Lunes, 11 Abril 2022 11:44

X- Síntesis y evolución histórica de la espiritualidad sacerdotal

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X- Síntesis y evolución histórica de la espiritualidad sacerdotal

Presentación

La historia de la espiritualidad sacerdotal analiza, en sus circunstancias de espacio y tiempo las figuras de santos sacerdotes, los documentos sobre el sacerdocio, las reflexiones teológicas que se han elaborado a través de los siglos, etc. Pero, sobre todo, sirviéndose de estos mismos datos, penetra cada vez más en el contenido inagotable de la palabra revelada, predicada por la Iglesia, que nos presenta a Cristo Sacerdote y que describe los rasgos del estilo de vida apostólica que corresponde a cada época.

La espiritualidad sacerdotal, como espiritualidad cristiana, por el hecho de ser sintonía con las actitudes del Buen Pastor, está también abierta a un dinamismo que equivale a la acción del Espíritu Santo en la historia de la Iglesia. Es muy importante ir constatando en cada momento histórico cuáles son las líneas de fuerza o la dinámica de esta acción del Espíritu, que invita a los servidores del Pueblo de Dios a profundizar y a vivir su estilo o espiritualidad sacerdotal. Se trata siempre de espiritualidad abierta al futuro, como preparación de nuevos pasos o nuevas etapas, que van acercando más al hecho salvífico de la realidad permanente de Cristo Sacerdote y de su llamada para un seguimiento apostólico. Esta realidad y esta llamada ya están en los textos bíblicos desde hace veinte siglos, pero la predicación y la vivencia eclesial, bajo la acción del Espíritu Santo, los va explicitando cada vez más.

Cada momento histórico del caminar eclesial hace resaltar algún aspecto de la figura de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, que se ha manifestado a través de los signos de la Iglesia. Es una presencia activa de Cristo que sigue enviando su Espíritu con nuevas gracias para afrontar situaciones nuevas. Las figuras sacerdotales, los documentos sobre el sacerdocio, la reflexiones magistrales y las instituciones apostólicas, son, dentro de las limitaciones humanas, signos portadores de una gracia sacerdotal válida para todo momento del caminar eclesial.

Se puede decir que cada época ha tenido gracias a carismas especiales, a modo de un Pentecostés permanente. El estudio de la historia, bajo este prisma de fe, sin perder de vista los condicionamientos sociológicos y culturales, puede ser un medio privilegiado de gracia, que actualice los carismas en situaciones históricas inéditas. Cada época viene a trazar una figura sacerdotal, que llega a tener un cierto valor permanente para afrontar nuevos problemas eclesiales y para responder a nuevas gracias sacerdotales. El estudio de la historia nos ayuda a inculturarnos en un presente que es fruto de un pasado y que prepara un futuro siempre mejor.

La historia de la espiritualidad sacerdotal, de la que aquí presentamos sólo un esbozo, hace ver un dato que es común a toda la historia de la Iglesia: sólo queda para el futuro lo que sea verdaderamente continuación del estilo sacerdotal de Cristo Buen Pastor.

Estudiar la historia no equivale a anquilosarse en el pasado, sino a prepararse para un nuevo caminar, afrontando nuevas situaciones de gracia y de evangelización. La historia de la espiritualidad sacerdotal nunca está hecha perfectamente, porque se está construyendo todavía en la realidad.

La evolución histórica de la espiritualidad, de la vida y del ministerio sacerdotal, encuentra su autenticidad en una línea de seguimiento generoso de Cristo, que se concreta en una disponibilidad para la comunión fraterna, especialmente en el propio Presbiterio de la Iglesia local, y que se abre a los horizontes de la Iglesia universal en un servicio misionero sin condicionamientos ni fronteras 1.

1 Hemos resumido la doctrina sacerdotal bíblica en los capítulos II y III. Ver en esos mismos capítulos los estudios bíblicos. Los textos neotestamentarios principales en los que se ha inspirado toda la historia sobre la espiritualidad sacerdotal, son los que hacen referencia a la elección o vocación, el seguimiento de Cristo, la caridad de Buen Pastor, la misión, la eucaristía, la oración sacerdotal, etc., en relación al Presbiterio y al servicio de la Iglesia. Pedro y Pablo son los modelos de esta espiritualidad evangélica y pastoral.

1- Espiritualidad sacerdotal en la época patrística

La doctrina patrística sobre la espiritualidad sacerdotal es un eco de los textos neotestamentarios sobre el Buen Pastor. Refleja, pues, la vida apostólica, es decir, la vida pastoral que enseñaron y vivieron los Apóstoles.

No encontramos en los Santos Padres una doctrina sistemática y ordenada sobre el sacerdocio, sino más bien, una llamada a vivir las exigencias que comporta la vida pastoral. Sus escritos son una referencia a Cristo Sacerdote, Mediador y Buen Pastor, y al misterio de la Iglesia, a la que sirven los sacerdotes como constructores de un templo vivo en la comunión (Koinonía). El tema mariano (María Tipo de la Iglesia) está relacionado con el misterio de Cristo y de la Iglesia.

El ministerio apostólico de los sacerdotes se presenta como servicio o diaconía, que es participación de la humillación (kenosis) de Cristo Sacerdote. La dignidad sacerdotal consiste en este servicio (servidor de servidores). El Presbiterio, en el que vive el sacerdote, es comunión sacerdotal y principio de comunión eclesial.

La santidad del sacerdote consiste en tener un corazón limpio por la fidelidad al Espíritu Santo, recibido en la ordenación. El don del Espíritu Santo impregna la vida del sacerdote. La referencia a Cristo, ungido Sacerdote y que da la vida como Buen Pastor, es el punto de equilibrio entre la consagración y la misión sacerdotal. Es una santidad que mira al ejercicio del ministerio pastoral, especialmente en el servicio de la palabra, en la celebración de los misterios y en la dirección de la comunidad. La pertenencia permanente al ministerio pastoral constituye la herencia del sacerdote como clérigo que tiene por herencia al Señor.

La diferencia de aspectos de espiritualidad, tal como queda delineada por los Santos Padres, varía según las épocas, países y escuelas. Los Padres de Oriente hacen referencia a la consagración a Cristo; los del Occidente se remiten a la consagración que se recibe en el sacramento del Orden, como participación en la unción y misión de Cristo, a veces se subraya la distinción entre lo humano y divino (escuela antioqueña) y, consiguientemente, se da más cabida a la acción instrumental propia del sacerdote ministro. Otras veces se acentúa la unidad de Cristo (escuela alejandrina) y, por tanto, se dirá que el ministro es movido por la acción divina. En Occidente se urge a una santidad concreta en normas litúrgicas, disciplinares y morales. En Oriente se presenta la dignidad del sacerdote encuadrada en el hecho de ser mediador de la acción divina. Para todos son muy importantes los textos litúrgicos de la ordenación y las normas trazadas por los concilios sobre la vida apostólica en los Presbíteros2.

2 Algunos estudios de conjunto sobre la doctrina sacerdotal en los Santos Padres: AA. VV., Teología del sacerdocio en los primeros siglos, en «Teología del Sacerdocio» 4, Burgos 1972;AA. VV., Il ministero sacerdotale nella Bibia e nella Tradizione, en Il prete per gli uomini d'oggi, Roma, AVE, 1975, sección primera; AA. VV., La Tradition sacerdotale, París, X. Mappus, 1959; G. BARDY, Le sacerdote chrétien du I au V siècle, París, 1954, UNAM Sanctam 28; J. COLSON, Ministre de Jesús Christ ou le sacerdoce de l'évangile, étude sur la condition sacerdotale des ministres chrétiens dans l'Eglise primitive, París, Beauchesne, 1966; J. ESQUERDA, Historia de la espiritualidad sacerdotal en «Teología del Sacerdocio» 19, Burgos, 1985, cap. III; J. LECUYER, El sacerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sígueme, 1960 (quinta parte); I. OÑATIBIA, Introducción a la doctrina de los Santo Padres sobre el ministerio sagrado, en «Teología del Sacerdocio» 1, Burgos, 1969, 93-122; M. RUIZ JURADO, La espiritualidad sacerdotal en los primeros siglos cristianos, en «Teología del Sacerdocio» 9, Burgos, 1977, 277-305; D. SPADA, La fede dei Padri, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1985; A. VILEILA, La condition collégiale des prêtres au III siècle, París, Beauchesne, 1971.

Algunos Santos Padres han sido un punto permanente de referencia durante toda la historia, cuando se ha tratado de formación y de renovación sacerdotal: san Ignacio de Antioquía (cartas sobre la vida sacerdotal en el Presbiterio), san Juan Crisóstomo (seis libros sobre el sacerdocio), san Ambrosio (sobre el ministerio litúrgico), san Agustín (sobre la vida de fraternidad), san Gregoriano Magno (la regla pastoral).

Las cartas de san Ignacio de Antioquía hacia el año 150, presentan la santidad en los ministros, obispos, presbíteros, diáconos, a partir del hecho de ser n o transparencia del Señor en la comunidad eclesial. El obispo es la expresión o tipo e n del Padre, o también la expresión de Cristo como éste lo es del Padre. Por esto en el Presbiterio, como Senado de Dios (carta a la Iglesia de Trallas, 3, 1), el obispo ocupa el lugar de Cristo; los presbíteros ocupan el lugar de los Apóstoles en torno a Cristo.

Todos los ministros, obispos, presbíteros, diáconos, son constructores de la unidad del Presbiterio y, por tanto, de la unidad eclesial. Sin unidad del Presbiterio no habría unidad de la Iglesia. De este modo, desde cada Iglesia local, se eleva al Padre el canto de unidad, como expresión de la voz del mismo Cristo:

Conviene correr a una con el sentir de vuestro Obispo, que es justamente lo que hacéis. En efecto, vuestro Colegio de presbíteros, digno del nombre que lleva, digno también de Dios, así está armoniosamente concertado con su Obispo, como las cuerdas con la lira (Carta de la Iglesia de Efeso, 4,1-2) 3.

3 Para san Ignacio de Antioquia y otros Padres Apostólicos, además de los estudios citados en la nota anterior: D. RUIZ BUENO, Padres Apostólicos, Madrid, BAC, 1974; A. QUACQUARELLI (Dir), I Padri Apostolici, Città Nuova, Roma, 1978. Más concretamente sobre san Ignacio; J. C. FENTON, Concepto de sacerdocio diocesano, Barcelona, Herder, 1956; M. MEES. Ignatius von Antiochien ubre das Priestertum, «Lateranum» 57 (1981). Ver también otros Padres y documentos; Didajé (años 90-100), cartas de san Clemente de Roma (años 96-98), san Policarpo de Esmirna (hacia 155), el «Pastor» de Hermas (hacia 140-155), san Ireno (muerto hacia 202), la Traditio Apostólica (con los ritos de ordenación) de Hipólito de Roma (muerto hacia 235), etc.

Los seis libros de san Juan Crisóstomo (344-407) sobre el sacerdocio constituyen el primer tratado amplio sobre el tema sacerdotal, escrito hacia el 386. En estos libros se han inspirado todos los tratados posteriores, así como muchos decretos eclesiales, reglas de formación sacerdotal, etc.

La santidad sacerdotal es una consecuencia o exigencia de una realidad y función ministerial que abarca toda la vida del sacerdote. Se describe siempre en relación al ministerio de la palabra, de la eucaristía y demás sacramentos y del pastoreo en general. La presidencia del sacerdote es en nombre de Cristo para servir a modo de mediación y de reconciliación. La gracia recibida le dedica de modo permanente al servicio de la comunidad. El título de sacerdote tiene sentido de sacrificador y, al mismo tiempo, de santificado o consagrado para el servicio cultural y pastoral. Hay que mantener siempre la unidad en el Colegio de los presbíteros (lib. 4,15). La acción del sacerdote es de paternidad, para hacer nacer nuevos miembros del Cuerpo de Cristo y para edificar la Iglesia. Las virtudes sacerdotales se resumen en la caridad como la del Buen Pastor, expresada en pobreza, castidad, celo, prudencia, mansedumbre, espíritu de oración...

«El sacerdote se acerca a Dios como si todo el mundo le estuviera confiado y fuera el padre de todos» (lib. 6,4).

«El sacerdote ha de poseer un alma más pura que los rayos del sol... mucha mayor pureza se exige del sacerdote que del monje» (lib. 6,2).

«El que ha de recibir el cuidado de las almas necesita exquisita prudencia, gran caudal de gracia de Dios, rectitud de costumbres, pureza de vida y una virtud más humana» (lib. 3,7).

«Tiene que ser, a la vez, grave y sencillo, respetable y benigno, apto para mandar y accesible para la comunicación, incorruptible, humilde, indomable, audaz y manso, y así poder hacer frente a todo» (lib. 3,16) 4.

