ESCRITOS Y PASTORALES DE OBISPOS (168)
ITINERARIO FORMATIVO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES. MODELOS TEOLOGICO-HISTORICOS
Escrito por Super UserITINERARIO FORMATIVO DE LAS VOCACIONES SACERDOTALES. MODELOS TEOLOGICO-HISTORICOS
Juan Esquerda Bifet
Presentación: Las grandes líneas del itinerario formativo en su diversas etapas históricas
La formación de las vocaciones sacerdotales ha recorrido ya un itinerario de casi dos milenios. El punto obligado de referencia ha sido y seguirá siendo siempre Jesucristo Sacerdote y Buen Pastor y el grupo apostólico formado por el mismo Jesús; pero las modalidades concretas varían según las épocas y culturas.
Se puede constatar una evolución homogénea, que es siempre de apertura a las nuevas situaciones socio-culturales y eclesiales, para responder a las nuevas gracias del Espíritu Santo y poder formar a los nuevos apóstoles.
En el breve espacio de que disponemos, intentaremos redactar una síntesis de este itinerario histórico, haciendo resaltar las líneas básicas de cada época (en sus modelos teológico-históricos), para llegar a la actualidad formativa de finales del siglo XX e inicio del siglo XXI (o del tercer milenio), intentando vislumbrar las perspectivas de futuro, siempre en una línea armónica de fidelidad y apertura.
En cualquier época, se profundiza en la figura de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para trazar las líneas formativas del estilo de vida sacerdotal. Siempre encontramos figuras sacerdotales, documentos, instituciones y, en cierta medida, también planes formativos para el seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles.
Al hacer este recorrido sintético, se toma conciencia de estar insertados en un dinamismo del Espíritu Santo, que guía a su Iglesia en toda realidad histórica. Efectivamente, en cada época se pueden constatar gracias especiales o carismas del Espíritu santo y también una respuesta de reflexión, de vivencia y de programación, en un contexto de luces y sombras, de éxitos y de limitaciones propias de la Iglesia peregrina.
Del pasado, sólo van quedando aquellos aspectos positivos de valor permanente, que corresponden a una explicitación de los datos revelados sobre el estilo de vida del Buen Pastor y de sus Apóstoles. Dos mil años de historia son ya una herencia de gracia, que ayuda a encontrar el nuevo estilo de vida apostólica y evangélica que corresponde a la actualidad y al próximo futuro.
Las líneas evangélicas del seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, de fraternidad sacerdotal en el Presbiterio y de disponibilidad misionera universal, son las únicas que ofrecen garantía para responder a las nuevas exigencias del Espíritu Santo y a las nuevas necesidades de la Iglesia y de la sociedad humana en el inicio del tercer milenio.[1]
1. Formación sacerdotal en la época patrística
Durante la época patrística, la formación sacerdotal tenía lugar en el seno de las comunidades cristianas, con el influjo en las diversas escuelas teológicas y catequéticas (Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Cesarea de Palestina, Roma, etc). Los futuros sacerdotes se formaban dentro de las comunidades cristianas, en estrecha relación con los obispos respectivos y con su Presbiterio.
El itinerario formativo se encuadraba en el contexto de la "Vida Apostólica", es decir, según el estilo de los Apóstoles y de sus sucesores. La santidad a que se aspiraba tenía como objetivo a Cristo Sacerdote Buen Pastor. Era, pues, santidad que miraba a la gloria de Dios y al ministerio pastoral: servicio de la Palabra, celebración de los misterios, dirección de la comunidad, servicios de caridad. El "clérigo" estaba llamado a tener por herencia al Señor.
De hecho, durante los primeros siglos, la residencia del obispo era la de los presbíteros y de los que se preparaban para el ministerio. Según los "Canones Apostolorum", el obispo tenía de cuidar de su clero[2]. En Roma, Antioquía, Alejandría, Cesarea de Palestina y norte de Africa, existían escuelas para la formación catequística y teológica.[3]
En estas escuelas, el representante del obispo (diácono del obispo o "arcediano") cuidaba de la formación de los futuros ministros. Después de la paz de Constantino (a. 313), estas escuelas episcopales fueron insuficientes, y, a veces, muchos clérigos se formaron en escuelas no eclesiásticas. Los concilios tuvieron que dar normas para evitar que entraran en el ministerio hombres sin formación adecuada. Se llegó a prescribir la vida común en dependencia del obispo.[4]
La diversidad formativa aparecía en diversos matices complementarios. En el Oriente se presentaba la "consagración" a Cristo y, por él, al Padre, bajo la moción del Espíritu Santo. En la escuela antioquena se subrayaba la distinción entre lo divino y lo humano, indicando la naturaleza instrumental del sacerdocio ministerial. En la escuela alejandrina se acentuaba la acción divina.
En Occidente, la "consagración" hacía referencia al sacramento recibido, como participación en la unción y misión de Cristo. La santidad debía actuarse según las normas litúrgicas, disciplinares y morales. En Oriente, el sacerdote se presentaba como mediador de una acción divina. Las normas de los concilios sobre la vida de los clérigos reflejaban esta distinción de matices. Siempre se presenta la figura del sacerdote como quien obra en persona de Cristo.[5]
La formación se recibía en relación con las figuras sacerdotales de la época, especialmente con el propio obispo. Además de los documentos bíblicos, litúrgicos y conciliares (sobre la vida de los clérigos), servían de pauta las cartas de San Ignacio de Antioquía, los libros sobre el sacerdocio de San Juan Crisóstomo, los escritos y ejemplos de San Ambrosio, las pautas o "Regla" de vida clerical de San Agustín, la Regla pastoral de San Gregorio Magno, etc.[6]
Las Cartas de San Ignacio de Antioquía (hacia el año 105) ofrecen pautas de santidad ministerial y de vida de fraternidad en el Presbiterio y con el propio obispo. Los presbíteros se presentan en relación con los Apóstoles. La formación tendía a vivir la unidad eclesial, como un canto que el mismo Cristo dirige al Padre. Ver, por ejemplo, Ad Efesios, 4,1-2.
Más incidencia tuvieron en el campo de la formación sacerdotal los seis libros sobre el sacerdocio, de San Juan Crisóstomo, escritos hacia el año 386. Su influjo fue decisivo en los decretos conciliares (sobre la vida de los clérigos) y en las reglas de formación sacerdotal. Los libros sobre el sacerdocio, de San Juan Crisóstomo describen la santidad en relación con Cristo y con el ministerio ejercido en su nombre, en vistas a servir a la comunidad eclesial. El sacerdote ha tenido que formarse en las virtudes características del Buen Pastor, es decir, en la caridad concretada en la pobreza, castidad, celo apostólico, prudencia, mansedumbre, espíritu de oración, etc. Ver, por ejemplo, lib. 3,7 y 16.[7]
La formación para el sacerdocio, según San Ambrosio se concreta en cumplir las normas sobre la vida moral, litúrgica y ministerial. Por el hecho de tener por herencia al señor, el clérigo está llamado a la pobreza evangélica, a la castidad y a la caridad para con los pobres (en quienes se esconde Cristo). La santidad sacerdotal es una exigencia de la predicación y de la celebración eucarística. Así llegará a una vida honesta, adornada de todas las virtudes. Ver, por ejemplo, De officiis ministrorum, lib. I, cap. 11.[8]
Las normas eclesiales para la formación de los futuros sacerdotes se inspiraron también en la doctrina y ejemplos de San Agustín, especialmente en su modo de practicar la "Vida Apostólica", conviviendo con sus presbíteros. En el Occidente cristiano, durante siglos, la formación sacerdotal tomó como pauta el ejemplo de San Agustín. Muchos Presbiterios se inspiraron en la "Regla" o proyecto de vida eclesial del santo obispo de Hipona. "Todos los buenos pastores se encuentran en uno, son uno. Ellos apacientan, pero es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no anuncian su propia palabra, sino que se alegran por la palabra del esposo" (sermón 46). El Presbiterio de Hipona era lugar de convivencia de los sacerdotes y de los que se preparaban para el sacerdocio.[9]
También la Regla Pastoral del Papa San Gregorio Magno influyó durante siglos, a modo de directorio sobre la formación y la práctica apostólica. Las virtudes del sacerdote dicen relación con su ministerio, especialmente por la predicación y la eucaristía. La formación tiene que versar sobre la pobreza, la oración intercesora y contemplativa, la caridad y el celo apostólico. "Cuando el pastor pone sus sentidos en los cuidados terrenos, el polvo levantado por el viento de la tentación ciega los ojos de las ovejas (Regla Pastoral, cap. VI).[10]
Los concilios visigóticos de los siglos VI-VII emanaron normas concretas sobre la selección y formación de los futuros sacerdotes, aplicando las directrices de la época apostólica.[11]
Un claro precedente del decreto tridentino sobre los Seminarios, son los concilios II y IV de Toledo (años 527 y 633). Sobre todo, el cap. 24 del concilio IV de Toledo fue una fuente inspiradora de Trento. En los concilios toledanos se acentúa la necesidad de una formación espiritual e intelectual desde la adolescencia, así como la dirección y responsabilidad por parte del obispo. Ambos concilios particulares indican la necesidad de la formación sacerdotal desde la infancia o adolescencia. El concilio II de Toledo recalca "bajo la inspección del obispo... a juicio del obispo" (Ench. Cler. 59).
2. Formación sacerdotal en la Edad Media
Hay que recordar que la formación sacerdotal tuvo un gran declive al final del primer milenio y principio del segundo. Hubo un fuerte proceso de secularización en Presbiterios y monasterios. Pero todavía se mantuvo en muchos sectores la formación de la época patrística sobre la "Vida Apostólica", gracias a las normas conciliares y a la urgencia de santos obispos y sacerdotes. El concilio romano de 1059 todavía pudo establecer normas sobre la vida común y la pobreza de los clérigos.
En toda la Edad Media se encuentran numerosos casos de escuelas de formación clerical, aunque no a escala universal de todas las diócesis, ni siempre en el sentido de una formación espiritual y pastoral.
En algunos Presbiterios se siguió instando en la formación sacerdotal de línea evangélica, especialmente donde los clérigos (como "canónigos", es decir, cumplidores de los "cánones") vivían según el modelo o la "regla" de San Agustín. Es entonces (siglos XII-XIII) cuando nacen las nuevas Ordenes religiosas (trinitarios, agustinos, franciscanos, dominicos, mercedarios, premostratenses, carmelitas, etc.). El ideal de la "Vida Apostólica" era el mismo, pero las Ordenes religiosas querían concretarlo por medio de la "profesión" (votos) y por estatutos particulares, en una línea más claustral, aunque también relacionada con la acción apostólica y caritativa.
A pesar de los declives del medioevo, de hecho se dieron los primeros pasos para la organización de la formación sacerdotal. El Decreto de Graciano (1140) ofrece abundantes datos sobre esta formación, en vistas a poner en práctica la "Vida Apostólica" por medio de las virtudes requeridas en el ejercicio del ministerio.[12]
Los concilios tercero y cuarto de Letrán (1179 y 1215) urgieron de nuevo al cumplimiento de las normas sobre la formación, estableciendo una pauta que se seguirá en siglos posteriores: "Es mejor, sobre todo tratándose de sacerdotes, que haya pocos y buenos, que muchos ministros y malos, porque si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el hoyo".[13]
Estos concilios lateranenses repitieron y concretaron esas normas de formación. Un punto concreto (ya señalado en los concilios toledanos) es el del maestro o "anciano" (formador) que debía cuidar de la formación de los futuros sacerdotes. El concilio IV de Letrán deja en manos del obispo la responsabilidad de formar a sus sacerdotes para la cura de almas: "Siendo el arte de las artes el régimen de las almas, mandamos severamente que los obispos, o por sí mismos o por otros varones competentes, instruyan diligentemente a los candidatos al sacerdocio en los misterios divinos y en los sacramentos de la Iglesia, de forma que puedan administrarlos debidamente" (ibídem).
En Santo Tomás de Aquino encontramos un resumen de estas exigencias formativas: "Dios nunca permitirá que a su Iglesia falten ministros idóneos y suficientes para las necesidades del pueblo cristiano, si se eligen dignos y se rechazan a los indignos" (Suppl. q. 36, a. 4, ad 1). Según el Papa Honorio II, la formación sacerdotal serviría, pues, para una acertada selección, puesto que se trataba de "educar para la santidad"[14].
Hasta el concilio IV de Letrán (1215), se fueron dando normas de formación sacerdotal por parte de obispos, concilios particulares y universales. A pesar de los altibajos de la historia, las escuelas eclesiásticas se fueron perfeccionando, especialmente respecto a la formación intelectual. Existían escuelas parroquiales, monacales y episcopales (éstas últimas, a veces, en conexión con la catedral).[15]
Los datos patrísticos y la herencia agustiniana sobre la formación, se sumaron a la reflexión teológica sobre el sacerdocio ministerial, especialmente en Santo Tomás. Cristo es la fuente de todo sacerdocio (II, q. 22, a. 4). El carácter sacerdotal configura con Cristo (III, q. 63). El sacerdote ministro prolonga la acción de Cristo como activo instrumento suyo (III, q. 63, a. 3) y sirve al Cuerpo eucarístico y místico de Cristo.
San Buenaventura acentúa la semejanza con Cristo servidor (Sent. IV, d. 24, a. 34). San Alberto Magno subraya la transformación en Cristo (In IV Sent., d. 6 c, a. 3). Santo Tomás pone de relieve la participación en el sacerdocio de Cristo (III, q. 27, a. 5 ad 2; q. 63, a. 1-6). Por esto, se requiere una formación para la santidad de quien está llamado a ser "mediador" (III, q. 22, a. 1) y, por tanto, "deiforme" (deiformissimus) por la caridad (Suppl. q. 36, a. 1). La ordenación sacerdotal preexige, pues, la santidad (III, q. 27, a. 4) y sólo puede conferirse a paredes bien consistentes por la santidad (II-II, q.189, a.1, ad 3).
Las diversas escuelas teológicas y espirituales del medioevo dejaron su impronta en la formación sacerdotal: escuelas benedictina, dominicana, franciscana, agustiniana... La escuela de San Víctor (siglo XII) se basaba más en las exigencias del sacramento del Orden, indicando al sacerdote como mediador de reconciliación, cooperador del obispo, llamado a ser santo como exigencia de la celebración de los misterios. Es bueno recordar el testamento de San Francisco: "Me dio el Señor y da tanta fe en los sacerdotes... porque no veo ninguna cosa corporalmente en este mundo que aquel altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a otros".
3. Formación sacerdotal en tiempos nuevos
Dos siglos antes del concilio tridentino hubo un cierto resurgir espiritual, que se ha llamado "devotio moderna" (siglos XIV-XV). Algunos de sus contenidos se reflejan en el libro "Imitación de Cristo". La "devoción moderna" señaló algunas lineas renovadoras espirituales. El libro de la "Imitación de Cristo" invita al sacerdote a adquirir "todas las virtudes", a fin de poder "dar a los otros ejemplo de buena vida" y "edificar la Iglesia" (lib., cap. 5).
Esta corriente tuvo incidencia en la formación sacerdotal, con algunas tímidas experiencias de vida comunitaria, así como de metodización de la vida de oración, la dirección espiritual, la predicación y catequesis, la vida espiritual de línea afectiva, etc. El tono de esta renovación apunta a la celebración eucarística, la predicación de la palabra, la vida evangélica y la caridad.
Inmediatamente antes del concilio de Trento y también posteriormente (siglo XVI y siguientes), surgieron agrupaciones de clérigos, en vistas a adquirir la santidad y dedicarse a los ministerios. Esta época en torno a Trento fue fecunda en escritos sobre la santidad sacerdotal y también en santos sacerdotes y religiosos.[16]
La formación intelectual (especialmente teológica) había llegado a un buen nivel para aquellos que frecuentaban las universidades o centros análogos. Pero los clérigos allí presentes eran minoría y no siempre recibían en sus colegios o residencias la formación espiritual, moral y pastoral adecuada.[17]
Hubo casos ejemplares en los que se urgía la formación sacerdotal propiamente dicha, como Jan Gerson, canciller de la universidad de París, que pedía la "ilustración del corazón" traducida en "realidad de obras", e instaba a la confesión frecuente. Los Colegios universitarios no siempre respondían a esas aspiraciones manifestadas por muchos sacerdotes. La mayoría del clero, incluso el formada en universidades y estudios generales, no pasaba de ser aspirante a dignidades y beneficios para subsistir económicamente. Las instancias de los Papas (como Benedicto XII) quedaban casi siempre en el vacío. Las Ordenes religiosas adolecían del mismo mal.[18]
Los Colegios-Seminarios clericales propiamente dichos, existentes inmediatamente antes de Trento, que impartían una formación sacerdotal semejante a la que exigiría el concilio, fueron principalmente los siguientes: el Colegio Capránica de Roma (1456), el Colegio sacerdotal de Dillingen (1549), el Colegio Romano Germánico fundado por San Ignacio (1552), el Colegio establecido por el concilio de Londres y por el Cardenal Reginaldo Pole (1556) y algunos Colegios sacerdotales de San Juan de Avila en España (Baeza, Córdoba, Ecija, etc.).[19]
El concilio tridentino, dentro de sus limitaciones, daría un paso más: instar a que ellos se hiciera realidad en todas las diócesis por medio de los Seminarios y la presencia activa y responsable del obispo. El concilio resumió la doctrina sobre el sacerdocio (tomada especialmente de Santo Tomás) e indicó unas pautas de pastoral sacerdotal para obispos y presbíteros (ses.23). En este contexto de reforma sacerdotal, se coloca el decreto conciliar sobre la erección de los Seminarios (ses.23, can.18 de reforma). La formación sacerdotal, querida por el concilio, se basaba en "educar religiosamente e instruir en la disciplina eclesiástica", alejando cualquier rastro de ambición, y ayudando a que "muestren deseos de servir a Dios y a su Iglesia" (ibídem).
El Seminario debería relacionarse con la catedral (reformada pastoralmente) y estar bajo la dirección del propio obispo, en vistas a formar a los candidatos según los criterios de la "Vida Apostólica" (o estilo de vida de los Apóstoles).
El decreto sobre los Seminarios (can. 18 de reforma, ses. 23) presenta una línea pastoral en armonía con los contenidos de toda la sesión 23. En esa sesión se describe la cura pastoral como conocimiento de la realidad (las ovejas), en vistas a una dedicación generosa al servicio de la palabra, de los sacramentos y de la caridad, especialmente hacia los más pobres. El testimonio de vida es imprescindible. Esta cura pastoral es el objetivo de la formación que habrá de darse en los Seminarios.
En los dieciocho cánones de reforma, de la ses. 23, se exige la recta intención, el ejemplo de vida, la formación doctrinal, la castidad perfecta. En resumen, los candidatos al sacerdocio deben ser idóneos "para enseñar la verdad que todos deben saber para salvarse, y para administrar los sacramentos, dando pruebas de auténtica piedad, castidad y buen ejemplo" (can. 14).
Se exige la erección del Seminario en cada diócesis, aunque no se obliga a los clérigos a formarse en ellos. Esta última circunstancia creará dificultades hasta el inicio del siglo XX. La formación impartida en el Seminario debe ser intelectual y moral, cuidando de la selección y procurando presentarlo como camino de pobreza evangélica para un clero que ya no debe ser una clase económica superior.[20]
La formación sacerdotal delineada por el concilio tridentino se fue aplicando paulatinamente. A mi entender, no se aprovecharon todos los contenidos conciliares ni tampoco todas las aportaciones de escritos y experiencias de la época. Las nuevas agrupaciones de clérigos (jesuitas, eudistas, sulpicianos, lazaristas, teatinos, barnabitas, somascos, oratorianos, escolapios, redentoristas, pasionistas, etc.), aprovecharon mejor las oportunidades de renovación eclesial. También las órdenes religiosas se renovaron.
En cuanto a los Seminarios "diocesanos" (o "tridentinos"), se logró la aplicación de las directivas de Trento allí donde hubo santos obispos y sacerdotes (siglos XVI-XVII): San Carlos Borromeo y San Gregorio Barbarigo en Italia; San Juan de Avila y San Juan de Ribera en España; Santo Toribio de Mogrovejo en Perú (Lima)...
La figura, así como los escritos y la obra de San Juan de Avila (1499-1569), sin ser la única, ha sido reconocida como figura clave y programática. Al ejemplo de su vida y a la institución de colegios sacerdotales, añadió un cúmulo de doctrina (especialmente en los "Memoriales"), que ciertamente tuvo su influencia en Trento por medio de su Prelado, el arzobispo de Granada, Don Pedro Guerrero.[21]
En 1564 (un año después del concilio) se creó la Congregación del Concilio, que tendría el cometido de vigilar sobre la aplicación de los decretos conciliares, especialmente en todo lo referente a la reforma de las diócesis y de la vida clerical. Los obispos tendrían que dar cuenta periódicamente de esta aplicación.
Casi un siglos después de Trento, sostuvieron con entusiasmo la formación sacerdotal en los Seminarios: San Juan Eudes, San Vicente de Paúl, San Francisco de Sales, Pedro Bérulle, Adrian Bourdoise, Juan Santiago Olier en Francia, con otros autores de la escuela francesa. En Alemania y Europa Central, Bartolomé Holzhauser. La "escuela francesa" abrió nuevos cauces a la formación sacerdotal en los Seminarios, especialmente en lo referente al seguimiento espiritual e integral de los candidatos.[22]
Durante la segunda mitad del siglo XVI y hasta muy entrado el siglo XVII, la aplicación del decreto conciliar fue urgida por Sínodos particulares, santos obispos y sacerdotes, autores espirituales y también por instituciones sacerdotales.
Hay que señalar la aportación de San Alfonso María de Ligorio (ya obispo de Santa Agata dei Goti, en 1762), que tuvo gran influencia en los Seminarios de Italia. El Regolamento per i Seminari y las Reflessioni utili ai Vescovi, que escribió el santo, detallan muchos aspectos de la formación, especialmente en cuanto a las cualidades y la acción concreta de los formadores. Es más, el santo dice a los obispos (en su Teología Moral) que no basta con urgir lo que había decidido Trento, sino que habían de exigir más para la ordenación sagrada.[23]
Durante los siglos XVIII-XIX, la formación sacerdotal sufrió las embestidas de las corrientes ideológicas y de las guerras de la época entre naciones europeas. La formación sacerdotal durante estos siglos siguió inspirándose en todo el pasado eclesial para poner en práctica las directrices de Trento.
Los Papas, por su parte, urgían continuamente a su aplicación. De hecho, los Papas (ya desde San Pío V) aprobaron reglamentos internos de los Colegios romanos (inglés, germánico, griego, Urbano, etc.), en los que destaca el proceso formativo. Tuvo influencia importante la creación de la Congregación "pro Universitate Studii Romani" (1588), especialmente respeto a los estudios. Benedicto XIII creó en 1725 una institución parecida, que sería el preámbulo de la futura Congregación de Seminarios.[24]
Hay que destacar la actuación de algunos Pontífices. Clemente VIII publicó lo que se podría llamar el primer documento sobre la formación sacerdotal a nivel universal: la Carta Apostólica "Ea semper fuit" (23 de junio de 1592), que describe las cualidades que debe tener y en que debe formarse el candidato al sacerdocio.
Al repetir las decisiones de Trento, los Pontífices concretaron más algunos aspectos referentes a la selección y formación de los candidatos. Pero cada vez más estas orientaciones se dirigen a todos los obispos y Seminarios de la Iglesia. Benedicto XIV, en la encíclica "Ubi primum" (3 de diciembre de 1740) subraya la relación del obispo con sus seminaristas, instando no sólo a la visita frecuente, sino también a la convivencia con ellos.
Los fenómenos sociológicos e históricos del siglo XVIII produjeron un descenso e incluso algunas desviaciones en este proceso de erección de los Seminarios. La Ilustración, la Enciclopedia y el absolutismo del Estado (regalismo, cesaropapismo) llegaron a hacer de los clérigos unos meros ciudadanos cualificados, para un servicio prácticamente civil con matices religiosos. A veces, se prohibió ir a los Colegios de Roma e incluso se intentó independizar los Seminarios del propio obispo.[25]
A pesar de las vicisitudes históricas, hubo grandes santos sacerdotes (obispos y presbíteros), con San Juan Mª Vianney Cura de Ars (1786-1859), San Antonio Mª Claret (1807-1870), San Vicente Palotti (1785-1850), San José Cafasso (1811-1860), San Enrique de Ossó (1840-1896), el Bto. Manuel Domingo Sol (1836-1909), Bto. Antonio Chevrier (1826-1879), San Pío X (José Sarto: 1835-1914), etc.[26]
En la segunda mitad del siglo XIX, especialmente con Pío IX y León XIII, comienza un resurgir que preanuncia los avances del siglo XX. Algunos "postulata" para el concilio Vaticano I son también un índice de la preocupación de los obispos por los Seminarios, especialmente al pedir una formación especializada para los mismos formadores.
4. Formación sacerdotal en la época inmediatamente anterior al concilio Vaticano II
Desde el final del siglo XIX, la formación sacerdotal quedó reforzada por los estudios teológicos sobre el sacerdocio, especialmente por parte de M.J. Scheeben (1835-1888), el cardenal de Malinas D. Mercier (1851-1936), y otros estudiosos y escritores sobre el tema sacerdotal.[27]
Las directrices sobre la formación sacerdotal del siglo XX, antes del concilio Vaticano II, han quedado descritas y explicadas e los documentos eclesiales: en el primer Código de Derecho Canónico (1917) y en las exhortaciones sobre el sacerdocio.
Se puede decir que, a partir de San Pío X, de la institución de la Congregación de Seminarios (1915) y del Código de Derecho Canónico (1917), se realiza de verdad la decisión de Trento sobre los Seminarios a escala y universal y con un programa formativo adecuado e integral. Los Seminarios "conciliares" del siglo XX son propiamente los "diocesanos" descritos por el Código de Derecho Canónico.
San Pío X influyó decisivamente por medio de programas para los Seminarios regionales de Italia, que prácticamente serían los descritos en el Código. A raíz de la creación de la Congregación de Seminarios y Universidades de Estudio (1915), por Benedicto XV, comienza la aplicación sistemática de los programas de formación a escala universal[28]. Los reglamentos particulares de cada Seminario concretarán a nivel local las normas universales. Se programa sobre los formadores y los candidatos, concretando en los diversos niveles de formación, aunque no tanto sobre la formación pastoral.
Los documentos magisteriales preconciliares sobre el sacerdocio y la formación sacerdotal comienzan a principios del siglo XX, aunque ya León XIII había dirigido dos breves encíclicas sobre nuestro tema, una a los obispos franceses (1899) y otra a los obispos italianos (1902). Se trata de estos documentos: exhortación apostólica Haerent Animo de San Pío X (1908), encíclica Ad Catholici Sacerdotii de Pío XI (1935), exhortación Apostólica Menti Nostrae de Pío XII (1950), encíclica Sacerdotii nostri Primordia de Juan XXIII (1959), carta apostólica Summi Dei Verbum de Pablo VI (1963, en el inicio de la segunda etapa conciliar).
En estos documentos aparecen las grandes líneas de la formación sacerdotal, que recogen la herencia histórica anterior y la plasman en disposiciones adecuadas a la época. En ellos se preparan o se desarrollan los contenidos del primer Código de Derecho Canónico sobre la formación sacerdotal en los Seminarios: formación espiritual (de tipo más personal y también litúrgico), formación intelectual (más sistemática y escolástica), formación disciplinar (con normas precisas). Se acentúa poco la formación pastoral, pero no se olvida la derivación ministerial.
Haerent Animo(Pío X) insta en una formación para la santidad sacerdotal (fundamentación, medios, configuración con Cristo, en vistas al servicio ministerial). Ad Catholici Sacerdotii (Pío XI) es una síntesis bíblica y teológica sobre el sacerdocio y de sus ministerios, para clarificar la vocación sacerdotal (selección y formación con la actuación premurosa del obispo); hay que formar a quien será "alter Christus", como ministro de Cristo y dispensador de los misterios de Dios (predicación, celebración eucarística y sacramentos, oración y pastoreo), imitador de las virtudes del Buen Pastor.
Menti Nostrae(Pío XII) propone una renovación de la formación sacerdotal por línea más litúrgica y contemplativa, de inserción en la problemática sociológica; la disciplina tiene que ser más familiar y la formación continuará después de la ordenación. Sacerdotii nostri Primordia (Juan XXIII) presenta el modelo espiritual y apostólico del Santo Cura de Ars; la formación se centrará en las virtudes evangélicas que derivan de la caridad pastoral (obediencia, castidad, pobreza), en vistas a poder ejercer dignamente los ministerios y perseverar en la vocación. Summi Dei Verbum (Pablo VI) presenta una síntesis de la vocación sacerdotal, para su recto discernimiento y formación.
La formación sacerdotal, antes del concilio Vaticano II, ofrece un cuadro muy positivo y estructurado lógicamente. Se trata de una formación para la santidad y para el ministerio sacerdotal, en una línea algo estricta y que también queda abierta a renovación. Era la época que incluye las dos guerras mundiales, cuando hubo, en general, un florecer de vocaciones sacerdotales en el contexto de una sociedad todavía relativamente estática y que iba a cambiar profundamente. Se vislumbraba la necesidad de una formación más equilibrada y a nivel más pastoral.[29]
5. Situación del itinerario formativo a partir del concilio Vaticano II
A mediados del siglo XX, se sentía la necesidad de una formación sacerdotal más adecuada a la situación histórica y cultural. Una sociedad cambiante reclamaba pastores más preparados para afrontar el momento histórico. Los documentos del concilio Vaticano II (1963-1965) intentan responder a esta necesidad y urgencia. En cuanto a la formación sacerdotal, se trata principalmente de los decretos Optatam totius (sobre la formación de los futuros sacerdotes) y Presbyterorum Ordinis (sobre la vida y el ministerio de los presbíteros).
La formación sacerdotal descrita en estos documentos se encuadra dentro del "espíritu de renovación promovido" por el mismo concilio (cfr. OT, conclusión). Se tiende a formar sacerdotes para una Iglesia "sacramento", es decir, signo transparente y portador de Cristo (cfr. Lumen Gentium), que es también Iglesia anunciadora de la Palabra (cfr. Dei Verbum), que celebra el misterio pascual (cfr. Sacrosantum Concilium) y que se inserta en el mundo para transformarlo desde dentro a la luz del evangelio (cfr. Gaudium et Spes). Es la perspectiva de las cuatro Constituciones conciliares.
La formación vocacional empieza en la familia, bajo la guía y responsabilidad de los padres (LG 11). Conviene no olvidar que "el deber de fomentar vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana" (OT 2). En el Seminario, como "corazón de la diócesis" (OT 5), se cultiva la vocación por un proceso de selección y formación, desde los primeros gérmenes (OT 3), haciendo madurar la personalidad humana, cristiana y sacerdotal de los candidatos (OT 2). La formación debe ser integral, en sus diferentes niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral, como corresponde a quienes están llamados a ser "auténticos pastores de almas, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor" (OT 4).
La formación en el Seminario tiende hacia el futuro ejercicio del ministerio sacerdotal: "Es necesario que toda la vida del Seminario, impregnada de amor a la piedad y al silencio y de interés por ayudarse unos a otros, se organice de tal manera que sea ya una cierta iniciación para la futura vida del sacerdote" (OT 11).
Para poder "cultivar los gérmenes de vocación", se necesita "una formación religiosa peculiar", en vistas a "seguir a Cristo Redentor con generosidad de alma y pureza de corazón" (OT 3). Con la colaboración de todos (formadores y formandos), se podrá llegar a la "idoneidad espiritual, moral e intelectual" (OT 6). El obispo asume la primera responsabilidad formativa como "verdadero padre en Cristo" (OT 5).
Puesto que la formación sacerdotal tiende a crear "auténticos pastores de almas" (OT 4), hay que acentuar al armonía entre los diversos niveles formativos: humano, espiritual, intelectual, pastoral. Todo tiende a configurar al formando con Cristo.
El proceso formativo del Seminario tiene en cuenta los contenidos de la doctrina conciliar sobre el sacerdote ministro, llamado a participar en la consagración sacerdotal de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (PO 1-3), para prolongar su misión, es decir, su palabra, sus signos salvíficos y su acción pastoral directa (PO 4-6), en comunión con el propio Obispo y su Presbiterio (PO 7-8), para servir a la comunidad eclesial (PO 9), con actitud misionera sin fronteras (PO 10-11) y en la línea de la caridad pastoral (PO 12-14), que se concreta en las virtudes del Buen Pastor (obediencia, castidad, pobreza) (PO 15-17). Para ello, hay que usar los medios adecuados de vida espiritual, pastoral, cultural y económica (PO 18-22).
Las líneas formativas del concilio son eminentemente pastorales, para llegar a ser "máximo testimonio del amor" (PO 11), con el "gozo pascual" (ibídem) de ser "instrumentos vivos" de Cristo Sacerdote (PO 12), en el ejercicio de la "caridad pastoral", que es "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13, para dedicarse incansablemente a los ministerios, siempre en "unidad de vida", que armonice vida interior con acción apostólica (PO 14). Los futuros sacerdotes se forman para vivir la vida fraterna en el Presbiterio (CIC, can,245(, como "fraternidad sacramental" o signo eficaz de santificación y evangelización (PO 8; LG 28).
Las líneas de esta formación sacerdotal de Vaticano II se concretan en una identidad de participación en la consagración y misión de Cristo, como dedicación plena al servicio pastoral en la Iglesia particular y universal, en la fraternidad sacerdotal del Presbiterio, con la fisonomía y de la caridad pastoral y virtudes concretas del Buen Pastor.
Hay que recordar que estas pautas formativas del concilio Vaticano II sufrieron un "impasse" durante la crisis sacerdotal de los años 1967 y siguientes, cuando se cuestionó y se puso e duda la identidad sacerdotal. Pablo VI respondió a esta crisis con el "Mensaje a los sacerdotes" (1968), presentando un abanico de dimensiones sobre el sacerdocio, que se postulan mutuamente: dimensión sagrada, apostólica, espiritual, eclesial. El Sínodo Episcopal de 1971 (convocado por Pablo VI) resumió de nuevo la doctrina conciliar: el sacerdote podrá responder a las situaciones histórica concretas, si profundiza su identidad de participar y prolongar el sacerdocio de Cristo.
Juan Pablo II(1978-2005) continuó en estas mismas perspectivas, resumiéndolas y actualizándolas en sus numerosos discursos a seminaristas y sacerdotes, así como por medio de las cartas del Jueves Santo, indicando la armonía entre la contemplación (como encuentro con Cristo) y la misión.
El nuevo Código de Derecho Canónico (de 1983) traduce a normas concretas casi todas estas directrices del concilio y del posconcilio. Ya desde el Seminario se educará en todos los aspectos de la formación sacerdotal: litúrgica, espiritual, intelectual, pastoral, disciplinar (cfr. cann. 232-264). La Congregación para la Educación Católica ha ido emanando numerosos documentos para precisar más la formación en todos sus aspectos.[30]
La Ratio Fundamentalis Institutionisa Sacerdotalis (19 marzo 1985) es un compendio de todos los datos conciliares y postconciliares (hasta 1985) sobre la formación sacerdotal. "El Seminario se ordena a cultivar más clara y cabalmente la vocación de los candidatos, a formarlos como verdaderos pastores de almas a imitación de Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, y a prepararlos para el ministerio de la enseñanza, de la santificación y del gobierno del Pueblo de Dios" (nn.20ss).
El Sínodo Episcopal de 1990 se dedicó a la formación sacerdotal inicial y permanente. Los resultados se recogieron en la exhortación apostólica Pastores dabo vobis de Juan Pablo II (1992). Para formar sacerdotes que sean signos personal y sacramental del Buen Pastor, la vida formativa en el Seminario queda delineada como "el ambiente normal de una vida comunitaria" y "una comunidad educativa en camino", que ofrece "la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce" (PDV 60).
El tono novedoso de Pastores dabo vobis aparece en el hecho de insistir en que se trata de "una continuación de la íntima comunidad apostólica" en torno a Jesús (PDV 60). Se forma a los futuros sacerdotes para que sean ministros de la predicación, de la celebración de los misterios y de los servicios de caridad. No es, pues, sólo un lugar de estudio y convivencia, sino una posibilidad de vivir "de un modo interior y profundo comunidad profundamente eclesial, una comunidad que vive la experiencia del grupo de los Doce unidos a Jesús" (ibídem).
La especial formación humana, espiritual, intelectual y pastoral, debe hacerse con "contenidos y características peculiares", según un programa formativo que "debe estar al servicio - sin titubeos ni vaguedades - de la finalidad específica, la única que justifica el Seminario, a saber, la formación de los futuros pastores de la Iglesia" (PDV 61).[31]
Las líneas formativa trazadas por Juan Pablo II, según se desprende de los documentos emanados (citados más arriba) se pueden concretar en las siguiente: formar en el gozo de ser sacerdotes, como signo del Buen Pastor y según el estilo de vida de los Apóstoles (seguimiento evangélico), buscando un equilibrio sano entre el encuentro personal con Cristo y la misión (saberse amado por él, quererle amar y hacerle amar). Es una formación par servir, viviendo en comunión fraterna (Obispo, Presbiterio, comunidad eclesial) y en disponibilidad misionera local y universal. "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad" (PDV 82).[32]
6. Líneas conclusivas: Perspectivas de futuro en el itinerario formativo de la vocación sacerdotal
Los diferentes modelos histórico-teológicos de la formación sacerdotal, se encuadra en una proceso armónico bajo la acción del Espíritu Santo, para responder a situaciones históricas nuevas. La formación sacerdotal en la época patrística es espontánea, en relación con la propia comunidad eclesial y con el propio Obispo, según el modelo de la "Vida Apostólica". La formación sacerdotal en la Edad Media se resiente de un proceso de "secularización" ambiental, pero también se fortalece con los estudios teológicos sobre el sacerdocio y con algunas normas disciplinares.
La formación sacerdotal en tiempos nuevos tiene las características de apoyarse en figuras y escritos de santos y autores espirituales. El concilio tridentino esbozó esta formación ya en auténticos Seminarios, que, bajo la guía del propio Obispo, debían recuperar el tono de la vida evangélica de los Apóstoles. Esta línea conciliar de Trento no siempre se puso en práctica.
La formación sacerdotal en la época inmediatamente anterior al concilio Vaticano II se caracteriza por unas directrices concretas que resumen la tradición eclesial, con matices según se trate del primer Código de Derecho Canónico o de cada una de las encíclicas y exhortaciones magisteriales de los Papas. Se acentúa la aplicación de las normas, pero se deja entrever una evolución hacia una inserción más pastoral que no disminuya la formación intelectual y espiritual, ofreciendo trazos de una disciplina más familiar.
Los principios y las directrices prácticas de formación sacerdotal, a partir del concilio Vaticano II y del postconcilio, son claros y esperanzadores, en un equilibrio de dimensiones (humana, intelectual, espiritual, pastoral, comunitaria). Recogen los datos principales de la tradición eclesial, los amplían y los aplican a las situaciones del momento histórico. Pero los contenidos formativos están todavía en proceso evolutivo de aplicación. Parece que el tiempo recorrido ha sido insuficiente para su asimilación y puesta en práctica. Muchas directrices han quedado todavía sin aplicar, tal vez debido a la crisis vocacional de los años 1967 y siguientes.
Mientras tanto, las situaciones sociológicas y eclesiales son nuevas y reclaman la profundización de los principios y la aplicación más adecuada de las directrices prácticas. Nuestra sociedad, como sociedad "icónica", pide signos y tiende a relativizar los valores permanentes.
En el campo formativo vocacional, se pide autenticidad, transparencia, generosidad, solidaridad, pero simultáneamente los formandos dejan entrever la indecisión en el momento de tomar decisiones para toda la vida, y también manifiestan una cierta inmadurez o retraso de la afectividad.
Todo ello reclama un mejor conocimiento y valoración de las líneas formativas del Vaticano II y del postconcilio, y una más adecuada aplicación de esas mismas líneas, teniendo en cuenta las correcciones necesarias debidas a los cambios posteriores. Algunos temas formativos, claramente delineados por los documentos eclesiales actuales, parecen ser todavía una asignatura pendiente.
Ha sido insuficientela aplicación formativa sobre la espiritualidad específica del sacerdote (especialmente del diocesano), en relación con la Iglesia particular y el Presbiterio (como lo pide explícitamente el canon 245 para los futuros sacerdotes). Se necesita presentar esta espiritualidad de modo claro, fundamentado y entusiasmante. Desde el Seminario se ha de constatar el gozo de ser sacerdote y la realidad familiar del Presbiterio diocesano (según el proyecto de vida pedido por Juan Pablo II en PDV 79). La figura del Obispo debe aparece más insertada en la vida del Seminario, para trazar las líneas básicas de la Vida Apostólica, es decir, al estilo de los Apóstoles (cfr. Pastores Gregis 48).
Las líneas formativas, trazadas por el Vaticano II y su postconcilio, postulan una formación de tipo relacional (de encuentro vivencial con Cristo), evangélico (de compartir la misma vida del Buen Pastor), de comunión fraterna y de disponibilidad misionera.
Todo ellos debe redimensionar los diversos niveles de la formación humana, espiritual, intelectual, apostólica y comunitaria, a la luz del misterio de Cristo profundamente estudiado, contemplado, celebrado y vivido, para poderlo anunciar al mundo de hoy.
El equipo de formadores o comunidad formativa (como colaboradores del Obispo), además de su dedicación y calificación pedagógica, espiritual y pastoral, necesita especialmente ofrecer con claridad y con su presencia permanente, un testimonio contemplativo, evangélico, fraterno, misionero y encarnado en la Iglesia particular o local, con apertura a la Iglesia universal.
En una sociedad multicultural y multireligiosa (donde todas las culturas y religiones se encuentran con el cristianismo), la formación vocacional necesita ser inculturada, en el sentido de capacitar para apreciar los datos positivos, purificar los negativos y orientar hacia la plenitud en Cristo. En el caso de las relación con otros religiones, se necesita presentar la experiencia peculiar de Dios, que deriva del encuentro personal y comunitario con Cristo resucitado.
Las situaciones nuevas se han de afrontar con una actitud de esperanza cristiana, que se apoya en las nuevas gracias de Dios y que fructifica en nuevos apóstoles. Las líneas básicas de la formación sacerdotal son las de experiencia íntima de encuentro con Cristo, transparencia de las virtudes del Buen Pastor, fraternidad sacerdotal y disponibilidad misionera.
La herencia formativa sacerdotal de Juan Pablo II, concretada especialmente en Pastores dabo vobis y en las cartas del Jueves Santo, deberían ser materia de profundización para aplicar las directrices del concilio Vaticano II. Podría servir como línea orientadora la última carta (2005), especialmente en este punto: "Una existencia orientada a Cristo... Sobre todo en el contexto de la nueva evangelización, la gente tiene derecho a dirigirse a los sacerdotes con la esperanza de «ver» en ellos a Cristo (cfr. Jn 12,21)... No faltarán ciertamente vocaciones si se eleva el tono de nuestra vida sacerdotal, si fuéramos más santos, más alegres, más apasionados en el ejercicio de nuestro ministerio. Un sacerdote «conquistado» por Cristo (cfr. Fil 3,12) «conquista» más fácilmente a otros para que se decidan a compartir la misma aventura" (Carta del Jueves Santo, 2005, n.7).
El camino formativo vocacional, según Benedicto XVI, es un itinerario de "enamoramiento": "El seminarista vive la belleza de la llamada en el momento que podríamos definir de «enamoramiento». Su corazón, henchido de asombro, le hace decir en la oración: Señor, ¿por qué precisamente a mí? Pero el amor no tiene un "porqué", es un don gratuito al que se responde con la entrega de sí mismo. El seminario es un tiempo destinado a la formación y al discernimiento... El seminario es un tiempo de preparación para la misión... El secreto de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su voluntad. "Cristo es todo para nosotros", decía san Ambrosio; y san Benito exhortaba a no anteponer nada al amor de Cristo. Que Cristo sea todo para vosotros" (Benedicto XVI, Colonia, encuentro con los seminaristas, 19 agosto 2005).
La dimensión mariana de la formación vocacional es garantía de autenticidad. "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad, que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82; cfr. OT 8, PO 18 y PDV 37). "¡Este es el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Este secreto se conserva en el Corazón Inmaculado de María, que vigila con amor materno sobre cada uno de vosotros. Acudid a María frecuentemente y con confianza" (Benedicto XVI, Colonia, 19 agosto 2005).
TESTI MAGISTERIALI IN ITALIANO (per facilitare il lavoro del traduttore-traduttrice):
"Il seminarista vive la bellezza della chiamata nel momento che potremmo definire di "innamoramento". Il suo animo è colmo di stupore, che gli fa dire nella preghiera: Signore, perché proprio a me? Ma l'amore non ha "perché", è dono gratuito, a cui si risponde con il dono di sé... Il seminario è tempo di preparazione alla missione... Il segreto della santità è l'amicizia con Cristo e l'adesione fedele alla sua volontà. «Cristo è tutto per noi», diceva Sant'Ambrogio; e San Benedetto esortava a nulla anteporre all'amore di Cristo. Cristo sia tutto per voi" (Benedicto XVI, Colonia, incontro con i seminaristi, 19 agosto 2005).
"Ecco il segreto della vostra vocazione e della vostra missione! Esso è conservato nel cuore immacolato di Maria, che veglia con amore materno su ognuno di voi. A Maria ricorrete sovente e con fiducia" (Benedicto XVI, ibídem)
[1]Aprovecho algunos datos históricos y doctrinales de mis publicaciones: Teología de la Espiritualidad Sacerdotal (Madrid, BAC, 1992) cap.13 (síntesis histórica); Signos del Buen Pastor, Espiritualidad y misión sacerdotal (Bogotá, CELAM, 2002), cap.X (síntesis y evolución histórica) (trad. italiana: Spiritualità sacerdotale per una Chiesa missionaria, Urbaniana University Press, 1998, cap.X); Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente (Madrid, BAC, 2004).
[2]Si el obispo no cumplía con esta norma, podía ser depuesto: Canones Apostolorum, can. 57; HARDOUIN, Acta Conc., I, 23.
[5]Cfr. J. COLSON, Ministre de Jesús Christ ou le sacerdoce de l'évangile, étude sur la condition sacerdotale des ministres chrétiens dans l'Eglise primitive (París, Beauchesne, 1966).
[6]Ver síntesis del contenido de esos documentos en su marco histórico: J. ESQUERDA BIFET, Presbytérat, Dict. Sp., fasc. 80‑81 (1985) col.2081‑2099. Sobre el itinerario de la formación sacerdotal: L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, La formación sacerdotal en la historia (Barcelona, Flors 1966) cap. I-II.
[7]Cfr. E. BOULARAND, Le sacerdoce, mysstère de crainte et d'amour chez Saint Jean Chrysostome: Bull. Litt. Eccl. 72 (1971) 3-36; F. MARINELLI, La carta del prete. Guida alla lettura del «Dialogo sul sacerdocio» di san Giovanni Crisóstomo (Roma, Rogate, 1986).
[8]Cfr. J. HERNANDO, La ordenación y sus «munera» en San Ambrosio: Teología del Sacerdocio 9 (1977) 345-387; J. LECUYER, Le sacerdoce chrétien selon Saint Ambroise: Rev. Univ. Ottawa 22 (1962) 104-126. Muy parecido a San Ambrosio es San Isidro de Sevilla (570-636) con su libro De ecclesiasticis officiis.
[9]J. ESQUERDA BIFET, Historia..., o.c., pp. 83-84, 95-98; L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, o.c., pp. 12-14.F. PELLEGRINO, Le prêtre serviteur selon Saint Augustin (Paris, 1968); F. VAN DER MEER, San Agustín pastor de almas (Barcelona, Herder, 1965).
[10]J. ZABALETA, El ministerio y la vida sacerdotal de San Gregorio Magno: Claretianum 13 (1973) 81-186.
[14]Honorio III, Ep. Super Speculum Domini, 1219 (Ench. Cler. 88). Cfr. Signos del Buen Pastor, o.c., cap.X, n.2 (nota 8); L. SALA BALUST, F. MARTÍN, La formación sacerdotal en la Iglesia, o.c., cap.III.
[16]Ver datos abundantes en: Historia de la espiritualidad sacerdotal (Burgos, Facultad de Teología, 1985), cap. V. Sobre la figura ideal del pastor según los escritos de la época; J. I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma (Roma, Instituto Español de Estudios Eclesiásticos, 1963); BARTOLOMÉ CARRANZA, Speculum pastorum, Salamanca, 1992 (edic. de J.T. Tellechea).
[18]Hubo grandes esfuerzos como los realizados por Juan Gerson (ya citado) y Juan Standuck en el Colegio de Monteagudo de París (año 1483 y ss.). Se apuntaba decididamente a la santidad sin dejar el nivel teológico e incluso a partir de él.
[19]L. SALA BALUST, F. MARTIN HERNANDEZ, o.c., pp. 59-73 (cap.III); Idem, Los seminarios españoles, historia y pedagogía (Salamanca, Sígueme, 1964) pp. 130-131. Ver resumen de datos históricos sobre los precedentes de Trento, en la Carta Apostólica Summi Dei Verbum (Pablo VI), cap. I.
[20]Me parece que éste puede ser el significado de la afirmación: "Quiere también el Concilio que se elijan con preferencia los hijos de los pobres, aunque no excluye los de los ricos, siempre que se mantengan a sus propias expensas y muestren deseo de servir a Dios y a los Iglesia" (canon 18 de reforma, ses. 23).
[21]J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Avila , o.c., pp. 26-29. El santo patrono del Clero español proponía diversas posibilidades de colegios o seminarios sacerdotales: "para curas y confesores", para maestros y predicadores, para especializados en Sagrada Escritura... Ver también: Introducción a la doctrinai de San Juan de Avila (Madrid, BAC, 2000) cap.2,
[22]Cfr. P. BROUTIN, La réforme pastorale en France au XVII siècle (Paris, Tournai, 1956); R. DEVILLE, L'École française de spiritualité (Paris, Declée, 1987); J. O. BARRES, Jean-Jacques Olier's priestly spirituality: mental prayer and virtues as the foundation for the direction of souls (Romae, Pont. Univ. Sanctae Crucis, 1999); Y. KRUMENACKER, L'école française de spiritualité (Paris, Cerf, 1998).
[23]Theologia Moralis, lib. 6, tract. 15, n. 792. Ver los dos tratados citados, en: Opere, III (Torino 1887).
[26]Ver una amplia lista de santos de los siglos XVIII-XX, en: Signos del Buen Pastor, cap.X, notas 21 y 23.
[29]Ver algunos documentos preconciliares y postconciliares en: J. ESQUERDA, El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico (Madrid, BAC, 1985); A. SUQUIA, De formatione clericorum documenta quaedam recentiora (Vitoriae, 1958-1961). Documentos de diversas épocas: Enchiridium Clericorum (Sacra Congregatio pro Institutione Católica, Typ. Pol. Vaticanis, 1975). Documentos posconciliares, en: La formación sacerdotal (Bogotá, CELAM, 1982); (Conferencia Episcopal Española), La formación sacerdotal. Enchiridion (Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999).
[30]Cfr. Enchiridium Clericorum (Sacra Congregatio pro Institutione Católica, Typ. Pol. Vaticanis, 1975); (Congregación para la Educación Católica) Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (19 marzo 1985). Pero son muchos los documentos de la Congregación sobre temas particulares: enseñanza de la filosofía, educación en el celibato, enseñanza del Derecho Canónico, Seminarios Menores, formación litúrgica, formación espiritual, movilidad humana, Iglesias Orientales, sobre la Virgen María, Doctrina social de la Igblsia, Santos Padres, preparación de los formadores, problemas sobre la familia y matrimonio, curso propedéutico, diáconos permanentes, etc.
[31]Comentaria in Adh. Apost. «Pastores dabo vobis»: Seminarium 32 (1992) n. 4; 33 (1993) n. 3; Pastores dabo vobis. Etudes el commentaires: Bulletin de Saint Sulpice 19 (1993); Os daré pastores según mi corazón (Valencia, EDICEP, 1992); Vi darò pastori secondo il mio cuore, Esortazione Apostólica «Pastores dabo vobis», Testo e commenti (Lib. Edit. Vaticana, 1992).
EUCARISTÍA, PAN PARTIDO PARA LA VIDA DEL MUNDO Juan Esquerda Bifet
Escrito por Super User
EUCARISTÍA,
PAN PARTIDO PARA LA VIDA DEL MUNDO
Juan Esquerda Bifet
INDICE
INTRODUCCION
I. PRESENCIA REAL Y DECLARACION DE AMOR
1. Presencia real que sella la Alianza
2. A partir de la fe
3. Presencia che exige presencia y relación
II. SACRIFICIO COMO DONACION TOTAL E INCONDICIONAL
1. Dar la vida, darse a sí mismo
2. La interioridad sacrificial de Cristo
3. Ofrecer a Cristo y ofrecerse en Cristo
III. COMUNION, BANQUETE Y SACRAMENTO DE RECONCILIACION
1. El pan vivo
2. Para vivir la misma vida de Cristo
3. Sacramento de unidad y amor
IV. MINISTERIO Y MISION ECLESIAL
1. Dimensión misionera: Para toda la humanidad
2. Fuente, centro y culmen de la vida
3. El ministerio de servir el pan y la palabra
V. ESPERANZA Y ESCATOLOGIA: CAMINO CONFIADO HACIA EL ENCUENTRO DEFINITIVO
1. Espera confiada y activa
2. Hasta recapitular todo en Cristo
3. Hacia el encuentro y la Pascua definitiva
VI. VIDA NUEVA EN EL ESPIRITU SANTO
1. El agua viva
2. Comemos un mismo pan, recibimos un mismo Espíritu
3. La "epíclesis" de la Misa
VII. DIMENSION MARIANA Y ECLESIAL
l. María figura de la Iglesia
2. Unidos a María en el "amén"
3. Maternidad de la Iglesia sacramento universal de salvación
LINEAS CONCLUSIVAS
SIGLAS
ORIENTACION BIBLIOGRAFICA
INTRODUCCION
Jesús se presentó a sí mismo como "pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,51). Es pan hecho "migajas", triturado por amor, para compartir su mismo ser con todos hermanos. Es una vida hecha oblación para comunicar una "vida abundante" (Jn 10,10).
Como a los discípulos de Emaús, Jesús se nos muestra "al partir el pan" (Lc 24,30). Es su modo peculiar de amar: darse él mismo, sin pertenecerse, según los designios del Padre, como "consorte" y compañero de camino.
En la Eucaristía, su presencia permanente indica esta oblación total de quien acompaña, escucha, comparte, comunica y, consecuentemente, espera en retorno nuestra donación. Es presencia donada en sacrificio y comunicada con todo su ser.
Es una declaración permanente del "amor más grande", que es el de "dar la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Es amor "hasta el extremo" (Jn 13,1), de quien, como Hijo, comparte el mismo amor del Padre expresasdo en el amor del Espíritu: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros" (Jn 15,9).
Se hace presente en la Eucaristía para insertarse en nuestra vida y convertirnos en su misma expresión de donación al Padre y a los hermanos: "Padre... todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos... yo en ellos y tú en mí... y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí... para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,10.23.26).
La vida humana es hermosa sólo cuando se hace verdad de donación. La oblación amorosa de Cristo pide la nuestra: "permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Entonces nuestra vida se hace también Eucaristía, "pan partido".
Cada cristiano y toda la comunidad eclesial celebra y vive en sintonía con Cristo Eucaristía, para hacerse su "complemento" (Ef 1,23), su prolongación en la historia humana, signo de su misma oblación. Gracias a la Eucaristía, que lleva el bautismo a su pleno desarrollo, el creyente hace de la vida una relación filial con Dios y una oblación de pan partido para todos los hermanos. La vida merece vivirse cuando se vive en sintonía con la oblación de Cristo, como pan partido y comido.
Cristo ora en nosotros con su misma actitud filial. El "Padre nuestro" es su oración en nosotros. Cristo ama en nosotros y mira a los hermanos desde nuestro corazón en sintonía con el suyo, injertando sus pupilas en las nuestras. El mandato del amor ("amaros como yo os he amado": Jn 13,34) consiste en enfocar la propia vida por la "perfección de la caridad" (LG 40) según la pauta del sermón de la motaña: "Sed perfectos (sed misericordiosos) como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48; cfr. Lc 6,36).
La vida cristiana se hace, pues, "Eucaristía", como continuación de la misma oblación de Jesús en nuestra vida cotidiana transformada en amor. El vive en nosotros para mirar, desde nosotros, al Padre con su misma mirada amorosa en el Espíritu Santo (cfr. Lc 10,21) y mirar a los hermanos con su mismo amor.
Por la Eucaristía, cada creyente realiza una misión irrepetible, como expresión personal del amor del Señor en medio de los hemranos. Y cada comunidad eclesial es una historia de su oblación, un signo suyo, transparente y portador para toda la humanidad. Enraizada en la Eucaristía, la Iglesia es "sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1). "La Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía" (enc. Ecclesia de Eucharistia 26). Por esto, "la Iglesia vive de la Eucaristía" (ibídem, 1).
La presencia de Cristo en la Eucaristía, es presencia de donación sacrificial, para comunicarse tal como es y construir la comunión en el corazón de cada ser humano, de cada familia, de cada comunidad y de la humanidad entera, por medio de una Iglesia hecha, con Cristo, pan partido, oblación y comunión, expresión del amor de Dios Amor uno y trino (cfr. LG 4). "Del misterio pascual nace la Iglesia... En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual" (EdE 3).
La Eucaristía es, pues, "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11), "fuente y cima de toda evangelización", porque "contiene todo el bien espiritual de la Iglesia" (PO 5). De este modo, "el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo" (EdE 8).
Así es el "misterio de nuestra fe". "La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación" (EdE 11).
La Iglesia aprende a vivir de la Eucaristía, sitiéndose idenfiticada con María, en cuyo seno se formó el "pan de vida" y cuya oblación al pie de la cruz personificó y anticipó la oblación de la misma Iglesia. En la celebración y adoración eucarística, "la Iglesia aprende de María la propia maternidad" (RMa 43).
En su caminar histórico, y especialmente en el inicio de un tercer milenio, y como continuación de una historia milenaria de gracia, "la Eucaristía es fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia".
El itinerario ya está programado; se nos invita a recorrerlo: la presencia, la oblación y la comunicación de Cristo piden actitud relacional y oblativa, para realizar con él la misma misión de ser "pan partido" para toda la humanidad, bajo la acción del Espíritu Santo, de camino hacia "el cielo nuevo y la nueva tierra" (Ap 21,1), siguiendo la pauta de "la mujer vestida de sol" (Ap 12,1), transparencia y portadora de Jesús. "El programa... se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia" (EdE 60).
I. PRESENCIA REAL Y DECLARACION DE AMOR
1. Presencia real que sella la Alianza
2. A partir de la fe
3. Presencia che exige presencia y relación
1. Presencia real que sella la Alianza
La presencia del "Emmanuel" entre nostros y en la Eucaristía es como una prolongación misteriosa de la Encarnación del Verbo en la historia humana.
Después de la Ascensión, "está más presente". Pero esta presencia es una realidad nueva. "La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor" (EdE 55).
La presencia real y substancial de Jesús en la Eucaristía es, especialmente, declaración de amor. Se ha quedado bajo signos de pan y vino porque nos ama. Es un gesto de "nueva Alianza" (Lc 22, 20), es decir, de amor esponsal, de amistad y de cercanía. Se ha hecho nuestro "camino" (Jn 14, 6). Cristo nos revela al Padre y el misterio de su amor: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9).
A la luz del "gran deseo" de celebrar la Pascua de la nueva Alianza (Lc 22, 15) y a la luz de su "amor a los suyos hasta el extremo" (Jn 13, 1), podemos "conocer" amando la eficacia de sus palabras: "Esto es mi cuerpo... ésta es mi sangre" (Mt 26,26-27).
Esta presencia por amor de desposorio (Alianza) dice relación a su promesa de estar siempre con nosotros: "Estaré con vosotros hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20). Está en relación estrecha con el quehacer misionero de la Iglesia: "Id... a todas las gentes" (Mt 28,19).
La misión de la Iglesia consiste en hacer que, en cada comunidad humana, haya los signos permanentes de la presencia activa de Jesús resucitado. Esta realidad forma parte del anuncio eficaz del evangelio ya desde la primera evangelización y en todo el proceso de implantar la Iglesia. La nueva Alianza, como declaración de amor, es universal: "por vosotros y por todos" (Mt 26,28; Lc 22,20).
La antigua Alianza ya suponía una presencia especial de Dios en medio de su pueblo, simbolizada por una tienda (shekinah) o una nube (Ex 33, 7-11). Desde el día de la Encarnación, Dios habita entre nosotros como Emmanuel, "Dios con nosotros" (Mt 1,23), el "Verbo hecho carne" (Jn 1,14). Esta presencia es definitiva, como de hermano o miembro de la misma familia, que establece su tienda de caminante entre nosotros (Apoc 21,3). Una vez resucitado, Jesús queda entre nosotros sin condicionamientos de tiempo y de espacio. Pero, además, ha querido quedarse bajo signos eucarísticos, como declaración permanente de esta nueva Alianza, que es amor de cercanía y de consorcio.
La presencia eucarística es una realidad que tiene origen en el amor de Cristo y que reclama el amor entre los hermanos. De hecho, el Señor se hace presente en la celebración eclesial, que es "ágape" o caridad; esta caridad fraterna es origen de una presencia especial de Jesús en la comunidad, que dice relación con la presencia eucarística, aunque no se identifique con ella: "Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos" (Mt 18,20).
La presencia de Cristo en la Eucaristía es permanente como signo de su amor indefectible a la Iglesia y a toda la humanidad. Esta presencia nunca dejará de existir hasta el día de la restauración final. Es presencia activa, santificadora, transformadora y evangelizadora. Es la presencia de enamorado que suscita santos y apóstoles. Jesús es buen pedagogo, que educa y ayuda a vivir el misterio de su presencia.
