión teológica se basa en que «la razón puede alcanzar el bien sumo y la verdad suprema en la persona del Verbo encarnado» (FR 41). Pero el esfuerzo de la teología cristiana necesita inspirarse en la armonía de la revelación y de la fe, según los contenidos de la Escritura, porque «desconocer la Escritura es desconocer a Cristo»[33].
El camino de la teología es de sintonía con la totalidad del Misterio de Cristo, revelado por Dios, presente en la Iglesia y en el mundo. La apertura incondicional al misterio de Dios, tal como es, está en armonía con la entrega de totalidad. «Jesús pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, un amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios... que se inserta en el movimiento de su donación total» (VS 20).
Sin el deseo de conocer vivencialmente a Cristo, para configurarse con él, no sería posible hacer teología cristiana. La reflexión teológica es tan humilde como audaz, cuando afronta el Misterio de Cristo revelado por Dios Amor, para ser asimilado y vivido. Una reflexión teológica auténtica contagia deseos de santidad y de misión, con la alegría de pertenecer a la comunión eclesial. Entonces la teología vive la audacia y libertad de abrir nuevos horizontes para la ciencia y para la vivencia de la fe.
Líneas conclusivas
La teología es camino de santidad, porque es reflexión sobre Dios, el único Santo, trascendente, que se quiere comunicar tal como es a nuestro corazón contingente, empezando ya desde ahora, pero todavía no en la plenitud que sólo será posible en el más allá.
El deseo y compromiso de santidad es garantía de la autenticidad de la teología. Se trata de conocer amando, es decir, de tomarse en serio el amor de Cristo y el amor a Cristo. La reflexión es auténtica cuando es inteligente y amante. «Busco entender para creer, pero creo para entender» (San Anselmo). «No basta conocer a Dios. Para poderlo encontrar, es necesario amarlo. El conocimiento debe hacerse amor»[34].
La reflexión teológica sobre el Misterio de Cristo lleva a valorar los signos «pobres» donde Cristo espera a todo creyente, es decir, en la propia realidad y en la realidad de los hermanos, abierta a los nuevos planes de Dios Amor en Cristo.
Probablemente una de las señales de falta de autenticidad en la teología, es la abundancia de palabras y rodeos, sin contenidos doctrinales y sin claridad. Quien busca a Dios para conocerle y amarle, y también para hacerle conocer y amar, se hace inteligible en sus explicaciones.
La reflexión teológica se realiza en el camino de la Iglesia, la cual está constituida por un conjunto de signos «pobres» (personas vocacionadas, servicios, carismas...), portadores del misterio de Cristo. La «fuerza» de la teología estriba en su «debilidad» de aceptar, al mismo tiempo, la pobreza y la validez relativa de sus expresiones. A la Iglesia la han renovado sólo los santos, muchos de ellos grandes teólogos, amándola y caminando con ella como en una familia que busca vivir en plena sintonía con Cristo.
Una sociedad «icónica» como la nuestra, necesita teólogos que vivan y enseñen el camino de configurarse con Cristo, indicando, con el propio testimonio, que esta configuración es posible. La renovación eclesial, también en el campo de la teología, producirá un resurgir de vocaciones. La falta de vocaciones de seguimiento evangélico cuestionaría la autenticidad de la teología[35].
La «teología vivida de los santos» (NMi 27), algunos de los cuales han sido grandes teólogos, es un punto de referencia para garantizar la teología sistemática. Es la «teología narrativa» de los «testigos» de cada época histórica. Es teología «sapiencial», que pueden entender (si se traduce a lenguaje sencillo) todos los que desean vivir la fe. Esta teología es siempre de comunión eclesial[36].
La teología es un proceso de apertura a la totalidad del amor, manifestado en Cristo perfecto Dios, perfecto hombre y único Salvador. Con esta actitud de apertura al amor, se acepta la realidad de la comunión «misteriosa» y misionera de la Iglesia. Esta teología es siempre de comunión eclesial: «La teología que escriben santos y que es sólida y en la que concuerdan unos con otros, se debe preferir a la que estas condiciones no tiene»[37].
Las exigencias del amor (a nivel dogmático y moral) no se entienden ni se aceptan, sin el deseo de un amor de totalidad. Sólo el amor de totalidad tiende a la verdad completa sin manipulaciones.
La «fatiga» de la investigación teológica es consecuencia de haber emprendido, con la alegría de la esperanza, «una vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Este trabajo sólo tiene una verdadera compensación, la de no buscar y «no saber nada más que a Cristo crucificado» (1 Cor 2,2). El único ascenso o promoción en el camino teológico es el de poder participar en el misterio pascual de cruz y resurrección. Con este «gozo pascual» (PO 11) se pueden superar todas las incomprensiones y malentendidos.
La reflexión teológica, debido a las diferentes maneras de ser, así como a las culturas y dones recibidos (naturales y sobrenaturales), ha dado origen a una gran diversidad de opiniones y de escuelas, siempre complementarias cuando se trata de valores auténticos. La actitud de humildad y amor, de quien busca la verdad en Cristo, se armoniza con el respeto de las diferencias y con la posibilidad de purificación de las propias expresiones, sin darles un valor absoluto. Sin la actitud humilde y generosa de seguir a Cristo, dejándolo todo por él, no sería posible la actitud científica de buscar la verdad para encontrarla y compartirla en la caridad. La humildad y caridad, componentes esenciales de la santidad, se expresan en el respeto a las opiniones diferentes de los demás, así como también en la libertad y audacia de aportar una crítica constructiva.
El resurgir de la teología se basa en una investigación seria (bíblica, patrística, litúrgica, magisterial), que sea incentivo de vivencia, celebración y anuncio. Este resurgir comunica un gran aliento a los grupos apostólicos y comunidades eclesiales, para su relación personal con Cristo, el seguimiento evangélico, la comunión fraterna y la disponibilidad misionera sin fronteras.
La tarea del teólogo en la dinámica pneumatológica de la Iglesia, consiste en tener la libertad audaz de exponer hipótesis de trabajo, respetando la fe y la interpretación auténtica de la Iglesia. A veces se llega a tener el gozo de encontrar la garantía del Espíritu Santo, cuando se constata (no siempre ni en el propio presente) la aceptación de las propias reflexiones, como expresiones válidas, por parte del magisterio y de la fe de los fieles.
Pero no siempre se puede pretender la aceptación de la propia opinión, y menos aún de las propias expresiones terminológicas. Basta con haber servido de aliciente, y a veces de moderada «provocación», esperando humildemente que la parte o «migajas» de la verdad presentada, se esclarezca y se purifique de eventuales escorias. Así actúa también el Espíritu Santo, como puede constatarse en toda la historia de la Iglesia.
Los grandes investigadores, dedicados especialmente a campos muy concretos de la Escritura, patrística, liturgia, historia, magisterio, quedan casi siempre en la penumbra, mientras, al mismo tiempo, se les ha «utilizados» y, a veces, también silenciado. Hay que reconocer con objetividad y humildad, que los grandes teólogos de cada época son deudores y dependientes de investigadores especializados que les han precedido. Cada uno tiene su propio mérito y cada uno aprende a «darse» sin esperar otro premio «teológico» que el encuentro definitivo con Dios Amor.
La teología vivida construye la comunión eclesial. La sintonía con Dios «Santo», que es Amor, lleva necesariamente a ser la Iglesia de «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32), para compartir todos los bienes con los hermanos. Entonces se está pendiente de los más pobres y necesitados, para compartir con ellos todo lo que se tiene[38].
Si las reflexiones teológicas no se pudieran traducir a términos inteligibles para los sencillos y los niños, no serían teología cristiana propiamente dicha. Los escritos teológicos valen no tanto por lo que dicen, sino por el «misterio» que dejan entrever.
El «amanecer» eclesial, que se vislumbra en muchas partes, a pesar de las apariencias contrarias, está condicionado al proceso de santidad: «Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo» (RMi 92).
También y especialmente los que nos dedicamos a la teología, necesitamos una actitud parecida a la de la Iglesia primitiva: «Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo con “María, la madre de Jesús” (Hch 1, 14), para implorar el Espíritu y obtener fuerza y valor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu» (RMi 92).
María, «mesa intelectual de la fe» (según expresión del Pseudo Epifanio) y «trono de la Sabiduría, es puerto seguro para los que hacen de su vida la búsqueda de la sabiduría» (FR 108). Con ella y como ella, la labor teológica de nuestro presente sabrá ofrecer en abundancia los dones del Espíritu Santo a «un mundo sediento» (DCe 42)[39].
[1] Juan Pablo II, Discurso 24.10.1997, a la asamblea plenaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Los grandes teólogos, como San Agustín y Santo Tomás, enfocaban su reflexión a la luz del amor: «Amemus Deum de Deo» (San Agustín, Sermón 34). Cfr. Santo Tomás, Sth. I-II q.62 a.3.
[2] La búsqueda de Dios, en el estudio teológico y en el camino de santidad, es siempre dolorosa y gozosa. Es el «sufrir a Dios» («pati divina»): Santo Tomás, De Verit. q.26 a.3.
[3]Juan Pablo II, Exhort. Apost. Ecclesia in Europa 52. Por esto hay que invitar a la comunidad cristiana a agradecer y sostener el servicio de los teólogos, en gran parte desconocidos.
[4] La armonía entre estas diversas facetas o funciones de la teología, nace de un corazón unificado por la mirada contemplativa, «simplex intuitus veritatis» (Sth. II-II q.180 a.3 a.1.
[5]Cita el Catecismo de la Iglesia Católica n.1692 y el texto paulino de Ef 1,3-4 (elegidos en Cristo para ser santos).
[6]Ver algunos datos sobre el estudio de la teología con sus derivaciones espirituales y pastorales, en: (Congregación para la Educación Católica) La formación teológica de los futuros sacerdotes (1976); Idem, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo (1990).
[7]San Agustín, Sermón 117, 3, 5 («si comprehendis, non est Deus»). Todo cuando podamos adquirir por la reflexión sobre Dios, queda siempre sobrepasado por la realidad del mismo Dios (cfr. ibídem, 10,15).
[8]Encíclica Fides et Ratio de Juan Pablo II. Citamos con la sigla FR.
[9] Cfr. San Agustín, Sermón 117, 10, 15.
[10]Ésta es la actitud de la mística cristiana: «No quieras enviarme - de hoy más ya mensajero - que no saben decirme lo que quiero» (San Juan De La Cruz, Cántico, 6). Al mismo tiempo se manifiesta un sumo aprecio de los dones recibidos.
[11] La enseñanza teológica se coloca en esa dinámica de santificación, relacionada con la celebración de los sacramentos, los cuales, «no sólo suponen la fe, sino que también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y acciones» (SC 59).
Efectivamente, «significan y cada uno a su manera realiza la santificación del hombre» (SC 7). Por esto se llaman «sacramentos de la fe».
[12] La estrecha relación entre teología y santidad puede también expresarse con la afirmación «contemplata aliis tradere» (Sth. II-II q.188 a.6). La misión consiste en «transmitir a los demás la propia experiencia de Jesús» (enc. Redemptoris Missio 24; citamos con la sigla RMi).
[13] La renovación eclesial sería imposible sin la renovación de la teología, como estimulante de santidad. Lo que en el concilio se afirma de los presbíteros, puede aplicarse a todo docente y discípulo en el campo teológico: “Para conseguir sus propósitos pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del Evangelio por todo el mundo y de diálogo con el mundo actual, (el concilio) exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, usando los medios oportunos recomendados por la Iglesia, se esfuercen siempre hacia una mayor santidad, con la que de día en día se conviertan en ministros más aptos para el servicio de todo el Pueblo de Dios” (PO 12). Orientados por una buena teología, «los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo su triple función sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo} (PO 13).
[14]Añade la enc. Veritatis Splendor: «La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6)» (VS 88).
[15]La eclesiología se resiente del mismo defecto, cuando olvida la realidad bíblica de una Iglesia llamada a ser «esposa» fiel a Cristo y fecunda por la acción del Espíritu Santo. El tema mariológico sufre la misma involución e inversión de marcha, cuando la figura de María no se presenta como personificación de la Iglesia llamada a ser esposa (fiel, santa) y fecunda (madre, misionera).
[16] La definición que da Santo Tomás de Aquino sobre la fe, indica, al mismo tiempo, el valor de la razón y la necesidad de la gracia: «Creer es un acto del entendimiento, que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (Sth., II-II q.2 a.9). Este «acto del entendimiento» forma parte de la reflexión teológica.
[17]Mientras estamos en esta tierra, "no ver es la verdadera visión, porque aquel a quien busca trasciende todo conocimiento" (San GREGORIO De Nisa, Vida de Moisés, contemp. XV n.163).
[18]Ramón LLull, Blanquerna, lib.II, cap.38,3-4. Llull se mueve en esta línea de la trascendencia del misterio, aunque los conceptos humanos sean válidos (cfr. Llibre de Contemplació, cap.283 y cap.366). Estudio el tema en: «La clave evangelizadora del beato Ramón Llull»: Anthologica Annua 7 (2000) 297-362 (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 2000).
[19]«Entonces llegarás a la fuente con cuya agua has sido rociado; entonces verás al descubierto la luz cuyos rayos, por caminos oblicuos y sinuosos, fueron enviados a las tinieblas de tu corazón, y para ver y soportar la cual eres entretanto purificado» (San Agustín, Sobre el evangelio de Juan, trat. 35, 8-9).
[20]Juan de Ávila, Sermón 32, 723ss.
[21] De ahí la importancia de la escatología, que ayude a dinamizar todos los tratados teológicos hacia el encuentro definitivo con Cristo. La Exh. Apost. Ecclesia in Europa (2003) tiene como idea clave: «Jesucristo, fuente de esperanza». Cuando en los estudios teológicos falta el estímulo de la contemplación, de la perfección y de la misión, la teología pierde todo su dinamismo vital y esencial de “exitus” – “reditus” (desde Dios y hacia Dios, con toda la creación y toda la humanidad).
[22]Orígenes, Comm. In Ioan. 1, 6: PG 14,31; citado por RMa nota 47 del n.24. En esta afirmación se relaciona la actitud contemplativa del discípulo con la Madre de Jesús. Recibirla como Madre (cfr. Jn 19,26-27) equivale a dejarla entrar en todo el proceso de la vida interior: contemplación y perfección (cfr. Lc 2,19.51).
[23]«El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías» (RMi 42; cfr. EN 41).El tema de la relación entre contemplación y misión es un tema frecuente en la encíclica Deus Caritas est: DCe 7, 36.
[24]Juan de Ávila, Carta 5, 117s. «Y tome un crucifijo delante y Aquél entienda en todo porque Él es todo y todos predican a éste. Ore, medite y estudie. No sé más» (Carta 2, 285s). Recuerda también que «la Escritura sagrada {...} la da nuestro Señor a trueque de persecución» (ibídem, 266s).
[25]San Ignacio de Antioquía, Carta a los Magnesios VIII, 2).
[26]El corazón humano, durante la vida terrena, nunca está totalmente cerrado a la verdad infinita de Dios. «Deseo expresar firmemente la convicción de que el hombre es capaz de llegar a una visión unitaria y orgánica del saber. Este es uno de los cometidos que el pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximo milenio de la era cristiana» (FR 85). En realidad, Cristo es la «única respuesta a los problemas del hombre» (FR 104; cfr. GS 22). Esto equivale a «presentar a nuestros contemporáneos la doctrina de la Iglesia acerca de Dios, del hombre y del mundo, de forma más adaptada al hombre contemporáneo y a la vez más gustosamente aceptable por parte de ellos» (GS 62).
[27]San Juan de la Cruz, Avisos, Puntos de amor, n.21. «Juan de la Cruz, consecuente con sus afirmaciones acerca de Cristo, nos dice que Dios, “ha quedado como mudo y no tiene más que hablar” (Subida II, 22, 4); el silencio de Dios tiene su más elocuente palabra de amor en Cristo crucificado» (Juan Pablo II, Carta Apostólica Maestro en la Fe n.16).
[28]Los cursos de actualización tienen como objetivo presentar el enfoque cristológico y pneumatologico-salvífico de la teología como fuente de caridad pastoral: «El Espíritu Santo infunde la caridad pastoral, inicia y acompaña al sacerdote a conocer cada vez más profundamente el misterio de Cristo, insondable en su riqueza (cfr. Ef 3,14ss)» (Exhor. Apost. Pastores dabo vobis 70; citamos con la sigla PDV).
[29]La Instrucción Teología y Secularización, afirma: «Para llevar una vida auténticamente cristiana y ser en verdad un discípulo de Jesucristo, no basta con confesarle como Hijo de Dios ante los hombres en la comunión de la Iglesia; este anuncio implica un especial seguimiento de Cristo... Frente al peligro constante en la condición humana de hacer vana la cruz de Cristo (1 Cor 1, 17), la gracia de Dios que nos lleva a su seguimiento nos devuelve a la verdad de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser» (n.52).
[30] La renovación de los estudios teológicos sólo puede venir de un enfoque más cristológico vivencial (litúrgico, contemplativo, misionero): «Renuévense igualmente las disciplinas teológicas por un contacto más vivo con el Misterio de Cristo y la historia de la salvación» (OT 16). De ahí derivará el afianzarse en la vocación de vida apostólica: «Acostúmbrense a unirse a El, como amigos, en íntimo consorcio de vida. Vivan su misterio pascual de forma que sepan unificar en el mismo al pueblo que se les ha de confiar» (OT 8). Es importante observar la evolución del estilo de formación recibida en los Seminarios durante la historia. Resumo el tema en: «Itinerario formativo de las vocaciones sacerdotales. Modelos teológico-históricos»: Seminarium 46 (2006), n.1-2, 291-316.
[31] En los numerosos estudios sobre la encíclica Fides et Ratio no se ha remarcado la relación entre fe y razón en vistas al “encuentro” con Cristo, a pesar de que el tema es frecuente en la encíclica y en todo el magisterio de Juan Pablo II.
[32]«Todas las cosas que provienen de Dios, tienden a una armonía entre sí y con Dios» (Santo Tomás, Sth. I q.47 a.3). «Por la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sab 13,5).
[33]San Jerónimo, Comentario a Isaías, pról.: PL 24,17.
[34]Benedicto XVI, Discurso 3.11.2006, en la Pont. Univ. Gregoriana.
[35] La teología, presentada con el testimonio evangélico, llega al corazón: «El hombre contemporáneo llegará así a reconocer que será tanto más hombre cuanto, entregándose al Evangelio, más se abra Cristo» (FR 102).
[36] La Carta Apostólica Novo Millennio ineunte (NMi), de Juan Pablo II (2001), armoniza la «teología vivida de los santos» con la teología sistemática. «La teología sapiencial de Santa Teresa del Niño Jesús muestra el camino real de toda reflexión teológica e investigación doctrinal: el amor, del que “dependen la ley y los profetas”, es amor que tiende a la verdad y, de este modo, se conserva como auténtico ágape con Dios y con el hombre» (Juan Pablo II, Discurso 24.10.1997, en la asamblea plenaria de la Congregación para la doctrina de la fe).
[37]Juan de Ávila, Memorial segundo al concilio de Trento, n.66.
[38] Sólo una teología de «comunión» podrá aplicar rectamente (sin menoscabo de los «servicios» y de los «servidores») la realidad de que los bienes de la Iglesia son propiedad de los pobres. Cfr. San Gregorio Magno, Homilías, lib.II, hom.20 (Lc 16,19-31). Ver: Obras de San Gregorio Magno (BAC, Madrid 1958) p.769-789.
[39] Las dos últimas palabras de la encíclica Deus Caristas est (“mundo sediento”) son muy significativas, a modo de llamada a la esperanza (sin recalcar tanto las tintas negativas). La teología actual tiene un puesto privilegiado en esta empresa eclesial. Cualquier situación sociológica es recuperable a la luz del Misterio de Cristo, «nuestra esperanza» (1 Tim 1,1).
II. TEOLOGIA MISIONERA
1. Nociones fundamentales de teología misionera
A) Conceptos de misión y de evangelización
B) Objetivo de la evangelización
C) Dimensiones teológicas de la misión
2. Evolución de la teología misionera
A) La misionología, ciencia sobre la misión
B) Problemática "misionológica" actual
C) Teología, pastoral y espiritualidad de la misión
3. Nuevas situaciones y urgencias de la misión
A) Los hitos y lecciones principales de un camino histórico
B) Situaciones actuales y problemática misionera práctica
C) Los nuevos ámbitos de la misión "ad gentes"
D) Hacia una teología en clave misionera
4. Documentos del Magisterio y contenidos doctrinales comparados
A) Encíclicas anteriores al concilio Vaticano II
B) Documentos conciliares del Vaticano II
C) Documentos misioneros del postconcilio
1. Nociones fundamentales de teología misionera
La misión vivida por Jesús y comunicada a su Iglesia, es un dato de fe, una realidad revelada, un don de Dios a la humanidad, un hecho de gracia. En el capítulo precedente ("Jesús evangelizador"), hemos sintetizado los elementos fundamentales de la misión de Jesús, tal como aparecen en los textos evangélicos. La teología es una reflexión sobre los datos de fe, para profundizarlos y vivirlos mejor, respetando el contenido del misterio de Cristo.[1]
La encíclica Redemptoris Missio quiere "animar a los teólogos a profundizar y exponer sistemáticamente los diversos aspectos de la misión universal de la Iglesia, del ecumenismo, del estudio de las grandes religiones y de la misionología" (RMi 83).[2]
En un primer momento, analizaremos los conceptos de misión y de evangelización; indicaremos luego el objetivo, las perspectivas o dimensiones de estos términos y las nuevas situaciones de la misión, resumiendo también los contenidos de los documentos eclesiales más recientes.[3]
A) Conceptos de misión y de evangelización
Las palabras "misión" y "evangelización" son términos análogos, pero cada uno tiene matices diferentes. La "misión" es el acto (divino o eclesial) de enviar. La "evangelización" alude a lo que hay que hacer a modo de acción social y humana (bajo la acción de la gracia). "Evangelizar" significa anunciar ("angello") el gozo o buena nueva ("eu") de que Cristo es el Salvador esperado. "Evangelizar" significa anunciar ("angello") el gozo ("eu") de que Cristo es el Salvador esperado. Se envía al "apóstol" (enviado, misionero), para anunciar la Buena Nueva, es decir, para "evangelizar".[4]
La naturaleza y el origen de la misión y de la evangelización se ha de estudiar en la realidad tal como aparece en los textos escriturísticos. Esta realidad se expresa con términos diversos y complementarios: enviar, evangelizar, proclamar, anunciar, transmitir, testimoniar... Se trata de un contenido polivalente expresado en un contexto más rico que el de las mismas palabras. En efecto, con estos términos se quiere indicar:
- la misión de Jesús comunicada a la Iglesia,
- en su fuente trinitaria: del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo,
- a partir del misterio de la Encarnación y de la Redención (misterio pascual),
- para la salvación plena de toda la humanidad.
Este contenido de la misión constituye su naturaleza o razón de ser, a modo de fundamento. En los textos revelados del Antiguo y del Nuevo Testamento, aparece con claridad el origen de la misión:
- Dios se manifiesta en toda la creación,
- Dios dirige la historia hacia la salvación definitiva,
- Dios manifiesta su voluntad salvífica universal,
- Dios elige unos "enviados" para que tomen conciencia de esta realidad y la transmitan a los demás,
- Dios envía a su Hijo en la plenitud de los tiempos.[5]
El origen de la misión es, pues, el mismo Dios, por Cristo, en el Espíritu Santo. El contenido o naturaleza consiste en el encargo ("mandato") o envío para recordar al hombre la acción divina en la creación y en la historia, para una salvación plena y universal, por medio de Jesucristo su Hijo hecho hombre por nosotros, muerto y resucitado, presente activamente en la Iglesia.
La misión y la evangelización no son, pues, unos simples conceptos que se pueden manejar según etimologías y estructuras de lenguaje, sino una realidad salvífica integral, que es susceptible de estudio objetivo por medio de conceptos adecuados. El teólogo reflexiona la fe a partir de la palabra revelada y de las resonancias eclesiales de la misma en la predicación y magisterio, en la celebración litúrgica y en la vivencia de los fieles.[6]
B) Objetivo de la evangelización
Los elementos fundamentales de la misión y de la evangelización aparecen más claramente cuando se delimita su objetivo o finalidad: "evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo, mediante el Espíritu Santo" (EN 26). Es la misión de anunciar el amor de Dios que transparenta en la creación, en la historia y, de modo especial, en la redención realizada por Jesús.
La misión (envío) es para una acción evangelizadora, que es un proceso o "paso complejo" (EN 24), que se desglosa en unos "elementos esenciales", como son: "anunciar a Cristo a aquellos que lo ignoran, predicación, catequesis, bautismo..., sacramentos" (EN 17).[7]
Este objetivo o finalidad presenta unos elementos o aspectos que fundamentan un dinamismo misionero plurivalente y "complejo". Efectivamente, la evangelización incluye y tiende hacia:
- el anuncio (y testimonio) de Cristo muerto y resucitado, especialmente a los que todavía no han oído hablar de él,
- la proclamación de la salvación integral de la persona humana y de toda la humanidad en Cristo (universalismo),
- la llamada a la adhesión personal a Cristo (por la fe), como proceso de apertura de todo el corazón (conversión),
- la pertenencia (por el bautismo) a un nuevo pueblo o comunidad eclesial (Iglesia visible),
- la celebración y ofrecimiento de unos signos salvíficos (sacramentales) y medios concretos,
- la inserción en la realidad humana histórica y socio-cultural, para llevarla a una trascendencia de plenitud en Cristo y en su Reino definitivo (implantación de la Iglesia).[8]
Este anuncio, proclamación y llamada comprometida y vital se hace a los no cristianos, a los no creyentes, a una sociedad concreta (secularizada o no) y a todos los que ya creen y, al mismo tiempo, necesitan una reafirmación y renovación continua.
Este objetivo salvífico en Cristo es, por ello mismo, la consecución de la gloria de Dios. La creación y la historia, bajo la acción divina, tienden hacia "la revelación de los hijos de Dios" (Rom 8,19), cuando todo, en Cristo, será "alabanza de su gloria" (Ef 1,6), y Cristo podrá presentar al Padre todas las cosas y toda la humanidad como "expresión" o "gloria" suya. Todo hombre debe ser imagen de Dios, insertado en Cristo quien es imagen personal de Dios (cf. Col 1,15) y "esplendor de su gloria" (Heb 1,3).[9]
C) Dimensiones teológicas de la misión
La naturaleza y el objetivo de la misión y evangelización contienen elementos esenciales que la teología misionera analiza, ordena, compara y profundiza, hasta llegar a formar un cuerpo armónico de doctrina. Estos contenidos doctrinales pueden referirse a qué es la misión, cómo llevarla a término y cómo hacerla vida propia en actitudes de disponibilidad. Sería la teología dogmática, la pastoral (metodología) y la espiritualidad (vivencia) de la misión (cf. n.2, C).
Por tratarse de estudiar una realidad revelada, la reflexión debe ir más allá de los conceptos de naturaleza, metodología y vivencia. Por esto, hay que encuadrar la realidad salvífica de la misión en unas perspectivas o dimensiones. A la luz del misterio trinitario, la misión se encuadra en el misterio pascual de Cristo, que da origen y sentido al misterio eclesial y descifra el misterio del hombre, de su mundo y de su historia.
Se puede hablar de diversas dimensiones de la misión: trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, pastoral, antropológica, espiritual... Todas estas dimensiones se enmarcan en la historia de salvación (dimensión salvífica).
a) Dimensión trinitaria:
La misión procede de Dios Amor, uno y trino, y se realiza con su fuerza para llevar toda la humanidad hacia él. Su origen fontal es el amor del Padre, manifestado por su Hijo Jesucristo y comunicado en el Espíritu Santo. Esta comunión trinitaria es prototipo del corazón humano, de la comunidad humana y de la comunidad eclesial. Dios uno y trino es, por tanto, el objetivo final de la misión. La misión es iniciativa y don de Dios, y se realiza en el dinamismo trinitario de Dios Amor.[10]
b) Dimensión cristológica:
La misión de Dios Amor se ha hecho patente por medio de su Hijo, "el enviado" para "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18). Toda la vida de Jesús es misión para cumplir "el mandato del Padre" (Jn 10,18). El Señor vino para "salvar" a toda la humanidad, "redimiéndola" del pecado y, de este modo, "volver" a Dios con todos sus hermanos y con toda la creación "restaurada" (Ef 1,10). En este sentido, Cristo es el centro de la misión, que él recibió del Padre y que cumplió con la fuerza del Espíritu.[11]
c) Dimensión pneumatológica:
Toda la creación y toda la historia están guiadas por el Espíritu Santo desde el principio (Gen 1,2). La misión de Jesús tiene esencialmente esta dimensión pneumatológica, por haber sido concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de María (Lc 1,35), "ungido y enviado" por él (Lc 4,18). Es el mismo Espíritu, quien manifiesta que la misión comunicada por Cristo a su Iglesia es trinitaria y cristocéntrica. Por esto el Espíritu Santo es activamente protagonista en la misión de Jesús, de la Iglesia y de los apóstoles (Jn 20,21-23; Mt 28,19-20).[12]
d) Dimensión eclesiológica y escatológica :
La misión que Jesús recibió del Padre y que realizó con la fuerza del Espíritu, da sentido a la existencia de la Iglesia fundada para prolongar esta misma misión y acción evangelizadora. La "Iglesia" o comunidad de creyentes, "convocada" por el Señor, es signo portador de Cristo (misterio) en el grado en que sea comunión de hermanos. Es, por tanto, Iglesia misión porque en su realidad de misterio y de comunión, transparenta y comunica la palabra, los signos salvíficos y la caridad del mismo Cristo. Esta comunidad convocada es, para el Señor: "mi Iglesia" (Mt 16,18), "mi viña" (Mt 20,4), "mis ovejas" (Jn 10,27), "mis hermanos" (Jn 20,17)... Indica, pues, un "cuerpo", "familia", "pueblo"..., que debe reunir a "todos los pueblos" (Lc 24,47).
