ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)
LA CLAVE DE LA SANTIDAD EN EL CURA DE ARS: HUMILDAD, CONFIANZA AUDAZ, ENTREGA GENEROSA Y MISIÓN
Escrito por Super UserLA CLAVE DELA SANTIDAD EN EL CURA DE ARS: HUMILDAD, CONFIANZA AUDAZ, ENTREGA GENEROSA Y MISIÓN
Presentación: El trasfondo de una vida sacerdotal oblativa y gozosa
1. La humildad, caminar en la verdad
2. Confianza filial y audaz
3. Amor apasionado para una misión apasionada
Conclusión: Leer el evangelio en la vida de los santos para hacer de la propia vida la visibilidad del evangelio
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Presentación: El trasfondo de una vida sacerdotal oblativa y gozosa
Hay un itinerario que es común a todos los santos: tender con humildad, confianza y entrega generosa a “la perfección de la caridad” (LG 40). Cada santo tiene su fisonomía peculiar, pero siempre se encuadra en la vocación de todo cristiano a reaccionar amando según las bienaventuranzas y el mando nuevo del amor. Esta llama universal a la santidad se realiza en las circunstancias concretas y en el estado de vida de cada uno, sin rebajas.
Un “santo” es un creyente consciente del propio barro, que se ha dejado sorprender por el amor. El vaso de arcilla puede ser una gran obra de arte si se ha dejado hacer en las manos del alfarero. Si el Hijo de Dios se ha encarnado en nuestras circunstancias, es que esta donación inaudita de amor hace posible la respuesta de totalidad.
La santidad cristiana no es, pues, cuestión de hazañas ni de fenómenos
extraordinarios, sino que consiste en “vivir en Cristo” (Gal 2,20; Col 3,3), partipando de su misma vida divina (cfr. Jn 6,57; 1Jn 4,9). Esta “vida nueva” en Cristo (Rom 6,4) se concreta en pensar, valorar y actuar como él.
Si se trata del sacerdote ministro, la peculiaridad consiste en la “caridad pastoral” (PO 13), es decir, el modo de amar del Buen Pastor, que da la vida dándose él (pobreza), según el proyecto del Padre (obediencia) y compartiendo esponsalmente la vida de todo ser humano como parte de su propia existencia (castidad virginal o evangélica).
El año sacerdotal dedicado al Santo Cura de Ars, con ocasión del 150 aniversario de su muerte (1859-2009), intenta “contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo” (Benedicto XVI, Carta 16 junio 2009).
Esta “renovación interior” equivale a la sintonía comprometida con la vida del Buen Pastor. El evangelio necesita ser presentado por testigos que se esfuerzan sinceramente por vivirlo. Es necesario presentar la “visibilidad” del amor de Cristo para que crean en él. “Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro” (Benedicto XVI, Carta 16 junio 2009; cfr. PO 13).
San Juan María Vianney, para ser expresión del Buen Pastor, siguió un itinerario de santidad y misión, marcado por la humildad, la confianza y la entrega. Intentamos explicar la importancia y la actualidad de este tema.
NOTA: En cada uno de estos aspectos del itinerario de santidad, haremos referencia a la doctrina y vivencias del Santo Cura de Ars, recordando, al mismo tiempo y con brevedad, la doctrina de San Pablo, de San Juan de Ávila y del Siervo de Dios D. José Mª García Lahigueera. Citamos también sucintamnente algunos documentos eclesiales conciliares y postconciliares.
En mundo marcado por el desaliento y que, al mismo tiempo, pide signos y testigos, es necesario presentar la esperanza vivida como “gozo pascual” (PO 11). Ello supone insertarse en un dinamismo un tanto olvidado, que parta de la propia realidad asumida por Cristo, para saberse amado y decidirse a amarle y hacerle amar.
Para ser signo personal y sacramental del Buen Pastor, como “expresión” de su misma persona (Jn 17,10), no hay otro camino posible que el del encuentro vivencial con él, que pide y hace posible imitar sus actitudes de “corazón manso y humilde” (Mt 11,29), como “sí” oblativo al Padre en el “gozo” del Espíritu Santo (cfr. Mt 11,26; Lc 10,21). La humildad es caminar en la verdad, y la mansedumbre es afrontar las dificultades con la confianza de que siempre se puede hacer los mejor; así la vida se transforma en amor de donación, apoyados en la providencia amorosa del Padre que hace salir “su sol” para todos y en todas las circunstancias.
Por este itinerario de humildad, confianza y entrega, a imitación de Cristo Buen Pastor, el sacerdote se convierte en “el «signo» y el «memorial» vivo de su presencia permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros” (PDV 12), a modo de “prolongación visible y signo sacramental de Cristo” (PDV 16).
1. La humildad, caminar en la verdad
La humildad cristiana tiene como punto de referencia a Jesús, que “se humilló a sí mismo” (Fil 2,8) y que mostró siempre un “corazón manso y humilde” (Mt 11,29). Su filiación divina no le impedía reconocer que todo cuanto tenía, especialmente su doctrina, era del Padre (Jn 7,16). En Jesús, Dios es humildad.
Esta actitud humilde de Jesús se refleja en quienes lo siguen, afrontando la realidad con gratitud y equilibrio. Los dones recibidos son de Dios, a quien hay que tributar la gloria, y consiguientemente son para servir y compartir. De ahí nace la verdadera autoestima, que no olvida la propia limitación y debilidad. La realidad se afronta con esta visión de fe. María, en el “Magníficat”, reconoce su propia nada y, al mismo tiempo, las grandes cosas que Dios misericordioso ha hecho en ella.
Por esto, la humildad es la verdad o también “andar en verdad” (Santa Teresa, Moradas VI), puesto que toda virtud es in itinerario que no acaba nunca en esta tierra, hasta llegar a la verdad que es el mismo Dios. Jesús, manso y humilde, es también el camino hacia esta verdad que es bondad y vida (cfr. Jn 14,6). Dios quiere un "pueblo humilde y pobre" (Sof 3,12); si la Iglesia no tuviera esta característica, dejaría de ser transparencia de Jesús.
Para escuchar de verdad la Palabra de Dios, se necesita una actitud de humildad. Entonces la Palabra, que es la “buena semilla” (Mt 13,24), se recibe en “tierra buena” (Mc 4,8). Para poder predicar la Palabra, hay que recibirla primero en un corazón humilde, que se deje sorprender por ella.
La Palabrade Dios Amor resuena en nuestra pobreza radical. “El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona” (Deus Caritas est 10). La experiencia de misericordia se convierte en testimonio y anuncio de misericordia. Muchos problemas de dálogo pastoral, ecuménico e interreligioso, quedarían resueltos más fácilmente con esta actitud de verdad humilde y de comprensión. Con esta "humildad" se construye la comunidad, basada en "la unidad que es fruto del Espíritu" (Ef 4,2).
Para todo apóstol y especialmente para el sacerdote, es necesaria la humildad “ministerial”. El camino del éxito en la evangelización pasa por la "humildad" y pobreza bíblica, como actitud de abandono confiado y comprometido en las manos de Dios (cfr. 1Pe 5,6-7). La actitud apostólica es siempre de servicio ("ministerial"), a modo de "instrumento vivo de Cristo" (PO 12).
“Entre las virtudes principalmente requeridas en el ministerio de los presbíteros hay que contar aquella disposición de alma por la que están siempre preparados a buscar no su voluntad, sino la voluntad de quien los envió. Porque la obra divina, para cuya realización separó el Espíritu Santo, trasciende todas las fuerzas humanas y la sabiduría de los hombres, pues "Dios eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes" (1Cor 1,27). Conociendo, pues, su propia debilidad, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, buscando lo que es grato a Dios, y como encadenado por el Espíritu es llevado en todo por la voluntad de quien desea que todos los hombres se salven” (PO 15).
El apóstolno es un patrón, que pueda hacer y deshacer los contenidos y los signos eclesiales, sino un imitador de Cristo servidor de todos. Su servicio es de "entrega total, humilde y generosa, a la Iglesia" (PDV 21).
Estamos llamados a ser servidores humildes de una Iglesia que sólo siendo humilde y pobre será “sacramento universal de salvación” (LG 48; AG 1).
Santo Cura de Ars:
“La humildad es para las virtudes como la cadena para el rosario: quitad la cadena y todas las cuentas caerán; quitad la humildad y todas las virtudes desaparecerán”.
“La humildad es como una balanza: más baja de un lado, más sube del otro”. “Los santos se conocían mejor que los otros, por eso eran humildes”.
“Dios me escogió para ser el instrumento de las gracias que hace a los pecadores porque soy el más ignorante y el más miserables de todos los sacerdotes. Si hubiera habido en la diócesis un sacerdote más ignorante y más ignorante que yo, Dios lo habría escogido a él”.
NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón(Barcelona, Hormiga de Oro, 1994). Sobre la humildad, ver especialmente pp.205-208
San Pablo:
“Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio, a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero encontré misericordia… Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús… Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo” (1Tim 1,12-15).
“El que crea estar en pie, mire no caiga” (1Cor 10,12). “Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor 12,9). “Somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios” (1Cor 3,9). “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,5-8).
“Nuestra capacidad viene de Dios” (2Cor 3,5). “La gracia de Dios conmigo” (1Cor 15,10). “Yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios” (1Cor 15,9; cfr. 1Tim 1,15).
San Juan de Ávila:
"No sólo la humildad alcanza y conserva la gracia, mas es señal que da la entender que está allí la gracia... Quien a Dios tiene, en la humildad se conoce... No creáis haber santidad sin humildad, ni aunque seáis subido al tercer cielo" (Ser 66). "Y si te acordares que está Cristo en un pesebre, ¿habrás vergüenza de ensalzarte en este mundo? Que este Niño que está en este mundo, verdad es de Dios Padre... Cuando nace, en pesebre; cuando muere, en cruz" (Ser 4, 45).
"Está Dios humillado y puesto en palo, ¿y quieres tú estar ensalzado?" (Ser 3). "¡Oh humildad! ¡Oh pobreza, cuán amada sois de este Señor, pues os santifica, tomándoos en su misma persona, para después llamar bienaventurados a los humildes y pobres de espíritu!" (Ser 75, sermón sobre San José). "Si alguna cosa buena tengo, vos me la distes; y si a otros la diérades, mejor os sirviera con ella que yo" (Ser 18).
"Mira cuánto vale la humildad que, puestos en una balanza muchos pecados, y en otro buenas obras con soberbia, pesa más la humildad con pecados. ¡Cuánto más si pusieras buenas obras con humildad!" (Ser 21). "A quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mismo, dándole conocimiento de sus propias flaqueas; para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propia bajeza, sin poder atribuir a sí mismos otra cosa sino su indignidad" (AF cap. 52).
"Y si quiere hallar un gran libro para leer cuán bueno es Él, mire cuán malo es vuestra merced, y crea que Dios le ama, y verá un retablo de hermosura de amor pintado en vileza de sus propias maldades… huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció; y teniendo por grande señal de ser amado de Cristo, el ser despreciado del mundo, con Él y por Él" (Carta 93). "Mire, pues, qué de bienes vienen con la ceniza de la humildad, y no esté sin ella, porque no esté sin Dios" (Carta 85 -1-).
"Y aunque habrá enseñado a esos sus siervos cuán grande es la virtud de la humildad, para que Dios repose en el alma, no me impute a mal que por mi indigna boca se lo encomiende y reencomiende. ¡Oh Señor, y cuántos que bien caminaban han sido desencaminados por faltarles esta virtud!" (Carta 53). Las tentaciones y engaños del demonio se vencen con la humildad: "Huirá el demonio con la piedra de la humildad, que es golpe que le quiebra la cabeza como a Goliat" (AF 51, 5265ss).
La humildad va acompañada de la obediencia, "porque la humildad que no es obediente, no es humildad. Y no se engañe nadie con color de virtudes" (Ser 33, 402ss). "Humíllese mucho a Dios y a los hombres, que no hay otra arte para escapar de los lazos del demonio... sino ser chiquito" (Carta 105). “Porque la humildad... pone tal peso en la moneda espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda" (AF cap. 52).
D. José Mª García Lahiguera:
"Mi santidad será, debe ser y espero que lo sea grande, muy grande en su sencillez, en su pequeñez. Será como la violeta humilde. Algo así como un tipo nuevo de santo original. ¡Grande en la nada!... En esta santidad, en adquirirla en silencio, cooperando con la gracia del Señor, pasaré los pocos años que me queden de vida" (Diario, 24 julio 1972).
"El programa es sencillo... Para conmigo mismo: humildad y olvido absoluto de mí mismo" (Diario, 24 julio 1972). "Y, por descontado, nada de saber, inquirir, averiguar, etc. en qué grado de oración se encuentra mi alma... En esto y en todo, humildad, sencillez, nada" (Diario, 25 julio 1975).
“Como Él, no hemos venido a ser servidos, sino a servir. Servicio, y lo repito con todo el ardor de mi alma, incondicional, desinteresado, total, permanente y hasta el fin. Que si Él se humilló… (Fil 2,8), nosotros debemos humillarnos hasta hacernos todo para todos (1Cor 9,22)” (Homilía en la fiesta de Cristo Sacerdote, 1971).
2. Confianza filial y audaz
Aceptar la propia realidad con equilibrio, supone encontrar a Cristo que la asume como amigo y esposo. La humildad verdadera se concreta en confianza filial y audaz. Todo es posible para que no se apoya en sí mismo. Al no tener nada que perder, el humilde es sincero y audaz.
La confianza cristiana y sacerdotal se apoya en el amor de Cristo resucitado presente, que le dice, como a Pablo: “No temas… yo estoy contigo” (Hech 18,9-10). El punto de apoyo de la esperanza es el amor: Saberse amado y capacitado para amar. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16).
En la vida sacerdotal los signos eclesiales de la presencia de Cristo, como son especialmente la Eucaristía, la Palabra y la comunidad eclesial, son fuente esperanza: “Piensen los presbíteros que nunca están solos en su trabajo, sino sostenidos por la virtud todopoderosa de Dios; y creyendo en Cristo, que los llamó a participar de su sacerdocio, entréguense con toda confianza a su ministerio, sabedores de que Dios es poderoso para aumentar en ellos la caridad” (PO 22),
La esperanza es confianza en la presencia de Cristo resucitado y está personifica en Él, “nuestra esperanza” (1Tim 1,1). Pero es también tensión de Iglesia peregrina que, en el itinerario hacia el encuentro definitivo con Cristo y en medio de las pruebas históricas, sigue a “la mujer vestida de sol” (Apoc 12,1) y se siente identificada con ella. Las pruebas históricas producen, a veces, serias heridas y cicatrices profundas, pero la “esposa” de Cristo sabe “blanquear su túnica en la sangre del Cordero” (Apoc 7,14) para hacerse transparencia del Señor y de su misericordia.
El sentido de la vida humana se desvela en el misterio de Cristo (cfr. GS 22). El hombre puede realizarse amando, haciendo de su vida una donación, porque “la caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza” (Caritas in Veritate 2).
Se trata de un itinerario de libertad, como verdad de la donación, que se realiza en una lucha continua, a modo de búsqueda, que da sentido al existir: “La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas. El amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente, aun cuando lo que consigamos nosotros, las autoridades políticas y los agentes económicos, sea siempre menos de lo que anhelamos. Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande” (CVe 8).
La Iglesiacamina por la historia entre luces y sombras, acompañada por una presencia de Jesús que parece ausencia y silencio (cfr. Mt 28,20). Compartir la vida con Cristo, significa caminar con él para que en cada corazón humano y en cada pueblo resuene el “Padre nuestro” (como actitud filial comunicada por Jesús), las bienaventuranzas y el mando del amor (como actitud de donación infundida por el Señor). Entonces no queda lugar para el desánimo ni para la agresivdad.
Cuando se anuncia la Palabra y se celebra la liturgia, es siempre anuncio y presencialización del misterio pascual de Cristo vencedor de la muerte y del pecado. Cuando se ejerce el ministerio sacramental de la reconciliación, se vive y se siembra la confianza no sólo del perdón, sino de la posibilidad y exigencia de caminar por el camino de la perfección de la caridad. No sería posible recuperar el “gozo pascual” (PO 11) en la vida del sacerdote, si no hubiera disponiblidad ministerial. El éxito apostólico pasa por la cruz, cuya eficacia se muestra en el anuncio, la celebración y la comunicación del Misterio de Cristo. El desánimo indica un vacío ministerial, que suele originarse en la falta de tiempo para el encuentro personal con Cristo.
La ineficacia de la acción ministerial puede provenir del hecho de no presentar en la propia vida la actitud evangélica de Cristo. Los sacramentos son eficaces cuando se celebran debidamente, pero para que su gracia cambie los corazones, se necesita el testimonio del apóstol y una recepción de fe.
Santo Cura de Ars:
“La esperanza es la que nos hace felices en la tierra”. “Cuando estudiaba, estaba abrumado de pena, ya no sabía qué hacer… Oí claramente la voz que me decía: ¿Qué te ha faltado hasta hoy?”. “Esta noche no dormía, lloraba mi pobre vida, de repente oí una voz que me decía: “in te Domine, speravi , non confundar in aeternum”.
“La misericordia divina es poderosa como un torrente desbordado que arrastra los corazones a su paso". Dios está "pronto a perdonar más aún que lo estaría una madre para sacar del fuego a un hijo suyo”.
“No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”. “Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes”. Ponía en boca de Jesús: “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita”
(María, signo de esperanza) “Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre”. "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió... En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón... El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas no son más que un pedazo de hielo al lado suyo”.
NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón, o.c. Sobre la esperanza, ver especialmente pp. 70-71.
San Pablo:
“Todo puedo en aquel que me conforta” (Fil 4,13). "Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo" (Col 1,27-28).
“Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia” (Rom 8,24-25). “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5).
“No me avergüenzo, porque yo sé bien en quien tengo puesta mi confianza” (2Tim 1,12; cfr. 1Tim 1,1). “Sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones” (2Cor 7,4). “Con la alegría de la esperanza”, podemos caminar “constantes en la tribulación;” (Rom 12,12).
San Juan de Ávila:
"Si se vieren caídos, lloren, mas no desconfíen" (AF cap. 23). "Y cuando en alguna culpa cayéredes, que no os desmayéis con desconfianza, mas que procuréis el remedio y esperéis el perdón" (AF cap. 24). "Y en esta esperanza, y no en la nuestra, hemos de emprender la empresa del servicio de Dios" (AF cap. 27).
"Si, pasando el río, se te desvanece la cabeza mirando las aguas, levanta los ojos en alto y mira los merecimientos del Crucificado, que te esforzarán a pasar seguro... Echa tus cuidados en Dios y asegúrate con su Providencia en medio de tus tribulaciones; y, si crees de veras que el Padre te dio a su Hijo, confía también que te dará lo demás, pues todo es menos" (Amor, n.13).
"Debe procurar el alegría y confianza grande en los merecimientos de Jesucristo"(Carta 236). Y este es "el modo como Él quiere que traten con Él los suyos" " (Carta 93).
D. José Mª García Lahiguera:
“¿Qué hace el alma?... «Le miro y me mira» = «Le amo y me ama». «Estamos los dos en silencio»" (Diario, 28 agosto 1973). "Cualquiera que lea estas páginas creerá que mi alma está en séptimas moradas. Nada de nada. Pero ¡adelante!" (Diario, 1 junio 1979).
3. Amor apasionado para una misión apasionada
A partir de una actitud humilde y confiada, se entiende mejor la exigencia del amor. Entonces la entrega no tiene rebajas. El amor es exigente, urge y es posible.
Sólo a partir de este amor se entiende la misión cristiana, que es sólo de amar y hacer amar al Amor. Y sólo en esta perspectiva, se puede abarcar al ser humano en toda su integridad. El corazón humano tiene sed de Dios, que es Amor.
Si la santidad se preseta sólo como exigencia o como una palabra abstracta, no cautiva a nadie. Para el cristiano, la verdad de la caridad es posible cuando uno se hace relación íntima con el Señor. “En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cfr. Jn 14,6)” (Caritas in Veritate 1).
Los santos son las personas más auténticas, porque se han realizado amando. Y el amor urge y hace posible la respuesta: “El amor de Cristo nos urge” (2Cor 5,14). Es el amor verdadero que no antepone nada al proyecto de Dios Amor. “siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo” (Ef 4,15). Cuando intencionada y voluntariamente se hacen rebajas al amor, ya no se entiende nada de la santidad y de la misión cristiana.
Hay que ir más allá del propio proyecto y de las propias preferencias. El amor de Dios es siempre sorprendente. La actitud cristiana más auténtica es la de dejarse sorprender por el Amor: “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cfr. Jn 8,22)” (Caritas in Veritate 1).
Es siempre un amor que, por provenir de Dios y tender hacia él, se concreta en amor comprometido hacia el hermano sin excepción. “Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero” (Deus Caritas est 18).
El sacerdote ministro se inspira siempre en la oblación de Cristo presente en la Eucarisitía. Sería imposible el “gozo pascual” (PO 11) de amar y anunciar a Cristo, sin la vivencia eucarística. “En la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascual y pan vivo, que por su Carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización” (PO 5).
Las motivaciones en el camino de la santidad cristiana no son los deseos de una perfección abstracta, ni tampoco los deseos de perfeccionarse. Lo que urge es saberse amado por el Sepor y llamado a responder a su amor. Y las motivaciones del apóstol, como en Jesús, no son principalmente sociológicas (las cuales tienen su valor), sino una prolongación de la “compasión” de Jesús (cfr. Mc 8,2) y de la “búsqueda” de “todos” los redimidos (cfr. Mc 10,45; Mt 11,28; Lc 15,4).
No existe la misión cristiana, si no es como prolongación y participación de la misma misión de Cristo. “Una vez resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el Espíritu (cfr. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cfr. Jn 20,21)” (Sacramentum Caritatis 12).
La declaración de amor por parte de Jesús y el encargo de la misión, se relacionan íntimamente. La referencia al Padre, que ama y que envía, es muy significativa: “Como el Padre me amó, yo también os he amado” (Jn 15,9); “como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21); “como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn 17,18; “los has amado como a mí” (Jn 17,23). Amor y misión, en Cristo y en nosotros, son las dos caras de la misma medalla.
A Pedro, para apacentar las ovejas por las que Cristo dio su sangre (cfr. Hech 20,28), se le pide tres veces su donación incondicional: “¿Me amas más, tú?... apacienta mis ovejas… sígueme” (Jn 21,15ss). Nada ni nadie puede suplirnos en la respuesta al amor.
Uno de los momentos clave de la vida del apóstol es cuando puede anunciar a Cristo a partir de un encuentro con él. “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él... En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos... Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás... No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana” (Exh. Apost. Sacramentum Caritatis 84).
Parece como si, desde un mundo “globalizado”, hambriento de amor, surgiera una llamada apremiante: "Ven a ayudarnos" (Hech 16,9). Los nuevos areópagos de hoy están todos impregnados de los deseos insaciables del corazón humano, que ha sido creado a imagen de Dios Amor. Por esto, urge la misión a partir del amor (cfr. 2Cor 5,14-15).
Entonces el verdadero apostolado se concreta principalmente en la pastoral de la santidad, no es abstracto, sino en construir creyentes que vivan y transparenten las bienaventuranzas y el mandato del amor. La orientación “dirección” espiritual es parte esencial e imprescindible del apostolado del sacerdote ministro. Llama a la santidad (construir la vida amando) y guía en la santidad (reaccionar amando como Jesús).
Sólo una “caridad pastoral” bien entendida, como trasunto de la caridad del Buen Pastor, puede reflejar y hacer presente la fuente de la misión que es Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Santo Cura de Ars:
“Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. “Mi secreto es simple: dar todo y no conservar nada”.
"Dios mío, concediendo la conversión de mi parroquia; acepto el sufrir lo que queráis durante todo el tiempo de mi vida”.
“¡Qué hermoso y qué gande es, conocer, amar y servir a Dios! No tenemos otra cosa que hacer en este mundo. Todo lo demás es tiempo perdido.
“Los hay que lloran por no amar a Dios suficientemente; bien, éstos le aman”. “No todos podemos dar grandes limosnas a los pobres, hacernos Dios de todo corazón”.
NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón, o.c. Sobre la caridad, ver especialmente pp.71-74.
San Pablo:
"Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20). “El amor de Cristo excede todo conocimiento” (Ef 3,19).
”A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas” (Ef 3,8-9).
“El amor de Cristo nos apremia al pensar que... murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Cor 5,14-15).
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?... Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rom 8,35.37).
“Urge que él reine (1Cor 15,25). “Os celo con el celo de Dios” (2Cor 11,2). “Como una madre” (1Tes 2,7; cfr. Gal 4,19). Como un “padre” (1Cor 4,15). “Amándoos, daros nuestra vida” (1Tes 1,8).
“Apóstol por vocación… segregado para el evangelio” (Rom 1,1); “la preocupación por todas las iglesias” (2Cor 11,28); el precio de “la sangre del Hijo” (Hech 20,28); “encadenado en el Espíritu” (Hech 20,22).
“Por el evangelio yo estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9).
"Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2Cor 12,15). “¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4,19; cfr. Jn 16,21-22).
San Juan de Ávila:
"No sólo nos convida a amarle, mas El nos infunde el amor"(Sermón 4).
"Pon los ojos en todo este mundo, que para ti se hizo todo por sólo amor, y todo él y todas cuantas cosas hay en él significan amor, y predican amor, y te mandan amor" (Tratado del Amor de Dios, 2).
"Demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios" (Carta 64). "Aquel ama a Dios verdaderamente que no guarda nada de sí mismo para sí" (Sermón 5 -2-).
"Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con nudo de amor tan falso" (Carta 208). "Quien bien quisiere pesar el alma, pésela con este peso, de que Dios humanado murió por ellas" (Sermón 81).
El sacerdote debe "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo, el cual le cause un tan ferviente celo, que le coma el corazón". Es amor de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 39).
D. José Mª García Lahiguera:
"Mi santidad consiste en ser como El por el amor" (Diario, 26 mayo 1976). "Quintaesencia de mi espiritualidad, Amor. Amar al Amor. Quae placita sunt ei facio semper. Amar a mi Dios hasta morir de Dios. Amar, sufrir y orar «pro eis, pro Ecclesia et pro Congregartione Sororum Oblatarum Christi Sacerdotis»" (Diario, 1 enero 1979).
"Mi santidad: Como Jesús. Mi santidad sacerdotal: Como Cristo Sacerdote. Mi santidad sacerdotal particular: Como Cristo Sacerdote-Víctima" (Diario, 22 mayo 1980).
Conclusión: Leer el evangelio en la vida de los santos para hacer de la propia vida la visibilidad del evangelio
El sentido de la Palabra de Dios se encuentra en la vida de los santos, porque la han vivido con autenticidad.
Quienes han dicho que “sí” a la Palabra de Dios, como María y los santos, se han dejado sorprender y moldear por la acción del Espíritu Santo en la propia vida y en la misión.
El “sí” de María, en el primer momento de la consagración sacerdotal de Jesús en su seno, es parte integrante de nuestra misma respuesta de humildad, confianza y entrega. Es el “sí” que ha transformado y sigue transformando la historia, porque es la única respuesta válida a la Palabra de Dios y a su proyecto de amor sobre toda la humanidad.
La humildad, la confianza audaz y la entrega de los santos nace de su experiencia de la misericordia divina. Han sabido releer la propia biografía desde los latidos del Corazón de Cristo, que busca a la oveja perdida, como algo que pertenece a su amor esponsal y como expresión de la ternura materna de Dios. Así han experimentado la “compasión” de Cristo y son portadores de esa misma compasión para todos los hermanos sin excepción.
Los santos son humildes, confiados y generosos, porque han aprendido la lógica de la entrega: “Puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (Deus Caritas est 1) La respuesta generosa al amor la hace posible el mismo Dios que nos ama. Le podemos amar con su mismo amor.
NOTA: "Está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios... que es dar tanto como le dan..., dando al Amado la misma luz y calor de amor que recibe... ama por el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo se aman" (San Juan de la Cruz,LlamaB, canc. 3ª, comentario a versos 5-6.
La vocación, la contemplación, la perfección, la comunión fraterna y la misión, se viven con autenticidad cuando María está presente de modo activo y materno, como en Caná, en el Calvario y en el Cenáculo de Pentecostés. Cristo Sacerdote sigue comunicando su consagración y misión sacerdotal desde el seno de Maria.
El Santo Cura de Ars decía a su Obispo: "Si queréis convertir vuestra diócesis, habéis de hacer santos a todos vuestros párrocos". "Lo que nos impide a los sacerdotes ser santos es la falta de reflexión; no se entra en sí; no se sabe lo que se hace; necesitamos la reflexión la oración, la unión con Dios”.
NOTA: Como hemos indicado, para las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars,ver los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón(Barcelona, Hormiga de Oro, 1994). Algunas de estas afirmaciones está citadas en la carta de Benedicto XVI dirigida a los sacerdotes, con ocasión del Año Sacerdotal (16 junio 2009).
Los santos de todas las écpocas interpelan nuestro modo de juzgar las épocas pasadas, con cierto tono de superioridad y de tensiones, que trasponemos anocrónicamente a otros tiempos. Pero en cada época ha habido santos que se han santificado y sentido fucundos apostólicamente, por haber vivido sus circunstancias en la verdad de la caridad, como itinerario de humildad y realismo, confianza filial y audaz, entrega incondicional al amor. Sólo ellos, con su “gozo pascual”, superieron superar su momento histórico y, de este modo, pudieron legarnos una auténtica herencia de gracia, transparencia y fruto del Evangelio.
PROYECTO DE VIDA SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO (Juan Esquerda Bifet)
Escrito por Super UserPROYECTO DE VIDA SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO
(Juan Esquerda Bifet)
I. HACIA UN PROYECTO DE VIDA EN EL PRESBITERIO DE LA IGLESIA PARTICULAR
La formación permanente. Hacia un proyecto de vida según la "Vida Apostólica". ¿Cómo elaborar un proyecto de vida sacerdotal?. Material comparativo (PO, PDV, CIC). Documento de Puebla y Santo Domingo ¿Quiénes pueden elaborar este proyecto. Cuestionario.
II. IDEARIO DE IDENTIDAD SACERDOTAL PARA UN PROYECTO DE VIDA EN EL PRESBITERIO DIOCESANO
Identidad sacerdotal. A partir de la espiritualidad específica del sacerdote. Elementos fundamentales de la "Vida Apostólica" en el Presbiterio. Cuestionario.
III.OBJETIVOS Y METAS, ETAPAS O NIVELES
Objetivos y metas según diversas dimensiones. Niveles y etapas. Cuestionario.
IV. MEDIOS DE VIDA SACERDOTAL Y COMPROMISOS COMO PARTE DEL PROYECTO
Líneas generales. Medios concretos. Compromiso personal y en grupo. Cuestionario.
I. HACIA UN PROYECTO DE VIDA EN EL PRESBITERIO DE LA IGLESIA PARTICULAR
1. La "formación permanente" según "Pastores dabo vobis"
Siguiendo las indicaciones del Concilio (PO 19; CIC can 279), la exhortación postsinodal ha querido recalcar, en el cap. VI, la importancia de la formación permanente, señalando unos caminos de profundización que abarquen toda la vida y todo el ministerio sacerdotal.
Este tema se presenta con la dinámica de "reavivar" la gracia o carisma del sacramento del Orden, que hace al sacerdote "partícipe no sólo del poder y del ministerio salvífico de Jesús, sino también de su amor" (PDV 70). Es, pues, el amor de Cristo que urge a la "actualización" constante de la vida y ministerio sacerdotal. "De esta manera, la formación permanente encuentra su propio fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del Orden" (ibídem).
La respuesta al "sígueme" no es sólo una actitud del pasado, sino que es una actitud de permanente respuesta a "un sígueme que acompaña toda la vida" (PDV 70). Esta respuesta al "ven y sígueme", que en el pasado fue una "opción fundamental", se irá reforzando y actualizando, tanto a nivel personal como a nivel comunitario. Es, pues, un compromiso que "deberá renovarse y reafirmarse continuamente durante los años del sacerdocio en otras numerosísimas respuestas, enraizadas todas ellas y vivificadas por el 'sí' del Orden sagrado" (ibídem).
Todos los temas sacerdotales, también la formación permanente, deben analizarse a la luz de la caridad del Buen Pastor. "Alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral" (PDV 70). Esta formación ha de entenderse como "opción consciente y libre que impulse el dinamismo de la caridad pastoral y del Espíritu Santo. En este sentido la formación permanente es una exigencia intrínseca del don del ministerio sacramental recibido, que es necesaria en todo tiempo, pero hoy lo es particularmente urgente... por la 'nueva evangelización'" (ibídem).
La formación permanente no es sólo exigencia del sacramento del Orden y de la caridad pastoral, sino que, al mismo tiempo, la comunidad cristiana tiene derecho a esa renovación sacerdotal. "De esta manera, la formación permanente es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es más, a su propio ser. Es, pues, amor a Jesucristo y coherencia consigo mismo. Pero es también un acto de amor al Pueblo de Dios, a cuyo servicio está puesto el sacerdote. Más aún, es un acto de justicia verdadera y propia: él es deudor para con el Pueblo de Dios" (PDV 70).
El capítulo final de PDV, si se lee en el contexto de todo el documento, es la parte que compromete más. Porque no se trata sólo de organizar unos cursos para ponerse al día, sino de estructurar toda la vida del Presbiterio, de suerte que el sacerdote encuentre los medios necesarios para vivir su identidad sacerdotal con todas las exigencias de "vida apostólica" en el Presbiterio de la Iglesia particular.
Hay que elaborar "programas capaces de sostener... el ministerio y vida sacerdotal" (n.3). Se trata de "programar y llevar a cabo un plan de formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y a la gravedad y exigencias de nuestro tiempo" (n.78). En este campo "es fundamental la responsabilidad del Obispo y, con él, la del Presbiterio" (n.79). Las estructuras del Presbiterio deben orientarse a una puesta en práctica de las orientaciones conciliares y postconciliares. El documento postsinodal compromete a todos. "Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (n.79).
La participación del Obispo es vital, como compartiendo la misma vida y la misma suerte de su Presbiterio. "El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su Presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial" (n.79; cf. CD 15-17.28; PO 7, 19).
Con estas aclaraciones se continua la enseñanza del concilio sobre el mismo tema: "Para que los presbíteros se entreguen más fácilmente a los estudios y capten con más eficacia los métodos de evangelización y de apostolado, procúreseles cuidadosamente los medios necesarios, como son la organización de cursos y de congresos, según las condiciones de cada país, la erección de centros destinados a los estudios pastorales, la fundación de bibliotecas y una conveniente dirección de los estudios para personas competentes. Consideren, además, los Obispos, o en particular, o reunidos entre sí, el modo más conveniente de conseguir que todos los presbíteros, en tiempo determinado, sobre todo en los primeros años después de su ordenación, puedan asistir a un curso en que se les brinde la ocasión de conseguir un conocimiento más completo de los métodos pastorales y de la ciencia teológica, y , sobre todo, de fortalecer su vida espiritual y de comunicarse mutuamente con los hermanos las experiencias apostólicas. Ayúdese especialmente con estas y otras atenciones oportunas también a los neopárrocos y a los que se destinan para una nueva empresa pastoral, o a los que se envían a otras diócesis o nación" (PO 19; cfr. can. 279).
El documento de Puebla hizo la aplicación concreta a la situación sacerdotal de A.L.: "La gracia recibida en la ordenación, que ha de reavivarse continuamente, y la misión evangelizadora exigen de los ministros jerárquicos una seria y continua formación, que no puede reducirse a lo intelectual, sino que se extenderá a todos los aspectos de su vida" (Puebla 719). "Objeto de esa formación, que tendrá en cuenta la edad y las condiciones de las personas, ha de ser: capacitar a los ministros jerárquicos para que, de cuerdo con las exigencias de su vocación y misión y la realidad latinoamericana, vivan personal y comunitariamente un continuo proceso que los haga pastoralmente competentes para el ejercicio del ministerio" (Puebla 720).
La formación permanente es un camino de conversión continua y de fidelidad generosa, indispensable para la Nueva Evangelización, con programas concretos que abarquen toda la vida y ministerio sacerdotal: "Existe una conciencia creciente de la necesidad e integridad de la formación permanente, entendida y aceptada como camino de conversión y medio de fidelidad. Las implicaciones concretas que tiene esta formación para el compromiso del sacerdote con la Nueva Evangelización, exigen crear y estimular cauces concretos que la puedan asegurar. Cada vez aparece con más fuerza la necesidad de acompañar el proceso de crecimiento, intentando que los desafíos que el secularismo y la injusticia le plantean puedan ser asimilados y respondidos desde la caridad pastoral. Igual atención hemos de prestar a los sacerdotes, ancianos o enfermos" (Santo Domingo 72).
2. Hacia un proyecto de vida según la "Vida Apostólica"
La exhortación postsinodal es un texto que da las pautas necesarias para estructurar el Presbiterio de la Iglesia particular de acuerdo con la "Vida Apostólica". Los candidatos al sacerdocio (diocesanos y religiosos) encuentran en él una posibilidad de vivir el sacerdocio con generosidad evangélica. Ahora ya verán que es posible poner en práctica las indicaciones del nuevo Código: "deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can. 245, par. 2). Este Presbiterio, al cual son invitados, ya existe en potencia...
Hay que reconocer que la "Vida Apostólica" en el Presbiterio (para el clero diocesano), salvo casos individuales y de algunos grupos excepcionales, tiene un vacío de siglos. La doctrina eclesial se ha mantenido gracias al magisterio y a la vida de santos sacerdotes. Llevar a término esta empresa supondrá crear mentalidad y buscar pautas concretas. Probablemente será cuestión de muchos años y de grandes sacrificios, para arrinconar hábitos "legitimados", privilegios y derechos adquiridos. También en algunas instituciones religiosas o análogas, la "Vida Apostólica" ha quedado anquilosada, olvidando la vitalidad del carisma fundacional o dándose a una problemática al margen de los criterios evangélicos y eclesiales. Por esto la crisis sacerdotal ha sido común (con las mismas proporciones) para el clero diocesano y religioso.
"Pastores dabo vobis" pertenece a un hecho de gracia, que aflora principalmente en las indicaciones del Vaticano II y de los documentos postconciliares, y que recoge un despertar sacerdotal anterior, especialmente a partir de San Pío X ("Haerent animo"). Este hecho necesita encontrar los santos sacerdotes del postconcilio. Se han dado grandes pasos que preanuncian un resurgir en las nuevas generaciones sacerdotales.
A mi entender, el paso actual, salvando las diferencias, se podría comparar al paso trascendental de Trento respecto a los Seminarios, a la vida sacerdotal y al ministerio episcopal. Entonces se fue aplicando el concilio gracias a santos sacerdotes del postconcilio (San Carlos Borromeo, San Juan de Avila, San Juan de Ribera, San Ignacio de Loyola, San Juan Eudes, San Vicente de Paul, San Gregorio Barbarigo, etc.). ¿Estamos hoy preparados para poner en práctica la "Pastores dabo vobis"?
Esta tarea es posible. La llamada del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy va unida a su presencia activa. La caridad pastoral, con todas sus consecuencias de "Vida Apostólica" en el Presbiterio, comienza a ser una realidad. El documento postsinodal parte de una actitud de fe y de esperanza: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (n.33). "El Sínodo... es consciente de la acción constante del Espíritu Santo en la Iglesia"(son palabras que hace suyas el Papa: n.1).
La invitación de Juan Pablo II indica las pistas de un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tendrán lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (n.82).
3. ¿Cómo elaborar un proyecto de vida sacerdotal?
Los números 80-81 de "Pastores dabo vobis" indican unas pautas generales sobre los momentos, las formas y los medios de la formación sacerdotal permanente en el sentido indicado de proyecto global de vida. Se podrán indicar pautas para los cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual (nn.71-72). Pero debe quedar claro que se trata de toda la vida sacerdotal en el Presbiterio. La formación permanente tiene esta finalidad: "Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación -humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación a ella" (n.71).
Las pautas de este "proyecto" (que podría llamarse "Directorio") no serán nuevas obligaciones, sino indicaciones que recojan todo lo contenido en el concilio y postconcilio, para que el sacerdote pueda "desempeñar su función en el espíritu y según el estilo de vida de Jesús Buen Pastor" (n.73). Es la respuesta a "un sígueme que acompaña toda la vida" (n.70).
Se podrían delinear las pistas de los cuatro niveles indicados:
- humano: compartir, convivencia, amistad, colaboración...
- espiritual: oración, seguimiento evangélico, virtudes...
- intelectual: estudio, actualización, profundización...
- pastoral: ministerio, disponibilidad, dedicación, conocimiento de la realidad, evaluación, compromisos...
También se podrían trazar unas líneas de:
- vida personal (contemplación, estudio, vida sacramental, seguimiento evangélico, dirección espiritual, medios concretos...)
- vida comunitaria (equipo de revisión de vida, convivencia, solidaridad, ayuda mutua en todos los niveles...)
- vida pastoral (equipo apostólico, pastoral de conjunto en el campo profético-litúrgico-caritativo...), etc.
Así mismo podría especificarse un "Directorio" o proyecto sacerdotal a partir de actitudes: actitud relacional con Cristo, actitud de seguimiento evangélico, actitud de comunión y fraternidad, actitud de misión.
Todas estas posibilidades deberían reflejar una eclesiología clara, profunda y entusiasmante: el sacerdote como servidor de la Iglesia misterio, comunión, misión (PDV 73-75).
En nuestra exposición, tendremos en cuenta todas estas posibilidades y elementos, pero, por razones prácticas de un estudio que ofrece materiales para elaboración personal o en grupo, seguiremos esta distribución: Ideario, objetivos y metas (etapas o niveles), medios y compromisos. Será el contenido de los capítulos II-IV.
4. Material comparativo (PO, PDV, CIC)
Nuestro estudio consiste en la elaboración directa de un proyecto, sino en la aportación de unos elementos que emergen de los documentos actuales, de la realidad y de la experiencia sacerdotal. Para ello, ofrecemos aquí (para eventual consulta) un esquema comparativo de los contenidos de "Presbyterorum Ordinis" (PO), "Pastores dabo vobis" (PDV) y "Código de Derecho Canónico" (can.):
Configuración con Cristo:
PO1-3: participar del sacerdocio de Cristo Cabeza y Pastor.
PDV cap. II: configuración (n. 20-22) con Cristo Sacerdote, Cabeza, Pastor, Siervo (n.48), Esposo (n.22)
Consagración por el Espíritu Santo:PDV 1, 10, 27, 33, 69. Cfr. can.108.
Misión sacerdotal:
PO4-6: equilibrio de ministerios
PDV cap. II: la misma misión de Cristo (prolongarle) Cfr. can. 259. 273-275.
Comunión:
En la "Iglesia misterio, comunión, misión": 12, 16, 59, 73.
"Sucesión apostólica": PDV 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60.
Con el Papa: PDV 16, 18, 28.
Con el Obispo:PO 7; PDV 31, 74, etc. (ChD 15-16,28; can. 273, 275, 384.
En el Presbiterio: PO 8; PDV 31, 74-80, etc. LG 28; ChD 28; can. 245; Puebla 663.
Con la comunidad eclesial: PO 9; PDV 12, 14, 17-18, 31, 66
Vida comunitaria: PO 8; PDV 17, 29, 44, 50, 74-81, etc.
Como "diocesano": PO 8; PDV 17, 31-32. 68, 74 ("incardinación")
Misión universal:
PO10-11; PDV 2, 4, 14, 16-18, 23. 31-32, 59, 74-75, 82.
Santidad en el ejercicio del ministerio:
PO12-14: "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote", "en el ministerio", "unidad de vida", "ascesis del pastor de almas".
PDV III: "Vida según el Espíritu", santidad "específica"...
Caridad pastoral: 15, 19-24, 27-33, 41, 48-49, 57, 65, 70ss
En los ministerios: 23-25, 72.
Virtudes del Buen Pastor:
PO15-17:Humildad, obediencia (can. 245, 273, 275), castidad (can. 248, 277): "signo y estímulo de la caridad". Pobreza (can. 282, 287)
PDV:Consejos Evangélicos (27-30), "sequela Christi" (8-10, 13, 20, 30, 34, 36, 40, 60, 63-66, 70, 71, 81-82), dimensiones de la obediencia (28), virginidad (22, 29, 44, 50), pobreza (30).
Medios de santificación:
PO18: medios comunes y peculiares (además de los ministerios)
PDV: Relación personal con Cristo (passim), oración-contemplación (26, 37-38, 47, 51, 53, 72), Eucaristía (23, 26, 38, 46, 48), reconciliación (26, 48), liturgia de las horas (26, 72), María (36, 38, 45, 82), Dirección Espiritual (40, 50, 81), estudio (51), asociaciones (PO 8; PDV 31, 81), formación espiritual: 45-50. Cfr. can. 246, 255, 276, 280, 533, 545, 548, 550. Retiros, Ejercicios.
Formación permanente:
PO19 (Puebla 719; can. 279; Santo Domingo 67-75)
PDV cap.VI: hacer un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio.
Sacerdotes para una "nueva evangelización":
PDV 2, 9-10, 17, 47, 51, 82.
5. ¿Quiénes pueden elaborar este proyecto? Tarea de todos
"Pastores dabo vobis" (n.78ss) indica que todos los miembros del Pueblo de Dios pueden y deben colaborar en la formación permanente de los sacerdotes. El punto de referencia es la pertenencia a la misma comunidad eclesial (Iglesia particular), en la que la "comunión" es una fraternidad donde se comparte, se convive y se colabora en todo. "Es toda la Iglesia particular la que, bajo la guía del Obispo, tiene la responsabilidad de estimular y cuidar de diversos modos de formación permanente de los sacerdotes" (PDV 78).
Esto supone una más íntima relación entre los sacerdotes y los fieles, cada uno conociendo, respetando y fomentando la vocación específica de los demás: "Precisamente la participación de vida entre el presbítero y la comunidad, si se ordena y lleva a cabo con sabiduría, supone una aportación fundamental a la formación permanente... De esta manera, todos los miembros del Pueblo de Dios puede y deben ofrecer una valiosa ayuda a la formación permanente de sus sacerdotes. A este respecto, deben dejar a los sacerdotes espacios de tiempo para el estudio y la oración; pedirles aquello para lo que han sido enviados por Cristo y no otras cosas; ofrecerles colaboración en los diversos ámbitos de la misión pastoral...; establecer relaciones cordiales y fraternas con ellos" (PDV 78)
El mismo sacerdote, como miembro del Presbiterio de la Iglesia particular, es el primer responsable de que haya unos planes de formación permanente, en cuya elaboración él haya colaborado. Y es él también quien debe comprometerse, personalmente y en grupo, para que estos planes se lleven a la práctica y consigan el objetivo de revivir la "Vida Apostólica" en el Presbiterio. "En cierto modo, es precisamente cada sacerdote el primer responsable en la Iglesia de la formación permanente" (PDV 79).
El carisma episcopal es imprescindible en todo este campo, como formando parte de un misma "Vida Apostólica" en cuanto cabeza visible, padre, amigo y hermano. No se trata sólo de organizar unos cursos según diversos niveles, sino de redimensionar toda la vida y el ministerio en la familia sacerdotal del Presbiterio. "Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del Presbiterio" (PDV 79).
Esta responsabilidad episcopal forma parte de su carisma y ministerio específico (cfr. ChD 15-16, 28; PO 7). Juan Pablo II decía a los Obispos colombianos: "En este compromiso de santidad y en vuestra ejemplaridad personales, recomiendo especialmente, a imitación de Jesús Maestro y Amigo de los discípulos, que prestéis una atención especial a vuestros sacerdotes. Son los primeros colaboradores de vuestro ministerio episcopal y deben ser los primeros destinatarios de vuestro cuidado pastoral. Sed para ellos padres, hermanos, amigos, que se preocupen de su vida espiritual y también de sus necesidades materiales. Fomentad con vuestro ejemplo la fraternidad sacerdotal entre todos los que son ministros del único Sacerdote, Jesucristo. Sed ejemplo de comunión y de unidad con todos vuestros sacerdotes para edificación y estímulo del Pueblo de Dios" (Saludo a Obispos Colombianos, Bogotá, SPEC, 2.7.86).
Esta labor hay que realizarla en cada Iglesia particular, pero se necesita la armonía de compartir experiencias con otros Presbiterios, también por medio de la Comisión o Departamento Episcopal del Clero. A nivel universal, se necesita la "comunión" con la Santa Sede (Congregación del Clero). La referencia al carisma de "Pedro" (como dependencia y como armonía) es siempre necesaria e intrínseca en cualquiera de estos niveles.
Habrá que partir de realidades ya existentes en el Presbiterio, tanto de las programaciones como de las aplicaciones en marcha. Cada persona y cada institución o grupo aportará armónicamente lo suyo específico, respetando y apreciando la aportación de los demás. En América Latina habrá que tener en cuenta las directrices de Medellín, Puebla (que hemos citado más arriba) y Santo Domingo: "En la formación inicial de los futuros pastores y en la formación permanente de obispos, presbíteros y diáconos queremos impulsar, muy especialmente, el espíritu de unidad y comunión" (n.69). "Nosotros los obispos, nos proponemos organizar mejor una pastoral de acompañamiento de nuestros presbíteros y diáconos, para apoyar a quienes se encuentran en ambientes especialmente difíciles. Todos los ministros queremos conservar una presencia humilde y cercana en medio de nuestras comunidades para que todos puedan sentir la misericordia de Dios. Queremos ser testigos de solidaridad con nuestros hermanos" (n.75). Entre las líneas pastorales para conseguir una cultura cristiana, se señala: "Favorecer la formación permanente de los Obispos y presbíteros, de los diáconos, de los religiosos, religiosas y laicos, especialmente de los agentes de pastoral conforme a la enseñanza de la Iglesia" (n.240).
En su visita al Pontificio Colegio Mexicano de Roma (24.11.92), Juan Pablo II dedicó toda su alocución al tema de la formación permanente. Recogemos una síntesis literal al final del cuarto capítulo, a modo de conclusión de nuestro estudio. Recordemos, de momento, la invitación inicial: "Para alentaros en este proceso formativo, deseo recordar y destacar algunos aspectos de la formación permanente que he propuesto en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis". Ojalá que con vuestro esfuerzo y el de los sacerdotes en vuestras diócesis, se logren elaborar unos "programas de formación permanente, capaces de sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes" (PDV 3)".
6. Cuestionario para el trabajo personal o en grupo
- ¿Qué clase de proyecto de vida te parecería mejor? (modo de redactarlo, perspectivas, punto de partida y puntos de vista)
- ¿Qué orden interno pondrías en la redacción del texto? (por dimensiones: humana, espiritual, intelectual, pastoral; por niveles: personal, grupal...; por aspectos eclesiológicos: servidor de la Iglesia misterio, comunión, misión; por actitudes fundamentales: oración, seguimiento, misión; por distribución lógica y práctica: ideario, objetivos, medios).
- ¿Cómo comenzar a elaborar este proyecto y quiénes deben colaborar concretamente? (empezando por grupos, decanato o arciprestazgo, todo el Presbiterio, participación de otras personas, con otros Presbiterios...).
II. IDEARIO DE IDENTIDAD SACERDOTAL PARA UN PROYECTO DE VIDA EN EL PRESBITERIO DIOCESANO
Presentación
Se trata de presentar un "proyecto" o "propuesta", un "itinerario" y "programa" formativo, que abarque toda la vida desde el despertar de la vocación (PDV 2-3; cf. n.79). La figura sacerdotal delineada debe ser clara, sin dejar espacio para las dudas, aunque siempre habrá lugar para la aplicación de nuevas gracias en las nuevas situaciones. Se necesita "dirigir a las nuevas generaciones una nítida y valiente propuesta vocacional" (PDV 2) y trazar unos "programas capaces de sostener el ministerio y la vida sacerdotal" (n.3). Esta "propuesta" es el deseo y "la voz de las Iglesias particulares" corroborada por el Papa y dirigida a los sacerdotes como de corazón a corazón (PDV 4). El ser sacerdotal, su obrar y su vivencia, deben aparecer como participación en el ser, en el obrar y en la vivencia de Cristo Buen Pastor. De este modo se conseguirá "motivar y apoyar a todos los ministros ordenados para una formación permanente estructurada conforme a las orientaciones del magisterio pontificio" (Santo Domingo 73).
En su visita al Pontificio Colegio Mexicano de Roma (24.11.92), Juan Pablo II resumió así el ideario y las motivaciones de un programa de formación permanente: "El sacerdote ministro es signo y transparencia de la caridad de Cristo buen Pastor. Por el hecho de participar de su consagración, puede prolongar su misma misión y está llamado a presentar su mismo estilo de vida. Todas las dimensiones de la formación permanente tienden a este objetivo: "Así como toda la actividad del Señor ha sido fruto y signo de la caridad pastoral, de la misma manera debe ser también para la actividad ministerial del sacerdote" (PDV 72). Por esto, el "significado profundo" de la formación permanente "es el de ayudar al sacerdote a ser y a desempañar su función en el espíritu y según el estilo de Jesús buen Pastor" (PDV 73)".
1. Identidad sacerdotal
La "identidad" (la propia razón de ser) no se presenta como duda, sino como profundización en los aspectos evangélicos de: llamada, encuentro, seguimiento, fraternidad eclesial y misión. Para formar "signos personales del Buen Pastor", hay que partir de la configuración con el ser sacerdotal de Cristo, que capacita para prolongar su misma misión y que hace posible y urge a vivir su mismo estilo de vida.
La Iglesia necesita presentar "modelos creíbles" (PDV 8), "sacerdotes formados que sean ministros convencidos y fervorosos de la 'nueva evangelización', servidores fieles y generosos de Jesucristo y de los hombres" (PDV 10). Se siente la "absoluta necesidad de que la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros 'nuevos evangelizadores'" (PDV 2). "Hemos recibido 'la fuerza del Espíritu Santo' (cf. Hech 1,6) para ser testigos de Cristo e instrumentos de vida nueva" (Santo Domingo 67). "Juan Pablo II nos ha recordado que la Iglesia necesita presentar modelos creíbles de sacerdotes que sean ministros convencidos y fervorosos de la Nueva Evangelización" (ibídem, 72; cf. PDV n.8 y cap. 6).
El concilio Vaticano II había trazado la fisonomía sacerdotal de hoy, que encuentra en el rostro de Cristo el modelo acabado que hay que imitar y actualizar en cada época. "Presbyterorum Ordinis", respecto al sacerdote, y "Optatam totius", respecto a la formación inicial, habían dejado una pauta de trabajo. La fisonomía sacerdotal de hoy es una tarea inacabada, es decir, es una tarea de todos los días. El hecho de ser signo de Cristo Sacerdote y buen Pastor, y de participar en la "consagración y misión" del Señor, hace que el sacerdote pueda obrar "en nombre de Cristo Cabeza" (PO 2) y prologarle en su Palabra, sacrificio, acción salvífica y pastoral (PO 4-6). Ahora bien, esta realidad del ser y del obrar sacerdotal, comporta una exigencia de "espiritualidad" o de "santidad", al estilo de vida del buen Pastor (PO 7ss).
El sacerdote está llamado a ser "transparencia" de Cristo. "Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de el en medio del rebaño que les ha sido confiado" (PDV 15). El decreto conciliar sobre el sacerdote había señalado unas líneas de fuerza: comunión (PO 7-9), misión (PO 10-11), santificación al estilo del Buen Pastor (PO 12-17). Concretamente se pueden subrayar tres afirmaciones clave: ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12), "ascesis propia del pastor de almas" (caridad pastoral) (PO 13), "conseguirán la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Es siempre la caridad pastoral que se expresa concretamente en las virtudes del Buen Pastor (humildad, obediencia, castidad, pobreza) (PO 15-17), y que necesita la puesta en práctica de unos medios comunes y particulares (PO 18ss).
La situación actual de la sociedad (PDV cap. I) hace recordar que el sacerdote es un hombre "tomado de entre los hombres" (Heb. 5,1). En medio de nuevas dificultades y nuevas posibilidades, el Señor sigue llamando a personas que deben ser formadas para estas circunstancias. La naturaleza y misión del sacerdote, es decir su identidad (cap. II), se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo comunicadas al sacerdote ministro: "Me ha ungido y me ha enviado" (Lc 4,18). El sacerdote queda configurado con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para prolongarle en la Iglesia. La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote (cap. III) se explica como vida en el Espíritu: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18). Es el mismo estilo de vida del Buen Pastor y del "seguimiento evangélico" de los Doce.
La persona de Jesús es el punto de referencia para comprender el sentido de la vida y del ministerio sacerdotal. La consagración y misión de Jesús hacen ver su realidad de Sacerdote y Víctima, Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo. Todos estos títulos se van repitiendo en el documento postsinodal (y en PO), aunque son más numerosas las frases que hablan de "Cabeza y Pastor". En las explicaciones, prevalece el tono de "Pastor" (caridad pastoral), "Siervo" (autoridad de servicio), "Esposo" (donación de amor esponsal a la Iglesia). "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (PDV 12).
La "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (PDV 15), arranca del hecho de participar en su ser o consagración, para prolongar su misma misión (Lc 4,18-19; Is 61,1-2). En quien ha recibido la imposición de manos por el sacramento del Orden, hay una acción permanente del Espíritu Santo que modela el ser, el obrar y el estilo de vida: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (PDV 33).
La "representación sacramental" de Cristo como Cabeza y Pastor (PDV 15) se puede calificar también de "personificación", puesto que el sacerdote, por ser "instrumento vivo de Cristo Sacerdote", "personifica de modo específico al mismo Cristo" (PDV 20, citando a PO 12). La expresión "imagen viva" se va repitiendo, en referencia a Cristo Esposo (PDV 22), Cabeza y Pastor (PDV 42).
La representación de Cristo es precisamente en vistas al servicio eclesial. Es una inserción peculiar "en" la Iglesia y, al mismo tiempo, "al frente" de la Iglesia: "El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia" (PDV 16, citando la "proposición" 7).
Esta representación de "autoridad", como configuración con Cristo "Cabeza", tiene el sentido de servicio, a imitación de "Cristo Siervo": "Jesucristo es Cabeza de la Iglesia su Cuerpo. Es 'Cabeza' en el sentido nuevo y original de ser 'Siervo', según sus mismas palabras... (Mc 10,45)" (PDV 21). Es la línea de servicio acentuada por el Vaticano II: "Son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey" (PO 1; cfr. LG 24).
La configuración con Cristo, en cuanto al ser, al obrar y a la vivencia, es una acción permanente del Espíritu Santo, como consecuencia de la "consagración" obrada por medio del sacramento del Orden. En esta base teológica se apoya la exhortación postsinodal para pasar a la descripción de la figura del sacerdote que hay que delinear y construir para servir a la Iglesia y al mundo de hoy.
La figura del sacerdote queda descrita en una "eclesiología de comunión", que "resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo" (PDV 12). El sacerdote es el servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión. No se trata de la Iglesia en abstracto, sino en cuanto "signo" o "sacramento", es decir, "esencialmente relacionada con Jesucristo" (ibídem). La Iglesia, como "misterio", es un conjunto de signos de la presencia activa de Cristo resucitado. "Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana, y por tanto también la identidad específica del sacerdote y de su ministerio. En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo especial, para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo" (ibídem). Es, pues, un "misterio de comunión" que se expresa en la "misión" del anuncio, celebración y comunicación de la persona y del mensaje de Jesús a todos los hombres.
"El Buen Pastor conoce sus ovejas y es conocido por ellas (cf. Jn 10,14). servidores de la comunión, queremos velar por nuestras comunidades con entrega generosa, siendo modelos para el rebaño (cf. 1Pe 5,1-5). Queremos que nuestro servicio humilde haga sentir a todos que hacemos presente a Cristo Cabeza, Buen Pastor y Esposo de la Iglesia" (Santo Domingo 74; cf. PDV 10).
(Ver otros elementos y datos comparativos entre PO y PDV en el capítulo I, n.4)
2. A partir de la espiritualidad específica del sacerdote
El Concilio había trazado la fisonomía espiritual del sacerdote a partir de su participación en el ser de Cristo (PO 1-3 y de la prolongación de la misma misión del Señor (PO 4-6), en la comunión eclesial (PO 7-9). La "espiritualidad", como vida según el Espíritu, es una consecuencia. Es "sintonía" con el Buen Pastor, puesto que los sacerdotes son "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12). Es una santidad que se realiza "en el ejercicio del ministerio" y en "unidad de vida" con Cristo (PO 13-14). Es, pues, caridad pastoral, es decir, espiritualidad o "ascesis propia del pastor de almas" (PO 14). De ahí derivarán las virtudes concretas del Buen Pastor, que enraízan en la caridad pastoral: obediencia, castidad, pobreza. Estas virtudes son el "signo y estímulo de la caridad" (PO 15-17).
El estilo de vida o espiritualidad del sacerdote es transparencia de la misma vida de Cristo buen Pastor. "Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de el en medio del rebaño que les ha sido confiado" (PDV 15). "La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo" (PDV 18).
La "vida espiritual" o "espiritualidad" del sacerdote se presenta, en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis", a partir de la llamada universal a la santidad, que consiste en la caridad (cita y comenta LG 40). "Espiritualidad" es equivalente a "vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad" (PDV 19). Para el sacerdote ministro hay una nota específica de esta perfección: "la caridad pastoral".
La referencia a Cristo, "el rostro definitivo del presbítero" (PDV 5), acentúa la importancia de la actitud de sintonía con sus sentimientos o amores sacerdotales. El documento postsinodal cita frecuentemente el texto de la carta a los Filipenses: "Tener entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Fil 2,5). Estos amores quedan resumidos en la expresión "Corazón de Cristo", como resumen de sus amores: "Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (PDV 49; cf. n.82).
En cuanto a la vida espiritual, el documento de Santo Domingo precisa: "El sacerdocio procede de la profundidad del inefable misterio de Dios. Nuestra existencia sacerdotal nace del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y de la acción santificadora y unificante del Espíritu Santo; esta misma existencia se va realizando para el servicio de una comunidad a fin de que todos se hagan dóciles a la acción salvadora de Cristo (cf. Mt 20,28; PDV 12). El Sínodo episcopal de 1990 y la exhortación post-sinodal ... una insistencia honda sobre la caridad pastoral (cf. PDV cap.3)" (Santo Domingo 70).
La vida espiritual inserta al sacerdote en el misterio del hombre a la luz del misterio de Cristo para "buscar a Cristo en los hombres" (PDV 49). Realizar esta espiritualidad en la vida cotidiana presupone una formación inicial y permanente que no olvide ni infravalore los medios concretos: vida eucarística y litúrgico-sacramental (liturgia de las horas, reconciliación), lectura contemplativa de la Palabra, devoción mariana, dirección espiritual, vida comunitaria, etc. (PDV 45-50).
Las características específicas de esta santidad y espiritualidad se concretan en las siguientes: caridad pastoral como configuración con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo, santificación en los mismos actos del ministerio, seguimiento evangélico expresado en los llamados "consejos evangélicos" como imitación de la "vida apostólica", pertenencia a la Iglesia particular en unión con el propio Obispo y con los demás sacerdotes del Presbiterio (esta pertenencia, expresada en la "incardinación", es un hecho de gracia), disponibilidad para la misión en la Iglesia particular y universal.
Cada una de estas características representa todo un programa de vida espiritual. Todas ellas se complementan, derivan de la configuración y relación con Cristo, y se concretan en sintonía de sentimientos y de actitudes del mismo Cristo, como expresión de la caridad pastoral. "El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y su imagen" (PDV 23). La Eucaristía reencuentra su centralidad: "El lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual, es la Eucaristía" (PDV 26; cf. PO 5).
La santificación por los mismos actos del ministerio recibe en la exhortación una atención particular (PDV 24-26). De hecho se comenta el texto conciliar de "Presbyterorum Ordinis" nn.12-13 y hace la aplicación a cada uno de los ministerios: servicio de la Palabra, de los sacramentos y de animación (dirección) de la comunidad. "Existe, por tanto, una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero y el ejercicio de su ministerio... Por otra parte, la santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio... La relación entre la vida espiritual y el ejercicio del ministerio sacerdotal puede encontrar su explicación también a partir de la caridad pastoral" (PDV 24).
El seguimiento evangélico (del que hablaremos en el apartado siguiente) es una nota característica de la espiritualidad y de la formación sacerdotal. De hecho, el documento postsinodal presenta este tema íntimamente relacionado con los presbíteros, por el hecho de participar (con los Obispos) del mismo estilo de vida de los doce Apóstoles. Para todo sacerdote que esté llamado a presidir la comunidad eclesial, el seguimiento evangélico forma parte esencial de su espiritualidad. En esto no hay distinción entre diocesanos y religiosos, puesto que se trata de las mismas exigencias evangélicas y del mismo radicalismo. La caridad pastoral incluye el seguimiento radical de Cristo por parte de quien es su signo personal y sacramental.
La pertenencia a la Iglesia particular y al Presbiterio concretiza la existencia sacerdotal, dentro de la línea de sucesión apostólica. Hay Iglesia particular y Presbiterio donde hay un sucesor de los Apóstoles. El servicio a la Iglesia misterio, comunión y misión tendrá, pues, estas connotaciones que indican, al mismo tiempo, comunión con el sucesor de Pedro y apertura a la Iglesia universal. "Concretamente, el sacerdote está llamado a madurar la conciencia de ser miembro de la Iglesia particular en la que está incardinado, o sea, incorporado con un vínculo a la vez jurídico, espiritual y pastoral. Esta conciencia supone y desarrolla el amor especial a la propia Iglesia. Ese es, en realidad, el objetivo vivo y permanente de la caridad pastoral que debe acompañar la vida del sacerdote y que lo lleva a compartir la historia o experiencia de vida de esta Iglesia particular en sus valores y debilidades, en sus dificultades y esperanzas, y a trabajar en ella para su crecimiento. Sentirse, pues, enriquecidos por la Iglesia particular y comprometidos activamente en su edificación, prolongando cada sacerdote, y unido a los demás, aquella actividad pastoral que ha distinguido a los hermanos que les han precedido" (PDV 74). La caridad pastoral queda, pues matizada con estas circunstancias eclesiales de gracia: el aquí y el ahora de la Iglesia particular.
La disponibilidad para la Iglesia universal dimana, por una parte, de la misma naturaleza del sacerdocio ministerial. El documento postsinodal cita y comenta "Presbyterorum Ordinis" n.10 y "Optatam totius" n.20, puesto que "cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" (PO 10). Así, pues, "por la naturaleza misma de su ministerio, deben estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero" (PDV 18). Por otra parte, esta disponibilidad universal deriva también del hecho de pertenecer a la Iglesia particular y colaborar en la responsabilidad misionera del Obispo, siempre en la línea de universalismo: "La pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no pueden reducirse a estrechos límites... (cita PO 10)... sino a la misión universal..., pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" (PDV 32).
Para el sacerdote diocesano todo ello tendrá una aplicación especial: "En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular, lo cual no está motivado solamente por razones organizativas y disciplinares; al contrario, la relación con el Obispo en el único presbiterio, la coparticipación e su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración propia del sacerdote y de su vida espiritual. En este sentido, la 'incardinación' no se agota en su vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero" (PDV 31). Estos hechos de gracia matizan el modo de seguir a Cristo obediente, casto y pobre, analógicamente a como el carisma fundacional y los compromisos concretos matizan el seguimiento evangélico de los religiosos. La espiritualidad del sacerdote religioso, con sus características peculiares de un carisma fundacional, es un estímulo y una riqueza imprescindible para la Iglesia particular y para el Presbiterio.
Es importante notar que para todo sacerdote (diocesano y religioso), las exigencias de seguimiento evangélico (que son las mimas para ambos) se inspiran en el buen Pastor y en el seguimiento apostólico: "Mediante el sacerdocio del Obispo, el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20). En esto se funda el carácter misionero de todo sacerdote" (PDV 16).
3. Elementos fundamentales de la "Vida Apostólica" en el Presbiterio
El Concilio presentó la fisonomía del sacerdote presbítero en relación con su propio obispo, con su Presbiterio y con la Iglesia particular (como concretización de la Iglesia universal). Es en estas perspectivas que el sacerdote encontrará las aplicaciones concretas de su espiritualidad y pastoralidad específica (LG 28; ChD 28-29; PO 7-8). El seguimiento evangélico, al estilo de los Apóstoles como imitadores y consortes del Buen Pastor, queda descrito principalmente al detallar las virtudes que derivan de la caridad pastoral (PO 15-17). El presbítero debe poder encontrar los modos y los medios de esta espiritualidad en su propio Presbiterio (PO 8), sin excluir otros posibles matices de los presbíteros que siguen un carisma fundacional y unos modos concretos en instituciones de tipo religioso, "secular" y asociativo (PO 8).
La "Vida Apostólica" en el Presbiterio es la vida de los doce Apóstoles y de sus sucesores (obispos) e inmediatos colaboradores (presbíteros). Los diáconos participan del ministerio apostólico y, en este sentido, forman parte del Presbiterio; pero en cuanto a la "Vida Apostólica", no todos son llamados al "seguimiento evangélico" por la práctica de los "consejos".
El documento postsinodal da mucha importancia a la relación del sacerdocio ministerial (de los presbíteros) con la sucesión apostólica. Aunque la doctrina es tradicional (si bien poco conocida y profundizada), se puede decir que es la primera vez que un documento magisterial hace hincapié en la sucesión apostólica para hacer ver las consecuencias de tipo ministerial y las exigencias de vida evangélica. El tema es lógico: quienes están llamados a vivir la "Vida Apostólica" son principalmente los sucesores de los Apóstoles (los Obispos) y sus inmediatos colaboradores (los presbíteros). La exhortación usa frecuentemente la expresión "seguimiento evangélico" ("sequela Christi") y "radicalismo evangélico", como algo connatural al sacerdocio de los Doce y de sus sucesores. Las exigencias evangélicas son las mismas para el sacerdote diocesano y para el sacerdote religioso.
La sucesión apostólica o del ministerio apostólico une estrechamente Obispos y presbíteros (que forman parte del mismo Presbiterio, presidido por el Obispo). En el Mensaje de los Padres sinodales, citado por la exhortación, los Obispos dicen: "Vosotros sois nuestros primeros cooperadores en el servicio apostólico" (PDV 4, de la exhortación postsinodal). En realidad, "el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los Apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20)... Por tanto, el ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbíteros, una referencia particular al ministerio originario de los apóstoles, al cual 'sucede' realmente, aunque respecto el mismo tenga unas modalidades diversas" (PDV 16).
Uno de los párrafos más explícitos sobre la sucesión apostólica es el n. 42 del capítulo V ("Instituyó doce para que estuvieran con él"... "vivir como los Apóstoles, en el seguimiento evangélico"). Antes de pasar a los cuatro niveles de formación (humana, espiritual, intelectual y pastoral), el documento quiere dejar claro que se trata de una formación para la vida apostólica de los Doce: "dejarse configurar con Cristo Buen Pastor" y, por tanto, aprender en la "escuela del Evangelio", a "vivir en el seguimiento de Cristo como los Apóstoles" (PDV 42). El tema se repite al hablar del Seminario como "continuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús... comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce". De este modo el Seminario será "fiel a los valores evangélicos en los que se inspira y capaz de responder a las situaciones y necesidades de los tiempos" (PDV 60).
Hay que recordar que la "Vida Apostólica" de los Doce se delinea por la vida comunitaria, el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera. Los tres puntos son muy explícitos en el documento y se repiten insistentemente. Si no hubiera la conciencia y el compromiso generoso de seguimiento evangélico (con la práctica concreta, aunque no necesariamente profesión de los llamados "consejos evangélicos"), la vida fraterna y la disponibilidad misionera no se harían efectivas ni duraderas. La actuación del carisma episcopal es indispensable no sólo para cuestiones jurídicas, sino principalmente para hacer posible la "Vida Apostólica" en el Presbiterio (PDV 74; cfr. CD 15-16; PO 7-8).
El llamado "radicalismo evangélico" (PDV 27) no es más que la misma caridad pastoral con todas sus exigencias, tomando como modelo a Cristo Buen Pastor y expresándola con el seguimiento de Cristo al estilo de los Apóstoles. No se trata primariamente de la vida religiosa en general, sino del mismo seguimiento evangélico (que puede adoptar una forma "religiosa" con compromisos especiales o una forma de vida "incardinada" en la Iglesia particular y en el Presbiterio diocesano). Este seguimiento evangélico con la exigencia de la práctica de los "consejos evangélicos" forma parte de la identidad de los presbíteros como inmediatos colaboradores de los Obispos: "Expresión privilegiada del radicalismo son los varios consejos evangélicos que Jesús propone en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7), y entre ellos los consejos, íntimamente relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza; el sacerdote está llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la expresan" (PDV 27).
Al hablar de cada uno de los "consejos evangélicos" (PDV 28-30), el documento sinodal expone detalladamente la obediencia, castidad y pobreza, a la luz de la caridad pastoral. Se trata de imitar "los mismos sentimientos de Jesús, despojándose de su propio 'yo', para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vida maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2,5)" (PDV 30).
Hay una afirmación de "Pastores dabo vobis" que se repite de diversas maneras y que es un compendio sapiencial de esta doctrina sobre la caridad pastoral como "officium amoris" (S. Agustín): "testigo del amor de Cristo como Esposo" (PDV n.22). A partir de esta perspectiva de correr la misma suerte de Cristo, en el seguimiento esponsal de radicalismo evangélico (sequela Christi) como los Apóstoles, se puede comprender mejor todo el rico contenido de los llamados "consejos evangélicos" (nn.27-30). Se sigue esponsalmente a Cristo, buen Pastor, en su "caridad pastoral" expresada por la obediencia, castidad (virginidad) y pobreza.
A la luz de la caridad pastoral, las virtudes evangélicas aparecen como eminentemente sacerdotales. La obediencia (PDV 28) debe ser "apostólica", centro de la comunión de Iglesia (Papa, Colegialidad Episcopal, Obispo propio), "comunitaria" (inserción y corresponsabilidad en el Presbiterio), con "carácter de pastoralidad" (disponibilidad misionera).
La "virginidad" (PDV 29), a la luz de la caridad pastoral, tiene sentido "esponsal", como "donación personal a Jesucristo y a su Iglesia". Entonces aparece el celibato con su "valor profético para el mundo actual", como "estímulo de la caridad pastoral" (citando PO 16) y como signo del amor esponsal de Cristo a su Iglesia: "La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo Cabeza y Esposo la ha amado. Por esto el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor" (PDV 29). Se trata de "ofrecer la totalidad de su amor a Jesucristo" (PDV 44).
Es la misma caridad pastoral la que da sentido a la pobreza evangélica haciéndola eminentemente sacerdotal. Se hacen resaltar sus "connotaciones pastorales", que se concretan en la imitación de Cristo pobre y crucificado, en la disponibilidad misionera, en la vida fraterna del Presbiterio, en la cercanía y "opción preferencial por los pobres". Entonces "la pobreza sacerdotal" aparece en todo su "significado profético" (PDV 30).
No se pueden separar las tres virtudes sacerdotales evangélicas, pues forman una unidad, como "transparencia" de la caridad del Buen Pastor. La actitud relacional y amistosa con Cristo hace ver en esas virtudes el modo más concreto de compartir su misma vida, para ser "signo" personal y "transparencia" suya (PDV 12, 15-16, 22, 42-43, 49). La caridad del Buen Pastor fue así y sigue siendo así (PDV 30). No se trata principalmente de "exigencias" a modo de obligaciones, sino de la consecuencia de un enamoramiento y amistad, como "signo del amor de Dios a este mundo" (PDV 29). Así aparece el "valor gozoso del seguimiento de Jesús" (PDV 10) como "testimonio máximo de amor" (PO 11). La caridad pastoral hace posible "transparentar y testimoniar de manera original el radicalismo evangélica" (PDV 20).
La práctica concreta del seguimiento evangélico se realiza siempre en la comunión del Presbiterio como "familia" (PDV 74), con matices de vida comunitaria que puede revestir formas diferentes. "Cada sacerdote, tanto diocesano como religioso, está unido a los demás miembros de este presbiterio, gracias al sacramento del Orden, con vínculos particulares de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad" (PDV 17). "Son muchas las ayudas y los medios... entre éstos hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (PDV 81).
Para que "la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores" (n.2), urge construir la fisonomía sacerdotal como imagen de Cristo Buen Pastor. "Hoy, en particular, la tarea pastoral prioritaria de la nueva evangelización, que atañe a todo el Pueblo de Dios y pide un nuevo ardor, nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio del Evangelio, exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo y capaces de realizar un nuevo estilo de vida pastoral, marcado por la profunda comunión con el Papa, con los Obispos y entre sí, y por una colaboración fecunda con los fieles laicos" (n.18).
La dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal es imprescindible para conseguir la "unidad" afectiva y efectiva de la comunidad eclesial de la Iglesia particular y de su Presbiterio cfr. Act 1,14). "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad... Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82).
Cuestionario para el trabajo personal y en grupo
¿Cómo quisieras que se elaborara el ideario del proyecto de vida en el Presbiterio? (presentación, orden de ideas, redacción,...)
¿Qué contenidos te parecen esenciales? (a partir de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, prolongado en el Pueblo sacerdotal, con el ministerio y vivencia de los sacerdotes ministros, en la fraternidad del Presbiterio de la Iglesia particular, para la Iglesia universal...)
¿Qué dinamismo y acentuaciones debería tener este ideario? (motivaciones, urgencias, preferencias...)
III. OBJETIVOS Y METAS, ETAPAS Y NIVELES
Presentación
A partir del ideario sacerdotal, hay que pasar a la puesta en práctica del mismo, indicando unos objetivos y metas a que se tiende, y señalando etapas graduales para llegar ahí. Será también necesario señalar unos medios concretos (ver cap. IV).
Se trata de "programar y llevar a cabo un plan de formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y a la gravedad y exigencias de nuestro tiempo" (PDV 78). Se invita a "hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79). El documento de Santo Domingo precisa: "Elaborar proyectos y programas de formación permanente para obispos, sacerdotes y diáconos, las comisiones nacionales del clero y los consejos presbiterales" (n. 73)..
Se trata de recorrer un itinerario común, en el que los hermanos se ayudan para llegar a los mismos objetivos. "En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida de trabajo y de caridad" (LG 28).
1. Objetivos y metas según las diversas dimensiones
En itinerario formativo permanente tiene cuatro dimensiones: humano, espiritual, intelectual y pastoral. La configuración con Cristo Sacerdote y Buen Pastor se va haciendo cada vez más intensa y auténtica en el ser, obrar y vivencia.
Si se habla de formación humana (PDV 72, 43-44), es para desarrollar la personalidad (con sus criterios, valores y actitudes) como "imagen viva" de Cristo. "En el trato con los demás hombres y en la vida de cada día, el sacerdote debe acrecentar y profundizar aquella sensibilidad humana que le permite comprender las necesidades y acoger los ruegos, intuir las preguntas no expresadas, compartir las esperanzas... Sobre todo conociendo y compartiendo, es decir, haciendo propia, la experiencia humana del dolor... el sacerdote enriquece su propia humanidad y la hace más auténtica y transparente, en un creciente y apasionado amor al hombre" (PDV 72)
La personalidad humana y cristiana se desarrolla armónicamente por la capacidad de pensar (criterios), valorar (escala de valores), amar (actitudes de donación), obrar, conocerse, compartir, convivir, colaborar, a la luz de las bienaventuranzas y del mandato del amor. "Mucho ayudan para conseguir esto las virtudes que con razón se aprecian en el trato social, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, la asidua preocupación de la justicia, la urbanidad y otras cualidades que recomienda el Apóstol Pablo cuando escribe 'Pensad en cuánto hay de verdadero, de puro, de justo, de santo, de amable, de laudable, de virtuoso, de digno de alabanza' (Fil., 4,8)" (PO 3).
La formación espiritual (PDV 72, 45-50) es ciertamente el "centro vital que unifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio" (PDV 45), pero precisamente por ello reclama los otros niveles de formación. Esta formación apunta a una relación profunda con Cristo (aspecto contemplativo), que se hace seguimiento (opción fundamental) y misión. "La formación del presbítero en su dimensión espiritual es una exigencia de la vida nueva y evangélica a la que ha sido llamado de manera específica por el Espíritu Santo infundido en el sacramento del Orden. El Espíritu, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y de amor cada vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote -relación ontológica y psicológica, sacramental y moral- está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella 'vida según el Espíritu' y para aquel 'radicalismo evangélico' al que está llamado todo sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espiritual... 'Si así lo hacemos, tendremos la fuerza para engendrar a Cristo en nosotros y en los demás'... también se necesita, y de modo especial, reanimar la búsqueda continuada de un verdadero encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu" (PDV 72)
La formación intelectual (PDV 72, 51-56) es "base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia" (PDV 52) y "opera una relación personal del creyente con Jesucristo" (PDV 53). Hay que aprender a estudiar, renovándose continuamente, para responder a los nuevos problemas que surgen en la Iglesia y en la sociedad. "El sacerdote... está llamado a revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo, y, por ello, el verdadero rostro del hombre. Pero esto exige que el mismo sacerdote busque este rostro y lo complete con veneración y amor (cf. Sal 26,8; 41,2)" (PDV 72)
La formación pastoral (PDV 72, 57-59) tiene también una prioridad, puesto que se trata de formar pastores, en sintonía con los "sentimientos de Cristo Buen Pastor" (PDV 57; cf. Fil 2,5), a la luz de la palabra contemplada y estudiada, a la luz de la celebración de los misterios y para construir la comunidad en la caridad (PDV 57; cf. OT 4). La formación pastoral debe abarcar todos los niveles: profético, litúrgico, hodegético (di animación y dirección). "El aspecto pastoral de la formación permanente... Para vivir según la gracia recibida, es necesario que el sacerdote esté cada vez más abierto a acoger la caridad pastoral de Jesucristo, que le confirió su Espíritu Santo con el sacramento recibido. Así como toda la actividad del Señor ha sido fruto y signo de la caridad pastoral, de la misma manera debe ser también para la actividad ministerial del sacerdote. La caridad pastoral es un don y un deber, una gracia y una responsabilidad, a la que es preciso ser fieles, es decir, hay que asumirla y vivir su dinamismo hasta las exigencias más radicales" (PDV 72).
Estos cuatro aspectos se relacionan estrechamente haciendo que la persona del sacerdote se sienta, a la luz de la fe, plenamente realizado. "El camino hacia la madurez no requiere sólo que el sacerdote continúe profundizando los diversos aspectos de su formación, sino que exige también, y sobre todo, que sepa integrar cada vez más armónicamente estos mismos aspectos entre sí, alcanzando progresivamente la unidad interior, que la caridad pastoral garantiza" (PDV 72)
De este modo, el sacerdote se forma continuamente para ser "testigo de la caridad de Cristo" (PDV 58) y para servir a "la Iglesia misterio, comunión y misión" (PDV 59). "Sólo la formación permanente ayuda al 'sacerdote' a custodiar con amor vigilante el 'misterio' del que es portador para el bien de la Iglesia y de la humanidad" (PDV 72)
2. Niveles y etapas
A nivel personal según diversos aspectos: contemplativo (oración, celebración litúrgica, estudio), seguimiento (entrega, renuncias, virtudes evangélicas), misión (disponibilidad, preparación, dedicación...)
A nivel de grupo: arciprestazgo (decanato, zona, vicaría), amigos, dirección espiritual, asociación, institución...
En diversos lugares del documento postsinodal se invita a esta vida fraterna y comunitaria: PDV 17, 29, 44, 50, 60, 73-74, 76-77, 81. Tanto para el seguimiento evangélico como para la vida comunitaria, los sacerdotes que forman parte del mismo Presbiterio pueden encontrar diversas posibilidades: iniciativa privada (grupos, equipos, "cenáculos"), equipo de trabajo pastoral y vida espiritual (v.g. arciprestazgos o decanatos), asociaciones sacerdotales, asociaciones de vida apostólica, Institutos seculares, Instituciones religiosas, etc. (PDV 81, 31, 74). Que un sacerdote sienta la llamada a vivir una de estas formas (aunque sea sin incardinación a la diócesis), es una cosa normal (como en cualquier otra institución); pero sería un contrasentido que, por no encontrar el propio Presbiterio organizado, tuviera que entrar en una organización para la cual no tiene vocación. En cuanto a las "asociaciones" sacerdotales, hay que recordar que la "Unión Apostólica" es un servicio de intercambio de experiencias de "vida apostólica" en el Presbiterio, a partir de la iniciativa de los mismos grupos o equipos de nivel territorial (pastoral) o de amistad (revisión de vida, etc.), y siempre en dependencia espiritual y pastoral respecto al carisma episcopal.
A nivel de Presbiterio: La vida comunitaria, según diversas posibilidades, es esencial para la vida sacerdotal ("vida apostólica") en el Presbiterio. Este debe ser siempre "una verdadera familia", que "se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo espirituales, sino también materiales". Y aunque esta fraternidad "no excluye a nadie", no obstante "puede y debe tener sus preferencias" o modalidades (PDV 74). Siempre es posible "la vida común o fraterna entre los sacerdotes" (ibídem) o, como dice el concilio, "alguna manera de vida común" o de tipo asociativo (PO 8). "Hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (PDV 81; cfr. ChD 28; LG 28; PO 7-8).
"Presbyterorum Ordinis" ha trazado unas líneas prácticas, que se convierten en una tarea para construir el Presbiterio como familia sacerdotal:
"Los presbíteros, constituidos por la Ordenación en el Orden del Presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad sacramental y forman un presbiterio especial en la diócesis a cuyo servicio se consagran bajo el Obispo propio. Porque aunque se entreguen a diversas funciones, desempeñan con todo un solo ministerio sacerdotal para los hombres.
Para cooperar en esta obra son enviados todos los presbíteros, ya ejerzan el ministerio parroquial o interparroquial, ya se dediquen a la investigación o a la enseñanza, ya realicen trabajos manuales, participando, con la conveniente aprobación del ordinario, de la condición de los mismos obreros donde esto parezca útil; ya desarrollen, finalmente, otras obras apostólicas u ordenadas al apostolado.Todos tienen, ciertamente, a un mismo fin: a la edificación del Cuerpo de Cristo, que, sobre todo en nuestros días, exigen múltiples trabajos y nuevas adaptaciones.
Es de suma trascendencia, por tanto, que todos los presbíteros, diocesano o religiosos, se ayuden mutuamente para ser siempre cooperadores de la verdad. Cada uno está unido con los demás miembros de este presbiterio por vínculos especiales de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad; esto lo expresa ya la Liturgia desde los tiempos antiguos, al ser invitados los presbíteros asistentes a imponer sus manos sobre el nuevo elegido, juntamente con el Obispo ordenante, y cuando concelebran la Sagrada Eucaristía con corazón unánime. Cada uno de los presbíteros se une, pues, con sus hermanos por el vínculo de la caridad, de la oración y de la total cooperación, y de esta forma se manifiesta la unidad con que Cristo quiso que fueran consumados para que conozca el mundo que el Hijo fue enviado por el Padre" (PO 8).
Esto se aplicará de modo especial a los hermanos que se encuentren en dificultad (soledad, enfermedad, ancianidad, marginación, etc.). Las "asociaciones" (institucionales o espontáneas) serán de gran ayuda (cfr. PO 8).
El tema de la "soledad" (PDV 74) encuentra solución adecuada (además de en la propia vida de relación personal con Cristo) en la fraternidad del Presbiterio, e insta a "meditar sobre una doctrina que el concilio Vaticano II había puesto nuevamente de manifiesta: la doctrina de la realidad del Presbyterium (cf. LG 28; PO 7-8). Se invita a los Obispos y a los sacerdotes a que vivan esta realidad que es fuente de una rica espiritualidad y de una fecunda acción apostólica" (Juan Pablo II, Discurso en la clausura del Sínodo Episcopal, 27 octubre 1990).
3. Cuestionario
¿Qué itinerario práctico se podría seguir en cada dimensión y nivel?
IV. MEDIOS DE VIDA SACERDOTAL Y COMPROMISOS COMO PARTE DEL PROYECTO
Presentación
Después de resumir los fundamentos y necesidad de la formación permanente, el documento de Santo Domingo indica la importancia de señalar algunos medios: "Por estas razones nos proponemos: Buscar en nuestra oración litúrgica y privada y en nuestro ministerio una permanente y profunda renovación espiritual para que en los labios, en el corazón y en la vida de cada uno de nosotros, esté siempre presente Jesucristo; crecer en el testimonio de santidad de vida a la que estamos llamados con la ayuda de los medios que ya tenemos en nuestras manos: 'los encuentros de espiritualidad sacerdotal, como los ejercicios espirituales, los días de retiro o de espiritualidad' (PDV n. 80) y otros recursos que señala el Documento Pontificio Postsinodal" (Santo Domingo 71).
La exhortación postsinodal indica que todo momento de la vida es un "tiempo favorable" (cf. 2Cor 6,2), porque hay que realizar continuamente un "crecimiento": en la vida espiritual, vida intelectual, vida pastoral, etc.. La formación permanente no puede olvidar que existen "momentos privilegiados" para conseguir estos mismos objetivos, que puede ser "más comunes y establecidos previamente" (PDV 80).
1. Líneas generales
De potenciación humana: conocerse, convivir, cooperar, madurez afectiva, descanso, ayuda económica (solidaridad, compartir)
De relación personal con Cristo: oración-contemplación de la Palabra, celebración litúrgica, vivencia gozosa y de "unidad de vida" en la acción (PO 13-14)
De seguimiento evangélico: virtudes evangélicas ("consejos") a partir de la caridad pastoral
De vida fraterna y comunitaria ("forma comunitaria" PDV 17): en grupo geográfico, grupo funcional, grupo de amistad, de asociación etc., en el arciprestazgo (vicaría, decanato), con el Presbiterio en general, con la comunidad eclesial, dinámica interna (encontrarse, compartir, ayudarse)
De potenciación intelectual: para responder a las cuestiones actuales (culturales, sociológicas...) y especialmente a las nuevas gracias que el Espíritu Santo comunica a la Iglesia. Profundizar los documentos magisteriales.
De acción y disponibilidad misionera local y universal: en cada ministerio (profético, litúrgico, de dirección y servicio), en la pastoral de conjunto, en la misión "ad gentes" y ayuda entre Iglesias hermanas.
2. Medios concretos
Entre estos medios o "momentos privilegiados", "hay que recordad, ante todo, los encuentros del Obispo con su Presbiterio", que pueden ser litúrgicos, pastorales, culturales, etc. Existen también "encuentros de espiritualidad sacerdotal": encuentros de espiritualidad, retiros, Ejercicios... Y hay también "encuentros de estudio y de reflexión común", para conseguir una síntesis entre espiritualidad, cultura y acción pastoral, y poder responder "a los nuevos retos de la historia y a las nuevas llamadas que el Espíritu dirige a la Iglesia" (PDV 80).
Realizar esta espiritualidad en la vida cotidiana presupone una formación inicial y permanente que no olvide ni infravalore los medios concretos: vida eucarística y litúrgico-sacramental (liturgia de las horas, reconciliación), lectura contemplativa de la Palabra, devoción mariana, dirección espiritual, vida comunitaria, etc. (nn.45-50).
Cada medio concreto debe ser motivado, para evitar rutinas y formulismos.
A) Personales:Meditación de la Palabra y estudio
vida eucarística, litúrgica y sacramental
consejo o dirección espiritual
B) Comunitarios:
encontrarse: geografía, función, amistad, carisma...
compartir: revisión de vida, compartir el Evangelio
ayudarse:perseverancia y generosidad en la vocación, pastoral, estudio, problemas personales.
"Son muchas las ayudas y los medios... Entre éstos hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (PDV 81).
Sobre la vida comunitaria ver capítulo III y líneas generales de este capítulo IV, n.1.
C) Medios comunes y peculiares de santificación y de ministerio:
"Presbyterorum Ordinis" señala estos medio sin olvidar los ministerios (PO 18).
"Pastores dabo vobis" indica:
Relación personal con Cristo (passim),
oración-contemplación (26, 37-38, 47, 51, 53, 72),
Eucaristía (23, 26, 38, 46, 48),
reconciliación (26, 48),
liturgia de las horas (26, 72),
devoción a María (36, 38, 45, 82),
Dirección Espiritual (40, 50, 81),
estudio (51),
asociaciones (PDV 31, 81; cfr. PO 8),
formación espiritual: 45-50. Cfr. can. 246, 255, 276, 280, 533, 545, 548, 550,
retiros, Ejercicios: PDV 80.
D) Medios específicos para ejercer adecuadamente cada uno de los ministerios:
En el campo profético (Palabra), litúrgico (sacramentos, etc.), animación de la comunidad (organizaciones, servicios, etc.).
E) Centralidad de la Eucaristía para la vida espiritual y pastoral:
La vida sacerdotal se hace oblación "sacrificial" por la "caridad pastoral", que es "principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples actividades del sacerdote" (n.23). En esta línea sacrificial de una vida de donación, la Eucaristía reencuentra su centralidad: "El lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual, es la Eucaristía" (n.26; cf. nn. 23, 38, 46, 48; PO 5).
3. Compromiso personal y en grupo
Un proyecto sencillo personal (y en el grupo reducido):
- Dedicar diariamente un tiempo determinado a la meditación de la Palabra,
- Reservar diariamente un momento de visita a Jesús en la Eucaristía,
- Tener periódicamente un encuentro fraterno con otros sacerdotes para ayudarse mutuamente (reunirse para orar, compartir, ayudarse),
- Poner en práctica y animar las orientaciones del Obispo respecto al Presbiterio (proyecto de vida o directorio, formación permanente, pastoral sacerdotal...),
- Recitar diariamente una oración mariana para la fidelidad a estos compromisos.
En el grupo apostólico (vicaría, decanato, arciprestazgo), en la "asociación", etc. (según programas particulares, reglamentos, estatutos, etc.).
4. Cuestionario para el trabajo personal o en grupo
¿Cómo concretar y aplicar estos medios a nivel personal, grupal y de Presbiterio?
¿Qué motivaciones indicarías para que estos medios fueran verdaderos estímulos y ayudas?
A MODO DE SINTESIS CONCLUSIVA:
Juan Pablo II, en su visita al Pontificio Colegio Mexicano de Roma (24.11.92), en la celebración del 25º aniversario del Colerio y con ocasión de la beatificaicón de los mártires, dedicó toda su alocución al tema de la formación permanente. Recogemos una síntesis literal:
... "Quiero poner de relieve que este Colegio tiene actualmente la delicada misión de favorecer, juntamente con las Universidades eclesiásticas de Roma, la formación permanente de los presbíteros que son enviados por sus respectivos Obispos, para obtener alguna especialización en las ciencias sagradas y humanas, con el objeto de ofrecer un mejor servicio pastoral en los Seminarios e Instituciones de las iglesias diocesanas en México.
"Para alentaros en este proceso formativo, deseo recordar y destacar algunos aspectos de la formación permanente que he propuesto en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis". Ojalá que con vuestro esfuerzo y el de los sacerdotes en vuestras diócesis, se logren elaborar unos "programas de formación permanente, capaces de sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes" (PDV 3).
"En primer lugar recordemos que "la formación permanente encuentra su fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del Orden" (PDV 70), que tiene diversos aspectos y un significado profundo. Efectivamente, ella "es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es más, a su propio ser... es una exigencia intrínseca del don del ministerio sacramental recibido" (ibídem).
"En la liturgia de la Palabra, que estamos celebrando, hemos escuchado el discurso de Pedro en la casa de Cornelio, en el que resume toda la vida de Jesús con estas pocas palabras: "pasó haciendo el bien" (Act 38). Es él, "Jesús de Nazaret", el "ungido con el Espíritu Santo y con poder", el que murió y resucitó, del que San Pedro dice, en nombre de los demás apóstoles, "nosotros somos testigos" (Act 10,39).
"Pues bien, el sacerdote ministro es signo y transparencia de la caridad de Cristo buen Pastor. Por el hecho de participar de su consagración, puede prolongar su misma misión y está llamado a presentar su mismo estilo de vida. Todas las dimensiones de la formación permanente tienden a este objetivo: "Así como toda la actividad del Señor ha sido fruto y signo de la caridad pastoral, de la misma manera debe ser también para la actividad ministerial del sacerdote" (PDV 72). Por esto, el "significado profundo" de la formación permanente "es el de ayudar al sacerdote a ser y a desempañar su función en el espíritu y según el estilo de Jesús buen Pastor" (PDV 73).
"La diversas dimensiones de la formación permanente se armonizan entre sí, porque todas ellas tienden a crear pastores dispuestos a dar la vida como el Señor. Así, pues, "alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral" (PDV 70). Para ser "signo" del buen Pastor, que "pasó haciendo el bien", el sacerdote debe ahondar en su formación humana, hasta tener un "apasionado amor al hombre", compartiendo con él alegrías y trabajos. Esta solidaridad con el hombre, al estilo de Jesús, no será posible sin la formación espiritual, que se traduce en relación personal con el Señor y seguimiento evangélico, hasta llegar a "una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo". La formación intelectual, continuamente actualizada, gira en torno al Misterio de Cristo, anunciado, celebrado, comunicado, vivido: "el sacerdote, participando de la misión profética de Jesús e inserto en el misterio de la Iglesia Maestra de verdad, está llamado a revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo".
"La oración sacerdotal de Jesús durante la última cena, cuyas primeras palabras hemos escuchado en este celebración, nos ofrece un aspecto esencial de la vida del sacerdote: su unión con Jesucristo. El Señor repite constantemente: "los que tú me has dado... los que me has dado sacándolos del mundo... tú me los has dado..." (Jn 17,1-10). ¿Cómo no encontrar en estas palabras la fuente y centro de nuestra vocación en todas las etapas y dimensiones de formación inicial y permanente? Nuestro ser, nuestro obrar y nuestro estilo de vida deben ser, ante los hombres, "como prolongación visible y signo sacramental de Cristo" (PDV 16).
"Las singladuras de la vida sacerdotal están claramente trazadas en la doctrina, tradición y vida de la Iglesia. De ello estamos todos convencidos. Queda en pie la cuestión que se plantean muchos sacerdotes: ¿cómo encontrar en el propio Presbiterio, con el propio Obispo, los medios necesarios para cumplir con todas estas exigencias evangélicas? He aquí el por qué de un "programa" de vida que hay que elaborar para llevar a efecto una formación permanente eficaz y qu eresponda a las necesidades propias y de las comunidades que se os confían. Se trata, en efecto, de "hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).
"La formación permanente ayuda a los sacerdotes a construir esta "familia" sacerdotal y "fraternidad sacramental" querida por el concilio (CD 28; PO 8), en la que todos colaboren responsablemente a hacer realidad la "íntima fraternidad" que deriva "de la común ordenación sagrada y de la común misión" (LG 28). Porque "dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y con el propio Presbiterio unido al Obispo... La fisonomía del Presbiterio es, por tanto, la de una verdadera familia" (PDV 74).
"Los deseos ardientes de Jesús, manifestados durante la última cena, nos urgen a asumir, cada uno con su propia responsabilidad, esa tarea de la que depende en gran parte el futuro de la Iglesia. La gracia del Espíritu Santo, recibida en el sacramento del Orden, nos urgen a sentirnos hermanos de los demás sacerdotes, asumiendo la tarea de hacer del propio Presbiterio, siempre en comunión con el propio Obispo, una verdadera familia sacerdotal en la que todos se acogidos y unidos para compartir y ayudarse en los diversos campos de la vida y del ministerio.
"Si dejamos penetrar en nuestro corazón el inmenso amor de Cristo a sus sacerdotes, como se manifiestan en la oración sacerdotal de la última cena, nos sentiremos llamados a servir con nuestros hermanos del Presbiterio, a la Iglesia que es misterio, comunión y misión (cf.PDV 73).
"La comunidad eclesial necesita ver en nosotros el signo personal del Buen Pastor, que "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). Invito, pues, a todos a seguir las huellas de tantos sacerdotes ejemplares que México ha tenido ha tenido a lo largo de su historia, incluida la más reciente. De ésta son una muestra elocuente los veintidós sacerdotes mártires que he beatificado en la fiesta de Cristo Rey. La Iglesia y la sociedad de hoy necesitan testigos creíbles que realicen, como estos sacerdotes, una labor apostólica profética y martirial, "prolongando cada sacerdote, y unido a los demás, aquella actividad pastoral que ha distinguido a los hermanos que les han precedido" (PDV 74). Con ellos podremos decir también nosotros: "Jesús de Nazaret... pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos... y nosotros somos testigos de todo lo que hizo" (Act 10,38-39).
"Para instaros más a este compromiso de abnegada vida sacerdotal, os encomiendo a la Santísima Virgen, la cual "con su ejemplo y mediante su intercesión, sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal" (PDV 82) en la Iglesia.
"Deseo terminar con las palabras que pronuncié en Durango, durante mi inolvidable visita pastoral, y donde tuve la alegría de ordenar a un centenar de scerdotes de todo el país: "¡México necesita sacerdotes santos! ¡México necesita hombres de Dios que sepan servir a sus hermanos en las cosas de Dios! ¿Seréis vosotros esos hombres? El Papa, que os ama entrañablemente, así lo espera. ¡Sed los santos sacerdotes que necesitan los mexicanos y que anhela la Iglesia! ¡Que Nuestra Señora de Guadalupe os acompañe siempre por los caminos de la nueva evangelización de América! Así sea". (Homilía 24.11.92: Osserv. Rom. 26.11.92, p.6)
El servicio de la "Unión Apostólica", que nació para fomentar la "vida apostólica" en la fraternidad el Presbiterio, tiene hoy una oportunidad irrepetible para hacer realidad este "proyecto de vida" y animarlo desde dentro, a partir del compromisio personal y de grupo.
JUAN PABLO II
PASTORES DABO VOBIS*
Exhortación Apostólica Post-Sinodal sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual
(25 - III- 1992)
A veinticinco años del concilio Vaticano II, tuvo lugar la celebración del Sínodo de los Obispos (1990) para tratar del tema sacerdotal, y de modo particular de la formación inicial y permanente de los sacerdotes. Acerca de la identidad sacerdotal había ya tratado el Sínodo de 1971, con un documento sinodal de orientaciones adecuadas al momento crítico de los años setenta. Ambos Sínodos se fundamentaron en la doctrina conciliar del Vaticano II, contenida especialmente en "Presbyterorum Ordinis" y en "Optatam totius", para poder responder a situaciones muy distintas.
La exhortación post-sidonal recoge toda la documentación del Sínodo (especialmente sus proposiciones finales) y ofrece amplias orientaciones sobre el tema. Se quiere "poner en práctica la doctrina conciliar y hacerla más actual e incisiva en las circunstancias actuales" (n.2). No se trata de responder a dudas sobre el sacerdocio, sino de proponer líneas de renovación evangélica en todo el proceso de formación.
Los diversos capítulos tienen un título bíblico muy significativo, como indicando el "evangelio de la vocación" (n.34). La situación actual de la sociedad (cap.1) hace recordar que el sacerdote es un hombre "tomado de entre los hombres" (Heb. 5,1), puesto que Dios sigue llamando a personas que deben ser formadas para las circunstancias de la época. La naturaleza y misión del sacerdote, su identidad (cap.2), se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo, comunicadas al sacerdote ministro para prolongarle en la Iglesia: "Me ha ungido y me ha enviado" (Lc 4,18). La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote (cap.3) es vida según el Espíritu: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18), que invita a imitar el mismo estilo de vida del Buen Pastor y el "seguimiento evangélico" de los Doce. La pastoral vocacional (cap.4) está centrada en la invitación de Jesús: "Venid y lo veréis" (Jn 1,39); se señalan objetivos, contenidos, medios y responsables para esta pastoral que "es esencial y connatural en la pastoral de la Iglesia" (n. 34). La formación inicial de los candidatos (cap.5) es como la continuación de la labor de Jesús respecto a sus discípulos: "Instituyó doce para estuvieran con él" (Mc 3,14). Se señalan cuatro niveles armónicamente relacionados: humano, espiritual, intelectual, pastoral. La formación permanente de los sacerdotes equivale a poner en práctica la recomendación de San Pablo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti" (2Tim 1,6); esta formación es una exigencia del sacramento del Orden y un derecho de la comunidad eclesial.
A partir de la figura de Cristo Sacerdote, Cabeza, Buen Pastor, Esposo y Siervo, y de la configuración del sacerdote ministro con Cristo, se destacan unas líneas de fuerza que aparecen en todos los apartados del documento: actitudes relacionales de encuentro con Cristo para el seguimiento y la misión; acción permanente del Espíritu Santo en la vida y ministerio sacerdotal; servicio a la Iglesia como misterio, comunión y misión; caridad pastoral como participación en los amores de Cristo Buen Pastor; seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles; esperanza gozosa apoyada en la presencia de Cristo resucitado; cercanía al hombre concreto y a la situación sociológica e histórica. El itinerario formativo (inicial y permanente) es integral y armónico en sus cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. Ello reclamará un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio diocesano.
La "identidad" no se presenta como duda, sino como profundización en los aspectos evangélicos de llamada, encuentro, seguimiento, fraternidad eclesial y misión. Para formar "signos personales del Buen Pastor", hay que partir de la configuración con el ser sacerdotal de Cristo, que capacita para prolongar su misma misión y que hace posible y urge a vivir su mismo estilo de vida. Se trata de presentar un "proyecto" o "propuesta" vocacional, un "itinerario" y "programa" formativo, que abarque toda la vida, desde el despertar de la vocación hasta el final (nn.2-3; cfr. n.79).
La persona de Jesús es el punto de referencia, como "el rostro definitivo del presbítero" (n.5), para comprender el sentido de la vida y del ministerio sacerdotal. Por esto se puede apuntar, con lógica interna, a las exigencias evangélicas (consejos evangélicos) que derivan de la caridad del Buen Pastor (n.30). De este modo, el sacerdote podrá representar al Buen Pastor, Cabeza, Siervo y Esposo de la Iglesia "no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia" (n.16). "El sacerdote ministro es servidor de Cristo presente en la Iglesia misterio, comunión y misión" (n. 16).