Es una presencia peculiar, por el hecho de quedarse el Señor bajo las especies de pan y vino, además de quedarse como víctima sacrificial y como manjar de comunión, pero se relaciona con otros modos de quedarse entre nosotros: en los sacramentos, en su palabra, en la comunidad, en los que sufren, en sus apóstoles, etc. Se puede decir que la Eucaristía es la presencia más intensa de Cristo resucitado, que hace posible todos los otros modos de presencia y que nos ayuda a vivirlos como prolongación de la presencia eucarística. Incluso es presencia que invita y urge a prestar nuestra colaboración como misión de hacerse realidad en todos los corazones, en todas las comunidades y en todos los pueblos.
No es presencia de adorno ni un simple signo de la omnipotencia divina, sino que es inicio de una presencia mutua, que un día se hará visión, posesión y unión. De la presencia eucarística podríamos decir lo que Pablo dice de Cristo Redentor: "Con él, Dios nos ha dado todo" (Rom 8,32). Efectivamente en la presencia eucarística encontramos la síntesis y la realidad actual de la redención.
Los signos pobres de la presencia eucarística de Cristo son signos de amor profundo. Son como los signos pobres de Belén y de la vida de Jesús, que dejan transparentar á Dios Amor. Dios se da principalmente a sí mismo por medio de sus dones. Naciendo pobre, Dios ha mostrado ser Dios Amor, que ha venido para hacerse él mismo donación más allá de sus dones. Haciéndose presente bajo signos pobres, Cristo muestra, como en el evangelio, su amor de cercanía a nuestra debilidad. Los signos pobres de la Eucaristía recuerdan la humildad y la obediencia de Cristo al Padre como declaración de amor a todos los hombres.
En cualquier cultura y en cualquier época histórica se recordarán con cariño y se visitarán con respeto las circunstancias concretas de la Encarnación: Nazaret, Belén, Palestina en general. Nadie podrá decir nunca que las circunstancias geográficas e históricas, que Dios escogió para vivir entre nosotros, son ajenas a la propia cultura. Las signos pobres de pan y vino, que Cristo escogió para quedarse en la Iglesia y en el mundo, ya no son elementos de una cultura y de un ambiente, sino que pasan a la "transculturación" del misterio de la Encarnación, puesto que ya pertenecen a toda la humanidad como tesoro común.
La humanidad va haciéndose una sola familia, como reflejo de Dios Amor, para pasar al "más allá" de la "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). La presencia humilde de Jesús no violenta a nadie, porque el amor busca la cercanía y espera pacientemente la presencia de sus amigos. Le basta con declararse tal como es, como quien se ha quedado por amor. Pero necesita voceros enamorados que experimenten, primero ellos mismos, que la presencia de Cristo es la razón de ser de la propia existencia, y que sepan gritar a los cuatro vientos que Cristo sigue presente entre nosotros.
2. A partir de la fe
La presencia de Cristo en la Eucaristía sólo comienza a comprenderse a partir de la fe; es decir, desde una actitud de sintonía con las palabras fiel Señor: "Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre". Se queda presente como glorificado, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad, para darse de todo, tal como es.
Jesús, el Verbo encarnado y el Redentor resucitado, es el Señor de la creación y de la historia: "Todas las cosas se fundamentan en él", porque "todo ha sido creado en él y para él" (Col 1, 16-17; cfr. Jn 1,3). La soberanía de Jesús sobre las cosas y sobre la historia humana es un punto básico de nuestra fe, por encima de las explicaciones que nosotros podamos dar sobre el cómo de la realidad eucarística.
Un día todas las cosas, la creación y la historia, serán "restauradas en Cristo" (Ef 1,10). Jesús ha instituido la Eucaristía como signo fuerte y eficaz de esta restauración final. Como Señor resucitado, es capaz de transformar el pan y el vino en su cuerpo y sangre; la fuerza de su resurrección, a través de la "transubstanciación" eucarística, toca la raíz de toda la creación, de todo nuestro ser y de toda la historia humana, en vistas a una transformación o resurrección en él, que salvará nuestra identidad de la contingencia temporal y la hará pasar a la "vida eterna". Esa es la fuerza del Verbo encarnado, glorificado en la cruz: "Si yo fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí" (Jn 12,32). Un día, en el más allá, desaparecerán también los signos eucarísticos, para dejar paso a la gran realidad de "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1).
La transubstanciación o cambio de toda la substancia de pan y de vino en el cuerpo y sangre del Señor, recuerda el sentido profundo del "misterio". Por este "metabolismo" (como dicen en las Iglesias de Oriente), Cristo se hace presente misteriosamente, más allá de lo que nuestra razón pueda comprender. Por esto se puede llamar a la Eucaristía "el mayor de los milagros" (enc. Mysterium fidei). Es presencia verdadera, real y substancial de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, bajo las especies de pan y de vino.
"La singularidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía se llama «real» no por exclusión, como si las otras presencias no fueran «reales», sino por antonomasia, porque es substancial" (EAm 12; cita Mysterium fidei de Pablo VI)
La fe en la presencia eucarística de Jesús equivale a un "sí" a sus palabras, por encima de toda explicación. La humildad y la pobreza del Verbo encarnado, nacido en Belén y muerto en cruz, nos piden nuestra fe, de suerte que sepamos descubrir a Cristo bajo los signos pobres de la Eucaristía y de la Iglesia. Por esta fe en su presencia activa, Jesús nos invita a enrolarnos, de modo consciente y responsable, en su paso ("pascua") hacia el Padre. Gracias a la presencia eucarística de Jesús, nuestro ser va quedando a salvo de la nada, de la contingencia y del pecado, para ir recuperando con creces el rostro original del hombre, que Dios se había propuesto desde la creación y que ahora debe ser el rostro de cada persona y de toda la humanidad transformada en Cristo.
Aunque la presencia de Cristo en la Eucaristía tiene unas características peculiares, no obstante se relaciona con su múltiple presencia de resucitado en el mundo y en la Iglesia, por medio de su palabra, de sus sacramentos, de la comunidad eclesial, de las personas que sufren, de los evangelizadores, etc. Jesús resucitado, que ya vive presente en su Iglesia y en cada uno de sus fieles (Mt 28,20; Hech 9,4), se hace presente, con toda su realidad redentora, bajo los signos o apariencias (las "especies") de pan y vino.
Sólo Dios puede llegar a lo más profundo de cada ser y transformarlo completamente. Las palabras de Jesús, Hijo de Dios, llegan a la "esencia" (substancia) del pan y del vino, para transformarlos en su propia realidad, que se hace presente de manera "verdadera, real y substancial". La ciencia y la experiencia humana continuarán viendo, palpando y experimentando "palo" y "vino"; pero el Señor de la creación y de la historia ha reorientado y cambiado el ser más profundo de estas "substancias" en la línea de una "nueva creación", que es verdadero cambio en el cuerpo y sangre de Cristo resucitado.
Es todo el ser y todo el misterio de Jesús que se hace presente. "Cuerpo" indica todo su ser en su expresión externa. "Sangre" indica todo su ser en su vida profunda e íntima. Las palabras de la "consagración" se refieren directamente al cuerpo y a la sangre, pero, por "concomitancia", es todo el ser de Jesús el que se hace presente como declaración de amor.
Dios ha cambiado la realidad profunda del pan y del vino en una realidad del "más allá", es decir, en la realidad escatológica de Cristo glorioso. La nueva creación no destruye nada, sino que hace "pasar" a la realidad definitiva. En la Eucaristía no hay coexistencia de pan y vino. "No queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies: bajo ellas Cristo todo entero está presente con su realidad física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en un lugar" (Pablo VI, enc. Mysterium fidei}.
El Señor espera de nosotras un respeto emocionado, que se oriente por el camino del amor y de la adoración, más que por el camino de la investigación y curiosidad. La reflexión teológica puede ayudar, con tal que parta de la fe amada y vivida. Paulatinamente esta misma reflexión debe dejar paso a la "ciencia del amor", a la admiración, a la adoración, al silencio. La presencia de amor y de totalidad por parte de Jesús, reclama presencia de donación por parte del creyente, desde lo más hondo del corazón. Las palabras de Jesús resucitado, que son expresión de su amor y de su poder salvador, fundamentan nuestra fe.
Nuestra fe eucarística es una respuesta a la palabra de Jesús, predicada en la Iglesia, celebrada en la liturgia, vivida por los santos, reeditada por nosotros y anunciada a todos los hombres y a todos los pueblos. El universalismo de este anuncio depende de nuestro modo generoso de vivir esta fe personalmente y en la comunidad eclesial.
3. Presencia que exige presencia y relación
"La Eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo" (EAm 35). La presencia permanente de Jesús en la Eucaristía reclama una actitud de "visita", de "cita" y de encuentro, concretada en "diálogo cotidiano" (PO 18).
Es presencia que pide trato de amistad por parte de quien ha seguido a Cristo para "estar con él" (Mc 3,13). Jesús habla al corazón y pide una actitud relacional permanente, que se alimenta de los momentos eucarísticos. La presencia de Jesús es presencia de toda su persona, de todo su ser y, por tanto, presencia de su "sí" como donación personal que reclama presencia y amor de retorno.
"¿Cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!" (EdE 25).
La relación amistosa con Cristo se va haciendo sintonía con su corazón, es decir, con sus amores e intereses salvíficos. Así se aprende a sintonizar con Jesús adorador, reparador y salvador. Es el camino mejor para entrar en el silencio activo de la adoración y acción de gracias. Es adentrarse en el "misterio" o intimidad del corazón y "amor de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19). Sólo en alas de esta amistad sencilla y profunda con Cristo, es posible caminar por el camino de la oración contemplativa, que es la oración de los amigos de Cristo, es decir, de los pobres salvados por él.
La relación personal se concretiza necesariamente unión y transformación por medio del seguimiento e imitación. Se quiere seguir e imitar a Cristo, el "contemplativo" de los planes salvíficos del Padre, para, con él y en su Espíritu, adorar, alabar, agradecer, interceder, reparar. El Espíritu Santo, comunicado por Jesús, orienta nuestra vida hacia estos amores o "miradas" (vivencias) de Cristo Redentor: glorificar al Padre y salvar a los hombres, haciendo de la vida una donación. Jesús en la Eucaristía sigue siendo el centro de la creación y de la historia humana.
Cada uno en particular y cada comunidad de hermanos se hace gota de agua que se "pierde" en este horizonte infinito del amor de Cristo. En los momentos de soledad junto al sagrario se aprende el significado de la actitud permanente de Jesús resucitado ante el Padre: "vive siempre para interceder por nosotros" (Heb 7,25).
El amor es así: busca la presencia, estar juntos, compartir la vida, unirse vitalmente en intimidad y comunión de ideales. La Iglesia, a través de los siglos, ha ido practicando esta actitud relacional ante Jesús sacramentado, por medio de la devoción privada y del culto público. Las expresiones personales y comunitarias han sido, a veces, manifestaciones de la vida cultural, artística y cristiana de todo un pueblo. La devoción popular se ha ido entrecruzando con el culto más oficial. En los ejemplos y escritos de los santos se ha subrayado el momento personal de diálogo expansivo y amistoso con Cristo. Todo es consecuencia y prolongación del encuentro con Cristo en el sacrificio de la Misa, como celebración de toda la comunidad eclesial.
Junto al sagrario se va aprendiendo que la presencia de Cristo es un don. La posibilidad de encontrar en Cristo al confidente y al amigo, sobre todo en los momentos de tentación y de prueba, es un don que se redescubre cada día más. Al principio puede parecer que somos nosotros los que vamos a hacer el "favor" de acompañar a Cristo, como cuando el Señor pidió agua a la samaritana. Luego vamos aprendiendo que la "sed" de compañía que manifestó Jesús junto al pozo de Jacob, no es más que una invitación a descubrir que es nuestra vida la que tiene sed de él.
A Teresa de Ávila le atraía irresistiblemente el poder colocar un nuevo sagrario en algún rincón del mundo. Era el ansia misionera de hacer presente a Cristo bajo signos permanentes en cada comunidad humana.
El apóstol tiene que dejar, muchas veces, su familia, sus amistades, su patria, sus planes y sus gustos personales. Con su presencia sacramental, Cristo suple con creces todo lo que uno ha dejado por él. Si faltara la amistad y la intimidad con Cristo Eucaristía, volvería a nacer en el corazón una serie interminable de exigencias personalistas disfrazadas de "carisma" y de "derecho".
La escala de valores de una persona se conoce por el tiempo que dedica a personas, quehaceres y cosas. Para el primer valor o para el primer amor del corazón siempre se encuentra tiempo. ¿Encontrar tiempo para estar con Cristo sin prisas psicológicas? Es cuestión de amor y de una recta escala de valores.
A Cristo no le extrañan ni molestan nuestras distracciones involuntarias, nuestro cansancio, nuestra sequedad e incluso el esfuerzo que tenemos que hacer para permanecer junto a él. Se contenta con nuestra decisión sincera de estar amigablemente con él. Le gusta nuestra presencia cuando nos presentamos tal como somos. Pero quiere ver en el corazón el deseo sincero de hacer de nuestra presencia una donación. La calidad de nuestra presencia junto al sagrario depende de haber descubierto a Cristo presente en el hermano, en sus palabras, en los acontecimientos, en la comunidad, en los signos de Iglesia.
El celo y compromiso apostólico se fraguan en estos momentos de sagrario, que parecen tiempo perdido. Allí se recupera el sentido esponsal de la vida, como desposorio y amistad con Cristo, que abraza a todos los hermanos y a todo el cosmos.
El secreto de la perseverancia en seguir generosamente a Cristo, sólo se explica a partir de estos momentos de amistad, en los que se escucha, como si se estrenaran por primera vez, las palabras del Señor: "sígueme","id", "estaré con vosotros", "vosotros sois mis amigos".
MEDITACION BIBLICA
Presencia de Alianza o pacto de amor:
- "Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados" (Mt 26,28)
Presencia y de enamorado;
- "Habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1).
El don de conocer amando:
- "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no le atrae" (Jn 6,44).
Amistad y amor de retorno:
- "Como el Padre me amó, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (3n 15,9).
Presencia que pide relación personal:
- "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).
II. SACRIFICIO COMO DONACION TOTAL E INCONDICIONAL
1. Dar la vida, darse a sí mismo
2. La interioridad sacrificial de Cristo
3. Ofrecer a Cristo y ofrecerse en Cristo
1. Dar la vida, darse a sí mismo
El "deseo ardiente" de Cristo de celebrar la Pascua (Lc 22,14-16) tiene el sentido de resumir en sí todos los sacrificios del Antiguo Testamento y de toda la historia, para llevarlos a y perfección y plenitud. Cristo es "nuestra Pascua" (1Cor 5,7).
El sacrificio de Cristo, que abarca desde su Encarnación hasta la Ascensión, continuando en el cielo, que ya es perfecto desde el principio y que tiene su punto culminante en la Cruz, se actualiza o hace presente en la Eucaristía. "El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio" (EdE 12). "La Eucaristía, supremo don de Cristo a la Iglesia, hace presente sacramentalmente el sacrificio de Cristo para nuestra salvación" (EEu 75).
Todo el existir de Jesús es donación. Su cuerpo y su sangre, es decir, todo su ser, en su expresión externa y en su vivencia interna, son un sacrificio perenne: "Entrando en el mundo dice... Heme aquí que vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,5-7). Este sentido sacrificial de su vida tiene un momento culminante: la muerte de cruz (Fil 2,5-7). Toda su existencia estaba orientada hacia "su hora, de pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1). La presencia de Jesús en la Eucaristía es el signo de su perenne donación.
Darse a sí mismo y no sólo sus cosas, es la síntesis de la vida del Buen Pastor: "El Buen Pastor da la vida por sus ovejas" (Jn 10,11). Este gesto de "dar la vida" en sacrificio, es la máxima expresión del amor: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Todo el misterio de la Encarnación y de la redención se resume en este gesto de darse sacrificialmente: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo Unigénito" (Jn 3,16). Esa es la máxima expresión del amor de Dios a los hombres.
En este sentido, el cuerpo de Jesús es siempre "entregado" y su sangre "derramada", aunque el momento culminante, querido por el Padre, es la muerte en cruz (Jn 12,27-28). Su vida es un sacrificio de propiciación "para la remisión de los pecados" (Mt 26,28), sacrificio de Alianza que establece la unión con Dios (Lc 22,10) y sacrificio de Pascua (cordero pascual) que libera de la esclavitud (Lc 22,15; Jn 1,29). Jesús sintetiza en sí mismo estos tres sacrificios principales del Antiguo Testamento.
La vida de Cristo es toda ella sacerdotal, en cuanto que se ofrece a sí mismo de una vez para siempre (Heb 9,12). Su sangre, es decir, su vida, está llena del Espíritu de Dios Amor (Heb 9,14). Por esto Jesús es, al mismo tiempo, sacerdote, víctima (sacrificio) y altar. Esta realidad la ha querido presencializar bajo signos eucarísticos en el sacrificio de la Misa.
La pobreza de Belén, de Nazaret y de la vida pública, indica que Jesús se da a sí mismo, y no sólo sus cosas. Dios se hace pobre para manifestar lo que es: Amor. Pero en la vida de Jesús, esta donación es sacrificial, en cuanto que es ofrenda total y, a veces, dolorosa al Padre por la redención de todos los hombres. No es un sacrificio de "destrucción", sino de salvación y de glorificación: "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12,32). Jesús, por su inmolación, es centro vital del mundo, de la historia y de cada corazón humano.
El hombre quiere devolver a Dios lo mejor que ha recibido de él: su vida. Pero Dios no quiere la destrucción, sino el amor de donación. En muchas culturas religiosas (también en las del Antiguo Testamento), este gesto de donación se expresaba derramando la sangre de un animal, puesto que la sangre simbolizaba la vida. El sacrificio del Cordero Pascual al salir de Egipto, de la Alianza en el Sinaí y de propiciación por los pecados en el desierto, tenía esta significación, con los matices de aplacar a Dios, restablecer la unión con él y reparar por los pecados cometidos. La vida de Jesús se resume en el gesto de derramar su sangre (Lc 22,20). Entregando su vida en sacrificio (Jn 19,30), es decir, derramando su sangre, ya nos puede comunicar el "agua" del Espíritu, la paz y el perdón (Jn 19,34).
Toda la historia de la Iglesia queda marcada con el signo del seguimiento de Cristo Redentor, el cordero inmolado. Si la Iglesia sintoniza con el gesto de Jesús, de dar la vida por amor a los hermanos, es para "teñir su túnica en la sangre del cordero" (Apo 7,14). Entonces la comunidad eclesial transparenta el evangelio, como "la mujer vestida de sol", es decir, transformada en Jesús a ejemplo de María (Apoc 12,1).
La fuerza misionera de la Iglesia, que debe anunciar e evangelio a todas las gentes, estriba en la capacidad de vivir el misterio eucarístico tal como es: donación sacrificial do Cristo y de su esposa y "complemento", que es la misma Iglesia (Ef 1,23). Maria, "la mujer" asociada a la hora de Cristo (Jn 2,5; 19,25), es el modelo de esta actitud materna y misionera de la Iglesia, que es asociada al sacrificio redentor y universal de Cristo.
En la Eucaristía se hace presente o se "representa" el misterio de la cruz. Es el "memorial" efectivo de su pasión muerte y resurrección, como misterio pascual. Durante la celebración litúrgica, "conmemoramos" haciendo presente el sacrificio redentor de Cristo (1Cor 11,24). El hecho de hacerse presente el "cuerpo" y la "sangre" de Cristo es ya sacrificio; pero las palabras de Jesús, actualizadas por el sacerdote ministro (en la "consagración") y los signos de separación de especies sacramentales, dejan entrever toda lo fuerza sacrificial de la celebración eucarística.
Jesús dio la vida "por todos" (Mt 26,28) e instituyó e sacrificio de la Eucaristía para hacer presente continuamente su sacrificio redentor universal. La comunidad sintoniza con esta donación sacrificial de Cristo, en la medida en que se haga ella misma donación para todos los hermanos redimidos. La Iglesia ha sido instituida para hacer partícipes de la redención a todos los hombres. El sacrificio eucarístico debe ser celebrado con la participación activa de todos los pueblos (Mal 1,11). El universalismo efectivo de esta celebración queda condicionado a la actitud de donación de los cristianos que ya participan en la Eucaristía.
"Nuestro Salvador, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección" (SC 47).
2. La interioridad sacrificial de Cristo
El Cordero Pacual inmolado (cfr. 1Cor 5,7-8), de pie como resucitado (cfr. Apoc 5,6), es ahora, en la Eucaristía, el sacrificio de alabanza, de acción de gracias, de propiciación y de expiación. La interioridad de Cristo se quiere prolongar en nuestra vida.
La Eucaristía como sacrificio sólo se entiende a partir de la interioridad de Cristo, que se inmola por amor. Todo su ser, sus obras y sus vivencias son una oblación existencial, que se concreta en adoración, alabanza, gratitud, reparación e intercesión. Es el sacrificio de "agapé" o de caridad, al que Cristo asocia a su esposa la Iglesia. Es el sacrificio de "acción de gracias" (Eucaristía) o de bendición (Mt 26,26; Lc 24,30), que se expresa en el "partir el pan", haciendo de su propia vida una donación sacrificial.
La gran señal del amor de Cristo es el sacrificio de la cruz, que es ya inicio de su glorificación y de la nuestra. Es el sacramento o signo de su donación. Este momento, "su hora" (Jn 13,1), polariza toda su existencia, transformándola en "pascua" o paso hacia el Padre: "Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38). Así realiza el desposorio o alianza de Dios con la humanidad.
Los amores o interioridad de Cristo son siempre de inmolación de sí mismo para cumplir los planes salvíficos del Padre sobre todos los hombres. El "yo me inmolo" (Jn 17,19) es una actitud fundamental y permanente de Jesús: "Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17,4). Esta actitud de amor inmolativo al Padre para salvar a los hombres, encuentra su punto culminante en su actitud de morir amando en la cruz: "Todo lo he cumplido. E inclinando la cabeza entregó su espíritu" (Jn 19,30).
No es, pues, el sacrificio doloroso por sí mismo lo que atrae a Jesús, sino el amor del Padre y al Padre, que se traduce en amor de totalidad o de dar la vida por los hermanos: "Por esto me ama el Padre, porque yo doy la vida" (Jn 10,17); "yo conozco (amo) a mi Padre y pongo mi vida por las ovejas" (Jn 10,15). Este amor, que realiza la unión entre Dios y los hombres, es el que hace posible que las situaciones humanas de atropello no se conviertan en frustración, sino más bien en una nueva forma de realizarse. Este es la originalidad y "utopía" del cristianismo: vencer el dolor con el amor, sufrir amando o haciendo de la vida uní donación. Así quedarán vencidos para siempre el pecado, e dolor y la muerte.
La oración eucarística o canon de la Misa termina siempre con el "amén". Es el "sí" de la Iglesia esposa, que quiere sintonizar con los amores o interioridad de Cristo espose muerto en cruz. Sólo a partir de este "si" se puede hacer de la vida una comunión con el Padre y con los hermanos; es la "comunión" que se expresa en el "Padre nuestro", en el signo de la paz, en la comunión eucarística y en el compromiso de hacer de toda la vida una continuación del sacrificio de Cristo. El "amen" de Cristo al Padre reclama y hace posible el "amén" de los suyos, a quienes él ha amado hasta e extremo (Jn 13,1). El sacrificio de la Alianza, por ser desposorio, supone el "sí" de Cristo y el de la Iglesia. La fecundidad misionera de la Iglesia depende de este "sí".
La interioridad de Cristo se expresa exteriormente en sus palabras, repetidas ahora por el ministro: "entregado por vosotros". Es el canto del Siervo inocente o Siervo de Dios, que asume esponsalmente, como protagonista, la historia de todo el pueblo; su sufrimiento tiene sentido porque se transforma en amor; sólo así se podrá salvar al pueblo de todas las opresiones e injusticias (Is 52-53). Es el amor de Cristo inmolado el que libera al nuevo Pueblo de Dios, de todo exilio y de toda opresión. La actitud de las bienaventuranzas y del mandamiento del amor, es la imitación de la interioridad de Cristo, que le lleva a dar la vida en sacrificio para salvar a toda la humanidad.
En la Eucaristía se hace presente el sacrificio de Cristo, no en abstracto, sino con toda su realidad concreta: su "sí" sacrificial, desde la Encarnación (Heb 10,7ss) hasta el cielo, donde presenta sus llagas abiertas y gloriosas por medio de una relación dialogal y amorosa con el Padre en el Espíritu Santo (Heb 7,25). Es el "sí" que tuvo su manifestación perfecta en la muerte de cruz: "En tus manos, Padre" (Lc 23,46).
Sólo el amor hizo de la vida de Cristo un sacrificio. Es el amor de ir a la hora querida por el Padre, de derramar su sangre en sacrificio. La vida o sangre de Cristo estaba llena del Espíritu de amor y, por esto, pudo entrar en el corazón de Dios para alcanzarnos la vida nueva en el Espíritu y hacernos hijos de Dios (Heb 9,14). Ahora este mismo amor sacrificial, hecho presente en la Eucaristía, en la realidad del cuerpo y sangre de Cristo inmolado, es el que transforma nuestra vida en una oblación agradable a Dios y fecunda para toda la humanidad redimida. En este sentido podemos "completar" la pasión y sacrificio de Cristo, puesto que él mismo ya asumió en su sacrificio nuestra participación en él (Col 1,24).
3. Ofrecer a Cristo y ofrecerse en Cristo
Por el sacrificio de Cristo, el pasado se hace presente y anticipa el futuro de restauración final. En ese sentido, el sacrificio de Cristo se hace contemporáneo al hombre de cada época histórica. Los deseos de la humanidad entera encuentran en Cristo su cumplimiento; fuera de él, esos deseos quedan incompletos. Ahora la Eucaristía es el centro de la liturgia cósmica e histórica. "Si hoy Cristo está en ti, Él resucita para ti cada día" (EdE 14, cita a S. Ambrosio).
La razón de ser de la Eucaristía es el amor de Cristo esposo a su esposa la Iglesia. La Eucaristía es también el sacrificio de la Iglesia, en cuanto que comparte esponsalmente la inmolación de Cristo. El Señor se ofrece ahora bajo signo eucarísticos, que son esencialmente signos de Iglesia. Ofrecemos a Cristo y nos ofrecemos con él. Es el sacrificio de "Cristo total", es decir, de Cristo y de la Iglesia.
La presencialización del sacrificio de la cruz tiene lugar gracias a los signos de Iglesia. La Eucaristía es, pues, el sacrificio de Cristo esposo, participado esponsalmente por la Iglesia, en cuanto que ella aporta los signos eucarísticos (materia, forma, ministerio sacerdotal, etc.) y en cuanto que toda la Iglesia se hace "complemento" del sacrificio de Cristo
El servicio de presidir la comunidad eclesial en nombre de Cristo Cabeza y de hacer presente al Señor bajo signo eucarísticos, es propio y exclusivo del sacerdote ministro. Pero es toda la Iglesia la que ofrece a Cristo y se ofrece con él. Toda la Iglesia colabora responsablemente a que toda la humanidad se haga Cuerpo Místico de Cristo por el hecho de bautizarse y de participar de su cuerpo eucarístico.
Nuestra vida se hace oblación sacrificial porque es parte integrante de la oblación de Cristo al Padre: "Por él, ofrezcamos continuamente al Padre un sacrificio de alabanza" (Heb 13,15). Nuestra vida ya puede ser el eco vivencial y esponsal de su "sí" a los designios salvíficos y universales di Dios Amor: "por él, decimos amén ("sí") para gloria de Dios" (2Cor 1,20). Este es el "sí" de toda la comunidad eclesial que se ensaya continuamente al terminar la oración eucarística de la Misa, antes del "Padre nuestro" y de la comunión.
La Iglesia (y cada uno de nosotros), preparando el "pan" y el "vino" de la Misa, hace Eucaristía de todo el trabajo y convivencia humana. El "cuerpo" y la "sangre" del Señor son nuestra misma oblación, hecha oblación de Cristo al Padre en el amor del Espíritu, desde el día de la Encarnación hasta el día de nuestra glorificación con él en los cielos. El momento culminante de la cruz da sentido sacrificial a toda la existencia de Cristo y a todo el ser de la Iglesia corno esposa o consorte, "la mujer", cuya figura y personificación es María al pie de la cruz (Jn 19,25-17; Apoc 12,1ss; Gal 4,4-19).
La victoria de la cruz consiste también en que el sacrificio de Cristo, gracias a la resurrección, se puede hacer presente en la comunidad y ser participado por ella. En este sentido, el sacrificio pascual del Señor se prolonga continuamente en la Iglesia. Ya podemos compartir la tribulación y el triunfo de Cristo "con las palmas en las manos" (Apoc 7,9). La Iglesia esposa se engalana con el traje de las bodas o del encuentro definitivo, que es la "túnica blanca" del bautismo, "blanqueada con la sangre del cordero" (Apoc 7,9-14).
La Iglesia, salvada por el sacrificio de Cristo, se ofrece a sí misma en sacrificio. Se ofrece toda entera, sin excepción de vocaciones y ministerios o servicios, y se ofrece toda entera sin reservarse nada. Este sentido de totalidad en la entrega u oblación sacrificial eucarística es la garantía de su misionariedad universal.
La Eucaristía se hace el sacramento del "martirio", como testimonio de la muerte y resurrección de Cristo. La Iglesia deja transparentar el misterio pascual de Cristo, en la medida en que haga de su propia existencia el anuncio del sermón de la montaña: transformar el sufrimiento en amor y donación. Así se hace "trigo molido por los molares de las fieras" (San Ignacio de Antioquía), para convertirse ella misma en "pan de vida" compartido con todos los hombres. De este modo, a través de la Eucaristía, como sacrificio de Cristo y de su Iglesia, "el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la Redención" (Dominicae Cenae 9).
La vida del cristiano, como miembro de la Iglesia, es vida de "crucificado con Cristo" (Gal 2,19). La verdadera gloria de la Iglesia es la de convertirse en transparencia de la cruz de Cristo y portadora, por ello mismo, de la "nueva creación" (Gal 6,14-15). La gran victoria del sacrificio de Cristo es la de que nosotros ya podemos ofrecer a Dios aquello por lo que Cristo murió y resucitó: nosotros mismos transformados en él. Somos oblación agradable a Dios gracias a la oblación de Cristo hecha nuestra.
Las "ofrendas espirituales" (1Pe 2,5) de la Iglesia son la expresión del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios como "Pueblo sacerdotal" (1Pe 2,5-9). Es el sacrificio de hacer de toda la vida un "camino de amor", como el de Cristo, que "nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros en oblación y sacrificio" (Ef 5,1-2). Es el sacrificio del que nace la Iglesia esposa, asociada al mismo sacrificio de Cristo (Ef 5,25-27). La vida cristiana es, pues, la "ascética" oblativa de "ordenar todo según el amor" (Sto. Tomás). Cristo nos ofrece con él (1Pe 3,18).
MEDITACION BIBLICA
Una vida inmolada por amor:
- "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13; cfr. Lc 22,19-20; Jn 10,15-17).
Desde la Encarnación en el seno de María:
- "Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo... ¡He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Heb 10,5-7).
Desde el Corazón de Cristo:
- "Con gran deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer" (Lc 22,15).
Iglesia que comparte la suerte de Cristo:
- "Vivid en el amor, como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5,2; cfr. Heb 13,15; 1Pe 3,18).
Una vida ofrecida en las manos del Padre:
- "Por ellos me inmolo a mí mismo (Jn 17,19).
- "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23,46).
III. COMUNION, BANQUETE Y SACRAMENTO DE RECONCILIACION
1. El pan vivo
2. Para vivir la misma vida de Cristo
3. Sacramento de unidad y amor
1. El pan vivo
En el convite eucarístico, "Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura" (antífona del oficio de Corpus).
"Tomad y comed... tomad y bebed" (Mi 26,26-27). Jesús es "el pan de vida" (Jn 6,35ss). Su existencia es donación y comunicación de todo lo que es y tiene. La iniciativa es suya. Es la iniciativa salvífica de Dios sobre nuestra participación en él: "de su plenitud hemos recibido todos" (Jn 1,16). De este modo hace que nuestro ser se abra para recibirle y para transformarnos en él. La invitación evangélica "venid a mí todos" (Mt 11,28) se traduce ahora en comida bajo signos eucarísticos.
Jesús es el Verbo, la Palabra del Padre, que se ha hecho nuestro hermano (Jn 1,14). Desde el día de la Encarnación se está realizando una "comunión" universal o nueva creación en Cristo. Todo el cosmos, pero de modo especial toda la humanidad y cada corazón humano, va participando cada vez más de Jesús "pan de vida". Es el proceso de la nueva creación, que encuentra su momento fuerte en la comunión eucarística. Todo se va haciendo "comunión" en Cristo (su Cuerpo Místico), en la medida en que cada creyente se haga "comunión" con Cristo "pan de vida" en la Eucaristía.
Jesús es "pan de vida" porque es nuestra Pascua, "el cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1,29). El ardiente deseo de Jesús, de comer este pan con nosotros (Lc 22,15), expresa su ardiente deseo de "comunión" e intercomunicación vivencial con nosotros. Cuando le comulgamos bajo signos eucarísticos, entramos en sintonía con sus amores y participamos de su mismo ser de Hijo de Dios.
La Eucaristía es, pues, comida y banquete. No es simple signo manifestativo, como puede ser una comida fraterna, sino una realidad. Jesús, presente en la Eucaristía, se hace nuestro alimento espiritual. La comunión eucarística, precisamente por ser comunión de su cuerpo y de su sangre, transforma nuestra vida en comunión real y vivencial con Cristo. En realidad, cada comunión sacramental es sólo un inicio de la gran cena del encuentro final, cuando ya no serán necesarios los signos eucarísticos (Apoc 3,20; 21,1-10). La comunión sacramental es un inicio y un signo eficaz de este encuentro esponsal de toda la humanidad con Dios Amor.
Cada comunión sacramental tiene sentido de encuentro personal. Cristo ha amado y dado la vida por todos y por cada uno (Gal 2,20). Pero es siempre un acto que pertenece a la "comunión" de Iglesia. Por esto cada comunión eucarística es una etapa en el caminar de una Iglesia que va acercándose cada vez más al encuentro definitivo con Cristo resucitado. La Eucaristía (y no propiamente la unción de los enfermos) es el sacramento de este encuentro pascual de muerte y resurrección.
En la celebración eucarística participamos de la mesa de la palabra y de la Eucaristía. Son los dos momentos diferenciados de la mesa del mismo "pan de vida" que es Jesús, como Verbo y como banquete sacrificial. La mesa de la palabra nos recuerda que todo acontecimiento humano es encuentro y "comunión" con el Verbo que habita entre nosotros. La mesa de la Eucaristía es el signo fuerte de transformación de todo nuestro ser en el Cuerpo Místico de Cristo. Con ambas mesas o con ambos momentos de la misma mesa se va transforman do el cosmos o la creación entera en una nueva creación; pero los pasos en firme sólo se dan cuando el hombre va comal pando vivencialmente la palabra y el cuerpo y sangre del Señor. La comunión eucarística es el punto culminante de este comunión, puesto que se recibe el mismo cuerpo y sangre de Cristo, es decir, todo él, verdadera, real y substancialmente presente bajo los signos o "especies" de pan y vino.
La Eucaristía es el cuerpo y sangre de Cristo como pan partido entre los hermanos: "Jesús tomó pan, lo bendijo (dio gracias), la partió y lo dio a sus discípulos" (Mt 26,26). En este texto encontramos resumido todo el contenido de la oración eucarística o canon actual, incluso hasta el signo externo del partir el pan, que ha de tener lugar en el momento de la comunión (y no en la consagración).
La oración eucarística o canon desarrolla las palabra y gestos de Jesús. La comunidad eclesial y cada persona en particular dice el "amén", que es un "sí" de comunión con Cristo presente, hecho banquete sacrificial. El "Padre nuestro" (oración de fraternidad universal) y el signo de la paz (como reconciliación) forman parte integrante de la comunión eucarística. Comer a Cristo "pan de vida" bajo especies eucarísticas es entrar en comunión de caridad con los hermanos. Esta comunión fraternal es fruto y, al mismo tiempo, garantía de la comunión sacramental.
Si Cristo es "pan de vida" para todos los hombres sin excepción, la comunión eucarística urge a construir la comunión o comunidad universal de hermanos. La misión nace del encuentro y de la comunión con Cristo, y urge a colaborar responsablemente en la construcción o "implantación" de la Iglesia en todas las comunidades humanas. La Iglesia aparece siempre como "comunión" de hermanos que, teniendo diversos carismas, todos de conjunto reflejan la "comunión" de Dios uno y trino. La misión eclesial nace de esta comunión divina, transmitida por Cristo a su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo.
La razón de ser de la Iglesia es precisamente esta misión de construir la familia humana como "comunión", es decir, como reflejo de la vida divina de comunión o de amor mutuo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Jesús "pan de vida" se hace encontradizo con todos y cada uno. Cuando no es posible la comunión sacramental, el deseo sincero de la misma puede producir el mismo efecto. Hay cristianos que pasan largos años en las cárceles o en un exilio, donde no es posible la celebración y la comunión eucarística. Hay misioneros (religiosos y laicos) que no pueden comulgar sacramentalmente durante largos períodos. "Cristo nunca abandona", decía el obispo de Cantón después de estar veintitrés años en la cárcel.
La comunión dice siempre relación con el sacrificio. Por esto el momento más adecuado de recibir la comunión es durante la celebración eucarística. Cuando no se puede participar en el sacrificio, pero sí en la comunión, la propia vida (familia, trabajo, apostolado, etc.) es oblación con Cristo, que se une a todas las celebraciones eucarísticas del mundo. El signo más claro de que la comunión sacramental ha sido comunión con Cristo "pan de vida", es el deseo sincero y ardiente de unirse al sacrificio de la Misa. Cristo es "pan de vida" y pan "partido" entre los hermanos, porque la vida del Señor se ha hecho oblación sacrificial de cruz y resurrección. Por ser "banquete pascual", la Eucaristía es banquete de reconciliación con Dios, con los hermanos y con el cosmos.
2. Para vivir la misma vida de Cristo
"El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él" (1Cor 6,17). La participación en la comunión eucarística tiene como objetivo nuestra transformación progresiva en Cristo. Participamos de su cuerpo y sangre para participar de su misma vida.
La presencia sacramental de Cristo, cuando comulgamos, dura mientras permanezcan las especies sacramentales; pero cada comunión bien participada es una nueva profundización de la permanencia de Cristo en nosotros y de nosotros en él. Vamos viviendo cada vez más de su presencia y de su misma vida (Jn 6,56-57). De nuestra vida que pasa, va quedando sólo lo que se convierte en participación de la vida de Cristo. Nuestra vida terrena se hace vida eterna.
La presencia eucarística de Jesús, al ser participada por la fe y la comunión, salva nuestra caducidad. Nuestro presente pasajero se va haciendo presente definitivo que no pasa. Cristo salva nuestro tiempo y nuestra contingencia para transformarlo todo en vida perdurable. Comulgar equivale a hacer pasar todo nuestro ser, toda la humanidad y toda la creación, hacia la realidad última que será restauración de todo en Cristo resucitado. Por esto la comunión sacramental de Cristo unifica nuestro interior y armoniza toda nuestra vida, en sintonía cada vez mayor con Dios, con los hermanos, con la historia y con el cosmos.
La comunión sacramental hace cada vez más profundo nuestro "injerto" en el misterio pascual, es decir, en la muerte y glorificación de Cristo (Rom 6,5). La vida nueva que Cristo nos comunica es su misma vida: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15,5). Entrar en comunión con Cristo es participar en su misma vida y en su inmolación por el fuego o amor del Espíritu Santo (Heb 9,14).
En el encuentro sacramental con Cristo "el alma se llena de gracia". En realidad es todo el ser del hombre el que va pasando a ser más Cuerpo Místico de Cristo; pero es un proceso lento que necesita prolongación del encuentro sacramental en momentos de diálogo íntimo, donde se fragua la amistad con él.
En estos momentos de "visita" o de "cita", la palabra de Dios meditada en el corazón se convierte en "pan de vida". Es el mismo Jesús, Palabra y Eucaristía, el que se comunica con todo lo que él es. A partir de estos momentos eucarísticos, toda la vida se va haciendo Cuerpo Místico de Cristo, como prolongación de la Encarnación y de la Eucaristía. Vivir de Cristo y en Cristo equivale a traducir a vivencias y compromisos concretos, el mensaje evangélico de las bienaventuranzas, del mandato del amor y del "Padre nuestro".
Se participa de la vida divina en la medida en que la persona se abre a la caridad. La vida se hace prolongación de Cristo, como epifanía de Dios Amor. La comunión sacramental transforma las personas y las comunidades para hacerlas transparencia del evangelio ante los que todavía no creen en Jesús.
De la celebración eucarística nacen las comunidades cristianas (familia, comunidad de base, grupos apostólicos y espirituales, parroquia, etc.), que tienen "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32) y que saben afrontar con "audacia" ("parresía") la evangelización (Hech 4,31). Este proceso de vida en Cristo lo describe san Pablo como "no vivir para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,15). Equivale a dejar vivir a Cristo en nosotros: "No soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20). El hecho de poder o tener que comulgar con frecuencia da a entender la posibilidad de progresar en esta unión con Cristo, no en el sentido de llegar ya a una perfección absoluta, sino más bien de tender continuamente hacia ella, renovando esta decisión en cada encuentro sacramental con el Señor.
Los signos pobres del pan y del vino simbolizan las cosas pequeñas del quehacer cotidiano, que manifiestan, al mismo tiempo, la decisión de totalidad: querer amar a Cristo del todo y hacerle amar de todos. El progreso de nuestra vida espiritual y apostólica está ligado a la comunión eucarística, en el sentido de participar cada vez más de la vida de Cristo y hacerse cada vez más capaz de transmitirla a los hermanos. No se trata de una "cosa" que aumenta con el número de comuniones recibidas, sino de la configuración con el Señor, que depende de nuestra apertura a su acción en nosotros.
Recibir más de una vez al día la comunión es posible y aconsejable cuando tomamos parte activamente en la vida de varias comunidades o en situaciones diferentes en que se celebra la Eucaristía. Pero no es propiamente el "número" de comuniones recibidas el que nos configura más con Cristo, sino la sintonía ("comunión") de nuestra vida con él, presente sacramentalmente en diversas comunidades o situaciones eclesiales. El número de comuniones puede ayudar a afinar nuestra sintonía y, por tanto, nuestra configuración y transformación en Cristo. La comunión diaria, cuando es posible, indica la actitud habitual de abrirse a la vida nueva en el Espíritu, que Cristo nos comunica con generosidad.
El signo de haber recibido con provecho la comunión sacramental es la sintonía con los hermanos redimidos por Cristo, especialmente con los que sufren, con los marginados y olvidados, con los más pobres y con los que todavía no le conocen ni le aman explícitamente. El crecimiento en la vida divina, recibida de Cristo, se expresa también en el celo apostólico de ansiar ardientemente y de colaborar eficazmente a que toda la humanidad participe en el sacrificio y banquete eucarístico de la Iglesia.
3. Sacramento de unidad y de amor
La comunión tiene eficacia ontológica: nos une a la vida de Cristo que transforma la vida del hombre. Es una pertenencia vital que perfecciona la gracia de adopción recibida en el bautismo y nos hace vivir la realidad eclesial de Cuerpo Místico y "comunión de los santos". "La Eucaristía es como la consumación de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos" (Sto. Tomás, Summa Theol., III, q.73, a.3).
La vida en Cristo, gracias a la comunión eucarística, se puede renovar continuamente. La Eucaristía como sacramento es signo eficaz de lo que ella misma contiene: Cristo "pan de vida". Los sacramentos y la palabra revelada tienen ya una eficacia especial de renovación, pero la comunicación de vida en Cristo encuentra su punto culminante en la comunión sacramental. En la comunión renovamos nuestro encuentro vivencial con Cristo como si fuera por primera vez. La vida cristiana se renueva eficazmente como imitación, unión y configuración con Cristo. En el aspecto vocacional la comunión se hace reestreno del seguimiento de Cristo y respuesta generosa al "sígueme" ("el vino que engendra vírgenes").
La presencia de Cristo en la Eucaristía se hace signo eficaz de comunicación de todo lo que es él. Es como la expresión externa de su decisión de transformarnos en él. Es él quien tiene la iniciativa de comunicarnos su vida y quien ha asumido la responsabilidad de reproducir en nosotros su rostro y su amor de Hijo de Dios y de hermano universal. Apoyados en él, comulgándole a él, ya es posible ir trazando en nosotros los rasgos de su fisonomía de Buen Pastor que da la vida por todos. La Eucaristía es sacramento y sacrificio al mismo tiempo. La comunión sacramental nos hace partícipes en el sacrificio de Cristo, que fundamentalmente consiste en su inmolación para darla vida (Jn 10,11-18; 15,13). Comulgando, nos hace partícipes de su donación sacrificial y de su misma vida.
En la Eucaristía encontramos el sacramento permanente del amor de donación de Cristo a su esposa la Iglesia. El signo de esta donación es la comunión sacramental. Mientras duran las especies sacramentales, Jesús está en la Eucaristía invitando a la "comunión" vivencial con él, como unión afectiva y efectiva. Por esto, en la tradición eclesial, se llama a la Eucaristía "sacramento de amor". Es el sacramento que expresa el amor de Cristo y que realiza nuestro amor a Cristo; pero es también el sacramento que fundamenta el amor a todos los hermanos. Es el "sacramento de fa piedad" (SC 47) que fundamenta nuestra relación filial con Dios en Cristo y nuestra relación fraterna con los demás hombres.
La Eucaristía es el sacramento o "signo de unidad" (SC 47) y el "sacrificio de reconciliación" (plegaria eucarística). Tanto para participar en el momento sacrificial, como en la comunión sacramental (que es parte integrante del sacrificio), es necesaria la reconciliación previa con los hermanos (Mt 5,23-24). El signo de la paz, antes de la comunión, quiere expresar esta reconciliación, como tarea permanente de construir la paz empezando por el propio corazón y por la comunidad en que se vive.
La misma comunidad se hace signo "sacramental" cuando vive en comunión como fruto de la celebración eucarística y de la comunión sacramental (PO 8). Esa comunidad es ya "un hecho evangelizador" (Puebla, 663). La Eucaristía, celebrada y participada en la comunidad eclesial (que tiene siempre una perspectiva universal), significa y realiza la caridad que abraza a todos los hombres.
La santificación personal está en relación con la reconciliación comunitaria, en cuanto que supone vivencia de la "comunión" fraterna en todos los niveles del amor: colaboración, comunicación de bienes, vida comunitaria, escucha, comprensión, perdón, etc. Es la Eucaristía la que hace posible esta "comunión" eclesial en todos los niveles, puesto que es "el sacramento de la piedad, el signo de la unidad y el vínculo de la caridad". Por esto antes de comulgar sacramentalmente, hay que estar ya en "comunión" (reconciliación) con Dios y con los hermanos. El sacramento de la penitencia o reconciliación, siempre conveniente, es necesario cuando se ha roto gravemente esta comunión fraterna. Pero será propiamente la participación y comunión eucarística la que haga posible y la que refuerce esta comunión fraterna y eclesial.
La comunión eucarística va construyendo la unidad interior del corazón, en los criterios, escala de valores y actitudes hondas, por una vida de fe, esperanza y caridad. El hombre va recuperando su rostro primitivo que refleja a Dios Amor. Por la comunión se recupera o reconstruye la identidad del hombre, que había desparramado su propio ser en una dispersión o disgregación de fuerzas en contra de la unidad de la familia humana y del cosmos. Especialmente por la comunión eucarística, "Cristo Señor obra en el hombre y en el mundo con la fuerza de la redención" (Reconciliatio el paenitentia 23).
De la unidad del corazón se pasa a la unidad de la humanidad y de la creación. La comunión no se reduce a un efecto individual, sino que opera en la persona como miembro de la comunidad eclesial y humana. La comunión eucarística opera una "conversión personal que es la vía necesaria para la concordia entre las personas" (Reconciliatio el paenitentia 4). Celebrando todos los signos de reconciliación y especialmente la Eucaristía y la penitencia, "la Iglesia comprende su misión de trabajar por la conversión de los corazones y por la reconciliación de los hombres con Dios y entre si, dos realidades íntimamente unidas" (ibídem 6).
Por la comunión se participa de modo especial en la "epíclesis" o invocación de la venida del Espíritu Santo, que transforma el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús, así como transforma también la comunidad eclesial en su Cuerpo Místico. La celebración eucarística, que incluye como parte integrante la comunión, es el momento cumbre de la comunicación del Espíritu Santo, siempre en relación a todo el misterio pascual celebrado en la liturgia y en relación a los sacramentos del bautismo, confirmación y orden. La comunión individual indica que esta transformación o "nuevo nacimiento" (Jn 3,5) llega a todos los que creen en Jesús.
La persona que comulga se hace portadora de la vida nueva para todos los hermanos. Entonces la transformación que procede de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo y que pasa a la comunidad eclesial y a cada creyente, se prolonga en toda la comunidad humana de toda la historia y en la creación entera.
Por la celebración eucarística (Hech 2,42-47), la comunidad eclesial se hace "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). Los que comulgan deben tener "un mismo sentir" (1Pe 3,8). Entonces la comunidad se hace evangelizadora con la fuerza y la audacia del Espíritu (Hech 4,33).
MEDITACION BIBLICA
Banquete y alimento:
- "Yo soy el pan de vida; el que viene a mi, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed" (Jn 6,35; cfr. Mc 14,22-24; Sal 16).
Vida nueva en Cristo.
- "El que come mi carne y bebe mi sangre está en mi y yo en él... y vivirá por mi" (Jn 6,56-57; cfr. 15,5; Gal 2,19-20).
- "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9).
En la "comunión" de Iglesia:
- "Perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración" (Hech 2,42).
- "Tenían un solo corazón y un alma sola" (Hech 4,32).
IV. MINISTERIO Y MISION ECLESIAL
1. Dimensión misionera: Para toda la humanidad
2. Fuente, centro y culmen de la vida
3. El ministerio de servir el pan y la palabra
1. Dimensión misionera: Para toda la humanidad
La Eucaristía "reune a todas las criaturas" (S.Gregorio de Nisa). La presencia sacrificial de Cristo muerto y resucitado, es presencia efectiva y eficaz que quiere llegar a cada ser humano.
La Eucaristía fundamenta la misión de la Iglesia. "Por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima Eucaristía... hace presente a Cristo, autor de la salvación" (AG 39).
La Iglesia vive de la Eucaristía. De ella recibe, como de su fuente, la vida divina. La misión de la Iglesia tiende a la Eucaristía para hacerse comunión y construir la comunión. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra comunión" (SRS 40).
La Eucaristía es la "fuente y culminación de toda la evangelización" (PO 5), "fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11). A ella, pues, "se ordenan todos los trabajos apostólicos" (SC 10). La comunidad eclesial no está implantada suficientemente mientras en ella no se celebre la Eucaristía, como fuente de las vocaciones y como centro a donde se orientan los ministerios proféticos, cultuales y hodegéticos (cfr. PO 5; SC 10).
La comunidad eclesial se evangeliza y, a su vez, se hace evangelizadora, por la celebración comprometida de la Eucaristía. La proclamación de la Palabra, como anuncio del misterio pascual, lleva a la celebración de este mismo misterio. Las exigencias de la caridad cristiana son la expresión de una vida que participa de la donación sacrificial de Cristo Sacerdote y Víctima. "No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía; por ella, pues, hay que empezar toda la formación para el espíritu de comunidad. Esta celebración, para que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua ayuda que a la acción misional y a las varias formas del testimonio cristiano" (PO 6).
El misterio redentor, que se hace presente en la Eucaristía, tiene dimensiones universalistas. "Cristo murió por todos" (2Cor 5,15); "Jesús había de morir por el pueblo, y no sólo por el pueblo, sino para reunir en uno a todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,51-52). Quien recibe los frutos de la redención por medio de la Eucaristía, queda misionado para compartir esos mismos frutos con todos los hermanos (Jn 20,17).
En el sacrificio eucarístico encontramos a Cristo Mediador, que es "propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo" (1 Jn 2,2). Ningún valor cristiano ha sido nunca exclusivo de un grupo reducido. El encuentro con Cristo Redentor, presente en la Eucaristía, debe hacerse realidad para todo ser humano, puesto que él es "el Mediador entre Dios y los hombres" (1 Tim 2,5).
La institución de la Eucaristía es, al mismo tiempo, encargo y misión de hacer llegar a toda la humanidad los beneficios de la redención. El cuerpo y la sangre de Cristo son sacrificio ofrecido "por la multitud", es decir, "por todos" (Mc 14,24). Jesús "ha venido para servir y para dar la vida en redención (rescate) por todos" (Mc 10,45).
Jesús en el evangelio habla de banquete de bodas, al que son invitados todos (Mt 22,1-14). La analogía del banquete de bodas indica la pertenencia a la Iglesia esposa de Cristo, que se prepara para las bodas definitivas en el más allá (Apoc 3, 20; 21,1-2). La Eucaristía es ya el inicio de este banquete, donde comienza a tener lugar el desposorio con Cristo esposo, "que amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo en sacrificio por ella" (Ef 5,25ss). Por esto los discípulos de Cristo son enviados a invitar a todos los hombres: "a cuantos encontréis, llamadlos a las bodas" (Mt 22,9).
La Eucaristía es, pues, el sacrificio universal profetizado por Malaquías: "Desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar ha de ofrecerse a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura" (Mal 1,11). La nueva Alianza ha sido sellada con la sangre de Cristo Mediador de todos los hombres (cfr. Heb 9,11-15; 1 Tim 2,5). Así "se ha manifestado la gracia salutífera de Dios a todos los hombres" (Tit 2,11). Jesús es el "Salvador de todos" (1 Tim 4,10).
Este universalismo, que es intrínseco al sacrificio eucarístico, se convierte en llamada permanente a colaborar a que todos los hombres puedan participar en él de modo explícito, consciente y vivencial. El servicio o ministerio que cada uno desempeña en la celebración eucarística no es un simple signo de cercanía al altar o a las especies sacramentales, por medio de cantos, lecturas, ofrendas, distribución del sacramento, etc., sino que principalmente es una aportación responsable para que toda la comunidad eclesial y toda la comunidad humana participe realmente de la Eucaristía.
El mejor servicio que podemos prestar a los hermanos que están lejos o que desconocen el misterio eucarístico, es el de imitar la donación sacrificial de Cristo en nuestras vidas. Por esta donación, traducida en el mandamiento del amor, lo hombres conocerán el contenido del misterio eucarística. Nuestro anuncio de Cristo muerto y resucitado para la salvación de todos, se hace testimonio y experiencia de encuentro con el Señor. La "audacia" de evangelizar nace de la celebración vivencial y comunitaria de la Eucaristía (Hech 2,42-47 4,31-34). La vida cristiana, cuando está centrada en la Eucaristía, contagia de evangelio y de misterio pascual a todos los hombres.
En la medida en que se viva la celebración eucarística como "sacramento (o misterio) de la fe", se irá comprendiendo mejor la exigencia de comunicar esta misma fe a toda la humanidad. La Eucaristía es "sacramento de fe" porque en ella se expresa y manifiesta la fe de la Iglesia, mientras que, al mismo tiempo, es signo eficaz de la misma para todos los redimidos.
La dimensión universalista de la Eucaristía se capta y se vive con espíritu y con compromiso misionero, cuando se sintoniza con los sentimientos de Cristo presente en ella: "venid a mí todos" (Mt 11,28), "tengo compasión de la muchedumbre" (Mc 8,2), "tengo otras ovejas... y conviene que yo las traiga" (Jn 10,16), "tengo sed" (Jn 19,28), "id, enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19).
El sentido universalista de la celebración eucarística se capta en la medida en que no se pongan obstáculos en el corazón para participar en la misma vida de Cristo. El Señor no excluye a nadie de su misterio redentor; somos nosotros los que tendemos a hacer de los dones de Dios un objeto exclusivo de nuestro pequeño círculo. Captaremos el significado profundo de la Eucaristía para nosotros, en la medida en que, al mismo tiempo, la contemplemos en su dimensión universalista. Cristo es "pan vivo... para la vida del mundo" (Jn 6,51).
La misma celebración eucarística, también en sus expresiones artísticas, llenas de belleza, llega a inspirar cristianamente las diversas culturas (cfr. EdE 51). "La Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo" (EdE 22). "Toda comunidad, para ser cristiana, debe formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración centrada en la Eucaristía, en la comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir según las necesidades de los miembros (cfr. Act 2, 42-47)" (RMi 51).
2. Fuente, centro y culmen de la vida
La Eucaristía da sentido a la vida humana, transformándola en expresión de la oblación de Cristo. "Aquí está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira" (EdE 59). Por esto es el "corazón de la vida eclesial" (VC 95).
La oblación de Cristo se actualiza. "En el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina" (TMA 55).
Participar en la Eucaristía comporta la colaboración activa y responsable para hacer de ella el centro de la vida de cada uno y de toda la Iglesia, la cual, a su vez, tiene como misión hacer que toda la humanidad acepte a Cristo como centro de la creación y de la historia. "En la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia" (PO 5). Por esto "los sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se orientan" (ibídem).
La Eucaristía es "la fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11) porque a ella se dirige el anuncio del misterio de Cristo muerto y resucitado, y de ella derivan todos los servicios de caridad para la comunidad de los fieles. En este sentido es fuente y cumbre de toda la actuación eclesial, de toda vocación, ministerio y carisma. Esta importancia central no deriva de una mera celebración externa, sino del misterio pascual que en ella se celebra y que, por tanto, supone y exige el anuncio y la comunicación del mismo misterio a toda la comunidad humana.
En Cristo resucitado, Hijo de Dios y Redentor, "fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra... y todo subsiste en él. Él es cabeza del cuerpo de la Iglesia; él es el principio, el primogénito de los muertos, para que tenga la primacía sobre todas las cosas" (Col 1,16-18).
En el sacrificio de la muerte y resurrección de Jesús, es decir, "con la sangre de su cruz", presente en la Eucaristía, se realiza la reconciliación de todas las cosas y de todos los hombres con Dios y entre sí (cfr. Col 1,19-20; Ef 2,14).
Toda la comunidad eclesial, por el hecho de participar en la Eucaristía, queda responsabilizada para convertir en realidad lo que en la Eucaristía se celebra. La dignidad de la persona humana aparece en el misterio de Cristo Redentor, porque sólo él "manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre", en cuanto que "el Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). Gracias a la presencialización del sacrificio de Cristo en la Eucaristía, todo hombre "asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado con la esperanza, a la resurrección" (ibídem).
La comunidad humana, toda entera, hace de su actividad (de su trabajo y convivencia) un camino para llegar a "una tierra nueva y un cielo nuevo" (Apoc 21,1), donde habite la justicia y el amor (cfr. 2Pe 3,13; 2Cor 5,1-2). La misión de la Iglesia consiste en hacer de todo el trabajo y de toda la convivencia humana, "pan y vino" que se convertirán en el "cuerpo" de Cristo. La pequeña cantidad de pan y de vino que se transforman (transubstanciación) en el cuerpo y sangre del Señor, son un signo eficaz de la "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), comenzando a convertir la humanidad entera en el Cuerpo Místico del Señor.
Esta fuerza central de la Eucaristía da a la vida cristiana y apostólica un sentido de desposorio: "Os he desposado con Cristo como casta virgen" (2Cor 11,2). La palabra "desposorio", en su significado más profundo, equivale a correr la suerte o a "beber el cáliz" de Cristo (Mt 20,22; Mc 10,38).
En la última cena según san Juan, Jesús habla de amistad mutua como declaración de amor y como donación total, hasta "dar la vida por sus amigos" (Jn 15,9-15). La vida de cada cristiano y de cada comunidad eclesial se centra en Cristo, hasta hacer de él el punto espontáneo de referencia y la vivencia más profunda.
Llegar a experimentar esta "centralidad" de Cristo presente en la Eucaristía, respecto a la comunidad eclesial, a toda la creación, a toda la humanidad y a toda la historia, es algo que dimana de una fe que se hace relación personal, como de quien reestrena diariamente la existencia en el "estar con él" (Mc 3, 14; Jn 15,27). Esta orientación hacia el centro (Eucaristía), para que llegue a ser convicción profunda, debe empezar por ser vivencia personal de amistad con Cristo. Entonces se siente la necesidad imperiosa de ser fiel a la invitación de Cristo, que brinda su desposorio a todos los hombres: "Id, pues, a las salidas de los caminos, y a cuantos encontréis llamadlos a las bodas" (Mt 22,9).
Cada vocación y cada carisma se redescubre a la luz de esta "centralidad" eucarística, superando las tensiones exclusivistas. El misterio pascual de Cristo, presente y celebrado en la Eucaristía, la propia vocación y el propio carisma (personal y comunitario) reencuentran su verdadera perspectiva: todo viene de Cristo y todo vuelve a él. Esta relación personal con Cristo fundamenta la interrelación y el equilibrio con otras participaciones del mismo misterio del Señor y del mismo Espíritu (1Cor 12,4). La acción del Espíritu Santo, que transforma el pan y el vino en el cuerpo y en la sangre de Jesús, es la misma acción que transforma la multiplicidad de carismas, de vocaciones y de ministerios, en la unión o "comunión" del único Cuerpo Místico de Cristo.
La vivencia de esta orientación hacia la Eucaristía, de parte de las personas y de las comunidades eclesiales, es la base para la construcción de una sociedad humana más justa, fundamentada en el amor como donación sacrificial. En la Eucaristía, vivida con esta dimensión eclesial de universalismo y comunión, el cristiano encuentra las directrices para transformar todos los sectores de la vida según el espíritu evangélico. En la Eucaristía comienza a ser realidad la unión de todos los hermanos, como primer paso del compromiso de transformar todo el cosmos según los designios salvíficos de Dios. "Mediante la Eucaristía, las personas y comunidades, bajo la acción del Paráclito consolador, aprenden a descubrir el sentido divino de la vida humana" (Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem 62).
3. El ministerio de servir el pan y la palabra
La Eucaristía está relacionada estrechamente con la palabra revelada por Dios. El mismo Jesús es "pan de vida", en cuanto Verbo hecho hombre (la Palabra del Padre) y en cuanto comida eucarística bajo especies de pan y vino. "La totalidad de la evangelización, aparte la predicación del mensaje, consiste en implantar la Iglesia, la cual no existe sin este respiro de la vida sacramental culminante en la Eucaristía" (EN 28).
