Lunes, 11 Abril 2022 11:45

VI- Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal

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VI- Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal

Presentación

El sacerdote es ministro o «servidor de Cristo» (1 Co 4,1), que se prolonga en el tiempo y en el espacio bajo signos de Iglesia. «El ministerio sacerdotal es ministerio de la misma Iglesia» (PO 15). Se participa en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo Sacerdote, que «vino a servir» (Mc 10,45) y que «amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella» (Ef 5,25).

La espiritualidad específica del sacerdote ministro arranca de la caridad pastoral y se concreta en el servicio a la Iglesia particular o local (diócesis) y la Iglesia universal. Esto debe afirmarse de todo sacerdote, pero encuentra una aplicación especial cuando se trata del sacerdote diocesano, es decir, que ha recibido como hecho de gracia el pertenecer a la Iglesia particular también respecto a su responsabilidad misionera.

Pablo, ministro y apóstol de Cristo, sirvió siempre a la Iglesia, presentándola como cuerpo y expresión de Cristo, su esposa, «columna y fundamento de la verdad» (1 Tm 3,15). La vida de Pablo fue siempre una inmolación personal «por el bien de la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo» (Col 1,24). Su solicitud era siempre «por todas las Iglesias» (2 Co 11,28).

El sacerdote, como principio de unidad de la comunidad, ayuda a todas las vocaciones y carismas a ponerse al servicio de la comunidad eclesial. Para todos, «evangelizar no es un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial» (EN 80). El sacerdote ministro sirve, pues, a la Iglesia como comunidad y esposa fiel de Cristo (2 Co 11,2) y comunidad evangelizadora (Mt 28,19).

El sentido y amor de Iglesia para el sacerdote supone servirla desinteresadamente, sin servirse de ella y «sin consideración del provecho propio o familiar» (AG 16). «Con ello aprenderán maravillosamente a entregarse por entero al servicio del Cuerpo de Cristo y a la obra del evangelio, a unirse con su propio obispo como fieles cooperadores y a colaborar con sus hermanos» (Ibídem).

1- En la Iglesia fundada y amada por Jesús

La Iglesia es una comunidad de creyentes en Cristo convocada (ecclesia) por su palabra y su presencia salvífica. No ha nacido, pues, de una elaboración técnica ni de una simple experiencia humana. «La Iglesia es inseparable de Cristo, porque El mismo la fundó por un acto expreso de su voluntad, sobre los Doce, cuya cabeza es Pedro, constituyéndola como sacramento universal y necesario de salvación» (Puebla 222).

La Iglesia no se funda a sí misma, sino que ha nacido de los amores de Cristo (Ef 5,25ss) o «de su costado» (SC 5; Jn 19,34; Gn 2,23). No hay diferentes modelos de Iglesia. Puede haber eclesiologías o explicaciones diferentes y, al mismo tiempo, armónicas; pero la Iglesia es una sola. Esta Iglesia única se concreta con diversidad de carismas en las diversas Iglesias particulares (ver el n. 2). «Esta Iglesia es una sola: la edificada sobre Pedro, a la cual el mismo Señor llama `mi Iglesia' (Mt 16,18)» (Puebla 225).

Cristo mismo ha escogido los signos de su presencia activa de resucitado a través del tiempo y del espacio (Mc 16,15; Mt 28,29; Jn 20,21-23). Estos signos son personas (vocaciones) y servicios (ministerios). Son signos débiles, pero portadores de la palabra, de la gracia, de la presencia del Señor y de la fuerza de su Espíritu Santo. Cada fiel está llamado a un servicio diferente, con la misma dignidad de hijo de Dios, sin privilegios ni ventajas humanas.

Un signo fuerte de unidad, como quien «preside la caridad universal» (San Ignacio de Antioquía) es Pedro y sus sucesores (Mt 16,18). En las diversas Iglesias particulares este principio de unidad lo constituyen los Apóstoles y sus sucesores los obispos (ayudados por sus presbíteros), siempre apoyados en Cristo «la piedra angular» (Ef 2,20) representada por Pedro.

A esta comunidad de creyentes y pastores, Cristo la llama mi Iglesia (Mt 16,18) y en ella prolonga su misma misión (Jn 20,21). Por esto, «la Iglesia existe para evangelizar» (EN 14).

La Iglesia es también depositaria y trasmisora del evangelio. Ella prolonga en la tierra, fiel a la ley de la encarnación visible, la presencia y acción evangelizadora de Cristo. Como él, la Iglesia vive para evangelizar. Esa es su dicha y vocación propia: proclamar a los hombres la persona y el mensaje de Jesús (Puebla 224).

El sacerdote ministro es servidor de esta Iglesia, a la que sirve sin servirse de ella. «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido vigilantes para apacentar la Iglesia de Dios, que él adquirió con su sangre» (Hch 20,28). El sacerdote hace posible que la comunidad eclesial se realice como misterio (signo de la presencia de Cristo), comunión (fraternidad o familia) y misión. El servicio sacerdotal es principio de unidad. La comunidad refleja la comunión de Dios Amor y se hace portadora de los planes de Dios para todos los hombres. «Así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (LG 4, citando a san Cipriano) 1.

1 Ver bibliografía sobre la Iglesia sacramento y comunión en la nota 8 del capítulo II. Sobre la Iglesia pueblo sacerdotal: nota 11 del mismo capítulo, Síntesis de eclesiología: AA. VV., (BARAUNA), La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966; AA. VV., Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966; A. ANTÓN, La Iglesia de Cristo, Madrid, BAC, 1977; J. AUER, J. RATZINGER, La Iglesia, Barcelona, Herder, 1985; R. BLÁZQUEZ, La Iglesia del Vaticano II, Salamanca, Sígueme, 1988; G. PHILIPS, La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona, Herder, 1968; J. RATZINGER, La Iglesia, Madrid, San Pablo, 1992; CH. SCHORNBORN, Amar a la Iglesia, Madrid, BAC, 1997; L. L. WOSTYN, Iglesia y misión hoy. Ensayo de eclesiología , Estella, Edit. Verbo Divino, 1992.

