Lunes, 11 Abril 2022 11:45

VII- Espiritualidad Sacerdotal en el Presbiterio Diocesano

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VII- Espiritualidad Sacerdotal en el Presbiterio Diocesano

Presentación

La espiritualidad sacerdotal es actitud de fidelidad y generosidad respecto a los carismas sacerdotales, que convierte en transparencia del Buen Pastor, para prolongar su presencia, su palabra y su acción sacrificial, salvífica y pastoral en la Iglesia particular y universal pero el sacerdote ministro concreta esta espiritualidad en una realidad querida y delineada por el mismo Jesús: el grupo apostólico (Mc 3,14; Lc 10,1; Jn 17,11-23).

En toda Iglesia particular o local el grupo apostólico es fraternidad en torno a un sucesor de los Apóstoles. Los sacerdotes ministros forman parte de este grupo, que constituye el Presbiterio (1 Tm 4,14).

Obispos, presbíteros y diáconos son portadores de unos carismas recibidos en el sacramento del Orden, para servir a toda la comunidad eclesial, formando ellos mismos un signo de comunión como principio de unidad, a modo de colegialidad ministerial (analógica) y como garantía de estar enraizadas en la tradición apostólica.

La peculiaridad de la espiritualidad sacerdotal enraíza en un conjunto de carismas que consisten en: participar de modo especial en el sacerdocio de Cristo por el sacramento del Orden, estar al servicio de una Iglesia particular con perspectivas de Iglesia universal, formar parte de un Presbiterio cuya cabeza es el obispo. Estas realidades de gracia matizan el modo de ser signos e instrumentos del Buen Pastor y agentes de unidad en la comunidad eclesial.

El clero diocesano, que sirve de modo permanente en la Iglesia particular o diócesis, tiene como espiritualidad específica, que deriva de las realidades de gracia que constituyen su razón de ser. En la Iglesia particular y formando una fraternidad, está llamado a construir la vida apostólica con las peculiaridades específicas de su pertenencia a la diócesis y al Presbiterio. Si el modo de poner en práctica la vida apostólica es diverso para el clero secular, ello no significa que sean menores las exigencias de vida evangélica.

De la renovación evangélica en la vida sacerdotal del Presbiterio diocesano, dependerá la respuesta generosa a las exigencias de una nueva evangelización. Los principios delineados por el Concilio Vaticano II (LG 28; CD 28; PO 8) y por los Documentos postconciliares (PDV 17, 74; Dir 25-27; CIC can 245, 275-280) son lo suficientemente claros para delinear una práctica concreta de fraternidad sacerdotal, que haga posible el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera.

Las nuevas generaciones sacerdotales necesitan encontrar un Presbiterio con cauce adecuado para una respuesta generosa a la vocación: un Presbiterio fraterno donde sea posible vivir el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera (cf. Can. 245).

1- Obispos, presbíteros y diáconos al servicio de la comunidad eclesial

Toda comunidad eclesial depende de un obispo, como sucesor de los Apóstoles, con quien colaboran los presbíteros y diáconos. Todos ellos forman un signo colectivo del Buen Pastor, el Presbiterio, para servir a la Iglesia particular o local también con sus derivaciones universales (cf. Cap. VI).

Los sacerdotes de la Iglesia particular forman una colegialidad ministerial que tiene como punto de convergencia al obispo y al Papa con el colegio episcopal. «Así el ministerio eclesiástico, de divina institución, es ejercitado en diversas categorías por aquellos que ya desde antiguo se llamaron obispos, presbíteros y diáconos» (LG 28; cf. PO 7).

El servicio ministerial en la Iglesia particular es ejercido por:

- El obispo, como padre y cabeza de su Presbiterio y de la Iglesia diocesana,

- los presbíteros, como necesarios colaboradores y consejeros de los obispos,

- los diáconos, como servidores cualificados en el campo de la palabra, de la eucaristía y de la caridad.

Los obispos, «puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lugar de los Apóstoles como pastores de almas» (CD 2). Es decir, «han sucedido por institución divina, en el lugar de los Apóstoles como pastores de la Iglesia» (LG 20: cf. LG 21). De ellos, pues, «depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles» (SC 41). El obispo es miembro del Colegio apostólico (o Colegio episcopal) (LG 22), pastor propio y ordinario de la Iglesia particular, bajo la autoridad del Sumo Pontífice (cf. Can. 375-411. Su potestad es plena salvo las posibles reservas de la Santa Sede), inmediata (que puede ejercerse sin intermediarios) y ordinaria (no vicaria o delegada) 1.

1 La espiritualidad sacerdotal del presbítero necesita la actuación del carisma episcopal. Ver comentarios al decreto conciliar Christus Dominus: AA. VV., La charge pastoral des Evêques, París, Cerf, 1969; AA. VV., La función pastoral de los obispos, Salamanca, 1967 (XI semana del Derecho Canónico). Otros estudios: AA. VV., Teología del episcopado, Madrid, 1963 (XXII semana española de teología); J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal en relación con el carisma episcopal: Burgense 40/1 (1999) 61-79; B. JIMENEZ DUQUE, El oficio de santificar de los obispos, en Concilio Vaticano II, Comentarios a la constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966, 531-539; J, LEAL, Los obispos, sucesores de los Apóstoles, en Comentarios sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966, 368-379; J. LECUYER, El episcopado como sacramento, en La Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966, 731-749; Idem, La triple potestad de los obispos, ibídem, 871-891; E. PIRONIO, Figura teológica-pastoral del obispo, en Escritos pastorales, Madrid, BAC, 1973.

El ejercicio del carisma episcopal es imprescindible tanto para la vida de la Iglesia particular como para la espiritualidad del sacerdote. El obispo ha recibido «la plenitud del sacramento del Orden» (LG 21) en el campo profético, sacrificial, santificador y pastoral (cf. can. 381-402). Por esto es padre y cabeza visible de la Iglesia diocesana y de su propio Presbiterio (cf. SC 41; CD 28). «Cada obispo es el principio y fundamento visible de unidad en su propia Iglesia, formada a n de la Iglesia universal» (LG 23). En este sentido se comprende que «representa a su Iglesia» (2 Co 11-28) es propia de los obispos en cuanto «legítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio Episcopal» (CD 6; cf. CD 3; LG 23).

