Lunes, 11 Abril 2022 11:44

IV- Sacerdotes para Evangelizar

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 IV- Sacerdotes para Evangelizar

Presentación

Jesús se presentó siempre como enviado o apóstol del Padre y del Espíritu Santo (Jn 3,17.34; 7,16; 10,36; 11,42; 17,19ss; Lc 4,18). Su misión consistió en anunciar el evangelio o Buena Nueva del Reino (Lc 4,43). Es una misión de anuncio, de entrega de sí mismo y de cercanía a todo hombre, para llamarle a un cambio profundo de mentalidad (conversión) que se hace bautismo o vida nueva, nuevo nacimiento e ingreso en el Reino de Cristo (Mc 1,15; Jn 3,5; cf. EN 6,12).

La Iglesia o comunidad de creyentes convocada por la presencia y la Palabra de Jesús, ha sido instituida por el Señor, para prolongarle en su ser, en su misión evangelizadora y en su vivencia. «La Iglesia es misionera por naturaleza» (AG 2) porque «existe para evangelizar» (EN 14). Todo miembro de la Iglesia, según su propia vocación, participa de esta responsabilidad misionera (cf. EN 13-16, 59-73).

A los laicos corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para a gloria del Creador y del Redentor (LG 31).

Las personas consagradas, «con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús -virgen, pobre y obediente- tienen una típica y permanente `visibilidad' del mundo» (VC 1). Los Apóstoles y sus sucesores e inmediatos colaboradores participan de modo especial en esta responsabilidad evangelizadora de Jesús que se prolonga en la Iglesia. Ellos fueron elegidos «para ser enviados a evangelizar» (Mc 3,14), participando de la misma misión de Jesús (Jn 17,18; 20,21) y haciendo realidad el encargo misionero confiado por Jesús a toda la Iglesia (Mc 28,19-20; Mc 16,15-16; Hch 1.4-8).

¿Cuál ha de ser la vivencia o espiritualidad del sacerdote para cumplir esta función misionera? Los sacerdotes «conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). El sacerdote e siempre «ministro del evangelio» (Ef 3,7). Como Pedro, dará testimonio de Cristo («nosotros somos testigos»: Hch 2,32) en la medida de su seguimiento evangélico («lo hemos dejado todo y te hemos seguido»: M7 19,27). Como Juan, sabrá comunicar el Verbo hecho hombre («os anunciamos el Verbo de la vida»: Jn 1,1ss) en la medida en que viva la experiencia de su encuentro («hemos visto su gloria»: Jn 1,14). Como Pablo, será transparencia del Evangelio («olor de Cristo»: 2 Co 2,15) en el grado de su sintonía vivencial con Cristo («mi vida es Cristo»: Flp 1,21; cf. Ga 2,20).

Prolongar a Cristo, en su palabra, sacrificio pascual, acción salvífica y pastoral, oración y cercanía al hombre concreto, significa vivir el encuentro con él: «Hemos encontrado a Cristo... Jesús de Nazaret» (Jn 1,41.45), «El ministerio jerárquico, signo sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el principal responsable de la edificación de la Iglesia en la comunión y de la dinamización de su acción evangelizadora» (Puebla 659) «Todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misionera» (Dir 14) 1.

1 Cfr. EN 68; RMi 67-68; PDV 1-17, 31-32. En el capítulo I hemos resumido la situación actual del sacerdote en vistas a una «nueva evangelización» y en una nueva etapa de evangelización, especialmente en el ambiente latinoamericano y en una época posconciliar. Ver: R. AUBRY, La misión, siguiendo a Jesús por los caminos de América Latina, La Paz 1986; J. F. GORSKI El desarrollo histórico de la misionología en América Latina, La Paz, 1985; J. A. VELA, Las grandes opciones de la pastoral en América Latina a partir del documento de Puebla, «Documenta Missionalia» 16 (1982) 159-179. Una monografía sobre Puebla: Os avançcos de Puebla, «Revista eclesiástica brasilera» 39 (1979) fasc. 173. Sobre el documento de Medellín: «Medellín», reflexiones en el CELAM, Madrid, BAC, 1977.

1- Llamados para evangelizar

La vocación apostólica es encuentro con Cristo para prolongar su misión (Mc 3,14; Jn 20,21). El nombre que Jesús da a los doce es precisamente el de apóstoles o enviados (Lc 6,13). Se trata de «anunciar a las gentes la insondable riqueza de Cristo e iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio de Cristo oculto desde los siglos en Dios» (Ef 3,8-9). «Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad» (EN 18). «Evangelizar es, ante todo, dar testimonio desde dentro, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo» (EN 26).

Como Jesús, el sacerdote ministro es ungido y enviado por el Espíritu Santo «para evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Ha sido llamado para:

- anunciar la alegre noticia (evangelizar) de la salvación en Cristo (Mt 11,5; Lc 7,22; Ef 3,8; 1 Co 9,16),

- hacer llegar como primer anuncio (kerigma) el mensaje de Cristo a los que todavía no lo han oído (Hch 8,5; 9,20; Mc 16,5; Rm 10, 14; 1 Co 1,23; 2 Co 1,19; 4,5; Ga 2,2),

- dar testimonio (martirio) del hecho salvífico de la muerte y resurrección de Cristo (Hch 1,8; 2,32; Jn 15,26-27; Lc 24,47-48).

Se prolonga la palabra de Cristo (anuncio, testimonio), su llamada a la conversión y bautismo (como cambio profundo de actitudes), su sacrificio redentor, su acción salvífica y pastoral, su cercanía a los hombres para una salvación integral. La comunidad convocada (ecclesia) por la palabra queda invitada a acoger signos salvíficos y a transformarse en familia (Koinonía) de hermanos (EN 24),

Porque la totalidad de la evangelización, además de la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la eucaristía (EN 28) 2.

2 Sobre la teología de la misión y evangelización (además de los trabajos citados en la nota predecente y en la orientación bibliográfica) ver: AA. VV., (S. Karotemprel edit), Seguir a Cristo en la misión- Manual de misionología, Estella, Verbo Divino, 1998; AA. VV., La Misionología hoy, Madrid, Obras Misionales Pontificias, 1987; A.A. V.V., Missiología oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana,1985; AA. VV., Evangelización y hombre de hoy, Madrid 1986 (congreso sobre la evangelización, 1985); D. J. BOSCH, Transforming Misión. Paradigm Chifts in Theology of Misión, New York, 1993; E. BUENO, La Iglesia en la encrucijada de la misión, Estella, Edit. Verbo Divino, 1999; B. CABALLERO, Pastoral de la evangelización, Madrid, PS, 1974; A. CAÑIZARES, La evangelización hoy, Madrid, 1977; J. CAPMANY, Misión en la comunión, Madrid, PPC, 1984; A. L. CASTRO, Gusto por la misión, Manual de misionología, Bogotá, CELAM, 1994; L. M. DEWAILLY, Teología del apostolado, Barcelona, Estela, 1965; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la evagelización. Curso de misionología, Madrid, 1995; J. M. GOIBURU, Animación misionera, Estella, Verbo Divino, 1985; C. KENNEDY, P. F. D'ARCY, El genio del apostolado, Santander, Sal Terrae, 1967; A. LOPEZ TRUJILLO, Caminos de evangelización, Madrid, BAC, 1985; ST. LYONNET, Apóstol de Jesucristo, Salamanca, Sígueme, 1966; J. LOPEZ GAY, Evolución histórica de la evangelización, «Documenta Missionalia» BAC, 1988; M. PEINADO, Solicitud pastoral, Barcelona, Flors, 1967; A. SANTOS, Misionología: problemas introductorios y ciencias auxiliares, Santander 1961. A. SANTOS HERNÁNDEZ, Teología sistemática de la misión, Estella, Edit. Verbo Divino, 1991; D. SENIOR, C. STRUHLMÜLLER, Biblia y misión, Estella, Edit. Verbo Divino, 1985.