4 Ver las Obras de San Juan Crisóstomo, Madrid, BAC, 1958. Estudios: G: ALVES DE SOUSA, El sacerdocio permanente en los libros «De Sacerdotio» de San Juan Crisóstomo, «Teología del Sacerdocio» 5 (1973) 1-19; E. BOULARAND, Le sacerdoce, mysstère de crainte et d'amour chez Saint Jean Chrysostome, «Bull. Litt. Eccl» 72 (1971) 3-36; M. LOCHBRUNNER, Über das Priestertum. Historishe und systematische Untersuchung zum Priesterbild des Johannes Chrysostomus, Bonn 1993; F. MARINELLI, La carta del prete. Guida alla lettura del «Dialogo sul sacerdocio» di san Giovanni Crisóstomo, Roma, Rogate, 1986. Entre los Padres Orientales, después de los Padres Apostólicos, hay que tener en cuenta la doctrina sacerdotal de Clemente de Alejandría (150-215), Orígenes (185-253), San Efrén diácono (306-373), San Gregorio Nacianceno (329-390), San Gregorio Niseno (335-396), San Juan Crisóstomo (344-407), San Cirilo de Jerusalem (313- 386), las Constituciones Apostólicas y Didascalia Apostolorum (siglos III-IV), Teodoro de Mopsuestia (muerto hacia el 428), San Máximo Confesor (muerto en 662), etc. Estudios sobre San Gregorio Nacianceno: E. BELLINI, La figura del pastore d'anime in Gregorio Nazianceno, «La Scuola Católica» n. 4 (1971) 269-296; M. SERRA, La carità pastorale in S. Gregorio Nazianceno, «Orientalia Cristiana Periódica» 21 (1955) 337-374; I. OÑATIBIA, La acción divina en las decisiones-ordenaciones sacerdotales, según San Gregorio Nacianceno, «Scriptoria Victoriensia» 40 (1993) 261-178.

San Ambrosio (333-397) describe la vida y el ministerio de los clérigos en su libro De officciis ministrorrum, ofreciendo normas concretas sobre la acción pastoral, especialmente litúrgica y de orientación moral. El clérigo tiene como herencia al Señor y no debe dejarse llevar de deseos terrenales, sino que su mejor ornamento es la castidad. La caridad se demostrará en un especial cuidado de los pobres, en quienes se esconde Cristo. Para poder ser buen consejero, el sacerdote necesita presentar una vida honesta y una actitud de benevolencia, además de ser modelo de virtud. Esta exigencia de vida santa, a ejemplo de Cristo, corresponde al ministerio sacerdotal de predicar y de ofrecer el sacrificio eucarístico.

Verdaderamente es bienaventurado aquél de cuya casa ningún pobre sale con las manos vacías, pues no hay nadie más dichoso que quien se cuida de las necesidades de los pobres y de los enfermos y desamparados (lib. I, cap. 11).

Seguimos a Cristo según nuestra posibilidad... Aunque ahora no se le ve a Cristo ofrecer..., en nosotros El mismo se deja entrever como oferente, cuya palabra santifica el sacrificio que se ofrece (comentario al salmo 38) 5.

5 El libro de San Ambrosio, De Officiis ministrorum; PL 16, 25-194. Estudios: A. BARBIERI, La dottrina del sacerdocio in S. Ambrogio, Muro Lucano 1949; A. BONTAO, L'idea del sacerdocio in S. Ambrogio, «Agustinianum» 27 (1987) 423-464; F. DALBESSIO, Il sacerdote secondo S. Ambrogio, Roma, 1960; C. DOTTA, S. Ambrogio e l'anniversario della consecrazione episcopale, «Ambrosius» 9 (1933) 210-212; R. GRYSON, Le prêtre selon Saint Ambroise, Louvain, Imp, Orientale, 1968; J. HERNANDO, La ordenación y sus «munera» en San Ambrosio, «Teología del Sacerdocio» 9 (1977) 345-387; J. LECUYER, Le sacerdoce chrétien selon Saint Ambroise, «Rev. Univ. Ottawa» 22 (1962) 104-126. Entre los Padres de Occidente, hay que tener en cuenta a San Cipriano (muerto en 258) con sus cartas sobre la vida sacerdotal (Madrid, BAC), San Jerónimo (342-420) con sus cartas (Madrid, BAC), San Agustín (345-439), San León Magno (400-461), San Gregorio Magno (540-604) que resumimos después, etc. Muy parecido a San Ambrosio es San Isidro de Sevilla (570-636) con su libro De ecclesiasticis officiis.

La doctrina y la vida sacerdotal de San Agustín (345-430), obispo de Hipona, se fundamenta en Cristo Sacerdote y Mediador, centro de la historia, como puede verse en «La ciudad de Dios» y en las «Confesiones». Su doctrina y su ejemplo sobre la vida apostólica y comunitaria de los clérigos con su obispo será un punto de referencia continua para las normas posteriores de la Iglesia sobre la vida sacerdotal. La espiritualidad sacerdotal, según San Agustín, tiene las características de un servicio eclesial que nace del amor. Es una presidencia que busca, como el Buen Pastor, el bien de los demás. Es una actitud de servicio ministerial de la palabra y de los sacramentos, como prolongación del servicio de Cristo Sacerdote Mediador y Buen Pastor.

Todos estos, (Pedro, Pablo, Cipriano, obispos mártires, fueron buenos pastores, no sólo por haber derramado su sangre, sino por haberla derramado en defensa de las ovejas; no la derramaron por vanidad, sino por caridad... Al amador, le hiciste pastor... Rogad también por las ovejas descarriadas, para que también ellas vengan a nosotros y reconozcan y amen la verdad, y no haya sino un solo rebaño y un solo pastor (sermón 138).

Los que anuncian a Dios porque le aman, los que anuncian a Dios por Dios, no por sus propios intereses, apacientan las ovejas y no son mercenarios (sermón 137).

Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano (sermón 340).

Encuentro a todos los buenos pastores en un solo pastor... En el mismo Pedro encomendó la unidad... Pero todos los buenos pastores se encuentran en uno, son uno. Ellos apacientan, pero es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no anuncian su propia palabra, sino que se alegran por la palabra del esposo (sermón 46) 6.

6 Obras de San Agustín, Madrid, BAC. Ver: G. ARMAS, Algunas figuras del pastor de almas en los escritos de San Agustín, «Augustinus» 18 (1973) 157-164; G. C. CERIOTTI, Il sacerdocio in S. Agostino, «Renovatio» 14 (1979) 205-22; 234-253; U. DOMÍNGUEZ DEL VAL, El sacerdote pastor según San Agustín, «Salamanticensis» 13 (1966) 401-410; J. HERNÁNDEZ, San Agustín y la espiritualidad sacerdotal, «Teología del Sacerdocio» 3 (1971) 7-44; G. MAJOU, Sulla espiritualità sacerdotale ed episcopale in S. Agostino «La Scula Católica» 93 (1965) 211-222; D. MUCCI, Il sacerdocio di Cristo nella ecclesiologia della «Civitas Dei» di S. Agostino, «Rivista di Ascetica e Mistica» 53 (1984) 12-23; F. PELLEGRINO, Le prêtre serviteur selon Saint Augustin, París, 1968; J. TURRADO, El carácter sacerdotal según San Agustín, en: El sacerdocio de Cristo, CSIC, Madrid, 1969, 23-233; F. VAN DER MEER, San Agustín pastor de almas, Barcelona, Herder, 1965.

La «Regla pastoral» del Papa san Gregorio Magno (540-604) ha sido, durante siglos, junto a los libros de San Juan Crisóstomo, un código de santidad sacerdotal y un tratado o directorio práctico de acción pastoral para obispos y presbíteros. Todas las virtudes del sacerdote dicen relación a los ministerios que ejerce en la comunidad, especialmente al ministerio de la palabra previamente contemplada y al ministerio de la eucaristía. De ahí la necesidad del testimonio de pobreza sacerdotal para no cegar a las ovejas, así como de la oración intercesora y contemplativa, de caridad y celo apostólico.

Sea el prelado prójimo de cada uno por la compasión y aventaje a todos en la contemplación... de manera que ni por aspirar a lo celestial desatienda las flaquezas de los prójimos, ni por atender a las debilidades de los prójimos deje de aspirar a lo celeste (Regla, cap. V).

Cuando el pastor pone sus sentidos en los cuidados terrenos, el polvo levantado por el viento de la tentación ciega los ojos de las ovejas (ibídem, cap. VI) 7.

7 Ver obras de San Gregorio Magno, Madrid, BAC, 1958. Estudios de J. HERNANDO, El arte de «gobernar las almas» según San Gregorio Magno, «Teología del Sacerdocio» 3 (1971) (ver otros estudios en los volúmenes 3, 4, 8, 17); L. SERENTA, La dottrina di San Gregorio Magno sull'episcopato, Torino, Marietti, 1980; J. ZABALETA, El ministerio y la vida sacerdotal de San Gregorio Magno, «Claretianum» 13 (1973) 81-186. Sobre la «vida apostólica» en el Presbiterio, sería necesario profundizar en las figuras de algunos obispos: San Eusebio di Vercelli, San Paulino de Nola, ecc. Ver: Eusebii Vercellensis episcopi quae supersunt: CC, IX, 1975, 103-110; L. DATTRINO, La lettera di Eusebio al clero ed al popolo della diocesi, «Lateranum» 45 (1979) 60-82. Ver otros estudios sobre la época patrística y sobre los concilios visigóticos de los siglos IV- VII: Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap. XIII,notas 1-36. Cfr. J. A. ABAD, El sacerdocio ministerial en la liturgia hispana, «Teología del Sacerdocio» 5 (1973) 351, 394-397; M. AUGE, El sacramento del Orden según los concilios españoles de los siglos IV-VII, «Claretianum» 5 (1964) 71-94. Hay que recordar los santos obispos en la España visigótica del siglo VII: Ildefonso y Julián (Toledo), Leandro (Sevilla), Braulio (Zaragoza), Fulgencio (Ecija). Ver: G. M. VERD, La predicación patrística española, «Estudios Eclesiásticos» 47 (1972) 277-351.

2- Vida sacerdotal en la Edad Media

Al final del primer milenio y a principios del segundo, el Presbiterio fue perdiendo su unidad y su espíritu de vida apostólica o de imitación de la vida de los Apóstoles. Los cánones o normas disciplinares de los concilios fueron señalando directrices para la vida clerical en sus diversos grados, dejando entrever abusos de autoridad y un proceso creciente de defectos y de secularización, que se quiere detener a toda costa. Los clérigos que querían cumplir los cánones se llamaban canónigos y vivían en residencias canónicas (como los monjes no secularizados vivían en los monasterios); a los que no querían vivir según los cánones que les llamaba seculares. La terminología posterior no corresponde, pues, a su origen.

La corriente sacerdotal que quiso continuar poniendo en práctica la vida apostólica, se orientó hacia las directrices dadas por san Agustín. Muchos presbíteros, así como las nuevas Ordenes religiosas, se inspiraron en esta regla agustiniana: canónigos regulares, nótese la redundancia, dominicos (hermanos predicadores), agustinos, trinitarios, franciscanos (hermanos menores), mercedarios, premostratenses... Es difícil deslindar los campos entre la vida monacal y la vida en el Presbiterio (ordo monasticus, ordo canonicus). Casi siempre había un intercambio e incluso una convivencia entre canónigos y monjes. Las exigencias evangélicas eran las mismas; sólo variaba el modo de ponerlas en práctica. Paulatinamente los Presbiterios y las nuevas formas de vida apostólica se fueron independizando y separando entre sí, debido, en gran parte, a la exención.

Obispos, concilios y santos sacerdotes urgieron a practicar nuevamente la vida apostólica o canónica (según los cánones) en el Presbiterio. El concilio romano de 1059, al que dio vigencia Alejandro II en 1063, todavía prescribía la vida común y la pobreza para los clérigos, presbíteros especialmente. San Norberto, hacia 1124 y san Pedro Damián, muerto en 1072, son exponentes de una reacción positiva para salvar la vida apostólica en los Presbiterios de las Iglesias locales. Pero la escisión y la dispersión de la vida eclesial sería pronto un hecho consumado que tendrían consecuencias muy negativas para los siglos posteriores.

Este período histórico de la llamada Edad Media, a pesar de sus limitaciones, se presenta como un arsenal de datos interesantes para la construcción de la espiritualidad sacerdotal en el Presbiterio de todas las épocas. La herencia de los Santos Padres sobre la vida sacerdotal permanecía en muchas Iglesias locales, aunque con añadiduras criticables y, desde luego, con formas muy diversas.

No se puede oponer lo monacal a lo pastoral, ni tampoco lo religioso a lo diocesano. El sacerdocio ministerial, en toda Iglesia particular, forma una unidad fundamental, que se apoya precisamente en la variedad de carismas y que encuentran, o debe encontrarse siempre en el propio obispo el principio de unidad; así ocurría en muchas Iglesias particulares durante la Edad Media, como fruto de una herencia recibida desde tiempos apostólicos y patrísticos.

Uno de los mejores legados de la Edad Media es el de haber trazado los primeros pasos para una formación sacerdotal organizada. En realidad, los clérigos se habían formado en los Presbiterios, junto al propio obispo y en la comunidad de presbíteros y diáconos. Allí se preparaban prácticamente ayudando a la vida pastoral. La doctrina de los Santos Padres servía de orientación espiritual, pastoral y teológica. De ello se habían ocupado ya los concilios visigóticos de los siglos IV-VII.

El Decreto de Graciano (1140) es un arsenal de datos sobre la vida y la formación de los clérigos. Se da mucha importancia a la vida o Regla apostólica (Dist. 25-50), acentuando las virtudes que hacen relación a la acción pastoral y a la celebración litúrgica. En los concilios tercero y cuarto de Letrán (1179 y 1215) se urge a poner en práctica las normas de la Iglesia sobre la formación de los futuros sacerdotes. Algunas afirmaciones pasarán al tesoro de la doctrina permanente sobre las vocaciones sacerdotales: «Es mejor, sobre todo tratándose de sacerdotes, que haya pocos y buenos, que muchos ministros y malos, porque si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo» (Ench. Cleric. 87). Santo Tomás recogerá también el legado de estos concilios cuando dirá: «Dios nunca permitirá que a su Iglesia falten ministros idóneos y suficientes para las necesidades del pueblo cristiano, si se eligen dignos y se rechazan a los indignos» (Suppl. q. 36, a. 4, ad 1).

