Lunes, 11 Abril 2022 11:35

III. Compartir su misma vida: seguimiento y desposorio

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III. Compartir su misma vida: seguimiento y desposorio

 

      Presentación

      1. Cristo amó así

      2. Compartir esponsalmente su misma vida

      3. Ser signo de cómo ama él

      Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

Presentación

 

      La mayor sorpresa que se puede tener en el encuentro con Cristo, consiste en la invitación a compartir su misma vida. Ya no se trata sólo de orientar totalmente el corazón hacia él, sino de vivir como él, con su mismo radicalismo, con su mismo amor.

 

      Esta sorpresa produce, en un primer momento, la sensación de temor y, a veces, de susto. Pero la invitación de Jesús es tan seria como amistosa y esponsal. Para llamarnos, no ha esperado a que fuéramos dignos y santos, ni tampoco a que nos sintiéramos fuertes y seguros. La iniciativa sigue siendo suya y, por esto, infinitamente sorprendente.

 

      Para educarnos en ese camino inesperado, Cristo sigue una pedagogía original. Nos hace sentir más profundamente su amor en nuestra pobreza. Nos contagia de su inquietud por hacer conocer y amar al Padre en el Espíritu Santo. Nos dice que necesita nuestro ser quebradizo para prolongarse en nosotros y hacernos signo visible de cómo ama él. Y este signo suyo, tan pobre, va a llegar a muchos hermanos, especialmente los más pobres, sin herirles en su dignidad.

 

 

1. Cristo amó así

 

      Se lee poco el evangelio desde su realidad más íntima, es decir, desde la manifestación del amor de Cristo. Cada momento, gesto y palabra del Señor son una expresión de cuánto ama él: "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Es un amor de totalidad, hasta "dar la vida" (Jn 10,11; 15,13).

 

      Así como apenas conocemos de nuestro corazón más que la superficie, casi del mismo modo superficial conocemos a Cristo. Aquello que "hizo y enseñó" (Act 1,1) sucedió tal como nos lo cuenta el evangelio. Pero lo más importante es "ver su gloria" (Jn 1,14; 2,11), su realidad profunda, a través de su amor.

 

      Si nos entretenemos sólo en la superficie de lo que agrada o de lo que nos resulta más útil o más fácil, no captaremos el misterio de Cristo (cf. Jn 12,42). El seguimiento evangélico de Cristo sólo es posible a partir de una experiencia profunda de cómo ha amado él. Y esto es un don que él siempre quiere comunicar a "los suyos" (Jn 13,1).

 

      La sintonía y compromiso de Cristo con todo ser humano, se manifestó de muchas maneras: cercanía, compasión, ayuda concreta, perdón, salvación... Podía decir, ante una muchedumbre, "tengo compasión" (Mt 15,32), porque todo su ser era donación al Padre, en el amor del Espíritu Santo, por el bien de todos. Su vida era un "sí, Padre" (Lc 20,21), porque era sólo donación y "servicio para redención de todos" (Mc 10,45).

 

      Así amó él. No tenía nada, se había desprendido de todo, como en Belén, Nazaret y el Calvario, para darse él mismo. Al "no tener donde reclinar la cabeza" (Mt 8,20), manifestó la nota característica del amor de Dios: darse él y del todo. Esa donación era su verdadera "comida", sin preferencias y sin pertenecerse, según los planes salvíficos del Padre (Jn 4,34). Y era amor de quien comparte, como consorte o esposo, nuestra misma vida. Su caridad de Buen Pastor que da la vida, se expresó en pobreza, obediencia y virginidad.

 

      La lectura del evangelio comienza a hacer su efecto cuando se capta el amor de Cristo de modo concreto, como invitando a una respuesta en el mismo tono de donación: "Me amó y se entregó por mí" (Gal 2,20); "amó a la Iglesia y se entregó por ella" (Ef 2,25). A partir de esta experiencia de encuentro con Cristo, cuando se encuentra a un hermano, especialmente si está necesitado, se descubre siempre en su rostro los rasgos de la fisonomía de quien, "siendo rico, se hizo pobre por nosotros" (2Cor 8,9). Si no se vive en sintonía con los amores de Cristo, nuestra vida y la de los demás se hace ininteligible.

