Lunes, 11 Abril 2022 11:36

V. Fidelidad a la misión

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V. Fidelidad a la misión

 

      Presentación

      1. La fidelidad de Jesús: misterio pascual

      2. Prolongar su misma misión

      3. Hacer que todos conozcan y amen a Cristo

      Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

Presentación

 

      La misión que Jesús confió a su Iglesia no es un quehacer superficial o pasajero, sino una fidelidad constante al "encargo recibido" de su Padre (Jn 10,18). Es la misión de hacerle conocer y amar, para comunicar a todos una nueva "vida" (Jn 10,10; 17,3). En esta misión de salvación universal e integral, Cristo gastó su vida entera.

 

      Quien ha sido llamado para el encuentro y el seguimiento de Cristo, lo ha sido también para compartir y prolongar su misma misión (cf. Jn 17,18; 20,21). El apóstol se mueve en sintonía con los mismos amores de Cristo, con su mismo itinerario pascual.

 

      La "sed" de Cristo (Jn 19,28) y su "compasión" (Mt 15,32) sólo se experimentan de verdad, cuando uno se ha decidido a correr su misma suerte, que es la de "dar la vida como rescate por muchos" (Mc 10,45). De este sentido de totalidad de la redención de Cristo, que "murió por todos" (2Cor 5,14-15), se han contagiado sus amigos.

 

 

1. La fidelidad de Jesús: misterio pascual

 

      Para comprender y vivir la misión, hay que fijar la mirada y el corazón en Cristo. La misión da sentido a su vida. No es sólo cuestión de hacer cosas o de sentirse realizado, sino de saberse enviado por el Padre para hacer de su vida una donación total en bien de toda la humanidad.

 

      Desde el primer momento, hecho hombre en el seno de María, su vida está hipotecada por la misión salvífica del Padre: "Vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7). Y hasta el último respiro, en la cruz, el tono seguirá siendo de donación incondicional: "Todo lo he cumplido" (Jn 19,20; "en tus manos, Padre" (Lc 23,46).

 

      Hoy resulta difícil apreciar esta misión totalizante de Jesús, porque se prefiere lo que agrada, lo productivo, lo inmediato. Pero la misión de Jesús procede del amor y conduce al amor. "El Padre me ama porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo" (Jn 10,17). Es la misión de "buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).

 

      A partir de la amistad profunda con Cristo, hay que acostumbrarse a afrontar la misión como donación total de sí mismo, sin hacer hincapié en lo que agrada o en el éxito inmediato. El gozo de la misión nace de esa donación que, a veces, puede ser dolorosa e incluso mal interpretada: "La mujer, cuando da a luz, está triste... También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y si alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría" (Jn 16,22).

 

      La fidelidad de Cristo a la misión se apoya en el amor del Padre hacia la humanidad entera: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). A partir de este amor, ya podrá afrontar la pobreza de Belén, la marginación de Nazaret, el cansancio por lo caminos de Palestina y la crucifixión en el Calvario. Ya todo es "copa" de bodas "preparada por el Padre" (Jn 18,11). Al afrontar las dificultades y la cruz, Jesús va siempre a "bodas", es decir, a sellar "la nueva Alianza" con su sangre (Lc 22,20), como vida donada "por la vida del mundo" (Jn 6,51).

 

      Esta fidelidad a la misión pasa por el "anonadamiento" (la "kenosis": Fil 2,5), que no es destrucción, sino orientación plena hacia el amor. "Se trata de un anonadamiento que, no obstante, está impregnado de amor y expresa amor" (RMi 88). El haberse hecho hombre, asumiendo nuestra historia como propia, es para el Hijo de Dios un camino de "Pascua": "Pasar" por la pobreza, el dolor, la humillación y la misma muerte, hacia la resurrección. "La misión recorre este mismo camino y tiene su punto de llegada a los pies de la cruz" (RMi 88).

 

      Será imposible entender la misión de Cristo, si no es desde sus amores. Hoy se acepta fácilmente una filantropía o un "voluntariado" para colaborar en el progreso de personas y de pueblos. Pero la misión de Cristo, asumiendo al mismo tiempo toda la realidad humana de pobreza, injusticia y dolor, va más allá, porque llega a la raíz de todos los males: el pecado y el egoísmo humano, que sólo busca el propio interés si tener en cuenta los planes de Dios amor sobre toda la humanidad. La misión de Cristo es redención o liberación integral, por medio de una donación total de sí mismo (inmolación) "para el perdón de los pecados" (Mt 26,28). "Dios envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10).