Se pueden distinguir los elementos principales de la evangelización:

- Naturaleza: Prolongar la misión de Cristo (EN 6,16; RMi I-III).

- Objetivo: Transformación de la humanidad según los planes salvíficos de Dios en Cristo (EN 17-24; RMi IV).

- Contenido: La persona y el mensaje de Jesús que edifica la comunidad eclesial y transforma el mundo (EN 25-39).

- Medios: Anuncio, presencialización y comunicación del misterio de Cristo, ministerios y servicios concretos, instrumentos de inserción y cercanía (EN 40-58; RMi IV).

- Destinatarios: Toda la humanidad, el hombre concreto (EN 49-58;).

- Agentes: Todo cristiano según su propia vocación, toda la comunidad eclesial (EN 59-73; RMi VI).

- Estilo o espíritu: Actitudes interiores del apóstol (EN 74-80; RMi) 3.

3 Muchos estudios actuales sobre evangelización aprovechan los datos de la exhortación de Pablo VI, Evangelii Nuntiandi (8 diciembre, 1975). Comentarios directos: AA. VV., L'Annuncio del Vangelo oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1977; E. BRIANCESCO, En torno a la Evangelii Nuntiandi, Apuntes para una teología de la evangelización, «Teología» (Buenos Aires) 14 (1977) 101-134; J. LOPEZ CAY, La reflexión conciliar; del Ad Gentes a la Evangelii Nuntiandi, en la Misionología hoy, o. c., 171-193. Comentario a la encíclica RMi: AA: VV., Haced discípulos a todas las gentes, Comentario y texto de la encíclica «Redemptoris Missio», EDICEP, Valencia, 1991.

El sacerdote ministro, como servidor cualificado de la acción evangelizadora de la Iglesia, se mueve en una múltiple perspectiva:

- trinitaria: misión del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo,

- cristológica: mandato de Cristo (obrar en su nombre),

- pneumatológica: bajo la acción del Espíritu Santo (unción y misión),

- eclesiológica: en la comunión y misión de la Iglesia,

- antropológica y sociológica: de cercanía al hombre en su realidad concreta e histórica,

- escatológica: un camino de esperanza (confianza y tensión) hacia el Reino definitivo y la restauración final en Cristo.

Ello comporta la armonía de línea pastoral y de vida espiritual: escucha, contemplación, profetismo, cercanía, diálogo, trascendencia, vivencia, testimonio (autenticidad)...

Estas líneas de actuación se basan en la realidad salvífica que debe llegar a ser convicción profunda orientadora de la vida concreta. Es Dios quien salva y tiene la iniciativa en la historia de salvación. Cristo es el centro de la vida del apóstol y de toda la obra evangelizadora bajo la acción del Espíritu Santo. Es toda la Iglesia, en todas sus vocaciones y ministerios, la responsable de la evangelización. Hay que llegar al hombre concreto en las circunstancias del mundo y de la historia.

La espiritualidad sacerdotal queda, pues, marcada por la misión de evangelizar. Todo enviado vive para el objetivo de la misión: «conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13).

En el ejercicio de esta caridad que une al sacerdote íntimamente con la comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el carisma del celibato en toda su visión cristológica, eclesiológica, escatológica y pastoral (Medellín, XI, 21).

En el sacerdote ministro, el anuncio de la palabra (profetismo), la celebración de los misterios de Cristo (liturgia) y la construcción de la comunidad en el amor (dirección y servicio de caridad), equivalen a dispensación (economía) de la salvación en Cristo por medio del servicio (diaconía). Somos «ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios» (1 Co 4,1).

Las líneas de espiritualidad (ver capítulo V, n. 4) discurren a partir de la caridad pastoral de Cristo, según los designios del Padre, de comunicar la vida nueva en el Espíritu, en la comunión y misión de la Iglesia, para salvación integral de toda la humanidad y la «restauración de todas las cosas en Cristo» (Ef 1,10).

La doctrina del Vaticano II sobre los ministerios sacerdotales deja entender el equilibrio entre la acción profética, cultual y hodegética o de dirección (PO 4.6), indicando la centralidad de la eucaristía como celebración del misterio pascual «fuente y cumbre de toda la evangelización», (PO 5). En cualquier ministerio debe aparecer el anuncio, la presencialización y la comunicación de la muerte y resurrección de Cristo (misterio pascual). Así el sacerdote ministro ejerce siempre el servicio del cuerpo místico de Cristo, puesto que es servidor (ministro) de Cristo y de la comunidad eclesial (santo Tomás, Contra Gentes, I, 4, c. 71-75).

La vocación sacerdotal es, pues, llamada para la misión de prolongar a Cristo sin recortes ni fronteras. «La vocación pastoral de los sacerdotes es grande y el concilio enseña que es universal: está dirigida a toda la Iglesia, y en consecuencia, es también misionera» (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1979, n. 8). «Es de particular importancia subrayar que la `consagración' sacerdotal es conferida por Cristo en orden a la `misión' de salvación del hombre» (Medellín, XI, 17). Una nueva evangelización clama nuevo ardor en los evangelizadores (ver el cap. I, n. 3) 4.

4 Juan Pablo II usa frecuentemente la expresión «nueva evangelización», especialmente desde 1983 (Discurso al CELAM, Puerto Príncipe) y 1984 (Discurso en Santo Domingo). «En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, Pastores y fieles, han de sentir con más fuerza su responsabilidad de obedecer al mandato de Cristo..., renovando su empuje misionero. Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia: la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad» (Christifideles Laici 64). Esto reclama una «renovación evangélica» por parte de todos los agentes de la evangelización (ibídem 16). Ver: RMi 2-3, 30, 35, 59; PDV 2,9-10, 17, 47, 51, 82. Documento di Santo Domingo, II, 1. También; EAm 66; NMi 68.

2- Prolongar la Palabra de Cristo

La comunidad eclesial se convoca por la palabra de Dios para celebrar los signos salvíficos instituidos por Cristo (especialmente el bautismo y la eucaristía) y para asumir compromisos personales, comunitarios y sociales.

La misión de Jesús y de los apóstoles se realiza principalmente por medio del anuncio (Lc 4,15-19.43; Mt 28,29). El anuncio lleva a la celebración y a la vivencia. La dimensión Kerigmática (anuncio) se hace dimensión antropológica y sociológica, en la medida en que sea dimensión pascual, litúrgica y contemplativa. Entonces recupera su dimensión misionera de anuncio a todos los pueblos y a todos los hombres.

El servicio profético del sacerdote ministerial se realiza como participación, cooperación y dependencia del magisterio del Episcopado y del Papa. El sacerdote prolonga la palabra de Cristo en cuanto que le representa ante la comunidad y en cuanto obra en su nombre (PO 2, 6, 12). En esto se diferencia el profetismo del laicado. La gracia recibida en el sacramento del Orden convierte al sacerdote ministro en instrumento de eficacia especial, como portador de una gracia peculiar del Espíritu Santo. «Los que están sellados con el Orden sagrado son destinados a apacentar la Iglesia por la palabra y gracia de Dios, en nombre de Cristo» (LG 11).