El documento post-sinodal da mucha importancia a la participación del sacerdocio ministerial (de los presbíteros) en la sucesión apostólica. La sucesión apostólica o del ministerio apostólico une estrechamente Obispos y presbíteros, que forman parte del mismo Presbiterio, presidido por el Obispo (n.16; cfr. n.42).
A partir de la caridad pastoral y de la participación en la vida apostólica de los Doce, se van señalando las exigencias, las etapas de formación y los medios para la vida comunitaria, el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera. Se señalan algunas características específicas que derivan de la caridad pastoral: santificación en los mismos actos del ministerio (nn.24.25), seguimiento evangélico expresado en los llamados "consejos evangélicos" como imitación de la "vida apostólica" (nn.27-30), disponibilidad para la misión en la Iglesia particular y universal (nn.16-18, 31-32). La pertenencia a la Iglesia particular en unión con el propio Obispo y con los demás sacerdotes del Presbiterio, expresada en la "incardinación", es un hecho de gracia especial y una "realidad sobrenatural" para los sacerdotes diocesanos (nn.31-32, 74).
En el documento postsinodal se acentúa esta actuación del carisma episcopal en todas las etapas de la formación y de la vida sacerdotal, tanto para la espiritualidad como para la pastoral y las expresiones de vida práctica (nn.4, 28, 31, 35, 41, 50, 65, 74, 79, 80). Esta actuación es imprescindible para hacer realidad la "vida apostólica" (vida fraterna, seguimiento evangélico, disponibilidad misionera) en el Presbiterio de la Iglesia particular. "La fisonomía del Presbiterio es la de una verdadera familia" (n.74; cfr. CD 28; PO 8). Pero esto no será realidad mientras no actúe o no se deje actuar el carisma de quien preside la Iglesia particular y su Presbiterio. "Dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y por el propio Presbiterio unido al Obispo" (n.74; cfr. CD 15-16; PO 7).
La invitación de Juan Pablo II indica las pistas de un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tenga lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (n.82).
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* AAS 84 (1992) 657-804.
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Exhort. Apost. "Pastores dabo vobis"
AA.VV., Os daré pastores según mi corazón (Valencia, EDICEP), 1992.
- Commentaria in Adh. Apost. "Pastores dabo vobis": Seminarium 32 (1992) n. 4; 33 (1993) n. 3.
- Pastores dabo vobis. Etudes et commentaires: Bulletin de Saint Sulpice 19 (1993).
- Studi sull'Esortazione Apostolica "Pastores dabo vobis" di Giovanni Paolo II: Salesianum 55 (1993) n. 1-2.
- Sacerdoti per una nuova evangelizzazione. Studi sull'Esortazione Apostolica Pastores dabo vobis (Roma, LAS, 1993).
- Vi darò pastori secondo il mio cuore, Esortazione Apostolica "Pastores dabo vobis"..., Testo e commenti (Lib. Edit. Vaticana 1992).
E. BORDA, La formazione pastorale dei sacerdoti nell'esortazione apostolica "Pastores dabo vobis", "Annales Theologici" 6 (1992) 289-318.
M. CAPRIOLI, Esortazione Apostolica Postsinodale "Pastores dabo vobis": Teresianum 43 (1992) 323-357.
COMISION EPISCOPAL DEL CLERO, La formación humana de los sacerdotes según "Pastores dabo vobis" (Madrid, EDICE, 1994).
S. GAMARRA, La formación permanente en "Pastores dabo vobis": Scriptorium Victoriense 40 (1993) 261-278.
CLAVES INTERPRETATIVAS DE LA EXHORT. APOST. "PASTORES DABO VOBIS" (J. Esquerda Bifet
Escrito por Super UserCLAVES INTERPRETATIVAS DE LA EXHORT. APOST. "PASTORES DABO VOBIS"
(J. Esquerda Bifet)
Presentación
Un documento del magisterio es siempre la palabra del Señor "predicada" y explicada por la Iglesia en unas circunstancias concretas de aquí y de ahora. El Papa Juan Pablo II dice de la Exhort. Apost. "Pastores dabo vobis": "Es el fruto del trabajo colegial del Sínodo de los Obispos de 1990... Juntos hemos elaborado un documento, muy necesario y esperado, del Magisterio de la Iglesia, que recoge la doctrina del Concilio Vaticano II y también la reflexión sobre las experiencias de los veinticinco años transcurridos desde su clausura"[1]. El Papa dirige el documento "al corazón de todos los fieles y en particular al corazón de todos los sacerdotes" (n.4). Los Obispos durante el Sínodo, como el Papa en el presente documento, han deseado lo mejor para delinear la figura del sacerdote del tercer milenio.
Si hablamos de "claves" de lectura, no significa más que hacer notar unas líneas fuerza o perspectivas que brotan del mismo documento, si se lee con espíritu de fe, con la alegría de ser sacerdote "imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.42) y con la esperanza y la decisión de corresponder a la voz que el Espíritu Santo dirige hoy a la Iglesia. Podría servir de punto de referencia la "clave" central que indica el mismo documento: "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (n.12).
"Pastores dabo vobis" es un "proyecto", un "itinerario" una tarea que hay que convertir en realidad a base de años de reflexión y de compromiso (nn. 2-3, 78-79). La línea de "caridad pastoral" es predominante y está ya indicada en el título (Jer 3,15) y en la referencia continua al Buen Pastor (Jn 10), a su "corazón" (nn.49, 82) y a sus "sentimientos" sacerdotales (Fil 2,5) . Se trata de un documento "vivencial" que invita a vivir la propia realidad de gracia en el ejercicio del ministerio (como relación personal y sintonía con Cristo y seguimiento suyo) y al servicio de los hermanos (n.24), en el contexto del Presbiterio de la Iglesia particular y en una línea de disponibilidad hacia la Iglesia universal. Como "expresión" o "signo" de Cristo y "representación sacramental" suya (n.15), el sacerdote se hace servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión en el mundo de hoy (nn.12,16,59,73).
1. Visión de conjunto
Los títulos bíblicos de los capítulos son un verdadero "evangelio de la vocación" (n.34), que sigue aconteciendo en la Iglesia y en el mundo de hoy.
La situación actual de la sociedad (cap. I) hace recordar que el sacerdote es un hombre "tomado de entre los hombres" (Heb. 5,1). En medio de nuevas dificultades y nuevas posibilidades, el Señor sigue llamando a personas que deben ser formadas para estas circunstancias. La naturaleza y misión del sacerdote, es decir su identidad (cap. II), se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo comunicadas al sacerdote ministro: "Me ha ungido y me ha enviado" (Lc 4,18). El sacerdote queda configurado con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para prolongarle en la Iglesia. La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote (cap. III) se explica como vida en el Espíritu: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18). Es el mismo estilo de vida del Buen Pastor y del "seguimiento evangélico" de los Doce. La pastoral vocacional (cap. IV) es un trasunto de la pedagogía usada por Jesús cuando dijo: "Venid y lo veréis" (Jn 1,39). Esta pastoral "es esencial y connatural en la pastoral de la Iglesia" (n. 34). La formación inicial de los candidatos (cap. V) es como la continuación de la labor de Jesús respecto a sus discípulos: "Instituyó doce para estuvieran con él" (Mc 3,14). Se desarrolla en cuatro niveles armónicamente relacionados: humano, espiritual, intelectual, pastoral. La formación permanente de los sacerdotes equivale a poner en práctica la recomendación de San Pablo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti" (2Tim 1,6). Es una formación que incluye un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular.
Esta línea bíblica del documento postsinodal quiere poner de relieve la presencia de Jesús en la Iglesia y en el mundo, de suerte que los llamados se sientan invitados a adoptar una actitud profundamente relacional: "El que nos ha llamado y nos ha enviado sigue junto a nosotros todos los días de nuestra vida, ya que nosotros actuamos por mandato de Cristo" (n.4).[2]
La Iglesia continúa hoy la misma acción formativa de Cristo. La exhortación postsinodal quiere delinear, sin dejar espacio para las dudas, la figura del sacerdote de hoy a la luz de la fisonomía permanente de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. Y lo hace con un decisivo tono de esperanza.[3]
2. Las claves de lectura indicadas en la introducción del documento
La línea bíblica y pastoral de la exhortación aparece clara desde la introducción del documento. Se trata de formar pastores según el modelo del Corazón de Cristo Buen Pastor. Se glosan algunos textos bíblicos sobre el pastor (Jer 3,15; Jn 10; Heb 13,20; 1Pe 5,2) y se relacionan con algunos textos de misión (Jn 21,15ss; Mt 28,19; Lc 22,19; 1Cor 11,24).
En un momento de profundos cambios se necesita afrontar una nueva evangelización y, consiguientemente, se necesitan nuevos evangelizadores. La Iglesia continúa siempre la obra formativa de Cristo, pero "hoy se siente llamada a revivir con un nuevo esfuerzo lo que el Maestro hizo con sus apóstoles, ya que se siente apremiada por las profundas y rápidas transformaciones de la sociedad y de las culturas de nuestro tiempo" (n.2). Al presentar el "evangelio de la vocación" (cf. n.34), la Iglesia quiere constatar "la absoluta necesidad de que la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores" (n.2).[4]
Se trata de presentar un "proyecto" o "propuesta" vocacional, un "itinerario" y "programa" formativo, que abarque toda la vida desde el despertar de la vocación (nn.2-3; cf. n.79). La figura sacerdotal delineada es clara, sin dejar espacio para las dudas, aunque siempre hay lugar para la aplicación de nuevas gracias en las nuevas situaciones. Se necesitaba "dirigir a las nuevas generaciones una nítida y valiente propuesta vocacional" (n.2) y trazar unos "programas capaces de sostener el ministerio y la vida sacerdotal" (n.3). Esta "propuesta" es "la voz de las Iglesias particulares" corroborada por el Papa y dirigida a los sacerdotes como de corazón a corazón (n.4).[5]
El documento del Papa refleja un hecho de gracia que está siguiendo su curso y que urge a adoptar actitudes más evangélicas. Este hecho de gracia queda reflejado en la abundante documentación actual sobre el sacerdocio[6]. Se trata de formar a los "primeros cooperadores en el ministerio apostólico", puesto que de ello "depende el futuro de la Iglesia y su misión universal de salvación" (n.4). La Iglesia es consciente de que cuenta con la presencia de Cristo resucitado que sigue llamando y formando a "los suyos" (Jn 13,1) (cf. n.4).
3. A partir de la configuración con Cristo Sacerdote, Cabeza, Pastor, Siervo, Esposo
La persona de Jesús es el punto de referencia para comprender el sentido de la vida y del ministerio sacerdotal. La consagración y misión de Jesús hacen ver su realidad de Sacerdote y Víctima, Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo. Todos estos títulos se van repitiendo en el documento, aunque son más numerosas las frases que hablan de "Cabeza y Pastor". En las explicaciones, prevalece el tono de "Pastor" (caridad pastoral), "Siervo" (autoridad de servicio), "Esposo" (donación de amor esponsal a la Iglesia). "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (n.12).
No se presenta directamente una cristología sistemática, sino la misma persona de Jesús vivida a la luz de la fe y de la contemplación: "Jesús se presenta a sí mismo como lleno del Espíritu, 'ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva'; es el Mesías, el Mesías sacerdote, profeta y rey. Es éste el rostro de Cristo en el que deben fijarse los ojos de la fe y del amor de los cristianos. Precisamente a partir de esta 'contemplación' y en relación con ella, los Padres sinodales han reflexionado sobre el problema de la formación de los sacerdotes en la situación actual" (n.11).
En el momento de discernir la figura del sacerdote de hoy, es necesario partir de la realidad de Cristo resucitado presente en la Iglesia (n.4). Es, pues, un "discernimiento evangélico" que "se fundamenta en la confianza en el amor de Jesucristo, que siempre e incansablemente se cuida de su Iglesia". Es la "fe en el amor indefectible de Cristo" (n.10) la que hace posible una lectura evangélica de los "signos de los tiempos" (n.11).
Si no se pierde de vista este punto de referencia, las exigencias evangélicas encuentran su lógica intrínseca en el contexto de la caridad del Buen Pastor: "Jesucristo, que en la cruz lleva a perfección su caridad pastoral con un total despojo exterior e interior, es el modelo y fuente de las virtudes de obediencia, castidad y pobreza, que el sacerdote está llamado a vivir como expresión de su amor pastoral por los hermanos... El sacerdote debe tener 'los mismos sentimientos' de Jesús, despojándose de su propio 'yo', para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vida maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2,5)" (n.30).
La "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.15), arranca del hecho de participar en su ser o consagración, para prolongar su misma misión (Lc 1,18-19; Is 61,1-2). En quien ha recibido la imposición de manos por el sacramento del Orden, hay una acción permanente del Espíritu Santo que modela el ser, el obrar y el estilo de vida: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (n.33).
La referencia a Cristo, "el rostro definitivo del presbítero" (n.5), acentúa la importancia de la actitud de sintonía con sus sentimientos o amores sacerdotales. El documento postsinodal cita frecuentemente el texto de la carta a los Filipenses: "Tener entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Fil 2,5). Estos amores quedan resumidos en la expresión "Corazón de Cristo", como resumen de sus amores: "Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (n.49; cf. n.82).[7]
La "representación sacramental" de Cristo como Cabeza y Pastor (n.15) se puede calificar también de "personificación", puesto que el sacerdote, por ser "instrumento vivo de Cristo", "personifica de modo específico al mismo Cristo" (n. 20, citando a PO 12). La expresión "imagen viva" se va repitiendo, en referencia a Cristo Esposo (n.22), Cabeza y Pastor (n.42). Se trata de "vivir íntimamente unidos a Jesucristo" (n.46).
La representación de Cristo es precisamente en vistas al servicio eclesial. Es una inserción peculiar "en" la Iglesia y, al mismo tiempo, "al frente" de la Iglesia: "El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia" (n.16, citando la "proposición" 7). Es que "los apóstoles, y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo Cabeza y Pastor, han sido puestos -con su ministerio- al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo" (n.16).
Esta representación de "autoridad", como configuración con Cristo "Cabeza", tiene el sentido de servicio, a imitación de "Cristo Siervo": "Jesucristo es Cabeza de la Iglesia su Cuerpo. Es 'Cabeza' en el sentido nuevo y original de ser 'Siervo', según sus mismas palabras... (Mc 10,45)... (Fil 2,7-8). La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide, pues, con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre; él es el único Siervo doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez... La vida espiritual de los ministros del Nuevo Testamento deberá estar caracterizada, pues, por esta actitud esencial de servicio al pueblo de Dios (cf. Mt 20,24ss; Mc 10,43.44) ... (cf. 1Pe 5,2-3)" (n.21).[8]
La configuración con Cristo, en cuanto al ser, al obrar y a la vivencia, es una acción permanente del Espíritu Santo, como consecuencia de la "consagración" obrada por medio del sacramento del Orden. En esta base teológica se apoya la exhortación para pasar a la descripción de la figura del sacerdote que hay que delinear y construir para servir a la Iglesia y al mundo de hoy.[9]
4. Líneas de fuerza comunes en todo el contenido del documento
A partir de la figura de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, y de la configuración del sacerdote ministro con Cristo (de que hemos hablado en el apartado anterior), cabe destacar unas líneas de fuerza comunes que aparecen o se dejan entrever en todos los apartados del documento: actitudes relacionales de encuentro con Cristo, seguimiento y misión; acción permanente de Espíritu Santo en la vida y ministerio sacerdotal; servicio a la Iglesia como misterio, comunión y misión; caridad pastoral como participación en los amores de Cristo Buen Pastor; seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles; esperanza apoyada en la presencia de Cristo resucitado; cercanía al hombre concreto y a la situación sociológica e histórica. El itinerario formativo es permanente y armónico en sus cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. Algunas de estas líneas serán objeto de reflexión especial en los apartados siguientes.
A partir de una llamada, que se hace "sígueme" permanente, la vida y ministerio sacerdotal se realiza en una actitud relacional de encuentro traducida en un seguimiento "esponsal" y en un compromiso de comunión y misión. El trasfondo es eminentemente relacional. No se trata de "cosas", sino de personas y comunidades, a comenzar por la "comunión" trinitaria que debe reflejarse en la comunión eclesial para construir la comunidad humana universal. "Se puede entender así el aspecto esencialmente relacional de la identidad del presbítero. Mediante el sacerdocio que nace de la profundidad del inefable misterio de Dios, o sea, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y del don de la unidad del Espíritu Santo, el presbítero está inserto sacramentalmente en la comunión con el Obispo y con los otros presbíteros, para servir al Pueblo de Dios que es la Iglesia y atraer a todos a Cristo, según la oración del Señor... que sean uno como nosotros ... (Jn 17,11.21)" (n.12).
La consecuencia de esta actitud relacional es la de "ofrecer la totalidad de su amor a Jesucristo" (n.44), en un nivel de "amistad" profunda con él (n.46). Por esto el itinerario permanente de la formación sacerdotal consiste en "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (n.34).[10]
La acción permanente del Espíritu Santo en la vida y ministerio sacerdotal no es sólo por la configuración ontológica como participación de la consagración de Cristo, ni tampoco sólo por la acción eficaz pneumatológica por medio de los servicios ministeriales, sino que, al mismo tiempo, el Espíritu Santo es "el gran protagonista de su vida espiritual" (n.33), es decir, el que hace posible ser "imagen viva" de Cristo Buen Pastor (nn. 42, 46). El hace posible las "virtudes evangélicas" y comunica la "fuerza que sostiene su desarrollo hasta la perfección cristiana" (n.27). Siendo "el protagonista por antonomasia de la formación", comunica "el don de un corazón nuevo, configura y hace semejante a Jesucristo el Buen Pastor" (n.69).
La figura del sacerdote queda descrita en una "eclesiología de comunión", que "resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo" (n.12). El sacerdote es el servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión. No se trata de la Iglesia en abstracto, sino en cuanto "signo" o "sacramento", es decir, "esencialmente relacionada con Jesucristo" (n.12). La Iglesia, como "misterio", es un conjunto de signos de la presencia activa de Cristo resucitado. "Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana, y por tanto también la identidad específica del sacerdote y de su ministerio. En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo especial, para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo" (n.12). Es, pues, un "misterio de comunión" que se expresa en la "misión" del anuncio, celebración y comunicación de la persona y del mensaje de Jesús a todos los hombres.[11]
En esta eclesiología de comunión deriva el amor a la Iglesia, como "total donación de sí a la Iglesia" (n.23), que tiene su fuente en el amor a Cristo: "El don de sí mismo a la Iglesia se refiere a ella como cuerpo y esposa de Jesucristo. Por esto la caridad del sacerdote se refiere primariamente a Jesucristo: solamente si ama y sirve a Cristo Cabeza y Esposo, la caridad se hace fuente, criterio, medida, impulso del amor y del servicio del sacerdote a la Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo" (n.23). Este amor se expresará en la disponibilidad efectiva para la Iglesia particular y universal.
La caridad pastoral es el resumen del estilo de vida de Cristo Buen Pastor y, consiguientemente, de la vida del sacerdote ministro. En ella se inspira la espiritualidad "específica" sacerdotal (cf. nn. 20, 23-25). El seguimiento evangélico, al estilo de los doce apóstoles, es la concretización de la caridad pastoral y es también parte esencial del estilo de vida de todo sacerdote, con las mismas exigencias evangélicas para los diocesanos y para los religiosos. Estos dos temas los estudiamos en los apartados siguientes.
Se puede decir que todo el documento postsinodal tiene una línea de esperanza. No se trata de indicar sólo dificultades y de señalar sólo exigencias, sino se subrayar principalmente las posibilidades de afrontar una realidad actual con una figura sacerdotal verdaderamente evangélica. "Si bien se pueden comprender los diversos tipos de 'crisis', que padecen algunos sacerdotes de hoy en el ejercicio del ministerio, en su vida espiritual y también en la misma interpretación de la naturaleza y significado del sacerdocio ministerial, también hay que constatar, con alegría y esperanza, las nuevas posibilidades positivas que el momento histórico actual ofrece a los sacerdotes para el cumplimiento de su misión" (n.9). El Espíritu Santo, comunicado de modo especial en el sacramento del Orden y presente en la Iglesia, hace posible una respuesta alegre y generosa a las exigencias sacerdotales (cf. nn.23, 33, 69).
La cercanía al hombre concreto en su situación sociológica, cultural e histórica, es una consecuencia de la encarnación del Verbo. Se participa y se prolonga la misma cercanía de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. De ahí deriva una misión sin condicionamientos ni fronteras, así como "la opción preferencial por los pobres" (n.30 y 49). "El sacerdote es el hombre de la caridad" (n.49). La aplicación de este principio llega también a la inserción en las culturas por un proceso de "inculturación", que es siempre de respeto, purificación y sublimación: "El evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación que proviene de Cristo" (n.55).
Estas y otras líneas de fuerza se integran mutuamente en la armonía de un itinerario formativo permanente que tiene cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual y pastoral. La configuración con Cristo Sacerdote y Buen Pastor se va haciendo cada vez más intensa y auténtica en el ser, obrar y vivencia. Si se habla de formación humana (nn.43-44, 72), es para desarrollar la personalidad (con sus criterios, valores y actitudes) como "imagen viva" de Cristo. La formación espiritual es ciertamente el "centro vital que unifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio" (n.45), pero precisamente por ello reclama los otros niveles de formación. La formación intelectual es "base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia" (n.52) y "opera una relación personal del creyente con Jesucristo" (n.53). La formación pastoral tiene también una prioridad, puesto que se trata de formar pastores, en sintonía con los "sentimientos de Cristo Buen Pastor" (n.57; cf. Fil 2,5), a la luz de la palabra contemplada y estudiada, a la luz de la celebración de los misterios y para construir la comunidad en la caridad (n.57; cf. OT 4). De este modo, el sacerdote se forma continuamente para ser "testigo de la caridad de Cristo" (n.58) y para servir a "la Iglesia misterio, comunión y misión" (n.59).
5. Sucesores en el ministerio apostólico y en el seguimiento evangélico de los Doce
El documento postsinodal da mucha importancia a la relación del sacerdocio ministerial (de los presbíteros) con la sucesión apostólica. Aunque la doctrina es tradicional (si bien poco conocida y profundizada), se puede decir que es la primera vez que un documento magisterial hace hincapié en la sucesión apostólica para hacer ver las consecuencias de tipo ministerial y las exigencias de vida evangélica. El tema es lógico: quienes están llamados a vivir la "vida apostólica" son principalmente los sucesores de los Apóstoles (los Obispos) y sus inmediatos colaboradores (los presbíteros). La exhortación usa frecuentemente la expresión "seguimiento evangélico" ("sequela Christi") y "radicalismo evangélico", como algo connatural al sacerdocio de los Doce y de sus sucesores. Las exigencias evangélicas son las mismas para el sacerdote diocesano como para el sacerdote religioso.
La sucesión apostólica o del ministerio apostólico une estrechamente Obispos y presbíteros (que forman parte del mismo Presbiterio, presidido por el Obispo). En el Mensaje de los Padres sinodales, citado por la exhortación, los Obispos dicen: "Vosotros sois nuestros primeros cooperadores en el servicio apostólico" (n. 4 de la exhortación postsinodal). En realidad, "el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los Apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20)... Por tanto, el ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbíteros, una referencia particular al ministerio originario de los apóstoles, al cual 'sucede' realmente, aunque respecto el mismo tenga unas modalidades diversas" (n.16).
Uno de los párrafos más explícitos sobre la sucesión apostólica es el n. 42 del capítulo V ("Instituyó doce para que estuvieran con él"... "vivir como los Apóstoles, en el seguimiento evangélico"). Antes de pasar a los cuatro niveles de formación (humana, espiritual, intelectual y pastoral), el documento quiere dejar claro que se trata de una formación para la vida apostólica de los Doce: "dejarse configurar con Cristo Buen Pastor" y, por tanto, aprender en la "escuela del Evangelio", a "vivir en el seguimiento de Cristo como los Apóstoles" (n.42)[12]. El tema se repite al hablar del Seminario como "continuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús... comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce". De este modo el Seminario será "fiel a los valores evangélicos en los que se inspira y capaz de responder a las situaciones y necesidades de los tiempos" (n.60).
Hay que recordar que la "vida apostólica" de los Doce se delinea por la vida comunitaria, el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera. Los tres puntos son muy explícitos en el documento y se repiten insistentemente. En los apartados siguientes nos detendremos en el aspecto comunitario (Presbiterio) y misionero (caridad pastoral sin fronteras). Si no hubiera la conciencia y el compromiso generoso de seguimiento evangélico (con la práctica concreta, aunque no necesariamente profesión, de los llamados "consejos evangélicos"), la vida fraterna y la disponibilidad misionera no se harían efectivas ni duraderas.
El llamado "radicalismo evangélico" (n.27) no es más que la misma caridad pastoral con todas sus exigencias, tomando como modelo a Cristo Buen Pastor y expresándola con el seguimiento de Cristo al estilo de los Apóstoles. No se trata primariamente de la vida religiosa en general, sino del mismo seguimiento evangélico (que puede adoptar una forma "religiosa" con compromisos especiales o una forma de vida "incardinada" en la Iglesia particular y en el Presbiterio diocesano). Este seguimiento evangélico con la exigencia de la práctica de los "consejos evangélicos" forma parte de la identidad de los presbíteros como inmediatos colaboradores de los Obispos: "Expresión privilegiada del radicalismo son los varios consejos evangélicos que Jesús propone en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7), y entre ellos los consejos, íntimamente relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza; el sacerdote está llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la expresan" (n.27).
Al hablar de cada uno de los "consejos evangélicos" (nn.28-30), el documento sinodal expone detalladamente la obediencia, castidad y pobreza, a la luz de la caridad pastoral. Se trata de imitar "los mismos sentimientos de Jesús, despojándose de su propio 'yo', para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vida maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2,5)" (n.30).
A la luz de la caridad pastoral, las virtudes evangélicas aparecen como eminentemente sacerdotales. La obediencia (n.28) debe ser "apostólica", centro de la comunión de Iglesia (Papa, Colegialidad Episcopal, Obispo propio), "comunitaria" (inserción y corresponsabilidad en el Presbiterio), con "carácter de pastoralidad" (disponibilidad misionera).
La "virginidad" (n.29), a la luz de la caridad pastoral, tiene sentido "esponsal", como "donación personal a Jesucristo y a su Iglesia". Entonces aparece el celibato con su "valor profético para el mundo actual", como "estímulo de la caridad pastoral" (citando PO 16) y como signo del amor esponsal de Cristo a su Iglesia: "La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo Cabeza y Esposo la ha amado. Por esto el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor" (n.29). Se trata de "ofrecer la totalidad de su amor a Jesucristo" (n.44).
Es la misma caridad pastoral la que da sentido a la pobreza evangélica haciéndola eminentemente sacerdotal. Se hacen resaltar sus "connotaciones pastorales", que se concretan en la imitación de Cristo pobre y crucificado, en la disponibilidad misionera, en la vida fraterna del Presbiterio, en la cercanía y "opción preferencial por los pobres". Entonces "la pobreza sacerdotal" aparece en todo su "significado profético" (n.30).
No se pueden separar las tres virtudes sacerdotales evangélicas, puestro forman una unidad, como "transparencia" de la caridad del Buen Pastor. La actitud relacional y amistosa con Cristo hace ver en esas virtudes el modo más concreto de compartir su misma vida, para ser "signo" personal y "transparencia" suya (nn. 12, 15-16, 22, 42-43, 49). La caridad del Buen Pastor fue así y sigue siendo así (n.30). No se trata principalmente de "exigencias" a modo de obligaciones, sino de la consecuencia de un enamoramiento y amistad, como "signo del amor de Dios a este mundo" (n.29). Así aparece el "valor gozoso del seguimiento de Jesús" (n.10) como "testimonio máximo de amor" (PO 11). La caridad pastoral hace posible "transparentar y testimoniar de manera original el radicalismo evangélica" (n.20).
6. Una espiritualidad sacerdotal específica: caridad pastoral sin recortes ni fronteras
La "vida espiritual" o "espiritualidad" del sacerdote se presenta en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis" a partir de la llamada universal a la santidad que consiste en la caridad (n. 19; cf. LG 40). "Espiritualidad" es equivalente a "vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad" (n. 19). Para el sacerdote ministro hay una nota específica de esta perfección: "la caridad pastoral". Ella "constituye el alma del ministerio sacerdotal" (n.48; cf. n.16) y es "alma y forma de la formación permanente del sacerdote" (n.70).
Esta vida espiritual ("espiritualidad") o vida según el Espíritu tiene, pues, una peculiaridad o "especificidad" cuando se trata del sacerdote. Es una "vocación 'específica' a la santidad" (n.20). Los elementos básicos de esta espiritualidad específica, que fundamentan la caridad pastoral son los siguientes, según el documento postsinodal: "consagración" como configuración con Cristo Cabeza y Pastor, "misión" de ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote", representación personal ("personificación") de Cristo, estilo de vida "llamada a manifestar y testimoniar de manera original el radicalismo evangélico" (n.20, citando a PO 2 y 12).
La exhortación, en diversos apartados, señala algunas características específicas que derivan de la caridad pastoral: santificación en los mismos actos del ministerio (nn.24.25), seguimiento evangélico expresado en los llamados "consejos evangélicos" como imitación de la "vida apostólica" (nn.27-30), pertenencia a la Iglesia particular en unión con el propio Obispo y con los demás sacerdotes del Presbiterio (esta pertenencia, expresada en la "incardinación", es un hecho de gracia especial para los sacerdotes diocesanos) (nn.31-32, 74), disponibilidad para la misión en la Iglesia particular y universal (nn.16-18, 31-32). Esta disponibilidad misionera es expresión de una caridad sin fronteras. El seguimiento evangélico al modo de los Apóstoles lo hemos resumido más arriba; es la caridad pastoral sin recortes. La pertenencia a la Iglesia particular, como un hecho de gracia, lo estudiamos en el apartado siguiente.
Cada una de estas características representa todo un programa de vida espiritual. Todas ellas se complementan, derivan de la configuración y relación con Cristo, y se concretan en sintonía de sentimientos y de actitudes del mismo Cristo, como expresión de la caridad pastoral. Es participación de la misma caridad de Cristo, donación total de sí, expresión del sacerdocio como "officium amoris" (San Agustín)[13]. "El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y su imagen" (n.23).
En el documento postsinodal esta expresión ("caridad pastoral") se repite continuamente como nota característica de todos los aspectos de la vida espiritual del sacerdote. No es un término abstracto, sino la "donación" de sí mismo que hace el Buen Pastor y que debe expresarse en la vida de los sacerdotes ministros. El estilo de vida de caridad pastoral deriva del hecho de participar en la misma consagración y en la misión de Cristo: "Gracias a esta consagración obrada por el Espíritu Santo en la efusión sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia y que se compendian en la caridad pastoral" (n. 21).
La santificación por los mismos actos del ministerio recibe en la exhortación una atención particular (nn.24-26). De hecho se comenta el texto conciliar de "Presbyterorum Ordinis" nn.12-13 y hace la aplicación a cada uno de los ministerios: servicio de la Palabra, de los sacramentos y de animación de la comunidad (nn.26, 47-49). Se trata de santificarse "por las mismas acciones sagradas de cada día" (PO 12) o "a través del ejercicio del ministerio" (n.25; cf. PO 13). Siempre es a partir de la "caridad pastoral" y de la "relación" personal e íntima con Cristo (n.25). Entonces se realiza la "unidad de vida" (n.23; cf. PO 14) que supera la dicotomía entre la vida espiritual y la acción apostólica. Hay una estrecha relación entre el hecho de santificarse por los actos del ministerio y la vida santa del ministro que influye en la misma acción ministerial (n.25). "Existe, por tanto, una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero y el ejercicio de su ministerio... Por otra parte, la santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio... La relación entre la vida espiritual y el ejercicio del ministerio sacerdotal puede encontrar su explicación también a partir de la caridad pastoral" (n.24).
La vida sacerdotal se hace oblación "sacrificial" por la "caridad pastoral", que es "principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples actividades del sacerdote" (n.23). En esta línea sacrificial de una vida de donación, la Eucaristía reencuentra su centralidad: "El lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual, es la Eucaristía" (n.26; cf. nn. 23, 38, 46, 48; PO 5).
Realizar esta espiritualidad en la vida cotidiana presupone una formación inicial y permanente que no olvide ni infravalore los medios concretos: vida eucarística y litúrgico-sacramental (liturgia de las horas, reconciliación), lectura contemplativa de la Palabra, devoción mariana, dirección espiritual, vida comunitaria, etc. (nn.45-50).
La vida espiritual (con su "especificidad" característica de "caridad pastoral") inserta al sacerdote en el misterio del hombre a la luz del misterio de Cristo para "buscar a Cristo en los hombres" (n.49). Así se concretiza su realidad de ser "tomado de entre los hombres y constituido a favor de los hombres" (Heb 5,1).
La disponibilidad para la Iglesia universal dimana, por una parte, de la misma naturaleza del sacerdocio ministerial. El documento postsinodal cita y comenta "Presbyterorum Ordinis" n.10 y "Optatam totius" n.20, puesto que "cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" (PO 10). Así, pues, "por la naturaleza misma de su ministerio, deben estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero" (n.18). El sacerdocio de Cristo, en su ser, en su misión y en su entrega, tiene las características de universalismo. Esas mismas características han pasado al sacerdocio participado por los Apóstoles y, por tanto, por sus sucesores e inmediatos colaboradores (los presbíteros). No es posible hacer recortes a lo que por su misma naturaleza es para todos los redimidos.
Por otra parte, esta disponibilidad universal deriva también del hecho de pertenecer a la Iglesia particular y al Presbiterio y colaborar en la responsabilidad misionera del Obispo, siempre en la línea de universalismo: "La pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no pueden reducirse a estrechos límites... (cita PO 10)... sino a la misión universal" (n.32). La Iglesia particular es el eco y concretización de la Iglesia universal, como corresponsable de la misma misión universalista (cf. nn.31-32, 65, 74). El Obispo con su Presbiterio es responsable de hacer efectiva esta misión, en la que deben participar todos los componentes de la comunidad eclesial y, de modo particular, los presbíteros como colaboradores necesarios de los Obispos en el "servicio apostólico" (nn.4, 16-18, 31-32).[14]
Estas exigencias de la caridad pastoral, especialmente en cuanto al seguimiento evangélico (ver arriba en el apartado 5) y a la disponibilidad misionera universal, no deben considerarse como un peso, sino como un compartir esponsalmente la misma vida de Cristo Buen Pastor: "signo sacramental de Cristo" (n.16), "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.15), para "revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa" (n.22), "llamados a imitar y vivir su misma caridad pastoral" (n.22), como "credibilidad de su testimonio del Evangelio" (n.5). Las exigencias del hecho de ser "signo" y "transparencia" de Cristo sólo se comprenden a partir de un enamoramiento, como "partícipes de su amor" (n.70). "Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de el en medio del rebaño que les ha sido confiado" (n.15).
"Pastores dabo vobis" es un documento muy rico en datos sobre la espiritualidad sacerdotal. Este tema merecería un estudio especial. Al tema de "la vida espiritual del sacerdote", la exhortación postsinodal le dedica especialmente todo el capítulo tercero: "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18), la vida espiritual del sacerdote. Es, pues, a partir de la consagración y misión de Cristo que puede vislumbrarse todo el contenido de este tema. Precisamente por ello, la vida espiritual se presenta como "centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio" (n.45). Al señalar importancia y centralidad de la vida espiritual, el documento deja entrever esta línea de fuerza en todos y cada uno de los capítulos.[15]
La caridad pastoral, como quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal hay que estudiarla y vivirla según diversas dimensiones, a las que hemos aludido sucintamente en este apartado: Trinitaria, pneumatológica, cristológica, eclesiológica y mariológica, contemplativa, misionera, antropológica...
La dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal es una síntesis de las otras dimensiones. Como Madre de Cristo Sacerdote y como figura de la Iglesia, modelo de fidelidad a la vocación, ella está presente en todas las etapas del proceso vocacional inicial y permanente: "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad... Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (n.82).[16]
Para que "la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores" (n.2), urge construir la fisonomía sacerdotal como imagen de Cristo buen Pastor. "Hoy, en particular, la tarea pastoral prioritaria de la nueva evangelización, que atañe a todo el Pueblo de Dios y pide un nuevo ardor, nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio del Evangelio, exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo y capaces de realizar un nuevo estilo de vida pastoral, marcado por la profunda comunión con el Papa, con los Obispos y entre sí, y por una colaboración fecunda con los fieles laicos" (n.18).[17]
7. Espiritualidad específica del sacerdote diocesano y del sacerdote religioso en el Presbiterio de la Iglesia particular
Una lectura apresurada del documento puede dar la impresión de preferencia por el "sacerdote diocesano", por el hecho de referirse a él explícita y ampliamente en algunos apartados (nn.17, 31-32, 68, 74). En realidad esta "preferencia" es una impresión objetiva en cuanto que aclara realidades y conceptos que hasta ahora no habían sido expuestos por los documentos magisteriales de manera tan explícita. Era necesario hacer estas aclaraciones para el bien de todos. Ya es interesante notar que el documento hable de sacerdotes "diocesanos" y "religiosos", si usar el término "secular".[18]
Hay que tener en cuenta (como hemos visto hasta ahora) que la base fundamental del ser, del actuar y de la espiritualidad sacerdotal, es común a diocesanos y religiosos. La configuración con Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor, exige para todos el mismo seguimiento radical (vida apostólica de los Doce), la misma disponibilidad misionera (local y universal) y la misma vida de "comunión" con los demás presbíteros del Presbiterio de la Iglesia particular, cuya cabeza es el Obispo. Las exigencias de "vida apostólica", al estilo de los Doce, son las mismas. La caridad pastoral es la quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal, sea del sacerdote diocesano que del religioso.
Ahora bien, todas estas realidades de gracia quedan matizadas por otras gracias, que podrían resumirse, para el sacerdote "diocesano", en la "incardinación", como pertenencia especial a la Iglesia particular y al Presbiterio, y como dependencia espiritual y ministerial respecto al Obispo; todo ellos "como valor espiritual del presbítero" (n.31).
En cuanto al sacerdote "religioso" (o de instituciones analógicas), estas realidades de gracia quedan matizas por el "carisma fundacional", que se concreta en compromisos especiales de seguimiento evangélico y en modos peculiares de vida comunitaria y de misión. Ambos cleros pertenecen al Presbiterio diocesano y dependen pastoralmente del carisma episcopal. También dependen del Obispo respecto a la espiritualidad general cristiana y sacerdotal. Los religiosos tendrán una cierta autonomía (precisada por el derecho) respecto a la concretización del carisma específico.[19]
Para el sacerdote diocesano todos estos hechos de gracia (pertenencia permanente a la Iglesia particular y al Presbiterio, relación especial con el Obispo, incardinación) serán como su "carisma específico" y tendrán una aplicación especial: "En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular, lo cual no está motivado solamente por razones organizativas y disciplinares; al contrario, la relación con el Obispo en el único presbiterio, la coparticipación e su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración propia del sacerdote y de su vida espiritual. En este sentido, la 'incardinación' no se agota en su vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero... Estar en una Iglesia particular constituye, por su misma naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana" (n.31). Estos hechos de gracia matizan el modo de seguir a Cristo obediente, casto y pobre, analógicamente a como el carisma fundacional y los compromisos concretos (v.g. los votos) matizan el seguimiento evangélico de los religiosos.
La espiritualidad del sacerdote religioso, con sus características peculiares de un carisma fundacional, es un estímulo y una riqueza imprescindible para la Iglesia particular y para el Presbiterio; este sacerdocio expresado por la vida "consagrada" pertenece a la herencia apostólica que todo sacerdote (diocesano o religioso) debe custodiar. "El don de la vida religiosa, en la comunidad diocesana, cuando va acompañado de sincera estima y justo respeto de las particularidades de cada Instituto y de cada espiritualidad tradicional, amplia el horizonte cristiano y contribuye de diversa manera a enriquecer la espiritualidad sacerdotal, sobre todo respecto a la correcta relación y recíproco influjo entre los valores de la Iglesia particular y los de la universalidad del Pueblo de Dios" (n.74; cf. n.31).
Es importante notar que para todo sacerdote (diocesano y religioso), las exigencias de seguimiento evangélico y de misión (que son las mismas para ambos) se inspiran en el Buen Pastor y en el seguimiento apostólico: "Mediante el sacerdocio del Obispo, el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20). En esto se funda el carácter misionero de todo sacerdote" (n.16).
La pertenencia a la Iglesia particular y al Presbiterio concretiza la existencia sacerdotal, dentro de la línea de sucesión apostólica. Para todo sacerdote, "el Presbiterio en su verdad plena es un mysterium: es una realidad sobrenatural que tiene su raíz en el sacramento del Orden" (n.74)[20]. Hay Iglesia particular y Presbiterio donde hay un sucesor de los Apóstoles. El servicio a la Iglesia misterio, comunión y misión tendrá, pues estas connotaciones que indican, al mismo tiempo, comunión con el sucesor de Pedro y apertura a la Iglesia universal. "Concretamente, el sacerdote está llamado a madurar la conciencia de ser miembro de la Iglesia particular en la que está incardinado, o sea, incorporado con un vínculo a la vez jurídico, espiritual y pastoral. Esta conciencia supone y desarrolla el amor especial a la propia Iglesia. Ese es, en realidad, el objetivo vivo y permanente de la caridad pastoral que debe acompañar la vida del sacerdote y que lo lleva a compartir la historia o experiencia de vida de esta Iglesia particular en sus valores y debilidades, en sus dificultades y esperanzas, y a trabajar en ella para su crecimiento. Sentirse, pues, enriquecidos por la Iglesia particular y comprometidos activamente en su edificación, prolongando cada sacerdote, y unido a los demás, aquella actividad pastoral que ha distinguido a los hermanos que les han precedido" (n.74).
La caridad pastoral queda, pues matizada con estas circunstancias eclesiales de gracia: el aquí y el ahora de la Iglesia particular, en la comunión y misión de la Iglesia universal. Todo sacerdote está al servicio de toda la comunidad eclesial y es garante (con el Obispo) de una herencia de gracia que enraíza con la tradición apostólica. El sacerdote "incardinado", por el hecho de su pertenencia más permanente, es el que debe apreciar, cuidar y armonizar con más atención todos los carismas existentes en la Iglesia particular, sean de tipo laical, de vida consagrada o de vida sacerdotal (cf.74). Es "la genuina opción presbiteral de servicio a todo el Pueblo de Dios, en la comunión fraterna del Presbiterio y en obediencia al Obispo" (n.68).
El carisma episcopal, del que depende todo presbítero según diversas modalidades (que hemos indicado sucintamente más arriba), es imprescindible para hacer realidad la "vida apostólica" (vida fraterna, seguimiento evangélico, disponibilidad misionera) en el Presbiterio de la Iglesia particular (cf. CD 15-16; PO 7). "La fisonomía del Presbiterio es la de una verdadera familia" (n.74; cf. CD 28). Pero esto no será realidad mientras no actúe o no se deje actuar el carisma de quien preside la Iglesia particular y su Presbiterio. "Dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y por el propio Presbiterio unido al Obispo... La unidad de los presbíteros con el Obispo y entre sí no es algo añadido desde fuera a la naturaleza propia de su servicio, sino que expresa su esencia como solicitud de Cristo Sacerdote por su Pueblo congregado por la unidad de la Santísima Trinidad" (n.74).[21]
La vida comunitaria, según diversas posibilidades, es esencial para la vida sacerdotal ("vida apostólica") en el Presbiterio. Este debe ser siempre "una verdadera familia", que "se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo espirituales, sino también materiales". Y aunque esta fraternidad "no excluye a nadie", no obstante "puede y debe tener sus preferencias" o modalidades (n.74). Siempre es posible "la vida común o fraterna entre los sacerdotes" (ibídem) o, como dice el concilio, "alguna manera de vida común" o de tipo asociativo (PO 8). "Hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (n.81).[22]
El tema de la "soledad" (n.74) encuentra solución adecuada (además de en la propia vida de relación personal con Cristo) en la fraternidad del Presbiterio, e insta a "meditar sobre una doctrina que el concilio Vaticano II había puesto nuevamente de manifiesta: la doctrina de la realidad del Presbyterium (cf. LG 28; PO 7-8). Se invita a los Obispos y a los sacerdotes a que vivan esta realidad que es fuente de una rica espiritualidad y de una fecunda acción apostólica".[23]
8. Hacia un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio de cada Iglesia particular
El capítulo final (cap. V: formación permanente de los sacerdotes), si se lee en el contexto de todo el documento, es la parte que compromete más. Porque no se trata sólo de organizar unos cursos para ponerse al día, sino de estructurar toda la vida del Presbiterio, de suerte que el sacerdote encuentre los medios necesarios para vivir su identidad sacerdotal con todas las exigencias de "vida apostólica" en el Presbiterio de la Iglesia particular (según las diversas modalidades que ya hemos indicado: diocesano, religioso, etc.).
Hay que elaborar "programas capaces de sostener... el ministerio y vida sacerdotal" (n.3). Se trata de "programar y llevar a cabo un plan de formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y a la gravedad y exigencias de nuestro tiempo" (n.78). En este campo "es fundamental la responsabilidad del Obispo y, con él, la del Presbiterio" (n.79). Las estructuras del Presbiterio deben orientarse a una puesta en práctica de las orientaciones conciliares y postconciliares. El documento postsinodal compromete a todos. "Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrollo por etapas y tiene modalidades precisas" (n.79).[24]
La exhortación postsinodal es un texto que da las pautas necesarias para estructurar el Presbiterio de la Iglesia particular de acuerdo con la "vida apostólica". Los candidatos al sacerdocio (diocesanos y religiosos) encuentran en él una posibilidad de vivir el sacerdocio con generosidad evangélica. Ahora ya pueden ver que es posible poner en práctica las indicaciones del nuevo Código: "deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can. 245, par. 2). Este Presbiterio, al cual son invitados, ya existe en potencia...[25]
"Pastores dabo vobis" pertenece a un hecho de gracia, que aflora principalmente en las indicaciones del Vaticano II y de los documentos postconciliares, y que recoge un despertar sacerdotal anterior, especialmente a partir de San Pío X ("Haerent animo"). Este hecho necesita encontrar los santos sacerdotes del postconcilio. Se han dado grandes pasos que preanuncian un resurgir en las nuevas generaciones sacerdotales.[26]
Los números 80-81 de "Pastores dabo vobis" indican unas pautas generales sobre los momentos, las formas y los medios de la formación sacerdotal permanente en el sentido indicado de proyecto global de vida. Se podrán indicar pautas para los cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual (nn.71-72). Pero debe quedar claro que se trata de toda la vida sacerdotal en el Presbiterio. La formación permanente tiene esta finalidad: "Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación -humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación a ella" (n.71).
Las pautas de este "proyecto" (que podría llamarse "Directorio") no serán nuevas obligaciones, sino indicaciones que recojan todo lo contenido en el concilio y postconcilio, para que el sacerdote pueda "desempeñar su función en el espíritu y según el estilo de vida de Jesús Buen Pastor" (n.73). Es la respuesta a "un sígueme que acompaña toda la vida" (n.70).[27]
Esta tarea es posible. La llamada del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy va unida a su presencia activa. La caridad pastoral, con todas sus consecuencias de "vida apostólica" en el Presbiterio, comienza a ser una realidad. El documento postsinodal parte de una actitud de fe y de esperanza: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (n.33). "El Sínodo... es consciente de la acción constante del Espíritu Santo en la Iglesia"(son palabras que hace suyas el Papa: n.1).
La invitación de Juan Pablo II indica las pistas de un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tenga lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (n.82).
[1]Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de 1992, n.1. La Exhortación Apostólica lleva fecha del 25 de marzo de 1992 (Anunciación del Señor). Comentario a la Exhortación: Os daré pastores según mi coraón, Valencia, edit. EDICEP 1992. El texto con introducciones, comentarios breves y notas bibliográficas: Pastores dabo vobis, Casale Montferrato, PIEMME 1992. Para los documentos del Sínodo: G. CAPRILE, Il Sinodo dei Vescovi 1990, La Civiltà Cattolica 1991. El texto completo de las "propositiones" finales votadas y entregadas el Santo Padre no se ha publicado; pero la exhortación recoge el contenido de todas ellas y las cita casi integramente.
[2]Es cita textual del Mensaje de los Padres Sinodales, 28 oct. 1990, III: "L'Osservatore Romano", 29-30 octubre 1990.
[3]El documento de Juan Pablo II ha sido llamado "Exhortación postsinodal de la esperanza". Ver la presentación oficial a cargo de Mons. Schotte en: "L'Osservatore Romano", 8 abril 1992, p.17.
[4]Es interesante notar que el documento postsinodal habla de "poner en práctica la doctrina conciliar sobre este tema y hacerla más actual e incisiva en las circunstancias actuales" (n.2, citando textualmente la "proposición" n.1).
[5]La "identidad" no se presenta como duda, sino como profundización en los aspectos evangélicos de llamada, encuentro, seguimiento, fraternidad eclesial y misión. Para formar "signos personales del Buen Pastor", hay que partir de la configuración con el ser sacerdotal de Cristo, que capacita para prolongar su misma misión y que hace posible y urge a vivir su mismo estilo de vida.
[6]El documento postsinodal aprovecha toda la documentación referente al Sínodo (se puede ver en la publicación de Caprile, citada en la nota 1), además de los documentos conciliares (especialmente LG, PO, OT) y postconciliares (especialmente la "Ratio fundamentalis": AAS 62, 1970, 321-384). Entre los documentos sinodales, además de las "proposiciones" finales, hay que destacar "Lineamenta" e "Instrumentum laboris" (éste último fue el más apreciado y sirvió de esquema para las "proposiciones"). Se citan también, entre otros documentos del Papa, algunas alocuciones dominicales durante el "Angelus" (1989-1991). Las "proposiciones" finales son el fruto de las aportaciones de los Padres, que fueron cristalizando en las "proposiciones" de cada uno de los 13 grupos de trabajo, hasta elaborar una lista única que fue la que se votó. En el discurso final, el Papa había dicho sobre los documentos postsinodales: "El documento postsinodal se inspira en lo que fue programado en común, y se podría decir que lo contiene" (27 de octubre de 1990).
[7]Es el texto de la "proposición" 23 de los Padres sinodales, que deja entrever el tema de las "tres miradas" sacerdotales de Cristo, según la escuela sacerdotal francesa y la doctrina de San Juan de Avila. Ver: Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Avila, Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica 1969, p.53 (referencia al Tratado del amor de Dios y al Audi Filia). El texto de la exhortación indica frecuentemente esta actitud de vivir de los sentimientos de Cristo: nn.26, 30, 49, 53, 57, 72, 82.
[8]Es la línea de servicio acentuada por el Vaticano II: "Son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey" (PO 1; cfr. LG 24).
[9]Ver el tema de la "configuración" en los nn. 3, 15, 18, 20-22, 25, 27, 31, 42, etc. El tema de la acción (unción) del Espíritu Santo en los nn. 1, 10, 27, 33, 69, etc. La "consagración", en los nn. 9, 20, 22. El tema del sacramento del Orden, carácter, gracia sacramental, en el n. 70. Estos temas siempre tienen la perspectica de la vivencia de la caridad pastoral y de las exigencias evangélicas: "Con la efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero queda configurado con Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia y en enviado a ejercer el ministerio pastoral. Y Así, al sacerdote, marcado en su ser de una manera indeleble y para siempre como ministro de Jesús y de la Iglesia, e inserto en una condición de vida permanente e irreversible, se le confía un ministerio pastoral que, enraizado en su propio ser y abarcando toda su existencia, es también permanente. El sacramento del Orden confiere al sacerdote la gracia sacramental, que lo hace partícipe no sólo del 'poder' y del 'ministerio' salvífico de Jesús, sino también de su 'amor'" (n.70; comenta 2Tim 1,6).
[10]Esta actitud relacional se hace patente en casi todos los números del documento. La configuración con Cristo y el servicio a la Iglesia y a los hombres, tienen este trasfondo de sintonía vivencial con la realidad de Cristo presente, sus criterios, sus amores, su estilo de vida. De esta relación con Cristo, se pasa a la relación con la Iglesia (donde está Cristo bajo signos) y con todo ser humano (donde espera Cristo). El servicio ministerial es santificador por sí mismo, en cuanto que es un signo e instrumento de la presencia activa de Cristo (n.26).
[11]La mejor explicación de esta tema se encuentra en el capítulo II (sobre la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial). De ahí lo irá tomando el documento para aplicarlo en otros capítulos más prácticos: "... el sacerdote ministro es servidor de Cristo presente en la Iglesia misterio, comunión y misión. Por el hecho de participar en la 'unción' y en la 'misión' de Cristo, puede prolongar en la Iglesia su oración, su palabra, su sacrificio, su acción salvífica. Y así es servidor de la Iglesia misterio porque realiza los signos eclesiales y sacramentales de la presencia de Cristo resucitado. Es servidor de la Iglesia comunión porque -unido al Obispo y en estrecha relación con el presbiterio- construye la unidad de la comunidad eclesial en la armonía de las diversas vocaciones, carismas y servicios. Por último, es servidor de la Iglesia misión porque hace a la comunidad anunciadora y testigo del Evangelio" (n. 16, citando Instrumentum laboris 16 y la Propositio 7). Ver otros apartados que explican la misma trilogía: nn. 59 y 73.
[12]La exhortación cita literalmente el Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), IV: "L'Osserv. Romano", 29-30 octubre 1990. La expresión "sucesores de los Apóstoles" se aplica a los Obispos, en cuanto que sólo ellos presiden las Iglesias particulares con su Presbiterio. La exhortación postsinodal relaciona a los presbíteros con la sucesión apostólica o con el ministerio apostólico (sin llamarles explícitamente "sucesores", para evitar confusión). Lo que importa es la misma realidad de una sucesión apostólica en cuanto al ministerio y en cuanto a las exigencias evangélicas y misioneras. Cfr. nn. 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60. La actuación del carisma episcopal es indispensable no sólo para cuestiones jurídicas, sino principalmente para hacer posible la "vida apostólica" en el Presbiterio (n. 74; cfr. CD 15-16; PO 7-8).
[13]Repetidas veces se cita esta expresión de San Agustín: In Iohannis Evangelium Tractatus 123,5: CCL 36,678.
[14]La responsabilidad misionera se presenta también en el contexto de la trilogía Iglesia misterio, comunión y misión, relacionando los tres elementos: la Iglesia es misionera siendo portadora de Cristo (misterio) como fraternidad imagen de la Trinidad (comunión), que debe construir la comunión universal de hermanos en Cristo. El sacerdote ministro sirve a esta Iglesia que es, pues, misionera por su misma naturaleza. Cf. nn.12, 16, 59, 73.
[15]Ver un estudio más amplio en: Espiritualidad sacerdotal y formación espiritual del sacerdote, en: Comentario a "Pastores dabo vobis", Os daré pastores según mi corazón. Valencia, EDICEP 1992. Los estudios actuales sobre la espiritualidad sacerdotal recogen estas líneas. Ver especialmente estas obras de conjunto: AA.VV., Espiritualidad del Presbiterio, Madrid, EDICE 1987; AA.VV. Espiritualidad sacerdotal, Congreso, Madrid, EDICE 1989. Recojo bibliografía actual sobre cada tema en: Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC 1991. Estudios también de contexto latinoamericano en: Signos del Buen Pastor, espiritualidad y misión sacerdotal, Bogotá, CELAM 1991.
[16]El tema mariano queda intercalado en varios pasajes del documento. Al hablar de la pastoral de las vocaciones (cap. IV), se presenta a María como modelo de respuesta vocacional: "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (n.36, citando la "proposición" 5). La Iglesia pide vocaciones, reunida en Cenáculo con María (n.38). Durante la formación inicial (cap. V), los candidatos viven en "confianza filial" con María, entregada por Jesús "como madre al discípulo" (n.45, citando OT 8).
El domento sinodal termina con una oración a María, que resume todos sus títulos eclesiales y sacerdotales: "Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes... Madre de Cristo Sacerdote... Madre de la Iglesia..., Reina de los Apóstoles"... (n.82).
[17]La "nueva evnagelización" exige una renovación por parte de los sacerdotes y, consecuentemente, debe llegar a redimensionar todo el proceso de la formación sacerdotal. Ver: COMISION EPISCOPAL CLERO, Sacerdotes para la nueva evangelización, Madrid 1990; CELAM, Nueva evangelizción, génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización, "Seminarium" 31 (1991) n.1, 135-147.
[18]Los documentos conciliares no usan el término "secular" para el sacerdote, puesto que prefieren usar este término para la línea "laical" (inserción en lo "secular"). El nuevo Código habla de sacerdotes "seculares" (no dice "diocesanos"). Hay siempre un campo de "secularidad" para todo sacerdote. Es cuestión de terminología, que siempre hace referencia a un aspecto objetivo. El documento postsinodal, siguiendo la línea de los documentos conciliares, parte de realidades teológicas, sin excluir (aunque no use) la terminología del Código. Sería un contrasentido querer hacer de este hecho terminológico un caballo de batalla.
[19]Hablar, pues, del sacerdote "diocesano" no significa "reivindicación" ni exclusivimo. Tampoco sería justo calificar de "religiosos" algunos elementos esenciales de vida sacerdotal (vida comunitaria, contemplativa, de seguimiento evangélico y de misión universal). Si el sacerdote "incardinado" (diocesano) no llega a vivir su propia espiritualidad específica (de radicalismo evangélico, de vida comunitaria y de misión), tampoco sabrá apreciar los matices especiales de gracia de la vida religiosa respecto al seguimiento evangélico, a la vida fraterna y a la misión. Para el sacerdote incardinado, esta misma diocesaneidad es el modo más auténtico de vivir su amor y sumisión al Sucesor de Pedro. La pastoral vocacional no pude basarse en presentar la vida religiosa como el único camino de seguimiento evangélico, como tampoco se debe decir que el sacerdocio diocesano es el único camino de caridad pastoral. Estas sensibilidades deben superarse por la vivencia auténtica del propio carisma, que siempre es de aprecio de los demás carismas. Pero será difícil superar un vacío de siglos respecto a la "vida apostólia" en el Presbiterio...
[20]El decreto conciliar "Presbyterorum Ordinis" calificar de "fraternidad sacramental" (PO 8) la comunión en el Prebiterio, por el hecho derivar del sacramento del Orden (LG 28). El contexto conciliar indica también la "sacramentalidad" de signo eficaz, por ser una concretización de la Iglesia "sacramento" (cf.LG 1; Jn 17,23; Puebla 663). El sacerdote es signo personal y comunitario (siempre "sacramental") de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor. En su visita al Pontificio Colegio Español de Roma (28 marzo 1992), dijo Juan Pablo II: "Debéis ser pastores de la unidad con vuestro Obispo y en la unidad fraterna con el propio Prebiterio. Vuestro ministerio sólo puede tener sentido en la vinculación ontológica y sacramental de vuestro sacerdocio con el Obispo y con vuestros hermanos sacerdotes... Por esto la comunión de cada sacerdote con el Obispo y el propio Presbiterio diocesano debe ser imagen del misterio de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para edificar así la comunidad eclesial y humana según el mandato del amor" ("L'Osservatore Romano", 30-31 marzo 1992, pp. 14-15).
[21]En el documento postsinodal se acentúa esta actuación del carisma episcopal en todas las etapas de la formación y de la vida sacerdotal, tanto para la espiritualidad como para la pastoral y las expresiones de vida práctica: nn.4, 28, 31, 35, 41, 50, 65, 74, 79, 80. Este tema es imprescindible para la buena marcha de todas las orgnizaciones y servicios del Presbiterio: Seminario, Consejo Presbiteral, formación permanente, convivencia sacerdotal como familia de hermanos, etc.
[22]En diversos lugares del documento postsinodal se invita a esta vida fraterna y comunitaria: nn.17, 29, 44, 50, 60, 73-74, 76-77, 81. Tanto para el seguimiento evangélico como para la vida comunitaria, los sacerdotes que forman parte del mismo Presbiterio pueden encontrar diversas posibilidades: iniciativa privada (grupos, equipos, "cenáculos"), equipo de trabajo pastoral y vida espiritual (v.g. arciprestazgos o decanatos), asociaciones sacerdotales, asociaciones de vida apostólica, Institutos seculares, Instituciones religiosas, etc. (nn.81, 31, 74). Que un sacerdote sienta la llamada a vivir una de estas formas (aunque sea sin incardinación a la diócesis), es una cosa normal (como en cualquier otra institución); pero sería un contrasentido que, por no encontrar el propio Presbiterio organizado, tuviera que entrar en una organización para la cual no tiene vocación. En cuanto a las "asociaciones" sacerdotales, hay que recordar que la "Unión Apostólica" es un servicio de intercambio de experiencias de "vida apostólica" en el Presbiterio, a partir de la iniciativa de los mismos grupos o equipos de nivel territorial (pastoral) o de amistad (revisión de vida, etc.).
[23]Juan Pablo II, Discurso en la clausura del Sínodo Episcopal, 27 octubre 1990. No hay que olvidar la importancia de la propia dirección espiritual (nn.40, 50, 81) como medio de santificación sacerdotal.
[24]La participación del Obispo es vital, como compartiendo la misma vida y la misma suerte de su Presbitetio. "El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su Presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial" (n.79; cf. CD 15-17.28; PO 7).
[25]Hay que reconocer que la "vida apostólica" en el Presbiterio (para el clero diocesano), salvo casos individuales y de algunos grupos excepcionales, tiene un vacío de siglos. La doctrina eclesial se ha mantenido gracias al magisterio y a la vida de santos sacerdotes. Llevar a término esta empresa supondrá crear mentalidad y buscar pautas concretas. Probablemente será cuestión de muchos años y de grandes sacrificios, para arrinconar hábitos "legitimados", privilegios y derechos adquiridos. También en algunas instituciones religiosas o análogas la "vida apostólica" ha quedado anquilosada, olvidando la vitalidad del carisma fundacional o dándose a una problemática al margen de los criterios evangélicos y eclesiales. Por esto la crisis sacerdotal ha sido común (con las mismas proporciones) para el clero diocesano y religioso.
[26]Ver este tesoro documental en: El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC 1985. A mi entender, el paso actual, salvando las diferencias, se podría comparar al paso trascendental de Trento respecto al los Seminarios, a la vida sacerdotal y al ministerio episcopal. Entonces se fue aplicando el concilio gracias a santos sacerdotes del postconcilio (San Carlos Borromeo, San Juan de Avila, San Juan de Ribera, San Ignacio de Loyola, San Juan Eudes, San Vicente de Paul, San Gregorio Barbarigo, etc.). ¿Estamos hoy preparados para poner en práctica la "Pastores daboo vobis"?
[27]Se podrían delinear las pistas de los cuatro niveles indicados (humano, espiritual, intelectual, pastoral) o trazar unas líneas de vida personal (contemplación, estudio, vida sacramental, seguimiento evangélico, dirección espiritual, medios concretos...), vida comunitaria (equipo de revisión de vida, convivencia, solidaridad, ayuda mutua en todos los niveles...), vida pastoral (equipo apostólico, pastoral de conjunto en el campo profético-litúrgico-caritativo...), etc. También podría especificarse un "Directorio" o proyecto sacerdotal a partir de actitudes: actitud relacional con Cristo, actitud de seguimiento evangélico, actitud de comunión y fraternidad, actitud de misión.
PASTORES DABO VOBIS, ACTUALIDAD Y DESAFIOS Juan Esquerda Bifet
Escrito por Super UserPara SURGE
PASTORES DABO VOBIS, ACTUALIDAD Y DESAFIOS
Juan Esquerda Bifet
1. Valoración de PDV, aspectos hoy más sobresalientes
Pasados unos años de la publicación de "Pastores dabo vobis", cada vez se aparecen más claros e interesantes sus contenidos. Se han realizado estudios científicos (Tesis), se han publicado exposiciones amplias y el documento se ha convertido en tema de reuniones y diálogo. Leyendo este arsenal ya publicado en esto últimos años, pueden apreciarse algunos aspectos más sobresalientes que continúan incidiendo en la vida sacerdotal.
Resalta principalmente la referencia a la persona de Jesucristo, como alguien que acompaña y comparte la propia vida sacerdotal. "El que nos ha llamado y nos ha enviado sigue junto a nosotros todos los días de nuestra vida, ya que nosotros actuamos por mandato de Cristo" (n.4).
El sacerdote no siente el peso de serlo, sino la alegría de ser "imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.42). No es un peso, sino una posibilidad. "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (n.12).
El documento es "vivencial" y "relacional", en el sentido de invitar a vivir la propia realidad de gracia en el ejercicio del ministerio (como relación personal y sintonía con Cristo y seguimiento suyo), al servicio de los hermanos (n.24), en el contexto del Presbiterio de la Iglesia particular y en una línea de disponibilidad hacia la Iglesia universal.
La exhortación apostólica postsinodal traza un "proyecto" o itinerario exigente y, al mismo tiempo, asequible, invitando a hacerlo realidad. La línea de la "caridad pastoral" llena todo el documento a partir del título ("os daré pastores": Jer 3,15). Se hace referencia continua al Buen Pastor (Jn 10), a su "corazón" (nn.49, 82) y a sus "sentimientos" sacerdotales (Fil 2,5).
La relación personal con Cristo se convierte en sintonía con su Iglesia, dentro de una "eclesiología de comunión", que "resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo" (n.12). La Eucaristía (celebrada y adorada) fomenta esta perspectiva relacional con Cristo y comprometida en la misión (PDV 1,, 23, 26, 38, 46, 48).
Por ser "expresión" o "signo" de Cristo y "representación sacramental" suya (n.15), el sacerdote se hace servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión en el mundo de hoy (nn.12,16,59,73). La referencia a Cristo, "el rostro definitivo del presbítero" (n.5), acentúa la importancia de la actitud de sintonía con sus sentimientos o amores sacerdotales.
La cercanía al hombre concreto en su situación sociológica, cultural e histórica, es una consecuencia de la encarnación del Verbo. El sacerdote ministro participa y prolonga la misma cercanía de Cristo Sacerdote y Buen Pastor a todos los hermanos.
Se nota en todo el documento un tono de esperanza, como indicando que es posible vivir la alegría de ser sacerdote hoy. Se vive el gozo de ser "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.15), por el hecho de participar en su ser o consagración, para prolongar su misma misión (Lc 1,18-19; Is 61,1-2).
La caridad pastoral es el resumen del estilo de vida de Cristo Buen Pastor y, consiguientemente, de la vida del sacerdote ministro. En ella se inspira la espiritualidad "específica" sacerdotal, que incluye el seguimiento evangélico, al estilo de los doce apóstoles (cfr. nn. 20, 23-25).
2. Aspectos que no han encontrado suficiente acogida e integración (¿cuáles, por qué?)
El "proyecto de vida" que pide el documento parece una asignatura pendiente. Son pocos los Presbiterios que han respondido a esta invitación: "Hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrollo por etapas y tiene modalidades precisas" (n.79).
Es necesario que los futuros sacerdotes durante el período de formación, así como las posibles vocaciones sacerdotales que empiezan a repuntar, vean que el Presbiterio se mueve con un proyecto de vida entusiasmante. Los mismos sacerdotes necesitan encontrar en el Presbiterio todos los medios necesarios para su misión y vida espiritual.
Probablemente la razón por qué esta invitación del Papa (el año 1992) haya encontrado menguada respuesta, puede ser debida a cierta alergia a "reglamentos" y a nuevas obligaciones. Pero en el caso presente, no se trata ni de nuevas reglas ni de nuevas obligaciones, sino de redactar lo que ordinariamente ya se hace en los cuatro niveles de la formación permanente: humano, espiritual, intelectual, pastoral.
Para la perseverancia sacerdotal y para la pastoral vocacional, este proyecto sería uno de los medios más adecuados. La dificultad que proviene de no saber cómo elaborar este "proyecto" de vida, puede superarse fácilmente con estas tres indicaciones: ideario (un resumen muy breve de PO y PDV), objetivos (los cuatro niveles de formación permanente), medios según cada nivel, personales y comunitarios. No se trata de nuevas obligaciones, sino de una programación práctica y entusiasmante de lo que ya está en el ambiente.
Faltaría también estudiar "Pastores dabo vobis" en relación con "Presbyterorum Ordinis" y con el "Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros". Me refiero a un análisis comparativo y complementario de los contenidos.
Todavía se notan carencias respecto a la espiritualidad específica del sacerdote ministro, especialmente del sacerdote diocesano. Los contenidos de PDV son muy claros, pero no suficientemente conocidos ni estudiados a fondo. De la exhortación postsinodal se pueden entresacar contenidos muy explícitos respecto a la relación con el propio Obispo, la pertenencia al propio Presbiterio y el servicio en la propia Iglesia particular o desde ella. Esta espiritualidad específica no se contrapone a otras concretizaciones complementarias, que pueden provenir de asociaciones o de la vida consagrada.
La exhortación apostólica PDV necesita tiempo para ser asimilada. Los documentos de esta categoría se comprenden mejor con el pasar de los años. Pero han escaseado los formadores apasionados por el sacerdocio ministerial y por su espiritualidad específica. Frecuentemente he encontrado, durante Ejercicios impartidos a ordenandos, candidatos que no han leído PDV.
Tal vez ha habido comentarios que han producido alergia a la lectura y estudio del documento. Me refiero a reflexiones sobre puntos más secundarios o más disciplinares (por válidos que puedan ser), que, debido a su tono polémico, han marginado o infravalorado los grandes principios de la PDV.
3. Actualidad... Eco entre nosotros
Me parece que uno de los puntos más entusiasmantes y menos estudiados de PDV es el de la imitación de la vida de los Apóstoles por parte de los sacerdotes ministros (como "sucesores") (PDV 5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60). La "sequela" evangélica, de la que habla PDV, corresponde a la llamada "vida apostólica" al estilo del seguimiento evangélico de los Apóstoles: seguimiento radical, vida comunitaria y disponibilidad misionera (PDV 8-10, 13, 20, 30, 34, 36, 40, 60, 63, 65-66, 70, 72, 81-82).
Tengo la convicción de que el despertar de las vocaciones y especialmente el redescubrimiento de la propia identidad sacerdotal, pasa por la vivencia de la sequela evangélica, al estilo de los Apóstoles, vivida en relación con el carisma del propio Obispo, en el propio Presbiterio y en la propia Iglesia particular (en comunión misionera con la Iglesia universal).
He constatado en algunos Seminarios españoles y de América Latina, un gran interés por el estudio de PDV en relación con los documentos conciliares y postconciliares. Es un signo de esperanza. Concretamente es de alabar e imitar el esfuerzo del CELAM a nivel de América Latina, por preparar formadores a nivel de formación inicial y permanente, incluso con especialización académica sobre la "pastoral sacerdotal" (cursos en el ITEPAL). Hay iniciativas parecidas a nivel español, en vistas a la formación inicial y permanente.
Los estudios especializados y universitarios han dedicado ya alguna atención a PDV, por medio de cursos peculiares (sobre el sacerdocio ministerial y su espiritualidad) y también por la elaboración de Tesis. Creo que queda todavía mucha materia por estudiar y también muchas posibilidades para sistematizar mejor la doctrina sacerdotal.
Algunos temas de PDV han sido retomados con profundidad en la exhortación postsinodal sobre los obispos, "Pastores Gregis". Las citas de PDV (y de PO) son abundantes, puesto que la doctrina es común en los puntos fundamentales del sacerdocio ministerial (de Obispos y presbíteros). Me refiero especialmente a la vida evangélica o "vida apostólica", de la que el Obispo no es sólo imitador, sino garante y agente en relación con sus presbíteros (Pastores Gregis nn.10, 13, 18, 21-22, 37, 39, 47-48). Sin la referencia activa al carisma episcopal, no sería posible la puesta en práctica adecuada de los contenidos de PDV. Tal vez ahí está la solución para poder elaborar el "proyecto de vida" sacerdotal en el Presbiterio, como pide PDV 79.
El respiro de misión universal es otro punto de actualidad y de esperanza. Entre otros muchos números, ver especialmente PDV 16-18 y 31-32. No se trata sólo de la disponibilidad misionera propia del sacerdocio, como ya había subrayado PO 10, sino de que el presbítero, por el hecho de estar incardinado a una Iglesia particular, asume la responsabilidad misionera que corresponde a la misma, siempre en dependencia de la responsabilidad misionera universal del propio Obispo (cfr. PDV 31-32, 64). Pero ello supone que la Iglesia particular y el Presbiterio asuman de verdad esta responsabilidad misionera.
La referencia sencilla y frecuente a María, Madre de Cristo Sacerdote en PDV, es una nota de garantía, como modelo ayuda materna para la fidelidad a las nuevas gracias de Dios en el camino vocacional (PDV 36, 38, 45, 82). En la perspectiva mariana de la vocación, de la vida y del ministerio sacerdotal se descubre mejor la dimensión cristológica y eclesiológica, aprendiendo una cercanía de maternidad eclesial (imitada de María), para insertarse en las situaciones humanas concretas. La unidad en el "cenáculo" del Presbiterio necesita la presencia sentida y vivida de "la Madre de Jesús" (Hech 1,14).
Juan Esquerda Bifet EL PADRE OS AMA La misión, un proyecto de amor
Escrito por Super UserJuan Esquerda Bifet
EL PADRE OS AMA
La misión, un proyecto de amor
INDICE
Documentos y siglas
Presentación: "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17)
I. La sed y búsqueda de Dios en todos los pueblos
1. La vida tiene sentido en la búsqueda de Dios
2. Dios, ¿calla? ¿está ausente?... Ama como él es
3. Las huellas desconcertantes de un Dios cercano
Meditación bíblica
II. Dios "Padre" en el mensaje evangélico de Jesús
1. Providencia misteriosa de Dios Amor
2. Misericordia: ternura materna de Dios
3. Su Hijo, enviado por amor a toda la humanidad
Meditación bíblica
III. "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9)
1. Su modo peculiar de amar: darse él mismo
2. Su cercanía esponsal
3. Su transparencia personal
Meditación bíblica
IV. El "Padre nuestro", oración de toda la humanidad
1. Actitud filial, oración en el Espíritu
2. Cristo ora en nosotros
3. La oración de toda la familia humana
Meditación bíblica
V. "Amad... como vuestro Padre" (Mt 5,44-45)
1. Cristo en el corazón y en la vida de cada hombre y de cada pueblo
2. Actitud de las "bienaventuranzas" y del "mandato del amor"
3. Dejar que Cristo viva y ame en nosotros y en todos los hermanos
Meditación bíblica
Líneas conclusivas: Hacia la "civilización del amor" y la "cultura de la vida" en todos los pueblos
Selección bibliográfica
DOCUMENTOS Y SIGLAS
AA Apostolican Actuositatem (C. Vaticano II, sobre el apostolado de los laicos).
AG Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).
CA Centesimus Annus (Encíclica de Juan Pablo II, en el centenario de la "Rerum novarum", sobre la doctrina social de la Iglesia: 1991).
CEC Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).
CFL Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)
DEV Dominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo: 1986).
DM Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia: 1980).
DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).
EA Ecclesia in Africa (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Africa: 1995).
EN Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la evangelización: 1975).
ET Evangelica Testificatio (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la vida consagrada: 1971).
EV Evangelium Vitae (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el valor de la vida humana: 1995).
FC Familiaris Consortio (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la familia: 1981).
GS Gaudium et Spes (C. Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo).
LE Laborem Exercens (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el trabajo: 1981).
LG Lumen Gentium (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).
MC Marialis Cultus (Exhortación apostólica de Pablo VI, sobre el culto y devoción mariana: 1974).
MD Mulieris Dignitatem (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre la dignidad y la vocación de la mujer: 1988).
MR Mutuae Relationes (Directrices de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: 1978).
OL Orientale Lumen (Carta Apostólica de Juan Pablo II: 1995).
OT Optatam Totius (C. VAticano II, sobre la formación para el sacerdocio).
PC Perfectae Caritatis (C. Vaticano II, sobre la vida religiosa).
PDV Pastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).
PM Provida Mater (Constitución Apostólica de Pío XII, sobre los Institutos Seculares: 1947).
PO Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).
PP Populorum Progressio (Encíclica de Pablo VI sobre cuestiones sociales: 1967).
RC Redemptoris Custos (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la figura y la misión de San José: 1989).
RD Redemptionis Donum (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la vida consagrada: 1984).
RH Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).
RM Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano: 1987).
RMi Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato misionero: 1990).
SC Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).
SD Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el sufrimiento: 1984).
SDV Summi Dei Verbum (Carta Apostólica de Pablo VI, sobre la vocación: 1963).
SRS Sollicitudo Rei Socialis (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la cuestión social: 1987).
TMA Tertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II como preparación del Jubileo del año 2000).
UR Unitatis Redintegratio (C. Vaticano II, sobre la unidad).
UUS Ut Unum Sint (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el empeño ecuménico: 1995).
VC Vita Consecrata (Exhortación Apostólica de Juan PabloII, sobre la vida consagrada y su misión: 1996).
VS Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral de la Iglesia: 1993).
PRESENTACION:
"Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17)
Así es la gran sorpresa que Cristo comunicó a sus amigos, para anunciarla a toda la humanidad: "El Padre os ama" (Jn 16,27). Se refiere a un amor paternal, que, por parte suya, como Hijo de Dios, es especial; pero que él quiere compartir con nosotros: "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).
No se trata principalmente de una idea o concepto sobre la bondad divina, sino que el mismo Jesús se presenta como la expresión y epifanía personal de Dios Amor. Sus palabras, sus gestos, sus pasos y todos los momentos de su vida, equivalen al gran anuncio: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). En el amor de Cristo cercano, descubrimos el amor personal de Dios.
Dos mil años desde la Encarnación son una historia de ese mensaje grabado en el corazón humano, que sigue anunciándose y aconteciendo en el aquí y ahora de cada comunidad humana. Gracias a la Encarnación del Verbo, somos hijos en el Hijo, es decir, en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. A cada ser humano le llega ese mensaje sorprendente, que sólo Cristo puede anunciar: "Mi Padre y vuestro Padre". Es Padre suyo desde la eternidad; es Padre nuestro por gracia y don suyo.
El itinerario que ha seguido toda cultura, todo pueblo, toda religión y todo corazón humano, queda imantado hacia esta dirección: "Este es mi hijo amado en quien me complazco, escuchadle" (Mt 17,5). Al escuchar a Cristo, el hombre entra en los planes eternos de Dios Amor. Cada uno puede llegar a sentirse amado en Cristo.
La mirada de Cristo refleja un amor eterno que procede del Padre y se expresa en el Espíritu Santo. Esa misma mirada se refleja en todo corazón humano. Los que ya se han percatado de ella, es decir, los creyentes en Cristo, tienen la misión de transparentar y anunciar la filiación divina participada.
El mayor obstáculo para la evangelización, en el inicio de un tercer milenio, sería la opacidad de los que decimos haber encontrado a Cristo. La vida cristiana es tal cuando se expresa en la serenidad gozosa de anunciar a todo ser humano: "Dios te ama, Cristo ha venido por ti".
Este anuncio no se improvisa ante el espejo, ni se puede expresar sólo por un discurso literario. Se trata de una "vida nueva" (Rom 6,4), que se traduce en acogida, convivencia y servicio callado. El anuncio se hace con la "mirada" contemplativa y comprometida, de saber adivinar la presencia de Cristo en cada hermano, sobre todo es el más pobre y menos valorado por los demás.
La convicción de ser amados de Dios se resquebraja fácilmente por la duda, la desconfianza y el desánimo. El error y la fragilidad acechan a nuestra puerta. Sólo Dios hecho hombre, Cristo Jesús, puede disipar esos temores y comunicar esa convicción inquebrantable, a partir de la cual es posible afrontar la vida con gozo y generosidad.
La afirmación hecha por Jesús, "el Padre os ama" (Jn 16,27), viene a ser la recta final de una historia milenaria de culturas y religiones, a modo de "cumplimiento de un anhelo" (TMA 6), que Dios mismo ha sembrado en todo corazón humano.
El cristianismo es autorretrato de Jesús, cuando manifiesta la convicción gozosa de que la vida es hermosa y merece vivirse, porque ya se puede transformar en "complemento" de la misma vida y muerte de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre (cfr. Col 1,24).
La vida se hace donación a partir de esta convicción honda: "Hemos conocido el amor" (1Jn 4,16). Entonces ya es posible caminar según las pautas del sermón de la montaña: "Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,44-45). Esa vida nueva es un don de Dios Padre, por medio de su Hijo, que nos hace "renacer por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5).
Cuando recitamos el "Padre nuestro" y lo vivimos por el mandato del amor, expresamos "el deseo filial de que Dios se manifieste y sea conocido por los hombres como Dios auténtico. Que su identidad revelada -su rostro de Padre- se muestre patente y eficaz sin límite en el ámbito de toda existencia humana" (I. Gomà Civit).
La máxima expresión de Dios Amor consiste en haber enviado a su Hijo para que, participando de su misma vida, experimentemos el gozo de ser amados en él y como él: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su HIjo unigénito" (Jn 3,16). En la despedida de la última cena, Jesucristo hizo esta oración sorprendente: "Padre... que tengan en sí mismos mi alegría colmada... yo en ellos y tú en mí... los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,13.23).
El cruce de miradas entre el Padre y el Hijo, expresado en el amor del Espíritu Santo, se prolonga en el corazón del creyente. "Toda gracia tiene su origen en la divina mirada" (Concepción Cabrera de Armida). Por esto, quien abre el corazón a esta mirada de amor, ya puede mirar al Padre "como lo mira Jesús".
Nuestro encuentro con Cristo se nos ha convertido en sintonía con su amor al Padre. El Señor comparte con nosotros su "gozo en el Espíritu Santo" y su oración al Padre: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10,21-22).
La misión es un proyecto de amor, porque su fuente es Dios Amor. "La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. Pero este designio dimana del «amor fontal» o de la caridad de Dios Padre" (AG 2).
I
LA SED Y BUSQUEDA DE DIOS EN TODOS LOS PUEBLOS
1. La vida tiene sentido en la búsqueda de Dios
2. Dios, ¿calla? ¿está ausente?... Ama como él es
3. Las huellas desconcertantes de un Dios cercano
Meditación bíblica
La señal más clara de que Dios nos ama es el hecho de haber modelado nuestro corazón a su medida: ya no podemos prescindir de él. Nos sentimos realizados así: en la búsqueda de un Dios que parece esconderse en sus mismas huellas.
Esta es la característica del amor de Dios: se da él mismo, más allá de sus dones. Por esto, buscarle es ya empezar a amarle y encontrarle, porque significa que hemos descubierto que sus dones no son él. La seguridad de saberse amado por él es la única brújula que puede orientar y dar sentido a la existencia de todo ser humano, sin distinción de raza, cultura o religión.
1. La vida tiene sentido en la búsqueda de Dios
El ser humano se ha preguntado siempre sobre el sentido de su existencia. Culturas y religiones han elaborado hipótesis hermosas que ofrecen sólo un aspecto de la solución. Pero la realidad más honda y constatable es que el hombre busca el sentido de Dios como respuesta al sentido de la propia existencia.
Esa búsqueda es como la de quien va palpando, "a tientas" (Hech 17,27), para dar sentido a la vida. En realidad, "el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre" (CEC 27).
Preguntarse sobre sí mismo, en la perspectiva de un origen y de un fin, equivale a preguntarse sobre Dios. La autoconciencia espiritual del hombre se convierte en la búsqueda de la trascendencia divina. Hay "alguien" que da sentido a la vida, porque, al ser más allá de nuestra existencia, la sostiene. Es el "Otro", el trascendente e inmanente. En nuestro ser contingente están las huellas de su amor eterno. El misterio del hombre se desvela en el misterio de Dios.
La "aspiración profunda" de todo ser humano tiende a "una vida plena". Por esto, el hombre "se interroga sobre sí mismo" (GS 9) y, precisamente por ello, se pregunta sobre Dios: "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta encontrarte a ti... Tú estabas más íntimamente presente que mi mayor intimidad" (San Agustín, Confesiones).
La conquista del universo es una aspiración legítima, puesto que el hombre es la síntesis del mismo. Pero esa aspiración sin fronteras cósmicas está alimentada por la sed de Dios: "Por su interioridad, el hombre es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).
Esa búsqueda se puede calificar de "sufrir a Dios" (Santo Tomás), en el sentido de necesitar absolutamente de él y de su amor, sin poder encontrarle plenamente en esta tierra. Porque sus dones no son él, que es infinitamente más allá de todos ellos. El hombre existe para saberse amado y poder amar, sin limitaciones en ese amor recibido y correspondido.
La creación contingente, como una hoja seca que se cae del árbol, deja entrever que, a pesar de su caducidad, ha sido programada por amor. Pero es la inquietud interior del hombre la que se plantea el problema sobre Dios, no ya sólo como una primera idea o un primer motor, sino como "Alguien", que nos ama porque nos ha hecho capaces de amar y de ser amados.
Si el hombre dejara de buscar a Dios, dejaría de buscar el sentido de la propio existencia. Esa búsqueda es la vida del hombre, porque todo paso en esa búsqueda es ya un encuentro con la verdad, el bien, la belleza, que tienen su origen y plenitud en Dios.
Las cosas, puesto que son buenas, van aplacando, en cierto modo, la inquietud del corazón humano. Despreciarlas para poder llegar a Dios, sería un camino equivocado. Quedarse en ellas, olvidando a Dios, sería abocarse a la frustración. Las cosas son mensajeros que dejan entender que, en esos dones, Dios se comienza a dar a sí mismo. "Mil gracias derramando - pasó por restos sotos con presura, - y, yéndolos mirando, - con sola su figura - vestidos los dejó de hermosura" (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual). El "paso" de Dios por estos dones, deja entrever algo más...
La búsqueda de Dios no puede separarse, en esta tierra, de la búsqueda del misterio del hombre y del universo. Todo es hermoso cuando se asume como epifanía del amor de Dios: "Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación" (Sant 1,17). Creación, evolución, historia..., todo es un libro abierto que habla de "Alguien".
Quien busca a Dios no es un aguafiestas, sino que, con "mirada contemplativa" (EV 83), sabe adivinar que la historia humana ha tenido origen en un corazón divino, y que, consecuentemente, sólo encontrará su significado cuando discurra al unísono con ese amor eterno. La fe cristiana encamina hacia ese ideal: "Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio al Padre" (Col 3,17).
"Ahora, que la noche es tan pura,
y que no hay nadie más que tú,
dime quién eres.
Dime quién eres y por qué me visitas.
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas, sin decirme tu nombre...
Dime quién eres... dime quién soy yo también"
(Himno de vísperas).
El "Padre", de quien nos habla Jesús, es el Dios que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45), porque, más que "su" sol, todos son hijos "suyos", pedazos de sus entrañas.
2. Dios, ¿calla? ¿está ausente?... Ama como él es
Dios, cuando se hace más cercano, deslumbra y parece ausente. Nuestra realidad humana procede de la nada por un gesto amoroso de Dios. Seguimos siendo "barro" quebradizo y opaco, especialmente cuando centramos demasiado la atención en nosotros mismos. La luz nos llama a salir de esa opacidad. Nos convertimos en luz cuando nos dejamos deslumbrar por la sorpresa de Dios, que es luz en las tinieblas: "En tu luz podemos ver la luz" (Sal 36,10).
Frecuentemente nos asalta la duda sobre el amor: ¿nos aman de verdad o nos utilizan como una cosa?, ¿podemos amar con amor de donación sin manipular a los hermanos?... Mientras experimentamos nuestra debilidad, al mismo tiempo sentimos el anhelo insaciable de una vida llena de verdad, de bien y de belleza. Y en esos contrastes de nuestra realidad maravillosa y quebradiza, se hace presente Dios, diciéndonos que nos ama no según nuestros cálculos, sino como él es, porque él es Amor.
Si abrimos los ojos a la realidad actual y a la historia del pasado, constatamos una humanidad que camino a tientas, con ansias de infinito y con lacras y atropellos indecibles, que se suceden sin interrupción. Esa historia refleja el fondo del corazón humano. Las miserias humanas son fruto de una división interna del corazón. Toda calamidad histórica tiene origen en "la íntima división del hombre" (GS 13).
El problema sobre Dios consiste en que él es el absolutamente "Otro". El hombre encontrará su propia razón de ser y captará su propia realidad, sólo en la medida en que deje que Dios sea tal como es, con todo su misterio sorprendente. El empeño por querer adaptarse a esa realidad humana y divina, produce la sensación de "silencio" y "ausencia" de Dios.
Dios, siendo "el que es" y quien sostiene toda la existencia (cfr. Ex 3,13-15), sigue siendo "el Dios escondido" (Is 45,15). En realidad es "el Dios vivo" (Ex 3,6; Mt 22,32; Rom 9,26), quien, por ser trascendente, es plenamente inmanente y cercano, amigo de los hombres, "misericordioso y clemente, rico en amor y fidelidad" (Ex 34,5-6). No es "el Dios desconocido", sino que "en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech 17,23.28).
Dios es siempre más allá de todo cuanto nosotros podamos pensar, decir y experimentar. Nos ama así, tal como es, dejándose "sentir" de algún modo, pero más allá de nuestras conquistas. Aceptarle tal como es y alegrarse de que sea así, es señal de amor y fuente de gozo. El verdadero amor ama a la persona amada y la quiere tal como es. Sólo en aras de ese amor, el "silencio" y la "ausencia" se van descubriendo como "palabra" y "presencia" suya peculiar.
El abuso de querer utilizar las cosas y las personas según nuestros propios puntos de vista e intereses personalistas, se convierte en el error de intentar hacer un Dios a la medida de nuestro egoísmo. Entonces Dios "escapa", o mejor, espera oculto a que amanezca su luz en nuestro corazón. "Si alguno ama al mundo (egoísticamente), el amor del Padre no está en él" (1Jn 2,15).
La manía de muchas programaciones y elucubraciones humanas consiste en querer apoyar en Dios la división del propio corazón. Entonces se crea un "politeísmo" práctico, fabricado con nuestras ideas achatadas, que incluso a veces intentamos adornar con la etiqueta de "gloria de Dios".
Esos subproductos que nacen del corazón dividido, son como un espejo hecho añicos, que refleja la abigarrada lista de nuestras preferencias engañosas, por encima del misterio de Dios. Es necesario unificar el corazón, para poder descubrir a Dios cercano: "Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1Cor 8,6).
Al "Padre de la gloria" (Ef 1,17) se le descubre con la sabiduría evangélica de aceptar la propia realidad tal como es, porque allí ha dejado Dios las huellas de su presencia y de su amor. Cuando Dios parece que calla y que está ausente, es que quiere corregir nuestro modo de pensar y de valorar las cosas. Entonces "Dios nos trata como a hijos", a quienes quiere corregir con amor (cfr. Heb 12,7-9).
Cuando Cristo presentó el mensaje sobre el amor del Padre, no fue aceptado por todos. Si se busca el propio interés, "por encima de la gloria de Dios" (Jn 12,43), entonces no se acepta a Dios tal como es. El baremo para conocer nuestra actitud relacional respecto a Dios, se encuentra en el modo de tratar a los hermanos. Tanto el favoritismo, como la utilización de los demás, son el gran obstáculo para encontrar a Dios presente en nuestra vida.
Dios ni calla ni está ausente; simplemente es más allá de sus dones. Es nuestro único Padre, en el sentido que él es más allá del don que nos ha concedido en nuestros padres terrenos: "Uno solo es vuestro Padre, el del cielo" (Mt 23,9). Ningún don divino puede llenar el corazón del hombre; pero todos los dones de Dios dejan entender ese más allá que es él mismo, y que un día será el don definitivo. Dios ama tal como es, dándose él, de modo sorprendente.
Hay momentos en los que el "sufrir a Dios" ya no es debido sólo a nuestras limitaciones, sino que se origina en los nuevos planes de Dios sobre nosotros, que van más allá de nuestra lógica. En esos momentos hay que adoptar la actitud filial de Jesús en Getsemaní: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no sea como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26,39).
A nosotros nos parece que Dios nos ama cuando tenemos éxitos y todo nos va bien. Pero, en realidad, todo lo que él envía o permite está hecho a nuestra medida, aunque sean los momentos de fracaso. Dios nos ama en su Hijo Jesucristo y como a él, que vivió marginado y murió crucificado. "Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Jahvé para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo" (Sal 103,13-14).
3. Las huellas desconcertantes de un Dios cercano
En todo pueblo, en toda cultura y en toda religión, existen huellas patentes de una presencia y cercanía de Dios. Los acontecimientos históricos no tienen explicación sin él. Y hay textos doctrinales maravillosos que reflejan experiencias profundas de haberle encontrado. En el Antiguo Testamento, esa realidad tiene una dinámica y profundidad especial, puesto que se trata de una experiencia mesiánica, que sólo es posible con una presencia peculiar de Dios.
Pero esas huellas de Dios, cercano en cada corazón humano y en cada pueblo, son huellas desconcertantes. Se amalgaman con expresiones humanas defectuosas. Las huellas de Dios se mezclan con huellas de seres que peregrinan "a tientas" y a tropezones. Así ama Dios al hombre, sin escandalizarse del barro humilde de su procedencia. Cuando se trata de un estropajo, Dios lo declara suyo, para cambiarlo en un bordado maravilloso. El es siempre fiel al amor.
Hay muchas "escrituras" o libros "santos" y "espirituales", en el sentido de exponer una verdadera experiencia de Dios para transmitirla a los demás. Pero la "Escritura" del Antiguo Testamento tiene una acción especial del Espíritu Santo que, de hecho, engloba a todos los demás pueblos y culturas religiosas, para orientarlas hacia Cristo, el único "Mesías" y "Salvador del mundo" (Jn 4,42).
Todas esas "escrituras", también las inspiradas por Dios, necesitan una recta interpretación, que deslinde las huellas de Dios y las huellas culturales, sociológicas y psicológicas del hombre. De todos modos, siempre se trata de una historia humana llena de luces y sombras, que es historia de una amor divino inquebrantable para todos y cada uno de los pueblos.
Esta realidad de la historia humana acontece de modo especial en todo corazón, porque para Dios toda persona tiene un "nombre" irrepetible, grabado por artesanía en el fondo de su ser. Nuestra vida es una historia de huellas desconcertantes de Dios cercano.
El misterio de su amor, consiste en que sus huellas de infinito se han querido identificar con las nuestras que parecen deleznables. Pero Dios nos ama así, tal como él es y asumiéndonos a nosotros tal como somos, insertando nuestra historia de hombres libres en la suya de amor eterno: "Mis planes no son vuestros planes" (Is 55,8), nos dice amorosamente el Señor, como recuperando la orientación de la ruta de nuestro caminar.
Es importante acertar con la dinámica de esas huellas. Porque en la búsqueda irreversible del corazón humano, se ha hecho presente el mismo Dios. Ya "es una búsqueda que nace de lo íntimo de Dios", quien "busca al hombre movido por su corazón de Padre" (TMA 7).
Esa sorpresa todavía no la ha descifrado ninguna cultura religiosa, como tampoco ninguna elucubración humana. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es "el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" y también en todas las culturas (cfr. TMA 6). Por esto, él es "la palabra definitiva sobre el hombre y su historia" (TMA 5). Sólo en él "se esclarece el misterio del hombre" (GS 22).
Nuestras huellas por un camino zigzagueante, reflejan también una huellas de Dios que necesitamos descifrar. La clave es el amor, no la táctica ni el utilitarismo. A Dios no se le conquista, sino que se da él tal como es. Y su Espíritu de amor, que ha sembrado sus huellas en toda cultura y en todo pueblo, "las prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28).
Las "semillas de la Palabra", sembradas por el Espíritu en todo corazón humano, tienden al encuentro con la "palabra definitiva". Dios ahora "habla al corazón" (Jer 31,3), por medio de su Palabra personal que es Jesucristo, el Verbo encarnado.
Esas huellas son desconcertantes, porque reafirman la dignidad del hombre trascendiéndole. Sólo el Hijo de Dios hecho hombre puede descifrar las huellas de una búsqueda milenaria y mutua, por parte de Dios y por parte del hombre. Cristo, hombre como nosotros, afirma desde dentro de nuestro camino histórico: "Soy yo" (Jn 4,26; 6,35; 8,12.18). Sólo él "manifiesta el hombre al mismo hombre" (GS 22). En Cristo se actualiza y llega a su cumplimiento el mensaje del Sinaí sobre Dios fiel a la existencia: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14; cfr. Deut 4,31).
Nadie tiene derecho a reclamar lo que trasciende su propio ser. La búsqueda de Dios por parte de hombre es una gracia, y culmina en el encuentro con el Verbo encarnado. No es la conquista de una idea sobre Dios, sino las sorpresa de encontrarse con el Hijo de Dios hecho hombre, más allá de todo mérito e intuición. Pero una vez concedido este don, "las multitudes tienen derecho a conocer las riquezas del misterio de Cristo" (EN 53). Porque "hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4,6).
En algunos ambientes culturales de religiones tradicionales, Dios es llamado "Padre de nuestros padres". En el Antiguo Testamento, Dios es "Padre de huérfanos" (Sal 68,6). Con ello se quiere indicar la bondad y ternura paterna de Dios: "Con amor eterno te he amado" (Jer 31,3); "yo soy para Israel un Padre" (Jer 31,9).
Pero esas huellas de la cercanía de Dios han llegado a su cenit en Jesucristo, el Hijo eterno del Padre, enviado al mundo para compartir con nosotros su realidad de filiación divina. Aquellas huellas de la paternidad de Dios siguen siendo una preparación evangélica para encontrar a Cristo.
Quienes hemos tenido ya la suerte de descifrar esas huellas sorprendentes de Dios Padre, quedamos comprometidos a compartir una realidad que es ya herencia de toda la humanidad. Pero el anuncio no será aceptado, si no procede de una actitud filial totalmente nueva, de parte de quienes, por ser hijos en el Hijo, tenemos que manifestar las facciones de Jesucristo. El mundo ya camina atraído no tanto por teóricos, cuanto por testigos del encuentro.
Por este encuentro de fe, Cristo hace de nosotros "un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,6). Sólo por medio de él, podemos "conocer al Padre" tal como es (1Jn 2,14; Mt 11,27). Y en este conocimiento amoroso, el Espíritu Santo, que es expresión personal del amor entre el Padre y el Hijo, nos delinea según la fisonomía de Jesús. La dinámica de la vida cristiana tiene una orientación trinitaria que arrebata toda la existencia personal y comunitaria: en el Espíritu, por Cristo, al Padre (cfr. Ef 2,18).
El encuentro con Cristo, que comparte su filiación divina, es un don de Dios, el don de la fe. Así lo afirmó Jesús: "Nadie puede venir a mí, si el Padre no le atrae!" (Jn 6,44). Pero todas las huellas que Dios ha sembrado en las culturas y religiones llevan al encuentro explícito con Cristo: "Todo el que escucha el Padre... viene a mí" (Jn 6,45).
Las huellas de Dios son todas salvíficas, porque orientan hacia Cristo Salvador y de él dependen: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Descubrir en las huellas de Dios, al mismo Dios como Amor y Padre, sólo es posible por medio de Jesús: "Nadie viene al Padre sino por mí" (ibídem).
Este encuentro no es definitivo, en cuanto que tiende a un encuentro pleno en el más allá. La señal de haber encontrado al Padre anunciado por Jesús, es el anhelo de ese encuentro final ("escatológico") y pleno, que sigue dando sentido a la búsqueda en la vida humana.
El encuentro con Cristo se hace anuncio y testimonio de esta paternidad divina, que cautiva el corazón con ansias de eternidad: "Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17). Sin este mordiente de misión y de búsqueda escatológica, el cristianismo perdería la fuerza de su "utopía", porque no sabría anunciar "el gozo de la esperanza" (cfr. Rom 12,12).
"Quien diga que Dios ha muerto
que salga a la luz y vea
si el mundo es o no tarea
de un Dios que sigue despierto...
que Dios está, sin mortaja,
en donde un hombre trabaja
y un corazón le responde" (Liturgia de las Horas).
Meditación bíblica
- La vida es una búsqueda de Dios a través de sus dones:
"Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación" (Sant 1,17)
"Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio al Padre" (Col 3,17).
"Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,44-45).
"El Padre os ama" (Jn 16,27).
"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10,21-22).
- Dios ama desde un silencio sonoro:
"Una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle»" (Mt 17,5).
"El que es" (cfr. Ex 3,13-15), sigue siendo "el Dios escondido" (Is 45,15), "el Dios vivo" (Ex 3,6; Mt 22,32; Rom 9,26), "misericordioso y clemente, rico en amor y fidelidad" (Ex 34,5-6), "el Padre de la gloria" (Ef 1,17).
"En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech 17,23.28).
"Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1Jn 2,15).
"Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1Cor 8,6).
"Uno solo es vuestro Padre, el del cielo" (Mt 23,9).
"Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no sea como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26,39).
"Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Jahvé para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo" (Sal 103,13-14).
- La sorpresa de un Dios cercano:
"Mis planes no son vuestros planes" (Is 55,8)
"Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4,6).
"Padre de huérfanos" (Sal 68,6).
"Con amor eterno te he amado... yo soy para Israel un Padre" (Jer 31,3.9)
"Nadie puede venir a mí, si el Padre no le atrae" (Jn 6,44).
"Todo el que escucha el Padre... viene a mí" (Jn 6,45).
"Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
"Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14,6).
"Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9)
"Padre... que tengan en sí mismos mi alegría colmada... yo en ellos y tú en mí... los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,13.23).
"Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).
II.
DIOS "PADRE" EN EL MENSAJE EVANGELICO DE JESUS
1. Providencia misteriosa de Dios Amor
2. Misericordia: ternura materna de Dios
3. Su Hijo, enviado por amor a toda la humanidad
Meditación bíblica
En todo lo que dice y hace, Jesús refleja al Padre que le ha enviado. Según sus enseñanzas, la historia humana, a pesar de las apariencias, se escribe al compás de los latidos del corazón de nuestro Padre Dios. Todo es providencial.
El misterio de Dios Amor impregna con su luz y calor toda la vida humana. En el barro débil y quebradizo de todo ser humano, se refleja la ternura de sus ojos misericordiosos. La garantía de esta Providencia amorosa y de esta misericordia paterna, es la misma vida de Jesús, tan zarandeada como la nuestra. Dios nos ama a todos en Cristo su Hijo y ha programado nuestra vida para correr su misma vida y destino.
1. Providencia misteriosa de Dios Amor
Jesús caminaba como quien pasea por su propia casa, con confianza filial. Y así enseñó a caminar a los demás, pisando con paso esperanzado. La historia humana, de todos y de cada uno, está llena de alboradas y de atardeceres, sin que falten, alternándose, éxitos y fracasos. Pero todo es hermoso porque se puede seguir la programación de Dios amor sobre nuestra vida de hombres libres. Ese caminar confiado es fuente de gozo. Dios protege a su pueblo "como a la niña de sus ojos, como un águila cuida a su nidada" (Deut 32,10-11).
Dios respeta cariñosamente la libertad humana y la hace posible. Pero su omnipotencia es capaz de orientarlo todo según sus planes amorosos sobre el hombre. "Todo lo que le place lo realiza" (Sal 115,3). "Sólo el plan de Dios se lleva a efecto" (Prov 19,21). Esta Providencia misteriosa de Dios, que no deja de producir dolor y gozo, tiene su clave en el amor: "Dios es suficientemente poderosos y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal" (San Agustín).
El mensaje de Jesús sobre la Providencia amorosa del Padre es tan claro como impresionante. A Dios no se le escapa ningún detalle. Pase lo que pase, "lo sabe vuestro Padre" (Mt 6,32). Los pájaros y las flores son un memorial de la Providencia divina, tan misteriosa como llena de amor: "¿No se venden dos pájaros por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre" (Mt 10,29). Todos los días se estrena una nueva aurora, como aventura imprevisible, porque "vuestro Padre hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). Y ese sol es "suyo", como expresión de su amor.
La realidad humana de desgracias personales y comunitarias, patentes en cada época histórica, parece disipar esa visión providencialista del evangelio. Pero, por la fe en Cristo, sabemos que Dios está de corazón en cada cosa y, que, consecuentemente, "todo es gracia" (Santa Teresa de Lisieux). A la luz de la Encarnación del Hijo de Dios, que fue zarandeado por la historia como cualquier ser humano, sin privilegios, ya se puede afirmar que "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (TMA 10).
El grito confiado de los salmos se desprende de situaciones semejantes a las nuestras; por esto se eleva el corazón a Dios con confianza filial: "Si mi padre y mi madre de abandonan, el Señor me acogerá" (Sal 17,10). El es "Padre de los huérfanos y tutor de viudas" (Sal 68,6). La historia humana, con todos sus contrastes, no deja de reflejar el "amor eterno" y "extremo" de Dios, Padre de todos, que ama a cada uno con amor irrepetible (cfr. Jer 31,3; Zac 8,2; Ef 2,4).
Como un remolino en la corriente del río, así parece diluirse la vida humana, cuando las cosas (según nuestro parecer) andan mal. Pero el agua del río refleja siempre el azul del cielo. La lucha de la vida tiene un destino eterno que ya comienza a reflejarse cuando la vida se hace donación. "Dios nos ha dado a su Hijo único" por amor, insertándolo sin privilegios en nuestro mismo caminar histórico, "para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).
No faltan éxitos deslumbrantes en la historia de cada persona y de cada pueblo. El riesgo de esos momentos de euforia consiste en atribuir los méritos sólo o principalmente al propio esfuerzo, o también a un "Dios" fabricado a nuestra medida. La Providencia conoce bien nuestro juego de niños, desmonta nuestro castillos de naipes y nos educa por la línea de la donación: hacerse pan partido y comido como Jesús. "No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el pan del cielo... Yo soy el pan de vida" (Jn 6,32-35).
