ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS

ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)

Lunes, 11 Abril 2022 09:41

MISION: EXPERIENCIA DE ENCUENTRO CON CRISTO

Escrito por

 

 

                 MISION: EXPERIENCIA DE ENCUENTRO CON CRISTO

 

              Preparar comunidades para el encuentro misionero

 

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

 

 

      "El encuentro con el Señor produce una profunda transformación: el impulso de llevar a todos los hombres al encuentro con Jesucristo" (EAm 68)

 

      "Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo" (NMi 40).

 

 

 

 

 

 

 

 


                                   INDICE

 

 

 

Presentación

 

I. LA BUSQUEDA DE DIOS EN EL CORAZON DEL HOMBRE

 

1. El corazón humano

2. Pueblos y culturas

3. Religiones y trascendencia: las semillas del Verbo

 

II. DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

 

1. La creación y la historia

2. La revelación: Dios ha hablado

3. Cristo, Dios hecho hombre

 

III. EL ENCUENTRO CON CRISTO

 

1. La fe como encuentro

2. La contemplación: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído"

3. El seguimiento personal y comunitario

 

IV. EL ENCUENTRO SE HACE MISION

 

1. Del encuentro, al encuentro

2. Comunidad y comunión misionera

3. Inserción en las realidades humanas como Cristo

 

V. EL ENCUENTRO DE TODOS LOS HERMANOS EN LA COMUNIDAD DE CRISTO RESUCITADO

 

1. El encuentro de las semillas del Verbo en la comunidad del Verbo encarnado

2. La comunidad eclesial del tercer milenio

3. Madurez cristiana personal y comunitaria: contemplación, perfección, comunión y misión

 

Conclusión

 

Bibliografía

 

Siglas


 

PRESENTACION

 

      La clave del tercer milenio será el encuentro con Cristo vivo, resucitado. Todo "creyente" que no tenga esta experiencia, a modo de "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), quedará desplazado y absorbido por el oleaje de un cambio profundo de época histórica.

 

      La humanidad entera necesita ver en los creyentes las huellas de Cristo resucitado. De nuestra experiencia de encuentro con Cristo, depende el que toda la humanidad llegue a ese mismo encuentro. "El Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo existente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).

 

      En este momento de globalización de culturas y de fenómenos sociológicos, la misión consiste, más que nunca, en "comunicar a los demás la propia experiencia de Jesús" (RMi 24).

 

      En realidad, todo corazón humano y todo pueblo está destinado a un encuentro explícito con Cristo: "Al encontrar a Cristo, todo hombre descubre el misterio de su propia vida" (Bula IM 1). Pero para llegar a este encuentro se necesita el signo claro del Señor: "Nuestra poca fe ha hecho caer en la indiferencia y alejado a muchos de un encuentro auténtico con Cristo" (ibídem, 11).

 

      Si desde la Encarnación, "el Verbo Encarnado está unido en cierto modo con todo hombre" (GS 22), ello indica que el camino de la humanidad está trazado y tiene en Cristo su cumplimiento: "La verdad, que es Cristo, se impone con autoridad universal" (FR 92). Pero la paciencia milenaria de Dios espera y prepara creyentes que sepan gritar, sin complejos y con sus propias vidas: "Hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,45).

 

      Bien se puede afirmar que "en el 2000 deberá resonar con fuerza renovada la proclamación de la verdad: «Ecce natus est nobis Salvator mundi»" (TMA 38). Pero son los mismos creyentes en Cristo los invitados a ser sus huellas vivas, de suerte que todos puedan decir con alegría: "Vámonos tras las huellas de Jesús" (Juan Pablo II, 29.6.99).

 

      La misión tiene, pues, una dinámica vivencial comprometida: pasar de la experiencia de encuentro con Cristo, al anuncio de que es posible este mismo encuentro para los demás hermanos. El encuentro con Cristo, por la fe y por la misión, es una gracia, un don de Dios; por ello mismo, es una invitación a colaborar con la propia iniciativa y responsabilidad.  "El ardiente deseo de invitar a los demás a encontrar a Aquél a quien nosotros hemos encontrado, está en la raíz de la misión evangelizadora que incumbe a toda la Iglesia" (EAm 68).

 

      El encuentro con Cristo no es una experiencia pasajera, sino que acontece y se estrena continuamente, de modo especial al escuchar su palabra evangélica y celebrar su donación sacrificial en la Eucaristía. El "día del Señor" (el domingo) es el momento privilegiado para reestrenar este encuentro con el Señor resucitado, que llamando y comunicando su misión.

 

      En ese encuentro vivencial con Cristo resucitado, como sucedió con la Magdalena, con los dos discípulos en el camino de Emaús y con los demás discípulos en el Cenáculo, la experiencia de encuentro se hace misión: "Como mi Padre me envió, así os envío yo" (Jn 20,21); "ve a mis hermanos" (Jn 20,17).

 

      A los cristianos de esta época nos ha tocado en suerte el privilegio de dejar las huellas de Cristo en el inicio de un tercer milenio de su nacimiento. Estamos en una época eclesial hermosa, fecunda y entusiasmante. Pero nuestros hermanos que todavía no creen en Cristo, no ven en nosotros el rostro del Señor. Con razón se puede afirmar: "Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, sin todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitudes y deseos de nuestro tiempo" (RMi 92).


 

I. LA BUSQUEDA DE DIOS EN EL CORAZON DEL HOMBRE

 

1. El corazón humano

2. Pueblos y culturas

3. Religiones y trascendencia: las semillas del Verbo

 

 

1. El corazón humano

 

      El corazón humano busca siempre la verdad y el bien. No ha habido nunca ninguna excepción. Urge recuperar un concepto realista y optimista del ser humano y de toda la comunidad humana. Pero este optimismo hay que matizarlo, porque en el mismo corazón hay nubarrones de oscuridad y tormentas de debilidad, que, a veces, conducen al error y al pecado. No obstante, siempre es posible recuperarse. Todo lo que sea violento no persevera en la historia.

 

      Esa es la realidad humana en su contexto integral de luces y sombras. Siempre queda lugar para la esperanza: "Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse" (GS 10).

 

      Los anhelos que anidan misteriosamente en el corazón del hombre, tienden a hacer la vida más hermosa, sin fronteras hacia dentro ni hacia el universo entero. Hay una armonía universal que debe discernirse y perfeccionarse. Dios ha hecho a todo hombre a "su imagen y semejanza" (Gen 1,26-27).

 

      La mirada del hombre hacia las cosas y hacia los semejantes se traduce en una inquietud de trascendencia: de dónde venimos y a dónde vamos. Nadie ha podido apagar nunca esta llama del corazón humano.

 

      Las cosas se escurren entre las manos y pasan para no volver, como una hoja seca que se lleva el viento. Pero la vida empezó a partir de "alguien", que ha dejado sus huellas imborrables de verdad, de bien y de belleza. El corazón busca siempre encontrarse con ese "rostro" que sopló con amor, con beso paterno, infundiendo algo de su misma vida en todo ser humano.

 

      Nadie podrá borrar nunca del corazón humano la huella de Dios. El hombre, "por su interioridad es superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14). El "corazón está inquieto" hasta encontrar a Dios, puesto que "en el interior del hombre habita la verdad" (San Agustín).

 

      En realidad, "el hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda búsqueda" (FR 27). No se trata sólo de las diversas escuelas de pensamiento filosófico, sino de todo ser humano sin excepción, de las personas más desconocidas y marginadas, las cuales han sido, a veces, fuente de inspiración de pensadores, de artistas y de dirigentes de la sociedad.

 

      Es hermoso pensar que toda verdad o parte de verdad, descubierta por el hombre, es un bien de toda la humanidad  (sin fronteras en la historia y en la geografía) y es un jalón más en la marcha comunitaria hacia Dios y hacia el más allá. La búsqueda de la verdad se halla innata en todo corazón humano. Es una búsqueda que, aunque sea a tientas, siempre llega a descubrir algún rayo de luz.

 

      El hombre vive de esas luces que ha encontrado caminando, de sorpresa en sorpresa. Y siempre vislumbra que hay algo más o "Alguien" más. Con San Anselmo se puede afirmar: "Señor, tú eres más grande de todo lo que se puede pensar". Esas convicciones hondas son las que dan  sentido gozoso al caminar humano, ofreciendo la posibilidad de superar toda corrupción, ambición y división.

 

      Es verdad que el sufrimiento y la muerte parecen bloquear toda esa búsqueda; pero es siempre como si se intuyera que las cosas pasajeras y contingentes van dejando entrever a aquel que las ha regalado, el cual las retira para poder darse él mismo de un modo totalmente nuevo y definitivo. Las diferentes épocas históricas van purificando esa búsqueda, a veces de modo doloroso y dramático.

 

      El sentido de la vida aparece en esa búsqueda incesante del hombre sobre el más allá. Si Dios no existiera, la vida sería un absurdo. Si el hombre sigue buscando, es que Dios mueve su corazón: "Su búsqueda tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar el sentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede encontrar solución si no es en el Absoluto" (FR 33). Cuando la búsqueda de Dios se ofusca, comienzan los atropellos hacia los hermanos.

 

      Se busca siempre a "alguien". Esa búsqueda sólo puede aquietarse en el encuentro con Dios "cercano", el "Emmanuel". Así "en Jesucristo, que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última dirigida a la humanidad, para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y nostalgia" (FR 33).

 

      Dios se ha hecho siempre encontradizo con el ser humano, en el fondo del corazón, en los acontecimientos históricos, en la creación. Al manifestar la sed de Dios, todas las religiones, al margen de sus diferencias y peculiaridades, manifiestan una experiencia milenaria. Esta experiencia es siempre vital, diferente de las otras experiencias de la vida, puesto que es relacional con Dios, salvífica o sanante, inefable en su íntima naturaleza, abierta siempre a un más allá; pero nunca, en esta tierra, es experiencia directa de Dios.

 

 

 

2. Pueblos y culturas

 

      Los pueblos y culturas se han ido fraguando en un caminar de hermanos de una misma familia, donde se reflejan las actitudes hondas del corazón. Frecuentemente han aflorado personalidades excepcionales, que han sabido decir lo que muchos sentían sin saber expresarlo.

 

      Las avatares históricos hablan de migraciones masivas, tensiones guerreras, encuentros, expansiones y mestizajes. Todo ello ha ido cuajando en refranes o aforismos, canciones, poesías, danzas, tradiciones y costumbres. La inmensa variedad de pueblos y de expresiones culturales, no puede ocultar nunca la unidad de la familia humana.

 

      Al relacionarse con la naturaleza y con los demás hermanos, el hombre se ha manifestado tal como es: un ser relacionado. La  cultura es el modo de relacionarse con las cosas, con los demás y con la trascendencia. El ser humano se proyecta sobre su origen, su fin y el más allá. Ese anhelo de trascendencia, que es nota esencial e incancelable de toda cultura, es lo que constituye la "religión", como relación con Dios o con el Absoluto.

 

      Personas y comunidades humanas han reflexionado continuamente sobre su propia realidad. Lo importante es la realidad o verdad objetiva sobre la cual se reflexiona y no sólo los conceptos y las emociones. Las expresiones culturales pueden diversificarse casi hasta el infinito; pero la realidad humana o divina, sobre la que se reflexiona, es común a toda la humanidad.

 

      A la luz de la fe cristiana, se llegará a esta convicción: "Desde lugares y tradiciones diferentes, todos están llamados en Cristo a participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios" (FR 70).

 

      Toda cultura expresa de modo diferente y complementario el dinamismo del camino humano de un pueblo. Hay siempre intercambios y transformaciones profundas, como evolución armónica y crecimiento normal. No hay nada más opuesto a la cultura que el anquilosamiento y el exclusivismo. "Las culturas se alimentan de la comunicación de valores y su vitalidad y subsistencia proceden de la capacidad de permanecer abiertas a lo nuevo" (FR 71).

 

      El camino histórico y cultural de los pueblos tiende siempre a una plenitud que se intuye y nunca se alcanza del todo. En este sentido, se puede decir que toda cultura  está guiada por Dios para llegar a la plenitud en Cristo, no como exigencia intrínseca del proceso cultural, sino como llamada y gracia nueva, preparada en la misma cultura. "En consecuencia, toda cultura lleva impresa y deja entrever la tensión hacia una plenitud. Se puede decir, pues, que la cultura tiene en sí misma la posibilidad de acoger la revelación divina" (FR 71)

 

      Ninguna cultura auténtica es contradictoria respecto a las demás y respecto a una nueva comunicación de Dios, que es la suma Verdad. De ahí que el encuentro con los demás hermanos, de cualquier cultura y religión, se fragua primero en el encuentro con la verdad que anida en todo corazón humano. Ello no quita la peculiaridad o los matices distintos de otras culturas, ni tampoco elimina la peculiaridad de Dios que se va manifestando de modo nuevo. Los sincretismo fáciles y los relativismos superficiales no son culturales ni respetan la peculiaridad del misterio de Dios y del misterio del hombre. En el fondo del corazón, el mismo Dios habla a todos de diversas maneras, pero siempre en la dinámica de una nueva manifestación suya que sólo será plena y definitiva en el más allá.

 

      Cuando una cultura encuentra a Cristo, no encuentra un valor cultural más o una experiencia religiosa como las demás, sino que encuentra la Palabra personal de Dios, que se ha hecho hombre como nosotros. No es, pues, un sincretismo, sino un salto al infinito de la nueva e irrepetible manifestación de Dios. Pero el encuentro con Cristo, por parte de cada pueblo, se expresa con fórmulas culturales diversas y, al mismo tiempo, válidas para todos los demás.

 

      Cristo es siempre más allá de toda expresión cultural válida y de toda experiencia psicológica sobre la trascendencia. Es el Verbo (la Palabra) insertada en nuestra realidad. Por esto es único e irrepetible, que no destruye ningún valor cultural y religioso precedente. Un día, en el más allá, las expresiones culturales ya no serán necesarias, porque "veremos a Dios tal como es" (1Jn 3,2). Cristo es más allá de toda experiencia religiosa o de interioridad.

 

      La palabra "cultura" (cultivo) tiene muchos aspectos o significados, pero fundamentalmente es el conjunto de valores de un pueblo que lo hacen diferente y complementario de otros pueblos. Las expresiones culturales son múltiples: arte, idioma, filosofía, costumbres, etc. Todas estas expresiones manifiestan el modo de relacionarse y de pensar sobre la creación, los demás hermanos, el más allá y el Absoluto (Dios). De igual modo que  toda cultura es respetable, así también ninguna tiene derecho a excluir, marginar o infravalorar a las demás.

 

      Los diversos criterios, valores y actitudes de todo ser humano sobre la trascendencia o el más allá, constituyen su ámbito "religioso". Es propiamente la relación con Dios, como origen y fin de toda la creación y especialmente del mismo hombre. A veces, esta realidad "religiosa" queda velada en algunas expresiones culturales; pero la negación de lo religioso no es valor cultural. Toda religión busca el significado integral de la existencia humana, en relación con Dios o la trascendencia y el más allá.

 

      "Las religiones, al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nocio­nes más precisas y con un lenguaje más elaborado" (NAe 2). La variedad de expresiones religiosas es debida a circunstancias sociológicas, históricas, psicológicas y, de modo especial, a experiencias personales y comunitarias. Los llamados "fundadores" de religiones han tenido una influencia decisiva en sus respectivos pueblos y, a veces, en la humanidad entera.

 

      La cultura no es, pues, contraria a la religión, sino que la religión es el aspecto principal de toda cultura. "Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales... hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmen­te, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano" (GS 53).

 

      Hay una providencia misteriosa de Dios, que guía a todo pueblo y a toda cultura, salvando la libertad de personas y comunidades. En todo pueblo hay un rico bagaje cultural y religioso, que camina empujado por un búsqueda.

 

      El cristianismo, a partir de la fe enraizada en la encarnación del Verbo, está capacitado para apreciar las culturas y religiones, especialmente en sus las actitudes básicas referentes a la vida, familia, sociedad y trascendencia, que son patrimonio común de toda la humanidad. La fe en Cristo ayuda a apreciar tanto los valores religiosos comunes, como los diferenciados; pero también invita a dar un salto cualificado por las mociones de la gracia.

 

 

3. Religiones y trascendencia: las semillas del Verbo

 

      Durante toda la historia humana y en todos los pueblos, se puede constatar una "relación" con Dios o con la trascendencia. Esta relación ("religión") frecuentemente se la estructura en ritos y creencias, a veces a partir de algunas personas que han tenido una fuerte experiencia religiosa. No pocas veces, esta relación con lo divino ha quedado descrita en documentos o en tradiciones orales.

 

      Son, pues, muchas las vías para llegar al mismo Dios. Las religiones llamadas "tradicionales" se han decidido por el camino de la vida y de la creación. Dios es familiar, cercano, pluripresente. En algunas sociedades antiguas, Dios entraba en todas las estructuras personales y sociales. Algunas religiones peculiares de algún pueblo concreto (China, Japón, etc) tienen matices muy marcados: la vida como camino hacia Dios (taoismo), la armonía de la creación (shintoísmo), etc. En el hinduimo, a Dios se le busca y se le quiere encontrar para unirse a él, por un proceso o camino ("yoga") de desprendimiento de las cosas y del tiempo. En el budismo, se quiere llegar a una experiencia de más allá (trascendencia) que es indescriptible. En el Islam, se quiere cumplir la voluntad del único Dios, compasivo y misericordioso, inspirándose en la fe de Abraham, con la práctica de la oración, ayuno, limosna y peregrinación.

 

      En el Antiguo Testamento, que refleja los elementos básicos de todas estas religiones, se proclama una nueva irrupción de Dios en la historia (revelación personal), para preparar la venida del Mesías Salvador. Es la religión del antiguo Israel, todavía vigente en el hebraísmo, que sigue conservando aquellas gracias especiales de Dios.

 

      Se podría calificar a estas experiencias religiosas como de "preparación evangélica" o "semillas del Verbo", con verdadero valor, puesto que se trata de dones diferenciados por parte del mismo Dios. Pero hay que distinguir la revelación estricta del Antiguo Testamento, que es una preparación peculiar e inmediata hacia Cristo. "Las vías para alcanzar la verdad siguen siendo

muchas; sin embargo, como la verdad cristiana tiene un valor salvífico, cualquiera de estas vías puede seguirse, con tal de que conduzca a la meta final, es decir, a la revelación de Jesucristo" (FR 38).

 

      En realidad, el encuentro pluralístico interreligioso actual se puede considerar como un bien para las mismas religiones y para toda la sociedad humana. En el fondo de cada experiencia religiosa auténtica está el mismo Dios, Padre de todos, que ha querido respetar las diversas expresiones culturales. La construcción de toda la familia humana en una paz auténtica, pasa por el respeto a todas las expresiones religiosas, sin necesidad de caer en relativismo, sincretismo, indiferentismo, secularismo, sectarismo, racismo...

 

      Valorar a todas las religiones es un deber de justicia y de caridad, puesto que en todas ellas se pueden encontrar signos salvíficos de una presencia activa de Cristo. Son siempre signos que, como "destellos de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (NAe 2), llevan hacia Cristo, que es la revelación definitiva y que ha querido dejar en su Iglesia signos especiales de salvación.

 

      El cristiano sabe que su oferta religiosa no se contrapone a las demás, pero es la oferta definitiva de Dios, que previamente ha sembrado sus dones como preparación evangélica para encontrar a Cristo. Los dones que Dios ha dado a todos los pueblos se han llamado, desde el siglo II, "semillas del Verbo" (san Justino, Apología II,8), o también "preparación evangélica" (Eusebio de Cesarea, Praep. Evang. I,1). Clemente de Alejandría, refiriéndose al budismo e hinduismo, detecta en ellos una "pedagogía" divina que los guía hasta Cristo, "hasta que el Señor quiera llamarlos" (Stromata 1,5; 6,8).

 

      Esta actitud cristiana es de respeto y, al mismo tiempo, de reafirmación de la propia identidad de fe en Cristo. El concilio Vaticano II y su postconcilio nos ha acostumbrado ya a esta mentalidad: "La presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones" (RMi 28; cfr. AG 3,11; LG 16).

 

      La fe en Cristo, el Verbo encarnado, como palabra definitiva de Dios, nos hace remontar a los orígenes de la creación y de la historia, buscando las raíces de toda la humanidad: "El Verbo era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo; en el mundo estaba... y no le conoció" (Jn 1,3-4,9-10). En él, todo ha de ser "sanado, elevado, completado" (AG 9). en efecto, hay que reconocer limitaciones e incluso pecado, en toda la historia humana.

 

      Cuando decimos "semillas del Verbo", reafirmamos, al mismo tiempo, la unicidad e irrepetibilidad del Verbo encarnado (Jesucristo). Ello nos hace descubrir momentos y etapas de una camino histórico que se dirige hacia él, el único Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado. El Señor no sólo disipa errores, pecados y limitaciones, sino que ha venido principalmente para "llevar a cumplimiento" (Mt 5,17) cuanto Dios ya ha sembrado en la historia humana.

 

      Los valores del Reino, que Dios ha sembrado en todos los pueblos, son una preparación para aceptar el Reino. La fe es un nuevo don de Dios, para aceptar el Reino de Dios, que es el mismo Jesús, ya "presente" entre nosotros (Mc 1,15). Jesucristo no es, pues, un extraño, sino el cumplimiento de una "preparación evangélica". El está presente "en el corazón de cada hombre" (RMi 88) y de cada cultura. "El Verbo encarnado es el cumplimiento del anhelo existente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).

 

      El Antiguo Testamento es una revelación peculiar de Dios, que tiende directamente a preparar la venida del Mesías (Cristo). El pueblo de Israel, portador de este mensaje, es "signo en medio de las naciones" (Is 11,12) y custodio de las esperanzas mesiánicas. Esa gracia de nuestros "hermanos mayores", sigue siendo válida e "irrevocable" (Rom 11,29), y apunta directamente hacia el encuentro con Jesucristo, porque la ley sigue siendo "pedagogo" hacia él (Gal 3,24). Dar el paso a la fe en Jesucristo, es una nueva gracia: "Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me ha enviado, no le atrae" (Jn 6,44). No se puede obligar a la fe, sino que hay que preparar el camino para creer.

 

      Para todo cristiano, este planteamiento es un compromiso de cuestionarse si está preparado para detectar las "semillas del Verbo" y ayudarlas a madurar en Cristo. Nuestros hermanos que todavía no han encontrado a Cristo, son portadores de unos "anhelos" que el mismo Cristo ha venido a llevar a cumplimiento. Si ellos no ven en los cristianos los signos explícitos de Cristo, que "pasó haciendo el bien" (Hech 10,38), no podrán aceptar, salvo milagro, la fe en el Señor. Nuestros conceptos pueden ayudar, pero la gracia (que es vida divina y, por tanto, caridad) es siempre más allá de toda reflexión humana.

 

      Dios, que ha sembrado todas esas realidades de gracia, invita a "recorrer juntos el camino de la verdad completa, siguiendo los senderos que sólo conoce el Espíritu del Señor resucitado" (FR 92). En Cristo ha aparecido "el misterio de la sabiduría de Dios" (1Cor 2,7). Es la sabiduría de las bienaventuranzas y del mandato del amor, como expresión de la particularidad del amor divino: darse gratuitamente. Por esto, "la caridad de Cristo excede todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios" (Ef 3,19).

 


 

II. DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

 

1. La creación y la historia

2. La revelación: Dios ha hablado

3. Cristo, Dios hecho hombre

 

 

1. La creación y la historia

 

      Una hojita seca caída del árbol es una historia de amor. La vida que tenía la hojita se perdió, porque no era suya, sino que "alguien" se la dio. Pero quien se la regaló, lo hizo por amor al hombre, "única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24).

 

      Las cosas pasan, pero dejan entrever que el Creador no pasa. El amor que Dios puso en las cosas no pasa. Y en este misterio de contingencia y trascendencia, Dios ha querido imprimir una pedagogía divina: al retirar sus dones, Dios se da  a sí mismo. Ya no es sólo el hombre que busca a Dios, sino que es el mismo Dios que busca al hombre. "Todo es gracia" y todo es invitación a amar: "Todas las cosas me dicen que te ame" (San Agustín).

 

      Hay una tensión en las cosas, que no tiene explicación natural. En efecto, las cosas "ya son" según el amor de Dios, pero "no son todavía" la donación personal del mismo Dios. El "encuentro" de este "ya" y "todavía no", será el encuentro definitivo. Esa tensión que Dios ha puesto en el corazón del hombre, es una señal y garantía del encuentro final ("escatología"). El corazón humano sigue siempre buscando, con una sed inexplicable que nada ni nadie, en esta vida, puede saciar. "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta encontrarte a ti" (San Agustín).

 

      Si las cosas, al pasar, dejan entrever al que nos las regaló por amor, también los acontecimientos históricos (personales y comunitarios) son un signo de su venida y cercanía. En la historia humana todo se mueve según "los signos de los tiempos" (Mt 16,20). Dios nos quiere decir algo, pero no entendemos del todo porque nos falta la clave para discernir sus signos.

 

      La clave de la historia humana es que Dios, no sólo nos ha hablado de muchas maneras (cfr. Heb 1,2), sino que se ha introducido en la misma historia, formando parte de nuestra misma familia: "Dios, con la Encarnación, se ha introducido en la historia del hombre" (TMA 9). Nuestro tiempo y nuestra historia ya tiene "dimensión divina" (TMA 10), porque Cristo hace de nuestra vida su misma biografía.

 

      Ninguna cultura puede prescindir de esa tensión hacia la trascendencia (como tendencia "religiosa"), que es herencia común de toda la humanidad. Por esto, la humanidad entera es una sola familia, con diferencias complementarias, que deberían enriquecer la unidad familiar de todos los pueblos.

 

      En todos pueblos, culturas y religiones hay gracias y dones de Dios, así como respuesta y colaboración humana libre, que a veces es de virtudes heroicas y también de debilidad y de pecado. Pero la historia es siempre salvífica, mirando hacia adelante, esperando siempre una nueva sorpresa de Dios, quien hace posible una respuesta humana sanante y liberadora. Dios, Padre de todos, ya ha enviado a su Hijo, Jesucristo, convertido en "el camino" (Jn 14,6) que se cruza con todos los caminos históricos y religiosos de los pueblos.

 

      La historia de cada pueblo y de cada persona es una historia de amor, que invita al creyente a adoptar una "mirada contemplativa" (EV 83). Con esta mirada de fe, se puede descubrir, en cada rostro humano, unos surcos y unas facciones que pueden reflejar, de algún modo, como preparación evangélica, "el amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5).

 

      Si la creación comenzó por la palabra de Dios y con la comunicación del Espíritu (cfr. Gen 1,2; 8,1), la nueva creación, instaurada por Cristo, es un "nuevo nacimiento en el Espíritu" (Jn 3,5). Dios creó al hombre para comunicarle su misma vida, haciéndole "a su imagen y semejanza" (Gen 1,27). En Cristo, esa nueva vida tiene "la prenda del Espíritu" (Ef 1,13-14), para hacer de cada ser humano un "hijo en el Hijo" (GS 22; cfr. Ef 1,5). Las gracias de Dios, comunicadas en diversos períodos históricos, no se contraponen. Dios, con su amor infinito, se comunica a todos los hombres, "elegidos en Cristo (por amor) antes de la creación del mundo" (Ef 1,3).

 

 

2. La revelación: Dios ha hablado

 

      Dios "ha hablado de muchas maneras" (Heb 1,1). Ha creado al hombre para relacionarse con él. Su palabra definitiva es él mismo, tal como es, expresándose a sí mismo en un amor infinito. Este "decir" de Dios será un día, en el más allá, visión y encuentro definitivo. De momento, caminamos "a tientas" (cfr. Hech 17,27), pero siempre guiados por las luces de la razón (creada por él) y por otras luces o inspiraciones que él mismo nos comunica.

 

      En la misma Sagrada Escritura, que contiene una revelación especial de Dios, se nos describe a la humanidad, desde los inicios, en relación con un Dios cercano, que habla y manifiesta su voluntad: a Adán y Eva (en el paraíso terrenal), a Noé (antes y después del diluvio), a los patriarcas. Aquello que Dios comunicó al corazón humano y a la humanidad, no se ha perdido, sino que se ha conservado en las conciencias y en los diversos pueblos y culturas. La providencia divina cuida de todos amorosamente.

 

      Desde Abraham y Moisés, la revelación de Dios es muy peculiar, puesto que es manifestación personal (de quien es por esencia) y tiende a la preparación inmediata de la venida de Cristo por medio de un pueblo, Israel, con la aportación inspirada de muchos profetas y santos escritores. Con la llegada de Jesucristo (que es la Palabra personal de Dios hecha carne), Dios nos ha dicho su palabra definitiva: "En él, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre, y sobre la historia" (TMA 5).

 

      La razón humana es un destello de la inteligencia divina. Debido al pecado de los orígenes de la humanidad (cometido por nuestros primeros padres), la razón está debilitada; pero todavía busca y puede encontrar la verdad y el bien, cuya máxima expresión se halla en Dios. Esa búsqueda de Dios, por parte del hombre, es acompañada y guiada por Dios, quien busca al hombre para comunicarle su misma vida. La revelación divina, en sus diversas etapas, indica esta realidad de amor del mismo Dios, que se manifiesta y se da gratuitamente, mientras, al mismo tiempo, ha sembrado la búsqueda  en el corazón del hombre.

 

      El camino de la razón, que se va abriendo a la revelación gratuita de Dios, es camino de libertad: "La verdad os hará libres" (Jn 8,12). Dios no quiere autómatas ni esclavos, sino hijos responsables. Sin la revelación propiamente dicha, la razón puede encontrar la verdad sobre Dios y sobre el hombre; pero no llegaría nunca a la plenitud de la verdad, que se encuentra en Dios Amor, uno y trino, hecho hombre por nosotros, que comparte con nosotros su misma vida divina y que un día será visión cara a cara y unión plena y transformante.

 

      La fe es una respuesta libre a la verdad revelada por el mismo Dios, aceptando su mensaje por la autoridad del mismo Dios que revela. La razón y la fe, siendo distintas, "no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre de conocer de modo adecuado a sí mismo, al mundo y a Dios" (FR 16). Gracias al asentimiento de fe en la revelación, la razón se trasciende a sí misma, sin contradecirse.

 

      El mismo Dios, que se ha manifestado por la revelación, ha expresado su mensaje con lenguaje y conceptos humanos y culturales. Por esto, "la verdad que nos llega por la revelación, es, al mismo tiempo, una verdad que debe ser comprendida a la luz de la razón" (FR 35). En realidad, todos los destellos de la verdad, que Dios ha sembrado por la creación y la revelación, conducen "a la meta final, es decir, a la revelación en Jesucristo" (FR 38).

 

      El encuentro entre el hombre y Dios, fomentados por ambas partes, lleva al encuentro con Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Dios ha sembrado en el corazón del hombre y de los pueblos, muchas partecitas de verdad, que hacen posible (con la ayuda de la gracia) la acogida del nuevo don de Dios, que es la revelación propiamente dicha. Se pasa de lo implícito y embrionario, a la verdad explícita y plena.

 

      Después que Dios ha revelado su intimidad profunda (desde los primeros padres), la razón ya puede entrar en un proceso de comprensión de lo que Dios ha manifestado. Las diversas culturas humanas (con su derivación intrínseca hacia la religión o relación con Dios), son un esfuerzo por conceptualizar y expresar en ritos, fórmulas y estructuras, lo que el mismo Dios ha sembrado en el corazón y en la historia de los pueblos.

 

      Existen, a veces, grandes figuras (en las diversas religiones) que han legado una fuerte reflexión y experiencia sobre Dios. Todas esas "semillas" de verdad o "semillas del Verbo", llevan necesariamente (bajo el influjo de la gracia y respetando la libertad humana) al encuentro explícito con Cristo, el Verbo encarnado.

 

      La verdad de Dios, manifestada de muchas maneras (también la revelación como palabra de Dios), se dirige siempre a toda la humanidad, aunque puede valerse de etapas y  medios que muestran la paciencia milenaria de Dios. En este proceso de comunicación y de búsqueda, se puede observar una superación gradual y constante del miedo a la divinidad, o también a los acontecimientos históricos y a la realidad humana de dolor y de muerte.

 

      Cuando Cristo, el Verbo encarnado, acontece en la historia (por su Encarnación) y en el corazón humano (por la fe), queda destruida la angustia vital inherente a muchos estratos de la reflexión y de la convivencia humana. La historia camina hacia la paz de toda la familia humana, a partir de la construcción de la paz en el corazón, liberado de angustias, ambiciones  y divisiones, por un proceso de apertura hacia Dios Amor.

 

      Las gracias peculiares que Dios comunicó en el Antiguo Testamento siguen siendo válidas, también para detectar los destellos de luz y los valores permanentes en otras culturas religiosas. Dios reveló sus designios de salvación a los primeros padres (cfr. Gen 3) y a Noé después del diluvio (cfr. Gen 9). Con ellos y, por tanto, con toda la humanidad, hizo un pacto de amor ("Alianza"). Todo aquello se comunicó a toda la humanidad, y queda protegida por una acción providencial de Dios que continúa en cada pueblo y cultura.

 

      La renovación de la Alianza, que Dios quiso hacer desde Abrahán y los patriarcas, era en vistas a formar un pueblo peculiar (Israel), que, bajo su especial protección, custodiara esos dones, como patrimonio de toda la humanidad, hasta que viniera Cristo, el Mesías (cfr. Gen 12,2; 18,18). Con Moisés y los profetas, esa misma Alianza se renovó y afianzó, dando lugar a una religiosidad especial (con normas, fiestas y ritos) que "recordaría" eficazmente los principales acontecimientos de la historia de la salvación.

 

      Cuando leemos las "genealogías" sobre Jesucristo (cfr. Mt 1,1-17; Lc 3,23-38), recordamos que "Jesús nació de María", esposa de José, para asumir como propia esa historia humana universal, desde Adán y Eva. La "Nueva Alianza", sellada con la sangre de Jesús, es para la salvación y "redención de todos" (Mc 10,45). En ese árbol genealógico, hay santos y pecadores, de Israel y de otros pueblos.

 

      La venida del Hijo de Dios indica que "Dios ha enviado a su Hijo en la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), para completar o "llevar a la perfección" (Mt 5,17) lo que el mismo Dios había sembrado, como "semillas del Verbo" y "preparación evangélica", en todos los pueblos y, de modo especial, en el pueblo de Israel, que todavía conserva la gracia de las promesas (cfr. Rom 11,29). Lo que Dios manifestó y comunicó anteriormente, es armónico con la revelación definitiva en Cristo: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Heb 1,1-2).

 

      El mismo Espíritu Santo que ha inspirado las Escrituras y que ha dirigido la historia del pueblo de Israel de modo muy peculiar, se ha hecho presente y sigue haciéndose presente de modo activo en los otros pueblos: "En efecto, el Espíritu se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino... Cristo resucitado obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre" (RMi 28).

 

      La misión del cristiano, en el inicio del tercer milenio, consiste en detectar las "semillas del Verbo" y llevarlas a su "madurez en Cristo" (RMi 28). Jesús detectó estas huellas en una mujer cananea (cfr. Mc 7,24-30), en un centurión romano (cfr. Mt 8,5-13), en unos gentiles que deseaban verle y a quienes les habló de su "exaltación" en la cruz, para "atraer todas las cosas" a él (cfr. Jn 12,20-32).

 

      El Espíritu Santo inspiró a Simeón a proclamar que Jesús era "la luz para iluminar a las naciones" (Lc 2,32). El apóstol vive pendiente de este discernimiento, comprometiéndose con "plena docilidad al Espíritu" hasta "dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 97). Entonces, todo apostolado, con sus múltiples expresiones y servicios, no es más que la manifestación de las huellas de Jesús en la propia persona del apóstol. La paciencia milenaria de Dios invita a saber sembrar sin esperar a ver el fruto inmediato.

 

 

3. Cristo, Dios hecho hombre

 

      La revelación o manifestación personal de Dios Amor, culmina, de modo único e irrepetible, en la Encarnación del Verbo: "El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). El Padre nos ha dado a su Hijo, que es su Palabra personal  y definitiva, y nos pide nuestra asentimiento libre, vivencial y comprometido: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo" (Mt 17,5).

 

      Ahora Dios ya "nos ha hablado por su Hijo" (Heb 1,2). De este modo tan peculiar, Dios se ha revelado como "Amor", porque "ha enviado a su Hijo al mundo para que vivamos por él" (1Jn 4,8-9). Ha llegado "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), en este momento en que "Dios ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (ibídem). Es "la Palabra definitiva" de Dios (TMA 5). Así "se ha introducido Dios en la historia del hombre" (TMA 9).

 

      Esta revelación definitiva de Dios por medio de Cristo, es también la revelación definitiva del misterio del hombre: "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22). El misterio de la Encarnación del Verbo "permite reconocer en cada rostro humano el rostro de Cristo" (EV 81), puesto que "el Hijo de Dios se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).

 

      Así se llega al "descubrimiento de Cristo como Salvador y Evangelizador" (TMA 40). En él escuchamos "la última llamada dirigida a la humanidad, para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y nostalgia" (FR 33).

 

      A la luz de esta revelación, comprendemos que toda la humanidad y toda etapa de su historia camina hacia el encuentro con Cristo. Los caminos son muchos y variados (según las diversas culturas religiosas y gracias de Dios), pero la providencia ha ido preparando todo cuidadosamente para que lleguen al Camino, que es el Verbo encarnado: "Las vías para alcanzar la verdad siguen siendo muchas; sin embargo, como la verdad cristiana tiene un valor salvífico, cualquiera de estas vías puede seguirse con tal de que conduzca a la meta final, es decir, a la revelación de Jesucristo" (FR 38).

 

      Es el mismo Dios, Creador e iniciador de la historia, quien ha enviado a su Hijo. La diversidad de las formas de "preparación evangélica" no disminuye el valor de la "plena verdad", que Dios ha revelado en Cristo (cfr. Jn 1,14.18). "En él están ocultos todos los tesoros de sabiduría y de ciencia" (Col 2,3). Por este don de Dios, Cristo forma parte esencial del patrimonio salvífico de toda la humanidad. Todos están elegidos y llamados por Dios a ser "hijos en el Hijo" (Ef 1,5). Así, pues, "sólo en Cristo es posible conocer la plenitud de la verdad que nos salva" (FR 99).

 

      Toda persona y toda comunidad humana, va llegando a la perfección del propio ser (personal y social), en la medida en que se abra vivencialmente a Cristo, que es "la única respuesta definitiva al problema del hombre" (FR 104). Cristo, como Verbo encarnado, único Salvador, es "el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).

 

      Cristo resucitado es el único Salvador, en el sentido de llevar a la madurez todas las "semillas" de gracia que Dios ha sembrado en la humanidad a través de todos los tiempos. Dios no excluye a nadie de esta salvación, sino que incluye todo lo bueno como diversos pasos que ya se han dado en el camino hacia la plenitud que se encuentra sólo en Cristo. "La encarnación del Hijo de Dios y la salvación que Él ha realizado con su muerte y resurrección son, pues, el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana" (Bula IM 1). Es el mismo Cristo quien "pasó haciendo el bien"  (Hech 10,38) y quien sigue pasando (cfr. Lc 15,1-10) y esperando (cfr. Jn 4,6). Su salvación es plena porque se da él mismo, haciéndonos partícipes de su vida divina.

 

      Cristo es nuestro hermano desde su humanidad salvífica, como instrumento unido a su divinidad, que también quiere obrar por medio nuestro como "complemento" suyo (cfr. Col 1,24; Ef 1,23). La irradiación de su gloria tiene lugar principalmente desde su "anonadamiento" y desde su "cruz", para llegar a la resurrección suya y nuestra (cfr.Fil 2,7-11).

 

      Las bienaventuranzas son su "autorretrato" (VS 16; cfr. CEC 1717) y la pauta característica de toda vida cristiana: en toda circunstancia humana es siempre posible amar, es decir, hacer de la vida una donación, construir la vida dándose, a imitación de Dios Amor.

 

      Cristo es, pues, "la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres" (EAm 10). Sólo él ha podido decir: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9).

 

      Aunque todas las religiones puedan presentar una experiencia verdadera de Dios, sólo en Cristo, Dios se revela como "Amor", en la máxima unidad de tres personas (cfr. 1Jn 4,8), hecho presente de modo especial e irrepetible por la Encarnación del Verbo. En este sentido, se puede afirmar: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1,18).

 

      El Reino, que Jesús anunció es él mismo, presente en el mundo para realizar los planes de Dios: "El Reino de Dios está cerca..., creed en el Evangelio" (Mc 1,15). En él se cumplen todas las promesas sobre el Reino. En Nazaret, "a sus treinta años" (Lc 3,23) y después de leer el texto de Isaías sobre los tiempos mesiánicos, afirmó: "Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4,21).

 

      La encarnación del Verbo es "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), porque Jesús lleva a cumplimiento toda la historia de salvación. El ha asumido la historia humana como parte integrante de su misma biografía. Las esperanzas de salvación, que se encuentran en todas las religiones y, de modo especial, en el Antiguo testamento, se han cumplido en él. "En Jesucristo, Verbo Encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios... Cristo es el Señor del tiempo" (TMA 10).

 

      El concepto de "Reino", tal como aparece en la revelación, es muy rico de contenido. Significa el Señorío de Dios, reconocido por el hombre, que es la fuente de liberación y salvación definitiva. Jesús, en persona, es el Reino: "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). Las promesas mesiánicas ya han llegado a su cumplimiento en el "tiempo" de Jesús.

 

      Todo lo que prepare el encuentro con él, tiene valor de Reino. En este sentido, se puede decir que en todos los pueblos, culturas y religiones hay "valores de Reino", como huellas que tienden al encuentro con Cristo. En esos valores, todo creyente en Cristo puede detectar "anhelos" que tienden hacia él como a su "cumplimiento" (TMA 6). En realidad, "todo el que obra la justicia, nace de él" (1Jn 2,29).

 

      Quien vive de verdad los valores del Reino, en su propia cultura y religión, si es tocado por la gracia, se sentirá interpelado por la gran sorpresa de Dios: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). La búsqueda por parte de las religiones sigue siendo válida. Sólo falta el enlace de la fe. "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17,3).

 

      El hecho de que Dios nos haya hablado "en su Hijo" (Heb 1,2), no significa que haya anulado su misma palabra comunicada a pueblos y culturas, sino que con ello hace patente que ha llegado el "cumplimiento" de esa palabra en Cristo, puesto que "en El Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5). El Reino, que es el mismo Jesús, con su mensaje y sus dones, se puede calificar como "carismático" o de gracia (presente en el corazón de cada hombre que se abre a Dios), eclesial (presente en la comunidad fundada por Jesús) y escatológico (tendiendo hacia el más allá o hacia el encuentro definitivo, donde nos encontraremos todos). Pero siempre es el mismo Jesús: en el corazón, en su comunidad eclesial, en el más allá.

 

      Todos los valores del Reino, escondidos en culturas y religiones, son invitados a aceptar la nueva ley del amor o "mandamiento nuevo" (Jn 13,34), que consiste en la puesta en práctica de las "bienaventuranzas" o de la perfección de la caridad, a imitación de Dios que sigue amando a todos y de Cristo que da la vida por todos (cfr. Mt 5,45; Jn 15,13). Los valores religiosos llegarán a su "cumplimiento" (Mt 5,17), sólo cuando los creyentes de otras religiones encontrarán la actitud cristiana de las bienaventuranzas. Es el desafío misionero de todo creyente en Cristo.

 

      Haciéndose hombre, Dios se inserta de modo especial como "el Camino" en los caminos históricos de la humanidad (cfr. Jn 14,6). Dios ha querido correr el riesgo de la historia humana, sin privilegios, verdadero hombre sin dejar de ser verdadero Dios, consorte y protagonista, sensible, Mediador y Salvador. La salvación que Jesús trae para todos es nueva, sorprendente, que no anula los anteriores destellos de salvación.

 

      A la luz de esta realidad histórica, "la salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5), puesto que "en ningún otro hay salvación" (Hech 4,12). En él, muerto y resucitado, ha aparecido la salvación plena y definitiva "para todos los hombres" (Tit 2,11; cfr. TMA 38-39). Los destellos de salvación, presentes en todas las culturas y religiones, pueden sólo pueden llegar a su cumplimiento en Jesucristo. Es la salvación de hacer a todo ser humano hijo de Dios, por participación en la misma filiación divina de Jesús (Gal 4,6-7; Ef 1,5; Rom 8,14-17).

 

      "Creer en el Evangelio" (Mc 1,15), es una gracia que reclama un cambio de mentalidad y de vida ("conversión" como apertura a los nuevos planes de Dios), así como la adhesión personal a Cristo por una fe vivencial. Para dar este paso de conversión a la fe, se necesita el testimonio y el anuncio por parte de la comunidad de los creyentes, la Iglesia, que "está al servicio del Reino" (RMi 20). El anuncio tiene lugar por medio del testimonio de una "vida nueva" (Rom 6,4), para proclamar que el Reino, Jesús de Nazaret, ya ha llegado, y se presenta como "gozo grande" y salvífico "para todo el pueblo" (Lc 2,10), como "luz de las naciones" (Lc 2,32; Is 42.6) y "Salvador del mundo" (Jn 4,42).

 

      En todas las experiencias religiosas se puede observar que ya han constatado un Dios sorprendente y misterioso, siempre más allá de sus dones. La "sorpresa" de Jesús consiste en ser la "Palabra definitiva" (TMA 5; cfr. Heb 1,1-2): el Hijo de Dios, "nos ha contado" lo que el hombre nunca pudo saber de Dios (Jn 1,18). La peculiaridad de la experiencia cristiana de Dios no radica en los valores de una cultura diferente, sino en la "irrupción" especial de Dios en la historia por medio de su Hijo Jesucristo.

 

      La experiencia cristiana es de fe, aunque tiene sus repercusiones en la propia psicología y cultura. Por esto, enraíza en la misma realidad humana, tal como es, con la sorpresa de encontrar en ella, por la fe, a Jesucristo, que es el Verbo o "Palabra" personal de Dios, escondido en el silencio del corazón y de la historia (cfr. Jn 1,14; Sab 18,14-15). Pero la visión y encuentro definitivo con Dios, sólo será después de esta vida terrena.

 


 

III. EL ENCUENTRO CON CRISTO

 

1. La fe como encuentro

2. La contemplación: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído"

3. El seguimiento personal y comunitario

 

1. La fe como encuentro

 

      Creer en Cristo es un encuentro vivencial con él. No es posible este encuentro sin su gracia, porque es él quien se hace encontradizo. La fe es un don de Dios, que reclama una respuesta libre y comprometida. Aceptar la persona de Cristo y su mensaje, tal como es, es algo que transforma todo el ser, los criterios, la escala de valores y las actitudes.

 

      La fe vivida es todo un programa de santificación y de misión: "Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida... La fe es un decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cfr. Gal 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88)

 

      La apertura a la fe en Cristo se llama "conversión". Es un cambio de mentalidad y de actitudes, que deja atrás el error y el pecado, para "revestirse de Cristo" (Gal 3,27). Es un proceso continuo, que inicia especialmente en el bautismo. Entrando en este proceso, se vive "la alegría de la conversión" (TMA 32).

 

      La adhesión a la persona de Cristo incluye la aceptación gozosa de su mensaje por entero. Reflexionar sobre la fe es "ciencia sabrosa" (San Buenaventura), que no admite el flirteo de los ensayos subjetivistas y de las dudas estériles. La "comunión íntima con Cristo" (RMi 88) es la consecuencia de su invitación: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

      La reflexión sobre los datos de la fe se hace con toda la libertad de espíritu, a partir de un enamoramiento: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21). Todo el esfuerzo de la razón, ayudada por los medios culturales, es un proceso de clarificar y sistematizar, en vistas a profundizar y vivir mejor el misterio de Cristo. Este esfuerzo teológico tiene la nota de garantía cuando es una llamada a la contemplación, perfección, comunión de hermanos y misión.

 

      La misión no sería posible sin esta "experiencia de Jesús" (RMi 24), que invita a todos a entrar en la misma experiencia. Efectivamente, "es necesario que la nueva evangelización esté centrada en el encuentro con Cristo. El primer anuncio debe tender, por tanto, a hacer que todos vivan esa experiencia transformadora y entusiasmante de Jesucristo, que llama a seguirlo en una aventura de fe" (EAf 57).

 

      La Iglesia ha mirado siempre a María como "modelo de fe vivida" (TMA 43), "dócil a la voz del Espíritu" (TMA 48), "modelo de amor perfecto" (TMA 54). Así es el "conocimiento amoroso de Cristo" (CEC 429), que el mismo Señor reclama de sus seguidores: "Mis ovejas me conocen (amando)" (Jn 10,14; cfr. 14,21).

 

      El primer encuentro de Cristo con sus discípulos ofrece las líneas básicas de esta fe relacional, que incluye la aceptación de la persona y del mensaje del Señor: "¿Qué buscáis?... Maestro  ¿dónde vives?... Venid y lo veréis... Ven y verás" (Jn 1,38-39.46).

 

      Es el mismo Jesús el que invita a esta fe vivencial: "El que crea en mí, no tendrá nunca sed... Yo soy el pan de la vida... El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él... el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,35-57).

 

      La fe cristiana se traduce, pues, en relación personal y comprometida: "Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis... conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios" (Ef 3,17-19). Se trata de "vivir para aquél que murió y resucitó por nosotros" (2Cor 5,14).

 

      Entonces se afrontan la realidad y las dificultades para transformarlas en donación: "Todo lo puedo en aquél que me conforta" (Fil 4,13). La confianza en él destierra toda agresividad y todo desánimo: "Sé en quién he puesto mi confianza" (2Tim 1,12). La vida cristiana es complemento de la vida de Cristo: "No soy yo el que vivo, sino que es Cristo que vive en mí" (Gal 2,20).

 

      Esta experiencia de Cristo en la propia vida, tiene lugar principalmente cuando el apóstol gasta su existencia para que otros encuentren a Cristo. "Precisamente porque es enviado, el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. «No tengas miedo... porque yo estoy contigo» (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

 

      La experiencia de encuentro con Cristo puede expresarse hasta en la marginación, la vida escondida y la misma cárcel, como testimonió Pablo, prisionero en la cárcel de Cesarea, en Palestina: "Jesús vive" (Hech 25,19). El Señor nunca abandona en estos momentos de la vida cristiana, cuando parece que él calla y está ausente. Basta un movimiento del corazón, por el que Cristo comunica que, en esos momentos, agradece lo que hicimos antes por él, pero que ahora sólo quiere la entrega de nosotros mismos, sobre todo cuando parece que ya no tenemos nada más que dar. Así sería la experiencia de Pablo en la cárcel de Roma: "En mi primera defensa nadie me asistió, antes bien todos me desampararon... Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles" (2Tim 4,16-17).

 

      La novedad del cristianismo no estriba en una simple mejora de creencias, ritos y prácticas, sino en la adhesión personal a Cristo, el Verbo encarnado. Esta gran sorpresa de Dios, que nos ha enviado a su Hijo, se captará por el testimonio de cristianos que tengan la experiencia de haber encontrado al Salvador. Este testimonio no es la simple convicción de una verdad, sino que consiste en una vida cuyo centro sea el Señor: "No anteponer nada a Cristo" (San Cipriano y San Benito).

 

      La aceptación de las verdades cristianas por la fe, se concreta en una adhesión personal, un encuentro íntimo con "el viviente" (Ap 1,8). Sólo esa fe puede llegar a ser un reclamo para quienes todavía no han encontrado al Señor (cfr. VS 88). Esta convicción vivencial muestra a las claras que se ha tenido un encuentro con Cristo resucitado, tal vez como un movimiento inexplicable del corazón (cfr. Lc 24,32), en los signos que él mismo ha dejado en su Iglesia y en el mundo: su palabra viva, su Eucaristía y demás sacramentos, su comunidad de hermanos, todo hermano que sufre o necesita de nosotros...

 

      Esta experiencia de fe vivencial "afecta a toda la existencia" (VS 88) y es una opción fundamental que se traduce en un modo de pensar, sentir y amar como el de Cristo. El Señor se ha introducido en la vida de cada creyente como amigo fiel, como "maestro bueno" (Mc 10,17) y como quien comparte nuestra misma existencia y nuestro mismo caminar. En el corazón deja una convicción profunda e inexplicable de optar por él: "Hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,45). La decisión de compartir la vida con él, es la huella más profunda de su cercanía. Uno se siente imantado por sus palabras: "Permaneced en mí y yo en vosotros... permaneced en mi amor" (Jn 15,4-9); "quien come mi carne y bebe mi sangre... vivirá por mí" (Jn 6,58). Ya no se puede prescindir de él.

 

      Quien ha sido bautizado, ha quedado llamado a un proceso de santificación y misión. No se ha celebrado un simple rito, sino un signo eficaz que ha dejado una huella imborrable, un don o sello permanente del Espíritu (el "carácter"). Esa huella permanece siempre viva. Todo bautizado se ha "revestido de Cristo" (Gal 3,27), se ha "injertado en él", para "caminar con una vida nueva" (Rom 6,5-6). Quien contempla la vida de un cristiano y escucha su modo de anunciar a Cristo, tiene necesidad (y aún derecho) de ver y de intuir que Cristo "vive".

 

      A Cristo se le experimenta cercano, en la medida en que uno reconozca su propia realidad, sin escapar de ella, y se decida a seguirle sin condicionamientos. Toda vocación cristiana es de seguimiento evangélico. "Seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana... No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino" (VS 19). "El seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización" (VS 119).

 

      No se puede anunciar a Cristo, si él no es el centro de la vida y la persona amada por quien se vive. Sólo quien comparte la vida con Cristo, con actitud personal de respuesta-encuentro-seguimiento, se hace "signo creíble" suyo (RMi 91). "El Salvador está siempre presente y del todo en los que viven en él" (Nicolás Cabásilas). La misión se hace realidad cuando el Espíritu Santo "impulsa a transmitir a los demás la propia experiencia de Jesús" (RMi 24).

 

 

2. La contemplación: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído"

 

      El encuentro vivencial con Cristo se hace relación personal. Esta relación consiste en saber "estar con Él" (Mc 3,13s: Jn 1,39) o como diría Santa Teresa, "estar con quien sabemos que nos ama".

 

      A esta relación personal se la llama oración y también "contemplación", porque se expresa con la "mirada" del corazón: "Lo que hemos visto y oído, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, acerca de la Palabra de la vida" (1Jn 1,1-3). Así lo manifiestan continuamente los Apóstoles: "Hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,41-45).

 

      Contemplar o "ver" a Jesús es una cuestión de fe viva. No es la lógica humana la que dirige, sino el don de Dios que llamamos fe. De hecho, Juan, el discípulo amado, que anuncia esta experiencia (cfr. 1Jn 1,1ss), es el que "vio" a Jesús resucitado a través de unos signos pobres y de un sepulcro vacío: "Vio y creyó" (Jn 20,8). Es el mismo discípulo que, de este modo, podrá anunciar el misterio de la Encarnación: "Hemos contemplado su gloria, gloria de unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

 

      El apóstol es tal porque anuncia esta experiencia como enviado por el mismo Señor: "Es testigo de la experiencia de Dios" (RMi 91; cfr. EN 76). La acción apostólica "está sostenida por la contemplación" (VC 9), que consiste en la "comunión de sentimientos con él" (ibídem; cfr. Fil 2,5). Sin este testimonio contemplativo, como "experiencia de Jesús" (RMi 24), el apóstol "no puede anunciar a Cristo de modo creíble" (RMi 91). En este sentido, se puede afirmar que "el futuro de la misión depende, en gran parte, de la contemplación" (ibídem).

 

      En realidad, el mensaje que vive y que anuncia el creyente es un conjunto de "palabras de vida eterna" (Jn 6,63-68). Son palabras que, en primer lugar, han hecho "vibrar" el corazón del mismo creyente y apóstol (cfr. Lc 24,32), para comunicarlas luego como "fuego" de amor: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12,49).

 

      La "mirada contemplativa" del creyente (EV 83) es reflejo de la mirada del mismo Jesús. Quien le ha descubierto allí donde parece que no está (traspasado en la cruz y "ausente" en el sepulcro vacío), ya está capacitado para encontrarle en todo hermano necesitado (cfr. Mt 25,40). Sólo quien ama al Señor le conoce de verdad (cfr. Jn 14,21) y le descubre en la bruma del lago: "Es el Señor" (Jn 21,7).

 

      A Cristo se le encuentra en la propia realidad pobre, no en las fantasías ni en las conquistas psicológicas; pero esa experiencia es posible sólo a través de su palabra viva, de su Eucaristía y sacramentos, y de su comunidad de hermanos. Esa experiencia de encuentro con Cristo no produce aires de superioridad ni de privilegios: "Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo" (1Tim 1,15).

 

      Se puede constatar en todas las culturas y religiones una experiencia de Dios, expresada de modo diverso, debido a la diferencia de manifestaciones culturales. Las expresiones de esta experiencia y la metodología para alcanzarla pueden ser diferentes, pero la experiencia misma (más allá de toda expresión) es un don del mismo Dios.

 

      La experiencia cristiana de Dios es participación y prolongación en el tiempo de la misma experiencia de Jesús. Se trata de dejarle orar y vivir en nosotros. Las experiencias de oración (que se pueden encontrar en otras religiones) pasan a ser actitud filial, hasta decir "Padre" a Dios, con la misma voz y amor de Jesús. Somos "hijos en el Hijo" (GS 22; cfr. Ef 1,5) y, por tanto, es Cristo mismo quien ora en nosotros. Así nos ha amado el Padre, hasta "llamarnos hijos de Dios y serlo de verdad" (1Jn 3,1).

 

      Toda oración, cristiana y no cristiana, es una actitud relacional de autenticidad (reconocerse criatura ante el Creador) y de confianza ante la bondad de Dios. La peculiaridad de la experiencia cristiana consiste la fe en Dios Amor, revelado y comunicado por Jesús.

 

      No son las fórmulas ni los ejercicios de interioridad los que diferencian la oración cristiana de la no cristiana, sino la actitud filial comunicada por el mismo Jesús, quien nos ha hecho partícipes de su misma filiación divina. Gracias a esta participación en su misma vida, que se nos comunica por el Espíritu Santo, podemos decir "Padre" (Abba) a Dios, con la misma voz, el misma amor, la misma realidad filial de Jesús que vive en nosotros (cfr. Gal 4,4-7; Rom 8,14-17).

 

      Dios "aguarda" en el corazón de todo hombre (cfr. GS 14). La "sorpresa" y la novedad de la experiencia cristiana de Dios consiste en que, en ese camino, Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, se convierte en nuestro "camino" (Jn 14,6), en nuestro amigo-consorte o "esposo" (Mt 9,15), para "volver" al Padre con nosotros (cfr. Jn 16,28). Esa sorpresa no es una conquista, sino un don gratuito y una iniciativa de Dios que "es Amor" (1Jn 4,7), que "nos amó primero y nos envió a su Hijo al mundo para que vivamos por él" (1Jn 4,9). Ese don no es sólo para los cristianos, sino "para todo el mundo" (1Jn 2,2), llamado a creer en Cristo.

 

      Por la fe, se ha encontrado a Cristo, que es "el Verbo hecho hombre y acampado entre nosotros" para asumir nuestras circunstancias (Jn 1,14). La fe es un don que no produce aires de superioridad. Nuestro barro tiene el reflejo de la mirada de Dios amor, que ve en nosotros a su Hijo amado. El cristianismo es custodio del "don de Dios" (Jn 4,10) en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4). Es una experiencia "narrada" por quien es "el unigénito" (Jn 1,8) que "ha visto al Padre" (Jn 6,46).

 

      Si toda actitud religiosa es relacional, especialmente en el momento de la oración, la peculiaridad del "silencio" de la experiencia cristiana de Dios, consiste en que ahí resuena "un silencio cargado de presencia adorada" y amada (OL 16). Así lo expresaba san Juan de la Cruz: "Una sola Palabra habló Dios en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída".

 

      Esta experiencia cristiana de Dios Amor es un don para toda la humanidad, porque éste es el designio salvífico del mismo Dios, que ha guiado providencialmente a todas las culturas y religiones: "Así se cumple verdaderamente el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: «Padre nuestro»" (AG 7).

 

      La experiencia comunicada por Jesús no destruye los valores positivos de otras experiencias, que pueden considerarse como "preparación evangélica". Por Cristo, todo hombre, si recibe el don de la fe, puede entrar en el misterio de Dios amor: "Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Se necesitan testigos de esta experiencia de Dios Amor, porque "el futuro de la misión depende, en gran parte, de la contemplación" (RMi 91).

 

      Por el anuncio de esta experiencia, no se ofrece una nueva metodología de interioridad o de concentración, sino que se invita a entrar en la "nube luminosa" de un silencio peculiar, donde Dios habla ya por medio de su Hijo: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadlo" (Mt 17,5). "Ver" a Dios, ya es posible por la fe en Jesús. Es un "contemplarle" más allá de toda experiencia, mérito y conquista humana.

 

      Quien entra en esta experiencia de fe, ya puede "escuchar" y "ver" a Dios donde parece que todo es "silencio" y "ausencia". La visión beatífica sólo será posible en el más allá. Mientras tanto, los acontecimientos son camino de Pascua con Jesús, que "pasa" hacia el Padre con nosotros (cfr. Jn 13,1). Todos los hermanos, sin distinción, ya aparecen como retazos de la biografía de Jesús prolongada en el tiempo (cfr. Mt 25,40). El corazón "arde" al contacto con los signos de la presencia de Jesús, que comparte esponsalmente nuestro caminar (cfr. Lc 24,32). Entonces todo creyente en Cristo se convierte en "un testigo de la experiencia de Dios" (RMi 91). La misión del tercer milenio dependerá de esta experiencia contemplativa de los apóstoles, preparada ya en todas las culturas y religiones, pero que todavía no ha llegado a su madurez en Cristo.

 

 

3. El seguimiento personal y comunitario

 

      El encuentro vivencial, que se hace relación interpersonal, tiende a ser permanente, a modo de seguimiento. Se trata de "adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y destino" (VS 19).

 

      El seguimiento evangélico, al estilo de Jesús, se concreta en la actitud de reaccionar amando, siguiendo las pautas de las bienaventuranzas: en toda circunstancia, "amad... como vuestro Padre" (Mt 5,44.48). "Las bienaventuranzas... en su profundidad original, son una especie de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con él" (VS 119).

 

      Mientras no se profundice la moral cristiana a la luz del seguimiento de Cristo, será imposible su aceptación y especialmente su práctica. Sólo quien está enamorado de Cristo, acepta su mensaje y sus exigencias en toda su integridad. El amor da sentido a todas las exigencias morales. Por esto, "la moral cristiana... consiste principalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia" (VS 119).

 

      El apóstol, a pesar de sus limitaciones, está llamado a ser la personificación de las bienaventuranzas; "es el hombre de las bienaventuranzas" (RMi 91). Los no cristianos y los no creyentes necesitan ver, en el creyente y apóstol, esa "alegría interior que viene de la fe" (ibídem), como fruto de haber unificado el corazón orientándolo hacia Cristo, sin anteponer nada a él. En ese testimonio evangélico se demuestra que "el amor sigue siendo la fuerza de la misión" (RMi 60).

 

      El seguimiento evangélico, personal y comunitario, comporta una "progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo" (VC 65), a modo de sintonía con su anonadamiento y con su cruz, para llegar a la fecundidad de la resurrección. Así se llegará a conseguir que "toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre" (Fil 2,5-11). No existe misión sin esa sintonía con Cristo crucificado y resucitado.

 

      Es verdad que el seguimiento supone renuncia. Es la regla principal del enamoramiento. Si el compartir la vida con Cristo no fuera desposorio y amistad profunda, la renuncia sería imposible o se convertiría en un peso insoportable. Cristo invita a correr su misma suerte y a beber su misma copa de bodas o de Alianza: "¿Podéis beber la copa que yo he de beber?" (Mc 10,38). Sólo su amor esponsal puede dar sentido a "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).

 

      La lista de renuncias, elaborada por el mismo Cristo, no es una lista puritana y maniquea, sino que tiene una clave, sin la cual no es posible descifrar su contenido evangélico: "Por mi nombre" (Mt 19,29). El "nombre", en el contexto bíblico, es la misma persona y, en este caso, el mismo Cristo que ha declarado su amor para poder exigir amor: "Le miró con amor" (Mc 10,21); "como mi Padre me amó, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

      Amar como Cristo, equivale a "dar la vida" (Jn 10,11). El Buen Pastor da la vida en la cercanía a todos los hermanos, en sintonía con su situación concreta, dándose él mismo, sin pertenecerse, según los designios amorosos del Padre, como esposo o consorte de toda la humanidad.

 

      Cuando decimos seguimiento "personal", en lenguaje cristiano significa que cada uno es irrepetible y que nadie le puede suplir. Pero precisamente por ello, la persona es esencialmente miembro de la comunidad eclesial. La persona del creyente en Cristo vive en comunión de hermanos, con Cristo "en medio de ellos" (Mt 18,20).

 

      Cristo se hace presente en la comunidad por medio de signos transparentes y portadores de su presencia y de su gracia. Son los signos de su palabra viva, los sacramentos (especialmente la Eucaristía), las personas llamadas a desempeñar diversos servicios o ministerios... Entonces la comunidad de personas creyentes (según su propia vocación, ministerio y carisma), forma "uno solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32).

 

      Es el Espíritu Santo, enviado por Jesús, quien da luz y fuerza para el encuentro y el seguimiento de Cristo, presente en los signos eclesiales de la comunidad. "La presencia del Resucitado en la Iglesia hace posible nuestro encuentro con El, gracias a la acción del Espíritu vivificante. Este encuentro, pues, tiene esencialmente una dimensión eclesial y lleva a un encuentro de vida. En efecto, encontrar a Cristo vivo es aceptar su amor primero, optar por El, adherir libremente a su persona y proyecto, que es el anuncio y la realización del Reino" (EAm 68).

 


 

IV. EL ENCUENTRO SE HACE MISION

 

 

1. Del encuentro, al encuentro

2. Comunidad y comunión misionera

3. Inserción en las realidades humanas como Cristo

 

1. Del encuentro, al encuentro

 

      La misión no es una simple acción social o filantrópica, sino un encuentro con Cristo que busca y espera a todos los hermanos, sin distinción de fronteras de ningún género. Precisamente por esto, se puede afirmar que Cristo espera al apóstol "en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

 

      Este encuentro con Cristo en el servicio misionero no sería posible sin la experiencia de fe vivida por parte del mismo apóstol. A los creyentes, "la venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (Hech 1,8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 91).

 

      Así se puede afirmar que "el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de la vida" (RMi 88). El Señor le envía, le acompaña y le espera en la misión: "Id... estaré con vosotros" (Mt 28,19-20). "Quien nos ha llamado y enviado, permanece con nosotros" (PDV 4).

 

      El deseo de anunciar a Cristo es fruto de vivir de él: "La misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). "El anuncio apasionado de Cristo" (VC 75) proviene del "amor apasionado por Cristo" (VC 109). "Del conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de evangelizar, y de llevar a otros al sí de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe" (CEC 429). La caridad de Cristo urge a la misión: "El amor de Cristo nos apremia" (1Cor 5,14).

 

      El profundo deseo de anunciar a Cristo nace del encuentro con él, puesto que escogió a los apóstoles "para estar con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14). Si se le ha visto ("contemplado") por la fe, se le quiere anunciar por la misión (cfr. 1Jn 1,1ss). Entonces la misión, sin olvidar los servicios necesarios de caridad, se hace invitación al encuentro con Cristo: "Ven y verás... lo llevó a Jesús" (Jn 1,42.46).

 

      La novedad de la misión cristiana radica en el misterio de la Encarnación del Verbo y de la redención. Cristo es el único Salvador. Por esto se anuncia a Cristo vivo, que murió y ha resucitado, para llamar a abrirse a él ("conversión"), transformarse en él ("bautismo") y formar parte de su comunidad eclesial (cfr. Hech 2,38ss). Así es el anuncio de Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14, ), "el Salvador del mundo" (Jn 4,42).

 

      Anunciar hoy a Cristo, en una sociedad que pide experiencias y testigos, no sería posible sin esta orientación evangélica de invitar a vivir en Cristo (cfr. Jn 6,57; Gal 2,20). Quien ha experimentado esta vida en Cristo, ya no sabe otro modo de evangelizar: "Yo he de formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19).

 

      Vivir en sintonía con los amores de Cristo significa "llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y Buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (PDV 49).

 

      La misión es "comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesús... estar en comunión con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, Buen Pastor" (PDV 57). La relación íntima con Cristo (por el encuentro con él) se concreta en ver a Cristo presente en todos los hermanos y servirle sin esperar recompensa. La misión es donación de gratuidad.

 

      A partir de este encuentro que se hace misión, se comprende la dinámica de renovación por parte del apóstol y de la comunidad apostólica: "El encuentro personal con el Señor, si es auténtico, llevará también consigo la renovación eclesial... Las Iglesias particulares, y en ellas cada uno de sus miembros, descubrirán, a través de la propia experiencia espiritual, que el encuentro con Jesucristo vivo es camino para la conversión, la comunión y la solidaridad" (EAm 7).

 

      La misión, pues, se puede definir como dinámica de pasar de un encuentro a otro encuentro. "El encuentro con el Señor produce una profunda transformación de quienes no se cierran a El. El primer impulso que surge de esta transformación es comunicar a los demás la riqueza adquirida en la experiencia de ese encuentro" (EAm 68). Del encuentro con Cristo nace, pues, el impulso de la misión: "El ardiente deseo de invitar a los demás a encontrar a Aquél a quien nosotros hemos encontrado, está en la raíz de la misión evangelizadora que incumbe a toda la Iglesia" (ibídem).

 

      Entonces no existen obstáculos insuperables para la misión, ni ésta se queda circunscrita a unas fronteras limitadas. Toda misión cristiana, por ser prolongación de la misma misión de Cristo, tiende a ser (en diverso grado e intensidad) misión "ad gentes". La gratitud por el don de la fe se hace sintonía con todos los hermanos y con todos los pueblos. "La fe se fortalece dándola" (RMi 2).

 

      En el mensaje dirigido a la juventud de Roma (8.9.97), en vistas al Jubileo del año 2000, decía Juan Pablo II: "Para poder anunciar y testimoniar a Cristo, es preciso conocerlo y encontrarse con él... Sólo quien hace esta experiencia intensa y profunda de Cristo puede hablar eficazmente de él a los demás. Sólo quien cultiva una relación asidua con este divino Maestro, puede llevar hasta él a sus hermanos. El es la única persona capaz de responder plenamente a las expectativas de todo ser humano... Jesús no es solamente un gran personaje del pasado, un maestro de vida y de moral. Es el Señor resucitado, el Dios cercano a todo hombre, con quien se puede dialogar, experimentando la alegría de la amistad, la esperanza en las pruebas, la certeza de un futuro mejor... Confiad en Jesucristo!".

 

      Evangelizar es anunciar a Cristo "Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4,14). Es el mismo anuncio que proclamó el Señor: "Dios ha enviado a su Hijo al mundo... para que el mundo se salve por él" (Jn 3,17). Se proclama a Cristo como "el Hijo unigénito que está en el seno del Padre" (Jn 1,18), "la imagen de Dios invisible" (Col 1,15), el Hijo "enviado al mundo" por el Padre (Jn 17,36) con la "unción" y acción del Espíritu Santo (Lc 4,14.18). La misión tiende a "recapitular todas las cosas en él" (Ef 1,10).

 

      La salvación que ofrece Cristo es única e irrepetible, "para todos los hombres" (Tit 2,11), porque "en ningún otro hay salvación" (Hech 4,12), como "luz del mundo" que disipa las tinieblas (Jn 8,12) y "luz para iluminar a las naciones" (Lc 2,32). Dios se nos ha revelado así: "Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó... por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tit 3,4-6).

      Este anuncio llega a todos los sectores de la sociedad, sanándolos desde la raíz: salud, cultura, trabajo, libertad, convivencia, economía... Pero no se puede confundir con la filantropía, puesto que se apunta al bien integral del ser humano. Tampoco se puede confundir el anuncio evangélico con un simple encuentro y evolución cultural. Evangelizar es anunciar, celebrar y comunicar los planes salvíficos de Dios en Cristo, puesto que "todo ha sido creado por él y para él... y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,16-17). Todas las culturas están llamadas, por gracia, a llegar a la plenitud salvífica de Cristo, puesto que "de su plenitud hemos recibido todos, gracia por gracia" (Jn 1,16).

 

      La riqueza que se contiene en la palabra "evangelizar" es debida al contenido de la misma: se anuncia el gozo o la alegre noticia de que Cristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado, es el Salvador esperado por todas las gentes. Se anuncia a Cristo, se da testimonio de su presencia por medio de una vida coherente, se invita a adherirse personalmente a él y a aceptar los signos salvíficos instituido por él y que constituyen la base de su comunidad o familia de creyentes (su "Iglesia"). "Evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo, mediante el Espíritu Santo" (EN 26). Por esto, "evangelizar constituye la gracia y la vocación propias de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar" (EN 14).

 

      Evangelizar en una sociedad "icónica" (de imágenes) como la nuestra, comporta presentar los "signos" claros del evangelio. En realidad, "el hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros" (RMi 42). Por esto, el testimonio de vida es "una condición esencial en vistas a una eficacia real de la predicación" (EN 76).

 

      El "evangelio" es, pues, "anuncio" del "gozo" salvífico en Cristo, que es "nuestra esperanza" (1Tim 1,1). Es "la esperanza que no defrauda" (Rom 5,5), precisamente porque "esperamos lo que no vemos" (Rom 8,25). Esa esperanza cristiana es "utopía" porque anuncia y promete un cambio radical de la humanidad y de la creación, donde sólo reinará el amor y la justicia (cfr. Ap 21,1-4; 2Pe 3,13). Es una "esperanza escatológica" o de una realidad "final", que ya se constata y construye en el presente, preparando "el cielo nuevo y la tierra" (Apoc 21,1).

 

      El primer anuncio del gozo evangélico tuvo lugar en Nazaret el día de la Encarnación: "Alégrate, llena de gracia" (Lc 1,28). Para proclamar este anuncio se necesitan personas que transparenten en la vida el "gozo de Dios Salvador" (Lc 1,47). Sólo se puede evangelizar "a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo" (EN 80). "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe" (RMi 91).

 

 

2. Comunidad y comunión misionera

 

      La eficacia del grupo apostólico radica en ser "comunión", es decir, familia y sintonía de "un sólo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). Entonces Cristo está presente "en medio" de todos (Mt 18,20). En esa unidad, que refleja la comunión o familia trinitaria, se transparenta el Señor, haciendo de ella un signo eficaz de evangelización: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

 

      La fuerza de la comunión consiste, pues, en que transparenta y comunica la presencia de Cristo resucitado. Las bienaventuranzas se personifican en el cumplimiento del mandato del amor: "En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros" (Jn 13,35). La comunión es parte integrante del testimonio misionero: "Nosotros somos testigos" (Hech 2,32). La comunidad eclesial dejaría de ser "un hecho evangelizador" (Puebla 663), si en ella se resquebrajara la unidad: "La fuerza de la evangelización quedará muy debilitada si los que anuncian el Evangelio están divididos entre sí" (EN 77).

 

      La fuente inmediata de esta comunión eclesial es la Eucaristía, como "signo de unidad y vínculo de caridad" (SC 47). Es el centro de la vida de la Iglesia, "fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11), "fuente y cima de toda la evangelización" (PO 5).

 

      El encuentro personal y comunitario con Cristo se hace misión, a partir de la Eucaristía: "La Eucaristía sigue siendo el centro vivo y permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad eclesial... es el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo" (EAm 35).

 

      No se llegará nunca a la unidad del comunión en las comunidades eclesiales, sin la actitud permanente de conversión. Las divisiones se originan en la búsqueda y posesión de intereses personalistas o de grupo, así como en exclusivismos y exageraciones de cualquier signo. La comunión entre carismas distintos, distribuidos por "el mismo Espíritu" (Ef 4,4), se sostiene con esa actitud de conversión "ecuménica": "El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior" (UR 7).

 

      La comunidad cristiana es esencialmente "comunión" ("coinonía"), como reflejo de la vida de Dios Amor. La comunidad "convocada" por Jesús, es decir, su "Iglesia" (Mt 16,18), es auténtica en la medida en que sea "comunión" de hermanos, con Jesús "en medio" (Mt 18,20), como reflejo del amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cfr. Jn 17,21-23). Así era la primera comunidad eclesial de Jerusalén, donde todos eran "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). Por esto, "lo tenían todo en común" (Hech 2,44).