Cuando se anuncia el mensaje evangélico de la redención, se indica, al mismo tiempo, que el misterio redentor de Cristo se hace presente en la Eucaristía. El anuncio del evangelio incluye la invitación a participar en el sacrificio y banquete eucarístico, así como a prolongar en la vida la donación sacrificial del Señor.
La Iglesia existe para evangelizar. Su acción evangelizadora comporta "predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección" (EN 14). En la Iglesia somos todos servidores del pan y de la palabra, para construir la comunidad en el amor; todos somos profetas, sacerdotes y reyes (LG 31).
La naturaleza misionera de la Iglesia arranca del hecho de ser signo portador de Cristo para todas las gentes. Por esto se llama a la Iglesia "sacramento", es decir, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).
La Iglesia realiza esta acción evangelizadora por medio del anuncio, de la presencialización y de la comunicación del misterio de Cristo. Anuncia la Palabra, es decir, el Verbo hecho hombre, que ha muerto y resucitado; esta realidad salvífica la hace presente en la Eucaristía y la comunica a todos los hombres. Por este servicio de la palabra evangélica, del pan eucarístico y de los demás signos salvíficos, la Iglesia es "sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1).
Cristo, "pan de vida", como Verbo del Padre y como Redentor hecho presente en la Eucaristía, sale al encuentro del hombre por medio de la Iglesia. Los servicios o ministerios, como signos portadores de Cristo, hacen de la Iglesia el espacio de la fe, donde el hombre encuentra y acoge al mismo Cristo "Salvador del mundo" (Jn 4, 2; 1Jn 4,14).
La presencia de Cristo en la Iglesia se convierte en misión. La promesa de "estaré con vosotros" está íntimamente relacionada con el mandato: "Id, enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19-20). En realidad es una presencia múltiple de Cristo bajo diversos signos eclesiales (palabra, sacramentos, comunidad), entre los que sobresale la Eucaristía. La presencia de Cristo en la Iglesia, como "pan de vida", se convierte en urgencia de anuncio y de comunicación.
Quien encuentra a Cristo por la fe y la Eucaristía, queda misionado para hacer partícipes de esta realidad salvífica a todos los hermanos. Del encuentro se pasa a la misión. Cuando la palabra de Dios se asimila vivencialmente por la contemplación, entonces se convierte en fuerza del Espíritu que envía a anunciar el misterio de Cristo a todos los hermanos. Cuando se participa de la Eucaristía, como presencia, sacrificio y comunión, se siente en el corazón la misma fuerza del Espíritu enviado por Jesús, que insta a hacer de toda la humanidad el Cuerpo Místico del Señor y el único Pueblo de Dios.
La palabra revelada, inspirada por el Espíritu, lleva a la Eucaristía, que es el pan y el vino transformados por el mismo Espíritu en cuerpo y sangre del Señor. Toda la humanidad se va transformando en Cuerpo Místico de Cristo o Pueblo de Dios, gracias a la acción del Espíritu Santo. Todo creyente que recibe la palabra de Dios y participa en la Eucaristía, se convierte en instrumento vivo para la construcción de la humanidad como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. Todo cristiano es, pues, servidor del pan eucarístico y de la palabra evangélica, según las características de la propia vocación, y siempre con la dimensión universalista de la revelación y de la redención.
El mandato de Jesús de celebrar la Eucaristía (Lc 22, 19-20) se dirige a toda la Iglesia en general. El ministerio o servicio de presidencia y de pronunciar válidamente las palabras de la consagración "en persona" o "en nombre" de Cristo (para hacerle presente bajo signos eucarísticos), es un servicio exclusivo del sacerdote ordenado. "El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo" (EdE 5). Pero es toda la Iglesia la que queda comisionada para celebrar el misterio redentor y para colaborar responsablemente a que todos los hombres participen en él. La Iglesia entera, cada uno de modo distinto, según su propia vocación, realiza el servicio del anuncio de la palabra, que es invitación universal a participar en el sacrificio y banquete eucarístico.
El servicio de los sacerdotes ministros está "en continuidad con la acción de los Apóstoles" (EdE 27) y "conlleva necesariamente el sacramento del Orden" (EdE 28). "El ministerio de los sacerdotes, en virtud dal sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena" (EdE 29). Por esto, "si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal" (EdE 31).
Las tensiones de la vida apostólica se superan en el encuentro con Cristo Eucaristía. Para todo apóstol, "cada jornada será así verdaderamente eucarística" EdE 31). La Eucaristía ha de tener "su puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales" (EdE 31). "El culmen de la oración cristiana es la Eucaristía, que a su vez es «la cumbre y la fuente» de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas" (PDV 48).
Las palabras de Jesús siguen siendo eficaces, por ser palabras de Dios. El momento culminante de esta eficacia es cuando son parte (forma) del sacramento, pero de modo particular en el sacrificio y sacramento de la Eucaristía. Las palabras de la consagración son pronunciadas, al mismo tiempo, por Jesús y por el ministro ordenado.
Toda la comunidad eclesial tiene parte activa en el anuncio de la palabra que se hace "pan de vida". El "amén" al final de la plegaria eucarística (canon de la Misa) es la expresión de esta participación en el ministerio de la palabra y de la Eucaristía. Es el "sí" de toda la Iglesia, que, a partir de la Eucaristía, se hace anuncio, testimonio y compromiso de vivir el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor.
La "buena semilla" (Mt 13,24) es Jesús "pan de vida" y palabra de Dios, que es recibida por toda la Iglesia para comunicarla a todos los hermanos. Éste es el proceso de misionariedad o maternidad de la Iglesia, que encuentra en la Virgen María su modelo y su Madre (Lc 8,19-21).
"La presencia eucarística de Cristo, su sacramental «estoy con vosotros», permite a la Iglesia descubrir cada vez más profundamente su propio misterio, como atestigua toda la eclesiología del Concilio Vaticano II, para el cual "la Iglesia es en Cristo un sacramento, o sea, signo de unidad de todo el género humano" (Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem 63).
MEDITACION BIBLICA
Por todos:
- "Esta es mi sangre de la Alianza, que será derramada por muchos por todos para la remisión de los pecados" (Mt 26, 28; cfr. Jn 6,51; 11,51-52).
Universalismo:
"Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,51).
- Vivir para Cristo:
- "Murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó" (2Cor 5,15; cfr. Col 1,16-18).
Mandato y misión:
- "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en conmemoración mía" (2Cor 11,24; cfr. Mt 28,19-20).
V. ESPERANZA Y ESCATOLOGIA: CAMINO CONFIADO HACIA EL ENCUENTRO DEFINITIVO
1. Espera confiada y activa
2. Hasta recapitular todo en Cristo
3. Hacia el encuentro y la Pascua definitiva
1. Espera confiada y activa
El camino histórico y eclesial es de confianza y tensión hacia un encuentro definitivo con Cristo resucitado. "En la Eucaristía recibimos la garantía de la resurrección corporal al final del mundo" (EdE 18). Nuestra esperanza se apoya en la Eucaristía, que "es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra" (EdE 19). Ella pone "una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas" (EdE 20).
San Pablo, al describir la celebración eucarística afirma: "Anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1Cor 11,26). La dinámica de la espera activa, "hasta" que vuelva el Señor, marca el tono de la vida cristiana. Es la esperanza que confía y tiende hacia el encuentro. Es la confianza de poder transformar el presente según los planes salvíficos de Dios Amor. Y es la tensión de un camino hacia la cena de las bodas (cfr. Apoc 3,20), donde no podríamos llegar solos o con las manos vacías.
Dios nos invita a las bodas de su Hijo, para compartir con él la filiación divina (Mt 22,2). Para ello hay que compartir con él el misterio de la Pascua, que es misterio de muerte y resurrección, y que se hace presente en la Eucaristía. La Iglesia entera y cada cristiano en particular, vive con Cristo la tensión pascual del "voy y vuelvo" (Jn 14,28). El lugar definitivo del encuentro se prepara ya desde ahora, haciendo de toda la creación y de toda la historia humana, que es trabajo y convivencia, el "pan" y el "vino" que se convertirán, por medio de la Eucaristía, en el Cuerpo Místico del Señor.
El Señor viene bajo signos eucarísticos para hacer presente el banquete sacrificial, que es ya inicio del banquete de las bodas eternas. La comunidad eclesial responde con un "sí", que es compromiso de anuncio y vivencia: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús". Es el "amén" final del Apocalipsis (Apoc 22,17-20). Este "amén" final de la historia salvífica se hace, ya aquí y desde ahora, compromiso de construir "los cielos nuevos y la tierra nueva" (Apoc 21,1).
La presencia pascual de Cristo resucitado en la Iglesia, y de modo particular en la Eucaristía, asegura la posibilidad de mantener el ritmo de confianza y de tensión hacia el encuentro final. La fuerza de la resurrección de Jesús, que es fuerza del Espíritu Santo, hace posible el misterio eucarístico, que es presencia sacrificial de Cristo, para realizar el crecimiento del Cuerpo Místico, que es la Iglesia, y para hacer avanzar toda la creación y toda la historia hacia una "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).
La Iglesia vive su camino de peregrinación entre un "ya" y un "todavía no". Ya tiene, en la palabra y en la Eucaristía, las primicias de la plenitud futura, pero todavía no ha llegado a este encuentro final, que será visión de Dios y restauración en Cristo. "La restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesia" (LG 48).
En la sacramentalidad de la Eucaristía, como signo eficaz del misterio redentor, aparece la sacramentalidad de la Iglesia, como signo transparente y portador de Cristo para todas las gentes: "sacramento universal de salvación" (AG 1; LG 48).
La Encarnación del Verbo se hace tensión o dinamismo salvífico hacia la ascensión de Cristo glorificado. Y es también tensión hacia la "parusía" o venida final de Cristo. El anuncio de que "vendrá como lo habéis visto subir al cielo" (Hech 1,12), se convierte en espera activa, responsable y misionera, gracias a la celebración eucarística "hasta que vuelva" (1Cor 11,26).
La Palabra personal de Dios hecha nuestro hermano, se convierte en el "pan de vida" de la Eucaristía. De la Palabra, creída, contemplada, celebrada, anunciada y hecha vida propia, pasamos a la visión y al encuentro definitivo. Del "pan de vida", que transforma nuestra existencia en Cuerpo Místico, pasamos a la glorificación plena de todo nuestro ser. La humanidad entera y el cosmos están dramáticamente pendientes de nuestra apertura a la Palabra y de nuestra celebración responsable y comprometida de la Eucaristía.
En la Eucaristía se nos da ya, como celebración y encuentro inicial, "la prenda de la gloria futura" (himno eucarístico). Gracias a la muerte y resurrección de Cristo Redentor, presente en la Eucaristía, recibimos el Espíritu Santo, en quien hemos sido "sellados", y que es "prenda de nuestra herencia" eterna (Ef 1,13-14). Es la medicina de la inmortalidad del hombre, banquete que vence la muerte, "fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte" (S.Ignacio de Antioquía, Ad Efes. 20).
"La Eucaristía es gustar la eternidad en el tiempo... es por naturaleza portadora de la gracia en la historia humana. Abre al futuro de Dios; siendo comunión con Cristo, con su cuerpo y su sangre, es participación en la vida eterna de Dios" (EEu 75).
2. Hasta recapitular todo en Cristo
La celebración del misterio eucarístico se convierte en un signo eficaz para llevar a término el designio divino de salvación universal, de "restaurar todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra" (Ef 1,10). Jesucristo, presente en la Eucaristía, nos comunica el Espíritu Santo para hacer realidad este plan de salvación y para presentar al Padre toda la creación restaurada, "para que sea Dios todo en todas las cosas" (1Cor 15,28).
En el proceso de la transformación del hombre y del cosmos, la Eucaristía es el signo eficaz y el punto de referencia obligado. La antropología y la cosmovisión cristiana sólo se entienden a partir del misterio pascual de Cristo presente bajo signos eucarísticos. El pan y el vino pasan a ser el cuerpo y la sangre de Cristo resucitado, mientras, al mismo tiempo, el creyente, que participa en la Eucaristía, se va convirtiendo cada vez más en el Cuerpo Místico de Cristo, que un día también debe llegar a ser cuerpo glorioso como el del Señor.
Desde el día de la Encarnación, Jesús asume, como propia, la historia de cada persona y de toda la comunidad humana (GS 22). A partir del misterio pascual de muerte y resurrección, presente en la Eucaristía, Jesús asume toda la creación para hacerla "pasar" paulatinamente a la plenitud del "más allá". Así se va realizando el "hombre nuevo" (Col 3,10), que vive la vida nueva del Espíritu, comunicado por Jesús a los que creen en él. "El cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1; 2Pe 3,13) sólo tienen sentido como punto de llegada de este hombre configurado con Cristo gracias a la Eucaristía. Entonces tendrá lugar la comunicación plena y definitiva de Dios uno y trino.
La exaltación de Cristo en la cruz (Jn 12,32), como signo anticipado de la resurrección, es el polo de atracción de toda la humanidad y de toda la creación transformada. Ahora en la Iglesia, la presencia de Jesús resucitado bajo signos eucarísticos, se hace "memorial" de su muerte redentora, que transforma el universo comenzando por el corazón del hombre. De este modo, por la Eucaristía, "participamos en la única e irreversible devolución del hombre y del mundo al Padre, que él, el Hijo eterno y él mismo, verdadero hombre, hizo de una vez para siempre" (RH 20).
La misma acción divina que resucitó a Jesús, es la que ahora transforma el pan y el vino en su cuerpo y sangre. La Iglesia, acogiendo esta acción y colaborando con ella, se hace instrumento ("sacramento") privilegiado de la restauración de todas las cosas en Cristo resucitado.
La unidad del corazón y de la convivencia humana, así como la unidad del cosmos bajo la acción del Espíritu de amor, dependen de la celebración afectiva y efectiva de la Eucaristía, como "sacramento de unidad". Esta unidad de restauración final en Cristo, depende de la unidad interna y vital de la Iglesia, como reflejo de la unidad de Dios Amor, uno y trino (LG 4).
En la oración sacerdotal, Jesús pide al Padre que sus discípulos "sean consumados en la unidad" (Jn 17,23). La unidad entre el Padre y el Hijo, en el amor del Espíritu Santo, debe reflejarse en la comunidad eclesial como condición "para que el mundo crea" (ibídem). La Eucaristía realiza esta unidad, que sólo es posible cuando Cristo se hace presente: "Yo en ellos, tú en mí" (ibídem). La unidad cristiana, en el corazón y en la comunidad, nace de la participación en Cristo, "pan de vida", que vive en nosotros para que vivamos nosotros en él (Jn 6,56-57).
"El culto eucarístico es, a su vez, transformación misericordiosa y redentora del mundo en el corazón del hombre" (Dominicae Cenae 7). La celebración del sacrificio de la Misa y la adoración personal y comunitaria tienen como objetivo esta transformación de la persona, de la comunidad y de la historia según los planes salvíficos de Dios. De este modo, "el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la redención" (Domninicae Cenae 9).
Los congresos eucarísticos, que se celebran periódicamente a nivel nacional e internacional, subrayan siempre la acción de la Iglesia en el mundo precisamente como comunidad eucarística. Es la misma Iglesia la que toma conciencia de la misión de transformar la humanidad transformándose primero a sí misma. "Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma" (EN 15).
La acción eclesial en la sociedad recibe su fuerza de Cristo resucitado presente en la Eucaristía. Los criterios, la escala de valores y las actitudes de la persona se orientan hacia el mensaje evangélico de amor y de donación sacrificial. La familia se redescubre a sí misma como signo portador de Cristo para ella y para los demás. El trabajo recobra su dignidad cuando valoriza más la persona que la eficacia inmediata o la ganancia; la persona se realiza en la medida en que, a ejemplo de Cristo Eucaristía, se hace donación y servicio.
La sociedad entera se redescubre como familia de hermanos, que caminan juntos hacia el encuentro definitivo con Cristo. El amor, la vivencia personal y la convivencia humana se simbolizan en el pan y en el vino, que se transforman en el cuerpo y sangre de Jesús. La Eucaristía se hace fermento de esta transformación final, que ya ha comenzado en cada corazón y en cada comunidad humana. La Eucaristía es "la fuente y la culminación de toda la vida cristiana" (LG 11).
3. Hacia el encuentro y la Pascua definitiva
Jesús instituyó la Eucaristía en el marco histórico de la Pascua, manifestando su gran deseo de celebrarla (Lc 22,15) como "paso" definitivo hacia el Padre (Jn 13,1). En la Eucaristía se hace presente el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo. Es la Pascua de la Iglesia peregrina, esposa de Cristo, de camino hacia la Pascua definitiva del "más allá", "en el Reino de Dios" (Lc 22,16).
Los signos eucarísticos son ahora invitación de Cristo esposo a su esposa la Iglesia, para que comparta con él este "paso" hacia el Padre. Las palabras son declaración de amor e invitación a correr su suerte. El pan y el vino, que se transforman en el cuerpo y sangre de Cristo glorioso, son el símbolo de todas las realidades terrestres que serán restauradas, al final de los tiempos, con la fuerza de la resurrección del Señor.
La Eucaristía contiene ya una realidad escatológica (el cuerpo y la sangre de Cristo resucitado), que ha asumido una realidad terrena (pan y vino) transformándola incluso con el cambio de substancia ("transubstanciación"). De modo semejante o analógico, la Eucaristía hace "pasar" todo nuestro ser y toda la creación hacia "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1). Este paso es progresivo y depende de nuestra fe, esperanza y caridad.
En la Eucaristía se anticipa la fiesta futura (cfr. Apoc 3,20). La fiesta cristiana es siempre "pascua", es decir, "paso" hacia el encuentro definitivo con Cristo. Es un encuentro que se va preparando por un proceso de imitación, seguimiento, unión y configuración con él (cfr. Apoc 14,4). El "canto nuevo" de la Pascua definitiva se inaugura en la celebración eucarística (Apoc 14,3; 5,9). Comulgamos en el cuerpo y sangre de Jesús resucitado, presentes en lo que fue anteriormente nuestro pan y nuestro vino, y que es ahora signo eficaz de nuestra transformación.
La Pascua se celebra en cada Eucaristía, pero de modo peculiar el "domingo" o día del Señor. "Cada semana, en el día que llamó «del Señor», (la Iglesia) conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua" (SC 102).
Los cristianos "viven según el domingo" (S.Ignacio de Antioquía, Ad Magn. 9,1). "Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana... Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor seconvierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad" (MNi 35).
En la Santísima Virgen, ya glorificada y asunta a los cielos en cuerpo y alma, "la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).
Los santos, como hermanos que ya celebran la Pascua definitiva, son un estímulo para la Iglesia peregrina: "Al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo" (SC 104).
Anticipando esta realidad futura en la celebración eucarística (por la presencia de Cristo bajo las especies de pan y vino), la Iglesia proclama el cambio de la humanidad y de la creación entera al final de los tiempos. La transformación eucarística ("transubstanciación") es un signo fuerte e instrumento de la transformación de la humanidad en el Cuerpo Místico de Cristo. La creación entera está anhelando esta transformación de los hijos de Dios por obra del Espíritu Santo enviado por Jesús resucitado (cfr. Rom 8,22-23).
A partir de la muerte y resurrección de Cristo, todas las realidades terrenas han recibido un impulso nuevo hacia una restauración final o plenitud escatológica. Cristo resucitado, presente en la Eucaristía, es el garante de este camino hacia una Pascua "cósmica" y universal, cuando aparecerá claramente que "todas las cosas subsisten por él" (Col 1,17).
El señorío de Jesús resucitado, sobre la muerte y sobre el ser de las cosas (transformando el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre), es garantía de un éxito final. Pero Dios no quiere salvar al hombre sin la cooperación del mismo hombre a estos planes de salvación universal. Por esto la Pascua final depende de la Pascua que tiene lugar en cada corazón humano y en cada comunidad donde se celebra la Eucaristía.
La misión de la Iglesia es anuncio, celebración y vivencia de la fiesta de Pascua, que es muerte y resurrección. En el apóstol se traduce por la actitud de "dar la vida" como el Buen Pastor (Jn 10,11), "para que tengan vida abundante" (Jn 10,10). En medio de la Iglesia, Jesús Eucaristía se hace camino de Pascua, enviando su Espíritu para que la misma Iglesia viva la tensión misionera de hacer que todo quede orientado hacia Cristo, el Señor resucitado.
El encuentro y el seguimiento de Cristo se convierten en misión de transparentar a Cristo en el mundo (cfr. Apoc 12,1). La renovación de este encuentro y la vivencia generosa de la misión dependen del deseo sincero de llegar, con todos los hombres, a la Pascua definitiva. Es el deseo que se expresa en la celebración eucarística: "Ven, Señor" (Apoc 22,17 y 20).
La Eucaristía, como fiesta anticipada de la Pascua definitiva, absorbe nuestra vida y nuestra muerte, convirtiéndolas en "paso" y "nuevo nacimiento" (Jn 3,5s). Todo sacrificio y la misma muerte queda "absorbida" por el misterio pascual de Cristo (1Cor 15,54). "Vivimos y morimos para él" (Rom 14,8).
Todo se hace desposorio con Cristo (cfr. 2Tim 2,11), puesto que participamos ya ahora de su muerte y resurrección, para ir a su encuentro definitivo (cfr. 1Thes 4,13-18). Toda donación es un salir de sí mismo para pasar a Dios Amor; por esto morir con Cristo es "ganancia", puesto que transforma la vida en amor, donación y vida eterna (Fil 1,21-23).
Por esta donación sacrificial (en la vida y en la muerte), gracias a la Eucaristía, nos hacemos partícipes con Cristo de la comunión universal con toda la humanidad redimida. Celebrando la Eucaristía nos disponemos a vivir y a morir con esta actitud misionera de quien "pasó haciendo el bien" (Hech 10,38) porque "dio la vida por sus amigos" (Jn 15,13).
La Eucaristía es el sacramento que transforma nuestra vida y nuestra muerte en "Pascua", como participación en el misterio pascual de Cristo. Por esto la celebramos con la dinámica misionera de quienes se sienten llamados a comunicar la fe y la salvación a todos los hermanos: "Anunciamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1Cor 11,26).
MEDITACION BIBLICA
Eucaristía y esperanza:
- "Ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios" (Mc 14,25).
- "Esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia" (2Pe 3,13).
Hasta que vuelva:
- "Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él vuelva" (1Cor 11,26; cfr. Hech 1, 2; Jn 14,28).
Proceso de restauración en Cristo:
- "Recapitular todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra" (Ef 1,10).
Ven, Jesús:
- "El Espíritu y la Esposa dicen: Ven... Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús" (Apoc 22,17-20; cfr. Lc 22,16).
VI. VIDA NUEVA EN EL ESPIRITU SANTO
1. El agua viva
2. Comemos un mismo pan, recibimos un mismo Espíritu
3. La "epíclesis" de la Misa
1. El agua viva
Jesús se presenta a sí mismo como "pan de vida" (Jn 6,35). Sólo él puede saciar el hambre y la sed del corazón humano. Se hace encontradizo con todos para ofrecerles "el don de Dios" y el "agua viva" (Jn 4,10). Es el mismo Jesús el don de Dios Amor al mundo (cfr. Jn 3,16). Con el misterio de su muerte y resurrección, presente en la Eucaristía, comunica a todos "los ríos de agua viva", es decir, el Espíritu Santo que procede del amor del Padre y del Hijo (Jn 7,38-39; 15,26-27).
La Eucaristía hace presente el misterio pascual, como momento culminante en el que Cristo comunica su Espíritu. Derramando su sangre en sacrificio, ya puede comunicar el agua viva del Espíritu (Jn 19,34). Resucitando, comunica a los Apóstoles la misma misión recibida del Padre bajo la fuerza del Espíritu (Jn 20,21-23).
Jesús Eucaristía es la "roca" de la que mana el agua viva del Espíritu (cfr. 1Cor 10,4; Ex 17,6). La entrega que Jesús hace de su espíritu al Padre (Jn 19,30) es su muerte sacrificial, que ahora se hace presente bajo signos eucarísticos. Del sentido sacrificial de su muerte deriva el poder comunicarnos la nueva vida.
La carta a los hebreos nos describe la sangre o vida de Cristo llena de Espíritu Santo: "La sangre de Cristo, que por el Espíritu Santo se ofreció a sí mismo como sacrificio inmaculado a Dios" (Heb 9,14). Este sacrificio es el único que puede subir hasta el cielo y, desde allí, comunicarnos el Espíritu Santo. Esta imagen cultual bíblica supone los sacrificios antiguos, cuya sangre tenía que ser quemada para que su aroma llegara hasta Dios en el cielo (cfr. Heb 9,11-14).
El Espíritu Santo, enviado ahora por Jesús presente en la Eucaristía, hace de la vida cristiana una oblación a Dios. Entonces la vida se hace filiación divina participada de Jesús, para poder decir "Padre" a Dios con su mismo amor (Rom 8,14-17; Gal 4,4-7). Por esto se reza el "Padre nuestro" después del "amén" de la oración eucarística o canon de la Misa, como participación en la vida divina trinitaria. "Por Cristo, tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).
Del sacrificio de Cristo derivan los sacramentos y la misma Iglesia. El bautismo comunica la gracia de "renacer por el agua y el Espíritu Santo" (Jn 3,5). La vida nueva se va profundizando cada vez más, como imitación, unión y configuración con Cristo. La comunión eucarística nos hace vivir de la misma vida de Cristo que es vida en el Espíritu (cfr. Jn 6,57).
El cuerpo y la sangre de Cristo son sacrificio "para la vida del mundo" (Jn 6,51). La primera creación, que también fue por obra del Espíritu (cfr. Gen 1,2), se ha hecho "nueva creación" (2Cor 5,17). En la celebración eucarística recibimos el "vino bueno" o vino nuevo de las promesas mesiánicas, que es fruto de "la hora", es decir, del misterio pascual de Jesús (Jn 2,1-11;7,39).
La Eucaristía nos lleva a participar más profundamente en la vida trinitaria. Hemos sido bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). El agua del rito bautismal simboliza esta misma vida de Dios uno y trino, personificada en el Espíritu Santo; por esto Jesús habla de "bautismo en el Espíritu" (Hech 1,5). El sacrificio redentor de Cristo ha hecho posible que esta agua llegara "a todas las gentes" (Mt 28,19).
El sacrificio u "oblación pura", que se ofrecería en medio de todos los pueblos, según la profecía de Malaquías (Mal 1,11), es ahora la Eucaristía. Todos los pueblos formarán el único pueblo de Dios. El agua de la vida nueva en el Espíritu, que brota del corazón de Cristo, es el Espíritu Santo. Pedro, el día de Pentecostés, anunció que éste es el don que Dios derrama sobre todos los hombres (cfr. Hech 2,17; Joel 3,1-5).
El grito de Jesús en medio del templo, invitando a todos a beber de los torrentes de agua viva (cfr. Jn 7,37), se va haciendo realidad cumplida en cada comunidad donde se celebra la Eucaristía. "El Espíritu Santo... mediante el misterio pascual, es dado de un modo nuevo a los apóstoles y a la Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero" (enc. Dominum et Vivificantem 23).
En la multiplicación de los panes, manifestó Jesús la "compasión" por la muchedumbre (Mt 15,32). Era la preparación catequética para el anuncio de la Eucaristía como sacrificio "por la vida del mundo" (Jn 6,51), para comunicar a todos la "vida eterna" (Jn 6,54), es decir, "el Espíritu Santo que vivifica" (Jn 6,62).
2. Comemos un mismo pan, recibimos un mismo Espíritu
Cristo nos une a él en un solo cuerpo por un proceso de santidad y transformación eclesial: "Vosotros recibís el misterio que sois vosotros" (S.Agustín, citado por EdE 40). La comunión eucarística construye la comunión eclesial. "La Eucaristía continúa siendo el centro vivo permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad eclesial" (EAm 35). "La Eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los Sacramentos, en cuanto lleva a perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por obra del Espíritu Santo" (EdE 34). "La Eucaristía crea comunión y educa para la comunión" (ibídem 40).
El Cuerpo Místico de Cristo tiene como característica principal la unidad basada en la caridad. "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos" (Ef 4,5-6). Esta unidad en la caridad se construye celebrando la Eucaristía: "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de este único pan" (1Cor 10,17). Así, pues, los que comemos del mismo "pan de vida", recibimos "el mismo Espíritu" (1Cor 12,11).
En la celebración eucarística, tanto la mesa de la palabra como la mesa de la Eucaristía nos comunican la gracia del Espíritu Santo. La palabra, inspirada por el Espíritu, es camino de luz "hacia la verdad plena" (Jn 16,13; 14,26). Jesús es, al mismo tiempo, la Palabra del Padre y el "pan de vida" que nos hace vivir la vida nueva en el Espíritu. Y es el mismo Jesús el que nos hace penetrar el sentido profundo de las Escrituras a la luz del misterio pascual (cfr. Lc 24,45). Esta realidad santificadora de Jesús tiene su máxima expresión en la Eucaristía, donde hace presente su misterio redentor.
La palabra lleva a la Eucaristía. Jesús es "pan de vida" como palabra y como pan eucarístico. Toda la historia de salvación, tal como se describe en la revelación (Escritura y Tradición), apunta al misterio pascual de muerte y resurrección, que se hace presente en la Eucaristía. La luz de cada pasaje bíblico proviene de "la hora" de Jesús. En cada pasaje de la revelación, Dios se acerca y se manifiesta; pero la máxima revelación tiene lugar "en la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), cuando el Verbo se hace hombre, Dios con nosotros (Emmanuel), por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María (cfr. Lc 1,35).
Al mismo tiempo, la Eucaristía lleva a la palabra, puesto que no se trata de un simple rito religioso, sino del misterio pascual hecho presente bajo signos eucarísticos, como centro de toda la historia salvífica. En la Eucaristía comprendemos y vivimos la cercanía y epifanía de Dios, que dirige la historia de su pueblo, hablándole y amándole, hasta llegar a la máxima expresión de este amor, que es la donación sacrificial de su Hijo (cfr. Jn 3,16; 15,13).
Es el Espíritu Santo el que ha hecho posible la formación del cuerpo y sangre de Cristo en el seno de María. Y es el mismo Espíritu el que ahora hace posible, en la comunidad eclesial, que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y sangre del Señor, inmolado en sacrificio y hecho comunión. Este misterio pascual de Encarnación, muerte y resurrección, nos lo comunica el mismo Espíritu que ha hecho posible el sacrificio de "la sangre de Cristo" (Heb 9,14), y que sigue comunicando la luz necesaria para comprender los textos sagrados inspirados por él (cfr. 2Pe 1,21).
La Iglesia, como cuerpo de Cristo, como "casa espiritual" (1Pe 2,5) y como "sacerdocio real" y "pueblo adquirido" (1Pe 2,9), se edifica en la medida en que cada uno se haga, en Cristo, "piedra viva" y "oblación espiritual" (1Pe 5,5). Al participar del pan eucarístico o del "maná escondido" (Apoc 2,17), la Iglesia sigue la voz del Espíritu Santo, para convertirse toda ella en el pueblo amado, "reino de sacerdotes", redimido por la sangre de Cristo (Apoc 1,5-6). Y es siempre el mismo pan, Jesús, el que hace posible la construcción del nuevo "templo del Espíritu" (1Cor 6,19).
El Espíritu Santo enviado por Jesús nos hace nacer a una vida nueva, más allá de toda cultura, lengua, raza y nación. Las gracias o carismas del Espíritu son diferentes en cada persona y en cada comunidad, para que cada uno se sienta amado y misionado de modo irrepetible. Esta diferencia, precisamente por provenir del Espíritu Santo, debe hacerse "comunión" de hermanos. Desde el momento en que los "carismas" llevaran a la discusión acalorada y a la ruptura de la caridad, dejarían de ser gracias del Espíritu (cfr. 1Cor 12,3-12).
Todos los hombres, "judíos y gentiles, siervos y libres", son llamados a "participar del mismo Espíritu" (1Cor 12,13). La comunión eucarística es un signo eficaz de esta comunión universal en la misma vida nueva o vida divina, que es la vida en Cristo y vida en el Espíritu.
La participación en el cuerpo eucarístico de Cristo urge, pues, a colaborar a que todos los cristianos vivan en la unidad o comunión, pedida por Jesús en la última cena (cfr. Jn 17,11ss). Esa unidad de "un corazón y una sola alma" (Hech 4,32) la hace posible la oración o celebración eucarística (cfr. Hech 2,42-46), como momento culminante en que se recibe el Espíritu (cfr. Hech 4,31). Este testimonio eclesial de unidad se hace signo eficaz para el anuncio del evangelio en todo el mundo (cfr. Jn 17,23; Hech 4,33).
3. La "epíclesis" de la Misa
La imponer las manos sobre el pan y el vino ("epíclesis"), en la oración eucarística (canon), se pide al Padre que envíe su Espíritu para que transforme el pan y el vino en el cuerpo y sangre del Señor. Después de la consagración, se invoca nuevamente la venida del Espíritu Santo para que nos transforme en el Cuerpo Místico de Jesús. Es la "epíclesis" o invocación que aparece, más o menos explícitamente, en todas las plegarias eucarísticas. Por esto el sacrificio eucarístico, en el canon primero, se llama "espiritual".
Se invoca el Espíritu Santo sobre el pan y el vino, así como sobre la comunidad eclesial. El cuerpo eucarístico de Cristo está en estrecha relación con su Cuerpo Místico que es la Iglesia. Es toda la creación la que se simboliza por el pan y el vino, y que debe pasar a la realidad futura de "restauración de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Y es toda la comunidad humana, de "todas las gentes", la que debe pasar a ser Cuerpo Místico de Cristo. El Espíritu Santo ha sido enviado por Jesús para que todos los hombres se hagan hijos de Dios por obra del mismo Espíritu.
Al participar eucarísticamente en el cuerpo y la sangre de Jesús resucitado, se nos comunica el Espíritu Santo. Es todo el ser de Jesús el que es portador del Espíritu, especialmente por el misterio de su muerte y resurrección hecho presente en la Eucaristía. En este sentido, todos los sacramentos derivan de la Eucaristía, en cuanto que ésta hace presente el sacrificio redentor, que es fuente de toda la sacramentalidad de la Iglesia. Por esto se puede considerar a la Eucaristía como el momento culminante en que se nos comunica el Espíritu Santo. Los sacramentos del bautismo, confirmación y orden (siempre en relación al misterio pascual presente en la Eucaristía) son signos eficaces y portadores de una gracia o "sello" especial ("carácter") del Espíritu, a modo de consagración o configuración del propio ser con el de Cristo, Hijo de Dios, enviado y Sacerdote.
En la celebración eucarística, cuando invocamos al Espíritu Santo ("epíclesis"), pedimos que se realice lo que significa la Eucaristía, es decir, el hombre nuevo y libre (cfr. 2Cor 3,17; Jn 3,5), que es responsable de la transformación de todo el cosmos en "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1). Esta fe escatológica sostiene toda la marcha misionera de la Iglesia hacia el encuentro final con Cristo resucitado. El "agua viva" o vida en el Espíritu, que Cristo nos comunica ahora por la Eucaristía, será un día la realidad de adentrarse en la vida de Dios, es decir, en el "río de agua viva" que procede del Padre y del Hijo (Apoc 22,1).
El "amén" de toda la comunidad eclesial al terminar la oración eucarística, antes del "Padre nuestro", es el "sí" a la nueva Alianza (o desposorio) sellada por la sangre de Jesús. En la primera Alianza, la nube sobre el Sinaí (cfr. Ex 24,18) y la nube sobre el tabernáculo (cfr. Ex 40,34-38) simbolizaba el Espíritu de Yavé. Entonces el pueblo respondió con un "sí": "Todo cuanto ha dicho Yavé lo cumpliremos" (Ex 24,3 y 7). En la nueva Alianza, que comienza con la Encarnación, la "sobra" o nube del Espíritu cubre a María Virgen, para hacerla morada de Dios (Lc 1,35). María, en nombre de toda la humanidad, responde con un "sí": "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).
La "nueva Alianza" queda sellada con la sangre de Jesús Hijo de Dios (Lc 22,20), que "por el Espíritu Santo se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios" (Heb 9,14). Es el don que Jesús hace a su esposa la Iglesia bajo signos eucarísticos (cfr. Lc 22,19-20; 1Cor 11,25). La comunidad eclesial responde primero con la aclamación después de la consagración ("ven, Señor Jesús") y luego con el "amén" que sella el pacto de amor con Dios, en el Espíritu Santo, por Cristo, hacia el Padre ("per Ipsum"...).
El "sí" de la Iglesia a la invocación del Espíritu Santo y a la Alianza o desposorio con Cristo, es el "sí" de toda la humanidad. En realidad es la imitación del "sí" de María, que es Tipo o figura de la Iglesia en cuanto esposa de Cristo y asociada a la obra salvífica de redención universal.
El "amén" a la "epíclesis" o invocación del Espíritu Santo (enviado ahora por Jesús Eucaristía, de parte del Padre), es el "sí" que prepara la comunión sacramental. El "Padre nuestro" es la primera oración de comunión con Dios y con todos los hermanos. El signo de la paz expresa el deseo de restaurar las posibles rupturas. Esta comunión eclesial de caridad ("coinonia", "agapé") se hace misión y signo eficaz de evangelización (cfr. Jn 17,23).
En la comunión sacramental (Eucaristía) y en la comunión eclesial (Cuerpo Místico), nos encontramos todos los hermanos redimidos por Cristo. La invocación ("epíclesis" ) del Espíritu Santo urge a hacer realidad el que todas las gentes reciban abundantemente este don de Cristo resucitado (Hech 2,17).
La Iglesia, que escucha la palabra, ora y celebra la Eucaristía (cfr. Hech 2,42), es, por ello mismo, enviada a anunciar la reorientación ("conversión") de todos los hombres y de todo el hombre hacia el encuentro y la configuración ("bautismo") con Cristo, portador de la vida nueva o vida divina, "en el nombre (o en la unidad y vivencia) del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19).
El "amén" a la invocación del Espíritu, durante la celebración eucarística, hace posible que la Iglesia, ayudada por el mismo Espíritu, pueda decir el "amén" del encuentro final con Cristo (Apoc 22,17.20). Entre los dos "amén", el eucarístico y el del final de los tiempos, está todo el proceso de santificación y toda la acción misionera de la Iglesia como madre, es decir, como signo portador de Cristo a todos los pueblos, "sacramento universal de salvación" (AG 1; LG 48).
MEDITACION BIBLICA
Vida nueva y agua viva:
- "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, tú le pedirías a él y él te daría agua viva" (Jn 4, 10; cfr. 7,38-39).
Unidad en el amor:
- "Puesto que el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de este único pan" (1Cor 10,17).
- "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados" (Ef 4,4).
Vida en el Espíritu:
- "Por él tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).
La epíclesis de la Misa:
- "Por Cristo tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).
VII. DIMENSION MARIANA Y ECLESIAL
l. María figura de la Iglesia
2. Unidos a María en el "amén"
3. Maternidad de la Iglesia sacramento universal de salvación
1. María figura de la Iglesia
Jesús tomó carne y sangre en el seno de María Virgen por obra del Espíritu Santo, para ofrecerse al Padre en sacrificio ya desde la Encarnación (cfr. Heb 10,5-7). Desde el primer momento quiso asociar a su "sí" el "sí" o "fiat" de María como parte de su misma oración sacrificial (Lc 1,38). En "la hora" o momento supremo de la cruz y de la glorificación, la quiso también asociada a su sacrificio redentor como "la mujer" o Nueva Eva (Jn 2,4; 19,25-27). Toda esta realidad redentora es la que Cristo hace presente en la Eucaristía, como misterio pascual de muerte y resurrección, en el que quiso la cooperación activa de su Madre (LG 58 y 61).
María es Tipo, figura o personificación de la Iglesia. Ahora el Señor toma de la Iglesia pan y vino para convertirlo, por obra del Espíritu, en su cuerpo y sangre. En este ofrecimiento de la Iglesia, Jesús asume principalmente el "sí" de su cooperación al anuncio, la presencialización y comunicación del misterio pascual. La Iglesia es cooperadora y "complemento" de Cristo Redentor (Ef 1,23; Col 1,24).
En este sentido, se puede decir que "la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia" (RH 20). Cooperando a la realización del sacrificio eucarístico, la Iglesia encuentra su razón de ser: anunciar, hacer presente, comunicar y hacer vivir el misterio pascual.
La Iglesia ha sentido siempre la necesidad de hacerse consciente de la presencia de María junto a la cruz y en la celebración eucarística. Así lo manifiesta en el recuerdo que hace de ella durante la oración eucarística o canon de la Misa.
El hecho de vivir la presencia de María en el Cenáculo durante la preparación para Pentecostés (Hech 1,14), se convierte en paradigma o ejemplo de toda reunión eclesial y especialmente de la celebración eucarística. Es siempre la presencia humilde y callada de la esclava del Señor, que ayuda a centrar toda la atención en Cristo Redentor: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
La presencia de María en la realidad y en la conciencia eclesial es la consecuencia de las palabras de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). La comunidad eclesial aprende de ella la actitud de recibir con fidelidad generosa al Verbo o Palabra. El "sí" que ofrece la Iglesia tiene ahora forma de pan y vino, como indicando toda la vida humana (trabajo y convivencia), para que Cristo lo transforme todo en su carne y sangre. Así la Iglesia aprende a ser misionera y madre como María y con su ayuda, para comunicar a Cristo al mundo (cfr. Mc 3,33-35).
El gesto de María junto a la cruz es el gesto que debe imitar la Iglesia en la celebración eucarística: "Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; y finalmente fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo" (LG 58).
La Iglesia se rejuvenece constantemente en la Eucaristía, en cuanto que así se hace esposa siempre fiel (virgen), asociada o cooperadora de Cristo y, por tanto, madre permanente como María. De la Santísima Virgen aprende la Iglesia esta actitud materna, tanto más joven o vital cuando más fecunda: "Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (LG 62).
La juventud y belleza de la Iglesia dependen de la actitud de consorcio o de desposorio con Cristo Redentor, hecho presente en la Eucaristía. Es el rejuvenecimiento de una Iglesia siempre "en estado de misión" (RH 20) o de maternidad fecunda, que hace presente a Cristo en medio de cada comunidad humana.
La naturaleza misionera de la Iglesia se expresa en esta acción evangelizadora de asociarse a Cristo Redentor, para prolongar su palabra, su sacrificio y su acción salvífica y pastoral, que encuentra su fuente y su cumbre en el misterio eucarístico (LG 11; PO 4).
De la celebración eucarística, que es eminentemente mariana y eclesial, nace el celo apostólico universal, como signo y estímulo del amor materno de la Iglesia (cfr. Gal 4,19; 2Cor 11, 28; EN 79).
De este modo, la celebración eucarística es un nuevo cenáculo actualizado continuamente, donde la comunidad eclesial se reúne "con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14) y donde el Espíritu Santo sigue "infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (LG 4). "La piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía... en la pastoral de los Santuarios marianos María guía a los fieles a la Eucaristía" (RMa 44).
En la escuela de María, "mujer eucarística", la Iglesia aprende a ofrecer y ofrecerse con Cristo unida a su oblación. "María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él... la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio" (EdE 53).
En la adoración eucarística, podemos imitar la actitud interna de María, que es "el primer «tabernáculo» de la historia... la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?" (EdE 55).
En la celebración eucarística, nuestra oblación se une a la de María, quien "con toda su vida junto a Cristo, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía... «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22)... Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión... ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)?" (EdE 56).
2. Unidos a María en el "amén"
La vida de Jesús es un "sí" o "amén" al Padre, a modo de donación sacrificial. Este "sí" comenzó el día de la Encarnación, en el seno de María (cfr. Heb 10,5-7), continuó a través de toda la vida (cfr. Lc 10,21) y llegó a su punto culminante en la cruz (cfr. Jn 19, 30; Lc 23,46). Ahora ante el Padre, Jesús resucitado continúa su "amén" intercesor (cfr. Heb 9,12; 7,25). Es el "sí" de oblación sacrificial que ahora se hace presente en la Eucaristía por medio de su Iglesia y para la redención de todos.
En el seno de María, Jesús fue pronunciando su "sí" mientras asumía de ella carne y sangre. La virginidad de María, además de fisiológica, es principalmente espiritual, es decir, de apertura y consagración total al Verbo o Palabra de Dios. Este "sí" de María es el de "la mujer" asociada a "la hora" del Redentor. Ahora, en la Eucaristía, juntamente con el pan y el vino, Jesús recibe el "sí" eclesial de asociación a la obra redentora.
El Espíritu Santo ayudó a María a decir un "sí" de cooperación virginal y materna, como modelo del "sí" de la Iglesia. En la celebración eucarística , el mismo Espíritu ayuda a la Iglesia a decir su "sí" o "amén" (final de la oración eucarística) que es asociación a Cristo Redentor. "El consentimiento de María fue en nombre de toda la humanidad" (Sto. Tomás, Summa Theol., III, q.30, a.1).
Es el mismo Espíritu el que guía a la Iglesia, como guió a Cristo, hacia el "desierto" de la prueba (Lc 4,1), hacia la evangelización de "los pobres" (Lc 4,14 y 18) y hacia el sacrificio redentor y pascual de muerte y resurrección (cfr. Heb 9,12-14).
El "amén" o "sí" de la Iglesia en la celebración eucarística expresa su naturaleza esponsal, como asociada a Cristo y cooperadora para que toda la creación deje de gemir y pueda llegar a "la revelación de los hijos de Dios" (Rom 8,19-23). Es toda la humanidad la que espera dramáticamente poder decir el "sí" de la Iglesia. En el "sí" de María, Tipo de la Iglesia, ya comenzó a realizarse este "amén" universal: "A partir del "fiat" de la humilde esclava del Señor, la humanidad comienza su retorno a Dios" (Marialis cultus 28).
La Iglesia se expresa a sí misma cuando se une al "sí" de Cristo Redentor como María. "Respondéis «amén» a eso mismo que sois vosotros", dice san Agustín. La Iglesia se hace realidad de esposa asociada a Cristo, precisamente a partir de la Eucaristía. "Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor... María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia" (EdE 55)
El "amén" de Jesús, Cabeza de la Iglesia, se hace "amén" de todo su Cuerpo o "complemento" (Ef 1,22-23). La "prenda" o "sello" del Espíritu hace posible esta fidelidad generosa que nos introduce en la vida trinitaria (Ef 1,13-14). El Padre nos unge, sella y comunica la "prenda del Espíritu en nuestros corazones" (2Cor 1,22), para que nuestra vida se resuelva en un "amén" asociado al de Cristo: "Por él, decimos "amén" para gloria de Dios (2Cor 1,20).
Por Cristo ya tenemos, pues, "el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18). Nuestra vida, trabajo, vivencia íntima y convivencia con los hermanos, se va convirtiendo en un "amén" de oblación a Dios, simbolizada por el pan y el vino que se convierten en cuerpo y sangre de Cristo: "Por él, ofrezcamos continuamente a Dios sacrificios de alabanza" (Heb 13,15).
Jesús es el "amén" de la Alianza esponsal entre Dios y los hombres (Apoc 1,7-8). Este "amén" queda sellado con el derramamiento de su propia sangre. El "sí" del nuevo pueblo de Dios, que responde a la Alianza nueva, tiene lugar en la celebración eucarística, como respuesta al "sí" de Jesús. El "amén" de la Iglesia se va haciendo "canto nuevo" (Apoc 5,9), que tiene que llegar a ser el himno de todos los redimidos.
Toda la realidad de la Iglesia peregrina, de camino hacia el encuentro de plenitud, es como las primicias del Reino definitivo. Ya tiene comienzo en esta tierra, pero sólo en la medida en que la Iglesia se asocie al "amén" de Cristo.
En el momento del "sí" ("fiat") de María, toda la creación y toda la historia estaban pendientes de este gesto generoso y transcendental, libre y responsable. Ahora toda la humanidad está pendiente del "sí" de la Iglesia al misterio pascual que se celebra en la Eucaristía. La fuerza evangelizadora del anuncio se basa en la fidelidad generosa de la Iglesia a la celebración de este misterio. Toda la fuerza de la Iglesia misionera se resume en este "amén".
En este contexto mariano y eclesial, que desvela la fuerza espiritual y evangelizadora de la Iglesia, se puede comprender mejor cómo "la Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia" (RH 20). En la medida en que una comunidad cristiana sintonice con el "amén" de Cristo, Verbo o Palabra del Padre y "pan de vida", se hace Iglesia misionera y madre como María.
"María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente" (EdE 57).
3. Maternidad de la Iglesia, sacramento universal de salvación
María es Tipo o figura de la maternidad de la Iglesia: "La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó san Ambrosio, la Madre de Dios es Tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre" (LG 63).
En la celebración eucarística, "la Iglesia y se expresa realmente lo que es: una, santa, católica y apostólica; pueblo, templo y familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el Espíritu Santo; sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada" (EdE 61).
La naturaleza misionera de la Iglesia se concreta en ser "complemento" de Cristo (Ef 1,23), a modo de signo transparente y portador suyo para todos los pueblos. La "sacramentalidad" de la Iglesia expresa precisamente esta realidad, de modo especial en los siete sacramentos. La Eucaristía es la máxima expresión de la sacramentalidad de la Iglesia, en cuanto que es presencia y comunicación del sacrificio redentor de Cristo, del que proceden todos los signos salvíficos. La Iglesia es "sacramento universal de salvación" (AG 1).
Naturaleza misionera y sacramentalidad se concretan en su maternidad, es decir, en ser instrumento de la vida nueva o vida divina. Es maternidad ministerial, en cuanto que se realiza a través de ministerios o servicios que son signos salvíficos. El modelo y personificación de esta maternidad es María, Virgen y Madre: "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera" (LG 64).
La Iglesia aprende la actitud virginal y materna de María, especialmente en su gesto de asociarse a Cristo Redentor junto a la cruz; es gesto de fidelidad, unión, sufrimiento, asociación, como de quien se entrega "consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58). Por esto la Iglesia, cuando celebra el misterio eucarístico, recuerda siempre a María, como sintiendo necesidad de su presencia, amor, ejemplo e intercesión.
La misionariedad es la acción apostólica que deriva del mandato o envío de Cristo. Es acción que se desenvuelve en anuncio, presencialización y comunicación del misterio pascual de muerte y resurrección que celebramos en la Eucaristía. La Iglesia es misionera y madre en relación con su naturaleza de "sacramento" o signo portador de Cristo, por el profetismo, la liturgia y la construcción de la comunidad.
Ésta es la naturaleza materna de la Iglesia a imitación de María: "La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la Encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo. Pues María, que por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja, en cierto modo, las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre. La Iglesia, a su vez, glorificando a Cristo, se hace semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad y buscando y obedeciendo en todo la voluntad divina. Por esto también la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).
La Iglesia "sacramento" (Ef 5,32) se realiza principalmente en la Eucaristía. En ella encuentra los constitutivos esenciales de su propio ser: Palabra de Dios, presencia de Cristo, venida del Espíritu Santo, comunidad, servidores o ministros, santificación, misión, signos salvíficos, etc. A través de la Eucaristía y por medio de la Iglesia, Cristo sale al encuentro del hombre de todos los tiempos, razas y culturas. La Iglesia, principalmente por la Eucaristía, se hace lugar de encuentro del hombre con Cristo resucitado.
La realidad de Iglesia tiene origen en Jesús, en cuanto que es el Verbo encarnado que se quiere prolongar en el tiempo bajo signos sensibles portadores de su palabra, de su presencia y de su salvación. Esos signos que constituyen la Iglesia, se los ha escogido el mismo Jesús. Ya no son signos exclusivos de una cultura, sino que adquieren la categoría de "transculturación", como el hecho de haberse realizado la Encarnación en Nazaret y el nacimiento en Belén.
El momento culminante del origen de la Iglesia es "la hora" en que Cristo murió, resucitó y comunicó el Espíritu. La Iglesia nace como misionera o enviada a anunciar, presencializar y comunicar la salvación de Cristo Redentor de todos los hombres.
Toda la realidad de Iglesia se podría concretar en ser signo transparente y portador de Cristo, es decir, en su "sacramentalidad". En la liturgia y principalmente en la celebración eucarística, la Iglesia recuerda y celebra su propio origen, "pues del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).
De ahí deriva la convicción de que en la Eucaristía se encuentra "todo el bien de la Iglesia" (PO 5), que la Eucaristía "construye la Iglesia" y que "la Iglesia vive de la Eucaristía" (RH 20).
A la Eucaristía se la llama "sacramento de reconciliación" (plegaria eucarística tercera), en el sentido de que la comunidad cristiana, por el hecho de comer de "un mismo pan", forma "un solo cuerpo" místico de Cristo (1Cor 10,17). La Eucaristía es el "sacramento de la unidad", porque en ella "se realiza la unidad de la Iglesia" (UR 2). Por esta unidad, la Iglesia se hace signo transparente y portador del evangelio (cfr. Jn 13,33-35; 17,23). Que la Iglesia sea "sacramento" significa que viene a ser el "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano"; precisamente ahí aparece "su naturaleza y su misión universal" (LG 1).
La fuerza y "audacia" de la evangelización (Hech 4,31ss) le viene a la Iglesia de ser comunidad con "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). La fuente de esta unidad, como signo eficaz de evangelización y como "hecho evangelizador" (Puebla 663) es el "partir el pan" en un contexto de meditación de la Palabra y de fraternidad o comunión eclesial (Hech 2,42).
La Iglesia aprende de María a ser Madre de la unidad. De ella aprende a ser "Madre de los hombres" (LG 69). En la celebración eucarística encuentra la presencia de María como en el cenáculo (Hech 1, 14). "La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68). Imitando a María, la Iglesia hará que todos los hombres y todos los cristianos "se reúnan en un solo Pueblo de Dios" (ibídem).
MEDITACION BIBLICA
Presencia de María en el Cenáculo:
- "Perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14; cfr. Jn 19,25-27).
Carne y sangre que se formaron en el seno de María:
- "Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús... El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,31.35).
María figura de la Iglesia:
- "Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida de sol" (Apoc 12,1; cfr. Ef 5,25-32).
El "amén" de María y el nuestro:
- "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).
- "Por él, decimos amén, para gloria de Dios" (2Cor 1,20; cfr. Heb 10,5s; Jn 2,5).
LINEAS CONCLUSIVAS
El camino eclesial está polarizado por la Eucaristía como centro, fuente y cumbre de su vida y de su misión. El "misterio de la fe" se profundiza por un conocimiento vivido de Jesucristo, para saberse amado por él, amarle y hacerle amar. Es la fe en Cristo, Dios hecho hombre, único Salvador, que se concreta en la adoración al Padre "en espíritu y verdad" (Jn 4,24).
El Catecismo de la Iglesia católica (CEC n.1327), citando a San Ireneo, dice: "La Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: «Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar»" (CEC n.1327).
La renovación de la vida y de la misión de la Iglesia, en personas y comunidades, tiene siempre como pauta el evangelio hecho Eucaristía, "pan de vida... para la vida del mundo" (Jn 6,51). En la Eucaristía, celebrada, adorada y vivida, personal y comunitariamante, se encuentran las líneas de una renovación que es fidelidad más profunda, en armonía con toda la historia de gracia. El "nuevo vigor de la vida cristiana pasa por la Eucaristía" (EdE 60).
La fe en la Eucaristía se profundiza celebrándola, contemplándola, viviéndola y comunicándola, sin buscarse a sí mismo. De este modo, la Eucaristía produce en nosotros la unión con Cristo, para descubrirle y servirle en la comunión eclesial, y especialmente en los hermanos más necesitados.
Nuestra actitud de fe en la Eucaristía ("lex credendi") se expresa en la actitud de oración y de caridad ("lex orandi", "lex agendi"). La vida y misión de la Iglesia se fraguan en la celebración y adoración eucarística. Entonces "el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5), se concreta en la "caridad de Cristo" que urge a la contemplación, a la santidad ya la misión: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos... para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,14-15).
La Eucaristía es la escuela de los santos y de los apóstoles de todos los tiempos. El programa pastoral del tercer milenio se resume en "caminar desde Cristo" (NMi 29). "Que Jesús resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino, dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre vigilantes y preparados para reconocer su rostro y correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25)" (NMi 59).
El camino eucarístico es de oblación como verdad de la donación. "En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María... Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!" (EdE 58). María Inmaculada y Asunta a los cielos es "la gran señal", para la Iglesia peregrina (Apoc 12.1). "Mirándola a ella conocemos la fuerza trasformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor" (EdE 62).
SELECCION BIBLIOGRAFICA
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M. ARIAS REYERO, La Eucaristía. Presencia del Señor (Bogotá, CELAM, 1997).
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J. BETZ, La Eucaristía, misterio central: Mysterium Salutis IV/1 (Madrid, Cristiandad, 1975).
D. BOROBIO, Eucaristía para el pueblo (Bilbao, Desclée, 1981).
L. BOUYER, Eucaristía, teología y espiritualidad de la oración eucarística (Barcelona, Herder, 1969).
J. CABA, Cristo, pan de vida. Teología eucarística del IV evangelio (Madrid, BAC, 1993).
(Catecismo de la Iglesia Católica) nn.610-611 (profesión de fe), 1322-1419 (el sacramento de la Eucaristía).
(Código de Derecho Canónico) can. 807-958.
(Comité para el Jubileo del año 2000) Eucaristía, sacramento de vida nueva (Madrid, BAC, 1999)
(Congregación para las Causas de los Santos), Eucaristia, santità e santificazione (Lib. Ediz. Vaticana, 2000) (autores varios).
(Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos) Instrucción "Redemptionis Sacramentum" sobre algunas cosas que se deben observar y evitar acerca de la Santísima Eucaristía (25 marzo 2004); Instrucción "Eucharisticum Mysterium" (25 marzo 1967).
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SIGLAS
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CEC Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo de la Iglesia Católica, 1992).
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EEu Exhortación apostólica Ecclesia in Europa (Juan Pablo II, 2003).
EN: Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (Pablo VI, 1975).
GS: Constitución conciliar Gaudium et Spes.
LG: Constitución conciliar Lumen Gentium.
NMi:Carta apostólica Novo Millennio Inneunte (Juan Pablo II, 2001)
PDV:Exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis (Juan Pablo II, 1992).
PO: Decreto conciliar Presbyterorum Ordinis.
RH: Primera encíclica Redemptor Hominis (Juan Pablo II, 1979).
RMa:Encíclica Redemptoris Mater (Juan Pablo II, 1987).
RMi:Encíclica Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, 1990).
SC: Constitución conciliar Sacrosantum Concilium.
TMA:Carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (Juan Pablo II, 2000).
UR: Decreto conciliar Unitatis redintegratio.
VC: Exhortación apostolica Vita Consecrata (Juan PabloII, 1996).
ESPIRITU SANTO El Espíritu Santo en la misión de Cristo y de su Iglesia
Escrito por Super UserESPIRITU SANTO
El Espíritu Santo en la misión de Cristo y de su Iglesia
El Espíritu Santo, como Espíritu de Dios Amor, impulsa la primera creación (cfr. Gen 1,2) y la nueva creación (cfr. Jn 3,5). Jesús se presentó en Nazaret como ungido y enviado por el Espíritu (Lc 4,18). El Mesías anunciado por Isaías realizará una misión "espiritual": enviado con la fuerza (y unción) del Espíritu, anunciará la buena nueva a los pobres (Is 61).
La misión que Cristo comunicó a la Iglesia, de parte del Padre, se realiza también bajo la acción del Espíritu Santo (cfr. Jn 15,26-27; 20,21-23). Por esto, el Espíritu Santo sigue siendo "el agente principal de la evangelización" y "actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él" (EN 75).
Jesús realizó la misión "lleno de gozo en el Espíritu Santo" (Lc 10,21). Era gozo que preanunciaba su "glorificación" y triunfo de resucitado, para poder comunicar a todos los que creyeran en él, "ríos de agua viva" (Jn 7,37-39), que brotarían de su costado abierto en la cruz (cfr. Jn 19,34-37; 20.21-23). Los Apóstoles participan y prolongan la misma misión de Jesús, como enviados con la fuerza del Espíritu para anunciar el evangelio (cfr. Lc 24,48-49; Hech 1,8; 3,29; 4,8-13.31).
La promesa que Cristo hizo a su Iglesia sobre la venida del Espíritu, se refiere a una presencia iluminadora, santificadora y evangelizadora (cfr. Jn 14,17.26; 15,26-27; 16,13-15; Hech 1,8). Es la fuerza y presencia activa, que se manifestó principalmente desde Pentecostés y que es fruto de la redención (Hech 2,4ss)
La misión eclesial es, pues, misión del Espíritu, en el sentido de que procede del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. La acción del Espíritu Santo, como expresión y prolongación del amor entre el Padre y el Hijo, no sólo se inserta en la misión eclesial a modo de "alma" (cfr. AG 4), sino que también llega, por vías desconocidas por nosotros, al corazón de las personas evangelizadas (cfr. Hech 2,38; 5,32). "El Espíritu Santo actúa por medio de los Apóstoles, pero al mismo tiempo actúa también en los oyentes: mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu Santo que da la vida" (RMi 21; cfr. DeV 64).
Al Espíritu Santo se le llama "alma" de la Iglesia porque "unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos, a toda la Iglesia a través de los tiempos, vivificando las instituciones eclesiásticas como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el mismo impulso de misión del que había sido llevado el mismo Cristo. Alguna vez también se anticipa visiblemente a la acción apostólica, lo mismo que la acompaña y dirige incesantemente de varios modos" (AG 4; cfr. LG 7).
El Espíritu Santo se comunica a la Iglesia para que ésta pueda cumplir eficazmente la misión: "El mismo Señor Jesús, antes de entregar libremente su vida por el mundo, ordenó de tal suerte el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo que había de enviar, que ambos quedaron asociados en la realización de la obra de la salud en todas partes y para siempre" (AG 4). La obra misionera de la Iglesia comienza en Pentecostés, bajo la acción del mismo Espíritu que había venido al seno de María el día de la Encarnación del Verbo (cfr. ibídem y LG 4).
