ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS

ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)

 

VI- Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal

Presentación

El sacerdote es ministro o «servidor de Cristo» (1 Co 4,1), que se prolonga en el tiempo y en el espacio bajo signos de Iglesia. «El ministerio sacerdotal es ministerio de la misma Iglesia» (PO 15). Se participa en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo Sacerdote, que «vino a servir» (Mc 10,45) y que «amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella» (Ef 5,25).

La espiritualidad específica del sacerdote ministro arranca de la caridad pastoral y se concreta en el servicio a la Iglesia particular o local (diócesis) y la Iglesia universal. Esto debe afirmarse de todo sacerdote, pero encuentra una aplicación especial cuando se trata del sacerdote diocesano, es decir, que ha recibido como hecho de gracia el pertenecer a la Iglesia particular también respecto a su responsabilidad misionera.

Pablo, ministro y apóstol de Cristo, sirvió siempre a la Iglesia, presentándola como cuerpo y expresión de Cristo, su esposa, «columna y fundamento de la verdad» (1 Tm 3,15). La vida de Pablo fue siempre una inmolación personal «por el bien de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo» (Col 1,24). Su solicitud era siempre «por todas las Iglesias» (2 Co 11,28).

El sacerdote, como principio de unidad de la comunidad, ayuda a todas las vocaciones y carismas a ponerse al servicio de la comunidad eclesial. Para todos, «evangelizar no es un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial» (EN 80). El sacerdote ministro sirve, pues, a la Iglesia como comunidad y esposa fiel de Cristo (2 Co 11,2) y comunidad evangelizadora (Mt 28,19).

El sentido y amor de Iglesia para el sacerdote supone servirla desinteresadamente, sin servirse de ella y «sin consideración del provecho propio o familiar» (AG 16). «Con ello aprenderán maravillosamente a entregarse por entero al servicio del Cuerpo de Cristo y a la obra del evangelio, a unirse con su propio obispo como fieles cooperadores y a colaborar con sus hermanos» (Ibídem).

1- En la Iglesia fundada y amada por Jesús

La Iglesia es una comunidad de creyentes en Cristo convocada (ecclesia) por su palabra y su presencia salvífica. No ha nacido, pues, de una elaboración técnica ni de una simple experiencia humana. «La Iglesia es inseparable de Cristo, porque El mismo la fundó por un acto expreso de su voluntad, sobre los Doce, cuya cabeza es Pedro, constituyéndola como sacramento universal y necesario de salvación» (Puebla 222).

La Iglesia no se funda a sí misma, sino que ha nacido de los amores de Cristo (Ef 5,25ss) o «de su costado» (SC 5; Jn 19,34; Gn 2,23). No hay diferentes modelos de Iglesia. Puede haber eclesiologías o explicaciones diferentes y, al mismo tiempo, armónicas; pero la Iglesia es una sola. Esta Iglesia única se concreta con diversidad de carismas en las diversas Iglesias particulares (ver el n. 2). «Esta Iglesia es una sola: la edificada sobre Pedro, a la cual el mismo Señor llama `mi Iglesia' (Mt 16,18)» (Puebla 225).

Cristo mismo ha escogido los signos de su presencia activa de resucitado a través del tiempo y del espacio (Mc 16,15; Mt 28,29; Jn 20,21-23). Estos signos son personas (vocaciones) y servicios (ministerios). Son signos débiles, pero portadores de la palabra, de la gracia, de la presencia del Señor y de la fuerza de su Espíritu Santo. Cada fiel está llamado a un servicio diferente, con la misma dignidad de hijo de Dios, sin privilegios ni ventajas humanas.

Un signo fuerte de unidad, como quien «preside la caridad universal» (San Ignacio de Antioquía) es Pedro y sus sucesores (Mt 16,18). En las diversas Iglesias particulares este principio de unidad lo constituyen los Apóstoles y sus sucesores los obispos (ayudados por sus presbíteros), siempre apoyados en Cristo «la piedra angular» (Ef 2,20) representada por Pedro.

A esta comunidad de creyentes y pastores, Cristo la llama mi Iglesia (Mt 16,18) y en ella prolonga su misma misión (Jn 20,21). Por esto, «la Iglesia existe para evangelizar» (EN 14).

La Iglesia es también depositaria y trasmisora del evangelio. Ella prolonga en la tierra, fiel a la ley de la encarnación visible, la presencia y acción evangelizadora de Cristo. Como él, la Iglesia vive para evangelizar. Esa es su dicha y vocación propia: proclamar a los hombres la persona y el mensaje de Jesús (Puebla 224).

El sacerdote ministro es servidor de esta Iglesia, a la que sirve sin servirse de ella. «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido vigilantes para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con su sangre» (Hch 20,28). El sacerdote hace posible que la comunidad eclesial se realice como misterio (signo de la presencia de Cristo), comunión (fraternidad o familia) y misión. El servicio sacerdotal es principio de unidad. La comunidad refleja la comunión de Dios Amor y se hace portadora de los planes de Dios para todos los hombres. «Así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4, citando a san Cipriano) 1.

1 Ver bibliografía sobre la Iglesia sacramento y comunión en la nota 8 del capítulo II. Sobre la Iglesia pueblo sacerdotal: nota 11 del mismo capítulo, Síntesis de eclesiología: AA. VV., (BARAUNA), La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966; AA. VV., Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966; A. ANTÓN, La Iglesia de Cristo, Madrid, BAC, 1977; J. AUER, J. RATZINGER, La Iglesia, Barcelona, Herder, 1985; R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del Vaticano II, Salamanca, Sígueme, 1988; G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona, Herder, 1968; J. RATZINGER, La Iglesia, Madrid, San Pablo, 1992; CH. SCHORNBORN, Amar a la Iglesia, Madrid, BAC, 1997; L. L. WOSTYN, Iglesia y misión hoy. Ensayo de eclesiología , Estella, Edit. Verbo Divino, 1992.

La Iglesia es, pues, signo eficaz (sacramento) de unidad, es decir, «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Esta unidad de comunión fraterna, de que es portadora la Iglesia, ha sido realizado por Cristo Sacerdote y Víctima (Ef 2,14). La misión de la Iglesia es la de «manifestar y, al mismo tiempo, realizar el misterio del amor de Dios al hombre» (GS 45). La humanidad de Cristo es el sacramento original, del que deriva toda la sacramentalidad de la Iglesia, como sacramento prolongado, a modo de complemento de Cristo (Ef 1,18; cf. 3,9-10).

El sacerdote, como signo personal de Cristo, es servidor y parte integrante de esta sacramentalidad: prolonga en la Iglesia y en el mundo la palabra, el sacrificio y el pastoreo o realeza de Cristo. Al anunciar, hacer presente y comunicar el misterio pascual de Cristo, el sacerdote da testimonio que «del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera» (SC 5).

La Iglesia, pues, a la que sirve el sacerdote, es «sacramento de unidad» (SC 26), «Sacramento visible de esta unidad salvífica para todos y cada uno» (LG 9). El sacerdote forma parte de esta sacramentalidad eclesial como principio de unidad (con su obispo) en la misma comunidad. Toda la sacramentalidad de la Iglesia y todo signo eclesial tiene estas características: transparencia (signo claro), eficacia (signo portador), necesidad por voluntad de Cristo, limitación humana (cf. LG 7-8; cf. Puebla 222-231). Esta realidad eclesial se expresa a través de diversos títulos bíblicos (cf. LG 6-7); los principales son los siguientes:

- Cuerpo (místico) de Cristo: como expresión suya (1 Co 12,26-27), que crece de modo permanente y armónico (Col 2,19; Ef 5,23; 4,4-6.15), teniendo al mismo Cristo por Cabeza (Ef 1,22; 5,23-24; Col 1,18).

- Pueblo de Dios: como propiedad esponsal, «pueblo adquirido» (1 P 2,9) y comprado con la sangre de Cristo (Hch 20,28), «signo levantado ante las naciones» (Is 11,12; cf. SC 2; LG II).

- Reino de Cristo y de Dios: como inicio del Reino definitivo, que será realidad plena en el más allá (Mc 4,26; Mt 12,18; Jn 18,36). «La Iglesia es el Reino de Cristo» (LG 3), «ya constituye en la tierra el germen y principio de este Reino» (LG 5), a modo de fermento (Mt 13,33), que está ya dentro del mundo (Mc 1,15), hasta que «Dios sea todo en todas las cosas» (1 Co 15,27-28).

- Sacramento o misterio: como signo transparente y portador de los planes salvíficos de Dios (Ef 1,3-9; 1 Tm 3,16). La Iglesia, anunciando y comunicando el misterio de Cristo (Ef 3,9-10; 5,32), se realiza como «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1; cf. LG 1, 9, 15, 39). - Esposa de Cristo: como consorte suya (Ef 5,25-32), fiel (2 Co 11,2), que le pertenece totalmente (Rm 7,2-4; 1 Co 6,9). El desposorio de Cristo con la Iglesia se basa en la alianza nueva (Lc 2,19-20), que la hace solidaria del amor de Cristo a toda la humanidad.

- Madre: como instrumento de vida nueva en Cristo (Ga 4,19 y 26). El servicio sacerdotal está relacionado con la maternidad de la Iglesia (PO 6; LG 6,14; 64-65; SC 85; 122; GS 44). De esta maternidad, María es Tipo o figura (Ap 12,1; Jn 19,25-27; LG 63-65).

El sacerdote ministro, sirve, pues, a esta Iglesia fundada y amada por Jesús, como prolongación o complemento suyo: misterio (signo de su presencia), comunión (n de Dios Amor), misión (portadora de Cristo para todos los pueblos). Así la Iglesia se hace constructora de la comunión universal. 2.

2 El Sínodo Episcopal extraordinario de 1985 subrayó, en su documento final, la eclesiología de comunión como síntesis de la doctrina conciliar sobre la Iglesia; publicado en: El Vaticano II, don de Dios. Los documentos del Sínodo extraordinario de 1985, Madrid, PPC, 1985. Ver bibliografía sobre la Iglesia en la nota 1.

2- El sacerdote ministro en la Iglesia particular o local

El servicio eclesial del sacerdote ministro se concreta necesariamente en una comunidad o Iglesia (particular, local, diócesis) presidida por un obispo sucesor de los Apóstoles. Ahí, en esa comunidad, concretizada en el espacio y en el tiempo, acontece la Iglesia. Es la Iglesia del acontecimiento.

Cuando acabamos de decir de la Iglesia universal debe afirmarse también de las comunidades particulares de cristianos..., de los cuales se compone la única Iglesia católica; puesto que también ellos son regidos por Cristo Jesús y por la voz y potestad del obispo de cada una de ellas..., por lo que se refiere a la diócesis de cada uno de ellos, son verdaderos pastores, cada uno apacienta y rige a la grey particular en nombre de Jesús (Mystici Corporis Christi) 3.

3 Mystici Corporis Christi: AAS 35 (1943) 211ss. Hay que distinguir entre Iglesia particular, local, diocesana; pero los mismos documentos eclesiales no presentan una terminología uniforme y constante. Iglesia particular prácticamente equivale a diócesis (can. 368ss; LG 23; CD 11). Iglesia local indica el matiz de lugar geográfico, pues no todas las Iglesias particulares o diócesis se ciñen a un espacio geográfico, sino que pueden referirse a personas; en el Concilio Vaticano II, Iglesia local equivale a particular (cf. LG 23). A veces, no en los documentos eclesiásticos, se usa el calificativo local para indicar aspectos más culturales o que se concretan en una zona geográfica que trasciende la diócesis. Además de la bibliografía de las notas anteriores, ver: A. ANTÓN, Iglesia universal, Iglesias particulares, «Estudios Eclesiásticos» 47 (1972) 409-435; J. ESQUERDA, El sacerdocio ministerial en la Iglesia particular, «Salmanticensis» 14 (1967) 309-340; H. DE LUBAC, Las Iglesias particulares en la Iglesia universal, Salamanca, Sígueme, 1974; F. MARTÍN, Estructura pastoral de las Iglesias diocesanas, Barcelona, Flors, 1965; J. A. SOUTO, Estructura jurídica de la Iglesia particular: presupuestos, «Ius Canonicum» 8 (1968) 121-202; A. M. ZULUETA, Vaticano II e Iglesia local, Bilbao, Desclée, 1994.

La Iglesia se concretiza o acontece allí donde se predica la palabra y se celebra la eucaristía en relación con el obispo como garante de la tradición apostólica. Es el obispo, en comunión con el Papa y con los demás obispos, quien garantiza el entroque con esta tradición (cf. VII, 1).

Toda realidad de Iglesia y especialmente la Iglesia particular o local (diócesis) es familia y empresa, pero prevalece en tono familiar (cf. CD 28) precisamente para garantizar la eficacia evangélica de la empresa apostólica.

El sacerdote sirve, pues, a la construcción de la Iglesia local o particular en armonía con las vocaciones, ministerios y carismas.

La diócesis es, una porción del Pueblo de Dios, que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de su Presbiterio, de suerte que, adherida a su Pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del evangelio y la eucaristía, constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica (CD 11; cf. can. 369).

La diócesis o Iglesia particular dice relación estrecha de comunión con toda la Iglesia, porque:

- es n y expresión, presencia y actuación (concretización) de la Iglesia universal,

- enraíza en la sucesión apostólica por medio del propio obispo en comunión con el sucesor de Pedro y la colegialidad episcopal, no como algo venido de fuera, sino como parte integrante de la vida de la misma Iglesia particular,

- es signo transparente y portador de la salvación en Cristo para toda la comunidad humana,

- es portadora de carismas especiales del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia universal y de toda la humanidad (cf. LG 13, 23, 26; CD 11; AG 6, 19, 22: OE 2).

Las Iglesias fundadas por los Apóstoles eran una misma Iglesia concretada con matices y carismas diferentes, en un lugar y tiempo (1 Ts 2,14). Su vida interna era de fidelidad esponsal a Cristo (2 Co 11,2-3), bajo la dirección de los Apóstoles o sucesores o inmediatos colaboradores (Ef. 2,20; Hch 20,28; 1 Tm 3,5). Era la familia de Dios (Ef 2,19), que crecía armónicamente en la santidad y recibiendo nuevos creyentes (Hch 16,5). Los obispos y presbíteros (con los diáconos) sirven a la Iglesia particular en comunión con las otras Iglesias del orbe, como «casa de Dios, Iglesia de Dios vivo, columna y base de la verdad» (1 Tm 3,15).

En cada Iglesia local o particular debe resonar la comunión de Iglesia universal.

Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo Testamento (Hch 8,1; 14,22-23; 20,17). Ellas con el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la cena del Señor, a fin de que, por el cuerpo y la sangre del Señor, quede unida toda la fraternidad (LG 26).

En las Iglesias particulares aparece toda la realidad de Iglesia como cuerpo místico de Cristo, Pueblo de Dios, sacramento o misterio, esposa, madre... (cf. n. 1). La celebración eucarística (en relación al bautismo y a la predicación de la palabra) construye la Iglesia como comunidad de hermanos: «consiguientemente, por la celebración de la eucaristía del Señor en cada una de las Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas» (UR 15).

Todos los sacerdotes ministros están al servicio de estas Iglesias particulares, sin perder el universalismo, para garantizar, custodiar y aumentar un tesoro de gracias que es para el bien de la Iglesia universal: ser sacerdote diocesano comporta una sensibilidad eclesial responsable respecto a una herencia apostólica recibida, que aumenta continuamente para el bien de toda la Iglesia.

En la comunión eclesial existen Iglesias particulares que gozan de tradiciones propias, permaneciendo íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la caridad, defiende las legítimas variedades y, al mismo tiempo, procura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino incluso cooperen a ella.

De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la Iglesia los vínculos de íntima comunicación de bienes, y a cada una de las Iglesias pueden aplicarse estas palabras del apóstol Pedro: «el don que cada uno haya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 P 4,10) (LG 13; cf. LG 23).

Todo esto deberá tenerse en cuenta para discernir la vocación al sacerdocio diocesano o en el nombramiento espiscopal.

El servicio sacerdotal diocesano es actitud pastoral y espiritual de acompañamiento permanente de la comunidad en su camino de maduración fraterna, espiritual y apostólica. Sin la presencia del sacerdote ministro, «la Iglesia no puede estar plenamente segura de su fidelidad y de su visible unidad» (El sacerdocio ministerial, Sínodo, 1971, part. 1ª, 4).

Los presbíteros están puestos en medio de los laicos para llevarlos a todos a la unidad de la caridad... A ellos toca, consiguientemente, armonizar de tal manera las diversas mentalidades, que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles. Ellos son defensores del bien común, cuyo cuidado tienen en nombre del obispo, y, al mismo tiempo, proclamadores intrépidos de la verdad, a fin de que los fieles no sean llevados de acá para allá por todo viento de doctrina (PO 9; cf. PO 6; LG 28; CD 18, 23, 30).

Precisamente por este servicio más estable, que garantice una respuesta armónica y satisfactoria de la comunidad, la Iglesia establece la incardinación en la diócesis para aquellos presbíteros que deberán colaborar más estrechamente y de modo más estable con el obispo, incluso en plan de dependencia respecto a la espiritualidad específica. La incardinación es un hecho de gracia y, por tanto, una fuente de armonía y de compromiso ministerial para que el sacerdote se realice en el aquí y ahora de la Iglesia particular presidida por un sucesor de los Apóstoles. Será, pues, un punto de referencia para encontrar la espiritualidad específica del sacerdote diocesano, secular dentro de su Presbiterio, teniendo en cuenta también la diocesaneidad de los sacerdotes religiosos (PO 8,10; LG 28; CD 28; PDV 31-32,74) 4.

4 Debería estudiarse más el hecho de la incardinación como hecho de gracia (pertenencia a la Iglesia particular). Ver: J. HERVADA, La incardinación en la perspectiva conciliar, «Ius Canonicum» 7 (1967) 479-517; P. PALAZZINI, The concept or incardination according to Vatican II, en The world is my parish, Roma, 1971, 31-51. «En este sentido la `incardinación' no se agota en un vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero» (PDV 31; cf. 32, 74; Dir 14, 16). Los sacerdotes diocesanos (seculares), por el hecho de estar «incardinados en una Iglesia particular o adscritos a ella, se consagran plenamente a su servicio para apacentar a una porción de la grey del Señor» (CD 28; cf. can. 265ss). Los sacerdotes religiosos, o de instituciones de vida consagrada, sirven a esta misma Iglesia con los carismas de la propia institución.

El sacerdote queda encargado de una función concreta en la Iglesia diocesana, a nivel geográfico o sectorial. A veces será el servicio a una comunidad llamada parroquia (can. 515-552). Siempre es «un pastor que hace las veces del obispo» (SC 42), aunque «obrando en nombre de Cristo..., ejerciendo en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza» (LG 28). Esta presidencia ministerial abarca siempre, en algún modo, el servicio profético cultual y hodegético o de dirección. No puede circunscribirse la acción sacerdotal a un solo sector, aunque sí puede confiársele de modo especial uno de los tres ministerios indicados. El campo de la responsabilidad confiado a laicos y personas consagradas, no sacerdotes, no puede recortar la triple dimensión del ministerio sacerdotal; pero el sacerdote se debe circunscribir al servicio de su carisma específico, sin invadir tampoco otras competencias que corresponden a las otras vocaciones eclesiales 5.

5 La parroquia continuará siendo el campo privilegiado de la acción pastoral y de la espiritualidad del sacerdote. Hay que tener en cuenta, no obstante, la pastoral de conjunto (ver la nota 6), así como las comunidades de base, los movimientos apostólicos, etc. Ver AA. VV., Las parroquias, perspectivas de renovación, Madrid, 1979; AA. VV., La parrocchia, documenti, funzioni e strutture della Chiesa in un mondo laicizzato, Bologna 1969. V. BO, La parroquia, pasado y futuro, Madrid, 1969; CONFERENCIA ESPISCOPAL DE COLOMBIA, Directorio de pastoral parroquial, Bogotá, SPEC, 1986; J. MANZANARES, etc., Nuevo derecho parroquial, Madrid, BAC, 1988. Sobre comunidades de base: Puebla 641-643; A. ALONSO, Comunidades eclesiales de base, Salamanca, 1970; M. de D. AZEVEDO, Comunidades eclesiales de base, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986; COMISION EPISCOPAL DE PASTORAL, Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas, Madrid, 1982; F. A. PASTOR, Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, «Gregorianum» 68 (1987) 267-305; M. POZO CASTELLANO, Comunidades eclesiales menores, Buenos Aires, Lunen, 1978. Sobre ambos temas: Christifideles Laici, n. 26; Puebla 617-657; EN 58; RMi 26, 51. Documento de la Congregación para el Clero: El sacerdote pastor y guía de la comunidad en la parroquia (2001).

El servicio a una Iglesia particular o local es siempre de «plantación de la Iglesia», con todos sus signos salvíficos (vocaciones, ministerios, carismas), en una comunidad humana concreta (cf. AG 6). «Preocupados por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia» (LG 28).

El «servicio de unidad en la comunidad» (Puebla 661) repercute en el crecimiento y maduración de la misma comunidad eclesial y es garantía de eficacia apostólica y de auténtica vida espiritual (Puebla 663). La pastoral orgánica o de conjunto se basa en la naturaleza de la misma comunidad eclesial, universal y local y en el mismo sacerdocio ministerial como servicio de unidad. El arciprestazgo (decanato, vicaría) será un punto clave de esta pastoral de comunión. Para vivir esta pastoral diocesana, que es común a sacerdotes seculares y religiosos, hay que profundizar en la vida apostólica puesta en práctica en la fraternidad del Presbiterio (cf. cap. VII) 6.

6 Ver los temas pastorales en el capítulo IV (sacerdotes para evangelizar). Sobre pastoral de conjunto: AA: VV., Pastoral de conjunto, Madrid, 1966; J. DELICADO, Pastoral diocesana al día, Estella, Verbo Divino, 1966; F. BOULARD, Hacia una pastoral de conjunto, Santiago de Chile, Paulinas, 1964. Sobre el Consejo Pastoral; J. Mª DIAZ MORENO, Los consejos pastorales y su regulación canónica, «Revista Española de Derecho Canónico» 41 (1985) 165-181; M. GONZALEZ, Los consejos pastorales, Madrid, Secretariado Apostolado Seglar, 1972. Sobre el Consejo Presbiteral, ver capítulo VII, n. 2.

 

3- Al servicio de la Iglesia universal misionera

La naturaleza del sacerdocio ministerial es estrictamente misionera. «El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta lo último de la tierra (Hch 1,8), pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. Porque el sacerdocio de Cristo, del que los presbíteros han sido hechos realmente partícipes, se dirige necesariamente a todos los pueblos y a todos los tiempos y no está reducido por límite alguno de sangre, nación o edad, como misteriosamente se presenta ya en la figura de Melquisedec. Recuerden, pues, los presbíteros que deben llevar atravesada en su corazón la solicitud por todas las Iglesias» (PO 10).

Los sucesores de los Apóstoles y sus inmediatos colaboradores en la Iglesia local, continúan el encargo misionero universalista confiado por Cristo. «Todos los obispos en comunión jerárquica participan de la solicitud por la Iglesia universal» (CD 5).

Ser cooperador del obispo supone compartir con él su responsabilidad misionera.

Los obispos, como legítimos sucesores de los apóstoles y miembros del Colegio episcopal, siéntanse siempre unidos entre sí y muéstrense solícitos por todas las Iglesias, ya que, por institución divina y por imperativo del oficio apostólico, cada uno, juntamente con los otros obispos, es responsable de la Iglesia (CD 6; cf. LG 23; AG 20,38).

Los sacerdotes, juntamente con su Presbiterio, cooperan con el obispo en esta responsabilidad apostólica. «Los obispos juntamente con su Presbiterio, imbuidos más y más del sentir de Cristo y de su Iglesia, sientan y vivan con la Iglesia universal» (AG 19). Los sacerdotes, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo. Preocupados por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia (LG 28).

La naturaleza misionera de la Iglesia arranca de ser «sacramento universal de salvación» (AG 1; LG 48). «La acción misionera fluye de la misma naturaleza de la Iglesia» (AG 6). Esta realidad tiene aplicación a cada Iglesia local con todos sus componentes, como n y concretización de la Iglesia universal. Se trata de una responsabilidad misionera in solidum con todas las demás diócesis.

Como la Iglesia particular está obligada a representar el modo más perfecto posible a la Iglesia universal, debe conocer cabalmente que también ella ha sido enviada a quienes no creen en Cristo (AG 20; cf. AG 36-37; EN 62-64) 7.

7 Ver también: RMi 63-68; PDV 16-18, 31-32, 74; Dir 14. «Toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de las otras» (RMi 64). (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias) La misión «ad gentes» y la Iglesia en España, Madrid, EDICE, 2001. Además de la bibliografía citada en la nota 3, ver: AA. VV., Promoción misionera de las Iglesias locales, Burgos, 1967; J. ESQUERDA, Las Iglesias locales y la actualidad misionera, ibídem, 11-27; Idem, Dimensión misionera de la Iglesia local, Madrid, Comisión Ep. Misiones, 1975; Idem, Iglesias hermanas en la misión, Madrid, Comisión Ep. Misiones, 1981; J. GUERRA, Las Iglesias locales signo de la Iglesia universal en su proyección misionera, «Misiones Extranjeras» (1967) 181-194; X. SEUMOIS, Les Eglises particulières, en L'activité missionnaire de l'Eglise, París, 1967, 281-299. Hay que recordar la apertura diocesana suscitada por la encíclica Fidei donum de Pío XI, al invitar a los sacerdotes diocesanos a la cooperación misionera directa: AAS 49 (1957) 245-246.

Esta disponibilidad misionera sacerdotal debe llegar a ser realidad constatable en la programación apostólica de la diócesis y del Presbiterio:

- por la naturaleza misionera de la Iglesia particular,

- por la participación en el mismo sacerdocio y en la misma misión de Cristo,

- por la estrecha colaboración con el carisma episcopal y con su responsabilidad misionera universal.

La responsabilidad misionera efectiva será una señal y un fruto espontáneo de la vitalidad espiritual y apostólica del Presidente y de la Iglesia local. Las mismas Iglesias necesitadas o más jóvenes deben orientarse con esta perspectiva como señal de autenticidad y madurez (AG 6).

Es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros que anuncien el evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero. Porque la comunión con la Iglesia universal se completará en cierto modo cuando también ellas participen activamente del esfuerzo misional para con otras naciones (AG 20).

El gesto profético de América Latina puede llegar a ser un estímulo para otras Iglesias locales:

Finalmente, ha llegado para América Latina la hora de intensificar los servicios mutuos entre Iglesias particulares y de proyectarse más allá de sus propias fronteras ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza (Puebla 368) 8.

8 El despertar misionero de América Latina se ha ido reflejando en diversas publicaciones y documentos especialmente en el Congreso de Misioneros Latinoamericanos (COMLA). AA. VV., América llegó tu hora de ser evangelizadora, Bogotá, COMLA 3 CELAM, 1988; Segundo Congreso Misionero Latinoamericano, II COMLA, México, 1983; AA. VV., El despertar misionero de América Latina, «Misiones extranjeras» n. 92 (1986); AA. VV., Vivendo o COMLA 5, Brasilia, POM, CNBB, 1995; O evangelho nas culturas (postCOMLA V), Vozes, Petrópolis, 1996; AA. VV., (Pont. Com. América Latina), Iglesia en América, al encuentro de Jesucristo vivo, Lib. Edit. Vaticana, 2001; Evangelizadores, Obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, laicos, Lib. Edit. Vaticana, 1996; R. AUBRY, La misión siguiendo a Jesús por los caminos de América Latina, La Paz, 1966; R. BALLAN, El valor de salir, la apertura de América Latina a la misión universal, Edic. Paulinas, Lima, 1990; CELAM, Dar desde nuestra pobreza, vocación misionera de América Latina, Bogotá, 1986; J. ESQUERDA BIFET, El despertar misionero «Ad Gentes» en América Latina, «Euntes Docete» 45 (1992) 159-190; S. GALILEA, La responsabilidad misionera de América Latina, Lima, 1981; J. F. GORSKI, El desarrollo histórico de la misionología en América Latina, La Paz, 1985; A. LOPEZ TRUJILLO, Caminos de evangelización, Madrid, BAC, 1985; J. A. VELA, Las grandes opciones de la pastoral en América Latina a partir del documento de Puebla, «Documenta Missionalia» 16 (1982) 159-179. Ver el Documento de Santo Domingo II, I, 4 y la Exh. Apos. Ecclesia in America 74.

Esta disponibilidad misionera se hará efectiva también a partir de la responsabilidad misionera del obispo como cabeza de la Iglesia local y del Presbiterio.

Los obispos... procuren que, en la medida de lo posible, algunos de sus sacerdotes marchen a las antedichas misiones o diócesis para ejercer allí el sagrado ministerio a perpetuidad o por lo menos por un tiempo determinado (CD 6).

La prestación temporal no excluye la disponibilidad permanente para ser efectiva una responsabilidad constante que deriva de la naturaleza del clero diocesano en relación a su obispo (cabeza del Presbiterio) y a la Iglesia diocesana. Los presbíteros representan la persona de Cristo y son cooperadores del orden episcopal en la triple función sagrada que por su propia naturaleza corresponde a la misión de la Iglesia. Entiendan, pues, plenamente que su vida está consagrada también al servicio de las misiones... Ordenarán, por consiguiente, la cura pastoral de forma que resulte provechosa para la dilatación del evangelio entre los no cristianos (AG 39).

Por esto puede afirmarse que «la vocación sacerdotal es también misionera» (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1979, n. 8).

Esta dimensión misionera del sacerdocio se concretará en hacer misionera a toda la comunidad (vocaciones, ministerios, carismas), en una perspectiva de Iglesia sin fronteras. Al mismo tiempo, una recta distribución de los efectivos y medios apostólicos será expresión de la vitalidad y madurez de la Iglesia local y hará posible una colaboración digna de Iglesias hermanas, no dando sólo la que sobra, sino compartiendo el mismo caminar misionero universal (cf. CD 22-23; AG 39).

Creciendo cada día más la necesidad de operarios en la viña del Señor y deseando los sacerdotes diocesanos participar con amplitud creciente en la evangelización del mundo, el Concilio desea que los obispos, considerando la gravísima penuria de sacerdotes, que impide la evangelización de muchas regiones, envíen a algunos de sus mejores sacerdotes que se ofrezcan para la obra misionera, debidamente preparados, a las diócesis que carecen de clero, donde desarrollen, al menos temporalmente, el ministerio misional con espíritu de servicio (AG 38).

La distribución de los efectivos apostólicos se concreta principalmente en una recta distribución del clero dentro y fuera de la diócesis. Ello implica la renovación de muchas estructuras pastorales, en vista de una cooperación entre las diversas comunidades e Iglesias locales. El objetivo de esta distribución es que toda comunidad eclesial pueda disponer de los ministros y efectivos apostólicos necesarios.

La distribución de los apóstoles debe hacerse en sentido pastoral, es decir, teniendo en cuenta una acción pastoral comunitaria (pastoral de conjunto o de comunión), que ha de abarcar más allá de los límites de una diócesis e incluso más allá de las fronteras de una nación o Estado. Esta distribución debe potenciarse con una adecuada formación permanente y una formación peculiar, tanto cuando el apóstol es enviado por primera vez como cuando regresa de nuevo a la diócesis que le envió. No se trata principalmente de experiencias individuales, sino de un deber permanecer de toda la Iglesia particular. Esto supone una espiritualidad misionera por parte de todos los sacerdotes. Por esto la Iglesia diocesana, principalmente el obispo y su Presbiterio, queda responsabilizada de la asistencia al personal enviado 9.

9 Sobre la distribución del clero: LG 23-28; AG 38,39; CD 5-6; 22-23; PO 10; OT 20; PDV 74. Documento (notae directivae) de la Congregación para el Clero, «Postquam Apostoli»: AAS 72 (1980) 343-364. Estudios AA. VV., Il mondo è la mia parrocchia, The world is my parish, Roma 1971, Congreso de Malta; J. ESQUERDA, Cooperación entre Iglesias particulares y distribución de efectivos apostólicos, «Euntes Docete» 34 (1981) 427-454 (sobre «Postquam Apostoli»); Idem, La distribución del clero, teología, pastoral, derecho, Burgos, Facultad de teología, 1972; A. GARRIGOS, La obra de cooperación sacerdotal hispanoamericana, «Misiones Extranjeras» (1984 365-375); V. MALLON, Distribución del clero en el mundo, comentario acerca de la «Postquam Apostoli», «Omnis Terra» n. 111 (1982) 19-36; A. DE SILVA, Inter - comunhâo das Igrejas locais e distribuçao dos Agentes de Evangelizaçao, «Igreja e Missâo» 34 (1982) 263-295. (Juan XXIII, Sacerdotti nostri primordia, n. 6). «Su vida será consagrada también al servicio de las misiones» (AG 39; cf. PO 10; OT 20). Ello supone una buena formación misionera ya desde los Seminarios y desde los noviciados (cf. can. 257).

La caridad pastoral (cf. cap. V) tiene, pues, esta derivación misionera sin fronteras. La disponibilidad misma no es una añadidura opcional, sino una parte integrante de la vocación y de la vida sacerdotal. «La caridad universal será su respiro»

No sería posible la puesta en práctica de esta derivación misionera del sacerdote, si no se revitalizara la fraternidad en el Presbiterio (cf. cap. VII) y si no se viera la generosidad evangélica del seguimiento de Cristo Buen Pastor (cf. cap. V).

4- Sentido y amor de la Iglesia

La sintonía del sacerdote con Cristo se convierte espontáneamente en amor a la Iglesia: «amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo en sacrificio por ella» (Ef 5,25). Este amor, a imitación de Cristo, se expresa también en el sufrimiento «por el bien de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24). «La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia» (PO 14).

De este amor y fidelidad deriva el sentido de comunión con la Iglesia (PO 15), expresada en comunión con el propio obispo (PO 7), con los demás presbíteros (PO 7-8) y con toda la comunidad eclesial (PO 9).

Así, pues, la caridad pastoral pide, que, para no correr en vano, trabajen siempre los presbíteros en vínculos de comunión con los obispos y con los otros hermanos en el sacerdocio. Obrando de esta manera, los presbíteros hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y así se reunirán con su Señor, y, por él, con el Padre, en el Espíritu Santo, para que puedan llenarse de consolación y sobreabundar de gozo (PO 14).

La espiritualidad sacerdotal, precisamente por enraizar en la caridad del Buen Pastor, es espiritualidad de Iglesia. «El Orden es una gracia para los demás... y se les ha dado para la edificación de la Iglesia» (Santo Tomás, Contra Gentes, IV, 74). «El necesario cultivo del sentido íntimo del misterio de la Iglesia» lleva al sacerdote a una «vida según el modelo del evangelio, sin consideración del provecho propio familiar» (AG 16). Los sacerdotes sirven a la Iglesia sin servirse de ella.

Con ello aprenderán maravillosamente a entregarse por entero al servicio del Cuerpo de Cristo y a la obra del evangelio, a unirse con su propio obispo como fieles cooperadores y a colaborar con sus hermanos (AG 16).

Ya desde el inicio de la formación sacerdotal, los candidatos deben formarse «en el misterio de la Iglesia» (OT 9). Efectivamente, «El ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con todo el Cuerpo» (PO 15). La vida espiritual, como «vida según el Espíritu» (Rm 8,9), es encuentro con Cristo presente en la Iglesia. Por esto, «en la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo» (san Agustín) 10.

10 Comentarios a san Juan, 32, 8: PL 35, 1946. R. BLÁZQUEZ, La relación del presbítero con la comunidad, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 283-331; J. GARAY, El sentido de Iglesia en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986; A. MIRALLES, Ecclesialità del presbitero, «Annales Theologici» 2 (1988) 121-139; A. RUOET, Réflexions sur la relation entre le prêtre el l'Eglise, «Le Suplément» 34 (1981) 369-384.

Vivir el misterio de Cristo prolongado en la Iglesia (Iglesia misterio o sacramento), es el punto de partida para construir la comunidad en el amor (Iglesia comunión) y para garantizar el ejercicio de la misión (Iglesia misión). La Iglesia fundada y amada por Jesús necesita ministros o servidores que le ayuden a ser fiel a su propio ser de signo transparente portador de Cristo para todos los hombres.

La espiritualidad sacerdotal dice relación estrecha a la maternidad de Iglesia. Esta se concretiza principalmente a través de los ministerios ejercidos por el sacerdote.

La comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo. Ella constituye, en efecto, un instrumento eficaz por el que se señala y allana a los no creyentes el camino hacia Cristo y su Iglesia, y por el que también los creyentes se incitan, nutren y fortalecen para la lucha espiritual (PO 6; cf. LG 64-65).

El sentido y amor de Iglesia indican al sacerdote el grado de su madurez en la vida espiritual y apostólica.

Que la verdad sobre la maternidad de la Iglesia, a ejemplo de la Madre de Dios, se haga más cercana a nuestra conciencia sacerdotal... Es necesario profundizar de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta `paternidad en el espíritu', que a nivel humano es semejante a la maternidad... Se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1988).

Una de las señales de fidelidad a la vocación sacerdotal en el sentido y amor de Iglesia (cf. OT 9; PO 15). Entonces se sintoniza con los problemas de toda la Iglesia local y universal. Dentro de un sano pluralismo de opiniones, el sacerdote vive personalmente y ayuda a vivir a su comunidad en comunión con el sucesor de Pedro y con los sucesores de los Apóstoles, como principio de unidad en la comunidad eclesial (LG 18,23).

La acción del Espíritu Santo sigue siendo el alma de la Iglesia (LG 7; AG 4), guiando a pastores y fieles en la armonía de «una misma fe» (Ef 4,5). El mismo Espíritu Santo que ungió y envió a Cristo (Ic 4,18) y que inspiró los textos sagrados de la Escritura (2 P 1,2), es quien sigue guiando ahora a la Iglesia y asistiéndola de modo especial en el magisterio y la acción apostólica de los pastores (DV 7; LG 25-27).

El sentido y amor de Iglesia se convierte en celo apostólico de llevar a cada persona y a toda la comunidad eclesial por el camino de perfección que es desposorio con Cristo (2Cor 11,2). Sufrir por la Iglesia forma parte del amor a Cristo que se prolonga en ella. Para «formar a Cristo en el corazón de cada fiel y de toda la comunidad, se necesita pagar el precio de los dolores de parto» (Ga 4,19; cf. Jn 16,20-22). Este sufrimiento proviene no raras veces de la misma comunidad, debido a limitaciones y defectos de personas y estructuras. La ascética del pastor de almas (PO 13), que es la caridad pastoral, se alimenta de este sufrimiento por la Iglesia y de la Iglesia, transformado en una mayor donación. Sentido y amor de Iglesia es, pues:

- Mirarla con los ojos de la fe y con los sentimientos de Cristo.

- Apreciarla en sus personas y signos eclesiales, carismas, vocaciones y ministerios.

- Amarla incondicionalmente, con espíritu de donación, por ser prolongación de Cristo bajo signos pobres.

El sentido y amor de Iglesia ayuda a leer la vida de Cristo y su mensaje prolongado ahora en la misma Iglesia por medio de la Escritura, Tradición, magisterio, liturgia, comunidad, santos, personas fieles y que sufren con amor,... 11.

11 El tema del amor a la Iglesia también cuando se sufre de ella, lo ha desarrollado un autor que dio testimonio personal de esta actitud de sufrir amando: H. DE LUBAC, Meditaciones sobre la Iglesia, Madrid, Encuentro, 1980.

Guía pastoral

Reflexión bíblica

- Amar a la Iglesia como Cristo la amó: Ef 5,25-27; Hch 20,18; Mt 16,18.

- Conocer y servir a la Iglesia como Pablo: 1 Tm 3,15; Col 1,24; 2 Co 11,28; Ef 1,23; Ga 4,19.

- La vivencia de ser Iglesia complemento o prolongación de Cristo (Ef 1,23): su cuerpo (1 Co 12,26-27; Col 1,18; 2,19; Ef 1,22; 5,23), Pueblo de Dios (1 P 2,9), Reino (Mc 1,15; 4,26; Mt 12,18), sacramento o misterio (Ef 3,9-10), esposa (2 Co 11,2; Ef 5,25ss), madre (Ga 4,26), que tiene a María como Madre y Tipo (Jn 19,25-27; Ap 12,1).

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- Actitud de fe y de amor hacia la Iglesia fundada y amada por Jesús (LG I; PO 15; SC 5; OT 9; Puebla 222-231; RMi 89).

- Servir a la Iglesia sin servirse de ella (AG 16; PO 14).

- Ser y sentirse Iglesia «misterio», «comunión» y «misión» (LG 1-17).

- La Iglesia insertada en el mundo (GS 40-44).

- Cómo vivir la pertenencia a la Iglesia particular (diócesis), como concretización de la Iglesia universal y heredera de carismas especiales para el bien de toda la Iglesia (CD 11,28; LG 13, 23, 26; UR 15; AG 36-37; EN 62-64; RMi 63-68; PDV 16-18; Dir 14).

- Vivir la incardinación (o servicio permanente) como hecho de gracia y como responsabilidad misionera (PO 10; LG 28; CD 28; PDV 31-32; Dir 14, 16).

- Al servicio de la Iglesia universal misionera (AG 19-20,38-39; PO 10; LG 28; CD 6; Puebla 224,368; EN 62-64; RMi 63-68; PDV 74).