Se trata de un deber primordial de los sacerdotes, puesto que el pueblo de Dios se congrega por la palabra de Dios vivo (PO 4). Este servicio sacerdotal profético tiene diversos aspectos y dimensiones:

- Se anuncia el hecho salvífico de la muerte y resurrección de Cristo, llamando a la conversión y dando testimonio con la propia vida (dimensión kerigmática, salvífica, pascual, martirial).

- Se invita a celebrar la palabra en la liturgia especialmente bautismal y eucarística (dimensión litúrgica y sacramental).

- Se presenta la Palabra como un signo portador de gracia en el Espíritu Santo, que llama a la contemplación y santificación (dimensión contemplativa y pneumatológica).

- Se parte de la Palabra para indicar las líneas en el camino de la Iglesia y en la construcción de la comunidad (dimensión hodegética, comunitaria, escatológica).

- La Palabra, tal como es y toda por entero, debe llegar a las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica y sociológica).

- La Palabra construye la comunidad en el amor y en la misión local y universal (dimensión de comunión misionera).

La predicación de la Palabra presenta armónicamente el mensaje cristiano como acontecimiento salvífico (credo), que se actualiza bajo signos instituidos por Cristo (sacramentos, liturgia) y que llama a la contemplación y al compromiso personal y social (mandamientos, oración).

El Pueblo de Dios se congrega principalmente por la palabra de Dios vivo, que con toda razón es buscada en la boca de los sacerdotes. En efecto, como quiera que nadie puede salvarse si antes no creyere, los presbíteros, como cooperadores que son de los Obispos, tienen por deber primero el de anunciar a todos el evangelio de Dios (PO 4) 5.

5 Sobre la predicación y especialmente sobre la homilía: AA. VV., Palabra en el mundo, Salamanca 1972; D. GRASSO, Teología de la predicación, Salamanca, Sígueme, 1966; L. MALDONADO, Anunciar la palabra hoy, Madrid, San Pablo, 2000; J. RATZINGER, Palabra en la Iglesia, Salamanca, 1976; O. SEMMELROTH, La palabra eficaz, para una teología de la predicación, San Sebastián, Dinor, 1967. Explicación siguiendo el año litúrgico; I. GOMA, Reflexiones en torno a los textos bíblicos dominicales, Montserrat, 1988.

La homilía es la predicación que tiene lugar en la celebración litúrgica, especialmente eucarística.

Esta predicación inserida de manera singular en la celebración eucarística, de la que recibe una fuerza y vigor particulares, tiene ciertamente un puesto especial en la evangelización, en la medida en que expresa la fe profunda del ministro sagrado que predica y está impregnada de amor (EN 43).

Las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está presente y obra en nosotros particularmente en la celebración de la liturgia (SC 35).

 

 

Por esto tiene que ser sencilla, clara, directa, acomodada, profundamente enraizada en la enseñanza evangélica y fiel al magisterio de la Iglesia, animada por un ardor apostólico equilibrado que le viene de su carácter propio, llena de esperanza, fortificadora de la fe y fuente de paz y de unidad (EN 43).

La ascética del predicador del evangelio supone una actitud de respeto a la palabra de Dios, tal como es, toda entera y con su dimensión salvífica universal. Se acepta la palabra como mensaje comunicado por Cristo a su Iglesia. Es, pues, palabra:

- Revelada, siempre viva y actual, cuya iniciativa está en Dios (Jn 1,14; 3,16; 14,9; Mt 17,5; Lc 1,38).

- Predicada en la comunidad eclesial como continuación de la predicación apostólica (Jn 10,4; Lc 10,16; Mt 16,18; Hch 4,32-33).

- Celebrada en la liturgia y en la relación a los sacramentos, como proclamación del misterio pascual (Jn 2,11; 6,35ss; Mc 4,1-20; Hch 2,42).

- Vivida por los santos como proceso de configuración en Cristo (Jn 14,6.21; Col 3,3).

- Contemplada en el corazón para hacer de la vida una donación a Dios y a los hermanos (Lc 2,19.51; Jn 13,23-25; Mc 3,33ss).

- Releída en los acontecimientos para interpretarlos a la luz de la Pascua (Mt 16,31; 5,45-48).

- Creadora de testigos para una evangelización sin fronteras (Mt 28,19; Mc 16,15; Hch 2,17.32; Jn 1,23).

El mensaje evangélico se predica, pues, en toda su integridad revelada, eclesial e histórica. El anuncio se hace testimonio y donación. Entonces se congrega y edifica la comunidad a partir del bautismo (como actitud permanente de configuración con Cristo), en torno a la eucaristía y según el mandato del amor 6.

6 Sobre la naturaleza y fuerza de la palabra: AA. VV., Comentarios a la Constitución «Dei Verbum» sobre la divina revelación, Madrid, BAC, 1969; AA. VV., El ministerio de la palabra, Madrid, Cristiandad, 1983; L. ALFONSO SCHOKEL, La palabra inspirada, Barcelona, Herder, 1966; A. ARTOLA, J. M. SÁNCHEZ CAROA, Biblia y palabra de Dios, Estella, Verbo Divino, 1994; G. AUZOU, La palabra de Dios, Madrid, FAX, 1964; D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios, Salamanca, Sígueme, 1965; J. COLLANTES, La Iglesia de la palabra, Madrid, BAC, 1972; J. ESQUERDA, Meditar en el corazón, Barcelona, Balmes, 1987; F. FERNÁNDEZ RAMOS, Interpelado por la palabra, Madrid, Narcea, 1980; E. GIUSTOZZI, La Biblia: palabra de Dios para los hombres, Buenos Aires, Inst. Cultura Religiosa, 1976; P. GRELOT, La palabra inspirada, Barcelona, Herder, 1968; V. MANNUCCI, La Biblia como palabra de Dios, Bilbao, Desclée, 1985. Ver: PDV 26, 53, 70, 72; Dir 45-47.

3- Prolongar el sacrificio pascual de Cristo

La vida y el ministerio sacerdotal giran en torno al misterio pascual del Señor. El sacerdote anuncia, hace presente bajo signos eucarísticos y comunica a Cristo muerto y resucitado. Por esto la eucaristía es la «fuente y cumbre de toda la evangelización» (PO 5) y el «principio y culminación de todos los trabajos apostólicos» (SC 10).

Para todo creyente y para toda la comunidad eclesial la eucaristía es «la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11; cf. can. 897). Para el sacerdote ministro, es «la principal y central razón de su ser», ya que «el sacerdote ejerce su misión principal y se manifiesta en su plenitud celebrando la eucaristía» (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1980). «Somos, en cierto sentido, por ella y para ella; somos, de modo particular, responsables de ella» (ibídem).

El sacerdote ministro, después de anunciar la palabra de Dios, hace presente a Cristo inmolado (Sacerdote y Víctima) bajo signos eucarísticos. Propiamente es el mismo sacerdote quien al obrar en nombre de Cristo como instrumento suyo (PO 12; cf. PO 2,6), se convierte en signo del mismo Cristo en cuanto Sacerdote y Buen Pastor. Pero en la eucaristía se hace presente el Señor inmolado en sacrificio para comunicarse a todos. La eucaristía es, pues:

- Presencia permanente de Cristo bajo las especies sacramentales de pan y de vino (mientras éstas no se corrompan), como declaración de amor (Alianza) y como presencia que reclama relación personal (Mt 26,26-28; cf. PO 18).