Si toda la vida de la Iglesia es impulsada por la acción del Espíritu Santo, ello tiene lugar de modo especial en la misión "ad gentes": "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial; su obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes, como se ve en la Iglesia primitiva" (RMi 21).
La asociación del Espíritu Santo a la acción apostólica de la Iglesia se hace patente en la Iglesia primitiva, como vemos en los Hechos de los Apóstoles. Su venida en el día de Pentecostés (cfr. Hech 2) da inicio al camino misionero de la Iglesia. Pedro, en nombre de la comunidad eclesial y de los demás Apóstoles, proclama la muerte y resurrección de Jesús como fuente de vida nueva en el Espíritu (cfr. Hech 3). Los Apóstoles y la comunidad eclesial darán testimonio de Cristo, apoyados en la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Hech 4,31-33; 5,32). El Espíritu suscita misioneros en la comunidad (cfr. 13,2-3), que, a pesar de las tribulaciones, camina "llena de la consolación del Espíritu Santo" (Hech 9,31).
Hay tres momentos de la comunidad eclesial primitiva, que indican la acción del Espíritu sobre la misión: en la comunidad del Cenáculo (120 discípulos) el día de Pentecostés (cfr. Hech 2); en la comunidad cristiana ampliada con los recién bautizados (cfr. Hech 4,31); en la comunidad de gentiles que iban a recibir el bautismo (cfr. Hech 10,44).
El momento de Pentecostés es fundamental para la misión de la Iglesia: "El Espíritu Santo... descendió sobre los discípulos en el día de Pentecostés, para permanecer con ellos eternamente" (AG 4). El don de lenguas significa el fin de la confusión de Babel y, al mismo tiempo, preanuncia la conversión de todos los pueblos para formar un solo pueblo de Dios.
El Espíritu Santo en la vida del apóstol
Los Apóstoles pudieron dar testimonio de Jesús resucitado, gracias a la fuerza del Espíritu Santo (cfr. Jn 15,27; Hech 1,8.22). Por participar de la misma misión de Cristo, será el Espíritu Santo quien obrará y hablará por medio de ellos (Mt 10,20). Los primeros cristianos, reunidos con los Apóstoles, recibían el Espíritu Santo para "anunciar la palabra de Dios con audacia" (Hech 4,31).
La diversidad de dones y ministerios se armoniza en comunión con los Apóstoles y sus sucesores. "El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio, y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia" (AG 4). La "diversidad de gracias" proviene de "un mismo Espíritu" (1Cor 12,4).
San Pablo, durante su labor evangelizadora, se sentía acompañado por "la fuerza del Espíritu Santo" (Rom 15,19). Es la misma fuerza que resucitó a Jesús y que hace al apóstol testigo del resucitado. Por esto, su vida quedaba orientada por sus luces y mociones, hasta sentirse "prisionero del Espíritu" (Hech 20,22). Llevado por esta fuerza amorosa, podrá urgir a los pastores a cumplir la misión recibida del Espíritu, para "cuidar de la grey" como confiada por él (Hech 20,28).
La vida del apóstol se inspira en la misión de Jesús, "guiado por el Espíritu" (Lc 4,1), y se realiza en comunión con la misión de la Iglesia, "impulsada" también por el Espíritu. Por esto el apóstol se mueve en "plena docilidad al Espíritu", hasta "dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87). De hecho, es el Espíritu quien transforma a los apóstoles "en testigos valientes de Cristo y preclaros anunciadores de su palabra: será el Espíritu quien los conducirá por los caminos arduos y nuevos de la misión, siguiendo sus decisiones" (RMi 87).
Discernimiento del Espíritu y fidelidad a su acción
La vida y el ministerio del apóstol siguen las luces y mociones del Espíritu, cuya lógica no siempre corresponde a los criterios humanos. Por esto se necesita el "discernimiento de espíritus" (1Cor 12,10) para saber si las inspiraciones provienen de él (cfr. 1Jn 4,1). Es el Espíritu "quien hace discernir los signos de los tiempos - signos de Dios - que la evangelización descubre y valoriza en el interior de la historia" (EN 75).
Las luces y mociones del Espíritu no corresponden a las preferencias personalistas o particularistas. El espíritu malo se muestra en la soberbia, la falta de caridad, el odio, la confusión, la desesperación, el ansia de poseer, dominar y disfrutar... El espíritu natural se muestra en la valoración excesiva del éxito, de la eficacia, del fruto inmediato, del sentirse realizado, de la lógica humana.
El Espíritu Santo se mueve por los caminos de la fe, la oración, sacrificio, humildad, esperanza, caridad... Hace caminar al apóstol por el mismo camino pascual de Jesús: el "desierto" de la oración y del sacrificio, el servicio humilde y caritativo a los "pobres", la actitud de "gozo" o de esperanza sobre toda humana esperanza (cfr. Lc 4,1-18; 10,21; Rom 4,18). Su acción lleva frecuentemente a una vida de "Nazaret" que es "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), donde se aprende que "hay más alegría en dar que en recibir" (Hech 20,35).
Una señal clara de la acción del Espíritu es la "paz" o e "gozo" del corazón, que sólo Cristo puede comunicar como un don del Espíritu Santo (cfr. Jn 14,27; 15,11; 16,22.24; 17,13). Es el "gozo" característico del "evangelizador", como anunciador de la buena o "gozosa" noticia, sin el cual no habría verdadera evangelización. La vida del evangelizador "irradia la alegría de Cristo" (EN 80). El mensaje evangélico de las bienaventuranzas se anuncia principalmente por evangelizadores cuya vida sea un trasunto del gozo pascual de Cristo (Lc 10,21; 24,36).
La actitud de docilidad o fidelidad al Espíritu Santo es una nota esencial de la vida y acción apostólica. Consiste en "dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87). Sólo con esta actitud de fidelidad, se puede ejercer la misión con "la valentía la luz del Espíritu" (ibídem).
Es fidelidad que se traduce en relación personal como respuesta a su presencia con el Padre y el Hijo (cfr. Jn 14,17ss), apertura a su luz (cfr. Jn 14,26; 16,13) y sintonía con su acción transformadora (cfr. Jn 15,26-27; 16,14). Entonces "el Espíritu comunica (a los Apóstoles) la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad" (RMi 24).
No es sólo una actitud de docilidad a una doctrina, sino especialmente una actitud relacional respecto "al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo" (cfr. Ef 2,18). De hecho, es una dinámica "espiritual" que compromete toda la existencia del apóstol. El Espíritu "marca" toda la vida para colaborar fielmente con los planes salvíficos de Dios en Cristo su Hijo (cfr. Ef 1,3-14). La libertad del apóstol consiste en ser "prisionero del Espíritu" (Hech 20,22). La fidelidad al mensaje de Cristo, bajo la acción del Espíritu, equivale a una actitud de profundizar la doctrina del Señor, para encontrar nuevas luces que respondan a situaciones nuevas.
Juan Esquerda Bifet
Bibliografía: AA.VV., El Espíritu Santo, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia (Burgos, Semanas Misionales, 1980); F.X. DURWELL, El Espíritu Santo en la Iglesia (Salamanca, Sígueme, 1986); J. ESQUERDA BIFET, Agua viva (Barcelona, Balmes, 1985); J. GALOT, Porteurs du soufle de l'Esprit (Paris 1967); A. GUERRA, Espíritu Santo, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 644-659; J. LOPEZ GAY, El Espíritu Santo protagonista de la misión, en: Haced discípulos a todas las gentes (Valencia, EDICEP, 1991) 163-181; A. ROYO MARIN, El gran desconocido (Madrid, BAC, 1973).
ESQUEMAS DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL (JUAN ESQUERDA BIFET)
Escrito por Super UserESQUEMAS DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL
(JUAN ESQUERDA BIFET)
Indice
Presentación
1. Espiritualidad e identidad sacerdotal para una nueva
evangelización 1.-Tiempo de gracia en un mundo que cambia -
2.-Una Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas - 3.-Hacia
una nueva evangelización - 4.-Ser sacerdote hoy. Identidad
sacerdotal - 5.-Espiritualidad cristiana y espiritualidad
sacerdotal Meditación bíblica y revisión de vida
2. Cristo Sacerdote y Buen Pastor prolongado en su Iglesia
1.-El Buen Pastor - 2.-Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima -
3.-Jesús prolongado en su Iglesia, Pueblo sacerdotal - 4.-El
sacerdocio común de todo creyente Meditación bíblica y
revisión de vida
3. El ministerio apostólico al servicio del pueblo de Dios
1.-Elección, seguimiento y misión de los Apóstoles - 2.-Los
servidores del Pueblo sacerdotal: Sacerdotes ministros -
3.-Líneas de fuerza del seguimiento evangélico de los
Apóstoles - 4.-Fidelidad a la misión de Espíritu Santo
Meditación bíblica y revisión de vida
4. Sacerdotes para evangelizar 1.-Llamados para evangelizar -
2.-Prolongar la palabra de Cristo - 3.-Prolongar el sacrificio
pascual de Cristo - 4.-Prolongar la acción salvífica y pastoral
de Cristo - 5.-Prolongar la oración de Cristo - 6.-La cercanía al
hombre concreto Meditación bíblica y revisión de vida
5. Ser signo transparente del Buen Pastor 1.-Signo del Buen
Pastor: relación, seguimiento y transparencia - 2.-La caridad
pastoral - 3.-La fisonomía y virtudes concretas del Buen Pastor
- 4.-Santidad y líneas de espiritualidad sacerdotal Meditación
bíblica y revisión de vida
6. Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal
1.-En la Iglesia fundada y amada por Jesús - 2.-El sacerdote
ministro de la Iglesia particular o local - 3.-Al servicio de la
Iglesia universal misionera - 4.-Sentido y amor de Iglesia
Meditación bíblica y revisión de vida
7. Espiritualidad sacerdotal en el presbiterio diocesano
1.-Obispo, presbíteros y diáconos para la comunidad eclesial -
2.-En la comunidad sacerdotal del Presbiterio -
3.-Espiritualidad del clero diocesano - 4.-La construcción de la
vida apostólica Meditación bíblica y revisión de vida
8. Vocación y formación sacerdotal 1.-Cristo sigue llamando -
2.-Señales de vocación sacerdotal - 3.-Formación sacerdotal
inicial - 4.-Formación sacerdotal permanente - 5.-Medios
comunes y peculiares de la espiritualidad sacerdotal
Meditación bíblica y revisión de vida
9. Espiritualidad mariana del sacerdote ministro 1.-La Madre
de Cristo Sacerdote - 2.-La Madre de la Iglesia Pueblo
sacerdotal - 3.-La Madre del sacerdote ministro - 4.-En la vida
espiritual y ministerio del sacerdote Meditación bíblica y
revisión de vida
10. La figura del sacerdote según el concilio Vaticano II
1.-Espiritualidad sacerdotal, concilio y postconcilio - 2.-El
contenido de los documentos conciliares - 3.-Una espiritualidad
sacerdotal en línea evangelizadora - 4.-Caminos por hacer
Orientación Bibliográfica
Presentación
Hay mucho escrito sobre el sacerdocio. Pero, sobre todo, hay
mucho vivido por los santos sacerdotes del pasado y del
presente.
Estas páginas quieren ser una síntesis sencilla, bíblica y
conciliar, del ser, de la misión y, especialmente, de la
espiritualidad sacerdotal.
Muchas veces necesitamos tener a mano unas pocas ideas y
motivaciones, las principales, sobre nuestro estilo de vida, a
imitación de Cristo Buen Pastor. Serán útiles para una reflexión,
un momento de retiro y oración, una conferencia, un momento
de diálogo o de revisión de vida entre amigos sacerdotes. Pero
siempre deben ser para cuestionarnos sobre nuestro seguimiento
evangélico de Cristo, que se convierte en relación personal con
él, en disponibilidad misionera y en fraternidad sacerdotal.
Ojalá que estas breves páginas supieran a poco. En realidad, son
sólo una invitación a entrar en los textos bíblicos y magisteriales
sobre el sacerdocio, así como a leer otras publicaciones más
amplias y profundas, que el lector encontrará citadas en la
orientación bibliográfica, al final.
Una buena formación sacerdotal, inicial y permanente, supone
repensar continuamente en nuestra realidad sacerdotal, que
pasa siempre del encuentro personal con Cristo, a la misión:
«llamó a los que quiso... para estar con él y para enviarlos a
predicar» (Mc 3,13-14). De un momento de Cenáculo, «con
María, la Madre de Jesús» (Act 1,14), salen siempre sacerdotes
«llenos de Espíritu Santo» (Act 2,42), dispuestos a evangelizar
«con audacia» (Act 4,31).
I. Espiritualidad e identidad sacerdotal para una nueva evangelización
1.-Tiempo de gracia en un mundo que cambia
El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios indica que Cristo vive
nuestras circunstancias históricas: «habitó entre nosotros» (Jn 1,14).
El hombre de hoy siente la necesidad de vivencia, experiencia y
transcendencia. Es, pues, un hombre que pregunta sobre:
-El sentido de la vida, la dignidad de la persona (trabajo, cultura,
convivencia), de la historia humana...
-El sentido del dolor, de las injusticias, de la pobreza, del mal, de la
muerte...
-El sentido del progreso y de los adelantos, comunicación de bienes
con toda la humanidad...
-El sentido de la transcendencia y del más allá como base del
misterio del hombre...
-El sentido del pensamiento humano que ha fraguado innumerables
ideologías (muchas de ellas válidas, pero todas variables y pasajeras)
sobre el misterio del hombre...
-El sentido de las normas morales (ética) para la conducta
personal, familiar, social, política, económica, internacional...
Este hombre que quiere ver, pesar, medir, experimentar, no deja de
pedir espiritualidad. El espíritu del cristianismo sólo puede ser
presentado por apóstoles auténticos que lo hayan experimentado en
sus propias vidas como encuentro con Cristo. La sociedad moderna
necesita ver signos claros del Evangelio.
2.-Una Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas
La espiritualidad cristiana y sacerdotal es eminentemente eclesial. La
Iglesia (ecclesia) es la comunidad humana convocada por la
Palabra o anuncio del evangelio para celebrar el misterio pascual de
Cristo y transformar el mundo según el mandato del amor.
La Iglesia se llama misterio o sacramento porque es signo
transparente y portador de la presencia de Cristo resucitado (Ef
3,9-10; 5,32). Se llama también comunión (koinonía) porque está
constituida por hermanos que se aman en Cristo. Su objetivo es la
misión, en cuanto ha sido fundada para ser enviada a evangelizar o
anunciar la buena nueva a todos los pueblos.
La Iglesia está insertada en el mundo como:
-Cuerpo o expresión visible de Cristo resucitado (Col 1,24; Ef
1,23),
-Sacramento (misterio) o signo portador y eficaz de Cristo
resucitado presente (Ef 3,9-10),
-Esposa o consorte, fiel y comprometida en la misma suerte de
Cristo (Ef 5,25-27; 2Cor 11,2),
-Madre como instrumento de vida en Cristo y vida en el Espíritu (Gál
4,4.19.26),
-Pueblo como propiedad cariñosa de Dios y signo de lo que deben
ser todos los pueblos (1Pe 2,9; Apoc 1,5-6),
-Inicio del Reino de Dios anunciado por Cristo, que ya habita en los
corazones (dimensión carismática), que está presente en la Iglesia
(dimensión institucional), y que un día será encuentro final o plenitud
en el más allá (dimensión escatológica) (Lc 10,9; 11,2; 17,21; +LG
5).
Esta Iglesia, fundada y amada por Cristo, es, por su misma
naturaleza, solidaria de los gozos, de las angustias y de las
esperanzas de toda la humanidad (GS 1), como «llamada a dar un
alma a la sociedad moderna» (Juan Pablo II, Disc. 11-10-85).
La naturaleza misionera de la Iglesia (+AG 2,6,9) enraíza en su
mismo ser de «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1).
Cada cristiano según su propia vocación forma parte responsable de
esta Iglesia que es, según los cuatro documentos (constituciones)
principales del concilio, Lumen Gentium (LG), Dei Verbum (DV),
Sacrosanctum concilium (SC), Gaudium et Spes (GS):
-Signo transparente y portador de Cristo: Iglesia sacramento o
misterio (LG 1), Iglesia comunión o pueblo de hermanos y cuerpo
de Cristo (LG 2), Iglesia misión y peregrina en la historia como inicio
del Reino definitivo, sacramento universal de salvación (LG 7).
-Portadora del mensaje evangélico para el hombre concreto y para
todos los pueblos: Iglesia de la Palabra (DV).
-Centrada en la muerte y resurrección de Cristo: Iglesia que hace
presente en la historia humana el misterio pascual (SC).
-Insertada en las realidades humanas: Iglesia en el mundo y en la
historia (GS).
3.-Hacia una nueva evangelización
Todo apóstol y especialmente el sacerdote ministro debe afianzar sus
«actitudes interiores» (EN 74) para colaborar en una «evangelización
renovada» (EN 82), en una nueva etapa de la historia humana. A
veces habrá que reevangelizar sectores humanos cuyo cristianismo
corre el riesgo de diluirse. Frecuentemente se tratará de emprender
«una nueva evangelización»:
-Nueva en su ardor, por la disponibilidad misionera de los
evangelizadores,
-en sus métodos, por un mejor aprovechamiento de los nuevos
medios de apostolado,
-en sus expresiones, por la adaptación de la doctrina y de la
práctica cristiana sin disminuir sus principios y exigencias
evangélicas.
En una nueva evangelización, el problema más urgente es el de la
renovación de los agentes de pastoral, y especialmente de los
sacerdotes ministros. Las «actitudes interiores del apóstol» (EN 74),
es decir, «su espiritualidad, con garantía de la autenticidad de la
evangelización. Se resumen todas ellas en la fidelidad que crea
comunión» (Puebla 384).
4.-Ser sacerdote hoy. Identidad sacerdotal
La identidad sacerdotal está en la línea de sentirse amado y
capacitado para amar. Esta identidad se reencuentra cuando se
quiere vivir el sacerdocio en todas sus perspectivas o dimensiones:
-Consagración o dimensión sagrada: el sacerdote en su ser, en su
obrar y en su vivencia, pertenece totalmente a Cristo y participa en su
unción y misión.
-Misión o dimensión apostólica: el sacerdote ejerce una misión
recibida de Cristo para servir incondicionalemente a los hermanos.
-Comunión o dimensión eclesial: el sacerdote ha sido enviado a
servir a la comunidad eclesial contruyéndola según el amor.
-Espiritualidad o dimensión ascetíco-mística: el sacerdote está
llamado a vivir en sintonía con los amores de Cristo y a ser signo
personal suyo como Buen Pastor.
El sacerdote está llamado, hoy más que nunca, a ser:
-Signo del Buen pastor en la Iglesia y en el mundo, participando de
su ser sacerdotal (PO 1-3).
-Prolongación del actuar del Buen Pastor, obrando en su nombre en
el anuncio del evangelio, en la celebración de los signos salvíficos
(especialmente la Eucaristía) y en los servicios de caridad (PO 4-6).
-Transparencia de las actitudes y virtudes del Buen Pastor, presente
en la Iglesia comunión y misión (PO 7-22).
5.-Espiritualidad cristiana y espiritualidad sacerdotal
La espiritualidad cristiana es una vida según el
Espíritu. «Caminamos según el Espíritu» (Rom 8,4); «vivís
según el Espíritu» (Rom 8,9). Propiamente es el camino o
proceso de santidad que consiste en el amor o caridad:
«caminar en el amor» (Ef 5,2).
Cada cristiano se santifica en su propio estado de vida y
circunstancia por un proceso de sintonía con Cristo, en el
Espíritu Santo, según los designios o voluntad del Padre
(+Ef 2,18). Este proceso es de cambio o conversión (en
criterios, escala de valores y actitudes) para bautizarse
(esponjarse) en Cristo (pensar, sentir, amar como él). Es,
pues:
-Participación y configuración (Gál 3,27: Rom 6,3ss),
-Unión, intimidad, relación (Jn 6,56-57; 15,9ss),
-Semejanza, imitación (Mt 11,29),
-Servicio, cumplimiento de la voluntad de Dios (Mc 3,35;
10,44-45; Jn 14,16),
-Caridad, vida nueva (Jn 13,34-35; Rom 6,4; 13,10).
Los matices de esta espiritualidad cristiana, común a todos,
son muy variados. De suerte que se puede hablar de
espiritualidades y escuelas diferentes.
La espiritualidad sacerdotal es sintonía con las actitudes y
vivencias de Cristo Sacerdote, Buen Pastor. Por el
sacramento del orden, se participa del ser sacerdotal de
Cristo. Esta participación ontológica capacita para prolongar
la acción sacerdotal del Buen Pastor. La sintonía con la
caridad pastoral de Cristo es una consecuencia de la
participación de su ser y en su función. La gracia recibida
en el sacramento del orden hace posible cumplir con esta
exigencia.
Se trata, pues, de una santidad o espiritualidad «según la
imagen del sumo y eterno Sacerdote», para ser «un
testimonio vivo de Dios» (LG 41). El sacerdote es un
«Jesús viviente» (San Juan Eudes), es decir, «instrumento
vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12), puesto que:
-Se hace signo viviente de Cristo en el ejercicio del
ministerio (PO 12-13),
-Se hace signo transparente de Cristo viviendo en sintonía
o unidad de vida con él (PO 14),
-Se hace signo del Buen Pastor imitando su caridad
pastoral y todas las demás virtudes que derivan de ella (PO
15-17), sin olvidar los medios comunes a toda la
espiritualidad cristiana y a los medios específicos de la
espiritualidad sacerdotal (PO 18).
Viviendo la espiritualidad sacerdotal, el sacerdote ministro
se hace signo creíble del Buen Pastor en un mundo que
pide autenticidad (n.1), en una Iglesia sacramento o
transparencia e instrumento de Cristo (n.2) y en una nueva
etapa de evangelización (n.3), que necesitan sacerdotes
fieles a las nuevas gracias del Espíritu Santo (n.4). La
identidad sacerdotal enraíza en esta espiritualidad
cristológica, pneumatológica, eclesial y antropológica.
“Ciertamente «hay una fisonomía esencial del sacerdote que no cambia: en efecto, el sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo. Cuando vivía en la tierra, Jesús reflejó en sí mismo el rostro definitivo del presbítero, realizando un sacerdocio ministerial del que los apóstoles fueron los primeros investidos y que está destinado a durar, a continuarse incesantemente en todos los períodos de la historia. El presbítero del tercer milenio será, en este sentido, el continuador de los presbíteros que, en los milenios precedentes, han animado la vida de la Iglesia. También en el dos mil la vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo»” (PDV 3).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica:
-Ser coherente con el estreno de la vocación sacerdotal, como encuentro para la
misión: Mc 3,13-14; Jn 1,35-51; Mt 4,18-22.
-Sintonía con la fidelidad de Cristo y los Apóstoles al Espíritu Santo: Lc
4,1.14.18; 10,21; Act 20,22.
-Vivir los signos de los tiempos siguiendo a Cristo hacia el misterio pascual: Mt
16,2-4; Jn 13,1; Lc 22,15; +GS 4.11.44.
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo:
-Describir y motivar algunas líneas de espiritualidad cristiana y sacerdotal en un
mundo que cambia: servicio, comunión, autenticidad, misión... (GS 1-10; EN 76;
Puebla 356-359; 378-383).
-Armonía entre las dimensiones de la vida sacerdotal para una mayor fidelidad a
Cristo, a la Iglesia y al hombre (Puebla 484; Medellín XI y XIII).
-Necesidad actual de espiritualidad profunda para una nueva evangelización en
el ardor, métodos y expresiones.
-Relación entre el ser, el obrar y la vivencia sacerdotal.
II. Cristo, Sacerdote y Buen Pastor, prolongado en su Igleisa
1.-El Buen Pastor
Las diversas analogías empleadas por Jesús para indicar su propia
realidad (esposo, hermano, amigo...) se pueden resumir en la de
Buen Pastor. Su ser, su obrar y su vivencia corresponden a esta
realidad profunda:
-Es el Buen Pastor: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11). El yo soy,
tan repetido en en evangelio de Juan, indica su ser más profundo de
Hijo de Dios hecho hombre, «ungido y enviado» por el Padre (Jn
10,36) y por el Espíritu Santo (Lc 4,18).
-Obra como Buen Pastor: llama, guía, conduce a buenos pastos,
defiende (Jn 10,3ss), es decir, anuncia la Buena Nueva, se acerca a
cada ser humano para caminar con él y para salvarlo integralmente.
-Vive hondamente el estilo de vida de Buen Pastor, que conoce
amando y que «da la vida por las ovejas» (Jn 10,11ss), como
donación sacrificial según la misión y mandato recibido del Padre (Jn
10,27-18.36).
Las actitudes internas de Cristo Buen Pastor arrancan de su ser y
se expresan en su obrar comprometido. Su interioridad (espíritu o
espiritualidad) es su camino o vida de donación total:
-amor al Padre en el Espíritu Santo,
-amor a los hermanos,
-dándose a sí mismo en sacrificio.
Cristo es el camino y se hace protagonista del camino humano con su
caridad de Buen Pastor:
-no se pertenece porque su vida se realiza en plena libertad según
los planes salvíficos del Padre (obediencia),
-se da a sí mismo, sin apoyarse en ninguna seguridad humana,
aunque usando de los dones de Dios para servir (pobreza),
-ama responsablemente, como consorte de la vida de cada
persona, haciendo que todo ser humano se realice sintiéndose amado
y capacitado para amar en plenitud (virginidad).
2. Cristo Mediador, Sacerdote y Víctima
Cuando decimos que Cristo es Sacerdote y Víctima queremos
indicar que es responsable de los intereses del Padre y protagonista
de la historia humana, hasta hacer de su propia vida una donación
total.
El ser y la existencia de Cristo pertenecen totalmente a los designios
salvíficos de Dios sobre el hombre. Es el «ungido y enviado» (Lc
4,18; Jn 10,36) para la redención o rescate de todos los hombres
(Mc 10,45; Mt 20,28).
El sacrificio sacerdotal de Cristo consiste en una caridad pastoral
permanente, que se traduce en una obediencia al Padre, desde el
momento de la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la muerte en la cruz
y la glorificación (Fil 2,5-11). Su humillación (kenosis) de la
encarnación y de la muerte se convierte en glorificación suya y de
toda la humanidad en él.
El sacrificio de Cristo se realiza desde la encarnación y tiene su punto
culminante en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Así
lleva a plenitud el sacerdocio y el sacrificio de todas las religiones
naturales y particularmente del Antiguo Testamento. Cristo es
Sacerdote, templo, altar y víctima como:
-Sacrificio de Pascua (Ex 12,1-30)
-Sacrificio de Alianza (Ex 24,4-8)
-Sacrificio de propiciación o de perdón y expiación (Lev 16,1-6).
Cristo se manifiesta así:
-con su ser sacerdotal de ungido y enviado, como Hijo de Dios
hecho hombre (Heb 5,1-5),
-con su actuar o función sacerdotal, como responsable de los
intereses de Dios y de los hombres, hasta dar la vida en sacrificio por
ellos (Heb 9,11-15),
-con su estilo o vivencia sacerdotal de caridad pastoral, que,
conjuntamente con su ser y actuar, le hace sacerdote perfecto, santo,
eficaz y eterno (Heb 7,1-28).
“La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide pues con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre: él es el único y verdadero Siervo doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez” (PDV 21).
3. Jesús prolongado en su Iglesia, Pueblo sacerdotal
La Iglesia es una comunidad o Pueblo sacerdotal, como templo de
Dios, donde se hace presente y se ofrece el sacrificio de Cristo
piedra angular y fundamento (1Cor 1,10-16; 2Cor 6,16-18; Ef
2,14,22; +LG cap.II). En la comunidad eclesial Cristo prolonga su
presencia (Mt 28,20), su palabra (Mc 16,15), su sacrificio redentor
(Lc 22,19-20; Cor 11,23-26) y su acción salvífica y pastoral (Mt
28,19; Jn 20,23). La Iglesia, como signo transparente y portador de
Jesús y como Pueblo sacerdotal:
-anuncia el misterio pascual de su muerte y resurrección,
-lo celebra haciéndolo presente,
-lo transmite y comunica a todos los hombres (Act 2,32-37;
2,42-47; 4,32-34).
En la Iglesia existe una triple consagración sacerdotal, que hace
participar del sacerdocio de Cristo en grado y modo diverso:
-El sacramento del bautismo, que incorpora a Cristo Sacerdote
para poder actuar en el culto cristiano participando en su ser, obrar y
vivencia sacerdotal.
-El sacramento de la confirmación, que hace de la vida un
testimonio audaz (martirio), especialmente en los momentos de
dificultad (fortaleza), de perfección y de apostolado.
-El sacramento del orden, que da la capacidad de obrar en
nombre y en persona de Cristo Cabeza, formando parte del
sacerdocio ministerial (jerárquico) o ministerio apostólico de los
Apóstoles.
4.- El sacerdocio común de todo creyente
El sacerdocio común de los fieles o de todo creyente es el que
corresponde básicamente a toda vocación y estado de vida, por
haber recibido el bautismo (y confirmación). Cada creyente, según
su propia vocación, realizará básicamente este sacerdocio en relación
a la eucaristía y al mandato del amor, pero con matices diferentes:
-de presidencia en la comunidad (sacerdocio ministerial),
-de signo fuerte o estimulante de la caridad (vida consagrada),
-de inserción en el mundo (laicado).
La diferencia entre las diversas participaciones en el sacerdocio de
Cristo indica mutua relación de servicio y de caridad, sin diferencia
de privilegios y ventajas humanas.
Podemos distinguir en esta particiáción del sacerdocio de Cristo tres
aspectos: el ser, el obrar y el estilo de vida.
Del ser deriva el obrar y la exigencia de una vida santa.
Aunque todos son miembros del Pueblo de Dios (laicos),
dedicados al servicio de Dios (consagrados) y partícipes del único
sacerdocio en Cristo (sacerdotes), acostumbramos a calificar con
estos títulos a los cristianos que tienen una vocación peculiar de:
-Laicado: «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de
obtener el Reino de Dios» (LG 31). Son, pues, fermento de espíritu
evangélico en las estructuras humanas, desde dentro, en comunión
con la Iglesia para ejercer una misión propia (+LG 36; AA 2-4; GS
43).
-Vida consagrada: Es signo fuerte de las bienaventuranzas y del
mandato del amor, a modo de «señal y estímulo de la caridad» (LG
42), por medio de la práctica permanente de los consejos
evangélicos (+LG 43-44; PC 1). Las personas llamadas a esta
vocación «son un medio privilegiado de evangelización» porque
«encarnan la Iglesia deseosa de entregarse al radicalismo de las
bienaventuranzas» (EN 69).
-Sacerdocio ministerial: Es signo personal de Cristo Sacerdote y
Buen Pastor, a modo de «instrumento vivo» (PO 12), para obrar «en
su nombre» (PO 2) y servir en la comunidad eclesial, como principio
de unidad de todas sus vocaciones, ministerios y carismas (PO 6.9).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-Sintonía con los amores del Buen Pastor: al Padre (Lc 20,21; Jn 17,4), a los
hombres (Mt 8,17; Lc 23,46).
-La realidad sacerdotal de Cristo Mediador: ungido o consagrado (Jn 10,36),
enviado para evangelizar a los pobres (Lc 4,18; 7,22), ofrecido en sacrificio (Lc
22,19-20; Mc 10,45), presente en la Iglesia (Mt 28,20).
-El sacrificio total de la caridad pastoral: cordero pascual (Jn 1,29), para
establecer una nueva alianza o pacto de amor (Mt 26,28) y salvar al pueblo de
sus pecados (M 20,28).
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
-Cristo Sacerdote, «único Mediador» (1Tim 2,5) por su ser de Hijo de Dios
hecho hombre, por su obrar o función sacerdotal (anuncio, cercanía, sacrificio
de inmolación), por su estilo de vida (PO 2; SC 5; Puebla 188-197).
-Cristo Mediador, centro de la creación y de la historia (GS 22,32,39,45).
-El sacerdocio de Cristo prolongado en la Iglesia, Pueblo sacerdotal (SC
6-7,10; LG 9; Puebla 220-281), especialmente en el anuncio de la palabra (SC
33,35,52), en la celebración del sacrificio redentor (SC 47ss), en la acción
salvífica y pastoral (SC 2,7), en la cercanía solidaria a los hombres (GS 1,40ss).
-Relación armónica entre las diversas participaciones del sacerdocio de Cristo
(LG 10-11; PO 2) y las diversas vocaciones (LG 31,42; PC 1; PO 2; GS 43).
-Servicio de unidad por parte del sacerdocio ministro (PO 9). «El sacerdocio,
en virtud de su participación sacramental con Cristo, Cabeza de la Iglesia, es,
por la Palabra y la Eucaristía, servicio de la Unidad de la Comunidad» (Puebla
661).
III. El ministerio apostólico al servicio del Pueblo de Dios
1.-Elección, seguimiento y misión de los Apóstoles
La elección de los Apóstoles y de sus sucesores e inmediatos
colaboradores fue y sigue siendo iniciativa de Cristo «eligió a los que
quiso» (Mc 3,13; +Jn 15,16). El seguimiento apostólico equivale a
compartir la vida con Cristo (Mc 3,14; +Jn 15,27), a modo de
amistad profunda (Jn 15,9-15).
Jesús les quiso dar el nombre de apóstoles, enviados, para indicar su
identidad misionera (Lc 6,13). Dar testimonio de Cristo, suponía
haber estado conviviendo con él (Jn 1,35-46; 1Jn 1,1ss; Jn
15,26-27). Esta misión se resume en una triple perspectiva: enseñar,
bautizar (santificar) y guiar (Mt 28,19-20; Mc 16,15-20; Lc
24,45-49).
Según los textos que acabamos de citar, Jesús comunicó a los suyos
esta realidad pastoral y sacerdotal de modo estable, a través de
diversas etapas:
-elección,
-envío (antes y después de la resurrección),
-institución de la eucaristía (última cena),
-institución del sacramento del perdón (resurrección),
-comunicación del Espíritu Santo (Pentecostés).
Los Apóstoles, por encargo de Cristo, comunicaron esta realidad
sacerdotal por medio de la imposición de las manos (sacramento del
Orden) (+PO 2; LG 28).
La misión sacerdotal, como participación en la función pastoral de
Cristo, resultaría incompleta si se separara de la vocación y del
seguimiento; entonces se correría el riesgo de profesionalismo
privilegiado sin exigencias evangélicas.
2.-Los servidores del Pueblo sacerdotal: sacerdotes
ministros
Los Apóstoles recibieron esta realidad sacerdotal directamente del
mismo Jesús, de su humanidad vivificante como sacramento fontal.
Ahora los sacerdotes ministros (sacerdocio ministerial), por medio
del sacramento del Orden, reciben esta realidad sacerdotal, que les
hace participar en el ser, en el obrar y en la vivencia de Cristo
Sacerdote y Buen Pastor. Por el sacramento del Orden se confiere la
consagración sacerdotal (carácter y gracia) a los llamados por la
Iglesia (por medio del obispo), para ejercer los ministerios
apostólicos en el grado de obispo, presbítero o diácono.
Esta realidad sacerdotal, participada de Cristo, tiene tres aspectos
principales:
-elección divina o vocación del Señor, manifestada por medio de la
Iglesia,
-consagración o participación en el ser y en el obrar de Cristo, por
medio del sacramento del Orden,
-misión o envío por parte de Cristo y mediante la Iglesia.
El carácter sacramental del Orden es una señal o cualidad indeleble
(inamisible), que configura al sacerdote ordenado con Cristo
Sacerdote para poder obrar en su nombre. Es una participación en el
poder y misión sacerdotal y pastoral del Señor, que destina al
servicio de Cristo presente en la eucaristía, en su Iglesia y en el
mundo (Santo Tomás, III q.63,a. 16).
La gracia especial recibida en el sacramento del Orden (distinta del
carácter) ayuda a ejercer santamente la función y misión sacerdotal.
Es un «vigor especial» (Santo Tomás) que comunica:
-un matiz de caridad pastoral a todas las virtudes sacerdotales,
-sintonía vivencial con los actos sacerdotales que se ejercen,
-unión con Cristo en cuanto Sacerdote y Víctima,
-ser instrumento consciente y voluntario (responsable) de Cristo en
todos los momentos de la vida y del ministerio,
-santidad para ser «dispensador de los misterios de Dios» (1Cor
4,1).
3.-Líneas de fuerza del seguimiento evangélico de los
Apóstoles
El seguimiento evangélico de los Apóstoles se ha venido llamando
vida apostólica o modo de vivir de los Apóstoles (apostolica
vivendi forma).
La vida apostólica es encuentro con Cristo, relación personal con
él, opción fundamental por él, seguimiento e imitación, en vistas a la
misión de prolongarla en el tiempo y en el espacio. Los textos
básicos donde aparecen las líneas de fuerza de este seguimiento
apostólico son los siguientes:
-La llamada para un seguimiento incondicional: Mt 4,18-22; Mc
3,13-19.
-El envío con las características de la vida misionera de Cristo: Mt
10,1-42 (4,23-25); Lc 9,1-6; 10,1-12; Mc 6,7-13.
-La figura del Buen Pastor: Jn 10,1-21 (Lc 15,1-7).
-La última cena (eucaristía) y la oración sacerdotal: Jn 13-17 (Lc
22,1-39).
-La vida desprendida del Señor: Mt 8,21 (pobreza); Jn 10,18
(obediencia del Buen Pastor); Mt 19,12 (castidad por el Reino).
-El modo servicial de dirigir la comunidad: 1Pe 5,1-5.
-El resumen de la vida apostólica de Pablo: Act 20,17-38.
El seguimiento en relación a la misión apostólica tiene estas
características:
-Caridad como la del Buen Pastor: donación, virtudes pastorales,
servicio, cercanía...
-Misión totalizante y universal: bajo la acción del Espiritu Santo,
para evangelizar a los pobres y a todos los pueblos.
-Fraternidad apostólica al servicio de la comunidad eclesial: unidad
apostólica especialmente en el Presbiterio, para construir la comunión
de la Iglesia local.
4.-Fidelidad a la misión del Espíritu Santo
Por medio del sacramento del Orden, el sacerdote ministro ha
recibido un nuevo sello o nueva gracia permanente del mismo
Espíritu (1Tim 4,14; 2Tim 1,6-7), que le hace partícipe de la unción
y misión de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (Lc 4,18; Jn 10,36). La
vida y el ministerio sacerdotal será un continuo reavivar este don del
Espíritu con una actitud de discernimiento y de fidelidad. La vida
espiritual es una «vida según el Espíritu» (Rom 8,4-9).
Jesús prometió el Espíritu Santo para todo creyente (Jn 7,37-39). En
la promesa hecha a los Apóstoles, durante la última cena y el día de
la ascensión, el Señor habla de:
-presencia: Jn 14,15-17; 16,7,
-iluminación: Jn 16,13,
-acción santificadora: Jn 16,14; Act 1,5,
-acción evangelizadora: Jn 15,26-27; Act 1,8.
La fidelidad al Espíritu Santo se concreta para el sacerdote ministro y
para todo apóstol en:
-custodiar el depósito de la fe: 2Tim 1,14,
-confianza audaz en su acción santificadora y evangelizadora: Rom
15,13-19,
-reavivar constantemente la gracia recibida en la ordenación: 2Tim
1,6,
-vivir en relación con su presencia y en sintonía con su acción, como
Pablo prisionero del Espíritu: Act 20,22.
El sacerdote ministro concretamente:
-edifica la Iglesia como templo del Espíritu, puesto que ha sido
ungido por él para esta finalidad (PO 1),
-está atento a sus luces y mociones para evangelizar a los pobres,
discernir y suscitar carismas y vocaciones, colaborar en la
evangelización universal (PO 6,9,10),
-es dócil a su acción pra santificarse en el ejercicio del ministerio (PO
12-13),
-se deja conducir por él para imitar y seguir al Buen Pastor en su vida
de pobreza y caridad pastoral (PO 17).
Las reglas del discernimiento personal y comunitario se aprenden
en sintonía con el actuar de Cristo bajo la acción del Espíritu:
-hacia el desierto: oración, sacrificio, silencio contemplativo... (Lc
4,1),
-para evangelizar a los pobres: caridad, servicio, humildad, vida
ordinaria de Nazaret... (Lc 4,14-19),
-viviendo el gozo pascual de Cristo resucitado: esperanza,
transformar el sufrimiento en amor... (Lc 20,21; Jn 16,7.22).
La fidelidad y el discernimiento del Espíritu, en la vida y en el
ministerio del sacerdote, tendrá lugar de modo especial en la
respuesta a la propia vocación, en el proceso de la vida espiritual
y de la oración, en la acción apostólica y en la convivencia
comunitaria. Los signos de la voluntad de Dios, manifestados en los
acontecimientos, se descubren «con la ayuda del Espíritu Santo y se
valoran a la luz de la palabra divina» (GS 44).
“Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor… ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre" (PDV 15).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica:
-Elección como iniciativa de Cristo y declaración del amor: Mc 3,13; Mt
4,18-22; 9,9; Jn 1,43; 15,16.
-Seguimiento de Cristo para compartir su vida: Mc 3,14; 10,38; Jn 15,9-15; Mt
19,27.
-Misión de anuncio y testimonio: Mt 10,5-42; Mc 6,7-13; Lc 9,1-6; 10,1-10.
-Anuncio, celebración y comunicación del misterio pascual: Lc 22,19-20; 1Cor
11,23-26.
-Servidores del Pueblo sacerdotal: 1Pe 2,4-10; 5,1-5; Apoc 1,5-6; 5,9-10.
-Seguir a Cristo como los Apóstoles (vida apostólica): Mt 4,19-22; 19,27; Mt
8,21; 19,12; Jn 10,18.
-La fidelidad a la presencia, luz y acción del Espíritu Santo: Jn 14,15-17;
15,26-27; 16,7.13; Act 1,5-8; 20,22; Rm 15,13-19; 2Tim 1,6.
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
-El servicio armónico y responsable del anuncio, celebración y comunicación
del misterio pascual (PO 4-6; SC 7,10,47).
-El carácter sacerdotal del sacramento del Orden como signo permanente del
amor de Cristo a su Iglesia (1Tim 4,14; 2Tim 1,6; PO 2).
-Obrar en nombre de Cristo Cabeza y Buen Pastor (PO 2,6,12; LG 28).
-Las líneas de la vida apostólica: caridad de Buen Pastor (PO 15-17),
disponibilidad misionera (PO 10), fraternidad (PO 7-9).
-Discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo en la vida y en el ministerio
sacerdotal (Lc 4,1-19; 10,21; PO 1,6,9,10,12,13, 17; Puebla 198-219).
-Servidor de la comunidad eclesial: «Los ministerios ordenados, antes que
para las personas que los reciben, son una gracia para la Iglesia entera» (Juan
Pablo II, Christifideles Laici 22).
IV. Sacerdotes para evangelizar
1.-Llamados para evangelizar
La vocación apostólica es encuentro con Cristo para prolongar su
misión (Mc 3,14; Jn 20,21). Como Jesús, el sacerdote ministro es
ungido y enviado por el Espíritu Santo «para evangelizar a los
pobres» (Lc 4,18). Ha sido llamado para:
-anunciar la alegre noticia (evangelizar) de la salvación en Cristo
(Mt 11,5; Lc 7,22; Ef 3,8: 1Cor 9,16),
-hacer llegar como primer anuncio (kerigma) el mensaje de Cristo
a los que todavía no lo han oído (Act 8,5; 9,20; Mc 16,5; Rom
10,14; 1Cor 1,23; 2Cor 1,19; 4,5; Gal 2,2),
-dar testimonio (martirio) del hecho salvífico de la muerte y
resurrección de Cristo (Act 1,8; 2,32; Jn 15,26-27; Lc 24,47-48).
Se prolonga la palabra de Cristo (anuncio, testimonio), su llamada a
la conversión y bautismo (como cambio profundo de actitudes), su
sacrificio redentor, su acción salvífica y pastoral, su cercanía a
los hombres para una salvación integral.
Se pueden distinguir los elementos principales de la evangelización:
-Naturaleza: prolongar la misión de Cristo (EN 6,16).
-Objetivo: transformación de la humanidad según los planes
salvíficos de Dios en Cristo (EN 17,24).
-Contenido: la persona y el mensaje de Jesús que edifica la
comunidad eclesial y transforma el mundo (EN 25-39).
-Medios: Anuncio, presencialización y comunicación del misterio de
Cristo, ministerios y servicios concretos, instrumentos de inserción y
cercanía (EN 40-8).
-Destinatarios: Toda la humanidad, el hombre concreto (EN
49-58).
-Agentes: Todo cristiano según su propia vocación, toda la
comunidad eclesial (EN 59-73).
-Estilo o espíritu: «actitudes interiores» del apóstol (EN 74-80).
El sacerdote ministro, como servidor cualificado de la acción
evangelizadora de la Iglesia, se mueve en una múltiple perspectiva:
-trinitaria: misión del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo,
-cristológica: mandato de Cristo (obrar en su nombre),
-pneumatológica: bajo la acción del Espíritu Santo (unción y
misión),
-eclesiológica: en la comunión y misión de la Iglesia,
-antropológica y sociológica: de cercanía al hombre en su realidad
concreta e histórica,
-escatológica: un camino de esperanza (confianza y tensión) hacia el
Reino definitivo y la restauración final en Cristo.
Ello comporta la armonía de línea pastoral y de vida espiritual:
escucha, contemplación, profetismo, cercanía, diálogo,
trascendencia, vivencia, testimonio, (autenticidad)... La
espiritualidad sacerdotal queda, pues, marcada por la misión de
evangelizar.
“El ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración responsable y necesaria con el ministerio del Obispo, en su solicitud por la Iglesia universal y por cada una de las Iglesias particulares, al servicio de las cuales constituyen con el Obispo un único presbiterio” (PDV 17).
2.-Prolongar la palabra de Cristo
La misión de Jesús y de los apóstoles se realiza principalmente por
medio del anuncio (Lc 4,15-19.43; Mt 28,19). El anuncio lleva a la
celebración y a la vivencia. La dimensión kerigmática (anuncio) se hace
dimensión pascual, litúrgica y contemplativa. Entonces recupera su
dimensión misionera de anuncio a todos los pueblos y a todos los
hombres.
El servicio profético del sacerdote ministerial se realiza como
participación, cooperación y dependencia del magisterio del
Episcopado y del Papa.
Se trata de un deber primordial de los sacerdotes, puesto que el pueblo
de Dios congrega por la palabra de Dios vivo (PO 4). Este servicio
sacerdotal profético tiene diversos aspectos y dimensiones:
-Se anuncia el hecho salvífico de la muerte y resurrección de Cristo,
llamando a la conversión y dando el testimonio con la propia vida
(dimensión kerigmática, salvífica, pascual, martirial).
-Se invita a celebrar la palabra en la liturgia especialmente bautismal y
eucarística (dimensión litúrgica y sacramental).
-Se presenta la palabra como un signo portador de gracia en el
Espíritu Santo, que llama a la contemplación y santificación
(dimensión contemplativa y pneumatológica).
-Se parte de la palabra para indicar las líneas en el camino de la
Iglesia y en su construcción de la comunidad (dimensión hodegética,
comunitaria, escatológica).
-La palabra construye la comunidad en el amor y en la misión local y
universal (dimensión de comunión misionera).
La predicación de la palabra presenta armónicamente el mensaje
cristiano como acontecimiento salvífico (credo), que se actualiza bajo
signos instituidos por Cristo (sacramentos, liturgia) y que llama a la
contemplación y al compromiso personal y social (madamientos,
oración). «El Pueblo de Dios se congrega principalmente por la palabra
de Dios vivo, que con toda razón es buscada en la boca de los
sacerdotes. En efecto, como quiera que nadie puede salvarse si antes
no creyere, tienen por deber primero el de anunciar a todos el
evangelio de Dios» (PO 4).
La ascética del predicador del evangelio supone una actitud de
respeto a la palabra de Dios, tal como es, toda entera y con su
dimensión salvífica universal. Se acepta la palabra como mensaje
comunicado por Cristo a su Iglesia, Es, pues, palabra:
-Revelada, siempre viva y actual, cuya iniciativa está en Dios (Jn 1,14;
3,16; 14,9; Mt 17,5; Lc 1,38).
-Predicada en la comunidad eclesial como continuación de la
predicación apostólica (Jn 10,4; Lc 10,16; Mt 16,18; Act 4,32-33).
-Celebrada en la liturgia y en relación a los sacramentos, como
proclamación del misterio pascual (Jn 2,11; 6,35ss; Mc 4,1-20; Act
2,42).
-Vivida por los santos como proceso de configuración en Cristo (Jn
14,6.21; Col 3,3).
-Contemplada en el corazón para hacer de la vida una donación a
Dios y a los hermanos (Lc 2,19.51; Jn 13, 23-25; Mc 3,33ss).
-Releída en los acontecimientos para interpretarlos a la luz de la Pascua
(Mt 16,31; 5,45-48).
-Creadora de testigos para una evangelización sin fronteras (Mt
28,29; Mc 16,15; Act 2,17.32; Jn 1,23).
3.-Prolongar el sacrificio pascual de Cristo
Para todo creyente y para toda la comunidad eclesial, la eucaristía es
«la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana» (LG 11; +can.897).
Para el sacerdote ministro, es «la principal y central razón de su ser»,
ya que «el sacerdote ejerce su misión principal y se manifiesta en su
plenitud celebrando la eucaristía» (Juan Pablo II, Carta Jueves Santo
1980). «Somos, en cierto sentido, por ella y para ella; somos, de modo
particular, responsables de ella» (ibidem).
El sacerdote ministro, después de anunciar la palabra de Dios, hace
presente a Cristo inmolado (Sacerdote y Víctima) bajo signos
eucarísticos. Pero en la eucaristía se hace presente el Señor inmolado
en sacrificio para comunicarse a todos. La eucaristía es, pues:
-Presencia permanente de Cristo bajo las especies sacramentales de
pan y de vino (mientras éstas no se corrompan), como declaración de
amor (Alianza) y como presencia que reclama relación personal (Mt
26,26-28; +PO 18).
-Sacrificio de la nueva Alianza, como donación incondicional y
actualización o prolongación en el tiempo del único sacrificio de Cristo
(Lc 22,19-22; +SC 47).
-Comunión o participación en la vida de Cristo como pan de vida,
sacramento (signo eficaz de vida nueva en el Espíritu) y banquete
pascual (Jn 6,35.38; Mc 14,22-24; 1Cor 10,16ss; 10,13).
-Encuentro inicial que anticipa o preludia el encuentro definitivo
(escatología) en el más allá (1Cor 11,26).
-Misión o encargo de toda la comunidad eclesial y ministerio
específico del sacerdote ordenado, para que sea realidad sacramental
y vivencial en toda comunidad humana (Mt 26,28; Lc 22,19; 1Cor
11,24).
El sacerdote por el servicio eucarístico, estrechamente relacionado con
los demás servicios proféticos, cultuales y hodegéticos (o de dirección):
-es signo de Cristo Sacerdote obrando en su nombre,
-hace presente a Cristo en estado de víctima,
-continúa la voluntad inmolativa de Cristo pronunciando sus palabras,
-hace que la eucaristía sea el sacrificio de toda la Iglesia,
-colabora para construir la comunidad eclesial como comunión y
cuerpo místico de Cristo.
La espiritualidad sacerdotal en su dimensión eucarística subraya
unos puntos básicos:
-Espiritualidad de relación personal con Cristo presente: «estar con
él» (Mc 3,13); «diálogo cotidiano» (PO 18).
-Espiritualidad de inmolación, al estilo de la caridad del Buen Pastor
(Jn 10.15).
-Espiritualidad de comunión y cercanía o sintonía con los hermanos,
compartiendo con ellos el propio existir (Mt 15,32).
-Espiritualidad de esperanza que supone confianza en Cristo y tensión
hacia la restauración de todas las cosas en él (Ef 1,10; 2Tim 4,6).
-Espiritualidad de servicio incondicional y misión sin fronteras (Mt
28,19-20).
4.-Prolongar la acción salvífica y pastoral de Cristo
Cristo ha querido necesitar de sus ministros para prolongar su acción
salvífica y pastoral, que tiene lugar principalmente en la celebración de
los sacramentos.
Se llaman sacramentos de la fe porque en ellos la eficacia de la
palabra llega a su punto culminante (como forma del sacramento),
suscitando la fe y produciendo en los creyentes los frutos de salvación.
Esto tiene lugar principalmente en el sacramento y sacrificio de la
eucaristía.
En los sacramentos se hace presente la acción salvífica de Cristo. Por
esto son:
-memorial de un hecho pasado,
-presencialización o actualización de la acción del Señor,
-anuncio de una plenitud en Cristo resucitado,
-celebración del misterio pascual,
-comunicación de la salvación de Cristo.
La acción salvífica y pastoral de Cristo no se agota en la celebración
eucarística, sino que pasa necesariamente a los servicios de caridad,
de organización y de dirección. Esta es la acción pastoral directa, como
diaconía para construir la comunidad en el amor (coinonía).
Esta acción salvífica y pastoral (no estrictamente sacramental) tiene sus
características, que se desprenden del hecho de prolongar a Cristo
Cabeza y Buen Pastor:
-Discernir y alentar todos los demás carismas y vocaciones en la
armonía de la comunión eclesial.
-Discernir los signos de los tiempos para descubrir la voluntad salvífica
de Dios en el caminar histórico de la comunidad.
-Acercarse preferentemente a los más pobres y débiles, alejados y
marginados (+apartado n.6).
-Ser principio de unidad en la diversidad de carismas y vocaciones.
-Hacer realidad, ya en esta tierra, el inicio del Reino definitivo.
El trabajo apostólico por extender el Reino de Dios necesita abarcar
todas sus dimensiones: carismática (camino de perfección),
institucional (de Iglesia visible fundada por Cristo) y escatológica (de
plenitud en el más allá).
5.-Prolongar la oración de Cristo
Prolongar la palabra, el sacrificio y la acción salvífica y pastoral de
Cristo, comporta también prolongar su actitud relacional o dialogal
con el Padre en el amor del Espíritu Santo.
La oración es también ministerio para el sacerdote. Es el ministerio de
prolongar la oración sacerdotal de Cristo, de modo parecido a como
se prolonga su palabra, sacrificio y acción salvífica.
El sacerdote prolonga la oración sacerdotal de Cristo, principalmente
en la celebración de la eucaristía, de los sacramentos y de la liturgia de
las horas. La oración del sacerdote, como actitud personal y como
ministerio, puede analizarse en diversas perspectivas:
-Sintonía con los sentimientos de Cristo Buen Pastor ante el Padre, en
el amor del Espíritu Santo y para la salvación de los hombres.
-Prolongación de la oración sacerdotal de Cristo en medio de la
comunidad eclesial y en nombre de la Iglesia, especialmente durante la
celebración litúrgica (eucaristía, liturgia de las horas, sacramentos...).
-Actitud relacional con Cristo y como Cristo durante el ejercicio de
los diversos ministerios (proféticos, cultuales, hodegéticos y de
servicios de caridad).
-Guiar personas y comunidades en todo el proceso de la oración.
-Vivencia personal y comunitaria de los textos y momentos litúrgicos,
dando preferencia a la lectura meditativa de la palabra de Dios.
-Discernir los signos de los tiempos a través de los acontecimientos
iluminados por la palabra de Dios.
-Actitud contemplativa de apertura ante la palabra, cuestionamiento
de la propia vida y unión con Cristo, que lleve al cumplimiento de la
exigencia de la caridad pastoral.
-Poner los medios concretos y encontrar tiempo especial de oración
según los criterios de la Iglesia para la vida sacerdotal: lección divina,
oración mental, retiro espiritual, «diálogo cotidiano con Cristo en la
visita eucarística», examen de conciencia, dirección espiritual, etc. (PO
18).
Hay que dar suma importancia al ministerio de prolongar la oración
sacerdotal de Cristo, reconociendo su eficacia apostólica (+SC 86).
Guiar a personas y comunidades por el camino de la oración equivale a
orientarles en la actitud filial de autenticidad y de caridad, que se
expresa en la oración que nos enseñó el Señor. La oración comienza
con una actitud de pobreza ante Dios nuestro Padre, hasta saberse
amado por Dios tal como uno es y capacitado para amarle y hacerle
amar. Es, pues, un proceso de receptividad y de apertura, a partir de la
iniciativa de Dios que habla y ama, reconociendo la propia pobreza y
aprendiendo a «estar con quien sabemos que nos ama» (Santa Teresa).
Es proceso de:
-Apertura (lectura): escuchando la palabra de Dios tal como es y toda
entera.
-Cuestionamiento (meditación): dejando actuar la palabra de Dios
hasta lo más hondo del corazón.
-Pobreza (petición): sintiendo necesidad de la palabra de Dios en la
propia circunstancia de limitación, pecado, debilidad, vida ordinaria
(Nazaret), sufrimiento...
-Unión (contemplación): entrando con confianza de hijos en la
intimidad divina, gracias a la amistad con Cristo, y manifestando esta
unión con Dios en la donación comprometida a sus deginios salvíficos
en servicio de los hermanos.
6.-La cercanía al hombre concreto
El sacerdote ministro, por participar de la unción y misión de Cristo,
participa por ello mismo de su solidaridad con el hombre y de su
cercanía al hombre en su situación concreta.
El amor preferencial por el hombre que busca y sufre es parte esencial
del actuar apostólico del sacerdote. Si es cierto que los presbíteros se
deben a todos, de modo particular, sin embargo, se les encomiendan
los pobres y los más débiles, con quienes el Señor mismo se muestra
unido y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica.
Todo evangelizador, pero especialmente el sacerdote ministro, debe
anunciar la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre.
La cercanía al hombre en su situación concreta comporta asumir
responsablemente la suerte de los más pobres, de los nuevos pobres,
de la juventud, la familia, los desplazados por la migración, los
enfermos, los ancianos y marginados.
La cercanía pastoral puede ser en una situación difícil y conflictiva, de
urgencia actual y trascendencia histórica, de liberación, inculturación,
inmanencia, diálogo, compromiso, etc., que se convierten en un
análisis objetivo de la realidad, iluminándola y transformándola a la
luz del evangelio. Hay que «poner el mundo moderno en contacto con
las energías vivificantes del evangelio» (Juan XXIII, Humanae salutis).
Las características y líneas espirituales de esta inserción o cercanía son
las siguientes:
-Asumir la situación humana en su objetividad e integridad.
-Señalar directrices claras en los valores y derechos fundamentales
del hombre.
-Respetar las diversas opciones y opiniones técnicas sin exclusivismos
ni exclusiones.
-Buscar la luz definitiva y plena en el mensaje evangélico.
-Armonizar la cercanía e inmanencia con la trascendencia y valores
del más allá.
-Denunciar el error y el mal (pecado) respetando las personas,
venciendo el mal con el bien (+Rom 8,21).
-Ejercitar las virtudes del diálogo evangelizador: escucha, aprecio,
purificación, llevar a la plenitud de Cristo.
-Para acercarse a los pobres, hay que tener un corazón pobre (por la
contemplación de la palabra) y vivir vida pobre.
El sacerdote debe hacerse disponible para guiar a cada persona y a
cada comunidad eclesial por un proceso de perfección, que equivale a
ir pensando como Cristo (fe), valorando las cosas como él (esperanza)
y amando como él (caridad). Por esto la dirección espiritual (aparte de
ser un medio para la propia perfección) es un aspecto del ministerio
sacerdotal. La liberación integral de la persona y de la comunidad es
un proceso de conversión (cambio profundo de mentalidad) y de
bautismo (configuración con Cristo), hasta llegar, con los dones del
Espíritu Santo, a la actitud permanente de reaccionar amando
(bienaventuranzas).
Una pastoral liberadora y misionera tiene estas características de
cercanía y trascendencia (+Jn 1,14; 13,1).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-El testimonio evangelizador de los Apóstoles: Act 2,32 (Pedro); 2Cor 5,14
(Pablo); 1Jn 1,1ss (Juan).
-Del encuentro con Cristo, a la misión: Mc 3,14; Lc 6,13; Jn 20,21.
-El anuncio, la presencialización y la comunicación del misterio pascual de
Cristo: 1Cor 11,23-24.
-Aprender a ser pan comido a partir de la eucaristía: Jn 6,35ss.48ss.
-La actitud oracional del Buen Pastor: Lc 6,12; Mt 11,25-26; Lc 22,42; Rom 8,34;
Herb 7,25.
-Ungidos y enviados como Cristo para evangelizar a los pobres: Lc 4,18; Mt
11,5.
-Estudio personal y revisión de vida en grupo
-Cómo relacionar armónicamente los ministerios proféticos, cultuales y de
dirección o servicio (PO 4-6).
-Armonía entre la vida espiritual y la acción apostólica: el ministerio como fuente
de santificación (PO 12-14).
-Contenidos de la predicación y especialmente de la homilía (PO 4; SC 35,52; EN
43).
-Delinear la ascética o espiritualidad del predicador del evangelio (LG 41; PO
4,13).
-La eucaristía como presencia, sacrificio, comunión y misión (PO 5; SC 47).
-Dimensión eucarística de la espiritualidad sacerdotal (PO 5,18).
-Los sacramentos en la pedagogía de la fe y del compromiso cristiano (SC 59; PO
5).
-El ministerio de prolongar la oración con Cristo y de guiar a personas y
comunidades en la oración (SC 83 86,90; Puebla 693-694).
-La opción preferencial por los pobres (Puebla 670,1128-1165).
V. Ser signo transparente del Buen Pastor
1.-Signo del Buen Pastor
El testimonio de caridad pastoral, que es parte integrante de la
evangelización, supone relación personal con Cristo, seguimiento e
imitación de sus actitudes de Buen Pastor.
Cristo eligió a los Apóstoles para prolongar en ellos de modo
peculiar su realidad sacerdotal: «He sido glorificado en ellos» (Jn
17,10), su olor (2Cor 2,15), su testigo (Jn 15,27; Act 1,8).
Bajo esta idea y realidad de signo y en relación a la sacramentalidad
de la Iglesia, se podría resumir el decreto conciliar Presbyterorum
Ordinis diciendo que el sacerdote ministro es:
-Signo de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, en cuanto que
participa de su misma consagración y misión para actuar en su
nombre (PO 1-3).
-Signo de su palabra, sacrificio, acción salvífica y pastoreo, en
equilibrio de funciones (PO 4-6).