Orientación bibliográfica

En las notas de este capítulo hemos indicado bibliografía sobre algunos aspectos especiales del tema eclesial: Iglesia Pueblo de Dios y referencia a Iglesia sacramento y comunión (nota 1), Iglesia particular o local (nota 3 y 7), incardinación (nota 4), parroquia y comunidades de base (nota 5), pastoral de conjunto y consejo pastoral (nota 6), diócesis o Iglesia particular misionera (nota 7), colaboración misionera de América Latina (nota 8), distribución de apóstoles (nota 9), sentido y amor de Iglesia en el sacerdote (nota 10 y 11). Ver algunos estudios eclesiológicos que amplían estos aspectos, también en la dimensión misionera:

AA. VV. La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966.

____, Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966.

ALCALA, A. La Iglesia, misterio y misión, Madrid, 1963.

ANTÓN, A. La Iglesia de Cristo, Madrid, BAC, 1977.

AUER, J., RATZINGER, J. La Iglesia, Barcelona, Herder, 1985.

BLÁZQUEZ, R. La Iglesia del Vaticano II, Salamanca, Sígueme, 1988.

BOUYER, L. La Iglesia de Dios, Madrid, Studium, 1973.

CONGAR, Y. M. Un Peuple messianique, l'Eglise sacrement du salut, París, Cerf, 1975.

ESQUERDA, J. Somos la Iglesia que camina, Barcelona, Balmes, 1977.

GARAY, J. El sentido de Iglesia en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986.

JOURNET, CH. Teología de la Iglesia, Bilbao, Desclée, 1960.

LATOURELLE, R. Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca, Sígueme, 1971.

LEGIDO, M. Fraternidad en el mundo, un estudio de eclesiología paulina, Salamanca, Sígueme, 1982.

DE LUBAC, H. Meditaciones sobre la Iglesia, Madrid, Encuentro, 1980.

NAVARRO, A. La Iglesia sacramento de Cristo Sacerdote, Salamanca, Sígueme, 1965.

PHILIPS, G. La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona, Herder, 1968.

TANASINI, A. La Chiesa particolare e la missione, in AA. VV., Chiesa sempre missionaria, Genova, Fac. Teol. Italia Settentrionale, 1992, 215-250.

TILLARD, J. M. R. Eglise d'Eglises, l'éccleésiologie de communion, París, Cerf, 1987.

TOMKO J. I presbiteri conformati a Cristo per la missione, in: La missione verso il Terzo Millennio. Attualità, fondamenti, prospettive, Urbaniana University Press, Dehoniane 1998, pp. 345-362.

ZULETA A. Mª. Vaticano II e Iglesia local, Bilbao, Desclée, 1994.

Lunes, 11 Abril 2022 11:45

V- Ser signo transparente del Buen Pastor

Escrito por

 

V- Ser signo transparente del Buen Pastor

Presentación

La identidad del sacerdote, como vivencia de su participación en el ser y en la misión de Cristo Sacerdote, se manifiesta de modo especial en ser signo transparente del Buen Pastor. Para prolongar su misión, Cristo llamó a quienes compartirían también con él su propia existencia y sus amores.

El testimonio de caridad pastoral, que es parte integrante de la evangelización, supone relación personal con Cristo, seguimiento e imitación de sus actitudes de Buen Pastor. Si por sacerdocio ministerial se entendiera sólo el ejercicio de unos poderes, olvidando las exigencias de sintonía con los sentimientos de Cristo, se correría el riesgo de convertirse en un simple profesional. «En virtud de su consagración, los presbíteros están configurados con Jesús, Buen Pastor, y llamados a imitar y revivir su misma caridad pastoral» (PDV 21). Con- secuentemente «está llamado a hacerse epifanía y transparencia del Buen Pastor, que da la vida (cf. Jn 10,11.15)» (PDV 49).

La santidad y espiritualidad sacerdotal (cap. I, n. 5) consiste en la caridad pastoral. El Buen Pastor conoce a sus ovejas, las guía, acompaña, ama y da la vida por ellas (cf. Jn 10). Ser transparencia e «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12) comporta una espiritualidad o «ascética propia del pastor de almas» (PO 13). Sólo con esta perspectiva llega a captarse el hecho de que la santidad del sacerdote se realiza «de manera propia ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (ibídem).

El don del sacerdote ministerial se recibe tal como es; no consiste, pues, en un derecho, y menos en un modo de vivir para satisfacer unos intereses personales. El sacerdote no se pertenece; ha sido llamado para ser signo de cómo ama el Buen Pastor. Dios da el don de las vocaciones en la medida en que se vea en la comunidad eclesial este signo de Cristo como «máximo testimonio de amor» (PO 11). La comunidad eclesial tiene necesidad de este signo que es parte integrante de la sacramentalidad de la Iglesia, en vistas a que se desarrollen armónicamente los demás signos, vocaciones, ministerios y carismas (LG 18; PO 9).

El signo del Buen Pastor, como transparencia de su caridad, no admite rebajas en la santificación y en la misión. Los doce apóstoles fueron llamados a dejarlo todo para compartir la vida con Cristo y para evangelizar sin fronteras. Los sucesores de los Apóstoles, es decir, los obispos, con sus inmediatos colaboradores (los presbíteros) han recibido la misma llamada. En cada Iglesia particular los sacerdotes ministros deben ser la pauta de toda vida apostólica de seguimiento radical de Cristo Buen Pastor.

1- Signo del Buen Pastor: relación personal, seguimiento, transparencia

En la Iglesia sacramento, toda vocación hace de la persona llamada un signo o expresión de Cristo. El sacerdote ministro es signo de Cristo Cabeza, Sacerdote y Buen Pastor, hasta poder obrar en su nombre o persona (PO 2, 6, 12). Cristo eligió a los Apóstoles para prolongar en ellos de modo peculiar su realidad sacerdotal: «He sido glorificado en ellos» (Jn 17,10). El sacerdote, bajo la acción del Espíritu Santo recibido en el sacramento del Orden, es gloria o epifanía de Cristo (Jn 16,14), su olor (2 Co 2,15), su testigo (Jn 15,27; Hch 1,8).

Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor (PDV 15).

Bajo esta idea y realidad de signo y en relación a la sacramentalidad de la Iglesia, se podría resumir el decreto conciliar Presbyterorum Ordinis diciendo que el sacerdote ministro es:

- Signo de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, en cuanto que participa de su misma consagración y misión para actuar en su nombre (PO 1-3).

- Signo de su palabra, sacrificio, acción salvífica y pastoreo, en equilibrio de funciones (PO 4-6).

- Signo de comunión eclesial con el obispo (PO 7), con los otros sacerdotes (PO 8), con todo el Pueblo de Dios (PO 9).

- Signo de caridad universal y máximo testimonio del amor (PO 10-11).

- Signo viviente de sintonía con los sentimientos y actitudes del Buen Pastor, como su instrumento vivo (PO 12-14).

- Signo de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza) como concretización de la caridad pastoral (PO 15-17).

- Signo potenciado constantemente por los medios comunes y peculiares de santificación y de acción pastoral (PO 18-21) 1.

1 Los estudios sobre Presbyterorum Ordinis podrían enriquecerse a la luz de otros documentos conciliares y posconciliares. Ver algunos estudios en colaboración: Los presbíteros a los diez años del «Presbyterorum Ordinis», Burgos, Facultad de Teología, 1975 (es el volumen 7 de «Teología del Sacerdocio»; Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969; I preti, Roma, Ave, 1970; I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969, Le ministère et la vie des prêtres, París, Mame, 1969; Les prêtres, formation, ministère et vie, París, Cerf, 1968. Para un estudio sobre el «iter» y elaboración del documento conciliar: M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare «Presbyterorum Ordinis», storia, analisi, dottrina, Roma, Teresianum, 1989-1990; S. GAMARRA, La espiritualidad presbiteral y el ejercicio ministerial según el Vaticano II, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 461-482; F. GIL HELLÍN, Decretum de Presbyterorum Ministerio et vita, «Presbyterorum Ordinis», Lib. Edit. Vaticana, 1996; R. WASSELYNCK, Les prêtres. Elaboration du Decret du Vatican II, Historie et genèse des textes conciliaires, París, Desclée, 1968.

Esta realidad de signo es ontológica (como participación en el ser de Cristo), relacional y vivencial (como trato personal, seguimiento e imitación). Ser «instrumento vivo de Cristo» (PO 12) indica una eficacia y una transparencia, de modo parecido a cómo toda la Iglesia es sacramento, es decir, signo transparente y portador de Cristo.

El ministerio jerárquico, signo sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el principal responsable de la edificación de la Iglesia en comunión y de la dinamización de su acción evangelizadora (Puebla 659).

La relación personal con Cristo es amistad profunda con él, expresada de modo especial en el trato o diálogo de oración (ver cap. IV, 5). La vocación sacerdotal nace de un enamoramiento que Cristo manifiesta a «los suyos» (Jn 13,1; 15,9.13-14; Mc 3,13; 10,21). «La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales» (PDV 12). «Para desarrollar un ministerio pastoral fructuoso, el sacerdote necesita tener una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único protagonista principal de cada acción pastoral» (Dir 38). Es una amistad que se puede y se debe vivir como una idea o como recuerdo de una persona que ya pasó, sino que se hace relación íntima con Cristo resucitado presente: «estaré con vosotros» (Mt 28,20); «El vive» (Hch 25,19). Los sacerdotes «no están nunca solos en la ejecución de su trabajo» (PO 22). La caridad pastoral de dar la vida sólo es posible a partir de esta relación personal con Cristo manifestada en el «coloquio cotidiano» con él (PO 18).

La caridad pastoral es seguimiento como de quien se ha decidido a correr la suerte de Cristo (Jn 11,16) y a beber su copa de bodas (Mc 10,38). Es la participación en su misterio pascual, de pasar de este mundo al Padre, haciendo que todo se ordene hacia el amor. El Buen Pastor vivió sin pertenecerse (fue obediente), dándose a sí mismo (fue pobre) y compartiendo la existencia de cada ser humano como consorte suyo (fue casto o virgen).

Jesús llamó a los suyos para ser signo o transparencia de cómo ama él. La santidad sacerdotal se expresa en esa transparencia, a través de una vida de caridad concretada en pobreza (Lc 9,57-62), obediencia (Mt 12,50) y castidad (Mt 19,12). «Como el Buen Pastor, van delante de las ovejas; dan la vida por ellas para que tengan vida y la tengan en abundancia; las conocen y son conocidos por ellas» (Puebla 681).

Las vivencias o amores de Cristo, que deben transparentar en sus ministros, se pueden resumir en tres: los intereses o gloria del Padre (Jn 17,4), la salvación de todos los hombres (Jn 10,16), dando la vida en sacrificio (Jn 10,11.17). Esta caridad se traduce a nivel práctico en conocimiento comprometido de la realidad en que viven los hermanos, compartiendo con ellos la existencia y guiándolos por el camino de salvación (Jn 10,3ss). De este modo el Buen Pastor, por medio de sus ministros, sigue comunicando una vida nueva o vida eterna (Jn 10,10; 17,2-3). «Porque érais como ovejas descarriadas; pero ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas» (1 P 2,25).

La debilidad del signo eclesial (también en el caso del sacerdote ministro) queda superada por la presencia, el amor y la fuerza de Cristo resucitado (2 Co 4,7; 12,10). La conciencia de la propia debilidad y de la gracia de Cristo hace posible una actitud de la fidelidad que convierte al sacerdote en testigo, transparencia y signo eficaz. Dios prefiere mostrar sus maravillas por obra de quienes, más dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y la santidad de su vida, pueden decir con el apóstol: no soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20) (PO 12).

El sacerdote, como signo del Buen Pastor, se hace encontradizo con los hermanos para transmitirles el mensaje de salvación.

Conocer las ovejas y ser conocidos por ellas no se limita a saber de las necesidades de los fieles. Conocer es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir (Puebla 684).

Su vida es como la del Señor: «pasó haciendo el bien (Hch 10,30) 2.

2 D. GIAQUINTA, El presbítero «forma del rebaño» en la comunidad cristiana de América Latina, «Medellín» 10 (1984) 311-325. El tema está relacionado con la figura del Buen Pastor (ver las notas y bibliografías del capítulo II).

2- La caridad pastoral

La santidad o perfección cristiana consiste en la caridad (cf. LG V). La santidad o perfección sacerdotal consiste en la caridad pastoral. Los sacerdotes, «desempeñando el oficio de Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción» (PO 14). Su espiritualidad o ascesis es la que corresponde al «pastor de almas» (PO 13) 3.

3 El tema de la caridad pastoral queda explicado en algunos estudios sobre Presbyterorum Ordinis (ver nota 1) y sobre la espiritualidad sacerdotal en general (ver orientación bibliográfica del final del capítulo). N. BENZA, Las virtudes teologales en la vida espiritual del sacerdote, «Revista Teológica Límense» 14 (1980) 303-317; L. M. BILLE, La charité pastorale, «Prêtres Diocésains» (número especial, 1987), 203-218; J. CAPO, Jesús como Pastor, modelo y tipo del sacerdote pastor, Vitoria, Unión Apostólica, 1978; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap. IX (las virtudes del Buen Pastor); J. GARAY, La caridad pastoral, Vitoria, Unión Apostólica, 1977; M. PEINADO, Solicitud pastoral, Barcelona, Flors, 1967; P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger, París, Cerf, 1969.

La caridad del Buen Pastor (cf. cap. II, 2) es el punto de referencia de toda la espiritualidad sacerdotal (cf. LG 41).

El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero (PDV 23).

La vida sacerdotal es «comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesús» (PDV 57).

Es caridad que mira a los intereses o gloria de Dios (línea vertical o ascendente) y a los problemas de los hombres (línea horizontal). El equilibrio de estas dos líneas se encuentra en la misión y en la actitud de dar la vida (línea misionera). Para el sacerdote ministro esta caridad es un don de Dios (línea descendente). Por esto se hace unidad de vida personal y ministerial a la luz de la misión recibida.

 

Esa unidad de vida no puede lograrla ni la mera ordenación exterior de las obras del ministerio, ni, por mucho que contribuya a fomentarla, la sola práctica de los ejercicios de piedad. Pueden, sin embargo, construirla los presbíteros si en el cumplimiento de su ministerio siguieren el ejemplo de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad de aquel que lo envió para que llevara a cabo su obra (PO 14).

«La caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote» (Dir 43).

Las pautas de caridad pastoral trazadas por el Señor se encuentran en los momentos iniciales de la vocación apostólica (Mt 4,19-22), en el envío o misión para evangelizar (Mt 10; Lc 10), en la descripción que Jesús hace de sí mismo como Buen Pastor (Jn 10; Lc 15,1-7) y en la oración sacerdotal (Jn 17).

Jesús examina de amor para confiar la misión de pastoreo (Jn 21,15-19). Pedro y Pablo vivieron estas líneas pastorales transmitiéndolas a sus colaboradores en la misión apostólica (Hch 20,17-38; Ga 4,19; 1 P 5,1-4; cartas a Timoteo y Tito). Son líneas que abarcan tanto la vida como el ministerio sacerdotal:

- Línea esponsal: de compartir la vida con Cristo.

- Línea pascual: pasar con Cristo a la hora del Padre o a sus designios de salvación a través del ofrecimiento de sí mismo.

- Línea totalizante de generosidad evangélica: seguimiento radical.

- Línea de misión universal: disponibilidad misionera.

- Línea de audacia y perseverancia, de cruz y de martirio: «aunque amando más, sea menos amado» (2 Co 12,15).

Viviendo estas líneas de caridad pastoral, la vida del sacerdote se hace signo creíble. La acción pastoral, por ser prolongación de Cristo, exige dar el testimonio de cómo amó él: «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos (guardianes o responsables) para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con su sangre» (Hch 20,28).

Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, gobernando no por fuerza, sino espontáneamente, según Dios; no por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño (1 P 5,2-3).

«Como un pastor apacentará su rebaño, él lo reunirá con su brazo, El llevará en su seno a los corderitos» (Is 40,11).

En la caridad pastoral se hace patente la consagración y misión participada de Cristo, que atrapa la persona en toda su existencia:

Al regir y apacentar al Pueblo de Dios, se sienten movidos por la caridad del Buen Pastor a dar su vida por sus ovejas, prontos también al supremo sacrificio, a ejemplo de los sacerdotes que, aun en nuestros días, no han rehusado dar su vida (PO 13).

No sería posible la caridad pastoral sin la relación personal con Cristo en la oración y especialmente en la celebración eucarística.

Esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en sí misma lo que se hace en el ara sacrificial. Pero esto no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración, cada vez más íntimamente en el misterio de Cristo (PO 14).

Es el Espíritu Santo con sus dones quien hace posible la caridad apostólica. El carácter y la gracia sacramental ayudan a «cumplir perfectamente el cargo de la caridad pastoral» (LG 41). A pesar de las debilidades, es siempre posible reavivar la gracia del Espíritu Santo recibida en el sacramento del Orden (2 Tm 1,6; Rm 8,35-37).

La actitud de dar la vida resume toda la existencia del Buen Pastor. Para poder comunicar el «agua viva» (Jn 4,10) o «nuevo nacimiento» (Jn 3,3), Jesús derramó su sangre (Jn 19,34-37), que es prenda de desposorio o Alianza nueva (Lc 22,20). La fecundidad apostólica radica en esta entrega esponsal.

En cruz murió el Señor por las almas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerzas para parirlos (san Juan de Avila, sermón 81).

El ministerio pastoral se hace transparencia de la caridad del Buen Pastor en la medida en que se transformen las dificultades en donación. La teología de la cruz, especialmente en el sacerdote, consiste en transformar el sufrimiento y el trabajo en amor. La caridad pastoral es camino de Pascua, para poder compartir la misma suerte de Cristo (Mc 10,38; Jn 13,1). De este modo se completa o prolonga la vida, pasión, muerte y glorificación del Señor, a fin de que la vida de Cristo sea realidad en muchos corazones (cf. Col 1,24) 4.

4 El tema de la cruz está relacionado con la realidad de Cristo Sacerdote y Víctima, que debe prolongarse en la vida sacerdotal. Ver encíclica Mediator Dei: AAS 39 (1947) 552-553 (citada en Menti nostrae n. 30) AA. VV., Sabiduría de la cruz, Madrid, Narcea, 1980; O. CASEL, Misterio de la cruz, Madrid, Guadarrama, 1964; DINH DUC DAO, La misión hoy a la luz de la cruz, «Omnis Terra» 28 (1986), 22-29. J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad, Madrid, BAC, 1993; M. LEGIDO, Conformar la vida con el misterio de la cruz del Señor, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 101-191; E. STEIN, Ciencia de la cruz, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1989.

Esta fecundidad apostólica se compara a una maternidad o paternidad (cf. Ga 4,19; 1 Ts 2,7-11; 1 Co 4,15). Fue el mismo Jesús quien usó el símil de la maternidad dolorosa y fecunda como expresión de la vida del apóstol (Jn 16,20-22). Cuando san Pablo se compara a una madre, que con su dolor hace posible el nacimiento de Cristo en el corazón de los fieles (Ga 4,19), sitúa este mensaje en el contexto de la maternidad de María (Ga 4,4-7) y de la Iglesia (Ga 4,19).

Es necesario profundizar de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta `paternidad en el espíritu', que a nivel humano es semejante a la maternidad... Se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual (Juan Pablo II Carta del Jueves Santo, 1988, n. 4).

La caridad pastoral se hace camino de Pascua siguiendo «la hora del padre» (cf. Jn 2,4; 5,28; 7,3.30; 8,20; 12,23-27; 13,1). Para que toda la humanidad pase a los designios de salvación queridos por el Padre, se necesita la vida pascual inmolativa del Buen Pastor, a modo de granito de trigo que muere en el surco para fructificar (Jn 12,24-32). Cristo Sacerdote y Víctima ha querido que sus sacerdotes ministros sean partícipes de esta actitud sacerdotal inmolativa.

La vida sacerdotal, precisamente por la actitud de caridad pastoral, es vida martirial. Dar testimonio de Cristo supone sufrir por él, con él y como él (Mt 10,18). La vida se hace martirio o testimonio sólo cuando deja transparentar el amor y el perdón de Cristo (Lc 23,34; Hch 7,60) 5.

5 El tema del «martirio», como testimonio hasta la disponibilidad de dar la vida, es una nota característica de la misión sacerdotal (Mc 13,9-13; Jn 15,20-27). Sobre el martirio: AA. VV., La Iglesia martirial interpela nuestra animación misionera, Burgos, 1989; J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad, Madrid, BAC, 1993, cap. VI; T. NIETO, Raíces bíblicas de la misión y del martirio: Misiones Extranjeras n. 127 (1992) 5-15; D. RUIZ BUENO (edit), Actas de los mártires (Madrid, BAC, 1974); H. U. VON BALTHASAR, Seriedad con las cosas, Salamanca, Sígueme, 1968. Ver la palabra «mártir» en el Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Madrid, Paulinas, 1983.

Asumir la vida de los hermanos com parte de la propia existencia, a imitación de Cristo (Jn 1,14), supone transformar la propia vida en donación. La máxima expresión de esta actitud pastoral tiene lugar en la muerte. Pero es en el quehacer de todos los días, donde el sacerdote prepara y realiza esta inmolación martirial: «cada día estoy en trance de muerte» (1 Co 15,31). La vida y la muerte del Buen Pastor (y la de los suyos) asume la existencia, los gozos y las esperanzas, los sufrimientos y la muerte de toda la humanidad (cf. GS 1).

Todos los momentos de la vida sacerdotal son trascendentales, como «vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). La vida se convierte en libación y oblación (2 Tm 4,6) y en pan comido, cuando el sacerdote, a imitación de Cristo y en unión con él, no se pertenece, sino que se da a sí mismo y vive como consorte o solidario de la historia de toda la humanidad. Entonces ya no se busca el propio interés, sino los intereses y amores de Cristo (Flp 2,21). La vida sacerdotal en la Iglesia se hace signo presencializador del sacerdocio y de la victimación de Cristo.

- Ejercer los ministerios «en el Espíritu de Cristo» (PO 13) equivale a vivirlos en sintonía con la caridad del Buen Pastor:

- En el ministerio de la Palabra: predicar el mensaje tal como es, todo entero, a todos los hombres, al hombre en su situación concreta, sin buscarse a sí mismo.

- En la celebración eucarística: vivir la realidad de ser signo de Cristo en cuanto Sacerdote y Víctima por la redención de todos.

- En el ministerio de los signos sacramentales: celebrarlos en sintonía con la presencia activa y salvífica de Cristo, que se hace encontradizo con los creyentes en él.

- En toda la acción apostólica: haciendo realidad en la propia vida la sed y el celo pastoral de Cristo.

En las actitudes y en la vida del sacerdote deben aparecer la caridad del Buen Pastor: «venid a mí todos» (Mt 11,28), «tengo otras ovejas» (Jn 10,16), «tengo compasión» (Mt 15,32), « tengo sed» (Jn 19,28)... Por esto la formación litúrgica, espiritual, teológica, intelectual, disciplinar, durante el período del Seminario y en toda la vida sacerdotal, debe tener la impronta de la caridad pastoral (cf. OT 4).

3- La fisonomía y virtudes concretas del Buen Pastor

La vida de los Apóstoles se concreta en el seguimiento evangélico de Cristo para ser fieles a su misión. Es vida de caridad pastoral como signo transparente de la vida del Buen Pastor. Cristo hizo de la vida una donación total según los designios salvíficos del Padre en el amor del Espíritu Santo: dándose a sí mismo (pobreza), sin pertenecerse (obediencia), como esposo o consorte de la vida de cada persona humana (virginidad o castidad).

La vida apostólica o vida evangélica de los Apóstoles sigue siendo una urgencia para todos sus sucesores (los obispos) e inmediatos colaboradores (los presbíteros) (cf. cap. III, 3). Se ha llamado apostolica vivendi forma (según el modelo de vida de los Apóstoles) y es el punto de referencia de las enseñanzas y reglas (cánones) de la Iglesia en toda su historia especialmente sobre la vida sacerdotal 6.

6 En este capítulo hablamos de la vida apostólica en relación a la vida sacerdotal (como seguimiento a imitación de los Apóstoles. «El ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbíteros, una referencia particular al ministerio originario de los apóstoles, al cual sucede realmente, aunque con respecto al mismo tenga unas modalidades diversas» (PDV 16; cfr. PDV 15-16,4260) Ver el significado de la apostólica vivendi forma para la vida consagrada en VC 45,93-94. Respecto a la vida consagrada o religiosa, no necesariamente sacerdotal, ver documentos actuales en: La vida religiosa, documentos conciliares y posconciliares, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1987. Estudios: AA. VV., Yo os elegí. Comentarios y texto de la Exhortación Apostólica «Vita consecrata» de Juan Pablo II, EDICEP, Valencia, 1997; S. Mª ALONSO, La utopía de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1982; M. AZEVEDO, Los religiosos: vocación y misión, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1985; A. BANDERA, La vida religiosa en el misterio de la Iglesia, Madrid, BAC, 1984; J. LUCAS HERNÁNDEZ, La vida sacerdotal y religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986; B. SECONDIN, Seguimiento y profecía, Madrid, Paulinas, 1986.

Las exigencias evangélicas de la vida apostólica son las mismas para todo sacerdote (diocesano o religioso) que colabora estrechamente con el obispo en la presidencia (servicio) de la comunidad para una dirección espiritual y pastoral. Las formas y los medios pueden ir variando según el tipo de vida secular o religiosa; pero siempre hay que salvaguardar lo esencial:

- generosidad evangélica para el seguimiento del Buen Pastor e imitación de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza),

- disponibilidad misionera como prolongación de la misión de Cristo (cf. cap. VI),

- fraternidad sacerdotal para ayudarse en la generosidad evangélica y en la disponibilidad misionera (cf. cap. VII).

Las virtudes concretas delinean la fisonomía del Buen Pastor y enraízan en la caridad pastoral. Se trata de ordenar las tendencias más hondas del corazón humano según el amor (ordo amoris: I-II, 62, a. 2):

- Ordenar la tendencia a desarrollar la propia libertad y voluntad: siguiendo los designios salvíficos de Dios Amor sobre la humanidad (obediencia).

- Ordenar la tendencia a la amistad, intimidad y fecundidad: compartiendo esponsalmente con Cristo la historia humana (castidad o virginidad).

- Ordenar la tendencia a apoyarse en las criaturas: apreciándolas como dones de Dios, para tender al mismo Dios y compartir los bienes en los hermanos (pobreza).

A estas virtudes del Buen Pastor se las ha llamado consejos evangélicos, en cuanto que son un medio para vivir las bienaventuranzas y un signo y estímulo de la caridad. Jesús llamó a los Apóstoles y a otros discípulos (hombres y mujeres) a esta vida evangélica 7.

7 Cuando hablamos de consejos evangélicos para la vida sacerdotal, nos referimos al mismo seguimiento evangélico propio de los Apóstoles y de sus sucesores e inmediatos colaboradores. Ver PDV 27-30. La profesión pública o semipública de estos consejos constituye una forma de la vida consagrada religiosa, Institutos seculares, etc. Además de los estudios citados en la nota anterior, ver: A. COLORADO, Los consejos evangélicos, Madrid, Edic. SM, 1965; J. ESQUERDA, Asociaciones sacerdotales de perfección, «Teología Espiritual» 10 (1966) 413-431; T. MATURA, El radicalismo evangélico, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1980; E. MAZZOLI, Los Institutos Seculares en la Iglesia, Madrid, Studium, 1971; A. MORTA, Los consejos evangélicos, Madrid, Coculsa, 1968; J. M. SETIEN, Institutos seculares para el clero diocesano, Vitoria, 1957. La diferencia entre el modo de vivir la «apostólica vivendi forma» y, por tanto, los consejos evangélicos (por parte de los sacerdotes y de las personas consagradas) no está en el radicalismo. Para los sacerdotes (diocesanos): a la luz de la caridad pastoral (cfr. PDV 21-14 etc.), en relación de dependencia respecto al carisma episcopal (cfr. PDV 74; PO 7; CD 15-16, 28), perteneciendo de modo permanente (incardinación) a la Iglesia particular y al Presbiterio (cfr. PDV 17, 31-32, 74 etc.; PO 8; LG 28), para santificarse en el ejercicio de los ministerios (cfr. PO 13; PDV 24-26), con el tono de ministerialidad (cfr. VC 31-32). Para las personas consagradas: profesión (no solamente práctica) de los Consejos (cfr. VC 16, 20ss, 88-92), siguiendo la línea del carisma fundacional (cfr. VC 36) y de los propios Estatutos (cfr. VC 91-92), al servicio de la Iglesia particular (cfr. VC 48); los sacerdotes religiosos también forman parte de la familia del Presbiterio (cfr. PDV 17, 31, 74). Entre las dos formas de vivir la «vida apostólica», debe haber conocimiento mutuo, aprecio, complementariedad y colaboración efectiva (cfr. VC 16, 30, 50, 81; PO 5, 9; PDV 31, 74).

Los sucesores de los Apóstoles y sus inmediatos colaboradores siguen siendo llamados a convertirse en signo de cómo ama el Buen Pastor, por el espíritu y la práctica de los consejos evangélicos. La profesión de estos consejos, por medio de compromisos más o menos públicos (votos, promesas, etc.) y de estatutos o reglas especiales, pertenece a la vida consagrada de tipo religioso o de institutos seculares, etc.

Para el sacerdote ministro estas tres virtudes o consejos evangélicos derivan de la caridad pastoral y dicen relación al ministerio sacerdotal. Sólo a partir de la vocación como declaración del amor, es posible comprender y vivir estas exigencias evangélicas de la caridad pastoral. El sacerdote, «como pastor que se empeña en la liberación integral de los pobres y de los oprimidos, obra siempre con criterios evangélicos» (Puebla 696).

La obediencia que deriva de la caridad pastoral es parte integrante de la acción ministerial. Los designios salvíficos de Dios Amor se manifiestan a través de los signos pobres del hermano, de los acontecimientos y de las luces e inspiraciones del Espíritu Santo. Entre estos signos hay que destacar, como «principio de unidad» (LG 23), el servicio de presidencia por parte de la Jerarquía y, en concreto, del obispo (cf. Ef 2,19-20).

En Cristo sacerdote, la obediencia es la esencia de la redención (Hb 5,7-9; Flp 2,5-11). La comunidad eclesial necesita ver en el sacerdote esta actitud inmolativa como signo de la obediencia redentora de Cristo Sacerdote y Víctima. La comunión se construye por medio de una obediencia de comunión por parte de los sacerdotes.

La obediencia responsable, precisamente por nacer de la caridad pastoral, se traduce en humildad ministerial de quien es «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12):

consciente de su propia flaqueza, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, indagando cuál sea el beneplácito de Dios y, cómo atado por el Espíritu (Hch 20,20), se guía en todo por la voluntad aquel que quiere que todos los hombres se salven (PO 15).

La obediencia evangélica se concreta en la audacia de una santa libertad de diálogo sincero que es garantía de docilidad incondicional:

Esta obediencia lleva a la libertad cada vez más madura de los hijos de Dios. Por su naturaleza, esta obediencia exige que los presbíteros, en la realización de su ministerio, llevados del amor, busquen prudentemente nuevos caminos para el mayor bien de la Iglesia, propongan confiadamente sus planes y expongan insistentemente las necesidades del rebaño que se les ha confiado, siempre dispuestos a someterse al juicio de los que ejercen la función principal en el gobierno de la Iglesia de Dios (PO 15; cf. can. 245, 273-275) 8.

8 Cfr. CIC can. 245, 273-275; PDV 28; Dir 61-66. En el sacerdote la obediencia tiene dimensión ministerial y espiritual. La perfección sacerdotal se realiza en la «comunión», también y principalmente en el ejercicio de los ministerios. T. GOFFI, Obediencia y autonomía personal, Bilbao, Mensajero, 1969; L. GUTIERREZ, Autoridad y obediencia en la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1974; L. LOCHERT, Autoridad y obediencia en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1967; P. LUMBRERAS, La obediencia, problemas de actualidad, Madrid, Studium, 1957; K. RAHNER, Marginales sobre la pobreza y obediencia, Madrid, Taurus, 1972; H. RONDET, L'Obéissance, problème de vie, mystère de foi, París, Mappus, 1966.

La castidad o virginidad, llamada también celibato, es «signo y estímulo de la caridad pastoral y fuente de fecundidad espiritual en el mundo» (PO 16; cf. LG 42).

El presbítero anuncia el Reino de Dios que se inicia en este mundo y tendrá su plenitud cuando Cristo venga al final de los tiempos. Por el servicio de ese Reino, abandona todo para seguir a su Señor. Signo de esta entrega radical es el celibato ministerial, don de Cristo mismo y garantía de una dedicación generosa y libre al servicio de los hombres (Puebla 692).

En el ejercicio de esta caridad que une al sacerdote íntimamente con la comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el carisma del celibato en toda su visión cristológica, eclesiológica, escatológica y pastoral (Medellín, XI, 21).

Más allá de la terminología caridad, virginidad, celibato, hay que descubrir la actitud esponsal de Cristo Buen Pastor, que se hace consorte de la vida de cada persona humana hasta darse en sacrificio por ella (Ef 5,25ss). De este desposorio de Cristo con la Iglesia (y con toda la humanidad), el sacerdote ministro es signo ante toda la comunidad. En él la comunidad eclesial encuentra el signo de cómo amó Jesús: dándose a sí mismo, sin pertenecerse, a modo de desposorio con la Iglesia.

La castidad virginal garantiza la libertad apostólica para dedicarse con corazón indiviso y esponsalmente a los intereses de Cristo y al servicio eclesial (PO 15; 1 Co 7,32-34; can 277). Por eso, «está en múltiple armonía con el sacerdocio» (PO 16) y es parte integrante del seguimiento evangélico de los doce Apóstoles, «por el Reino de los cielos» (Mt 19,11-12; cf. Lc 20,35) 9.

9 Ver PDV 22, 29, 44, 50; Dir 57-60. Encíclica Sacra virginitas: AAS 46 (1954) 161-191; encíclica Sacerdotalis coelibatus: AAS 59 (1967) 657-697 (ver el texto en: El sacerdocio hoy, documentos del Magisterio). Ver documento de la Congregación sobre la Educación Católica: Orientaciones sobre la educación del celibato (1974). Estudios: AA. VV. Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971; L. J. GONZALEZ, Experiencia de Dios y celibato creativo a la luz de la actual psicoterapia, «Medellín» 7 (1981) 531-570; A. M. STICKLER, Il celibato eclesiástico, la sua storia e i suoi fondamenti teologici, Lib. Edit. Vaticana, 1994; J. Mª URIARTE, D. ESLAVA, El celibato sacerdotal, Vitoria, Unión Apostólica, 1987.

La entrega esponsal a Cristo y el servicio de signo para la Iglesia esposa, se convierte para el sacerdote en maduración de la propia personalidad (amistad, fecundidad), hasta el punto de colaborar al nacimiento de la vida nueva en toda la humanidad redimida por Cristo.

La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado. Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor (PDV 29).

La castidad virginal tiene, pues, estas dimensiones:

- Dimensión cristológica: amistad profunda con Cristo, a partir de una declaración de amor y de una entrega esponsal a su obra salvífica.

- Dimensión eclesial: ser signo del amor esponsal entre Cristo y su Iglesia, sirviendo y amando a la Iglesia como Cristo la amó y sirvió.

- Dimensión antropológica: de perfección cristiana de la personalidad por un proceso de donación que es relación profunda con Cristo y fecundidad apostólica.

- Dimensión escatológica: como signo y anticipo de un encuentro final con Cristo; «al servicio de la nueva humanidad que Cristo, vencedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo» (PO 16).

Se necesita formación adecuada y práctica de los medios de santificación para perseverar en este don o carisma y en el conjunto de dones y carismas sacerdotales (can 244; cf. VIII, 5). Las motivaciones y dimensiones de la castidad virginal se mantienen principalmente gracias a la vida eucarística, a la meditación de la palabra, a la intimidad con Cristo (diálogo cotidiano: (PO 18), a la devoción o actitud mariana, al espíritu de sacrificio, a la fraternidad sacerdotal, también para superar la soledad moral, al consejo o dirección espiritual, etc. María, como figura de la Iglesia, es modelo y ayuda de esta asociación esponsal con Cristo.

La analogía entre la Iglesia y María Virgen es especialmente elocuente para nosotros, que unimos nuestra vocación sacerdotal al celibato por el Reino de los cielos (cf. Mt 19,12)... La fidelidad virginal al esposo (cf. LG 64), que encuentra su expresión particular en esta forma de vida, nos permite participar en la vida íntima de la Iglesia, la cual, a ejemplo de la Virgen, trata de guardar `pura e íntegramente la fe prometida al Esposo' (cf. LG 64)... Ante este modelo, es decir, el prototipo que la Iglesia encuentra en María, es necesario que nuestra elección sacerdotal del celibato para toda la vida esté depositada también en su corazón (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1988, n. 5).

La ley sobre el celibato tiene el sentido de garantizar la autenticidad de este carisma y de ayudar a su fidelidad, como bien propio y común de la comunidad eclesial (cf. can 1037). La comunidad necesita ver el signo de cómo ama el Buen Pastor, para ser ella misma fiel a todos sus carismas y vocaciones. El sacerdote ministro está llamado al seguimiento evangélico de Cristo como «máximo testimonio de amor» (PO 11).

La pobreza evangélica de la vida apostólica (o vida de los doce Apóstoles) es una expresión necesaria de la caridad pastoral: darse como Cristo. El Señor amó así: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). «Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza» (2 Co 8,9) 10.

10 Cfr. PO 17; PDV 30; Dir. 67; can. 282, 387; RMi 59-60, 83. El testimonio de pobreza evangélica es siempre un punto clave en la evangelización. A. ANCEL. La pobreza del sacerdote, Madrid, Euramérica, 1957; P. GAUTHIER, Los pobres, Jesús y la Iglesia, Barcelona, Estela, 1964: El evangelio de la justicia y de los pobres, Salamanca, Sígueme, 1969; A. GELIN, Los pobres de Yavé, Barcelona, Nova Terra, 1965; J. Mª IRABURU, Pobreza y pastoral, Estella, Verbo Divino, 1968; M. JUNCADELIA, Espiritualidad de la pobreza, Barcelona, Nova Terra, 1965; F. M. LOPEZ MELUS, Pobreza y riqueza en los Evangelios, Madrid, Studium; A. RIZZI, Escándalo y bienaventuranza de la pobreza, Madrid, Paulinas, 1978. El Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (n. 28) da unas pautas concretas y ofrece motivaciones: «Aleja de sí hasta la apariencia de autoritarismo y de estilo mundano de gobierno. Se comporta como un padre para con todos, pero en forma especial para con las personas de condición humilde y con los pobres; sabe que ha sido, como Jesús (cf. Lc 4,18),ungido por el Espíritu Santo y enviado principalmente para anunciar el evangelio a los pobres».

El sacerdote ministro está llamado a ser signo de cómo ama Cristo. La pobreza sacerdotal arranca de la caridad y se convierte en disponibilidad y fecundidad apostólica. Es la libertad respecto a los bienes terrenos (honores, cargos, comodidades, propiedades, tiempo, dinero...), que nos hace «dóciles para oír la voz de Dios en la vida cotidiana» (PO 17) y disponibles para la misión. La opción, el amor y el «servicio preferencial por los pobres» (Puebla 670) no serían posibles sin un corazón pobre (contemplativo de la palabra de Dios) y sin una vida pobre (compartir la misma vida de los que sufren).

La pobreza evangélica del sacerdote es un signo del Buen Pastor, necesario para el camino de la Iglesia peregrina hacia el encuentro final con Cristo. La comunidad eclesial y la comunidad humana necesitan este testimonio de pobreza evangélica de parte de los pastores, para aprender a vivir la solidaridad y construir la comunión de toda la humanidad (SRS 40).

Cristo... ha entregado a la humilde Virgen de Nazaret el admirable misterio de su pobreza, que hace ser ricos. Y nos entrega también a nosotros el mismo misterio mediante el sacramento del sacerdocio (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1988, n. 8).

Esta pobreza sacerdotal, aunque no tenga muchas normas concretas para el sacerdote, se manifiesta y se conserva por unos signos evangélicos: humildad y disponibilidad ministerial, alegría en el servicio y convivencia, libertad en el uso de los bienes terrenos, espíritu de sacrificio, compartir con los demás, cercanía comprometida a los pobres, búsqueda de la palabra de Dios, necesidad de consejo espiritual y revisión de vida, fraternidad sacerdotal, vivencia de la comunión de Iglesia...

La pobreza ministerial, a la luz de la caridad pastoral, encuentran unas pautas de aplicación en la doctrina y disposiciones de la Iglesia durante la historia, como herencia recibida de la tradición apostólica (apostólica vivendi forma).

- Vivir del propio trabajo pastoral.

- Disponer de los bienes que provienen de este trabajo, con una moderación de vida, limosna, compartir con los hermanos del Presbiterio y con la comunidad eclesial.

- Devolver a la comunidad y a los pobres lo que no se necesita para una vida verdaderamente sacerdotal (cf. Mt 10,8-11; PO 17; can. 282, 387) 11.