- Sacrificio de la nueva Alianza, como donación incondicional y actualización y prolongación en el tiempo del único sacrificio de Cristo (Lc 22,19-22; cf. SC 47).

- Comunión o participación en la vida de Cristo como pan de vida, sacramento (signo eficaz de vida nueva en el Espíritu) y banquete pascual (Jn 6,35.48; Mc 14,22-24; 1 Co 10,16ss; 10,13).

- Encuentro inicial que anticipa o preludia el encuentro definitivo (escatología) en el más allá (1 Co 11,26).

- Misión o encargo de toda la comunidad eclesial y ministerio específico del sacerdote ordenado, para que sea realidad sacramental y vivencial en toda comunidad humana (Mt 26,28; Lc 22, 19; 1 Co 11,24) 7.

7 AA. VV., Eucaristía y vida cristiana, Madrid, CETE, 1976; J. BACIOCCHI, La eucaristía, Barcelona, Herder, 1969; L. BAIGORRI, Eucaristía, Estella, Verbo Divino, 1985; J. BETZ, La eucaristía, misterio central, en Mysterium Salutis IV/2, Madrid, Cristiandad, 1975; F. X. DURWELL, La eucaristía, misterio pascual, Salamanca, Sígueme, 1986; CH. JOURNET, La Misa, presencia del sacrificio de la cruz, Bilbao, Desclée, 1962; J. A. JUNGMANN, El sacrificio de la Misa, Madrid, BAC, 1968; J. LECUYER, El sacrificio de la Nueva Alianza, Barcelona, 1969; M. NICOLAU, La Misa en la constitución litúrgica del Vaticano II, «Salmanticensis» 11 (1964) 267-322; Idem, Nueva Pascua de la Nueva Alianza, actuales enfoques sobre la eucaristía, Madrid, 1973; J. A. SAYES, El misterio eucarístico, Madrid, BAC, 1986; M. THURIAN, El misterio de la eucaristía, Barcelona, Herder, 1983.

El Concilio Vaticano II, resumiendo la doctrina patrística y magisterial (especialmente de san Agustín), dice así:

Nuestro Señor Jesucristo, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera (SC 47).

Propiamente es en la celebración eucarística donde se realiza la comunidad eclesial como misterio (signo de la presencia de Cristo), comunión (fraternidad de caridad) y misión. La Iglesia particular o local se llama Iglesia del acontecimiento porque acontece de verdad cuando se celebra la eucaristía en comunión con las otras comunidades eclesiales. «Por la celebración eucarística del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la colaboración se manifiesta la comunión dentre ellas» (UR 15). Así «la Iglesia hace la eucaristía y la eucaristía construye la Iglesia» (RH 20; Carta Jueves Santo, 1980).

El sacerdote por el servicio eucarístico, estrechamente relacionado con los demás servicios proféticos, cultuales y hodegéticos (o de dirección):

- es signo de Cristo Sacerdote obrando en su nombre,

- hace presente a Cristo en estado de Víctima,

- continúa la voluntad inmolativa de Cristo pronunciando sus palabras,

- hace que la eucaristía sea el sacrificio de toda la Iglesia,

- colabora para construir la comunidad eclesial como comunión y cuerpo místico de Cristo.

La espiritualidad sacerdotal en su dimensión eucarística subraya unos puntos básicos:

- Espiritualidad de relación personal con Cristo presente: «estar con él» (Mc 3,13); «diálogo cotidiano» (PO 18).

- Espiritualidad de inmolación, al estilo de la caridad del Buen Pastor (Jn 10 y 15).

- Espiritualidad de comunión y cercanía o sintonía con los hermanos, compartiendo con ellos el propio existir (Mt 15,32).

- Espiritualidad de esperanza que supone confianza en Cristo y tensión hacia la restauración de todas las cosas en él (Ef 1,10; 2 Tm 4,6).

- Espiritualidad de servicio incondicional y misión sin fronteras (Mt 28,19-20) 8.

8 La carta Dominicae Cenae de Juan Pablo II, con ocasión del Jueves Santo de 1980, presenta la centralidad de la eucaristía en la vida y en el ministerio del sacerdote: AAS 72 (1980) 113-148. Después de presentar la relación entre la eucaristía y la vida de la Iglesia, expone su sentido sacrificial y su relación con la palabra de Dios y con la vida de caridad. Ver: PDV 23, 26; Dir 48-50.

La espiritualidad sacerdotal eucarística es eminentemente eclesial y mariana, en cuanto que, a imitación de María, hace presente a Cristo en el mundo bajo signos de Iglesia. La misma construcción de la comunidad eclesial como cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, se realiza a partir de la palabra y de la eucaristía celebradas en la comunidad de creyentes bautizados para la salvación de toda la humanidad.

La eucaristía como sacrificio da pleno sentido a la existencia cristiana y sacerdotal. Cristo, con su sacrificio, lleva a plenitud el sacrificio del cordero pascual (Lc 22,15; Jn 1,29), el sacrificio de la Alianza (Lc 22,20) y el sacrificio de expiación de los pecados (Mt 26,28). Por esto la espiritualidad sacerdotal es de éxodo, liberación, respuesta a los planes salvíficos de Dios, reconciliación con Dios y con los hermanos.

El servicio sacerdotal lleva a la perfección la sacramentalidad de la Iglesia, como «sacramento, es decir, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). El servicio al cuerpo eucarístico de Cristo se convierte en servicio a su cuerpo místico (santo Tomás, Supl, q. 36, a. 2, ad 1).

4- Prolongar la acción salvífica y pastoral de Cristo

La acción evangelizadora enraíza en la misión recibida de Cristo para prolongarle en el tiempo. El sacerdote ministro ha sido llamado para evangelizar (n,1), prolongando la palabra o mensaje de Cristo (n. 2), su acción sacrificial (n. 3) y su acción salvífica general según los signos instituidos por el Señor.

Cristo ha querido necesitar de sus ministros para prolongar su acción salvífica y pastoral, que tiene lugar principalmente en la celebración de los sacramentos. Sacramento equivale a signo portador y eficaz de una presencia y acción de Cristo. La humanidad de Cristo es el sacramento fontal, del que deriva el sacramento de la Iglesia entera y los siete ritos o sacramentos propiamente dichos, en los que se expresa con más intensidad la sacramentalidad eclesial.

El servicio de la palabra está relacionado con los signos sacramentales. La palabra anuncia el hecho salvífico y dispone al creyente para vivirlo. El sacramento hace presente de algún modo el mismo hecho salvífico para comunicar sus frutos.

Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que a la vez la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y cosas; por esto se llaman sacramentos de la fe. Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir con fruto la misma gracia, rendir el culto a Dios y practicar la caridad (SC 59).

Se llaman sacramentos de la fe, porque en ellos la eficacia de la palabra llega a su punto culminante (como forma del sacramento), suscitando la fe y produciendo en los creyentes los frutos de salvación. Esto tiene lugar principalmente en el sacramento y sacrificio de la eucaristía.

En los sacramentos se hace presente la acción salvífica de Cristo. Por esto son:

- memorial de un hecho pasado,

- presencialización o actualización de la acción del Señor,

- anuncio de una plenitud en Cristo resucitado,

- celebración del misterio pascual,

- comunicación de la salvación en Cristo 9.