La Iglesia peregrina es evangelizadora y evangelizada, en un proceso de construir la familia humana como familia de hermanos y comunión que refleja la comunión trinitaria. Este proceso es doloroso, pero se apoya en la esperanza que da sentido a la tensión hacia "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1). La Iglesia misionera es peregrina hasta llegar al encuentro definitivo con Cristo.[13]
e) Dimensión pastoral:
La misión (envío) es para una acción evangelizadora, que calificamos de "pastoral" porque toma como punto de referencia a Cristo evangelizador y Buen Pastor. Es acción de "anuncio", de signos de salvación (sacramentos, etc.), de cercanía al hombre y a la situación humana concreta, de servicios de caridad (Mt 28,19). De hecho, es la prolongación de la misma acción misionera de Cristo, que pasaba predicando, perdonando, sanando (Lc 4,14.43; Mt 9,35). Es, pues, acción profética, salvífica y "animadora", para construir la comunidad humana a imagen de la comunión trinitaria (LG 4).[14]
f) Dimensión antropológico-salvífica:
La misión que Cristo ha confiado a la Iglesia es de "inserción" en las circunstancias humanas personales, comunitarias, sociológicas, culturales, históricas... Esta inserción tiene como punto de referencia la "Encarnación" del Verbo (Jn 1,14). Jesús ha venido a salvar redimiendo, a "llevar a la plenitud" todas las cosas ((Mt 5,17). En la acción evangelizadora, la Iglesia se hace con Cristo y como él, "solidaria del género humano y de su historia" (GS 1). El hombre concreto, con su cultura y en su situación, está llamado a un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu Santo", comunicado por Jesús (Jn 3,5).[15]
g) Dimensión espiritual:
La misión, en todos sus aspectos, no es sólo una realidad objetiva y una realidad salvífica, sino que es y deber ser, por ello mismo, una "vivencia" por parte de la Iglesia evangelizadora y por parte de todo apóstol. La nueva relación con Dios y con los hermanos, según las enseñanzas de Jesús, debe ser "en Espíritu y en verdad" (Jn 4,25). El "espíritu de la evangelización" (EN VII) o "espiritualidad misionera" (RMi VIII) es una serie de "actitudes interiores" (EN 74), a modo de "vida" y "camino según el Espíritu" (Gal 5,25). Por esto hablamos de vida "espiritual". Sin esta dimensión espiritual de la misión, las otras dimensiones se reducirían a conceptos técnicos y acciones sin testimonio de vida.[16]
2. Evolución de la teología misionera
Todo el campo de la reflexión teológica está en continua evolución, tanto por el hecho de profundizar mejor los contenidos de la revelación, como por los análisis de conceptos y de realidades. El tema "misión" y "evangelización" ha sufrido una evolución continua en la reflexión teológica y en la praxis pastoral, cambiando de tono o preferencia, debido también a necesidades diferentes del campo apostólico.
La evolución de la teología misionera ha oscilado entre le anuncio de la salvación en Cristo (llamando a la conversión y a la fe) y la implantación de la Iglesia. En el campo dogmático, se ha buscado una clave más cristológico-eclesial o también una clave más trinitaria y pneumatológica.
A veces, el tono ha rozado la ruptura y la dicotomía, como en el caso de querer oponer o, por el contrario, identificar, la salvación en Cristo y la promoción humana. Frecuentemente se ha producido una separación total y desconocimiento mutuo entre la teología de la acción pastoral (tratados de "pastoral") y la teología de la misión "ad gentes" ("misionología"). Los documentos magisteriales (cf. n.4), en particular los posteriores al concilio Vaticano II, presentan una línea armónica de equilibrio y complementación de todos los elementos de la teología misionera.
A) La misionología, ciencia sobre la misión
El término "misionología" indica el estudio teológico sobre la misión. En su realidad salvífica y en la práctica pastoral, la misión ha existido en toda la historia de la Iglesia, puesto que es la participación y continuación de la misma misión y acción evangelizadora de Cristo. La ciencia teológica sobre la misión es reciente.[17]
Esta labor científica misionológica se encuadra en el conjunto de los tratados teológicos. Si se trata de las dimensiones fundamentales de la misión, hay que ir a beber en los tratados más importantes: sobre la Trinidad, la cristología, la eclesiología... Efectivamente, la misión tiene dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, etc. Pero si se trata de la acción evangelizadora, habrá que analizar el origen, la naturaleza, los fundamentos, el objetivo, las características de la misma.
Tomando, pues, todos estos elementos, se puede elaborar un tratado autónomo de teología misionera. Por lo menos, será una función ("kerigmática", evangelizadora) de cada uno de los tratados fundamentales de la teología; pero siempre quedarán cuestiones que merecen tratarse con más amplitud y armónicamente entre ellas: el origen de la misión, la transmisión por Cristo a la Iglesia, la implantación de la Iglesia, la acción evangelizadora, los evangelizadores (vocaciones, formación, espiritualidad)...
En los relativamente escasos años de ciencia misionológica estrictamente dicha (desde final del siglo XIX), se formaron diversas escuelas, según el principio fundamental que se escogía preferentemente: llamar a la fe y a la conversión para llegar a la salvación (escuela alemana, J. Schmidlin); implantación de la Iglesia (escuela belga, P. Charles); llevar a una vida sobrenatural plena (escuela francesa, P. Glorieux); extensión y crecimiento del Cuerpo Místico (escuela española, J. Zameza), etc. Paulatinamente se ha ido llegando a una armonía de aspectos complementarios.[18]
Para acertar en este campo misionológico, hay que encuadrar la teología misionera (teología de la evangelización) dentro del conjunto más amplio de las ciencias misionológicas: contenidos teológicos (teología bíblica y sistemática), situaciones actuales (misiografía), historia de la evangelización, derecho misional, religiones no cristianas (y fenomenología y filosofía de la religión), ciencias etnológicas y antropológicas, significado de la cultura y diversidad de culturas, responsables y vías operativas de la misión (pastoral), cooperación y animación misionera, estilo de vida o espiritualidad de los evangelizadores, etc.[19]
La teología misionera, en sí misma y aparte de las ciencias auxiliares, no puede ceñirse a unos conceptos fundamentales e introductorios. Tampoco debería concentrar la atención en unas escuelas históricas diferenciadas, cuyos contenidos positivos ya han sido asimilados armónicamente en una teología posterior; sino que debe abarcar, al menos, tres grandes niveles: teológico-dogmático (la naturaleza de la misión, su fundamento bíblico y sus dimensiones), teológico-pastoral (la acción misionera con todas sus implicaciones) y teológico-espiritual (la vocación y las actitudes del apóstol).[20]
B) Problemática "misionológica" actual
La problemática inicial de las "escuelas" misionológicas (que hemos resumido en el apartado anterior) ha quedado un tanto soslayada, sea porque se ha ido creando una mentalidad de síntesis (uniendo datos complementarios de escuelas diversas), sea porque la teología general ha suscitado otra serie de problemas de repercusión misionológica. A veces, esta problemática ha nacido al margen de la ciencia sobre la misión; pero es lógico que un concepto de eclesiología o una explicación cristológica nueva tengan su respectivo influjo (positivo o negativo) en el campo de la misionología e incluso en el de la evangelización.
Los estudios actuales de cristología presentan preferentemente a Cristo como plenitud de salvación y único Salvador, en cuanto perfecto Dios y perfecto hombre, muerto y resucitado. El acento en el misterio de la Encarnación (redención y misterio pascual) ha ayudado a apreciar, en sus justos términos, los valores antropológicos, las culturas, el sufrimiento y el sentido de la vida humana en todos sus aspectos. Pero ciertos enfoques y reticencias sobre la divinidad de Jesús y su resurrección, podrían producir una disminución del celo apostólico por anunciar la Encarnación y la salvación de Cristo a los no cristianos, mientras, al mismo tiempo, quedaría reducida a efectos de promoción y progreso social.[21]
La pneumatología no sólo ha hecho resaltar la realidad del Espíritu Santo en relación con la misión, sino que especialmente presenta su presencia en la Iglesia y en el mundo; de ahí la necesidad de un discernimiento auténtico y de una fidelidad generosa por parte de la Iglesia misionera. Pero, a veces, se ha llegado a valorar la acción del Espíritu del mismo modo en el cristianismo que en otras religiones, con la consecuencia de una rémora o un desenfoque en el campo evangelizador.[22]
Hay que señalar que una eclesiología de comunión (y de "sacramento universal de salvación") ha influido positivamente en todo el campo misionológico. Lo mismo ha sucedido en la teología sobre la Iglesia particular, con consecuencias palpables de un despertar misionero más responsable. Pero, a veces, se ha querido oponer carisma (o profecía) e institución, Reino e Iglesia, con consecuencias negativas en el proceso de evangelización y en la identidad y comunión del mismo apóstol y de las instituciones misioneras.[23]
Hay que hacer notar "la confluencia de la misionología en la eclesiología y la inserción de ambas en el designio trinitario de salvación" (RMi 32). Por esto, en el interior mismo de la misionología, se ha querido profundizar en el misterio trinitario, visto como fuente de la misión. Esta perspectiva más "teológica" ("vertical": descendente y ascendente) ha puesto una nota de equilibrio entre la dimensión cristológica (salvífica) y eclesiológica de la misión, con repercusiones positivas en el momento de apreciar los valores de la creación.[24]
Algunas corrientes teológicas, al acentuar alguna de las dimensiones que acabamos de resumir, han centrado la atención unilateralmente en un aspecto de la misión, dando lugar a desequilibrios doctrinales y prácticos. A veces, se han centrado en la acción divina ("missio Dei"), sin tener en cuenta las mediaciones eclesiales; otras veces, el acento excesivo ha recaído en los valores de la creación y de la historia ("progreso"), dejando mal parada la salvación en Cristo. La encíclica Redemptoris Missio, especialmente en los tres primeros capítulos, ha respondido principalmente a tres preocupaciones teológicas actuales, aclarando conceptos y contenidos: la salvación en Cristo, la presencia del Logos en el mundo, el Reino, la acción del Espíritu Santo en las culturas y religiones.[25]
C) Teología, pastoral y espiritualidad de la misión
La teología, en sus comienzos, constituía un unidad temática que, apuntando hacia Dios, no olvidaba la base humanista y filosófica. Esta unidad tenía la ventaja de centrar la atención en Dios, como origen y fin de todas las cosas, dando a cada tema un lugar armónico en esta dinámica teológica: desde Dios y hacia Dios. Tanto la santidad, como la pastoral y acción misionera, se podían deducir fácilmente de cada uno de los temas teológicos. Pero la necesaria profundización, evolución y especialización de cada tema o tratado, dio lugar, por una parte, a mayor riqueza de contenidos, mientras que, por otra parte, la unidad quedó resquebrajada. Desde entonces, muchos tratados teológicos corren el riesgo de no ser estímulo para la contemplación, perfección y misión, perdiendo el significado sapiencial de la misma teología.[26]
Hemos visto, en el apartado anterior, los orígenes de la "misionología" como teología de la misión. Al ir profundizando el tratado de misionología, la especialización del mismo no sólo ha tenido necesidad de estudios complementarios y auxiliares (historia, derecho, etnología y antropología, fenomenología de la religión y religiones, etc.), sino que la misma teología misionera ha tenido que analizar los principios fundamentales de la misión (teología dogmática y sistemática), la naturaleza de la acción evangelizadora (teología pastoral), la vocación y las actitudes del apóstol (teología espiritual).[27]
La misionología no se identifica propiamente con la teología pastoral general, aunque muchos temas son comunes en relación con el apartado de la pastoral misionera. La teología pastoral, que es ciencia afín a la misionología en su función evangelizadora, se desglosó de la teología general, para convertirse en tratado autónomo, con sus fundamentos, objetivos, metodología, recursos, etc. La base eclesiológica es común a la misionología y a la pastoral general: naturaleza misionera de la Iglesia. Por esto, ambas deben dirigirse a construir la comunidad eclesial (profética, litúrgica y diaconal) para hacerla misionera sin fronteras, "ad gentes".[28]
En realidad, se trata siempre de la misma teología misionera, que puede afrontarse según diversas funciones: científica y sapiencial (diagnosticar, analizar, sintetizar y ordenar conceptos), "kerigmática" y pastoral (precisar la naturaleza del anuncio, la celebración y la acción directa), vivencial (de discernir y formar la vocación y las actitudes del apóstol). Pero las tres funciones se postulan mutuamente y deben presentarse para realizar una evangelización sin fronteras, como corresponde a la naturaleza de la Iglesia.[29]
Especialmente después de la Redemptoris Missio, ya no es posible hacer una dicotomía entre la misionología (como ciencia de la primera evangelización) y la teología pastoral (como ciencia de la evangelización de la comunidad cristiana). Ambas tienen su campo específico, pero interdependiente. Ninguna puede prescindir de la evangelización universal y de hacer que la comunidad cristiana sea viva y disponible para esa misión. El lazo de unión lo puede ofrecer la "nueva evangelización": toda comunidad cristiana debe entrar en un proceso de pastoral intensiva (pastoral ordinaria) para que se renueve en todas sus dimensiones (nueva evangelización) y se haga misionera sin fronteras (misión y pastoral "ad gentes").[30]
3. Nuevas situaciones y urgencias de la misión
La reflexión teológica misionera se inspira en los datos de la revelación, pero debe responder a las situaciones concretas del campo misionero: realidades eclesiales y sociológicas de los diversos pueblos, y líneas de pensamiento que influyen en la evangelización actual. La misión recibida de Cristo se va concretando en la Iglesia, durante su caminar histórico, en unas circunstancias de lugar, tiempo y cultura. Aunque el encargo misionero es "único e idéntico en todas partes y en toda situación, no se debe ejercer del mismo modo según las circunstancias" (AG 6).
Según las épocas, culturas y fenómenos sociológicos, la evangelización deberá responder a la luz del evangelio, analizando las realidades concretas y los desafíos, y asumiendo compromisos adecuados. La acción evangelizadora en "situaciones iniciales" debe continuar en "desarrollos graduales", que, a veces, pueden convertirse en "un nuevo retroceso"; por esto, "a cada circunstancia deben corresponder actividades apropiadas o medios adecuados" (AG 6).
A veces, en países de arraigada cristiandad, se producen situaciones que "requieren de nuevo la acción misionera" como en la primera evangelización (AG 6). Hasta que no llegue el encuentro de toda la humanidad con Cristo resucitado, la Iglesia va encontrando nuevas e incluso inéditas urgencias para desarrollar su misión.[31]
A) Los hitos y lecciones principales de un camino histórico
La historia de la evangelización equivale a la historia de una Iglesia que ha querido ser fiel al encargo misionero de Jesús: "id por todo el mundo" (Mc 16,15), "seréis mis testigos" (Act 1,8), "estaré con vosotros" (Mt 28,20)...
La misión es la vida de todo el Pueblo de Dios, que camina hacia un encuentro de toda la humanidad con Cristo resucitado. La historia se hace camino, como actitud constante de insertar el evangelio en todas las culturas. Los dones que todas las religiones han recibido de Dios están abiertos a la sorpresa y al "misterio" de un Dios que es siempre "más allá", don inesperado.
Desde que "el Verbo se ha hecho hombre y ha habitado entre nosotros" (Jn 1,14), la historia ha cambiado de rumbo, como asumiendo todas las semillas sembradas anteriormente por la Providencia divina para hacerlas llegar a la madurez en Cristo.[32]
La comunidad "convocada" por Jesús (la "ecclesía"), después de recibir el Espíritu Santo el día de Pentecostés, comenzó a comunicar a todos los hermanos la "buena nueva". Al principio fueron sólo los miembros del pueblo elegido (los judíos), para pasar luego el anuncio a "las gentes". En el caminar eclesial, ya desde el principio y entre luces y sombras, se manifiesta una historia de salvación.
La persecución hizo que los primeros discípulos tuvieran que llevar el mensaje fuera de Palestina (Act 8). Pedro, por inspiración divina, bautizó a un gentil, Cornelio, con toda su familia (Act 10). Saulo, el fariseo perseguidor, convertido en discípulo ferviente, recibió el encargo de predicar el evangelio también a "las gentes" (Act 9,15). El "apóstol de las gentes", con sus tres grandes viajes, tocó prácticamente las ciudades principales del Imperio Romano, anunciando el evangelio y estableciendo "ministros" responsables de las comunidades.
La primitiva comunidad eclesial (siglo I) se fue extendiendo o enviando sus misioneros hacia Siria (Antioquía) (Act 11,19-20), Chipre y toda el Asia Menor, para pasar luego a Europa (Grecia, Sicilia, Roma, Galia, Hispania) y también al norte de Africa (Etiopía, Alejandría, Cirene, Cartago). El evangelio llegó a todas las clases sociales, pero especialmente a los más pobres.
La historia de la evangelización es siempre historia de "sangre" martirial, como "semilla de cristianos". Los tres primeros siglos de cristianismo son siglos de persecución. En esos siglos la Iglesia estaba bien enraizada en Asia Menor, Grecia, Roma, Galia (Lión), Hispania, Egipto, Cartago... Desde el Asia Menor, donde las comunidades cristianas eran principalmente rurales, se pasó a Armenia, Georgia, Arabia, Yemen, India. San Ireneo (ya en el siglo II) creía que el evangelio ya había llegado "a toda la tierra".[33]
Los cristianos eran misioneros espontáneos: esclavos, emigrantes, comerciantes, mujeres, soldados... También había cristianos en la corte y en la clase intelectual. Muy pronto se pudieron celebrar concilios locales en Elvira (a. 300) y en Arlés (a.314). En medio de la persecución, supieron ser críticos respecto al poder absoluto del emperador.
Con el edicto de Constantino (a.313), el cristianismo queda legalizado; más tarde (a. 392) será la religión oficial del Imperio. La "libertad" ayudó a llegar a los medios rurales (casi olvidados hasta el siglo IV), creando comunidades vivas y familiares ("parroquias"). Pero la alianza con el poder civil no fue siempre positiva ni favorable. Desde el siglo IV se caerá frecuentemente en la tentación de apoyarse en el poder humano para expandir la religión. Durante muchos siglos se ha pensado que la religión formaba unidad indisoluble con los factores sociales y políticos transeuntes, como fundamento de la paz de una nación. No se supo distinguir entre unión y colaboración responsable.
La época patrística, hasta los siglos VI-VII, con su bagaje doctrinal y abundantes testimonios de vida santa, dejó de manifiesto el enraizamiento del cristianismo, especialmente en la cultura grecolatina y en algunas culturas orientales. Las Iglesias particulares tenían bien establecida la jerarquía, cumpliendo, en general, las líneas de la "vida apostólica": seguimiento evangélico, vida comunitaria, misión.
Durante los tres primeros siglos, la lengua griega "koiné" ayudó al anuncio del evangelio en torno al Mediterráneo. La lengua latina, usada en la Iglesia desde el siglo IV, sirvió también de unidad, pero no tuvo en cuenta algunas lenguas locales (galo, ibero, celta, púnico, bereber). La casi desaparición del cristianismo en el norte de Africa (después de la invasión árabe, en los siglos VII y VIII) fue debida a las divisiones internas y a la falta de expresión cultural propia. La permanencia de los idiomas copto, armenio y siríaco, fue un factor importante para la conservación del cristianismo en Egipto y en algunos países de medio Oriente.
La invasión de los "bárbaros" (desde inicio del siglo V), mostró los valores y debilidades de la Iglesia. Algunos de los pueblos invasores eran ya cristianos "arrianos". La Iglesia cristianizó y "civilizó" a los bárbaros, restaurando el orden cristiano-romano. Convirtiendo a los jefes, sus comunidades, de estructura gregaria, seguían fácilmente las mismas creencias: Clodoveo con los francos (en 496), Recaredo con los visigodos (concilio tercero de Toledo, 589), Mieczyslav con los polacos (en 966), San Esteban con los húngaros (en 985), Vladimir con los rusos (en 988)... En esas conversiones actuaron eficazmente santos (San Remigio, San Leandro, San Adalberto) y esposas cristianas (Clotilde con Clodoveo, Berta con Etelberg rey de Kent, Ingonda con Hermenegildo visigodo). Carlomagno forzaría a los sajones a convertirse (en 782).
Los monasterios y presbiterios eran el centro religioso, cultural y social: Lerins (hacia 410), Montecasino (520-530). Salidos de los monasterios o relacionados con ellos hubo muchos santos obispos: San Martín de Tours, San Martín de Braga, San Leandro de Sevilla, San Remigio.
La acción caritativa y cultural, así como el testimonio de pobreza de monjes y obispos viajeros, fue decisiva en la evangelización de Europa. San Patricio (siglo V), inglés, evangeliza Irlanda, la isla de los santos, de donde saldrían legiones de misioneros itinerantes hacia Europa. San Columbano (siglo VI), irlandés, funda monasterios en Francia e Italia. San Agustín de Cantorbery (siglo VI) es enviado por el Papa San Gregorio Magno a los anglos, como obispo de Cantorbery. San Wilibrondo, en 695, es consagrado obispo en Roma y enviado a evangelizar la Frisia. San Bonifacio (siglo VII-VIII), inglés, evangeliza Alemania, fundando monasterios, especialmente el de Fulda (en 744) y haciendo que participaran en la evangelización numerosas monjas misioneras (caso que ya no se repetiría hasta el siglo XIX). Los santos hermanos Cirilo y Metodio (siglo IX) evangelizan los pueblos eslavos, a partir de Moravia y Pannonia, valorizando su idioma y cultura, adaptando ("inculturando") la liturgia y estableciendo obispos en comunión con Roma.
Los cristianos "nestorianos" (o "caldeos") fueron grandes misioneros desde el siglo IV. Durante los siglos VI-VII fundaron numerosas comunidades tártaras, turcas, mongoles, indias, chinas, malayas. Su entrada en China tuvo lugar en 635. En el siglo XIII todavía había 20 metropolitas y 200 obispos en Asia. Marco Polo, en su viaje al extremo Oriente (siglo XIII), encontró numerosas iglesias cristianas caldeas en China (que desaparecerían en el siglo XV).
Las invasiones musulmanas (desde el siglo VII) hicieron cambiar fronteras y situaciones culturales y religiosas: Arabia, Persia, norte de Africa, Europa, Asia menor y central India... Los cristianos, lograron sobrevivir e incluso convivir, especialmente cuando las comunidades eran fervientes y el cristianismo estaba bien enraizado en la propia cultura.
El inicio del segundo milenio se caracterizó por el resurgir de la teología, en la que no faltaba la referencia al significado la misión (San Buenaventura, Santo Tomás). Pero, sobre todo, las Ordenes Mendicantes y de redención de cautivos (siglos XIII y XIV), demostraron gran espíritu misionero, en la misión "ad intra" como "ad extra", con la predicación y el testimonio. Es muy significativo el gesto de San Francisco de Asís explicando el evangelio ante el Sultán de Egipto (1219).
Ramón Lull (1235-1316) puede considerarse como el precursor de la ciencia misionera. No se trataba de imponer, sino de presentar el amor de Cristo crucificado, con la ayuda de la oración, con la adaptación a las culturas y costumbres, afrontando el riesgo del martirio. Lull pedía a los misioneros formación teológica y cultural en centros especiales, idiomas, respeto a las culturas religiosas. Su doctrina y metodología tuvo repercusión en las Universidades de París, Oxford, Bolonia y Salamanca. Murió mártir en Túnez. San Raimundo de Peñafort (1175-1275) insistía en la formación de los misioneros para respetar y adaptarse a las culturas.
Las invasión de los mongoles (siglo XIII) acabó con la misión de los dominicos entre los cumanos (1291); pero fue ocasión para que los Papas enviaran embajadores y misioneros a los Kanes, abriendo la ruta de la seda hacia el Asia y concretamente hacia la China. El franciscano Juan de Montecorvino llegó a Pekín (Khambaliq) en 1291. Fue su primer arzobispo en 1307 (ayudado de otros obispos franciscanos) y llevó a la unidad católica al príncipe Jorge del reino nestoriano de Ongüt. Cuando la dinastía Ming expulsó a los mongoles (1363-1368), fueron desapareciendo los cristianos de China. El dominico Jordán Cathala de Severac llegó a Quilón (India) y fue su primer obispo en 1329.
La época de los descubrimientos (siglos XV y XVI) ofreció a los misioneros nuevas oportunidades de anunciar el evangelio a otros pueblos. El concepto de "misión" (como envío por parte de la autoridad eclesial) fue derivando hacia el concepto de "misiones" (como acción evangelizadora en lugares cristianos o no cristianos). Las rutas atlánticas hacia el Africa dieron facilitaron una primera entrada en Angola y sur del Zaïre (siglo XV).
Los Patronatos concedidos por la Santa Sede a España y Portugal (Alejandro VI, en 1493; Julio II en 1508) tenían como objetivo el posibilitar la predicación del mensaje evangélico a los pueblos "descubiertos" o "conquistados". Las ventajas de una ayuda y protección material se convirtieron, a veces, en un servicio ambiguo a una doble autoridad.
En Asia no se fomentaba suficientemente el clero nativo ni las formas indígenas de religiosidad. A veces no se respetó la existencia de ritos cristianos orientales. No obstante, hay que reconocer la acción positiva de grandes misioneros como San Francisco Javier (India, Malasia, Japón...), José Vaz (Ceilán), Mateo Ricci (China), Roberto de Nobili (India), Alejandro Rhodes (Vietnam) etc., que se adaptaron a las culturas y suscitaron otros apóstoles locales. En las Filipinas se logró, desde el inicio, adaptar el mensaje a la cultura y suscitar el clero local. Las cristiandades de Japón, Corea y Vietnam, después de una persecución sangrienta e interminable, con numerosos mártires, florecerán a finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
En América, a pesar de limitaciones y errores de personas e instituciones concretas, la Iglesia anunció el mensaje evangélico por medio de la catequesis en lenguas nativas, obras de caridad, defensa de los derechos de los indios y esclavos, colegios y universidades, organización eclesiástica, seminarios, concilios provinciales, arte indígena o mestizo (barroco americano), etc. Se colaboró (especialmente por medio de la universidad de Salamanca) en la formulación del derecho internacional. La acción evangelizadora ejemplar de los dos primeros siglos (XVI-XVII) es mérito, en parte, de la reforma eclesiástica ibérica, anterior a los descubrimientos, que había dado grandes santos y reformadores, y cuyas instituciones fueron las protagonistas en la evangelización de América. La decadencia política de España y Portugal (siglo XVII) y la expulsión de los jesuitas (1769), mostraron los puntos flacos de la evangelización anterior. La cristiandad guaraní de las reducciones de Paraguay, como comunidad eclesial y cívica, que había durado unos 150 años, se desmoronó.[34]
El modelo misionero de la Congregación de Propaganda Fide (fundada en 1622 por Gregorio XV) trazó nuevas líneas de actuación: formación de los misioneros, respeto a las culturas, independencia del poder civil, formación del clero local para constituir la Jerarquía propia. El Colegio Urbano (fundado por Urbano VIII en 1627) era un modelo de formación misionera. El campo de acción era muy amplio: los países paganos, protestantes, ortodoxos e incluso las misiones populares en algunos países cristianos. Se creó una nueva figura de obispo (el "Vicario Apostólico"), que dependía directamente de la Santa Sede y no del Patronato (especialmente en Asia). El Instituto de Misiones Extranjeras de París (creado en 1663) colaboró estrechamente con la Propaganda Fide.[35]
El final del siglo XVII y el principio del siglo XIX se caracteriza por un vacío de acción evangelizadora, que hacía imprevisible el resurgir misionero de la segunda mitad del siglo XIX y de principios del siglo XX. En Africa coincide con la época colonial europea, con la consiguiente confusión de campos y eventuales nacionalismos, clericalismos y anticlericalismos. No obstante se fueron edificando las Iglesia particulares con el respeto a sus culturas y tradiciones. La animación misionera de la comunidad eclesial había empezado con la Obra de la Propagación de la Fe (con Paulina Jaricot, en 1820), que sería la primera de las llamadas "Obras Misionales Pontificias". Además del despertar misionero de las Ordenes antiguas, tienen origen instituciones nuevas dedicadas principalmente a la misión "ad gentes". La Santa Sede asume la dirección de las misiones, pero invita a toda la Iglesia y de modo especial a los obispos, a que ejerzan su propia responsabilidad misionera. El resurgir misionero tiene también lugar en las comunidades protestantes o de la "reforma".[36]
En toda época histórica hubo mártires, también en cristiandades jóvenes como Corea, Japón, Vietnam y China. Los siglos XIX y XX pasarán a la historia como una época particularmente martirial. Los viajes y las enfermedades se cobraron innumerables víctimas. Al mismo tiempo, algunos litigios de pasado, originados por los roces entre el Patronato y la Propaganda Fide (especialmente en Asia), renacieron con otros matices, a veces también como tensiones entre intereses y derechos adquiridos, con repercusión muy negativa en el campo misionero. Las mujeres, de vida consagrada y laical, han colaborado eficazmente en la misión de los últimos años.[37]
La ciencia teológica sobre la misión (misionología) ha nacido entre el final del siglo XIX y principios del XX. El enfoque científico actual no siempre corresponde a la realidad misionera de los siglos pasados. Al mismo tiempo, las realidades actuales exigen un enfoque nuevo de la ciencia misionológica. Efectivamente, hay que llegar a ambientes no sólo geográficos, sino también sociológicos y culturales (RMi 37-38). El encuentro con las religiones cuestiona al mismo cristianismo, para adoptar una actitud de autenticidad que sea transparencia y experiencia de Dios Amor. La "inculturación", el diálogo interreligioso y la promoción humana piden mayor claridad en los términos teológicos y en la metodología pastoral.[38]
Los documentos magisteriales misioneros del siglo XX (antes y después del concilio Vaticano II) son un punto de referencia para cualquier elaboración sobre la naturaleza, la metodología y la vivencia de la misión. Las Iglesias jóvenes, reunidas por medio de sus Conferencias Episcopales, han publicado también documentos de gran interés misionero.[39]
Organizada la Jerarquía local en los cinco Continentes, especialmente desde el inicio del siglo XX, las Iglesias jóvenes han alcanzado un gran nivel de vitalidad cristiana. La independencia de los países africanos respecto a sus colonizadores (a mediados del siglo XX), fue un estímulo para acelerar el establecimiento de la Jerarquía propia.[40]
La colaboración activa en la misión "ad gentes" ha comenzado a ser una realidad también por parte de las Iglesias jóvenes, actualmente más ricas en vocaciones y en vitalidad, convirtiéndose en "fermento misionero para las Iglesias más antiguas" (RMi 91). América Latina, a finales del siglo XX, ha realizado una gran aportación a la misión "ad gentes".[41]
La historia de la evangelización ha sido la del anuncio de la novedad del misterio de Cristo, que ha hecho descubrir el misterio del hombre: su dignidad personal, libertad, conciencia moral, fraternidad, solidaridad universal, reconciliación, familia, trabajo...