11 Cuando por razones apostólicas, no por realizarse a sí mismo ni por conveniencias económicas y de autonomía, sea conveniente ejercer un trabajo «civil» (cf. PO 8), ha de ser con las condiciones de: misión, preparación adecuada, vida de grupo con otros sacerdotes. Ver el documento sinodal de 1971: El sacerdocio ministerial, 2ª parte, I, 2 (documento publicado y comentado en: el sacerdocio hoy, o. c.). La virtud de la pobreza evangélica no debe confundirse con las situaciones de miseria o de necesidad extrema; el mismo espíritu de pobreza ayuda a encontrar soluciones para la vida material de los demás hermanos y para la previsión social de ancianidad y de enfermedad (cf. PO 20-21).

La pobreza evangélica tiene dimensión cristológica (de signo e imitación de Cristo), eclesial (disponibilidad para servir en la misión de la Iglesia), social (compartir los bienes) y escatológica (esperanza, Iglesia peregrina). La capacidad de misión y de ser pan comido, como Jesús eucaristía, dependerá de la imitación de su pobreza en Belén y de su desnudez en la cruz.

Llevados por el Espíritu del Señor, que ungió al Salvador y lo envió a dar la buena nueva a los pobres, eviten los presbíteros, y también los obispos, todo aquello que de algún modo pudiera alejar a los pobres, apartando, más que los otros discípulos de Cristo, toda especie de vanidad. Dispongan su morada de tal forma que nadie resulte inaccesible, ni nadie, aún el más humilde, tenga nunca miedo de frecuentarla (PO 17).

4- Santidad y líneas de espiritualidad sacerdotal

La santidad cristiana, que consiste en la «perfección de la caridad» (LG 40), se concreta para el sacerdote ministro en la caridad pastoral (LG 41). La configuración con Cristo, el seguimiento e imitación suya, así como la relación personal con él, como «Maestro y modelo de toda perfección» (LG 40), tiene en el sacerdote ministro el matiz de transformarse en «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12; cf. LG 41) y en signo transparente del Buen Pastor (Jn 17,10).

El tema de la espiritualidad sacerdotal se va desarrollando en los diversos capítulos de toda esta publicación. La santidad y espiritualidad sacerdotal son una concretización de la santidad y espiritualidad cristiana (cf. cap. I, n. 5), siguiendo las líneas del seguimiento evangélico de los Apóstoles (cap. II, n. 3), según el modelo supremo del Buen Pastor (cap. II, n. 1) y las luces nuevas que el Espíritu santo comunica a su Iglesia en cada época para vivir las exigencias evangélicas (cap. I, n. 4). Las gracias recibidas en el sacramento del Orden (cap. II, n. 4), para prolongar a Cristo en los diversos ministerios (cap. IV) y las gracias de pertenecer a una Iglesia particular (cap. VI) y a un Presbiterio (cap. VII) son bases suficientes para fundamentar una espiritualidad sacerdotal específica.

Del ser y la función sacerdotal deriva una exigencia y una posibilidad de santidad, que se concreta en la caridad pastoral. Esta santidad es, pues, vivencia de lo que el sacerdote es y hace. Es siempre fidelidad a la acción del Espíritu Santo (cap. III, n. 4). Las líneas o rasgos de la fisonomía espiritual y pastoral del sacerdote se encuentran en los textos bíblicos sobre la vida apostólica y se pueden concretar según las directrices conciliares del Vaticano II:

- Actitud de servicio (PO 1,4-5).

- Consagración para la misión (PO 2-3).

- Comunión de Iglesia (PO 7-9).

- Esperanza y gozo pascual (PO 10).

- Transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (PO 12).

- Santidad en el ejercicio del ministerio y «ascética propia del pastor de almas» (PO 13-14).

- Caridad pastoral concretizada en obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17).

- Uso de los medios comunes y específicos de santificación y apostolado (PO 18-22) 12.

12 Algunas publicaciones ofrecen una síntesis relativamente completa de la espiritualidad sacerdotal. Nos remitimos a la orientación bibliográfica final del capítulo. Publico una lista más completa de los libros más actuales en: El sacerdocio hoy, Madrid, BAC, 1985, 617-624; Te hemos seguido, espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1988, 168-175. Distribuidos por épocas históricas: Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, Facultad de Teología, 1985 (vol. 19 de «Teología del Sacerdocio»).

Estas líneas o rasgos de la espiritualidad sacerdotal arrancan del ser y del obrar de todo sacerdote ministro (obispo, presbítero y analógicamente diácono), como partícipe del ser y del obrar de Cristo, como maestro de verdad, pontífice y santificador, signo y constructor de la unidad (cf. Puebla 687-691).

El servicio sacerdotal es para construir la comunidad en el amor. Es «servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 1), obrando en su nombre como Cabeza de la comunidad (PO 2). No se buscan privilegios y ventajas humanas, sino el ser signo de la donación sacrificial o humillación (kenosis) de Cristo (Flp 2,7). «Conocer a las ovejas... es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir» (Puebla 684; cf. Mt 20,25-28).

La consagración sacerdotal es participación de la congregación de Cristo (PO 2), como pertenencia total a la misión recibida del Padre (Lc 4,18; Jn 20,21). La misión se hace totalizante por la consagración: «son segregados para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama» (PO 3).

El sentido de comunión eclesial es parte esencial de la espiritualidad del sacerdote (cf. cap. VI, n. 4). «El ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con todo el Cuerpo» (PO 15). En el terreno práctico se traduce en unión afectiva y efectiva con el propio obispo (PO 7), con los demás sacerdotes del Presbiterio (PO 8) y con la comunidad eclesial a la cual sirve (PO 9).

La disponibilidad para la misión universal (cf. cpa. VI, n. 3) es una exigencia del don recibido en la ordenación, como participación en la misión universal de Cristo (PO 10). Es la solicitud por todas las Iglesias, al estilo de Pablo (2 Co 11,28). Esta perspectiva universalista sanea la vida y el ministerio sacerdotal, liberándolos de una problemática estéril y enfermiza.

El tono de esperanza y de «gozo pascual» (PO 11) da a entender una sana antropología de sentirse amado por Cristo y capacitado para amarle y hacerle amar, hasta la caridad pastoral como «máximo testimonio del amor» (PO 11). La alegría de pertenecer esponsalmente a Cristo, es una nota característica de la evangelización como anuncio de la buena (o gozosa) nueva de la resurrección de Cristo. Este tono de gozo pascual es fuente de vocaciones sacerdotales.

Ser transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote (PO 12) corresponde a la razón de ser signo claro y portador de Cristo. La relación personal con él se hace configuración, imitación y amistad profunda, que transforme al apóstol en testigo: «nosotros somos testigos» (Hch2,32).

La espiritualidad y santidad sacerdotal se realiza «ejerciendo los ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Esa es la ascesis peculiar de quien desempeña un oficio pastoral: «ascesis propia del pastor de almas» (ibídem). Salvada la distinción entre momentos de oración, acción, estudio, convivencia, descanso, etc., hay que mantener la unidad de vida sin dicotomías (PO 14). A Cristo se le encuentra en los diversos signos de Iglesia y del hermano.

La caridad pastoral se concreta en las virtudes y gestos de vida del Buen Pastor: obediencia, castidad, pobreza (PO 15-17). Quien es signo portador de la palabra, de la acción sacrificial y del pastoreo de Cristo, lo es también de su modo de amar hasta dar la vida.

Los medios comunes y específicos de vida y ministerio sacerdotal (PO 18-21) son necesarios para sintonizar con los «sentimientos de Cristo» (Flp 2,5) y ser fiel a los carismas del Espíritu (cf. cap. VIII, n. 5).

Por tanto, para conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el mundo actual, este sacrosanto concilio exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos para el servicio de todo el Pueblo de Dios (PO 12).

Estas líneas de espiritualidad se mueven según diversas dimensiones y perspectivas; trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesial, litúrgica, sociológica (de cercanía a la realidad), antropológica...

- La santidad sacerdotal, como se ha dicho continuamente, enraíza en la espiritualidad cristiana. Las virtudes humano-cristianas pasan a ser sacerdotales cuando se expresan en la caridad pastoral.

- La capacidad de tener y emitir un criterio o una convicción y modo de pensar, se ilumina con la fe.

- La capacidad de valorar las cosas se potencia y equilibra con la esperanza para sentir y apreciar los valores según la escala de valores del Buen Pastor.

La capacidad de tomar decisiones se enriquece con la caridad para amar y actuar como Cristo Sacerdote 13.

13 Cfr. PO 3; OT 11, 19; PDV 43-44, 72; Dir. 75. Los manuales de espiritualidad acostumbran actualmente a escribir esas virtudes humanas (ver cap. I, nota 19). Para la base humana de la espiritualidad: AA, VV., Psicología y espíritu, Madrid, Paulinas,1971; R. ZAVALLONI, Le strutture umane della vita spirituale, Brescia, Morcelliana, 1971; Idem, La personalidad en perspectiva social, Barcelona, Herder, 1977; Idem, Psicología pastoral, Madrid, Studium, 1967.

De esta raíz humana, cristiana y sacerdotal, brotan aplicaciones concretas señaladas por el Concilio para la formación y vida sacerdotal: «No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos... Mucho contribuyen a lograr este fin las virtudes que con razón se estiman en el trato humano, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, el continuo afán de justicia, la urbanidad y otras» (PO 3; cf. OT 11 y 19: PDV 43-44,72).

La caridad pastoral se concreta en un servicio como el de Cristo: «pasó haciendo el bien» (Hch 10,30). El sacerdote se hace transparencia de Cristo: «sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1 Co 4,16). Esta caridad se traduce en:

- responsabilidad en la situación histórica a la luz de la historia de salvación,

- compromiso auténtico y concreto,

- generosidad para el sacrificio,

- colaboración y diálogo con los demás apóstoles,

- sentido de realismos, optimismo y confianza,

- actitudes de humildad y aceptación de sí mismo, junto con la audacia y magnanimidad al afrontar las dificultades.

La formación en estas virtudes (cf. cap. VIII, n. 3 y 4) debe ser armónica y constante desde el Seminario y a lo largo de toda la vida, siempre bajo la acción de la gracia que las convierte en virtudes cristianas y sacerdotales.

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- Aspectos de la caridad pastoral de Cristo: Jn 10,1ss: Lc 15,1-7; Hch 10,30; Is 40,11; Puebla 681ss.

- De la amistad con Cristo, a la caridad pastoral: Jn 15,9.13-14; 21,15-19.

- Las exigencias evangélicas de la caridad pastoral: Mt 4,19-22; Lc 10,1ss.

- Las figuras de Pedro y Pablo: Hch 20,17-38; 1 P 5,1-4.

- La fecundidad de la cruz: Jn 16,20-33; Ga 4,19; Col 1,24.

- Sentido redentor de la obediencia del Buen Pastor: Hb 5,7-9; 10,5-7; Jn 10,18; Flp 2,5-11.

- La vida de pobreza para vivir el amor preferencial por los pobres: Mt 8,20; 2 Co 8,9; Puebla 670.

Estudio personal y revisión de vida

- Líneas pastorales de la vida sacerdotal según Presbyterorum Ordinis. Relacionar PO 4-6 (ministerios) con PO 12-14 (santidad).

- Caridad pastoral y unidad de vida (PO 14; PDV 21-24).

- Caridad ascendente y descendente a la luz de la misión (PO 13).

- Dimensión misionera de la obediencia, castidad y pobreza a la luz de la caridad pastoral (PO 15-15; PDV 27-30).

- La «vida apostólica» como fraternidad (PO 8; PDV 74), disponibilidad misionera (PO 10; PDV 16-18, 31-32) y generosidad evangélica (PO 15-17; PDV 27-30).

- Dimensión cristológica, eclesial, antropológica y escatológica de la castidad (PO 16; Puebla 692; Medellín XI 21; PDV 29, 44, 50).

- Signos y medios de la pobreza ministerial (PO 17; can 282, 287; PDV 30).

- Virtudes humanas redimensionadas en la caridad pastoral (PO 3; OT 11 y 19; PDV 43-44, 72).

Orientación bibliográfica

Los temas de espiritualidad sacerdotal se van exponiendo en toda esta publicación, anotando la bibliografía más concreta. En este mismo capítulo V, hemos indicado: comentarios al Presbyterorum Ordinis (nota 1), caridad pastoral (notas 2 y 3), cruz (nota 4), martirio (nota 5), vida religiosa (nota 6), consejos evangélicos (nota 7), obediencia (nota 8), castidad (nota 9), pobreza (nota 10), etc. En otros capítulos se anota el tema de la espiritualidad sacerdotal con otras aplicaciones, especialmente respecto al sacerdocio ministerial (capítulo III) y a la espiritualidad del sacerdote diocesano (capítulos VI y VII). Anotamos sólo algunas publicaciones que pueden aportar una síntesis. Habría que recordar también publicaciones de épocas anteriores y que continúan siendo arsenales de espiritualidad sacerdotal siempre válida (ver el capítulo X). Ver la orientación bibliográfica general.

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Lunes, 11 Abril 2022 11:44

IV- Sacerdotes para Evangelizar

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 IV- Sacerdotes para Evangelizar

Presentación

Jesús se presentó siempre como enviado o apóstol del Padre y del Espíritu Santo (Jn 3,17.34; 7,16; 10,36; 11,42; 17,19ss; Lc 4,18). Su misión consistió en anunciar el evangelio o Buena Nueva del Reino (Lc 4,43). Es una misión de anuncio, de entrega de sí mismo y de cercanía a todo hombre, para llamarle a un cambio profundo de mentalidad (conversión) que se hace bautismo o vida nueva, nuevo nacimiento e ingreso en el Reino de Cristo (Mc 1,15; Jn 3,5; cf. EN 6,12).

La Iglesia o comunidad de creyentes convocada por la presencia y la Palabra de Jesús, ha sido instituida por el Señor, para prolongarle en su ser, en su misión evangelizadora y en su vivencia. «La Iglesia es misionera por naturaleza» (AG 2) porque «existe para evangelizar» (EN 14). Todo miembro de la Iglesia, según su propia vocación, participa de esta responsabilidad misionera (cf. EN 13-16, 59-73).

A los laicos corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para a gloria del Creador y del Redentor (LG 31).

Las personas consagradas, «con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús -virgen, pobre y obediente- tienen una típica y permanente `visibilidad' del mundo» (VC 1). Los Apóstoles y sus sucesores e inmediatos colaboradores participan de modo especial en esta responsabilidad evangelizadora de Jesús que se prolonga en la Iglesia. Ellos fueron elegidos «para ser enviados a evangelizar» (Mc 3,14), participando de la misma misión de Jesús (Jn 17,18; 20,21) y haciendo realidad el encargo misionero confiado por Jesús a toda la Iglesia (Mc 28,19-20; Mc 16,15-16; Hch 1.4-8).

¿Cuál ha de ser la vivencia o espiritualidad del sacerdote para cumplir esta función misionera? Los sacerdotes «conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). El sacerdote e siempre «ministro del evangelio» (Ef 3,7). Como Pedro, dará testimonio de Cristo («nosotros somos testigos»: Hch 2,32) en la medida de su seguimiento evangélico («lo hemos dejado todo y te hemos seguido»: M7 19,27). Como Juan, sabrá comunicar el Verbo hecho hombre («os anunciamos el Verbo de la vida»: Jn 1,1ss) en la medida en que viva la experiencia de su encuentro («hemos visto su gloria»: Jn 1,14). Como Pablo, será transparencia del Evangelio («olor de Cristo»: 2 Co 2,15) en el grado de su sintonía vivencial con Cristo («mi vida es Cristo»: Flp 1,21; cf. Ga 2,20).

Prolongar a Cristo, en su palabra, sacrificio pascual, acción salvífica y pastoral, oración y cercanía al hombre concreto, significa vivir el encuentro con él: «Hemos encontrado a Cristo... Jesús de Nazaret» (Jn 1,41.45), «El ministerio jerárquico, signo sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el principal responsable de la edificación de la Iglesia en la comunión y de la dinamización de su acción evangelizadora» (Puebla 659) «Todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misionera» (Dir 14) 1.

1 Cfr. EN 68; RMi 67-68; PDV 1-17, 31-32. En el capítulo I hemos resumido la situación actual del sacerdote en vistas a una «nueva evangelización» y en una nueva etapa de evangelización, especialmente en el ambiente latinoamericano y en una época posconciliar. Ver: R. AUBRY, La misión, siguiendo a Jesús por los caminos de América Latina, La Paz 1986; J. F. GORSKI El desarrollo histórico de la misionología en América Latina, La Paz, 1985; J. A. VELA, Las grandes opciones de la pastoral en América Latina a partir del documento de Puebla, «Documenta Missionalia» 16 (1982) 159-179. Una monografía sobre Puebla: Os avançcos de Puebla, «Revista eclesiástica brasilera» 39 (1979) fasc. 173. Sobre el documento de Medellín: «Medellín», reflexiones en el CELAM, Madrid, BAC, 1977.

1- Llamados para evangelizar

La vocación apostólica es encuentro con Cristo para prolongar su misión (Mc 3,14; Jn 20,21). El nombre que Jesús da a los doce es precisamente el de apóstoles o enviados (Lc 6,13). Se trata de «anunciar a las gentes la insondable riqueza de Cristo e iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio de Cristo oculto desde los siglos en Dios» (Ef 3,8-9). «Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad» (EN 18). «Evangelizar es, ante todo, dar testimonio desde dentro, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo» (EN 26).

Como Jesús, el sacerdote ministro es ungido y enviado por el Espíritu Santo «para evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Ha sido llamado para:

- anunciar la alegre noticia (evangelizar) de la salvación en Cristo (Mt 11,5; Lc 7,22; Ef 3,8; 1 Co 9,16),

- hacer llegar como primer anuncio (kerigma) el mensaje de Cristo a los que todavía no lo han oído (Hch 8,5; 9,20; Mc 16,5; Rm 10, 14; 1 Co 1,23; 2 Co 1,19; 4,5; Ga 2,2),

- dar testimonio (martirio) del hecho salvífico de la muerte y resurrección de Cristo (Hch 1,8; 2,32; Jn 15,26-27; Lc 24,47-48).

Se prolonga la palabra de Cristo (anuncio, testimonio), su llamada a la conversión y bautismo (como cambio profundo de actitudes), su sacrificio redentor, su acción salvífica y pastoral, su cercanía a los hombres para una salvación integral. La comunidad convocada (ecclesia) por la palabra queda invitada a acoger signos salvíficos y a transformarse en familia (Koinonía) de hermanos (EN 24),

Porque la totalidad de la evangelización, además de la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la eucaristía (EN 28) 2.

2 Sobre la teología de la misión y evangelización (además de los trabajos citados en la nota predecente y en la orientación bibliográfica) ver: AA. VV., (S. Karotemprel edit), Seguir a Cristo en la misión- Manual de misionología, Estella, Verbo Divino, 1998; AA. VV., La Misionología hoy, Madrid, Obras Misionales Pontificias, 1987; A.A. V.V., Missiología oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana,1985; AA. VV., Evangelización y hombre de hoy, Madrid 1986 (congreso sobre la evangelización, 1985); D. J. BOSCH, Transforming Misión. Paradigm Chifts in Theology of Misión, New York, 1993; E. BUENO, La Iglesia en la encrucijada de la misión, Estella, Edit. Verbo Divino, 1999; B. CABALLERO, Pastoral de la evangelización, Madrid, PS, 1974; A. CAÑIZARES, La evangelización hoy, Madrid, 1977; J. CAPMANY, Misión en la comunión, Madrid, PPC, 1984; A. L. CASTRO, Gusto por la misión, Manual de misionología, Bogotá, CELAM, 1994; L. M. DEWAILLY, Teología del apostolado, Barcelona, Estela, 1965; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la evagelización. Curso de misionología, Madrid, 1995; J. M. GOIBURU, Animación misionera, Estella, Verbo Divino, 1985; C. KENNEDY, P. F. D'ARCY, El genio del apostolado, Santander, Sal Terrae, 1967; A. LOPEZ TRUJILLO, Caminos de evangelización, Madrid, BAC, 1985; ST. LYONNET, Apóstol de Jesucristo, Salamanca, Sígueme, 1966; J. LOPEZ GAY, Evolución histórica de la evangelización, «Documenta Missionalia» BAC, 1988; M. PEINADO, Solicitud pastoral, Barcelona, Flors, 1967; A. SANTOS, Misionología: problemas introductorios y ciencias auxiliares, Santander 1961. A. SANTOS HERNÁNDEZ, Teología sistemática de la misión, Estella, Edit. Verbo Divino, 1991; D. SENIOR, C. STRUHLMÜLLER, Biblia y misión, Estella, Edit. Verbo Divino, 1985.

Se pueden distinguir los elementos principales de la evangelización:

- Naturaleza: Prolongar la misión de Cristo (EN 6,16; RMi I-III).

- Objetivo: Transformación de la humanidad según los planes salvíficos de Dios en Cristo (EN 17-24; RMi IV).

- Contenido: La persona y el mensaje de Jesús que edifica la comunidad eclesial y transforma el mundo (EN 25-39).

- Medios: Anuncio, presencialización y comunicación del misterio de Cristo, ministerios y servicios concretos, instrumentos de inserción y cercanía (EN 40-58; RMi IV).

- Destinatarios: Toda la humanidad, el hombre concreto (EN 49-58;).

- Agentes: Todo cristiano según su propia vocación, toda la comunidad eclesial (EN 59-73; RMi VI).

- Estilo o espíritu: Actitudes interiores del apóstol (EN 74-80; RMi) 3.

3 Muchos estudios actuales sobre evangelización aprovechan los datos de la exhortación de Pablo VI, Evangelii Nuntiandi (8 diciembre, 1975). Comentarios directos: AA. VV., L'Annuncio del Vangelo oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1977; E. BRIANCESCO, En torno a la Evangelii Nuntiandi, Apuntes para una teología de la evangelización, «Teología» (Buenos Aires) 14 (1977) 101-134; J. LOPEZ CAY, La reflexión conciliar; del Ad Gentes a la Evangelii Nuntiandi, en la Misionología hoy, o. c., 171-193. Comentario a la encíclica RMi: AA: VV., Haced discípulos a todas las gentes, Comentario y texto de la encíclica «Redemptoris Missio», EDICEP, Valencia, 1991.

El sacerdote ministro, como servidor cualificado de la acción evangelizadora de la Iglesia, se mueve en una múltiple perspectiva:

- trinitaria: misión del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo,

- cristológica: mandato de Cristo (obrar en su nombre),

- pneumatológica: bajo la acción del Espíritu Santo (unción y misión),

- eclesiológica: en la comunión y misión de la Iglesia,

- antropológica y sociológica: de cercanía al hombre en su realidad concreta e histórica,

- escatológica: un camino de esperanza (confianza y tensión) hacia el Reino definitivo y la restauración final en Cristo.

Ello comporta la armonía de línea pastoral y de vida espiritual: escucha, contemplación, profetismo, cercanía, diálogo, trascendencia, vivencia, testimonio (autenticidad)...

Estas líneas de actuación se basan en la realidad salvífica que debe llegar a ser convicción profunda orientadora de la vida concreta. Es Dios quien salva y tiene la iniciativa en la historia de salvación. Cristo es el centro de la vida del apóstol y de toda la obra evangelizadora bajo la acción del Espíritu Santo. Es toda la Iglesia, en todas sus vocaciones y ministerios, la responsable de la evangelización. Hay que llegar al hombre concreto en las circunstancias del mundo y de la historia.

La espiritualidad sacerdotal queda, pues, marcada por la misión de evangelizar. Todo enviado vive para el objetivo de la misión: «conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13).

En el ejercicio de esta caridad que une al sacerdote íntimamente con la comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el carisma del celibato en toda su visión cristológica, eclesiológica, escatológica y pastoral (Medellín, XI, 21).

En el sacerdote ministro, el anuncio de la palabra (profetismo), la celebración de los misterios de Cristo (liturgia) y la construcción de la comunidad en el amor (dirección y servicio de caridad), equivalen a dispensación (economía) de la salvación en Cristo por medio del servicio (diaconía). Somos «ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios» (1 Co 4,1).

Las líneas de espiritualidad (ver capítulo V, n. 4) discurren a partir de la caridad pastoral de Cristo, según los designios del Padre, de comunicar la vida nueva en el Espíritu, en la comunión y misión de la Iglesia, para salvación integral de toda la humanidad y la «restauración de todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10).

La doctrina del Vaticano II sobre los ministerios sacerdotales deja entender el equilibrio entre la acción profética, cultual y hodegética o de dirección (PO 4.6), indicando la centralidad de la eucaristía como celebración del misterio pascual «fuente y cumbre de toda la evangelización», (PO 5). En cualquier ministerio debe aparecer el anuncio, la presencialización y la comunicación de la muerte y resurrección de Cristo (misterio pascual). Así el sacerdote ministro ejerce siempre el servicio del cuerpo místico de Cristo, puesto que es servidor (ministro) de Cristo y de la comunidad eclesial (santo Tomás, Contra Gentes, I, 4, c. 71-75).

La vocación sacerdotal es, pues, llamada para la misión de prolongar a Cristo sin recortes ni fronteras. «La vocación pastoral de los sacerdotes es grande y el concilio enseña que es universal: está dirigida a toda la Iglesia, y en consecuencia, es también misionera» (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1979, n. 8). «Es de particular importancia subrayar que la `consagración' sacerdotal es conferida por Cristo en orden a la `misión' de salvación del hombre» (Medellín, XI, 17). Una nueva evangelización clama nuevo ardor en los evangelizadores (ver el cap. I, n. 3) 4.

4 Juan Pablo II usa frecuentemente la expresión «nueva evangelización», especialmente desde 1983 (Discurso al CELAM, Puerto Príncipe) y 1984 (Discurso en Santo Domingo). «En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, Pastores y fieles, han de sentir con más fuerza su responsabilidad de obedecer al mandato de Cristo..., renovando su empuje misionero. Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad» (Christifideles Laici 64). Esto reclama una «renovación evangélica» por parte de todos los agentes de la evangelización (ibídem 16). Ver: RMi 2-3, 30, 35, 59; PDV 2,9-10, 17, 47, 51, 82. Documento di Santo Domingo, II, 1. También; EAm 66; NMi 68.

2- Prolongar la Palabra de Cristo

La comunidad eclesial se convoca por la palabra de Dios para celebrar los signos salvíficos instituidos por Cristo (especialmente el bautismo y la eucaristía) y para asumir compromisos personales, comunitarios y sociales.

La misión de Jesús y de los apóstoles se realiza principalmente por medio del anuncio (Lc 4,15-19.43; Mt 28,29). El anuncio lleva a la celebración y a la vivencia. La dimensión Kerigmática (anuncio) se hace dimensión antropológica y sociológica, en la medida en que sea dimensión pascual, litúrgica y contemplativa. Entonces recupera su dimensión misionera de anuncio a todos los pueblos y a todos los hombres.

El servicio profético del sacerdote ministerial se realiza como participación, cooperación y dependencia del magisterio del Episcopado y del Papa. El sacerdote prolonga la palabra de Cristo en cuanto que le representa ante la comunidad y en cuanto obra en su nombre (PO 2, 6, 12). En esto se diferencia el profetismo del laicado. La gracia recibida en el sacramento del Orden convierte al sacerdote ministro en instrumento de eficacia especial, como portador de una gracia peculiar del Espíritu Santo. «Los que están sellados con el Orden sagrado son destinados a apacentar la Iglesia por la palabra y gracia de Dios, en nombre de Cristo» (LG 11).

Se trata de un deber primordial de los sacerdotes, puesto que el pueblo de Dios se congrega por la palabra de Dios vivo (PO 4). Este servicio sacerdotal profético tiene diversos aspectos y dimensiones:

- Se anuncia el hecho salvífico de la muerte y resurrección de Cristo, llamando a la conversión y dando testimonio con la propia vida (dimensión kerigmática, salvífica, pascual, martirial).

- Se invita a celebrar la palabra en la liturgia especialmente bautismal y eucarística (dimensión litúrgica y sacramental).

- Se presenta la Palabra como un signo portador de gracia en el Espíritu Santo, que llama a la contemplación y santificación (dimensión contemplativa y pneumatológica).

- Se parte de la Palabra para indicar las líneas en el camino de la Iglesia y en la construcción de la comunidad (dimensión hodegética, comunitaria, escatológica).

- La Palabra, tal como es y toda por entero, debe llegar a las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica y sociológica).

- La Palabra construye la comunidad en el amor y en la misión local y universal (dimensión de comunión misionera).

La predicación de la Palabra presenta armónicamente el mensaje cristiano como acontecimiento salvífico (credo), que se actualiza bajo signos instituidos por Cristo (sacramentos, liturgia) y que llama a la contemplación y al compromiso personal y social (mandamientos, oración).

El Pueblo de Dios se congrega principalmente por la palabra de Dios vivo, que con toda razón es buscada en la boca de los sacerdotes. En efecto, como quiera que nadie puede salvarse si antes no creyere, los presbíteros, como cooperadores que son de los Obispos, tienen por deber primero el de anunciar a todos el evangelio de Dios (PO 4) 5.

5 Sobre la predicación y especialmente sobre la homilía: AA. VV., Palabra en el mundo, Salamanca 1972; D. GRASSO, Teología de la predicación, Salamanca, Sígueme, 1966; L. MALDONADO, Anunciar la palabra hoy, Madrid, San Pablo, 2000; J. RATZINGER, Palabra en la Iglesia, Salamanca, 1976; O. SEMMELROTH, La palabra eficaz, para una teología de la predicación, San Sebastián, Dinor, 1967. Explicación siguiendo el año litúrgico; I. GOMA, Reflexiones en torno a los textos bíblicos dominicales, Montserrat, 1988.

La homilía es la predicación que tiene lugar en la celebración litúrgica, especialmente eucarística.

Esta predicación inserida de manera singular en la celebración eucarística, de la que recibe una fuerza y vigor particulares, tiene ciertamente un puesto especial en la evangelización, en la medida en que expresa la fe profunda del ministro sagrado que predica y está impregnada de amor (EN 43).

Las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está presente y obra en nosotros particularmente en la celebración de la liturgia (SC 35).

 

 

Por esto tiene que ser sencilla, clara, directa, acomodada, profundamente enraizada en la enseñanza evangélica y fiel al magisterio de la Iglesia, animada por un ardor apostólico equilibrado que le viene de su carácter propio, llena de esperanza, fortificadora de la fe y fuente de paz y de unidad (EN 43).

La ascética del predicador del evangelio supone una actitud de respeto a la palabra de Dios, tal como es, toda entera y con su dimensión salvífica universal. Se acepta la palabra como mensaje comunicado por Cristo a su Iglesia. Es, pues, palabra:

- Revelada, siempre viva y actual, cuya iniciativa está en Dios (Jn 1,14; 3,16; 14,9; Mt 17,5; Lc 1,38).

- Predicada en la comunidad eclesial como continuación de la predicación apostólica (Jn 10,4; Lc 10,16; Mt 16,18; Hch 4,32-33).

- Celebrada en la liturgia y en la relación a los sacramentos, como proclamación del misterio pascual (Jn 2,11; 6,35ss; Mc 4,1-20; Hch 2,42).

- Vivida por los santos como proceso de configuración en Cristo (Jn 14,6.21; Col 3,3).

- Contemplada en el corazón para hacer de la vida una donación a Dios y a los hermanos (Lc 2,19.51; Jn 13,23-25; Mc 3,33ss).

- Releída en los acontecimientos para interpretarlos a la luz de la Pascua (Mt 16,31; 5,45-48).

- Creadora de testigos para una evangelización sin fronteras (Mt 28,19; Mc 16,15; Hch 2,17.32; Jn 1,23).

El mensaje evangélico se predica, pues, en toda su integridad revelada, eclesial e histórica. El anuncio se hace testimonio y donación. Entonces se congrega y edifica la comunidad a partir del bautismo (como actitud permanente de configuración con Cristo), en torno a la eucaristía y según el mandato del amor 6.

6 Sobre la naturaleza y fuerza de la palabra: AA. VV., Comentarios a la Constitución «Dei Verbum» sobre la divina revelación, Madrid, BAC, 1969; AA. VV., El ministerio de la palabra, Madrid, Cristiandad, 1983; L. ALFONSO SCHOKEL, La palabra inspirada, Barcelona, Herder, 1966; A. ARTOLA, J. M. SÁNCHEZ CAROA, Biblia y palabra de Dios, Estella, Verbo Divino, 1994; G. AUZOU, La palabra de Dios, Madrid, FAX, 1964; D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios, Salamanca, Sígueme, 1965; J. COLLANTES, La Iglesia de la palabra, Madrid, BAC, 1972; J. ESQUERDA, Meditar en el corazón, Barcelona, Balmes, 1987; F. FERNÁNDEZ RAMOS, Interpelado por la palabra, Madrid, Narcea, 1980; E. GIUSTOZZI, La Biblia: palabra de Dios para los hombres, Buenos Aires, Inst. Cultura Religiosa, 1976; P. GRELOT, La palabra inspirada, Barcelona, Herder, 1968; V. MANNUCCI, La Biblia como palabra de Dios, Bilbao, Desclée, 1985. Ver: PDV 26, 53, 70, 72; Dir 45-47.

3- Prolongar el sacrificio pascual de Cristo

La vida y el ministerio sacerdotal giran en torno al misterio pascual del Señor. El sacerdote anuncia, hace presente bajo signos eucarísticos y comunica a Cristo muerto y resucitado. Por esto la eucaristía es la «fuente y cumbre de toda la evangelización» (PO 5) y el «principio y culminación de todos los trabajos apostólicos» (SC 10).

Para todo creyente y para toda la comunidad eclesial la eucaristía es «la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11; cf. can. 897). Para el sacerdote ministro, es «la principal y central razón de su ser», ya que «el sacerdote ejerce su misión principal y se manifiesta en su plenitud celebrando la eucaristía» (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980). «Somos, en cierto sentido, por ella y para ella; somos, de modo particular, responsables de ella» (ibídem).

El sacerdote ministro, después de anunciar la palabra de Dios, hace presente a Cristo inmolado (Sacerdote y Víctima) bajo signos eucarísticos. Propiamente es el mismo sacerdote quien al obrar en nombre de Cristo como instrumento suyo (PO 12; cf. PO 2,6), se convierte en signo del mismo Cristo en cuanto Sacerdote y Buen Pastor. Pero en la eucaristía se hace presente el Señor inmolado en sacrificio para comunicarse a todos. La eucaristía es, pues:

- Presencia permanente de Cristo bajo las especies sacramentales de pan y de vino (mientras éstas no se corrompan), como declaración de amor (Alianza) y como presencia que reclama relación personal (Mt 26,26-28; cf. PO 18).

- Sacrificio de la nueva Alianza, como donación incondicional y actualización y prolongación en el tiempo del único sacrificio de Cristo (Lc 22,19-22; cf. SC 47).

- Comunión o participación en la vida de Cristo como pan de vida, sacramento (signo eficaz de vida nueva en el Espíritu) y banquete pascual (Jn 6,35.48; Mc 14,22-24; 1 Co 10,16ss; 10,13).

- Encuentro inicial que anticipa o preludia el encuentro definitivo (escatología) en el más allá (1 Co 11,26).

- Misión o encargo de toda la comunidad eclesial y ministerio específico del sacerdote ordenado, para que sea realidad sacramental y vivencial en toda comunidad humana (Mt 26,28; Lc 22, 19; 1 Co 11,24) 7.

7 AA. VV., Eucaristía y vida cristiana, Madrid, CETE, 1976; J. BACIOCCHI, La eucaristía, Barcelona, Herder, 1969; L. BAIGORRI, Eucaristía, Estella, Verbo Divino, 1985; J. BETZ, La eucaristía, misterio central, en Mysterium Salutis IV/2, Madrid, Cristiandad, 1975; F. X. DURWELL, La eucaristía, misterio pascual, Salamanca, Sígueme, 1986; CH. JOURNET, La Misa, presencia del sacrificio de la cruz, Bilbao, Desclée, 1962; J. A. JUNGMANN, El sacrificio de la Misa, Madrid, BAC, 1968; J. LECUYER, El sacrificio de la Nueva Alianza, Barcelona, 1969; M. NICOLAU, La Misa en la constitución litúrgica del Vaticano II, «Salmanticensis» 11 (1964) 267-322; Idem, Nueva Pascua de la Nueva Alianza, actuales enfoques sobre la eucaristía, Madrid, 1973; J. A. SAYES, El misterio eucarístico, Madrid, BAC, 1986; M. THURIAN, El misterio de la eucaristía, Barcelona, Herder, 1983.

El Concilio Vaticano II, resumiendo la doctrina patrística y magisterial (especialmente de san Agustín), dice así:

Nuestro Señor Jesucristo, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera (SC 47).

Propiamente es en la celebración eucarística donde se realiza la comunidad eclesial como misterio (signo de la presencia de Cristo), comunión (fraternidad de caridad) y misión. La Iglesia particular o local se llama Iglesia del acontecimiento porque acontece de verdad cuando se celebra la eucaristía en comunión con las otras comunidades eclesiales. «Por la celebración eucarística del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la colaboración se manifiesta la comunión dentre ellas» (UR 15). Así «la Iglesia hace la eucaristía y la eucaristía construye la Iglesia» (RH 20; Carta Jueves Santo, 1980).

El sacerdote por el servicio eucarístico, estrechamente relacionado con los demás servicios proféticos, cultuales y hodegéticos (o de dirección):

- es signo de Cristo Sacerdote obrando en su nombre,

- hace presente a Cristo en estado de Víctima,

- continúa la voluntad inmolativa de Cristo pronunciando sus palabras,

- hace que la eucaristía sea el sacrificio de toda la Iglesia,

- colabora para construir la comunidad eclesial como comunión y cuerpo místico de Cristo.

La espiritualidad sacerdotal en su dimensión eucarística subraya unos puntos básicos:

- Espiritualidad de relación personal con Cristo presente: «estar con él» (Mc 3,13); «diálogo cotidiano» (PO 18).

- Espiritualidad de inmolación, al estilo de la caridad del Buen Pastor (Jn 10 y 15).

- Espiritualidad de comunión y cercanía o sintonía con los hermanos, compartiendo con ellos el propio existir (Mt 15,32).

- Espiritualidad de esperanza que supone confianza en Cristo y tensión hacia la restauración de todas las cosas en él (Ef 1,10; 2 Tm 4,6).

- Espiritualidad de servicio incondicional y misión sin fronteras (Mt 28,19-20) 8.

8 La carta Dominicae Cenae de Juan Pablo II, con ocasión del Jueves Santo de 1980, presenta la centralidad de la eucaristía en la vida y en el ministerio del sacerdote: AAS 72 (1980) 113-148. Después de presentar la relación entre la eucaristía y la vida de la Iglesia, expone su sentido sacrificial y su relación con la palabra de Dios y con la vida de caridad. Ver: PDV 23, 26; Dir 48-50.

La espiritualidad sacerdotal eucarística es eminentemente eclesial y mariana, en cuanto que, a imitación de María, hace presente a Cristo en el mundo bajo signos de Iglesia. La misma construcción de la comunidad eclesial como cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, se realiza a partir de la palabra y de la eucaristía celebradas en la comunidad de creyentes bautizados para la salvación de toda la humanidad.

La eucaristía como sacrificio da pleno sentido a la existencia cristiana y sacerdotal. Cristo, con su sacrificio, lleva a plenitud el sacrificio del cordero pascual (Lc 22,15; Jn 1,29), el sacrificio de la Alianza (Lc 22,20) y el sacrificio de expiación de los pecados (Mt 26,28). Por esto la espiritualidad sacerdotal es de éxodo, liberación, respuesta a los planes salvíficos de Dios, reconciliación con Dios y con los hermanos.

El servicio sacerdotal lleva a la perfección la sacramentalidad de la Iglesia, como «sacramento, es decir, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). El servicio al cuerpo eucarístico de Cristo se convierte en servicio a su cuerpo místico (santo Tomás, Supl, q. 36, a. 2, ad 1).

4- Prolongar la acción salvífica y pastoral de Cristo

La acción evangelizadora enraíza en la misión recibida de Cristo para prolongarle en el tiempo. El sacerdote ministro ha sido llamado para evangelizar (n,1), prolongando la palabra o mensaje de Cristo (n. 2), su acción sacrificial (n. 3) y su acción salvífica general según los signos instituidos por el Señor.

Cristo ha querido necesitar de sus ministros para prolongar su acción salvífica y pastoral, que tiene lugar principalmente en la celebración de los sacramentos. Sacramento equivale a signo portador y eficaz de una presencia y acción de Cristo. La humanidad de Cristo es el sacramento fontal, del que deriva el sacramento de la Iglesia entera y los siete ritos o sacramentos propiamente dichos, en los que se expresa con más intensidad la sacramentalidad eclesial.

El servicio de la palabra está relacionado con los signos sacramentales. La palabra anuncia el hecho salvífico y dispone al creyente para vivirlo. El sacramento hace presente de algún modo el mismo hecho salvífico para comunicar sus frutos.

Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir con fruto la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad (SC 59).

Se llaman sacramentos de la fe, porque en ellos la eficacia de la palabra llega a su punto culminante (como forma del sacramento), suscitando la fe y produciendo en los creyentes los frutos de salvación. Esto tiene lugar principalmente en el sacramento y sacrificio de la eucaristía.

En los sacramentos se hace presente la acción salvífica de Cristo. Por esto son:

- memorial de un hecho pasado,

- presencialización o actualización de la acción del Señor,

- anuncio de una plenitud en Cristo resucitado,

- celebración del misterio pascual,

- comunicación de la salvación en Cristo 9.