9 El servicio sacramental se ejerce siempre en relación al servicio de la Palabra y a los servicios de caridad. Ver: AA. VV., La celebración en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1985; AA. VV., Concilio Vaticano II; Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid, BAC, 1965; CL. DILLENSCHNEIDER, El dinamismo de nuestros sacramentos, Salamanca, Sígueme, 1965; A. ELCHINGER, Liturgia y pedagogía de la fe, Madrid, 1969; M. GARRIDO, Curso de liturgia romana, Madrid, BAC, 1961; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, introducción a la liturgia, Barcelona, Herder, 1969; M. NICIOLAU, Teología del signo sacramental, Madrid, BAC, 1969; A. PALENZUELA, Los sacramentos de la Iglesia, Madrid, 1965; M. M. PHILIPPON, Los sacramentos en la vida cristiana, Buenos Aires, 1955.

El sacerdote ministro (ordenado) es una parte integrante del signo sacramental, puesto que, con su servicio específico, pronuncia las palabras de Cristo uniéndose a las intenciones del Señor y de la Iglesia. Es, pues, servicio de comunión y de misión eclesial. Al margen de esta perspectiva cristológica y eclesiólogica, el sacramento se reducirá a un signo rutinario con el riesgo de perder su eficacia salvífica. La eficacia peculiar del sacramento (ex opere operato o por su misma puesta en práctica) supone el querer hacer lo que hace la Iglesia por mandato de Cristo.

El signo sacramental exige el signo del testimonio, tanto por parte del ministro como por parte de la comunidad eclesial donde se celebra. La sintonía del sacerdote con la voluntad salvífica de Cristo le santifica a él y a los demás. Por esto el sacerdote se santifica «ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13).

Los sacramentos son parte esencial de la evangelización como actualización (presencialización) de lo que se anuncia y se quiere comunicar. Los ministerios proféticos (Palabra) y hodegéticos (de organización y dirección) carecerían de su fuerza principal si no se orientaran a la digna celebración del misterio pascual presente en los sacramentos (especialmente en la eucaristía).

Para evangelizar hay que anunciar la muerte y resurrección de Cristo, llamando a conversión y bautismo, para un encuentro con él bajo los signos sacramentales. Es un encuentro que se continúa necesariamente bajo los signos del hermano. La armonía de todas estas dimensiones es señal de autenticidad evangelizadora.

La acción salvífica y pastoral de Cristo no se agota en la celebración eucarística, sino que pasa necesariamente a los servicios de caridad, de organización y de dirección. Esta es la acción pastoral directa, como diaconía para construir la comunidad en el amor (Koinonía) 10.

10 Además de los estudios de la orientación bibliográfica al final del capítulo y de las notas 1-3, ver: F. X. ARNOLD, Teología e historia de la acción pastoral, Barcelona, 1969; G. CERIANI, Introducción a la teología pastoral, Madrid, 1966; J. ESQUERDA BIFET, Diccionario de la evangelización, Madrid, BAC, 2001; C. FLORISTAN M. USEROS, Teología de la acción pastoral, Madrid, BAC, 1968; M. PFLIEGER, Teología pastoral, Barcelona, 1966; R. PRAT I. PONS, Compartir la joia de la fe, propostes per a una teologia pastoral, Barcelona, Facultad de Teología, 1985; J. RAMOS, Teología pastoral, Madrid, BAC, 1996. Una enciclopedia pastoral en 6 volúmenes: Handbuch der Pastoraltheologie, Freiburg, 1964-1972.

El sacerdote ministro tiene como misión la dirección de la comunidad, a la luz de la palabra de Dios y en la comunión eclesial con los sucesores de los Apóstoles. Esta dirección o presencia es principio de unidad, en nombre de Cristo, Cabeza y Buen Pastor (cf. PO 6,9; LG 23; Ef 2,20). Los sacerdotes tienen como ministerio específico «llevar a todos a la unidad en la caridad» (PO 9).

La acción sacerdotal, que es profética y cultual, «se extiende también propiamente a formar una genuina comunidad cristiana enraizada en la Iglesia local y universal» (PO 6). Olvidar esta dimensión comunitaria del sacerdote ministro es olvidar su misma acción profética y cultual.

Esta acción salvífica y pastoral (no estrictamente sacramental) tiene sus características, que se desprenden del hecho de prolongar a Cristo Cabeza y Buen Pastor:

- Discernir y alentar todos los demás carismas y vocaciones en la armonía de la comunión eclesial.

- Discernir los signos de los tiempos para descubrir la voluntad salvífica de Dios en el caminar histórico de la comunidad.

- Acercarse preferentemente a los más pobres y débiles, alejados y marginados (cf. apartado n. 6).

- Ser principio de unidad en la diversidad de carisma y vocaciones.

- Hacer realidad, ya en esta tierra, el inicio del Reino definitivo 11.

11 Sobre la pastoral de conjunto, parroquia, comunidades de base, etc., ver estudios en las notas anteriores y en el resumen doctrinal del capítulo VI, n. 2. Ver: CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA, Directorio nacional de pastoral parroquial, Bogotá, SPEC, 1986.

El trabajo apostólico por extender el Reino de Dios necesita abarcar todas sus dimensiones: carismática (camino de perfección), institucional (de Iglesia visible fundada por Cristo) y escatológica (de plenitud en el más allá).

Toda la acción pastoral tiende a crear comunidades de caridad (según el mandato del amor), a partir de una respuesta relacional (oración) a la palabra de Dios y de una vivencia responsable y comprometida de los signos sacramentales establecidos por el Señor. La armonía y autenticidad de esta acción polifacética gira en torno al misterio pascual anunciado, celebrado y vivido.

Los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor (SC 10).

Es, pues, un ministerio de verdadera dirección espiritual, en todos sus niveles de profetismo, culto y realeza, para llevar a todos los creyentes a la perfección cristiana. Para esa dirección son necesarias las cualidades de experiencia, formación, prudencia, y discernimiento.

La acción pastoral es una responsabilidad que compromete toda la existencia, a imitación del Buen Pastor. No cabe la actitud de funcionario o de simple profesional.

Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, gobernado no por fuerza, sino espontáneamente, según Dios; no por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño (1 P 5,2-3).

El servicio de presidencia equivale a una diaconía más profunda de «servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 1). El sacerdote ministro hace que la comunidad eclesial se realice en toda su integridad misionera:

la comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo. Ella constituye, en efecto, un instrumento eficaz por el que se señala y allana a los no creyentes el camino hacia Cristo y su Iglesia, y por el que también los creyentes se incitan, nutren y fortalecen para la lucha espiritual (PO 6).

Prolongar la oración de Cristo

Prolongar la palabra, el sacrificio y la acción salvífica y pastoral de Cristo, comporta también prolongar su actitud relacional o dialogal con el Padre en el amor del Espíritu Santo. Cristo quiere ser prolongado también en sus vivencias y actitudes hondas de Sacerdote y Víctima, manifestadas ya en el seno de María el día de la encarnación: «Heme aquí, que vengo para hacer tu voluntad» (Hb 10,7).

Esta actitud oracional de Cristo abarca toda su vida (Lc 6,12; Mt 11,25-26; Jn 17,1-26; Lc 22,42; 23,46) y continúa ahora en el cielo (Hb 7,25; Rm 8,34). El Señor se hace presente en la comunidad eclesial bajo signos sacramentales, con esta actitud de oración que debe ser compartida por sus ministros y por todos los creyentes.

En un momento difícil y de agobio por el trabajo apostólico, los Apóstoles supieron discernir con equilibrio evangélico: «Nosotros debemos atender a la oración y al ministerio de la palabra» (Hch 6,4). Es la fidelidad a la vocación de «estar con él y ser enviado a predicar» (Mc 3,14). El tiempo es cuestión de prioridades según la escala de valores del propio corazón.