A pesar de todos estos esfuerzos y de la creación de universidades de gran nivel teológico, la vida clerical se inclinó hacia la secularización, incluso aprovechando las ventajas de una formación intelectual, para fomentar los propios intereses personalistas. La decadencia de la vida clerical, al final de la Edad Media, no elimina sus grandes valores y méritos, especialmente durante sus momentos fuertes de renovación espiritual, que fueron inicio de las grandes escuelas de espiritualidad y de profundización teológica 8.

8 Sobre la situación sacerdotal en esta época: AA. VV., La vita comune del clero nei secoli XI e XII, «Vita e Pensiero», Milano, 1962; J. ESQUERDA, Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c., cap. IV (La vida de los clérigos entre dos milenios); R. GREGORI, La vocazione sacerdotale. I canonici regolari nel Medioevo, Studium, Roma, 1982; N. LOPEZ MARTINEZ, Notas en torno a la historia de hechos y doctrinas sobre el sacerdocio ministerial en la Edad Media, «Teología del Sacerdocio» 1 (1969) 123-153; I. E. LOZANO, De vita apostólica apud canónicos, «Comentarium pro Religiosis» 52 (1971) 193-210 L. SALA BALUST, F. MARTÍN, La formación sacerdotal en la Iglesia, Barcelona, Flors, 1966. Ver otros estudios en: Teología de la espiritualidad sacerdotal, o. c., cap. XIII, 3.

La teología de esta época (escolástica) se fue elaborando de modo sistemático en las escuelas catedralicias y monacales. Respecto al tema sacerdotal, se concretó cada vez más en el sacramento del Orden y en la realidad del carácter, impreso de modo permanente en el ordenado. De este modo se llega a la presentación del sacerdocio ministerial en sí mismo con sus derivaciones espirituales y apostólicas. La espiritualidad sacerdotal encuentra, pues, en la Edad Media, el comienzo de su fundamentación teológica sistemática, especialmente a partir de la teología del carácter sacramental.

Los principales datos patrísticos que se elaboran en esta época tienen un matiz de herencia agustiniana más vivencial. Pero la evolución teológica apunta a unas categorías más ontológicas y aristotélicas, que culminan en santo Tomás: el carácter es como una potencia espiritual activa que configura con Cristo (III, q. 63), quien es la fuente de todo sacerdocio (II, q. 22, a. 4).

El sacerdote ministro es la prolongación visible de Cristo Sacerdote, puesto que obra en persona de Cristo (III, q. 22, a. 4) al servicio de la Iglesia. El sacerdote está dedicado al ministerio de la eucaristía para construir el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia. La predicación y los sacramentos conducen a esta realidad eucarística y eclesial. Cristo es causa ejemplar y eficiente del ser, del obrar y de la santidad sacerdotal; el sacerdote ministro es instrumento activo suyo (III, q. 63, a. 3), de cuyo poder participa en el servicio cultual y pastoral.

La evolución teológica corrió a cargo de diversos santos y teólogos, acentuando siempre la acción sacerdotal como instrumento de gracia y participación en la mediación de Cristo. San Buenaventura subraya la semejanza con Cristo servidor y bienhechor (Sent. IV, d. 24, a. 34). San Alberto Magno pone de relieve la transformación en Cristo, Hijo de Dios y Redentor (In IV Sent., d. 6 c, a. 3). Santo Tomás, resumiendo todos estos aspectos, acentúa la participación ontológica y activa en el sacerdocio de Cristo (III, q. 27, a. 5 ad 2; q. 63, a. 1-6). Por esta semejanza, transformación y participación, el sacerdote ministro puede y debe orientar toda su actuación hacia la eucaristía y el Cuerpo místico de Cristo. «El oficio propio del sacerdote es el de mediador» (III, q. 22, a. 1). Su vida está en relación con la humanidad de Cristo; por esto debe ser deiforme (deiformissimus) por la caridad (Suppl. q. 36, a. 1). Para ello, además del carácter permanente, el sacerdote recibe, en el sacramento del Orden, una gracia especial, sacramental, a modo de vigor especial, que hace posible su fidelidad a las exigencias del sacerdocio.

La ordenación sacerdotal preexige la santidad, especialmente porque hay que guiar a otros por el camino de la perfección. Dios no niega la gracia a los que elige para este servicio (III, q. 27, a. 4). La santificación o unción por parte del Espíritu Santo, (línea de los Santos Padres), encuentra en la teología escolástica de esta época una explicación sobre la naturaleza de este don y acción carismática. La exigencia de santidad se presenta, al mismo tiempo, como un deber y como una posibilidad al alcance del ordenado 9.

9 AA. VV., Saint Thomas d'Aquin et le sacerdoce, «Revue Thomiste» 99/1 (1999); J. ESQUERDA, Síntesis histórica de la teología sobre el carácter, «Teología del Sacerdocio» 6 (1974) 211-262; J. GALOT, La nature du caractère sacrementel, Etude Thèologigue, Bruges, Desclée, 1957; S. P. McHENRY, Three significant moments in the theological development of sacramental carácter of Orders: Its origin, standardization, and new direction in Augustine, Aquinas and Congar, Diss. Fordham University, 1983; A. HUERGA, Evolución progresiva de la teología del carácter en los siglos XI-XII, «Teología del Sacerdocio» 5 (1973) 97-148; J. LECUYER, Le sacrement de l'ordination recherche historique et théologique, París, Beauschesne, 1981; N. LOPEZ MARTINEZ, Ordenación para el ministerio. Notas bibliográficas sobre la historia y la teología litúrgica del sacramento del Orden, «Salmanticenses» 39 (1992) 131-160; L. OTT, El sacramento del Orden, en Historia de los dogmas, Madrid, BAC, 1976, t. IV.

Gracias a las nuevas formas de vida sacerdotal, canónica y religiosa y a la profundización de la teología sobre el sacerdocio, comenzó, en la Edad Media, lo que podríamos llamar escuelas o líneas de espiritualidad, que subrayan también algún aspecto de la vida espiritual y apostólica del sacerdote.

La escuela o línea de san Víctor se inspira en la teología sobre el sacramento del Orden. Hugo de San Víctor, muerto en 1140 fue el inspirador de la teología de Pedro Lombardo y de otros teólogos posteriores sobre este tema. En la doctrina de Hugo, el sacerdote es esencialmente mediador para alcanzar la reconciliación y la concordia; está dedicado como clérigo al Señor, con quien ha de tener trato íntimo para dominar sus pasiones y para no atarse a negocios terrenos. Los sacerdotes obran como cooperadores del obispo, a quien obedecen y representan para un mejor cuidado pastoral. La santidad es una exigencia de la celebración de los misterios del Señor.

La escuela o línea benedictina y cisterciense es exponente del monacato occidental, con gran influencia en los Presbiterios, sobre todo en la vida litúrgica, en el sentido del trabajo, ora et labora, la convivencia y hospitalidad, el estudio y la meditación de la palabra de Dios (lectura meditada), etc. Hay que recordar a san Anselmo y San Bernardo, que explican al clérigo las virtudes de la caridad, pobreza, humildad, castidad y obediencia, puesto que ha de profesar la perfección como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios.

La escuela o línea dominicana, con santo Domingo como fundador (1170-1221), es el lazo de unión entre la vida apostólica del Presbiterio y las primeras experiencias de vida religiosa para el sacerdote. El grupo dominicano inicial fue una comunidad sacerdotal como derivación del Presbiterio, pero en circunstancias especiales de apostolado y de espiritualidad: predicar en diversas Iglesias locales o diócesis. La llamada regla de san Agustín sobre la vida apostólica, que se vivía en el Presbiterio de origen (Burgo de Osma, Soria), se adaptó a estas circunstancias de un grupo sacerdotal disponible para la predicación misionera bajo la autoridad de los di versos obispos, más allá de una diócesis concreta y con la ejemplaridad de una fuerte vida evangélica especialmente de pobreza. La predicación va precedida de la contemplación y acompañada de testimonio evangélico (contemplata aliis tradere).

Santo Tomás (1225-1274), que hemos resumido en este mismo apartado, es el teólogo de la escuela. La caridad pastoral es la nota característica del estado de perfección adquirida, como es principalmente en el caso del obispo (II-II, q. 184). Por esto la ordenación sagrada presupone la santidad, puesto que el peso de las órdenes ha de conferirse a paredes bien consistentes por la santidad (II-II, q. 189, a. 1 ad 3). Santa Catalina de Siena (1347-1380), en El diálogo, describe al sacerdote ministro de Cristo y de la Iglesia, como distribuidor de la sangre del Señor, preocupado por la gloria de Dios y la salvación de las almas.

La escuela o línea franciscana subraya dos aspectos del sacerdote ministro: la imitación o seguimiento radical de Cristo, perfección evangélica y la predicación del evangelio a los pobres y a los no cristianos. San Francisco (1182-1226) se convierte en instrumento providencial para despertar el respeto y amor a los sacerdotes, especialmente porque celebran la eucaristía. La originalidad franciscana, en el contexto del movimiento pauperístico no siempre equilibrado del siglo XII y XIII, consiste en la sencillez, alegría y espontaneidad de la pobreza evangélica sin pretensiones de heroicidad. El respeto de san Francisco por los sacerdotes ha quedado expresado en su testamento:

Me dio el Señor y da tanta fe en los sacerdotes... porque no veo ninguna cosa corporalmente en este mundo que aquel altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a otros.

San Buenaventura (1218-1274) describe la santidad requerida para celebrar la eucaristía, en relación a la caridad pastoral y en unión con la humanidad de Cristo. El amor que el sacerdote debe tener a las almas es semejante al afecto del padre o de la madre respecto a sus hijos; su ministerio es análogo al de un arquitecto, agricultor, pastor, fiduciario, médico, centinela y jefe.

Todas estas notas de renovación sacerdotal franciscana, y especialmente el tono de pobreza y de evangelización universal, se encuentran con tonos originales en el beato Raimundo Lull (1235-1316). Su vida laical no le impidió darse por entero a la reforma de la Iglesia en vistas a una rápida evangelización de todas las gentes. Propone la reforma de la vida sacerdotal a partir de las bienaventuranzas, que deben impregnar toda la vida de la diócesis.

La escuela agustiniana, que tiene su origen en la doctrina y en la vida de san Agustín, como vimos en el apartado anterior, encuentra también en esta época su forma «religiosa» no eremítica. De hecho, la corriente agustiniana ayudó a mantener en los Presbiterios el tono de la vida comunitaria y evangélica según los cánones de la Iglesia. Esta escuela tendrá sus mejores exponentes en la época tridentina 10.

10 Sobre las escuelas de espiritualidad y sacerdotales: AA. VV., Le grandi scuole della spiritualità cristiana, Roma, Teresianum, F. M. ALVAREZ, Las grandes escuelas de espiritualidad en relación al sacerdocio, Barcelona, Herder, 1963; M. AUGE, E. SASTRE, L. BORRIELLO, Storia della vita religiosa, Brescia, Queriniana, 1998; A. ROYO, Los grandes maestros de la vida espiritual, Historia de la espiritualidad cristiana, Madrid, BAC, 1973. Ver en Edit. BAC, Madrid, Vida y obras de san Benito, san Anselmo, san Bernardo, santo Domingo, santa Catalina, san Francisco, san Buenaventura, Raimundo Lull.

3- Reforma sacerdotal en tiempos nuevos

En torno al concilio de Trento, se acentuó una corriente renovadora, en parte como reacción a un proceso secularizante de decadencia y en parte como herencia de la teología sacerdotal, de la actividad apostólica y de la vida comunitaria y evangélica que había tenido lugar en los siglos anteriores. En ello influyeron las escuelas de espiritualidad que hemos resumido en el período medieval.

Uno de los hechos más sobresalientes fue la llamada devoción moderna, que tuvo su centro en los Países Bajos y que duró desde el siglo XIV hasta entrado el siglo XVI. Este movimiento espiritual suscitó experiencias de vida comunitaria entre los presbíteros y entre los laicos. También sirvió de aliciente para renovar la predicación. Algunas de las notas características de este fenómeno espiritual, reflejado en el libro Imitación de Cristo influirían decisivamente durante siglos en la vida del sacerdote: acento en la imitación de las virtudes de Cristo, metodización de la vida de oración, importancia de la predicación y catequesis, dirección espiritual por el cambio de perfección, devoción o sintonía afectiva con lo que se predica apartamiento del mundo... No hay que olvidar que algunos de estos aspectos son una reacción contra defectos de la época y que, por tanto, pueden presentar algunas imperfecciones inherentes al mismo movimiento de reforma.

La renovación espiritual anterior a Trento se fue generalizando, no siempre en la línea de la devoción moderna, y plasmó en grupos, asociaciones y movimientos sacerdotales, que reflejaron su ideal en escritos y en realizaciones de vida comunitaria. Algunas escuelas de espiritualidad cristiana y sacerdotal tienen su origen en esta época en torno a Trento. Las agrupaciones de clérigos y de laicos se iban multiplicando y extendiendo concretándose en la ayuda fraterna para adquirir la santidad cristiana y sacerdotal, y para una mayor eficacia apostólica y de servicio a los necesitados.