 

      Ese amor de Cristo, para quien lo descubre, es una llamada a compartir su misma vida. Desde el principio, lo fueron entendiendo así sus discípulos, hombres y mujeres (Lc 8,1-13), que, como María su Madre, le siguieron dejándolo todo por él (Jn 2,12). Aquella "vida evangélica" o "vida apostólica" sigue siendo realidad en quienes son signo sacramental-sacerdotal de Cristo, así como en quienes han sido llamados a compartir su misma vida para ser su transparencia.

 

      Esta "vida apostólica" ha tenido, tiene y tendrá muchas modalidades (sacerdotal, religiosa, laical...), según los diferentes carismas fundacionales. Pero las exigencias evangélicas serán siempre las mismas, es decir, aquellas a las que fueron llamados los Apóstoles, a imitación de Cristo casto, pobre y obediente. Los que han sido captados por el amor de Cristo lo han entendido siempre así.

 

      Al leer el evangelio, de corazón a corazón, no se puede hacer un "Jesús" recortado a nuestra medida. Tampoco se deben hacer proyecciones del propio egoísmo sobre el evangelio. En Jesús encontramos una fidelidad suma al amor verdadero, que se traduce en "anonadamiento" (Fil 2,7) y en negación de todo lo que no sea apertura al amor.

 

      Al mismo tiempo, Jesús, por el hecho de compartir nuestra vida, se hace asequible, cercano, imitable. Hombre entre los hombres, Jesús da seguridad y confianza a cada uno, para que se sienta amado de modo irrepetible y para que, por tanto, pueda devolver amor por amor.

 

      En Jesús encontramos al hermano que acompaña y ayuda. Y también al Maestro de equilibrio en un darse de relación personal con el Padre y con los hermanos. Su vida es una síntesis maravillosa de soledad y de cercanía, de donación a Dios y a los demás. Si "pasó haciendo bien" (Act 10,38), es porque fue coherente entre el "hacer y decir" (Act 1,1), entre una vida de silencio en Nazaret y una vida de predicación por los caminos de Palestina.

 

      Así fue el "género de vida virginal y pobre que Cristo escogió para sí y que la Virgen su madre eligió" (LG 46; ET 2). A esta vida se la ha llamado con diversos nombres: seguimiento evangélico, consejos evangélicos, vida apostólica, radicalismo... Y aunque llamó a todos a la perfección de la caridad, sólo llamó a algunos al seguimiento al estilo de los Doce y de otros discípulos, que lo dejaron todo por él. Por esto, "los consejos evangélicos son un don divino que la Iglesia recibió de su Señor" (LG 43).

 

      Contemplando este amor de Cristo, muchos se han sentido llamados por él a compartir esponsalmente su misma vida. Es un don inmerecido que no tiene explicación posible. Se recibe tal como es, porque se trata de "seguir más de cerca a Cristo... persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino" (CEC 916; can. 573).

 

 

2. Compartir esponsalmente su misma vida

 

      Cuando Jesús invita a vivir su mismo estilo de vida, lo hace en un contexto de enamoramiento, de desposorio, de compartir su misma suerte. Jesús subía a Jerusalén para celebrar la Pascua y sellar la nueva Alianza (pacto esponsal) con su sangre. Entonces invitó a los suyos a participar en el mismo itinerario pascual y esponsal: "¿Podéis beber la copa que yo he de beber?" (Mc 10,38).

 

      Los apóstoles lo comenzaron a entender, con limitaciones, en este mismo contexto. Para seguir a Cristo, el amigo y el "esposo" (Mt 9,15), bien valía la pena dejar otras cosas: "Lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mt 19,27). Jesús, al escuchar estas palabras de Pedro, hizo resaltar que lo importante era dejarlo todo por su amor, "por mi nombre" (Mt 19,29). Jesús continúa invitando a "permanecer" en su amor (Jn 15,9).

 

      La aventura del seguimiento radical de Cristo comenzó, a invitación suya, en el lago de Genesaret (Mt 4,19-22; Lc 5,1-11), pero se fue reestrenando en diversas ocasiones, como después del milagro de Caná (Jn 2,12) y cuando Jesús pasaba predicando por los pueblos de Palestina (Lc 8,1-3). Había, pues, el grupo de los "Apóstoles" y otras personas, incluso algunas mujeres y su misma madre (Jn 2,12). Se puede decir que estos discípulos habían sentido la llamada para vivir en intimidad con él, pertenecerle totalmente y colaborar en la evangelización. Con nuestra terminología actual, diríamos que fueron llamados a la consagración y a la misión.