 

      La Iglesia "comunión" respira siempre oxígeno universo; no es un grupo cerrado en sí mismo, sino "misterio", es  decir, "sacramento", signo eficaz, "instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La Iglesia contribuye a la "edificación de un mundo más humano" (GS 57) en el grado en que ella misma sea "comunión". De este modo, "la unión de la familia humana cobra sumo vigor y se completa con la unidad, fundada en Cristo, de la familia consti­­tuida por los hijos de Dios" (GS 42).

 

      Cuando la comunidad eclesial refleja "la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4), entonces se convierte en "signo levantado en medio de las naciones" (SC 2; cfr. Is 11,12). El signo de la comunión eclesial es el único que puede convencer a las religiones de los pueblos sobre la nueva irrupción de Dios en la historia por medio de Jesucristo. En el grado en que la Iglesia se haga comunión, por la unidad vital, oblativa y diferenciada de todos los creyentes en Cristo, en ese mismo grado será el "signo levantado" ante las religiones y culturas religiosas de los pueblos. Somos la Iglesia de la Trinidad, la Iglesia que es misión en el grado en que viva el misterio de la comunión.

 

      La realidad de la comunión eclesial es signo eficaz de la transformación de toda la humanidad, respetando la "autonomía" de las realidades temporales (GS 36) y salvando todos los valores culturales y religiosos. "Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión»" (SRS 40). La venida de Jesús, como Verbo encarnado, ha tenido como objetivo "establecer la paz o comunión con él y una fraterna sociedad entre los hombres" (AG 3). De este modo se ha constituido "un pueblo, en el que sus hijos, que estaban dispersos, se congreguen en la unidad" (AG 2; cfr. Jn 11,52).

 

      Cuando la Iglesia vive la "comunión", se hace constructora de la comunión universal. Ella misma es el "cuerpo" de Cristo, donde debe reinar la armonía que proviene de profesar "una misma fe", de tener "un mismo Señor", de comer "un mismo pan" y de vivir de "un mismo Espíritu" (cfr. Ef 4,4-6; 1Cor 10,17). "En esta comunión está el fundamento de la misión" (RMi 75).

 

      Al vivir en comunión de hermanos, la comunidad eclesial es signo eficaz para hacer de toda la humanidad una "familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor" (GS 32). Sólo esta "comunión de vida" podrá mostrar a la Iglesia como "pueblo mesiánico", "germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación" para todo el género humano (LG 9). Jesús aparecerá entonces como "luz de las naciones" (Lc 2,32; Is 42,6).

 

      La "secta" es lo más contrario a la comunión eclesial, que refleja siempre la Trinidad y, consecuentemente, toda la humanidad redimida. Por esto, todos los títulos bíblicos de la Iglesia indican "comunión": cuerpo, casa, familia, templo, pueblo, esposa... (cfr. LG 6-7). La comunión de Dios Amor, uno y trino, es la fuente de la comunión eclesial, donde todos somos "familiares de Dios" (Ef 2,19, la comunidad amada por Jesús: "Mi Iglesia" (Mt 16,18), "mis ovejas" (Jn 10,14), "mis hermanos" (Jn 20,17), "mi madre y mis hermanos" (Lc 8,21), "los que tú me has dado" (Jn 17,4).

 

      El Espíritu Santo hace que la Iglesia vida "la verdad en la caridad" (Ef 4,15), escuchando la Palabra, celebrando la Eucaristía y los demás signos sacramentales, compartiendo los bienes con todos los hermanos. "Fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea" (RMi 23).

 

 

3. Inserción en las realidades humanas como Cristo

 

      La misión como encuentro con Cristo, que nos espera escondido em el corazón de todos los hermanos, es un proceso de cercanía, según el estilo de vida del mismo Cristo. El se hizo cercano a los pobres, enfermos, pecadores, a los que buscaban la verdad, a todo ser humano en su situación concreta: "A Jesús de Nazaret, Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y pasó haciendo el bien" (Hech 10,38).

 

      Esta cercanía equivale a inserción en las situaciones humanas, a la luz de la Encarnación: "Habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Es inserción acompañada con la autenticidad del testimonio, con la disponibilidad de arriesgarlo todo para anunciar a Cristo. A veces, este testimonio llega hasta el martirio: "El mártir es el testigo más auténtico de la verdad sobre la existencia. El sabe que ha hallado, en el encuentro con Jesucristo, la verdad sobre su vida, y nada ni nadie podrá arrebatarle jamás esta certeza" (FR 32).

 

      Al apóstol, "Cristo le espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88). A veces serán los ambientes culturales y religiosos, donde tendrá que inculturarse y entablar un sincero y respetuoso diálogo interreligioso. Otras veces serán las situaciones sociales de migración, pobreza, injusticia, guerra, enfermedad, marginación... Habrá de llegar a la niñez y juventud, a los adultos y ancianos, a la familia y a toda agrupación social. Allí hay que llamar a la "conversión", como apertura a la persona y al mensaje de Jesús, predicado, celebrado y vivido en la Iglesia. Las dificultades se agrandan cuando la sociedad ha entrado en una cultura de muerte y está dominada por el ansia de poder, poseer y disfrutar, anulando los derechos fundamentales de los más débiles.

 

      Básicamente la Iglesia sigue evangelizando en las mismas circunstancias sociológicas en que vivió Jesús. Las sombras, originadas por el pecado, no podrán apagar la luz de la verdad, que Dios ha sembrado en cada corazón humano y en cada pueblo. La voz de Cristo  resucitado, presente, sigue resonando en la historia: "La paz sea con vosotros; soy yo, no temáis" (Lc 24,36).

 

      A partir de los años setenta del siglo XX, se usa frecuentemente la palabra "inculturación". En realidad, es una aplicación de lo que se llama también adaptación, contextualización, "encarnación", inserción... "La inculturación es la encarnación del evangelio en las culturas autóctonas y, al mismo tiempo, la introducción de éstas en la vida de la Iglesia" (SA 21). No hay que olvidar que la religión constituye el corazón de toda cultura.

 

      Jesús, que es la Palabra personal de Dios, el Verbo hecho hombre, se inserta en las coordenadas culturales, geográficas e históricas. El misterio de la "encarnación", salvando su peculiaridad e irrepetibilidad, es la pauta para "encarnarse" o insertarse en las culturas. El misterio es siempre más allá de toda expresión humana cultural; pero esas expresiones culturales son válidas para anunciar y comunicar el misterio de Jesús. Las parábolas evangélicas indican esa inserción vital y comprometida en la cultura de su pueblo y de su época, sin esclavizarse a la misma. Así por ejemplo, con el símbolo cultural y bíblico de la serpiente de bronce (cfr. Jn 3,14; Num 21,8-9), Jesús anuncia su misterio pascual de salvación plena y definitiva.

 

      Los apóstoles siguieron esta misma pauta en el proceso de anunciar el evangelio en las diversas culturas de modo armónico y coherente. El discurso de Pablo en el areópago de Atenas (cfr. Hech 17,19-34) es un modelo de inculturación, para poder "hacerse todo para todos" (1Cor 9,19). Por esto, la inculturación o adaptación e inserción de la palabra revelada, "debe mantenerse como ley de toda evangelización" (GS 44). Una fe que no se insertara en la cultura y que, de algún modo, no se hiciera cultura, correría el riesgo de no ser plenamente recibida.

 

      El cristianismo, por su misma naturaleza, originada en el misterio de la Encarnación, se inserta en toda cultura y situación sociológica e histórica, como hizo Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, y como hicieron los apóstoles.

 

      Una vez inculturados los contenidos evangélicos en una cultura (como ha sucedido ya en algunos países llamados cristianos), habrá que distinguir entre los contenidos de la fe y sus expresiones culturales, en vistas a insertar el mensaje en otros ambientes sociológicos, cuyos valores habrá que respetar, purificar y asumir. Esos nuevos valores ayudarán a comprender y a vivir mejor los contenidos evangélicos de la fe.

 

      Cuando la fe se ha inculturado en unas circunstancias sociológicas y culturales, puede decirse que se viste de un ropaje legítimo, pero nunca de valor absoluto. Ese mismo ropaje (v.g. la cultura hebrea o griega del Nuevo Testamento) no destruye ni infravalora los valores auténticos de otras culturas. Cuando se anuncia el evangelio, no se implanta una cultura en otra (aunque sí hay, de hecho, un encuentro cultural), sino que se anuncia una palabra revelada, que es siempre más allá de toda cultura y que necesita, al mismo tiempo, expresarse por medio de culturas concretas.

 

      Este proceso de inserción del evangelio en las culturas ("inculturación") no termina nunca, debido a que las culturas también evolucionan y se entrecruzan. El proceso de inserción del evangelio en las culturas religiosas de cada pueblo, equivale a una actitud respetuosa capaz de valorar todo lo que sea destello de "verdad" y de "vida", con la convicción profunda de que Cristo es "el Camino" que se cruza con todos los caminos religiosos de la humanidad. Cada cultura y cada religión caminan hacia la plena "libertad" en Cristo (cfr. Gal 4,31).

 

      Si el evangelio se inserta en las culturas, esas mismas culturas, ya embebidas de evangelio, se convierten en un factor de unidad universal, por encima y más allá de todo rito, raza y pueblo. Sería totalmente opuesto al evangelio, la actitud de sobrevalorar las expresiones de la propia cultura "cristianizada", por encima de otras expresiones culturales que son también válidas y parte del patrimonio universal.

 

      El proceso de inculturación, cuando es auténtico, tiende a rectificar y armonizar continuamente una doble perspectiva: hacia la Encarnación (valoración del hombre a partir de Dios hecho hombre) y hacia la redención (perdón de los pecados y salvación definitiva y escatológica). "La buena nueva de Cristo renueva constantemente la vida y la cultura del hombre caído... Con las riquezas de lo alto fecunda como desde sus entrañas las cualidades espirituales y las tradiciones de cada pueblo y de cada edad, las consolida, perfecciona y restaura en Cristo" (GS 58).

 

      La comunión eclesial y humana, construida como reflejo de la comunión trinitaria, supera toda ruptura y división entre cristianos, que ha sido sigue siendo "uno de los grandes males de la evangelización" (cfr. EN 77). La comunión eclesial es posible, porque "para Dios no hay nada imposible" (Lc 1,37). Los dones de Dios son para compartir. Cuando esos dones se comparten con los hermanos, aparece la sorpresa de Dios: El se da a sí mismo.

 

      La inculturación hace misionera a la misma comunidad ya inculturada, como garantía de que se ha recorrido rectamente el proceso de inserción del evangelio en la cultura. La cultura que ha asimilado el cristianismo, se ha potenciado en sí misma y se ha capacitado para compartir con otras culturas el mensaje evangélico recibido. El evangelio inculturado es fuente de nuevos apóstoles.

 

      En todas las culturas hay elementos y conceptos universalmente válidos. Cuando la revelación cristiana asume uno de estos conceptos (purificándolo), no solamente favorece a la cultura, sino que también asume una expresión que ya será siempre válida y universal (aunque imperfecta y mejorable). Por esto, el proceso de inculturación queda siempre abierto y es una fuente para comprender y expresar mejor la misma revelación (que siempre se ha expresado por medio de conceptos culturales existentes anteriormente). "El carácter universal del contenido de la fe" (FR 69) afianza el valor de las diversas expresiones culturales y las ayuda para un legítimo intercambio.

 

      El Misterio de Cristo se anuncia a todos los pueblos y culturas, que son diferenciadas y, al mismo tiempo, parte integrante de todo el patrimonio cultural de la humanidad. "La promesa de Dios en Cristo llega a ser, ahora, una oferta universal, no ya limitada a un pueblo concreto, con su lengua y costumbres, sino extendida a todos como un patrimonio del que cada uno puede libremente participar. Desde lugares y tradiciones diferentes todos están llamados en Cristo a participar en la unidad de la familia de los hijos de Dios" (FR 70).

 

      Este encuentro entre fe y cultura (y también entre fe y razón), salvando la identidad de cada una, "ha dado vida a una realidad nueva" (FR 70). Es algo que dinamiza toda la acción misionera de la Iglesia, exigiendo una mayor renovación contemplativa y evangélica de la misma: "Toda cultura lleva impresa y deja entrever la tensión hacia la plenitud. Se puede decir, pues, que la cultura tiene en sí misma la posibilidad de acoger la revelación divina" (FR 71).

 

      No cabe, pues, el complejo de superioridad, de parte del apóstol: "Los cristianos aportan a cada cultura la verdad inmutable de Dios, revelada por El en la historia y en la cultura de un pueblo" (FR 71). La misión es una llamada a las culturas "hacia la plena explicitación en la verdad", contenida en el misterio de Cristo (ibídem).

 

      Este proceso de inculturación es intrínsecamente misionero, porque presupone la unidad fundamental de la familia humana, ratifica el valor de los conceptos culturales, para expresar analógicamente la verdad revelada y valora las culturas locales en el contexto universal de la comunión eclesial y humana (cfr. FR 72; EAm 11, 16, 64, 70-72; EAf 62). La única verdad infinita, que está en Dios, se ha manifestado, de modo distinto y complementario, en las culturas (como reflexión humana) y en la revelación (que reclama una actitud de fe).

 

      El encuentro definitivo y pleno sólo será posible en Cristo, "la Palabra de la vida" (1Jn 1,1). No es encuentro entre dos culturas, sino entre Dios que envía a su Hijo y las semillas de esa venida que el mismo Dios ha sembrado en el corazón humano y en las culturas de los pueblos. Cristo, la Verdad, es la meta. Sólo caminando hacia esa meta, será posible "superar las divisiones y recorrer juntos el camino hacia la verdad completa, siguiendo los senderos que sólo conoce el Espíritu del Señor resucitado" (FR 92).

 

      El cristianismo, por haber recibido la Palabra personal de Dios, que es el mismo Jesús, está llamado al diálogo con la sociedad, las culturas y las religiones. "La Iglesia se hace palabra... se hace mensaje... se hace coloquio" (ES 60). El diálogo definitivo ha empezado en Cristo, quien invita a entrar en la comunión de Dios amor, uno y trino.

 

      El diálogo es encuentro entre hermanos que intercambian los dones recibidos del mismo Dios. La palabra humana se inspira en la palabra de Dios, que puede manifestarse "de muchas maneras" (Heb 1,1). Entonces el diálogo se hace posible, tanto en la diversidad de pareceres y de doctrina, como en las diferencias de la vida práctica. A partir del Verbo encarnado, que es la palabra personal de Dios, y guiados por su luz, se puede entrar en diálogo, primero con los componentes de la propia comunidad cristiana (diálogo espiritual y pastoral), luego con los cristianos de otras comunidades eclesiales (diálogo ecuménico) y finalmente con las otras religiones o culturas (diálogo interreligioso, inculturación).

 

      El verdadero diálogo entre hermanos es "interior impulso de caridad" (ES 59). Cuando el cristianismo quiere entrar en diálogo con las situaciones, las culturas y las religiones, tiene que realizar un proceso de autoconversión y de renovación: tomar conciencia de lo que es ser cristiano y de lo que es ser Iglesia, observar y escuchar otras aportaciones de la verdad y del bien, disponerse a una fidelidad mayor respecto a la revelación predicada por Jesús, para poder anunciarlo y comunicarlo adecuadamente a los demás que ya tienen una cierta preparación evangélica.

 

      Cuando el diálogo es entre diversas experiencias religiosas (o diversas religiones), entonces se llama interreligioso. Este diálogo puede tener lugar a nivel de doctrina o reflexión teológica, a nivel estructural y organizativo, a nivel de cooperación caritativa o social, a nivel de experiencias religiosas y a nivel de vida por medio de la convivencia de todos los días. Ese diálogo es un "coloquio verdaderamente humano a la luz divina... para advertir las riquezas que Dios, generoso, ha distribuido a las gentes" (AG 11).

 

      Para entrar en este diálogo, auténtico y respetuoso, habrá que conocer y apreciar los elementos positivos de todas las religiones y culturas, puesto que "reflejan no pocas veces un destello de aquella Verdad que ilumina a todo hombre" (NAe 2; cfr. Jn 1,9). No sería posible este diálogo sin una permanente actitud de oración como experiencia de Dios. La experiencia de Dios Amor, revelado por Cristo, supera los obstáculos del absolutismo, del reduccionismo, del sincretismo y del relativismo.


 

V. EL ENCUENTRO DE TODOS LOS HERMANOS EN LA COMUNIDAD DE CRISTO RESUCITADO

 

1. El encuentro de las semillas del Verbo en la comunidad del Verbo encarnado

2. La comunidad eclesial del tercer milenio

3. Madurez cristiana personal y comunitaria: contemplación, perfección, comunión y misión

 

 

1. En encuentro de las semillas del Verbo en la comunidad del Verbo Encarnado

 

      Las semillas del Verbo, sembradas por el Espíritu Santo en las culturas y religiones, están llamadas "a su madurez en Cristo" (RMi 88). Para que lleguen a germinar, necesitan el encuentro con Cristo en una comunidad eclesial, donde las "huellas" de Verbo Encarnado se hayan hecho patentes. Sólo entonces aparecerá claramente que el Verbo Encarnado es "el cumplimiento de anhelo existente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).

 

      Este encuentro entre las semillas y las huellas del mismo y único Verbo Encarnado, es una gracia, un don de Dios, que pide y, al mismo tiempo, hace posible la cooperación espiritual y apostólica. Se necesitan santos y apóstoles. La apertura sistemática y progresiva hacia la fe en Cristo, el Verbo Encarnado, se llama "conversión". El que se convierte a la fe en Cristo, necesita ver prácticamente cómo es esa vida de conversión (cambio de mentalidad y de actitudes) en los ya creyentes en Cristo. "Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47, final).

 

      Sólo con esta perspectiva realista de las semillas ya sembradas por el mismo Dios Amor, que nos ha enviado a su Hijo, se puede comprender, sin traumas ni rémoras, que "Jesucristo es... la llamada última dirigida a la humanidad para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y nostalgia" (FR 33). Las diversas "vías" de búsqueda auténtica de Dios (como son todas las religiones y culturas) están llamadas a llegar "a la meta final, es decir, a la revelación en Jesucristo" (FR 38).

 

      Descubrir estas semillas, no es sólo ni principalmente una labor intelectual o un análisis sociológico, sino que consiste principalmente en una apertura a la "luz evangélica" (AG 11). Estas semillas, por ser reflejo o "destellos" del Verbo, tienden, por su misma naturaleza, al encuentro explícito con "la Palabra definitiva del Padre", que es Jesucristo, el Verbo encarnado. Por esto, el mismo Espíritu Santo, que sembró estas semillas en los pueblos, culturas y religiones, "las prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28).

 

      El anuncio y el testimonio, así como el esfuerzo de inculturación y de diálogo, son presupuestos indispensables en ese proceso de maduración, que es siempre guiado por el Espíritu Santo. El encuentro entre las semillas del Verbo (en los no cristianos) y las huellas del Verbo (en los cristianos) se retrasa no por falta de la gracia divina, sino por defecto de colaboración humana. La "paciencia" milenaria de Dios urge a una "paciencia" cristiana, que consiste en la espera activa y responsable de Cristo que viene (cfr. 2Tes 3,5).

 

      En la dinámica histórica de esta paciencia milenaria de Dios, se inserta la acción evangelizadora para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Los valores del Reino, sembrados en todas las culturas, caminan hacia Jesucristo, que es el Reino ya presente en la historia (cfr. Mc 1,15). El encuentro con Cristo y la apertura a su mensaje, se llaman "conversión", como aceptación de los nuevos planes salvíficos de Dios Amor, que no destruyen la preparación salvífica anterior. La situación actual sobre el encuentro de todas las religiones con el cristianismo, es una novedad de gracia, que reclama apertura y conversión especialmente por parte de los ya creyentes en Cristo.

 

      Se puede constatar el estupor de muchos hombres y mujeres de buena voluntad, al leer la vida y los escritos de nuestros santos, mártires y místicos. Podríamos decir que los pueblos gentiles ya "han visto la estrella" del Mesías (Mt 2,2); pero necesitan encontrar hermanos de hoy, nosotros, que podamos decir: "Hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). En cierto sentido, se puede afirmar que las religiones no cristianas "tienen derecho" a escuchar de nosotros el anuncio de la Buena Nueva (cfr. EN 80; RMi 44).

 

      Aunque nadie tiene derecho a la fe, que es siempre un don de Dios, no obstante, "Cristo resucitado obra ya, por la virtud de su Espíritu, en el corazón del hombre" (RMi 28). Y es el mismo Cristo quien, mostrándose por la fe explícita a los ya creyentes, les comunica la misión: "Ve a mis hermanos" (Jn 20,17); "id por todo el mundo" (Mc 16,15). La acción del apóstol consiste en hacer realidad el encuentro explícito con Cristo: "Cuanto de verdad y de gracia se encuentra ya en las naciones... lo restituye a su autor, Cristo" (AG 9).

 

      El mensaje evangélico consiste en la gran novedad de la Encarnación del Verbo, como Palabra definitiva del Padre: "Este es mi Hijo amado, escuchadle" (Mt 17,5). Todo cristiano está llamado a transmitir este mensaje. Con la propia vida y con las palabras, hay que anunciar, con convicción y audacia serena y humilde, que "Cristo es su única y definitiva culminación" (TMA 6).

 

 

2. La comunidad eclesial del tercer milenio

 

      La comunidad eclesial, dispuesta a una "nueva evangelización", necesita "un nuevo fervor de los apóstoles", capaces de encontrar los "nuevos métodos" y las "nuevas expresiones" que corresponden a las nuevas situaciones y a las nuevas gracias de Dios (cfr. Juan Pablo II, Discurso en Puerto Rico y Santo Domingo, 1983 y 1984).

 

      El inicio del tercer milenio pone de relieve las nuevas situaciones geográficas, sociológicas y culturales (cfr. RMi 37-38), así como los nuevos "signos de los tiempos" (TMA 46) y las nuevas gracias, que indican el "amanecer una nueva época misionera" (RMi 92).

 

      No se puede evangelizar con "evangelizadores tristes" (EN 80). Las dudas y los desánimos, que atrofian la misión, nacen de comunidades y de pensadores desanimados ante las nuevas situaciones, que deberían considerarse, más bien, nuevas ocasiones de evangelizar. "Todos deben recordar que el núcleo vital de la nueva evangelización ha de ser el anuncio claro e inequívoco de la persona de Jesucristo, es decir, el anuncio de su nombre, de su doctrina, de su vida, de sus promesas y del Reino que Él nos ha conquistado a través de su misterio pascual" (EAm 66).

 

      Hay una constante histórica que tiene sus raíces bíblicas. La comunidad eclesial está prefigurada por la fidelidad de la Sagrada Familia, que es guiada por una providencia misteriosa y sorprendente, como el encargo que recibió San José: "Toma al niño y a su madre" (Mt 2,13.20). Esa dimensión cristológica y mariana es la clave de la autenticidad eclesial. La Iglesia "es nuestra madre" por medio de este proceso de recibir, cuidar y transmitir a Cristo con y como María (cfr. Gal 4,4-7.19.26).

 

      La Iglesia del tercer milenio seguirá siendo, como en todas las épocas, la Iglesia de los mártires. Así darán el "testimonio" (martirio) en la línea del mandato del amor, como signo de santidad. La Iglesia se encontrará siempre "en estado de persecución" (DeV 60).

 

      La eficacia misionera del martirio se concreta en la expresión de Tertuliano: "La sangre de los mártires es semilla de cristianos". "La prueba suprema es el don de la vida, hasta aceptar la muerte para testimoniar la fe en Jesucristo. Como siempre en la historia cristiana, los « mártires », es decir, los testigos, son numerosos e indispensables para el camino del Evangelio... Ellos son los anunciadores y los testigos por excelencia" (RMi 45). El apóstol "siguiendo las huellas de su Maestro... da testimonio de su Señor con su vida enteramente evangé­lica, con mucha paciencia, con longanimidad, con suavidad, con caridad sincera, y si es necesario, hasta con la propia sangre" (AG 24).

 

      La misión, ya en sus inicios, tiene esta impronta martirial: "Seréis mis testigos" (Hech 1,8); "nosotros somos testigos" (Hech 2,32). El martirio es "un acto de fortaleza", afirma Santo Tomás. Es la actitud de dar la vida (de modo violento o en los servicios de caridad), en unión con el sacrificio de Cristo; es el supremo testimonio de la fe y de la esperanza (cfr. LG 42). Por su actitud de donación y perdón, "el martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana" (CEC 2473).

 

      El martirio, de sangre o de vida donada, es una constante en el camino de la santidad, de la vida comunitaria y del apostolado: "El creyente que haya tomado seriamente en consideración la vocación cristiana, en la cual el martirio es una posibilidad anunciada ya por la Revelación, no puede excluir esta perspectiva en su propio horizonte existencial" (IM 13). La clave de la actitud martirial del creyente y de la comunidad es el encuentro personal con Cristo: "El mártir, en efecto, es el testigo más auténtico de la verdad sobre la existencia. Él sabe que ha hallado en el encuentro con Jesucristo la verdad sobre su vida y nada ni nadie podrá arrebatarle jamás esta certeza. Ni el sufrimiento ni la muerte violenta lo harán apartar de la adhesión a la verdad que ha descubierto en su encuentro con Cristo" (FR 32).

 

      Una comunidad que perdona y se organiza para la reconciliación, se hace signo y testimonio del mensaje evangélico: "Los mártires son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor. El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor. Su existencia refleja la suprema palabra pronunciada por Jesús en la cruz: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34)" (Bula IM 13).

 

      Ninguna cultura y religión se resiste al testimonio de las bienaventuranzas, llevado hasta el extremo: "Por eso el testimonio de los mártires atrae, es aceptado, escuchado y seguido hasta en nuestros días. Ésta es la razón por la cual nos fiamos de su palabra: se percibe en ellos la evidencia de un amor que no tiene necesidad de largas argumentaciones para convencer, desde el momento en que habla a cada uno de lo que él ya percibe en su interior como verdadero y buscado desde tanto tiempo" (FR 32).

 

      Ante esta realidad de gracia, el deseo más ardiente de todo apóstol es el de hacer de la vida una donación sacrificial, en unión con Cristo: "Jesús, que muera mártir por ti, con el martirio del corazón o del cuerpo o, mejor, con los dos" (Santa Teresa de Lisieux).

 

      El concilio Vaticano II ha invitado a toda la Iglesia "avanzar continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8). La renovación se necesita para conseguir una "nueva evangelización". "La nueva evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia... con estructuras y dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento universal de salvación" (Doc. de Santo Domingo, 30). "Sólo una Iglesia evangelizada es capaz de evangelizar" (ibídem 23).

 

      Es toda la comunidad la que se hace sujeto evangelizador, formando a sus componentes para que evangelicen todos los sectores y situaciones humanas, presentando a Cristo Salvador único y universal. Vamos hacia una "nueva primavera" de gracia (RMi 2) o "nueva época misionera" de la Iglesia (cfr. RMi 92). Toda comunidad cristiana se dispone a afrontar las nuevas situaciones, en las que es posible "hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y con la vida, a todos los hombres y a todos los pueblos" (ibídem).

 

      La Iglesia recupera el tono de "la primera caridad" (Ap 2,4) siendo contemplativa de la Palabra, siguiendo a Cristo en su estilo de vida evangélica, compartiendo los bienes sin esperar a que sobren, reconociendo a los pobres como hermanos, anunciando con audacia y sin reticencias ni complejos, que Cristo es perfecto Dios, perfecto hombre y Salvador universal (cfr. Hech 2-4).

 

      "La Iglesia no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo"(LG 9). Porque es el Espíritu Santo quien, "con la fuerza del evangelio, rejuvenece a la Iglesia, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4). Sólo así podrá recuperar, salvar y llevar a la plenitud en Cristo, todos los valores religiosos de los pueblos. La garantía de toda renovación eclesial es la de una comunidad eclesial como aquella de Jerusalén: "unida en oración con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14), formando "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32), escuchando "la doctrina de los Apóstoles" (Hech 2,42) y celebrando la Eucaristía como "pan partido" (ibídem). Es la comunidad eclesial que comparte los bienes solidariamente y se consagra a evangelizar "con audacia" (cfr. Hech 4,31-34).

 

 

3. Madurez cristiana personal y comunitaria: contemplación, perfección, comunión y misión

 

      Después de veinte siglos de cristianismo, podemos intuir que solamente estamos empezando. Los santos han sido la personificación de las bienaventuranzas, una vida hecha donación, como la de Jesús. Hubo, hay y habrá siempre muchos santos, especialmente en vidas anónimas. Pero somos muy pocos los creyentes que de verdad transparentamos a Cristo, entre los más de mil millones de bautizados.

 

      La clave de la misión eclesial está en la santidad. Es la condición insustituible para que se cumpla la misión de la Iglesia. Tal vez estamos en la mejor época de la historia eclesial hasta el presente; pero los más de cuatro mil millones de no bautizados no ven a Jesús en nuestras vidas. "La santidad de vida permite a cada cristiano ser fecundo en la misión de la Iglesia" (RMi 77).

 

      Si por santidad se entiende la "perfección de la caridad" (LG 40), a la que están llamados todos los bautizados, esta perfección se concreta en la relación personal con Cristo, unión, imitación y transformación en él, dentro de un proceso permanente de pensar, sentir y amar como él, en la vida cotidiana y según el propio estado de vida. Esta santidad es posible, empezando cada día, sin desanimarse por los propios defectos.

 

      La misión no es más que la transparencia o testimonio de esta vida en Cristo: "También vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio" (Jn 15,27). Las bienaventuranzas, como autorretrato de Jesús, se anuncian por medio de creyentes que quieren vivir con coherencia el mensaje evangélico, andando por la calle y por los caminos del mundo. "La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión" (RMi 90).

 

      La comunidad eclesial custodia una herencia milenaria de gracia. Hoy, más que en el pasado, se puede tomar conciencia de la realidad universal y global, a la luz del misterio del Cristo, para asumir una actitud radical de seguimiento evangélico y, consecuentemente, insertarse en las culturas de los pueblos. La preparación técnica y cultural es necesaria e imprescindible; pero la acción de Cristo resucitado y de su Espíritu necesita "instrumentos vivos" y responsables (PO 12), conscientes de su propia pobreza, desprendidos de todo poder y seguridad humana, disponibles con fidelidad generosa. No hay quien se resista a esta fuerza humilde, audaz y amorosa de Belén, de Nazaret y de la cruz.

 

      La comunidad eclesial se fragua en la escuela de la Palabra, la celebración de la Eucaristía, del compartir los bienes con caridad fraterna y de la disponibilidad para evangelizar bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Hech 2,32-47; 4,31-34).

 

      Hay que cuidar, en un proceso de formación permanente, la reflexión catequética y teológica. Las ideas confusas y enfermizas siembran confusión. Toda reflexión teológica auténtica, por el hecho de inspirarse en la fe, es una invitación a vivir la vocación, contemplación, perfección, comunión eclesial y misión. Sin esta perspectiva evangélica entusiasmante, no hay verdadera reflexión teológica ni cristiana.

 

      La comunidad eclesial, para proseguir en el camino de la santidad y de la misión, mecesita el apoyo de una reflexión bíblica, patrística, litúrgica, magisterial e histórica (reflejada en la vida de los santos). Esta reflexión será entonces insertada ("encarnada") en la realidad concreta, existencial, comprometida, de sentido salvífico integral y dialogal respecto a todos los hermanos (no creyentes, no cristianos, no católicos). Entonces la reflexión será "kerigmática" o de primer anuncio: anunciar a Cristo muerto y resucitado, experimentado en el encuentro personal y comunitario.

 

      La reflexión catequética y teológica invita a la respuesta relacional y a la inserción e inculturación del evangelio en la realidad sociológica y cultural. Es siempre reflexión contemplativa y sistemática, que edifica la comunión en la diversidad de carismas derramados por el mismo Espíritu. No podrá olvidar la línea de "esperanza" o de escatología, como confianza en Dios Amor y como tensión hacia "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Ap 21,1) y hacia la visión de Dios.

 

      Entonces se afianza el corazón en las verdades y valores permanentes, que se basan en la revelación. Los "valores del Reino", que existen ya en las culturas y en los pueblos, son una invitación apremiante a anunciar que "el Reino de Dios está cerca" (Mc 3,2), que ya ha venido en Jesús de Nazaret. "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18).

 

      Esta renovación eclesial es la única que puede dignificar la vida humana, haciéndola más humana, llegando concretamente a cada sector: persona, familia, comunidad, pueblos, enfermos, pobres... La salvación plena y definitiva sólo se da en Cristo. La globalización verdadera será un pluralismo plurinacional y pluricultural orientado hacia el mandato del amor. Así es la utopía cristiana, que será siempre y sólo una aproximación gradual y efectiva al ideal de la glorificación de toda la humanidad en Cristo al final de los tiempos. Mientras tanto, un proceso de ósmosis, guiado por la Providencia divina, hace que los valores evangélicos vayan entrando en toda cultura y religión.

 

      La respuesta al tema del dolor y de la muerte se encuentra en una comunidad cristiana que vive y celebra el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado. El Señor vivió nuestras mismas circunstancias históricas para transformarlas por medio de las bienaventuranzas y del mandato del amor. Al compartir nuestra misma vida, no nos da una explicación teórica, sino que nos acompaña para que prolonguemos en nosotros su mismo existir.

 

      Toda reflexión auténtica sobre el misterio de Cristo comienza por una aceptación gozosa de su persona y de su mensaje. Se intenta entenderlo y explicarlo, dejándose conquistar el corazón, donde se descubren unos deseos de infinito que Dios había sembrado y que sólo Cristo puede descifrar. El creyente queda conquistado, libre y gozosamente, por un proceso de ordenar la vida según el amor, porque se descubre amado por Dios en Cristo y llamado a un encuentro final y definitivo en el más allá.

 

      La fe, reflexionada y vivida, va más allá de toda expresión intelectual y teológica. No hay ruptura entre fe y razón, sino armonía misteriosa entre el escuchar los contenidos de la fe (que son siempre misterio divino) y el reflexionar sobre estos contenidos, como intentando rasgar un velo que sólo Dios puede descorrer definitivamente.

 

      El momento privilegiado para caminar a velas desplegadas por esta renovación eclesial, es el "domingo" o día del Señor resucitado. La comunidad eclesial y cada uno de  los creyentes, como la comunidad de los primeros discípulos, renueva su experiencia de encuentro con Cristo. Sin esta experiencia de fe viva, sería imposible afrontar la vida y la historia con una cosmovisión cristiana. Los apóstoles son enviados para comunicar esa "experiencia de Jesús" (RMi 24).

 

      La "fiesta primordial" del domingo (cfr. SC 106), más que un precepto, es una exigencia de la misma fe, que necesita seguir experimentando la presencia real del Señor resucitado en el propio cenáculo y en el propio camino de Emaús.

 

      En en los albores del tercer milenio, se necesita una reedición del entusiasmo misionero de los primeros cristianos: "El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no defrauda» (Rm 5,5)" (Juan Pablo II, Novo Millennio Inneunte 58).


                                 CONCLUSION

 

 

      El "amor apasionado por Cristo" (VC 109) se concreta en una "mirada contemplativa" (EV 83), que descubre las "semillas del Verbo" y la "preparación evangélica" en todo corazón humano y en toda cultura. De ahí deriva el "anuncio apasionado de Jesucristo" (VC 75). Así era el estilo misionero de Pablo: "La caridad de Cristo nos apremia" (1Cor 5,14).

 

      La clave del encuentro de las "semillas del Verbo" (en todo corazón humano) con las "huellas del Verbo" (en la vida de los creyentes en Cristo), está en la "experiencia" de encuentro con el mismo Cristo (cfr. RMi 24). La misión no es dicotomía entre vida interior y acción, sino un proceso de continuidad: del encuentro con Cristo en los signos eclesiales, el apóstol pasa al encuentro con Cristo que está presente y anhela ser realidad consciente y aceptada en todo corazón humano y en todos los pueblos.

 

      La Iglesia del tercer milenio debe llegar a ser la Iglesia del domingo, el día en que se reestrena, de modo comprometido, el encuentro con Cristo resucitado presente. "Es una invitación a revivir, de alguna manera, la experiencia de los dos discípulos de Emaús, que sentían arder su corazón mientras el Resucitado se les acercó y caminaba con ellos" (Juan Pablo II, Dies Domini 1).

 

      De esta experiencia renovada, acerca de su presencia real (especialmente en su Eucaristía), se pasa lógicamente a la actitud de "esperanza": "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20). Es la experiencia que compromete más la propia existencia en la construcción de la historia humana. Así será la Iglesia de la esperanza, que ya va transformando cada momento histórico de toda la humanidad, en "cielo nuevo y tierra nueva" (Ap 21,1), en el anhelo de llegar a la plenitud del más allá.

 

      La Iglesia, comunidad de bautizados, se inspira en la Palabra, en la Eucaristía y en la caridad fraterna afectiva y efectiva, para celebrar el domingo como "centro mismo de la vida cristiana... el día de la fe" (Juan Pablo II, Dies Domini). En esta celebración encuentra los signos principales de Cristo resucitado presente: "Estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos" (Mt 28,20). No se puede vivir la fe ni dar testimonio de ella, sin la vivencia honda de la celebración del domingo y de la Pascua en la comunidad cristiana, donde todos, sin distinción de dones y carismas particulares, se sienten como única familia de Jesús, que calificó cariñosamente a su comunidad como "mi Iglesia" (Mt 16,18), "mi madre y mis hermanos" (Lc 8,21). Así Jesús "amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef 5,25). Sin amor entrañable a la Iglesia no hay misión.

 

      El inicio de un tercer milenio de cristianismo es un desafío para todos los creyentes en Cristo. Es una ocasión única para presentar el significado del tiempo y de la historia a la luz de Jesucristo, el Verbo encarnado. Porque la historia recobra su sentido cuando se dirige a Cristo, que es la razón de ser de la creación y de la humanidad.

 

      Este momento histórico y trascendental es motivo de esperanza y una urgencia de realizar la nueva evangelización. Se agradece a Dios el regalo de la Encarnación y de la Redención, que ya es patrimonio común de toda la humanidad. Se pide perdón por los "errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes", que hayan podido cometerse en el anuncio del mensaje cristiano o en la omisión del mismo (TMA 33). Y se abre el corazón a las nuevas gracias de Dios. Esas nuevas situaciones y esas nuevas gracias reclaman el "nuevo fervor" de los apóstoles, necesario para una nueva evangelización.

 

      Quienes creen y viven en la Encarnación del Verbo son la familia o Iglesia de Jesús: "La Iglesia abre sus puertas y se convierte en la casa donde todos pueden entrar y sentirse a gusto, conservando la propia cultura y las propias tradiciones, siempre que no estén en contradicción con el Evangelio" (RMi 24).

 

 

      Ha llegado el momento histórico en que las religiones y culturas vislumbran a Cristo "luz de las naciones" (Lc 2,32), "luz del mundo" (Jn 8,12). Movidos por su resplandor, se acercan al cristianismo para decir: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). A los cristianos se nos presenta un reto ineludible, que Dios ha venido preparando pacientemente desde siglos. Hoy, de modo especial, "Jesucristo, luz de los pueblos, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el Evangelio a toda criatura" (VS 2).

 

      Hay que compartir esos dones de Dios para construir un mundo rico de humanidad. El encuentro explícito con Cristo, presente en el cristianismo, salvará la peculiaridad de estos dones y superará el peligro de elaborar una síntesis relativista y falaz. Pero se necesita una apertura ("conversión"), por parte de todos, al misterio de Dios Amor, revelado en Cristo, que es siempre más allá de toda elaboración religiosa.

 

      La ruta del encuentro con Cristo está ya trazada desde Belén, Nazaret, el Calvario, el sepulcro vacío y el Cenáculo. Como María, la Iglesia recibe a Cristo para transmitirlo a toda la humanidad. María es "la Madre del Señor", la Madre de la Iglesia, para ayudarla a ser receptiva y transmisora de Cristo. La misión es la razón de ser de la Iglesia. Todo lo que no entre en esta dinámica evangélica y evangelizadora, desaparecerá como algo caduco. La Iglesia mira siempre a "Aquella que, engendrando la Verdad y conservándola en su corazón, la ha compartido con toda la humanidad para siempre" (FR 108).

 

      La oración final de la exhortación postsinodal sobre América ("Ecclesia in America") termina así: "Señor Jesucristo, te agradecemos que el Evangelio del Amor del Padre, con el que Tú viniste a salvar al mundo, haya sido proclamado ampliamente en América como don del Espíritu Santo... Enséñanos a amar a tu Madre, María, como la amaste Tú. Danos fuerzas para anunciar con valentía tu Palabra en la tarea de la nueva evangelización, para corroborar a la esperanza en el mundo. Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América, ruega por nosotros!".

 

                                BIBLIOGRAFIA

 

 

AA.VV., Misión para el tecer milenio, curso básico de Misionología (Bogotá y Roma, PUM, 1992).

 

AA.VV., La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987)

 

AA.VV., Seguir a Cristo en la misión. Manual de misionología (Estella, Edit. Verbo Divino, 1998).

 

E. BUENO, La Iglesia en la encrucijada de la misión (Estella, EVD, 1999).

 

J. CAPMANY, Misión en la comunión (Madrid, PPC, 1984).

 

L.A. CASTRO, Gusto por la misión, Manual de Misionología (Bogotá, CELAM, 1994).

 

J. ESQUERDA BIFET, Teología de la evangelización (Madrid, BAC, 1995); Idem, Diccionario de la evangelización (Madrid, BAC, 1998).

 

J.L. IRÍZAR, Cristo, Iglesia y misión (Estella, Edit. Verbo Divino, 1998).

 

K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino, 1988).

 

H. RZEPKOWSKI, Diccionario de Misionología (Estella, EDV, 1997).

 

A. SANTOS HERNANDEZ, Teología sistemática de la misión (Estella, Verbo Divino, 1991).

 

D. SENIOR, C. STRUHLMÜLLER, Biblia y misión (Estella, Verbo Divino, 1985.

 

 

                                   SIGLAS

 

 

AG:   Decreto conciliar Ad Gentes.

 

CEC:  Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo de la Iglesia Católica) (1992).

 

DeV:  Encíclica Dominum et Vivificantem (Juan Pablo II, 1986).

 

DV:   Constitución conciliar Dei Verbum.

 

EAf:  Exhortación Apostólica Ecclesia in Africa (Juan Pablo II, 1995).

 

EAm:  Exhortación Apostólica Ecclesia in America (Juan Pablo II, 1999).

 

EN:   Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1975).

 

ES:   Encíclica Ecclesiam suam (Pablo VI, 1964).

 

FR:   Encíclica Fides et Ratio (Juan Pablo II, 1998)

 

GS:   Constitución conciliar Gaudium et Spes.

 

IM:   Bula Incarnationis Mysterium (Juan Pablo II, 1999)

 

LG:   Constitución conciliar Lumen Gentium.

 

NAe:  Declaración conciliar Nostra Aetate.

 

NMi:  Carta Apostólica Novo Millennio Inneunte (Juan Pablo II, 2001)

 

OL:   Orientale Lumen (Carta Apostólica de Juan Pablo II: 1995).

 

PDV:  Exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis (Juan Pablo II, 1992).

 

Puebla:     Documento de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, CELAM, 1979.

 

RMi:  Encíclica Redemptoris Missio (Juan Pablo II, 1990).

 

SA:   Encíclica Slavorum Apostoli (Juan Pablo II, 1985).

 

SanDo:Documento de la IV Conferencia del Episcopado Latinoamericano, CELAM, 1992.

 

SC:   Constitución conciliar Sacrosantum Concilium.

 

SRS:  Encíclica Sollicitudo Rei Socialis (Juan Pablo II, 1987).

 

TMA:  Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente (Juan Pablo II, 1994, como preparación del Jubileo del año 2000).

 

UR:   Decreto conciliar Unitatis redintegratio.

 

VC    Vita Consecrata (Exhortación Apostólica de Juan PabloII, sobre la vida consagrada y su misión: 1996).

 

VS:   Encíclica Veritatis Splendor (Juan Pablo II, 1993).

 

 

Juan Esquerda Bifet

 

 

 

 

ENCUENTRO CON CRISTO

Páginas para meditar el Evangelio

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CONTENIDO

 

 

 

 

 

 

 

Presentación

Del encuentro con Cristo a la misión

Cómo puedes usar estas páginas

Método para meditar

Cuando medites el evangelio

 

I.             Oremos

II            Jesús, amigo

III           La voz del Buen Pastor

IV           Encuentro con Jesús

V             La voz del Maestro

VI           Las preguntas de Jesús

VII         El apóstol de Jesús

 

Índices

Índice de materias

Índice litúrgico

Índice de textos evangélicos

 

 

 

PRESENTACIÓN

 

 

 

Hubo unos náufragos que a duras penas pudieron llegar a una isla desconocida. Sin ningún recurso a mano, hubieron de luchar a cuerpo limpio contra los salvajes, las fieras, el hambre...

 

En los momentos más difíciles, les llegaban socorros inesperados: armas, alimentos... Hasta descubrieron unas huellas humanas... Alguienles socorría. Pero ¿quién podía ser?

 

Algunos de aquellos náufragos se preocuparon de buscar al bienhechor que tan milagrosamente les salvaba; otros se quedaron tan tranquilos disfrutando de los beneficios. Hasta algunos... se permitieron dudar del bienhechor e insultar a quienes los buscaban...

 

Esto ocurre en tu vida. Lo que aquí te presento no es un libro o socorro inesperado, sino a la misma personaque se cruza constantemente en tu vida cotidiana. No pongo algo en tus manos, sino a alguien, cuyas huellas están en cada palabra del evangelio: Jesucristo;él mismo en persona se esconde tras sus propias huellas.

 

Jesucristo, aunque te viera perdido o extraviado, nunca pudo apartar de su pensamiento y de su corazón tu figura, tus preocupaciones, tu vida y circunstancias. Tú eras, y eres, para él, alguien. “Antes de la creación del mundo”, trazó Dios el plano de tu vivir y el mapa de tu ruta, en Cristo. Jesucristo sigue asistiéndote en cada momento de tu existir...

 

Pero... Cristo para ti todavía no es alguien, no es una realidad viviente. Disfrutas de sus beneficios, pero... ¡tienes tantas cosas que hacer! Y una de tantas cosas... Perdona, pero para Jesucristo tú no eras, ni eres, una de tantas cosas.

 

Cuando hayas aprendido a saborear el evangelio, encontrando en él a Cristo, te habrás encontrado a ti mismo en Cristo. ¡Habías estado junto a él, lo habías buscado todos los segundos de tu vida, sin saberlo! Y dirás con san Agustín: “¡Oh hermosura siempre nueva y siempre antigua, cuán tarde te conocí!”. Y oirás con santa Teresa: “Alma, buscarte has en mí, y a mí buscarme has en ti”.

 

¿Para quién es este librito?

Dijo Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Para ti es este manojo de palabras de Cristo... si tienes alma de niño, evangélica, joven en la esperanza y en la generosidad.

 

¿Para qué son estas páginas?

Para que en medio de ese mundo sin equilibrio, que desconoce el optimismo y la esperanza, sepas vivir con Cristoy ver todas las cosas centradas en aquel que es fundamento de nuestra esperanza. Entonces descubrirás que el mundo es muy hermoso. Entonces irradiarás a Cristo en tu ambiente, allí donde Cristo te llama.

 

¿Sabes que tienes una vocación?

Cristo te llama a desempeñar una gran tarea en su cuerpo místico que es la Iglesia... ¿No sabes cuál es? Porque no te has preocupado de convivircon Cristo. ¡Qué soso debe ser, qué aburrido y sin sentido el vivir como quien no sabe la razón de su existencia, ni se interesa por Cristo, ese gran desconocido que tenemos a nuestro lado cuidándonos en nuestro destierro y en nuestra marcha hacia el cielo!

 

Si ya sabes cuál es tu vocación, entonces recuerda que no puedes cumplir lo que ella te pide, si no estás empapado de evangelio. Y, si fuese llamado a ser “otro Cristo”, has de ser, como decía aquel santo obispo “un evangelio viviente con pies de cura”.

 

Cuando me digas que ya no necesitas este librito, porque ya sabes encontrar a Cristo que palpita en cada palabra del evangelio, que habla y obra por la santa Iglesia, que se ha quedado en la eucaristía, que vive en el prójimo, que mora en tu corazón... entonces diré como aquel anciano en años y joven en la esperanza: “Ahora, Señor, según tu promesa,  puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu salvador a quien has presentado ante todos los pueblos”.. (Lc 2, 29-31). Porque entonces sabrás “manifestar a todos la caridad con que Cristo amó al mundo”. (Vaticano II. Const. Lumen gentium n. 41)

 

 

 

 

 

 

 

DEL ENCUENTRO CON CRISTO A LA MISIÓN

 

 

El Evangelio es siempre nuevo y nunca cambia. Cuando lo leemos, escuchamos o meditamos, entonces acontece, se actualiza en nuestro “contexto” de aquí y ahora. En él nos espera “alguien” que “vive” y que nos lleva en su corazón, como parte de su misma biografía, y que nos ama hasta darse a sí mismo como “consorte”.

 

Es Cristo, Dios hecho nuestro hermano, que murió y resucitó, quien deja escuchar los latidos de su corazón en cada gesto y en cada palabra de su Evangelio. No existe otro libro igual. La vida y la historia humana recuperan su sentido en Cristo, único “Salvador del mundo” (Jn 6,42), que no anula nada de lo que Dios ya ha sembrado en culturas y corazones. Quien le ha encontrado tal como es, ya no hace rebajas a su realidad salvífica, divina y humana. La verdadera ciencia de Cristo consiste en amarle: “Si alguno me ama, yo me manifestaré a él” (Jn 14,21).

 

Cuando uno se ha dejado encontrar por Cristo, se siente invitado por él a compartir su misma vida y misión. Ya no se puede prescindir de él, siempre se encuentra tiempo para él (la persona amada), nadie ni nada le puede suplir, ya nada se puede anteponer a su amor. Entonces se mira a los demás con la misma mirada de Jesús.

 

Desde su Encarnación, el Verbo de Dios hecho hombre, Cristo nuestro amigo y “consorte”, está unido a cada ser humano: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et Spes 22). Y en el corazón de cada ser humano espera al “apóstol” para que este lo anuncie con la alegría de quien lo ha encontrado previamente: “Precisamente porque es               «enviado», el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. «No tengas miedo... porque yo estoy contigo» (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre” (Redemptoris Missio 88).

 

Decía Juan Pablo II que la fe es “un conocimiento de Cristo vivido personalmente” (Veritatis Splendor 88). El cristianismo (con sus “dogmas” y su “moral”) no se entiende ni se acepta sin enamorarse de Cristo. La fe es una “adhesión personal” (Catecismo Iglesia Católica 150), que lleva consecuentemente al testimonio y a la aceptación de sus contenidos. Por esto, quien ha encontrado a Cristo se siente vocacionado y urgido por el Espíritu Santo a “transmitir a los demás su experiencia de Jesús” (Redemptoris Missio 24). Sin esta fe viva, no se entendería nada de la santidad y de la misión.

 

La propia identidad cristiana, en todas y cada una de sus vocaciones, consiste en la alegría de haber encontrado a Cristo. Por esto, Benedicto XVI, en su primera encíclica decía: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est 1). Del encuentro, se pasa necesariamente a la misión: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él” (Benedicto XVI, Homilía en el inicio de su Pontificado, 20 abril 2005).

 

Una nueva época y una sociedad “icónica” piden signos: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi 76).

 

El “Año de la Fe”  tiene que traducirse en “la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo… nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo” (Benedicto XVI , Porta Fidei, 2 y 15). La “Nueva Evangelización” reclama “discípulos misioneros” con el “nuevo fervor de una “itinerancia” peculiar: hacerse disponibles para “amar y hacer amar al Amor” (Santa Teresa de Lisieux).

 

En estas “meditaciones” sobre el Evangelio, no he intentado dar una metodología especial y menos una ideología, sino una ayuda o motivación para que cada uno aprenda personalmente a dejarse sorprender por Cristo, como María, su Madre y nuestra, que lo recibió en su corazón y en su seno para transmitirlo al mundo. Y entonces ya no se puede prescindir del encuentro diario con él, presente en su Palabra, en su Eucaristía, en la comunidad eclesial, en la historia humana. La garantía de haberle encontrado “de corazón a corazón”,  es el deseo de hacerle conocer y amar: “El corazón se fue tras él” (Beata María Inés Teresa).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CÓMO PUEDES USAR ESTAS PÁGINAS

 

1. A manera de sugerencias o buenos pensamientos

 

Durante el día, en cualquier oportunidad, escogida al azar o por cálculo. Los primeros cristianos no disponían de nuestros medios de apuntes y notas, pero su amor a Cristo les sugirió la idea de apuntar los dichos de Jesús en las vasijas de arcilla...

 

Eso, sí, por favor, no leas solo como quien lee un buen pensamiento, sino como quien escucha o habla a un amigo presente.

 

2. En un rato de intimidad ante el sagrario

 

Sin prisas, confidencialmente, después de saludar al Señor, de exponerle tus cosas, puedes utilizar una de las presentes páginas para un coloquio sabroso o para meditar un rato a los pies del Maestro, como Magdalena, o como san Juan sobre el pecho de Jesús. No digas nunca que eres amigo de Cristo, si no sabes pasar un rato, sin prisas, junto a él. “La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor allí presente” (Pablo VI, Mysterium fidei).

 

3. Como meditación

 

Acaso no sepas distinguir bien entre meditación y visita. No importa. Fácilmente convertirás cada visita en fervorosa meditación, si a las peticiones y súplicas añades las reflexiones y afectos propios de la meditación. Así aprenderás paulatinamente a intimidar con Cristo en la meditación, en la comunión, en las visitas a Jesús sacramentado, etcétera.

 

 

 

 

 

 

 

MÉTODO PARA MEDITAR

 

Aquí te presento una de las maneras sencillas de hacer meditación:

 

1. Recuerda que Jesús está presente (eucaristía, presencia de Dios en todas partes, presencia de la Santísima Trinidad en el alma del justo...) Puedes hacer actos de fe, adoración, petición...

 

2. Puedes pedir una gracia particular: mayor conocimiento de Jesucristo, para que le ames sin reservas; que sepas sentir sus penas o alegrías, intenciones e intereses, como si se tratara de ti; una virtud concreta que te falte, etcétera.

 

3. Lee una de estas páginas con su contexto, a poder ser en el mismo evangelio. Imagínate la escena: personas, palabras, obras, como si estuvieras presente. Reflexiona sobre alguna lección que puedes aprender. Procura mover tu afecto hacia la persona de Jesús y sus enseñanzas. Mi corta explicación te puede ayudar un poco. Con tal de que te pares en cada punto, para pensar con tu cabeza y amar con el corazón. No tengas prisa...

 

4. Durante todo el rato, y por lo menos al final, puedes entablar un coloquio con el Señor, con la Santísima Virgen, con los santos, etcétera.

 

5. Es muy importante sacar algún propósito sobre algo que hay que enmendar. Pero pide la gracia para que lo sepas cumplir, de otro modo, te encontrarás con muchos chascos. Si has cometido alguna falta durante la meditación, pide perdón de ella. Si el Señor te ha dado alguna luz, da gracias, pues ya sabes que no mereces nada.

Ya irás aprendiendo. Cuando ya sepas hablar con el Señor sin prisas, hazlo como te salga del corazón, aunque solo sepas pensar: “Él me mira y yo le miro”.

 

Puedes terminar tu meditación, si te gusta así, recitando una o varias veces estas oraciones.

 

Oración de san Ignacio: “Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; tu me lo diste, a ti, Señor, lo torno; todo es tuyo, dispón a toda tu voluntad, dame tu amor y gracia, que esta me basta”.

 

Oración de san Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia: “Señora nuestra, medianera nuestra, reconcílianos con tu Hijo bendito, alcánzanos de él gracia para que, salidos de este destierro, nos lleve donde gocemos de su santísima gloria”.

 

 

 

 

CUANDO MEDITES EL EVANGELIO

 

Es muy fácil meditar el evangelio. Tan fácil, como si te encontraras personalmente con el Señor por los caminos de Palestina. Pero es conveniente que no olvides lo siguiente:

 

- Jesús no es un personaje que “pasó”, sino una persona viva que está íntimamente presente, transformándote en él por medio de una vida nueva que se llama la vida de la gracia.

 

- Todo lo que Jesucristo dijo e hizo en tiempos de su vida mortal, lo hizo e hizo pensando en ti, amándote, diciéndolo y haciéndolo por ti.

 

- Ahora, al leer el evangelio, que es palabra de Dios, Cristo te dice aquellas palabras para ti personalmente, esperando tu “sí”.

 

- Cada palabra del evangelio esconde los latidos ardientes del corazón de Cristo, que piensa en ti y te ama sinceramente.

 

- ¿Es posible aburrirte teniendo en las manos un libro (¡el Evangelio!) que contiene palabras que ahora te dice Cristo?

 

- El evangelio no se te puede caer de las manos...; Sería la peor de las desgracias... Cuando uno ha experimentado su lectura y ha encontrado a Cristo, ningún libro le gusta, si no está teñido de evangelio. Porque solo el evangelio tiene palabras calientes, vivas.

 

- En el ejercicio del apostolado es siempre un buen medio reflexionar sobre un texto del evangelio. No tomar jamás el evangelio como tal, con militantes de Acción católica, chicos o chicas, es subalimentar las almas y retardar la venida del reino de Cristo (mons. Renard).

 

- El mundo del futuro está en las manos de los jóvenes que hayan recibido el impacto del evangelio.

 

- La formación de los futuros sacerdotes, según el concilio Vaticano II, se ha de basar en el evangelio, puesto que encierra el pensar, el querer, el amor, la persona de Cristo Nuestro Señor.

 

 

 

 

 

 

 

I. OREMOS

 

“Que vuestra vida esté escondida con Cristo en Dios”, nos dice san Pablo, el apóstol. Con Cristo, en unión con él, y transformándose en él. ¿Cómo?

 

Empecemos dialogando con Jesucristo. Insensiblemente nos veremos metidos en su ambiente, en nuestro centro de gravedad.

 

Dialogar con Cristo significa, en lenguaje cristiano, orar. Orar es respirar el oxígeno necesario para nuestra vida espiritual. Orar es necesario, pero quizá... ¿difícil? ¿abstracto?...

 

“Toma y lee”, oyó san Agustín de Tagaste. Leyó en los libros santos y... se encontró con Cristo. Abre el libro santo del evangelio y aprende a orar como oraba Jesucristo, aprende a dialogar con él como dialogaban con él en el evangelio su madre, sus íntimos, los enfermos, los pecadores, todos, y hasta como tú hubieras hecho de encontrarte allí.

 

No es menester haber estado en Palestina para dialogar con él. Jesucristo es de “ayer, de hoy y de siempre”. Está presente en el sagrario, ante el cual acostumbras a pasar los mejores momentos del día.

 

Ya sabes, pues, ¿qué es orar? Santa Teresa te diría que es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama”.

 

Tu madre te enseñó a hablar cuando niño. Para hablar con Jesús, él mismo te dio a tu madre, para que te enseñase a hablar con Dios, andar por el camino espiritual, comer a Cristo eucarístico, escuchar sus palabras...

 

Pruébalo. Ya veras cómo si oras como se oraba en el evangelio, sabrás decir como Jesucristo y con él: Padre nuestro... Es necesario “aplicarse, de manera constante, a la oración” (Vaticano II).

 

1. ENSÉÑANOS A ORAR

 

 

Estaba Jesús orando.

Cuando terminó,

uno de sus discípulos le dijo:

-“Señor, enséñanos a orar”.

Él les dijo:

- “Cuando oréis, decid: Padre nuestro...”

 

                                               (Lc 11,1-2)

 

 

 

1. Sin apetito, no aprovecha ningún alimento. Y es difícil hablar de oración a quien no tiene ganas de orar. Primero se han de despertar estas ganas. Los apóstoles, al fin, cayeron en la cuenta de que necesitaban orar, y pidieron al Señor les enseñara. Si tienes ganas de aprender a hablar con Cristo, será fácil el aprendizaje. Se han de pedir estas ganas. Quien pide, alcanza. Si supieras decir lo que dijeron los apóstoles...

 

 

 

2 Es fácil hablar con un amigo, con los propios padres. Se habla sin reparos con la persona que sabemos que nos ama. Por esto la oración que nos enseñó Jesús comienza con las palabras: “Padre nuestro...”. Cada palabra del padrenuestro nos enseña la postura filial que hemos de tener al hablar con Dios. Esmérate en rezar el padrenuestro, fijándote en el sentido de cada palabra...

 

 

 

2. ¿DÓNDE MORAS?

 

 

 Jesús se volvió y, al ver que lo seguían,

 Les pregunta:

-“Qué buscáis”

Ellos le dijeron:

-“Maestro, ¿dónde vives?”

Les dijo: “Venid y veréis”.

 

                                               (Jn 1,38-39)

 

 

 

1. Para aprender a orar, se necesita tomar la decisión de seguir a Cristo y tratar con él. Es el primer paso lo que cuesta más. Después, el mismo Jesús (que ya te dio la gracia de querer orar) ayuda dándonos la mano. En la oración de intimidad con Cristo no nos buscamos a nosotros mismos, sino que vamos a agradar al Señor. Quien busca su propia satisfacción, no aprende el trato íntimo con Jesús. ¿Por qué no he aprendido a tratar íntimamente con Cristo...?

 

 

 

2. No se puede ir con prisas, ni con el corazón en otra parte. El trato con Jesús es suficiente para atraer todo nuestro corazón y el mejor rato del día. Dando al Señor lo que nos sobra, y de mala gana, no se aprende a orar. ¿Explicarte qué es orar? Es mejor probarlo por propia experiencia. Esta experiencia, si es de verdad, no se olvida nunca. ¿Qué has de mejorar en tu oración?

 

 

3. ¡QUÉ BIEN ESTAMOS AQUÍ!

 

 

Jesús se transfiguró ante ellos... Pedro dijo:

-“¡Qué bien estamos aquí!...”

Salió de la nube una voz:

-“Este es mi Hijo, el amado,

 en quien me complazco. Escuchadlo”.

 

                                               (Mt 17,1-5)

 

 

 

1. Quien sigue a Cristo por el camino del sacrificio y humildad, le encuentra de veras. Jesús se transfigura, se da a conocer tal como es. Sin esfuerzo no es posible encontrar a Cristo. Y, cuando uno le encuentra, cae en la cuenta de que vale la pena haberle seguido. No se olvidan estos encuentros con el Señor. Mi oración es fría, porque hay algo que se interpone entre mi corazón y el de Cristo...

 

 

 

2. Cristo, que se queda en la eucaristía y vive siempre junto a mí, es el Hijo de Dios. Su presencia exige atención y diálogo. Ha venido a nosotros para hablarnos. Se le ha de escuchar en el silencio de otras cosas que no son él. Escucharle significa hacer caso de lo que él dice, y ponerlo por obra. Entonces el Padre se complace en nosotros como se complace en Jesús. ¿Escucho el silencio interior en los momentos de oración...?

 

 

4. SENOR, ¿AQUIÉN VAMOS A ACUDIR?

Muchos discípulos suyos

se echaron atrás y no volvieron con él.
Jesús dijo a los Doce.

- "También vosotros queréis marcharos?".
Simón Pedro le contestó:

- "Señor, a quién vamos a acudir?
Tu tienes pa
labras de vida eterna;
nosotros creemos ... ".

(In 6,66-69)

1. Cuando cuesta seguir a Cristo, muchos, que
se llaman sus discípulos, le vuelven la espalda.
jesus nos conoce a cada uno y siente nuestra des-
erei6n como el padre del hijo pr6digo y como el
buen pastor. Ante la conducta general de hacer lo
más fácil, de dejarse ir, de hacer lo que hacen
todos, Jesús me pregunta si yo también quiero de-
sertar. El espíritu de sacrificio es condici6n para
dialogar con Cristo. ¿Me sacrifico al menos esfor-
zándome por rezar mejor. . .?

2. Jesús hubiera sentido honda pena, si los
ap6stoles también se hubieran ido. San Pedro, que
estaba enamorado de Cristo, habla con palabras
salidas del coraz6n. Para él Jesúslo es todo. "Jesús
mío y todas las cosas". Quien ama, reza. San Pedro
supo escuchar las palabras de Jesús, que penetran
y transforman el coraz6n por ser divinas, y que si-
guen resonando en el mundo de hoy. ¿Son mis
disposiciones como las de san Pedro .. .?

 

 

5. ¿ERES TU EL QUE HA DE VENIR?

- ''?Eres tú el que ha de venir

o tenemos que esperar a otro?".
Jesúsle respondió:

- " ... los pobres son evangelizados.
i Y bienaventurado

l que no se escandalice de mi!".
(Mt 11,3-6)

1. Nadie puede llenar nuestro coraz6n, sino Je-
sucristo. Nadie ni nada. Porque el Señor ha hecho
nuestro coraz6n a su medida. Desear algo al mar-
gen de Cristo es como desear la chatarra o querer
llenarse de viento. A lo mas, es quedarse con ba-
ratijas. Quien tiene otros deseos al margen de
Cristo, no encuentra a Cristo en la oraei6n. Si lim-
piaras tu coraz6n de inclinaciones malsanas, sa-
brías orar mejor. ..

2. Pobre es el que sufre necesidad, sea cual sea.

EI que sufre está más cerca de Cristo. Pero con
mas propiedad, pobre es el que no tiene más ri-
queza que el mismo Dios. Es decir, el que sabe
aventurarlo todo por Dios. Entonces es fácil "ver"
a Dios, porque se tiene el coraz6n limpio. Es fácil
orar. Como lo es cuando uno sabe pasar por en-
cima del qué dirán y dar la cara por Cristo. En-
tonces se encuentra a Cristo en la oraci6n, porque
se tiene mas fe en él que en otros. ¿Son así mis
disposiciones ... ?

 

 

6. ¡SEÑOR, QUE VEA!

 

 

Un mendigo ciego:

-“¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Muchos le increpaban para que callase,

pero él gritaba  más... Jesús dijo:

- “¿Qué quieres que te haga?”

-“¡Señor, que vea!...”

 

                                               (Mc 10,46.48-51)

 

 

 

1.  Para orar se ha de reconocer la propia necesidad y miseria. ¡Tenemos mucha! Es el primer paso para orar. Y luego saber superar las dificultades. Orar es dialogar de tú a tú. Si no prescindimos de qué dirán o harán los demás, nunca sabremos orar no en privado ni en común. Cuando uno no tiene ganas, cuando salen dificultades, es entonces cuando se debe esforzar para vencerlas. ¿Me dejo vencer por las dificultades...?

 

 

 

2. El Señor habla al corazón. Tenemos un amigo que sabe lo que nos pasa, lo puede y quiere solucionar. Así es fácil orar. Entonces el conocer la propia necesidad no lleva al desánimo, sino a la oración humilde y sincera. ¡Que vea, Señor, cuánto me amas, para que vea lo que debo hacer, que te vea en el prójimo, que te vea en el superior, que te vea en mí...!

 

 

 

7. AUMÉNTANOS LA FE

 

 

Los apóstoles dijeron a Jesús:

-“Auméntanos la fe”.

Dijo el Señor:

- “Si tuvieras fe como un granito de mostaza,

diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar,

y  os obedecería”.

 

                                               (Lc 17,5-6)

 

 

1 Los apóstoles se dieron cuenta de que tenían una fe muy floja. Ya se lo había dicho el Señor. Por eso le piden que se la acreciente. Quien siente necesidad de algo, pide. Ora quien ve su propia necesidad, aunque sea para decir como el hijo pródigo: “He pecado”. Nos falta fe en el Señor que vive escondido en el prójimo, en la autoridad, en los acontecimientos, en nosotros mismos, en la eucaristía. Fe y confianza en su bondad. Pidamos esa fe con una súplica que salga del corazón...

 

 

 

2. Todo nos lo puede y quiere dar el Señor. Pero no puede fomentar nuestra pereza. Dios no suple el trabajo de reflexión y de esfuerzo que hemos de realizar. Pero, poniendo de nuestra parte lo que debemos, él pone lo demás, aunque parezca un imposible. A Dios rogando y con el mazo dando. Hemos de trabajar examinando qué es lo que necesitamos poniendo esfuerzo, pidiendo gracia, reparando conductas anteriores, etc. Entonces, solo entonces, el Señor hace milagros. ¿En qué debería esforzarme más...?

 

 

 

8. SI QUIERES, PUEDES LIMPIARME

 

 

Se acercó un leproso a Jesús,

se arrodilló y le dijo:

-“Señor, si quieres, puedes limpiarme...”

-“Quiero, queda limpio”.

 

                                               (Mt 8,2-3)

 

 

 

1. El leproso se conoce a sí mismo, se da cuenta de la presencia de Jesús, demuestra su humildad, reverencia y confianza. Como el publicano que supo decir: “Perdóname, Señor, que soy un pecador”. Son disposiciones indispensables para orar bien. Aprovecho la visita del Señor. Era la primera y hubiera sido, tal vez, la última. Lo poco o mucho que había oído acerca de Jesús, le sirvió para orar bien. ¿Tengo estas disposiciones en la oración...?

 

 

 

2. La confianza abre la caja de caudales de los tesoros de Dios que se esconden en el corazón de Cristo. El Señor puede y quiere sanarnos. Pero necesita que nos pongamos a tiro por la confianza. El leproso consiguió el milagro fiándose de la bondad de Cristo. Nuestra lepra puede ser el pecado o las imperfecciones. El mismo Señor nos enseñó a orar: “He pecado” (hijo pródigo), “Perdóname, Señor” (publicano). ¿Es confiada mi oración...?

 

 

 

9. ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!

 

 

Dijo Jesús a Tomás:

-“No seas incrédulo, sino creyente”.

Contestó Tomás:

-“¡Señor mío y Dios mío!”

Jesús le dijo:

-“Bienaventurados los crean sin haber visto”.

 

                                               (Jn 20,27-29)

 

 

 

1. Orar es conversar con el Señor, escuchándole y hablándole. Ahora nos dice el Señor las mismas palabras del evangelio. El corazón de Jesús se queja de nuestra fe menguada. Quisiera ver en nosotros más fe en la eucaristía, en que somos templo suyo, en su presencia como Dios en todas partes, en los acontecimientos, en su presencia en el prójimo, en su voluntad manifestada por el superior, etc... Quisiera ver mi fe traducida en obras. ¿Qué tengo que mejorar en mi vida de fe...?

 

 

 

2. El acto de fe no puede ser una frase rutinaria. Es un latido del corazón, además de un “sí” de nuestro entendimiento. Creer con toda el alma es adherirse a Cristo para siempre. Esto es una aventura en medio de un mundo sin fe. Pero Jesús, que es Dios hecho hombre por nosotros, puede exigir la generosidad que él ha demostrado primero. El corazón cristiano que cree sin ver, halla la verdadera paz. ¡Creo, Señor...!

 

 

 

10. EL QUE TU AMAS ESTAENFERMO

Habíacaído enfermo un tal zaro, de Betania.
Las h
ermanas (Marta y María) le mandaron
R
ecado a Jesúsdiciendo:

- "Señor, el que tu amas esenfermo ... "Jesús amaba a Marta, a su hermana

y a Lázaro.

(Jn 11, 1.3.5)

1. Reconocerse enfermo es el primer paso para
rezar biennecesitamos luz para el entendimiento
y para conocer a Cristo, necesitamos fuerza en la
voluntad para seguirle, necesitamos tener intimi-
dad con él. Quien sabe o quiere saber orar, con-
vierte todo lo que le sucede en oración, en dialogo
con su padre, con su amigo. De todo envía recado
al Señor¿Me reconozco necesitado y expongo al
Señor todo lo que me pasa ... ?

2. El Señor lo sabe todo y nos ama de veras, en
serio. La oración mejor es la de exponer humilde
y confiadamente sin exigencias de ninguna c1ase.
Con la convicción de que Jesúsnos ama, es rnás
fácil orar. Y nos ama a cada uno con predilección
especial, no lo dudemos. Mil motivos tenia Mag-
dalena para dudar, y no dudó. Eso sí, el Señor
prueba nuestra oración. A Lázaro le escuchó, pero
le dejo morir para darle algo mejor. ¿Es confiada
mi oración?.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11. SI, PADRE

Tom6 la palabra Jesús  y dijo:
- "Te doy gracias, Padre, ...

porque has escondido estas cosas a los sabios ...
y se las has revelado a los pequeños.

Si, Padre, así te ha parecido bien".

(Mt 11,25-26)

1. Los que se creen sabios no entienden las
cosas de Dios. El Evangelio es muy aburrido para
los "autosuficientes", para los que ya lo saben
todo, los que no necesitan consejos y tienen a
menos las normas concretas. Unicamente con dis-
posiciones filiales se aprende a orar: entusiasmarse
por el Padre, conocerle, confiar en él, hacer su vo-
luntad. Le entusiasmaba a Cristo ver estas disposi-
ciones en las almas. ¿Las tengo yo ... ?

2. Saber decir siempre que "sí" a Dios es con-
vertir todo el día en oración. Decir "sí" a nuestro
Padre Dios en todo lo que nos pasa, cuando se
muestra su voluntad, aunque cueste cumplirla.
"Amén" significa "sí". En la santa misa lo decimos
muchas veces, para significar que nos unimos a
los sentimientos de Cristo inmolado en aras de la
voluntad del Padre. No vale decir mentiras. Y no
hay mentira mayor que decir que SI a Dios solo
con los labios y no con la vida. ~Es mi vida un "SI" a Dios .. .?

 

 

 

12. NO SOY DIGNO

 

 

-“Señor, tengo un criado en cama paralítico...”

Él le dijo:

- “Voy yo a curarlo”.

Pero el centurión le replicó:

-“Señor, no soy digno”.          

Jesús se quedó admirado y dijo:

-“En Israel no  he encontrado en nadie tanta fe”.

 

                                               (Mt 8,6-10)

 

 

 

1. Exponer con confianza todos nuestros problemas al Señor es una oración fácil y excelente. Pero los problemas del prójimo también son nuestros, puesto que  todos somos la gran familia de Dios. Al Señor le satisface nuestra oración cuando es humilde. No merecemos nada, no somos dignos de presentarnos ante el Señor, puesto que hemos pecado; pero podemos acercarnos al Señor como el hijo pródigo ante su padre. ¿Oro por los problemas de los otros y soy humilde en la oración...?

 

 

 

2. De acuerdo que hay muchas personas que no frecuentan tanto la iglesia y, no obstante, tienen más fe y caridad. La tendrían más de frecuentar más. Hasta puede haber paganos que están más cerca de Dios que muchos cristianos que no cumplen. Los sacramentos, los actos piadosos, aprovechan más a los que abren el corazón a Dios. Con el cántaro tapado no se recoge agua. Un cristiano que cumple bien, tiene más fe y caridad que un pagano que no conoce a Cristo; pero las cosas cambian cuando el corazón está cerrado al amor. En mi oración ¿estoy dispuesto a todo lo que Dios me pide?...

 

 

 

13. DAME  ESA AGUA

 

 

Jesús contestó (a la samaritana):

-“El que beba del agua que yo le daré

nunca más tendrá sed:

el agua que yo le daré

se convertirá dentro de él

en un surtidor de agua

que salta hasta la vida eterna”.

La mujer le dice:

-“Señor, dame  esa agua”.

 

                                               (Jn 4,13-15)

 

 

 

1. Lo que dijo el Señor en el evangelio, me lo dice a mí ahora. Jesús es el único que puede saciar las aspiraciones de mi corazón. Hemos sido hechos a la medida de Cristo y nadie puede suplirlo a él. Se desean otras cosas cuando no se tiene verdaderamente al Señor. Las cosas tienen su valor, pero no pueden nunca llegar a valer tanto como Cristo. ¿Deseo otras cosas más que al mismo Cristo...?

 

 

 

2. Las gotitas que salpican de la fuente no pueden saciar la sed. Son gotitas de agua pero no bastan. Todas las cosas son buenas, pero no son Dios. El agua que da Cristo es la vida divina, la gracia. Si ya la tenemos, hay todavía muchos dones de gracia que necesitamos: conocer mejor a Cristo, amarle más, aprender a orar... Todo esto lo he de pedir como quien tiene sed abrasadora...

 

 

 

14. ¿TÚ VIENES A MÍ?

 

 

Se presenta Jesús a Juan

para que lo bautice.

Juan intentaba disuadirlo diciéndole:

-“Soy yo el que necesito que tú me bautices,

¿y tú acudes a mí?”.

 

                               (Mt 3,13-14)

 

 

 

1. Jesucristo es humilde. Dios se hizo hombre por nosotros, nació y vivió en un ambiente pobre y humilde, nunca buscó su propia gloria, y murió en un patíbulo como un malhechor. Pero lo más humillante es que cargó con nuestros pecados como si fueran suyos propios. Él es nuestro responsable. Por eso fue a recibir el bautismo de penitencia en nombre nuestro. Por eso continúa haciendo presente su muerte redentora en la santa misa. ¡Si supiera reflexionar sobre esta humillación de Cristo en la misa...!