 

      No se puede captar la misión de Cristo, sin haber experimentado en uno mismo la necesidad de su redención. Se pueden constatar fácilmente las consecuencias del egoísmo humano; basta con abrir cualquier libro de historia o con escuchar las noticias de todos los días. Lo que no aceptamos fácilmente es nuestra responsabilidad personal y la repercusión de nuestro egoísmo y pecado en los males que aquejan a los hermanos. A Cristo se le comienza a comprender cuando se le encuentra en la propia realidad pobre y pecadora, para perdonar, sanar, salvar. Ahí empezó la misión de Saulo, como "vaso de elección" y apóstol de todos "los pueblos" (Act 9,15).

 

      La fidelidad de Cristo a la misión parece ilógica, si se mide con los baremos humanos. Se acepta con cierta facilidad el valor de su mensaje, resumido en el sermón de la montaña. Pero su predicación duró apenas tres años y quedó circunscrita a unos rincones de Palestina. ¿Qué valor misionero puede tener su vida de treinta años en Nazaret? Y precisamente en este rincón de Galilea, un día de sábado y en la sinagoga, proclamaría el sentido de su vida: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva" (Lc 4,18).

 

      La misión de Cristo se capta en sintonía con sus deseos ardientes de llegar a todo ser humano: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré" (Mt 11,28). Ante cualquier género de pobreza sentía inmensa compasión: "Tengo compasión de esta muchedumbre" (Mt 15,32). No se contentaba con los que ya hubieran sido salvados por la fe en él, sino que decía mirando a un horizonte sin fronteras: "Tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas tengo que llevarlas y escucharán mi voz; habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16).

 

      Su cercanía a cada ser humano necesitado, se convertía en inserción plena en la realidad, hasta sentir sed y cansancio como cualquier mortal (cf. Jn 4,6-7). De este modo, expresando su propia sed, pudo salvar a una mujer divorciada (la samaritana), ayudándola a salir de su atolladero por un proceso de humildad y caridad: "En espíritu y verdad" (Jn 4,23).

 

      La misión de Jesús se comienza a sentir en el corazón, cuando se vive en sintonía con sus amores (cf. Jn 14,21). Quien no entra en el corazón de Cristo, sólo encuentra en el evangelio hechos curiosos, tal vez conmovedores y llenos de colorido, objeto de estudio técnico o de lectura literaria, y poco más. Si la "sed" de Cristo en la cruz (Jn 19,28) no cambia el corazón del apóstol hasta enamorarlo de él y hasta comprometerlo de verdad a hacerle amar, es señal de que el evangelio no se ha tomado en serio.

 

      La misión de Jesús, si se vive de verdad, no se presta a tergiversaciones ni a recortes. Cuando nacen teorías achatadas sobre la misión, es que a Jesús no se le ha encontrado como Salvador. Anunciar y extender el "Reino" (Mt 10,7) no equivale a exponer una teoría religiosa más. Porque "el Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18).

 

2. Prolongar su misma misión

 

      A los que le siguen, Cristo les comunica lo más querido que él recibió de su Padre: la misión. Fue el regalo que hizo a sus discípulos el día de su resurrección: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21). Y esta misma misión prolongada en los suyos, había sido el objeto de su oración al Padre en la última cena: "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18).

 

      Jesús llama a compartir su misma vida en todos sus aspectos. Si exige un seguimiento incondicional, es para que sus discípulos puedan ser su transparencia al prolongarle en la misión. Porque "llamó a los que él quiso... para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3,13-14)).

 

      En el momento de prolongar al mismo Cristo, con su palabra, su acción salvífica y pastoral, el apóstol debe mostrar en su propia vida la misma vida de Jesús. Por esto, "al misionero se le pide renunciarse a sí mismo y a todo lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos, en la pobreza que lo deja libre para el evangelio; en el despego de las personas y bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es enviado y llevarles a Cristo Salvador" (RMi 88).