9 El servicio sacramental se ejerce siempre en relación al servicio de la Palabra y a los servicios de caridad. Ver: AA. VV., La celebración en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1985; AA. VV., Concilio Vaticano II; Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid, BAC, 1965; CL. DILLENSCHNEIDER, El dinamismo de nuestros sacramentos, Salamanca, Sígueme, 1965; A. ELCHINGER, Liturgia y pedagogía de la fe, Madrid, 1969; M. GARRIDO, Curso de liturgia romana, Madrid, BAC, 1961; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, introducción a la liturgia, Barcelona, Herder, 1969; M. NICIOLAU, Teología del signo sacramental, Madrid, BAC, 1969; A. PALENZUELA, Los sacramentos de la Iglesia, Madrid, 1965; M. M. PHILIPPON, Los sacramentos en la vida cristiana, Buenos Aires, 1955.

El sacerdote ministro (ordenado) es una parte integrante del signo sacramental, puesto que, con su servicio específico, pronuncia las palabras de Cristo uniéndose a las intenciones del Señor y de la Iglesia. Es, pues, servicio de comunión y de misión eclesial. Al margen de esta perspectiva cristológica y eclesiólogica, el sacramento se reducirá a un signo rutinario con el riesgo de perder su eficacia salvífica. La eficacia peculiar del sacramento (ex opere operato o por su misma puesta en práctica) supone el querer hacer lo que hace la Iglesia por mandato de Cristo.

El signo sacramental exige el signo del testimonio, tanto por parte del ministro como por parte de la comunidad eclesial donde se celebra. La sintonía del sacerdote con la voluntad salvífica de Cristo le santifica a él y a los demás. Por esto el sacerdote se santifica «ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13).

Los sacramentos son parte esencial de la evangelización como actualización (presencialización) de lo que se anuncia y se quiere comunicar. Los ministerios proféticos (Palabra) y hodegéticos (de organización y dirección) carecerían de su fuerza principal si no se orientaran a la digna celebración del misterio pascual presente en los sacramentos (especialmente en la eucaristía).

Para evangelizar hay que anunciar la muerte y resurrección de Cristo, llamando a conversión y bautismo, para un encuentro con él bajo los signos sacramentales. Es un encuentro que se continúa necesariamente bajo los signos del hermano. La armonía de todas estas dimensiones es señal de autenticidad evangelizadora.

La acción salvífica y pastoral de Cristo no se agota en la celebración eucarística, sino que pasa necesariamente a los servicios de caridad, de organización y de dirección. Esta es la acción pastoral directa, como diaconía para construir la comunidad en el amor (Koinonía) 10.

10 Además de los estudios de la orientación bibliográfica al final del capítulo y de las notas 1-3, ver: F. X. ARNOLD, Teología e historia de la acción pastoral, Barcelona, 1969; G. CERIANI, Introducción a la teología pastoral, Madrid, 1966; J. ESQUERDA BIFET, Diccionario de la evangelización, Madrid, BAC, 2001; C. FLORISTAN M. USEROS, Teología de la acción pastoral, Madrid, BAC, 1968; M. PFLIEGER, Teología pastoral, Barcelona, 1966; R. PRAT I. PONS, Compartir la joia de la fe, propostes per a una teologia pastoral, Barcelona, Facultad de Teología, 1985; J. RAMOS, Teología pastoral, Madrid, BAC, 1996. Una enciclopedia pastoral en 6 volúmenes: Handbuch der Pastoraltheologie, Freiburg, 1964-1972.

El sacerdote ministro tiene como misión la dirección de la comunidad, a la luz de la palabra de Dios y en la comunión eclesial con los sucesores de los Apóstoles. Esta dirección o presencia es principio de unidad, en nombre de Cristo, Cabeza y Buen Pastor (cf. PO 6,9; LG 23; Ef 2,20). Los sacerdotes tienen como ministerio específico «llevar a todos a la unidad en la caridad» (PO 9).

La acción sacerdotal, que es profética y cultual, «se extiende también propiamente a formar una genuina comunidad cristiana enraizada en la Iglesia local y universal» (PO 6). Olvidar esta dimensión comunitaria del sacerdote ministro es olvidar su misma acción profética y cultual.

Esta acción salvífica y pastoral (no estrictamente sacramental) tiene sus características, que se desprenden del hecho de prolongar a Cristo Cabeza y Buen Pastor:

- Discernir y alentar todos los demás carismas y vocaciones en la armonía de la comunión eclesial.

- Discernir los signos de los tiempos para descubrir la voluntad salvífica de Dios en el caminar histórico de la comunidad.

- Acercarse preferentemente a los más pobres y débiles, alejados y marginados (cf. apartado n. 6).

- Ser principio de unidad en la diversidad de carisma y vocaciones.

- Hacer realidad, ya en esta tierra, el inicio del Reino definitivo 11.

11 Sobre la pastoral de conjunto, parroquia, comunidades de base, etc., ver estudios en las notas anteriores y en el resumen doctrinal del capítulo VI, n. 2. Ver: CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA, Directorio nacional de pastoral parroquial, Bogotá, SPEC, 1986.

El trabajo apostólico por extender el Reino de Dios necesita abarcar todas sus dimensiones: carismática (camino de perfección), institucional (de Iglesia visible fundada por Cristo) y escatológica (de plenitud en el más allá).

Toda la acción pastoral tiende a crear comunidades de caridad (según el mandato del amor), a partir de una respuesta relacional (oración) a la palabra de Dios y de una vivencia responsable y comprometida de los signos sacramentales establecidos por el Señor. La armonía y autenticidad de esta acción polifacética gira en torno al misterio pascual anunciado, celebrado y vivido.

Los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor (SC 10).

Es, pues, un ministerio de verdadera dirección espiritual, en todos sus niveles de profetismo, culto y realeza, para llevar a todos los creyentes a la perfección cristiana. Para esa dirección son necesarias las cualidades de experiencia, formación, prudencia, y discernimiento.

La acción pastoral es una responsabilidad que compromete toda la existencia, a imitación del Buen Pastor. No cabe la actitud de funcionario o de simple profesional.

Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, gobernado no por fuerza, sino espontáneamente, según Dios; no por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño (1 P 5,2-3).

El servicio de presidencia equivale a una diaconía más profunda de «servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 1). El sacerdote ministro hace que la comunidad eclesial se realice en toda su integridad misionera:

la comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo. Ella constituye, en efecto, un instrumento eficaz por el que se señala y allana a los no creyentes el camino hacia Cristo y su Iglesia, y por el que también los creyentes se incitan, nutren y fortalecen para la lucha espiritual (PO 6).

Prolongar la oración de Cristo

Prolongar la palabra, el sacrificio y la acción salvífica y pastoral de Cristo, comporta también prolongar su actitud relacional o dialogal con el Padre en el amor del Espíritu Santo. Cristo quiere ser prolongado también en sus vivencias y actitudes hondas de Sacerdote y Víctima, manifestadas ya en el seno de María el día de la encarnación: «Heme aquí, que vengo para hacer tu voluntad» (Hb 10,7).

Esta actitud oracional de Cristo abarca toda su vida (Lc 6,12; Mt 11,25-26; Jn 17,1-26; Lc 22,42; 23,46) y continúa ahora en el cielo (Hb 7,25; Rm 8,34). El Señor se hace presente en la comunidad eclesial bajo signos sacramentales, con esta actitud de oración que debe ser compartida por sus ministros y por todos los creyentes.

En un momento difícil y de agobio por el trabajo apostólico, los Apóstoles supieron discernir con equilibrio evangélico: «Nosotros debemos atender a la oración y al ministerio de la palabra» (Hch 6,4). Es la fidelidad a la vocación de «estar con él y ser enviado a predicar» (Mc 3,14). El tiempo es cuestión de prioridades según la escala de valores del propio corazón.

La actitud oracional es necesaria para ser «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote» (PO 12). «Importa ante todo que el sacerdote sea el hombre de oración por antonomasia» (Medellín XI, 20).

El presbítero es un hombre de Dios. Sólo puede ser profeta en la medida en que haya hecho la experiencia del Dios vivo. Sólo esta experiencia lo hará portador de una Palabra poderosa para transformar la vida personal y social de los hombres de acuerdo con el designio del Padre (Puebla 693).

La oración en todas sus formas -y de manera especial la Liturgia de las Horas que le confía la Iglesia- ayudará a mantener esa experiencia de Dios que deberá compartir con sus hermanos (Puebla, 694) 12.

12 Ver: PDV 26, 72; Dir 38-42. Sobre la liturgia de las horas: AA. VV, El Oficio Divino hoy, Barcelona, ELE, 1969; AA. VV., Pastoral de la liturgia de la horas, «Phase» 130 (1982) 265-335; D. BARSOTTI, Introducción al breviario, Salamanca, Sígueme, 1967; J. DELICADO, El breviario recuperado, Madrid, 1973; A. HAMMAN, La oración, Barcelona, Herder, 1967; J. IRABURU, La oración pública de la Iglesia, Madrid, PPC, 1967; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración..., Barcelona, Herder, 1969; G. MARTINEZ DE ANTOÑANA. El Oficio divino, en Concilio Vaticano II, Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid, BAC, 1965, 462-496; H. M. RAGUER, La nueva liturgia de las horas, Bilbao, Mensajero, 1972. Ver un resumen teológico y pastoral en la Instrucción general que se encuentra en la misma liturgia de las horas.

La oración es necesaria para que la gracia divina se derrame en los corazones. La oración, como actitud relacional y amistosa con Dios, hace posible el equilibrio entre la vida interior y la acción externa. La oración del sacerdote es «unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida» (PO 18). La caridad pastoral y la unidad de vida «no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración, cada vez más íntimamente el misterio de Cristo» (PO 14).

La oración es también ministerio para el sacerdote. Es el ministerio de prolongar la oración sacerdotal de Cristo, de modo parecido a como se prolonga su palabra, sacrificio y acción salvífica. Y es, al mismo tiempo, ministerio de guiar a personas y comunidades por el camino del diálogo con Dios y del encuentro vivencial con Cristo. El mandato del amor se hace realidad a partir de esta actitud oracional.

El sacerdote prolonga la oración sacerdotal de Cristo principalmente en la celebración de la eucaristía, de los sacramentos y de la liturgia de las horas. El amor de Cristo al Padre y a los hombres, hasta dar la vida en sacrificio, se expresa por medio de su actitud dialogal de oración sacerdotal (Hb 10,5-7; Jn 17; Lc 23,46; Hb 7,25). Este ministerio se hace «fuente de piedad y alimento de la oración personal» (SC 90).

La oración del sacerdote, como actitud personal y como ministerio, puede analizarse en diversas perspectivas:

- Sintonía con los sentimientos de Cristo Buen Pastor ante el Padre, en el amor del Espíritu Santo y para la salvación de los hombres.

- Prolongación de la oración sacerdotal de Cristo en medio de la comunidad eclesial y en nombre de la Iglesia, especialmente durante la celebración litúrgica (eucaristía, liturgia de las horas, sacramentos...).

- Actitud relacional con Cristo y como Cristo durante el ejercicio de los diversos ministerios (proféticos, cultuales, hodegéticos y de servicios de caridad).

- Guiar personas y comunidades en todo el proceso de la oración.

- Vivencia personal y comunitaria de los textos y momentos litúrgicos, dando preferencia a la lectura meditativa de la palabra de Dios.

- Discernir los signos de los tiempos a través de los acontecimientos iluminados por la palabra de Dios.

- Actitud contemplativa de apertura ante la palabra, cuestionamiento de la propia vida y unión con Cristo, que lleve al cumplimiento de las exigencias de la caridad pastoral.

- Poner los medios concretos y encontrar tiempo especial de oración según los criterios de la Iglesia para la vida sacerdotal: lección divina, oración mental, retiro espiritual, «diálogo cotidiano con Cristo en la visita eucarística», examen de conciencia, dirección espiritual, etc. (PO 18) 13.

13 La oración del sacerdote tiene siempre relación con su ministerio, aún cuando sea la meditación personal de la palabra. Los estudios de las notas 6 y 12 hacen notar esta relación. Sobre la oración de los salmos; L. ALFONSO SCHOKEL, Treinta salmos, poesía y oración, Madrid, Cristiandad, 1981; L. ALFONSO SCHOKEL, C. CARNITI, Los salmos, Estella, Edit. Verbo Divino, 1992-1993; A. APARICIO, Los salmos, oración de la comunidad, Madrid, Vida Religiosa, 1981; S. BENETTI, Salmos para vivir y morir, Madrid, Paulinas, 1981; P. DRIJVERS, Los salmos, Barcelona, Herder, 1964; J. ESQUERDA, Todo es mensaje, experiencia cristiana de salmos, Madrid, Paulinas, 1982; P. FARNES SCHERER, Moniciones y oraciones sálmicas, Buenos Aires, Claretiana, 1979; M. GASNIER, Los salmos, escuela de espiritualidad, Madrid, Studium, 1960; A. GONZALEZ, El libro de los salmos, Barcelona, Herder, 1966; H. J. KRAUS, Teología de los salmos, Salamanca, Sígueme, 1985; M. MANNATÍ, Orar con los salmos, Estella, Edit. Verbo Divino, 1994; F. VALDENBROUKE, Los salmos y Cristo, Salamanca, Sígueme, 1965.

Hay que dar una importancia al ministerio de prolongar la oración sacerdotal de Cristo, reconociendo su eficacia apostólica (cf. SC 86).

El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo, no sólo celebrando la eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino (SC 83).

Por una antigua tradición cristiana, el Oficio divino está estructurado de tal manera, que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y la noche, y cuando los sacerdotes y todos aquellos que han sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen debidamente ese admirable cántico de alabanza o cuando los fieles oran junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre (SC 84).

 

 

Toda la acción pastoral se hace santificadora cuando se realiza «en el espíritu de Cristo» (PO 13), es decir, actitud de oración relacional con él y de sintonía con sus sentimientos de Buen Pastor. La oración sacerdotal de Cristo, prolongada a través de sus ministros y de toda la Iglesia, es mediación ascendente (que presenta al Padre los problemas de los hombres) y descendente (que presenta a los hombres la palabra y los designios salvíficos de Dios).

La oración del sacerdocio es siempre relación personal con Cristo resucitado presente y, por medio de él, es actitud relacional con el Padre en el Espíritu Santo. Hay que contagiar al mundo y en especial a la comunidad eclesial, de la actitud oracional del Padre nuestro, que se transforma en actitud fraterna del mandato del amor. Este es el objetivo final de toda la acción apostólica y misionera:

Así, finalmente, se cumple en realidad el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: «Padre nuestro» (AG 7).

Guiar a personas y comunidades por el camino de la oración equivale a orientarlas en la actitud filial de autenticidad y de caridad, que se expresa en la oración que nos enseñó el Señor. La oración comienza con una actitud de pobreza ante Dios nuestro Padre, hasta saberse amado por Dios tal como uno es y capacitado para amarle y hacerle amar. Es, pues, un proceso de receptividad y de apertura, a partir de la iniciativa de Dios que habla y ama, reconociendo la propia pobreza y aprendiendo a «estar con quien sabemos que nos ama» (santa Teresa). Es proceso de:

- Apertura (lectura): escuchando la palabra de Dios tal como es y toda entera.

- Cuestionamiento (meditación): dejando actuar la palabra de Dios hasta lo más hondo del corazón.

- Pobreza (petición): sintiendo necesidad de la palabra de Dios en la propia circunstancia de limitación, pecado, debilidad, vida ordinaria (Nazaret), sufrimiento...

- Unión (contemplación): entrando en confianza de hijos en la intimidad divina, gracias a la amistad con Cristo, y manifestando esta unión con Dios en la donación comprometida a sus designios salvíficos en servicio de los hermanos 14.

14 Ver: Carta de la Congregación para la Doctrina de la fe: Algunos aspectos de la meditación cristiana (15.10.89): AAS 82 (1990). Catecismo de la Iglesia Católica parte IV. El tema de la oración cristiana ha merecido muchos estudios en los últimos tiempos. Resumo el contenido doctrinal y bibliografía en Caminar en el amor, dinamismo de la espiritualidad cristiana, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989, cap. IV (Dinamismo del diálogo con Dios).

Predicar la palabra de Dios supone haberla asimilado por medio de esta actitud contemplativa, que hace entrar en el misterio de Dios y en el misterio del hombre (PO 13; LG 41). Para vivir cerca de los problemas humanos, captándolos en su profundidad e integridad, hay que ser contemplativos que han entrado en el corazón de Dios. No se captaría la voluntad divina a través de los acontecimientos, si no se entrara en la contemplación de la palabra de Dios (cf. PO 18). El gozo de la identidad sacerdotal nace de la audacia de encontrar tiempo para la relación personal con Cristo. Orar en el nombre de Jesús equivale a esta unión de relación con él: «Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo» (Jn 16,24).

La caridad del Buen Pastor (la de Cristo y la nuestra) se expresa en un diálogo comprometido con el Padre sobre sus planes salvíficos en bien de todos los hombres. La nube del silencio y de la ausencia de Dios se hace nube luminosa (Mt 17,3), donde Dios deja entender su Palabra o Verbo y Emmanuel: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle» (Mt 17,5).

La comunidad cristiana, las religiones no cristianas y un mundo secularizado piden evangelizadores que tengan experiencia de Dios: «que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible» (EN 76).

6- La cercanía al hombre concreto

La unción sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el momento de la encarnación, cuando el Verbo se hizo carne en el seno de María por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35; cf. Hb 5,1-10). En este sentido Jesús se presenta como ungido y enviado por el Espíritu «para evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Jesús es protagonista, hermano, consorte, responsable de cada ser humano: «El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS 22).

El sacerdote ministro, por participar por la unción y misión de Cristo, participa por ello mismo de su solidaridad con el hombre y de su cercanía al hombre en su situación concreta. Por medio de quienes son sus instrumentos vivos, «Cristo... en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22).

La superación de la dicotomía entre la Iglesia y el mundo y la necesidad de una mayor presencia de la fe en los valores temporales, exigen la adopción de nuevas formas de espiritualidad según las orientaciones del Vaticano II (Medellín XI, 6).

El amor preferencial por el hombre que busca y sufre, es parte del actuar apostólico del sacerdote.

Si es cierto que los presbíteros se deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra unido y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica. Dedíquese también particular diligencia a los jóvenes, lo mismo que a los cónyuges y padres de familia... Tengan, finalmente, la mayor solicitud por los enfermos y moribundos, visitándolos y confortándolos en el Señor (PO 6).

Como Cristo, el sacerdote es «instituido a favor de los hombres para las cosas que miran a Dios» (Hb 5,1).

Todo evangelizador, pero especialmente el sacerdote ministro, debe anunciar la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre (cf. Puebla, 2ª parte, cap. I). La verdad sobre el hombre se descubre en Cristo y es anunciada por la Iglesia como tarea específica y comprometida. La identidad sacerdotal, gozosamente vivida, está en relación directa de esta cercanía evangelizadora:

Se advierte una mayor clarificación con respecto a la identidad sacerdotal que ha conducido a una nueva afirmación de la vida espiritual del ministerio jerárquico y a un servicio preferencial por los pobres (Puebla 670; cf. 1128ss).

La cercanía al hombre en su situación concreta comporta asumir responsablemente la suerte de los más pobres, de los nuevos pobres, de la juventud, la familia, los desplazados por la migración, los enfermos, los ancianos y marginados. Hay que llegar a los sacerdotes de la justicia, del trabajo, de la política, de la educación, de la cultura, del progreso y desarrollo. Son los temas de una pastoral directa (cf. cap. I, nn. 3-4; Puebla 2ª - 5ª parte; Medellín I-IX, EN 19-20; 29-39). La actitud de cercanía es actitud espiritual de diálogo comprometido y de inserción en la historia humana a la luz de la encarnación del Verbo 15.

15 El tema de la inculturación es muy amplio y corresponde al campo de la pastoral. En ese tema se reflejan otros temas pastorales de «inserción». Ver EN 19-20, 63-65; AG 10; GS 44,53; LG 17; Puebla 385-443. Resumo la doctrina y bibliografía actual en: Evangelizar hoy, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1987, cap. VIII (pastoral del diálogo). Ver: A. ALTAREJOS, Inculturación, reflexión misionológica y doctrina conciliar, en La misionología hoy, Madrid, OMP, (1987); B. SECONDIN; Mensaje evangélico y culturas, Madrid, Paulinas, 1986; J. TERAN, Inculturación de la fe y evangelización de las culturas, en América, ha llegado tu hora de ser evangelizadota, Bogotá, CELAM, 1988, 99-147. Además de los documentos y bibliografía citados en la nota 15 del capítulo I, ver RMi 52-56; Santo Domingo 2ª parte, cap. 3; PDV 55; CEC 1206; VC 79-80; EAM cap, II.

Esta inserción y cercanía es siempre de aprecio de la persona humana, «más por lo que es que por lo que tiene» (CS 35). Este amor es como el de Cristo, que «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), cargando con nuestras enfermedades (Mt 8,17), y que es llamada a conversión o cambio profundo respecto al pecado como raíz de todos los males. El mayor bien que se le puede hacer al hombre es el de cerciorarle de que es amado por Dios y que puede hacer de su vida una donación a los hermanos. Este anuncio se realiza con la verdadera caridad de compartir la existencia y los bienes. La cercanía al hombre concreto, a la luz de la encarnación, se convierte, pues, en llamada a la plenitud y perfección humana integral en Cristo.

La cercanía pastoral puede ser en una situación difícil y conflictiva, de urgencia actual y trascendencia histórica, de soluciones inmediatas o a largo plazo. Son los procesos actuales de liberación, inculturación, inmanencia, diálogo, compromiso, etc., que se convierten en un análisis objetivo de la realidad, iluminándola y transformándola a la luz del evangelio. Hay que «poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio» (Juan XXIII, Humanae salutis).

Las características y líneas espirituales de esta inserción o cercanía son las siguientes:

- Asumir la situación humana en su objetividad e integridad.

- Señalar directrices claras en los valores y derechos fundamentales del hombre.

- Respetar las diversas opciones y opiniones técnicas sin exclusivismos ni exclusiones.

- Buscar la luz definitiva y plena en el mensaje evangélico.

- Armonizar la cercanía e inmanencia con la trascendencia y valores del más allá.

- Denunciar el error y el mal (pecado) respetando las personas, venciendo el mal con el bien (cf. Rm 8,21).

- Ejercitar las virtudes del diálogo evangelizador: escucha, aprecio, purificación, llevar a la plenitud de Cristo.

- Para acercarse a los pobres, hay que tener un corazón pobre (por la contemplación de la palabra) y vivir vida pobre.

Especialmente cuando se trata de sectores conflictivos y difíciles, el sacerdote necesita misión, inserción en la pastoral de conjunto, testimonio de pobreza y desprendimiento, independencia respecto a cualquier ideología humana y a todo sistema político y de poder. La política de partido y la participación directa en una responsabilidad de dirección civil no corresponde al sacerdote ministro, precisamente por ejercer un servicio de unidad (cf. PO 6,9; GS 43; can. 285) 16.

16 El tema de la liberación tiene también implicaciones para la espiritualidad cristiana y sacerdotal. Resumo la doctrina y bibliografía en: Teología de la evangelización, Madrid, BAC, 1995, cap. VII, 2, c. Documentos de la Congregación para la doctrina y la fe: Instrucción sobre algunos aspectos de la «Teología de la liberación» (1984); Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación (1986). Estudios en colaboración: Simposio de Teología de la liberación, Bogotá, Presencia, 1970; Teología de la liberación, Burgos, Facultad de Teología, 1974. Ver: C. I. GONZALEZ, La teología de la liberación a la luz del magisterio de Juan Pablo II en América Latina, «Gregorianum» 67/1 (1986) 5-46; G. GUTIERREZ, Teología de la liberación, Salamanca, Sígueme, 1977; A. LOPEZ TRUJILLO, Liberación marxista y liberación cristiana, Madrid, BAC, 1974; E. PIRONIO, Evangelización y liberación, en Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1976, II, 494-513.

Esta línea de esperanza cristiana (de inserción y trascendencia) hace del sacerdote un testigo cualificado del Verbo encarnado y de su misterio pascual de muerte y resurrección. El ya del momento presente es más auténtico cuando no se pierde de vista el todavía no de una plenitud en Cristo que sólo será realidad en el más allá (Rom, 1,17; 8,24-39; LG 48-50; EN 28).

Precisamente esta tensión equilibrada de la esperanza cristiana, basada en la encarnación y en la resurrección de Cristo, es la mejor perspectiva para llevar al hombre por el camino de la perfección. Por esto «la misión del sacerdote está íntegramente consagrada al servicio de la nueva humanidad que Cristo, conocedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo» (PO 16).

Este es el mensaje de las bienaventuranzas. En cualquier circunstancia humana siempre se puede hacer lo mejor: hacer de la vida una donación como imagen y semejanza de Dios Amor (cf. Mt 5,44-48; Lc 6,36). «Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24). Es ésta la perspectiva de la antropología humana cristiana.

La libertad evangélica de esta actuación sacerdotal hace del ministro un testigo (mártir) peculiar de la caridad del Buen Pastor, que dio la vida por todos. Para llegar a dar este testimonio (martirio) se necesita la disponibilidad pastoral hasta el riesgo de perder la propia vida. No raras veces esta actitud martirial llegará al martirio (cruento o incruento), que puede provenir de cualquier grupo que coloque sus ideales por encima del evangelio y de la caridad. Jesús fue crucificado por todos. La verdadera y más profunda inserción en la historia humana es la de vivir y morir amando y perdonando a todos para salvarlos a todos (1 Co 9,19).

El sacerdote debe hacerse disponible para guiar a cada persona y a cada comunidad eclesial por un proceso de perfección, que equivale a ir pensando como Cristo (fe), valorando las cosas como él (esperanza) y amando como él (caridad). Por esto la dirección espiritual (aparte de ser un medio para la propia perfección) es un aspecto del ministerio sacerdotal. La liberación integral de la persona y de la comunidad es un proceso de conversión (cambio profundo de mentalidad) y de bautismo (configuración con Cristo), hasta llegar, con los dones del Espíritu Santo, a la actitud permanente de reaccionar amando (bienaventuranzas).

Para ser pan comido o pan de vida como Cristo, hermano nuestro y protagonista de la historia humana, es necesario un desprendimiento como el de Belén y de la cruz. La capacidad de inserción en una situación humana (liberación, inculturación...) dependerá del grado de la propia inserción en el mensaje evangélico y en los sentimientos y vivencias de Cristo. El Señor se dio a sí mismo, como nota característica del amor de Dios hecho hombre, porque vivió pendiente de los planes salvíficos de Dios Amor sobre el hombre sin buscarse a sí mismo.

Como pastor que se empeña en la liberación integral de los pobres y de los oprimidos, (el sacerdote) obra siempre con criterios evangélicos (Puebla 696).

La espiritualidad del sacerdote, como evangelizador, es, pues, espiritualidad de encarnación; insertarse en la historia humana para compartir la vida de los hermanos, en una marcha hacia el Padre según el mandato del amor. Una pastoral liberadora y misionera tiene estas características de cercanía y trascendencia (cf. Jn 1,14; 13.1).

Guía pastoral

Reflexión Bíblica

- El testimonio evangelizador de los Apóstoles: Hch 2,32 (Pedro); 2 Co 5,14 (Pablo); 1 Jn 1,1ss (Juan).

- Del encuentro con Cristo, a la misión: Mc 3,14; Lc 6,13; Jn 20,21.

- El anuncio, la presencialización y la comunicación del misterio pascual de Cristo: 1 Co 11,23-34.

- Aprender a ser pan comido a partir de la eucaristía: Jn 6,35ss. 48ss.

- La actitud oracional del Buen Pastor: Lc 6,12; Mt 11,25-26; Lc 22,42; Rm 8,34; Hb 7,25.

- Ungidos y enviados como Cristo para evangelizar a los pobres: Lc 4,18; Mt 11,5.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- Cómo relacionar armónicamente los ministerios proféticos, cultuales y de dirección o servicio (PO 4-6).

- Armonía entre la vida espiritual y la acción apostólica: el ministerio como fuente de santificación (PO 12-14; PDV 24-26).

- Contenidos de la predicación y especialmente de la homilía (PO 4; SC 35,52; EN 43).

- Delinear la ascética o espiritualidad del predicador del evangelio (LG 41; PO 4,13; PDV 26,72).

- La eucaristía como presencia, sacrificio, comunión y misión (PO 5; SC 47; PDV 23, 26).

- Dimensión eucarística de la espiritualidad sacerdotal (PO 5,18).

- Los sacramentos en la pedagogía de la fe y del compromiso cristiano (SC 59; PO 5; PDV 26).

- El ministerio de prolongar la oración de Cristo y de guiar a personas y comunidades en la oración (SC 83, 86, 90; Puebla 693-694; PDV 30, 46).

- La opción preferencial por los pobres (Puebla 670, 1128- 1165).

Orientación Bibliográfica

Ver bibliografía sobre algunos temas más concretos en las notas de este capítulo: evangelización y misión (notas 2 y 3), predicación, homilía, palabra de Dios (notas 5 y 6), eucaristía (notas 7 y 8), sacramentos (nota 9), naturaleza de la acción pastoral (nota 10), liturgia de las horas y oración (notas 12, 13 y 14), inculturación (nota 15), liberación (nota 16).

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X- Síntesis y evolución histórica de la espiritualidad sacerdotal

Presentación

La historia de la espiritualidad sacerdotal analiza, en sus circunstancias de espacio y tiempo las figuras de santos sacerdotes, los documentos sobre el sacerdocio, las reflexiones teológicas que se han elaborado a través de los siglos, etc. Pero, sobre todo, sirviéndose de estos mismos datos, penetra cada vez más en el contenido inagotable de la palabra revelada, predicada por la Iglesia, que nos presenta a Cristo Sacerdote y que describe los rasgos del estilo de vida apostólica que corresponde a cada época.

La espiritualidad sacerdotal, como espiritualidad cristiana, por el hecho de ser sintonía con las actitudes del Buen Pastor, está también abierta a un dinamismo que equivale a la acción del Espíritu Santo en la historia de la Iglesia. Es muy importante ir constatando en cada momento histórico cuáles son las líneas de fuerza o la dinámica de esta acción del Espíritu, que invita a los servidores del Pueblo de Dios a profundizar y a vivir su estilo o espiritualidad sacerdotal. Se trata siempre de espiritualidad abierta al futuro, como preparación de nuevos pasos o nuevas etapas, que van acercando más al hecho salvífico de la realidad permanente de Cristo Sacerdote y de su llamada para un seguimiento apostólico. Esta realidad y esta llamada ya están en los textos bíblicos desde hace veinte siglos, pero la predicación y la vivencia eclesial, bajo la acción del Espíritu Santo, los va explicitando cada vez más.

Cada momento histórico del caminar eclesial hace resaltar algún aspecto de la figura de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, que se ha manifestado a través de los signos de la Iglesia. Es una presencia activa de Cristo que sigue enviando su Espíritu con nuevas gracias para afrontar situaciones nuevas. Las figuras sacerdotales, los documentos sobre el sacerdocio, la reflexiones magistrales y las instituciones apostólicas, son, dentro de las limitaciones humanas, signos portadores de una gracia sacerdotal válida para todo momento del caminar eclesial.

Se puede decir que cada época ha tenido gracias a carismas especiales, a modo de un Pentecostés permanente. El estudio de la historia, bajo este prisma de fe, sin perder de vista los condicionamientos sociológicos y culturales, puede ser un medio privilegiado de gracia, que actualice los carismas en situaciones históricas inéditas. Cada época viene a trazar una figura sacerdotal, que llega a tener un cierto valor permanente para afrontar nuevos problemas eclesiales y para responder a nuevas gracias sacerdotales. El estudio de la historia nos ayuda a inculturarnos en un presente que es fruto de un pasado y que prepara un futuro siempre mejor.

La historia de la espiritualidad sacerdotal, de la que aquí presentamos sólo un esbozo, hace ver un dato que es común a toda la historia de la Iglesia: sólo queda para el futuro lo que sea verdaderamente continuación del estilo sacerdotal de Cristo Buen Pastor.

Estudiar la historia no equivale a anquilosarse en el pasado, sino a prepararse para un nuevo caminar, afrontando nuevas situaciones de gracia y de evangelización. La historia de la espiritualidad sacerdotal nunca está hecha perfectamente, porque se está construyendo todavía en la realidad.

La evolución histórica de la espiritualidad, de la vida y del ministerio sacerdotal, encuentra su autenticidad en una línea de seguimiento generoso de Cristo, que se concreta en una disponibilidad para la comunión fraterna, especialmente en el propio Presbiterio de la Iglesia local, y que se abre a los horizontes de la Iglesia universal en un servicio misionero sin condicionamientos ni fronteras 1.

1 Hemos resumido la doctrina sacerdotal bíblica en los capítulos II y III. Ver en esos mismos capítulos los estudios bíblicos. Los textos neotestamentarios principales en los que se ha inspirado toda la historia sobre la espiritualidad sacerdotal, son los que hacen referencia a la elección o vocación, el seguimiento de Cristo, la caridad de Buen Pastor, la misión, la eucaristía, la oración sacerdotal, etc., en relación al Presbiterio y al servicio de la Iglesia. Pedro y Pablo son los modelos de esta espiritualidad evangélica y pastoral.

1- Espiritualidad sacerdotal en la época patrística

La doctrina patrística sobre la espiritualidad sacerdotal es un eco de los textos neotestamentarios sobre el Buen Pastor. Refleja, pues, la vida apostólica, es decir, la vida pastoral que enseñaron y vivieron los Apóstoles.

No encontramos en los Santos Padres una doctrina sistemática y ordenada sobre el sacerdocio, sino más bien, una llamada a vivir las exigencias que comporta la vida pastoral. Sus escritos son una referencia a Cristo Sacerdote, Mediador y Buen Pastor, y al misterio de la Iglesia, a la que sirven los sacerdotes como constructores de un templo vivo en la comunión (Koinonía). El tema mariano (María Tipo de la Iglesia) está relacionado con el misterio de Cristo y de la Iglesia.

El ministerio apostólico de los sacerdotes se presenta como servicio o diaconía, que es participación de la humillación (kenosis) de Cristo Sacerdote. La dignidad sacerdotal consiste en este servicio (servidor de servidores). El Presbiterio, en el que vive el sacerdote, es comunión sacerdotal y principio de comunión eclesial.

La santidad del sacerdote consiste en tener un corazón limpio por la fidelidad al Espíritu Santo, recibido en la ordenación. El don del Espíritu Santo impregna la vida del sacerdote. La referencia a Cristo, ungido Sacerdote y que da la vida como Buen Pastor, es el punto de equilibrio entre la consagración y la misión sacerdotal. Es una santidad que mira al ejercicio del ministerio pastoral, especialmente en el servicio de la palabra, en la celebración de los misterios y en la dirección de la comunidad. La pertenencia permanente al ministerio pastoral constituye la herencia del sacerdote como clérigo que tiene por herencia al Señor.

La diferencia de aspectos de espiritualidad, tal como queda delineada por los Santos Padres, varía según las épocas, países y escuelas. Los Padres de Oriente hacen referencia a la consagración a Cristo; los del Occidente se remiten a la consagración que se recibe en el sacramento del Orden, como participación en la unción y misión de Cristo, a veces se subraya la distinción entre lo humano y divino (escuela antioqueña) y, consiguientemente, se da más cabida a la acción instrumental propia del sacerdote ministro. Otras veces se acentúa la unidad de Cristo (escuela alejandrina) y, por tanto, se dirá que el ministro es movido por la acción divina. En Occidente se urge a una santidad concreta en normas litúrgicas, disciplinares y morales. En Oriente se presenta la dignidad del sacerdote encuadrada en el hecho de ser mediador de la acción divina. Para todos son muy importantes los textos litúrgicos de la ordenación y las normas trazadas por los concilios sobre la vida apostólica en los Presbíteros2.

2 Algunos estudios de conjunto sobre la doctrina sacerdotal en los Santos Padres: AA. VV., Teología del sacerdocio en los primeros siglos, en «Teología del Sacerdocio» 4, Burgos 1972;AA. VV., Il ministero sacerdotale nella Bibia e nella Tradizione, en Il prete per gli uomini d'oggi, Roma, AVE, 1975, sección primera; AA. VV., La Tradition sacerdotale, París, X. Mappus, 1959; G. BARDY, Le sacerdote chrétien du I au V siècle, París, 1954, UNAM Sanctam 28; J. COLSON, Ministre de Jesús Christ ou le sacerdoce de l'évangile, étude sur la condition sacerdotale des ministres chrétiens dans l'Eglise primitive, París, Beauchesne, 1966; J. ESQUERDA, Historia de la espiritualidad sacerdotal en «Teología del Sacerdocio» 19, Burgos, 1985, cap. III; J. LECUYER, El sacerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sígueme, 1960 (quinta parte); I. OÑATIBIA, Introducción a la doctrina de los Santo Padres sobre el ministerio sagrado, en «Teología del Sacerdocio» 1, Burgos, 1969, 93-122; M. RUIZ JURADO, La espiritualidad sacerdotal en los primeros siglos cristianos, en «Teología del Sacerdocio» 9, Burgos, 1977, 277-305; D. SPADA, La fede dei Padri, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1985; A. VILEILA, La condition collégiale des prêtres au III siècle, París, Beauchesne, 1971.

Algunos Santos Padres han sido un punto permanente de referencia durante toda la historia, cuando se ha tratado de formación y de renovación sacerdotal: san Ignacio de Antioquía (cartas sobre la vida sacerdotal en el Presbiterio), san Juan Crisóstomo (seis libros sobre el sacerdocio), san Ambrosio (sobre el ministerio litúrgico), san Agustín (sobre la vida de fraternidad), san Gregoriano Magno (la regla pastoral).

Las cartas de san Ignacio de Antioquía hacia el año 150, presentan la santidad en los ministros, obispos, presbíteros, diáconos, a partir del hecho de ser n o transparencia del Señor en la comunidad eclesial. El obispo es la expresión o tipo e n del Padre, o también la expresión de Cristo como éste lo es del Padre. Por esto en el Presbiterio, como Senado de Dios (carta a la Iglesia de Trallas, 3, 1), el obispo ocupa el lugar de Cristo; los presbíteros ocupan el lugar de los Apóstoles en torno a Cristo.

Todos los ministros, obispos, presbíteros, diáconos, son constructores de la unidad del Presbiterio y, por tanto, de la unidad eclesial. Sin unidad del Presbiterio no habría unidad de la Iglesia. De este modo, desde cada Iglesia local, se eleva al Padre el canto de unidad, como expresión de la voz del mismo Cristo:

Conviene correr a una con el sentir de vuestro Obispo, que es justamente lo que hacéis. En efecto, vuestro Colegio de presbíteros, digno del nombre que lleva, digno también de Dios, así está armoniosamente concertado con su Obispo, como las cuerdas con la lira (Carta de la Iglesia de Efeso, 4,1-2) 3.

3 Para san Ignacio de Antioquia y otros Padres Apostólicos, además de los estudios citados en la nota anterior: D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, Madrid, BAC, 1974; A. QUACQUARELLI (Dir), I Padri Apostolici, Città Nuova, Roma, 1978. Más concretamente sobre san Ignacio; J. C. FENTON, Concepto de sacerdocio diocesano, Barcelona, Herder, 1956; M. MEES. Ignatius von Antiochien ubre das Priestertum, «Lateranum» 57 (1981). Ver también otros Padres y documentos; Didajé (años 90-100), cartas de san Clemente de Roma (años 96-98), san Policarpo de Esmirna (hacia 155), el «Pastor» de Hermas (hacia 140-155), san Ireno (muerto hacia 202), la Traditio Apostólica (con los ritos de ordenación) de Hipólito de Roma (muerto hacia 235), etc.

Los seis libros de san Juan Crisóstomo (344-407) sobre el sacerdocio constituyen el primer tratado amplio sobre el tema sacerdotal, escrito hacia el 386. En estos libros se han inspirado todos los tratados posteriores, así como muchos decretos eclesiales, reglas de formación sacerdotal, etc.

La santidad sacerdotal es una consecuencia o exigencia de una realidad y función ministerial que abarca toda la vida del sacerdote. Se describe siempre en relación al ministerio de la palabra, de la eucaristía y demás sacramentos y del pastoreo en general. La presidencia del sacerdote es en nombre de Cristo para servir a modo de mediación y de reconciliación. La gracia recibida le dedica de modo permanente al servicio de la comunidad. El título de sacerdote tiene sentido de sacrificador y, al mismo tiempo, de santificado o consagrado para el servicio cultural y pastoral. Hay que mantener siempre la unidad en el Colegio de los presbíteros (lib. 4,15). La acción del sacerdote es de paternidad, para hacer nacer nuevos miembros del Cuerpo de Cristo y para edificar la Iglesia. Las virtudes sacerdotales se resumen en la caridad como la del Buen Pastor, expresada en pobreza, castidad, celo, prudencia, mansedumbre, espíritu de oración...

«El sacerdote se acerca a Dios como si todo el mundo le estuviera confiado y fuera el padre de todos» (lib. 6,4).

«El sacerdote ha de poseer un alma más pura que los rayos del sol... mucha mayor pureza se exige del sacerdote que del monje» (lib. 6,2).

«El que ha de recibir el cuidado de las almas necesita exquisita prudencia, gran caudal de gracia de Dios, rectitud de costumbres, pureza de vida y una virtud más humana» (lib. 3,7).