Muchas de estas experiencias quedaron sin estructuras concretas y, al no encontrar tampoco cauce en el Presbiterio de las Iglesias locales, desaparecieron durante los siglos posteriores o tomaron un rumbo más independiente. No obstante, los Presbiterios se beneficiaron de todas estas corrientes de renovación elevando el nivel espiritual del clero. La época en torno a Trento es fecunda en libros y opúsculos sobre la santidad sacerdotal, así como en directorios de pastoral escritos por obispos y santos sacerdotes. Muchas veces, el Presbiterio en cuanto tal fue refractario a estas reformas espirituales y pastorales, debido principalmente a un rígido y personalista sistema beneficial, que fue también una rémora para la aplicación de las directrices conciliares de Trento 11.

11 Para esta época ver la Historia de la Iglesia. En cuanto al tema sacerdotal: Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, 1985, cap. V. Para la «devoción moderna»; R. G. VILLOSLADA, La Devotio Moderna, «Manresa» 28 (1956) 315-350. Sobre la figura ideal del pastor según los escritos de la época; J. I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma, Roma, Instituto Español de Estudios Eclesiásticos, 1963; BARTOLOMÉ CARRANZA, Speculum pastorum, Salamanca, 1992 (edic. de J.T. Tellechea). Sobre santo Tomás de Villanueva; A. LLINCHAFER, El sacerdocio en santo Tomás de Villanueva, «Revista Agustiniana» 27 (1986) 365-443; Idem, Santo Tomás de Villanueva, fidelidad evangélica y renovación eclesial, Madrid, Edit. Rev. Augustiniana, 1996. Sobre el sacerdocio según la doctrina de Trento; J. A. DE ALDAMA, El sacerdocio temporal en la sesión 23 del concilio de Trento, «Teología del Sacerdocio» 5 (1973) 149-165; H. E. BOULARAND, Le sacerdoce de la loi nouvelle d'après le Décret du Concile de Trent sur le sacrement de l'Ordre, «Bull. Litt. Ecclésiastique» 56 (1955) 193-228; S. DIANICH, La teologia del prebiteraro al concilio di Trento, «Scuola Católica» 5 (1971) 331-358; A. DUVAL, L'Ordre au concile de Trente, en: Etudes sur le sacrement de l'Ordre, París, Cerf, 1975, 277-324; J. GALOT, Le caractère sacerdotal selon le concile de Trente, «Nouvelle Revue Théologique» 93 (1971) 223-246. Ver otros estudios en la nota siguiente.

La reforma sacerdotal suscitada por el concilio de Trento se concretó en una renovación pastoral y espiritual de los sacerdotes, eliminando o debilitando, de este modo, la raíz de muchos desórdenes clericales. La base se esta reforma está en la presentación de la doctrina teológica sobre el sacerdote, tomada en gran parte de santo Tomás de Aquino (ses. 23 del concilio).

En la doctrina conciliar de Trento, hay que distinguir los textos dogmáticos y los textos de reforma. Los primeros, además de exponer la doctrina teológica sacerdotal, ponen el acento en el ministerio de la eucaristía y del perdón (ses. 23, cap. I-IV). Los textos de reforma acentúan la formación (Seminario), la cura pastoral, la predicación y la catequesis (ses. 23, Decretos de reforma). El llamado Catecismo Tridentino (publicado posteriormente, en 1566) recoge todos estos aspectos.

El aspecto pastoral de la vida del sacerdote, descrito o deseado por el concilio, es muy notable: debe conocer la situación de los fieles, sacrificarse por ellos, dar testimonio, ejercer el ministerio de la palabra y de los sacramentos, prestar atención especial a los pobres y necesitados... Todo ello suponía una reforma personal por medio de una vida profunda de oración, castidad y pobreza.

La formación sacerdotal por medio de las instituciones de Seminarios, fue una de las grandes y trascendentales decisiones de Trento (ses. 23, can. 18 de reforma). La formación pastoral de los futuros presbíteros se adquiriría en el servicio que los seminaristas prestarían en las catedrales debidamente reformadas...

«Establece el santo Concilio que todas las catedrales, metropolitanas e iglesias mayores, tengan obligación de mantener y educar religiosamente, e instruir en la disciplina eclesiástica, según la posibilidades y extensión de las diócesis, cierto número de jóvenes de la misma ciudad y diócesis, o, a no haberlos en ésta, de la misma provincia, en un colegio situado cerca de las mismas Iglesias, o en otro lugar oportuno, a elección del obispo. Quiere también el Concilio que se elijan con preferencia los hijos de los pobres, aunque no excluye los de los ricos, siempre que se mantengan en sus propias expensas y muestren deseos de servir a Dios y a la Iglesia»... (ses. 23, can. 18 de reforma).

No todas las directrices de Trento pasaron a la práctica, sobre todo en cuanto a la formación pastoral de los futuros sacerdotes. Los decretos conciliares encontraron, en general, una aplicación muy tardía, en algunos casos, después de un siglo. El ministerio sacerdotal dejó de ser paulatinamente el objetivo de aspiraciones económicas. Pero el concilio no pudo aprovechar todos los factores prácticos de reforma y de renovación que iban surgiendo en los Presbiterios, especialmente cuanto se refiere a la vida comunitaria y a la perfección evangélica de los sacerdotes. En estos puntos tan importantes, el mérito principal recae en las agrupaciones de clérigos y en los santos sacerdotes de la época.

No debe confundirse la doctrina sacerdotal de Trento con las polémicas teológicas originadas después del concilio. Estas discusiones postridentinas polarizaron la atención, olvidando los aspectos pastorales y el equilibrio de ministerios que el concilio había patrocinado 12.

12 Además de los estudios de la nota anterior, ver: F. DELGADO, El sacramento del Orden en los teólogos de la escuela salmantina, «Teología del Sacerdocio» 6 (1974) 183.209; J. MARTÍN ABAD, Líneas de fuerza de la espiritualidad sacerdotal en la reforma conciliar del siglo XVI, «Teología Espiritual» 18, (1974) 299-338; P. MARTÍN, Catecismo Romano, Madrid, BAC, 1956; L. OTT, La teología postridentina, en Historia de los dogmas, Madrid, BAC, 1976, IV, 5, cap. VII; L. SALLA BALUST, F. MARTÍN, La formación sacerdotal en la Iglesia, Barcelona, Flors, 1966, cap. III-IV; J. TELLECHEA, La espiritualidad sacerdotal en la época moderna, en La espiritualidad del presbiterio diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 409-425.

Las escuelas de espiritualidad, que ya hemos visto en la época anterior, tuvieron ahora un influjo importante en la doctrina y vida sacerdotal. Las escuelas benedictina, dominicana, franciscana y agustiniana, siguieron cooperando a esta renovación. Baste recordar el Exercitatorio de la vida espiritual (Monserrat 1500) de García de Cisneros (1455-1510) (escuela benedictina); la reforma clerical iniciada en España antes de Trento por el cardenal Franciscano de Cisneros (1436-1517) (escuela franciscana); el testimonio y la doctrina de santo Tomás de Villanueva arzobispo de Valencia (1488-1555), Alfonso de Orozco (1500-1591) y Fray Luis de León (muerto en 1591) (escuela agustiniana). Obras apostólicas y escritos de san Vicente de Ferrer (1350-1419), Fray Luis de Granada (1504-1588) y Bartolomé de los Mártires (1514-1590) (escuela dominicana); vida y escritos de san Miguel de los Santos (1591-1625) (escuela trinitaria), etc.

A estos escritores y santos de las escuelas antiguas hay que añadir los de las escuelas que nacen o se renuevan en la época de Trento: escuela carmelitana, escuela ignaciana o jesuítica.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582) fomentó la oración a favor de la santidad sacerdotal (camino, cap. 3) y, a través de Ana de san Bartolomé, tuvo cierta influencia en la renovación espiritual y sacerdotal de Francia (s. XVII). San Juan de la Cruz (1542-1591) dejó una fuerte huella en el aspecto contemplativo de la espiritualidad sacerdotal, recordando el ejemplo del Buen Pastor (Cántico, canc. 22) y señalando la importancia evangelizadora de la contemplación (Cántico, canc. 29,2-3).

La escuela ignaciana, que tiene su origen en san Ignacio de Loyola (1491-1556), ha comunicado a la vida sacerdotal una serie de actitudes espirituales: seguimiento de la voluntad de Dios a imitación de Cristo, metodología en la oración, de vida como clérigos regulares, etc. Son líneas reforzadas por ejemplo de santidad y por la doctrina de grandes escritores: san Francisco Javier (1606-1552), san Francisco de Borja (1510-1572), san Alfonso Rodríguez (1531-1617), Luis de la Puente (1554-1624), etc. 13.

13 Sobre san Ignacio: J. O`DONELL, S. RENDINA, Sacerdocio e spiritualità ignaciana, Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 1993. Ver autores y obras de las diferentes escuelas en sus respectivas ediciones de la Edit. BAC (Madrid). Datos bibliográficos sobre cada autor y escuela según la doctrina sacerdotal: Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c., en la nota 11. Para ampliar estos datos nos remitimos a la nota 10 de este capítulo. Ver también: J. ESQUERDA, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap, XIII.

San Juan de Avila (1499-1569), patrono del clero secular hispano (desde 1946), puede considerarse el santo del sacerdocio en el siglo XVI. Podría ser la figura clave para hablar de una escuela sacerdotal hispana. Influyó en casi todos los santos sacerdotes de su época. Su acción pastoral fue una pauta que siguieron muchos obispos y sacerdotes discípulos y amigos suyos: predicación, dirección espiritual, creación de instituciones educacionales y caritativas, entre las que sobresalen los primeros seminarios españoles antes de Trento. Su doctrina sacerdotal se encuentra principalmente en estas publicaciones: «Tratado sobre el sacerdocio», «Pláticas a los sacerdotes», «Memoriales al concilio de Trento» y al sínodo de Toledo, cartas, sermones. Sus líneas básicas sobre el sacerdocio son las siguientes:

- obrar en nombre de Cristo Sacerdote,

- actuar como mediador en unión a Cristo,

- predicador de la palabra, ministro de la eucaristía, servidor de la caridad en la comunidad,

- imitación de las virtudes del Buen Pastor: caridad, pobreza, obediencia, castidad,

- vida en el Presbiterio y en unión con el propio obispo.

Según san Juan de Avila, la formación en los Seminarios debía ser eminentemente pastoral y de exigencias evangélicas, así como de especialización según los diversos sectores pastorales. Las perspectivas de su espiritualidad giran en torno a la eucaristía, la fidelidad a la acción del Espíritu Santo, la devoción mariana, el servicio de la Iglesia para el bien de todos los hombres. Cristo Sacerdote, en su vida íntima de relación con el Padre y de amor a los hombres, es el punto de referencia de la santidad del sacerdote 14.

14 Sobre la doctrina y figura de san Juan de Avila, ver bibliografía, escritos y estudios en: SAN JUAN DE AVILA, Obras completas, Madrid, BAC, 1970-1971 (6 volúmenes). Sus escritos sacerdotales: Juan de Avila, escritos sacerdotales, Madrid, BAC, 1979. Nueva edición de las obras: 2000ss. Datos bibliográficos y doctrinales base: B. JIMÉNEZ, El maestro Juan de Avila, Madrid, BAC popular, 1988. Estudio sobre la escuela sacerdotal avilista en su contexto e influencia histórica; J. ESQUERDA BIFET, Introducción a la doctrina de San Juan de Avila, Madrid, BAC, 2000; Idem, Diccionario de san Juan de Avila, Burgos, Monte Carmelo, 1999. En ambos estudios se recoge la bibliografía actual sobre el Maestro Avila, distribuida por materias. San Juan de Avila, siendo neosacerdote, se alistó para la evangelización del Nuevo Mundo como acompañante del primer obispo de Tlaxcala Julión Garcés; pero el arzobispo de Sevilla le retuvo en España; algunos de sus discípulos pudieron cumplir este deseo del Maestro Avila. Su doctrina sacerdotal contagiaba a sus colaboradores, amigos y discípulos, entre los que destacan grandes santos y autores espirituales, como Juan de Dios, Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Pedro de Alcántara, Juan de Ribera, Luis de Granada, Tomás de Villanueva, etc. «En cruz murió el Señor por las almas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerzas para parirlos» (sermón 81). «Pastora (María), no jornalera que buscase su propio interés, pues que amaba tanto a las ovejas que, después de haber dado por la vida de ellas la vida de su amantísimo Hijo, diera de muy buena gana su vida propia, si necesidad de ella tuvieran. ¡Oh ejemplo para los que tienen cargo de almas!» (sermón 70), «Si cabeza (obispo) y miembros (presbíteros) nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados» (Plática sacerdotal 1ª).

Antonio de Molina (1560-1619), cartujo de Burgos, escribió un tratado de santidad sacerdotal que fue libro de cabecera de muchos sacerdotes y que consiguió varias ediciones y traducciones en otros idiomas. Depende en parte de san Juan de Avila y tuvo cierto influjo en la escuela sacerdotal francesa: «Instrucción de sacerdotes, sacada de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Santos Doctores de la Iglesia». Analiza principalmente la dignidad sacerdotal, santidad y virtudes específicas, celebración eucarística, oficio divino, sacramento de la penitencia, etc.

San Juan de Ribera (1531-1611), arzobispo de Valencia, destaca por su ejemplaridad de vida y su acción de reforma en la vida clerical, especialmente en la predicación. Amigo y admirador de San Juan de Avila, se puede comparar su figura con la de su gran contemporáneo san Carlos Borromeo (Juan XXIII).

San José de Calasanz (1557-1648) fundó en 1617 la Congregación de Clérigos Regulares de las Escuelas Pías. Su labor sacerdotal se centra en la educación de la juventud. El santo dejó una impronta de pobreza y de humildad, al renunciar a altos cargos para poder entregarse al bien espiritual de los pequeños.