Cuando las cosas andan mal, nosotros reaccionamos drásticamente. A veces escapamos o nos desanimados, en huelga de brazos caídos. Frecuentemente queremos mantenernos en una frialdad indiferente que aparenta serenidad. Y no faltan las ocasiones en que afrontamos la realidad sólo con nuestra lógica humana de agresividad. Pedro, en Getsemaní, intentó defender a Jesús por medios admitidos legítimamente en la autodefensa. Pero Jesús espera de los suyos la lógica de las bienaventuranzas: reaccionar amando y perdonando. "Vuelve la espada a la vaina. La copa que mi Padre me ha preparado, ¿no la he de beber?" (Jn 18,11).
Hacemos bien en acudir a Dios en nuestras necesidades y confiar en su ayuda. Pero, a veces, el resultado es contrario a lo que esperábamos y habíamos pedido. No obstante, la paternidad de Dios Amor va más allá de nuestra lógica. "¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,11-13).
Tanta luz nos ofusca, porque nuestros ojos están enfermos. La pauta que nos da Jesús es la de una actitud filial que no deja de cumplir con sus propias responsabilidades. Lo importante es que, según sus palabras, "ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso" (Lc 12,30). El presente, tan enigmático, sólo deja entrever su secreto con la clave de un futuro definitivo. Las hilachas del reverso de un tapiz maravilloso (que es nuestra realidad presente) no nos dejan ver las maravillas del anverso del tapiz definitivo (que será nuestra realidad futura). "No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32).
A fuerza de "humanizar" el cristianismo, nos han desmantelado de los grandes valores humanos que se esconden en la esperanza cristiana: la audacia gozosa de afrontar la vida, sabiendo que siempre se puede hacer lo mejor. De las manos de Dios salió ese barro quebradizo que se llama Adán y Eva, Caín y Abel. Los añicos de esa obra de artesanía, por culpa del pecado original y otros pecados consecuentes, pueden rehacerse en Cristo.
La paciencia milenaria de Dios providente, radica en su amor de donación y en el respeto que tiene siempre por la dignidad humana, obra de sus manos, imagen suya y pedazo de sus entrañas. La paciencia milenaria del divino alfarero pasa por Belén, Nazaret, Calvario, sepulcro vacío...
La Providencia de Dios es así. Hoy como ayer, el Padre dice a su Hijo, presente en cada corazón humano y en toda la historia personal y comunitaria: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 17,5). Aceptar responsablemente esa Providencia, sólo es posible cuando la fe en Cristo se traduce en opción fundamental por él. La fe es "un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida... La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cfr. Gal 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88).
2. Misericordia: ternura materna de Dios
En todas las culturas religiosas se constata una cierta confianza en la bondad de Dios. En el Antiguo Testamento, el amor de Dios se descubre con la analogía de un padre (cfr. Os 11,1), una madre (cfr. Is 49,14-15; 66,13, un esposo (cfr. Is 62,4-5). Su amor es fiel, tierno e inquebrantable, "amor eterno" (Jer 31,3), amor de padre que levanta al hijo a la altura de su rostro para darle un beso e infundirle su misma vida (cfr. Os 11,4), o que le mece cariñosamente en sus brazos (cfr. Deut 1,31).
Cuando se habla de "misericordia" divina, se quiere indicar la ternura materna de su amor. Es un amor que tiene las características del seno de una madre ("rahamim") (cfr. Jer 31,3; Is 49,15; Os 2,3). Y esa ternura materna es de fidelidad inquebrantable ("hesed") (cfr. Ex 34,6; Is 63,7; 2Sam 7,14). Podemos leer esta misericordia divina en la historia humana, puesto que "de la misericordia del Señor está llena la tierra" (Sal 33,5; cfr. Sab 11,23-26).
Al presentar la bondad de nuestro Padre Dios, Jesús la describe con estas características de ternura materna, al estilo de los profetas (cfr. Lc 15,20). Por esto, la misericordia divina será la pauta de todo amor humano auténtico y perfecto: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36).
El mismo Dios, en quien creen las diversas religiones, se ha mostrado, por medio de su Hijo, "rico en misericordia" (Ef 2,4), dispuesto siempre a perdonar. Por esto, Jesús "encarna y personifica la misericordia... es, en cierto sentido, la misericordia" (DM 2). "El amor del Padre es más fuerte que la muerte... más fuerte que el pecado" (DM 8). "Cuando la misericordia y la miseria se encuentran y se comprenden y se funden, ya no queda más que la MISERICORDIA y, hechida de ésta el alma, rebosante de felicidad, ansiando que millones de almas se aprovechen de la misericordia de Dios, queriendo difundirla por los cuatro ámbitos del mundo" (M. María Inés Teresa Arias).
La "compasión", que tantas veces manifiesta Jesús ante el dolor (cfr. Mc 1,41; 8,2; Mt 9,36; 14,14; 15,32), hace de él "la revelación de la misericordia de Dios" (DM 2), "el signo legible de Dios que es Amor" (DM 3). En Jesús se revela el amor tierno de Dios: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?" (Is 49,15).
La Iglesia, como comunidad familiar convocada por Jesús, "vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia" (DM 13). Es entonces cuando aparece con evidencia que "la misericordia es la fuerza constitutiva de la misión" (DM 6). La Iglesia no es más que un conjunto de signos débiles y pobres, pero transparentes y portadores de Jesús que personifica la misericordia divina. En este sentido, la Iglesia es madre de misericordia.
Dios es "Padre de las misericordias y Dios de toda consolación" (2Cor 1,3), para que todo creyente que haya experimentado su misericordia, se haga, a su vez, mensajero y testigo de la misma. Las cosas de Dios son así; cuando uno se adentra más en ellas con autenticidad, se contagia de su amor y se siente más cercano a cualquier ser humano que sufre. La compasión verdadera se aprende en el corazón de Dios.
La gran misericordia de Dios se concreta principalmente en hacernos partícipes de su misma vida, como fruto de la redención de Jesús: "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros" (1Pe 1,3-4).
Esa "riqueza" de la misericordia divina se ha manifestado como un "exceso de amor", en cuanto que Dios ama al ser humano en su realidad limitada, no por la limitación humana, sino porque Dios es la misma bondad. El "amor inmenso" de Dios se ha volcado sobre nuestra realidad débil y pecadora, para comunicarnos la "vida en Cristo", en el que "nos ha resucitado y glorificado" (Ef 2,4-6).
Entonces se entiende mejor por qué la oración cristiana es "un grito a la misericordia de Dios" (DM 15). Se descubre a Cristo cercano, como signo legible de la misericordia del Padre, puesto que "con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor" (DM 3). La justicia de Dios se manifiesta plenamente "a través de la misericordia" (DM 4).
Los males de esta vida quedan redimensionados. Cualquier sufrimiento puede convertirse en donación, al estilo de Cristo muerto en cruz. "La cruz de Cristo es una revelación radical de la misericordia... un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia del hombre" (DM 8).
Al llamar a María "Madre de misericordia", la Iglesia encuentra en ella a la persona que "ha experimentado más que nadie la misericordia", como fruto excelso de la redención (cfr. DM 9). En este sentido, "María es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina" y, por tanto, "puede llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de una madre" (DM 9). Ella deja entender el rostro materno de Dios. Es "el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión" (Puebla 282).
La Iglesia encuentra en María su propia realidad de ser madre de misericordia. Es la misión de transparentar y comunicar a Cristo, para "hacer un mundo más humano" (GS 57), en el que reine el amor misericordioso de Dios, Padre de todos. María "condivide la condición humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios" (VS 120). "María es Madre de misericordia porque Jesucristo, su HIjo, es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de dios" (VS 118).
La Iglesia aprende de María la actitud materna de misericordia. "María Santísima, hija predilecta del Padre, se presenta ante la mirada de los creyentes como ejemplo perfecto de amor, tanto a Dios como al prójimo... Su maternidad, iniciada en Nazaret y vivida en plenitud en Jerusalén junto a la cruz, se sentirá como afectuosa e insistente invitación a todos los hijos de Dios, para que vuelvan a la casa del Padre escuchando su voz materna: «Haced lo que él os diga»" (TMA 54).
3. Su Hijo, enviado por amor a toda la humanidad
En esta búsqueda mutua entre Dios y el hombre, Dios se muestra cercano, providente, misericordioso, con amor tierno de padre y madre. La creación y la historia están llenas de huellas de su cercanía y de ecos de su palabra. Pero el hombre no siempre descubre su presencia y su voz amorosa. La gran sorpresa de la historia humana, que todavía no es "noticia" en muchos corazones, consiste en que Dios se ha hecho hombre en Cristo su Hijo, enviado por amor.
Somos muchos los que decimos creer en esta verdad. Pero Cristo no se deja encontrar cuando se le quiere reducir a un adorno, un paréntesis, una reliquia o un personaje que ya pasó. La clave es "no anteponer nada a Cristo", según la expresión de San Cipriano, repetida luego por San Benito. Así se le puede descubrir cercano, "alguien" que comparte esponsalmente nuestro caminar.
Dios no se ha hecho hombre principalmente para que hagamos una elucubración teológica, ni tampoco para hacer de él una etiqueta o bandera para competir con los demás. Es el amor al "mundo", a toda la humanidad, lo que ha movido a Dios a hacerse hombre: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su HIjo unigénito... para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).
Cuando uno lee el evangelio, sin prejuicios en la cabeza ni en el corazón, se encuentra con una sorpresa impresionante: el evangelio acontece, Cristo sigue presente y habla de tú a tú, con un lenguaje que sólo lo entiende la fe cristiana. Por medio de todos sus gestos y palabras nos quiere decir: "El Padre os ama" (Jn 16,27). Y cuando nos asalta la duda por tanta sorpresa, él insiste: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). Si el evangelio no se lee de corazón a corazón, no se llega a entender.
Mientras estaba escribiendo estas notas, durante un viaje misionero, una joven me preguntó: "¿Por qué cuando leo el evangelio no lo entiendo?"... Pensé que, en realidad, todos somos de la misma arcilla, que plantea las mismas dudas y presenta las mismas debilidades. Pero me atreví a sugerirle: "Deje que el evangelio acontezca en su corazón y lo entenderá; pero hay que cambiar el corazón abriéndolo al amor, para que entre Cristo".
El camino hacia Dios providente y misericordioso ya está trazado. Es el mismo Cristo que se hace "camino" (Jn 14,6), compartiendo esponsalmente nuestro caminar, como quien va a bodas (cfr. Mc 10,35.38). Desde su corazón, donde tenemos un puesto reservado, y guiados por su Espíritu de amor, descubrimos que Dios es Padre suyo y nuestro. La vida recupera su verdadero color.
La vivencia más íntima, manifestada por Jesús durante su vida mortal, es el anuncio del amor del Padre por toda la humanidad. Dios ha programado para el hombre un "nuevo nacimiento" (Jn 3,5), que trasciende toda intuición y experiencia religiosa fraguada durante la historia humana.
Cristo nos ama con el mismo amor con que le ama el Padre (cfr. Jn 15,9). El objetivo de la redención consiste en que el Espíritu Santo nos hace partícipes de esa misma vida divina (cfr. Jn 16,14). Por esto, el Padre nos ama como a Cristo su Hijo: "Los has amado como a mí... yo estoy en ellos" (Jn 17,23.26).
Cuando Jesús nos habla del Padre, nos indica al mismo Dios reconocido por todas las culturas y religiones. Pero la novedad de su mensaje es el mismo Jesús, como expresión personal del Padre, que lo ha enviado por amor: "En esto hemos conocido el amor de Dios, en que él ha dado la vida por nuestros pecados" (1Jn 4,16). Efectivamente, "ha muerto por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero" (1Jn 2,2). Por esto, ya podemos conocer que "Dios es amor" (1Jn 4,7).
El mensaje de Jesús sobre el amor del Padre es para todos sin reduccionismos ni privilegios. En este mensaje descubrimos que "él nos amó primero" (1Jn 4,10), por propia iniciativa, de modo sorprendente, más allá de nuestras previsiones y cálculos humanos. La señal de vivir este mensaje será la mirada contemplativa hacia cada hermano, viendo en todos ellos un eco del amor eterno de Dios. Pero esa misma mirada se completa aceptándonos a nosotros mismos, en la propia realidad, con los dones recibidos para servir y con los defectos para corregirlos. Todo ello es como un retablo de la misericordia de Dios Amor, que hay que restaurar en nosotros y en los demás.
Confesar a Jesús y creer en él, es aceptar consecuentemente la paternidad de Dios sobre toda la familia humana, también sobre los hermanos más cercanos, en quienes los defectos se nos hacen más patentes. Para ofrecer de verdad el corazón a Dios, hay que "reconciliarse con el hermano" (Mt 5,24). Y puesto que en todo hermano está presente Cristo, quien le descubre escondido, descubre a Dios Amor: "Quien confiesa al Hijo, posee también al Padre" (1Jn 2,23).
El mensaje evangélico sobre el Padre se anuncia a través de una vida "salvada" por el amor, que se hace comunión con los hermanos. Entonces los creyentes en Cristo pueden anunciar con autenticidad: "Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo" (1Jn 4,14).
A Dios Amor, que nos hace partícipes de su divinidad por medio de su Hijo, "no lo ha visto nadie" (Jn 1,18). Esa novedad cristiana sobre Dios Amor y sobre nuestra filiación divina participada, nos la ha contado y comunicado sólo Jesús, "el Hijo único, que está en el seno del Padre" (ibídem). Así es el "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5).
Dios ha escrito todo su amor paterno por nosotros en la vida de Jesús, nuestro hermano y redentor. Toda su vida está marcada por el amor: "Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38). Jesús es el Hijo enviado de Dios, "marcado con su sello" (Jn 6,27). Unidos a él y gracias al Espíritu Santo que nos comunica, experimentamos que Dios es nuestro Padre. Sólo Jesús, el Hijo unigénito, "ha venido de Dios y ha visto al Padre" (Jn 6,46).
Hablar sobre Dios es relativamente fácil. Acertar en presentar su misterio, aunque sea balbuceando, es más difícil. Pero si Dios se ha expresado a sí mismo hablando, esa "Palabra" encierra todo lo que es él. Y esa Palabra eterna y persona es el Verbo encarnado, Jesús. Dios ha hablado sobre sí mismo "de muchas maneras": por medio de la creación, de la historia, de los profetas... Ahora, en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), que es nuestra historia cristiana, "ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4) y, por tanto, "nos ha hablado finalmente por medio de su Hijo" (Heb 1,2). "En El, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5).
Meditación bíblica
- Los hitos de una Providencia paternal:
"Le cuida como a la niña de sus ojos, como un águila cuida a su nidada" (Deut 32,10-11).
"Si mi padre y mi madre de abandonan, el Señor me acogerá" (Sal 17,10). "Es Padre de los huérfanos y tutor de viudas" (Sal 68,6).
"Ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso" (Lc 12,30).
"¿No se venden dos pájaros por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre" (Mt 10,29).
"Vuestro Padre hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45).
"¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,11-13).
"No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32).
"Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadle" (Mt 17,5).
"No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el pan del cielo... Yo soy el pan de vida" (Jn 6,32-35).
"Vuelve la espada a la vaina. La copa que mi Padre me ha preparado, ¿no la he de beber?" (Jn 18,11).
- Una historia humana construida por la misericordia:
"De la misericordia del Señor está llena la tierra" (Sal 33,5).
"Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36).
"Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo ... y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús" (Ef 2,4-7).
"¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?" (Is 49,15).
"¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!" (2Cor 1,3-4).
"Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros" (1Pe 1,3-4).
- Por Cristo, la historia humana es historia de amor:
"De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su HIjo unigénito... para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).
"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).
"Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9).
"El Padre mismo ama, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre" (Jn 16,27-28).
"Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí... para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,23.26).
"Ha muerto por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero" (1Jn 2,2).
"Dios es amor... El nos amó primero... En esto hemos conocido el amor de Dios, en que él ha dado la vida por nuestros pecados" (1Jn 4,7.10.16).
"Quien confiesa al Hijo, posee también al Padre" (1Jn 2,23).
"Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo" (1Jn 4,14).
"Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38).
"Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4).
"Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos" (Heb 1,1-2).
III.
"QUIEN ME VE A MÍ, VE AL PADRE" (Jn 14,9)
1. Su modo peculiar de amar: darse él mismo
2. Su cercanía esponsal
3. Su transparencia personal
Meditación bíblica
Es una afirmación clave para descubrir el misterio de Cristo: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14.9). Ningún profeta se ha atrevido a formular una expresión semejante. Jesús se presentó como Hijo de Dios, siempre consciente de lo que era y de la misión que venía a realizar (cfr. Lc 2,49; Heb 10,5-7).
Su modo de amar tiene estas características divinas, que enraizan en su humanidad verdadera: se da él mismo en persona y se acerca a cada hermano como quien vive y comparte la misma existencia. Sus gestos y sus palabras son transparencia personal del mismo Dios: "Soy yo" (Jn 8,28.58); "yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30).
Leer el evangelio con el corazón abierto, equivale a encontrarse con Cristo, que es la Palabra personal del Padre, pronunciada eternamente en el amor del Espíritu Santo e insertada ahora en nuestra misma historia. El Padre se nos hace legible en Jesús, su Hijo, hecho retazo de nuestra misma existencia.
1. Su modo peculiar de amar: darse él mismo
En todo gesto, palabra y momento de su existir histórico, Jesús hace de su vida una donación total. Es la expresión del amor más hermoso: "dar la vida" (Jn 10,15; 15,13). Se da él, especialmente cuando experimenta la pobreza extrema; no se pertenece, porque su vida está hipotecada por la voluntad salvífica del Padre; ama como "consorte", es decir, como quien comparte, desde dentro, todos los avatares de nuestro existir.
La máxima expresión de este amor tiene lugar cuando muere amando y perdonando. Es la característica de su misma vida. Al asumir como propia la historia humana, toda persona concreta, aunque sea un estropajo, ocupa un lugar único en su corazón. Entonces su mirada amorosa al Padre se inserta en la nuestra haciéndola suya: "Perdónalos, Padre... En tus manos, Padre" (Lc 23,34.46).
Pero esta actitud del final de su vida terrena, es el resultado de una programación que Cristo ha asumido como "hora" o meta de gracia a la que se dirige (cfr. Jn 2,4; 13,1) o como "comida" que sustenta y da sentido a su vida (cfr. Jn 4,34). Es la señal de garantía de que su mensaje de amor procede de Dios, porque hace siempre "lo que agrada" al Padre (Jn 8,29).
Jesús no se busca a sí mismo. Es siempre "pan partido" (cfr. Lc 22,19; 24,30), "pan de vida" (Jn 6,35.48). La pobreza de no tener donde alojarse en su nacimiento (cfr. Lc 2,7), ni tener donde reclinar la cabeza al predicar (cfr. Mt 8,20), se concreta en su extrema desnudez en la cruz, cuando se repartieron sus vestidos y echaron a suerte su túnica (cfr. Jn 10,23).
De este modo "cumplía todo" lo que el Padre le había encomendado (Jn 19,30, como expresión o "gloria" suya (Jn 17,4). Su vida fue siempre de donación por todos y cada uno: "Por ellos yo me inmolo" (Jn 17,19). Esta donación era la fuerte de su gozo: "Por esto me ama el Padre, porque doy mi vida, para tomarla de nuevo" (Jn 10,17).
Esta peculiaridad del amor de Jesús corresponde al modo de amar que tiene Dios. Nos da sus dones (que son pasajeros y no son Dios), pero se nos quiere dar él mismo, tal como es. El ser humano recibe entonces una llamada trascendental: salir de sí y hacerse pan comido, a imagen de Dios Amor en Cristo su Hijo.
El proceso de nuestra donación es lento, porque el barro quebradizo de nuestro ser no entiende tanta artesanía. Por esto, Cristo "siente compasión" (Mt 9,36), carga con nuestros pecados y debilidades (cfr. Mt 8,17), como "consorte" o "esposo" (Mt 9,15). Se acerca, comparte, perdona, sana... Es decir, ama, sin más aditamentos, siendo sólo donación, como el Padre hace salir todos los días "su sol" por puro amor (Mt 5,45).
Cuando uno se acerca a Cristo, presente en su evangelio y en su Eucaristía, se siente amado de modo nuevo. El no utiliza a las personas, sino que se da a cada uno tal como él es. No ama por las cualidades, méritos o cargos, sino por el ser de cada uno, que es como la prolongación y complemente del mismo Cristo (cfr. Col 1,24). Porque desde la Encarnación, "habita entre nosotros", compartiendo nuestra misma suerte (Jn 1,14). La gran sorpresa del que cree en Cristo consiste en sentirse amado por él, identificado con él, hasta el punto de que el Padre nos pueda decir, viéndonos en él: "Este es mi Hijo amado en quien me complazco" (Mt 17,5).
El modo de amar de Jesús es expresión del modo peculiar de amar que tiene Dios. Jesús obró siempre "como el Padre" le había encargado: "Ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,31). Por esto, sus milagros indican el dominio sobre todo lo creado y el poder de cambiar la antigua ley en la ley nueva del amor: "Yo os digo, amad a vuestros enemigos" (Mt 5,44).
En aras de ese amor, desde su primer momento en el seno de María, Cristo se ofreció para "hacer la voluntad" del Padre (Heb 10,5-7). Tal tenía que ser su ocupación habitual (cfr. Lc 2,40). a modo de "copa" de bodas ("Alianza"), para expresar su amor esponsal a toda la humanidad (cfr. Lc 22,20.42; Jn 18,11). Por esto, la "pasión" es el "paso" hacia el Padre, como signo del "amor extremo por los suyos" (Jn 13,1).
Ya no importa tanto cuáles hubieran podido ser las circunstancias concretas de su nacimiento en Belén o de su infancia en Nazaret, y de su caminar por Palestina. Aunque nos alegramos de todas las circunstancias que ya sabemos, lo más importante es que en ellas se hizo pan comido, el hombre por los hombres, el "entregado" con todo su ser de "cuerpo inmolado" y de "sangre derramada en sacrificio por todos" (Mt 26,26-28). Porque esas circunstancias las quiere prolongar en las nuestras, haciéndolas complemento de las suyas.
La novedad del cristianismo consiste en transparentar y prolongar en el tiempo, el modo peculiar de amar y de perdonar de Jesús. Su misión, recibida del Padre, consiste en hacer presente este amor en las circunstancias históricas de cada época. Porque la misión de Jesús transparenta el amor del Padre: "Como mi Padre me ha amado a mí, así os he amado yo a vosotros" (Jn 15,9). La misión del cristianismo consiste en transparentar ese mismo amor: "Como mi Padre me envió, así os envío yo... recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,21-2).
Caminos hacia Dios hay muchos: todos los esfuerzos humanos de honestidad, hacia la verdad, el bien y la belleza auténtica, de paso hacia la trascendencia. Muchas figuras históricas, dentro o fuera del cristianismo, son gestos peculiares del camino hacia Dios. Pero "el Camino" es sólo Jesús (Jn 14,6), porque su modo de amar transparenta el modo de amar de Dios, que es la suma Verdad, el sumo Bien y la suma Belleza. En todos los momentos de su vida podemos "ver su gloria, gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).
2. Su cercanía esponsal
Toda persona que se encuentra con Cristo, experimenta lo que experimentaron cuantos le encontraron durante su vida mortal. A Cristo no se le siente extraño ni forastero ni intruso, sino cercano, de casa, pero con una mirada inexplicable: se presenta como compartiendo nuestra misma vida y nuestra misma suerte. Así lo describen los evangelistas, como cumplimiento de las promesas mesiánicas: "Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,16-17; cfr. Is 53,4).
Podía tratarse de un fariseo (Nicodemo), de una divorciada (la samaritana), de una pecadora (la Magdalena), de un publicano (Zaqueo), de una madre que había perdido a su hijo único (la viuda de Naim), o también de leprosos, paralíticos, ciegos, hambrientos... Todos pudieron experimentar que su llamada era sincera: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,28-30).
El porqué de esta cercanía no puede buscarse en ejemplos históricos de personas santas, héroes o filantrópicas. Es algo único e irrepetible. Hay en él una amistad que puede calificarse de esponsal. En realidad, a sus discípulos los califica de "amigos del Esposo" (Mt 9,15). Y declara una amistad tan fuerte, que consiste en "dar la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Pero es una amistad cuyo manantial hay que buscarlo en la eternidad: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).
La intimidad que él ofrece es la de hacer a sus amigos partícipes de todo lo suyo. El Hijo de Dios hecho hombre comparte con nosotros su filiación divina y su intimidad con el Padre y el Espíritu Santo: "No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15).
Al encontrar a Cristo, se derrumban todos nuestros complejos. Es como encontrar la propia razón de ser. Lo nuestro le interesa como suyo, como si ya lo hubiera vivido él desde siempre. Al escuchar sus parábolas, se constata que ha vivido las circunstancias humanas (trabajo, gozo, dolor...) desde dentro, pensando en nosotros y amándonos intensamente. En las parábolas se refleja, con todo detalle, su vida de casi treinta años en Nazaret. Pero ahora esas parábolas dejan entrever todavía con más claridad el misterio del Hijo de Dios hecho hombre: "Os he dicho esto en parábolas. Se acerca la hora en que... con toda claridad os hablaré acerca del Padre" (Jn 16,25).
La gran sorpresa, para quien vive de la fe, consiste en constatar que Cristo se identifica con nuestro caminar. Cuando experimentamos nuestras limitaciones, que a veces son también pecados y errores, él hace nacer una esperanza nueva e inquebrantable en el corazón, para ayudarnos a decir: "Volveré hacia mi Padre" (Lc 15,17). Porque esta expresión del hijo pródigo la elaboró el mismo Jesús y ahora la dice con nosotros, en relación con su dinámica histórico-salvífica: "Voy al Padre" (Jn 14,12); "subo a mi Padre y a vuestro Padre" (Jn 20,17).
La constatación de esta realidad, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente (VS 88), tiene lugar al experimentar la "conmoción" del padre del hijo pródigo, cuando recibe y cubre de besos al hijo de su amor (cfr. Lc 15,20). Porque, efectivamente, el Padre ve en cada uno de los redimidos una biografía complementaria de Jesús.
Cristo se ha hecho protagonista, responsable, sensible, hermano, consorte de nuestra misma vida, como "único Mediador entre Dios y los hombres", porque "se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1Tim 2,5-6). La fragilidad de nuestra historia la asume él para hacerla partícipe de su caminar seguro y salvífico hacia el Padre.
Esta cercanía esponsal de Cristo llega al punto de no querer prescindir de nosotros en su existir glorioso de resucitado. En realidad, se queda presente para seguir asumiendo nuestra historia: "Estaré con vosotros" (Mt 28,20). Pero el objetivo final consiste en hacernos partícipes de su triunfo definitivo: "En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14,2-3).
Es verdad que esa insistencia en su cercanía esponsal no cancela nuestra libertad de aceptación y nuestra dignidad responsable. Pero él comunica siempre un aliento esperanzador: "No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32).
Jesús ha venido para garantizar el plan de Dios sobre los hombres: "El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, «que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura» (Col 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre «los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8,19)" (LG 2).
Las apariciones de Cristo resucitado indican esa cercanía, que alienta a los suyos a dar el salto a la fe. A cada uno se le hace cercano según su propia flaqueza, para que se sienta llamado por su propio nombre (cfr. Jn 20,16) e invitado por un movimiento o "ardor del corazón" (Lc 24,32). La cercanía se puede descubrir incluso bajo los signos pobres de un sepulcro vacío (cfr. Jn 20,7-8) o por medio de un éxito inexplicable después de un fracaso espiritual o apostólico (cfr. Jn 21,7).
Esta cercanía es tan exigente como el amor de totalidad. Invita a creer sin esperar otros signos extraordinarios (cfr. Jn 20,29). Cuando uno ha entrado en esa lógica del evangelio, la cercanía de Cristo se hace examen de amor incondicional: "¿Me amas más, tú?" (Jn 21,15ss).
Ya no caben subterfugios ni condicionamientos. El "sígueme" final del evangelio (Jn 21,19) es la invitación a amarle con la misma sintonía de relación personal y de entrega total. Habiendo amado "hasta el extremo" (Jn 13,1), bien puede exigir a los suyos un amor de retorno, que acepte la sorpresa permanente de su amor, dejándole a él la iniciativa del cuándo, cómo y por qué. ¡Nos basta él! Ya ha pasado el tiempo de los andamios pasajeros y de los compases de espera: "Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo" (Jn 21,17).
3. Su transparencia personal
En ese mundo peculiar de amar y en esa cercanía de hermano, Cristo transparenta su realidad de Hijo de Dios. Efectivamente, "el Hijo de Dios comunica a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad" (CEC 470). En sus pasos, gestos y palabras, deja entender su realidad profunda de "imagen de Dios invisible" (Col 1,15), "esplendor de su gloria" (Heb 1,3).
Su pro-existencia tan marcada, de quien entra en nuestra realidad histórica como en casa propia, sin herir nuestra dignidad, deja transparentar su pre-existencia de Hijo unigénito del Padre. Todo el evangelio puede resumirse en estas palabras: "La Palabra (el Verbo) se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).
Ya se encuentran "semillas del Verbo" en toda la creación y en toda la historia, especialmente en la revelación del Antiguo Testamento. Pero "Cristo es su única y definitiva culminación" (TMA 6), como "Palabra definitiva" (TMA 5) o "autorevelación definitiva de Dios" (RMi 5). Por esto, ya no es posible otra revelación, puesto que, en Cristo su Hijo, el Padre ya nos ha dicho todo, salvo la visión y el encuentro en el más allá: "En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella" (RH 11).
El mismo Jesús invita a encontrar al Padre a través de él: "Yo el Padre somos uno" (Jn 10,30); "el que me ha visto a mí, ha visto al Padre... yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14,9-10). El objetivo de la misión de Jesús consiste en dar a conocer los nuevos planes de Dios, que ha enviado a su Hijo al mundo: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).
Al encontrar a Cristo, encontramos a "Dios Amor" (1Jn 4,8). Gracias a él, "hemos conocido el amor" de Dios, que "consiste en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10). Esta manifestación y comunicación de Dios ha tenido lugar "en la plenitud de los tiempos", cuando "ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4). De este modo, Dios nos ha revelado el secreto de su vida íntima, invitándonos a participar en ella, por Cristo y en el Espíritu Santo: "Pues por él, tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).
El Dios revelado por Jesús es el mismo de todas las religiones, pero la revelación sobre su realidad divina es nueva: Dios Amor que, en su máxima unidad vital, es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre se expresa a sí mismo en el Hijo (el Verbo o Palabra personal). El amor mutuo entre el Padre y el Hijo se expresa en el Espíritu Santo. Es un solo Dios en tres personas, donde cada persona es sólo relación de donación total. Pero ese misterio de Dios sólo lo conocemos por la fe: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar" (Mt 11,27); "nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14,6).
Conocer a Cristo, tal como ama y se acerca en el evangelio, sólo es posible amándolo de verdad: "Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí" (Jn 10,14); "el que me ame, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21). Sólo se puede llegar a "conocer" el misterio de Dios, revelado por medio de Jesús, amando a fondo al mismo Jesús: "Si me conocierais a mí, conoceríais a mi Padre" (Jn 8,19). El "conocer", de que habla Jesús, incluye la aceptación por amor.
Los hechos y discursos de Jesús son esa autorevelación de Dios. Jesús es "el consagrado y enviado al mundo" por el Padre (Jn 10,36) para esta revelación definitiva. Su "hacer y enseñar" (cfr. Hech 1,1) corresponde a un "pasar" especial de Dios por el mundo: "Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38). Por medio de esta acción salvífica y amorosa de Jesús, se manifiesta el Padre: "Creed en mis obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10,38).
El modo de hablar de Jesús no es simplemente conceptual, como de quien expone sólo unas ideas. Su mensaje refleja al mismo Dios personal, que no habla para convencer por fuerza de las ideas, sino que se da a sí mismo para captar el corazón humano desde su raíz. Por esto, la doctrina de Jesús no se presta a elucubraciones teóricas al margen de la aceptación de la Palabra de Dios por la fe.
Sobre la doctrina de Jesús se ha reflexionado durante siglos. La reflexión teológica y conceptual tiene que respetar este presupuesto de aceptación doctrinal y vivencial de la persona de Jesús: "Un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88). Porque el mismo Jesús expone su mensaje con objetividad y sin manipulaciones teorizantes: "Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar... Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí" (Jn 12,49-50).
Esta actitud auténtica y coherente de Jesús deja entrever la nueva y definitiva revelación sobre Dios, porque se trata de conocer al Padre Dios, que ha enviado a su Hijo por amor. La autenticidad de Jesús aparece en su objetividad: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16).
Una reflexión teológica que no fuera esencialmente invitación a la relación personal con Cristo y, por medio de él, con el Padre que lo ha enviado, no sería más que una manipulación de conceptos humanos destinados a la esterilidad y al cansancio. A muchas elucubraciones del pasado, y tal vez del presente, se pueden aplicar las palabras de Jesús: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces?" (Jn 14,9).
Conocer a Cristo como Hijo de Dios, es una gracia del Espíritu Santo. Sólo el Espíritu puede "escrutar" esas "intimidades" divinas: "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1Cor 21,10). Se comienza a conocer a Cristo cuando se quiere entrar en sintonía con su modo de pensar, sentir y querer. El Espíritu comunica la realidad de Jesús a quien quiere vivir de él (cfr. Jn 16,15).
Hay una "soledad" en el misterio de Cristo, que puede producir un rechazo por parte de quienes no estén dispuestos a aceptar con fe la nueva sorpresa de Dios. En Nazaret le quisieron despeñar (cfr. Lc 4,29). En la sinagoga de Cafarnaún calificaron de "duras" sus palabras (cfr. Jn 5,60). La cruz es el punto final de este "escándalo", que había sido ya profetizado por Simeón (cfr. Lc 2,34-35). Pero precisamente esta "soledad" y peculiaridad de Jesús le manifiesta tal como es: "No estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32). Entonces manifiesta más que nunca su amor al Padre: "Para que conozca el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,31).
Para "ver a Jesús" (Jn 12,21) y descubrir "su gloria" (Jn 2,11), hay que aprender a "mirar" su misterio con la actitud mariana de "estar de pie junto a la cruz" (Jn 19,25.37) para compartir su misma "espada". La fe es ese "mirar" con amor, para descubrir a Cristo en los signos pobres de su humanidad, como epifanía personal de Dios Amor. "Dichosos los que no han visto y han creído" (Jn 20,29). La fe no espera ver signos extraordinarios, porque le bastan "las palabras de vida eterna" del Señor muerto y resucitado (Jn 6,68).
Meditación bíblica
- La peculiaridad del amor de Cristo
"Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos" (Mt 14,14).
"Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino" (Mt 15,32).
"Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10,11)
"Por esto me ama el Padre, porque doy mi vida, para tomarla de nuevo" (Jn 10,17).
"Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13).
"Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,48-51).
"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).
"Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).
"Por ellos yo me inmolo" (Jn 17,19).
"Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen... Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,34.46).
"Hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1Tim 2,5-6).
- Cristo cercano, el Emmanuel, Dios con nosotros
"La Palabra (el Verbo) se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1,14).
"Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38).
"Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,16-17; cfr. Is 53,4).
"Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,28-30).
"El que me ame, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21).
"No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15).
"En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14,2-3).
"Estaré con vosotros" (Mt 28,20).
"Los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,19).
- Cristo, epifanía personal de Dios Amor
"La Palabra (el Verbo) se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).
"Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16).
"Si me conocierais a mí, conoceríais a mi Padre" (Jn 8,19).
"Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30).
"A aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: Yo soy Hijo de Dios?" (Jn 10,36).
"Creed en mis obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10,38).
"Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar" (Mt 11,27)
"Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar... Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí" (Jn 12,49-50).
"Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14,6).
"¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre... yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14,9-10).
"Para que conozca el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos. Vámonos de aquí" (Jn 14,31).
"No estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32).
"Os he dicho esto en parábolas. Se acerca la hora en que... con toda claridad os hablaré acerca del Padre" (Jn 16,25).
"Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).
"Subo a mi Padre y a vuestro Padre" (Jn 20,17).
"El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación... porque en él fueron creadas todas las cosas... todo fue creado por él y para él... y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,15-17).
"Siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas" (Heb 1,3).
"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de la mujer" (Gal 4,4).
"Por él, tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).
"Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6,68-69).
IV.
EL "PADRE NUESTRO", ORACIÓN DE TODA LA HUMANIDAD
1. Actitud filial, oración en el Espíritu
2. Cristo ora en nosotros
3. La oración de toda la familia humana
Meditación bíblica
Al meditar sobre la actitud orante de Jesús, uno se encuentra con la sorpresa de sentirse insertado en su misma oración. No es sólo porque él ora por nosotros, sino que él también ora en nosotros y nos comunica su misma actitud filial hacia el Padre.
Entrar en sintonía con el "Padre nuestro", equivale a sintonizar con la oración de Cristo presente en todos los corazones. Entonces se rompen las barreras de la historia y de la geografía, para ir unificando el corazón en la comunión universal de hermanos, hijos del mismo Padre. La armonía de un corazón filial hace posible que en el cosmos y en la humanidad entera se refleje la comunión de Dios Amor.
Por la oración del "Padre nuestro", Dios se nos hace familiar, "Padre querido", íntimo como una madre, pendiente de nosotros como en la vida de Jesús su Hijo. "Rezar el Padre nuestro es aspirar a un mundo humano en el que la Agapé («Caridad» o amor-a-lo-divino) sea principio supremo y única ley" (I. Gomá Civit).
1. Actitud filial, oración en el Espíritu
La actitud relacional de Cristo respecto al Padre es filial, en el sentido profundo de ser expresión de realidad de Hijo de Dios hecho hombre. Su oración refleja y expresa esta actitud. Por esto, su mensaje sobre la oración no se centra en una exposición teórica de conceptos, ni en una metodología psicosomática de concentración. La oración del "Padre nuestro" es actitud filial, como imitación y participación en la actitud filial de Cristo (cfr. Mt 6,9-13).
Es normal que, para orar mejor en cualquier ambiente cultural y religioso, se busque una explicación adecuada que aclare las cuestiones, y que se practique una serie de medios útiles: fórmulas, ritos, actitudes corporales y mentales... La relación con Dios abarca todo el ser. Pero la novedad del "Padre nuestro" está en la actitud del corazón: saberse amado por Dios en la propia pobreza y querer amarle tal como es. Es una actitud filial de autenticidad, confianza, unión y entrega. Así se ora "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).
No sólo se imita la actitud filial de Cristo, sino que también se participa en ella, puesto que, por el bautismo, compartimos su misma vida. En este sentido, se puede afirmar que "la oración dominical es el resumen de todo el evangelio" (Tertuliano). "En tan pocas palabras, está toda la contemplación y perfección cristiana" (Santa Teresa, Camino).
No sería posible rezar bien el "Padre nuestro", sin cierta sintonía con la vida de Cristo, especialmente con su actitud de unión con el Padre, compasión respecto a los hermanos y perdón de las ofensas recibidas. La actitud del "Padre nuestro" expresa el contenido de las bienaventuranzas.
Esta actitud filial, que es imitación y participación de la vida de Cristo, es obra del Espíritu Santo. No sería posible con las solas fuerzas humanas de una concentración mental o con meros sentimientos estéticos y poéticos. El Espíritu Santo, enviado por Jesús, nos hace decir "Padre" con la voz y el amor del Hijo de Dios, que vive en nosotros: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rom 8,14-16).
A esa actitud filial, comunicada por el Espíritu Santo, que es también realidad filial, corresponde la complacencia y el amor del Padre. Cuando Jesús nos dice "el Padre os ama" (Jn 16,27), su afirmación se basa en su unión con nosotros. Por esta unión, se comprende el significado de su oración al Padre: "Les has amado como a mí" (Jn 17,23). Compartimos la misma experiencia y realidad filial de Jesús.
La oración de los salmos es una preparación de la época mesiánica. Aunque esas fórmulas milenarias recogen vestigios de oraciones de otras culturas religiosa, su contenido más profundo consiste en la esperanza mesiánica. Al margen de esta esperanza, que es el contenido básico de la revelación veterotestamentaria, los salmos no se distinguirían de las oraciones de otras religiones. Preanunciando la filiación peculiar del futuro Mesías, el creyente participa también de esta actitud filial: "El me invocará: ¡Tú, mi Padre, mi Dios y roca de mi salvación! Y yo haré de él el primogénito" (Sal 89,27-28; cfr. Heb 10,5-7).
No se trata, pues, solamente de una actitud de interioridad filial, sino también de una real participación, por gracia, en la misma filiación divina de Jesús: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1Jn 3,1). El don del Espíritu consiste principalmente en hacernos hijos en el Hijo (cfr. Ef 1,5.13-14). Dios revela esta realidad salvífica a los "pequeños", que se deciden a vivir en sintonía con el "sí" filial de Cristo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11,25-26).
Poder decir "Padre" a Dios desde la propia realidad de hijos de Dios por participación, es un don divino que se concreta en la comunicación del Espíritu Santo: "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!" (Gal 4,6; cfr. Jn 14,16). Es el mismo Espíritu Santo el que "habla", vive y ora en nosotros (cfr. Mt 10,20; Rom 8,26-27).
En esta comunicación del Espíritu Santo se sintetizan los frutos de la redención obrada por Jesús. Efectivamente, esta comunión es "la promesa del Padre" (Hech 1,4). La actitud filial del "Padre nuestro", bajo la acción del Espíritu Santo, es la clave para entender el evangelio, según la promesa de Jesús: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). Se da testimonio de Cristo, en la medida en que se participe de su actitud filial traducida en donación a los hermanos.
En esta actitud de sintonía con el Señor, se entra en un "conocimiento" amoroso de su mensaje, para llegar a su núcleo central: el diálogo de Dios con el mundo por medio de su Hijo, su Palabra personal. Conocer a Cristo es escuchar su voz y seguirle (cfr. Jn 10,27). De este conocimiento se sigue una comunicación especial del mismo Cristo: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).
Esta actitud filial, que es don del Espíritu, fundamenta la relación estrecha y hogareña con Dios Amor, uno y trino, presente por inhabitación en el corazón de los creyentes en Cristo: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada (casa solariega)" (Jn 14,23). La oración es siempre eficaz cuando es actitud filial en unión con Cristo: "Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Jn 14,13).
2. Cristo ora en nosotros
Desde el día de la Encarnación, Jesús "está unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). La vida de cada ser humano forma parte de la suya, a modo de biografía complementaria. Por esto podrá decir el día del juicio final: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
El "Padre nuestro" es nuestra oración insertada en la suya. El Padre oye en nosotros su voz y ve en nosotros su rostro. Cuando el hijo pródigo llega a casa y pronuncia la palabra "Padre", es Cristo mismo el que la pronuncia, haciendo que el Padre manifieste la ternura infinita de su amor (cfr. Lc 15,20-24).
No es sólo la imitación de la actitud filial de Cristo, sino la participación en esta misma realidad de gracia. Jesucristo vive en nosotros como "imagen de Dios invisible" (Col 1,15), ayudándonos a configurarnos realmente con su actitud filial respecto al Padre y con su amor fraterno hacia toda la humanidad. Dejar que él ore en nosotros, equivale a dejar que nos transforme en él. "El que es imagen de Dios invisible es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado" (GS 22).
Orar el "Padre nuestro" con autenticidad es todo un programa de vida nueva. Porque el diálogo del Hijo con el Padre en el amor del Espíritu Santo, constituye toda su razón de ser y fundamenta nuestra existencia de vida nueva. Decir de verdad "Padre nuestro", equivale a moldearse en el corazón de Cristo. El ora en nosotros en la medida en que lo dejemos vivir en nuestros criterios, escala de valores y actitudes fundamentales.
Las oraciones que Jesús dirigió al Padre eran nuestras, las formuló pensando en nosotros, amándonos y reservando en su corazón un lugar peculiar para todos y cada uno. Su oración o diálogo actual con el Padre tiene las mismas características. Se pueden, pues, tomar esas oraciones como propias, sabiendo que la actitud filial de Cristo se prolonga en nosotros: "Vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7); "sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,21); "te he glorificado sobre la tierra, he cumplido tu obra" (Jn 17,4); "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42); "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,34.46).
No se trata de la materialidad de las palabras, sino principalmente de dejar que Cristo ore en nosotros. Tampoco es algo pasivo, alienante o sujetivista, sino una actitud de "conversión", es decir, de abrirse al amor. Porque esta actitud oracional y filial compromete a hacer de la propia existencia una donación total en la Eucaristía: "Mi cuerpo que es entregado por vosotros... mi sangre que es derramada por vosotros" (Lc 22,19-20).
No es que los santos se sintieran más fuertes y más capaces que nosotros, sino más pobres y, por tanto, más invitados a entrar en los "sentimientos de Cristo" (Fil 2,5). En el decurso de la historia del cristianismo, muchas almas santas se han inspirado en alguna frase de la oración sacerdotal de Jesús en la última cena. Cuando decimos "santos", queremos decir personas que, siendo débiles como nosotros, se han sentido amadas e invitadas a darse del todo.
No me atrevo a hacer un comentario, sino sólo a cursar una invitación para hacer la prueba, dejándose guiar por los sentimientos de Cristo, inmersos en su mirada amorosa al Padre (en el amor del Espíritu Santo), en sintonía con esa misma mirada hacia toda la humanidad y con su actitud de donación incondicional:
"Padre... que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo... he manifestado tu nombre a los que me diste... he sido glorificado en ellos... me inmolo por ellos... que sean uno como nosotros... los has amado a ellos como me has amado a mí... el amor con que me amaste esté en ellos, porque yo estoy en ellos" (Jn 17,1-26).
Hasta los "niños" pueden entender y vivir esta realidad cristiana (cfr. Mt 11,25). En el camino de la fe no hay privilegios, sino servicios y carismas diferentes, siempre para servir y compartir. Todo enfermo, pobre, niño o recién convertido, puede entrar (si recibe la gracia) en esta realidad de la vida íntima de Cristo, quien "se despojó" de todo (cfr.Fil 2,8) para expresar que su vida era un "sí" de "consumación" o de "entrega" total (cfr. Jn 19,30). Cuando uno va llegando a este "sí", todo lo demás que no suene a donación, es paja y "basura" (Fil 3,8).
Ese es el camino para vivir la vida trinitaria en el fondo del corazón y en la vida. Y si es verdad que no hay que infravalorar los esfuerzos teológicos sobre el misterio de Cristo, siempre que se realicen con humildad e inviten a la contemplación y a la caridad, no obstante, lo más hermoso de la vida trinitaria del cristiano, consiste en la "vivencia" gozosa del misterio.
No se trata de conquistar el misterio, sino de aceptar y vivir la dinámica del bautismo: en el Espíritu Santo, por medio de nuestra inserción en Cristo Hijo de Dios, ya podemos acercarnos al Padre (como el hijo pródigo o como Jesús en el bautismo), para experimentar su ternura paterna y materna. "Por él (Cristo), unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).
El Padre nos ama en Cristo desde la eternidad. Su amor desborda en nosotros cuando nos adherimos personalmente a Cristo con una fe viva: "El Padre mismo os ama, porque vosotros me amáis a mí y creéis que yo salí de Dios" (Jn 16,27). Este amor del Padre se convierte en donación. Nos da a su Hijo por amor: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9).
La señal para saber si Cristo ora en nosotros, es la actitud de perdón (cfr. Mc 11,25). Es el "perdón" de acoger, comprender, respetar, darse, al estilo del mismo Jesús. El Señor quiere orar en nosotros y hacer que nuestra oración prolongue la suya a través del tiempo, a condición de que vivamos en sintonía con su mirada al Pare, traducida en mirada de amor a los hermanos.
El misterio de la Encarnación fundamenta esta realidad consoladora y comprometida de la oración de Cristo, prolongada en la nuestra: "El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a Sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza" (SC 83).
3. La oración de toda la familia humana
En el Corazón de Cristo cabemos todos. Su oración se contagia y prolonga en cada corazón humano. El objetivo de la redención consiste en que toda la humanidad llegue a pronunciar un "Padre nuestro" universal, que se refleje en el cumplimiento del mandato del amor. Así se cumplirá "el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo, por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: «Padre nuestro»" (AG 7).
La oración del "Padre nuestro", como actitud filial y fraterna, se contagia por un proceso de ósmosis, que necesita también el anuncio y el testimonio. Si la misión consiste en "transmitir a los demás la propia experiencia de Jesús" (RMi 24), esta misma experiencia es la del "Padre nuestro", manifestado en la actitud de las bienaventuranzas y del mandato del amor.
La suerte de la humanidad entera está ligada a Cristo el Hijo de Dios. Su paso por la tierra indica el itinerario obligado para todos. La vida de marginación y de pobreza, en Belén y Nazaret, se transforma en vida donada hasta la cruz. Entonces la vida humana recupera su sentido gozoso de donación a los hermanos, según los designios del Padre. Toda la humanidad está programada en esa ruta salvífica, cuyo caminar es sostenido por el "Padre nuestro". Sin esta actitud filial, el hombre reacciona con agresividad, desánimo y frialdad.
La humanidad entra en el camino de salvación por las mismas etapas de la vida de Cristo. Cuando será capaz de decir de verdad el "Padre nuestro", también será capaz de compartir los bienes, escuchando el clamor de los hermanos que son hijos del mismo Padre. La "vida eterna", que ya inicia en esta vida presente, equivale a compartir la misma vida y suerte de Cristo muerto y resucitado (cfr. Jn 6,40), que nos juzgará un día a todos según el amor.
Ser "testigos" de Cristo, "hasta los últimos confines de la tierra" (cfr. Hech 1,8), sólo es posible cuando se vive en sintonía con él. Las fronteras se superan fácilmente cuando se ora al Padre "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23). El "Padre nuestro" universal ya se está preparando en el camino de toda cultura y en el anhelo de todo corazón. Esta "preparación evangélica" se dirige hacia la unidad y comunión total. El desenlace final sólo será posible abriéndose a los nuevos designios del Padre, con un corazón en sintonía con el de Cristo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34). Inculturarse hoy, significa transparentar el "corazón manso y humilde" de Cristo (cfr. Mt 11,29).
La oración de Jesús incide en toda la historia. Un día conseguirá su eficacia definitiva: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1). La eficacia ya se comenzó a sentir desde la Encarnación y redención de Cristo. Pero Dios, con su paciencia milenaria, quiere salvar al hombre por medio del hombre. La "gloria" de Dios, que consiste en la vida plena del hombre, se conseguirá en la medida en que toda la humanidad se abra al amor. "La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios" (San Ireneo). El camino está trazado en la oración de Jesús, que se prolonga en el corazón humano.
Esta dinámica histórica sólo es posible a la luz de la fe y bajo la acción del Espíritu Santo. Los mensajeros del evangelio son, por ello mismo, mensajeros del "Padre nuestro" universal: "Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,49). La unidad de toda la familia humana se construye a la par con la unidad del corazón, para aprender a decir: "Sí, Padre" (Lc 10,21).
El "bautismo" equivale a la "inserción" en la vida divina, por Cristo y en el Espíritu. "Bautizar a todas las gentes" significa hacerlas entrar en los planes de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo (cfr. Mt 28,19). El himno de este caminar en el amor se sostiene con la oración dominical.
La historia humana ya ha recuperado, con creces, su orientación original. La "imagen de Dios", que fue impresa en el corazón del hombre (cfr. Gen 1,26-27) y que se perdió con el pecado, se reconstruye en Cristo, dejando que él viva y ore en nuestro propio corazón. Cuando un pueblo reza de verdad el "Padre nuestro", adquiere una mirada contemplativa hacia todos los demás pueblos. La propia cultura es una historia del mismo Dios, que también está presente en la cultura e historia de los demás pueblos.
El "Padre nuestro", como expresión dialogal de las bienaventuranzas y del mandato del amor, vacía el corazón de todo egoísmo, lo llena del amor de Dios y lo convierte en donación a Dios y a los hermanos. La paz entre las naciones se fragua en el corazón unificado por este amor y actitud filial. La "carta magna" de la paz, se diga o no en las Constituciones de los pueblos, sigue la ruta trinitaria del "Padre nuestro", pronunciado por Cristo en un corazón y en una comunidad renovada por el Espíritu.
Cuando los cantones suizos estaban enredados en una guerra fratricida (siglo XV), uno de los políticos que intentaba conseguir la paz (Nicolás de Flüe), sintió la llamada de Dios a retirarse a la soledad. Allí aprendió, para sí y para los demás, el programa para construir una verdadera convivencia pacífica. resumido en esta oración: "Señor, vacíame de mí, lléname de ti, y haz de mí un don para ti y para los hermanos". Gracias a este santo, que invitó a mirar e invocar a la Santísima Trinidad como fuente de unidad, Suiza consiguió la paz. Su constitución, desde entonces, inicia con la referencia al misterio de Dios uno y trino.
La historia de los pueblos tiene sorpresas inexplicables. Hay culturas florecientes que se han derrumbado de modo aparatoso e irreparable. Los pecados históricos inciden en los pueblos, destruyendo todo aquello que no haya nacido del amor. El dominio y el poder no son garantía de permanencia. Lo único que va a quedar es aquello que haya nacido de la caridad y de la verdad.
El "Padre nuestro" construye la comunión, sanando el corazón y la comunidad, para que viva en sintonía con el Corazón de Cristo, donde todo corazón humano y todo pueblo tiene un lugar reservado de predilección. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión»" (SRS 40).
Meditación bíblica
- La oración es actitud filial gracias al Espíritu
"Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rom 8,14-16).
"La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!" (Gal 4,6; cfr. Jn 14,16).
"Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros" (Jn 14,16-17).
"Si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada (casa solariega)" (Jn 14,23).
"El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26).
- Cristo vive en nosotros y ora en nosotros
"El me invocará: ¡Tú, mi Padre, mi Dios y roca de mi salvación! Y yo haré de él el primogénito" (Sal 89,27-28; cfr. Heb 10,5-7).
"Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Jn 14,13).
"El Padre mismo os ama, porque vosotros me amáis a mí y creéis que yo salí de Dios" (Jn 16,27).
"Padre... que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo... he manifestado tu nombre a los que me diste... he sido glorificado en ellos... me inmolo por ellos... que sean uno como nosotros... los has amado a ellos como me has amado a mí... el amor con que me amaste esté en ellos, porque yo estoy en ellos" (Jn 17,1-26).
"Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1Jn 3,1).
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9).
"Vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7); "sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,21); "te he glorificado sobre la tierra, he cumplido tu obra" (Jn 17,4); "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42); "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,34.46).
- La oración que hace de toda la humanidad una sola familia
"Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Jn 4,23).
"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11,25-26).
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34).
"Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1).
"Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,49).
"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hech 1,8).
"Por él (Cristo), unos y otros (judíos y gentiles) tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).
V.
"AMAD... COMO VUESTRO PADRE" (Mt 5,44-45)
1. Cristo en el corazón y en la vida de cada hombre y de cada pueblo
2. Actitud de las "bienaventuranzas" y del "mandato del amor"
3. Dejar que Cristo viva y ame en nosotros y en todos los hermanos
Meditación bíblica
Llegar a captar, como vivencia gozosa, que el Padre nos ama, sólo es posible cuando el corazón se abre a la vida de los demás. Hay demasiadas prisas y saludos superficiales, que hacen de los hermanos una cosa útil y nada más. Todas las teorías que han intentado negar a Dios (o que han fabricado ídolos intelectuales) han nacido en un corazón que previamente se ha cerrado al amor.
La vida de cada ser humano es una historia de Dios Amor, que no se puede tratar con prisas y superficialidad, ni con utilitarismos egoístas. Sólo con una mirada de fe y con una actitud de donación, se descubre que Cristo vive en nosotros y que el Padre nos ama a todos entrañablemente en él. La convicción de ser amados de Dios, camina a la par con la decisión de amar a los hermanos. Y cuando uno se siente amado, se descubre capacitado para amar más. La persona humana se siente realizada por ese amor. Pero "la caridad viene de Dios" (1Jn 4,7).
1. Cristo en el corazón y en la vida de cada hombre y de cada pueblo
La vida es aprendizaje del camino de donación. Hay que abrirse a la perspectiva grandiosa de que todo es un gran museo de huellas de Dios Amor. En cada ser humano se refleja el rostro de Cristo. En todo corazón humano hay una historia de una presencia divina de gracia. Lo difícil es descubrir sus huellas, sin dejarse engañar por otras señales más aparatosas de cualidades y de defectos.
A cada ser humano se le ama y respeta cuando se le mira con "mirada contemplativa" (EV 83). Es mirada que no curiosea ni utiliza, no domina ni desprecia, sino que intuye un misterio: la presencia de Cristo hermano y consorte. Es el mismo Cristo que convirtió a los inocentes de Belén en mártires, y que carga esponsalmente con todas las miserias de la humanidad (Mt 8,17).
En la vida de cada ser humano y de cada pueblo resuena el himno inicial de la carta de Pablo a los efesios: "Nos ha elegido en Cristo desde antes de la creación del mundo" (Ef 1,4). Cada ser humano, independientemente de sus cargos y cualidades, está pensado por artesanía, para formar parte de los planes de Dios Amor en Cristo su Hijo: "Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (Col 1,12-14).
Pero nosotros clasificamos, descartamos y utilizamos a nuestro aire, sin mirada evangélica. Es difícil, en la práctica, aceptar que Cristo "ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10), especialmente si estos hermanos, recuperados por Cristo, nos pasan delante en cargos y honores. Dios se hace silencioso y "ausente" cuando no amamos de corazón a los hermanos. Muchas obras apostólicas se vienen abajo porque las ha carcomido el egoísmo personal o colectivo.
Todos los seres humanos está programados para configurarse con Cristo, para "ser santos e inmaculados en el amor" (Ef 1,4), para ser "alabanza de la gloria" de Dios como expresión de Cristo, partícipes de su misma filiación (cfr. Ef 1,5-6). Pero esta obra de artesanía necesita el acompañamiento respetuoso de los demás.
Si desde la Encarnación del Verbo, "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (TMA 10), ello significa que la vida de cada persona se está construyendo como "complemento" o biografía de Cristo en el tiempo histórico (cfr. Col 1,24). Cristo está "en el corazón de cada hombre" (RMi 88), queriendo compartir la misma vida para hacerla su misma vida.
Cuando Cristo, según las narraciones evangélicas, se encontraba con alguna persona concreta, lo hacía como quien ya estaba allí anteriormente formando parte de la misma historia (cfr. Jn 1,50). En este sentido es "el Salvador del mundo" (Jn 4,42). No es "alguien" o algo superañadido artificialmente, sino "el don de Dios" (Jn 4,10), más allá de toda previsión humana y de todos los demás dones de Dios.
Esta "mirada contemplativa" es la única que puede rescatar las "semillas del Verbo", presentes en cada corazón, religión y cultura. Porque todo ser humano es una historia de amor, que el Espíritu Santo está guiando hasta el encuentro explícito con Cristo. Efectivamente, "es el Espíritu quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28).
La gran sorpresa que nos ha regalado Dios consiste en habernos mostrado su amor dándonos a su Hijo. Pero esa sorpresa no la ven quienes no hacen de Cristo el centro de su propia vida. El cristianismo no será aceptado, sino en la medida en que los no cristianos se sientan mirados y amados como Cristo miró y amó.
La verdadera historia del cristianismo está escrita en retazos de vida gastada por Cristo y por los hermanos. Esta historia existe en los santos y mártires de todas las épocas, en todos los campos de caridad y apostolado. No acostumbra a ser noticia ni queda escrita en los archivos, sino sólo en el corazón de Dios, como "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). ¿Quién sabe y valora que, en veinte siglos, pasan ya de un millón los mártires cristianos del continente asiático, mientras, al mismo tiempo, amplios sectores todavía están esperando el primer anuncio?
Hay una intimidad profunda entre Cristo y cada corazón humano. Toda búsqueda de verdad y de bien camina hacia un encuentro con él. Pero Cristo quiere entrar, por la puerta ancha, en lo más hondo del corazón, para entablar una relación personal y para emprender un camino que ya es de seguimiento esponsal: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen... El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre" (Jn 10,27.29).
A los que ya han encontrado Cristo, él les encarga darle a conocer y amar: "Como el Padre me envió, así también yo os envío" (Jn 20,21). Es la sorpresa de participar en su misma razón de ser, de actuar y de vivir. Las circunstancias las escoge él con su acción providente, que siempre respeta nuestra libertad. Lo importante es ser, para otros, instrumento de encuentro con Cristo. Todo ser humano que se encuentre con nosotros, necesita encontrar alguna huella de que Dios le ama. Y las huellas de Dios Amor están en la línea de la donación y del servicio humilde, sin esperar más premio que el de amarle y hacerle amar.
La predilección de Cristo es siempre hacia los pobres y los "pequeños". A veces, son estropajos, según la valoración que de ellos hace la sociedad, como en el caso de los niños sin protección jurídica (por no haber nacido), si hogar unido, sin una formación cultural... Cualquier pequeño se encuentra muy dentro de los amores de Cristo. "Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños... no es voluntad de vuestro Padre celestial, que se pierda uno solo de estos pequeños" (Mt 18,10.14).
La "civilización de la vida" se construye por medio de la "mirada contemplativa", traducida en escucha, acogida, acompañamiento..., hasta compartir los mismos bienes, como miembros de una misma familia. Es el ideal a donde se tiende con sinceridad. Bastaría con dar un paso concreto en la propia comunidad o grupo humano en que se vive.
Uno se siente amado por Dios y experimenta el gozo de su amor, cuando se decide a darse gratuitamente, sin exigir un amor de retorno. "Hay más alegría en dar que en recibir" (Hech 20,35). El mejor premio consiste en escuchar de la boca de Cristo: "El Padre os ama" (Jn 16,27). Nos basta él. "Sólo Dios basta" (Santa Teresa).
2. Actitud de las "bienaventuranzas" y del "mandato del amor"
La actitud filial de la oración cristiana se traduce necesariamente en acogida y amor fraterno. Son las señales de garantía para cerciorarse de haber orado bien. Esta actitud relacional con Dios se refleja y se ensaya en la autenticidad de la relación con los hermanos. No existe dicotomía entre los momentos de oración y los momentos de acción y vida fraterna, sino interrelación y resonancia mutua.
En realidad, la vida cristiana debe ser sintonía permanente con los sentimientos de Cristo, que son siempre de donación. "Cuando hayáis levantado a Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy, y que no hago nada por mi cuenta" (Jn 8,28). Su diálogo permanente con el Padre se traduce en cercanía a los hermanos, según los designios salvíficos del mismo Padre. Todo lo que es Jesús aparece en su actitud de crucificado, abandonado en manos del Padre, para redención de toda la humanidad.
Quien ha experimentado el amor de Dios en su propia realidad de ser humano limitado, se contagia de la ternura misericordiosa del mismo Dios, para vivir en sintonía con los hermanos. "Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso" (Lc 6,36). Obrar como hijos de Dios equivale a esa actitud descrita en el sermón de la montaña: "Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre celestial... Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,44-48).
Amar a Cristo es decidirse a vivir sus mismas actitudes: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21). La intimidad con Cristo es la puerta para entrar en la intimidad con Dios amor: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
Toda la enseñanza de Jesús se resume en el mandamiento nuevo, que es peculiarmente suyo, y que sólo él, viviendo en nosotros, lo puede convertir en realidad: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,34-35).
Dar "gloria" a Dios es ser expresión de Cristo por la sintonía e imitación de sus actitudes. "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos" (Jn 15,6). Las bienaventuranzas "dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su resurrección" (CEC 1717). Se puede decir que "son una especie de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con él" (VS 16).
El mandato del amor es un programa concreto y comprometido, puesto que urge a hacer de toda relación fraterna un donación plena a imitación del mismo Cristo. La fuente de este amor fraterno está siempre en el amor entre el Padre y el Hijo, que se expresa en la persona del Espíritu Santo.
La vida evangélica del amor, que Cristo "practicó y enseñó" (Hech 1,1), se va plasmando en las circunstancias humanas de cada día. La vida oculta de Nazaret, vida de trabajo y convivencia, es el mismo mensaje de las bienaventuranzas y del mandato del amor. Quien sigue a Cristo, siente la llamada a compartir su misma vida y destino, si esperar más premio que el de poder corresponder a su amor. En unión con él, se aprende a vivir de la sorpresa de Dios: "Lo sabe vuestro Padre" (Mt 6,32).
Resulta entusiasmante ir entrando en la intimidad de Cristo, que es más profunda que la vida familiar: "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). La condición que Jesús pone para entrar en esa intimidad es la verdadera fraternidad "en su nombre", es decir, por amor a él; entonces se hace presente "en medio" de nosotros (cfr. Mt 18,20). Esta fraternidad, basada en el amor de Cristo, conquista el corazón del Padre: "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,19).
Esa vida nueva es la planta sembrada por el Padre (cfr. Mt 15,13), como injerto o sarmiento de la vida que es el mismo Cristo. Permanecer en su amor equivale a entrar a formar parte de la familia de Dios, de la que nadie queda excluido si quiere abrirse al amor. El Padre quiere que se logre "mucho fruto" y que este fruto sea "permanente". "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto... y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,8.16).
Se comienza a experimentar el amor del Padre cuando uno no busca directamente el éxito, sino la oportunidad de hacer felices a los demás. Hacer que una persona se sienta amada, respetada, alentada y capacitada para amar, es fuente de alegría porque es participación en el modo de amar característico de Dios: darse él mismo.
Sentirse realizado, sólo es factible cuando uno se decide a hacer de la vida una donación. Entonces es siempre posible vivir la propia identidad, en cualquier circunstancia. Sentirse amado y poder amar, ayudando a otros a entrar en esta dinámica de donación, sólo es posible a partir del encuentro con Cristo. Con él presente, siempre es posible llegar al amor más hermoso: darse como él.
La vida divina es "comunión" plena entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios ha hecho al hombre, como persona y como miembro de la comunidad, reflejo y semejanza de esa donación trinitaria interpersonal. Por esto, "el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24).
Esta vocación del ser humano al amor, constituye su razón de ser. La felicidad no está tanto en recibir, cuanto en dar y darse para que los demás sean felices (cfr. Hech 20,35). Ese salir de sí para realizarse de verdad, sólo es posible con la gracia, porque "el amor viene de Dios" (1Jn 4,7).
Definitivamente, la humanidad entera y cada persona en particular, "no puede encontrar su plenitud, si no es en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). Otro tipo de progreso económico y social llevaría a la división y lucha por el poder. La lógica evangélica de las bienaventuranzas y del mandamiento nuevo encuentran en Cristo y en los que le siguen, su plena realización.
3. Dejar que Cristo viva y ame en nosotros y en todos los hermanos
Esa era toda la ilusión de Pablo respecto a sí mismo y a los demás: "No soy yo el que vivo, es Cristo que vive en mí" (Gal 2,20); "he de formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19). Pero el más interesado en ello es el mismo Cristo: "Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57).
Dios nos ha enviado a su Hijo para que participemos en su misma vida: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9). Precisamente en este objetivo de la redención se descubre el amor tierno del Padre para cada ser humano, porque todos estamos llamados a prolongar a Cristo en nuestras circunstancias de espacio y de tiempo.
En cada recodo de nuestro camino, podemos escuchar al Padre que quiere encontrar a Cristo en nosotros: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 17,5). A este Tabor se llega por medio de la vivencia del bautismo.
Cada vocación cristiana diferenciada se caracteriza por su especial configuración con Cristo. Los matices de diferenciación indican su participación peculiar en la vida cristiana: en las estructuras humanas (vocación laical), en el servicio ministerial (vocación sacerdotal), en la profesión del radicalismo evangélico (vocación de vida consagrada). Pero lo más importante es la configuración con Cristo: como fermento evangélico insertado en el mundo, como signo personal-sacramental, como visibilidad y memoria viviente. Toda vocación apunta a vivir en Cristo, pensando, sintonizando y amando como él.
El Padre quiere ver en cada uno la fisonomía de Cristo su Hijo, delineada de modo peculiar por el Espíritu Santo. Por esto, la diferenciación vocacional es complementación mutua, dentro de la realidad de gracia que constituye la comunión de los santos. Uno se siente amado por el Padre, cuando descubre ese amor peculiar en los demás y se alegra por ello. Y se siente acompañado por Cristo, cuando descubre en cada hermano a Cristo escondido, como un evangelio escrito en carne viva.
El creerse superior o más selecto (tanto en cuanto a la propia persona como a la propia institución), no corresponde a la doctrina evangélica. Los carismas del mismo Espíritu son signos indicadores del amor de un mismo Padre, y de un mismo Señor, Jesucristo, que tiene sus predilecciones en los hijos más necesitados. Sin este enfoque de humildad evangélica, que es la quintaesencia de la comunión, los planes más hermosos de pastoral y las obras "apostólicas" más grandiosas, están abocadas a un fracaso ruidoso. La carcoma del egoísmo, personal o colectivo, no perdona ningún monumento que no se fundamente en la verdad de la donación.
El inicio de un tercer milenio necesita ver las huellas de vida en Cristo, que no se borren con el tiempo. Sólo quedará lo que el Padre haya sembrado o injertado en Cristo. "Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz" (Mt 15,13). La caridad, como reflejo y participación de la comunión divina, fundamenta toda la historia humana personal y comunitaria: "Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,3).
Sólo va a quedar la vida verdadera, que consiste en el amor. Es la vida que el Padre nos va comunicando en Cristo "por la acción del Espíritu Santo en el hombre interior" (Ef 3,16). Ese es el ideal cristiano que se está construyendo en cada corazón y en cada comunidad: "Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, enraizados y cimentados en el amor" (Ef 3,17).
Al constatar que Cristo vive en nosotros, nos encontramos con su misma realidad de íntima unión con el Padre. Participamos de su misma vida divina relacional: "Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn 14,20).
Dejar que Cristo viva y ame en nosotros, se traduce en correr su misma suerte en esta tierra, para llegar al mismo premio en el más allá: "Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22,28-29). Ese premio no es otro que el encuentro definitivo con Dios.
Jesús nos ha dejado como encargo ser signo del amor de Dios para todos los hermanos. Las "buenas obras" son una "luz" que deja entrever ese amor del Padre: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Todo hermano que se cruce en nuestro caminar, necesita sentir la cercanía del amor de Dios.
Nuestras obras transparentan el amor divino sólo cuando no buscamos nuestro propio interés. La mejor "recompensa" de nuestras obras consiste en que los demás se sientan amados por Dios y capacitados para hacerse donación a Dios y a los hermanos. Para ser transparencia e instrumento de este amor, hay que aprender a desaparecer: "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial... Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,4).
La vida cristiana lleva la impronta de la Trinidad. Todo apóstol se mueve en esta perspectiva de Dios Amor. El Padre comunica "la acción santificadora del Espíritu" a cuantos han sido "rociados con la sangre de Jesucristo" (1Pe 1,2). Esta acción salvífica une a todos "en un mismo sentir", que es el himno mejor para "glorificar al Padre" (Rom 15,6).
La esperanza cristiana se apoya en esta amorosa dispensación de Dios, por Cristo y en el Espíritu. Cristo vive en nosotros transformándonos en él. El objetivo principal de su acción salvífica consiste en hacer de cada corazón humano un "sí" o "amén", por Cristo, al Padre (cfr. 2Cor 1,20). Cuando la vida se hace donación,entonces es una "oblación ofrecida por Cristo a Dios" (Heb 13,15).
El "sí" de Jesús al Padre, en el amor del Espíritu Santo, se va haciendo realidad en la vida del creyente. Ese "sí" debe llegar a ser universal y cósmico, "cuando Cristo entregue a Dios Padre el reino" (1Cor 15,24), y entonces "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).
Es todo un programa de vida, que se estrena diariamente en la comunidad eclesial cuando celebra la Eucaristía: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). El "amén" de Cristo al Padre, en el amor del Espíritu Santo, es ahora el "amén" de la Iglesia, que mira a María como "modelo de fe vivida" (TMA 43), "la mujer dócil a la voz del Espíritu" (TMA 48), "ejemplo perfecto de amor tanto a Dios como al prójimo" (TMA 54).
Meditación bíblica
- Cristo espera y vive en cada corazón humano
"Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños... no es voluntad de vuestro Padre celestial, que se pierda uno solo de estos pequeños" (Mt 18,10.14).
"Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1,3).
"Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (Col 1,12-14).
"Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,4-6).
"Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios" (Col 3,2-3).
"Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen... El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre" (Jn 10,27.29).
"Como el Padre me envió, así también yo os envío" (Jn 20,21).
Una vida plasmada por las "bienaventuranzas" y por el "mandamiento nuevo"
"Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso" (Lc 6,36). Obras como hijos de Dios equivale a esa actitud descrita en el sermón de la montaña: "Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre celestial... Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,44-48).
"Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,32-33).
"Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50).
"Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,19).
"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,34-35).
"El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21).
"Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
"La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos" (Jn 15,6).
"La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto... y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,8.16).
"Cuando hayáis levantado a Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy, y que no hago nada por mi cuenta" (Jn 8,28).
"Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1Jn 4,7).
Un programa de vida en Cristo que transforme el mundo
"Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).
"Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial... Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,4).
"Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57).
"Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 17,5).
"Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz" (Mt 15,13).
"Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn 14,20).
"Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22,28-29).
"No soy yo el que vivo, es Cristo que vive en mí" (Gal 2,20)
"He de formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19).
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9).
"Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,3).
"Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, arraigados y cimentados en el amor" (Ef 3,14-17).
"Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que viven como extranjeros en la Dispersión... según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre. A vosotros gracia y paz abundantes" (1Pe 1,1-2).
"Y el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rom 15,5-6).
"Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en él; y por eso decimos por él «Amén» a la gloria de Dios" (2Cor 1,20).
"Ofrezcamos sin cesar, por medio de él, a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que celebran su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios" (Heb 13,15-16).
"Luego vendrá el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad... Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo" (1Cor 15,24-28).
"La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo" (2Cor 13,13).
LÍNEAS CONCLUSIVAS:
Hacia la "civilización del amor" y la "cultura de la vida" y en todos los pueblos
Nuestro caminar es construcción de una historia común y familiar sin fronteras. Venimos de Dios y caminamos hacia él, que es Padre de todos. El aire que respiramos es el mismo. Nuestros cuerpos asimilan los elementos de la misma tierra. Pero todo nuestro ser más profundo es fruto del amor de Dios que nos hace partícipes de su misma vida.
En cada época se puede hablar de una nueva aurora. En realidad ese nuevo amanecer acontece cada día, porque Dios nos regala por amor "su sol" (Mt 5,45). Todas las cosas son dones suyos, como un regalo para prepararnos a recibirle a él. Todas las auroras pasan como se marchitan todas las flores; pero el amor que Dios puso en ellas nunca pasa, porque Dios se da a sí mismo.
La nueva aurora del inicio del tercer milenio es un reestreno de la gracia de la Encarnación. La historia humana ha recuperado su sentido a partir del Hijo de Dios hecho caminante con nosotros. Ahora esa historia es suya y nuestra.
La "renovación", como apertura a los nuevos planes de Dios Amor sobre el hombre, se llama, con términos evangélicos, "conversión" y "fe": "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (cfr. Mc 1,15). Nos llaman a abrir la mente y el corazón a la persona de Cristo, para "bautizarnos" en él, es decir, para pensar, sentir y amar como él. El mismo Cristo, el "Reino", está ya presente y urge a una aceptación gozosa y vivencial.
La historia se está escribiendo sólo en el corazón de Dios, Padre de todos. Ordinariamente las noticias que se nos dan, o tal como se nos dan, son una caricatura de la realidad. Todo lo que no sea vida en Cristo, es sólo contraste y sombra, que hace resaltar más la luz y los colores. Interpretaciones sobre la historia las habrá siempre; pero la verdadera historia se hace y se cambia amando.
En Cristo, el Padre nos dice que nos ama. "Dios busca al hombre", porque lo ha llevado eternamente en su corazón, "movido por su corazón de Padre" (TMA 7). Cristo es la personificación de esta búsqueda. Por esto es "el cumplimiento" y "la única y definitiva culminación" de todos los deseos del corazón humano, de las culturas y de los pueblos (cfr. TMA 6).
Al estrenar un tercer milenio, se nota en el ambiente una actitud de inseguridad, desánimo, cansancio y, a veces, angustia. Las euforias engañosas tienen el mismo origen falaz que el anuncio de calamidades sin remedio. Si el corazón humano no se construye amando, entonces inventa teorías para engañarse él y engañar a los hermanos. La vida es más sencilla, porque, a la luz de la Encarnación, tiene la misma "dimensión divina" que la vida del Hijo de Dios hecho nuestro hermano y consorte (cfr. Jn 1,14; TMA 10).
La gran suerte que nos ha tocado vivir, cabalgando entre dos milenios, es la de poder dejar las huellas de la presencia de Cristo. Esas huellas serán las únicas que quedarán imborrables, sin carcoma, porque son complemento de la vida, muerte y resurrección del Señor. En realidad, todo cristiano, con los matices diferenciados de su propia vocación, en "otro Cristo" (según San Cirilo), "visibilidad de Cristo" (VC 1) y "memoria viviente del Verbo encarnado" (VC 22). Y está llamado a ser así sin fronteras.
Algunos cristianos han sido llamados a ser esa "visibilidad" y "memoria" de modo especial, como signo personal y sacramental del Buen Pastor (sacerdotes) o como signo radical del amor de la Iglesia esposa a Cristo Esposo (vida consagrada). La clave para serlo de verdad consiste en "no anteponer nada a Cristo" (según San Cipriano y San Benito). El objetivo es el de conseguir que "toda lengua confiese que Cristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil 2,11). Nos unimos a la mirada amorosa de Jesús al Padre, para decir con él: "Te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17,4).
La "civilización del amor" se convierte en "cultura de la vida" (cfr. EV 95) para toda la humanidad. Se camina hacia "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Ap 21,1), donde reinará la justicia y el amor (cfr. 2Pe 3,13). Cristo mismo "prepara el lugar" definitivo para todos (Jn 14,2). La creación es hermosa, pero "gime" porque se está construyendo definitivamente bajo la acción del Espíritu de amor, que quiere hacer de todo y de todos la casa solariega de Dios, donde todos se sientan hermanos, como hijos del mismo Padre.
Ese cambio radical hacia la nueva civilización y cultura, ya desde esta vida, es gemido esperanzado de actitud filial (cfr. Rom 8,23-24). Nuestro ser y nuestra historia chirría porque está pasando del egoísmo al amor. La vida de Cristo indicó este camino pascual, de muerte y resurrección: "¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24,26).
Para quien cree en Cristo, la vida es hermosa, con sus luces y contrastes de Belén y Nazaret, Tabor y Calvario. Lo importante es descubrir que Cristo identifica sus huellas con las nuestras, para que le descubramos sólo por la fe como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88). Cuando, en medio de la tempestad o de una aparente ausencia, nos dice "soy yo" (Jn 6,20; Lc 24,39), es para invitarnos a participar de una historia que se construye sólo en su corazón: "Voy al Padre... salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre" (Jn 16,10.28). Pero este tesoro hay que anunciarlo a todos los hermanos.
Por Cristo, descubrimos que la historia humana está programada por amor en el corazón del Padre, y que nuestra dignidad personal y comunitaria consiste en compartir su misma vida de Hijo de Dios, "en quien todo tiene su consistencia" (Col 1,17), como "Alfa y Omega", principio y fin, "aquel que es, que era y que va a venir" (Ap 1,8). "Recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), consiste en hacer posible que la "mirada" del Padre se dirija con amor a cada ser humano, partícipe de la filiación de Cristo por el bautismo: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3,17).
El "Reino del Padre" comienza a clarear en los corazones que se abren al amor (cfr. Mt 13,43). La "herencia del Reino" (Mt 25,34) se recibirá después. Cualquier evento histórico importante, como el paso entre dos milenios (aunque sea una clasificación convencional), es una llamada urgente a la santidad: "Para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable, en la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos los santos" (1Tes 3,13).
Saciar la "sed" del Señor (cfr. Jn 19,28), equivale a comprender y secundar su profundo anhelo de que el Padre sea conocido y amado, de parte de toda la humanidad transformada en Cristo por medio del Espíritu Santo (cfr. Ef 1,18).
En nuestro caminar histórico entre dos milenios, marcado por un Jubileo, "María, Madre del Redentor... la Madre del amor hermoso, será para los cristianos... la Estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor" (TMA 59). Así la historia universal se seguirá construyendo en el amor, como sello imborrable que Dios puso en ella, ya desde la creación y, de modo especial, desde la Encarnación. El beso de Dios, dándonos a su Hijo en el amor del Espíritu Santo, hará posible nuestro "sí", imitando el "sí" de María, porque "el asentimiento de la Virgen fue en nombre de toda la humanidad" (Santo Tomás de Aquino).
SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA
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VI. ORACION MARIANA: DE MARIA Y A MARIA
1. Oración de María
2. Oración mariana de la Iglesia
3. "Magnificat": oración de María y de la Iglesia
1. Oración de María
La oración es siempre una actitud relacional con Dios que está presente y que se comunica al hombre. La "presencia" y la "palabra" de Dios hacen posible la actitud relacional del ser humano, desde el "corazón", desde su interioridad. La iniciativa es siempre por parte de Dios, que comunica este don de su presencia y su palabra en Cristo: "si supieras el don de Dios" (Jn 4,10). La actitud relacional del hombre es de autenticidad, como criatura limitada, "sedienta", interpelada por la misericordia de Dios. Es, pues, el corazón o interioridad profunda, que se abre para responder al don de un Dios que establece relaciones de "Alianza" o pacto de amor.[1]
La oración de María, según los textos evangélicos, es un resumen de esta actitud relacional del corazón ante la presencia y la palabra de Dios, que ha manifestado sus designios de salvación. María, reconociendo su propia "nada" ante la "misericordia" de Dios, sabe alabar y agradecer a Dios sus beneficios ("Magnificat"), ofreciendo la propia vida para cumplir sus designios en bien de toda la humanidad. En las palabras del "Magnificat", "el cántico de los pobres" (CEC 2618), "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). Por esto, "en la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos" (CEC 2617).
Cuando se dice que María "meditaba estas cosas en su corazón" (Lc 2,19.51), se describe la actitud relacional de volver a lo más hondo del propio corazón, guiada por la luz del rostro de Dios. "María es la figura del orante, prototipo de la contemplación" (RMa 33). Ella "conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2,41.51)" (LG 57).
Esta actitud contemplativa de María se convierte en oración de intercesión ante las necesidades de los hermanos, "cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11)" (LG 58). Por ser respuesta a la Alianza, la actitud contemplativa de María se concretizó en asociación esponsal a Cristo: "A lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3,35; Lc 11,17-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2,19 y 51). Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz... asociándose con entrañas de madre a su sacrificio" (LG 58). Por esto "su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre" (CEC 2617).
La oración mariana es de donación total. El "consentimiento" de la Anunciación, ratificado en el cántico del "Magnificat", es una actitud habitual de María: "consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58). Por esto, "la oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe" (CEC 2622). Su oración es escuchada porque es la oración de "la mujer" (Jn 2,4; 19,26) que vive en sintonía con Cristo, asociada a su hora como "nueva Eva", figura de la Iglesia esposa.
La oración de María tiene también lugar al comienzo de la Iglesia, cuando la comunidad eclesial se preparaba para recibir los dones del Espíritu Santo (Act 1,14). Este gesto mariano y eclesial será programático para toda la historia de la Iglesia peregrina. "María es la orante perfecta, figura de la Iglesia" (CEC 2679). María es modelo de oración y acompaña con su oración intercesora la oración de la Iglesia: "ora por nosotros como ella oró por sí misma: 'Hágase en mí según tu palabra' (Lc 1,38)" (CEC 2677). El "fiat" de María es el compendio de la oración cristiana, y es la misma actitud filial del "Padre nuestro", como respuesta a la Alianza sellada con la redención de Cristo: "ser todo de El, ya que El es todo nuestro" (CEC 2617).[2]
Desde antiguo, se ha querido resumir la oración bíblica de María en "siete palabras"[3]:
- "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34).
- "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).
- "(María) saludó a Isabel" (Lc 1,40).
- "Proclama mi alma la grandeza del Señor"... (Magnificat: Lc 1,46-55).
- "Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados" (Lc 2,48).
- "No tienen vino" (Jn 2,3).
- "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).[4]
Aparte de las palabras explícitas de María, hay que considerar las actitudes marianas de oración, manifestadas con palabras o sin ellas. En la anunciación, María adopta una actitud de silencio meditativo y de apertura a los planes de Dios (Lc 1,29), que se expresará en actitud de fidelidad a la Palabra divina (Lc 1,38). Las actitudes expresadas en el Magnificat, se pueden resumir en la pobreza bíblica expresada en forma de alabanza, agradecimiento, esperanza (Lc 1,46ss). Ante las palabras proféticas de Simeón, María, con San José, expresa su admiración ante los designios de Dios (Lc 2,33-34). El silencio contemplativo de María (en Belén y en el templo), indican la actitud de adoración y de donación (Lc 2,19 y 51). La oración bíblica de los salmos es frecuentemente un "grito" o una "queja" confiada ante el dolor; la pregunta de María al encontrar a Jesús en el templo será ocasión para que Jesús haga referencia al misterio redentor (misterio pascual) (Lc 2,48). En Caná, María muestra la actitud de caridad suplicante o intercesora, que sintoniza con los problemas de los hermanos, siempre en la perspectiva de los planes salvíficos de Dios (Jn 2,3.
Toda actitud mariana de oración es de invitación a la fidelidad a la voluntad salvífica de Dios, como respuesta a la Alianza (Jn 2,5). Junto a la cruz, la perseverancia en el dolor se hace asociación esponsal con Cristo (Jn 19,25-27).
El gesto mariano de orar juntamente con la Iglesia primitiva (Act 1,14) pone en estrecha relación el misterio de la Encarnación y el de Pentecostés. Lo que fue María en la Anunciación, lo es la Iglesia, con María, desde Pentecostés. "Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (AG 4). En el Cenáculo, "también María imploraba con sus oraciones del don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto con su sombra" (LG 59). Cabe, pues, relacionar la oración de Cristo desde el seno de María (Heb 10,5-7) con su oración permanente "intercediendo siempre por nosotros" (Heb 7,25; cf. Rom 8,34). Cristo "une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza" (SC 83). La oración de la Iglesia "es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre" (SC 84). María, como figura de la Iglesia esposa, está unida a esta oración continua de Cristo, presente en su Cuerpo Místico (cf. Apoc 12,1ss). [5]
2. Oración mariana de la Iglesia
Desde los primeros siglos, la Iglesia ha sentido necesidad de orar con María (Act 1,14) y a María (Lc 1,48-49), en el contexto de una oración eclesial que es siempre "comunión" con todos los redimidos. En cualquier necesidad de la Iglesia, la comunidad se siente unida en una oración comunitaria, como cuando oraba por Pedro (Act 12,5). Hay una "presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación" (MC 18).
En la oración mariana, la Iglesia considera a María como modelo y ayuda de fidelidad contemplativa respecto a la Palabra y a la voluntad de Dios (Lc 8,21). María es "la mujer" fiel a la Alianza, que invita a la Iglesia a vivir en sintonía con las palabras de Jesús (Jn 2,5-11). "Principalmente a partir del concilio de Efeso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y en amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras: Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso (Lc 1,48-49)" (LG 66).
Esta "confiada invocación" de la Iglesia a María se convierte en "experiencia de su intercesión" (MC 22). En el fondo no es más que la fidelidad a las palabras de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). "Como el discípulo amado, acogemos a la Madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes" (CEC 2679).
La actitud relacional de María para con la Iglesia, y de esta para con María, no puede quedarse en simples reflexiones teóricas, sino que, como en todos los temas cristianos, debe pasar a la vivencia. La oración mariana de la Iglesia es una vivencia continuada de su desposorio con Cristo (bodas de Caná), de su asociación a Cristo en la cruz (Jn 19,25-27) y de su compromiso de ser continuamente fiel a las nuevas gracias del Espíritu Santo (Act 1,14; cf. Apoc 2,7ss).
La recitación de la primera parte del "Ave María", y del "Magnificat", así como la "memoria" de María durante la celebración eucarística, ha sido una práctica habitual de la Iglesia desde los primeros tiempos. Los sentimientos que afloran de esta recitación y celebración se han ido expresando en otras "fórmulas" como el himno "Acathistos", las estrofas "Theotokia" (como el "sub tuum praesidium" desde el siglo III), himnos populares, letanías, rosario, "angelus", etc. Estas oraciones han quedado plasmadas en fórmulas litúrgicas y en devociones populares.[6]
Esta "comunión" eclesial con María tiene el sentido de insertarse en el proceso de "comunión" trinitaria, que es la quinta esencia de la vida espiritual: en el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18). "En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga (entre en comunión) en la Iglesia con la Madre de Jesús" (CEC 2673).
Este es el significado de la inserción del nombre de María en la oración eucarística: "en comunión con la Bienaventurada Virgen María". Esta "memoria" mariana hace que la Iglesia se sienta más unida a Cristo Esposo, precisamente a partir de la imitación y de la intercesión de María. "La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella, contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo" (LG 65).[7]
La Iglesia, al "recordar" a María, especialmente en la celebración de los Misterios de Cristo, imita sus sentimientos de alabanza, gratitud, confianza, humildad, fidelidad, contemplación, asociación... María se encuentra presente, de modo activo y materno, en el camino histórico y litúrgico de la Iglesia. "María es ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los diversos misterios" (MC 16).[8]
En este sentido, María es "figura de orante" (RMa 33). "María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres... Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. La Iglesia se une a María en la esperanza" (CEC 2679).
La oración mariana de la Iglesia tiene un doble movimiento, centrado siempre en la persona de Jesús, y apoyado "en la singular cooperación de María a la acción del Espíritu Santo" (CEC 2675):
- unirse al agradecimiento de María por los beneficios recibidos de Dios ("Magnificat"),
- confiar a María la propia oración, uniéndola a la suya (oración de María en la anunciación, presentación, Caná, etc).
El "Ave María" ha sido siempre la oración mariana preferida de la Iglesia, precisamente por abarcar este doble movimiento y hacer referencia explícita a Cristo. Por esto, "confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella a la voluntad de Dios" (CEC 2677); "pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la Madre de la Misericordia, a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos 'ahora', en el hoy de nuestras vidas" (CEC 2677).
Por medio de la oración mariana, la Iglesia se adentra (con ella y como ella) en la nube de la fe y de las tribulaciones, bajo la acción del Espíritu Santo, para colaborar en el proceso de santificación y de evangelización. En este sentido, la Iglesia vive no sólo a imitación de María, sino en "comunión" con ella en cuanto orante. "En virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas y alabanzas" (CEC 2682).
La oración mariana de la Iglesia, teniendo en cuenta su fundamento bíblico, como respuesta a la invitación de recibir el mensaje de Cristo (Jn 2,5), tiene estas características:
- Es actitud de escucha contemplativa de la Palabra: Lc 1,38 ("hágase en mí según tu palabra"); Jn 2,5 ("haced lo que él os diga"); Lc 8,21 ("mi madre y mis hermanos son quienes escuchan la palabra de Dios y la cumplen"); Lc 9,35 ("éste es mi Hijo amado, escuchadlo"); Sab 18,14-15 (la Palabra en el "silencio"; cf. Lc 2,19.51).
- Es actitud de fidelidad al Espíritu Santo en el camino hacia las bodas del Cordero: Lc 1,35 ("el Espíritu Santo vendrá sobre ti"...); Act 1,14 y 2,4 ("perseverando en oración con María... fueron llenos del Espíritu Santo"); Apoc 2,7ss ("oiga la Iglesia qué dice el Espíritu"); Apoc 22,17-20 ("el Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!... Amén ¡Ven, Señor Jesús!").
- Es actitud de fecundidad materna, que transforma las dificultades en donación (Jn 16,21-23; 19,25-27; Gal 4,4-19.26).
Las oraciones que la Iglesia ha dirigido y sigue dirigiendo a María indican la "lex credendi" como "lex orandi". "La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar... constituye un sólido testimonio de su 'lex orandi' y una invitación a reavivar en las conciencias su 'lex credendi'. Y viceversa: la 'lex credendi' de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su 'lex credendi' en relación con la Madre de Cristo" (MC 56).[9]
Las fórmulas de esas oraciones tienen un rico contenido doctrinal respecto a todas las gracias que María ha recibido de Dios (sus títulos para actuar en la historia de salvación). Las actitudes de oración, reflejadas en esas fórmulas, se pueden resumir en las siguientes:
- Dimensión trinitaria de alabanza (con gratitud y gozo) al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, imitando a María en su fidelidad a los planes salvíficos de Dios.
- Dinamismo de configuración con Cristo, en un proceso de fidelidad, unión, imitación, asociación y en relación a la celebración de sus misterios (Navidad, Pascua, Pentecostés).
- Actitud de fidelidad al Espíritu Santo en las luces y mociones de la gracia y en todo el proceso de santificación, contemplación y acción de caridad.
- Sentido de comunión de los santos, como miembros de una misma familia eclesial (María Madre, hermana, discípula).
- Actitud filial respecto a María, confiando especialmente en su misericordia, pidiendo su intercesión, protección y presencia materna, particularmente en los momentos de dificultad espiritual y material.[10]
3. "Magnificat": oración de María y de la Iglesia
En el cántico del "Magnificat" (Lc 1,46-55), María expresa los sentimientos más profundos de oración: alabanza a Dios, gratitud, fe, confianza, humildad (pobreza bíblica), reconocimiento de la misericordia de Dios, unión con toda la humanidad y con toda la historia de salvación. En este cántico evangélico aparece de manifiesta que "adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo" (CEC 2097).
La "Madre del Señor" aparece como "Virgen orante", puesto que "el Magnificat es la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18). "En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). En el himno evangélico se trasluce la interioridad de María (ya desde la anunciación) como recapitulación y superación de las vivencias del antiguo Israel. Es también el resumen de las esperanzas mesiánicas, cantadas con el gozo de verlas convertidas en realidad.[11]
El "Magnificat" ha sido, desde los primeros siglos, el cántico de la Iglesia en camino. "La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magnificat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria" (RMa 35).
Así, pues, el Magnificat sigue siendo, a la vez, "el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios" (CEC 2619). La Iglesia lo considera como "cántico de acción de gracias por la plenitud de las gracias derramadas en el economía de la salvación, cántico de los 'pobres' cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas" (ibídem).
Las vivencias de María, expresadas en el Magnificat, son como la personificación de las vivencias de la Iglesia. El Pueblo de Dios, todavía peregrino, imita el caminar orante y caritativo de María. El Magnificat, en todo su contexto bíblico, es una expresión de la realidad mariana de la Iglesia. La acción del Espíritu Santo, que hizo a María Virgen-Madre, es la misma que inspira el texto del Magnificat. El Espíritu Santo sigue comunicando a la Iglesia esa misma realidad virginal y maternal vivida y cantada por María. El texto inspirado es una invitación a la Iglesia a vivir en la misma sintonía de sentimientos que la Madre del Señor. Entonces "María resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos" (LG 65).
El Magnificat se ha de encuadrar en el contexto del evangelio de la infancia según San Lucas (Lc 1-2). En estos capítulos se describe la vida consciente y responsable de María. La vivencia mariana narrada por Lucas es de fidelidad generosa a la nueva acción del Espíritu Santo. El cántico de María manifiesta su apertura total a la Palabra de Dios:
- Su "sí" a la Palabra (Lc 1,38)
- es la expresión máxima de la fe en Dios (Lc 1,45)
- concretada en un servicio de caridad (Lc 1,39)
- que es instrumento de la gracia del Espíritu (Lc 1,41).
El saludo de María a Isabel es portador de gozo mesiánico y se explicita y amplía con el Magnificat. María puede cantar la acción definitiva del Espíritu Santo, porque ha creído incondicionalmente en esta acción.
El Magnificat expresa la fe de la Iglesia personificada en María, como reflexión vivencial del misterio de la Encarnación para anunciarlo a todos los pueblos. La fuerza del Espíritu Santo (Lc 1,49.51) recuerdan los textos paulinos del "kerigma" o anuncio evangélico ("por la fuerza de Dios": 2Cor 13,4), que indican la debilidad del instrumento humano levantado por la fuerza de la resurrección de Cristo. La misma fuerza del Espíritu, por la que Cristo resucitado ha vencido a la muerte, es la que transforma la debilidad humana de María y de la Iglesia para hacerlas a ambas virgen y madre. Los signos pobres, cuando son reconocidos, se convierten en fuerza de Dios. La Iglesia apoya su confianza en la "humillación" o "anonadamiento" de Cristo (Fil 2,7) y de María (Lc 1,48).
El gozo cantado en el Magnificat es un gozo "pascual", que va pasando de la humillación a la exaltación, de la "kenosis" a la glorificación, como asociación a Cristo (correr sus misma suerte, participar de su misma "espada": Lc 2,35). Dios "ha hecho cosas grandes" en María, porque ha mostrado en ella que los "pobres" son "bienaventurados". Esta acción salvífica es para el bien de todo el Pueblo de Dios; por esto María puede personificar a la Iglesia. Lo que Dios ha hecho en María ("hizo en mí cosas grandes": Lc 1,49) es para bien de todas las generaciones. El "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38) es la disposición mariana y eclesial para que Dios continúe haciendo "cosas grandes" en la historia de salvación.[12]
La Iglesia ha sido fundada por el Señor para anunciar, hacer presente y comunicar el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. El Magnificat resume y sublima, a la luz de Jesucristo, el Salvador, las ideas mesiánicas de promesa y esperanza, de presencia y acción salvífica de Dios trascendente. La fuerza de la resurrección de Cristo es la fuerza de la acción nueva del Espíritu Santo, anticipada en María como personificación de la Iglesia también asociada a Cristo Redentor. En el Magnificat se aprende a meditar la Palabra de Dios como María y al estilo de los salmos: se considera un acontecimiento a la luz de la historia de salvación y de la misma palabra de Dios, para glorificar a Dios que quiere salvar a todos. Como en el "nunc dimittis" de Simeón, donde Jesús es anunciado como "luz de las gentes" (Lc 2,29-32), así en el Magnificat, la salvación misericordiosa de Dios, comunicada en Jesús, será cantada por "todas las generaciones" (Lc 2,48).
Las ideas y esperanzas mesiánicas cantadas por María y por la Iglesia, ya se han cumplido en Cristo el Emmanuel. Dios es:
- Salvador (Lc 1,47),
- santo (Lc 1,49)
- poderoso (Lc 1,49.51),
- misericordioso (Lc 1,54),
- que tiene sus preferencias por los pobres (Lc 1,52-53)
- y es fiel a sus promesas (Lc 1,55).
La Iglesia, recitando el Magnificat, con María y como ella, evoca las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento y tiene en cuenta que todos los pueblos están esperando al Salvador. Por esto:
- da gracias por la historia de salvación (Lc 1,46-48),
- que demuestra la omnipotencia y misericordia divina (Lc 1,49-53),
- dando comienzo al reino mesiánico (Lc 1,54-55).[13]
El camino eclesial para sintonizar con la actitud mariana del Magnificat es el de la "contemplación" de las palabras de Jesús en lo más hondo del corazón (Lc 2,19.51). Esta actitud mariana ya aparece en la anunciación (Lc 1,29). Esta capacidad contemplativa, imitada por la Iglesia, se convierte en capacidad de anuncio y de misión.
El hecho de que el Magnificat haya sido oración eclesial durante siglos, es una realidad de gracia que matiza nuestra fe con una dimensión mariana de imitación de quien es bienaventurada por haber creído (Lc 1,45). La fe se vive más profundamente cuando se convierte en alabanza a Dios y anuncio a los hermanos. La Iglesia aprende el camino de Pascua, pasando por la "humillación" a la "exaltación", por la "pobreza" bíblica a la salvación.[14]
La acción del Espíritu Santo transforma la "pobreza", reconocida con humildad, en instrumento de salvación. El punto de referencia es el misterio pascual de Cristo. En efecto, la resurrección del Señor es consecuencia de su humillación ("kenosis") o muerte redentora. La "pobreza" cantada en el Magnificat es la "kenosis" de quien es "llena de gracia" como fruto de la muerte y resurrección de Cristo. La Iglesia, a través de un camino de peregrinación, participa de las limitaciones de la humanidad entera (GS 1); aceptando esta "pobreza" con humildad, confianza y caridad, la Iglesia se hace "sacramento universal de salvación" (LG 48), como transparencia e instrumento de la salvación de Cristo para todos los pueblos. En este caminar, encuentra a María que "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza" (LG 68).
Cantando los contenidos salvíficos del Magnificat, la Iglesia contempla a María "a la luz del Verbo hecho hombre"; entonces "llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja más a su Esposo" (LG 65). El proceso eclesial de virginidad (fidelidad) y maternidad (fecundidad), encuentra en el Magnificat una pauta eficaz. María precede a la Iglesia en este misterio de virginidad y maternidad, "presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre" (LG 63). "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad... Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera" (LG 64).
Selección bibliográfica
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Nota: Sobre la oración de María, ver también los estudios citados en el capítulo V, n.1 (contemplación).
[1]Ver el Catecismo de la Iglesia Católica, 4ª parte. AA.VV., La preghiera, bibbia, teologia, esperienze storiche, Roma, Città Nuova 1988; Carta de la Congregación para la doctrina de la fe: Alcuni aspetti della meditazione cristiana (15.10.89): AAS 82 (1990) 362-379. Ver: La oración cristiana, en: Catecismo de la Iglesia católica, cuarta parte. Si se analiza la oración como actitud del corazón, será fácil relacionarla con el "Corazón" de María: J.Mª HERNANDEZ, Ex abundantia cordis..., Roma, Secretariado Corazón de María 1991; J. LAFRANCE, La oración del corazón, Madrid, Narcea 1981; M. PEINADOR, Teología bíblica cordimariana, Madrid 1959; A. SERRA, Sapienza e contemplazione di Maria secondo Luca 2,19.51, Roma 1982.
[2]AA.VV., Marie dans la prière de l'Église, "Études Mariales" 39 (1982); G. HELEWA, Maria "l'Orante perfetta, in: AA.VV., Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica, Roma, Centro Cultura Mariana 1993, 168-184; ILDEFONSO DE LA INMACULADA, La Virgen de la contemplación, Madrid, Edit. de Espiritualidad 1973; I. LARRAÑAGA, El silencio de María, Satiago de Chile 1977; R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984; Idem, María de Nazareth, la verdadera discípula, Madrid, PPC 1991; E. TOURON DEL PIE, María, oyente y discípula de la palabra, "Rev. Esp. de Teología" 50 (1990) 435-467.
[3]SAN ALBERTO MAGNO, Opera Omnia, Paris 1984, vol. 22, pp.88-89; SAN BERNARDINO DE SIENA, De Visitatione B.M.V., seu de septem verbis: Opera, Venetiis 1745, vol. 4, sermón 9, pp. 105-112; BTO ALONSO DE OROZCO, Obras, Madrid 1966, pp.263-275.
[4]Ver resumen y comentario en: F.M. LOPEZ MELUS, María de Nazareth, la verdadera discípula, Madrid, PPC 1991, pp.165-201. Tomando de los autores citados anteriormente, distribuye las siete palabras por un proceso de amor: separante (Lc 1,34), transformante (Lc 1,38), comunicante (Lc 1,40), exultante (Lc 1,46-55), saboreante (de gozo y amargura) (Lc 2,48), compasivo (Jn 2,3), consumante (Jn 2,5).
[5]Ver en el capítulo tercero (n. 1: dimensión bíblica), los estudios sobre los textos escriturísticos de Lucas y Juan (de interés para el tema de la oración mariana). J. DANIELOU, Les Evangiles de l'Enfance, Paris 1967; O. DA SPINETOLI, Introduzione ai Vangeli dell'Infanzia, Brescia 1967; A. FEUILLET, Le Saveur méssianique et sa mère dans les récits de l'enfance de saint Matthieu et de saint Luc, Lib. Edit. Vaticana 1990; Idem, L'heure de la Mère de Jésus, étude de théologie johannique, Fanjeux 1970; Idem, Jésus et sa Mère d'après les récits lucaniens de l'enfance et d'après Saint Jean, Paris, Gabalda 1974 A. GUERET, L'engendrement d'un récit. L'Evangile de l'Enfance sélon saint Luc, Paris, Cerf 1983; R. LAURENTIN, Structure et théologie de Luc I-II, Paris 1957; S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia, Madrid 1983-1987 (3 vol.); A. SERRA, E c'era la Madre di Gesù..., saggi di esegesi biblico-mariana (1978-1988), Roma, Marianum 1989; Idem, María según el evangelio, Salamanca, Sígueme 1988; Idem, Maria a Cana e presso la Croce, Roma, Centro di Cultura Mariana "Mater Ecclesiae" 1978. Sobre el "Magnificat", ver el n. 3 ("Magnificat": oración de María y de la Iglesia).
[6]AA.VV., Marie dans la prière de l'Église, "Études Mariales" 39 (1982); BARRE, Prières de l'Occident à la Mère du Sauveur, Paris 1963; Idem, Antiennes et répons de la Vierge, "Marianum" 29 (1967) 153-254; J. CASTELLANO, La preghiera a Maria, in: AA.VV., Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica, Roma, Centro Cultura Mariana 1993, 185-210; B. CAPELLE, Formes et formules de la liturgie nariale, in: Maria, I, 234-245; M. GARRIDO, La Virgen María en los himnos litúrgicos de sus fiestas, in: De cultu mariana saeculis VI-XI, Roma, PAMI, 157-202; J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro San Juan de Avila, in: De cultu mariano saeculo XVI, vol. IV, Roma, PAMI 1983, 325-381; R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984; D. MONTAGNA, La lode della Theotokos, "Marianum" 24 (1962) 453-543; E.M. TONIOLO, Akathistos, en: Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 64-74; E. TOURON DEL PIE, María, oyente y discípula de la palabra, "Rev. Esp. de Teología" 50 (1990) 435-467.
[7] Además de la nota anterior, ver: M. AUGÉ, Linee di una rinnovata pietà mariana nella riforma dell'anno liturgico, "Marianum" 41 (1979) 267-286; C. POZO, Orientación bíblica, litúrgica y ecuménica de la renovación del culto mariano, "Estudios Marianos" 43 (1978) 215-288.