 

 

 

2. “¿Tú vienes a mí?”. Yo te crucifiqué, yo sigo en mi tibieza o en mis pecados. Yo he hecho poco caso de tus beneficios continuos, no soy capaz de entender tu amor cuando vienes en la comunión. Yo me olvido de tu presencia en mí y de que estoy unido a ti como miembro de un mismo cuerpo... Y tú, ¿sigues viniendo a mí?...

 

 

 

15. DANOS SIEMPRE DE ESTE PAN

 

 

 Jesús les dice:

- “Es mi Padre  el que os da

el verdadero pan del cielo.

El pan de Dios es el que baja del cielo

 y da la vida al mundo”.

Entonces le dijeron:

-“Señor, danos siempre de  este pan”.

 

                                               (Jn 6,32-34)

 

 

 

1. Jesucristo es el redentor que ha venido al mundo para morir por nuestra salvación. Su cuerpo es la víctima del sacrificio. Muriendo Jesucristo da la vida al mundo. Nosotros participamos de esta vida divina, sobre todo cuando comulgamos. Cristo es, pues, “el pan de Dios”. Escuchar a Cristo y comulgarle es vivir de él, en él y para él. He de revisar mi vida eucarística.

 

 

 

2. Hablar con Cristo es exponerle nuestros deseos. Quien tiene un tesoro piensa siempre en él y desea estar cerca de él. “Donde está vuestro tesoro allí está vuestro corazón”. Desea a Cristo quien le ama. Desea estar con Cristo quien le valora por encima de todo. Otros deseos atrofian el deseo ardiente de unirse a Cristo. Mis deseos más hondos ¿están lejos del Señor?...

 

 

16. TU SABES QUE TE QUIERO

Dice Jesús a Simón Pedro.

- “¿Me amas más que estos?".

- "Si, Señor, tú sabes que te quiero".

- "Apacienta mis corderos".

(Jn 21,15)

 

 

1.Es un examen de amor. Porque Jesucristo
examina a los suyos así. Cristianismo es amor.
Amar es darse, pero darse como le gusta a Cristo.
Amar es darse sin calcular. Amar es darse a una
persona. El amor no tiene paréntesis ni compases
de espera. Quien ama va más allá de lo mandado
y hace lo más agradable al amado. ¿Qué califica-
ci6n merezco en esta asignatura ... ?

2. Pedro respondi6 con generosidad y humil-
dado Estaba dispuesto a todo por Cristo. Orar es
amar. Solo se deja de orar cuando se deja de amar.
A los que ama n de veras, Cristo les encarga una
misi6n: la de hacerle amar. Apostolado es hacer
amar a Cristo. El ap6stol se fragua en el dialogo
con Cristo. ~Tengo deseos de hacer amar a
Cristo ... ?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

17. ¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?

Jesúsles contesto:

- "Trabajad por el alimento que perdura
Hasta la vida eterna".

Ellos le preguntaron.

- ¿Qtenemos que hacer para realizar las
obras de Dios?".

 ... Que creáis en el que él ha enviado".
(Jn 6, 27-29)

1. Jesucristo es el alimento de nuestra alma. Por
eso se queda en la Eucaristía. Comulgando a Cristo
se adquiere y aumenta la vida divina que él nos
mereei6 muriendo y resucitando. Quien comulga a
Cristo tiene la vida eterna. Ninguna ocasi6n mejor
para dialogar con Cristo que en la comunión.
¿Cómo es mi oraei6n a Cristo cuando comulgo?

2. Jesucristo es luz, camino, verdad y vida. Todo
lo que hemos de hacer en nuestra vida se reduce
a seguir a Cristo imitándole. Orar es encontrarse
personalmente con él para emprender juntos la
tarea del vivir. Dialogando con Cristo es fácilpre-
guntarle qué es lo que espera de nosotros, con-
cretamente en el día de hoy. No vale irse por las
ramas. ¿Qué espera Jesús de mí en el día de hoy .. .?

 

 

18. ¡MAESTRO!

Jesús le dice:
- "¡María!".

Ella se vuelve y le dice:
- "¡Maestro!".

Jesús le dice:

- " ... ve a mis hermanos y diles:

Subo al Padre mío y Padre vuestro .. , ".

(In 20,16-17)

1. María Magdalena busco a Cristo por encima
de todas las dificultades. Nadie, ni los ángeles,
llenó su corazón más que Cristo. Una sola palabra
de Jesús convirtió su inmensa pena en alegría des-
bordante. Para orar no se necesitan muchas pala-
bras. Se ha de dejar hablar al corazón. Orar y
llamarse mutuamente por su nombre es un trato
personal de amigos. ¿Me esfuerzo por aprender a
orar. .. ?

2. Quien encuentra a Cristo en la oración,
queda comprometido para hacer partícipes a otros
de esta dicha. Quien no siente este deseo, no ha
orado bien. Somos la familia de Dios, sobre todo
en la oración litúrgica. Si falta un hermano en la
mesa, hemos de sentir su ausencia precisamente
por estar nosotros más cerca del Padre. Orar es
estar conscientemente cerca de Dios. ¿Me preo-
cupo en la oración de las necesidades de los
otros ... ?

 

 

19. NO TENGO A NADIE

Estaba allí un hombre que llevaba treinta y ocho

años enfermo ... .

Jesús, al verlo, ...... le dice:

- ¿Quieres quedar sano?".

- "Señor;no tengo a nadie

que me meta en la piscina ... ".

(Jn5,5-7)

1. La mirada de Jesucristo penetra lo más íntimo
del corazón, No hace daño. Lo descubre todo,

,

pero prefiere que seamos nosotros quienes le des-
cubramos las intimidades. El deseo de curarnos lo
tiene él más que nosotros, pero no nos quiere
curar hasta que nosotros lo deseemos y se lo ex-
pongamos. Esta es la razón de ser de la oración. El
que ora se da cuenta de su necesidad y pide au-
xilio. ¡Si dejara que el Señor mirara con su mirada
de misericordia todos los recovecos del alma ... !

2. Nadie nos puede solucionar nuestros proble-
mas más hondos. A veces hemos hecho todo de
nuestra parte, pero no se ha seguido el éxito. Es
entonces la hora de reconocer que sólo Cristo
puede solucionar nuestros problemas. Y es enton-
ces cuando descubrimos que el Señor es "alguien"
que se preocupa de nosotros y con quien se han
de tener relaciones personales. ¿Siento verdadera
necesidad de Jesucristo ... ?

 

 

20. SEÑOR, AYUDAME

   Una mujer cananea ....... se postr6 ante él diciendo:

   - "Señor; ayúdame" ... .

. .. también los perritos se comen las migajas
que caen de la mesa de los amos".

Jesús le respondió:

- "Mujer, qué grande es tu fe. que se cumpla lo
que deseas".

(Mt 15,25.27-28)

1. La oraci6n ha de ser humilde. Primeramente
reconocer nuestra miseria. Quien se ahoga pide
socorro. Sin esta humildad, la oraci6n seria un
cumplimiento. Y reconocer también que, por
nuestros pecados, no merecemos las gracias. Pero
creer, sobre todo, en la bondad del Señor.Es en-
tonces cuando brota espontánea la oraci6n desde
lo más hondo de nuestro interior. Oraci6n hu-
milde, no rutinaria, porque se sabe lo que se ne-
cesita. ¿Eshumilde mi oraci6n ... ?

2. El Señor escucha siempre. Su bondad está
dispuesta a dárnoslo todo aun antes de que se lo
pidamos. Pero no nos puede dar lo que resbalaría
en nuestro interior y se perdería. Por eso espera
que se esponje nuestro coraz6n para recibir el
agua de la gracia. Y nos ayuda para ello. Solo es-
pera nuestro ademán más insignificante para dar-
nos con creces lo que necesitamos. ¿Puede el
Señor alabar mis disposiciones personales para
orar...?

 

 

21. HAGASE TU VOLUNTAD

"Cuando oréis, no uséis muchas palabras,
co
mo los gentiles, que se imaginan que
por hablar mucho les haráncaso ...

Vuestro Padre sabe lo que os hace falta ... Vosotros
o
rad así:

Padre ... hágase tu voluntad ... n.

(Mt 6,7-10)

1. Orar es hablar con el coraz6n, "pensar en
Dios amándole". No es la cantidad de palabras lo
que mira Dios, sino el coraz6n, los sentimientos
sinceros. Solo cuando dejamos de amar, dejamos
de orar. Dedicar un rato exc1usivamente para Dios
que sabemos que nos ama, eso es orar. Si hace-
mos esto, es fácil que luego todo el día sea una
oraci6n prolongada. Cuando oro, ¿d6nde está el
peso de mi amor. .. ?

2. Dios, nuestro Padre, sabe lo que necesita-
mos. Más que nosotros. Y lo quiere remediar. Más
que nosotros también. Convencidos de esto es
fácil presentarse ante Dios (que está siempre pre-
sente) para hablar con él como un hijo con su
padre. Pero hay un enemigo de nuestra oraci6n:
nuestro capricho. Renunciar a nuestra voluntad es
el precio que nos pide Dios para saber orar. ¿Son
muchas las ocasiones en que hago mi voluntad
prescindiendo de la de Dios .. ?

 

 

 

22. QUÉDATE CON NOSOTROS

Él (Jesús) simuló que iba a seguir caminando.
Ellos lo apremiaron, diciendo:

- "Quédate con nosotros, porque ... el día va de
caída".

Y entr6 para quedarse con ellos.
(Lc 24,28-29)

1. Jesúses muy delicado. No quiere molestar.

Quiere comunicarse con nosotros, pero espera que
se lo pidamos. Cuando uno ha experimentado el
trato con Jesucristo, necesita encontrarse frecuen-
temente con él. Jesúsquiere que perseveremos en
la oraci6n, aunque no sintamos nada. Con tal que
le guste a él, ¿qué importa lo demás? ¿Me esfuerzo
por encontrar el mejor rato para tratar con Jesucristo

y prescindo de otros pensamientos en la ora-ción?

2. Muchas veces las tinieblas amenazan con
oscurecer nuestro interior. Jesús es la luz. El Señorsólo espera que deseemos su presencia. Él desea,
más que nosotros, la intimidad de amigos. Cuando
Jesús se queda, el coraz6n late con más alegría, se
ven las cosas de otra manera. ¿Deseo sinceramente
que Jesússe quede conmigo para siempre .. .?

 

 

 

23. ACUÉRDATE DE MÍ

 

 

Uno de los malhechores le insultaba…

Pero el otro decía:

-“Jesús, acuérdate de mí

cuando llegues a tu reino”.

Jesús le dijo:

-“Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

 

                                               (Lc 23,39-43)

 

 

 

1. En cualquier momento puede realizarse el encuentro definitivo con Cristo. Para el buen ladrón fue en la hora de su muerte. Para su compañero no lo fue nunca, a pesar de morir junto al redentor. El encontrar o no a Cristo depende de saber o no hablar con él. Porque el encuentro amistoso se realiza en el diálogo. ¡Qué importancia tiene la oración! Pero una oración que salga del fondo del alma… ¿Es así la mía?

 

 

 

1. Jesús es el salvador. Salva a los grandes pecadores, a condición de que estos pidan perdón. El hijo pródigo y el publicano (dos parábolas inventadas por el corazón de Jesús) saben orar: “He pecado”..., “Perdóname, Señor”... A esta oración sigue siempre el perdón de Jesús y la promesa de salvación. ¿Sé reconocerme pecador en la oración...?

 

 

 

 

 

24.  TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS

 

 

Vinieron a su encuentro diez leprosos

y a gritos le decían:

 -“Jesús, Maestro, ten compasión  de nosotros”.

Al verlos les dijo:

-“Id a presentaros a los sacerdotes”.

 

                                               (Lc 17,12-14)

 

 

 

1. Ni la lepra se resiste a la voz de Cristo. No hay nada que impida el encuentro con Cristo, si no es el quererse encerrar en sí mismo. Los leprosos reconocen su mal y se presentan al Señor pidiendo curación. Todos los milagros que hizo Cristo tienen significado de salvación: Jesús nos salva de nuestros pecados y miserias por grandes que sean. El orar con humildad (reconociendo lo que somos) y con confianza (reconociendo la bondad de Cristo) es la clave para encontrar al Señor. ¿Cuánta humildad y confianza hay en mí...?

 

 

 

2. Las  respuestas de Jesús no son como nos gustan a nosotros, sino como nos convienen. Jesús quiere que no le encontremos sino en los otros: el superior que manda o aconseja, el prójimo que necesita de nosotros, el equipo de amigos... No se encuentra Cristo al margen de quienes representan o son la Iglesia. Este es también el caso de la confesión y de la dirección espiritual. ¿Necesito consultar algo o llevar mejor la dirección espiritual...?

 

 

 

 

25. TE SEGUIRÉ

 

 

Jesús dio orden de cruzar a la otra orilla.

Se le acercó  un escriba y le dijo:

 “Maestro, te seguiré adonde  vayas”.

Jesús le respondió:

“Las zorras tienen madrigueras...,

pero el Hijo del hombre

no tiene donde reclinar la cabeza”.

 

                                                               (Mt 8,18-20)

 

 

 

1. Cuando uno encuentra un ideal grande, siente deseo de seguirle. Ningún ideal mayor que el de seguir a Cristo. Él llena todas las aspiraciones de nuestro corazón e inteligencia. En nuestra oración debemos manifestar a Cristo el deseo ardiente de seguirle por encima de cualquier dificultad. Jesús se da en la medida de nuestros deseos. ¿Tengo deseos sinceros de tratar personalmente con el Señor? ¿Cómo podría conseguirlos y aumentarlos...?

 

 

 

2.  No hemos de engañarnos. Jesucristo pone unas exigencias para seguirle. Él va adelante, pasando por lo más difícil. Seguirle no cuesta tanto cuando ponemos la mirada en él y los pies en sus pisadas. Cualquier dificultad agranda el corazón de las personas generosas como el viento enciende más la antorcha, y apaga la cerilla. ¿Sé pasar valientemente por las dificultades con la mirada puesta en Cristo...?

 

 

 

 

26. LO HEMOS DEJADO TODO

 

Dijo Pedro a Jesús:

- "Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo
y te hemos seguido, ¿qué nos va a tocar?".
Jesús les dijo.

- " ... cien veces más ... y la vida eterna ".
(Mt 19,27.29)

 

 

1. ¡Quién pudiera decir lo mismo que san
Pedro! Haber aventurado todo por Cristo es el
mejor ideal. Aunque sea dejar unas barcas como
san Pedro. Lo interesante es embarcar el corazón
en el seguimiento de Cristo. Con estas disposicio-
nes siempre la oración es el rato más vital del día.
Pero en cuanto a premio, no busquemos otro que
el mismo Cristo. No hay mejor premio que seguir
amándole. ¿mo ando en generosidad .. .?

 

 

2. No estábien pedir otro premio a Cristo fuera
de seguir amándole. Pero el Señor da infinitamente
más de lo que dejamos. Un granito de trigo lo con-
vierte en un granito de oro, como dice la fábula
india. Porque lo que dejamos es "estiércol", según
dice san Pablo. No hay mejor premio que ser ama-
dos de Dios como hijos suyos y hermanos en
Cristo. Esta es la vida eterna. Vale la pena. ¿Son así
mis pensamientos?

 

 

 

 

 

 

 

 

27. PODEMOS

Jesús dijo (a Santiago y Juan):

- ¿Sois capaces de beber el cáliz
que yo he de beber?
".

- "Podemos ".

(Mt 20,22)

 

1. El coraz6n humano está hecho para conte-
ner deseos muy grandes. Estos deseos se deben
exponer al Señor en la oración. A veces pueden
ser deseos no del todo rectos. En la oración se pu-
rifican como el oro en el crisol. Juan y Santiago
deseaban algo grande. Jesús les señaló el mejor
ideal: sufrir por él para resucitar con él. Expongo
en la oraci6ón mis deseos más íntimos ... ?

 

2. El hombre se mide por su fuerza de voluntad.

Por eso dicen: "querer es poder". Ser hombre de
decisiones grandes, si se tienen también ideas
grandes, es ser hombre de verdad. Las dificultades
no cuentan para los héroes. Lo que parece impo-
sible, es posible y aún fácil para los que quieren.
En mi vida de oración, ¿tomo decisiones grandes y
pido la gracia del Señor para cumplirlas .. .?

 

 

 

28. POR TU PALABRA

Simón (Pedro) y dijo.

- "Maestro, hemos estado bregando toda la noche
y no hemos recogido nada,

pero, por tu palabra, echaré las redes".
Hicieron una redada grande de peces
.

(Lc 5,5-6)

1. Sin Jesús, siempre es de noche en el cora-
zón. Pedro, el gran pescador, no había pescado
nada, a pesar de un trabajo ímprobo. Así me salen a mi las cosas. Cuando todo parece ir bien y confío en mis fuerzas, es cuando estoy mas cerca del fracaso. Puede haber apariencias de éxito, pero ya lo dijo el Señor: "Quien no recoge conmigo, desparrama". ¿Acostumbro a pedir ayuda al Señor en mis empresas .. .?

2. ¡Qué diferencia cuando uno obra con Cristo! Con él, mayoría aplastante. Confiar en Cristo, y poner de nuestra parte lo que debemos, es un éxito seguro, aunque a veces haya momentos de cruz y Getsemaní. En los callejones sin salida, es cuando podemos confiar en el Señor y obtener los mayores éxitos. En los momentos difíciles, ¿adopto posturas de desánimo o de desconfianza .. .?

 

 

 

 

29. MÁNDAME IR A TI

 

 

-“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.

Pedro le contestó:

- “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”.

Él le dijo:

- “Ven”.

Pedro se echó a andar sobre el agua

acercándose a Jesús.

 

                                                               (Mt 14,24-29)

 

 

 

1.  La sola presencia de Jesucristo habla al corazón. Es cuestión de saberle escuchar. No se trata de “oír” palabras en la imaginación, sino de saber que él nos ama. Hay mucha gente sencilla que sabe pasar ratos sin prisa ante el sagrario con solo pensar: “Él me mira y yo le miro”. Esto es confianza en su amor. ¿Sé pasarme el mejor rato del día en la presencia del Señor...?

 

 

 

2. No hay dificultades insuperables para quien sabe orar. Orar es amar, y el amor todo lo encuentra hacedero. La mirada en Cristo, porque si nos fiamos de nosotros mismos, entonces viene el hundimiento. El Señor llama a estar con él. Orar es decidirse a estar sin prisas junto al Señor. ¿Qué dificultades encuentro en la oración y cuál puede ser el remedio...?

 

 

 

30. NO TIENEN VINO

 

 

Estaba allí (en las bodas de Caná)

la madre de Jesús.

Jesús estaba invitado también a la boda.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:

-“No tienen vino”.

 

                                               (Jn 2,1-3)

 

 

 

1. Cuando se ama a María se ama más intensamente a Cristo. Invitando a ella no puede faltar el Señor. Amar a Cristo tal como es significa amarle en ambiente mariano. No es cuestión de niños (a no ser que hablemos de los “niños” del evangelio), sino que es el ambiente de que se ha rodeado Cristo. María enseña a hablar con él. Pero hay que dejarse enseñar y ponerse a tiro. ¿Cómo es mi oración a María...?

 

 

 

2. María es modelo de oración. Ella se fija en las necesidades del prójimo. Quien ama al prójimo encuentra fácilmente la intimidad con Cristo. Y la oración de María es confiada y humilde. Expone el problema y se fía de Jesús. Él nos ama más que nosotros mismos. Sabe lo que tenemos y quiere solucionar todo. María, con su oración, anticipa la hora del Señor, cooperando a nuestra salvación. ¿Se parece mi oración a la de mi madre...?

 

 

 

 

 

 

 

II. JESÚS, AMIGO

 

 

 

Es fácil dialogar con un amigo. Y Cristo es el amigo. Lo ha dicho repetidas veces: “Vosotros sois mis amigos”. Lo ha dicho y lo ha demostrado con hechos.

 

“Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”, dijo, y lo puso por obra. A tu amigo no le es indiferente nada tuyo. Te conoce, te comprende. Tus problemas son los suyos, pues por tu pecado y para tu salvación se dejó clavar en un madero.

 

La amistad para contigo la selló para siempre. Es una alianza eterna, mientras tú no la rompas. Este pacto de amistad se renueva en la santa misa. Jesús será hombre por toda la eternidad. Y ¿para qué se hizo hombre, sino para ser tu hermano y amigo?

 

La amistad hace iguales a los amigos. Si tú eres amigo de Cristo, es decir, si lo amas, llevas en tu alma el rostro de Cristo, la gracia santificante que te hace participar de la vida de Cristo.

 

Tu corazón necesita fuego, no tiene bastante con paños calientes, Escoge entre el fuego de la intimidad con Cristo y el fuego de... una vil pasión.

 

Ya sé que eres, así lo dices, amigo de Cristo. Pero la verdadera amistad busca el conocimiento del amigo, su presencia, sus intereses... ¿Eres joven y amas a medias...?

 

Sin ideal, tu vida no tiene sentido. Búscame un ideal más hermoso que la amistad con Jesús... No lo encontrarás, por la sencilla razón de que Dios te ha hecho para Jesús, y nunca serás feliz hasta encontrar a Jesús.

 

Pruébalo. Algún día dirás a Cristo: “¿Cómo he podido vivir sin ti? Pero..., ¿he vivido alguna ves sin ti?” (Zolli). Y te convencerás de que “estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso” (Kempis, Imitación de Cristo 2,8).

 

 

31. JESÚS, AMIGO

 

 

-“Vosotros sois mis amigos

si hacéis lo que yo  os mando...

A vosotros os llamo amigos,

porque todo lo que he oído a mi Padre

os lo he dado a conocer”.

 

                                               (Jn 15,14-15)

 

 

 

1. Jesús es nuestro amigo. Lo ha dicho y lo ha demostrado. Un amigo de verdad manifiesta lo que tiene en el corazón. Jesús nos ha revelado lo más íntimo que tiene: su amor y conocimiento del Padre. Y ha sellado con su sangre estas confidencias. Más no puede amar, puesto que lo ha dado todo. ¿Conozco de veras por qué Jesús es mi amigo...?

 

 

 

2. Seremos amigos de Cristo si cumplimos su voluntad. Para que se dé la amistad, es necesario el amor por ambas partes. Jesús lo dio todo. Yo debo dar lo mejor: mi voluntad. La voluntad de Cristo es que siga su doctrina y sus mandamientos. En cada momento de mi vida he de hacer, como Jesús, la voluntad del Padre. Solo así seré su amigo. ¿En qué puedo cumplir mejor lo que quiere Jesús...?

 

 

 

 

32. AMIGO FIEL

 

 

Todos murmuraban diciendo:

-“Ha  entrado a hospedarse

en casa de un pecador..”.

-“El Hijo del hombre ha venido a buscar

y a salvar lo que estaba perdido”.

 

                                                               (Lc 19,7.10)

 

 

 

1. El amigo fiel defiende, aunque los demás murmuren. Era un pecador aquel hombre llamado Zaqueo, al menos en la opinión de los demás. Pero Jesús le brindó su amistad y dejó de ser pecador. Jesús, amigo fiel, le defendió. Aunque nadie te amara, Jesús sería siempre tu mejor amigo. No traiciona nunca. Aunque seas un pecador. ¿Cómo podrías aumentar tu confianza en Jesucristo...?

 

 

 

2. Jesús significa salvador. Su nombre indica la misión que tiene que cumplir. Ha venido para salvar lo que estaba perdido. No ha venido el Señor para rodearse solo de inocentes. Sino que a los pecadores nos hace santos como él y nos admite en su amistad. Zaqueo y la Magdalena son solo una muestra. ¿Qué defectos míos debo presentar a Jesucristo para que los cure...?

 

 

 

 

 

33. AMIGO DELICADO

 

 

Jesús se turbó  en su espíritu y dio testimonio diciendo:

-…“Uno de vosotros me va a entregar”.

Uno de ellos, alque Jesús amaba (Juan),

estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús.

 

                                                               (Jn 13,21.23)

 

 

 

1. Jesús es muy delicado. No quiere delatar a Judas el traidor. A última hora todavía le llamará amigo. Es tan delicado que se limita a exponer su pena por el que se pierde. Jesús no quiere molestar. Habla delicadamente para que sólo le entiendan los que le aman de verdad. ¿Tiene motivos el Señor para quejarse de mí...?

 

 

 

2. Juan el evangelista era amigo predilecto de Jesús. Porque era puro y generoso. Llega hasta tener la confianza de reclinar su cabeza en el pecho de Jesús. Oyó los latidos ardientes de su corazón. Pero Jesús amigo siente predilección por cada uno, por ti en concreto. Solo exige delicadeza y generosidad. ¿En qué no soy generoso y delicado...?

 

 

 

 

 

34. AMIGO PODEROSO

 

 

Toda la gente trataba de tocarlo,

porque salía de él una fuerza

que los curaba  a todos

 

                                               (Lc 6,19)

 

 

 

1. Jesús lo puede todo. Curaba a todos y de cualquier enfermedad. Así es mi amigo. Para él no hay nada imposible. Ni la curación de mi frialdad o de mi orgullo. Ha venido para curar a los enfermos y salvar a los pecadores. ¡Si supiera exponer mis miserias al baño del sol de la mirada de Cristo...!

 

 

 

2. Para curar, hemos de “tocar” a Cristo. Acercarse a él y tocarle significa: hablarle íntimamente y querer amarle de veras, confiar en él y pedirle perdón. No todos los que “rezan” y “comulgan” tocan a Jesús. Hay algo en mí que me impide “tocar” a Jesús...

 

 

 

 

35. AMIGO HUMILDE

 

 

Los amó hasta el extremo...

Se pone a lavarles  los pies

 de los discípulos y a secárselos

con la toalla que se había ceñido.

 

                                               (Jn 13,1.5)

 

 

 

1. Jesús es humilde y quiere que lo seamos nosotros. La humildad nos hace ver lo que somos, ni más ni menos. Quien conoce sus propias faltas nunca desprecia a los demás. Ni ambiciona puestos y cargos de honor. Porque lo que importa no es lucir, sino servir amando. Pero como es muy difícil de entender y de practicar, Jesús, que es Dios, da ejemplo hasta lavar los pies a los discípulos. ¡Qué me falta para ser humilde...!

 

 

 

2. Todo lo que hace Jesús es para demostrarnos que nos ama. Ama hasta buscar a la oveja perdida, hasta lavar los pies de Judas. Bajó del cielo a la tierra, se ha quedado en la eucaristía. Así es de humilde nuestro amigo. Nos ama hasta el colmo. Por amor al Señor debo pensar en las ocasiones en que he de ser humilde...

 

 

 

 

 

36. ME COMPRENDE

 

 

El Señor, volviéndose, le echó

una mirada a Pedro, y Pedro se acordó

de la palabra que el Señor le había dicho.

Y, saliendo afuera,  lloró amargamente.

 

                                                               (Lc 22,61-62)

 

 

 

1. La mirada de Jesús penetra los corazones. Comprende todo lo que nos pasa, y lo quiere solucionar. San Pedro cayó muy hondo. Pero hasta ahí le siguió la mirada del amigo. Jesús miró a muchos, también a Judas, pero no todos se dejan mirar ni adivinan el amor de la mirada del Señor. ¡Si me dejara mirar por el Señor...!

 

 

 

2. No hemos de ser cabecitas de chorlito que no reflexionan nunca. Hay algo en nosotros que nos separa de Cristo. Él nos mira continuamente, esperando que nosotros nos demos cuenta. San Pedro arrancó de su corazón el orgullo. Lloró de veras su pecado. Y ya no volvió a negar al Señor. Solo pensar que había traicionado al amigo, le hacía humilde. En mí hay algo que Cristo mira que yo lo quite...

 

 

 

37. ME PERDONA

 

 

Cuando todavía estaba lejos (el hijo pródigo),

su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas;

y, echando a correr, se le echó al cuello

y lo cubrió de besos...

 

                               (Lc 15,20)

 

 

 

1. La parábola del hijo pródigo es fruto del corazón de Jesús. Así ama Jesús al amigo extraviado. Sabe perdonar. Más, Jesús amigo mira y siente compasión aun antes de nuestro arrepentimiento. ¡Qué pormenores tan delicados los de la parábola! ¡El Padre salía todos los días a esperar! Son los grandes deseos del corazón del amigo para que volvamos a él. No puedes hacer esperar más a Cristo. Por lo menos, agradece las veces que te ha perdonado...

 

 

 

2. El padre del hijo pródigo manifiesta su alegría: corre presuroso al encuentro, le abraza con efusión, le cubre de besos ardientes. Como todo esto lo inventó Jesús, significa que lo hace él con nosotros cuando tenemos algún pecado. Estas finezas merecen confianza y amor de entrega total. ¡Si supiera recordar las veces que Cristo me ha recibido así...! Yo también he de perdonar...

 

 

 

 

38. ME CONOCE

 

 

“Mis ovejas escuchan  mi voz,

y yo las conozco,

y ellas me siguen,

y yo les doy la vida eterna”.

 

                                               (Jn 10,27-28)

 

 

 

1. Mi amigo piensa siempre en mí. No puede olvidarme. Me conoce y me ama. Sabe lo que me pasa, lo que pienso y quiero. Y, por eso, me envía siempre las gracias que necesito. Me conoce por mi nombre y me ama con una predilección especial. Siempre vela sobre mí para que no me falte nada. ¿Tengo plena confianza en él...?

 

 

 

2. ¡Le gusta tanto al Señor que yo le conozca y siga su voz! Le he de conocer a fondo hasta ilusionarme por él, sobre todo y sobre todos. Si pensara más en él... Cuando me hablan de Cristo he de escuchar con delirio. Y he de seguir el camino de Cristo, que es el amor a él y al prójimo. Así llegaré a poseer la vida divina en mí. Así llegaré a vivir eternamente con mi amigo. ¿Qué podría hacer para seguir e imitar a Cristo mejor...?

 

 

 

 

39. ME INVITA

 

 

“El que tenga  sed,

que venga a mí y beba.

El que cree en mí...

de sus entrañas manarán

ríos de agua viva”.

 

                                               (Jn 7,37-38)

 

 

 

1. Quien atraviesa un desierto corre peligro de ver “espejismos”. Es decir el tormento de la sed le hace ver lo que no hay. Solo Cristo calma la sed a los que caminamos por este desierto. Beber en otra parte sería beber agua envenenada o, a lo más lamer las gotitas que salpican de la fuente. Solo Jesús puede llenar mi corazón. ¿Me dejo engañar por vanidades...?

 

 

 

2. Jesús compara la vida divina, que él infunde en nosotros, a una fuente de agua que sacia la sed. Quien cree en Jesús, piensa como él y se transforma en él amándole e imitándole. Creer en Jesús es encontrar a Jesús como amigo. Él me invita, me llama a ser su amigo. ¿Sigo siempre su invitación amándole e imitándole...?

 

 

 

 

40. ME ESCUCHA

 

 

“Si pedís algo  al Padre en mi nombre

os lo dará  en mi nombre.

Hasta ahora no habéis pedido nada...

Pedid y recibiréis...”

 

                                               (Jn 16,24)

 

 

 

1. Todo lo que pidamos nos lo concederá el Señor. Pero hemos de confiar en él. Como a veces nuestra confianza es floja, el Señor nos dará lo que mejor nos vaya. Hemos de pedir con las disposiciones filiales de un niño que habla con su padre. ¿Qué he de mejorar en mi oración...?

 

 

 

2. Jesús se queja de nuestra oración. No sabemos pedir. Pedimos poco. Cuando todo va bien pensamos que ya no necesitamos de Dios. Y luego vienen los chascos. Por eso, cuando algo nos sale bien, ni siquiera se nos ocurre dar gracias. Jesús quiere que pidamos todo lo que necesitamos. ¿Cumplo de veras el deseo y el mandato de Jesús...?

 

 

 

 

41. ME CONSUELA

 

 

“No temas, pequeño rebaño,

porque vuestro Padre

ha tenido a bien daros el reino”.

 

                                               (Lc 12,32)

 

 

 

1. Jesucristo no quiere que nos traguemos solos nuestras penas. Con él por amigo, desaparecen las penas. Repite muchas veces “no temáis”. Muchas veces sentiremos miedo ante los fracasos, en las dudas, etc. Pero hemos de esforzarnos por alejar este miedo y confiar en el amigo. Él todo lo puede solucionar. ¡Y quiere solucionarlo! ¿Me dejo llevar de temores y dudas...?

 

 

 

2. Jesús nos dice que el Padre nos ama y nos quiere salvar. Dios no nos ha hecho para condenarnos, sino para salvarnos y ser felices. Lo que pasa es que nosotros nos empeñamos en salir con la nuestra y dejamos de hacer la voluntad del Señor. Uno está triste solo cuando no hace lo que Dios quiere. Tengo siempre motivo para ser feliz: Dios me ama. ¿Estoy siempre alegre y alegro la vida a los demás...?

 

 

 

 

 

42. ME BUSCA

 

 

“¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas

y pierde una de ellas,

no deja las noventa y nueve

en el desierto

y va tras la descarriada

hasta que la encuentra?”.

 

                                               (Lc 15,4)

 

 

 

1. Por una sola oveja el Buen Pastor sale en su busca preocupándose más de ella que de las demás. Cristo está ilusionado por cada uno de nosotros. ¡Lo que supone a Cristo perder una  oveja! Es una tragedia para su corazón cuando me alejo de él. Por esto me busca como si le faltara alguien muy íntimo. ¿Creo en este amor del amigo...?

 

 

 

2. No descansa Cristo hasta encontrarme. Me envía buenos pensamientos, algún libro, el ejemplo del prójimo, el consejo del sacerdote. A san Agustín lo buscó muchos años hasta que una lectura le hizo abrir los ojos y el corazón al amor de Cristo. ¿Doy largas a las inspiraciones del Señor...?

 

 

 

 

 

43. ME ESPERA

 

 

(Marta) fue a llamar a su

 hermana María, diciéndole en voz baja:

-“El Maestro está ahí

y te llama”.

Apenas lo oyó, se levantó

y salió adonde estaba él.

 

                                               (Jn 11,28-29)

 

 

 

1. Jesucristo está presente, aunque no le veas. Vive en ti y tú en él, como viven de la misma savia el sarmiento y la vid. Pero su presencia es caliente, palpitante, al ritmo de un corazón que arde: te mira, te ama, sintoniza con tus problemas, te llama... Respóndele, dile algo..., sin prisas...

 

 

 

2. María Magdalena, la gran pecadora arrepentida, lo dejó todo enseguida para atender a Jesús. Es cuestión de generosidad y delicadeza. Jesús, que te perdonó tanto, se lo merece todo. Vale la pena que dejes aquello que te estorba para hablar con él, para encontrarle. ¡El encuentro con Cristo! Pruébalo y verás. ¿Hay algo que te impide encontrarte con él?  ¿Por qué no lo dejas? Ábrele tu corazón contándole tus cosas...

 

 

 

 

44. ME ACOMPAÑA

 

 

Las olas rompían contra la barca...

Él (Jesús) estaba en popa, dormido...

Lo despertaron... Les dijo:

- “¿Aún no tenéis fe?”.

 

                                                (Mc 4,37-38.40)

 

 

 

1. Tempestad equivale a tentación, pena, problema... Y Cristo está siempre junto a mí, más preocupado por mis problemas que yo mismo. Pero “duerme”..., quiere probar mi confianza. Siendo Dios, se hizo hombre y experimentó cansancio y sueño para poder hablar el lenguaje del dolor... Cristo está siempre junto a mí... ahora también... y me ama como hermano y amigo...

 

 

 

2. Los apóstoles perdieron los estribos. No supieron confiar. No conocían las reglas de la amistad de Cristo. Y el Señor se queja, porque no han tenido equilibrio en la confianza, en el amor, en la fe. Otras veces hiciste tú lo mismo. Pide perdón y promete más valentía, confianza, más explayarte con el Señor aguardando su palabra de amigo que disipará la tempestad....

 

 

 

 

 

45. ME SANTIFICA

 

 

“Yo he venido para que tengan vida

y la tengan abundante...

Y doy mi vida por las ovejas”.

 

                                               (Jn 10,10-15)

 

 

 

1. Todo lo que hizo y dijo Jesucristo, lo hizo y dijo pensando en ti, amándote. Vino del cielo para salvarte, para solucionar tus problemas. Vivió rodeado de las mismas dificultades que encuentras en tu vida. Lo dio todo, se dio a sí mismo. Y espera de ti una respuesta generosa. ¿Quieres hacer en tu vida algo grande por él? Hoy, precisamente hoy, sin esperar a mañana...

 

 

 

2. Vivió por mí y murió por mí. Los tragos más amargos se los reservó para sí. Él pasa delante para pisar las espinas más punzantes y dejarme a mí lo más fácil. Se trata de saber poner mi pie donde él lo puso; entonces notaré el amor de sus pisadas y el aliento para mis pequeñas cruces. Voy a trazar ahora el plan de este día para seguir Cristo en cada momento...

 

 

 

46. ME ANIMA

 

 

Viendo (Jesús) la fe que tenían,

dijo  al paralítico:

-“¡Ánimo, hijo!;

tus pecados te son perdonados”.

 

                                               (Mt 9,2)

 

 

 

1. No todos saben descubrir a Cristo y encontrarse con él. Se necesitan los ojos de la fe: “Creo, Señor, aumenta mi fe”. Con la fe se descubre a Cristo en la eucaristía, en el propio corazón, en el prójimo, en todas partes. Y entonces el corazón arde. Porque se tiene siempre a Cristo consigo. Y con él todo cambia de color. Procura descubrirle escondido ahora, aquí, contigo... ¡Cree!, pero amando y confiando...

 

 

 

2. Y Cristo ha adivinado mi pensar antes de que yo abriera los labios. Su mirada penetrante se ha posado sobre mis llagas para sanarlas. ¡Son llagas profundas abiertas por mi egoísmo! El egoísmo, el pecado desanima, perturba, amarga. Y yo quisiera vivir en equilibrio, en paz... sin dejar mi egoísmo. Pero Cristo ve en lo más hondo... Déjate mirar por esa mirada de amigo que perdona y no hace daño...

 

 

 

 

 

47. CONFÍA EN MÍ

 

 

“Sentaos aquí, mientras voy allá a orar...

Mi alma está triste hasta la muerte”.

Volvió a los discípulos

y los encuentra dormidos.

 

                                               (Mt 26,36.38-39)

 

 

 

1. Cristo necesita compañía. Se hizo nuestro hermano y amigo con un corazón muy ancho. Tan ancho como para que cupiéramos todos a gusto. Pero al Señor le engañó su corazón. Quiso sentir como nosotros, sentir necesidad de compañía en sus penas; pero se quedó solo, o casi. Su pena era muy honda porque se presentó ante el Padre como responsable de mis desvíos. ¡Qué vergüenza! ¿Qué malos pasos de mi vida le entristecerían más...?

 

 

 

2. Jesucristo visita con frecuencia a sus amigos. Las más de las veces se encuentra con la puerta cerrada y el inquilino fuera, para no comprometerse...  ¡Vaya amigos los que solo van a las fiestas! Y mientras Judas no duerme, los suyos se escabullen irresponsablemente. El Señor, ahora, prueba contigo... ¿Cerrado, generoso, escurridizo? ¿Ni un momento con él...?

 

 

 

 

48. ME PREPARA EL PREMIO

 

 

“Me voy a prepararos un lugar...;

Volveré y os llevaré conmigo,

para que donde  estoy yo

estéis también vosotros”.

 

                                               (Jn 14,2-4)

 

 

 

1. Dos amigos desean vivir siempre juntos y hacerse mutuamente felices. Jesús es mi amigo. Desapareció visiblemente, pero se queda escondido. Y se fue para prepararnos la casa donde hemos de vivir para siempre felices. Cuando esté todo preparado, me llamará. Puede ser en cualquier momento, sin aviso. ¡Qué sorpresa tan agradable cuando nos abracemos para siempre! ¿Estoy preparado o tengo todavía “cuentas pendientes” y tareas por terminar...?

 

 

 

2. Jesucristo no es egoísta. Lo ha dado todo. Es el Hijo de Dios y me ha nombrado coheredero. Su herencia, su premio, es mi premio y herencia. ¡Así ama él! De mis piltrafas ha hecho documentos de heredero. Con tal que le ame de verdad y deje mis caprichos y egoísmos. ¿Tengo algo que me estorba para esta amistad con él?...

 

 

 

 

49. SENSIBLE ANTE LA INGRATITUD

 

 

“¡Cuántas veces intenté reunir a tus hijos,

como la gallina reúne a los polluelos

bajo sus alas, y no habéis querido!”

 

                                                               (Mt 23,37)

 

 

 

1. El amor del corazón de Cristo busca las mejores palabras y comparaciones para comunicarse. “Como la gallina reúne a sus polluelos”... Jesús nunca ha dejado de amarme, ni aún en mis malos pasos. Su amor me ha defendido, ayudado, cobijado. Ahora y aquí, penetra en mi corazón para transformarme en él... ¿Hay algo o alguien que impide en mí esta acción de Cristo?...

 

 

 

2. Debe ser terrible un no al amor de Cristo. Es un “no” al único amigo, al hermano, a quien me ama más que mi madre. Un “no” de este tipo debe salir de un corazón gastado o hecho trizas; no puede salir de un joven por edad o por corazón. Porque sería un “no” a la persona más íntima y más cercana. ¿Hay en mí alguna postura, alguna inclinación, que me pueda conducir a ese abismo negro?...

 

 

 

 

50. AL ENCONTRARME

 

 

Un samaritano llegó adonde estaba él (herido),

y, al verlo, se compadeció,

y, acercándose, le vendó las heridas,

echándoles aceite y vino...,

lo llevó a una posada y cuidó.

 

                                                               (Lc 10,33-34)

 

 

 

1. Muchas veces has quedado malherido y nadie ha comprendido tu problema. Jesucristo lo sabe todo y, lo que es más importante, se interesa por tus problemas más que tú mismo. El corazón de Cristo no resiste ante tu dolor; no tiene más remedio que compadecerse, latir con violencia como si se tratara de su mismo problema. Déjale revisar todas y cada una de tus llagas...

 

 

 

2. La compasión de Jesús se traduce siempre en obras. Te cura con el vino y aceite de su sacrificio y de su palabra. La palabra de Cristo, por ejemplo, la que se dice ahora, es una llamada a un encuentro personal con él. La fusión de corazones, el compromiso, el darse palabra de amistad en serio, tiene lugar en la eucaristía. ¿Cómo escucho la palabra de Cristo y cómo son mis encuentros con él?...

 

 

 

 

51. ESPERA RESPUESTA

 

 

“Quien no carga con su cruz

y viene en pos de mí,

no puede ser discípulo mío”.

 

                                               (Lc 14,27)

 

 

 

1. El Señor abre su corazón de par en par a cuantos le siguen. Pero espera nuestra correspondencia. Muchos quisieron seguirle por novedad, porque estaba de moda. El Señor pone condiciones: ser sacrificado en el cumplimiento del propio deber y en saber aguantarse a sí mismo y a los demás, es decir llevar su cruz. Imitar a Cristo y saber tratar con él, es decir, seguirle. ¿Voy por este camino trazado por el Señor?...

 

 

 

2. Y si cumplo las condiciones que puso el Señor, luego él me comunicará sus confidencias, podré experimentar su amistad, mi vida será un encuentro continuo y personal con él, me preocuparé de sus intereses y él se cuidará de los míos. ¿Qué he de dejar para conseguir estas ganancias?

 

 

 

52. DISFRUTA CONMIGO

 

 

Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea...

Marta le recibió en su casa...

María, sentada a los pies del Señor,

escuchaba su palabra.

 

(Lc 10,38-39)

 

 

 

1. Jesús va de paso. No quiere molestar. Llama suavemente y, si no se le abre, pasa de largo. No le reciben en muchos corazones. Viene cansado, como el Buen Pastor que busca la oveja perdida, y no se le recibe. Me busca, ya me ha encontrado, pero espera que yo le abra las puertas del amor. Si no, pasará de largo... tal vez para no volver... ¿No ha sido así muchas veces en mí?

 

 

 

2. María Magdalena fue una gran pecadora. Pero abrió el corazón a la confianza y al amor. Y después siempre fue agradecida y generosa. Los mejores ratos de su vida se los pasó junto al Señor, mirando, callando, escuchando, amando... Escogió la mejor parte. ¡Es tan difícil estar junto a Jesús y hablarle con la mirada, con el silencio, con el amor, con la expresión afectuosa!...

 

 

 

 

53. SE ME DA

 

 

Y tomando el pan, después de

pronunciar la acción de gracias, dijo:

-“Esto es mi cuerpo,

que se entrega por vosotros”.

 

                                               (Lc 22,19)

 

 

 

1. Jesús quiso quedarse entre nosotros para ser nuestro alimento. Cuando comulgamos, nos transformamos en él, vivimos en él, de él y para él. Cuando comulgamos nos comunica la redención a cada uno de nosotros. Porque el Señor tiene un amor de predilección para ti que no tiene para los demás, y viceversa. Jesús puso toda su ilusión en la institución de la eucaristía. ¿Puede estar satisfecho de cómo le correspondo?...

 

 

 

2. El cuerpo de Jesús fue entregado por nosotros. Y su sangre, derramada para nuestra redención. Jesús está en la eucaristía inmolado, como sacrificio por nuestros pecados. Y dio la vida por nosotros. Y ahora, para comunicarnos la vida divina, se da como sacrificio y alimento en la santa misa y comunión. Él lo da todo, pues se da a sí mismo. En mí hay algo que me reservo y no quiero darle...

 

 

 

 

54. NO ABANDONA

 

 

Subió a un monte a solas

para orar...

La barca estaba sacudida por las olas...

Se les acercó Jesús andando sobre el mar.

 

                                                               (Mt 14,23-25)

 

 

 

1. Jesús busca el silencio, la soledad, para hablar con el Padre. Si no me escondo con él, no le puedo encontrar. Me quiere comunicar sus intimidades con la condición de que sepa esconderme con él, dejando las tonterías que de él me apartarían. Si le encuentro en la oración, seré fuerte para vencer las tentaciones y pruebas. Mi oración, ¿es un almacenar de fuerzas para la tempestad?...

 

 

 

2. Jesús sabe lo que me pasa. Y se preocupa de mis problemas más que yo mismo. Porque me ama como a sí mismo. Son muchas las tentaciones y luchas. A veces solapadas. Pero él está a mi lado, aunque parezca imposible. Solo, que he de adivinarlo y descubrirlo. ¿Por qué no le cuento mis penas, problemas, luchas, tempestades?....

 

 

 

 

55. SE CUIDA DE MÍ

 

 

Curó a todos los enfermos.

Él tomó nuestras dolencias

y cargó con nuestras enfermedades.

 

                                (Mt 8,16-17)

 

 

 

1. El Señor cura a todos y de cualquier enfermedad. Es amigo de los que sufren. Lo puede todo y ama infinitamente. Basta que se acerque uno con confianza para decirle: “Si quieres puedes curarme”. Dejarse mirar por Jesús es tomar un “baño de sol” eficaz. Puedes reparar tus llagas bajo la mirada de Jesús, que quiere curarte...

 

 

 

2. Jesús siente tus penas como propias. Es el amigo y el hermano que ha venido para responsabilizarse de tus líos: penas, pecados, debilidades... Ama hasta identificarse con el enfermo y enfermar con él. Un amor así reclama amor de retorno: preocuparse de sus intereses, de sus problemas en el cuerpo místico. ¿Sabes cuáles son los problemas de Jesús? Si te preocupas por ellos sanearás el ambiente de tu corazón...

 

 

 

 

56. SU MANDAMIENTO

 

 

“Este es mi mandamiento:

que os améis unos a otros

como yo os he amado...

Esto os mando: que os améis unos a otros”.

 

                                               (Jn 15,12.17)

 

 

 

1. Toda mi tarea espiritual consiste en hacer lo que quiere Jesús de mí. Y toda la voluntad de Jesús se resume en una sola palabra: amar. Solo así se cumple la voluntad de Dios. Amar es darse, descubrir a Jesucristo en el otro, procurar que no falte nada a nadie, ver lo que los demás necesitan, saber qué puedo hacer yo por Cristo que vive en el prójimo ¡Todo un programa de vida! ¡Y de examen!...

 

 

 

2. ¡Amar a los demás como Cristo los ama! Él dio la vida y se dio a sí mismo. Pero él vive en mí y conmigo y, desde mí, ama al prójimo. Puedo, pues, amar como él. Amar como él es no dejarse llevar por egoísmo, por resentimientos, por “derechos” aparentes que atropellan los derechos de los demás. El que ama así, ama como Cristo, identificado con él. En esto se conoce si uno tiene vida espiritual fuerte, si uno es cristiano de verdad. ¿Mis sentimientos son los de Cristo?...

 

 

 

 

57. MORA EN MÍ

 

 

El que me ama

guardará mi palabra,

y mi Padre lo amará,

y tendremos a él

y  haremos morada en él”.

 

                                               (Jn 14,23)

 

 

 

1. Los amigos ansían estar juntos para expansionarse. Jesús vive en mí si estoy en gracia. El Señor pone una condición: “Si alguno me ama”. Amarle es hacer lo que él quiere y enseña. Al amarle nos transformamos en él, y el Padre se complace en nosotros como se complace en él: tenemos la misma voz y fisonomía de Cristo. Pero en mí hay rasgos desfigurados que debo corregir...

 

 

 

2. Es algo maravilloso lo que ha hecho Cristo en nosotros. Nos ha transformado en sagrarios vivientes. Ha hecho de nuestro ser su casa solariega, donde Dios se complace, su lugar de preferencia. El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo moran en nosotros. ¿Hay en mí algo que desdice de la casa de Dios?...

 

 

 

 

58. NO TIENE SECRETOS PARA MÍ

 

 

“El que me ama

será amado por mi Padre,

y yo también lo amaré

y me manifestaré a él”.

 

                                               (Jn 14,21)

 

 

 

1. Jesucristo ama en serio. Espera, pues, de sus amigos amor serio, perseverante, sincero, por encima de cualquier sacrificio. La amistad con Cristo no admite amores de barro. Quien ama sinceramente a Cristo, se atrae la benevolencia del Padre. Dios amor se da a quien ama a Cristo. ¿Es mi amor perseverante y serio?....

 

 

 

2. Jesús no tiene secretos para sus amigos. No ha manifestado las intimidades de Dios. Te quiere descubrir las intimidades de su corazón. Se quiere expansionar contigo. Pero es necesario que estés dispuesto a recibir estas confidencias de Cristo. Su ilusión, sus problemas, sus intereses, sus puntos de mira, ¿son los tuyos?...

 

 

 

 

 

59. AMISTAD ETERNA

 

 

“Yo soy la resurrección y la vida:

el que cree en mí,

aunque haya  muerto, vivirá...;

no morirá para siempre”.

 

                                               (Jn 11,25-26)

 

 

 

1. Todos los amigos pueden fallar. Y ninguna amistad dura para siempre, salvo la amistad con Jesucristo. Él, al dar la vida por mí y resucitar, es dueño de la vida y de la muerte. El amigo ha entablado amistad conmigo para siempre. No solo de palabra. Ningún amigo puede amarme así. Todas las amistades humanas que no se fundamenten en Cristo, pasarán para no volver. ¿Aprecio la amistad de Cristo por encima de otros amores?...

 

 

 

2. Los amigos se comunican mutuamente sus bienes. Los amigos o son iguales o terminan siéndolo. Jesús ha comunicado la inmortalidad a sus amigos. Nuestra amistad con él pasará triunfante los linderos de la muerte temporal. Nuestro amor, si es sincero, no puede perecer. Todo lo que entrelacemos en la amistad con Cristo participará de la vida eterna. ¿Me siento feliz, optimista, con un amigo como Cristo...?

 

 

 

 

60. NUESTRA MADRE

 

 

Dijo al discípulo (a quien amaba):

-“Ahí tienes a tu madre”.

Y desde aquella hora,

el discípulo la recibió como algo propio.

 

                               (Jn 19,27)

 

 

 

1. Jesús no tiene secretos para sus amigos. Ni se reserva nada para sí. Tiene una madre que es llena de gracia por ser madre de Dios. Se la preparó él desde la eternidad. Es el único “pintor” que ha podido pintar a su madre tan hermosa como ha querido. En ella ha colocado su sabiduría, su poder y su bondad. Y, como buen amigo, te la ha dado por madre. ¡Oye!, ¿le has dado gracias por ello?...

 

 

 

2. Quiere el Señor que sepas mirar, hablar, amar a la madre (suya y tuya) como él lo hace. Es la ley de la amistad. Eres amigo predilecto de Cristo porque te dio a su madre por tuya. Pero... amor obliga. No te la dio para que la pusieras en un museo, sino para sellar la amistad contigo, para que la trataras como él. Deja a tu madre que te mire, que  ponga sus manos en tus enredos y problemas...

 

 

 

 

 

 

 

 

III.  LA VOZ DEL BUEN PASTOR

 

 

¡Escucha! Dios te habla. Es el amigo, el Buen Pastor. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

 

Dios te ha dicho que te ama. Todas las cosas, si supieras escuchar, te hablan a gritos del amor de Dios.

 

Jesucristo es el Verbo, la palabra amorosa del Padre. Y “del tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito”. Nunca podrás llegar a comprender perfectamente el rico contenido de esta frase, que un día salió de los labios de Cristo dialogando con Nicodemo.

 

¡Vale la pena gastar toda una vida, toda la juventud, estudiando esta palabra amorosa de Dios!

 

¿Sabes por qué no quedas prendado de la voz del Buen Pastor, tu amigo? Porque no sabes escucharle en silencio. ¡Por favor! Haz callar a tus afectos desordenados. Este silencio es el “niéguese a sí mismo” condición indispensable para seguir a Cristo. “Tanto adelantarás cuanto más violencia (¡silencio!) te hicieres” (Kempis).

 

No eres feliz porque escuchas otras cosas que no son Cristo. ¡No sabes ver en el prójimo a Cristo, ni escuchar aquello de “lo que hiciereis a uno de mis discípulos a mi me lo hacéis”.

 

“Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación; mas si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente” (Kempis 2, 8).

 

“Mis ovejas oyen mi voz”. ¿Y tú? No sabes discernir el silbo del Buen Pastor. ¿Sabes dónde está el secreto? Escucha: “El que a vosotros oye, a mí me oye”. A vosotros, a los que representan a Cristo. La santa madre Iglesia te habla con frecuencia de obediencia, docilidad, humildad... Ahí tienes el concilio Vaticano II.

 

 

 

61. YO SOY EL BUEN PASTOR

 

 

“El buen pastor

da su vida por las ovejas;

el asalariado ve venir al lobo,

abandona  las ovejas y huye.

Yo soy el Buen Pastor...”

 

                                               (Jn 10,11-12.14)

 

 

 

1. La figura del Buen Pastor dice todo lo que Jesús ha hecho por nosotros: dar la vida: “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos”. Pero quien da la vida por amor, lo da todo: me conoce, me comprende, se cuida de mí, me busca, me cura... ¿Podría repasar las finezas del Buen Pastor para conmigo?...

 

 

 

2. Nadie me ama como Cristo. Ni yo mismo. Porque yo no me amo cuando sigo mis caprichos; entonces me pongo en manos del asalariado y del lobo. Solo Cristo no abandona. Solo él puede decir: “Yo soy el Buen Pastor”. ¡Qué raro! Ya sé que esto es así, pero hay momentos de mi vida en que no sigo al Buen Pastor, sino al asalariado...

 

 

 

 

62.  VEN, SÍGUEME

 

 

 Jesús contestó (al joven):

“Si quieres ser perfecto,

anda, vende tus bienes,

da el dinero a los pobres

-así tendrás un tesoro en el cielo-

y luego ven y sígueme”.

 

                                               (Mt 19,21)

 

 

 

1. Era un joven con una mina de oro sin explorar. Y Cristo le propuso algo maravilloso: estrenar él su corazón antes que otros amores, tal vez buenos. La proposición vale la pena: dejar la chatarra para poseer a Cristo. Pero el corazón tiene razones que desconoce la razón... Aquel muchacho no supo escuchar al Señor que le proponía algo grande y, por tanto, costoso. ¿Se repite en mí la historia?...

 

 

 

2. “Sígueme”. Es la voz de Cristo. El silbo del Buen Pastor. Me llama para seguirle dejando lo que no le gusta a él. ¡Tengo una llamada de Jesús que debo seguir! Me llamó a ser “cristiano”, es decir suyo. Me llama todos lo momentos a transformarme en él. Me llama para cumplir una misión en la Iglesia. ¿Conozco y sigo la llamada de Cristo?...

 

 

 

 

 

63. LÉVANTATE

 

 

Y acercándose Jesús

al ataúd (del hijo de la viuda de Naín),

 lo tocó y dijo:

-“Muchacho, a ti te lo digo,

levántate”.

 

                                               (Lc 7,14)

 

 

 

1. Era un joven muerto que llevaban a enterrar. Humanamente no había nada que hacer. Pero el corazón de Cristo siente compasión por la madre que llora. El amor de Cristo hace latir el corazón helado del joven muerto. Cuando Jesús está presente, todo es posible, hasta resucitar y calentar el corazón frío. Es solo cuestión de dejar acercarse al Señor y que nos toque. Presenta al Señor tus frialdades para que las vivifique...

 

 

 

2. La voz de Cristo es imperiosa: “Muchacho, levántate”. Cristo pensaba en ti. Ahora precisamente te dice lo mismo. Se ha de tener el oído fino para escuchar a Jesús: Levántate de esa vida sin sentido, levántate de ese desánimo tonto, de ese olvido o frialdad en el trato con él, de ese torbellino de egoísmo, de esas faltas de caridad, de humildad, de piedad...

 

 

 

 

64. SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS

 

 

Jesús dijo (a la samaritana):

-“Si conocieras el don de Dios

y quién es el que te dice:

dame de beber,

le pedirías tú,

y él te daría agua viva”.

 

                                               (Jn 4,10)

 

 

 

1. Dios te ha hecho para algo muy grande. Al corazón humano no le sacian las gotitas que salpican de la fuente. Tu corazón ha sido hecho para saciarse de Dios. Ahora se explica el por qué sientes que te falta algo (yo diría “alguien”). Suscita en ti deseos de hacer algo grande por Dios, pero quita también las aficiones que no gustan a Dios...

 

 

 

2. Solo Cristo puede saciar el corazón. Él es el don de Dios. Pero Cristo viviente en ti por la gracia. Entonces, solo entonces, tienes en ti una fuente de agua que no se acaba. Es obra del Espíritu Santo, su acción es muy delicada y no puede entorpecerse con el alquitrán de tu egoísmo. Cuanto más alquitrán saques de ti, más te saciará Cristo viviente en ti...

 

 

 

 

 

65. YO SOY EL PAN DE VIDA

 

 

Yo soy el pan de vida.

El que viene a mí

no tendrá hambre,

y el que cree en mí

no tendrá sed jamás”.

 

                                               (Jn 6,35)

 

 

 

1. Cristo es nuestro alimento. Al encontrarle, al creer en él, al comulgarle, nos transforma en él, imprime en nosotros su fisonomía. Quien ha experimentado el encuentro con él, no necesita nada más, no tiene hambre y sed de migajas y salpicaduras. Cristo ¿sacia de veras tus pensamientos, tus quehaceres, tus afectos?...

 

 

 

2. Ir a Cristo y creer en él es una condición. No basta con cumplir una especie de etiqueta. En cuestión de amistad, solo cuenta el contacto afectuoso, el encuentro, la fusión de intereses. Lo demás es rozar y pasar de largo. Tu vida ¿es un encuentro continuo y vital con Cristo?...

 

 

 

 

66. QUEDA LIMPIO

 

 

Extendiendo  Jesús la mano

(sobre el leproso)

lo tocó diciendo:

“Quiero, queda limpio”.

Y enseguida la lepra se le quitó.

 

                                               (Lc 5,13)

 

 

 

1. Era un leproso con sus llagas purulentas. Producía náuseas a todos menos a Jesús. El Buen Pastor no siente asco ante tu miseria. Ha venido a curarte. Solo exige una condición: dejarte mirar y tocar por él. Es fácil, pero es cuestión de decidirse de una vez para decirle: Señor, soy leproso..., orgulloso, tibio, iracundo, poco generoso, egoísta...

 

 

 

2. La voz de Cristo es suave ungüento que cura. Cristo quiere ahora curarte a ti de cualquier enfermedad. No le obligamos nosotros a compasión, sino que él mismo conoce nuestra enfermedad y quiere curarla con más ganas que las nuestras. Escuchar a Cristo, saber que ahora te ama, es curar radicalmente. ¡Escucha en silencio las mismas palabras del evangelio!...

 

 

 

 

67. NO LLORES

 

 

Al verla el Señor

(a la viuda de Naín),

se compadeció de ella y dijo:

- “No llores”.

 

                                               (Lc 7,13)

 

 

 

1. Jesús ve nuestros problemas y los siente como propios. Lo sabe todo, hasta nuestros extravíos. Lo ve todo como una madre. Su mirada es la del Buen Pastor. Por eso se alegra con nuestra alegría y siente nuestros pesares. Y esto, antes de que se los contemos. Más aún cuando nos empeñamos en olvidarle. Pero le gusta que nos acerquemos y nos dejemos mirar por él...

 

 

 

2. Jesús puede calmar nuestro dolor. Con una palabra le basta. Pero quiere que participemos algo de lo que a él le costó encontrarnos. Hemos de sufrir, pero nuestro dolor se convertirá en gozo verdadero. Una palabrita le basta al Señor para calmar nuestro interior. Con tal que le escuchemos... porque el Señor, ahora, nos dice las mismas palabras del evangelio...

 

 

 

 

68. YO HE VENCIDO AL MUNDO

 

 

“En el mundo tendréis luchas;

pero tened valor:

yo he vencido al mundo”.

 

                                               (Jn 16,33)

 

 

 

1. Todos tenemos que sufrir algo. Ya los propios defectos nos hacen sufrir. Nos hace sufrir el prójimo, la enfermedad, los disgustos, las humillaciones, las molestias, etc. Sufrimos porque vamos de viaje hacia la casa paterna. Y fuera de casa hay muchas molestias. Jesucristo ha sufrido más que nadie y está junto a nosotros, sobre todo cuando sufrimos. Las penas repartidas con Jesucristo se dividen por dos y desaparecen...

 

 

 

2. Cristo ha vencido al dolor. Es una victoria difícil. No se vence huyendo, sino enfrentándose. Vence al dolor quien sabe ver en él a Cristo crucificado. Solamente dejándose clavar en la cruz se llega a la resurrección. En el fondo del corazón queda una felicidad indecible cuando uno se ha decidido a pasar por el dolor con paciencia y amor. ¿Lo has probado? ¿Se te presentarán hoy ocasiones para ello?...

 

 

 

 

 

69. NO PEQUES MÁS

 

 

Jesús dijo (a la pecadora):

-“¿Ninguno te ha condenado?”

-“Ninguno, Señor”.

-“Tampoco yo te condeno.

Anda, y en adelante no peques más”.

 

                                               (Jn 8,10-11)

 

 

 

1. Era una pecadora metida en lo más hondo de la miseria espiritual. El Buen Pastor siente compasión y la defiende contra los lobos vestidos con piel de oveja. Jesús no puede condenar a quien se acerca a él reconociéndose pecador. No hay imposibles para Jesús. Él perdona y ayuda a alcanzar el perdón y el remedio. Es cuestión de acercarse con humildad (reconociéndose pecador) y confianza (creyendo en su bondad)...

 

 

 

2. Quien ha recibido el perdón de Jesús, si se da cuenta de veras de esta bondad, no quiere pecar más. La oveja perdida, cargada sobre los hombros del Buen Pastor, no muerde a quien le ha hecho tanto bien. Porque entonces uno ha descubierto que el pecado no es solamente una obra mala, sino una bofetada al propio padre. ¿Tengo esta decisión de no pecar más, precisamente porque amo de verdad a Jesucristo?...

 

 

 

 

70. TU FE TE HA SALVADO

 

 

Jesús le dijo (a la hemorroísa):

-“Hija, tu fe te ha salvado.

Vete en paz

y queda curada de tu enfermedad”.

 

                                (Mc 5,34)

 

 

 

1. Fe significa unirse a Cristo para aceptar su doctrina, para confiar en él, para entregarse a él. Quien no crea así a Jesús está destinado a ahogarse en cualquier problema. La fe en Cristo cura las tinieblas del pensamiento y sana las llagas del corazón. Estoy enfermo cuando no es Jesús para mí una persona viva. De ahí me vienen todas las dudas y tristezas. ¿Por qué no le digo al Señor, de veras, que creo en él y me uno para siempre a él?...

 

 

 

2. Oír la voz de Jesús es lo mismo que ver el rayo de sol después de la tempestad. Si escuchara en silencio, Jesús me diría: No tienes por qué temer, yo estoy contigo, sé lo que te pasa, te comprendo; ¿por qué no confías más en mí? Haz la prueba..., escucha a Jesús...

 

 

 

 

 

71 YO SOY REY

 

 

Jesús le contestó (a Pilato):

-“Tú lo dices: soy rey.

Yo para esto he nacido y para esto vine al mundo:

para dar testimonio de la verdad.

Todo el que es de la verdad

escucha mi voz”.

 

                                               (Jn 18,37)

 

 

 

1. Jesús es rey. No solo porque es Dios y Señor. Jesús es rey porque, con su amor, te ha salvado y, por tanto, puede reclamar tu corazón. Ha resucitado para que resucitáramos con él. Podría obligarte a servirle sin más. Pero prefiere amarte para que le ames libremente. Cristo lo da todo y exige todo. No debes reservarte una parte del amor, ni menos dejarle a él solo un rincón. ¿Hay en ti algo que no es de Cristo rey?...

 

 

 

2. Todos se creen (todos nos creemos) algo importante. Pero solo Jesús es la verdad. Fuera de él, hay mentira y falsedad. Vale la pena seguir a Cristo, que es rey de verdad. Pero quien se deja engañar de la mentira, del pecado y de la mala inclinación,  no sabrá escuchar y seguir a Cristo. Pilato no quiso comprometerse. ¿Qué debo apartar de mí para poder oír la voz de Cristo rey?...

 

 

 

 

 

72. YO SOY, NO TENGÁIS MIEDO

 

 

Ellos se asustaron.

Pero Jesús  habló enseguida con ellos:

-“Ánimo, yo soy, no tengáis miedo”.

Entró en la barca con ellos

y amainó  el viento.

 

                                               (Mc 6,50-51))

 

 

 

1. Sería el colmo confundir a Jesús con un fantasma. A veces hay hasta quien tiene miedo de presentarse ante Jesús. Y desde luego son muchos los que se aburren junto a Jesucristo. ¡Qué cosa más rara! No funciona bien la vista..., ni el corazón. Con un amigo se pasan las horas sin sentirlas. Y ¡qué bien se está junto al Buen Pastor!...

 

 

 

2. ¡Es él! Ahora me mira y está unido a mí. No puede dejar de amarme. No tengo derecho a aburrirme ni a estar triste. ¿Tener miedo? ¿De quién o de qué? Con Jesús, hasta el fin de la tierra. Todos los momentos del día puedo ser inmensamente feliz si pienso que Cristo me ama y me dice: “Yo soy”. ¿En qué ocasiones podría acordarme de esto?...

 

 

 

 

73. CONOZCO A MIS OVEJAS

 

 

“Conozco a mis ovejas

y las mías me conocen a mí...

Yo doy mi vida por las ovejas”.

 

                                               (Jn 10,14-15)

 

 

 

1. Jesús me conoce al dedillo. Pero me conoce como conocen los padres: amando. Él me ha dado algunas gracias extraordinarias que me asemejan a él. Tengo algún rasgo de su fisonomía sin merecerlo y a pesar de mis pecados. Jesús me conoce y sabe lo bueno que él ha puesto en mí. Por eso me mira siempre con predilección y me llama por mi nombre. ¡Hasta dar la vida por mí! ¿Sé apreciar todo esto como un tesoro?

 

 

 

2. Si soy de Cristo, he de conocer a Cristo. Pero ha de ser un conocimiento amoroso, como él me conoce y ama. Es una amistad entre los dos. Muchos conocen la vida y “milagros” de los deportistas y artistas, y no saben apenas nada de Cristo. ¡Es el colmo! Porque él dio la vida por nosotros. ¿Qué me falta para conocer a Cristo y en qué debo amarle más?...

 

 

 

 

74. VENID Y VERÉIS

 

 

“Maestro, ¿dónde vives?”.

Jesús les dijo (a Juan y a Andrés):

“Venid y veréis”.

Entonces fueron, vieron dónde vivía,

y se quedaron con él aquel día.

 

                                               (Jn 1,38-39)

 

 

 

1. Encontrar a Cristo para siempre es la mejor felicidad. San Juan el evangelista se acordó de la hora exacta de su primer encuentro con Jesús. No se le puede encontrar si uno tiene prisa. Con el corazón en otra parte, nunca se encuentra a Cristo. Se ha de ir con la disposición de estar con él sin prisas. ¿Son así mis visitas y mi diálogo con él?...

 

 

 

2. No se puede explicar lo que es el encuentro con Jesús. Se ha de probar: “Venid y veréis”. Experimentar con el corazón lo que es amar a Cristo. Nunca se puede olvidar este encuentro. Porque ya no es la cabeza, sino el corazón, lo que hemos comprometido. Juan y Andrés encontraron así a Cristo y no pudieron olvidarlo jamás. Solo traiciona a Cristo quien nunca lo ha encontrado con el corazón. Jesús invita al encuentro. ¿Sigo su invitación?...

 

 

 

 

 

75. NO OS DEJARÉ HUERFANOS

 

 

“No os dejaré huérfanos,

volveré a vosotros.

El mundo  no me verá,

pero vosotros me veréis y viviréis,

porque yo sigo viviendo”.

 

                                               (Jn 14,18-19)

 

 

 

1. Cristo es delicado de sentimientos. Siempre está con nosotros, vive en nosotros. Nunca abandona. Pero nosotros tenemos la triste posibilidad de abandonarlo. Su presencia es paternal, de hermano, de amigo, de Buen Pastor que cura y alimenta con los mejores pastos. He de descubrir esta presencia amorosa de Cristo y recordarla frecuentemente. Solo así seré feliz. ¿Cómo podría recordar la presencia de Cristo?...

 

 

 

2. Todo esto no se entiende con la cabeza. Cristo lo dijo y basta. Los que viven de la fe no entienden este lenguaje, como yo no entiendo el chino. El que tiene fe, sabe que esto es verdad. Cristo vive en nosotros y nosotros en él. Es cuestión de aprender a vivir esta verdad. A pesar de lo que piense el vecino. Mi fe en la presencia de Cristo, ¿es fuerte?, ¿cómo puedo aumentarla?...

 

 

 

 

76. MI PAZ OS DOY

 

 

“La paz os dejo, mi paz os doy;

no os la doy yo  como la da el mundo.

Que no se turbe vuestro corazón

ni se acobarde”.

 

                                               (Jn 14,27)

 

 

 

1. Jesús nos ha dejado por herencia la paz, la alegría profunda y verdadera. La alegría de Jesús no es pasajera. Una sonrisa, una carcajada, una fiesta con música, diversiones y petardos, pueden ocultar una tristeza mortal. Solo quien tiene a Cristo por amigo vive siempre feliz. Ningún pensamiento es tan agradable al corazón como el pensar que Cristo nos ama y está presente. ¿Vivo siempre feliz? ¿Podría comunicar a otros esta felicidad? ¿Cómo?...

 

 

 

2 Nunca hay motivo para estar triste. Hay que echar las penas por la ventana. Desahogándose con Jesús se pasa todo. Aunque te parezca raro, mira de hacer la vida agradable a los demás y serás feliz. ¿Sabes por qué? Porque lo que haces a los otros lo haces a Cristo. Echa, pues, fuera, siempre, sin compases de espera, todas las tristezas que corroen el corazón. Díselo al Señor...

 

 

 

 

 

77. PERMANECED EN MI AMOR

 

 

“Como el Padre me ha  amado,

así os he amado yo;

permaneced en mi amor...”

 

                                               (Jn 15,9)

 

 

 

1. ¿Cuánto nos ama Cristo? Si él no nos lo hubiera dicho, no lo creeríamos; nos ama con el mismo amor con que el Padre le ama a él. No puede decir más. Esto es más que dar la vida. Sabiendo que Cristo me ama así, no necesito nada más. He de convencerme cada vez más de que Cristo me ama hasta el colmo. Esto me hará feliz. Pensaré con frecuencia en los beneficios que Cristo me ha hecho...

 

 

 

2. Jesús quiere que le amemos como él nos ama. La amistad es un amor mutuo entre dos o más. No te puedes tomar el lujo de saber que Cristo te ama y, entre tanto, no comprometerte a nada. Si amas de veras, tendrás que sacrificarte por él, imitarle, amar a los demás, dejar tus malas inclinaciones.

 

 

 

 

 

78. DEJAD QUE LOS NIÑOS VENGAN A MÍ

 

 

Jesús hizo que se los acercaran (los niños), diciendo:

-“Dejad que los niños vengan a mí,

y no se lo impidáis,

porque de los que son como ellos es el reino de Dios”.

 

                                               (Lc 18,16)

 

 

 

1. Jesucristo tiene predilección por los niños. El niño no tiene segundas intenciones. El niño gusta oír cosas acerca de Dios nuestro Padre. Nada ni nadie le parece más grande ni más bondadoso que Dios. Y cree que todos son buenos. Dice lo que siente. Nada hay más hermoso que hablar a un niño sobre Dios y formar en su alma la fisonomía de Cristo. ¿Podría hacer yo algo con mis palabras, mi ejemplo, mi oración, para cumplir el deseo de Jesús?...

 

 

 

2. “De los que son como niños es el reino de los cielos”. Se trata de tener las cualidades del niño sin tener sus defectos. A esto se llama “infancia espiritual”. Si quiero ser “niño” no he de complicar mi oración, ni mis intenciones. He de pensar bien, ser sincero, tener hambre de Dios, ser limpio de corazón para ver, en todo y en todos, el rostro de mi Padre Dios. He de conquistar esta “infancia espiritual”...

 

 

 

 

 

79. VENID A MÍ TODOS

 

 

“Venid a mí todos

los que estáis cansados y agobiados,

y yo os aliviaré”.

 

                                               (Mt 11,28)

 

 

 

1. Siempre hay alguna pena que sufrir. El Hijo de Dios sufrió más que nadie para poderse compadecer más que nadie. En el corazón de Cristo cabemos todos. Él piensa en cada uno de nosotros más que una madre en su hijo único. El Buen Pastor llama a todos, busca a todos, da la vida por todos. ¿Por qué me empeño yo en ser una excepción?...

 

 

 

2. Cuanto mayores sean mis problemas, más quiere el Señor solucionarlos. Quiere y puede. Pero he de abrir el corazón para expansionarme con él. Y a veces para consultar con sus representantes. Si yo me empeño en cerrarme, y no dialogo con él, ni consulto, la palabra de Cristo caerá en el vacío como el silbo del Buen Pastor buscando de noche a la oveja perdida. El Buen Pastor me ha llamado y espera mi respuesta....

 

 

 

 

80. TENGO OTRAS OVEJAS

 

 

“... que no son de este redil;

también a esas las tengo que traer,

y escucharán mi voz,

y habrá un solo rebaño y un solo Pastor”.

 

                                               (Jn 10,16)

 

 

 

1. Muchas son las ovejas que no conocen al Buen Pastor. Y le pertenecen, aunque estén fuera del aprisco. Llevan las aspiraciones del Buen Pastor. Su ansia es encontrarlas y traerlas al buen camino. Es un deseo ardiente del corazón de Cristo. Cualquier humano, aun el más pobre y alejado, es centro de las preocupaciones de Dios amor. ¿Miro así a los demás? ¿Hago algo para que todos los hombres nos amemos como hijos del Buen Pastor?...

 

 

 

2. No hay paz en el mundo porque no hay paz en los corazones. Quien escucha y sigue la voz de Cristo, ama la caridad dentro y fuera de sí. El mundo será un día el aprisco pacífico del Buen Pastor, como un inmenso hogar. Este venturoso futuro sólo puede construirse sembrando amor. De él formarán parte los hijos de Dios amor revestidos de inmortalidad. ¿Soy en cada momento semilla de amor?...

 

 

 

 

81. TENGO SED

 

 

Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido,

dijo: “Tengo sed”.

Y sujetando  una esponja empapada en vinagre

a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca.

 

                                               (Jn 19,28-29)

 

 

 

1. Cristo tiene sed. Ama en serio, con un corazón muy ancho, y apenas recibe el amor de retorno. Cumplimos con él unas “reglas de urbanidad” frías, pero no le damos el trato personal de la amistad. Cristo crucificado, Cristo hostia de la misa, rodeado de muchedumbres con prisa, sigue teniendo sed. ¿Qué es lo que en mí causa sed devoradora a Cristo?...