La Iglesia es, pues, signo eficaz (sacramento) de unidad, es decir, «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Esta unidad de comunión fraterna, de que es portadora la Iglesia, ha sido realizado por Cristo Sacerdote y Víctima (Ef 2,14). La misión de la Iglesia es la de «manifestar y, al mismo tiempo, realizar el misterio del amor de Dios al hombre» (GS 45). La humanidad de Cristo es el sacramento original, del que deriva toda la sacramentalidad de la Iglesia, como sacramento prolongado, a modo de complemento de Cristo (Ef 1,18; cf. 3,9-10).

El sacerdote, como signo personal de Cristo, es servidor y parte integrante de esta sacramentalidad: prolonga en la Iglesia y en el mundo la palabra, el sacrificio y el pastoreo o realeza de Cristo. Al anunciar, hacer presente y comunicar el misterio pascual de Cristo, el sacerdote da testimonio que «del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera» (SC 5).

La Iglesia, pues, a la que sirve el sacerdote, es «sacramento de unidad» (SC 26), «Sacramento visible de esta unidad salvífica para todos y cada uno» (LG 9). El sacerdote forma parte de esta sacramentalidad eclesial como principio de unidad (con su obispo) en la misma comunidad. Toda la sacramentalidad de la Iglesia y todo signo eclesial tiene estas características: transparencia (signo claro), eficacia (signo portador), necesidad por voluntad de Cristo, limitación humana (cf. LG 7-8; cf. Puebla 222-231). Esta realidad eclesial se expresa a través de diversos títulos bíblicos (cf. LG 6-7); los principales son los siguientes:

- Cuerpo (místico) de Cristo: como expresión suya (1 Co 12,26-27), que crece de modo permanente y armónico (Col 2,19; Ef 5,23; 4,4-6.15), teniendo al mismo Cristo por Cabeza (Ef 1,22; 5,23-24; Col 1,18).

- Pueblo de Dios: como propiedad esponsal, «pueblo adquirido» (1 P 2,9) y comprado con la sangre de Cristo (Hch 20,28), «signo levantado ante las naciones» (Is 11,12; cf. SC 2; LG II).

- Reino de Cristo y de Dios: como inicio del Reino definitivo, que será realidad plena en el más allá (Mc 4,26; Mt 12,18; Jn 18,36). «La Iglesia es el Reino de Cristo» (LG 3), «ya constituye en la tierra el germen y principio de este Reino» (LG 5), a modo de fermento (Mt 13,33), que está ya dentro del mundo (Mc 1,15), hasta que «Dios sea todo en todas las cosas» (1 Co 15,27-28).

- Sacramento o misterio: como signo transparente y portador de los planes salvíficos de Dios (Ef 1,3-9; 1 Tm 3,16). La Iglesia, anunciando y comunicando el misterio de Cristo (Ef 3,9-10; 5,32), se realiza como «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1; cf. LG 1, 9, 15, 39). - Esposa de Cristo: como consorte suya (Ef 5,25-32), fiel (2 Co 11,2), que le pertenece totalmente (Rm 7,2-4; 1 Co 6,9). El desposorio de Cristo con la Iglesia se basa en la alianza nueva (Lc 2,19-20), que la hace solidaria del amor de Cristo a toda la humanidad.

- Madre: como instrumento de vida nueva en Cristo (Ga 4,19 y 26). El servicio sacerdotal está relacionado con la maternidad de la Iglesia (PO 6; LG 6,14; 64-65; SC 85; 122; GS 44). De esta maternidad, María es Tipo o figura (Ap 12,1; Jn 19,25-27; LG 63-65).

El sacerdote ministro, sirve, pues, a esta Iglesia fundada y amada por Jesús, como prolongación o complemento suyo: misterio (signo de su presencia), comunión (n de Dios Amor), misión (portadora de Cristo para todos los pueblos). Así la Iglesia se hace constructora de la comunión universal. 2.

2 El Sínodo Episcopal extraordinario de 1985 subrayó, en su documento final, la eclesiología de comunión como síntesis de la doctrina conciliar sobre la Iglesia; publicado en: El Vaticano II, don de Dios. Los documentos del Sínodo extraordinario de 1985, Madrid, PPC, 1985. Ver bibliografía sobre la Iglesia en la nota 1.

2- El sacerdote ministro en la Iglesia particular o local

El servicio eclesial del sacerdote ministro se concreta necesariamente en una comunidad o Iglesia (particular, local, diócesis) presidida por un obispo sucesor de los Apóstoles. Ahí, en esa comunidad, concretizada en el espacio y en el tiempo, acontece la Iglesia. Es la Iglesia del acontecimiento.

Cuando acabamos de decir de la Iglesia universal debe afirmarse también de las comunidades particulares de cristianos..., de los cuales se compone la única Iglesia católica; puesto que también ellos son regidos por Cristo Jesús y por la voz y potestad del obispo de cada una de ellas..., por lo que se refiere a la diócesis de cada uno de ellos, son verdaderos pastores, cada uno apacienta y rige a la grey particular en nombre de Jesús (Mystici Corporis Christi) 3.