-Signo de comunión eclesial con el obispo (PO 7), con los otros
sacerdotes (PO 8), con todo el Pueblo de Dios (PO 9).
-Signo de caridad universal y «máximo testimonio del amor» (PO
10-11).
-Signo viviente de sintonía con los sentimientos y actitudes del Buen
Pastor, como su «instrumento vivo» (PO 12-14).
-Signo de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza) como
concretización de la caridad pastoral (PO 15-17).
-Signo potenciado constantemente por los medios comunes y
peculiares de santificación y de acción pastoral (PO 18-21).
Esta realidad de signo es ontológica (como participación en el ser
de Cristo), relacional y vivencial (como trato personal, seguimiento
e imitación). Ser «instrumento vivo de Cristo» (PO 12) indica una
eficacia y una transparencia, de modo parecido a cómo toda la
Iglesia es sacramento, es decir, signo transparente y portador de
Crito.
2.-La caridad pastoral
“El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo… El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y a su imagen… Esta misma caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote” (PDV 23).
La caridad del Buen Pastor (+cap. 2,2) es el punto de referencia de
toda la espiritualidad sacerdotal (+LG 41). Es caridad que mira a los
intereses o gloria de Dios (línea vertical o ascendente) y a los
problemas de los hombres (línea horizontal). El equilibrio de estas
dos líneas se encuentra en la misión y en la actitud de dar la vida
(línea misionera). Para el sacerdote ministro esta caridad es un don
de Dios (línea descendente). Son líneas que abarcan tanto la vida
como el ministerio sacerdotal:
-Línea esponsal de compartir la vida con Cristo.
-Línea pascual: pasar con Cristo a la hora del Padre o a sus
designios de salvación a través del ofrecimiento de sí mismo.
-Línea totalizante de generosidad evangélica: seguimiento radical.
-Línea de misión universal: disponibilidad misionera.
-Línea de audacia y perseverancia, de cruz y martirio, «aunque
amando más, sea menos amado» (2Cor 12,15).
Ejercer los ministerios «en el Espíritu de Cristo» (PO 13) equivale a
vivirlos en sintonía con la caridad del Buen Pastor:
-En el ministerio de la Palabra: predicar el mensaje tal como es,
todo entero, a todos los hombres, al hombre en su situación
concreta, sin buscarse a sí mismo.
-En la celebración eucarística: vivir la realidad de ser signo de
Cristo en cuanto a Sacerdote y Víctima por la redención de todos.
-En el ministerio de los signos sacramentales: celebrarlos en sintonía
con la presencia activa y salvífica de Cristo, que se hace encontradizo
con los creyentes en él.
-En toda la acción apostólica: haciendo realidad en la propia vida la
sed y el celo pastoral de Cristo.
3.-La fisonomía y virtudes concretas del Buen Pastor
La vida de los Apóstoles se concreta en el seguimiento evangélico de
Cristo para ser fieles a su misión. Es vida de caridad pastoral como
signo transparente de la vida del Buen Pastor. Cristo hizo de la vida
una donación total según los designios salvíficos del Padre en el amor
del Espíritu Santo: dándose a sí mismo (pobreza), sin pertenecerse
(obediencia), como esposo o consorte de la vida de cada persona
humana (virginidad o castidad).
La vida apostólica o vida evangélica de los Apóstoles sigue siendo
una urgencia para todos sus sucesores (los obispos) e inmediatos
colaboradores (los presbíteros). Sus elementos esenciales son:
-Generosidad evangélica para el seguimiento del Buen Pastor e
imitación de sus virtudes (obediencia, castidad, pobreza),
-disponibilidad misionera como prolongación de la misión de Cristo
(+cap.6),
-fraternidad sacerdotal para ayudarse en la generosidad evangélica
y en la disponibilidad misionera (+cap.7).
Las virtudes concretas delinean la fisonomía del Buen Pastor y
enraízan en la caridad pastoral. Se trata de ordenar las tendencias
más hondas del corazón humano según el amor (ordo amoris:
I-II,62,a.2):
-Ordenar la tendencia a desarrollar la propia libertad y voluntad:
siguiendo los designios salvíficos de Dios Amor sobre la humanidad
(obediencia).
-Ordenar la tendencia a la amistad, intimidad y fecundidad:
compartiendo esponsalmente con Cristo la historia humana (castidad
o virginidad).
-Ordenar la tendencia a apoyarse en las criaturas: apreciándolas
como dones de Dios, para tender al mismo Dios y compartir los
bienes de los hermanos (pobreza).
La obediencia que deriva de la caridad pastoral es parte integrante
de la acción ministerial. Los designios salvíficos de Dios Amor se
manifiestan a través de los signos pobres del hermano, de los
acontecimientos y de las luces e inspiraciones del Espíritu Santo.
Entre estos signos hay que destacar, como «principio de unidad» (LG
23), el servicio de presidencia por parte de la Jerarquía y, en
concreto, del obispo (+Ef 2,19-20).
La obediencia evangélica se concreta en la audacia de una santa
libertad de diálogo sincero que es garantía de docilidad incondicional
(PO 15).
La castidad o virginidad (llamada también celibato) es «signo y
estímulo de la caridad pastoral y fuente de fecundidad espiritual en el
mundo» (PO 16; +LG 42). La castidad virginal tiene, pues, estas
dimensiones:
-Dimensión cristológica: amistad profunda con Cristo, a partir de
una declaración de amor y de una entrega esponsal a su obra
salvífica.
-Dimensión eclesial: ser signo del amor esponsal entre Cristo y su
Iglesia, sirviendo y amando a la Iglesia como Cristo la amó y sirvió.
-Dimensión antropológica: de perfección cristiana de la
personalidad por un proceso de donación que es relación profunda
con Cristo y fecundidad apostólica.
-Dimensión escatológica: como signo y anticipo de un encuentro
final con Cristo, «al servicio de la nueva humanidad que Cristo,
vencedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo» (PO 16).
El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia… Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro” (PDV 22).
La pobreza evangélica de la vida apostólica (o vida de los doce
Apóstoles) es una expresión necesaria de la caridad pastoral: darse
como Cristo. El Señor amó así: «El Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza» (Mt 8,20). La pobreza ministerial, a la luz de la
caridad pastoral, encuentra unas pautas de aplicación en la doctrina
y disposiciones de la Iglesia durante la historia, como herencia
recibida de la tradición apostólica (apostolica vivendi forma):
-Vivir del propio trabajo pastoral.
-Disponer de los bienes que provienen de este trabajo, con una
moderación de vida, limosna, compartir con los hermanos del
Presbiterio y con la comunidad eclesial.
-Devolver a la comunidad y a los pobres lo que no se necesita para
una vida verdaderamente sacerdotal (+Mt 10,8-11; PO 17; can.
282,387).
4.-Santidad y líneas de espiritualidad sacerdotal
Del ser y de la función sacerdotal deriva una exigencia y una
posibilidad de santidad, que se concreta en la caridad pastoral.
Esta santidad es, pues, vivencia de lo que el sacerdote es y hace. Es
siempre fidelidad a la acción del Espíritu Santo (cap.3, n.4). Las
líneas o rasgos de la fisonomía espiritual y pastoral del sacerdote se
encuentran en los textos bíblicos sobre la vida apostólica y se pueden
concretar según las directrices conciliares del Vaticano II:
-Actitud de servicio (PO 1,4-6).
-Consagración para la misión (PO 2-3).
-Comunión de Iglesia (PO 7-9).
-Esperanza y gozo pascual (PO 10).
-Transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote y Buen
Pastor (PO 12).
-Santidad en el ejercicio del ministerio y «ascética propia del pastor
de almas» (PO 13-14).
-Caridad pastoral concretizada en obediencia, castidad y pobreza
(PO 15-17).
-Uso de los medios comunes y específicos de santificación y
apostolado (PO 18-22).
La santidad sacerdotal, como se ha dicho continuamente, enraíza en
la espiritualidad cristiana. Las virtudes humano-cristianas pasan a
ser sacerdotales cuando se expresan en la caridad pastoral:
-La capacidad de tener y emitir un criterio o una convicción y modo
de pensar, se ilumina con la fe.
-La capacidad de valorar las cosas se potencia y equilibra con la
esperanza para sentir y apreciar los valores según la escala de
valores del Buen Pastor.
-La capacidad de tomar decisiones se enriquece con la caridad
para amar y actuar como Cristo Sacerdote.
VI. Sacerdotes al servicio de la Iglesia particular y universal
1.-En la Iglesia fundada y amada por Jesús
La espiritualidad específica del sacerdote minitro arranca de la
caridad pastoral y se concreta en el servicio a la Iglesia particular o
local (diócesis) y a la Iglesia universal.
La Iglesia es una comunidad de creyentes en Cristo convocada
(ecclesía) por su palabra y su presencia salvífica.
Cristo mismo ha escogido los signos de su presencia activa de
resucitado a través del tiempo y del espacio (Mc 16,15; Mt 28,29; Jn
20,21-23). Estos signos son personas (vocaciones) y servicios
(ministerios).
Un signo fuerte de unidad, como quien «preside la caridad universal»
(San Ignacio de Antioquía) es Pedro y sus sucesores (Mt 16,18). En
las diversas Iglesias particulares este principio de unidad lo constituyen
los Apóstoles y sus sucesores los obispos (ayudados por sus
presbíteros), siempre apoyados en Cristo «la piedra angular» (Ef 2,20)
representada por Pedro.
El sacerdote ministro es servidor de esta Iglesia, a la que sirve sin
servirse de ella. «Mirad por vosotros y por todo el rebaño sobre el cual
el Espíritu Santo os ha constituido vigilantes para apacentar la Iglesia de
Dios, que él adquirió con su sangre» (Act 20,28).
El sacerdote, como signo personal de Cristo, es servidor y parte
integrante de esta sacramentalidad: prolonga a la Iglesia y en el mundo
la palabra, el sacrificio y el pastoreo o realeza de Cristo.
Esta realidad eclesial se expresa a través de diversos títulos bíblicos
(+LG 6-7); los principales son los siguientes:
-Cuerpo (místico) de Cristo: como expresión suya (1Cor 12,26-27),
que crece de modo permanente y armónico (Col 2,19; Ef 5,23;
4,4-6.15), teniendo al mismo Cristo por Cabeza (Ef 1,22; 5,23-24;
Col 1,18).
-Pueblo de Dios: como propiedad esponsal, pueblo adquirido (1Pe
2,9) y comprado con la sangre de Cristo (Act 20,28), signo levantado
ante las naciones (Is 11,12; +SC 2; LG II).
-Reino de Cristo y de Dios: como inicio del Reino definitivo, que será
realidad plena en el más allá (Mc 4,26; Mt 12,18; Jn 18,36). «La
Iglesia es el Reino de Cristo» (LG 3), «ya constituye en la tierra el
germen y principio de este Reino» (LG 5), a modo de fermento (Mt
13,33), que está ya dentro del mundo (Mc 1,15), hasta que «Dios sea
todo en todas las cosas» (1Cor 15,27-28).
-Sacramento o misterio: como signo transparente y portador de los
planes salvíficos de Dios (Ef 1,3-9; 1Tim 3,16). La Iglesia, anunciando
y comunicando el misterio de Cristo (Ef 3,9-10; 5,32), se realiza como
«sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1; +LG 2,9,15,39).
-Esposa de Cristo: como consorte suya (Ef 5,25-32), fiel (2Cor 11,2),
que le pertenece totalmente (Rom 7,2-4; 1Cor 6,19). El deposorio de
Cristo con la Iglesia se basa en la alianza nueva (Lc 22,19-20), que la
hace solidaria del amor de Cristo a toda la humanidad.
-Madre: como instrumento de vida nueva en Cristo (Gal 4,19.26). El
servicio sacerdotal está relacionado con la maternidad de la Iglesia (PO
6; LG 6,14; 64-65; SC 85,122; GS 44). De esta maternidad, María es
Tipo o figura (Apoc 12,1; Jn 19,25-27; LG 63-65).
El sacerdote ministro, sirve, pues a esta Iglesia fundada y amada por
Jesús, como prolongación o complemento suyo: misterio (signo de su
presencia), comunión (imagen de Dios Amor), misión (portadora de
Crito para todos los pueblos). Así la Iglesia se hace constructora de la
comunión universal.
2.-El sacerdote ministro en la Iglesia particular o local
“Como toda vida espiritual auténticamente cristiana, también la del sacerdote posee una esencial e irrenunciable dimensión eclesial… En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular…
En este sentido la «incardinación» no se agota en un vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero” (PDV 31).
El servicio eclesial del sacerdote ministro se concreta necesariamente
en una comunidad o Iglesia (particular, local, diócesis), presidida por un
obispo o sucesor de los Apóstoles.
La Iglesia se concretiza o acontece allí donde se predica la palabra y se
celebra la eucaristía en relación con el obispo como garante de la
tradición apostólica. Es el obispo, en comunión con el Papa y con los
demás obispos, quien garantiza el entroque con esta tradición
(+cap.7,1).
Toda realidad de Iglesia y especialmente la Iglesia particular o local
(diócesis) es familia y empresa, pero prevalece el tono familiar (+CD
28) precisamente para garantizar la eficacia evangélica de la empresa
apostólica.
La diócesis o Iglesia particular dice relación estrecha de comunión con
toda la Iglesia, porque:
-es imagen y expresión, presencia y actuación (concretización) de la
Iglesia universal,
-enraíza en la sucesión apostólica por medio del propio obispo en
comunión con el sucesor de Pedro y la colegialidad episcopal, no
como algo venido de fuera, sino como parte integrante de la vida de la
misma Iglesia particular,
-es signo transparente y portador de la salvación en Cristo para toda
la comunidad humana,
-es portadora de carismas especiales del Espíritu Santo para el bien
de la Iglesia universal y de toda la humanidad (+LG 13,23,26; CD 11;
AG 6,19,22; OE 2).
Todos los sacerdotes ministros están al servicio de estas Iglesias
particulares, sin perder el universalismo, para garantizar, custodiar y
aumentar un tesoro de gracias que es para el bien de la Iglesia
universal. Ser sacerdote diocesano comporta una sensibilidad eclesial
responsable respecto a una herencia apostólica recibida, que aumenta
continuamente para el bien de toda la Iglesia (+LG 13 y 23).
Precisamente por este servicio más estable, que garantice una respuesta
armónica y satisfactoria de la comunidad, la Iglesia establece la
incardinación en la diócesis para aquellos presbíteros que deberán
colaborar más estrechamente y de modo más estable con el obispo,
incluso en plan de dependencia respecto a la espiritualidad específica.
La incardinación es un hecho de gracia y, por tanto, una fuente de
armonía y de compromiso ministerial para que el sacerdote se realice
en el aquí y ahora de la Iglesia particular presidida por un sucesor de
los Apóstoles. Será, pues, un punto de referencia para encontrar la
espiritualidad específica del sacerdote diocesano secular dentro de su
Presbiterio, teniendo en cuenta también la diocesaneidad de los
sacerdotes religiosos (PO 8,10; LG 28; CD 28).
3.-Al servicio de la Iglesia universal misionera
La naturaleza del sacerdocio ministerial es estrictamente misionera. «El
don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los
prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y
amplísima de salvación hasta lo último de la tierra (Act 1,8)» (PO 10).
Los sucesores de los Apóstoles y sus inmediatos colaboradores en la
Iglesia local,continúan el encargo misionero universalista confiado por
Cristo. «Todos los obispos en comunión jerárquica participan de la
solicitud por la Iglesia universal» (CD 5). Ser cooperador del obispo
supone compartir con él su responsabilidad misionera (CD 6; +LG 23).
Esta disponibilidad misionera sacerdotal debe llegar a ser realidad
constatable en la programación apostólica de la diócesis y del
Presbiterio:
-por la naturaleza misionera de la Iglesia particular,
-por la participación en el mismo sacerdocio y en la misma misión de
Cristo,
-por la estrecha colaboración con el carisma episcopal y con su
responsabilidad misionera universal.
La responsabilidad misionera efectiva será una señal y un fruto
espontáneo de la vitalidad espiritual y apostólica del Presbiterio y de la
Iglesia local.
Esta dimensión misionera del sacerdocio se concretará en hacer
misionera a toda la comunidad (vocaciones, ministerios, carismas), en
una perspectiva de Iglesia sin fronteras. Al mismo tiempo, una recta
distribución de los efectivos y medios apostólicos será expresión de
la vitalidad y madurez de la Iglesia local y hará posible una
colaboración digna de Iglesias hermanas, no dando sólo lo que sobra,
sino compartiendo el mismo caminar misionero universal (+CD 22-23;
AG 39).
La caridad pastoral (+cap.5) tiene, pues, esta derivación misionera sin
fronteras. La disponibilidad misma no es una añadidura opcional, sino
una parte integrante de la vocación y de la vida sacerdotal. No sería
posible la puesta en práctica de esta derivación misionera del
sacerdote, si no se viviera la generosidad evangélica del seguimiento de
Cristo Buen Pastor (+cap.5).
4.-Sentido y amor de Iglesia
La sintonía del sacerdote con Cristo se convierte espontáneamente en
amor a la Iglesia: «amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo en sacrificio
por ella» (Ef 5,25).
De este amor y fidelidad deriva el sentido de comunión con la Iglesia
(PO 15), expresada en comunión con el propio obispo (PO 7), con los
demás presbíteros (PO 7-8) y con toda la comunidad eclesial (PO 9).
La espiritualidad sacerdotal, precisamente por enraizar en la caridad del
Buen Pastor, es espiritualidad de Iglesia. «El Orden es una gracia para
los demás... y se les ha dado para la edificación de la Iglesia» (Santo
Tomas, Contra Gentes,IV,74). Ya desde el inicio de la formación
sacerdotal, los candidatos deben formarse «en el misterio de la Iglesia»
(OT 9). «La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la
Iglesia» (PO 14).
La espiritualidad sacerdotal dice relación estrecha a la maternidad de la
Iglesia. Esta se concretiza principalmente a través de los ministerios
ejercidos por el sacerdote (PO 6). Una de las señales de fidelidad a la
vocación sacerdotal es el sentido y amor de Iglesia (+OT 9; PO 15).
El sentido y amor de Iglesia se convierte en celo apostólico de llevar a
cada persona y a toda la comunidad eclesial por el camino de
perfección que es desposorio con Cristo (2Cor 11,2). Sufrir por la
Iglesia forma parte del amor a Cristo que se prolonga en ella. Sentido
y amor de Iglesia es, pues:
-Mirarla con los ojos de la fe y con los sentimientos de Cristo.
-Apreciarla en sus personas y signos eclesiales, carisma, vocaciones y
ministerios.
-Amarla incondicionalmente, con espíritu de donación, por ser
prolongación de Cristo bajo signos pobres.
El sentido y amor de Iglesia ayuda a leer la vida de Cristo y su mensaje
prolongado ahora en la misma Iglesia por medio de la Escritura,
Tradición, magisterio, liturgia, comunidad, santos, personas fieles y que
sufren con amor,...
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-Amar a la Iglesia como Cristo la amó: Ef 5,25-27; Act 20,18; Mt 16,18.
-Conocer y servir a la Iglesia como Pablo: 1Tim 3,15; Col 1,24; 2Cor 11,28; Ef
1,23; Gál 4,19.
-La vivencia de ser Iglesia complemento o prolongación de Cristo (Ef 1,23): su
Cuerpo (1Cor 12,26-27; Col 1,18; 2,19; Ef 1,22; 5,23), Pueblo de Dios (1Pe 2,9),
Reino (Mc 1,15; 4,26; Mt 12,18), sacramento o misterio (Ef 3,9-10), esposa (2Cor
11,2; Ef 5,25ss), madre (Gal 4,26), que tiene a María como Madre y Tipo (Jn
19,25-27; Apoc 12,1).
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
-Actitud de fe y de amor hacia la Iglesia fundada y amada por Jesús (LG I; PO 15;
SC 5; OT 9; Puebla 222-231).
-Servir a la Iglesia sin servirse de ella (AG 16; PO 14).
-Ser y sentirse Iglesia misterio, comunión y misión (LG 1-17).
-La Iglesia insertada en el mundo (GS 40-44).
-Cómo vivir la pertenencia a la Iglesia particular (diócesis) concretización de la
Iglesia universal y heredera de carismas especiales para el bien de toda la Iglesia
(CD 11,28; LG 13,23,26; UR 15).
-Vivir la incardinación (o servicio permanente) como hecho de gracia y como
responsabilidad misionera (PO 10; LG 28; CD 28).
-Al servicio de la Iglesia universal misionera (AG 19-20,38-39; PO 10; LG 28; CD
6; Puebla 224,368).
VII. Espiritualidad sacerdotal en el presbiterio
1.-Obispo, presbíteros y diáconos al servicio de la
comunidad eclesial
Los sacerdotes de la Iglesia particular forman una colegialidad
ministerial que tiene como punto de convergencia al obispo y al Papa
con el colegio episcopal.
El servicio ministerial en la Iglesia particular es ejercido por:
-el obispo, como padre y cabeza de su Presbiterio y de la Iglesia
diocesana,
-los presbíteros, como necesarios colaboradores y consejeros de los
obispos,
-los diáconos, como servidores cualificados en el campo de la palabra,
de la eucaristía y de la caridad.
2.-En la comunidad sacerdotal del Presbiterio
La unidad comunitaria del Presbiterio es una exigencia de los carismas
(carácter y gracia sacramentales) recibidos en la ordenación sacerdotal.
Al mismo tiempo es una concretización de la sacramentalidad de la
Iglesia. Es, pues, una «fraternidad sacramental» (PO 8), como signo
eficaz eclesial y sacramental.
La unidad vital del Presbiterio se demuestra en la responsabilidad
mutua de todos los componentes del mismo respecto a la vida
espiritual, pastoral, cultural, económica y personal (LG 28).
La «renovación interna de la Iglesia en sus propósitos pastorales y en la
difusión del evangelio en todo el mundo» (PO 12), dependerá, en gran
parte, de la renovación espiritual y pastoral de los Presbiterios
diocesanos. Esta renovación depende de la puesta en práctica de una
ayuda mutua según las indicaciones del Presbyterorum Ordini 8:
-oración mutua, como de quienes trabajan y viven en la misma familia,
-relación interpersonal y colaboración por encima del estado de vida
(religioso o secular) y de la diversidad de ministerios,
-ayuda mutua en todos los campos (espiritual, pastoral, cultural,
material), especialmente en los momentos de necesidad y dificultad,
-experiencias de vida comunitaria y de asociación o de grupo.
“Dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y con el propio presbiterio unido al Obispo. El presbiterio en su verdad plena es un mysterium: es una realidad sobrenatural, porque tiene su raíz en el sacramento del Orden. Es su fuente, su origen; es el «lugar» de su nacimiento y de su crecimiento… Este origen sacramental se refleja y se prolonga en el ejercicio del ministerio presbiteral: del mysterium al ministerium… La fisonomía del presbiterio es, por tanto, la de una verdadera familia, cuyos vínculos no provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden” (PDV 74).
3.-Espiritualidad del clero diocesano
La espiritualidad específica del clero diocesano es la misma
espiritualidad sacerdotal matizada de gracias o carismas
especiales. Ser signo ministerial del Buen Pastor en una Iglesia
particular o diócesis, se concreta en la caridad pastoral matizada
por:
-la pertenencia a la Iglesia diocesana por medio de la
incardinación o compromiso de servicio (que incluye
corresponsabilidad en la misión universal),
-el hecho de formar parte del Presbiterio de modo estable,
-la dependencia del carisma episcopal en cuanto a la pastoral y
en cuanto a la espiritualidad,
-ser principio de unidad (en unión con el obispo) respecto a los
carismas, vocaciones y ministerios existentes en la comunidad
eclesial,
-ayudar a la comunidad a encontrar sus raíces apostólicas e
históricas en relación con el obispo que la preside como sucesor
de los Apóstoles (+LG 28; CD 28; PO 7-8).
Todo sacerdote que sirve de modo más o menos permanente en
una diócesis, tiene de alguna manera estos matices de
espiritualidad sacerdotal.
4.-La construcción de la vida apostólica en el
Presbiterio
“Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas” (PDV 79).
Si la vida apostólica significa el seguimiento de Cristo al estilo de los
Apóstoles, es el obispo de cada Iglesia particular, como sucesor de los
Apóstoles, con su Presbiterio, quien tiene que presentar ante la Iglesia
esta forma de vida evangélica (apostolica vivendi forma).
El Presbiterio debe estructurarse de modo que pueda ofrecer a todos
sus componentes (obispo, presbíteros y al menos los diáconos
llamados al celibato), posibilidades y medios de vivir el seguimiento
evangélico y la vida comunitaria para una mayor disponibilidad
misionera.
Hay que partir de la realidad en que trabaja y vive el clero diocesano.
La vida comunitaria y de equipo del sacerdote es siempre posible si
se trata de:
-encuentro periódico,
-para compartir la vida y el ministerio,
-y para ayudarse mutuamente en todos los aspectos: vida espiritual,
pastoral, cultural, económica, personal...
Las posibilidades de este encuentro comunitario se basan en la misma
realidad del sacerdote diocesano:
-posibilidad geográfica: por arciprestazgos (decanatos), vicarías,
parroquias, sectores, etc.,
-posibilidad funcional: por ejercicio ministerial común (enseñanza,
movimientos apostólicos, capellanías, etc.),
-posibilidad de afinidad: por amistad, edad, ordenación, pertenencia a
una institución, etc.
La vida interna del grupo al que se pertenece (geográfico, funcional, de
afinidad, etc.) debe concretarse en el campo de la espiritualidad,
como se concreta en la pastoral, cultura, economía y de problemas
personales. Se trata, pues, de ayudarse en las exigencias de la
vocación sacerdotal, y de modo particular en:
-la vida de oración como encuentro con Cristo y como ministerio,
-el seguimiento evangélico de Cristo aplicado a las virtudes del Buen
pastor,
-la disponibilidad misionera para cualquier cargo de la Iglesia
particular y cualquier necesidad de la Iglesia universal.
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-Llamados y enviados, como grupo apostólico, para seguir y anunciar a Cristo:
Mc 3,13-14; Lc 10,1.
-La unidad sacerdotal querida y pedida por Jesús, como signo eficaz de
santificación y evangelización: Jn 17,21-23.
-La gracia sacerdotal en relación al Presbiterio: 1Tim 4,14.
-Enraizarse en el fundamento de los Apóstoles por medio de los obispos: Ef 2,20.
-La vida apostólica en el Presbiterio: fraternidad (Lc 10,1; Act 1,14) para el
seguimiento evangélico (Mt 4,19; 19,27) y la disponibilidad misionera (Act 1,1-8;
Mt 28,19-20).
-Revisión de vida como examen de caridad pastoral: Jn 21,15ss.
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
-Obispos, presbíteros y diáconos, un signo colectivo del Buen Pastor (LG 28-29).
-La vida espiritual del sacerdote en relación al carisma episcopal (CD 15-16; PO
7).
-Los pasos hacia la fraternidad sacramental del Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28;
Puebla 603,690).
-Posibilidad y experiencias de vida en grupo (PO 7,8,10,17; CD 30; OT 17; Puebla
705; Medellín XI,25).
-Valorar los elementos esenciales de la espiritualidad específica del clero
diocesano: caridad pastoral en relación al obispo, al Presbiterio y a la Iglesia
particular (PO 13; LG 28; CD 28,30; PO 7-9).
-Revisión de vida sobre los ministerios (PO 4-6) y las virtudes del Buen Pastor
(PO 15-17).
VIII. Vocación y formación sacerdotal
El Señor continúa llamado a participar en su ser, en su misión y en su
vida sacerdotal por medio de la Iglesia. La vocación sigue siendo un
don suyo (Mc 3,13) y una iniciativa suya: «Yo os he elegido» (Jn
15,16; +Jn 6,56).
La vocación sacerdotal llega a ser realidad efectiva y definitiva cuando
se recibe el sacramento del Orden.
La llamada de la Iglesia, durante el periodo de formación y, de modo
especial, en el momento de la ordenación (por medio del obispo), es un
factor constitutivo de la vocación sacerdotal y garantiza su existencia.
Puesto que Cristo llama a participar de modo especial en su ser y
misión sacerdotal para el servicio de la Iglesia y de la humanida entera,
la vocación sacerdotal es entrega incondicional para:
-ser signo transparente de la caridad del Buen Pastor,
-prolongarle en la acción evangelizadora,
-servir a la Iglesia particular y universal,
-formar parte de un Presbiterio cuya cabeza visible es un sucesor de los
Apóstoles.
Cristo llama a la vida sacerdotal invitando al llamado a una serie de
experiencias que marcarán profundamente toda su vida posterior:
-encuentro con Cristo, que se hace relación y amistad profunda (Jn
1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39),
-seguimiento de Cristo para compartir la vida con él (Mt 4,19ss;
19,27),
-desprendimiento para ser signo de cómo ama él (Mc 10,21),
-pertenencia a la fraternidad del grupo apostólico (Lc 10,1; Jn
17,21-23),
-actitud de servicio a la comunidad eclesial (Mc 10,44-45; Jn
13,14-15).
2.-Señales de vocación sacerdotal
Las señales de vocación al sacerdocio se manifiestan de modo
objetivo-externo en la vida ordinaria (PO 11).
El discernimiento debe concretarse principalmente en analizar:
-la recta intención o motivaciones,
-la libertad de decisión,
-la idoneidad o cualidades.
La idoneidad vocacional consiste en un conjunto de cualidades que
corresponden a la vocación sacerdotal y al ejercicio del ministerio.
Estas cualidades son intelectuales (capacidad necesaria y relativa),
culturales (formación suficiente), humanas (salud física y psíquica),
morales (virtudes humanas, cristianas y sacerdotales).
En toda vocación sacerdotal, hay que ver si el posible vocacionado
se orienta hacia la oración de amistad con Cristo y de mediación
(intercesión), el sentido y amor a la Iglesia, el seguimiento radical
(evangélico) del Buen Pastor (pobreza, obediencia, castidad), espíritu
comunitario, disponibilidad.
Cuando se trata de un posible candidato al sacerdocio diocesano
(secular), hay que discernir (además de lo que hemos indicado para
todo sacerdote), si las cualidades se orientan hacia:
-la santificación en relación al ministerio y a la pastoral de conjunto,
-la vida comunitaria en el Presbiterio,
-el sentido de pertenencia permanente a la Iglesia particular,
-la dependencia afectiva y efectiva (también en la espiritualidad)
respecto al carisma episcopal.
3.-Formación sacerdotal inicial
La pastoral de las vocaciones sacerdotales tiene principalmente dos
etapas: una preliminar en la misma comunidad eclesial, y otra ya en el
Seminario o casa de formación.
La formación vocacional empieza en la familia, donde los padres
deben tener «cuidado de la vocación sagrada» (LG 11).
La pastoral vocacional se encuadra dentro de la pastoral de conjunto,
especialmente en relación a la pastoral juvenil, familiar y educativa.
Ya en el Seminario, los candidatos deben recibir una formación integral
de «verdaderos pastores de almas» (OT 4).
El enfoque pastoral de la formación para el sacerdocio abarca, pues,
todos los aspectos de la vida del Seminario:
-Espiritual: amistad con Cristo, a partir de la escucha y meditación de
la palabra y de la eucaristía, celebraciones litúrgicas, práctica de
virtudes cristianas, humanas y sacerdotales.
-Disciplinar o de convivencia: como vida de fraternidad y de familia;
«mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de amistad y
compenetración con los demás, deben prepararse para una unión
fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el
servicio de la Iglesia» (can.245, par.2).
-Intelectual y cultural: centrada en el conocimiento y la vivencia del
misterio de Cristo, que capacita para una recta inculturación en las
nuevas situaciones de la sociedad.
-Experiencias pastorales: según las posibilidades y etapas de
formación, y según el nivel profético, litúrgico y de servicios de
organización y caridad.
La personalidad humana, cristiana y sacerdotal es un desarrollo
armónico y progresivo de criterios, escala de valores y actitudes, de
suerte que el candidato aprenda a vivir en sintonía con el modo de
pensar, sentir y amar de Cristo Sacerdote y Buen Pastor.
4.-Formación sacerdotal permanente
La formación permanente del sacerdote corresponde a los diversos
períodos de la vida posterior a la ordenación sacerdotal. Hay que
abarcar armónicamente todos los aspectos de la formación
permanente, según las indicaciones conciliares y postconciliares:
-espiritualidad: doctrinal, práctica, asistencia personal, grupos de vida
espiritual,
-pastoral: metodología, grupos apostólicos por zonas o por funciones
pastorales,
-cultural: en todos los campos del saber eclesiástico y de interés para
el ministerio,
-económico: asistencia material, previsión social,
-personal: atención a las personas (relaciones personales), descanso,
celebraciones, dificultades, etc.
Será poco eficaz la formación permanente si no va acompañada de una
verdadera pastoral sacerdotal. El sacerdote necesita encontrarse en
espíritu de familia (no propiamente de empresa), dentro del
Presbiterio. Las ideas y métodos que puedan ofrecérsele recobran toda
su fuerza cuando llega a la persona en su misma circunstancia. Esto
reclama relaciones personales de confianza, de aliento, de convivencia
e incluso de compartir la vida con su propio obispo y con los demás
hermanos del Presbiterio.
5.-Medios comunes y peculiares de la espiritualidad
sacerdotal
No puede darse un proceso serio de vida espiritual sin poner los
medios concretos adecuados.
No sería exacto subrayar unos medios de espiritualidad en
contraposición a la acción ministerial. Los mismos ministerios son ya
medios privilegiados de santificación, a condición de que se ejerzan «en
el Espíritu de Cristo» (PO 13).
El concilio Vaticano II (PO 18; OT 8-12) señala algunos medios de
santificación que son comunes de toda vocación cristiana:
-lección divina, oración mental (meditación de la palabra),
-celebración eucarística, espíritu de sacrificio,
-«cotidiano diálogo con Cristo en la visita y culto especial de la
santísima Eucaristía»,
-frecuente celebración del sacramento de la reconciliación,
-examen diario de conciencia,
-retiro y Ejercicios espirituales,
-dirección espiritual,
-devoción filial a María Madre de Cristo Sacerdote.
Estos medios comunes se convierten en medios particulares para el
sacerdote cuando se relacionan más directamente con los ministerios.
Estos medios de espiritualidad recobran una fuerza especial cuando se
ponen en práctica en plan comunitario, especialmente en los encuentros
para intercambio de experiencias y ayuda mutua: retiros, oración
compartida, consejo espiritual, etc. Al mismo tiempo, estos medios
deben favorecer la comunión con el propio obispo y con los hermanos
sacerdotes y diáconos, como camino para construir la «fraternidad
sacramental» en el Presbiterio (PO 18).
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-Vocación, don y declaración de amor: Mc 3,13; 10,21; Jn 15,9-16; Ef 1,4.
-Vocación, fruto de la oración: Mt 9,38.
-La vocación como encuentro con Cristo: Jn 1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39.
-La vocación como seguimiento: Mt 4,19ss; 19,27; Mc 10,21.
-La vocación para la misión: Mc 3,14; Jn 20,21.
-Vocación de fraternidad y de servicio en la comunidad eclesial: Lc 10,1; Jn
17,21-23; Mc 10,44-45; Jn 13,14-15.
-Estudio personal y revisión de vida en grupo
-Signos y discernimiento de la vocación: recta intención, libertad, idoneidad (PO
11; OT 2,6).
-Colaboradores en el fomento y formación: familia, comunidad eclesial,
educadores, el mismo llamado (OT 2).
-Medios concretos de espiritualidad: armonía con los ministerios (OT 19-21;
can.245-256; PO 18; can.276,1186; Puebla 693-694).
-Seminario, tarea de todos (OT 3-7; Puebla 869-880).
-Línea pastoral del Seminario (OT 4,19); Puebla 969ss; Medellín XIII, 4-6.
-Formación permanente, naturaleza y práctica (PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18;
can.244,248,252,279; Puebla 719-720).
-Organización y práctica de retiros y Ejercicios espirituales, experiencias,
dificultades y posibilidades (can.246; 276).
-Experiencias, dificultades y posibilidades de la dirección espiritual
(can.239,246).
IX. Espiritualidad mariana del sacerdote ministero
1.-La Madre de Cristo Sacerdote
Cuando el sacerdote ministro reflexiona y vive el tema mariano,
redescubre más profundamente el misterio de Cristo Sacerdote q
se prolonga en la Iglesia, del que el sacerdote participa de modo
especial.
María engendró, gestó y dió a luz a Jesucristo en toda su realidad de
Hijo de Dios, Cabeza de su Cuerpo Místico, Redentor, Sacerdote.
María es, pues, Madre de Dios, Madre de la Iglesia, asociada a Cristo
Redentor, Madre de Cristo Sacerdote. La maternidad en María dice
relación a Cristo en toda su realidad. Toda la vida de María es de
asociación a Cristo Sacerdote, Mediador, Redentor.
Esta unión de María a Cristo Sacerdote se expresa en diversos puntos
fundamentales:
-aceptación de los planes salvíficos del Padre en sintonia con el sí de
Cristo Sacerdote al Padre (+Heb 10,5-7; Lc 1,38),
-perseverancia en este sí durante toda la vida hasta el sacrificio de la
cruz,
-asociación a Cristo Sacerdote y Víctima, Mediador y Redentor,
-intercesión como mediación materna participada de la única
mediación de Cristo Sacerdote.
2.-La Madre de la Iglesia, Pueblo sacerdotal
La Iglesia es el pueblo sacerdotal (1Pe 2,5-9) porque en ella se
prolonga Cristo Sacerdote y porque toda ella participa de la realidad
sacerdotal del Señor (+cap.2,n.3). María es Tipo o personificación de
la Iglesia.
Si María es Madre y Tipo de la Iglesia, Pueblo Sacerdotal, lo es
también por su asociación maternal a Cristo Sacerdote. La realidad
sacerdotal de Cristo, que asocia a María, continúa en la Iglesia.
La Iglesia ejerce su función sacerdotal anunciando a Cristo (línea
profética), celebrando su sacrificio redentor y salvífico (línea cultual y
litúrgica), comunicándolo a los hombres (línea hodegética o de
dirección y servicio de caridad).
La función sacerdotal de la Iglesia tiene, pues, dimensión mariana:
-anunciar a Cristo nacido de María,
-presencializar a Cristo que asocia a María,
-comunicar la salvación de Cristo que quiso y sigue queriendo la
colaboración de María.
La Iglesia se hace más virgen y madre cuando en la «misión apostólica»
imita el «amor materno» de María (LG 65). Por esto:
-La Iglesia, al contemplar a María, entra más a fondo en el misterio
de la encarnación;
-anunciando y venerando a María, atrae a los creyentes a su Hijo;
-«en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a
Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que
también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los
fieles» (LG 65).
3.-La Madre del sacerdote ministro
María ve en cada sacerdote un «Jesús viviente» (San Juan Eudes). La
realidad sacerdotal de la Iglesia, que es también realidad materna, se
actualiza principalmente por medio del ministerio de los sacerdotes. Es
maternidad ministerial, que encuentra en María su figura o Tipo.
María sigue asociada al sacrificio de Cristo que se hace presente en la
eucaristía por ministerio de los sacerdotes.
La relación de María con el sacerdote ministro se basa, pues, en una
realidad querida por Cristo:
-es Madre especial del sacerdote (realidad y amor),
-es modelo de su relación con Cristo y de su actuar apostólico,
-actúa como asociada a Cristo Sacerdote y Madre de la Iglesia.
Los santos sacerdotes de la historia (como San Juan de Avila, San Juan
Eudes, San Antonio Mª Claret...) han acentuado también el
paralelismo entre María y el sacerdote:
-por la vocación o elección especial,
-por la consagración a los planes salvíficos de Dios en Cristo,
-por la unión con Cristo Sacerdote y Víctima (en la cruz y en la
eucaristía),
-por la fidelidad a la acción y misión del Espíritu Santo,
-por el hecho de comunicar Cristo al mundo (instrumento de gracia).
4.-En la vida espiritual y en el ministerio sacerdotal
La espiritualidad sacerdotal es una vivencia del ministerio en el
Espíritu de Cristo (PO 13).
La gracia y el carácter sacramental del Orden urgen a vivir esta
realidad sacerdotal, que es eminentemente mariana, puesto que
María es parte integrante del misterio de Cristo anunciado,
presencializado (celebrado), comunicado y vivido por el sacerdote.
En la santificación propia y en la acción ministerial, la sintonía del
sacerdote con Cristo se expresará también con esta dimensión
mariana de:
-conocerla en el misterio de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo
sacerdotal,
-amarla con actitud relacional imitada de Cristo, y con el gozo de ver a
María el mejor fruto de la redención,
-imitarla especialmente respecto a su asociación esponsal con Cristo,
a su contemplación de la palabra y a su fidelidad generosa a la
acción del Espíritu Santo,
-celebrarla en el contexto del misterio pascual de Cristo,
especialmente en la eucaristía, sacramentos, liturgia de las horas y año
litúrgico,
-invocarla pidiendo su intercesión para el camino de configuración con
Cristo Buen Pastor y para el proceso de evangelización.
La actitud espiritual del ministro debe ser, pues, de amor materno, del
que María es modelo para «todos aquellos que, en la misión de la
Iglesia cooperan a la regeneración de los hombres» (LG 65). Vivir los
ministerios «en el Espíritu de Cristo» (PO 13) incluye la imitación de la
actitud materna de María,asociada a Cristo Sacerdote y Redentor.
Según las enseñanzas del magisterio, la devoción mariana del sacerdote
se basa en:
-la relación del sacerdote con Cristo Sacerdote, que quiso nacer de
María y la quiso asociar a su obra redentora,
-la relación del sacerdote con la Iglesia Pueblo Sacerdotal, de la que
María es Madre y Tipo,
-la relación de María respecto a Cristo Sacerdote, a la Iglesia y al
sacerdote ministro, como objeto especial de su maternidad.
Guía pastoral
-Reflexión bíblica
-María la mujer asociada a Cristo Sacerdote y Redentor: Lc 2,35; Jn 2,4; 19,25ss.
-La oración sacerdotal de Cristo en el seno de María: Heb 10,4-7.
-María en el camino del Pueblo sacerdotal: Apoc 12,1.
-María Madre del sacerdote ministro: Jn 19,25-27 (+OT 8; PO 18).
-Actitud mariana de fidelidad, generosidad, contemplación y asociación a Cristo
Sacerdote: Lc 1,26-56; 2,19.51; Jn 19,25ss.
-Caridad pastoral y amor materno del apóstol a ejemplo de María: Gal 4,4-19; Jn
16,21ss.
-Estudio personal
y revisión de vida en grupo
¿Cómo vivir estos puntos básicos?:
-María Madre de Cristo Sacerdote (PO 18; OT 8).
-La asociación de María a la obra redentora de Cristo (LG 58).
-Figura de la Iglesia Pueblo sacerdotal (LG 63; SC 103).
-María modelo y ayuda de la Iglesia en la obra apostólica (LG 64-65; Puebla 268).
-Actitud y devoción mariana del sacerdote (PO 18; OT 8; can.246, par.3; can.276,
par.2,5º).
-Renovación sacerdotal en Cenáculo con María (AG 4; LG 59; PO 12).
-El ministerio sacerdotal en la realidad mariana de America Latina (Puebla
282-303).
X. La espiritualidad del sacerdote en el Vaticano II
1.-Espiritualidad sacerdotal, concilio y postconcilio
A más de veinticinco años de distancia, el concilio Vaticano II sigue
siendo, también para el tema de la espiritualidad sacerdotal, un
hecho de gracia. Este hecho invita a mayor fidelidad y profundización,
para construir la figura del sacerdote entre dos milenios y ante un
cambio cultural histórico, que urge a una nueva evangelización.
Un hecho de gracia tiene siempre unas coordenadas de espacio y de
tiempo. Hay que tener en cuenta una historia previa y una acción
posterior del Espíritu Santo. La figura del Buen Pastor, descrita por
los evangelios, vivida por los Apóstoles, explicada por los Santos
Padres, ha sido siempre el punto de referencia de la espiritualidad
sacerdotal. Los santos sacerdotes de la historia nos lo siguen
recordando. El magisterio y la doctrina teológica inmediatamente
antes del concilio Vaticano II, son exponentes, cada uno a su modo, de
esta misma gracia siempre renovada. El Vaticano II es un punto de
llegada y un punto de partida en la marcha de la Iglesia peregrina.
Durante estos años de postconcilio, la Iglesia ha seguido recibiendo
nuevas luces y gracias, para responder a problemas nuevos,
profundizando en las gracias anteriores. Los años del post-concilio
serán también para el futuro un hecho de gracia, en una evolución
armónica abierta al futuro. La llamada crisis sacerdotal de los años
sesenta, ha hecho profundizar en el tema y ha ayudado a tomar
conciencia de la necesidad de una espiritualidad sacerdotal que
supere dicotomías artificiales.
El Mensaje a los sacerdotes de Pablo VI (1968), así como su
encíclica Sacerdotalis coelibatus (1967), ofrece un abanico armónico
de dimensiones del tema sacerdotal: sagrada, apostólica, vivencial,
eclesial. El Sinodo Episcopal de 1971 ahonda en la espiritualidad
sacerdotal, para responder a la búsqueda de identidad del sacerdote,
de suerte que su vida sea un signo coherente del Buen Pastor en un
mundo que cambia.
El magisterio de Juan Pablo II, con sus cartas del Jueves Santo y
numerosos discursos sacerdotales (viajes, audiencias, ordenaciones,
visitas ad limina, etc.), presenta una espiritualidad sacerdotal que se
expresa en el gozo de ser sacerdote, en el seguimiento generoso de
Cristo Buen Pastor, en la fraternidad sacerdotal y en la disponibilidad
misionera local y universal.
El nuevo Código, si bien no presenta un apartado sobre la vida
sacerdotal en el Presbiterio, recoge prácticamente toda la doctrina
conciliar, para plasmarla en normas concretas.
La Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos de 1990 y la consecuente Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis” han constituido quizás el punto más alto de la reflexión de la Iglesia, después del Concilio Vaticano II, en torno al tema del sacerdocio. En 1994, la Congregación para el Clero publicó el Directorio para el Ministerio y Vida de los presbíteros, que también se ha convertido en un documento de referencia sobre la identidad, espiritualidad y formación sacerdotal.
A este directorio han seguido otros documentos del mismo dicasterio que han ido aportando nuevas luces y actualizando la reflexión sobre diversos aspectos: El presbítero ante el tercer milenio (1999); El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial (2002), La Eucaristía y el sacerdote (2003), entre otros.
El año sacerdotal (2009-2010), convocado por el Papa Benedicto XVI, está siendo no sólo ocasión de gracias y bendiciones de Dios para los sacerdotes y todo el pueblo de Dios, sino que también ofrece la oportunidad de continuar el camino de estudio y profundización sobre el misterio del sacerdocio del que Cristo ha querido hacer partícipes a los ministros elegidos.
Queda mucho por hacer. Pero, mientras tanto, la doctrina conciliar del
Vaticano II sigue siendo un punto de referencia obligada y un hecho de
gracia.
2.-El contenido de los documentos conciliares sobre la
espiritualidad sacerdotal
La espiritualidad o santidad sacerdotal queda descrita dentro del
contexto de la santidad cristiana (LG V,n.39-42). Todo miembro de
la Iglesia, Pueblo de Dios, forma parte de su sacramentalidad, como
transparencia e instrumento de Cristo (contexto de LG I-II).
Cada cristiano vive su espiritualidad según la propia vocación. Siempre
se trata de la caridad, a imitación de Cristo. En cuanto a los pastores y
más concretamente a los presbíteros, la espiritualidad queda
relacionada con los ministerios ejercidos con espíritu de servicio y en
la línea de la caridad pastoral. Esta caridad se practica «por el diario
desempeño de su oficio» (LG 41), como hicieron los santos sacerdotes
del pasado. Efectivamente, por medio de la vida y ministerio
sacerdotal, se llega a «una más alta santidad, alimentando y fomentando
su acción en la abundancia de la contemplación» (LG 41).
Se puede decir que el decreto Presbyterorum Ordinis describe la
espiritualidad sacerdotal en el capítulo III, titulado «la vida de los
presbíteros». En él se distinguen tres apartados. El primer apartado se
titula «vocación de los presbíteros a la perfección» (PO 12-14),
presentando unas líneas de fuerza que podrían concretarse en estas
afirmaciones literales: «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote» (PO
12), «consagrados y enviados» (ibidem), «dóciles al Espíritu de Cristo»
(ibidem), «santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus
ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13), «movidos por la caridad
del Buen Pastor» (ibidem), «ascesis propia del pastor de almas»
(ibidem), «unidad de vida» (ibidem), «en el mismo ejercicio de la
caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección sacerdotal»
(ibidem), «hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la
misión de la Iglesia» (PO 14), etc.
El segundo apartado (cuyo título es: «peculiares exigencias espirituales
en la vida del presbítero») trata de las virtudes concretas del Buen
Pastor: humildad, obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17). El
tercer apartado («recursos para la vida de los presbíteros») presenta
los medios de vida sacerdotal, empezando por la vida espiritual (PO
18-21).
En realidad, todo el decreto ofrece, ya desde el principio, una
espiritualidad sacerdotal en relación a Cristo Sacerdote y Buen
Pastor. El sacerdote ministro participa de modo especial en el ser
(consagración) y la misión de Cristo (cap.I), prolongando su acción
profética, cultual y real (cap.II). La función sacerdotal se ejerce en la
comunión y misión de la Iglesia.
En los primeros capítulos de Presbyterorum Ordinis, que subrayan el
ser y el obrar del sacerdote, podemos encontrar unas líneas de
espiritualidad en relación a la caridad del Buen Pastor y, por tanto, a
los ministerios ejercidos «en su nombre» y «en su Espíritu»: línea de
servicio (PO 1), armonía entre la «consagración y misión» (PO 2),
«consagrarse totalmente a la obra» apostólica (PO 3), virtudes
humano-cristianas (ibidem), espiritualidad y santidad en el ministerio de
la palabra (PO 4), de la eucaristía y de los sacramentos (PO 5), y en
el «servicio a la comunidad eclesial» (PO 6). Esta espiritualidad
sacerdotal debe concretarse en una línea de comunión con el obispo
(PO 7), con los demás presbíteros en la «fraternidad sacramental» del
Presbiterio (PO 8) y con los laicos (PO 9). Es también una
espiritualidad que se expresa en la «dimensión misionera» universal (PO
10-11).
Podemos resumir ya los contenidos de Presbyterorum Ordinis
respecto a la espiritualidad sacerdotal:
-Actitud de servicio (PO 1,4-6).
-Consagración para la misión (PO 2-3).
-Comunión de Iglesia (PO 7-9).
-Esperanza y gozo pascual (PO 10).
-Transparencia e instrumento vivo de Cristo Sacerdote y Buen Pastor
(PO 12).
-Santidad en el ejercicio del ministerio y «ascética propia del pastor de
almas» (PO 13-14).
-Caridad pastoral concretizada en obediencia, castidad y pobreza
(PO 15-17).
-Uso de los medios comunes y específicos de santificación y
apostolado (PO 18-22).
El servicio sacerdotal es para construir la comunidad en el amor. Es
«servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 1), obrando en su
nombre como Cabeza de la comunidad (PO 2). No se buscan
privilegios y ventajas humanas, sino el ser signo de la donación
sacrificial o humillación (kenosis) de Cristo (Fil 2,7). «Conocer a las
ovejas ... es involucrar al propio ser, amar como quien vino no a ser
servido sino a servir» (Puebla 684; +Mt 20,25-28).
La consagración sacerdotal es participación de la consagración de
Cristo (PO 2), como pertenencia total a la misión recibida del Padre
(Lc 4,18; Jn 20,21). La misión se hace totalizante por la consagración:
«son segregados para consagrarse totalmente a la obra para la que el
Señor los llama» (PO 3).
El sentido de comunión eclesial es parte esencial de la espiritualidad
del sacerdote. «El ministerio sacerdotal, por el hecho de ser ministerio
de la Iglesia misma, sólo puede cumplirse en comunión jerárquica con
todo el Cuerpo» (PO 15). En el terreno práctico se traduce en unión
afectiva y efectiva con el propio obispo (PO 7), con los demás
sacerdotes del Presbiterio (PO 8) y con la comunidad eclesial a la cual
sirve (PO 9).
La disponibilidad para la misión universal es una exigencia del don
recibido en la ordenación, como participación en la misión universal de
Cristo (PO 10). Es «la solicitud por todas las Iglesias», al estilo de
Pablo (2Cor 11,28). Esta perspectiva universalista sanea la vida y el
ministerio sacerdotal, liberándolos de una problemática estéril y
enfermiza.
El tono de esperanza y de «gozo pascual» (PO 11) da a entender una
sana antropología de sentirse amado por Cristo y capacitado para
amarle y hacerle amar, hasta la caridad pastoral como «máximo
testimonio del amor» (PO 11). La alegría de pertenecer esponsalmente
a Cristo, es una nota característica de la evangelización como anuncio
de la buena (o gozosa) nueva de la resurrección de Cristo. Este tono
de gozo pascual es fuente de vocaciones sacerdotales.
Ser transparencia e «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO
12) corresponde a la razón de ser signo claro y portador de Cristo. La
relación personal con él se hace configuración, imitación y amistad
profunda, que transforma al apóstol en testigo: «nosotros somos
testigos» (Act 2,32).
La espiritualidad y santidad sacerdotal se realiza «ejerciendo los
ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Esa es la ascesis peculiar
de quien desempeña un oficio pastoral: «ascesis propia del pastor de
almas» (ibidem). Salvada la distinción entre momentos de oración,
acción, estudio, convivencia, descanso, etc., hay que mantener la
unidad de vida sin dicotomías (PO 14). A Cristo se le encuentra en los
diversos signos de Iglesia y del hermano.
La caridad pastoral se concreta en las virtudes y gestos de vida del
Buen Pastor: obediencia, castidad, pobreza (PO 15-17). Quien es
signo portador de la palabra, de la acción sacrificial y del pastoreo de
Cristo, lo es también de su modo de amar hasta dar la vida.
Los medios comunes y específicos de vida y ministerio sacerdotal
(PO 18-21) son necesarios para sintonizar con los «sentimientos de
Cristo» (Fil 2,5) y ser fiel a los carismas del Espíritu. «Por tanto, para
conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de
difusión del evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el
mundo actual, este sacrosanto concilio exhorta vehementemente a
todos los sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por
la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para
convertirse, día a día, en más aptos instrumentos para el servicio de
todo el Pueblo de Dios» (PO 12).
Estas líneas de espiritualidad se mueven según diversas dimensiones y
perspectivas: trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesial, litúrgica,
sociológica (de cercanía a la realidad), antropológica...
La santidad sacerdotal enraíza en la espiritualidad cristiana. Las
virtudes humano-cristianas pasan a ser sacerdotales cuando se
expresan en la caridad pastoral. De esta raíz humana, cristiana y
sacerdotal, brotan aplicaciones concretas señaladas por el concilio para
la formación y vida sacerdotal: «No podrían ser ministros de Cristo si
no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni
podrían tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a lograr
este fin las virtudes que con razón se estiman en el trato humano, como
son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la
constancia, el continuo afán de justicia, la urbanidad y otras» (PO 3;
+OT 11 y 19).
La caridad pastoral se concreta en un servicio como el de Cristo: «pasó
haciendo el bien» (Act 10,30). El sacerdote se hace transparencia de
Cristo: «sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1Cor 4,16).
Los temas de Presbyterorum Ordinis deben ampliarse con los
contenidos de otros documentos conciliares. El decreto Christus
Dominus aporta la referencia al carisma episcopal así como la vivencia
del Presbiterio como familia (C 28-32). El decreto Optatam totius
presenta la espiritualidad en el contexto de una formación que debe ser
eminentemente pastoral, litúrgica y cultural (OT 4ss).
Las Constituciones conciliares (LG, DV, SC, GS), en relación a
Presbyterorum Ordinis, ofrecen unas dimensiones muy
enriquecedoras. Para responder a una nueva época de gracia, la
Iglesia descrita por el concilio Vaticano II está empeñada en una
profunda renovación espiritual, que la haga más signo transparente y
portador del evangelio. Por esta renovación, «la claridad de Cristo
resplandece sobre la faz de la Iglesia» (LG 1). Cada cristiano, según su
propia vocación, forma parte responsable de esta Iglesia que es,
segúnlos cuatro documentos (constituciones) principales del concilio,
Lumen Gentium (LG), Dei Verbum (DV), Sacrosantum Concilium
(SC), Gaudium et Spes (GS):
-Signo transparente y portador de Cristo: Iglesia, sacramento o
misterio (LG I), Iglesia comunión o pueblo de hermanos y cuerpo de
Cristo (LG II), Iglesia misión y peregrina en la historia como inicio del
Reino definitivo, sacramento universal de salvación (LG VII).
-Portadora del mensaje evangélico para el hombre concreto y para
todos los pueblos: Iglesia de la Palabra (DV).
-Centrada en la muerte y resurrección de Cristo: Iglesia que hace
presente en la historia humana el misterio pascual (SC).
-Insertada en las realidades humanas: Iglesia en el mundo y en la
historia (GS).
Hacer realidad esta Iglesia descrita por el concilio Vaticano II es «el
fundamento y el comienzo de una gigantesca obra de evangelización»
(Juan Pablo II, Disc. 11-10-85).
3.-Una espiritualidad sacerdotal en línea
evangelizadora
El contexto conciliar sobre la espiritualidad del sacerdote es una
llamada a la renovación evangélica para afrontar nuevas situaciones
de evangelización. Nótese la dimensión misionera de esta llamada a la
santidad sacerdotal en el decreto Presbyterorum Ordinis: «Para
conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de
difusión del evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el
mundo actual, este santo concilio exhorta vehementemente a todos los
sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por la Iglesia,
se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para
convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el
Pueblo de Dios» (PO 12).
Esta llamada es parecida a la que se hace a todo el Pueblo de Dios en
el decreto Ad Gentes: «Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra
de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el
concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que,
teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del
evangelio, acepten se participación en la obra misionera entre los
gentiles» (AG 35; +LG 1 y 8; SC 1).
La espiritualidad sacerdotal, puesta en práctica en el ejercicio del
ministerio (PO 12-14), tiene las características de disponibilidad
misionera, generosa y vivencial, respecto a los ministerios proféticos,
litúrgicos y hodegéticos (PO 4-6). Es una actitud relacional con
Cristo (PO 14,18), que envía a prolongar su acción evangelizadora sin
fronteras, puesto que se participa de su misma misión: «El don espiritual
que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una
misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de
salvación hasta lo último de la tierra, pues cualquier ministerio
sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión
confiada por Cristo a los Apóstoles. Porque el sacerdocio de Cristo,
del que los presbíteros han sido hechos realmente partícipes, se dirige
necesariamente a todos los pueblos y a todos los tiempos, y no está
reducido por límite alguno de sangre, nación o edad... Recuerden,
pues, los presbíteros que deben llevar atravesada en su corazón la
solicitud por todas las Iglesias» (PO 10; +AG 38-39).
Al hablar de los Sacerdotes como próvidos cooperadores del Orden
episcopal en el Presbiterio, la Lumen Gentium recuerda esta línea
evangelizadora como fundamental: «ellos, bajo la autoridad del obispo,
santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos encomendada,
hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda
en la edificación de todo el Cuerpo de Cristo. Preocupados siempre
por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo
pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia» (LG 28; +LG
23; CD 6,22-23).
El sacerdote cuida de cada uno de los fieles encomendados. Pero esta
acción pastoral «se extiende también propiamente a formar una genuina
comunidad cristiana. Ahora bien, para cultivar debidamente el espíritu
de comunidad, ese espíritu ha de abarcar no sólo la Iglesia local, sino
también la Iglesia universal» (PO 6).
Esta espiritualidad de línea misionera va unida a la espiritualidad de
seguimiento evangélico. Las virtudes del buen pastor, como son la
humildad, la obediencia, la castidad y la pobreza (PO 15-17), vienen a
ser un «signo y estímulo de la caridad pastoral» (PO 16). Hay que
redimensionar estas virtudes en su valor evangelizador, puesto que son
«virtudes que mayormente se requieren para el ministerio de los
presbíteros» (PO 15).
La relación entre el seguimiento evangélico de los Apóstoles y su
acción evangelizadora es un dato bíblico claro: «los llamó para estar
con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). Una de las causas de
la dicotomía entre la espiritualidad y la acción apostólica del sacerdote
puede haber sido la presentación de su estilo de vida casi
exclusivamente como agente de unos carismas proféticos, cultuales y
hodegéticos, olvidando la conexión con el testimonio de seguimiento
evangélico como parte integrante de la misma evangelización.
El Presbyterorum Ordinis, como hemos visto, ha relacionado las
virtudes del Buen Pastor (que son la base del seguimiento evangélico) y
especialmente la caridad pastoral del sacerdote, con el ejercicio del
ministerio.
Ejercer los ministerios «en el Espíritu de Cristo» (PO 13) equivale a
vivirlos en sintonía con la caridad del Buen Pastor:
-En el ministerio de la Palabra: predicar el mensaje tal como es, todo
entero, a todos los hombres, al hombre en su situación concreta, sin
buscarse a sí mismo.
-En la celebración eucarística: vivir la realidad de ser signo de Cristo
en cuanto Sacerdote y Víctima por la redención de todos.
-En el ministerio de los signos sacramentales: celebrarlos en sintonía
con la presencia activa y salvífica de Cristo, que se hace encontradizo
con los creyentes en él.
-En toda la acción apostólica: haciendo realidad en la propia vida la
sed y el celo pastoral de Cristo.
La santidad o perfección cristiana consiste en la caridad (+LG V). La
santidad o perfección sacerdotal consiste en la caridad pastoral. Los
sacerdotes, «desempeñando el oficio de Buen Pastor, en el mismo
ejercicio de la caridad pastoral hallarán el vínculo de la perfección
sacerdotal, que reduzca a unidad su vida y acción» (PO 14). Su
espiritualidad o ascesis es la que corresponde al «pastor de almas»
(PO 13).