Como puede apreciarse, esta lista de santos y escritores son principalmente de los siglos XVI y XVII y del sector hispano e iberoamericano; en seguida resumiremos otros sectores geográficos: francés, italiano, centroeuropeo. Pero no hay que olvidar que las fronteras geográficas de los estados moderno no corresponden a la universalidad de la predicación y de la teología de esos siglos. Por esto, en el encuentro con el Nuevo Mundo, América Latina, estos escritos y escuelas se desplazaron a la nueva cristiandad con el deseo de vivir un cristianismo auténtico.

En América Latina las escuelas, los santos, pastores, escritores y mártires, destacan por su labor pastoral y catequética, organización de la Iglesia naciente por medio de Sínodos, como los de México y Lima en el siglo XVI; directorios de pastoral, como el «Itinerario para párrocos de Indias», en Ecuador, s. XVII, defensa de los derechos fundamentales de los indios y de los pobres, etc. Se han hecho notar a nivel de Iglesia universal algunos santos sacerdotes y obispos como: santo Toribio de Mogrovejo en Perú (1538-1606), san Luis Beltrán en Colombia (1526-1581), san Pedro Claver en Cartagena de Indias (1580-1654), san Francisco Solano en Perú y Argentina (1549-1610), el beato Junípero Sierra (1713-1784) en México y California, etc. Pero a esta lista hay que añadir misioneros y mártires en Paraguay, san Roque González de Santa Cruz y compañeros mártires, en Brasil, beato José Anchieta, beato Ignacio de Azebedo y compañeros mártires, beatos Esteban Zudaire y Juan de Mayorza. No se pueden olvidar misioneros y mártires nativos de América Latina como el mexicano san Felipe de Jesús, mártir en Japón. Para la historia de la evangelización hay que añadir también grandes figuras de obispos, sacerdotes, y mártires. Los santuarios marianos fueron un punto básico de acción catequética, caritativa y pastoral 15.

15 Ver estudios sobre las figuras que acabamos de resunir, en: Teología de la espiritualidad sacerdotal, o, c., cap. XIII, n. 4, D. Hay que recordar también, otras grandes figuras de pastores, como Julián Garcés (1452-1542), primer obispo de Tlaxcala; Antonio de Valdivieso (muerto en 1550), primer obispo «mártir» del Nuevo Mundo (en León, Nicaragua); Vasco de Quiroga (1470-1565), obispo de Michoacán; Juan de Zumárraga (1468-1548), que fue el primer obispo de México; Antonio Montesino (1470-1530), misionero en Santo Domingo; Bartolomé de las Casas (1474-1566), obispo de Chiapas, defensor de los indios; Eusebio Kino (1645.1711), misionero en México; Toribio de Motolinia (muerto en 1569), también misionero en México; Antonio Margil de Jesús (1657-1726), México y Centroamérica, etc. Las figuras sacerdotales del siglo XIX y XX, las recordaremos en el apartado siguiente (nota 23). Para ampliación de datos: AA. VV., Testigos de la fe en América Latina, Buenos Aires, (y Estella), Verbo Divino, 1986; G. M. HAVERS, Testigos de la fe en México, Guadalajara, 1986; J. HERAS, Quinientos años de fe, historia de la evangelización en América Latina, Lima, 1985. Historia más general; AA. VV., Historia de la evangelización de América, trayectoria, identidad y esperanza de un Continente, Lib. Edit. Vaticana, 1992; R. BALLAN, Misioneros de la primera hora, grandes evangelizadores del Nuevo Mundo, Madrid, Edit. Mundo Negro, 1991; L. LOPETEGUI, F. ZUBILLAGA, Historia de la Iglesia en América Española, Madrid, 1965-1966 (2 vol.).

Siempre se ha reconocido el gran mérito de la llamada escuela sacerdotal francesa del siglo XVII, casi un siglo después de Trento. Se consideran autores-fundadores de esta escuela las siguientes figuras sacerdotales: el cardenal Pedro de Bérulle (1575-1629), quien fundó el «Oratorio» en 1611 y escribió uno de los libros más célebres sobre el sacerdote (L'idée du sacerdoce et du sacrifice du Jesús-Christ); san Juan Eudes (1601-1680), llamado el santo del sacerdocio; Juan Santiago Olier (1608-1657), que colaboró en la fundación de Seminarios con san Vicente de Paúl y san Juan Eudes; Carlos Condren (1588-1641); san Vicente de Paúl (1576-1660), quien creó un grupo sacerdotal, los lazaristas, dedicado a la predicación o misión entre las clases más pobres. Congregación de la Misión: con Olier y san Juan Eudes, influyó decisivamente en la creación de los primeros Seminarios en Francia (desde 1642). A estas figuras hay que añadir a grandes santos que forman parte, en cierto modo, de la escuela sacerdotal francesa: san Francisco de Sales (1567-1622), obispo de Ginebra, maestro de espiritualidad, pastor de almas y reformador del clero; san Luis Mª Grignon de Montfort (1673-1716), gran promotor de la piedad popular especialmente mariana 16.

16 Las Historias sobre la espiritualidad destacan la importancia e influencia de esta escuela. Ver: F. M. ALVAREZ, Las grandes escuelas de espiritualidad, Barcelona, Herder, 1963; R. DEVILLE, L'école française de spiritualité, París, Desclée, 1987; D. DILLENSCHNEIDER, La teología del sacerdocio en el siglo XVII, en Enciclopedia del Sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957, t. IV, 27-55. Ver en las ediciones BAC, (Madrid) las obras de san Vicente de Paúl, san Francisco de Sales, san Luis Mª Grignon de Montfort. Sobre san Juan Bautista de la Salle (1651-1719), fundador de las Escuelas Cristianas, ver; J. B. LÍAN, Espíritu, sentimientos y virtudes de san Juan Bautista de la Salle, Madrid, 1962. Sobre cada figura de la escuela francesa, ver bibliografía en: Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o. c., cap. XIII, n. 4, E.

La escuela francesa basa la espiritualidad sacerdotal en el sacerdocio de Cristo (Sacerdote y Víctima), especialmente a la luz del misterio de la Encarnación. La espiritualidad sacerdotal arranca del hecho de participar en el ser, en el obrar, y en la intimidad de Cristo, para dar la propia vida en sacrificio. Acentúa la imitación de Cristo muerto y resucitado, en sus tres miradas: al Padre para conocer sus designios salvíficos, a los hombres para salvarlos, así mismo para ofrecerse como víctima. María es Madre de Cristo Sacerdote y especialmente del sacerdote ministro como Jesús viviente (san Juan Eudes). La escuela francesa ha tenido influencia decisiva en la formación sacerdotal, también por el hecho de que la dirección de muchos Seminarios ha estado a cargo de los PP. Sulpicianos, Eudistas y Lazaristas 17.

17 Además de la nota anterior, ver: J. O. BARRES, Jean-Jacques Olier's priestly spirituality: mental prayer and virtues as the foundation for the direction of souls, Romae, Pont. Univ. Sanctae Vía, 1999; Y. KRUMENACKER, L'école française de spiritualité, Paris, Cerf, 1998; P. POURRAT, El sacerdocio, doctrina de la escuela francesa, Vitoria, 1950; W. M. THOMPSON, Edit, Bérulle and the french school. Selected writings, New York, Paulist Press, 1989.

Se podría hablar de una escuela sacerdotal italiana (siglos XVI y XVII), enraizada en la escuela franciscana y dominicana, especialmente si se tiene en cuenta algunos santos sacerdotes, grandes pastores y fundadores de grupos sacerdotales 18.

18 (San Carlos Borromeo) Omelie sul'Eucaristia e sul sacerdozio, Paoline, Roma, 1984; E. CATTANEO, La santità sacerdotale vissuta da san Carlo, «Scuola Católica» 93 (1975). Además de san Carlos Borromeo y san Gregorio Barbarigo (citados en el texto), hay que recordar a: san Cayetano de Thiene (1480-1547), fundador de los teatinos; san Antonio Mª Zacaría (1502-1539), fundador de los barnabitas; san Felipe Neri (1515-1595), fundador de los oratorianos; san Jerónimo Emiliano (1486-1537), fundador de los somascos; Juan Mateo Giberti (muerto en 1543), obispo de Verona; san Alfonso Mª de Ligorio (1696-1787), fundador de los redentoristas, patrono de los confesores y moralistas, trabajó incansablemente por la renovación del clero, especialmente en el campo de la espiritualidad y pastoral sacerdotal. San Pablo de la Cruz (1694-1775), fundador de los pasionistas, presenta la espiritualidad sacerdotal a la luz de Cristo crucificado. Ya en el siglo XIX, habrá que recordar a grandes figuras como san Juan Bosco (1815-1888), fundador de los salesianos; bto. Daniel Comboni (1831-1881), fundador de los misioneros y misioneras «combonianos»; bto. José Allamano (1851-1926), fundador de los misioneros y misioneras de la Consolata; bto. Pablo Manna (1872-1952), del Instituto Pontifiio de las Misiones Extranjeras; Guido Mª Conforti (1865-1931), fundador de los misioneros «javerianos» de Parma, etc. Ver: AA. VV., Le grandi scuole della spiritualità cristiana, Roma, Teresianum, 1984. Otros datos y estudios sobre estas figuras: J. ESQUERDA BIFET, Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o. c., cap. XIII, n. 4, F.

San Carlos Borromeo (1538-1584), arzobispo de Milán, aplicó cuidadosamente los decretos de reforma del concilio de Trento, especialmente en cuanto a la erección de Seminarios y a la reforma del clero. San Gregorio Barbarigo (1625-1697),obispo de Bérgamo y posteriormente de Padua, dedicó sus mejores cuidados a la formación del clero según las directrices de Trento. Ponía el acento en la formación espiritual y científica de los futuros sacerdotes.

Centroeuropa destaca por una figura extraordinaria: Bartolomé Holzhauser (1513-1648), cuya doctrina y obra de pastoral sacerdotal se extendió por casi todas las naciones europeas, con alguna repercusión posterior en Latinoamérica. La obra de Holzhauser se basa en restablecer la vida apostólica del clero en la propia diócesis. Creó Seminarios y centros sacerdotales para fomentar la vida comunitaria y asegurar la armonía entre la espiritualidad y la acción apostólica. Su obra comienza hacia 1640 y continuó después de su muerte hasta comienzos del siglo XIX. La Unión Apostólica se puede considerar una continuación de este esfuerzo de espiritualidad del clero diocesano 19.

19 Mª ARNETH, Holzhauser, en Dict. Spirit. t. VII, cl 590-597. Sobre los continuadores de Holzhauser, como Mons. Lebeurier y otros, ver: O. OLICHON, Monseñor Lebeurier y la Unión Apostólica, Vitoria, 1951. La figura sacerdotal del danés Beato Niels Stensen (1638-1686), científico y obispo (en Munich y Hamburgo), tuvo gran influencia en diversos países europeos. Fuera de Europa, además de las figuras latinoamericanas mencionadas más arriba (y en la nota 15), habría que recordar a innumerables figuras de sacerdotes en la Iglesia oriental y entre los misioneros de ultramar, como el sacerdote indio José Vaz (1651-1711) misionero de Sri Lanka (Ceylán) en momentos de persecución.

4- Figuras y doctrina sacerdotal

antes del Vaticano II

La riqueza espiritual de los siglos anteriores produciría sus frutos en las figuras de santos sacerdotes durante los siglos XIX y XX. Son muchos los obispos y presbíteros beatificados, canonizados, o con fama de santidad, que pertenecen a esos siglos. Estas figuras son maestros de pastoral, que «nos siguen hablando a cada uno de nosotros» (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo de 1979).

Las figuras sacerdotales son modelo de seguimiento evangélico y, por ello mismo, de una disponibilidad incondicional para la acción apostólica y caritativa. Habrá que recordar que la inmensa mayoría de esas figuras quedará siempre en el anonimato, como en el caso de tantos misioneros y de tantos párrocos y educadores que sembraron el evangelio y suscitaron con su testimonio numerosas vocaciones sacerdotales. El resurgir sacerdotal inmediatamente anterior al concilio se apoya en la calidad de estas figuras sacerdotales, así como en la doctrina del magisterio y en los estudios sobre el sacerdocio 20.

20 Ver bibliografía y escritos de estas figuras en: Dictionnaire de Spiritualité (Beauchesne) y Dizionario degli Instituti di perfezione, Roma, Paoline, 1973: Biblioteca Sanctorum, Roma, 1961-1987. Algunas figuras sacerdotales en: F. M. ALVAREZ, Perfiles sacerdotales, Barcelona, Herder, 1959; G. BARRA, Héroes del sacerdocio moderno, Barcelona, Casulleras, 1957; F. CIARDI, Los fundadores, hombres del Espíritu, Madrid, Paulinas, 1983; B. JIMÉNEZ, La espiritualidad española en el siglo XIX español, Madrid, FUE, 1974; J. RICART, Jornaleros de Cristo, Barcelona, 1960. Sobre figuras sacerdotales en América Latina, ver la nota 15 de este capítulo.

Entre estas figuras sobresale san Juan Mª Bautista Vianney, Cura de Ars (1786-1859), declarado patrono de los párrocos por Pío XI en 1929. Juan XXIII, con ocasión del centenario de la muerte del santo párroco, publicó la encíclica Sacerdotii nostri primordia (1959), en la cual lo presenta como modelo de virtudes sacerdotales, pobreza, castidad y obediencia, a la luz de la caridad del Buen Pastor, así como de celo pastoral, caridad, predicación, catequesis, reconciliación.