3 Mystici Corporis Christi: AAS 35 (1943) 211ss. Hay que distinguir entre Iglesia particular, local, diocesana; pero los mismos documentos eclesiales no presentan una terminología uniforme y constante. Iglesia particular prácticamente equivale a diócesis (can. 368ss; LG 23; CD 11). Iglesia local indica el matiz de lugar geográfico, pues no todas las Iglesias particulares o diócesis se ciñen a un espacio geográfico, sino que pueden referirse a personas; en el Concilio Vaticano II, Iglesia local equivale a particular (cf. LG 23). A veces, no en los documentos eclesiásticos, se usa el calificativo local para indicar aspectos más culturales o que se concretan en una zona geográfica que trasciende la diócesis. Además de la bibliografía de las notas anteriores, ver: A. ANTÓN, Iglesia universal, Iglesias particulares, «Estudios Eclesiásticos» 47 (1972) 409-435; J. ESQUERDA, El sacerdocio ministerial en la Iglesia particular, «Salmanticensis» 14 (1967) 309-340; H. DE LUBAC, Las Iglesias particulares en la Iglesia universal, Salamanca, Sígueme, 1974; F. MARTÍN, Estructura pastoral de las Iglesias diocesanas, Barcelona, Flors, 1965; J. A. SOUTO, Estructura jurídica de la Iglesia particular: presupuestos, «Ius Canonicum» 8 (1968) 121-202; A. M. ZULUETA, Vaticano II e Iglesia local, Bilbao, Desclée, 1994.

La Iglesia se concretiza o acontece allí donde se predica la palabra y se celebra la eucaristía en relación con el obispo como garante de la tradición apostólica. Es el obispo, en comunión con el Papa y con los demás obispos, quien garantiza el entroque con esta tradición (cf. VII, 1).

Toda realidad de Iglesia y especialmente la Iglesia particular o local (diócesis) es familia y empresa, pero prevalece en tono familiar (cf. CD 28) precisamente para garantizar la eficacia evangélica de la empresa apostólica.

El sacerdote sirve, pues, a la construcción de la Iglesia local o particular en armonía con las vocaciones, ministerios y carismas.

La diócesis es, una porción del Pueblo de Dios, que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de su Presbiterio, de suerte que, adherida a su Pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del evangelio y la eucaristía, constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica (CD 11; cf. can. 369).

La diócesis o Iglesia particular dice relación estrecha de comunión con toda la Iglesia, porque:

- es n y expresión, presencia y actuación (concretización) de la Iglesia universal,

- enraíza en la sucesión apostólica por medio del propio obispo en comunión con el sucesor de Pedro y la colegialidad episcopal, no como algo venido de fuera, sino como parte integrante de la vida de la misma Iglesia particular,

- es signo transparente y portador de la salvación en Cristo para toda la comunidad humana,

- es portadora de carismas especiales del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia universal y de toda la humanidad (cf. LG 13, 23, 26; CD 11; AG 6, 19, 22: OE 2).

Las Iglesias fundadas por los Apóstoles eran una misma Iglesia concretada con matices y carismas diferentes, en un lugar y tiempo (1 Ts 2,14). Su vida interna era de fidelidad esponsal a Cristo (2 Co 11,2-3), bajo la dirección de los Apóstoles o sucesores o inmediatos colaboradores (Ef. 2,20; Hch 20,28; 1 Tm 3,5). Era la familia de Dios (Ef 2,19), que crecía armónicamente en la santidad y recibiendo nuevos creyentes (Hch 16,5). Los obispos y presbíteros (con los diáconos) sirven a la Iglesia particular en comunión con las otras Iglesias del orbe, como «casa de Dios, Iglesia de Dios vivo, columna y base de la verdad» (1 Tm 3,15).

En cada Iglesia local o particular debe resonar la comunión de Iglesia universal.

Esta Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo Testamento (Hch 8,1; 14,22-23; 20,17). Ellas con el Pueblo nuevo, llamado por Dios en el Espíritu Santo y en gran plenitud (1 Ts 1,5). En ellas se congregan los fieles por la predicación del evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la cena del Señor, a fin de que, por el cuerpo y la sangre del Señor, quede unida toda la fraternidad (LG 26).

En las Iglesias particulares aparece toda la realidad de Iglesia como cuerpo místico de Cristo, Pueblo de Dios, sacramento o misterio, esposa, madre... (cf. n. 1). La celebración eucarística (en relación al bautismo y a la predicación de la palabra) construye la Iglesia como comunidad de hermanos: «consiguientemente, por la celebración de la eucaristía del Señor en cada una de las Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas» (UR 15).

Todos los sacerdotes ministros están al servicio de estas Iglesias particulares, sin perder el universalismo, para garantizar, custodiar y aumentar un tesoro de gracias que es para el bien de la Iglesia universal: ser sacerdote diocesano comporta una sensibilidad eclesial responsable respecto a una herencia apostólica recibida, que aumenta continuamente para el bien de toda la Iglesia.

En la comunión eclesial existen Iglesias particulares que gozan de tradiciones propias, permaneciendo íntegro el primado de la Cátedra de Pedro, que preside todo el conjunto de la caridad, defiende las legítimas variedades y, al mismo tiempo, procura que estas particularidades no sólo no perjudiquen a la unidad, sino incluso cooperen a ella.

De aquí dimanan finalmente entre las diversas partes de la Iglesia los vínculos de íntima comunicación de bienes, y a cada una de las Iglesias pueden aplicarse estas palabras del apóstol Pedro: «el don que cada uno haya recibido, póngalo al servicio de los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 P 4,10) (LG 13; cf. LG 23).

Todo esto deberá tenerse en cuenta para discernir la vocación al sacerdocio diocesano o en el nombramiento espiscopal.

El servicio sacerdotal diocesano es actitud pastoral y espiritual de acompañamiento permanente de la comunidad en su camino de maduración fraterna, espiritual y apostólica. Sin la presencia del sacerdote ministro, «la Iglesia no puede estar plenamente segura de su fidelidad y de su visible unidad» (El sacerdocio ministerial, Sínodo, 1971, part. 1ª, 4).

