Lunes, 11 Abril 2022 11:45

V- Ser signo transparente del Buen Pastor

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V- Ser signo transparente del Buen Pastor

Presentación

La identidad del sacerdote, como vivencia de su participación en el ser y en la misión de Cristo Sacerdote, se manifiesta de modo especial en ser signo transparente del Buen Pastor. Para prolongar su misión, Cristo llamó a quienes compartirían también con él su propia existencia y sus amores.

El testimonio de caridad pastoral, que es parte integrante de la evangelización, supone relación personal con Cristo, seguimiento e imitación de sus actitudes de Buen Pastor. Si por sacerdocio ministerial se entendiera sólo el ejercicio de unos poderes, olvidando las exigencias de sintonía con los sentimientos de Cristo, se correría el riesgo de convertirse en un simple profesional. «En virtud de su consagración, los presbíteros están configurados con Jesús, Buen Pastor, y llamados a imitar y revivir su misma caridad pastoral» (PDV 21). Con- secuentemente «está llamado a hacerse epifanía y transparencia del Buen Pastor, que da la vida (cf. Jn 10,11.15)» (PDV 49).

La santidad y espiritualidad sacerdotal (cap. I, n. 5) consiste en la caridad pastoral. El Buen Pastor conoce a sus ovejas, las guía, acompaña, ama y da la vida por ellas (cf. Jn 10). Ser transparencia e «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12) comporta una espiritualidad o «ascética propia del pastor de almas» (PO 13). Sólo con esta perspectiva llega a captarse el hecho de que la santidad del sacerdote se realiza «de manera propia ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (ibídem).

El don del sacerdote ministerial se recibe tal como es; no consiste, pues, en un derecho, y menos en un modo de vivir para satisfacer unos intereses personales. El sacerdote no se pertenece; ha sido llamado para ser signo de cómo ama el Buen Pastor. Dios da el don de las vocaciones en la medida en que se vea en la comunidad eclesial este signo de Cristo como «máximo testimonio de amor» (PO 11). La comunidad eclesial tiene necesidad de este signo que es parte integrante de la sacramentalidad de la Iglesia, en vistas a que se desarrollen armónicamente los demás signos, vocaciones, ministerios y carismas (LG 18; PO 9).

El signo del Buen Pastor, como transparencia de su caridad, no admite rebajas en la santificación y en la misión. Los doce apóstoles fueron llamados a dejarlo todo para compartir la vida con Cristo y para evangelizar sin fronteras. Los sucesores de los Apóstoles, es decir, los obispos, con sus inmediatos colaboradores (los presbíteros) han recibido la misma llamada. En cada Iglesia particular los sacerdotes ministros deben ser la pauta de toda vida apostólica de seguimiento radical de Cristo Buen Pastor.

1- Signo del Buen Pastor: relación personal, seguimiento, transparencia

En la Iglesia sacramento, toda vocación hace de la persona llamada un signo o expresión de Cristo. El sacerdote ministro es signo de Cristo Cabeza, Sacerdote y Buen Pastor, hasta poder obrar en su nombre o persona (PO 2, 6, 12). Cristo eligió a los Apóstoles para prolongar en ellos de modo peculiar su realidad sacerdotal: «He sido glorificado en ellos» (Jn 17,10). El sacerdote, bajo la acción del Espíritu Santo recibido en el sacramento del Orden, es gloria o epifanía de Cristo (Jn 16,14), su olor (2 Co 2,15), su testigo (Jn 15,27; Hch 1,8).

Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado... son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor (PDV 15).

Bajo esta idea y realidad de signo y en relación a la sacramentalidad de la Iglesia, se podría resumir el decreto conciliar Presbyterorum Ordinis diciendo que el sacerdote ministro es:

- Signo de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, en cuanto que participa de su misma consagración y misión para actuar en su nombre (PO 1-3).

- Signo de su palabra, sacrificio, acción salvífica y pastoreo, en equilibrio de funciones (PO 4-6).

- Signo de comunión eclesial con el obispo (PO 7), con los otros sacerdotes (PO 8), con todo el Pueblo de Dios (PO 9).

- Signo de caridad universal y máximo testimonio del amor (PO 10-11).

- Signo viviente de sintonía con los sentimientos y actitudes del Buen Pastor, como su instrumento vivo (PO 12-14).

- Signo de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza) como concretización de la caridad pastoral (PO 15-17).

- Signo potenciado constantemente por los medios comunes y peculiares de santificación y de acción pastoral (PO 18-21) 1.

1 Los estudios sobre Presbyterorum Ordinis podrían enriquecerse a la luz de otros documentos conciliares y posconciliares. Ver algunos estudios en colaboración: Los presbíteros a los diez años del «Presbyterorum Ordinis», Burgos, Facultad de Teología, 1975 (es el volumen 7 de «Teología del Sacerdocio»; Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969; I preti, Roma, Ave, 1970; I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969, Le ministère et la vie des prêtres, París, Mame, 1969; Les prêtres, formation, ministère et vie, París, Cerf, 1968. Para un estudio sobre el «iter» y elaboración del documento conciliar: M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare «Presbyterorum Ordinis», storia, analisi, dottrina, Roma, Teresianum, 1989-1990; S. GAMARRA, La espiritualidad presbiteral y el ejercicio ministerial según el Vaticano II, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 461-482; F. GIL HELLÍN, Decretum de Presbyterorum Ministerio et vita, «Presbyterorum Ordinis», Lib. Edit. Vaticana, 1996; R. WASSELYNCK, Les prêtres. Elaboration du Decret du Vatican II, Historie et genèse des textes conciliaires, París, Desclée, 1968.

Esta realidad de signo es ontológica (como participación en el ser de Cristo), relacional y vivencial (como trato personal, seguimiento e imitación). Ser «instrumento vivo de Cristo» (PO 12) indica una eficacia y una transparencia, de modo parecido a cómo toda la Iglesia es sacramento, es decir, signo transparente y portador de Cristo.

El ministerio jerárquico, signo sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el principal responsable de la edificación de la Iglesia en comunión y de la dinamización de su acción evangelizadora (Puebla 659).

La relación personal con Cristo es amistad profunda con él, expresada de modo especial en el trato o diálogo de oración (ver cap. IV, 5). La vocación sacerdotal nace de un enamoramiento que Cristo manifiesta a «los suyos» (Jn 13,1; 15,9.13-14; Mc 3,13; 10,21). «La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales» (PDV 12). «Para desarrollar un ministerio pastoral fructuoso, el sacerdote necesita tener una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único protagonista principal de cada acción pastoral» (Dir 38). Es una amistad que se puede y se debe vivir como una idea o como recuerdo de una persona que ya pasó, sino que se hace relación íntima con Cristo resucitado presente: «estaré con vosotros» (Mt 28,20); «El vive» (Hch 25,19). Los sacerdotes «no están nunca solos en la ejecución de su trabajo» (PO 22). La caridad pastoral de dar la vida sólo es posible a partir de esta relación personal con Cristo manifestada en el «coloquio cotidiano» con él (PO 18).