 

      Este seguimiento evangélico se llama también "vida apostólica", porque tiene a los Apóstoles (y sucesores) como modelo en la imitación de la vida de Jesús. Es una vida sin recortes, como el mismo Jesús propuso repetidamente: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga" (Mt 16,24); "aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo" (Lc 14,33).

 

      Los Santos Padres explicaron este seguimiento como actitud permanente de "no anteponer nada a Cristo, puesto que él no antepone nada a nosotros" (San Cipriano). San Agustín hablaba de "un corazón unificado dirigido hacia Dios". En la regla de San Benito se matiza: "No anteponer absolutamente nada a Cristo".

 

      Es, pues, un amor de totalidad, personal y esponsal, que hace posible "encontrarse más profundamente en el corazón de Cristo, con sus contemporáneos" (CEC 932). Se quiere vivir plenamente la indicación de San Pablo: "Os he desposado con un solo marido, presentándoos a Cristo como una virgen casta" (2Cor 11,2). Es una respuesta de consorte, que no mira tanto lo que se deja, cuanto la persona amada: Cristo pobre, obediente, casto, humilde, sacrificado, inmolado por amor.

 

      La totalidad de la entrega arranca del enamoramiento. Quien sigue el estilo de vida de Cristo, se desprende de todo para amar con un corazón indiviso. Esta libertad sólo es posible en unión con él (Jn 15,4-5). Es la máxima libertad, que consiste en ordenar la vida abriéndola a un amor infinito. Se deja de lado todo lo que impide hacerse hijos en el Hijo (cf. Ef 1,5). "El amor puede ser profundizado y custodiado solamente por el Amor, aquel Amor que es «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5,5)" (Juan Pablo II).

 

      El mismo Jesús nos da una comparación: el tesoro escondido y la perla preciosa (Mt 13,44-46). Vale la pena venderlo todo por el verdadero Todo que es Dios Amor. Se quiere seguir a Cristo (humilde, pobre, obediente y virgen), para hacerse como él: tener un corazón libre y desprendido para darse del todo.

 

      No sería posible este seguimiento tan radical, si no fuera a partir de una experiencia profunda y sencilla de su amor. En el diálogo con él ("contemplándolo" o viéndolo a la luz de la fe), el corazón queda contagiado de sus amores. Imitar su vida es el signo de garantía de haberle encontrado y seguido.

 

      Es él quien se hace maestro, guía, amigo, esposo o consorte. Entonces se aprende a dejarse conducir por él, con su pedagogía peculiar: "¿Me amas más, tú?... Cuando eras más joven, tú mismo te ceñías el vestido e ibas adonde querías; mas cuando llegues a viejo, extenderás tus brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir... Sígueme" (Jn 21,17-19).

 

      Seguir a Cristo es como un "nuevo nacimiento" (Jn 3,3), para compartir su misma vida y su misma cruz, amando. "El mismo se hace ley viviente y personal, que invita a su seguimiento, da mediante el Espíritu, la gracia de compartir su misma vida y su amor, e infunde la fuerza para dar testimonio del amor en las decisiones y en las obras" (VS 15).

 

      Este seguimiento es la máxima libertad: aprender la donación total de sí, dejando que Cristo, desde nosotros, se haga nuestra donación, vaciando el corazón de todo estorbo. Con él es posible aprender su "anonadamiento" de Belén, de Nazaret y del Calvario, indefenso por amor, por fidelidad al Padre (Lc 2,49), como el granito de trigo que se hará donación por una vida escondida (Jn 12,24-26).

 

      Tomar su cruz equivale a compartir ese proceso de donación y de servicio "para redención de todos" (Mc 10,45). Es amor "radical", desde la raíz, desde lo más hondo del corazón; es simplemente darse. Y entonces se comienza a experimentar la verdadera paz. En este amor de Cristo y a Cristo, se encuentra a toda la humanidad, a todo el cosmos y a toda persona concreta como un hermano que forma parte de una misma biografía: la bibliografía del Cristo total.