El ministerio y la vida de los presbíteros (y diáconos) necesita la actuación del carisma episcopal. El obispo es cabeza de la comunidad, padre, amigo y hermano de sus sacerdotes (LG 28; CD 28). Es él quien garantizó la existencia de la vocación sacerdotal, quien comunicó el sacerdocio de Cristo por la imposición de las manos y quien se comprometió, por ello mismo, a garantizar en su Presbiterio los medios de vida sacerdotal y de vida apostólica. Y es también él quien ha salido fiador, delante de la Iglesia, de que sus presbíteros y diáconos podrán vivir una vida evangélica y de familia sacerdotal en el Presbiterio y en la Iglesia particular. Por esto el cuidado de la vida espiritual de los presbíteros y diáconos es una de las obligaciones principales del obispo (cf. CD 16; PO 7; Directorio pastoral de los obispos, p. 3ª. c. 3).

Los presbíteros participan del mismo sacerdocio de Cristo, aunque en grado inferior al obispo (cf. cap. III). «Forman, junto con el obispo, un Presbiterio» (LG 28). La consagración y misión del sacramento del Orden la reciben los presbíteros en grado subordinado, como «cooperadores del orden episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo» (PO 2). Propiamente son «necesarios colaboradores y consejeros de los obispos en el ministerio de enseñar, de santificar y de apacentar el Pueblo de Dios»(PO 7). Los carismas recibidos por el presbítero se ejercen en comunión con su propio obispo y con los demás miembros del Presbiterio, siempre «bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia»(PO 7).

La acción ministerial de los presbíteros es la misma que la del obispo, como ministros o servidores de «Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 2).

Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo (LG 28) 2.

2 Ver comentarios al Presbyterorum Ordinis (en colaboración): Los presbíteros a los diez años del «Presbyterorum Ordinis», Burgos, Facultad de Teología, 1975 (vol. 7 de Teología del Sacerdocio); Los presbíteros, ministerio y vida, Madrid, Palabra, 1969; I preti, Roma, AVE, 1970; I sacerdoti nello spirito del Vaticano II, Torino, Leumann, 1969; Les prêtres, formation, ministère et vie, París, Cerf, 1968; Sacerdotes y religiosos según el Vaticano II, Madrid, FAX, 1968. Otros estudios sobre el presbiterado: AA. VV., Espiritualidad del presbiterio diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987; AA. VV., Il prete per gli uomini d'oggi, Roma, AVE, 1975; El ministerio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá, Conf. Episc. Colombiana, 1978; M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare «Presbyterorum Ordinis», storia, analisi, dottrina, Roma, Teresianum, 1989-1990; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap. 10; A. FAVALE, El ministerio presbiteral, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989; F. GIL HELLÍN, Decretum de Presbyterorum Ministerio et Vita, «Presbyterorum Oridinis», Lib. Edit. Vaticana, 1996; T. I. JIMÉNEZ URRESTI, Teología conciliar del presbiterado, Madrid, PPC, 1971. Ver bibliografía del final de este capítulo.

Con el propio obispo y con los diáconos, los presbíteros forman un Presbiterio a modo de colegio ministerial o signo colectivo de Cristo, que es fraternidad sacramental (PO 8). «Una sola familia cuyo padre es el obispo» (CD 28). Esta comunidad sacerdotal del Presbiterio (ver el n. 2) manifiesta un carisma al servicio de la Iglesia particular o local.

Los carismas sacerdotales no son sólo para el bien de quienes los administran, sino principalmente para el bien de toda la Iglesia. La comunidad eclesial tiene derecho a ver un Presbiterio unido y vivo que transparente tanto la vida como la acción del Buen Pastor.

Los diáconos han recibido los carismas del sacramento del Orden en su primer grado (carácter y gracia sacramental), para ejercer servicios en relación a la palabra de Dios, a la eucaristía y a la caridad. Están al servicio del obispo y, en dependencia de éste, son colaboradores de los presbíteros. Las gracias sacramentales recibidas les hacen portadores de gracia y de acción del Espíritu Santo más que a otros ministros que no han recibido el sacramento del Orden. Esta es la razón del ser diaconado permanente, casado o célibe (cf. LG 29).

La acción pastoral del diácono está en la línea de servicio y en relación de estrecha colaboración con el sacerdote ministro, participando del sacerdocio de Cristo que se prolonga en la jerarquía de la Iglesia. «Confortados con la gracia sacramental, en comunión con el obispo y su Presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad» (LG 29). La praxis concreta del ministerio diaconal se ha de enfocar a la luz de la gracia del Espíritu Santo recibidas en el sacramento:

Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentos, presidir el rito de los funerales y sepultura (LG 29).

El diácono está al servicio permanente de la comunidad eclesial como miembro del Presbiterio 3.

3 Cánones sobre los diáconos: 236 (formación), 281 (diáconos casados), 757 (ministros de la palabra), 835 (actuación en el culto), 910 y 943 (ministerio eucarístico). AA: VV., Los diáconos en el mundo actual, Madrid, Paulinas, 1968; A. KERKVOORDE, Elementos para una teología del diaconado, en la Iglesia del Vaticano II, Barcelona, Flors, 1966, 917-958; P. WINNINGER, Los diáconos, Madrid, PPC, 1968. Sobre los diáconos permanentes: (Congregación para la Educación Católica), Normas fundamentales para la formación de los diáconos permanentes (22 febrero 1998); (Congregación para el Clero), Directorio para el ministerio y la vida de los diáconos permanentes (22 febrero 1998).

La espiritualidad diaconal se mueve en la misma dirección que su acción pastoral.

Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: «Misericordiosos, diligentes, precediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos» (LG 29).

Es la misma espiritualidad o estilo de vida de Cristo, que vino para servir. «Resplandezcan en su vida todas las virtudes, el amor sincero, la solicitud por los enfermos y los pobres, la autoridad humilde, una pureza inocente y un cumplimiento de diácono». Los matices de esta espiritualidad diaconal variarán según se trate de diáconos vírgenes o casados.