La caridad pastoral es seguimiento como de quien se ha decidido a correr la suerte de Cristo (Jn 11,16) y a beber su copa de bodas (Mc 10,38). Es la participación en su misterio pascual, de pasar de este mundo al Padre, haciendo que todo se ordene hacia el amor. El Buen Pastor vivió sin pertenecerse (fue obediente), dándose a sí mismo (fue pobre) y compartiendo la existencia de cada ser humano como consorte suyo (fue casto o virgen).

Jesús llamó a los suyos para ser signo o transparencia de cómo ama él. La santidad sacerdotal se expresa en esa transparencia, a través de una vida de caridad concretada en pobreza (Lc 9,57-62), obediencia (Mt 12,50) y castidad (Mt 19,12). «Como el Buen Pastor, van delante de las ovejas; dan la vida por ellas para que tengan vida y la tengan en abundancia; las conocen y son conocidos por ellas» (Puebla 681).

Las vivencias o amores de Cristo, que deben transparentar en sus ministros, se pueden resumir en tres: los intereses o gloria del Padre (Jn 17,4), la salvación de todos los hombres (Jn 10,16), dando la vida en sacrificio (Jn 10,11.17). Esta caridad se traduce a nivel práctico en conocimiento comprometido de la realidad en que viven los hermanos, compartiendo con ellos la existencia y guiándolos por el camino de salvación (Jn 10,3ss). De este modo el Buen Pastor, por medio de sus ministros, sigue comunicando una vida nueva o vida eterna (Jn 10,10; 17,2-3). «Porque érais como ovejas descarriadas; pero ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas» (1 P 2,25).

La debilidad del signo eclesial (también en el caso del sacerdote ministro) queda superada por la presencia, el amor y la fuerza de Cristo resucitado (2 Co 4,7; 12,10). La conciencia de la propia debilidad y de la gracia de Cristo hace posible una actitud de la fidelidad que convierte al sacerdote en testigo, transparencia y signo eficaz. Dios prefiere mostrar sus maravillas por obra de quienes, más dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y la santidad de su vida, pueden decir con el apóstol: no soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20) (PO 12).

El sacerdote, como signo del Buen Pastor, se hace encontradizo con los hermanos para transmitirles el mensaje de salvación.

Conocer las ovejas y ser conocidos por ellas no se limita a saber de las necesidades de los fieles. Conocer es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir (Puebla 684).

Su vida es como la del Señor: «pasó haciendo el bien (Hch 10,30) 2.

2 D. GIAQUINTA, El presbítero «forma del rebaño» en la comunidad cristiana de América Latina, «Medellín» 10 (1984) 311-325. El tema está relacionado con la figura del Buen Pastor (ver las notas y bibliografías del capítulo II).

2- La caridad pastoral

La santidad o perfección cristiana consiste en la caridad (cf. LG V). La santidad o perfección sacerdotal consiste en la caridad pastoral. Los sacerdotes, «desempeñando el oficio de Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción» (PO 14). Su espiritualidad o ascesis es la que corresponde al «pastor de almas» (PO 13) 3.

3 El tema de la caridad pastoral queda explicado en algunos estudios sobre Presbyterorum Ordinis (ver nota 1) y sobre la espiritualidad sacerdotal en general (ver orientación bibliográfica del final del capítulo). N. BENZA, Las virtudes teologales en la vida espiritual del sacerdote, «Revista Teológica Límense» 14 (1980) 303-317; L. M. BILLE, La charité pastorale, «Prêtres Diocésains» (número especial, 1987), 203-218; J. CAPO, Jesús como Pastor, modelo y tipo del sacerdote pastor, Vitoria, Unión Apostólica, 1978; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap. IX (las virtudes del Buen Pastor); J. GARAY, La caridad pastoral, Vitoria, Unión Apostólica, 1977; M. PEINADO, Solicitud pastoral, Barcelona, Flors, 1967; P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger, París, Cerf, 1969.

La caridad del Buen Pastor (cf. cap. II, 2) es el punto de referencia de toda la espiritualidad sacerdotal (cf. LG 41).

El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero (PDV 23).

La vida sacerdotal es «comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesús» (PDV 57).

Es caridad que mira a los intereses o gloria de Dios (línea vertical o ascendente) y a los problemas de los hombres (línea horizontal). El equilibrio de estas dos líneas se encuentra en la misión y en la actitud de dar la vida (línea misionera). Para el sacerdote ministro esta caridad es un don de Dios (línea descendente). Por esto se hace unidad de vida personal y ministerial a la luz de la misión recibida.

 

Esa unidad de vida no puede lograrla ni la mera ordenación exterior de las obras del ministerio, ni, por mucho que contribuya a fomentarla, la sola práctica de los ejercicios de piedad. Pueden, sin embargo, construirla los presbíteros si en el cumplimiento de su ministerio siguieren el ejemplo de Cristo, cuyo alimento era hacer la voluntad de aquel que lo envió para que llevara a cabo su obra (PO 14).

«La caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote» (Dir 43).

Las pautas de caridad pastoral trazadas por el Señor se encuentran en los momentos iniciales de la vocación apostólica (Mt 4,19-22), en el envío o misión para evangelizar (Mt 10; Lc 10), en la descripción que Jesús hace de sí mismo como Buen Pastor (Jn 10; Lc 15,1-7) y en la oración sacerdotal (Jn 17).

Jesús examina de amor para confiar la misión de pastoreo (Jn 21,15-19). Pedro y Pablo vivieron estas líneas pastorales transmitiéndolas a sus colaboradores en la misión apostólica (Hch 20,17-38; Ga 4,19; 1 P 5,1-4; cartas a Timoteo y Tito). Son líneas que abarcan tanto la vida como el ministerio sacerdotal:

- Línea esponsal: de compartir la vida con Cristo.

- Línea pascual: pasar con Cristo a la hora del Padre o a sus designios de salvación a través del ofrecimiento de sí mismo.

- Línea totalizante de generosidad evangélica: seguimiento radical.

- Línea de misión universal: disponibilidad misionera.

- Línea de audacia y perseverancia, de cruz y de martirio: «aunque amando más, sea menos amado» (2 Co 12,15).

Viviendo estas líneas de caridad pastoral, la vida del sacerdote se hace signo creíble. La acción pastoral, por ser prolongación de Cristo, exige dar el testimonio de cómo amó él: «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido obispos (guardianes o responsables) para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con su sangre» (Hch 20,28).

Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado, gobernando no por fuerza, sino espontáneamente, según Dios; no por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo; no como dominadores sobre la heredad, sino sirviendo de ejemplo al rebaño (1 P 5,2-3).

«Como un pastor apacentará su rebaño, él lo reunirá con su brazo, El llevará en su seno a los corderitos» (Is 40,11).

En la caridad pastoral se hace patente la consagración y misión participada de Cristo, que atrapa la persona en toda su existencia:

Al regir y apacentar al Pueblo de Dios, se sienten movidos por la caridad del Buen Pastor a dar su vida por sus ovejas, prontos también al supremo sacrificio, a ejemplo de los sacerdotes que, aun en nuestros días, no han rehusado dar su vida (PO 13).

No sería posible la caridad pastoral sin la relación personal con Cristo en la oración y especialmente en la celebración eucarística.

Esta caridad pastoral fluye ciertamente, sobre todo, del sacrificio eucarístico, que es, por ello, centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que el alma sacerdotal se esfuerce en reproducir en sí misma lo que se hace en el ara sacrificial. Pero esto no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración, cada vez más íntimamente en el misterio de Cristo (PO 14).

Es el Espíritu Santo con sus dones quien hace posible la caridad apostólica. El carácter y la gracia sacramental ayudan a «cumplir perfectamente el cargo de la caridad pastoral» (LG 41). A pesar de las debilidades, es siempre posible reavivar la gracia del Espíritu Santo recibida en el sacramento del Orden (2 Tm 1,6; Rm 8,35-37).

La actitud de dar la vida resume toda la existencia del Buen Pastor. Para poder comunicar el «agua viva» (Jn 4,10) o «nuevo nacimiento» (Jn 3,3), Jesús derramó su sangre (Jn 19,34-37), que es prenda de desposorio o Alianza nueva (Lc 22,20). La fecundidad apostólica radica en esta entrega esponsal.

En cruz murió el Señor por las almas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerzas para parirlos (san Juan de Avila, sermón 81).

El ministerio pastoral se hace transparencia de la caridad del Buen Pastor en la medida en que se transformen las dificultades en donación. La teología de la cruz, especialmente en el sacerdote, consiste en transformar el sufrimiento y el trabajo en amor. La caridad pastoral es camino de Pascua, para poder compartir la misma suerte de Cristo (Mc 10,38; Jn 13,1). De este modo se completa o prolonga la vida, pasión, muerte y glorificación del Señor, a fin de que la vida de Cristo sea realidad en muchos corazones (cf. Col 1,24) 4.

4 El tema de la cruz está relacionado con la realidad de Cristo Sacerdote y Víctima, que debe prolongarse en la vida sacerdotal. Ver encíclica Mediator Dei: AAS 39 (1947) 552-553 (citada en Menti nostrae n. 30) AA. VV., Sabiduría de la cruz, Madrid, Narcea, 1980; O. CASEL, Misterio de la cruz, Madrid, Guadarrama, 1964; DINH DUC DAO, La misión hoy a la luz de la cruz, «Omnis Terra» 28 (1986), 22-29. J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad, Madrid, BAC, 1993; M. LEGIDO, Conformar la vida con el misterio de la cruz del Señor, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 101-191; E. STEIN, Ciencia de la cruz, Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1989.

Esta fecundidad apostólica se compara a una maternidad o paternidad (cf. Ga 4,19; 1 Ts 2,7-11; 1 Co 4,15). Fue el mismo Jesús quien usó el símil de la maternidad dolorosa y fecunda como expresión de la vida del apóstol (Jn 16,20-22). Cuando san Pablo se compara a una madre, que con su dolor hace posible el nacimiento de Cristo en el corazón de los fieles (Ga 4,19), sitúa este mensaje en el contexto de la maternidad de María (Ga 4,4-7) y de la Iglesia (Ga 4,19).

Es necesario profundizar de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta `paternidad en el espíritu', que a nivel humano es semejante a la maternidad... Se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual (Juan Pablo II Carta del Jueves Santo, 1988, n. 4).

La caridad pastoral se hace camino de Pascua siguiendo «la hora del padre» (cf. Jn 2,4; 5,28; 7,3.30; 8,20; 12,23-27; 13,1). Para que toda la humanidad pase a los designios de salvación queridos por el Padre, se necesita la vida pascual inmolativa del Buen Pastor, a modo de granito de trigo que muere en el surco para fructificar (Jn 12,24-32). Cristo Sacerdote y Víctima ha querido que sus sacerdotes ministros sean partícipes de esta actitud sacerdotal inmolativa.

La vida sacerdotal, precisamente por la actitud de caridad pastoral, es vida martirial. Dar testimonio de Cristo supone sufrir por él, con él y como él (Mt 10,18). La vida se hace martirio o testimonio sólo cuando deja transparentar el amor y el perdón de Cristo (Lc 23,34; Hch 7,60) 5.

5 El tema del «martirio», como testimonio hasta la disponibilidad de dar la vida, es una nota característica de la misión sacerdotal (Mc 13,9-13; Jn 15,20-27). Sobre el martirio: AA. VV., La Iglesia martirial interpela nuestra animación misionera, Burgos, 1989; J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad, Madrid, BAC, 1993, cap. VI; T. NIETO, Raíces bíblicas de la misión y del martirio: Misiones Extranjeras n. 127 (1992) 5-15; D. RUIZ BUENO (edit), Actas de los mártires (Madrid, BAC, 1974); H. U. VON BALTHASAR, Seriedad con las cosas, Salamanca, Sígueme, 1968. Ver la palabra «mártir» en el Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Madrid, Paulinas, 1983.

Asumir la vida de los hermanos com parte de la propia existencia, a imitación de Cristo (Jn 1,14), supone transformar la propia vida en donación. La máxima expresión de esta actitud pastoral tiene lugar en la muerte. Pero es en el quehacer de todos los días, donde el sacerdote prepara y realiza esta inmolación martirial: «cada día estoy en trance de muerte» (1 Co 15,31). La vida y la muerte del Buen Pastor (y la de los suyos) asume la existencia, los gozos y las esperanzas, los sufrimientos y la muerte de toda la humanidad (cf. GS 1).

Todos los momentos de la vida sacerdotal son trascendentales, como «vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). La vida se convierte en libación y oblación (2 Tm 4,6) y en pan comido, cuando el sacerdote, a imitación de Cristo y en unión con él, no se pertenece, sino que se da a sí mismo y vive como consorte o solidario de la historia de toda la humanidad. Entonces ya no se busca el propio interés, sino los intereses y amores de Cristo (Flp 2,21). La vida sacerdotal en la Iglesia se hace signo presencializador del sacerdocio y de la victimación de Cristo.