Los presbíteros están puestos en medio de los laicos para llevarlos a todos a la unidad de la caridad... A ellos toca, consiguientemente, armonizar de tal manera las diversas mentalidades, que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles. Ellos son defensores del bien común, cuyo cuidado tienen en nombre del obispo, y, al mismo tiempo, proclamadores intrépidos de la verdad, a fin de que los fieles no sean llevados de acá para allá por todo viento de doctrina (PO 9; cf. PO 6; LG 28; CD 18, 23, 30).

Precisamente por este servicio más estable, que garantice una respuesta armónica y satisfactoria de la comunidad, la Iglesia establece la incardinación en la diócesis para aquellos presbíteros que deberán colaborar más estrechamente y de modo más estable con el obispo, incluso en plan de dependencia respecto a la espiritualidad específica. La incardinación es un hecho de gracia y, por tanto, una fuente de armonía y de compromiso ministerial para que el sacerdote se realice en el aquí y ahora de la Iglesia particular presidida por un sucesor de los Apóstoles. Será, pues, un punto de referencia para encontrar la espiritualidad específica del sacerdote diocesano, secular dentro de su Presbiterio, teniendo en cuenta también la diocesaneidad de los sacerdotes religiosos (PO 8,10; LG 28; CD 28; PDV 31-32,74) 4.

4 Debería estudiarse más el hecho de la incardinación como hecho de gracia (pertenencia a la Iglesia particular). Ver: J. HERVADA, La incardinación en la perspectiva conciliar, «Ius Canonicum» 7 (1967) 479-517; P. PALAZZINI, The concept or incardination according to Vatican II, en The world is my parish, Roma, 1971, 31-51. «En este sentido la `incardinación' no se agota en un vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero» (PDV 31; cf. 32, 74; Dir 14, 16). Los sacerdotes diocesanos (seculares), por el hecho de estar «incardinados en una Iglesia particular o adscritos a ella, se consagran plenamente a su servicio para apacentar a una porción de la grey del Señor» (CD 28; cf. can. 265ss). Los sacerdotes religiosos, o de instituciones de vida consagrada, sirven a esta misma Iglesia con los carismas de la propia institución.

El sacerdote queda encargado de una función concreta en la Iglesia diocesana, a nivel geográfico o sectorial. A veces será el servicio a una comunidad llamada parroquia (can. 515-552). Siempre es «un pastor que hace las veces del obispo» (SC 42), aunque «obrando en nombre de Cristo..., ejerciendo en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza» (LG 28). Esta presidencia ministerial abarca siempre, en algún modo, el servicio profético cultual y hodegético o de dirección. No puede circunscribirse la acción sacerdotal a un solo sector, aunque sí puede confiársele de modo especial uno de los tres ministerios indicados. El campo de la responsabilidad confiado a laicos y personas consagradas, no sacerdotes, no puede recortar la triple dimensión del ministerio sacerdotal; pero el sacerdote se debe circunscribir al servicio de su carisma específico, sin invadir tampoco otras competencias que corresponden a las otras vocaciones eclesiales 5.

5 La parroquia continuará siendo el campo privilegiado de la acción pastoral y de la espiritualidad del sacerdote. Hay que tener en cuenta, no obstante, la pastoral de conjunto (ver la nota 6), así como las comunidades de base, los movimientos apostólicos, etc. Ver AA. VV., Las parroquias, perspectivas de renovación, Madrid, 1979; AA. VV., La parrocchia, documenti, funzioni e strutture della Chiesa in un mondo laicizzato, Bologna 1969. V. BO, La parroquia, pasado y futuro, Madrid, 1969; CONFERENCIA ESPISCOPAL DE COLOMBIA, Directorio de pastoral parroquial, Bogotá, SPEC, 1986; J. MANZANARES, etc., Nuevo derecho parroquial, Madrid, BAC, 1988. Sobre comunidades de base: Puebla 641-643; A. ALONSO, Comunidades eclesiales de base, Salamanca, 1970; M. de D. AZEVEDO, Comunidades eclesiales de base, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1986; COMISION EPISCOPAL DE PASTORAL, Servicio pastoral a las pequeñas comunidades cristianas, Madrid, 1982; F. A. PASTOR, Ministerios laicales y comunidades de base. La renovación pastoral de la Iglesia en América Latina, «Gregorianum» 68 (1987) 267-305; M. POZO CASTELLANO, Comunidades eclesiales menores, Buenos Aires, Lunen, 1978. Sobre ambos temas: Christifideles Laici, n. 26; Puebla 617-657; EN 58; RMi 26, 51. Documento de la Congregación para el Clero: El sacerdote pastor y guía de la comunidad en la parroquia (2001).

El servicio a una Iglesia particular o local es siempre de «plantación de la Iglesia», con todos sus signos salvíficos (vocaciones, ministerios, carismas), en una comunidad humana concreta (cf. AG 6). «Preocupados por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia» (LG 28).

El «servicio de unidad en la comunidad» (Puebla 661) repercute en el crecimiento y maduración de la misma comunidad eclesial y es garantía de eficacia apostólica y de auténtica vida espiritual (Puebla 663). La pastoral orgánica o de conjunto se basa en la naturaleza de la misma comunidad eclesial, universal y local y en el mismo sacerdocio ministerial como servicio de unidad. El arciprestazgo (decanato, vicaría) será un punto clave de esta pastoral de comunión. Para vivir esta pastoral diocesana, que es común a sacerdotes seculares y religiosos, hay que profundizar en la vida apostólica puesta en práctica en la fraternidad del Presbiterio (cf. cap. VII) 6.