 

      Todo esto es un comienzo, un balbucear y un ensayo. Se comienza a experimentar en el corazón el Reino de Dios. Es el mismo Reino que también ha iniciado en la comunidad eclesial de hermanos. Y se vislumbra y anuncia que este Reino sólo será definitivo en el más allá. Por el seguimiento evangélico, se "preanuncia mejor la futura resurrección y la gloria del Reino celestial" (LG 44); cf. PC 4). Se quiere "significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro" (CEC 916).

 

      Este camino evangélico sólo es posible, cuando se busca de verdad "la persona viva de Jesucristo" (RD 6). Porque cuando se le busca, es señal de que se le ha comenzado a encontrar. Y cuando se comienza a pregustar "la alegría de pertenecer exclusivamente a él" (RD 8), entonces ya se puede avanzar de entrega en entrega.

 

      El seguimiento evangélico sólo se entiende y vive, estrenando todos los días el sentido esponsal de un "amor eterno" (Jer 31,3) que es pertenencia mutua (cf. Cant 2,16; Is 43,1). Es un amor sellado, como pacto o alianza definitiva, con la sangre de Cristo Esposo (Lc 22,20; Ef 5,25-27). Por esto, los llamados se siente "invitados a las bodas" (Mt 9,15).

 

      Este desposorio con Cristo se manifiesta en el amor a la Iglesia, que sólo pueden entender quienes han experimentado el amor de Cristo Esposo, porque "viven más y más para Cristo y para su cuerpo que es la Iglesia" (PC 1). En estas personas de fe y de sentido eclesial, "su amor esponsal a Cristo se convierte, de modo casi orgánico, en amor a la Iglesia, Cuerpo, Pueblo de Dios, Esposa y Madre" (RD 15). Sólo este amor a Cristo, que vive en su Iglesia, puede agrandar el corazón abriéndolo a la dimensión universalista de la redención. Entonces se vive "segregado para el evangelio" (Rom 1,1).

 

 

3. Ser signo de cómo ama él

 

      La sorpresa mayor de este seguimiento esponsal, es el sentirse llamado para ser signo visible de Cristo y de su amor, para ser su prolongación y "complemento" (Ef 1,23). Jesús mismo calificó a los apóstoles de "expresión" o "gloria" suya (Jn 17,10). San Pablo se consideraba "olor de Cristo" (2Cor 2,15). Las gracias o carismas recibidos del Espíritu Santo, hacen partícipe de lo que Cristo es, hace y vive (cf. Jn 16,14-15). Por esto los apóstoles podrán prolongar la misma misión de Cristo (cf. Jn 17,18; 20,21-23).

 

      En esta participación del ser, del obrar y del estilo de vida de Cristo, hay diferencias, según la propia llamada: laical, religiosa, sacerdotal... Pero los que son llamados al seguimiento radical de Cristo, son todos urgidos a ser signo de cómo ama él.

 

      A partir de este seguimiento evangélico, unos serán llamados a representar a Cristo Cabeza, Buen pastor y Esposo de la Iglesia, como "signo personal y sacramental" suyo; son los sacerdotes ministros (ordenados). Su espiritualidad específica es de "caridad pastoral", expresada en las virtudes concretas del Buen Pastor, que fue obediente, casto y pobre (PDV 15-33). Así viven el mismo estilo de vida de los Apóstoles (PDV 15-16).

 

      Desde los tiempos evangélicos y desde el inicio de la Iglesia, muchas otras personas se han sentido llamadas a practicar la "vida apostólica" o "seguimiento evangélico", según diversas modalidades: las vírgenes, los anacoretas, los monjes y los contemplativos, los religiosos, las Congregaciones, los Institutos seculares, las asociaciones de vida apostólica, los movimientos, etc. El Espíritu Santo ha suscitado y sigue suscitando diversas modalidades de consagración total a Cristo. Las expresiones y compromisos de esta consagración corresponden a carismas o gracias especiales, que indican el amor esponsal de la Iglesia a Cristo. Todos, de modo diverso y con diversa intensidad, a veces "por vínculos más firmes y más estables", quieren vivir una consagración que "represente mejor a Cristo, unido con vínculo indisoluble a su Iglesia" (LG 44). La vida "laical" consagrada acentuará la inserción en las estructuras humanas (en la "secularidad"). Todos quieren seguir a Cristo con un corazón libre e indiviso, aunque algunos serán un signo más fuerte de la escatología o encuentro final.