- Ejercer los ministerios «en el Espíritu de Cristo» (PO 13) equivale a vivirlos en sintonía con la caridad del Buen Pastor:

- En el ministerio de la Palabra: predicar el mensaje tal como es, todo entero, a todos los hombres, al hombre en su situación concreta, sin buscarse a sí mismo.

- En la celebración eucarística: vivir la realidad de ser signo de Cristo en cuanto Sacerdote y Víctima por la redención de todos.

- En el ministerio de los signos sacramentales: celebrarlos en sintonía con la presencia activa y salvífica de Cristo, que se hace encontradizo con los creyentes en él.

- En toda la acción apostólica: haciendo realidad en la propia vida la sed y el celo pastoral de Cristo.

En las actitudes y en la vida del sacerdote deben aparecer la caridad del Buen Pastor: «venid a mí todos» (Mt 11,28), «tengo otras ovejas» (Jn 10,16), «tengo compasión» (Mt 15,32), « tengo sed» (Jn 19,28)... Por esto la formación litúrgica, espiritual, teológica, intelectual, disciplinar, durante el período del Seminario y en toda la vida sacerdotal, debe tener la impronta de la caridad pastoral (cf. OT 4).

3- La fisonomía y virtudes concretas del Buen Pastor

La vida de los Apóstoles se concreta en el seguimiento evangélico de Cristo para ser fieles a su misión. Es vida de caridad pastoral como signo transparente de la vida del Buen Pastor. Cristo hizo de la vida una donación total según los designios salvíficos del Padre en el amor del Espíritu Santo: dándose a sí mismo (pobreza), sin pertenecerse (obediencia), como esposo o consorte de la vida de cada persona humana (virginidad o castidad).

La vida apostólica o vida evangélica de los Apóstoles sigue siendo una urgencia para todos sus sucesores (los obispos) e inmediatos colaboradores (los presbíteros) (cf. cap. III, 3). Se ha llamado apostolica vivendi forma (según el modelo de vida de los Apóstoles) y es el punto de referencia de las enseñanzas y reglas (cánones) de la Iglesia en toda su historia especialmente sobre la vida sacerdotal 6.

6 En este capítulo hablamos de la vida apostólica en relación a la vida sacerdotal (como seguimiento a imitación de los Apóstoles. «El ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbíteros, una referencia particular al ministerio originario de los apóstoles, al cual sucede realmente, aunque con respecto al mismo tenga unas modalidades diversas» (PDV 16; cfr. PDV 15-16,4260) Ver el significado de la apostólica vivendi forma para la vida consagrada en VC 45,93-94. Respecto a la vida consagrada o religiosa, no necesariamente sacerdotal, ver documentos actuales en: La vida religiosa, documentos conciliares y posconciliares, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1987. Estudios: AA. VV., Yo os elegí. Comentarios y texto de la Exhortación Apostólica «Vita consecrata» de Juan Pablo II, EDICEP, Valencia, 1997; S. Mª ALONSO, La utopía de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1982; M. AZEVEDO, Los religiosos: vocación y misión, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1985; A. BANDERA, La vida religiosa en el misterio de la Iglesia, Madrid, BAC, 1984; J. LUCAS HERNÁNDEZ, La vida sacerdotal y religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986; B. SECONDIN, Seguimiento y profecía, Madrid, Paulinas, 1986.

Las exigencias evangélicas de la vida apostólica son las mismas para todo sacerdote (diocesano o religioso) que colabora estrechamente con el obispo en la presidencia (servicio) de la comunidad para una dirección espiritual y pastoral. Las formas y los medios pueden ir variando según el tipo de vida secular o religiosa; pero siempre hay que salvaguardar lo esencial:

- generosidad evangélica para el seguimiento del Buen Pastor e imitación de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza),

- disponibilidad misionera como prolongación de la misión de Cristo (cf. cap. VI),

- fraternidad sacerdotal para ayudarse en la generosidad evangélica y en la disponibilidad misionera (cf. cap. VII).

Las virtudes concretas delinean la fisonomía del Buen Pastor y enraízan en la caridad pastoral. Se trata de ordenar las tendencias más hondas del corazón humano según el amor (ordo amoris: I-II, 62, a. 2):

- Ordenar la tendencia a desarrollar la propia libertad y voluntad: siguiendo los designios salvíficos de Dios Amor sobre la humanidad (obediencia).

- Ordenar la tendencia a la amistad, intimidad y fecundidad: compartiendo esponsalmente con Cristo la historia humana (castidad o virginidad).

- Ordenar la tendencia a apoyarse en las criaturas: apreciándolas como dones de Dios, para tender al mismo Dios y compartir los bienes en los hermanos (pobreza).

A estas virtudes del Buen Pastor se las ha llamado consejos evangélicos, en cuanto que son un medio para vivir las bienaventuranzas y un signo y estímulo de la caridad. Jesús llamó a los Apóstoles y a otros discípulos (hombres y mujeres) a esta vida evangélica 7.

7 Cuando hablamos de consejos evangélicos para la vida sacerdotal, nos referimos al mismo seguimiento evangélico propio de los Apóstoles y de sus sucesores e inmediatos colaboradores. Ver PDV 27-30. La profesión pública o semipública de estos consejos constituye una forma de la vida consagrada religiosa, Institutos seculares, etc. Además de los estudios citados en la nota anterior, ver: A. COLORADO, Los consejos evangélicos, Madrid, Edic. SM, 1965; J. ESQUERDA, Asociaciones sacerdotales de perfección, «Teología Espiritual» 10 (1966) 413-431; T. MATURA, El radicalismo evangélico, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1980; E. MAZZOLI, Los Institutos Seculares en la Iglesia, Madrid, Studium, 1971; A. MORTA, Los consejos evangélicos, Madrid, Coculsa, 1968; J. M. SETIEN, Institutos seculares para el clero diocesano, Vitoria, 1957. La diferencia entre el modo de vivir la «apostólica vivendi forma» y, por tanto, los consejos evangélicos (por parte de los sacerdotes y de las personas consagradas) no está en el radicalismo. Para los sacerdotes (diocesanos): a la luz de la caridad pastoral (cfr. PDV 21-14 etc.), en relación de dependencia respecto al carisma episcopal (cfr. PDV 74; PO 7; CD 15-16, 28), perteneciendo de modo permanente (incardinación) a la Iglesia particular y al Presbiterio (cfr. PDV 17, 31-32, 74 etc.; PO 8; LG 28), para santificarse en el ejercicio de los ministerios (cfr. PO 13; PDV 24-26), con el tono de ministerialidad (cfr. VC 31-32). Para las personas consagradas: profesión (no solamente práctica) de los Consejos (cfr. VC 16, 20ss, 88-92), siguiendo la línea del carisma fundacional (cfr. VC 36) y de los propios Estatutos (cfr. VC 91-92), al servicio de la Iglesia particular (cfr. VC 48); los sacerdotes religiosos también forman parte de la familia del Presbiterio (cfr. PDV 17, 31, 74). Entre las dos formas de vivir la «vida apostólica», debe haber conocimiento mutuo, aprecio, complementariedad y colaboración efectiva (cfr. VC 16, 30, 50, 81; PO 5, 9; PDV 31, 74).