2- En la comunidad sacerdotal del Presbiterio

La institución del Presbiterio, como colegialidad fraterna de los ministros de la Iglesia particular, aparece claramente en las cartas de san Ignacio de Antioquía (s. II) y refleja la tradición apostólica. En las comunidades eclesiales del tiempo apostólico, los presbíteros forman un senado que se reúne con el apóstol responsable y obran según sus orientaciones (Hch 6,6; 11,30; 13,3; 14,23; 15,23; 16,4; 21,18-23; 20,17-38; 1 Tm 4,14; 1 P 5,1-5) 4.

4 Ver un estudio sobre los textos del Nuevo Testamento: M. GUERRA, Epíscopos y Presbíteros, Burgos, Facultad de Teología, 1962. Citamos otros estudios en la nota siguiente.

La unidad comunitaria del Presbiterio es una exigencia de los carismas (carácter y gracia sacramentales) recibidos en la ordenación sacerdotal. Al mismo tiempo es una concretización de la sacramentalidad de la Iglesia. Es, pues, una fraternidad sacramental (PO 8), como signo eficaz eclesial y sacramental. «En virtud de la fraternidad sacramental, la plena unidad entre los ministros de la comunidad es ya un hecho evangelizador... De aquí deriva la misma unidad pastoral» (Puebla 663).

Los presbíteros, por el sacramento del Orden, quedan constituidos en los colaboradores principales de los obispos para su triple ministerio; hacen presente a Cristo Cabeza en medio de la comunidad. Forman, junto con su obispo y unidos en íntima fraternidad sacramental, un solo Presbiterio dedicado a variadas tareas para servicio de la Iglesia y del mundo (Puebla 690).

El Presbiterio es signo eficaz de unidad en la Iglesia particular en la medida en que él mismo sea unidad vital, «un solo Presbiterio junto con su obispo» (LG 28). Esta unidad se manifiesta en la ordenación (con la imposición de las manos del obispo consagrante y de los presbíteros asistentes), en la concelebración eucarística y litúrgica en general, en el ministerio y vida sacerdotal (SC 57; PO 8). «El presbítero en su verdad plena es un mysterium: es una realidad sobrenatural, porque tiene su raíz en el sacramento del Orden» (PDV 74).

La unidad vital del Presbiterio se demuestra en la responsabilidad mutua de todos los componentes del mismo respecto a la vida espiritual, pastoral, cultural, económica y personal (LG 28). Es unidad como exigencia y «en virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión» (LG 28), reflejo de la vida trinitaria de Dios Amor, querida por el Señor para el grupo de sus Apóstoles: «que sean uno, como tú, Padre, estás en mí y no en ti..., para que el mundo crea que me has enviado» (Jn 17,21). A la luz de esta unidad se descubre la necesidad de una vida fraterna y de una ayuda mutua familiar, para que se dé una verdadera pastoral de conjunto. «La fisonomía del presbítero es, por tanto, la de una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden» (PDV 74) 5.

5 Ver textos conciliares que hablan del Presbiterio: LG 28-29; CD 11, 15, 28; PO 7-8. En el nuevo código; can. 245. Ver también PDV 17, 74; Dir 25-29. Ver bibliografía del final de este capítulo: C. BERTOLA, Fraternidad sacerdotal, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1992; A. CATTANEO, Il Presbiterio della Chiesa particolare, Milano, Edit. Giuffré, 1993; J. ESQUERDA, El presbiterio, unión y cooperación fraterna entre los presbíteros, «Teología del Sacerdocio» 7 (1973) 303-318; J. LECUYER, Le Presbyterorum, en Les Prêtres, París, Cerf, 1966, 275-288; A. VILELA, La condition collégial des prêtres au III siècle, París, Beauchesne, 1971.

Las bases teológicas y pastorales del Presbiterio, que acabamos de resumir, indican las líneas de su espiritualidad eclesial. Todo momento de renovación eclesial ha tenido su parte de apoyo en la renovación sacerdotal según la vida apostólica o vida a imitación de los Apóstoles: fraternidad, generosidad evangélica, disponibilidad misionera. La Iglesia local y universal será sacramento o signo transparente y portador de Cristo, en la medida en que se viva en ella la sacramentalidad del Presbiterio (cf. PO 8; LG 28; CD 28). La espiritualidad sacerdotal específica del sacerdote diocesano hinca sus raíces en esta realidad sacramental del Presbiterio de la Iglesia particular.

Para hacer realidad esta comunidad sacerdotal en cada Presbiterio, hay que tomar conciencia de la responsabilidad mutua respecto a todos los campos de la vida y del ministerio sacerdotal. No es un simple consejo de mayor espiritualidad y perfección, sino una exigencia del mismo sacerdocio:

En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, todos los presbíteros se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad (LG 28).

No sería posible la comunidad del Presbiterio sin la referencia al obispo, como principio de unidad, y sin la presencia activa y responsable de su propio carisma episcopal. El obispo es el fundamento visible de unidad en la Iglesia particular y en su Presbiterio (LG 23; cf. PO 7-8). La preocupación episcopal por los sacerdotes, compartiendo con ellos toda su existencia y su forma de vivir, es imprescindible para la construcción de la comunidad y familia sacerdotal del Presbiterio (cf. CD 15-16,28). Por parte de los sacerdotes requiere la aceptación afectiva y efectiva de esa actuación del carisma episcopal (cf. PO 7).

La renovación interna de la Iglesia en sus propósitos pastorales y en la difusión del evangelio en todo el mundo (PO 12), dependerá, en gran parte, de la renovación espiritual y pastoral de los Presbiterios diocesanos. «La fraternidad sacerdotal y la pertenencia al Presbiterio son elementos característicos del sacerdote» (Dir 25). «El Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización» (Dir 27). Esta renovación depende de la puesta en práctica de una ayuda mutua según las indicaciones del «Presbyterorum Ordinis» n.8:

- oración mutua, como de quienes trabajan y viven en la misma familia,

- relación interpersonal y colaboración por encima del estado de vida (religioso o secular) y de la diversidad de ministerios,

- ayuda mutua en todos los campos (espiritual, pastoral, cultural, material), especialmente en los momentos de necesidad y de dificultad,

- experiencias de vida comunitaria y de asociación o de grupo.