 

      La misión es un continuo examen de amor. Ya no es sólo el momento inicial de dejar todas las cosas, sino especialmente el proceso continuo de donación de sí mismo, sin buscar apoyo en las seguridades humanas y en las propias cualidades.

 

      Cada período de la vida apostólica es una sorpresa. El amor de Cristo se experimenta más fuerte y comprensivo, cuando uno ha palpado su propia limitación. Es entonces cuando Cristo, mostrando más su amor, pide un amor de retorno que sea de plena confianza en él: "¿Me amas?... Tú lo sabes todo; tú sabes que te amo... Apacienta mis ovejas" (Jn 21,17).

 

      Cuando la misión es más fecunda, entonces parece que todo se desmorona, como los andamios que se retiran para dejar libre la obra realizada: "Yo estoy a punto de derramarme en libación" (2Tim 4,6). En toda institución eclesial se pueden encontrar esas personas que, después de largos años de misión, ya quedan aparentemente como objeto de cuarto trasero. En esos momentos, el olvido de sí mismo hace que estos apóstoles sean sólo lo que siempre anhelaron ser: "Olor de Cristo" (2Cor 2,15), sembradores de serenidad y de paz, voceros para decir a todos que Dios les ama. Esa "kenosis" pascual de la misión se prepara ya desde el inicio, sirviendo en "los lugares más humildes" del propio Nazaret (RMi 66).

 

      La sintonía afectiva con la misión de Cristo potencia esta misión dejando actuar a Cristo mismo. El discurso misionero de Jesús (Mt 10,5ss; Lc 9,1ss; 10,1ss) traza las líneas maestras de la misión. Para poder anunciar el mismo mensaje de Cristo, se reciben sus mismos poderes de perdonar y sanar, se participa en su misma suerte hasta convertirse en un testimonio vivo que puede llegar a la donación martirial. De ahí deriva la necesidad de vivir el mismo estilo de vida del Señor. Entonces se capta con evidencia que la misión no tiene fronteras, puesto que es una llamada universal a un cambio de mentalidad ("conversión") para abrirse a los planes de Dios Amor.

 

      La acción providente y paternal de Dios invade toda la vida de Jesús y la de los suyos. La lógica humana no encaja bien con el seguimiento evangélico y con la acción apostólica. Las vocaciones son un don de Dios, que se alcanza con oración y cooperación, pero que no sigue el resultado de unas estadísticas o de unas previsiones técnicas. El sostenimiento económico de la vida del apóstol se confía también a esa acción providente, que reclama necesariamente la dedicación al trabajo encomendado (cf. Mt 10,29-30).

 

      Los Apóstoles supieron prolongar la misión de Cristo sin sentirse dueños de la misma, sino sólo servidores fieles, "testigos" de Cristo muerto y resucitado (cf. Act 2,32), propagandistas de un encuentro al vivo como quien "ha visto y tocado la Palabra de vida" (1Jn 1,1).

 

      Estos testigos convencen y contagian porque son la visibilidad y prolongación de Cristo. De él aprendieron a no aprovecharse del rebaño, sino a conducirlo con las mismas actitudes del "príncipe de los pastores" (1Pe 5,1-4). En el rostro del apóstol transparenta el evangelio, porque "Jesucristo, luz de los pueblos, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15). Así la Iglesia, pueblo de Dios en medio de las naciones, mientras mira atentamente a los nuevos desafíos de la historia y a los esfuerzos que los hombres realizan en la búsqueda del sentido de la vida, ofrece a todos la respuesta que brota de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio" (VS 2).

 

      Prolongar la misma misión de Cristo es la única gloria del "apóstol" (Rom 1,1ss). Del encuentro personal y cotidiano con el Señor, se aprende a no pertenecerse a sí mismo, sino a considerarse "deudor" de todo, para anunciarles el evangelio sin titubeos ni reticencias (cf. Rom 1,14-16).

 

      El apóstol es el amigo de Cristo, su "colaborador" (1Cor 3,9), que no se predica a sí mismo, sino sólo al Señor crucificado y resucitado (cf. 2Cor 4,5). La vida ya no tendría sentido, si no se gastara para la misión encomendada.