Los sucesores de los Apóstoles y sus inmediatos colaboradores siguen siendo llamados a convertirse en signo de cómo ama el Buen Pastor, por el espíritu y la práctica de los consejos evangélicos. La profesión de estos consejos, por medio de compromisos más o menos públicos (votos, promesas, etc.) y de estatutos o reglas especiales, pertenece a la vida consagrada de tipo religioso o de institutos seculares, etc.

Para el sacerdote ministro estas tres virtudes o consejos evangélicos derivan de la caridad pastoral y dicen relación al ministerio sacerdotal. Sólo a partir de la vocación como declaración del amor, es posible comprender y vivir estas exigencias evangélicas de la caridad pastoral. El sacerdote, «como pastor que se empeña en la liberación integral de los pobres y de los oprimidos, obra siempre con criterios evangélicos» (Puebla 696).

La obediencia que deriva de la caridad pastoral es parte integrante de la acción ministerial. Los designios salvíficos de Dios Amor se manifiestan a través de los signos pobres del hermano, de los acontecimientos y de las luces e inspiraciones del Espíritu Santo. Entre estos signos hay que destacar, como «principio de unidad» (LG 23), el servicio de presidencia por parte de la Jerarquía y, en concreto, del obispo (cf. Ef 2,19-20).

En Cristo sacerdote, la obediencia es la esencia de la redención (Hb 5,7-9; Flp 2,5-11). La comunidad eclesial necesita ver en el sacerdote esta actitud inmolativa como signo de la obediencia redentora de Cristo Sacerdote y Víctima. La comunión se construye por medio de una obediencia de comunión por parte de los sacerdotes.

La obediencia responsable, precisamente por nacer de la caridad pastoral, se traduce en humildad ministerial de quien es «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12):

consciente de su propia flaqueza, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, indagando cuál sea el beneplácito de Dios y, cómo atado por el Espíritu (Hch 20,20), se guía en todo por la voluntad aquel que quiere que todos los hombres se salven (PO 15).

La obediencia evangélica se concreta en la audacia de una santa libertad de diálogo sincero que es garantía de docilidad incondicional:

Esta obediencia lleva a la libertad cada vez más madura de los hijos de Dios. Por su naturaleza, esta obediencia exige que los presbíteros, en la realización de su ministerio, llevados del amor, busquen prudentemente nuevos caminos para el mayor bien de la Iglesia, propongan confiadamente sus planes y expongan insistentemente las necesidades del rebaño que se les ha confiado, siempre dispuestos a someterse al juicio de los que ejercen la función principal en el gobierno de la Iglesia de Dios (PO 15; cf. can. 245, 273-275) 8.

8 Cfr. CIC can. 245, 273-275; PDV 28; Dir 61-66. En el sacerdote la obediencia tiene dimensión ministerial y espiritual. La perfección sacerdotal se realiza en la «comunión», también y principalmente en el ejercicio de los ministerios. T. GOFFI, Obediencia y autonomía personal, Bilbao, Mensajero, 1969; L. GUTIERREZ, Autoridad y obediencia en la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa, 1974; L. LOCHERT, Autoridad y obediencia en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1967; P. LUMBRERAS, La obediencia, problemas de actualidad, Madrid, Studium, 1957; K. RAHNER, Marginales sobre la pobreza y obediencia, Madrid, Taurus, 1972; H. RONDET, L'Obéissance, problème de vie, mystère de foi, París, Mappus, 1966.

La castidad o virginidad, llamada también celibato, es «signo y estímulo de la caridad pastoral y fuente de fecundidad espiritual en el mundo» (PO 16; cf. LG 42).

El presbítero anuncia el Reino de Dios que se inicia en este mundo y tendrá su plenitud cuando Cristo venga al final de los tiempos. Por el servicio de ese Reino, abandona todo para seguir a su Señor. Signo de esta entrega radical es el celibato ministerial, don de Cristo mismo y garantía de una dedicación generosa y libre al servicio de los hombres (Puebla 692).

En el ejercicio de esta caridad que une al sacerdote íntimamente con la comunidad, se encontrará el equilibrio de la personalidad humana, hecha para el amor, y se redescubrirán las grandes riquezas contenidas en el carisma del celibato en toda su visión cristológica, eclesiológica, escatológica y pastoral (Medellín, XI, 21).

Más allá de la terminología caridad, virginidad, celibato, hay que descubrir la actitud esponsal de Cristo Buen Pastor, que se hace consorte de la vida de cada persona humana hasta darse en sacrificio por ella (Ef 5,25ss). De este desposorio de Cristo con la Iglesia (y con toda la humanidad), el sacerdote ministro es signo ante toda la comunidad. En él la comunidad eclesial encuentra el signo de cómo amó Jesús: dándose a sí mismo, sin pertenecerse, a modo de desposorio con la Iglesia.

La castidad virginal garantiza la libertad apostólica para dedicarse con corazón indiviso y esponsalmente a los intereses de Cristo y al servicio eclesial (PO 15; 1 Co 7,32-34; can 277). Por eso, «está en múltiple armonía con el sacerdocio» (PO 16) y es parte integrante del seguimiento evangélico de los doce Apóstoles, «por el Reino de los cielos» (Mt 19,11-12; cf. Lc 20,35) 9.

9 Ver PDV 22, 29, 44, 50; Dir 57-60. Encíclica Sacra virginitas: AAS 46 (1954) 161-191; encíclica Sacerdotalis coelibatus: AAS 59 (1967) 657-697 (ver el texto en: El sacerdocio hoy, documentos del Magisterio). Ver documento de la Congregación sobre la Educación Católica: Orientaciones sobre la educación del celibato (1974). Estudios: AA. VV. Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971; L. J. GONZALEZ, Experiencia de Dios y celibato creativo a la luz de la actual psicoterapia, «Medellín» 7 (1981) 531-570; A. M. STICKLER, Il celibato eclesiástico, la sua storia e i suoi fondamenti teologici, Lib. Edit. Vaticana, 1994; J. Mª URIARTE, D. ESLAVA, El celibato sacerdotal, Vitoria, Unión Apostólica, 1987.