La ayuda mutua en la vida espiritual debe ser principalmente a partir de la común vocación al seguimiento de Cristo: relación con Dios (oración), seguimiento evangélico (virtudes del Buen Pastor), disponibilidad misionera y de formación permanente (cf. cap. VIII).

La vida comunitaria es una concretización de la fraternidad sacerdotal en el Presbiterio, en vistas a hacer realidad la ayuda mutua en todos los campos de la vida sacerdotal. Se trata de una convivencia, al menos en forma de encuentro periódico, para compartir la vida sacerdotal y ayudarse mutuamente. La pertenencia a un grupo, equipo o asociación y la vida común (es decir, bajo el mismo techo) son cauces y formas posibles de vida comunitaria 6.

6 Sobre la vida comunitaria (o de grupo) para el sacerdote: AA. VV., De dos en dos, apuntes sobre la fraternidad apostólica, Salamanca, Sígueme, 1980; P. CODA, La forma comunitaria del ministerio presbiterali, «Lateranum» 56 (1990) 569-588; J. DELICADO, La fraternidad apostólica, Madrid, PPC, 1987; J. ESQUERDA, Espiritualidad y vida comunitaria en el Presbiterio, «Burgense» 14/1 (1973) 137-160; 15/1 (1974) 179-205; MICHENEAU RETIF, El equipo sacerdotal, Salamanca, 1967; J. SÁNCHEZ MARQUETA, La vida común del clero diocesano, Madrid, 1966.

La vida comunitaria es un signo portador de gracia para la espiritualidad y para la pastoral sacerdotal (cf. Jn 17,21-23). Hay que tener en cuenta el fundamento de la vida comunitaria con sus finalidades, así como los condicionamientos y posibilidades:

- Fundamento: la caridad pastoral que urge a vivir la unidad y perfección del Presbiterio (o comunidad sacerdotal) para ser testimonio y principio de unidad en la Iglesia particular.

- Finalidad: ayuda en la vida espiritual, pastoral, cultural, económica, personal, etc., como proceso de maduración en Cristo por parte de los sacerdotes, para servir a la comunidad eclesial.

- Condicionamientos psicológicos y espirituales: diferencia de temperamentos (y caracteres), base sociológica e histórica, cultura, gracias recibidas... (aunque siempre dentro de la unidad del mismo ideal y del mismo carisma sacerdotal).

- Posibilidades: encuentros periódicos para compartir, pertenencia a un grupo espiritual o asociación, vida común, equipo de trabajo apostólico (equipo geográfico o funcional).

La vida comunitaria sacerdotal comporta cierto uso común de las cosas (PO 17) y es una ayuda para la pastoral del conjunto (PO 7) y para la disponibilidad misionera en sectores e Iglesias más necesitadas (PO 10).

Para hacer más eficaz la cura de almas, se recomienda encarecidamente la vida común de los sacerdotes, en particular de los adscritos a la misma parroquia; pues dicha convivencia, al mismo tiempo que favorece la acción apostólica, da a los fieles ejemplo de caridad y unidad (CD 30; cf. PDV 17).

Entre los compromisos que el documento de Puebla señala a los obispos, se dice: «Buscar formas de agrupación de los presbíteros situados en regiones lejanas, a fin de evitar su aislamiento y favorecer una mayor eficacia pastoral» (Puebla 705; cf. Medellín XI, 25) 7.

7 El nuevo Código aconseja frecuentemente la fraternidad y vida comunitaria del clero: can. 275, 280, 533, 545, 548, 550. Así lo ratifica también la Exh. Apos. postsinodal Pastores dabo vobis y el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros. «El ministerio ordenado tiene una radical forma comunitaria y puede ser ejercido sólo como «una tarea colectiva» (PDV 17; cfr. 17, 29, 44, 50; Dir 28-29). C. BERTOLA, Fraternità sacerdotale, aspetti sacramentali, teologici ed esistenziali, Roma, Città Nuova, 1987. Ver la nota anterior y la orientación bibliográfica del final del capítulo.

En la vida del Presbiterio y en el servicio sacerdotal de la Iglesia particular, juega un papel muy importante el Consejo Presbiteral. Es un servicio consultivo y un cauce de diálogo, entre el obispo y sus sacerdotes, de forma comunitaria: «un grupo de sacerdotes, como senado del obispo, en representación del Presbiterio, cuya misión es ayudar al obispo en el gobierno de la diócesis conforme a las normas del derecho, para proveer lo más posible al bien pastoral de la porción del Pueblo de Dios que se le ha encomendado» (can. 459) al determinar la representatividad (por sectores, cargos, edades, etc.), la dinámica y periodicidad de las reuniones de trabajo, así como los objetivos, hay que tener en cuenta la vida espiritual de los sacerdotes 8.

8 Sobre el Consejo Presbiteral: can. 495-502. Ver: F. BOULARD, La curie et les conseils diocésains, en la Charge pastorale des Evêques, París, Cerf, 1969, 241-274; M. MARTINEZ, Consejo Presbiteral, Senado del obispo, Madrid, PPC, 1973. Ver la Carta circular de la Congregación del clero sobre los Consejos Presbiterales: AAS 62 (1970) 459-465.

Para hacer efectiva esta comunidad sacerdotal en el Presbiterio, se necesita una formación adecuada en las virtudes del diálogo: escuchar al hermano y exponer la propia opinión, decir la verdad en la caridad, para analizar los acontecimientos a la luz de la palabra de Dios. El diálogo entre apóstoles se basa en la sintonía de ideales evangélicos y en el amor mutuo que lleva a una ayuda fraterna efectiva. El objetivo del diálogo sacerdotal es la evangelización y, consiguientemente, todos los aspectos de la vida del sacerdote que está dedicado a ella. Los intereses personalistas deben descartarse del diálogo. Una escuela de diálogo es la revisión de vida en el propio grupo sacerdotal. Este diálogo responsable es la mejor preparación para una actitud de obediencia ministerial (cf. PO 15).