 

      Con los ojos y el corazón puestos en el Señor, la misión recibida de él es fuente de gozo, por el hecho de participar en su misma copa de bodas y en su camino de Pascua (cf. Mc 10,38; Lc 9,51). La comunidad, confiada al apóstol por Cristo y por su Espíritu, le ha costado al Señor el precio de su propia "sangre" (Act 20,28; 1Pe 1,19).

 

      El verdadero apóstol ya sólo se mueve por el mismo Espíritu Santo que guió a Jesús "hacia el desierto" (Lc 4,1), hacia la "evangelización de los pobres" (Lc 4,14-18) y hacia la Pascua (cf. Lc 9,51; Heb 9,14). El gozo más profundo del apóstol consiste en pertenecer exclusivamente a Cristo y a su misión, como "prisionero del Espíritu" (Act 20,22) y, por tanto, totalmente libre para anunciar a todos los pueblos, "a tiempo y a destiempo" (2Tim 4,2), los planes de Dios Amor.

 

 

3. Hacer que todos conozcan y amen a Cristo

 

      La misión brota del corazón de Dios, pasando por el corazón de Cristo. No es, pues, un conjunto de ideas o una lista de datos de una programación, sino "el amor de Dios derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Roma 5,5).

 

      La misión es algo vivencial: la misma vida divina comunicada a los hombres por medio de Jesucristo. Por esto, "la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). Otro modo de orientar la misión, tanto en la acción actual como en la reflexión sobre la historia, sería una visión reductiva.

 

      Las "conversiones" se dan porque Cristo se hace encontradizo con los nuevos "Saulo" y "Agustín". Por esto, la tarea del apóstol es la de "instrumento vivo" (PO 12). La gracia viene del Señor; a nosotros nos toca la colaboración responsable. La misión universal es posible, especialmente cuando las dificultades humanas parecen insuperables. El despertar de las vocaciones y de las conversiones no sigue la lógica de la historia humana.

 

      El apóstol va a la misión urgido por el amor de Cristo: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que uno murió por todos" (2Cor 5,14). A partir de los amores de Cristo, se comprende que la misión tiene esencialmente un sentido de totalidad y de universalismo: "Murió por todos para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (1Cor 5,15). "Recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10) no es una acción triunfalista y proselitista, sino una exigencia de Dios Amor.

 

      La urgencia de este amor indica siempre un campo sin fronteras. Este respiro universal se atrofia cuando el corazón ha trazado límites al amor. El apóstol busca que todos conozcan y amen a Cristo, siguiendo las pautas trazadas por el mismo Señor: "Predicad a todos los pueblos" (Mt 28,10); "seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Act 1,8).

 

      Esta entrega a la misión no admite rebajas ni recortes cuando se vive a partir del seguimiento evangélico y de la relación íntima con Cristo. La "sed" de Cristo por las "otras ovejas", urge a buscar a cualquier oveja perdida o alejada, "hasta encontrarla" (Lc 15,4).

 

      La comunidad se hace misionera a partir del hecho de vivir la presencia de Cristo en su medio (Mt 18,20). Los signos de esta presencia son múltiples: palabra, eucaristía, sacramentos, hermanos... (cf. Act 2,42-47). La fuerza del Espíritu Santo, que Cristo comunica a los suyos, urge y capacita para evangelizar "con audacia" (Act 4,29-31).

 

      Cuando no se vive ese tono audaz y generoso de la misión, las personas y las comunidades comienzan un proceso de atrofia, que desemboca casi siempre en tensiones y polémicas sin solución. Sin el oxígeno de una misión vivida por amor, se inicia un proceso de descomposición, de gangrena e inercia, que cansa, entristece y desorienta. Carecen de vitalidad evangélica las personas, las instituciones y las comunidades que no sirven para anunciar el sermón de la montaña.

 

      El mundo sólo se puede transformar por el espíritu de las bienaventuranzas, haciendo que personas y comunidades se orienten siempre hacia la donación y el compartir los bienes con los demás. Esa transformación de todo el cosmos es posible, cuando los apóstoles presentan el evangelio en su propia vida. La sociedad se transforma "a través del corazón del hombre, desde dentro" (RD 9).