Los fracasos han sido debidos a los personalismos y a los intereses particularistas. También ahí se demostró, una vez más que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia"(Rom 5,20). Entre luces y sombras, la historia de la evangelización es historia de salvación, dentro de los planes de Dios Amor sobre toda la humanidad, con la presencia de Cristo resucitado y la acción de su Espíritu. Los éxitos son debidos a esta acción divina que acompaña el anuncio y el testimonio de los apóstoles de todos los tiempos. Hay que pedir perdón a los hermanos y hay que dar gracias a Dios por esta historia salvífica. No caben los complejos de inferioridad ni de superioridad. Las bienaventuranzas (que son inseparables de la persona de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre) son para todos; los hombres de buena voluntad podrán intuir este universalismo en la vida de los cristianos, que saben reconocer las propias limitaciones y que hacen de los dones recibidos un servicio gozoso a los demás. Los errores históricos indican que el mensaje transmitido no es de los evangelizadores, sino de Cristo resucitado presente en la vida de todos los pueblos.
B) Situaciones actuales y problemática misionera práctica
A nivel más inmediato y constatable, disponemos de las estadísticas, que nos dan tanto el número y la proporción de los bautizados, como la distribución por países. Hay que analizar los índices de crecimiento o retroceso (cuantitativo y cualitativo), así como las causas y las previsiones. Pero también y principalmente se debe respetar la realidad principal misionera que es la acción del Espíritu Santo, cuya lógica es imprevisible, especialmente cuando ha habido en la comunidad santos y mártires.[42]
Las situaciones pastorales y misioneras en general, van más allá de los datos estadísticos, aunque ya estos datos son útiles para detectar fenómenos más complejos. "Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio" los puntos neurálgicos de la sociedad (cf. EN 19).
La acción evangelizadora se enfrenta con realidades humanas de tipo cultural y promocional. Esto ocurre desde el inicio de la evangelización en toda comunidad humana concreta; pero presenta características especiales cuando "las Iglesias particulares autóctonas" empiezan a ser "suficientemente fundadas y dotadas de propias energías" (AG 6). El aspecto local de esas Iglesias les urge a afrontar la cultura y las situaciones de promoción humana (progreso, justicia, paz), desde dentro, con herramientas propias y más adecuadas. Entonces los conceptos básicos de evangelización y la metodología de la acción evangelizadora quedan cuestionados por urgencias nuevas. Algunas opiniones actuales sobre la teología misionera nacen de esta problemática de inserción.[43]
Esta constatación presenta un abanico de nuevas situaciones, que debe afrontar principalmente cada Iglesia particular, desde su idiosincrasia y en comunión con la Iglesia universal. No sólo hay que afrontar el tema fascinante de la "inculturación", sino que deben adoptarse actitudes de diálogo con otras creencias. Y cuando se trata de una sociedad de "modernidad" (o "postmodernidad") y, a veces, de secularismo, hay que "alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicios, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación" (EN 19).[44]
En todas las épocas históricas, se ha ido buscando el estilo propio y adecuado de evangelización. A veces, este estilo ha dependido del campo de acción confiado a la Congregación de Propaganda Fide, que, en el pasado ha oscilado entre el los pueblos no cristianos y los sectores de la "ortodoxia", la "reforma", las misiones populares, etc. Actualmente el objetivo está centrado en los países de mayoría no cristiana.[45]
Una época como la que discurre entre el segundo y tercer milenio de cristianismo, necesita la presentación clara y vivencial (por experiencia propia) de la figura de Cristo. Una sociedad "icónica" necesita signos y testigos creíbles del evangelio (cf. EN 76; RMi 91). Hay que iluminar las conciencias con los principios evangélicos, para reencontrar convicciones válidas y permanentes sobre la verdad, la libertad y el bien, así como sobre la ética personal, familiar y social.[46]
Las religiones no cristianas [47]quieren intercambiar con el cristianismo experiencias auténticas de encuentro con Dios ("contemplación"). Urge llegar al sector de las migraciones, a los medios de comunicación social, a los núcleos culturales y artísticos, donde se fragua el pensamiento y el quehacer humano fundamental. Hay que llegar a los puntos neurálgicos de la sociedad con el evangelio transparentado en una vida de esperanza. En cualquier situación y urgencia, "el misionero es el hombre de las Bienaventuranzas... Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91).[48]
C) Los nuevos ámbitos de la misión "ad gentes"
El "universalismo" es una característica esencial de la misión que Jesús confió a su Iglesia[49]. Esta misión sin fronteras y sin exclusión de pueblo alguno, se ha venido llamando misión "ad gentes": "a todos los pueblos" (Lc 24,47). En el contexto de la misión realizada por San Pablo, la expresión "ad gentes" quiere subrayar el anuncio del evangelio a los pueblos donde todavía no ha sido anunciado; sería, pues, "el primer anuncio".[50]
Después de veinte siglos de evangelización, distinguimos entre la primera evangelización ("ad gentes") y la evangelización permanente y ordinaria en una comunidad ya cristiana o donde, al menos, se dispone de los medios ordinarios de salvación en Cristo. Pero si esta distinción se aplica precisamente a "países" (cristianos o no cristianos), hoy ya no resulta adecuada, ni incluso a nivel de estadísticas globales de habitantes bautizados. No obstante, queda en pie una urgencia de primera evangelización, que puede constatarse en algunos países concretos o en situaciones sociológicas y culturas especiales.[51]
El decreto conciliar Ad Gentes resume así la misión "ad gentes": "La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo" (AG 5).
El mismo decreto conciliar, no obstante, reconoce unos cambios que obligan a repensar el universalismo sin reducirlo a la dimensión geográfica: "los grupos en que vive la Iglesia cambian completamente con frecuencia por varias causas, de forma que pueden originarse condiciones enteramente nuevas. Entonces la Iglesia tiene que ponderar si estas condiciones exigen de nuevo su acción misionera" (AG 6; cf. AG 23, 27).
La encíclica Redemptoris Missio, después de afirmar que la "misión ad gentes" es "una actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca terminada" (RMi 31), amonesta "contra el riesgo de igualar situaciones muy distintas y de reducir, si no hacer desaparecer, la misión y los misioneros ad gentes" (RMi 32).
Juan Pablo II, en su encíclica misionera, distingue tres situaciones de la misión:
1ª) Misión ad gentes, es decir, dirigida (como primer anuncio) a "pueblos, grupos humanos, contextos socio-culturales donde Cristo y su Evangelio no son conocidos, o donde faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio ambiente y anunciarla a otros grupos" (RMi 33).
2ª) Actividad o "atención pastoral" ordinaria, es decir, dirigida a "comunidades cristianas con estructuras eclesiales adecuadas y sólidas; tienen un gran fervor de fe y de vida; irradian el testimonio del Evangelio en su ambiente y sienten el compromiso de la misión universal" (ibídem).
3ª) "Nueva evangelización", es decir, dirigida a "una situación intermedia, especialmente en los países de antigua cristiandad, pero a veces también en las Iglesias más jóvenes, donde grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio" (ibídem).
Es prácticamente imposible separar totalmente estas tres situaciones. Se podría hablar de tres dimensiones de la misma misión evangélica universalista. La dimensión "ad gentes" es como la "actuación ejemplar" (RMi 36). La dimensión "ad intra", de pastoral ordinaria en la comunidad cristiana, es el presupuesto necesario para la evangelización sin fronteras: "la misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad gentes y viceversa" (ibídem). La dimensión de "nueva evangelización" consiste en la renovación de la comunidad cristiana (la de antigua cristiandad y también la más reciente) para hacerla responsable de la evangelización ad intra y ad gentes.[52]
Hechas estas salvedades, ya se puede pasar a ampliar el campo de la misión "ad gentes", siguiendo las indicaciones de la encíclica Redemptoris Missio. Efectivamente, este documento misionero señala tres posibilidades o "ámbitos": por territorio (criterio geográfico), por nuevos fenómenos sociales (criterio sociológico) y áreas o areópagos culturales (criterio cultural) (RMi 37-38).
El primer "ámbito" (posibilidad o criterio geográfico)) es el admitido en toda la historia de la evangelización. El segundo y tercero (posibilidad o criterio sociológico y cultural), serían misión "ad gentes" por equivalencia, dadas las circunstancias y cambios actuales. La misión "ad gentes", puede y debe, pues, afrontarse según estos tres grandes "ámbitos" (según la terminología de la encíclica misionera), que equivaldrían a nuevas posibilidades y criterios:
1º) Ambito geográfico: pueblos, comunidades e Iglesias locales donde el evangelio no ha enraizado suficientemente y donde la Iglesia no está todavía enraizada.
2º Ambito sociológico: algunas grandes ciudades o megalópolis (con multitudes plurireligiosas), masas migratorias, situaciones especiales de pobreza, juventud, etc.
3º Ambito cultural: centros culturales, educación, investigación científica, relaciones internacionales, búsqueda actual (sociedad y religiones no cristianas) de la experiencia de Dios, etc.[53]
D) Hacia una teología en clave misionera
La misionología tiene como objetivo explicar la teología sistemática, pastoral y espiritualidad de la misión, como tratado autónomo. Pero es toda la teología la que debe exponer también "los diversos aspectos de la misión" (RMi 2), que se desprenden de cada tratado y de cada tema teológico. En realidad, se mira a presentar algún aspecto del misterio de Cristo para profundizarlo científicamente, para anunciarlo, para contemplarlo y vivirlo.
Todo tratado teológico, por ser reflexión sobre los temas de la fe, está llamado a dejar las puertas abiertas para que, en otros sectores especializados, se pueda pasar más fácilmente a la espiritualidad, a la pastoral y a la misionología. Si la teología fuera principalmente un campo de dialéctica de opiniones, de análisis de conceptos, de búsqueda de problemática, de suposiciones y aproximaciones, entonces el teólogo se quedaría enredado en una madeja de sofismas, sin apertura a la fe y sin capacidad de adoración del misterio, y perdería la capacidad de contemplación y evangelización.[54]
Los estudios teológicos, tanto cuando analizan las fuentes como cuando se centran en la especulación científica, necesitan recuperar las dimensiones mistérica, contemplativa, kerigmática y misionológica. Estas conclusiones más vivenciales y comprometidas se desprenden siempre del estudio serio sobre la palabra de Dios, la patrística, la liturgia, el magisterio y la fe del pueblo creyente. Según Santo Tomás, "toda teología está ordenada a alimentar la fe".[55]
La misión es el elemento esencial de todo tratado teológico y de toda ciencia cristiana. La misión brota espontáneamente cuando se presentan los temas teológicos a la luz del misterio de Cristo. Cuando de verdad es la fe la que busca la reflexión teológica ("fides quaerens intellectum", "credo ut intelligam"), entonces se convierte en "relación personal del creyente con Cristo en la Iglesia" (PDV 53) y, por tanto, insta a participar en la vida de la comunidad eclesial, llamando a la santidad y a la evangelización.
Con esta perspectiva misionera y contemplativa, la teología recupera su "dimensión eclesial" y, sin perder el rigor científico, "ayuda a desarrollar un grande y vivo amor a Jesucristo y a su Iglesia; este amor, a la vez que alimenta su vida espiritual, sirve de pauta para el ejercicio del ministerio" (PDV 53).[56]
La armonía entre todas las ciencias teológicas (y eclesiásticas en general) aparece a la luz del misterio de Cristo como contenido central de la misión:
- anunciado como Dios, hombre, Salvador,
- celebrado y hecho presente bajo signos salvíficos eclesiales,
- comunicado a cada persona y a toda la humanidad.
Los tratados teológicos, a la luz del misterio de Cristo, además de recuperar la armonía que podría haber perdido por la especialización, muestran toda su riqueza misionera. En efecto, el misterio de Cristo es:
- preexistente (como Verbo) con el Padre y el Espíritu Santo constituye con ellos la fuente de la misión (tratado de Dios y de la Trinidad),
- preparado en la creación, en la historia y, de modo especial, en la revelación (tratado de la creación y de la revelación),
- hecho presente, como Verbo encarnado, evangelizador y Redentor, muerto y resucitado (tratado de cristología),
- prolongado en la Iglesia y en los signos sacramentales (tratado de eclesiología, de sacramentos y de liturgia),
- viviente en el corazón del hombre y en la comunidad humana (tratado de gracia, virtudes, moral, espiritualidad),
- objetivo de un encuentro final de toda la humanidad al final de la historia presente (tratado de escatología).
Una adecuada formación teológica es, por ello mismo, fuertemente espiritual y misionera. Una formación básica con estas perspectivas prepara para los estudios especializados de espiritualidad y de misionología. La situación actual de la humanidad "exige cada vez más maestros que estén realmente a la altura de la complejidad de los tiempos y sean capaces de afrontar, con competencia, claridad y profundidad, los interrogantes vitales del hombre de hoy, a los que sólo el Evangelio de Jesús da la plena y definitiva respuesta" (PDV 56).[57]
4. Documentos del Magisterio y contenidos doctrinales comparados
En los documentos del Magisterio encontramos una recopilación de todos los datos básicos para una teología sobre la misión. Las encíclicas anteriores al concilio Vaticano II fueron un elemento decisivo del despertar misionero del siglo XX. Los documentos del concilio Vaticano II, especialmente Lumen Gentium, Gaudium et Spes y Ad Gentes, afrontan unas realidades nuevas en el campo de la evangelización, profundizando en la naturaleza misionera de la Iglesia como "sacramento universal de salvación". Los documentos posteriores, especialmente Evangelii nuntiandi y Redemptoris Missio, aclaran conceptos misionológicos y abren nuevos horizontes a la misión eclesial.
A) Encíclicas anteriores al concilio Vaticano II
Las encíclicas pontificias y exhortaciones apostólicas sobre el tema misionero, ya mucho antes del concilio Vaticano II, han sido determinantes para poder llamar al siglo XX el siglo del nuevo despertar misionero de la Iglesia: Maximum illud (Benedicto XV, 1919), Rerum Ecclesiae (Pío XI, 1926), Saeculo exeunte (Pío XII, 1940), Evangelii praecones (Pío XII, 1951), Fidei donum (Pío XII, 1957), Princeps Pastorum (Juan XXIII, 1959).[58]
Los documentos magisteriales preconciliares sobre la misión o "las misiones", se ciñen a la primera evangelización, dejando entender una evolución armónica y homogénea sobre temas que se van profundizando gradualmente buscando un mayor equilibrio: mandato misionero de Cristo, llamada a la conversión y a la fe, implantación de la Iglesia, responsabilidad entre Iglesias hermanas, etc. Muchos temas del concilio Vaticano II ya se encuentran esbozados en estos documentos preconciliares.[59]
A la Carta Apostólica Maximum illud (Benedicto XV, 1919) ha sido calificada de "carta magna" de las misiones, como primer documento del siglo XX sobre el tema. En este documento ya se encuentra un esbozo de misionología: historia, teología, pastoral, derecho, cooperación, Obras Misionales, espiritualidad. Da mucha importancia a la preparación, atención y formación continuada de los misioneros, así como a la cooperación entre las diversas instituciones, al clero nativo, a la cultura local y a la necesidad de personal femenino.[60]
La Carta encíclica Rerum Ecclesiae, del "Papa de las misiones" (Pío XI, 1926), acentúa la importancia de los apóstoles nativos (sacerdotes, religiosos y laicos). Aunque se estimula la disponibilidad misionera de la Iglesia que envía y de la que es ayudada, no olvida poner de relieve la responsabilidad de toda Iglesia particular hacia la evangelización universal. Los Obispos son corresponsables de las misiones con el Papa. La urgencia de anunciar el evangelio a todos los pueblos deriva de la caridad cristiana y del agradecimiento por haber recibido la fe. Se da importancia a la formación de los catequistas y a las introducción de las Ordenes contemplativas en los países de misión. La ciencia misionológica, que estaba en sus comienzos, se inspiró en esta encíclica, intentando armonizar los dos aspectos más resaltados entonces sobre la misión "ad gentes": propagar la fe (llamar a la conversión) e implantar la Iglesia.[61]
La Carta encíclica Saeculo exeunte (Pío XII, 1940) está dirigida a la Jerarquía de Portugal, pero los contenidos son de valor universal. El Papa agradece la gran labor misionera realizada desde los siglos anteriores en Africa, América y Asia. Acentúa la necesidad de vocaciones misioneras y la urgencia de una formación adecuada de los misioneros.[62]
La Carta encíclica Evangelii praecones (Pío XII, 1951) quiso conmemorar el 25º aniversario de la publicación de la encíclica Rerum Ecclesiae de Pío XI. En su segunda encíclica misionera, Pío XII armoniza las dos tendencias de la misionología de la época: la llamada a la fe (conversión y salvación en Cristo) y la implantación de la Iglesia por medio de una jerarquía autóctona. El Papa pide que se acelere la formación del clero nativo e indica la urgencia de adaptarse a las culturas y costumbres locales.[63]
La Carta encíclica Fidei donum (Pío XII, 1957) es como el "testamento misionero" del Papa Pacelli. Hacia los años cincuenta del siglo XX, Africa iniciaba un camino de estados independientes que necesitaban una atención especial por parte de la acción evangelizadora, especialmente teniendo en cuenta la invasión del materialismo ateo. La encíclica es un llamado hacia el Africa, pero, precisamente por ello, acentúa la corresponsabilidad de los Obispos con el Papa respecto a la misión universal; consecuencia de ello es la invitación a los sacerdotes diocesanos a asumir esta responsabilidad como colaboradores de los Obispos, según diversas posibilidades como es la de un servicio misionero temporal o permanente ("sacerdotes fidei donum"). Esta iniciativa daría un impulso decisivo a las diócesis misioneras, con participación de seglares y de institutos religiosos y misioneros. El Papa insiste en temas ya tratados por las anteriores encíclicas: implantación de la Iglesia con la organización de la jerarquía local, inserción de los grupos humanos y situaciones sociales, apostolado seglar, etc.[64]
La Carta encíclica Princeps Pastorum (Juan XXIII, 1959) fue escrita por el Papa Roncalli para conmemorar el 40º aniversario de la encíclica Maximum illud. Además de ahondar en los temas comunes a otras encíclicas, subraya la urgencia de suscitar el clero nativo y la acción misionera de los laicos (catequistas, jóvenes, Acción Católica). Se nota de nuevo el equilibrio doctrinal entre la llamada a la fe (conversión, salvación en Cristo) y la implantación de la Iglesia. Al mismo tiempo, en Juan XXIII (autor también de las encíclicas Mater et Magistra, 1961, y Pacem in terris, 1963)) se nota el equilibrio al relacionar la evangelización con la promoción o progreso humano. Un punto que aparece cada vez con más insistencia es el de cuidar de la formación del personal misionero: formación intelectual, pastoral, espiritual e incluso especializada en los estudios misionológicos. Esta formación servirá para una más adecuada adaptación a los medios culturales y sociales. La encíclica es una llamada a integrarse en las nuevas estructuras de los pueblos jóvenes.[65]
B) Documentos conciliares del Vaticano II
El decreto conciliar Ad Gentes (que resumiremos en este apartado) debe encuadrarse en el contexto de todos los demás documentos conciliares, especialmente teniendo en cuenta las cuatro Constituciones: Lumen Gentium, Dei Verbum, Sacrosantum Concilium, Gaudium et Spes. La idea principal, de profundo significado y trascendencia misionera, que puede armonizar todos los documentos, es la de "Iglesia sacramento", que en su dimensión misionera "ad gentes", se completa así: "Iglesia sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1).[66]
La Iglesia que describe el concilio Vaticano II es "sacramento", en el sentido de ser signo transparente y portador de Cristo para toda la humanidad. Precisamente la intención principal del concilio se expresa con esta afirmación: "Por ser Cristo luz de las gentes, este sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre el haz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15). Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se propone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal" (LG 1). De este modo, la Iglesia podrá presentarse como "signo levantado ante las naciones" (SC 2), "que manifiesta y, al mismo tiempo, realiza el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45).[67]
Esta idea y realidad fundamental, "Iglesia sacramento", da pie a la Lumen Gentium para urgir a una evangelización universal, como consecuencia de la naturaleza misionera de la misma Iglesia. La Iglesia es misionera por su realidad de "sacramento" (signo transparente y también instrumento de salvación) (LG I). Esta es su realidad de "Pueblo de Dios", como propiedad esponsal del mismo Dios y signo levantado ante todos los pueblos (LG II). Cada miembro de la Iglesia, según su propia vocación (jerarquía, religiosos, laicos), asume la propia responsabilidad de renovación para la misión (LG III, IV, VI); todos quedan urgidos a la santificación (LG V) y a colaborar en la marcha de una Iglesia que es "peregrina" como "sacramento universal de salvación" (LG VII). La Iglesia encuentra en María la figura ("Tipo", modelo, personificación) de esta acción misionera que es de maternidad (LG VIII).[68]
A partir de este enfoque misionero de la Lumen Gentium, resulta lógico pasar a los otros documentos conciliares (especialmente a las Constituciones y Decretos), para presentar su dimensión misionera. La Constitución Dei Verbum presenta una Iglesia que custodia y garantiza la revelación estrictamente dicha, que ha sido dada por Dios para toda la humanidad; efectivamente, el concilio "quiere proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión para que todo el mundo lo escuche y crea, creyendo espere, esperando ame" (DV 1).[69]
La Constitución Sacrosantum Concilium afirma que la renovación litúrgica, querida por el concilio, es factor decisivo para la evangelización: "la liturgia robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de él, se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor" (SC 2).[70].
La Constitución Gaudium et Spes da la nota de inserción a la misión eclesial respecto a las situaciones concretas de la sociedad humana. Desde el inicio del documento, aparece la urgencia de evangelización universal. A partir del misterio de la encarnación, la Iglesia se siente solidaria de toda la humanidad: "La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia" (GS 1).[71]
Todos los documentos y temas del concilio pueden enfocarse a partir de los contenidos de la Lumen Gentium, enriquecidos con la doctrina de las otras Constituciones (DV, SC, GS) y acentuando la dimensión universalista "ad gentes" (AG):
LG -------- (DV, SC, GS) -------- AG[72]
El decreto conciliar Ad Gentes se encuadra, pues, en esta rica perspectiva de los documentos conciliares y, de modo especial, a partir de la Lumen Gentium y del tema Iglesia "sacramento universal de salvación". El documento misionero aprovecha la herencia de las encíclicas anteriores, pero da unos pasos firmes para una evangelización más eficaz y adecuada a la realidad actual. La misión de la Iglesia es la misma misión de Cristo, que deriva de la Trinidad y de los planes salvíficos del Padre y que se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. Tiene, pues, dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica y eclesiológica. A partir de estos principios misioneros (AG I), se podrá pasar fácilmente a las consecuencias prácticas: la obra misionera (II), las Iglesias particulares (III), los misioneros (IV), la organización de la actividad (V) y la cooperación misionera (VI). Se acentúa la naturaleza misionera de toda Iglesia particular, sin restar importancia a la vocación misionera específica y a los Institutos misioneros. El decreto conciliar sigue siendo la base de toda la reflexión teológica actual sobre la misión.[73]
C) Documentos misioneros del postconcilio
Son tres los documentos postconciliares específicamente misioneros: Evangelii nuntiandi (Pablo VI), Slavorum Apostoli (Juan Pablo II), Redemptoris Missio (Juan Pablo II). Pero en todos los documentos del postconcilio, la dimensión misionera "ad gentes" se hace cada vez más explícita.
La exhortación apostólica postsinodal Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, fue publicada a los diez años de finalizar del concilio Vaticano II (1965-1975). Es uno de los documentos más citados y apreciados en el período postconciliar. Su objetivo es, como indica el título, "la evangelización del mundo contemporáneo" y no sólo la evangelización "ad gentes". De hecho, trata argumentos parecidos a los de Ad Gentes y Gaudium et Spes; pero presenta unos matices nuevos respecto al tema de la evangelización. La naturaleza misionera de la Iglesia (AG I), se presenta con un sentido más dinámico: "del Cristo Evangelizador, a la Iglesia evangelizadora" (EN I). La naturaleza de la acción evangelizadora, que es siempre de anuncio, testimonio y formación de la comunidad en la caridad (AG II), queda profundizada presentando su contenido bíblico, los sectores de la sociedad que urge evangelizar, los nuevos medios y los destinatarios de la evangelización (EN II-V). Mientras el concilio presenta la responsabilidad misionera de las Iglesias particulares (AG III), la exhortación postsinodal coloca en esta perspectiva la responsabilidad de todas las vocaciones (EN VI). El decreto conciliar fija la atención en los misioneros (virtudes y formación), la organización y la cooperación misionera (AG IV-VI); la exhortación de Pablo VI presenta con amplitud un tema nuevo en cuanto a la explicación de sus contenidos: la espiritualidad o "el espíritu de la evangelización" (EN VII).[74]
Desde su primera encíclica (Redemptor hominis, 1979), Juan Pablo II ha ido señalando esta dimensión sin fronteras. La Iglesia, con su "dinamismo misionero", tiene "conciencia de apertura universal" (RH 4) y se encuentra siempre "en estado de misión" (RH 20).[75]
La Carta encíclica Slavorum Apostoli (1985) se publicó para celebrar el 11º centenario de la muerte de San Cirilo, quien junto con San Metodio había sido declarado copatrono de Europa en 1980 (como San Benito lo era desde 1964). El Papa quiso presentar unos modelos de "inculturación" en el proceso evangelizador actual de Europa y de todo el Occidente: cómo hacer llegar el evangelio a toda cultura y, de modo particular, a la cultura actual. Los santos patronos de Europa, al anunciar el evangelio en los pueblos del este europeo, supieron "interpretar fielmente las aspiraciones y valores humanos que en ellos subsistían" (SA 10) e "identificarse con su misma vida y tradición, después de haberlas purificado e iluminado con la revelación" (SA 11). Juan Pablo, en numerosas intervenciones, invitando a una "nueva evangelización", ha instado a redescubrir y recuperar las raíces cristianas de Europa y de toda la cultura occidental.[76]
La Carta encíclica Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990) se publica a los veinticinco años del Vaticano II (decreto Ad Gentes) y a los quince años de Evangelii nuntiandi. Es la primera encíclica directamente "misionera" del postconcilio, en cuanto que aborda la evangelización "ad gentes", como las encíclicas misionales anteriores y como el decreto misionero del concilio Vaticano II. Es una llamada a la urgencia y responsabilidad de la evangelización universal. En los tres primeros capítulos, aclara conceptos teológicos que, de no ser entendidos adecuadamente, podrían "debilitar el impulso misionero" (RMi 2): Cristo, único Salvador (I), el Reino de Dios (II), la acción del Espíritu Santo (III). Los capítulos siguientes presentan las nuevas situaciones de la misión (IV), los caminos de la evangelización (V), los agentes y responsables (VI), la cooperación concreta (VII), la espiritualidad misionera (VIII). La encíclica explica conceptos bíblicos y teológicos que necesitaban orientación magisterial para una mejor presentación en el campo científico y una más adecuada comprensión por parte de los evangelizadores: la salvación, la naturaleza misionera de la Iglesia (también de la Iglesia particular), la inculturación, los valores evangélicos, el diálogo, el desarrollo, la vocación, formación y cooperación misionera, la espiritualidad del misionero, etc.[77]
Estos contenidos misionológicos, especialmente de los documentos magisteriales conciliares y postconciliares, han sido recogidos sintéticamente a nivel jurídico en el nuevo Código de Derecho Canónico (1983). El apartado sobre "la acción misionera de la Iglesia" (lib. III, tít. II), después de presentar la naturaleza misionera de la misma Iglesia, señala y traza normas sobre la responsabilidad de la jerarquía y de cada miembro del Pueblo de Dios, subrayando la dimensión misionera de la vida consagrada, la importancia de los misioneros y de los catequistas, la actividad y coordinación misionera, la promoción de las vocaciones y de la animación misionera, especialmente por medio de las Obras Misionales Pontificias.[78]
El Catecismo de la Iglesia Católica recoge la doctrina misionera de la Iglesia, con su base bíblica, magisterial y teológica, y con orientación catequética. Aprovecha la doctrina conciliar sobre el tema, con profusión de citas, especialmente de Lumen Gentium y de Ad Gentes. El tema lo presenta al explicar el "Credo" ("creo en la santa Iglesia católica") (nn. 748ss). La misión universal, que tiene origen trinitario y que llega a la Iglesia, por Cristo, en el Espíritu, se relaciona con la realidad eclesial de:
- Iglesia "misterio", "sacramento universal de salvación" (nn. 772-780),
- Iglesia "católica" (nn. 830-856),
- Iglesia "apostólica" (nn. 857-870).