[8]"Marialis Cultus" (n.21) cita a San Ambrosio: "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios" (SAN AMBROSIO, Expositio sec. Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, p.55).
[9]Ver textos de las oraciones marianas desde los primeros siglos (síntesis doctrinal, oración de María, oración a María, fórmulas de diversas épocas, lugares, ritos, liturgia, piedad popular, devociones, etc.): R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984.
[10]Ver: J. ESQUERDA BIFET, La gran señal, María en la misión de la Iglesia, Barcelona, Balmes 1983 (cap. VI, n.5: Actitud mariana de oración).
[11]AA.VV., El Magnificat, teología y espiritualidad, "Ephem. Mariologicae" 86 (1986) fasc. I-II; J.M. BOVER, El "Magnificat", su estructura y su significación mariológica, "Estudios Marianos" 19 (1945) 31-43; J. ESQUERDA BIFET, Magnificat y salmos: espiritualidad y psicología mariana y eclesial, "Estudios Marianos" 38 (1974) 53-71; I. GOMA, El Magnificat, canto de salvación, Madrid, BAC 1982. Ver comentarios a San Lucas en la bibliografía el capítulo 3, n.1.
[12]J.M. BOVER, El "Magnificat", su estructura y su significación mariológica, "Estudios Marianos" 19 (1945) 31-43.
[13]Además del cántico de Ana (1Sam 2,1-10), hay que recordar otros himnos del Antiguo Testamento que tienen expresiones parecidas a las del Magnificat: Hab 3,18-19 (Lc 1,46); Gen 30,13 y Catn 6,9 (Lc 1,48); Deut 26,7; Is 41,8 y Sal 98, 3 (Lc 1,54); Miq 7,20 y Gen 17,7 (Lc 1,55), etc. Ver: A. FEUILLET, La Vierge Marie dans le Nouveau Testamet, en: Maria, VI, 38-39. Todos los contenidos básicos de los salmos, iluminados con el Misterio de la Encarnación, se pueden encontrar en el Magnicat.
VII. LA ACCION EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA
1. La acción misionera específica
A) El anuncio del Reino como "primer anuncio" y como llamada a la conversión, a la fe y al bautismo
B) La "plantación" de la Iglesia
C) Hacia la plenitud salvífica en Cristo
2. Iglesia, evangelizada y evangelizadora
A) Anuncio y testimonio
B) Celebración de los misterios de Cristo
C) Servidores de caridad y promoción humana
3. Construir la comunidad eclesial en la comunión
A) Iglesia, familia solidaria
B) Unidad armónica de vocaciones, ministerios y carismas
C) La fuerza evangelizadora de la "comunión"
1. La acción misionera específica
La acción misionera tiene un objetivo concreto con múltiples facetas: "la manifestación del propósito de Dios o epifanía, y su realización en el mundo y en la historia" (AG 9; RMi 41). Estos planes de Dios Amor para toda la humanidad se nos han revelado por Cristo su Hijo. "Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad" (EN 18).[1]
Todo cristiano, por el hecho de ser miembro de la Iglesia, está comprometido en la evangelización, puesto que "evangelizar es un acto profundamente eclesial" (EN 60). Por esto, "la actividad misionera de la Iglesia fluye de la misma naturaleza de la Iglesia" (AG 6).
Esta acción misionera es tan rica y compleja, que puede presentarse desde diversos puntos de vista, en orden a una acción verdaderamente evangelizadora. Según épocas y autores, se han subrayado estos elementos esenciales: propagar la fe, comunicar la salvación, llamar a la conversión y al bautismo, implantar la Iglesia, hacer vivir a la comunidad su realidad de "sacramento universal de salvación", cumplir el mandato misionero, llevar a la plenitud en Cristo, construir la unidad de la comunión eclesial...[2]
Se puede distinguir entre la finalidad de la acción misionera (n.1) y los medios concretos de evangelización (n.2). La realidad de la Iglesia "misterio", signo transparente y portador de Cristo, se traduce en misión de construir la comunidad humana como Iglesia comunión, reflejo de la comunión trinitaria (n.3).
La acción misionera específica tiende, pues, por los medios adecuados, al anuncio del Reino, la implantación de la Iglesia y la plenitud salvífica en Cristo, construyendo una comunidad universal de hijos de Dios, o de "hijos en el Hijo" (GS 22), en la misma familia eclesial.
A) El anuncio del Reino como "primer anuncio" y como llamada a la conversión, a la fe y al bautismo
El primer anuncio que hizo Jesús fue éste: "el Reino de Dios está cerca" (Mc 1,15). Es decir, las promesas mesiánicas ya han llegado a "su tiempo" (ibídem). Se invita, pues, a recibir al Mesías (el "Cristo"), como ungido y enviado por Dios en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4).
La acogida del Reino incluye un cambio de mentalidad (la "conversión") y una adhesión a la persona de Cristo y a su mensaje: "creer en el evangelio" (Mc 1,15; cf. Lc 4,43; 11,20).[3]
Jesús enviará a los Apóstoles con este mismo encargo de anunciar el Reino, llamando a la conversión y a la fe (Mt 10,7ss; Mc 6,12; Lc 9,2ss). En el envío final, el día de la ascensión, se concreta el encargo de "enseñar" y de "bautizar" (Mt 28,19; Mc 16,16; Lc 24,17ss). Es el encargo que los Apóstoles cumplieron a partir de Pentecostés (Act 2,38ss).[4]
En estos elementos fundamentales (anuncio del Reino, llamada a la conversión y a la fe) se concreta la acción misionera específica de la Iglesia. Para ello usará los medios instituidos por Cristo, que corresponden a la misma acción evangelizadora: anuncio, testimonio, celebración de los sacramentos, servicios de caridad asistencial y promocional, signos eficaces para la construcción de la comunidad, etc.[5]
El Reino anunciado es, pues, toda la realidad de Jesús, su persona, su mensaje, sus signos salvíficos, su misma Iglesia o comunidad convocada por él, la vida nueva ya desde ahora y especialmente en la plenitud personal y comunitaria del más allá. Así, pues, "el Reino no puede ser separado de Cristo ni de su Iglesia... El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18).[6]
En el anuncio del Reino, la Iglesia tiene en cuenta que: las semillas del Verbo (y, por tanto, los valores del Reino), se encuentran también más allá de la visibilidad de la misma Iglesia. Al mismo tiempo, la Iglesia adopta una actitud de esperanza, sabiendo que ella es portadora del Reino como "fermento" en medio de toda la humanidad. Consecuentemente, la acción evangelizadora tendrá que ser actitud dialogal, tanto de respeto a las semillas del Reino, como de propuesta clara sobre la plenitud del Reino en Cristo Redentor.
La Iglesia anuncia que el Reino "brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en la presencia de Cristo" (LG 5). La Iglesia se presenta con "la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y la semilla de ese Reino" (ibídem).[7]
Este anuncio del Reino se llama "kerigma" o primer anuncio, no sólo porque se anuncia por primera vez, sino principalmente porque es el resumen de toda la realidad de Cristo, de su enseñanza y salvación. En efecto, se anuncia a Cristo perfecto Dios, perfecto hombre y Salvador único y universal. Se anuncia su misterio pascual y su venida definitiva, para llamar a una adhesión de fe, esperanza y caridad, por la conversión y el bautismo.[8]
"La Iglesia está, efectiva y concretamente, al servicio del Reino. Lo está ante todo meditando el anuncio con el que llama a la conversión" (RMi 20). Al anunciar el Reino, la Iglesia invita a acogerlo, cooperando al don de Dios, "para que El Reino sea acogido y crezca entre los hombres" (ibídem).
La llamada a la conversión no se dirige sólo a los que escuchan por primera vez el anuncio del Reino, sino también a los que ya lo han acogido, para que lo sepan vivir mejor y anunciar a toda la humanidad. El apóstol cristiano está urgido al anuncio del Reino por exigencia de su propio proceso de conversión. "No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47).[9]
La conversión es un don de Dios (Jn 6,44), que ayuda a una colaboración libre y generosa. Supone un despego de todo lo que sea contrario al amor (el pecado, el egoísmo) y es, al mismo tiempo, un cambio de mentalidad (criterios, escala de valores, motivaciones, actitudes). Por esto es "adhesión plena y sincera a Cristo y a su evangelio mediante la fe" (RMi 46). La conversión, especialmente para el mismo apóstol, es como para Abrahán, "salir" (despegarse) de la propia tierra para cumplir los planes salvíficos de Dios (Gen 12,1ss; cf. CEC 145ss).
Se anuncia a Cristo no sólo para que se conozca una persona y un mensaje, sino especialmente para llamar a la fe. "Obedecer ('ob-audire') en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la verdad misma" (CEC 144). Por esto, la llamada a la fe, con las características de respeto a la libertad y al don de Dios, no es un proselitismo inoportuno, sino el cumplimiento de las exigencias de la revelación, teniendo en cuenta que "toda persona tiene el derecho a escuchar la 'Buena Nueva' que se revela y se da en Cristo, para realizar en plenitud la propia vocación" (RMi 46). Al hacer esta llamada, respetando la libertad de cada persona y las etapas de la conversión, se tiene en cuenta que "la fe viene de la audición" (Rom 10,17), porque "es la Palabra oída la que invita a creer" (EN 42).
El bautismo o configuración con Cristo (por medio de la celebración del sacramento instituido por el Señor), es intrínseco al anuncio del Reino y de la conversión, así como a la llamada a la fe. Así aparece en el texto del envío (Mt 28,19 y paralelos) y en la predicación apostólica (Act 2,38). "La conversión a Cristo está relacionada con el bautismo, no sólo por la praxis de la Iglesia, sino por la voluntad del mismo Cristo, que envió a hacer discípulos a todas las gentes y a bautizarlas" (RMi 47).
El catecumenado es un camino para integrarse plenamente en la comunión de la Iglesia por medio del bautismo. En este sentido, es una escuela de iniciación cristiana, en la que se aprenden actitudes permanentes de cambio de mentalidad (conversión) y de configuración con Cristo (bautismo) (cf. SC 64-65.109; CT 44, 18-25; EN 44)
El bautismo es, al mismo tiempo, un punto de llegada (después de una preparación "catecumenal") y un punto de partida, como proceso ininterrumpido de configuración con Cristo hacia "la plenitud de la vida propia de los hijos de Dios" (VS 115). El sacramento del bautismo es un signo portador y eficaz de una "vida nueva" en el Espíritu (Rom 6,4; Jn 3,5). Al "revestirse de Cristo" (Gal 3,27), el cristiano queda urgido a "caminar por una vida nueva" y "vivir para Dios", como fruto de la muerte y resurrección de Cristo (Rom 6,1-11).[10]
El anuncio del evangelio del Reino incluye, pues, la llamada a la fe, a la conversión y al bautismo. Consecuentemente, hay una adhesión a la comunidad eclesial, para poder encontrar en ella los medios de salvación establecidos por Cristo. "La Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el Pueblo de Dios" (LG 17). En esto consiste la misión de "dilatar el Reino" (LG 9), respetando la libertad del hombre y preparando la hora de la gracia.
B) La "plantación" de la Iglesia
En la teología de la evangelización ha llegado a ser un tema clásico y permanente el de la llamada "plantación" o "implantación" de la Iglesia. El concilio Vaticano II ha subrayado este tema no por razones y opiniones de escuela, sino más bien como acción misionera específica: "El fin propio de esta actividad misionera es la evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado" (AG 6).[11]
El tema tiene la base bíblica de "edificar (o plantar) la Iglesia" a modo de edificio y de planta. Jesús usó el término tomando la comparación de una casa fundada sobre roca: "edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). A veces el símil es el de una planta (Mt 13,31ss; Mc 4,31ss). La acción misionera de la primitiva Iglesia, según los Hechos, se describe como "edificación" de la misma Iglesia (Act 9,31). En esta construcción cooperan el servicio de la Palabra, la fracción del pan, la dirección de los pastores, los servicios de caridad. Pablo usa los dos símiles: el de construcción (Act 20,32; 1Cor 3,10ss; Ef 3,20-22) y el de plantación (1Cor 3,6). Siempre es un servicio en el que colaboran todos los fieles, poniendo a disposición de los demás los carismas recibidos (1Cor 14,12).[12]
La expresión existe ya en la patrística. Es relativamente frecuente en San Ireneo con términos equivalentes, en el sentido de Iglesias "fundadas" por los Apóstoles[13]. Tertuliano se refiere a las Iglesias "construidas" por los Apóstoles en diversas ciudades fuera de Palestina[14]. El tema se repite en la Historia Eclesiástica de Eusebio, con la expresión "plantar" o "edificar".[15]
El concilio Vaticano II, al hablar de la "plantación" de la Iglesia (AG 6), no sólo resume las encíclicas misioneras anteriores, sino que también se apoya en la doctrina de Santo Tomás de Aquino.[16]
Este "fin propio" de la actividad misionera, aunque no sea el fin único, se explica por la necesidad de establecer de modo permanente los signos salvíficos instituidos por Jesús. "La totalidad de la evangelización, aparte la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la Eucaristía" (EN 28).[17]
Se trata, pues, de construir la comunidad eclesial y, de modo especial, las Iglesias particulares en relación a la sucesión apostólica (estableciendo la Jerarquía), por medio de los signos permanentes de enseñanza, celebración, santificación y organización.
La "plantación" indica un proceso que tiene una etapa inicial (misión "ad gentes") y que debe continuar hasta llegar a cierta madurez (misión o pastoral ordinaria), hasta el punto de que cada Iglesia particular se haga responsable y cooperadora en la misión universal (AG 6 y 19). "El fin propio de esta actividad misional es la evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía no ha arraigado. De suerte que de la semilla de la palabra de Dios crezcan las Iglesias autóctonas particulares en todo el mundo suficientemente organizadas y dotadas de energías propias y de madurez, las cuales, provistas convenientemente de su propia Jerarquía unida al pueblo fiel y de medios connaturales al plano desarrollo de la vida cristiana, aporten su cooperación al bien de toda la Iglesia" (AG 6).[18]
La madurez en el proceso de implantación de la Iglesia consiste principalmente en el establecimiento de los signos permanentes de la presencia de Cristo resucitado (ministerios), servidos por personas vocacionadas (vocaciones) y, de modo especial por personas nacidas en estas mismas Iglesias particulares. Esta madurez no excluye las ayudas de otras comunidades, puesto que ninguna vocación eclesial es extranjera en la Iglesia universal.
Una señal de madurez y autenticidad en la implantación, es el enraizamiento del evangelio en las circunstancias históricas, sociológicas y culturales. "La obra de la plantación de la Iglesia en un determinado grupo de hombres consigue su objetivo determinado cuando la congregación de los fieles, arraigada ya en la vida social y conformada de alguna manera a la cultura del ambiente, disfruta de cierta estabilidad y firmeza; es decir, está provista de cierto número, aunque insuficiente, de sacerdotes nativos, de religiosos y seglares, se ve dotada de los ministerios e instituciones necesarias para vivir, y dilatar la vida del Pueblo de Dios bajo la guía del Obispo propio" (AG 19).[19]
La implantación se realiza, pues, en el contexto sociocultural, así como también en el ámbito de una historia de gracia, desde que llegó el evangelio a esa comunidad eclesial e incluso en su preparación evangélica. Ese proceso de implantación lleva necesariamente a que "cada Iglesia particular... en comunión con la Iglesia universal, se haga misionera" (RMi 48).[20]
Se tiende a construir la comunidad eclesial (local y universal) como "icono" (imagen) de la comunión o coinonía trinitaria. Por esto, en el proceso de plantación hay que llamar a la conversión y a la fe, para entrar a formar parte de esta comunidad eclesial en la que se refleje la vida de Dios Amor. La conversión personal y social se transforman en un crecimiento comunitario, donde la diversidad de vocaciones, ministerios y carismas, se complementan y armonizan, apoyándose en los Apóstoles y, por tanto, en Cristo, la piedra angular (cf. 1Cor 10,4).[21]
El proceso de "plantación" de la Iglesia, siendo nota característica de la primera evangelización (o evangelización "ad gentes"), pertenece también a la pastoral ordinaria, en cuanto que el crecimiento y edificación de la Iglesia no llega nunca, en esta tierra, a la perfección. Algunas situaciones "requieren de nuevo la acción misionera" de "plantación de la Iglesia" (AG 6), no sólo a nivel territorial, sino también a nivel sociológico y cultural (cf. RMi 37-38).
C) Hacia la plenitud salvífica en Cristo
La acción misionera específica consiste en el anuncio del Reino, la llamada a la conversión y a la fe, para recibir el bautismo y para construir o implantar la comunidad eclesial. Los malentendidos que pueden originarse de esta terminología (siempre imperfecta), son debidos a no tomar el Reino, la conversión, la fe, el bautismo y la Iglesia en su sentido auténtico.[22]
No se trata de humillar a otros pueblos y culturas, ni tampoco de presentarse con aires de superioridad. La misión invita a ir a los hermanos para ayudarlos, desde la realidad providencial en que se encuentran, hasta llegar a la plenitud salvífica en Cristo. No se les considera, pues, deteriorados, sino portadores de una "preparación evangélica" y de "semillas del Verbo". Efectivamente, "la presencia y actividad del Espíritu" en estos pueblos, culturas y religiones, es una urgencia a la evangelización por parte de la comunidad eclesial, puesto que "es también el Espíritu quien esparce las 'semillas de la Palabra' presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28).[23]
La acción evangelizadora no se puede confundir con una evolución cultural, sino que se trata de ayudar a dar un salto al infinito de los planes salvíficos de Dios en Cristo. La fe en Cristo y su plenitud salvífica, a la que todos estamos llamados, es una gracia, un don absolutamente inmerecido. La acción misionera específica cuenta con esta realidad sobrenatural y, por tanto, prepara el camino a la conversión y a la fe por medio de oraciones, sacrificios y por la propia fidelidad al proceso de perfección.[24]
La misión eclesial parte de los planes salvíficos de Dios, según los cuales, "todo ha sido creado por Cristo y para él... y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,16-17). Cristo hará de todos los pueblos una "oblación" (Rom 15,16), "a fin de que Dios sea todo en todas las cosas" (2Cor 15,28). La Iglesia ha sido fundada para que toda la humanidad llegue a esta plenitud propia de todo creyente en Cristo: "de su plenitud hemos recibido todos, gracia por gracia" (Jn 1,16).
El objetivo de salvación universal en Cristo y de implantación de la Iglesia en todos los pueblos, se aclara con esta perspectiva de plenitud salvífica, que es también de salvación escatológica ya desde el presente histórico[25]. Dios ha sembrado en todos los pueblos las semillas evangélicas que llevan necesariamente al encuentro explícito con Cristo ya en esta tierra. "La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos. Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo" (RMi 7).
La Iglesia atrae constantemente a la humanidad hacia Cristo. La fuerza de la misión no está en las cualidades de los que ya son Iglesia, ni tampoco en los valores de las culturas y religiones. La tensión hacia la plenitud en Cristo será una realidad como gracia o don de Dios, que, queriendo la colaboración humana responsable, llega con gratuidad. A su Iglesia, "Cristo la ha adquirido con su sangre (cf. Act 20,28) y la ha hecho su colaboradora en la obra de la salvación universal. En efecto, Cristo vive en ella; es su esposo; fomenta su crecimiento; por medio de ella cumple su misión" (RMi 9).
A la luz de este principio sobre la tensión misionera hacia la plenitud en Cristo, se armoniza mejor la relación entre la pastoral ordinaria y la primera evangelización. Precisamente por la tendencia hacia la plenitud salvífica, ambos momentos evangelizadores se entrecruzan y postulan mutuamente. Tanto en la misión "ad gentes" (o primera evangelización), como en la pastoral ordinaria, hay que orientar la comunidad cristiana hacia la perfección en Cristo. Sin esta orientación, clara y decidida, ninguna acción pastoral cumple su principal cometido, que es el llevar a los creyentes a la perfección de las bienaventuranzas.[26]
El anuncio y testimonio del Misterio de Cristo, su celebración y su realización por los servicios de caridad, son auténticos si se presentan como una llamada a vivir hasta la perfección las bienaventuranzas y el mandato del amor, y, consiguientemente, el misterio pascual. El divorcio entre teología, pastoral y espiritualidad produce dicotomías intelectuales y prácticas, que retrasan tanto la primera evangelización como el crecimiento de la comunidad ya cristiana.
Sin esta tensión hacia la plenitud en Cristo, se originan retrasos en la evangelización, debido casi siempre a la falta de mentalidad y experiencia cristiana: pensar, sentir y amar como Cristo. "Es necesario, ante todo, tratar de establecer en cada lugar comunidades cristianas que sean un exponente de la presencia de Dios en el mundo... Es necesaria una radical conversión de la mentalidad para hacerse misioneros, y esto vale tanto para las personas, como para las comunidades... Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su vigor de fe" (RMi 49).
La comunidad eclesial se hará misionera "ad intra" y "ad extra" en la medida en que se le ayude a vivir la tensión hacia la plenitud o perfección en Cristo. Esto vale tanto para las Iglesias jóvenes, todavía no suficientemente plantadas, como para las Iglesias de antigua cristiandad. "La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la llamada universal a la misión" (RMi 90).[27]
2. Iglesia, evangelizada y evangelizadora
Después de delimitar la especificidad de la acción misionera y de señalar sus objetivos fundamentales (cf. n.1), hay que señalar también los caminos o medios concretos de esta misma acción. Puesto que la acción misionera es una prolongación de la misma misión de Cristo[28], estos caminos se irán abriendo en los siguientes campos: profético (por el anuncio y el testimonio), litúrgico (por la celebración del misterio pascual) y hodegético (por los servicios de dirección, cercanía y caridad).[29]
La acción evangelizadora de la Iglesia es continuación y transparencia de la acción evangelizadora de Jesús, porque prolonga su palabra, su acción salvífica y pastoral. Es decir, se anuncia, se celebra y comunica el misterio pascual de Cristo, por medio de los "signos" y ministerios establecidos por él.
Estos caminos o medios de evangelización los experimenta la Iglesia en sí misma, en cuanto se comunica lo que ella misma está viviendo. La señal de madurez de una comunidad eclesial aparece en la armonía entre la evangelización "ad intra" y la evangelización "ad extra". "Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma". En efecto, "sólo una Iglesia evangelizada es capaz de evangelizar" (SanDo 23).[30]
A) Anuncio y testimonio
El anuncio del evangelio es una llamada a la fe y, por tanto, a la conversión y al bautismo (cf. n.1 A). Por este servicio o ministerio, la comunidad pone en práctica su profetismo. La misión que Jesús ha comunicado a su Iglesia se realiza principalmente por medio del anuncio, acompañado siempre por el testimonio (Lc 4,15-19.43; Mt 28,19). "El anuncio tiene la prioridad permanente en la misión; la Iglesia no puede substraerse al mandato explícito de Cristo; no puede privar a los hombres de la 'Buena Nueva' de que son amados y salvados por Dios" (RMi 44; cf. AG 13).[31]
La palabra del salvación se anuncia a todos los hombres para llevarlos Cristo (DV 1-4). La Iglesia, por la proclamación y el testimonio, es anuncio vivo del evangelio. Se proclama la Palabra (dimensión "kerigmática") insertándola en la realidad humana concreta (dimensión "antropológica").
Esta inserción de la Palabra en la circunstancias humanas reclama la vivencia de la misma. "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42).[32]
El anuncio de la Palabra "convoca" a la comunidad ("ecclesia") para celebrar el misterio de Cristo y para hacerlo realidad en la propia vida. En este sentido, el anuncio se convierte en testimonio y, consiguientemente, en proclamación permanente. Es la misma dimensión evangelizadora del Señor: "Jesús hizo y enseñó" (Act 1,1). El primer anuncio que hicieron los Apóstoles indica la doble faceta de una misma realidad: "A este Jesús le resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos" (Act 2,32). La proclamación se convierte en testimonio; los signos acompañan a las palabras (cf. Mc 16,20; Act 1,8). En este sentido, "la Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo, asumiendo posiciones valientes y proféticas" (RMi 43).[33]
La prioridad del testimonio arranca del hecho de ser expresión viva del mismo mensaje. La prioridad del anuncio se basa en la eficacia de la misma palabra de Dios (cf. RMi 44), que reune a la comunidad como Pueblo de Dios, para celebrar los misterios de Cristo y para vivir según las exigencias del evangelio. Anuncio y testimonio son dos aspectos de la misma realidad evangelizadora: "evangelizar es, ante todo, dar testimonio de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo" (EN 26).[34]
Donde aparece más claramente la necesidad del testimonio es en el anuncio de las bienaventuranzas. Estas consisten en actitudes de caridad y donación en las diversas circunstancias y dificultades de la vida (reaccionar amando y perdonando). Por esto, "fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo" (RMi 60). "El misionero es signo del amor de Dios en el mundo" (RMi 89) cuando se presenta como "el hombre de las bienaventuranzas" (RMi 91).[35]
El anuncio de la Palabra incluye, pues, el testimonio y conduce a la celebración y a la vivencia. Es Palabra:
- revelada para ser anunciada,
- predicada e interpretada por la Iglesia,
- celebrada para hacer presente el misterio salvífico de Cristo,
- testimoniada y vivida para transparentar su realidad profunda de actitudes de donación a Dios y a los hermanos.
La Palabra se predica tal como es, en toda su integridad, para toda la humanidad, para cada hombre en su integridad y en toda situación histórica, cultural y social. El ministerio o servicio de la Palabra tiene una asistencia peculiar del Espíritu Santo, especialmente cuando se trata del servicio magisterial. Esta Palabra, anunciada con esas características, congrega a la comunidad como Pueblo de Dios, para que celebre el misterio de Cristo y convierta en vida la doctrina evangélica. Cuando se hace este servicio como "primer anuncio", tiene lugar la evangelización "ad gentes".
El testimonio está estrechamente unido al anuncio evangélico, no sólo como signo transparente, sino también como signo portador y eficaz del mismo mensaje que se anuncia. Uno de los "signos de los tiempos" es la "sed de autenticidad" (EN 76). El testimonio es, pues:
- transparencia del mensaje evangélico en la misma persona,
- coherencia de vida con lo que se cree y anuncia,
- experiencia de adhesión y relación personal con Cristo,
- autenticidad en la vivencia de la propia realidad limitada, donde uno se sabe amado por Cristo y capacitado para amarle y hacerle amar.[36]
Tanto el anuncio como el testimonio tienen un dinamismo misionero intrínseco, que consiste en la urgencia de proclamar a todos los pueblos el misterio de Cristo como revelador del misterio del hombre y de la historia humana (Heb 1,1; Ef 1-3; GS 22,24,35). El misterio de Cristo, Verbo encarnado y Redentor, preparado en la historia de cada pueblo y, de modo especial, en la revelación veterotestamentaria, manifiesta la plenitud del misterio de Dios Amor como clave para descifrar el misterio del hombre y del mundo.
El anuncio, acompañado del testimonio es una llamada a abrirse ("convertirse") a estos planes salvíficos de Dios en Cristo. El mensaje cristiano es patrimonio de toda la humanidad, puesto que Cristo tiene la misión de "iluminar a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9) y manifestar a toda la humanidad cuánto "amó Dios al mundo" por el hecho de "darle a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). "Dios, creando y conservando el universo con su Palabra (cf. Jn 1,3), ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo (cf. Rom 1,19-20); queriendo además abrir el camino de la salvación sobrenatural, se reveló desde el principio a nuestros primeros padres... De este modo fue preparando, a través de los siglos, el camino del evangelio" (DV 3). "Su Hijo, la Palabra eterna... lleva a plenitud toda la revelación" (DV 4).
El anuncio y testimonio, por su dinamismo interno, lleva a construir una familia humana de hijos de Dios por participación en la filiación divina de Cristo (Ef 1,5; cf. GS 22). No puede detenerse esta fuerza misionera de la Palabra, que ha sido pronunciada para el bien de toda la humanidad, puesto que "Dios habla a los hombres como amigos" (DV 2). Por esto, la Palabra revelada es mensaje universal que llama a todos a la fe, esperanza y caridad, es decir, a la configuración con los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo, el Verbo encarnado (cf. DV 1). Al anunciar esta Palabra, por el hecho de contener los planes de salvación para todos los pueblos (DV 7), es ella misma la que prepara los caminos del corazón y de la comunidad humana para la aceptación por una explícita y sincera (DV 3,4).[37]
Siendo la Palabra el mismo Cristo (Verbo encarnado), el anuncio con el testimonio es eficaz, puesto que "todo ha sido creado por él y para él" (Jn 1,3) y "todo subsiste en él" (Col 1,7). Es, pues, anuncio que tiene las características de universalidad (a todos los pueblos) y de totalidad (a toda la persona humana en sus circunstancias), hasta "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).
Así, pues, la Palabra anunciada es "viva y eficaz" ((Heb 4,12; cf. 1Pe 1,23; Is 49,2). Por esto, al ser anunciada auténticamente (con el "signo" del testimonio), llama, convierte, transforma y crea nuevos enviados. La Iglesia es misionera porque ha recibido la Palabra de Dios (en Cristo y por la fuerza del Espíritu) para comunicarla a todos los hombres.
Las "semillas del Verbo", que ya se encuentran en las diferentes culturas y religiones, y que pueden considerarse también como huellas del mismo Cristo resucitado, llegarán a fructificar en el don de la fe explícita, si encuentran la sintonía de esas mismas huellas de Cristo vividas por el testimonio de los evangelizadores. Al anunciar la Palabra, es necesario acompañarla con los "signos" del testimonio y de la experiencia de la salvación y perdón que derivan de la misma Palabra (Mc 16,20; Act 2,32).
B) Celebración de los misterios de Cristo
La liturgia es un conjunto de signos portadores y eficaces de la presencia de Cristo resucitado. "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica" (SC 7). Esta presencia es principalmente celebración del misterio pascual de Cristo, que debe ser anunciado a todos los pueblos.
Los signos litúrgicos son los signos más eficaces de evangelización de la misma comunidad y a partir de ella. En la liturgia se hace presente Cristo, Sacerdote y víctima, como mediador universal (cf. Heb 7,25; Rom 8,34).
La acción evangelizadora tiende siempre a construir una comunidad cristiana donde se celebre el misterio pascual de Cristo, especialmente en la eucaristía, sacramentos en general, predicación de la Palabra, año litúrgico y liturgia de las horas. La Palabra anunciada y testimoniada es anuncio de la salvación en Cristo que se presencializa por medio de la celebración litúrgica.[38]
Al mismo tiempo que, por esta celebración del misterio pascual, se construye la comunidad, ésta toma conciencia de su naturaleza misionera. "La liturgia, por cuyo medio se ejerce la obra de nuestra redención, sobre todo en el divino sacrificio de la eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia... La liturgia robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo, y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones... hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor" (SC 2). La comunidad eclesial, por la celebración litúrgica, se evangeliza a sí misma y evangeliza a toda la comunidad humana.
La sacramentalidad de la Iglesia (como signo transparente y portador de Cristo) encuentra su punto culminante en la celebración litúrgica, y, de modo especial, en la celebración de los sacramentos. La sacramentalidad de la Iglesia se hace misión, en el sentido de comunidar eficazmente el misterio de Cristo a toda la humanidad.
La Iglesia, al tomar conciencia de su naturaleza misionera como participación en la misma misión de Cristo, no sólo se siente llamada a proclamar el mensaje evangélico, sino también a "realizar la obra de salvación mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6). Es entonces cuando la Iglesia expresa su realidad de "sacramento universal salvación", como signo transparente y portador del misterio de Cristo para toda la humanidad.
Es por medio la celebración litúrgica que, de modo especial, la Iglesia se hace "signo levantado ante las naciones" (Is 11,12; SC 2). Entonces tiene lugar el momento culminante al que tiende toda la vida y actividad de la Iglesia, porque es la celebración del misterio pascual que, además de celebrado, debe ser anunciado y vivido personal y comunitariamente. Y es entonces cuando aparece con toda su fuerza el dinamismo misionero de la Iglesia, puesto que "los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios, en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor" (SC 10).
Toda la acción misionera de la Iglesia tiende, pues, a hacer que la comunidad de los creyentes celebre y viva el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado. En este sentido, toda la liturgia y, de modo especial, la celebración eucarística, es "la fuente y la culminación de toda la evangelización" (PO 5; cf. SC 10, LG 11).
La liturgia es "la fuente primaria y necesaria" de la vida cristiana y de la "actuación pastoral" (SC 14). Cuando se celebra el misterio pascual en la liturgia, "Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa, la Iglesia" (SC 7). La urgencia de evangelizar arranca siempre de esta vivencia del misterio de Cristo en sentido esponsal, es decir, de compartir su misma realidad de consagración y misión.
La renovación de la comunidad por medio de la celebración litúrgica es "como el paso del Espíritu Santo por su Iglesia" (SC 43). Esa comunidad renovada se hace disponible tanto para cumplir el mandato del amor, como para poner en práctica el mandato misionero. La "reforma y el fomento de la liturgia" son, pues, un medio privilegiado para "invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia" (SC 1).[39]
La comunidad eclesial renovada, por el hecho de vivir el misterio pascual desde su propia realidad cultural y sociológica, se hará capaz de inculturar los signos litúrgicos en otros ambientes culturales (cf. SC 37-40).
El camino litúrgico es camino di misionariedad, haciendo a la comunidad sujeto y objeto de evangelización:
- escuchando fielmente y con actitud de oración la palabra predicada,
- celebrando los sacramentos de la iniciación como opción fundamental en la adhesión a Cristo,
- haciendo de la eucaristía una celebración comprometida,
- recibiendo el mandato misionero a partir de la celebración del misterio pascual durante todo el año litúrgico.
La comunidad eclesial, como la primera comunidad cristiana, vive la liturgia escuchando la enseñanza de los apóstoles, celebrando la fracción del pan, compartiendo los bienes con los hermanos (Act 2,42). Entonces adquiere la capacidad de "predicar la Palabra de Dios con audacia" (Act 4,29-31). Sobre todo en el momento eucarístico, la comunidad se siente llamada a "anunciar la muerte del Señor hasta que él vuelva" (1Cor 11,26). El sacrificio redentor de Cristo se realiza "como rescate por todos" (Mt 20,28;cf. Mt 26,28). El "cenáculo" de cada comunidad, donde se celebra la Palabra y la eucaristía, encuentra su personificación (su "Tipo") en "María la Madre de Jesús" (Act 1,14).
La tarea evangelizadora tiende a la implantación de la Iglesia (AG 6). Ahora bien, esta implantación sólo puede realizarse por medio de los signos permanentes de la presencia de Cristo resucitado. El signo principal de esta presencia lo constituye la celebración litúrgica como anuncio, presencialización y comunicación del misterio pascual. Una señal clara de la implantación de la Iglesia y de su proceso de madurez, es la celebración activa y comprometida del misterio de Cristo.
Los sacramentos, como signos salvíficos eficaces instituidos por el Señor, son la máxima expresión de la sacramentalidad de la Iglesia y, consiguientemente, también de su misionariedad, especialmente cuando se trata de la eucaristía. La humanidad de Cristo, a través de la cual descubrimos "su gloria" de Hijo de Dios (Jn 1,14; 2,11), se expresa eficazmente a través de la sacramentalidad de la Iglesia. El sacramento "original" de la humanidad de Cristo se concretiza en el sacramento "general" de la Iglesia y, de modo especial, en cada uno de los siete "sacramentos" propiamente dichos.
La misión de la Iglesia incluye esa acción sacramental: "Id..., bautizad a todas las gentes" (Mt 28,19); "esto es mi cuerpo entregado por vosotros" y "por todos", "haced esto en memoria mía" (1Cor 11,24-25; Mt 26,28); "como mi Padre me envió, así os envío yo..., a quienes perdonareis los pecados les serán perdonados" (Jn 20,21-23). Esta misión eclesial, además de la predicación de la Palabra, incluye "realizar la obra de salvación mediante el sacrificio y los sacramentos" (SC 6; EN 47).
Los sacramentos, por ser "sacramentos de la fe", educan a la comunidad y a cada uno de los fieles a celebrar, vivir y anunciar esta misma fe (SC 59; EN 47). La educación en la fe no sería perfecta si la comunidad eclesial no asumiera la responsabilidad apostólica que deriva de los sacramentos. Los sacramentos, por su misma celebración, urgen a la comunidad a llevar el mensaje salvífico de Cristo a todos los pueblos.[40]
Los sacramentos de la iniciación cristiana (bautismo, confirmación y eucaristía), son parte integrante del primer anuncio y, por tanto, pertenecen esencialmente al proceso de implantación de la Iglesia. La proclamación del misterio pascual de Cristo es una llamada a participar en él por medio del bautismo; el creyente se hace hijo adoptivo de Dios, como hijo en el Hijo (cf. SC 6). El sacramento de la confirmación vincula más a la Iglesia, por la gracia especial del Espíritu Santo, que convierte los creyentes en defensores y apóstoles de la fe: "se vinculan más a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra y juntamente con las obras" (LG 11).
Por la eucaristía se llega a la plena participación del misterio pascual, como "fuente y culminación de toda la evangelización" (PO 5), "fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11). A ella "se ordenan todos los trabajos apostólicos" (SC 10). La eucaristía "construye la Iglesia" (RH 20). La comunidad eclesial no está implantada suficientemente mientras en ella no se celebra la eucaristía, como fuente de las vocaciones y como centro a donde se orientan los ministerios proféticos, cultuales y hodegéticos (cf. PO 5; SC 10).[41]
La comunidad eclesial se evangeliza y, a su vez, se hace evangelizadora, por la celebración comprometida de la eucaristía. La proclamación de la Palabra, como anuncio del misterio pascual, lleva a la celebración de este mismo misterio. Las exigencias de la caridad cristiana son la expresión de una vida que participa de la donación sacrificial de Cristo Sacerdote y Víctima (Heb 10,5-7; 13,15-17; 2Cor 1,20). "No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima eucaristía; por ella, pues, hay que empezar toda la formación para el espíritu de comunidad. Esta celebración, para que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda que a la acción misional y a las varias formas del testimonio cristiano" (PO 6).
Todos los otros sacramentos, a partir de los sacramentos de la iniciación y, de modo especial, a partir de la eucaristía, con otras tantas etapas de un caminar eclesial, personal y comunitario, hacia la pascua definitiva juntamente con toda la humanidad: reconciliación, unción de los enfermos, orden sagrado, matrimonio. La gracia peculiar de encuentro y configuración con Cristo, que es propia de cada sacramento, es una capacitación para el camino de la santidad (caridad) y de la misión.[42]
La Iglesia, "sacramento universal de salvación", es la misma comunidad peregrina y escatológica que, celebrando el sacrificio del Señor, se prepara y prepara a todos los hermanos para "parusía" o venida definitiva de Cristo resucitado (SC 47). "Porque Cristo levantado en alto sobre la tierra atrajo hacia Sí a todos los hombres (cf. Jn 12,32); resucitando de entre los muertos (cf. Rom, 6,9) envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por él constituyó a su cuerpo que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación; estando sentado a la diestra del Padre, sin cesar actúa en el mundo para conducir a los hombre a su Iglesia y por ella unirlos a sí más estrechamente, y alimentándolos con su propio cuerpo y Sangre hacerlos partícipes de su vida gloriosa" (LG 48).
C) Servidores de caridad y promoción humana
Cada miembro de la comunidad, según su vocación específica, queda comprometido a servir en ella y desde ella en los diversos niveles y ministerios: profético (anuncio y testimonio), litúrgico, diaconal (servicios de caridad, de organización y animación). La comunidad cumple con su deber misionero "ad intra" y "ad extra", cuando vive armónicamente estos tres niveles. Cualquier ministerio en la comunidad es un acto evangelizador, que convierte a los creyentes en santos y apóstoles.[43]
La comunidad que escucha y anuncia la Palabra, y que celebra el misterio pascual de Cristo, se convierte en comunidad que ama, creando un ambiente de familia, tendiendo al ideal de "tener todos los bienes en común" (Act 2,44), es decir, dispuesta a compartir con todos los hermanos los dones recibidos de Dios. La comunión ("coinonía") se manifiesta en el servicio ("diaconía"), que es, por ello mismo, misión local y universal. Es siempre servicio de caridad, como fuente y raíz de todo ministerio.
Esta caridad tiene siempre dos facetas: asistencial de ayuda inmediata a los hermanos que padecen necesidad (enfermos, pobres, marginados...); promocional o de proporcionar a todos los medios necesarios para valerse por sí mismos (trabajo, cultura, libertad, familia...). El campo más importante de esta acción caritativa es siempre el de hacer llegar a todos la posibilidad de escuchar el mensaje cristiano para disponerse a recibir el don de la fe y de la salvación integral en Cristo.[44]
La acción evangelizadora se desarrolla siempre en la línea del misterio de la encarnación (Jn 1,14). La "inserción" evangélica tiene lugar en todas las situaciones culturales, sociológicas, históricas y religiosas. Cada miembro de la comunidad, según su propia vocación, es responsable en todos estos campos donde se necesita la caridad cristiana. La Iglesia, viviendo su realidad de misterio (como expresión del misterio de Cristo) y de comunión (compartiendo los bienes entre los hermanos), llega a su máxima capacidad de misión. "La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que, en el curso de los tiempos, se establece entre el evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre" (EN 29).
La relación entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación), puede resumirse en tres grandes líneas:
- línea antropológica: "porque el hombre que hay que evangeliar no es un ser abastracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos",
- línea teológica: "ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención",
- línea evangélica: "la caridad".[45]
La línea específica de la actividad misionera de la Iglesia, en todas sus "vías operativas" o "caminos de misión" (RMi V), es la de la caridad, como realización de los valores evangélicos contenidos en las bienaventuranzas y en el mandato del amor. "La Iglesia quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo la verdad contenida en esta primera: 'Bienaventurados los pobres de espíritu'... Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo... En efecto, son estas numerosas obras de caridad las que atestiguan el espíritu de toda la actividad misionera. El amor, que es y sigue siendo la fuerza de la misión" (RMi 60).[46]
La acción misionera de la comunidad eclesial es prolongación de la misión del Señor, en su doble línea de cercanía y trascendencia. Cristo se acerca al hombre concreto en el mundo en que vive, para liberarlo de la opresión del pecado y de sus consecuencias. Es una liberación integral porque se realiza en la verdad de la donación y en una perspectiva de esperanza. Por esto "el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91). En este sentido, la cercanía de Jesús para "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18; Mt 11,5), se distingue radicalmente de los falsos "mesianismos" de todas las épocas que ya se reflejan en las tentaciones del desierto (Mt 4,1-11). La aportación de la Iglesia a la promoción humana consiste en "dar un sentido más humano al hombre y a su historia" (GS 40).[47]
La inserción del evangelio en las circunstancias concretas se aplica especialmente en las situaciones de desarrollo y en las de marginación e injusticia. "La Iglesia se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia" (GS 1). También en la misión "ad gentes" se trata de una "acción para el desarrollo integral y la liberación de toda opresión" (RMi 58). Por esto "a los que buscan la paz desea responderles con diálogo fraterno, ofreciéndoles la paz y la luz que brotan del evangelio" (AG 12).[48]
La acción evangelizadora tiende a promover al hombre en cuanto tal, en toda su integridad, por encima de los modelos económicos o de mercado. El evangelio propone, a la luz del misterio de Cristo (cf. GS 22), un nuevo modelo de hombre: salvado en toda su integridad, respetado en su multiformidad de culturas, protagonista del desarrollo, libre del dominio de todo género de materialismo y de todo tipo de esclavitud ideológica.
El camino práctico para llegar a esta liberación integral es la educación de las conciencias. "La Iglesia educa las conciencias revelando a los pueblos al Dios que buscan, pero que no conocen; la grandeza del hombre creado a imagen de Dios y amado por él; la igualdad de todos los hombres como hijos de Dios; el dominio de la naturaleza creada y puesta al servicio del hombre; el deber de trabajar para el desarrollo del hombre entero y de todos los hombres" (RMi 58).[49]
La relación entre evangelización "ad gentes" y nueva evangelización encuentra en esta acción liberadora, basada en el mandato del amor, el campo adecuado de renovación que hace a la comunidad disponible para la evangelización "ad intra" y "ad extra".[50]
Esta renovación eclesial está basada en las actitudes personales y en las estructuras de pobreza evangélica: "una sincera revisión de la propia vida en el sentido de solidaridad con los pobres" (RMi 60), puesto que, "fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo" (ibídem).[51]
Estos servicios de caridad son, pues, un proceso de crecimiento y de liberación de la misma comunidad hasta hacerla disponible para abrirse a los planes salvíficos de Dios:
- apertura generosa a la Palabra (cf. n. A),
- sintonía con el misterio pascual de Cristo (cf. n.2 B),
- disponibilidad para compartir los bienes con todos los hermanos,
- cooperación con el propio carisma, vocación y ministerio,
- atención preferencial a los campos de pobreza: nuevos pobres, juventud marginada, familia...
- denuncia de las situaciones personales y sociales de injusticia,
- exposición de los caminos evangélicos de esperanza para superar las situaciones de pobreza,
- compromiso personal y comunitario de vida de pobreza evangélica.[52]
La Iglesia está, pues, insertada en el mundo, con un dinamismo por el que conduce a la humanidad entera hacia una nueva tierra (GS 39). Por esto la salvación integral que ofrece es de línea escatológica (cf. cap. VI, 1 C). Su acción salvífica, que es la de Cristo, consiste en transformar la sociedad desde dentro, desde el corazón humano. "Solamente la santidad de vida alimenta y orienta una verdadera promoción humana y cultura cristiana" (SanDo 31).
Hay dos tendencias que aparecen en todo período eclesial: gracia o naturaleza, divinidad o humanidad, vida interior o acción... El error nace de la ruptura o del desequilibrio entre ambas líneas. La "missio Dio" es la misma "missio Ecclesiae", que integra, gracias al misterio de la encarnación y redención, el "kerigma" con la promoción humana, la escatología con la inserción, lo sobrenatural con los verdaderos valores del humanismo.[53]
La misión liberadora y solidaria de la Iglesia se realiza a través de la evangelización. Se anuncia a Cristo Salvador y Redentor, el Hijo de Dios hecho hombre, cabeza, mediador, hermano, responsable, sacerdote que asume como propia la historia de cada persona y de la humanidad entera. "A la pregunta, ¿para qué la misión? respondemos con la fe y la esperanza de la Iglesia: abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación. En él, sólo en él, somos liberados de toda forma de alienación y extravío, de la esclavitud del poder del pecado y de la muerte" (RMi 11).
Esta acción evangelizadora es liberadora porque se realiza en la fe, la esperanza y la caridad; por esto no puede confundirse con ninguna otra actuación social y política. "La misión esencial de la Iglesia, siguiendo la de Cristo, es una misión evangelizadora y salvífica. Saca su impulso de la caridad divina. La evangelización es anuncio de salvación, don de Dios".[54]
3. Construir la comunidad eclesial en la comunión
Un elemento fundamental e imprescindible de la acción misionera es el crecimiento de la comunidad eclesial, para construirse como familia en la comunión que refleja la comunión trinitaria. Solamente por medio de este crecimiento propio y peculiar, podrá colaborar en la edificación de la comunidad humana como familia de hijos de Dios. La misión de Jesús, continuada en la Iglesia, procede de la comunión trinitaria y tiende a crear en todos los pueblos el reflejo de esta misma comunión (Jn 17,18-23; 20,21).
El crecimiento de una comunidad eclesial se realiza por la escucha de la Palabra, la oración, la celebración de la eucaristía, el compartir los bienes y la disponibilidad misionera. Este proceso, que no es obra meramente humana, se realiza bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Act 2,42-47; 4,31-34).[55]
Por este proceso, se construye la comunidad de fe, oración, esperanza, caridad y misión. La "nueva evangelización" se hace realidad por este mismo proceso y crecimiento, de suerte que renovándose en comunión, la comunidad se hace evangelizadora "ad intra" y "ad extra".[56]
A) Iglesia, familia solidaria
La comunidad se edifica como comunión y familia a partir de la Palabra, que la convoca continuamente, y de la eucaristía, que la transforma en "un solo cuerpo" de Cristo (1Cor 12,12). La apertura a Cristo (por la fe viva) y al Espíritu Santo (por la fidelidad a su acción), construye la Iglesia como comunión. La escucha de la Palabra, la vivencia del misterio eucarístico y la sintonía con la acción salvífica del Espíritu, unifica a las personas en un solo amor, que es reflejo de la comunión trinitaria y "exponente de la presencia de Dios en el mundo" (RMi 48).[57]
La comunidad que vive en comunión se hace escuela permanente de contemplación de la Palabra (para vivirla y anunciarla), de celebración del misterio pascual de Cristo (que transforma la vida en donación sacrificial), de seguimiento evangélico de Cristo (que hace de cada fiel su transparencia), de convivencia solidaria para compartir el mismo caminar de hermanos (con sus bienes y dones, sus dificultades y esfuerzos). La calidad de comunión se hace capacidad de misión.[58]
El modelo más concreto de esta comunión eclesial es la familia cristiana, como "Iglesia doméstica" (LG 11; AA 11). Si "el futuro de la humanidad se fragua en la familia" (FC 86) y si "la Iglesia encuentra en la familia, nacida del sacramento, su cuna" (FC 15), es porque la familia es expresión concreta de la comunión trinitaria, que debe ser realidad, por el amor verdadero, en toda la comunidad humana.[59]
La comunidad eclesial (y toda la familia humana) tiene necesidad de este signo del amor esponsal de y a Cristo, que se expresa en la comunión familiar como "íntima comunión de vida y de amor" (GS 48). La familia cristiana tiene la "misión de custodiar, revelar y comunicar el amor como reflejo del amor de Dios y del amor de Cristo por la Iglesia" (FC 17). En la comunión familiar se realiza "la presencia pascual del Señor" (Puebla 583), como "imagen fuerte y suave de Cristo muerto y resucitado" (ibídem 588). En este sentido, el "matrimonio" es el "gran misterio" en el que se manifesta el amor esponsal entre Cristo y su Iglesia.
La naturaleza misionera de la Iglesia debe manifestarse en la familia como "Iglesia doméstica". La comunión familiar se hace concretización de la sacramentalidad de la Iglesia como "sacramento universal de salvación" (comparar LG 11 y AG 1). El deber misionero del todo el Pueblo de Dios (AG 36) y de cada comunidad cristiana (AG 37) encuentra en la familia una expresión privilegiada. Ello "significa que en cada familia cristiana deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera... La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia. Dentro, pues, de una familia consciente de esta misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados" (EN 71). En esa primera experiencia de Iglesia, que es la familia, "los esposos y padres cristianos... se constituyen en testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia" (LG 41). Por esto, "tanto el hombre como la familia constituyen el camino de la Iglesia".[60]
Toda comunidad reducida, como las "comunidades eclesiales de base" o grupos parecidos, vive la misma realidad de toda la Iglesia, dentro de los propios límites, para que cada uno pueda ser acogido, expresarse y compartir. Por ser Iglesia, la pequeña comunidad vive en comunión responsable con la Iglesia local y universal. "Porque la Iglesia es comunión, las así llamadas nuevas comunidades de base, si verdaderamente viven en la unidad con la Iglesia, son verdadera expresión de comunión e instrumento para edificar una comunión más profunda. Por ello, dan una gran esperanza para la vida de la Iglesia" (RMi 51).
La "experiencia comunitaria" (RMi 51), por ser comunión, no es nunca un círculo cerrado, sino siempre abierto y concéntrico. Una comunidad es comunión si en ella se percibe el eco y la concretización de la Iglesia universal. La Palabra, la eucaristía y el mandato del amor abren el corazón de cada uno y la comunidad entera a la comunión de toda la Iglesia. Por esto, la misión "ad extra" nunca es un contagio de la propia problemática ni tampoco un modo cómodo de dar lo que sobra, sino el intercambio fraterno de bienes exigido por la comunión eclesial.[61]
La Iglesia universal se concretiza en el "aquí y ahora" (lugar y espacio, carismas y valores culturales) de cada Iglesia particular. Cuando la Iglesia particular vive la comunión, con las gracias peculiares recibidas del Espíritu como herencia de los Apóstoles, se abre a la Iglesia universal y a toda la humanidad en intercambio o "comunicación de bienes" (LG 13). La "particularidad" de una Iglesia, con su herencia apostólica y su historia de gracia, no está condicionada a los límites socioculturales de naciones o estados, sino que, por su sacramentalidad, su catolicidad y su apostolicidad, se abre a la universalidad de la misión, de dar y de recibir los dones que son de todos.[62]
La comunidad se construye en la comunión por obra del Espíritu Santo, que es expresión del amor entre el Padre y el Hijo. La Palabra, inspirada por el Espíritu, realiza esta nueva creación en cada componente de la comunidad y en la comunidad entera. Por la eucaristía, "el mismo Espíritu" realiza la unidad, haciendo que la comunidad sea "un solo cuerpo" (1Cor 12,4.12). El servicio apostólico de la Palabra y de la eucaristía (Act 2,42-44) es un servicio necesario para construir la comunión de "un solo cuerpo y una sola alma" (Act 4,32). Entonces, en cada comunidad eclesial, si es auténtica, se encuentra una concretización de la Iglesia universal.
La comunión es un camino y una escuela permanente de:
- apertura a los hermanos para compartir, servir, colaborar,
- apertura a otras comunidades para intercambiar sin superioridad ni egoísmo,
- apertura a toda la familia humana para construirla como familia de hijos de Dios.
La vida de comunión es una presencia activa, auténtica y humilde, que se traduce en saber dar y recibir, sin exigir correspondencia, para que cada uno se realice según los planes de Dios Amor. La comunión es solidaria cuando es coherente con la propia experiencia de misericordia y de gratuidad de Dios. Es siempre comunión con la propia historia personal y colectiva de gracia. La ruptura o desconocimiento de esa comunión histórica se convertiría en fuente de inestabilidad, desequilibrio y angustia. Sólo el amor de Cristo que hace posible la vida de comunidad en verdadera fraternidad.[63]
Esta escuela de comunión, que es la pequeña comunidad, deriva necesariamente hacia la construcción de la comunidad de la Iglesia particular y universal. La misión que deriva de la comunión tiende, por su misma naturaleza, a la construcción de la Iglesia más que a la realización de la propia obra particular, personal o colectiva. Las instituciones eclesiales son Iglesia si hacen Iglesia sin buscarse preferentemente a sí mismas.
La Iglesia local o particular se construye siempre en relación con los sucesores de los Apóstoles (especialmente con el sucesor de Pedro) y haciendo que surjan en la comunidad vocaciones nativas y ministerios inculturados. Esta construcción de la comunión eclesial no se realiza cuando las obras e instituciones buscan principalmente su propio crecimiento e interés, y cuando desconocen o infravaloran los carismas diferentes de otras comunidades.
Este esfuerzo por construir la propia comunidad, en el conjunto de comunidades que constituyen la Iglesia particular, es la mejor escuela para colaborar directamente en la misión "ad gentes", que consiste en "fundar comunidades cristianas" y hacerlas "crecer hasta su completa madurez" (RMi 48). La misión de primera evangelización corre el riesgo de no realizarse adecuadamente, cuando los evangelizadores no han tenido experiencia de Iglesia particular.
Cuando la Iglesia particular o local ha ido creciendo en la comunión, espontáneamente colabora en la misión universal "ad gentes". "Todo el misterio de la Iglesia está contenido en cada Iglesia particular, con tal de que ésta no se aisle, sino que permanezca en comunión con la Iglesia universal y, a su vez, se haga misionera" (RMi 48).
Este proceso de comunión, en la construcción de la Iglesia misionera, presupone "una radical conversión de la mentalidad" (RMi 49). Los problemas internos de una comunidad e institución eclesial sólo se solucionan abriendo la comunidad a la generosidad evangélica y a la misión universal. "Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su vigor de fe" (RMi 49).
Una comunidad eclesial que se haya construido en la comunión interna y de Iglesia local y universal, será capaz de abrirse al "ecumenismo" o búsqueda de la unidad con otros comunidades no católicas o no cristianas. La referencia a Cristo resucitado presente y la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu, harán posible la unión de todos los cristianos en una sola Iglesia.
La falta de unidad es "uno de los grandes males de la evangelización" (EN 77). Si faltara la misionariedad universal, que fluye de la comunión, las comunidades eclesiales no estarían preparadas para la unión de todos los cristianos, querida y pedida por Jesús (Jn 17,21ss). "La suerte de la evangelización está ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado por la Iglesia... Queremos subrayar el signo de la unidad entre todos los cristianos, como camino e instrumento de evangelización" (EN 77).[64]
B) Unidad armónica de vocaciones, ministerios y carismas
Las comunidades eclesiales se componen de personas llamadas, para realizar diversos servicios, urgidas y potencias por carismas o gracias peculiares del Espíritu Santo. Son los diversos signos permanentes de la presencia de Cristo resucitado: vocaciones, ministerios, carismas.
Por el hecho de creer en Cristo, que es el "único Señor" (1Cor 8,6), por comer del "mismo pan" (1Cor 10,17) y por ser animada por "el mismo Espíritu" (1Cor 12,4), la comunidad se constituye en "un solo cuerpo" (1Cor 12,12; Rom 12,5), cuya "cabeza" es el mismo Cristo (Ef 1,22; Col 1,18). Estas realidades fundamentan la unidad armónica y vital de todas las personas, servicios y gracias peculiares. Es la unidad de "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4; cf. Ef 2,18).
Los títulos bíblicos aplicados a la Iglesia, y de modo especial el de "Pueblo" y el de "cuerpo", indican esta armonía en la diversidad, "como un todo en la fe", con elementos visibles e invisibles, en una variedad y articulación de dones que "sirve al Espíritu Santo, que la vivifica" (LG 8).[65]
Todos esos signos eclesiales son dones del Espíritu a la Iglesia Pueblo de Dios; son "medios apropiados de unión visible y social" (LG 9). La principal característica de la Iglesia como "Pueblo" es la de ser propiedad esponsal de Dios, para ser signo de sus planes salvíficos ante todos los pueblos (Is 11,12; SC 2). En el Pueblo de Dios debe reflejarse la comunión de Dios Amor, donde el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son relación y donación mutua.[66]
La peculiaridad de cada vocación, ministerio y carisma queda garantizada sólo cuando se inserta en la comunión. Todo don del Espíritu necesita desarrollarse en la realidad de Iglesia, que es comunión. La resonancia de unos dones peculiares en otros dones diferentes, con el respeto y la colaboración, garantizan la fidelidad a los mismos dones. La comunidad eclesial, viviendo en armonía los dones recibidos, se hace "germen segurísimo de unidad para todo el género humano" (LG 9).[67]
La llamada "pastoral de conjunto" es una expresión y consecuencia necesaria de la comunión eclesial. El equilibrio de ministerios, en la armonía de vocaciones y carismas, hace que la comunidad se desarrolle en sus tres niveles esenciales: como comunidad profética, litúrgica y diaconal o de servicios de caridad.
La eficacia de la misión dependerá de la vivencia de esta pastoral de comunión, que es signo portador de la presencia de Cristo (Mt 18,20; Jn 13,35; 17,23). Las "piedras vivas" (1Pe 2,5) del edificio de la Iglesia tienden a la construcción de la "morada de Dios", que será constituida por todos los pueblos (cf. Apoc 21,3).[68]
Se necesita la coordinación comunitaria de todos los componentes de la comunidad eclesial. Las diversas fuerzas apostólicas se armonizan en la propia zona geográfica, en el sector de actuación (educación, culto, caridad...), siempre en relación con toda la Iglesia particular y universal. El problema no es tanto de relación entre carismas peculiares y ministerios institucionales, cuanto de intercambio de dones entre personas e instituciones:
- vocaciones: laical, religiosa o de vida consagrada, sacerdotal (cada una con los matices especiales de su fundación o institución),
- ministerios: proféticos, cultuales, diaconales (cada uno en relación con los diversos sectores de actuación: escuela, catequesis, celebraciones, grupos apostólicos, enfermos, pobres, juventud, familia, trabajo, emigrantes, marginados...),
- carismas: de contemplación, de seguimiento evangélico o perfección, de vida comunitaria, de acción y animación en la comunidad, etc.[69]
Cada persona e institución, para valorar los propios carismas y la propia misión, necesita valorar las realidades de gracia que se encuentran en las demás personas e instituciones. La humildad (o autenticidad) apostólica es garantía de comunión y misión. Nadie es imprescindible, pero todos tienen algo específico que aportar. La pastoral de conjunto es una concretización de esta comunión corresponsable, poniendo en relación laicos, personas consagradas y sacerdotes, para equilibrar e integrar ministerios y servicios, salvando los carismas específicos. La unidad y coordinación, que respeta siempre el principio de subsidiariedad, corresponde a quien preside la Iglesia particular como sucesor de los Apóstoles y en comunión con el carisma de Pedro.
Para asegurar esta comunión, existen servicios y órganos de administración y gobierno, así como de consejo y animación: curia (pastoral y de gobierno), parroquias y arciprestazgos o vicarías (decanatos), comisiones o delegaciones para los respectivos campos (personal según el estado de vida, sectores geográficos, catequesis, educación, vida litúrgica, sanidad, cáritas, asociaciones y movimientos...), consejos (de gobierno y administración, pastoral y presbiteral). El sector misionero "ad gentes" tiene un puesto especial por medio de la delegación diocesana de misiones y de las Obras Misionales Pontificias.[70]
C) La fuerza evangelizadora de la "comunión"
La misión que Jesús confía a la comunidad eclesial procede de la comunión trinitaria (cf. cap. III). Por ello mismo, la misión eclesial se realiza a partir de la comunión, que refleja la comunión divina. El cumplimiento del mandato del amor se convierte en signo eficaz para la misión evangelizadora (Jn 13,34-35). Cuando Jesús oró al Padre, durante la última cena, indico la identidad de su misión con la nuestra (Jn 17,18), mientras, al mismo tiempo, señaló la necesidad de la comunión para que la misión sea efectiva y eficaz (Jn 17,21-23).[71]
La Iglesia construirá la comunión de la humanidad entera, en la medida en que ella misma sea comunión (cf. SRS 40). La misión se realiza a partir de la "sacramentalidad" de la Iglesia, como signo portador de Cristo para todos los pueblos; esa sacramentalidad es esencialmente unidad de misión. "Dios... la constituyó Iglesia, a fin de que fuera para todos y cada uno sacramento visible de esta unidad salvífica" (LG 9).[72]
Cuando la comunidad vive su realidad de comunión, se convierte en escuela de misión para todos sus componentes. Las dos realidades se postulan mutuamente. El sentido de comunión local y universal será índice de la disponibilidad para la misión "ad gentes". La comunidad se hace disponible para la misión universal cuando comprende que todos son "uno en Cristo" (Gal 3,28). La misión "ad gentes" resuena sin obstáculos, cuando la comunidad es "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32).[73]
La eficacia de la comunión, especialmente en el campo de la misión, deriva de:
- la Palabra contemplada y celebrada, que unifica la comunidad haciéndola transparencia del evangelio,
- la celebración de los misterios de Cristo (especialmente en la eucaristía), que unifica la comunidad haciéndola oblación con Cristo,
- el mandato del amor expresado en servicios o ministerios y en compartir los bienes, como transparencia de la misma persona de Jesús que "pasó haciendo el bien" (Act 10,38)m
- la acción del Espíritu Santo que unifica el corazón para hacerse donación a los hermanos,
- el reflejo de la comunión trinitaria en la vida de comunidad por el ejercicio de saber dar y recibir con relación personal de donación mutua,
- la presencia de Jesús resucitado bajo los signos eclesiales de comunión y de misión (Mt 18,20; Mc 16,20).
La comunión es, pues, un signo eficaz de evangelización. Efectivamente, "en esta comunión está el fundamento de la misión" (RMi 75). La capacidad de comunión (y de contemplación) se convierte en capacidad de misión (cf. Jn 17,23; 13,34-35).
Por la comunión vivida en la comunidad, la Iglesia se presenta como el "sacramento visible de la unidad" (LG 9), es decir, como "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano", hasta llegar a "la unidad completa" (LG 1). La paz de la entera familia humana se construye previamente en cada corazón y en cada comunidad. "Dios para establecer la paz o comunión con él y armonizar la sociedad fraterna entre los hombres pecadores, decretó entrar en la historia de la humanidad de un modo nuevo y definitivo enviando a su Hijo en nuestra carne para arrancar por su medio a los hombres del poder de las tinieblas y de satanás (Cf. Col 1,13; Act 10,38), y en él reconciliar consigo al mundo" (AG 3).[74]
La comunión, como fuente de la misión, es fidelidad generosa y dinámica respecto a los carismas personales o institucionales de los demás, respecto a la historia de gracia desde Pentecostés hasta hoy y respecto a las nuevas gracias del Espíritu Santo. "Ninguna laceración debe atentar contra la armonía entre la fe y la vida: la unidad de la Iglesia es herida no sólo por los cristianos que rechazan o falsean la verdad de la fe, sino también por aquellos que desconocen las obligaciones orales a las que los llama el Evangelio" (VS 26).[75]
La nueva evangelización es una respuesta a la "nueva primavera" de gracia (RMi 2) o "nueva época misionera" (RMi 92). La comunidad eclesial se prepara no sólo por nuevos métodos y nuevas expresiones, sino principalmente por el nuevo fervor de caridad y comunión. Por este nuevo fervor, la Iglesia aparecerá como "nueva comunidad fraterna", encargada de ser comunión para construir la comunión universal: "Jesucristo ordenó a los Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva evangélica, para que la humanidad se hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor" (GS 32; cf. SRS 40).
En este sentido, "la nueva evangelización exige la conversión pastoral de la Iglesia. Tal conversión debe ser coherente con el Concilio. Lo toca todo y a todos: en la conciencia y en la praxis personal y comunitaria, en las relaciones de igualdad y de autoridad; con estructuras y dinamismos que hagan presente cada vez con más claridad a la Iglesia, en cuanto signo eficaz, sacramento de salvación universal" (SanDo 30).[76]
La comunidad ya es "un hecho evangelizador" (Puebla 663), cuando vive la comunión. "El amor es y sigue siendo la fuerza de la misión, y es también el único criterio según el cual debe hacerse o no hacerse, cambiarse o no cambiarse" (RMi 60). La lógica evangélica de comunión no sigue las reglas de la eficacia y constatación humana, sino que es así:
- "dar desde la propia pobreza" (Puebla 368 y RMi 64): compartir lo que se es y se tiene,
- "solidaridad con los pobres" (RMi 60; cf. Puebla 1142; cf. Santo Domingo, cap. 2 de la 2ª parte): a partir de la vida de comunión en la propia comunidad donde se celebra la eucaristía,
- "entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24) o "dar a los demás lo mejor de sí mismo" (Juan XXIII): realizarse en el servicio gozoso a los demás,
- ser "contemplativo en la acción" (RMi 91) para insertarse, a partir del propio carisma, en la realidad humana,
- encontrar la peculiaridad del propio carisma en la colaboración armónica con otros carismas e instituciones,
- ser y hacer Iglesia: buscar construir la Iglesia local y universal, haciendo donación del propio carisma, sin buscar preferentemente el crecimiento de la propia obra.
Esta fuerza evangelizadora de la comunión eclesial tiende, por su misma naturaleza, a la construcción de toda la humanidad según la comunión de Dios Amor (LG 4 y SRS 40). Sin esta perspectiva universalista, la fuerza de un grupo, a pesar de los éxitos inmediatos, no pasa de ser un valor pasajero de un número o de una moda. Las obras de evangelización permanecen cuando han nacido de la comunión. Las persecuciones y el desgaste del tiempo se encargan de purificar todo lo que no nazca del amor, porque sólo "la caridad viene de Dios" (1Jn 4,7). Todo lo que no sea comunión eclesial, es caduco, tanto en el campo de la "perfección" como en el de la "misión".
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Nota: Ver otras fichas bibliográficas en este capítulo: Reino (nota 6), kerygma (nota 8), conversión (nota 9), bautismo, confirmación y catecumenado (nota 10), Palabra y predicación (notas 31 y 37), testimonio (nota 33), Bienaventuranzas (nota 35), liturgia (notas 38 y 39), sacramentos (nota 40), Eucaristía (nota 41), caridad (nota 44), teología de la liberación (nota 49), pobres (nota 51), comunidad (notas 56 y 63), Iglesia comunión (nota 58), familia (nota 60), comunidades eclesiales de base (nota 61), ecumenismo (nota 64), Iglesia como Pueblo de Dios (nota 66), pastoral de conjunto (nota 68), caridad y misión (nota 68), parroquia y consejo pastoral (nota 70), Santo Domingo (nota 76).
[1]Ver nociones teológicas sobre evangelización (naturaleza, objetivos, medios, características, etc.) en el capítulo II, n. 1, de nuestro estudio. En el presente capítulo analizamos los componentes de la acción evangelizadora. Sobre la teología pastoral en general, ver: AA.VV., Enciclopedia di Pastorale (Casale Monferrato, PIEMME, 1988-93) 4 vol.; AA.VV., La teologia pastorale, natura e compiti (Bologna, Dehoniane, 1990); AA.VV., Lexikon Missionstheologischer Grundbegriffe, Berlin, D. Reimer Verlag 1987; AA.VV., Dizionario pastorale della comunità cristiana (Assisi, Citadella, 1980); J. APAECHEA, Fundamentos bíblicos de la acción pastoral (Barcelona, Flors, 1963); F.X. ARNOLD, Teología e historia de la acción pastoral (Barcelona, 1969); G. CARDAROPOLI, La pastorale come mediazione salvifica (Assisi, Cittadella, 1991); G. CERIANI, Introducción a la teología pastoral (Madrid, 1966); J. ESQUERDA BIFET, Evangelizar hoy, Animadores de las comunidades (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1987); Idem, Pastoral for a missionary Church (Rome, Pont. Univ. Urbaniana, 1993); C. FLORISTAN, M. USEROS, Teología de la acción pastoral (Madrid, BAC, 1968); J.M. IRABURU, Acción apostólica, misterio de fe (Bilbao, Mensajero, 1969); S. LANZA, Introduzione alla Teologia Pastorale, 1: Teologia dell'azione pastorale (Brescia, Queriniana, 1989); M. MIDALI, Teologia pastorale pratica (Roma, LAS, 1991); M. PFLIEGER, Teología pastoral (Barcelona, 1966); S. PINTOR, L'uomo via della Chiesa, elementi di teologia pastorale (Bologna, EDB, 1992); R. SPIAZZI, Los fundamentos teológicos del ministerio pastoral (Madrid, Studium, 1962); J. RAMOS, Teología pastoral (Madrid, BAC 1994); P.M. ZULEHNER, Teologia pastorale (Brescia, Queriniana, 1992).
[2]En el capítulo II, n. 2, A y B, hemos resumido las diversas corrientes históricas sobre el objetivo de la primera evangelización. Ver las diversas escuelas en: K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino, 1988); A. SANTOS HERNANDEZ, Teología sistemática de la misión, Estella, Verbo Divino 1991.
[3]"Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida... La fe es un decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cf. Gal 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88).
[4]"La evangelización y, por tanto, la nueva evangelización comporta también el anuncio y la propuesta moral. Jesús mismo, al predicar precisamente el Reino de Dios y su amor salvífico, ha hecho una llamada a la fe y a la conversión (cf. Mc 1,15)" (VS 107).
[6]Ya hemos esbozado el tema del "Reino" más arriba: cap. I, 2, A y cap. VI, 1, A. Ver también el documento de Puebla, nn. 226-231; Santo Domingo, 2ª parte I,4 (para anunciar el Reino a todos los pueblos). J. COLLANTES, El reino de Dios, en: Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (Madrid, BAC, 1967) 166-176; C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y Soteriología, Bogotá, CELAM 1987 (tema V: "Convertíos, porque el Reino de Dios está cerca"); M.A. MEDINA, La misión de la Iglesia peregrinante hacia el Reino de Dios: Studium 24 (1984) 7-42; E. NUNNENMACHER, Il Regno di Dio e la missione della Chiesa (RM12-20), en: Cristo, Chiesa, Missione (Urbaniana University Press 1992) 67-87; Idem, Regno di Dio, en: Dizionario di Missiologia (Pont. Univ. Urbaniana 1993) 421-425; J.A. SCHERER, Gospel, Church and Kingdom (Minnesapolis, 1987).
[7]La Constitución conciliar Gaudium et Spes acentúa la dimensión escatológica del Reino, precisamente para resaltar el valor del presente: "la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra... El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección" (GS 39). En la encíclica Redemptor Hominis, el "Reino" indica también la prioridad de las personas sobre las cosas, el primado de la ética sobre la técnica y del espíritu sobre la materia (cf. RH 11).
[8]Ver el tema del "kerigma" ("proclamación") en el capítulo III, 2, B. Ver especialmente los fragmentos evangélicos que son paradigmáticos del contenido del kerigma: Act 2,14-41; Rom 1,1-7; Gal 4,4-7, etc. Hoy habrá que señalar los nuevos "ámbitos" del "kerigma" o del anuncio "ad Gentes" (cf. RMi 37-38). El "kerigma" es el mismo "evangelio", como "Buena Nueva" de Jesús, anunciada con el testimonio de vida o "testimonio de Dios" (cf. 1Cor 2,1-4). J. DANIELOU, Le Kérygme selon le christianisme primitif, en: L'annonce de l'évangile aujourd'hui (Paris, Cerf 1962) 78-83; C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos (Madrid, FAX 1974); A. SEUMOIS, Apostolat, Structure Théologique (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1961) 85-103 (Témoignage kérigmatique); Idem, Teologia missionaria (Bologna, EDB 1993), cap. 2, sec. 4.
[9]Hemos estudiado el tema de la "conversión" en el capítulo !, n.2, A. Ver: AA.VV., La conversión: Rev. Agustiniana 27 (1986) nn.82-83; AA.VV., Chemins de la conversion (Brujas, Desclée 1975); G. BARDY, La conversión al cristinaismo durante los primeros siglos (Bilbao, 1961); E. BUENO, La conversión en la teología contemporánea: Rev. Agustiniana 27 (1986) 185-230; R. GARZIA, Conversione e missione (Bologna, EMI 1984); N. PROVENCER, La conversion chrétienne. Etude biblique et théologique: Kerygma 26 (1976) 43-62; G. RAVAGLIA, Decidersi per Cristo, riconoscersi Chiesa. Ricerca sulla pastorale della conversione (Bologna, EFB 1988); J.C. SAGNE, Conflit, changement, conversion (Paris, 1974).
[10]Ver CEC 1213-1284. AA.VV., Nueva pastoral para el bautismo (Bilbao, 1970); AA.VV., Il battesimo, teologia e pastorale (Torino, LDC 1970); E. ALVAREZ, Bautizar en la fe y en el Espíritu Santo (Madrid, 1976); D. BOROBIO, Proyecto de iniciación cristiana (Bilbao, 1980); T. CAMELOT, Bautismo y confirmación en la teología contemporánea (Barcelona, 1961); V. CODINA, C. FLORISTAN, Los sacramentos hoy: teología y pastoral (Madrid, Edic. Pío X 1982); P. DACQUINO, Battesimo e cresima, la loro teologia e la loro catechesi alla luce della Bibbia (Torino-Leumann, LDC 1970); C. FLORISTAN, El catecumenado (Madrid, 1972); A. HAMMAN, Bautismo y confirmación (Barcelona, 1971); V. HENRY, Baptism: Origin and fulfilment of Christian mission (Roma, Pont. Univ. Sto Tomás 1992); A. MANRIQUE, Teología bíblica del bautismo (Madrid, 1977); B. NEUNHEUSER, Bautismo y confirmación (Madrid, 1974); M. NICOLAU, Teología del signo sacramental (Madrid, BAC 1969); I. OÑATIBIA, Bautismo y confirmación (Madrid, BAC 1995); S. VERGES, Bautismo y confirmación (Madrid, 1971); A. de VILLALMONTE, Teología del bautismo (Barcelona, 1965). Ver también el ritual de la Congregación para el culto divino: Ritual de la iniciación cristiana de adultos (Madrid, 1976).
[11]Ver también: AG 1, 5-6, 10, 15-16, 18-19, 25, 37, 49, 72; LG 5, 17. Ver: Y.M. CONGAR, Principes doctrinaux, en: L'activité missionnaire de l'Eglise (Paris, Cerf 1967) 185-221; A. SEUMOIS, Teologia missionaria (Bologna, EDB 1993) cap. 2 (aspectos teológicos de la "plantatio Ecclesiae").
[12]J. LOPEZ GAY, Sentido misional del "edificar" la Iglesia: Misiones Extranjeras 60 (1968) 477-490.
[15]Historia Eccles. III, 37: PG 20,2921. San Agustín usa términos parecidos: Ad Hesychium Ep. 199,12: PL 33,922-923. Ver otros términos patrísticos en: A. SEUMOIS, Teologia missionaria (Bologna, EDB 1993) cap. 3, sec. 3ª B.
[16]Ver el tema ya esbozado en Santo Tomás: Sum. Theol.I q.43 a.7 ad 6; I-II q.106 a.4 ad 4; Sent. I dist. 16 q.1 a.2 ad 2 y ad 4.
[17]Ver las diversas escuelas sobre el fin específico o finalidad formal de la misión "ad gentes", en el capítulo II, n.2. La escuela de Münster (J. Schmidlin) subrayaba la conversión personal y social, mientras la escuela de Lovaina (P. Charles) ponía el acento en la "plantatio Ecclesiae". El decreto conciliar "Ad Gentes" armoniza las dos tendencias. Ver: K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino 1988) 2 (resume la escuelas de Münster y de Lovaina y pasa a señalar los avances de Ad Gentes y de Evangelii Nuntiandi); A. SANTOS HERNANDEZ, Teología sistemática de la misión (Estella, Verbo Divino 1991) I (distingue entre la escuela alemana, española, belga y francesa).
[18]Lumen Gentiumindica también este proceso de maduración de las Iglesias particulares, hasta que ellas mismas "continúen la obra evangelizadora" (LG 17; cf. RMi 48). El sentido de la "Nueva Evangelización" se capta en esta misma línea: renovar la comunidad cristiana hasta hacerla evangelizadora "ad gentes": "La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal" (RMi 2). "Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 3).
[20]Cada Iglesia particular es una historia de gracias peculiares comunicadas por el Espíritu Santo para compartirlas con las demás Iglesias: "En virtud de esta catolicidad cada una de las partes presenta sus dones a las otras partes y a toda la Iglesia, de suerte que el todo y cada uno de sus elementos se aumentan con todo lo que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad" (LG 13). "La tradición transmitida por los Apóstoles fue recibida de diversas formas y maneras" (UR 14). Esa varidad se hace comunión y misión.
[21]Las dos escuelas (de Münster y de Lovaina) se armonizan en un mismo objetivo: el crecimiento eclesial hasta la "plantatio Ecclesiae" es un proceso de cambio o conversión personal y social. Ver la nota 17.
[23]Estas afirmaciones optimistas no excluyen la realidad de pecados y de errores, que, a veces, también se encuentran en comunidades creyentes. Ver el tema de las "religiones" y "culturas" en el capítulo VIII.
[24]Ver los temas de la "cooperación" misionera (oración, sacrificio, limosna, vocaciones, animación...) en el capítulo IX.
[25]Ver la dimensión escatológica de la misión en el capítulo VI, n. 1 C. Esta dimensión, bien presentada, se convierte en aliciente y urgencia de evangelización en el tiempo presente. Los planes salvíficos de Dios en Cristo incluyen su aceptación explícita ya desde la historia presente.
[26]Así como no se puede comprender ni asumir la moral cristiana si no se acepta responsablemente el camino de perfección, de modo semejante, no se asumirá la responsabilidad misionera universal, si no en la medida en que la comuidad eclesial camine por el camino de la perfección. "El cristiano, cuanto más obedece con la ayuda de la gracia a la ley nueva del Espíritu Santo, tanto más crece en la libertad a la cual está llamado mediante el servicio de la verdad, la caridad y la justicia" (VS 107). "Porque el seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización" (VS 119).
[27]Ver el tema de la espiritualidad misionera en el capítulo X. La renovación eclesial es indispensable para llegar a la disponibilidad misionera: "Puesto que toda la Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles" (AG 35). J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización: Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147.
[30]Ese tono de autenticidad y de humildad se nota especialmente en los documentos eclesiales del concilio y del postconcilio. Los documentos misioneros son una llamada a la propia renovación eclesial. Cf. LG 4, 8; UR 6; EN 76; RMi 46, 49, 90-91. El documento de Santo Domingo (1992), después de presentar los contenidos de la nueva evangelización, señala el camino de una "Iglesia convocada a la santidad" (SanDo 2ª parte, cap. 1). Se trata siempre de renovación en el Espíritu Santo, quien, "con la fuerza del evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).
[31]AA.VV., Servidores de la Palabra (III Semana Sacerdotal Claretiana) (Vic, 1990); AA.VV. Enciclopedia di Pastorale (Casale Monferrato, PIEMME 1992) vol 2 (Anuncio, predicación...); J. ESQUERDA BIFET, Profetismo cristiano, servidores de la palabra (Barcelona, Balmes 1986); Idem, La Paraula contemplada esdevé missió: Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 367-378; D. GRASSO, Teología de la predicación (Salamanca, Sígueme, 1966); L. MALDONADO, El menester de la predicación (Salamanca, 1972); J. RATZINGER, Palabra en la Iglesia (Salamanca, 1976); O. SEMMELROTH, La palabra eficaz. Para una teología de la predicación (San Sebastián, 1967).
[32]"Para la Iglesia, el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana" (EN 41). Hay que notar la prioridad del testimonio ("primer medio", "primera forma") como parte integrante de la misma proclamación (Mc 16,20).
[33]D. GRASSO, Testimonianza ed evangelizzazione, en: Le missioni nel Decreto Ad Gentes del concilio Vaticano II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1966) 175-185; P. LIEGÉ, Le témoignage de la vie, source d'efficacité missionnaire, en: La formatione del missionario oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1978) 91-100; L. LEGRAND, Good News and Witness, The New testament Understanding of Evangelization (Bangalore 1973); J. LOPEZ GAY, El testimonio: Omnis Terra, n. 95 (1980) 182-192.
[34]Ver: AG 11-12; EN 15, 21-22, 26, 41-42, 51-53; RMi 42-45. Dar testimonio (RMi 42-43) es parte integrante de la proclamación del mensaje (RMi 44-45).
[35]"Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91). Ver también RMi 60 y 69. J.R. FLECHA, Las bienaventuranzas (Salamanca, 1989); S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR 1980); E. GATTI, La Chiesa delle beatitudini (Bologna, EDB, 1979); F.M. LOPEZ MELUS, Las Bienaventuranzas, ley fundamental de la vida cristiana (Zaragoza, 1982); U. PLATZKE, El sermón de la montaña (Madrid, Fax, 1965).
[36]Evangelii Nuntiandidescribe esta autenticidad especialmente como "testimonio de las bienaventuranzas evangelicas" y como experiencia de haber encontrado a Dios "como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).
[37]AA.VV., Comentarios a la constitución "Dei Verbum" sobre la divina revelación (Madrid, BAC 1969); L. ALONSO SCHÖKEL, La Palabra inspirada (Barcelona, Herder, 1966); G. AUZOU, La Palabra de Dios (Madrid, Fax 1964); D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios (Salamanca, Sígueme 1965); J. CORBON, La Palabra de Dios (Bilbao, Mensajero 1969); J. ESQUERDA BIFET, Meditar en el corazón (Barcelona, Herder 1987); F. FERNANDEZ RAMOS, Interpelado por la Palabra (Madrid, Narcea 1980); P. GRELOT, La Palabra inspirada (Barcelona, Herder 1968); J. GUILLEN TORRALBA, La fuerza de la "palabra": Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 379-394; V. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios (Bilbao, Desclée 1985); D. MOLLAT, La Palabra y el Espíritu (Salamanca, Sígueme 1984); O. SEMMELROTH, La palabra eficaz (Pamplona, Dinor 1967).
[38]AA.VV., Comentarios a la constitución sogre la sagrada liturgia (Madrid, BAC 1965); AA.VV., La celebración en la Iglesia (Salamanca, Sígueme 1985); AA.VV., Liturgie et mission (Louvain, Desclée 1963); J.J. ALLMEN, El culto cristiano (Salamanca, 1968); O. CASEL, Il mistero del culto cristiano (Torino 1966); G. MARTIMORT, La Iglesia en oración. Introducción a la liturgia (Barcelona, Herder 1969); J.M. SUSTAETA,Principios misioneros de la constitución sobre la sagrada liturgia, en: Iglesia y misión (Burgos 1967) 73-83. Ver otros estudios en la nota 39.
[39]A. BUGNINI, La riforma litúrgica nelle missioni, en: Problemi attuali dell'evangelizzazione (Roma, Pont. Univ. Gregoriana 1975) 193-217; J.A. JUNGMANN, Liturgy in the missions after the Council: Teaching all Nations 4 (1967) 3-14; J. LOPEZ GAY, Misiones y liturgia, en: Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas 1987) 1311-1320; J. LOPEZ MARTIN, La liturgia de la Iglesia (Madrid, BAC, 1994).
[40]Ph. ANDRE, Sacramentos y vocación cristiana (San Sebastian, 1967); R. ARNAU, Tratado general de los sacramentos (Madrid, BAC 1994); CEI, Evangelizzazione, sacramenti, promozione umana (Roma, Ave 1979; V. CODINA, C. FLORISTAN, Los sacramentos hoy: teología y pastoral (Madrid, Eic. Pío X 1982); H. DENIS, Sacramentos para los hombres (Madrid, 1979); A. GONZALEZ, Los sacramentos del evangelio (Bogotá, CELAM 1988); J.L. LARRABE, El sacramento como encuentro de salvación (Vitoria 1993); J.M. LECEA, Los sacramentos, pascua de la Iglesia (Barcelona 1967); A. MARTIMORT, Los signos de la nueva alianza (Salamanca, Sígueme 1962); M. NICOLAU, Teología del signos sacramental (Madrid, BAC 1969); E.C. O'NEIL, Meeting Christ in the Sacraments (New York, Alba House 1991); A. PALENZUELA, Los sacramentos de la Iglesia (Madrid 1965); A.M. ROGUET, Los sacramentos, signos de vida (Barcelona 1963); H. RONDET, Los sacramentos cristianos (Bilbao 1974); Th. SCHNEIDER, Signos de la cercanía de Dios (Salamanca, Sígueme 1986; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original (San Sebastián, 1966).
[41]Ver enc. Mysterium Fidei (Pablo VI): AAS 57 (1965) 753-774; Carta Dominicae Cenae (Juan Pablo II): AAS 72 (1980) 113-148; J. ALDAZABAL, Claves para la eucaristía (Barcelona 1982); J. BACIOCCHI, La eucaristía (Barcelona, Herder 1969); J. ESQUERDA BIFET, Copa de bodas, Eucaristía, vida cristiana y misión (Barcelona, Balmes 1986); F.X. DURWELL, La eucaristía, sacramento pascual (Salamanca, Sígueme 1982); M. GESTEIRA, La eucaristía, misterio de comunión (Madrid, 1983); CH. JOURNET, La misa, presencia del sacrificio de la cruz (Bilbao, Desclée 1962); J.A. JUNGMANN, El sacrificio de la misa (Madrid, BAC 1968); J. LECUYER, El sacrifico de la nueva alianza (Barcelona 1969); J.A. SAYES, Presencia real de Cristo en la eucaristía (Madrid, BAC 1976); M. TOURIAN, La eucaristía, memorial del Señor (Salamanca, Sígueme 1965).
[43]AA.VV., Los ministerios en la Iglesia (Salamanca, Sígueme 1985); R. BLAZQUEZ, La teología de una praxis ministerial alternativa: Salmanticensis 31 (1984) 113-135; D. BOROBIO, Ministerios laicales (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1986); J. ESPEJA, Los ministerios en el pueblo de Dios: Ciencia Tomista 114 (1987) 568-594; A. SALVATIERRA, Los nuevos ministerios: Lumen 40 (1991) 45-75; O. SANTAGADA, Naturaleza teológica de los nuevos ministerios: Teología 21 (1984) 117-140.
[44]AA.VV., Caridad y vida cristiana (Madrid, Apostolado de la Prensa 1973); A. ANCEL, Caridad auténtica (Bilbao, Desclée 1966); H.U. von BALTHASAR, Sólo el amor es digno de fe (Salamanca, Sígueme 1971); D. BARSOTTI, La revelación del amor (Salamanca, Sígueme 1966); C. CARRETTO, Lo que importa es amar (Madrid, Paulinas 1974); J. EGERMAN, La charité dans la Bible, Paris-Tournai, Casterman 1963); A. FEUILLET, La mission de l'amour divin la la théologie jojannique (Paris, Gabalda 1972); J. LAFRANCE, Mi vocación es el amor (Madrid, Espiritualidad 1985); L.J. LEBRET, Dimensiones de la caridad (Barcelona, Herder 1961); St. LYONNET, El amor, plenitud de la ley (Salamanca, Sígueme 1981); G. PASINI, La carità, dimensione essenziale della missione della Chiesa: Lateranum 51 (1985) 41-59; S. RAMIREZ, La esencia de la caridad (Salamanca, San Esteban 1978); A. ROYO, Teología de la caridad (Madrid, BAC 1963); C. SPIC, Agape en el Nuevo Testamento (Madrid, Cares 1977). Sobre la promoción humana ver las notas posteriores.
[45]Evangeli nuntiandi31. La línea evangélica de la caridad fundamenta y da sentido a las demás: "En efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante al justica y la paz, el verdadero y auténtico crecimiento del hombre?" (ibídem).
[46]Cada aspecto de la "cercanía" e "inserción" de la Iglesia en la situación humana concreta, se apoya en la caridad cristiana, porque se descubre en cada persona humana el único ser a quien Dios ha amado por sí mismo (cf. GS 22,24). La misión nace siempre de la caridad y tiende a la construcción de la comunidad en ese amor que refleja la vida trinitaria (cf. SRS 40; AG 12). Por esto, la caridad cristiana, cuando se trata de hermanos necesitados, no puede hacer distinción de razas, culturas y religión; en cada pobre y enfermo está el Señor: "a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
[47]Por esto hay que distinguir, sin separar, evangelización y promoción humana. "Conviene ciertamente distinguir bien entre progresso terreno y crecimiento del Reino, ya que no son del mismo orden. No obstante, esta distinción no supone una sepración, pues la vocación del hombre a la vida eterna no suprimem sino que confirma su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos" (Instrucción sobre la libertd cristiana y la liberación: Libertatis conscientia, 22 marzo 1986, n.60). Es necesario volver al contenido bíblico de la "redención" como "liberación" plena: St. LYONNET, De peccato et redemptione (Romae, Pont. Ist. Biblico 1960).
[48]La encíclica Redemptoris Missio indica que ha sido ésta la línea que han seguido los grandes misioneros considerados como "promotores del desarrollo" (RMi 58). El anuncio de la doctrina social de la Iglesia es parte integrante de la evangelización y también "instrumento de evangelización, en cuanto que anuncia a Dios y el misterio de la salvación en Cristo para todo hombre" (CA 54). Por esto, el mejor servicio que puede hacerse a los hermanos necesitados es el de una evangelización que les disponga a sentirse hijos de Dios, para liberarse de toda injustica y promoverse íntegramente por el camino del mandato del amor. El concilio invita a los cristianos a asumir esta "luchar por la justicia y la caridad" (GS 72). Ver los documetos sociales: Doctrina social de la Iglesia: Nueve grandes mensajes (Madrid, BAC 1981). También en: El Magisterio Pontificio contemporáneo (Madrid, BAC 1991) II (orden sociopolítico).
[49]Cf. EN 9, 27, 30-38; AA.VV., Simposio de la teología de la liberación (Bogotá, Presencia 1970); AA.VV., Teología de la liberación (Burgos, Fac. de Teología 1974); AA.VV., Tavola rotonda su "la teologia della liberazione": Euntes Docete 39 (1986) 239-262; AA.VV., Libertatis Nuntius et Libertatis conscientia in formatione sacerdotali: Seminarium 37 (1986) 431-661; AA.VV., Evangelization, Dialogue and Development: Documenta Missionalia 5 (1972); A. ALVAREZ SUAREZ, Repensamiento teológico de "la teología de la liberación": Teresianum 40 (1989) 23-44; J. ESQUERDA BIFET, Redención y misión: Euntes Docete 37 (1984) 31-64: J.A. ESTRADA, Interpretaciones éticas y sociopolíticas de la Telogía de la Liberación: Estudios Eclesiásticos 67 (1992) 361-396; C.I. GONZALEZ, La teología de la liberación a la luz del magisterio de Juan Pablo II en América Latina: Gregorianum 67/1 (1986) 5-46; G. GUTIERREZ, Teología de la liberación (Salamanca, Sígueme 1977); A. LOPEZ TRUJILLO, Liberación marxista y liberación cristiana (Madrid, BAC 1974); J. LOZANO BARRAGAN, La figura de María en la teología de la liberación: Ephemerides Mariologicae 42 (1992) 317-341; E. PIRONIO, Evangelización y liberación, en: Evangelizzazione e culture (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976) II, 494-513; J. SARAIVA, Alcuni aspetti della teologia della liberazione: Euntes Docete 37 (1984) 353-382.
[50]"La actitud misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto" (RMi 59).
[51]Redemptoris Missiohace estas observaciones citando el documento de Puebla: "los pobres son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por excelencia señal y prueba de la misión de Jesús" (RMi 60 y Puebla 1142). Ver: AA.VV., Evangelizzare pauperibus, Atti della XXIV settimana biblica (Brescia, Paideia 1978); P. GAUTHIER, Los pobres, Jesús y la Iglesia (Barcelona, Estela 1964); A. GELIN, Les pauvres de Yahvé (Paris, Cerf 1962); S. LEGASSE, Les pauvres en esprit, évangile et non violence (Paris, Cerf 1974). Sobre la renovación eclesial en relación con la misión: J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización: Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147.
[52]"No se puede dar una imagen reductiva de la actividad misionera, como si fuera principalmente ayuda a los pobres, contribución a la liberación de los oprimidos, promoción del desarrollo, defensa de los derechos humanos. La Iglesia misionera está comprometida también en estos frentes, pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y anunciar la salvación en Cristo, fundando las Iglesia locales que son luego instrumento de liberación en todos los sentidos" (RMi 83).
[53]Sería interesante constatar un realidad fenomenológica curiosa: los documentos sobre los temas de liberación (especialmente Evangelii Nuntiandi, Puebla, documentos de la Santa Sede y Santo Domingo) han aclarado suficientemente los conceptos y asumido todo lo positivo y constructivo de los estudios teológicos de todas las tendencias; pero las actitudes posteriores que se han tomado no parecen lógicas. Una tendencia, que parece estar de acuerdo sobre las orientaciones magisteriales, no asume responsablemente compromisos concretos en la línea de renovación pedida por el Papa (por ejemplo, en Redemptoris Missio). Por otra parte, la tendencia que se había radicalizado por compromisos no conformes con el mandato del amor (por ejemplo, la violencia o las ideologías al margen del evangelio), no ha sabido ver que todo lo positivo de la teología de la liberación ha sido asumido, purificado y urgido por el Magisterio. Esta segunda tedencia parece orientarse hacia otros campos: el indigenismo, la liberación de la mujer, la iglesia popular...
[54]Libertatis conscientia63. He desarrollado el tema en: Hacia una pastoral misionera liberadora, en: Evangelizar hoy (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1987) cap. IX.
[55]"En efecto, toda comunidad, para ser cristiana, debe formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la palabra de Dios, en la oración centrada en la eucaristía, en la comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir según las necesidades de los miembros (Act 2,42-47). Cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal... comprometida en la irradiación misionera" (RMi 51).
[56]AA.VV., Comunidad eclesial y misiones (Burgos, 1971); AA.VV., Enciclopedia di Pastorale (Casale Monferrato, PIEMME 1993) vol. 4: Servicio, comunidad; G. COLOMBO, La comunità cristiana (Torino, LDC 1978); DAO DINH DUC, Misión, comunidad y eucaristía: Omnis Terra n.112 (1982) 79-84; J. ESQUERDA BIFET, Comunidades vivas (Barcelona, Balmes 1981).
[57]Ver el tema de Iglesia "comunión" en nuestro estudio, capítulos III 3 B y VI 1 B. En esos capítulos hemos estudiado la realidad ontológica de la Iglesia misterio, comunión y misión, como urgencia de construir la comunión universal. En el presente capítulo (VII) vemos el tema en el contexto de la acción evangelizadora, en la misma comunidad eclesial, para hacerla misionera "ad gentes". El tema ha sido poco estudiado. Ver algunos estudios de las notas 56 y 58.
[58]Ver el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe: Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (28 mayo 1992); AA.VV., Comunión: nuevo rostro de la misión (Burgos, XXXIII Semana Misional, 1981; AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione (Roma, Teresianum 1979); J. BARREDA, El apóstol, testigo de comunión: Studium 22 (1982) 387-422; C. BONIVENTO, Dinamismo missionario della "communio" nel Vaticano II: Euntes Docete 29 (1976) 453-471; J. CAPMANY, Misión en la comunión (Madrid, PPC 1984); Y. CONGAR, Diversité et communion (Paris, Cerf 1982); J. ESQUERDA BIFET, Compartir con los hermanos, la comunión de los santos (Barcelona, Balmes 1992); Cl. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión: Estudios de Misionología 2 (1977) 217-252; M.J. LE GUILLOU, Mission et unité, les exigences de la communion (Paris 1964).
[59]Hay que recordar que, desde la encarnación del Verbo (desposado con toda la humanidad) hay "dos modos de vivir el único misterio de la alianza" (FC 16): el matrimonio y la familia espiritual de los que viven la virginidad. El amor esponsal de Cristo a su Iglesia se expresa por estos dos modos del amor humano y cristiano (cf. Ef 5,25-27; FC 13).
[60]Gratissimum sane(Juan Pablo II), Carta a las familias (2 feb. 1994), n.2. Amplío este tema en: Pastoral misionera de la familia, en: Evangelizar hoy, o.c., cap. X. Ver: AA.VV., La familia en una Iglesia misionera (Burgos 1984); AA.VV., La familia, posibilidad humana y cristiana (Madrid, Acción Católica 1977); D. BOUREAU, La mission des parents, perspectives conciliaires (Paris, Cerf 1970); Conf. Episc. Española, Matrimonio y familia hoy (Madrid, PPC 1979); J. DELICADO, La familia en una Iglesia misionera en: La familia en una Iglesia misionera, o.c., 3-15; B. FORCANO, La familia en la sociedad de hoy, problemas y perspectivas (Valencia, CEP 1975); G. GATTI, Genitori, educatori alla fede nella Chiesa oggi (Torino, Leumann, LDC 1978); F. MUSGROVE, Familia, educación y sociedad (Estella, Verbo Divino 1975); G. PIANA, Famiglia comunità di fede (Roma, AVE 1970); A. SARMIENTO, A missâo da familia cristâ: Theologia 19 (Braga 1984) 14-224 (comentario a la Familiaris consortio);E. SCHILLEBEECKX, El matrimonio, realidad terrena y misterio de salvación (Salamanca, Sígueme 1968). Además de la Exhortación Apostólica Famililaris consortio (FC), que hemos citado, ver: Carta de los derechos de la familia, presentada por la Santa Sede a todas las personas, instituciones y autoridades interesadas en la misión de la familia en el mundo contemporáneo (22 oct. 1983).
[61] A. ALONSO, Comunidades eclesiales de base (Salamanca, 1970); M. De AZEVEDO, Comunidades eclesiales de base (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1986); G. CAVALLOTTO, Comunità di base, strumento di formazione cristiana e di evangelizzazione, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Urbaniana University Press 1992) 259-291; Com. Episc. de Pastoral, Servicio pastoral a las pequeñas comuniddes cristianas (Madrid, 1982); L.A. GALLO, Missione, Chiese locali, comunità di base, en: La missione del Redentore (Leumann-Torino, LDC 1992, 227-246); M. POZO CASTELLANO, Comunidades eclesiales menores (Buenos Aires, Lumen 1978); J.L. SEGUNDO, Esa comunidad llamada Iglesia (Buenos Aires 1973).
[62]No existen Iglesias "nacionales", sino una sola Iglesia, concretada allí donde hay un sucesor de los Apóstoles, en comunión con el sucesor de Pedro y con las demás Iglesias particulares. Ningún cristiano (y ningún apóstol) es extranjero teológicamente en cualquier comunidad eclesial a donde llegue; por esto, todo cristiano debe respetar y valorar las gracias diferentes de una misma comunión. Ver el tema de la Iglesia particular y bibliografía en el capítulo VI, n.3 A.
[63]Documento de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: La vida fraterna en comunidad, "congregavit nos in unum Christi amor" (2 febrero 1994); J. ESQUERDA BIFET, Comunidades vivas (Barcelona, Balmes 1981); V.P. PINTO, La communion dans la communauté religieuse: Euntes Docete 44 (1991) 353-380.
[64]Estudiamos el diálogo interreligioso y ecuménico en el capítulo VIII, n.3. Ver el Directorio para la aplicaión de los principios y normas sobre ecumenismo (Pont. Consejo para la Unidad de los Cristianos, 1993). P. DUPREY, Ecumenismo e Missione, en: Portare Cristo all'uomo (Roma, Pont. Univ. Ubaniana 1985) II, 29-42; A. JAVIERRE, Misión, diálogo, ecumenismo, en: Evangelizzazione e culture (Roma, Pont.Univ. Urbaniana 1976) vol. 1, 335-370; C. GARCIA CORTES, Bibliografía española sobre cumenismo: Actualidad Bibliográfica 16 (1979) 45-88; D.M: POWERS, Foundation for an Ecumenical definition of Mission: Documenta Missionalia 16 (1982) 133-139; A. SEUMOIS, Oecumenisme missionnaire (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1970); St. VIRGULIN, Ecumenismo e missione, en: Chiesa e missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990) 425-441.
[65]Ver la dimensión eclesiológica de la misión en el capítulo VI, donde se resumen los títulos bíblicos aplicados a la Iglesia.
[66]Ver el tema de Iglesia como "Pueblo" en el capítulo VI, n.1. L. BOUYER, L'Eglise de Dieu (Paris, Cerf, 1970) 2ª parte, cap. II; G. PHILIPS, L'Eglise et son mystère (Paris, Cerf, 1967) cap. II; J. RATZINGER, El nuevo Pueblo de Dios (Barcelona, Herder, 1972); E. SAURAS, El pueblo de Dios, introducción, en: Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (Madrid, BAC 1966) cap. II.
[67]Ver el tema de la Iglesia comunión en los capítulos III, n.3 B y VI n.1 B. La acción evangelizadora se apoya en esta base bíblica y teológica para llegar a la "pastoral de conjunto". Esta no es una simple estrategia de eficacia, sino una exigencia de la comunión eclesial y, consiguientemente, de todos los dones recibidos del Espíritu Santo (vocaciones, ministerios y carismas).
[68]AA.VV., Pastoral de conjunto (Madrid, 1966); E. BELTRAN, Comunità di base e pastorale d'insieme, Roma, AVE 1973; J. DELICADO, Pastoral diocesana al día (Estella, Verbo Divino 1966);
F. MOTE, F. BOULARD, Hacia una pastoral de conjunto (Santiago de Chile, Paulinas 1964).
[69]Sería un contrasentido oponer carisma a institución, puesto que toda persona, servicio e institución recibe carismas especiales del Espíritu Santo para complir la propia misión. La Iglesia es siempre y en todo "comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible" (LG 8). Los ministerios son también dones del Espíritu. "Uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la diversidad de ministerios (1Cor 12,1-11). Entre estos dones resalta la gracia de los Apóstoles, a cuya autoridad el mismo Espíritu subordina incluso los carismáticos (cf. 1Cor 14)" (LG 7). Sobre los dones extraordinarios y su discernimiento, ver LG 12. Ver studios en la nota anterior y: J. EGERMAN, La charité dans la Bible (Paris-Tournai, Casterman 1963); G. PASINI, La carità, dimensione essenziale della missione della Chiesa: Lateranum 51 (1985) 41-59; M. PEINADO, Solicitud pastoral (Barcelona, Flors 1967). Ver algunos estudios sobre los carismas en San Pablo: AA.VV., Paul du Tarse, apôtre du notre temps (Rome, Ab. St. Paul 1979); St. LYONNET, Etudes su l'epître aux romains (Roma, Pont. Ist. Biblico 1989).
[70]Para la cooperación y animación misionera, ver el capítulo IX de este estudio. Amplío estos temas en: Evangelizar hoy, o.c., cap. VII (construir la comunidad eclesial en la caridad), con bibliografía especializada para cada punto concreto. Anota aquí alguna referencia. Sobre la parroquia: AA.VV., De masa a Pueblo de Dios. Proyecto pastoral (Madrid, PPC 1982); AA.VV., Las parroquias, perspectivas de renovación (Madrid, 1979); V. BO, La parroquia, pasado y futuro (Madrid, Paulinas 1977); (Conf. Epis. Colombia), Directorio nacional de pastoral parroquial (Bogota, Spec 1986). Sobre el Consejo Pastoral: F. BOULARD, La curie et les conseils diocésains, en: La charge pastoral des Evêques (Paris, Desclé 1969) 241-274; J. CASTEX, El consejo pastoral en las diócesis españolas (Estella, 1969); J.M. DIAZ MERINO, Los consejos pastorales y su regulación canónica: Revista Española de Derecho Canónico 41 (1985) 165-181; M. GONZALEZ, Los consejos pastorales (Madrid, Secretariado Apostolado Seglar 1972). Sobre la pastoral de conjunto en general, ver la nota 68 de este estudio.
[71]La encíclica Redmeptoris Missio comenta Jn 17,23: "Fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17,21-23)" (RMi 23).