6 Ver los temas pastorales en el capítulo IV (sacerdotes para evangelizar). Sobre pastoral de conjunto: AA: VV., Pastoral de conjunto, Madrid, 1966; J. DELICADO, Pastoral diocesana al día, Estella, Verbo Divino, 1966; F. BOULARD, Hacia una pastoral de conjunto, Santiago de Chile, Paulinas, 1964. Sobre el Consejo Pastoral; J. Mª DIAZ MORENO, Los consejos pastorales y su regulación canónica, «Revista Española de Derecho Canónico» 41 (1985) 165-181; M. GONZALEZ, Los consejos pastorales, Madrid, Secretariado Apostolado Seglar, 1972. Sobre el Consejo Presbiteral, ver capítulo VII, n. 2.

 

3- Al servicio de la Iglesia universal misionera

La naturaleza del sacerdocio ministerial es estrictamente misionera. «El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta lo último de la tierra (Hch 1,8), pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles. Porque el sacerdocio de Cristo, del que los presbíteros han sido hechos realmente partícipes, se dirige necesariamente a todos los pueblos y a todos los tiempos y no está reducido por límite alguno de sangre, nación o edad, como misteriosamente se presenta ya en la figura de Melquisedec. Recuerden, pues, los presbíteros que deben llevar atravesada en su corazón la solicitud por todas las Iglesias» (PO 10).

Los sucesores de los Apóstoles y sus inmediatos colaboradores en la Iglesia local, continúan el encargo misionero universalista confiado por Cristo. «Todos los obispos en comunión jerárquica participan de la solicitud por la Iglesia universal» (CD 5).

Ser cooperador del obispo supone compartir con él su responsabilidad misionera.

Los obispos, como legítimos sucesores de los apóstoles y miembros del Colegio episcopal, siéntanse siempre unidos entre sí y muéstrense solícitos por todas las Iglesias, ya que, por institución divina y por imperativo del oficio apostólico, cada uno, juntamente con los otros obispos, es responsable de la Iglesia (CD 6; cf. LG 23; AG 20,38).

Los sacerdotes, juntamente con su Presbiterio, cooperan con el obispo en esta responsabilidad apostólica. «Los obispos juntamente con su Presbiterio, imbuidos más y más del sentir de Cristo y de su Iglesia, sientan y vivan con la Iglesia universal» (AG 19). Los sacerdotes, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo. Preocupados por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia (LG 28).

La naturaleza misionera de la Iglesia arranca de ser «sacramento universal de salvación» (AG 1; LG 48). «La acción misionera fluye de la misma naturaleza de la Iglesia» (AG 6). Esta realidad tiene aplicación a cada Iglesia local con todos sus componentes, como n y concretización de la Iglesia universal. Se trata de una responsabilidad misionera in solidum con todas las demás diócesis.

Como la Iglesia particular está obligada a representar el modo más perfecto posible a la Iglesia universal, debe conocer cabalmente que también ella ha sido enviada a quienes no creen en Cristo (AG 20; cf. AG 36-37; EN 62-64) 7.

7 Ver también: RMi 63-68; PDV 16-18, 31-32, 74; Dir 14. «Toda Iglesia particular debe abrirse generosamente a las necesidades de las otras» (RMi 64). (Comisión Episcopal de Misiones y Cooperación entre las Iglesias) La misión «ad gentes» y la Iglesia en España, Madrid, EDICE, 2001. Además de la bibliografía citada en la nota 3, ver: AA. VV., Promoción misionera de las Iglesias locales, Burgos, 1967; J. ESQUERDA, Las Iglesias locales y la actualidad misionera, ibídem, 11-27; Idem, Dimensión misionera de la Iglesia local, Madrid, Comisión Ep. Misiones, 1975; Idem, Iglesias hermanas en la misión, Madrid, Comisión Ep. Misiones, 1981; J. GUERRA, Las Iglesias locales signo de la Iglesia universal en su proyección misionera, «Misiones Extranjeras» (1967) 181-194; X. SEUMOIS, Les Eglises particulières, en L'activité missionnaire de l'Eglise, París, 1967, 281-299. Hay que recordar la apertura diocesana suscitada por la encíclica Fidei donum de Pío XI, al invitar a los sacerdotes diocesanos a la cooperación misionera directa: AAS 49 (1957) 245-246.

Esta disponibilidad misionera sacerdotal debe llegar a ser realidad constatable en la programación apostólica de la diócesis y del Presbiterio:

- por la naturaleza misionera de la Iglesia particular,

- por la participación en el mismo sacerdocio y en la misma misión de Cristo,

- por la estrecha colaboración con el carisma episcopal y con su responsabilidad misionera universal.

La responsabilidad misionera efectiva será una señal y un fruto espontáneo de la vitalidad espiritual y apostólica del Presidente y de la Iglesia local. Las mismas Iglesias necesitadas o más jóvenes deben orientarse con esta perspectiva como señal de autenticidad y madurez (AG 6).

Es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros que anuncien el evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero. Porque la comunión con la Iglesia universal se completará en cierto modo cuando también ellas participen activamente del esfuerzo misional para con otras naciones (AG 20).

El gesto profético de América Latina puede llegar a ser un estímulo para otras Iglesias locales:

Finalmente, ha llegado para América Latina la hora de intensificar los servicios mutuos entre Iglesias particulares y de proyectarse más allá de sus propias fronteras ad gentes. Es verdad que nosotros mismos necesitamos misioneros. Pero debemos dar desde nuestra pobreza (Puebla 368) 8.