La actitud oracional es necesaria para ser «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote» (PO 12). «Importa ante todo que el sacerdote sea el hombre de oración por antonomasia» (Medellín XI, 20).

El presbítero es un hombre de Dios. Sólo puede ser profeta en la medida en que haya hecho la experiencia del Dios vivo. Sólo esta experiencia lo hará portador de una Palabra poderosa para transformar la vida personal y social de los hombres de acuerdo con el designio del Padre (Puebla 693).

La oración en todas sus formas -y de manera especial la Liturgia de las Horas que le confía la Iglesia- ayudará a mantener esa experiencia de Dios que deberá compartir con sus hermanos (Puebla, 694) 12.

12 Ver: PDV 26, 72; Dir 38-42. Sobre la liturgia de las horas: AA. VV, El Oficio Divino hoy, Barcelona, ELE, 1969; AA. VV., Pastoral de la liturgia de la horas, «Phase» 130 (1982) 265-335; D. BARSOTTI, Introducción al breviario, Salamanca, Sígueme, 1967; J. DELICADO, El breviario recuperado, Madrid, 1973; A. HAMMAN, La oración, Barcelona, Herder, 1967; J. IRABURU, La oración pública de la Iglesia, Madrid, PPC, 1967; A. G. MARTIMORT, La Iglesia en oración..., Barcelona, Herder, 1969; G. MARTINEZ DE ANTOÑANA. El Oficio divino, en Concilio Vaticano II, Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid, BAC, 1965, 462-496; H. M. RAGUER, La nueva liturgia de las horas, Bilbao, Mensajero, 1972. Ver un resumen teológico y pastoral en la Instrucción general que se encuentra en la misma liturgia de las horas.

La oración es necesaria para que la gracia divina se derrame en los corazones. La oración, como actitud relacional y amistosa con Dios, hace posible el equilibrio entre la vida interior y la acción externa. La oración del sacerdote es «unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida» (PO 18). La caridad pastoral y la unidad de vida «no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración, cada vez más íntimamente el misterio de Cristo» (PO 14).

La oración es también ministerio para el sacerdote. Es el ministerio de prolongar la oración sacerdotal de Cristo, de modo parecido a como se prolonga su palabra, sacrificio y acción salvífica. Y es, al mismo tiempo, ministerio de guiar a personas y comunidades por el camino del diálogo con Dios y del encuentro vivencial con Cristo. El mandato del amor se hace realidad a partir de esta actitud oracional.

El sacerdote prolonga la oración sacerdotal de Cristo principalmente en la celebración de la eucaristía, de los sacramentos y de la liturgia de las horas. El amor de Cristo al Padre y a los hombres, hasta dar la vida en sacrificio, se expresa por medio de su actitud dialogal de oración sacerdotal (Hb 10,5-7; Jn 17; Lc 23,46; Hb 7,25). Este ministerio se hace «fuente de piedad y alimento de la oración personal» (SC 90).

La oración del sacerdote, como actitud personal y como ministerio, puede analizarse en diversas perspectivas:

- Sintonía con los sentimientos de Cristo Buen Pastor ante el Padre, en el amor del Espíritu Santo y para la salvación de los hombres.

- Prolongación de la oración sacerdotal de Cristo en medio de la comunidad eclesial y en nombre de la Iglesia, especialmente durante la celebración litúrgica (eucaristía, liturgia de las horas, sacramentos...).

- Actitud relacional con Cristo y como Cristo durante el ejercicio de los diversos ministerios (proféticos, cultuales, hodegéticos y de servicios de caridad).

- Guiar personas y comunidades en todo el proceso de la oración.

- Vivencia personal y comunitaria de los textos y momentos litúrgicos, dando preferencia a la lectura meditativa de la palabra de Dios.

- Discernir los signos de los tiempos a través de los acontecimientos iluminados por la palabra de Dios.

- Actitud contemplativa de apertura ante la palabra, cuestionamiento de la propia vida y unión con Cristo, que lleve al cumplimiento de las exigencias de la caridad pastoral.

- Poner los medios concretos y encontrar tiempo especial de oración según los criterios de la Iglesia para la vida sacerdotal: lección divina, oración mental, retiro espiritual, «diálogo cotidiano con Cristo en la visita eucarística», examen de conciencia, dirección espiritual, etc. (PO 18) 13.

13 La oración del sacerdote tiene siempre relación con su ministerio, aún cuando sea la meditación personal de la palabra. Los estudios de las notas 6 y 12 hacen notar esta relación. Sobre la oración de los salmos; L. ALFONSO SCHOKEL, Treinta salmos, poesía y oración, Madrid, Cristiandad, 1981; L. ALFONSO SCHOKEL, C. CARNITI, Los salmos, Estella, Edit. Verbo Divino, 1992-1993; A. APARICIO, Los salmos, oración de la comunidad, Madrid, Vida Religiosa, 1981; S. BENETTI, Salmos para vivir y morir, Madrid, Paulinas, 1981; P. DRIJVERS, Los salmos, Barcelona, Herder, 1964; J. ESQUERDA, Todo es mensaje, experiencia cristiana de salmos, Madrid, Paulinas, 1982; P. FARNES SCHERER, Moniciones y oraciones sálmicas, Buenos Aires, Claretiana, 1979; M. GASNIER, Los salmos, escuela de espiritualidad, Madrid, Studium, 1960; A. GONZALEZ, El libro de los salmos, Barcelona, Herder, 1966; H. J. KRAUS, Teología de los salmos, Salamanca, Sígueme, 1985; M. MANNATÍ, Orar con los salmos, Estella, Edit. Verbo Divino, 1994; F. VALDENBROUKE, Los salmos y Cristo, Salamanca, Sígueme, 1965.

Hay que dar una importancia al ministerio de prolongar la oración sacerdotal de Cristo, reconociendo su eficacia apostólica (cf. SC 86).

El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza. Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo, no sólo celebrando la eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino (SC 83).

Por una antigua tradición cristiana, el Oficio divino está estructurado de tal manera, que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y la noche, y cuando los sacerdotes y todos aquellos que han sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen debidamente ese admirable cántico de alabanza o cuando los fieles oran junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre (SC 84).

 

 

Toda la acción pastoral se hace santificadora cuando se realiza «en el espíritu de Cristo» (PO 13), es decir, actitud de oración relacional con él y de sintonía con sus sentimientos de Buen Pastor. La oración sacerdotal de Cristo, prolongada a través de sus ministros y de toda la Iglesia, es mediación ascendente (que presenta al Padre los problemas de los hombres) y descendente (que presenta a los hombres la palabra y los designios salvíficos de Dios).

La oración del sacerdocio es siempre relación personal con Cristo resucitado presente y, por medio de él, es actitud relacional con el Padre en el Espíritu Santo. Hay que contagiar al mundo y en especial a la comunidad eclesial, de la actitud oracional del Padre nuestro, que se transforma en actitud fraterna del mandato del amor. Este es el objetivo final de toda la acción apostólica y misionera:

Así, finalmente, se cumple en realidad el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: «Padre nuestro» (AG 7).