 

      La entrega a la misión de Cristo es "don de sí, para dejar que el amor de Cristo nos ame, nos perdone y nos arrebate en su deseo ardiente de abrir a nuestros hermanos los caminos de la verdad y de la vida" (Juan Pablo II, 31.5.92).

 

      Las ansias de hacer que todos conozcan y amen a Cristo nacen en el corazón según la medida con que se quiere vivir su mismo estilo de vida evangélica. Cuando se buscan otras compensaciones que parecen "legítimas", el ansia misionera se atrofia para convertirse en una tarea filantrópica más. Al compartir la misma vida de Cristo, se siente en el corazón su mismo fuego de salvación universal: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12,49).

 

      Seguir a Cristo en su camino de Pascua, que es de "kenosis", de muerte y de resurrección, produce la libertad de poderse dedicar plenamente a la liberación de los demás, especialmente de los más pobres. Sin esta libertad apostólica, no podría darse la liberación de los hermanos. La opresión e injusticia producida por el pecado, sólo se puede vencer con la donación sacrificial del Buen Pastor, que vivió y murió amando. Su Pascua fue la de quien "pasó haciendo el bien" (Act 10,38) y "amó los suyos hasta el extremo" Jn 13,1).

 

      En un período de "nueva evangelización" se necesita rehacer el tejido cristiano de la sociedad. Los nuevos métodos y las nuevas expresiones necesitan con urgencia el nuevo fervor de los apóstoles. "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 3).

 

      El momento actual es irrepetible. "Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, sin todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitudes y deseos de nuestro tiempo" (RMi 92).

 

      La novedad del momento actual consiste en que nunca como hoy la humanidad ha mirado a la comunidad eclesial con tanta ansiedad, esperando la reafirmación de los valores permanentes de la vida humana. "El momento que estamos viviendo -al menos en no pocas sociedades- es más bien el de un formidable desafío a la nueva evangelización, es decir, al anuncio del Evangelio siempre nuevo y siempre portador de novedad, una evangelización que debe ser 'nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión'" (VS 106).

 

      Se necesitan apóstoles que, a partir del encuentro con Cristo y de su seguimiento evangélico, sientan en su corazón el celo misionero que abrasó el corazón de Pablo como trasunto del corazón de Cristo: "Celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os tengo desposados con un solo esposo, para presentaros cual casta virgen a Cristo" (2Cor 11,2); "el amor de Cristo nos apremia" (2Cor 5,14).

 

      El mundo se evangeliza en la medida en que se presenta, con palabras y testimonio, el sermón de la montaña. "La evangelización - y por tanto la 'nueva evangelización' - comporta también el anuncio y la propuesta moral" (VS 107). Pero esta vida moral cristiana es la vivencia y el anuncio del amor: "La vida moral se presenta como la respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del hombre. Es una respuesta de amor" (VS 10).

 

 

                 Puntos para la reflexión personal y en grupo

 

- La misión, a partir de los amores de Cristo:

 

      "¿No sabíais que me había de ocupar en las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49).

 

      "El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla de nuevo... éste es el mandato que he recibido de mi Padre" (Jn 10,17-18).

 

      "Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo. El cual, siendo de condición divina... se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres... y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,5-8).

 

      "En tus manos, Padre" (Lc 23,46).

 

      "Todo lo he cumplido... entregó su espíritu" (Jn 19,30).

 

      * La misión de Cristo sólo se entiende de corazón a corazón.

 

 

- Compartir la misma misión de Cristo:

 

      "Me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

 

      "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18).

     

      "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20,21).

 

      "¿Me amas más?... apacienta mis ovejas" (Jn 21,15ss).

 

      * La misión de Cristo es un continuo examen de amor. Si se quiere prolongar su misión, hay que transparentar su misma vida.

 

 

- Hacer de Cristo el corazón del mundo:

 

      "Id, pues, haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

 

      "Seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra" (Act 1,8).

 

      "Recapitular todas las cosas en Cristo, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1,10).

 

      "Tengo otras ovejas" (Jn 10,16); "tengo compasión de esta muchedumbre" (Mt 15,32); "tengo sed" (Jn 19,28).

 

      * La misión no tiene fronteras cuando el corazón ama sin rebajas.

 

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