[72]El concilio Vaticano II, al hablar de la sacramentalidad eclesial, cita la afirmación de San Cipriano: "inseparable sacramento de unidad" (Epist. 69,6: PL 3,1142 B). No habría plena sacramentalidad (unidad de comunión), si no hubiera plena catolicidad (identidad con todas las Iglesias) y plena apostolicidad (fidelidad a la herencia apostólica común).
[73]La "coinonía" indica ser o poner en común, compartir. Tiene relación con el compartir el cuerpo y sangre de Cristo (1Cor 10,16ss); por esto, se comparten todos los bienes recibidos de Dios (vida de fe, vida en Cristo, dones del Espíritu). En todo ello se demuestra la vida o unión fraterna (Act 2,42). Ver los estudios sobre la Iglesia comunión citados en este mismo capítulo, n. 3 A y en los capítulos II n.3 B, VI n.1 B.
[74]Gaudium et Spesfundamenta la paz en la unidad del corazón: "la paz es un perpetuo quehacer..., el cuidado por la paz reclama de cada uno constante dominio de sí mismo... En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia" (GS 78).
[75]La encíclica Veritatis Splendor añade: "Promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida moral es la misión confiada por Jesús a los Apóstoles (cf. Mt 28,19-20)" (VS 27). Sobre el "disenso" y su repercusión negativa en la comunión eclesial y en la misión, ver VS 119. La encíclica Redemptoris Missio había señalado la relación entre la fidelidad a Cristo y a la Iglesia: "Para todo misionero y toda comunidad eclesial la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89; cita Presbyterorum Ordinis 14).
CRISTO CONTEMPLADO, AMADO, ANUNCIADO (Itinerario espiritual y apostólico de Bta. M. Matilde Téllez)
Escrito por Super UserCRISTO CONTEMPLADO, AMADO, ANUNCIADO
(Itinerario espiritual y apostólico de Bta. M. Matilde Téllez)
Introducción:
- Invitación del Santo Padre, en el año del Rosario (oct. 2002-2003), a contemplar, amar y anunciar el rostro de Cristo, con la mirada y el Corazón de María, Madre de la Iglesia (cfr. "Rosarium Virginis Mariae")
- Importancia de la "teología vivida" de los santos (NMi 27). Aplicación a la doctrina y vivencia de M. Matilde Téllez.
- Jesucristo Eucaristía es el centro de su vida. Lo contempla, lo ama y lo anuncia, sirviéndole en los hermanos más necesitados. Por haber encontrado a Cristo en la propia realidad de pobreza y limitación, es capaz de encontrar a Cristo en los más necesitados. El tono de este itinerario contemplativo, evangélico y apostólico, es de alegría (las "bienaventuranzas") y de experimentar la presencia de María en la propia vida.
CRISTO CONTEMPLADO
- "Se confundía de vergüenza en su presencia"
- (desde la propia realidad) "En mi pequeñez me hundo y oscurezco"... "Yo me confundo en mi pequeñez"
- "Deseo comulgar... y sólo el deseo me tiene dichosa y alegre"
- "Todo es sacrosanto en mi camino"
- "Todo de balde, todo regalo de Dios"
- "Un sagrario llevo en mi pecho"
- "Toda la vida es acción de gracias"
- "Creo habitar... en el seno de mi dulce compañero Jesús"
- "Vivimos con Jesús, le comemos, sin que el sabor se acabe, pues todos los días sabe a Sacramento el mundo"
- "Con una sola mirada me enloqueces, me haces lo feliz que pudiera ser en el cielo"
- "¿Cómo es posible vivir lejos de un sagrario?"
- "Cúrame por tu divino Corazón"
- "El sumo, único y verdadero bien en casa"
- "Me retiro con más deseos de estarme"
- "Aquí siempre inalterable, constante y generosa a tus pies... Estoy a tus pies"
- "Me arrastra el corazón el sagrario"
- "Viviré a las puertas de un sagrario siempre"
- "Eternizarme a tu lado"
- "Haces como que te marchas"
- (en los quehaceres) "me avisa un recuerdo del sagrario"
- "Alma mía, mira a un sagrario y calla un poquito siquiera"
- "Oigamos tu voz bendita... que sabe a Dios, a Jesús sacramentado"
- "No sé hablar en tu presencia... pero tú oyes mis sentimientos"
- ... "este año (1875) voy a pasarle a la puerta de un sagrario"
- "Ríete de mí, pero hazme buena; hazme más; hazme santa"
- "Estoy hecha un volcán de deseos... eres tú sólo y nadie es más que tú; lo eres todo"
- "Dejo hablar al corazón y se vuelve mudo... ¿Por qué se reprime recostado en el pecho de mi Dueño?"
- "Desde que te amo, todo me gusta igual y nada me satisface a no ser estar contigo"
- "Me vienen los deseos de meterme en un Sagrario"
- "Vente conmigo a donde me mandas alejarme"
- "No me deja mirar que por la puerta de un Sagrario"
- "Una Hostia bendita es toda mi vida"
- "Decir enamorada: Jesús"
- "¿Por qué me llamaste con tus miradas eternas... sin reparar que me engolfaba en un mar de deudas y deberes santos?"
- "Deseando hacerle compañía, y nada parece se me ocurre decirle en mis deseos de mucho amarle"
- "Tan dulce es su amistad"
- ... "Señor, que perecemos", con pasmo de mi alma creer oír tu voz bendita: "No temas, soy yo"
- "Hasta los rincones me huelen a Dios"
- "Ven conmigo, compañero divino, mírame pobrecita"
- "No lo merezco, pero me va a acompañar Jesús"
CRISTO AMADO
(centrada en el amor de Jesús)
- "Conozco que soy todavía miserable... ¡andadora en miserias!... saboreo con afán, cuándo... le pueda llamar de verdad mi Dueño y Esposo"
- "Quería más servirte que decir... más amar y más mirarte"
- "Cuánto amaba a Jesús sacramentado... ardía al acercarme a un sagrario"
- "¿Quién no amará al Santísimo Sacramento? ¡está loca mi alma!"
- "¿De qué haré yo mi empleo... sino de amar y amar muchísimo"?
- "Sufrir por amor"
- "Entregando con todo amor el corazón a Jesús, si excusas ni condiciones"
- "Tuya soy, aunque sea de hielo, junto al tuyo mi corazón"
- "¡Jesús mío, eres mi vida. Te amo, te busco, te necesito, ven en mi ayuda!"
- "¿Por qué me enamoras y luego hacer (como) que te marchas?"
- "Principia hoy mi nuevo sacrificio y de amor" (1.1.1875: Circuncisión del Señor)
- "Eres mi todo"
- "Que todo mi amor, sin quedar nada para nadie, te lo dedico. ¡Me consagro y me entrego a tu Corazón!"
- "Dispon de mi corazón que es tuyo y vamos a entrar en vida de amores"
- Dame un pedazo de tu Corazón sagrado, para que con él te ame"
- "Yo quería ser santa... sólo por conseguir dar gloria a mi Jesús"
- "Todo mi esmero es juntar amor y siempre estoy pobrecita de él"
- "Habiéndote conocido, no debo mirar lo que es ilusión, lo que es mentira"
- "Si mil vidas tuviera las gastaría gustosa en un continuo sufrir por amor"
- "La comunión... siempre es nuestra vida, nuestra alegría"
- "¡Cuán dulce es mi vida, y nada puede amargarla, habiendo Jesús sacramentado!"
- "Es la única, pero grande prueba, ¡ser tan poco y recibir tanto!"
- "Siempre amarga mis amores mi nada"
- "Pretendo ser tu esposa a pesar de mi pequeñez"
- "Todo mi esmero es juntar amor y siempre estoy pobrecita de él"
CRISTO ANUNCIADO Y SERVIDO EN LOS POBRES
- "Sólo deseos y almas... calman mi estado de ambición que me consume"
- "Comulgar con todos y por todos"
- "Gozosa corría por las calles de Béjar... visitando a su amante Jesús en las persona de sus pobres"
- (sobre la pérdida de las almas) "¿Quién si no tus Amantes te han de sentir esta pérdida?"
- "Dame gracia, Niño divino, para correr a tu seno, hasta que aprenda a conquistar al pecador; por tus amores, ¡que se conviertan todos!"
- (De la Eucaristía, a servir a los hermanos, con ayuda espiritual y material)
- "Cuando acabo de comulgar, quería dar noticia de lo rico que es este oficio"
- "Quería poblar el mundo de adoradores del Santísima adorable"
- "Es el encargo de Jesús, que todo el que le ame a él, ame y busque al pecador extraviado"
- "Jesús mío, que te vean a ti solo"
- "Yo desde el cieno de mis culpas descubrí tu bondad... míralos también a todos"
- "Dios mío, tráelos y llévate mi vida en cambio"
- ... "me concedas que un pecador... te conozca y te ame"
CON MARIA PRESENTE
- "Que amen, Madre mía, todos por mí, mientras yo amo también"
- "Amar y enseñar a amar al Dios sacramentado a todo el que nuestra ambición alcance, siguiendo las huellas de María"
- "María, haz conmigo esta súplica: que se salven todos, que todos los que te conozcan no pequen más"
- "Dile, tú, Madre mía, lo que yo le diría"
- "Tú sabrás enseñarme a presentarme a Jesús"
- "María me acompaña a todas horas y no deja de recordarme un sagrario"
- "Me recordaste por tu Madre que había sagrario"
- (el amor a María ha moldeado su corazón y le acompaña en tres momentos: oración, cumplimiento del deber, apostolado)
- (le pareció oír a la Virgen) "Amantes de Jesús, hijas mías" (se sintió "embobada" y "endiosada")
MARTIRIO
Significado del martirio
Los mártires son testimonio de Dios Amor, de Cristo muerto y resucitado, de la fuerza del Espíritu, de la presencia de Cristo en la comunidad eclesial, de la verdad definitiva en la sociedad de hoy... Así es el itinerario misionero y martirial de la Iglesia de todos los tiempos, en su dimensión teológica, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, atropológico-escatológica y espiritual.
El Señor calificó a sus discípulos de "testigos" ("mártires"), indicando que su vida estaba orientada a dar "testimonio" de él y de su mensaje evangélico: "Vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo" (Jn 15,27); "seréis mis testigos... hasta el extremo de la tierra" (Hech 1,8; cfr. Mt 10,17-20).
Este "testimonio" evangélico de los seguidores de Cristo ha sido calificado con la palabra griega "martiría" ("testimonio"). Juan, en el Apocalipsis, se presenta como "testigo" ("mártir") (Apoc 1,2.9), y narra, entre otras pruebas eclesiales, el "martirio" de los que son fieles a Cristo hasta dar su vida por él (cfr. Apoc 6,9; 7,9-14).
Así lo reconocieron los Apóstoles desde el día Pentecostés: "Nosotros somos testigos" (Hech 2,32). "Yo soy también testigo de los padecimientos de Cristo y partícipe ya de la gloria que está por revelarse" (1Pe 5,1).
"Martirio" significa testimonio cualificado, especialmente hasta derramar la sangre. "El martirio es un acto de fortaleza" (San Tomás). El "mártir" es "testigo" del misterio pascual de Cristo, por medio de una vida que deja traslucir la oblación del Señor. El "martirio" es, pues, la actitud de dar la vida, en unión con el sacrificio de Cristo, para testimoniar la fe. No sería posible esta actitud oblativa y martirial sin la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Mt 10,20). El "mártir" entrega su vida perdonando a los perseguidores (cfr. Hech 7,60).
"El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza" (CEC 2473).
Martirio significa testimonio de la propia fe, proclamando la esperanza en Cristo resucitado y haciendo de la vida el supremo acto de caridad. Se da la vida como Cristo, guiados por el amor del Espíritu, para proclamar la Providencia misteriosa y amorosa del Padre. Puede ser en una "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), como en Nazaret. Puede ser en los momentos de dolor y abandono, como en el Calvario (cfr. Lc 23,45). Siempre es prolongar en el tiempo la misma vida de Jesús.
En el mártir, como testigo de Cristo, se prolonga el misterio pascual, dando sentido a la historia humana. El inicio del tercer milenio también está marcado por la cruz y la resurrección. "La Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires" (TMA 37).
El martirio cristiano puede ser cruento e incruento. Derramar la sangre amando, en un momento de violencia, es imposible sin la gracia de Dios. Gastar la vida afrontando las dificultades cotidianas con amor, presupone, de hecho, la misma gracia. Si el don del martirio propiamente dicho queda restringido en cuanto al número, "conviene que todos vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia" (LG 42).
La fuerza del martirio cristiano deriva del amor de Cristo, que, al dar la vida por amor, sostiene la marcha martirial de su Iglesia: "Así como Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su caridad ofreciendo su vida por nosotros, nadie tiene un amor más grande que el que ofrece la vida por El y por sus hermanos (cfr. 1 Jn., 3,16; Jn., 15,13)... El martirio, por consiguiente, con el que el discípulo llega a hacerse semejante al Maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, asemejándose a El en el derramamiento de su sangre, es considerado por la Iglesia como un supremo don y la mayor prueba de la caridad" (LG 42).
Dimensión misionera del martirio
Siempre se ha considerado el martirio como indispensable para el primer anuncio evangélico y, de modo especial, para la implantación de la Iglesia. "El martirio cristiano ha acompañado siempre y sigue acompañando todavía la vida de la Iglesia" (VS 90). Habrá que distinguir entre el martirio de sangre y el de una vida sacrificada ocultamente. Pero siempre quedará en pie su valor de "signo" radical que acompaña necesariamente al mensaje predicado: "Dar el supremo testimonio de amor, especialmente ante los perseguidores" (LG 42). La oblación martirial puede considerarse como "muerte vicaria", en cuanto que, en Cristo, asume la muerte de todas las personas (también no cristianas) que han dado la vida por la verdad y el bien.
El momento del martirio es el resumen de una vida que quiere transparentar el mensaje evangélico del Señor, "con caridad sincera, y si es necesario, hasta con la propia sangre" (AG 24). En él "resplandece la intangibilidad de la dignidad personal del hombre" (VS 92), es "un signo preclaro de la santidad de la Iglesia" y se convierte en "anuncio solemne y compromiso misionero" (VS 93).
Esta es la constante misionera desde los inicios del cristianismo: "Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús" (Hech 4,33). Por esto, el martirio ha llegado a ser "patrimonio común" de todos los cristianos (cfr. UR 4; UUS 1 y 84) e incluso de muchas personas de buena voluntad (cfr. VS 92).
El itinerario histórico de la Iglesia de Jesús estará siempre adornado de flores rojas de martirio, que pueden ser de sangre derramada o de vida donada por amor. El rostro del Buen Pastor se deja transparentar a través de vidas gastadas en amarle y hacerle amar.
El martirio participa de la eficacia del misterio pascual de Cristo (cfr. Jn 12,24.31). Se vive y se muere por él y con él (cfr. Rom 14,8). La oblación de Cristo, presente en la Eucaristía, hace posible la vida martirial, que se convierte en "trigo de Dios... trigo de Cristo" (S. Ignacio de Antioquía). La eucaristía construye a la Iglesia como comunidad martirial y virginal. El hecho constante del martirio pone en evidencia que "la misión... tiene su punto de llegada a los pies de la cruz" (RMi 88).
Iglesia misionera y martirial
El despertar misionero de la Iglesia necesita "testigos" de una fuerte experiencia de Cristo resucitado. El Señor prolonga en su Iglesia su misma realidad oblativa. Vivir y morir por Cristo (cfr. Rom 14,8) equivale a la actitud permanente de transformar la vida en donación. Entonces aparece que la vida cristiana es asociación a Cristo, para "completarlo" en su gesto de morir amando y perdonando (cfr. Col 1,24).
La Iglesia se encuentra siempre "en estado de persecución - ya sea en los tiempos antiguos, ya sea en la actualidad -, porque los testigos de la verdad divina son entonces una verificación viva de la acción del Espíritu de la verdad, presente en el corazón y en la conciencia de los fieles, y a menudo sellan con su martirio la glorificación suprema de la dignidad humana" (DeV 60; cfr. Mc 13,9).
Los mártires "son anunciadores y testigos por excelencia" (RMi 45). A fin de poder ser "la gran señal", como María, "la mujer vestida de sol" (Apoc 12,1), los miembros de la Iglesia "han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero" (Apoc 7,14).
Los albores del tercer milenio del cristianismo se inician también con la memoria de los mártires: "La Iglesia ha encontrado siempre, en sus mártires, una semilla de vida. «La sangre de los mártires es semilla de cristianos». Esta célebre «ley» enunciada por Tertuliano, se ha demostrado siempre verdadera ante la prueba de la historia... La memoria jubilar nos ha abierto un panorama sorprendente, mostrándonos nuestro tiempo particularmente rico en testigos que, de una manera u otra, han sabido vivir el Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, a menudo hasta dar su propia sangre como prueba suprema. En ellos la palabra de Dios, sembrada en terreno fértil, ha fructificado el céntuplo (cfr. Mt 13,8.23). Con su ejemplo nos han señalado y casi «allanado» el camino del futuro. A nosotros nos toca, con la gracia de Dios, seguir sus huellas" (Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, n.41).
Todo creyente queda invitado a "seguir las huellas de Cristo" (1Pe 2,21) para "participar en sus sufrimientos" (1Pe 4,13). La comunidad eclesial es transparencia de Cristo, en la medida en que sus componentes vivan esta realidad martirial, que es el estado normal de la Iglesia peregrina y misionera.
Toda página de la historia de la Iglesia se escribe con vidas donadas y con sangre de mártires. La escoria de las imperfecciones se purifica amando más a la Iglesia, dispuestos a pasar por el fuego del crisol de la persecución y de la calumnia: "Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la revelación de Jesucristo" (1Pe 2,6-7).
La comunión eclesial, también y especialmente en el campo ecuménico, se construye con la actitud de donación. "El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La «communio sanctorum» habla con una voz más fuerte que los elementos de división" (TMA 37).
La Iglesia tiene siempre presente "la memoria de los mártires". Al recordar esta realidad de donación martirial, los creyentes ahondan en "el deseo de seguir su ejemplo, con la gracia de Dios, si así lo exigieran las circunstancias" (Bula IM 13).
En el signo de la esperanza cristiana
El martirio es la máxima expresión del amor y de la misión, como testimonio gozoso de la esperanza cristiana. Los 40 millones de mártires durante 20 siglos de Iglesia, son una siembra fecunda que ciertamente dará fruto a su tiempo. Los mártires son siempre "semilla de nuevos cristianos, semilla de reconciliación y de esperanza" (Juan Pablo II, 21.3.99).
Quien da testimonio de Cristo, a riesgo de ser vituperado, proclama que "todo es gracia", según la expresión de Santa Teresa de Lisieux, porque no sucede nada "sin el consentimiento del Padre" (Mt 10,29). Quien se dedica a anunciar esta utopía cristiana, sabe muy bien que la persecución puede provenir de parte de quienes están convencidos de "dar culto a Dios" (Jn 16,2).
Es un riesgo permanente creer y anunciar que Cristo es el Hijo de Dios (el Verbo) hecho hombre, el único Salvador. Los seguidores y entusiastas del progreso, de las culturas y de las religiones, pueden llegar a pensar que esta fe les desbarata sus seguridades legítimas. Pasar de este prejuicio a la persecución y al martirio, será, para ellos, una consecuencia lógica. Pero en realidad, la Encarnación es la clave para valorar todos los dones de Dios (insertados en culturas y religiones) como preparación para el encuentro final con Cristo.
Anunciar el misterio pascual de Cristo incluye el riesgo de un rechazo como el que sufrió Pablo en Atenas (cfr. Hech 17,32). No resulta cómodo ni produce ventajas temporales el proclamar que la única salvación se encuentra en Cristo crucificado y resucitado: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hech 4,12).
Precisamente por el hecho de vivir y sufrir amando, el testigo ("mártir") de Cristo anuncia la verdadera redención (liberación) e inserta en la historia el tono de la esperanza (cfr. Rom 12,12). El martirio es el supremo acto de caridad (cfr. Jn 15,13), capaz de vencer el odio y de iluminar el camino histórico hasta un encuentro final de toda la humanidad con Cristo. La vida y la muerte del mártir cristiano proclama que Jesús es verdadero Dios, verdadero hombre y único Salvador, que salva al hombre por medio del mismo hombre, sin destruir los valores del camino religioso que ya ha recorrido bajo la guía de la providencia divina.
Hay una originalidad en el martirio cristiano, infinitamente más allá de dar la vida por un ideal honesto y verdadero. Efectivamente, se proclama y se prolonga en el tiempo la actitud oblativa de Jesús en la cruz, donándose confiadamente en manos del Padre por amor a toda la humanidad. Los hombres todos, de cualquier cultura y religión, se pueden salvar, porque Cristo "ha muerto por todos" (2Cor 5,14).
El cristianismo es religión de esperanza gozosa y audaz. Apoyados en esta esperanza, que se desea compartir con todos, los mártires "son los que han anunciado el Evangelio dando su vida por amor. El mártir, sobre todo en nuestros días, es signo de ese amor más grande que compendia cualquier otro valor" (Bula IM 13)
La "muerte vicaria" de Cristo (en nombre de toda la humanidad doliente), hace que el martirio de sus discípulos confiera valor de martirio a cuantos viven y mueren por un ideal honesto. Por esto, la canonización de los mártires cristianos no es una injusticia para nadie, sino que es un honor y un bien de toda la humanidad. "Es la realidad de la comunión de los santos, el misterio de la « realidad vicaria », de la oración como camino de unión con Cristo y con sus santos. Él nos toma consigo para tejer juntos la blanca túnica de la nueva humanidad, la túnica de tela resplandeciente de la Esposa de Cristo" (Bula IM 10).
El martirio, cuando llega, es la suma de una serie interminable de "sís", dichos a Dios en el servicio y anonimato de todos los días, sin protagonismos y sin constataciones inmediatas sobre el fruto espiritual y apostólico.
Sólo Cristo resucitado presente puede transformar las tribulaciones en una esperanza gozosa. La sangre de los mártires es también semilla de audacia misionera, que no se amedrenta ante ningún obstáculo. "Cristo es verdaderamente nuestra paz (cfr. Ef 2,14)... el amor de Cristo nos apremia (cfr. 2Cor 5,14), dando sentido y alegría a nuestra vida" (RMi 11).
Juan Esquerda Bifet
Bibliografía: AA.VV., La Iglesia martirial interpela nuestra animación misionera (Burgos, XLI Semana de Misionología, 1989); J.L. IRIZAR ARTIACH, Mártires, testigos que comprometen. De 1950 al 2000 (Madrid, EDIBESA, 2000); J. ESQUERDA BIFET, Martirio: Itinerario de la Iglesia misionera (México, OMPE, 2002); J.A. IZCO, Significado del testimonio-martirio en la misión de la Iglesia, en: La Iglesia martirial..., o.c., 39-73; P. MOLINARI, S. SPINSANTI, Mártir, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Ediciones Paulinas, 1991) 1175-1189; T. NIETO, Raíces bíblicas de la misión y del martirio, "Misiones Extranjeras" n.127 (1992) 5-15; A. RICCARDI, Il secolo del martirio. L'olocausto cristiano (Milano, Mondadori 2000); E. VIGANO, La misión como testimonio y martirio según San Juan, en: La Iglesia martirial..., o.c., 17-37; U. VON BALTHASAR, Sólo el amor es digno de fe (Salamanca, Sígueme, 1988).
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LÍNEAS BÁSICAS DE LA MATERNIDAD DE MARÍA RESPECTO A LOS SACERDOTES MINISTROS
Escrito por Super UserLÍNEAS BÁSICAS DE LA MATERNIDAD DE MARÍA RESPECTO A LOS SACERDOTES MINISTROS
(Mons. Juan Esquerda Bifet)
Presentación: La presencia activa y materna de María en la vida y en los ministerios sacerdotales
1: En el itinerario formativo
2: En la vida sacerdotal
3: En el ejercicio de los misterios
Conclusión: Nuestro lugar en el Corazón materno de María
* * *
Presentación: La presencia activa y materna de María en la vida y en los ministerios sacerdotales
En todos los temas cristianos hay que tener en cuenta que nos encontramos ante realidades de gracia, las cuales continúan aconteciendo. La presencia activa y materna de María en la Iglesia es una de estas realidades de gracia y tiene una dimensión sacerdotal, en bien de toda la Iglesia y especialmente en bien de los sacerdotes ministros.
Las palabras de Jesús dirigidas a María, continúan repercutiendo en su Corazón maternal: “He aquí a tu hijo” (Jn 19,26). Su maternidad es una realidad salvífica permanente: “Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia” (LG 62).
También las palabras de Jesús al discípulo amado, continúan siendo actuales: “He aquí a tu Madre” (Jn 19,27). Un buen “discípulo” las sigue escuchando y poniéndolas en práctica. Por esto, a María “la Iglesiacatólica, enseñada por el Espíritu Santo, la honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima” (LG 53).
El encargo recibido por Juan, en nombre de todos los creyentes, se concretó en una relación familiar: “La recibió en su casa” (Jn 19,27). Esta recepción equivale a recibirla en “comunión de vida” por parte de todo fiel, y especialmente por parte de todo ministro ordenado: “La palabra del Crucificado al discípulo —a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27)— se hace de nuevo verdadera en cada generación” (enc. Deus Caritas Est, n. 42).[1]
María estaba habituada a “meditar” las palabras de Jesús en su Corazón (cfr. Lc 2,19.51). Por esto, el encargo recibido en el Calvario, como un nuevo aspecto de su maternidad, lo relacionaba con otras palabras del mismo Jesús. Efectivamente, todo lo que decía y hacía Jesús estaba relacionado con “las cosas (o la casa) del Padre” (Lc 2,49), con su “hora” (Jn 2,4), con su actitud oblativa “en manos” del Padre (Lc 23,46). María había escuchado cómo Jesús calificó a la comunidad de sus seguidores: “Mi madre, y mis hermanos” (Mt 12,48; cfr. Lc 8,21). Y en la última cena, las referencias de Jesús a sus discípulos también eran otras tantas llamadas al Corazón de la Madre: “Ellos son mi expresión… les amas como a mí… yo estoy en ellos” (Jn 17,10.23.26). Nadie mejor que ella podía captar los sentimientos profundos de Cristo, en cuyo Corazón abierto podía “contemplar” todo su amor para con cada uno de los redimidos (cfr. Jn 19,27). Recibir a los discípulos y hermanos de Jesús, significaba para ella recibir al mismo Jesús: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe” (Mt 10,40).
La herencia de Jesús al dejarnos a su Madre como nuestra, continúa siendo una realidad salvífica, siempre actual: “Jesucristo – decía el Cura de Ars - tras habernos dado cuanto nos podía dar, quiere aún dejarnos en herencia lo más precioso que él tenía: su Santa Madre”.[2]
Es una realidad que muestra a María como la madre siempre “ocupada” en relación con la Iglesia, en la cual se actualiza “el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen” (LG 60).
Todo esto tiene lugar, aunque de modo diferenciado, en cada una de las vocaciones. María es Madre, modelo, intercesora, ayuda, maestra, guía, discípula… Así lo podemos aplicar a todo el proceso formativo sacerdotal, como también a la realidad de su vida y del ejercicio de los ministerios.
La "memoria" de María equivale a tomar conciencia de su presencia activa y materna en el campo de la evangelización, como modelo y ayuda en el seguimiento y discipulado evangélico de todos los creyentes y especialmente del sacerdocio ministerial.[3]
1: En el itinerario formativo
María acompaña el proceso formativo de todas las vocaciones. Ella está presente en todo el itinerario vocacional como figura y prototipo de toda la Iglesia. La vocación de los primeros Apóstoles es un punto de referencia para toda vocación y, de modo especial, para la vocación sacerdotal. En esta referencia apostólica encontramos un inicio, como fue después de Caná, cuando los discípulos creyeron en Jesús y le siguieron “con su madre” (cfr. Jn 2,11-12). Encontramos también un momento especial de perseverancia (junto a la cruz: Jn 19,25-27) y un tiempo peculiar de renovación bajo la acción del Espíritu Santo (Pentecostés: Hech 1,14; 2,4). Ella está de modo activo y materno en todo el proceso de formación vocacional, que es siempre de relación personal y comunitaria con Cristo, a modo de encuentro y amistad, seguimiento e imitación, fraternidad y misión.
Para afrontar estos tres momentos de la vocación sacerdotal, se necesita una formación inicial y permanente, de suerte que la vocación sea una vivencia permanente y comprometida, a modo de “vida según el Espíritu” (cfr. Gal 5,25) y con vistas a ejercer los ministerios. Se quiere vivir lo que uno es y hace, como proceso de consagración y misión.
Puesto que en el sacerdocio ministerial (de los ministros ordenados) se trata de una especial participación en la consagración y misión de Cristo Sacerdote, presente en la Iglesia, hay que tener en cuenta estos datos esenciales: María es Madre de Cristo Sacerdote, Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal y Madre especial de los sacerdotes ministros. La maternidad peculiar de María respecto a los sacerdotes ministros, se integra armónicamente con su cuidado materno respecto a todos los redimidos.
El itinerario formativo del sacerdote ministro (tanto en el período inicial como en la formación continuada), incluye necesariamente la formación sobre el propio carisma específico sacerdotal, que tiene dimensión mariana por su misma naturaleza.[4]
María es "Madre del sumo y eterno Sacerdote" (PO 18). La unción sacerdotal de Cristo (Verbo Encarnado), de la que participa toda la Iglesia, tuvo lugar en le seno de María, por obra del Espíritu Santo. Desde entonces, María, “guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres” (PO 18). De este modo, quedó relacionada íntimamente con el ser (la consagración) de Cristo, con su obrar (la misión) y con su vivencia y estilo de vida. En el momento del sacrificio de la cruz, “se asoció con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).
El “sí” sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María: “Vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,7; Sal 40.9). El “sí” de María (Lc 1,38) quedó unido al de Jesús. Ella llevó en su seno a Jesús Sacerdote: Dios, hombre, Salvador. Su actitud habitual de meditar la Palabra (cfr. Lc 2,10.51) deja entender que recibió al Verbo antes en su corazón que en su seno.[5]
El “Magníficat” es el fruto de su “sí” contemplativo, unido al sacrificio de Cristo Sacerdote, que ya desde su concepción e infancia era “oblación” al Padre, en el Corazón y por manos de María (cfr. Heb 10,7ss, en relación con Lc 2,22, cuando tuvo lugar la presentación de niño en el templo).
María es Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal, puesto que "pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia" (RMa 27), al que también sirve el sacerdote en los ministerios proféticos, litúrgicos y de dirección y caridad. La Iglesia es “Pueblo sacerdotal” (LG 10). María es Madre de la Iglesia por haber engendrado a Cristo, Cabeza de la mima. Es “Madre de la Iglesia” por ser “Madre de los pastores y de los fieles”.[6]
Los contenidos del título “Madre de la Iglesia”, ya están en el concilio. Efectivamente, María es “verdadera Madre de. Redentor... verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad” (LG 53).
La misión de la Santísima Virgen María se inserta, pues, “en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico” (LG 54). María es, a la vez, miembro y Madre del Pueblo sacerdotal, Tipo o figura de la Iglesia (cfr. LG 53, 62-65). Es “Madre en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24). "Con su nueva maternidad en el Espíritu, acoge a todos y a cada uno por medio de la Iglesia" (RMa 37).
María es Madre especial del sacerdote ministro (y de todos los ministros ordenados), en todo el proceso de vocación, seguimiento y misión, puesto que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).[7]
El sacerdote ministro participa de la consagración sacerdotal de Cristo (que tuvo lugar en el seno de María), prolonga la misma misión de Cristo (quien asoció y sigue asociando a María), está llamado a vivir en sintonía con él (como María, guiada por el Espíritu Santo, se asoció a la obra redentora de Cristo). De este modo, María está presente y activa maternalmente en todas las etapas del itinerario de la vida apostólica.
La participación peculiar por parte de los sacerdotes ministros en el sacerdocio de Cristo, es una “consagración” especial, que deriva hacia la “misión”, como prolongación de la misma misión de Cristo, para obrar “en su nombre” o “en persona de Cristo”. Esta participación en la consagración y misión de Cristo exige y, al mismo tiempo, hace posible una sintonía y docilidad generosa. "De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18).
Todos los aspectos y etapas de la formación sacerdotal hacen referencia a María, como “Madre y educadora de nuestro sacerdocio”(PDV 82). Efectivamente, “cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (ibídem).
De ahí la relación esencial del sacerdote ministro con María “la Madre de Jesús” (Jn 2,1; 19,25-27). Por esto, "la espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 68).
Decía Benedicto XVI a los seminaristas en Colonia durante la XX Jornada Mundial de la Juventud (19 agosto 2005), comentando el encuentro de los Magos con Jesús en Belén (cfr. Mt 2,11) y describiendo el itinerario formativo sacerdotal: “Es precisamente la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo se lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él. En todos los momentos de la vida en el seminario se puede experimentar esta amorosa presencia de la Virgen, que introduce a cada uno al encuentro con Cristo en el silencio de la meditación, en la oración y en la fraternidad. María ayuda a encontrar al Señor sobre todo en la celebración eucarística, cuando en la Palabra y en el Pan consagrado se hace nuestro alimento espiritual cotidiano”.
2: En la vida sacerdotal
La espiritualidad mariana es una dimensión intrínseca a la espiritualidad eclesial. De modo particular lo es de la espiritualidad sacerdotal. Los Apóstoles y discípulos formaban parte de la familia de Jesús: “Mi Madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21; cfr. 2,19.51). El hecho del Cenáculo es paradigmático, como punto de referencia durante toda la historia eclesial, donde los Apóstoles y discípulos reunidos, “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús” (Hech 1,14).
Los “sentimientos” de Cristo respecto a su Madre tienen que reflejarse en quienes participan de la misma consagración del Señor y prolongan su misma misión, mientras presentan el mismo estilo de vida como testimonio evangélico. Cristo fue “ungido” sacerdote en el seno de María, por obra del Espíritu Santo, y quiso nacer de ella, asociándola a su obra redentora. La espiritualidad sacerdotal mariana es una actitud de reverencia y amor filial hacia quien es "Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y refugio de su ministerio" (PO 18). El ser (consagración), el obrar (misión) y la vivencia (espiritualidad) del sacerdote, incluyen una relación estrecha con María.
La comunión en el Presbiterio de la Iglesia particular supone “unión” y sintonía vivencial con “María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14). Por esto, la “fraternidad sacramental” del Presbiterio (PO 8), que es una “realidad sobrenatural” (PDV 74), como derivación del sacramento del Orden (cfr. LG 28), necesita esta sintonía de oración en comunión fraterna y en espera activa de las nuevas gracias del Espíritu Santo.María, también ahora, “precede el testimonio apostólico" (RMa 27).
Las figuras sacerdotales de la historia (como San Juan de Ávila, San Juan Eudes, San Luís María Grignion de Montfort, San Alfonso Mª de Ligorio, el Santo Cura de Ars, San Antonio Mª Claret, etc.), son puntos de referencia para recordar y vivir la relación de María con los sacerdotes ministros. Los santos sacerdotes han vivido esta relación con María a la luz de la Encarnación (consagración sacerdotal de Cristo en el seno de su Madre), del sacrificio redentor que culmina en la cruz (con María en actitud oblativa), de la Eucaristía (como pan de vida que se formó en el seno de María y que actualiza el misterio redentor) y de la Iglesia (como madre de las almas).
Por ser “Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes” (PDV 82), María ejerce también en ellos un “influjo salvífico” (LG 62), que es de presencia activa y de modelo de asociación a Cristo Sacerdote. Ella es “Madre y educadora de nuestro sacerdocio” (PDV 82). En este sentido, "los sacerdotes tienen particular título para que se les llame hijos de María" (Pío XII, Menti nostrae n.124).
Esta espiritualidad se concreta en relación filial e imitación. Por ser “madre y educadora de nuestro sacerdocio... nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente” (PDV 82).
Las palabras de Jesús en la cruz (“he aquí a tu Madre”) siguen aconteciendo en quienes quieren vivir en sintonía con “los sentimientos” oblativos de Cristo (Fil 2,5). La invitación a asumirla como Madre, incluye dejarse orientar por ella como modelo de maternidad apostólica, en todo el itinerario de formación, en la vida y en el ministerio sacerdotal: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). María es modelo y ayuda de fidelidad a la Palabra y al Espíritu Santo.
En los documentos magisteriales sobre el sacerdocio ministerial, es frecuente la invitación a vivir la relación interpersonal con María. Ella “es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes... de una manera especial siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús" (Menti nostrae, n.124). Por ser “Madre de los sacerdotes”, "en cierto modo, somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo 1979). Por esto, "conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios" (Carta del Jueves Santo 1988).[8]
3: En el ejercicio de los ministerios
Los sacerdotes ministros prolongan la misma misión de Cristo, proclamando su palabra, celebrando su misterio pascual y actualizando su acción salvífica y pastoral. La fidelidad a la consagración y a la misión, participada de Cristo, en todos los momentos de la vida y ministerio del sacerdote, constituye la esencia de su espiritualidad. Con la ayuda y el ejemplo de María, Madre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia como Pueblo sacerdotal, viven estos ministerios con las mismas actitudes y “los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2,5).
Los ministerios sacerdotales son una especial concretización de la maternidad de la Iglesia (cfr. PO 6) y, consecuentemente, tienen que ejercerse con el “amor maternal” de María, figura de la Iglesia madre (cfr. LG 65; Gal 4,19, en relación con Gal 4,4-7 y 4,26). El sacerdote, como Pablo, toma a María como figura e imagen materna, "la mujer" (Gal 4,4), para describir su difícil y, a veces, doloroso ministerio de "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19).
Comentando este texto paulino de la carta a los Gálatas, Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater lo aplica al apóstol para resaltar su vivencia mariana: “En estas palabras de san Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el « primogénito entre muchos hermanos » (Rom 8, 29)” (RMa 43).
Recibir a María en la propia casa, tiene, pues, para el sacerdote, un sentido ministerial: "Quecada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar en la casa del propio sacerdocio sacramental, como Madre y Mediadora de aquel gran misterio (cfr. Ef 5,32), que todos deseamos servir con nuestra vida" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988).
La espiritualidad sacerdotal es de “caridad pastoral”, a modo de “unidad de vida”, en sintonía de actitudes con Cristo Buen Pastor (cfr. PO 13). Esta espiritualidad específica de los sacerdotes se realiza "ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). En el ejercicio de los ministerios, los sacerdotes están llamados a vivir la espiritualidad mariana de todo bautizado, en relación con la presencia activa y materna de María. Ella es modelo, intercesora, guía, maestra y discípula. La caridad pastoral, quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal, matiza todos los aspectos de la devoción y culto mariano: conocerla, amarla, imitarla, celebrarla e invocarla.
Esta caridad pastoral tiene el matiz de “amor materno” a imitación de María. "La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65).
Los santos sacerdotes han subrayado también el paralelismo entre María y el sacerdocio ministerial, especialmente en relación con la Eucaristía. “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (San Juan de Ávila, Plática 1ª).[9]
Por ser la Eucaristía “fuente y cima de toda la evangelización” (PO 5), todos los ministerios se relacionan armónicamente entre sí: se anuncia a Cristo, se le hace presente (especialmente en la Eucaristía) y se le comunica para que sea centro de la vida personal y comunitaria. María concibió aquel cuerpo ofrecido en sacrificio que ahora se actualiza sacramentalmente por manos del sacerdote y, también por medio de él, se anuncia y comunica. El anuncio del evangelio presupone la actitud de contemplación de la Palabra, como María que la meditaba en su corazón (cfr. Lc 2,19.51). Con ella, se vive mejor el equilibrio y la armonía de los ministerios.
María está presente en la Iglesia, que es misterio de comunión misionera, a cuyo servicio está el sacerdote. Los ministerios sacerdotales tienden a construir la comunidad eclesial como comunidad de oración y fraternidad (a la luz de la Palabra y en relación con la Eucaristía), para llegar a ser “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32) y de este modo anunciar el evangelio “con audacia” (Hech 4,31). Para ello es imprescindible la actitud permanente y programática de vivir la comunión en sintonía “con María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14). “En ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis 96).
El ministerio sacerdotal, especialmente en la celebración eucarística (que presupone el anuncio y lleva a la vivencia), tiene en cuenta el modelo mariano de recibir al Señor para comunicarlo a los demás. “Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos « hasta el extremo » (Jn 13,1)” (Sacramentum Caritatis 33).
El sacerdote ministro, como Juan, recibe el don de María para comunicarlo a los demás, cooperando como ella a hacerlo vida propia: “La Bienaventurada Virgenavanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (cfr. Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (LG 58).
Para todo bautizado y especialmente para el sacerdote ministro “María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía” (Sacramentum Caritatis 33).
Por medio de la acción ministerial de la Iglesia, la maternidad de María “perdura sin cesar en la economía de la gracia” (LG 62). María “está unida también íntimamente a la Iglesia... porque en el misterio de la Iglesia que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre” (LG 63).
La espiritualidad mariana de la Iglesia es esencialmente ministerial y, al mismo tiempo, reclama la fidelidad carismática a las nuevas gracias del Espíritu Santo: “Por lo cual, también en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles” (LG 65).
Conclusión: Nuestro lugar en el Corazón materno de María
La participación del sacerdote ministro en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo, está, pues, íntimamente relacionada con María, Madre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo sacerdotal. Su vocación, consagración y misión se realizan en dimensión cristológica, mariana y eclesial. Cada momento ministerial tiene un paralelismo con María, especialmente en la celebración eucarística donde se actualiza el sacrificio redentor.
El sacerdote ministro sirve los signos ministeriales de la maternidad de la Iglesia, actualizando la maternidad de María. Cristo se prolonga en los signos y ministerios de la Iglesia asociando a María. María ve en los sacerdotes ministros un “Jesús viviente” (San Juan Eudes), como “instrumentos vivos” de Cristo Sacerdote (PO 12).
Juan Pablo II, en Pastores dabo vobis, indicaba unas pistas de renovación, vividas en un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tendrá lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (PDV 82).
Cuando se meditan las palabras del Señor dirigidas a María (“he aquí a tu hijo”: Jn 19,26), es fácil encontrar la armonía de la revelación y de la fe, que tendría lugar en el Corazón de María, al meditar en estas palabras de la oración sacerdotal de Jesús: “Ellos son mi expresión” (Jn 17,10), “los amas como a mí” (Jn 17,23), porque “yo estoy en ellos” (Jn 17,26). María vivió y sigue viviendo en esta “onda” cristológica y sacerdotal.
Es emocionante y programática la despedida de Juan Pablo II, en la carta del Jueves Santo de 2005, unos días ante de su muerte: “¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: «Ahí tienes a tu madre« (Jn 19, 27)” (Carta Jueves Santo, 2005, n.8).
Los sacerdotes ministros y los futuros sacerdotes son llamados a “amar y venerarcon amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo” (OT 8). La espiritualidad sacerdotal mariana es, pues, “filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).
El Santo Cura de Ars, confió sus feligreses al Corazón Inmaculado de María, poniendo sus nombres en un corazón de plata. La relación de los bautizados con la ternura materna de María la expresaba así: "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió... En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón... El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas no son más que un pedazo de hielo al lado suyo".[10]
Benedicto XVI confió al Corazón materno de María el cuidado de la vocación, de la vida y del ministerio sacerdotal: “¡He aquí el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Está guardado en el corazón inmaculado de María, que vela con amor materno sobre cada uno de vosotros. Recurrid frecuentemente a ella con confianza” (Discurso a los seminaristas, Colonia, Jornada Mundial de la Juventud, 19 agosto 2005).
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La alegría de ser sacerdote es una nota característica de su identidad, como anunciador, celebrador y comunicador del Misterio Pascual de Cristo. Por esto, “el gozo pascual” (PO 11) es parte integrante del testimonio del sacerdote y nota característica de su identidad, también y especialmente con vistas a suscitar vocaciones sacerdotales.
La identidad sacerdotal se concreta en el “gozo pascual” de vivir lo que uno es y hace: “El sacerdote, hombre de la Palabra divina y de las cosas sagradas, debe ser hoy más que nunca un hombre de alegría y de esperanza… «La felicidad que hay en el decir la misa se comprenderá sólo en el cielo», escribía el Cura de Ars. Os animo por tanto a reforzar vuestra fe y la de los fieles en el Sacramento que celebráis y que es la fuente de la verdadera alegría. El santo de Ars escribía: «El sacerdote debe sentir la misma alegría (de los apóstoles) al ver a Nuestro Señor, al que tiene entre las manos»”.[11]
ESTUDIOS:
F.M. ÁLVAREZ, La Madredel Sumo y Eterno Sacerdote (Barcelona, Herder, 1968); María y la Iglesia: espiritualidad mariana sacerdotal: Seminarios 33 (1987) 465-475.
A. BANDERA, La Virgen Maríay el sacerdocio de Cristo: Teología Espiritual 42 (1998) 35-60.
M. BORDONI, La dimensione mariana del sacerdozio ordinato: Sacrum Ministerium 10 (2004) 175-205.
G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II: Compostellanum 33 (1988) 205-224.
G. D'AVACK, Il sacerdote e Maria (Milano, Ancora, 1968).
E. DE LA LAMA, La Madrede Jesús en el kerigma de Pablo. Para el estudio del perfil mariano de la espiritualidad sacerdotal: Scripta de Maria 3 (2006) 89-130.
A. De LUÍS FERRERAS, María, en: Diccionario del Sacerdocio, o.c., 415-421.
M. DUPERRAY, Regina Cleri: en: Maria, Études sur la Sainte Vierge (Paris, 1949-1971), III, 659-696.
J. ESQUERDA BIFET, María en la espiritualidad sacerdotal, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1799-1804; Maria nella spiritualità sacerdotale, in: nuevo Dizionario di mariología (Paoline, 1985) 1237-1242; Espiritualidad sacerdotal, Servidores del Buen Pastor (Valencia, EDICEP, 2008), cap.V (Iglesia, María); Teología de la espiritualidad sacerdotal(Madrid, BAC, 1991) cap. XI (Espiritualidad sacerdotal mariana); Espiritualidad mariana (Valencia, EDICEP, 2009) cap.VIII, 4 (María y la vocación sacerdotal); Spiritualità mariana della Chiesa, Esposizione sistematica (Roma, Centro di Cultura Mariana, 1994) cap.VII, 4.
J.M. FERRER GRENESCHE, La Virgen Maríaen la formación sacerdotal: Toletana 13 (2005) 11-29.
N. GARCÍA GARCÉS, María y la espiritualidad de los ministros ordenados, en: Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE 1989) 263-282.
L.M. HERRÁN, Sacerdocio y maternidad espiritual de Maria: Teología del Sacerdocio 7 (1975) 517‑542; María en la espiritualidad sacerdotal según la doctrina del Vaticano II: Annales Theologici 3 (1989) 347-370.
A. HUERGA, La devoción sacerdotal a la Santisima Virgen: Teología Espiritual 13 (1969) 229‑253.
J.L. ILLANES, Espiritualidad y sacerdocio (Madrid, Rialp, 1999).
B. JIMÉNEZ DUQUE, Maria en la espiritualidad del sacerdote: Teología Espiritual 19 (1975) 45‑59.
A. De LUIS, María, en: Diccionario del sacerdocio (Madrid, BAC, 2005) 415-421.
P. PHILIPPE, La Virgen Maríay el sacerdote (Bilbao, Desclée, 1955).
C. RODRÍGUEZ, María en la vida espiritual del sacerdote: Revista espiritual n.57 (1977) 50‑56.
R. SÁNCHEZ CHAMOSO, María y la vocación en la Iglesia: Seminarios 33 (1987) 221-246.
J. SARAIVA, Santità mariana del sacerdote, en: (Congregazione per il Clero) Sacerdoti, forgiatori di santi per il nuovo millennio sulle orme dell'apostolo Paolo. Atti del VI Convegno Internazionale dei sacerdoti (Malta, 18-23 ottobre 2004) 100-113.
E. SAURAS, Maria y el sacerdote: Estudios Marianos 13 (1953) 143‑172.
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Para facilitar al eventual traductor en italiano, transcribimos algunos textos magisteriales en italiano:
(En la presentación):
"La parola del Crocifisso al discepolo — a Giovanni e attraverso di lui a tutti i discepoli di Gesù: « Ecco tua madre » (Gv 19, 27) — diventa nel corso delle generazioni sempre nuovamente vera” (enc. Deus Caritas est, n.42).
(Todavía en la presentación):
"Gesù Cristo dopo averci dato tutto quello che ci poteva dare, vuole ancora farci eredi di quanto egli ha di più prezioso, vale a dire della sua Santa Madre" (Nodet, 244; testo di riferimento nella Lettera del Papa Benedetto XVI, 16 giugno 2009, nota 61).
(En la conclusión):
"Il segreto della vostra vocazione e della vostra missione è conservato nel Cuore Immacolato di Maria, che veglia con amore materno su ognuno di voi" (Benedetto XVI, Discorso ai seminaristi: Colonia, Giornata Mondiale della Gioventù, 19 agosto 2005).
[1]Por su especial actualidad sacerdotal, transcribimos la nota 130 de la encíclica Redemptoris Mater, con la referencia a San Agustín: “Como es bien sabido, en el texto griego la expresión «eis ta ídia» supera el límite de una acogida de María por parte del discípulo, en el sentido del mero alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere indicar más bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las palabras de Cristo agonizante. Cfr. San Agustín, In Ioan. Evang. tract. 119, 3: CCL 36, 659: « La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura ».
[2]Ver la fuente de este y de otros textos del Cura de Ars, en: Benedicto XVI, Carta para la convocación de un año sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars (16 junio 2009). Ordinariamente se toman de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón (Barcelona, Hormiga de Oro, 1994).
[3]Este tema de la presencia de María es muy explícito en los documentos de Juan Pablo II, especialmente a partir de Redemptoris Mater (ver nn.1, 38, 32-32, 38, 48), quien se remite a los documentos del concilio. Ver también la encíclica Ecclesia de Eucharistia, n.57: “María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas”. Decía Germán de Constantopla: "Puesto que sigues todavía paseándote corporalmente en medio de nosotros, lo mismo que si estuvieras aquí viva, los ojos de nuestros corazón se sienten atraídos para mirarte todo el día... Tú visitas a todos y velas por todos... No has abandonado este mundo perecedero... sino que estás muy cercana de los que te invocan" (Oratio in Dormitionem SS. Deiparae: PG 98, 343, 346).
[4]Ver estudios citados en la bibliografía final. Sobre el itinerario formativo, resumo los contenidos en: Espiritualidad mariana(Valencia, EDICEP, 2009) cap.VIII, 4 (María y la vocación sacerdotal).
[5]Dice San Agustín: "También para María, de ningún valor le hubiera sido la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo más felizmente en su corazón que en su carne" (Sobre la santa virginidad, 3).
[6]Pablo VI, Alocución, en Santa María la Mayor, 21 noviembre 1964).
[7]Ver bibliografía final, sobre la espiritualidad mariana del sacerdote ministro.
[8]Ver éstos y otros textos marianos en su contexto: PO 19; OT 8; can. 246, 276; PDV 36, 38, 45, 82. En la exhortación apostólica Pastores gregis: nn.3,13, 14-15, 36, 74.
[9]Resumo la espiritualidad mariana sacerdotal de San Juan de Ávila, en:La doctrina mariológica del Maestro San Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114.
[10]Sobre la fuente de estas afirmaciones del Santo Cura de Ars, ver la nota 2 y también: Juan XXIII, Sacerdotii nostri primordia (encíclica con ocasión del primer centenario de su muerte, 1959).
[11]Benedicto XVI, Video conferencia, Retiro en Ars, 28 septiembre 2009).
XII. MARIA EN EL CAMINO MISIONERO DE LA IGLESIA
1. María en el primer anuncio del evangelio
A) María en los datos fundamentales del primer anuncio
B) María en los primeros testigos del evangelio
C) Dimensión misionera de los títulos marianos
2. María en la misión de la Iglesia
A) María figura de la Iglesia
B) María figura de la maternidad y sacramentalidad de la Iglesia
C) La Iglesia se hace evangelizadora en Cenáculo con María
3. Dimensión mariana de la vida y del ministerio del apóstol
A) María en el camino de la vocación apostólica
B) María en la acción evangelizadora
C) María en la vida del apóstol
1. María en el primer anuncio del evangelio
La acción del Espíritu Santo hace de María y de la Iglesia un "signo" transparente y portador de Cristo para todos los pueblos. Cuando se habla de María, es para anunciar que: Cristo es perfecto Dios, perfecto hombre y Salvador universal. La realidad mariana de virginidad, maternidad y asociación, son transparencia de todo el misterio de Cristo.
María es la primera creyente y discípula de Cristo. Por esto también puede ser llamada la primera evangelizadora. La "cooperación (de María) a la salvación" (LG 56), como "asociada" a Cristo Redentor (LG 58), se convierte en "influjo salvífico" y en "misión materna para todos los hombres" (LG 60). Ella es "la gran señal" (Apoc 12, 1) ante los pueblos, como "la mujer" (Jn 2,4; 19,26); Gal 4,4) figura de la Iglesia.
Manifestar a Cristo y comunicarlo a todos los corazones y todas las gentes, es la razón de ser de María y de la Iglesia. La Iglesia mira a María como "punto de referencia... para los pueblos y para la humanidad entera" (RMa 6). En esta realidad "misionera", María precede a la Iglesia como "la gran señal" (Apoc 12,1), "estrella de la evangelización" (EN 82).[1]
A) María en los datos fundamentales del primer anuncio
Desde el día de Pentecostés, la Iglesia anuncia que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación, por medio de su muerte y resurrección; en él se cumplen las esperanzas mesiánicas (cf. Act 2,15-41). Estos datos del "kerigma" o primer anuncio cristiano, que la Iglesia está llamada a anunciar a todos los pueblos, aparecen en la predicación de Pablo (1Cor 15,3-5; Rom 1,1-4; Gal 4,4-7) y en los evangelios.[2]
María forma parte de este anuncio misionero, como "la mujer" de la que, por obra del Espíritu Santo, nace el Salvador. Los textos marianos del Nuevo Testamento contienen todos los elementos básicos del anuncio misionero:
- en Cristo, Hijo de David (verdadero hombre),
- Hijo de Dios (concebido por obra del Espíritu Santo),
- ha comenzado el cumplimiento de las profecías y esperanzas mesiánicas.[3]
El misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado, que la Iglesia anuncia a todos los pueblos, tiene su faceta mariana de transparencia o de "gran señal" (Apoc 12,1). Cuando se anuncia a Cristo, nacido de María la Virgen, es para hacer resaltar su realidad integral: Cristo hombre (María Madre), Cristo Hijo de Dios (María Virgen) y Cristo Salvador (María asociada, "la mujer", Tipo de la comunidad eclesial). María aparece relacionada con el misterio de Cristo y de la Iglesia, como "la mujer", figura de la comunidad creyente, asociada esponsalmente a "la hora" de Cristo (Gal 4,4; Jn 2,4; 19,26).
Se pueden encontrar todos los elementos básicos del primer anuncio ("kerigma") en los textos marianos de la infancia de Jesús (Mt 1-2; Lc 1-2), así como en los textos joánicos (Jn 2 y 19). Como todo fragmento evangélico, también estos textos anuncian a Cristo, "el Señor". "La mujer", por medio de la cual Jesús es de nuestra estirpe (hombre), es virgen y madre por obra del Espíritu Santo, para hacer resaltar que Cristo es Hijo de Dios, el Señor resucitado.
El kerigma o primer anuncio proclama que Jesús es "nacido de la mujer" (Gal 4,4), "de la estirpe de David" (Rom 1,3; Mt 1,1), "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,20); es el "Hijo de Dios" (Lc 1,35), "el que salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). María, anunciada por la Iglesia, hace ver la realidad de Jesucristo, el Salvador por ser el Señor resucitado, Hijo de Dios y hermano nuestro. Jesús es "el Salvador preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes" (Lc 2,30-32; Is 42,6; 49,6). María forma parte de la epifanía de este misterio salvífico, compartiendo la misma "suerte" de Cristo (cf. Lc 2,35). La palabra de Dios es siempre "espada" que define la actitud de la persona respecto a los planes de salvíficos de Dios.
La Iglesia encuentra en María su "Tipo" o personificación. Efectivamente, María, recibiendo con espíritu de adoración esta palabra (Lc 2,19-51), define su postura de asociación a Cristo para dejar transparentar todo su "misterio", que es de salvación para todos los pueblos (Ef 3,3-7). Ahora este "misterio oculto por los siglos en Dios", se manifiesta y se comunica por medio de la Iglesia y, más concretamente, por la vida y acción apostólica de la misma (Ef 3,8-10). Cuando la Iglesia anuncia el mensaje evangélico sobre María, indica la actitud de respeto a los planes salvíficos de Dios en Cristo: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). La nueva Alianza, que es para todos los pueblos, tiene las mismas características fundamentales de la primera Alianza en el Sinaí: Dios tiene la iniciativa en la historia de salvación, pero quiere la respuesta libre del hombre: "Haremos lo que el Señor nos dirá" (Ex 24,7).
La figura de María, a la luz de los textos del Nuevo Testamento es Tipo de la comunidad eclesial, que anuncia y comunica el misterio de Cristo en toda su integridad "kerigmática". La "humillación" de Cristo (que es hombre como nosotros) deja transparentar su "exaltación" (de Hijo de Dios), como Salvador del mundo. La fidelidad de María al misterio de la encarnación (Lc 1,38.45) se muestra en su actitud de "pobreza" (Lc 1,48), como tipo de la fe y de la acción materna y evangelizadora de la Iglesia (Jn 2,11).
Jesús fue anunciado por Simeón como "luz de los pueblos" (Lc 2,32), mientras, al mismo tiempo, a María se le comunicaba su participación en la "suerte" dolorosa de Jesús (Lc 2,33-35). La maternidad de María, recibiendo al Verbo bajo la acción del Espíritu Santo, se hace nueva maternidad universal como tipo de la maternidad de la Iglesia misionera. María es "la gran señal", que transparenta la luz de Cristo (Apoc 12,1ss). La Iglesia es signo o "sacramento" porque "Cristo, luz de los pueblos, ... resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1).
B) María en los primeros testigos del evangelio
El evangelio de Mateo indica el cumplimiento de las promesas mesiánicas. El "kerigma" o primer anuncio es para todo el género humano. María forma parte de este anuncio, como transparencia de la realidad mesiánica de Jesús. La "genealogía" de Jesús indica al Salvador que, en cuanto hombre, es de nuestra estirpe, nacido de María (Mt 1,1-15). En el "Emmanuel" (Dios con nosotros), se cumplen las esperanzas mesiánicas y llegan a su plenitud las esperanzas de salvación que se encuentran en todos los pueblos (Is 7,14; Mt 1,21-23; Lc 2,31-32).[4]
El evangelio de Lucas subraya la fe de la comunidad y la cercanía de Jesús (su humanidad, su misericordia). María es como "la hija de Sión" (Sof 3,14ss), que recibe al Salvador con una actitud de fidelidad generosa. El Salvador es para todas las generaciones (Lc 1,50) y para todo el pueblo (Lc 2,10). El "gozo" de María, cantado en el Magnificat (Lc 1,47), es anuncio de la buena nueva (anuncio gozoso, "eu-angello") para todas las gentes. María personifica a la comunidad mesiánica que recibe al Salvador para anunciarlo y comunicarlo a toda la humanidad. Su capacidad contemplativa ante la palabra se convierte en transparencia del misterio de Cristo para todos los pueblos (Lc 2, 19-20).[5]
El evangelio de Juan presenta los "signos" por los que Cristo manifiesta su "gloria" o misterio de Verbo encarnado (Jn 1,14). María, con su fe, es modelo de esta actitud creyente (Jn 2,11), que sabe descifrar los signos más pobres, para ver en ellos la donación de Dios al hombre (la "sangre") y la comunicación de su vida divina (el "agua") (Jn 19,34-37). El mismo Espíritu Santo, que formó a Cristo en el seno de María, comunica la vida en Cristo a todos los creyentes (Jn 1,13; 7,37-39). En el primer signo (Caná) y en el último ("glorificación" desde la cruz), María abre el camino a una comunidad de seguidores de Cristo (Jn 2,12) que viven de él como "pan de vida" (palabra y eucaristía), "para la vida del mundo" (Jn 6,48-51).[6]
En la doctrina de Pablo, María, "la mujer" (Gal 4,4s), es modelo de la maternidad de la Iglesia (Gal 4,26) y de la maternidad del apóstol (Gal 4,19). La maternidad de María, de la Iglesia y del apóstol, es siempre instrumento de vida en Cristo o de filiación divina por obra del Espíritu Santo (Gal 4,4-7).[7]
La Iglesia es "misionera por su misma naturaleza" (AG 2), como "sacramento universal de salvación" (AG 1; LG 48), que encuentra en María su personificación o Tipo (LG 53, 63). Viviendo y anunciando el misterio de Cristo nacido de María, la Iglesia reencuentra continuamente su identidad. Al inicio del capítulo mariano de la Lumen Gentium, el concilio Vaticano II, citando el texto paulino de los Gálatas, resume así la acción eclesial de anunciar a Cristo Redentor del mundo: "Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo nacido de mujer,... para que recibiéramos la adopción de hijos (Gal 4,4-5). El cual, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María (Credo). Este misterio divino de salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia" (LG 52).[8]
En la acción misionera de la Iglesia, María está siempre presente, como parte integrante del "kerigma" o primer anuncio. La presencia de María en este primer anuncio a todos los pueblos, es garantía de autenticidad en todos los elementos básicos del mismo anuncio: Cristo Hijo de Dios (María Virgen), Cristo hombre (María Madre), Cristo Salvador (María asociada a Cristo, como figura de la Iglesia).
C) Dimensión misionera de los títulos marianos
Cada uno de los títulos marianos indica un aspecto del misterio de Cristo o de su gracia redentora. Están, pues, es función de hacer patente la historia salvífica realizada por el Señor. Son títulos que la Iglesia ha ido explicitando, en la contemplación y predicación de la Palabra revelada e inspirada: Madre de Dios, asociada a Cristo Redentor, Madre nuestra (acción e intercesión de mediación materna), siempre Virgen, Inmaculada, Asunta y Reina.
La redención realizada por Cristo encuentra, en las gracias concedidas a María, una aplicación especial, mientras, al mismo tiempo, esas gracias indican la relación de Cristo con la Iglesia y con toda la humanidad. Son, pues, títulos que expresan:
- la unión especial con Cristo Salvador universal,
- la función de María en la historia de salvación.
- la relación con la Iglesia "sacramento universal de salvación",
- la cercanía del misterio de Cristo a las circunstancias humanas sociológicas, culturales e históricas.[9]
Al presentar los títulos marianos con esta dimensión salvífica y misionera, recuperan su dinamismo eclesial y su fuerza evangelizadora, puesto que, en cada uno de ellos, se puede encontrar la misión salvífica de la Iglesia como continuación de la de Cristo.
Cuando decimos que María es Madre de Dios, queremos indicar que ella es "la mujer" de la que ha nacido el Hijo de Dios (Gal 4,4), "la madre del Señor" (Lc 1,43). Esta fe se ha formulado con la expresión "Theotokos" (Madre de Dios), contenida en la definición de Efeso (año 431). María es madre del Hijo de Dios en su nacimiento humano; su maternidad dice relación a la persona de Jesús, el Verbo preexistente.
Por medio de la maternidad divina de María, se afirma que Jesús es Dios hecho hombre, "Dios con nosotros" (Mt 1,23), "encarnado en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo" (credo de Nicea). El anuncio de Cristo Salvador universal queda garantizado por el hecho de ser verdadero Dios y verdadero hombre. El cristianismo no es fruto de la experiencia religiosa de un fundador, sino de la encarnación del Hijo de Dios y de su obra redentora de muerte y resurrección.
La asociación de María a Cristo Redentor equivale al título bíblico de "mujer", que comparte la misma "hora" o suerte del Señor (Jn 2,4; 19,26). La vida de María está ligada a la de Jesús. Por ser fiel a la "Palabra", tendrá que compartir la misma "espada" (Lc 2,35). Por esto los Santos Padres la llaman "Nueva Eva", Esposa del Verbo, asociada a Cristo[10]. En esta asociación, María es figura de la Iglesia esposa, que debe compartir la acción salvífica de Cristo anunciándola, haciéndola presente y comunicándola a todos los pueblos (cf. LG 63-65).[11]
La cooperación de María a la obra salvífica se expresa por medio de su realidad de madre nuestra, medianera, intercesora. Siguiendo las palabras de Jesús (cf. Jn 19,26-27), "la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la venera como a madre amantísima, con afecto filial" LG 53). Esta maternidad es una "cooperación" (LG 53) "en el orden de la gracia" (LG 61) o "según el Espíritu" (RMa 21) y a modo de "influjo salvífico" (LG 60). Esta maternidad se realiza como "intercesión" (LG 62) y "mediación" (LG 60). Es como una "presencia activa y materna" (RMa 1,24,28,48,52). María participa de modo especial en la única mediación de Cristo, que es "el único mediador entre Dios y los hombres" (1Tim 2,5).[12]
La cooperación de María indica la dignidad de la persona humana, que es salvada por la acción divina y teniendo en cuenta la propia colaboración libre. La doctrina patrística sobre la cooperación humana a la obra salvífica, se resume en el aforismo: "Dios salva al hombre por medio del hombre". Es el tema de la "Alianza": el "sí" de Dios reclama y hace posible el "sí" del hombre. La acción evangelizadora de la Iglesia es una concretización de esta realidad mariana de "mediación" materna. María es figura de la Iglesia medianera y evangelizadora.[13]
La virginidad de María ("aeiparthenos") es una "señal" de la divinidad de Jesús, en cuanto que la acción del Espíritu Santo en toda la vida del Señor (desde su concepción virginal hasta la resurrección) deja entrever su filiación divina. Es, pues, la "señal" que manifiesta a Jesús como "Emmanuel" (Mt 1,23; Is 7,10-16). La maternidad virginal de María es "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18), que la "ha cubierto con su sombra" (Lc 1,35), para poder "concebir" al "Hijo del Altísimo" (Lc 1,31-32).
Todo el ser de María, cuerpo y espíritu, queda abierto a la acción del Espíritu de modo permanente, como fruto excelso de la redención, para ser expresión del misterio de Cristo: "recibió al Verbo en su alma y en su cuerpo y dio la vida al mundo" (LG 53). Es, pues, fidelidad esponsal y permanente a Cristo: "se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo" (LG 56). La virginidad de María muestra su máxima maternidad, Madre de Dios y Madre de todos los hombres, como figura de la maternidad virginal y fecunda de la Iglesia (cf. LG 63). La dimensión cristológica y eclesial de la virginidad de María deja entrever la realidad del misterio de Cristo y de la Iglesia. El anuncio de la maternidad virginal de María es anuncio de la verdadera divinidad y humanidad de Jesús, así como de la realidad sobrenatural de la Iglesia "sacramento universal de salvación", que es virgen fiel a la Palabra y a la acción del Espíritu, y madre fecunda.[14]
La santidad de María, "la llena de gracia" (Lc 1,28), la "toda santa", indica que ha sido "redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo" (LG 53).. El "don" gratuito, que ella ha recibido, está relacionado con la misión de Madre de Dios y Madre nuestra. Ella es la elegida y amada de modo permanente, desde su concepción inmaculada hasta su glorificación en cuerpo y alma a los cielos (Asunción y realeza). Esta gracia la ha hecho siempre fiel, sin pecado personal ni original.[15]
María es "la gran señal" (Apoc 12,1), como "asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo... para que se asemejara más plenamente a su Hijo... vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59). En la Inmaculada y Asunción, aparece la redención de Cristo en toda su integridad, como signo de una humanidad que un día quedará totalmente santa y glorificada, en cuerpo y alma. La creación quedará totalmente renovada. La vida humana adquiere pleno sentido por esta dimensión escatológica que da valor a la historia presente. La realidad de la Iglesia, como "sacramento universal de salvación", tiene este sentido escatológico de ser fermento de una nueva humanidad y de una creación "perfectamente renovada en Cristo" resucitado (LG 48).[16]
2. María en la misión de la Iglesia
La realidad de gracia que la fe descubre en María ayuda a conocer mejor la realidad de Cristo que se prolonga en la Iglesia para comunicarse a todos los pueblos. Las aspiraciones de toda la humanidad hacia la perfección y salvación, se encuentran realizadas en María: "A partir de la humilde esclava del Señor, la humanidad inicia su retorno hacia Dios" (MC 28).
Anunciando el Misterio de Cristo, nacido de María y que sigue asociando a María en la obra redentora, la Iglesia se realiza como "sacramento universal de salvación" (AG 1; LG 48), es decir, como "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).[17]
La maternidad universal de María y de la Iglesia se postulan mutuamente para hacer realidad el mandato misionero de Jesús. La figura bíblica de María ayuda a la Iglesia a construir la "comunión" universal. Meditando el Misterio de Cristo, como María y con su ayuda, la Iglesia toma conciencia de su propia realidad de misterio (signo de Cristo), comunión y misión. La diversidad de valores por los que se diferencian entre sí los pueblos y las culturas, encuentran en la Iglesia un principio de unidad, de purificación y de sublimación.
A) María figura de la Iglesia
La "identidad" de la Iglesia se encuentra principalmente en el modelo mariano: "Se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención" (LG 56; cf. RMa 40).
María, por cada una de las gracias recibidas y por cada uno de sus títulos, es siempre "Tipo" de la Iglesia. Es, pues, modelo (ejemplo, figura), personificación e instrumento:
ejemplo, personificación
María Tipo ----------------------- Iglesia como María
influjo, ayuda
María está "íntimamente unida con la Iglesia" (LG 63). "Con ella y como ella" (RMi 92), recibe al Verbo bajo la acción del Espíritu Santo, en un proceso de escucha, respuesta y donación. Marialis cultus expone el paralelismo María-Iglesia, como Virgen oyente, orante, oferente, Madre (MC 17-20). En María, la Iglesia encuentra el modelo de "consagración total a la persona y a la obra de su Hijo", para "convertirse en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano" (LG 56).[18]
María es siempre modelo de la fe de la Iglesia. Se trata de una fe vivencial y comprometida, de quien "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (RMa 2; LG 58). En esta "peregrinación en la fe... María precedió... y sigue precediendo" a la Iglesia como su personificación (RMa 5-6). Es una actitud de aceptación plena de la Palabra divina, así como de unión incondicional con sus designios de salvación por Cristo y en el Espíritu Santo (cfr. RMa 12-19).
Al subrayar el título mariano de Tipo de la Iglesia, el Vaticano II, señala la línea vivencial y misionera: "La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es Tipo de la Iglesia, en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo" (LG 63).[19]
En el título mariano de Tipo o figura, la Iglesia se encuentra a sí misma:
- personificada en María y unida plenamente a Cristo,
- realizada ya en María, aunque de camino hacia la plenitud en Cristo,
- virgen fiel y madre fecunda como María, en el anuncio y comunicación del misterio de Cristo,
- llamada como María a la asociación esponsal con Cristo.
La relación entre María y la Iglesia deriva hacia la misión de colaborar en la obra salvífica. Jesús continúa asociando a María como Madre y Tipo de la Iglesia, actuando en el mundo por medio de signos eclesiales. María pertenece plenamente al principio fontal de la Iglesia, que es Cristo. Por esto, la Iglesia, al identificarse con María, se siente más unida al Señor, a los planes salvíficos del Padre, a la acción del Espíritu Santo y a la obra de salvación universal.
B) María figura de la maternidad y sacramentalidad de la Iglesia
La maternidad "espiritual" de María se dirige no solamente a los creyentes individualmente, sino especialmente como comunidad eclesial. Esta maternidad se realiza "en la Iglesia y por medio de la Iglesia" (RMa 24). Por esto María es Madre de la Iglesia, es decir, "Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores".[20]
En el cenáculo de Jerusalén, La Iglesia, reunida con María, comenzó su "nueva maternidad en el Espíritu" (RMa 47), que constituye su razón de ser y, por tanto, su misionariedad. En todas las épocas históricas, el Espíritu Santo hace posible la misión de la Iglesia, comunicándole nuevas gracias para "dar testimonio con audacia de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo" (Act 4,33).
Los períodos más fecundos para la evangelización se han caracterizado por la toma de conciencia sobre la maternidad de la Iglesia. Ello se hace patente de modo especial en la vida y en los escritos de los santos. De este "sentido" de Iglesia, se pasa fácilmente a María Tipo de la maternidad eclesial.[21]
La maternidad de la Iglesia es "ministerial" y "sacramental" en cuanto que obra a través de los ministerios o servicios proféticos, cultuales y de caridad, como signos eficaces y portadores de Cristo. "La Iglesia... se hace madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64). En esta maternidad apostólica la Iglesia imita a María: "Por esto también la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacida de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).[22]
El ser y la función apostólica de la Iglesia son una maternidad permanente y universal. La naturaleza de esta maternidad es de instrumentalidad salvífica. La permanencia de esta misma maternidad puede parangonarse a la de María: "Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos" (LG 62).
La relación entre la maternidad de María y la de la Iglesia es tan estrecha, que se puede hablar de una sola maternidad (cf. RH 22). Propiamente es la maternidad de María que se actualiza por medio de la Iglesia: "Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24).
al Verbo
Virgen fiel ------------------------- Madre fecunda
al Espíritu
Esta realidad materna, mariana y eclesial, se basa en el hecho de que Cristo sigue presente y operante en los signos eclesiales (Mt 28,20), asociando a María y a la Iglesia (cf. Jn 19,25-27). La misión que la Iglesia ha recibido de Cristo (Jn 20,21-22) se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. Ella anuncia, presencializa y comunica a Cristo, para que sea realidad viviente en el corazón de cada ser humano.
El término "maternidad", aplicado a la misión de la Iglesia, encuentra su punto de apoyo en la misma doctrina de Jesús sobre las dificultades del apostolado (cf. Jn 16,20-22). San Pablo hace uso de esta terminología, incluso con el símil de los "dolores de parto" (Gal 4,19), en un contexto que es, al mismo tiempo, mariano (Gal 4,4-7), apostólico (Gal 4,19) y eclesial (Gal 4,26).[23]
La enseñanza paulina sobre la maternidad de la Iglesia se basa en el texto de Isaías sobre la nueva Sión o nueva Jerusalén, que será madre de todos los pueblos (Is 54,1; 11,12). Esta nueva Jerusalén "es libre y es nuestra madre" (Gal 4,26), y tiene su comienzo en "la plenitud de los tiempos", cuando "Dios ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4). Toda la humanidad está llamada a participar en la filiación divina de Cristo por obra del Espíritu Santo (Gal 4,6), puesto que él es "el Salvador de todos" (1Tim 4,10).[24]
En cada comunidad eclesial se concretiza la maternidad de la Iglesia (2Jn 1,4.13). Todo creyente recibe la vida divina por medio de la Iglesia o de los signos eclesiales; por esto la fe en la Iglesia se puede expresar de este modo: "Creo en la santa Iglesia, madre"[25]. Pero, al mismo tiempo, todo creyente es Iglesia madre, como parte activa e integrante de una comunidad que es madre por los servicios del profetismo, culto y realeza (cf. PO 6). Toda comunidad eclesial, y especialmente la Iglesia particular, se hace responsable de poner en práctica esta maternidad que es de misionariedad universal.[26]
La condición de Iglesia peregrina hace descubrir el significado de las dificultades y persecuciones. Estas tribulaciones forman parte de la maternidad y misionariedad de la Iglesia y se transforman en fecundidad cuando la vida se hace donación. Estos son los "dolores de parto" inherentes a la vida apostólica (Jn 16,20-21; Gal 4,19), que hacen de la Iglesia (personificada en María) "la gran señal" (Apoc 12,1ss). Cristo continúa asociando a la Iglesia, que debe ser consorte (esposa) de sus sufrimientos (Ef 5,25ss), a imitación de María que fue llamada a compartir la "suerte" (espada) y "la hora" de Cristo (Lc 2,35; Jn 19,25-27). Los signos eclesiales de esta maternidad, como son las vocaciones y los ministerios, participan de estas reglas evangélicas de saber morir para resucitar con Cristo, como "el granito de trigo" (Jn 12,24).
Jesús continúa asociando a María su madre en la aplicación de la redención, también en su presencia activa de resucitado, por medio de los signos eclesiales que constituyen la maternidad ministerial y sacramental de la Iglesia. En esta perspectiva salvífica, mariana y eclesial, se comprende mejor el principio patrístico, repetido por el concilio, sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación (cf. LG 14, 16; AG 7).
Cristo es el único Salvador, porque las semillas evangélicas que Dios ha sembrado en todos los corazones y en todos los pueblos (culturas, religiones...) tienden, por sí mismas, a hacerse explícitamente Iglesia ya en esta tierra. La maternidad de la Iglesia, en relación con la maternidad de María, es instrumento de Cristo, tanto para que su salvación llegue a cada ser humano (todavía no explícitamente cristiano), como para que toda la humanidad llegue un día a ser explícitamente la Iglesia que Cristo ha instituido como signo visible y sacramental de salvación para todos.
La maternidad de la Iglesia tiene carácter "virginal", en el sentido de fidelidad a la palabra de Dios y a la acción del Espíritu Santo. Esta fidelidad virginal, a ejemplo de María, es fidelidad a la doctrina (fe), a las promesas (esperanza) y a la acción amorosa de Dios (caridad). La Iglesia es madre como medianera de verdad, como portadora de las promesas divinas y como instrumento de vida divina.
En la medida en que la Iglesia es virgen fiel, se hace también madre y esposa fecunda, "sacramento universal de salvación" (AG 1, en relación con AG 4). María es modelo y ayuda de esta virginidad maternal de la Iglesia: "Como ya enseñó san Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues, en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre" (LG 63; cf. RMa 44).
Así, pues, "se puede afirmar que la Iglesia aprende también de María la propia maternidad.... Porque, al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia" (RMa 43).
C) La Iglesia se hace evangelizadora en Cenáculo con María
El proceso de maternidad virginal de María se realizó bajo la acción del Espíritu Santo (Lc 1,35; Mt 1,18-20). La Iglesia comenzó a ser misionera y madre guiada por esta misma acción del Espíritu, a modo de "plenitud" (Act 2,4), que capacita para anunciar a Cristo con audacia (Act 2,32-33; 4,31). "La era de la Iglesia empezó con la venida, es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el cenáculo de Jerusalén junto a María, la Madre del Señor" (DeV 25).[27]
La presencia de María en la comunidad eclesial que preparaba Pentecostés (Act 1,14), se ha convertido en un hecho paradigmático, como punto de referencia para toda época histórica de la Iglesia. En esta realidad bíblica se entrecruzan las imágenes e la anunciación (Nazaret) y de Pentecostés (cenáculo). "Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (AG 4); "antes de Pentecostés... también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la anunciación ya la había cubierto con su sombra" (LG 59).
La realidad misionera de la Iglesia arranca de la encarnación y de la redención, pero se manifiesta desde el día de Pentecostés: "La Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; comenzó la difusión del evangelio por la predicación y fue, por fin, prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe por medio de la Iglesia de la Nueva Alianza" (AG 4). Esta misionariedad de la Iglesia tiene características de maternidad: "La Iglesia, contemplando su profundidad santidad e imitando su caridad (de María) y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64).
María en la anunciación simboliza a la Iglesia y la precede. Por esto en Pentecostés se encuentra en medio de la comunidad eclesial, como expresión de la misma Iglesia: "Por consiguiente, en la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén" (RMa 24).
Es ya una "constante", en la época postconciliar del Vaticano II, la invitación a reunirse en cenáculo con María. En Evangelii nuntiandi, Pablo VI hizo esta invitación para preparar el año dos mil, puesto que ya estamos en "la vigilia del tercer milenio": "En la mañana de Pentecostés, ella (María) presidió con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del Espíritu Santo. Sea ella la estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de esperanza" (EN 82).[28]
En su primera encíclica, Juan Pablo II hacía una invitación semejante, puesto que estamos en "un nuevo adviento" (RH 1, 20, 22), en una "nueva etapa de la vida de la Iglesia" (RH 6), en una "época hambrienta de Espíritu" (RH 18). Esta invitación se ha ido repitiendo, de modo más insistente durante el año mariano.[29]
En el fondo de esta temática mariana y eclesial se encuentra el tema del Espíritu Santo, que hace madre a María y hace misionera y madre a la Iglesia. En Marialis cultus, Pablo VI subrayó esta relación: "María es también la Virgen-Madre... constituida por Dios como tipo y ejemplar de la fecundidad de la Virgen-Iglesia, la cual se convierte ella misma en madre"... (MC 19; cita a LG 64).[30]
Los momentos más fecundos de la historia de la Iglesia han sido aquellos en los que se ha tomado conciencia de esta realidad mariana y eclesial. Se podría hablar de un "nuevo Pentecostés", en el sentido de recibir nuevas gracias del Espíritu Santo para poder afrontar nuevas situaciones eclesiales. Así lo dejó entrever el Papa Juan XXIII, al convocar el concilio Vaticano II y en la oración para pedir el éxito del mismo: "Renueva en nuestra época los prodigios de un nuevo Pentecostés".[31]
La misión que la Iglesia recibió de Cristo es la misma del Señor (Jn 20,21; 17,18). Es, pues, misión bajo la acción del Espíritu Santo (Act 1,8), como fue la de Cristo (Lc 4,18). Se trata de anunciar y comunicar un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5), como fruto de la glorificación de Jesús (Jn 7,37-39; 19,35).
Esta misión, que Cristo recibió del Padre y que ejerció bajo la guía del Espíritu Santo, al ser comunicada a la Iglesia, constituye la fuente de la fecundidad eclesial (Jn 15,26-27; 16,13-15). Por esto Jesús compara la vida y acción apostólica a una maternidad que, para llegar al gozo de la fecundidad, ha de pasar por los dolores de parto (Jn 16,20-22). Pablo aplicó este símil materno a su propio trabajo apostólico (Gal 4,19; cf. 1Tes 2,7-8), en el contexto de la maternidad de María (Gal 4,4) y de la Iglesia (Gal 4,26).
Esta realidad misionera y materna de la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, fundamenta el deseo que la misma Iglesia tiene de vivir en cenáculo con María (Act 1,14). Guiada por el Espíritu Santo, la Iglesia vive de la palabra y de la eucaristía, se edifica como fraternidad y se orienta audazmente hacia la evangelización (cf. Act 2,42-47; 4,31-34). María está presente de modo ejemplar y activo en este proceso de maternidad.
El mismo Espíritu Santo, que hizo madre a María siempre Virgen, hace misionera y madre a la Iglesia. La maternidad eclesial, como fecundidad apostólica, es, pues, obra del Espíritu Santo. Efectivamente, el Espíritu Santo "guía la Iglesia a toda la verdad... la unifica en comunión y ministerio... Con la fuerza del evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).
La acción del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia en todo el proceso de maternidad apostólica, la constituye en "instrumento eficaz" de vida divina. Por esto, "la comunidad eclesial ejerce una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo" (PO 6). De ahí deriva la actitud espontánea de la Iglesia de "identificarse" con María en la anunciación y de sentirla siempre presente en el cenáculo de cada comunidad apostólica (cf. LG 65).
La venida del Espíritu Santo no se limita, pues, a la comunidad eclesial, sino que, por medio de ella, se prolonga en toda la humanidad. Por el Espíritu Santo, la Iglesia, a imitación de María, se hace madre y evangelizadora de todos los pueblos (cf. Act 10,45; 11,15.18).
3. Dimensión mariana de la vida y del ministerio del apóstol
El "sentido" y amor de Iglesia, que equivale a la conciencia fiel de ser Iglesia "misterio" (signo de Cristo) y "comunión" (fraternidad), lleva necesariamente a responsabilizarse de la "misión" materna de la Iglesia. La relación con María nace espontáneamente en el corazón del apóstol y de la comunidad que quiere vivir su realidad de ser Iglesia madre y misionera.
La dimensión mariana de la misión hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). Por esto, así como María "ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente", sigue ayudando también a la Iglesia de cada época para que "todas las familias de los pueblos... lleguen a reunirse felizmente en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios" (LG 69). El apóstol vive su entrega a la misión como "amor maternal" a ejemplo de María (LG 65; RMi 92)
Toda renovación eclesial, bajo la acción del Espíritu Santo, se realiza en el paradigma del Cenáculo. María sigue presente de modo activo y materno en la vida y en ministerio del apóstol: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92).[32]
A) María en el camino de la vocación apostólica
La vocación de todo cristiano es una llamada a la santidad, es decir, "a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). Y es también llamada a la misión de anunciar a Cristo para ser sus "testigos hasta los confines de la tierra" (Act 1,8).[33]
María es modelo de respuesta a la vocación (cf. Lc 1,38) y de fidelidad a la misión (cf. Lc 1,40-41). Es "la mujer" (Jn 2,4), modelo de fe en la comunidad eclesial (cf. Lc 8,19-21). "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 36). Por esto, "con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones... en la Iglesia" (PDV 82).
La ejemplaridad y la ayuda materna de María en la vocación del apóstol tiene lugar desde el inicio del seguimiento evangélico, como actitud de fe, de desprendimiento y de asociación a Cristo. En el milagro de Caná, donde María manifestó su fidelidad incondicional al Señor ("haced lo que él os diga": Jn 2,5), "Jesús manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él" (Jn 2,11). Esta fe se convirtió en seguimiento: "después estos, bajó a Cafarnaún con su Madre, sus hermanos y sus discípulos" (Jn 2,12).
La presencia activa de María en el camino vocacional, se convierte en ayuda de la acción salvífica:
- en el inicio del camino vocacional como en la santificación del Precursor y en la fe de los primeros discípulos (Lc 1,15.41; Jn 2,11),
- en el seguimiento apostólico que incluye la intimidad con Cristo y la misión (Jn 2,12; Mc 3,14),
- en los momentos de dificultad, cuando es necesario vivir el misterio de la cruz (Jn 19,25-27),
- en los períodos de renovación por las nuevas gracias del Espíritu Santo (Act 1,14; 2,4).
La fidelidad a la propia vocación apostólica produce el gozo de saberse amado y capacitado para amar. Es el "gozo" que canta María en el "Magnificat" (Lc 1,47), partícipe de la misma "espada" o suerte de Cristo, como "gozo en el Espíritu" (Lc 10,21), que ayuda a superar los momentos de soledad y de fracaso humano para transformarlos en misterio de Pascua (Jn 12,24ss; 16,20-22).
La ejemplaridad e "influjo salvífico" (LG 60) y materno de María llega a cada vocación según su especificidad espiritual y misionera. En la vocación laical, la línea misionera se dirige hacia la inserción en las estructuras humanas, como fermento evangélico, según la propia responsabilidad y en comunión con la Iglesia (cf. LG 31; GS 43; CFL 64). "El modelo de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María", puesto que, "mientras vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones y trabajos familiares, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador" (AA 4). Los laicos, pues, imitan a María y "encomiendan su vida apostólica a su solicitud materna" (ibídem).[34]
La vocación a la vida consagrada se concreta en el seguimiento evangélico radical, como "género de vida virginal que Cristo Señor escogió para sí y que la Virgen Madre abrazó" (LG 46; cf. RD 17)). Esta consagración radica en la consagración bautismal, expresando "su plenitud" (PC 5). Es amor de totalidad a Cristo y a la Iglesia (cf. LG 44). Se concreta en la práctica permanente de los consejos evangélicos, vividos con cierta ayuda fraterna y apuntado hacia la disponibilidad misionera. Es consagración y misión. Así "consiguen la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios" (can. 573, pár. 1).[35]
María es "modelo" de la vida consagrada, puesto que "ella es la más plenamente consagrada a Dios; consagrada del modo más perfecto; su amor esponsal alcanza el culmen en la Maternidad divina por obra del Espíritu Santo" (RD 17). En María y en la Iglesia, "la maternidad es fruto de la donación total a Dios en la virginidad" (RMa 39). Por esto la consagración se hace maternidad en la misión: "la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el Espíritu" (RMi 70). Por esto, la vida consagrada es "un reflejo de la presencia de María en el mundo".[36]
La vocación sacerdotal corresponde a quienes reciben el sacramento del Orden, para "representar sacramentalmente a Jesucristo Cabeza y Buen Pastor" (PDV 15-16) y, por tanto, "obrar en su nombre" o "en persona de Cristo Cabeza" (PO 2). Ello comporta la participación en el ser sacerdotal de Cristo, la prolongación de su obrar sacerdotal y la transparencia de su estilo de vida de Buen Pastor.[37]
La relación de María con el sacerdote ministro se basa en este triple dato: consagración, función, vivencia. María es Madre de Cristo Sacerdote, de cuya consagración, acción salvífica y estilo de vida participa el sacerdote ministro (cf. PO 18). La consagración sacerdotal de Cristo ha tenido lugar en el seno de María (por la unión hipostática); el mismo Señor ha querido asociar a María en su acción salvífica y ha querido que ella compartiera su misma vida y misión (Lc 2,35; Jn 19,25). En este sentido, se puede comprender la afirmación frecuente en el magisterio sobre María como Madre especial del sacerdote ministro, puesto que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).[38]
B) María en la acción evangelizadora
La acción evangelizadora de todo apóstol (laico, religioso, sacerdote) consiste en prolongar la misma misión de Cristo en el tiempo y en el espacio (cf. Jn 20,21; AG 6). "Los fieles, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo", quedan "integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo" (LG 31). Como hemos visto en el apartado anterior, María está relacionada con cada vocación, sea en el camino de la santidad que en el camino de la misión.[39]
La presencia activa de María en la acción evangelizadora del apóstol tiene lugar en sus tres dimensiones: profética (de anuncio y testimonio), litúrgica (de celebración de los misterios de Cristo), diaconal (de servicios de caridad y de organización). En la acción apostólica:
- se anuncia a Cristo "nacido de María la mujer" (Gal 4,4),
- se celebra el misterio pascual de Cristo que ha querido asociar a María (cf. Jn 19,25ss),
- se comunica la vida en Cristo, de la que María es instrumento materno "en el orden de la gracia" (LG 61).
La acción apostólica de anuncio tiende a presentar a Cristo Dios, hombre, Salvador. María entra espontáneamente en este anuncio porque su virginidad deja entrever la divinidad de Jesús: es "el Hijo de Dios" (Lc 1,35), concebido "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,20). Su maternidad indica la realidad humana de Jesús, "nacido de la mujer" (Gal 4,4), "de la estirpe de David" (Mt 1,1; Rom 1,3). María es "la madre del Señor" (Lc 1,43).[40]
La acción apostólica de celebrar de los misterios de Cristo tiene lugar en la liturgia y, de modo especial, en la celebración eucarística. La asociación de María a Cristo, que "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21), demuestra que Dios salva al hombre por medio del hombre. Ella "se asoció con entrañas de madre a su sacrificio" (LG 58) y, de este modo, prefigura la cooperación de la Iglesia en la obra apostólica. Esta realidad salvífica tiene lugar especialmente en la celebración eucarística, donde la "epíclesis" (invocación del Espíritu Santo) recuerda la encarnación en el seno de María.[41]
La acción apostólica de construir la comunidad en la comunión se realiza con los servicios proféticos (anuncio y testimonio), litúrgicos y hodegéticos (de dirección, animación, caridad). La comunidad se construye en la unidad, como la primera comunidad eclesial, "con María, la Madre de Jesús" (Act 1,14), escuchando la palabra, orando, celebrando la eucaristía y compartiendo los bienes (cf. Act 2,42-45). Esta vida de comunión, bajo la acción del Espíritu, lleva a "anunciar la Palabra con audacia" (Act 4,31). Esta acción apostólica de la comunidad es "una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo" (PO 6). María es el Tipo de esta maternidad apostólica de la Iglesia (cf. LG 65).
C) María en la vida del apóstol
La vida "espiritual" del apóstol, como "vida según el Espíritu" (Rom 8,9), se puede concretar en la caridad pastoral, a imitación de Cristo Buen Pastor. Es, pues, vida profundamente relacionada con Cristo, en comunión de hermanos, para compartir su misma vida y para prolongar su misión y acción salvífica. Se participa en la "consagración" y "misión" de Cristo por el Espíritu Santo (Lc 4,18; cf. Jn 20,21-23).
Esta espiritualidad del apóstol queda matizada por la misión; por esto se llama espiritualidad misionera. Los trazos fundamentales de esta espiritualidad tiene un marcado acento mariano:
- "plena docilidad al Espíritu" (RMi 87) con el ejemplo y ayuda de María (Lc 1,35.39-45),
- "comunión íntima con Cristo" (RMi 88) como María "la mujer" asociada a la obra salvífica del Señor (Jn 2,4; Lc 2,35),
- "ardor de Cristo por las almas" como "hombre de la caridad" (RMi 89) a ejemplo de la maternidad de María (Jn 19,25-27; Gal 4,4-19),
- "anhelo de santidad" como fidelidad a la Palabra y a la voluntad divina (RMi 90) siguiendo la pauta mariana (Lc 1,38; Jn 2,5),
- "fidelidad a la Iglesia" (RMi 90) en estrecha unión a quien es Tipo de la Iglesia (Apoc 12,1),
- ser "contemplativo en la acción" (RMi 91) "meditando la Palabra en el corazón" como María (Lc 2,19.51).[42]
La presencia activa y materna de María es una realidad, tanto en el camino de la vocación (cf. A), como en la acción apostólica (cf. B) y en la vida personal y comunitaria del apóstol. La vida del apóstol está jalonada de signos de esta presencia mariana, desde el despertar de la vocación (Jn 2,11-12), hasta los momentos de dolor fecundo (Jn 19,25-27; Gal 4,4.19) y de nuevas gracias del Espíritu Santo (Act 1,14; 2,3).
María sigue influyendo, con su testimonio e intercesión, en la fe apostólica de la Iglesia y de todo evangelizador: "Esta fe de María... precede el testimonio apostólico de la Iglesia y permanece en el corazón de la Iglesia" (RMa 27). El modelo mariano de la fe (Lc 1,45) sigue influyendo en los apóstoles de todos los tiempos (cf. Jn 2,11; 20,29).
La actitud mariana del apóstol se convierte en "unidad de vida" (PO 14), que armoniza vida interior y acción externa, siguiendo el ejemplo y las indicaciones de María: "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38), "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). La santificación por medio de los ministerios tiene lugar desde esta búsqueda de la voluntad del Padre, a imitación de Cristo Buen Pastor (cf. Jn 10,18). La actitud apostólica a imitación de María se concreta en:
- apertura a los planes salvíficos de Dios (Lc 1,28-29.38),
- fidelidad a la acción del Espíritu (Lc 1,35.39-45),
- contemplación de la Palabra (Lc 1,46-55; 2,19.51),
- asociación esponsal a Cristo (Lc 2,35; Jn 2,4)
- donación sacrificial con Cristo Redentor (Jn 19,25-27),
- tensión escatológica hacia el encuentro definitivo (Apoc 12,1; 21-22).
Jesús comparó a los Apóstoles con una madre que sufre para dar a luz (cf. Jn 16,20-22). San Pablo expresó su celo apostólico usando esta misma comparación, como dolor de madre transformado en donación para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). La figura tipo de esta maternidad, en el contexto paulino, es "la mujer" de la que nace el Hijo de Dios, para hacernos partícipes de su filiación por obra del Espíritu (Gal 4,4-7). La Iglesia es "madre" por medio de la acción apostólica, como continuación de la maternidad de María (Gal 4,26). Por esto la caridad o celo apostólico tiene estas características: "¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre; más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor espera de cada predicador del evangelio, de cada constructor de la Iglesia" (EN 79).[43]
La misión eclesial de maternidad se actualiza en todas las épocas con la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo. Así se comprende por qué la actitud apostólica, siendo una concretización de la maternidad eclesial, debe ser un trasunto del amor materno de María: "María es modelo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65; RMi 92).[44]
ORIENTACION BIBLIOGRAFICA
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Nota: Ver otras fichas bibliográficas en este capítulo: "Kerigma" (nota 2-3); Mateo (nota 4-5); Lucas (nota 5); Juan (nota 6); Pablo (nota 7 y 24); manuales de mariología (nota 9); María asociada a Cristo (nota 11); maternidad espiritual de María (nota 12); mediación mariana (nota 13); virginidad de María (noa 14); santidad de María (nota 15); Inmaculada y Asunta (nota 16); en la misión de la Iglesia (nota 17); Tipo de la Iglesia (nota 19); Madre de la Iglesia (nota 20); Espíritu Santo y María (nota 30); espiritualidad de la Iglesia (nota 32); en el camino de la vocación (nota 33); en la vida religiosa (nota 36); en la vida sacerdotal (nota 38); Eucaristía y María (nota 41).
INDICE DE MATERIAS
Nota: Nos remitimos a la división numérica de los capítulos respectivos. Por ejemplo: cap. IV, 3, B = Capítulo IV, número 3, letra B.
Acción evangelizadora: De Cristo cap. I, 2. De la Iglesia cap. VII. Fidelidad al Espíritu cap. V, 3, C. Acción misionera específica cap. VII, 1. Anuncio, celebración y servicios cap. VII, 2. De la comunidad eclesial cap. VII, 3. Presencia mariana cap. XII, 3, B.
Ad Gentes: cap. II, 4, B-C; , 1, C.
Africa: cap. II, 3, A.
Agentes: De la acción evangelizadora cap. VI, 3.
Alianza: cap. I, 1, B; 2, C.
Ambitos nuevos: Perspectivas nuevas de la misión cap. II, 3, B-C; cap. VI, 2, A.
América Latina: cap. II, 3, A; 4, C.
Amor:De Dios, fuente de la misión cap. III, 1, C. Mundo amado por el Padre cap. IV; 1, C.
Animación misionera: Significado y medios cap. IX, 2; servicios cap. IX, 3; coordinación cap. IX, 3, C. Obras Misionales Pontificias cap. IX, 3, C.
Antiguo Testamento: Misión preanunciada cap. I, 1, B.
Antropología: cap. I, 3; IV, 1, B-C; VI, 2, A; VII, 2, C. Ver Culturas.
Anuncio: La Buena Nueva y el Reino cap. I, 2, A; cap. VII, 1, A. "Kerigma" o primer anuncio cap. III, 2, B; cap. VII, 1, A. Anunciar a Cristo Dios, hombre, Salvador cap. IV, 3. Anuncio y testimonio cap. VII, 2, A. Anuncio y diálogo cap. VIII, 3, A.
Año litúrgico: cap. VII, 2, B.
Apóstol: Significado cap. IV, 2. Misión del Espíritu cap. V, 3. Los doce apóstoles cap. VI, 3, A. Espiritualidad cap. X, 3, B; XI, 1, A. Aspecto mariano cap. XII, 3.
Apostolado: v. Acción apostólica, evangelización, misión.
Arciprestazgo: cap. VII, 3, B; IX, 1, A.
Asia: cap. II, 3, A.
Bautismo: Llamada al bautismo cap. VII, 1, A. Vida nueva cap. III, 3, A. Ver Sacramentos.
Bienaventuranzas:En la predicación y vida de Jesús cap. I, 2; IV, 1. Anuncio cap. VII, 2, A. Signo evangelizador cap. VIII, 2, C; X, 2, C; 3, C. En la vocación cristiana y misionera cap. XI, 1.
Budismo: cap. VIII, 2, A.
Buen Pastor: cap. I, 2, C; X, 2, B.
Caridad: De Cristo cap. I, 2, C. Servidores de la caridad cap. VII, 2, C; IX, 3. Caridad pastoral del sacerdote cap. XI, 2, C, c. Ver Amor, Dios Amor.
Carismas: Armonía de carismas cap. VII, 3, B. Ver Espíritu Santo.
Catecumenado: Camino bautismal cap. VII, 1, A.
Catecismo de la Iglesia Católica: cap. II, 4, C; VI, 2, C.
Catequesis:Catequistas cap. VI, 3, B, c. En la acción evangelizadora de la Iglesia cap. VII, 2, A; 3, B.
Celo apostólico: Cap. I y IV 1-2. Ver Caridad.
Cenáculo: Ver Espíritu Santo, María.
Código de Derecho Canónico: Contenido misionero cap. II, 4, C.
Colegialidad Episcopal: Ver Obispo.
Comunidad eclesial: Pertenecer a ella cap. VII, 1, A. Construir la comunidad cap. VII, 3. Hacerla misionera cap. IX 1. Comunidades de base cap. VII, 3, A. Ver Comunión.
Comunidades eclesiales de base: cap. VII, 3, A.
Comunión eclesial:Misterio de comunión cap. III, 2, A. Construir la comunión cap. III, 3, B. En el corazón cap. III, 3, A. En la comunidad eclesial cap. III, 3, B. En la comunidad humana cap. III, 3, C. Fuerza evangelizadora cap. VII, 3, C. Armonía entre vocaciones, ministerios y carismas cap. VII; 3, B. En el seguimiento cap. XI, 1, A.
Concilio: Cap. II, 4, B.
Conferencias Episcopales: Cap. VI, 3, A, C. Ver Obispos.
Confirmación: Sacramento de iniciación cap. VII, 1, A.
Confucianismo: cap. VIII, 2, A.
Congregación evang. de los pueblos: Historia cap. II, 3, A. Dirigir y coordinar esfuerzos misioneros cap. VI, 3, C; cap. IX, 3, A-C.
Consejos evangélicos: v. Seguimiento, Vida consagrada.
Consejos pastoral y presbiteral: cap. VII, 3, B; IX, 1, A.
Contemplación: En los nuevos ámbitos de la misión cap. II, 3, C. Elemento básico en la espiritualidad misionera cap. X, 3, C. En la espiritualidad del apóstol cap. X, 3, B. Peculiaridad de la experiencia religiosa cristiana cap. VIII, 2, C.
Contextualización: Cap. IV, 3, D. Ver Inculturación.
Conversión: Llamada a la conversión cap. VII, 1, A.
Cooperación:En la acción misionera cap. VII, 3, B. En la animación misionera cap. IX, 2-3.
Coordinación: Coordinar los esfuerzos misioneros cap. VI, 3, C. En la animación misionera cap. IX 3, C. Ver Cooperación.
Cristianismo: Peculiaridad cap. VIII, 1-2.
Cristo: Enviado, evangelizador, Salvador cap. I. Cristo Dios, hombre, Salvador cap. IV, 3. Maestro, Sacerdote, Pastor, Rey cap. IV, 3, C. Ver Jesús.
Cristología:Problemática misionera cap. II, 2, B. Dimensión cristológica de la misión cap. IV. Cristología en clave misionera cap. IV, 3, D.
Cruz:Cap. III, 1, B; cap. IV, 1, A. Dimensión misionera cap. X, 3, B.
Culto: v. Liturgia.
Culturas: Misión que trasciende las culturas cap. IV, 1, B. Evangelizar las culturas cap. VIII, 1. Ver Inculturación.
Derecho canónico: cap. II, 4, C.
Diálogo: Diálogo y anuncio cap. VIII, 3, A. Diálogo interreligioso cap. VIII, 3, B. Diálogo ecuménico cap. VIII, 3, C.
Diócesis misionera: v. Iglesia particular.
Dios Amor: Fuente de la misión cap. III, 1. Anuncio cap. IV, 3, A.
Discernimiento: v. Espíritu Santo, Vocación.
Distribución de apóstoles: cap. VI, 3, B.
Eclesiología: Problemática misionera cap. II, 2, B. Eclesiología en clave misionera cap. VI, 2, C. Ver Iglesia.
Ecumenismo:Por parte de todos cap. VII, 3, A. Naturaleza, posibilidades, valor misionero, diálogo ecuménico cap. VIII, 3, C. Aspecto mariano cap. VIII, 3, C.
Encarnación:Misterio cap. I; III, 2, B; IV, 3, D; VII, 2, C. Unción del Espíritu cap. V, 1, C. Ver Jesús, Inculturación.
Encíclicas:Preconciliares cap. II, 4, A. Postconciliares cap. II, 4, C.
Envío: Cap. IV, 2, A. Ver Misión.
Escatología: Iglesia escatológica cap. VI, 1, C.
Escritura: Base bíblica de la misión de Cristo cap. I; V, 1, A.
Esperanza: Mesiánica cap. I, 1, B. Predicación de Jesús cap. I, 1, C; 2, A. Naturaleza cap. VI, 1, C. El anuncio de la esperanza cap. VII, 1, A; 2, C. Actitud del apóstol cap. X, 3, B-C. Ver Escatología.
Espíritu Santo: Jesús enviado con la fuerza del Espíritu cap. I, 1, C. Dimensión pneumatológica de la misión cap. V. En la misión de Jesús cap. V, 1. En la misión de la Iglesia cap. V, 2. En la misión del apóstol cap. V, 3. Textos escriturísticos cap. V 1, A. Unción y misión cap. V, 1, B-C y 3, A. Discernimiento cap. V, 3, B. Fidelidad cap. V, 3, C. En la espiritualidad misionera cap. X, 2, C. En relación con María cap. XII, 2, C.
Espiritualidad misionera: Teología espiritual misionera cap. II, 2, C. Significado, dimensiones, datos fundamentales, documentos cap. X. En relación con la no cristiana cap. X, 3, C. Mariana cap. XII, 3, C. Ver Espíritu Santo, Oración, Vocación.
Estadísticas: cap. II, 3, B.
Eucaristía:Principio de unidad cap. III, 3, B. Celebración de los misterios de Cristo cap. VII, 2, B.
Evangelii Nuntiandi: cap. II, 4, C; X, B. Ver Magisterio.
Evangelización: Conceptos, objetivo, dimensiones, documentos cap. II, 1. Evolución y problemática cap. II, 2. Nuevas situaciones cap. II, 3. Magisterio cap. II, 4. Urgencia cap. IV, 2, C. Evangelizar a los pobres cap. V 1, C; 2, C. En relación a las culturas y religiones cap. VIII. Espiritualidad cap. X, 1, B. Ver Acción evangelizadora, Nueva Evangelización.
Experiencia de Dios: Ver Contemplación.
Experiencia religiosa: Experiencia cristiana y no cristiana cap. VIII, 2, B-C.