Después de resumir la doctrina católica sobre la Iglesia, se detiene en la realidad de Iglesia "misterio", para presentarla también como "sacramento universal de salvación", acentuando su universalidad: "La Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano... Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo 'como instrumento de redención universal' (LG 9)... Ella es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (nn. 774-776). La misma universalidad aparece al describir a la Iglesia como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu (nn. 781-810). Al explicar las notas de la Iglesia (una, santa, católica y apostólica), relaciona la misión con las notas de catolicidad y apostolicidad de la Iglesia (nn. 830-870). "Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano" (nn. 831). La misión es exigencia de la catolicidad por el mandato universal de Cristo (n. 849), por el origen y la finalidad de la misión (n. 850), por el motivo de la misión que es "el amor de Dios por todos los hombres" (n. 851), por los caminos de la misión (n. 852). La misión es también exigencia de la apostolicidad: "toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y de los Apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es 'enviada' al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío" (n. 863).[79]
El magisterio ordinario de los Obispos ha ido publicando documentos de interés misionológico "ad gentes", especialmente con ocasión del domingo mundial de las misiones[80]. Han tenido repercusión universal los documentos del Episcopado latinoamericano en sus Conferencias Generales de Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). El documento de Puebla (III CELAM), en su contenido misionero "ad gentes", ha sido citado frecuentemente por Juan Pablo II en sus viajes apostólicos y también en la encíclica Redemptoris Missio: "Toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de las demás... A este propósito es ejemplar la declaración de los Obispos en Puebla: 'Finalmente, ha llegado para América Latina la hora... de proyectarse más allá de sus propias fronteras, ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza (cita Puebla, n.368)... La misión de la Iglesia es más vasta que la 'comunión entre las Iglesias'; ésta, además de la ayuda para la nueva evangelización, debe tener sobre todo una orientación con miras a la específica índole misionera" (RMi 64).[81]
El documento de Santo Domingo (IV CELAM), remitiéndose a Redemptoris Missio y al documento de Puebla, ratifica esta dimensión misionera y se compromete a ponerla en práctica.[82]
Todos estos documentos magisteriales podrían encuadrarse fácilmente en los tres documentos misioneros pontificios más importantes del concilio y postconcilio: Ad Gentes, Evangelii nuntiandi, Redemptoris Missio:
- Nivel teológico: ¿qué es la misión (AG I; EN I-III; RMi I-III)
- Nivel operativo: ¿cómo realizar la actividad misionera? (AG II, III, V; EN IV-V; RMi IV-V); los agentes de la misión (AG IV, VI; EN VI; RMi VI); C) animación de la comunidad cristiana para hacerla misionera (AG VI; EN VI; RMi VII)
- Nivel espiritual: ¿cómo vivir la misión por parte de los apóstoles y de toda la comunidad? (AG IV; EN VII; RMi VIII).
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(Ver otros estudios particulares de los diversos capítulos de nuestra publicación).
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(Ver otros estudios particulares de los diversos capítulos de nuestra publicación).
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(Ver otros estudios particulares de los diversos capítulos de nuestra publicación).
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(Ver otros estudios particulares de los diversos capítulos de nuestra publicación).
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A. SANTOS HERNANDEZ, Misionología. Bibliografía misional. Parte doctrinal (Santander, Sal Terrae, 1965).
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Z. STEZYCKI, Atlas Hierarchicus, Descriptio geographica et statistica insuper notae historiae Ecclesiae Catholicae (MÖdling Bei Wien, St. Gabriel-Verlag, 1992).
F.J. VERSTRAELEN, Missiology Today: A Bibliographical Note: Mission Studies III/I (1986) 119-136.
Nota: Ver las fichas bibliográficas en este capítulo: teología (notas 1 y 54), Biblia y misión (notas 4 y 5, y el capítulo I), datos históricos sobre la misionología y la pastoral (notas 17-18, 28), estadísticas (notas 42 y 47), datos históricos sobre las misiones (nota 32-36, 45, 59-65), Pablo (nota 50), Palabra (nota 55), Vaticano II (nota 66), nueva evangelización (notas 30, 52 y 80), Puebla y América Latina (nota 81-82).
[1]Por esto "la verdadera teología proviene de la fe y trata de conducir a la fe... Santo Tomás es muy explícito cuando afirma que la fe es como el habitus de la teología, o sea, su principio operativo permanente, y que toda la teología está ordenada a alimentar la fe" (PDV 53). Ver la doctrina de Santo Tomás: In Lib. Boetii de Trinitate V, 4, ad 8. Es la misma doctrina de San Anselmo sobre "credo ut intelligam" ("creo para llegar a comprender") (Proslogion cap. I)) , que equivale a "fides quaerens intellectum". La teología de la misión no deberá olvidar las diversas funciones de la teología: científica (análisis de conceptos y de realidades), sapiencial (referencia comprometida hacia Dios como primer principio), kerigmática (de anuncio), pastoral (práctica), vivencial (espiritual), etc. Z. ALSZEGHY, M. FLICK, Come si fa la teologia (Ed. Paoline 1974); B. MONDIN, Introduzione alla Teologia (Milano, Massimo, 1983) cap. I (naturaleza y cometido de la Teología); C. ROCCHETTA, R. FISICHELLA, G. POZZO, La teologia tra rivelazione e storia, introduzione alla teologia sistematica (Bologna, EDB, 1989); O. RUIZ ARENAS, Jesús, Epifanía del amor del Padre, Teología de la Revelación (México, CEM, 1988) cap. I (Teología y revelación). Ver las diversas posibilidades de exégesis según la Pontificia Comisión Bíblica: La interpretación de la Biblia en la Iglesia (Lib. Edit. Vaticana, 1993).
[2]Añade Juan Pablo II: "Recomiendo que sobre todo en los Seminarios y en las Casas de formación para religiosos y religiosas se lleven a cabo tales estudios, procurando que algunos sacerdotes, o alumnos y alumnas, se especialicen en los diversos campos de las ciencias misionológicas" (RMi 83).
[3]El presente capítulo intenta ofrecer la base conceptual de toda la realidad sobre la misión y evangelización. Vendría a ser como el esquema mental o "herramientas" con las cuales poder elaborar los datos bíblicos resumidos en el capítulo primero. La consecuencia será la labor de todos los capítulos siguientes, que vienen a ser otras tantas dimensiones de la misión: trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, antropológico-sociológica-cultural, pastoral, espiritual...
[4]En el Antiguo Testamento el término "enviar" se expresa con la palabra "salah"; en el Nuevo Testamento, con "apostello", "apostellein" (en los sinópticos) o "pempein" (en Juan): Mt 10,16; 28,19-20; Mc 10,16; 16,15; Lc 10,3; Jn 17,18; 20,21. Cf. V. CAPDEVILA I MONTANER, Trinidad y misión en el evangelio y en las cartas de San Juan: Estudios Trinitarios 15 (1981) 83-153. En el Nuevo Testamento, los términos "enviar" y "evangelizar" se emplean como verbos (cf. Lc 4,18). El substantivo ("misión", "evangelizacion") no es expresión bíblica. El término "misión" se usa con San Ignacio (s.XVI) y a partir de la fundación de la Congregación de "Propaganda Fide" (s.XVII); en el siglo XIX se usa ya como término de reflexión teológica. El substantivo "evangelización" es del siglo XIX y tiene origen en los teólogos de la reforma; en los documentos magisteriales conciliares (LG, AG) y postconciliares (EN, RMi) es de uso frecuente. Cf. A. WOLANIN, Teologia della missione (Casale Monferrato, PIEMME, 1989) introducción (n. 2: conceptos de misión y de evangelización). Más que los términos, es importante la realidad, la cual pertenece a la doctrina revelada.
[5]Ver las conclusiones (síntesis doctrinal) de: D. SENIOR, C. STRUHLMÜLLER, Biblia y misión, Fudamentos bíblicos de la misión (Estella, Edit. Verbo Divino, 1985) III.
[6]La misión tiene diversos "momentos": teológico, histórico-antroplógico, cristológico, pneumatológico, comuntario-eclesiológico, etc. Cf. E. BUENO, Dimensión misionera del objetivo teológico, en: La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987) 13-75.
[7]Evangelii nuntiandi(nn. 7-12) señala unos "elementos esenciales": el anuncio del Reino de Dios, el anuncio de la salvación liberadora, la llamada a la conversión, la predicación infatigable, los signos salvíficos... "La evangelización es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos. En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores" (EN 24). Es básicamente el mismo objetivo señalado por Redemptoris MIssio con el nombre de "caminos de la misión" (RMi V).
[8]Estos elementos son también otros tantos medios de acción pastoral misionera. Ver el capítulo VII: la acción evangelizadora de la Iglesia.
[9]Ver el capítulo III, 3. El tema de la "gloria de Dios" ha sido poco estudiado en relación con la misión. Pueden verse los comentarios a AG 4-6 y LG 2-4. Ver: M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) 165-181.
[10]Ver la dimensión trinitaria en el capítulo III (Dios Amor, fuente de la misión). M.G. MASCIARELLI, La Chiesa è missione, prospettiva trinitaria (Casale Monferrato, PIEMME, 1988).
[11]Ver la dimensión cristológica de la misión en los capítulos I (Jesús evangelizador) y IV (el mandato misionero de Jesús) de nuestro estudio. A. WOLANIN, La misión de Jesús, en: Misión para el tercer milenio, curso básico de Misionología (Roma, PUM y Bogotá OMP, 1992) cap. III.
[12]Ver la dimensión pneumatológica de la misión en el capítulo V (evangelizar con la fuerza del Espíritu). AA.VV., El Espíritu Santo, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia (Burgos 1980); T. FEDERICI, Lo Spirito Santo protagonista della missione (RM 21-30), en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Urbaniana University Press, 1992) 107-151.
[13]Ver la dimensión eclesiológica de la misión en el cap. VI (Iglesia en estado de misión). J.L. ILLANES, La misionología en el marco de la eclesiología, en: Misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987) 65-75; E. NUNNENMACHER, La naturaleza misionera de la Iglesia, en: Misión para el tercer milenio (Roma, PUM, 1992) cap. IV.
[14]Ver la dimensión pastoral de la misión en el cap. VII (la acción evangelizadora de la Iglesia). J. ESQUERDA BIFET, Evangelizar hoy, Animadores de las comunidades (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1987); P. GIGLIONI, La actividad misionera de la Iglesia, en: Misión para el tercer milenio, o.c., 111-136; M.A. MEDINA, Proceso y elementos de la actividad misionera, en: La misionología hoy, o.c., 221-250.
[15]Sobre la dimensión antropológica de la misión, ver los capítulos VII (n. 2, C) y VIII. E. BUENO, La mision de la Iglesia ante el desafío de la pobreza y del sufrimiento, en: La misionología hoy, o.c., 544-565; J. SARAIVA MARTINS, Evangelizare pauperibus, evangelizzazione e promozione umana, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Urbaniana Univ. Press, 1992) 327-342. Ver algunos aspectos antropológicos y sociológicos de la misión en: A. SANTOS HERNANDEZ, Teología sistemática de la misión (Estella, Verbo Divino, 1991) III.
[16]Ver la dimensión espiritual de la misión en los capítulos V, 3 (el Espíritu Santo en la misión del apóstol), IX (cooperación misionera), X (espiritualidad misionera), XI (vocación misionera). J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad misionera, en: Misión para el tercer milenio, curso básico de Misionología, o.c., 188-208.
[17]Gustavo Warneck(1834-1910) es considerado el iniciador de la misionología moderna protestante. José Schmidlin (1876-1944), influido por Warneck, dio origen a la misionología moderna católica y fue el primer catedrático de esta materia (Münster, 1914). Ya en el año 1911 se había fundado la revista católica "Zeitschrift für Missionswissenschaft", dirigida por Schmidlin con la colaboración de Federico Schwager (1876-1929) y de Roberto Streit (1875-1930). Este último dio inicio a la "Bibliotheca Missionum". Sin embargo, no hay que olvidar esfuerzos anteriores, como las reflexiones de Raimundo Lull (hacia 1232-1315), Tomás de Jesús (en 1610: Stimulus Missionum; en 1613: De procuranda salute omniun gentium), etc. La Congregación de Propaganda Fide se creó en 1622. El término "misionología" parece acuñado en 1832 por J.T.L. Danz. Ver otros datos históricos: H.W. GENSICHEN, en: K. MÜLLER, Teologia de la misión (Estella, Verbo Divino, 1988) cap. 1 (la misionología como ciencia). También en: A. SANTOS HERNANDEZ, La misionología como ciencia teológica (sus orígenes), en: La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987) 33-64.
[18]Ver la evolución de estas escuelas antes del concilio Vaticano II y cómo se han ido armonizando sus datos fundamentales: J.L. ILLANES, La misionología en el marco de la eclesiología, en: La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987) 65-75 (n. 1: los avatares de la eclesiología y su influjo en el surgir de la misionología); K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino, 1988) 2,2 (esfuerzos por una definición de la misión); A. SANTOS HERNANDEZ, Teología sistemática de la misión, (Estella, Verbo Divino, 1991) I (presentación de las diversas escuelas misionológicas).
[19]Ver cada uno de estos temas, de modo sintético y con bibliografía básica en el Dizionario di Missiologia (Roma, Pont. Univ. Urbaniana y EDB, 1993).
[20]Algunos autores distribuían así la materia: causa eficiente (Cristo enviado por el Padre y el Espíritu, y que envía a los Apóstoles), causa material (a toda la creación, a todas las personas, pueblos y culturas), causa formal (mediante la predicación y el bautismo), causa final (llamando a la conversión y entrar en la Iglesia). Los "manuales" actuales de misionología siguen más bien un esquema parecido al de nuesto estudio. Ver la lista más amplia en la orientación bibliográfica final de este capítulo. AA.VV., Misión para el tercer milenio, curso básico de Misionología (Roma, PUM, Bogotá OMP, 1992); AA.VV., La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987); AA.VV., Following Christ (St. Paul Pub. 1995); L.A. CASTRO, Gusto por la misión. Manual de Misionología (Bogotá, CELAM 1994); K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino, 1988); A. SANTOS HERNANDEZ, Teología sistemática de la misión (Estella, Verbo Divino, 1991); A. SEUMOIS, Teologia missionaria, Bologna, EDB, 1993); A. WOLANIN, Teologia della missione (Casale Monferrato, PIEMME, 1989).
[21]Ver la dimensión cristológica de la misión el capítulo IV, 3 (la misión de anunciar a Cristo, Dios, hombre y Salvador). A esta problemática cristológica responde la Redemptoris missio en el capítulo I. Ver: A. AMATO, Missione cristiana e centralità di Cristo Gesù, en: La missione del Redentore (Leumann, Torino, LDC, 1992) 11-29; J. GALOT, Cristo unico Salvatore e salvezza universale, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992) 55-66; J.A. SAYES, Fundamentos cristológicos de la misión, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP, 1991) 131-162.
[22]Ver la dimensión pneumatológica de la misión en el capítulo V (evangelizar con la fuerza del Espíritu). A esta problemática pneumatológica (en sus aspectos positivos y negativos) responde el capítulo III de la Redemptoris Missio. Ver comentarios: T. FEDERICI, Lo Spirito Santo protagonista della missione (RM 21-30), en: Cristo, Chiesa, Missione. o.c., 107-151; J. LOPEZ GAY, El Espíritu Santo protagonista de la misión, en: Haced discípulos a todas las gentes, o.c., 163-181; A.M. TRIACCA, Lo Spirito Santo protagonista della missione, en: La missione del Redentore,o.c., 43-64.
[23]Ver la dimensión eclesiológica de la misión en los capítulos VI y VII (Iglesia en estado de misión, la acción evangelizadora de la Iglesia). A esta problemática responde la encíclica Redemptoris Missio especialmente en el capítulo II (el Reino) y en el número 89 (amar a la Iglesia). El tema está relacionado con la cristología y la pneumatología (ver las notas anteriores). Ver comentarios: T. CITRINI, Missione ed ecclesiologia, en: La missione del Redentore, o.c., 31-42; E. NUNNENMACHER Il Regno di Dio e la missione della Chiesa (RM 12-20), en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992) 67-87.
[24]Ver la dinensión trinitaria de la misión en el capítulo III (Dios Amor, fuente de la misión). Esta dimensión la incluían los expositores al hablar de Jesucristo o del Espíritu Santo, pero, de hecho ha habido poca reflexión sobre ella (ver la bibliografía de las notas anteriores). Los documentos conciliares del Vaticano II (especialmente LG I y AG I) habían puesto de relieve el tema trinitario en relación con el tema de la misión (ver la bibliografía sobre el Vaticano II en el apartado 4 y orientación bibliográfica final). A. PEÑAMARIA, Trinidad y misión. Presupuestos teológicos de misionología: Estudios Trinitarios 15 (1981) 363-378.
[25]Ver los comentarios a Redemptoris Missio y Evangelii nuntiandi en el apartado 4 y en la orientación bibliográfica final. Sobre las nuevas corrientes teológicas respecto a la misión: J. LOPEZ GAY, La misionología contemporánea, en: Misión para el tercer milenio (Roma, PUM, 1992) 13-26); A. WOLANIN, Linee attuali della Theologia Missionis, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992) 33-49. La problemática teológica de la salvación fue estudiada por un congreso internacional: La salvezza oggi, Congresso Internazionale di Missiologia (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1989). Otros estudios sobre la problemática actual: Chiesa locale e inculturazione nella missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1987); Missiologia oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1985); Prospettive di Missiologia, oggi (Roma, Univ. Gregoriana, 1982). A mi entender, los problemas que afectan a la teología trinitaria, a la cristología y eclesiología, deberían ser estudiados en sus respectivos tratados, dejando sólo para la Misionología aquellos puntos que se relacionan con la misión.
[26]A partir de la ruptura de la unidad inicial, los nuevos tratados de "teología" se han multiplicado, a veces incluso con cierta desconfianza mutua hasta negar para los demás su carta de ciudadanía. Así sucedió al comenzar la "espiritualidad" (¿en la teología moral?), la mariología (¿en la cristología o en la eclesiología?), la "pastoral", la misionología...
[27]Este avance de la misionología no ha sido todavía introducido en algunos estudios y manuales misionológicos, que se han quedado en cuestiones introductorias (escuelas, etc.) o centrándose principalmente en las polémicas actuales de los tratados de cristología y eclesiología. Tanto el concilio Vaticano II, como Evangelii nuntiandi y Redemptoris Missio, ofrecen material abundante sobre la misiografía, la cooperación y animación misionera, la pastoral misionera y la espiritualidad misionera. Estos campos de la misionología deben ocupar su puesto clave de la exposición de los temas misionológicos. Nos remitimos al apartado anterior (la misionología, ciencia sobre la misión). Ver los manuales de misionología citados en la orientación bibliográfica final de este capítulo.
[28]El término "teología pastoral" ya lo empleó San Pedro Canisio (1521-1597). Como tratado para ser explicado en las aulas, tuvo origen en un decreto de la emperatriz María Teresa de Austria (1774), en vistas a la reforma de los estudios eclesiásticos y a la práctica concreta de la acción pastoral. Posteriormente, la teología pastoral se fue desarrollando con mayor fundamento bíblico y teológico. Ver datos históricos sobre el origen de la teología pastoral en: C. FLORISTAN, M. USEROS, Teología de la acción pastoral (Madrid, BAC, 1968). Síntesis actual y bibliografía, en: J. ESQUERDA BIFET, Evangelizar hoy, Animadores de las comunidades (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1987); J. RAMOS, Teología pastoral (Madrid, BAC 1994). Ver otros estudios en el capítulo VII (la acción evangelizadora de la Iglesia).
[29]Cada tema misionológico debe presentarse con las tres dimensiones indicadas (teológica, pastoral, espiritual), pero, en la práctica, los temas concretos podría distribuirse fácilmente según la especialización dogmática, pastoral o espiritual. A la dimensión teólogica le podrían corresponder estos temas: aspectos trinitarios, cristológicos, pneumatológicos, salvíficos y eclesiológicos de la misión. A la dimensión pastoral: implantación de la Iglesia, anuncio del Reino, testimonio, celebración litúrgica, servicios de caridad, construcción de la comunidad, animación misionera, cooperación, etc. A la dimensión espiritual: vocación misionera, fidelidad al Espíritu, sentido y amor de Iglesia, contemplación (experiencia de Dios), virtudes y carismas, vida comunitaria, espiritualidad mariana. Ver bibliografía sobre cada una de las dimensiones en los capítulos siguientes. Elenco bibliográfico anual, que recoge todas las publicaciones que interesan a la misionología y a sus ciencias auxiliares: Bibliographia missionaria (Roma, Pont. Univ. Urbaniana).
[30]Ver la distinción entre las "tres situaciones" de la evangelización (pastoral ordinaria, nueva evangelización y evangelización "ad gentes"), en RMi 33. La "nueva evangelización" lleva a la evangelización "ad gentes" según RMi 2-3. La expresión "nueva evangelización" fue usada por Juan Pablo II, por primera vez, en Puerto Príncipe, Haití, 9 de marzo de 1983 (Insegnamenti VI, 1983, 698), y luego en Santo Domingo, 11 y 12 de octubre de 1984 (Insegnamenti VII/2, 1984, 885-897). El Papa ha hecho frecuentes llamamientos, como en la encíclica Veritatis Splendor: "La evangelización y, por tanto, la 'nueva evangelización' comporta también el anuncio y la propuesta moral" (VS 107). Ver el tema y bibliografía en el apartado siguiente.
[31]Sobre los nuevos problemas misionológicos de tipo doctrinal, ver el apartado B del n. 2; bibliografía en la nota 25. También: AA.VV., La evangelización en el mundo actual (Burgos, 1975); AA.VV:, La misionología hoy, o.c., III; J. DAO, Situaciones actuales y tendencias que se plantean en la misión, en: Misión para el tercer milenio (Roma, PUM 1992) cap. II; H. RZEPKOWSKI, El mundo de hoy como contexto de la misión cristiana, en: Teología de la misión (edit. K. MÜLLER) (Estella, Verbo Divino, 1988) 195-232.
[32]J. COMBY, Deux mille ans d'évangélisation (Paris, Desclée 1992); B. DE VAULX, Les Missions: leur histoire (Paris, Fayard 1960; S. DELACROIX (edit.), Histoire universelle des Missions Catholiques (Paris, Lib. Grund 1956); J.Mª LABOA, La misión en la Iglesia, en: La misionología hoy (Estella, Verbo Divino 1987) 138-170. Ver otros estudios en las notas siguientes.
[33]Adv. HaeresesI,10,1: PG 7,550; III,11,8: PG 7,885. Más tarde, San Agustín dirá más bien que existen pueblos a los que todavía no ha llegado el evangelio: Ad Hesychium Ep. 119,12: PL 33,922.923. Ver: R. MACMULLEN, Christianity in the Roman Empire (AD 100-400) (New Haven, Yale Univ. Press 1984).
[34]AA.VV., Historia de la Iglesia en Hispanoamérica y Filipinas (Madrid, BAC 1992); AA.VV., Historia de la evangelización de América. Trayectoria, identidad y esperanza de un Continente(Lib. Edit. Vaticana 1992).
[35]J. GUENON, Missions Etrangères de Paris (Paris, Fayard 1986); J. METZLER, Sacrae Congregationis de Propaganda Fide Memoria Rerum (Roma, Herder 1971-1976) 5 vol. sobre los años 1622-1972.
[36]A. SANTOS HERMANDEZ, Las misiones católicas, en: Historia de la Iglesia (Fliche-Martin) (Valencia, EDICEP 1978) vol. 29.
[38]Analizo los documentos magisteriales, con su contexto histórico, en el apartado 4. Ver la problemática de la teología misionera actual en todo el presente capítulo. Los temas de la inculturación y diálogo (interreligioso y ecuménico), en el capítulo VIII. La misión en relación con la promoción humana, en el capítulo VII n.2 C.
[39]América Latina (documentos del CELAM, especialmente, "Medellín", "Puebla", "Santo Domingo"); Africa y Madagascar (documentos de AMECEA); Asia (documentos de FABC), etc. Ver el n.4 del presente capítulo.
[40]J. COMBY, Deux mille ans d'évangélisation (Paris, Desclée 1992). Ver otros estudios históricos en las notas precedentes.
[41]Analizo las causas en: El despertar misionero "Ad Gentes" en América Latina: Euntes Docete 45 (1992) 159-190.
[42]Z. STEZYCKI, Atlas Hierarchicus, Descriptio geographica et statistica insuper notae historiae Ecclesiae Catholicae (MÖdling Bei Wien, St. Gabriel-Verlag, 1992). Ver estadísticas generales en: Annuarium statisticum Ecclesiae (Secretaria Status, Typis Pol. Vaticanis, publicación anual). Tiene datos muy detallados y valorados sobre: territorios y población, personal apostólico, instituciones de formación, práctica religiosa, instituciones, etc. Ver la publicación "Fides" de la Agencia Fides (Roma) y la revista "Omnis Terra" de la Pontificia Unión Misional (Roma). En el último lustro del segundo milenio de cristianismo, más de tres mil millones de seres humanos no profesan a Cristo (entre una población total de cinco mil cuatro cientos millones, son cristianos mil ochocientos millones). Los católicos son el 17,6% de la poblacion mundial. En Asia los católicos son el 2,6%; si se descontaran las Filipinas, no llegarían al 2%. En India, los católicos son el 2%. Hay fenómenos humanamente inexplicables: en Corea, los católicos, en pocos años, han pasado de cien mil a más de dos millones; en Japón, no pasan de trescientos mil (0.4 de la población). En Africa los católicos son el 13,45%; en Oceanía, 26%. Para el año 2.000, se calcula que los cristianos serán la tercera parte de la población mundial (dos mil millones entre seis mil millones). Ver: D.B. BARRET, Status of Global Mission, 1990, in context of 20th Century: International Bulletin of Missionary Research 14 (1990) 27. Ver estadísticas comparativas de las religiones, en la nota 47.
[43]AA.VV., Promoción misionera de las Iglesias locales (Burgos, 1976). "El problema es sin duda delicado. La evangelización pierde mucho de su fuerza y de su eficacia, si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su lengua, sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, no llega a su vida concreta. Pero, por otra parte, la evangelización corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse, si se vacía o desvirtúa su contenido, bajo pretexto de traducirlo; si queriendo adaptar una realidad universal a un espacio local, se sacrifica esta realidad y se destruye la unidad sin la cual no hay universalidad. Ahora bien, solamente una Iglesia que mantenga la conciencia de su universalidad y demuestre que es de hecho universal puede tener un mensaje capaz de ser entendido, por encima de los límites regionales, en el mundo entero" (EN 63). Ver el tema de la Iglesia particular en el capítulo VI, 3 (responsables y agentes de la misión en la Iglesia); sobre la inculturación, en el capítulo VIII (evangelización de culturas y religiones).
[44]La misiografía actual señala estas líneas básicas: describir el panorama misionero actual con las situaciones que interpelan, el crecimiento y la vitalidad de las Iglesias jóvenes; señalar los caminos más urgentes de la evangelización (importancia de la espiritualidad, comunión intereclesial, inculturación, servicio a los pobres, diálogo interreligioso). Ver: J. DAO, Misiografía. Situaciones actuales y tendencias que se plantean en la msion, en: Misión para el tercer milenio (Roma, PUM 1992) 27-41.
[45]Ver resumen histórico y valoración en el apartado 3, A. Estudios: J.Mª LABOA, La misión en la Iglesia, en: La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987) 138-170 (estudia la historia dividida en tres períodos); P. MILLEFIORINI, Le missioni nella storia, en: AA.VV., Chiesa sempre missionaria (Genova, Fac. Teol. Italia Settentrionale, 1992) 271-308; A. SANTOS HERMANDEZ, Misionología, problemas introductorios y ciencias auxiliares (Santander, Sal Terrae, 1961) VIII (la historia de las misiones). El estilo de vida (y espiritualidad) misionera según los períodos históricos: M. COLLINS REILLY, Spirituality for mission (Manila, Loyola Univ., 1976). Ver otros estudios históricos en las notas 32-36 y en la orientación bibliográfica final del capítulo.
[46]Este es el argumento central de la encíclica Veritatis Splendor. "Según la fe cristiana y la doctrina de la Iglesia, solamente la libertad que se somete a la verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la verdad y en realizar la verdad" (VS 84). "Cristo crucificado revela el significado auténtico de la libertad, lo vive plenamente en el don total y llama a los dicípulos a tomar parte en su misma libertad" (VS 85).
[47]Ver el capítulo VIII, n.2. Estadísticas aproximadas del último decenio del siglo XX: cristianos (1.800 millones); musulmanes (937 millones); hindúes (731 millones); confucionistas (342 millones); budistas (332 millones); hebreos (19 millones); sikhs (17 millones); otras religiones (796 millones); sin religión (271 millones). Ver Annuarium Statisticum Ecclesiae, o.c. en la nota 42.