8 El despertar misionero de América Latina se ha ido reflejando en diversas publicaciones y documentos especialmente en el Congreso de Misioneros Latinoamericanos (COMLA). AA. VV., América llegó tu hora de ser evangelizadora, Bogotá, COMLA 3 CELAM, 1988; Segundo Congreso Misionero Latinoamericano, II COMLA, México, 1983; AA. VV., El despertar misionero de América Latina, «Misiones extranjeras» n. 92 (1986); AA. VV., Vivendo o COMLA 5, Brasilia, POM, CNBB, 1995; O evangelho nas culturas (postCOMLA V), Vozes, Petrópolis, 1996; AA. VV., (Pont. Com. América Latina), Iglesia en América, al encuentro de Jesucristo vivo, Lib. Edit. Vaticana, 2001; Evangelizadores, Obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, laicos, Lib. Edit. Vaticana, 1996; R. AUBRY, La misión siguiendo a Jesús por los caminos de América Latina, La Paz, 1966; R. BALLAN, El valor de salir, la apertura de América Latina a la misión universal, Edic. Paulinas, Lima, 1990; CELAM, Dar desde nuestra pobreza, vocación misionera de América Latina, Bogotá, 1986; J. ESQUERDA BIFET, El despertar misionero «Ad Gentes» en América Latina, «Euntes Docete» 45 (1992) 159-190; S. GALILEA, La responsabilidad misionera de América Latina, Lima, 1981; J. F. GORSKI, El desarrollo histórico de la misionología en América Latina, La Paz, 1985; A. LOPEZ TRUJILLO, Caminos de evangelización, Madrid, BAC, 1985; J. A. VELA, Las grandes opciones de la pastoral en América Latina a partir del documento de Puebla, «Documenta Missionalia» 16 (1982) 159-179. Ver el Documento de Santo Domingo II, I, 4 y la Exh. Apos. Ecclesia in America 74.

Esta disponibilidad misionera se hará efectiva también a partir de la responsabilidad misionera del obispo como cabeza de la Iglesia local y del Presbiterio.

Los obispos... procuren que, en la medida de lo posible, algunos de sus sacerdotes marchen a las antedichas misiones o diócesis para ejercer allí el sagrado ministerio a perpetuidad o por lo menos por un tiempo determinado (CD 6).

La prestación temporal no excluye la disponibilidad permanente para ser efectiva una responsabilidad constante que deriva de la naturaleza del clero diocesano en relación a su obispo (cabeza del Presbiterio) y a la Iglesia diocesana. Los presbíteros representan la persona de Cristo y son cooperadores del orden episcopal en la triple función sagrada que por su propia naturaleza corresponde a la misión de la Iglesia. Entiendan, pues, plenamente que su vida está consagrada también al servicio de las misiones... Ordenarán, por consiguiente, la cura pastoral de forma que resulte provechosa para la dilatación del evangelio entre los no cristianos (AG 39).

Por esto puede afirmarse que «la vocación sacerdotal es también misionera» (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1979, n. 8).

Esta dimensión misionera del sacerdocio se concretará en hacer misionera a toda la comunidad (vocaciones, ministerios, carismas), en una perspectiva de Iglesia sin fronteras. Al mismo tiempo, una recta distribución de los efectivos y medios apostólicos será expresión de la vitalidad y madurez de la Iglesia local y hará posible una colaboración digna de Iglesias hermanas, no dando sólo la que sobra, sino compartiendo el mismo caminar misionero universal (cf. CD 22-23; AG 39).

Creciendo cada día más la necesidad de operarios en la viña del Señor y deseando los sacerdotes diocesanos participar con amplitud creciente en la evangelización del mundo, el Concilio desea que los obispos, considerando la gravísima penuria de sacerdotes, que impide la evangelización de muchas regiones, envíen a algunos de sus mejores sacerdotes que se ofrezcan para la obra misionera, debidamente preparados, a las diócesis que carecen de clero, donde desarrollen, al menos temporalmente, el ministerio misional con espíritu de servicio (AG 38).

La distribución de los efectivos apostólicos se concreta principalmente en una recta distribución del clero dentro y fuera de la diócesis. Ello implica la renovación de muchas estructuras pastorales, en vista de una cooperación entre las diversas comunidades e Iglesias locales. El objetivo de esta distribución es que toda comunidad eclesial pueda disponer de los ministros y efectivos apostólicos necesarios.

La distribución de los apóstoles debe hacerse en sentido pastoral, es decir, teniendo en cuenta una acción pastoral comunitaria (pastoral de conjunto o de comunión), que ha de abarcar más allá de los límites de una diócesis e incluso más allá de las fronteras de una nación o Estado. Esta distribución debe potenciarse con una adecuada formación permanente y una formación peculiar, tanto cuando el apóstol es enviado por primera vez como cuando regresa de nuevo a la diócesis que le envió. No se trata principalmente de experiencias individuales, sino de un deber permanecer de toda la Iglesia particular. Esto supone una espiritualidad misionera por parte de todos los sacerdotes. Por esto la Iglesia diocesana, principalmente el obispo y su Presbiterio, queda responsabilizada de la asistencia al personal enviado 9.

9 Sobre la distribución del clero: LG 23-28; AG 38,39; CD 5-6; 22-23; PO 10; OT 20; PDV 74. Documento (notae directivae) de la Congregación para el Clero, «Postquam Apostoli»: AAS 72 (1980) 343-364. Estudios AA. VV., Il mondo è la mia parrocchia, The world is my parish, Roma 1971, Congreso de Malta; J. ESQUERDA, Cooperación entre Iglesias particulares y distribución de efectivos apostólicos, «Euntes Docete» 34 (1981) 427-454 (sobre «Postquam Apostoli»); Idem, La distribución del clero, teología, pastoral, derecho, Burgos, Facultad de teología, 1972; A. GARRIGOS, La obra de cooperación sacerdotal hispanoamericana, «Misiones Extranjeras» (1984 365-375); V. MALLON, Distribución del clero en el mundo, comentario acerca de la «Postquam Apostoli», «Omnis Terra» n. 111 (1982) 19-36; A. DE SILVA, Inter - comunhâo das Igrejas locais e distribuçao dos Agentes de Evangelizaçao, «Igreja e Missâo» 34 (1982) 263-295. (Juan XXIII, Sacerdotti nostri primordia, n. 6). «Su vida será consagrada también al servicio de las misiones» (AG 39; cf. PO 10; OT 20). Ello supone una buena formación misionera ya desde los Seminarios y desde los noviciados (cf. can. 257).