3- Espiritualidad del clero diocesano

La espiritualidad, como vida en el Espíritu (Rm 8,9), es fidelidad generosa a las gracias o carismas recibidos (cf. cap. I, n. 5). La espiritualidad específica del clero diocesano es la misma espiritualidad sacerdotal matizada de gracias o carismas especiales. Ser signo ministerial del Buen Pastor en una Iglesia particular o diócesis, se concreta en la caridad pastoral matizada por:

- la pertenencia a la Iglesia diocesana por medio de la incardinación o con compromiso de servicio (que incluye corresponsabilidad en la misión universal),

- el hecho de formar parte del Presbiterio de modo estable,

- la dependencia del carisma episcopal en cuanto a la pastoral y en cuanto a la espiritualidad,

- ser principio de unidad (en unión con el obispo) respecto a los carismas, vocaciones y ministerios existentes en la comunidad eclesial,

- ayudar a la comunidad a encontrar sus raíces apostólicas e históricas en relación con el obispo que la preside como sucesor de los Apóstoles (cf. LG 28; CD 28; PO 7-8).

Una nota característica de la espiritualidad diocesana consiste en la pertenencia, de modo permanente (esponsal), a la Iglesia particular. Es un modo de vivir la dimensión eclesial:

En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular... la relación con el obispo en el único Presbiterio, la coparticipación en su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración propia del sacerdote y de su vida espiritual. En este sentido la «incardinación» no se agota en un vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero. Es necesario que el sacerdote tenga la conciencia de que su «estar en una Iglesia particular» constituye, por su propia naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana (PDV 31).

Todo sacerdote que sirve de modo más o menos permanente en una diócesis, tiene de alguna manera estos matices de espiritualidad sacerdotal. El sacerdote religioso (o perteneciente a instituciones similares) vive la diocesaneidad con las características de unos carismas fundacionales y de unos compromisos que le hacen depender en muchos aspectos de su propio superior (espiritualidad específica y traslados); en la acción pastoral depende del obispo; su modo de vida apostólica lo afianza por medio de esos compromisos (votos, reglas), que le ayudarán a perseverar en la perfección evangélica en la disponibilidad para la Iglesia universal.

El sacerdote diocesano secular que vive la misma vida apostólica (fraternidad, seguimiento y disponibilidad misionera) en dependencia directa del carisma episcopal y perteneciendo de modo estable a la Iglesia particular; deberá encontrar en su propio Presbiterio unos medios y unas estructuras que le ayuden a perseverar en el seguimiento evangélico radical y en la entrega generosa a la misión. Tendrá que vivir el modo de vida apostólica en su propio Presbiterio. No basta, pues, con definir su espiritualidad específica, sino que principalmente es necesario ofrecer un verdadero cauce para esta vida apostólica que comprometa la persona del obispo y la institución del Presbiterio, respetando siempre la iniciativa privada personal y comunitaria cuando se trate de vida íntima y de algunas aplicaciones de generosidad evangélica (ver el n. 4).

El Concilio Vaticano II ofrece unos matices que relacionan y distinguen a la vez a los sacerdotes religiosos y diocesanos:

"Indudablemente, todos los presbíteros, diocesanos y religiosos, participan y ejercen, juntamente con el obispo, el sacerdocio único de Cristo, y, por ende, quedan constituidos próvidos cooperadores del orden episcopal. Sin embargo, en el ejercicio de la cura de almas ocupan el primer lugar los sacerdotes diocesanos, ya que, incardinados en una Iglesia particular o adscritos a ella, se consagran plenamente a su servicio para apacentar a una porción de la grey del Señor; de ahí que constituyen un solo Presbiterio y una sola familia, cuyo padre es el obispo" (CD 28; cf. PO 8).

La incardinación, pues, da al sacerdote diocesano, llamado también secular en el nuevo Código, un aspecto de pertenencia permanente a la diócesis y de dependencia espiritual más estrecha respecto al obispo (cf. CD 15-16; PO 7) 9.

9 Ver los cánones 265-272 sobre la incardinación; nos remitimos a los estudios en la nota 4 del capítulo VI. El Concilio (y PDV) llama «diocesanos» a los sacerdotes incardinados en la diócesis o Iglesia particular (CD 28; PO 8; PDV 31-32, 68); el nuevo Código los llama seculares (can. 278, 498, etc.).

La unión de los sacerdotes diocesanos con un obispo no es sólo de dependencia jurídica, sino principalmente de caridad pastoral, como formando con él un solo signo ministerial colectivo del Buen Pastor en la Iglesia particular:

Las relaciones entre los obispos y los sacerdotes diocesanos deben fundarse principalmente en los vínculos de la caridad sobrenatural; de forma que la unión de voluntad de los sacerdotes con la voluntad del obispo haga más fecunda la acción pastoral de los mismos (CD 28).

Por esto, no podrán conseguir la perfección sacerdotal sin esta relación afectiva y efectiva con los obispos (cf. LG 41), puesto que «sobre ellos (los obispos) recae el grave peso de la santidad de sus sacerdotes» (PO 7).

Tanto en el campo pastoral, como en el de la vida de seguimiento evangélico, el sacerdote incardinado en la diócesis necesita la actuación del carisma episcopal.

Así, pues, ningún presbítero puede cumplir cabalmente su misión aislado y como por su cuenta, sino sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de los que están al frente de la Iglesia (PO 7).

El sacerdote diocesano realiza su espiritualidad, como ascesis propia del pastor de almas (PO 13), perteneciendo a una Iglesia diocesana concreta, como miembro del Presbiterio cuya cabeza es el obispo. Su espiritualidad específica de caridad pastoral se concreta en unos ministerios ejercidos con estas coordenadas de lugar y tiempo, en la Iglesia local de aquí y ahora, que tiene una herencia histórica de gracia y que no puede olvidar su responsabilidad universal. En esta perspectiva, se puede entender mejor la afirmación conciliar: «Los presbíteros conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Ellos siguen radicalmente al Buen Pastor imitando su caridad pastoral, en estas circunstancias eclesiales de pertenencia a la Iglesia diocesana, en dependencia del propio obispo y como miembros del Presbiterio. Queda, pues, en pie la responsabilidad de crear unos cauces adecuados de estas exigencias evangélicas pastorales.

Esta pertenencia a la Iglesia diocesana (por la incardinación o por compromiso equivalente) es vivencia de la comunión eclesial como principio de unidad y servicio de comunión entre todos los carismas, vocaciones y ministerios existentes en la Iglesia diocesana. La historia de esta Iglesia concreta es una historia de gracia que debe custodiarse con la fidelidad a la tradición apostólica garantizada por el obispo. Esta vivencia de comunión eclesial es la mejor preparación para abrirse a las nuevas gracias del Espíritu Santo en situaciones de nueva evangelización.