Guiar a personas y comunidades por el camino de la oración equivale a orientarlas en la actitud filial de autenticidad y de caridad, que se expresa en la oración que nos enseñó el Señor. La oración comienza con una actitud de pobreza ante Dios nuestro Padre, hasta saberse amado por Dios tal como uno es y capacitado para amarle y hacerle amar. Es, pues, un proceso de receptividad y de apertura, a partir de la iniciativa de Dios que habla y ama, reconociendo la propia pobreza y aprendiendo a «estar con quien sabemos que nos ama» (santa Teresa). Es proceso de:

- Apertura (lectura): escuchando la palabra de Dios tal como es y toda entera.

- Cuestionamiento (meditación): dejando actuar la palabra de Dios hasta lo más hondo del corazón.

- Pobreza (petición): sintiendo necesidad de la palabra de Dios en la propia circunstancia de limitación, pecado, debilidad, vida ordinaria (Nazaret), sufrimiento...

- Unión (contemplación): entrando en confianza de hijos en la intimidad divina, gracias a la amistad con Cristo, y manifestando esta unión con Dios en la donación comprometida a sus designios salvíficos en servicio de los hermanos 14.

14 Ver: Carta de la Congregación para la Doctrina de la fe: Algunos aspectos de la meditación cristiana (15.10.89): AAS 82 (1990). Catecismo de la Iglesia Católica parte IV. El tema de la oración cristiana ha merecido muchos estudios en los últimos tiempos. Resumo el contenido doctrinal y bibliografía en Caminar en el amor, dinamismo de la espiritualidad cristiana, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989, cap. IV (Dinamismo del diálogo con Dios).

Predicar la palabra de Dios supone haberla asimilado por medio de esta actitud contemplativa, que hace entrar en el misterio de Dios y en el misterio del hombre (PO 13; LG 41). Para vivir cerca de los problemas humanos, captándolos en su profundidad e integridad, hay que ser contemplativos que han entrado en el corazón de Dios. No se captaría la voluntad divina a través de los acontecimientos, si no se entrara en la contemplación de la palabra de Dios (cf. PO 18). El gozo de la identidad sacerdotal nace de la audacia de encontrar tiempo para la relación personal con Cristo. Orar en el nombre de Jesús equivale a esta unión de relación con él: «Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo» (Jn 16,24).

La caridad del Buen Pastor (la de Cristo y la nuestra) se expresa en un diálogo comprometido con el Padre sobre sus planes salvíficos en bien de todos los hombres. La nube del silencio y de la ausencia de Dios se hace nube luminosa (Mt 17,3), donde Dios deja entender su Palabra o Verbo y Emmanuel: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle» (Mt 17,5).

La comunidad cristiana, las religiones no cristianas y un mundo secularizado piden evangelizadores que tengan experiencia de Dios: «que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible» (EN 76).

6- La cercanía al hombre concreto

La unción sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el momento de la encarnación, cuando el Verbo se hizo carne en el seno de María por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35; cf. Hb 5,1-10). En este sentido Jesús se presenta como ungido y enviado por el Espíritu «para evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Jesús es protagonista, hermano, consorte, responsable de cada ser humano: «El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre» (GS 22).

El sacerdote ministro, por participar por la unción y misión de Cristo, participa por ello mismo de su solidaridad con el hombre y de su cercanía al hombre en su situación concreta. Por medio de quienes son sus instrumentos vivos, «Cristo... en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22).

La superación de la dicotomía entre la Iglesia y el mundo y la necesidad de una mayor presencia de la fe en los valores temporales, exigen la adopción de nuevas formas de espiritualidad según las orientaciones del Vaticano II (Medellín XI, 6).

El amor preferencial por el hombre que busca y sufre, es parte del actuar apostólico del sacerdote.

Si es cierto que los presbíteros se deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan los pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra unido y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica. Dedíquese también particular diligencia a los jóvenes, lo mismo que a los cónyuges y padres de familia... Tengan, finalmente, la mayor solicitud por los enfermos y moribundos, visitándolos y confortándolos en el Señor (PO 6).

Como Cristo, el sacerdote es «instituido a favor de los hombres para las cosas que miran a Dios» (Hb 5,1).

Todo evangelizador, pero especialmente el sacerdote ministro, debe anunciar la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre (cf. Puebla, 2ª parte, cap. I). La verdad sobre el hombre se descubre en Cristo y es anunciada por la Iglesia como tarea específica y comprometida. La identidad sacerdotal, gozosamente vivida, está en relación directa de esta cercanía evangelizadora:

Se advierte una mayor clarificación con respecto a la identidad sacerdotal que ha conducido a una nueva afirmación de la vida espiritual del ministerio jerárquico y a un servicio preferencial por los pobres (Puebla 670; cf. 1128ss).

La cercanía al hombre en su situación concreta comporta asumir responsablemente la suerte de los más pobres, de los nuevos pobres, de la juventud, la familia, los desplazados por la migración, los enfermos, los ancianos y marginados. Hay que llegar a los sacerdotes de la justicia, del trabajo, de la política, de la educación, de la cultura, del progreso y desarrollo. Son los temas de una pastoral directa (cf. cap. I, nn. 3-4; Puebla 2ª - 5ª parte; Medellín I-IX, EN 19-20; 29-39). La actitud de cercanía es actitud espiritual de diálogo comprometido y de inserción en la historia humana a la luz de la encarnación del Verbo 15.

15 El tema de la inculturación es muy amplio y corresponde al campo de la pastoral. En ese tema se reflejan otros temas pastorales de «inserción». Ver EN 19-20, 63-65; AG 10; GS 44,53; LG 17; Puebla 385-443. Resumo la doctrina y bibliografía actual en: Evangelizar hoy, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1987, cap. VIII (pastoral del diálogo). Ver: A. ALTAREJOS, Inculturación, reflexión misionológica y doctrina conciliar, en La misionología hoy, Madrid, OMP, (1987); B. SECONDIN; Mensaje evangélico y culturas, Madrid, Paulinas, 1986; J. TERAN, Inculturación de la fe y evangelización de las culturas, en América, ha llegado tu hora de ser evangelizadota, Bogotá, CELAM, 1988, 99-147. Además de los documentos y bibliografía citados en la nota 15 del capítulo I, ver RMi 52-56; Santo Domingo 2ª parte, cap. 3; PDV 55; CEC 1206; VC 79-80; EAM cap, II.

Esta inserción y cercanía es siempre de aprecio de la persona humana, «más por lo que es que por lo que tiene» (CS 35). Este amor es como el de Cristo, que «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38), cargando con nuestras enfermedades (Mt 8,17), y que es llamada a conversión o cambio profundo respecto al pecado como raíz de todos los males. El mayor bien que se le puede hacer al hombre es el de cerciorarle de que es amado por Dios y que puede hacer de su vida una donación a los hermanos. Este anuncio se realiza con la verdadera caridad de compartir la existencia y los bienes. La cercanía al hombre concreto, a la luz de la encarnación, se convierte, pues, en llamada a la plenitud y perfección humana integral en Cristo.

La cercanía pastoral puede ser en una situación difícil y conflictiva, de urgencia actual y trascendencia histórica, de soluciones inmediatas o a largo plazo. Son los procesos actuales de liberación, inculturación, inmanencia, diálogo, compromiso, etc., que se convierten en un análisis objetivo de la realidad, iluminándola y transformándola a la luz del evangelio. Hay que «poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio» (Juan XXIII, Humanae salutis).

Las características y líneas espirituales de esta inserción o cercanía son las siguientes:

- Asumir la situación humana en su objetividad e integridad.

- Señalar directrices claras en los valores y derechos fundamentales del hombre.

- Respetar las diversas opciones y opiniones técnicas sin exclusivismos ni exclusiones.