 

 

 

2. A veces, en lugar de calmar la sed de Cristo, le amargan más su agonía. Son estos “no” a la voluntad de Dios, para poder salir con la nuestra. Es el no saber descubrir a Cristo en el prójimo que convive con nosotros (con sus defectos), en el prójimo necesitado. Cristo esperaría de sus amigos mayor amor para reparar estos desaires. ¿Cómo es mi trato con Cristo en la oración y en la caridad?...

 

 

 

 

82. MI ALMA ESTÁ TRISTE

 

 

Empezó a sentir tristeza y angustia.

Entonces les dijo:

-“Mi alma está triste...;

quedaos aquí y velad conmigo”.

 

                                               (Mt 26,37-38)

 

 

 

1. Es un gran misterio de condescendencia divina. Dios hombre quiso sufrir más que nadie. Hasta sudar sangre. Cristo sufrió los más agudos tormentos y las más aplastantes humillaciones en su humanidad más sensible que la nuestra. Tuvo que pagar por nuestros “inocentes” desvíos. Era nuestro hermano mayor, responsable y protagonista de nuestra historia. Así ama él. Esto requiere reflexión y respuesta...

 

 

 

2. Cristo sintió necesidad de compañía y consuelo. Lo buscó entre sus amigos. Entonces me veía a mí, y pensaba que yo escucharía sus palabras. Lo apóstoles se durmieron, mientras Judas trabajaba para entregarlo. Cristo sufre en su cuerpo místico: enfermos, Iglesia perseguida, los que sufren hambre, los que carecen de cultura, los que no saben que Cristo murió por ellos...

 

 

 

 

83. HE VENIDO A PRENDER FUEGO

 

 

“He venido a prender

fuego a la tierra,

¡Y cuánto deseo que

ya esté ardiendo!”

 

                                               (Lc 12,49)

 

 

 

1. El fuego de Jesucristo es el amor a Dios y al prójimo. El hombre, cuando se ama a sí mismo hasta olvidarse de Dios, se destruye en un suicidio. Cuando ama a Dios hasta el desprecio de su egoísmo, construye la ciudad de Dios hecha de piedras vivas en el amor. Todos construimos. Todo depende del amor y del egoísmo. ¿Conozco en qué construyo y en qué derribo?...

 

 

 

2. Dios se hizo hombre para sembrar amor. Es la ilusión de Cristo. Ser cristiano significa amar. Y amar es darse como quiere Dios y como necesita el prójimo. No como me gusta a mí o a los demás. Dos amigos viven de los mismos ideales. ¿Soy amigo de Cristo?...

 

 

 

 

84. SIENTO COMPASIÓN

 

 

Jesús llamó  a sus discípulos y dijo:

-“Siento compasión de la gente,

porque... no tienen qué comer.

Y no quiero despedirlos en  ayunas,

no sea que desfallezcan en el camino”.

 

(Mt 15,32)

 

 

 

1. Es una confidencia de Jesús a sus discípulos. Todos los pesares encuentran eco en su corazón. Su compasión es la de una madre. Les falta de comer para el cuerpo y para el alma. La comida que el Señor les da milagrosamente prefigura la eucaristía. Cristo se da a sí mismo para la vida de todos. Ahora, en un mundo hambriento de paz, me repite la misma confidencia...

 

 

 

2. El camino por recorrer es largo y rodeado de dificultades. Hemos de llegar a Dios convirtiendo cada paso de nuestra vida en amor. Y esto, en un mundo esponjado en el odio y la indiferencia. Pero el Buen Pastor se convierte en nuestro alimento. Él mismo es el camino, la verdad y la vida. ¿Tengo como compañero de viaje a Cristo?...

 

 

 

 

 

85. YO OS HE ELEGIDO

 

 

“No sois vosotros los que me habéis elegido,

soy  yo quien  os he  elegido

y os he destinado para que vayáis

y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”.

 

                                                               (Jn 15,16)

 

 

 

1. No hacemos ningún favor a Cristo siguiendo su llamada. El favor nos lo hace él. Es él quien llama a la fe, a servir a la Iglesia, a ser su “otro yo”. Es llamada de predilección. Él ama primero y nos da el poderle amar. La iniciativa parte de él. Esto supone mayor amor, sobre todo teniendo en cuenta nuestra miseria. ¿Sé apreciar la llamada de Cristo, por encima de todo?...

 

 

 

2. Quien ha encontrado a Cristo se convierte en apóstol de este encuentro con él. Todo cristiano ha de dejar transparentar a Cristo en su vida. Tener cada vez más la fisonomía espiritual de Cristo. Pero especialmente a los que tienen la misión de realizar en los demás la fisonomía de Jesús. ¡Llamada envidiable! ¿Dejo transparentar a Cristo en mis palabras y en mis obras?...

 

 

 

 

 

86. TAMBIÉN OS ENVÍO YO

 

 

“Como el Padre me ha enviado,

así también os envío yo...

Recibid el Espíritu Santo”.

 

                                               (Jn 20,21-22)

 

 

 

1. La obra de Jesús la continúan sus sacerdotes. Es el mismo encargo que Jesús recibió del Padre. Se trata de desempeñar el mismo papel de Jesús. Jesús llama solamente a algunos para esta misión. Es una predilección singular. Se necesita ser generoso para responder a u llamada. Vale la pena ser fiel, De mi fidelidad depende la salvación de muchos hombres. ¿Soy fiel y generoso con mi vocación?...

 

 

 

2. El Espíritu Santo traza en nuestras almas la fisonomía de Jesús. Es acción de Dios amor. Sin esta ayuda sería imposible la fidelidad y generosidad a la vocación. El bautismo, la confirmación y el orden son sacramentos por los que el Espíritu Santo nos hace hijos de Dios, testigos de Cristo, “otros Cristo”. ¿Soy delicado a las inspiraciones del Espíritu Santo?...

 

 

 

 

 

87. ANUNCIA EL REINO DE DIOS

 

 

A otro le dijo:

- “Sígueme... Deja que los muertos

entierren a sus muertos;

tú vete a anunciar el reino de Dios”.

 

                                               (Lc 9,59-60)

 

 

 

1. La voz del Buen Pastor invita y urge a seguirle. Por ello he de estar dispuesto a dejarlo todo. Las cosas de la tierra, cuando estorban para seguir a Cristo, no son más que chatarra. Mirando a Cristo es fácil dejar las otras cosas. Sin mirarle y amarle, es imposible. Quien tiene billetes de mil, no hace problema de la calderilla. ¿Hay algo que me impide seguir al Buen Pastor?...

 

 

 

2. Quien sigue al Señor queda comprometido a conquistar a otros. Nuestras palabras y obras han de reflejar el encuentro con Cristo. Somos sal, luz, olor de Cristo. Es un encargo del Buen Pastor que supone mucha confianza al fiarse de nosotros. Todos los segundos de mi vida pueden ser fructíferos para extender el reino. ¿Me preocupo de los deseos de Jesús?...

 

 

 

 

 

88. ESTOY CON VOSOTROS

 

 

“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos...

Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días

hasta el final de los tiempos”.

 

                                               (Mt 28,19-20)

 

 

 

1. Todos los hombres han de encontrar a Cristo. Pero todavía no le conocen. Nosotros tenemos el encargo de anunciar a Cristo a todas las gentes. Cada uno, según sus posibilidades. Pero podemos más de lo que parece. Oración, pequeños sacrificios, cumplimiento del deber, entrega personal (¿por qué no?)... ¿Qué hago en mi vida para la salvación de los no cristianos?...

 

 

 

2. Jesús está presente siempre entre nosotros. Principalmente en la eucaristía. Pero también cuando nos reunimos en su nombre. Y, además, vive en nosotros y nosotros en él. Su presencia vivifica a la Iglesia, que es su cuerpo místico. Con él no hay que temer, aunque haya tempestad. Con él se puede ir hasta el fin del mundo. ¿Recuerdo frecuentemente la presencia de Jesús?...

 

 

 

 

 

89. VENID A DESCANSAR

 

 

“Venid vosotros a solas

a un lugar solitario

a descansar un poco”.

 

                                               (Mc 6,31)

 

 

 

1. Jesús es muy comprensivo. Llegan los apóstoles cansados, y les invita al reposo en la soledad con él. Cristo quiere comunicar sus confidencias a lo suyos. Pero lo hace a solas, de tú a tú. No le gusta el ruido. Quiere silencio de egoísmos para poder hablar con claridad. ¿Busco estar sin prisas, a solas, junto al Señor?...

 

 

 

2. En nuestro caminar hacia Dios necesitamos reposo. Hay luchas, tentaciones, desánimos, fracasos, dudas, entusiasmos pasajeros, derrotas y victorias. El reposo consiste en expansionarse con Cristo contándole todo como de amigo a amigo. Él lo espera y disfruta conmigo cuando voy. ¿Tengo ahora algo que contarle?...

 

 

 

 

90. AHÍ TIENES A TU MADRE

 

 

Jesús, al ver a su  madre

y junto a ella al discípulo  que amaba,

dijo a la madre:

- “Mujer,  ahí tienes a tu hijo”.

Luego, dijo al discípulo:

-“Ahí tienes a tu madre”.

 

                                               (Jn 19,26-27)

 

 

 

1. Jesús ama a su madre con delirio. Siendo Dios, pudo hacerse a su madre tan hermosa como quiso. En ella volcó los tesoros de su bondad, sabiduría y poder. Y nos la dio por madre. A tanto llega el amor de Cristo. Se dio a sí mismo, nos dio a su madre por nuestra, nos lo dio todo. Pensaba que así nos enteraríamos de cuánto nos ama. ¡Si yo pensara cuánto amor supone este don del corazón de Cristo!...

 

 

 

2. Ella recibió el encargo. Y nos ama como a Jesús. Por nosotros lo entregó a la muerte. Se unió al amor que Cristo nos tiene. Ve en nosotros la fisonomía de Jesús, pero la quisiera ver sin borrones. Cristo y María esperan que yo los ame como ellos a mí. Si es mi madre, yo he de ser su hijo amante. ¿Conozco, amo, imito a María mi Madre?...

 

 

 

 

 

 

IV.  ENCUENTRO CON JESÚS

 

 

 

A cada paso te encuentras con Cristo Te cruzas con él a todas horas. Si te extrañas de mi afirmación es que... has pasado de largo sin conocer que era él. Tu vida no tiene otro sentido que encontrar a Cristo. Es una aventura en que estás empeñado y comprendido. ¡La única aventura que te interesa y que merece vivirse!

 

Muchos han tropezado con el “tesoro escondido”, con la “perla preciosa”, y han pasado de largo. La razón es muy sencilla; no supieron ver, como aquellos indios que tiraron el oro para quedarse con los sacos.

 

Juan, el evangelista, se encontró con Jesús. Pasaron los años. Y cuando nos contó por escrito aquella escena inolvidable para él, se acordó hasta de la hora exacta en que comenzó a encontrar a Cristo, aunque que no supo expresar lo que sintió. El “venid y veréis” nos parece una invitación a probar “qué sea amar a Jesús”, pues no se puede decir, sino solo experimentar (San Bernardo).

 

Y, además, te encuentras con Cristo en la eucaristía. Cristo se coloca en nuestra limitación. No le espanta nuestra miseria. Ya cuando estás reunido en asamblea cristiana en torno al altar, fíjate en las palabras del representante de Cristo: “El Señor esté con vosotros”.

 

Volvamos de nuevo al plano de obediencia, solo allí encontraremos a Cristo: “Están en peligroso error aquellos que piensan poder abrazar a Cristo cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su vicario en la tierra”. (Pío XII, Mystici corporis Christi).

 

“Encontraron al niño con María”. ¡Sin la madre no encontrarás al hijo! Conocerás si lo has encontrado cuando sepas decir: “Cuando yo veo a una imagen con un niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas”. (San Juan de Ávila).

 

 

 

91. LOS PASTORES

 

 

Los pastores se decían unos a otros:

“Vayamos, pues, a Belén

y veamos los que ha sucedido

y que el Señor nos ha comunicado”.

Fueron corriendo

y encontraron a María y a José,

y al niño acostado en el pesebre...

 

                                               (Lc 2,15-16)

 

 

 

1. Los pastores eran gente humilde, pobre y sacrificada. A ellos se les aparecieron los ángeles para anunciarles la gran noticia del nacimiento de Jesucristo. Para encontrar a Cristo se necesita limpiar el corazón de orgullo, ambición y comodidad. El Señor sale a nuestro encuentro, pero espera nuestra colaboración y nos ayuda para decidirnos. ¿Hay algo en mí que pueda impedir el encuentro con Cristo?...

 

 

 

2. Los pastores no hacen esperar a Dios. Están acostumbrados a acudir en ayuda del prójimo necesitado. Están tan deseosos de encontrar al niño Jesús, que no se detienen en nada más. Son generosos. Dicen siempre que sí a Dios y al prójimo. Por esto encuentran pronto, los primeros, al salvador. Y lo encuentran, como es natural, con María, nuestra madre. ¿Qué debo hacer para encontrar más pronto y para siempre a Jesucristo?...

 

 

 

 

92. LOS  MAGOS

 

 

Al ver la estrella

Se llenaron de inmensa alegría.

Entraron en la casa, vieron al niño

con María, su madre,

y cayendo de rodillas lo adoraron;

le ofrecieron regalos...

 

                                                               (Mt 2,10-11)

 

 

 

1. Fíjate en el gozo que sintieron los magos cunado vieron la estrella que les llevaría a Belén. Nuestros deseos son la mejor señal de que encontraremos a Cristo. No les interesó a los magos todo lo demás, porque preferían encontrar a Cristo por encima de todos los demás bienes. Cuando el corazón no desea a Cristo por encima de todo, es como si se tuviera una brújula estropeada. ¿Tengo deseos que me estorban para encontrar a Cristo?...

 

 

 

2. Y encuentran, como siempre, a Jesús en manos de María. Así nos luce el pelo cuando no tenemos verdadero amor a nuestra madre. Y cuando le encuentran, saben ser humildes y generosos. Le adoran y ofrecen lo mejor. El respeto a la casa de Dios y la caridad con Dios que vive en el prójimo, son la señal de haber encontrado a Cristo de veras. Examínate sobre estas virtudes...

 

 

 

 

93. SAN JUAN EVANGELISTA

 

 

Estaba Juan (Bautista),

 con dos de sus discípulos y,

fijándose en Jesús que pasaba, dice:

“Este es el Cordero de Dios”.

Los dos discípulos (Juan y Andrés)

oyeron sus palabras y siguieron a Jesús...

Y se quedaron con Jesús...

 

                                               (Jn 1,35-37.39)

 

 

 

1, ¡Qué encuentro tan íntimo el de san Juan con el Señor! Fue un encuentro que le llenó toda la vida. Se fio del consejo del bautista, lo puso en práctica y no se arrepintió jamás. Si supieras ser dócil y generoso con los consejos que lees o te dan, te iría mejor. Las espigas vacías, como las cabezas, son las que más se yerguen para lucir su figura. ¿Qué consejos recuerdas que no has cumplido todavía?...

 

 

 

2. Quien encuentra de veras a Cristo, tiene ganas de pasarse con él un rato sin prisas. Y todos los días. Es una necesidad del corazón. Se encuentra tiempo cuando se ama. El trato con Cristo lo ha de probar cada uno. Es algo que no se olvida jamás. Es cuestión de entregarse. Es preciso revisar a fondo el porqué de tanta frialdad en mi trato con Jesucristo...

 

 

 

 

 

94. SAN PEDRO

 

 

Al ver esto (la pesca milagrosa)

Simón Pedro se echó  a los pies de Jesús diciendo:

-“Señor, apártate de mí,

que soy un hombre pecador...”

Y Jesús dijo a Simón:

- “No temas, desde a hora serás pescador de hombres”.

 

                                               (Lc 5,8.10)

 

 

 

1. El Señor quiere que seamos humildes. No puede haber encuentro con Cristo sin la virtud de la humildad. Ser humilde significa reconocer lo que somos: tenemos cosas malas y buenas. Las malas son nuestros pecados y defectos. Las buenas son regalos de Dios, y también fruto de nuestro esfuerzo colaborando con la gracia del Señor. Pero la verdadera humildad nos acerca más a Jesús. San Pedro dijo “apártate de mí”, porque no era del todo humilde: el humilde sabe confiar. Debo revisar cómo es mi humildad...

 

 

 

2. El encuentro con Jesús trae consigo consecuencias para toda la vida. San Pedro fue llamado a ser apóstol. Jesús tiene predilección especial con quien se le hace encontradizo. A todos encomienda algo muy grande. Es la “vocación” particular de cada uno... ¿Conozco y sigo generosamente mi vocación...?

 

 

 

 

95. LA SAMARITANA

 

 

Jesús, cansado del camino, estaba allí

 sentado junto al pozo. Llega una mujer de Samaría

 a sacar agua, y Jesús le dice:

-“Dame de beber...”

La mujer le dice:

- “Sé que el va a venir el Mesías...”

Jesús le dice:

-“Soy yo, el que habla contigo”.

 

                                               (Jn 4,6-7.25-26)

 

 

 

1 Jesús, el Buen  Pastor, busca ardientemente el encuentro con todos. Hasta con los mayores pecadores. Las fatigas del Buen Pastor se ven premiadas con el consuelo de salvar a la oveja perdida. En este caso es una gran pecadora. Y Jesús se humilla hasta pedirle de beber. Parece mentira, pero es verdad. Jesús necesita mi amor. Se hace necesitado para que me dé cuenta de que soy yo quien necesita de él. ¿Doy largas a mi encuentro con Jesús?...

 

 

 

2. En el diálogo se entienden los hombres. Si alguien empieza hablando con Cristo, ya ha comenzado a encontrarle. Así le pasó a la samaritana. Y luego, el Señor se le manifestó como Mesías. Cuando Cristo abre el corazón y cuenta sus intimidades, uno ya no puede olvidar este encuentro. ¿Sé hablar con Cristo?...

 

 

 

96. NICODEMO

Nicodemo, jefe judío, fue a ver a Jesúsde noche y le dijo.

- "Rabí, sabemos que has venido

de parte de Dios, como maestro ... "
Jesús le contest6:

- "El que no nazca de nuevo
no
puede ver el reino de Dios ".

(Jn 3,1-3)

1. Nicodemo, entre una multitud de sanedritas
que se quedaron en la cobardía, creyó en Jesús.
Pero la fe y el encuentro con el Señor se demues-
tra n en el dialogo, en la oración. Había ido de
noche, por miedo. Pero aquella conversación con
Jesucristo no la pudo olvidar jamás. Cuando Cristo
murió en la cruz, por fin Nicodemo se entregó de
veras. ¿Soy cobarde en seguir al Señoor? ..

2. Las palabras de Jesússe quedaron grabadas
en el corazón de Nicodemo. Al principio no las
entendía. Los superficiales no entienden ni al
principio ni después. Jesúshabla de una vida
nueva que él nos ha traído: la vida de la gracia que
se manifiesta en las virtudes de fe, esperanza, ca-
ridad. ¡Tener la fisonomía de Cristo y pensar y que-
rer como él! ¿Pienso con calma las palabras de
Jesús? ¿Son mi mejor recuerdo? ..

 

 

97. LA PECADORA

Una mujer, una pecadora ... llorando,

se puso a regarle los pies con las grimas ... r

los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
(Jesús) le dijo.

- "Han quedado perdonados tus pecados".
(Lc 7,37-38.48)

1. Nada estorba al encuentro con Cristo cuando
uno reconoce su propio pecado. La gran pecadora
encontró a Cristo para siempre. Su arrepentimiento
fue sincero. Su entrega no era pasajera. Por eso
perseveró en la conversión. Magdalena recibía a
Cristo en su casa, estuvo al pie de la cruz y vio a
Cristo resucitado. Es cuestión de generosidad y de-
cisión, puesto que la ayuda del Señor no falta. ¿En-
cuentro diferencia entre mi arrepentimiento y el
de Magdalena? ..

2. La palabra de Jesúscrea una vida nueva.

Pero sólo cuando el corazón escucha y responde
con un "si" generoso. Cada vez que me confieso,
Cristo me dice las mismas palabras, con el mismo
amor, con la misma fuerza. La diferencia no está
en Jesús, sino en mi. ¿Qué impide en mi el en-
cuentro definitivo con Cristo? ..

 

 

 

 

 

98. EL JOVEN RICO

 

 Jesús le contestó:

-“Si quieres ser perfecto, anda,

vende tus bienes... Y ven y sígueme”.

Al oír esto, el joven se fue triste,

porque era muy rico.

 

                                               (Mt 19,21-22)

 

 

 

1. Fue una llamada que Jesús hizo con toda la ilusión. Le propuso al joven una amistad muy íntima. El Señor exigió dejar la chatarra de unos bienes caducos. Jesucristo sigue llamando a un camino de más intimidad con él y de más generosidad. Es una señal de predilección, aunque exige dejar otras cosas. ¿Soy consciente de las invitaciones que me dirige el Señor?...

 

 

 

2. Pero el muchacho dio marcha atrás. No le interesaba. Su corazón estaba en otra parte. Y el corazón tiene razones que desconoce la razón. Tenía otras ilusiones que no eran más que espejismos. Y se fue triste. Se daba cuenta de que escogía lo peor, pero no se atrevía a romper con tantas cosas. No encontró a Jesús. ¿Qué hay en mí que puede frustrar mi encuentro con Jesucristo?...

 

 

 

 

99. EL PARALÍTICO

 

 

Subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla

y le pusieron en medio, delante de Jesús.

Él, viendo la fe de ellos, dijo:

-“Hombre, tus pecados están perdonados”.

 

                                                               (Lc 5, 19-20)

 

 

 

1. Es el encuentro de la enfermedad con el salvador. Nuestras miserias y enfermedades son resultado del pecado original. Por eso un día desaparecerán y nuestro cuerpo será glorioso como el de Cristo. El paralítico, sin poder moverse, pudo encontrarse con Cristo. El encuentro con el Señor no tiene más obstáculo que el propio egoísmo que cierra la puerta. Aquellos hombres, llevados por la caridad y por la fe, idearon lo que parecía imposible. ¿Qué tendencias pueden impedir mi encuentro con Cristo?...

 

 

 

2. La voz del salvador soluciona todos los problemas de raíz. Primero, lo primero: quitar el alquitrán del pecado. Muchos prejuicios y críticas se desvanecen cuando se limpia el corazón. Jesús perdona siempre que ve ganas de recibir el perdón. No teme ser criticado a causa de esta predilección para con los más necesitados. No hay nadie más necesitado que quien no sabe amar a Dios y al prójimo. ¿Acudo al Señor para recibir el perdón?...

 

 

 

 

100. LA VIUDA DE NAÍN

 

 

Sacaban a enterrar a un muerto,

hijo único de su madre, que era viuda...

Al verla el Señor, se compadeció...

-“No llores”...

-“Muchacho, a ti te lo digo,  levántate...”

Y se lo entregó a su madre.

 

                                               (Lc 7,12-15)

 

 

 

1. Aquella mujer no conocía a Jesús. Pero su aspecto desolador produjo compasión en el corazón de Cristo. Todas las miserias humanas encuentran solución en el corazón del Señor, que es sensible a todos nuestros problemas. Es el misterio de Cristo. Todo lo que es Cristo Jesús se puede resumir en preocuparse por la gloria del Padre y por nuestra salvación. ¿Tengo confianza en el amor de Jesucristo?...

 

 

 

2. Después de consolar a la madre, el Señor resucita al joven. Cristo sigue diciendo aún hoy: “Muchacho,  a ti te lo digo, levántate”. Porque hay muchos jóvenes sin ideal que dejan la juventud hecha jirones en las zarzas del camino. Hay jóvenes cuya juventud no la estrena el amor, sino el egoísmo camuflado de amor. En mí hay muchas energías que necesitan resucitar. He de oír la voz del Señor...

 

 

 

 

 

 

101. LA HEMORROÍSA

 

 

(Una mujer enferma), acercándose a Jesús,

entre la gente,  le tocó el manto, pensando:

“Con solo  tocarle el manto curaré”.

Inmediatamente sintió que su cuerpo estaba curado.

                                                              

(Mc 5,27-29)

 

 

 

1. Solo se encuentra a Cristo cuando se va a él con el corazón en la mano. Muchos tocaban físicamente al Señor, pero solo la mujer enferma se le acercó con confianza. La confianza es la clave de la caja de caudales que es el corazón de Cristo. Todos los remedios son útiles para curar nuestros males del espíritu. El encuentro personal con Cristo lo soluciona todo. ¿Cómo es mi confianza en el Señor?...

 

 

 

2. Muchos escuchan la palabra de Cristo y le reciben en la comunión. Muchos se topan con Cristo en los sacramentos. Pero no lo encuentran. Como la muchedumbre que estrujaba a Cristo y luego se escandalizó de él. Faltan disposiciones personales por convicción. Solamente con el corazón dispuesto para amar seriamente se puede descubrir de veras la persona de Cristo y su palabra y su acción salvadora que está oculta en la Iglesia, especialmente en la liturgia. ¿Cómo es mi postura personal en las celebraciones litúrgicas?...

 

 

 

 

102. LA MUJER CANANEA

 

 

Se acercó (una cananea) y se postró

 ante él diciendo:

-“Señor, ayúdame”.

-“No está bien  tomar el pan de los hijos”...

-“También los perritos

Se comen de las migajas”...

-“Mujer, qué  grande es tu fe:

que se cumpla lo que deseas”.

 

                                                               (Mt 15,25-28)

 

 

 

1. El Señor prueba nuestra fe. Le gustan al Señor los corazones valerosos y constantes. Se han de saber pasar los tragos amargos sin desalentarse. Cristo se esconde tras la prueba y el sacrificio. Cuando el Señor quiere conceder una gracia especial, da primero “escalera” para alcanzarla: la prueba del sacrificio. Únicamente de los que se esfuerzan es el reino de los cielos. El Señor no quiere cobardes ni comodones ni tacaños ¿Soporto las pruebas con valentía...?

 

 

 

2. La mujer cananea, con ser pagana, alcanzó el milagro. Perseveró en la oración sin desanimarse. Creyó en el poder y en la bondad de Cristo. Cristo estaba dispuesto a concederle el milagro desde el principio, pero veía que el corazón de la mujer debía disponerse más. Quien busca a Cristo le encuentra para su bien. Quien busca otros amores malsanos, a veces también los encuentra, pero para su mal. ¿Persevero buscando el encuentro definitivo con Cristo?...

 

 

 

 

103. LOS NAZARETANOS

 

 

Fue a Nazaret, donde se había criado...

“El Espíritu del Señor me ha ungido.

Me ha enviado a evangelizar a los pobres”.

...Lo echaron  fuera... con intención de despeñarlo...

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

 

                                               (Lc 4,16.18.29-30)

 

 

 

1. Fue un caso insólito y fatal. Jesucristo convivió treinta años con los habitantes de Nazaret. Y en el momento de darse a conocer, no le aceptaron. Solo encuentran a Cristo los “pobres”, es decir los que sufren con amor y están dispuestos a aventurarlo todo por Dios. No les interesaba a los nazaretanos un mesías así. Lo querían a la medida de su egoísmo. Y lo rechazaron dándoselas de listos. ¿Tengo relaciones cordiales con Cristo que vive siempre conmigo?...

 

 

 

2. El Señor se fue para no volver. Nunca pudieron los nazaretanos darse cuenta del significado de esta partida. No encontraron a Cristo ya nunca más. ¡Tan cerca como habían estado de él! El Señor lo sintió como cuando lloró sobre Jerusalén. Ellos se quedaron tan tranquilos de “conciencia”. Es la mayor desgracia que le pude ocurrir a uno: apañárselas sin Jesucristo. ¿Tiene motivos el Señor para alejarse de mí?...

 

 

 

 

104. EL FUNCIONARIO REAL

 

 

-“Si no veis signos y prodigios, no creéis...”

-“Señor, baja antes de que muera mi niño”.

-“Anda, tu hijo vive...”

Y creyó él con toda su familia.

 

                                               (Jn 4,48-50.53)

 

 

 

1. Jesús no hace distinción de personas. También reprende a los poderosos, pero para sanarles. El hombre supo aceptar la reprensión y confió en el Señor. Quien ora de corazón encuentra a Cristo. Se trata de exponer los propios problemas confiadamente y limpiar el corazón de orgullo. Entonces se encuentra a Cristo con facilidad y para siempre. ¿Tengo orgullo o desconfianza que puedan impedir mi encuentro con Cristo?...

 

 

 

2. La voz de Jesús infunde serenidad y paz. Su palabra, que continúa actual en la iglesia, sana los corazones. Su palabra penetra porque es palabra de amor. Pero no hay salud verdadera hasta que respondamos que “sí” a la palabra de Dios. Cristo mismo es la palabra de Dios. Creer es aceptar esta palabra, encontrarse con Cristo, adherirse a su persona para siempre. ¿Es mi fe la adhesión o encuentro personal con Cristo...?

 

 

 

 

 

105. SAN MATEO

 

 

Jesús vio a un hombre sentado al mostrador

 de los impuestos, y le dijo:

- “Sígueme”.

Él, levantándose, le siguió.

 

                                                               (Mt 9,9)

 

 

 

1. Todas las clases sociales pueden encontrar a Cristo. Leví, el cobrador de contribuciones, se convirtió en el apóstol san Mateo. Es la transformación que se realizó al escuchar y responder a Cristo. El encuentro con Cristo es fruto de escuchar su voz y decir que “sí” a su amor. Cristo llama a todos al encuentro con él. No hay excepciones. Y a cada uno le llama para una misión concreta. ¿Escucho las llamadas del Señor?

 

 

 

2. San Mateo encontró a Cristo. El encuentro con el Señor se demuestra en las obras. San Mateo lo dejó todo y quiso hacer partícipes a sus amigos de la dicha de encontrar a Cristo. Desprendimiento y caridad significan valorar a Cristo y al prójimo (que tiene o ha de tener la fisonomía de Cristo) por encima de los bienes de la tierra. ¿Se demuestra mi encuentro con Cristo en el desprendimiento y en el amor?...

 

 

 

 

106. MULTITUD DE ENFERMOS

 

 

Le llevaban los enfermos en camillas.

Y le rogaban que les dejase tocar

al menos  la orla de su manto;

y los que la tocaba se curaban.

 

                                               (Mc 6,55-56)

 

 

 

1. No hay enfermedad corporal o espiritual que impida encontrar a Cristo. Sólo el orgullo de no querer curar o no querer reconocer el propio mal. Encuentra a Cristo quien siente necesidad de él. Siente necesidad de Cristo quien reconoce sus propias miserias, cree en el amor de Cristo y quiere mejorar sinceramente. No se cura ni encuentra a Cristo el que solo quiere salir del paso o quitarse un remordimiento para volver a las andadas. ¿Tengo estas disposiciones?...

 

 

 

2. Tocar a Cristo para curar es tener con él una relación personal. No vale usar “discos rayados” para hablar con él. Los signos donde se ocultó Cristo (los sacramentos, etc.) no son artículos de farmacia o “cosas” que se usan y se olvidan luego. Cristo vale mucho más. Él ha venido para entablar relaciones personales y no para servir de adorno. ¿Recibo los sacramentos como un encuentro personal con Cristo?...

 

 

 

 

107 LOS LEPROSOS

 

 

Vinieron al encuentro diez leprosos...

-“Jesús, maestro, ten piedad de nosotros...”

-“Id a presentaros a los sacerdotes”.

Mientras iban camino quedaron limpios.

 

                                               (Lc 17,12-14)

 

 

 

1. Ni la lepra del pecado impide el encuentro con Cristo. Con una condición: que uno se reconozca a sí mismo como pecador. Es la misma disposición interna del publicano de la parábola. Ahora son diez leprosos que salen todos juntos al encuentro del Señor. Es más fácil encontrar al Señor en la oración común cuando todos nos sentimos hermanos enfermos que vamos de camino. ¿Tengo el aprecio debido por la oración común litúrgica?...

 

 

 

2. ¡Qué bueno es el Señor! Se ha quedado entre nosotros en sus representantes. Los sacerdotes de la Iglesia continúan visiblemente la misión de Cristo. No fiarse de la Iglesia y de sus ministros es abocarse al fracaso. A pesar de los defectos de los ministros del Señor, Jesús se vale de ellos para que le podamos encontrar a él. Solo se encuentra a Cristo buscándole donde se ha escondido. ¿Cuál es mi postura ante Cristo, que actúa por sus representantes?...

 

 

 

 

108. LOS NIÑOS

 

 

Acercaban a Jesús niños

para que los tocara,

pero los discípulos les regañaban.

Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:

“Dejad que los niños se acerquen a mí...;

de los que son como ellos es el reino de Dios...”

Y tomándolo los bendecía...

 

                                               (Mc 10,13-14.16)

 

 

 

1. Hasta los niños encuentran a Cristo. Según la expresión del Señor solo ellos le pueden encontrar. Es decir, encuentra a Cristo quien tiene disposiciones filiales para con Dios. La disposición de ver en todo la mano del Padre, de confiar en el Padre en los momentos más difíciles, de buscar y desear solo amar al Padre y que el Padre sea amado, todo esto no tiene valor a los ojos de los que no tienen fe. Es la “infancia espiritual”. ¿Tengo estas disposiciones filiales respecto de Dios...?

 

 

 

2. Las intimidades del corazón de Jesús son para los que tienen alma de niño. Vale la pena quedar en ridículo ante el mundo por la sencillez evangélica. Total, lo único que interesa es que Cristo imprima en nosotros su fisonomía. Lo demás no vale nada si no sirve para esto. Vale más la amistad de Cristo que una lista larga de nombres que se llaman amigos, pero que no lo son de veras. ¿Aprecio la amistad con Cristo por encima de todo?...

 

 

 

 

109. MARTA Y MARÍA

 

 

María, sentada a los pies del Señor,

escuchaba su palabra.

Marta andaba muy  afanada con los muchos servicios.

Le dijo el Señor:

-“María ha escogido la parte mejor”.

 

                                               (Lc 10,39-40.42)

 

 

 

1. Encontrarse con Cristo es escuchar su palabra y estar dispuesto para responder “sí”. La pecadora, ya perdonada, estuvo siempre en disposición de recibir a Cristo y escucharle. Una señal clave de haber encontrado al Señor es saber pasar ratos sin prisa junto a él o pensando en él. Tener el corazón en Cristo, hacer silencio en el interior, saberse amado por él, pensar en sus enseñanzas con calma... ¿Es así mi trato con él?...

 

 

 

2. A primera vista hace más quien bracea más. Pero las cosas de Dios son diferentes. Cuando es el momento de gastar tiempo tratando con Cristo, no es más provechosa la acción exterior. Ya llegará el momento de la acción y entonces será acción fecunda. Pero, mientras tanto, hay que saber entregarse a la oración. Oración y acción se exigen mutuamente. Tienen un enemigo común: el hacerlas por egoísmo. ¿Paso ratos sin prisa con el Señor?...

 

 

 

 

110. ZAQUEO

 

 

Trataba de ver quién era Jesús...

Se subió a un sicomoro para verlo...

-“Zaqueo, date prisa y baja,

Porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.

 

                                               (Lc 19,3-5)

 

 

 

1. Era un cobrador de contribuciones bastante rico. Tal vez un poco frío en los negocios del alma. Pero deseó sinceramente encontrar al Señor. Y lo logró. Tuvo que esforzarse y salir de la comodidad cotidiana. Hasta tuvo que dejar al margen apariencias sociales. ¡Tantas cosas se dejan por otros motivos rastreros! Abrir la puerta, esforzarse, ir con el cántaro a la fuente, moverse, hacer algo fuera de lo ordinario... ¿Por qué no probarlo? El encuentro con Cristo es algo personal...

 

 

 

2. La voz de Cristo no se hace esperar cuando ve buenas disposiciones. Aun estas son fruto de una voz interior de Cristo que se llama gracia actual, a la que hay que cooperar. Jesús da más de lo que esperaba el publicano. Este solo quería ver a Jesús, pero el Señor se quiere hospedar en su casa. Un rato con el Señor, sin prisas, arregla mejor las cuestiones. Las prisas edifican castillos de arena. ¿Hospedo al Señor y le muestro lo más íntimo?

 

 

 

 

111. LOS GENTILES

 

 

Acercándose a Felipe (unos griegos) le rogaban:

-“Señor, queremos ver a Jesús...”

Andrés y Felipe fueron

a decírselo a Jesús.

 

                                               (Jn 12,21-22)

 

 

 

1. El deseo de encontrar a Cristo está en el fondo de todo corazón. A veces, es verdad, como un rescoldo. Cualquier sufrimiento, problema, lectura, predicación, puede avivar este deseo. Es un deseo puesto por Dios. Hasta los paganos lo tienen. Porque nuestro corazón ha sido hecho a la medida de Cristo y solo él puede llenarlo. Manifestar en la oración a Cristo el deseo de encontrarle es un paso definitivo para ello. ¿Tengo deseos sinceros de encontrar a Cristo y los manifiesto en oración?...

 

 

2. El mandamiento especial de Cristo es el de amar a los hombres como él les ha amado. En la línea de este amor está el depender de los demás. Necesitamos de los otros, de su oración, de su ejemplo, de sus consejos. Somos iglesia, la familia de Dios, el cuerpo místico de Cristo. Al descubrir estas verdades somos más humildes y caritativos. ¿Soy humilde y caritativo con el prójimo?...

 

 

 

 

 

112. EL CIEGO DE NACIMIENTO

 

 

Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego...

-“Ve a lavarte a la piscina de Siloé...”

Él fue, se lavó y volvió con vista.

 

                                               (Jn 9,1.7)

 

 

 

1. El ciego no se lo sospechaba. Pasó Jesús y fue el mismo Señor quien tomó la iniciativa. Jesús pasa y se hace encontradizo con todos, sin excepción. A veces, en el momento que menos podíamos imaginar. Se ha de aprovechar la ocasión. Porque el Señor a veces pasa para no volver. Puede ser un pensamiento bueno, el ejemplo de un compañero. ¿Soy fiel a las gracias de Dios?...

 

 

 

2. El Señor pone a veces condiciones desconcertantes. Al ciego lo envió a la piscina de Siloé. No necesitaba enviarlo allí para sanarlo. Aquello era un símbolo. Cristo permanece escondido en la Iglesia, especialmente en los sacramentos. En el sacramento de la penitencia encontramos a Cristo Buen Pastor que nos cura de nuestros pecados. En los sacramentos encontramos a Cristo. ¿Cómo me acerco a los sacramentos?...

 

 

 

 

113. JUDAS

 

 

A apareció Judas, uno de los doce, acompañado

de un tropel de gente, con espadas y palos…

El traidor se cercó a Jesús, le dijo:

-“Salve, Maestro”.

 Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

- “Amigo, ¿a qué vienes?”...        

 

                                               (Mt 26,47.49)

 

 

 

1. Fue un encuentro desastroso. El corazón de Judas no estaba bien dispuesto. Y lo que hubiera podido ser un encuentro de hijo pródigo, fue su perdición. A pesar de ser uno de los doce apóstoles. La más negra traición la fraguó uno que convivió tres años con el Señor. Pero su corazón había quedado impermeable. Y todavía se atrevió a usar de la señal de amor (el beso) como señal de traición. ¿Hay en mí algo que pueda llevarme a este fracaso?...

 

 

 

2. Las palabras de Jesús a Judas son sermón de misericordia. Tal vez mejor que las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida. Jesús le llama amigo y le hace un examen de conciencia. Jesús es delicado y respeta a las personas a pesar de sus defectos. Jesús tiene confianza en la conversión cuando todo parece perdido. Pero Judas se cerró para su perdición. También a mí me ha tratado el Señor con tanta delicadeza...

 

 

 

 

114. CAIFÁS

 

 

-“¿Eres tú el Mesías?”

Jesús contestó:

- “Yo soy...”

Y todos lo declararon reo de muerte.

 

                                               (Mc 14,61-62.64)

 

 

 

1. No basta con leer y escuchar materialmente. No basta con saber mucho acerca de Cristo. El encuentro con el Señor es un compromiso de toda la persona, sobre todo el corazón. Saber mucho y amar poco conduce al orgullo y, a la corta o a la larga, a la incredulidad. Caifás oyó de los mismos labios de Jesús que él era el Mesías, el Cristo. No por eso fue más dichoso que nosotros ¿Amo al menos tanto cuanto conozco de Jesús?...

 

 

 

2. Cuando Cristo habló fue condenado por blasfemo. Y eso que era la verdad. Nosotros, ¿no hacemos tal cosa? Al fin y al cabo cuanto se hace al prójimo se hace a Jesús. No es posible encontrar a Jesús rechazando al prójimo, aunque a veces parezca que tengamos la razón. En apariencia se puede tener razón, pero estar faltos de fe y de amor. ¿Cómo es mi trato con el prójimo?...

 

 

 

 

 

115. PILATO

 

 

Jesús le contestó:

-“Tú lo dices: soy rey...

Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.

Pilato le dijo:

- “¿Y qué es la verdad?”

 

                                               (Jn 18,37-38)

 

 

 

1. Otro que no encontró a Cristo. Se quedó en el “casi” o en el “querría”, como tantos otros. Pilato no era de la verdad, por eso no oyó la voz de Cristo, rey de los corazones. No es de la verdad quien se deja llevar de las tinieblas de inclinaciones desordenadas. El egoísmo ciega. Y hay muchas clases de egoísmo. A un paso de Cristo se puede todavía perderlo para no encontrarlo jamás. ¿Pienso, hablo, deseo, obro con verdad?...

 

 

 

2. Excusas tenemos todos. Y para todo. Pilato se quedó tan “tranquilo” de conciencia. Tenía “muy buena intención”. Pero no es buena la intención cuando se sigue el atropello del prójimo. Al final, con toda la “buena intención”, Pilato se lavaría las manos. No hizo nada... Por eso no encontró al Señor, porque no hizo el bien que debía hacer. ¿Omito el obrar en favor del prójimo?...

 

 

 

 

116. HERODES

 

 

Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento...

Le hacía bastantes preguntas,

pero él no contestó nada.

Herodes lo trató con desprecio...

 

                                               (Lc 23,8-9.11)

 

 

 

1. La lista de los que no encuentran a Cristo continúa. Y eso que estuvieron a un paso de él. Herodes deseaba ver a Jesús, se alegró de su presencia, quería soltarlo... Pero no basta cuando se sigue atropellando el derecho de otros. El encuentro de Herodes con Cristo era de pura charlatanería, de palabras vacías y estériles. Quería congraciarse con Cristo para quedar en sus vicios. Así no se encuentra al Señor. ¿Niego algo al Señor engañándome a mí mismo con un diluvio de actos “buenos”?...

 

 

 

2. Jesús calló ante un impuro empedernido. ¿Para qué hablar a quien escuchó con gusto a Juan Bautista para luego no hacer nada de provecho? Al Bautista le mandó matar, a pesar de escucharlo con gusto. Una bailarina acabó con el predicador. Quien no escucha a los representantes de Cristo, diciendo que quiere escuchar solo a  Cristo, no hace más que escucharse a sí mismo. ¿Cómo escucho la palabra de Dios, especialmente en la predicación?...

 

 

 

 

117. LAS PIADOSAS MUJERES

 

 

Jesús se volvió a ellas y les dijo:

-“Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,

llorad  por vosotras y por vuestros hijos,

porque si esto  hacen con el leño verde,

¿qué harán con el seco?”

 

                                               (Lc 23,28.31)

 

 

 

1 A Cristo se le encuentra muchas veces en el camino de la cruz. Cuando uno sufre se entera por experiencia propia del sufrimiento de Cristo. El que sufre está más cerca de encontrar a Cristo. Pero el sufrimiento mejor tiene lugar cuando se sufre por Jesucristo, cuando uno soporta los sufrimientos de Cristo y de su cuerpo místico como propios. Sufrir es amar. Sobre todo cuando uno sufre porque ama a Dios y al prójimo. ¿Sé sufrir por amor y condolerme de los sufrimientos de Cristo y de su cuerpo místico?...

 

 

 

2. Cristo sufrió por mí, por mis pecados. Él era inocente, pero cargó mis culpas como su fueran propias. Si él sufrió por mis pecados, bien puedo yo, y debo, llorar por ellos. El verdadero sabio y santo es el que sabe retractarse o, mejor, convertirse continuamente. Como el “tentetieso” que se empeña, a pesar de sus caídas, en mantenerse en pie. ¿Me arrepiento de mis faltas y pecados y los corrijo?...

 

 

 

118. MARÍA MAGDALENA

 

 

Estaba fuera María,

junto al sepulcro, llorando...

Ve a Jesús, de pie, pero no sabía  que era Jesús...

 Jesús le dice:

-“¡María!”

Ella se vuelve y le dice:

-“Rabboni”, que significa “Maestro”.

 

                                               (Jn 20,11.14.16)

 

 

 

1. Otro encuentro de la Magdalena con Cristo. Esta vez nos descubre a un alma muy delicada. Estuvo junto a la cruz de Cristo sufriendo con él. Y ahora le busca en el sepulcro, pero, de momento, no le encuentra. Sin la presencia de Cristo, no le satisface nada, ni la presencia de los ángeles. No sabe vivir lejos de Cristo. Llora porque le parece que está lejos del Señor. Nadie ni nada le llena el corazón. ¿Tengo grandes deseos de encontrarme íntimamente con Cristo?...

 

 

 

2. Jesús ama más que nadie. No se deja vencer en el amor. Él desea el encuentro más que nosotros. Es él quien sale al encuentro, pero veladamente. Se le ha de buscar “a oscuras”. Una sola palabra de quien le ha encontrado, basta para expresar todos los sentimientos. El amor es corto en palabras y largo en hechos y en silencio fecundo. ¿Qué he de aprender de este encuentro de la Magdalena?...

 

 

 

 

119. LOS  DE  EMAÚS

 

 

Tomó el pan (Jesús), pronunció la bendición,

Lo partió y se lo iba dando…

Y lo reconocieron.

Pero él  desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro:

-“¿No ardía nuestro corazón

mientras nos hablaba por el camino?...

 

                                               (Lc 24, 30-32)

 

 

 

1. Los de Emaús encontraron a Cristo en el partir del pan. Eran unos prófugos. Pero les quedaba un rescoldo. La conversación con Cristo y entre sí, encendió la caridad. Jesús se dio a conocer en el partir del pan que es símbolo de la eucaristía. En la caridad con el prójimo, en la oración y en la celebración de la eucaristía, es donde se encuentra a Cristo...

 

 

 

2. Jesucristo habla al corazón. Junto a Cristo uno se encuentra feliz. Porque solo él llena nuestros deseos. Estar con Cristo es la mejor manera de encontrarle. Pero no se puede tener prisas. El trato con Jesús reclama nuestra atención. El Señor se hace invitar, simula que pasa, pero nada desea más que estar con nosotros. ¿Estoy acostumbrado al trato íntimo con Jesús?...

 

 

 

120. SANTO TOMÁS

 

 

Los otros discípulos le decían:

-“Hemos visto al Señor”.

Pero él (Tomás) les contestó:

-“Si no veo..., no lo creo”.

Llegó Jesús... Dijo a Tomás:

-“No seas incrédulo...”

Contestó Tomás:

-“¡Señor mío y Dios mío!”

 

                                               (Jn 20,24-28)

 

 

 

1. Fue un encuentro desconcertante. Quien se negó a creer, acabó creyendo más que nadie. Ordinariamente los que ponen más resistencia a entregarse, son luego más generosos. Parece como si vieran que el entregarse no lo harán a medias...; por eso se resisten. Como tú... porque no quieres las cosas a medias tintas. ¿Eres generoso de veras?...

 

 

 

2. El encuentro con Cristo no se puede explicar. Se ha de experimentar personalmente. Es como cuando uno encuentra una amistad para siempre. Pero hemos de imitar a los que ya son amigos del Señor. Sus palabras nos pueden orientar en la búsqueda. No fiarse del hermano, desagrada a Cristo. Y luego, unirse a Cristo para siempre. Sin traicionar jamás. ¿Cuándo he estado más cerca de Cristo en mi vida?...

 

 

 

 

 

 

 

 

V. LA VOZ DEL MAESTRO

 

 

 

Si ves un ciego sientes compasión. ¿Qué debe ser vivir en las tinieblas? Pero este ciego puede poseer una luz divina que no poseen muchos con los ojos sanos. “El que me sigue, no anda en tinieblas”. Jesús es la única “luz del mundo”. Y sigues a Cristo cuando piensas como Cristo, cuando tu vida se alimenta de la fe.

 

Jesús es “la verdad”. Pero una verdad que trae susconsecuencias: “el cuádruple deber de pensar, de honrar, de decir y de practicar la verdad” (Beato Juan XXIII). Si escuchas la voz del Maestro, mirarás al mundo con la pupila de Jesús (fe), pesarás las cosas con el peso de Jesús (esperanza), tu querer será el querer de Jesús (caridad).

 

“La verdad os hará libres”. ¡Libre! Sí, de tus pasiones desordenadas, del pecado. Libre de la impersonalidad, del desequilibrio. Libre con la “libertad de los hijos de Dios”, que saben llamar a Dios “Padre” con los labios de Jesús, porque antes los han purificado con el “niégate a ti mismo”.

 

“Andando en la verdad, crezcamos en la caridad”. Es que la verdad nos dio el precepto del amor al prójimo, como Cristo nos amó.

 

¡Qué consolador es encontrarse de nuevo con la Madre! “Haced lo que él os diga”. ¿No consiste en esto la verdadera devoción a María según el concilio Vaticano II?

 

¿Sabes qué es lo peor que podrían decir de ti? Que se te cae el evangelio de las manos. Sí, lo leíste muchas veces, pero como la piedra que permanece tan impermeable en el fondo del océano.

 

¿Quieres ser un evangelio viviente? Lee el libro santo “a los pies del Señor, escuchando sus palabras”. De seguro que te vendrán ganas hasta de imitar los “consejos evangélicos”, es decir los caminos no obligatorios que el Señor trazó para los que desean más perfección. También los seglares pueden ir por ellos, según enseña el Vaticano II.

 

 

 

 

121. YO SOY EL CAMINO

 

 

“Yo soy el camino

y la verdad y la vida.

Nadie va al Padre, sino por mí”.

 

                                               (Jn 14,6)

 

 

 

1. Las palabras de Cristo son “salvarles” en un naufragio, el faro en una noche de tormenta. Nadie ha dicho lo que él dijo y sigue diciendo. Porque en boca de otros sería una insensatez. Él es el camino: la ruta que Dios nos ha trazado; por ella andamos seguros. Es la verdad: en medio de tanta mentira ambulante y apariencia pasajera. Es la vida: de él procede todo y a él se orienta todo, como la brújula señala al norte. Es el centro de los corazones y el centro de gravedad de esta era atómica, como de todas las épocas. ¿Me siento firme en mi fe?...

 

 

 

2. Hay muchas personas que viven lejos de Dios. Otras que viven al margen de Dios. Y otras que convierten el trato con Dios en “cumplimiento” fuera del cual ya es posible hacer lo que uno quiere. Así no se ama a Dios. Dios es nuestro Padre. Solamente si queremos vivir en familia, en el hogar de Dios, encontramos a nuestro Padre. Cristo nos traza el camino: él mismo y su mandamiento de amarnos como él nos ama. ¿Camino de veras hacia Dios?...

 

 

 

122. APRENDED DE MÍ

 

 

“Tomad mi yugo sobre vosotros

y aprended de mí,

que soy manso y humilde de corazón,

y encontraréis descanso para vuestras almas”.

 

                                               (Mt 11,29)

 

 

 

1. Cristo es el modelo que debemos seguir. Nos da ejemplo de toda virtud. Corregirse de los defectos es una carga demasiado pesada cuando uno se las arregla solo. Pero con Cristo como modelo y amigo, todo se hace llevadero, porque su carga es ligera. Dios se hizo hombre y vivió como nosotros para que nosotros pudiéramos salvarnos imitando su manera de vivir. Nuestra vida tiene sentido solo cuando seguimos a Cristo. ¿Qué debo imitar principalmente del Señor?...

 

 

 

2. De todas las virtudes es Cristo el maestro. Pero hay dos a las que da importancia singular: la mansedumbre y la humildad. Es decir, hemos de saber aprovechar los contratiempos venidos del hermano o de la providencia, para convertirlo todo en amor. Y hemos de sentir necesidad de Dios sometiéndonos a su voluntad humildemente. Dios pone a nuestro paso los medios para construir nuestro destino. Solo así se ama a Dios y se tiene paz en el corazón. ¿Soy manso y humilde?...

 

 

 

123. YO SOY LA LUZ

 

 

“Yo soy la luz del mundo;

el que me sigue no camina en tinieblas,

sino que tendrá la luz de la vida”.

 

                                               (Jn 8,12)

 

 

 

1. Jesús es la luz. Estamos en las tinieblas cuando no pensamos como él. Él dio la luz a muchos ciegos para significar que cura nuestra ceguera espiritual. Es fácil dejarse engañar por pensamientos que no son los de Cristo. Porque es más fácil y halagador pensar lo que nos gusta. Hay muchos que piensan con la cabeza ajena, y muchos que divinizan su propio pensar. No piensan como Cristo. Si leyera con frecuencia la sagrada Escritura y recordara las explicaciones de los libros, de mis superiores, de la Iglesia, pensaría como Jesús...

 

 

 

2. Muchas veces las tiniebla comienzan en el corazón. No entiende quien no quiere entender. Y no se quiere entender cuando hay de por medio otros deseos. No se puede entender ni la obediencia, ni el sacrificio, ni la humildad... por la sencilla razón de que no se ama desinteresadamente a Dios y al prójimo. Primero he de limpiar el corazón de tantos caprichos y egoísmos... Solo entonces conoceré a Cristo...

 

 

 

 

124. SED PERFECTOS COMO VUESTRO PADRE

 

 

“Amad a vuestros enemigos...

Sed perfectos

como vuestro Padre celestial es perfecto”.

 

                                               (Mt 5,44.48)

 

 

 

1. Los hay que nunca logran olvidar totalmente las ofensas recibidas. Y los hay que ni se dan por enterados de que se les ofende. Los primeros no saben el a-b-c- del evangelio. Porque Jesús no solo dice que perdonemos a los que nos ofenden, sino que también los amemos. ¡Y amarlos como los ama él! ¡Esto es imposible si primero no se ama a él! Esto es imposible si primero no se ama de veras a Cristo que dio su vida por nosotros, pecadores. ¿Tengo este amor para con todos?...

 

 

 

2. La santidad consiste en acercarse a Dios, en pertenecerle consciente y deliberadamente. Esto supone imitarle. Jesús nos dice que debemos imitar a Dios que ama a todos, a buenos y a malos. Y la medida de esta santidad es la “sin medida” del amor de Dios. No se puede poner coto a Dios. Ni vale decir que no estamos obligados. El amor va más allá de la obligación. Además, estamos “obligados” a amar con todo el corazón. ¿Quién pone tasa al amor verdadero?... ¿Pongo coto en mí a la santificación?...

 

 

 

 

125. VELAD Y ORAD

 

 

Volvió a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro:

-“No habéis podido velar una hora conmigo?

Velad y orad

para  no caer en la tentación”.

 

                                               (Mt 26,40-41)

 

 

 

1. Es enseñanza del Señor para todos los tiempos: vigilancia y oración. Estar alerta, esforzarse, estar a la escucha de Dios; porque las malas inclinaciones hacen más ruido y arrastran más. Orar, pedir a Dios fuerza para nuestra flaqueza, es ponerse con el cántaro abierto bajo la fuente. Muchos pensarán de otro modo, como Pedro antes de las negaciones, pero el Señor piensa así. ¿Oro de veras y me esfuerzo en la vida espiritual?...

 

 

 

2. El Señor no tiene compañía en los momentos de sacrificio. Todos quieren acompañarle hasta el partir del pan, pero no más allá. Las valentonadas de Pedro no le impidieron dormir. Y eso, mientras los enemigos trabajaban. El mal nace solo. El bien necesita lucha para nacer y crecer. Después del sueño vino la tentación y la caída. Así sucede siempre. Un período de comodidad es la calma precursora de una tempestad fatal. Nuestra propia experiencia nos lo dice. ¿Será así mi futuro?...

 

 

 

 

126. MI CASA ES CASA DE ORACIÓN

 

 

“¿No está escrito:

Mi casa será casa de oración?...

Vosotros en cambio la habéis convertido

en cueva de bandidos”.

 

                                               (Mc 11,17)

 

 

 

1. En la casa y en las cosas de Dios se entra con reverencia. Porque Dios es nuestro amo y señor. No puede aprender a amar a Dios quien no lo reverencia. Sin esta reverencia no se sabe cuánto nos ama Dios. Los cristianos nos reunimos en asamblea para orar a nuestro Padre Dios. Es una reunión familiar en la que tiene entrada solamente el amor. ¿Es así mi oración litúrgica?...

 

 

 

2. Convertir el templo en mercado no le gusta al Señor. Nuestros templos no tienen nada de mercado, al menos en lo que se ve. Pero los ángeles deben ver “ferias y fiestas” en nuestro interior. Al fin y al cabo, también las distracciones voluntarias nos roban el trato con Dios. Y sin este amor a Dios, ya nos podemos despedir de amar al prójimo. Mi oración, ¿es atenta exterior e interiormente?...

 

 

 

 

127 ORA A TU PADRE EN SECRETO

 

 

“Tú, cuando ores, entra en tu cuarto...

Y ora a tu Padre, que está en lo secreto;

y tu Padre, que ve en lo secreto,

te lo recompensará”.

 

                                               (Mt 6,6)

 

 

 

1. No son necesarias muchas palabras para orar bien. El Señor mira nuestros pensamientos y deseos. En cualquier sitio se puede orar, porque siempre podemos pensar en Dios, exponerle nuestro deseo. “También entre los pucheros anda Dios”, decía santa Teresa. Cuando uno ama, ora. Sobre todo, cuando uno ama pensando en el amado. Quien se comporta así desea (y encuentra) ratos especiales dedicados solo a pensar en Dios amándole. Los necesita. ¿Rezo más con el corazón que con los labios?...

 

 

 

2. Para rezar no es necesario que se enteren los demás. Dios, nuestro Padre, ve lo más hondo del alma. Nuestros deseos los ve Dios. Los problemas que nos hacen sufrir y que a veces nos hacen aparecer como desgraciados ante los hombres, pueden convertirse en oración. Vale mucho esta oración de los que sufren. Hay muchas personas totalmente desconocidas para los hombres, pero que son las predilectas del Padre. ¿Sé convertir mis sufrimientos y problemas en oración?...

 

 

 

 

128. PEDID Y SE OS DARÁ

 

 

...” porque todo el que pide, recibe...

¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez,

le dará una serpiente?...

Si vosotros, pues, que sois malos,

 sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,

¿cuánto más el Padre del cielo?”...

 

                                               (Lc 11,10-11.13)

 

 

 

1. Jesús insiste sobre la adoración. Nuestro Padre Dios nos escucha siempre. Puede ser que no nos dé lo que pedimos, pero nos dará algo mejor. Es una promesa del Señor: “Pedid y recibiréis”. Jesús no miente, es la misma verdad. A los discípulos manifestó la queja de que no pedían nada. Pero pedir no es exigir, ni empeñarse en convencer a Dios de la conveniencia de un don, ni mover a Dios. Pedir a Dios es exponer sencillamente, sabiendo que nos escucha y nos ama. ¿Pido con humildad y perseverancia...?

 

 

 

2. La comparación con nuestro padre de la tierra es muy aleccionadora. Dios está dispuesto a hacer mucho más. Y puede. Imaginémonos qué haría nuestro padre de la tierra si supiera y pudiera tanto como Dios. Pues así nos ama Dios y así escucha nuestra oración. Claro que el padre no le da la brasa que el hijo quiere tocar... Y Dios nos ama como a su Hijo predilecto que murió en la cruz... ¿Pido con confianza...?

 

 

 

 

129. SIN MÍ NO PODÉIS HACER NADA

 

 

“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos;

el que permanece en mí y yo en él,

ese da fruto abundante;

porque sin mí no podéis hacer nada”.

 

                                               (Jn 15,5)

 

 

 

1. Nuestras obras no son agradables a Dios si no estamos unidos a Cristo. Cuando estamos unidos a él, el Padre se complace en nosotros como se complace en Jesús. Estar unido a Cristo es pensar y querer como él. Solo entonces se tiene la vida divina. Jesús compara esta vida divina con la savia que circula por la vid (Cristo) y los sarmientos (nosotros). Entonces todo lo que hacemos es agradable a Dios porque es Cristo quien está unido a nosotros. ¿Puedo decir que estoy unido a Cristo, puesto que pienso y quiero como él...?

 

 

 

2. Unidos a Cristo, avanzamos continuamente en adquirir cada vez más su fisonomía. Unidos a Cristo, ayudamos, sin sentirlo, a que otros encuentren a Cristo. Si no avanzamos en la vida espiritual es por falta de unión con Cristo. Sin él no podemos dar un paso. El corazón y las pasiones se salen de quicio cuando Cristo no ayuda. De ahí la necesidad del contacto personal con Cristo. Por la manera como oro, ¿se ve que siento necesidad de Cristo?...

 

 

 

 

130. ORAD ASÍ

 

 

“Vosotros orad así:

 Padre nuestro que estás en el cielo,

santificado sea tu nombre...”

 

                                               (Mt 6,9)

 

 

 

1. Jesús nos ha enseñado las actitudes filiales que hemos de tener en nuestro interior cuando oramos. El Padrenuestro siempre es nuevo en los labios de uno que ama a Dios. Cada palabra tiene un contenido infinito, puesto que esconde todo el amor que Dio nos tiene y el que le debemos tener nosotros. La primera palabra “Padre”, lo dice todo. La decimos con la voz de Cristo y sintonizando con sus sentimientos. Cada día la podemos decir con voz más parecida a la de Cristo. Entonces la vida tiene sentido y no hay días grises. Cuando rezo, ¿tengo la impresión de que hablo con mi Padre Dios?...

 

 

 

2. “Padre nuestro”... De Cristo, de los demás hombres, de todo a la vez. Aun cuando rezo solo, rezo siempre en reunión familiar con todos los hermanos. “Que estás en el cielo”... Es el Padre, que ha infundido en nosotros la vida divina, que está en todas partes, en nuestro interior como en su casa solariega, en el cielo donde se nos dará a conocer plenamente. “Santificado sea tu nombre”... ¡Que todos los hombres reconozcamos a Dios amor y sepamos tratarle personalmente...! Y así puedo ir descubriendo las riquezas de la oración dominical...

 

 

 

131. REZAD POR LOS QUE OS PERSIGUEN

 

 

“Rezad por los que os persiguen,

para que seáis hijos de vuestro Padre celestial,

que hace salir su sol

sobre malos y buenos”.

 

                                               (Mt 5,44-45)

 

 

 

1. El mejor bien que podemos hacer a otro es orar a Dios por él. Esto es verdaderamente amor. Y este amor quiere el Señor que lo demostremos a todos los hombres, y concretamente a los que nos han hecho algún daño. El amor es la ley fundamental del cristianismo. Quien no ama como el Señor quiere que nos amemos, no tiene de cristiano más que el nombre. Rezar por otro es el mejor remedio para que desaparezcan las envidias, rencores, venganzas, y vengan luego toda suerte de ayudas. ¿Tengo costumbre de rezar por los demás...?

 

 

 

2. Hemos de copiar la bondad de nuestro Padre Dios. Dios tiene una predilección especial para con cada uno de los hombres, sin excepción. Únicamente se excluyen de este amor de Dios los que ya están condenados en el infierno. Y este amor universal de Dios es el que hemos de imitar. A veces, por desgracia, confundimos el pecado con el pecador. Y a veces vemos la paja en el ojo ajeno sin parar mientes en la viga del propio. ¿Excluyo prácticamente a alguno del amor que debo a todos...?

 

 

 

 

132. CREED EN MÍ

 

 

“No se turbe vuestro corazón,

creed en Dios

y creed también en mí”.

 

                               (Jn 14,1)

 

 

 

1. Nunca tenemos derecho a desanimarnos. Cristo nos ha dejado en herencia la alegría y el optimismo. Y esto es tocar con los pies en el suelo, es decir, en la tierra de que ha tomado posesión Cristo. Ni el desánimo, ni la desconfianza, ni el pesimismo, ni la tristeza, deben anidar en nuestro corazón. Así lo quiere el Señor. La tristeza nunca viene de Dios. Porque Dios es amor, y el amor no produce turbación. ¿Me dejo llevar de desconfianza y turbaciones...?

 

 

 

2. Nuestro apoyo está en Cristo que es Dios. Él es nuestra esperanza, nuestro guía, nuestro hermano. Con él nunca tendremos qué temer. No hay horas grises con Cristo por amigo. Hay momentos en que todo falla. Pero nunca falla el amigo. Nunca estamos solos. Ni tenemos nunca derecho a aburrirnos. “Sé de quién me he fiado”, decía san Pablo, refiriéndose a Cristo. ¿Tengo confianza en el corazón de Cristo...?

 

 

 

 

133. PERMANECED EN MÍ

 

 

“Yo soy la verdadera vid,

y mi Padre es el viñador.

A todo sarmiento que  no da fruto en mí ,

lo arranca...

Permaneced en mí, y yo en vosotros”.

 

                                               (Jn 15,1-2.4)

 

 

 

1. Desde el día del bautismo estamos injertados en Cristo, somos sarmientos suyos. De él tomamos la savia que es la vida divina y se llama gracia santificante. Todo ser vital tiene tendencia a desarrollarse. Crecer en Cristo es vocación cristiana. Todos los días nos han de sorprender con una fisonomía de Cristo cada vez más radiante. Las diferentes virtudes son los rasgos de la fisonomía de Cristo. Si no crecemos en Cristo es señal de que el sarmiento está desgajado de la vid y destinado al fuego. ¿Demuestro todos los días este crecer en Cristo por medio de las virtudes...?

 

 

 

2. Ningún amigo ha podido decir lo que dijo Cristo: “Permaneced en mí y yo en vosotros”. Es la ilusión irrealizable de todo amigo. Pero Cristo lo ha dicho y lo ha realizado. Al creer en él y comulgarle, vivimos en él y de él. Él vive en nosotros. Esto requiere de nuestra parte un esfuerzo vital para no vivir en nuestro egoísmo canceroso. ¿Cómo recordaré con frecuencia esta unión con Cristo...?

 

 

 

 

134. ÁNIMO, NO TENGÁIS MIEDO

 

 

Viéndolos fatigados de remar,

Porque tenían viento contrario,

Fue hacia  ellos... y les dijo:

-“Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”.

 

                                               (Mc 6,48.50)

 

 

 

1. La barquichuela estaba para irse a pique. No servía de nada el bracear de los apóstoles. Faltaba Jesús. Cuando no está él, se esfuerza uno en vano. Pero a veces está y no le sentimos cerca. Entonces no cabe el desánimo. Problemas los habrá siempre, mientras pertenezcamos a la Iglesia en marcha. Pero hemos de asegurar que está el Señor con nosotros. Él no marcha si nosotros no le despedimos. ¿No “arreglo” mis problemas por mi cuenta sin contar con él...?

 

 

 

2. La voz de Cristo presente disipa todas las dudas. A veces el Señor tarda en dejar sentir su voz. Es cuestión de fe, de saber adivinar su presencia y su palabra. Difícilmente somos conscientes de su presencia cuando el corazón está en otra parte. La palabra de Cristo necesita silencio de palabras hueras. En el ruido, en la vanidad, en la autosuficiencia, no se escucha la voz del Señor. ¿Qué estorbo hay en mí para escuchar la voz del Señor...?

 

 

 

 

135. AMAOS MUTUAMENTE

 

 

“Os doy un mandamiento nuevo:

que os améis unos a otros

como yo os he amado.

En esto conocerán todos que sois discípulos míos”.

 

                               (Jn 13,34-35)

 

 

 

1. El mandamiento del amor es el testamento de Cristo. Y es un mandamiento nuevo porque exige de nosotros una postura nueva: mirar al prójimo con la pupila de Cristo. Es imposible amar al prójimo como Cristo le ama, sin tener a Cristo en el corazón. Hasta llegar a amar al prójimo como a sí mismo, me queda un rato... Más, hasta llegar a amarle como Cristo le ama: dispuesto a dar la vida por él, sin exceptuar a nadie. Todas mis reacciones, ¿nacen del amor al prójimo?...

 

 

 

2. Es la piedra de toque del cristianismo. Con la piedra de toque se conocen las monedas verdaderas y las falsas. El que ama al prójimo como Cristo, es cristiano. Y el que no, es como  fachada de una casa ruinosa. El que ama así, da a conocer en sus obras que Cristo ha resucitado. Porque no se puede amar así sin transformarse en Cristo. Este es el verdadero apostolado. ¿Se conoce en mi amor al prójimo que soy cristiano...?

 

 

 

 

 

136. PERDONAD

 

 

“Sed misericordiosos

como vuestro Padre...

No juzguéis y no seréis juzgados,

Perdonad, y seréis perdonados”.

 

                                               (Lc 6,36-37)

 

 

 

1. El Padre es la ilusión de Jesucristo. Toda su predilección y todo su obrar se resume en decirnos, de palabra y con el ejemplo, que el Padre nos ama como le ama a él. Y que nosotros hemos de estar dispuestos a arriesgarlo todo por Dios. No entrarán en el reino de los cielos más que los niños, es decir, los que imitan a nuestro Padre Dios. Dios ama a todos y perdona a todos. ¿En qué cosas necesito cambiar mi conducta?...

 

 

 

2. Ni pensar mal, ni hablar mal, ni obrar mal en contra de nadie. Perdonar cristianamente significa no sentirse ofendido y olvidar el agravio. Perdonar es pensar que un día nos sentaremos a la misma mesa del Padre y que seremos felices comunicándonos mutuamente la felicidad. Dios nos perdona si perdonamos. Dios nos juzgará estrictamente con la misma medida con que nosotros midamos al prójimo. Procuremos, pues, curarnos en salud y perdonar misericordiosamente. ¿Guardo rencor, recuerdo las ofensas o, más bien, las perdono...?

 

 

 

 

137. HACED BIEN

 

 

“Haced el bien

 y prestad sin esperar nada;

 será grande vuestra recompensa

 y seréis hijos del Altísimo...”

 

                                               (Lc 6,35)

 

 

 

1. Hacer el bien siempre, sin restricciones. Es la definición que se dio de Cristo: “El que pasó haciendo el bien”. Y es la definición del cristiano: el que ama siempre y en cualquier circunstancia. Convertir todo lo que nos pasa (pruebas, contratiempos...) en amor a Dios y al prójimo es una maravillosa alquimia, posible solamente al que está unido a Cristo. Todo es “leña” de beneficios de nuestro Padre Dios, es providencial, no hay casualidades. ¿Miro siempre de hacer el bien a todos y en todo?...

 

 

 

2. Obrar para que nos aprecien es perder lo mejor. El que ama de veras no espera recompensa. Amemos sin que nadie se dé cuenta. Seamos la gotita de aceite en un engranaje, de la que nadie se acuerda. Amar así es amar por Dios, porque vemos a Dios en el prójimo. Todo lo que hacemos al prójimo lo hacemos al Señor. Solo amando seremos hijos de Dios. ¿Obro para que me aprecien o gratifiquen...?

 

 

 

 

138. DAD Y SE OS DARÁ

 

 

 

“Dad y se os dará:

os verterán una medida generosa,

colmada, remecida, rebosante,

pues con la medida que midiereis

se os medirá a vosotros”.

 

                                               (Lc 6,38)

 

 

 

1. Dar es darse. Dios se nos da para que aprendamos a darnos. Darnos no es perder nada, sino almacenar para la vida eterna. Quien guarda para sí solo, encuentra sus tesoros apolillados o robados. Pero no damos según el capricho de los otros, sino según quiere Dios. Ni damos según nos gusta a nosotros, sino como place a Dios. Entonces vemos que darse es amar, negarse a sí mismo, morir en el surco para convertirse en espiga. ¿Me doy y doy de lo que tengo y puedo?...

 

 

 

2. Dios nos tratará como nosotros tratemos a los demás. Conviene, pues, prevenirse. Seamos misericordiosos y dadivosos para que el Señor lo sea con nosotros en el día del juicio. Parece extraña esta regla, pero es la que corresponde a nuestra fe: todo hombre está llamado a participar de Cristo y es centro de las predilecciones del Padre. Si Dios me tratara hoy como yo traté a los demás, ¿qué pasaría?...

 

 

 

 

 

139. NO HAGÁIS FRENTE AL QUE OS AGRAVIA

 

 

“No hagáis frente al que os agravia.

Al contrario,  si alguno te abofetea

en la mejilla derecha,

preséntale también la otra...

A quien te pide, dale...”

 

                                               (Mt 5,39.42)

 

 

 

1. La doctrina de Cristo parece desconcertante. ¿Cómo es posible, y aun racional, dejarse pegar sin resistencia? Pero el punto de mira de Cristo es diferente. El prójimo que ofende es hijo de Dios, y esto es más importante que el que nos abofetee a nosotros. Por amor a Dios, que nos ama hasta ser crucificado, bien se pueden aguantar unas “cosillas” que molestan. La madre no se queja del hijo enfermo que no la deja dormir. Es cuestión de amor. ¿Aguanto con amor las molestias?...

 

 

 

2. Decir siempre que “sí” es la postura más cristiana. Aun cuando exteriormente tengamos que decir que  “no”, han de ver los demás nuestro “sí” de amor. Estar disponible para los demás, dejar que a uno lo usen para todo es colocarse en el primer puesto: servir a todos. ¿Por qué no adiestrarnos en todo para estar siempre disponibles para todo? ¿Prefiero servir a ser servido, a ejemplo de Cristo en la última cena?...

 

 

 

 

140. RECONCÍLIATE PRIMERO

 

 

“Si cuando vas a presentar

 tu ofrenda sobre el altar,

te acuerdas allí mismo de que tu hermano

tiene quejas contra ti,

deja allí tu ofrenda ante el altar

y vete primero a reconciliarte

con tu hermano”.

 

                                               (Mt 5,23-24 s.)

 

 

 

1. No le gustan al Señor nuestras ofrendas cuando hemos roto con el prójimo. Por más que lo demos todo, si no nos damos a nosotros mismos, no damos lo que el Señor espera. Muchos actos de piedad, muchas ofrendas para el templo, si no estuvieran acompañadas por la caridad, serían meras excusas para escabullirse. Nunca gusta al Padre que vayamos a estar con él “solos”, es decir encerrados en el egoísmo. ¿Tengo alguna falta de caridad que he de reparar?...

 

 

 

2. Reconciliarse cuesta. A veces será necesario pedir perdón. Frecuentemente bastará solo demostrar más delicadeza con quienes hemos faltado. Siempre hemos de adoptar una postura interna de perdón. Pero el texto habla del prójimo que tiene algo contra nosotros, es decir, que somos nosotros culpables. Entonces hemos de ser nosotros los que salgamos al encuentro, al menos con las obras. ¿Con quiénes debo ser más atento y caritativo?...

 

 

 

 

141. NADIE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES

 

 

“Nadie puede servir a dos señores.

Porque despreciará  a uno y amará al otro...

No podéis servir a Dios y al dinero”.

 

                                               (Mt 6,24)

 

 

 

1. A medias no se puede amar a Cristo, que lo dio todo y se dio a sí mismo. Poco tenemos; no está bien dar a Dios solo la mitad de este poco. Esto no es juego limpio. Dios no nos ama a medias ni en broma. “Dánoslo todo, porque es chico nuestro todo por el gran todo que es Dios” (san Juan de Ávila). Quien tiene dos caras se llama hipócrita. Amemos a Dios sin mentira en las obras. Mis obras ¿dicen lo contrario de lo que digo de palabras?...

 

 

 

2. Tener el corazón instalado en los bienes de la tierra y decir que se ama a Dios es lo mismo que encender una vela a san Miguel y otra al diablo. Porque al amar la comodidad, al pasarlo bien, etc., se corre el riesgo de saltarse los problemas del prójimo, que son los de Dios. Todos lo dicen: el mundo está carcomido por el egoísmo. Pero pocos lo dicen en primera persona del singular. Y así no arreglamos nada. ¿En qué ocasiones obro por egoísmo?...

 

 

 

 

142. QUE SE NIEGUE A SÍ MISMO

 

 

“El que quiera venir en pos de mí,

que se niegue a sí mismo,

que cargue con su cruz y me siga”.

 

(Mt 16,24)

 

 

 

1.  Dicen que la palabra “negarse a sí mismo” es “negativa”. Asusta. Pero es la condición indispensable que puso el Señor para seguirle. El Señor no lo dijo porque sí. No significa más que echar el lastre por la borda o dejar de zambullirse en el barro de las malas inclinaciones. Y eso no es negativo, sino prepararse para navegar o limpiar el orín de la brújula para que señale el norte. Esto es una tarea que nunca termina en esta vida. ¿Tengo costumbre de vencerme a mí mismo?...