 

      Es fundamental para todos los llamados al seguimiento evangélico, que el grupo sacerdotal que preside la comunidad (el obispo con sus presbíteros como partícipes en la sucesión apostólica) sea de verdad signo claro de la vida pobre, obediente y virgen del Buen Pastor, Esposo de la Iglesia. Si faltara claridad en este signo "apostólico", se resentirían todas las otras formas del seguimiento evangélico, especialmente por la falta de vocaciones, falta de formación adecuada y falta de comunión eclesial.

 

      La comunión eclesial, a nivel de Iglesia local y universal, se resiente siempre que la "vida apostólica" (y cualquier forma de "vida consagrada") se convierte en una lista de preferencias, privilegios, "derechos", reivindicaciones y seguridades humanas, que originan una autosuficiencia antievangélica personal y colectiva.

 

      El signo del amor de Cristo obediente aparece en la disponibilidad generosa y responsable de aceptar los signos pobres, por los que se manifiesta la voluntad del Padre y la acción santificadora del Espíritu. A imitación de Cristo, se quiere asumir un camino de "kenosis" o humillación, que deja el corazón totalmente libre para amar (Fil 2,5ss). En el fondo, está la actitud humilde y auténtica de considerar la propia obra de santificación, convivencia y apostolado, como obra de Dios.

 

      Los dones de Dios son para servir según sus planes de salvación. Se quiere obedecer a Dios, de cualquier modo como se manifieste su querer amoroso (Jn 4,34; Lc 2,49). Es la "ofrenda total de la voluntad personal, como sacrificio de sí mismo a Dios" (E 27; PC 14).

 

      El signo del amor de Cristo virgen se manifiesta en una vida de intimidad con él (dimensión cristológica: Mt 19,29), para servir más libremente a su Iglesia y a los más pobres (dimensión eclesiológica: 1Cor 7,32-33), apuntando al más allá del "Reino de los cielos" (dimensión escatológica: Mt 19,12). Esta intimidad con Cristo y este servicio de caridad, hace que la persona se sienta realizada por la fecundidad de "formar a Cristo" en los demás (dimensión antropológico-cristiana: Gal 4,19).

 

      A Cristo no se le da sólo una renuncia, sino lo mejor del corazón: la amistad profunda, que ya nada ni nadie podrá condicionar. Es el desposorio con él, escondido en su palabra, eucaristía y sacramentos, comunidad eclesial e innumerables campos de caridad. Ya no se buscan compensaciones. Lo que parecía soledad y fracaso, se convierte en una "soledad llena de Dios" (Pablo VI)  y en compartir esponsalmente la cruz de Cristo Esposo. La virginidad es la expresión máxima de la maternidad eclesial (cf. RMi 70). Es "expresión del amor esponsal por el Redentor mismo" (RD 11), "signo y estímulo de caridad" (LG 42; PO 6), "fuente de paz profunda" (ET 13).

 

      El signo del amor de Cristo pobre se expresa en la imitación de su modo de darse: sin condicionarse a nada, para poderse dar uno mismo a Dios y a los hermanos. Se ha "dejado todo" por él (Mt 19,27). Ya no se buscan los propios intereses, sino los de Jesucristo (1Pe 5,2-4; Act 20,33; Fil 2,21). Si faltara esta vida de pobreza, no se podría anunciar a Cristo de modo creíble (cf. Act 3,6).

 

      Se ama y se sigue a Cristo pobre, cuando se imita su paz, humildad, desprendimiento, actitud de compartir y amor entrañable a la Iglesia. Sólo con un corazón pobre (que contempla la Palabra como María) y con una vida pobre (como la de Jesús), se puede ir de verdad a servir a los pobres.