La pertenencia y el servicio a la Iglesia diocesana (siempre en comunión con la Iglesia universal) da al ministerio sacerdotal un matiz peculiar: ser custodio, como signo de Cristo Esposo, de una Iglesia que se hace madre por su fidelidad a la acción del Espíritu Santo. El sacerdocio ministerial es un servicio especial de la maternidad de la Iglesia:

La verdad sobre la maternidad de la Iglesia... es una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual (Juan Pablo II, Jueves Santo de 1988, n. 4; cf. PO 6).

El sacerdote diocesano vive esta faceta de su espiritualidad por su pertenencia a una Iglesia particular concreta 10.

10 La relación del sacerdote con la maternidad de la Iglesia fue ya subrayada por: M. J. SCHEEBEN, Los misterios del cristianismo II, Barcelona, Herder, 1953, 567s, Ver la espiritualidad eclesial del sacerdote en el capítulo VI, n. 4 (notas y orientación bibliográfica). El Concilio Vaticano II relaciona el ministerio sacerdotal con la maternidad de la comunidad: «La comunidad eclesial ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia, una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo» (PO 6). La fraternidad sacerdotal en el Presbiterio será garantía de comunión entre todas las vocaciones, ministerios, instituciones y carismas. Cuidar de todas la vocaciones es parte integrante del ministerio sacerdotal: «Por lo cual, atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó» (PO 6). Por ser imitadores cualificados de la «vida apostólica» (como sucesores en grado de presbíteros), los sacerdotes son llamados al «seguimiento evangélico» radical según el modelo de los Apóstoles.

4- La construcción de la «Vida apostólica» en el Presbiterio

Si la vida apostólica significa el seguimiento de Cristo al estilo de los Apóstoles, es el obispo de cada Iglesia particular, como sucesor de los Apóstoles, con su Presbiterio, quien tiene que presentar ante la Iglesia esta forma de vida evangélica (apostolica vivendi forma). El modelo apostólico, vivido en cada Iglesia local, debe servir de pauta para otras concretizaciones de la vida apostólica. Las exigencias evangélicas del seguimiento (pobreza, castidad, obediencia), de la fraternidad y de la disponibilidad misionera son las mismas; sólo cambiarán los modos y los medios (votos, reglas, carismas fundacionales, cánones, directorios diocesanos, etc.).

El Presbiterio debe estructurarse de modo que pueda ofrecer a todos sus componentes, obispos, presbíteros y al menos los diáconos llamados al celibato, posibilidades y medios de vivir el seguimiento evangélico y la vida comunitaria para una mayor disponibilidad misionera: La fraternidad sacramental del Presbiterio (PO 8) es una vida de familia con el propio obispo (CD 28), donde todos se ayudan mutuamente para la generosidad evangélica y para la misión (cf. LG 28; PO 7).

Cuando en los diversos períodos históricos ha habido una renovación sacerdotal, ha sido siempre por medio de la puesta en práctica de la vida apostólica en los Presbiterios y en otras formas concretas de vivir el mismo seguimiento evangélico (cf. cap. X). Los concilios, los Papas y los santos sacerdotes han hecho hincapié en esta forma de vida para renovar el estamento sacerdotal del Presbiterio.

El Concilio Vaticano II recoge esta tradición e indica unas líneas claras que deben hacerse realidad en cada Presbiterio: seguimiento evangélico del Buen Pastor (PO 15-17; cf. cap. V), disponibilidad misionera (PO 10; cf. cap. IV y VI), vida de fraternidad (PO 8; cf. cap. VII, 2).

El problema principal no consiste en aclarar principios y exigencias (que ya hemos analizado en los capítulos anteriores), sino en señalar pistas concretas de actuación. La vida fraterna o comunitaria del Presbiterio, ¿cómo puede llevarse a efecto en vistas a la práctica del seguimiento evangélico y de la disponibilidad para la misión? Hemos señalado más arriba (n. 2) algunas posibilidades de vida comunitaria que ahora vamos a concretar más.

En cuanto a la vida apostólica de tipo religioso (o similar), hay que atenerse al propio carisma fundacional y a los estatutos de la propia institución: esta modalidad es un gran bien para todo el Presbiterio, puesto que aporta siempre los elementos fundamentales y comunes de toda vida apostólica. Pero es también el mismo Presbiterio y el clero diocesano (secular) el que debe encontrar su propio cauce de vida apostólica en relación de dependencia directa del carisma episcopal y como servicio permanente en la Iglesia particular o diócesis.

Hay que partir de la realidad en que trabaja y vive el clero diocesano. La vida comunitaria (cf. n. 2) y de equipo de sacerdotes es siempre posible si se trata de:

- encuentro periódico,

- para compartir la vida y el ministerio,

- y para ayudarse mutuamente en todos los aspectos: vida espiritual, pastoral, cultural, económica, personal... 11.

11 Ver bibliografía citada en la nota 6 sobre la vida comunitaria o de grupo para el sacerdote.

Las posibilidades de este encuentro comunitario se basan en la misma realidad del sacerdote diocesano:

- posibilidad geográfica: por arciprestazgos (decanatos), vicarías, parroquias, sectores, etc.,

- posibilidad funcional: por ejercicio ministerial común (enseñanza, movimientos apostólicos, capellanías, etc.),

- posibilidad de afinidad: por amistad, edad, ordenación, pertenencia a una institución, etc. 12.

12 «Es contrario al profundo sentido de unidad del Presbiterio el aislamiento en que viven tantos sacerdotes. Para que pueda realmente compartirse la común responsabilidad sobre la Iglesia local, recomendamos vivamente que se fomente la vida de los equipos sacerdotes en sus diversas formas. Establézcanse centros sacerdotales donde puedan reunirse en un ambiente fraternal y de frecuente contacto con el obispo, todos los presbíteros con miras a su perfeccionamiento personal» (Medellín, XI, 25; cf. Puebla 705). En Pastores dabo vobis, el Papa Juan Pablo II pide que en cada Presbiterio se elabore un proyecto de vida sacerdotal: «Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbiterio... Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas. El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial» (PDV 79).