[48]La temática de Gaudium et Spes y de Evangelii nuntiandi indican esta orientación de la acción evangelizadora. Especialmente para América Latina, son muy significativos los documentos de Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). Ver el apartado 4 del presente capítulo.
[50]AA.VV., Paul du Tarse, apôtre du notre temps (Rome, Ab. St. Paul, 1979); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1971); W. GARDINI, Pablo, un cristiano sin fronteras (Buenos Aires, Paulinas, 1979); ST. LYONNET, Apóstol de Jesucristo (Salamanca, Sígueme, 1966); ST. VIRGULIN, Cristo al centro della missione di Paolo: Riv. di Vita Spirituale 40 (1986) 378-397.
[51]El término "las misiones" resulta inexacto si se quiere aplicar sólo a los países no cristianos. Tampoco es adecuado aplicarlo a países llamados de "tercer mundo", puesto que algunos de esos países son cristianos. En algunos países tradicionalmente llamados de "misión" (por ejemplo Thailandia), la cristiandad (al menos los católicos) está tanto o más organizada y enraizada que en muchos países tradicionalmente cristianos; queda, no obstante, la gran masa de no cristianos que tienen derecho a que la comunidad cristiana se organice para evangelizarlos.
[52]La relación entre la "nueva evangelización" y la evangelización "ad gentes" es patente en Redemptoris Missio: "La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal" (RMi 2). Es muy abundante la bibliografia sobre la nueva evangelización, entre los años 1983 (lanzamiento del término por Juan Pablo II) y 1992 (IV Conferencia general del Episcopado latinoamericano, en Santo Domingo). La mejor explicación se encuentra en el documento de Santo Domingo: "Nueva evangelización, promoción humana, cultura cristiana"; dedica al tema el capítulo primero de la segunda parte, señalando su significado dinámico, el sujeto (toda la comunidad eclesial), la finalidad, los destinatarios, el contenido, el nuevo ardor, los nuevos métodos y las nuevas expresiones. Estos tres últimos aspectos, fueron indicados por Juan Pablo II el año 1984 en Santo Domingo (Insegnamenti VII/2, 1984, 885-897). Recojo alguna bibliografía en: Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización: Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147. Ver tanmbién: CELAM, Nueva evangelizción, génesis y líneas de un proyecto misionero (Bogotá 1990); J. LOPEZ GAY, Il rapporto tra la "nuova evangelizzazione" e la missione "ad gentes" secondo l'enciclica "Redemptoris Missio": Seminarium (1991) n.1, 91-105;
G. MELGUIZO, La nueva evangelización en el magisterio de Juan Pablo II, el CELAM y la preparación de la IV Conferencia, en: Hacia la cuarta Coferencia (Santa Fe de Bogotá, CELAM, 1992) 163-180; B. MONDIN, Nuova evangelizzazione dei paesi d'antica cristianità, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992) 187-214; F. SEBASTIAN, Nueva Evangelización (Madrid, Encuentro 1991); A. SALVATIERRA A., Retos y factores de la Nueva Evangelización: Lumen 40 (1991) 234-295.
[53]Esta apertura de la misión "ad gentes" merece ser estudiada con seriedad científica. Creo que, hasta el momento, los estudios son insuficientes. De esta apertura depende probablemente la evangelización del futuro en una sociedad cambiante y en una nueva cultura naciente a nivel universal. Se podría relacionar RMi 37-38 con EN 20 (evangelizar la cultura "hasta sus mismas raíces") y 76 (en una sociedad nueva que pide al evangelizador que le hable de su experiencia de Dios). Ver el tema de la evangelización de la cultura en el capítulo VIII. Comentario a los "ámbitos" de la misión "ad gentes" según Redemptoris Missio: D. COLOMBO, Fondamenti teologici e identità della Missio ad gentes nella Redemptoris Missio: Euntes Docete 44 (1991) 203-223; L. CUARTERO, Los inmensos horizontes de la misión ad gentes, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP 1991) 183-192; M. ZAGO, Gli ambiti della missione ad gentes, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992) 167-185.
[54]"Hay que atender a que... todas las disciplinas filosóficas y teológicas se articulen mejor y que todas ellas concurran armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cristo, que afecta a toda la historia de la humanidad, influye constantemente en la Iglesia y actúa sobre todo por obra el ministerio sacerdotal" (OT 14; cf. PDV 51). Z. ALSZEGHY, M. FLICK, Come si fa la Teologia (Paoline 1974); J. ESQUERDA BIFET, Metodología en la problemática teológica actual: Verdad y Vida 88 (1964) 573-623; MONDIN B., Introduzione alla teologia (Milano, Massimo, 1983). Para un curso introductorio: El hombre en el misterio de Cristo, Curso de introducción a los estudios eclesiásticos (Bilbao, Desclée, 1969).
[55]SANTO TOMAS, In I Sent. q.1, a.2. La Palabra de Dios, predicada, celebrada y vivida en la Iglesia, es la fuente de toda reflexión teológica y de toda oración contemplativa; el estudio y la oración de la palabra estimulan a la santidad y a la misión. J. ESQUERDA BIFET, La Paraula contemplada esdevé missió: Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 367-378; Profetismo cristiano, servidores de la palabra (Barcelona, Balmes, 1986); Meditar en el corazón (ibídem 1987).
[56]Añade Pastores dabo vobis: "La formación intelectual teológica y la vida espiritual -en particular la vida de oración- se encuentran y refuerzan mutuamente, sin quitar por ello nada a la seriedad de la investigación ni al gusto espiritual de la oración" (PDV 53). El problema de la "inculturación" (cf. cap. VIII de nuestro estudio) "exige previamente una teología autentica, inspirada en los principios católicos sobre esa inculturación. Estos principios se relacionan con el misterio de la encarnación del Verbo de Dios y con la antropología cristiana e iluminan el sentido auténtico de la inculturación" (PDV 55).
[57]Ver la colección "Sapientia Fidei" (Edit. BAC): "serie de manuales de Teología para profundizar en la verdad revelada sin peder el contacto con nuestro tiempo". El Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) ha publicado también: "colección de textos básicos para Seminarios Latinoamericanos" (Santa Fe de Bogotá, CELAM). Ver las colecciones teológicas de las diversas editoriales.
[58]Hacemos un resumen de su contenido en este mismo apartado, indicando fuentes y bibliografía. Hay que recordar también otros docomentos misioneros de los Papas del siglo XIX: Prae nobis (Gregorio XVI, 1840), Quanto conficiamur (Pío IX, 1863), Sancta Dei civitas (León XIII, 1880), Catholicae Ecclesiae (León XIII, 1890).
[59]La historia de la Congregación para la evangelización de los pueblos (desde 1622 a 1972), en 5 volúmenes: J. METZLER, Sacrae Congregationis de Propaganda Fide Memoria Rerum (Roma, Herder, 1971-1976). Sobre cada uno de los documentos, ver las notas posteriores. Algunos estudios de conjunto sobre las encíclicas y cartas misioneras preconciliares: M. BALZARINI, A. ZANOTTI, Le missioni nel pensiero degli ultimi Pontifici (Milano 1960); J. ESQUERDA BIFET, Evangelización, en: El Magisterio pontificio contemporáneo (Madrid, BAC, 1992) II, 5-226; A. RETIF, Introduction à la doctrine pontificale des missions, (Paris 1963); T. SCALZOTTO, I Papi e l'evangelizzazione missionaria, en: Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 547-595. Ver el contexto histórico: A. RETIF, L'avènement des jeunes églises, Bénoit XV, Pie XI, Pie XII, en: S. DELACROIX, Histoire universelle des Missions Catholiques (Paris 1957) III, 126-158; J. METZLER, Dalle missioni, alle Chiese locali, en: Storia della Chiesa (Paoline 1990) XXIV, cap. III (la Santa Sede e le missioni nel XX secolo); A. SANTOS HERNANDEZ, Las misiones católicas, en: Historia de la Iglesia (Valencia, EDICEP 1978), vol. XXIX, cap. 5, n.5 (las misiones católicas a lo largo del siglo XX).
[60]Maximum illudes del 30 de noviembre de 1919 y lleva como subtítulo, "la propagación de la fe católica en el mundo entero": AAS 13 (1919) 440-455. Tiene esta distribución general: I: normas para los obispos, vicarios y prefectos apostólicos (cuidar de la formación de los misioneros y clero nativo); II: exhortación a los misioneros (alientos, corregir defectos, formación, santidad, virtudes, mujeres misioneras); III: colaboración de todos los fieles (oración, vocaciones, limosnas, Obras Misionales Pontificias). Sobre Benedicto XV y las misiones: G. GOYAU, Papauté e Chrétienté sous Benoit XV (Paris 1922); F. VITALI, Benedeto XV (Città del Vaticano 1928).
[61]La encíclica Rerum Ecclesiae es del 28 de febrero de 1926: AAS 18 (1926) 65-83. Su distribución es la siguiente: I: obligación de todos los creyentes y motivaciones; II: obligaciones particulares de los obispos y sacerdotes; III: normas para los Vicarios y Prefectos Apostólicos. El mismo año de la publicación de la encíclica se ordenaron en Roma los seis primeros obispos chinos y quedó establecido el domingo mundial de las misiones (Domund). Durante el pontificado de Pío XI nacen las Facultades e Institutos de Misionología para la investigación cientifica sobre el tema misionero. Sobre Pío XI y las misiones (además de los estudios citados anteriormente sobre la época y las encíclicas en general), ver: J. MASSON, Le Testament Missionnaire de Pie XI (Louvain 1939); S. PIGNEDOLI, Pio XI e le Missioni (Milano 1969).
[62]La encíclica Saeculo exeunte es del 13 de junio de 1940: AAS 32 (1940) 249-260. Tiene la siguiente distribución general: I: historia misionera de Portugal; II: vocaciones misioneras; III: la figura del misionero. Sobre Pío XII y las misiones, ver las encíclicas y notas siguientes. El tema de la aportación misionera de Portugal ha sido estudiado recientemente a nivel científico: Missionaçâo portuguesa e encontro de culturas (Braga 1993) (Actas del Congreso internacional de historia, organizado por la Universidad Católica Potuguesa).
[63]La encíclica Evangelii praecones es del 2 de junio de 1951: AAS 43 (1951) 497-528. Tiene dos apartados principales: I: mirada retrospectiva sobre los últimos 25 años; II: principios y normas de acción misionera (formacion, clero nativo, cooperación de seglares y de la Acción Católica, incidencia en los campos de la cultura y de los medios de comunicación social, presentación de la doctrina social de la Iglesia, colaboración y adaptación, incidencia en el arte, Obras Misionales Pontificias). Pío XII, además de la encíclica Fidei donum (que resumiremos luego), publicó otras encíclicas (Mystici Corporis Christi, 1943; Mediator Dei, 1947; Haurietis Aquas, 1956), que ayudaron a profundizar en la naturaleza misionera de la Iglesia y que influirían en los documentos del concilio Vaticano II. Sobre Pío XII y la misiones, ver bibliografía en la nota siguiente.
[64]La encíclica Fidei donum es del 21 de abril de 1957: AAS 49 (1957) 225-248. Tiene la siguiente distribución: I: situación de la Iglesia en Africa; II: la colaboración de toda la Iglesia; III: triple deber misionero (oración, cooperación económica, vocaciones) y Obras Misionales Pontificias. Sobre Fidei donum y Pío XII como Papa de las misiones, además de la nota 41 (sobre las encíclicas en general y su época), ver: J. BETTRAY, Pius XII, der Papst missionarischer Katholischer Weltweiser (Wien 1956); C. COSTANTINI, Pio XII grande Pontefice missionario (Roma 1956); R. RWEYWMANU, Il XXV anniversario dell'enciclica "Fidei donum": Euntes Docete 35 (1982) 449-480; R. ZECCHIN, I sacerdoti fidei donum, una maturazione storica ed ecclesiale della misionarietà della Chiesa (Roma, Pont. Opere Missionarie, 1990).
[65]La encíclica Princeps Pastorum es del 28 de noviembre de 1959. Tiene la siguiente distribución general: I: la jerarquía y el clero local; II: la formación del clero local; III: el laicado en las misiones; IV: normas para el apostolado laical en las misiones. Sobre Juan XXIII en relación con las misiones, además de la nota 59 (encíclicas en general y ambiente histórico), ve: L.F. CAPOVILA, Missione e terzo mondo nella testimonianza di Papa Giovanni XXIII, en: Papa Giovanni e Terzo Mondo (Milano 1973) 14-44.
[66]Ver síntesis y bibliografía sobre este tema en el capítulo VI, n. 2 (Iglesia, "sacramento universal de salvación"). El concilio Vaticano II fue anunciado por Juan XXIII en 1959. Se convocó en 1961 (Const. Apost. Humanae salutis). Dio comienzo el 11 de octubre de 1962 y, discurriendo por cuatro etapas, se clausuró el 8 de diciembre de 1965. La Constitución Lumen Gentium se aprobó el 21 de noviembre de 1964 (un año antes de la clausura); el decreto Ad Gentes quedó aprobado el 7 de diciembre de 1965. Ver crónica y el "iter" de la celebración y de los documentos, en: Il Concilio Vaticano II (Roma, La Civiltà Cattolica, 1966ss), 5 volúmenes. Ver colección de estudios de varios autores que hacen un balance del mismo en 1987: Vaticano II, bilancio e prospettive venticinque anni dopo 1962-1987 (Assisi, Cittadella Edit., 1987).
[67]Continúa la Lumen Gentium diciendo: "Las condiciones de estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una mayor urgencia, para que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente con toda clase de relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo" (LG 1). La Constitución Sacrosantum Concilium indica la finalidad del concilio también en esta línea de renovación para la misión: "Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia" (SC 1).
[68]El número 17 de Lumen Gentium (carácter misionero de la Iglesia) indica esta misma línea. Presenta la misión de la Iglesia en su origen trinitario y en su dimensión cristológica y pneumatológica. La Iglesia, "impulsada" por los planes salvíficos del Padre, por el mandato de Cristo y por la acción del Espíritu, tiende a "poner todos los medios para que se cumpla efectivamente el plan de Dios, que puso a Cristo como principio de salvación para todo el mundo. Predicando el Evangelio, mueve a los oyentes a la fe y a la confesión de la fe, los dispone para el bautismo, los arranca de la servidumbre del error y de la idolatría y los incorpora a Cristo, para que crezcan hasta la plenitud por la caridad hacia El". Esta obra misionera, que es responsabilidad de todos los fieles, respeta las culturas. "Así, pues, ora y trabaja a un tiempo la Iglesia, para que la totalidad del mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal" (LG 17).
[71]En toda la Constitución sobresale la centralidad de Cristo respecto a la creación y a la historia, que la Iglesia hará efectiva "recapitulando todas las cosas" en él (Ef 1,10). Ver el final cada capítulo de la primera parte y especialmente el n. 22 (sobre la encarnación: Cristo el hombre nuevo).
[72]En cada vocación y en cada servicio eclesial (según los diversos documentos conciliares), debe aparecer la Iglesia signo transparente y portador de Cristo (LG), que anuncia la Palabra (DV), que celebra el misterio pascual (SC), que es solidaria de toda la humanidad (GS), para comunicar a todos la salvación en Cristo llamándolos a participar de la misma realidad de Iglesia (AG). Sobre el concilio en general y su dimensión misionera: V. GARAYGORDOBIL, Las misiones en el concilio y repercusiones postconciliares: Lumen 35 (1986) 301-321. La Iglesia "misterio" (signo portador de la presencia activa de Cristo) se hace "misión" en la medida en que viva su realidad de "comunión". Ver el capítulo VI, n. 1 (Iglesia, misterio y comunión para la misión).
[73]Ver la nota 66 con datos cronológicos sobre el Vaticano II y el decreto Ad Gentes. Publicado en: AAS 58 (1966) 947-990. En todo nuestro estudio, aprovechamos los contenidos del decreto misionero en los temas respectivos, citando los estudios más específicos. Ver estudios y comentarios a todo el decreto: AA.VV., Las misiones después del concilio, Comentario al Decreto conciliar sobre la actividad misionera dela Iglesia (Buenos Aires, Edit. Guadalupe, 1968); AA.VV., L'activité missionnaire de l'Eglise, Décret "Ad Gentes" (Paris, Cerf, 1967); AA.VV., Le Missioni nel Decreto "Ad Gentes" del Concilio Vaticano II: Euntes Docete 19 (1966); AA.VV., Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990); E. BORDA, La apostolicidad de la misión de la Iglesia, estudio histórico teológico del capítulo doctrinal del decreto "Ad Gentes" (Romae, Ath. Romanum S. Crucis, 1990); S. BRECHTER, Decree on the Church's Missionary Activity, en: H. VORGRIMLER (ed.), Commentary on the Documents of Vatican II (London 1969) IV, 87-181; J. LOPEZ GAY, La reflexión conciliar: del AG a la EN, en: La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987) 171-193. Para bibliografía más concreta: W. HENKEL, Bibliografia sul decreto De Activitate Missionali Ecclesiae "Ad Gentes" (anni 1975-1985): Euntes Docete 39 (1986) 263-274.
[74]La exhortación Evangelii nuntiandi, que recoge las aportaciones del Sínodo Episcopal sobre la evangelización (1974), fue publicada el 8 de diciembre de 1975: AAS 58 (1976) 5-76. En nuestro estudio, citamos y analizamos el documento en los temas particulares. No hay que olvidar que Pablo VI escribió otros tres documentos de gran interés misionero: las encíclicas Ecclesiam suam, sobre el diálogo (1964)), Populorum progressio (1967) y la Carta apostólica Octogesima adveniens (1971). Citamos estudios de conjunto sobre Evangelii nuntiandi (dejando bibliografía más particular para los temas respectivos): AA.VV., Esortazione Apostolica "Evangelii Nuntiandi", Commento sotto l'aspetto teologico, ascetico e pastorale (Congregazione per l'Evangelizzazione dei Popoli 1976); AA.VV., "Evangelii Nuntiandi" Kommentare und Perspektiven: Neue Zeitschrift für Missionswissenschaft 32 (1976) 241-341; AA.VV., L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1977); E. BRIANCESCO, En torno a la "Evangeliii nuntiandi". Apuntes para una teología de la evangelización: Teología 14 (Bs. Aires 1977) 101-134; P. DE LETTER, The Missionary Legacy of Pope Paul VI. From Ad Gentes to Evangelii nuntiandi: Worldmission 30 (1979) 4-9; B. MCGREGOR, Commentary on Evangelii nuntiandi: Doctrine and Life (March-April 1977) 53-97.
[75]Las encíclicas de Juan Pablo II tienen esta dimensión "ad gentes": Redemptor Hominis (1979), Dives in Misericordia (1980), Laborem Exercens (1981), Slavorum Apostoli (1985), Dominum et Vivificantem (1986), Redemptoris Mater (1987), Sollicitudo Rei Socialis (1987), Centesimus Annus (1991), Redemptoris Missio (1990), Veritatis Splendor (1993). Hay que recordar también la carta apostólica Mulieris dignitatem (1988), sobre la dignidad y el puesto de la mujer. Los Sínodos Episcopales y las exhortaciones postsinodales, a partir de Evangelii nuntiandi (de Pablo VI, 1975), presentan los temas particulares con una perspectiva evangelizadora universalista. Esta es la línea de las exhortaciones postsinodales de Juan Pablo II: Familiaris Consortio (1981), Reconciliatio et paenitentia (1984), Christifideles laici (1988), Pastores dabo vobis (1992). Ver otros documentos magisteriales en: El Magisterio Pontificio contemporáneo (Madrid, BAC, 1992).
[76]La encíclica Slavorum Apostoli fue publicada el 12 de junio de 1985: AAS 77 (1985) 779-813. Después de resumir la biografía de los santos (I-II), los presenta como heraldos del evangelio (III), que supieron implatar la Iglesia (IV-V) armonizando evangelio y cultura (VI); ellos siguen teniendo significado actual especialmente para el mundo eslavo (VII). Juan Pablo II, siguiendo las líneas de Evangelii nuntiandi (de Pablo VI), había tratado el tema de la inculturación ya desde su primera encíclica Redemptor Hominis (1979). Ver: J. VODOPIVEC, I Santi Cirillo e Metodio (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1985). Sobre Juan Pablo II y las misiones, además de las notas 59 y 77, ver: P.G. FALCIOLA, Sulle vie della evangelizzazione con Giovanni Paolo II (Roma, Pont.Unione Mis., 1981); P. GIGLIONI, La missione sulle vie del concilio. Il pensiero missionario di Giovanni Paolo II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1988).
[77]La encíclica Redemptoris Missio fue publicada el 7 de diciembre de 1990: AAS 83 (1991) 249-340. Ya hemos analizado en este mismo capítulo de nuestro estudio (II, 3), la novedad de abrir la misión "ad gentes" en tres "ambitos" o posibilidades (geográfica, sociológica, cultural). La instancia sobre la espiritualidad misionera y la urgencia de presentar la experiencia de Dios (RMi 38; cf. 24, 88, etc.) la estudiaremos en el capítulo X. En el presente estudio aprovechamos ampliamente los contenidos de AG, EN, RMi, al explicar los temas particulares. Estudios de conjunto sobre la encíclica Redemptoris Missio: AA.VV., Haced discípulos a todas las gentes, Comentario y texto de la encíclica "Redemptoris Missio": (Valencia, EDICEP, 1991); AA.VV., Cristo, Chiesa, Missione, commento all'enciclica "Redemptoris Missio" (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992) (comentario científico); AA.VV., Redemptoris Missio, Riflessioni (Roma, Pontificia Università Urbaniana 1991) (comentario divulgativo); AA.VV., Redemptoris Missio, points de vue, évolutions, perspectives: Spiritus 33 (1992) 143-232; AA.VV., La missione del Redentore (Leumann, Torino, LDC, 1992); J.L. LARRABE, Hacia una Iglesia misionera según la "Redemptoris Missio". Un comentario teológico y catequético: Estudios Eclesiásticos 67 (1992) 73-90.
[78]Ver los cánones 756-792 (libro III, título II). J.A. EGUREN, La Iglesia misionera en el nuevo Código de Derecho canónico Rev. Esp. Derecho 44 (1987) 411-439; J. GARCIA MARTIN, La missionarietà della Chiesa nella nuova legislazione canonica, en: Chiese e Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1990) 177-198; R. MOYA, Dimensión misionera de la Iglesia en el nuevo Código de Derecho Canónico: Studium 24 (1984) 111-133; E. SASTRE, Perspectivas de Derecho misionero después del Código de 1983, Euntes Docete 36 (1983) 295-310; I. TING PONG LEE, Il diritto missionario del nuovo Codice di diritto canonico, en: La nuova ligeslazione canonica (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 19833) 405-421; Idem, De actione Ecclesiae missionali in novo Codice iuris canonici: Commentarium pro Religiosis et Missionariis 64 (1983) 97-106.
[79]AA.VV., Un dono per oggi, il Catechismo della Chiesa Cattolica (Roma, Paoline, 1992); P. GIGLIONI, Per una lettura missionaria del Catechismo della Chiesa cattolica: Omnis Terra, n.34 (1993) 27-36.
[80]Las aportaciones de las Conferencias Episcopales son relativamente pocas. A veces son comentarios al documento postconciliar de la Congregación del Clero sobre la distribución de los efectivos apostólicos: Notae directivae de mutua Ecclesiarum particularium cooperatione promovenda ac praesertim de aptiore cleri distributione "Postquam Apostoli" (25.3.80): AAS 72 (1980) 343-364 (EV 7, 232-281). Ver comentario en: J. ESQUERDA BIFET, Cooperación entre Iglesias particulares y distribución de efectivos apostólicos: Euntes Docete 34 (1981) 427-454. El magisterio episcopal alude muy sucintamente al tema, también cuando propone las líneas de una "nueva evangelización": CELAM, Nueva evangelización, génesis y líneas de un proyecto misionero (Bogotá 1990); (Comisión Episcopal del Clero, España), Sacerdotes para la nueva evangelización (Madrid 1990); (Conferencia Episcopal Argentina) Documento de trabajo. Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y ensu expresión (San Miguel, Oficina del Libro, 1989).
[81]DEMIS-CELAM, La misión "desde la pobreza" (una audacia de Puebla) (Bogotá 1985); Dar desde nuestra pobreza, vocación misionera de América Latina (Bogotá 1987); F. GORSKI, El desarrollo histórico de la misionología en América Latina (La Paz 1985) parte 3. Ver: R. BALLAN, El valor de salir, la apertura de América Latina a la misión universal (Lima, Edic. Paulinas, 1990.
[82]Al presentar la proyección a la misión "ad gentes" (1.4.1.), dice: "Juan Pablo II en su encíclica misionera nos ha llevado a discernir tres modos de realizar esa misión: la atención pastoral en situaciones de fe viva, la Nueva Evangelización y la acción misionera 'ad gentes'. Renovamos este último sentido de la misión sabiendo que no puede haber Nueva Evangelización sin proyección hacia el mundo no cristiano... Podemos decir con satisfacción que el desafío de la misión ad gentes propuesto por Puebla ha sido asumido desde nuestra pobreza, compartiendo la riqueza de nuestra fe con la que el Señor nos ha bendecido. Reconocemos, sin embargo, que la conciencia misionera 'ad gentes' es todavía insuficiente o débil. Los Congreso Latinoamericanos (COMLAS), los Congresos misioneros Nacionales, los grupos y movimientos misioneros y la ayuda de Iglesias hermanas han sido un incentivo para tomar conciencia de esta exigencia evangélica" (SanDo 125). Sobre la evolución del espíritu misionero y de su fundamentación doctrinal en América Latina, por medio de los documentos del CELAM, de los Congresos Misioneros (COMLA), etc., en: J. ESQUERDA BIFET, El despertar misionero "Ad Gentes" en América Latina: Euntes Docete 45 (1992) 159-190. Ver más bibliografía en la nota anterior.
VIII- Vocación y formación sacerdotal
Presentación
La vocación o llamado es un don que se recibe tal como es. El llamado sacerdotal es elección para seguir a Cristo Buen Pastor y para prolongar su acción pastoral (cf. cap. II, 1). Jesús «llamó a los que quiso» (Mc 3,13) para comunicarles su misma misión (Jn 20,18).
La persona humana se siente realizada sólo cuando es fiel a su propia vocación. Cada cristiano y cada ser humano, es elegido en Cristo desde la eternidad (cf. Ef 1,14). La identidad de una vocación se expresa en la convicción y en el gozo de ser llamado. La fecundidad de una vida depende de la fidelidad generosa a la vocación. La llamada de Cristo hace también posible una respuesta pronta y fiel. La vocación sacerdotal sigue estas mismas líneas maestras de la vocación cristiana.
La iniciativa de la vocación sacerdotal la tiene el Señor (Jn 15,16; Mc 3,13). Cristo sigue llamando, ahora por medio de la Iglesia y comunicando luces, mociones y carismas que deberán discernirse en la comunidad eclesial y garantizarse por los sucesores de los Apóstoles. La iniciativa de la vocación hace también posible la colaboración de la familia, de la comunidad eclesial y especialmente del mismo llamado.
La gracia de la vocación reclama una respuesta libre y generosa. El momento inicial se distingue por la gratitud y por la humanidad, manifestada en la necesidad de una formación adecuada. De esta actitud de autenticidad ante el don de Dios, nace un sentido de comunión eclesial, expresado en la necesidad de ser formado en la comunidad y de vivir a su servicio.
La fidelidad generosa a la vocación sacerdotal sólo es posible a partir de la puesta en práctica de unos medios de espiritualidad cristiana y sacerdotal (PO 18), entre los que sobresalen los mismos ministerios vividos y ejercidos en el Espíritu de Cristo (PO 13; OT 4; PDV 24-26) 1.
1 En el capítulo III (n. 1) hemos estudiado la vocación en su fundamentación bíblica. En el presente capítulo (VIII) se afronta el tema como fruto de toda la reflexión a través de los capítulos anteriores, comenzando por una reflexión de base bíblica (n. 1). Después de haber expuesto toda la temática de la espiritualidad sacerdotal, nos preguntamos sobre la naturaleza, señales, formación y perseverancia en la vocación sacerdotal.
1- Cristo sigue llamando
El Señor continúa llamando a participar en su ser, en su misión y en su vida sacerdotal por medio de la Iglesia. La vocación sigue siendo un don suyo (Mc 3,13) y una iniciativa suya: «yo os he elegido» (Jn 15,16; cf. Jn 6,56). Es un don que hay que pedir (Mt 9,38) y que llega por medio de luces y mociones de la gracia, preparadas por una acción familiar y educativa, y garantizadas finalmente por la llamada de la Iglesia el día de la ordenación sacerdotal.
La realidad sacerdotal de Jesús se prolonga en toda su Iglesia (cf. cap. II, n. 3). Cada cristiano participa, a su modo, del ser y de la misión profética, sacerdotal y real de Cristo. Es el sacerdocio común de los fieles (cf. cap. II, n. 4). Todos los bautizados son llamados a vivir esta realidad sacerdotal, pero cada uno según su propia vocación. La vocación laical tiene como objetivo transformar las realidades temporales desde dentro con el espíritu evangélico (LG 31); la vocación de vida consagrada por la profesión o práctica permanente de los consejos evangélicos es un signo fuerte y radical de las exigencias del bautismo y del sermón de la montaña (cf. LG 42-44). La vocación sacerdotal ministerial es para transformarse en signo personal peculiar de Cristo Cabeza, Sacerdote y Buen Pastor, y para obrar en persona o en nombre suyo (PO 2,6) 2.
2 En el capítulo II, n. 4 hemos resumido las diversas vocaciones, laical, vida consagrada, sacerdocio ministerial, en relación al sacerdocio común de los fieles. Ver bibliografía de las notas 12 y 13 de este capítulo.