 

 

 

2. Después de la cruz viene la resurrección. Y después del “negarse”, el encontrarse con Cristo. Seguirle ya es empezar a encontrarle. Los estoicos llegaban a equilibrar las pasiones, pero no sabían nada del encuentro con Cristo. El encuentro con Cristo es como cuando uno se encuentra con una mina de oro; cada vez se encuentra más. Tanto más se encuentra a Cristo, cuanto más  se vence uno a sí mismo. Este es el precio que nos exige el Señor. Bien poca cosa. ¿Sigo a Cristo imitándole?...

 

 

 

 

143. ENTRAD POR LA PUERTA ESTRECHA

 

 

“Entrad por la puerta estrecha.

Porque ancha es la puerta

y espacioso el camino

que lleva a la perdición,

y muchos  entran por ellos”.

 

                                               (Mt 7,13)

 

 

 

1. La puerta estrecha es la vida de esfuerzo, como el atleta que se prepara para las competiciones deportivas. A todo el mundo le parece lo más normal cuidar la propia salud, aunque sea con sacrificio. Pero es de preocuparse de hacer la voluntad de Dios, amándole a él y al prójimo, solo nos parece bien en teoría y en plan de exigirlo a los demás. Son pocos los que van por este camino estrecho que sube al Padre. ¿Me sacrifico cumpliendo la voluntad de Dios?...

 

 

 

2. La mayoría somos del montón. “¿A dónde va Vicente?”... Pensamos con la cabeza de los demás. Nos dejamos llevar por lo que hacen todos. A eso se le llama con diversos calificativos. Nuestro Señor le llamó camino ancho por donde van todos. Es mas fácil, porque es camino ancho, agradable (dejarse ir), inclinado hacia “abajo”. Claro que al llegar “abajo” ya no es tan agradable... ¿En qué cosas sigo yo la ley del mínimo esfuerzo?...

 

 

 

 

144. NO QUERÁIS  ATESORAR

 

 

“No atesoréis tesoros en la tierra,

donde la polilla y la carcoma los roen...

Haceos  tesoros en el cielo...

Donde estará tu tesoro, allí está tu corazón”.

 

                                               (Mt 6,19-21)

 

 

 

1. Como se derrite la nieve con el calor, así se van los bienes caducos de esta tierra. Tardarán más o menos, pero no hay excepción. Aquello por lo que hemos trabajado tanto se desvanecerá como el humo, como la sombra. Solo quedará el amor que hayamos puesto en el trabajo, en la convivencia familiar, en el trato con los otros. No vale la pena afanarse tanto por almacenar humo. ¿Pongo mis afectos en los bienes de la tierra?...

 

 

 

2. Nuestro corazón ha sido creado para albergar a Dios. Pero al instalarlo en los bienes caducos se va con ellos como la espuma del oleaje. Es lástima. He nacido para cosas más importantes que para corromperme. Cuando un bien terreno nos aparta de tratar a los demás como a hermanos y de cumplir la voluntad de Dios, entonces no amamos al Señor. ¿Dónde tengo habitualmente el peso de mi amor?...

 

 

 

 

145. VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA

 

 

“Vosotros sois la sal de la tierra...

Vosotros sois la luz del mundo.

Brille así vuestra luz

ante los hombres,

para que vean vuestras buenas obras

y den gloria a vuestro Padre...”

 

                                               (Mt 5,13-14.16)

 

 

 

1. Sal y luz son todos los cristianos. Sobre todo quienes están más cerca del Señor para ser sus testigos. La sal impide la corrupción y da sabor. Hay mucha corrupción, egoísmo brutal, porque los cristianos no hemos sido sal por la caridad. Dios nos ha regalado la fe en Cristo para que la trasmitiéramos a los demás; no para pensar solo en nuestra salvación. Seamos “sabor” de Cristo para los que no han tenido todavía la dicha de gustarlo. Mis palabras y obras ¿son sal de Cristo para los que tratan conmigo?...

 

 

 

2. Somos luz porque Cristo nos ha iluminado. Pero lo somos para comunicar la luz a los demás hermanos que han de formar la gran familia de Dios. Somos linterna de Cristo. Pero se puede empañar nuestro cristal y no dejar pasar la luz o cambiarle el color. Dejar pasar la luz de Cristo, con todo su colorido grandioso, esta es nuestra misión. Y acercarnos entonces a los que no saben de Cristo, pero que le amarían más que nosotros si le conociesen. ¿Doy testimonio de Cristo con mi vida de caridad?...

 

 

 

 

146. BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU

 

 

...”los mansos..., los que lloran...,

los que tienen hambre y sed de justicia...,

los misericordiosos...,

los limpios de corazón...,

los que trabajan por la paz...,

los perseguidos…

Porque de ellos es el reino de los cielos”.

 

                                               (Mt 5, 3-10)

 

 

 

1. Las bienaventuranzas nos hablan de la postura interior más cristiana, más semejante a la de Cristo. Estar dispuesto a arriesgarlo todo por Dios, saber decir “solo Dios basta” en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Es bienaventurado aquel que sabe instalar su corazón en Dios y, por tanto, piensa que nada pierde cuando le arrebatan los bienes de la tierra, si es la voluntad del Señor. Es bienaventurado porque anticipa en su corazón aquello que será nuestra felicidad en el cielo: Dios. ¿Imito estas disposiciones internas de Cristo?...

 

 

 

2. El reino de los cielos es el tesoro por el que se vende todo para adquirirlo. Es el mismo Cristo en persona, con todos los dones de gracia que nos transforman en él. Al Señor le costó su vida el redimirnos. Algo nos ha de costar a nosotros la salvación. Repasemos las bienaventuranzas para ponernos en regla...

 

 

 

 

 

147. NO ESTÉIS  AGOBIADOS

 

 

“No estéis agobiados por vuestra vida

Pensando qué vais a comer...

Mirad los pájaros del cielo...

Vuestro Padre celestial los alimenta...

¿No valéis vosotros más”

 

                                               (Mt 6,25-26)

 

 

 

1. No se trata de mera poesía. Lo dijo el Hijo de Dios. Dios tiene cuidado de todo, hasta de los pajaritos del cielo. Y cuida también de nosotros, que somos sus hijos. A nuestro Padre no se le escapa ningún detalle. ¡No faltaría más! Quien nos ha dado a su Hijo, nos lo ha dado todo con él. ¡Estaría bonito que nuestro Padre Dios se viera imposibilitado para demostrarnos su amor cuando alguien nos fastidiara! ¿Veo en todo la mano de mi Padre Dios?...

 

 

 

2. Hay providencia. El Señor quiere que pongamos de nuestra parte lo que debemos. Es una tarea comprometedora. Porque Dios providente pone en nuestras manos los utensilios de trabajo. No le hagamos pagar a él el fruto de nuestra pereza. Y no digamos que confiamos en él cuando dejamos de hacer lo que debemos. Pero quitemos toda zozobra y pensemos que la cruz es providencial para resucitar. ¿Alejo las inquietudes tontas y me dispongo a la tarea encomendada?...

 

 

 

148. BUSCAD SOBRE TODO EL REINO DE DIOS

 

 

“Buscad sobre todo

el reino de Dios y su justicia;

y todo esto se os dará por añadidura.

Por tanto, no os agobiéis por el mañana”.

 

                                               (Mt 6,33-34)

 

 

 

1. El hombre sediento que llega a la fuente, lo primero que encuentra son las gotitas de agua que salpican sobre las piedras. Son las añadiduras del evangelio. Pero es mejor ir directamente a la fuente, que es Cristo. Con él lo tenemos todo. Lo demás, sin él, es chatarra. Quien se contenta con las gotitas no llega a la fuente. Nuestro principal deseo ha de ser transformarnos en Cristo cada día más. Esto es lo que espera el Señor de nosotros. ¿Qué cosas, aunque sean buenas, me apartan del Señor, debido a mi flaqueza?...

 

 

 

2. La inquietud y zozobra no nacen de Dios. Dudas, problemas, tentaciones, victorias y derrotas, las tenemos todos. Lo interesante es no perder el norte a donde vamos. Quien confía en el Padre no teme. El niño que en los brazos de su padre visita el parque de las fieras no tiene miedo. Si nos cuidamos de agradar al Padre en todo, él se cuidará de todo lo nuestro. En los momentos difíciles ¿tengo confianza en Dios?...

 

 

 

 

149. REMA  MAR  ADENTRO

 

 

Cuando acabó de hablar,

dijo a Simón:

- “Rema mar adentro,

y echad vuestras redes para la pesca...”

Hicieron una redada tan grande de peces

que las redes comenzaban a reventarse.

 

                                               (Lc 5,4.6)

 

 

 

1. Con sus propios medios san Pedro no pescó nada. Y es entonces cuando la voz de Cristo ordena probar de nuevo. Dices que ya te lo has propuesto e intentado otras veces; pero no en el nombre del Señor. Has de poner de tu parte lo que debes. Solo entonces obrará el Señor. Pero has de poner también algo indispensable: el convencimiento de que sin el Señor no se alcanza el verdadero éxito. ¿Qué propósitos necesito renovar?...

 

 

 

2. Sería falso triunfalismo si aguardara el éxito, sin pasar por el surco, como el granito de trigo. No hay espiga triunfante sin pasar por la cruz. Pero el triunfo de Cristo es seguro. Continuamente se está operando la resurrección de su cuerpo místico, porque continuamente se renueva el sacrificio de la cruz en sus seguidores. Creer en Cristo triunfante es convencerse de que, a pesar de todos los pesares, Cristo triunfará. En tu interior y en todo el mundo. ¿Soy siempre optimista?...

 

 

 

150. HACED LO QUE ÉL OS DIGA

 

 

La madre de Jesús le dice:

-“No tienen vino”.

Jesús le dice:

-“...todavía no ha llegado mi hora”.

Su madre dijo a los sirvientes:

“Haced lo que él os diga”.

 

                                               (Jn 2,3-5)

 

 

 

1. Cuando está presente la madre no falta nada. Y si falta algo es que no está ella. Ella lo ve todo, es muy detallista, y lo quiere solucionar todo. El Señor quiere acercarse a nosotros con ella porque por su medio manifiesta su amor tierno hacia nosotros. La intercesión de María es condición querida por Cristo, de quien recibe todo su valor. Nos olvidamos de esto y perdemos el encuentro con Cristo. ¿Acudo con frecuencia a María medianera y madre de la Iglesia?...

 

 

 

2. De María copiamos su fidelidad a Dios. Ella es modelo y tipo de la Iglesia. Quien se acerca a ella se contagia de esta disposición fundamental. Para escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica necesitamos el ejemplo y la ayuda de María. Entonces se conoce y se encuentra mejor a Cristo, y con más garantía de éxito. Así lo quiere el Señor, que nació de ella y la asoció a su obra de salvación. ¿Imito a María en el cumplimiento de la voluntad de Dios?...

 

 

 

 

 

 

 

 

VI. LAS PREGUNTAS DE JESÚS

 

 

 

 

Hay algo que te separa de Cristo. Será algo insignificante tal vez, pero que impide el que trates a Jesús como al amigo. ¿Por qué no tratas a Jesús como a una persona íntima con quien se tienen relaciones personales?

 

El amigo, el buen pastor, el maestro, sabe con exactitud dónde está tu llaga. Solo puede curarte si tú te das cuenta de tu mal, si te conoces a ti mismo.

 

Por esto Jesús pregunta... con delicadeza suma...; la pregunta de Jesús penetra hasta lo más íntimo. No molesta, no hace daño, solo cura y alienta.

 

El pecado, la falta de generosidad a la gracia son un no a Cristo, por lo menos una resistencia a transformarte más en él, a la acción del Espíritu Santo.

 

¿Quieres conocer a Cristo? Reza la oración de san Agustín: “Que me conozca a mí, para que te conozca a ti”. No esquives la pregunta de Cristo. No seas un monumento a la mentira, una fachada sin contenido. Conociendo tu verdad llegarás a la verdad. “El Hijo del hombre vino para salvar lo que estaba perdido”

 

La santidad cristiana se apoya en el conocimiento de dos abismos: el abismo de tu nada y el del amor de Cristo. “Sin mí no podéis hacer nada”. Se convierte entonces en “todo lo puedo en aquel que me conforta”.

 

Ya me conozco. Soy una calamidad. No hay nada que hacer. ¿Qué? El “ya me conozco” cristiano significa “ya conozco al que se ha enamorado de mi nada”.

 

Claro que todo esto trae sus consecuencias. ¡Sí! Es que las preguntas de Jesús suponen un corazón generoso que sabe decir sin cálculo tacaño: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Jesús prefiere que seas tú el que, respondiendo a la pregunta suya, te ofrezcas sin reserva y sin cuentagotas.

 

 

 

151. ¿CREES TÚ EN EL HIJO DEL HOMBRE?

 

 

...Contestó (el ciego):

-“¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”

-“Lo estás viendo: el que te está hablando”.

-“Creo, Señor”

Y se postró ante él.

 

                                               (Jn 9,35-37)

 

 

 

1. El ciego había sido curado por Cristo. Lleno de gratitud, está dispuesto a todo. Pero los hombres le han despreciado. Jesús le sale al encuentro y le ofrece algo más que la salud: la fe. La fe es una adhesión personal a Cristo, un encuentro personal con él. Se trata de aceptar su doctrina, sus consecuencias y su persona. Creer no es saber (los demonios saben mucho de religión). Cristo sigue preguntando sobre nuestra fe. Y pregunta con segunda intención, sobre todo a los que nos sabemos el catecismo de memoria. ¿Soy consecuente, en mi vida, con lo que sé acerca de Cristo?...

 

 

 

2.El ciego, al enterarse de que Cristo era el mesías, se entregó del todo y sin hacer esperar. Es cuestión de lanzarse a esta gran aventura: creer en Cristo. Quien calcula, no se entrega jamás. Ante el corazón de Cristo no valen las matemáticas ni los compases de espera. Se trata de tomar una decisión para siempre: seguir a Cristo sin volver la cabeza atrás. Digan lo que digan los demás. ¿Estoy decidido a seguir a Cristo?...

 

 

 

 

152. ¿QUIÉN DICEN QUE SOY YO?

 

 

Jesús estaba orando solo,

Lo acompañaban sus discípulos

y les preguntó:

-“¿Quién dice la gente que soy yo?”

 

                                               (Lc 9,18)

 

 

 

1. Se dicen muchas tonterías porque son pocos los que piensan con la propia cabeza, y son muchos los que piensan con las ideas del vecino. Si recuerdas el evangelio, sobre Jesús se dijeron los juicios más disparatados. También ahora sucede lo mismo. Para unos Cristo es un conjunto de ideas aprendidas en la clase o en la catequesis; para otros es un seguro de vida; para aquel es un paréntesis en la semana; para el otro es una cosa de la que se puede uno olvidar o que se puede dejar según el propio caletre... ¿Y para ti? ¿Es alguien que llena el corazón, con quien se conversa amigablemente y a quien no se traiciona jamás?...

 

 

 

2. Pero convendría que supieras qué piensan los hombres acerca de Cristo. Tus compañeros, tus vecinos, familiares..., ¿tienen un concepto claro y un afecto ardiente hacia Cristo? Conocer esto te ayudará a conocer cosas buenas y a ser apóstol de Jesús. Son muchos los que no conocen a Cristo ni lo aman. Son muchos los que, si lo conocieran como tú, lo amarían mucho más que tú. Hacer conocer a Cristo y hacerle amar, con las palabras, con las obras, con el ejemplo de caridad, es tu tarea cotidiana. ¿Qué podrías hacer hoy?...

 

 

 

153. ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?

 

 

-“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

-“Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”.

 

                                               (Mt 16, 15-16)

 

 

 

1. Los apóstoles habían tratado a Cristo íntimamente. Jesús les escogió con predilección para estar con él y ser testigos de sus palabras y obras. Otras personas podrán tener excusa, pero los apóstoles no la tienen; deben conocer a Cristo a fondo. Por eso Pedro responde a la pregunta del Señor con un acto de fe ejemplar. Y el Señor se lo premia escogiéndole para ser el primer papa. No todos tendrán la misma fe de Pedro. Judas fue también apóstol. Se puede vivir rodeado de atenciones de Cristo y quedarse tan seco como un fósil en el fondo del mar. Cada día ¿conozco y amo más a Cristo?...

 

 

 

2. El Señor me rodeó de delicadezas. La fe cristiana, que millones de hombres no poseen, la tengo desde la infancia. Y he tenido padres cristianos, educadores entregados, libros buenos, gracias si cuento. ¡Cuántos hombres no han recibido tanto! Al Señor no se le conoce ni se le ama como es debido. Pero yo no tengo excusa. ¿Qué pienso del amor que Cristo me tiene y cómo le correspondo?...

 

 

 

 

154. ¿NO ME  CONOCES?

 

 

“Hace tanto  que estoy con vosotros,

¿y no me  conoces, Felipe?

Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”.

 

                                               (Jn 14,9)

 

 

 

1. Se quejó el Señor, y con razón. No se comprende tanto despiste. Los apóstoles, en la última cena, todavía estaban muy lejos del conocimiento y del amor que se deben a Cristo. Cristo les mimó, les adoctrinó sin cansancio durante tres años, les dio ejemplo de toda virtud. Pero ellos estaban desfasados. Como quienes se enteran de todo, menos de cuánto les ama el Señor. Y el corazón de Cristo sigue quejándose de estas inquietudes. ¿Soy motivo de pena para el corazón de Jesús?...

 

 

 

2. Jesús ha venido a hablarnos del Padre. Nos ha dicho que el Padre nos ama como le ama a él. Nos ha explicado que nosotros vivimos de él como el sarmiento de la vid. Cristo mismo es la imagen del Padre, su expresión, su palabra personal, es decir, el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros para morir y resucitar por nosotros. Conocer a Cristo y amarlo es conocer y amar a Dios. Cristo es Dios que se acerca a nosotros con amor de padre, hermano y amigo. Si pensara esto, seguro que comulgaría y visitaría mejor al Señor...

 

 

 

 

155. ¿DÓNDE  ESTÁ VUESTRA FE?

 

 

Mientras iban navegando, se quedó dormido.

E irrumpió sobre el lago una torbellino...

-“Maestro, Maestro, ¡que perecemos!”...

Y les dijo:

-“¿Dónde está vuestra fe?”

 

                                               (Lc 8,23-25)

 

 

 

1. El Señor nos prueba como la madre que se esconde tras la cortina esperando la reacción de su hijo. Para los apóstoles debió ser una prueba muy dura ver a Jesús dormido en medio de la borrasca. Y explotaron. La oración que hicieron es muy hermosa, pero la actitud interna de desesperación no era buena. Ahora el Señor prueba de otra manera: permite dudas, problemas materiales y espirituales, opiniones confusas de otras personas, reacciones de amor propio en los que nos rodean y aun dentro de nosotros mismos... ¿Acudo al Señor con confianza en mis tempestades?...

 

 

 

2. El Señor se quejó y continúa quejándose de nuestra falta de fe y de confianza. Nos dejamos llevar del desaliento, quedamos influenciados por la propaganda de ideas no muy cristianas, nos olvidamos de la presencia de Cristo entre nosotros, no recordamos con frecuencia la palabra de Dios que se nos explica en la liturgia, etc. Y todo es por no estar instalados valientemente en la voluntad de Dios. ¿Cómo podría aumentar mi fe y confianza en el Señor?

 

 

 

156. ¿TODAVIA NO ENTENDÉIS?

 

-“¿Tenéis el corazón embotado?

¿Tenéis ojos y no veis?...

¿No recordáis  cuando repartí

 cinco panes entre cinco mil?”

 

                                               (Mc 8,17-19)

 

 

 

1. Las quejas del corazón de Cristo se repiten. Y todo es porque damos más importancia a nuestro capricho que a su voluntad. Quien tiene el corazón sucio no ve con claridad. Del corazón, en la intención, proceden el bien y el mal. Las cosas son del color del cristal con que se miran. Por eso algunos se entusiasman con lo que a otros les deja tan frescos. Todos oyen hablar de Jesús, pero no todos reaccionan igual. Es problema de corazón. ¿Qué he de limpiar dentro de mí para creer y confiar más en Cristo?...

 

 

 

2. Hemos de reconocer los beneficios del Señor. Nuestra vida es un retablo de las misericordias divinas. Somos muy olvidadizos, pero solo para lo que nos conviene. Porque, claro, el recordar los beneficios del Señor compromete demasiado. Por eso es más fácil olvidar. Y lo peor es que nos excusamos diciendo que no nos acordamos. Así nos luce el pelo. ¿Pienso con frecuencia en el amor que Dios me ha demostrado? Al menos podría pensarlo ahora...

 

 

 

157. ¿POR QUÉ NO ME CREÉIS?

 

 

...“El que es de Dios

escucha las palabras de Dios;

por eso vosotros no escucháis,

porque no sois de Dios”.

 

                               (Jn 8,46-47)

 

 

 

1. Dios nos habla continuamente. Todo lo que nos sucede es providencia de Dios Padre. Pero, sobre todo, Dios nos habla continuamente por Jesucristo. La Sagrada Escritura, que se lee y explica en la iglesia, no nos habla sino de escuchar a Dios, y responderle es toda nuestra tarea. Dios nos da a Cristo para poder responder a Dios. Solo entonces Dios oye en nosotros la voz de Cristo. ¿Escucho con amor y reverencia la voz de Dios?...

 

 

 

2. Creer en Cristo significa escuchar y responder a Dios que nos habla en Cristo. Ser íntimo de Cristo significa escucharle y poner en práctica sus palabras. Con ruido en el corazón no se puede escuchar a Dios. El ruido es el egoísmo con sus ramas y ramitas de los vicios capitales. Quien se deja llevar de estas malas inclinaciones no es de Dios, no escucha su voz. ¿Pongo en práctica las enseñanzas de Cristo?...

 

 

 

 

158. ¿A QUIÉN BUSCÁIS?

 

 

Se adelantó Jesús  y les dijo:

-“¿A quién buscáis?”

-“A Jesús, el Nazareno”.

-“Yo soy”.

 

                                               (Jn 18,4-5)

 

 

 

1. Buscaban a Cristo, pero no para amarle sino para traicionarle y matarle. No se puede buscar a Cristo con el corazón en otro sitio. Comuniones, visitas, celebración de la santa misa... ¿Solo por cumplimiento o rutina? Entonces siempre se acaba mal. Puede uno engañarse pensando que ya cumple una serie de actos de piedad. Si no existe vida de más caridad es señal de que tampoco se ha encontrado al Señor en la “piedad”. A lo más será un sentimiento egoísta que no es verdadera devoción. En mi vida de caridad, ¿se demuestra que busco y encuentro a Cristo de verdad?...

 

 

 

2. Es el Señor. Dios, que es amor y se ha hecho hombre por amor. Y se rebajó hasta someterse hasta la muerte de cruz. Pero ha triunfado y vive resucitado entre nosotros. No lo vemos, pero sigue hablando, amando, curando, perdonando, salvando. En la eucaristía, en nuestro corazón, en el prójimo, en el superior, continúa diciendo: “Yo soy”. ¿Sé descubrir al Señor y amarle donde está y en quienes le representan?...

 

 

 

 

159. ¿POR QUÉ TEMÉIS?

 

 

“¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?”

Se puso en pie,

increpó a los vientos y al mar,

y vino una gran calma”.

 

                                               (Mt 8,26)

 

 

 

1. Hay temores y tristezas que carcomen el corazón. Con Cristo por amigo no es decente dejarse llevar por esos parásitos. No tenemos derecho. Lo exige el amor. La tristeza no nace de Dios. El verdadero temor de Dios lleva al aborrecimiento del pecado y a ser delicados con Dios sin querer ofenderle en lo más mínimo. Hay que tener higiene también en el corazón y en la memoria. El Señor está con nosotros, nos ayuda y nos perdona. Con esto basta para dejar la zozobra. ¿Qué temores malsanos he de quitar de mí?...

 

 

 

2. El Señor, con su ademán y con su voz, alejó la tormenta. No le cuesta nada repetir la operación. Pero quiere probar nuestra confianza. En el callejón sin salida, en los momentos difíciles, en la hora de la confianza. Poner lo que debemos como si todo dependiera de nosotros, y confiar en Dios como si todo dependiera de él. He ahí el secreto. Parece un absurdo, pero es así. Solo después viene la calma. ¿En qué ocasiones debo confiar más en el Señor?...

 

 

 

 

160. ¿A QUÉ  VIENES?

 

 

Se acercó (Judas) a Jesús y le dijo:

- “¡Salve, Maestro!”.

Y le besó. Pero Jesús le contestó:

-“Amigo, ¿a qué vienes?”.

 

                                               (Mt 26,49-50)

 

 

 

1. Fue la traición más negra de la historia. Un amigo íntimo de Cristo, que convivió con él durante tres años, que fue testigo de su bondad, que fue escogido con predilección para ser sacerdote... Y al final  vende al Maestro con un beso traidor. Parece una ficción de novela. Pero es una historia que se va repitiendo. Es posible ser Judas cuando uno niega continuamente lo que el Señor pide. ¿Hay algo en mí capaz de convertirme en Judas?...

 

 

 

2. La pregunta del Señor continúa repitiéndose. A los despistados, a los tacaños, a los cobardes, a los que se hacen el sordo, a los que dan largas al asunto... y que, no obstante, continúan topándose con el Señor por cumplimiento... el Señor pregunta de nuevo: “Amigo ¿a qué vienes?”... Todavía el Señor nos llama amigos. Todavía estamos a tiempo de recoger la invitación a amarlo sinceramente. En mi trato con el Señor, ¿actúo por cumplimiento?...

 

 

 

 

161. ¿POR QUÉ LLORAS?

 

 

 Le preguntan (los ángeles a Magdalena):

-“¿Por qué lloras?”

-“Porque se  han llevado a mi Señor

y no sé dónde lo han puesto”.

 

                                               (Jn 20,13)

 

 

 

1. La Magdalena se entregó de veras. Había sido la gran pecadora, pero fue luego generosa hasta el extremo. No supo nada más que amar a Jesús. Su gozo era encontrar a Cristo. Su pena, estar lejos de él. Los demás gozos y penas eran superficiales, de ninguna monta. Y como Cristo no se deja vencer en generosidad, no tuvo más remedio que aparecérsele resucitado. No pudo resistir a las lágrimas. ¿Busco al Señor aunque me cueste lágrimas y esfuerzo?...

 

 

 

2. Los ángeles no llenaron el corazón de la Magdalena. No se contentaba con los dones de Cristo, le quería a él en persona. ¡Qué palabras tan hermosas! “Se han llevado a mi Señor”: siente la lejanía de Cristo como el pez coleteando fuera del agua. “Y no sé dónde lo han puesto”: es el sufrimiento de quien no sabe qué hacer para encontrar a Cristo de veras. Pero tú sí que lo sabes. No tienes excusa. ¿Deseas ardientemente el encuentro con Cristo?...

 

 

 

 

162. ¿POR QUÉ HAS DUDADO?

 

 

Al sentir (Pedro) la fuerza del viento,

Le entró miedo,  comenzó a hundirse...

Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:

-“¡Hombre de poca fe!,

¿por qué has dudado?”.

 

 

                               (Mt 14,30-31)

 

 

 

1. Pedro se sintió valiente. Quizá hasta superior a los discípulos que quedaban en la barca. Y entonces precisamente comenzó a hundirse. Dios nos quiere dar su fortaleza con la condición de que reconozcamos que es suya la gloria. No es nuestra debilidad la que nos aparta de Dios, sino nuestro orgullo y vanidad. Fijarse de sí es comenzar a hundirse. El demonio aguarda a tentarnos cuando nos ve confiados en nosotros. Entonces su victoria es segura. ¿Me fío de mis propias fuerzas?...

 

 

 

2. El Señor reprendió a Pedro porque dudó. Quien se fía de sí, en los momentos difíciles habla de imposibilidad. Quien no se fía de sí, en lo que parece imposible confía en Dios. Y triunfa siempre. Dices: Ya lo he intentado muchas veces y no lo he conseguido. Prueba de nuevo, confiando en Dios, y hallarás fruto abundante. El optimismo que se apoya en Cristo todo lo consigue y todo lo ve posible, precisamente porque no se fía de sí... ¿Confío en el Señor en los momentos más difíciles?...

 

 

 

 

163. ¿POR QUÉ NO CONOCÉIS MI LENGUAJE?

 

 

...“Porque no podéis escuchar mi palabra...

Porque os digo la verdad,

no me creéis”.

 

                                               (Jn 8,43.45)

 

 

 

1. Jesucristo sigue hablando. Unos lo escuchan y otros se hacen el sordo. Para unos su palabra satisface el corazón, para otros es una palabra aburrida. No hay peor sordo que el que no quiere oír a Dios. La palabra de Cristo rebosa en el corazón duro o envuelto en inclinaciones desordenadas. La soberbia y el vicio no dejan oír la voz del Buen Pastor. Su voz es dulce como la de la madre, pero solo para quienes la quieren oír. ¿Pongo estorbos a la voz de Jesucristo?...

 

 

 

2. La verdad es agradable a quien busca la verdad. Pero es muy dura para el que huye de la luz. Quien se conoce a sí mismo sin desalentarse es un hombre equilibrado que vive siempre en paz. Ser lo que somos procurando ser lo que debemos ser, he ahí lo que se llama autenticidad. Jesús es la verdad porque dice, ama y obra la verdad. Honradez, sinceridad, reflexión, humildad, respeto a los demás..., son facetas de la verdad. ¿Digo, amo y obro la verdad?...

 

 

 

 

164. ¿DÓNDE LO HABÉIS ENTERRADO?

 

 

-“Señor, ven a  verlo”.

Jesús se echó a llorar... Y gritó con voz potente:

-“Lázaro, sal fuera”.

El muerto salió…

 

                                               (Jn 11,34-35.43-44)

 

 

 

1. Jesús amaba a Lázaro. Pero le dejó morir. Fue una prueba para el amigo y una pena para el mismo Jesús. Jesús llega a llorar la muerte del amigo a pesar de saber que resucitará. Su corazón es muy sensible a nuestros problemas. Los siente más él que nosotros. Le interesa saber de nuestros labios lo que ya sabe con su ciencia infinita. Es buen amigo, no es fingido. Ama en serio. ¿Estoy convencido de que Jesús me ama sinceramente?...

 

 

 

2. Y luego se siguió el milagro. Bastó una palabra de Jesús. El muerto llevaba ya cuatro días de podredumbre. No importa. El amor de Cristo puede lo imposible. Con una condición: que nos pongamos a tiro. Presentarle nuestras miserias, confiar en él, he ahí la clave de la caja de caudales que es su corazón. ¿Le cuento al Señor todo lo que me sucede?...

 

 

 

 

165. ¿OS FALTÓ ALGO?

 

 

-“Cuando os envié sin bolsa,

sin alforja, sin sandalias, ¿os faltó algo?”

Dijeron:

- “Nada”.

                                               (Lc 22,35)

 

 

 

1. Es curioso. Quien sabe dejarlo todo por Cristo no encuentra a faltar nada. “Niega tus deseos y hallarás lo que desea tu corazón”. El corazón instalado en Cristo, y todo lo demás se considera vanidad. “He considerado todo como basura, dice san Pablo, para poder adquirir a Cristo”. No falta nada a quien sabe decir “solo Dios basta”. Cristo llena todas las aspiraciones de nuestra vida. ¿Me conformo con solo Jesucristo?...

 

 

 

2. Quien empieza a hambrear cosas de la tierra no se sacia jamás. Porque nuestro corazón ha sido creado para albergar a Dios. La única manera de poseer de verdad las cosas de la tierra es poseer al Señor de ellas. Entonces todas las cosas son medios que nos llevan a Dios. Pero quien se instala en las cosas alejándose de Dios, no encuentra a Dios, ni a sí mismo, ni a las creaturas de Dios, sino que se encuentra oprimido en sus propias inclinaciones. ¿Hay algo que me aleje de Dios?...

 

 

 

 

166. ¿QUÉ ESTRÉPITO ES ESTE?

 

 

Encuentra el alboroto de los que lloraban

y se lamentaban a gritos,

y después de entrar les dijo:

-“¿Qué estrépito y qué lloros son estos?

La niña no está muerta; está dormida”.

Se reían de él.

 

                                               (Mc 5,38-40)

 

 

 

1. Al Señor le molesta el “ruido”. Hay mucho “cumplimiento” en nuestras prácticas de piedad. “Los verdaderos adoradores adoran al Padre en espíritu y en verdad”. Las manifestaciones de fuera son buenas, siempre que sean la expresión de los sentimientos internos. Nuestras oraciones son a veces “discos rayados”. El Señor ya se los sabe de memoria y quiere oír voces que salgan del corazón. ¿Corresponde mi piedad interna a la externa?...

 

 

 

2. Ni la vanidad ante el éxito ni la angustia en el fracaso le gustan al Señor. Sencillez evangélica es la actitud más cristiana. Ni bombos ni lamentaciones, sino manos a la tarea. En los éxitos: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos”. En los fracasos: “El Señor lo dio, el Señor lo quitó; bendito sea su santo nombre”. Claro que esto ya no se estila hoy... ¿Sé guardar la humildad en los éxitos, y la confianza en los fracasos?...

 

 

 

 

167. ¿QUIÉN ME HA TOCADO?

 

 

Dijo Pedro:

-“Maestro, la gente te está apretujando y estrujando”.

Pero Jesús dijo:

- “Alguien me ha tocado,

pues he sentido

que una fuerza ha salido de mí”.

 

                                               (Lc 8,45-46)

 

 

 

1. Apretujar a Jesús, dejándose llevar de lo que hacen los demás, es muy fácil. Pero no aprovecha nada. El Señor busca la relación personal de tú a tú, aun cuando estamos reunidos familiarmente en la asamblea litúrgica. De otra suerte, todo sería oropel y ruido de oleaje. La fe, la esperanza y la caridad son un encuentro personal. Cada uno ha de conocer el riesgo de lanzarse a esta aventura. ¿Tengo piedad personal o actúo con el pensamiento y el corazón en otra parte?...

 

 

 

2. Del trato personal con Cristo se sigue todo bien. Uno actúa como persona, con su pensamiento, su querer, su afectividad. No somos “cosas” ni borregos, somos personas. Y el Señor ha venido a salvar a las personas. Oración, sacramentos, santa misa, etc., como piedad personal, significa ponerse en contacto con Cristo y sanar. Una sola misa, bien participada, nos aprovecharía mucho más. ¿Qué debo mejorar en mi vida de piedad?...

 

 

 

 

168. ¿ME QUIERES?

 

Por tercera vez le pregunta:

-“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”

-...”Señor, tú conoces todo,

tú sabes que te quiero”.

 

                                               (Jn 21,17)

 

 

 

1. El examen lo hizo el Señor a Pedro, que le había negado tres veces. Jesús no quiere nuestros dones, sino nuestro amor. A Pedro le examinó de amor. Amar es darse sin reserva. Hay personas que no han amado nunca. Amar a Cristo es preocuparse por sus intereses y sus intenciones, y hacer su voluntad. Amar no es buscar los dones del amado. Aunque del amor a Cristo se siguen todos los dones. En mi amor hay mucho de egoísmo que he de desarraigar...

 

 

 

2. Pedro amaba sinceramente. Sobre todo, después de la caída. Pero ya no se fía de sí. Ama más ahora, después de caer, que antes, cuando lo dejó todo por Jesús. Es que no hay verdadero amor sin humildad. Ama únicamente quien descubre en sí mismo el retablo de las misericordias de Dios. Entonces desea uno amar y hacer amar a Cristo. Recordando las misericordias del Señor, amaré con más sinceridad y humildad...

 

 

 

 

 

169. ¿POR QUÉ ME PEGAS?

 

 

Uno de los guardias

que estaba allí

le dio una bofetada a Jesús.

-“¿Por qué me pegas?”...

 

                                               (Jn 18, 22)

 

 

 

1. Una bofetada en el rostro del Hijo de Dios. Parece mentira. No fue más que uno de tantos episodios de la pasión. Y la pasión continúa. Se ha perdido el sentido del pecado. No nos damos cuenta de que un pecado no es solo una cosa mala, sino una ofensa personal al mejor de los padres y de los amigos. Se peca sin ver las consecuencias. Una bofetón a la propia madre es mucho menos que un bofetón al amor. ¿Colaboro con mis pecados a los sufrimientos de Cristo?...

 

 

2. El Señor no hundió en los infiernos a aquel pobre desgraciado. Porque si así lo hubiera hecho, yo tampoco leería estas líneas. El Señor le hace reflexionar ¿Por qué? No vale hacerse el sordo ni olvidar tontamente. Ni vale ocultar la cabeza en la arena... ¿Por qué sigo ofendiendo al Señor, olvidando sus beneficios, haciéndole esperar, cerrándole la puerta?...

 

 

 

 

 

170. ¿SOIS CAPACES DE BEBER EL CALIZ?

¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?"
Contestaron: "Podemos ".

(Mc 10,38-39)

1. Juan y Santiago deseaban los primeros puestos.En parte, para estar más cerca de Cristo. En parte, por ambición, Jesús les purifica lo malo para que se queden con lo bueno. En nuestras obras y deseos hay mucho amor propio. El Señor nos envía sufrimientos para acrisolar el oro de nuestro amor. El leño húmedo crepita en la hoguera: sentimos la humillación, la cruz, porque necesitamos purificarnos. ¿Entiendo el valor del sacrificio? ...

2. ¡Qué valentía la de Juan y Santiago! El Señor les pregunta si son capaces de seguirle hasta la cruz. No lo dudan ni un momento. Y no fueron solo palabras. Su vida posterior demostró la firmeza de sus propósitos. Los corazones grandes no están hechos para hambrear honores. Y el tuyo es muy grande: solo cabe Dios en él. Te falta decisión, saber decir siempre "si" a Dios. ¿Te acorbar-
das ante las dificultades? ..

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

171. ¿DARASTU VIDA POR MI?

Pedro replic6:

- 'Señor, por qué no puedo seguirte ahora?
Yo daré mi vida por ti
".

"¿Darás tu vida por mí?".
(Jn,13,37-38)

1. Hay deseos que parecen de verdad, pero no
son más que bravatas, nubes sin agua. Pedro ne-
garía al Señor pocas horas después de hacer gala
de heroísmo. Quien promete heroísmos olvidando
los detalles de la vida ordinaria, promete lo que no
hará jamás, Los heroísmos son fruto de una vida
callada. Ser una gotita de aceite en el engranaje no
resulta muy agradable, pero es muy eficaz. ¿Valoro
los pormenores de la vida ordinaria? ..

2. Dar la vida por Cristo ha de ser nuestro
deseo. Santa Teresita deseaba ser mártir de cuerpo
y de espíritu. Es patrona de las misiones por el
martirio de una vida ordinaria. Cuesta más dar la
vida gota a gota, sin que nadie se dé cuenta. No da
la vida por las ovejas el pastor que no da antes de
su bolsillo. Asistir a misa significa inmolarse con
Cristo. Pero Cristo no quiere promesas hueras, sino
realidades de Nazaret y de calvario. Sólo así se re-
sucita con Cristo. ¿En qué forma debo inmolarme
con Cristo? ..

 

 

172. ¿COMPRENDÉIS LO QUE HE HECHO?

 

“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?...

Os he dado ejemplo

para que lo que yo he hecho con vosotros,

vosotros también lo hagáis”.

 

                                               (Jn 13,12.15)

 

 

 

1. Difícil entender cuando ciega el amor propio. El Señor ha hablado muy fuerte con su ejemplo: lavó los pies de sus apóstoles. Esto no se entiende. Es la ley del amor. Amar al prójimo hasta ver en él el rostro de Cristo, parece poesía, pero es realidad. Lo malo es descubrir esta verdad en el prójimo antipático o pesado con quien toca convivir. El amor es la ley fundamental de la Iglesia. Seguramente tendré que corregir bastantes actitudes...

 

 

2. El Señor nos da ejemplo. A él le costó más, porque es el Hijo de Dios. Su humildad llega hasta hacerse hombre, vivir ocultamente, morir como malhechor. Tanto no nos pide el Señor ordinariamente, pero sí más de lo que hacemos. A veces parece heroísmo el humillarse, pero nuestra humillación es bien poca cosa si la comparamos con la del Señor. ¿Sé humillarme como el Señor?...

 

 

 

 

173. ¿QUIERES QUEDAR SANO?

 

Jesús, al verlo (al paralítico) echado,

y sabiendo que ya  llevaba  mucho tiempo,

le dice:

-“¿Quieres quedar sano?”.

 

                                               (Jn 5, 6)

 

 

 

1. Jesucristo lo sabe todo. Ve todo lo que nos sucede. Su mirada es la de una madre. Ve nuestras miserias corporales y las quiere remediar, pero quiere que primero aprendamos el valor de las cosas caducas y que estamos de paso hacia la casa paterna. Ni a sí mismo ni a su madre ahorró trabajos y cruces. Nosotros lo ciframos todo en un período muy corto de tiempo. Él nos ama más: piensa en la felicidad que tendremos en los siglos de eternidad. ¿Sufro con amor y optimismo las penas de esta tierra?...

 

 

2. Quiere el Señor que le pidamos por nuestros asuntos corporales. Pero prefiere que nos ocupemos más de los espirituales. Cualquier dolencia del cuerpo nos pone en vilo y buscamos el remedio. Cuando hay algo que impide nuestra transformación en Cristo ¡qué poco nos preocupamos! ¡Cuántos cadáveres ambulantes y cuánta lepra invisible! ¿Quiero de veras curar de mis vicios y defectos?...

 

 

 

 

174. ¿DÓNDE ESTÁN LOS OTROS NUEVE?

 

 

Uno  de ellos (diez leprosos) se volvió...

-“¿No han quedado limpios los diez?

Los nueve,¿ dónde están?

¿No ha habido quien volviera

a dar gloria a Dios más que este extranjero?

 

                                                               (Lc 17,15.17-18)

 

 

 

1. Así somos de agradecidos. Mucho llorar cuando sufrimos y nadie se acuerda de Dios en la prosperidad. Todos confían en el Señor cuando hay una calamidad, pero pocos le dan gracias por sus dones constantes. Y menos mal si no se emplean estos dones para pecar. Lo raro es que el Señor no nos castigue. Aunque a veces lo que llamamos castigo no es más que el bisturí en manos del médico, que, en este caso, es nuestro padre. ¿Soy agradecido de veras?...

 

 

 

2. El corazón de Jesús se queja. Tres palabritas denigran a una persona: tacaño, cobarde, ingrato. La última es la peor. Todos la llevamos a la espalda. Al menos, los que nos contamos entre los otros nueve leprosos curados. Así como la salud no se siente, cuando uno va bien no se acuerda de agradecérselo al Señor. Si piensas en tu lepra pasada no tendrás más remedio que ser santo. Solo no son santos los olvidadizos. Cada beneficio recibido del Señor es una llamada a la santidad...

 

 

 

 

175. ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?

 

Jesús se paró

y mandó que se lo trajeran (al ciego).

Cuando estuvo cerca, le preguntó:

“¿Qué quieres que haga por ti?”...

 

                                               (Lc 18,40-41)

 

 

 

1. Cuando pasa el Señor es una oportunidad que urge aprovechar. A veces pasa para no volver. Este paso del Señor puede ser un buen pensamiento, un consejo, escuchar la palabra de Dios, recibir un sacramento... Vivir entonces con el pensamiento y el corazón en otro sitio, es perder la ocasión de sanar. El ciego de Jericó gritó, no hizo caso del qué dirán y se acercó al Señor para escucharle. ¿Aprovecho el paso del Señor?...

 

2.  Nuestro deseo dirigido al Señor es una oración. El mismo Señor nos insta para que le expongamos nuestros problemas. Ya los sabe, pero los quiere escuchar de nuestros labios. Cuando abrimos el corazón al Señor, quitamos la losa del orgullo y de la autosuficiencia. El Señor lo puede todo y quiere sanarnos; pero exige de nosotros esta apertura con él y con sus ministros. En la oración, ¿expongo mis deseos al Señor?...

 

 

 

 

176. ¿NO OS HE ESCOGIDO YO?

 

 

-“Nosotros  creemos

y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.

Respondió Jesús:

-“¿Acaso no os he escogido yo a vosotros, los Doce?

Y uno de vosotros es un diablo”.

 

                                               (Jn 6,69-70)

 

 

 

1. Los apóstoles hicieron un acto de fe muy hermoso. Se unieron a Cristo para seguirle, a pesar de las dificultades y de la opinión de la masa vulgar. Cristo llama a cada uno y espera una respuesta personal de cada uno. Esperar a responder con generosidad cuando los demás lo hagan, es condenarse a no encontrar a Cristo jamás. Una decisión tomada en los mejores años de la vida es la base del éxito. ¿Soy hombre o mujer de decisiones firmes?...

 

 

 

2. Recibiste la llamada de Cristo a la fe y al amor. Fue una predilección. Millones de personas todavía no la han recibido, se hacen el sordo o responden a medias. Judas fue llamado nada menos que para ser apóstol de Cristo, pero acabó diablo. Todo es cuestión de saber escuchar atentamente y responder con generosidad. La generosidad forja a los grandes hombres. El “mayor testimonio de amor”, enseña el concilio Vaticano II, es la respuesta a la vocación sacerdotal. ¿Soy generoso a las llamadas del Señor?...

 

 

 

 

 

177. ¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

 

Muchos  discípulos suyos se echaron atrás

y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús dijo a los Doce:

-“¿También vosotros queréis marcharos?”.

 

                                               (Jn 6,66-67)

 

 

 

1. ¡Qué fuerza tiene la propaganda! Muchos discípulos se apartaron de Cristo para siempre. Se dejaron llevar del ambiente. Solo se deja llevar el que no tiene carácter. Y lo peor es que una aventura de valientes. Los valientes son pocos, pero tú lo puedes ser. No hagas depender el seguir a Cristo de nada ni de nadie. Tu entrega a Cristo ¿depende de los demás?...

 

 

 

2. Jesucristo no necesita de nadie. Pero su corazón siente la separación de quienes fueron sus amigos. Cuando hizo la pregunta a los apóstoles, habría momentos de zozobra para todos. Jesús es muy sensible al amor y a la traición. Su pregunta es como cuando se sacude un árbol para limpiarlo de las hojas secas. Eres hoja seca cuando sigues al Señor a medias y no te das cuenta de las ofensas que le haces. ¿Eres, en la práctica, de los que siguen a Cristo a medias?...

 

 

 

 

178. ¿TENÉIS PESCADO?

 

 

 Jesús les dice:

- “Muchachos, ¿tenéis pescado?”

Le contestaron: “No”.

-“Echad la red a la derecha... y encontraréis”.

 

                                               (Jn 21,5-6)

 

 

 

1. Habían pasado la noche trabajando y no pescaron nada. No tenían nada que ofrecer a Cristo. Mucho moverse y poco fruto. Muchas palabras y pocas obras. Cuando el Señor no ayuda, no hay nada que hacer. Lo curioso es que el Señor siempre ayuda, pero preferimos trabajar por nuestra cuenta fiándonos de nosotros mismos. Así sale ello... Y entonces nos quedamos con las manos vacías. ¿Son muchos los días en que termino la jornada con las manos vacías?...

 

 

 

2. El Señor nos despierta de nuestro engaño. Solo fiándonos de él, conseguiremos fruto y el cumplimiento de los propósitos. Cuando el Señor ayuda, se recoge en un momento lo que fue imposible durante años. Hay que aprender estas matemáticas de Dios. Muchos, con menos cualidades, te pasan delante porque son más humildes. También la humildad es una cualidad. ¡Si tu oración fuera más humilde y confiada!...

 

 

 

 

179. ¿NO HABÉIS PODIDO VELAR?

 

 

Los encontró dormidos...

Y  dijo a Pedro:

-“¿No habéis podido velar una hora conmigo?”.

 

                                               (Mt 26,40)

 

 

 

1. Pío XII hablaba del “cansancio de los buenos”. Mientras los enemigos de Dios trabajan, no es raro encontrar dormidos a quienes llaman amigos de Cristo. Muchas bravatas, muchos pensamientos y deseos vacíos, pero nada más. Y todo, por no tomarse la molestia de orar bien. Cuando uno se fía de sí, encuentra pronto el fruto de su tontería. ¿Trabajo para extender el reino, al menos con tanto tesón como los negociantes terrenales o los enemigos de la Iglesia?...

 

 

 

2. ¡Ni una hora! Pedro prometió dar la vida por Cristo, y no fue capaz de dominar el sueño. El Señor busca compañía. En Getsemaní sufrió agonía, pero ahora en los miembros de su cuerpo místico sigue sufriendo. ¿Quién acompaña al Señor? Mientras haya hombres que sufren, es Cristo que se transparenta en su rostro, que sufre en ellos. ¡Que todos los días hagamos algo en beneficio de los demás! Al menos, un acto de amabilidad. ¡Está el Señor tan solo en el sagrario y en el prójimo!...

 

 

 

 

180. ¿QUIÉN ES MI MADRE?

 

 

“¿Quién es mi madre?...

Estos son mi madre y mis hermanos.

El que haga la voluntad de mi Padre...

ese es mi hermano y  mi hermana y mi madre”.

 

                                               (Mt 12,48-50)

 

 

 

1. Cristo ama a su madre y quiere que nosotros la amemos también. Pero hemos de entender el porqué de la grandeza de María: fue siempre fiel a la palabra de Dios, como insiste el concilio Vaticano II. Por esta fidelidad pudo corresponder a la gracia de la maternidad divina, pudo estar asociada a la obra de la salvación, pudo ser nuestra madre. Cristo nos señala la verdadera devoción a María. Algunos, entonces como ahora, solo se fijan en cosas accidentales. ¿Cómo es mi devoción a María?...

 

 

 

2. Podemos tener intimidad con Cristo y serle tan familiares como su Madre. Podemos transformarnos en Cristo y vivir en él, de él y para él. Podemos presentarnos ante el Padre con las facciones de Cristo. Pero se necesita una condición: imitarle en cumplir la voluntad del Padre. No hacer el propio capricho, sino la voluntad de Dios. María fue quien imitó mejor a Cristo. Ella es el molde donde nacemos a la vida en Cristo. Por eso es nuestra madre. ¿Hago siempre y en todo la voluntad de Dios?...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

VII.  EL APÓSTOL DE JESÚS

 

 

 

 

 

El cristiano tiene vocación de santo y de apóstol. “La vocación cristiana es también vocación al apostolado” (Vaticano II, Apostolicam actuositatem). Dices que amas a Cristo con toda tu alma. Luego debes sentir los problemas de Cristo como propios.

 

¿Un termómetro para conocer tu unión con Cristo? Muy sencillo. Apunta en tu diario espiritual qué es lo que sientes ante estas palabras: “El amor no es amado”.

 

Eres un miembro vivo del cuerpo místico de Cristo en la medida en que sientes y te preocupas de los otros miembros. ¡Sentir el chasquido del sarmiento que se desgaja de la vid!

 

Cristo necesita de ti.Es un “misterio verdaderamente tremendo” (Pío XII). Puede “completar”, como san Pablo, lo que falta a la pasión de Cristo; puedes ayudar a que su sangre redentora llegue a todos.

 

¿No sirves?No servirías si no fueras un instrumento dócil, si no ofrecieras toda tu nada, si no tuvieras intimidad con Cristo. Solo entonces serías un trasto inútil, a lo más un objeto de adorno.

 

La llamada de Cristo es urgente, personal. La bandera de Cristo ondea con los colores de: sacrificio, pobreza, humildad, es decir amor.

 

¿Quieres consagrar totalmente tu vida a expandir el reino de Cristo? Pues tal vez el Señor te llama para ser su “doble”, para ser su “otro yo”, su “vaso de elección”. Es “la mayor prueba de amor que se puede dar a Cristo” (Vaticano II).

 

La Virgen Santísima es maestra de apóstoles. Pero si un día llegas a prestar a Cristo tus labios, tus manos, todo tu ser ya sacerdotal, virginal, de apóstol, entonces podrás mirar a la madre con los ojos de Jesús y ayudarla a buscar a sus hijos con los brazos crucificados de Jesús.

 

 

 

181. EL MÁS HERMOSO IDEAL

 

 

Dijo Jesús a Simón:

- “No temas; desde ahora serás

pescador de hombres”.

...Dejándolo todo,  lo siguieron.

 

                                               (Lc 5,10-11)

 

 

 

1. Un pescador como Pedro no podía esperar para su vida otro ideal que el de recoger unos peces para ganarse la vida. Pero, inesperadamente, el Señor le llamó para el más hermoso de los ideales: ser apóstol de Cristo. Su vida ya tendría sentido. Se trataría de contagiar a los demás el amor de Cristo. Amor que se ha de poseer para poderlo comunicar. Amar a Cristo y hacerle amar. ¿He descubierto mi ideal de apóstol?...

 

 

 

2. La respuesta de Pedro, de Santiago, fue inmediata y decidida: lo dejaron todo. Es decir descubrieron que no había nada mejor que seguir a Cristo. Como el millonario no hace caso de la calderilla, pusieron su mirada en Cristo y la apartaron de las cosas caducas. El más hermoso ideal, el de ser apóstol de Cristo, cuesta sacrificio porque vale la pena. No tener más ilusión que gastarse por Cristo, darlo a conocer, hacerlo amar. Y esto, en cualquier modo de vida, aun en una vida monótona. Entonces no hay días monótonos. ¿Estoy dispuesto a dejarlo todo para ser apóstol de Cristo?...

 

 

 

 

182. EJEMPLO DE JESÚS

 

 

Jesús se marchó a un lugar solitario

y allí se puso a  orar...

Simón y sus compañeros fueron en su busca y le dijeron:

-“Todo el mundo te busca”.

...Recorrió toda Galilea, predicando.

 

                                               (Mc 1,35-39)

 

 

 

1. El apóstol es como una pila que, para dar luz, ha de cargarse. El apóstol se carga de Cristo en la oración y en el trato con él. Cristo está en el prójimo, pero no se le descubre allí sin haber dialogado con él en la oración. Para dar a Jesucristo hemos de transformarnos en él. El apóstol es un pincel del que se vale Dios para dibujar en las almas a Cristo. El pincel se hace dócil en manos del artista. El apóstol se hace dócil en la oración. Mirando mi vida de oración, ¿soy y seré apóstol de veras?...

 

 

 

2. A Cristo lo buscan ansiosamente. Después de haber dialogado con el Padre, se da a sus hermanos los hombres. En la oración, el apóstol se hace fuerte para la acción. El apostolado es duro cuando se quiere ser de veras apóstol dándose del todo. Pero hemos de darnos como Dios quiere y el prójimo necesita. Y esto supone matar mucho egoísmo en la oración. El darse del apóstol solo es posible cuando uno se va transformando en Cristo. ¿Me doy de veras a los demás amándolos como Cristo?...

 

 

 

 

183. JESÚS LLAMA

 

 

Llamó a los que quiso y se fueron con él.

E instituyó  doce

para que estuvieran con él

y para enviarlos a predicar...

 

                                               (Mc 3,13-14)

 

 

 

1. Cristo llama para el apostolado. Cada bautizado tiene una misión apostólica que cumplir. La llamada de Cristo es una predilección. A unos los llama para que gasten su vida, como san Francisco Javier. A otros, para que sean como santa Teresa: misioneros desde su vida ordinaria. De nuestra fidelidad a su llamada depende la salvación de muchas almas. No podemos perder tiempo. El tiempo es almas, hombres y mujeres que salvar. ¿Soy fiel y generoso a la llamada del Señor?...

 

 

2. Dos son los aspectos del apostolado; estar con Cristo y dar a Cristo. Lo primero para ver, escuchar, experimentar a Cristo. Solo entonces se puede dar lo segundo: ser testigo de Cristo. No puede ser testigo quien no ha visto y oído. ¿Quieres ser apóstol de Cristo y no lo conoces y amas a fondo? Esto es imposible... Si ahora no exhalas olor de Cristo, tampoco después...

 

 

 

 

184. ES UNA GRACIA MUY GRANDE

"Soy yo quien os he elegido y os he destina do
pa
ra que vayáis y deis fruto,

y vuestro fruto dure".

(Jn 15,16)

1. El apóstol es un elegido, un predilecto. Cri-
sto mismo elige a quienes han de ser sus testigos.
Es la mejor de las gracias. Deseemos, pues, que
Cristo estrene nuestro corazón para poder decir:
"cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor".
Ser enviado de Cristo a cualquier ambiente para
cristianizarlo, ¡nada más hermoso ni más exigente!
Esto atrapa a toda la persona y para toda la vida.
Vale la pena. ¿Estoy ilusionado, soy feliz, por ser
apóstol de Cristo desde mi puesto? ..

2. El éxito es seguro. Pero no siempre se le ve.

Se ha de tener fe en Getsemaní y en el Calvario.
Quien siembra evangelio, produce fruto, aunque
sean otros los que lo recojan. La tarea del apóstol
es sembrar, con la única preocupación de sembrar
buena semilla. Quien quiere recoger prematura-
mente, recoge espigas vacías. No hay redención
sin cruz, ni apostolado sin sufrimiento. Pero el
fruto es seguro, sobre todo cuando no se palpa.
¿Comprendo el valor del sufrimiento y de la cruz
en orden al apostolado? ...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

185. EXAMEN DEL APOSTOL

Dijo Jesúsa Simón Pedro.

- "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?".

"Si, Señor, sabes que te quiero ... "
"Apacienta mis corderos".

(Jn 21,15)

1. Solo puede ser apóstol quien sabe amar. A
Pedro le examinaron de amor. Para ser testigo de
Cristo se necesita identificarse con él en el pensar,
en el querer y en el obrar. Mal hablará de Cristo
quien no esté identificado con él. Todos han de
amar a Cristo, pero el apóstol ha de sacar sobre-
saliente en esta asignatura. Mal aguantarála bús-
queda de la oveja perdida quien no tenga el celo
del buen pastor. ¿Qué calificación merezco en esta
asignatura del amor? ..

2. San Pedro contestó decididamente y, esta
vez, con humildad. No se fiaba de sí, pero al
menos quería amar con generosidad. Sólo enton-
ces el buen pastar se fió de él y le encomendó el
cuidado de las ovejas. Cristo dio la vida por sus
ovejas. Por ellas bajo del cielo y vivió desvelán-
dose en cuidados y sacrificios. Nada tiene de más
valor que ellas, parque es el encargo del Padre. Y

este encargo te lo deja en tus manos, pero te

exige que ames como él... ¿Lohaces así?

 

 

 

 

186. RESPUESTA DEL COBARDE

 

 

Jesús se lo quedó mirando,

le amó y le dijo:

-…“Anda, vende lo que  tienes...,

y luego ven y  sígueme”.

...Él frunció el ceño y se marchó triste,

porque era muy rico.

 

                                               (Mc 10,21-22)

 

 

 

1. Era un muchacho de grandes cualidades. Quería salvarse y, para ello, cumplía los mandamientos. Viendo Jesús aquel corazón como una mina de oro sin explotar, le propuso algo mejor: dejarlo todo para seguirle y ser un apóstol. La propuesta era óptima. La mirada de predilección de Cristo se posó sobre él. Pero ¡qué fracaso!, dijo que “no” a Cristo, como tantos otros, como...

 

 

 

2. El muchacho se fue con la tristeza en el corazón. Veía que escogía lo peor, pero no se atrevía a ser libre. Su corazón estaba aprisionado en redes pequeñas que en este momento se convirtieron en cadenas. Su mirada cambió de serena en nublada. En un instante se jugó su porvenir irrevocablemente. Y todo, por naderías. Ya no sería águila, sino renacuajo. El corazón de Jesús lo sintió, pero él siempre respeta la libertad aun cuando estamos empeñados en caminar hacia la esclavitud. ¿Hay algo en mí que un día me impedirá decir “sí” a Cristo?...

 

 

 

 

187. RESPUESTA DEL VALIENTE

 

 

Muchos  discípulos se echaron atrás

 y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:

-“¿También  vosotros queréis marcharos?”.

 Simón Pedro le contestó:

-“Señor, ¿a quién vamos a acudir?”.

 

                                               (Jn 6,66-68)

 

 

 

1. Fue un momento muy crítico. En las primeras dificultades muchos discípulos se negaron a seguirle. Eran cristianos de temporada; Jesús había propuesto sus planes de quedarse en la eucaristía como banquete. Pero estas finezas no son para los pintores de brocha gorda. Y quedaron solo doce, incluyendo a Judas que se quedó por cobardía y fines bastardos. El oro se prueba en el crisol, y el discípulo de Cristo, en el sacrificio y en la vida de fe. ¿Sigo a Cristo solo cuando no me cuesta nada?...

 

 

 

2. Cristo no quiere seguidores a medias. Él ama con todo el corazón. Por eso pregunta para que respondan con sinceridad. Pedro respondió magníficamente en nombre de todos. Estaba tan enamorado de Cristo, que sin él ya no podía vivir. En esto se conoce el verdadero amor: en que nada ni nadie satisface y llena tanto como Cristo. Este es el entrenamiento necesario para ser apóstol. ¿Vivo muchos días al margen o a espaldas de Cristo?...

 

 

 

 

188. MI RESPUESTA

 

 

Vio a un publicano llamado Leví,  y le dijo:

- “Sígueme”.

Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.

Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa,

y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos...

 

                                               (Lc 5,27-29)

 

 

 

1. Cristo escogió a los apóstoles de entre pobres pescadores y pecadores. Llama a los que quiere, como te ha llamado a ti. El “sígueme” del Señor resuena continuamente en el fondo de los corazones como resonó en el del Pablo, Agustín. Algunos ni lo oyen; hay otras interferencias y parásitos. Otros no lo quieren oír. Pero siguen siendo muchos los valientes. ¿Escuchas con fidelidad y generosidad las llamadas al apostolado?...

 

 

 

2. La respuesta de san  Mateo (Leví) fue generosa. Lo dejó todo por Cristo y le siguió sin más. Su alegría era tan desbordante que convidó al Señor a un gran banquete. Quien ha encontrado a Cristo de verdad, siente la necesidad de darlo a conocer. Por eso san Mateo convidó a sus amigos de antes, aunque murmurasen los fariseos. Ser apóstol del Señor es una consecuencia de amarlo. Es la mejor manera de agradecerle su llamada y su perdón. ¿Tengo ilusión de dar a conocer y amar a Jesucristo?...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

189. APÓSTOL POR GRATITUD

 

 

-“Vete a casa con los  tuyos

y anúnciales lo que  el Señor

ha hecho contigo

y que ha tenido misericordia de ti”.

El (endemoniado curado) se marchó

Y empezó a proclamar lo que Jesús había hecho.

 

                                               (Mc 5,19-20)

 

 

 

1. Aquel pobre endemoniado quedó totalmente libre. Pero el Señor le dio el encargo de dar testimonio de las maravillas de Dios. Cristo acostumbraba a obrar de este modo. A veces elige para apóstoles a quienes se vieron enfangados en el mal, para que sean humildes y generosos. El verdadero apóstol nunca se considera mejor que los demás. Los beneficios que el Señor me ha concedido ¿me mueven a ser apóstol?...

 

 

 

2. El hombre curado se convirtió en apóstol. Narró lo que había visto y oído. El apóstol es testigo de Cristo. Aquel hombre se sintió ligado a Cristo para siempre. Hablaba de lo que sentía en el corazón. Hacer apostolado no es un juego. Apostolado es dar a conocer y amar a Cristo. ¿Sé hablar de Cristo y de sus intereses?...

 

 

 

 

190. ¿CÓMO ES EL APÓSTOL?

 

“¿Una caña sacudida por el viento?... (No).

¿Un hombre vestido con ropas finas?.. .(No).

¿Un profeta? Sí..., mi mensajero”...

 

                                               (Lc 7,24-27)

 

 

 

1. Cristo describió cómo es el apóstol. Se refería a san Juan Bautista, su precursor. El apóstol de Cristo no se deja llevar por el viento del qué dirán, resiste a la moda de las ideas confusas, le basta con los criterios de Cristo. El apóstol no es comodón, no se espanta ante la dificultad, sabe cortar sus caprichos, sabe crucificarse con Cristo... ¿Soy así?...

 

 

 

2. El apóstol sabe dar razón de Cristo. Hay quienes se saben la vida y milagros de los ídolos del deporte. Y ¿no te sabes todos los detalles de la vida de Jesús? Para ser mensajero de Cristo se necesita aprender bien la gran noticia que se va a comunicar. Y al anunciar a Cristo, han de ver los demás el amor que cautiva al mismo apóstol. ¡Ser buen olor de Cristo, ser luz de Cristo! ¿Qué te falta para ser apóstol de Cristo?...

 

 

 

 

191. ¿CÓMO SE HACE EL APÓSTOL?

 

 

“Cuando venga el Paráclito… el Espíritu de la verdad...,

él dará testimonio de mí;

y también  vosotros daréis testimonio,

porque desde el principio estáis conmigo”.

 

                                               (Jn 15, 26-27)

 

 

 

1. Ser apóstol de Cristo es una obra de arte que solo puede realizar el Espíritu Santo. El verdadero apóstol debe empaparse de Cristo, conocerle a fondo, amarle sin cortapisas, no perder ocasión de hacerle amar, gastar todos los minutos de la vida para extender su reino. No existe mejor ideal que este. Por esto el apóstol vive feliz, con el “gozo de pascua”, sobre todo en las dificultades. ¿Me dejo cincelar por el Espíritu Santo?...

 

 

 

2. El apóstol ha convivido íntimamente con Cristo. No bastan unos años de rutina. Es toda una vida la que se compromete por él. El mejor apóstol es aquel cuyo primer amor lo ha estrenado Cristo. Una infancia y una juventud gastada en amar a Cristo, es el camino más seguro para hacerle amar. ¿Pierdo los mejores años de mi formación? ¿Cómo podría emplearlos mejor?...

 

 

 

 

192. TAREA DEL APOSTÓL

 

 

“Esta alegría mía está cumplida.

Él tiene que crecer

y yo tengo que menguar”.

 

                                               (Jn 3, 29-30)

 

 

 

1. Juan Bautista fue apóstol de Cristo preparando su venida. Su único gozo fue anunciar a Cristo y gastarse por él. Tuvo muchos sinsabores, incomprensiones, persecuciones... y, al fin, derramó su sangre por él. Pero todo esto no le amedrentó, sino que le hizo más apóstol. ¡Vale la pena gastar toda la vida por este ideal! ¿Me gozo en los sacrificios que me hacen más apóstol de Cristo?

 

 

 

2. El apóstol no es comediante. No le interesa aparentar y lucir. Su gozo es que conozcan a Cristo y que le amen, que nazca y que crezca Cristo en los corazones. El apóstol sabe desaparecer y esconderse al afecto de los hombres, porque podría ser un estorbo para el encuentro con Cristo. No estorba quien es humilde y no se busca a sí mismo. ¿Estoy preparado para esta humildad?...

 

 

 

 

193. LUZ Y SAL

 

 

“Vosotros sois la sal de la tierra.

Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?...

Vosotros sois la luz del mundo...”

 

                                               (Mt 5,13-14)

 

 

 

1. El apóstol es sal que da buen sabor de Cristo y preserva de la corrupción. Muchos hombres y mujeres no saben nada de Cristo. Y tienen derecho a saber y a amar. Todo depende de que el apóstol sea sal de la tierra. Si en lugar de saber a Cristo, sabe a egoísmo, comodidad, dejadez, pereza, entonces, ¿quién dará a conocer a Cristo? No puede humedecerse mi entrega a Cristo con mi egoísmo. ¿En qué soy sal sosa?...

 

 

 

2. El apóstol es luz. Es Cristo la luz que resplandece a través de sus testigos. La luz no se esconde ni debe apagarse cuando hace falta. Muchos hombres van a la deriva, porque no han visto la luz de Cristo. Y no la han visto porque los “cristóforos”, los cristianos, la dejan apagar. ¿Cómo puedes ser luz de Cristo si tus obras señalan tinieblas de caprichos?...

 

 

 

194. A LAS ORDENES DE JESUS

"El que entra por la puerta,
ése es pastor de las ovejas ...

y las ovejas atienden a su voz.
Yo soy
la puerta".

(Jn 10,2.9)

1. El ap6stol imita a Cristo buen pastor. Tiene la
voz del buen pastor, quien ama siempre y a todas
las ovejas, sin excepción; quien imita a Jesucristo en
todo, quien es comprensivo, quien es sacrificado,
quien da la vida gota a gota, quien se olvida de sí
mismo, quien busca a la oveja perdida, quien se
hace pobre con los pobres y enfermo con los en-
fermos ...  ¿Voy por este camino o por el opuesto? ..

2. Jesúses la puerta del aprisco. Quien imita a
Cristo, entra al aprisco por la puerta. Pero quien es
pura apariencia y fachada de Cristo, no es más que
un salteador. El apóstol es como Jesúsy sabríadecir
sin ruborizarse: "Aprended de mi que soy manso y
humilde de coraz6n". El ap6stol sabe sintonizar con
Cristo y escuchar los latidos de su corazón. Sus preo-
cupaciones son las de Cristo en todos los momentos
del día ... 

 

 

 

 

 

 

195. UNION CON JESUS

"Permaneced en mi, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por si,

si no permanece en la vid, atampoco vosotros,
si no permaneis en mí".

(Jn 15,4)

1. Jesucristo ordena lo que ya es un privilegio
cumplir: permanecer en él. Es decir tener unión e
intimidad con él. ÉI vive en nosotros y nosotros en
él. Tenemos con él relaciónn vital más que como el
hijo con su madre. Así se hace el ap6stol. No hay
otro camino para ser "otro Cristo". Imitar a Cristo
es fácil cuando se le ama hondamente. ¿Tengo in-
timidad con Cristo? ..

2. De la uni6n con Cristo depende todo el fruto
del apostolado. De otra suerte, todo sería ruido de
nueces vacías. Es una locura esperar que un sar-
miento seco produzca fruto. Pero es todavía más
locura pretender ser ap6stol al margen de Cristo.
Porque apostolado es dar a Cristo. Y nadie da lo
que no tiene. Cada día debes enamorarte más de
Cristo si quieres ser su ap6stol.

 

 

 

 

196. CONSEJOS DE JESÚS

 

 

“Os envío como ovejas entre lobos;

por eso, sed sagaces como serpientes

y sencillos como palomas”.

 

                                               (Mt 10,16)

 

 

 

1. Dificultades no faltan. Las ha de haber para poderse crucificar con Cristo. No hay fruto de apostolado sin sacrificio. A veces las dificultades provienen de los mismos hombres con quienes se convive o a quienes se quiere hacer bien. Saber aguantar al prójimo antipático, o algo más, es el mejor camino para aprender a dar la vida por las ovejas. Las “almas” que se quieren salvar no son ideas, sino personas concretas con sus defectos. ¿Me preparo para el apostolado amando al prójimo con quien me toca convivir?...

 

 

 

2. Prudencia y sencillez, dos cualidades necesarias al apóstol. Prudencia significa equilibrio, reflexión, no precipitarse en el juzgar y en el obrar. Ya se entiende que no es prudente quedarse quieto, sino moverse con equilibrio. Y sencillez equivale a mirar a los demás con los ojos de Jesús. La sencillez hace confiar en Dios y tener optimismo cuando parece imposible, y descubre en los demás lo bueno que dicen y que tienen. ¿Noto que falta esa prudencia y sencillez en mí?...

 

 

 

 

197. INTERESES DE JESÚS

 

 

“Tengo otras ovejas...

También a esas las tengo que traer,

Y escucharán mi voz,

y habrá un solo rebaño y un solo pastor”.

 

                                               (Jn 10,16)

 

 

 

1. El apóstol escucha los latidos ardientes del corazón de Jesús. Pospone sus preocupaciones a las preocupaciones e intereses de Jesús. Cristo tiene sed. Por eso lanzó un suspiro anhelante: “Tengo otras ovejas” ...Son demasiados hombres y mujeres los que todavía no le siguen. Muchos, porque todavía no han oído hablar de él. Otros, porque necesitan una mano compañera. ¿Me llegan al alma estos deseos de Jesús?...

 

 

 

2. “Es preciso”. Es una necesidad para el corazón de Cristo. El Buen Pastor quiere encontrar a todas las ovejas perdidas. Porque resulta que son muchas, demasiadas. El corazón de Cristo se estremece de gozo pensando en el día en que todos los hombres oirán su voz. Para esto necesita muchos apóstoles que le ayuden de balde y con todo lo suyo. El Señor espera mi respuesta decidida...

 

 

 

 

198.  EN LOS FRACASOS

 

 

Aquella noche no pescaron nada...

Jesús les dice:

-“Echad la red a la derecha”…

La echaron y no podían sacarla,

por la multitud de peces.

 

                                               (Jn 21,3.5-6)

 

 

 

1. Hay momentos de zozobra para los apóstoles. A veces, que no se consigue fruto. A veces, el Señor exige que seamos como el trigo en el curso. Pero a veces se da el verdadero fracaso: cuando hemos confiado en nuestras propias fuerzas. Sin Jesús, todo es ruido de hojas secas. Y menos mal si se aprende la lección después del fracaso. ¿Planeo sin contar con Jesús...?

 

2. ¡Cómo cambia el panorama! Al actuar en nombre de Jesús, es decir en unión con él, se consigue lo imposible. En un santiamén, el Señor concede a los humildes aquello que los soberbios no consiguen ni a fuerza de años. Es cuestión de saber confiar en el Señor, actuar como él, y esperar el fruto, aunque no lo veamos hasta el cielo. ¿Soy optimista en el apostolado...?

 

 

 

 

199. EN LOS TRIUNFOS

 

 

Los apóstoles volvieron

a reunirse con Jesús,

y le contaron

todo lo que habían hecho y enseñado,

y les dijo: “Venid... a descansar”.

 

                                               (Mc 6,30-31)

 

 

 

1. Regresaron los apóstoles de su campaña apostólica y le contaron todo al Señor. El que trabaja por Cristo siente ganas de expansionarse con él. No es acción apostólica la que impide al apóstol su intimidad con Cristo. Como no sería verdadera intimidad con Cristo la que no empujara a extender el reino. En la expansión con Cristo se forjan los apóstoles. ¿Tengo todos los días un rato de expansión con Cristo...?

 

 

2. La expansión con Cristo no es solo una necesidad nuestra. Es también una invitación del Señor que quiere comunicarnos lo que hemos de hablar. No es tiempo perdido el dedicado a la oración. Cristo, antes de predicar, pasó treinta años en Nazaret. Y, luego, cuarenta días en el desierto y muchas noches en oración. La oración es también acción apostólica, sobre todo cuando se buscan los intereses de Cristo. En ella nos llenamos de Cristo y alcanzamos las gracias necesarias para la acción externa. (Vaticano II) Mi oración, ¿es la que corresponde a un apóstol?...

 

 

 

200. VICTORIA SEGURA

 

 

“El reino de Dios es semejante

a un grano de mostaza

que un hombre siembra en su huerto;

 creció, se hizo un árbol...”

 

                                               (Lc 13,18-19)

 

 

 

1. El apóstol está empeñado en una obra de éxito seguro. El secreto del éxito está en reconocer la pequeñez de nuestra colaboración. Cristo murió para salvarnos. Podemos ayudarle en la medida en que muramos a nuestro amor propio. Sembrar con éxito seguro es saber morir en cada momento haciendo la voluntad del Padre. Por lo menos, saber sembrar este granito de mostaza hoy, ahora.

 

 

 

2. Parece mentira que un árbol sea el desarrollo de una semilla insignificante. Pero esta semilla es vida en Cristo. A los ojos del mundo tiene poco valor, pero sí lo tiene, y mucho, a los ojos del Padre. El tonto y el veleta no pueden ser apóstoles. Tampoco el orgulloso. Ser apóstol es tener en sí la vida desbordante de Cristo. Podrá ponerse dique a esa corriente de agua viva, pero tarde o temprano el agua servirá para producir fluido eléctrico o para fertilizar los campos. ¿Me preparo para ser apóstol...?

 

 

 

 

 

201. PEDIR VOCACIONES DE APÓSTOL

 

 

“La mies es abundante

y los obreros pocos;

rogad, pues, al dueño de la mies

que envíe obreros a su mies”.

 

                                               (Lc 10,2)

 

 

 

1. El Señor ha puesto los frutos de su redención en manos de sus apóstoles. ¿Cómo es posible que haya todavía tantos millones de hombres que no conocen a Cristo? El Señor sigue llamando al apostolado. Pero faltan corazones jóvenes que respondan valientemente. Son pocos los jóvenes cristianos que oyen la voz de Cristo que grita desde el fondo de tantas almas vacías de Dios. ¿Soy fiel y generoso a la llamada de Cristo...?

 

 

 

2. Si son pocos los apóstoles de Cristo, ¿hemos de montar un gran tinglado de propaganda? Sería bueno, pero es mejor orar. La vocación y la fidelidad a la misma es una gracia que depende de Dios. El ser fiel a la vocación apostólica sigue siendo un milagro de la gracia que solo se da cuando hay oración. ¿Oro con frecuencia por mi vocación y por que haya vocaciones apostólicas...?