La caridad del Buen Pastor es el punto de referencia de toda la
espiritualidad sacerdotal (+LG 41). Es caridad que mira a los intereses
o gloria de Dios (línea vertical o ascendente) y a los problemas de los
hombres (línea horizontal). El equilibrio de estas dos líneas se encuentra
en la misión y en la actitud de dar la vida (línea misionera). Para el
sacerdote ministro, esta caridad es un don de Dios (línea descendente).
Por esto se hace unidad de vida personal y ministerial a la luz de la
misión recibida. «Esa unidad de vida no puede lograrla ni la mera
ordenación exterior de las obras del ministerio, ni, por mucho que
contribuya a fomentarla, la sola práctica de los ejercicios de piedad.
Pueden, sin embargo, construirla los presbíteros si en el cumplimiento
de su ministerio siguieran el ejemplo de Cristo, cuya comida era hacer
la voluntad de aquel que lo envió para que llevara a cabo su obra» (PO
14).
La disponibilidad misionera y el seguimiento evangélico son, pues,
dos elementos básicos de la espiritualidad sacerdotal, como expresión
de la caridad pastoral. Pero hay todavía un tercer factor
indispensable: la fraternidad sacerdotal, especialmente en el
Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28). En toda la historia de la Iglesia, los
períodos de renovación sacerdotal y evangelizadora se han
caracterizado por la puesta en práctica de estos tres elementos, que se
han llamado vida apostólica, es decir, vida ministerial a imitación de
los Apóstoles. Pues bien, la disponibilidad misionera y el seguimiento
evangélico no serían posibles sin la puesta en práctica de la fraternidad
sacerdotal.
El concilio ha sido muy explícito en este tema, aportando una novedad
respecto a la profundización doctrinal e incluso respecto a las
expresiones verbales. En efecto, la Lumen Gentium presenta esta
fraternidad, no sólo como un medio para vivir la santidad sacerdotal y
la disponibilidad misionera, sino también como exigencia de los
carismas sacerdotales: «En virtud de la común ordenación sagrada y
de la común misión, todos los presbíteros se unen entre sí en íntima
fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda
mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en
las reuniones, en la comunión de vida, de trabajo y de caridad» (LG
28).
De todos es conocida la expresión del Presbyterorum Ordinis sobre
la vida fraterna en el Presbiterio, a la que se califica de «fraternidad
sacramental» (PO 8). A la luz de la Lumen Gentium n.28, la palabra
sacramental indica relación con el sacramento del Orden. Pero en el
contexto global de la misma constitución conciliar, no deja de indicarse
el aspecto de sacramentalidad de la Iglesia (LG 1). La fraternidad
sacerdotal, en efecto, es un signo eficaz de santificación y de
evangelización, de acuerdo con la oración sacerdotal del Señor según
San Juan (Jn 17,23) y según las expresiones usadas ya por el
magisterio postconciliar.
Después de estas reflexiones, podríamos ya apuntar a la eclesiología
que subyace en la espiritualidad sacerdotal descrita por el concilio
Vaticano II. Se trata de una línea profundamente eclesial (+OT 9;
AG 16), que deriva de Cristo Sacerdote y Buen Pastor prolongado en
su Iglesia misterio, comunión y misión.
La Iglesia es misterio en cuanto signo transparente y portador de
Cristo resucitado. El sacerdote forma parte de la Iglesia misterio como
signo del Buen Pastor (PO 1-3), para prolongar su palabra, su acción
salvífica y pastoral (PO 4-6). La Iglesia es comunión de hermanos,
miembros del mismo Pueblo y del mismo Cuerpo de Cristo. El
sacerdote forma parte de la Iglesia comunión como miembro de un
Presbiterio, cuya cabeza es el obispo, al servicio de la comunidad
eclesial (PO 7-9.15; +CD 28; LG 28). La Iglesia es, por su misma
naturaleza, misionera, como fundada por Cristo para evangelizar. El
sacerdote está al servicio de la Iglesia misión, porque participa de la
misma misión de Cristo (PO 10) para obrar en su nombre y persona
(PO 2,6,12).
Una espiritualidad sacerdotal, tal como queda descrita en el concilio, de
línea evangelizadora y, por tanto, de «renovación evangélica», será la
mejor preparación para afrontar una «nueva evangelización». Así se
podrá dar el «testimonio máximo del amor» (PO 11).
4.-Caminos por hacer
Se han dado pasos muy importantes y decisivos en el estudio y
programación de la espiritualidad del sacerdote. El Congreso de 1989
y el Symposium de 1986 son una buena muestra. Los estudios han
tenido también lugar en otras Iglesias locales y han sido objeto de
numerosas publicaciones.
En estas publicaciones y encuentros se han hecho notar algunas
características de la espiritualidad sacerdotal: actitud de servicio sin
privilegios ni ventajas humanas (PO 1,13; LG 24), relación y diferencia
respecto a la espiritualidad del laicado y del sacerdocio común de los
fieles (PO 6,9), atención especial a la eucaristía como «fuente y
culmen de toda la evangelización» (PO 5), docilidad a la acción del
Espíritu Santo (PO 2,6-7,9-15,17-18,22), actitud mariana del
sacerdote (PO 18), armonía entre la «dimensión sagrada y misionera»
(PO 12-14), corresponsabilidad en la comunión eclesial (PO 7 9),
sentido pastoral de las virtudes sacerdotales (PO 15-17),
espiritualidad específica del sacerdote diocesano en relación al
Presbiterio (PO 8; LG 28; CD 28-30), medios comunes y
particulares de santificación en relación a los ministerios (PO 18),
naturaleza y señales de la vocación (OT 2), formación permanente y
pastoral sobre la persona del sacerdote (PO 19; OT 22), etc.
En casi todos los estudios postcon-ciliares se subraya la conexión de
todos estos temas con su principio fontal: Cristo Sacerdote que se
prolonga en la Iglesia. Una lectura atenta del decreto Prebyterorum
Ordinis pone de relieve la persona de Cristo, de cuyo sacerdocio
participa especialmente el sacerdote ministro para prolongarle en la
Iglesia y en el mundo, en sintonía de amistad y de seguimiento. Los
sacerdotes ministros son «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote» (PO
12) para servir fielmente a la Iglesia (PO 14).
Queda mucho camino por hacer hasta construir (no sólo delinear y
programar) la figura sacerdotal de nuestra época. En abril de 1989 se
ha celebrado una sesión Plenaria de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos, en vistas a elaborar una guía (o
directorio) sacerdotal para los Presbiterios de las Iglesias jóvenes. El
Papa ha alentado públicamente esta inicitativa señalando tres puntos:
prioridad de la vida espiritual basada en Cristo Sacerdote, sentido de
pertenencia a la Iglesia, misión en el mundo (Discurso del 14 de abril
de 1989).
A mi entender, hay todavía muchos puntos de espiritualidad sacerdotal
que necesitan un estudio más detallado y, al mismo tiempo, una
aplicación sin demoras y sin reticencias. Los voy a enumerar
sucintamente, aún con el riesgo de ser incompleto e impreciso. Son más
bien algunos aspectos que quedan claramente esbozados en los textos
conciliares y que pueden ser índice de una recta aplicación de todo el
tema sacerdotal. En realidad no son temas totalmente distintos de los ya
indicados anteriormente, sino aspectos y dimensiones que se traducen
en actitudes sacerdotales concretas.
1ª) Actitud relacional con Cristo
Se puede decir que todos los textos conciliares sobre el sacerdote
tienen un matiz relacional. La presencia de Cristo resucitado en la
Iglesia (SC 7) encuentra en el ministerio sacerdotal un signo especial de
anuncio, celebración y comunicación. Por esto el sacerdote es
«servidor de Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO 1).
La santidad sacerdotal se realiza precisamente en el ejercicio del
ministerio porque se trata de «comunión con Cristo» (PO 13). «Cristo
obra por sus ministros y, por tanto, él permanece siempre principio y
fuente de la unidad de vida en ellos» (PO 14). El sacerdote debe
«fomentar la unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida»
(PO 18), sin olvidar el «coloquio cotidiano con Cristo Señor en la visita
y el culto personal de la santísima eucaristía» (PO 18).
Por el hecho de vivir unidos a Cristo que envía y espera en el campo de
misión, los sacerdotes «no están nunca solos» (PO 22). De ahí nace el
gozo pascual de una vocación que es encuentro, amistad y misión, y
que, por ellos mismo, se hace fuente de vocaciones sacerdotales (PO
11). La presencia de Cristo en la vida sacerdotal está relacionada con
la misión (Mt 28,20). La espiritualidad del sacerdote recobra en Cristo
su dimensión trinitaria, pneumatológica, eclesial y antropológica.
2ª) Actitud contemplativa y evangelizadora respecto a la palabra
de Dios
El ministerio de la palabra reclama una actitud contemplativa, que se
convierte en compromiso de evangelización. El mismo número 13 de
Presbyterorum Ordinis, que habla de la santidad en relación a los
ministerios, indica esta línea contemplativa inherente al ministerio
profético. «Buscando cómo puedan enseñar más adecuadamente a los
otros lo que ellos han contemplado, gustarán más profundamente las
irrastreables riquezas de Cristo (Ef 3,8) y la multiforme sabiduría de
Dios. Teniendo ante los ojos que es el Señor quien abre los corazones
y que la grandeza no viene de ellos mismos, sino de la virtud de Dios,
en el acto mismo de enseñar la palabra de Dios se unirán más
íntimamente con Cristo maestro y se dejarán conducir por su Espíritu»
(PO 13).
Es interesante notar que cuando el concilio habla de la predicación de
la palabra, recuerde, al mismo tiempo, la actitud contemplativa. Así
lo hace al presentar la santidad sacerdotal: «Mientras oran y ofrecen el
sacrificio, como es su deber, por los propios fieles y por todo el Pueblo
de Dios, sean conscientes de lo que hacen e imiten o lo que traen entre
manos; las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos,
no sólo no les sean un obstáculo, antes bien asciendan por ellos a una
más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la
abundancia de la contemplación para consuelo de toda la Iglesia de
Dios» (LG 41).
3ª) Compromiso de construir el Presbiterio de la Iglesia particular
según la vida apostólica
No se trata sólo de presentar la espiritualidad específica del sacerdote
en el Presbiterio y en la Iglesia particular (diócesis), sino de
comprometerse a construir en el propio Presbiterio diocesano los
cauces necesarios para una verdadera vida apostólica, como hemos
indicado anteriormente: seguimiento evangélico, disponibilidad
misionera, fraternidad.
Hay que aventurarse a hacer realidad esta «fraternidad sacramental»
(PO 8) o «familiar» (CD 28), comprometiéndose a una ayuda mutua
afectiva y efectiva en el campo pastoral, espiritual, cultural, económico
y personal. Es necesaria una cierta vida comunitaria o de encuentro
periódico, para compartir las vivencias sacerdotales: arciprestazgos,
equipos de zona o funcionales y de amistad, asociaciones, etc.
El carisma episcopal, como espíritu de cercanía y convivencia, es
imprescindible (CD 28; PO 7). El Consejo Prebisterial tiene su parte
que aportar en este compromiso de hacer realidad la vida apostólica
en el Presbiterio. Hay que dejar siempre un espacio operativo para la
iniciativa personal y de grupo.
4ª) Servicio ministerial en la línea de la maternidad de la Iglesia
El sentido y amor de Iglesia, expresado en servi
ante de la espiritualidad sacerdotal (PO 14,15; OT 9). «La fidelidad a
Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia. Así, pues, la
caridad pastoral pide que, para no correr en vano, trabajen siempre los
presbíteros en vínculos de comunión con los obispos y con los otros
hermanos en el sacerdocio. Obrando de esta manera, los presbíteros
hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de
la Iglesia» (PO 14).
La misión sacerdotal existe y se realiza en la comunión. El concilio
recuerda que el sacerdote es ministro de Cristo y de la Iglesia, puesto
que obra «en persona de Cristo Cabeza» (PO 2) y «en nombre de
todo el pueblo de Dios» (LG 10; +PO 2). Su ministerio es «para la
edificación de la Iglesia» (Santo Tomás, Contra Gentes,IV,74).
Uno de los puntos que me parecen más prometedores es el de la
maternidad eclesial, a la que sirve el sacerdote: «la comunidad eclesial
ejerce, por la caridad, la oración, el ejemplo y las obras de penitencia,
una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo» (PO 6).
En este punto cabe encontrar también una posibilidad de profundizar la
relación del sacerdote con María, según la línea trazada por la carta
del Jueves Santo de 1988. Su espíritu de comunión eclesial dependerá
de la vivencia de esta dimensión mariana. «Que la verdad sobre la
maternidad de la Iglesia, a ejemplo de la Madre de Dios, se haga más
cercana a nuestra personalidad sacerdotal, que expresa precisamente
su madurez apostólica y su fecundidad espiritual» (Juan Pablo II,
Jueves Santo de 1988).
5ª) Ser principio de unidad y servicio cualificado para garantizar
la herencia apostólica
Otra nota característica de la espiritualidad sacerdotal es la de ser
principio de unidad en la comunidad, en colaboración de dependencia
con el propio obispo (PO 6,9; LG 23). Las vocaciones y carismas
diferentes, que existen en la comunidad eclesial, encuentran en el
sacerdote un principio de armonía, puesto que ha de «llevar a todos a
la unidad de caridad» (PO 9).
Esto tendrá aplicación especial en el servicio de suscitar vocaciones
laicales, insertándolas en la Iglesia particular. En el fenómeno actual de
multiplicación de movimientos espirituales y apostólicos, el sacerdote
hace un servicio de armonía, puesto que él pertenece propiamente a
toda la comunidad. Personalmente podrá vivir más en una línea
grupal, pero, en cuanto sacerdote, debe «armonizar las diversas
mentalidades y defender el bien común por encima de preferencias»
(PO 9). El mismo ministerio sacerdotal es un servicio para suscitar y
cuidar todas las vocaciones, incluso las de perfección (PO 5-6).
La espiritualidad del sacerdote dice relación a la construcción de la
unidad. Este espíritu de comunión le ayudará a ser, con el obispo, el
garante y el servidor cualificado de una tradición o herencia
apostólica que se encuentra en cada Iglesia particular. Su servicio de
unidad tiene, pues, una dimensión histórica y geográfica: esta
comunidad de aquí y de ahora, en relación con toda la comunidad
eclesial universal y con toda la historia de la Iglesia.
Por esta línea cabría encontrar una característica de la espiritualidad del
sacerdote diocesano, en el hecho de gracia de estar incardinado a
una Iglesia particular. El sacerdote, por el carácter (que es signo
permanente), por la castidad (que es signo de desposorio) y por la
incardinación (que es signo de pertenencia a la Iglesia), es un servidor
cualificado de la comunidad eclesial esposa de Cristo.
6ª) Insertarse en la situación sociológica e histórica a la luz de la
Encarnación
La espiritualidad del sacerdote es de inserción en las situaciones
humanas e históricas. No es la misma que la de los laicos (LG 31; GS
38.43; +Christifideles laici). La inserción del sacerdote se debe al
hecho de participar de modo especial en la consagración y misión de
Cristo, el Verbo Encarnado. A la luz de la encarnación, deberá
acercarse al hombre concreto para anunciarle y comunicarle el misterio
de Cristo, puesto que ejerce un ministerio «en favor de los hombres»
(Heb 5,1) para «responder convenientemente a las cuestiones agitadas
por los hombres de esta época» (PO 19).
El decreto conciliar sobre la vida y el ministerio sacerdotal pone en
relieve esta cercanía del sacerdote a la situación concreta del existir
humano (PO 1,3-4,6,9,12,14-19). La convivencia con los hombres
(PO 3) le urge a buscar, en la palabra de Dios, la luz para interpretar
los acontecimientos y descubrir en ellos los «signos de los tiempos»
(PO 4,6,9,17,18). Esta cercanía encuentra un lugar de preferencia
cuando se trata de «los pobres y los más débiles» (PO 6). La
capacidad de inserción corresponde a la capacidad de seguimiento
evangélico (Christifideles laici 16-17).
Esta lista de puntos o aspectos por profundizar, podría alargarse.
Como hemos indicado anteriormente, los textos conciliares sobre la
espiritualidad del sacerdote reciben una nueva luz si se estudian en
relación a las constituciones del mismo concilio.
La espiritualidad sacerdotal es siempre parte de la Iglesia como signo o
sacramento de Cristo (Lumen Gentium). Es una espiritualidad que se
realiza en el anuncio, la celebración y la comunicación del misterio
pascual (Sacrosantum Concilium). Por ello mismo, deberá
profundizarse más en relación con los designios de salvación
manifestados por Dios en su Palabra (Dei Verbum) e insertarse con
sentido de solidaridad en las situaciones sociales e históricas
(Gaudium et Spes).
Siempre es una espiritualidad de inmanencia (o cercanía) y de
trascendencia, de consagración y misión, de un presente histórico en
una Iglesia peregrina (escatológica), que camina hacia un encuentro
definitivo de toda la humanidad con Cristo resucitado. Ante una nueva
etapa de evangelización, se necesitan apóstoles «expertos en
humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy,
participen de sus gozos y esperanzas... y, al mismo tiempo, sean
contemplativos enamorados de Dios» (Juan Pablo II, Disc. 11 oct.
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Juan Esquerda Bifet
ENCUENTRO CON CRISTO
Páginas para meditar el Evangelio
CONTENIDO
Presentación
Del encuentro con Cristo a la misión
Cómo puedes usar estas páginas
Método para meditar
Cuando medites el evangelio
I. Oremos
II Jesús, amigo
III La voz del Buen Pastor
IV Encuentro con Jesús
V La voz del Maestro
VI Las preguntas de Jesús
VII El apóstol de Jesús
Índices
Índice de materias
Índice litúrgico
Índice de textos evangélicos
PRESENTACIÓN
Hubo unos náufragos que a duras penas pudieron llegar a una isla desconocida. Sin ningún recurso a mano, hubieron de luchar a cuerpo limpio contra los salvajes, las fieras, el hambre...
En los momentos más difíciles, les llegaban socorros inesperados: armas, alimentos... Hasta descubrieron unas huellas humanas... Alguienles socorría. Pero ¿quién podía ser?
Algunos de aquellos náufragos se preocuparon de buscar al bienhechor que tan milagrosamente les salvaba; otros se quedaron tan tranquilos disfrutando de los beneficios. Hasta algunos... se permitieron dudar del bienhechor e insultar a quienes los buscaban...
Esto ocurre en tu vida. Lo que aquí te presento no es un libro o socorro inesperado, sino a la misma personaque se cruza constantemente en tu vida cotidiana. No pongo algo en tus manos, sino a alguien, cuyas huellas están en cada palabra del evangelio: Jesucristo;él mismo en persona se esconde tras sus propias huellas.
Jesucristo, aunque te viera perdido o extraviado, nunca pudo apartar de su pensamiento y de su corazón tu figura, tus preocupaciones, tu vida y circunstancias. Tú eras, y eres, para él, alguien. “Antes de la creación del mundo”, trazó Dios el plano de tu vivir y el mapa de tu ruta, en Cristo. Jesucristo sigue asistiéndote en cada momento de tu existir...
Pero... Cristo para ti todavía no es alguien, no es una realidad viviente. Disfrutas de sus beneficios, pero... ¡tienes tantas cosas que hacer! Y una de tantas cosas... Perdona, pero para Jesucristo tú no eras, ni eres, una de tantas cosas.
Cuando hayas aprendido a saborear el evangelio, encontrando en él a Cristo, te habrás encontrado a ti mismo en Cristo. ¡Habías estado junto a él, lo habías buscado todos los segundos de tu vida, sin saberlo! Y dirás con san Agustín: “¡Oh hermosura siempre nueva y siempre antigua, cuán tarde te conocí!”. Y oirás con santa Teresa: “Alma, buscarte has en mí, y a mí buscarme has en ti”.
¿Para quién es este librito?
Dijo Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Para ti es este manojo de palabras de Cristo... si tienes alma de niño, evangélica, joven en la esperanza y en la generosidad.
¿Para qué son estas páginas?
Para que en medio de ese mundo sin equilibrio, que desconoce el optimismo y la esperanza, sepas vivir con Cristoy ver todas las cosas centradas en aquel que es fundamento de nuestra esperanza. Entonces descubrirás que el mundo es muy hermoso. Entonces irradiarás a Cristo en tu ambiente, allí donde Cristo te llama.
¿Sabes que tienes una vocación?
Cristo te llama a desempeñar una gran tarea en su cuerpo místico que es la Iglesia... ¿No sabes cuál es? Porque no te has preocupado de convivircon Cristo. ¡Qué soso debe ser, qué aburrido y sin sentido el vivir como quien no sabe la razón de su existencia, ni se interesa por Cristo, ese gran desconocido que tenemos a nuestro lado cuidándonos en nuestro destierro y en nuestra marcha hacia el cielo!
Si ya sabes cuál es tu vocación, entonces recuerda que no puedes cumplir lo que ella te pide, si no estás empapado de evangelio. Y, si fuese llamado a ser “otro Cristo”, has de ser, como decía aquel santo obispo “un evangelio viviente con pies de cura”.
Cuando me digas que ya no necesitas este librito, porque ya sabes encontrar a Cristo que palpita en cada palabra del evangelio, que habla y obra por la santa Iglesia, que se ha quedado en la eucaristía, que vive en el prójimo, que mora en tu corazón... entonces diré como aquel anciano en años y joven en la esperanza: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu salvador a quien has presentado ante todos los pueblos”.. (Lc 2, 29-31). Porque entonces sabrás “manifestar a todos la caridad con que Cristo amó al mundo”. (Vaticano II. Const. Lumen gentium n. 41)
DEL ENCUENTRO CON CRISTO A LA MISIÓN
El Evangelio es siempre nuevo y nunca cambia. Cuando lo leemos, escuchamos o meditamos, entonces acontece, se actualiza en nuestro “contexto” de aquí y ahora. En él nos espera “alguien” que “vive” y que nos lleva en su corazón, como parte de su misma biografía, y que nos ama hasta darse a sí mismo como “consorte”.
Es Cristo, Dios hecho nuestro hermano, que murió y resucitó, quien deja escuchar los latidos de su corazón en cada gesto y en cada palabra de su Evangelio. No existe otro libro igual. La vida y la historia humana recuperan su sentido en Cristo, único “Salvador del mundo” (Jn 6,42), que no anula nada de lo que Dios ya ha sembrado en culturas y corazones. Quien le ha encontrado tal como es, ya no hace rebajas a su realidad salvífica, divina y humana. La verdadera ciencia de Cristo consiste en amarle: “Si alguno me ama, yo me manifestaré a él” (Jn 14,21).
Cuando uno se ha dejado encontrar por Cristo, se siente invitado por él a compartir su misma vida y misión. Ya no se puede prescindir de él, siempre se encuentra tiempo para él (la persona amada), nadie ni nada le puede suplir, ya nada se puede anteponer a su amor. Entonces se mira a los demás con la misma mirada de Jesús.
Desde su Encarnación, el Verbo de Dios hecho hombre, Cristo nuestro amigo y “consorte”, está unido a cada ser humano: “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (Gaudium et Spes 22). Y en el corazón de cada ser humano espera al “apóstol” para que este lo anuncie con la alegría de quien lo ha encontrado previamente: “Precisamente porque es «enviado», el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. «No tengas miedo... porque yo estoy contigo» (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre” (Redemptoris Missio 88).
Decía Juan Pablo II que la fe es “un conocimiento de Cristo vivido personalmente” (Veritatis Splendor 88). El cristianismo (con sus “dogmas” y su “moral”) no se entiende ni se acepta sin enamorarse de Cristo. La fe es una “adhesión personal” (Catecismo Iglesia Católica 150), que lleva consecuentemente al testimonio y a la aceptación de sus contenidos. Por esto, quien ha encontrado a Cristo se siente vocacionado y urgido por el Espíritu Santo a “transmitir a los demás su experiencia de Jesús” (Redemptoris Missio 24). Sin esta fe viva, no se entendería nada de la santidad y de la misión.
La propia identidad cristiana, en todas y cada una de sus vocaciones, consiste en la alegría de haber encontrado a Cristo. Por esto, Benedicto XVI, en su primera encíclica decía: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est 1). Del encuentro, se pasa necesariamente a la misión: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él” (Benedicto XVI, Homilía en el inicio de su Pontificado, 20 abril 2005).
Una nueva época y una sociedad “icónica” piden signos: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi 76).
El “Año de la Fe” tiene que traducirse en “la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo… nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo” (Benedicto XVI , Porta Fidei, 2 y 15). La “Nueva Evangelización” reclama “discípulos misioneros” con el “nuevo fervor de una “itinerancia” peculiar: hacerse disponibles para “amar y hacer amar al Amor” (Santa Teresa de Lisieux).
En estas “meditaciones” sobre el Evangelio, no he intentado dar una metodología especial y menos una ideología, sino una ayuda o motivación para que cada uno aprenda personalmente a dejarse sorprender por Cristo, como María, su Madre y nuestra, que lo recibió en su corazón y en su seno para transmitirlo al mundo. Y entonces ya no se puede prescindir del encuentro diario con él, presente en su Palabra, en su Eucaristía, en la comunidad eclesial, en la historia humana. La garantía de haberle encontrado “de corazón a corazón”, es el deseo de hacerle conocer y amar: “El corazón se fue tras él” (Beata María Inés Teresa).
CÓMO PUEDES USAR ESTAS PÁGINAS
1. A manera de sugerencias o buenos pensamientos
Durante el día, en cualquier oportunidad, escogida al azar o por cálculo. Los primeros cristianos no disponían de nuestros medios de apuntes y notas, pero su amor a Cristo les sugirió la idea de apuntar los dichos de Jesús en las vasijas de arcilla...
Eso, sí, por favor, no leas solo como quien lee un buen pensamiento, sino como quien escucha o habla a un amigo presente.
2. En un rato de intimidad ante el sagrario
Sin prisas, confidencialmente, después de saludar al Señor, de exponerle tus cosas, puedes utilizar una de las presentes páginas para un coloquio sabroso o para meditar un rato a los pies del Maestro, como Magdalena, o como san Juan sobre el pecho de Jesús. No digas nunca que eres amigo de Cristo, si no sabes pasar un rato, sin prisas, junto a él. “La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor allí presente” (Pablo VI, Mysterium fidei).
3. Como meditación
Acaso no sepas distinguir bien entre meditación y visita. No importa. Fácilmente convertirás cada visita en fervorosa meditación, si a las peticiones y súplicas añades las reflexiones y afectos propios de la meditación. Así aprenderás paulatinamente a intimidar con Cristo en la meditación, en la comunión, en las visitas a Jesús sacramentado, etcétera.
MÉTODO PARA MEDITAR
Aquí te presento una de las maneras sencillas de hacer meditación:
1. Recuerda que Jesús está presente (eucaristía, presencia de Dios en todas partes, presencia de la Santísima Trinidad en el alma del justo...) Puedes hacer actos de fe, adoración, petición...
2. Puedes pedir una gracia particular: mayor conocimiento de Jesucristo, para que le ames sin reservas; que sepas sentir sus penas o alegrías, intenciones e intereses, como si se tratara de ti; una virtud concreta que te falte, etcétera.
3. Lee una de estas páginas con su contexto, a poder ser en el mismo evangelio. Imagínate la escena: personas, palabras, obras, como si estuvieras presente. Reflexiona sobre alguna lección que puedes aprender. Procura mover tu afecto hacia la persona de Jesús y sus enseñanzas. Mi corta explicación te puede ayudar un poco. Con tal de que te pares en cada punto, para pensar con tu cabeza y amar con el corazón. No tengas prisa...
4. Durante todo el rato, y por lo menos al final, puedes entablar un coloquio con el Señor, con la Santísima Virgen, con los santos, etcétera.
5. Es muy importante sacar algún propósito sobre algo que hay que enmendar. Pero pide la gracia para que lo sepas cumplir, de otro modo, te encontrarás con muchos chascos. Si has cometido alguna falta durante la meditación, pide perdón de ella. Si el Señor te ha dado alguna luz, da gracias, pues ya sabes que no mereces nada.
Ya irás aprendiendo. Cuando ya sepas hablar con el Señor sin prisas, hazlo como te salga del corazón, aunque solo sepas pensar: “Él me mira y yo le miro”.
Puedes terminar tu meditación, si te gusta así, recitando una o varias veces estas oraciones.
Oración de san Ignacio: “Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; tu me lo diste, a ti, Señor, lo torno; todo es tuyo, dispón a toda tu voluntad, dame tu amor y gracia, que esta me basta”.
Oración de san Juan de Ávila, Doctor de la Iglesia: “Señora nuestra, medianera nuestra, reconcílianos con tu Hijo bendito, alcánzanos de él gracia para que, salidos de este destierro, nos lleve donde gocemos de su santísima gloria”.
CUANDO MEDITES EL EVANGELIO
Es muy fácil meditar el evangelio. Tan fácil, como si te encontraras personalmente con el Señor por los caminos de Palestina. Pero es conveniente que no olvides lo siguiente:
- Jesús no es un personaje que “pasó”, sino una persona viva que está íntimamente presente, transformándote en él por medio de una vida nueva que se llama la vida de la gracia.
- Todo lo que Jesucristo dijo e hizo en tiempos de su vida mortal, lo hizo e hizo pensando en ti, amándote, diciéndolo y haciéndolo por ti.
- Ahora, al leer el evangelio, que es palabra de Dios, Cristo te dice aquellas palabras para ti personalmente, esperando tu “sí”.
- Cada palabra del evangelio esconde los latidos ardientes del corazón de Cristo, que piensa en ti y te ama sinceramente.
- ¿Es posible aburrirte teniendo en las manos un libro (¡el Evangelio!) que contiene palabras que ahora te dice Cristo?
- El evangelio no se te puede caer de las manos...; Sería la peor de las desgracias... Cuando uno ha experimentado su lectura y ha encontrado a Cristo, ningún libro le gusta, si no está teñido de evangelio. Porque solo el evangelio tiene palabras calientes, vivas.
- En el ejercicio del apostolado es siempre un buen medio reflexionar sobre un texto del evangelio. No tomar jamás el evangelio como tal, con militantes de Acción católica, chicos o chicas, es subalimentar las almas y retardar la venida del reino de Cristo (mons. Renard).
- El mundo del futuro está en las manos de los jóvenes que hayan recibido el impacto del evangelio.
- La formación de los futuros sacerdotes, según el concilio Vaticano II, se ha de basar en el evangelio, puesto que encierra el pensar, el querer, el amor, la persona de Cristo Nuestro Señor.
I. OREMOS
“Que vuestra vida esté escondida con Cristo en Dios”, nos dice san Pablo, el apóstol. Con Cristo, en unión con él, y transformándose en él. ¿Cómo?
Empecemos dialogando con Jesucristo. Insensiblemente nos veremos metidos en su ambiente, en nuestro centro de gravedad.
Dialogar con Cristo significa, en lenguaje cristiano, orar. Orar es respirar el oxígeno necesario para nuestra vida espiritual. Orar es necesario, pero quizá... ¿difícil? ¿abstracto?...
“Toma y lee”, oyó san Agustín de Tagaste. Leyó en los libros santos y... se encontró con Cristo. Abre el libro santo del evangelio y aprende a orar como oraba Jesucristo, aprende a dialogar con él como dialogaban con él en el evangelio su madre, sus íntimos, los enfermos, los pecadores, todos, y hasta como tú hubieras hecho de encontrarte allí.
No es menester haber estado en Palestina para dialogar con él. Jesucristo es de “ayer, de hoy y de siempre”. Está presente en el sagrario, ante el cual acostumbras a pasar los mejores momentos del día.
Ya sabes, pues, ¿qué es orar? Santa Teresa te diría que es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama”.
Tu madre te enseñó a hablar cuando niño. Para hablar con Jesús, él mismo te dio a tu madre, para que te enseñase a hablar con Dios, andar por el camino espiritual, comer a Cristo eucarístico, escuchar sus palabras...
Pruébalo. Ya veras cómo si oras como se oraba en el evangelio, sabrás decir como Jesucristo y con él: Padre nuestro... Es necesario “aplicarse, de manera constante, a la oración” (Vaticano II).
1. ENSÉÑANOS A ORAR
Estaba Jesús orando.
Cuando terminó,
uno de sus discípulos le dijo:
-“Señor, enséñanos a orar”.
Él les dijo:
- “Cuando oréis, decid: Padre nuestro...”
(Lc 11,1-2)
1. Sin apetito, no aprovecha ningún alimento. Y es difícil hablar de oración a quien no tiene ganas de orar. Primero se han de despertar estas ganas. Los apóstoles, al fin, cayeron en la cuenta de que necesitaban orar, y pidieron al Señor les enseñara. Si tienes ganas de aprender a hablar con Cristo, será fácil el aprendizaje. Se han de pedir estas ganas. Quien pide, alcanza. Si supieras decir lo que dijeron los apóstoles...
2 Es fácil hablar con un amigo, con los propios padres. Se habla sin reparos con la persona que sabemos que nos ama. Por esto la oración que nos enseñó Jesús comienza con las palabras: “Padre nuestro...”. Cada palabra del padrenuestro nos enseña la postura filial que hemos de tener al hablar con Dios. Esmérate en rezar el padrenuestro, fijándote en el sentido de cada palabra...
2. ¿DÓNDE MORAS?
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían,
Les pregunta:
-“Qué buscáis”
Ellos le dijeron:
-“Maestro, ¿dónde vives?”
Les dijo: “Venid y veréis”.
(Jn 1,38-39)
1. Para aprender a orar, se necesita tomar la decisión de seguir a Cristo y tratar con él. Es el primer paso lo que cuesta más. Después, el mismo Jesús (que ya te dio la gracia de querer orar) ayuda dándonos la mano. En la oración de intimidad con Cristo no nos buscamos a nosotros mismos, sino que vamos a agradar al Señor. Quien busca su propia satisfacción, no aprende el trato íntimo con Jesús. ¿Por qué no he aprendido a tratar íntimamente con Cristo...?
2. No se puede ir con prisas, ni con el corazón en otra parte. El trato con Jesús es suficiente para atraer todo nuestro corazón y el mejor rato del día. Dando al Señor lo que nos sobra, y de mala gana, no se aprende a orar. ¿Explicarte qué es orar? Es mejor probarlo por propia experiencia. Esta experiencia, si es de verdad, no se olvida nunca. ¿Qué has de mejorar en tu oración?
3. ¡QUÉ BIEN ESTAMOS AQUÍ!
Jesús se transfiguró ante ellos... Pedro dijo:
-“¡Qué bien estamos aquí!...”
Salió de la nube una voz:
-“Este es mi Hijo, el amado,
en quien me complazco. Escuchadlo”.
(Mt 17,1-5)
1. Quien sigue a Cristo por el camino del sacrificio y humildad, le encuentra de veras. Jesús se transfigura, se da a conocer tal como es. Sin esfuerzo no es posible encontrar a Cristo. Y, cuando uno le encuentra, cae en la cuenta de que vale la pena haberle seguido. No se olvidan estos encuentros con el Señor. Mi oración es fría, porque hay algo que se interpone entre mi corazón y el de Cristo...
2. Cristo, que se queda en la eucaristía y vive siempre junto a mí, es el Hijo de Dios. Su presencia exige atención y diálogo. Ha venido a nosotros para hablarnos. Se le ha de escuchar en el silencio de otras cosas que no son él. Escucharle significa hacer caso de lo que él dice, y ponerlo por obra. Entonces el Padre se complace en nosotros como se complace en Jesús. ¿Escucho el silencio interior en los momentos de oración...?
4. SENOR, ¿AQUIÉN VAMOS A ACUDIR?
Muchos discípulos suyos
se echaron atrás y no volvieron con él.
Jesús dijo a los Doce.
- "También vosotros queréis marcharos?".
Simón Pedro le contestó:
- "Señor, a quién vamos a acudir?
Tu tienes palabras de vida eterna;
nosotros creemos ... ".
(In 6,66-69)
1. Cuando cuesta seguir a Cristo, muchos, que
se llaman sus discípulos, le vuelven la espalda.
jesus nos conoce a cada uno y siente nuestra des-
erei6n como el padre del hijo pr6digo y como el
buen pastor. Ante la conducta general de hacer lo
más fácil, de dejarse ir, de hacer lo que hacen
todos, Jesús me pregunta si yo también quiero de-
sertar. El espíritu de sacrificio es condici6n para
dialogar con Cristo. ¿Me sacrifico al menos esfor-
zándome por rezar mejor. . .?
2. Jesús hubiera sentido honda pena, si los
ap6stoles también se hubieran ido. San Pedro, que
estaba enamorado de Cristo, habla con palabras
salidas del coraz6n. Para él Jesúslo es todo. "Jesús
mío y todas las cosas". Quien ama, reza. San Pedro
supo escuchar las palabras de Jesús, que penetran
y transforman el coraz6n por ser divinas, y que si-
guen resonando en el mundo de hoy. ¿Son mis
disposiciones como las de san Pedro .. .?
5. ¿ERES TU EL QUE HA DE VENIR?
- ''?Eres tú el que ha de venir
o tenemos que esperar a otro?".
Jesúsle respondió:
- " ... los pobres son evangelizados.
i Y bienaventurado
l que no se escandalice de mi!".
(Mt 11,3-6)
1. Nadie puede llenar nuestro coraz6n, sino Je-
sucristo. Nadie ni nada. Porque el Señor ha hecho
nuestro coraz6n a su medida. Desear algo al mar-
gen de Cristo es como desear la chatarra o querer
llenarse de viento. A lo mas, es quedarse con ba-
ratijas. Quien tiene otros deseos al margen de
Cristo, no encuentra a Cristo en la oraei6n. Si lim-
piaras tu coraz6n de inclinaciones malsanas, sa-
brías orar mejor. ..
2. Pobre es el que sufre necesidad, sea cual sea.
EI que sufre está más cerca de Cristo. Pero con
mas propiedad, pobre es el que no tiene más ri-
queza que el mismo Dios. Es decir, el que sabe
aventurarlo todo por Dios. Entonces es fácil "ver"
a Dios, porque se tiene el coraz6n limpio. Es fácil
orar. Como lo es cuando uno sabe pasar por en-
cima del qué dirán y dar la cara por Cristo. En-
tonces se encuentra a Cristo en la oraci6n, porque
se tiene mas fe en él que en otros. ¿Son así mis
disposiciones ... ?
6. ¡SEÑOR, QUE VEA!
Un mendigo ciego:
-“¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
Muchos le increpaban para que callase,
pero él gritaba más... Jesús dijo:
- “¿Qué quieres que te haga?”
-“¡Señor, que vea!...”
(Mc 10,46.48-51)
1. Para orar se ha de reconocer la propia necesidad y miseria. ¡Tenemos mucha! Es el primer paso para orar. Y luego saber superar las dificultades. Orar es dialogar de tú a tú. Si no prescindimos de qué dirán o harán los demás, nunca sabremos orar no en privado ni en común. Cuando uno no tiene ganas, cuando salen dificultades, es entonces cuando se debe esforzar para vencerlas. ¿Me dejo vencer por las dificultades...?
2. El Señor habla al corazón. Tenemos un amigo que sabe lo que nos pasa, lo puede y quiere solucionar. Así es fácil orar. Entonces el conocer la propia necesidad no lleva al desánimo, sino a la oración humilde y sincera. ¡Que vea, Señor, cuánto me amas, para que vea lo que debo hacer, que te vea en el prójimo, que te vea en el superior, que te vea en mí...!
7. AUMÉNTANOS LA FE
Los apóstoles dijeron a Jesús:
-“Auméntanos la fe”.
Dijo el Señor:
- “Si tuvieras fe como un granito de mostaza,
diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar,
y os obedecería”.
(Lc 17,5-6)
1 Los apóstoles se dieron cuenta de que tenían una fe muy floja. Ya se lo había dicho el Señor. Por eso le piden que se la acreciente. Quien siente necesidad de algo, pide. Ora quien ve su propia necesidad, aunque sea para decir como el hijo pródigo: “He pecado”. Nos falta fe en el Señor que vive escondido en el prójimo, en la autoridad, en los acontecimientos, en nosotros mismos, en la eucaristía. Fe y confianza en su bondad. Pidamos esa fe con una súplica que salga del corazón...
2. Todo nos lo puede y quiere dar el Señor. Pero no puede fomentar nuestra pereza. Dios no suple el trabajo de reflexión y de esfuerzo que hemos de realizar. Pero, poniendo de nuestra parte lo que debemos, él pone lo demás, aunque parezca un imposible. A Dios rogando y con el mazo dando. Hemos de trabajar examinando qué es lo que necesitamos poniendo esfuerzo, pidiendo gracia, reparando conductas anteriores, etc. Entonces, solo entonces, el Señor hace milagros. ¿En qué debería esforzarme más...?
8. SI QUIERES, PUEDES LIMPIARME
Se acercó un leproso a Jesús,
se arrodilló y le dijo:
-“Señor, si quieres, puedes limpiarme...”
-“Quiero, queda limpio”.
(Mt 8,2-3)
1. El leproso se conoce a sí mismo, se da cuenta de la presencia de Jesús, demuestra su humildad, reverencia y confianza. Como el publicano que supo decir: “Perdóname, Señor, que soy un pecador”. Son disposiciones indispensables para orar bien. Aprovecho la visita del Señor. Era la primera y hubiera sido, tal vez, la última. Lo poco o mucho que había oído acerca de Jesús, le sirvió para orar bien. ¿Tengo estas disposiciones en la oración...?
2. La confianza abre la caja de caudales de los tesoros de Dios que se esconden en el corazón de Cristo. El Señor puede y quiere sanarnos. Pero necesita que nos pongamos a tiro por la confianza. El leproso consiguió el milagro fiándose de la bondad de Cristo. Nuestra lepra puede ser el pecado o las imperfecciones. El mismo Señor nos enseñó a orar: “He pecado” (hijo pródigo), “Perdóname, Señor” (publicano). ¿Es confiada mi oración...?
9. ¡SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!
Dijo Jesús a Tomás:
-“No seas incrédulo, sino creyente”.
Contestó Tomás:
-“¡Señor mío y Dios mío!”
Jesús le dijo:
-“Bienaventurados los crean sin haber visto”.
(Jn 20,27-29)
1. Orar es conversar con el Señor, escuchándole y hablándole. Ahora nos dice el Señor las mismas palabras del evangelio. El corazón de Jesús se queja de nuestra fe menguada. Quisiera ver en nosotros más fe en la eucaristía, en que somos templo suyo, en su presencia como Dios en todas partes, en los acontecimientos, en su presencia en el prójimo, en su voluntad manifestada por el superior, etc... Quisiera ver mi fe traducida en obras. ¿Qué tengo que mejorar en mi vida de fe...?
2. El acto de fe no puede ser una frase rutinaria. Es un latido del corazón, además de un “sí” de nuestro entendimiento. Creer con toda el alma es adherirse a Cristo para siempre. Esto es una aventura en medio de un mundo sin fe. Pero Jesús, que es Dios hecho hombre por nosotros, puede exigir la generosidad que él ha demostrado primero. El corazón cristiano que cree sin ver, halla la verdadera paz. ¡Creo, Señor...!
10. EL QUE TU AMAS ESTAENFERMO
Habíacaído enfermo un tal Lázaro, de Betania.
Las hermanas (Marta y María) le mandaron
Recado a Jesúsdiciendo:
- "Señor, el que tu amas está enfermo ... "Jesús amaba a Marta, a su hermana
y a Lázaro.
(Jn 11, 1.3.5)
1. Reconocerse enfermo es el primer paso para
rezar biennecesitamos luz para el entendimiento
y para conocer a Cristo, necesitamos fuerza en la
voluntad para seguirle, necesitamos tener intimi-
dad con él. Quien sabe o quiere saber orar, con-
vierte todo lo que le sucede en oración, en dialogo
con su padre, con su amigo. De todo envía recado
al Señor¿Me reconozco necesitado y expongo al
Señor todo lo que me pasa ... ?
2. El Señor lo sabe todo y nos ama de veras, en
serio. La oración mejor es la de exponer humilde
y confiadamente sin exigencias de ninguna c1ase.
Con la convicción de que Jesúsnos ama, es rnás
fácil orar. Y nos ama a cada uno con predilección
especial, no lo dudemos. Mil motivos tenia Mag-
dalena para dudar, y no dudó. Eso sí, el Señor
prueba nuestra oración. A Lázaro le escuchó, pero
le dejo morir para darle algo mejor. ¿Es confiada
mi oración?.
11. SI, PADRE
Tom6 la palabra Jesús y dijo:
- "Te doy gracias, Padre, ...
porque has escondido estas cosas a los sabios ...
y se las has revelado a los pequeños.
Si, Padre, así te ha parecido bien".
(Mt 11,25-26)
1. Los que se creen sabios no entienden las
cosas de Dios. El Evangelio es muy aburrido para
los "autosuficientes", para los que ya lo saben
todo, los que no necesitan consejos y tienen a
menos las normas concretas. Unicamente con dis-
posiciones filiales se aprende a orar: entusiasmarse
por el Padre, conocerle, confiar en él, hacer su vo-
luntad. Le entusiasmaba a Cristo ver estas disposi-
ciones en las almas. ¿Las tengo yo ... ?
2. Saber decir siempre que "sí" a Dios es con-
vertir todo el día en oración. Decir "sí" a nuestro
Padre Dios en todo lo que nos pasa, cuando se
muestra su voluntad, aunque cueste cumplirla.
"Amén" significa "sí". En la santa misa lo decimos
muchas veces, para significar que nos unimos a
los sentimientos de Cristo inmolado en aras de la
voluntad del Padre. No vale decir mentiras. Y no
hay mentira mayor que decir que SI a Dios solo
con los labios y no con la vida. ~Es mi vida un "SI" a Dios .. .?
12. NO SOY DIGNO
-“Señor, tengo un criado en cama paralítico...”
Él le dijo:
- “Voy yo a curarlo”.
Pero el centurión le replicó:
-“Señor, no soy digno”.
Jesús se quedó admirado y dijo:
-“En Israel no he encontrado en nadie tanta fe”.
(Mt 8,6-10)
1. Exponer con confianza todos nuestros problemas al Señor es una oración fácil y excelente. Pero los problemas del prójimo también son nuestros, puesto que todos somos la gran familia de Dios. Al Señor le satisface nuestra oración cuando es humilde. No merecemos nada, no somos dignos de presentarnos ante el Señor, puesto que hemos pecado; pero podemos acercarnos al Señor como el hijo pródigo ante su padre. ¿Oro por los problemas de los otros y soy humilde en la oración...?
2. De acuerdo que hay muchas personas que no frecuentan tanto la iglesia y, no obstante, tienen más fe y caridad. La tendrían más de frecuentar más. Hasta puede haber paganos que están más cerca de Dios que muchos cristianos que no cumplen. Los sacramentos, los actos piadosos, aprovechan más a los que abren el corazón a Dios. Con el cántaro tapado no se recoge agua. Un cristiano que cumple bien, tiene más fe y caridad que un pagano que no conoce a Cristo; pero las cosas cambian cuando el corazón está cerrado al amor. En mi oración ¿estoy dispuesto a todo lo que Dios me pide?...
13. DAME ESA AGUA
Jesús contestó (a la samaritana):
-“El que beba del agua que yo le daré
nunca más tendrá sed:
el agua que yo le daré
se convertirá dentro de él
en un surtidor de agua
que salta hasta la vida eterna”.
La mujer le dice:
-“Señor, dame esa agua”.
(Jn 4,13-15)
1. Lo que dijo el Señor en el evangelio, me lo dice a mí ahora. Jesús es el único que puede saciar las aspiraciones de mi corazón. Hemos sido hechos a la medida de Cristo y nadie puede suplirlo a él. Se desean otras cosas cuando no se tiene verdaderamente al Señor. Las cosas tienen su valor, pero no pueden nunca llegar a valer tanto como Cristo. ¿Deseo otras cosas más que al mismo Cristo...?
2. Las gotitas que salpican de la fuente no pueden saciar la sed. Son gotitas de agua pero no bastan. Todas las cosas son buenas, pero no son Dios. El agua que da Cristo es la vida divina, la gracia. Si ya la tenemos, hay todavía muchos dones de gracia que necesitamos: conocer mejor a Cristo, amarle más, aprender a orar... Todo esto lo he de pedir como quien tiene sed abrasadora...
14. ¿TÚ VIENES A MÍ?
Se presenta Jesús a Juan
para que lo bautice.
Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
-“Soy yo el que necesito que tú me bautices,
¿y tú acudes a mí?”.
(Mt 3,13-14)
1. Jesucristo es humilde. Dios se hizo hombre por nosotros, nació y vivió en un ambiente pobre y humilde, nunca buscó su propia gloria, y murió en un patíbulo como un malhechor. Pero lo más humillante es que cargó con nuestros pecados como si fueran suyos propios. Él es nuestro responsable. Por eso fue a recibir el bautismo de penitencia en nombre nuestro. Por eso continúa haciendo presente su muerte redentora en la santa misa. ¡Si supiera reflexionar sobre esta humillación de Cristo en la misa...!
2. “¿Tú vienes a mí?”. Yo te crucifiqué, yo sigo en mi tibieza o en mis pecados. Yo he hecho poco caso de tus beneficios continuos, no soy capaz de entender tu amor cuando vienes en la comunión. Yo me olvido de tu presencia en mí y de que estoy unido a ti como miembro de un mismo cuerpo... Y tú, ¿sigues viniendo a mí?...
15. DANOS SIEMPRE DE ESTE PAN
Jesús les dice:
- “Es mi Padre el que os da
el verdadero pan del cielo.
El pan de Dios es el que baja del cielo
y da la vida al mundo”.
Entonces le dijeron:
-“Señor, danos siempre de este pan”.
(Jn 6,32-34)
1. Jesucristo es el redentor que ha venido al mundo para morir por nuestra salvación. Su cuerpo es la víctima del sacrificio. Muriendo Jesucristo da la vida al mundo. Nosotros participamos de esta vida divina, sobre todo cuando comulgamos. Cristo es, pues, “el pan de Dios”. Escuchar a Cristo y comulgarle es vivir de él, en él y para él. He de revisar mi vida eucarística.
2. Hablar con Cristo es exponerle nuestros deseos. Quien tiene un tesoro piensa siempre en él y desea estar cerca de él. “Donde está vuestro tesoro allí está vuestro corazón”. Desea a Cristo quien le ama. Desea estar con Cristo quien le valora por encima de todo. Otros deseos atrofian el deseo ardiente de unirse a Cristo. Mis deseos más hondos ¿están lejos del Señor?...
16. TU SABES QUE TE QUIERO
Dice Jesús a Simón Pedro.
- “¿Me amas más que estos?".
- "Si, Señor, tú sabes que te quiero".
- "Apacienta mis corderos".
(Jn 21,15)
1.Es un examen de amor. Porque Jesucristo
examina a los suyos así. Cristianismo es amor.
Amar es darse, pero darse como le gusta a Cristo.
Amar es darse sin calcular. Amar es darse a una
persona. El amor no tiene paréntesis ni compases
de espera. Quien ama va más allá de lo mandado
y hace lo más agradable al amado. ¿Qué califica-
ci6n merezco en esta asignatura ... ?
2. Pedro respondi6 con generosidad y humil-
dado Estaba dispuesto a todo por Cristo. Orar es
amar. Solo se deja de orar cuando se deja de amar.
A los que ama n de veras, Cristo les encarga una
misi6n: la de hacerle amar. Apostolado es hacer
amar a Cristo. El ap6stol se fragua en el dialogo
con Cristo. ~Tengo deseos de hacer amar a
Cristo ... ?
17. ¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?
Jesúsles contesto:
- "Trabajad por el alimento que perdura
Hasta la vida eterna".
Ellos le preguntaron.
- ¿Qué tenemos que hacer para realizar las
obras de Dios?".
... Que creáis en el que él ha enviado".
(Jn 6, 27-29)
1. Jesucristo es el alimento de nuestra alma. Por
eso se queda en la Eucaristía. Comulgando a Cristo
se adquiere y aumenta la vida divina que él nos
mereei6 muriendo y resucitando. Quien comulga a
Cristo tiene la vida eterna. Ninguna ocasi6n mejor
para dialogar con Cristo que en la comunión.
¿Cómo es mi oraei6n a Cristo cuando comulgo?
2. Jesucristo es luz, camino, verdad y vida. Todo
lo que hemos de hacer en nuestra vida se reduce
a seguir a Cristo imitándole. Orar es encontrarse
personalmente con él para emprender juntos la
tarea del vivir. Dialogando con Cristo es fácilpre-
guntarle qué es lo que espera de nosotros, con-
cretamente en el día de hoy. No vale irse por las
ramas. ¿Qué espera Jesús de mí en el día de hoy .. .?
18. ¡MAESTRO!
Jesús le dice:
- "¡María!".
Ella se vuelve y le dice:
- "¡Maestro!".
Jesús le dice:
- " ... ve a mis hermanos y diles:
Subo al Padre mío y Padre vuestro .. , ".
(In 20,16-17)
1. María Magdalena busco a Cristo por encima
de todas las dificultades. Nadie, ni los ángeles,
llenó su corazón más que Cristo. Una sola palabra
de Jesús convirtió su inmensa pena en alegría des-
bordante. Para orar no se necesitan muchas pala-
bras. Se ha de dejar hablar al corazón. Orar y
llamarse mutuamente por su nombre es un trato
personal de amigos. ¿Me esfuerzo por aprender a
orar. .. ?
2. Quien encuentra a Cristo en la oración,
queda comprometido para hacer partícipes a otros
de esta dicha. Quien no siente este deseo, no ha
orado bien. Somos la familia de Dios, sobre todo
en la oración litúrgica. Si falta un hermano en la
mesa, hemos de sentir su ausencia precisamente
por estar nosotros más cerca del Padre. Orar es
estar conscientemente cerca de Dios. ¿Me preo-
cupo en la oración de las necesidades de los
otros ... ?
19. NO TENGO A NADIE
Estaba allí un hombre que llevaba treinta y ocho
años enfermo ... .
Jesús, al verlo, ...... le dice:
- ¿Quieres quedar sano?".
- "Señor;no tengo a nadie
que me meta en la piscina ... ".
(Jn5,5-7)
1. La mirada de Jesucristo penetra lo más íntimo
del corazón, No hace daño. Lo descubre todo,
,
pero prefiere que seamos nosotros quienes le des-
cubramos las intimidades. El deseo de curarnos lo
tiene él más que nosotros, pero no nos quiere
curar hasta que nosotros lo deseemos y se lo ex-
pongamos. Esta es la razón de ser de la oración. El
que ora se da cuenta de su necesidad y pide au-
xilio. ¡Si dejara que el Señor mirara con su mirada
de misericordia todos los recovecos del alma ... !
2. Nadie nos puede solucionar nuestros proble-
mas más hondos. A veces hemos hecho todo de
nuestra parte, pero no se ha seguido el éxito. Es
entonces la hora de reconocer que sólo Cristo
puede solucionar nuestros problemas. Y es enton-
ces cuando descubrimos que el Señor es "alguien"
que se preocupa de nosotros y con quien se han
de tener relaciones personales. ¿Siento verdadera
necesidad de Jesucristo ... ?
20. SEÑOR, AYUDAME
Una mujer cananea ....... se postr6 ante él diciendo:
- "Señor; ayúdame" ... .
. .. también los perritos se comen las migajas
que caen de la mesa de los amos".
Jesús le respondió:
- "Mujer, qué grande es tu fe. que se cumpla lo
que deseas".
(Mt 15,25.27-28)
1. La oraci6n ha de ser humilde. Primeramente
reconocer nuestra miseria. Quien se ahoga pide
socorro. Sin esta humildad, la oraci6n seria un
cumplimiento. Y reconocer también que, por
nuestros pecados, no merecemos las gracias. Pero
creer, sobre todo, en la bondad del Señor.Es en-
tonces cuando brota espontánea la oraci6n desde
lo más hondo de nuestro interior. Oraci6n hu-
milde, no rutinaria, porque se sabe lo que se ne-
cesita. ¿Eshumilde mi oraci6n ... ?
2. El Señor escucha siempre. Su bondad está
dispuesta a dárnoslo todo aun antes de que se lo
pidamos. Pero no nos puede dar lo que resbalaría
en nuestro interior y se perdería. Por eso espera
que se esponje nuestro coraz6n para recibir el
agua de la gracia. Y nos ayuda para ello. Solo es-
pera nuestro ademán más insignificante para dar-
nos con creces lo que necesitamos. ¿Puede el
Señor alabar mis disposiciones personales para
orar...?
21. HAGASE TU VOLUNTAD
"Cuando oréis, no uséis muchas palabras,
como los gentiles, que se imaginan que
por hablar mucho les haráncaso ...
Vuestro Padre sabe lo que os hace falta ... Vosotros
orad así:
Padre ... hágase tu voluntad ... n.
(Mt 6,7-10)
1. Orar es hablar con el coraz6n, "pensar en
Dios amándole". No es la cantidad de palabras lo
que mira Dios, sino el coraz6n, los sentimientos
sinceros. Solo cuando dejamos de amar, dejamos
de orar. Dedicar un rato exc1usivamente para Dios
que sabemos que nos ama, eso es orar. Si hace-
mos esto, es fácil que luego todo el día sea una
oraci6n prolongada. Cuando oro, ¿d6nde está el
peso de mi amor. .. ?
2. Dios, nuestro Padre, sabe lo que necesita-
mos. Más que nosotros. Y lo quiere remediar. Más
que nosotros también. Convencidos de esto es
fácil presentarse ante Dios (que está siempre pre-
sente) para hablar con él como un hijo con su
padre. Pero hay un enemigo de nuestra oraci6n:
nuestro capricho. Renunciar a nuestra voluntad es
el precio que nos pide Dios para saber orar. ¿Son
muchas las ocasiones en que hago mi voluntad
prescindiendo de la de Dios .. ?
22. QUÉDATE CON NOSOTROS
Él (Jesús) simuló que iba a seguir caminando.
Ellos lo apremiaron, diciendo:
- "Quédate con nosotros, porque ... el día va de
caída".
Y entr6 para quedarse con ellos.
(Lc 24,28-29)
1. Jesúses muy delicado. No quiere molestar.
Quiere comunicarse con nosotros, pero espera que
se lo pidamos. Cuando uno ha experimentado el
trato con Jesucristo, necesita encontrarse frecuen-
temente con él. Jesúsquiere que perseveremos en
la oraci6n, aunque no sintamos nada. Con tal que
le guste a él, ¿qué importa lo demás? ¿Me esfuerzo
por encontrar el mejor rato para tratar con Jesucristo
y prescindo de otros pensamientos en la ora-ción?
2. Muchas veces las tinieblas amenazan con
oscurecer nuestro interior. Jesús es la luz. El Señorsólo espera que deseemos su presencia. Él desea,
más que nosotros, la intimidad de amigos. Cuando
Jesús se queda, el coraz6n late con más alegría, se
ven las cosas de otra manera. ¿Deseo sinceramente
que Jesússe quede conmigo para siempre .. .?
23. ACUÉRDATE DE MÍ
Uno de los malhechores le insultaba…
Pero el otro decía:
-“Jesús, acuérdate de mí
cuando llegues a tu reino”.
Jesús le dijo:
-“Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
(Lc 23,39-43)
1. En cualquier momento puede realizarse el encuentro definitivo con Cristo. Para el buen ladrón fue en la hora de su muerte. Para su compañero no lo fue nunca, a pesar de morir junto al redentor. El encontrar o no a Cristo depende de saber o no hablar con él. Porque el encuentro amistoso se realiza en el diálogo. ¡Qué importancia tiene la oración! Pero una oración que salga del fondo del alma… ¿Es así la mía?
1. Jesús es el salvador. Salva a los grandes pecadores, a condición de que estos pidan perdón. El hijo pródigo y el publicano (dos parábolas inventadas por el corazón de Jesús) saben orar: “He pecado”..., “Perdóname, Señor”... A esta oración sigue siempre el perdón de Jesús y la promesa de salvación. ¿Sé reconocerme pecador en la oración...?
24. TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS
Vinieron a su encuentro diez leprosos
y a gritos le decían:
-“Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”.
Al verlos les dijo:
-“Id a presentaros a los sacerdotes”.
(Lc 17,12-14)
1. Ni la lepra se resiste a la voz de Cristo. No hay nada que impida el encuentro con Cristo, si no es el quererse encerrar en sí mismo. Los leprosos reconocen su mal y se presentan al Señor pidiendo curación. Todos los milagros que hizo Cristo tienen significado de salvación: Jesús nos salva de nuestros pecados y miserias por grandes que sean. El orar con humildad (reconociendo lo que somos) y con confianza (reconociendo la bondad de Cristo) es la clave para encontrar al Señor. ¿Cuánta humildad y confianza hay en mí...?
2. Las respuestas de Jesús no son como nos gustan a nosotros, sino como nos convienen. Jesús quiere que no le encontremos sino en los otros: el superior que manda o aconseja, el prójimo que necesita de nosotros, el equipo de amigos... No se encuentra Cristo al margen de quienes representan o son la Iglesia. Este es también el caso de la confesión y de la dirección espiritual. ¿Necesito consultar algo o llevar mejor la dirección espiritual...?
25. TE SEGUIRÉ
Jesús dio orden de cruzar a la otra orilla.
Se le acercó un escriba y le dijo:
“Maestro, te seguiré adonde vayas”.
Jesús le respondió:
“Las zorras tienen madrigueras...,
pero el Hijo del hombre
no tiene donde reclinar la cabeza”.
(Mt 8,18-20)
1. Cuando uno encuentra un ideal grande, siente deseo de seguirle. Ningún ideal mayor que el de seguir a Cristo. Él llena todas las aspiraciones de nuestro corazón e inteligencia. En nuestra oración debemos manifestar a Cristo el deseo ardiente de seguirle por encima de cualquier dificultad. Jesús se da en la medida de nuestros deseos. ¿Tengo deseos sinceros de tratar personalmente con el Señor? ¿Cómo podría conseguirlos y aumentarlos...?
2. No hemos de engañarnos. Jesucristo pone unas exigencias para seguirle. Él va adelante, pasando por lo más difícil. Seguirle no cuesta tanto cuando ponemos la mirada en él y los pies en sus pisadas. Cualquier dificultad agranda el corazón de las personas generosas como el viento enciende más la antorcha, y apaga la cerilla. ¿Sé pasar valientemente por las dificultades con la mirada puesta en Cristo...?