La vocación sacerdotal llega a ser realidad efectiva y definitiva cuando se recibe el sacramento del Orden (cf. cap. III, n. 2). Por la ordenación sacerdotal se participa de modo especial en la consagración y misión de Cristo. Los ordenados quedan sellados con un carácter particular» que es unción y gracia permanente del Espíritu Santo (PO 2; 2 Tm 1,6): consagrados por la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo», para entregarse totalmente al servicio de los hombres (PO 12). Así se configuran con Cristo Sacerdote (PO 2).
La llamada de la Iglesia, durante el período de formación y, de modo especial, en el momento de la ordenación por medio del obispo, es un factor constitutivo de la vocación sacerdotal y garantiza su existencia.
La vocación sacerdotal enraíza en el bautismo y, por ser vocación cristiana, es una llamada a ser responsablemente Iglesia misterio, comunión y misión:
Dios llama a todos los hombres y a cada hombre a la fe y por la fe, a ingresar en el Pueblo de Dios mediante el bautismo. Esta llamada por el bautismo, la confirmación y la eucaristía, a que seamos Pueblo suyo, es llamada a la comunión y participación en la misión y vida de la Iglesia y, por lo tanto, en la evangelización del mundo (Puebla 852).
La vocación sacerdotal es como la de los Apóstoles. El apóstol como Pablo, ya no se pertenece, sino que se entrega al seguimiento y a la misión (Rm 1,1-7; Ga 1,15; Ef 3,3-9). Es un servicio a todo el Pueblo de Dios, para que todas las demás vocaciones se realicen en armonía de Iglesia «comunión».
No debe olvidarse que en toda vocación cristiana, y de modo especial en la vocación sacerdotal, Cristo llama a vivir la fe como encuentro con él, a seguir el camino de la santidad según el modelo de las bienaventuranzas y del mandato del amor, y a participar en la misión que él mismo ha confiado a la Iglesia.
En la vocación sacerdotal hay una colaboración humana al don de Dios por parte de:
- la familia: oración, testimonio, educación, ambiente cristiano.
- la comunidad eclesial: oración, campo de apostolado, ayudas espirituales y materiales, testimonio,
- la misma persona llamada: fidelidad, generosidad.
Puesto que Cristo llama a participar de modo especial en su ser y misión sacerdotal para el servicio de la Iglesia y de la humanidad entera, la vocación sacerdotal es entrega incondicional para:
- ser signo transparente de la caridad del Buen Pastor,
- prolongarle en la acción evangelizadora,
- servir a la Iglesia particular y universal,
- formar parte de un Presbiterio cuya cabeza visible es un sucesor de los Apóstoles.
Cristo llama a la vida sacerdotal invitando al llamado a una serie de experiencias que marcarán profundamente toda su vida posterior:
- encuentro con Cristo, que se hace relación y amistad profunda (Jn 1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39),
- seguimiento de Cristo para compartir la vida con él (Mt 4,19ss; 19,27),
- desprendimiento para ser signo de cómo ama él (Mc 10,21),
- pertenencia a la fraternidad del grupo apostólico (Lc 10,1; Jn 17,21-23),
- actitud de servicio a la comunidad eclesial (Mc 10,44-45; Jn 13,14-15).
De la oración eclesial y del testimonio gozoso de fidelidad generosa a la vocación sacerdotal, como «máximo testimonio del amor» (PO 11), dependerá la abundancia del don de las vocaciones. Los nuevos candidatos al sacerdocio necesitan ver sacerdotes que vivan el gozo pascual (PO 11) de seguir a Cristo para compartir su misma misión evangelizadora.
El don de las vocaciones sacerdotales existe; pero hay que colaborar para recibirlo, descubrirlo y ponerlo en práctica.
El deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha de procurarlo ante todo con una vida plenamente cristiana... Demuestren todos los sacerdotes el celo apostólico sobre todo en el fomento de las vocaciones y, con el ejemplo de su propia vida humilde y laboriosa, llevada con alegría y el de una caridad sacerdotal mutua y una unión fraterna en el trabajo, atraigan el ánimo de los adolescentes al sacerdocio (OT 2) 3.
3 Las encíclicas sacerdotales dan siempre algunas indicaciones sobre la vocación. La carta apostólica Summi Dei Verbum de Pablo VI (4 noviembre 1963) es prácticamente el único documento monográfico sobre este tema. Es un resumen teológico sobre la vocación, analizando su naturaleza, intención, cualidades y formación adecuada. Ver las encíclicas y documentos sacerdotales desde San Pío X a Juan Pablo II, en: El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1983. Ver especialmente el cap. IV de PDV. «Y lo llevó a Jesús (JN 1,42)... Este es el núcleo de toda la pastoral vocacional de la Iglesia, con la que cuida el nacimiento y crecimiento de las vocaciones» (PDV 38).
2- Señales de vocación sacerdotal
Las señales de vocación al sacerdocio se manifiestan de modo objetivo-externo en la vida ordinaria:
Esta voz del Señor que llama no ha de confiarse en modo alguno que llegue de forma extraordinaria a los oídos del futuro presbítero. Más bien ha de ser entendida y distinguida por los signos que cotidianamente dan a conocer a los cristianos prudentes la voluntad de Dios; signos que los presbíteros han de considerar con atención (PO 11).
No es sólo el candidato que debe discernir, sino también con el consejo y parecer de personas prudentes, y especialmente de la misma Iglesia por medio de los formadores misionados para este objetivo (OT 2). En el fondo es el mismo caso del discernimiento de los carismas del Espíritu Santo (cf. cap. III, n. 4). El discernimiento debe concretarse principalmente en analizar:
- la recta intención o motivaciones,
- la libertad de decisión,
- la idoneidad o cualidades 4.
4 «Esta activa colaboración de todo el Pueblo de Dios en el fomento de las vocaciones responde a la acción de la divina Providencia, que da las cualidades necesarias y ayuda con su gracia a los hombres elegidos por Dios para participar en el sacerdocio jerárquico de Cristo y, al mismo tiempo, encomienda a los legítimos ministros de la Iglesia el que, una vez comprobada la idoneidad, llamen a los candidatos que pidan tan alto ministerio con intención recta y plena libertad, y, una vez bien conocidos, los consangren con el sello del Espíritu Santo, para el Culto de Dios y servicio de la Iglesia» (OT 2; cf. 6). Ver documentos del magisterio citados en nota anterior. La recta intención aparece en las motivaciones por las que uno se siente llamado al sacerdocio. Las expresiones de los candidatos y también de los escritores sobre estos temas son muy variadas y pueden dar la sensación de ser genéricas: salvar almas, servir a la Iglesia, compartir la vida con Cristo, consagrarse a los planes salvíficos de Dios sobre los hombres, etc. En realidad, con estas expresiones, se quiere expresar una intuición sencilla y menos conceptual, que nosotros hemos ido desarrollando temáticamente con conceptos teológicos en los diversos capítulos de este tratado. Pero lo que importa es que el candidato no se mueva por motivaciones extrañas al evangelio y que esté en sintonía con la llamada que Jesús dirigió a los doce Apóstoles.
No es fácil discernir las motivaciones profundas por las que una persona elige un camino o se siente capaz de responder a una llamada. En la vocación sacerdotal, la recta intención irá apareciendo mejor durante un lapso prudente de tiempo, a modo de disponibilidad misionera, desinterés en cuanto a cargos lucrativos o ventajas temporales, orientación de la vida hacia la persona y los intereses de Cristo, etc. Para este discernimiento será una gran ayuda la formación inicial que ofrezca al posible llamado unos elementos de juicio y de valoración.
La libertad de decisión es una señal imprescindible para conocer si existe la vocación. Cuando se trata de libertad interna, es una cuestión relacionada con las motivaciones e incluso con el equilibrio y madurez psicológica. Pero a veces las personas se mueven condicionadas por presiones externas: ambientales, familiares, dependencia excesiva de un grupo, etc. Hay quienes tienen una voluntad crónicamente indecisa; si estos candidatos hicieran depender su decisión de la voluntad de otras personas, sería señal de falta de libertad. Otros individuos tienen la tendencia a seguir ciegamente una decisión que han tomado sin discernimiento; tampoco habría señal de libertad o, al menos, de vocación.
No hay que confundir la libertad de decisión con la madurez psicológica perfecta que nadie posee. Se requiere una madurez psicológica relativa para que haya una decisión libre. Cuando una persona ha tomado una decisión con serenidad, después de una consideración prudente y con el asesoramiento de los educadores y formadores, significa que tiene una madurez suficiente. Esta decisión se ha tomado con suficiente libertad para despejar cualquier duda que pueda surgir posteriormente. Lo mismo cabe decir de unos votos y de la celebración del matrimonio. Esta decisión prudente no necesita revisarse como quien duda de su libertad, pues en este caso se caería en un complejo interminable de veleidades; pero la decisión debe renovarse y afianzarse continuamente profundizando en las motivaciones.
La idoneidad vocacional consiste en un conjunto de cualidades que corresponden a la vocación sacerdotal y al ejercicio del ministerio. Estas cualidades son intelectuales (capacidad necesaria y relativa), culturales (formación suficiente), humanas (salud física y psíquica), morales (virtudes humanas, cristianas y sacerdotales) 5.
5 En los capítulos anteriores hemos estudiado las virtudes humanas, cristianas y sacerdotales. Ver especialmente el capítulo V, donde las virtudes del sacerdote se analizan a partir de la caridad pastoral.
Hay que distinguir y tener en cuenta los diversos momentos o etapas de una vocación: momento de despertar vocacional, momento de formación inicial en el Seminario o casa de formación, tiempo de órdenes, etc. La idoneidad corre a la par con estos momentos y no se puede exigir desde el principio la idoneidad requerida para el momento de ordenarse.
Respecto a las virtudes sacerdotales (enraizadas en las virtudes humanas y cristianas), hay que analizar también si la disponibilidad tiene el matiz de vida religiosa o secular (diocesana). En toda vocación sacerdotal, hay que ver si el posible vocacionado se orienta hacia la oración de amistad, con Cristo y de mediación (intercesión), el sentido y amor de Iglesia, el seguimiento radical (evangélico) del Buen Pastor (pobreza, obediencia, castidad), espíritu comunitario, disponibilidad misionera, espíritu de sacrificio relacionado con la eucaristía y con la caridad pastoral, capacidad de meditar la palabra para poderla predicar, espíritu de servicio, etc.
Respecto a la vocación religiosa o de instituciones de vida consagrada, hay que discernir si el candidato se orienta además hacia la profesión (no sólo la práctica) de los consejos evangélicos y hacia una vida común e institucional originada en el carisma de un fundador.
Cuando se trata de un posible candidato al sacerdocio diocesano (secular), hay que discernir, además de lo que hemos indicado para todo sacerdote, si las cualidades se orientan hacia:
- la santificación en relación al ministerio y a la pastoral de conjunto,
- la vida comunitaria en el Presbiterio,
- el sentido de pertenencia permanente a la Iglesia particular,
- la dependencia afectiva y efectiva (también en la espiritualidad) respecto al carisma episcopal.
Todas las cualidades sacerdotales giran en torno a una actitud profundamente relacionada con Cristo, a partir de un encuentro periódico con él y en vistas a participar de su misma misión evangelizadora. El despertar de una vocación sacerdotal ya ofrece unos gérmenes vocacionales con posibilidades de desarrollo posterior (cf. OT 3).
3- Formación sacerdotal inicial
La vocación sacerdotal necesita una formación adecuada desde sus comienzos. El don de Dios de la vocación debe pedirse y cultivarse. Dios da las vocaciones suficientes para cada época y para cada comunidad, pero da también los medios para prepararlas, recibirlas, cultivarlas y perfeccionarlas. Cuando falta la pastoral vocacional, no surgen, ni perseveran las vocaciones de seguimiento evangélico.
La pastoral de las vocaciones sacerdotales tiene principalmente dos etapas: una preliminar en la misma comunidad eclesial, y otra ya en el Seminario o casa de formación.
La formación vocacional empieza en la familia, donde los padres deben tener cuidado de la vocación sagrada (LG 11). Pero «el deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana» (OT 2). En la formación vocacional colaboran con la familia toda la comunidad y especialmente los educadores y los sacerdotes. «A los sacerdotes, como educadores en la fe, atañe, procurar, por sí mismo o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado, en el Espíritu Santo, a cultivar su propia vocación de conformidad con el evangelio» (PO 6).
El cultivo de las vocaciones necesita, pues, la cooperación armónica de toda la comunidad, por medio de la oración, el sacrificio, la predicación y la catequesis, los movimientos apostólicos, los medios de comunicación social y los centros educativos. En estos centros se podrán encontrar también recursos prácticos de psicología para conocer y orientar las posibilidades de vocación.
La pastoral vocacional se encuadra dentro de la pastoral de conjunto, especialmente en relación a la pastoral juvenil, familiar y educativa.
Son lugares privilegiados de la pastoral vocacional la Iglesia particular, la parroquia, las comunidades de base, la familia, los movimientos apostólicos, los grupos y movimientos de juventud, los centros educacionales, la catequesis y las obras de vocaciones (Puebla 867).
Hay que armonizar y coordinar los esfuerzos. La obra para el fomento de las vocaciones ocupa un lugar especial en esta coordinación para favorecer la pastoral de conjunto (cf. can. 233 y OT 2).
Los medios de una pastoral vocacional bien organizada quedan potenciados cuando se encauzan hacia centros vocacionales: casas de espiritualidad, grupos bíblicos de discernimiento y de oración, encuentros juveniles, centros de consulta y de coordinación, jornadas vocacionales diocesanas e interdiocesanas, etc. Todos estos centros y posibilidades son una preparación para ingresar en el Seminario Menor y Mayor, o en las casas de vida religiosa 6.
6 Ver OT 3-7; PDV 60-64; Puebla 869-880; Medellín XIII, 4-6. Hay que prestar suma atención a la preparación de formadores para estos centros vo cacionales, según los diversos niveles de actuación: espiritual, pastoral, intelectual, disciplinar... La ciencia y la experiencia se habrán de combinar con las cualidades personales de testimonio sacerdotal y de ciencia pedagógica (OT 5). (Congregación para la Educación Católica), Directivas sobre la preparación de los educadores en los Seminarios, Lib. Edit. Vat. 1993 (4 noviembre 1993); (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica), Directivas sobre la formación en los Institutos Religiosos, Lib. Edit. Vat. 1990.
Ya en el Seminario, los candidatos deben recibir una formación integral de verdaderos pastores de almas (OT 4). Se trata de una preparación para prolongar la palabra, la acción salvífica y la acción pastoral de Cristo.
Por consiguiente, deben prepararse para el ministerio de la palabra: para comprender cada vez mejor la palabra revelada por Dios, poseerla con la predicación y expresarla con la palabra y la conducta; deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación: a fin de que, orando y celebrando las sagradas funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y lo sacramentos; deben prepararse para el ministerio del Pastor: para que sepan representar delante de los hombres a Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su Vida para redención del mundo (Mt 10,45; cf. Jn 13,12-17), y hechos servidores de todos, ganar a muchos (cf. 1 Co 9,19) (OT 4).
El enfoque pastoral de la formación para el sacerdocio abarca, pues, todos los aspectos de la vida del Seminario:
- Espiritual: amistad con Cristo, a partir de la escucha y meditación de la palabra y de la eucaristía, celebraciones litúrgicas, práctica de virtudes cristianas, humanas y sacerdotales.
- Humano, disciplinar o de convivencia: como vida de fraternidad y de familia, «mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia» (can. 245, par. 2).
- Intelectual y cultural: centrada en el conocimiento y la vivencia del misterio de Cristo, que capacita para una recta inculturación en las nuevas situaciones de la sociedad.
- Experiencias pastorales: según las posibilidades y etapas de formación, y según el nivel profético, litúrgico y de servicios de organización y caridad (cfr. PVD 43-59; Dir 75-78).
El Seminario es, pues, el centro privilegiado, como «corazón de la diócesis» (OT 5), para cultivar las vocaciones desde sus primeros gérmenes (OT 3). El proceso formativo deberá tener en cuenta las señales de vocación (recta intención, voluntad libre, idoneidad o cualidades), para ir madurando la personalidad humana, cristiana y sacerdotal (ver el n. 2). El Seminario debe y puede ofrecer, con la colaboración de todos, especialmente de formadores y candidatos, un ambiente de oración, reflexión, fraternidad y compromiso personal y comunitario.
La vida espiritual del Seminario es ya, el germen, la que corresponde a quien prolongará un día la palabra, el sacrificio y el pastoreo de Cristo (cap. IV y V). Esta vida debe tener una base doctrinal y pastoral, por medio de un trato familiar con Dios, expresado en consorcio íntimo de amistad con Cristo. Es una vida alimentada por la meditación de la palabra y por la eucaristía, centrada en el misterio pascual de Cristo, sin olvidar la relación filial con María Madre de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (OT 8).
La formación para la vida espiritual, precisamente por ser eminentemente pastoral, se concreta en el sentido y amor de Iglesia, como sacerdotes ministros que son servidores de Cristo prolongado en ella (cf. cap. VI). «En la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo» (San Agustín, citado en OT 9). Las virtudes del Buen Pastor, obediencia, pobreza y castidad enraízan en una fuerte vida espiritual que debe ser también de madurez humana y cristiana (OT 10; cf. cap. V). Hay que presentar la vocación con todo su realismo: elección, exigencias, dificultades, posibilidades.
No será posible la formación espiritual, intelectual y pastoral, sin un ambiente disciplinado de convivencia y de familia, de trabajo en equipo, que favorezca la madurez humana de las personas, en vistas a crear criterios, escala de valores, convicciones y decisiones libres.
Es necesario que toda la vida del Seminario, impregnada de amor a la piedad y al silencio y de interés por ayudarse unos a otros, se organice de tal manera que sea ya una cierta iniciación para la futura vida del sacerdote (OT 11).
De este ambiente nacerán las virtudes humano-cristianas necesarias para la vida sacerdotal;
Habitúense los alumnos a dominar bien el propio carácter; sepan apreciar todas aquellas virtudes que gozan de mayor estima entre los hombres y avalan al ministro de Cristo, cuales son la sinceridad, la preocupación constante por la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la buena educación y la moderación en el hablar, unida a la caridad (OT 11).
La formación intelectual debe girar en torno al misterio de Cristo, centro de la creación y de la historia (cf. Jn 1,3ss; Ef 1,10; Col 1,16-17). Todos los temas de estudio deben concurrir armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cristo, que afecta a toda la historia de la humanidad, influye constantemente en la Iglesia y actúa sobre todo por obra del ministerio sacerdotal (OT 14).
Especialmente las disciplinas teológicas se deben convertir «en alimento de su propia vida espiritual» (OT 16), para «una genuina formación interior» (OT 17), invitando a la meditación de la palabra, a la celebración litúrgica y al anuncio del evangelio. El candidato al sacerdocio se ambienta, de este modo, en una historia de salvación que él deberá anunciar, celebrar, comunicar, vivir y continuar. El objetivo de los estudios eclesiásticos es el siguiente: «que los alumnos... se sientan ayudados a fundamentar y a empapar toda su vida personal en la fe y consolidar su decisión de abrazar la vocación con la entrega personal y la alegría de espíritu» (OT 14).
La formación pastoral enraíza en todos los demás aspectos formativos, espiritual, disciplinar e intelectual y, al mismo tiempo, los enriquece con una perspectiva apostólica. Por esto, «la preocupación pastoral debe informar por entero la formación de verdaderos pastores de almas» (OT 4). Esta formación abarca diversos aspectos: el estudio y la contemplación de la palabra, la celebración litúrgica y la vida de fraternidad, cierta experiencia de actividad directa. Esta última se realizará según las diversas etapas y niveles de formación, de forma metódica y bajo la guía de personas entendidas en cuestiones pastorales (OT 21). Hay que prepararse para los diversos campos apostólicos. El Concilio señala los siguientes (OT 19-21):
- predicación y catequesis,
- culto litúrgico y sacramentos,
- obras de caridad,
- aprender la dirección espiritual también orientada a personas llamadas a la perfección evangélica,
- diálogo con los hombres y con la sociedad actual,
- uso de los medios pedagógicos, psicológicos, sociológicos y de comunicación social,
- actuación en los movimientos apostólicos,
- acción misionera local y universal.
Se necesita una actitud espiritual equilibrada y coherente para armonizar las líneas pastorales de inmanencia (inserción) y de trascendencia, especialmente cuando se trata de la dimensión sociopolítica de la formación: conocimiento y vivencia de la doctrina social de la Iglesia, imitación de las actitudes de Cristo pobre, solidaridad a la luz de la palabra de Dios y de la eucaristía, dimensión carismática, institucional y escatológica del Reino de Dios, capacidad contemplativa que se hace donación, sentido de Iglesia, comunión, etc. (ver cap. IV, n. 6) 7.
7 A. M. JAVIERRE, La formación para la vida y el ministerio pastoral en América Latina, «Medellín» 10 (1984) 49-470. Ver también: La dimensión sociopolítica de la formación sacerdotal, «Boletín CELAM» n. 224 (en., feb. 1989); J. ESQUERDA BIFET, Líneas fundamentales de la formación espiritual de los futuros sacerdotes, «Seminarium» (1977) 1035-1055; Idem, La formación para el ministerio: El Seminario, en: La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales, Pamplona, Univ. de Navarra, 1990, 357-382; M. MACIEL, La formación integral del sacerdote, Madrid, BAC, 1990.
Esta formación integral necesita una continuación por medio de la formación permanente (cf. n. 4). De este modo, la fidelidad a la vocación irá madurando hasta una perseverancia gozosa y generosa. La decisión de seguir la voz de Dios se convertirá en donación de caridad pastoral y, consiguientemente, en el gozo de seguir a Cristo Buen Pastor, del todo y para siempre.
La propia dirección espiritual durante este período formativo inicial es imprescindible (ver el n. 5). No se trata solamente de consulta moral de parte de quien todavía no está formado en las exigencias cristianas, sino principalmente de la consulta periódica y programada sobre la propia vocación sacerdotal: discernimiento, fidelidad, generosidad. Por parte del dirigido se necesita apertura para exponer su propia realidad, y docilidad para seguir las indicaciones del director. Pero si la dirección espiritual debe ser también un medio para la vida sacerdotal posterior, conviene captar el meollo de la misma: se trata de una orientación o guía para todo el camino de perfección y contemplación cristiana sacerdotal. Si faltara el deseo de perfección, la dirección espiritual propiamente dicha quedaría enflaquecida durante el período seminarístico y desaparecería después de la ordenación sacerdotal 8.
8 Sobre la dirección espiritual en el Seminario: OT 3, 8, 19; can. 239 y 246; PDV 40, 50, 81; Dir 39, 54, 85, 92; R. ALDABALDE, A. MORTA, La dirección espiritual en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986; B. GIORDANI, Encuentro de ayuda espiritual, Madrid, Soc. Ed. Atenas, 1985; L. M. MENDIZÁBAL, Dirección espiritual, teoría y práctica, Madrid, BAC, 1982; M. RUIZ JURADO, El discernimiento espiritual. Teología. Historia. Práctica, Madrid, BAC, 1994.
Los medios para esta formación inicial corresponden a los diversos aspectos que hemos indicado. Los medios concretos de vida espiritual son semejantes a los de la vida sacerdotal (cf. n. 5), pero se aplica en el Seminario de modo pedagógico gradual, para ir formando personas responsables que sepan apreciar y poner en práctica estos mismos medios por propia convicción e iniciativa 9.
9 Los medios de espiritualidad durante la formación en el Seminario (OT 8-12; PDV 45-50, can. 245-256) son parecidos a los señalados para los sacerdotes (PO 18; can. 276, 1186). Ver; Puebla 693-694.
La personalidad humana, cristiana y sacerdotal es un desarrollo armónico y progresivo de criterios, escala de valores y actitudes, de suerte que el candidato aprenda a vivir en sintonía con el modo de pensar, sentir y amar de Cristo Sacerdote y Buen Pastor 10.
10 Ver algunas publicaciones citadas en la orientación bibliográfica del final del capítulo. Colección de documentos: La formación sacerdotal, Bogotá, DEVYM, OSLAM, 1982. Il Sacerdocio ministeriale nel Magisterio Ecclesiale, Documenti (1908-1993), Lib. Edit. Vaticana 1993; La formación sacerdotal: Enchiridium, Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999. En esa colección pueden encontrarse los siguientes documentos: Decreto conciliar sobre la formación sacerdotal; Normas básicas de la formación sacerdotal; La enseñanza de la filosofía en los Seminarios; Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal; La enseñanza del derecho canónico para los aspirantes al sacerdocio; La formación teológica de los futuros sacerdotes; Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios, Constitución Apostólica «Sapientia cristiana»; Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios; algunos textos del documento de Puebla. Las «Normas básicas» (Ratio fundamentalis) han sido retocadas ligeramente en 1985 para adaptarse a los cánones del nuevo Código.
4- Formación sacerdotal permanente
La formación permanente del sacerdote corresponde a los diversos períodos de la vida posterior a la ordenación sacerdotal. De hecho, de un modo o de otro, ha existido siempre: retiros, ejercicios espirituales, conferencias, casos de moral, especialización, concursos, etc. Pero su necesidad y su actualización se ha dejado sentir más en momentos de cambio cultural, sociológico e histórico. También se la ha llamado pastoral sacerdotal, aunque ésta abarca también otros campos de la ayuda al sacerdote.
La formación permanente encuentra su propio fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del Orden... Es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es más, a su propio ser. Es, pues, amor a Jesucristo y coherencia consigo mismo. Pero es también un acto de amor al Pueblo de Dios, a cuyo servicio está puesto el sacerdote... La formación permanente es necesaria para que el sacerdote pueda responder debidamente a este derecho del Pueblo de Dios. Alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral (PDV 70).
El Concilio Vaticano II indicó la necesidad de esta formación permanente, señalando unas directrices generales:
La formación sacerdotal, sobre todo en las condiciones de la sociedad moderna, debe proseguir y completarse aún después de terminados los estudios en el Seminario. Por ello, a las Conferencias episcopales tocará servirse en cada nación de los medios más adecuados, tales como los Institutos de Pastoral que cooperan con parroquias oportunamente elegidas, asambleas organizadas con fechas fijas y ejercicios aprobados que introduzcan al clero joven, bajo el aspecto espiritual, intelectual y pastoral, en la vida y actividad apostólica y le capacite para renovarlas y fomentarlas cada día más (OT 22) 11.
11 Sobre la formación permanente: PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18; can 244, 248, 252, 279; PDV 70-81; Dir 69-97. Carta circular de la Congregación del Clero sobre la formación permanente de los sacerdotes (4 noviembre 1969);Puebla 719-720. Ver orientación bibliográfica del final del capítulo.
En los lugares en que se han ofrecido al sacerdote medios adecuados de formación permanente, se ha sentido potenciado y capacitado para responder a los cambios actuales sin perder su identidad, especialmente cuando esta formación se ha impartido también como pastoral sacerdotal, es decir, con asistencia y ayuda en todos los campos de su vida y de su ministerio 12.
12 En América Latina se dispone de abundante documentación sobre la formación sacerdotal permanente, que citamos en la orientación bibliográfica del final del capítulo. Ver también OSLAM, Actas del Congreso de Quito, Medellín 10 (1984) (sep. dic.).
Hay que abarcar armónicamente todos los aspectos de la formación permanente, según las indicaciones conciliares y posconciliares:
- Espiritualidad: doctrinal, práctica, asistencia, personal, grupos de vida espiritual,
- pastoral: metodología, grupos apostólicos por zonas o por funciones pastorales,
- cultural: en todos los campos del saber eclesiástico y de interés para el ministerio,
- económico: asistencia material, previsión social,
- personal: atención a las personas (relaciones personales), descanso, celebraciones, dificultades, etc. 13.
13 Además de la bibliografía citada al final del capítulo, ver AA. VV., Numéro spécial sur la formation permanente du prêtre, «Bulletin de Saint Sulpice» 7 (1981); J. GARCIA VELASCO, La dimensión personal y espiritual en la formación permanente, «Sal Terrae» 69 (1981) 769-779; G. GARRONE, La formazione permanente del sacerdote, Torino, LDC, 1978; A. JIMÉNEZ CADENA, Formación permanente de los presbíteros, dimensión humana y comunitaria, «Medellín» 10 (1984) 508-514. La Exhortación Apostólica sobre los laicos Christifidelis Laici, dedica a este tema los números 57-65, señalando los diversos aspectos de la formación para que sea realmente integral y armónica.
La responsabilidad primera y más importante respecto a la formación permanente recae en el mismo sacerdote, también en cuanto que debe colaborar a la formación de los demás hermanos (cf. cap. VII). El obispo, para cumplir con su deber pastoral de asistencia a sus sacerdotes (cf. CD 15-16; PO 7), se valdría de los organismos oficiales de la diócesis, Consejo Presbiteral, arciprestazgos o decanatos, etc., y de los servicios de la Conferencia Episcopal, departamento o secretariado del clero.
La vida comunitaria o de equipo, según las diversas posibilidades, que hemos indicado en el capítulo VII, n. 2 y 4, será un medio privilegiado para colaborar en todo lo que se organice y para hacerlo efectivo compartiéndolo con los demás.
Uno de los momentos en los que más se necesita la formación permanente es durante los primeros años de sacerdocio. Los convictorios e Institutos de pastoral sacerdotal prestan una gran ayuda para que el sacerdote pueda renovar la ciencia teológica y los métodos de pastoral, así como fortalecer su vida espiritual y comunicar mutuamente con sus hermanos las experiencias apostólicas (PO 19).