 

 

 

 

202. DAR LA CARA POR JESÚS

 

 

Volvieron (los fariseos) a preguntarle al ciego:

-“Y tú ¿qué dices del que

 te ha abierto los ojos?”.

Él contestó:

-“Que es un profeta...”

Y lo expulsaron.

 

                                               (Jn 9,16-17.34)

 

 

 

1. Ser apóstol de Cristo resulta comprometido. No es oficio de cobardes. A veces tendremos que dar la cara por él. Es preferible quedar mal con los otros amigos que con el amigo. El ciego supo decir la verdad y dar a conocer a Cristo. La prudencia siempre es virtud, pero no es prudencia todo lo que lo parece. Por lo menos no podemos callar, con nuestras obras, que somos de Cristo. ¿Soy valiente en mis palabras y ejemplo...?

 

 

2. Y luego vienen las consecuencias. Al ciego curado le echaron del templo. Hasta le tuvieron por malo. Y todo, por no conformarse a las palabras y a la conducta de los enemigos de Cristo. El apóstol ha de estar dispuesto a dar la vida, y ha de estarlo a dar otras cosas más pequeñas y ordinarias. No es posible poner condiciones. El apóstol ha de estar dispuesto a todo por Cristo. ¿Estoy dispuesto a cualquier sacrificio para poder ser apóstol...?

 

 

 

203. APÓSTOL CON EL EJMPLO

 

 

“Brille así vuestra luz

ante los hombres,

para que vean vuestras buenas obras

y den gloria a vuestro Padre...”

 

                                               (Mt 5,16)

 

 

 

1. No digas que no sabes ser apóstol de Cristo. ¿Qué debes hacer? Muy sencillo. Primero es cuestión de amarle ardientemente; luego, descubrir que no es amado; y luego... ¡pruébalo y verás! Porque, por lo menos, te darás cuenta de que ya con el ejemplo podrías hacer mucho. Si otros ven en tu conducta lo que Cristo predicó, se sentirán arrastrados hacia el Señor. Pero debes corregir todavía mucho de tu conducta hasta llegar ahí...

 

 

2. ¡Cuidado! No se trata de lucirse y decir a los cuatro vientos que tú amas a Cristo. Di solamente que le quieres amar. Y con esto ya se te notará en las obras. Y no pienses que te alabarán a ti. No. Sino que tu ejemplo se quedará impreso en su memoria y, cualquier día, les servirá para amar más a Dios. El que ama a Cristo, lo manifiesta a su alrededor. ¿Qué podrías mejorar en tu conducta...?

 

 

 

 

204. APÓSTOL DE LOS POBRES

 

 

“Sal aprisa a las plazas

y calles de la ciudad,

y tráete a los pobres, a los lisiados,

 a los ciegos y a los cojos”.

 

                                               (Lc 14,21)

 

 

 

1. Quienes están más preparados para recibir a Cristo son los pobres, los enfermos, los “desgraciados”. Por eso el verdadero apóstol, aunque quiere que todos encuentren a Cristo, preferentemente se dirige a los predilectos de Cristo, a los que mejor trasparentan su rostro. Los pobres, los niños, los desechados por todos, estos fueron y son los que están más dispuestos a amar a Cristo. Pero teniendo en cuenta que los ricos en dinero son a veces los más necesitados. ¿Dónde quisiera ser apóstol de Cristo...?

 

 

 

2. Cristo sigue deseando que vengan todos a él: “Tráete a los pobres…”. ¡Cómo desea el Señor a los enfermos, que se parecen a él! ¡Y a los niños, que de ellos es el reino de los cielos! ¡Y a los pobres y pecadores, a quienes espera y llama! Pero Cristo ahora necesita de mis labios y de mis obras para predicar. ¿Presto a Cristo mis palabras y mi vida para que salve a  hombres y mujeres...?

 

 

 

205. APÓSTOL DE LOS NIÑOS

 

 

“El que acoge a un niño como este

en mi nombre

me acoge a mí”.

 

                                               (Mt 18,5)

 

 

 

1. Jesús siente predilección por los niños. Es decir, por los que adoptan una postura filial ante Dios. El buen hijo confía, ama, goza junto al padre. Los niños están siempre bien dispuestos para oír cosas sobre Jesús. Y lo que oyen se les graba, al menos si se les ha explicado con amor. Pero los niños intuyen si el que habla está convencido o no. Y pensar que hay tantos niños que no saben hablar a Jesús...

 

 

 

2. Lo que se hace a un niño se le hace a Cristo. Lo mejor que se puede dar a un niño es ayudarle a vivir en gracia, a hablar con Jesús, a imitarle. No es tiempo perdido nunca, aunque las apariencias digan lo contrario. Los mejores apóstoles de la historia han gastado mucho tiempo en la educación cristiana de los niños. Pero ahora hay muchos niños que no saben ni sabrán nunca el catecismo. Faltan apóstoles que se ofrezcan...

 

 

 

 

206. LEMAS DEL APÓSTOL

 

 

 “¡Tengo sed!”.

                                               (Jn 19,28)

 

“He venido a prender fuego a la tierra,

¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!”.

                                              

(Lc 12,49)

 

 

 

1. Las palabras de Cristo, Buen Pastor, están grabadas a fuego en el corazón del apóstol. “Tengo sed”. Esta sed de Cristo espolea a los mayores sacrificios. No preguntes al apóstol  por qué no desmaya en la lucha. La sed de Cristo, hoy, es suficiente para poner en vela a los que le aman. Cristo tiene sed de tantos hombres y mujeres que se pierden, que no aman a Dios. Tiene sed de apóstoles que ofrezcan sus vidas por la labor. Tiene sed de ti...

 

 

 

2. El corazón de Cristo arde de amor al Padre y a los hombres sus hermanos. El mundo es un glaciar. Los hombres no aman a Dios ni se aman entre sí. Parece que solo se aman a sí mismos, pero ni aún eso, pues ese amor al margen de Dios es un suicidio. Por esto, Cristo quiere contagiar amor a los hombres. Pero necesita antorchas. Las cerillas que se apagan al primer soplo, no sirven. ¿Arde tu corazón con ese fuego del corazón de Cristo...?

 

 

 

 

207. JESÚS RUEGA POR MÍ

 

 

“Te ruego por ellos...

Santifícalos en la verdad...

Por ellos yo me santifico...”

 

                                               (Jn 17,9.17.19)

 

 

 

1. La tarea del apóstol es difícil. Lo que cuesta más es la conquista de la propia vida interior para transparentar a Cristo. Pero Cristo ha orado por mí, para que tenga éxito en esta santificación propia. La oración de Jesús es eficaz, ha sido escuchada. No me falta, pues, la gracia. Solo resta mi cooperación. ¿Me esfuerzo en la tarea de mi propia santificación...?

 

2. Cristo pidió y pide que sus apóstoles sean santos. Santo significa pensar y querer como Cristo. Pero eso es una lucha continua contra las inclinaciones que nos llevan al mal. Jesús se ofreció como víctima por nosotros para que nosotros supiéramos ser víctimas como él. Morir con él para resucitar con él. Mis palabras, pensamientos, deseos y obras, han de traducir a Cristo...

 

 

 

 

 

208. JESÚS RUEGA POR MI APOSTOLADO

 

 

 

“Ruego también por los que crean

en mí por la palabra de ellos,

para que todos sean uno,

como tú, Padre, en mí y yo en ti”.

 

                                               (Jn 17,20-21)

 

 

 

1. A veces el apostolado resulta difícil. Sobre todo cuando no se ve el fruto inmediato. Pero el apóstol no se desanima ni impacienta. Siembra evangelio, palabra de Cristo. Y lo siembra a todas horas y en cualquier circunstancia. Sabe que su tarea apremiante es sembrar. El agua y el crecimiento de la semilla lo dará Dios. Cristo garantiza, con su oración, el éxito de la empresa. ¿Sigo siendo optimista en los fracasos aparentes...?

 

 

 

2. El mejor fruto del apostolado es que la vida divina se prolongue en las almas. Es la vida de Dios Trino. Pero esta vida no se ve. Es cuestión de fe, de fiarnos de la palabra de Jesús. Dios se da a sí mismo en las almas de quienes lo aman. El apóstol de Cristo construye sagrarios y catedrales para Dios. Los hombres y las mujeres son cristianos, es decir de Cristo, en grado pleno, únicamente cuando están unidos a Dios y al prójimo en el amor de Cristo. Si esto se consiguiera, el mundo sería la gran familia de Dios y un paraíso anticipado. Pero para esta tarea se necesitan apóstoles que quieran morir cada día por Cristo...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

209. JESÚS ESTÁ PRESENTE

 

 

“Id..., haced discípulos...

Sabed que yo estoy con vosotros todos los días

Hasta el final de los tiempos”.

 

                                               (Mt 28,19-20)

 

 

1. El apóstol ha sentido en su interior la llamada de Cristo: “Id, enseñad”. Es un fuego abrasador que le consume y le espolea a convertir la vida rutinaria en fecundidad de Nazaret. El apóstol no teme ir a los confines del universo, ni teme un largo aprendizaje en el duro bregar de la vida cotidiana y de convivencia con los demás.

 

 

 

2. El apóstol no va solo. No es más que labios de Cristo, brazos de Cristo, pies de Cristo. Es Cristo quien salva, habla, ora, sana. Cristo invisiblemente, el apóstol visiblemente. Es fácil pasar por cualquier dificultad cuando Cristo está presente. Solo así se explica la vida de Javier, de Teresa, de Charles de Foucauld... ¿Cómo puedo descubrir esta presencia de Cristo en mi vida...?

 

 

 

 

210. MAESTRA DE APÓSTOLES

 

 

Fueron corriendo y encontraron

a María y a José, y al niño...

María, por su parte, conservaba

todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Y se volvieron los pastores

Dando gloria y alabanza a Dios.

 

                               (Lc 2,16.19-20)

1. La madre de Cristo sigue siendo madre del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Cristo nace de ella. Ahora, en las almas, también. Ser apóstol, dar a Cristo sin un amor filial a María, es inventar un cristianismo al margen de Cristo. A Cristo se le encuentra, hoy como ayer, en el ambiente maternal mariano. Los apóstoles se forman en este ambiente. No encontrarás ninguna excepción. Si conocieras, amaras e imitaras más a María, reina de los apóstoles, tendrías más celo de las almas... El apóstol ha de tener “afecto materno” como María (Vaticano II). ¿Amo así a los hombres...

2. El apóstol es muy dado a la vida interior. Como María. Precisamente porque ha de gastar su vida dando y transparentando a Cristo. Solo quien experimenta el encuentro personal con Cristo, se siente impelido a gastarse por él. De otra suerte, dice que quiere gastarse por Cristo, pero todo son palabras vacías. La norma es la de siempre: morir en Cristo para resucitar en él, tú y los demás. Si Cristo vive en tus pensamientos, deseos, palabras y obras, los demás encontrarán siempre a Cristo cuando se encuentren contigo...

Lunes, 11 Abril 2022 09:34

CENA IN EMMAUS Riflessione biblica

Escrito por

                               CENA IN EMMAUS

 

                            Riflessione biblica

 

Sommario:

 

1. La narrazione lucana

 

2. Il significato salvifico di Emmaus

 

3. La presenza misteriosa e sorprendente di Cristo risorto

 

4. Rilettura odierna di Emmaus

 

                                   * * *

 

1. La narrazione lucana

 

      La mia esperienza di lettura e di spiegazione su Emmaus si fondamenta nell'eco o risonanza degli uditori (durante più di 40 anni, in tutti i Continenti, ambienti culturali, molte volte ogni anno...)[1]. Ecco alcune riflessioni che scaturiscono da questo ascolto:

 

      - il Vangelo accade oggi, qui e adesso, come una storia continuata

 

      - la narrazione è sempre nuova, con nuove luci e grazie per illuminare le nuove circostanze della vita

 

      - si ha bisogno di scoprire le orme di Gesù identificate con le nostre, ma le sue sembrano tanto nascoste...

 

      *** Esempio: Missionaria giapponese nel Paraguay

 

 

      Ci sono due momenti di Emmaus, sottolineati dai commenti biblici e dalle espressioni artistiche. Ci dovrebbe essere ancora un terzo momento di cui parleremo alla fine. I due momento messi in evidenza sono i seguenti: 1º) Il colloquio durante il cammino; 2º) il momento di spezzare del pane.

 

      1º momento) Il colloquio durante il cammino:

 

      - I discepoli non potevano a meno che parlare su Gesù (lo portavano nel cuore; chi muoveva il cuore?)

 

      - Gesù si fa presente secondo la sua promessa: "dove sono due o tre raggruppati nel mio nome, Io sono in mezzo a loro" (Mt 18,20). E' in mezzo, ma apparentemente assente

 

      - I discepoli sono immersi in una tristezza che non si può nascondere agli occhi e al cuore di Gesù

 

      - I discepoli danno, sui fatti della vita di Gesù, una spiegazione apparentemente illogica:

      "fu un profeta... potente... crocifisso"

      "speravamo"

      "è passato il terzo giorno"

      "ci hanno spaventato"

      "i nostri non l'hanno trovato". Un quadro tutto nero e scoraggiante...

 

      - Le parole di Gesù sono come l'unguento del buon samaritano, ma le rivolge ai discepoli come una domanda da riflettere liberamente: "Non bisognava che il Cristo sopportasse queste sofferenze per entrare nella sua gloria?" (Lc 24,26)

 

      - Il gesto di Gesù, di passar avanti, è pieno di significato: si fa invitare, rispetta la libertà e intimità della persona umana

 

      2º momento) Spezza il pane:

 

      - Spezzare il pane significa condividere la vita

 

      - Quando i discepoli l'hanno conosciuto, Lui se ne andò (lo trovreranno di nuovo tra i fratelli)

 

      - In questo momento si rendono conto che il cuore bruciava (prima, nel cammino). La luce di Gesù illumina tutta la vita passata

 

      - Sentono il bisogno di ritornare alla propria famiglia, verso il Cenacolo

 

 

      E' necessario ricordare il contesto di tutto il vangelo di Luca per capire il significato di Emmaus:

 

      - Il vangelo di Luca invita all'ascolto della Parola: Maria (Lc 2,19.51); "piuttosto beati coloro che ascoltano" (Lc 11,28)

     

      - L'umanità di Cristo sempre compassionevole, trasparente di "misericordia" divina, che è tenerezza materna: Lc 15,20 ("rahamim")

 

      - Gesù sempre vicino ad ogni uomo e donna

 

 

2. Il significato salvifico di Emmaus

 

      Il significato del vangelo è sempre salvifico, anche se sulla base dei fatti e delle parole di Gesù. Nel vangelo appare l'uomo di fronte alla realtà: la propria vita (senso della vita?), gli eventi personali e sociali, locali e universali. La reazione può manifestarsi in diverse forme:

 

      - Aggressività e disprezzo, fuga? (i discepoli fugono dal Cenacolo)

 

      - Scoraggiamento, smarrimento? (i discepoli vanno via altrove)

 

      - Chiusura in se stessi? (i discepoli sono tristi)

 

      - Fronteggiare la realtà integrale, dove si nasconde Cristo (e l'invito rivolto dal Signore)

 

      La riflessione umana sui fatti y sul senso della vita si può esprimere con filosofia (la ragione cerca la verità), teologia (la riflessione sulla fede), tecnica (la conquista del cosmo per l bene dell'umanità), arte in tutte le sue manifestazioni. Sempre si tratta di:

 

      - Apertura del cuore umano alla sorpresa della trascendenza, dell'Infinito

 

      - Ascolto di Dio che parla nel silenzio e nella sofferenza

 

      - Guardare e usare il creato per condividere i beni con i fratelli

 

      - Accoglienza della bellezza per approfondire la verità e il bene

 

 

      Il mistero di Cristo in tutte le tappe della vita-storia umana, in tutti i momento di ricerca della verità e del bene:

 

      - "In realtà solamente nel mistero del Verbo incarnato trova vera luce il mistero dell'uomo" ( GS 22)

 

      Il Signore accompagna ogni persona: "Con l'incarnazione il Figlio di Dio si è unito in certo modo ad ogni uomo" (GS 22)

 

      - I "semi del Verbo" si trovano in tutti i cuore, in tutti i popoli, culture e religioni (cfr. S. Giustino, s. II, Roma; Redemptoris Missio 28)

 

      - Cristo, il Verbo Incarnato è il "compimento dell'anelito presente" in tutti (cfr. TMA 6)

 

      - Secondo S. Agostino, il rapporto tra Dio e l'uomo si può definire como "l'incontro della sete di Dio con la sete dell'uomo", poiché lui è presente "più intimo dalla mia intimità"

 

      - La novità del cristianesimo, che non distrugge nulla di quanto Dio ha dato a tutta l'umanità, consiste in questo: Dio viene personalmente (nel suo Figlio) incontro dell'uomo (che cerca Dio)

 

      - Il cammino verso l'anno 2.000 vien segnato dalla speranza: fiducia e coraggio

 

      *** Le domande di una studentessa giapponese... La risposta convincente: "domanda a Lui, presente nel Tabernacolo"

 

 

3. La presenza misteriosa e sorprendente di Cristo risorto

 

      Tentiamo di scoprire le note caratteristiche della presenza di Cristo nel cammino verso Emmaus e nella casa di Emmaus:

 

      - E' presenza nascosta nella realtà: nei segni poveri

 

      - E' presenza vicina: ascolta, illumina, incoraggia, accompagna

 

      - E' presenza affettiva: il cuore brucia

     

      *** S. Bernardo: "un movimento del cuore"

 

      - E' presenza di passaggio ("Pasqua"):

      "doveva" essere glorificato

      tenta di passare avanti

      ci sarà un'incontro finale nell'al-di-là ("escatologia")

 

      - E' presenza di chi aspetta e accetta essere invitato: accetta il nostro nulla, vuol entrare nel cuore

     

      *** La domanda di una giovane (in un viaggio, nel aereo): perché non capisco il Vangelo? (la mia risposta: perché Gesù parla al cuore, non tanto alla testa; se il cuore è chiuso, non si capisce niente del Vangelo)

 

      - E' presenza donata personalmente: spezza il pane:

      "memoria" (anamnesis)

      "comunione" (koinonia)

      "da sé stesso" (kenosis)

      E' l'uomo per gli uomini, donazione sacrificale, pane spezzato

 

      In questo modo appare ancora oggi, che Il mistero di Cristo è sempre sorpresa:

 

      - E' "mistero": è lui, così come è, da ricevere come è

 

      - E' uomo come moi (vicino): sperimentò le nostre tristezze: Gethsemani, croce

 

      - Dare sé stesso è la caratteristica di Dio Amore: "Sono Io" = Dio misericordioso-Amore

 

      - In questo senso è Salvatore unico (spezza il pane: da sé stesso). Questo è il significato di:

      Le beatitudini: autoritratto di Gesù

      Il commando dell'amore

      l'Eucaristia

 

      *** "Ha amato me" (Gal 2,20) = Brahmino davanti alla croce: "Se lui ha amato me, io lo voglio amare e farlo amare"... "E' lui che ha convertito me"...

 

 

4. Rilettura odierna di Emmaus

 

      Il vangelo di Emmaus accade oggi:

 

      - Nella vita personale

 

      - Nella vita comunitaria (famiglia, gruppo) e sociale

 

      - Nella comunità ecclesiale: "la mia Chiesa" (= famiglia), "le mie pecorelle", "i miei fratelli", "mia madre"...

 

      - Nel mondo "amato da Dio" (Gv 3,16):

      creazione

      storia

 

      *** Esempio: Madre Teresa in India (1997): "espressione" di Dio

 

      Ma Emmaus ci ricorda il cammino di ritorno verso il Cenacolo (il terzo momento, un po dimenticato, che si trova alla fine della narrazione lucana):

 

      - Lc 24,33-35: viene superata la difficoltà di riscoprire con amore la propria comunità ecclesiale e le proprie radici culturali (fine della narrazione)

 

      - Quest'atteggiamento avrà ripercussione in At 1-4:

 

      * Il riferimento costante alla Chiesa primitiva (con amore di famiglia, cercando le radici)

 

      * Comunità fraterna di condivisione: nelle difficoltà comuni

 

      * Con Maria, "la Madre di Gesù", figura della Chiesa = "Memoria" di ascolto, orazione, comunione...

 

      * La venuta dello Spirito Santo si fa presente di nuovo nella Chiesa

 

      * La missione di annunciare ai fratelli la presenza di Cristo nel proprio cammino con "audacia" (parresia)

 

      *** L'invito di Giovanni XXIII ("novella Pentecoste"), di Paolo VI ("rinnovata evangelizzazione": RN 82), Giovanni Paolo II ("nuova evangelizzazione": RMa, RMi, TMA.

 

      Il cammino vero il terzo millennio può essere chiamato cammino di Emmaus. L'umanità (e la Chiesa in essa) si sente un po colpita dalle circostanze storiche; nelle pubblicazioni e in molti ambienti si sente un tono di scoraggiamento e stanchezza. Ma Cristo risorto continua a camminare accanto all'uomo concreto. Lui fa finta di andare avanti: "egli fece come se dovesse andare più lontano" (Lc 24,24). La celebrazione del 2.000, sarà centrata nella persona di Gesù? Forse sarà lui, in molte celebrazioni, il grande assente?

 

      L'esempio dei due discepoli di Emmaus diventa oggi un'urgenza di orientare il cuore verso di lui, anche nell'esperienza del suo apparente silenzio e della sua apparente assenza: "Resta con noi, Signore, perché si fa sera" (Lc 14,29). Il Signore resterà, però il nostro compito sarà quello di scoprire la sua presenza sotto segni poveri dello spezzare il pane con tutti i fratelli e sorelle, senza distinzione di razza, cultura e religione... Il ritorno al Cenacolo sarà la riscoperta delle proprie radici familiari ed ecclesiali, dove Cristo aspetta nascosto nei segni poveri dei fratelli. Il cammino, grazie alla presenza di Cristo, va segnato con "la speranza che non delude" (Rom 5,5).

 

 

Nota bibliografica:

 

J. ERNST, Il vangelo secondo Luca (Brescia, Morcelliana, 1990); J.A. FITZMYER, Luca teologo, aspetti del suo insegnamento (Brescia, Queriniana, 1989) (The Gospel according to Luke, New York, Garden City 1981); J. SCHMID, El evangelio según san Lucas (Barcelona, Herder 1973); A. STÖGER, Commenti spirituali nel Nuovo Testamento. Vangelo secondo Luca (Roma, Città Nuova Edit. 1968).



    [1]Ho letto i migliori commenti su San Luca (che cito in nota finale). La chiave esegetica può essere più storico-critica, ma anche appoggiata nella filosofia del linguaggio, nella storia e contesto culturale, nella psicologia e pedogogia dell'autore sacro, ecc. Ma principalmente non ho dimenticato l'azione dello Spirito, che avendo ispirato i testi, ha anche comunicato nuove luci per mezzo della predicazione apostolica e per mezzo di tanti santi nei venti secoli di Chiesa.

HOJA DIOCESANA CÓRDOBA El gozo del Evangelio”. 12• Nº 569 • 10/09/17

ENCUENTRO DIOCESANO DE LAICOS Cartel del encuentro diocesano de laicos.

QUERIDOS HERMANOS EN EL SEÑOR, QUERIDOS HIJOS: 1. “Unidos para que el mundo crea” El Encuentro Diocesano de Laicos que hemos venido preparando durante el pasado curso tendrá su celebración, si Dios quiere, el próximo 7 de octubre de 2017. A él están convocados todos los seglares de la diócesis, acompañados de sus pastores y de los consagrados que viven y sirven en esta diócesis. El lema escogido: “Unidos para que el mundo crea” quiere expresar dos dimensiones muy entrelazadas en este evento. Por una parte, será una gran fiesta de comunión eclesial, porque procedentes de diversos lugares, carismas, misiones y tareas, todos confluimos en un solo corazón y una sola alma, en una misma diócesis o territorio, la diócesis de Córdoba. Y por otra parte, nos damos cuenta de la urgencia hoy más que nunca de esta comunión

 Índice

1. “Unidos para que el mundo crea”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1 2. Evangelizar, tarea permanente e inaplazable. . . . . . . . . . . . . . . . . 3 3. Desafíos de la hora presente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 3.1. La identidad del laico/seglar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 3.2.

Ante un mundo indiferente e increyente. . . . . . . . . . . . . . . 4 3.3.

La familia, un campo privilegiado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4 3.4. El gran reto de la educación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 3.5.

Cercanos a los pobres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

8 4. Visita pastoral, segunda vuelta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

8 5. Acción Católica General, propuesta para todas las parroquias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

9 6. Sínodo sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional (2018)”. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

10 7. Ocio y tiempo libre para la evangelización. . . . . . . . . . . . . . . . .

10 8. La cultura, lugar de encuentro para la evangelización. . . . . . . .

11 9. Pastoral vocacional. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12 10. De la mano de María. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

12 1 «Cristianos laicos, Iglesia en el mundo» Como fermento en la masa, como el alma en el cuerpo carta pastoral de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba, al inicio del curso 2017-2018 interna que suscite la admiración de quienes viven cerca de nosotros: “mirad cómo se aman”1 ; y este testimonio suscite la fe en el Señor, que nos une en un mismo Espíritu. “Unidos para que el mundo crea” viene sugerido por el mismo Jesús en su oración sacerdotal: “que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21). El primer objetivo, por tanto, de este Encuentro es el gozo de habernos encontrado con Jesucristo y de pertenecer a su Iglesia, a la que hemos sido llamados y en la que hemos sido introducidos por el bautismo. Y a la Iglesia en este territorio concreto, que es la diócesis de Córdoba con toda su historia de santidad a lo largo de los siglos. Es una enorme gracia de Dios, que nunca acabaremos de agradecer. Y es una gracia añadida perseverar en la Iglesia, vivir en la Casa de Dios y disfrutar de sus dones, de los sacramentos, de la Palabra de Dios, del testimonio y la ayuda fraterna de los hermanos. Merece la pena celebrarlo para dar gracias a Dios, y hacemos fiesta por ello. El segundo objetivo es encontrarnos unos con otros, como una familia grande, que se encuentra en ocasiones importantes. Cada uno tiene su ritmo de vida, y su ritmo de vida cristiana. Celebra su fe, vive la Eucaristía, alimenta su vida cristiana en su propio ámbito de parroquia, comunidad, asociación, cofradía, grupo, etc. Ahí se siente acompañado por la Iglesia y colabora en la construcción de esta Iglesia, en la que cada uno de nosotros somos piedras vivas. Pero en alguna ocasión vale la pena levantar la mirada y extender la mano a tantos otros, que viven como nosotros en esta gran familia de los hijos de Dios. No estamos solos, somos muchos y estamos rodeados de mucha gente que vive su vida cristiana sin 1 “«Mirad cómo se aman», mientras ellos sólo se odian entre sí. «Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro», mientras que ellos están más bien dispuestos a matarse unos a otros” (Tertuliano 39, 1-18). ruido. Cuando se nos quiere hacer ver que esto de ser cristiano es algo del pasado, percibimos que tantos entre nosotros, incluso jóvenes, vibran con entusiasmo al encontrarse con Jesucristo, al pertenecer a su Iglesia. El tercer objetivo es el de salir al encuentro de nuestros contemporáneos. Pertenecemos a una Iglesia en salida, somos miembros de una Iglesia misionera. Vale la pena volver a escuchar el mandato misionero de Cristo: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16, 15). No podemos permanecer encerrados en nosotros mismos, en nuestro grupo, en nuestra parroquia. La fe se fortalece dándola y es preciso tomar aliento en este Encuentro para afrontar la inmensa y gozosa tarea de la evangelización de nuestro entorno. Las gentes de nuestro tiempo necesitan a Jesucristo, nos están pidiendo a gritos que les llevemos esta buena noticia, aunque muchas veces expresen el rechazo. La tarea de la evangelización es la tarea más urgente de la Iglesia, y para eso necesitamos estar unidos dentro de la riqueza y variedad de carismas, caminos, experiencias de vida, etc. La Comisión preparatoria y la Delegación diocesana de apostolado seglar han venido preparándolo con todo detalle. Pedimos a Dios que este acontecimiento eclesial diocesano suponga un impulso en la vida de nuestra diócesis de Córdoba, donde –como en toda la Iglesia– en torno al 90 % de sus miembros son cristianos fieles laicos. 2 carta pastoral 2. Evangelizar, tarea permanente e inaplazable Evangelizar no es adoctrinar, y menos aún ideologizar. La evangelización no es la transmisión de una teoría o de una ideología. La evangelización es el testimonio de un encuentro. El Evangelio es una persona, Jesucristo, y el encuentro con él es un acontecimiento decisivo que va cambiando nuestra vida. Evangelizar, por tanto, es ante todo testimoniar con obras y palabras que nos hemos encontrado con Jesucristo, único salvador de todos los hombres. Esta universalidad y unicidad de la salvación de Cristo no nos lleva a posturas fundamentalistas ni excluyentes. La postura cristiana es una postura inclusiva de todo lo bueno que hay en el corazón de todo hombre y de toda situación humana. Todos están llamados a la salvación, por todos y para todos ha venido el Hijo de Dios a este mundo, a todos somos enviados como Iglesia evangelizadora. Nada más lejos de la postura “católica” que la exclusión de nadie por ningún motivo. Sólo queda excluido el que se autoexcluye, y siempre podemos tener la esperanza de que se convierta, de que vuelva. Ahora bien, no todo vale, no todo es verdad, no todo es bondad. En el corazón del hombre ha brotado también la cizaña, que no ha sembrado el Dueño del campo (cf. Mt 13, 24-30). En el corazón del hombre crecen las malas hierbas que el Maligno ha depositado. Ante cualquier situación la tarea primera será la del discernimiento sereno, con la luz de la Palabra de Dios y con la enseñanza permanente de la Iglesia en su Magisterio. No para excluir a nadie, sino para ofrecer a todos la salvación de Cristo, que incluye la conversión y está llena de misericordia. El mismo Jesús nos invita a cultivar ese campo con paciencia, pues no todo lo que parece malo lo es, ni todo lo que parece bueno lo es. Él nos pide una postura permanente de conversión personal que espera también en su momento la conversión del otro. En nuestro tiempo, somos invitados continuamente como Iglesia a la fascinante tarea de la evangelización y hemos de hacerlo con la alegría que brota del Evangelio. Llevamos en nuestras manos un tesoro, un gran tesoro, y hemos de transmitirlo con alegría y con gozo. El “gozo del Evangelio”, nos insiste el papa Francisco (Evangelii gaudium). Nuestro Encuentro Diocesano de Laicos quiere ser eso: un encuentro gozoso, celebrando la Eucaristía, que pone a Jesús en el centro de todo, al que acompañamos en procesión por las calles de la ciudad con las Cofradías de toda la diócesis, reflexionando sobre distintos temas en distintos talleres, que nos platean nuevos retos a los discípulos de Cristo, y con una ganas locas de evangelizar, de ser testigos de lo que hemos visto y oído. 3. Desafíos de la hora presente 3.1. La identidad del laico/seglar El fiel cristiano laico/seglar es un miembro de pleno derecho del Pueblo de Dios, en el que ha ingresado por el bautismo y ha confirmado su fe en el sacramento de la confirmación. En la Iglesia hay muchos caminos de santidad, pero todos estamos llamados a esa santidad personal, sea cual sea nuestro estado. “Esta es la voluntad de Dios: que seáis santos” (1Ts 4, 3). El laico no se define por lo que no es. No es religioso, no es pastor de este Pueblo de Dios. El laico se define por lo que es: miembro vivo de este Pueblo de Dios, llamado a la santidad siguiendo la vocación a la que Dios le llama y participando de lleno en la misión evangelizadora de la Iglesia, según su propio estado de vida. ¿Qué es lo específico del laico/ seglar cristiano? –La novedad de una vida auténticamente cristiana y su inserción en el mundo. El cristiano fiel laico se santifica y cumple su misión específica viviendo en el mundo, gestionando los asuntos temporales según Dios (LG 31), a modo de fermento en la masa, siendo para el mundo lo que el alma es para el cuerpo2 . “El ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también y específicamente una realidad teológica y eclesial” (CHL 15h). El mundo es el caldo de cultivo del verdadero seglar cristiano, como el claustro es el ambiente natural de la vida monástica. Todos nos necesitamos mutuamente. En esta hora, todos percibimos la urgente necesidad de auténticos fieles laicos, que siembren en el mundo la vida nueva del Evangelio. En ese lugar –en el mundo– hace presente a Jesucristo y su Evangelio a través de la presencia activa y el testimonio explícito de su talante cristiano. En el ámbito de la familia, en el mundo del trabajo, en el campo de la cultura, en la presencia en la vida pública y en el cuidado de la casa común o verdadera ecología. Son los campos más específicos de los fieles laicos, que van tejiendo la historia de la humanidad. Estos dos polos, la configuración con Cristo y la inserción en el mundo, deben darse simultá- neamente. Si sólo hay inserción en el mundo, así también viven los paganos, y eso no transforma el mundo ni lo hace según Dios. Si sólo hay identificación con Cristo, sería una vivencia desencarnada e incoherente. La conversión de los fieles laicos debe tener presente constantemente estos dos polos. Y su lanzamiento misionero debe apuntar continuamente a estos dos frentes: el corazón de Cristo y el corazón del mundo. 2 Carta a Diogneto, cap.6. (escrita a finales del s. II). 3 Al inicio del curso 2017-2018 3.2. Ante un mundo indiferente e increyente El cristiano fiel laico, al estar inserto en el mundo, mezclado en los asuntos temporales, se encuentra muchas veces con un ambiente desfavorable, e incluso hostil, en medio del cual tiene la misión de ser testigo del amor misericordioso de Dios. La inmersión del Hijo de Dios, que desde el seno del Padre entró en este mundo y se hizo uno de nosotros al hacerse hombre, encontró desde el comienzo cierto rechazo que fue creciendo y acabó con él en la Cruz. “No había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 7), cuando iba a nacer el Niño en Belén. En su infancia, tuvieron que huir de las manos de Herodes y hacerse emigrantes en Egipto (Mt 2,13s), la vida cotidiana en el hogar familiar de Nazaret transcurre sin sobresaltos. Pero la vida pública es un drama que desemboca en el misterio pascual, en la Cruz y en la Resurrección. El misterio de la redención del mundo no está planteado desde situaciones placenteras que evitan toda incomodidad y van salvando el tipo como pueden. Por el contrario, Dios Padre ha planteado la redención del mundo en un desbordamiento de amor por su parte, amor más fuerte que todos los rechazos humanos, para vencer no por el camino de la fuerza, sino por el camino del amor que no se rinde. Ese amor que no se rinde se llama misericordia y está lleno de esperanza. El cristianismo ha sufrido persecución a lo largo de los más de veinte siglos que lleva de andadura. Así se lo ha predicho el Maestro en su Evangelio, y así se cumple3 . No sólo la persecución cruenta, la de los cristianos perseguidos en tantos lugares del mundo por causa de 3 Los anuncios de persecución para sus discípulos por parte del mismo Jesús son frecuentes: “Bienaventurados cuando os persigan y os insulten de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 5, 11) su fe, que les conduce al martirio. Cómo nos edifica y nos sostiene ese testimonio continuo de hombre y mujeres, jóvenes y adultos, a veces incluso niños y ancianos, que prefieren la muerte y todo tipo de crueldades antes que dejar a Jesucristo. Sino esa otra persecución más fina y sutil, la de nuestra sociedad de consumo en la que se descarta a los que no producen, la que busca el placer por todos los medios, la que busca la eficiencia visible a toda costa, la que aspira a la fama y halaga continuamente hasta hacer que el cristiano pierda su vigor. No es propiamente una persecución declarada, pero va debilitando la fuerza del Resucitado, que venció en la Cruz, y va generando cristianos debilitados, con escasas defensas, incapaces de evangelizar hoy a este mundo que se aparta progresivamente de Dios. El testimonio de estos cristianos debilitados no convence a nadie. La Iglesia en Occidente va perdiendo vigor no tanto por las persecuciones externas (esas más bien la fortalecen), sino por ese debilitamiento de una fe vivida cómodamente. Es lo que el papa Francisco llama mundanidad, que consiste en acomodarse a este mundo, viviendo con los parámetros de este mundo. Cuando esto sucede, la sal ya no tiene vigor para sazonar y dar sabor y sentido a la vida. Un cristiano así hace más daño que bien. El problema de la Iglesia en Occidente reside precisamente aquí, en una mediocridad que aburre incluso al que la vive. Pero además hay otra persecución, creciente en ciertos ambientes, que consiste en una invasión ideológica, que llega a mutar la esencia de la persona y de la sociedad, de la familia y de la convivencia humana e impone su visión de manera totalitaria. Con todos los medios de comunicación a su alcance, que favorecen su difusión. Llega a ser como una ideología de Estado, a la que todos deben someterse para sobrevivir. Asistimos verdaderamente a un fuerte cambio de época, con sus grandes posibilidades y con sus grandes retos. Ante todas estas persecuciones y sus distintas variantes, Jesús viene a decirnos: “No temáis... Yo estoy con vosotros hasta el final de la historia... Las puertas del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18). “Tened valor, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). Considero que este es uno de los retos más importantes a los que se enfrentan nuestros cristianos, al que nos enfrentamos todos en este momento histórico. Nuestro Encuentro Diocesano de Laicos quiere ayudarnos a tomar conciencia de que la evangelización a la que somos enviados cuenta con estas y otras muchas dificultades, pero es mucho mayor la fuerza del Evangelio, capaz de transformar el mundo como lo ha hecho a lo largo de tantos los siglos. La piedra del sepulcro ha sido rota por el Resucitado, y eso es irreversible. No venceremos con las armas ni con la violencia, sino con el amor; venceremos con la fuerza del Resucitado que nos ha dado su Espíritu Santo. Si miramos la vida de los santos, nos sentiremos alentados a esta preciosa tarea, porque también ellos, hombres y mujeres, han afrontado esta tarea con su precioso testimonio en medio de miles dificultades, en las que ha vencido el amor de Cristo. 3.3. La familia, un campo privilegiado “La alegría del amor (amoris laetitia) que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia [...]. El deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva a la Iglesia. Como respuesta a este anhelo el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia” (AL 1). La Iglesia, después de dos Sínodos relativos a la familia (2014 y 2015) nos ha regalado el documento del Papa Francisco Amoris laetitia (2016), la alegría del amor, que vuelve a proponer la belleza del amor humano que se vive 4 carta pastoral especialmente en el matrimonio y en la familia. Tomando lo más bonito del mensaje del Vaticano II, del beato Pablo VI, de san Juan Pablo II y de Benedicto XVI (cap 3º), vuelve a presentar la altura del “misterio nupcial”, que incluye la sexualidad humana, con una visión positiva y entusiasta del amor humano, cuyo objetivo es la mutua complementación de los esposos y la transmisión de la vida y la educación de los hijos. El capítulo 4º es una presentación del amor humano, glosando el himno de la caridad de 1Corintios 13, y proyectando su luz sobre la caridad conyugal hasta el amor apasionado. Merece la pena releerlo una y otra vez, pues la Iglesia presenta aquí una gran novedad para nuestros contemporáneos, que están llamados a vivir el amor auténtico, gozarse en él, y hacer que este amor se convierta en el motor de la vida familiar y social. Servirá para los jóvenes que se preparan al matrimonio y para los que ya viven en matrimonio, y les servirá para revisar su experiencia a la luz de estas enseñanzas. Precisamente en este campo tan bonito y tan entusiasmante, muchos contemporáneos viven, sin embargo, el mayor dolor de sus vidas. “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10), nos recordaba el papa Juan Pablo II en su primera encíclica, y cita el papa Francisco en este documento al hablar de la virginidad y el matrimonio (AL 161). Por eso, la Iglesia consciente de esta vocación al amor tan radical en todo corazón humano, donde la persona humana encuentra su felicidad y el sentido de la vida, quiere salir al encuentro de todos: de los que han encontrado en el matrimonio cristiano la plenitud de este camino, para ayudarles a vivirlo cada vez más intensamente e invitarlos a ser testigos de esta alegría del amor; y de los que están en camino de esa plenitud (todos los que se preparan al matrimonio) o los que han vivido alguna experiencia de fracaso en esta zona tan vital de sus vidas. La comunidad cristiana no quiere excluir a nadie, sino que quiere atender especialmente a los que tienen dificultades en este terreno para acogerlos e integrarlos adecuadamente en la comunidad eclesial. “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad” es lo que pretende el capítulo 8º, del que esperamos ulteriores aplicaciones. De ahí la importancia de la buena preparación de los sacerdotes y seminaristas en estos temas. También ellos son llamados a vivir el amor verdadero por el camino de la virginidad, tan estimulante para los que viven en matrimonio, al tiempo que en los matrimonios encuentran ellos gran estímulo para su vocación virginal. Necesidad de preparación de agentes laicos de pastoral familiar. Tiene especial importancia la preparación para el matrimonio en el itinerario previo de los novios. “Aprender a amar a alguien no es algo que se improvisa ni puede ser el objetivo de un breve curso previo” (AL 208). Reconociendo la validez de los Cursos breves (menos es nada), propongamos cada vez más itinerarios de formación para el matrimonio de uno o dos años de duración, con métodos interactivos, que propongan a los novios temas fundamentales y tengan la ocasión de recibir el testimonio de quienes van por delante experimentando la vida matrimonial. Ahora bien, casarse no será el final del camino, sino el comienzo de una convivencia, que ayudará a crecer a los esposos en las distintas etapas de su vida. Es especialmente importante el acompañamiento a los esposos jóvenes, que tienen que aprender a convivir, que afrontan la experiencia de la llegada de los hijos con todas sus alegrías y dificultades, que están sometidos al fuerte influjo de una mentalidad ambiental antinatalista, donde a partir del tercer hijo (o antes) un matrimonio se siente marginado por su fecundidad. Es necesario que todos conozcan su propia fertilidad para poder administrarla responsablemente. Para eso, debe generalizarse el conocimiento de los métodos naturales, y la Iglesia tiene la obligación de ponerlos al alcance en los COF y en las parroquias. El fácil recurso al anticonceptivo químico o mecá- nico no resuelve nada, por más generalizado que esté, sino que rompe la dinámica del amor verdadero. Urge que los esposos generosamente abiertos a la vida sean testigos humildes y valientes de este gran don ante los demás. “Las familias numerosas son una alegría para la Iglesia” (AL 167). Muchos matrimonios se apartan de la práctica sacramental a partir del incorrecto planteamiento de este tema, o, peor aún, muchos otros siguen acercándose a los sacramentos sin darle importancia alguna al correcto planteamiento de este asunto. Abunda en nuestra sociedad procurarse un hijo por vía de reproducción asistida, es decir, por la vía artificial de la fecundación in vitro, que el Magisterio de la Iglesia reprueba4 , mientras que apenas se conocen los nuevos caminos explorados por la Naprotecnologia5 . La Iglesia es amiga de la ciencia, la ciencia puede aportar grandes re- 4 “Son moralmente inaceptables desde el momento en que separan la procreación del contexto integralmente humano del acto conyugal”, Juan Pablo II, Enciclica Evangelium vitae (25.marzo.1995), 14.- Véase también: Congregación para la Doctrina de la Fe, Instrucción Donum vitae sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación: AAS 80 (1988) 70-102.- El Papa Francisco en Amoris laetitia 56: “La revolución biotecnológica en el campo de la procreación humana ha introducido la posibilidad de manipular el acto generativo, convirtiéndolo en independiente de la relación sexual entre hombre y mujer. De este modo, la vida humana, así como la paternidad y la maternidad, se han convertido en realidades componibles y descomponibles, sujetas principalmente a los deseos de los individuos o de las parejas”. Cuando más adelante valora la adopción y la acogida, las sitúa “frente a situaciones en las que el hijo es querido a cualquier precio, como un derecho a la propia autoafirmación” (n. 180). 5 Véase: www.naprotec.es. 5 Al inicio del curso 2017-2018 cursos a la vida de los matrimonios, pero no todo lo que la ciencia puede hacer es bueno moralmente para la persona humana. El hijo nunca es un derecho, el hijo siempre es un don, un don precioso de Dios y tiene derecho a nacer por la vía natural del abrazo amoroso de sus padres. Muchos se encuentran con un embarazo no deseado y no ven otra salida que el aborto procurado. No se puede arreglar un problema creando otro más grueso; matar a un hijo en el seno materno tiene consecuencias incalculables para la persona y para la sociedad. Dios perdona siempre, cuando la persona se acerca arrepentida, pero las huellas de este “crimen abominable” (GS 51) tardan en borrarse. El “Proyecto Raquel”6 acompaña a las madres que por cualquier razón abortaron voluntariamente o a las personas que intervinieron en el mismo. A través de este proyecto o similares, la Iglesia acompaña y acoge a sus hijos heridos para que experimenten el amor sanador de Dios. “Estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la «cultura de la muerte» y la «cultura de la vida». Estamos no sólo «ante», sino necesariamente «en medio» de este conflicto: todos nos vemos implicados y obligados a participar, con la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida”7 . 3.4. El gran reto de la educación Venimos aludiendo en años pasados a este importante reto, que no se resuelve, sino que se agrava cada año más. Después de varias leyes de educación en los últimos diez años, en nuestro país se habla continuamente de un “pacto educativo”, donde confluyan todas las partes interesadas en un diálogo franco que conduzca al consenso. 6 Véase: www.proyecto-raquel.com. 7 Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae (25.marzo.1995), 28. No es fácil, pero ¿será posible? Las dificultades que han aflorado encuentran un escollo insalvable en la enseñanza de la religión en la escuela pública, y derivadamente en la concertación con fondos públicos de la escuela católica, con su ideario propio. Es curioso que en una convivencia democrática se admita todo, menos al Dios de los cristianos. Ante el tema religioso se plantea el veto, como si Dios fuera el principal obstáculo para una convivencia en la paz. La Declaración Universal de los Derechos Humanos (art. 26) y nuestra Constitución española (art. 27) reconocen el derecho fundamental de todos los ciudadanos a la educación y la libertad de los padres a elegir la educación que quieran para sus hijos. Surgen iniciativas sociales al servicio de este derecho, como son las escuelas de la Iglesia u otras privadas y se pone en cuestión el sostenimiento con fondos públicos de estas iniciativas. “Por una escuela única, pública y laica”, reza el slogan de esa postura. Es una postura excluyente, totalitaria, que excluye a Dios por principio y excluye toda iniciativa que cuente con esta perspectiva. Así, nunca llegaremos a un acuerdo, porque se parte del planteamiento de que Dios estorba y no se admite que haya ciudadanos que tengan a Dios como norte de sus vidas. A lo sumo se les tolera en la esfera privada (no sé hasta cuándo), pero les está prohibido proyectar la experiencia de Dios en la vida pública y en el campo de la enseñanza. A la expulsión de Dios del mundo educativo le sigue la extorsión del hombre, imagen de Dios. Se quiere romper toda relación con el Creador hasta el extremo de negar toda huella natural en la biología de la persona humana. La ideología de género que va permeando la sociedad no admite ninguna huella biológica que clarifique la identidad sexual de la persona. Todo lo ha de decidir el sujeto. El Papa Francisco nos enseña: “Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender [ideología de género], que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo». Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar»... No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada” (AL 56). Educar en la libertad, en la solidaridad, en el respeto al otro, en la creatividad, desarrollando las propias capacidades no está en oposición a educar en el amor de Dios, el amor que recibimos y el amor con que correspondemos. Por el contrario, Dios es la principal fuente de libertad: si no servimos a Dios, serviremos a los ídolos y seremos esclavos de nuestras propias esclavitudes. La principal escuela de solidaridad la tenemos en Jesucristo, que ha entregado su vida para que nosotros tengamos vida abundante. El respeto al otro viene propiciado por la consideración de que es hijo de Dios y hermano nuestro, su dignidad más grande le viene de ahí; 6 carta pastoral escuchar sus interrogantes y han sabido dialogar serenamente, que han dado respuesta a sus inquietudes. Para ello, el profesor debe cultivar su vida de fe, debe mantener un permanente diálogo interior fe/razón, sin miedo a lo que las ciencias hoy nos presentan, en una formación permanente que busca fundamentos para dar razón de su fe y de su esperanza. No basta la capacitación profesional, es necesario el cultivo permanente de la fe y de las razones para creer. He aquí un reto especialmente importante: los laicos presentes en el mundo de la educación. Ciertamente es un puesto de trabajo, y es un puesto digno, que hemos de procurar dignificar cada vez más. Pero no se cumple con él solamente echando las horas que corresponda. Es preciso que el educador católico sea católico a fondo y que realice su trabajo como verdadera vocación y misión evangelizadora. He aludido anteriormente a la diferencia entre adoctrinamiento y evangelización. Adoctrinamiento es imponer una idea a otro, y hacerlo incluso con motivaciones bastardas. Evangelización, sin embargo, es proponer una vida nueva –la que brota del encuentro vital con Cristo– con el propio testimonio y su explicación correspondientes, es una tarea que genera libertad, nunca acoso. El educador católico es un testigo del encuentro con Cristo, que ayuda a sus alumnos a encontrarse con él. Por eso, hemos de proponer continuamente a los educadores católicos cauces de formación permanente, de alimento de su espiritualidad laical y profesoral, de compartir con otros compañeros esta vocación y esta misión común: evangelizar el mundo de la enseñanza y de la educación. Convivencias, cursos, retiros y ejercicios espirituales, encuentros por zonas o vicarías. Toda la acción pastoral que se invierta en este campo tendrá efecto multiplicador, porque serán muchísimos los beneficiarios, los miles de alumnos a los que va destinada. y si es débil o pobre, genera una atracción como la que Dios siente por sus hijos más débiles. Toda creatividad es una chispa participativa de la cualidad divina con la que Dios ha creado el universo entero. La creación es vista como obra de Dios, un regalo que pone en nuestras manos para que cuidemos esa casa común. Y todas las capacidades vienen potenciadas, si se reconocen que son recibidas de Dios, como expresión de su amor. Entendemos que los no creyentes no participen de esta perspectiva, pero no entendemos que esta perspectiva quiera eliminarse de la convivencia, cuando hay tantos creyentes que la comparten y la demandan para sus hijos. Por eso, es muy importante que la Iglesia renueve su compromiso de estar presente en el campo de la educación, que es un campo privilegiado de evangelización, de encuentro con Jesucristo. Lo ha hecho siempre, con más dificultades incluso que las que hoy padecemos, y lo ha hecho con grandes frutos. Hoy es más necesaria que nunca esa presencia. Hoy tenemos que seguir ahí, asumiendo cada uno el papel que le corresponde. Y los laicos tienen una tarea imprescindible. La presencia cristiana en el mundo de la educación depende principalmente de los mismos educadores. Un educador cató- lico, cuanto más convencido esté de su fe, mayor bien hará a sus alumnos. Tanto en la escuela pú- blica como en la escuela católica concertada o privada. Tenemos urgente necesidad de educadores católicos, muchos más de los que tenemos. Cada vez mejor formados, con una profunda experiencia de Dios, y al mismo tiempo, con una gran capacidad de diálogo con el mundo en que vivimos. Que no eludan los temas calientes, sino que afronten a pecho descubierto el desafío de la increencia para transmitir serenamente la luz de la fe. A un alumno, niño, adolescente o joven, le quedará para siempre el testimonio de sus profesores, a los que ha visto rezar sinceramente, que han sabido 7 Al inicio del curso 2017-2018 8 carta pastoral 3.5. Cercanos a los pobres El Papa Francisco ha expresado en distintas ocasiones: “quiero una Iglesia pobre para los pobres” (EG 198)8 . “Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia” (Ib.). Los pobres no son solamente destinatarios de la acción evangelizadora de la Iglesia, sino protagonistas de esa evangelización. Ir a evangelizar a los pobres es ir a dejarse evangelizar por ellos, y en ese intercambio de dones percibir unos y otros la acción salvadora de Dios, ante el cual todos somos pobres criaturas, y menos aún, pobres pecadores. La opción preferencial por los pobres, que ya Juan Pablo II proclamó en diversas ocasiones9 , adquiere en el pontificado de Francisco una fuerza especial. Su estilo de vida, sus gestos de cercanía, sus enseñanzas continuas nos hacen muy presentes a los pobres y nos invitan constantemente a implicarnos, tendiendo nuestra mano al que lo necesita. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195). Es frecuente encontrarnos a los pobres a las puertas de las Iglesias, pero apenas los vemos dentro. ¿No podríamos invitarlos a entrar 8 Una idea repetida en el Aula conciliar del Vaticano II, que es tomada posteriormente por las distintas conferencias del CELAM, en el contexto latinoamericano de la teología de la liberación. La deriva marxista de esta opción, que considera a los pobres no en la perspectiva evangélica, sino en clave de lucha de clases, ha sido aclarada por la Santa Sede en dos documentos sucesivos: Libertatis nuntius (6.agosto.1984) y Libertatis conscientia (22.marzo.1986). En esta lí- nea de Magisterio, el Papa Francisco señala: “Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica” (EG 198). 9 Sobre todo en el discurso inaugural de la III Conferencia del CELAM (28.enero.1979). y a tener con ellos alguna celebración apropiada? Los pobres con frecuencia huelen mal e incluso pueden suscitar asco ¿Qué podría hacer la comunidad cristiana para dignificar su presencia? Tenemos que pasar de darles el euro que piden a darles a Jesucristo, que ha venido para ellos, especialmente para ellos y para todo el que se sienta pobre como ellos. En la conversión pastoral que hoy nos pide la Iglesia por medio del Papa Francisco –“sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo” (EG 27)–, hemos de situar cada vez más a los pobres en el centro de la vida de la Iglesia. Primero, como icono viviente de Cristo que sale a nuestro encuentro constantemente: “Lo que hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). Después, porque adoptamos cada vez más actitudes de humildad y pobreza en nuestro actuar como Iglesia; nada de prepotencia ni poderío. Si la Iglesia es rica en esperanza y en los dones que su Esposo le ha concedido es para darlo a los demás, no para orgullo propio o capitalización en nuestro propio favor; menos aún, para obtener beneficios temporales de esos dones que el Esposo ha dado a su Esposa la Iglesia. La Iglesia ha de renovar continuamente esa actitud proexistente (vivir para los demás), que la sitúa a la cabeza de las instituciones que hacen el bien. Y todo lo que tiene es para darlo, hasta la misma vida. Esta actitud de pobreza y desprendimiento ha sido siempre y hoy más que nunca un signo inequívoco de autenticidad y de credibilidad. Y en último término, porque los pobres –junto con la Eucaristía y los obispos– son el fundamento de la Iglesia. Agradezco sinceramente todo el trabajo que se hace desde Cáritas y desde todas las instituciones de Iglesia en favor de los pobres. En todas las Cáritas de la diócesis y en tantas iniciativas de Iglesia, la presencia de los laicos es fundamental, además de las personas de vida consagrada que han entregado su vida a este servicio por amor a Dios. Unos y otros llevan adelante el trabajo de cada día. Los años pasados de la crisis he comprobado cómo una legión inmensa de laicos constituyen una red de solidaridad por toda la diócesis, una solidaridad que brota del amor de Cristo y no es cuantificable en cifras económicas. Si Cáritas no existiera, habría que inventarla, como han inventado formas de caridad y servicio tantos Fundadores en la Iglesia. Y todos hemos constatado de cerca su buen funcionamiento en momentos de crisis. No nos durmamos en los laureles, porque el amor de Cristo nos apremia (2Co 5,14) y en este tema del amor siempre estamos en deuda (Rm 13,8). Nuestra pregunta sea: ¿qué más podemos hacer? Es mucho lo que tenemos por delante. Pero además de todo eso, es preciso que pasemos de la labor asistencial (que todavía es necesaria) a la labor de promoción integral, que incluye el anuncio del Evangelio, y más todavía a hacer que los mismos pobres protagonicen áreas de evangelización. 4. Visita pastoral, segunda vuelta Es tarea propia del obispo la Visita pastoral permanente a su dió- cesis. La primera vuelta ha tenido como objeto llegar a todos, en todos los lugares de la diócesis. Eso me ha dado la oportunidad de conocer a fondo esta diócesis que Dios me ha confiado. Ahora se trata más bien de una segunda vuelta, no tan exhaustiva, pero que quiere llegar de nuevo a todas las parroquias e instituciones donde la Iglesia está presente. “La Visita pastoral es una de las formas, confirmada por los siglos de experiencia, con la que el Obispo mantiene contactos personales con el clero y con los otros miembros del Pueblo de Dios. Es una oportunidad para reanimar las energías de los agentes evangelizadores, felicitarlos, animarlos y consolar- 9 Al inicio del curso 2017-2018 los...”. Animar, felicitar, consolar. Como el buen pastor, que prolonga a Cristo en medio de su pueblo. Y al mismo tiempo el obispo recibe el testimonio de tantos agentes evangelizadores, que fortalecen su fe. La Visita pastoral es, por tanto, Visita de Cristo a su pueblo, presencia del Señor, para constatar la acción del Espíritu santo en cada parroquia, comunidad, en cada cofradía, grupo o asociación. Para percibir lo que el Espíritu Santo dice a cada corazón y acoger de nuevo la llamada a evangelizar con el testimonio y con la palabra. La Visita pastoral es una ocasión de gracia extraordinaria para los fieles, para los consagrados, para los sacerdotes y para el obispo. Preparemos este encuentro en la fe y en la caridad, de manera que el paso del Señor no nos deje indiferentes. Este curso me propongo visitar toda la Vicaría de la Sierra, los tres arciprestazgos, en cada uno de los trimestres del curso. Es una zona homogénea con sus pobrezas y riquezas espirituales y materiales. Hay mucho rescoldo de fe en las familias y en las costumbres, pero hay también una secularización creciente, un planteamiento de la vida sin Dios. Y hay por tanto un reto apasionante de transmitir la fe y hacer discípulos de Cristo, sobre todo en la transmisión de la experiencia cristiana a los más jóvenes. Tomando todo lo bueno, purificando lo que esté torcido, y ofreciendo nuevos cauces para el agua siempre limpia y rejuvenecedora del Evangelio. 5. Acción Católica General, propuesta para todas las parroquias La Acción Católica General (ACG) ha celebrado su III Asamblea General en Santiago de Compostela en los primeros días de agosto de 2017, precedida de una peregrinación por el Camino de Santiago, en la que han participado un centenar de cordobeses, sobre todo jóvenes, con una nota de alegría y esperanza para todos. Ha sido un momento de gracia no sólo para esta asociación eclesial, sino para toda la Iglesia que camina en España. La presencia de más de veinte obispos y la participación de más de cincuenta diócesis (de las setenta españolas) indican el interés que ha suscitado este acontecimiento eclesial. Además de los asociados el Encuentro ha estado abierto a otros laicos de parroquia. Hemos tenido muy presente el discurso del Papa al Foro Internacional de Acción Católica (FIAC) el pasado 27 abril 2017: “La Acción Católica tiene que asumir la totalidad de la misión de la Iglesia en generosa pertenencia a la Iglesia diocesana desde la Parroquia”. Discípulos misioneros, nos insiste Francisco en Evangelii Gaudium. “Eviten caer en la tentación perfeccionista de la eterna preparación para la misión y de los eternos análisis, que cuando se terminan ya pasaron de moda o están desactualizados. El ejemplo es Jesús con los apóstoles: los enviaba con lo que tenían. Después los volvía a reunir y los ayudaba a discernir sobre lo que vivieron”, para no ser prisioneros del propio método por muy bueno que sea. “La Acción Católica debe convertirse en pasión cató- lica”, con el doble sentido de que para dar, para actuar, primero hay que recibir, hay que padecer previamente; y en el otro sentido de que la acción católica debe realizarse con pasión, poniendo toda la carne en el asador. “Es imprescindible que la Acción Católica esté en las cárceles, los hospitales, en la calle, las villas, las fábricas. Si no es así, va a ser una institución de exclusivos que no le dice nada a nadie, ni a la misma Iglesia”. Hemos recordado aquella Peregrinación a Santiago del año 1948, a la que asistieron cien mil jóvenes de Acción Católica de toda España, capitaneados por el venerable Manuel Aparici. Allí se consolidó el Movimiento de Cursillos de Cristiandad (MCC), que tan abundantes frutos ha dado a la Iglesia universal, particularmente en nuestra diócesis de Córdoba, y está llamado a seguir dando, si no se cierra en sí mismo, sino que “crece al desangrarse”. Estoy convencido de que MCC garantiza su fecundidad en la medida que se inserta en la parroquia, su “cuarto día” está en la parroquia, está en la ACG. La nueva Acción Católica General se propone suscitar un laicado bien formado, con clara identidad cristiana y eclesial, con capacidad de autogobierno seglar, en profunda comunión con los pastores y con vocación de inserción en el mundo en que vivimos, para transformarlo desde dentro según el Corazón de Cristo. Atrás quedan tantos frutos y tantas crisis. La refundación de la ACG no es un proyecto, es una realidad presente en la mayor parte de las diócesis españolas. Se perfila como el conjunto de los fieles laicos que viven en torno a la parroquia y a la diócesis y asumen como propios los planes pastorales parroquiales y diocesanos. Entre ellos, algunos son asociados a la ACG como tal, otros viven en el entorno de la parroquia sin asociarse, pero participando de ese mismo estilo y caminando juntos unos y otros. Existe también la Acción Católica Especializada, que tiene sus propios itinerarios y se dirige a un sector del pueblo de Dios (obreros, estudiantes, etc.). La nueva ACG es de más amplio espectro, incluye a todos los fieles de la parroquia en cuanto tales, atendiendo a los tres sectores de niños, jóvenes y adultos, pero formando todos una unidad y fomentando en la parroquia y en la diócesis la comunión eclesial. Notemos ese carácter “familiar”, es decir, que incluye a toda la familia: niños, jóvenes, adultos y ancianos. Amanece y se arraiga una ACG con empuje evangelizador, saliendo al encuentro del hombre contemporáneo y afrontando los graves retos de la evangelización hoy. Ojalá seamos capaces de extenderla a todas las parroquias de nuestra diócesis, de manera que esos fieles laicos que ya viven y actúan en las parroquias encuentren 10 carta pastoral su lugar en la ACG que les ofrece un sentido eclesial orgánico, una proceso formativo continuo y una fuerza común para la misión evangelizadora hoy. La pertenencia a la ACG garantiza el protagonismo que les corresponde a los fieles laicos en la tarea evangelizadora, una formación completa y equilibrada, una acción programada en sintonía con los planes pastorales de la dió- cesis y de la parroquia, libera de la excesiva dependencia del párroco de turno (que cuando él marcha, desaparece todo), y prepara para la presencia en la vida pública, en la que los seglares tienen su propio campo de acción. En este campo especialmente los fieles laicos necesitan de los sacerdotes. La puesta en marcha, la expansión y el sostenimiento de la ACG en nuestra diócesis dependen en gran parte de los párrocos, y no puede ser de otra manera, pues Jesucristo ha fundado su Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y sus colaboradores. El ministerio apostólico, prolongado por el sacramento del Orden, es un soporte necesario de toda realidad eclesial. Si además la ACG tiene a gala la plena comunión y colaboración con sus pastores, no podemos desentendernos unos de otros. Todos nos necesitamos, cada uno en su puesto según el don recibido para provecho de los demás. Que los párrocos descubran el gran valor de la ACG en el momento presente y miren al futuro, reconociendo el gran activo que supone para la Iglesia un laicado maduro, bien formado y que sabe autogestionarse. 6. Sínodo sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional (2018)” La Iglesia universal en su camino sinodal tiene en el horizonte próximo la celebración de la Asamblea ordinaria del Sínodo 2018 sobre “Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”. Desde Córdoba hemos estudiado los cuestionarios y hemos enviado las respuestas. Bastantes jóvenes se han involucrado en este trabajo. A la espera del Instrumentum laboris, después de haber respondido al cuestionario, queremos acercarnos a los jóvenes para pedir su protagonismo en la transmisión de la fe a sus contemporáneos. La inmensa mayoría de nuestros jóvenes cordobeses estudian, trabajan por un futuro mejor, son una verdadera esperanza para un mundo mejor. Es nuestro deber abrirles a la transcendencia, ayudarles al encuentro personal con Cristo, que les descubrirá cuál es su vocación, su lugar en el mundo, en el servicio a los demás. La peregrinación diocesana cada año a Guadalupe es un exponente notable de esta experiencia eclesial con jóvenes en nuestra diócesis, desde hace ya más de veinte años. El Adoremus cada jueves en la Casa de la Juventud de la ciudad, que tiene su réplica en otros varios lugares. La peregrinación a Santiago de la ACG a primeros de agosto pasado ha puesto a los jóvenes cordobeses en primer plano por su jovialidad y por su piedad. Varios obispos me felicitaron por ello. Bastantes jó- venes Scout de Córdoba han participado este verano en su Jamboré 2017 en Covaleda (Soria), donde se reunieron más de seis mil Scouts católicos. Otros muchísimos han tomado parte en distintos campamentos y convivencias de verano. Algunos han partido a misiones en el tercer mundo, a Calcuta, etc. en medio de múltiples privaciones. El próximo Congreso Nacional de Jóvenes Cofrades en Córdoba a finales de octubre 2017 es todo un programa de vida cristiana, que implica a los jóvenes de nuestras Cofradías. Son jóvenes, son cristianos, son una esperanza para nuestra diócesis y para el mundo. En ese clima cristiano, imbuido de fuertes testimonios de vida cristiana, los jóvenes aprenden a ser cristianos. Hoy los jóvenes no aguantan normalmente una instrucción tras otra, ni aunque sean las mejores catequesis. Los jóvenes prefieren ser protagonistas de sus propias experiencias, ser formados por medio de la acción, en una pedagogía activa dentro de la cual haya momentos de reflexión y catequesis, y sean introducidos en la experiencia contemplativa de la oración personal. Ciertamente, esto supone mucho trabajo de acompañamiento, de organización, de ejecución. Pero este es el camino de evangelización de los jóvenes, que luego se prolonga durante el curso pastoral con un plan de formación continua. La Delegación diocesana de la juventud ha de trabajar en íntima conexión con la Delegación de familia y vida, con la Acción Católica General (especialmente con la sección jóvenes) y con los jóvenes cofrades. No ir cada uno por su cuenta, sino establecer planes de formación comunes, acciones comunes, objetivos comunes de evangelización. Y junto a estos, pastoral universitaria y pastoral vocacional. La Peregrinación diocesana a Guadalupe acomuna mucho. Pero además, hay experiencias de “misión juvenil” que hacen a los jóvenes protagonistas de dicha evangelización, con gran provecho para los mismos jóvenes. En nuestra diócesis hay muchos jóvenes dispuestos a ello, hay que ponerlos en marcha. 7. Ocio y tiempo libre para la evangelización En todo este mundo juvenil un punto importante es el ocio y el tiempo libre. Hace unos años hemos apostado fuertemente por estas actividades, creando la Escuela de Ocio y Tiempo Libre “Gaudium”, porque estoy convencido de que si tales actividades están bien orientadas, son una magnífica ocasión para vivir y crecer en la vida cristiana. Este verano pasado tales actividades han experimentado un crecimiento excepcional. Muchos grupos, sobre todo de parroquias, han iniciado estas experiencias con resultados muy positivos. El albergue “Cristo Rey” de Villanueva de Córdoba, la casa del Rocío junto 11 Al inicio del curso 2017-2018 al Santuario de la Virgen y otros lugares, a los que se añadirá pronto la casa de Cáritas Diocesana en Torrox (Málaga). Sigamos por este camino, que incorpora a muchos padres, genera monitores propios en cada parroquia para continuar el trabajo pastoral durante el curso en catequesis u otras actividades complementarias. Dirigidas especialmente a niños/ as de poscomunión y adolescentes, hacen que en estas actividades de verano se impliquen jóvenes de distintas edades, a los que les hace mucho bien. Hemos de cuidar la identidad cristiana de estos campamentos, con tiempos de oración y de catequesis, en los que se cuida la actitud de servicio, la creatividad, el sentido del pudor, la sana diversión. Normalmente todos desean repetir. Cuidar durante el año la preparación de estos campamentos, la preparación de sus monitores, que han de convertirse en verdaderos testimonios cristianos ante los niños y adolescentes. Cuidar el tono de vida cristiana de todos los que participan en estas actividades. De lo contrario, se convertiría en un activismo llamado al fracaso, aunque se llene de niños. La Escuela de Ocio y Tiempo Libre “Gaudium” tiene un papel especial al fomentar este espíritu cristiano. No sólo es una Escuela que imparte títulos oficiales, sin los cuales estaríamos fuera de la ley. Es ante todo una Escuela de vida cristiana por medio del ocio y el tiempo libre. Expreso mi reconocimiento y gratitud a la labor que vienen realizando y les invito siempre a más. No pretenden ningún negocio personal, no aspiran a generar un Movimiento propio. Quieren servir a las parroquias y grupos que los solicitan, preparar a más monitores, implicar a más jóvenes. Su secreto estará en afinar cada vez más en el talante cristiano, que debe caracterizarlos. Sue- ño con un escuadrón de cientos o miles de jóvenes que se ponen al servicio de las parroquias como monitores de ocio y tiempo libre, y muchos de ellos prolongan su participación en grupos juveniles. Con ellos, ganamos el futuro. Lo considero como una preciosa labor pastoral, si vamos afinando cada vez más en su talante cristiano. 8. La cultura, lugar de encuentro para la evangelización Somos depositarios, en calidad de dueños, de todo un patrimonio cultural, que hemos de gestionar para la evangelización, es decir, para comunicar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo el gran valor del Evangelio, que se ha hecho cultura. “La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe ... Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”10. También en este campo, lo que hemos recibido en herencia es para darlo, para mostrarlo, para llevar a nuestros contemporáneos al encuentro con Dios por el camino de la belleza y de la cultura. Mostrar una obra de arte, mutilando su sentido religioso para el que fue realizada, es de un reduccionismo cultural inadmisible. No se trata de “añadir” el significado religioso de esa obra de arte, se trata de no mutilar el sentido religioso por el que fue realizada. Y teniendo a nuestra disposición un acervo cultural tan abundante, no podemos dormirnos a la hora de mostrarlo, y de mostrarlo en todo su sentido y valor religioso. La defensa del patrimonio cultural de la Iglesia no la hacemos desde una postura de propiedad exclusiva y excluyente, sino con un sentido evangelizador. No queremos que tales obras de arte o de patrimonio cultural sean despojadas de su auténtico valor, sean “mutiladas” por el secularismo de moda. No busca- 10 Juan Pablo II, Discurso al Congreso nacional de Movimiento eclesial de compromiso cultural (16.enero.1982), citado en la Carta de constitución del Pontificio Consejo para la Cultura (20.mayo.1982) mos el negocio económico, sino el servicio público de este patrimonio, procurando su buena conservación, su bella presentación e incluyo su auténtica interpretación. Empezando por el conjunto monumental Mezquita-Catedral, templo principal de la comunidad católica de Córdoba, y siguiendo por sus abundantes templos parroquiales y sus ermitas, la geografía diocesana está plagada de un patrimonio cultural que nos desborda: archivos, bibliotecas, retablos, imá- genes talladas o pintadas, orfebrería, telas, etc. Las administraciones públicas han retirado prácticamente la ayuda a la que tenemos derecho como ciudadanos, y cuando hay que restaurar y mantener este patrimonio tenemos que recurrir a la generosa aportación de los fieles católicos, que a pulso mantienen su patrimonio, que está al servicio de todos. La Catedral es una excepción al recibir recursos por razones de turismo. Pongamos al servicio de la evangelización todo este patrimonio cultural. Lo hemos recibido para compartirlo, sin perder la propiedad, que garantiza el fin para el que fueron creados tales obras o tal patrimonio cultural. Veamos la forma de poder explicar a todos los que nos visitan la belleza que contienen. Imaginemos y proyectemos formas nuevas de mostrar nuestro patrimonio: exposiciones, visitas guiadas, catequesis culturales, es decir, explicación de lo que estamos viendo y de su sentido religioso más profundo. Para muchos visitantes es el único contacto con el mundo religioso cristiano, para muchos servirá de verdadero “atrio de los gentiles”11, para muchos 11 Expresión de Benedicto XVI, proponiendo nuevos ámbitos de evangelización para los que buscan a Dios, aún siendo ateos: “Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de “atrio de los gentiles” donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo y antes de que hayan encontrado el acceso a su misterio, a cuyo servicio está la vida interna de la Iglesia”: Benedicto XVI, Discurso a la Curia romana, 21.diciembre.2009. 12 carta pastoral otros puede servir de chispa que encienda el rescoldo de fe escondido en su corazón. La actualización del archivo diocesano y la modernización de su sala de investigadores es una preciosa aportación al mundo de la cultura, que nos sitúa en el máximo nivel de servicio cultural. La terminación del museo diocesano y el aula de interpretación será otro lugar cultural de primer orden. Iniciativas para difundir la cultura desde la Catedral, como el Foro Osio, merecen la máxima consideración por la calidad de sus actuaciones. Pero a niveles inferiores, desde cada parroquia se puede afrontar este capí- tulo de la evangelización a través de las obras de arte. No hay parroquia por pobre que sea que no tenga retablos, imágenes y tantos objetos de culto, que pueden ser explicados detenidamente a los niños, jóvenes y adultos que los visitan. Y en toda parroquia hay archivos parroquiales, que merecen todo el cuidado del mundo, y a los que se ofrece la digitalización gratuita desde el archivo diocesano. Felicito a los lugares donde se han decidido a crear un pequeño museo donde mostrar/ guardar los objetos de culto de manera digna. Todo esto sirve a la evangelización. Podemos incorporar a este campo cristianos fieles laicos jubilados civilmente y jóvenes que completan su formación y que son especialmente sensibles a este campo cultural. 9. Pastoral vocacional Aquí tenemos la “llave de la cosecha” en expresión feliz del beato Manuel Domingo y Sol, que dedicó su vida a la promoción de vocaciones sacerdotales. Cuando hablamos de las vocaciones al sacerdocio ministerial, no estamos pensando en una Iglesia clericalizada, no. El Pueblo de Dios y los fieles que a ella pertenecen ocupan el lugar primero y fundamental de este gran misterio, Cristo y su Iglesia. Y al servicio de ese Pueblo está el sacerdocio ministerial. Dos son las dimensiones esenciales de este Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia: la dimensión mariana y la dimensión petrina. La dimensión mariana consiste en la santidad que todo el Cuerpo recibe de su Esposo, Cristo. Tiene en María su referencia. La dimensión petrina es la articulación que ese mismo Cuerpo recibe de Cristo Cabeza, para vivificar a su Cuerpo. Su referencia es Pedro, prolongado en sus sucesores. La dimensión mariana es primera y fundamental, la dimensión petrina es imprescindible como prolongación de Cristo Cabeza. Este Pueblo de Dios es un pueblo articulado por su mismo Fundador, y en esa articulación un elemento esencial son los Apóstoles y sus sucesores los obispos y sus colaboradores los presbíteros y diáconos. Es decir, aquellos varones, elegidos por Dios y puestos al servicio de este Pueblo santo mediante el sacramento del Orden. Los obispos y los presbíteros prolongan a Cristo cabeza y esposo de la Iglesia, que es su cuerpo y su esposa. Sin ellos, no hay Eucaristía, no hay Iglesia. Por eso, son un elemento de primerísima necesidad para la supervivencia de la Iglesia en cualquier parte de la tierra y en cualquier época de la historia, son verdaderamente imprescindibles. Siendo esto así, es un gran don de Dios a su pueblo que haya suficientes ministros sagrados para la celebración de la Eucaristía y los sacramentos, y por eso hemos de pedir continuamente al Dueño de la mies que mande trabajadores a su mies (cf. Mt 9, 38). En este asunto especialmente hemos de pedirlo con la confianza de que se nos va a conceder, o como si ya lo hubiéramos alcanzado. Será la mejor forma de pedir en el nombre del Señor. No es ningún clericalismo, por tanto, pedir sacerdotes para la Iglesia. Si hay sacerdotes, habrá muchos más seglares y habrá vitalidad en las parroquias y en la diócesis. Agradecemos a Dios que este año ingrese un buen número de seminaristas en nuestros seminarios: una docena en el Seminario Mayor san Pelagio, media docena en el Seminario menor y los que sean asignados como nuevos para el Redemptoris Mater. Cada vocación es un milagro de Dios en estos tiempos y en estas circunstancias. Por tanto, seguimos rogando al Dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies. Y cuando suscita nuevas vocaciones, le damos gracias por lo bueno que es con nosotros. Una vez más se comprueba que el caldo de cultivo es la familia cristiana y el testimonio de los sacerdotes. Cada sacerdote debe tener como tarea prioritaria ésta de despertar y alentar las vocaciones al sacerdocio ministerial en su parroquia, en sus grupos, en su entorno. Cada familia debe orar para que en su seno alguno de los miembros sea llamado al sacerdocio o a la vida consagrada. 10. De la mano de María Pongamos nuestros ojos en María nuestra madre. Ella nos enseñará a ser discípulos misioneros de su hijo Jesús, nuestro Señor. Comenzamos el curso con la coronación pontificia de la Virgen de la Cabeza en Carpio y concluiremos el curso con la coronación pontificia de la Virgen del Carmen en Rute. Que ambos acontecimientos sirvan para incrementar la devoción filial a María. Ella nos proteja siempre como buena madre. Os bendiga Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. Córdoba, 1 de septiembre de 2017

           DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBITEROS

 

      El Sínodo de 1990 pidió que se redactara un Directorio para la vida sacerdotal y especialmente para la formación permanente. El Santo Padre acogió la petición y, con este objetivo, señaló claramente en Pastores dabo vobis las líneas básicas, invitando a "hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrollo por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).