La entrega esponsal a Cristo y el servicio de signo para la Iglesia esposa, se convierte para el sacerdote en maduración de la propia personalidad (amistad, fecundidad), hasta el punto de colaborar al nacimiento de la vida nueva en toda la humanidad redimida por Cristo.

La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado. Por eso el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor (PDV 29).

La castidad virginal tiene, pues, estas dimensiones:

- Dimensión cristológica: amistad profunda con Cristo, a partir de una declaración de amor y de una entrega esponsal a su obra salvífica.

- Dimensión eclesial: ser signo del amor esponsal entre Cristo y su Iglesia, sirviendo y amando a la Iglesia como Cristo la amó y sirvió.

- Dimensión antropológica: de perfección cristiana de la personalidad por un proceso de donación que es relación profunda con Cristo y fecundidad apostólica.

- Dimensión escatológica: como signo y anticipo de un encuentro final con Cristo; «al servicio de la nueva humanidad que Cristo, vencedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo» (PO 16).

Se necesita formación adecuada y práctica de los medios de santificación para perseverar en este don o carisma y en el conjunto de dones y carismas sacerdotales (can 244; cf. VIII, 5). Las motivaciones y dimensiones de la castidad virginal se mantienen principalmente gracias a la vida eucarística, a la meditación de la palabra, a la intimidad con Cristo (diálogo cotidiano: (PO 18), a la devoción o actitud mariana, al espíritu de sacrificio, a la fraternidad sacerdotal, también para superar la soledad moral, al consejo o dirección espiritual, etc. María, como figura de la Iglesia, es modelo y ayuda de esta asociación esponsal con Cristo.

La analogía entre la Iglesia y María Virgen es especialmente elocuente para nosotros, que unimos nuestra vocación sacerdotal al celibato por el Reino de los cielos (cf. Mt 19,12)... La fidelidad virginal al esposo (cf. LG 64), que encuentra su expresión particular en esta forma de vida, nos permite participar en la vida íntima de la Iglesia, la cual, a ejemplo de la Virgen, trata de guardar `pura e íntegramente la fe prometida al Esposo' (cf. LG 64)... Ante este modelo, es decir, el prototipo que la Iglesia encuentra en María, es necesario que nuestra elección sacerdotal del celibato para toda la vida esté depositada también en su corazón (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1988, n. 5).

La ley sobre el celibato tiene el sentido de garantizar la autenticidad de este carisma y de ayudar a su fidelidad, como bien propio y común de la comunidad eclesial (cf. can 1037). La comunidad necesita ver el signo de cómo ama el Buen Pastor, para ser ella misma fiel a todos sus carismas y vocaciones. El sacerdote ministro está llamado al seguimiento evangélico de Cristo como «máximo testimonio de amor» (PO 11).

La pobreza evangélica de la vida apostólica (o vida de los doce Apóstoles) es una expresión necesaria de la caridad pastoral: darse como Cristo. El Señor amó así: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). «Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza» (2 Co 8,9) 10.

10 Cfr. PO 17; PDV 30; Dir. 67; can. 282, 387; RMi 59-60, 83. El testimonio de pobreza evangélica es siempre un punto clave en la evangelización. A. ANCEL. La pobreza del sacerdote, Madrid, Euramérica, 1957; P. GAUTHIER, Los pobres, Jesús y la Iglesia, Barcelona, Estela, 1964: El evangelio de la justicia y de los pobres, Salamanca, Sígueme, 1969; A. GELIN, Los pobres de Yavé, Barcelona, Nova Terra, 1965; J. Mª IRABURU, Pobreza y pastoral, Estella, Verbo Divino, 1968; M. JUNCADELIA, Espiritualidad de la pobreza, Barcelona, Nova Terra, 1965; F. M. LOPEZ MELUS, Pobreza y riqueza en los Evangelios, Madrid, Studium; A. RIZZI, Escándalo y bienaventuranza de la pobreza, Madrid, Paulinas, 1978. El Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (n. 28) da unas pautas concretas y ofrece motivaciones: «Aleja de sí hasta la apariencia de autoritarismo y de estilo mundano de gobierno. Se comporta como un padre para con todos, pero en forma especial para con las personas de condición humilde y con los pobres; sabe que ha sido, como Jesús (cf. Lc 4,18),ungido por el Espíritu Santo y enviado principalmente para anunciar el evangelio a los pobres».

El sacerdote ministro está llamado a ser signo de cómo ama Cristo. La pobreza sacerdotal arranca de la caridad y se convierte en disponibilidad y fecundidad apostólica. Es la libertad respecto a los bienes terrenos (honores, cargos, comodidades, propiedades, tiempo, dinero...), que nos hace «dóciles para oír la voz de Dios en la vida cotidiana» (PO 17) y disponibles para la misión. La opción, el amor y el «servicio preferencial por los pobres» (Puebla 670) no serían posibles sin un corazón pobre (contemplativo de la palabra de Dios) y sin una vida pobre (compartir la misma vida de los que sufren).

La pobreza evangélica del sacerdote es un signo del Buen Pastor, necesario para el camino de la Iglesia peregrina hacia el encuentro final con Cristo. La comunidad eclesial y la comunidad humana necesitan este testimonio de pobreza evangélica de parte de los pastores, para aprender a vivir la solidaridad y construir la comunión de toda la humanidad (SRS 40).

Cristo... ha entregado a la humilde Virgen de Nazaret el admirable misterio de su pobreza, que hace ser ricos. Y nos entrega también a nosotros el mismo misterio mediante el sacramento del sacerdocio (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo 1988, n. 8).

Esta pobreza sacerdotal, aunque no tenga muchas normas concretas para el sacerdote, se manifiesta y se conserva por unos signos evangélicos: humildad y disponibilidad ministerial, alegría en el servicio y convivencia, libertad en el uso de los bienes terrenos, espíritu de sacrificio, compartir con los demás, cercanía comprometida a los pobres, búsqueda de la palabra de Dios, necesidad de consejo espiritual y revisión de vida, fraternidad sacerdotal, vivencia de la comunión de Iglesia...

La pobreza ministerial, a la luz de la caridad pastoral, encuentran unas pautas de aplicación en la doctrina y disposiciones de la Iglesia durante la historia, como herencia recibida de la tradición apostólica (apostólica vivendi forma).

- Vivir del propio trabajo pastoral.

- Disponer de los bienes que provienen de este trabajo, con una moderación de vida, limosna, compartir con los hermanos del Presbiterio y con la comunidad eclesial.

- Devolver a la comunidad y a los pobres lo que no se necesita para una vida verdaderamente sacerdotal (cf. Mt 10,8-11; PO 17; can. 282, 387) 11.