«Tiene que ser, a la vez, grave y sencillo, respetable y benigno, apto para mandar y accesible para la comunicación, incorruptible, humilde, indomable, audaz y manso, y así poder hacer frente a todo» (lib. 3,16) 4.

4 Ver las Obras de San Juan Crisóstomo, Madrid, BAC, 1958. Estudios: G: ALVES DE SOUSA, El sacerdocio permanente en los libros «De Sacerdotio» de San Juan Crisóstomo, «Teología del Sacerdocio» 5 (1973) 1-19; E. BOULARAND, Le sacerdoce, mysstère de crainte et d'amour chez Saint Jean Chrysostome, «Bull. Litt. Eccl» 72 (1971) 3-36; M. LOCHBRUNNER, Über das Priestertum. Historishe und systematische Untersuchung zum Priesterbild des Johannes Chrysostomus, Bonn 1993; F. MARINELLI, La carta del prete. Guida alla lettura del «Dialogo sul sacerdocio» di san Giovanni Crisóstomo, Roma, Rogate, 1986. Entre los Padres Orientales, después de los Padres Apostólicos, hay que tener en cuenta la doctrina sacerdotal de Clemente de Alejandría (150-215), Orígenes (185-253), San Efrén diácono (306-373), San Gregorio Nacianceno (329-390), San Gregorio Niseno (335-396), San Juan Crisóstomo (344-407), San Cirilo de Jerusalem (313- 386), las Constituciones Apostólicas y Didascalia Apostolorum (siglos III-IV), Teodoro de Mopsuestia (muerto hacia el 428), San Máximo Confesor (muerto en 662), etc. Estudios sobre San Gregorio Nacianceno: E. BELLINI, La figura del pastore d'anime in Gregorio Nazianceno, «La Scuola Católica» n. 4 (1971) 269-296; M. SERRA, La carità pastorale in S. Gregorio Nazianceno, «Orientalia Cristiana Periódica» 21 (1955) 337-374; I. OÑATIBIA, La acción divina en las decisiones-ordenaciones sacerdotales, según San Gregorio Nacianceno, «Scriptoria Victoriensia» 40 (1993) 261-178.

San Ambrosio (333-397) describe la vida y el ministerio de los clérigos en su libro De officciis ministrorrum, ofreciendo normas concretas sobre la acción pastoral, especialmente litúrgica y de orientación moral. El clérigo tiene como herencia al Señor y no debe dejarse llevar de deseos terrenales, sino que su mejor ornamento es la castidad. La caridad se demostrará en un especial cuidado de los pobres, en quienes se esconde Cristo. Para poder ser buen consejero, el sacerdote necesita presentar una vida honesta y una actitud de benevolencia, además de ser modelo de virtud. Esta exigencia de vida santa, a ejemplo de Cristo, corresponde al ministerio sacerdotal de predicar y de ofrecer el sacrificio eucarístico.

Verdaderamente es bienaventurado aquél de cuya casa ningún pobre sale con las manos vacías, pues no hay nadie más dichoso que quien se cuida de las necesidades de los pobres y de los enfermos y desamparados (lib. I, cap. 11).

Seguimos a Cristo según nuestra posibilidad... Aunque ahora no se le ve a Cristo ofrecer..., en nosotros El mismo se deja entrever como oferente, cuya palabra santifica el sacrificio que se ofrece (comentario al salmo 38) 5.

5 El libro de San Ambrosio, De Officiis ministrorum; PL 16, 25-194. Estudios: A. BARBIERI, La dottrina del sacerdocio in S. Ambrogio, Muro Lucano 1949; A. BONTAO, L'idea del sacerdocio in S. Ambrogio, «Agustinianum» 27 (1987) 423-464; F. DALBESSIO, Il sacerdote secondo S. Ambrogio, Roma, 1960; C. DOTTA, S. Ambrogio e l'anniversario della consecrazione episcopale, «Ambrosius» 9 (1933) 210-212; R. GRYSON, Le prêtre selon Saint Ambroise, Louvain, Imp, Orientale, 1968; J. HERNANDO, La ordenación y sus «munera» en San Ambrosio, «Teología del Sacerdocio» 9 (1977) 345-387; J. LECUYER, Le sacerdoce chrétien selon Saint Ambroise, «Rev. Univ. Ottawa» 22 (1962) 104-126. Entre los Padres de Occidente, hay que tener en cuenta a San Cipriano (muerto en 258) con sus cartas sobre la vida sacerdotal (Madrid, BAC), San Jerónimo (342-420) con sus cartas (Madrid, BAC), San Agustín (345-439), San León Magno (400-461), San Gregorio Magno (540-604) que resumimos después, etc. Muy parecido a San Ambrosio es San Isidro de Sevilla (570-636) con su libro De ecclesiasticis officiis.

La doctrina y la vida sacerdotal de San Agustín (345-430), obispo de Hipona, se fundamenta en Cristo Sacerdote y Mediador, centro de la historia, como puede verse en «La ciudad de Dios» y en las «Confesiones». Su doctrina y su ejemplo sobre la vida apostólica y comunitaria de los clérigos con su obispo será un punto de referencia continua para las normas posteriores de la Iglesia sobre la vida sacerdotal. La espiritualidad sacerdotal, según San Agustín, tiene las características de un servicio eclesial que nace del amor. Es una presidencia que busca, como el Buen Pastor, el bien de los demás. Es una actitud de servicio ministerial de la palabra y de los sacramentos, como prolongación del servicio de Cristo Sacerdote Mediador y Buen Pastor.

Todos estos, (Pedro, Pablo, Cipriano, obispos mártires, fueron buenos pastores, no sólo por haber derramado su sangre, sino por haberla derramado en defensa de las ovejas; no la derramaron por vanidad, sino por caridad... Al amador, le hiciste pastor... Rogad también por las ovejas descarriadas, para que también ellas vengan a nosotros y reconozcan y amen la verdad, y no haya sino un solo rebaño y un solo pastor (sermón 138).

Los que anuncian a Dios porque le aman, los que anuncian a Dios por Dios, no por sus propios intereses, apacientan las ovejas y no son mercenarios (sermón 137).

Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano (sermón 340).

Encuentro a todos los buenos pastores en un solo pastor... En el mismo Pedro encomendó la unidad... Pero todos los buenos pastores se encuentran en uno, son uno. Ellos apacientan, pero es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no anuncian su propia palabra, sino que se alegran por la palabra del esposo (sermón 46) 6.

6 Obras de San Agustín, Madrid, BAC. Ver: G. ARMAS, Algunas figuras del pastor de almas en los escritos de San Agustín, «Augustinus» 18 (1973) 157-164; G. C. CERIOTTI, Il sacerdocio in S. Agostino, «Renovatio» 14 (1979) 205-22; 234-253; U. DOMÍNGUEZ DEL VAL, El sacerdote pastor según San Agustín, «Salamanticensis» 13 (1966) 401-410; J. HERNÁNDEZ, San Agustín y la espiritualidad sacerdotal, «Teología del Sacerdocio» 3 (1971) 7-44; G. MAJOU, Sulla espiritualità sacerdotale ed episcopale in S. Agostino «La Scula Católica» 93 (1965) 211-222; D. MUCCI, Il sacerdocio di Cristo nella ecclesiologia della «Civitas Dei» di S. Agostino, «Rivista di Ascetica e Mistica» 53 (1984) 12-23; F. PELLEGRINO, Le prêtre serviteur selon Saint Augustin, París, 1968; J. TURRADO, El carácter sacerdotal según San Agustín, en: El sacerdocio de Cristo, CSIC, Madrid, 1969, 23-233; F. VAN DER MEER, San Agustín pastor de almas, Barcelona, Herder, 1965.

La «Regla pastoral» del Papa san Gregorio Magno (540-604) ha sido, durante siglos, junto a los libros de San Juan Crisóstomo, un código de santidad sacerdotal y un tratado o directorio práctico de acción pastoral para obispos y presbíteros. Todas las virtudes del sacerdote dicen relación a los ministerios que ejerce en la comunidad, especialmente al ministerio de la palabra previamente contemplada y al ministerio de la eucaristía. De ahí la necesidad del testimonio de pobreza sacerdotal para no cegar a las ovejas, así como de la oración intercesora y contemplativa, de caridad y celo apostólico.

Sea el prelado prójimo de cada uno por la compasión y aventaje a todos en la contemplación... de manera que ni por aspirar a lo celestial desatienda las flaquezas de los prójimos, ni por atender a las debilidades de los prójimos deje de aspirar a lo celeste (Regla, cap. V).

Cuando el pastor pone sus sentidos en los cuidados terrenos, el polvo levantado por el viento de la tentación ciega los ojos de las ovejas (ibídem, cap. VI) 7.

7 Ver obras de San Gregorio Magno, Madrid, BAC, 1958. Estudios de J. HERNANDO, El arte de «gobernar las almas» según San Gregorio Magno, «Teología del Sacerdocio» 3 (1971) (ver otros estudios en los volúmenes 3, 4, 8, 17); L. SERENTA, La dottrina di San Gregorio Magno sull'episcopato, Torino, Marietti, 1980; J. ZABALETA, El ministerio y la vida sacerdotal de San Gregorio Magno, «Claretianum» 13 (1973) 81-186. Sobre la «vida apostólica» en el Presbiterio, sería necesario profundizar en las figuras de algunos obispos: San Eusebio di Vercelli, San Paulino de Nola, ecc. Ver: Eusebii Vercellensis episcopi quae supersunt: CC, IX, 1975, 103-110; L. DATTRINO, La lettera di Eusebio al clero ed al popolo della diocesi, «Lateranum» 45 (1979) 60-82. Ver otros estudios sobre la época patrística y sobre los concilios visigóticos de los siglos IV- VII: Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap. XIII,notas 1-36. Cfr. J. A. ABAD, El sacerdocio ministerial en la liturgia hispana, «Teología del Sacerdocio» 5 (1973) 351, 394-397; M. AUGE, El sacramento del Orden según los concilios españoles de los siglos IV-VII, «Claretianum» 5 (1964) 71-94. Hay que recordar los santos obispos en la España visigótica del siglo VII: Ildefonso y Julián (Toledo), Leandro (Sevilla), Braulio (Zaragoza), Fulgencio (Ecija). Ver: G. M. VERD, La predicación patrística española, «Estudios Eclesiásticos» 47 (1972) 277-351.

2- Vida sacerdotal en la Edad Media

Al final del primer milenio y a principios del segundo, el Presbiterio fue perdiendo su unidad y su espíritu de vida apostólica o de imitación de la vida de los Apóstoles. Los cánones o normas disciplinares de los concilios fueron señalando directrices para la vida clerical en sus diversos grados, dejando entrever abusos de autoridad y un proceso creciente de defectos y de secularización, que se quiere detener a toda costa. Los clérigos que querían cumplir los cánones se llamaban canónigos y vivían en residencias canónicas (como los monjes no secularizados vivían en los monasterios); a los que no querían vivir según los cánones que les llamaba seculares. La terminología posterior no corresponde, pues, a su origen.

La corriente sacerdotal que quiso continuar poniendo en práctica la vida apostólica, se orientó hacia las directrices dadas por san Agustín. Muchos presbíteros, así como las nuevas Ordenes religiosas, se inspiraron en esta regla agustiniana: canónigos regulares, nótese la redundancia, dominicos (hermanos predicadores), agustinos, trinitarios, franciscanos (hermanos menores), mercedarios, premostratenses... Es difícil deslindar los campos entre la vida monacal y la vida en el Presbiterio (ordo monasticus, ordo canonicus). Casi siempre había un intercambio e incluso una convivencia entre canónigos y monjes. Las exigencias evangélicas eran las mismas; sólo variaba el modo de ponerlas en práctica. Paulatinamente los Presbiterios y las nuevas formas de vida apostólica se fueron independizando y separando entre sí, debido, en gran parte, a la exención.

Obispos, concilios y santos sacerdotes urgieron a practicar nuevamente la vida apostólica o canónica (según los cánones) en el Presbiterio. El concilio romano de 1059, al que dio vigencia Alejandro II en 1063, todavía prescribía la vida común y la pobreza para los clérigos, presbíteros especialmente. San Norberto, hacia 1124 y san Pedro Damián, muerto en 1072, son exponentes de una reacción positiva para salvar la vida apostólica en los Presbiterios de las Iglesias locales. Pero la escisión y la dispersión de la vida eclesial sería pronto un hecho consumado que tendrían consecuencias muy negativas para los siglos posteriores.

Este período histórico de la llamada Edad Media, a pesar de sus limitaciones, se presenta como un arsenal de datos interesantes para la construcción de la espiritualidad sacerdotal en el Presbiterio de todas las épocas. La herencia de los Santos Padres sobre la vida sacerdotal permanecía en muchas Iglesias locales, aunque con añadiduras criticables y, desde luego, con formas muy diversas.

No se puede oponer lo monacal a lo pastoral, ni tampoco lo religioso a lo diocesano. El sacerdocio ministerial, en toda Iglesia particular, forma una unidad fundamental, que se apoya precisamente en la variedad de carismas y que encuentran, o debe encontrarse siempre en el propio obispo el principio de unidad; así ocurría en muchas Iglesias particulares durante la Edad Media, como fruto de una herencia recibida desde tiempos apostólicos y patrísticos.

Uno de los mejores legados de la Edad Media es el de haber trazado los primeros pasos para una formación sacerdotal organizada. En realidad, los clérigos se habían formado en los Presbiterios, junto al propio obispo y en la comunidad de presbíteros y diáconos. Allí se preparaban prácticamente ayudando a la vida pastoral. La doctrina de los Santos Padres servía de orientación espiritual, pastoral y teológica. De ello se habían ocupado ya los concilios visigóticos de los siglos IV-VII.

El Decreto de Graciano (1140) es un arsenal de datos sobre la vida y la formación de los clérigos. Se da mucha importancia a la vida o Regla apostólica (Dist. 25-50), acentuando las virtudes que hacen relación a la acción pastoral y a la celebración litúrgica. En los concilios tercero y cuarto de Letrán (1179 y 1215) se urge a poner en práctica las normas de la Iglesia sobre la formación de los futuros sacerdotes. Algunas afirmaciones pasarán al tesoro de la doctrina permanente sobre las vocaciones sacerdotales: «Es mejor, sobre todo tratándose de sacerdotes, que haya pocos y buenos, que muchos ministros y malos, porque si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo» (Ench. Cleric. 87). Santo Tomás recogerá también el legado de estos concilios cuando dirá: «Dios nunca permitirá que a su Iglesia falten ministros idóneos y suficientes para las necesidades del pueblo cristiano, si se eligen dignos y se rechazan a los indignos» (Suppl. q. 36, a. 4, ad 1).

A pesar de todos estos esfuerzos y de la creación de universidades de gran nivel teológico, la vida clerical se inclinó hacia la secularización, incluso aprovechando las ventajas de una formación intelectual, para fomentar los propios intereses personalistas. La decadencia de la vida clerical, al final de la Edad Media, no elimina sus grandes valores y méritos, especialmente durante sus momentos fuertes de renovación espiritual, que fueron inicio de las grandes escuelas de espiritualidad y de profundización teológica 8.

8 Sobre la situación sacerdotal en esta época: AA. VV., La vita comune del clero nei secoli XI e XII, «Vita e Pensiero», Milano, 1962; J. ESQUERDA, Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c., cap. IV (La vida de los clérigos entre dos milenios); R. GREGORI, La vocazione sacerdotale. I canonici regolari nel Medioevo, Studium, Roma, 1982; N. LOPEZ MARTINEZ, Notas en torno a la historia de hechos y doctrinas sobre el sacerdocio ministerial en la Edad Media, «Teología del Sacerdocio» 1 (1969) 123-153; I. E. LOZANO, De vita apostólica apud canónicos, «Comentarium pro Religiosis» 52 (1971) 193-210 L. SALA BALUST, F. MARTÍN, La formación sacerdotal en la Iglesia, Barcelona, Flors, 1966. Ver otros estudios en: Teología de la espiritualidad sacerdotal, o. c., cap. XIII, 3.

La teología de esta época (escolástica) se fue elaborando de modo sistemático en las escuelas catedralicias y monacales. Respecto al tema sacerdotal, se concretó cada vez más en el sacramento del Orden y en la realidad del carácter, impreso de modo permanente en el ordenado. De este modo se llega a la presentación del sacerdocio ministerial en sí mismo con sus derivaciones espirituales y apostólicas. La espiritualidad sacerdotal encuentra, pues, en la Edad Media, el comienzo de su fundamentación teológica sistemática, especialmente a partir de la teología del carácter sacramental.

Los principales datos patrísticos que se elaboran en esta época tienen un matiz de herencia agustiniana más vivencial. Pero la evolución teológica apunta a unas categorías más ontológicas y aristotélicas, que culminan en santo Tomás: el carácter es como una potencia espiritual activa que configura con Cristo (III, q. 63), quien es la fuente de todo sacerdocio (II, q. 22, a. 4).

El sacerdote ministro es la prolongación visible de Cristo Sacerdote, puesto que obra en persona de Cristo (III, q. 22, a. 4) al servicio de la Iglesia. El sacerdote está dedicado al ministerio de la eucaristía para construir el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. La predicación y los sacramentos conducen a esta realidad eucarística y eclesial. Cristo es causa ejemplar y eficiente del ser, del obrar y de la santidad sacerdotal; el sacerdote ministro es instrumento activo suyo (III, q. 63, a. 3), de cuyo poder participa en el servicio cultual y pastoral.

La evolución teológica corrió a cargo de diversos santos y teólogos, acentuando siempre la acción sacerdotal como instrumento de gracia y participación en la mediación de Cristo. San Buenaventura subraya la semejanza con Cristo servidor y bienhechor (Sent. IV, d. 24, a. 34). San Alberto Magno pone de relieve la transformación en Cristo, Hijo de Dios y Redentor (In IV Sent., d. 6 c, a. 3). Santo Tomás, resumiendo todos estos aspectos, acentúa la participación ontológica y activa en el sacerdocio de Cristo (III, q. 27, a. 5 ad 2; q. 63, a. 1-6). Por esta semejanza, transformación y participación, el sacerdote ministro puede y debe orientar toda su actuación hacia la eucaristía y el Cuerpo místico de Cristo. «El oficio propio del sacerdote es el de mediador» (III, q. 22, a. 1). Su vida está en relación con la humanidad de Cristo; por esto debe ser deiforme (deiformissimus) por la caridad (Suppl. q. 36, a. 1). Para ello, además del carácter permanente, el sacerdote recibe, en el sacramento del Orden, una gracia especial, sacramental, a modo de vigor especial, que hace posible su fidelidad a las exigencias del sacerdocio.

La ordenación sacerdotal preexige la santidad, especialmente porque hay que guiar a otros por el camino de la perfección. Dios no niega la gracia a los que elige para este servicio (III, q. 27, a. 4). La santificación o unción por parte del Espíritu Santo, (línea de los Santos Padres), encuentra en la teología escolástica de esta época una explicación sobre la naturaleza de este don y acción carismática. La exigencia de santidad se presenta, al mismo tiempo, como un deber y como una posibilidad al alcance del ordenado 9.

9 AA. VV., Saint Thomas d'Aquin et le sacerdoce, «Revue Thomiste» 99/1 (1999); J. ESQUERDA, Síntesis histórica de la teología sobre el carácter, «Teología del Sacerdocio» 6 (1974) 211-262; J. GALOT, La nature du caractère sacrementel, Etude Thèologigue, Bruges, Desclée, 1957; S. P. McHENRY, Three significant moments in the theological development of sacramental carácter of Orders: Its origin, standardization, and new direction in Augustine, Aquinas and Congar, Diss. Fordham University, 1983; A. HUERGA, Evolución progresiva de la teología del carácter en los siglos XI-XII, «Teología del Sacerdocio» 5 (1973) 97-148; J. LECUYER, Le sacrement de l'ordination recherche historique et théologique, París, Beauschesne, 1981; N. LOPEZ MARTINEZ, Ordenación para el ministerio. Notas bibliográficas sobre la historia y la teología litúrgica del sacramento del Orden, «Salmanticenses» 39 (1992) 131-160; L. OTT, El sacramento del Orden, en Historia de los dogmas, Madrid, BAC, 1976, t. IV.

Gracias a las nuevas formas de vida sacerdotal, canónica y religiosa y a la profundización de la teología sobre el sacerdocio, comenzó, en la Edad Media, lo que podríamos llamar escuelas o líneas de espiritualidad, que subrayan también algún aspecto de la vida espiritual y apostólica del sacerdote.

La escuela o línea de san Víctor se inspira en la teología sobre el sacramento del Orden. Hugo de San Víctor, muerto en 1140 fue el inspirador de la teología de Pedro Lombardo y de otros teólogos posteriores sobre este tema. En la doctrina de Hugo, el sacerdote es esencialmente mediador para alcanzar la reconciliación y la concordia; está dedicado como clérigo al Señor, con quien ha de tener trato íntimo para dominar sus pasiones y para no atarse a negocios terrenos. Los sacerdotes obran como cooperadores del obispo, a quien obedecen y representan para un mejor cuidado pastoral. La santidad es una exigencia de la celebración de los misterios del Señor.

La escuela o línea benedictina y cisterciense es exponente del monacato occidental, con gran influencia en los Presbiterios, sobre todo en la vida litúrgica, en el sentido del trabajo, ora et labora, la convivencia y hospitalidad, el estudio y la meditación de la palabra de Dios (lectura meditada), etc. Hay que recordar a san Anselmo y San Bernardo, que explican al clérigo las virtudes de la caridad, pobreza, humildad, castidad y obediencia, puesto que ha de profesar la perfección como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios.

La escuela o línea dominicana, con santo Domingo como fundador (1170-1221), es el lazo de unión entre la vida apostólica del Presbiterio y las primeras experiencias de vida religiosa para el sacerdote. El grupo dominicano inicial fue una comunidad sacerdotal como derivación del Presbiterio, pero en circunstancias especiales de apostolado y de espiritualidad: predicar en diversas Iglesias locales o diócesis. La llamada regla de san Agustín sobre la vida apostólica, que se vivía en el Presbiterio de origen (Burgo de Osma, Soria), se adaptó a estas circunstancias de un grupo sacerdotal disponible para la predicación misionera bajo la autoridad de los di versos obispos, más allá de una diócesis concreta y con la ejemplaridad de una fuerte vida evangélica especialmente de pobreza. La predicación va precedida de la contemplación y acompañada de testimonio evangélico (contemplata aliis tradere).

Santo Tomás (1225-1274), que hemos resumido en este mismo apartado, es el teólogo de la escuela. La caridad pastoral es la nota característica del estado de perfección adquirida, como es principalmente en el caso del obispo (II-II, q. 184). Por esto la ordenación sagrada presupone la santidad, puesto que el peso de las órdenes ha de conferirse a paredes bien consistentes por la santidad (II-II, q. 189, a. 1 ad 3). Santa Catalina de Siena (1347-1380), en El diálogo, describe al sacerdote ministro de Cristo y de la Iglesia, como distribuidor de la sangre del Señor, preocupado por la gloria de Dios y la salvación de las almas.

La escuela o línea franciscana subraya dos aspectos del sacerdote ministro: la imitación o seguimiento radical de Cristo, perfección evangélica y la predicación del evangelio a los pobres y a los no cristianos. San Francisco (1182-1226) se convierte en instrumento providencial para despertar el respeto y amor a los sacerdotes, especialmente porque celebran la eucaristía. La originalidad franciscana, en el contexto del movimiento pauperístico no siempre equilibrado del siglo XII y XIII, consiste en la sencillez, alegría y espontaneidad de la pobreza evangélica sin pretensiones de heroicidad. El respeto de san Francisco por los sacerdotes ha quedado expresado en su testamento:

Me dio el Señor y da tanta fe en los sacerdotes... porque no veo ninguna cosa corporalmente en este mundo que aquel altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a otros.

San Buenaventura (1218-1274) describe la santidad requerida para celebrar la eucaristía, en relación a la caridad pastoral y en unión con la humanidad de Cristo. El amor que el sacerdote debe tener a las almas es semejante al afecto del padre o de la madre respecto a sus hijos; su ministerio es análogo al de un arquitecto, agricultor, pastor, fiduciario, médico, centinela y jefe.

Todas estas notas de renovación sacerdotal franciscana, y especialmente el tono de pobreza y de evangelización universal, se encuentran con tonos originales en el beato Raimundo Lull (1235-1316). Su vida laical no le impidió darse por entero a la reforma de la Iglesia en vistas a una rápida evangelización de todas las gentes. Propone la reforma de la vida sacerdotal a partir de las bienaventuranzas, que deben impregnar toda la vida de la diócesis.

La escuela agustiniana, que tiene su origen en la doctrina y en la vida de san Agustín, como vimos en el apartado anterior, encuentra también en esta época su forma «religiosa» no eremítica. De hecho, la corriente agustiniana ayudó a mantener en los Presbiterios el tono de la vida comunitaria y evangélica según los cánones de la Iglesia. Esta escuela tendrá sus mejores exponentes en la época tridentina 10.

10 Sobre las escuelas de espiritualidad y sacerdotales: AA. VV., Le grandi scuole della spiritualità cristiana, Roma, Teresianum, F. M. ALVAREZ, Las grandes escuelas de espiritualidad en relación al sacerdocio, Barcelona, Herder, 1963; M. AUGE, E. SASTRE, L. BORRIELLO, Storia della vita religiosa, Brescia, Queriniana, 1998; A. ROYO, Los grandes maestros de la vida espiritual, Historia de la espiritualidad cristiana, Madrid, BAC, 1973. Ver en Edit. BAC, Madrid, Vida y obras de san Benito, san Anselmo, san Bernardo, santo Domingo, santa Catalina, san Francisco, san Buenaventura, Raimundo Lull.

3- Reforma sacerdotal en tiempos nuevos

En torno al concilio de Trento, se acentuó una corriente renovadora, en parte como reacción a un proceso secularizante de decadencia y en parte como herencia de la teología sacerdotal, de la actividad apostólica y de la vida comunitaria y evangélica que había tenido lugar en los siglos anteriores. En ello influyeron las escuelas de espiritualidad que hemos resumido en el período medieval.

Uno de los hechos más sobresalientes fue la llamada devoción moderna, que tuvo su centro en los Países Bajos y que duró desde el siglo XIV hasta entrado el siglo XVI. Este movimiento espiritual suscitó experiencias de vida comunitaria entre los presbíteros y entre los laicos. También sirvió de aliciente para renovar la predicación. Algunas de las notas características de este fenómeno espiritual, reflejado en el libro Imitación de Cristo influirían decisivamente durante siglos en la vida del sacerdote: acento en la imitación de las virtudes de Cristo, metodización de la vida de oración, importancia de la predicación y catequesis, dirección espiritual por el cambio de perfección, devoción o sintonía afectiva con lo que se predica apartamiento del mundo... No hay que olvidar que algunos de estos aspectos son una reacción contra defectos de la época y que, por tanto, pueden presentar algunas imperfecciones inherentes al mismo movimiento de reforma.

La renovación espiritual anterior a Trento se fue generalizando, no siempre en la línea de la devoción moderna, y plasmó en grupos, asociaciones y movimientos sacerdotales, que reflejaron su ideal en escritos y en realizaciones de vida comunitaria. Algunas escuelas de espiritualidad cristiana y sacerdotal tienen su origen en esta época en torno a Trento. Las agrupaciones de clérigos y de laicos se iban multiplicando y extendiendo concretándose en la ayuda fraterna para adquirir la santidad cristiana y sacerdotal, y para una mayor eficacia apostólica y de servicio a los necesitados.

Muchas de estas experiencias quedaron sin estructuras concretas y, al no encontrar tampoco cauce en el Presbiterio de las Iglesias locales, desaparecieron durante los siglos posteriores o tomaron un rumbo más independiente. No obstante, los Presbiterios se beneficiaron de todas estas corrientes de renovación elevando el nivel espiritual del clero. La época en torno a Trento es fecunda en libros y opúsculos sobre la santidad sacerdotal, así como en directorios de pastoral escritos por obispos y santos sacerdotes. Muchas veces, el Presbiterio en cuanto tal fue refractario a estas reformas espirituales y pastorales, debido principalmente a un rígido y personalista sistema beneficial, que fue también una rémora para la aplicación de las directrices conciliares de Trento 11.

11 Para esta época ver la Historia de la Iglesia. En cuanto al tema sacerdotal: Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, 1985, cap. V. Para la «devoción moderna»; R. G. VILLOSLADA, La Devotio Moderna, «Manresa» 28 (1956) 315-350. Sobre la figura ideal del pastor según los escritos de la época; J. I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma, Roma, Instituto Español de Estudios Eclesiásticos, 1963; BARTOLOMÉ CARRANZA, Speculum pastorum, Salamanca, 1992 (edic. de J.T. Tellechea). Sobre santo Tomás de Villanueva; A. LLINCHAFER, El sacerdocio en santo Tomás de Villanueva, «Revista Agustiniana» 27 (1986) 365-443; Idem, Santo Tomás de Villanueva, fidelidad evangélica y renovación eclesial, Madrid, Edit. Rev. Augustiniana, 1996. Sobre el sacerdocio según la doctrina de Trento; J. A. DE ALDAMA, El sacerdocio temporal en la sesión 23 del concilio de Trento, «Teología del Sacerdocio» 5 (1973) 149-165; H. E. BOULARAND, Le sacerdoce de la loi nouvelle d'après le Décret du Concile de Trent sur le sacrement de l'Ordre, «Bull. Litt. Ecclésiastique» 56 (1955) 193-228; S. DIANICH, La teologia del prebiteraro al concilio di Trento, «Scuola Católica» 5 (1971) 331-358; A. DUVAL, L'Ordre au concile de Trente, en: Etudes sur le sacrement de l'Ordre, París, Cerf, 1975, 277-324; J. GALOT, Le caractère sacerdotal selon le concile de Trente, «Nouvelle Revue Théologique» 93 (1971) 223-246. Ver otros estudios en la nota siguiente.

La reforma sacerdotal suscitada por el concilio de Trento se concretó en una renovación pastoral y espiritual de los sacerdotes, eliminando o debilitando, de este modo, la raíz de muchos desórdenes clericales. La base se esta reforma está en la presentación de la doctrina teológica sobre el sacerdote, tomada en gran parte de santo Tomás de Aquino (ses. 23 del concilio).

En la doctrina conciliar de Trento, hay que distinguir los textos dogmáticos y los textos de reforma. Los primeros, además de exponer la doctrina teológica sacerdotal, ponen el acento en el ministerio de la eucaristía y del perdón (ses. 23, cap. I-IV). Los textos de reforma acentúan la formación (Seminario), la cura pastoral, la predicación y la catequesis (ses. 23, Decretos de reforma). El llamado Catecismo Tridentino (publicado posteriormente, en 1566) recoge todos estos aspectos.

El aspecto pastoral de la vida del sacerdote, descrito o deseado por el concilio, es muy notable: debe conocer la situación de los fieles, sacrificarse por ellos, dar testimonio, ejercer el ministerio de la palabra y de los sacramentos, prestar atención especial a los pobres y necesitados... Todo ello suponía una reforma personal por medio de una vida profunda de oración, castidad y pobreza.

La formación sacerdotal por medio de las instituciones de Seminarios, fue una de las grandes y trascendentales decisiones de Trento (ses. 23, can. 18 de reforma). La formación pastoral de los futuros presbíteros se adquiriría en el servicio que los seminaristas prestarían en las catedrales debidamente reformadas...

«Establece el santo Concilio que todas las catedrales, metropolitanas e iglesias mayores, tengan obligación de mantener y educar religiosamente, e instruir en la disciplina eclesiástica, según la posibilidades y extensión de las diócesis, cierto número de jóvenes de la misma ciudad y diócesis, o, a no haberlos en ésta, de la misma provincia, en un colegio situado cerca de las mismas Iglesias, o en otro lugar oportuno, a elección del obispo. Quiere también el Concilio que se elijan con preferencia los hijos de los pobres, aunque no excluye los de los ricos, siempre que se mantengan en sus propias expensas y muestren deseos de servir a Dios y a la Iglesia»... (ses. 23, can. 18 de reforma).

No todas las directrices de Trento pasaron a la práctica, sobre todo en cuanto a la formación pastoral de los futuros sacerdotes. Los decretos conciliares encontraron, en general, una aplicación muy tardía, en algunos casos, después de un siglo. El ministerio sacerdotal dejó de ser paulatinamente el objetivo de aspiraciones económicas. Pero el concilio no pudo aprovechar todos los factores prácticos de reforma y de renovación que iban surgiendo en los Presbiterios, especialmente cuanto se refiere a la vida comunitaria y a la perfección evangélica de los sacerdotes. En estos puntos tan importantes, el mérito principal recae en las agrupaciones de clérigos y en los santos sacerdotes de la época.

No debe confundirse la doctrina sacerdotal de Trento con las polémicas teológicas originadas después del concilio. Estas discusiones postridentinas polarizaron la atención, olvidando los aspectos pastorales y el equilibrio de ministerios que el concilio había patrocinado 12.

12 Además de los estudios de la nota anterior, ver: F. DELGADO, El sacramento del Orden en los teólogos de la escuela salmantina, «Teología del Sacerdocio» 6 (1974) 183.209; J. MARTÍN ABAD, Líneas de fuerza de la espiritualidad sacerdotal en la reforma conciliar del siglo XVI, «Teología Espiritual» 18, (1974) 299-338; P. MARTÍN, Catecismo Romano, Madrid, BAC, 1956; L. OTT, La teología postridentina, en Historia de los dogmas, Madrid, BAC, 1976, IV, 5, cap. VII; L. SALLA BALUST, F. MARTÍN, La formación sacerdotal en la Iglesia, Barcelona, Flors, 1966, cap. III-IV; J. TELLECHEA, La espiritualidad sacerdotal en la época moderna, en La espiritualidad del presbiterio diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 409-425.

Las escuelas de espiritualidad, que ya hemos visto en la época anterior, tuvieron ahora un influjo importante en la doctrina y vida sacerdotal. Las escuelas benedictina, dominicana, franciscana y agustiniana, siguieron cooperando a esta renovación. Baste recordar el Exercitatorio de la vida espiritual (Monserrat 1500) de García de Cisneros (1455-1510) (escuela benedictina); la reforma clerical iniciada en España antes de Trento por el cardenal Franciscano de Cisneros (1436-1517) (escuela franciscana); el testimonio y la doctrina de santo Tomás de Villanueva arzobispo de Valencia (1488-1555), Alfonso de Orozco (1500-1591) y Fray Luis de León (muerto en 1591) (escuela agustiniana). Obras apostólicas y escritos de san Vicente de Ferrer (1350-1419), Fray Luis de Granada (1504-1588) y Bartolomé de los Mártires (1514-1590) (escuela dominicana); vida y escritos de san Miguel de los Santos (1591-1625) (escuela trinitaria), etc.

A estos escritores y santos de las escuelas antiguas hay que añadir los de las escuelas que nacen o se renuevan en la época de Trento: escuela carmelitana, escuela ignaciana o jesuítica.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582) fomentó la oración a favor de la santidad sacerdotal (camino, cap. 3) y, a través de Ana de san Bartolomé, tuvo cierta influencia en la renovación espiritual y sacerdotal de Francia (s. XVII). San Juan de la Cruz (1542-1591) dejó una fuerte huella en el aspecto contemplativo de la espiritualidad sacerdotal, recordando el ejemplo del Buen Pastor (Cántico, canc. 22) y señalando la importancia evangelizadora de la contemplación (Cántico, canc. 29,2-3).

La escuela ignaciana, que tiene su origen en san Ignacio de Loyola (1491-1556), ha comunicado a la vida sacerdotal una serie de actitudes espirituales: seguimiento de la voluntad de Dios a imitación de Cristo, metodología en la oración, de vida como clérigos regulares, etc. Son líneas reforzadas por ejemplo de santidad y por la doctrina de grandes escritores: san Francisco Javier (1606-1552), san Francisco de Borja (1510-1572), san Alfonso Rodríguez (1531-1617), Luis de la Puente (1554-1624), etc. 13.

13 Sobre san Ignacio: J. O`DONELL, S. RENDINA, Sacerdocio e spiritualità ignaciana, Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 1993. Ver autores y obras de las diferentes escuelas en sus respectivas ediciones de la Edit. BAC (Madrid). Datos bibliográficos sobre cada autor y escuela según la doctrina sacerdotal: Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c., en la nota 11. Para ampliar estos datos nos remitimos a la nota 10 de este capítulo. Ver también: J. ESQUERDA, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap, XIII.

San Juan de Avila (1499-1569), patrono del clero secular hispano (desde 1946), puede considerarse el santo del sacerdocio en el siglo XVI. Podría ser la figura clave para hablar de una escuela sacerdotal hispana. Influyó en casi todos los santos sacerdotes de su época. Su acción pastoral fue una pauta que siguieron muchos obispos y sacerdotes discípulos y amigos suyos: predicación, dirección espiritual, creación de instituciones educacionales y caritativas, entre las que sobresalen los primeros seminarios españoles antes de Trento. Su doctrina sacerdotal se encuentra principalmente en estas publicaciones: «Tratado sobre el sacerdocio», «Pláticas a los sacerdotes», «Memoriales al concilio de Trento» y al sínodo de Toledo, cartas, sermones. Sus líneas básicas sobre el sacerdocio son las siguientes:

- obrar en nombre de Cristo Sacerdote,

- actuar como mediador en unión a Cristo,

- predicador de la palabra, ministro de la eucaristía, servidor de la caridad en la comunidad,

- imitación de las virtudes del Buen Pastor: caridad, pobreza, obediencia, castidad,

- vida en el Presbiterio y en unión con el propio obispo.

Según san Juan de Avila, la formación en los Seminarios debía ser eminentemente pastoral y de exigencias evangélicas, así como de especialización según los diversos sectores pastorales. Las perspectivas de su espiritualidad giran en torno a la eucaristía, la fidelidad a la acción del Espíritu Santo, la devoción mariana, el servicio de la Iglesia para el bien de todos los hombres. Cristo Sacerdote, en su vida íntima de relación con el Padre y de amor a los hombres, es el punto de referencia de la santidad del sacerdote 14.

14 Sobre la doctrina y figura de san Juan de Avila, ver bibliografía, escritos y estudios en: SAN JUAN DE AVILA, Obras completas, Madrid, BAC, 1970-1971 (6 volúmenes). Sus escritos sacerdotales: Juan de Avila, escritos sacerdotales, Madrid, BAC, 1979. Nueva edición de las obras: 2000ss. Datos bibliográficos y doctrinales base: B. JIMÉNEZ, El maestro Juan de Avila, Madrid, BAC popular, 1988. Estudio sobre la escuela sacerdotal avilista en su contexto e influencia histórica; J. ESQUERDA BIFET, Introducción a la doctrina de San Juan de Avila, Madrid, BAC, 2000; Idem, Diccionario de san Juan de Avila, Burgos, Monte Carmelo, 1999. En ambos estudios se recoge la bibliografía actual sobre el Maestro Avila, distribuida por materias. San Juan de Avila, siendo neosacerdote, se alistó para la evangelización del Nuevo Mundo como acompañante del primer obispo de Tlaxcala Julión Garcés; pero el arzobispo de Sevilla le retuvo en España; algunos de sus discípulos pudieron cumplir este deseo del Maestro Avila. Su doctrina sacerdotal contagiaba a sus colaboradores, amigos y discípulos, entre los que destacan grandes santos y autores espirituales, como Juan de Dios, Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Juan de Ribera, Luis de Granada, Tomás de Villanueva, etc. «En cruz murió el Señor por las almas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerzas para parirlos» (sermón 81). «Pastora (María), no jornalera que buscase su propio interés, pues que amaba tanto a las ovejas que, después de haber dado por la vida de ellas la vida de su amantísimo Hijo, diera de muy buena gana su vida propia, si necesidad de ella tuvieran. ¡Oh ejemplo para los que tienen cargo de almas!» (sermón 70), «Si cabeza (obispo) y miembros (presbíteros) nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados» (Plática sacerdotal 1ª).

Antonio de Molina (1560-1619), cartujo de Burgos, escribió un tratado de santidad sacerdotal que fue libro de cabecera de muchos sacerdotes y que consiguió varias ediciones y traducciones en otros idiomas. Depende en parte de san Juan de Avila y tuvo cierto influjo en la escuela sacerdotal francesa: «Instrucción de sacerdotes, sacada de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Santos Doctores de la Iglesia». Analiza principalmente la dignidad sacerdotal, santidad y virtudes específicas, celebración eucarística, oficio divino, sacramento de la penitencia, etc.

San Juan de Ribera (1531-1611), arzobispo de Valencia, destaca por su ejemplaridad de vida y su acción de reforma en la vida clerical, especialmente en la predicación. Amigo y admirador de San Juan de Avila, se puede comparar su figura con la de su gran contemporáneo san Carlos Borromeo (Juan XXIII).

San José de Calasanz (1557-1648) fundó en 1617 la Congregación de Clérigos Regulares de las Escuelas Pías. Su labor sacerdotal se centra en la educación de la juventud. El santo dejó una impronta de pobreza y de humildad, al renunciar a altos cargos para poder entregarse al bien espiritual de los pequeños.