 

      Los valores evangélicos sólo se pueden anunciar plenamente con un seguimiento de Cristo que sea signo claro de cómo amó él (RMi 69). "El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas... Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido. La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

 

      El ser más profundo del hombre sólo se puede cristianizar con el anuncio y testimonio de las bienaventuranzas. El seguimiento evangélico hace de cada apóstol un evangelio vivo, "sal" y "luz" (Mt 5,13-16). Entonces "toda la existencia queda penetrada del amor de Dios y de los hombres" (ET 37). Por medio de la "consagración" a esta vida evangélica, "la Iglesia puede, a la vez, manifestar a Cristo y renovarse como Esposa del Salvador" (CEC 926).

 

      Todo el proceso de seguimiento evangélico es obra del Espíritu Santo, "para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 88). Es una tensión creciente, un proceso de madurez en el amor: convicciones, motivaciones, escala de valores, decisiones..., todo refleja ya el "sentido de Cristo" (1Cor 2,16). Así se va realizando la primacía del amor, que tendrá repercusiones evangélicas a nivel personal, comunitario y social.

 

      La "gratuidad" del amor se expresa en amor a Dios sobre todas las cosas y en servir incondicionalmente a Cristo en los hermanos. Esta realidad de vida evangélica y consagrada "pertenece a la vida y a la santidad de la Iglesia" (LG 44). Se quiere "seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo" (CEC 916).

 

      María, figura de la Iglesia esposa, es el modelo de esta fidelidad generosa a Cristo Esposo, como vida "según el modelo de la consagración de la Madre de Dios" (RD 17) y como "género de vida virginal que Cristo Señor escogió para sí y que la Virgen Madre abrazó" (LG 46). Ella sigue siendo "la gran señal", como "mujer vestida de sol" (Apoc 12,1), transparencia de Cristo en medio de una Iglesia peregrina, que camina hacia las bodas del encuentro definitivo de la humanidad con Dios.

 

      La renovación y profundización del seguimiento evangélico de Cristo tendrá lugar continuamente en la Iglesia, tomando como punto de referencia el "modelo de los Apóstoles", plasmado en sus sucesores e inmediatos colaboradores. Toda adaptación auténtica se hace con una fidelidad mayor a os valores esenciales: cristocentrismo del seguimiento, elección radical de Dios sólo, servicio incondicional a la Iglesia especialmente en los más pobres, unidad de vida entre la contemplación y la acción apostólica, vida fraterna como expresión del mandato del amor.

 

      La práctica permanente de los "consejos evangélicos", como estilo de vida de Jesús, es el punto clave y esencial. Este modo de seguir a Jesús es el "don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor y que con su gracia conserva siempre" (LG 43). De este modo, el rostro de Cristo aparecerá en el rostro de su Iglesia (LG 1; VS 2), y "el corazón de Cristo será reconocido en el corazón de la Iglesia" (Juan Pablo II, 31.5.92).

 

 

                    Puntos de reflexión personal y en grupo

 

- Cristo sigue amando dándose él, sin pertenecerse, como consorte:

 

      "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13).

 

      "El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8,20).

 

      "Cristo amó a la Iglesia hasta entregarse por ella" (Ef 5,25).

 

      "Me amó y se entregó por mí" (Gal 2,20).

 

      "El hijo de hombre ha venido a dar su vida en rescate por todos" (Mc 10,45).

 

      * Compartir experiencias de cómo el amor de totalidad refleja a Dios Amor.

 

 

- Cristo llama a compartir su mismo estilo de vida:

 

      "Ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres... y luego ven y sígueme" (Mc 10,21).

 

      "Como mi Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

      "Lo dejaron todo y le siguieron" (Lc 5,11).

 

      "Lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mt 19,27).

 

      "La mies es abundate, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9,37-38).

 

      * Compartir el significado de "vivir en familiaridad con él para pertenecerle totalmente" (Juan Pablo II).

 

 

- Cristo quiere hacer de nosotros su transparencia:

 

      "El Espíritu de la verdad... recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros" (Jn 16,13-14).

 

      "Padre... he sido glorificado en ellos" (Jn 17,10).

 

      "Somos olor de Cristo" (2Cor 2,15).

 

      "Que nos tengan los hombres como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1Cor 4,1).

 

      * ¿Cómo ser su signo personal y su instrumento vivo?

 

      * El corazón de Cristo debe ser reconocido a través de quienes le siguen más de cerca y conviven con él esponsalmente.

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