Será poco eficaz la formación permanente si no va acompañada de una verdadera pastoral sacerdotal. El sacerdote necesita encontrarse en espíritu de familia no propiamente de empresa, dentro del Presbiterio. Las ideas y métodos que puedan ofrecérsele recobran toda su fuerza cuando se llega a la persona y en su misma circunstancia. Esto reclama relaciones personales de confianza, de aliento, de convivencia e incluso de compartir la vida con su propio obispo y con los demás hermanos del Presbiterio (cf. cap. VII, n. 2 y 4). Un medio muy oportuno es el de dedicar algún sacerdote, relativamente liberado, para poder atender a los hermanos.
Si fallara la formación espiritual permanente, los otros aspectos quedarían muy debilitados. De ahí la necesidad de privilegiar la organización de retiros periódicos, Ejercicios espirituales, cursos de espiritualidad, jornadas dedicadas a santos sacerdotes (Cura de Ars, Juan de Avila...), celebraciones (Bodas de plata y oro), etc. 14.
14 Aspectos prácticos sobre cómo realizar retiros, ejercicios espirituales, dirección espiritual y revisión de vida, en: J. ESQUERDA, Caminos de renovación, Barcelona, Balmes, 1983 (Segunda parte: Momentos fuertes de reconciliación, conversión, renovación).
Uno de los campos más olvidados de la formación permanente es precisamente el estudio de la teología espiritual. El sacerdote debe conocer teológicamente y vivencialmente todo el proceso de la vida espiritual, como parte integrante de su ministerio. Efectivamente, el sacerdote debe guiar por el camino de perfección a los fieles que sientan esta llamada, incluso hacia la contemplación y los consejos evangélicos (PO 5, 6, 9; OT 19).
El sacerdote necesita tener una formación adecuada para ejercer la dirección espiritual de los demás 15.
15 Sobre la dirección espiritual, ver nota 8 de este capítulo. Manuales de Teología Espiritual, en el capítulo I, nota 19.
Hemos visto anteriormente las virtudes del sacerdote enraizadas en la caridad pastoral (cf. cap. V), así como la necesidad de una oración contemplativa (cf. cap. IV, n. 5). El sacerdote necesita una formación profunda para vivir el seguimiento evangélico en forma de vida apostólica en el Presbiterio (cf. cap. VII). Muchas veces se ha reducido la formación espiritual del sacerdote a niveles ordinarios de poca exigencia. La espiritualidad específica del sacerdote diocesano (cf. cap. VII, n. 3) no puede reducirse a reivindicaciones y polémicas. Tampoco puede ceñirse a un equilibrio entre vida interior y acción ministerial. Su espiritualidad específica es la que corresponde a los doce Apóstoles (vida apostólica), vivida con el propio obispo, con los demás sacerdotes del Presbiterio y al servicio incondicional de la comunidad eclesial. Es, pues, espiritualidad de seguimiento evangélico y fraterno para la misión. La formación permanente del sacerdote debe, pues, privilegiar este campo de la perfección sacerdotal, para poder renovar el Presbiterio y potenciar toda la acción evangelizadora 16.
16 Hemos señalado modos concretos de llevar a efecto la espiritualidad sacerdotal por medio de la fraternidad en el Presbiterio, en el cap. VII, n.4.
5- Medios comunes y peculiares de la espiritualidad sacerdotal
No puede darse un proceso serio de la vida espiritual sin poner los medios concretos adecuados. La espiritualidad del sacerdote está en relación con sus ministerios: «Conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Esta actitud personal del sacerdote, que el Concilio Vaticano II califica de «unidad de vida» (PO 14), o de unión con los sentimientos de Cristo, necesita unos medios que el mismo Concilio concreta para la vida espiritual y que están relacionados con la acción apostólica (PO 18).
No sería exacto subrayar unos medios de espiritualidad en contraposición a la acción ministerial. Esta dicotomía podría crear malentendidos y angustias que resultarían en detrimento tanto de la vida interior como del apostolado. Los mismos ministerios son ya medios privilegiados de santificación, a condición de que se ejerzan en el Espíritu de Cristo (PO 13).
Podríamos, pues, distinguir entre medios comunes de santificación para todo cristiano y medios peculiares de santificación para el sacerdote. Como todo fiel, el sacerdote necesita poner en práctica los medios comunes de santificación. Al mismo tiempo, estos medios ayudan a vivir los ministerios sacerdotales en el Espíritu de Cristo:
Para fomentar la unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida, aparte el ejercicio consciente de su ministerio, gozan los presbíteros de medios comunes y particulares, nuevos y antiguos, que el Espíritu Santo no deja nunca de suscitar en el Pueblo de Dios, y la Iglesia recomienda, y hasta manda también algunas veces para la santificación de sus miembros (PO 18) 17.
17 En los textos conciliares (PO 18; OT 22) y en el nuevo Código (can. 246, 276) se señalan algunos medios que parecen comunes a todo cristiano, aunque con especial referencia a quien debe ejercer los ministerios sacerdotales. La terminología sobre los medios comunes y medios particulares no resulta muy clara en los documentos. Ver: L. CASTAN, Recursos para fomentar la vida espiritual del presbiterio, en Los presbíteros a los diez años de Presbyterorum Ordinis, Burgos, 1975 (Teología del Sacerdocio, 7), 463-495.
El Concilio Vaticano II (PO 18; OT 8-12) señala algunos medios de santificación que son comunes de toda vocación cristiana:
- lección divina, oración mental, meditación de la palabra,
- celebración eucarística, espíritu de sacrificio,
- cotidiano diálogo con Cristo en la visita y culto especial de la santísima Eucaristía,
- frecuente celebración del sacramento de la reconciliación,
- examen diario de conciencia,
- retiro y Ejercicios espirituales,
- dirección espiritual,
- devoción filial a María Madre de Cristo Sacerdote.
Estos medios comunes se convierten en medios particulares para el sacerdote cuando se relacionan más directamente con los ministerios. Así, por ejemplo, la meditación de la palabra. En efecto, cuando el Concilio habla de la predicación, invita a prepararla con la oración y la contemplación (LG 41; PO 6,13); cuando habla de oración sacerdotal, la relación también con el ministerio del oficio divino o liturgia de las horas (PO 5,18; SC 84ss).
Toda la vida sacerdotal, gracias a los medios de santificación y especialmente gracias a la acción ministerial, se convierte en un camino continuo de santificación:
Mientras oran y ofrecen el sacrificio, como es su deber, por los propios fieles y por todo el Pueblo de Dios, sean conscientes de lo que hacen e imiten lo que traen entre manos; las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo les sean un obstáculo, antes bien ascienden por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la abundancia de la contemplación para consuelo de toda la Iglesia de Dios (LG 41).
El hecho de ejercer los ministerios proféticos, cultuales y hodegéticos (o de dirección y servicio), se convierte en una invitación a que el mismo sacerdote viva lo que hace, meditando la palabra, uniéndose a Cristo Redentor, identificándose con Cristo servidor. Los medios arriba indicados son una gran ayuda para ejercer los ministerios en la línea de la caridad pastoral.
Entre todos los medios comunes y particulares de santificación destaca el de la oración como actitud de amistad y de relación personal con Cristo. Todos los actos ministeriales son prolongación de la persona y del actuar de Cristo. La actitud relacional es ejercida de modo especial en la meditación de la palabra y en el trato amistoso con Cristo presente en la eucaristía. De ahí derivará una actitud habitual de relación con el Señor mientras se le anuncia, se le hace presente y se le comunica a los demás. La cuestión del tiempo es siempre relativa a la escala de valores o prioridades que uno tenga previamente en su corazón (cf. cap. IV, n. 5).
Los maestros espirituales han subrayado la importancia de la dirección espiritual, en cuanto que se busca el consejo de un hermano (experimentado o docto) que ayude a discernir y a ser fiel en todo el camino de santidad. El sacerdocio, y el futuro sacerdote no queda exento de esta necesidad, que se podría llamar de cuerpo místico, en cuanto que todos tenemos necesidad del consejo, del ejemplo y de la oración de los hermanos. Al hablar de la formación inicial en el Seminario (n. 3) y de la formación permanente (n. 4) hemos resumido el tema. La revisión de vida en grupo puede ser una ayuda espiritual fuerte, pero no puede suplir en todo a la dirección espiritual propiamente dicha (cf. cap. VII, n. 2 y 4).
Estos medios de espiritualidad recobran una fuerza especial cuando se ponen en práctica en plan comunitario, especialmente en los encuentros para intercambio de experiencias y ayuda mutua: retiros, oración compartida, consejo espiritual, etc. Es necesario
hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas (PDV 79).
Al mismo tiempo, estos medios deben favorecer la comunión con el propio obispo y con los hermanos sacerdotes y diáconos, como camino para construir la fraternidad sacramental en el Presbiterio (PO 18). Un Presbiterio unido, que ofrezca infraestructuras de espiritualidad, cultura y apostolado, es el mejor ambiente y estímulo para valorar y poner en práctica los medios de santificación 18.
18 Los documentos eclesiales señalan unas notas de garantía para las asociaciones sacerdotales: aprobación por parte de la autoridad competente, santificación en el ejercicio del ministerio, cierta organización y plan de vida, servicio abierto a todos los presbíteros (PO 8; can. 278; PDV 31,81; Dir 29,88). Ver capítulo VII, n. 4 (y nota 14). La Congregación para el Clero publicó una declaración (Quidam Episcopi, 8 marzo, 1982) sobre asociaciones que pueden son contraproducentes para todo sacerdote. Todo proyecto de vida, personal o comunitario, necesita tener un ideario, unos objetivos y unos medios concretos (también, eventualmente, señalando unas etapas). Actualmente muchos sacerdotes recién ordenados se preguntan sobre qué asociación o grupo les puede ayudar más. Se nota una actitud indecisa, bastante generalizada. Lo más importante es que cada uno tenga su proyecto personal (trazado en Ejercicios, con el consejo o dirección espiritual, etc.) y que busque luego el lugar más adecuado para cumplirlo: decanato, grupo de amigos (revisión de vida), consejo espiritual, asociación, etc. Sin este compromiso personal (que debe abarcar el seguimiento evangélico del Buen Pastor, la vida comunitaria y la disponibilidad apostólica), se navega siempre en medio de indecisiones, criticando a las asociaciones o culpando de pasivismo al mismo Presbiterio.
6- Elaborar un proyecto de vida personal y comunitario en el Presbiterio (PDV 79)
Si se admite que la «fraternidad sacerdotal y la pertenencia al Presbiterio son elementos característicos del sacerdote» (Dir 25), la consecuencia lógica debe ser la siguiente: «El Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización» (Dir 27). Para conseguir este objetivo es necesario trazar un «proyecto de vida» personal y comunitario, con líneas y «programas de formación permanente, capaces de sostener de una manera real y eficaz el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes (PDV 3).
Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbiterio... Esta responsabilidad lleva al obispo, en comunión con el Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas (PDV 79).
Este proyecto de vida (personal y comunitario) podría seguir estas o parecidas indicaciones:
- Ideario de vida sacerdotal: ser (consagración), obrar (misión), vivencia o estilo de vida según la «vida apostólica».
- Objetivos: según las cuatro áreas o niveles: humana (PDV 72, 43-44; Dir 75), espiritual (PDV 72, 45-50; Dir 76), intelectual (PDV 72, 51-56; Dir 77), pastoral (PDV 72, 57-59; Dir 78).
- Medios y programación posible (cfr. PO 18-21; PDV cap. V y VI; Dir 39, 45-54, 68, 76, 81-86; CIC can. 246, 255, 276, 280, 533, 545, 548, 550).
Guía Pastoral
Reflexión bíblica
- Vocación, don y declaración de amor: Mc 3,13; 10,21; Jn 15,9-16; Ef 1,4).
- Vocación, fruto de la oración: Mt 9,38.
- La vocación como encuentro con Cristo: Jn 1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39.
- La vocación como seguimiento: Mt 4,19ss; 19,27; Mc 10,21.
- La vocación para la misión: Mc 3,14; Jn 20,21.
- Vocación de fraternidad y de servicio en la comunidad eclesial: Lc 10,1; Jn 17,21-23; Mc 10,44-45; Jn 13,14-15.
Estudio personal y revisión de vida en grupo
- Signos y discernimiento de la vocación: recta intención, libertad, idoneidad (PO 11; OT 2,6; PDV 34-37).
- Colaboradores en el fomento y formación: familia, comunidad eclesial, educadores, el mismo llamado (OT 2; PDV 38-41).
- Medios concretos de espiritualidad: armonía con los ministerios (OT 19-21; can. 245-256; PO 18; PDV 72; can. 276, 1186; Puebla 693-694).
- Seminario, tarea de todos (OT 3-7; PDV 65-69; Puebla 869-880).
- Línea pastoral del Seminario (OT 4,19; PDV 57-59); Puebla 969ss; Medellín XIII, 4-6.
- Formación permanente, naturaleza y práctica (PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18; PDV 70-82; Dir 69-97; can. 244, 248, 252, 279: Puebla 719-720).
- Organización y práctica de retiros y Ejercicios espirituales, experiencias, dificultades y posibilidades (can. 246; 276; Dir 85).
- Experiencias, dificultades y posibilidades de la dirección espiritual (PDV 40,50,81; Dir 39,54,85,92; can. 239, 246).
Orientación Bibliográfica
Ver más bibliografía en las notas de este capítulo y en capítulos anteriores: vocación laical y religiosa (notas 12 y 13 del capítulo II); documentos del Magisterio (notas 4 y 10 de este capítulo VIII); dirección espiritual (notas 8 y 15 de este mismo capítulo); formación permanente (notas 11, 12, 13).
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VII- Espiritualidad Sacerdotal en el Presbiterio Diocesano
Escrito por Super User
VII- Espiritualidad Sacerdotal en el Presbiterio Diocesano
Presentación
La espiritualidad sacerdotal es actitud de fidelidad y generosidad respecto a los carismas sacerdotales, que convierte en transparencia del Buen Pastor, para prolongar su presencia, su palabra y su acción sacrificial, salvífica y pastoral en la Iglesia particular y universal pero el sacerdote ministro concreta esta espiritualidad en una realidad querida y delineada por el mismo Jesús: el grupo apostólico (Mc 3,14; Lc 10,1; Jn 17,11-23).
En toda Iglesia particular o local el grupo apostólico es fraternidad en torno a un sucesor de los Apóstoles. Los sacerdotes ministros forman parte de este grupo, que constituye el Presbiterio (1 Tm 4,14).
Obispos, presbíteros y diáconos son portadores de unos carismas recibidos en el sacramento del Orden, para servir a toda la comunidad eclesial, formando ellos mismos un signo de comunión como principio de unidad, a modo de colegialidad ministerial (analógica) y como garantía de estar enraizadas en la tradición apostólica.
La peculiaridad de la espiritualidad sacerdotal enraíza en un conjunto de carismas que consisten en: participar de modo especial en el sacerdocio de Cristo por el sacramento del Orden, estar al servicio de una Iglesia particular con perspectivas de Iglesia universal, formar parte de un Presbiterio cuya cabeza es el obispo. Estas realidades de gracia matizan el modo de ser signos e instrumentos del Buen Pastor y agentes de unidad en la comunidad eclesial.
El clero diocesano, que sirve de modo permanente en la Iglesia particular o diócesis, tiene como espiritualidad específica, que deriva de las realidades de gracia que constituyen su razón de ser. En la Iglesia particular y formando una fraternidad, está llamado a construir la vida apostólica con las peculiaridades específicas de su pertenencia a la diócesis y al Presbiterio. Si el modo de poner en práctica la vida apostólica es diverso para el clero secular, ello no significa que sean menores las exigencias de vida evangélica.
De la renovación evangélica en la vida sacerdotal del Presbiterio diocesano, dependerá la respuesta generosa a las exigencias de una nueva evangelización. Los principios delineados por el Concilio Vaticano II (LG 28; CD 28; PO 8) y por los Documentos postconciliares (PDV 17, 74; Dir 25-27; CIC can 245, 275-280) son lo suficientemente claros para delinear una práctica concreta de fraternidad sacerdotal, que haga posible el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera.
Las nuevas generaciones sacerdotales necesitan encontrar un Presbiterio con cauce adecuado para una respuesta generosa a la vocación: un Presbiterio fraterno donde sea posible vivir el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera (cf. Can. 245).
1- Obispos, presbíteros y diáconos al servicio de la comunidad eclesial
Toda comunidad eclesial depende de un obispo, como sucesor de los Apóstoles, con quien colaboran los presbíteros y diáconos. Todos ellos forman un signo colectivo del Buen Pastor, el Presbiterio, para servir a la Iglesia particular o local también con sus derivaciones universales (cf. Cap. VI).
Los sacerdotes de la Iglesia particular forman una colegialidad ministerial que tiene como punto de convergencia al obispo y al Papa con el colegio episcopal. «Así el ministerio eclesiástico, de divina institución, es ejercitado en diversas categorías por aquellos que ya desde antiguo se llamaron obispos, presbíteros y diáconos» (LG 28; cf. PO 7).
El servicio ministerial en la Iglesia particular es ejercido por:
- El obispo, como padre y cabeza de su Presbiterio y de la Iglesia diocesana,
- los presbíteros, como necesarios colaboradores y consejeros de los obispos,
- los diáconos, como servidores cualificados en el campo de la palabra, de la eucaristía y de la caridad.
Los obispos, «puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lugar de los Apóstoles como pastores de almas» (CD 2). Es decir, «han sucedido por institución divina, en el lugar de los Apóstoles como pastores de la Iglesia» (LG 20: cf. LG 21). De ellos, pues, «depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles» (SC 41). El obispo es miembro del Colegio apostólico (o Colegio episcopal) (LG 22), pastor propio y ordinario de la Iglesia particular, bajo la autoridad del Sumo Pontífice (cf. Can. 375-411. Su potestad es plena salvo las posibles reservas de la Santa Sede), inmediata (que puede ejercerse sin intermediarios) y ordinaria (no vicaria o delegada) 1.
1 La espiritualidad sacerdotal del presbítero necesita la actuación del carisma episcopal. Ver comentarios al decreto conciliar Christus Dominus: AA. VV., La charge pastoral des Evêques, París, Cerf, 1969; AA. VV., La función pastoral de los obispos, Salamanca, 1967 (XI semana del Derecho Canónico). Otros estudios: AA. VV., Teología del episcopado, Madrid, 1963 (XXII semana española de teología); J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal en relación con el carisma episcopal: Burgense 40/1 (1999) 61-79; B. JIMENEZ DUQUE, El oficio de santificar de los obispos, en Concilio Vaticano II, Comentarios a la constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966, 531-539; J, LEAL, Los obispos, sucesores de los Apóstoles, en Comentarios sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966, 368-379; J. LECUYER, El episcopado como sacramento, en La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966, 731-749; Idem, La triple potestad de los obispos, ibídem, 871-891; E. PIRONIO, Figura teológica-pastoral del obispo, en Escritos pastorales, Madrid, BAC, 1973.
El ejercicio del carisma episcopal es imprescindible tanto para la vida de la Iglesia particular como para la espiritualidad del sacerdote. El obispo ha recibido «la plenitud del sacramento del Orden» (LG 21) en el campo profético, sacrificial, santificador y pastoral (cf. can. 381-402). Por esto es padre y cabeza visible de la Iglesia diocesana y de su propio Presbiterio (cf. SC 41; CD 28). «Cada obispo es el principio y fundamento visible de unidad en su propia Iglesia, formada a n de la Iglesia universal» (LG 23). En este sentido se comprende que «representa a su Iglesia» (2 Co 11-28) es propia de los obispos en cuanto «legítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio Episcopal» (CD 6; cf. CD 3; LG 23).
El ministerio y la vida de los presbíteros (y diáconos) necesita la actuación del carisma episcopal. El obispo es cabeza de la comunidad, padre, amigo y hermano de sus sacerdotes (LG 28; CD 28). Es él quien garantizó la existencia de la vocación sacerdotal, quien comunicó el sacerdocio de Cristo por la imposición de las manos y quien se comprometió, por ello mismo, a garantizar en su Presbiterio los medios de vida sacerdotal y de vida apostólica. Y es también él quien ha salido fiador, delante de la Iglesia, de que sus presbíteros y diáconos podrán vivir una vida evangélica y de familia sacerdotal en el Presbiterio y en la Iglesia particular. Por esto el cuidado de la vida espiritual de los presbíteros y diáconos es una de las obligaciones principales del obispo (cf. CD 16; PO 7; Directorio pastoral de los obispos, p. 3ª. c. 3).
Los presbíteros participan del mismo sacerdocio de Cristo, aunque en grado inferior al obispo (cf. cap. III). «Forman, junto con el obispo, un Presbiterio» (LG 28). La consagración y misión del sacramento del Orden la reciben los presbíteros en grado subordinado, como «cooperadores del orden episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo» (PO 2). Propiamente son «necesarios colaboradores y consejeros de los obispos en el ministerio de enseñar, de santificar y de apacentar el Pueblo de Dios»(PO 7). Los carismas recibidos por el presbítero se ejercen en comunión con su propio obispo y con los demás miembros del Presbiterio, siempre «bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia»(PO 7).
La acción ministerial de los presbíteros es la misma que la del obispo, como ministros o servidores de «Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 2).
Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo (LG 28) 2.
2 Ver comentarios al Presbyterorum Ordinis (en colaboración): Los presbíteros a los diez años del «Presbyterorum Ordinis», Burgos, Facultad de Teología, 1975 (vol. 7 de Teología del Sacerdocio); Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969; I preti, Roma, AVE, 1970; I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969; Les prêtres, formation, ministère et vie, París, Cerf, 1968; Sacerdotes y religiosos según el Vaticano II, Madrid, FAX, 1968. Otros estudios sobre el presbiterado: AA. VV., Espiritualidad del presbiterio diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987; AA. VV., Il prete per gli uomini d'oggi, Roma, AVE, 1975; El ministerio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá, Conf. Episc. Colombiana, 1978; M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare «Presbyterorum Ordinis», storia, analisi, dottrina, Roma, Teresianum, 1989-1990; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap. 10; A. FAVALE, El ministerio presbiteral, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989; F. GIL HELLÍN, Decretum de Presbyterorum Ministerio et Vita, «Presbyterorum Oridinis», Lib. Edit. Vaticana, 1996; T. I. JIMÉNEZ URRESTI, Teología conciliar del presbiterado, Madrid, PPC, 1971. Ver bibliografía del final de este capítulo.
Con el propio obispo y con los diáconos, los presbíteros forman un Presbiterio a modo de colegio ministerial o signo colectivo de Cristo, que es fraternidad sacramental (PO 8). «Una sola familia cuyo padre es el obispo» (CD 28). Esta comunidad sacerdotal del Presbiterio (ver el n. 2) manifiesta un carisma al servicio de la Iglesia particular o local.
Los carismas sacerdotales no son sólo para el bien de quienes los administran, sino principalmente para el bien de toda la Iglesia. La comunidad eclesial tiene derecho a ver un Presbiterio unido y vivo que transparente tanto la vida como la acción del Buen Pastor.
Los diáconos han recibido los carismas del sacramento del Orden en su primer grado (carácter y gracia sacramental), para ejercer servicios en relación a la palabra de Dios, a la eucaristía y a la caridad. Están al servicio del obispo y, en dependencia de éste, son colaboradores de los presbíteros. Las gracias sacramentales recibidas les hacen portadores de gracia y de acción del Espíritu Santo más que a otros ministros que no han recibido el sacramento del Orden. Esta es la razón del ser diaconado permanente, casado o célibe (cf. LG 29).
La acción pastoral del diácono está en la línea de servicio y en relación de estrecha colaboración con el sacerdote ministro, participando del sacerdocio de Cristo que se prolonga en la jerarquía de la Iglesia. «Confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su Presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad» (LG 29). La praxis concreta del ministerio diaconal se ha de enfocar a la luz de la gracia del Espíritu Santo recibidas en el sacramento:
Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentos, presidir el rito de los funerales y sepultura (LG 29).
El diácono está al servicio permanente de la comunidad eclesial como miembro del Presbiterio 3.
3 Cánones sobre los diáconos: 236 (formación), 281 (diáconos casados), 757 (ministros de la palabra), 835 (actuación en el culto), 910 y 943 (ministerio eucarístico). AA: VV., Los diáconos en el mundo actual, Madrid, Paulinas, 1968; A. KERKVOORDE, Elementos para una teología del diaconado, en la Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966, 917-958; P. WINNINGER, Los diáconos, Madrid, PPC, 1968. Sobre los diáconos permanentes: (Congregación para la Educación Católica), Normas fundamentales para la formación de los diáconos permanentes (22 febrero 1998); (Congregación para el Clero), Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes (22 febrero 1998).
La espiritualidad diaconal se mueve en la misma dirección que su acción pastoral.
Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: «Misericordiosos, diligentes, precediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos» (LG 29).
Es la misma espiritualidad o estilo de vida de Cristo, que vino para servir. «Resplandezcan en su vida todas las virtudes, el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres, la autoridad humilde, una pureza inocente y un cumplimiento de diácono». Los matices de esta espiritualidad diaconal variarán según se trate de diáconos vírgenes o casados.
2- En la comunidad sacerdotal del Presbiterio
La institución del Presbiterio, como colegialidad fraterna de los ministros de la Iglesia particular, aparece claramente en las cartas de san Ignacio de Antioquía (s. II) y refleja la tradición apostólica. En las comunidades eclesiales del tiempo apostólico, los presbíteros forman un senado que se reúne con el apóstol responsable y obran según sus orientaciones (Hch 6,6; 11,30; 13,3; 14,23; 15,23; 16,4; 21,18-23; 20,17-38; 1 Tm 4,14; 1 P 5,1-5) 4.
4 Ver un estudio sobre los textos del Nuevo Testamento: M. GUERRA, Epíscopos y Presbíteros, Burgos, Facultad de Teología, 1962. Citamos otros estudios en la nota siguiente.
La unidad comunitaria del Presbiterio es una exigencia de los carismas (carácter y gracia sacramentales) recibidos en la ordenación sacerdotal. Al mismo tiempo es una concretización de la sacramentalidad de la Iglesia. Es, pues, una fraternidad sacramental (PO 8), como signo eficaz eclesial y sacramental. «En virtud de la fraternidad sacramental, la plena unidad entre los ministros de la comunidad es ya un hecho evangelizador... De aquí deriva la misma unidad pastoral» (Puebla 663).
Los presbíteros, por el sacramento del Orden, quedan constituidos en los colaboradores principales de los obispos para su triple ministerio; hacen presente a Cristo Cabeza en medio de la comunidad. Forman, junto con su obispo y unidos en íntima fraternidad sacramental, un solo Presbiterio dedicado a variadas tareas para servicio de la Iglesia y del mundo (Puebla 690).
El Presbiterio es signo eficaz de unidad en la Iglesia particular en la medida en que él mismo sea unidad vital, «un solo Presbiterio junto con su obispo» (LG 28). Esta unidad se manifiesta en la ordenación (con la imposición de las manos del obispo consagrante y de los presbíteros asistentes), en la concelebración eucarística y litúrgica en general, en el ministerio y vida sacerdotal (SC 57; PO 8). «El presbítero en su verdad plena es un mysterium: es una realidad sobrenatural, porque tiene su raíz en el sacramento del Orden» (PDV 74).
La unidad vital del Presbiterio se demuestra en la responsabilidad mutua de todos los componentes del mismo respecto a la vida espiritual, pastoral, cultural, económica y personal (LG 28). Es unidad como exigencia y «en virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión» (LG 28), reflejo de la vida trinitaria de Dios Amor, querida por el Señor para el grupo de sus Apóstoles: «que sean uno, como tú, Padre, estás en mí y no en ti..., para que el mundo crea que me has enviado» (Jn 17,21). A la luz de esta unidad se descubre la necesidad de una vida fraterna y de una ayuda mutua familiar, para que se dé una verdadera pastoral de conjunto. «La fisonomía del presbítero es, por tanto, la de una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden» (PDV 74) 5.
5 Ver textos conciliares que hablan del Presbiterio: LG 28-29; CD 11, 15, 28; PO 7-8. En el nuevo código; can. 245. Ver también PDV 17, 74; Dir 25-29. Ver bibliografía del final de este capítulo: C. BERTOLA, Fraternidad sacerdotal, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1992; A. CATTANEO, Il Presbiterio della Chiesa particolare, Milano, Edit. Giuffré, 1993; J. ESQUERDA, El presbiterio, unión y cooperación fraterna entre los presbíteros, «Teología del Sacerdocio» 7 (1973) 303-318; J. LECUYER, Le Presbyterorum, en Les Prêtres, París, Cerf, 1966, 275-288; A. VILELA, La condition collégial des prêtres au III siècle, París, Beauchesne, 1971.
Las bases teológicas y pastorales del Presbiterio, que acabamos de resumir, indican las líneas de su espiritualidad eclesial. Todo momento de renovación eclesial ha tenido su parte de apoyo en la renovación sacerdotal según la vida apostólica o vida a imitación de los Apóstoles: fraternidad, generosidad evangélica, disponibilidad misionera. La Iglesia local y universal será sacramento o signo transparente y portador de Cristo, en la medida en que se viva en ella la sacramentalidad del Presbiterio (cf. PO 8; LG 28; CD 28). La espiritualidad sacerdotal específica del sacerdote diocesano hinca sus raíces en esta realidad sacramental del Presbiterio de la Iglesia particular.
Para hacer realidad esta comunidad sacerdotal en cada Presbiterio, hay que tomar conciencia de la responsabilidad mutua respecto a todos los campos de la vida y del ministerio sacerdotal. No es un simple consejo de mayor espiritualidad y perfección, sino una exigencia del mismo sacerdocio:
En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, todos los presbíteros se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad (LG 28).