26. LO HEMOS DEJADO TODO
Dijo Pedro a Jesús:
- "Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo
y te hemos seguido, ¿qué nos va a tocar?".
Jesús les dijo.
- " ... cien veces más ... y la vida eterna ".
(Mt 19,27.29)
1. ¡Quién pudiera decir lo mismo que san
Pedro! Haber aventurado todo por Cristo es el
mejor ideal. Aunque sea dejar unas barcas como
san Pedro. Lo interesante es embarcar el corazón
en el seguimiento de Cristo. Con estas disposicio-
nes siempre la oración es el rato más vital del día.
Pero en cuanto a premio, no busquemos otro que
el mismo Cristo. No hay mejor premio que seguir
amándole. ¿Cómo ando en generosidad .. .?
2. No estábien pedir otro premio a Cristo fuera
de seguir amándole. Pero el Señor da infinitamente
más de lo que dejamos. Un granito de trigo lo con-
vierte en un granito de oro, como dice la fábula
india. Porque lo que dejamos es "estiércol", según
dice san Pablo. No hay mejor premio que ser ama-
dos de Dios como hijos suyos y hermanos en
Cristo. Esta es la vida eterna. Vale la pena. ¿Son así
mis pensamientos?
27. PODEMOS
Jesús dijo (a Santiago y Juan):
- ¿Sois capaces de beber el cáliz
que yo he de beber?".
- "Podemos ".
(Mt 20,22)
1. El coraz6n humano está hecho para conte-
ner deseos muy grandes. Estos deseos se deben
exponer al Señor en la oración. A veces pueden
ser deseos no del todo rectos. En la oración se pu-
rifican como el oro en el crisol. Juan y Santiago
deseaban algo grande. Jesús les señaló el mejor
ideal: sufrir por él para resucitar con él. Expongo
en la oraci6ón mis deseos más íntimos ... ?
2. El hombre se mide por su fuerza de voluntad.
Por eso dicen: "querer es poder". Ser hombre de
decisiones grandes, si se tienen también ideas
grandes, es ser hombre de verdad. Las dificultades
no cuentan para los héroes. Lo que parece impo-
sible, es posible y aún fácil para los que quieren.
En mi vida de oración, ¿tomo decisiones grandes y
pido la gracia del Señor para cumplirlas .. .?
28. POR TU PALABRA
Simón (Pedro) y dijo.
- "Maestro, hemos estado bregando toda la noche
y no hemos recogido nada,
pero, por tu palabra, echaré las redes".
Hicieron una redada grande de peces.
(Lc 5,5-6)
1. Sin Jesús, siempre es de noche en el cora-
zón. Pedro, el gran pescador, no había pescado
nada, a pesar de un trabajo ímprobo. Así me salen a mi las cosas. Cuando todo parece ir bien y confío en mis fuerzas, es cuando estoy mas cerca del fracaso. Puede haber apariencias de éxito, pero ya lo dijo el Señor: "Quien no recoge conmigo, desparrama". ¿Acostumbro a pedir ayuda al Señor en mis empresas .. .?
2. ¡Qué diferencia cuando uno obra con Cristo! Con él, mayoría aplastante. Confiar en Cristo, y poner de nuestra parte lo que debemos, es un éxito seguro, aunque a veces haya momentos de cruz y Getsemaní. En los callejones sin salida, es cuando podemos confiar en el Señor y obtener los mayores éxitos. En los momentos difíciles, ¿adopto posturas de desánimo o de desconfianza .. .?
29. MÁNDAME IR A TI
-“¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”.
Pedro le contestó:
- “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”.
Él le dijo:
- “Ven”.
Pedro se echó a andar sobre el agua
acercándose a Jesús.
(Mt 14,24-29)
1. La sola presencia de Jesucristo habla al corazón. Es cuestión de saberle escuchar. No se trata de “oír” palabras en la imaginación, sino de saber que él nos ama. Hay mucha gente sencilla que sabe pasar ratos sin prisa ante el sagrario con solo pensar: “Él me mira y yo le miro”. Esto es confianza en su amor. ¿Sé pasarme el mejor rato del día en la presencia del Señor...?
2. No hay dificultades insuperables para quien sabe orar. Orar es amar, y el amor todo lo encuentra hacedero. La mirada en Cristo, porque si nos fiamos de nosotros mismos, entonces viene el hundimiento. El Señor llama a estar con él. Orar es decidirse a estar sin prisas junto al Señor. ¿Qué dificultades encuentro en la oración y cuál puede ser el remedio...?
30. NO TIENEN VINO
Estaba allí (en las bodas de Caná)
la madre de Jesús.
Jesús estaba invitado también a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
-“No tienen vino”.
(Jn 2,1-3)
1. Cuando se ama a María se ama más intensamente a Cristo. Invitando a ella no puede faltar el Señor. Amar a Cristo tal como es significa amarle en ambiente mariano. No es cuestión de niños (a no ser que hablemos de los “niños” del evangelio), sino que es el ambiente de que se ha rodeado Cristo. María enseña a hablar con él. Pero hay que dejarse enseñar y ponerse a tiro. ¿Cómo es mi oración a María...?
2. María es modelo de oración. Ella se fija en las necesidades del prójimo. Quien ama al prójimo encuentra fácilmente la intimidad con Cristo. Y la oración de María es confiada y humilde. Expone el problema y se fía de Jesús. Él nos ama más que nosotros mismos. Sabe lo que tenemos y quiere solucionar todo. María, con su oración, anticipa la hora del Señor, cooperando a nuestra salvación. ¿Se parece mi oración a la de mi madre...?
II. JESÚS, AMIGO
Es fácil dialogar con un amigo. Y Cristo es el amigo. Lo ha dicho repetidas veces: “Vosotros sois mis amigos”. Lo ha dicho y lo ha demostrado con hechos.
“Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”, dijo, y lo puso por obra. A tu amigo no le es indiferente nada tuyo. Te conoce, te comprende. Tus problemas son los suyos, pues por tu pecado y para tu salvación se dejó clavar en un madero.
La amistad para contigo la selló para siempre. Es una alianza eterna, mientras tú no la rompas. Este pacto de amistad se renueva en la santa misa. Jesús será hombre por toda la eternidad. Y ¿para qué se hizo hombre, sino para ser tu hermano y amigo?
La amistad hace iguales a los amigos. Si tú eres amigo de Cristo, es decir, si lo amas, llevas en tu alma el rostro de Cristo, la gracia santificante que te hace participar de la vida de Cristo.
Tu corazón necesita fuego, no tiene bastante con paños calientes, Escoge entre el fuego de la intimidad con Cristo y el fuego de... una vil pasión.
Ya sé que eres, así lo dices, amigo de Cristo. Pero la verdadera amistad busca el conocimiento del amigo, su presencia, sus intereses... ¿Eres joven y amas a medias...?
Sin ideal, tu vida no tiene sentido. Búscame un ideal más hermoso que la amistad con Jesús... No lo encontrarás, por la sencilla razón de que Dios te ha hecho para Jesús, y nunca serás feliz hasta encontrar a Jesús.
Pruébalo. Algún día dirás a Cristo: “¿Cómo he podido vivir sin ti? Pero..., ¿he vivido alguna ves sin ti?” (Zolli). Y te convencerás de que “estar sin Jesús es grave infierno; estar con Jesús es dulce paraíso” (Kempis, Imitación de Cristo 2,8).
31. JESÚS, AMIGO
-“Vosotros sois mis amigos
si hacéis lo que yo os mando...
A vosotros os llamo amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer”.
(Jn 15,14-15)
1. Jesús es nuestro amigo. Lo ha dicho y lo ha demostrado. Un amigo de verdad manifiesta lo que tiene en el corazón. Jesús nos ha revelado lo más íntimo que tiene: su amor y conocimiento del Padre. Y ha sellado con su sangre estas confidencias. Más no puede amar, puesto que lo ha dado todo. ¿Conozco de veras por qué Jesús es mi amigo...?
2. Seremos amigos de Cristo si cumplimos su voluntad. Para que se dé la amistad, es necesario el amor por ambas partes. Jesús lo dio todo. Yo debo dar lo mejor: mi voluntad. La voluntad de Cristo es que siga su doctrina y sus mandamientos. En cada momento de mi vida he de hacer, como Jesús, la voluntad del Padre. Solo así seré su amigo. ¿En qué puedo cumplir mejor lo que quiere Jesús...?
32. AMIGO FIEL
Todos murmuraban diciendo:
-“Ha entrado a hospedarse
en casa de un pecador..”.
-“El Hijo del hombre ha venido a buscar
y a salvar lo que estaba perdido”.
(Lc 19,7.10)
1. El amigo fiel defiende, aunque los demás murmuren. Era un pecador aquel hombre llamado Zaqueo, al menos en la opinión de los demás. Pero Jesús le brindó su amistad y dejó de ser pecador. Jesús, amigo fiel, le defendió. Aunque nadie te amara, Jesús sería siempre tu mejor amigo. No traiciona nunca. Aunque seas un pecador. ¿Cómo podrías aumentar tu confianza en Jesucristo...?
2. Jesús significa salvador. Su nombre indica la misión que tiene que cumplir. Ha venido para salvar lo que estaba perdido. No ha venido el Señor para rodearse solo de inocentes. Sino que a los pecadores nos hace santos como él y nos admite en su amistad. Zaqueo y la Magdalena son solo una muestra. ¿Qué defectos míos debo presentar a Jesucristo para que los cure...?
33. AMIGO DELICADO
Jesús se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:
-…“Uno de vosotros me va a entregar”.
Uno de ellos, alque Jesús amaba (Juan),
estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús.
(Jn 13,21.23)
1. Jesús es muy delicado. No quiere delatar a Judas el traidor. A última hora todavía le llamará amigo. Es tan delicado que se limita a exponer su pena por el que se pierde. Jesús no quiere molestar. Habla delicadamente para que sólo le entiendan los que le aman de verdad. ¿Tiene motivos el Señor para quejarse de mí...?
2. Juan el evangelista era amigo predilecto de Jesús. Porque era puro y generoso. Llega hasta tener la confianza de reclinar su cabeza en el pecho de Jesús. Oyó los latidos ardientes de su corazón. Pero Jesús amigo siente predilección por cada uno, por ti en concreto. Solo exige delicadeza y generosidad. ¿En qué no soy generoso y delicado...?
34. AMIGO PODEROSO
Toda la gente trataba de tocarlo,
porque salía de él una fuerza
que los curaba a todos
(Lc 6,19)
1. Jesús lo puede todo. Curaba a todos y de cualquier enfermedad. Así es mi amigo. Para él no hay nada imposible. Ni la curación de mi frialdad o de mi orgullo. Ha venido para curar a los enfermos y salvar a los pecadores. ¡Si supiera exponer mis miserias al baño del sol de la mirada de Cristo...!
2. Para curar, hemos de “tocar” a Cristo. Acercarse a él y tocarle significa: hablarle íntimamente y querer amarle de veras, confiar en él y pedirle perdón. No todos los que “rezan” y “comulgan” tocan a Jesús. Hay algo en mí que me impide “tocar” a Jesús...
35. AMIGO HUMILDE
Los amó hasta el extremo...
Se pone a lavarles los pies
de los discípulos y a secárselos
con la toalla que se había ceñido.
(Jn 13,1.5)
1. Jesús es humilde y quiere que lo seamos nosotros. La humildad nos hace ver lo que somos, ni más ni menos. Quien conoce sus propias faltas nunca desprecia a los demás. Ni ambiciona puestos y cargos de honor. Porque lo que importa no es lucir, sino servir amando. Pero como es muy difícil de entender y de practicar, Jesús, que es Dios, da ejemplo hasta lavar los pies a los discípulos. ¡Qué me falta para ser humilde...!
2. Todo lo que hace Jesús es para demostrarnos que nos ama. Ama hasta buscar a la oveja perdida, hasta lavar los pies de Judas. Bajó del cielo a la tierra, se ha quedado en la eucaristía. Así es de humilde nuestro amigo. Nos ama hasta el colmo. Por amor al Señor debo pensar en las ocasiones en que he de ser humilde...
36. ME COMPRENDE
El Señor, volviéndose, le echó
una mirada a Pedro, y Pedro se acordó
de la palabra que el Señor le había dicho.
Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
(Lc 22,61-62)
1. La mirada de Jesús penetra los corazones. Comprende todo lo que nos pasa, y lo quiere solucionar. San Pedro cayó muy hondo. Pero hasta ahí le siguió la mirada del amigo. Jesús miró a muchos, también a Judas, pero no todos se dejan mirar ni adivinan el amor de la mirada del Señor. ¡Si me dejara mirar por el Señor...!
2. No hemos de ser cabecitas de chorlito que no reflexionan nunca. Hay algo en nosotros que nos separa de Cristo. Él nos mira continuamente, esperando que nosotros nos demos cuenta. San Pedro arrancó de su corazón el orgullo. Lloró de veras su pecado. Y ya no volvió a negar al Señor. Solo pensar que había traicionado al amigo, le hacía humilde. En mí hay algo que Cristo mira que yo lo quite...
37. ME PERDONA
Cuando todavía estaba lejos (el hijo pródigo),
su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas;
y, echando a correr, se le echó al cuello
y lo cubrió de besos...
(Lc 15,20)
1. La parábola del hijo pródigo es fruto del corazón de Jesús. Así ama Jesús al amigo extraviado. Sabe perdonar. Más, Jesús amigo mira y siente compasión aun antes de nuestro arrepentimiento. ¡Qué pormenores tan delicados los de la parábola! ¡El Padre salía todos los días a esperar! Son los grandes deseos del corazón del amigo para que volvamos a él. No puedes hacer esperar más a Cristo. Por lo menos, agradece las veces que te ha perdonado...
2. El padre del hijo pródigo manifiesta su alegría: corre presuroso al encuentro, le abraza con efusión, le cubre de besos ardientes. Como todo esto lo inventó Jesús, significa que lo hace él con nosotros cuando tenemos algún pecado. Estas finezas merecen confianza y amor de entrega total. ¡Si supiera recordar las veces que Cristo me ha recibido así...! Yo también he de perdonar...
38. ME CONOCE
“Mis ovejas escuchan mi voz,
y yo las conozco,
y ellas me siguen,
y yo les doy la vida eterna”.
(Jn 10,27-28)
1. Mi amigo piensa siempre en mí. No puede olvidarme. Me conoce y me ama. Sabe lo que me pasa, lo que pienso y quiero. Y, por eso, me envía siempre las gracias que necesito. Me conoce por mi nombre y me ama con una predilección especial. Siempre vela sobre mí para que no me falte nada. ¿Tengo plena confianza en él...?
2. ¡Le gusta tanto al Señor que yo le conozca y siga su voz! Le he de conocer a fondo hasta ilusionarme por él, sobre todo y sobre todos. Si pensara más en él... Cuando me hablan de Cristo he de escuchar con delirio. Y he de seguir el camino de Cristo, que es el amor a él y al prójimo. Así llegaré a poseer la vida divina en mí. Así llegaré a vivir eternamente con mi amigo. ¿Qué podría hacer para seguir e imitar a Cristo mejor...?
39. ME INVITA
“El que tenga sed,
que venga a mí y beba.
El que cree en mí...
de sus entrañas manarán
ríos de agua viva”.
(Jn 7,37-38)
1. Quien atraviesa un desierto corre peligro de ver “espejismos”. Es decir el tormento de la sed le hace ver lo que no hay. Solo Cristo calma la sed a los que caminamos por este desierto. Beber en otra parte sería beber agua envenenada o, a lo más lamer las gotitas que salpican de la fuente. Solo Jesús puede llenar mi corazón. ¿Me dejo engañar por vanidades...?
2. Jesús compara la vida divina, que él infunde en nosotros, a una fuente de agua que sacia la sed. Quien cree en Jesús, piensa como él y se transforma en él amándole e imitándole. Creer en Jesús es encontrar a Jesús como amigo. Él me invita, me llama a ser su amigo. ¿Sigo siempre su invitación amándole e imitándole...?
40. ME ESCUCHA
“Si pedís algo al Padre en mi nombre
os lo dará en mi nombre.
Hasta ahora no habéis pedido nada...
Pedid y recibiréis...”
(Jn 16,24)
1. Todo lo que pidamos nos lo concederá el Señor. Pero hemos de confiar en él. Como a veces nuestra confianza es floja, el Señor nos dará lo que mejor nos vaya. Hemos de pedir con las disposiciones filiales de un niño que habla con su padre. ¿Qué he de mejorar en mi oración...?
2. Jesús se queja de nuestra oración. No sabemos pedir. Pedimos poco. Cuando todo va bien pensamos que ya no necesitamos de Dios. Y luego vienen los chascos. Por eso, cuando algo nos sale bien, ni siquiera se nos ocurre dar gracias. Jesús quiere que pidamos todo lo que necesitamos. ¿Cumplo de veras el deseo y el mandato de Jesús...?
41. ME CONSUELA
“No temas, pequeño rebaño,
porque vuestro Padre
ha tenido a bien daros el reino”.
(Lc 12,32)
1. Jesucristo no quiere que nos traguemos solos nuestras penas. Con él por amigo, desaparecen las penas. Repite muchas veces “no temáis”. Muchas veces sentiremos miedo ante los fracasos, en las dudas, etc. Pero hemos de esforzarnos por alejar este miedo y confiar en el amigo. Él todo lo puede solucionar. ¡Y quiere solucionarlo! ¿Me dejo llevar de temores y dudas...?
2. Jesús nos dice que el Padre nos ama y nos quiere salvar. Dios no nos ha hecho para condenarnos, sino para salvarnos y ser felices. Lo que pasa es que nosotros nos empeñamos en salir con la nuestra y dejamos de hacer la voluntad del Señor. Uno está triste solo cuando no hace lo que Dios quiere. Tengo siempre motivo para ser feliz: Dios me ama. ¿Estoy siempre alegre y alegro la vida a los demás...?
42. ME BUSCA
“¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas
y pierde una de ellas,
no deja las noventa y nueve
en el desierto
y va tras la descarriada
hasta que la encuentra?”.
(Lc 15,4)
1. Por una sola oveja el Buen Pastor sale en su busca preocupándose más de ella que de las demás. Cristo está ilusionado por cada uno de nosotros. ¡Lo que supone a Cristo perder una oveja! Es una tragedia para su corazón cuando me alejo de él. Por esto me busca como si le faltara alguien muy íntimo. ¿Creo en este amor del amigo...?
2. No descansa Cristo hasta encontrarme. Me envía buenos pensamientos, algún libro, el ejemplo del prójimo, el consejo del sacerdote. A san Agustín lo buscó muchos años hasta que una lectura le hizo abrir los ojos y el corazón al amor de Cristo. ¿Doy largas a las inspiraciones del Señor...?
43. ME ESPERA
(Marta) fue a llamar a su
hermana María, diciéndole en voz baja:
-“El Maestro está ahí
y te llama”.
Apenas lo oyó, se levantó
y salió adonde estaba él.
(Jn 11,28-29)
1. Jesucristo está presente, aunque no le veas. Vive en ti y tú en él, como viven de la misma savia el sarmiento y la vid. Pero su presencia es caliente, palpitante, al ritmo de un corazón que arde: te mira, te ama, sintoniza con tus problemas, te llama... Respóndele, dile algo..., sin prisas...
2. María Magdalena, la gran pecadora arrepentida, lo dejó todo enseguida para atender a Jesús. Es cuestión de generosidad y delicadeza. Jesús, que te perdonó tanto, se lo merece todo. Vale la pena que dejes aquello que te estorba para hablar con él, para encontrarle. ¡El encuentro con Cristo! Pruébalo y verás. ¿Hay algo que te impide encontrarte con él? ¿Por qué no lo dejas? Ábrele tu corazón contándole tus cosas...
44. ME ACOMPAÑA
Las olas rompían contra la barca...
Él (Jesús) estaba en popa, dormido...
Lo despertaron... Les dijo:
- “¿Aún no tenéis fe?”.
(Mc 4,37-38.40)
1. Tempestad equivale a tentación, pena, problema... Y Cristo está siempre junto a mí, más preocupado por mis problemas que yo mismo. Pero “duerme”..., quiere probar mi confianza. Siendo Dios, se hizo hombre y experimentó cansancio y sueño para poder hablar el lenguaje del dolor... Cristo está siempre junto a mí... ahora también... y me ama como hermano y amigo...
2. Los apóstoles perdieron los estribos. No supieron confiar. No conocían las reglas de la amistad de Cristo. Y el Señor se queja, porque no han tenido equilibrio en la confianza, en el amor, en la fe. Otras veces hiciste tú lo mismo. Pide perdón y promete más valentía, confianza, más explayarte con el Señor aguardando su palabra de amigo que disipará la tempestad....
45. ME SANTIFICA
“Yo he venido para que tengan vida
y la tengan abundante...
Y doy mi vida por las ovejas”.
(Jn 10,10-15)
1. Todo lo que hizo y dijo Jesucristo, lo hizo y dijo pensando en ti, amándote. Vino del cielo para salvarte, para solucionar tus problemas. Vivió rodeado de las mismas dificultades que encuentras en tu vida. Lo dio todo, se dio a sí mismo. Y espera de ti una respuesta generosa. ¿Quieres hacer en tu vida algo grande por él? Hoy, precisamente hoy, sin esperar a mañana...
2. Vivió por mí y murió por mí. Los tragos más amargos se los reservó para sí. Él pasa delante para pisar las espinas más punzantes y dejarme a mí lo más fácil. Se trata de saber poner mi pie donde él lo puso; entonces notaré el amor de sus pisadas y el aliento para mis pequeñas cruces. Voy a trazar ahora el plan de este día para seguir Cristo en cada momento...
46. ME ANIMA
Viendo (Jesús) la fe que tenían,
dijo al paralítico:
-“¡Ánimo, hijo!;
tus pecados te son perdonados”.
(Mt 9,2)
1. No todos saben descubrir a Cristo y encontrarse con él. Se necesitan los ojos de la fe: “Creo, Señor, aumenta mi fe”. Con la fe se descubre a Cristo en la eucaristía, en el propio corazón, en el prójimo, en todas partes. Y entonces el corazón arde. Porque se tiene siempre a Cristo consigo. Y con él todo cambia de color. Procura descubrirle escondido ahora, aquí, contigo... ¡Cree!, pero amando y confiando...
2. Y Cristo ha adivinado mi pensar antes de que yo abriera los labios. Su mirada penetrante se ha posado sobre mis llagas para sanarlas. ¡Son llagas profundas abiertas por mi egoísmo! El egoísmo, el pecado desanima, perturba, amarga. Y yo quisiera vivir en equilibrio, en paz... sin dejar mi egoísmo. Pero Cristo ve en lo más hondo... Déjate mirar por esa mirada de amigo que perdona y no hace daño...
47. CONFÍA EN MÍ
“Sentaos aquí, mientras voy allá a orar...
Mi alma está triste hasta la muerte”.
Volvió a los discípulos
y los encuentra dormidos.
(Mt 26,36.38-39)
1. Cristo necesita compañía. Se hizo nuestro hermano y amigo con un corazón muy ancho. Tan ancho como para que cupiéramos todos a gusto. Pero al Señor le engañó su corazón. Quiso sentir como nosotros, sentir necesidad de compañía en sus penas; pero se quedó solo, o casi. Su pena era muy honda porque se presentó ante el Padre como responsable de mis desvíos. ¡Qué vergüenza! ¿Qué malos pasos de mi vida le entristecerían más...?
2. Jesucristo visita con frecuencia a sus amigos. Las más de las veces se encuentra con la puerta cerrada y el inquilino fuera, para no comprometerse... ¡Vaya amigos los que solo van a las fiestas! Y mientras Judas no duerme, los suyos se escabullen irresponsablemente. El Señor, ahora, prueba contigo... ¿Cerrado, generoso, escurridizo? ¿Ni un momento con él...?
48. ME PREPARA EL PREMIO
“Me voy a prepararos un lugar...;
Volveré y os llevaré conmigo,
para que donde estoy yo
estéis también vosotros”.
(Jn 14,2-4)
1. Dos amigos desean vivir siempre juntos y hacerse mutuamente felices. Jesús es mi amigo. Desapareció visiblemente, pero se queda escondido. Y se fue para prepararnos la casa donde hemos de vivir para siempre felices. Cuando esté todo preparado, me llamará. Puede ser en cualquier momento, sin aviso. ¡Qué sorpresa tan agradable cuando nos abracemos para siempre! ¿Estoy preparado o tengo todavía “cuentas pendientes” y tareas por terminar...?
2. Jesucristo no es egoísta. Lo ha dado todo. Es el Hijo de Dios y me ha nombrado coheredero. Su herencia, su premio, es mi premio y herencia. ¡Así ama él! De mis piltrafas ha hecho documentos de heredero. Con tal que le ame de verdad y deje mis caprichos y egoísmos. ¿Tengo algo que me estorba para esta amistad con él?...
49. SENSIBLE ANTE LA INGRATITUD
“¡Cuántas veces intenté reunir a tus hijos,
como la gallina reúne a los polluelos
bajo sus alas, y no habéis querido!”
(Mt 23,37)
1. El amor del corazón de Cristo busca las mejores palabras y comparaciones para comunicarse. “Como la gallina reúne a sus polluelos”... Jesús nunca ha dejado de amarme, ni aún en mis malos pasos. Su amor me ha defendido, ayudado, cobijado. Ahora y aquí, penetra en mi corazón para transformarme en él... ¿Hay algo o alguien que impide en mí esta acción de Cristo?...
2. Debe ser terrible un no al amor de Cristo. Es un “no” al único amigo, al hermano, a quien me ama más que mi madre. Un “no” de este tipo debe salir de un corazón gastado o hecho trizas; no puede salir de un joven por edad o por corazón. Porque sería un “no” a la persona más íntima y más cercana. ¿Hay en mí alguna postura, alguna inclinación, que me pueda conducir a ese abismo negro?...
50. AL ENCONTRARME
Un samaritano llegó adonde estaba él (herido),
y, al verlo, se compadeció,
y, acercándose, le vendó las heridas,
echándoles aceite y vino...,
lo llevó a una posada y cuidó.
(Lc 10,33-34)
1. Muchas veces has quedado malherido y nadie ha comprendido tu problema. Jesucristo lo sabe todo y, lo que es más importante, se interesa por tus problemas más que tú mismo. El corazón de Cristo no resiste ante tu dolor; no tiene más remedio que compadecerse, latir con violencia como si se tratara de su mismo problema. Déjale revisar todas y cada una de tus llagas...
2. La compasión de Jesús se traduce siempre en obras. Te cura con el vino y aceite de su sacrificio y de su palabra. La palabra de Cristo, por ejemplo, la que se dice ahora, es una llamada a un encuentro personal con él. La fusión de corazones, el compromiso, el darse palabra de amistad en serio, tiene lugar en la eucaristía. ¿Cómo escucho la palabra de Cristo y cómo son mis encuentros con él?...
51. ESPERA RESPUESTA
“Quien no carga con su cruz
y viene en pos de mí,
no puede ser discípulo mío”.
(Lc 14,27)
1. El Señor abre su corazón de par en par a cuantos le siguen. Pero espera nuestra correspondencia. Muchos quisieron seguirle por novedad, porque estaba de moda. El Señor pone condiciones: ser sacrificado en el cumplimiento del propio deber y en saber aguantarse a sí mismo y a los demás, es decir llevar su cruz. Imitar a Cristo y saber tratar con él, es decir, seguirle. ¿Voy por este camino trazado por el Señor?...
2. Y si cumplo las condiciones que puso el Señor, luego él me comunicará sus confidencias, podré experimentar su amistad, mi vida será un encuentro continuo y personal con él, me preocuparé de sus intereses y él se cuidará de los míos. ¿Qué he de dejar para conseguir estas ganancias?
52. DISFRUTA CONMIGO
Yendo ellos de camino, entró Jesús en una aldea...
Marta le recibió en su casa...
María, sentada a los pies del Señor,
escuchaba su palabra.
(Lc 10,38-39)
1. Jesús va de paso. No quiere molestar. Llama suavemente y, si no se le abre, pasa de largo. No le reciben en muchos corazones. Viene cansado, como el Buen Pastor que busca la oveja perdida, y no se le recibe. Me busca, ya me ha encontrado, pero espera que yo le abra las puertas del amor. Si no, pasará de largo... tal vez para no volver... ¿No ha sido así muchas veces en mí?
2. María Magdalena fue una gran pecadora. Pero abrió el corazón a la confianza y al amor. Y después siempre fue agradecida y generosa. Los mejores ratos de su vida se los pasó junto al Señor, mirando, callando, escuchando, amando... Escogió la mejor parte. ¡Es tan difícil estar junto a Jesús y hablarle con la mirada, con el silencio, con el amor, con la expresión afectuosa!...
53. SE ME DA
Y tomando el pan, después de
pronunciar la acción de gracias, dijo:
-“Esto es mi cuerpo,
que se entrega por vosotros”.
(Lc 22,19)
1. Jesús quiso quedarse entre nosotros para ser nuestro alimento. Cuando comulgamos, nos transformamos en él, vivimos en él, de él y para él. Cuando comulgamos nos comunica la redención a cada uno de nosotros. Porque el Señor tiene un amor de predilección para ti que no tiene para los demás, y viceversa. Jesús puso toda su ilusión en la institución de la eucaristía. ¿Puede estar satisfecho de cómo le correspondo?...
2. El cuerpo de Jesús fue entregado por nosotros. Y su sangre, derramada para nuestra redención. Jesús está en la eucaristía inmolado, como sacrificio por nuestros pecados. Y dio la vida por nosotros. Y ahora, para comunicarnos la vida divina, se da como sacrificio y alimento en la santa misa y comunión. Él lo da todo, pues se da a sí mismo. En mí hay algo que me reservo y no quiero darle...
54. NO ABANDONA
Subió a un monte a solas
para orar...
La barca estaba sacudida por las olas...
Se les acercó Jesús andando sobre el mar.
(Mt 14,23-25)
1. Jesús busca el silencio, la soledad, para hablar con el Padre. Si no me escondo con él, no le puedo encontrar. Me quiere comunicar sus intimidades con la condición de que sepa esconderme con él, dejando las tonterías que de él me apartarían. Si le encuentro en la oración, seré fuerte para vencer las tentaciones y pruebas. Mi oración, ¿es un almacenar de fuerzas para la tempestad?...
2. Jesús sabe lo que me pasa. Y se preocupa de mis problemas más que yo mismo. Porque me ama como a sí mismo. Son muchas las tentaciones y luchas. A veces solapadas. Pero él está a mi lado, aunque parezca imposible. Solo, que he de adivinarlo y descubrirlo. ¿Por qué no le cuento mis penas, problemas, luchas, tempestades?....
55. SE CUIDA DE MÍ
Curó a todos los enfermos.
Él tomó nuestras dolencias
y cargó con nuestras enfermedades.
(Mt 8,16-17)
1. El Señor cura a todos y de cualquier enfermedad. Es amigo de los que sufren. Lo puede todo y ama infinitamente. Basta que se acerque uno con confianza para decirle: “Si quieres puedes curarme”. Dejarse mirar por Jesús es tomar un “baño de sol” eficaz. Puedes reparar tus llagas bajo la mirada de Jesús, que quiere curarte...
2. Jesús siente tus penas como propias. Es el amigo y el hermano que ha venido para responsabilizarse de tus líos: penas, pecados, debilidades... Ama hasta identificarse con el enfermo y enfermar con él. Un amor así reclama amor de retorno: preocuparse de sus intereses, de sus problemas en el cuerpo místico. ¿Sabes cuáles son los problemas de Jesús? Si te preocupas por ellos sanearás el ambiente de tu corazón...
56. SU MANDAMIENTO
“Este es mi mandamiento:
que os améis unos a otros
como yo os he amado...
Esto os mando: que os améis unos a otros”.
(Jn 15,12.17)
1. Toda mi tarea espiritual consiste en hacer lo que quiere Jesús de mí. Y toda la voluntad de Jesús se resume en una sola palabra: amar. Solo así se cumple la voluntad de Dios. Amar es darse, descubrir a Jesucristo en el otro, procurar que no falte nada a nadie, ver lo que los demás necesitan, saber qué puedo hacer yo por Cristo que vive en el prójimo ¡Todo un programa de vida! ¡Y de examen!...
2. ¡Amar a los demás como Cristo los ama! Él dio la vida y se dio a sí mismo. Pero él vive en mí y conmigo y, desde mí, ama al prójimo. Puedo, pues, amar como él. Amar como él es no dejarse llevar por egoísmo, por resentimientos, por “derechos” aparentes que atropellan los derechos de los demás. El que ama así, ama como Cristo, identificado con él. En esto se conoce si uno tiene vida espiritual fuerte, si uno es cristiano de verdad. ¿Mis sentimientos son los de Cristo?...
57. MORA EN MÍ
“El que me ama
guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará,
y tendremos a él
y haremos morada en él”.
(Jn 14,23)
1. Los amigos ansían estar juntos para expansionarse. Jesús vive en mí si estoy en gracia. El Señor pone una condición: “Si alguno me ama”. Amarle es hacer lo que él quiere y enseña. Al amarle nos transformamos en él, y el Padre se complace en nosotros como se complace en él: tenemos la misma voz y fisonomía de Cristo. Pero en mí hay rasgos desfigurados que debo corregir...
2. Es algo maravilloso lo que ha hecho Cristo en nosotros. Nos ha transformado en sagrarios vivientes. Ha hecho de nuestro ser su casa solariega, donde Dios se complace, su lugar de preferencia. El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo moran en nosotros. ¿Hay en mí algo que desdice de la casa de Dios?...
58. NO TIENE SECRETOS PARA MÍ
“El que me ama
será amado por mi Padre,
y yo también lo amaré
y me manifestaré a él”.
(Jn 14,21)
1. Jesucristo ama en serio. Espera, pues, de sus amigos amor serio, perseverante, sincero, por encima de cualquier sacrificio. La amistad con Cristo no admite amores de barro. Quien ama sinceramente a Cristo, se atrae la benevolencia del Padre. Dios amor se da a quien ama a Cristo. ¿Es mi amor perseverante y serio?....
2. Jesús no tiene secretos para sus amigos. No ha manifestado las intimidades de Dios. Te quiere descubrir las intimidades de su corazón. Se quiere expansionar contigo. Pero es necesario que estés dispuesto a recibir estas confidencias de Cristo. Su ilusión, sus problemas, sus intereses, sus puntos de mira, ¿son los tuyos?...
59. AMISTAD ETERNA
“Yo soy la resurrección y la vida:
el que cree en mí,
aunque haya muerto, vivirá...;
no morirá para siempre”.
(Jn 11,25-26)
1. Todos los amigos pueden fallar. Y ninguna amistad dura para siempre, salvo la amistad con Jesucristo. Él, al dar la vida por mí y resucitar, es dueño de la vida y de la muerte. El amigo ha entablado amistad conmigo para siempre. No solo de palabra. Ningún amigo puede amarme así. Todas las amistades humanas que no se fundamenten en Cristo, pasarán para no volver. ¿Aprecio la amistad de Cristo por encima de otros amores?...
2. Los amigos se comunican mutuamente sus bienes. Los amigos o son iguales o terminan siéndolo. Jesús ha comunicado la inmortalidad a sus amigos. Nuestra amistad con él pasará triunfante los linderos de la muerte temporal. Nuestro amor, si es sincero, no puede perecer. Todo lo que entrelacemos en la amistad con Cristo participará de la vida eterna. ¿Me siento feliz, optimista, con un amigo como Cristo...?
60. NUESTRA MADRE
Dijo al discípulo (a quien amaba):
-“Ahí tienes a tu madre”.
Y desde aquella hora,
el discípulo la recibió como algo propio.
(Jn 19,27)
1. Jesús no tiene secretos para sus amigos. Ni se reserva nada para sí. Tiene una madre que es llena de gracia por ser madre de Dios. Se la preparó él desde la eternidad. Es el único “pintor” que ha podido pintar a su madre tan hermosa como ha querido. En ella ha colocado su sabiduría, su poder y su bondad. Y, como buen amigo, te la ha dado por madre. ¡Oye!, ¿le has dado gracias por ello?...
2. Quiere el Señor que sepas mirar, hablar, amar a la madre (suya y tuya) como él lo hace. Es la ley de la amistad. Eres amigo predilecto de Cristo porque te dio a su madre por tuya. Pero... amor obliga. No te la dio para que la pusieras en un museo, sino para sellar la amistad contigo, para que la trataras como él. Deja a tu madre que te mire, que ponga sus manos en tus enredos y problemas...
III. LA VOZ DEL BUEN PASTOR
¡Escucha! Dios te habla. Es el amigo, el Buen Pastor. “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
Dios te ha dicho que te ama. Todas las cosas, si supieras escuchar, te hablan a gritos del amor de Dios.
Jesucristo es el Verbo, la palabra amorosa del Padre. Y “del tal manera amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito”. Nunca podrás llegar a comprender perfectamente el rico contenido de esta frase, que un día salió de los labios de Cristo dialogando con Nicodemo.
¡Vale la pena gastar toda una vida, toda la juventud, estudiando esta palabra amorosa de Dios!
¿Sabes por qué no quedas prendado de la voz del Buen Pastor, tu amigo? Porque no sabes escucharle en silencio. ¡Por favor! Haz callar a tus afectos desordenados. Este silencio es el “niéguese a sí mismo” condición indispensable para seguir a Cristo. “Tanto adelantarás cuanto más violencia (¡silencio!) te hicieres” (Kempis).
No eres feliz porque escuchas otras cosas que no son Cristo. ¡No sabes ver en el prójimo a Cristo, ni escuchar aquello de “lo que hiciereis a uno de mis discípulos a mi me lo hacéis”.
“Cuando Jesús no habla dentro, vil es la consolación; mas si Jesús habla una sola palabra, gran consolación se siente” (Kempis 2, 8).
“Mis ovejas oyen mi voz”. ¿Y tú? No sabes discernir el silbo del Buen Pastor. ¿Sabes dónde está el secreto? Escucha: “El que a vosotros oye, a mí me oye”. A vosotros, a los que representan a Cristo. La santa madre Iglesia te habla con frecuencia de obediencia, docilidad, humildad... Ahí tienes el concilio Vaticano II.
61. YO SOY EL BUEN PASTOR
“El buen pastor
da su vida por las ovejas;
el asalariado ve venir al lobo,
abandona las ovejas y huye.
Yo soy el Buen Pastor...”
(Jn 10,11-12.14)
1. La figura del Buen Pastor dice todo lo que Jesús ha hecho por nosotros: dar la vida: “Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos”. Pero quien da la vida por amor, lo da todo: me conoce, me comprende, se cuida de mí, me busca, me cura... ¿Podría repasar las finezas del Buen Pastor para conmigo?...
2. Nadie me ama como Cristo. Ni yo mismo. Porque yo no me amo cuando sigo mis caprichos; entonces me pongo en manos del asalariado y del lobo. Solo Cristo no abandona. Solo él puede decir: “Yo soy el Buen Pastor”. ¡Qué raro! Ya sé que esto es así, pero hay momentos de mi vida en que no sigo al Buen Pastor, sino al asalariado...
62. VEN, SÍGUEME
Jesús contestó (al joven):
“Si quieres ser perfecto,
anda, vende tus bienes,
da el dinero a los pobres
-así tendrás un tesoro en el cielo-
y luego ven y sígueme”.
(Mt 19,21)
1. Era un joven con una mina de oro sin explorar. Y Cristo le propuso algo maravilloso: estrenar él su corazón antes que otros amores, tal vez buenos. La proposición vale la pena: dejar la chatarra para poseer a Cristo. Pero el corazón tiene razones que desconoce la razón... Aquel muchacho no supo escuchar al Señor que le proponía algo grande y, por tanto, costoso. ¿Se repite en mí la historia?...
2. “Sígueme”. Es la voz de Cristo. El silbo del Buen Pastor. Me llama para seguirle dejando lo que no le gusta a él. ¡Tengo una llamada de Jesús que debo seguir! Me llamó a ser “cristiano”, es decir suyo. Me llama todos lo momentos a transformarme en él. Me llama para cumplir una misión en la Iglesia. ¿Conozco y sigo la llamada de Cristo?...
63. LÉVANTATE
Y acercándose Jesús
al ataúd (del hijo de la viuda de Naín),
lo tocó y dijo:
-“Muchacho, a ti te lo digo,
levántate”.
(Lc 7,14)
1. Era un joven muerto que llevaban a enterrar. Humanamente no había nada que hacer. Pero el corazón de Cristo siente compasión por la madre que llora. El amor de Cristo hace latir el corazón helado del joven muerto. Cuando Jesús está presente, todo es posible, hasta resucitar y calentar el corazón frío. Es solo cuestión de dejar acercarse al Señor y que nos toque. Presenta al Señor tus frialdades para que las vivifique...
2. La voz de Cristo es imperiosa: “Muchacho, levántate”. Cristo pensaba en ti. Ahora precisamente te dice lo mismo. Se ha de tener el oído fino para escuchar a Jesús: Levántate de esa vida sin sentido, levántate de ese desánimo tonto, de ese olvido o frialdad en el trato con él, de ese torbellino de egoísmo, de esas faltas de caridad, de humildad, de piedad...
64. SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS
Jesús dijo (a la samaritana):
-“Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te dice:
dame de beber,
le pedirías tú,
y él te daría agua viva”.
(Jn 4,10)
1. Dios te ha hecho para algo muy grande. Al corazón humano no le sacian las gotitas que salpican de la fuente. Tu corazón ha sido hecho para saciarse de Dios. Ahora se explica el por qué sientes que te falta algo (yo diría “alguien”). Suscita en ti deseos de hacer algo grande por Dios, pero quita también las aficiones que no gustan a Dios...
2. Solo Cristo puede saciar el corazón. Él es el don de Dios. Pero Cristo viviente en ti por la gracia. Entonces, solo entonces, tienes en ti una fuente de agua que no se acaba. Es obra del Espíritu Santo, su acción es muy delicada y no puede entorpecerse con el alquitrán de tu egoísmo. Cuanto más alquitrán saques de ti, más te saciará Cristo viviente en ti...
65. YO SOY EL PAN DE VIDA
“Yo soy el pan de vida.
El que viene a mí
no tendrá hambre,
y el que cree en mí
no tendrá sed jamás”.
(Jn 6,35)
1. Cristo es nuestro alimento. Al encontrarle, al creer en él, al comulgarle, nos transforma en él, imprime en nosotros su fisonomía. Quien ha experimentado el encuentro con él, no necesita nada más, no tiene hambre y sed de migajas y salpicaduras. Cristo ¿sacia de veras tus pensamientos, tus quehaceres, tus afectos?...
2. Ir a Cristo y creer en él es una condición. No basta con cumplir una especie de etiqueta. En cuestión de amistad, solo cuenta el contacto afectuoso, el encuentro, la fusión de intereses. Lo demás es rozar y pasar de largo. Tu vida ¿es un encuentro continuo y vital con Cristo?...
66. QUEDA LIMPIO
Extendiendo Jesús la mano
(sobre el leproso)
lo tocó diciendo:
“Quiero, queda limpio”.
Y enseguida la lepra se le quitó.
(Lc 5,13)
1. Era un leproso con sus llagas purulentas. Producía náuseas a todos menos a Jesús. El Buen Pastor no siente asco ante tu miseria. Ha venido a curarte. Solo exige una condición: dejarte mirar y tocar por él. Es fácil, pero es cuestión de decidirse de una vez para decirle: Señor, soy leproso..., orgulloso, tibio, iracundo, poco generoso, egoísta...
2. La voz de Cristo es suave ungüento que cura. Cristo quiere ahora curarte a ti de cualquier enfermedad. No le obligamos nosotros a compasión, sino que él mismo conoce nuestra enfermedad y quiere curarla con más ganas que las nuestras. Escuchar a Cristo, saber que ahora te ama, es curar radicalmente. ¡Escucha en silencio las mismas palabras del evangelio!...
67. NO LLORES
Al verla el Señor
(a la viuda de Naín),
se compadeció de ella y dijo:
- “No llores”.
(Lc 7,13)
1. Jesús ve nuestros problemas y los siente como propios. Lo sabe todo, hasta nuestros extravíos. Lo ve todo como una madre. Su mirada es la del Buen Pastor. Por eso se alegra con nuestra alegría y siente nuestros pesares. Y esto, antes de que se los contemos. Más aún cuando nos empeñamos en olvidarle. Pero le gusta que nos acerquemos y nos dejemos mirar por él...
2. Jesús puede calmar nuestro dolor. Con una palabra le basta. Pero quiere que participemos algo de lo que a él le costó encontrarnos. Hemos de sufrir, pero nuestro dolor se convertirá en gozo verdadero. Una palabrita le basta al Señor para calmar nuestro interior. Con tal que le escuchemos... porque el Señor, ahora, nos dice las mismas palabras del evangelio...
68. YO HE VENCIDO AL MUNDO
“En el mundo tendréis luchas;
pero tened valor:
yo he vencido al mundo”.
(Jn 16,33)
1. Todos tenemos que sufrir algo. Ya los propios defectos nos hacen sufrir. Nos hace sufrir el prójimo, la enfermedad, los disgustos, las humillaciones, las molestias, etc. Sufrimos porque vamos de viaje hacia la casa paterna. Y fuera de casa hay muchas molestias. Jesucristo ha sufrido más que nadie y está junto a nosotros, sobre todo cuando sufrimos. Las penas repartidas con Jesucristo se dividen por dos y desaparecen...
2. Cristo ha vencido al dolor. Es una victoria difícil. No se vence huyendo, sino enfrentándose. Vence al dolor quien sabe ver en él a Cristo crucificado. Solamente dejándose clavar en la cruz se llega a la resurrección. En el fondo del corazón queda una felicidad indecible cuando uno se ha decidido a pasar por el dolor con paciencia y amor. ¿Lo has probado? ¿Se te presentarán hoy ocasiones para ello?...
69. NO PEQUES MÁS
Jesús dijo (a la pecadora):
-“¿Ninguno te ha condenado?”
-“Ninguno, Señor”.
-“Tampoco yo te condeno.
Anda, y en adelante no peques más”.
(Jn 8,10-11)
1. Era una pecadora metida en lo más hondo de la miseria espiritual. El Buen Pastor siente compasión y la defiende contra los lobos vestidos con piel de oveja. Jesús no puede condenar a quien se acerca a él reconociéndose pecador. No hay imposibles para Jesús. Él perdona y ayuda a alcanzar el perdón y el remedio. Es cuestión de acercarse con humildad (reconociéndose pecador) y confianza (creyendo en su bondad)...
2. Quien ha recibido el perdón de Jesús, si se da cuenta de veras de esta bondad, no quiere pecar más. La oveja perdida, cargada sobre los hombros del Buen Pastor, no muerde a quien le ha hecho tanto bien. Porque entonces uno ha descubierto que el pecado no es solamente una obra mala, sino una bofetada al propio padre. ¿Tengo esta decisión de no pecar más, precisamente porque amo de verdad a Jesucristo?...
70. TU FE TE HA SALVADO
Jesús le dijo (a la hemorroísa):
-“Hija, tu fe te ha salvado.
Vete en paz
y queda curada de tu enfermedad”.
(Mc 5,34)
1. Fe significa unirse a Cristo para aceptar su doctrina, para confiar en él, para entregarse a él. Quien no crea así a Jesús está destinado a ahogarse en cualquier problema. La fe en Cristo cura las tinieblas del pensamiento y sana las llagas del corazón. Estoy enfermo cuando no es Jesús para mí una persona viva. De ahí me vienen todas las dudas y tristezas. ¿Por qué no le digo al Señor, de veras, que creo en él y me uno para siempre a él?...
2. Oír la voz de Jesús es lo mismo que ver el rayo de sol después de la tempestad. Si escuchara en silencio, Jesús me diría: No tienes por qué temer, yo estoy contigo, sé lo que te pasa, te comprendo; ¿por qué no confías más en mí? Haz la prueba..., escucha a Jesús...
71 YO SOY REY
Jesús le contestó (a Pilato):
-“Tú lo dices: soy rey.
Yo para esto he nacido y para esto vine al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad
escucha mi voz”.
(Jn 18,37)
1. Jesús es rey. No solo porque es Dios y Señor. Jesús es rey porque, con su amor, te ha salvado y, por tanto, puede reclamar tu corazón. Ha resucitado para que resucitáramos con él. Podría obligarte a servirle sin más. Pero prefiere amarte para que le ames libremente. Cristo lo da todo y exige todo. No debes reservarte una parte del amor, ni menos dejarle a él solo un rincón. ¿Hay en ti algo que no es de Cristo rey?...
2. Todos se creen (todos nos creemos) algo importante. Pero solo Jesús es la verdad. Fuera de él, hay mentira y falsedad. Vale la pena seguir a Cristo, que es rey de verdad. Pero quien se deja engañar de la mentira, del pecado y de la mala inclinación, no sabrá escuchar y seguir a Cristo. Pilato no quiso comprometerse. ¿Qué debo apartar de mí para poder oír la voz de Cristo rey?...
72. YO SOY, NO TENGÁIS MIEDO
Ellos se asustaron.
Pero Jesús habló enseguida con ellos:
-“Ánimo, yo soy, no tengáis miedo”.
Entró en la barca con ellos
y amainó el viento.
(Mc 6,50-51))
1. Sería el colmo confundir a Jesús con un fantasma. A veces hay hasta quien tiene miedo de presentarse ante Jesús. Y desde luego son muchos los que se aburren junto a Jesucristo. ¡Qué cosa más rara! No funciona bien la vista..., ni el corazón. Con un amigo se pasan las horas sin sentirlas. Y ¡qué bien se está junto al Buen Pastor!...
2. ¡Es él! Ahora me mira y está unido a mí. No puede dejar de amarme. No tengo derecho a aburrirme ni a estar triste. ¿Tener miedo? ¿De quién o de qué? Con Jesús, hasta el fin de la tierra. Todos los momentos del día puedo ser inmensamente feliz si pienso que Cristo me ama y me dice: “Yo soy”. ¿En qué ocasiones podría acordarme de esto?...
73. CONOZCO A MIS OVEJAS
“Conozco a mis ovejas
y las mías me conocen a mí...
Yo doy mi vida por las ovejas”.
(Jn 10,14-15)
1. Jesús me conoce al dedillo. Pero me conoce como conocen los padres: amando. Él me ha dado algunas gracias extraordinarias que me asemejan a él. Tengo algún rasgo de su fisonomía sin merecerlo y a pesar de mis pecados. Jesús me conoce y sabe lo bueno que él ha puesto en mí. Por eso me mira siempre con predilección y me llama por mi nombre. ¡Hasta dar la vida por mí! ¿Sé apreciar todo esto como un tesoro?
2. Si soy de Cristo, he de conocer a Cristo. Pero ha de ser un conocimiento amoroso, como él me conoce y ama. Es una amistad entre los dos. Muchos conocen la vida y “milagros” de los deportistas y artistas, y no saben apenas nada de Cristo. ¡Es el colmo! Porque él dio la vida por nosotros. ¿Qué me falta para conocer a Cristo y en qué debo amarle más?...
74. VENID Y VERÉIS
“Maestro, ¿dónde vives?”.
Jesús les dijo (a Juan y a Andrés):
“Venid y veréis”.
Entonces fueron, vieron dónde vivía,
y se quedaron con él aquel día.
(Jn 1,38-39)
1. Encontrar a Cristo para siempre es la mejor felicidad. San Juan el evangelista se acordó de la hora exacta de su primer encuentro con Jesús. No se le puede encontrar si uno tiene prisa. Con el corazón en otra parte, nunca se encuentra a Cristo. Se ha de ir con la disposición de estar con él sin prisas. ¿Son así mis visitas y mi diálogo con él?...
2. No se puede explicar lo que es el encuentro con Jesús. Se ha de probar: “Venid y veréis”. Experimentar con el corazón lo que es amar a Cristo. Nunca se puede olvidar este encuentro. Porque ya no es la cabeza, sino el corazón, lo que hemos comprometido. Juan y Andrés encontraron así a Cristo y no pudieron olvidarlo jamás. Solo traiciona a Cristo quien nunca lo ha encontrado con el corazón. Jesús invita al encuentro. ¿Sigo su invitación?...
75. NO OS DEJARÉ HUERFANOS
“No os dejaré huérfanos,
volveré a vosotros.
El mundo no me verá,
pero vosotros me veréis y viviréis,
porque yo sigo viviendo”.
(Jn 14,18-19)
1. Cristo es delicado de sentimientos. Siempre está con nosotros, vive en nosotros. Nunca abandona. Pero nosotros tenemos la triste posibilidad de abandonarlo. Su presencia es paternal, de hermano, de amigo, de Buen Pastor que cura y alimenta con los mejores pastos. He de descubrir esta presencia amorosa de Cristo y recordarla frecuentemente. Solo así seré feliz. ¿Cómo podría recordar la presencia de Cristo?...
2. Todo esto no se entiende con la cabeza. Cristo lo dijo y basta. Los que viven de la fe no entienden este lenguaje, como yo no entiendo el chino. El que tiene fe, sabe que esto es verdad. Cristo vive en nosotros y nosotros en él. Es cuestión de aprender a vivir esta verdad. A pesar de lo que piense el vecino. Mi fe en la presencia de Cristo, ¿es fuerte?, ¿cómo puedo aumentarla?...
76. MI PAZ OS DOY
“La paz os dejo, mi paz os doy;
no os la doy yo como la da el mundo.
Que no se turbe vuestro corazón
ni se acobarde”.
(Jn 14,27)
1. Jesús nos ha dejado por herencia la paz, la alegría profunda y verdadera. La alegría de Jesús no es pasajera. Una sonrisa, una carcajada, una fiesta con música, diversiones y petardos, pueden ocultar una tristeza mortal. Solo quien tiene a Cristo por amigo vive siempre feliz. Ningún pensamiento es tan agradable al corazón como el pensar que Cristo nos ama y está presente. ¿Vivo siempre feliz? ¿Podría comunicar a otros esta felicidad? ¿Cómo?...
2 Nunca hay motivo para estar triste. Hay que echar las penas por la ventana. Desahogándose con Jesús se pasa todo. Aunque te parezca raro, mira de hacer la vida agradable a los demás y serás feliz. ¿Sabes por qué? Porque lo que haces a los otros lo haces a Cristo. Echa, pues, fuera, siempre, sin compases de espera, todas las tristezas que corroen el corazón. Díselo al Señor...
77. PERMANECED EN MI AMOR
“Como el Padre me ha amado,
así os he amado yo;
permaneced en mi amor...”
(Jn 15,9)
1. ¿Cuánto nos ama Cristo? Si él no nos lo hubiera dicho, no lo creeríamos; nos ama con el mismo amor con que el Padre le ama a él. No puede decir más. Esto es más que dar la vida. Sabiendo que Cristo me ama así, no necesito nada más. He de convencerme cada vez más de que Cristo me ama hasta el colmo. Esto me hará feliz. Pensaré con frecuencia en los beneficios que Cristo me ha hecho...
2. Jesús quiere que le amemos como él nos ama. La amistad es un amor mutuo entre dos o más. No te puedes tomar el lujo de saber que Cristo te ama y, entre tanto, no comprometerte a nada. Si amas de veras, tendrás que sacrificarte por él, imitarle, amar a los demás, dejar tus malas inclinaciones.
78. DEJAD QUE LOS NIÑOS VENGAN A MÍ
Jesús hizo que se los acercaran (los niños), diciendo:
-“Dejad que los niños vengan a mí,
y no se lo impidáis,
porque de los que son como ellos es el reino de Dios”.
(Lc 18,16)
1. Jesucristo tiene predilección por los niños. El niño no tiene segundas intenciones. El niño gusta oír cosas acerca de Dios nuestro Padre. Nada ni nadie le parece más grande ni más bondadoso que Dios. Y cree que todos son buenos. Dice lo que siente. Nada hay más hermoso que hablar a un niño sobre Dios y formar en su alma la fisonomía de Cristo. ¿Podría hacer yo algo con mis palabras, mi ejemplo, mi oración, para cumplir el deseo de Jesús?...
2. “De los que son como niños es el reino de los cielos”. Se trata de tener las cualidades del niño sin tener sus defectos. A esto se llama “infancia espiritual”. Si quiero ser “niño” no he de complicar mi oración, ni mis intenciones. He de pensar bien, ser sincero, tener hambre de Dios, ser limpio de corazón para ver, en todo y en todos, el rostro de mi Padre Dios. He de conquistar esta “infancia espiritual”...
79. VENID A MÍ TODOS
“Venid a mí todos
los que estáis cansados y agobiados,
y yo os aliviaré”.
(Mt 11,28)
1. Siempre hay alguna pena que sufrir. El Hijo de Dios sufrió más que nadie para poderse compadecer más que nadie. En el corazón de Cristo cabemos todos. Él piensa en cada uno de nosotros más que una madre en su hijo único. El Buen Pastor llama a todos, busca a todos, da la vida por todos. ¿Por qué me empeño yo en ser una excepción?...
2. Cuanto mayores sean mis problemas, más quiere el Señor solucionarlos. Quiere y puede. Pero he de abrir el corazón para expansionarme con él. Y a veces para consultar con sus representantes. Si yo me empeño en cerrarme, y no dialogo con él, ni consulto, la palabra de Cristo caerá en el vacío como el silbo del Buen Pastor buscando de noche a la oveja perdida. El Buen Pastor me ha llamado y espera mi respuesta....
80. TENGO OTRAS OVEJAS
“... que no son de este redil;
también a esas las tengo que traer,
y escucharán mi voz,
y habrá un solo rebaño y un solo Pastor”.
(Jn 10,16)
1. Muchas son las ovejas que no conocen al Buen Pastor. Y le pertenecen, aunque estén fuera del aprisco. Llevan las aspiraciones del Buen Pastor. Su ansia es encontrarlas y traerlas al buen camino. Es un deseo ardiente del corazón de Cristo. Cualquier humano, aun el más pobre y alejado, es centro de las preocupaciones de Dios amor. ¿Miro así a los demás? ¿Hago algo para que todos los hombres nos amemos como hijos del Buen Pastor?...
2. No hay paz en el mundo porque no hay paz en los corazones. Quien escucha y sigue la voz de Cristo, ama la caridad dentro y fuera de sí. El mundo será un día el aprisco pacífico del Buen Pastor, como un inmenso hogar. Este venturoso futuro sólo puede construirse sembrando amor. De él formarán parte los hijos de Dios amor revestidos de inmortalidad. ¿Soy en cada momento semilla de amor?...
81. TENGO SED
Sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido,
dijo: “Tengo sed”.
Y sujetando una esponja empapada en vinagre
a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca.
(Jn 19,28-29)
1. Cristo tiene sed. Ama en serio, con un corazón muy ancho, y apenas recibe el amor de retorno. Cumplimos con él unas “reglas de urbanidad” frías, pero no le damos el trato personal de la amistad. Cristo crucificado, Cristo hostia de la misa, rodeado de muchedumbres con prisa, sigue teniendo sed. ¿Qué es lo que en mí causa sed devoradora a Cristo?...
2. A veces, en lugar de calmar la sed de Cristo, le amargan más su agonía. Son estos “no” a la voluntad de Dios, para poder salir con la nuestra. Es el no saber descubrir a Cristo en el prójimo que convive con nosotros (con sus defectos), en el prójimo necesitado. Cristo esperaría de sus amigos mayor amor para reparar estos desaires. ¿Cómo es mi trato con Cristo en la oración y en la caridad?...
82. MI ALMA ESTÁ TRISTE
Empezó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo:
-“Mi alma está triste...;
quedaos aquí y velad conmigo”.
(Mt 26,37-38)
1. Es un gran misterio de condescendencia divina. Dios hombre quiso sufrir más que nadie. Hasta sudar sangre. Cristo sufrió los más agudos tormentos y las más aplastantes humillaciones en su humanidad más sensible que la nuestra. Tuvo que pagar por nuestros “inocentes” desvíos. Era nuestro hermano mayor, responsable y protagonista de nuestra historia. Así ama él. Esto requiere reflexión y respuesta...
2. Cristo sintió necesidad de compañía y consuelo. Lo buscó entre sus amigos. Entonces me veía a mí, y pensaba que yo escucharía sus palabras. Lo apóstoles se durmieron, mientras Judas trabajaba para entregarlo. Cristo sufre en su cuerpo místico: enfermos, Iglesia perseguida, los que sufren hambre, los que carecen de cultura, los que no saben que Cristo murió por ellos...
83. HE VENIDO A PRENDER FUEGO
“He venido a prender
fuego a la tierra,
¡Y cuánto deseo que
ya esté ardiendo!”
(Lc 12,49)
1. El fuego de Jesucristo es el amor a Dios y al prójimo. El hombre, cuando se ama a sí mismo hasta olvidarse de Dios, se destruye en un suicidio. Cuando ama a Dios hasta el desprecio de su egoísmo, construye la ciudad de Dios hecha de piedras vivas en el amor. Todos construimos. Todo depende del amor y del egoísmo. ¿Conozco en qué construyo y en qué derribo?...
2. Dios se hizo hombre para sembrar amor. Es la ilusión de Cristo. Ser cristiano significa amar. Y amar es darse como quiere Dios y como necesita el prójimo. No como me gusta a mí o a los demás. Dos amigos viven de los mismos ideales. ¿Soy amigo de Cristo?...
84. SIENTO COMPASIÓN
Jesús llamó a sus discípulos y dijo:
-“Siento compasión de la gente,
porque... no tienen qué comer.
Y no quiero despedirlos en ayunas,
no sea que desfallezcan en el camino”.
(Mt 15,32)
1. Es una confidencia de Jesús a sus discípulos. Todos los pesares encuentran eco en su corazón. Su compasión es la de una madre. Les falta de comer para el cuerpo y para el alma. La comida que el Señor les da milagrosamente prefigura la eucaristía. Cristo se da a sí mismo para la vida de todos. Ahora, en un mundo hambriento de paz, me repite la misma confidencia...
2. El camino por recorrer es largo y rodeado de dificultades. Hemos de llegar a Dios convirtiendo cada paso de nuestra vida en amor. Y esto, en un mundo esponjado en el odio y la indiferencia. Pero el Buen Pastor se convierte en nuestro alimento. Él mismo es el camino, la verdad y la vida. ¿Tengo como compañero de viaje a Cristo?...
85. YO OS HE ELEGIDO
“No sois vosotros los que me habéis elegido,
soy yo quien os he elegido
y os he destinado para que vayáis
y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”.