La verdadera dificultad del clero diocesano no está, pues, en la realidad pastoral, sino en la falta de formación para la vida apostólica en el Presbiterio (cf. can. 245; ver cap. VIII) y en la falta de disponibilidad para el seguimiento evangélico del Buen Pastor (cf. cap. V).

La vida interna del grupo al que se pertenece (geográfico, funcional, de afinidad, etc.) debe concretarse en el campo de la espiritualidad, como se concreta en la pastoral, cultura, economía y de problemas personales. Se trata, pues, de ayudarse en las exigencias de la vocación sacerdotal, y de modo particular en:

- la vida de oración como encuentro con Cristo y como ministerio,

- el seguimiento evangélico de Cristo aplicado a las virtudes del Buen Pastor,

- la disponibilidad misionera para cualquier cargo de la Iglesia particular y cualquier necesidad de la Iglesia universal.

Un modo concreto de llevar a término esta ayuda espiritual es la revisión de vida, que puede realizarse en el grupo sacerdotal según diversas posibilidades:

- compartir la propia experiencia de meditación evangélica o de palabra de Dios,

- partir de un acontecimiento iluminándolo con la palabra de Dios, para llegar a un compromiso concreto de renovación y de ayuda mutua,

- partir de las virtudes y deberes ministeriales para revisar la propia conducta sacerdotal en fraternidad,

- partir de una lectura (palabra de Dios, documentos, escritos espirituales, etc.) para pasar a discernir los acontecimientos de la propia vida sacerdotal y asumir unos compromisos concretos 13.

13 Ver estudios citados en nota 6, J. BONDUELLE, Situación actual de la revisión de vida, Barcelona, Nova Terra, 1966; J. M. CONTRERAS, Cómo trabajar en grupo, Introducción a la dinámica de grupo, Madrid, San Pablo, 1997; A. GODIN, La vida de los grupos en la Iglesia, Madrid, Studium, 1975; A. MARECHAL, Toda nuestra vida en el evangelio a través de la revisión de vida, Barcelona, Nova Terra, 1966; F. MARTINEZ, Principios fundamentales sobre la revisión de vida, Zaragoa, Berit, 1968; F. MARTINEZ GARCIA, La revisión de vida, Barcelona, Herder, 1975; C. ROGERS, Encounter groups, New York, Harper and Row, 1970; J. A. VELA, Dinámica psicológica y eclesial de los grupos apostólicos, Buenos Aires, Guadalupe, 1968.

Aunque estas experiencias deben surgir de la base o de la propia iniciativa (por el hecho de no poder imponerse por leyes o cánones), en realidad no será posible construir la fraternidad sacerdotal en el Presbiterio sin la ayuda afectiva y efectiva del carisma episcopal: convivencia, compartir la misma vida, orientaciones claras y decididas, aceptación gozosa de la actuación del obispo por parte de los presbíteros, etc. La acción de Consejo Presbiteral debe ser discreta, pero también clara y decidida, respetando y alentando iniciativas privadas y de grupo.

Aparte de los grupos religiosos y de institutos de perfección (institutos seculares, etc.), existen las asociaciones sacerdotales para el clero diocesano estrictamente dicho (secular). Según la doctrina conciliar y posconciliar (PO 9; can. 278), estas asociaciones tienen las siguientes características:

- aprobación por parte de la autoridad competente,

- buscar la perfección sacerdotal en el ejercicio del ministerio,

- establecer una cierta organización y plan de vida,

- ser un servicio abierto a todos los presbíteros 14.

14 Ver los cánones 278, 298, 302, 312 y 313. También: PDV 31, 81. M. T. CUESTA, Institutos seculares, en: Diccionario teológico de la Vida Consagrada, Madrid, Publicaciones Claretianas, 1989, 891-907; J. ESQUERDA, Asociaciones y espiritualidad sacerdotal, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987, 597-607; A. DEL PORTILLO, Ius, associationis et associationes fidelium iuxta Concilii Vaticani II doctinam, «Ius Cononicum» 8 (1968) 5-28; J. M. SETIEN, Organización de las asociaciones sacerdotales, «Rev. Española de Derecho Canónico» 1 (1962) 677-706; Idem, Institutos seculares para el clero diocesano, Madrid, 1966.

La diversidad de asociaciones e instituciones, de tipo religioso o secular, deben respetar y favorecer la marcha propia e idiosincracia del Presbiterio y de la Iglesia local; esta diversidad depende de una serie de factores:

- líneas y acentos en la espiritualidad y acción apostólica,

- experiencias y modo de vida comunitaria y asociativa,

- compromisos jurídicos,

- modo de dependencia, no sólo aprobación, respecto a la autoridad episcopal.

La espiritualidad peculiar de un grupo sacerdotal, religioso o secular, no debe infravalorar la espiritualidad específica del sacerdote diocesano (secular) en cuanto tal. Los diversos modos de vivir la vida apostólica enriquecen el Presbiterio, con tal que se respete la posibilidad de que éste y el mismo clero diocesano (secular) pueda realizar su propio camino de seguimiento evangélico y misionero.

A pesar de la doctrina conciliar y de los grandes esfuerzos realizados en los últimos años hay que reconocer que todavía falta mucho para que en los Presbiterios diocesanos sea una realidad de la vida apostólica. Hay que empezar a crear mentalidad o hábitos desde la primera formación en los Seminarios (cf. can. 245) y organizar la formación permanente también respecto a la espiritualidad específica del sacerdote diocesano.

En este camino de construcción de la vida apostólica en el Presbiterio existe un servicio asociativo cuyo nombre indica su finalidad: la Unión Apostólica (fraternidad sacerdotal para ayudarse en la vida apostólica). Se trata de un intercambio de experiencias y ayudas dentro del Presbiterio (entre diversos grupos) y entre Presbiterios, a escala nacional e internacional, con el objetivo de construir la vida y el ministerio sacerdotal según el modelo de los Apóstoles (apostolica vivendi forma). La Unión Apostólica, sin tener una espiritualidad propia, es un servicio para que el clero diocesano encuentre su espiritualidad específica y su modo de vida apostólica, fraternidad, seguimiento evangélico, disponibilidad misionera, en el Presbiterio diocesano y en dependencia del propio obispo.