No sería posible la comunidad del Presbiterio sin la referencia al obispo, como principio de unidad, y sin la presencia activa y responsable de su propio carisma episcopal. El obispo es el fundamento visible de unidad en la Iglesia particular y en su Presbiterio (LG 23; cf. PO 7-8). La preocupación episcopal por los sacerdotes, compartiendo con ellos toda su existencia y su forma de vivir, es imprescindible para la construcción de la comunidad y familia sacerdotal del Presbiterio (cf. CD 15-16,28). Por parte de los sacerdotes requiere la aceptación afectiva y efectiva de esa actuación del carisma episcopal (cf. PO 7).
La renovación interna de la Iglesia en sus propósitos pastorales y en la difusión del evangelio en todo el mundo (PO 12), dependerá, en gran parte, de la renovación espiritual y pastoral de los Presbiterios diocesanos. «La fraternidad sacerdotal y la pertenencia al Presbiterio son elementos característicos del sacerdote» (Dir 25). «El Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización» (Dir 27). Esta renovación depende de la puesta en práctica de una ayuda mutua según las indicaciones del «Presbyterorum Ordinis» n.8:
- oración mutua, como de quienes trabajan y viven en la misma familia,
- relación interpersonal y colaboración por encima del estado de vida (religioso o secular) y de la diversidad de ministerios,
- ayuda mutua en todos los campos (espiritual, pastoral, cultural, material), especialmente en los momentos de necesidad y de dificultad,
- experiencias de vida comunitaria y de asociación o de grupo.
La ayuda mutua en la vida espiritual debe ser principalmente a partir de la común vocación al seguimiento de Cristo: relación con Dios (oración), seguimiento evangélico (virtudes del Buen Pastor), disponibilidad misionera y de formación permanente (cf. cap. VIII).
La vida comunitaria es una concretización de la fraternidad sacerdotal en el Presbiterio, en vistas a hacer realidad la ayuda mutua en todos los campos de la vida sacerdotal. Se trata de una convivencia, al menos en forma de encuentro periódico, para compartir la vida sacerdotal y ayudarse mutuamente. La pertenencia a un grupo, equipo o asociación y la vida común (es decir, bajo el mismo techo) son cauces y formas posibles de vida comunitaria 6.
6 Sobre la vida comunitaria (o de grupo) para el sacerdote: AA. VV., De dos en dos, apuntes sobre la fraternidad apostólica, Salamanca, Sígueme, 1980; P. CODA, La forma comunitaria del ministerio presbiterali, «Lateranum» 56 (1990) 569-588; J. DELICADO, La fraternidad apostólica, Madrid, PPC, 1987; J. ESQUERDA, Espiritualidad y vida comunitaria en el Presbiterio, «Burgense» 14/1 (1973) 137-160; 15/1 (1974) 179-205; MICHENEAU RETIF, El equipo sacerdotal, Salamanca, 1967; J. SÁNCHEZ MARQUETA, La vida común del clero diocesano, Madrid, 1966.
La vida comunitaria es un signo portador de gracia para la espiritualidad y para la pastoral sacerdotal (cf. Jn 17,21-23). Hay que tener en cuenta el fundamento de la vida comunitaria con sus finalidades, así como los condicionamientos y posibilidades:
- Fundamento: la caridad pastoral que urge a vivir la unidad y perfección del Presbiterio (o comunidad sacerdotal) para ser testimonio y principio de unidad en la Iglesia particular.
- Finalidad: ayuda en la vida espiritual, pastoral, cultural, económica, personal, etc., como proceso de maduración en Cristo por parte de los sacerdotes, para servir a la comunidad eclesial.
- Condicionamientos psicológicos y espirituales: diferencia de temperamentos (y caracteres), base sociológica e histórica, cultura, gracias recibidas... (aunque siempre dentro de la unidad del mismo ideal y del mismo carisma sacerdotal).
- Posibilidades: encuentros periódicos para compartir, pertenencia a un grupo espiritual o asociación, vida común, equipo de trabajo apostólico (equipo geográfico o funcional).
La vida comunitaria sacerdotal comporta cierto uso común de las cosas (PO 17) y es una ayuda para la pastoral del conjunto (PO 7) y para la disponibilidad misionera en sectores e Iglesias más necesitadas (PO 10).
Para hacer más eficaz la cura de almas, se recomienda encarecidamente la vida común de los sacerdotes, en particular de los adscritos a la misma parroquia; pues dicha convivencia, al mismo tiempo que favorece la acción apostólica, da a los fieles ejemplo de caridad y unidad (CD 30; cf. PDV 17).
Entre los compromisos que el documento de Puebla señala a los obispos, se dice: «Buscar formas de agrupación de los presbíteros situados en regiones lejanas, a fin de evitar su aislamiento y favorecer una mayor eficacia pastoral» (Puebla 705; cf. Medellín XI, 25) 7.
7 El nuevo Código aconseja frecuentemente la fraternidad y vida comunitaria del clero: can. 275, 280, 533, 545, 548, 550. Así lo ratifica también la Exh. Apos. postsinodal Pastores dabo vobis y el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros. «El ministerio ordenado tiene una radical forma comunitaria y puede ser ejercido sólo como «una tarea colectiva» (PDV 17; cfr. 17, 29, 44, 50; Dir 28-29). C. BERTOLA, Fraternità sacerdotale, aspetti sacramentali, teologici ed esistenziali, Roma, Città Nuova, 1987. Ver la nota anterior y la orientación bibliográfica del final del capítulo.
En la vida del Presbiterio y en el servicio sacerdotal de la Iglesia particular, juega un papel muy importante el Consejo Presbiteral. Es un servicio consultivo y un cauce de diálogo, entre el obispo y sus sacerdotes, de forma comunitaria: «un grupo de sacerdotes, como senado del obispo, en representación del Presbiterio, cuya misión es ayudar al obispo en el gobierno de la diócesis conforme a las normas del derecho, para proveer lo más posible al bien pastoral de la porción del Pueblo de Dios que se le ha encomendado» (can. 459) al determinar la representatividad (por sectores, cargos, edades, etc.), la dinámica y periodicidad de las reuniones de trabajo, así como los objetivos, hay que tener en cuenta la vida espiritual de los sacerdotes 8.
8 Sobre el Consejo Presbiteral: can. 495-502. Ver: F. BOULARD, La curie et les conseils diocésains, en la Charge pastorale des Evêques, París, Cerf, 1969, 241-274; M. MARTINEZ, Consejo Presbiteral, Senado del obispo, Madrid, PPC, 1973. Ver la Carta circular de la Congregación del clero sobre los Consejos Presbiterales: AAS 62 (1970) 459-465.
Para hacer efectiva esta comunidad sacerdotal en el Presbiterio, se necesita una formación adecuada en las virtudes del diálogo: escuchar al hermano y exponer la propia opinión, decir la verdad en la caridad, para analizar los acontecimientos a la luz de la palabra de Dios. El diálogo entre apóstoles se basa en la sintonía de ideales evangélicos y en el amor mutuo que lleva a una ayuda fraterna efectiva. El objetivo del diálogo sacerdotal es la evangelización y, consiguientemente, todos los aspectos de la vida del sacerdote que está dedicado a ella. Los intereses personalistas deben descartarse del diálogo. Una escuela de diálogo es la revisión de vida en el propio grupo sacerdotal. Este diálogo responsable es la mejor preparación para una actitud de obediencia ministerial (cf. PO 15).
3- Espiritualidad del clero diocesano
La espiritualidad, como vida en el Espíritu (Rm 8,9), es fidelidad generosa a las gracias o carismas recibidos (cf. cap. I, n. 5). La espiritualidad específica del clero diocesano es la misma espiritualidad sacerdotal matizada de gracias o carismas especiales. Ser signo ministerial del Buen Pastor en una Iglesia particular o diócesis, se concreta en la caridad pastoral matizada por:
- la pertenencia a la Iglesia diocesana por medio de la incardinación o con compromiso de servicio (que incluye corresponsabilidad en la misión universal),
- el hecho de formar parte del Presbiterio de modo estable,
- la dependencia del carisma episcopal en cuanto a la pastoral y en cuanto a la espiritualidad,
- ser principio de unidad (en unión con el obispo) respecto a los carismas, vocaciones y ministerios existentes en la comunidad eclesial,
- ayudar a la comunidad a encontrar sus raíces apostólicas e históricas en relación con el obispo que la preside como sucesor de los Apóstoles (cf. LG 28; CD 28; PO 7-8).
Una nota característica de la espiritualidad diocesana consiste en la pertenencia, de modo permanente (esponsal), a la Iglesia particular. Es un modo de vivir la dimensión eclesial:
En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular... la relación con el obispo en el único Presbiterio, la coparticipación en su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración propia del sacerdote y de su vida espiritual. En este sentido la «incardinación» no se agota en un vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero. Es necesario que el sacerdote tenga la conciencia de que su «estar en una Iglesia particular» constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana (PDV 31).
Todo sacerdote que sirve de modo más o menos permanente en una diócesis, tiene de alguna manera estos matices de espiritualidad sacerdotal. El sacerdote religioso (o perteneciente a instituciones similares) vive la diocesaneidad con las características de unos carismas fundacionales y de unos compromisos que le hacen depender en muchos aspectos de su propio superior (espiritualidad específica y traslados); en la acción pastoral depende del obispo; su modo de vida apostólica lo afianza por medio de esos compromisos (votos, reglas), que le ayudarán a perseverar en la perfección evangélica en la disponibilidad para la Iglesia universal.
El sacerdote diocesano secular que vive la misma vida apostólica (fraternidad, seguimiento y disponibilidad misionera) en dependencia directa del carisma episcopal y perteneciendo de modo estable a la Iglesia particular; deberá encontrar en su propio Presbiterio unos medios y unas estructuras que le ayuden a perseverar en el seguimiento evangélico radical y en la entrega generosa a la misión. Tendrá que vivir el modo de vida apostólica en su propio Presbiterio. No basta, pues, con definir su espiritualidad específica, sino que principalmente es necesario ofrecer un verdadero cauce para esta vida apostólica que comprometa la persona del obispo y la institución del Presbiterio, respetando siempre la iniciativa privada personal y comunitaria cuando se trate de vida íntima y de algunas aplicaciones de generosidad evangélica (ver el n. 4).
El Concilio Vaticano II ofrece unos matices que relacionan y distinguen a la vez a los sacerdotes religiosos y diocesanos:
"Indudablemente, todos los presbíteros, diocesanos y religiosos, participan y ejercen, juntamente con el obispo, el sacerdocio único de Cristo, y, por ende, quedan constituidos próvidos cooperadores del orden episcopal. Sin embargo, en el ejercicio de la cura de almas ocupan el primer lugar los sacerdotes diocesanos, ya que, incardinados en una Iglesia particular o adscritos a ella, se consagran plenamente a su servicio para apacentar a una porción de la grey del Señor; de ahí que constituyen un solo Presbiterio y una sola familia, cuyo padre es el obispo" (CD 28; cf. PO 8).
La incardinación, pues, da al sacerdote diocesano, llamado también secular en el nuevo Código, un aspecto de pertenencia permanente a la diócesis y de dependencia espiritual más estrecha respecto al obispo (cf. CD 15-16; PO 7) 9.
9 Ver los cánones 265-272 sobre la incardinación; nos remitimos a los estudios en la nota 4 del capítulo VI. El Concilio (y PDV) llama «diocesanos» a los sacerdotes incardinados en la diócesis o Iglesia particular (CD 28; PO 8; PDV 31-32, 68); el nuevo Código los llama seculares (can. 278, 498, etc.).
La unión de los sacerdotes diocesanos con un obispo no es sólo de dependencia jurídica, sino principalmente de caridad pastoral, como formando con él un solo signo ministerial colectivo del Buen Pastor en la Iglesia particular:
Las relaciones entre los obispos y los sacerdotes diocesanos deben fundarse principalmente en los vínculos de la caridad sobrenatural; de forma que la unión de voluntad de los sacerdotes con la voluntad del obispo haga más fecunda la acción pastoral de los mismos (CD 28).
Por esto, no podrán conseguir la perfección sacerdotal sin esta relación afectiva y efectiva con los obispos (cf. LG 41), puesto que «sobre ellos (los obispos) recae el grave peso de la santidad de sus sacerdotes» (PO 7).
Tanto en el campo pastoral, como en el de la vida de seguimiento evangélico, el sacerdote incardinado en la diócesis necesita la actuación del carisma episcopal.
Así, pues, ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia (PO 7).
El sacerdote diocesano realiza su espiritualidad, como ascesis propia del pastor de almas (PO 13), perteneciendo a una Iglesia diocesana concreta, como miembro del Presbiterio cuya cabeza es el obispo. Su espiritualidad específica de caridad pastoral se concreta en unos ministerios ejercidos con estas coordenadas de lugar y tiempo, en la Iglesia local de aquí y ahora, que tiene una herencia histórica de gracia y que no puede olvidar su responsabilidad universal. En esta perspectiva, se puede entender mejor la afirmación conciliar: «Los presbíteros conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Ellos siguen radicalmente al Buen Pastor imitando su caridad pastoral, en estas circunstancias eclesiales de pertenencia a la Iglesia diocesana, en dependencia del propio obispo y como miembros del Presbiterio. Queda, pues, en pie la responsabilidad de crear unos cauces adecuados de estas exigencias evangélicas pastorales.
Esta pertenencia a la Iglesia diocesana (por la incardinación o por compromiso equivalente) es vivencia de la comunión eclesial como principio de unidad y servicio de comunión entre todos los carismas, vocaciones y ministerios existentes en la Iglesia diocesana. La historia de esta Iglesia concreta es una historia de gracia que debe custodiarse con la fidelidad a la tradición apostólica garantizada por el obispo. Esta vivencia de comunión eclesial es la mejor preparación para abrirse a las nuevas gracias del Espíritu Santo en situaciones de nueva evangelización.
La pertenencia y el servicio a la Iglesia diocesana (siempre en comunión con la Iglesia universal) da al ministerio sacerdotal un matiz peculiar: ser custodio, como signo de Cristo Esposo, de una Iglesia que se hace madre por su fidelidad a la acción del Espíritu Santo. El sacerdocio ministerial es un servicio especial de la maternidad de la Iglesia:
La verdad sobre la maternidad de la Iglesia... es una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual (Juan Pablo II, Jueves Santo de 1988, n. 4; cf. PO 6).
El sacerdote diocesano vive esta faceta de su espiritualidad por su pertenencia a una Iglesia particular concreta 10.
10 La relación del sacerdote con la maternidad de la Iglesia fue ya subrayada por: M. J. SCHEEBEN, Los misterios del cristianismo II, Barcelona, Herder, 1953, 567s, Ver la espiritualidad eclesial del sacerdote en el capítulo VI, n. 4 (notas y orientación bibliográfica). El Concilio Vaticano II relaciona el ministerio sacerdotal con la maternidad de la comunidad: «La comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo» (PO 6). La fraternidad sacerdotal en el Presbiterio será garantía de comunión entre todas las vocaciones, ministerios, instituciones y carismas. Cuidar de todas la vocaciones es parte integrante del ministerio sacerdotal: «Por lo cual, atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó» (PO 6). Por ser imitadores cualificados de la «vida apostólica» (como sucesores en grado de presbíteros), los sacerdotes son llamados al «seguimiento evangélico» radical según el modelo de los Apóstoles.
4- La construcción de la «Vida apostólica» en el Presbiterio
Si la vida apostólica significa el seguimiento de Cristo al estilo de los Apóstoles, es el obispo de cada Iglesia particular, como sucesor de los Apóstoles, con su Presbiterio, quien tiene que presentar ante la Iglesia esta forma de vida evangélica (apostolica vivendi forma). El modelo apostólico, vivido en cada Iglesia local, debe servir de pauta para otras concretizaciones de la vida apostólica. Las exigencias evangélicas del seguimiento (pobreza, castidad, obediencia), de la fraternidad y de la disponibilidad misionera son las mismas; sólo cambiarán los modos y los medios (votos, reglas, carismas fundacionales, cánones, directorios diocesanos, etc.).
El Presbiterio debe estructurarse de modo que pueda ofrecer a todos sus componentes, obispos, presbíteros y al menos los diáconos llamados al celibato, posibilidades y medios de vivir el seguimiento evangélico y la vida comunitaria para una mayor disponibilidad misionera: La fraternidad sacramental del Presbiterio (PO 8) es una vida de familia con el propio obispo (CD 28), donde todos se ayudan mutuamente para la generosidad evangélica y para la misión (cf. LG 28; PO 7).
Cuando en los diversos períodos históricos ha habido una renovación sacerdotal, ha sido siempre por medio de la puesta en práctica de la vida apostólica en los Presbiterios y en otras formas concretas de vivir el mismo seguimiento evangélico (cf. cap. X). Los concilios, los Papas y los santos sacerdotes han hecho hincapié en esta forma de vida para renovar el estamento sacerdotal del Presbiterio.
El Concilio Vaticano II recoge esta tradición e indica unas líneas claras que deben hacerse realidad en cada Presbiterio: seguimiento evangélico del Buen Pastor (PO 15-17; cf. cap. V), disponibilidad misionera (PO 10; cf. cap. IV y VI), vida de fraternidad (PO 8; cf. cap. VII, 2).
El problema principal no consiste en aclarar principios y exigencias (que ya hemos analizado en los capítulos anteriores), sino en señalar pistas concretas de actuación. La vida fraterna o comunitaria del Presbiterio, ¿cómo puede llevarse a efecto en vistas a la práctica del seguimiento evangélico y de la disponibilidad para la misión? Hemos señalado más arriba (n. 2) algunas posibilidades de vida comunitaria que ahora vamos a concretar más.
En cuanto a la vida apostólica de tipo religioso (o similar), hay que atenerse al propio carisma fundacional y a los estatutos de la propia institución: esta modalidad es un gran bien para todo el Presbiterio, puesto que aporta siempre los elementos fundamentales y comunes de toda vida apostólica. Pero es también el mismo Presbiterio y el clero diocesano (secular) el que debe encontrar su propio cauce de vida apostólica en relación de dependencia directa del carisma episcopal y como servicio permanente en la Iglesia particular o diócesis.
Hay que partir de la realidad en que trabaja y vive el clero diocesano. La vida comunitaria (cf. n. 2) y de equipo de sacerdotes es siempre posible si se trata de:
- encuentro periódico,
- para compartir la vida y el ministerio,
- y para ayudarse mutuamente en todos los aspectos: vida espiritual, pastoral, cultural, económica, personal... 11.
11 Ver bibliografía citada en la nota 6 sobre la vida comunitaria o de grupo para el sacerdote.
Las posibilidades de este encuentro comunitario se basan en la misma realidad del sacerdote diocesano:
- posibilidad geográfica: por arciprestazgos (decanatos), vicarías, parroquias, sectores, etc.,
- posibilidad funcional: por ejercicio ministerial común (enseñanza, movimientos apostólicos, capellanías, etc.),
- posibilidad de afinidad: por amistad, edad, ordenación, pertenencia a una institución, etc. 12.
12 «Es contrario al profundo sentido de unidad del Presbiterio el aislamiento en que viven tantos sacerdotes. Para que pueda realmente compartirse la común responsabilidad sobre la Iglesia local, recomendamos vivamente que se fomente la vida de los equipos sacerdotes en sus diversas formas. Establézcanse centros sacerdotales donde puedan reunirse en un ambiente fraternal y de frecuente contacto con el obispo, todos los presbíteros con miras a su perfeccionamiento personal» (Medellín, XI, 25; cf. Puebla 705). En Pastores dabo vobis, el Papa Juan Pablo II pide que en cada Presbiterio se elabore un proyecto de vida sacerdotal: «Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbiterio... Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas. El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial» (PDV 79).
La verdadera dificultad del clero diocesano no está, pues, en la realidad pastoral, sino en la falta de formación para la vida apostólica en el Presbiterio (cf. can. 245; ver cap. VIII) y en la falta de disponibilidad para el seguimiento evangélico del Buen Pastor (cf. cap. V).
La vida interna del grupo al que se pertenece (geográfico, funcional, de afinidad, etc.) debe concretarse en el campo de la espiritualidad, como se concreta en la pastoral, cultura, economía y de problemas personales. Se trata, pues, de ayudarse en las exigencias de la vocación sacerdotal, y de modo particular en:
- la vida de oración como encuentro con Cristo y como ministerio,
- el seguimiento evangélico de Cristo aplicado a las virtudes del Buen Pastor,
- la disponibilidad misionera para cualquier cargo de la Iglesia particular y cualquier necesidad de la Iglesia universal.
Un modo concreto de llevar a término esta ayuda espiritual es la revisión de vida, que puede realizarse en el grupo sacerdotal según diversas posibilidades:
- compartir la propia experiencia de meditación evangélica o de palabra de Dios,
- partir de un acontecimiento iluminándolo con la palabra de Dios, para llegar a un compromiso concreto de renovación y de ayuda mutua,
- partir de las virtudes y deberes ministeriales para revisar la propia conducta sacerdotal en fraternidad,
- partir de una lectura (palabra de Dios, documentos, escritos espirituales, etc.) para pasar a discernir los acontecimientos de la propia vida sacerdotal y asumir unos compromisos concretos 13.
13 Ver estudios citados en nota 6, J. BONDUELLE, Situación actual de la revisión de vida, Barcelona, Nova Terra, 1966; J. M. CONTRERAS, Cómo trabajar en grupo, Introducción a la dinámica de grupo, Madrid, San Pablo, 1997; A. GODIN, La vida de los grupos en la Iglesia, Madrid, Studium, 1975; A. MARECHAL, Toda nuestra vida en el evangelio a través de la revisión de vida, Barcelona, Nova Terra, 1966; F. MARTINEZ, Principios fundamentales sobre la revisión de vida, Zaragoa, Berit, 1968; F. MARTINEZ GARCIA, La revisión de vida, Barcelona, Herder, 1975; C. ROGERS, Encounter groups, New York, Harper and Row, 1970; J. A. VELA, Dinámica psicológica y eclesial de los grupos apostólicos, Buenos Aires, Guadalupe, 1968.
Aunque estas experiencias deben surgir de la base o de la propia iniciativa (por el hecho de no poder imponerse por leyes o cánones), en realidad no será posible construir la fraternidad sacerdotal en el Presbiterio sin la ayuda afectiva y efectiva del carisma episcopal: convivencia, compartir la misma vida, orientaciones claras y decididas, aceptación gozosa de la actuación del obispo por parte de los presbíteros, etc. La acción de Consejo Presbiteral debe ser discreta, pero también clara y decidida, respetando y alentando iniciativas privadas y de grupo.
Aparte de los grupos religiosos y de institutos de perfección (institutos seculares, etc.), existen las asociaciones sacerdotales para el clero diocesano estrictamente dicho (secular). Según la doctrina conciliar y posconciliar (PO 9; can. 278), estas asociaciones tienen las siguientes características:
- aprobación por parte de la autoridad competente,
- buscar la perfección sacerdotal en el ejercicio del ministerio,
- establecer una cierta organización y plan de vida,
- ser un servicio abierto a todos los presbíteros 14.
14 Ver los cánones 278, 298, 302, 312 y 313. También: PDV 31, 81. M. T. CUESTA, Institutos seculares, en: Diccionario teológico de la Vida Consagrada, Madrid, Publicaciones Claretianas, 1989, 891-907; J. ESQUERDA, Asociaciones y espiritualidad sacerdotal, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 597-607; A. DEL PORTILLO, Ius, associationis et associationes fidelium iuxta Concilii Vaticani II doctinam, «Ius Cononicum» 8 (1968) 5-28; J. M. SETIEN, Organización de las asociaciones sacerdotales, «Rev. Española de Derecho Canónico» 1 (1962) 677-706; Idem, Institutos seculares para el clero diocesano, Madrid, 1966.
La diversidad de asociaciones e instituciones, de tipo religioso o secular, deben respetar y favorecer la marcha propia e idiosincracia del Presbiterio y de la Iglesia local; esta diversidad depende de una serie de factores:
- líneas y acentos en la espiritualidad y acción apostólica,
- experiencias y modo de vida comunitaria y asociativa,
- compromisos jurídicos,
- modo de dependencia, no sólo aprobación, respecto a la autoridad episcopal.
La espiritualidad peculiar de un grupo sacerdotal, religioso o secular, no debe infravalorar la espiritualidad específica del sacerdote diocesano (secular) en cuanto tal. Los diversos modos de vivir la vida apostólica enriquecen el Presbiterio, con tal que se respete la posibilidad de que éste y el mismo clero diocesano (secular) pueda realizar su propio camino de seguimiento evangélico y misionero.
A pesar de la doctrina conciliar y de los grandes esfuerzos realizados en los últimos años hay que reconocer que todavía falta mucho para que en los Presbiterios diocesanos sea una realidad de la vida apostólica. Hay que empezar a crear mentalidad o hábitos desde la primera formación en los Seminarios (cf. can. 245) y organizar la formación permanente también respecto a la espiritualidad específica del sacerdote diocesano.
En este camino de construcción de la vida apostólica en el Presbiterio existe un servicio asociativo cuyo nombre indica su finalidad: la Unión Apostólica (fraternidad sacerdotal para ayudarse en la vida apostólica). Se trata de un intercambio de experiencias y ayudas dentro del Presbiterio (entre diversos grupos) y entre Presbiterios, a escala nacional e internacional, con el objetivo de construir la vida y el ministerio sacerdotal según el modelo de los Apóstoles (apostolica vivendi forma). La Unión Apostólica, sin tener una espiritualidad propia, es un servicio para que el clero diocesano encuentre su espiritualidad específica y su modo de vida apostólica, fraternidad, seguimiento evangélico, disponibilidad misionera, en el Presbiterio diocesano y en dependencia del propio obispo.
Por bien que esté estructurado un Presbiterio respecto a la espiritualidad del clero diocesano, por medio del servicio del Consejo Presbiteral y la actuación del carisma episcopal, siempre quedará un campo operativo para las iniciativas privadas y de grupo (asociaciones), y de modo especial para el servicio de la Unión Apostólica 15.
15 «La Unión Apostólica podrá encontrar, justamente en el seno del mismo Presbiterio, su campo operativo y la posibilidad de ofrecer un servicio grato y fecundo para el clero» (Pablo VI, Disc. 22.11.72). «La Iglesia cuenta muchísimo con la Unión Apostólica, así como con las otras asociaciones sacerdotales, para hacer avanzar el testimonio concreto de la comunión entre los sacerdotes y los obispos, entre los miembros del Presbiterio a través de sus diversos ministerios, de los laicos en relación con sus obispos y con sus sacerdotes, y de los laicos entre sí» (Juan Pablo II, Disc. 9.10.85) J. ESQUERDA, Asociaciones sacerdotales de perfección en el Concilio Vaticano II, «Teología Espiritual» 10 (1966) 413-431; Idem, El servicio de la «Unión Apostólica», en: «Teología de la espiritualidad sacerdotal», Madrid, BAC, 1991, 291-293; J. GARAY, El estatuto del sacerdote (la vida apostólica), Vitoria, Unión Apostólica, 1978.
La Pontificia Unión Misional (fundada en 1916 por el bto. Pablo Manna) tiene como objetivo la formación y la información de los sacerdotes, de los miembros de los Institutos religiosos, de las Sociedades de vida común y de los Institutos Seculares, de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, así como también de las demás personas comprometidas en el ministerio pastoral de la Iglesia (Estatutos, cap, II, art. II, n. 24).
Guía Pastoral
Reflexión bíblica
- Llamados y enviados, como grupo apostólico, para seguir y anunciar a Cristo: Mc 3,13-14; Lc 10,1.
- La unidad sacerdotal querida y pedida por Jesús, como signo eficaz de santificación y evangelización: Jn 17,21-23.
- La gracia sacerdotal en relación al Presbiterio: 1 Tm 4,14.
- Enraizarse en el fundamento de los Apóstoles por medio de los obispos: Ef 2,20.
- La vida apostólica en el Presbiterio: fraternidad (Lc 10,1; Hch 1,14) para el seguimiento evangélico (Mt 4,19; 19,27) y la disponibilidad misionera (Hch 1,1-8; Mt 28,19-20).
- Revisión de vida como examen de caridad pastoral: Jn 21,15ss.
Estudio personal y revisión de vida en grupo
- Obispos, presbíteros y diáconos, un signo colectivo del Buen Pastor (LG 28-29).
- La vida espiritual del sacerdote en relación al carisma episcopal (CD 15-16; PO 7).
- Los pasos hacia la fraternidad sacramental del Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28; Puebla 603,690).
- Posibilidad y experiencias de vida en grupo (PO 7, 8, 10, 17; CD 30; OT 17; Puebla 705; Medellín XI, 25; PDV 17,73-81; Dir 25-31).
- Valorar los elementos esenciales de la espiritualidad específica del clero diocesano: caridad pastoral en relación al obispo, al Presbiterio y a la Iglesia particular (PO 13; LG 28; CD 28, 30; PO 7-9).
- Revisión de vida sobre los ministerios (PO 4-6) y las virtudes del Buen Pastor (PO 15-17).
Orientación Bibliográfica
Ver en las notas de este capítulo, algunos temas concretos: obispo (nota 1), presbíteros y comentarios a Presbyterorum Ordinis (n. 2), diáconos (n. 3), presbiterio (nota 5), vida comunitaria y de grupo (nota 6), Consejo Presbiteral (nota 8), incardinación (nota 9), revisión de vida (nota 13), asociaciones (nota 14), Unión Apostólica (nota 15). Ver los temas de Iglesia particular (diócesis) en el capítulo III;