Como puede apreciarse, esta lista de santos y escritores son principalmente de los siglos XVI y XVII y del sector hispano e iberoamericano; en seguida resumiremos otros sectores geográficos: francés, italiano, centroeuropeo. Pero no hay que olvidar que las fronteras geográficas de los estados moderno no corresponden a la universalidad de la predicación y de la teología de esos siglos. Por esto, en el encuentro con el Nuevo Mundo, América Latina, estos escritos y escuelas se desplazaron a la nueva cristiandad con el deseo de vivir un cristianismo auténtico.

En América Latina las escuelas, los santos, pastores, escritores y mártires, destacan por su labor pastoral y catequética, organización de la Iglesia naciente por medio de Sínodos, como los de México y Lima en el siglo XVI; directorios de pastoral, como el «Itinerario para párrocos de Indias», en Ecuador, s. XVII, defensa de los derechos fundamentales de los indios y de los pobres, etc. Se han hecho notar a nivel de Iglesia universal algunos santos sacerdotes y obispos como: santo Toribio de Mogrovejo en Perú (1538-1606), san Luis Beltrán en Colombia (1526-1581), san Pedro Claver en Cartagena de Indias (1580-1654), san Francisco Solano en Perú y Argentina (1549-1610), el beato Junípero Sierra (1713-1784) en México y California, etc. Pero a esta lista hay que añadir misioneros y mártires en Paraguay, san Roque González de Santa Cruz y compañeros mártires, en Brasil, beato José Anchieta, beato Ignacio de Azebedo y compañeros mártires, beatos Esteban Zudaire y Juan de Mayorza. No se pueden olvidar misioneros y mártires nativos de América Latina como el mexicano san Felipe de Jesús, mártir en Japón. Para la historia de la evangelización hay que añadir también grandes figuras de obispos, sacerdotes, y mártires. Los santuarios marianos fueron un punto básico de acción catequética, caritativa y pastoral 15.

15 Ver estudios sobre las figuras que acabamos de resunir, en: Teología de la espiritualidad sacerdotal, o, c., cap. XIII, n. 4, D. Hay que recordar también, otras grandes figuras de pastores, como Julián Garcés (1452-1542), primer obispo de Tlaxcala; Antonio de Valdivieso (muerto en 1550), primer obispo «mártir» del Nuevo Mundo (en León, Nicaragua); Vasco de Quiroga (1470-1565), obispo de Michoacán; Juan de Zumárraga (1468-1548), que fue el primer obispo de México; Antonio Montesino (1470-1530), misionero en Santo Domingo; Bartolomé de las Casas (1474-1566), obispo de Chiapas, defensor de los indios; Eusebio Kino (1645.1711), misionero en México; Toribio de Motolinia (muerto en 1569), también misionero en México; Antonio Margil de Jesús (1657-1726), México y Centroamérica, etc. Las figuras sacerdotales del siglo XIX y XX, las recordaremos en el apartado siguiente (nota 23). Para ampliación de datos: AA. VV., Testigos de la fe en América Latina, Buenos Aires, (y Estella), Verbo Divino, 1986; G. M. HAVERS, Testigos de la fe en México, Guadalajara, 1986; J. HERAS, Quinientos años de fe, historia de la evangelización en América Latina, Lima, 1985. Historia más general; AA. VV., Historia de la evangelización de América, trayectoria, identidad y esperanza de un Continente, Lib. Edit. Vaticana, 1992; R. BALLAN, Misioneros de la primera hora, grandes evangelizadores del Nuevo Mundo, Madrid, Edit. Mundo Negro, 1991; L. LOPETEGUI, F. ZUBILLAGA, Historia de la Iglesia en América Española, Madrid, 1965-1966 (2 vol.).

Siempre se ha reconocido el gran mérito de la llamada escuela sacerdotal francesa del siglo XVII, casi un siglo después de Trento. Se consideran autores-fundadores de esta escuela las siguientes figuras sacerdotales: el cardenal Pedro de Bérulle (1575-1629), quien fundó el «Oratorio» en 1611 y escribió uno de los libros más célebres sobre el sacerdote (L'idée du sacerdoce et du sacrifice du Jesús-Christ); san Juan Eudes (1601-1680), llamado el santo del sacerdocio; Juan Santiago Olier (1608-1657), que colaboró en la fundación de Seminarios con san Vicente de Paúl y san Juan Eudes; Carlos Condren (1588-1641); san Vicente de Paúl (1576-1660), quien creó un grupo sacerdotal, los lazaristas, dedicado a la predicación o misión entre las clases más pobres. Congregación de la Misión: con Olier y san Juan Eudes, influyó decisivamente en la creación de los primeros Seminarios en Francia (desde 1642). A estas figuras hay que añadir a grandes santos que forman parte, en cierto modo, de la escuela sacerdotal francesa: san Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra, maestro de espiritualidad, pastor de almas y reformador del clero; san Luis Mª Grignon de Montfort (1673-1716), gran promotor de la piedad popular especialmente mariana 16.

16 Las Historias sobre la espiritualidad destacan la importancia e influencia de esta escuela. Ver: F. M. ALVAREZ, Las grandes escuelas de espiritualidad, Barcelona, Herder, 1963; R. DEVILLE, L'école française de spiritualité, París, Desclée, 1987; D. DILLENSCHNEIDER, La teología del sacerdocio en el siglo XVII, en Enciclopedia del Sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957, t. IV, 27-55. Ver en las ediciones BAC, (Madrid) las obras de san Vicente de Paúl, san Francisco de Sales, san Luis Mª Grignon de Montfort. Sobre san Juan Bautista de la Salle (1651-1719), fundador de las Escuelas Cristianas, ver; J. B. LÍAN, Espíritu, sentimientos y virtudes de san Juan Bautista de la Salle, Madrid, 1962. Sobre cada figura de la escuela francesa, ver bibliografía en: Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o. c., cap. XIII, n. 4, E.

La escuela francesa basa la espiritualidad sacerdotal en el sacerdocio de Cristo (Sacerdote y Víctima), especialmente a la luz del misterio de la Encarnación. La espiritualidad sacerdotal arranca del hecho de participar en el ser, en el obrar, y en la intimidad de Cristo, para dar la propia vida en sacrificio. Acentúa la imitación de Cristo muerto y resucitado, en sus tres miradas: al Padre para conocer sus designios salvíficos, a los hombres para salvarlos, así mismo para ofrecerse como víctima. María es Madre de Cristo Sacerdote y especialmente del sacerdote ministro como Jesús viviente (san Juan Eudes). La escuela francesa ha tenido influencia decisiva en la formación sacerdotal, también por el hecho de que la dirección de muchos Seminarios ha estado a cargo de los PP. Sulpicianos, Eudistas y Lazaristas 17.

17 Además de la nota anterior, ver: J. O. BARRES, Jean-Jacques Olier's priestly spirituality: mental prayer and virtues as the foundation for the direction of souls, Romae, Pont. Univ. Sanctae Vía, 1999; Y. KRUMENACKER, L'école française de spiritualité, Paris, Cerf, 1998; P. POURRAT, El sacerdocio, doctrina de la escuela francesa, Vitoria, 1950; W. M. THOMPSON, Edit, Bérulle and the french school. Selected writings, New York, Paulist Press, 1989.

Se podría hablar de una escuela sacerdotal italiana (siglos XVI y XVII), enraizada en la escuela franciscana y dominicana, especialmente si se tiene en cuenta algunos santos sacerdotes, grandes pastores y fundadores de grupos sacerdotales 18.

18 (San Carlos Borromeo) Omelie sul'Eucaristia e sul sacerdozio, Paoline, Roma, 1984; E. CATTANEO, La santità sacerdotale vissuta da san Carlo, «Scuola Católica» 93 (1975). Además de san Carlos Borromeo y san Gregorio Barbarigo (citados en el texto), hay que recordar a: san Cayetano de Thiene (1480-1547), fundador de los teatinos; san Antonio Mª Zacaría (1502-1539), fundador de los barnabitas; san Felipe Neri (1515-1595), fundador de los oratorianos; san Jerónimo Emiliano (1486-1537), fundador de los somascos; Juan Mateo Giberti (muerto en 1543), obispo de Verona; san Alfonso Mª de Ligorio (1696-1787), fundador de los redentoristas, patrono de los confesores y moralistas, trabajó incansablemente por la renovación del clero, especialmente en el campo de la espiritualidad y pastoral sacerdotal. San Pablo de la Cruz (1694-1775), fundador de los pasionistas, presenta la espiritualidad sacerdotal a la luz de Cristo crucificado. Ya en el siglo XIX, habrá que recordar a grandes figuras como san Juan Bosco (1815-1888), fundador de los salesianos; bto. Daniel Comboni (1831-1881), fundador de los misioneros y misioneras «combonianos»; bto. José Allamano (1851-1926), fundador de los misioneros y misioneras de la Consolata; bto. Pablo Manna (1872-1952), del Instituto Pontifiio de las Misiones Extranjeras; Guido Mª Conforti (1865-1931), fundador de los misioneros «javerianos» de Parma, etc. Ver: AA. VV., Le grandi scuole della spiritualità cristiana, Roma, Teresianum, 1984. Otros datos y estudios sobre estas figuras: J. ESQUERDA BIFET, Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o. c., cap. XIII, n. 4, F.

San Carlos Borromeo (1538-1584), arzobispo de Milán, aplicó cuidadosamente los decretos de reforma del concilio de Trento, especialmente en cuanto a la erección de Seminarios y a la reforma del clero. San Gregorio Barbarigo (1625-1697),obispo de Bérgamo y posteriormente de Padua, dedicó sus mejores cuidados a la formación del clero según las directrices de Trento. Ponía el acento en la formación espiritual y científica de los futuros sacerdotes.

Centroeuropa destaca por una figura extraordinaria: Bartolomé Holzhauser (1513-1648), cuya doctrina y obra de pastoral sacerdotal se extendió por casi todas las naciones europeas, con alguna repercusión posterior en Latinoamérica. La obra de Holzhauser se basa en restablecer la vida apostólica del clero en la propia diócesis. Creó Seminarios y centros sacerdotales para fomentar la vida comunitaria y asegurar la armonía entre la espiritualidad y la acción apostólica. Su obra comienza hacia 1640 y continuó después de su muerte hasta comienzos del siglo XIX. La Unión Apostólica se puede considerar una continuación de este esfuerzo de espiritualidad del clero diocesano 19.

19 Mª ARNETH, Holzhauser, en Dict. Spirit. t. VII, cl 590-597. Sobre los continuadores de Holzhauser, como Mons. Lebeurier y otros, ver: O. OLICHON, Monseñor Lebeurier y la Unión Apostólica, Vitoria, 1951. La figura sacerdotal del danés Beato Niels Stensen (1638-1686), científico y obispo (en Munich y Hamburgo), tuvo gran influencia en diversos países europeos. Fuera de Europa, además de las figuras latinoamericanas mencionadas más arriba (y en la nota 15), habría que recordar a innumerables figuras de sacerdotes en la Iglesia oriental y entre los misioneros de ultramar, como el sacerdote indio José Vaz (1651-1711) misionero de Sri Lanka (Ceylán) en momentos de persecución.

4- Figuras y doctrina sacerdotal

antes del Vaticano II

La riqueza espiritual de los siglos anteriores produciría sus frutos en las figuras de santos sacerdotes durante los siglos XIX y XX. Son muchos los obispos y presbíteros beatificados, canonizados, o con fama de santidad, que pertenecen a esos siglos. Estas figuras son maestros de pastoral, que «nos siguen hablando a cada uno de nosotros» (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo de 1979).

Las figuras sacerdotales son modelo de seguimiento evangélico y, por ello mismo, de una disponibilidad incondicional para la acción apostólica y caritativa. Habrá que recordar que la inmensa mayoría de esas figuras quedará siempre en el anonimato, como en el caso de tantos misioneros y de tantos párrocos y educadores que sembraron el evangelio y suscitaron con su testimonio numerosas vocaciones sacerdotales. El resurgir sacerdotal inmediatamente anterior al concilio se apoya en la calidad de estas figuras sacerdotales, así como en la doctrina del magisterio y en los estudios sobre el sacerdocio 20.

20 Ver bibliografía y escritos de estas figuras en: Dictionnaire de Spiritualité (Beauchesne) y Dizionario degli Instituti di perfezione, Roma, Paoline, 1973: Biblioteca Sanctorum, Roma, 1961-1987. Algunas figuras sacerdotales en: F. M. ALVAREZ, Perfiles sacerdotales, Barcelona, Herder, 1959; G. BARRA, Héroes del sacerdocio moderno, Barcelona, Casulleras, 1957; F. CIARDI, Los fundadores, hombres del Espíritu, Madrid, Paulinas, 1983; B. JIMÉNEZ, La espiritualidad española en el siglo XIX español, Madrid, FUE, 1974; J. RICART, Jornaleros de Cristo, Barcelona, 1960. Sobre figuras sacerdotales en América Latina, ver la nota 15 de este capítulo.

Entre estas figuras sobresale san Juan Mª Bautista Vianney, Cura de Ars (1786-1859), declarado patrono de los párrocos por Pío XI en 1929. Juan XXIII, con ocasión del centenario de la muerte del santo párroco, publicó la encíclica Sacerdotii nostri primordia (1959), en la cual lo presenta como modelo de virtudes sacerdotales, pobreza, castidad y obediencia, a la luz de la caridad del Buen Pastor, así como de celo pastoral, caridad, predicación, catequesis, reconciliación.

El resurgir evangelizador de esta época cuenta con grandes figuras misioneras, que supieron abrir nuevos cauces a la evangelización, como san Antonio Mª Claret en Cuba (1807-1870) y los mártires san Pedro Chanel (1803-1841) y el beato Juan Mazzuconi (1826-1855) en Oceanía, y el beato Valentín de Berrío-Ochoa (1827-1861) en China, etc. 21.

21 F. TROCHU, El santo Cura de Ars, Barcelona, 1953. Estas figuras forman ya una lista interminable, especialmente entre fundadores de instituciones y movimientos misioneros: Marion de Bresillac, Eugenio Mazenod, san Miguel de Garricoits, Francisco Liberman, Teófilo Verbist, Juan Claudio Colin, Daniel Comboni, Carlos Lavigerie, Francisco Pfanner, Agustín Planque, Bto. Alnoldo Janssen, Carlos de Foucauld, José Allamano, Guido Mª Conforti, Pablo Manna, Miguel Angel Builes, Santiago Spagnolo, Gerardo Villota..., Algunas figuras, como el P. Damián de Veuster, el apóstol de los leprosos, y el P. Alberto Peryguère, apóstol de Marruecos, se han hecho proverbiales. Además de la bibliografía citada en la nota anterior, ver: P. CHIOCCHETTA, I grandi testimoni del Vangelo. Pagine di spiritualità missionaria, Città Nuova, Roma, 1992; G. SOLDATI, I grandi missionari, Bologna, EMI, 1985; G. ZANANIRI, Figures missionnaires modernes, París, Casterman, 1963.

San Pío X, José Sarto (1835-1914), párroco, obispo y Papa, es otra figura sobresaliente que resume la actuación de tantos párrocos y catequistas anónimos. Es el Papa del catecismo, de la eucaristía, de la reforma de la Curia, y de la reorganización de los Seminarios. Su vida fue un gesto profético: «nacido pobre, vivido pobre y seguro de morir pobre» (testamento). Preparó el resurgir misionero de principios del siglo XX. La exhortación Haerent animo (1908) es propiamente en primer documento del magisterio en que se expone sistemáticamente el tema sacerdotal.

Los santos sacerdotes de esta época son innumerables. Todos se santificaron en el cumplimiento de su deber ministerial, como san José Cafasso, confesor en Turín, o como el beato Ezequiel Moreno, obispo de Pasto en Colombia. Algunos abrieron nuevos cauces de caridad asistencial y promocional, como san Juan Bosco, san José Benito Cottolengo y el beato Luis Orione. No pocos fundaron instituciones apostólicas y sacerdotales, como san Vicente Palotti, el beato Manuel Domingo y Sol y el beato Antonio Chevrier, san José María Escrivá de Balaguer o también congregaciones femeninas consagradas a diversos campos de caridad y de educación, como san Enrique de Ossó, y los beatos Francisco Coll, Francisco Palau, Luis María Palazzolo, Pedro Binilli, Juan Calabria, José Manyanet i Vives, Marcelo Spínola, etc. No han faltado los mártires, como san Maximiliano Kolbe y el beato Miguel Agustín Pro. Son muchos también los escritores que han legado reflexiones profundas sobre el sacerdocio 22.

22 No es fácil encontrar estos escritos que pasarán a ser clásicos en la literatura espiritual sobre el sacerdote: El sacerdote según el evangelio (A. Chevrier), El sacerdocio eterno (E. Manning), El embajador de Cristo (G. Gibbons), Jesucristo ideal del sacerdote (C. Marmion), El alma de todo apostolado (J. B. Chautard), La perennidad de nuestra fuerza (I. Goma), Lo que puede un cura hoy, El corazón de Jesús al corazón del sacerdote (M. González), Dios, Iglesia, sacerdocio (M. Suhard), Apostólica vivendi forma (J. Calabria), La santificación del sacerdote, La unión del sacerdote con Cristo Sacerdote y Víctima (R. Garrigou Lagrange), etc. Ver otros más en la nota 27 bis.

Estas figuras sacerdotales ayudarán a adoptar actitudes de autenticidad y de audacia, para aplicar la doctrina conciliar y para construir la figura sacerdotal entre dos milenios. Las figuras sacerdotales de América Latina presentan las mismas características, con el acento en la cercanía a las circunstancias concretas a la luz de un encuentro vivencial con Dios 23.

23 En la bibliografía citada en la nota 15 podrán encontrarse algunas de estas figuras más salientes durante los siglos XIX y XX. Añadimos algunas de esta época: Angel Velarde y Bustamante, obispo de Popayán (1789-1809); Féliz Varela (1788-1853), intelectual y educador en Cuba; Clemente Mungía (1810-11868), primer arzobispo de Michoacán; Antonio Plancarte y Labastida (1840-1898), abad del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y fundador de las Hijas de la Inmaculada; beato José Mª Yermo y Parres, fundador de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los pobres; san Ezequiel Moreno (1848-1906), obispo de Pasto; Leonardo Castellanos (1861-1912), obispo de Tabasco; José Gabriel Brochero (1840-1914), cura de la diócesis de Córdoba, Argentina; Ramón Ibarra y González (1853-1917), Arzobispo de Puebla; Silviano Carrillo Sánchez (1861-1921), obispo de Sinaloa; beato Mariano Eusse Hoyos (1845-1926), de santa Rosa de Osos, Colombia; beato Miguel Agustín Pro (1891-1927), mártir; Rafael Guízar y Valencia (1878-1938), obispo de Veracruz; Félix de Jesús Rougier (1859-1938), fundador de los Misioneros del Espíritu Santo y Religiosas; Ismael Perdomo (1872-1950), arzobispo de Bogotá; Luis Mª Martínez (1881-1956), arzobispo de México; Miguel Angel Builes (1888- 1971), obispo de Santa Rosa y fundador de misioneros y misioneras... Después del concilio, Mons. Oscar A. Romero (1917-1980), obispo de San Salvador asesinado por defender la justicia, mientras celebraba la Santa Misa, y que murió perdonando, puede ser el símbolo de una labor y figura sacerdotal que debe completarse con la cooperación de todos. La lista de sacerdotes queda siempre incompleta. Algunas figuras sacerdotales latinoamericanas estuvieron ligadas al Pontificio Colegio Pío Latino de Roma, fundado el 1 de noviembre de 1858. El papa Juan Pablo II recordó algunas de estas figuras históricas en su discurso al CELAM, Santo Domingo, 1984.

La teología sobre el sacerdocio y especialmente sobre la espiritualidad sacerdotal, encuentra un momento fuerte a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, gracias a eminentes pastores y teólogos. En este ambiente doctrinal enmarca el resurgir del clero diocesano al servicio de la Iglesia particular. Las enseñanzas pontificias sobre el sacerdocio alentaron, canalizaron, garantizaron y también aprovecharon esta profundización doctrinal.

En primer lugar hay que destacar los estudios teológicos de M. J. Scheeben (1835-1888), quien ha merecido el título de padre de la teología moderna. En el contexto de su teología sobre la encarnación, como momento de la consagración sacerdotal de Cristo, destaca la importancia del sacerdocio del Señor y la participación en el mismo por medio del bautismo y especialmente del sacramento del Orden. La doctrina de Scheeben es eminentemente eclesial: «El misterio del carácter sacramental empalma de un modo especial con el misterio de la encarnación y de la prolongación de la misma en el misterio de la Iglesia». De esta línea eclesial arranca la relación del sacerdote con la maternidad de la Iglesia y de María:

El sacerdocio ha de dar nuevamente a luz a Cristo en el seno de la Iglesia, en la eucaristía y en el corazón de los fieles mediante la virtud del Espíritu Santo que opera en la Iglesia, y de esta manera formar orgánicamente el cuerpo místico, así como María por virtud del Espíritu Santo dio a luz al Verbo en su propia humanidad y le dio su cuerpo verdadero 24.

24 M. J. SCHEEBEN, Los misterios del cristianismo, Barcelona, Herder, 1953, VII. Ver más datos doctrinales y bibliográficos en: Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, 1985 («Teología del Sacerdocio», vol 19), 168-170.

En el campo práctico de la espiritualidad y renovación sacerdotal, destaca el Cardenal D. Mercier (1851-1936), arzobispo de Malinas, quien hizo hincapié en la espiritualidad específica del sacerdote y en su llamada a la perfección. Su preocupación principal fue la de concienciar al sacerdote diocesano sobre su exigencia de santidad, no menos que para el estado religioso. El medio específico de santidad sacerdotal es el ejercicio del ministerio, puesto que entonces el sacerdote realiza la caridad pastoral. Las virtudes o líneas de religión y de caridad se postulan mutuamente 25.

25 Card. MERCIER, La vida interior, Barcelona, Edit. Políglota, 1940; F. VAN STEENBERGHEN, El sacerdocio según el cardenal Mercier, en J. COPPENS; Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971. Ver otros datos y estudios en: Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c., 170-172.

El resurgir del clero diocesano fue debido a la profundización de su espiritualidad, a la luz de la figura del Buen Pastor y de los santos sacerdotes de la historia eclesial. Los teólogos que exponían el tema centraban esta espiritualidad en la caridad pastoral, señalando algunas concretizaciones: puesta en práctica de la vida apostólica en el Presbiterio y al servicio de la Iglesia particular, colaboración con el propio obispo según la doctrina de san Ignacio de Antioquía (unidad del Presbiterio), realidades de gracia que fundamentan esta espiritualidad específica y medios para ponerla en práctica 26.

26 Ver la situación de la teología sobre la espiritualidad del sacerdote diocesano tal como se presentaba antes del Concilio Vaticano II: J. CAPMANY, Espiritualidad del sacerdote diocesano, Barcelona, Herder, 1962; A. M. CHARUE, El clero diocesano, Vitoria, 1961; J. C. FENTON, Concepto del sacerdocio diocesano, Barcelona, Herder, 1956; J. PROTAT, Prêtres diocésains, París, Fleurus, 1961; A. RENARD, Prêtres diocésains aujourd'hui, Bruges, Desclée, 1963; A. SIMONET, El sacerdote diocesano en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1966; G. THILS, Naturaleza y espiritualidad del clero diocesano en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1961.

La espiritualidad sacerdotal se presentaba principalmente en el contexto de la teología sobre el sacerdocio, con una base bíblica y patrística, con una síntesis amplia sobre el sacerdocio de Cristo, el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles. De esta teología es deudor el mismo Vaticano II 27.

27 Además de la bibliografía anterior, ver: L. BOUYER, El sentido de la vida sacerdotal, Barcelona, 1952; A, M. CARRE, El verdadero rostro del sacerdote, Salamanca, 1959; CL. DILLENSCHNEIDER, Teología y espiritualidad del sacerdote, Salamanca, Sígueme, 1965; J. LECUYER, El sacerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sígueme, 1960;J. LEMAITRE, El gran don del sacerdocio, Bilbao, 1953; P. MONTALBAN, Los Cristos de la tierra, Bilbao, 1952. Un resumen de esta teología preconciliar, en: R. ARNAU, El planteamiento del sacerdocio ministerial desde San Pío X al Concilio Vaticano II, «Anales Valentinos» 12 (1980) 253-280. También en: Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c., en notas anteriores, y en Enciclopedia del sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957ss.

No sería justo olvidar algunos escritos sobre espiritualidad sacerdotal a nivel de conferencias, meditaciones, exposiciones sencillas y directas. A veces han sido estas publicaciones las que más han influido en la persona del sacerdote 27bis.

27bis Algunos de estos escritos los hemos citado en la nota 22 de este capítulo. Añadimos algunos más: C. CARRERA DE ARMIDA, A mis sacerdotes, México, 1929 (nueva edición: Edit. «La Cruz», 1992); E. DUBOIS, El sacerdote santo, Madrid, 1942; V. ENRIQUE Y TARANCON, El sacerdote y el mundo de hoy, Salamanca, Sígueme, 1959; Card. GOMA, Jesucristo Redentor, Barcelona, 1944; I. VAN HOUTRYE, La vida sacerdotal, Madrid, 1962; B. JIMÉNEZ, Problemas actuales del sacerdote, Madrid, 1959; J. M. MARCELO, El buen combate, Santander, 1961; L. M. MARTINEZ, El sacerdote, misterio de amor, México, 1953; J. MARTINEZ, Reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal, Santander, 1961; Card. MERCIER, A mis seminaristas, Barcelona, Edit. Gil; P. MILLET, Jesucristo viviente en el corazón del sacerdote, Barcelona, sin fecha; A. MORTA, Vida interior y dirección espiritual, Bilbao, 1955; F. PAGES, La mística de nuestro sacerdocio, Bilbao, 1959; P. PHILIPPE, La Virgen Santísima y el sacerdocio, Bilbao, 1955; M. RAYMONS, El doble del hombre Dios, Madrid, 1955; C. SAUVE, El sacerdote íntimo, Barcelona, 1952; C. SPICQ, Espiritualidad sacerdotal según San Pablo, Bilbao, 1954; L. TRESE, Vasos de arcilla, El pastor de su rebaño, Sacerdote al día, Madrid, Edit. Pez, 1955; (Anónimo), Manete in dilectione mea, Bibao 195?.

Los grandes documentos magisteriales sobre el sacerdocio comienzan a principios del siglo XX, aunque ya León XIII había publicado dos breves encíclicas, dirigidas respectivamente a los obispos franceses, en 1899, y a los obispos italianos, en 1902 28.

28 Documentos y estudios sobre el magisterio pontificio acerca del sacerdocio: (Consejo de redacción), El sacerdocio según las encíclicas..., en Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971; H. DENIS, La théologie de presbytérat de Trent à Vatican II, en Les prêtres, París, Cerf, 1968; J. ESQUERDA, El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1985; A. NAVARRO, El sacerdocio redentor de Cristo, Salamanca, Sígueme, 1957; A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, Madrid, Palabra, 1970; F. SALA BALUST, Flors, 1966; A. SUQUIA, De formatione clericorum documenta quaedam recentiora, Vitoriae, 1958-1961; P. VEUILLOT, Notre sacerdoce, París, 1954, 2 vol. Ver también: Enciclopedia del sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957, t. IV. Documentos de diversas épocas: Enchiridium Clericorum (Sacra Congregatio pro Institutione Católica, Typ. Pol. Vaticanis, 1975. Documentos posconciliares, en: DEVYM, OSLAM, La formación sacerdotal, Bogotá, 1982; (Conferencia Episcopal Española), La formación sacerdotal. Enchiridion, Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999.

La exhortación apostólica Haerent animo, 8 de agosto de 1908, de san Pío X (1903-1914) es el primer documento papal que resume la doctrina sacerdotal de modo sistemático, presentando la santidad del sacerdote: exigencia, naturaleza y medios concretos. Se basa en la oración sacerdotal de Jesús, en la tradición patrística y en el rito de la ordenación. La santidad sacerdotal es configuración con Cristo; sin ella, el sacerdote perdería gran parte de su razón de ser como instrumento de la gracia.

La encíclica Ad Catholici Sacerdotii (20 de diciembre de 1935), de Pío XI (1922-1939), es un amplio estudio bíblico, patrístico y teológico sobre la naturaleza del sacerdote, sus ministerios, exigencia y características de la santidad, vocación sacerdotal. El punto de partida es Cristo Sacerdote y Víctima, único Mediador, que se prolonga en la Iglesia especialmente por medio del sacrificio eucarístico. El sacerdote es alter Chistus de modo especial, es decir, como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios, por medio de la predicación, celebración eucarística y sacramentos, oración, pastoreo. Se acentúan las virtudes del Buen Pastor, especialmente la caridad pastoral. Llama la atención sobre los problemas de la época y la necesaria colaboración con los seglares, familia, Acción Católica. Da suma importancia a la selección de las vocaciones y a la formación en el Seminario, que es la niña de los ojos del obispo.

La exhortación apostólica Menti nostrae (23 de septiembre de 1950), de Pío XII (1929-1958) se centra en la santidad y en la formación sacerdotal, subrayando la dimensión litúrgica y espiritual, incluso en su aspecto místico, que ayudará a la dimensión sociológica o de cercanía a los problemas de los hombres. Es una llamada a la reforma de los Seminarios y a la preocupación por la formación permanente del clero joven: directores espirituales para sacerdotes, vida comunitaria, medios culturales, convictorios, etc. No hay que olvidar que Pío XII publicó las encíclicas Mystici Corporis Christi (1943, dimensión eclesial), Mediator Dei (1947, dimensión litúrgica), Sacra Virginitas (1954, dimensión de vida consagrada), Haurietis Aquas (1956, dimensión de intimidad con Cristo), Evangelii praecones y Fidei donum (1951 y 1957, respectivamente, dimensión misionera).

La encíclica Sacerdotii nostri primordia (1 de agosto de 1959), de Juan XXIII (1958-1963), es una apología del santo Cura de Ars, presentándole como modelo de ascesis, virtudes evangélicas, oración, especialmente eucarística y caridad o celo apostólico, pastor, predicador, catequista, confesor. Se subrayan las virtudes de la obediencia, castidad, y pobreza a partir de la caridad del Buen Pastor. La santidad de los sacerdotes debe ser la principal preocupación de los obispos, como responsables de que encuentren «condiciones de vida y de trabajo ministerial tales, que puedan mantener incólume su generosidad». El «Papa Juan», que anunció en 1959 la convocación del Concilio, acentuaría la espiritualidad sacerdotal con ocasión del Sínodo Romano (1960). Su dimensión social aparece en las encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963).

Al comienzo de la segunda etapa conciliar del Vaticano II (octubre de 1963),Pablo VI (1963-178) publicó una carta apostólica sobre la vocación sacerdotal: Sumí Dei Verbum (4 de noviembre de 1963). Es una síntesis teológica sobre la vocación, naturaleza, señales, cualidades, como puente entre la doctrina preconciliar y posconciliar del Vaticano II 29.

29 Ver el texto de todos estos documentos sacerdotales, con introducciones y estudios sintéticos, en El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1985.

5- Concilio Vaticano II y posconcilio

Juan XXIII anunció el Concilio en 1959 y lo convocó en 1961. La asamblea conciliar se desarrolló en cuatro etapas, desde 1962 a 1965. Pablo VI sucedió al Papa Juan entre la primera y segunda etapa (1963). Los documentos directamente sacerdotales se promulgaron en 1965, durante la cuarta y última etapa conciliar.

Son tres los documentos conciliares dedicados directa y enteramente al sacerdocio: Presbyterorum Ordinis, sobre la vida y el ministerio de los presbíteros; Optatam totius, sobre la formación de los futuros sacerdotes; Christus dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos. La constitución Lumen gentium le dedica el capítulo III, además de otros fragmentos sobre la santidad (LG 41). Para el sacerdocio ministerial son de mucho interés las constituciones Dei Verbum, Sacrosantum concilium, Gaudium et spes, así como el decreto misional Ad gentes y otros documentos de gran importancia pastoral.

La perspectiva de la vida, espiritualidad y ministerio del sacerdote gira en torno a la idea básica del concilio: la Iglesia como sacramento o signo transparente y portador de Cristo (LG 1). El sacerdote anuncia la Palabra de Dios (DV), celebra el misterio pascual (SC) y se inserta en las situaciones del mundo para iluminarlas y transformarlas con el evangelio (GS).

El sacerdote es signo de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, obrando en su nombre o en persona suya (PO 1-3), para prolongar su palabra, sus signos salvíficos y su acción pastoral directa (PO 4-6). Es signo de comunión con el propio obispo, con los demás sacerdotes y al servicio de la comunidad eclesial (PO 7-8; LG 28; CD 28), con una misión sin fronteras (PO 10-11). Debe ser signo del Buen Pastor (PO 12-14), también en las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral (PO 15-17). Es un signo que se debe potenciar con la puesta en práctica de los medios adecuados de vida espiritual, pastoral, cultural y económica (PO 18-22).

Esta realidad e identidad convierte al sacerdote en máximo testimonio del amor (PO 11), que vive del gozo pascual (ibídem) de ser su instrumento vivo (PO 12), con la característica de la caridad pastoral o ascesis propia del pastor de almas (PO 13), cuya santidad se realiza ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo (ibídem) y en «unión de vida» con El (PO 14).

Hay que destacar la importancia de la fraternidad sacramental en el Presbiterio (PO 8), como signo eficaz de santificación y de evangelización y en virtud de la comunión y común misión (LG 28). Por este camino se encuentra la espiritualidad específica del sacerdote en cuanto miembro del Presbiterio de la Iglesia particular (cf. cap. VII).

La espiritualidad sacerdotal indicada por el Concilio Vaticano II tiene, pues, estas características:

- Identidad como participación en la consagración y misión totalizante de Cristo,

- Actitud de servicio,

- Consagración como cercanía y dedicación plena,

- Espiritualidad en el ejercicio del ministerio,

- Comunión o fraternidad especialmente en el Presbiterio,

- Fisonomía de caridad pastoral con las virtudes concretas del Buen Pastor,

- Servicio a una Iglesia particular y para la Iglesia universal 30.

30 En el desarrollo de los diversos capítulos hemos aprovechado al máximo la doctrina sacerdotal del Concilio Vaticano. Sobre el decreto Presbyterorum Ordinis, ver los resúmenes ofrecidos en: cap. I; cap. V. El decreto Optatam totius, en el capítulo VIII. La bibliografía sobre temas y puntos concretos queda dispersa en las notas y, especialmente, en la orientación bibliográfica final de cada capítulo. Anotamos aquí solamente algunos comentarios en colaboración sobre los documentos sacerdotales del concilio: Los presbíteros a los diez años de «Presbyterorum Ordinis», Burgos, Facultad de teología, 1975 (y en el volumen 7 de «Teología del Sacerdocio»): Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969; I preti, Roma, AVE, 1970; I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969; Le ministère et la vie des prêtres, París, Mame, 1969; Les prêtres, formation, ministère et vie, París, Cerf, 1968; Sacerdotes y religiosos según el Vaticano II, Madrid, FAX, 1968; Concilio Vaticano II, Comentarios al decreto «Optatam totius» sobre la formación sacerdotal, Madrid, BAC, 1970; La charge pastorale del Evêques, París, Cerf. 1969. Ver también: M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare «Presbyterorum Ordinis», storia, analisi, dottrina, Roma, Teresianum, 1989-1990; P. J. CORDES, Inviati a servire. «Presbyterorum Ordinis»: Storia, esegesi, temi, sistematica, Casale Monferrato, PIEMME, 1990; E. MARCUS, I preti, Milano, Ancora 1988; R. WASSELYNCK, Les prêtres. Elaboration du Décret di Vatican II, Historie et genèse des textes conciliaires, Paris, Desclée, 1968.

Mientras la doctrina conciliar se fue aplicando paulatinamente, con claras señales de renovación sacerdotal, inmediatamente después del Concilio, hacia los años 1967 y siguientes, se produjo un fenómeno que ha sido calificado de crisis sacerdotal. Anteriormente al Concilio, ya se notaban unos síntomas de inquietud. La situación sociológica y cultural había cambiado, sin encontrar un clero preparado para estos cambios, produciendo tendencias secularizantes que sobrevaloraban la eficacia inmediata y el bienestar de una sociedad de consumo. Surgió la duda sobre la identidad sacerdotal, es decir, sobre su razón de ser. Esta duda no dejaba ver la parte positiva que, bien orientada, podía ser renovadora: dudas sobre la metodología apostólica y sobre el estilo de vida del sacerdote. Este fenómeno, complejo y nuevo, tuvo una repercusión rápida y universal, con un número elevado de secularizaciones, debido a los intercambios culturales y sociales, así como a los medios de comunicación social.

A esta crisis respondió Pablo VI (1963-1978) con la encíclica Sacerdotalis coelibatus (1967), el «Mensaje a los sacerdotes» (1968), la convocación del Sínodo Episcopal sobre el sacerdocio ministerial y la justicia en el mundo (1971), así como con otros documentos y actuaciones 31.

31 Ver los documentos sacerdotales de Pablo VI (también la carta apostólica Sumí Dei Verbum de 1963), con instrucciones y estudios, así como el documento del Sínodo de 1971, en: El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1985. Sobre la doctrina sacerdotal de Pablo VI: M. CAPRIOLI, Il sacerdocio nel magistero di Paolo VI (1963-1979), «Ephemerides Carmelitanae» 30 (1979) 319-383; J. ESQUERDA, Trasfondo teológico y actual del mensaje del Papa Pablo VI a los sacerdotes, «Teología del sacerdocio» 1 (1969) 239-276; G. M. GARRONE, La spiritualité sacerdotale dans la pensée de Paul VI, «Seminarium» (1977) 1056-1067; J. GUITTON, El concepto de sacerdocio según Pablo VI, en Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971. En tiempo de Pablo VI tiene lugar la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM) en Medellín (1968); ver especialmente los documentos XI (sacerdotes) y XII (formación sacerdotal); comentarios: Reflexiones sobre el CELAM, Madrid, BAC, 1977.

La encíclica Sacerdotalis coelibatus (24 de junio de 1967) aprovecha los materiales ofrecidos por el Concilio para que el Papa escribiera una encíclica sobre la castidad sacerdotal. Este tema sólo se capta a partir de un enamoramiento de Cristo, dimensión cristológica, para el servicio incondicional de la Iglesia, dimensión eclesial, que hace de la persona llamada una donación, dimensión antropológica y que indica una realidad futura de resurrección (dimensión escatológica). La castidad es el signo de la caridad pastoral. La escasez de vocaciones debe analizarse a la luz del sacerdocio como don de Dios, que debe pedirse y como camino de generosidad y totalidad en la entrega.

En el «Mensaje a los sacerdotes» (1968), al terminar el año de la fe, el Papa presentó cuatro dimensiones del sacerdocio que se postulan mutuamente: sagrada, apostólica, místico ascética (espiritual) y eclesial. Viviendo estas dimensiones armónicamente, todo sacerdote encontraría «en su ministerio la serenidad y la alegría» («Mensaje», repetido parcialmente en el Congreso Eucarístico de Bogotá, 1968).

El Sínodo Episcopal de 1971 fue convocado por Pablo VI para tratar del sacerdote y de la justicia en el mundo. La doble temática puso de relieve su relación armónica y enriquecedora. El documento sinodal, El sacerdocio ministerial, aprobado por el Papa, describe la situación en la que se encontraba el sacerdote, analizando algunas causas e indicando algunas soluciones. La primera parte del documento relaciona el sacerdote ministro con Cristo Sacerdote y con la Iglesia sacramento de Cristo, para recalcar la permanencia del sacerdocio ministerial, por medio del carácter, como signo del amor mutuo y permanente entre Cristo y su Iglesia; a partir de ahí, el sacerdote vive la comunión de Iglesia y puede responder a las situaciones concretas en que se encuentra todo el Pueblo de Dios. La segunda parte presenta orientaciones prácticas de actualidad: relación entre evangelización y vida sacramental, trabajo civil, opciones políticas o sociales, vida espiritual, celibato, fraternidad en el Presbiterio, cuestiones económicas.

En medio de la comunidad cristiana que vive el Espíritu, y no obstante sus deficiencias, el sacerdote es prenda de la presencia salvífica de Cristo (Documento sinodal, parte primera, n. 5).

La vida espiritual del sacerdote, descrita por el Sínodo, renovando las directrices del Vaticano II, es una llamada a mayor vivencia del sacerdocio para responder a nuevas formas y posibilidades de evangelización 32.

32 Ya antes del Sínodo, algunos episcopados publicaron documentos sobre el sacerdocio: El ministerio sacerdotal (Conferencia Episcopal Alemana), Salamanca, Sígueme, 1970; Documento colectivo del Episcopado Español sobre el ministerio sacerdotal (1970). Documento sinodal: El sacerdocio ministerial, Typ. Pol. Vaticanis, 1971 (ver el texto en El sacerdocio hoy, o. c.). Estudios: J. ESQUERDA, El sacerdocio ministerial en el Sínodo de los Obispos de 1971, «Teología del Sacerdocio» 4 (1972) 433-453; Idem, Estudio comparativo entre la doctrina sacerdotal del Sínodo de 1971 y el Decreto «Presbyterorum Ordinis», «Teología del Sacerdocio» 7 (1975) 569-584; B. KLOPPENBURG, O Sinodo dos Bispos de 1971, «Rev. Ecles. Brasileira» 31 (1971) 891-936.