Familia: En la Iglesia cap. VII, 3, A.
Fe: Llamada a la fe cap. VII, 1, A. Fe y culturas cap. VIII, 1, A. Gratitud cap. X, 3, A.
Figuras misioneras: v. Historia.
Formación misionera: Formación misionológica cap. II, 3, C. Significado e importancia cap. IX 2, B. Humana, espiritual, intelectual, pastoral cap. XI, 3, B. Formación misionera específica cap. XI, 3, C. Permanente cap. XI, 3, D.
Fraternidad: v. Comunidad.
Gloria de Dios: Objetivo de la misión cap. II, 1, B. Glorificación de la Trinidad cap. III, 3.
Gozo: Del Espíritu cap. V, 3, B. Ver Esperanza.
Gracia: Cap. III, 2, C; 3, A. Vida nueva cap. I, 3, B. Plenitud en Cristo cap. VII, 2, C.
Hebraísmo: cap. VIII, 2, A.
Hechos de los Apóstoles: Cap. V, 2, B.
Hinduismo: cap. VIII, 2, A.
Historia: Etapas y lecciones cap. II, 3, A. Proceso de inculturación cap. VIII, 1, C.
Hombre: Cristo Salvador del hombre cap. I, 3; IV, 3; VII, 2, C; VIII, 1, A.
Iglesia particular: Responsable de la misión cap. VI, 3, A; VII, 3, A. Coordinación cap. IX, 3 C.
Iglesia: En el Vaticano II cap. II, 4, B. Misión trinitaria cap. III, 2. Misterio y comunión cap. III, 2, A; 3, B; cap. VI, 1, B. Enviada por Jesús cap. IV, 2. Bajo la acción del Espíritu cap. V, 2. Esposa cap. V, 2; VI, 1, A. Madre, Cuerpo, Pueblo, cap. VI, 1, A. Catolicidad y apostolicidad cap. VI, 1, B. Dimensión eclesiológica da la misión cap. VI. Naturaleza misionera cap. VI, 1. Sacramento universal de salvación cap. I, 4, B; VI, 2. Responsables y agentes de la misión cap. VI, 3. Escatológica cap. VI, 1, C. Evangelizada y evangelizadora cap. VII, 2. Sacramentalidad cap. VII, 2, B. Familia solidaria cap. VII, 3, A. María en la misión de la Iglesia cap. XII, 2. Ver Comunión, Iglesia particular, Implantación.
Implantación de la Iglesia: Acción evangelizadora cap. VII. 1. B.
Inculturación: Evangelio y culturas cap. VIII, 1, A. Evangelización e inculturación cap. VIII, 1, B. Proceso de inculturación cap. VIII, 1, C. Diálogo y anuncio cap. VIII, 3.
Infancia misionera: Significado y objetivo cap. IX, 1, A; 3, B.
Información misionera: Significado e importancia cap. IX, 2, B.
Inhabitación: Cap. III, 3, A.
Iniciación cristiana: v. Bautismo, catecumenado, confirmación.
Institutos misioneros: Naturaleza y coordinación cap. VI, 3, C; IX, 3, C; XI, 2, B-C.
Islam: cap. VIII, 2, A.
Israel: Cap. I, 1, B; VIII, 2, A.
Jerarquía: Dirigir y coordinar la misión cap. IX, 3, A. Ver Papa, Obispos, Iglesia particular.
Jesús:Evangelizador cap. I. Enviado cap. I, 1. Acción evangelizadora cap. I, 2. Salvador y Redentor universal cap. I, 3; cap. III, 2, C; cap. IV, 3, C. Su donación cap. I, 2, C. Conciencia misionera cap. I, 1, A. Misión trinitaria de Jesús cap. III, 1. Mandato misionero cap. IV. Misión sin fronteras cap. IV 1. Enviado por el Espíritu cap. V, 1.
Justicia: v. Promoción humana.
Juventud: Pastoral de la juventud cap. IX, 1, B.
Kerigma: Primer anuncio cap. III, 2, B; VII, 1, A. Aspecto mariano cap. XII, 1.
Laicado: Vocación laical cap. XI, 1, C. Responsables de la misión cap. VI, 3, B. Pastoral vocacional cap. IX, 1, C. Aspecto mariano cap. XII, 3, A.
Liberación: Promoción humana y liberación cap. VII, 2, C.
Liturgia: Celebración de los misterios cap. VII, 2, B. Inculturación cap. VIII, 1, C.
Magisterio:Documentos cap. II, 4. Encíclicas preconciliares cap. II, 4, A. Documentos conciliares cap. II, 4, B. Postconciliares cap. II, 4, C. Contenidos comparados cap. II, 4, D.
Mandato misionero:Misión de Jesús cap. IV, 1. Misión comunicada a la Iglesia cap. IV, 2. Misión de anuncio universal cap. IV, 3.
María:En relación con la eclesiología cap. VI, 2, C. En el primer anuncio cap. XII, 1, A-B. Contenido misionero de los títulos marianos cap. XII, 1, C. En relación a la Iglesia madre, sacramento, misionera cap. VI, 1, A; XII, 2. Acción del Espíritu Santo cap. XII, 2, C. En las diversas vocaciones cap. XII, 3, A. En la acción evangelizadora cap. XII, 3, B. En la vida del apóstol cap. XII, 3, C. Piedad popular cap. VIII, 1, C. Ecumenismo cap. VIII, 3, C.
Martirio: Persecuciones cap. II, 3, A. En la espiritualidad del apóstol cap. X, 3, B. En la historia de la evangelización cap. II, 3, A.
Matrimonio: Ver Familia.
Medios de comunicación: cap. IX, 2, B.
Migraciones: cap. II, 3, C.
Ministerios:En la acción evangelizadora cap. VII, 2. Armonía y equilibrio pastoral cap. VII, 3, B.
Misericordia: Dios Amor cap. III, 1. Del Padre cap. IV 1, C. De Jesús cap. IV, 1, A.
Misiografía: Cap. II, 3, B; VI, 2, A.
Misión: Jesús enviado cap. I, 1. En el A. y N.T. cap. I, 1, B-C. Objetivo cap. II, 1, B. Dimensiones teológicas cap. II, 1, C. En el magisterio cap. II, 1, D; cap. II, 4. Eterna y temporal cap. III, 1, B. Universalismo cap. IV, 1. Dimensión trinitaria cap. III. Dimensión cristológica cap. IV. Dimensión pneumatológica cap. V. Dimensión eclesiológica cap. VI. Responsables y agentes cap. VI, 3.
Misionero: Cap. X, 3, B. Ver Institutos, Vocación.
Misionología: Ciencia sobre la misión cap. II, 2, A. Problemática actual cap. II, 2, B. Teología, pastoral y espiritualidad cap. II, 2, C. Formación cap. IX, 2, B.
Misionero: v. Historia. Cap. X, 3, B; XI, 2.
Misterio pascual:Cap. III, 2 B; V, 1, C; VI, 2, B; VII, 2, B. Ver Anuncio, Liturgia.
Modelos apostólicos: Pedro y Pablo cap. IV, 2, D.
Moral: Cap. I, 3, B; VIII, 2, C. Ver Santidad.
Movimientos:Laicales cap. VI, 3, B, c. En la cooperación misionera cap. IX, 3, A.
Mujer: Cap. IV, 1, B; 3, B, b.
Nueva Evangelización: Cap. II, 2, C; 3, C; V, 2, C; VII, 3, C.
Nueva religiosidad: cap. VIII, 2, A.
Obispos: Responsables de la misión cap. VI, 1, A.
Obras Misionales Pontificias: Significado y prioridad en la animación cap. IX, 2, A; 3, B-C.
Oración: Medio de evangelización cap. IX, 2, A. Elemento básico de la espiritualidad cap. X, 2, B-C; 3, C. Contemplativa cap. X, 3, C. En la espiritualidad del apóstol cap. X, 3, B. Peculiaridad de la experiencia religiosa cristiana cap. VIII, 2, C.
Pablo: Cap. III, 2, B; IV, 2, D; V, 3, A.
Padre:Misión del Padre cap. I, 1, A. Envía a Jesús cap. I, 1, C. Fuente de la misión cap. III, 1, C. Amor del Padre cap. IV,, 1, C.
Padre nuestro: Cap. IV, 1, C.
Palabra: v. Anuncio, kerigma.
Papa: En la misión de la Iglesia cap. VI, 3, A.
Parroquia: En la armonía de ministerios cap. VII, 3, B; IX 1, A.
Pascua: Ver Misterio Pascual, Resurrección.
Pastoral: Teología pastoral misionera cap. II, 2, C. De la juventud cap. IX, 1, B. De las vocaciones cap. IX, 1, C; cap. XI, 3, A. De la familia cap. VII, 3, A. De conjunto cap. VII, 3, B-C; IX, 1, A; 3, C. Ver Acción evangelizadora.
Pastoral vocacional: General cap. IX, 1, C. Vocaciones misioneras cap. XI, 3, A.
Pedro: Cap. III, 2, B; IV, 2, D; VI, 3, A.
Pentecostés: Cap. V, 2, B-C; XII, 2, C.
Perfección: Ver Santidad.
Piedad popular: cap. VIII, 1, C. Ver Religión.
Plantatio Ecclesiae: Ver Implantación.
Pneumatología: Ver Espíritu Santo.
Pobres: Evangelizar a los pobres cap. V, 1, C; 2, C. Promoción humana cap. VII, 2, C. En la espiritualidad misionera cap. X, 2, C.
Pobreza: De Jesús cap. I, 2, B; IV, 3, A. Seguimiento evangélico cap. XI, 1, A.
Predicación: v. Anuncio.
Problemática: Misionología actual cap. II, 2, B. Situaciones nuevas y problemática práctica cap. II, 3, B.
Progreso: v. Promoción.
Promoción humana:Como acción apostólica cap. VII, 2, C. Ver Pobres.
Propagación de la Fe: Ver Congregación de la Evangelización.
Providencia: Cap. XI, 1, A.
Puebla: Cap. II, 4, C.
Reconciliación: v. Sacramentos.
Redemptoris Missio: cap. II, 3, C; 4, C; X, 1, C.
Redención: Realizada por Cristo cap. I, 3, C; III, 2, B; IV, 3, D.
Reino:Anunciado por Jesús cap. I, 2, A. Por la Iglesia cap. VII, 1, A.
Religión: Naturaleza y diversidad cap. VIII, 2, A. Experiencia religiosa cristiana y no cristiana cap. VIII, 2, B-C.
Religiones:Naturaleza y fenomenología cap. VIII, 2. Misión que trasciende las religiones cap. IV, 1, B. Evangelización y religiones cap. VIII, 2. Religiones tradicionales, Hinduismo, Budismo, Taoísmo, Confucianismo, Shintoísmo, Hebraísmo, Islam, Sectas, Nueva religiosidad cap. VIII, 2, A. Diálogo cap. VIII, 3, B.
Religiones tradicionales: cap. VIII, 2, A.
Religiosos:Vocación religiosa cap. XI, 1, C; 2, C. Responsables de la misión cap. VI, 3, B. Pastoral vocacional cap. IX, 1, C. Aspecto mariano cap. XII, 3, A.
Renovación: De la Iglesia cap. VII, 2.
Responsables y agentes: De la acción evangelizadora cap. VI, 3.
ResurrecciónCap. I; III, 2, B; V, 1, C.
Revelación:Misión revelada cap. I, 1-3. Cristiana cap. I; VIII, 2, C.
Sacerdotes:Responsables de la misión cap. VI, 3, B. Pastoral vocacional cap. IX; 1, C. Vocación cap. XI, 2, C. Aspecto mariano cap. XII, 3, A. Diocesano y religioso cap. VI, 3, B.
Sacramento universal de salvación: Ver Iglesia.
Sacramentos:Signos salvíficos cap. I, 2, B. Celebración de los misterios cap. VII, 2, B. Ver Bautismo, Eucaristía.
Sacrificio:Por la sangre de Cristo cap. I, 2, C. En la espiritualidad del apóstol cap. X, 3, B. Como medio de cooperación misionera cap. IX, 2, A. Ver Cruz.
Salvación: Jesús Salvador universal cap. I, 3, C. Por medio de la Iglesia cap. III, 2, C. Sacramento universal de salvación cap. VI, 2. Plenitud salvífica en Cristo cap. VII, 1, C. Salvación y religiones cap. VIII, 2, A. Cristiana cap. VIII, 2, C.
San Pedro Apóstol: Obra Misional cap. IX, 3, B.
Santidad: Plenitud en Cristo cap. VII, 1, C. Ver Espiritualidad, Gracia.
Santo Domingo: Cap. II, 4, C.
Santos Padres: Cap. II, 3, A.
Sectas: cap. VIII, 2, A.
Seglares: v. Laicado.
Seguimiento evangélico: Seguimiento y misión cap. XI, 1, A.
Semillas del Verbo: Cap. I, 1, B; VII, 2, A; VIII, 1-2.
Shintoísmo: cap. VIII, 2, A.
Sociología: Cap. VI, 2, A. Ver antropología, Culturas.
Solidaridad:Cercanía de Cristo hermano cap. I, 2, B. Iglesia familia solidaria cap. VII, 3, A. Iglesia solidaria cap. VII, 3, A. Dar y recibir cap. IX, 2, C.
Sufrimiento: v. Sacrificio, Cruz, Misterio pascual.
Taoísmo: cap. VIII, 2, A.
Teología: Elaboración cap. I, 1; II, 1. En clave misionera cap. II, 3, D.
Teología misionera: Nociones fundamentales cap. II, 1. Evolución cap. II, 2. Ante nuevas situaciones cap. II, 3. En el Magisterio cap. II, 4.
Testimonio: Anuncio y testimonio cap. VII 2, A.
Trabajo: cap. VII, 2, C.
Trinidad: Dimensión trinitaria de la misión cap. II, 1, C. Misión trinitaria de Jesús cap. III, 1. Misión trinitaria de la Iglesia cap. III, 2. Glorificación de la Trinidad cap. III, 3. Las "misiones" en la Trinidad cap. III, 1, A-C.
Unidad: v. Comunión, Ecumenismo.
Unión Misional: Obra Pontificia cap. IX, 3, B.
Universalismo: De la salvación cap.I, 1, B; 3, C. En la geografía e historia cap. IV, 1. De la misión de la Iglesia cap. VI, 2. Universalismo de la vocación cap. XI, 2, A.
Vaticano II: Documentos cap. II, 4, B.
Vida consagrada: Vocación específica cap. XI, 1, C; 2, C. Responsables de la misión cap. VI, 3, B. Pastoral vocacional cap. IX, 1, C. Aspecto mariano cap. XII, 3, A.
Vida apostólica: Cap. XI, 1, A. Ver Apóstol.
Vida contemplativa: Cap. VI, 3, B, b. Ver Contemplación.
Vida nueva: Comunicada por Cristo cap. I, 1, B.
Vocación: Vocación cristiana cap. XI, 1. Diversidad cap. XI, 1, C. Vocación misionera específica cap. XI, 2. Diversidad y armonía de vocaciones cap. VII, 3, B; XI, 1, C. Responsables de la evangelización cap. VI, 3. Pastoral vocacional cap. IX, C; cap. XI, 3, A. Discernimiento y fidelidad cap. XI, 1, B. Formación cap., IX, 2, B; cap. XI, 3. Aspecto mariano cap. XII, 3, A.
Voluntariado: Cap. IX, 3.
[1]Este título mariano, usado por Evangelii nuntiandi, indica una realidad de gracia: María es "Tipo" (figura, personificación) de la Iglesia, que es virgen, madre, misionera. S. MEO, Maria Stella dell' evangelizzazione, en: L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 763‑778. La Iglesia se siente identificada con María en la misión universal: "Que la Madre de Dios y Madre de todos los hombres interceda en la comunión de todos los santos, ante su Hijo hasta que todas la familias de los pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima Trinidad" (LG 69).
[2]C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos (Madrid, Fax 1974); J. ESQUERDA BIFET, María en el "kerigma" o primera evangelización misionera: Marianum 42 (1980) 470-488; M.J. NICOLAS, Theotokos, el misterio de María (Barcelona, Herder 1967).
[3]Estos elementos del "kerigma" aparecen claramente en el conjunto de textos marianos neotestamentarios: Mt 1-2 (infancia); Lc 1-2 (infancia); Jn 2,1-12 (Caná); 19,25-27 (cruz); Mc 3,31-35 y paralelos sinópticos (alabanza de la madre de Jesús); Act 1,12ss (cenáculo); Gal 4,4-7 ("la mujer"); Apoc 12,1 ("la gran señal"). Además de los estudios citados en las notas anteriores, ver: AA.VV., María en el Nuevo Testamento (Salamanca, Sígueme 1982); A. FEUILLET, La Vierge Marie dans le Nouveau Testament, en enciclopedia Maria, vol. I, II, IV; F. SPEDALIERI, Maria nella Scrittura e nella Tradizione della Chiesa primitiva (Roma, Herder 1968); O. DA SPINETOLI, Maria nella tradizione biblica (Bologna, Dehoniane 1967); A. SERRA, María según el evangelio (Salamanca, Sígueme 1988).
[4]Ver los estudios de la nota anterior sobre María en el Nuevo Testamento. I. GOMA, El evangelio según San Mateo (Madrid, Edic. Marova 1976) vol. I, I (Evangelio de la Infancia); A. PAUL, L'Evangile de l'Enfance selon saint Matthieu (Paris, Cerf 1968); E.M. PERETTO, Ricerche su Mt 1-2: Marianum 31 (1969) 140-247. Ver (en nota siguiente) otros estudios que analizan conjuntamente Mateo y Lucas.
[5]Además de los estudios de las notas anteriores, ver: J. DANIELOU, Les Evangiles de l'Enfance (Paris 1967); O. DA SPINETOLI, Introduzione ai Vangeli dell'Infanzia (Brescia 1967); A. FEUILLET, Le Saveur méssianique et sa mère dans les récits de l'enfance de saint Matthieu et de saint Luc (Lib. Edit. Vaticana 1990); A. GUERET, L'engendrement d'un récit. L'Evangile de l'Enfance sélon saint Luc (Paris, Cerf 1983); R. LAURENTIN, Structure et théologie de Luc I-II (Paris 1957); S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia (Madrid 1983-1987).
[6]AA.VV., De Beata Vergine Maria in Evangelio S. Ioannis et in Apocalipsi, en: Maria in Sacra Scriptura (Roma, PAMI 1967); R.E. BROWN, El evangelio según san Juan (Madrid, Cristiandad 1979); A. FEUILLET, L'heure de la Mère de Jésus, étude de théologie johannique (Fanjeux 1970); Idem, Jésus et sa Mère d'après les récits lucaniens de l'enfance et d'après Saint Jean (Paris, Gabalda 1974); R. SCHNACKENBURG, El evangelio según Juan (Barcelona, Herder 1980); A. SERRA, Maria a Cana e presso la Croce (Roma, Centro di Cultura Mariana "Mater Ecclesiae" 1978).
[7]L. CERFAUX, Le Fils né de la femme (Gal 3,24-4,9): Bible et Vie Chrétienne 4 (1953-1954) 59-65; A. VANHOYE, La Mère du Fils de Dieu selon Gal 4,4: Marianum 40 (1978) 237-247.
[8]AA.VV., La presenza di Maria nella missione evangelizzatrice del Popolo di Dio (Loreto 1973); J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de los temas marianos: Euntes Docete 32 (1979) 87-101; S. MEO, Maria stella dee'evangelizzazione, en: L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 763-778.
[9]Ver los títulos marianos desarrollados en algunas mariologías actuales: D. BERTETTO, Maria la Serva del Signore, Mariologia (Napoli, Dehoniane 1988); A. Mª CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia (Madrid, Edit. CCS 1990); J.M. CARDA, El misterio de María (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1986); A. DE PEDRO, Madre de Dios, Madre de los hombres, imagen de la Iglesia (Madrid, Paulinas 1989); J. ESQUERDA BIFET, Maria en la missió de l'Església (Barcelona, Facultat de Teologia 1981); Idem, La gran señal, María en la misión de la Iglesia (Barcelona, Balmes 1983); Idem, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994); S. DE FIORES, Maria Madre di Gesù (Roma, 1992); C.I. GONZALEZ, María, Evangelizada y Evangelizadora (Bogotá, CELAM 1988); (Inst. Teología a Distancia), María la Madre del Señor (Madrid, 1986); R. LAURENTIN, La Vergine Maria (Roma, Paoline 1984); A. MARTINEZ SIERRA, María, Madre del Señor (Madrid, Inst. Teol. Dist. 1986); L. MELOTTI, Maria la Madre dei viventi, compendio di Mariologia (Leumann, LDC 1986); C. POZO, María en la obra de salvación (Madrid, BAC 1974); S. VERGES, María en el misterio de Cristo (Salamanca, Sígueme 1972).
[10]Cf. LG 56,58,63. Esta asociación de María es consecuencia de la acción del Espíritu: "guiada por el Espíritu Santo, se consagró al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18). En María aparece que la dignidad cristiana de la mujer (que representa a la Iglesia esposa) no necesita el sacerdocio ministerial; éste no debe ser privilegio ni fuente de ventajas temporales, sino servicio de representar a Cristo Esposo y Siervo.
[11]S. FOLGADO, María asociada a Cristo en el misterio redentor, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 375-389; E. LLAMAS, Puesto de María en la economía de la Redención: Estudios Marianos 32 (1969) 149-230; E. SCHILLEBEECKX, Mère de la Rédemption (Paris, Cerf 1963).
[12]María es "verdadera madre de los miembros (de Cristo)..., por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza" (LG 53, citando a San Agustín, De s. virginitate 6: PL 40,399). AA.VV., La maternité spirituelle de Marie (Paris, Lithielleux 1962); J. ESQUERDA BIFET, La maternidad espiritual de María en el capítulo VIII de la constitución sobre la Iglesia del Vaticano II: Ephemerides Mariologicae 16 (1966) 95-138; D.J. FRENAUD, La función propia de María es siempre de Madre: Estudios Marianos 28 (1966) 101-144; T. KOEHLER, La maternité spirituelle de Marie, en: Maria, I, 573-601.
[13]Después del concilio Vaticano II y de la encíclica Redemptoris Mater, los estudios recalcan estos tres aspectos de la mediación de María y de la Iglesia: subordinación a Cristo, participación en su única mediación, sentido materno. D. BERTETTO, La mediazione di Maria nel Magistero del Vaticano II: Euntes Docete 40 (1987) 597-620; O. DOMINGUEZ, La mediación mariana según el concilio Vaticano II: Estudios Marianos 28 (1966) 211-252; J. ESQUERDA BIFET, La mediación de María, aspectos específicos de la encíclica: Ephemerides Mariologicae 39 (1989) 237-254; A. LUIS, La mediación universal de María en el cap. VIII de la "Lumen Gentium": Estudios Marianos 30 (1968) 131-184; S. MEO, La "Mediazione materna" di Maria nell'Enciclica "Redemptoris Mater", en: Redemptoris Mater, contenuti e prospettive dottrinali e pastorali, Atti del convegno di studio (Roma, Pont. Accademia Internazionale 1988) 131-157; Idem, Mediadora, en: Nuevo Diccionario di Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 1304-1320; E. SAURAS, La mediación maternal de María en el concilio Vaticano II: Estudios Marianos 30 (1968) 189-233.
[14]En la virginidad permanente de María aparece, pues, la naturaleza misionera de la Iglesia como esposa fiel y fecunda. J.A. de ALDAMA, La maternité virginiale de Notre Dame, en: Maria, VII, 117-152; R. BROWN, La concezione verginale e la risurrezione corporea di Gesú (Brescia, Queriniana 1977); J.H. NICOLAS, La Virginité di Marie (Friburg 1962); F.P. SOLA, O. DOMINGUEZ, María, siemrpe Virgen, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 349-362.
[15]Cfr. Conc. Trid. sess. VI, c.23: CTr 5, 791ss; J. CASCANTE, Santidad de la Madre de Dios, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 363-373; J. GALOT, La sainteté de Marie, en: Maria, VI, 417-448.
[16]Sobre la Inmaculada y la Asunción, además de los manuales de mariología, citados anteriormente, ver: AA.VV., Virgo Immaculata, Acta Congressus internationalis (Romae, PAMI 1954); O. DOMINGUEZ, María asociada a Cristo en su triunfo, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 391-399; J. GALOT, Le mystère de l'Assomption, en: Maria, VII, 153-237.
[17]Algunos estudios actuales han subrayado la relación entre los temas marianos y la evangelización: AA.VV., La presenza di Maria nella missione evangelizzatrice del Popolo di Dio (Loreto, 1973); J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de los temas marianos: Euntes Docete 32 (1979) 87-101; Idem, Maternidad de la Iglesia y misión: Euntes Docete 30 (1977) 5-29; Idem, L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum. Congresso Teol. Internazionale di Pneumatologia(Roma, Lib. Edit. Vaticana 1983) 1293-1306; C.I. GONZALEZ, María, evangelizada y evangelizadora (Bogotá, CELAM 1988) tema X (María en la misión evangelizadora de la Iglesia); S. MEO, Maria stella dell'evangelizzazione, en: L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 763-778; A. SEUMOIS, Maria nei paesi di missione, en: Enc. Mariana Theotokos (Roma, Massimo 1959) 212-220.
[19]Cita a SAN AMBROSIO, Expos. Lc. II 7: PL 15,1555. Ver: P. DE ALCANTARA, Maria, ejemplar y modelo de la Iglesia, en: Enciclopedia Mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 415‑426;
L. DEISS, Marie, Fille de Sion (Bruges, 1959); J. ESQUERDA BIFET, Significado salvífico de María como Tipo de la Iglesia: Ephemerides Mariologicae 17 (1967) 89-120; Idem, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; J. GALOT, Marie, Type et modèle de l'Église, en: L'Église du Vatican II (Paris, 1966) III; O. SEMMELROTH, Marie, Archétype de l'Église (Paris, Fleurs 1968); M. THURIAN, Maria, Madre del Señor, figura de la Iglesia (Santander, Sal Terrae 1966).
[20]PABLO VI, Aloc. al final de la tercera etapa conciliar, 21 nov. 1964: AAS 1964, 1007-1018. Ver: J. ESQUERDA BIFET, María Madre de la Iglesia (Bilbao, Desclée 1968); Idem, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; J. GALOT, Théologie du titre "Mère de l'Eglise": Ephemerides Mariologicae 32 (1982) 159-173; M. LLAMERA, Maria, Madre de los hombres y de la Iglesia, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 401‑414; R. SPIAZZI, La Vergine Maria, Madre de la Chiesa (Roma, Città Nuova 1966); F. SOLA, Maria, Madre de la Iglesia: Estudios Marianos 30 (1968) 105‑129.
[22]Estudio más ampliamente la relación entre la maternidad y la misión de la Iglesia, en: Maternidad de la Iglesia y misión: Euntes Docete 30 (1977) 5-29; La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274.
[23]"Esta característica materna de la Iglesia ha sido expresada de modo particularmente vigoroso por el Apóstol de las gentes, cuando escribía: Hijos míos, por quienes sufro dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros (Gal 4,19). En estas palabras de San Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el primogénito entre muchos hermanos (cf. Rom 8,29)" (RMa 43; cf. EN 79).
[24]L. CERFAUX, Le Fils né de la femme (Gal 3,24-4,9): Bible et Vie Chrétienne 4 (1953-1954) 59-65; A. VANHOYE, La Mère du Fils de Dieu selon Gal 4,4: Marianum 40 (1978) 237-247.
[27]Enc. Dominum et vivificantem 25. El tema del cenáculo queda relacionado con el tema de la anunciación precisamente por la relación entre la maternidad de María y la de la Iglesia. Cf. DeV 66; AG 4; LG 59.
[28]Esta invitación dirigida a la Iglesia para reunirse en Cenáculo con María, se encuentra frecuentemente en los documentos magisteriales: AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24; RMi 92. Estudio estas indicaciones en: L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum (Lib. Edit. Vaticana 1983) 1293‑1306.
[29]Ver: Enc. Redemptoris Mater 52; Catechesi tradendae nn. 72-73; Dives in Misericordia n. 15. Es muy significativa, al respecto, la carta del año 1981, en la que el Papa invitaba a los obispos a un encuentro especial en Roma (y que no pudo realizarse debido al atentado sufrido en este mismo año): Lettera al Episcopato della Chiesa cattolica per il 1600º anniversario del 1º concilio di Costantinopoli e per il 1550º anniversario del concilio di Efeso: AAS 73 (1981) 513-527.
[30]Los estudios sobre el Espíritu Santo y María dan material abundante para ampliar el tema hacia la misión de la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo. Resumo el tema (incluyendo bibliografía sobre el Espíritu Santo y la misión de la Iglesia) en: L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum (Lib. Edit. Vaticana 1983) 1293‑1306. Ver más bibliografía en: D. FERNANDEZ, A. RIVERA, Boletín sobre el Espíritu Santo y María: Ephemerides Mariologicae 28 (1978) 265-273.
[31]Oración por el concilio: AAS 51 (1959) 382; Const. Apostólica Humanae salutis: AAS 54 (1962) 5-13. El tema de una acción nueva del Espíritu Santo en la Iglesia aparece en otros documentos: SC 43; EN 75; RH 18, etc.
[32]Ver la dimensión misionera de la doctrina mariana en el aparto 2 de este capítulo (estudios de la nota 17). La espiritualidad misionera del apóstol tiene fundamentación mariana: O. DOMINGUEZ, María modelo de la espiritualidad misionera de la Iglesia: Omnis Terra n. 86 (1979) 226-241; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994) cap. VIII (espiritualidad mariana del apóstol); A. LAURAS, La Vierge Marie dans la vie de l'apotre: Cahiers Marials 5 (1961) 211-216; S. MEO, Maria stella dell'evangelizzazione, en: L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 763-778.
[33]Ver el tema de la vocación misionera en el capítulo XI de nuestro estudio. En toda vocación cristiana, María es modelo y ayuda: J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994) cap. VII (espiritualidad mariana de las diversas vocaciones); R. SANCHEZ CHAMOSO, María y la vocación en la Iglesia: Seminarios 33 (1987) 221-246.
[34]Ver: CFL 64; CT 73; FC 86; MD 2ss. Sobre la vocación misionera del laicado, ver el capítulo XI n.1 C. La línea de "secularidad" en la misión de los laicos, enraíza en el misterio de la Encarnación. La vivencia del misterio de María ayudará a profundizar en esta línea de inserción: "La Iglesia, meditando piadosamente sobre María y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación" (LG 65).
[35]Ver el tema de la vocación a la vida consagrada, en relación con la misión, en el capítulo XI n.1 C.
[36]Carta de Juan Pablo II a los Religiosos(1988). La acción apostólica de la Iglesia y especialmente de la vida consagrada, es maternidad eclesial a imitación de la Virgen: "María lleva al Cenáculo de Pentecostés la nueva maternidad... esta maternidad, como figura, debe pasar a toda la Iglesia... Quienes se dedican a la vida apostólica..., con María, sabrán compartir la suerte de sus hermanos y ayudar a la Iglesia en la disponibilidad de un servicio para la salvación del hombre" (ibídem). Ver: AA.VV., María en la vida religiosa. Compromiso y fidelidad (Madrid, Inst. Teológico Vida Religiosa 1986); L.M. DE CANDIDO, Vida consagrada, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1924-1956; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994) cap. VII, n.3; D. FERNANDEZ, María en la vida religiosa: Ephemerides. Mariologicae 36 (1986) 348-356; G. RAMBALDI, Maria nel mistero di Cristo e della Chiesa, la devozione a Maria nelle anime consacrate (Milano, Ancora 1968); A. PARDILLA, Vida consagrada. IV: María modelo de vida consagrada, en: Nuevo Diccionario Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1956-1977.
[37]Ver en el capítulo XI n.1 C la vocación cristiana diferenciada, con la aplicación a la vocación sacerdotal. Ver también en ese capítulo la bibliografía sobre el sacerdocio ministerial, especialmente en relación a la misión; la responsabiidad misionera, en el cap. VI n.3 B.
[38]"Es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes... de una manera especial siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús" (PIO XII, Menti nostrae n.124). Por esto, "conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios" (JUAN PABLO II, Carta del Jueves Santo 1988). Sobre la espiritualidad mariana del sacerdote, ver: G. D'AVACK, Il sacerdote e Maria (Milano, Ancora 1968); J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC 1991) cap. XI; Idem, María en la espiritualidad sacerdotal, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1799-1804; A. HUERGA, La devoción scerdotal a la Santísima Virgen: Teología Espiritual 13 (1969) 229-253; B. JIMENEZ DUQUE, María en la espiritualidad del sacerdote: Teología Espiritual 19 (1975) 45-59; P. PHILIPPE, La Virgen María y el sacerdote (Bilbao, Desclée 1955.
[39]Ver el tema de la acción misionera (profética, litúrgica y hodegética) en el capítulo VII de nuestro estudio (la acción evangelizadora de la Iglesia).
[41]AA.VV., Marie et l'Eucharistie: Etudes Mariales 36-37 (1979-1980) 5-141; T.M. BARTOLOMEI, Le relazioni di Maria alla Eucaristia, considerata come sacramento e come sacrificio: Ephemerides Mariologicae 17 (1967) 313-336; M. GARCIA MIRALLES, María y la Eucaristía: Estudios Marianos 13 (1963) 469-473; M.J. NICOLAS, Fondement théologique des rapports de Marie avec l'Eucharistie: Etudes Mariales 36-37 (1979-1980) 133-141. Sobre la piedad mariana popular: cap. VIII 1 C (nota 16). María en el ecumenismo: cap. VIII 3 C.
[42]Ver el tema de la espiritualidad misionera en el capítulo X de nuestro estudio, especialmente el n.3 B (la espiritualidad del apóstol "ad gentes").
[43]Ver en este mismo capítulo XII, el n.2 B (María figura de la maternidad y sacramentalidad de la Iglesia).
[44]AA.VV., La spiritualitá mariana della Chiesa alla luce dell'enciclica "Redemptoris Mater" (Roma, Teresianum 1988); A. LAURAS, La Vierge Marie dans la vie de l'apôtre: Cahiers Mariales 5 (1961) 211-216. Resumo doctrina con bibliografía actual en: Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994) cap. VIII (espiritualidad mariana del apóstol). Ver también los estudios citados en la nota 32 y en el n.3 A, del presente capítulo: María en relación con las diferentes vocaciones.
EL CORAZON MATERNO DE MARIA, MEMORIA DE LA IGLESIA MISIONERA Juan Esquerda Bifet
Escrito por Super UserEL CORAZON MATERNO DE MARIA, MEMORIA DE LA IGLESIA MISIONERA
Juan Esquerda Bifet
Documentos y siglas
Introducción: El Corazón de María, memoria de la Iglesia
1. El Corazón de María en el corazón de la Iglesia
2. El camino del corazón en María y en la Iglesia
3. Escuchar la Palabra de Dios en el corazón como María
4. El proceso de meditar la palabra en el corazón como María
5. La Iglesia de la Palabra vivida desde el Corazón de María
6. El "Magníficat" en el corazón de María y de la Iglesia
7. San José en el Corazón de María
8. Juan Bautista en el Corazón de María
9. Los pastores de Belén en el Corazón de María
10. Los Magos de Oriente en el Corazón de María
11. Los discípulos de Jesús en el Corazón de María
12. El "discípulo amado" en el Corazón de María
13. La pasión y resurreción del Señor en el Corazón de María
14. La Eucaristía en el Corazón de María
15. El Corazón de María en el camino histórico de la Iglesia: las semillas sembradas en el primer milenio
16. Corazón de María: el camino abierto en el segundo milenio.
17. La perspectiva contemplativa y misionera del tercer milenio. Resumen histórico y perspectivas de futuro
18. Los hechos y el mensaje de Jesús en el Corazón materno de María y de la Iglesia.
Conclusión: El eco del Evangelio en el Corazón de María y de la Iglesia
Orientación bibliográfica
DOCUMENTOS Y SIGLAS
AA Apostolican Actuositatem (C. Vaticano II, sobre el apostolado de los laicos).
AG Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).
CEC Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).
CFL Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)
CT Catechesi Tradendae (Exhortación apostólica de Juan Pablo II: 1979).
DM Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia: 1980).
DEV Dominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo: 1986).
DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).
EA Ecclesia in Africa (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Africa: 1995).
EAm Ecclesia in America (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en América: 1999).
EAs Ecclesia in Asia (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Asia: 1999).
EO Ecclesia in Oceania (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Oceanía: 2001).
EEu Ecclesia in Europa (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II: 2003).
EdE Ecclesia de Eucharistia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la Eucaristía en relación con la Iglesia)
EN Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la evangelización: 1975).
IM Incarnationis Mysterium (Bula de Juan Pablo II, sobre convocación del gran jubileo del año dos mil, 1999).
LG Lumen Gentium (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).
MC Marialis Cultus (Exhortación apostólica de Pablo VI, sobre el culto y devoción mariana: 1974).
NMi Novo Millennio Inneunte (Carta apostólica de Juan Pablo II, al concluir el gran jubileo, 2001)
OT Optatam Totius (C. VAticano II, sobre la formación para el sacerdocio).
PC Perfectae Caritatis (C. Vaticano II, sobre la vida religiosa).
PDV Pastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).
PO Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).
RC Redemptoris Custos (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la figura y la misión de San José: 1989).
RD Redemptionis Donum (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la vida consagrada: 1984).
RH Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).
RM Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano: 1987).
RMi Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato misionero: 1990).
RVM Rosarium Virginis Mariae (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre el Rosario, 2002).
SC Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).
SD Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el sufrimiento: 1984).
TMA Tertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II como preparación del Jubileo del año 2000).
UR Unitatis Redintegratio (C. Vaticano II, sobre la unidad).
UUS Ut Unum Sint (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el empeño ecuménico: 1995).
VC Vita Consecrata (Exhortación Apostólica de Juan PabloII, sobre la vida consagrada y su misión: 1996).
VS Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral de la Iglesia: 1993).
INTRODUCCIÓN: El Corazón de María, memoria de la Iglesia
El Corazón de la Madre de Jesús es figura y memoria de la Iglesia, que va unificando su propio corazón por un camino de fe, contemplación, seguimiento evangélico, misterio pascual, comunión eclesial y misión. En este sentido, "María está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), como "Virgen hecha Iglesia" según la expresión de San Francisco de Asís. La Iglesia vive los sentimientos de Cristo Esposo, imitando los sentimientos de María. "En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él" (MC 25).
Reflexionar sobre la interioridad o "Corazón" de María, equivale a entrar en sintonía con el "Corazón" de Cristo. "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María... atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio hacia el amor del Padre" (LG 65). El corazón de la Iglesia imita el "Corazón puro e inmaculado de María, que ve y desea al Dios todo santo" (San Juan Damasceno, Orat. in Nativ. B.V. Mariae I,9: PG 96, 676C).
Cuando Jesús oró por la unidad, pidió al Padre un corazón unificado para "los suyos", como participación en la comunión de Dios Amor: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). Aquellas palabras también encontraron eco en el Corazón de su Madre, allí presente como en Caná, porque "el Corazón de María es el lugar de cita entre la humanidad y la divinidad" (M. Laura Montoya).
El Corazón de María debe ser el corazón de la Iglesia del tercer milenio. Dentro de este corazón materno y unificado, el de María y de la Iglesia, encuentran su propio hogar los pobres, los más pequeños y necesitados... "Corazón" de María y de la Iglesia significa su amor, su misericordia, su ternura, su gozo y su dolor, siempre solidario con la humanidad entera redimida por Cristo. "El Corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias" (San Antonio María Claret, EE, p.500s).
El corazón de la Madre de Jesús es la memoria de la fe de la Iglesia. Cada creyente en Cristo y toda la comunidad eclesial, encuentran en la Virgen María la "memoria" de la fe. En efecto, ella guardaba y "contemplaba en su corazón" el mensaje y las palabras de Jesús (Lc 2,19.51). Como Isabel, la Iglesia de todos los tiempos encuentra en ese corazón el modelo y la memoria de la fe: "Bienaventurada tú que has que creído" (Lc 1,45). "La Iglesia venera en Maria la realización más pura de la fe" (CEC 149). Por haber creido que se cumplirían las palabras del Señor (cfr. Lc,45), María es "Madre de la esperanza".
La Santísima Virgen "vive y realiza la propia libertad entregándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios... Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo" (VS 120). El corazón de la Madre de Jesús aparece unificado por la palabra recibida en el silencio de una escucha humilde, como quien sabe sorprenderse y admirar: "Se preguntaba qué significaba aquel saludo" (Lc 1,29; cfr. 1,33). De este modo, "acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).
Los santos aprendieron a unificar su corazón, entrando en los sentimientos del corazón de la Madre de Jesús. "El corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió" (Santo Cura de Ars). "El Corazón de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe y la caridad, sino también origen y manantial de donde tomó la humanidad" (San Antonio María Claret, EE, p.500s).
Al entrar en sintonía con sus sentimientos virginales, como Hija predilecta del Padre, Madre del Hijo y templo del Espíritu Santo, la Iglesia experimenta mejor su dinamismo trinitario: "En el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre" (Ef 1,18). "El Corazón de María fue templo del Espíritu Santo" (San Antonio María Claret, EE, p.500s).
María recibió con un "sí" al Verbo encarnado también en su corazón. El creyente, como José esposo de María, es invitado a orientar el corazón hacia Cristo, sin anteponer nada a él: "Toma al niño y a su Madre" (Mt 2,13). La orientación del corazón hacia Dios Amor ya tiene una pauta certera: el corazón de la Madre de Jesús. "A partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad entera comienza su retorno a Dios" (MC 28).
El corazón de la Madre de Jesús es la memoria contemplativa de la Iglesia. En el corazón de la Madre de Jesús encontraron acogida las palabras del Señor: las palabras del ángel (Lc 1,29), el mensaje de Belén (Lc 2,19), la profecía de Simeón (Lc 2,33), las palabras de Jesús niño (Lc 2,51)... Todo lo "contemplaba en su corazón" (Lc 2,19.51).
En ese mismo corazón resonaron las palabras de Jesús moribundo: el perdón (Lc 23,34), la promesa de salvación (Lc 23,43), la sed (Jn 19,28), el abandono (Mt 27,46), la confianza total (Lc 23,46)... Su "nueva maternidad según el Espíritu" (RMa 21), proclamada por Jesús (Jn 19,26), convertía su corazón materno en la memoria contemplativa de la Iglesia: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27).
La actitud típicamente eclesial es también especifícamente mariana: escuchar la palabra de Dios en el corazón, ponerla en práctica y anunciarla (cfr. Lc 11,28). Es como recibir el Verbo bajo la acción del Espíritu Santo, para transmitirlo al mundo. Por esto, María y la Iglesia son una virgen que se hace madre por ser una virgen creyente, orante, oferente (cfr. MC 17-20). Toda la persona de María, subrayando su amor, queda simbolizada por su corazón, que recibe el proyecto de Dios, tal como es, para ponerlo en práctica.
El "Magníficat" mariano se hace oración contemplativa de la Iglesia, donde "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). De este modo, el Magníficat sigue siendo, también por medio de la Iglesia, "la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18). "San Ambrosio, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos estuviese el alma de María para glorificar a Dios: «Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios»" (MC 21; cita a San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, 15,16).
Los santos han encontrado en el corazón de la Madre de Jesús la memoria de la vida de fe y de contemplación, para asociarse a Cristo. "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el corazón de la Virgen para darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (San Juan de Avila, sermón 71). Por esto, "quien cavare más en el corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísimo de gracia y amor" (ídem, sermón 69).
El corazón de la Madre de Jesús es la memoria del seguimiento evangélico de la Iglesia. El corazón de la Madre de Jesús iba guardando las palabras del Señor, para transformarlas en gestos de fidelidad concreta, invitando a la comunidad eclesial a ser fiel a la nueva Alianza simbolizada por las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; cfr. Ex 24,7). El seguimiento evangélico recupera entonces el sentido esponsal de correr la suerte o "beber el cáliz" de Cristo Esposo (Mc 10,38). María había sido la primera en decir el "sí" (Lc 1,38) y en aceptar la misma "espada" o suerte del Señor (Lc 2,35).
Los santos más marianos la vivieron así: "Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes" (San Luís Mª Grignon de Montfort). "Es María, es el Corazón de María, la que más caridad tiene... Es todo caridad... María es el corazón de la Iglesia... El Corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico, y singularmente de la caridad para con Dios y para con los hombres" (San Antonio Mª Claret, EE, p.500s).
El amor esponsal a Cristo se vive con y como María. "Mi corazón ardiente te lo doy por entero... haz con él lo que quieras, escóndelo en el Corazón purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará... Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre" (M. María Inés-Teresa Arias).
En María toda vocación cristiana encuentra el modelo de una respuesta fiel y generosa: "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 35). Es también ella la ayuda materna en todo el proceso vocacional, porque "sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones" (PDV 82) y estimulando a "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (PDV 34).
El corazón de la Madre de Jesús es la memoria pascual de la Iglesia. Allí la Iglesia encuentra no sólo la memoria de la fe, de la contemplación y del seguimiento evangélico, sino también la memoria del misterio pascual. En aquel corazón, que es el corazón de la Iglesia, resonaron las palabras de Jesús crucificado y resucitado. Ella las "contempló en su corazón", según su actitud habitual (Lc 2,19.51), y las cotejó con las promesas de Jesús sobre su resurreción.
Con las palabras de Jesús, también entraron en su corazón los gestos redentores de su Hijo. Por esto, "guiada por el Espíritu, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18), "sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).
María es como el corazón pascual de la Iglesia. Las palabras de Jesús, "he aquí a tu Madre" (Jn 19,27), señalan a quien es Madre, modelo y guía para asociarse al misterio pascual de Cristo. Ella "cooperó a la restauración de la vida sobrenatural de las almas" (LG 61) y sigue cooperando "con amor materno" (LG 63), como figura del "amor materno" que debe tener todo apóstol (cfr. LG 65). La fecundidad materna "las penas indecibles del Corazón de María, la única que leía y comprendía los padecimientos internos de su Hijo divinísimo" (Concepción Cabrera de Armida). Por esto, "la Iglesia aprende de María la propia maternidad y reconoce la propia dimensión materna de su vocación" (RMa 43).
El misterio pascual de Jesús, como sus palabras, sólo se comprende meditándolo, como María, en lo más hondo del corazón. Pero si el corazón está disperso y enredado en otras preferencias, "la semilla de la palabra" queda infecunda por no encontrar "un corazón bueno" (Lc 8,11.15).
El corazón de la Madre de Jesús e la memoria de la Iglesia comunión y misión. La Iglesia se va construyendo como comunidad misionera, viviendo la fraternidad y la misión "con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14). En el corazón de María aprende a construir la comunión de hermanos y a realizar la misión recibida de Jesús.
María es el corazón misionero de la Iglesia, por su presencia activa y materna. Hay comunión de hermanos, cuando el corazón se unifica meditando la palabra de Dios como María. Hay misión evangelizadora, cuando la comunidad se decide a ser madre como María, anunciando y dando testimonio de Jesús al mundo.
La "llena de gracia" es, como fruto excelso de la redención, la Madre de misericordia, figura de la Iglesia en su ministerio de misericordia. "María comparte nuestra condición humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre" (VS 120).
Ha habido apóstoles, como el santo Cura de Ars, que en su labor apostólica han vivido espontáneamente y comunicado a los demás una honda relación con el corazón de la Madre de Jesús: "El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas, no son más que un pedazo de hielo al lado suyo... El corazón de la Santísima Virgen es la fuente de la que Jesús tomó la sangre con que nos rescató"...
Por el corazón de María, como figura de la Iglesia, se nos manifiesta el amor misericordioso de Cristo. En María encontramos "el tacto singular de su corazón materno, su sensibilidad peculiar, su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre" (DM 9). De ella se aprende "una especial ternura materna" (VC 28). Así lo experimentaron las personas más sensibles al tema mariano: "Éste es el sagrado asilo de mi refugio... el Inmaculado Corazón de María está unido al de Jesús; y, por consiguiente, morando en este sagrado santuario, estamos en el mismo centro del dulcísimo Corazón de nuestro dueño" (M. Esperanza de Jesús González).
La Iglesia aprende de María la actitud virginal de un corazón que escucha la palabra y se asocia esponsalmente a Cristo, para hacerlo presente en la comunión eclesial y en el mundo. Con este corazón virginal, esponsal y materno, ya se puede experimentar, cantar y proclamar que en Jesús se actualiza "la misericordia divina de generación en generación", como "luz para iluminar a todos los pueblos" (cfr. Lc 1,50; 2, 32).
"Oh Signore, Dio nostro, che nel Cuore Immacolato di Maria hai posto la dimora del Verbo e il tempio dello Spirito Santo, per sua intercessione concede anche a noi, tuoi fedeli, di essere tempio vivo della tua gloria" (Preghiera Coletta, Messa del Cuore Immacolato della beata Vergine Maria, Messale Mariano, n.28).
Un santuario, como el de Santa María la Mayor y tantos otros esparcidos por toda la geografía eclesial, se convierte en "memoria mariana" cuando la comunidad de los creyentes acude para escuchar al Palabra, celebrar la Eucaristía, orar, recibir el Espíritu Santo, compartir los bienes, practicar la carida y decidirse a anunciar a Cristo a todos los pueblos "con audacia" (cfr. Hech 2,42; 4,31-33). Entonces el santuario es el "corazón mariano" de la Iglesia. "Da questo cuore mariano di Roma, prego per quanti vivono nella nostra Città. Prego per tutti" Giovanni Paolo II, 8 dicembre 1997, in visita a Santa Maria Maggiore (Insegnamenti XX/2, 1997, 968-969).
1. EL CORAZON DE MARIA EN EL CORAZON DE LA IGLESIA
Hay algunos momentos clave de la vida de María, en los que se hacen evidentes los sentimientos de su corazón. Es como si los acontecimientos evangélicos y las palabras del Señor encontraran en ella una resonancia peculiar. Bastaría con recordar dos momentos especiales, a distancia de donde años uno del otro:
(En Belén): "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).
(A los doce años): "Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2,51).
Estos sentimientos del corazón de María afloran también en otras ocasiones, aunque el texto evangélico no use la palabra "corazón": (Ante el anuncio del ángel): "Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo" (Lc 1,29). (En la visitación): "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador" (Lc 1.46-47). (En la presentación del niño en el templo): "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él" (Lc 2,33). (En la perdida del niño en el templo): "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48)...
Al leer hoy estos textos, la Iglesia queda cuestionada, como si le recordaran una figura bíblica (María), con la que debe identificarse continuamente. En efecto, cuando Jesús califica con términos familiares a su "comunidad familiar" (su "Iglesia"), que le seguía fielmente, afirma: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21).
Esta actitud de "escucha" comprometida, por parte de su Madre y por parte de la comunidad "eclesial" (familiar) de los seguidores de Cristo, equivale al "corazón bueno y óptimo, que escucha la palabra y la pone en práctica" (Lc 8,15). Es la parábola del sembrador, que usa el símil de la "semilla" como equivalente a "la palabra de Dios" (Lc 8,11).
La actitud interior de María, desde lo más hondo de su corazón, es oblativa, oferente, en unión con la actitud interior de Jesús: "Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo (ofrecerlo en sacrificio) al Señor" (Lc 2,22). El "sí" de María (Lc 1,38) había sido dado en relación con la obra salvífica de Dios, puesto que se le había dicho: "para Dios no hay nada imposible" (Lc 1,37).
Pero la "obra de Dios" consistía en llevar a plenitud y complimiento la Alianza, como actitud de fe respecto a los nuevos planes salvíficos de Dios en Cristo: "La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado" (Jn 6,29). Dios quería el "sí" de su pueblo elegido: "Todo cuanto dice Yahvé lo cumpliremos y obedeceremos" (Ex 24,7).
María estaba habituada a decir este "sí": "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Es la misma postura que aflorará en las bodas de Caná, como texto paralelo de su "fiat" y del "sí a la Alianza: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
La Iglesia, para recibir la Palabra y transmitirla al mundo, sigue la misma ruta de decir que "sí" a la Alianza. Bajo la guía de María, como figura o icono de su maternidad, se hce madre (instrumento de vida nueva), en la medida en que se fiel como María, dejando entrar la Palabra hasta lo más hondo del propio corazón. En este contexto se comprende mejor cómo María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27).
El Corazón de María es "memoria" para la Iglesia, porque la Iglesia va a inspirarse en su corazón para acertar en el modo de meditar y practicar el evangelio. En el Corazón de María la Iglesia encuentra en eco o resonancia del evangelio "rumiado" y vivido, transformado en un "sí".
La expresión que han usado algunos santos, como San Luís María Grignon de Montfort ("préstame tu corazón"), equivale a este deseo milenario de la Iglesia, de recibir a María "en comunión de vida" (RMa 45), para aprender de ella a escuchar la Palabra y a recibir el "pan de vida", hasta el fondo del corazón, transformado en un "sí" de apertura generosa y total.
La invitación repetida continuamente en la carta apostólica "Rosarium Mariae Virginis" (cfr. nn.2, 12), de entrar en sintonía con los sentimientos o Corazón de Cristo, por medio del Corazón de María, es una aplicación concreta de la invitación de San Pablo: "Tened los sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5). Pablo vive de Cristo (cfr. Fil 1,21; Gal 2,20), para "formar a Cristo" en los creyentes (Gal 4,19). Es la actitud "materna" del apóstol, en el contexto de la Iglesia "madre" (Gal 4,26), a imitación de María, "la mujer", de quien nace Cristo para que nosotros recibamos "la adopción de hijos por el Espíritu Santo" (Gal 4,4-7).
Así es el camino de la "comunnión vital con Jesús, a través del Corazón de María" (RVM 2). De este modo, entramos en sintonía con "los misterios del Señor, a través del Corazón de aquella que estuvo más cerca del Señor" (RVM 12). Ella "meditaba todas estas cosas en su corazón, puesto que era como el vaso y receptáculo de todos los misterios" (Ps. Gregorio Taumaturgo, Homil. 2 In Annunt.: PG 10, 1169C; Omelia II sull'Annunciazione: "La santissima Madre di Dio conservava tutte queste parole medirandole nel suo cuore come fosse vaso e ricettacolo di ogni mistero").
Ir al Corazón de María para encontrar el eco o resonancia del evangelio, equivale a "buscar en su Corazón el fruto de su vientre" (RVM 24). Así se entra en sintonía con los sentimientos de Cristo, para "permanencer en su amor" (Jn 15,9), siguiendo la invitación de María: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Seguimos la pauta de María, quien "vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras" (RVM 11).
En su rostro y en su corazón, encontramos un signo muy cercano de la misericordia de Dios: "En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón" (Santo Cura de Ars). María es "el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión" (Puebla 282).
La oración mariana del final de "Ecclesia in Europa" resume esta actitud contemplativa de la Iglesia: "María se nos presenta como figura de la Iglesia que, alentada por la esperanza, reconoce la acción salvadora y misericordiosa de Dios, a cuya luz comprende el propio camino y toda la historia. Ella nos ayuda a interpretar también hoy nuestras vicisitudes bajo la guía de su Hijo Jesús. Criatura nueva plasmada por el Espíritu Santo, María hace crecer en nosotros la virtud de la esperanza... María, Madre de la esperanza, ¡camina con nosotros! Enséñanos a proclamar al Dios vivo; ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador" (EEu 125).
Un autor oriental, Teófano Grapto (Nicea, muerto hacia el año 845), oraba así: "Oh Señora, que tienes un Corazón compasivo y grande ternura, cura nuestros males y heridas, para que te glorifiquemos como conviene".
"O Signora, che hai cuore compassionevole e grande tenerezza, cura i mali, le ferite... afinché ti glorifichiamo come si conviene" (Teofane Grapto, Canone Paracletico alla Madre di Dio: Parakletikè, ode IX).
2. EL CAMINO DEL CORAZON EN MARÍA Y EN LA IGLESIA
Cuando se dice en el evangelio que María "meditaba en su corazón" (Lc 2,19.51), se quiere indicar su actitud interior, amasada de pensamietos, motivaciones y actitudes hondas. Es toda su persona simbolizada por el "corazón". Para expresar esta apertura total a la Palabra de Dios, ella ha seguido un camino guiada por el Espíritu Santo o por la acción de la gracia divina. "Guardaba sus palabras en su corazón, no como las de un niño de doce años, sino como las de aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo, al que veía crecer en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres" (Orígenes, In Luc. homil., 20,6; PG 13, 1853: "non quasi pueri, qui duocedim esset annorum, sed eius qui de Spiritu Sancto conceptus fuerat, quem videbat proficere sapientia et gratia apun Deum et homines"; "Conservava nel so Cuore le parole di lui, non come le parole di un fanciullo di dodici anni, ma come le parole di colui che era stato concepito da Spirito Santo, di colui che ella vedeva progredire in sapienza e in gratia agli occhi di Dio e degli uomini").
Comentando estos pasajes neotestamentarios de Lc 2,19.51, afirma Juan Pablo II: "María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras" (RVM 11). Es como el resumen de su "actitud interior" (EdE 53). San Ambrosio comenta Cant 8,6 ("pone me ut signaculum super cor tuum") y lo aplica a la Santísima Virgen con estas palabras: "tamquam signaculum ponitur in medio eius Dominus Iesus" (S. Ambrosio, De Isaac et anima VI, 53: PL 14,547-548).
"Maria conservava ogni parola dentro il suo cuore per evitare che dal suo cuore nessuna ne colasse fuori" (Commento al Salmo 118, 4,17: PL 15,1247).
El "corazón" de que haban los textos bíblicos ("kardía" en griego, "leb" en hebreo) simboliza toda la interioridad humana. Es aquel "lugar" más pronfundo del ser humano, donde Dios se manifiesta, dejando "inquieto" el corazón, hasta que se abra totalmente a sus designios divinos.
María acogía los acontecimientos y las palabras de Jesús, dejándolos entrar sin condicionamientos en el corazón, allí donde Dios ya está presente, aunque escondido y siempre sorprendente.
El "corazón" es como la fuente y la sede de la función intelectual, emotiva y afectiva, donde se toman las decisiones más vitales. La saede de la sabiduría se encuentra en un corazón que se abre continuamente a la verdad, a la belleza y al amor.
La verdadera experiencia espiritual aflora en un corazón que tiene "sed" de Dios, "como tierra reseca, agotada, y sin agua" (Sal 62,2). Se busca a Dios, pero movidos por el mismo Dios, quien ha tomado la iniciativa en esta búsqueda. En la revelación propiamente dicha, es Dios quien busca al hombre y suscita en él el deseo de encuentro personal. El Corazón de María refleja esta ansia interior, que quiere recibir al "Dios vivo", tal como es: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío, tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?" (Sal 41,2). "Te busco de todo corazón" (Sal 118,10).
Comentando el salmo 72, el Ps.Ildefonso lo aplica a Maria: "Tú eres el Dios de mi corazón" (sermo 1, De Assumptione: PL 96, 244), y añade: "Tú eres el Dios de mi corazón" (sermo 1, De Assumptione), y añade: "Mi corazón y mi carne exultan primero en mi Dios vivo, cuando le di a luz según la carne... pero ahora él es mi Rey y mi Dios, en quien he creído por la fe y he deseado con el corazón" (Ps.Ildefonso, ibídem, 245).
En el Corazón de María, esta apertura suponía el sufrimiento de no poder entender el misterio, porque Dios es siempre más allá de nuestro entender y ver. En nuestro corazón, el sufrimiento se origina también por el proceso de "compunción" y "conversión". Tanto en María como en nosotros, es siempre el dolor pacificador y "gozoso" de querer encontrar al "Dios vivo", aceptando su sorpresa.
El Corazón de María estaba formado en la escucha de la ley, de las enseñanzas proféticas y de los salmos. Es Dios mismo quien busca el amor del corazón humano, porque lo ha creado a imagen suya: "Escucha, Israel... amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Deut 6,4-5; Mt 22,37). El hombre, consciente de su propia debilidad (y, en nuestro caso, también del pecado), pide a Dios la fuerza para abrirse al amor: "Te gusta un corazón sincero y en mi interior me inculcas sabiduría... Crea en mí un corazón puro" (Sal 50,8.12)).
Dios ya ha impreso en el corazón del hombre la necesidad de realizarse amando: "Escribiré mi ley en su corazón" (Jer 31,33). Pero el hombre tiende a cerrase en sí mismo. Entonces Dios manifiesta más fuertemente que él es siembre fiel al amor, dispuesto a transformar el corazón hacia un apertura total: "Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36,26).
Dios "escruta los corazones" (Jer 17,10), pero es siempre para rehacerlos desde la raíz. Su pedagogía consiste en hacer experimentar el "silencio", para suscitar de nuevo la sede de amor respondiendo al amor de Dios: "La atraeré y la llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2,16).
En el Corazón de María, esta acción divina de su palabra salvífica encontró "un corazón bueno" (Lc 8,15). La semilla del sembrador es "la Palabra de Dios" (Lc 8,11). Jesús, "la Palabra hecha carne" (Jn 1,14), encontró en María un corazón dispuesto, sin obstáculos y sin amaños. Comparando la fe de María con la poca fe de Zacarías, dice San Agustín: "Similis vox, dissimile cor... cor autem dissimile angelo pronuntiante noscamus" (S. Agustín, Sermo 291, 5: PL 38, 1318). "Para que conozcamos que sus palabras eran semejantes... pero el corazón era muy diferente" (S. Agustín, Sermo 291, 5: PL 38, 1318).
Junto al Corazón de María, durante nueva meses, se había formado el Corazón de Jesús, "manso y humilde" (Mt 11,28). La acción del Espíritu Santo en María (cfr. Lc 1,35) hizo que ella recibiera al Verbo (Palabra personal de Dios) en su corazón y en su cuerpo virginal con plena autenticidad.
La Iglesia mira a María para seguir el mismo camino de un corazón que se abre totalmente al amor, para entrar en sintonía con "los sentimientos de Cristo" (Fil 2,5). La Palabra de Dios Amor reclama la verdad de la donación: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9).
El camino del corazón sigue la pauta de las "bieanventuranzas": "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). El Corazón de María "contemplaba", es decir, veía y miraba a Cristo, de corazón a corazón. Por esto, en toda circunstancia, hacia de su vida un "amén", una donación total. Ella "no llevaba ídolos grabados en su corazón" (Teodoro de Ancira, Sermo in Amnunt., 11; PO, 19.329: Omelia sulla Madre di Dio, 11: "non impresse nel cuore idoli falsi"; "non erroris simulacra cordi insculpserit"), sino que "su corazón estaba vuelto hacia Dios" (idem, PO 19,330; Omelia sulla Madre di Dio, 11: "divinamente saggia nell'animo, unita a Dio nel cuore").
En este camino del corazón, Cristo es el modelo de "corazón manso y humilde" (Mt 11,28). María es la figura y prototipo de una Iglesia que quiere recibir el misterio de Cristo hasta el fondo del corazón, es decir, en el modo de pensar, sentir, valorar, amar y actuar, para reaccionar siempre amando dy perdonando. Ella fue siempre "tota mundissima, a cuius corde et opere longe fuit omnis peccati labe" (Ps.Ildefonso, De corona Virginis, 10: PL 96, 298). "toda purísima, porque de su corazón y de sus obras estuvo siempre lejos la mancha del pecado" (Ps.Ildefonso, De corona Virginis, 10: PL 96, 298).
El "corazón inquieto" del hombre (según la expresión agustiniana) encuentra sentido a la vida, sólo cuando aprender a escuchar la voz de Dios, "dentro", "más íntimamente presente que nosotros mismos". En el corazón del hombre, durante su peregrinación terrena, siempre queda un atisbo de búsqueda de verdad y de bien. María es Madre, Maestra, guía y modelo en este camino del corazón, que se abre totalmente al misterio de Cristo.
3. ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS EN EL CORAZÓN COMO MARÍA
Cuando María "meditaba en el corazón" (Lc 2,19), ella ejercitaba una actitud interna profundamente vital. "Meditar" (sym-ballousa) era para ella acoger el mensaje y los acontecimientos, como quien los inserta en su corazón para confrontarlos unos con otros y así poder responder a Dios con mayor coherencia y generosidad. Ella había aprendido a armonizar palabras y acontecimientos:
"Maria... conservabat omnia Domini Salvatoris in corde suo vel dicta vel gesta" (S. Ambrosio, In Psal. 118,12,1: PL 15, 1361A; "Maria nel suo cuore custodiva tutto, parole e azioni, del Signore Salvatore").
"Si meravigliava delle cose che si dicevano (cfr. Lc 3,33); tuttavia, conservava anche queste cose, insieme con le precedenti nel suo cuore (Lc 2,19)"."Sane merito sermones mirabatur; consevabat vero etiam ista cum prioribus in corde suo" (Teodoro de Ancira, Homil. IV,13: PG 77,1412; Teodoro di Ancira).
María estaba acostumbrada a esa vitalidad interna, como un enjambre donde se elabora la miel, ya desde niña, en un ambiente de educación familiar, para "escuchar" a Dios y responder a su invitación con un amor pronto y total. Así lo enseñaban los padres a sus hijos, recordándoles el fragmento más emblemático de la Sagrada Escritura: "Ascolta, o Israele, Jahve è il nostro Dio, Jahve è uno solo. Ama Jahve tuo Dio con tutto il cuore"... (Deut 6,4-5).
"Escucha, Israel... amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Deut 6,4-5)
Dios quiere hacerse escuchar en su llamada al amor, mostrándose como un padre cariñoso que busca y pide nuestro amor
Meditar era, pues, en María, poner algo "con" y "juntamente" (sym) para "confrontar" (ballousa), como quien busca una nueva luz. De esta manera, la Palabra de Dios se convertía en sus mismos latidos, de modo repetitivo y sincrónico, como quien "rumía" o mastica algo para encontrar su verdadero sabor.
"Che cosa significa il termine: «meditava»? Vuol dire: custodire nel proprio cuore; considerare nel proprio cuore; imprimerlo dentro di sé... Meditava nel proprio cuore perché era santa e aveva letto le Sacre Scritture e conosceva il profeti" (S. Jerónimo, Homilia in Nativitate Domini: CCL 78, 527).
Era una escucha o lectura convertida en oración, a modo de lectura "orada", con un afecto profundo de quien ya estaba enamorada de Dios. Este saborear la Palabra era actitud sapiencial, no necesariamente científica o ténica. Era un camino de fe profunda que, precisamente por ser tal, muchas veces parece noche tenebrosa.
María se había formado en la escuela de los salmos e himnos del Antiguo Testamento, los cuales era fruto de haber escuchado y releido frecuentemente la ley y los acontecimientos de la historia de salvación. Esta actitud de escucha es la raíz de la fe bíblica, que no es una simple especulación, sino una actitud de quien pone en práctica la voluntad divina, sin esperar compensaciones intelectuales ni constataciones tangibles (cfr. Sant 1,22; Rom 2,13).
Así iba entrando María en la gran sorpresa de Dios, porque es él quien tiene la iniciativa de buscar y quien espera la respuesta de nuestro corazón, ayudándonos con su gracia. Contemplar la Palabra como María es una actitud vital, exigente y comprometida, para agradecer la iniciativa de Dios sin hacerse esperar.
La búsqueda y contemplación constante del "rostro" de Dios traza la ruta certera del camino del corazón. Se quiere "conocer" a Dios tal como es, pero la verdadera experiencia contemplativa llega a la convicción de que "No ver es la verdadera visión, porque aquel a quien busca trasciende todo conocimiento" (San Gregorio de Nisa, Vida de Moisés). En este sentido, dice el concilio Vaticano II que "la Santísima Virgen avanzó en la peregrinación de la fe" (LG 58).
"Non vedere è la vera visione, perché colui che è cercato trascende ogni conoscenza" (S. Gregorio di Nissa, Vita di Mosè). "La beata Vergine avanzò nella peregrinazione della fede" (LG 58).
La búsqueda del rostro de Dios es una constante bíblica, que refleja un corazón sediento: "¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?" (Sal 41,2). "Oigo en mi corazón:"Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro" (Sal 26,8-9). Por esto la Iglesia aprende "la contemplazione del volto di Cristo in compagnia e alla scuola della sua Madre Santissima" (RVM 3 e 43). "Il Rosario, infatti, non è altro che contemplare con Maria il volto di Cristo" (RVM 3).
"la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo" (RVM 3 y 43).
La Iglesia aprende de María esta actitud contemplativa, para ser de verdad la Iglesia de la Palabra y de "pan de vida". María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), para guiar en esa apertura total del corazón a los designios de Dios. La Iglesia busca en el Corazón de María el eco del mensaje evangélico rumiado vivencialmente por ella, para contemplarlo, vivirlo y anunciarlo.
María concibió al Verbo en su corazón antes que es su seno: "Fit prius adventus fidei in cor Virginis, et sequitur fecunditas in utero matris" (S. Agustín, Sermo 293,1: PL 39,1327-11328; "). La ruta de esta actitud contemplativa queda trazada desde el momento de la Anunciación ("pensaba": Lc 1,29), hasta la asociación esponsal al pie de la cruz como "mujer" o esposa (Nueva Eva) que comparte "de pie" la misma suerte (Jn 19,25-26), con una "mirada" que quiere abarcar todo el misterio oculto (cfr. Jn 19,37).
Es la ruta de un "sí" generoso (Lc 1,38) y gozoso (Lc 1,46), que sabe "contemplar" (Lc 2,19.51) y "admirar" (Lc 2,33), invitando a la comunidad eclesial (la nueva esposa) a emprender este mismo camino contemplativo y comprometido: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
... "Umile ancella accolse la tua parola e la custodì nel suo cuore; mirabilmente unita al mistero della redenzione, perseverò con gli Apostoli in preghiera nell'attesa dello Spirito Santo; ora risplende sul nostro cammino segno di consalazione e di sicura speranza"... (Prefazio della beata Vergine Maria, IV).
María es custodia de la Palabra. En su corazón va a inspirarse la Iglesia para meditar como ella todo el mensaje evangélico. María es la "memoria" evangélica de una Iglesia contemplativa, santa y misionera, que moldea continuamente su corazón y sus vivencias íntimas por medio de la Palabra y del "pan de vida" (Jn 6,35ss). Al Corazón de Maria acude la Iglesia "puesto que era como el vaso y receptáculo de todos los misterios" (Ps. Gregorio Taumaturgo, Homil. 2 In Annunt.: PG 10, 1169C). Omelia II sull'Annunciazione: "La santissima Madre di Dio conservava tutte queste parole medirandole nel suo cuore come fosse vaso e ricettacolo di ogni mistero").
Así lo reconoce la Iglesia en las oraciones litúrgicas:
..."Padre... fa che sul suo esempio custodiamo e meditiamo sempre nel cuore i tesori di grazia del tuo Figlio"... (Preghiera sulle Offerte, Messa del Cuore Immacolato della beata Vergine Maria, Messale Mariano, n.28).
..."Padre Santo... Tu hai dato alla beata Vergine Maria un cuore sapiente e docile, pronto ad ogni cenno del tuo volere; un cuore nuovo e mite, in cui hai scolpito la legge della nuova Alleanza; un cuore semplice e puro che ha meritato di accogliere il tuo Figlio e di godere la visione del tuo volto; un cuore forte e vigilante, che ha sostenuto intrepido la spada del dolore e ha atteso con fede l'alba della risurrezione"... (Prefazio, Messa del Cuore Immacolato della beata Vergine Maria, Messale Mariano, n.28).
4. EL PROCESO DE MEDITAR LA PALABRA EN EL CORAZON COMO MARIA
La contemplación de la palabra de Dios es un proceso o itinerario espiritual de apertura sin condiciones, de dejarse sorpresnder y cuestionar por Dios y de decidirse a seguir el proyecto o voluntad del mismo Dios. "Chi ama il Signore ne ama la Legge, come Maria che, nel suo amore verso il Figlio, ne ripponeva con affetto materno nel suo cuore tutte le parole" (S. Ambrogio, Commento al Salmo 118, 13,3: PL 15, 1452). ("Porque amaba a su Hijo, consideraba con afecto materno todas sus palabras en su corazón") ("Maria diligens Filium omnia verba eius in corde suo materno conferebat affectu")
Ante el saludo del ángel, María deja la puerta abierta a la acción divina: "Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo" (Lc 1,29). San Pedro Crisólogo comenta esta turbación de María como quien entra en la oscuridad de la fe contemplativa: "Se turbó su carne, se conmovieron sus entrañas, tembló su mente y se llenó de estupor toda la profundidad de su corazón" (Sermón 143, 8: PL 52, 585; "si turbò la carne, il grembo sussultò, la mente tremò, l'intera profondità del cuore restò attonita: la Vergine, infatti, all'ingresso dell'angelo aveva avvertito nel suo intimo l'ingresso della divinità").
La descripción que hace San Bernardo de Claraval sobre la Anunciación, indica esta apertura del Corazón de María al Verbo o Palabra personal de Dios: "Abre, Virgen bienaventurada, tu Corazón a la confianza, tu boca a la palabra de asentimiento, tu seno al Creador. He aquí que el Esperado de las gentes está fuera y llama a la puerta... Levántate con tu fe, corre con tu disponibilidad, abre con su consentimiento" (Homilía 4,8).
"Apri, o Vergine Beata, il tuo Cuore alla fiducia, la tua bocca alla parola di assenso, il tuo grembo al Creatore. Ecco, l'Atteso dalle genti sta fuori e bussa la tua porta... Alzati con la tua fede, corri con la tua disponibilità, apri col tuo consenso" (Omelia 4,8).
Cuando posteriormente, en Belén y en el templo, "meditaba en su corazón" (Lc 2,19.51), es señal de que adoptaba una actitud que iba más allá del "estupor" de los pastores (cfr. Lc 2,9) y de los rabinos (cfr. Lc 2,47). María supera el primor momento de estupor (cfr. Lc 1,29; 2,50), para pasar a una apertura incondicional del corazón a los nuevos planes de Dios.
"Contemplar" significaba para María, comparar, poner en relación, rumiar, saborear, como quien armoniza los diversos datos de la fe y de la revelación (cfr. Lc 2,19; Lc 2,51). De este modo, puede combina, a la luz de la fe contemplativa, "todas las palabras" ("pantha ta rhemata"), es decir, todo el mensaje evangélico insertado en el acontecimiento. "Los temas de la fe los meditaba en su corazón... dándonos ejemplo" (San Ambrosio, In Lucam II,54: CCL 14,54; "meditava nel suo cuore gli argumenti della fede... ci ha dato l'esempio").
La palabra divina ("rhema") es creativa y renovadora, procedente de un Dios que ama, que se hace cercano de modo siempre nuevo y sorprendente, especialmente por la encarnación del "Verbo" (cfr. Jn 1,14). Por esto, "ninguna palabra (acontecimiento) es imposible para Dios" (Lc 1,37; cfr. Mc 10,27). Es decir, no hay acontecimientos irreversibles, porque todo acontecimiento humano puede ser cambiado por el amor. María dijo que "sí" a esta acción salvífica de Dios en la historia.
San Jerónimo, comentando Lc 2,19, afirma: "Recordabatur quod angelus Gabriel sibi dixerat, illa quae dicta sunt in prophetis... Hoc legerat (se refiere a Is 7,14: virginidad), illud audierat. Videbat iacentem puerum... conferebat quae audierat quaeque legabat cum his quae videbat" (Homilia in Nativitate Domini: CCL 78, 527; en Enchiridion Marianum, n.828). ("Meditando nel cuore si rendeva conto che le cose lette si accordavano con le parole dell'angelo... Ciò che Gabriele aveva detto, era stato già predetto da Isaia: «Ecco la vergine concepirà e parturirà» (Is 7,14). Se questo l'aveva detto, quell'altro l'aveva sentito. Vedeva il bambino giuacente... colui che giaceva era il Figlio di Dio... Lo vedeva giacere e lei meditava le coswe che aveva udito, quelle che aveva letto e quelle che vedeva") (S. Jerónimo, Homilia in Nativitate Domini: CCL 78, 527).
María comparaba lo oído del ángel, con lo leído en la Escritura (e.g. Isaías) y lo visto (el niño recién nacido). Podía relacionar Is 7,14 (sobre la virginidad, según Mt 1,23), con Is 9,6 ("E' nato per noi un bambino, un figlio ci è stato donato, egli porta sulle spalle il dominio"). ("Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado, él lleva sobre sus hombros la soberanía").
San Gregorio Magno comenta Lc 2,19 con estas palabras: "mandata illius non transitorie, sed implenda opere" (Moralium..., lib.XVI, cap.36, 44; n.1671 de Enchiridium Marianum: PL 75, 1143). La maternidad de María es fruto de su escucha comprometida y eficaz, como figura de la maternidad de la Iglesia (cfr. Lc 8,21).
María custodiaba en su corazón la palabra de Dios, convencida de que "no hay nada imposible" para él (Lc 1,37). Su actitud de "sí" y de "contemplación" era una actitud relacional, de quien se sabe insertada en unos nuevos planes salvíficos de Dios. Ella, meditando o contemplando con atención, atesoraba algo que venía a ser central en su vida, hasta orientar toda su existencia poniendo en práctica los designios divinos.
Con esta actitud de "escucha", María continuaba la actitud aprendida en el Antiguo Testamento y resumida en la "shema" (Deut 6,4-5), para llegar a su cumplimiento en el Nuevo Testamento (cfr. Lc 1,38; 8,21). Por esto, Isabel alaba la fe de María, que es garantía de cumplimiento de la obra mesiánica: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45).
Esta actitud contemplativa de María es profundamente relacional. "Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo" (RVM 10). Ella aprende a contemplar el rostro de Dios que resplandece en el rostro de su Hijo. Es el rostro del "Siervo de Yahvé", hijo de la "sierva del Señor" (Lc 1,48), rostro doliente en pasión y en la cruz, rostro depuesto en el sepulcro, rostro glorioso de resucitado. Ella había aprendido a contemplar este rostro al deponerlo en el pesebre (cfr. Lc 2,7) y cuando lo depusieron en el sepulcro (cfr. Lc 23,51).
La contemplación del rostro de Cristo, por parte de María, es actitud relacional, es decir, actitud de fe viva, a modo de "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), de intimidad profunda como quien es madre y "asociada" ("mujer") a la obra redentora del nuevo Adán (cfr. Jn 2,4; 19,26). Ella pertenece, en cuerpo y corazón, exclusivamente a Cristo. Es "la Virgen", que escucha, ama y se ofrece para recibir y comunicar el misterio de Cristo. Su contemplación la muestra como la máxima Virgen y la máxima madre, es decir, la única madre que, por ser Virgen, ha hecho de su concepción, gestación y parto una donación total al hijo.
La escucha de la Palabra era una invitación a "amar con todo el corazón" (Deut 6,4). En María, la escucha tendía directamente a la persona de Jesús, como Palabra definitiva del Padre, a la que ella quedaba asociada con un "sí" de "ofrecimiento" sacrificial juntamenten con su Hijo (cfr. Lc 2,2). Jesús era la Palabra que penetraba el corazón como una "espada" (Lc 2,35) que corta esquemas anteriores, para conducir a la novedad de compartir la misma vida y destino hacia el misterio pascual.
La Iglesia aprende este itinerario de "lectio divina", realizada en la escuela de María, abriéndose totalmente a la Palabra, dejándose sorprender por ella, pidiendo con confianza humilde y filial, uniéndose a la voluntad divina. En este proceso contemplativo de la Palabra, María "accompagna con materno amore la Chiesa" (Prefazio della beata Vergine Maria, III).
"Oh Dio, che hai preparato una degna dimora dello Spirito Santo nel cuore della beata Vergine Maria, per sua intercesione concede anche a noi, tuoi fedeli, di essere tempio vivo della sua gloria"... (Preghiera Coletta, Messa del Cuore Immacolato della beata Vergine Maria, sabato dopo la solennità del Cuore di Gesù).
5. LA IGLESIA DE LA PALABRA VIVIDA DESDE EL CORAZON DE MARIA
La Iglesia, meditando la Palabra de Dios como María, se siente acompañada e invitada por ella como en las bodas de Caná: "Haced lo que él nos diga" (Jn 2,5). Con el corazón dispuesto como el de María, se escucha en cada gesto y palabra del Señor la voz del Padre: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle" (Mt 17,5).
La actitud de María, que escucha, medita en el corazón y dice que "sí", es la figura de la Iglesia, el "icono perfecto de la maternidad de la Iglesia" y, por tanto, de su fidelidad (RVM 15). Esta actitud equivale a un proceso de ir asimilando la Palabra de Dios hasta lo más hondo de la propia vivencia o del propio corazón. "La santísima Virgen es Maestra en la contemplación del rostro de Cristo" (EdE 53).
La Palabra de Dios sigue siendo suya, "viva y eficaz" (Heb 4,12). Es el "Verbo" o Palabra definitiva del Padre, insertada en nuestra historia: "La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1,14). Es palabra revelada, como un regalo o don de Dios, para quien "nada hay imposible" si el corazón se abre a su acción salvífica. A esta Palabra María respondió con un "sí" (Lc 1,38), pronunciado con el amor de "todo su corazón" (Deut 6,4). Este "sí" fue un preludio del nuestro, que debe brotar también de un corazón contemplativo: "El consentimiento de la Virgen fue en nombre de toda la humanidad" (Santo Tomás de Aquino, III, 30, 1c).
Es la Palabra que encontró en el Corazón de María una actitud de fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Es modelo de fe para la comunidad eclesial (cfr. Lc 8,21). Es la fe o "teología vivida de los santos" (NMi 27).
El ejemplo y la actitud de María en Caná influyó en la fe de los primeros discípulos de Jesús. María captó bien el significado profundo de las palabras del Señor, a pesar de la aparente negativa. San Efrén explica la actitud de María en Caná, como fruto de su actitud contemplativa: "Ella era consciente del miráculo que se iba a realizar, como dice el evangelista...
"Ceterum miraculum quod facturus erat conscia erat illa: «omnem rem», ait evangelista, «conservabat in corde suo» (Lc 2,51), et «quodcumque dixerit vobis filus meus facite»" (S. Efrem, Hymni de Nativitate, 5,1: CSCO 145, 44).
La Iglesia, desde sus inicios, aprendió a vivir esta fe en la Palabra, como actitud de oración y caridad, en la escuela del Cenáculo, "en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Hech 1,14). La predicación apostólica (cfr. Hech 2-4) consistía precisamente en esta misma Palabra, asimilada previamente en la contemplación por parte de quienes tenían el servicio magisterial. La Iglesia sigue predicando el mensaje evangélico con testimonio de vida, como Palabra que sale y que llega al fondo del corazón.
En el camino histórico de la Iglesia, hay una "presencia transvesal" de María (TMA 43), que es siempre "presencia activa y materna" (RMa 1 y 45), como "influjo salvífico" (LG 60). María "precede" en este camino, como modelo y ayuda para releer los acontecimientos a la luz de la Palabra de Dios. En efecto, "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta" (LG 68; cfr. RMa 51-52).
El seguimiento de Cristo, para ser sus "testigos" (cfr. Hech 1,8; 2,32; Jn 15,27), empezó propiamente después de las bodas de Caná: "Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos (parientes) y sus discípulos" (Jn 2,12). La Iglesia, como el Precursor, es la "voz" de Cristo "presente" (Jn 1,23). En la vocación profética del Batista y en la vocación apostólica de los discípulos, precedió e influyó María con su fe y con su actitud contemplativa (cfr. Lc 1,35; Jn 2,5).
Para poder anunciar "el Verbo de la vida" se necesita haberlo "contemplado" previamente en el corazón (cfr. 1Jn 1,1ss). Dios ha hablado y sigue hablando de muchas maneras, "en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo" (Heb 1,1-2). Para formar parte de la familia espiritual de Jesús, hay que escuchar su palabra y ponerla en práctica: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21; Mc 3,35; Mt 12,50).
María es más bienaventurada por haber recibido a Cristo en su corazón que por haberlo recibido en su seno: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28). "Virgo erat non solum corpore, sed etiam mente, quae nullo doli ambitu sincerum adulteraret adfectum: corde humilis... loquendi parcior, legendi studiosior" (S. Ambrosio, De Virginibus, II, 7: PL 16, 208). "Ella era vergine non solo nel corpo ma anche di mente e non falsò mai, con la doppiezza, la sincerità degli affetti. Umile nel cuore... non loquace, amante dello studio divino"... (S. Ambrogio, De Virginibus, 2,7: PL 16,209).
"Fit prius adventus fidei in cor Virginis, et sequitur fecunditas in utero matris" (S. Agustín, Sermo 293,1: PL 39,1327-11328).
... (commenta Lc 11,27-28: "Beati sono piuttosto"?...): "Anche per Maria: di nessun valore sarebbe stata per lei la stessa divina maternità, se non avesse portato il Cristo più felictemente nel cuore che nella carne" (S. Agostino, De sancta virginitate, 3: PL 40, 398; "Materna propinquitas nihil Mariae profuisse, nisi felicius Christum corde quam carne gestasset").
La Palabra que resonó en el Corazón de María (cfr. Lc 2,19.51) es el mismo "pan de vida", Jesús, que se comunica como mensaje y como Eucaristía. El mensaje evangélico, meditado en el Corazón de María, y el pan eucarístico tiene el "sabor de la Virgen Madre" (Juan Pablo II Congreso Eucarístico Internacional, 2000).
Contemplar el rostro de Jesús equivale a entrar en sintonía con su vida íntima, es decir, con su corazón. El discípulo amado, que reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús (cfr.Jn 13,13.15; 21,20), es el mismo que recibió a María como Madre "en comunión de vida" (RMa 45, nota 130). Al Señor se le conoce sólo de corazón a corazón: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).
Al Señor se le capta con un corazón contemplativo como el de María. Se llega a la "comunión vital con Jesús por medio del corazón de su Madre" (RVM 2). Los textos evangélicos tienen su resonancia en ese corazón materno: "Los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de aquella que estuvo más cerca del Señor" (RVM 12). No sólo se aprenden las cosas que Jesús enseñó, sino "de comprenderle a Él", porque "nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio" (RVM 14).
"Non si tratta solo di imparare le cose che Egli ha insegnato, ma di «imparare Lui»" poiché "nessuno come la Madre può introdurci a una conoscenza profonda del suo mistero" (RVM 14).
Este es el mejor camino para "modelar al cristiano según el Corazón de Cristo" (RVM 17), hasta llegar "a la profundidad de su corazón" (RVM 19). Cuando la Iglesia medita en María, es porque "busca entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cfr. Lc 1,42)" (RVM 24). "La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura" (NMi 17), como lo hacía María contemplando (relacionando) estos textos con lo que veía y escuchaba. Es "oración de corazón cristológico" (RVM 1)
La Palabra de Dios está personificada en Jesús. El mismo es la palabra viva que "crece" y se difunde en el corazón: "La Palabra de Dios iba creciendo" (Hech 6,7). Es "semilla incorruptible" (1Pe 1,23), que nos engendra para ser "hijos en el Hijo" (GS 22; Ef 1,5). Esta realidad de gracia empezó en el seno y en el Corazón de María, como figura de la Iglesia "madre" (Gal 4,26), que recibe también al Señor en el corazón para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). La Iglesia vive de los mismos sentimientos del Corazón materno de María.
6. EL "MAGNIFICAT" EN EL CORAZON DE MARIA Y DE LA IGLESIA
El "Magníficat" de María, recitado durante la visita a su prima Santa Isabel, es "una inspirada profesión de su fe", como respuesta a las gracias recibidas en bien de toda la humanidad. Las palabras de este himno reflejan "la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). Ella es "la Madre del Señor" (Lc 1,43), la Virgen orante.
La "contemplación" de María sobre las palabras del ángel, se expresa con el himno del "Magnificat", que se inspira en los salmos y otros himnos del Antiguo Testamento. La novedad del "Magníficat" está en la referencia al misterio de la encarnación realizado en María: "El Poderoso ha hecho en mí maravillas" (Lc 1,49).
El gozo de la Anunciación se proclama en el "Magníficat": "Se alegró y se regocijó su corazón" (Oracula Sibyllina, siglo segundo, VIII, vers.462-468: GCS 8, 171-172; "Tremante, immobile stette, la mente confusa, con il cuore che batteva per l'inatteso messaggio. In seguito però ne gioì e caldo con la voce il cuore si sentì": Oracoli Sibillini.
S. Atanasio: ("Cor eius palpitavit guadii abundantia, protulitque canticum"...). "Su corazón palpitó de gozo y entonó un cántico" (S. Atanasio de Alejandría, Sermo de Maria Dei Mater: "Le Muséon" 71, 1958, 209s). La Anunciación y la visitación, recuerdan el gozo mesiánico anunciado por los profetas: "¡Exulta, hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Regocíjate con todo el corazón, hija de Jerusalén!" (Sof 3,14).
Las expresiones laudatorias del cántico, pueden haberse inspirado en el himno de la madre de Samuel: "Tengo el corazón alegre gracias al Señor... yo me regocijo en tu victoria. Nadie como el Señor es santo... Los hartos se contratan por un poco de pan, mientras que los hambrientos ya no se fatigan... El Señor empobrece y enriquece, el Señor humilla y enaltece" (1Sam 2,1ss). Son ideas que también se encuentran frecuentemente en el salterio y en otros textos que recuerdan los hechos salvíficos del "éxodo" (cfr. Sal 80).
La actitud habitual de María, de "contemplar en su corazón" (Lc 2,19.51), indica el poner en relación un acontecimiento salvífico (como los sucesos de la Anunciación y de la visitación) con datos de la historia de salvación. Lo que veía o escuchaba, lo ponía en relación con las profecías o los salmos, que ella misma había leído, escuchado o cantado. "El Magnificat es la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18).
El "gozo" de la Anunciación y del "Magníficat" es el gozo mesiánico que también cantarán los ángeles en Belén como cumplimiento de las profecías: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,10). Entonces María puso de nuevo en práctica su actitud contemplativa (cfr. Lc 2,19). Esta contemplación era fuente de gozo: "Tu palabra es la alegría de mi corazón" (Jer 15,16).
María expresa los sentimientos de su corazón movido por la acción del Espíritu Santo, recordando los sucesos de la Anunciación como cumplimiento de las promesas mesiánicas, ahora ya hechas realidad. El contexto del "Magníficat" indica el significado del "sí" de María a la voluntad salfícia de Dios (Lc 1,38) como expresión máxima de la fe (Lc 1,45), que se concreta en un servicio de caridad (Lc 1,39) y, al mismo tiempo, es instrumento de la gracia del Espíritu comunicada a Isabel y a Juan Bautista (Lc 1,41).
Se puede apreciar en el "Magníficat" (Lc 1,47-55) un paralelo de los temas que aparecen en la Anunciación: gozo, poder de la santidad de Dios, salvación universal, humildad o pobreza (bíblica) de la criatura, misericordia divina según las promesas mesiánicas. En el cántico afloran los sentimientos más profundos del corazón de María: alabanza a Dios, gratitud, fe, confianza, humildad (pobreza bíblica), reconocimiento de la misericordia de Dios, unión con toda la humanidad y con toda la historia de salvación.
María da gracias por la historia de salvación (Lc 1,46-48), en la que se demuestra la omnipotencia y misericordia divina (Lc 1,49-53), dando inicio al reino mesiánico (Lc 1,54-55). "Maria alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús" (EdE 58).
La Iglesia recita el "Magníficat" imitando el espíritu de María: "Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo" (CEC 2097). El cántico, repetido a través de los siglos, llamando a María "dichosa" (Lc 1,48), recuerda la presencia activa y materna de María: "La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magnificat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria" (RMa 35).
Jesús dice que "de la abundancia del corazón habla la boca" (Lc 6,45). El contexto de esta afirmación indica una actitud de quien "escucha mis palabras y las pone en práctica" (Lc 6,47). El "Magníficat" es un ejemplo de esta actitud comprometida al contemplar la palabra de Dios. Por esto sigue siendo, a la vez, "el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios" (CEC 2619). La Iglesia lo considera como "cántico de acción de gracias por la plenitud de las gracias derramadas en el economía de la salvación, cántico de los «pobres» cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas" (ibídem).
El "espiritu del Magníficat" es camino pascual. La Iglesia aprende el camino de Pascua, pasando por la "humillación" a la "exaltación", por la "pobreza" bíblica a la salvación. "Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!" (EdE 58).
Cuando la Iglesia canta los salmos, lo hace con el espíritu de María: "No cantas para un hombre, sino para Dios, y como hacía María, medítalo en tu corazón" (San Ambrosio, De Instit. Virginis, 102: PL 16, 345). "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios" (MC 21; San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, 15,16).
El espíritu del "Magníficat" se concreta en el compromiso misionero de anunciar a Cristo único Salvador de toda la humanidad. Este espíritu se aprende en el Corazón de María: "La Iglesia, acudiendo al Corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús. La Iglesia, por tanto, es consciente -y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera particular- de que no sólo no se pueden separar estos dos elementos del mensaje contenido en el Magníficat, sino que también se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que «los pobres» y «la opción en favor de los pobres» tienen en la palabra de Dios vivo... La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión" (RMa 37).
7. SAN JOSÉ EN EL CORAZÓN DE MARÍA
Diversos pasajes evangélicos dejan entrever una unión íntima entre la Santísima Virgen y San José. Son textos relacionados, a veces, con la actitud de María de "meditar en el corazón" (Lc 2,19.51). Los "hechos" y "palabras" que ella meditaba incluyen también a su esposo José.
Cuando los pastores llegaron a Belén, trayendo el mensaje de los ángeles, "encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre" (Lc 2,16). María "meditaba todas esas cosas (acontecimientos y palabras) en su corazón" (Lc 2,19).
María y José habían vivido aquellos días conjuntamente y con intensidad. En efecto, ambos caminaron juntos hacia Belén para cumplir con las disposiciones de la autoridad civil: "Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta" (Lc 2,4-5). Para ambos, "no había lugar en el mesón" (Lc 2,7).
Cuando ofrecieron al niño Jesús en el templo, el texto evangélico se expresa en plural, tanto respecto al viaje, como al acto de ofrecimiento: "Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor" (Lc 2,22). Ante las palabras de Simeón, que profetiza una "espada" para María, en el contexto de un rechazo o escándalo respecto al Mesías, ambos esposos reaccionan conjuntamente: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él" (Lc 2,33).
La huida a Egipto y el regreso a Nazaret se describe también dentro de una estrecha relación mutua, hecha posible gracias a Jesús. Por esto, el ángel, por dos veces, le indica a José: "Toma al niño y a su Madre" (Mt 2,13.20). José cumplió la orden como algo esencial a su misión: "Tomó al niño y a su Madre" (Mt 2,14.21). La residencia definita, "en Nazaret", indica también esta relación profundamente familiar (cfr. Mt 2,23).
La actitud habitual de María, de "meditar en el corazón", tiene esas connotaciones comunitarias y familiares, que incluyen el espacio de interioridad de su esposo José, especialmente cuanto ambos vivían el misterio de Belén, ambos ofrecían al nño en el templo, ambos sufrían el exilio y ambos se insertaban en el ámbito familiar de Nazaret.
Cuando a los doce años el niño Jesús se pierde en el templo, de nuevo el corazón de María "meditaba" el misterio de sus gestos y palabras, envolviendo en su actitud contemplativa y dolorosa a su esposo José. Los dos "iban anualmente a Jerusalén a la fiesta de la Pascua" (Lc 2,41). Ambos quedaron "admirados" al reencontrar al niño discutiendo en el templo con los doctores (cfr. Lc 2,48). Y, sobre todo, ambos sufrieron profundamente aquella ausencia, que, en labios de María, defó descrita así: "Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48). Era el dolor vivido conjuntamente por la ausencia del hijo que era toda su razón de ser.
En este contexto de viviencia armónica por parte de ambos esposos, la actitud contemplativa de María se enraíza en el camino de la fe, doloroso y oscuro para ambos: "No entendieron sus palabras" (Lc 2,50).
La contemplación de María en lo más profundo de su corazón abarca, pues, todas estas circunstancias: "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas contemplándolas en su corazón" (Lc 2,51). Por esto, la actitud redentora de Jesús se concretrá en obediencia a sus padres, que habían corrido su misma suerte: "Bajó con ellos y vino a Nazaret, y les estaba sujeto" (ibídem).
Los dos momentos clave, en Belén y en el templo, vividos intensamente por el corazón de María, están enmarcados en un conjunto de detalles evangélicos, que forman parte de la contemplación de María, como "confrontando" lo que veía, lo que oía y lo que había visto y oído anteriormente. Es posible intuir el eco o resonancia de estos mismos acontecimientos y palabras, en el corazón contemplativo de María, "desposada" con José (Mt 1,18; Lc 2,5).
A Maria y a José, el ángel había eplicado el significado salvífico de la concepción de Cristo "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18.30; Lc 1,35). El intercambio familiar de de sus experiencias sería normal en toda la convivencia posterior de largos años, hasta que Jesús inició su vida pública y dejó Nazaret: "Tenía Jesús, al comenzar (la predicación), unos treinta años, y era, según se creía, hijo de José" (Lc 3,23).
El nombre de Jesús ("Salvador") fue el nombre indicado por el ángel a ambos esposos (cfr. Lc 1,31; Mt 1,21), aunque fue José, como padre legal, quien impondría el nombre al recién nacido. El nombre de Jesús, impartido por José al niño Jesús, según las indicaciones del ángel, y la pronunciación afectuosa de este mismo nombre, unió a los esposos en una misma suerte (cfr. Mt 1,25).
Por parte de José, el hecho de "recibir a María como esposa" (Mt 1,20.24), se encuadra en el contexto de su actitud de "varón justo" (Mt 1,19), "hijo de David" (Mt 1,20), en quien se hace patente el cumplimiento de las promesas mesiánicas, porque Jesús nace de María su esposa. La lista genegalógica de Jesús termina así: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16).
La actitud comprometida de José es parecida a la la actitud contemplativa y fiel de María. El "sí" de la Santísima Virgen se encuadra en el contexto de la aceptación por parte de José: "Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt 1,24). Recibió a María como esposa virginal, tal como era en los designios de Dios (cfr. Mt 1,25).
Cuando nosotros leemos o escuchamos estos datos evangélicos, que encontraron eco contemplativo y comprometido en el corazón de María, podemos entrever el contenido salvífico de otros datos que ahora a Iglesia debe meditar en su corazón como María.
A Jesús, cuando "tenía treinta años", se le llama "hijo de José" (Lc 3,23; 4,23; cfr. Jn 1,45) y también "hijo de María" (Mc 6,3). Las dos afirmaciones se formulan también juntas: "Hijo del carpintero, su madre se llama María" (Mt 14,55). Y cuando Jesús se presentó como "pan de vida" en la sinagoga de Cafarnaum, la gente decía de él que era "hijo de José" y "conocemos a su Madre" (Jn 6,42).
La contemplación de María y de la Iglesia es camino de fe oscura, dolorosa y humilde, porque se trata de compartir la misma suerte de Jesús, rechazado y crucificado, para que, una vez resucitado, pudiera mostrar "su gloria de unigénito del Padre" (Jn 1,14) y atraer a todos hacia él (cfr. Jn 12,32). Para llegar a este objetivo, la "espada" de la Palabra tenía que penetrar el corazón de María, "consorte" de José. "¡Oh Madre del Señor, en tu corazón ha penetrado la espada que Simeón te habia profetizado" (S. Máximo Confesor, Vida de María, VII, n.78: CSCO 478-479; "O Madre del Signore, nel tuo cuore è penetrata la spada che Simeone ti aveva predetto").
8. JUAN BAUTISTA EN EL CORAZÓN DE MARÍA
Hay dos expresiones evangélicas, entre otras, que hacen patente una relación entre el Corazón de María y la persona de Juan Bautista. En efecto, el niño Juan "exultó de gozo" en el seno de su madre Isabel (Lc 1,41.44) cuando María "saludó" a su prima (Lc 1,40). El saludo de María se conviritó también en expresión del "gozo" mesiánico: "Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Lc 1,47).
La actitud interior de María, simbolizad por su "corazón" o "espíritu", consistía en una disponibilidad o respuesta inmediata a una inspiración divina: "Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá" (Lc 1,39). Fue una actitud parecida a la de los pastores, que "vinieron con prisa" a Belén, como quien no hace esperar ni pone obstáculos a la voluntad de Dios (cfr. Lc 2,16).
La fidelidad de María al mensaje de ángel, así como su apertura a la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,35-38), está en sintonía con la actitud de Isabel que llevaba al niño Juan en su seno: "Isabel fue llena del Espíritu Santo" (Lc 1,41). El gozo del niño en el seno de su madre forma parte de las expresiones de ésta respecto a María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,42-45).
María fue "una ciudad de Judá" (Ain Karim), para servir humildemente en aquel ambiente familiar. El "Magníficat" es "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). Es la expresión de "la esclava del Señor" (Lc 1,38), que reconoce su "nada" y, al mismo tiempo, canta las "maravillas" que Dios ha hecho en ella domo demostración de su "misericordia" para con todos (cfr. Lc 1,48-50). La alabanza mariana, dirigida a Dios, incluye también las promesas de salvción que se cumplirán poro medio de la actuación ministerial del Prevursor. De este modo, Dios "acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como había anunciado a nuestros padres ‑ en favor de Abraham y de su linaje por los siglos" (Lc 1,54-55).
Tres meses de convivencia con Isabel, desde "el sexto mes" del embarazo de ésta (Lc 1,6), hasta el nacimiento del niño Juan, fueron suficientes para compartir los sentimientos maternos de su prima que vivía pendiente del hijo que llevaba en su seno. El "salto de gozo" del niño repercutió en el Corazón de María y en todos sus sentimientos de ternura materna con que ella acompañaba a su hijo Jesús todavía en su seno. En su corazón materno quedaron para siempre las huellas de unas vivencias que compartió con Isabel.
"Juan" sería llamado con este nombre, según el mensaje del ángel, porque era un inesperado "don de Dios" (cfr. Lc 1,13.63). En su nacimiento, su padre, Zacarías, resumió con un cántico (el "Benedictus") ideas y vivencias parecidas a las del "Magníficat". Se trataba también de una acción salvífica y misericordiosa de Dios, para "visitar" y "redimir" a su pueblo (Lc 1,68). El nombre de "Jesús" (Salvador) recordaba la fuente originaria de esta presencia salvífica: era el "Emmanuel, Dios con nosotros" (Lc 1,32; Mt 1,23-4). En el Corazón de María (y por medio de sus labios) resonaron los dos nombres, el de Jesús y el de Juan su precursor, como nombres que ya serían inseparables, también para ella.
El "gozo" por el nacimiento de Juan (Lc 1,14) era fruto del corazón o de "las entrañas de misericordia de Dios" (Lc 1,78), según las promesas mesiánicas (cfr. Lc 1,70). Era el preanuncio del "grande gozo" del nacimiento de Cristo "Salvador" (Lc 2,10). María, portadora de Jesús en su seno, sintió que su vida quedaba también entrelazada con la vida del Precursor, como parte integrante de las preocupaciones de su corazón materno, especialnete cuando oyó recitar a Zacarías: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados" (Lc 1,76-77). María le acompañó siempre como nombre inseparable del nombre y de la persona de Jesús.
La vida de Juan Bautista, tal como se describe en el evangelio, discurrió por unas circunstancias que parecen ser un paralelo de la vida de María. El "gozo" de Juan, ya expresado ante el saludo y la presencia de María (cfr, Lc. 1,41.44), será después un "gozo pleno" por el hecho de anunciar a Cristo (Jn 3,29). Es sun gozo similar al que María cantó en el "Magníficat" (cfr. Lc 1,47) por la venida de Cristo al mundo.
Juan era sólo "la voz" (Jn 1,23) que anunciaba la "presencia" de Cristo (Jn 1,26), también como "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29.36). María, en Caná, es también la voz que invita a una relación comprometida con el Señor: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
La experiencia de Juan, por "ver el Espíritu descender sobre Jesús" (Jn 1,32), le recordaba a María la acción del mismo Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo (cfr. Lc 1,35; Mt 1,18). El bautismo de Jesús en el Jordán recordaba a todos que él había venido a "bautizar en el Espíritu Santo" (Jn 1,35). Juan ya había experiementado esta acción "espiritual" desde el seno de su madre (cfr. Lc 1,15.41). Juan señaló a Jesús como "Hijo de Dios" (Jn 1,34), con las mismas palabras que María había oído del ángel (cfr. Lc 1,35).
Juan, como "amigo del Esposo" (Jn 3,29), iba desapareciendo para dejar paso a Jesús (cfr. Jn 3,30). María era "la mujer" (Jn 2,4; 19,26), que con sus actitudes de fe y de asociación esponsal a Cristo (la "nueva Eva" asociada al "nuevo Adán"), se convertía sólo en transparencia de quien era "la luz" que "ilumina a los que viven en tinieblas" (Lc 1,79). La "espada" anunciada por Simeón, indica esta asociación esponsal a Cristo, para dejarle traslucir como "luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,32).
Juan era "más que profeta" (Mt 11,9), como "ángel" o "enviado" para preparar los caminos del Mesías (Mt 11,10). Era "el mayor de todos los nacidos de mujer" (Mt 11,11). María, Madre de Jesús, era más bienaventurada por haberlo llevado en su corazón, que por haberlo llevado en su seno, aunque, en ella, estas dos realidades eran una sola: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28). Ella "Virgo erat non solum corpore, sed etiam mente" (S. Ambrosio, De Virginibus, II, 7: PL 16, 208). "Ella era vergine non solo nel corpo ma anche di mente".
A Juan lo mataron por haber anunciado a Cristo y por llamar a "conversión", como apertura a él y a su mensaje salvador. A Cristo le rechazarían por ser, aparentemente, sólo un ciudadano sin importancia, "hijo de María" (Mc 6,3; cfr. Jn 6,42; cfr. Lc 4,28ss). Herodes llegó a pensar que Jesús era Juan Bautista resucitado. Pero los que han anunciado a Jesús, con el riesgo de correr su misma suerte, siguen hablando después de muertos. En el Corazón de María, Juan Bautista tuvo siempre un lugar de predilección. El "estar de pie junto a la cruz" (Jn 19,25) le hizo comprender a María, que todo discípulo de Jesús estaba destinado a correr su misma suerte, la de Jesús y la de María: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26).
