Lunes, 11 Abril 2022 11:43

INTRODUCCION "Dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5,11)

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INTRODUCCION

"Dejándolo todo, le siguieron"

(Lc 5,11)

 

      Así de sencillo es el evangelio para los que se han enamorado de Cristo: "Después de traer las barcas a tierra, dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5,11). Y así lo entendieron y lo siguen entendiendo muchos creyentes que han optado por amar a los hermanos con el mismo amor de Cristo. A partir de esta opción, todos los problemas quedan relativizados.

 

      Pero hay que reconocer que, muchas veces, tal vez demasiadas, el evangelio no aparece en la vida de quienes decimos creer en Cristo. La realidad es que a Cristo no le podrá encontrar el hombre de hoy, si no es a través de quienes lo han dejado todo con una "adhesión plena y sincera a Cristo y a su evangelio mediante la fe" (RMi 46).

 

      Un evangelio "aguado" no convence a nadie. El evangelio contagia cuando se presenta tal como es: la misma persona de Cristo transparentada en la vida de "los suyos". Porque él, presente y resucitado, sigue llamando para un encuentro vivencial y para compartir su misma vida, para poder construir una comunidad universal de hermanos. Esa fue y ésa sigue siendo su misión: la misma misión que ha confiado a los que le siguen dejándolo todo por él.

 

      Hemos puesto muchas "etiquetas" al "seguimiento evangélico". Lo malo es que nos quedamos con las etiquetas olvidando el seguimiento esponsal. Porque ese seguimiento al que Cristo llama, o es para compartir todo con él o no es.

 

      Cuando un joven ha sentido llamada de Cristo para seguirle incondicionalmente (como laico, religioso o sacerdote), a veces sólo encuentra etiquetas de adorno, donde Jesús es el gran ausente o, tal vez, sólo un paréntesis. Las vocaciones existen, porque el Señor las sigue dando gracias también a muchos creyentes que oran y se sacrifican. Pero no pocas vocaciones se chamuscan apenas empiezan a germinar, porque no han encontrado el signo claro y gozoso de quienes lo han dejado todo para seguir a Cristo.

 

      Se ha hablado mucho, aunque siempre sabe a poco, sobre la vida laical comprometida, la vida consagrada y la vida sacerdotal. Es siempre poco lo hablado y lo escrito porque necesitamos renovar convicciones, motivaciones y decisiones. El problema consiste en si nuestras charlas y escritos llegan a enamorar de Cristo y de su evangelio. Si una conferencia o una publicación sobre el evangelio no contagia convicción y gozo por el amor de Cristo y compromiso por amarle y hacerle amar, es señal de que se ha hecho del evangelio un adorno o un trampolín para vender baratijas. Somos demasiados los cristianos que decimos creer en el evangelio, pero que no somos "olor de Cristo" (2Cor 2,15).

 

      La pastoral vocacional necesita testigos del encuentro y del seguimiento de Cristo. Tengo la sensación de que hacemos muchas cosas buenas y no tanto el anunciar con una vida coherente el mensaje vocacional: "Hemos encontrado a Cristo... le llevó a Jesús... ven y verás" (Jn 1,41-46). Porque, en este campo, como en el de la misión, los ya vocacionados deben  "transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

 

      Una vida laical comprometida no puede rebajar el tono de las bienaventuranzas. Nos faltan laicos que asuman su secularidad, decididos a ser, desde dentro de ella, santos y apóstoles, es decir, fermento evangélico. La exhortación apostólica Christifideles laici ha hablado de su vocación de fermento evangélico, en las estructuras humanas, con responsablidad propia y en la comunión de Iglesia.

 

      Una vida consagrada que no esté centrada en el seguimiento radical de Cristo pobre, obediente y casto, produce el vacío en el corazón y deja a uno indefenso y huidizo en la soledad y en el fracaso. La misión profética de la vida consagrada consiste en ese corazón de pobre, en sintonía con los amores de Cristo Esposo, que es capaz de amar y convivir con los más pobres, desde la propia comunidad, sintiéndose Iglesia esposa o consorte de Cristo, como "pueblo de su propiedad" (1Pe 2,9). Los documentos conciliares y postconciliares, así como el Sínodo Espicopal de 1994, han acentuado la relación entre la consagración y la misión, precisamente a partir del encuentro esponsal con Cristo.

 

      Una vida sacerdotal en el Presbiterio o en otro grupo apostólico, necesita presentar claramente la caridad del Buen Pastor. Yo no creo viable un proyecto de vida en el Presbiterio, si no está abierto generosamente al estilo de vida evangélica de los doce Apóstoles, sin rebajar en nada la práctica de los consejos evangélicos (cf. PDV 15-16, 60; Directorio 57-68).