Juan Pablo II, cuyo pontificado inició en octubre de 1978 ha presentado el tema sacerdotal especialmente a través de las cartas del Jueves Santo. El sacerdocio es tema frecuente en sus discursos durante los viajes apostólicos, las visitas ad Límina, las homilías durante las ordenaciones sacerdotales, etc. Este magisterio se encuadra dentro del conjunto de sus encíclicas y exhortaciones apostólicas sobre temas que son de sumo interés pastoral.

El documento que marca la pauta en todo el magisterio de Juan Pablo II sobre el sacerdocio, es su primera carta a los sacerdotes, con ocasión del Jueves Santo de 1979 (Vobis Episcopus). Es una síntesis doctrinal que aprovecha las orientaciones del Vaticano II y del Sínodo episcopal de 1971. A partir de Cristo Sacerdote, se hace resaltar el carácter sacramental, que hace partícipes del ser, del obrar y del estilo sacerdotal del Señor. Los santos sacerdotes de la historia continúan siendo modelos de caridad pastoral, para afrontar situaciones nuevas de hoy. Cuando surgen las dudas sobre la identidad sacerdotal, es que «no ha habido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangélico» (n. 10). Una renovación eclesial auténtica necesita la renovación sacerdotal, que nace de una comunión orante o fraternidad presidida por María en el cenáculo (n. 11).

Durante el pontificado de Juan Pablo II, aunque con una preparación anterior ya desde Pablo VI, tuvo lugar la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), celebrada en Puebla (1979), a la que precedió el discurso inaugural del Papa (28 de enero de 1979). La Cuarta Conferencia tuvo lugar en Santo Domingo (1992).

El documento de «Puebla», elogiado y recomendado por Juan Pablo II el 23 de marzo de 1979, tiene como título: «La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina». Lo hemos citado frecuentemente en los diferentes capítulos de nuestro libro. Respecto al sacerdocio ministerial, describe una situación relativamente positiva de mayor clarificación (n. 670), instando a una actitud evangelizadora y comprometida, que nace de la experiencia de Dios vivo (n. 693). Si se pone en práctica la fraternidad sacramental en el Presbiterio (PO 8), entonces «la plena unidad entre los ministros de la comunidad es ya un hecho evangelizador» (Puebla, n. 663). De esta renovación sacerdotal dependerá, en parte, la aportación misionera de América Latina a la Iglesia universal. El documento continúa y profundiza la segunda asamblea celebrada en Medellín (1968), inaugurada por Pablo VI en la catedral de Bogotá, con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional 33.

33 Documento «Puebla»: La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, Bogotá, 1979 y Madrid, BAC, 1979. Ver fragmentos sacerdotales (junto con otros documentos): La formación sacerdotal, Bogotá (DEVYM, OSLAM), 1982. Citamos estudios sobre el sacerdote en América Latina, en el capítulo I, notas 12 y 21. Documento de Santo Domingo: Nueva evangelización, promoción humana, cultura cristiana, 1992. Contenidos sacerdotales del documento de Santo Domingo: nn. 67-84 (los ministerios ordenados). Algunos estudios: R. BALLAN, Latinoamérica misionera, una prioridad pastoral afirmada en Santo Domingo, «Medellín» 21 (1995) 251-264; G. MELGUIZO, El post-Santo Domingo, «Medellín» 74 (1993) 153-171 (crónica, valoración).

El nuevo Código de Derecho Canónico (1983) plasma en normas concretas algunas directrices conciliares y posconciliares sobre la vida y el ministerio sacerdotal. Hemos citado frecuentemente estas normas en nuestro libro. Son pautas de trabajo para una construcción responsable por parte de todos. Ya desde el Seminario, los futuros sacerdotes deben formarse en el sentido y amor de Iglesia, expresado en vida comunitaria, como preparación para vivir la unión fraterna en el Presbiterio diocesano (can. 245, par. 2). A los sacerdotes, este vínculo de fraternidad, concretado en oración y múltiple cooperación (can. 275), les ayudará a conseguir su santidad propia en relación al ministerio, con tal que no dejen los medios comunes y peculiares de santificación (can. 276). Cierta vida comunitaria (can. 280), que podrá favorecerse con experiencias de encuentros y de asociaciones, siempre en unión con el propio obispo, (can. 278), les ayudará a perseverar en las virtudes del Buen Pastor (can. 273, 277, 282, 286), y en la disponibilidad misionera local y universal (can. 245, 257, 529). El Consejo Presbiteral será un medio muy a propósito para conseguir estos objetivos (can. 495-502) 34.

34 Ver temas sacerdotales según el nuevo Código: AA. VV., El sacerdocio en el nuevo Código de Derecho Canónico, «Teología del Sacerdocio» 18 (1985); AA. VV., Lo stato giuridico dei ministri sacri nel nuovo codex juris canonicis, lib. Edit. Vaticana, 1984; O. SANTAGADA, Formación sacerdotal según el nuevo Código de Derecho Canónico, «Medellín» 10 (1984) 479-500. Hay que destacar la importancia sacerdotal de algunos documentos publicados por diversos discaterios romanos. Algunos quedan recogidos en: DEVYM, OSLAM, Formación sacerdotal, Bogotá, 1989. Otros documentos: Directivas sobre la preparación de los educadores en los Seminarios (4 noviembre, 1993), Lib. Edit. Vat. 1993; Formar sacerdotes en el mundo hoy, Lib. Edit. Vaticana, 1990; Instrucción interdicasterial sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los laicos en el ministerio sacerdotal (15 agosto 1997); (Congregación para el Clero) Normas fundamentales para al formación de los diáconos permanentes (22 febrero 1998); Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes (22 febrero 1998); El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano (19 marzo 1999); El sacerdote pastor y guía de la comunidad en la parroquia (2001).

La formación inicial y permanente del sacerdote (ver cap. VIII) fue el tema del Sínodo Episcopal de 1990. En la exhortación apostólica postsinodal, Pastores dabo vobis, el Papa Juan Pablo II ofrece una síntesis del tema sacerdotal, especialmente respecto a la identidad, la espiritualidad y la formación inicial y permanente 35.

35 Además de los estudios citados en la nota anterior, ver comentarios en colaboración a la exhortación apostólica Pastores dabo vobis: Comentaría in Adh. Apost. «Pastores dabo vobis», «Seminarium» 32 (1992) n. 4; 33 (1993) n. 3; Pastores dabo vobis. Etudes el commentaires, «Bulletin de Saint Sulpice» 19 (1993); Studi sull'Esortazione Apostólica «Pastores dabo vobis» di Giovanni Paolo II, «Salesianum» 55 (1993) n. 12; Sacerdoti per una nuova evangelizzazione. Studi sull'Esortazione Apostólica Pastores dabo vobis, LAS, Roma 1993; Os daré pastores según mi corazón, EDICEP, Valencia, 1992; Vi darò pastori secondo il mio cuore, Esortazione Apostólica «Pastores dabo vobis», Testo e commenti, Lib. Edit. Vaticana, 1992.

Las líneas trazadas por Juan Pablo II se resumen en las siguientes:

- El gozo de ser sacerdote y de seguir una llamada que es don de Dios y declaración de amor,

- seguimiento generoso y de entrega evangélica,

- disponibilidad misionera universal,

- fraternidad sacramental en el propio Presbiterio,

- sintonía con las comunidades eclesiales necesitadas o perseguidas,

- unión con los sacerdotes que sufren martirio por anunciar y vivir el evangelio... 36.

36 Ver documentos en: El sacerdocio hoy..., Madrid, BAC, 1985; J. A. ABAD, Juan Pablo II al sacerdocio, Pamplona, 1981. Estudios: M. CAPRIOLI, Il sacerdocio comune e il sacerdocio ministeriale nel pensiero di Giovanni Paolo II, «Lateranum» 47 (1981) 124-157; J. ESQUERDA, Identidad apostólica: trasfondo histórico de la carta de Juan Pablo II a los sacerdotes, «Teología del Sacerdocio» 12 (1980) 107-149; J. A. MARQUES, O sacerdocio ministerial no Magisterio de Joao Paolo II, «Theologica» 15 (1980) 81-224; J. SARAIVA MARTINS, La formazione sacerdotale oggi nell'insegnamento do Giovanni Paolo II, Lib. Edit. Vaticana, 1997; M. VINET, Le prêtre et sa misión dans l'enseignement du pape Jean Paul II, «Bulletin du Saint Sulpice» 8 (1982) 63-76. Ver otros estudios (sobre PDV) en la nota anterior. Puede considerarse como autobiografía sacerdotal: JUAN PABLO II, Don y misterio. En el quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio, Madrid, BAC, 1996. La peculiaridad de este texto es que indica la propia vivencia de la doctrina sacerdotal predicada.

La historia de la espiritualidad sacerdotal, a partir de la persona y del mensaje del Buen Pastor, en un proceso de Iglesia peregrina, que va delineando cada vez más claramente el sacerdote de cada época histórica:

- Línea de servicio, es decir, ministerial, que tiene como fuente, modelo y maestro a Cristo Sacerdote, que «no vino para ser servido, sino para servir» (Mc 10,45).

- Línea de evangelización sin fronteras, que arranca del sacerdocio como consagración y misión participada de Jesús, y de la misma naturaleza misionera de la Iglesia como Pueblo sacerdotal.

- Línea de comunión fraterna en el Presbiterio, como signo colectivo del Buen Pastor, al servicio de la comunidad eclesial local y universal.

- Línea de transparencia y testimonio del Buen Pastor, como santificación a través del ministerio y como signo y estímulo del seguimiento de Cristo para todos los creyentes.

Construir el estilo sacerdotal en América Latina en esta época concreta, supondrá captar las luces del Espíritu Santo durante la historia eclesial y en la actualidad: a partir de la Palabra de Dios que ilumina los acontecimientos y situaciones, construir una comunidad eclesial sensible a la presencia de Dios y a los problemas de los hermanos, haciéndola comunidad evangelizadora y comprometida en la evangelización universal. Será, pues, una espiritualidad sacerdotal de profetismo y de inserción, de pluralismo auténtico en la comunión de la Iglesia, de inmanencia y trascendencia, de misión sin fronteras y sin exclusivismos, de testimonio y de martirio, de esperanza como el grito del Magnificat que brota de todo santuario mariano, en toda comunidad eclesial, de todo hogar y de cada corazón.

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- Sentido de la historia: el Espíritu Santo, recibido en la ordenación, guía hacia la verdad plena en Cristo: Jn 16,13.

- La presencia de Cristo en la vida e historia sacerdotal, enciende el corazón y abre los ojos a la luz para partir el pan con los hermanos: Lc 24,13-35.

- El sacerdote no está nunca solo en el camino histórico: Mt 28,20.

- Ministerio sacerdotal de preparar a toda la humanidad para un encuentro definitivo con Cristo al final de la historia: Ap 22,17-21.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- ¿Cuáles han sido las líneas de fuerza de la espiritualidad sacerdotal durante la historia?

- ¿Cuáles son los elementos permanentes en la historia de la espiritualidad sacerdotal?

- ¿Qué posibilidades encontramos en estos elementos para nuestro estilo sacerdotal de hoy y para colaborar en la construcción del estilo sacerdotal del futuro?

- ¿Qué importancia puede tener el redescubrimiento de las figuras sacerdotales de la historia?

- Individuar los elementos básicos para América Latina (cf. Puebla 659-720).

 

Orientación bibliográfica

Anotamos aquí solamente algunos estudios de síntesis histórica sobre la espiritualidad sacerdotal. Para autores concretos, períodos históricos y otros datos específicos, ver las notas de este capítulo: Santos Padres (notas 1-7), Edad Media (notas 7-19), época de Trento (notas 11-18), época inmediatamente anterior al Concilio Vaticano II (notas 20-29), sobre el Vaticano II y posconcilio (notas 30-36).

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IX- Espiritualidad Mariana del Ministro de Cristo

Presentación

Toda la Iglesia, contemplando el misterio de María, penetra mejor su propia razón de ser como signo portador de Jesús (sacramento o misterio), comunión y misión. De este modo, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación (LG 65). Cuando el sacerdote ministro reflexiona y vive el tema mariano, redescubre más profundamente el misterio de Cristo Sacerdote que se prolonga en la Iglesia, del que el sacerdote participa de modo especial.

La espiritualidad mariana ayuda al sacerdote a vivir la presencia activa y materna de María en la Iglesia y en la humanidad. Cristo resucitado, presente en la Iglesia y en el mundo, continúa asociando a María en la obra redentora, como figura de una Iglesia que es complemento e instrumento suyo (Ef 1,23; Col 1,24). La actitud y los sentimientos sacerdotales de Cristo respecto a su Madre son la pauta de la espiritualidad sacerdotal mariana (Flp 2,5; Jn 19,25-27). La unción sacerdotal de Cristo se realizó en el seno de María; su obra sacerdotal se llevó a cabo asociando a María.

La pauta del cenáculo (Hch 1,14) recordará siempre al sacerdote, como presidente de la comunidad, que la Iglesia necesita para vivir la presencia y el ejemplo de María. El ministerio sacerdotal ayuda a la comunidad eclesial a recibir la palabra, a asociarse a Cristo Redentor y a comunicar la vida de Cristo a los hermanos. Es el ministerio de hacer madre a la Iglesia (PO 6; LG 64), a ejemplo de María (LG 65). María acompaña a la Iglesia y a toda la acción ministerial en esta maternidad.

Cada cristiano recibe a María como Madre según las diversas vocaciones y carismas. «Puesto que los sacerdotes tienen particular título para que se les llame hijos de María, no podrán menos de nutrir hacia la Virgen una ardiente devoción» (Pío XII, Menti nostrae, n. 42). Por esto, los sacerdotes «Reverenciarán y amarán, con filial devoción y culto, a esta Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio» (PO 18) 1.

1 La indicación mariana de Presbyterorum Ordinis 18 resume las afirmaciones de los documentos sacerdotales del magisterio anterior, especialmente Ad catholici, sacerdotii y Menti nostrae. Ver estos documentos en El sacerdocio hoy, Madrid, BAC, 1985.

La relación de María con cada cristiano hace referencia a la propia vocación y misión. Su relación con el sacerdote ministro se basa en la participación especial de éste respecto al sacerdocio de Cristo.

Es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes... Si la Virgen Madre de Dios a todos ama con tiernísimo afecto, de una manera muy particular siente predilección por los sacerdotes, que son viva n de Jesús (Pío XII, Menti nostrae, n. 124) 2.

2 Algunos estudios de la época preconciliar estudian los documentos magisteriales sobre el sacerdocio en su contenido mariano: L. M. CANZIANI, Maria Santísima e il sacerdote, Milano, Massimo, 1954; P. CECCATO, María, madre del sacerdote, Roma, Centro Montfortiano, 1958; Mgr. DUPERRAY, Regina Cleri, en María III (Du Manori), París, Beachesne, 1954, 659-696; R. GARRIGOU LAGRANGE, La unión del sacerdote con Cristo Sacerdote y Víctima, Madrid, Rialp, 1955, cap. 8; T. M. GIACARDO, Maria Regina degli Apostoli, Roma, Paoline, 1961, 1961; L. J. MARK, Mary and the priest, Milwaukee, 1963; C. MORILLO, Maria, Mater cleri, en Maria et Ecclesia, Roma, PAMI, XVI, 165-171; E. NEUBERT, Marie et notre sacerdoce, París, Spes, 1953; P. PHILIPPE, La Virgen Santísima y el sacerdocio, Bilbao, Desclée, 1955; M. VENTURINI, Maria, Mater sacerdotis, Trento, 1964. Ver bibliografía posconciliar en las notas siguientes y en la orientación bibliográfica del final del capítulo.

La misma realidad de María, de ser asociada a Cristo, es realidad sacerdotal, como participación peculiar en el sacerdocio redentor de Cristo. Ella es figura de la Iglesia Pueblo sacerdotal, y ayuda a cada cristiano a vivir su propia participación en el sacerdocio del Señor. Los signos eclesiales del ministerio sacerdotal son signos de la maternidad de la Iglesia, que tiene a María como modelo y Madre. La espiritualidad mariana del sacerdote va siempre unida al amor y fidelidad a la Iglesia.

La fraternidad sacerdotal del Presbiterio, al servicio de la comunidad eclesial diocesana y universal, será una realidad cuando los sacerdotes vivan y ayuden a vivir la pauta mariana del cenáculo.

1- La Madre de Cristo Sacerdote

La unción sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María, cuando el Verbo se hizo carne en ella por obra del Espíritu Santo (Mt 1,20; Lc 1,35). Esta unción en el Espíritu consiste en la unión hipostática, es decir, de la persona del Verbo con la humanidad de Cristo. Por esto Jesús se presentó en Nazaret (Lc 4,18) como ungido y enviado por el Espíritu Santo (ver el cap. II).

María engendró, gestó y dio a luz a Jesucristo en toda su realidad de Hijo de Dios, Cabeza de su Cuerpo Místico, Redentor, Sacerdote. María es, pues, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, asociada a Cristo Redentor, Madre de Cristo Sacerdote. La maternidad en María dice relación a Cristo en toda su realidad.

Toda la vida de María es de asociación a Cristo Sacerdote, Mediador, Redentor. María es la mujer, Nueva Eva, asociada al Nuevo Adán (cf. Ga 4,4; Jn 2,4; 19,26). Es Madre asociada esponsalmente a Cristo Redentor en todos los momentos sacerdotales, desde la encarnación hasta la cruz y hasta la consumación perpetua de todos los elegidos (LG 62).

Mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo» (cf. Jn 19,26-27) (LG 58; cf. RM 23-24).

La maternidad de María es, pues, de asociación a Cristo su Hijo, el Redentor. «María está unida perfectamente a Cristo en su despojamiento» (RM 18). Por esto «participa, por su carácter subordinado, de la universalidad de la mediación del Redentor, único Mediador» (RM 40).

La misión materna de María durante toda su vida reviste caracteres sacrificiales, siempre en unión con Cristo, puesto que «lo ofreció como Nueva Eva al eterno Padre en el Gólgota, junto con el holocausto de sus derechos maternos» (Pío XII, Mystici Corporis Christi; cf. LG 58) 3.

3 El texto conciliar de Lumen Gentium 58 hace suya la doctrina de Pío XII en la encíclica Mystici Corporis Christi sobre la asociación de María a la obra redentora de Cristo Sacerdote: AAS 35 (1943) 247-248. El tema se repite en la encíclica Haurietis Aquas: AAS 48 (1956) 352. Ver J. A. DE ALDANA, Posición actual del Magisterio eclesiástico en el problema de la corredención, «Estudios Marianos» 19 (1958) 45-75. La encíclica mariana Redemptoris Mater (de Juan Pablo II) da un paso más, relacionando la asociación con la mediación materna de María (RM 18, 27, 39, 40). Ver estudios en la nota siguiente.

Esta unión de María a Cristo Sacerdote se expresa en diversos puntos fundamentales:

- aceptación de los planes salvíficos del Padre en sintonía con el «sí» de Cristo Sacerdote al Padre (cf. Heb 10,5-7; Lc 1,38).

- perseverancia en este «sí» durante toda la vida hasta el sacrificio en la cruz,

- asociación a Cristo Sacerdote y Víctima, Mediador y Redentor,

- intercesión como mediación materna participada de la única mediación de Cristo Sacerdote.

La relación de María con Cristo Sacerdote incluye una relación estrecha con la Iglesia. Tiene, pues, dimensión cristológica y eclesial. «María pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y pertenece además al misterio de la Iglesia» (RM 27). «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que, con la múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna» (LG 62).

Esta realidad mariana de madre y asociada a Cristo Sacerdote indica también su modo peculiar de participar en su sacerdocio ministerial, sino como tipo de toda participación eclesial en el sacerdocio del Señor 4.

4 Hay que distinguir nuestro tema (relación de María con Cristo Sacerdote) de la cuestión sobre el sacerdocio de la Santísima Virgen. Ver estudios sobre este tema: F. M. ALVAREZ, La Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Barcelona, Herder 1968. Idem, María y la Iglesia: espiritualidad mariana sacerdotal, «Seminarios» 33 (1987) 465-475; BASILIO DE SAN PABLO, Los problemas del sacerdocio y del sacrificio de María, «Estudios Marianos» 11 (1951) 141-220; D. BERTETTO, Maria Santísima e il sacerdocio della Chiesa, «Lateranum» 47 (1981) 233-286; G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II, «Compostellanum» 33 (1998) 205-224; N. GARCIA GARCES, La Santísima Virgen y el sacerdocio, «Estudios Marianos» 10 (1950) 61-104 (recoge bibliografía hasta el año 1950); L. M. HERRAN, Sacerdocio y maternidad espiritual de María, «Teología del Sacerdocio» 7 (1975) 517-542; C. KOSER, De sacerdotio B. Mariae Virginis, en Maria et Ecclesia, II, Roma, PAMI (Congreso de Lourdes de 1958); R. LAURENTIN, Marie, l'Eglise et le sacerdote, París, 1952; P. PORRAT, Marie et le sacerdote, en Maria, o. c., I, 801-824; G. M. ROSCHINI, María Santísima y el sacerdocio, en Enciclopedia del sacerdocio, II/I, c. 7; E. SAURAS, María y el sacerdocio, «Estudios Marianos» 13 (1953) 143-172.

María es Madre del sumo y eterno Sacerdote y guiada por el Espíritu Santo, se consagró al ministerio de la redención de los hombres (PO 18). El ser, el obrar y la vivencia de Cristo son esencialmente sacerdotales, por ser Mediador, Redentor y Buen Pastor (cf. cap. II). Esta realidad de Cristo tiene relación con María su Madre, asociada a la obra redentora. A su vez, la maternidad de María dice relación al ser, a la función y a la vivencia sacerdotal del Señor.

La realidad sacerdotal de Cristo se prolonga en la Iglesia y es participada de modo especial por los sacerdotes ministros. María es Madre del Pueblo sacerdotal y de cada uno de sus componentes según el grado y el modo de participar en el sacerdocio de Cristo.

2- La Madre de la Iglesia, Pueblo sacerdotal

La Iglesia es el pueblo sacerdotal (1 P 2,5-9) porque en ella se prolonga Cristo Sacerdote y porque toda ella participa de la realidad sacerdotal del Señor (cf. cap. II, n. 3). María es tipo o personificación de la Iglesia:

La Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre (LG 63).

La Iglesia, contemplando a María, imita su fidelidad y asociación a Cristo Redentor.

La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo (LG 65).

Si María es Madre y tipo de la Iglesia, Pueblo sacerdotal, lo es también por su asociación maternal a Cristo Sacerdote. La realidad sacerdotal de Cristo, que asocia a María, continúa en la Iglesia. Por esto la realidad sacerdotal de la Iglesia y de cada creyente según su propia vocación, está relacionada íntimamente con la realidad de María como Madre de Cristo Sacerdote que se prolonga bajo signos eclesiales 5.

5 La relación de María con la Iglesia se puede estudiar bajo diversos puntos de vista: tipo (modelo, figura, personificación), Madre, signo («sacramento»), misión, etc. AA. VV., María en los caminos de la Iglesia, Madrid, CETE, 1982; J. ESQUERDA, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia, «Estudios Marianos» 26 (1965) 231-274; M. LLAMERA, J. A. ALDAMA, La Santísima Virgen y la Iglesia, en Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1956, 924-1084. Ver las mariologías posconciliares y su bibliografía: J. C. R. GARCIA PAREDES, Mariología, Madrid, BAC, 1995; C. I. GONZALEZ, María, evangelizada y evangelizadora, Bogotá, CELAM, 1988; C. POZO, María en la obra de salvación, Madrid, BAC, 1974. Sobre el aspecto evangelizador, ver Puebla 282-303; J. ESQUERDA, En cenáculo con María, México, CLAEM, 1987; Idem, La gran señal, María en la misión de la Iglesia, Barcelona, Balmes, 1983.

La Iglesia ejerce su función sacerdotal anunciando a Cristo (línea profética), celebrando su sacrificio redentor y salvífico (línea cultual y litúrgica), comunicándolo a los hombres (línea hodegética o de dirección y servicio de caridad). Es siempre el misterio de Cristo, muerto y resucitado, nacido de María, que es anunciado, celebrado, comunicado. María ha sido y sigue siendo asociada al misterio sacerdotal y redentor de Cristo, que la Iglesia anuncia, hace presente, celebra y comunica.

La función sacerdotal de la Iglesia tiene, pues, dimensión mariana:

- anunciar a Cristo nacido de María,

- presencializar a Cristo que asocia a María,

- comunicar la salvación de Cristo que quiso y sigue queriendo la colaboración de María.

Los signos eclesiales son portadores de la realidad sacerdotal y redentora de Cristo, quien continúa presente y operante a través de ellos asociando a María. Todo cristiano participa en la función de servir algunos de estos signos portadores de salvación en Cristo. La función sacerdotal de cada creyente (cf. cap. II, n. 4) es de fidelidad a Cristo para ser instrumento suyo. Por esto toda la Iglesia como Pueblo sacerdotal, y cada creyente según su propia vocación, imita a María en su fidelidad a la palabra y a la acción del Espíritu Santo, para ser instrumento de gracia y de filiación divina. Es el misterio de la virginidad (fidelidad) y de la maternidad (fecundidad) de la Iglesia.

La presencia activa y materna de María en la Iglesia se concreta en amor, acompañamiento e intercesión, a fin de que la Iglesia pueda realizarse como sacramento o signo transparente y portador de Cristo, María es Madre en la Iglesia y mediante la Iglesia (RM 47; cf. n. 37).

Esta presencia mariana en el Pueblo sacerdotal (RM 1, 24, 28, 48, 52) se concreta especialmente en guiar a los fieles a la eucaristía (RM 44), así como los guía a meditar la palabra de Dios para vivirla y anunciarla, y a imitar a Cristo en su entrega de donación sacrificial.

La Iglesia se hace más virgen y madre cuando en la misión apostólica imita el amor materno de María (LG 65). Como pueblo sacerdotal, convoca a los creyentes (ecclesia o comunidad convocada) para la escucha de la palabra, la celebración eucarística (y litúrgica en general) y para construir la comunidad en el amor.

La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmoral a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios (LG 64).

Por esto:

- La Iglesia, al contemplar a María, entra más a fondo en el misterio de la encarnación;

- anunciando y venerando a María, atrae a los creyentes a su Hijo;

- en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles (LG 65).

La consagración sacerdotal de Cristo en el seno de María el día de la encarnación, es como el anuncio del misterio que se realizaría a través de la Iglesia: «Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María» (AG 4).

En la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén. En ambos casos su presencia discreta, pero esencial, indica el camino del nacimiento del Espíritu. Así la que está presente en el misterio de Cristo como Madre, se hace -por voluntad del Hijo y por obra del Espíritu Santo- presente en el misterio de la Iglesia (RM 24).

La participación de la Iglesia en el sacerdocio de Cristo tiene la característica de instrumento ministerial, es decir, de signo y servicio sacramental. Esta realidad eclesial es materna, por ser instrumento de vida en Cristo, sacerdotal, por ser participación en el sacerdocio de Cristo y misionera por prolongar la misión de Cristo. María es tipo o personificación, figura de la Iglesia en toda su realidad, aunque ella no ejerza los signos sacramentales. «María es Madre de la Iglesia como Madre de los pastores y de los fieles» (Pablo VI), que actúa por medio de la maternidad ministerial de la Iglesia 6.

6 Discurso de Pablo VI en la clausura de la tercera sesión conciliar: AAS 56 (1964) 1007-1008. Ver el tema de la maternidad de María sobre la Iglesia en las mariologías (nota anterior).

La Iglesia mira a Cristo Sacerdote para imitar su actitud relacional respecto a María su Madre y asociada en la obra redentora. Al mismo tiempo, la Iglesia mira a María para imitar su actitud materna, esponsal y sacerdotal de asociación a Cristo.

La espiritualidad mariana de cada fiel, como miembro del Pueblo sacerdotal, se concreta en una relación personal con María para conocerla, amarla, imitarla, pedir su intercesión y celebrar en ella el fruto del sacrificio sacerdotal y redentor de Cristo. En María todo creyente encuentra el afecto materno, el ejemplo y la ayuda para llevar a efecto la propia participación en el sacerdocio de Cristo y en la maternidad de la Iglesia.

La maternidad de María «perdura sin cesar en la economía de la gracia» (LG 62). Es una maternidad en el Espíritu, que acoge a todos y a cada uno por medio de la Iglesia (RM 47).

El pueblo sacerdotal, por medio del profetismo, culto y realiza, engendra nuevos hijos para Dios, en relación de imitación y dependencia respecto a la maternidad de María y a su asociación a Cristo Sacerdote.

La Iglesia, con la evangelización, engendra nuevos hijos. Ese proceso que consiste en «transformar desde dentro», en «renovar a la misma humanidad» (EN 18), es un verdadero volver a nacer. En ese parto, que siempre se reitera, María es nuestra Madre. Ella, gloriosa en el cielo, actúa en la tierra. Participando del señorío de Cristo Resucitado, «con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan» (LG 62); su gran cuidado es que los cristianos tengan vida abundante y lleguen a la madurez de la plenitud de Cristo (Puebla 288).

3- La Madre del sacerdote ministro

El sacerdote ministro participa de modo especial en el ser, en la función y en la misión sacerdotal de Cristo como vivo instrumento suyo (PO 12; cf. cap. III, n. 2). María por ser Madre de Cristo Sacerdote, es Madre de cuantos participan en el sacerdocio del Señor. Por esto se puede llamar «Madre de los sacerdotes» ministros (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1979). María ve en cada sacerdote un Jesús viviente (san Juan Eudes).

La realidad sacerdotal de la Iglesia, que es también realidad materna, se actualiza principalmente por medio del ministerio de los sacerdotes. Es maternidad ministerial, que encuentra en María su figura o tipo. El sacerdote es ministro de Cristo y de la Iglesia, prolongando la persona del Señor, su palabra, su acción sacrificial, salvífica y pastoral. Cristo Sacerdote se prolonga en la Iglesia, y especialmente en la vida y ministerio sacerdotal, asociado a María. Ella es Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio (PO 18).

María sigue asociada al sacrificio de Cristo que se hace presente en la eucaristía por el ministerio de los sacerdotes. Esta dimensión mariana del misterio eucarístico ayuda al sacerdote a asociarse a Cristo Redentor con la actitud fiel, generosa, contemplativa y sacrificial de su Madre. La presencia activa y materna de María en la vida y ministerio sacerdotal es una realidad de fe, que debe hacerse consciente como fuente de renovación y de entrega a Cristo.

Cuando nosotros, al actuar in persona Christi, celebramos el sacramento del mismo y único sacrificio en el que Cristo es y sigue siendo el único sacerdote y la única víctima, no podemos olvidar este sufrimiento de la Madre... Conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios... Cuando celebramos la eucaristía, conviene que esté a nuestro lado (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988).

El sacerdote predica el mensaje de Cristo muerto y resucitado. María forma parte de este mensaje como la mujer Madre del Redentor asociada a él en la obra redentora (Ga 4,4-7). Con toda su acción ministerial, profética, cultual y de dirección y servicio, el sacerdote es instrumento de la vida nueva que Cristo transmite asociando a María.

María está relacionada con el sacerdote ministro como Madre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo Sacerdotal. Se puede decir que, por ello, ha adquirido unos derechos maternos sobre el sacerdote. Como Cristo no quiso ni quiere prescindir de María en la obra redentora, tampoco el sacerdote ministro puede prescindir de ella.

En la vida de santidad, María colabora a cada cristiano, según su propia vocación, para que se configure cada vez más con Cristo.

Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por esto es nuestra Madre en el orden de la gracia (LG 61).

María, pues, colabora con su afecto, ejemplo e intercesión, a que el sacerdote ministro sea signo claro del Buen Pastor, configurándose con él. Quien formó a Cristo Sacerdote en su seno, sigue formando a quienes son signo personal y ministerial del Señor.

La relación de María con el sacerdote ministro se basa, pues, en una realidad querida por Cristo:

- es Madre especial del sacerdote (realidad y amor),

- es modelo de su relación con Cristo y de su actuar apostólico,

- actúa como asociada a Cristo Sacerdote y Madre de la Iglesia.

Los santos sacerdotes de la historia, como san Juan de Avila, san Juan Eudes, san Antonio Mª Claret... han acentuado también el paralelismo entre María y el sacerdote:

- por la vocación o elección especial,

- por la consagración a los planes salvíficos de Dios en Cristo,

- por la unión con Cristo Sacerdote y Víctima en la cruz y en la eucaristía,

- por la fidelidad a la acción y misión del Espíritu Santo,

- por el hecho de comunicar a Cristo al mundo (instrumento de gracia) 7.

7 La doctrina de san Juan de Avila recoge este sentir de los santos sacerdotes: «Mirémonos, padre, de pies a cabeza, alma y cuerpo, y nos veremos hechos semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre» (plática primera, en Obras completas de BAC). «pastora, no jornalera que buscase su propio interés, pues que amaba tanto a las ovejas, que después de haber dado por la vida de ellas la vida de su amantísimo Hijo, diera de muy buena gana su vida propia sin necesidad de ella tuviera. ¡Oh qué ejemplo para los que tienen cargo de almas!» (sermón de la Asunción, ibídem). Ver la doctrina de san Juan de Avila sobre María en relación con el sacerdote: J. ESQUERDA BIFET, Introducción a la doctrina de San Juan de Avila, Madrid, BAC, 2000, cap. II B; VD, 4; VI A, 3.

El actuar de María en la Iglesia y por medio de la Iglesia (RM 37,47) comporta una relación con el actuar sacerdotal para formar a Cristo en los fieles. Es siempre Cristo quien actúa a través de los ministerios sacerdotales asociando a María.

La relación del sacerdote con la Iglesia está en la línea de la maternidad eclesial (cf. PO 6; LG 64-65). Servir a la Iglesia comporta ejercer unos ministerios que son la realización de esta maternidad, de la cual María es tipo y figura.

"Que la verdad sobre la maternidad de la Iglesia, a ejemplo de la Madre de Dios, se haga más cercana a nuestra conciencia sacerdotal... Es necesario profundizar de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta paternidad en el espíritu que a nivel humano es semejante a la maternidad... se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual... Que cada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar en casa del propio sacerdocio sacramental, como madre y mediadora de aquel gran misterio (cf. Ef 5,32), que todos deseamos servir con nuestra vida" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988).

Los sacerdotes, pues, tienen un vínculo especial con la Madre de Dios y un derecho especial a su amor (Juan Pablo II, ibídem); por esto, tienen particular título para que se les llame hijos de María (Pío XII, Menti nostrae, 42) 8.

8 AAS 42 (1950) 673. Ver las notas 1 y 2.

Las palabras constitutivas del sacerdocio ministerial «haced esto en conmemoración mía» se unen al encargo de la cruz «he aquí a tu Madre» y van dirigidas de modo especial al discípulo amado como representante especialmente de los apóstoles. Por esto,

todos nosotros... en cierto modo somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre. Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio que hemos recibido de Cristo. deseo además, que confiéis particularmente a ella vuestro sacerdocio (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1979).

4- En la vida espiritual y en el ministerio sacerdotal

La espiritualidad sacerdotal es una vivencia del ministerio en el Espíritu de Cristo (PO 13). La unión con Cristo y el servicio de prolongarlo en la Iglesia y en el mundo, comportan una sintonía con sus sentimientos y amores (cf. Flp 2,5). Jesucristo no quiso ni quiere prescindir de María al ejercer sus funciones sacerdotales, que ahora realiza por medio de sus ministros. La caridad pastoral es una imitación de las actitudes del Buen Pastor, que quiso a María asociada a su obra redentora.

La gracia y el carácter sacramental del Orden urgen a vivir esta realidad sacerdotal, que es eminentemente mariana, puesto que María es parte integrante del misterio de Cristo anunciado, presencializado, celebrado, comunicado y vivido por el sacerdote.

No sería posible la configuración con Cristo Sacerdote si se prescindiera de María. El sacerdote pertenece a Cristo tal como es, nacido de María y que asocia a María para prolongarse en la Iglesia. La consagración sacerdotal participada de Cristo tiene, pues, una dimensión eclesial y mariana. La donación o consagración a Cristo es una entrega a su persona y su obra salvífica, vivida con la presencia, el ejemplo y la ayuda de María.

Las gracias y carismas que el sacerdote ha recibido para servir a Cristo y a la Iglesia, tienen el matiz de dependencia mariana: vocación, carácter y gracia sacramental, gracias peculiares y necesarias para el ministerio, etc. Todas y cada una de estas gracias se han recibido de Cristo que ha querido la cooperación de María y la sigue queriendo para una respuesta fiel y generosa.

En la santificación propia y en la acción ministerial, la sintonía del sacerdote con Cristo se expresará también con esta dimensión mariana en:

- conocerla en el misterio de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo sacerdotal,

- amarla con actitud relacional imitada de Cristo, y con el gozo de ver en María el mejor fruto de la redención,

- imitarla especialmente respecto a su asociación esponsal con Cristo, a su contemplación de la palabra y a su fidelidad generosa a la acción del Espíritu Santo,

- celebrarla en el contexto del misterio pascual de Cristo, especialmente en la eucaristía, sacramentos, liturgia de las horas y año litúrgico,

- invocarla pidiendo su intercesión para el camino de configuración con Cristo Buen Pastor y para el proceso de evangelización.

La espiritualidad del sacerdote

debe extenderse también a la Madre de Dios, y con tanta mayor devoción y ternura en el sacerdote que en el simple fiel, cuanto son más reales y profundas las relaciones del sacerdote con Cristo y las relaciones de María con su divino Hijo (Pío XI, Ad catholici sacerdotti) 9.

9 Ver notas 1 y 2. Los autores espirituales han subrayado la relación de María con el sacerdote en un plan activo y vivencial: «Nuestro sacerdocio tanto más fecundo será cuanto más se apoye en la omnipotencia mediadora de María... Aquella que ha formado con su sangre al Sacerdote eterno, continúa formando en los sacerdotes la n de este mismo Cristo» (M. PHILIPON, Los sacramentos en la vida cristiana, Buenos Aires, 1965, 320-321).

En el ejercicio del ministerio, el sacerdote realiza la maternidad de la Iglesia, en el sentido de hacer madre a la comunidad eclesial como transmisora de vida en Cristo, a través del anuncio de la palabra, de la celebración litúrgica y de los servicios de caridad (PO 6; cf. LG 64-65).

La actitud espiritual del ministro debe ser, pues, de amor materno, del que María es modelo para todos aquellos que, en la misión de la Iglesia cooperan a la regeneración de los hombres (LG 65). «Vivir los ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13) incluye la imitación de la actitud materna de María, asociada a Cristo Sacerdote y Redentor.

La fidelidad a los designios salvíficos del Padre y a la acción del Espíritu Santo, en sintonía con los sentimientos de Cristo, es el aspecto más fundamental de la caridad pastoral. «De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres» (PO 18).

La devoción o actitud mariana es, pues, parte integrante de la espiritualidad sacerdotal: «Amen y veneren con filial confianza a la Santísima Virgen María, a la que Cristo, muriendo en la cruz, entregó como madre al discípulo» (OT 8) «En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios» (PDV 36) 10.

10 El nuevo Código concreta esta devoción mariana del sacerdote: can. 246, pár, 3 (durante la formación en el Seminario: «debe fomentarse el culto a la Santísima Virgen María, incluso por el rezo del santo rosario»), can. 276, pár. 2, 5º (para los ya sacerdotes: «tengan peculiar devoción a la Virgen Madre de Dios»). Ver: Ratio fundamentalis, n. 54; «Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios» (6 enero 1980), II, 4. Cfr. PDV 36,45,82; Dir 60,68,85,98.

Según las enseñanzas del magisterio, la devoción mariana del sacerdote se basa en:

- La relación del sacerdote con Cristo Sacerdote, que quiso nacer de María y la quiso asociar a su obra redentora,

- la relación del sacerdote con la Iglesia, Pueblo Sacerdotal, de la que María es Madre y tipo,

- la relación de María respecto a Cristo Sacerdote, a la Iglesia y al sacerdote ministro, como objeto especial de su maternidad 11. 11 «Deseo que confiés particularmente a Ella vuestro sacerdocio... Se da en nuestro sacerdocio ministerial la dimensión espléndida y penetrante de la cercanía a la Madre de Cristo» (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo de 1979, n. 11). «Nosotros tenemos, en cierto modo, derecho especial a este amor en virtud del misterio del Cenáculo» (idem, Carta del Jueves Santo de 1988, n. 6). La actitud mariana del discípulo amado continúa siendo programática para todo sacerdote, tanto en el gesto de recibir a María como Madre, como en el de auscultar la palabra de Dios desde el corazón de Cristo; cf. encíclica Redemptoris Mater, n. 23, nota 47). «Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen Santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia. Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente» (PDV 82).

Esta actitud o devoción mariana equivale, especialmente para el sacerdote, a introducirla en todo el espacio de la vida interior como el discípulo amado (cf. RM 45). La contemplación de la Palabra requerida para la predicación es una actitud mariana de meditar en el corazón (Lc 2,19.51). Sólo entonces se entra en el misterio de Cristo, auscultando sus amores (Jn 13,23-25) para anunciarlos a toda la humanidad (1 Jn 1,1ss).

El sacerdote aprende a sentir con la Iglesia y amarla, profundizando en su propia relación con María como Madre de la Iglesia y como modelo de su desposorio o asociación a Cristo. De esta espiritualidad eclesial y mariana, vivida en el cenáculo de la propia Iglesia particular y de la propia comunidad (Hch 1,14), pasará fácilmente a poner en práctica la fraternidad sacramental del Presbiterio (como familia (CD 28) de hermanos al servicio de toda la comunidad eclesial. María es Madre de la unidad del corazón como vida en Cristo, y de la unidad de la Iglesia como signo portador de Cristo.