El resurgir evangelizador de esta época cuenta con grandes figuras misioneras, que supieron abrir nuevos cauces a la evangelización, como san Antonio Mª Claret en Cuba (1807-1870) y los mártires san Pedro Chanel (1803-1841) y el beato Juan Mazzuconi (1826-1855) en Oceanía, y el beato Valentín de Berrío-Ochoa (1827-1861) en China, etc. 21.

21 F. TROCHU, El santo Cura de Ars, Barcelona, 1953. Estas figuras forman ya una lista interminable, especialmente entre fundadores de instituciones y movimientos misioneros: Marion de Bresillac, Eugenio Mazenod, san Miguel de Garricoits, Francisco Liberman, Teófilo Verbist, Juan Claudio Colin, Daniel Comboni, Carlos Lavigerie, Francisco Pfanner, Agustín Planque, Bto. Alnoldo Janssen, Carlos de Foucauld, José Allamano, Guido Mª Conforti, Pablo Manna, Miguel Angel Builes, Santiago Spagnolo, Gerardo Villota..., Algunas figuras, como el P. Damián de Veuster, el apóstol de los leprosos, y el P. Alberto Peryguère, apóstol de Marruecos, se han hecho proverbiales. Además de la bibliografía citada en la nota anterior, ver: P. CHIOCCHETTA, I grandi testimoni del Vangelo. Pagine di spiritualità missionaria, Città Nuova, Roma, 1992; G. SOLDATI, I grandi missionari, Bologna, EMI, 1985; G. ZANANIRI, Figures missionnaires modernes, París, Casterman, 1963.

San Pío X, José Sarto (1835-1914), párroco, obispo y Papa, es otra figura sobresaliente que resume la actuación de tantos párrocos y catequistas anónimos. Es el Papa del catecismo, de la eucaristía, de la reforma de la Curia, y de la reorganización de los Seminarios. Su vida fue un gesto profético: «nacido pobre, vivido pobre y seguro de morir pobre» (testamento). Preparó el resurgir misionero de principios del siglo XX. La exhortación Haerent animo (1908) es propiamente en primer documento del magisterio en que se expone sistemáticamente el tema sacerdotal.

Los santos sacerdotes de esta época son innumerables. Todos se santificaron en el cumplimiento de su deber ministerial, como san José Cafasso, confesor en Turín, o como el beato Ezequiel Moreno, obispo de Pasto en Colombia. Algunos abrieron nuevos cauces de caridad asistencial y promocional, como san Juan Bosco, san José Benito Cottolengo y el beato Luis Orione. No pocos fundaron instituciones apostólicas y sacerdotales, como san Vicente Palotti, el beato Manuel Domingo y Sol y el beato Antonio Chevrier, san José María Escrivá de Balaguer o también congregaciones femeninas consagradas a diversos campos de caridad y de educación, como san Enrique de Ossó, y los beatos Francisco Coll, Francisco Palau, Luis María Palazzolo, Pedro Binilli, Juan Calabria, José Manyanet i Vives, Marcelo Spínola, etc. No han faltado los mártires, como san Maximiliano Kolbe y el beato Miguel Agustín Pro. Son muchos también los escritores que han legado reflexiones profundas sobre el sacerdocio 22.

22 No es fácil encontrar estos escritos que pasarán a ser clásicos en la literatura espiritual sobre el sacerdote: El sacerdote según el evangelio (A. Chevrier), El sacerdocio eterno (E. Manning), El embajador de Cristo (G. Gibbons), Jesucristo ideal del sacerdote (C. Marmion), El alma de todo apostolado (J. B. Chautard), La perennidad de nuestra fuerza (I. Goma), Lo que puede un cura hoy, El corazón de Jesús al corazón del sacerdote (M. González), Dios, Iglesia, sacerdocio (M. Suhard), Apostólica vivendi forma (J. Calabria), La santificación del sacerdote, La unión del sacerdote con Cristo Sacerdote y Víctima (R. Garrigou Lagrange), etc. Ver otros más en la nota 27 bis.

Estas figuras sacerdotales ayudarán a adoptar actitudes de autenticidad y de audacia, para aplicar la doctrina conciliar y para construir la figura sacerdotal entre dos milenios. Las figuras sacerdotales de América Latina presentan las mismas características, con el acento en la cercanía a las circunstancias concretas a la luz de un encuentro vivencial con Dios 23.

23 En la bibliografía citada en la nota 15 podrán encontrarse algunas de estas figuras más salientes durante los siglos XIX y XX. Añadimos algunas de esta época: Angel Velarde y Bustamante, obispo de Popayán (1789-1809); Féliz Varela (1788-1853), intelectual y educador en Cuba; Clemente Mungía (1810-11868), primer arzobispo de Michoacán; Antonio Plancarte y Labastida (1840-1898), abad del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y fundador de las Hijas de la Inmaculada; beato José Mª Yermo y Parres, fundador de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los pobres; san Ezequiel Moreno (1848-1906), obispo de Pasto; Leonardo Castellanos (1861-1912), obispo de Tabasco; José Gabriel Brochero (1840-1914), cura de la diócesis de Córdoba, Argentina; Ramón Ibarra y González (1853-1917), Arzobispo de Puebla; Silviano Carrillo Sánchez (1861-1921), obispo de Sinaloa; beato Mariano Eusse Hoyos (1845-1926), de santa Rosa de Osos, Colombia; beato Miguel Agustín Pro (1891-1927), mártir; Rafael Guízar y Valencia (1878-1938), obispo de Veracruz; Félix de Jesús Rougier (1859-1938), fundador de los Misioneros del Espíritu Santo y Religiosas; Ismael Perdomo (1872-1950), arzobispo de Bogotá; Luis Mª Martínez (1881-1956), arzobispo de México; Miguel Angel Builes (1888- 1971), obispo de Santa Rosa y fundador de misioneros y misioneras... Después del concilio, Mons. Oscar A. Romero (1917-1980), obispo de San Salvador asesinado por defender la justicia, mientras celebraba la Santa Misa, y que murió perdonando, puede ser el símbolo de una labor y figura sacerdotal que debe completarse con la cooperación de todos. La lista de sacerdotes queda siempre incompleta. Algunas figuras sacerdotales latinoamericanas estuvieron ligadas al Pontificio Colegio Pío Latino de Roma, fundado el 1 de noviembre de 1858. El papa Juan Pablo II recordó algunas de estas figuras históricas en su discurso al CELAM, Santo Domingo, 1984.

La teología sobre el sacerdocio y especialmente sobre la espiritualidad sacerdotal, encuentra un momento fuerte a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, gracias a eminentes pastores y teólogos. En este ambiente doctrinal enmarca el resurgir del clero diocesano al servicio de la Iglesia particular. Las enseñanzas pontificias sobre el sacerdocio alentaron, canalizaron, garantizaron y también aprovecharon esta profundización doctrinal.

En primer lugar hay que destacar los estudios teológicos de M. J. Scheeben (1835-1888), quien ha merecido el título de padre de la teología moderna. En el contexto de su teología sobre la encarnación, como momento de la consagración sacerdotal de Cristo, destaca la importancia del sacerdocio del Señor y la participación en el mismo por medio del bautismo y especialmente del sacramento del Orden. La doctrina de Scheeben es eminentemente eclesial: «El misterio del carácter sacramental empalma de un modo especial con el misterio de la encarnación y de la prolongación de la misma en el misterio de la Iglesia». De esta línea eclesial arranca la relación del sacerdote con la maternidad de la Iglesia y de María:

El sacerdocio ha de dar nuevamente a luz a Cristo en el seno de la Iglesia, en la eucaristía y en el corazón de los fieles mediante la virtud del Espíritu Santo que opera en la Iglesia, y de esta manera formar orgánicamente el cuerpo místico, así como María por virtud del Espíritu Santo dio a luz al Verbo en su propia humanidad y le dio su cuerpo verdadero 24.

24 M. J. SCHEEBEN, Los misterios del cristianismo, Barcelona, Herder, 1953, VII. Ver más datos doctrinales y bibliográficos en: Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, 1985 («Teología del Sacerdocio», vol 19), 168-170.

En el campo práctico de la espiritualidad y renovación sacerdotal, destaca el Cardenal D. Mercier (1851-1936), arzobispo de Malinas, quien hizo hincapié en la espiritualidad específica del sacerdote y en su llamada a la perfección. Su preocupación principal fue la de concienciar al sacerdote diocesano sobre su exigencia de santidad, no menos que para el estado religioso. El medio específico de santidad sacerdotal es el ejercicio del ministerio, puesto que entonces el sacerdote realiza la caridad pastoral. Las virtudes o líneas de religión y de caridad se postulan mutuamente 25.

25 Card. MERCIER, La vida interior, Barcelona, Edit. Políglota, 1940; F. VAN STEENBERGHEN, El sacerdocio según el cardenal Mercier, en J. COPPENS; Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971. Ver otros datos y estudios en: Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c., 170-172.

El resurgir del clero diocesano fue debido a la profundización de su espiritualidad, a la luz de la figura del Buen Pastor y de los santos sacerdotes de la historia eclesial. Los teólogos que exponían el tema centraban esta espiritualidad en la caridad pastoral, señalando algunas concretizaciones: puesta en práctica de la vida apostólica en el Presbiterio y al servicio de la Iglesia particular, colaboración con el propio obispo según la doctrina de san Ignacio de Antioquía (unidad del Presbiterio), realidades de gracia que fundamentan esta espiritualidad específica y medios para ponerla en práctica 26.

26 Ver la situación de la teología sobre la espiritualidad del sacerdote diocesano tal como se presentaba antes del Concilio Vaticano II: J. CAPMANY, Espiritualidad del sacerdote diocesano, Barcelona, Herder, 1962; A. M. CHARUE, El clero diocesano, Vitoria, 1961; J. C. FENTON, Concepto del sacerdocio diocesano, Barcelona, Herder, 1956; J. PROTAT, Prêtres diocésains, París, Fleurus, 1961; A. RENARD, Prêtres diocésains aujourd'hui, Bruges, Desclée, 1963; A. SIMONET, El sacerdote diocesano en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1966; G. THILS, Naturaleza y espiritualidad del clero diocesano en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1961.

La espiritualidad sacerdotal se presentaba principalmente en el contexto de la teología sobre el sacerdocio, con una base bíblica y patrística, con una síntesis amplia sobre el sacerdocio de Cristo, el sacerdocio ministerial y el sacerdocio común de los fieles. De esta teología es deudor el mismo Vaticano II 27.

27 Además de la bibliografía anterior, ver: L. BOUYER, El sentido de la vida sacerdotal, Barcelona, 1952; A, M. CARRE, El verdadero rostro del sacerdote, Salamanca, 1959; CL. DILLENSCHNEIDER, Teología y espiritualidad del sacerdote, Salamanca, Sígueme, 1965; J. LECUYER, El sacerdocio en el misterio de Cristo, Salamanca, Sígueme, 1960;J. LEMAITRE, El gran don del sacerdocio, Bilbao, 1953; P. MONTALBAN, Los Cristos de la tierra, Bilbao, 1952. Un resumen de esta teología preconciliar, en: R. ARNAU, El planteamiento del sacerdocio ministerial desde San Pío X al Concilio Vaticano II, «Anales Valentinos» 12 (1980) 253-280. También en: Historia de la espiritualidad sacerdotal, o. c., en notas anteriores, y en Enciclopedia del sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957ss.

No sería justo olvidar algunos escritos sobre espiritualidad sacerdotal a nivel de conferencias, meditaciones, exposiciones sencillas y directas. A veces han sido estas publicaciones las que más han influido en la persona del sacerdote 27bis.

27bis Algunos de estos escritos los hemos citado en la nota 22 de este capítulo. Añadimos algunos más: C. CARRERA DE ARMIDA, A mis sacerdotes, México, 1929 (nueva edición: Edit. «La Cruz», 1992); E. DUBOIS, El sacerdote santo, Madrid, 1942; V. ENRIQUE Y TARANCON, El sacerdote y el mundo de hoy, Salamanca, Sígueme, 1959; Card. GOMA, Jesucristo Redentor, Barcelona, 1944; I. VAN HOUTRYE, La vida sacerdotal, Madrid, 1962; B. JIMÉNEZ, Problemas actuales del sacerdote, Madrid, 1959; J. M. MARCELO, El buen combate, Santander, 1961; L. M. MARTINEZ, El sacerdote, misterio de amor, México, 1953; J. MARTINEZ, Reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal, Santander, 1961; Card. MERCIER, A mis seminaristas, Barcelona, Edit. Gil; P. MILLET, Jesucristo viviente en el corazón del sacerdote, Barcelona, sin fecha; A. MORTA, Vida interior y dirección espiritual, Bilbao, 1955; F. PAGES, La mística de nuestro sacerdocio, Bilbao, 1959; P. PHILIPPE, La Virgen Santísima y el sacerdocio, Bilbao, 1955; M. RAYMONS, El doble del hombre Dios, Madrid, 1955; C. SAUVE, El sacerdote íntimo, Barcelona, 1952; C. SPICQ, Espiritualidad sacerdotal según San Pablo, Bilbao, 1954; L. TRESE, Vasos de arcilla, El pastor de su rebaño, Sacerdote al día, Madrid, Edit. Pez, 1955; (Anónimo), Manete in dilectione mea, Bibao 195?.

Los grandes documentos magisteriales sobre el sacerdocio comienzan a principios del siglo XX, aunque ya León XIII había publicado dos breves encíclicas, dirigidas respectivamente a los obispos franceses, en 1899, y a los obispos italianos, en 1902 28.