Por bien que esté estructurado un Presbiterio respecto a la espiritualidad del clero diocesano, por medio del servicio del Consejo Presbiteral y la actuación del carisma episcopal, siempre quedará un campo operativo para las iniciativas privadas y de grupo (asociaciones), y de modo especial para el servicio de la Unión Apostólica 15.

15 «La Unión Apostólica podrá encontrar, justamente en el seno del mismo Presbiterio, su campo operativo y la posibilidad de ofrecer un servicio grato y fecundo para el clero» (Pablo VI, Disc. 22.11.72). «La Iglesia cuenta muchísimo con la Unión Apostólica, así como con las otras asociaciones sacerdotales, para hacer avanzar el testimonio concreto de la comunión entre los sacerdotes y los obispos, entre los miembros del Presbiterio a través de sus diversos ministerios, de los laicos en relación con sus obispos y con sus sacerdotes, y de los laicos entre sí» (Juan Pablo II, Disc. 9.10.85) J. ESQUERDA, Asociaciones sacerdotales de perfección en el Concilio Vaticano II, «Teología Espiritual» 10 (1966) 413-431; Idem, El servicio de la «Unión Apostólica», en: «Teología de la espiritualidad sacerdotal», Madrid, BAC, 1991, 291-293; J. GARAY, El estatuto del sacerdote (la vida apostólica), Vitoria, Unión Apostólica, 1978.

La Pontificia Unión Misional (fundada en 1916 por el bto. Pablo Manna) tiene como objetivo la formación y la información de los sacerdotes, de los miembros de los Institutos religiosos, de las Sociedades de vida común y de los Institutos Seculares, de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, así como también de las demás personas comprometidas en el ministerio pastoral de la Iglesia (Estatutos, cap, II, art. II, n. 24).

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- Llamados y enviados, como grupo apostólico, para seguir y anunciar a Cristo: Mc 3,13-14; Lc 10,1.

- La unidad sacerdotal querida y pedida por Jesús, como signo eficaz de santificación y evangelización: Jn 17,21-23.

- La gracia sacerdotal en relación al Presbiterio: 1 Tm 4,14.

- Enraizarse en el fundamento de los Apóstoles por medio de los obispos: Ef 2,20.

- La vida apostólica en el Presbiterio: fraternidad (Lc 10,1; Hch 1,14) para el seguimiento evangélico (Mt 4,19; 19,27) y la disponibilidad misionera (Hch 1,1-8; Mt 28,19-20).

- Revisión de vida como examen de caridad pastoral: Jn 21,15ss.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- Obispos, presbíteros y diáconos, un signo colectivo del Buen Pastor (LG 28-29).

- La vida espiritual del sacerdote en relación al carisma episcopal (CD 15-16; PO 7).

- Los pasos hacia la fraternidad sacramental del Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28; Puebla 603,690).

- Posibilidad y experiencias de vida en grupo (PO 7, 8, 10, 17; CD 30; OT 17; Puebla 705; Medellín XI, 25; PDV 17,73-81; Dir 25-31).

- Valorar los elementos esenciales de la espiritualidad específica del clero diocesano: caridad pastoral en relación al obispo, al Presbiterio y a la Iglesia particular (PO 13; LG 28; CD 28, 30; PO 7-9).

- Revisión de vida sobre los ministerios (PO 4-6) y las virtudes del Buen Pastor (PO 15-17).

Orientación Bibliográfica

Ver en las notas de este capítulo, algunos temas concretos: obispo (nota 1), presbíteros y comentarios a Presbyterorum Ordinis (n. 2), diáconos (n. 3), presbiterio (nota 5), vida comunitaria y de grupo (nota 6), Consejo Presbiteral (nota 8), incardinación (nota 9), revisión de vida (nota 13), asociaciones (nota 14), Unión Apostólica (nota 15). Ver los temas de Iglesia particular (diócesis) en el capítulo III; sobre la espiritualidad sacerdotal, capítulo V. Citamos aquí trabajos de síntesis sobre la espiritualidad del clero diocesano:

AA. VV. De dos en dos, apuntes sobre la fraternidad apostólica, Salamanca, Sígueme, 1980.

____, Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987.

____, Espiritualidad del clero diocesano, Bogotá, OSLAM, 1986.

____, Conferencia sobre teología y espiritualidad del clero diocesano, Vitoria, 1967.

BERTOLA C. Fraternidad sacerdotal, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1992.

CAPMANY, J. Espiritualidad del sacerdote diocesano, Barcelona, Herder, 1959.

CATTANEO A. Il Presbiterio della Chiesa particolare, Milano, Edit. Giuffré, 1993.

CUELLAR, R. Ensayo sobre espiritualidad del clero diocesano, en Espiritualidad del clero diocesano, o, c., 13-37.

CHARUE, A. M. El clero diocesano, Vitoria, 1961.

DELICADO, J. El sacerdote diocesano a la luz del Vaticano II, Madrid, 1965. La fraternidad apostólica, PPC, Madrid, 1987.

ESQUERDA, J. El sacerdocio ministerial en la Iglesia particular, «Salmanticensis» 14 (1967) 304-340.

____, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1991, cap. VI.

____, Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio, «Sacrum Ministerium» 1 (1995) 175-186.

FENTON, J. C. Concepto de sacerdocio diocesano, Barcelona, Herder, 1956.

GOICOECHEAUNDIA, J. Espiritualidad del clero diocesano, Vitoria, ESET, 1984.

JIMÉNEZ DUQUE B. El oficio de santificar de los obispos, en: Concilio Vaticano II, Comentarios a la constitución sobre la Iglesia, Madrid, BAC, 1966, 531-539.

PICAO, D. Dificultades práticas reais do sacerdote diocesano, en Espiritualidad del clero diocesano, o. c., 39-53.

PIRONIO, E. Figura teológica-pastoral del obispo, en: Escritos pastorales, Madrid, BAC, 1973.

RESTREPO, D. Espiritualidad de una Iglesia particular en América Latina, 55-82.

SIMONET, A. El sacerdote diocesano en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1966.

THILS, G. Naturaleza y espiritualidad del clero diocesano, Salamanca, Sígueme, 1961.

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