- Buscar la luz definitiva y plena en el mensaje evangélico.

- Armonizar la cercanía e inmanencia con la trascendencia y valores del más allá.

- Denunciar el error y el mal (pecado) respetando las personas, venciendo el mal con el bien (cf. Rm 8,21).

- Ejercitar las virtudes del diálogo evangelizador: escucha, aprecio, purificación, llevar a la plenitud de Cristo.

- Para acercarse a los pobres, hay que tener un corazón pobre (por la contemplación de la palabra) y vivir vida pobre.

Especialmente cuando se trata de sectores conflictivos y difíciles, el sacerdote necesita misión, inserción en la pastoral de conjunto, testimonio de pobreza y desprendimiento, independencia respecto a cualquier ideología humana y a todo sistema político y de poder. La política de partido y la participación directa en una responsabilidad de dirección civil no corresponde al sacerdote ministro, precisamente por ejercer un servicio de unidad (cf. PO 6,9; GS 43; can. 285) 16.

16 El tema de la liberación tiene también implicaciones para la espiritualidad cristiana y sacerdotal. Resumo la doctrina y bibliografía en: Teología de la evangelización, Madrid, BAC, 1995, cap. VII, 2, c. Documentos de la Congregación para la doctrina y la fe: Instrucción sobre algunos aspectos de la «Teología de la liberación» (1984); Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación (1986). Estudios en colaboración: Simposio de Teología de la liberación, Bogotá, Presencia, 1970; Teología de la liberación, Burgos, Facultad de Teología, 1974. Ver: C. I. GONZALEZ, La teología de la liberación a la luz del magisterio de Juan Pablo II en América Latina, «Gregorianum» 67/1 (1986) 5-46; G. GUTIERREZ, Teología de la liberación, Salamanca, Sígueme, 1977; A. LOPEZ TRUJILLO, Liberación marxista y liberación cristiana, Madrid, BAC, 1974; E. PIRONIO, Evangelización y liberación, en Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1976, II, 494-513.

Esta línea de esperanza cristiana (de inserción y trascendencia) hace del sacerdote un testigo cualificado del Verbo encarnado y de su misterio pascual de muerte y resurrección. El ya del momento presente es más auténtico cuando no se pierde de vista el todavía no de una plenitud en Cristo que sólo será realidad en el más allá (Rom, 1,17; 8,24-39; LG 48-50; EN 28).

Precisamente esta tensión equilibrada de la esperanza cristiana, basada en la encarnación y en la resurrección de Cristo, es la mejor perspectiva para llevar al hombre por el camino de la perfección. Por esto «la misión del sacerdote está íntegramente consagrada al servicio de la nueva humanidad que Cristo, conocedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo» (PO 16).

Este es el mensaje de las bienaventuranzas. En cualquier circunstancia humana siempre se puede hacer lo mejor: hacer de la vida una donación como imagen y semejanza de Dios Amor (cf. Mt 5,44-48; Lc 6,36). «Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24). Es ésta la perspectiva de la antropología humana cristiana.

La libertad evangélica de esta actuación sacerdotal hace del ministro un testigo (mártir) peculiar de la caridad del Buen Pastor, que dio la vida por todos. Para llegar a dar este testimonio (martirio) se necesita la disponibilidad pastoral hasta el riesgo de perder la propia vida. No raras veces esta actitud martirial llegará al martirio (cruento o incruento), que puede provenir de cualquier grupo que coloque sus ideales por encima del evangelio y de la caridad. Jesús fue crucificado por todos. La verdadera y más profunda inserción en la historia humana es la de vivir y morir amando y perdonando a todos para salvarlos a todos (1 Co 9,19).

El sacerdote debe hacerse disponible para guiar a cada persona y a cada comunidad eclesial por un proceso de perfección, que equivale a ir pensando como Cristo (fe), valorando las cosas como él (esperanza) y amando como él (caridad). Por esto la dirección espiritual (aparte de ser un medio para la propia perfección) es un aspecto del ministerio sacerdotal. La liberación integral de la persona y de la comunidad es un proceso de conversión (cambio profundo de mentalidad) y de bautismo (configuración con Cristo), hasta llegar, con los dones del Espíritu Santo, a la actitud permanente de reaccionar amando (bienaventuranzas).

Para ser pan comido o pan de vida como Cristo, hermano nuestro y protagonista de la historia humana, es necesario un desprendimiento como el de Belén y de la cruz. La capacidad de inserción en una situación humana (liberación, inculturación...) dependerá del grado de la propia inserción en el mensaje evangélico y en los sentimientos y vivencias de Cristo. El Señor se dio a sí mismo, como nota característica del amor de Dios hecho hombre, porque vivió pendiente de los planes salvíficos de Dios Amor sobre el hombre sin buscarse a sí mismo.

Como pastor que se empeña en la liberación integral de los pobres y de los oprimidos, (el sacerdote) obra siempre con criterios evangélicos (Puebla 696).

La espiritualidad del sacerdote, como evangelizador, es, pues, espiritualidad de encarnación; insertarse en la historia humana para compartir la vida de los hermanos, en una marcha hacia el Padre según el mandato del amor. Una pastoral liberadora y misionera tiene estas características de cercanía y trascendencia (cf. Jn 1,14; 13.1).

Guía pastoral

Reflexión Bíblica

- El testimonio evangelizador de los Apóstoles: Hch 2,32 (Pedro); 2 Co 5,14 (Pablo); 1 Jn 1,1ss (Juan).

- Del encuentro con Cristo, a la misión: Mc 3,14; Lc 6,13; Jn 20,21.

- El anuncio, la presencialización y la comunicación del misterio pascual de Cristo: 1 Co 11,23-34.

- Aprender a ser pan comido a partir de la eucaristía: Jn 6,35ss. 48ss.

- La actitud oracional del Buen Pastor: Lc 6,12; Mt 11,25-26; Lc 22,42; Rm 8,34; Hb 7,25.

- Ungidos y enviados como Cristo para evangelizar a los pobres: Lc 4,18; Mt 11,5.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- Cómo relacionar armónicamente los ministerios proféticos, cultuales y de dirección o servicio (PO 4-6).

- Armonía entre la vida espiritual y la acción apostólica: el ministerio como fuente de santificación (PO 12-14; PDV 24-26).

- Contenidos de la predicación y especialmente de la homilía (PO 4; SC 35,52; EN 43).

- Delinear la ascética o espiritualidad del predicador del evangelio (LG 41; PO 4,13; PDV 26,72).

- La eucaristía como presencia, sacrificio, comunión y misión (PO 5; SC 47; PDV 23, 26).

- Dimensión eucarística de la espiritualidad sacerdotal (PO 5,18).

- Los sacramentos en la pedagogía de la fe y del compromiso cristiano (SC 59; PO 5; PDV 26).

- El ministerio de prolongar la oración de Cristo y de guiar a personas y comunidades en la oración (SC 83, 86, 90; Puebla 693-694; PDV 30, 46).

- La opción preferencial por los pobres (Puebla 670, 1128- 1165).

Orientación Bibliográfica

Ver bibliografía sobre algunos temas más concretos en las notas de este capítulo: evangelización y misión (notas 2 y 3), predicación, homilía, palabra de Dios (notas 5 y 6), eucaristía (notas 7 y 8), sacramentos (nota 9), naturaleza de la acción pastoral (nota 10), liturgia de las horas y oración (notas 12, 13 y 14), inculturación (nota 15), liberación (nota 16).

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