 

      El gozo de la identidad brota en el corazón, cuando uno se siente amado por Cristo y capacitado para amarle y hacerle amar. Cuando se ponen trabas al seguimiento evangélico, brota en el corazón la necesidad morbosa de buscar o pedir privilegios y permisos para todo. El gozo del seguimiento evangélico es una realidad de gracia, que se armoniza con la renuncia por amor, aún en medio de defectos que se quieren corregir; pero que no se compagina con la postura habitual de mediocridad, rutina y tacañería.

 

      Cuando Cristo, por propia iniciativa suya, llama al seguimiento evangélico, invita a compartir su misma vida, en comunión con otros hermanos también llamados por él. La convivencia comunitaria, el diálogo y el ecumenismo son sólo posibles a partir de la experiencia de la misericordia de Cristo y de un seguimiento evangélico coherente. Quien no ha encontrado a Cristo en su propia pobreza, de donde Cristo le ha llamado para el seguimiento evangélico, no hará más que echar más leña al fuego y acrecentar las divisiones entre creyentes y entre instituciones eclesiales. El diálogo y el ecumenismo no son posibles sin el perdón y sin la propia conversión.

 

      El seguimiento evangélico es una actitud relacional y contemplativa con Cristo, y de desprendimiento de todo para abrirse al amor, de vida fraterna y de disponibilidad misionera. Este seguimiento de Cristo sólo se puede vivir amando a la Iglesia misterio, comunión y misión, porque sólo entonces se recupera el sentido de desposorio con Cristo, para compartir su misma vida y para ser signo o transparencia de cómo ama él.

 

      La vida sacerdotal y consagrada, así como la vida laical comprometida, pierden su sabor evangélico de "sal" y de "luz" cuando se reduce a competencias, derechos adquiridos, instalación y compensaciones. Es el tributo que se paga con frecuencia en una sociedad de consumo. Por esto hay mucha gente herida, cansada y amargada, que contagia a los demás la angustia y el desconcierto que lleva dentro.

 

      Una nueva evangelización necesita hombres y mujeres de "vida nueva" (Rom 6,4). Esos seguidores de Cristo ya existen, pero "los obreros" evangélicos "son pocos" (Lc 10,2). Su fuerza profética consiste en una "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), trabajando si compensaciones ni protagonismos. El cristal deja pasar la luz sin ostentaciones.

 

      Al "seguimiento evangélico",  especialmente en la "vida consagrada" (con sus diversas modalidades), se le ha llamado "carisma y profecía". La afirmación es válida, puesto que todo cristiano, según su propia vocación, recibe gracias especiales ("carismas") para anunciar y testimoniar a Cristo. El profetismo es de todo el pueblo de Dios (Act 2,17; LG 35) y, de modo especial, de quien ha sido llamado a seguir el mismo camino evangélico radical de Cristo.

 

      La expresión máxima de este seguimiento evangélico se encuentra en la "vida apostólica" de los doce Apóstoles, que será siempre la pauta de toda "vida consagrada". Se trata siempre de "seguir a Cristo pobre y crucificado" (Santa Clara y San Francisco). Ese seguimiento evangélico es principalmente de desposorio o amistad profunda con Cristo, para compartir su misma vida y para ser signo de cómo ama él. "Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana... No se trata aquí solamente de escuchar una enseñanza y de cumplir un mandamiento, sino de algo mucho más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre... Por tanto imitar al Hijo, que es 'imagen de Dios invisible' (Col 1,15), significa imitar al Padre" (VS 19).

 

      Con estas breves reflexiones quiero hacer un pequeño servicio a cuantos quieran reestrenar la alegría de pertenecer esponsalmente a Cristo, como una respuesta al examen de amor para la misión: "¿Me amas más, tú?" (Jn 21,15ss).

 

      También podrían servir para ayudar a estrenar la vocación del seguimiento evangélico de Cristo, sin condicionarla a miopías y reduccionismos que luego se pagan muy caros. Pienso en grupos de oración, animadores de pastoral vocacional, formación inicial en seminarios y casas apostólicas, etc.

 

      Caminar en pos de Cristo, sólo es posible con él y en él. Su Madre, que es también la nuestra, le siguió así: "Jesús bajó a Cafarnaún, acompañado de su Madre, sus parientes y sus discípulos" (Jn 2,12). "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 36). Por esto "con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones... en la Iglesia" (PDV 82).

 

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