Toda época de renovación eclesial ha sido una época de renovación sacerdotal y de profundización en el aspecto mariano de la vida espiritual y de la acción evangelizadora. Todo nuevo Pentecostés encuentra a los apóstoles en el cenáculo reunidos con María la Madre de Jesús (Hch, 1,14), para escuchar la palabra de Dios como ella y con ella, celebrar la eucaristía y construir la fraternidad como signo eficaz de evangelización. Las nuevas gracias del Espíritu Santo hacen posible que la comunidad eclesial, a la que sirve el sacerdote, se abra a los planes salvíficos de Dios como María 12.

12 La actitud mariana de la primera comunidad eclesial (Hch 1,14) se concreta en actitudes de escucha de la palabra, celebración eucarística, fraternidad y evangelización con la fuerza del Espíritu Santo (cf. Hch 2,42-47; 4,31-34). Esta sigue siendo la invitación de la Iglesia para la renovación de las comunidades, en vistas a una «evangelización renovada» de la que María es «figura» o «estrella» (EN 82; cf. LG 59; AG 4; RH 22; RM 26).

El ministerio del sacerdote tiene como objetivo ayudar a la comunidad a vivir su relación con María, para ser, como ella y con ella, fiel, virgen y madre:

María es verdaderamente Madre de la Iglesia... «No se puede hablar de la Iglesia, si no está presente María» (MC 28). Se trata de una presencia femenina que crea el ambiente familiar, la voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida. Es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios. Es una realidad tan hondamente humana y santa que suscita a los creyentes las plegarias de la ternura, del dolor y de la esperanza (Puebla 291).

«Junto con el Pueblo de Dios, que mira a María con tanto amor y esperanza, vosotros (los sacerdotes) debéis recurrir a ella con esperanza y amor excepcional» (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1979).

El sacerdote sigue la actitud joánica de recibir a María en comunión de vida, es decir, de «introducirla en todo el espacio de la vida interior, es decir, en su `yo' humano y cristiano» (RM 45 y nota 130). La eficacia del ministerio sacerdotal está, en cierto modo, condicionado a la actitud mariana y eclesial del sacerdote, que es imitación de las vivencias sacerdotales de Cristo 13.

13 Para el ministerio en América Latina, además del documento de Puebla n. 282- 303, Santo Domingo n. 15, EAm n. 11, ayudará a conocer la realidad histórica y pastoral de los diversos santuarios marianos del Continente: CELAM, Nuestra Señora de América, Colección Mariológica del V Centenario, 1986ss; J. ESQUERDA BIFET, Los santuarios marianos: «memoria» celebrativa de la Iglesia, «Ephemerides Mariologicae» 47 (1997) 111-138.

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- María, la mujer, asociada a Cristo Sacerdote y Redentor: Lc 2,35; Jn 2,4; 19,25ss.

- La oración sacerdotal de Cristo en el seno de María: Hec 10,4-7.

- María en el camino del Pueblo sacerdotal: Ap 12,1.

- María Madre del sacerdote ministro: Jn 19,25-27 (cf. OT 8; PO 18; PDV 36, 45, 82).

- Actitud mariana de fidelidad, generosidad, contemplación y asociación a Cristo Sacerdote: Lc 1,26-56; 2,19.51; Jn 19,25ss.

- Caridad pastoral y amor materno del apóstol a ejemplo de María: Ga 4,4-19; Jn 16,21ss.

Estudio y revisión de vida en grupo

- ¿Cómo vivir estos puntos básicos?

- María Madre de Cristo Sacerdote (PO 18; OT 8).

- La asociación de María a la obra redentora de Cristo (LG 58).

- Figura de la Iglesia Pueblo sacerdotal (LG 63; SC 103).

- María modelo y ayuda de la Iglesia en la obra apostólica (LG 64-65; Puebla 268).

- Actitud y devoción mariana del sacerdote (PO 18; OT 8; cánones 246, par. 3; can 276, par. 2,5º, PDV 36, 45, 82).

- Renovación sacerdotal en Cenáculo con María (AG 4; LG 59; PO 12).

- El ministerio sacerdotal en la realidad mariana de América Latina (Puebla 282-303).

Orientación Bibliográfica

En las notas del presente capítulo hemos indicado algunos estudios sobre: espiritualidad sacerdotal mariana preconciliar como comentario al magisterio (notas 1 y 2), el sacerdocio de María (nota 4), relación María-Iglesia (nota 5), María en América Latina (nota 13).

ÁLVAREZ, F. M. La Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Barcelona, Herder, 1968.

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INTRODUCCION

"Dejándolo todo, le siguieron"

(Lc 5,11)

 

      Así de sencillo es el evangelio para los que se han enamorado de Cristo: "Después de traer las barcas a tierra, dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5,11). Y así lo entendieron y lo siguen entendiendo muchos creyentes que han optado por amar a los hermanos con el mismo amor de Cristo. A partir de esta opción, todos los problemas quedan relativizados.

 

      Pero hay que reconocer que, muchas veces, tal vez demasiadas, el evangelio no aparece en la vida de quienes decimos creer en Cristo. La realidad es que a Cristo no le podrá encontrar el hombre de hoy, si no es a través de quienes lo han dejado todo con una "adhesión plena y sincera a Cristo y a su evangelio mediante la fe" (RMi 46).

 

      Un evangelio "aguado" no convence a nadie. El evangelio contagia cuando se presenta tal como es: la misma persona de Cristo transparentada en la vida de "los suyos". Porque él, presente y resucitado, sigue llamando para un encuentro vivencial y para compartir su misma vida, para poder construir una comunidad universal de hermanos. Esa fue y ésa sigue siendo su misión: la misma misión que ha confiado a los que le siguen dejándolo todo por él.

 

      Hemos puesto muchas "etiquetas" al "seguimiento evangélico". Lo malo es que nos quedamos con las etiquetas olvidando el seguimiento esponsal. Porque ese seguimiento al que Cristo llama, o es para compartir todo con él o no es.

 

      Cuando un joven ha sentido llamada de Cristo para seguirle incondicionalmente (como laico, religioso o sacerdote), a veces sólo encuentra etiquetas de adorno, donde Jesús es el gran ausente o, tal vez, sólo un paréntesis. Las vocaciones existen, porque el Señor las sigue dando gracias también a muchos creyentes que oran y se sacrifican. Pero no pocas vocaciones se chamuscan apenas empiezan a germinar, porque no han encontrado el signo claro y gozoso de quienes lo han dejado todo para seguir a Cristo.

 

      Se ha hablado mucho, aunque siempre sabe a poco, sobre la vida laical comprometida, la vida consagrada y la vida sacerdotal. Es siempre poco lo hablado y lo escrito porque necesitamos renovar convicciones, motivaciones y decisiones. El problema consiste en si nuestras charlas y escritos llegan a enamorar de Cristo y de su evangelio. Si una conferencia o una publicación sobre el evangelio no contagia convicción y gozo por el amor de Cristo y compromiso por amarle y hacerle amar, es señal de que se ha hecho del evangelio un adorno o un trampolín para vender baratijas. Somos demasiados los cristianos que decimos creer en el evangelio, pero que no somos "olor de Cristo" (2Cor 2,15).

 

      La pastoral vocacional necesita testigos del encuentro y del seguimiento de Cristo. Tengo la sensación de que hacemos muchas cosas buenas y no tanto el anunciar con una vida coherente el mensaje vocacional: "Hemos encontrado a Cristo... le llevó a Jesús... ven y verás" (Jn 1,41-46). Porque, en este campo, como en el de la misión, los ya vocacionados deben  "transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

 

      Una vida laical comprometida no puede rebajar el tono de las bienaventuranzas. Nos faltan laicos que asuman su secularidad, decididos a ser, desde dentro de ella, santos y apóstoles, es decir, fermento evangélico. La exhortación apostólica Christifideles laici ha hablado de su vocación de fermento evangélico, en las estructuras humanas, con responsablidad propia y en la comunión de Iglesia.

 

      Una vida consagrada que no esté centrada en el seguimiento radical de Cristo pobre, obediente y casto, produce el vacío en el corazón y deja a uno indefenso y huidizo en la soledad y en el fracaso. La misión profética de la vida consagrada consiste en ese corazón de pobre, en sintonía con los amores de Cristo Esposo, que es capaz de amar y convivir con los más pobres, desde la propia comunidad, sintiéndose Iglesia esposa o consorte de Cristo, como "pueblo de su propiedad" (1Pe 2,9). Los documentos conciliares y postconciliares, así como el Sínodo Espicopal de 1994, han acentuado la relación entre la consagración y la misión, precisamente a partir del encuentro esponsal con Cristo.

 

      Una vida sacerdotal en el Presbiterio o en otro grupo apostólico, necesita presentar claramente la caridad del Buen Pastor. Yo no creo viable un proyecto de vida en el Presbiterio, si no está abierto generosamente al estilo de vida evangélica de los doce Apóstoles, sin rebajar en nada la práctica de los consejos evangélicos (cf. PDV 15-16, 60; Directorio 57-68).

 

      El gozo de la identidad brota en el corazón, cuando uno se siente amado por Cristo y capacitado para amarle y hacerle amar. Cuando se ponen trabas al seguimiento evangélico, brota en el corazón la necesidad morbosa de buscar o pedir privilegios y permisos para todo. El gozo del seguimiento evangélico es una realidad de gracia, que se armoniza con la renuncia por amor, aún en medio de defectos que se quieren corregir; pero que no se compagina con la postura habitual de mediocridad, rutina y tacañería.

 

      Cuando Cristo, por propia iniciativa suya, llama al seguimiento evangélico, invita a compartir su misma vida, en comunión con otros hermanos también llamados por él. La convivencia comunitaria, el diálogo y el ecumenismo son sólo posibles a partir de la experiencia de la misericordia de Cristo y de un seguimiento evangélico coherente. Quien no ha encontrado a Cristo en su propia pobreza, de donde Cristo le ha llamado para el seguimiento evangélico, no hará más que echar más leña al fuego y acrecentar las divisiones entre creyentes y entre instituciones eclesiales. El diálogo y el ecumenismo no son posibles sin el perdón y sin la propia conversión.

 

      El seguimiento evangélico es una actitud relacional y contemplativa con Cristo, y de desprendimiento de todo para abrirse al amor, de vida fraterna y de disponibilidad misionera. Este seguimiento de Cristo sólo se puede vivir amando a la Iglesia misterio, comunión y misión, porque sólo entonces se recupera el sentido de desposorio con Cristo, para compartir su misma vida y para ser signo o transparencia de cómo ama él.

 

      La vida sacerdotal y consagrada, así como la vida laical comprometida, pierden su sabor evangélico de "sal" y de "luz" cuando se reduce a competencias, derechos adquiridos, instalación y compensaciones. Es el tributo que se paga con frecuencia en una sociedad de consumo. Por esto hay mucha gente herida, cansada y amargada, que contagia a los demás la angustia y el desconcierto que lleva dentro.

 

      Una nueva evangelización necesita hombres y mujeres de "vida nueva" (Rom 6,4). Esos seguidores de Cristo ya existen, pero "los obreros" evangélicos "son pocos" (Lc 10,2). Su fuerza profética consiste en una "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), trabajando si compensaciones ni protagonismos. El cristal deja pasar la luz sin ostentaciones.

 

      Al "seguimiento evangélico",  especialmente en la "vida consagrada" (con sus diversas modalidades), se le ha llamado "carisma y profecía". La afirmación es válida, puesto que todo cristiano, según su propia vocación, recibe gracias especiales ("carismas") para anunciar y testimoniar a Cristo. El profetismo es de todo el pueblo de Dios (Act 2,17; LG 35) y, de modo especial, de quien ha sido llamado a seguir el mismo camino evangélico radical de Cristo.

 

      La expresión máxima de este seguimiento evangélico se encuentra en la "vida apostólica" de los doce Apóstoles, que será siempre la pauta de toda "vida consagrada". Se trata siempre de "seguir a Cristo pobre y crucificado" (Santa Clara y San Francisco). Ese seguimiento evangélico es principalmente de desposorio o amistad profunda con Cristo, para compartir su misma vida y para ser signo de cómo ama él. "Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana... No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre... Por tanto imitar al Hijo, que es 'imagen de Dios invisible' (Col 1,15), significa imitar al Padre" (VS 19).

 

      Con estas breves reflexiones quiero hacer un pequeño servicio a cuantos quieran reestrenar la alegría de pertenecer esponsalmente a Cristo, como una respuesta al examen de amor para la misión: "¿Me amas más, tú?" (Jn 21,15ss).

 

      También podrían servir para ayudar a estrenar la vocación del seguimiento evangélico de Cristo, sin condicionarla a miopías y reduccionismos que luego se pagan muy caros. Pienso en grupos de oración, animadores de pastoral vocacional, formación inicial en seminarios y casas apostólicas, etc.

 

      Caminar en pos de Cristo, sólo es posible con él y en él. Su Madre, que es también la nuestra, le siguió así: "Jesús bajó a Cafarnaún, acompañado de su Madre, sus parientes y sus discípulos" (Jn 2,12). "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 36). Por esto "con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones... en la Iglesia" (PDV 82).

 

Lunes, 11 Abril 2022 11:42

Juan Esquerda Bifet SEGUIMIENTO Y DESPOSORIO

Escrito por

                              Juan Esquerda Bifet

 

 

      SEGUIMIENTO Y DESPOSORIO

 

 

 

                                    INDICE

 

Documentos y siglas

 

Introducción: "Dejándolo todo, le siguieron"

 

I. Respuesta a una llamada: vocación

 

      Presentación

      1. Iniciativa de Cristo, declaración de amor

      2. Opción fundamental, sin condicionamientos

      3. Es posible

      Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

II. Relación personal: encuentro

 

      Presentación

      1. "Venid y veréis... Ven y verás"

      2. Amistad e intimidad

      3. Sus huellas en mi vida

      Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

III. Compartir su misma vida: seguimiento y desposorio

 

      Presentación

      1. Cristo amó así

      2. Compartir esponsalmente su misma vida

      3. Ser signo de cómo ama él

      Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

IV. Comunión de hermanos

 

      Presentación

      1. Cristo vive en el hermano

      2. "Ve a mis hermanos"

      3. "Que sean uno en nosotros"

      Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

V. Fidelidad a la misión

 

      Presentación

      1. La fidelidad de Jesús: misterio pascual

      2. Prolongar su misma misión

      3. Hacer que todos conozcan y amen a Cristo

      Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

Conclusión: María, modelo del seguimiento evangélico

 

Orientación bibliográfica

 

Lunes, 11 Abril 2022 11:42

Juan Esquerda Bifet VER AL INVISIBLE

Escrito por

                      Juan Esquerda Bifet

 

 

                VER AL INVISIBLE

 

 

                            INDICE

Documentos y siglas

Introducción:"Ver al Invisible" (Heb 11,27)

I. Un corazón inquieto

     1. Dios escapa a nuestros conceptos y programaciones

     2. La búsqueda incansable del corazón humano

     3. Dios se manifiesta y comunica gratuitamente

     Meditación bíblica

II. ¿No me conocéis?

     1. Sólo Jesús ha visto a Dios

     2. Dios cercano y visible en Jesús

     3. Compañero de viaje hacia la visión y encuentro definitivo

     Meditación bíblica.

III Los testigos del encuentro

     1. Los hombres que más supieron de amor

     2. Autenticidad de los testigos del encuentro

     3. Un camino asequible todos

     Meditación bíblica.

IV. Hacia una tierra y una humanidad  nueva

     1. La verdad en el amor

     2. La historia solidaria de cada hermano y de cada pueblo

     3. La utopía cristiana de la esperanza

     Meditación bíblica.

V. Veremos a Dios tal como es

     1. Encuentro definitivo

     2. Visión de Dios

     3. Donación total

     Meditación bíblica.

VI.  Un ensayo para ver al Invisible: amar más la creación y los hermanos

     1. Cada hermano es una historia de amor

     2. El gozo de vivir: ¡bienaventurados!

     3. Sembrar y construir la paz definitiva

     Meditación bíblica.

Conclusión: "Creo en la vida eterna"

Selección bibliográfica

 

              CONCLUSION: María, modelo del seguimiento evangélico

 

      El seguimiento evangélico de Cristo tiene sentido de amistad íntima y profunda. Tiene el sentido esponsal de correr su misma suerte: "consorte". La Palabra de Dios, contenida en la revelación, manifiesta este significado de la fidelidad de Dios y a Dios, a modo de pacto esponsal o "Alianza". Dios es "fiel" al amor y a la existencia ("Yavé"). La encarnación es la presencia especial de Dios hecho hombre por nosotros, que "establece su tienda de caminante en medio nuestro", como esposo o consorte, protagonista de nuestra historia (Jn 1,14).

 

      Toda la vida cristiana tiene este sentido esponsal, a partir del misterio de la encarnación. Por esto San Pablo considera a la comunidad eclesial como esposa que debe estar enamorada de Cristo: "Os tengo desposados con un solo esposo, para presentaros cual casta virgen a Cristo" (2Cor 11,2). El amor de Cristo a su Iglesia, que somos todos nosotros, tiene este sentido de donación sacrificial y esponsal: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef 5,25).

 

      El seguimiento radical o evangélico de Cristo tiene este sentido esponsal, como signo fuerte que recuerda a la Iglesia entera su calidad de esposa. La "vida apostólica", que continúa en los sucesores de los Apóstoles con sus colaboradores inmediatos y en la vida "consagrada" (según diversas modalidades), se caracteriza por este seguimiento incondicional. Por esto Cristo se llama "esposo", especialmente de sus "amigos" que comparten con él su misma vida (Mt 9,15). Esta amistad o desposorio es "la expresión más plena de la consagración bautismal" (RD 7).

 

      Sin esta dimensión esponsal, el seguimiento evangélico se convertiría en un formulismo o en una carga pesada y sin sentido, que produciría soledad, vacío y frustración. La alegría del seguimiento nace del hecho de saberse amado por Cristo y acompañado por él, para pertenecerle totalmente. Entonces ya se puede vivir con serenidad este "género de vida virginal y pobre que Cristo Señor escogió para sí y que la Virgen su madre abrazó" (LG 46; ET 2).

 

      En toda la historia de la Iglesia, los que han seguido más de cerca a Cristo, se han sentido identificados con la Iglesia esposa y con María, figura la Iglesia. Por seguir esponsalmente a Cristo, se han contagiado de su mismo amor a su esposa la Iglesia y a su Madre, que es también la nuestra. El seguimiento de Cristo va unido a ese amor tierno del Señor por su comunidad, a la que llamó cariñosamente "mi Iglesia" (Mt 16,18). Por esto, quienes siguen radicalmente a Cristo se saben siempre acompañados por María, como modelo y ayuda de este seguimiento (cf. Jn 2,12; 19,25-27).

 

      El amor a la Iglesia y a María es connatural al seguimiento evangélico, como nota de garantía y de perseverancia. San Pablo se siente apóstol, como instrumento materno "para formar a Cristo" en la comunidad (gal 4,19); por esto toma a María como modelo de esta maternidad apostólica y eclesial, querida por Dios para hacernos participar de la filiación divina de Cristo (Gal 4,4-7.19.26).

 

      La vocación al seguimiento evangélico encuentra en María el ejemplo y la ayuda para la fidelidad inicial (cf. Jn 2,11-12), para la perseverancia en los momentos difíciles (cf. Jn 19,25) y para la apertura renovada a las nuevas gracias del Espíritu Santo (cf. Act 1,14).

 

      En María, "la mujer" asociada a Cristo (Jn 2,4; 19,26), toda la Iglesia y, de modos especial, quienes han sido llamados al seguimiento evangélico, encuentran el modelo de la asociación esponsal a Cristo (cf. LG 58; RD 17). Entonces "el amor esponsal por Cristo se convierte de modo casi orgánico en amor a la Iglesia, que es, a la vez, esposa y madre" (RD 15).

 

      Este amor a María y a la Iglesia hace descubrir y vivir mejor los valores evangélicos del seguimiento esponsal y virginal, a modo de "nueva maternidad en el Espíritu" (RMa 47; RMi 70). De ese amor nace la "plena disponibilidad para servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo" (RMi 69). Para una "nueva evangelización" se necesita principalmente el fermento evangélico de un seguimiento radical de Cristo, capaz de transformar la sociedad desde las raíces.

 

      María es la "memoria" evangélica de los que quieren seguir a Cristo como signo fuerte del amor de la Iglesia esposa (vida "consagrada") o como signo fuerte de Cristo Esposo ante la Iglesia (vida sacerdotal). Con ella se aprende a hacer de la vida un "sí" a la llamada de Cristo, que se traduzca en relación personal contemplativa, en seguimiento radical, en comunión de hermanos y en misión materna sin fronteras.

 

      Como María, "Madre de misericordia", la Iglesia "experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y le capacita para abrazar a todo el género humano" (VS 120). La Santísima Virgen, "asociada íntimamente al misterio de Cristo, no cesa de engendrar nuevos hijos con la Iglesia, a los que estimula con amor y atrae con su ejemplo, para conducirlos a la caridad perfecta. Ella es modelo de vida evangélica y de ella nosotros aprendemos; con su inspiración nos enseña a amarlo sobre todas las cosas, con su actitud nos invita a contemplar la Palabra, con su corazón nos mueve a servir a los hermanos" (Prefacio de las Misas de la Virgen María, formulario 32: La Virgen María, Madre y Maestra de vida espiritual).

Lunes, 11 Abril 2022 11:36

V. Fidelidad a la misión

Escrito por

V. Fidelidad a la misión

 

      Presentación

      1. La fidelidad de Jesús: misterio pascual

      2. Prolongar su misma misión

      3. Hacer que todos conozcan y amen a Cristo

      Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

Presentación

 

      La misión que Jesús confió a su Iglesia no es un quehacer superficial o pasajero, sino una fidelidad constante al "encargo recibido" de su Padre (Jn 10,18). Es la misión de hacerle conocer y amar, para comunicar a todos una nueva "vida" (Jn 10,10; 17,3). En esta misión de salvación universal e integral, Cristo gastó su vida entera.

 

      Quien ha sido llamado para el encuentro y el seguimiento de Cristo, lo ha sido también para compartir y prolongar su misma misión (cf. Jn 17,18; 20,21). El apóstol se mueve en sintonía con los mismos amores de Cristo, con su mismo itinerario pascual.

 

      La "sed" de Cristo (Jn 19,28) y su "compasión" (Mt 15,32) sólo se experimentan de verdad, cuando uno se ha decidido a correr su misma suerte, que es la de "dar la vida como rescate por muchos" (Mc 10,45). De este sentido de totalidad de la redención de Cristo, que "murió por todos" (2Cor 5,14-15), se han contagiado sus amigos.

 

 

1. La fidelidad de Jesús: misterio pascual

 

      Para comprender y vivir la misión, hay que fijar la mirada y el corazón en Cristo. La misión da sentido a su vida. No es sólo cuestión de hacer cosas o de sentirse realizado, sino de saberse enviado por el Padre para hacer de su vida una donación total en bien de toda la humanidad.

 

      Desde el primer momento, hecho hombre en el seno de María, su vida está hipotecada por la misión salvífica del Padre: "Vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7). Y hasta el último respiro, en la cruz, el tono seguirá siendo de donación incondicional: "Todo lo he cumplido" (Jn 19,20; "en tus manos, Padre" (Lc 23,46).

 

      Hoy resulta difícil apreciar esta misión totalizante de Jesús, porque se prefiere lo que agrada, lo productivo, lo inmediato. Pero la misión de Jesús procede del amor y conduce al amor. "El Padre me ama porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo" (Jn 10,17). Es la misión de "buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).

 

      A partir de la amistad profunda con Cristo, hay que acostumbrarse a afrontar la misión como donación total de sí mismo, sin hacer hincapié en lo que agrada o en el éxito inmediato. El gozo de la misión nace de esa donación que, a veces, puede ser dolorosa e incluso mal interpretada: "La mujer, cuando da a luz, está triste... También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y si alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría" (Jn 16,22).

 

      La fidelidad de Cristo a la misión se apoya en el amor del Padre hacia la humanidad entera: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). A partir de este amor, ya podrá afrontar la pobreza de Belén, la marginación de Nazaret, el cansancio por lo caminos de Palestina y la crucifixión en el Calvario. Ya todo es "copa" de bodas "preparada por el Padre" (Jn 18,11). Al afrontar las dificultades y la cruz, Jesús va siempre a "bodas", es decir, a sellar "la nueva Alianza" con su sangre (Lc 22,20), como vida donada "por la vida del mundo" (Jn 6,51).

 

      Esta fidelidad a la misión pasa por el "anonadamiento" (la "kenosis": Fil 2,5), que no es destrucción, sino orientación plena hacia el amor. "Se trata de un anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y expresa amor" (RMi 88). El haberse hecho hombre, asumiendo nuestra historia como propia, es para el Hijo de Dios un camino de "Pascua": "Pasar" por la pobreza, el dolor, la humillación y la misma muerte, hacia la resurrección. "La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz" (RMi 88).

 

      Será imposible entender la misión de Cristo, si no es desde sus amores. Hoy se acepta fácilmente una filantropía o un "voluntariado" para colaborar en el progreso de personas y de pueblos. Pero la misión de Cristo, asumiendo al mismo tiempo toda la realidad humana de pobreza, injusticia y dolor, va más allá, porque llega a la raíz de todos los males: el pecado y el egoísmo humano, que sólo busca el propio interés si tener en cuenta los planes de Dios amor sobre toda la humanidad. La misión de Cristo es redención o liberación integral, por medio de una donación total de sí mismo (inmolación) "para el perdón de los pecados" (Mt 26,28). "Dios envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10).

 

      No se puede captar la misión de Cristo, sin haber experimentado en uno mismo la necesidad de su redención. Se pueden constatar fácilmente las consecuencias del egoísmo humano; basta con abrir cualquier libro de historia o con escuchar las noticias de todos los días. Lo que no aceptamos fácilmente es nuestra responsabilidad personal y la repercusión de nuestro egoísmo y pecado en los males que aquejan a los hermanos. A Cristo se le comienza a comprender cuando se le encuentra en la propia realidad pobre y pecadora, para perdonar, sanar, salvar. Ahí empezó la misión de Saulo, como "vaso de elección" y apóstol de todos "los pueblos" (Act 9,15).

 

      La fidelidad de Cristo a la misión parece ilógica, si se mide con los baremos humanos. Se acepta con cierta facilidad el valor de su mensaje, resumido en el sermón de la montaña. Pero su predicación duró apenas tres años y quedó circunscrita a unos rincones de Palestina. ¿Qué valor misionero puede tener su vida de treinta años en Nazaret? Y precisamente en este rincón de Galilea, un día de sábado y en la sinagoga, proclamaría el sentido de su vida: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva" (Lc 4,18).

 

      La misión de Cristo se capta en sintonía con sus deseos ardientes de llegar a todo ser humano: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28). Ante cualquier género de pobreza sentía inmensa compasión: "Tengo compasión de esta muchedumbre" (Mt 15,32). No se contentaba con los que ya hubieran sido salvados por la fe en él, sino que decía mirando a un horizonte sin fronteras: "Tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas tengo que llevarlas y escucharán mi voz; habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16).

 

      Su cercanía a cada ser humano necesitado, se convertía en inserción plena en la realidad, hasta sentir sed y cansancio como cualquier mortal (cf. Jn 4,6-7). De este modo, expresando su propia sed, pudo salvar a una mujer divorciada (la samaritana), ayudándola a salir de su atolladero por un proceso de humildad y caridad: "En espíritu y verdad" (Jn 4,23).

 

      La misión de Jesús se comienza a sentir en el corazón, cuando se vive en sintonía con sus amores (cf. Jn 14,21). Quien no entra en el corazón de Cristo, sólo encuentra en el evangelio hechos curiosos, tal vez conmovedores y llenos de colorido, objeto de estudio técnico o de lectura literaria, y poco más. Si la "sed" de Cristo en la cruz (Jn 19,28) no cambia el corazón del apóstol hasta enamorarlo de él y hasta comprometerlo de verdad a hacerle amar, es señal de que el evangelio no se ha tomado en serio.

 

      La misión de Jesús, si se vive de verdad, no se presta a tergiversaciones ni a recortes. Cuando nacen teorías achatadas sobre la misión, es que a Jesús no se le ha encontrado como Salvador. Anunciar y extender el "Reino" (Mt 10,7) no equivale a exponer una teoría religiosa más. Porque "el Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18).

 

2. Prolongar su misma misión

 

      A los que le siguen, Cristo les comunica lo más querido que él recibió de su Padre: la misión. Fue el regalo que hizo a sus discípulos el día de su resurrección: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21). Y esta misma misión prolongada en los suyos, había sido el objeto de su oración al Padre en la última cena: "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18).

 

      Jesús llama a compartir su misma vida en todos sus aspectos. Si exige un seguimiento incondicional, es para que sus discípulos puedan ser su transparencia al prolongarle en la misión. Porque "llamó a los que él quiso... para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,13-14)).

 

      En el momento de prolongar al mismo Cristo, con su palabra, su acción salvífica y pastoral, el apóstol debe mostrar en su propia vida la misma vida de Jesús. Por esto, "al misionero se le pide renunciarse a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos, en la pobreza que lo deja libre para el evangelio; en el despego de las personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador" (RMi 88).

 

      La misión es un continuo examen de amor. Ya no es sólo el momento inicial de dejar todas las cosas, sino especialmente el proceso continuo de donación de sí mismo, sin buscar apoyo en las seguridades humanas y en las propias cualidades.

 

      Cada período de la vida apostólica es una sorpresa. El amor de Cristo se experimenta más fuerte y comprensivo, cuando uno ha palpado su propia limitación. Es entonces cuando Cristo, mostrando más su amor, pide un amor de retorno que sea de plena confianza en él: "¿Me amas?... Tú lo sabes todo; tú sabes que te amo... Apacienta mis ovejas" (Jn 21,17).

 

      Cuando la misión es más fecunda, entonces parece que todo se desmorona, como los andamios que se retiran para dejar libre la obra realizada: "Yo estoy a punto de derramarme en libación" (2Tim 4,6). En toda institución eclesial se pueden encontrar esas personas que, después de largos años de misión, ya quedan aparentemente como objeto de cuarto trasero. En esos momentos, el olvido de sí mismo hace que estos apóstoles sean sólo lo que siempre anhelaron ser: "Olor de Cristo" (2Cor 2,15), sembradores de serenidad y de paz, voceros para decir a todos que Dios les ama. Esa "kenosis" pascual de la misión se prepara ya desde el inicio, sirviendo en "los lugares más humildes" del propio Nazaret (RMi 66).

 

      La sintonía afectiva con la misión de Cristo potencia esta misión dejando actuar a Cristo mismo. El discurso misionero de Jesús (Mt 10,5ss; Lc 9,1ss; 10,1ss) traza las líneas maestras de la misión. Para poder anunciar el mismo mensaje de Cristo, se reciben sus mismos poderes de perdonar y sanar, se participa en su misma suerte hasta convertirse en un testimonio vivo que puede llegar a la donación martirial. De ahí deriva la necesidad de vivir el mismo estilo de vida del Señor. Entonces se capta con evidencia que la misión no tiene fronteras, puesto que es una llamada universal a un cambio de mentalidad ("conversión") para abrirse a los planes de Dios Amor.

 

      La acción providente y paternal de Dios invade toda la vida de Jesús y la de los suyos. La lógica humana no encaja bien con el seguimiento evangélico y con la acción apostólica. Las vocaciones son un don de Dios, que se alcanza con oración y cooperación, pero que no sigue el resultado de unas estadísticas o de unas previsiones técnicas. El sostenimiento económico de la vida del apóstol se confía también a esa acción providente, que reclama necesariamente la dedicación al trabajo encomendado (cf. Mt 10,29-30).

 

      Los Apóstoles supieron prolongar la misión de Cristo sin sentirse dueños de la misma, sino sólo servidores fieles, "testigos" de Cristo muerto y resucitado (cf. Act 2,32), propagandistas de un encuentro al vivo como quien "ha visto y tocado la Palabra de vida" (1Jn 1,1).

 

      Estos testigos convencen y contagian porque son la visibilidad y prolongación de Cristo. De él aprendieron a no aprovecharse del rebaño, sino a conducirlo con las mismas actitudes del "príncipe de los pastores" (1Pe 5,1-4). En el rostro del apóstol transparenta el evangelio, porque "Jesucristo, luz de los pueblos, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15). Así la Iglesia, pueblo de Dios en medio de las naciones, mientras mira atentamente a los nuevos desafíos de la historia y a los esfuerzos que los hombres realizan en la búsqueda del sentido de la vida, ofrece a todos la respuesta que brota de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio" (VS 2).

 

      Prolongar la misma misión de Cristo es la única gloria del "apóstol" (Rom 1,1ss). Del encuentro personal y cotidiano con el Señor, se aprende a no pertenecerse a sí mismo, sino a considerarse "deudor" de todo, para anunciarles el evangelio sin titubeos ni reticencias (cf. Rom 1,14-16).

 

      El apóstol es el amigo de Cristo, su "colaborador" (1Cor 3,9), que no se predica a sí mismo, sino sólo al Señor crucificado y resucitado (cf. 2Cor 4,5). La vida ya no tendría sentido, si no se gastara para la misión encomendada.

 

      Con los ojos y el corazón puestos en el Señor, la misión recibida de él es fuente de gozo, por el hecho de participar en su misma copa de bodas y en su camino de Pascua (cf. Mc 10,38; Lc 9,51). La comunidad, confiada al apóstol por Cristo y por su Espíritu, le ha costado al Señor el precio de su propia "sangre" (Act 20,28; 1Pe 1,19).

 

      El verdadero apóstol ya sólo se mueve por el mismo Espíritu Santo que guió a Jesús "hacia el desierto" (Lc 4,1), hacia la "evangelización de los pobres" (Lc 4,14-18) y hacia la Pascua (cf. Lc 9,51; Heb 9,14). El gozo más profundo del apóstol consiste en pertenecer exclusivamente a Cristo y a su misión, como "prisionero del Espíritu" (Act 20,22) y, por tanto, totalmente libre para anunciar a todos los pueblos, "a tiempo y a destiempo" (2Tim 4,2), los planes de Dios Amor.

 

 

3. Hacer que todos conozcan y amen a Cristo

 

      La misión brota del corazón de Dios, pasando por el corazón de Cristo. No es, pues, un conjunto de ideas o una lista de datos de una programación, sino "el amor de Dios derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Roma 5,5).

 

      La misión es algo vivencial: la misma vida divina comunicada a los hombres por medio de Jesucristo. Por esto, "la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). Otro modo de orientar la misión, tanto en la acción actual como en la reflexión sobre la historia, sería una visión reductiva.

 

      Las "conversiones" se dan porque Cristo se hace encontradizo con los nuevos "Saulo" y "Agustín". Por esto, la tarea del apóstol es la de "instrumento vivo" (PO 12). La gracia viene del Señor; a nosotros nos toca la colaboración responsable. La misión universal es posible, especialmente cuando las dificultades humanas parecen insuperables. El despertar de las vocaciones y de las conversiones no sigue la lógica de la historia humana.

 

      El apóstol va a la misión urgido por el amor de Cristo: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que uno murió por todos" (2Cor 5,14). A partir de los amores de Cristo, se comprende que la misión tiene esencialmente un sentido de totalidad y de universalismo: "Murió por todos para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (1Cor 5,15). "Recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10) no es una acción triunfalista y proselitista, sino una exigencia de Dios Amor.

 

      La urgencia de este amor indica siempre un campo sin fronteras. Este respiro universal se atrofia cuando el corazón ha trazado límites al amor. El apóstol busca que todos conozcan y amen a Cristo, siguiendo las pautas trazadas por el mismo Señor: "Predicad a todos los pueblos" (Mt 28,10); "seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Act 1,8).

 

      Esta entrega a la misión no admite rebajas ni recortes cuando se vive a partir del seguimiento evangélico y de la relación íntima con Cristo. La "sed" de Cristo por las "otras ovejas", urge a buscar a cualquier oveja perdida o alejada, "hasta encontrarla" (Lc 15,4).

 

      La comunidad se hace misionera a partir del hecho de vivir la presencia de Cristo en su medio (Mt 18,20). Los signos de esta presencia son múltiples: palabra, eucaristía, sacramentos, hermanos... (cf. Act 2,42-47). La fuerza del Espíritu Santo, que Cristo comunica a los suyos, urge y capacita para evangelizar "con audacia" (Act 4,29-31).

 

      Cuando no se vive ese tono audaz y generoso de la misión, las personas y las comunidades comienzan un proceso de atrofia, que desemboca casi siempre en tensiones y polémicas sin solución. Sin el oxígeno de una misión vivida por amor, se inicia un proceso de descomposición, de gangrena e inercia, que cansa, entristece y desorienta. Carecen de vitalidad evangélica las personas, las instituciones y las comunidades que no sirven para anunciar el sermón de la montaña.

 

      El mundo sólo se puede transformar por el espíritu de las bienaventuranzas, haciendo que personas y comunidades se orienten siempre hacia la donación y el compartir los bienes con los demás. Esa transformación de todo el cosmos es posible, cuando los apóstoles presentan el evangelio en su propia vida. La sociedad se transforma "a través del corazón del hombre, desde dentro" (RD 9).

 

      La entrega a la misión de Cristo es "don de sí, para dejar que el amor de Cristo nos ame, nos perdone y nos arrebate en su deseo ardiente de abrir a nuestros hermanos los caminos de la verdad y de la vida" (Juan Pablo II, 31.5.92).

 

      Las ansias de hacer que todos conozcan y amen a Cristo nacen en el corazón según la medida con que se quiere vivir su mismo estilo de vida evangélica. Cuando se buscan otras compensaciones que parecen "legítimas", el ansia misionera se atrofia para convertirse en una tarea filantrópica más. Al compartir la misma vida de Cristo, se siente en el corazón su mismo fuego de salvación universal: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12,49).

 

      Seguir a Cristo en su camino de Pascua, que es de "kenosis", de muerte y de resurrección, produce la libertad de poderse dedicar plenamente a la liberación de los demás, especialmente de los más pobres. Sin esta libertad apostólica, no podría darse la liberación de los hermanos. La opresión e injusticia producida por el pecado, sólo se puede vencer con la donación sacrificial del Buen Pastor, que vivió y murió amando. Su Pascua fue la de quien "pasó haciendo el bien" (Act 10,38) y "amó los suyos hasta el extremo" Jn 13,1).

 

      En un período de "nueva evangelización" se necesita rehacer el tejido cristiano de la sociedad. Los nuevos métodos y las nuevas expresiones necesitan con urgencia el nuevo fervor de los apóstoles. "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 3).

 

      El momento actual es irrepetible. "Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, sin todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitudes y deseos de nuestro tiempo" (RMi 92).

 

      La novedad del momento actual consiste en que nunca como hoy la humanidad ha mirado a la comunidad eclesial con tanta ansiedad, esperando la reafirmación de los valores permanentes de la vida humana. "El momento que estamos viviendo -al menos en no pocas sociedades- es más bien el de un formidable desafío a la nueva evangelización, es decir, al anuncio del Evangelio siempre nuevo y siempre portador de novedad, una evangelización que debe ser 'nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión'" (VS 106).

 

      Se necesitan apóstoles que, a partir del encuentro con Cristo y de su seguimiento evangélico, sientan en su corazón el celo misionero que abrasó el corazón de Pablo como trasunto del corazón de Cristo: "Celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os tengo desposados con un solo esposo, para presentaros cual casta virgen a Cristo" (2Cor 11,2); "el amor de Cristo nos apremia" (2Cor 5,14).

 

      El mundo se evangeliza en la medida en que se presenta, con palabras y testimonio, el sermón de la montaña. "La evangelización - y por tanto la 'nueva evangelización' - comporta también el anuncio y la propuesta moral" (VS 107). Pero esta vida moral cristiana es la vivencia y el anuncio del amor: "La vida moral se presenta como la respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del hombre. Es una respuesta de amor" (VS 10).

 

 

                 Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

- La misión, a partir de los amores de Cristo:

 

      "¿No sabíais que me había de ocupar en las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49).

 

      "El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla de nuevo... éste es el mandato que he recibido de mi Padre" (Jn 10,17-18).

 

      "Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo. El cual, siendo de condición divina... se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres... y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,5-8).

 

      "En tus manos, Padre" (Lc 23,46).

 

      "Todo lo he cumplido... entregó su espíritu" (Jn 19,30).

 

      * La misión de Cristo sólo se entiende de corazón a corazón.

 

 

- Compartir la misma misión de Cristo:

 

      "Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

 

      "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18).

     

      "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21).

 

      "¿Me amas más?... apacienta mis ovejas" (Jn 21,15ss).

 

      * La misión de Cristo es un continuo examen de amor. Si se quiere prolongar su misión, hay que transparentar su misma vida.

 

 

- Hacer de Cristo el corazón del mundo:

 

      "Id, pues, haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

 

      "Seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Act 1,8).

 

      "Recapitular todas las cosas en Cristo, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1,10).

 

      "Tengo otras ovejas" (Jn 10,16); "tengo compasión de esta muchedumbre" (Mt 15,32); "tengo sed" (Jn 19,28).

 

      * La misión no tiene fronteras cuando el corazón ama sin rebajas.

 

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