 

El contenido del Directorio

 

      El Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros (Congregación para el Clero, 31.1.94) responde a estas indicaciones y ofrece un programa de vida sacerdotal concreto, especialmente para el sacerdote diocesano y en el Presbiterio.

 

      Al presentar la identidad del sacerdote (cap. I), el Directorio indica que ella "deriva de la participación específica en el sacerdocio de Cristo, por lo que el ordenado se transforma, en la Iglesia y para la Iglesia, en imagen real, viva y transparente de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.2).

 

      Las dimensiones de la identidad (trinitaria, cristológica, pneumatológica y eclesiológica) se resumen con estas palabras: "Nuestra identidad tiene su fuente última en la caridad del Padre. Al Hijo... estamos unidos... por la acción del Espíritu Santo. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo" (n.3). "Deberán ser fieles a la Esposa y como viva imagen que son de Cristo Esposo, han de hacer operativa la multiforme donación de Cristo a su Iglesia" (n.13). Las exigencias misioneras son una consecuencia necesaria: "Enviado por el Padre por medio de Cristo, el sacerdote pertenece de modo inmediato a la Iglesia universal... Todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misionera" (n. 14).

 

      En el ámbito de la comunión eclesial, el Presbiterio de la Iglesia particular deberá estructurarse como familia y fraternidad, donde el sacerdote debe encontrar todos los medios de santificación y de evangelización: "Es en el interior de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se revela toda identidad cristiana y, por tanto, también la específica y personal identidad del presbítero y de su ministerio" ( n.21). "La fraternidad sacerdotal y la pertenencia al Presbiterio son elementos característicos del sacerdote" (n.25). "El Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización" (n.27).

 

      La espiritualidad sacerdotal (cap. II) se presenta en el contexto actual, subrayando la actitud relacional con Cristo: "El sacerdote necesita tener una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único protagonista principal de cada acción pastoral" (n.38). Esta espiritualidad se concretiza en la caridad pastoral: "La caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote" (n.43).

 

      A la luz de la caridad del Buen Pastor, el sacerdote se dedica a los ministerios (predicación, sacramentos, guía de la comunidad: "Existe una íntima unión entre la primacía de la Eucaristía, la caridad pastoral y la unidad de vida del presbítero" (n.48).

 

      El seguimiento evangélico (castidad, obediencia, pobreza) es una aplicación lógica de la caridad del Buen Pastor: ""El ejemplo es el Señor mismo... En su seguimiento, sus discípulos han dejado todo para cumplir la misión que les había sido confiada" (n.59).

 

      Esta espiritualidad será posible con el ejemplo y la ayuda de María Madre especialmente de los sacerdotes: "La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (n.68).

 

      Tanto la identidad (el ser y el obra sacerdotal) como la espiritualidad, necesitan una formación permanente adecuada, con indicación de las líneas doctrinales, objetivos y medios concretos (cap. III).

 

Espacio operativo para la Unión Apostólica

 

      La Unión Apostólica tiene como objetivo promover la fraternidad sacerdotal que deriva del sacramento del Orden y de la pertenencia al Presbiterio de la Iglesia particular, en comunión con el propio Obispo y con el Sucesor de Pedro. Por tanto, intenta vivir la "Vida Apostólica" en la fraternidad del Presbiterio diocesano, proponiendo posibilidades de vida fraterna, con un proyecto de vida personal y de grupo.

 

      El Directorio, al subrayar la importancia de vivir la realidad de gracia del Presbiterio (nn.25-27), invita a apreciar las "asociaciones" sacerdotales en el seno del Presbiterio (nn.29,88) y a poner en práctica la posibilidad de vida fraterna o comunitaria (nn.28-29,82,88) de acuerdo con la espiritualidad del sacerdote diocesano. Invita también a redactar un proyecto personal de vida sacerdotal (n.76).

 

      Nos encontramos, pues, en una ocasión tal vez irrepetible para la Unión Apostólica. Los Presbiterios de toda la Iglesia intentarán poner el práctica las indicaciones entusiasmantes y profundas del Directorio.  Qué "espacio operativo" (según la expresión de Pablo VI) queda para la Unión Apostólica?

 

      El Directorio favorece y deja espacio ala iniciativa privada, ya sea de los individuos que de los grupos sacerdotales. A la Unión Apostólica le queda, pues, este "espacio operativo" a nivel personal y grupal o de revisión de vida. Con un proyecto tal como lo desea Pastores dabo vobis (n.79) y el Directorio (n.76), la Unión Apostólica puede convertirse en levadura para la animación del Presbiterio en todas sus dimensiones: humana, espiritual, intelectual y pastoral. Esta animación, por parte de la Unión Apostólica infundirá en estas cuatro dimensiones una línea más comunitaria y familiar, que es connatural a la "Vida Apostólica" del Presbiterio.

                                                           Juan Esquerda Bifet

Lunes, 11 Abril 2022 09:33

SPIRITUALITA' DIOCESANA

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                   SPIRITUALITA' DIOCESANA

 

1. SPIRITUALITA DIOCESANA: Laici, religiosi, ministri ordinati

 

 

     Bisogna far attenzione al significato delle due espressioni: "Spiritualità" - "diocesana". L'espressione "spiritualità" indica una vita secondo lo Spirito Santo (cfr. Gal 5,25) e, quindi, si tratta di vivere coerentemente i doni e le grazie dello Spirito. "Diocesana" indica la realtà di grazia di vivere e appartenere (secondo la propria vocazione e il proprio stato di vita ed eventuali carismi) ad una Chiesa particolare, dove presiede un successore degli Apostoli in comunione col Successore di Pietro. Teologicamente è secondario se la Chiesa particolare è giuridicamente "diocesi", "prefettura", "vicariato", "prelatura", ecc. L'espressione "diocesana" si riferisce a tutte queste realtà eclesiologiche di grazia, anche quando giuridicamente non si tratti di una "diocesi".

 

     "Spiritualità diocesana" significa dunque, vivere questa realtà di grazia. Tutti i fedeli che risiedono in una "Chiesa particolare" sono chiamati a vivere una storia di grazia e una eredità apostolica che costituisce la "diocesi" o concretizzazione analoga della Chiesa universale.

 

     A questa "spiritualità diocesana" sono chiamate tutte le vocazioni (sacerdoti, religiosi, laici). Queste persone svolgono "servizi" ("ministeri") specifici (profetici, liturgici, di carità...), con il riferimento a dei carismi peculiari. Vocazioni, ministeri e carismi, sono componenti della spiritualità diocesana, senza esclusivismi ne emarginazioni.

 

     Nella Chiesa particolare, resa concreta nello spazio e nel tem­po, si concretizza la Chiesa universale. È la Chiesa come evento salvifico (cfr. Mystici Corporis Christi: AAS 35 (1943) 211 ss).

 

     La Chiesa si fa concreta o si realizza lì dove si predica la parola e si celebra l'eucaristia in rapporto con il vescovo come garante della tradizione apostolica. È il vescovo, in comunione con il papa e con gli altri vescovi, colui che garanti­sce l'inserimento in questa tradizione. Questo vale a livello dottrinale, pastorale e spirituale, senza eccezioni (cfr. CD 11; cfr. CIC, can. 369).

 

     La diocesi o Chiesa particolare è in rapporto stretto di comunione con tutta la Chiesa, perché: è immagine ed espressione, presenza e realizzazione (concretizzazione) della Chiesa universale; ha le sue radici nella successione apostolica per mezzo del proprio vescovo in comunione con il successore di Pietro e la collegialità episcopale; è segno trasparente e portatore della salvezza in Cristo per tutta la comu­nità umana; è portatrice di carismi speciali dello Spirito Santo per il bene della Chiesa universale e di tutta l'umanità (cfr. LG 13,23,26; CD 11; AG 6,19,22; OE 2). Le Chiese fondate dagli Apostoli erano una stessa Chiesa resa concreta, con sfumature e carismi diversi, in un luogo e tempo (1Ts 2,14). «Questa Chiesa di Cristo è veramente presente in tutte le legittime assemblee locali di fedeli che, uniti ai loro pastori, ricevono anche il nome di Chiesa nel Nuovo Testamento (At 8,1; 14,22‑23; 20,27)» (LG 26; cfr. LG 13).

 

2. SERVITORI SPECIALI DELLA SPIRITUALITA' DIOCESANA

 

     Tutti i ministri ordinati (vescovo, presbiteri, diaconi) sono al servizio di queste Chiese particolari, senza perdere l'universalismo, per garantire, custodire e aumentare un tesoro di grazie che va a beneficio della Chiesa universale. Essere sacerdote diocesano implica una sensibilità ecclesiale responsabile di fronte all'eredità apostolica ricevuta, che aumenta permanentemente per il bene di tutta la Chiesa. «Sempre intenti al bene dei figli di Dio, cerchino di cooperare nel lavoro pastorale di tutta la diocesi e anzi, di tutta la Chiesa» (LG 28).

 

     Il servizio sacerdotale diocesano è un atteggiamento pastorale e spirituale di accompagnamento permanente della comunità nel suo percorso di maturazione fraterna, spirituale e apostolica. Senza la presenza del sacerdote ministro, «la Chiesa non può essere completamente sicura della sua fedeltà e della sua visibile unità» (Il sacerdozio ministeriale, Sinodo, 1971, part. 1ª,4) «I presbiteri sono posti tra i laici per portare tutti all'unità della carità... Ad essi spetta, quindi, armonizzare in modo tale le diverse mentalità che nessuno si senta estraneo alla comunità dei fedeli. Essi sono i difensori del bene comune, la cui cura esercitano a nome del vescovo e, al tempo stesso, sono assertori strenui della verità, affin­ché i fedeli non siano sballottati da ogni vento di dottrina» (PO 9; cfr. PO 6; LG 28; CD 18,23,30).

 

     L'incardinazione è un fatto di grazia e, quindi, una sorgente di armonia e di impegno ministeriale affinché il sacerdote si realizzi qui ed ora nella Chiesa particolare presieduta da un successore degli Apostoli. Sarà, dunque, un punto di riferimento per trovare la spiritualità specifica del sacerdote diocesano, secolare nel suo Presbiterio, tenendo presente anche la dio­cesaneità dei sacerdoti religiosi (cfr. PO 8,10; LG 28; CD 28; PDV 31-32,74). «La incardinazione non si esaurisce in un vincolo puramente giuridico, ma comporta anche una serie di atteggiamenti e di scelte spirituali e pastorali, che contribuiscono a conferire una fisionomia specifica alla figura vocazionale del presbitero» (PDV 31; cfr 32,74; Dir 14,16).

 

     I sacerdoti diocesani (secolari), per il fatto di essere «incardinati in una Chie­sa particolare o assegnati a essa, si consacrano completamente al suo servizio per pascere una porzione del gregge del Signore» (CD 28; cfr. can. 265ss.). I sacer­doti religiosi, o di istituti di vita consacrata, servono alla stessa Chiesa con i ca­rismi della loro istituzione e quindi con una vera spiritualità diocesana.

 

 

3. SPIRITUALITA DEL SACERDOTE DIOCESANO

 

     Il vescovo con tutti i suoi presbiteri e diaconi (Presbiterio) trovano la sua identità e la sua spiritualità specifica diventando testimoni, promotori e custodi di una storia di grazia e di una eredità apostolica in una chiesa particolare, che appartiene al patrimonio della Chiesa universale.

 

     La fisionomia del sacerdote diocesano è stata presentata con chiarezza dai documenti conciliari e postconciliari, a modo di attualizzazione dei testi evangelici sulla figura del Buon Pastore e sullo stile di vita degli Apostoli. Questa realtà ecclesiale è la voce dello Spirito Santo oggi  che chiama a costruire e a vivere la figura sacerdotale nel Presbiterio diocesano del terzo millennio del cristianesimo. Vedere specialmente: "Lumen Gentium" (LG) cap. III, "Presbyterorum Ordinis" (PO) nn.7-9, "Pastores dabo vobis" (PDV) nn.31-32, 74; "Direttorio per il ministero e la vita dei presbiteri" (Dir) nn.25-29.

 

     E' urgente presentare questa dottrina attuata in persone singole e fraternità sacerdotali, allo scopo di far vedere la possibilità effettiva della spiritualità specifica del sacerdote diocesano. Ed è anche urgente saper contagiare di questo ideale le nuove generazioni vocazionali (specialmente nei Seminari diocesani) sulla mistica e spiritualità del sacerdote diocesano.

 

     Quando esiste la vera "fraternità sacerdotale" si mette in evidenza che è possibile costruire col proprio Vescovo la "fraternità sacramentale" del Presbiterio (PO 8; cfr. LG 28; PDV 17, 74), come "luogo privilegiato" nel quale il sacerdote (diocesano, secolare) "dovrebbe trovare i mezzi specifici di santificazione e di evangelizzazione" (Dir 27).

 

     Ecco le linee basilari che costituiscono la spiritualità specifica del sacerdote diocesano:

 

1ª) Essere segno personale, comunitario e sacramentale di Cristo, Buon Pastore, Capo, Sposo, Servo, Sacerdote e Vittima. Cfr. PO 12-18; PDV 27-30; Dir 57-67. Si partecipa al suo essere (consacrazione), si prolunga il suo agire (missione) e si fa trasparire il suo stile di vita (spiritualità). In questo modo si costruisce la comunità ecclesiale come comunione: prolungare la Parola del Signore, far presente il suo sacrificio e azione salvifica, attuare la sua azione pastorale di carità. Il sacerdote è segno trasparente della vita evangelica del Buon Pastore, il quale ha amato fino a "dare la vita" (carità pastorale) per poter dare se stesso (povertà), secondo i disegni del Padre (obbedienza) e come consorte e Sposo (verginità) (Gv 10; Mt 8,20; Gv 4,34; Mt 9,15). A questa vita sono stati chiamati gli Apostoli e i suoi successori, nella sequela evangelica radicale, in comunione fraterna con disponibilità missionaria (Mt 4,19ss; 19,27ss; Mc 3,14; PDV 15-16, 60), per poter condividere sponsalmente la stessa vita del Signore e diventare segno di come ha amato lui (Mc 10,38; PDV 22, 29; Gv 17,10; PDV 49). Per il fatto di partecipare al sacerdozio e alla missione di Cristo, come pure alla successione apostolica, essendo cooperatore diretto del Vescovo e incardinato nella Chiesa particolare, il sacerdote deve essere disponibile per la missione locale e universale (Mt 28,19-20; LG 28; PO 10; PDV 17, 32; Dir 45-56).

 

2ª) Il sacerdozio vissuto nel Presbiterio ha le caratteristiche di "intima fraternità" postulata dal sacramento dell'Ordine (LG 28). E' quindi "fraternità sacramentale" (PO 8), segno efficace di santificazione e di evangelizzazione. Di conseguenza, il Presbiterio è "mysterium" e una "realtà soprannaturale" (PDV 74) che conferisce alla spiritualità sacerdotale il senso di appartenenza ad una "famiglia sacerdotale" (CD 28; PDV 74), come "luogo privilegiato" dove il sacerdote "dovrebbe trovare i mezzi specifici di santificazione e di evangelizzazione" (Dir 27).

 

3ª) La missione e spiritualità sacerdotale diocesana viene vissuta necessariamente in rapporto di dipendenza familiare col  carisma episcopale (PO 7; PDV 31, 74). I sacerdoti sono "collaboratori e consiglieri necessari" del Vescovo (PO 7; Dir 22, 62). Con lui ma in grado inferiore, partecipano alla successione apostolica dei Dodici (PDV 15-16, 60). Per ciò l'attuazione del carisma episcopale è imprescindibile, non soltanto per le questioni amministrative e pastorali, ma principalmente nel campo della spiritualità specifica (CD 15-16, 28). Senza di quest'attuazione episcopale, non sarebbe possibile la costruzione del Presbiterio tale quale viene descritto dai Santi Padri e dai documenti conciliari e postconciliari (PDV 79) (Cfr. Lettere di S. Ignazio di Antioquia: Ad Ephesios II, IV 1-2; Ad Magnesios II, III 1-2; Ad Trallenses II 1-2; III 1 ecc.).

 

4ª) Il sacerdote diocesano, per il fatto dell'incardinazione, appartiene permanentemente alla Chiesa particolare. E' quindi al servizio della Chiesa lì dove viene concretizzata e guidata sotto la direzione di un successore degli Apostoli in comunione col Romano Pontefice (CD 11; LG 28). L'appartenenza stabile alla Chiesa particolare ha come conseguenza una speciale responsabilità riguardo l'eredità apostolica, la storia di grazia e la collaborazione universale (PDV 31-32, 65, 74). Ogni sacerdote diocesano deve restare disponibile per la Chiesa universale, sempre in rapporto di dipendenza al proprio Vescovo (LG 28; PO 10; PDV 32; Dir 14-15).

 

     Questa diocesaneità non implica separazione ne privilegi riguardo le altre modalità di servire nella Chiesa particolare (che sono anche membri del Presbiterio in pieno diritto), ma ha un suo proprio cammino specifico di spiritualità e di missionarietà. Il sacerdote diocesano è al servizio di tutti i carismi e vocazioni, in comunione col Vescovo e in coordinamento con tutti i componenti del Popolo di Dio (PO 6, 9).

 

     Per il fatto di essere diocesano o secolare, il ministro "incardinato" nella diocesi ha una propria spiritualità specifica (secondo le linee sopra elencate), anche se non sempre ha necessariamente una spiritualità peculiare nel senso di ispirarsi in un carisma fondazionale (come è il caso dei religiosi e di altre istituzioni). Questa spiritualità sacerdotale specifica (che costituisce la propria identità) non è da mettere in dubbio ne deve essere presentata come rivendicazione ne può essere ridotta a discussione teorica di contrasto con altre spiritualità, ma si deve affermare per essere vissuta e comunicata specialmente ai futuri sacerdoti durante la formazione iniziale nei Seminari.

 

     La cura della vita sacerdotale è sempre in rapporto di dipendenza riguardo il carisma episcopale, e si concretizza nell'aiutare tutti i ministri in tutte le sue dimensioni. Di questa assistenza e aiuto ne è responsabile anche tutto il Presbiterio e tutta la comunità diocesana (PDV 76-78; Dir 81-97).

 

     La vita del Presbiterio si organizza secondo quattro livelli o dimensioni: umana, spirituale, intellettuale e pastorale (PDV 71-72). In questo modo si prende coscienza che nella propria Chiesa particolare si fa presente la realtà della Chiesa mistero, comunione e missione (PDV 73-75). Il progetto di vita che deve attuarsi in ogni Presbiterio, deve essere integrale e sistematico, abbracciando tutta la vita e ministero sacerdotale (PDV 3, 79; Dir 76, 86).

 

     Le fraternità e gruppi hanno lo scopo di "animare" il progetto del Presbiterio e di riempire lo spazio operativo che ancora rimane per l'iniziativa privata, la generosità evangelica e i mezzi concreti di vita sacerdotale. Le linee basilari di spiritualità e il progetto di vita nel Presbiterio hanno bisogno di mezzi personali e comunitari più concreti e più efficaci, adattati ai bisogni particolari.

 

     Questa concretizzazione, per quanto si riferisce ai ministri ordinati "diocesani" (incardinati nella diocesi), dovrà attuarsi nella stessa linea del carisma specifico: carità pastorale secondo lo stile evangelico degli Apostoli, rapporto con il carisma episcopale, appartenenza responsabile al Presbiterio, dedizione piena alla Chiesa particolare anche nella sua responsabilità missionaria universale... Riguardo gli altri ministri non incardinati nella diocesi, si dovrà far attenzione al proprio carisma fondazionale, religioso, associativo, ecc.

 

     1º) Progetto e impegni personali (PO 18; PDV V-VI; Dir 41-54, 68, 76, 81-86). Senza un progetto personale efficiente, il progetto comunitario non si metterà in pratica.

 

     2º) Progetto e impegni del gruppo o fraternità (PO 8, 17; PDV 17, 29, 31, 44, 50, 68, 74-81; Dir 28-29; can 278-280).

 

     3º) Diverse possibilità di vita in gruppo: modalità geografica: vicarie foranee, zone, vicinanza...;  modalità funzionale, secondo l'affinità di ministeri specializzati... ; modalità di amicizie: secondo gli anni di ordinazione, amicizia e affinità, gruppi spontanei...; modalità di collegamento: associazioni, movimenti, istituti, "comunità", vita consacrata...; modalità "carismatica" ispirata in una figura sacerdotale o spirituale...; altre modalità di iniziativa privata: consiglio spirituale e apostolico, revisione di vita in gruppo...; modalità di Unione Apostolica, come servizio associativo internazionale per lo scambio di esperienze di "Vita Apostolica" nel Presbiterio diocesano,

 

LINEE CONCLUSIVE:

 

     La spiritualità diocesana (della Chiesa particolare) si concretizza nel vivere (da parte di tutti i componenti: laici, religiosi, ministri ordinati) la storia di grazia e l'eredità apostolica della stessa Chiesa particolare, come missione "ad intra" e "ad extra". La missione "ad extra" mette in pratica la missionarietà della Chiesa particolare (diocesi). A questo scopo è necessaria una esperienza previa di costruzione della propria Chiesa particolare prima di andare a costruire le Chiese particolari più bisognose. La missione "ad gentes" non si svolgerà bene se i missionari non hanno una profonda spiritualità diocesana (in rapporto alla Chiesa particolare di origine e alla Chiesa particolare di arrivo).

 

     Il sacerdote diocesano ordinariamente si sente ancora spaesato in questo campo concreto della fraternità. Forse è questa una delle cause più importanti perché in alcune diocesi le vocazioni non siano ne abbondanti ne definite. In alcune Chiese particolari, in cui abbondano le vocazioni e dove i Seminari sono in crescita, i futuri sacerdoti si domandano sulla possibilità di vivere l'identità specifica del sacerdote diocesano (tale quale viene descritta in PO, PDV, Direttorio), nel suo Presbiterio e col suo Vescovo. Il fatto dell'esistenza di altre vie legittime e raccomandabili non scusa dall'urgenza di collaborare nella costruzione della propria via specifica.

 

     Il Presbiterio che susciti entusiasmo nei sacerdoti attuali e in quelli del futuro, si deve costruire come "famiglia sacerdotale" (PDV 74; CD 28), composta da sacerdoti e diaconi appassionati di Cristo, e da piccole fraternità o di gruppi e cenacoli (secondo zone geografiche, funzione ministeriale, amicizia, ecc.), nella messa in pratica di un progetto di vita concreto e chiaro.

 

     Teologicamente è necessaria l'azione concreta (paterna e fraterna) del proprio Vescovo, che si deve domandare e seguire. I presbiteri e i diaconi specialmente hanno bisogno dell'attuazione del carisma episcopale, fino a sentirlo vicino, pienamente impegnato e condividendo la stessa sorte (umana spirituale, intellettuale e pastorale) nel Presbiterio della Chiesa particolare.

 

Juan Esquerda Bifet. Pontificia Università Urbaniana. Roma.


(ALLEGATO)

 

Selezione bibliografica: CHIESA PARTICOLARE

 

G. COLZANI, Chiesa particolare e comunione, in: La Chiesa mistero di comunione per la missione, Urbaniana University Press 1997, 19-26; Y.M. CONGAR, Théologie de l'Église particulière, Mission sans frontières, Paris 1960; (CONGREGAZIONE PER L'EVANG. DEI POPOLI), Rapporti tra la Chiesa universale e le Chiese particolari (Direttive approv. Plenaria 30 marzo - 2 aprile 1971): Ench. Vaticanum 4, 665-677; J. ESQUERDA BIFET, El sacerdocio ministerial en la iglesia particular, «Salmanticensis» 14 (1967) 309‑340; L.A. GALLO, Missione, Chiese locali, comunità di base, in: La missione del Redentore, ELLE DI CI, Leumann-Torino 1992, 227-246; H.M. LEGRAND, Nature de l'Église particulière et rôle de l'Evêque dans l'Église, in: La Charge pastorale des Evêques, Paris 1969; H. De LUBAC, Pluralismo di Chiese o unità della Chiesa, Morcelliana, Brescia 1973; M. MARIOTTI, Apostolicità e missione nella chiesa particolare, Roma 1965; M. Da MEMBRO, Inserimento dell'attivitá missionaria della Chiesa universale nelle chiese particolari, «Euntes Docete» 24 (1971) 291-328; W. ONCLIN, Les Evêques et l'Église universelle, in: La Charge pastorale des Evêques, Paris 1979, 87-101; X. SEUMOIS, Les églises particulières, in: L'activité missionaire de l'Église, Paris 1967, 281‑299; A. TANASINI, La Chiesa particolare e la missione, in: AA.VV., Chiesa sempre missionaria, Fac. Teol. Italia Settentrionale, Genova 1992, 215-250; A. TEPE, Il sacerdote, uomo di Dio al servizio della Chiesa, Città Nuova, Roma 1988; J.M.R. TILLARD, Église d'Églises, écclésiologie de communion, Paris, Cerf 1987; S.J. UKPONG, The local Church and missionary consciousness, in: Portare Cristo all'uomo, Pont. Univ. Urbaniana, Roma 1985, II, 559-578; R. ZECCHIN, I sacerdoti fidei donum, una maturazione storica ed ecclesiale della misionarietà della Chiesa, Pont. Opere Missionarie, Roma 1990; A.Mª ZULUETA, Vaticano II e Iglesia local, Desclée, Bilbao 1994.


Selezione bibliografica: SACERDOTE DIOCESANO

 

AA.VV., Le prêtre diocésain aujourd'hui. Enjeux pour la formation (Assises Bogota 1999): Bulletin de Saint-Sulpice, 25-26 (1999-2000); AA.VV., La spiritualità del presbitero nella Chiesa locale oggi (Palermo 1983); AA.VV., La spiritualità del prete diocesano, Milano. Glossa 1990; AA.VV., Spiritualité des prêtres diocésains: Pretres Diocésains (mars‑avril 1987) (numero speciale); C. BERTOLA, La fraternità sacramentale dei presbiteri, Diss. Univ. Gregoriana 1994; M. CAPRIOLI, Il sacerdote diocesano e le missioni, "Teresianum" 45 (1994) 3-32; G. CARDAROPOLI, La spiritualità del presbitero e il suo ministero nella Chiesa particolare, in: La spiritualità del presbitero nella Chiesa local oggi, Palermo 1983, 159-172; A. CATTANEO, Il presbitero della Chiesa particolare, "Ius Ecclesiae" 5 (1993) 497-529; CEI, La spiritualità del prete diocesano, Milano, Glosa 1990 (Seminari e convegni), P. CODA, La forma comunitaria del ministero presbiterale: Lateranum 56 (1990) 569-588; A. DEL MONTE, Comunione tra Vescovo e presbiteri. Riflessioni teologiche‑pastorali: Seminarium 31 (1979) 482‑502; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal, BAC, Madrid 1991; Idem, Spiritualità sacerdotale per una Chiesa missionaria, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1998, cap. VI (Chiesa particolare) e VII (Presbiterio); V. FAGIOLO, La spiritualità del prete diocesano, Roma, Ediz. Vivere in, 1994; N. LA SANDRA, Vescovi e presbiteri in comunità per la missione, Ponteracina, Ediz. Centro Eucaristico 1990); K. LECLERCQ, La fraternité sacerdotale. Réviser sa vie entre frères pour vivre l'évangile: Bull. Saint‑Sulpice 8 (1982) 152‑158; P.PARACCHINI, Testimoni e maestri di comunione e di fraternità: Seminarium 30 (1990) 167-176; F. PARRILLA, Iglesia diocesana como fuente de espiritualidad del presbítero diocesano secular, en Espiritualidad del presbítero diocesano secular, in: Espiritualidad del presbítero diocesano secular (Madrid, EDICE, 1987), 491‑507; A. PIE, La vie relationnelle du prêtre: Suppl. Vie Spirituelle 138 (1981) 347‑368; D. RESTREPO, Espiritualidad de una iglesia particular en América Latina, in: Espiritualidad del clero diocesano, Bogotá, OSLAM 1986, 55‑82; G. ROCHA, Espiritualidade do presbitero diocesano secular, Humanistica e Teologia, Porto, 14 (1993) 181-201; S. SPERA, Spiritualità del presbiterio diocesano e vita comune: Rassegna di Teología 23 (1982) 236‑249; G. THILS, Natura e spiritualità del clero diocesano, Paoline, Alba 1949.

 

(SINTESI) SPIRITUALITA DEL SACERDOTE DIOCESANO

 

     Il vescovo con tutti i suoi presbiteri e diaconi (Presbiterio) trovano la sua identità e la sua spiritualità specifica diventando testimoni, promotori e custodi di una storia di grazia e di una eredità apostolica in una chiesa particolare, che appartiene al patrimonio della Chiesa universale.

 

     La fisionomia del sacerdote diocesano è stata presentata con chiarezza dai documenti conciliari e postconciliari, a modo di attualizzazione dei testi evangelici sulla figura del Buon Pastore e sullo stile di vita degli Apostoli. Questa realtà ecclesiale è la voce dello Spirito Santo oggi  che chiama a costruire e a vivere la figura sacerdotale nel Presbiterio diocesano del terzo millennio del cristianesimo. Vedere specialmente: "Lumen Gentium" (LG) cap. III, "Presbyterorum Ordinis" (PO) nn.7-9, "Pastores dabo vobis" (PDV) nn.31-32, 74; "Direttorio per il ministero e la vita dei presbiteri" (Dir) nn.25-29.

 

     E' urgente presentare questa dottrina attuata in persone singole e fraternità sacerdotali, allo scopo di far vedere la possibilità effettiva della spiritualità specifica del sacerdote diocesano. Ed è anche urgente saper contagiare di questo ideale le nuove generazioni vocazionali (specialmente nei Seminari diocesani) sulla mistica e spiritualità del sacerdote diocesano.

 

     Quando esiste la vera "fraternità sacerdotale" si mette in evidenza che è possibile costruire col proprio Vescovo la "fraternità sacramentale" del Presbiterio (PO 8; cfr. LG 28; PDV 17, 74), come "luogo privilegiato" nel quale il sacerdote (diocesano, secolare) "dovrebbe trovare i mezzi specifici di santificazione e di evangelizzazione" (Dir 27).

 

     Ecco le linee basilari che costituiscono la spiritualità specifica del sacerdote diocesano:

 

1ª) Essere segno personale, comunitario e sacramentale di Cristo, Buon Pastore, Capo, Sposo, Servo, Sacerdote e Vittima. Cfr. PO 12-18; PDV 27-30; Dir 57-67. Si partecipa al suo essere (consacrazione), si prolunga il suo agire (missione) e si fa trasparire il suo stile di vita (spiritualità). In questo modo si costruisce la comunità ecclesiale come comunione: prolungare la Parola del Signore, far presente il suo sacrificio e azione salvifica, attuare la sua azione pastorale di carità. Il sacerdote è segno trasparente della vita evangelica del Buon Pastore, il quale ha amato fino a "dare la vita" (carità pastorale) per poter dare se stesso (povertà), secondo i disegni del Padre (obbedienza) e come consorte e Sposo (verginità) (Gv 10; Mt 8,20; Gv 4,34; Mt 9,15). A questa vita sono stati chiamati gli Apostoli e i suoi successori, nella sequela evangelica radicale, in comunione fraterna con disponibilità missionaria (Mt 4,19ss; 19,27ss; Mc 3,14; PDV 15-16, 60), per poter condividere sponsalmente la stessa vita del Signore e diventare segno di come ha amato lui (Mc 10,38; PDV 22, 29; Gv 17,10; PDV 49). Per il fatto di partecipare al sacerdozio e alla missione di Cristo, come pure alla successione apostolica, essendo cooperatore diretto del Vescovo e incardinato nella Chiesa particolare, il sacerdote deve essere disponibile per la missione locale e universale (Mt 28,19-20; LG 28; PO 10; PDV 17, 32; Dir 45-56).

 

2ª) Il sacerdozio vissuto nel Presbiterio ha le caratteristiche di "intima fraternità" postulata dal sacramento dell'Ordine (LG 28). E' quindi "fraternità sacramentale" (PO 8), segno efficace di santificazione e di evangelizzazione. Di conseguenza, il Presbiterio è "mysterium" e una "realtà soprannaturale" (PDV 74) che conferisce alla spiritualità sacerdotale il senso di appartenenza ad una "famiglia sacerdotale" (CD 28; PDV 74), come "luogo privilegiato" dove il sacerdote "dovrebbe trovare i mezzi specifici di santificazione e di evangelizzazione" (Dir 27).

 

3ª) La missione e spiritualità sacerdotale diocesana viene vissuta necessariamente in rapporto di dipendenza familiare col  carisma episcopale (PO 7; PDV 31, 74). I sacerdoti sono "collaboratori e consiglieri necessari" del Vescovo (PO 7; Dir 22, 62). Con lui ma in grado inferiore, partecipano alla successione apostolica dei Dodici (PDV 15-16, 60). Per ciò l'attuazione del carisma episcopale è imprescindibile, non soltanto per le questioni amministrative e pastorali, ma principalmente nel campo della spiritualità specifica (CD 15-16, 28). Senza di quest'attuazione episcopale, non sarebbe possibile la costruzione del Presbiterio tale quale viene descritto dai Santi Padri e dai documenti conciliari e postconciliari (PDV 79) (Cfr. Lettere di S. Ignazio di Antioquia: Ad Ephesios II, IV 1-2; Ad Magnesios II, III 1-2; Ad Trallenses II 1-2; III 1 ecc.).

 

4ª) Il sacerdote diocesano, per il fatto dell'incardinazione, appartiene permanentemente alla Chiesa particolare. E' quindi al servizio della Chiesa lì dove viene concretizzata e guidata sotto la direzione di un successore degli Apostoli in comunione col Romano Pontefice (CD 11; LG 28). L'appartenenza stabile alla Chiesa particolare ha come conseguenza una speciale responsabilità riguardo l'eredità apostolica, la storia di grazia e la collaborazione universale (PDV 31-32, 65, 74). Ogni sacerdote diocesano deve restare disponibile per la Chiesa universale, sempre in rapporto di dipendenza al proprio Vescovo (LG 28; PO 10; PDV 32; Dir 14-15).

 

     Questa diocesaneità non implica separazione ne privilegi riguardo le altre modalità di servire nella Chiesa particolare (che sono anche membri del Presbiterio in pieno diritto), ma ha un suo proprio cammino specifico di spiritualità e di missionarietà. Il sacerdote diocesano è al servizio di tutti i carismi e vocazioni, in comunione col Vescovo e in coordinamento con tutti i componenti del Popolo di Dio (PO 6, 9).

 

     Per il fatto di essere diocesano o secolare, il ministro "incardinato" nella diocesi ha una propria spiritualità specifica (secondo le linee sopra elencate), anche se non sempre ha necessariamente una spiritualità peculiare nel senso di ispirarsi in un carisma fondazionale (come è il caso dei religiosi e di altre istituzioni). Questa spiritualità sacerdotale specifica (che costituisce la propria identità) non è da mettere in dubbio ne deve essere presentata come rivendicazione ne può essere ridotta a discussione teorica di contrasto con altre spiritualità, ma si deve affermare per essere vissuta e comunicata specialmente ai futuri sacerdoti durante la formazione iniziale nei Seminari.

 

     La cura della vita sacerdotale è sempre in rapporto di dipendenza riguardo il carisma episcopale, e si concretizza nell'aiutare tutti i ministri in tutte le sue dimensioni. Di questa assistenza e aiuto ne è responsabile anche tutto il Presbiterio e tutta la comunità diocesana (PDV 76-78; Dir 81-97).

 

     La vita del Presbiterio si organizza secondo quattro livelli o dimensioni: umana, spirituale, intellettuale e pastorale (PDV 71-72). In questo modo si prende coscienza che nella propria Chiesa particolare si fa presente la realtà della Chiesa mistero, comunione e missione (PDV 73-75). Il progetto di vita che deve attuarsi in ogni Presbiterio, deve essere integrale e sistematico, abbracciando tutta la vita e ministero sacerdotale (PDV 3, 79; Dir 76, 86).

 

     Le fraternità e gruppi hanno lo scopo di "animare" il progetto del Presbiterio e di riempire lo spazio operativo che ancora rimane per l'iniziativa privata, la generosità evangelica e i mezzi concreti di vita sacerdotale. Le linee basilari di spiritualità e il progetto di vita nel Presbiterio hanno bisogno di mezzi personali e comunitari più concreti e più efficaci, adattati ai bisogni particolari.

 

     Questa concretizzazione, per quanto si riferisce ai ministri ordinati "diocesani" (incardinati nella diocesi), dovrà attuarsi nella stessa linea del carisma specifico: carità pastorale secondo lo stile evangelico degli Apostoli, rapporto con il carisma episcopale, appartenenza responsabile al Presbiterio, dedizione piena alla Chiesa particolare anche nella sua responsabilità missionaria universale... Riguardo gli altri ministri non incardinati nella diocesi, si dovrà far attenzione al proprio carisma fondazionale, religioso, associativo, ecc.

 

     1º) Progetto e impegni personali (PO 18; PDV V-VI; Dir 41-54, 68, 76, 81-86). Senza un progetto personale efficiente, il progetto comunitario non si metterà in pratica.

 

     2º) Progetto e impegni del gruppo o fraternità (PO 8, 17; PDV 17, 29, 31, 44, 50, 68, 74-81; Dir 28-29; can 278-280).

 

     3º) Diverse possibilità di vita in gruppo: modalità geografica: vicarie foranee, zone, vicinanza...;  modalità funzionale, secondo l'affinità di ministeri specializzati... ; modalità di amicizie: secondo gli anni di ordinazione, amicizia e affinità, gruppi spontanei...; modalità di collegamento: associazioni, movimenti, istituti, "comunità", vita consacrata...; modalità "carismatica" ispirata in una figura sacerdotale o spirituale...; altre modalità di iniziativa privata: consiglio spirituale e apostolico, revisione di vita in gruppo...; modalità di Unione Apostolica, come servizio associativo internazionale per lo scambio di esperienze di "Vita Apostolica" nel Presbiterio diocesano,

 

LINEE CONCLUSIVE:

 

     Il sacerdote diocesano ordinariamente si sente ancora spaesato in questo campo concreto della fraternità. Forse è questa una delle cause più importanti perché in alcune diocesi le vocazioni non siano ne abbondanti ne definite. In alcune Chiese particolari, in cui abbondano le vocazioni e dove i Seminari sono in crescita, i futuri sacerdoti si domandano sulla possibilità di vivere l'identità specifica del sacerdote diocesano (tale quale viene descritta in PO, PDV, Direttorio), nel suo Presbiterio e col suo Vescovo. Il fatto dell'esistenza di altre vie legittime e raccomandabili non scusa dall'urgenza di collaborare nella costruzione della propria via specifica.

 

     Il Presbiterio che susciti entusiasmo nei sacerdoti attuali e in quelli del futuro, si deve costruire come "famiglia sacerdotale" (PDV 74; CD 28), composta da sacerdoti e diaconi appassionati di Cristo, e da piccole fraternità o di gruppi e cenacoli (secondo zone geografiche, funzione ministeriale, amicizia, ecc.), nella messa in pratica di un progetto di vita concreto e chiaro.

 

     Teologicamente è necessaria l'azione concreta (paterna e fraterna) del proprio Vescovo, che si deve domandare e seguire. I presbiteri e i diaconi specialmente hanno bisogno dell'attuazione del carisma episcopale, fino a sentirlo vicino, pienamente impegnato e condividendo la stessa sorte (umana spirituale, intellettuale e pastorale) nel Presbiterio della Chiesa particolare.

 

Juan Esquerda Bifet. Pontificia Università Urbaniana. Roma.

III. DIOS AMOR, FUENTE DE LA MISION. DIMENSION TRINITARIA DE LA MISION DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

 

1. La misión de Jesús, misión trinitaria

 

A) El misterio de Dios Amor, uno y trino, revelado por Jesús

B) La misión eterna del Hijo en la misión temporal de Jesús

C) El amor del Padre como fuente de la misión

 

2. La misión de la Iglesia, fundada en la Trinidad

 

A) La Iglesia de la Trinidad, misterio de comunión

B) El "kerigma", primer anuncio de Dios Amor

C) Por Cristo Salvador, hacia la Trinidad

 

3. El fin último de la misión: glorificación de la Trinidad

 

A) Construir la "comunión" en el corazón del hombre

B) Construir la "comunión" en la comunidad eclesial

C) Construir la "comunión" en la comunidad humana de todos los pueblos

 

1. La misión de Jesús, misión trinitaria

 

      Sólo por Jesús y en él, sabemos que Dios es Amor, uno y trino, la máxima unidad vital. Dios, en cada "persona" divina, es pura relación de donación. En Dios todo suena a donación mutua. El Padre se expresa a sí mismo en el Hijo, y ambos se expresan amando en el Espíritu Santo. En ese amor tiene origen la creación del hombre, como "única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma" (GS 24).

 

      En ese amor divino tiene origen la misión del Hijo, para hacerse hombre (encarnación) y para redimir a toda la humanidad (redención). La misión es cristocéntrica porque es teocéntrica y trinitaria.

 

      La Trinidad de Dios Amor es el origen de la misión y del mandato misionero, que Cristo confió a su Iglesia. Por esto, "la índole misionera de la Iglesia" está "basada dinámicamente en la misma misión trinitaria" (RMi 1). La misión viene de Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo; se realiza según los planes salvíficos de Dios y se completa continuamente en una dinámica eclesial y cósmica hacia Dios. La misión es toda la Trinidad en acción, para introducir al hombre, creado y restaurado a su imagen, en su misterio trinitario de amor.

 

      A) El misterio de Dios Amor, uno y trino, revelado por Jesús

 

      En toda la vida y mensaje de Jesús encontramos una epifanía personal del misterio de Dios Amor. En cada gesto, momento y palabra suya, el Padre en el amor del Espíritu, nos dice: "este es mi Hijo amado, escuchadlo" (Mt 17,5; 3,17). Al enviarnos a su Hijo, Dios nos ha dado la mayor prueba de su amor (Jn 3,16). En esta misión de su Hijo, por la fuerza del Espíritu, Dios se ha mostrado como "Dios Amor" (1Jn 4,8ss).[1]

 

      El mismo Jesús se nos hace "el camino" para llegar a esta "verdad y vida" (Jn 14,6), que es él mismo, con el Padre y el Espíritu Santo: "quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9ss; cf. 12,45-46). Sólo Jesús, como Hijo unigénito del Padre, conoce y ha visto a Dios (Jn 1,18); por esto, "sólo el Hijo lo puede revelar" (Mt 11,27).[2]

 

      El primer momento en que se revela el misterio trinitario a la humanidad, es el momento de la encarnación, cuando el ángel anunció a María que Jesús, el "Hijo del Altísimo", sería concebido "por obra del Espíritu Santo", porque era enviado para "salvar" a los hombres (Lc 1,26-38; cf. Mt 1,18-21).[3]

 

      Jesús comunicó el Espíritu Santo a los suyos, como enviado por Padre y el Hijo, puesto que procede de ambos por amor, para que los apóstoles pudieran "dar testimonio" de quién es Jesús (Jn 15,26-27; 16,13-14). La unidad de Jesús, con el Padre y en el Espíritu (Jn 16,14-15), se convierte en el origen y el objetivo de la misión: la participación de cada ser humano en la vida trinitaria de Dios amor. Ello equivale a entrar a formar parte de la "unidad" vital de Dios: "que sea uno, como tú, Padre en mí y yo en ti" (Jn 17,21). Esta es la misión que recibió Jesús y que transmitió a los suyos: "como tú me enviaste al mundo, así yo les envío al mundo" (Jn 17,18).[4]

 

      Nosotros conocemos, por medio de Jesús, que la fuente de la misión es la Trinidad de Dios Amor. La misión es cristocéntrica porque es trinitaria: Jesús es el Hijo enviado por el Padre con la fuerza del Espíritu. El gozo de Jesús, al realizar su misión y al hacernos a nosotros partícipes de ella, es "gozo en el Espíritu Santo", porque así se cumplen los designios del Padre (cf. Lc 10,21-24).

 

      Esa misma misión trinitaria, de la que Cristo es portador en cuanto Hijo enviado por el Padre, es la que comunica a sus apóstoles (Jn 20,21), para que puedan transformar ("bautizar") a toda la humanidad, insertándola en la vida de Dios Amor, uno y trino, "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).

 

      A la luz de Dios Amor, revelado por Jesús, descubrimos la unidad vital (la naturaleza), en tres personas distintas, que, por la donación total mutua, son la máxima unidad. La creación y la redención del ser humano (y del universo) tienen origen en Dios Padre, que "nos ha elegido" eternamente en su Hijo único, para ser "hijos de adopción" (hijos en el Hijo), por la gracia y "prenda del Espíritu" (Ef 1,3-14). La creación es obra de la Trinidad.[5]

 

      Cuando Cristo dijo "el Padre os ama" (Jn 16,27), nos indicó que el Padre nos ama como le ama a el (Jn 17,23.26). Por esto, "en el gozo del Espíritu Santo", ya podemos decir, con él, "sí, Padre" (Lc 10,21), "Padre nuestro" (Mt 6,9; cf. Rom 8,14-27). La humanidad será salvada definitivamente en Cristo, cuando adoptará esta actitud filial para con Dios y fraterna hacia todos los demás hermanos. "Así, finalmente, se cumple de verdad el designio del Creador, al hacer al hombre a su imagen y semejanza, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).[6]

 

      B) La misión eterna del Hijo en la misión temporal de Jesús

 

      Jesús, como Verbo encarnado, es "el Hijo unigénito que está en el seno del Padre" (Jn 1,18). Por el hecho de ser engendrado eternamente por el Padre, procede de él y es igual a él ("consubstancial"). Es "la imagen de Dios invisible" (Col 1,15), "el esplendor de su gloria, la irradiación de su substancia" (Heb 1,3). Esta "procesión" puede llamarse "misión" eterna del Hijo de Dios, y fundamenta la misión temporal. El Hijo es "el enviado al mundo" por el Padre (Jn 17,36; cf. 3,16-17), bajo la acción o "unción" del Espíritu Santo (Lc 4,18).

 

      La misión que Cristo recibió del Padre y que llevó a la práctica, "guiado por el Espíritu" (Lc 4,1.14), da sentido a toda su vida. Procede del Padre y vuelve al Padre (Jn 16,28). Esta dinámica misionera del ser, del obrar y de la vivencia de Cristo, constituye su "pascua", es decir, su paso "hacia el Padre" (Jn 13,1), arrastrando a toda la humanidad con él, hasta "recapitular todo en él" (Ef 1,10), porque "todo se apoya en él" (Col 1,17).

 

      Lo que Cristo recibió del Padre en el amor del Espíritu, es lo que comunica a toda la humanidad, para que todos sean "comunión" o reflejo de la vida trinitaria de Dios Amor: "yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,22).[7]

 

      Por el ejercicio de la misión, Jesús muestra que él es "la Palabra definitiva de la revelación... la autorevelación definitiva de Dios" (RMi 5). Y aunque en toda la creación y en toda la historia, en las culturas y en los pueblos, hay "semillas del Verbo", no cabe separación entre el Verbo y Jesucristo (cf. RMi 6). Las semillas del Verbo, por ser tales, conducen a la plenitud en Cristo, el Verbo encarnado.[8]

 

      Jesús "inauguró en la tierra el reino de los cielos", precisamente como "cumplimiento de la voluntad del Padre" (LG 3). La epifanía trinitaria que tuvo lugar en el bautismo y en la transfiguración de Jesús, mostró su realidad permanente de "Hijo de Dios", concebido por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35).

 

      Misteriosamente y sólo a la luz de la fe, esta epifanía tendrá su máxima expresión en la cruz: entregando su vida en manos del Padre, Jesús, el Hijo, ya podrá comunicar el agua o vida nueva del Espíritu (Jn 19,30-37). La fuerza de la misión llega a su cenit por la "exaltación" de Jesús en la cruz (Jn 3,14-15; 12,32; Fil 2,9). Así Jesús, como "heredero de todas las cosas" (Heb 1,2), podrá orientar a toda la humanidad en la dinámica trinitaria del amor (1Cor 9,6; Ef 2,18).[9]

 

      La vida de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es, pues, "misión" que totaliza o "consagra" todo su ser por el Espíritu enviado por el Padre (Lc 4,18). Su vida misionera es esencialmente trinitaria (Lc 10,21). La "evangelización de los pobres" conlleva esta impronta trinitaria que va transformando la creación en nueva creación, en "un nuevo cielo y una nueva tierra" (Apoc 21,1), "donde habita la justicia" y el amor (2Pe 3,13).

 

      La Trinidad es el fundamento o raíz del mandato misionero comunicado por Cristo a su Iglesia. La economía de la salvación realizada por el Señor (economía salvífica) tiene como fuente la economía o vida íntima de la Trinidad (economía inmanente). Pero nosotros conocemos el misterio de la Trinidad y su economía, sólo a partir del misterio de Cristo y de su economía de salvación.[10]

 

      Las "procesiones" trinitarias ad intra son eternas (el Hijo procede del Padre; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo o por el Hijo) (cf. AG 2). Estas procesiones son el fundamento de las "misiones" ad extra (el Hijo es enviado por el Padre, y el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo).[11]

 

      Así, pues, las procesiones justifican las misiones y éstas dependen de aquellas. La prioridad fontal se encuentra en las procesiones; la prioridad cognoscitiva, por parte nuestra, pertenece a las misiones. Dios Padre es la fuente primera (o el amor fontal) de la misión ad extra. El Hijo realiza el misterio pascual. El Espíritu Santo es enviado e infundido en la Iglesia para santificarla como fruto de la redención del Hijo y de los planes salvíficos del Padre.[12]

 

      A partir del misterio trinitario, se puede, pues, hablar de:

 

      - causa última de la misión: "el amor fontal o caridad de Dios Padre" (AG 2; cf. Jn 3,16);

      - misión constitutiva, fundacional y original: el Padre envía al Hijo; el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo;

      - misión realizada por Cristo de modo visible (encarnación, redención, misterio pascual) con los signos visibles de la misión invisible (gracia) del Espíritu Santo;

      - misión consecuente, continuada y participada en la Iglesia, que es fruto y efecto de la misión constitutiva y de la misión realizada por Cristo.[13]

 

      El prototipo de la misión es la encarnación: el Hijo de Dios, enviado por el Padre y hecho hombre para salvar a la humanidad. Así se continúa en el tiempo (por pura gracia) la generación eterna del Hijo. La misión del Hijo procede del Padre y se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. El objetivo de esta misión es también trinitario: la inhabitación de la Trinidad en el "alma" y la construcción de la comunión en la comunidad humana por medio de la Iglesia (cf. DM 7; AG 4). La vida intra-trinitaria se comunica por la misión del Hijo y del Espíritu Santo.[14]

 

      C) El amor del Padre como fuente de la misión

 

      La misión de Jesús deriva, como de su fuente, del amor del Padre: "el Padre me amó" (Jn 15,9), "el Padre me envió" (Jn 20,21). Este amor del Padre a Cristo enviado, se prolonga en los hombres evangelizados por Cristo: "les has amado como a mí" (Jn 17,23). La misión encomendada a los apóstoles tiene estas mismas características: "así os envío yo" (Jn 20,21). Es, pues, el amor del Padre a su Hijo y al mundo, el que ha dado origen a la misión (Jn 3,16-17; 1Jn 4,8-9). Jesús es el enviado para manifestarnos y comunicarnos este amor.[15]

 

      El amor eterno del Padre al Hijo, y de éste al Padre, se expresa "espirado" en el Espíritu Santo, quien, en este sentido, procede del Padre y del Hijo (o del Padre por el Hijo). Este amor divino ha dado origen a la creación, a la encarnación del Verbo y a la redención. La humanidad entera, en todo su proceso histórico y salvífico, es fruto de este amor.

 

      La misión o envío del Hijo y del Espíritu Santo, corresponde al designio del Padre: "Este designio dimana del 'amor fontal' o de la caridad de Dios Padre, que, siendo Principio sin principio, engendra al Hijo, y a través del Hijo procede el Espíritu Santo, por su excesiva y misericordiosa benignidad, creándonos libremente y llamándonos además sin interés alguno a participar con El en la vida y en la gloria, difundió con liberalidad la bondad divina y no cesa de difundirla, de forma que el que es Creador del universo, se haga por fin 'todo en todas las cosas' (1 Cor 15,28), procurando a un tiempo su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).[16]

 

      Este "amor de Dios" es "gracia de Nuestro Señor Jesucristo" y "comunicación del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). La causa última (fuente) de la misión es el amor del Padre (cf. AG 2). El Hijo enviado procede del Padre por generación eterna. El Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo procede del Padre y del Hijo por "espiración" eterna de su amor mutuo. La misión del Hijo (por la encarnación, como obra de toda la Trinidad) y la misión del Espíritu Santo (por los signos y efectos de gracia), deriva del Padre como de su fuente original. Las "procesiones" trinitarias, en este contexto de amor mutuo, justifican la misión ad extra; pero ésta no es una necesidad, sino pura gracia para toda la humanidad.[17]

 

      Es toda la Trinidad, como máxima unidad de naturaleza divina y con su distinción de personas iguales entre sí, la que actúa "ad extra", tanto para la obra de la creación como para la encarnación y redención.[18]

 

      La misión del Hijo y del Espíritu, por parte del Padre, es la fuente constitutiva y original de la misión de la Iglesia, que prolonga esta misma misión por mandato de Cristo y por comunicación del Espíritu Santo. La fuente de la misión es, pues, la realidad profunda de Dios Amor, es decir, su economía salvífica trinitaria (economía "ad intra" o inmanente). El Padre es la fuente o causa última del amor y de la misión (economía salvífica "ad extra").[19]

 

      En esta dimensión trinitaria se enmarca todo el plan de salvación, que tiene origen en el Padre en cuanto engendra al Hijo y, con el Hijo, espira el Espíritu Santo, para hacer partícipe de esta realidad divina a todo el género humano: "El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, 'que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura' (Col 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre 'los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos herma­nos' (Rom 8,19)" (LG 2).[20]

 

      En el magisterio postconciliar, el tema trinitario ha sido presentado para ser vivido por la Iglesia y anunciado a todos los pueblos. La "renovación interior", a que llama el concilio, tiene como objetivo el tomar conciencia de "la responsabilidad en la difusión del evangelio" para una más eficiente "colaboración en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).[21]

 

      La encíclica Dives in misericordia presenta a Dios Padre misericordioso manifestado en la persona de Jesús su Hijo. "Dios, que es amor, no puede revelarse de otro modo, si no es como misericordioso" (DM 13). Esta misericordia divina debe ser proclamada por medio de la misión de la Iglesia. "La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia... y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador" (ibídem).[22]

 

2. La misión de la Iglesia, fundada en la Trinidad

 

      La misión que la Iglesia ha recibido de Cristo es la misma que él recibió del Padre y que realizó guiado por el Espíritu Santo (Jn 17,18; 20,21-23; Lc 4,1.18). Por esto la "índole misionera" de la Iglesia está "basada dinámicamente en la misma misión trinitaria" (RMi 1). "Evangelizar es, ante todo... dar testimonio de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo" (EN 26).

 

      El misterio o realidad salvífica de la Iglesia sólo puede captarse en el contexto del misterio trinitario. La Iglesia, por ser expresión e instrumento de Cristo presente en ella, es reflejo de las misiones trinitarias internas y externas, y se fundamenta en ellas.

 

      El universalismo de la misión eclesial, "a todos los pueblos", arranca del hecho de que la humanidad entera está llamada a configurarse ("bautizarse") según el modelo trinitario de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo (cf. Mt 28,19). Los apóstoles podrán "dar testimonio" de Cristo, si reciben "el Espíritu que procede del Padre" y "da testimonio" del Señor (Jn 15,26-27).

 

      A) La Iglesia de la Trinidad, misterio de comunión

 

      Cuando Jesús habló de su Iglesia ("mi Iglesia"), indicó su fundamento visible ("tú eres Pedro"); pero también afirmó su origen fontal en el amor del Padre, quien revela a los hombres su verdadera naturaleza, a modo de edificio que se construye armónicamente (Mt 16,17-18; cf. Ef 2,10; 1Pe 2,5).

 

      La realidad eclesial "dimana del amor fontal o caridad de Dios Padre" (AG 2), de la gracia de Cristo Redentor y de la acción santificadora y unificadora del Espíritu Santo (cf. 2Cor 13,13). La Iglesia es, pues, fruto de los designios salvíficos del Padre, de la donación (o del costado abierto) de Cristo y del envío del Espíritu Santo en Pentecostés. Es, pues, el "icono" de la Trinidad, "la Iglesia de la Trinidad".[23]

 

      La naturaleza misionera de la Iglesia se fundamenta en su relación con el misterio Trinitario de Dios Amor, que debe llegar a todos los corazones y a todos los pueblos. "La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre" (AG 2).

 

      La Iglesia es misterio de comunión por tener su origen en Dios Amor, por Cristo, en el Espíritu Santo. Es "enviada por Dios a las gentes, para ser sacramento universal de salvación" (AG 1), es decir, "instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad del género humano" (LG 1).

 

      Esta comunión activa y eficaz de la Iglesia es reflejo de la comunión trinitaria, que es fuente de toda comunión. Por esto, la Iglesia es "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). "El concepto de comunión está en el corazón del autoconocimiento de la Iglesia, en cuanto misterio de la unión personal de cada hombre con la Trinidad divina y con los otros hombres, iniciada por la fe, y orientada a la plenitud escatológica en la Iglesia celeste, aun siendo ya una realidad incoada en la Iglesia sobre la tierra".[24]

 

      Las imágenes bíblicas aplicadas a la Iglesia, indican "comunión", siempre con cierta referencia al misterio trinitario: cuerpo, casa, templo, pueblo, esposa, etc. (cf. LG 6-7). Los creyentes, reunidos en comunidad "convocada" (ecclesia), son "conciudadanos de los santos, familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los Apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús... en quien vosotros también sois edificados para morada de Dios en el Espíritu" (Ef 2,19-21). La comunión trinitaria es, pues, el origen y el fundamento de la comunión eclesial.[25]

 

      Al presentar los temas misioneros y, de modo especial, la reflexión teológica sobre la misión de la Iglesia ("misionología"), hay que enmarcarlos "en el designio trinitario de la salvación" (RMi 32). Entonces se da "un nuevo respiro a la misma actividad misionera, concebida no ya como una tarea al margen de la Iglesia, sino insertada en el centro de su vida, como compromiso básico de todo el Pueblo de Dios" (ibídem).[26]

 

      La Iglesia toma su impulso de la vida trinitaria, transmitida por Cristo, para convertirse en instrumento de comunión en el corazón humano, en la familia y en la sociedad entera, anunciando que "por Cristo, tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18). La dinámica misionera de la Iglesia es de comunión: en el Espíritu, por Cristo, al Padre. "La Iglesia... reflejo luminoso y vivo del misterio de la Santísima Trinidad... lleva en sí el misterio del Padre que, sin ser llamado ni enviado por nadie (cf. Rom 11, 33‑35), llama a todos para santificar su nombre y cumplir su voluntad; ella custodia dentro de sí el misterio del Hijo, llamado por el Padre y enviado para anunciar a todos el Reino de Dios, y que llama a todos a su seguimiento; y es depositaria del misterio del Espíritu Santo, que consagra para la misión a los que el Padre llama mediante su Hijo Jesucristo" (PDV 35).

 

      B) El "kerigma", primer anuncio de Dios Amor

 

      El primer anuncio del evangelio ("kerigma") es siempre trinitario: se anuncia a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, que comunica, de parte del Padre, la vida nueva en el Espíritu. La fuerza de la misión no estriba en conceptos, fáciles o difíciles, sino en la realidad de Dios Amor, que supera todo concepto y se encuentra ya en el fondo de cada corazón humano.[27]

 

      Cuando San Pedro, el día de Pentecostés, anunció a Cristo muerto y resucitado, este primer anuncio contenía el misterio trinitario, que se comunica a todo corazón si se abre al amor: "a este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos... Arrepentíos y bautizados en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el Espíritu Santo" (Act 2,32-38).

 

      San Pablo basa el primer anuncio también en el mismo contenido: Cristo, por su resurrección, manifiesta que es Hijo de Dios hecho nuestro hermano por la fuerza del Espíritu. Este es "el evangelio que Dios había prometido por medio de sus profetas en las Escrituras santas. Este evangelio se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David en cuanto hombre, y constituido por su resurrección de entre los muertos, Hijo poderoso de Dios según el Espíritu santificador: Jesucristo, Señor nuestro, por quien he recibido la gracia de ser apóstol, a fin de llevar la fe a todas las naciones" (Rom 1,1-5).[28]

 

      Jesús había enviado a los apóstoles "a todas las gentes", para "enseñar" o anunciar el mensaje de su encarnación y redención, de suerte que toda la humanidad quedara invitada y urgida a participar del misterio trinitario de Dios Amor, "bautizándose" en él (Mt 28,19). Jesús comunicó el Espíritu Santo ("la promesa del Padre") a los apóstoles, para que tuvieran el valor de anunciar en su nombre este misterio de amor a toda la humanidad (cf. Lc 24,47-49).

 

      Los conceptos humanos, siendo válidos en sí mismos, son insuficientes para expresar el misterio de Dios Amor. Todos los pueblos, en sus diversas culturas y conceptos, esperan con deseos profundos ("gemidos") sembrados por Dios en su corazón (cf. Rom 8,22ss), el anuncio de Cristo como Hijo enviado por el Padre para comunicar la nueva vida en el Espíritu. Por esto, "evangelizar es, ante todo, dar testimonio, de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que ha amado al mundo en su Hijo; que en su Verbo Encarnado ha dado a todas las cosas el ser, y ha llamado a los hombres a la vida eterna" (EN 26).[29]

 

      El apóstol queda urgido a hacer este "primer anuncio" a todos los pueblos, dando testimonio de Cristo enviado por el Padre con la fuerza de Espíritu, porque "toda persona tiene el derecho a escuchar la Buena Nueva de Dios que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación" (RMi 46).

 

      Las culturas religiosas tienen una experiencia de Dios y trazan un camino de salvación dentro de los límites de una reflexión humana, siempre en el marco de una providencia divina sobrenatural. El anuncio del misterio de Cristo, en este contexto histórico-cultural, da un salto al infinito, que sólo se puede captar con el don de la fe: Dios Amor nos ha enviado a su Hijo para comunicarnos la vida nueva en el Espíritu. La salvación trazada por los designios de Dios no equivale a la "salvación" de un mal concreto (como el dolor, el error, etc.), sino que hace entrar en la intimidad divina por Cristo y en el Espíritu Santo. Es, pues, la salvación integral del hombre en toda su totalidad y según los designios eternos del mismo Dios. Se anuncia, pues, una salvación plena en Cristo:

 

      - el Hijo de Dios, perfecto Dios (Gal 4,4; Rom 9,5),

      - perfecto hombre, hermano nuestro (1Tim 2,5; Fil 2,7; Jn 1,14),

      - Salvador definitivo, pleno y universal (Tit 3,4).

 

      La novedad de la misión cristiana estriba en este anuncio de la encarnación del Verbo y de su misterio pascual de muerte y resurrección, como epifanía del misterio trinitario. Por Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre, Dios ha querido salvar al hombre por medio del hombre, comunicándole la vida nueva en el Espíritu. El misterio del hombre, creado a imagen de Dios (Gen 1,26-27), ha sido restaurado, por Cristo y en el Espíritu. El hombre ya puede participar de la vida trinitaria (Ef 2,18; Jn 14,17.23).[30]

 

      C) Por Cristo Salvador, hacia la Trinidad

 

      La Iglesia de la Trinidad anuncia a Cristo como "camino" hacia el misterio divino que ha sido revelado y comunicado a la humanidad. Sólo por Cristo Salvador conocemos a Dios en cuanto Padre que ha enviado a su Hijo para salvarnos: "nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10,22). Jesús, "Salvador del mundo" (Jn 4,42), nos hace conocer al Padre como "Dios Amor", que "nos hace participar de su Espíritu" (1Jn 4,8.13-14).[31]

 

      Por el hecho de recibir esta vida nueva de salvación en Cristo, ya podemos "conocer y creer en el amor" de un Dios que se ha manifestado como Amor por habernos enviado a su Hijo con la fuerza del Espíritu (cf. 1Jn 4,13-16). Conocemos el misterio de la Trinidad (que es la economía trascendente respecto a nosotros e inmanente en Dios), gracias a la economía salvífica realizada en esta tierra por Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre.

 

      Jesús nos salva haciéndonos partícipes de su misma filiación divina. Por comunicarnos su Espíritu, ya podemos ser de verdad hijos de Dios (por la gracia de "adopción", no por exigencia de nuestra naturaleza). El misterio trinitario se manifiesta en la vida de Jesús (cf. n. 1 de este capítulo); gracias a la redención, se nos ha comunicado a nosotros. "El Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios", como "coherederos de Cristo"; por esto, ya podemos decir a Dios "Padre" (Abba), con la misma voz y amor de Cristo, puesto que estamos unidos a él (cf. Rom 8,14-17).[32]

 

      A Dios Amor, uno y trino (la Trinidad), lo hemos conocido amándonos y salvándonos en Cristo su Hijo. El Antiguo Testamento tiene algunas huellas que dejan entrever esta realidad divina trinitaria (Dios crea y dirige la historia con su Palabra y la fuerza de su Espíritu); pero estas huellas sólo se pueden interpretar adecuadamente a la luz del Nuevo Testamento, por el misterio de la encarnación del Verbo y por la venida del Espíritu Santo.[33]

 

      La Iglesia, comunidad convocada por Jesús, entra en el misterio de la Trinidad sólo por medio del mismo Jesús, quien nos ha dado a conocer "todo" lo que él, como Hijo eterno de Dios, ha visto y vivido en el Padre (Jn 1,18; 6,46; 15,15). El Espíritu Santo, enviado por Jesús, "guía hacia la verdad completa" del misterio de Dios (Jn 14,13-15).

 

      Conocer a Cristo, como le conocen sus ovejas (Jn 10,14), es conocer amando su misterio, que es manifestación del misterio de Dios Amor, uno y trino. Conocer a Cristo equivale a conocer la Trinidad. Por medio de la encarnación del Hijo de Dios, "se ha manifestado la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres" (Tit 3,4ss).

 

      Por Cristo, ya sabemos que Dios no es sólo una idea, ni sólo un primer motor, una experiencia o un "absoluto". La salvación de Cristo manifiesta que Dios es "alguien", personal, vivo. Toda su vida es infinita y plena, sin circunstancias pasajeras y sin abstracciones. Como Padre, se expresa a sí mismo perfectamente en el Hijo; como Padre e Hijo, se expresan el amor en el Espíritu Santo. El ser humano, creado a imagen de Dios, como ser que piensa y ama, ya puede entrar, por gracia, en la participación de la vida trinitaria. Por Cristo y en el Espíritu, somos "consortes de la divina naturaleza" (2Pe 1,4).[34]

 

      Por Cristo y en la vida nueva del Espíritu, la humanidad ya puede acercarse al Padre (cf. Ef 2,18). Con la "prenda del Espíritu", ya puede "decir por Cristo amén a Dios" (2Cor 1,20-22). Cuando lleguemos a ver a Dios, será el Espíritu Santo quien nos transformará plenamente en Cristo como hijos de Dios, para llevar a plenitud los planes salvíficos y universales del Padre (2Cor 3,18; cf. Ef 1,5-6). "El amor no sólo crea el bien, sino que hace participar en la misma vida de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En efecto, el que ama desea darse a sí mismo" (DM 7).

 

      Toda la humanidad está llamada a entrar en esta salvación plena y definitiva. "La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos" (RMi 7).[35]

 

3. El fin último de la misión: glorificación de la Trinidad

 

      El ideal que el cristianismo propone a toda la humanidad, es el de llevar a efecto el plan salvífico del Padre, por Cristo Redentor, en la vida nueva del Espíritu Santo (cf. Ef 1,3-14). La "gloria" de Dios consiste en que todo ser humano, en la integridad de su ser, participe de esta vida divina. Cuando se llegue a este objetivo, entonces se habrá conseguido "la alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,6), es decir, la salvación integral y universal de la humanidad, según los designios de Dios.

 

      Jesús, desarrollando la misión encomendada, glorificó al Padre: "Te he glorificado sobre la tierra, he cumplido la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17,4). La gloria de Dios se realiza cuando el hombre entra en el conocimiento vivencial de Dios Amor revelado por Jesucristo: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a tí, único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo" (Jn 17,3; cf. 1Pe 4,11).

 

      La misión de la Iglesia es la misma de Jesús. Por medio de la actividad misionera de la Iglesia, "Dios es glorificado plenamente, desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que cumplió en Jesucristo" (AG 7). Por esta misión eclesial, que es prolongación de la de Jesús, "Dios procura, a la vez, su gloria y nuestra felicidad" (AG 2).[36]

 

      La gloria de Dios se consigue construyendo el corazón humano, la comunidad eclesial y toda la comunidad humana, según el modelo de la comunión trinitaria. "Esta gloria consiste en que los hombres reciben conscien­te, libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo y la manifiestan en toda su vida" (PO 2).[37]

 

      A) Construir la "comunión" en el corazón del hombre

 

      La gloria de Dios se fragua en el fondo de cada corazón humano, cuando éste se construye como reflejo de la comunión trinitaria. Por esto, cada persona humana, como ser irrepetible, es el objetivo inmediato de la misión de Cristo y de su Iglesia. La cercanía de Cristo a cada persona concreta (cf. GS 22), continúa en la misión de sus apóstoles, para escuchar, sanar, perdonar (cf. Mt 10,5-8).

 

      En cada corazón humano debe reconstruirse el rostro primitivo de su ser como imagen de Dios Amor, uno y trino. Cuando el corazón se unifica, abriéndose al amor, según el modelo de las bienaventuranzas, entonces se reproduce en él el modelo de comunión que existe en Dios: "amad..., sed perfectos como vuestro Padre del cielo" (Mt 5,44-48).

 

      La paz, que es "comunión" en la sociedad humana, radica fundamentalmente en la comunión y unidad de cada corazón. "La paz es... un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la voluntad humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo... La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre... En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia" (GS 78).[38]

 

      La comunión del corazón sólo es posible a partir de la presencia de Cristo, quien, a su vez, es garante de la inhabitación de la Trinidad en él. Cuando "la caridad de Dios se difunde en los corazones por el Espíritu Santo" (Rom 8,26), entonces Dios Amor, uno y trino, establece ahí su "hogar" o casa solariega (cf. Jn 14,15-23).

 

      El objetivo inmediato de la misión de la Iglesia es, pues, conseguir que reine el amor en el corazón de cada ser humano, por la inhabitación de la Trinidad en él. Entonces el corazón se hace "gloria" de Dios por la comunicación del Espíritu en él (cf. Jn 16,14). "La suprema y completa autorrevelación de Dios, que se ha realizado en Cristo, atestiguada por la predicación de los Apóstoles, sigue manifestándose en la Iglesia mediante la misión del Paráclito invisible, el Espíritu de la verdad" (DM 7). La inhabitación de la Trinidad hace participar de esta vida que es fuente de la misión de Cristo y de la Iglesia.[39]

 

      La unidad divina y trinitaria se hace realidad en la unidad del corazón unificado por el amor. La vida intratrinitaria se comunica por medio de la misión del Espíritu Santo, como fruto de la misión de Cristo. Cuando el corazón creyente vive esta realidad de gracia, experimenta la urgencia de la misión: "el Espíritu Santo unifica en la comunión... infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Cuando la vida intratrinitaria se comunica al hombre por la misión del Hijo y del Espíritu Santo, existe entonces la comunión en el corazón, como base de la comunión de toda la sociedad humana.

 

      Dios creó al hombre para relacionarse con él y para que el mismo hombre se realizara en relación de comunión fraterna (Gen 2-3). Esta relación divina se podría concretar en la presencia de inmensidad; pero, por la revelación, sabemos que se concreta en una relación de donación: "su alguno me ama, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada" (Jn 14,23); "el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él" (1Jn 4,16).

 

       Esta nueva presencia de Dios es de comunicación de su misma vida divina por la caridad. La presencia de Dios en medio de su pueblo, por la "shekiná" o tienda de Yavé (Ex 33,7-11), gracias a la presencia del Hijo de Dios por la encarnación (Jn 1,14), se ha convertido en presencia de donación, a imagen de la donación mutua entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Rom 5,5; Gal 4,6-7).[40]

 

      Juntamente con esta realidad de participación en la vida divina trinitaria, el hombre es hijo de Dios por la gracia de la adopción. El Padre nos hace "hijos en el Hijo" (Ef 1,5), por medio de la redención de Cristo y la comunicación del Espíritu Santo (1Jn 3,1-24; Rom 8, 14-17)[41]

 

      La Iglesia, continuando la misión de Cristo, construye en cada corazón humano esta realidad de "familiares de Dios" (Ef 2,19), "hijos en el Hijo" (Ef 1,5), "templos del Espíritu Santo" (1Cor 6,19). La unidad o comunión del corazón debe reflejar la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cf. Jn 17,21). Precisamente esta comunión es el objetivo de la misión confiada por el Padre a Cristo y, por él, a la Iglesia (cf. Jn 17,18-21).[42]

 

      El anuncio y la construcción del Reino de Cristo comienza precisamente por la llamada a la conversión, a la fe, y al bautismo. Es toda la persona humana la que queda invitada a abrirse a los planes de Dios Amor, puesto que se trata de "conversión de mentalidades y de corazones" (RH 16). El Reino anunciado comienza a establecerse en el corazón (Reino "carismático"), para pasar luego a construir la comunidad (Reino "institucional") y, finalmente, llegar a ser plenitud de resurrección final en Cristo (Reino "escatológico").[43]

 

      Por el bautismo, el creyente en Cristo entra a participar en la vida trinitaria como "consorte de la naturaleza divina" (2Pe 1,4). La gracia recibida configura con Cristo y, por él y en el Espíritu, transforma la persona del creyente en hijo de Dios por participación. La misión de la Iglesia apunta, pues, a crear este nuevo cosmos a partir de un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5).[44]

 

      La misión descrita por Pablo tiene como objetivo "formar a Cristo" en cada ser humano (Gal 4,19), para que desde cada corazón brote la palabra "Padre", pronunciada por quien es hijo de Dios gracias al Espíritu Santo comunicado por Cristo (Gal 4,4-7). Por la "prenda del Espíritu", comunicada por Cristo Redentor, ya podemos decir "sí" a Dios (2Cor 1,20-22).

 

      La vida humana y todo el universo se hace reflejo de Dios Amor, a partir de este sí como "alabanza de su gloria" (Ef 1,6). Es el "sí" de Jesús, que comenzó en la encarnación (cf. Heb 10,5-7) y que quiso el "sí" de María como figura de la Iglesia (Lc 1,38). "Injertados" en Cristo por el bautismo, los creyentes ya pueden "vivir para Dios en Cristo Señor nuestro" (Rom 6,5-11). La vida se hace donación a los hermanos cuando es donación a Dios.[45]

 

      B) Construir la "comunión" en la comunidad eclesial

 

      La Iglesia de la Trinidad es ella misma misterio de comunión y de misión, como hemos visto más arriba (III, 2, A). Lo es porque está llamada a construir la comunión en cada corazón humano y en toda la comunidad humana (cf. n. 3, A y C). Por esto, ella misma se debe construir continuamente como reflejo de la comunión trinitaria. Esta construcción es un proceso de crecimiento en la comunión. La Iglesia es "germen de unidad" para todo el género humano, en la medida en que ella misma sea "comunión de vida" (LG 9).

 

      La Iglesia es "signo" de comunión en cuanto ella misma transparenta y comunica la comunión. Por esto, es "sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).[46]

 

      La comunidad eclesial se construye con la predicación de la Palabra como continuación de la predicación apostólica, con la celebración eucarística como sacramento de unidad y con la solidaridad de compartir los bienes como signo de fraternidad (cf. Act 2,42-47). "En efecto, toda comunidad, para ser cristiana, debe formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la palabra de Dios, en la oración centrada en la eucaristía, en la comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir según las necesidades de los miembros (Act 2,42-47). Cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal" (RMi 51).