11 Cuando por razones apostólicas, no por realizarse a sí mismo ni por conveniencias económicas y de autonomía, sea conveniente ejercer un trabajo «civil» (cf. PO 8), ha de ser con las condiciones de: misión, preparación adecuada, vida de grupo con otros sacerdotes. Ver el documento sinodal de 1971: El sacerdocio ministerial, 2ª parte, I, 2 (documento publicado y comentado en: el sacerdocio hoy, o. c.). La virtud de la pobreza evangélica no debe confundirse con las situaciones de miseria o de necesidad extrema; el mismo espíritu de pobreza ayuda a encontrar soluciones para la vida material de los demás hermanos y para la previsión social de ancianidad y de enfermedad (cf. PO 20-21).

La pobreza evangélica tiene dimensión cristológica (de signo e imitación de Cristo), eclesial (disponibilidad para servir en la misión de la Iglesia), social (compartir los bienes) y escatológica (esperanza, Iglesia peregrina). La capacidad de misión y de ser pan comido, como Jesús eucaristía, dependerá de la imitación de su pobreza en Belén y de su desnudez en la cruz.

Llevados por el Espíritu del Señor, que ungió al Salvador y lo envió a dar la buena nueva a los pobres, eviten los presbíteros, y también los obispos, todo aquello que de algún modo pudiera alejar a los pobres, apartando, más que los otros discípulos de Cristo, toda especie de vanidad. Dispongan su morada de tal forma que nadie resulte inaccesible, ni nadie, aún el más humilde, tenga nunca miedo de frecuentarla (PO 17).

4- Santidad y líneas de espiritualidad sacerdotal

La santidad cristiana, que consiste en la «perfección de la caridad» (LG 40), se concreta para el sacerdote ministro en la caridad pastoral (LG 41). La configuración con Cristo, el seguimiento e imitación suya, así como la relación personal con él, como «Maestro y modelo de toda perfección» (LG 40), tiene en el sacerdote ministro el matiz de transformarse en «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12; cf. LG 41) y en signo transparente del Buen Pastor (Jn 17,10).

El tema de la espiritualidad sacerdotal se va desarrollando en los diversos capítulos de toda esta publicación. La santidad y espiritualidad sacerdotal son una concretización de la santidad y espiritualidad cristiana (cf. cap. I, n. 5), siguiendo las líneas del seguimiento evangélico de los Apóstoles (cap. II, n. 3), según el modelo supremo del Buen Pastor (cap. II, n. 1) y las luces nuevas que el Espíritu santo comunica a su Iglesia en cada época para vivir las exigencias evangélicas (cap. I, n. 4). Las gracias recibidas en el sacramento del Orden (cap. II, n. 4), para prolongar a Cristo en los diversos ministerios (cap. IV) y las gracias de pertenecer a una Iglesia particular (cap. VI) y a un Presbiterio (cap. VII) son bases suficientes para fundamentar una espiritualidad sacerdotal específica.

Del ser y la función sacerdotal deriva una exigencia y una posibilidad de santidad, que se concreta en la caridad pastoral. Esta santidad es, pues, vivencia de lo que el sacerdote es y hace. Es siempre fidelidad a la acción del Espíritu Santo (cap. III, n. 4). Las líneas o rasgos de la fisonomía espiritual y pastoral del sacerdote se encuentran en los textos bíblicos sobre la vida apostólica y se pueden concretar según las directrices conciliares del Vaticano II:

- Actitud de servicio (PO 1,4-5).

- Consagración para la misión (PO 2-3).

- Comunión de Iglesia (PO 7-9).

- Esperanza y gozo pascual (PO 10).

- Transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (PO 12).

- Santidad en el ejercicio del ministerio y «ascética propia del pastor de almas» (PO 13-14).

- Caridad pastoral concretizada en obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17).

- Uso de los medios comunes y específicos de santificación y apostolado (PO 18-22) 12.

12 Algunas publicaciones ofrecen una síntesis relativamente completa de la espiritualidad sacerdotal. Nos remitimos a la orientación bibliográfica final del capítulo. Publico una lista más completa de los libros más actuales en: El sacerdocio hoy, Madrid, BAC, 1985, 617-624; Te hemos seguido, espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1988, 168-175. Distribuidos por épocas históricas: Historia de la espiritualidad sacerdotal, Burgos, Facultad de Teología, 1985 (vol. 19 de «Teología del Sacerdocio»).

Estas líneas o rasgos de la espiritualidad sacerdotal arrancan del ser y del obrar de todo sacerdote ministro (obispo, presbítero y analógicamente diácono), como partícipe del ser y del obrar de Cristo, como maestro de verdad, pontífice y santificador, signo y constructor de la unidad (cf. Puebla 687-691).

El servicio sacerdotal es para construir la comunidad en el amor. Es «servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 1), obrando en su nombre como Cabeza de la comunidad (PO 2). No se buscan privilegios y ventajas humanas, sino el ser signo de la donación sacrificial o humillación (kenosis) de Cristo (Flp 2,7). «Conocer a las ovejas... es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a servir» (Puebla 684; cf. Mt 20,25-28).

La consagración sacerdotal es participación de la congregación de Cristo (PO 2), como pertenencia total a la misión recibida del Padre (Lc 4,18; Jn 20,21). La misión se hace totalizante por la consagración: «son segregados para consagrarse totalmente a la obra para la que el Señor los llama» (PO 3).

El sentido de comunión eclesial es parte esencial de la espiritualidad del sacerdote (cf. cap. VI, n. 4). «El ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con todo el Cuerpo» (PO 15). En el terreno práctico se traduce en unión afectiva y efectiva con el propio obispo (PO 7), con los demás sacerdotes del Presbiterio (PO 8) y con la comunidad eclesial a la cual sirve (PO 9).

La disponibilidad para la misión universal (cf. cpa. VI, n. 3) es una exigencia del don recibido en la ordenación, como participación en la misión universal de Cristo (PO 10). Es la solicitud por todas las Iglesias, al estilo de Pablo (2 Co 11,28). Esta perspectiva universalista sanea la vida y el ministerio sacerdotal, liberándolos de una problemática estéril y enfermiza.

El tono de esperanza y de «gozo pascual» (PO 11) da a entender una sana antropología de sentirse amado por Cristo y capacitado para amarle y hacerle amar, hasta la caridad pastoral como «máximo testimonio del amor» (PO 11). La alegría de pertenecer esponsalmente a Cristo, es una nota característica de la evangelización como anuncio de la buena (o gozosa) nueva de la resurrección de Cristo. Este tono de gozo pascual es fuente de vocaciones sacerdotales.