9. LOS PASTORES DE BELÉN EN EL CORAZÓN DE MARÍA
La descripción que hace San Lucas sobre el nacimiento de Jesús en Belén, indica una actitud materna y virginal de María. Sólo una madre virgen (en su cuerpo y en su corazón) podía realizar este gesto como una actitud relacional de donación total al hijo: "Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada" (Lc 2,7).
Es una actitud relacional de un "corazón" materno, que ha recibido la "Palabra" hasta lo más hondo de su amor: "Sus ojos se vuelven también sobre el rostro del Hijo" (RVM 10). Es la misma actitud con que acogerá el mensaje de los ángeles transmitido por medio de los pastores: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).
Los pastores habían recibido como "señal" de que el recién nacido era el "Salvador", las mismas indicaciones que reflejan la actitud materna de María al deponer al niño en el pesebre: "Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12; cfr. Lc 2,7). Estas palabras del mensaje de los ángeles a los pastores, que resumen también eel gesto materno de María, le hicieron recordar a ella la paz mesiánica anunciada por los profetas: "Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre... « Príncipe de Paz ». Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia" (Is 9,5-6).
María relacionaba el canto de los ángeles ("gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra"...), así como el mensaje sobre el niño, con lo que veía y lo que recordaba de las santas Escrituras. San Jerónimo, comentando Lc 2,19, relaciona la meditación de María con el texto de Isaías 7,14 ("la virgen concebirá y dará a luz") y afirma: "Conferebat quae audierat, quaeque legebat (las profecías) cum his quae videbat" (el niño recién nacido) (San Jerónimo, Homilia de Nativitate Domini: CCL 78, 527). ("Ciò che Gabriele aveva detto, era stato già predetto da Isaia: «Ecco la vergine concepirà e parturirà» (Os 7,14). Se questo l'aveva detto, quell'altro l'aveva sentito. Vedeva il bambino giuacente... colui che giaceva era il Figlio di Dio... Lo vedeva giacere e lei meditava le cose che aveva udito, quelle che aveva letto e quelle che vedeva")
El "temor" de los pastores ante el "ángel" y ante la "gloria del Señor" (Lc 2,9), es parecido al "estupor" de María en la Anunciación (Lc 1,29-30). La diferencia está en la actitud contemplativa de María, que transforma el "estupor" en respeto y aceptación del misterio en el fondo de su corazón. El ángel ayudó a María y a los pastores, a transformar el "estupor" en "gozo" (cfr. Lc 1,28: saludo de "gozo"; 2,10: "grande gozo"). Es el gozo mesiánico en bien de "todo el pueblo" y especialmente de los más pobres (Lc 2,10).
El ángel señala a Jesús como "Salvador" y "Cristo Señor", por el hecho de nacer "en Belén, la ciudad de David" (Lc 2,11). María relacionaba este mensaje con el que ella había recibido en la Anunciación: "El Señor le dará el trono de David su padre" (Lc 1,32-33; cfr. Is 9,5-6).
Lo que los pastores transmitieron a María y a José es precisamente este mensaje mesiánico que ellos cumplierton con premura: "los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado»" (Lc 2,15). Sus "prisas" se convierten en encuentro: "Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre" (Lc 2,16). Parte integrante del mensaje, que los pastores "dieron a conocer" también a todos (Lc 2,17) es el canto de los ángeles, que formó parte de la meditación de María en su corazón: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor (de buena voluntad)" (Lc 2,13).
El ver o mirar de los pastores se convierte en certeza de que las palabras del mensaje angélico se hacía realidad, y los transforma en los primeros anunciadores de Jesús: "Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían" (Lc 2,17-18). La Palabra de Dios se cumple cuando el corazón humano la recibe tal como es. Así lo hicieron los pastores, quienes, por ello mismo, entraron a formar parte de la actitud materna y contemplativa del Corazón de María: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).
Los pastores, a quienes el mensaje evangélico había sorprendido "vigilando su rebaño" (Lc 2,8), ahora, al ver cumplido el anuncio, pasan a una puesta en práctica, que consiste en la gratitud y la alabanza: "Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho" (Lc 2,20). Es la actitud mariana del "Magníficat", fruto de haber meditado la Palabra de Dios sin poner trabas en el corazón.
Los "pobres de espíritu", como los pastores, son los únicos que saben captar el misterio de Cristo, con la actitud de las "bienaventuranzas" que se refleja en el "Magníficat" de María, fruto de haber visto a Dios escondido en los signos pobres de todo ser humano, especialmente los más débiles. Ver a Cristo escondido y manifestado bajo signos pobres, sólo es posible con la actitud humilde y generosa de un corazón parecido al Corazón de María, que no antepone nada ni nadie a la Palabra del Señor.
La Iglesia de las "bienaventuranzas" y del "Magníficat" está llamado a prolongar en el tiempo la actitud de los pastores y, especialmente, la actitud contemplativa y fecunda de María: "La Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos" (Bula Incarnationis Mysterium, 11).
10. LOS MAGOS DE ORIENTE EN EL CORAZÓN DE MARÍA
El evangelio según San Mateo nos describe el encuentro de los Magos venidos de Oriente, con Jesús niño, anotando que este "encuentro" fue "con María su Madre" (Mt 2,11). La actitud interior de María, al recibir a los pastores, puede servir de punto de referencia para comprender esa misma actitud en el venida de los Magos: "Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).
En ambos casos (el de los pastores y el de los Magos) el encuentro con Cristo se describe con una realidad viva y rica, que hay que profundizar con una actitud contemplativa como fue la de María. Los Magos, como los pastores, encuentran a Cristo siguiendo una inspiración superior: "Hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle" (Mt 2,2). Pero hacen también referencia a una promesa implícita sobre el Mesías: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?" (ibídem).
Una respuesta a esa pregunta sobre el Mesías queda descrita en la explicación escriturística dada por los rabinos de Jersualem: "En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá, porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel" (Mt 2,5-6; cfr. Miq 5,1).
Así como María relacionó en su corazón el acontecimiento de los pastores, con el mensaje que ellos traían de parte del ángel y con las profecías que ella había leído o escuchado (cfr. Lc 2,19; cfr.Is 7,14; 9,5-6), de modo semejante, en encuentro de los Magos con Jesús niño y "con María su Madre", suscitó en ella la "contemplación", como actitud interior de confrontar un hecho concreto con un mensaje y unas profecías. Los pastores y los Magos fueron a "Belén, la ciudad de David" (Lc 2,11; Mt 2,5-6); María relacionaba esta realidad con lo que ella había escuchado en la Anunciación: "El Señor le dará el trono de David su padre" (Lc 1,32).
La "grande alegría" de los Magos al redescubrir la estrella que les conducía al encuentro con Cristo (Mt 2,10), es parecida a la "grande alegría" anunciada por los ángeles a los pastores (Lc 2,10), así como al "gozo" del niño Juan (en el seno de Isabel) como fruto del al saludo de María (cfr. Lc 1,41.44). Ella ya cantó ese gozo mesiánico en el "Magníficat", que brotó de su corazón contemplativo.
La capacidad contemplativa de María, expresada en el "Magníficat", es también fruto de haber meditado el salterio y algunos himnos del Antiguo Testamento. Ante la llegada de los Magos, ella podía muy bien "relacionar" este encuentro con lo que ellos decían y, especialmente, con las promesas mesiánicas: "Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan" (Sal 71,10-11).
La narración del evangelio según San Mateo puede reflejar y resumir esta contemplación mariana. La redacción del texto parece un parelelo de Isaías, sobre una Jerusalem llena de luz y madre de todos los pueblos: "Levántate, resplandece, que ha llegado tu luz... Caminarán las naciones a tu luz... Tus hijos vienen de lejos"... (Is 60,1-6). María presenta a Cristo que es "luz para iluminar a los gentiles" (Lc 2,32).
En cada época, esta narración evangélica recobra una actualidad especial. Los pueblos siguen encontrando a Cristo, a la luz de una Iglesia que se hce "madre" como María, en la medida en que sea "signo" o transparencia de Cristo. El cruce actual de religiones y culturas se concretiza en un encuentro con la Iglesia, cuya misión materna consiste en ser transparencia e instrumento de Cristo, "como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de él, se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor" (SC 2; cfr. Is 11,12).
El caminar histórico de la humanidad deja entrever que "el Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia" (TMa 6). La Iglesia llegará a ser el "signo" o transparencia de esta realidad salvífica, en la medida en que sea contemplativa como María. Si María es "Madre por medio de la Iglesia" (RMa 24, LG 65), "la Iglesia aprende de ella su propia maternidad" (RMa 43).
La escena de los Magos y de los pastores es como un aldabonazo permanente en el corazón de la Iglesia, llamada a ser eco del Corazón de María. Hoy los diversos pueblos y culturas, ya en contacto con comunidades eclesiales, dice: "Hemos visto su estrella" (Mt 2,2); "queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). El encuentro se realizará en la medida en que aprenda la actitud materna, contemplativa y comprometida, de María.
11. LOS DISCIPULOS DE JESUS EN EL CORAZON DE MARIA
Leyendo los textos evangélicos, a la luz de la armonía de la fe y de la revelación, se percibe una relación muy profunda entre María y los discípulos de Jesús. El evangelio de San Juan describe precisamente los inicios del seguimiento evangélico de los discípulos con "la Madre de Jesus". María ya estaba en Caná, invitada para las bodas, antes de que fueran invitados los discípulos del Señor: "Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos" (Jn 2,1-2). El "tercer día" tiene ya la resonancia de "la hora" cuando sería glorificado Jesús. La Iglesia vive ahora "el tercer día", es decir, actualiza la resurrección del Señor como invitación a las bodas, también con María, "la mujer", figura de la Iglesia esposa (cfr. Jn 2,4).
El episodio de Caná termina describiendo la fe de los discípulos: "Creyeron en él sus discípulos" (Jn 2,11). La actitud de fe oscura de María, relacionada con el milagro, tuvo su influencia en la actitud de fe de los primeros seguidores de Jesús. El seguimiento apostólico, ya en sus inicios, se describe en relación con "la Madre de Jesús": "Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos (parientes) y sus discípulos" (Jn 2,12).
Objetivamente, aunque no necesariamente a nivel de ser consciente, en esa actitud apostólica de fe y de seguimiento influyó aquella que estaba asociada a "la hora" de Cristo como "la mujer", es decir, "la Nueva Eva" (como dice San Ireneo), figura de la comunidad eclesial como esposa de Cristo (cfr. Jn 2,4). La actitud que manifiesta María recuerda su contemplación comprometida de cumplir siempre las palabras del Señor: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; cfr. Lc 1,38; Ex 19,8; 24,7).
Si ella estaba habituada a contemplar en el corazón las palabras del Señor para ponerlas en práctica (cfr. Lc 2,19.51), nadie mejor que ella estaba preparada para entender el significado profundo de la enseñanza de Jesús sobre la comunidad de los creyentes. Ella era "la bieanventurada" por haber llevado en su seno y amamantado con su leche al Hijo de Dios; pero era "más bieanventurada" por haberlo recibido hasta el fondo de su corazón (cfr. Lc 11,27-28). Ella, como "siempre Virgen", perteneció siempre y totalmente al misterio de Cristo Esposo. "La verginità e la fede pronta attirano Cristo nell'intimo del cuore; e così la madre lo custodisce nel nascondimento delle sue membra intatte" (Prudenzio, Apotheosis 581: PL 59,978; "virginitas et prompta fides Christum bibit alvo cordis, et intacta condit paritura latebris").
El mismo evangelista San Lucas, que decribe la fe de María (cfr. Lc 1,45) y su actitud contemplativa (cfr. Lc 2,19.51), es quien transmite el significado profundo de esta fe y de esta contemplación, que es modelo de la fe contemplativa y comprometida de la comunidad eclesial, como nueva familia establecida por Jesús (cfr. Lc 11,27-28; cfr. 8,21).
En este mismo contexto cabe interpretar la afirmación de Jesús: "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). En el texto paraleto, Lucas matiza que se trata de la misma actitud contemplativa de María: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21; cfr. Lc 11,27-28).
Por esta actitud contemplativa, nadie mejor que María podía comprender el sentido relacional de muchas expresiones de Jesús. Nosotros prestarmos más bien atención principal a unas ideas; la persona que vive con fe contemplativa fija su atención más bien en el aspecto relacional y afectivo: "Mi Madre y mis hermanos" (Lc 8,21); "mi Iglesia" como comunidad-familia (Mt 16,18), "mis ovejas" (Jn 10,14ss); "los que tú me has dado" (Jn 17,6ss); "a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
María más que nadie, guiada por el Espíritu Santo, especialmente después de Pentecostés, podía captar con el corazón lo que significaba para Jesús el grupo de sus discípulos, "los suyos", a quienes "amó hasta el extremo" (Jn 13,1). El evangelio encontraba siempre eco en su corazón materno: "Todo lo cual lo consideraba en su corazón la Santa Madre del Señor de todo el universo y verdadera Madre de Dios, como está escrito, y añadiendo aquellos hechos maravillosos que de El (de Jesús) se contaban, multiplicó la alegría de su corazón" (Basilio de Seleucia, In Annuntiationem, 39: PG 85,447-448) "Tutte queste cose la santa Madre del Signore di tutti e vera Madre di Dio conservando nel cuore - come sta scritto - con l'aggiunta degli straodinari eventi che erano avvenuti attorno a lui, multiplicava l'esultanza del cuore" (Omelia sulla Madre di Dio).
Contemplando en su corazón estos gestos y palabras de Jesús, intuía que ella misma formaba parte de una familia que iba más allá de los estrechos muros del hogar de Nazaret e incluso más allá del grupo familiar de "sus parientes" (Jn 2,12).
La "mirada" de Jesús a su Madre, "de pie junto a la cruz" Jn 19,25-26), se prolonga hacia el "discípulo amado" en representación de los demás. María, "la mujer" asociada a "la hora" de Jesús, para correr su misma suerto o "espada" (Lc 2,35), abría su maternidad hacia su único Hijo y aprolongado y presente en cada uno de sus seguidores: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26).
Ella estaba unida a Cristo inmolado "con corazón maternal" (LG 58). Su actitud materna, por ser virginal, fue siempre de oblación total: "Se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma" (LG 58).
Los discípulos, representados por San Juan y las piadosas mujeres, aprendieron de ella a estar también "de pie junto a la cruz" (Jn 19,26), viviendo en comunión de vida con ella, es decir, recibiéndola como Madre "en el propio hogar" o casa familiar (cfr. Jn 19,27). Recibirla como Madre y como modelo de maternidad, equivale a aprender de ella la actitud contemplativa, asociativa y oblativa.
El Espíritu Santo, enviado por Jesús, haría que la Santísima Virgen pudiera relacionar el encargo del Señor ("ahí tienes a tu hijo") con sus palabras de despedida orando al Padre en la última cena: "He sido glorificado en ellos" (ellos son mi expresión-gloria) (Jn 17,10), "tú les amas como a mí" (Jn 17,23), "yo estoy en ellos" (Jn 17,26).
La invitación que hace San Juan, de "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37), equivale a la actitud mariana de fe contemplativa, hecha oblación al pie de la cruz, unida a los sentimientos del corazón del Señor. El "costado abierto", del quebrota "sangre y agua", es como el resumen de toda la redención y de todo el evangelio, concretado también en las últimas palabras de Jesús, que encontraron eco contemplativo en el corazón de su Madre. Todo sucedió para que la comunidad creyera con la fe contemplativa de María y de Juan el "discípulo amado": "El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis" (Jn 19,35).
La presencia de María, "la Madre de Jesús", en el Cenáculo (Hech 1,14), con ciento veinte discípulos, incluidas algunas mujeres que seguían al Señor (Hech 1,15), es un signo de cómo los discípulos estaban en el Corazón de María su Madre. "Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo" (Hech 2,4), para asimilar el mensaje evangélico en el corazón, hacerlo vida propia y transmitirlo a los demás.
Recibir a Jesús y transmitirlo a los demás, siempre bajo la acción del Espíritu Santo, es el resumen de la realidad materna de la Iglesia, que se inspira en la actitud contemplativa y materna de María. "Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, como había sido concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo había sido impulsado a la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu Santo sobre El mientras oraba" (AG 4). María es el "icono" en que se inspira la Iglesia de todos los tiempos.
En el Corazón de María encontraron y siguen encontrando eco especial las palabras de Jesús, que repiten los Apóstoles y sus sucesores en la celebración eucarística: "Este es mi cuerpo... ésta es mi sangre... haced esto en conmemoración mía" (Lc 22,19-20). Mientras la Iglesia cumple este encargo eucarístico, María sigue diciendo: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
Los "hermanos" del Señor aprendieron a vivir "en comunión de vida" con María. Ella lleva en su corazón la expresión que había dicho Jesús refiriéndose a su comunidad eclesial ("mis hemanos": Lc 8,21), y la relacionaba continuamente con el encargo recibido en la cruz ("tu hijo": Jn 19,26). Ella acompañó a todos y a cada uno (no sólo a Juan), llevándolos en su corazón, especialmente a los que gastaron vida por el Señor y a los que, como Santiago, dieron la vida por él (cfr. Hech 12,2). El santuario mariano del Pilar es una expresión de esta realidad salvífica.
El Corazón de María es modelo de seguimiento evangélico. En el Prefacio de la Misa sobre "María Madre y Maestra de vida espiritual", la Iglesia ora al Señor con estas palabras: "María es modelo de vida evangélica; de ella nosotros aprendemos, con su inspiración nos enseña a amarte sobre todas las cosas, con su actitud nos invita a contemplar tu Palabra, y con su corazón nos mueve a servir a los hermanos".
12. EL DISCIPULO AMADO EN EL CORAZON DE MARIA
Existe una interrelación familiar entre María y el "discípulo amado". Ella recibió el encargo de asumirlo como hijo; él recibió el encargo de tratarla como Madre: "Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,26-27).
Era un encargo mutuo, que debía vivirse de corazón a corazón, recibiendo las palabras de Jesús en "un corazón bueno" (Lc 8,15), como María las había recibido en su corazón (cfr. Lc 2,19.51).
El resultado de esta interralación entre madre e hijo, así como entre hijo y madre, la concreta San Jua con esta expresión: "La acogió (o recibió) en su casa". Ello equivale a una convivencia familiar, que puede traducirse por "comunión de vida" (RMa 45, nota 130, citando a San Agustín), es decir, "la introduce en todo el espacio de la vida interior" (ibídem).
El hecho de que San Juan describa a María como "la mujer" extrechamente relacionada con Cristo, en Caná y en el Calvario (Jn 2,4ss; 19,25ss), deja entender una relexión contemplativa del mismo discípulo que convivió con ella después de la muerte y resurrección del Señor.
Este recuerdo de Juan incluye su propia experiencia de fe en Cristo (cfr. Jn 2,11) y de seguimiento evangélico junto "con su Madre" (Jn 2,12). Todo el evangelio de Juan refleja una actitud contemplativa de "ver la gloria" del Hijo de Dios a través de sus gestos y palabras (Jn 1,14), hasta descubrir, con esta "mirada" contemplativa, y vivir profundamente el misterio de Cristo (cfr. Jn 12,21; 19,37).
Esta actitud contemplativa de Juan equivale, siempre con grado y modo distinto, a la actitud contemplativa de poner en práctica lo que dice el Señor (Jn 2,5) y de perseverar "de pie" junto a Jesús cuando había llegado "su hora" (Jn 19,25ss). A Juanle tocó también "estar de pie" junto a la cruz, con María, para aprender a "mirar" a Jesús con los ojos de la fe.
Esta "mirada" contemplativa hacia Cristo, que observamos en María y en el discípulo amado, contrasta con el escándalo de Nazaret (que también nos los narra San Juan), cuando sus conciudanos no aceptaron a Cristo como Salvador, porque, según decían ellos: "Es hijo de José y conocemos a su padre y a su madre" (Jn 6,42).
La invitación constante del evangelio de Juan consiste en aprender a pasar o "mirar" más allá de los "signos" pobres de la humanidad de Cristo, descubriéndolo como "Salvador del mundo" (Jn 3,42), "Hijo de Dios" (Jn 6,69; 20,31). Así era la fe contemplativa de María, con quien Juan convivió después de la muerte y resurrección del Señor.
La fe contemplativa de Juan era un conocimiento de Cristo vivido desde el amor. Es el discípulo que "reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23.25; 21,20) y, por tanto, supo conocer a Cristo amándolo, siguiendo la pauta trazada por el mismo Jesús: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21; cfr. 10,14). Juan supo descubrir, por medio de esta mirada contemplativa y amorosa, al "Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).
Se puede decir que la mirada contemplativa de Juan encuentra su punto culminante cuando "vio" o decubrió a Cristo resucitado en un sepulcro vacío: "Entró... vio y creyó" (Jn 20,8). Los signos que había dejado Cristo resucitado eran tan pobres como los de la gruta de Belén: sepulcro vacío, lienzos por el suelo, sudario plegado; pesebre, niño envuelto en pañales... La mirada contemplativa de María, envolviendo a Jesús con pañales y colocándolo en la cuna (cfr. Lc 2,7), es la representación del creyente que decubre el misterio pascual de Cristo resucitado enmedio de signos pobres. "Contemplar" es ver a Jesús como Hijo de Dios y Salvador, donde humanamente parece que no está. María "contemplaba en su corazón" (L 2,19) con esta actitud de fe. Es la misma actitud que refleja el discípulo amado ante el sepulcro vacío.
No puede pasarse por alto que esta fe contemplativa de Juan en Cristo resucitado, está relacionada con el hecho de haber convivido con María, al menos durante la tarde del viernes santo y todo el día del sábado antes de la resurrección: "La recibió en su casa", es decir, convivió con ella en familia, en comunión de vida (Jn 19,27).
En esta convivencia íntima con María, podía observar que a ella le bastaba "contemplar las palabras del Señor en su corazón" (cfr. Lc 2,19.51), para intuir su profundo misterio, puesto que "para Dios no hay nada imposible" (Lc 1,37). Cristo había dicho que "resucitaría al tercer día" (Mt 17,23). Meditar estas palabras en el corazón, mientras, al mismo tiempo, se cotejaban con los detalles pobres de un pesebre y de un sepulcro vacío, era suficiente, con la gracia del Espíritu Santo, para creer en el misterio de Cristo, "Hijo de Dios", resucitado.
A Cristo se le descubre de corazón a corazón (cfr. Jan 13,23, en relación con Lc 2,19.51). Juan, en la última cena, reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús; en el Calvario, invita a mirar con fe su costado abierto. Esta actitud de fe contemplativa (descrita posteriormente en la redacción del evangelio), supone una acción del Espíritu Santo enviado por Jesús resucitado. La narración evangélica posterior no cambia los hechos (reclinar la cabeza sobre su pecho, mirar al crucificado), sino que indica una actitud contemplativa fruto de la redención de Cristo y de la gracia del Espíritu Santo, que ayuda a interpretar los hechos reales en su significado salvífico más profundo.
Convivir con María, recibiéndola "en familia" o "en casa", se convirtió para Juan en una actitud de fidelidad contemplativa hacia las palabras de Señor: "He aquí a tu Madre". Acogiendo a María, aprendió de ella a a "ver" a Jesús donde parece que no está, meditando sus palabras "en el corazón", en relación con unos signos pobres en los que Jesús se esconde y se manifiesta.
Según los Santos Padres, el evangelio no se puede comprender, si no se adopta una actitud contemplativa, que equivale a recibir a María como Madre, imitando su contemplación: "Ninguno puede percibir su significado, si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre" (Orígenes, Commen. sec. Lc., X, 129131: CSEL, 32/4, 504s).
Al describir en el Apocalipsis el camino histórico de la Iglesia, Juan presenta una dinámica escatológica que tiende hacla "la mujer vestida de sol" (Ap 1,12), transformada por la luz de Cristo resucitado. En la fiesta de la Asunción, los textos litúrgicos citan este pasaje en relación con el "Arca de la Alianza" que ha subido al cielo (Ap 11,19). Para comprender mejor este lenguage simbólico, se lee también el texto paralelo de Lucas que describe la "subida" de María "a la montaña" para visitar a su prima Isabel. Ambos textos tienen el mismo trasfondo bíblico, que deja entender el contenido mariano explicado por el concilio Vaticano II: "La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cfr. 2 Pe 3,10), antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68).
La actitud contemplativa de Juan (aprendida "en comunión de vivda con María"), que tiene dimensión cristológica, mariana y eclesial, presenta a la Santísima Virgen como "la mujer" (Ap 12,1; cfr. Jn 2,4; 19,26), figura de la Iglesia peregrina, que camina hacia el encuentro definitivo con Cristo resucitado en el más allá. María, precedienco a la Igleisa, ya ha llegado a esta realidad escatológica ("final") fruto de la redención de Cristo.
Cabe pensar que cuando Juan escribe el evangelio, tiene en cuenta la actitud contemplativa de María y, por tanto, busca el eco de todo el evangelio en su corazón materno. Juan escribió y anunció lo que había "visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1s). María "vió", a través de los gestos y palabras de Jesús, contempladas en su corazón, mucho más que el discípulo amado.
La contemplación de María, en toda su hondura, quedó escondida en el silencio de su Corazón, lleno de "alguien", que es siempre más allá de lo que podamos pensar, sentir y decir. Estamos invitados todos a entrar en este Corazón, que sólo vivió para decir que "sí" a la Palabra personal de Dios, para que nosotros también busquemos y encontremos en él la resonancia de todos los contenidos evangélicos meditados con fe viva, alentada por el amor y la esperanza que no defrauda.
13. LA PASION Y RESURRECION DEL SEÑOR EN EL CORAZON DE MARIA
Es muy frecuente en toda la tradición eclesial y especialemnte durante la época patrística, hacer referencia al Corazón de María en relación con la pasión del Señor. Muchas veces se relaciona el hecho mariano de "estar de pie junto a la Cruz", con la "espada" profetizada por Simeón, para expresar el dolor de María desde lo más profundo de su corazón.
"Espada... que atravesará también el Corazón de María" (Orígenes, In Lucam homil. 17, 6: PG 13, 1845; Origene, Omelie su Luca: "spada che trafigge non solo il cuore degli altri, ma anche quello di Maria").
"O Madre del Signore, nel tuo cuore è penetrata la spada che Simeone ti aveva predetto. Allora si infissero nel tuo cuore i chiodi che perforarono le mani del Signore... le innomerevoli sofferenze e ferite del Figlio si repercuotevano nel tuo cuore"... (S. Massimo Confessore, Vita di Maria, VII, n.78: CSCO 478-479).
(copié ya y sólo la primera parte de la frase en el cap.8 sobre S.José, al final).
"Il cuore della Vergine stessa fu ripieno di dolore nel segno della croce... Simeone chiama spada i molti pensieri che feriscono le viscere"... (Anfiloquio di Iconio, Anfilochio di Iconio, Homilia di octava Domini, 8: PG 39,57A). "También el corazón de la Virgen se llenó de tristeza en el signo de la cruz").
Si María "contemplaba en su corazón" las palabras y los acontecimientos salvíficos, no podía pasarle por alto la referencia, al menos implícita, a la pasión del Señor. En efecto, el nombre de "Jesús", del que le habló el ángel ("vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús": Lc 1,31), está relacionado con la redención de los pecados, según la aclaración hecha por el ángel a San Jose: "Porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21).
A esta contemplación del misterio redentor de Cristo se añade el aspecto doloroso de correr su misma suerte o de sufrir la misma "espada", como oposición por parte de quienes no aceptarían las exigencias de la Palabra de Dios: "¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma! ‑ a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos" (Lc 2,35).
Estos hechos salvíficos se dan en el contexto de una meditación profunda por parte de María, que queda descrita cuando llegan los pastores a adorar al niño (cfr. Lc 2,19). Poniendo ella "en relación" el mensaje del ángel, con lo que ella veía y con las profecías mesiánicas (todo ello integrado en la "contemplación" de su corazón), se vislumbra el significado sacrificial de la presentación del recién nacido en el templo: "Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo (ofrecerlo) al Señor" (Lc 2,22).
La "víctima" que ella había concebido en su seno, tenía que ser ofrecida al Señor como "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1,29.36). La "admiración" de María y José (cfr. Lc 2,33) es también una especie de intuición del misterio profundo de quien, para redimir al mundo, tenía que cargar con nuestros pecados haciéndose el "siervo doliente" (Is 42 y 53,12).
Cuando Jesús fue reencontrado en el templo, después de la celebración de la Pascua, sus palabras dejaban entender que su vida estaba ligada estrechamente a la acción salvífica de Dios en un contexto sacrificial. Jesús pertenecía a "la casa" del Padre (Lc 2,49), donde se realizaría el sacrifico redentor cuando llegaría "su hora" de "pasar de este mundo al Padre" (cfr. Jn 2,4; 13,1). La "búsqueda dolorosa" del niño perdido en el templo (Lc 2,48), se puede describir como un ansia del corazón: "Ecce ego et pater tuus afflicti, cor in ore, ibamus, circumibamus, quaerebamus te" (San Efrén, Hymni de nativitate, 4,130; CSCO 187,33).
Cuando Jesús, en Caná y en el Calvario, se dirige a María, calificándola de "mujer", indica el sentido de asociación de su Madre a su misma obra redentora como "Nueva Eva". Ella pertenece a "la hora" de Jesús y está llamada a asociarse con actitud sacrificial, "de pie junto a la cruz". La unión entre Jesús y María es indisoluble, como figura del amor del Señor a su Iglesia (cfr. Ef 5,25), su esposa "inmaculada" y su "complemento" (cfr. Ef 1,23).
La asociación de María al sacrificio de Jesús fue "con corazón maternal": "La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cfr. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (Jn., 19,26-27)" (LG 58).
"Stabat Mater dolorosa - iuxta crucem lacrimosa - dum pendebat Filius. Cuius animam gementem - contristatam et dolentem - pertransivir gladius". "La Madre piadosa estaba - junto a la cruz y lloraba - mientras el Hijo pendía, - cuya alma, triste y llorosa - traspasada y dolorosa - fiero cuchillo tenía" (Himno litúrgico, fiesta de la Virgen Dolorosa, 15 septiembre). "Addolorata, in pianto - la Madre sta presso la Croce - d cui pende il Figlio. - Immersa in angoscia mortale - geme nell'intimo del Cuore - trafitt da spada". (abajo siguen otras frases)
María, como puede vislumbrarse en el "Magníficat", estaba acostumbrada a recitar el salterio y otros himnos del Antiguo Testamento. Los salmos 21 y 68 describen los sufrimientos del futuro redentor: ultrajes, crucifixión, repartición de sus vestidos, sed... Solamente al llegar esos momentos culminantes de la pasión, ella podría captar todo su significado, pero el mismo Espíritu Santo, que inspiró aquellos textos, obraba en el Corazón de María haciéndole intuir la intimidad y vivencia de su Hijo.
Las últimas palabras de Jesús, muriendo en la cruz, fueron escuchadas directamente por María y meditadas en su corazón. Su gesto de estar "de pie" indica una actitud interna de "mirar" con fe contemplativa. En el Corazón de María resonaron las palabras de Jesús como un resumen de todo el evangelio: perdón (cfr. Lc 23,34), esperanza de salvación (cfr. Lc 23,43), función materna de María y de la comunidad eclesial (cfr. Jn 19,26-27), las ansias o sed de comunicar la salvación (cfr. Jn 19,28; Sal 68), abandono o silencio de Dios (Mt 25,46); Sal 21), fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre (Jn 19,30), confianza en las manos del Padre (Lc 23,46; Sal 30). La Iglesia acude al Corazón de María, para encontrar en él el eco de las palabas del Señor.
La "túnica inconsútil" que se rifaron los soldados (Jn 19,23), suponía muchas horas de trabajo hecho con amor. La túnica desapareció; el amor que María puso en su elaboración queda insertado en la historia como "influjo salvífico en favor de los hombres" (LG 60), puesto que forma parte de su colaboración como asociada al Redentor ("se asoció con corazón maternal a su sacrificio": LG 58).
En el himno litúrgico "Stabat Mater" (citado más arriba), el creyente se siente invitado a vivir en sintonía con Cristo por medio del Corazón de su Madre: "Sancta Mater, istud agas, - crucifixi fige plagas - cordi meo valide". "En mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí". "Ferisci il mio cuore con le sue ferite, - stringimi alla sua croce, inèbriami del suo sangue!
GIORGIO DI NICOMEDIA (Jorge de Nicodemia): "Se desagarró el corazón de su Madre". "Chi mai dunque potrebbe contare i numerosi colpi che in questa circostanza attraversarono il cuore della Madre?... l'ardente amore per il Figlio... mossa dall'amore verso il Figlio... la forza della su abruciante fiamma interiore... con immutabile forza interiore guardava il Figlio... cocente dolore... quanto si lascerò il cuore di Maria! Quanto restò interamente scosso!... allora una più penetrante spada si conficcò nel cuore della Vergine... mentre nella mano si piantava il chiodo, nel cuore invece si conficcava una ferita moratlae!" (Giorgio di Nicomedia, Omelie, Maria ai piedi della croce: PG 100, 1457-1489).
El "discípulo amado", que, en nombre nuestro, "recibió" a María en su casa ("en comunión de vida") (cfr. Jn 19,27), invita a "mirar" con mirada de fe contemplativa aquel hecho salvífico del costado abierto de Jesús, del que brotó "sangre y agua" (Jn 19,34). La "mirada" contemplativa de María podía captar más que nadie que aquella "sangre" (formada en su seno por obra del Espíritu Santo) era también el símbolo de una vida donada por amor (Jn 10,17; 15,13); y que aquella "agua" significaba el "agua viva" o vida nueva comunicada por el Espíritu Santo gracias a la obra redentora de Cristo (cfr. Jn 7,38-39).
Con esta "mirada" de fe contemplativa, el Corazón de María fue siguiendo los acontecimientos que se siguieron a la muerte del Señor: el descenso de la cruz y la desposición en el sepulcro, envolviendo el cuerpo de Jesús con una "sábana": "Después de descolgarle, (José de Arimatea) le envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía" (Lc 23,53). María, una vez más, siguiendo su actitud habitual, relacionó lo que veía con otros hechos de la vida de Jesús y con las profecías: "Lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada" (Lc 2,7). Así lo describe un escritor oriental:
(la vergine profondamente addolorata chiede al Figlio di poterlo accogliere di nuovo nelle sue viscere e di sepelirlo nel suo cuore): "Ahimè, questa fredda pietra tombale, come colpita da un ferro mosso dal tuo forte braccio, quali scintille spirituali manda nel mio cuore! Perché non mi si spezza il petto? perché non posso scolpirti un più arcano sepolcro, sí da poterti accogliere di nuovo nelle mie viscere e seppellirti nel mio cuore? Io sono il mistico calice che non è stato distaccato dalla sua pietra preziosa: porto con me la mia porta, che è stata piantata in me, illuminata dal divio splendore!" (Simeone Metafraste, Vita di Maria: PG 114-224; Homologion 964-965).
La fe de María era fe contemplativa y "pascual" (de "paso" hacia el misterio más profundo de la glorificación). Toda la vida de Jesús consistía en "pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1). Su donación sacrificial, de la que forma parte la actitud de María como figura de la Iglesia, no termina en la cruz, puesto que él había dicho: "Yo doy mi vida para volverla a tomar" (Jn 10,17). La fe contemplativa le hacía recordar a María las veces que Jesús, al anunciar la pasión, había también profetizado su resurrección: "El hijo del hombre... resucitará al tercer día" (Mt 17,22-23; 20,17). Acostumbrada a recitar los salmos, la armonía de la fe y de la revelación, le hacían vislumbrar algo del misterio profundo de la resurrección, sin saber todavía los detalles de la misma: "No dejarás a tu santo conocer la corrupción" (Sal 15,10; cfr. Hech 2,27, sermón de Pedro en Pentecostés, rodeado por la comunidad primitiva en la que estaba María, Hech 1,14ss).
La fe María en la resurrección del Señor se puede también intuir de modo indirecto. Efectivamente, Juan, el "discípulo amado", cumplió el encargo de Jesús, de recibir a María "en su casa" o "en comunión de vida" (Jn 19,7), al menos durante las horas que pasaron entre la muerte del Señor y su resurrección. Cuando Juan llegó al sepulcro y lo encontró vacío, en el que Cristo había dejado los lienzos (sábana) por el suelo y el sudario plegado, "vio y creyó" (Jn 20,8). La convivencia con María durante aquellas horas de profundo silencio contemplativo, le ayudó a aceptar con espíritu de fe la prediccción del Señor sobre su resurrección al tercer día. Entre los discípulos del Señor existía ya la convicción de que "el tercer día" tenía un significado profundo (cfr. Lc 24,21); faltaba sólo descubrir este significado con la fe del "discípulo amado", que supo convivir con María esperando la resurrección.
Así vivió ella el misterio pascual y ahora lo sigue vivieno en nuestro caminar eclesial. Convivendo con ella, la Iglesia aprende a descubrir a Cristo resucitado presente en los signos pobres de la historia.
14. LA EUCARISTIA EN EL CORAZON DE MARIA
Jesús, "pan de vida" (Jn 6,35), se formó en el seno de María, junto a su corazón, por obra del Espíritu Santo. En aquel corazón encontraron especial resonancia contemplativa todas los gestos y palabras de Jesús. Cuando María oyó por primera vez las palabras del Señor, "este es mi cuerpo... esta es mi sangre" (Lc 22,19-20), se conmovieron sus entrañas de Madre, puesto que se trataba de carne de su misma carne y sangre de su misma sangre. Se repetiría la experiencia de la Encarnación, cuando, según San Pedro Crisólogo, "Se turbó su carne, se conmovieron sus entrañas, tembló su mente y se llenó de estupor toda la profundidad de su corazón" (Sermón 143, 8: PL 52, 585; "si turbò la carne, il grembo sussultò, la mente tremò, l'intera profondità del cuore restò attonita").
Ya en Cafarnaún, cuando Jesús anunció el misterio eucarístico, usó las expresiones "mi carne", "mi sangre": "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él... el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,56-57). El "escándalo" respecto a la Eucaristía, queda unido al escándalo por no querer aceptar la realidad humana de Jesús, hijo de María: "Murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?»" (Jn 6,41-42).
Ella iba "todos los años" a Jerusalén para celebrar la Pascua, como consta desde la infancia de Jesús, en vida de San Jose (cfr. Lc 2,41). El viernes santo estaba ella junto a la cruz (Jn 19,25). Los gestos y las palabras de Jesús durante la última cena, ella las captó o directamente en el mismo momento de la celebración de la Pascua, o inmediatamente después. En Pentecostés, ella formaba parte de la comunidad reunida en el Cenáculo (cfr. Hech 1,14ss).
Es, pues, lógica esta observación del Papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia: "¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz" (EdE 56)." (EdE 56).
La presencia real de Cristo en la Eucaristía nos recuerda que su cuerpo y su sangre son verdaderamente humanos por haberlos tomado de María. Ella "ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia... es el primer «tabernáculo» de la historia" (EdE 55). La Eucaristía tiene el "sabor" de la Virgen Madre, o, como decía San Juan de Avila, "por ser ella la guisandera, se le pegó mejor sabor". Se trata del "pan de la Vigen" ("il pane della Vergine"), que nosotros adoramos y recibimos como "verdadero cuerpo nacido de María Virgen" (EdE 62).
El sacrificio de Jesús, hecho presente en la celebración eucarística, es la actualización de la actitud y gestos sacrificiales de Jesús, especialmente en el Calvario. Alí "no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro" (EdE 57). "María, con toda su vida junto a Cristo, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía... «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22)... Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión" (EdE 56).
El acontecimento sacrificial de Jesús incluye su dolor al ver a su Madre junto a la Cruz y, al mismo tiempo, el hecho de quererla asociada ("la mujer") a la obra redentora (como figura y Madre de la Iglesia) y el don que Jesús nos hizo de ella como Madre. Por esto, "vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente" (EdE 57).
La "actitud interior" de María, simbolizada en su Corazón, es el aliciente y el modelo que invita a toda la Iglesia a vivir en sintonía con esa actitud contemplativa, esponsal y sacrificial: "María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él... la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio" (EdE 53).
Durante la celebración euacarística, la comunidad eclesial se une al sacrifico de Cristo con un "sí" ("amén"), que recuerda el "sí" de María: "Por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios... hay una analogía profunda entre el «fiat» pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor" (EdE 55). Por esto ella es "el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística" (ibídem).
La Iglesia celebra y adora el misterio eucarístico, "haciendo suyo el espíritu de María" (EdE 58), es decir, imitando su "fiat" (su "sí") de la Encarnación y haciendo de la vida un "Magníficat" como "éxtasis de su Corazon". Por esto se puede afirmar que "¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!" (ibídem).
El "pan de vida", que es Jesús, como Palabra y como Eucaristía, encontró el Corazón de María preparado para una nueva transformación. Ella, la Inmaculada desde su concepción, era también la asociada a Cristo ("la mujer", la "Nueva Eva") y en quien, como Asunta o glorificada en cuerpo y alma, se demostraría el fruto de la resurrección del Señor. "Mirándola a ella, conocemos la fuerza trasformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor" (EdE 62).
María es modelo de fe para la Iglesia. La acción del Espíritu Santo, que la hizo a ella Madre virginal del Señor, es la misma acción que transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús, y a nosotros nos hace partícipes de la misma vida de Señor (cfr. Jn 6,57). La oración del ofertorio del domingo cuarto de Adviento, está formulada así:
"Accogli, o Dio, i doni che presentiamo all'altare, e consacrali con la potenza del tuo Spirito, che ha riempito con la sua potenza il grembo della Vergine Maria".
Cuando la Iglesia "invoca" la venida del Espíritu Santo en la celebración eucarística ("epíclesis"), se acuerda de María, quien recibió este mismo Espíritu para pode concebir virginalmente al Hijo de Dios (cfr. Lc1,35ss). San Juan Damasceno explica la "epiclesis" en estos términos: "Preguntas cómo el pan se convierte en el cuerpo de Cristo... Te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana" (De fide ortodoxa IV, 13).
"Domandi come il pane si converte nel corpo di Cristo?... Ti basti udire che e per l'azione dello Spirito Santo, nello stesso modo che, grazie alla Santissima Vergine e allo stesso Spirito Santo, il Signore, per sé e in se stesso, assunse la carne umana" (De fide ortodoxa IV, 13).
La espiritualidad mariana, concretada en la imitación de su vida de fe, lleva a una participación más profunda en la liturgia, especialmente eucarística. En efecto "la meditación sobre Cristo con María" (como puede ser por medio del rezo del Rosario), ayuda a penetrar más "en la vida del Redentor". De este modo, se consigue que "cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia" (RVM 13).
La relación de María con el misterio eucarístico, se fundamenta en su realidad de ser "Madre del Sumo y Eerno Sacerdote", porque "guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres" (PO 18). La unción sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María. Mientras ella decía su "sí", el Verbo se encarnó en su seno. Junto a su Corazón de Madre, Cristo Sacerdote se ofreció al Padre en sacrificio redentor: "Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo... ¡He aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Heb 10,5-7).
Todo bautizado está llamado a hacer de su vida una oblación, unida a la oblación de Cristo al Padre en el Espíritu, "un sacrificio de alabanza" (Heb 13,15), puesto que "por él, ya podemos decir «sí» a Dios" (2Cor 1,20). El Corazón materno de María ve en cada creyente un "Jesús viviente" por hacer. Cada bautizado está llamado a recibir a María como Madre, siguiendo el ejemplo del "discípulo amado". Los sacerdotes ministros están llamados a "venerar y amar con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio" (PO 18; cfr. OT 8).
Pero toda vocación cristiana encuentra en ella un Corazón de Madre para modelarse en él, según el ejemplo de Cristo Sacerdote: "María es la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82).
15. EL CORAZON DE MARIA EN EL CAMINO HISTORICO DE LA IGLESIA: LAS SEMILLAS SEMBRADAS EN EL PRIMER MILENIO
Durante todo su caminar histórico, la Iglesia se ha ido inspirando en el Corazón de María, como "memoria" del evangelio contemplado y vivido. Los temas ya desarrollados anteriormente nos han ido habituando a releer los hechos y el mensaje de Jesús, buscando su "eco" en el Corazón de María. El caminar eclesial más auténtico es el que se ha realizado imitando el Corazón de María (su actitud interior), fiel a la Palabra del Padre y a la acción del Espíritu, asociada a su Hijo Redentor.
Desde los primeros siglos, se ha tomado el Corazon de María como un símbolo de su persona, de su interioridad, de su amor materno, siempre como figura o modelo de lo que la Iglesia está llamada a ser: Iglesia transformada por la Palabra, alimentada por el "pan de vida", en cuyo corazón resuena la actitud interior de María expresada en su "fiat" (Lc 1,38), en su "Magníficat" (cfr. 1,46), su "contemplación" (Lc 2,19.51) y su "estar de pie junto a la cruz" (Jn 19,25).
Entre los Padres y escritores eclesiásticos de los primeros siglos, el Corazón de María era todo un símbolo de profundo significado cristológico y eclesial.
Ya los oráculos sibilinos (siglo II) presentan el Corazón de María amalgamado de gozo y de dolor: "Se alegró y se regocijó su corazón" (Oracula Sibyllina, VIII, vers.462-468: GCS 8, 171-172; Ital.; "Tremante, immobile stette, la mente confusa, con il cuore che batteva per l'inatteso messaggio. In seguito però ne gioì e caldo con la voce il cuore si sentì" (Oracoli Sibillini).
Es muy sugestiva la referencia a la interioridad de María (a su Corazón) en relación con las palabras del ángel (Anunciación) y con el "gozo" mesiánico cantado en el "Magníficat". Así lo hace San Atanasio (295-373): "Cor eius palpitavit guadii abundantia, protulitque canticum"...). "Su corazón palpitó de gozo y entonó un cántico" (San Atanasio de Alejandría, Sermo de Maria Dei Mater: "Le Muséon" 71, 1958, 209s).
El tema del Corazón de María, atravesado por la espada, sirve de clave para entrar en la pasión del Señor. Orígenes (185-254) habla del Corazón de María, atravesado dolorosamente por la "espada" profetizada por Simeón (In Lucam homil. 17, 6: PG 13, 1845). ("gladius qui non aliorum tantum sed etiam Mariae cor pertransiit")
En esta misma línea, se expresaron otros Padres y autores eclesiásticos, haciendo referencia a la pasión del Señor, contemplada desde el corazón doloroso de María. Así San Máximo Confesor (580-662): "O Madre del Signore, nel tuo cuore è penetrata la spada che Simeone ti aveva predetto. Allora si infissero nel tuo cuore i chiodi che perforarono le mani del Signore... le innomerevoli sofferenze e ferite del Figlio si repercuotevano nel tuo cuore"... (S. Massimo Confessore, Vita di Maria, VII, n.78: CSCO 478-479).
Frecuentemente se presenta el Corazón de María lleno de dolor en la pasión, Así Anfiloquio de Iconio (340-394): "Il cuore della Vergine stessa fu ripieno di dolore nel segno della croce... Simeone chiama spada i molti pensieri che feriscono le viscere"... (Anfiloquio de Iconio, Anfilochio di Iconio, Homilia di octava Domini, 8: PG 39,57A). "También el corazón de la Virgen se llenó de tristeza en el signo de la cruz"; "Fuit ergo ipsius Virginis cor tristitia impletum in signum crucis"). También Jorge de Nicomedia (+860): "Se desagarró el corazón de su Madre". "Chi mai dunque potrebbe contare i numerosi colpi che in questa circostanza attraversarono il cuore della Madre?... l'ardente amore per il Figlio... mossa dall'amore verso il Figlio... la forza della su abruciante fiamma interiore... con immutabile forza interiore guardava il Figlio... cocente dolore... quanto si lascerò il cuore di Maria! Quanto restò interamente scosso!... allora una più penetrante spada si conficcò nel cuore della Vergine... mentre nella mano si piantava il chiodo, nel cuore invece si conficcava una ferita moratlae!" (Giorgio di Nicomedia, Omelie, Maria ai piedi della croce: PG 100, 1457-1489).
Al presentar la "contemplación" de María en lo más profundo de su Corazón (Lc 2,19.51), Orígenes desribe la intuición de María sobre el misterio del Hijo de Dios que se deja entender a través de sus palabras de niño: "Guardaba sus palabras en su corazón, no como las de un niño de doce años, sino como las de aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo, al que veía crecer ein sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres" (Orígenes, In Luc. homil., 20,6; PG 13, 1853: "non quasi pueri, qui duocedim esset annorum, sed eius qui de Spiritu Sancto conceptus fuerat, quem videbat proficere sapientia et gratia apun Deum et homines"; "Conservava nel so Cuore le parole di lui, non come le parole di un fanciullo di dodici anni, ma come le parole di colui che era stato concepito da Spirito Santo, di colui che ella vedeva progredire in sapienza e in gratia agli occhi di Dio e degli uomini").
Por esto, la referencia al Corazón de María es una invitación para que la Iglesia siga el mismo camino de entrar en el misterio de Cristo por medio de una fe contemplativa parecida a la de María y a la de San Juan que la recibió como Madre: "Ninguno puede percibir su significado, si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre" (Orígenes, Commen. sec. Lc., X, 129131: CSEL, 32/4, 504s) (ver texto italiano en RMa n.23, nota 47).
San Efrén(307-373) describe el Corazón de María como un templo donde reside Jesucristo como Sumo Sacerdote: (no lo cité arriba) "Dichosa aquella en la que habitas en su mente y en su corazón. Ella es para ti un aula regia... El Sancta Sanctorum, o Summo Sacerdote" (San Efrén, Hymni de nativitate, 17,5: CSCO 186,89; "Beata colei nella cui mente e nel cui cuore sei presente! Essa è per te un'aula regale, o Fihlio del re; ed è per te il Santo dei santi, o Sommo sacerdote!" ("Beata illa in cuius mente et corde tu es! Aula regis illa est per te... et Sancta Sanctorum per te, o summe Sacerdos!").
La vida interior de María, su corazón, discurría en unión con Cristo. Buscar al niño perdido, según San Efrén, era una búsqueda dolorosa del corazón: "Ecce ego et pater tuus afflicti, cor in ore, ibamus, circumibamus, quaerebamus te" (San Efrén, Hymni de nativitate, 4,130; CSCO 187,33). De esta búsqueda se seguía una contemplación más profunda de su corazón acerca de los hechos y las palabras de Jesús, intuyendo su misterio más allá de sus milagros como en Caná: "Ceterum miraculum quod facturus erat conscia erat illa: «omnem rem», ait evangelista, «conservabat in corde suo» (Lc 2,51), et «quodcumque dixerit vobis filus meus facite»" (S. Efrem, Hymni de Nativitate, 5,1: CSCO 145, 44).
Basilio de Seleucia(siglo V) describe la alegría del Corazón de María, al meditar los acontecimientos de la vida del Señor: "Todo lo cual lo consideraba en su corazón la Santa Madre del Señor de todo el universo y verdadera Madre de Dios, como está escrito, y añadiendo aquellos hechos maravillosos que de El (de Jesús) se contaban, multiplicó la alegría de su corazón" (Basilio de Seleucia, In Annuntiationem, 39: PG 85,447-448) "Tutte queste cose la santa Madre del Signore di tutti e vera Madre di Dio conservando nel cuore - come sta scritto - con l'aggiunta degli straodinari eventi che erano avvenuti attorno a lui, multiplicava l'esultanza del cuore" (Omelia sulla Madre di Dio).
Teodoro de Ancira(+ antes del 446) presenta el Corazón de María abierto totalmente a Dios: "No llevaba ídolos grabados en su corazón" (Teodoro de Ancira, Sermo in Amnunt., 11; PO, 19.329: Omelia sulla Madre di Dio, 11: "non impresse nel cuore idoli falsi"; "non erroris simulacra cordi insculpserit"), sino que "su corazón estaba vuelto hacia Dios" (idem, PO 19,330; Omelia sulla Madre di Dio, 11: "divinamente saggia nell'animo, unita a Dio nel cuore"). De ahí su capacidad contemplativa y de confrontación: "Si meravigliava delle cose che si dicevano (cfr. Lc 3,33); tuttavia, conservava anche queste cose, insieme con le precedenti nel suo cuore (Lc 2,19)"."Sane merito sermones mirabatur; consevabat vero etiam ista cum prioribus in corde suo" (Teodoro de Ancira, Homil. IV,13: PG 77,1412; Teodoro di Ancira). San Juan Damasceno(675-749) reafirma la pureza inmaculada del Corazón de María: "Corazón puro e inmaculado de María, que ve y desea al Dios todo santo" (S. Juan Damasceno, Orat. in Nativ. B.V. Mariae I,9: PG 96, 676C: "Cor purum et labe carens, Deum videns omni labe carentem"). (no encontré en italiano en Città Nuova 2).
En este sentido, según el Ps. Gregorio Taumaturgo (s.VI?), el Corazón de María "era como el vaso y receptáculo de todos los misterios" (Ps. Gregorio Taumaturgo, Homil. 2 In Annunt.: PG 10, 1169C). ..."velut quae omnium misteriorum vas ac receptaculum esset" (Ps. Gregorio Taumaturgo, Homil. 2 in Annunt.: PG 10,1169C). Omelia II sull'Annunciazione: "La santissima Madre di Dio conservava tutte queste parole medirandole nel suo cuore come fosse vaso e ricettacolo di ogni mistero").
Entre los Padres y escritores eclesiásticos latinos de los primeros siglos, prevalece la figura de María que concibe a Cristo en su seno y en su corazón. La Iglesia entera y cada fiel imita esta actitud de fe "virginal" de María. Así lo afirma San Ambrosio (333-397): "Virgo erat non solum corpore, sed etiam mente, quae nullo doli ambitu sincerum adulteraret adfectum: corde humilis... loquendi parcior, legendi studiosiorElla "Virgo erat non solum corpore, sed etiam mente" (S. Ambrosio, De Virginibus, II, 7: PL 16, 208). "Ella era vergine non solo nel corpo ma anche di mente e non falsò mai, con la doppiezza, la sincerità degli affetti. Umile nel cuore... non loquace, amante dello studio divino"... (S. Ambrogio, Le Vergini, De Virginibus, 2,7: PL 16,209). Y también San Agustín (354-450): "Fit prius adventus fidei in cor Virginis, et sequitur fecunditas in utero matris" (S. Agustín, Sermo 293,1: PL 39,1327-11328). (no encuentro traducción italiana; pero texto semejante augustiniano:
... (commenta Lc 11,27-28: "Beati sono piuttosto"?...): "Anche per Maria: di nessun valore sarebbe stata per lei la stessa divina maternità, se non avesse portato il Cristo più felictemente nel cuore che nella carne" (S. Agostino, De sancta virginitate, 3: PL 40, 398; "Materna propinquitas nihil Mariae profuisse, nisi felicius Christum corde quam carne gestasset"). Así lo afirma también el poeta Prudencio (+405): "La verginità e la fede pronta attirano Cristo nell'intimo del cuore; e così la madre lo custodisce nel nascondimento delle sue membra intatte" (Prudenzio, Apotheosis 581: PL 59,978; "virginitas et prompta fides Christum bibit alvo cordis, et intacta condit paritura latebris").
Los Padres latinos explican también concretamente cómo era el proceso contempativo del Corazon de María, relacionando palabrfas, hechos y profecías. Así San Jerónimo (347-420): "Conferebat quae audierat, quaeque legebat (las profecías) cum his quae videbat" (el niño recién nacido) (S. Jerónimo, Homilia de Nativitate Domini: CCL 78, 527). ("Ciò che Gabriele aveva detto, era stato già predetto da Isaia: «Ecco la vergine concepirà e parturirà» (Os 7,14). Se questo l'aveva detto, quell'altro l'aveva sentito. Vedeva il bambino giuacente... colui che giaceva era il Figlio di Dio... Lo vedeva giacere e lei meditava le cose che aveva udito, quelle che aveva letto e quelle che vedeva"). También San Ambrosio (333-397): "Los temas de la fe los meditaba en su corazón" ("argumenta fidei conferebat in corde... exemplum edidit") (San Ambrosio, In Lucam II,54: CCL 14,54; "meditava nel suo cuore gli argumenti della fede... ci ha dato l'esempio"). "Maria... conservabat omnia Domini Salvatoris in corde suo vel dicta vel gesta" (S. Ambrosio, In Psal. 118,12,1: PL 15, 1361A; "Maria nel suo cuore custodiva tutto, parole e azioni, del Signore Salvatore").
Es un proceso contemplativo que sirve de modelo para la contemplación de todo creyente. San Ambrosio (333-397) invita a cantar los salmos como lo hacía María, desde lo hondo de su corazón: "No cantas para un hombre, sino para Dios, y como hacía María, medítalo en tu corazón" (San Ambrosio, De Instit. Virginis, 102: PL 16, 345). Entonces el corazón del creyente se hace eco del alma o Corazón de María: "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios" (MC 21; San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, 15,16)."Sia in ciascuno l'anima di Maria a magnificare il Signore, sia in ciascuno lo spirito di Maria a esultare in Dio". Siguiendo el ejemplo de María, el creyente pone las palabras de Cristo en el centro del corazón, con afecto materno: "Maria conservava ogni parola dentro il suo cuore per evitare che dal suo cuore nessuna ne colasse fuori" (Commento al Salmo 118, 4,17: PL 15,1247). "María conservaba todas las palabras en su corazón, para evitar que ni una sola se derramase fuera". "Los temas de la fe los meditaba en su corazón" ("argumenta fidei conferebat in corde... exemplum edidit") (San Ambrosio, In Lucam II,54: CCL 14,54; "meditava nel suo cuore glio argumenti della fede... ci ha dato l'esempio"). "Chi ama il Signore ne ama la Legge, come Maria che, nel suo amore verso il Figlio, ne ripponeva con affetto materno nel suo cuore tutte le parole" (S. Ambrogio, Commento al Salmo 118, 13,3: PL 15, 1452). ("Porque amaba a su Hijo, consideraba con afecto materno todas sus palabras en su corazón") ("Maria diligens Filium omnia verba eius in corde suo materno conferebat affectu").
La contemplación de María, según San Pedro Crisólogo (406-450) se expresaba con el "estupor" de su corazón: "Se turbó su carne, se conmovieron sus entrañas, tembló su mente y se llenó de estupor toda la profundidad de su corazón" (Sermón 143, 8: PL 52, 585; "si turbò la carne, il grembo sussultò, la mente tremò, l'intera profondità del cuore restò attonita").
16. CORAZON DE MARIA: EL CAMINO ABIERTO EN EL SEGUNDO MILENIO.
La herencia recibida del primer milenio cristiano sobre el Corazón de María, se explicitará especialmente desde mediados del segundo milenio. Los textos evangélicos de Lc 2,19.51, que hacen referencia explícita al Corazón de la Santísima Virgen, servirán de punto de referencia, como modelo en el camino de la contemplación de la Palabra y de su puesta en práctica en el camino de perfección.
San Bernardo de Claraval(1090-1153), cuando describe el "fiat" de María en la Anunciación, imagina en suspenso toda la creación esperando su "sí" (Homilía 4, 8-9). En este contexto, relaciona el corazón con el seno y dice a María: "Abre, Virgen bienaventurada, tu Corazón a la confianza, tu boca a la palabra de asentimiento, tu seno al Creador. He aquí que el Esperado de las gentes está fuera y llama a la puerta... Levántate con tu fe, corre con tu disponibilidad, abre con su consentimiento".
"Apri, o Vergine Beata, i ltuo Cuore alla fiducia, la tua bocca alla parola di assenso, il tuo grembo al Creatore. Ecco, l'Atteso dalle genti sta fuori e bussa la tua porta... Alzati con la tua fede, corri con la tua disponibilità, apri col tuo consenso" (Homilía 4,8).
Un autor del siglo XII, Egberto de Schönau (1120?-1184), hermano de la famosa mística Isabel, y abad del monasterio benedictino de Schönau, en una oración al Corazón de María, se siente unido a ella y ensalza sus cualidades: ..."Dal profondo che è in me, saluterò il tuo Cuore immacolato, il primo sotto il solo che fu trovato degno di ospitare il Figlio di Dio, disceso dal seno del Padre... Con quale parole saluterò degnamente il dolce Cuore che sta nel tuo petto pudico? (pudoroso en esp.)... Vivi, vivi e gode in eterno, o Cuore santo e amantissimo, nel quale ebbe inizio la salvezza del mondo e la divinità, che portando pace al mondo, ha baciato l'umanità... Ogni anima ti magnifichi, o madre di dolcezza, e ogni lingua di genti pie esalti nel secoli eterni la beatitudine del tuo Cuore, dal quale scaturì la nostra salvezza".
"Desde lo más profundo de mi ser, saludaré a tu Corazón Inmaculado, el primero bajo el sol que fue encontrado digno de hospedar al Hijo de Dios, procedente del seno del Padre... Oh Corazón santo y amantísimo, en el cual tuvo inicio la salvación del mundo y en donde la divinidad, que trayendo al mundo la paz, ha besado a la humanidad!... Toda alma te glorifique, Madre de dulzura, y toda lengua de las gentes piadosas exalte por los siglos eternos la bienaventuranza de tu Corazón, del cual brotó nuestra salvación".
El Papa Inocencio III (pontificado: 1198-1216) escribió sobre la Santísima Virgen, subrayando sus virtudes y su ternura maternal. Su corazón era el símbolo de su actitud interior. Siguiendo la doctrina de San Ambrosio y San Agustín, afirma la virginidad corporal y espiritual de María. Comentado el texto de Lc 10,38 (cuando Jesús entró en un pueblo o castillo), dice: "En este espiritual castillo, que es la Madre de Dios, Virgen María, el muro exterior es la virginidad corporal, la torre interior es la humildad del corazón... Concibió en su Corazón al Verbo, que se hizo carne y habitó en ella. Concibió en su Corazón al Verbo" (Inocencio III, 1198-1216: ML 217, 583-584).
El Papa Julio III (pontificado: 1503-1513) manifestaba predilección por el título de María "Reina de misericordia", haciendo referencia a su corazón: "Oh gloriosísima Reina de misericordia, saludo tu virginal Corazón, que fue limpísimo de toda mancha de pecado. Ave María" (Julio III, 1503-1513) (citado por H. Marín, o.c., p.19).
San Juan de Avila(1500-1569), con su predicación mariana y su gran influencia en los santos y escritores de su época y de epocas posteriores, tiene ya una doctrina muy amplia sobre el Corazón de María. Fue el gran apóstol del Corazón de María en el siglo XVI, precursor de los grandes apóstoles marianos de los siglos XVII-XVIII. En el "Corazón de María" se resume toda la interioridad contemplativa de la Santísima Virgen, como camino de gozo y de dolor, en sintonía con la interioridad del Corazón de Cristo. Su Corazón ansiaba ardientemente ver al Jesús nacido (cfr. Carta 40) y verle definitivamente en la gloria (cfr. Ser 70). María vivía pendiente de la voluntad divina, "herida con su amor, que era ley de su Corazón" (Ser 70). Por esto es Corazón desprendido de toda criatura: "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el Corazón de la Virgen, por darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (Ser 71). En el Corazón de María, el creyente encuentra el modelo y la ayuda necesaria para imitar a Cristo y unirse a él: "Quien cavare más en el Corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísima de gracia y amor, de la cual salían las virtudes así como ríos" (Ser 69).
La descripción que hace San Juan de Avila sobre el Corazón de María, tiene dimensión trinitaria, cristológica y pneumatológica. Y "como fue allí derramado el Espíritu Santo abundantemente en su corazón y entrañas, ámanos en gran manera, ámanos entrañablemente... como a hijos adoptivos nos tiene" (Ser 32). "Mucha es la ternura de su Corazón maternal para con nosotros" (Ser 68). De este "purísimo Corazón" brotó el canto del "Magníficat", porque el "altar de su Corazón ardía en honra de Dios" (Ser 69). Tiene "muy amoroso y maternal Corazón" (ibídem); "Corazón de Madre tiene la Virgen contigo" (Ser 71). Es el "virginal Corazón" que quedó "lastimado" acompañando a Cristo en la pasión (Ser 67). Fue Corazón herido por "cuchillo de amor" (Ser 70).Por ser "el Corazón más tierno del mundo", cada golpe que daban a Cristo, era "una lazada que atravesaba el Corazón de la Virgen" (Ser 67). Todos los momentos de la pasión y de la sepultura repercutían en su Corazón; por esto, aunque con su "cuerpo se iba alejando del sepulcro, mas el Corazón se quedaba dentro" (ibídem).
La primera imagen del Corazón de María, con el niño en su regazo, que también muestra su Corazón mientras señala del de la Madre, es originaria del Brasil (misiones o "reducciones" jesuíticas de Pernambuco), ideada por el jesuita Beato José Anchieta (provincial entre los años 1565-1577). Esta imagen llegó a ser muy popular, especialmente entre la población indígena. En 1829, debido a las dificultades religiosas, fue trasladada a Nápoles (convento capuchino de San Efrén el Viejo) y coronada canónicamente en 1841.
San Juan Eudes(1601-1680) ha sido el gran apóstol del Corazón de María. En el martirologio romano se dice de él que fue "promotor del culto litúrgico a los sagrados Corazones" (de Jesús y María). Fue fundador de la "Congregación de Jesús y de María", de la "Orden de Nuestra Señora de la Caridad" y de la "Congregación del Corazón admirable de la Madre de Dios" (tercera orden de los Eudistas). Fundó muchas Cofradías dedicadas a los sagrados Corazones. San Pío X resumió posteriormente su finalidad: "Imitar cuidadosamente las virtudes de los sacratísimos Corazones de Jesús y de María, especialmente la caridad" (Carta Apostólica "Pia Consotiatio": AAS 2, 1911, 227s) y presentó al santo como promotor del culto litúrgico a los sagrados Corazones y "padre de esta suavísima devoción" (Carta Apostólica "Divinus Magister": AAS 1, 1909, 480).
Muchas Cofradías de los Sagrados Corazones fueron fundadas y promovidas (desde el siglo XVII en adelante) también por otros Pontífices y figuras históricas, en diversos países cristianos. Hubo muchos intentos para conseguir la aprobación de la fiesta litúrgica del Corazón de María. Desde el siglo XVIII en adelante, se fundan también diversas Congregaciones religiosas con el título de "Corazón de María" o también "Corazones de Jesús y de María".
San Luis Mª Grignon de Montfort(1673-1716) puede considerarse también como uno de sus grandes promotores, aunque es más conocido por la "esclavitud mariana". Decía el santo: "Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes". Su oración "Totus tuus" va dirigida al Corazón de María para pedir que su Corazón viva en el nuestro. "Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio te in mea omnia! Praebe mihi cor tuum, Maria" ("Sono tutto tuo, e tutto ciò che ho è tuo. Sii tu mia guida in tutto. Dammi il cuo cuore, Maria"). El significado nos lo da el mismo santo: "Più un'anima sarà consacrata a lei, più sarà consacrata a Gesù Cristo" (Tratado de la verdadera devoción a María, Trattato della vera devozione a Maria, 120).
En los siglos siguientes, además de las Cofradías y Congregaciones dedicadas al Corazón de María, proliferaron las oraciones, imágenes, consagración y devociones populares. En tiempo de Pío VI (1775-1799), gran devoto de María, se divulga esta oración: "Sagrado Corazón de María... vos salváis el alma mía" (ASS 31, 1888-1889, 740).
Pío VII(1800-1822), en sus escritos, habla de la Virgen dolorosa y de su mediación materna. Durante su pontificado se aprobaron algunas oraciones que se refieren al Corazón de María: "Corazón ambabilísimo, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad y digno de toda la veneración y ternura de los ángeles y de los hombres; Corazón el más parecido al de Jesús, cuya más perfecta imagen sois; Corazón lleno de bondad y tan compasivo con nuestras miserias... Hacedlos sentir la ternura de vuestra maternal Corazón" (oraciones indulgencias por la S. Congregación de las Indulgencias, 18 agosto 1807).
Santa Catalina Labouré(1806-1876) tuvo la aparición de María en 1830, quien le dio el signo de la "Medalla Milagrosa" (las manos de María comunican la luz de la grazia divina a todo el mundo). En el reverso de la medalla aparece la letra M con una cruz sobrepuesta y debajo dos corazones. La santa, al preguntar sobre el significado, afirma que le pareció oír: "La M y los dos corazones hablan suficientemente". Se divulgo por todo el mundo la oración jaculatoria que formaba parte de la aparición: "¡Oh María, sin pecado concebida! Rogad por nosotros que recurrimos a Vos".
El culto público y oficial al Corazón de María tiene lugar especialmente desde el siglo XIX. "Nuestra Señora del Sagrado Corazón" (Notre-Dame du Saint-Coeur) fue coronada en 1869 con una corona bendecida por Pío IX. Durante todo el siglo XI se fundaron numerosas Congregaciones y Cofradías cordimarianas. Entre las Congregaciones religiosas: "Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María" (Gerona, 1848), "Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María" (1849, por San Antonio María Claret), "Misioneros del Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María" (Scheut, Bruselas, 1862), "Esclavas del Inmaculado Corazón de María" (Lleida, 1862, por M. Esperanza), "Hijas del Purísimo Corazón de María" (Varsovia, 1867), "Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María" (Instituto Ravasco, Génova, 1868) y muchas otras más. Algunas ya fueron fundadas en el siglo XVIII, como la "Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María" (Picpus. 1797), etc., etc.
Pío VIII(1829-1839), cuando era obispo de Montalbo, había escrito: "El purísimo Corazón de María es el fiel trasunto del de Jesús". En tiempo de Beato Pío IX (1846-1878), se indulgencia esta oración, conocida hoy universalmente: "Dulce Corazón de María sed la salvación mía" (30 septiembre 1852). Otra oración parobada: "Por estar vuestro Corazón purísimo lleno de caridad, de dulzura y de ternura para con nosotros pecadores, os llamamos madre de la divina Piedad" (26 marzo 1860). Aunque ya desde Pío VII se concedió permiso para celebrar la fiesta del Corazón de María a quienes lo pidieran, fue Pío IX (21 de julio 1855) quien promulgó el oficio y la misa propia para esas ocasiones.
En "Nuestra Señora de las Victorias" (Notre-Dame des Victoires), Paris, se fomentó, especialmente desde 1836, la devoción y consagración al Corazón de María, por medio de una Archicofradía de influjo universal. Ya en 1870, con ocasión del concilio Vaticano I, se recogieron adhesiones de los obispos en vistas a este objetivo. Pío IX era favorable. Se intentó de nuevo (en 1906) la consagración de todo el género humano al Corazón Inmaculado de María. San Pío X (1907) acogió la súplica. La fórmula de consagración fue aprobada por la Congregación de Indulgencias y se expresa así: "¡Oh María, Virgen poderosa y Madre de misericordia, Reina del cielo y Refugio de los pecadores! Nosotros nos consagramos a vuestro Corazón Inmaculado... Os prometemos finalmente, oh gloriosa Madre de Dios y Madre de los hombres, poner todo nuestro corazón al servicio de vuestro culto bendito, para asegurar, por medio del reinado de vuestro Corazón Inmaculado, el Reino del Corazón de nuestro adorable Hijo en nuestras almas, en nuestro país y en todo el universo" (S. Congregación de Indulgencias, 21 febrero 1907).
San Antonio María Claret(1807-1870), fundador de los "Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María" (1849) es otro de los grandes pioneros de esta devoción y culto. Algunas de sus afirmaciones compendian esa devoción cordimariana: "El Corazón de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe y la caridad, sino también origen y manantial de donde tomó la humanidad... Es María, es el Corazón de María, la que más caridad tiene... Es todo caridad... María es el corazón de la Iglesia... El Corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico, y singularmente de la caridad para con Dios y para con los hombres... El Corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias... El Corazón de María fue templo del Espíritu Santo" (EE, p.500s).
León XIII(1878-1903), por medio de sus numerosas encíclicas sobre el Rosario, fomentó la devoción a la Santísima Virgen. En algunos de sus documentos habla explícitamente del Corazón de María: "Ardientemente deseamos que el pueblo católico (italiano) acuda a esta gran Virgen y haga dulce violencia a su Corazón de Madre" (ASS 20, 209, Epistola "Vi è ben noto", 20 sept. 1887). Durante su pontificado, se aprobaron algunas oraciones, como la siguiente: "Omnipotente y sempiterno Dios, que preparaste digna morada del Espíritu Santo en el Corazón de la bienaventurada Virgen María, concédenos propicio, que festejando devotamente su purísímo Corazón, podamos vivir conforme a tu Corazón" (oración aprobada para el Congreso Mariano de Turín: ASS 31, 1898-1899, 538-540). Hay una nota de la S. Congregación de Ritos, que precede a esa fórmula, indicando que la oración fomentará "la esperanza en el amor y bondad de su Corazón". La fórmula misma empieza dirigiéndose a María, a modo de "consagración a vuestro Corazón maternal".
San Pío X(1903-1914), al que ya hemos hecho referencia anteriormente, invita a profundizar la doctrina mariana haciéndola vida propia. En la encíclica "Ad diem illum", después de afirmar que "por María... penetramos en el conocimiento de Cristo", indica el camino para imitar la contemplación de María, en sentido de vivencia del misterio de Cristo: "No sólo conservaba, confiriéndolo en su corazón lo acaecido en Belén y en el templo del Señor en Jerusalén, sino que ... vivía la vida del Hijo, partícipe como era de sus planes e intenciones. Nadie, pues, como ella conoció profundamente a Cristo" (AAS 36, 1903-1904). Durante su pontificado se aprobaron algunas invocaciones, como las siguientes, en las que se habla del Corazón de María: "Nuestra Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros" (ASS 37, 1904-1905, 16-17; "Corazón doloroso e inmaculado de María" (aprobación del Cardenal Mercier y carta autógrafa de San Pío X; indulgenciada por Benedicto XV, 28 septiembre 1916).
En tiempo de Benedicto XV (1914-1922), siguiendo la costumbre de toda el siglo XIX e incio del siglo XX, se fue intensificando el deseo de consagración de personas e instituciones al Corazón de María, instando a la consagración de toda la humanidad, especialmente teniendo en cuenta las calamidades de la época. En este contexto tienen lugar las apariciones de la Virgen en Fátima (desde el 13 de mayo de 1917). La Santísima Virge apareció con su Corazón rodeado de espinas.
Las apariciones de Fátima (1917) radifican, pues, la devoción al Corazón de María, indicando también la consagración del mundo. En la aparición del 13 de mayo se pide a los tres videntes "reparar... las ofensas hechas al Corazón Inmaculado de María". El 13 de junio, María aparece con su "Corazón rodeado de espinas", comunicando el siguiente mensaje: "Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y hacerme amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado". El 13 de julio insiste sobre la consagración: "Vendré a pedir la consagración del mundo a mi Corazón Inmaculado... Al fin triunfará mi Corazón Inmaculado".
También en tiempo de Benedicto XV, se conceden indulgencias a algunas oraciones que hacen referencia al Corazón de María: "Os presento el Corazón Inmaculado de María en unión con el Corazón amantísimo de nustro Señor Jesucristo inmolándose en la cruz en el Calvario y ahora en el altar para santificar y salvar las almas" (25 noviembre 1920). "Corazón purísimo de María Virgen, alcanzadme de Jesús la pureza y humildad de corazón" (13 enero 1922).
Pío XI(1922-1939), el Papa de las Misiones, describe la mirada amorosa de María: "Son ojos abiertos sobre nosotros, que nos siguen por todas partes, como nos sigue su Corazón" (10 mayo 1926). "Confiándose al Corazón de la Madre, se llega al Corazón del Hijo" (3 julio 1933). El cuidado maternal de María se dirige a todos los redimidos: "María, por habérsele confiado todos los hombres a su maternal Corazón en el Calvario, no cuida cuida y ama menos a los que ignoran haber sido redimidos por Cristo Jesús, que a los que disfrutan felizmente de los beneficios de la misma redención" (encíclica "Rerum Ecclesiae" 1926: AAS, 18, 1926, p.83).
Entre las oraciones aprobadas en tiempo de Pío XI, destacamos las siguientes: "María, mi dulce madre... Prestadme vuestro Corazón, dadme vuestro amor y el de Jesús, que esto me basta para ser feliz" (29 julio 1924). "Aunque hijitos vuestros, volvemos con nuestros pecados a crucificar en nuestro corazón a Jesús y traspasamos nuevamente vuestro Corazón" (20 julio 1925).
Sería interesante aportar aquí testimonios y vivencias de santos y personas con fama de santidad en este período (siglo XIX e inicio del XX), puesto que esta herencia que estamos constatando llegó a ser patrimonio de innumerables fieles, en sintonía con las enseñanzas del magisterio. Además de los citados más arriba, recogemos sólo unos pocos testimonios posteriores.
Decía el Santo Cura de Ars (1786-1859): "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió". La Sierva de Dios M. Esperanza de Jesús González (1823-1885), fundadora (Lleida, 1862) de las "Esclavas del Inmaculado Corazón de María" (Misioneras), deja escrita su vivencia: "Éste es el sagrado asilo de mi refugio... el Inmaculado Corazón de María está unido al de Jesús; y, por consiguiente, morando en este sagrado santuario, estamos en el mismo centro del dulcísimo Corazón de nuestro dueño".
Santa Teresa de Lisieux(1873-1897), Patrona de las Misiones, también manifiesta espontáneamente una relación íntima y filial con el Corazón materno de María: "Te me apareces, Virgen, en la sombría cumbre del Calvario, de pie junto a la cruz... ¡Oh Reina de los mártires, quedando en el destierro, prodigas por nosotros toda la sangre virginal y pura de tu sublime corazón de madre!" (Poesía 44). Jesucristo "sufrió este martirio por salvar almas, abandonó a su Madre, vio a la Virgen Inmaculada de pie junto a la cruz con el corazón traspasado por una espada de dolores" (Carta 184, al A. Bellière).. "Vivir contigo quiero, Madre amada... de tu inmenso corazón descubro los abismos de amor. Tu maternal mirada desvanece mis miedos, y me enseña a llorar, y me enseña a reír" (Poesía 44).
La Venerable Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) ha dejado escritas las confidencias recibidas del Señor, en las que el mismo Jesús indica su relación íntima con el Corazón de María: "En el Corazón de María vibraba constantemente el eco de mi pasión interna de aquella que oprimió a mi alma desde la Encarnación"" (CC 42,288-290, junio 23, 1919). "Todos los cálices que apuré Yo, los puse también en el corazón de María, que fue la corredentora y como el eco de mis martirios. Por eso es la Reina del dolor, porque ni uno solo, de mis tormentos internos y externos, dejó de repercutir en su corazón de Madre" (CC 41,274, junio 16,1917). "El Corazón de mi Madre, canal único por donde se derraman las gracias a la humanidad" (CC. 51, 309-311, abril 8,1928).
En su librio titulado "Ternuras al Corazón Inmaculado de María" (1919), Concepción Cabrera de Armida describe la interioridad de Jesús desde el Corazón de María. Son meditaciones puestas en labios de la Santísima Virgen, con reflexiones y propósitos del lector: "Las penas fueron para mi corazón; los frutos serán para el tuyo" (n.4, destierro a Egipto). "Comunicó a mi corazón toda la fortaleza del suyo, toda la resignación y la serenidad que necesitaba para el sacrificio que iba a ofrecer al Eterno Padre" (n.19, Cenáculo). "Y así abismado su corazón en el mío y el mío en el suyo, permanecimos juntos el «Varón de dolores» (Is 53,3) y la Madre del Dolor... Ahí naciste en mi corazón" (n.23, Jesús muerto en la cruz). Se pide a María: "Ensancha mi corazón para que sea como Tú en la Eucaristía" (n.17); "Madre mía, préstame tu Corazón" (n.20).
La Sierva de Dios M. María Inés-Teresa Arias (1904-1981) invita a vivir el amor esponsal a Cristo con y como María. En sus escritos íntimos aflora su vivenia filial: "Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre". "Lo escribí todo en el Corazón de mi Madre, ese es mi libro que siempre tengo abierto". "Madre mía en tu corazón me encierro toda". "En el corazón purísimo de tu Madre, derramaré el mío todo entero". "Se va mi confianza al Corazón de María... María se conmueve, y Jesús me abre sus brazos". "Quiero sacrificarme en el Corazón de María, por las almas".
Los Papas de mediados del s.XX en adelante, siguieron las líneas trazadas por sus antecesores. En la doctrina y actuación de Pío XII (1939-1958) encontramos ya toda esta herencia milenaria como algo vivido espontáneamente por la Iglesia entera. Sus discursos son un arsenal de dotrina, que recoge esta herencia eclesial. "Virgen compasiva, de Corazón herido por la espada, Madre del autor de la paz y Reina de la paz" (Alocución 29 mayo 1950). "El fiat de la Encarnación, su colaboración en la obra de su Hijo... y esa muerte del alma que experimentó en el martirio, habían abierto el Corazón de María al amor universal de la humanidad" (Alocución 17 julio 1954). "Con el Corazón atravesado por una espada, está al pie de la cruz de su divino Hijo" (Alocución 25 octubre 1942). "El Corazón de la Madre lleno de misericordia" (Radiomensaje 19 juno 1947). "El Corazón misericordioso de la santa Virgen se compadecerá de las necesidades de las familias" (Alocución 10 mayo 1959). "Como la madre de familia, que abraza con su mirada, que aprieta contra su Corazón a su querida descendencia" (Alocución 22 mayo 1952). "Corazón maternal y compasivo" (Radiomensaje 13 mayo 1946). "La delicadeza de su Corazón Inmaculado" (Radiomensaje 26 julio 1954). "Su Corazón Inmaculado, canal dulcísimo de todos los bienes" (Radiomensaje 12 octubre 1954, Montevideo, Congreso Mariano). "El Corazón purísimo de la Virgen, sede de aquel amor, de aquel dolor, de aquella compasión y de todos aquelos altísimos afectos que tanta parte fueron en la redención nuestra, prinicipalmente cuando... velaba en pie junto a la cruz" (Radiomensaje 12 octubre 1954, Congreso mariano nacional de España: AAS 46, 1954, 680).
También en sus documentos más importantes va delineando los matices peculiares del Corazón de María: "Aquel maternal Corazón que, juntamente con el Corazón suavísimo de su Hijo, palpitó ardentísimamente" (Carta Apostólica "Novissimo universarum", 1 mayo 1947). "María tiene Corazón maternal para con todos los miembros del mismo augusto Cuerpo" (Const. Apost. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: AAS 42, 1950, p.753, en la definición del dogma de la Asunción). "Su virginal Corazón, sagrario de todas las virtudes" (Epist. 14 noviembre 1954).
Nuestra oración confiada es "como para violentar suavemente al maternal Corazón de María" (Encíclica "Ingruentium malorum", 15 septiembre 1951). Pueden verse también algunas oraciones aprobadas en tiempo de Pío XII: "Nos refugiamos en tu Corazón Inmaculado, seguros de encontrar en él todos los alientos, que anhela nuestro desolado corazón; depositamos en ti toda confianza, para que tu mano maternal nos guíe y nos sostenga en el áspero camino de la vida" (Penitenciaria Apostólica, 28 agosto 1956). "Nos echamos en vuestros brazos... oh inmaculada Madre de Jesús y Madre nuestra, confiados de encontrar en vuestro Corazón amantísimo la satisfacción de nuestras ardientes aspiraciones y el puerto seguro de las tempestades" (Oración para el año mariano de 1954).
En tiempo de Pío XII tiene lugar la Consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María (el 31 de octubre, en Fátima por Radiomensaje, y el 8 de diciembre de 1942, en Roma). Recogemos la frase final de la fórmula de consagracion del 8 diciembre 1942: "Nosotros nos consagramos perpetuamene a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, oh Madre nuestra y Reina del mundo, para que vuestro amor y patrocinio apresuren el triunfo del Reino de Dios, y todas las gentes, pacificadas con sí y con Dios, os proclamen bienaventurada, y entonen con Vos... el eterno Magníficat de gloria, amor, agradecimiento al Corazón de Jesús, en solo el cual pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz" (AAS 34, 1942, 345-346). La consagración se renovó, incluyendo "todos los pueblos de Rusia", el 7 de julio de 1952: "Consagramos de modo especialísimo al mismo Inmaculado Corazón, todos los pueblos de Rusia" (Carta "Sacro vergente anno": AAS 44, 1952, 505). En la encíclica "Ad caeli Reginam" (11 octubre 1954) se establece la renovación anual de la consagración (AAS 46, 1954, 615).
La fiesta del Corazón de María pasó a ser fiesta litúrgica con Oficio y Misa propia para la Iglesia universal. El Decreto de la S. Congregación de Ritos (4 mayo 1944) resume la doctrina cordimariana con estas palabras: "La Iglesia... bajo el símbolo de este Corazón, venera devotísimamente la eximia y sin par santidad del alma de la Madre de Dios, mas principalmente su ardentísimo amor a Dios y a Jesús su Hijo, y su maternal piedad para con los hombre redimidos con la divina sangre" (AAS 37, 1945, 50-51).
El Beato Juan XXIII (1958-1963) continuó las enseñanzas de Pío XII. Cuando era cardenal Patriarca de Venecia, fue legado pontificio para conmemorar el 25 aniversario de la consagración de Portugal al Corazón de María (13 mayo 1956), pronunciando un discurso programático. En la encíclica "Ad Petri Cathedram" (29 junioi 1959) hace alusión explícita a la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María (AAS 51, 1959, 518). Alentó a la práctica de esta consagración, recordando su propia experiencia personal y hablando frecuentemeente del "amor maternal de María y del "reino de su Inmaculado Corazón" (AAS 52, 1960, 190, 449).
Pablo VI(1963-1978), al final de la tercera sesións conciliar del Vaticano II (21 novembre 1964), después de promulgar la Constitución "Lumen Gentium", de tanto contenido mariano, quiso consagrar el mundo al Corazón de María, renovando la consagración de Pío XII. Después de recordar esta consagración hnistórica, el texto de la fórmula dice: ..."Immaculato Corde Tuo, o Deipara Virgo, universum genus humanum commendamus" (AAS 56, 1964, 1017).
(es la única frase sobre el "Corazón") (saqué directamente de AAS)
En la encíclica "Signum Magnum" (13 mayo 1967), Pablo VI recuerda esta consagración, en el 25 aniversario de la consagración hecha por Pío XII (31 octubre 1942), invitando a renovarla, con actitud filial hacia el "Corazón Inmaculado de la Madre de la Iglesia: "Invito a rinnovare la consacrazione personale al Cuore Immacolato di Maria. E poiché in quest'anno si ricorda il XXV anniversario della solenne consacrazione della Chiesa e del genere umano a Maria, Madre di Dio, e al suo Cuore Immacolato, fatta dal Nostro Predecessore di s.m., Pio XII, il 31 ottobre 1942, in occasione del radiomessaggio alla nazione Portoghese - consacrazione che Noi stessi abbiamo rinnovato il 21 novembre 1964 - esortiamo tutti i figli della Chiesa a rinnovare personalmente la propria consacrazione al Cuore Immacolato della Madre della Chiesa, ed a vivere questo nobilissimo atto di culto con una vita sempre più conforme alla divina volontà, in uno spirito di filale servizio e di devota imitazione della loro celeste Regina" (Signum Magnum, n.8).
En esta misma encíclica "Signum Magnum", Pablo VI hace un resumen de la doctrina cordimariana, recordando el significado del santuario mariano de Fátima. Es "Corazón maternal y compasivo" (introducción, citando a Pío XII). Se remite a la doctrina de San Agustín, sobre concebir a Cristo también en el corazón: "la consanguineità materna nulla avrebbe giovato a Maria, se ella non si fosse sentita più fortunata di ospitare Cristo nel cuore che nel seno" (n.3). Por esto, "in Maria la Chiesa di Cristo addita l'esempio del modo più degno di ricevere nei nostri spiriti il Verbo" (ibídem). Si el pueblo cristiano aprende a imitar la actitud del Corazón de María, se seguirán frutos de renovación: "Possa il Cuore Immacolato di Maria risplendere dinanzi allo sguardo di tutti i cristiani quale modello di perfetto amore verso Dio e verso il prossimo; li induca esso alla frequenza dei santi Sacramenti... li stimoli inoltre a riparare le innumerevoli offese fatte alla divina Maestà; rifulga, infine, come vessillo di unità e sprone a perfezionare i vincoli di fratellanza tra tutti i cristiani in seno all'unica Chiesa di Gesù Cristo" (n.7).
En la exhortación apostólica Marialis cultus (1974), Pablo VI resume también la doctrina cordimariana, invitando a imitar su actitud de conemplación y de "fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc. 2,19.51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia (MC 17). La Iglesia ha ido aprendiendo a entrar en el Corazón de María: "Pero la misma Iglesia, sobre todo a partir de los siglos de la Edad Media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (cfr. Lc. 2,22), una voluntad de oblación que transcendía el significado ordinario del rito" (MC 20). De ella se aprenden las virtudes teologales: "la fe, la esperanza y la caridad que animaron el corazón de la Virgen (MC 26). Los misterios del Señor se meditan "vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor", para que "desvelen su insondable riqueza" (MC 47).
El Papa Juan Pablo II (1978ss) ha ido manifestando continuamente, ya desde su primer radiomensaje (17 de octubre de 1978: AAS 70, 1978, 927) y su primera visita a Santa María Mayor (8 diciembre 1978), su predilección por la oración de San Luís María Grignon de Montfort ("Totus tuus"), que termina con la expresión "praebe mihi cor tuum" (Tratado de la verdadera devoción, 233). "Così, grazie a San Luigi, cominciai a scoprire tutti i tesori della devozione mariana da posizioni in un certo senso nuove" ("Dono e mistero. Nel 50º del mio sacerdozio" (5 novembre 1996). Lo recuerda también en la carta apostólica "Rosarium Virginis Mariae" (2002), n.15.
En 1981, también en su visita a Santa María Mayor (8 diciembre), al final de la Santa Misa, Juan Pablo II quiso renovar la consagración a María, haciendo referencia a la consagración de Pío XII en 1942 y explicando su significado: "quel particolare dialogo di amore e di affidamento, che la Chiesa della nostra epoca conduce con lo Spirito Santo mediante il Cuore della Genitrice di Dio... Nei nostri tempi, insieme con l'opera del Concilio Vaticano II, è rinnata nella Chiesa la speranza del rinnovamento. E mentre questa speranza incontra diverse difficoltà... è sembrato che si debba un'altra volta rivolgersi allo Spirito Santo mediante il Cuore della Genitrice di Dio, Colei che il Papa Paolo VI spesso chiamava «Madre della Chiesa»" (Insegnamenti IV/2, 1981, pp. 871-875; preghiera nell'atto di affidamento: pp. 876-879).
En 1982, el 13 de mayo, un año después del atentado, Juan Pablo, quiso renovar la consagración en Fátima para agradecer la protección de María. El 16 de octubre de 1983, el Papa quiso de nuevo realizar la consagración del mundo al Corazón de María, en la plaza de San Pedro, conjuntamente con los cardelaes y con los obispos partipantes en el Sínodo. De nuevo, el 25 de marzo de 1984, repitió el acto de consagración.
Comentando el tema de la Inmaculada, en otra visita a Santa María Mayor (8 diciembre 1985), Juan Pablo II glosó el texto paulino de Rom 5,20 de este modo: "Proprio laddove - nel cuore di una donna: Eva - è abbondato il peccato - nel cuore di una donna: Maria - è sobrabbondata la Grazia. La Grazia che viene all'umanità attraverso Maria è molto più abbondante del danno che proviene dal peccato dei nostri Progenitori. In Maria, come in nessun'altra creatura umana, vediamo il trionfo della grazia" (Insegnamenti VIII/2 (1985) 1458-1462). En esta misma ocasión, repitió la consagración al Corazón de María: "Al cuore materno della Vergine, quasi accogliendo gli impulsi di un solo desiderio, affido tutti coloro che, in ogni parte del mondo, per qualsiasi angustia o sofferenza, hanno particolare bisogno della sua protezione... Il tuo Cuore Immacolato regni nelle coscienze, nelle famiglie, nella società, nelle Nazioni, nell'intera umanità! O clemente, o pia, o dolce Vergine Maria. Amen" (ibídem).
Al ofrecer una corona de flores a la imagen de la Inmaculada, en plaza España (8 diciembre 1986), comentó el "Magníficat", diciendo: "In queste parole si esprime la tua anima... Insegnaci questo mistero del tuo cuore. Insegnaci che Dio è tutto" (Insegnamenti IX/2 (1986) 1902-1903). En el mismo lugar, el 8 diciembre 1990, comentó la Anunciación: "Soltanto Colei che è «piena di grazia», che è l'Immacolata, può accogliere l'insondabile Mistero di Dio; è capace di sentirlo con tutta la profondità del suo cuore di donna" (Insegnamenti XIII/2 (1990) 1574-1576). En 1992 (también el 8 diciembre): "Tu sei la memoria perpetua. Madre della Chiesa, sostienici in questo compito... Tu sei l'immacolata sensibilità del cuore umano a tutto ciò che é di Dio" (Insegnamenti XV/2 (1992) 861-864).
En la recitación del "Angelus", el día 8 diciembre 1997, fiesta de la Inmaculada, presentó la pureza del Corazón de María: "Nel suo cuore non vi è ombra di egoismo: non desidera nulla per sé, ma solo la gloria di Dio e la salvezza degli uomini" (Insegnamenti XX/2 (1997) 963-964).
Juan Pablo ha sido una invitación para toda la Iglesia, en el paso entre dos milenio, para adentrarse en los "sentimientos de Cristo" (Fil 2,5), es decir, en su Corazón, por medio de la actitud contemplativa del Corazón de María. La encíclica Redemptoris Mater (1987), del año mariano para preparar el grande Jubileo, es también un resumen de la doctrina cordimariana.
La fe de María fue aceptación gozosa del misterio de Cristo en su corazón: "María, que por la eterna voluntad el Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos inescrutables caminos y de los insondables designios de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino" (RMa 14). "No es difícil, pues, notar en este inicio una particular fatiga del corazón, unida a una especie de «noche de la fe» -usando una expresión de San Juan de la Cruz-, como un «velo» a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio" (RMa 17).
Su fe se concretó en obediencia responsable: "María es digna de bendición por el hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne («¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!»), pero también y sobre todo porque ya en el instante de la anunciación ha acogido la palabra de Dios, porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque «guardaba» la palabra y «la conservaba cuidadosamente en su corazón» y la cumplía totalmente en su vida" (RMa 20)
La Iglesia, pues, encuentra en el Corazón de María la "memoria" de todo el evangelio: "Ella fue para la Iglesia de entonces y de siempre un testigo singular de los años de la infancia de Jesús y de su vida oculta en Nazaret, cuando conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (RMa 26). Por esto diariamete canta el "Magnífica" mariano, por ser "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). "El cántico del Magníficat, que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos" (RMa 35). En el caminar de la Iglesia entre dos milenio, María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27).
En el inicio de tercer milenio del cristianismo, Juan Pablo II recoge esta herencia milenaria es invita a toda la Iglesia a ser más contemplativa, más santa y más misionera. Sus aportaciones las resumimos en el apartado (capítulo) siguiente.
17. LA PERSPECTIVA CONTEMPLATIVA Y MISIONERA DEL TERCER MILENIO. RESUMEN HISTORICO Y PERSPECTIVAS DE FUTURO
La herencia mariana de Juan Pablo II, que recoge y resume una historia milenaria de gracia, se podría concretar en la presencia activa y materna de María, quien con su "heorica fe", "precede el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios" (RMa 27). En el corazón de la Iglesia se hace presente, por la imitación y el afecto, el Corazón materno de María, el Corazón de la Madre de Dios.
El Misterio de Cristo, en toda su hondura y su "amor hasta el extremo" (Jn 13,1), se hace patente en el corazón de quienes creen en él con una fe que es "conocimiennto de Cristo vivido personalmente" (VS 88). En el Corazón de María, la Iglesia encuentra una actitud interior de línea trinitaria: el máximo "modelo de fe vivida" en Cristo (TMA 43), la "mujer del silencio y de la escucha, dócil a la voz del Espíritu" (TMA 48), el "ejemplo perfecto de amor" al Padre (TMA 54).
Los documentos que hemos citado en los apartados anteriores, recogen los testimonio de Santos Padres, Papas, Santos y autores espirituales en el decurso de dos milenios. El Corazón de María es el punto de referencia para la Iglesia, en vistas a entrar en una dinámica trinitaria, cristológica, pneumatológica, eucarística, contemplativa, misionera, antropológica y sociológica.
Es el Corazón de la Madre de Dios, que medita la Palabra del Padre, asociándose a Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo. Es Corazón que vibra al unísono con el de Cristo, ahora presente en la Eucaristía. Es Corazón Inmaculado, todo puro y santo, virginal, lleno de ternura materna y misericordia. La Iglesia encuentra allí su "memoria", donce resuena todo el evangelio.
Es Corazón lleno de alabanza gozosa (San Atanasio, s.III; Bsilio de Seleucia, s.V) y también atravesado por la espada del dolor especialmente en la pasión (Orígrnes, s.II-III; Anfiloquio de Iconio, s.IV; San Máximo Confesor, s.VI-VII, y muchos otros). Corazón que guarda y relaciona las palabras y los hechos del Señor, como adentrándose en su misterio, según la enseñanza de muchos Santos Padres, como San Jerónimo (s.IV-V): "Conservaba en su corazón todos los dichos y los hechos del Señor" (×custodiva tutto, parole e azioni del Signore"); Corazón que relaciona lo que ve, lo que escucha y lo que ha leído o recuerda. Su meditación era "con afecto materno" (San Ambrosio, s.IV) ("ne ripponeva con affetto materno nel suo cuore tutte le parole"). Precisamente por haber meditado las palabras del Señor en su Corazón, nos invita a escucharlas (San Efrén, s.IV).
Es Corazón virginal, porque ella "concibió antes en su corazón que en su seno" (San Amborio y San Agustín, s.IV y V). Es templo de Cristo Sumo Sacerdote (San Efrén, s.IV), siempre abierto a Dios, sin ídolos (Teodoro de Ancira, s.V), Corazón "puro e inmaculado, que ve y desea al Dios inmaculado" (San Juan Damasceno, s.VII-VIII), "recipiente de todos los misterios" (Ps. Gregorio Taumaturgo, s.VI) ("vaso e ricettacolo di ogni mistero"). Es Corazón confiado que pronuncia su "sí" (San Bernardo, s.XII); "Corazón Inmaculado, el primero bajo el sol que fue encontrado digno de hospedar al Hijo de Dios, procedente del seno del Padre" (Egberto de Schönau, s. XII). Es Corazón humilde, que concibe al Verbo (Inocencio III, s.XII-XIII), "virginal Corazón, limpísimo de toda mancha de pecado" (Julio III, s.XVI).
Los santos ha experimentado su bondad, contemplándolo "herido de amor", "mar de gracia y de amor", lleno de Espíritu Santo y de "ternura maternal", "amoroso y maternal", "Corazón de Madre", "virginal Corazón" que quedó "lastimado" acompañando a Cristo en la pasión, "el Corazón más tierno del mundo" (San Juan de Avila, s.XVI). Por esto, invitan a imitar sus virtudes y pide a María poderla amar con su mismo Corazón (San Luís Mª Grignon de Montfort (s.XVII-XVIII).
"El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió" (Santo Cura de Ars, s.XIX). Por esto es instrumento de salvción, como reza la jaculatoria unversalmente conocida: "Dulce Corazón de María sed la salvación mía" (oración indulgenciada el 30 septiembre 1852, en tiempo del Beato Pío IX). Las oraciones aprobadas por la Iglesia son la "lex orandi" que manifiesta la "lex credendi" de los fieles: "Corazón ambabilísimo, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad y digno de toda la veneración y ternura... Corazón el más parecido al de Jesús, cuya más perfecta imagen sois; Corazón lleno de bondad y tan compasivo con nuestras miserias... Hacedlos sentir la ternura de vuestra maternal Corazón" (oraciones indulgencias por la Congregación de las Indulgencias, 18 agosto 1807). "Corazón purísimo lleno de caridad, de dulzura y de ternura" (oración indulgenciada, 26 marzo 1860). Al acudir a ella, se desea y pide "el reinado de vuestro Corazón Inmaculado" (oración indulgenciada, 21 febrero 1907). Se pide imitar todas sus virtudes y especialmente su fe, esperanza y caridad, su pureza y humildad.
El purísimo Corazón de María es el fiel trasunto del de Jesús. Es "origen y manantial de donde Jesús tomó la humanidad... Es todo caridad... es el corazón de la Iglesia... el órgano de todas las virtudes... el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias... templo del Espíritu Santo" (San Antonio María Claret, s.XIX). Es "digna morada del Espíritu Santo... amor y bondad de su Corazón" (oración aprobada en tiempo de León XIII). Su Corazón "vivía la vida del Hijo" (San Pío X, s.XX). Acudimos al "Corazón doloroso e inmaculado de María" (oración aprobada entiempo de San Pío X). Reparamos las ofensas que se hacen a su Corazón y al Corazón de su Hijo, para restablecer su reinado en el mundo (Fátima, 1917, y consagraciones sucesivas).
Ella cuida de todos con amor maternal. Su Corazón está "unido al de Jesús" (M. Esperanza, s.XIX). Tiene un "sublime corazón de madre", donde se descubren "abismos de amor" (Santa Teresa de Lisieux, s.XIX). Es "canal único por donde se derraman las gracias a la humanidad" (Venerable Concepción Cabrera de Armida, s.XIX-XX). Por esto se tiene la audacia de contar con ella para todo: "Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre... Lo escribí todo en el Corazón de mi Madre, ese es mi libro que siempre tengo abierto" (Sierva de Dios M. María Inés-Teresa Arias, s.XX)
Los Papas que realizaron la consagración al Corazón de María, han indicado su aspecto relacional: "Corazón herido por la espada... El Corazón de la Madre lleno de misericordia... Corazón maternal y compasivo... La delicadeza de su Corazón Inmaculado... Su Corazón Inmaculado, canal dulcísimo de todos los bienes... sede de aquel amor, de aquel dolor, de aquella compasión y de todos aquelos altísimos afectos que tanta parte fueron en la redención nuestra... maternal Corazón que, juntamente con el Corazón suavísimo de su Hijo, palpitó ardentísimamente... sagrario de todas las virtudes" (Pío XII, s.XX). Al dirigirnos a María, descubrimos su "Corazón maternal y compasivo", "modello di perfetto amore verso Dio e verso il prossimo" (Pablo VI, Signum magnum).
Un Decreto de la Congregación de Ritos, que aprueba la fiesta litúrgica para la Iglesia universal (4 mayo 1944), resume la doctrina cordimariana con estas palabras: "La Iglesia... bajo el símbolo de este Corazón, venera devotísimamente la eximia y sin par santidad del alma de la Madre de Dios, mas principalmente su ardentísimo amor a Dios y a Jesús su Hijo, y su maternal piedad para con los hombre redimidos con la divina sangre".
Ella meditaba "los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc. 2,19.51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia" (Pablo VI, MC 17), aprendiendo de su Corazón la "voluntad de oblación" (MC 20) y el camino de todas las virtudes (MC 26). Por esto, los misterios del Señor se meditan "vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor", para que "desvelen su insondable riqueza" (MC 47).
En su Corazón se aprende la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo en nuestra época: "quel particolare dialogo di amore e di affidamento, che la Chiesa della nostra epoca conduce con lo Spirito Santo mediante il Cuore della Genitrice di Dio" (Juan Pablo II, en su visita a Santa María Mayor, 8 diciembre 1981, al renovar la consagración a María). En ella encontramos "la profondità del suo cuore di donna! (ídem, 1990). "Tu sei l'immacolata sensibilità del cuore umano a tutto ciò che é di Dio... Nel suo cuore non vi è ombra di egoismo: non desidera nulla per sé, ma solo la gloria di Dio e la salvezza degli uomini" (ídem, 1992).
María tenía un "corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino" (Juan Pablo II, RMa 14). Pero su camino de fe suponía "una particular fatiga del corazón" (RMa 17). Su cántico en la visitación (el "Magníficat") es "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). "El cántico del Magníficat, que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos" (RMa 35).
El gesto de Juan Pablo II, de levantar y mostrar el Evangelio, al iniciar el tercer milenio del cristianismo, es también una invitación a imitar el Corazón de María que contemplaba todas las palabras del Señor en lo más profundo de su ser. En la apertura de la puerta santa en Santa María la Mayor (1 enero 200), se invita a toda la Iglesia a adentrarse en el Corazón maternal de María:
"La storia di ogni uomo è scritta innanzitutto nel cuore della propria madre. Non stupisce che la stessa cosa si sia verificata per la vicenda terrena del Figlio di Dio... Maria... «serbava tutte queste cose meditandole nel suo cuore». Quest'oggi, primo giorno dell'anno nuovo, alla soglia di un nuovo anno di questo nuovo millennio, la Chiesa si richiama a quest'interiore esperienza della Madre di Dio... All'inizio dell'anno Duemila, mentre avanziamo nel tempo giubilare, confidiamo in questo tuo «ricordo» materno, o Maria! Ci poniamo su questo singolare percorso della storia della salvezza, che si mantiene vivo nel tuo cuore di Madre di Dio" (Testo dell'omelia: "L'Osservatore Romano" 3-4 gennaio 2000, p.6).
En la carta apostólica Novo Millennio ineunte (6 enero 2001), al clausurar el gran Jubileo, Juan Pablo II invita nuevamene a imitar la fe contemplativa de María: "Hemos de imitar la contemplación de María, la cual, después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazareth meditando en su corazón el misterio del Hijo (cf.Lc 2,51)" (NMi 59).
Con ocasión de año dedicado al rosario (octubre 2002-2003), en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), la invitaión se concreta en unas pautas que ayuden a entrar en el Corazón ("intimidad") de Cristo, por medio del Corazón de María: "El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre" (RVM 2). "Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo" (RVM 10). "María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: « Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el rosario que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal" (RVM 11).