La caridad pastoral (cf. cap. V) tiene, pues, esta derivación misionera sin fronteras. La disponibilidad misma no es una añadidura opcional, sino una parte integrante de la vocación y de la vida sacerdotal. «La caridad universal será su respiro»

No sería posible la puesta en práctica de esta derivación misionera del sacerdote, si no se revitalizara la fraternidad en el Presbiterio (cf. cap. VII) y si no se viera la generosidad evangélica del seguimiento de Cristo Buen Pastor (cf. cap. V).

4- Sentido y amor de la Iglesia

La sintonía del sacerdote con Cristo se convierte espontáneamente en amor a la Iglesia: «amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo en sacrificio por ella» (Ef 5,25). Este amor, a imitación de Cristo, se expresa también en el sufrimiento «por el bien de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24). «La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia» (PO 14).

De este amor y fidelidad deriva el sentido de comunión con la Iglesia (PO 15), expresada en comunión con el propio obispo (PO 7), con los demás presbíteros (PO 7-8) y con toda la comunidad eclesial (PO 9).

Así, pues, la caridad pastoral pide, que, para no correr en vano, trabajen siempre los presbíteros en vínculos de comunión con los obispos y con los otros hermanos en el sacerdocio. Obrando de esta manera, los presbíteros hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y así se reunirán con su Señor, y, por él, con el Padre, en el Espíritu Santo, para que puedan llenarse de consolación y sobreabundar de gozo (PO 14).

La espiritualidad sacerdotal, precisamente por enraizar en la caridad del Buen Pastor, es espiritualidad de Iglesia. «El Orden es una gracia para los demás... y se les ha dado para la edificación de la Iglesia» (Santo Tomás, Contra Gentes, IV, 74). «El necesario cultivo del sentido íntimo del misterio de la Iglesia» lleva al sacerdote a una «vida según el modelo del evangelio, sin consideración del provecho propio familiar» (AG 16). Los sacerdotes sirven a la Iglesia sin servirse de ella.

Con ello aprenderán maravillosamente a entregarse por entero al servicio del Cuerpo de Cristo y a la obra del evangelio, a unirse con su propio obispo como fieles cooperadores y a colaborar con sus hermanos (AG 16).

Ya desde el inicio de la formación sacerdotal, los candidatos deben formarse «en el misterio de la Iglesia» (OT 9). Efectivamente, «El ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con todo el Cuerpo» (PO 15). La vida espiritual, como «vida según el Espíritu» (Rm 8,9), es encuentro con Cristo presente en la Iglesia. Por esto, «en la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo» (san Agustín) 10.

10 Comentarios a san Juan, 32, 8: PL 35, 1946. R. BLÁZQUEZ, La relación del presbítero con la comunidad, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 283-331; J. GARAY, El sentido de Iglesia en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986; A. MIRALLES, Ecclesialità del presbitero, «Annales Theologici» 2 (1988) 121-139; A. RUOET, Réflexions sur la relation entre le prêtre el l'Eglise, «Le Suplément» 34 (1981) 369-384.

Vivir el misterio de Cristo prolongado en la Iglesia (Iglesia misterio o sacramento), es el punto de partida para construir la comunidad en el amor (Iglesia comunión) y para garantizar el ejercicio de la misión (Iglesia misión). La Iglesia fundada y amada por Jesús necesita ministros o servidores que le ayuden a ser fiel a su propio ser de signo transparente portador de Cristo para todos los hombres.

La espiritualidad sacerdotal dice relación estrecha a la maternidad de Iglesia. Esta se concretiza principalmente a través de los ministerios ejercidos por el sacerdote.

La comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo. Ella constituye, en efecto, un instrumento eficaz por el que se señala y allana a los no creyentes el camino hacia Cristo y su Iglesia, y por el que también los creyentes se incitan, nutren y fortalecen para la lucha espiritual (PO 6; cf. LG 64-65).

El sentido y amor de Iglesia indican al sacerdote el grado de su madurez en la vida espiritual y apostólica.

Que la verdad sobre la maternidad de la Iglesia, a ejemplo de la Madre de Dios, se haga más cercana a nuestra conciencia sacerdotal... Es necesario profundizar de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta `paternidad en el espíritu', que a nivel humano es semejante a la maternidad... Se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo, 1988).

Una de las señales de fidelidad a la vocación sacerdotal en el sentido y amor de Iglesia (cf. OT 9; PO 15). Entonces se sintoniza con los problemas de toda la Iglesia local y universal. Dentro de un sano pluralismo de opiniones, el sacerdote vive personalmente y ayuda a vivir a su comunidad en comunión con el sucesor de Pedro y con los sucesores de los Apóstoles, como principio de unidad en la comunidad eclesial (LG 18,23).

La acción del Espíritu Santo sigue siendo el alma de la Iglesia (LG 7; AG 4), guiando a pastores y fieles en la armonía de «una misma fe» (Ef 4,5). El mismo Espíritu Santo que ungió y envió a Cristo (Ic 4,18) y que inspiró los textos sagrados de la Escritura (2 P 1,2), es quien sigue guiando ahora a la Iglesia y asistiéndola de modo especial en el magisterio y la acción apostólica de los pastores (DV 7; LG 25-27).

El sentido y amor de Iglesia se convierte en celo apostólico de llevar a cada persona y a toda la comunidad eclesial por el camino de perfección que es desposorio con Cristo (2Cor 11,2). Sufrir por la Iglesia forma parte del amor a Cristo que se prolonga en ella. Para «formar a Cristo en el corazón de cada fiel y de toda la comunidad, se necesita pagar el precio de los dolores de parto» (Ga 4,19; cf. Jn 16,20-22). Este sufrimiento proviene no raras veces de la misma comunidad, debido a limitaciones y defectos de personas y estructuras. La ascética del pastor de almas (PO 13), que es la caridad pastoral, se alimenta de este sufrimiento por la Iglesia y de la Iglesia, transformado en una mayor donación. Sentido y amor de Iglesia es, pues:

- Mirarla con los ojos de la fe y con los sentimientos de Cristo.