Ser transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote (PO 12) corresponde a la razón de ser signo claro y portador de Cristo. La relación personal con él se hace configuración, imitación y amistad profunda, que transforme al apóstol en testigo: «nosotros somos testigos» (Hch2,32).

La espiritualidad y santidad sacerdotal se realiza «ejerciendo los ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Esa es la ascesis peculiar de quien desempeña un oficio pastoral: «ascesis propia del pastor de almas» (ibídem). Salvada la distinción entre momentos de oración, acción, estudio, convivencia, descanso, etc., hay que mantener la unidad de vida sin dicotomías (PO 14). A Cristo se le encuentra en los diversos signos de Iglesia y del hermano.

La caridad pastoral se concreta en las virtudes y gestos de vida del Buen Pastor: obediencia, castidad, pobreza (PO 15-17). Quien es signo portador de la palabra, de la acción sacrificial y del pastoreo de Cristo, lo es también de su modo de amar hasta dar la vida.

Los medios comunes y específicos de vida y ministerio sacerdotal (PO 18-21) son necesarios para sintonizar con los «sentimientos de Cristo» (Flp 2,5) y ser fiel a los carismas del Espíritu (cf. cap. VIII, n. 5).

Por tanto, para conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el mundo actual, este sacrosanto concilio exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos para el servicio de todo el Pueblo de Dios (PO 12).

Estas líneas de espiritualidad se mueven según diversas dimensiones y perspectivas; trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesial, litúrgica, sociológica (de cercanía a la realidad), antropológica...

- La santidad sacerdotal, como se ha dicho continuamente, enraíza en la espiritualidad cristiana. Las virtudes humano-cristianas pasan a ser sacerdotales cuando se expresan en la caridad pastoral.

- La capacidad de tener y emitir un criterio o una convicción y modo de pensar, se ilumina con la fe.

- La capacidad de valorar las cosas se potencia y equilibra con la esperanza para sentir y apreciar los valores según la escala de valores del Buen Pastor.

La capacidad de tomar decisiones se enriquece con la caridad para amar y actuar como Cristo Sacerdote 13.

13 Cfr. PO 3; OT 11, 19; PDV 43-44, 72; Dir. 75. Los manuales de espiritualidad acostumbran actualmente a escribir esas virtudes humanas (ver cap. I, nota 19). Para la base humana de la espiritualidad: AA, VV., Psicología y espíritu, Madrid, Paulinas,1971; R. ZAVALLONI, Le strutture umane della vita spirituale, Brescia, Morcelliana, 1971; Idem, La personalidad en perspectiva social, Barcelona, Herder, 1977; Idem, Psicología pastoral, Madrid, Studium, 1967.

De esta raíz humana, cristiana y sacerdotal, brotan aplicaciones concretas señaladas por el Concilio para la formación y vida sacerdotal: «No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos... Mucho contribuyen a lograr este fin las virtudes que con razón se estiman en el trato humano, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, el continuo afán de justicia, la urbanidad y otras» (PO 3; cf. OT 11 y 19: PDV 43-44,72).

La caridad pastoral se concreta en un servicio como el de Cristo: «pasó haciendo el bien» (Hch 10,30). El sacerdote se hace transparencia de Cristo: «sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1 Co 4,16). Esta caridad se traduce en:

- responsabilidad en la situación histórica a la luz de la historia de salvación,

- compromiso auténtico y concreto,

- generosidad para el sacrificio,

- colaboración y diálogo con los demás apóstoles,

- sentido de realismos, optimismo y confianza,

- actitudes de humildad y aceptación de sí mismo, junto con la audacia y magnanimidad al afrontar las dificultades.

La formación en estas virtudes (cf. cap. VIII, n. 3 y 4) debe ser armónica y constante desde el Seminario y a lo largo de toda la vida, siempre bajo la acción de la gracia que las convierte en virtudes cristianas y sacerdotales.

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- Aspectos de la caridad pastoral de Cristo: Jn 10,1ss: Lc 15,1-7; Hch 10,30; Is 40,11; Puebla 681ss.

- De la amistad con Cristo, a la caridad pastoral: Jn 15,9.13-14; 21,15-19.

- Las exigencias evangélicas de la caridad pastoral: Mt 4,19-22; Lc 10,1ss.

- Las figuras de Pedro y Pablo: Hch 20,17-38; 1 P 5,1-4.

- La fecundidad de la cruz: Jn 16,20-33; Ga 4,19; Col 1,24.

- Sentido redentor de la obediencia del Buen Pastor: Hb 5,7-9; 10,5-7; Jn 10,18; Flp 2,5-11.

- La vida de pobreza para vivir el amor preferencial por los pobres: Mt 8,20; 2 Co 8,9; Puebla 670.

Estudio personal y revisión de vida

- Líneas pastorales de la vida sacerdotal según Presbyterorum Ordinis. Relacionar PO 4-6 (ministerios) con PO 12-14 (santidad).

- Caridad pastoral y unidad de vida (PO 14; PDV 21-24).

- Caridad ascendente y descendente a la luz de la misión (PO 13).

- Dimensión misionera de la obediencia, castidad y pobreza a la luz de la caridad pastoral (PO 15-15; PDV 27-30).

- La «vida apostólica» como fraternidad (PO 8; PDV 74), disponibilidad misionera (PO 10; PDV 16-18, 31-32) y generosidad evangélica (PO 15-17; PDV 27-30).

- Dimensión cristológica, eclesial, antropológica y escatológica de la castidad (PO 16; Puebla 692; Medellín XI 21; PDV 29, 44, 50).

- Signos y medios de la pobreza ministerial (PO 17; can 282, 287; PDV 30).

- Virtudes humanas redimensionadas en la caridad pastoral (PO 3; OT 11 y 19; PDV 43-44, 72).

Orientación bibliográfica

Los temas de espiritualidad sacerdotal se van exponiendo en toda esta publicación, anotando la bibliografía más concreta. En este mismo capítulo V, hemos indicado: comentarios al Presbyterorum Ordinis (nota 1), caridad pastoral (notas 2 y 3), cruz (nota 4), martirio (nota 5), vida religiosa (nota 6), consejos evangélicos (nota 7), obediencia (nota 8), castidad (nota 9), pobreza (nota 10), etc. En otros capítulos se anota el tema de la espiritualidad sacerdotal con otras aplicaciones, especialmente respecto al sacerdocio ministerial (capítulo III) y a la espiritualidad del sacerdote diocesano (capítulos VI y VII). Anotamos sólo algunas publicaciones que pueden aportar una síntesis. Habría que recordar también publicaciones de épocas anteriores y que continúan siendo arsenales de espiritualidad sacerdotal siempre válida (ver el capítulo X). Ver la orientación bibliográfica general.

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