28 Documentos y estudios sobre el magisterio pontificio acerca del sacerdocio: (Consejo de redacción), El sacerdocio según las encíclicas..., en Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971; H. DENIS, La théologie de presbytérat de Trent à Vatican II, en Les prêtres, París, Cerf, 1968; J. ESQUERDA, El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1985; A. NAVARRO, El sacerdocio redentor de Cristo, Salamanca, Sígueme, 1957; A. DEL PORTILLO, Escritos sobre el sacerdocio, Madrid, Palabra, 1970; F. SALA BALUST, Flors, 1966; A. SUQUIA, De formatione clericorum documenta quaedam recentiora, Vitoriae, 1958-1961; P. VEUILLOT, Notre sacerdoce, París, 1954, 2 vol. Ver también: Enciclopedia del sacerdocio, Madrid, Taurus, 1957, t. IV. Documentos de diversas épocas: Enchiridium Clericorum (Sacra Congregatio pro Institutione Católica, Typ. Pol. Vaticanis, 1975. Documentos posconciliares, en: DEVYM, OSLAM, La formación sacerdotal, Bogotá, 1982; (Conferencia Episcopal Española), La formación sacerdotal. Enchiridion, Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999.

La exhortación apostólica Haerent animo, 8 de agosto de 1908, de san Pío X (1903-1914) es el primer documento papal que resume la doctrina sacerdotal de modo sistemático, presentando la santidad del sacerdote: exigencia, naturaleza y medios concretos. Se basa en la oración sacerdotal de Jesús, en la tradición patrística y en el rito de la ordenación. La santidad sacerdotal es configuración con Cristo; sin ella, el sacerdote perdería gran parte de su razón de ser como instrumento de la gracia.

La encíclica Ad Catholici Sacerdotii (20 de diciembre de 1935), de Pío XI (1922-1939), es un amplio estudio bíblico, patrístico y teológico sobre la naturaleza del sacerdote, sus ministerios, exigencia y características de la santidad, vocación sacerdotal. El punto de partida es Cristo Sacerdote y Víctima, único Mediador, que se prolonga en la Iglesia especialmente por medio del sacrificio eucarístico. El sacerdote es alter Chistus de modo especial, es decir, como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios, por medio de la predicación, celebración eucarística y sacramentos, oración, pastoreo. Se acentúan las virtudes del Buen Pastor, especialmente la caridad pastoral. Llama la atención sobre los problemas de la época y la necesaria colaboración con los seglares, familia, Acción Católica. Da suma importancia a la selección de las vocaciones y a la formación en el Seminario, que es la niña de los ojos del obispo.

La exhortación apostólica Menti nostrae (23 de septiembre de 1950), de Pío XII (1929-1958) se centra en la santidad y en la formación sacerdotal, subrayando la dimensión litúrgica y espiritual, incluso en su aspecto místico, que ayudará a la dimensión sociológica o de cercanía a los problemas de los hombres. Es una llamada a la reforma de los Seminarios y a la preocupación por la formación permanente del clero joven: directores espirituales para sacerdotes, vida comunitaria, medios culturales, convictorios, etc. No hay que olvidar que Pío XII publicó las encíclicas Mystici Corporis Christi (1943, dimensión eclesial), Mediator Dei (1947, dimensión litúrgica), Sacra Virginitas (1954, dimensión de vida consagrada), Haurietis Aquas (1956, dimensión de intimidad con Cristo), Evangelii praecones y Fidei donum (1951 y 1957, respectivamente, dimensión misionera).

La encíclica Sacerdotii nostri primordia (1 de agosto de 1959), de Juan XXIII (1958-1963), es una apología del santo Cura de Ars, presentándole como modelo de ascesis, virtudes evangélicas, oración, especialmente eucarística y caridad o celo apostólico, pastor, predicador, catequista, confesor. Se subrayan las virtudes de la obediencia, castidad, y pobreza a partir de la caridad del Buen Pastor. La santidad de los sacerdotes debe ser la principal preocupación de los obispos, como responsables de que encuentren «condiciones de vida y de trabajo ministerial tales, que puedan mantener incólume su generosidad». El «Papa Juan», que anunció en 1959 la convocación del Concilio, acentuaría la espiritualidad sacerdotal con ocasión del Sínodo Romano (1960). Su dimensión social aparece en las encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963).

Al comienzo de la segunda etapa conciliar del Vaticano II (octubre de 1963),Pablo VI (1963-178) publicó una carta apostólica sobre la vocación sacerdotal: Sumí Dei Verbum (4 de noviembre de 1963). Es una síntesis teológica sobre la vocación, naturaleza, señales, cualidades, como puente entre la doctrina preconciliar y posconciliar del Vaticano II 29.

29 Ver el texto de todos estos documentos sacerdotales, con introducciones y estudios sintéticos, en El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1985.

5- Concilio Vaticano II y posconcilio

Juan XXIII anunció el Concilio en 1959 y lo convocó en 1961. La asamblea conciliar se desarrolló en cuatro etapas, desde 1962 a 1965. Pablo VI sucedió al Papa Juan entre la primera y segunda etapa (1963). Los documentos directamente sacerdotales se promulgaron en 1965, durante la cuarta y última etapa conciliar.

Son tres los documentos conciliares dedicados directa y enteramente al sacerdocio: Presbyterorum Ordinis, sobre la vida y el ministerio de los presbíteros; Optatam totius, sobre la formación de los futuros sacerdotes; Christus dominus, sobre el oficio pastoral de los obispos. La constitución Lumen gentium le dedica el capítulo III, además de otros fragmentos sobre la santidad (LG 41). Para el sacerdocio ministerial son de mucho interés las constituciones Dei Verbum, Sacrosantum concilium, Gaudium et spes, así como el decreto misional Ad gentes y otros documentos de gran importancia pastoral.

La perspectiva de la vida, espiritualidad y ministerio del sacerdote gira en torno a la idea básica del concilio: la Iglesia como sacramento o signo transparente y portador de Cristo (LG 1). El sacerdote anuncia la Palabra de Dios (DV), celebra el misterio pascual (SC) y se inserta en las situaciones del mundo para iluminarlas y transformarlas con el evangelio (GS).

El sacerdote es signo de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, obrando en su nombre o en persona suya (PO 1-3), para prolongar su palabra, sus signos salvíficos y su acción pastoral directa (PO 4-6). Es signo de comunión con el propio obispo, con los demás sacerdotes y al servicio de la comunidad eclesial (PO 7-8; LG 28; CD 28), con una misión sin fronteras (PO 10-11). Debe ser signo del Buen Pastor (PO 12-14), también en las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral (PO 15-17). Es un signo que se debe potenciar con la puesta en práctica de los medios adecuados de vida espiritual, pastoral, cultural y económica (PO 18-22).

Esta realidad e identidad convierte al sacerdote en máximo testimonio del amor (PO 11), que vive del gozo pascual (ibídem) de ser su instrumento vivo (PO 12), con la característica de la caridad pastoral o ascesis propia del pastor de almas (PO 13), cuya santidad se realiza ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo (ibídem) y en «unión de vida» con El (PO 14).

Hay que destacar la importancia de la fraternidad sacramental en el Presbiterio (PO 8), como signo eficaz de santificación y de evangelización y en virtud de la comunión y común misión (LG 28). Por este camino se encuentra la espiritualidad específica del sacerdote en cuanto miembro del Presbiterio de la Iglesia particular (cf. cap. VII).

La espiritualidad sacerdotal indicada por el Concilio Vaticano II tiene, pues, estas características:

- Identidad como participación en la consagración y misión totalizante de Cristo,

- Actitud de servicio,

- Consagración como cercanía y dedicación plena,

- Espiritualidad en el ejercicio del ministerio,

- Comunión o fraternidad especialmente en el Presbiterio,

- Fisonomía de caridad pastoral con las virtudes concretas del Buen Pastor,

- Servicio a una Iglesia particular y para la Iglesia universal 30.

30 En el desarrollo de los diversos capítulos hemos aprovechado al máximo la doctrina sacerdotal del Concilio Vaticano. Sobre el decreto Presbyterorum Ordinis, ver los resúmenes ofrecidos en: cap. I; cap. V. El decreto Optatam totius, en el capítulo VIII. La bibliografía sobre temas y puntos concretos queda dispersa en las notas y, especialmente, en la orientación bibliográfica final de cada capítulo. Anotamos aquí solamente algunos comentarios en colaboración sobre los documentos sacerdotales del concilio: Los presbíteros a los diez años de «Presbyterorum Ordinis», Burgos, Facultad de teología, 1975 (y en el volumen 7 de «Teología del Sacerdocio»): Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969; I preti, Roma, AVE, 1970; I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969; Le ministère et la vie des prêtres, París, Mame, 1969; Les prêtres, formation, ministère et vie, París, Cerf, 1968; Sacerdotes y religiosos según el Vaticano II, Madrid, FAX, 1968; Concilio Vaticano II, Comentarios al decreto «Optatam totius» sobre la formación sacerdotal, Madrid, BAC, 1970; La charge pastorale del Evêques, París, Cerf. 1969. Ver también: M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare «Presbyterorum Ordinis», storia, analisi, dottrina, Roma, Teresianum, 1989-1990; P. J. CORDES, Inviati a servire. «Presbyterorum Ordinis»: Storia, esegesi, temi, sistematica, Casale Monferrato, PIEMME, 1990; E. MARCUS, I preti, Milano, Ancora 1988; R. WASSELYNCK, Les prêtres. Elaboration du Décret di Vatican II, Historie et genèse des textes conciliaires, Paris, Desclée, 1968.

Mientras la doctrina conciliar se fue aplicando paulatinamente, con claras señales de renovación sacerdotal, inmediatamente después del Concilio, hacia los años 1967 y siguientes, se produjo un fenómeno que ha sido calificado de crisis sacerdotal. Anteriormente al Concilio, ya se notaban unos síntomas de inquietud. La situación sociológica y cultural había cambiado, sin encontrar un clero preparado para estos cambios, produciendo tendencias secularizantes que sobrevaloraban la eficacia inmediata y el bienestar de una sociedad de consumo. Surgió la duda sobre la identidad sacerdotal, es decir, sobre su razón de ser. Esta duda no dejaba ver la parte positiva que, bien orientada, podía ser renovadora: dudas sobre la metodología apostólica y sobre el estilo de vida del sacerdote. Este fenómeno, complejo y nuevo, tuvo una repercusión rápida y universal, con un número elevado de secularizaciones, debido a los intercambios culturales y sociales, así como a los medios de comunicación social.

A esta crisis respondió Pablo VI (1963-1978) con la encíclica Sacerdotalis coelibatus (1967), el «Mensaje a los sacerdotes» (1968), la convocación del Sínodo Episcopal sobre el sacerdocio ministerial y la justicia en el mundo (1971), así como con otros documentos y actuaciones 31.

31 Ver los documentos sacerdotales de Pablo VI (también la carta apostólica Sumí Dei Verbum de 1963), con instrucciones y estudios, así como el documento del Sínodo de 1971, en: El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1985. Sobre la doctrina sacerdotal de Pablo VI: M. CAPRIOLI, Il sacerdocio nel magistero di Paolo VI (1963-1979), «Ephemerides Carmelitanae» 30 (1979) 319-383; J. ESQUERDA, Trasfondo teológico y actual del mensaje del Papa Pablo VI a los sacerdotes, «Teología del sacerdocio» 1 (1969) 239-276; G. M. GARRONE, La spiritualité sacerdotale dans la pensée de Paul VI, «Seminarium» (1977) 1056-1067; J. GUITTON, El concepto de sacerdocio según Pablo VI, en Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971. En tiempo de Pablo VI tiene lugar la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM) en Medellín (1968); ver especialmente los documentos XI (sacerdotes) y XII (formación sacerdotal); comentarios: Reflexiones sobre el CELAM, Madrid, BAC, 1977.

La encíclica Sacerdotalis coelibatus (24 de junio de 1967) aprovecha los materiales ofrecidos por el Concilio para que el Papa escribiera una encíclica sobre la castidad sacerdotal. Este tema sólo se capta a partir de un enamoramiento de Cristo, dimensión cristológica, para el servicio incondicional de la Iglesia, dimensión eclesial, que hace de la persona llamada una donación, dimensión antropológica y que indica una realidad futura de resurrección (dimensión escatológica). La castidad es el signo de la caridad pastoral. La escasez de vocaciones debe analizarse a la luz del sacerdocio como don de Dios, que debe pedirse y como camino de generosidad y totalidad en la entrega.

En el «Mensaje a los sacerdotes» (1968), al terminar el año de la fe, el Papa presentó cuatro dimensiones del sacerdocio que se postulan mutuamente: sagrada, apostólica, místico ascética (espiritual) y eclesial. Viviendo estas dimensiones armónicamente, todo sacerdote encontraría «en su ministerio la serenidad y la alegría» («Mensaje», repetido parcialmente en el Congreso Eucarístico de Bogotá, 1968).

El Sínodo Episcopal de 1971 fue convocado por Pablo VI para tratar del sacerdote y de la justicia en el mundo. La doble temática puso de relieve su relación armónica y enriquecedora. El documento sinodal, El sacerdocio ministerial, aprobado por el Papa, describe la situación en la que se encontraba el sacerdote, analizando algunas causas e indicando algunas soluciones. La primera parte del documento relaciona el sacerdote ministro con Cristo Sacerdote y con la Iglesia sacramento de Cristo, para recalcar la permanencia del sacerdocio ministerial, por medio del carácter, como signo del amor mutuo y permanente entre Cristo y su Iglesia; a partir de ahí, el sacerdote vive la comunión de Iglesia y puede responder a las situaciones concretas en que se encuentra todo el Pueblo de Dios. La segunda parte presenta orientaciones prácticas de actualidad: relación entre evangelización y vida sacramental, trabajo civil, opciones políticas o sociales, vida espiritual, celibato, fraternidad en el Presbiterio, cuestiones económicas.