La orientación hacia el Corazón de María es eminentemente cristológica, porque en él se aprende "la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor" (RVM 12). La Iglesia se siente identificada con la actitud interior del Corazón de María, en vistas a configurarse con Cristo: "Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42)" (RVM 24). Entrando en sintonía con e Corazón de María, encontramos el eco de su invitación permanete: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Entramos, pues, en "los sentimientos de Cristo" (Fil 2,5), por medio del Corazón contemplativo de María.
Si Cristo es el cumplimiento de todos los anhelos que Dios ha sembrado en el corazón del hombre (en todas las culturas y religiones), lo es de modo especial respecto a los deseos de los creyentes cristianos, que, en el decurso de veinte siglos, han cristalizado en la imitación del Corazón de María para poder entrar en sintonía con el mismo Señor que quiso formase junto a este Corazón.
"La plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), que se concrreta en la concepción de Cristo por obra del Espíritu Santo en el seno de María, invita a discernir los "signos de los tiempos" (Mt 16,3) en la historia eclesial, partiendo de las gracias que el Espíritu Santo ha sembrado en el corazón de los creyentes y en las enseñanzas eclesiales. El corazón de la Iglesia se ha ido modelando en el Corazón de María, para poder ser, como ella, la transparencia y el signo portador de Cristo. El Corazón materno de María se encuentra en el corazón misionero de la Iglesia.
Las reflexiones teológicas que se han realizado sobre el Corazón de María durante la historia son aportaciones válidas, dentro del contexto de todo el esfuerzo teológico por reflexionar sobre la fe. Gestos que se han cumplido respecto al Corazón de María (consagraciones, imágenes, oraciones, etc.), siguen teniendo su valor, siempre bajo una acción del Espíritu Santo que perfecciona y renueva en una evolución armónica. Toda esta herencia de gracia (que hemos resumido anteriormente) parece ser una invitación a una vivenvia más profunda de fe. La espiritualidad mariana en relación con el Corazon de la Madre de Dios, es un camino de "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).
El tema del Corazón de María, tal vez más que otros temas, es una invitación a imitar la experiencia y "teología vivida de lo santos" (NMi 27). Los cristianos del tercer milenio, para poder responder a los nuevos retos de la evangelización, necesitamos ser contemplativos como María. Las comunidades cristianas están llamadas a ser "escuelas de oración" (NMi 33), "escuelas de comunión" (NMi 43) para llegar a ser verdaderamente misioneras. "Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amorde los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios" (NMi 33).
18. LOS HECHOS Y EL MENSAJE DE JESUS EN EL CORAZON MATERNO DE MARIA Y DE LA IGLESIA
La actitud eclesial de identificarse con la vida interior de María, es decir, con su Corazón contemplativo, será el mejor camino para hacer una relectura del evangelio en cuanto incide en la historia actual del mundo. No podría hacerse este relectura, que es también verdadero discernimiento de los "signos de los tiempos", a la luz del evangelio meditado en el corazón.
La "devoción" al Corazón de María o, si se quiere formular con otros términos, la "espiritualidad cordimariana", consiste en dejarse moldear por la Palabra, como María, en lo más profundo del corazón: criterios, convicciones, motivaciones, escala de valores, decisiones, actitudes... Se trata de la Palabra, tal como es, toda entera, en la situación concreta, que llama a la contemplación, seguimiento, comunión y misión... "Contemplar" como María (cfr. Lc 2,19.51), supone poner en relación los contenidos de la Palabra de Dios, en la armonía de la fe y de la revelación, que es la base para construir la armonía de la creación y de la historia de la humanidad.
Esta "espiritualidad" o "devoción" deja entrar el Corazón materno de María en el corazón materno de la Iglesia. Si María tiene un Corazón misericordioso, debe reflejarse en el corazón misericordioso de la Iglesia. De este modo la maternidad de María, que "perdura sin cesar en la economía de la gracia" (LG 62), se realiza "por medio de la Iglesia" (RMa 24). El "corazón maternal" de María (LG 58) se prolonga en el de la Iglesia. Esta, al contemplar en el corazón el encargo de Jesús ("He aquí a tu Madre", Jn 19,27), "aprende de Maria su propia maternidad" (RMa 43).
La maternidad virginal de María es un proceso de escucha de la Palabra en el corazón y de respuesta de donación. Por esto afirma el concilio Vaticano II: "También en su obra apostólica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres" (LG 65). María es modelo y figura de la maternidad eclesial, para colaborar a que los creyentes
"reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente" (1Pe 1,23).
Esta actitud eclesial, que se adentra en las singladuras del Corazón de María, es una búsqueda del eco del evangelio en quien dedicó toda su vida a hacerlo parte integrante de su corazón. Cualquier texto evangélico y de la Sagrada Escritura en general, esconde el Verbo encarnado, que se quiere comunicar a quienes abren el corazón como María.
En los primeros capítulos hemos concretado algunos de estos textos, a partir de la actitud mariana de "contemplar en el corazón" (Lc 2,19.51). Han sido los textos referentes a la Anunciación, Magníficat, San José, Juan Bautista, los pastores de Belén, los Magos de Oriente, los discípulos de Jesús, el "discípulo amado", el misterio pascual y la Eucaristía.
Cuando uno se habitúa a meditar el evangelio, buscando el eco vivencial en el Corazón de María, va encontrando la armonía de la revelación y de la fe en los textos más sencillos, sin extrapolar su significado. Indicamos algunos ejemplos:
* Cualquier texto del evangelio puede meditarse en la perspectiva mariana del "fiat"(Lc 1,38), "Magníficat" (Lc 1,46), "contemplaba en su corazón" (Lc 2,19.51), "estaba de pie junto a la cruz" (Jn 19,25), "en oración, con un mismo espíritu... en compañía de la María la Madre de Jesús" (Hech 1,14). Entonces, al meditar las palabras y los gestos del Señor, ella, presente en la vida de cada persona y en la historia de toda comunidad cristiana, dice: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
* El "sí" de María en la Anunciación (Lc 1,38) es un "sí" que indica la donación de toda la persona a los nuevos planes de Dios. María está acostumbrada a contemplar en su corazón el "sí" del pueblo de Israel, como respuesta a la Alianza o pacto de amor: "Haremos lo que él nos diga" (Ex 24,7). El eco de estas palabras en su corazón se traduce por el "sí" de la Anunciación y por las palabras dirigidas a los servidores en las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Era una constante de su vida de fidelidad, admiración y donación generosa.
* Los nueve meses de gestación suponían una vivencia íntima entre la Madre y el Hijo. De hecho, el Verbo encarnado en el seno de María se ofrecía al Padre: "Me has formado un cuerpo... ¡He aquí que vengo para hacer tu voluntad!" (Heb 10,2-7). La actitud mariana reflejada en su "fiat" ("hágase en mí según tu Palabra": Lc 1,38), es una actitud parecida de oblación. La interferencia entre Madre e Hijo, estaba también guiada por el Espíritu Santo. María recitaba los salmos, inspirados por el mismo Espíritu. En el salmo 109, mésiánico, se dice: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy". María vivía esta realidad: "Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún... Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos" (RVM 10).
* En la casa de Isabel, cuando nació Juan el Bautista, su padre Zacarías, entonando el himno del "benedictus", hizo referencia a Abraham: El Señor "ha hecho misericordia a nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre" (Lc 1,72-73). Jesús durante su predicación en los años de vida pública, se refirió a Abraham, diciendo: "Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró... Antes de que existiera Abraham, existo yo" (Jn 8,56-57). María, en el Magníficat ("el éxtasis de su Corazón"), habia también recordado a Abraham: "Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos" (Lc 1,54-55). María es "la creyente" (cfr. Lc 1,45), como modelo de fe en el Nuevo Testamento.
* Durante la presentación del niño Jesús en el templo, Simeón entonó un himno de alabanza, indicando al Mesías como la "salvación... "preparada a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,30-32). María y José "estaban admirados" (Lc 2,33); era la actitud contemplativa de recibir la acción salvífica de Dios hasta lo más hondo del corazón. Jesús se presentaría en la vida pública con esas palabras: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 9,5).
* Cuando Jesús, a los doce años, fue encontrado en el templo, dijo a sus padres: "¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2,49). María había escuchado del ángel que su Hijo, Jesús, "será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35). María, al "contemplar en su corazón", "ponía en relación" lo que veía, lo que escuchaba y lo que recordaba.
* Jesús, cuando visitó Nazaret durante su vida pública, fue llamado "hijo de María" (Mc 6,3). La gente admiraba, como si no se atreviea a creer en él como Mesías, afirmaba: "Conocemos a su padre y a su madre" (Jn 6,42). María corre la misma suerte de Jesús, su misma "espada", como "señal de contradicción" (Lc 2,34) y "piedra desechada por los constructores" (Mt 21,42; 1Pe 2,7; cfr. Sal 118,22-23). La actitud interior de María era la de "oblación" unida a la oblación de Jesús (cfr. Lc 2,22).
* María escuchó de Jesús, en Caná y en el Calvario, que la llamada como "la mujer" (Jn 2,4; 19,26). Como "asociada" a la persona y obra salvífica de Cristo, ella era la "Nueva Eva" (según San Ireneo). Por esto "se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio" (LG 58). Cuando Jesús se presenta como "Esposo" (Mt 9,15), describiendo esta realidad también por las parábolas de bodas, la Iglesia queda invitada a adoptar la actitud esponsal y maternal de María.
* La "paz" es la característica del mensaje de Jesús. El anuncio del evangelio de Jesús se concreta en una "paz" que personifica al mismo Jesús (cfr. Lc 10,5-6). En el nacimiento del Señor, los ángeles cantaron esta paz y anunciaron a Cristo como mensaje de "gran gozo" (cfr. Lc 2,10.14). Es el gozo con que el ángel había saludado a María en la Anunciación: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28). Y es también el "gozo" que, por medio de María, se comunicó a Juan Bautista en el seno de su madre Isabel (Lc 1,41.44). Maria "contemplaba todo esto en su corazón" (Lc 2,19).
* En la Anunciación, el ángel le dijo a María que Jesús "será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). Repetidas veces, llaman a Jesús, durante su vida pública, "hijo de David": curación del ciego de Jericó (cfr. Lc 18,38) y de otros enfermos, en el domingo de Ramos (cfr. Mt 21,9), etc. Jesús mismo hace referencia a esta título (cfr. Lc 20,41-42), recordando el salmo 110. Maria recordaba el mensaje del ángel, recitaba con frecuencia los salmos, acogía todas las palabras de Jesús contemplándolas en su corazón...
* Después de la Ascensión, los discípulos (unos 120) se reunieron en el Cenáculo "con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14). Todos ellos había escuchado las promesas de Jesús, en el momento de suvir a los cielos, sobre la venida del Espíritu Santo (cfr. Hech 1,5-8). Y "todos ellos fueron lleno de Espíritu Santo" (Hech 2,4). María recordaba en su corazón las palabras del ángel: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35).
* La fe de María se expresa continuamente por el hecho de recibir las palabras del Señor en su corazón y ponerlas en práctica. Isabel alabó esta fe de María: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Cuando Jesús, durante su predicación, alabó la fe de algunas personas como la hemorruisa (Mt 9,22), la cananea (Mt 15,28), el centurión (Mt 8,10), indicaba que se trataba de una fe que ponía en práctica su mensaje. "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). Jesús encontró esta fe en María (cfr. Lc 1,45). Es la fe que espera de su Iglesia: "Dichosos los que no han visto y han creído" (Jn 20,29).
* Todos los textos de la Escritura, a la luz de la vida y enseñanzas de Jesús, nos hacen entrar en su "corazón manso y humilde", que "lleno de gozo en el Espíritu Santo", dijo "sí, Padre" (cfr. Lc 10,21; Mt 11,25-29). El Corazón de Jesús se formó junto al Corazón de María, plasmado con su misma sangre y redimensionado según su misma psicología. El Corazón de María es el de la "esclava" del Señor, la que reconoce su propia "nada", la que compartió con mansedumbre su misma suerte.
* Las últimas palabras de Jesús en la cruz, encontraron eco en el Corazón de María. En ese Corazón, la Iglesia va a buscar su significado y, sobre todo, el modo de llevarlas a la práctica.
La espada que atravesó su corazón, según la profecía de Simeón (cfr. Lc 2,34-35), eran todos los sufrimientos de Cristo. Pero sus palabras eran para muchos una "señal de contradicción. Ella las recibió en su corazón con fe contemplativa, "de pie", "mirando", descubriendo en ellas resumen de todo el evangelio: perdón (cfr. Lc 23,34), esperanza de salvación (cfr. Lc 23,43), función materna de María y de la comunidad eclesial (cfr. Jn 19,26-27), las ansias o sed de comunicar la salvación (cfr. Jn 19,28; Sal 68), abandono o silencio de Dios (Mt 25,46); Sal 21), fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre (Jn 19,30), confianza en las manos del Padre (Lc 23,46; Sal 30). En el Corazón de Jesús se han modelado los santos, siguiendo la escuela del Corazón de María.
* En cualquier texto de la Escritura encontramos la voz del Padre que nos señala a su Hijo escondido bajo signos pobres: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3,17)... "escuchadlo" (Mt 17,5). María, acostumbrada a abrir su corazón a la voz de Dios, ayuda a descubrir al Señor manifestado en sus signos, como en Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). La acción del Espiritu Santo, manifestado en forma de paloma (en el bautismo) o en forma de "nube luminosa" (en el Tabor), hace posible la fe del creyente. María había sido cubierta con "la nube" (la sombra) del Espíritu Santo y supo decir que "sí" (cfr. Lc 1,35-38), inaugurando el camino oscuro y luminoso de la fe cristiana.
CONCLUSIÓN: El eco del Evangelio en el Corazón de María y de la Iglesia
En el corazón de la Madre de Jesús, la Iglesia encuentra la "memoria" activa y materna, que le recuerda, actualiza y hace efectiva su fe, su contemplación de la palabra, su seguimiento evangélico, su participación en el misterio pascual de cruz y resurrección, su realidad materna de comunión y misión, su tensión de esperanza hacia el más allá. La exhortación apostólica "Pastores gregis", presenta a "Maria, «memoria» dell'Incarnazione del Verbo nella prima comunità cristiana" (PG 14).
El corazón de la Madre de Jesús sigue meditando y haciendo suyas las palabras y la vida de su Hijo, que está presente en nosotros. Por esto, nuestra vida en Cristo sigue siendo su principal preocupación, para hacer que cada uno llegue a ser un "Jesús viviente" (San Juan Eudes) por la prolongación del corazón de Cristo en el propio corazón y en la propia vida.
En el Corazón de María seguimos ocupando un puesto privilegiado, como cualquiera de las figuras evangélicas que fueron objeto de su contemplación. La comunidad eclesial y todo creyente se siente invitado a acudir al Corazón de María, para encontrar en él el eco de todo el evangelio. Hoy esta meditación mariana engloba la realidad histórica de todos los días, porque el evangelio sigue aconteciendo en el Corazón de María y en el corazón de la Iglesia.
Jesús, que no ha venido a destruir, sino a llevar a la plenitud (cfr. Mt 5,17), llama a sintonizar con su pensar, sentir y querer, según las reglas del verdadero amor. La actitud de un corazón unificado por el amor, que encontró en el corazón de su Madre (cfr. Lc 2,19.51), la quiere encontrar en el corazón de los suyos. María, "accogliendo e meditando nel suo cuore avvenimenti che non sempre comprende (cfr Lc 2,19), diventa il modello di tutti coloro che ascoltano la parola di Dio e la osservano (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).
María está "nel cuore della Chiesa" (RMa 27), como memoria, figura y Madre de la unidad eclesial universal querida y pedida por el Señor. La actitud de todo creyente respecto a María es de dependencia filial. Se trata de vivir en "comunione di vita" con ella, dejándola entrar "in tutto lo spazio della propria vita interiore" (RMa 45). Es, pues, actitud que unifica el corazón por ser actitud: relacional: de oración, contemplación; imitativa: de fidelidad a la voluntad de Dios; celebrativa: en torno al misterio pascual de Cristo; vivencial: viviendo su presencia activa y materna en todo el proceso de configuración con Cristo y de misión.
En realidad, es una especie de infancia espiritual, per "diventare come i bambini" (Mt 18,3). En el fondo, no es más que vivir, en relación afectiva y efectiva con la maternidad de María, la participación en la filiación divina de Jesús (cfr. Ef 1,5). Hasta los niños lo pueden vivir así, porque "di questi è il regno dei cieli" (Mt 19,14). Así lo dejaba entender la Bta. Jacinta de Fátima: "¡Me agrada tanto el Inmaculado Corazón de María! Es el Corazón de nuestra Madre del cielo". Y así lo vivieron muchas almas fieles al evangelio: "Mi corazón todo entero... escóndelo en el Corazón Purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará" (M. María Inés-Teresa Arias).
La relación de los creyentes con María es de corazón a corazón. El "Magnificat" se convierte en una escuela para sintonizar con los sentimientos de María, que son expresión de los sentimientos de Jesús. Por esto, "attingendo dal cuore di Maria, dalla profondità della sua fede, espressa nelle parole del Magnificat, la Chiesa rinnova sempre meglio in sé la consapevolezza che non si può separare la verità su Dio che salva" (RMa 37). En el cántico evangélico de María se aprende a vivir la preocupación por la gloria de Dios y por la salvación de la humanidad, la misericordia y el servicio a los pobres.
El camino de la unidad eclesial universal pasa por un corazón unificado, "contemplativo", donde resuena el "fiat", el "magnígicat" y el "stabat" junto a la cruz. El corazón de los creyentes y de toda la Iglesia se moldea donde se moldeó el de Jesús. Bien vale la pena "entregarse", "consagrarse", "confiarse" a quien es Madre del Cristo total, para que nuestra entrega al Señor sea con María y como María.
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IV. EL MANDATO MISIONERO DE JESUS. DIMENSION CRISTOLOGICA DE LA MISION
Escrito por Super UserIV. EL MANDATO MISIONERO DE JESUS. DIMENSION CRISTOLOGICA DE LA MISION
1. Misión de Jesús sin fronteras en la geografía y en la historia
A) La misericordia de Jesús hacia todo ser humano
B) Más allá de una cultura, de un país, de un tiempo y de una religión
C) El mundo entero amado por el Padre
2. Misión comunicada a la Iglesia
A) Un encargo o "mandato" permanente de Cristo a los suyos
B) La misma misión de Cristo prolongada en el tiempo
C) La urgencia de evangelizar
D) Los modelos apostólicos de Pedro y Pablo
3. La misión de anunciar a Cristo, Dios, hombre y Salvador
A) Anunciar a Cristo, el Hijo de Dios Amor
B) Anunciar a Cristo, el hombre entre los hombres
C) Anunciar a Cristo Salvador, camino hacia la verdad y el bien
D) Una cristología en clave misionera
1. Misión de Jesús sin fronteras en la geografía y en la historia
Toda la vida de Jesús discurre según "el mandato recibido del Padre" (Jn 10,18). Ha sido "enviado" por el Padre con la fuerza del Espíritu para "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18) y ser el "Salvador del mundo" (Jn 3,17; 4,42). Jesús cumple esta misión sin condicionamientos ni fronteras, "por la vida del mundo" (Jn 6,51), porque ha venido "para la redención de todos" (Mc 10,48). Esta misión, que es "mandato" o encargo del Padre, es la que Cristo confía a la Iglesia (Jn 20,21).[1]
La carta encíclica Redemptor hominis es una llamada a toda la humanidad al encuentro con Cristo Redentor, el Hijo de Dios hecho hombre, que es el centro del cosmos y de la historia. La Iglesia participa en el encargo universalista del Señor. "Si Cristo se ha unido en cierto modo a todo hombre, la Iglesia, penetrando en lo íntimo de este misterio, en su lenguaje rico y universal, vive también más profundamente la propia naturaleza y misión... En efecto, precisamente porque Cristo en su misterio de Redención se ha unido a ella, la Iglesia debe estar fuertemente unida con todo hombre" (RH 18).[2]
La misión confiada a la Iglesia se realiza, pues, en línea de continuidad con la realidad divina, humana y salvífica de Jesús. No existiría misión "cristiana" si no se anunciara a Cristo Hijo de Dios, hermano nuestro, Salvador, camino, verdad y vida.
A) La misericordia de Jesús hacia todo ser humano
Uno de los puntos básicos de la acción evangelizadora de Jesús es su actitud de misericordia respecto a cualquier ser humano con quien se hizo encontradizo, si distinción de raza y de religión. La misión de "evangelizar a los pobres" es una nota característica de su mesianidad (Lc 4,18; 7,22; Mt 11,5). Toda situación humana de sufrimiento y en cualquier clase de persona, es el objetivo de su misión misericordiosa. Todos los pobres, enfermos, pecadores, alejados, sin preferencia de situación social, raza o religión, son objeto de su misericordia. Todos "los pobres" son declarados "bienaventurados", en el sentido de que, en Cristo, encuentran la salvación integral.[3]
Los aproximadamente tres años de vida pública de Jesús se ciñen geográficamente a Palestina. Las esporádicas salidas fuera de las fronteras de Israel no tenían como objetivo directo la evangelización de los gentiles. Pero la misericordia de Jesús se muestra también ante personas extranjeras, como en el caso de la cananea (Mc 7,24-30) y del centurión romano (Mt 8,5-13). A unos gentiles que querían verle, Jesús les habla de su misterio pascual, de su "exaltación" en la cruz para "atraer todas las cosas" a él (Jn 12,20-32). El Mesías, "gloria de su pueblo Israel", es, por ello mismo, "la luz para iluminar a los pueblos" (Lc 2,32).
Hay que partir de esta misericordia y "compasión" de Jesús para comprender su redención universalista: "para la redención de todos" (Mt 9,36). Las "otras ovejas", que todavía no forman parte de su grey, son también suyas: "tengo otros ovejas... y es necesario que yo las traiga" (Jn 10,16). El universalismo de la misión de Jesús aparece más en estas actitudes hondas que en las circunstancias externas de pueblos y fronteras.
Jesús curó a diez leprosos, de los cuales uno, al menos, era samaritano. Este fue el único que regresó para manifestar su agradecimiento. Jesús hizo notar que era "extranjero" (Lc 17,18). Al poner un ejemplo de amor al prójimo, Jesús narró la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37). La misericordia de Jesús no tiene límites raciales ni religiosos. El haberse acercado, en la piscina Probática (o Betesda), a un hombre que era paralítico desde hacía 38 años, puede indicar la visita a un lugar donde acudía toda clase de personas, con algunos probables indicios de creencias paganas (Jn 5,2ss).
La misión de Jesús, por el hecho de ser la epifanía del amor misericordioso de Dios (Tit 3,4), se dirige a todo ser humano. "Proclamar de ciudad en ciudad, sobre todo a los más pobres, con frecuencia los más dispuestos, el gozoso anuncio del cumplimiento de las promesas y de la Alianza propuestas por Dios, tal es la misión para la que Jesús se declara enviado por el Padre" (EN 6).
Esta misión es de misericordia sin limitaciones geográficas, culturales o sociológicas. Jesús "es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3,16-18). El ha venido no para condenar, sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9,13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros" (VS 118).[4]
Dios, que es Padre de todos, se hace visible en Cristo su Hijo. Para todos, "Cristo se convierte en signo legible de Dios que es amor" (DM 3). En él, todo ser humano podrá descubrir la misericordia divina. El hijo pródigo de la parábola es "el hombre de todos los tiempos" y de todas las latitudes (DM 5).
La misericordia es "la fuerza constitutiva de la misión" de Jesús y de la Iglesia (DM 6). En cualquier pueblo, cultura y religión, si no llega a entrar esta perspectiva nueva de la misericordia divina mostrada por Jesús, se origina inexorablemente un proceso de secularización y de deshumanización, capaz de destruir todos los valores fundamentales del hombre. La encarnación, la cruz y la resurrección de Jesús tienen la capacidad de levantar a cualquier ser humano de toda prostración.[5]
Todos los momentos de la vida, muerte y resurrección de Jesús son puntos clave de un protagonismo original: Jesús construye, con todos nosotros, la historia de toda la humanidad. La historia ya no camina sin él (cf. Col 1,15-17). La historia es, de hecho y por esencia, la realización de la misión de la Iglesia.[6]
B) Más allá de una cultura, de un país, de un tiempo y de una religión
Si la misericordia de Jesús trasciende los límites de geografía, raza y religión, es porque su mensaje y su actuación tienen esta misma perspectiva universalista. El sermón de la montaña (las "bienaventuranzas") traspasa todo límite, como la acción providencial y amorosa del Padre, que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). Por esto, los seguidores de Jesús deberán ser los primeros mensajeros de las bienaventuranzas, como "sal de la tierra y luz del mundo" (Mt 5,13-14). Cualquier pobre, hambriento o sediento, como cualquier afligido y marginado, puede recibir de Cristo la dignidad de "hijo de Dios". La única condición es la de amar (Mt 5,44), ser manso, humilde y misericordioso como Cristo. "Todos los afligidos", imitando a Cristo "manso y humilde de", pueden llegar a recuperar "la paz en el corazón" (Mt 11,28-29).[7]
Jesús se insertó plenamente en la cultura, costumbres y actitudes religiosas de su tiempo y de su patria. A la circunstancias culturales y sociológicas que él vivió, les confirió un valor salvífico instrumental y universal: Belén, Nazaret..., trabajo, fiestas, idioma, hábitos populares y religiosos, pan y vino, agua y aceite, etc. Los signos salvíficos que nos dejó ("sacramentos") tienen y seguirán teniendo siempre esas huellas geográficas y culturales. Pero Jesús trascendió toda circunstancia, salvándola de la caducidad, sin desenraizarla del patrimonio común de toda la humanidad. Su salvación es trascendente, don de Dios. No vino a destruir ningún valor; pero trascendió todos los valores, para llevarlos a una plenitud: "no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,17).[8]
Jesús, en ambiente familiar, celebraba la fiesta de la Pascua (Lc 2,41). Durante los sábados, seguía siempre la costumbre de ir a la sinagoga (Lc 4,16). Pagaba los impuestos (Mt 17,24ss) y respectaba la autoridad civil y religiosa (Mt 26,63-64; Jn 19,11). Cumplía y ayudaba a cumplir los mandamientos de la ley antigua (Mt 5,43ss).
Pero, cuando se trataba de cumplir los nuevos planes salvíficos de Dios, la vida y la doctrina de Jesús no estaban condicionadas a ninguna modalidad cultural, social o religiosa de la época. Se muestra como "Señor del sábado" (Lc 6,5). Perfecciona las leyes antiguas abriéndolas a un amor más auténtico (Mt 5,20ss). No se siente ligado a tradiciones discutidas (Mt 15,2; Jn 4,21). Supera las normas discriminatorias sobre la mujer (Jn 4,9ss). No cede ante las exigencias localistas de sus conciudadanos (Lc 4,23ss).[9]
Precisamente por estas miras universalistas de salvación, "los de su casa no le recibieron" (Jn 1,11), y se convirtió en "signo de contradicción" (Lc 2,34). Los que habían convivido con él durante casi treinta años, le quisieron despeñar (Lc 29-30).[10]
Las "otras ovejas", a que alude Jesús (Jn 10,16), y las "otras ciudades" que debe evangelizar (Lc 4,43), indican un alcance que va más allá de lo inmediato. Jesús se ha insertado plenamente en las situaciones históricas, culturales, geográficas y religiosas. Pero él va "más allá" (Mt 14,22; Lc 5,4) de lo inmediato y constatable. "El testimonio que el Señor da de sí mismo y que San Lucas ha recogido en su Evangelio ('es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades'), tiene sin duda un gran alcance, ya que define en una sola frase toda la misión de Jesús: 'porque para esto he sido enviado' (Lc 4,13). Estas palabras alcanzan todo su significado cuando se las considera a la luz de los versículos anteriores en los que Cristo se aplica a sí mismo las palabras del profeta Isaías: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres' (Lc 4,18)" (EN 6).
El mandato misionero de Jesús, de "ir a todos los pueblos" (cf. n.2, A) tiene, pues, un significado misionológico profundo. No sólo hay que trascender las circunstancias de geografía y de historia de Palestina, asumiéndolas más profundamente, sino que la misión universalista continuará trascendiendo en todo lugar y en toda época histórica a donde llegue el evangelio. La palabra de Dios se "encarna" plenamente, pero no se condiciona a ningún valor. Más allá de la geografía, de la historia y de la cultura, está el corazón del hombre que tiene ansias de infinito, y la comunidad humana que debe llegar a ser una sola familia de hijos de Dios. La misión universalista de Jesús no es sólo ni principalmente geográfica, sino que trasciende todos los límites espaciales. Esta misión llega a todo hombre y al hombre concreto, allí donde está, pero le llama a orientar todo su ser, todas sus situaciones y valores culturales hacia los planes salvíficos de Dios Amor en bien de toda la humanidad.
C) El mundo entero amado por el Padre
La vivencia más honda manifestada por Jesús es la que se refiere al amor del Padre por toda la humanidad. Con sus afirmaciones de amor universalista, que invitaban a un nuevo nacimiento y nueva filiación (Jn 3,5), trascendía los esquemas farisaicos y rabínicos de la época. Porque "de tal manera ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él, tenga la vida eterna" (Jn 3,16). La misión de Jesús, que tiene su "origen fontal" en el "amor del Padre" (AG 2), es "para salvar al mundo por medio de él" (Jn 3,17).[11]
La misericordia del Padre hacia toda la humanidad se manifiesta en el amor misericordioso de Jesús. La norma que él vivió y que transmitió a los suyos es la de amar a todos, para mostrar que son "hijos del Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). La misión deberá reflejar este amor y misericordia del Padre de todos: "sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48); "sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre" (Lc 6,36).[12]
La palabra de Dios contenida en la revelación tiene toda ella una armonía, que sólo se puede captar con un corazón abierto a las dimensiones universalistas de la misma palabra. Sin esta perspectiva, la palabra queda reducida a conceptos humanos (filosóficos), sin apertura al Dios revelado. La palabra que Cristo comunica es él mismo, el Verbo, que confiere unidad a toda la creación, a toda la historia, a toda la revelación y a todo el campo de la fe. La armonía entre todo el depósito de la revelación se hace patente, cuando no se hace reducciones a su dimensión universalista. Es la misma unidad vital del Hijo, que ha venido "para la redención de todos" (Mt 20,28), como Hijo del Padre de todos.[13]
La oración del "Padre nuestro" va más allá de los esquemas farisaicos (Mt 6,5) y de toda las fórmulas y ritos paganos (Mt 6,7). Un día, el "Padre nuestro" será la oración de toda la humanidad (cf. AG 7). La oración sacrificial de Jesús "congregará en la unidad a todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). De este modo, "vendrán de oriente y de occidente" (Mt 8,11) para manifestar la fe en Jesús, enviado por el Padre. Así sucedió con los pobres pastores, los magos de oriente y el centurión romano (Lc 2,8-20; Mt 2,1-12; 8,5ss).[14]
Todo ser humano, al escuchar el mensaje de Jesús, queda invitado y urgido a descubrir el amor del Padre en "las flores", en "los pájaros" y, de modo especial, en la propia vida y en la de los hermanos. "El Padre conoce" con amor todo lo que pasa en la vida de cada ser humano (Mt 6,25-34). En la vida y en el mensaje de Jesús, aparece el misterio del hombre como profundamente amado por el Padre: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona" (GS 22).
Jesús, imagen personal del Padre, con su redención, ha recuperado para todo hombre el rostro primitivo que había sido modelado como imagen e hijo de Dios. "El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado" (GS 22).
Por Jesús y sólo en él, la humanidad descubre (en la fe), que "el hombre (todo hombre) es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24). Por esto, el juicio final de toda la humanidad se realizará según el amor a todo hermano enfermo, pobre, forastero, marginado..., en el que se refleja el Hijo de Dios: "cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
El mensaje de Jesús es de "nueva Alianza" o nuevas bodas, como demostración del amor del Padre en Cristo "consorte" (esposo) de toda la humanidad. Todos quedan invitados y urgidos por el Padre para participar en esta "sintonía" con Cristo. Por esto hay que llamar a todos, "salir a las plazas y a los cruces de los caminos", para invitar al encuentro y adhesión personal aCristo (Mt 22,9ss).
El "mandato" o encargo misionero de Jesús (Mt 28,19; Mc 16,14-20) es un encargo de amor. Por esto no tiene fronteras. Hay que anunciar que el mundo es amado por Dios, Padre de todos, quien quiere comunicar a todos la vida en Cristo, la vida nueva en el Espíritu. "Dios quiere que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tim 2,4).[15]
2. Misión comunicada a la Iglesia
La Iglesia, comunidad "convocada" por Cristo, no tendría razón de ser, si no fuera para prolongarlo en la historia y para anunciarlo a toda la humanidad. La misión de la Iglesia es, pues, esencialmente cristológica y, a partir de Cristo, es trinitaria pneumatológica, soteriológica y antropológica. Su realidad de signo portador de Cristo constituye su naturaleza misionera.[16]
El "mandato" o encargo recibido de Cristo no es una realidad simplemente jurídica ni exclusivamente moral (a modo de obligación), sino que principalmente constituye la naturaleza misma de la Iglesia como "misterio" de Cristo (signo suyo eficaz) que tiene la "misión" de anunciarlo y comunicarlo a todos los pueblos. "El mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza el corazón mismo de la Iglesia" (RMi 62).
Desde su inicio, la Iglesia actúa teniendo en cuenta el modelo de los doce apóstoles, y, de modo especial, de Pedro y Pablo. "Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvadora, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con la encomienda de llevarla hasta el fin de la tierra (cf. Act 1,8)" (LG 17).
La Iglesia queda urgida a cumplir la misión, no sólo por el "mandato" externo de Jesús, sino también por la exigencia interna de la vida participada de Cristo. "La misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). Por esto, "la Iglesia ora y trabaja a un tiempo, para que la totalidad del mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal" (LG 17).
A) Un encargo o "mandato" permanente de Cristo a los suyos
El "mandato" o encargo misionero de Jesús a su Iglesia, aparece en los cuatro evangelistas y sigue aconteciendo. No es una simple ley, sino un acto de confiar a "los suyos" (Jn 13,1), de modo permanente, el mismo encargo que él recibió del Padre con la fuerza del Espíritu. Cristo, presente en la Iglesia, sigue confiando este encargo y hace posible su realización.
En las diversas redacciones del texto evangélico sobre el mandato misionero, aparecen cuatro características comunes:
- el universalismo de la misión,
- la presencia permanente de Cristo resucitado,
- la fuerza del Espíritu Santo para cumplir la misión,
- la urgencia o necesidad de cumplir la misión encomendada.[17]
En el evangelio de Mateo, el mandato acentúa el mensaje que la Iglesia, fundada por Cristo, debe anunciar a todos los pueblos hasta hacerlos discípulos (o comunidad familia) de Cristo (Mt 28,19-20; cf. 16,18).[18]
El evangelio de Marcos hace hincapié en la "proclamación" o "kerigma", siempre en relación con la presencia de Cristo resucitado y con la fuerza del Espíritu Santo (Mc 16,15-20). Los textos de Lucas (evangelio y Hechos) recalcan el dar testimonio de la resurrección de Jesús (Lc 24,47-48; Act 1,8.22; 2, 32). En el evangelio de Juan, Jesús confía a los apóstoles elmismo mandato que él recibió del Padre para construir la comunión o unidad en los corazones y en toda la comunidad humana (Jn 10,18; 17,18-23; 20,21-23).[19]
El "poder" que Jesús manifiesta en su vida para perdonar y sanar, salvando a todos (Lc 6,19), es el mismo que ha comunicado a los suyos: "se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra; id"... (Mt 28,18-20). Es el poder de enseñar, santificar y dirigir, a partir de la presencia de Cristo resucitado y de la fuerza de su Espíritu. Es el poder mesiánico anunciado por el profeta Daniel (Dan 7,13-14).
La Iglesia cumple el mandato de Cristo, no sólo como deber fundamental de "propagar la fe y la salvación de Cristo" a todos los pueblos, sino también "en virtud de la vida que a sus miembros infunde Cristo" (AG 5; cf. RMi 11). No es propiamente una imposición jurídica, sino una exigencia del amor de Dios, comunicado por Cristo a su Iglesia.
La misión de la Iglesia se puede definir en relación con el mandato de Cristo: "La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo" (AG 5).
La presencia de Cristo resucitado es fundamental para dar sentido de permanencia y de vitalidad al mandato: "estaré con vosotros" (Mt 28,20); "ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperando con ellos, confirmando la palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16,20).[20]
El primer envío de los Apóstoles y discípulos, durante la vida pública de Jesús, anticipa, de algún modo, las características del mandato misionero (Mt 10,5ss; Mc 6,7ss; Lc 9,1ss). Se trata de prolongar la misma misión de Jesús (anuncio, perdón, sanación), con su acompañamiento (Lc 10,1.17) y corriendo su misma suerte pascual. El Espíritu Santo, que acompañó siempre la misión de Jesús (Lc 4,1-18), seguirá acompañando y vivificando también la misión prolongada en los apóstoles de todos los tiempos (Mt 10,20).
El "envío" ("shaliah") que reciben los apóstoles es para prolongar no sólo el mensaje de Cristo, sino también su misma persona. Recibir o rechazar al apóstol, escucharle o no, equivaldrá a recibir o rechazar a Cristo (Mt 10,40-42; Lc 10,16). Esta participación en la misma misión de Jesús tiene lugar después de haber escuchado y seguido al Señor, según los textos evangélicos anteriores. Se trata de hacer como hacía él, que "pasaba", "enseñando", "curando", "apiadándose" (Mt 9,35-36; Mc 6,34). Los apóstoles irán ahora aparentemente solos, pero "delante de él... adonde él había de ir" (Lc 10,1). Se comienza a notar una presencia afectiva y efectiva, que tendrá lugar en la misión postpascual: "estaré con vosotros"; "el Señor con ellos".[21]
Se trata de una dependencia total respecto a Jesús, para poder obrar en su nombre, como "cooperadores y copartícipes de su palabra, de su acción y de su amor"; se podría hablar de una "inclusión hebraizante"[22], puesto que la palabra de Jesús (Mt 5-7) y su acción salvífico-pastoral (Mt 8-9) se convierten ahora en misión de los apóstoles, como una continuación lógica. Por esto, los enviados de Jesús hablan y obran como él (Mt 10,1-41). Consecuentemente serán considerados como Jesús por el servicio (y autoridad) de la palabra.
Los apóstoles participan, pues, del mismo "poder" ("exusia") de Jesús, que es siempre de "servicio" ("diaconía") (Mt 20,28; Mc 10,45) y de "humillación" ("kenosis") (Fil 2,5; Jn 13,5-16). Si se actúa con el mismo poder de Jesús, es porque, habiendo recibido la misión de parte del mismo, se obra y se habla bajo la acción del "Espíritu del Padre" (Mt 10,20), como Cristo se dejó guiar por él (Lc 4,1.14.18; 10,21).
B) La misma misión de Cristo prolongada en el tiempo
La misión de Jesús se prolonga a través de la historia por medio de los signos eclesiales. La Iglesia es portadora de la presencia activa de Jesús y, por tanto, de la predicación de su mensaje, de la celebración de los signos salvíficos y de la actualización de su cercanía y compasión respecto a cada ser humano. Los diversos ministerios eclesiales expresan esta presencia eficaz de Cristo.
Todo cuanto existe en la Iglesia "sacramento" son signos portadores de la presencia activa y de la misión de Jesús. Los ministerios (servicios, funciones), las vocaciones (llamadas) y los carismas son otras tantas concretizaciones de la "sacramentalidad" de la Iglesia como "complemento" de Cristo en el tiempo (cf. Ef 1,23).[23]
La Iglesia primitiva tuvo muy pronto experiencia práctica de la realidad misionera como prolongación de la misión de Jesús. Las multitudes recibieron el mensaje pentecostal de Pedro como si fuera la misma palabra de Jesús (Act 2,37-41). La presencia prometida por Jesús (Mt 28,19) se hizo sentir como "cooperación" eficaz para "confirmar la palabra" predicada (Mc 16,20).
La misión eclesial de los primeros momentos fue como un caminar de sorpresa en sorpresa, como si fuera una prolongación de la predicación de Jesús. El Espíritu Santo descendió no sólo sobre los discípulos (Act 2,4), sino también sobre creyentes israelitas y gentiles (Act 11,15). La comunidad pudo constatar que "Dios concedió también a los gentiles la conversión que lleva a la vida" (Act 11,18).
Por esto, la misión eclesial postpascual, en sus contenidos y en su metodología básica, se inspiró en la misma misión de Jesús y en las líneas que él mismo había trazado cuando envió a los discípulos por primera vez (Mt 10,5ss y paralelos). Es verdad que la redacción literaria de los evangelios puede haber tenido una influencia a partir de la misión postpascual; pero, en realidad, fue ésta la que se inspiró en los datos fundamentales heredados de Jesús.
La estructura redaccional de los discursos misioneros de Jesús parece relacionarse con las directrices prácticas de la Iglesia primitiva (postpascual), como se refleja en los Hechos de los Apóstoles (cfr. Act 2,42-47; 4,32-34, etc.), pero con validez permanente para otras épocas. Los discursos en general contienen datos básicos prepascuales, a modo de núcleo tradicional (que proviene de Jesús), matizados por las realidades prácticas postpascuales de la experiencia eclesial. Las normas son válidas como actitudes profundas, aunque los detalles literarios pueden parecer opuestos entre sí cuando se trata de aspectos secundarios.[24]
El horizonte inmediato de la misión, en el discurso misionero de Jesús, es el pueblo de Israel (Mt 10,6). Pero los detalles redaccionales (con influencia postpascual) indican ya un apertura progresiva a todos los pueblos. En algún modo se anticipa la dimensión universalista del envío final después de la resurrección "a todos los pueblos" (Mt 28,19-20; Mc 16,15-20; Lc 24,47-49; Act 1,1-8).
La fuerza de la resurrección de Jesús y el envío del Espíritu Santo, se pueden constatar continuamente en la evangelización de la Iglesia postpascual. Esta realidad salvífica, con expresiones diversas, es una constante en toda la historia de la evangelización. La fuerza de la misión aparece cuando la "palabra" va acompañada de "signos", es decir, de "testimonio" y de servicios de caridad (cf. Mc 16,20; Act 2,42-47).[25]
C) La urgencia de evangelizar
La vida de Jesús está totalmente orientada hacia la misión recibida. La urgencia de evangelizar queda expresada en sus afirmaciones (Lc 12,49; Jn 10,16). Son expresiones que indican el "gran deseo" de realizar la nueva Pascua, que sellará la Nueva Alianza, para que todos puedan participar en ella (Lc 22,15).
A la Iglesia le urge la misión por ser la misma misión de Cristo. "La razón de su ser es revelar a Dios, es decir, al Padre, que nos permite verlo en Cristo" (DM 19). Le urge el mandato recibido de Cristo, asumido desde la participación en su misma vida (cf. RMi 11). "Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud del mandato expreso... como en virtud de la vida que Cristo infundió en sus miembros" (AG 5).
Es la urgencia del "amor fontal o caridad del Padre" (AG 2), la urgencia del "amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5) y la urgencia del amor de Cristo: "la caridad de Cristo me apremia" (2Cor 5,14).[26]
Para todo apóstol, la evangelización se convierte en la razón de ser de la propia vida. En realidad, es la razón de ser de la Iglesia, como comunidad que "existe para evangelizar" (EN 14). La presencia de Cristo resucitado urge a poner en práctica la misión como exigencia del amor. Es una consecuencia de "permanecer" en su amor, que se comunica como misión: : "como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9); "como mi Padre me envió, así os envío yo" (Jn 20,21). El mandato o encargo ("id") equivale, pues, a ser fieles a su amor (Jn 15,9). La misión, como todo dato cristiano, sólo se entiende a partir del amor que Dios ha manifestado al mundo por medio del envío de su Hijo Jesucristo (Jn 3,16ss).
El Padre ama a los enviados de Cristo porque son su expresión: "he sido glorificado en ellos" (Jn 17,10); "les has enviado como tú me enviaste a mí" (Jn 17,18); "les has amado como a mí" (Jn 17,23). Un dato básico de la misión, a la luz del mandato de Cristo, es la exigencia de unidad en la comunidad eclesial: "el mundo creerá" si los enviados son fieles a este amor, expresado en "unidad" (Jn 17,23).
Cuando la persona de Cristo no es urgencia de misión para la Iglesia, la misión "se va deteniendo" o desviando su objetivo (RMi 2). Si "la misión se halla todavía en los comienzos" (RMi 1 y 40), es porque no se realiza como urgencia del amor a Cristo. Por esto, "no se puede comprender y vivir la misión sin referencia a Cristo en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88).
La Iglesia queda urgida por el amor de Cristo y el impulso del Espíritu Santo. No la mueve principalmente una necesidad filantrópica o sociológica, sino el llegar a cada pueblo y a cada ser humano para hacerle partícipe de la salvación plena e integral en Cristo. "De aquí que haga suyas las palabras del Apóstol: '¡Ay de mí si no evangelizara!' (1 Cor 9,16), por lo que se preocupa incansablemente de enviar evangelizadores hasta que queden plenamente establecidas nuevas Iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora. Por eso se ve impulsada por el Espíritu Santo a poner todos los medios para que se cumpla efectivamente el plan de Dios, que puso a Cristo como principio de salvación para todo el mundo" (LG 17).[27]
La urgencia actual de evangelizar, a la luz de los textos evangélicos referentes al mandato de Cristo, se concreta en:
- hacer conocer los planes salvíficos de Dios en Cristo a todos los pueblos y en toda situación humana,
- ser signo eclesial transparente y portador de Cristo,
- acercarse al hombre concreto para anunciarle la salvación integral en Cristo,
- insertar los valores evangélicos en los ámbitos geográficos, sociológicos y culturales, para abrirlos a Dios Amor,
- responder con actitudes evangélicas a un momento de cambios profundos de la sociedad actual,
- hacer a cada comunidad eclesial verdaderamente responsable y prácticamente solidaria de la misión universal (con aportación de ayuda espiritual, material y vocacional).
D) Los modelos apostólicos de Pedro y Pablo
La referencia misionológica a los modelos apóstoles de Pedro y Pablo, se debe a que ellos son el símbolo de los demás Apóstoles y la señal de garantía de un verdadero seguimiento de Cristo y de una misión auténtica. Todos los creyentes, también en el campo de la misión evangelizadora, estamos "edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular" (Ef 2,20).[28]
La misión que Pedro realiza desde el día de Pentecostés, es la de anunciar el misterio pascual de Cristo, llamando a la conversión y al bautismo, para recibir la vida nueva del Espíritu Santo (Act 2,32-41). Se presenta siempre la figura de Cristo como Hijo de Dios (resucitado), hombre verdadero (crucificado y muerto), Salvador de todos ("Jesús").[29]
La acción evangelizadora va acompañada por "el Espíritu Santo enviado del cielo" (1Pe 1,12); así se anuncia la "redención" como fruto de "la sangre preciosa de Cristo", que comunica un nuevo nacimiento por "la semilla incorruptible de la palabra de Dios" (1Pe 1,18-23). Se anuncia a Cristo, muerto y resucitado, que, por el bautismo, hace de la humanidad una oferta agradable a Dios (1Pe 3,18-21). Los apóstoles son "testigos de la pasión de Cristo" y deben cuidar de la "grey" (la comunidad) al estilo del Buen Pastor ("el Pastor principal"), preparando su venida definitiva (1Pe 5,1-4).[30]
El modelo apostólico de Pablo sigue estas mismas pautas con matices nuevos. El "apóstol" proclama el primer anuncio (el "kerigma") porque ha sido "llamado para el apostolado" y "segregado para el evangelio de Dios" (Rom 1,1). Su acción evangelizadora gira en torno a Jesús, "el Hijo de Dios" anunciado por los profetas, hecho nuestro hermano en cuanto hombre, que manifiesta "la fuerza del Espíritu" por su muerte y resurrección. Este mensaje debe predicarse a todos los pueblos (Rom 1,2-7).
Pablo "no se avergüenza" de este evangelio (Rom 1,16), sino que gasta la vida para anunciarlo, como "prisionero del Espíritu" (Act 20,22), sin buscar su propio interés (Act 20,23). Los encargados de continuar este anuncio (los "pastores") tienen la asistencia del Espíritu Santo y deben cuidar de convocar a la comunidad ("ecclesia"), que Cristo "adquirió con su sangre" (Act 20,28).
Para Pablo, Cristo, el Hijo enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu, es el centro de la misión, porque "todo ha sido creado por él y en él", y "todo se apoya en él" (Col 1,12-17; cf. Ef 1,3-23). Pablo es sólo "servidor" de Cristo, "cabeza de su cuerpo que es la Iglesia" y que nos "ha reconciliado con la sangre de su cruz" (Col 1,18-23). Este "misterio" de Cristo se manifiesta y comunica por medio de la Iglesia (Col 1,24-27; cf. Ef 3,1-11). El anuncio debe ser hecho a todos "los pueblos, como coherederos y copartícipes de las promesas en Cristo Jesús, por medio del evangelio" (Ef 3,6).
El ideal de Pablo es el de "presentar a todos los hombres perfectos en Cristo" (Col 1,28). Su encuentro personal con Cristo, precisamente por ser auténtico, se expresó en donación total (Act 9,6) y en disponibilidad para anunciar a Cristo "a los pueblos" (Act 9,15; Rom 15,16).
Por esto, "el evangelio es poder de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rom 1,16), sin distinción entre judíos y griegos (Gal 3,28). Los que antes estaban lejos (los "paganos"), ya pueden estar "cerca por la sangre de Cristo" (Ef 2,13). Sin excepción, hay que llegar a "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), porque ha llegado "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), en la que Dios ha enviado a su Hijo para salvar a todos.
Pablo vivió esta misión con una especial "solicitud por todas las Iglesias" (2Cor 11,28), con el fuego en el corazón: "la caridad de Cristo me apremia" (2Cor 5,14). Su vida ya no tendría sentido sin esta dedicación a la misión confiada por el Señor.[31]
La referencia al modelo apostólico, especialmente de Pedro y Pablo, será siempre una fuente de renovación misionera. Si las primeras comunidades cristianas llegaron a vivir el radicalismo evangélico y la disponibilidad misionera, fue porque los creyentes "eran asiduos en la predicación de los Apóstoles" (Act 2,42), siguiendo su testimonio. A través de los siglos, los sucesores de los Apóstoles (el Papa y los Obispos) irán garantizando y estimulando la misión que la Iglesia ha recibido de Cristo.[32]
3. La misión de anunciar a Cristo, Dios, hombre y Salvador
Los contenidos de la misión se reducen al anuncio integral de Cristo, Hijo de Dios, perfecto hombre y Salvador. El anuncio se convierte en presencialización de los misterios de Cristo, celebrados en la comunidad y vividos en el corazón y en la convivencia social. Al anunciar, celebrar y vivir el misterio de Cristo en toda su integridad, la dimensión cristológica de la misión aparece como dimensión trinitaria, pneumatológica, eclesiológica, pastoral, espiritual y antropológica.
Sin esta referencia a Cristo, la misión se desvirtúa o se tergiversa. Cuando Cristo está ausente de los objetivos misioneros (o se reduce a un dato marginal), ya no existe la acción evangelizadora. La divinidad de Cristo subraya la trascendencia de la evangelización; su humanidad recuerda la inserción; su redención apunta a la salvación verdadera, integral y plena del ser humano y de toda la humanidad.
Precisamente porque Cristo es perfecto Dios y perfecto hombre, que ha dado su vida en sacrificio, "la salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5). La Iglesia ha sido fundada por Jesús para anunciar y comunicar esta salvación. En Cristo, que es "la Palabra definitiva de la revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo, ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo" (RMi 5).[33]
A) Anunciar a Cristo, el Hijo de Dios Amor
Al anunciar a Cristo resucitado y presente en la historia humana, se anuncia, por ello mismo, que es el Hijo de Dios: "Jesucristo, constituido Hijo de Dios... a partir de la resurrección de los muertos" (Rom 1,4). Sin la divinidad y resurrección de Cristo, "la predicación y la fe carecen de sentido" 1Cor 15,14). Este es el punto más fundamental del cristianismo, sin cuyo anuncio no habría evangelización.[34]
Todas las religiones tienen sus fundadores y exponentes cualificados en los temas religiosos. Dentro del marco de la providencia divina, estas personas han podido tener una experiencia religiosa fuerte e incluso una experiencia verdadera de Dios. El cristianismo no se basa en una experiencia semejante, sino en el mismo Hijo de Dios hecho hombre. La experiencia filial de Jesús respecto al Padre, no es una simple experiencia religiosa o mística, sino que corresponde a una realidad objetiva: él es y tiene conciencia de ser el Hijo unigénito de Dios, enviado para salvar al mundo. Por esto, el mensaje de los Apóstoles se centraba en la resurrección y, consecuentemente, en la divinidad de Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre (Act 2, 22ss; Jn 1,1-18; Ef 1,1-14; Col 1,3-17).[35]
El evangelio de Juan, ya desde el prólogo, gira en torno al hecho salvífico de la encarnación del Verbo. El discípulo amado, al anunciar que "el Verbo se hizo carne", subraya el "haber visto su gloria, la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Jesús, en cuanto Verbo, ya era preexistente en Dios (Jn 1,1). Sólo él, en cuanto "Hijo unigénito que está en el seno del Padre", ha podido contar lo que ha visto: cómo es Dios en sí mismo (Jn 1,18).[36]
Jesús se presentó así, como Hijo de Dios enviado por amor (Jn 3,16), que existía antes de Abrahán (Jn 8,58), que puede decir, con el Padre, "yo soy" (Jn 8,28; cf. Ex 3,14). Los signos que realiza, desde Caná hasta la cruz (el costado abierto), manifiestan su gloria de "Hijo de Dios", que invita a "creer para tener vida en su nombre" (Jn 20,30-31).[37]
La historia humana es ya otra historia desde la encarnación del Hijo de Dios, es decir, ha recuperado su marcha hacia una plenitud en Cristo, querida por Dios desde el principio de la historia. Algunos textos paulinos son un resumen del anuncio de Cristo que, siendo hombre como nosotros, no deja de ser el Hijo de Dios (Rom 1,1-7; Ef 1; Col 1; Fil 2,5-10). Pablo considera su conversión como una llamada para anunciar a Cristo Hijo de Dios: "tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles" (Gal 1,16). El primer anuncio del evangelio consiste, pues, en proclamar que Jesús, por ser Hijo de Dios y hombre verdadero, es el Salvador de todos los hombres.[38]
La carta a los Hebreos aporta esta misma perspectiva de cristocentrismo, que apunta hacia la gloria del Padre y el cumplimiento de sus planes salvíficos. Los "diversos modos" de hablar de Dios en el Antiguo Testamento (y analógicamente en la historia humana) llegan a la plenitud en la manifestación de "su Hijo" (Heb 1,1-2). El sacrificio redentor de Cristo se convierte en la oblación de toda la humanidad. Toda la creación y toda la historia salvífica apuntan, pues, a la glorificación de Dios por medio de Jesús: "por medio de él, ofrezcamos sin cesar a Dios un sacrificio de alabanza" (Heb 13,15).[39]
A través del amor de Cristo manifestado en su humanidad, se puede descubrir, por la fe, que "en Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2,9). Sólo Dios puede amar así. Pero la divinidad de Jesús aparecerá claramente en la resurrección, "porque es solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título 'Hijo de dios'. Después de su resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada" (CEC 444-445).
La pobreza extrema de Belén y del Calvario, el mensaje de las bienaventuranzas y del mandato del amor, el perdón de Jesús crucificado y su abandono en las manos del Padre, manifiestan un amor que tiene las características de la divinidad: sólo Dios hecho hombre puede hablar, vivir y morir así, dándose a sí mismo total e incondicionalmente. En ese amor se manifiesta la epifanía personal del "amor de Dios al mundo", enviando a su Hijo hecho donación bajo la acción del Espíritu de amor (cf. Jn 316; Lc 4,18). "Dios es Amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que nosotros vivamos por él... ha enviado a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,8-10).[40]
En el caminar humano, a partir de Cristo, ha surgido una realidad totalmente nueva. Todas las religiones y culturas religiosas pueden ser un camino hacia Dios; pero, en Cristo, Dios es "el camino" (Jn 14,6), "el esposo" o consorte (Mt 9,15), el responsable o protagonista, "el Verbo hecho hombre para establecer su tienda de caminante entre nosotros" (Jn 1,14).[41]
El Dios revelado por Cristo es el mismo Dios reconocido por toda la humanidad; pero, en Cristo, su Hijo, se nos ha manifestado y comunicado como "Dios Amor". En Cristo, "hemos conocido el amor" (1Jn 4,16). Y este amor se ha de anunciar a toda la humanidad, porque "él ha muerto por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero" (1Jn 2,2).
B) Anunciar a Cristo, el hombre entre los hombres
Ningún ser humano se ha insertado tanto en la historia como Cristo, que se llama a sí mismo "el hijo de hombre" (Jn 1,51). Al leer el evangelio, se capta fácilmente que ninguna persona humana y ningún acontecimiento son ajenos o extraños a las vivencias de Cristo. Su "compasión" (Mt 9,36) indica una sintonía que arranca de su mismo ser y que invade todo su obrar y sus vivencias.
Jesús "pasó haciendo el bien" (Act 10, 38), como quien asume la historia humana como parte de su misma biografía (Mt 8,17). "Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1). Jesús "trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado" (GS 22).
Cuando Pablo, en Atenas, anunció a Cristo en su calidad de "hombre" resucitado, produjo el escándalo de quienes, por su cultura parcialmente errónea, no consideraban valor positivo la vida terrena del hombre (cf. Act 17,31-32). El escándalo de Nazaret (Lc 4,29), el de Cafarnaún (Jn 6,60ss) y el de la cruz, tienen origen en el amor de Cristo por el hombre hasta querer "salvar a otros" sin liberarse a sí mismo de la muerte (Lc 23,35). La cruz seguirá produciendo siempre el escándalo de quienes no aman verdaderamente al hombre. Pero, también en cada época, suscitará la compasión y la fe de quienes han comenzado a amar a Dios en cada hermano que sufre. Este "signo de contradicción" (Lc 2,34) de la humanidad de Cristo crucificado, es el único camino de salvación para el hombre.[42]
Anunciar a Cristo, el hombre entre los hombres, no consiste sólo en proclamar su verdadera condición de hombre. Efectivamente, siendo Hijo de Dios como persona, en su naturaleza humana es como nosotros: entendimiento, voluntad, afectividad, sensibilidad... Todo en máxima armonía con su persona divina. Asumió totalmente nuestra condición humana, si contraer el pecado y el desorden. Pero, al querer asumir también nuestra debilidad y contingencia (además de la responsabilidad de nuestros pecados), quedó a merced de los vaivenes caprichosos de la historia humana.[43]
Jesús no tuvo privilegios históricos. Su vida, como la nuestra, estaba inmersa en estos vaivenes inexplicables, pero sabiendo que existe una Providencia amorosa del Padre, "que hace salir su sol sobe buenos y malos" (Mt 5,45), y que cuida de todos los detalles para que podamos hacer de la vida una donación (Mt 6,25-34). Sin esta visión plenamente humana y radicada en la fe, la donación de Jesús en la cruz no pasaría de ser un fracaso, "un escándalo para los judíos y una necedad para los griegos" (1Cor 1,23). Por esto, "vino a su casa y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).[44]
Al anunciar a Cristo así, verdadera y plenamente hombre, que corre nuestra misma suerte histórica, se anuncia la solución del misterio de cada ser humano de cada época histórica. Jesús, por ser "imagen de Dios invisible" (Col 1,15) y hombre como nosotros, ha podido recuperar al hombre devolviéndole su dignidad de hijo de Dios. Por esto, "manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la dignidad de su vocación" (GS 22). Sólo el misterio de Cristo puede iluminar el misterio del hombre.[45]
Cristo, siendo verdadero hombre, salva a la humanidad abriéndole a su dimensión trascendente, que sólo se resuelve en Dios Amor. Una humanidad sin Dios, destruiría al hombre en toda su dignidad y derechos fundamentales. A partir de la encarnación del Hijo de Dios, "las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad" (EN 53; cf. RMi 8).
En Cristo hombre, descubrimos que Dios respeta al hombre y lo ama tal como es, también en su circunstancia histórica de limitación y atropello. Cuando el Padre dice en el Tabor, "este es mi Hijo amado" (Mt 17,5), nos indica que ese amor continúa en la cruz, cuando Cristo dice al Padre: "¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). La historia de cada hombre atropellado por la pobreza, por la marginación y la muerte, puede convertirse en biografía o "complemento" de Jesús (Col 1,24; Ef 1,28). La condición indispensable es la de abrirse al amor, como Cristo y en él (cf. Mt 5,44-48). El bautismo hace posible esta "inserción" en Cristo, para vivir de su misma vida (cf. Rom 6,1-5).
C) Anunciar a Cristo Salvador, camino hacia la verdad y el bien
Los caminos de "salvación" son muchos, si por salvación se entiende la liberación de algún mal: del dolor (budismo), de los apegos del corazón (hinduismo), de la pobreza material, de una vida sin sentido, etc. Pero cuando se anuncia a Cristo, este anuncio no puede reducirse a estos aspectos, sino a la realización plena del ser humano según los planes de Dios Amor en Cristo Jesús. En este sentido, "la salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5).[46]
Ante la búsqueda actual de liberación, y ante "la angustiosa búsqueda de sentido..., la Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad en Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6)" (RMi 38).[47]
En Cristo, Dios y hombre, ha aparecido la salvación plena y definitiva "para todos los hombres" (Tit 2,11). "En ningún otro hay salvación" (Act 4,12). El es "la vida" y "la luz que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9). Siguiéndole a él, como "luz del mundo", se disipan las tinieblas del error (Jn 8,12). Es "luz para iluminación de las gentes" (Lc 2,32). Es el camino hacia la verdad y el bien definitivo.
Jesús es, para cada ser humano, el "único Mediador... que se entregó a sí mismo para redención de todos" (1Tim 2,5-6). Es Mediador en cuanto Dios hecho hombre, que ofrece su vida en sacrificio. Sensible a los intereses del Padre, es también sensible a los problemas de sus hermanos los hombres. "Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Esta mediación suya única y universal, lejos de ser obstáculo en el camino hacia Dios, es la vía establecida por Dios mismo, y de ello Cristo tiene plena conciencia" (RMi 5).[48]
En Jesús encontramos la salvación y redención definitiva, porque Dios "nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo" (2Cor 5,18). Todo ser humano busca la verdad y el bien. Esa búsqueda es dolorosa y no siempre llega a un objetivo claro y seguro. El hombre tiene, en el fondo de su ser, la capacidad de llegar a ese objetivo; pero se encuentra siempre en medio de debilidades, dudas y errores (cf. GS 15). En este realidad, se puede constatar "la división íntima del hombre", por la que "toda vida humana... se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas" (GS 13). No obstante, en esta interioridad profunda, "Dios le aguarda" con amor (GS 14). Sólo "con el don del Espíritu Santo, el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino" (GS 15). Ese "misterio" del hombre sólo puede encontrar solución en Cristo.[49]
Los títulos bíblicos que se refieren a Jesús, iluminan su misterio y el nuestro, como Mediador, Salvador y Redentor de la humanidad. Su mediación salvífica (cf. 1Tim 2,5) se realiza por una acción de enseñanza, de donación sacrificial, de pastoreo y de "conquista" por amor (realeza), porque es Maestro, Sacerdote, Pastor y Rey.
- Jesús Maestro salva porque es el Verbo o Palabra personal de Dios en nuestras circunstancias (Jn 1,14), es "la luz para todo hombre" (Jn 1,4), el Profeta (Mt 21,11) que habla en nombre de Dios "con autoridad" (Lc 4,32), el legislador definitivo (Mt 5). Su mensaje consiste en anunciar "lo oído del Padre" (Jn 3,32; 8,26.28.40; 15,15). El hombre encuentra en Cristo la verdad de los criterios, el orden de la escala de valores y la autenticidad y firmeza de las actitudes humanas fundamentales respecto a la vida.[50]
- Jesús Sacerdote salva porque él mismo es la "víctima" o sacrificio querido por el Padre (cf. Heb 5; Jn 10,18-19). Es el "servidor" que da la vida sin buscar su propio interés (Is 40-55; Mc 10,45). El rescate de Redentor ha sido pagado "con la sangre de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha"(1Pe 1,19; cf. Act 20,28). Los cristianos son llamados a hacer de toda la humanidad una donación a Dios y a los hermanos, como "víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rom 12,1).[51]
- Jesús Buen Pastor salva, no sólo por su enseñanza y su donación sacrificial, sino también por guiar y asumir la historia humana como parte de su existencia. "Conoce" amando a sus ovejas ("mis ovejas") (Jn 10,14). Son su propiedad "esponsal", de consorte (Mt 25,1ss; Ef 5,25ss). En la acción pastoral de Cristo, hasta formar, de toda la humanidad, "un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16), es su caridad oblativa y diaconal, la que conoce y llama por el nombre, guía, sana, alimenta y defiende.[52]
- Jesús Rey salva "conquistando" toda la humanidad por el amor. Su reino "no es de este mundo", sino que, como Rey, ha venido para "dar testimonio de la verdad" (Jn 18,36-37). La misión confiada a la Iglesia deriva de "la autoridad plena sobre el cielo y la tierra", que Cristo ha recibido como Hijo de Dios hecho hombre, el Señor resucitado (Mt 28,17). Por esto la misión consiste en anunciar la cercanía de su "reino" (Mt 10,7), en orar para que "venga" pronto (Mt 6,10), en construirlo amando a Cristo en sus "hermanos pequeños" (Mt 25,40). Jesús resucitado actúa en esta misión de la Iglesia para "entregar el reino a Dios Padre" (1Cor 15,24), hasta que "Dios sea todo en todas las cosas" (1Cor 15,28). La misión de la Iglesia consiste, pues, en "hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza" (Ef 1,10).[53]
La misión de la Iglesia consiste, pues, en anunciar a Cristo Salvador, en cuanto Hijo de Dios hecho hombre. Si Cristo se llama a sí mismo "esposo" o consorte (Mt 9,15; cf. Jn 3,29; Mt 25,1ss), es porque se ha insertado responsablemente en la historia humana para asumirla como propia. "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).
D) Una cristología en clave misionera
Los temas cristológicos se presentan polarizados en tres líneas: Cristo Dios, Cristo hombre, Cristo Salvador (y Redentor). El acento puede recaer también sobre el título de "Señor", que, por referirse a Cristo resucitado, resume todos los otros aspectos. La encarnación del Verbo y le redención obrada por Jesús dejan entender la verdadera salvación del hombre, que sólo puede realizar quien es Dios y hombre al mismo tiempo.[54]
Los contenidos de la fe se expresan con términos culturales, según el contexto ambiental en que se evangeliza (fe y teología contextuada). Las expresiones garantizadas por el magisterio continúan siendo válidas en cualquier cultura, debido también a la unidad fundamental de toda la humanidad. Pero esas expresiones pueden siempre mejorarse e incluso completarse con otras formulaciones o cuadros mentales según las diversas épocas y culturas. La misión de la Iglesia tendrá en cuenta el contexto histórico y cultural en que se anuncia la misma fe y los mismos contenidos evangélicos.[55]
El Catecismo de la Iglesia Católica resume los contenidos de la fe en el capítulo segundo de la primera parte ("Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios"), con aportaciones basadas en la Escritura, patrística, concilios y magisterio en general. Estos contenidos dejan el campo abierto a la reflexión teológica, de suerte que se pueda profundizar más el misterio de la fe y expresarlo cada vez con más precisión y adaptación circunstancial.[56]
La problemática actual en el campo cristológico puede tener grandes repercusiones (negativas o positivas) en el campo misionológico e incluso misionero. En el fondo, vuelven a suscitarse los mismos problemas del contexto histórico de los primeros concilios: la divinidad (y resurrección de Jesús) o su humanidad (el alcance de su inserción en la historia y en las situaciones humanas). El misterio de Cristo hay que presentarlo en todas sus dimensiones: trascendente, histórica, "kenótica" (por medio de la Cruz), cósmica, escatológica, carismática, liberadora, expresión de la "gloria" del Padre, ...[57]
Una presentación unilateral del misterio de Cristo puede romper el equilibrio de la "encarnación". Una formulación por medio de términos inadecuados no podría expresar (ni incluso analógicamente) el misterio de Cristo; éste sería el caso, por ejemplo, de filosofías materialistas que prescinden de la trascendencia de Dios, o que buscan conquistar experiencias íntimas ("religiosas").[58]
Es importante colocar la cristología, de algún modo, en el centro de la teología cristiana, de suerte que toda ella recupere su clave misionera y suscite en quien la estudia o enseña una actitud de contemplación, perfección y misión. El misterio de Cristo ha sido preparado en la historia y en la revelación veterotestamentaria para ser comunicado, vivido, celebrado, anunciado.[59]
A mi entender, la teología de la evangelización (y más concretamente la "misionología"), no puede centrarse en dilucidar los problemas de la cristología actual (o de cada época). Cada tema debe dilucidarse en su propia sede. No obstante, tendrá que aclarar conceptos que pueden repercutir en la misión. Así, por ejemplo, cuando se trate de presentar a todos los pueblos (y de modo especial a las religiones no cristianas) que Cristo es el único Verbo encarnado, el único Salvador y Redentor. Es decir, se tendrá que presentar la especificidad de los conceptos cristianos de "encarnación", "salvación", "redención", más allá de culturas, de razas y de castas.
La contextualización cultural y ambiental de la cristología (o de cualquier tratado de teología) interesa directamente a la misionología; pero aún en este caso, es la cristología en sí misma la que puede analizar mejor este problema de "inculturación". De ahí la importancia de una comunicación interdisciplinar. Pero una cristología eminentemente misionera debe presentar principalmente las realidades y conceptos cristológicos que se relacionan directamente con la evangelización y que urgen a cumplir y vivir el mandato misionero de Cristo y la naturaleza misionera de su Iglesia. Esta es el contenido del decreto conciliar Ad Gentes (n.3; cf. LG 3), de la exhortación postsinodal Evangelii nuntiandi (cap. I) y de la encíclica Redemptoris Missio (cap. I).
En el misterio de Cristo, encontramos una "pedagogía" divina que, habiendo preparado a la humanidad para recibir a "su Hijo", finalmente lo envía "en carne nuestra". "Así, pues, a su Hijo, por el que también hizo los cielos, le constituyó heredero de todas las cosas, a fin de restaurar todas las cosas en él". En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, descubrimos al "enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres". Y éste es el mensaje que "debe ser proclamado y difundido hasta los últimos confines de la tierra" (AG 3). La Iglesia, al cumplir esta misión, se presenta como "reino de Cristo" que, "por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo"; en ella se proclama que "todos los hombres están llamados a la unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos" (LG 3).
Una cristología en clave misionera incluye los mismos temas que se profundizan en la teología sistemática general, pero abriéndolos a su dimensión salvífica universalista, que debe llegar a todas las culturas y a todos los pueblos, y que hace del mismo teólogo un apóstol sin fronteras. Por esto, en todos los temas cristológicos debería aparecer:
- el misterio de la encarnación como autorevelación definitiva e irrepetible de Dios, por medio de Jesucristo, "Palabra definitiva de la revelación" (RMi 5; cf. Act 4,10.12),
- el misterio de la redención (integral y universal) y de la Pascua (o "paso" de Jesús por la muerte a la resurrección), como dinámica salvífica de un "venir del Padre" para "volver al Padre" con toda la humanidad salvada y resucitada en él (cf. Jn 16,28; 20,17),
- el misterio de la misión de Cristo que continúa presente en su Iglesia, donde se anuncia, celebra y vive su realidad de "kenosis" (encarnación, muerte) y de "exaltación" (Fil 2,5-11; Jn 12,32). La resurrección da pleno significado a la misión de Cristo y de su Iglesia.
Esta cristología en clave misionera reafirma la fe en él, como adhesión, encuentro y compromiso de misión. La redención realizada por Cristo es don divino y tiene su iniciativa en el mismo Dios que prepara a toda la humanidad para un encuentro con él por la fe. Es Dios mismo, como Amor, el que se comunica a la humanidad. "La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia, es autocomunicación de Dios" (RMi 7). La especificidad de la salvación ofrecida por Cristo, radica en su encarnación (como Verbo hecho hombre), en su enseñanza de las bienaventuranzas y del mandato del amor, y en su redención (como Sacerdote y Víctima, Buen Pastor que da la vida como propiciación por los pecados). "Así, pues, el Hijo de Dios marchó por los caminos de la verdadera encarnación, para hacer de los hombres partícipes de la naturaleza divina" (AG 3).[60]
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Nota: Ver las fichas bibliográficas del presente capítulo: bienaventuranzas (nota 3), cruz (nota 5), sentido de la historia (nota 6 y 25), fe inculturada (nota 8), misericordia (nota 12), palabra revelada (nota 13), Padre nuestro (nota 14), Iglesia sacramento (nota 23), Pablo (nota 31 y 38), revelación (nota 33), carta a los Hebreos (nota 39 y 51), Cristo Sacerdote (nota 51), caridad pastoral (nota 52), cristología (nota 56).
[1]En el capítulo primero de nuestro estudio hemos presentado una síntesis biblica sobre Jesús como evangelizador (enviado, Salvador y Redentor universal). En este capítulo cuarto, estudiamos el mandato de Cristo en su significado universalista y en cuanto comunicado a la Iglesia. AA.VV., Cristo y la misión (Burgos, Semanas Misionales, 1979) XXI Semana de Misionología; ver especialmente: D. MUÑOZ LEON, Cristo y la misión en el Nuevo Testamento 15-56; F. SANCHEZ ARJONA, Las Cristologías actuales y la Misión 107-121; L. CASTAN LACOMA, Misión de Crito y Misión de la Iglesia 193-217.
[2]La encíclica Redemptor hominis fue publicada el 4 de marzo de 1979. Su línea misionera ha sido aprovechada en documentos posteriores, por ser la encíclica primera y programática del pontificado de Juan Pablo II.
[3]J.R. FLECHA, Las bienaventuranzas (Salamanca, 1989); S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR, 1980); E. GATTI, La Chiesa delle beatitudini (Bologna, EDB, 1979); F.M. LOPEZ MELUS, Las Bienaventuranzas, ley fundamental de la vida cristiana (Zaragoza 1982); U. PLATZKE, El sermón de la montaña (Madrid, Fax, 1965).
[4]El anuncio de esta misericorida divina universalista es parte esencial de la misión confiada por Jesús a su Iglesia. El término hebreo "rahamim" indica la misericordia como seno materno, corazón, entrañas (Jer 31,3; Is 49,15; Os 2,3). El término "hesed" significa amor fiel a la Alianza (Ex 34,6; Is 63,7). AA.VV., Dives in Misericordia, Commento all'enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981); AA.VV., Giovanni Paolo II. Dio ricco di misericordia(Roma, Logos, 1980). La encíclica Dives in Misericordia (de Juan Pablo II) es del 30 de noviembre de 1980: AAS 72 (1980) 1177-1232. Ver DM 7 y la nota 52 (la misericordia divina en el Antiguo Testamento).
[5]La cruz es el signo de una fuerza sobrenatural que actúa a través de los signos pobres de la misión de Cristo y de la Iglesia. AA.VV., La sapienza della croce oggi (Torino, LDC, 1976); AA.VV., Sabiduría de la cruz (Madrid, Narcea, 1980); H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); DAO DINH DUC, La misión hoy a la luz de la cruz Omnis Terra 28 (1986) 22-29; J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad (Madrid, BAC, 1993); P. GIGLIONI, La croce e la missione ad gentes Euntes Docete 38 (1985) 153-178; M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) 165-181; J. MASSON, La mission sous la croix, en: Evangelizzazione e culture (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1976) I, 246-261; J. MOLTMANN, El Dios crucificado (Salamanca, Sígueme, 1975); E. STEIN, Ciencia de la cruz (Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1989). Ver: La sapienza della croce (Roma, Antonianum 1995).
[6]La historia de la misión eclesial ofrece puntos clave de la teología misionera, garantizados por la práctica de los misioneros de todos los tiempos. Habría que hacer resaltar cómo Dios obra misericordiosamente por medio de instrumentos débiles y sin los poderes de este mundo. H.U. VON BALTHASAR, Teología della storia (Brescia, Morcelliana, 1964); H.W. GENSICHEN, El peso y la enseñanza de la historia, en: K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino, 1988) 177-194; J. MOUROUX, Le mystère du temps (Paris, Aubier, 1962).
[7]Es importante constatar un hecho histórico y universal: toda persona que lea o escuche con buena voluntad el sermón de la montaña, siente que aquel mensaje responde a los deseos profundos del corazón humano. Las religiones no cristianas se sienten interpeladas profundamente por el mensaje de Jesús, cuando este mensaje aparece en la conducta de los creyentes. I. GOMA', El evangelio de San Mateo (Madrid, Marova 1976) I, 189ss (el sermón de la montaña). Ver bibliografía sobre las bienaventuranzas en la nota 3.
[8]El tema de la "inculturación" (insertar el evangelio en las culturas) necesita esta perspectiva universalista, para no caer en "nacionalismos" y "racismos" culturales. Apreciar un valor de un pueblo concreto, sólo es posible en la perspectiva de un respeto por los valores de otros pueblos. Las circunstancias "culturales" concretas que Jesús asumió (por ejemplo, el pan y el vino para la eucaristía), tiene ya, por la encarnación, un valor universal, y no tienen que cambiarse. Ver el tema de la "inculturación" en el capítulo VIII. AA.VV., La fe interpelada, jornadas de estudio y diálogo entre profesores universitarios (Salamanca 1993); AA.VV., Evangelii inculturatio: possibilitates et limites: Seminarium 32 (1992) n.1.
[9]De todos es conocida la actitud de Jesús respecto a la mujer, evitando toda discriminación. Jesús obró siempre libremente, sin condicionarse a la época. M. GUERRA, La mujer evangelizada y evangelizadora: Teol. del Sacerdocio 20 (1987) 627-738. La carta apostólica Mulieris dignitatem (Juan Pablo II, 1988), ha hecho resaltar este aspecto evangélico. "En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual descriminación de la mujer, propia del tiempo... Este modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas, constituye una clara 'novedad' respecto a las costumbres dominantes entonces" (MD 13: las mujeres del evangelio).
[10]María, su Madre, compartió esta misma suerte (la "espada"), por su fidelidad a la Palabra que, siendo "espada de dos filos", es motivo de escándalo. A. SERRA, María según el evangelio (Salamanca, Sígueme, 1988); Idem, Nato da Donna..., ricerche bibliche su Maria di Nazaret (1989-1992) (Roma, Marianum, 1992). El valor misionero del "escándalo" evangélico aparecen en la cruz y en el martirio. Ver sobre la fuerza evangelizadora de la cruz, la nota 5.
[11]El evangelio de Juan indica continuamente esta salvación universal, querida por el Padre. La liberación que ofrece Jesús, como "Salvador del mundo" (Jn 4,42), es para "todo el que tenga sed" (Jn 7,37-39). V.M. CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre. La teología de la gracia en el evangelio y en las cartas de san Juan (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981).
[12]La misericordia es "la fuerza constitutiva de la misión" (DM 6). Y. CONGAR, La misericorde attribut souverain de Dieu: La Vie Spirituellle (1962) 380-395. Ver los estudios de la nota 4.
[13]La dimensión universalista es intrínseca a la palabra revelada, porque la revelación (y la Alianza) tiene como objetivo toda la humanidad. AA.VV., Comentarios a la constitución "Dei Verbum" sobre la divina revelación (Madrid, BAC, 1969); D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios (Salamanca, Sígueme, 1965); J. ESQUERDA BIFET, Meditar en el corazón (Barcelona, Balmes, 1987; Idem, La Paraula contemplada esdevé missió: Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 367-378; J. GUILLEN TORRALBA, La fuerza de la "palabra": Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 379-394; S. PIE NINOT, Paraula de Déu i Saviesa: Sv 18,14-16: Revista Catalana de Teologia 14 (1989) 29-39; R. POU I RIUS, Llegir la sagrada Escriptura amb el mateix Esperit amb què ha estat escrita: Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 361-366.
[14]La Iglesia se hace misionera en la medida en que adopte la actitud filial y fraterna expresada en la oración del "Padre nuestro". Los valores evangélicos se manifiestan por actitudes que reflejen las bienaventuranzas y el mandato del amor. S. BARTINA, El Padrenuestro comentado según su trasfondo semítico (Barcelona, Balmes, 1993); S. SABUGAL, Abba'... La oración del Señor (Madrid, BAC, 1985) (historia y exégesis teológica).
[15]En el Nuevo Testamento, la urgencia de evangelizar procede del amor que Dios nos ha manifestado a todos en Cristo: "nos apremia el amor de Cristo" (2Cor 5,14; cf. 1Cor 9,16). Por esto, "es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios" (RMi 1).
[16]Estudiaremos la naturaleza misionera de la Iglesia en los capítulos VI y VII. Anteriormente (en el capítulo III, n. 2) hemos visto la misión de la Iglesia a partir del misterio trinitario.
[17]Si se explica la misión a partir del mandato de Cristo, las opiniones teológicas encuentran su complementariedad mutua: comunicar la fe, anunciar la salvación, implantar la Iglesia... Pero hay que evitar, en el uso de este vocablo ("mandato"), el tono de imposición e incluso de obligación meramente jurídica. El decreto Ad Gentes pesenta el "mandato" como el encargo de una misión que procede del amor fontal del Padre: AG 1 (exigencia de la misma naturaleza de la Iglesia), 5 ("movida por la caridad del Espíritu"), 38 (urgencia del anuncio). La exhortación postsinodal Evangelii nuntiandi lo presenta como una prolongación de la misma misión de Cristo y, consecuentemente, como un encargo que atañe a todo creyente: EN 5, 59-60, 67, 77, 81. La encíclica Redemptoris Missio presenta el "mandato" como una urgencia en sintonía con la participación en la vida de Cristo: RMi 1, 22-23, 32, 44-46, 62-63, 92. "La Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero" (RMi 92).
[18]I. GOMA', El evangelio según San Mateo (Madrid, Marova, 1976) II, cap. XIII, p.715: "La palabra-vértice es el imperativo MATHETEUSATE: haced discípulos... señala el resultado completo de la Misión; no como otros términos del vocabulario misional que indican sólo un aspecto, o una fase incoativa ('proclamar', 'dar testimonio', 'evangelizar', etc.). Hacer discípulos es hacer Comunidad cristiana, hacer Iglesia".
[19]El tema misionológico del "mandato" parece que no ha sido suficientemente estudiado a nivel teológico. F. ASENSIO, Horizonte misional a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento (Madrid, C.S.I.C., 1974); D. SENIOR, C. STRUHLMÜLLER, Biblia y misión, Fudamentos bíblicos de la misión (Estella, Edit. Verbo Divino, 1985) II (Fundamentos de la misión en el Nuevo Testamento: Jesús y la Iglesia); A. WOLANIN, La misión de Jesucristo, en: Misión para el tercer milenio, curso básico de Misionología (Roma, PUM y Bogotá OMP, 1992) cap. III.
[20]Habría que relacionar esta presencia de Cristo por medio del apóstol, con los otros signos de su presencia en la Iglesia y en el mundo. "Para realizar esta obra tan grande, Cristo está presente en su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro... sea sobre todo bajo las especies sacramentales. Está presente con su virtud en los sacramentos... Está presente en su palabra"... (SC 7).
[21]En la encíclica Redemptoris missio, explicando la comunión íntima con Cristo, se dice: "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).
[23]La "sacramentalidad" de la Iglesia queda, pues, íntimamente relacionada con su misión de evangelizar a todos los pueblos. J. ALFARO, Cristo, sacramento de Dios Padre; la Iglesia, sacramento de Cristo glorificado: Gregorianum 48 (1967) 5-27; A. NAVARRO, La Iglesia como sacramento primordial: Estudios Eclesiásticos 41 (1966) 139-159; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original (San SebastiAn, Dinor, 1965). Ver el capítulo VI n. 2 de nuestro estuio.
[24]Ver: J. ERNST, Il vangelo secondo Luca, Brescia, Morcelliana 1990; Idem, Il vangelo secondo Marco, Brescia, Morcelliana 1991; J.A. FITZMYER, Luca teologo, Aspetti del suo insegnamento, Brescia, Queriniana 1991 (cap. 5º: Il discepolato negli scritti lucani); I. GOMA', El evangelio de San Mateo, Madrid, Marova 1976 (I, cap. V: Los enviados del Mesías).
[25]Los datos sociológicos y estadísticos tiene valor para constatar una parte de la realidad; pero la acción evangelizadora queda, muchas veces, sin posibilidad de constatación o de contabilidad inmediata, a modo de "granito de trigo" que aparentemente muere en el surco (Jn 12,24). Es el caso del trabajo oculto ("Nazaret"), de la persecución, del dolor, de la cruz y del martirio. La historia de la evangelización deja entrever siempre unos signos evangélicos en los que se incuba un fruto posterior. Ver en sentido de la historia: H.U. VON BALTHASAR, Teología della storia (Brescia, Morcelliana, 1964); M. FLICK, ALSZEGHY Z., Teologia della storia: Gregorianum 25 (1954) 256-298.
[26]Esa urgencia se presenta en San Pablo como dando sentido a la vida; su única razón de ser es anunciar a Cristo (1Cor 9,16; 1Cor 2,2). Ver el modelo apostólico de Pablo en este mismo apartado (2,D).
[27]La "sensibilidad" hacia la misión de Cristo no corresponde a una sensibilidad generaliza (que es también buena) respecto a unas necesidades humanas más inmediatas. Si se considerara país de misión sólo cuando es país de "tercer mudo" (al que sin duda hay que ayudar), no habría sensibilidad respecto a un país que no fuera de tercer mundo (como el Japón: 0,4% católicos). Quizá esta falta de sensibilidad misionera es una de tantas "dificultades internas y externas que han debilitado el impulso misionero de la Igelsia hacia los no cristianos" (RMi 2).
[28]Tomar la doctrina revelada (explicada por la Iglesia) como punto de referencia, es la via normal para el trabajo teológico, también para la reflexión misionológica. Esto vale principalmente (en estos años postconciliares) respecto a la doctrina magisterial del Vaticano II y de documentos posteriores. Es a partir de la fe ("fides quaerens intellectum") que la reflexión teológica podrá realizar un itinerario verdaderamente científico, con los mayores espacios de libertad y de iniciativa técnica, sin condicionarse a otras opiniones y escuelas, y con la apertura a planteamientos diversos (también en campo ecuménico e interreligioso). Este es el mejor camino para no condicionar la reflexión teológica científica a unos poderes particulares (a veces absorbentes) de personas e instituciones no magisteriales. La libertad del teólogo necesita el apoyo de la fe (profesada por la Iglesia) para poder reflexionar sin condicionamientos. Z. ALSZEGHY, M. FLICK, Come si fa la teologia (Ed. Paoline 1974). Ver: Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo (Cong. Doct. de la Fe, 24 de mayo de 1990).
[29]Estos son los tres elementos principales del "kerigma" como primer anuncio. Sobre el "kerigma", ver la nota 28 del capítulo III. C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos (Madrid, Fax, 1974).
[31]AA.VV., Paul du Tarse, apôtre du notre temps (Rome, Ab. St. Paul, 1979); AA.VV., Pablo, vida, apostolado, escritos (Madrid, Studium, 1972); F. AMIOT, Ideas maestras de san Pablo (Salamanca, Sígueme, 1966); L. CERFAUX, Jesucristo en San Pablo (Bilbao, Desclée 1967); J. ESQUERDA BIFET, Pablo hoy (Madrid, Paulinas, 1984); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980); W. GARDINI, Pablo, un cristiano sin fronteras (Buenos Aires, Paulinas, 1979); ST. LYONNET, Apóstol de Jesucristo (Salamanca, Sígueme, 1966); J. SANCHEZ BOSCH, Nascut a temps. Una vida de Pau l'Apòstol (Barcelona, Edit. Claret, 1992). Ver otros estudios en la nota 50 del capítulo II.
[32]Ver el tema de la responsabilidad misionera del Papa y de los Obispos, en el capítulo VI, 3, A, de nuestro estudio. La enseñanza conciliar y postconciliar, especialmente en: AG 30. 38; EN 67-68; RMi 61-63. "Los Doce son los primeros agentes de la misión universal, constituyen un 'sujeto colegial' de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados 'a las ovejas perdidas de la casa de Israel' (Mt 10,6). Esta colegialidad no impide que en el grupo se distingan figuras singularmente, como Santiago, Juan y, por encima de todos, Pedro, cuya persona asume tanto relieve que justifica la expresión: 'Pedro y los demás Apóstoles' (Act 2,14.37). Gracias a él se abren los horizontes de la misión universal en la que posteriormente destacará Pablo, quien por voluntad divina fue llamado y enviado a los gentiles (cf. Gal 1,15-16)" (RMi 61).
[33]Este tema es básico para toda la acción evangelizadora, especialmente cuando se trata de la "inculturación" (ver el capítulo VIII de nuestro estudio). Jesucristo es la "Palabra" personal del Padre; las "semillas" de esta Palabra esparcidas en las culturas, preparan este salto infinito hacia la fe; pero la revelación estricta y la fe son pura gracia, y no son una simple evolución o perfeccionamiento de las culturas. U. BETTI, La Rivelazione divina nella Chiesa (Roma, Citta Nuova, 1970); R. FISICHELA, La rivelazione: evento e credibilità (Bologna, EDB, 1985); O. RUIZ, Jesús, Epifanía del amor del Padre, Teología de la Revelación (México, CEM, 1988). Ver estudios sobre la Palabra, en el capítulo II, nota 55.
[34]En el fondo de casi toda la problemática teológica y misionológica actual, está en juego la fe en la resurrección real de Cristo. La cosmovisión cristiana encuentra en ella su punto de referencia. J. CABA, Resucitó Cristo, mi esperanza (Madrid, BAC, 1986); F.X. DURWELL, La resurrección de Jesús, misterio de salvación (Barcelona, Herder, 1979); X. LEON DUFOUR, Resurrección de Jesús y mensaje pascual (Salamanca, Sígueme, 1973); M.J. NICOLAS, Teologia della risurrezione (Lib. Edit. Vaticana, 1989). Ver los estudios cristológicos citados en este mismo capítulo y en la nota 46 del capítulo I.
[35]En resumen biblico del inicio de nuestro estudio (capítulo I, n.1) hemos presentado no sólo la realidad divina y humana de Jesús, sino también su conciencia de ser el Hijo de Dios y Salvador universal. O. RUIZ ARENAS, Jesús, Epifanía del amor del Padre, Teología de la Revelación (México, CEM, 1988) cap. 15 (autoconciencia de Jesús). Ver Documento de la Comisión Teológica Internacional sobre la conciencia de Jesús: La coscienza che Gesù aveva di se stesso e della sua missione (1985).
[36]Una teología contextualizada o inculturada no podrá olvidar que el concepto de "encarnación", en el cristianismo, tiene un contenido único: es el mismo Dios en persona (en la persona del Verbo) que se hace hombre. No es, pues, ni una "reencarnación", ni una simple teofanía. Por la "encarnación" del Verbo, Dios asume la historia humana como parte de su misma historia. Por esto, la humanidad queda "recapitulada" en Cristo (Ef 1,10). M.M. GONZALEZ GIL, Cristo, el misterio de Dios (Madrid, BAC, 1976) I, lib. 1 (el misterio de Cristo en la fe de la Iglesia); lib. 3 (el misterio de Cristo en síntesis teológica).
[37]J. BONSIRVEN, Le témoin du Verb, le disciple bienaimé (Toulouse, 1956); L. BOUYER, El cuarto evangelio, introducción al evangelio de san Juan (Barcelona, Estela, 1967); J. ESQUERDA BIFET, Hemos visto su gloria (Madrid, Paulinas, 1986); A. FEUILLET, El prólogo del cuarto evangelio (Madrid, Paulinas, 1971). Ver otros estudios sobre San Juan en la nota 15 del capítulo I.
[38]El cristocentrismo de San Pablo tiene su raíz en la fe en su divinidad, como "Yavé que salva" (cf. Tit 1,3). Desde su conversión, Pablo predicaba en las sinagogas que Jesús "era el Hijo de Dios" (Act 9,20). A. AMATO, Missione cristiana e centralità di Cristo Gesù, en: La missione del Redentore (Leumann, Torino, LDC, 1992) 11-29; ST. LYONNET, Etudes sur l'Epître aux Romains (Roma, Pont. Ist. Biblico, 1989); J.A. FITZMYER, Teología de San Pablo (Madrid, Cristiandad, 1975); C. I. GONZALEZ, El es nuestra salvación (Bogotá, CELAM, 1987), tema I (el Salvador es el centro de la fe cristiana); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980); ST. VIRGULIN, Cristo al centro della missione di Paolo: Riv. di Vita Spirituale 40 (1986) 378-397. Ver estudios paulinos citados en la nota 31 de este mismo capítulo.
[39]Los valores positivos de culturas y religiones ya pueden considerarse como "preparación evangélica" que necesitan llegar a la plenitud en Cristo. "Es también el Espíritu quien esparce las 'semillas de la Palabra' presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28). G. MORA, La carta a los Hebreos como escrito pastoral (Barcelona, Facultad de Teología, 1974); C. SPICQ, L'Epitre aus Hébreux (Paris, Gabalda, 1977); A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo en el Nuevo Testamento (Salamanca, Sígueme, 1984) tema primero (el Hijo superior a los ángeles). He intentado presentar el sentido evangelizador de la carta a los Hebreos en: La vida es un sí (Carta a los Hebreos) (Salamanca, Sígueme, 1986).
[42]La acción evangelizadora de Pablo es una constante "inculturación" en las diversas áreas del mundo antiguo, con validez permanente para épocas posteriores. Ver: J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980).
[43]En el capítulo primero de nuestro estudio, hemos visto estos temas: la cercanía a todo ser humano en su situación concreta (2,B), Dios hecho nuestro hermano (3,A). La humanidad de Cristo es "vivificante". Sólo manifestando que es verdaderamente hombre, puede mostrar que es "Dios con nosotros" (Emmanuel). J. ESQUERDA BIFET, Soy Yo, misterio de Cristo, misterio del hombre (Barcelona, Balmes, 1990); O. GONZALEZ DE CARDEDAL, Jesús de Nazaret (Madrid, BAC, 1975); J.L. MARTIN DESCALZO, Vida y misterio de Jesús de Nazaret (Salamanca, Sígueme, 1989); E. MURA, La humanidad vivificante de Cristo (Barcelona, Herder, 1957). Ver en las cristologías (citadas en este mismo capítulo) todo lo referente a la humanidad de Jesús.
[44]B. FORTE, Jesús de Nazaret. Historia de Dios y Dios de la historia (Madrid, Paulinas, 1983); E. SCHILLEBEECKX, Jesús, la historia de un viviente (Madrid, Cristiandad, 1983).
[45]La encíclica Redemptor Hominis coloca el misterio de Cristo, en cuanto Dios y hombre, como base de la misión de la Iglesia: "En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella y, al mismo tiempo, en Cristo y por Cristo, el hombre ha conseguido la plena conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor trascedental de la propia humanidad, del sentido de su existencia... Jesucristo es principio estable y centro permanente de la misión que Dios mismo ha confiado al hombre" (RH 11).
[46]La fe cristiana es encuentro con Cristo. Por esto la Iglesia realiza su misión para que "todo hombre pueda encontrar a Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida" (VS 7; cita RH 13). La cristología hace hincapié en Cristo en cuanto Salvador, precisamente por ser Dios y hombre. Ver el capítulo I, n. 3 de nuestro estudio. A. AMATO, Gesú il Signore (Bologna, EDB, 1988) cap. 14 (la encarnación como acontecimiento soteriológico); J. GALOT, Cristo unico Salvatore e salvezza universale, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992, 55-66; C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y soteriología (Bogotá, CELAM, 1987); L. RUBIO MORAN, El misterio de Cristo en la historia de la salvación (Salamanca, Sígueme, 1982).
[47]La encíclica Veritatis Splendor presenta este punto de partida para la moral humana y cristiana: "La luz del rostro de Dios resplandece con toda belleza en el rostro de Jesucristo, 'imagen de Dios invisible' (Col 1,15), 'resplandor de su gloria' (Heb 1,3), 'lleno de gracia y de verdad' (Jn 1,14), 'el camino, la verdad y la vida' (Jn 14,6). Por esto, la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo" (VS 2).
[48]La encíclica Redemptoris Missio afirma, no obstante, el valor de otras "mediaciones", siempre en relación con Cristo: "Aun cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas sin embargo cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y compelementarias" (RMi 5).
[49]Sobre el claro oscuro de la realidad humana en su "estado de naturaleza caída", ver: SANTO TOMAS, I-II, q.109, a.3. Sobre la búsqueda de la verdad y del bien, con sus éxitos y sus fracasos, ver la encíclica Vertatis Splendor 62-64.
[50]La predicación de Jesús es una expresión de su mismo ser (Dios hecho hombre para Salvar al hombre). La misión que realizó y que encomendó a sus apóstoles, contiene esencialmente esta faceta de "enseñar" con su misma fuerza salvífica. M.M. GONZALEZ GIL, Cristo, el misterio de Dios (Madrid, BAC 1976) lib. II, cap. 10 (la predicación).
[51]El sacerdocio de Cristo según la carta a los Hebreos: C. SPICQ, L'Epitre aus Hébreux (Paris, Gabalda, 1977); A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo en el Nuevo Testamento (Salamanca, Sígueme, 1984); H. ZIMMERMANN , Die Hohe priester, Christologie des Hebräerbriefes (Paderborn 1964). Sobre el sacerdocio de Cristo en relación con la misión profética y salfívica: J. ALFARO, Las funciones salvíficas de Cristo como revelado, Señor y Sacerdote, en: Mysterium Salutis (Madrid, Cristiandad, 1971) II/I c.7; J. GUILLET J., Jésus Christ, prêtre et prophète: Studia Missionalia 22 (1973) 331-344. Estudio comparativo entre el sacerdocio de Cristo y el de la religiones no cristianas: AA.VV., Sacerdoce et prophétie: Studia Missionalia 22 (1973). Resumo síntesis del tema y bibliografía actual en: Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC 1991) cap. 2 (Cristo, nuestro Sacerdote).
[52]La figura del pastor en el Antiguo Testamento: Is 40, 11 (Dios mismo es el pastor); Jer 23,1-6 (el Mesías pastor); Ez 34,1-31 (Dios pastor reprende a los malos pastores). Pablo usa la figura del pastor aplicada Cristo y a quienes le representan en la Iglesia (Act 20,28). Pedro insta a un celo pastoral que merezca la aprobación del Pastor principal (1Pe 5,1-4). J. GARAY, La caridad pastoral (Vitoria, Unión Apostólica, 1977); M. PEINADO, Solicitud pastoral (Barcelona, Flors, 1967); P. RABITTI, Il prete: l'uomo della carità pastorale (Bologna, Dehoniane, 1980); P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger (Paris, Cerf, 1969). Síntesis doctrinal y bibliografía: Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991) cap. IX (las virtudes del Buen Pastor); Signos del Buen Pastor (Bogotá, CELAM, 1991.
[53]Pablo llega a esta conclusión que tiene sabor misionero: Jesús "tiene que reinar" (1Cor 15,25). La afirmación de Jesús sobre su realeza: Mt 27,11; Mc 15,2; Lc 23,3; Jn 18,36-37. La realeza de Cristo está relacionada con su condición de cabeza de la Iglesia y de toda la humanidad (Ef 1,22; Ef 4,15). La fiesta litúrgica de Cristo Rey recoge todos estos aspectos de su realeza, para construir "un reino eterno y universal", que será de "verdad, vida, santidad, gracia, justicia, amor y paz" (Prefacio de la fiesta). Jesús, "Rey del universo", conduce "toda la creación, liberada de la esclavitud y del pecado" hacia la glorificación de Dios por el cumplimiento de sus planes salvíficos universales (oraciones de la fiesta). Jesús reina desde "el altar de la cruz", en la que "se consuma el misterio de la redención humana y somete a su poder la creación entera" (Prefacio). Su reino se construye sólo con la actitud de donación, haciendo de la humanidad una familia de hermanos, a imagen de Dios Amor. Ver los comentarios al evangelio de Juan: R. E. BROWN, El evangelio según san Juan (Madrid, Cristiandad, 1979) 63 (el relato de la pasión, Jn 18,28-40).
[54]Con una buena base escriturística y patrística, se puede calibrar mejor la importancia de unas etapas históricas en la reflexión sobre los temas cristológicos: la verdadera divinidad (el Hijo es consubstancial al Padre) queda afirmada en el concilio primero de Nicea (325); la humanidad íntegra (naturaleza humana perfecta o completa) queda aclarada en el concilio primero de Constantinopla (381). El símbolo niceno-constantinopolitano recoge ambos aspectos con términos precisos. El concilio de Efeso (431) afirma la divinidad de Cristo (una persona divina) en dos naturalezas (divina y humana); por esto María es Theotokos (Madre de Dios). El concilio de Calcedonia (451) afirma la unidad de persona y la clara distinción y perfección de las dos naturalezas (el único Hijo en dos naturalezas sin confusión o cambio, sin división ni separación). Los concilios posteriores reafirmarán y concretarán esta misma fe: Constantinopla II (553); Constantinopla III (680-681): sobre la voluntad humana de Cristo; Nicea II (787): legitimidad de las imágenes como expresión del misterio de la encarnación. Ver las cristologías citadas en las notas siguientes.
[55]Además de los conceptos fisolóficos diversos (de épocas y culturas) habrá que tener en cuenta la eventual "aceptación" de la figura de Jesús en las diversas religiones (según su propio modo de recibir los datos cristianos). La tarea misionera será entonces todavía más compleja, puesto que ordinariamente se trata de una corrección a fondo. Ver: A. AMATO, Gesù il Signore (Bologna, EDB, 1988) 10ss (Gesù nelle religioni non cristiane); Idem, Cristologia e religioni non cristiane: Credere Oggi 12 (Padova 1992) 94-107.
[56]Fudamentalmente se pueden encontrar en el catecismo (salvo en sus aspectos técnicos) los contenidos que presentan las cristologías más conocidas: A. AMATO A., Gesú il Signore, saggio di Cristologia (Bologna, EDB, 1988); M. BORDONI, Gesù di Nazareth Signore e Cristo (Roma, 1982); L. BOUYER L., Le Fils éternel (Paris, Cerf, 1974); R.E. BROWN R.E., Jesús Dios y hombre (Santander, Sal Terrae, 1979); Y.M. CONGAR, Jesucristo (Barcelona, Estela, 1964); C. CHOPIN, El Verbo encarnado y redentor (Barcelona, Herder, 1979); CH. DUQUOC, Cristología, ensayo dogmático sobre Jesús de Nazaret el Mesías (Salamanca, Sígueme, 1985); J. ESQUERDA BIFET, Soy Yo, misterio de Cristo, misterio del hombre (Barcelona, Balmes, 1990); P. FAYNEL, Jesucristo es el Señor (Salamanca, Sígueme, 1968); B. FORTE, Jesús de Nazaret. Historia de Dios y Dios de la historia (Madrid, Paulinas, 1983); J. GALOT, Cristo, ¿Tú quién eres? (Madrid, CETE, 1982); C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y soteriología (Bogotá, CELAM, 1987); O. GONZALEZ DE CARDEDAL, Jesús de Nazaret (Madrid, BAC, 1975); M. GONZALEZ GIL, Cristo, el misterio de Dios (Madrid, BAC, 1976); W. KASPER, Jesús el Cristo (Salamanca, Sígueme, 1984); R. LAVATORI, L'Unigenito del Padre (Bologna, Dehoniane, 1983); A. LOPEZ, Jesús el ungido, Cristología (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1991); L. RUBIO MORAN, El misterio de Cristo en la historia de la salvación (Salamanca, Sígueme, 1982); J.A. SAYES, Jesucristo, ser y persona (Burgos, Aldecoa, 1984); E. SCHILLEBEECKX, Jesús, la historia de un viviente (Madrid, Cristiandad, 1983); S. VERGES, J.M. DALMAU, Dios revelado por Cristo (Madrid, BAC, 1969).
[57]Cf. A. AMATO, Gesù il Signore, o.c., 24ss (pluralismo de aproximaciones en la cristología católica); 49ss (modelos de cristología contemporánea); D.J. BOSCH, Transforming Mission (New York, Orbis Books, 1993) (presenta también, por capítulos separados, el concepto de misión en las Iglesias orientales, Iglesia católica, Iglesias de la reforma, etc.); C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, o.c., apéndice I (algunas cristologías que parten de la reforma); apéndice II (cristologías de la liberación); C. HALLENCREUTZ, Cristo en la teología misionera protestante, en: Jesucristo y la misión, o.c., 175-191; E. MELIA', Jesucristo y la mision católica, en: Cristo y la misión, o.c., 157-178.
[58]El concepto que se tenga de "revelación" (o de la "palabra" revelada por Dios) puede oscilar entre lo "irreversible" de los acontecimientos (como en la línea de Hegel) y un espiritualismo desencarnado que no quiere insertarse en la historia ni comprometerse en ella. Ver: B. MONDIN, Le cristologie moderne (Roma, Aspes, 1973); idem, Teologías de la praxis (Madrid, BAC, 1981).
[59]Sólo por Cristo conocemos la Trinidad, el sentido de la historia humana, el misterio del hombre, los planes salvíficos de salvación por medio de la Iglesia, la restauración final de todas las cosas con la fuerza de su resurrección... Ver el capítulo I, n.3, C. Ver: F. DUCI, Jesús llamado Cristo, introducción al Jesús de la historia y a su comprensión desde la fe (Madrid, Paulinas, 1983).