- Apreciarla en sus personas y signos eclesiales, carismas, vocaciones y ministerios.

- Amarla incondicionalmente, con espíritu de donación, por ser prolongación de Cristo bajo signos pobres.

El sentido y amor de Iglesia ayuda a leer la vida de Cristo y su mensaje prolongado ahora en la misma Iglesia por medio de la Escritura, Tradición, magisterio, liturgia, comunidad, santos, personas fieles y que sufren con amor,... 11.

11 El tema del amor a la Iglesia también cuando se sufre de ella, lo ha desarrollado un autor que dio testimonio personal de esta actitud de sufrir amando: H. DE LUBAC, Meditaciones sobre la Iglesia, Madrid, Encuentro, 1980.

Guía pastoral

Reflexión bíblica

- Amar a la Iglesia como Cristo la amó: Ef 5,25-27; Hch 20,18; Mt 16,18.

- Conocer y servir a la Iglesia como Pablo: 1 Tm 3,15; Col 1,24; 2 Co 11,28; Ef 1,23; Ga 4,19.

- La vivencia de ser Iglesia complemento o prolongación de Cristo (Ef 1,23): su cuerpo (1 Co 12,26-27; Col 1,18; 2,19; Ef 1,22; 5,23), Pueblo de Dios (1 P 2,9), Reino (Mc 1,15; 4,26; Mt 12,18), sacramento o misterio (Ef 3,9-10), esposa (2 Co 11,2; Ef 5,25ss), madre (Ga 4,26), que tiene a María como Madre y Tipo (Jn 19,25-27; Ap 12,1).

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- Actitud de fe y de amor hacia la Iglesia fundada y amada por Jesús (LG I; PO 15; SC 5; OT 9; Puebla 222-231; RMi 89).

- Servir a la Iglesia sin servirse de ella (AG 16; PO 14).

- Ser y sentirse Iglesia «misterio», «comunión» y «misión» (LG 1-17).

- La Iglesia insertada en el mundo (GS 40-44).

- Cómo vivir la pertenencia a la Iglesia particular (diócesis), como concretización de la Iglesia universal y heredera de carismas especiales para el bien de toda la Iglesia (CD 11,28; LG 13, 23, 26; UR 15; AG 36-37; EN 62-64; RMi 63-68; PDV 16-18; Dir 14).

- Vivir la incardinación (o servicio permanente) como hecho de gracia y como responsabilidad misionera (PO 10; LG 28; CD 28; PDV 31-32; Dir 14, 16).

- Al servicio de la Iglesia universal misionera (AG 19-20,38-39; PO 10; LG 28; CD 6; Puebla 224,368; EN 62-64; RMi 63-68; PDV 74).

Orientación bibliográfica

En las notas de este capítulo hemos indicado bibliografía sobre algunos aspectos especiales del tema eclesial: Iglesia Pueblo de Dios y referencia a Iglesia sacramento y comunión (nota 1), Iglesia particular o local (nota 3 y 7), incardinación (nota 4), parroquia y comunidades de base (nota 5), pastoral de conjunto y consejo pastoral (nota 6), diócesis o Iglesia particular misionera (nota 7), colaboración misionera de América Latina (nota 8), distribución de apóstoles (nota 9), sentido y amor de Iglesia en el sacerdote (nota 10 y 11). Ver algunos estudios eclesiológicos que amplían estos aspectos, también en la dimensión misionera:

AA. VV. La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966.

____, Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966.

ALCALA, A. La Iglesia, misterio y misión, Madrid, 1963.

ANTÓN, A. La Iglesia de Cristo, Madrid, BAC, 1977.

AUER, J., RATZINGER, J. La Iglesia, Barcelona, Herder, 1985.

BLÁZQUEZ, R. La Iglesia del Vaticano II, Salamanca, Sígueme, 1988.

BOUYER, L. La Iglesia de Dios, Madrid, Studium, 1973.

CONGAR, Y. M. Un Peuple messianique, l'Eglise sacrement du salut, París, Cerf, 1975.

ESQUERDA, J. Somos la Iglesia que camina, Barcelona, Balmes, 1977.

GARAY, J. El sentido de Iglesia en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986.

JOURNET, CH. Teología de la Iglesia, Bilbao, Desclée, 1960.

LATOURELLE, R. Cristo y la Iglesia, signos de salvación, Salamanca, Sígueme, 1971.

LEGIDO, M. Fraternidad en el mundo, un estudio de eclesiología paulina, Salamanca, Sígueme, 1982.

DE LUBAC, H. Meditaciones sobre la Iglesia, Madrid, Encuentro, 1980.

NAVARRO, A. La Iglesia sacramento de Cristo Sacerdote, Salamanca, Sígueme, 1965.

PHILIPS, G. La Iglesia y su misterio en el Concilio Vaticano II, Barcelona, Herder, 1968.

TANASINI, A. La Chiesa particolare e la missione, in AA. VV., Chiesa sempre missionaria, Genova, Fac. Teol. Italia Settentrionale, 1992, 215-250.

TILLARD, J. M. R. Eglise d'Eglises, l'éccleésiologie de communion, París, Cerf, 1987.

TOMKO J. I presbiteri conformati a Cristo per la missione, in: La missione verso il Terzo Millennio. Attualità, fondamenti, prospettive, Urbaniana University Press, Dehoniane 1998, pp. 345-362.

ZULETA A. Mª. Vaticano II e Iglesia local, Bilbao, Desclée, 1994.

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