En medio de la comunidad cristiana que vive el Espíritu, y no obstante sus deficiencias, el sacerdote es prenda de la presencia salvífica de Cristo (Documento sinodal, parte primera, n. 5).

La vida espiritual del sacerdote, descrita por el Sínodo, renovando las directrices del Vaticano II, es una llamada a mayor vivencia del sacerdocio para responder a nuevas formas y posibilidades de evangelización 32.

32 Ya antes del Sínodo, algunos episcopados publicaron documentos sobre el sacerdocio: El ministerio sacerdotal (Conferencia Episcopal Alemana), Salamanca, Sígueme, 1970; Documento colectivo del Episcopado Español sobre el ministerio sacerdotal (1970). Documento sinodal: El sacerdocio ministerial, Typ. Pol. Vaticanis, 1971 (ver el texto en El sacerdocio hoy, o. c.). Estudios: J. ESQUERDA, El sacerdocio ministerial en el Sínodo de los Obispos de 1971, «Teología del Sacerdocio» 4 (1972) 433-453; Idem, Estudio comparativo entre la doctrina sacerdotal del Sínodo de 1971 y el Decreto «Presbyterorum Ordinis», «Teología del Sacerdocio» 7 (1975) 569-584; B. KLOPPENBURG, O Sinodo dos Bispos de 1971, «Rev. Ecles. Brasileira» 31 (1971) 891-936.

Juan Pablo II, cuyo pontificado inició en octubre de 1978 ha presentado el tema sacerdotal especialmente a través de las cartas del Jueves Santo. El sacerdocio es tema frecuente en sus discursos durante los viajes apostólicos, las visitas ad Límina, las homilías durante las ordenaciones sacerdotales, etc. Este magisterio se encuadra dentro del conjunto de sus encíclicas y exhortaciones apostólicas sobre temas que son de sumo interés pastoral.

El documento que marca la pauta en todo el magisterio de Juan Pablo II sobre el sacerdocio, es su primera carta a los sacerdotes, con ocasión del Jueves Santo de 1979 (Vobis Episcopus). Es una síntesis doctrinal que aprovecha las orientaciones del Vaticano II y del Sínodo episcopal de 1971. A partir de Cristo Sacerdote, se hace resaltar el carácter sacramental, que hace partícipes del ser, del obrar y del estilo sacerdotal del Señor. Los santos sacerdotes de la historia continúan siendo modelos de caridad pastoral, para afrontar situaciones nuevas de hoy. Cuando surgen las dudas sobre la identidad sacerdotal, es que «no ha habido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangélico» (n. 10). Una renovación eclesial auténtica necesita la renovación sacerdotal, que nace de una comunión orante o fraternidad presidida por María en el cenáculo (n. 11).

Durante el pontificado de Juan Pablo II, aunque con una preparación anterior ya desde Pablo VI, tuvo lugar la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), celebrada en Puebla (1979), a la que precedió el discurso inaugural del Papa (28 de enero de 1979). La Cuarta Conferencia tuvo lugar en Santo Domingo (1992).

El documento de «Puebla», elogiado y recomendado por Juan Pablo II el 23 de marzo de 1979, tiene como título: «La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina». Lo hemos citado frecuentemente en los diferentes capítulos de nuestro libro. Respecto al sacerdocio ministerial, describe una situación relativamente positiva de mayor clarificación (n. 670), instando a una actitud evangelizadora y comprometida, que nace de la experiencia de Dios vivo (n. 693). Si se pone en práctica la fraternidad sacramental en el Presbiterio (PO 8), entonces «la plena unidad entre los ministros de la comunidad es ya un hecho evangelizador» (Puebla, n. 663). De esta renovación sacerdotal dependerá, en parte, la aportación misionera de América Latina a la Iglesia universal. El documento continúa y profundiza la segunda asamblea celebrada en Medellín (1968), inaugurada por Pablo VI en la catedral de Bogotá, con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional 33.

33 Documento «Puebla»: La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, Bogotá, 1979 y Madrid, BAC, 1979. Ver fragmentos sacerdotales (junto con otros documentos): La formación sacerdotal, Bogotá (DEVYM, OSLAM), 1982. Citamos estudios sobre el sacerdote en América Latina, en el capítulo I, notas 12 y 21. Documento de Santo Domingo: Nueva evangelización, promoción humana, cultura cristiana, 1992. Contenidos sacerdotales del documento de Santo Domingo: nn. 67-84 (los ministerios ordenados). Algunos estudios: R. BALLAN, Latinoamérica misionera, una prioridad pastoral afirmada en Santo Domingo, «Medellín» 21 (1995) 251-264; G. MELGUIZO, El post-Santo Domingo, «Medellín» 74 (1993) 153-171 (crónica, valoración).

El nuevo Código de Derecho Canónico (1983) plasma en normas concretas algunas directrices conciliares y posconciliares sobre la vida y el ministerio sacerdotal. Hemos citado frecuentemente estas normas en nuestro libro. Son pautas de trabajo para una construcción responsable por parte de todos. Ya desde el Seminario, los futuros sacerdotes deben formarse en el sentido y amor de Iglesia, expresado en vida comunitaria, como preparación para vivir la unión fraterna en el Presbiterio diocesano (can. 245, par. 2). A los sacerdotes, este vínculo de fraternidad, concretado en oración y múltiple cooperación (can. 275), les ayudará a conseguir su santidad propia en relación al ministerio, con tal que no dejen los medios comunes y peculiares de santificación (can. 276). Cierta vida comunitaria (can. 280), que podrá favorecerse con experiencias de encuentros y de asociaciones, siempre en unión con el propio obispo, (can. 278), les ayudará a perseverar en las virtudes del Buen Pastor (can. 273, 277, 282, 286), y en la disponibilidad misionera local y universal (can. 245, 257, 529). El Consejo Presbiteral será un medio muy a propósito para conseguir estos objetivos (can. 495-502) 34.

34 Ver temas sacerdotales según el nuevo Código: AA. VV., El sacerdocio en el nuevo Código de Derecho Canónico, «Teología del Sacerdocio» 18 (1985); AA. VV., Lo stato giuridico dei ministri sacri nel nuovo codex juris canonicis, lib. Edit. Vaticana, 1984; O. SANTAGADA, Formación sacerdotal según el nuevo Código de Derecho Canónico, «Medellín» 10 (1984) 479-500. Hay que destacar la importancia sacerdotal de algunos documentos publicados por diversos discaterios romanos. Algunos quedan recogidos en: DEVYM, OSLAM, Formación sacerdotal, Bogotá, 1989. Otros documentos: Directivas sobre la preparación de los educadores en los Seminarios (4 noviembre, 1993), Lib. Edit. Vat. 1993; Formar sacerdotes en el mundo hoy, Lib. Edit. Vaticana, 1990; Instrucción interdicasterial sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los laicos en el ministerio sacerdotal (15 agosto 1997); (Congregación para el Clero) Normas fundamentales para al formación de los diáconos permanentes (22 febrero 1998); Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes (22 febrero 1998); El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano (19 marzo 1999); El sacerdote pastor y guía de la comunidad en la parroquia (2001).

La formación inicial y permanente del sacerdote (ver cap. VIII) fue el tema del Sínodo Episcopal de 1990. En la exhortación apostólica postsinodal, Pastores dabo vobis, el Papa Juan Pablo II ofrece una síntesis del tema sacerdotal, especialmente respecto a la identidad, la espiritualidad y la formación inicial y permanente 35.

35 Además de los estudios citados en la nota anterior, ver comentarios en colaboración a la exhortación apostólica Pastores dabo vobis: Comentaría in Adh. Apost. «Pastores dabo vobis», «Seminarium» 32 (1992) n. 4; 33 (1993) n. 3; Pastores dabo vobis. Etudes el commentaires, «Bulletin de Saint Sulpice» 19 (1993); Studi sull'Esortazione Apostólica «Pastores dabo vobis» di Giovanni Paolo II, «Salesianum» 55 (1993) n. 12; Sacerdoti per una nuova evangelizzazione. Studi sull'Esortazione Apostólica Pastores dabo vobis, LAS, Roma 1993; Os daré pastores según mi corazón, EDICEP, Valencia, 1992; Vi darò pastori secondo il mio cuore, Esortazione Apostólica «Pastores dabo vobis», Testo e commenti, Lib. Edit. Vaticana, 1992.

Las líneas trazadas por Juan Pablo II se resumen en las siguientes:

- El gozo de ser sacerdote y de seguir una llamada que es don de Dios y declaración de amor,

- seguimiento generoso y de entrega evangélica,

- disponibilidad misionera universal,

- fraternidad sacramental en el propio Presbiterio,

- sintonía con las comunidades eclesiales necesitadas o perseguidas,

- unión con los sacerdotes que sufren martirio por anunciar y vivir el evangelio... 36.

36 Ver documentos en: El sacerdocio hoy..., Madrid, BAC, 1985; J. A. ABAD, Juan Pablo II al sacerdocio, Pamplona, 1981. Estudios: M. CAPRIOLI, Il sacerdocio comune e il sacerdocio ministeriale nel pensiero di Giovanni Paolo II, «Lateranum» 47 (1981) 124-157; J. ESQUERDA, Identidad apostólica: trasfondo histórico de la carta de Juan Pablo II a los sacerdotes, «Teología del Sacerdocio» 12 (1980) 107-149; J. A. MARQUES, O sacerdocio ministerial no Magisterio de Joao Paolo II, «Theologica» 15 (1980) 81-224; J. SARAIVA MARTINS, La formazione sacerdotale oggi nell'insegnamento do Giovanni Paolo II, Lib. Edit. Vaticana, 1997; M. VINET, Le prêtre et sa misión dans l'enseignement du pape Jean Paul II, «Bulletin du Saint Sulpice» 8 (1982) 63-76. Ver otros estudios (sobre PDV) en la nota anterior. Puede considerarse como autobiografía sacerdotal: JUAN PABLO II, Don y misterio. En el quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio, Madrid, BAC, 1996. La peculiaridad de este texto es que indica la propia vivencia de la doctrina sacerdotal predicada.

La historia de la espiritualidad sacerdotal, a partir de la persona y del mensaje del Buen Pastor, en un proceso de Iglesia peregrina, que va delineando cada vez más claramente el sacerdote de cada época histórica:

- Línea de servicio, es decir, ministerial, que tiene como fuente, modelo y maestro a Cristo Sacerdote, que «no vino para ser servido, sino para servir» (Mc 10,45).

- Línea de evangelización sin fronteras, que arranca del sacerdocio como consagración y misión participada de Jesús, y de la misma naturaleza misionera de la Iglesia como Pueblo sacerdotal.

- Línea de comunión fraterna en el Presbiterio, como signo colectivo del Buen Pastor, al servicio de la comunidad eclesial local y universal.

- Línea de transparencia y testimonio del Buen Pastor, como santificación a través del ministerio y como signo y estímulo del seguimiento de Cristo para todos los creyentes.

Construir el estilo sacerdotal en América Latina en esta época concreta, supondrá captar las luces del Espíritu Santo durante la historia eclesial y en la actualidad: a partir de la Palabra de Dios que ilumina los acontecimientos y situaciones, construir una comunidad eclesial sensible a la presencia de Dios y a los problemas de los hermanos, haciéndola comunidad evangelizadora y comprometida en la evangelización universal. Será, pues, una espiritualidad sacerdotal de profetismo y de inserción, de pluralismo auténtico en la comunión de la Iglesia, de inmanencia y trascendencia, de misión sin fronteras y sin exclusivismos, de testimonio y de martirio, de esperanza como el grito del Magnificat que brota de todo santuario mariano, en toda comunidad eclesial, de todo hogar y de cada corazón.

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- Sentido de la historia: el Espíritu Santo, recibido en la ordenación, guía hacia la verdad plena en Cristo: Jn 16,13.

- La presencia de Cristo en la vida e historia sacerdotal, enciende el corazón y abre los ojos a la luz para partir el pan con los hermanos: Lc 24,13-35.

- El sacerdote no está nunca solo en el camino histórico: Mt 28,20.

- Ministerio sacerdotal de preparar a toda la humanidad para un encuentro definitivo con Cristo al final de la historia: Ap 22,17-21.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- ¿Cuáles han sido las líneas de fuerza de la espiritualidad sacerdotal durante la historia?

- ¿Cuáles son los elementos permanentes en la historia de la espiritualidad sacerdotal?

- ¿Qué posibilidades encontramos en estos elementos para nuestro estilo sacerdotal de hoy y para colaborar en la construcción del estilo sacerdotal del futuro?

- ¿Qué importancia puede tener el redescubrimiento de las figuras sacerdotales de la historia?

- Individuar los elementos básicos para América Latina (cf. Puebla 659-720).

 

Orientación bibliográfica

Anotamos aquí solamente algunos estudios de síntesis histórica sobre la espiritualidad sacerdotal. Para autores concretos, períodos históricos y otros datos específicos, ver las notas de este capítulo: Santos Padres (notas 1-7), Edad Media (notas 7-19), época de Trento (notas 11-18), época inmediatamente anterior al Concilio Vaticano II (notas 20-29), sobre el Vaticano II y posconcilio (notas 30-36).

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