 

      Entonces, a imitación de la comunidad eclesial primitiva, se forma "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32). La fuerza del Espíritu se manifiesta en la evangelización, a partir de esta comunión eclesial (cf. Act 4,31.33-34).[47]

 

      Cada comunidad cristiana, por la comunión o vida fraterna, debe ser "un solo cuerpo" por la "unidad del Espíritu" que la anima según diversos carismas (Ef 4,3-6). Todo carisma (gracia), así como toda vocación, forma de vida y ministerio, se dan "según la medida de la donación de Cristo" (Ef 4,7), "para edificar el cuerpo de Cristo" (Ef 4,12). Cada creyente y toda la comunidad crece por el amor: "abrazados a la verdad, en todo crezcamos en la caridad, llegándonos a aquel que es nuestra cabeza, Cristo" (Ef 4,15).[48]

 

      La comunidad crece por la fuerza del Espíritu Santo que está en ella (cf. Ef 2,21-22), que ha sido enviado por Jesús resucitado, también presente en medio de los hermanos "reunidos en su nombre" (Mt 18,20). Es una comunión de "santos", de "familiares de Dios", a modo de edificio espiritual, cuyos "fundamentos son los Apóstoles" y cuya "piedra angular es Jesucristo" (Ef 2,19-20). "Primogénito entre muchos hermanos, constituye, con el don de su Espíritu, una nueva comunidad fraterna entre todos los que con fe y caridad le reciben después de su muerte y resurrección, esto es, en su Cuerpo, que es la Iglesia, en la que todos, miembros los unos de los otros, deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones que se les hayan conferido" (GS 32).

 

      La Palabra, convocando a la comunidad eclesial para celebrar el cuerpo eucarístico de Cristo, la transforma en Cuerpo Místico del Señor. El "amén" por el que la comunidad se une a Cristo, la unifica a ella misma como familia de hermanos. El "Padre nuestro" edifica la paz fraterna en este "sí": "por él (por Cristo) decimos amén, para gloria de Dios" (2Cor 1,20; cf. Heb 13,15).[49]

 

      El Espíritu Santo, por ser prenda de comunión entre el Padre y el Hijo, lo es también entre los miembros de la comunidad eclesial (cf. Ef 1,13-14). "Es Dios quien a nosotros y a vosotros nos confirma en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y ha depositado las arras del Espíritu en nuestros corazones" (2Cor 1,21-22).

 

      El programa de este camino de comunión está ya trazado en el misterio trinitario, que se nos convierte para nosotros en economía de salvación universal. La comunidad queda renovada por la comunión de Dios Amor y, por tanto, capacitada para construir la comunión en todos los corazones y en toda la humanidad. Este es el saludo trinitario y misionero del inicio de la celebración eucarística: "la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2Cor 13,13).

 

      C) Construir la "comunión" en la comunidad humana de todos los pueblos

 

      La comunidad eclesial, por su misma naturaleza de "pueblo mesiánico", es "germen de unidad para todo el género humano" (LG 9). Efectivamente, "Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él, como de instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16)" (ibídem).

 

      En Cristo y por la Iglesia, el mundo llegará a "la unidad completa" (LG 1), como reflejo de la comunión trinitaria de Dios Amor. Por ser "misterio de comunión", la Iglesia está "abierta a la dinámica misionera y ecuménica".[50]

 

      En el grado en que la Iglesia sea comunión, se constituye en constructora de la comunión universal. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'" (SRS 40). Por esto, la Iglesia es "sacramento inseparable de unidad" para todos los hombres.[51]

 

      El objetivo de la encarnación del Hijo de Dios es de "establecer la paz o comunión con él y una fraterna sociedad entre los hombres" (AG 3). La Iglesia, por ser signo portador de Cristo (misterio), tiene su misma misión : construir la humanidad en comunión de hermanos, "partícipes de la naturaleza divina" (AG 3). "Plugo a Dios llamar a los hombres a la participa­ción de su vida no sólo individualmente, sin mutua conexión mutua entre ellos, sino constituirlos en pueblo, en el que sus hijos que estaban dispersos se congreguen en unidad (cf. Jn 11,52)" (AG 2).

 

      Por el hecho de ser y vivir la comunión trinitaria en el corazón y en la comunidad, la Iglesia se hace instrumento de comunión sin fronteras. "Fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17,21-23)" (RMi 23).

 

      El ser de comunión eclesial (en personas y comunidades) vale más que el hacer. "Se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace" (RMi n. 23).

 

      La antropología y sociología cristiana (es decir, a la luz del evangelio) valoran el ser humano y las realidades humanas según la capacidad de donación: "el hombre... no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Sólo a partir de esta donación personal, es posible construir la sociedad en comunión de hermanos y de pueblos. "El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor" (GS 26).

 

      No será posible lograr los derechos fundamentales de los hombres y de los pueblos, si no se parte del origen del hombre y del mundo: la comunión de Dios Amor. "Ello es imposible si los individuos y los grupos sociales no cultivan en sí mismo y difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales, de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracia" (GS 30).

 

      La misión que Cristo encomendó a su Iglesia tiende, pues, a construir la humanidad en comunión de hermanos. Cristo "ordenó a los Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva evangélica, para que la humanidad se hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor" (GS 32). La historia humana es un camino de comunión o solidaridad creciente. "Esta solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que llegue su consumación y en que los hombres, salvados por la gracia, como familia amada de Dios y de Cristo hermano, darán a Dios gloria perfecta" (GS 32).

 

      Así, pues, "la promoción humana de la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia", como sacramento o signo eficaz de esta unidad (GS 42). La comunión eclesial, vivida íntegramente, es la base de la comunión de toda la humanidad. "La unión de la familia humana cobra sumo vigor y se completa con la unidad, fundada en Cristo, de la familia consti­­tuida por los hijos de Dios" (GS 42). Construyendo esta comunión universal, la Iglesia contribuye a la "edificación de un mundo más humano" (GS 57).[52]

 

                           ORIENTACION BILBIOGRAFICA

 

AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970).

 

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AA.VV.,La salvezza oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1989)

 

AA.VV., Comunión: nuevo rostro de la misión (Burgos, 1981).

 

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      Eclesiología y misión. Carácter trinitario de la misión de la Iglesia. Urgencias de la misión. Liturgia y gloria de Dios.

 

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      El misterio de Dios uno en tres personas. Manifestaciones de las pesonas divinas y fe de la Iglesia. Dios un y trino. Reflexiones críticas sobre nuestro conocimiento del misterio. La acción de las divinas personas en la historia. Encarnación del Verbo. Iglesia y sacramentos.

 

* J.J. O'DONNELL, Il mistero della Trinità (Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 1989).

      Revelación y Trinidad. Jesús, el Hijo y el portador del Espíritu. Trinidad y Misterio Pascual. Teología del Espíritu Santo. Concepto de persona en la teología trinitaria. Fe y oración trinitaria. Dios y el mundo en perspectiva trinitaria.

 

A. PEÑAMARIA, Trinidad y misión. Presupuestos teológicos de misionología: Estudios Trinitarios 15 (1981) 363-378.

 

- El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera: Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425.

 

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- Principios teológicos de la misión, en: La Misionología hoy (Estella, Verbo Divino 1987) n.8.

      Origen trinitario de la misión. El Padre, fuente original de la misión de la Iglesia. La misión del Hijo encarnado. El Espíritu de la misión. La Iglesia misionera.

 

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S. VERGES, J.J. DALMAU, Dios revelado por Cristo (Madrid, BAC, 1969).

 

Nota: Ver fichas bibliográficas en este capítulo: cruz (nota 9), "kerigma" (nota 28), salvación (notas 31), gracia y filiación adoptiva (notas 32, 41 y 45), religiones no cristianas (nota 33), Iglesia comunión (notas 46-48), Cuerpo Místico (nota 49), promoción humana y evangelización (nota 52).



    [1]La teología del evangelio de San Juan y de sus cartas, se mueve en esta dirección de "manifestación" del amor de Dios por medio de Jesús (Jn 3,16-17; 1Jn 3-4). A. FEUILLET, Le mystère de l'amour divin dans la théologie johanninque (Paris, Gabalda, 1972); S. VERGES, Dios es amor. El amor de Dios revelado en Cristo según Juan (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1982). Ver otros estudios sobre San Juan, en la nota 15 del capítulo I y en la orientación bibliográfica final. La Trinidad de Dios hay que presentarla a las religiones fuertemente monosteístas, como la máxima unidad de un Dios que es plenamente vida y amor. La unidad no es abstracción, a modo de una idea o un primer motor, sino la fuente viva en sí misma, aún antes de crear el hombre y el cosmos. Por esto la creación y la redención, por medio de Jesús, se convierten en misión para el hombre creado y redimido, para anunciar y comunicar a otros la misma vida de Dios uno y trino.

    [2]El testimonio religioso de Jesús no es el de un "místico" ni el de un fundador de religión que ha tenido una fuerte experiencia de Dios. El testimonio peculiar de Jesús consiste en comunicar lo que él ha visto en el Padre desde la eternidad: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios, y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer" (Jn 1,18); "solamente aquel que ha venido de Dios, ha visto al Padre" (Jn 6,46).

    [3]"La autorrevelación de Dios, que es imprescrutable unidad en la Trinidad, queda contenida en las líneas fundamentales de la anunciación en Nazaret" (MD 3). María es "la Madre de Dios Hijo, y por eso, hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo" (LG 53). AA.VV., María y la Santísima Trinidad (Salamanca, Estudios Trinitarios, 1986); J.H. NICOLAS, Synthèse dogmatique. De la Trinité à la Trinité (Paris, Beauchesne, 1986).

    [4]V.M. CAPDEVILA, Trinidad y misión en el evangelio y en las cartas de San Juan: Estudios Trinitarios 15 (1981) 83-153.

    [5]"Todo es uno en ellos, donde no existe oposición de relación... A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está toto en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Concilio de Florencia: DS 1330-1331).

    [6]Ver el tema de la misión en relación con la Trinidad, en los apartados siguientes. AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970); J. AUER, Dios uno y trino (Barcelona, Herder 1982); N. CIOLA, Immagine di Dio-Trinità e società moderna: Lateranum 58 (1992) 157-180; C. DUQUOC, Dios diferente (Salamanca, Sígueme, 1982); J. ESQUERDA BIFET, Construir la historia amando. Trinidad y existencia humana (Barcelona, Balmes, 1989); B. FORTE, Trinidad como historia (Salamanca, Sígueme, 1988); W. KASPER, El Dios de Jesucristo (Salamanca, Sígueme, 1986); J. MOLTMANN, Trinidad y reino de Dios (Salamanca, Sígueme, 1987); J.J. O'DONNELL, Il mistero della Trinità (Roma, Pont. Univ. Gregoriana, 1989); G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sígueme, 1980); L. SCHEFFCZYK, Dios uno y trino (Madrid, FAX, 1973); S. VERGES, J.J. DALMAU, Dios revelado por Cristo (Madrid, BAC, 1969).

    [7]Esta unidad de "comunión" constituye la naturaleza de la Iglesia, como reflejo de la unidad de la vida trinitaria: "Toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). Lumen Gentium4 cita a San Cipriano, De oratione domenica 23: PL 4, 553. Ver el tema de la "comunión" eclesial en el apartado n. 3 del presente capítulo.

    [8]Ver este tema en el capítulo I, n. 3, A, del presente estudio.

    [9]AA.VV., La sapienza della croce oggi (Torino, LDC, 1976); AA.VV., Sabiduría de la cruz (Madrid, Narcea, 1980); H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); J. ESQUERDA BIFET, Fuerza de la debilidad. Espiritualidad de la cruz (Madrid, BAC 1993).

    [10]La expresión "economía" singifica "designio" (divino), "dispensación", "administración" (Lc 16,2; Col 1,25; Ef 3,2). Se acostumbra a usar más frecuentemente como "economía sacramental", en el sentido de "comunicación (o dispensación) de los frutos del misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia sacramental de la Iglesia" (CEC 1076).

    [11]Hay, pues, dos "procesiones" (que también pueden llamarse "misiones") ad intra, que fundamentan la dos misiones ad extra. El Hijo y el Espíritu proceden de la misma fuente (el Padre), pero de diverso modo: el Hijo procede por generación; el Espíritu procede por "espiración" (cf. SANTO TOMAS, I, q.43, a.2). La misión ad extra es visible en cuanto al Hijo (por la encarnación y redención), quien es el autor de la santificación. La misión ad extra es invisible en cuanto al Espíritu Santo, pero con signos externos de santificación (cf. I, q.43, a.7). Los efectos de gracia también pueden ser diversos (iluminacion, afectos) según se atribuyan al Hijo o al Espíritu (cf. I, q.43, a.5). Ver: L. SCHEFFCZYK, Las misiones trinitarias como fuentes de la vida cristiana: Scripta Theologica 24 (1992) 923-940.

    [12]Hay que distinguir entre "procesiones" y "relaciones". Las procesiones fundamentan las relaciones. En las relaciones se distinguen tres elementos: el sujeto del que proceden (terminus a quo), el objeto (terminus ad quem) y el fundamento (que consiste en la procesión). El Padre es relación al Hijo por generación activa. El Hijo es relación al Padre por ser engendrado (generación pasiva). El Padre y el Hijo son relación al Espíritu por "espiración" activa. El Espíritu Santo es relación al Padre y al Hijo por "espiración" pasiva. Ver algunos tratados actuales sobre la Trinidad, en la nota 6.

    [13]La procesión eterna del Hijo y del Espíritu (respectivamente por generación y espiración) es el fundamento de la misión temporal, como nuevo modo de la presencia de Dios en el mundo. La misión temporal del Hijo y del Espíritu son una extensión (aunque no necesaria) de su procesión eterna. La misión temporal es una gracia y no una necesidad.

    [14]  La dimension trinitaria de la misión ha sido estudiada con perspectivas cada vez más teológicas, pastorales y espirituales. Propiamente la Iglesia descubre esta dimensión trinitaria por medio de la misión de Cristo. Ver: Y. CONGAR, Principes doctrinaux, en: L'action missionnaire de l'Eglise, Décret "Ad Gentes" (Paris, Cerf, 1967) 185-221; J.S. CONNOR, Towards a trinitarian theology of mission: Missiology 2 (1981) 155-168; A. GILLET, Trinité et mission: Euntes Digest 25 (Kessel-Lo 1992) 6-17; M.G. MASCIARELLI, La Chiesa è missione, prospettiva trinitaria (Casale Monferrato, PIEMME, 1988; A. PEÑAMARIA, Trinidad y misión. Presupuestos teológicos de misionología: Estudios Trinitarios 15 (1981) 363-378; A. RETIF, Trinité et missions: Eglise Vivante 6 (1954) 179-189; L. SCHEFFCZYK, Trinidad y misión en la Iglesia católica, en: Trinidad y misión (Salamanca 1981) 257-268; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981).

    [15]El amor de Dios es "amor eterno" (Jer 31,3), "desde el seno materno" (Is 49,1), manifestado con "lazos de amor" (Os 11,1-4). Es amor lleno de "ternura" y "rico en misericordia" (Ef 2,4; cf. 1Pe 1,3). Pablo experimentó este amor en Cristo y lo expresó de diversas maneras: "me amó" (Gal 2,20), "nos amó" (Ef 5,2); "amó a la Iglesia" (Ef 5,25). El mensaje cristiano a todos los pueblos es así: "Jesucristo es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3,16-18)" (VS 118). Ver relación entre la misericordia divina y la misión en el capítulo IV, 1, A. Estudios en esta misma línea: AA.VV., Dives in Misericordia, Commento all'enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981).

    [16]En los textos conciliares del Vaticano II sobre la Trinidad (especialmente LG 2-4; AG 2-4), la dimensión trinitaria de la misión no se presenta a partir de conceptos teológicos (que son también válidos), sino a partir de contenidos bíblicos. Por esto, el acento recae en la urgencia de la misión como respuesta al amor de Dios manifetado por Cristo y en el Espíritu. La dinámica es la del texto de Efesios 2,18: en el Espíritu, por Cristo, al Padre, como respuesta a la misión que viene del Padre, por el Hijo, en el Espíritu. "Consumada, pues, la obra, que el Padre confió el Hijo en la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que santificara a la Iglesia, y de esta forma los que creen en Cristo pudieran acercarse al Padre en un mismo Espíritu (cf. Ef 2,18)" (LG 4; cf. AG 4).

    [17]SANTO TOMAS, I q.43 a.2 (generación del Hijo y espiración del Espíritu Santo); I q.43 a.5 (efectos diversos de gracia por ser distintas las personas enviadas); I q.43 a.7 (misión visible del Hijo e invisible del Espíritu con signos visibles).

    [18]Ver el apartado 1, A, de este mismo capítulo. La palabra "relación" constituye, en Dios, cada persona: la persona del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es "relación" de generación activa (el Padre), de generación pasiva o de ser engendrado (el Hijo), de espiración pasiva (el Espíritu Santo). A veces se ha subrayado la relación como "mirada" personal, que sería donación total de una persona a la otra, según sea por generación o espiración. "Miraos siempre, Padre e Hijo, miraos siempre sin cesar, porque así se obre mi salud". Cita de: SAN JUAN DE AVILA, Trado del amor de Dios, en: Juan de Avila, escritos sacerdotales (Madrid, BAC, 1969) 135.

    [19]Ver la nota 6 sobre la teología trinitaria en general, y la nota 14 sobre la relación entre Trinidad y misión. La Trinidad en los textos conciliares: AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970).

    [20]Estudia este tema en sus fuentes bíblicas, patrísticas, liturgicas y místicas, aprovechando la reflexión teológica actual: R. MORETTI, In comunione con la Trinità (Marietti, 1979).

    [21]Después de la exponer la dimensión trinitaria de la Iglesia, Lumen Gentium urge a esta renovación. "El Espíritu Santo la renueva incensantemente" (LG 4); ella "es al mismo tiempo santa y necesitada de purificación... está fortalecida con la virtud del Señor resucitado, para... revelar al mundo fielmente su misterio" (LG 8).

    [22]La encíclica Dives in Misericordia es del 30 de noviembre de 1980; AAS 72 (1980). Algunos estudios han hecho resaltar su dimensión misionera. AA.VV., Dives in misericordia, commento all'enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Univ. Urbaniana, 1981). Si se tiene en cuenta las encíclicas Redemptor hominis (1979) y Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo (1986), se puede hablar de una "trilogía" magisterial en línea trinitaria.

    [23]La expresión "Iglesia de la Trinidad" tiene su origen en las Iglesias de oriente. Cf. G. DRAGAS, Ortodox Ecclesiology in outline: The Greek Ortodox Theological Review 26 (1981) 186ss; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981). Ver otros estudios sobre la Iglesia misionera en relación con la Trinidad, en la nota 26.

    [24]Documento de la Congregación para la doctrina de la Fe (de 28 mayo de 1992): Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (Lib. Edit. Vaticana, 1992) 3. Ver también el documento final de Sínodo Episcopal de 1985, sobre la Iglesia misterio, comunión y misión: Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, Relatio finalis (Lib. Edit. Vaticana, 1985). En el n. 3 de este mismo capítulo estudiamos el tema de la Iglesia como constructora de comunión. Lumen Gentium 4 cita a San Cipriano, De orat. dom. 23: PL 4,553.

    [25]Estudios sobre la Iglesia, misterio de comunión: AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Teresianum, 1979; J. ESQUERDA BIFET, Compartir con los hermanos, la comunión de los santos (Barcelona, Balmes, 1992; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252.

    [26]AA.VV., El misterio trinitario a la luz del Vaticano II (Salamanca, 1970); J.M. ALONSO, Ecclesia de Trinitate, en: Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (Madrid, BAC, 1966) 138-165; S. DIANICH, Iglesia y misión (Salamanca, Sígueme, 1988) n.7 (La misión "de Trinitate"); M.G. MASCIARELLI, La Chiesa è missione, prospettiva trinitaria (Casale Monferrato, PIEMME, 1988); L. SCHEFFCZYK, Trinidad y misión en la Iglesia católica, en: Trinidad y misión (Salamanca, 1981) 257-268; Idem, Las misiones trinitarias como fuentes de la vida cristiana: Scripta Theologica 24 (1992) 923-940; N. SILLANES, La Iglesia de la Trinidad (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981); Idem, Principios teológicos de la misión de la Iglesia, en: La misionología hoy (Estella, Edt. Verbo Divino, 1987) 194-220.

    [27]La palabra "kerigma", en el Nuevo Testamento, indica más bien "proclamación" por medio de la "predicación": Rom 16,25.

    [28]Los elementos principales del "kerigma" son: la filiación divina de Jesús (manifestada por la fuerza del Espiritu), su realidad humana (manifestada especialmente en su nacimiento y muerte), su redención por la muerte y resurrección para nuestra salvación. J. DANIELOU, Le Kérygme selon le christianisme primitif, en: L'annonce de l'évangile aujourd'hui (Paris, Cerf 1962) 78-83; C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos (Madrid, Fax, 1974). Estos elementos aparecen muy claramente en los textos bíblicos marianos: María Virgen (Cristo es Dios), María madre (Cristo es hombre), María asociada a la salvación (Cristo es el Salvador): J. ESQUERDA BIFET, María en el "kerigma" o primera evangelización misionera: Marianum 42 (1980) 470-488. Ver el capítulo XII, n.1.

    [29]"Las tinieblas del error o del pecado no pueden eliminar totalmente en el hombre la luz de Dios Creador. Por esto, siempre permanece en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud de su conocimiento" (VS 1).

    [30]"El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gen 1,26), pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a amar al Señor" (VS inicio). Pero para llegar a la verdad plena necesita de Cristo: "El hombre... debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser, debe 'apropiarse' y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo" (VS 8).

    [31]Hemos estudiado el tema de Cristo Salvador en el capítulo I, n.3. Ver el tema de la salvación (dimensión soteriológica de la misión) en el capítulo VI de nuestro estudio (n.2 B). AA.VV.,La salvezza oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1989); A. AMATO, Missione cristiana e centralità di Cristo Gesù, en: La missione del Redentore (Leumann-Torino, LDC, 1992) 13-29.

    [32]Esta filiación divina adoptiva, cuando se vive con autenticidad, se convierte en urgencia de anuncio para otros hermanos: "la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). V.Mª CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre (Salamanca, Sec. Trinitario, 1984) I; J. ESQUERDA BIFET, Dame de beber (Barcelona, Balmes, 1991); M. FLICK, Z. ALSZEGHY, El evangelio de la gracia, Antropología teológica (Salamanca, Sígueme, 1971); L.F. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia (Madrid, BAC, 1993); G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sec. Trinitario, 1967); A. ROYO MARIN, Somos hijos de Dios, Misterio divino de la gracia (Madrid, BAC, 1977); A. TURRADO, Somos hijos de Dios (Madrid, BAC, 1977).

    [33]Ver el n. 1 de este capítulo (el misterio de Dios Anor, uno y trino, revelado por Jesús). Hemos citado algunos estudios teológicos actuales sobre la Trinidad, en la nota 6 de este capítulo. Algunas expresiones (y vivencias) culturales de los diversos pueblos podrían servir como analogías, lo mismo que sirvieron (una vez purificados) los conceptos de la filosofía grecorromana (sobre persona, naturaleza, etc.). Pero sería inadecuado usar ideas y conceptos inexactos, como la "trimurti" del hinduismo: Brahma, Vishnú, Shiva, a modo de tres funciones divinas (respectivamente: creación, conservación destrucción). M. DELAHOUTRE, Triade, trimurti, Trinità, en: Grande Dizionario delle Religioni (Assisi, Citadella Edit. 1988) 2167-2169; J. DUPUIS, Jesucristo al encuentro de las religiones (Madrid, Paulinas, 1991). Ver el tema de las religiones en el capítulo VIII.

    [34]El objetivo principal de la misión de la Iglesia es hacer realidad este "reflejo" de la comunión trinitaria en los corazones y en la comunidad humana. Cuando el corazón humano vive esta realidad, la vida se hace donación a los hermanos sin excepción. "Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo" (RMi 7). Ver el tema en el n. 3 de este capítulo. G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sec. Trinitario, 1967).

    [35]Respecto a la salvación, añade Redemptoris Missio: "La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia, es autocomunicación de Dios" (RMi 7).

    [36]"La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios" (SAN IRENEO, Adv. Haer., lib. IV 20,7,184).

    [37]Los textos bíblicos y magisteriales indican un dinamismo hacia la gloria definitiva de Dios en el más allá, por Cristo y en el Espíritu. Cf. Col 3,4; Rom 8,17; 1Pe 5,10; LG 2; AG 2 y 7; PO 2. H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) 165-181; A. PEÑAMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera: Estudios Trinitarios 17 (1983) 407-425.

    [38]Es frecuente el tema del "corazón dividido", como causa de los males de la sociedad. "En realidad de verdad, los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio funda­mental que hunde sus raíces en el corazón humano. Son muchos los elementos que se combaten en el propio interior del hombre. A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, sin embargo, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior. Atraído por muchas solicitaciones, tiene que elegir y que renunciar" (GS 10; cf. 13).

    [39]R. MORETTI, In comunione con la Trinità (Marietti, 1979);

G. PHILIPS, Inhabitación trinitaria y gracia (Salamanca, Sígueme, 1980).

    [40]Por esto, la formación del apóstol debe orientarse en esta línea trinitaria: "aprender a vivir en trato asiduo y familiar con el Padre, por su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo" (OT 8). Los grandes contemplativos han encontrado en esta fuente la fuerza para el camino de santidad y de misión: "En este templo de Dios, sólo él y el alma se gozan con grandísimo silencio" (SANTA TERESA, Moradas, 7ª, cap. 3,11). "La Santísima Trinidad... de cuya compañía venía al alma un poder que señoreaba toda la tierra" (ídem, Relaciones 24). "Y así, ama el alma a Dios con voluntad y fuerza del mismo Dios, unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma allí transformada" (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual 38,3.

    [41]Ver el tema de la filiación divina adoptiva, como participación en la filiación divina de Jesús, en este mismo capítulo III, 1,A y 2,B. Ver: V.Mª. CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre (Salamanca, Sec. Trinitario, 1984); A. ROYO MARIN, Somos hijos de Dios, Misterio divino de la gracia (Madrid, BAC, 1977); M.J. SCHEEBEN, Las maravillas de la gracia (Bilbao, Desclée, 1963); A. TURRADO, Somos hijos de Dios (Madrid, BAC, 1977).

    [42]Los predicadores y místicos de la Edad Nueva, como Jan van Ruysbroek (1293-1381), buscaban, por medio de sus escritos y sermones, unificar el corazón de los creyentes a imagen de la Trinidad, según la oración de Cristo en la última cena y el primer capítulo de la carta a los Efesios. Ver: RUYSBROEK, Elevaciones, lib. 6º (la plegaria de Jesús). En estos escritos se inspiró también Isabel de la Trinidad, buscando la gloria de Dios ("la alabanza de gloria", según Ef 1,6) por medio de esta unificación del corazón a imagen de la Trinidad presente en el alma. Ver especialmente "el cielo en la tierra" y los últimos Ejercicios Espirituales (de 1906): Sor Isabel de la Trinidad, obras completas (Burgos, Monte Carmelo, 1979) 129-193.

    [43]Ver el capítulo VII, n. 1 de nuestro estudio. C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y Soteriología (Bogotá, CELAM, 1987) tema V: "Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca").

    [44]Sobre la llamada al bautismo, como acción misionera específica de la Iglesia, en el capítulo VII n.1 de nuestro estudio.

    [45]Además de los estudios sobre la gracia citados en las notas 32, 24, 41, ver: CH. BAUMGARTNER, La gracia de Cristo (Barcelona, Herder, 1969); H. DE LUBAC, Le mystère du surnaturel (Paris, 1965); P. GALTIER, La gracia santificante (Barcelona, Herder, 1964); J.H. NICOLAS, Les profondeurs de la grâce (Paris, Beauchesne, 1969); G. PHILIPS, L'union personelle avec le Dieu vivant (Gembloux, Duculot, 1974); H. RONDET, La gracia de Cristo (Barcelona, Estela, 1966); E. SCHILLEBEECKX, Cristo y los cristianos, gracia y liberación (Madrid, Cristiandad, 1982).

    [46]Además de los estudios citados en la nota 25 (sobre la Iglesia comunión), ver: C. BONIVENTO, Sacramento di unità (Bologna, 1976); J. ESQUERDA BIFET, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252; C. SCANZILLO, La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Ist. Scienze Religiose, 1987). Sobre la Iglesia "sacramento universal de salvación", ver el capítulo VI, n.2 de nuestro estudio.

    [47]La "koinonía" (comunión, comunidad) equivale a la unidad del "cuerpo" místico de Cristo como fruto de la participación en la eucaristía (1Cor 10,16-17), y se manifiesta en el compartir los bienes (Heb 13,16), también al estilo de la primera comunidad cristiana (Act 4,32). AA.VV., Comunión: nuevo rostro de la misión (Burgos, 1981); J. CAPMANY, Misión en la comunión (Madrid, PPC, 1984); Y. CONGAR, Diversité et communion (Paris, Cerf, 1982); M.J. LE GUILLOU, Mission et unité, les exigences de la communion (Paris, 1964).

    [48]La diversidad de vocaciones y carismas, es en vistas a ejercer diversos servicios o "ministerios". "La Iglesia es una por la unidad de la caridad, porque todos están unidos por el amor de Dios y entre sí por el amor mutuo" (SANTO TOMAS, Exposit. in Symbol. Apost.a.9). Ver: Y. CONGAR, Ministeri e comunione ecclesiale (Bologna, Dehoniane, 1973).

    [49]Ver el tema de la Iglesia como Cuerpo Místico en la encíclica de Pío XII (29 de junio de 1943): Mystici Corporis Christi: AAS 35 (1943) 193-248. Dimensión misionera: O. DOMINGUEZ, El dogma del Cuerpo Místico y la espiritualidad misionera: Misiones Extranjeras n.12 (1953) 99-117.

    [50]Carta a los obispos de la Iglesia católica..., o.c. n.4.

    [51]SAN CIPRIANO, Epist. ad Magnum 6: PL 3,1142. Ver el tema de la Iglesia como "sacramento universal de salvación" en el capítulo VI, 2 B de nuestro estudio. C. BONIVENTO, La Chiesa sacramento di salvezza per tutte le nazioni: Euntes Docete 28 (1975) 1-50; 316-354; Y.M. CONGAR, Un peuple messianique, l'Église sacrement du salut (Paris, Cerf, 1975).

    [52]Ver el tema de la promoción humana en relación con la misión, en el capítulo VII, 2 C. Ver: J. ALFARO, Hacia una teología del progreso humano (Barcelona, Herder, 1969); A. NICOLAS, Teología del progresso (Salamanca, Sígueme, 1972); J. SARAIVA MARTINS, Evangelizare pauperibus, evangelizzazione e promozione umana, en: Cristo, Chiesa, Missione (Urbaniana Univ. Press, 1992) 327-342.

       PRESENTACION: "Mirarán al que taspasaron" (Jn 19,37)

 

     La "cruz" ha sido y será siempre la nota característica del cristiano. Es un signo que nos habla de "alguien", Cristo, que "nos amó y se entregó en sacrificio por nosotros" (Ef 5,2). El Señor transformó este signo en símbolo de donación total. La vida aparece en toda su hermosura sólo a partir de la cruz de Cristo.

     El signo de la cruz no se refiere sólo a Cristo, sino a todo seguidor suyo, llamado a "completarle" (cfr Col 1,24) y prolongarle en el espacio y en el tiempo. Los cristianos colocamos el signo de la cruz en todas partes, pero sólo somos "cristianos" cuando nos decidimos a transformar la vida en donación: "estoy crucificado con Cristo en la cruz" (Gal 2,19). Las cruces sin crucificado, visible o invisible, no pasarían de ser un simple adorno.

     Muchos hombres y mujeres, como Francisco de Asís, cambiaron radicalmente su vida y encontraron una razón para vivir, a partir de un encuentro con Cristo crucificado. Es que Cristo, con su corazón abierto, sigue hablando de corazón a corazón. Por esto, cuando, ya resucitado, se apareció a sus discípulos, les mostró las huellas de la crucifixión grabadas para siempre en sus manos, pies y costado (Jn 20,20; Lc 24,39), para indicar que "la caridad de Dios derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5) es fruto de su donación en la cruz. El amor ha transformado la debilidad en la mayor fuerza de renovación.

     Hacer "teología" de la cruz significa elaborar una reflexión vivencial, que compromete a compartir la misma vida de Cristo: "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Esta teología dejaría de serlo si no llevara a la vivencia o espiritualidad. Por esto hablamos de una teología que es espiritualidad de la cruz. Pablo, al decir que estaba crucificado con Cristo, añadía: "no soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mi" (Gal 2,20).

     La teología es una reflexión a partir de la fe. No es una actitud de quiere dominar el misterio de Dios amor, sino una actitud de fe humilde y amorosa, que quiere comprender mejor para amar más. Por esto, la auténtica teología tiende a la adoración, a la admiración y al silencio de donación. La teología sobre la cruz presenta el aspecto doloroso y gozoso de este proceso.

     La teología cristiana es eminentemente contemplativa. "Nadie puede percibir el significado del evangelio (de Juan), si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre" (Orígenes, Comm. in Ioann., 1,6). La reflexión teológica se deja conducir por la acción del Espíritu Santo. Es, pues, una teología espiritual o teología que, además de ser sapiencial, quiere ser vivencial. Esa teología lleva necesariamente a la relación personal con Cristo (contemplación), al seguimiento de Cristo y a la misión. Por esto es eminentemente pastoral.

     La teología y espiritualidad (o teología espiritual) de la cruz es la comprensión vivencial del misterio pascual de Cristo (muerto, resucitado y presente en la Iglesia), para anunciarlo ("kerigma"), celebrarlo o hacerlo presente (liturgia) y comunicarlo a toda la comunidad humana (diaconía, coinonía, misión).

     A nadie se le escapa que el tema de la cruz es básicamente el del dolor o sufrimiento. Pero esa realidad humana insoslayable no puede encerrarse en solas palabras. Existe el sufrimiento personal, comunitario, histórico, físico, moral... Pero lo que existe propiamente es una realidad humana en un proceso de misterio pascual, que pasa necesariamente por la cruz. Ahora bien, la cruz no es el sufrimiento, sino la realidad dolorosa afrontada con los criterios de Cristo, con su escala de valores y con sus actitudes hondas de donación.

     Regodearse en el dolor no sería ni cristiano ni humano. Adoptar actitudes de agresividad, huida, desesperación, indiferencia o inhibición, tampoco corresponde a la dignidad del hombre. Abstraerse de los deseos para eliminar el dolor, podría ser un ejercicio mental útil; pero dejaría el problema del dolor sin solución.

         El hombre ha sido creado para vivir gozosamente, no para sufrir ni morir. Ahora bien, si en la realidad humana existe el dolor y la muerte, la única solución será la de afrontar esta realidad, haciendo que el ser humano se construya como imagen de Dios que es Amor y donación. Esto es imposible si Dios hecho hombre, Jesucristo, "asumiendo la cruz" (Jn 19,17), no se nos hace nuestro "camino, verdad y vida" (Jn 14,6). La "cruz" es el mismo Cristo que, insertado en nuestra historia, transforma la realidad anodina o dolorosa en donación. A partir de la cruz de Cristo, es posible transformar nuestra cruz en servicio a los hermanos y en "gozo pascual" (PO 11).

     Toda teología es una cruz, por ser un esfuerzo humano de querer penetrar en el misterio de Dios, que parece que calla y está ausente. Nuestros conceptos son válidos, pero no llegan a captar al Infinito. El camino de la teología de la cruz debe ser el de la espiritualidad: querer vivir lo que se cree, por encima de querer comprender, sin dejar el esfuerzo de comprender. El sufrimiento se comienza a "comprender" cuando se comparte con Cristo, que derramó su sangre por nuestro amor. "¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!" (Heb 9,14).

     Mirando "al que traspasaron" (Jn 19,37), el creyente en Cristo comienza a comprender amando. Es el "conocer" del Buen Pastor que, dando su vida en sacrificio, contagia a sus ovejas de la sabiduría de la cruz. A Cristo se le conoce a partir de su amor: "tener los mismo sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5).

         Quien ha experimentado la "cruz" de Cristo, está capacitado para descubrirle resucitado en el "sepulcro vacío". La "utopía" cristiana es así. La esperanza, el gozo pascual y la liberación integral de personas y de pueblos, sólo son posibles a partir la cruz.

     El sufrimiento, transformado en donación y en servicio para evitar el sufrimiento de los hermanos, transforma el universo y la humanidad entera. El hombre se trasciende a sí mismo compartiendo la cruz con Cristo. La utopía cristiana es siempre el amor de donación, en un contexto de fe y esperanza. "Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1Jn 5,4).

     Para vivir y morir amando como Cristo, hay que aprender a pensar y sentir como él. Ese amor "viene de Dios" (1Jn 4,7), y es posible sólo cuando se ha encontrado a Dios en su aparente "silencio" y "ausencia". "La cruz es un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (DM 8).

     La cruz es el desafío permanente del corazón humano, que busca la felicidad en la verdad y el bien. La teología y espiritualidad de la cruz no pueden elaborarse sin participar vivencialmente en este reto.

     Un "maestro" espiritual hindú ("guru") enseñaba a sus discípulos el "camino" ("yoga") para llegar a Dios, por un proceso de limpieza del corazón. Un cristiano, presente en el grupo, le preguntó por qué tenía un crucifijo sobre la mesa. El "guru" respondió: "estoy buscando a alguien que me enseñe cómo es el yoga (camino) de Jesús crucificado"... La sociedad de hoy presenta el mismo problema; quizá es éste el mayor desafío que ha tenido la Iglesia misionera en veinte siglos: ¿cómo se puede reaccionar amando en los momentos de dificultad y de cruz?

     Esta anécdota y un recuerdo sencillo de mi infancia, me sirvieron de invitación para escribir esas reflexiones sobre la espiritualidad de la cruz. Habían pasado pocos días de mi primera comunión (1936). Delante de la parroquia incendiada ardía una hoguera donde todavía se podía ver el rostro bondadoso de la imagen de Cristo crucificado. Aquella mirada amorosa parecía hablar de perdón y de llamada: ¿quién querrá anunciar a todos los hermanos que yo sufrí y morí por amor?... Creo que allí empezó mi primera reflexión sobre la cruz, que ahora brindo a mis hermanos. Para poder expresarme mejor, me he inspirado en escritos y vidas de santos y de personas ejemplares, que iré citando en el momento oportuno.

     Hoy más que nunca se necesitan apóstoles, al estilo del "discípulo amado", que estén convencidos de que "la misión tiene su punto de llegada a los pies de la cruz" (RMi 88). Juan evangelista, el que estuvo junto a la cruz y el que, adentrándose en el sepulcro vacío, "creyó" en Jesús resucitado, nos indica el camino para transformar el sufrimiento en donación y la cruz en resurrección: "MIRARAN AL QUE TRASPASARON" (Jn 19,37). Mirando con amor a Cristo crucificado, se aprende a tranformar el dolor en donación y la debilidad en fuerza que renueva la creación y la historia: "Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad" (2Cor 12,9).

Lunes, 11 Abril 2022 09:23

LINEAS CONCLUSIVAS: La fuerza de la debilidad

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          LINEAS CONCLUSIVAS: La fuerza de la debilidad

 

     La cruz no se entenderá nunca, si no es a partir del amor que Dios ha "escondido" en toda la creación y toda la historia humana. La vida es hermosa, porque todo es "sorpresa" de Dios Amor. La pedagogía de Dios se aprende hasta en las flores: todas ellas se marchitan, pero no se marchita el amor que Dios puso en ellas para cada ser humano. Porque "el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24).

     El dolor se produce cuando los dones de Dios se desvanecen: la vida, la salud, los seres queridos, las cosas... Es que Dios se nos quiere dar a sí mismo, pero en plenitud y en un "más allá" de visión y de encuentro definitivo. Ese enigma de amor tiene una clave: la cruz, es decir, Cristo crucificado. Porque así nos lo ha "dado" Dios como señal máxima de su amor (cfr. Jn 3,16). Ese modo de amar de Dios nos produce dolor y no nos gusta ni lo entendemos. Se podría decir que es nuestro "sufrir" a Dios.

     Al "más allá" se llega por el "corazón" de Dios. Nos lo ha dejado a "pedacitos" escondidos en cada persona, en cada cosa y cada acontecimiento. Para entrar en él, el madero de la cruz nos parece alto, porque el amor de Dios es infinito. Y también nos parece tosco y con nudos dolorosos, porque necesitamos apoyar nuestros pies en la realidad y no en espejismos.

     El sufrimiento, cuando no se transforma en amor, produce rupturas entre los hermanos. Sólo la cruz de Cristo, compartida por nosotros y transformada en donación, puede realizar esa la unidad de los cristianos y de toda la humanidad: "Jesús moriría para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52); "cuando yo seré elevado sobre la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12,32).

     Sólo la "cruz" abre a la humanidad el camino hacia "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1). Sin esa puerta, el camino termina ante un muro infranqueable. Pero la cruz tiene un nombre concreto, que suena a amor esponsal: Jesús de Nazaret, "el crucificado" (Mt 28,5). Por haber asumido nuestra vida como propia, su cruz es la nuestra y nuestra cruz es la suya. Nuestra cruz estaba ya en la suya y en este sentido le "completamos" (cfr. Col 1,24). Haciendo de todo una donación, a imitación de Jesús, el dolor deja entrever su secreto. Encontraremos siempre a Jesús como "Cireneo" de nuestra cruz, en la medida en que nosotros seamos "Cireneos" de los hermanos evitándoles el sufrimiento y acompañándoles en su dolor. No sería posible encontrar el sentido de nuestra cruz, sin comprender y compartir la cruz de los hermanos.

     Caminando a nuestro lado, Jesús no nos da una explicación teórica, sino una seguridad de fe, esperanza y amor. Nos basta él. Sólo en la experiencia de la cruz, sin escapar de la realidad concreta, lograremos descubrirle presente mostrándonos sus llagas todavía abiertas en su cuerpo resucitado: "soy yo" (Lc 24,39). Cuando uno se siente amado y capacitado para amar, la cruz empieza a ser resurrección.

     Es verdad que muchas veces la vida parece "silencio" y "ausencia" de Dios. Buscar una explicación teórica es perderse en cábalas que no satisfacen a nadie. En ese "silencio", Dios hace resonar su "Palabra", su "Verbo". Y en esa "ausencia", se deja entrever como "Dios con nosotros" (Emmanuel). Jesús crucificado es esa Palabra y esa Presencia. Sólo él es el libro para "ver" a Dios Amor donde parece que no está. Porque cuando Jesús vivió su vida mortal, no quiso ningún privilegio histórico, sino que afrontó nuestras mismas dificultades hasta el "abandono" de la cruz. Y fue en la cruz donde su voz llegó a ser un "grito" salvífico para toda la humanidad, como "gemido" filial que nos abre a todos la posibilidad de ser hijos de Dios: "Padre, en tus manos"... (Lc 24,46).

     Jesús vivió así, cargando la cruz de "cada día" (Lc 9,23), haciendo de su vida una donación total para salvar a todos, sabiéndose y sintiéndose unido a cada persona como esposo y protagonista (cfr. GS 22). Ahora, en nuestro tiempo de peregrinos, nos acompaña haciendo de nuestra vida un complemento de la suya. Todo es trascendental, como el pan (el trabajo) y el vino (la convivencia), que se convierte en su cuerpo entregado y su sangre derramada, hasta que un día toda la humanidad y toda la creación quedará "recapitulada" en él (Ef 1,10), en un "amén" que será un beso eterno de amor entre Dios y nosotros (Apoc 22,20-21).

     La expresión del amor entre el Padre y el Hijo, que es el Espíritu Santo, empieza a manifestarse en nuestro corazón como "río de agua viva" (Jn 7,38), y como "un manantial del que surge la vida eterna" (Jn 4,14). Para entrar en ese amor eterno, hay que compartir la cruz de Cristo, "crucificarse" con él (Gal 2,19), asociarse a su "sí" al Padre desde el seno de María (Heb 10,5-7). Jesús quiso que el "fiat" (sí) de su Madre (Lc 1,38) fuera también el nuestro; pero hay que aprender a "estar de pie junto a la cruz de Jesús" con María y como ella (Jn 19,25). La fecundidad en la vida cristiana y, de modo especial, en la vida espiritual y apostólica, es una maternidad que se expresa en una amor de donación: sufrir amando (Jn 16,21-23; Gal 2,19). El amor de Dios y el nuestro es así... María de Nazaret, la Virgen dolorosa, es la "memoria" de la Iglesia, que debe correr la misma suerte o espada de Cristo (Lc 2,35).

     Ante una sociedad que pide signos, ya no sirven las cruces de "adorno". Se necesitan testigos creíbles, en cuyas vidas aparezca Jesús crucificado por amor. A la sociedad humana dividida por el egoísmo, sólo la cruz de Cristo la puede reorientar hacia el amor de compartir la vida con los hermanos. Conocer a Dios Amor equivale a conocer su amor que se ha manifestado en la cruz. Esa es la "sabiduría de Dios" (Rom 11,33), la fuerza de la debilidad.

     Juan Pablo II, al terminar el documento sobre el sufrimiento ("Salvifici doloris"), invita a descubrir y aprovechar la fuerza de la cruz que se esconde en todo sufrimiento: "Con María, Madre de Cristo, que estaba junto a la cruz, nos detenemos ante todas las cruces del hombre de hoy. Invoquemos a todos los santos que a los largo de los siglos fueron especialmente partícipes de los sufrimientos de Cristo. Pidámosles que nos sotengan. Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo" (SD 31).

     Hay que aprender a "mirar" con amor para comprender la cruz de Cristo, que es también la nuestra. Las llagas, que han quedado impresas en su cuerpo glorioso, nos indican un camino: sus pies buscaron a la oveja perdida, esperaron a la mujer samaritana y a la Magdalena, acompañaron a sus discípulos por caminos polvorientos; sus manos bendijeron, sanaron, acariciaron; su "corazón manso y humilde" (Mt 11,29) latió amorosamente por todos y cada uno de nosotros... Esos pies y esas manos han quedado marcados para siempre con un sello de amor. Y ese corazón, del que "brotó sangre y agua" (Jn 19,34), ha quedado abierto para invitar a todos a entrar en él, indicando que dio la vida en sacrificio ("sangre") para comunicarnos la vida nueva y eterna del Espíritu ("agua").

     El "discípulo amado", habiendo seguido el camino de la cruz, puede anunciar a todos lo que "ha visto con sus ojos y tocado con sus manos, el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss). Supo "ver" a Cristo resucitado en el sepulcro vacío porque supo amar. Por esto puede invitar a todos a realizar la misma experiencia, contemplando y compartiendo la misma cruz de Cristo: "MIRARAN AL QUE TRASPASARON" (Jn 19,37).

     El legado cristiano, que pasa de mano en mano y que es fuente de esperanza al comenzar un tercer milenio, es el legado de la cruz: sufrir amando, transformar el sufrimiento en donación. Es entonces cuando "la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad" (2Cor 12,9).

Lunes, 11 Abril 2022 09:23

X. EL GOZO PASCUAL Y FECUNDO DE LOS SANTOS

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      X. EL GOZO PASCUAL Y FECUNDO DE LOS SANTOS

 

      1. Sepulcro vacío, noche oscura

      2. Fecundidad espiritual y apostólica

      3. Gozo pascual

 

 

 

1. Sepulcro vacío, noche oscura

      Cuando decimos la palabra "santos", nosotros los cristianos la tomamos en un sentido muy realista. Nos referimos a las personas que, en medio de dificultades como las nuestras, se decidieron a abrirse al amor. En este campo, hay que reconocer que es Dios quien "nos amó primero" (1Jn 4,10) y, por tanto, quien nos capacita para responder libremente a su amor.

      Dios ama así: se acerca, se manifiesta, se da tal como es. Si nos da sus dones, es para dársenos él. Si nos da a su Hijo, es para comunicarnos todo lo que él es. Pero este modo divino de acercarse, de manifestarse y de darse, a nosotros nos parece noche oscura y sepulcro vacío. "Sólo Jesucristo, Palabra definitiva del Padre, puede revelar a los hombres el misterio del dolor e iluminar con los destellos de su cruz gloriosa las más tenebrosas noches del cristiano... La cruz es necesaria en nuestra vida, pero como camino que conduce a la victoria del amor" (Juan Pablo II, "Maestros en la fe").

      Los "santos" pasaron por la experiencia de esa ausencia y silencio de Dios. Aceptaron el reto del sufrimiento y de la cruz, para trascenderlo todo por una actitud de fe, esperanza y caridad. Por esto, el discípulo amado, cuando entró en el sepulcro vacío, "vio y creyó" (Jn 20,8). En medio de la bruma del lago de Genesaret, descubrió también la presencia de la persona amada: "es el Señor" (Jn 21,7). Cristo se manifiesta a los que le aman, ayudándoles a transformar el sufrimiento y la oscuridad en donación (cfr. Jn 14,21).  "Haced cuenta que eso, dificultades y trabajo, es vuestra cruz, la cual habéis de llevar para seguir a Cristo Señor nuestro... El verdadero amor a Jesucristo hace dulces todas las mortificaciones, como hace dulce el apurar lo más amargo... no temáis, él os dará la gracia, y así todo lo podréis" (Bto. Francisco Coll).

      La "noche oscura" tiene, pues, origen en el modo peculiar con que nos ama Dios. Se nos quiere dar él, más allá de sus dones. Y espera de nosotros una donación del propio ser, más allá de nuestros conceptos, preferencias y sensibilidad. Es en medio de esta noche donde se comienza a vislumbrar una nueva luz: "En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía, sino la que en mi corazón ardía" (San Juan de la Cruz). "Como tu amor me guarda siempre, atravieso contigo por las tinieblas y la noche" (José Kentenich).

      El amor de donación es la clave para descifrar la cruz. Se comienza a comprender la cruz viviendo en sintonía con Cristo. "El amor que no crucifica no es amor... En el mundo de las almas, el amor es dolor, y el dolor es amor... ¿Qué es ser hostia? Es ser Cruz viva, y la Cruz es la esencia del dolor y del amor" (Concepción Cabrera). "Mi Jesús crucificado, todo mi vivir eres tú" (Félix de Jesús Rougier).

      Uno que no está enamorado no entiende de amor esponsal. La naturaleza siente la debilidad y el miedo; pero el amor quiere compartir la suerte de Cristo: "¡Oh Cruz! ¡Hazme lugar! Toma mi cuerpo y deja el de mi Señor"... (San Juan de Avila).

      La cruz se hace camino hacia las bodas con Cristo: "vayamos y muramos con él" (Jn 11,16). Es una "muerte mística" de convertir la vida en oblación: "matando, muerte en vida la has trocado" (San Juan de la Cruz). Es la lógica del amor: "si quieres llegar a poseer a Cristo, no le busques sin la cruz... el que no busca la cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo" (idem). Quienes han sido tocados por la cruz de Cristo, "ya no viven para sí mismos, sino para aquél que murió por ellos" (cfr. 2Cor 5,15).

      Para San Pablo de la Cruz, esa "muerte mística" no es más que la unión con Cristo crucificado, para "ser un alma crucificada" ofreciéndose a él del todo sin buscar nada para sí mismo: "Espero la luz después de las tinieblas... Mi corazón no será ya mío... mío sólo será Dios. ¡He aquí mi amor!..  Moriré pobre en la cruz con Vos" (San Pablo de la Cruz). El sacerdocio de la vida cristiana consiste en hacerse víctima (donación perfecta) con Cristo Víctima: "Como verdaderos cristianos, nosotros somos sacerdotes, y como tales debemos ofrecernos nosotros mismos por víctimas para gloria de Dios" (San Antonio María Claret).

      Algunos han querido ver en esta terminología espiritual cristiana una serie de complejos psicológicos y traumas, que tenderían incluso hacia el morbosismo. Pero esas personas santas querían sencillamente afrontar la realidad de cada día con amor. La vida es, muchas veces, oscuridad. Hay momento ilógicos en los que la vida parece absurda y sin sentido.

      Los santos, precisamente por compartir su existencia con Cristo, supieron ver en esta realidad oscura y dolorosa, una historia de amor. La cruz es la clave de interpretación: siempre se puede hacer de la vida una donación. "Sólo Dios nos puede sostener en nuestras tribulaciones" (Santa María de San Ignacio Thévenet). En esos momentos de dolor, se descubre una cercanía especial de Dios Amor. "Qué bueno es el Buen Dios" (idem). Entonces se ama la cruz con pasión: "amo vuestra cruz con pasión en lo que tiene de más penoso" (Bta. Dina Bélanger).

      En Cristo crucificado se aprende a hacer de las propias dificultades un modo de "completar los sufrimientos" del Señor (cfr. Col 1,24). "De la Cruz redentora del Divino Salvador, a la Cruz sangrienta y dolorosa del alma que se ofrece como víctima a su Dios, para acompañarle en su pasión" (María Inés-Teresa Arias). La propia vida se hace continuación del sacrificio eucarístico: "ofrécele su corazón a Jesús para que le sirva de altar y venga a inmolarse en él" (idem).

      Es siempre "la cruz del amor", que se nos convierte en "unión con la Sabiduría eterna". Esta sabiduría cristiana es "la locura del amor que nos separa de la sabiduría de la tierra" (María de la Pasión). Identificándose con el anonadamiento de Cristo en la cruz, el amor de Dios se complace en nuestro anonadamiento que prolonga el de Cristo Redentor. Sólo a la luz de esa vivencia del amor, se pueden entender las expresiones radicales de las personas que no quieren caminar a medias tintas: "destrúyeme, Señor, y sobre mis ruinas levanta un monumento a tu gloria" (M. Laura Montoya). "Cuando quieras y como quieras, Señor y Dios mío. Sólo quiero ser la ceniza del holocausto, que por tu gloria he ofrecido a Ti y por Ti a tu Iglesia santa" (Bta. Nazaria Ignacia March).

      El deseo de estar con Cristo y de vivir de su presencia, ayuda a superar las dificultades. "Tenían a Jesús Sacramentado, que les endulzaba todas las penas de esta vida" (decían de M. Bonifacia Rodríguez y de su comunidad). Para encontrar a Cristo presente en nuestras vidas, hay que compartir su misma cruz. El misterio pascual no puede prescindir ni del dolor de la cruz ni del gozo de la resurrección. La "copa" de bodas de que habla Jesús en Getsemaní (Jn 18,11), es la misma que él quiere compartir con los suyos (cfr. Mc 10,38; Lc 22,20). "No puedo separarme del pie de la Cruz; en el Calvario he hecho mi habitación; aquí descanso, aquí trabajo, aquí gimo y lloro" (M. Esperanza de Jesús González).

      El camino para "recapitular (restaurar) todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10) es camino de Pascua, es decir, de cruz y resurrección. "Hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección, todas las actividades humanas" (GS 37).

      En estos momentos difíciles de Calvario, se experimenta la cercanía de la Santísima Virgen, como modelo e intercesora: "Quiero imitaros, Madre mía, en la humildad y en la constancia con que permanecisteis al pie de la cruz, y en el celo por la salvación de los hombres" (Santa Vicenta María López Vicuña). Con María y con su ayuda se aprende a pasar la "noche de la fe" como desposorio con Cristo, compartiendo su misma "suerte", sufriendo la misma "espada" (Lc 2,35). Esa "noche" se convierte en un"velo a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio" (RMa 17).

      La cercanía a los pobres, como actitud de misericordia, se aprende en esos momentos difíciles de cruz, vividos con María la Madre de misericordia, la consoladora de los afligidos. "Para los espíritus grandes, la contrariedad es aliciente que intensifica la vida sobrenatural" (Santa María Rosa Molas). Esas personas que han experimentado la cruz con actitud de amor, son portadoras de consolación, se hacen constructoras de la unidad y colaboran con Cristo crucificado a "reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52).

 

2. Fecundidad espiritual y apostólica

      La lógica evangélica pasa por la cruz. La fecundidad espiritual y apostólica sigue la misma lógica del "grano de trigo" (Jn 12,24) y de los "dolores de parto" (Gal 4,19; Jn 16,21-22). No se busca directamente el dolor, sino el compartir la misma vida de Cristo crucificado. "El gozo de la maternidad espiritual, que es gozo del Espíritu Santo, brota en el corazón solamente cuando se ha sabido transformar el sufrimiento en donación y servicio. Esta es nuestra teología de la cruz" (Juan Pablo II, Medellín, 5.7.86). "Yo soy feliz en la cruz que, llevada por amor de Dios, engendra el triunfo y la vida eterna" (Daniel Comboni).

      El precio de las almas es la sangre del Redentor (1Pe 1,19). El camino de perfección y el proceso de acción apostólica se resumen en la caridad del Buen Pastor. El amor es siempre donación. "Ese amor amasado con el dolor, es el amor salvador... La Cruz es el pulso del amor; y para saber sufrir, saber amar... La Cruz fecunda cuanto toca" (Concepción Cabrera).

      El amor a los hermanos que están llamados a formar la comunidad del Señor, es el mismo amor a Cristo presente en cada corazón humano y, de modo especial, en la Iglesia. Este amor, si es auténtico, es siempre crucificado. Como "Cristo amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,25), así quien ama a Cristo da la vida por su Iglesia. "Vive y viviré por la Iglesia, vivo y moriré por ella" (Bto. Francisco Palau).

      Si no se profundiza el amor esponsal de Cristo, no se comprende el camino de perfección ni se afrontan con fe y esperanza las dificultades de la convivencia y del apostolado. Toda la Escritura, precisamente por ser "Testamento" o "Alianza", tiene este sentido esponsal. La comunidad (la "esposa") está llamada a compartir la suerte de Cristo Esposo, a "lavar su túnica en la sangre del Cordero" (Apoc 7,14).

      La cruz se asume como desposorio con Cristo. "¡Oh cruz gloriosa del Señor crucificado! Lecho de amor donde nos desposó el Señor... el amor de Dios brilla en tus brazos abiertos" (San Hipólito de Roma, Homilía de Pascua).

      Al vislumbrar la fecundidad de la cruz de Cristo, los santos ardían en deseos de compartirla. Su ansia más profunda era la de "amar y hacer amar al Amor" (Santa Teresa de Lisieux). "Resolví permanecer siempre en espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino de la salvación y esparcirlo después en las almas" (idem). En la cruz se aprende la sed de almas al estilo de San Juan Bosco: "dame almas y quítame lo demás". "Siempre que el alma es triturada por penas grandes... viene instantáneamente un derroche de gracias celestiales sobre todas las obras que tenemos entre manos" (Dolores Rodríguez Sopeña).

      Esto no se entiende, si no se vive en sintonía con la sed de Cristo en la cruz (Jn 19,28): "¡Tengo sed! No alcanzo a decir cuán grande es mi sed de dolor, de almas y de amor. Dolor, almas amor, son tres pasiones que crecen en cada instante que pasa, son tres torturas, es mi triple martirio... Lo que necesito es la cruz de mi Jesús, la que tuvo desde el primer momento de su Encarnación hasta el postrer suspiro en el Calvario, para saciar la sed que me devora" (Bta. Dina Bélanger).

      Toda virtud enraíza en la caridad, que es donación sacrificial. Por esto, "no existe ejemplo de virtud al margen de la cruz" (Santo Tomás de Aquino). Propiamente no se busca la cruz material, sino a Cristo que fue crucificado por amor. Las obras de Dios están marcadas por la cruz como garantía de compartir su misma donación. Todo el bien que esas obras siguen haciendo en la Iglesia y en el mundo, provienen del amor escondido y crucificado. El lema de los fundadores podría ser el de M. María Bernarda Heimgartner: "In Cruce salus" (la salvación se encuentra en la cruz).

      El ser humano se realiza en la verdad buscada y vivida por amor. En la medida en que nos realicemos en esta búsqueda y vivencia de la verdad y del amor, se produce una sensación de serenidad y gozo y, al mismo tiempo, un desgarro doloroso de todo lo que no suene a donación. "La cruz nos eleva hacia la verdad y la caridad porque nos separa de la tierra... la cruz ha tomado a Jesús más que a nadie porque él era el amor, encarnado por amor, para hacernos renacer al amor. Jesús pertenece a la cruz" (María de la Pasión).

      El progreso de la vida espiritual está jalonado de momentos especiales de donación. La vida ordinaria de Nazaret muestra su autenticidad cuando llegan esos momentos, en que se nos pide un desprendimiento decisivo de todo para orientarnos más hacia el amor. "Cada día debe señalar un proceso real en el camino de perfección y, de hecho, lo señalará si llevamos día a día nuestra cruz y la besamos como si Jesús nos ofreciera una joya... Debemos especializarnos en el amor a la cruz" (M. Catalina Zecchini).

      La cruz es, pues, "el poder de Dios" (1Cor 1,18). Apoyarse en los poderes humano, equivaldría a "desvirtuar la cruz" (1Cor 1,17). Para ganar en este campo del amor, hay que saber perder (cfr. Fil 3,8). Fijarse demasiado en la pérdida y en el dolor, es correr el riesgo de olvidar el mensaje pascual de la cruz, como olvido de sí mismo en las manos del Padre: "No vuelvas a detenerte en tus cruces... traspásalas, es decir, pasa por entre ellas con tu mirada sólo fija en mi mirada" (Concepción Cabrera).

      Para llegar a la "donación radical de sí mismo", como expresión del seguimiento evangélico, que es propio de toda vida sacerdotal y consagrada, "es necesario inculcar el sentido de la cruz, que es el centro del misterio pascual. Gracias a esta identificación con Cristo crucificado, como Siervo, el mundo puede volver a encontrar el valor de la austeridad, del dolor y también del martirio" (PDV 48). Sólo así se explica el dolor y gozo del misterio pascual de Cristo, participado por su seguidores. "Estoy tan acostumbrado a sufrir, que más bien siento consuelo... Mi conciencia está tranquila, bendito sea Dios" (José Antonio Plancarte y Labastida). Sólo quien vive la caridad del Buen Pastor entiende este lenguaje de la cruz.

      Con expresión de alma candorosa, Santa Rosa de Lima lo decía así: "Fuera de la cruz, no hay camino por donde subirse al cielo". El "cielo" es donde Dios Amor se deja ver y se comunica del todo y para siempre. Al cielo sólo se llega transformando nuestra realidad en donación. Pero esto es sólo posible con la presencia y ayuda de Cristo. "Al cielo no van los que viven en regalos, sino los que suben al Calvario llevando de buena gana la cruz... En el camino de la cruz, quien lo lleva todo es Jesús" (Santa Joaquina Vedruna). "Sin cruz no hemos de estar... Los que no sufren mucho no valen para grandes cosas... Arrástrame, Señor, para que contigo pueda correr por los caminos de la santificación y sin parar, aunque sea hasta el monte de la mirra y del sacrificio" (Bto. Manuel Domingo y Sol).

      En la isla de Futuna (Oceanía) hoy existe una comunidad cristiana floreciente. Allí murió mártir San Pedro Chanel, después de cuatro años de evangelización aparentemente infructuosa. En el campo apostólico, como en el de la perfección, se cumple el dicho profético de San Juan de la Cruz: "A donde no hay amor, pon amor y sacarás amor".

 

3. Gozo pascual

      El principal sufrimiento de Cristo durante su pasión  y muerte tuvo origen en su amor. Este amor al Padre en el Espíritu Santo, concretado en el amor a los hermanos hasta dar la vida por ellos, fue la fuente principal de su dolor. Su gran pena era la de ver que el Padre no era amado y que los hermanos estaban lejos del amor. Sólo entrando en este amor doloroso de Jesús, se comienza a vislumbrar que la cruz es la "copa" de bodas preparada por el Padre (Jn 18,11; Lc 22,20; Mc 10,38). Entonces se llega a la conclusión de que beber esta copa vale la pena. Compartir la suerte de Cristo Esposo en la cruz, equivale a un anticipo de su gozo pascual.

      Sólo el amor es capaz de convertir la cruz en gozo profundo. Y ese amor viene de Dios. Por la cruz, todo apóstol está llamado a dar "testimonio de una vida que manifiesta el espíritu de sacrificio y el verdadero gozo pascual" (PO 11). Ese era el gozo y la gloria de Pablo: "Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo" (Gal 6,14).

      El gozo brota espontáneamente cuando uno vive su identidad de sentirse amado y de poder amar. En la cruz de Cristo, todo ser humano encuentra el sentido de su existencia: "¡Oh cruz gloriosa del Señor resucitado, árbol de mi salvación! De él me nutro, de él me alegro, en sus raíces crezco, en sus ramas me extiendo" (San Hipólito de Roma, Homilía de Pascua).

      La vida es hermosa cuando se afronta a la sombra de la cruz del Buen Pastor. Ahí se aprende que siempre se puede hacer lo mejor, incluso en los momentos que parecen absurdos. "Yo estoy contenta con todo. Una ciencia de la cruz sólo puede lograrse cuando uno llega a experimentar del todo la cruz" (Bta. Edith Stein).

      Como Jesús en Getsemaní, también nosotros experimentamos la debilidad y la oscuridad ante el dolor. La naturaleza sigue siendo quebradiza. Pero el Espíritu del Señor, infundido en nuestros corazones, nos ayuda a vivir en sintonía con los amores de Cristo: "Divino enamorado... enamórame de tu Cruz, pero que la confianza en ti crezca también, hasta el infinito... Descansando en ti, podremos sufrir con amor, con alegría" (M. María Inés Teresa Arias).

      Es el amor de Cristo crucificado el que arrastra los corazones y los hace vibrar en sintonía con él. Esta unión con Cristo (no el dolor por sí mismo) es fuente de gozo. "Veo tu Cruz, Jesús mío, y gozo de tu gracia, porque el premio de tu Calvario ha sido para nosotros el Espíritu Santo... La Cruz simboliza la vida del apóstol de Cristo... Tener la Cruz, es tener la alegría; ¡es tenerte a Ti, Señor!... Cuando se quiere la Cruz, entonces, sólo entonces la lleva El" (Bto. José Mª Escrivá).

      Este gozo de compartir la cruz de Cristo hace superar todas las dificultades en el camino hacia la unión perfecta con él. Lo importante es no dudar del amor de Cristo ni bajar el tono de la decisión de amarle de todo. "Hay que adherirse a la cruz para llegar a la unión con Cristo" (Santa Teresa de los Andes).

      En los santos se puede observar una convicción profunda que nace de su humildad y de su amor: la necesidad de la gracia para llevar la cruz con alegría. M. Paula Montal repetía ante las dificultades: "estos son regalitos de mi Amado Esposo". Pero esta convicción era fruto de oración humilde y confiada en Jesús: "En el Sagrario te dejo mi corazón; que te ame siempre sin cesar... y cuando yo vuelva mañana a por él, que me lo entregues hecho un ascua de amor... y que este amor sea sólo para Ti y para tu Madre y mi Madre la Virgen Santísima... Cuando mi corazón esté dispuesto de esta suerte, entonces envíame cruces y penas, que todo lo sufriré con alegría" (Bta. Paula Montal).

      La victoria de la cruz aparece en la serenidad de esas almas fieles, que supieron emprender las obras de apostolado perdiéndose a sí mimas en el amor de Cristo. En el epitafio de M. María Bernarda Heimgartner se lee: "Crucem elegit, Crucem portavit, in Cruce vicit" (eligió la cruz, llevó la cruz, venció en la cruz). "El establo y la cruz fueron como cátedra desde donde este divino Maestro nos instruyó en la ciencia de la humildad" (María Pouseppin).

      La alegría de los enamorados nace de una presencia buscada como donación. "¡Qué feliz soy de hacer mi tabernáculo en el monte santo de tu sacrificio! Mis alhajas son tu cruz" (Bta. Dina Bélanger). El amor a Cristo Esposo crucificado es como la maternidad de María, que no tiene fronteras: "¡Oh Virgen Inmaculada, Madre mía!... Concédeme almas, amor y dolor... Quiero la Cruz de Jesús. Sólo la palabra Cruz me hace saltar de alegría. Quisiera recorrer todo el mundo y coger todas las cruces que Dios ha sembrado... y abrazarme con ellas agradecida, y saboreadas y ofrecérselas en homenaje de amor a Cristo crucificado" (idem).

      Estas personas, que afrontaron con alegría y esperanza las dificultades, son el libro viviente en que se sigue escribiendo la historia de la cruz, es decir, la historia de Cristo crucificado y resucitado prolongado en el tiempo. Es siempre la persona de Cristo que contagia de sus amores a quienes se dejan conquistar por él. "El crucificado es mi vida, mi luz, mi fuerza, mi tesoro. La cruz es un libro sagrado y bendito. Me parece que conozco un poco su ciencia; ojalá se siga la práctica" (María de la Pasión).

      El dinamismo de la gracia bautismal es un camino de Pascua, que pasa por la cruz para llegar a la resurrección: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Cristol por una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección" (Rom 6,4-5).

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                                RECAPITULACION

 

- El misterio de la cruz sólo se puede vivir a partir de una relación personal con Cristo. Así lo han hecho los santos. La cruz no es algo, sin "alguien": Cristo resucitado presente, que nos muestra sus llagas y nos invita a compartir su misma vida y misión (cfr. Lc 24,39-49). "El crucifijo explica todo; una mirada al crucifijo pone todo en orden... Es un libro, un amigo, un arma" (Bto. José Allamano). "Sólo respiro y deseo vivamente vivir crucificada con Cristo crucificado... Quisiera yo dar voces a todo el mundo y animar a padecer algo, por quien tanto padeció por nosotros" (M. María Antonia París). "Pongo en la llaga de vuestro Corazón, mis penas, trabajos y dificultades" (Santa Rafaela María del Sagrado Corazón).

 

- El amor de Cristo crucificado se hace signo visible en los creyentes que comparten la cruz del Señor. Esos enamorados, como el discípulo amado, saben descubrir las huellas del resucitado en la propia vida y en la de los demás (cfr. Jn 20,8; 21,7). Un "movimiento" del corazón es suficiente para descubrir, en el sepulcro vacío, que Cristo ha resucitado. "Estos trabajos... son grandes refrigerios y materia para muchas y grandes consolaciones. Creo que los que gustan de la cruz de Cristo nuestro Señor, descansan viniendo en estos trabajos, y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos" (San Francisco Javier).

 

- La cruz tiene una lógica evangélica más allá de nuestros cálculos. Por el "anonadamiento" y "humillación", Cristo llega a la "exaltación" (Fil 2,5-11). Su victoria de resucitado tiene un precio: la cruz. "La cruz es el libro donde leemos el amor de Dios hacia nosotros... El crucifijo nos invita a darnos generosamente en la inmolación de cada día" (Savina Petrilli). "El crucifijo es nuestro libro de todos los momentos" (M. Ursula Benincasa).

 

      El amor a Cristo se convierte en imitación de su estilo de vida, para poder encontrar al mismo Cristo en todos hermanos que sufren, en los pobres y enfermos: "Sufra esas pequeñas tribulaciones como venidas de la mano de Dios... Así imitaremos en algo a nuestro buen Jesús... Hay que hacer algún sacrificio por tan divino Señor" (Santa Soledad Torres Acosta).

 

- Los santos no amaron el fracaso en sí mismo, sino que desearon compartir la eficacia de la cruz. En la vida espiritual y en la acción apostólica, prefirieron esa eficacia de la debilidad humana y de la pobreza evangélica afrontada con amor. Por esto supieron vivir en sintonía con los que sufren, los pobres y los marginados. La cruz les capacitó para hacerse "todo para todos" (1Cor 9,22). "Tenía tal afán de hacer sacrificios grandes por Dios, que deseaba ser mártir por su amor, y esta ansia hacía que me parecieran las penas suaves y ligeras por más penosas que las hallara en un principio" (Santa María Micaela del Santísimo Sacramento).

 

- Nadie ha vivido más feliz en esta tierra que quienes han compartido la cruz de Cristo. Compartir el "dolor con Cristo doloroso" es el camino para "gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor" (San Ignacio de Loyola). La serenidad de una persona que aparece realizada, es fruto de una caridad crucificada. Es la serenidad del gozo pascual que es don del Espíritu Santo para transformar el sufrimiento en amor. "La alegría supera todas mis tribulaciones"(2Cor 7,4).

 

- Con esta visión de fe pascual, la vida se hace servicio. Ya no importan tanto los cargos "honrosos" y de "importancia".  Entonces se aprende a escuchar la voz de Cristo en toda circunstancia: "Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz?" (Concepción Cabrera).

 

- La cruz es la clave para comenzar a entender el amor de Cristo desde el día de la Encarnación. El ha asumido nuestra vida tal como es, como consorte y "esposo"; su amor llega a hacer que nuestra cruz sea la suya: "Jesucristo no ha venido a suprimir el sufrimiento. Tampoco ha venido a aclararlo. Ha venido a acompañarlo con su presencia" (Paul Claudel). Los santos lo han explicado como desposorio con Cristo: "El Señor quiere trataros como esposas suyas, puesto que os hace partícipes de su cruz" (Santa Magdalena de Canosa).

 

- La santidad cristiana es posible sólo a partir de la propia realidad presentada ante Cristo crucificado: "la miseria de rodillas... ante la misericordia omnipotente del corazón de Dios" (Manuel González). La cruz es el inicio, el camino y el término de la santidad: "Vivir crucificada con Jesús... Al ver a mi Señor crucificado, deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle... aquella cruz era el término de la santidad, de la cumbre de la más elevada perfección, donde han llegado todos los santos" (Bta. Angela de la Cruz). "No cabe más santificación que la de saber estar sufriendo por amor de Dios, que es quien quiere que le sigamos por el camino de la cruz y de la tribulación... santidad y cruz es una misma cosa" (Luís Amigó y Ferrer).

 

- Esas personas que llamamos "santos" nunca vivieron la cruz en soledad, sino trascendiéndose y pasando a los amores de Cristo presente entre nosotros bajo signos "sacramentales", especialmente en la eucaristía: "quería sufrir mucho por conseguir hacer algo en tu nombre... Todo es sacramento en mi camino. Si principia mi memoria por el Calvario, me arrastra el corazón al Sagrario" (M. Matilde Téllez). El "toque" de la cruz es la señal de cercanía de Cristo que nos hace transparencia suya e instrumento de salvación para toda la humanidad: "bendeciremos a Dios que de tal modo nos prueba... fijando siempre nuestra vista en Jesucristo crucificado" (Juan Nepomuceno Zegrí). "Estoy como Cristo: el corazón, con aberturas sangrantes... la cabeza coronada de espinas"... (Miguel Angel Builes).

 

- Llegar a orientar el propio ser hacia el amor, es un proceso de "negarse" a sí mismo, de lucha continua. "Quien desee ser fuerte y no flaquear en los grandes combates, deb ser fiel en mortificarse y vencerse en las cosa pequeñas... en cualquier instante puede ejercitar la abnegación, la caridad, el celo, la paciencia" (Bto. Marcelino Champagnat). Este esfuerzo de todos los días se realiza en la "sencillez" de quien quiere darse del todo en las cosas pequeñas. "El espíritu de dulzura es el verdadero espíritu de Dios; el del sufrimiento es el del Crucificado... Nunca se ha sabido de qué madera fue la cruz de Nuestro Señor. Yo pienso que es para que amemos sin distinción las cruces que nos envía, sean de la madera que sean... Si eres amante del Crucificado, ¿qué debes ser sino crucificada, toda vez que el amor iguala a los amantes?" (San Francisco de Sales).

 

- Para los santos, la palabra "cruz" suena a amor y vida, porque se descubre en ella el rostro del esposo crucificado: "Felices los que saben morir y vivir abrazados a la cruz... para los santos el morir es comenzar a vivir... Enamórate de Jesús y lo estarás de su cruz, pues Jesús nunca se halló sin cruz... Esposo de sangre es Jesús... suple en tí lo que falta a la pasión de Cristo... Feliz el alma si se abraza con su cruz y con el que en ella se puso... Pronto se rasgará la nube y aparecerá la claridad de Dios" (San Enrique de Ossó). Para ello basta con "asirnos a la cruz y confiar en el que en ella se puso... Abracemos bien la cruz y sigamos a Jesús... Mi gloria sea la cruz" (Santa Teresa de Avila).

 

- Diagnosticaron a una joven de diecinueve años que sus manchas en la piel eran de lepra. Había sido su gran ilusión consagrarse a Cristo para el servicio de los hermanos. Sus familiares le obligaron a cambiar de nombre para evitar la humillación de la familia... En la leprosería ha quedado ciega (año 1991). He podido hacerme con su oración escrita que dice así: "Señor, yo soy leprosa y vengo a darte gracias. ¿Quién soy yo para merecer el haberme elegido y tener el grande y enorme privilegio de compartir tu cruz redentora?"... Actualmente muchos jóvenes va a compartir con ella para sentirse alentados a seguir su vocación...

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