(Jn 15,16)
1. No hacemos ningún favor a Cristo siguiendo su llamada. El favor nos lo hace él. Es él quien llama a la fe, a servir a la Iglesia, a ser su “otro yo”. Es llamada de predilección. Él ama primero y nos da el poderle amar. La iniciativa parte de él. Esto supone mayor amor, sobre todo teniendo en cuenta nuestra miseria. ¿Sé apreciar la llamada de Cristo, por encima de todo?...
2. Quien ha encontrado a Cristo se convierte en apóstol de este encuentro con él. Todo cristiano ha de dejar transparentar a Cristo en su vida. Tener cada vez más la fisonomía espiritual de Cristo. Pero especialmente a los que tienen la misión de realizar en los demás la fisonomía de Jesús. ¡Llamada envidiable! ¿Dejo transparentar a Cristo en mis palabras y en mis obras?...
86. TAMBIÉN OS ENVÍO YO
“Como el Padre me ha enviado,
así también os envío yo...
Recibid el Espíritu Santo”.
(Jn 20,21-22)
1. La obra de Jesús la continúan sus sacerdotes. Es el mismo encargo que Jesús recibió del Padre. Se trata de desempeñar el mismo papel de Jesús. Jesús llama solamente a algunos para esta misión. Es una predilección singular. Se necesita ser generoso para responder a u llamada. Vale la pena ser fiel, De mi fidelidad depende la salvación de muchos hombres. ¿Soy fiel y generoso con mi vocación?...
2. El Espíritu Santo traza en nuestras almas la fisonomía de Jesús. Es acción de Dios amor. Sin esta ayuda sería imposible la fidelidad y generosidad a la vocación. El bautismo, la confirmación y el orden son sacramentos por los que el Espíritu Santo nos hace hijos de Dios, testigos de Cristo, “otros Cristo”. ¿Soy delicado a las inspiraciones del Espíritu Santo?...
87. ANUNCIA EL REINO DE DIOS
A otro le dijo:
- “Sígueme... Deja que los muertos
entierren a sus muertos;
tú vete a anunciar el reino de Dios”.
(Lc 9,59-60)
1. La voz del Buen Pastor invita y urge a seguirle. Por ello he de estar dispuesto a dejarlo todo. Las cosas de la tierra, cuando estorban para seguir a Cristo, no son más que chatarra. Mirando a Cristo es fácil dejar las otras cosas. Sin mirarle y amarle, es imposible. Quien tiene billetes de mil, no hace problema de la calderilla. ¿Hay algo que me impide seguir al Buen Pastor?...
2. Quien sigue al Señor queda comprometido a conquistar a otros. Nuestras palabras y obras han de reflejar el encuentro con Cristo. Somos sal, luz, olor de Cristo. Es un encargo del Buen Pastor que supone mucha confianza al fiarse de nosotros. Todos los segundos de mi vida pueden ser fructíferos para extender el reino. ¿Me preocupo de los deseos de Jesús?...
88. ESTOY CON VOSOTROS
“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos...
Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días
hasta el final de los tiempos”.
(Mt 28,19-20)
1. Todos los hombres han de encontrar a Cristo. Pero todavía no le conocen. Nosotros tenemos el encargo de anunciar a Cristo a todas las gentes. Cada uno, según sus posibilidades. Pero podemos más de lo que parece. Oración, pequeños sacrificios, cumplimiento del deber, entrega personal (¿por qué no?)... ¿Qué hago en mi vida para la salvación de los no cristianos?...
2. Jesús está presente siempre entre nosotros. Principalmente en la eucaristía. Pero también cuando nos reunimos en su nombre. Y, además, vive en nosotros y nosotros en él. Su presencia vivifica a la Iglesia, que es su cuerpo místico. Con él no hay que temer, aunque haya tempestad. Con él se puede ir hasta el fin del mundo. ¿Recuerdo frecuentemente la presencia de Jesús?...
89. VENID A DESCANSAR
“Venid vosotros a solas
a un lugar solitario
a descansar un poco”.
(Mc 6,31)
1. Jesús es muy comprensivo. Llegan los apóstoles cansados, y les invita al reposo en la soledad con él. Cristo quiere comunicar sus confidencias a lo suyos. Pero lo hace a solas, de tú a tú. No le gusta el ruido. Quiere silencio de egoísmos para poder hablar con claridad. ¿Busco estar sin prisas, a solas, junto al Señor?...
2. En nuestro caminar hacia Dios necesitamos reposo. Hay luchas, tentaciones, desánimos, fracasos, dudas, entusiasmos pasajeros, derrotas y victorias. El reposo consiste en expansionarse con Cristo contándole todo como de amigo a amigo. Él lo espera y disfruta conmigo cuando voy. ¿Tengo ahora algo que contarle?...
90. AHÍ TIENES A TU MADRE
Jesús, al ver a su madre
y junto a ella al discípulo que amaba,
dijo a la madre:
- “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Luego, dijo al discípulo:
-“Ahí tienes a tu madre”.
(Jn 19,26-27)
1. Jesús ama a su madre con delirio. Siendo Dios, pudo hacerse a su madre tan hermosa como quiso. En ella volcó los tesoros de su bondad, sabiduría y poder. Y nos la dio por madre. A tanto llega el amor de Cristo. Se dio a sí mismo, nos dio a su madre por nuestra, nos lo dio todo. Pensaba que así nos enteraríamos de cuánto nos ama. ¡Si yo pensara cuánto amor supone este don del corazón de Cristo!...
2. Ella recibió el encargo. Y nos ama como a Jesús. Por nosotros lo entregó a la muerte. Se unió al amor que Cristo nos tiene. Ve en nosotros la fisonomía de Jesús, pero la quisiera ver sin borrones. Cristo y María esperan que yo los ame como ellos a mí. Si es mi madre, yo he de ser su hijo amante. ¿Conozco, amo, imito a María mi Madre?...
IV. ENCUENTRO CON JESÚS
A cada paso te encuentras con Cristo Te cruzas con él a todas horas. Si te extrañas de mi afirmación es que... has pasado de largo sin conocer que era él. Tu vida no tiene otro sentido que encontrar a Cristo. Es una aventura en que estás empeñado y comprendido. ¡La única aventura que te interesa y que merece vivirse!
Muchos han tropezado con el “tesoro escondido”, con la “perla preciosa”, y han pasado de largo. La razón es muy sencilla; no supieron ver, como aquellos indios que tiraron el oro para quedarse con los sacos.
Juan, el evangelista, se encontró con Jesús. Pasaron los años. Y cuando nos contó por escrito aquella escena inolvidable para él, se acordó hasta de la hora exacta en que comenzó a encontrar a Cristo, aunque que no supo expresar lo que sintió. El “venid y veréis” nos parece una invitación a probar “qué sea amar a Jesús”, pues no se puede decir, sino solo experimentar (San Bernardo).
Y, además, te encuentras con Cristo en la eucaristía. Cristo se coloca en nuestra limitación. No le espanta nuestra miseria. Ya cuando estás reunido en asamblea cristiana en torno al altar, fíjate en las palabras del representante de Cristo: “El Señor esté con vosotros”.
Volvamos de nuevo al plano de obediencia, solo allí encontraremos a Cristo: “Están en peligroso error aquellos que piensan poder abrazar a Cristo cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su vicario en la tierra”. (Pío XII, Mystici corporis Christi).
“Encontraron al niño con María”. ¡Sin la madre no encontrarás al hijo! Conocerás si lo has encontrado cuando sepas decir: “Cuando yo veo a una imagen con un niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas”. (San Juan de Ávila).
91. LOS PASTORES
Los pastores se decían unos a otros:
“Vayamos, pues, a Belén
y veamos los que ha sucedido
y que el Señor nos ha comunicado”.
Fueron corriendo
y encontraron a María y a José,
y al niño acostado en el pesebre...
(Lc 2,15-16)
1. Los pastores eran gente humilde, pobre y sacrificada. A ellos se les aparecieron los ángeles para anunciarles la gran noticia del nacimiento de Jesucristo. Para encontrar a Cristo se necesita limpiar el corazón de orgullo, ambición y comodidad. El Señor sale a nuestro encuentro, pero espera nuestra colaboración y nos ayuda para decidirnos. ¿Hay algo en mí que pueda impedir el encuentro con Cristo?...
2. Los pastores no hacen esperar a Dios. Están acostumbrados a acudir en ayuda del prójimo necesitado. Están tan deseosos de encontrar al niño Jesús, que no se detienen en nada más. Son generosos. Dicen siempre que sí a Dios y al prójimo. Por esto encuentran pronto, los primeros, al salvador. Y lo encuentran, como es natural, con María, nuestra madre. ¿Qué debo hacer para encontrar más pronto y para siempre a Jesucristo?...
92. LOS MAGOS
Al ver la estrella
Se llenaron de inmensa alegría.
Entraron en la casa, vieron al niño
con María, su madre,
y cayendo de rodillas lo adoraron;
le ofrecieron regalos...
(Mt 2,10-11)
1. Fíjate en el gozo que sintieron los magos cunado vieron la estrella que les llevaría a Belén. Nuestros deseos son la mejor señal de que encontraremos a Cristo. No les interesó a los magos todo lo demás, porque preferían encontrar a Cristo por encima de todos los demás bienes. Cuando el corazón no desea a Cristo por encima de todo, es como si se tuviera una brújula estropeada. ¿Tengo deseos que me estorban para encontrar a Cristo?...
2. Y encuentran, como siempre, a Jesús en manos de María. Así nos luce el pelo cuando no tenemos verdadero amor a nuestra madre. Y cuando le encuentran, saben ser humildes y generosos. Le adoran y ofrecen lo mejor. El respeto a la casa de Dios y la caridad con Dios que vive en el prójimo, son la señal de haber encontrado a Cristo de veras. Examínate sobre estas virtudes...
93. SAN JUAN EVANGELISTA
Estaba Juan (Bautista),
con dos de sus discípulos y,
fijándose en Jesús que pasaba, dice:
“Este es el Cordero de Dios”.
Los dos discípulos (Juan y Andrés)
oyeron sus palabras y siguieron a Jesús...
Y se quedaron con Jesús...
(Jn 1,35-37.39)
1, ¡Qué encuentro tan íntimo el de san Juan con el Señor! Fue un encuentro que le llenó toda la vida. Se fio del consejo del bautista, lo puso en práctica y no se arrepintió jamás. Si supieras ser dócil y generoso con los consejos que lees o te dan, te iría mejor. Las espigas vacías, como las cabezas, son las que más se yerguen para lucir su figura. ¿Qué consejos recuerdas que no has cumplido todavía?...
2. Quien encuentra de veras a Cristo, tiene ganas de pasarse con él un rato sin prisas. Y todos los días. Es una necesidad del corazón. Se encuentra tiempo cuando se ama. El trato con Cristo lo ha de probar cada uno. Es algo que no se olvida jamás. Es cuestión de entregarse. Es preciso revisar a fondo el porqué de tanta frialdad en mi trato con Jesucristo...
94. SAN PEDRO
Al ver esto (la pesca milagrosa)
Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
-“Señor, apártate de mí,
que soy un hombre pecador...”
Y Jesús dijo a Simón:
- “No temas, desde a hora serás pescador de hombres”.
(Lc 5,8.10)
1. El Señor quiere que seamos humildes. No puede haber encuentro con Cristo sin la virtud de la humildad. Ser humilde significa reconocer lo que somos: tenemos cosas malas y buenas. Las malas son nuestros pecados y defectos. Las buenas son regalos de Dios, y también fruto de nuestro esfuerzo colaborando con la gracia del Señor. Pero la verdadera humildad nos acerca más a Jesús. San Pedro dijo “apártate de mí”, porque no era del todo humilde: el humilde sabe confiar. Debo revisar cómo es mi humildad...
2. El encuentro con Jesús trae consigo consecuencias para toda la vida. San Pedro fue llamado a ser apóstol. Jesús tiene predilección especial con quien se le hace encontradizo. A todos encomienda algo muy grande. Es la “vocación” particular de cada uno... ¿Conozco y sigo generosamente mi vocación...?
95. LA SAMARITANA
Jesús, cansado del camino, estaba allí
sentado junto al pozo. Llega una mujer de Samaría
a sacar agua, y Jesús le dice:
-“Dame de beber...”
La mujer le dice:
- “Sé que el va a venir el Mesías...”
Jesús le dice:
-“Soy yo, el que habla contigo”.
(Jn 4,6-7.25-26)
1 Jesús, el Buen Pastor, busca ardientemente el encuentro con todos. Hasta con los mayores pecadores. Las fatigas del Buen Pastor se ven premiadas con el consuelo de salvar a la oveja perdida. En este caso es una gran pecadora. Y Jesús se humilla hasta pedirle de beber. Parece mentira, pero es verdad. Jesús necesita mi amor. Se hace necesitado para que me dé cuenta de que soy yo quien necesita de él. ¿Doy largas a mi encuentro con Jesús?...
2. En el diálogo se entienden los hombres. Si alguien empieza hablando con Cristo, ya ha comenzado a encontrarle. Así le pasó a la samaritana. Y luego, el Señor se le manifestó como Mesías. Cuando Cristo abre el corazón y cuenta sus intimidades, uno ya no puede olvidar este encuentro. ¿Sé hablar con Cristo?...
96. NICODEMO
Nicodemo, jefe judío, fue a ver a Jesúsde noche y le dijo.
- "Rabí, sabemos que has venido
de parte de Dios, como maestro ... "
Jesús le contest6:
- "El que no nazca de nuevo
no puede ver el reino de Dios ".
(Jn 3,1-3)
1. Nicodemo, entre una multitud de sanedritas
que se quedaron en la cobardía, creyó en Jesús.
Pero la fe y el encuentro con el Señor se demues-
tra n en el dialogo, en la oración. Había ido de
noche, por miedo. Pero aquella conversación con
Jesucristo no la pudo olvidar jamás. Cuando Cristo
murió en la cruz, por fin Nicodemo se entregó de
veras. ¿Soy cobarde en seguir al Señoor? ..
2. Las palabras de Jesússe quedaron grabadas
en el corazón de Nicodemo. Al principio no las
entendía. Los superficiales no entienden ni al
principio ni después. Jesúshabla de una vida
nueva que él nos ha traído: la vida de la gracia que
se manifiesta en las virtudes de fe, esperanza, ca-
ridad. ¡Tener la fisonomía de Cristo y pensar y que-
rer como él! ¿Pienso con calma las palabras de
Jesús? ¿Son mi mejor recuerdo? ..
97. LA PECADORA
Una mujer, una pecadora ... llorando,
se puso a regarle los pies con las lágrimas ... r
los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
(Jesús) le dijo.
- "Han quedado perdonados tus pecados".
(Lc 7,37-38.48)
1. Nada estorba al encuentro con Cristo cuando
uno reconoce su propio pecado. La gran pecadora
encontró a Cristo para siempre. Su arrepentimiento
fue sincero. Su entrega no era pasajera. Por eso
perseveró en la conversión. Magdalena recibía a
Cristo en su casa, estuvo al pie de la cruz y vio a
Cristo resucitado. Es cuestión de generosidad y de-
cisión, puesto que la ayuda del Señor no falta. ¿En-
cuentro diferencia entre mi arrepentimiento y el
de Magdalena? ..
2. La palabra de Jesúscrea una vida nueva.
Pero sólo cuando el corazón escucha y responde
con un "si" generoso. Cada vez que me confieso,
Cristo me dice las mismas palabras, con el mismo
amor, con la misma fuerza. La diferencia no está
en Jesús, sino en mi. ¿Qué impide en mi el en-
cuentro definitivo con Cristo? ..
98. EL JOVEN RICO
Jesús le contestó:
-“Si quieres ser perfecto, anda,
vende tus bienes... Y ven y sígueme”.
Al oír esto, el joven se fue triste,
porque era muy rico.
(Mt 19,21-22)
1. Fue una llamada que Jesús hizo con toda la ilusión. Le propuso al joven una amistad muy íntima. El Señor exigió dejar la chatarra de unos bienes caducos. Jesucristo sigue llamando a un camino de más intimidad con él y de más generosidad. Es una señal de predilección, aunque exige dejar otras cosas. ¿Soy consciente de las invitaciones que me dirige el Señor?...
2. Pero el muchacho dio marcha atrás. No le interesaba. Su corazón estaba en otra parte. Y el corazón tiene razones que desconoce la razón. Tenía otras ilusiones que no eran más que espejismos. Y se fue triste. Se daba cuenta de que escogía lo peor, pero no se atrevía a romper con tantas cosas. No encontró a Jesús. ¿Qué hay en mí que puede frustrar mi encuentro con Jesucristo?...
99. EL PARALÍTICO
Subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla
y le pusieron en medio, delante de Jesús.
Él, viendo la fe de ellos, dijo:
-“Hombre, tus pecados están perdonados”.
(Lc 5, 19-20)
1. Es el encuentro de la enfermedad con el salvador. Nuestras miserias y enfermedades son resultado del pecado original. Por eso un día desaparecerán y nuestro cuerpo será glorioso como el de Cristo. El paralítico, sin poder moverse, pudo encontrarse con Cristo. El encuentro con el Señor no tiene más obstáculo que el propio egoísmo que cierra la puerta. Aquellos hombres, llevados por la caridad y por la fe, idearon lo que parecía imposible. ¿Qué tendencias pueden impedir mi encuentro con Cristo?...
2. La voz del salvador soluciona todos los problemas de raíz. Primero, lo primero: quitar el alquitrán del pecado. Muchos prejuicios y críticas se desvanecen cuando se limpia el corazón. Jesús perdona siempre que ve ganas de recibir el perdón. No teme ser criticado a causa de esta predilección para con los más necesitados. No hay nadie más necesitado que quien no sabe amar a Dios y al prójimo. ¿Acudo al Señor para recibir el perdón?...
100. LA VIUDA DE NAÍN
Sacaban a enterrar a un muerto,
hijo único de su madre, que era viuda...
Al verla el Señor, se compadeció...
-“No llores”...
-“Muchacho, a ti te lo digo, levántate...”
Y se lo entregó a su madre.
(Lc 7,12-15)
1. Aquella mujer no conocía a Jesús. Pero su aspecto desolador produjo compasión en el corazón de Cristo. Todas las miserias humanas encuentran solución en el corazón del Señor, que es sensible a todos nuestros problemas. Es el misterio de Cristo. Todo lo que es Cristo Jesús se puede resumir en preocuparse por la gloria del Padre y por nuestra salvación. ¿Tengo confianza en el amor de Jesucristo?...
2. Después de consolar a la madre, el Señor resucita al joven. Cristo sigue diciendo aún hoy: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”. Porque hay muchos jóvenes sin ideal que dejan la juventud hecha jirones en las zarzas del camino. Hay jóvenes cuya juventud no la estrena el amor, sino el egoísmo camuflado de amor. En mí hay muchas energías que necesitan resucitar. He de oír la voz del Señor...
101. LA HEMORROÍSA
(Una mujer enferma), acercándose a Jesús,
entre la gente, le tocó el manto, pensando:
“Con solo tocarle el manto curaré”.
Inmediatamente sintió que su cuerpo estaba curado.
(Mc 5,27-29)
1. Solo se encuentra a Cristo cuando se va a él con el corazón en la mano. Muchos tocaban físicamente al Señor, pero solo la mujer enferma se le acercó con confianza. La confianza es la clave de la caja de caudales que es el corazón de Cristo. Todos los remedios son útiles para curar nuestros males del espíritu. El encuentro personal con Cristo lo soluciona todo. ¿Cómo es mi confianza en el Señor?...
2. Muchos escuchan la palabra de Cristo y le reciben en la comunión. Muchos se topan con Cristo en los sacramentos. Pero no lo encuentran. Como la muchedumbre que estrujaba a Cristo y luego se escandalizó de él. Faltan disposiciones personales por convicción. Solamente con el corazón dispuesto para amar seriamente se puede descubrir de veras la persona de Cristo y su palabra y su acción salvadora que está oculta en la Iglesia, especialmente en la liturgia. ¿Cómo es mi postura personal en las celebraciones litúrgicas?...
102. LA MUJER CANANEA
Se acercó (una cananea) y se postró
ante él diciendo:
-“Señor, ayúdame”.
-“No está bien tomar el pan de los hijos”...
-“También los perritos
Se comen de las migajas”...
-“Mujer, qué grande es tu fe:
que se cumpla lo que deseas”.
(Mt 15,25-28)
1. El Señor prueba nuestra fe. Le gustan al Señor los corazones valerosos y constantes. Se han de saber pasar los tragos amargos sin desalentarse. Cristo se esconde tras la prueba y el sacrificio. Cuando el Señor quiere conceder una gracia especial, da primero “escalera” para alcanzarla: la prueba del sacrificio. Únicamente de los que se esfuerzan es el reino de los cielos. El Señor no quiere cobardes ni comodones ni tacaños ¿Soporto las pruebas con valentía...?
2. La mujer cananea, con ser pagana, alcanzó el milagro. Perseveró en la oración sin desanimarse. Creyó en el poder y en la bondad de Cristo. Cristo estaba dispuesto a concederle el milagro desde el principio, pero veía que el corazón de la mujer debía disponerse más. Quien busca a Cristo le encuentra para su bien. Quien busca otros amores malsanos, a veces también los encuentra, pero para su mal. ¿Persevero buscando el encuentro definitivo con Cristo?...
103. LOS NAZARETANOS
Fue a Nazaret, donde se había criado...
“El Espíritu del Señor me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres”.
...Lo echaron fuera... con intención de despeñarlo...
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
(Lc 4,16.18.29-30)
1. Fue un caso insólito y fatal. Jesucristo convivió treinta años con los habitantes de Nazaret. Y en el momento de darse a conocer, no le aceptaron. Solo encuentran a Cristo los “pobres”, es decir los que sufren con amor y están dispuestos a aventurarlo todo por Dios. No les interesaba a los nazaretanos un mesías así. Lo querían a la medida de su egoísmo. Y lo rechazaron dándoselas de listos. ¿Tengo relaciones cordiales con Cristo que vive siempre conmigo?...
2. El Señor se fue para no volver. Nunca pudieron los nazaretanos darse cuenta del significado de esta partida. No encontraron a Cristo ya nunca más. ¡Tan cerca como habían estado de él! El Señor lo sintió como cuando lloró sobre Jerusalén. Ellos se quedaron tan tranquilos de “conciencia”. Es la mayor desgracia que le pude ocurrir a uno: apañárselas sin Jesucristo. ¿Tiene motivos el Señor para alejarse de mí?...
104. EL FUNCIONARIO REAL
-“Si no veis signos y prodigios, no creéis...”
-“Señor, baja antes de que muera mi niño”.
-“Anda, tu hijo vive...”
Y creyó él con toda su familia.
(Jn 4,48-50.53)
1. Jesús no hace distinción de personas. También reprende a los poderosos, pero para sanarles. El hombre supo aceptar la reprensión y confió en el Señor. Quien ora de corazón encuentra a Cristo. Se trata de exponer los propios problemas confiadamente y limpiar el corazón de orgullo. Entonces se encuentra a Cristo con facilidad y para siempre. ¿Tengo orgullo o desconfianza que puedan impedir mi encuentro con Cristo?...
2. La voz de Jesús infunde serenidad y paz. Su palabra, que continúa actual en la iglesia, sana los corazones. Su palabra penetra porque es palabra de amor. Pero no hay salud verdadera hasta que respondamos que “sí” a la palabra de Dios. Cristo mismo es la palabra de Dios. Creer es aceptar esta palabra, encontrarse con Cristo, adherirse a su persona para siempre. ¿Es mi fe la adhesión o encuentro personal con Cristo...?
105. SAN MATEO
Jesús vio a un hombre sentado al mostrador
de los impuestos, y le dijo:
- “Sígueme”.
Él, levantándose, le siguió.
(Mt 9,9)
1. Todas las clases sociales pueden encontrar a Cristo. Leví, el cobrador de contribuciones, se convirtió en el apóstol san Mateo. Es la transformación que se realizó al escuchar y responder a Cristo. El encuentro con Cristo es fruto de escuchar su voz y decir que “sí” a su amor. Cristo llama a todos al encuentro con él. No hay excepciones. Y a cada uno le llama para una misión concreta. ¿Escucho las llamadas del Señor?
2. San Mateo encontró a Cristo. El encuentro con el Señor se demuestra en las obras. San Mateo lo dejó todo y quiso hacer partícipes a sus amigos de la dicha de encontrar a Cristo. Desprendimiento y caridad significan valorar a Cristo y al prójimo (que tiene o ha de tener la fisonomía de Cristo) por encima de los bienes de la tierra. ¿Se demuestra mi encuentro con Cristo en el desprendimiento y en el amor?...
106. MULTITUD DE ENFERMOS
Le llevaban los enfermos en camillas.
Y le rogaban que les dejase tocar
al menos la orla de su manto;
y los que la tocaba se curaban.
(Mc 6,55-56)
1. No hay enfermedad corporal o espiritual que impida encontrar a Cristo. Sólo el orgullo de no querer curar o no querer reconocer el propio mal. Encuentra a Cristo quien siente necesidad de él. Siente necesidad de Cristo quien reconoce sus propias miserias, cree en el amor de Cristo y quiere mejorar sinceramente. No se cura ni encuentra a Cristo el que solo quiere salir del paso o quitarse un remordimiento para volver a las andadas. ¿Tengo estas disposiciones?...
2. Tocar a Cristo para curar es tener con él una relación personal. No vale usar “discos rayados” para hablar con él. Los signos donde se ocultó Cristo (los sacramentos, etc.) no son artículos de farmacia o “cosas” que se usan y se olvidan luego. Cristo vale mucho más. Él ha venido para entablar relaciones personales y no para servir de adorno. ¿Recibo los sacramentos como un encuentro personal con Cristo?...
107 LOS LEPROSOS
Vinieron al encuentro diez leprosos...
-“Jesús, maestro, ten piedad de nosotros...”
-“Id a presentaros a los sacerdotes”.
Mientras iban camino quedaron limpios.
(Lc 17,12-14)
1. Ni la lepra del pecado impide el encuentro con Cristo. Con una condición: que uno se reconozca a sí mismo como pecador. Es la misma disposición interna del publicano de la parábola. Ahora son diez leprosos que salen todos juntos al encuentro del Señor. Es más fácil encontrar al Señor en la oración común cuando todos nos sentimos hermanos enfermos que vamos de camino. ¿Tengo el aprecio debido por la oración común litúrgica?...
2. ¡Qué bueno es el Señor! Se ha quedado entre nosotros en sus representantes. Los sacerdotes de la Iglesia continúan visiblemente la misión de Cristo. No fiarse de la Iglesia y de sus ministros es abocarse al fracaso. A pesar de los defectos de los ministros del Señor, Jesús se vale de ellos para que le podamos encontrar a él. Solo se encuentra a Cristo buscándole donde se ha escondido. ¿Cuál es mi postura ante Cristo, que actúa por sus representantes?...
108. LOS NIÑOS
Acercaban a Jesús niños
para que los tocara,
pero los discípulos les regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
“Dejad que los niños se acerquen a mí...;
de los que son como ellos es el reino de Dios...”
Y tomándolo los bendecía...
(Mc 10,13-14.16)
1. Hasta los niños encuentran a Cristo. Según la expresión del Señor solo ellos le pueden encontrar. Es decir, encuentra a Cristo quien tiene disposiciones filiales para con Dios. La disposición de ver en todo la mano del Padre, de confiar en el Padre en los momentos más difíciles, de buscar y desear solo amar al Padre y que el Padre sea amado, todo esto no tiene valor a los ojos de los que no tienen fe. Es la “infancia espiritual”. ¿Tengo estas disposiciones filiales respecto de Dios...?
2. Las intimidades del corazón de Jesús son para los que tienen alma de niño. Vale la pena quedar en ridículo ante el mundo por la sencillez evangélica. Total, lo único que interesa es que Cristo imprima en nosotros su fisonomía. Lo demás no vale nada si no sirve para esto. Vale más la amistad de Cristo que una lista larga de nombres que se llaman amigos, pero que no lo son de veras. ¿Aprecio la amistad con Cristo por encima de todo?...
109. MARTA Y MARÍA
María, sentada a los pies del Señor,
escuchaba su palabra.
Marta andaba muy afanada con los muchos servicios.
Le dijo el Señor:
-“María ha escogido la parte mejor”.
(Lc 10,39-40.42)
1. Encontrarse con Cristo es escuchar su palabra y estar dispuesto para responder “sí”. La pecadora, ya perdonada, estuvo siempre en disposición de recibir a Cristo y escucharle. Una señal clave de haber encontrado al Señor es saber pasar ratos sin prisa junto a él o pensando en él. Tener el corazón en Cristo, hacer silencio en el interior, saberse amado por él, pensar en sus enseñanzas con calma... ¿Es así mi trato con él?...
2. A primera vista hace más quien bracea más. Pero las cosas de Dios son diferentes. Cuando es el momento de gastar tiempo tratando con Cristo, no es más provechosa la acción exterior. Ya llegará el momento de la acción y entonces será acción fecunda. Pero, mientras tanto, hay que saber entregarse a la oración. Oración y acción se exigen mutuamente. Tienen un enemigo común: el hacerlas por egoísmo. ¿Paso ratos sin prisa con el Señor?...
110. ZAQUEO
Trataba de ver quién era Jesús...
Se subió a un sicomoro para verlo...
-“Zaqueo, date prisa y baja,
Porque es necesario que hoy me quede en tu casa”.
(Lc 19,3-5)
1. Era un cobrador de contribuciones bastante rico. Tal vez un poco frío en los negocios del alma. Pero deseó sinceramente encontrar al Señor. Y lo logró. Tuvo que esforzarse y salir de la comodidad cotidiana. Hasta tuvo que dejar al margen apariencias sociales. ¡Tantas cosas se dejan por otros motivos rastreros! Abrir la puerta, esforzarse, ir con el cántaro a la fuente, moverse, hacer algo fuera de lo ordinario... ¿Por qué no probarlo? El encuentro con Cristo es algo personal...
2. La voz de Cristo no se hace esperar cuando ve buenas disposiciones. Aun estas son fruto de una voz interior de Cristo que se llama gracia actual, a la que hay que cooperar. Jesús da más de lo que esperaba el publicano. Este solo quería ver a Jesús, pero el Señor se quiere hospedar en su casa. Un rato con el Señor, sin prisas, arregla mejor las cuestiones. Las prisas edifican castillos de arena. ¿Hospedo al Señor y le muestro lo más íntimo?
111. LOS GENTILES
Acercándose a Felipe (unos griegos) le rogaban:
-“Señor, queremos ver a Jesús...”
Andrés y Felipe fueron
a decírselo a Jesús.
(Jn 12,21-22)
1. El deseo de encontrar a Cristo está en el fondo de todo corazón. A veces, es verdad, como un rescoldo. Cualquier sufrimiento, problema, lectura, predicación, puede avivar este deseo. Es un deseo puesto por Dios. Hasta los paganos lo tienen. Porque nuestro corazón ha sido hecho a la medida de Cristo y solo él puede llenarlo. Manifestar en la oración a Cristo el deseo de encontrarle es un paso definitivo para ello. ¿Tengo deseos sinceros de encontrar a Cristo y los manifiesto en oración?...
2. El mandamiento especial de Cristo es el de amar a los hombres como él les ha amado. En la línea de este amor está el depender de los demás. Necesitamos de los otros, de su oración, de su ejemplo, de sus consejos. Somos iglesia, la familia de Dios, el cuerpo místico de Cristo. Al descubrir estas verdades somos más humildes y caritativos. ¿Soy humilde y caritativo con el prójimo?...
112. EL CIEGO DE NACIMIENTO
Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego...
-“Ve a lavarte a la piscina de Siloé...”
Él fue, se lavó y volvió con vista.
(Jn 9,1.7)
1. El ciego no se lo sospechaba. Pasó Jesús y fue el mismo Señor quien tomó la iniciativa. Jesús pasa y se hace encontradizo con todos, sin excepción. A veces, en el momento que menos podíamos imaginar. Se ha de aprovechar la ocasión. Porque el Señor a veces pasa para no volver. Puede ser un pensamiento bueno, el ejemplo de un compañero. ¿Soy fiel a las gracias de Dios?...
2. El Señor pone a veces condiciones desconcertantes. Al ciego lo envió a la piscina de Siloé. No necesitaba enviarlo allí para sanarlo. Aquello era un símbolo. Cristo permanece escondido en la Iglesia, especialmente en los sacramentos. En el sacramento de la penitencia encontramos a Cristo Buen Pastor que nos cura de nuestros pecados. En los sacramentos encontramos a Cristo. ¿Cómo me acerco a los sacramentos?...
113. JUDAS
A apareció Judas, uno de los doce, acompañado
de un tropel de gente, con espadas y palos…
El traidor se cercó a Jesús, le dijo:
-“Salve, Maestro”.
Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
- “Amigo, ¿a qué vienes?”...
(Mt 26,47.49)
1. Fue un encuentro desastroso. El corazón de Judas no estaba bien dispuesto. Y lo que hubiera podido ser un encuentro de hijo pródigo, fue su perdición. A pesar de ser uno de los doce apóstoles. La más negra traición la fraguó uno que convivió tres años con el Señor. Pero su corazón había quedado impermeable. Y todavía se atrevió a usar de la señal de amor (el beso) como señal de traición. ¿Hay en mí algo que pueda llevarme a este fracaso?...
2. Las palabras de Jesús a Judas son sermón de misericordia. Tal vez mejor que las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida. Jesús le llama amigo y le hace un examen de conciencia. Jesús es delicado y respeta a las personas a pesar de sus defectos. Jesús tiene confianza en la conversión cuando todo parece perdido. Pero Judas se cerró para su perdición. También a mí me ha tratado el Señor con tanta delicadeza...
114. CAIFÁS
-“¿Eres tú el Mesías?”
Jesús contestó:
- “Yo soy...”
Y todos lo declararon reo de muerte.
(Mc 14,61-62.64)
1. No basta con leer y escuchar materialmente. No basta con saber mucho acerca de Cristo. El encuentro con el Señor es un compromiso de toda la persona, sobre todo el corazón. Saber mucho y amar poco conduce al orgullo y, a la corta o a la larga, a la incredulidad. Caifás oyó de los mismos labios de Jesús que él era el Mesías, el Cristo. No por eso fue más dichoso que nosotros ¿Amo al menos tanto cuanto conozco de Jesús?...
2. Cuando Cristo habló fue condenado por blasfemo. Y eso que era la verdad. Nosotros, ¿no hacemos tal cosa? Al fin y al cabo cuanto se hace al prójimo se hace a Jesús. No es posible encontrar a Jesús rechazando al prójimo, aunque a veces parezca que tengamos la razón. En apariencia se puede tener razón, pero estar faltos de fe y de amor. ¿Cómo es mi trato con el prójimo?...
115. PILATO
Jesús le contestó:
-“Tú lo dices: soy rey...
Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
Pilato le dijo:
- “¿Y qué es la verdad?”
(Jn 18,37-38)
1. Otro que no encontró a Cristo. Se quedó en el “casi” o en el “querría”, como tantos otros. Pilato no era de la verdad, por eso no oyó la voz de Cristo, rey de los corazones. No es de la verdad quien se deja llevar de las tinieblas de inclinaciones desordenadas. El egoísmo ciega. Y hay muchas clases de egoísmo. A un paso de Cristo se puede todavía perderlo para no encontrarlo jamás. ¿Pienso, hablo, deseo, obro con verdad?...
2. Excusas tenemos todos. Y para todo. Pilato se quedó tan “tranquilo” de conciencia. Tenía “muy buena intención”. Pero no es buena la intención cuando se sigue el atropello del prójimo. Al final, con toda la “buena intención”, Pilato se lavaría las manos. No hizo nada... Por eso no encontró al Señor, porque no hizo el bien que debía hacer. ¿Omito el obrar en favor del prójimo?...
116. HERODES
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento...
Le hacía bastantes preguntas,
pero él no contestó nada.
Herodes lo trató con desprecio...
(Lc 23,8-9.11)
1. La lista de los que no encuentran a Cristo continúa. Y eso que estuvieron a un paso de él. Herodes deseaba ver a Jesús, se alegró de su presencia, quería soltarlo... Pero no basta cuando se sigue atropellando el derecho de otros. El encuentro de Herodes con Cristo era de pura charlatanería, de palabras vacías y estériles. Quería congraciarse con Cristo para quedar en sus vicios. Así no se encuentra al Señor. ¿Niego algo al Señor engañándome a mí mismo con un diluvio de actos “buenos”?...
2. Jesús calló ante un impuro empedernido. ¿Para qué hablar a quien escuchó con gusto a Juan Bautista para luego no hacer nada de provecho? Al Bautista le mandó matar, a pesar de escucharlo con gusto. Una bailarina acabó con el predicador. Quien no escucha a los representantes de Cristo, diciendo que quiere escuchar solo a Cristo, no hace más que escucharse a sí mismo. ¿Cómo escucho la palabra de Dios, especialmente en la predicación?...
117. LAS PIADOSAS MUJERES
Jesús se volvió a ellas y les dijo:
-“Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí,
llorad por vosotras y por vuestros hijos,
porque si esto hacen con el leño verde,
¿qué harán con el seco?”
(Lc 23,28.31)
1 A Cristo se le encuentra muchas veces en el camino de la cruz. Cuando uno sufre se entera por experiencia propia del sufrimiento de Cristo. El que sufre está más cerca de encontrar a Cristo. Pero el sufrimiento mejor tiene lugar cuando se sufre por Jesucristo, cuando uno soporta los sufrimientos de Cristo y de su cuerpo místico como propios. Sufrir es amar. Sobre todo cuando uno sufre porque ama a Dios y al prójimo. ¿Sé sufrir por amor y condolerme de los sufrimientos de Cristo y de su cuerpo místico?...
2. Cristo sufrió por mí, por mis pecados. Él era inocente, pero cargó mis culpas como su fueran propias. Si él sufrió por mis pecados, bien puedo yo, y debo, llorar por ellos. El verdadero sabio y santo es el que sabe retractarse o, mejor, convertirse continuamente. Como el “tentetieso” que se empeña, a pesar de sus caídas, en mantenerse en pie. ¿Me arrepiento de mis faltas y pecados y los corrijo?...
118. MARÍA MAGDALENA
Estaba fuera María,
junto al sepulcro, llorando...
Ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús...
Jesús le dice:
-“¡María!”
Ella se vuelve y le dice:
-“Rabboni”, que significa “Maestro”.
(Jn 20,11.14.16)
1. Otro encuentro de la Magdalena con Cristo. Esta vez nos descubre a un alma muy delicada. Estuvo junto a la cruz de Cristo sufriendo con él. Y ahora le busca en el sepulcro, pero, de momento, no le encuentra. Sin la presencia de Cristo, no le satisface nada, ni la presencia de los ángeles. No sabe vivir lejos de Cristo. Llora porque le parece que está lejos del Señor. Nadie ni nada le llena el corazón. ¿Tengo grandes deseos de encontrarme íntimamente con Cristo?...
2. Jesús ama más que nadie. No se deja vencer en el amor. Él desea el encuentro más que nosotros. Es él quien sale al encuentro, pero veladamente. Se le ha de buscar “a oscuras”. Una sola palabra de quien le ha encontrado, basta para expresar todos los sentimientos. El amor es corto en palabras y largo en hechos y en silencio fecundo. ¿Qué he de aprender de este encuentro de la Magdalena?...
119. LOS DE EMAÚS
Tomó el pan (Jesús), pronunció la bendición,
Lo partió y se lo iba dando…
Y lo reconocieron.
Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
-“¿No ardía nuestro corazón
mientras nos hablaba por el camino?...
(Lc 24, 30-32)
1. Los de Emaús encontraron a Cristo en el partir del pan. Eran unos prófugos. Pero les quedaba un rescoldo. La conversación con Cristo y entre sí, encendió la caridad. Jesús se dio a conocer en el partir del pan que es símbolo de la eucaristía. En la caridad con el prójimo, en la oración y en la celebración de la eucaristía, es donde se encuentra a Cristo...
2. Jesucristo habla al corazón. Junto a Cristo uno se encuentra feliz. Porque solo él llena nuestros deseos. Estar con Cristo es la mejor manera de encontrarle. Pero no se puede tener prisas. El trato con Jesús reclama nuestra atención. El Señor se hace invitar, simula que pasa, pero nada desea más que estar con nosotros. ¿Estoy acostumbrado al trato íntimo con Jesús?...
120. SANTO TOMÁS
Los otros discípulos le decían:
-“Hemos visto al Señor”.
Pero él (Tomás) les contestó:
-“Si no veo..., no lo creo”.
Llegó Jesús... Dijo a Tomás:
-“No seas incrédulo...”
Contestó Tomás:
-“¡Señor mío y Dios mío!”
(Jn 20,24-28)
1. Fue un encuentro desconcertante. Quien se negó a creer, acabó creyendo más que nadie. Ordinariamente los que ponen más resistencia a entregarse, son luego más generosos. Parece como si vieran que el entregarse no lo harán a medias...; por eso se resisten. Como tú... porque no quieres las cosas a medias tintas. ¿Eres generoso de veras?...
2. El encuentro con Cristo no se puede explicar. Se ha de experimentar personalmente. Es como cuando uno encuentra una amistad para siempre. Pero hemos de imitar a los que ya son amigos del Señor. Sus palabras nos pueden orientar en la búsqueda. No fiarse del hermano, desagrada a Cristo. Y luego, unirse a Cristo para siempre. Sin traicionar jamás. ¿Cuándo he estado más cerca de Cristo en mi vida?...
V. LA VOZ DEL MAESTRO
Si ves un ciego sientes compasión. ¿Qué debe ser vivir en las tinieblas? Pero este ciego puede poseer una luz divina que no poseen muchos con los ojos sanos. “El que me sigue, no anda en tinieblas”. Jesús es la única “luz del mundo”. Y sigues a Cristo cuando piensas como Cristo, cuando tu vida se alimenta de la fe.
Jesús es “la verdad”. Pero una verdad que trae susconsecuencias: “el cuádruple deber de pensar, de honrar, de decir y de practicar la verdad” (Beato Juan XXIII). Si escuchas la voz del Maestro, mirarás al mundo con la pupila de Jesús (fe), pesarás las cosas con el peso de Jesús (esperanza), tu querer será el querer de Jesús (caridad).
“La verdad os hará libres”. ¡Libre! Sí, de tus pasiones desordenadas, del pecado. Libre de la impersonalidad, del desequilibrio. Libre con la “libertad de los hijos de Dios”, que saben llamar a Dios “Padre” con los labios de Jesús, porque antes los han purificado con el “niégate a ti mismo”.
“Andando en la verdad, crezcamos en la caridad”. Es que la verdad nos dio el precepto del amor al prójimo, como Cristo nos amó.
¡Qué consolador es encontrarse de nuevo con la Madre! “Haced lo que él os diga”. ¿No consiste en esto la verdadera devoción a María según el concilio Vaticano II?
¿Sabes qué es lo peor que podrían decir de ti? Que se te cae el evangelio de las manos. Sí, lo leíste muchas veces, pero como la piedra que permanece tan impermeable en el fondo del océano.
¿Quieres ser un evangelio viviente? Lee el libro santo “a los pies del Señor, escuchando sus palabras”. De seguro que te vendrán ganas hasta de imitar los “consejos evangélicos”, es decir los caminos no obligatorios que el Señor trazó para los que desean más perfección. También los seglares pueden ir por ellos, según enseña el Vaticano II.
121. YO SOY EL CAMINO
“Yo soy el camino
y la verdad y la vida.
Nadie va al Padre, sino por mí”.
(Jn 14,6)
1. Las palabras de Cristo son “salvarles” en un naufragio, el faro en una noche de tormenta. Nadie ha dicho lo que él dijo y sigue diciendo. Porque en boca de otros sería una insensatez. Él es el camino: la ruta que Dios nos ha trazado; por ella andamos seguros. Es la verdad: en medio de tanta mentira ambulante y apariencia pasajera. Es la vida: de él procede todo y a él se orienta todo, como la brújula señala al norte. Es el centro de los corazones y el centro de gravedad de esta era atómica, como de todas las épocas. ¿Me siento firme en mi fe?...
2. Hay muchas personas que viven lejos de Dios. Otras que viven al margen de Dios. Y otras que convierten el trato con Dios en “cumplimiento” fuera del cual ya es posible hacer lo que uno quiere. Así no se ama a Dios. Dios es nuestro Padre. Solamente si queremos vivir en familia, en el hogar de Dios, encontramos a nuestro Padre. Cristo nos traza el camino: él mismo y su mandamiento de amarnos como él nos ama. ¿Camino de veras hacia Dios?...
122. APRENDED DE MÍ
“Tomad mi yugo sobre vosotros
y aprended de mí,
que soy manso y humilde de corazón,
y encontraréis descanso para vuestras almas”.
(Mt 11,29)
1. Cristo es el modelo que debemos seguir. Nos da ejemplo de toda virtud. Corregirse de los defectos es una carga demasiado pesada cuando uno se las arregla solo. Pero con Cristo como modelo y amigo, todo se hace llevadero, porque su carga es ligera. Dios se hizo hombre y vivió como nosotros para que nosotros pudiéramos salvarnos imitando su manera de vivir. Nuestra vida tiene sentido solo cuando seguimos a Cristo. ¿Qué debo imitar principalmente del Señor?...
2. De todas las virtudes es Cristo el maestro. Pero hay dos a las que da importancia singular: la mansedumbre y la humildad. Es decir, hemos de saber aprovechar los contratiempos venidos del hermano o de la providencia, para convertirlo todo en amor. Y hemos de sentir necesidad de Dios sometiéndonos a su voluntad humildemente. Dios pone a nuestro paso los medios para construir nuestro destino. Solo así se ama a Dios y se tiene paz en el corazón. ¿Soy manso y humilde?...
123. YO SOY LA LUZ
“Yo soy la luz del mundo;
el que me sigue no camina en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida”.
(Jn 8,12)
1. Jesús es la luz. Estamos en las tinieblas cuando no pensamos como él. Él dio la luz a muchos ciegos para significar que cura nuestra ceguera espiritual. Es fácil dejarse engañar por pensamientos que no son los de Cristo. Porque es más fácil y halagador pensar lo que nos gusta. Hay muchos que piensan con la cabeza ajena, y muchos que divinizan su propio pensar. No piensan como Cristo. Si leyera con frecuencia la sagrada Escritura y recordara las explicaciones de los libros, de mis superiores, de la Iglesia, pensaría como Jesús...
2. Muchas veces las tiniebla comienzan en el corazón. No entiende quien no quiere entender. Y no se quiere entender cuando hay de por medio otros deseos. No se puede entender ni la obediencia, ni el sacrificio, ni la humildad... por la sencilla razón de que no se ama desinteresadamente a Dios y al prójimo. Primero he de limpiar el corazón de tantos caprichos y egoísmos... Solo entonces conoceré a Cristo...
124. SED PERFECTOS COMO VUESTRO PADRE
“Amad a vuestros enemigos...
Sed perfectos
como vuestro Padre celestial es perfecto”.
(Mt 5,44.48)
1. Los hay que nunca logran olvidar totalmente las ofensas recibidas. Y los hay que ni se dan por enterados de que se les ofende. Los primeros no saben el a-b-c- del evangelio. Porque Jesús no solo dice que perdonemos a los que nos ofenden, sino que también los amemos. ¡Y amarlos como los ama él! ¡Esto es imposible si primero no se ama a él! Esto es imposible si primero no se ama de veras a Cristo que dio su vida por nosotros, pecadores. ¿Tengo este amor para con todos?...
2. La santidad consiste en acercarse a Dios, en pertenecerle consciente y deliberadamente. Esto supone imitarle. Jesús nos dice que debemos imitar a Dios que ama a todos, a buenos y a malos. Y la medida de esta santidad es la “sin medida” del amor de Dios. No se puede poner coto a Dios. Ni vale decir que no estamos obligados. El amor va más allá de la obligación. Además, estamos “obligados” a amar con todo el corazón. ¿Quién pone tasa al amor verdadero?... ¿Pongo coto en mí a la santificación?...
125. VELAD Y ORAD
Volvió a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
-“No habéis podido velar una hora conmigo?
Velad y orad
para no caer en la tentación”.
(Mt 26,40-41)
1. Es enseñanza del Señor para todos los tiempos: vigilancia y oración. Estar alerta, esforzarse, estar a la escucha de Dios; porque las malas inclinaciones hacen más ruido y arrastran más. Orar, pedir a Dios fuerza para nuestra flaqueza, es ponerse con el cántaro abierto bajo la fuente. Muchos pensarán de otro modo, como Pedro antes de las negaciones, pero el Señor piensa así. ¿Oro de veras y me esfuerzo en la vida espiritual?...
2. El Señor no tiene compañía en los momentos de sacrificio. Todos quieren acompañarle hasta el partir del pan, pero no más allá. Las valentonadas de Pedro no le impidieron dormir. Y eso, mientras los enemigos trabajaban. El mal nace solo. El bien necesita lucha para nacer y crecer. Después del sueño vino la tentación y la caída. Así sucede siempre. Un período de comodidad es la calma precursora de una tempestad fatal. Nuestra propia experiencia nos lo dice. ¿Será así mi futuro?...
126. MI CASA ES CASA DE ORACIÓN
“¿No está escrito:
Mi casa será casa de oración?...
Vosotros en cambio la habéis convertido
en cueva de bandidos”.
(Mc 11,17)
1. En la casa y en las cosas de Dios se entra con reverencia. Porque Dios es nuestro amo y señor. No puede aprender a amar a Dios quien no lo reverencia. Sin esta reverencia no se sabe cuánto nos ama Dios. Los cristianos nos reunimos en asamblea para orar a nuestro Padre Dios. Es una reunión familiar en la que tiene entrada solamente el amor. ¿Es así mi oración litúrgica?...
2. Convertir el templo en mercado no le gusta al Señor. Nuestros templos no tienen nada de mercado, al menos en lo que se ve. Pero los ángeles deben ver “ferias y fiestas” en nuestro interior. Al fin y al cabo, también las distracciones voluntarias nos roban el trato con Dios. Y sin este amor a Dios, ya nos podemos despedir de amar al prójimo. Mi oración, ¿es atenta exterior e interiormente?...
127 ORA A TU PADRE EN SECRETO
“Tú, cuando ores, entra en tu cuarto...
Y ora a tu Padre, que está en lo secreto;
y tu Padre, que ve en lo secreto,
te lo recompensará”.
(Mt 6,6)
1. No son necesarias muchas palabras para orar bien. El Señor mira nuestros pensamientos y deseos. En cualquier sitio se puede orar, porque siempre podemos pensar en Dios, exponerle nuestro deseo. “También entre los pucheros anda Dios”, decía santa Teresa. Cuando uno ama, ora. Sobre todo, cuando uno ama pensando en el amado. Quien se comporta así desea (y encuentra) ratos especiales dedicados solo a pensar en Dios amándole. Los necesita. ¿Rezo más con el corazón que con los labios?...
2. Para rezar no es necesario que se enteren los demás. Dios, nuestro Padre, ve lo más hondo del alma. Nuestros deseos los ve Dios. Los problemas que nos hacen sufrir y que a veces nos hacen aparecer como desgraciados ante los hombres, pueden convertirse en oración. Vale mucho esta oración de los que sufren. Hay muchas personas totalmente desconocidas para los hombres, pero que son las predilectas del Padre. ¿Sé convertir mis sufrimientos y problemas en oración?...
128. PEDID Y SE OS DARÁ
...” porque todo el que pide, recibe...
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez,
le dará una serpiente?...
Si vosotros, pues, que sois malos,
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más el Padre del cielo?”...
(Lc 11,10-11.13)
1. Jesús insiste sobre la adoración. Nuestro Padre Dios nos escucha siempre. Puede ser que no nos dé lo que pedimos, pero nos dará algo mejor. Es una promesa del Señor: “Pedid y recibiréis”. Jesús no miente, es la misma verdad. A los discípulos manifestó la queja de que no pedían nada. Pero pedir no es exigir, ni empeñarse en convencer a Dios de la conveniencia de un don, ni mover a Dios. Pedir a Dios es exponer sencillamente, sabiendo que nos escucha y nos ama. ¿Pido con humildad y perseverancia...?
2. La comparación con nuestro padre de la tierra es muy aleccionadora. Dios está dispuesto a hacer mucho más. Y puede. Imaginémonos qué haría nuestro padre de la tierra si supiera y pudiera tanto como Dios. Pues así nos ama Dios y así escucha nuestra oración. Claro que el padre no le da la brasa que el hijo quiere tocar... Y Dios nos ama como a su Hijo predilecto que murió en la cruz... ¿Pido con confianza...?
129. SIN MÍ NO PODÉIS HACER NADA
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos;
el que permanece en mí y yo en él,
ese da fruto abundante;
porque sin mí no podéis hacer nada”.
(Jn 15,5)
1. Nuestras obras no son agradables a Dios si no estamos unidos a Cristo. Cuando estamos unidos a él, el Padre se complace en nosotros como se complace en Jesús. Estar unido a Cristo es pensar y querer como él. Solo entonces se tiene la vida divina. Jesús compara esta vida divina con la savia que circula por la vid (Cristo) y los sarmientos (nosotros). Entonces todo lo que hacemos es agradable a Dios porque es Cristo quien está unido a nosotros. ¿Puedo decir que estoy unido a Cristo, puesto que pienso y quiero como él...?
2. Unidos a Cristo, avanzamos continuamente en adquirir cada vez más su fisonomía. Unidos a Cristo, ayudamos, sin sentirlo, a que otros encuentren a Cristo. Si no avanzamos en la vida espiritual es por falta de unión con Cristo. Sin él no podemos dar un paso. El corazón y las pasiones se salen de quicio cuando Cristo no ayuda. De ahí la necesidad del contacto personal con Cristo. Por la manera como oro, ¿se ve que siento necesidad de Cristo?...
130. ORAD ASÍ
“Vosotros orad así:
Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre...”
(Mt 6,9)
1. Jesús nos ha enseñado las actitudes filiales que hemos de tener en nuestro interior cuando oramos. El Padrenuestro siempre es nuevo en los labios de uno que ama a Dios. Cada palabra tiene un contenido infinito, puesto que esconde todo el amor que Dio nos tiene y el que le debemos tener nosotros. La primera palabra “Padre”, lo dice todo. La decimos con la voz de Cristo y sintonizando con sus sentimientos. Cada día la podemos decir con voz más parecida a la de Cristo. Entonces la vida tiene sentido y no hay días grises. Cuando rezo, ¿tengo la impresión de que hablo con mi Padre Dios?...
2. “Padre nuestro”... De Cristo, de los demás hombres, de todo a la vez. Aun cuando rezo solo, rezo siempre en reunión familiar con todos los hermanos. “Que estás en el cielo”... Es el Padre, que ha infundido en nosotros la vida divina, que está en todas partes, en nuestro interior como en su casa solariega, en el cielo donde se nos dará a conocer plenamente. “Santificado sea tu nombre”... ¡Que todos los hombres reconozcamos a Dios amor y sepamos tratarle personalmente...! Y así puedo ir descubriendo las riquezas de la oración dominical...
131. REZAD POR LOS QUE OS PERSIGUEN
“Rezad por los que os persiguen,
para que seáis hijos de vuestro Padre celestial,
que hace salir su sol
sobre malos y buenos”.
(Mt 5,44-45)
1. El mejor bien que podemos hacer a otro es orar a Dios por él. Esto es verdaderamente amor. Y este amor quiere el Señor que lo demostremos a todos los hombres, y concretamente a los que nos han hecho algún daño. El amor es la ley fundamental del cristianismo. Quien no ama como el Señor quiere que nos amemos, no tiene de cristiano más que el nombre. Rezar por otro es el mejor remedio para que desaparezcan las envidias, rencores, venganzas, y vengan luego toda suerte de ayudas. ¿Tengo costumbre de rezar por los demás...?
2. Hemos de copiar la bondad de nuestro Padre Dios. Dios tiene una predilección especial para con cada uno de los hombres, sin excepción. Únicamente se excluyen de este amor de Dios los que ya están condenados en el infierno. Y este amor universal de Dios es el que hemos de imitar. A veces, por desgracia, confundimos el pecado con el pecador. Y a veces vemos la paja en el ojo ajeno sin parar mientes en la viga del propio. ¿Excluyo prácticamente a alguno del amor que debo a todos...?
132. CREED EN MÍ
“No se turbe vuestro corazón,
creed en Dios
y creed también en mí”.
(Jn 14,1)
1. Nunca tenemos derecho a desanimarnos. Cristo nos ha dejado en herencia la alegría y el optimismo. Y esto es tocar con los pies en el suelo, es decir, en la tierra de que ha tomado posesión Cristo. Ni el desánimo, ni la desconfianza, ni el pesimismo, ni la tristeza, deben anidar en nuestro corazón. Así lo quiere el Señor. La tristeza nunca viene de Dios. Porque Dios es amor, y el amor no produce turbación. ¿Me dejo llevar de desconfianza y turbaciones...?
2. Nuestro apoyo está en Cristo que es Dios. Él es nuestra esperanza, nuestro guía, nuestro hermano. Con él nunca tendremos qué temer. No hay horas grises con Cristo por amigo. Hay momentos en que todo falla. Pero nunca falla el amigo. Nunca estamos solos. Ni tenemos nunca derecho a aburrirnos. “Sé de quién me he fiado”, decía san Pablo, refiriéndose a Cristo. ¿Tengo confianza en el corazón de Cristo...?
133. PERMANECED EN MÍ
“Yo soy la verdadera vid,
y mi Padre es el viñador.
A todo sarmiento que no da fruto en mí ,
lo arranca...
Permaneced en mí, y yo en vosotros”.
(Jn 15,1-2.4)
1. Desde el día del bautismo estamos injertados en Cristo, somos sarmientos suyos. De él tomamos la savia que es la vida divina y se llama gracia santificante. Todo ser vital tiene tendencia a desarrollarse. Crecer en Cristo es vocación cristiana. Todos los días nos han de sorprender con una fisonomía de Cristo cada vez más radiante. Las diferentes virtudes son los rasgos de la fisonomía de Cristo. Si no crecemos en Cristo es señal de que el sarmiento está desgajado de la vid y destinado al fuego. ¿Demuestro todos los días este crecer en Cristo por medio de las virtudes...?
2. Ningún amigo ha podido decir lo que dijo Cristo: “Permaneced en mí y yo en vosotros”. Es la ilusión irrealizable de todo amigo. Pero Cristo lo ha dicho y lo ha realizado. Al creer en él y comulgarle, vivimos en él y de él. Él vive en nosotros. Esto requiere de nuestra parte un esfuerzo vital para no vivir en nuestro egoísmo canceroso. ¿Cómo recordaré con frecuencia esta unión con Cristo...?
134. ÁNIMO, NO TENGÁIS MIEDO
Viéndolos fatigados de remar,
Porque tenían viento contrario,
Fue hacia ellos... y les dijo:
-“Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”.
(Mc 6,48.50)
1. La barquichuela estaba para irse a pique. No servía de nada el bracear de los apóstoles. Faltaba Jesús. Cuando no está él, se esfuerza uno en vano. Pero a veces está y no le sentimos cerca. Entonces no cabe el desánimo. Problemas los habrá siempre, mientras pertenezcamos a la Iglesia en marcha. Pero hemos de asegurar que está el Señor con nosotros. Él no marcha si nosotros no le despedimos. ¿No “arreglo” mis problemas por mi cuenta sin contar con él...?
2. La voz de Cristo presente disipa todas las dudas. A veces el Señor tarda en dejar sentir su voz. Es cuestión de fe, de saber adivinar su presencia y su palabra. Difícilmente somos conscientes de su presencia cuando el corazón está en otra parte. La palabra de Cristo necesita silencio de palabras hueras. En el ruido, en la vanidad, en la autosuficiencia, no se escucha la voz del Señor. ¿Qué estorbo hay en mí para escuchar la voz del Señor...?
135. AMAOS MUTUAMENTE
“Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis unos a otros
como yo os he amado.
En esto conocerán todos que sois discípulos míos”.
(Jn 13,34-35)
1. El mandamiento del amor es el testamento de Cristo. Y es un mandamiento nuevo porque exige de nosotros una postura nueva: mirar al prójimo con la pupila de Cristo. Es imposible amar al prójimo como Cristo le ama, sin tener a Cristo en el corazón. Hasta llegar a amar al prójimo como a sí mismo, me queda un rato... Más, hasta llegar a amarle como Cristo le ama: dispuesto a dar la vida por él, sin exceptuar a nadie. Todas mis reacciones, ¿nacen del amor al prójimo?...
2. Es la piedra de toque del cristianismo. Con la piedra de toque se conocen las monedas verdaderas y las falsas. El que ama al prójimo como Cristo, es cristiano. Y el que no, es como fachada de una casa ruinosa. El que ama así, da a conocer en sus obras que Cristo ha resucitado. Porque no se puede amar así sin transformarse en Cristo. Este es el verdadero apostolado. ¿Se conoce en mi amor al prójimo que soy cristiano...?
136. PERDONAD
“Sed misericordiosos
como vuestro Padre...
No juzguéis y no seréis juzgados,
Perdonad, y seréis perdonados”.
(Lc 6,36-37)
1. El Padre es la ilusión de Jesucristo. Toda su predilección y todo su obrar se resume en decirnos, de palabra y con el ejemplo, que el Padre nos ama como le ama a él. Y que nosotros hemos de estar dispuestos a arriesgarlo todo por Dios. No entrarán en el reino de los cielos más que los niños, es decir, los que imitan a nuestro Padre Dios. Dios ama a todos y perdona a todos. ¿En qué cosas necesito cambiar mi conducta?...
2. Ni pensar mal, ni hablar mal, ni obrar mal en contra de nadie. Perdonar cristianamente significa no sentirse ofendido y olvidar el agravio. Perdonar es pensar que un día nos sentaremos a la misma mesa del Padre y que seremos felices comunicándonos mutuamente la felicidad. Dios nos perdona si perdonamos. Dios nos juzgará estrictamente con la misma medida con que nosotros midamos al prójimo. Procuremos, pues, curarnos en salud y perdonar misericordiosamente. ¿Guardo rencor, recuerdo las ofensas o, más bien, las perdono...?
137. HACED BIEN
“Haced el bien
y prestad sin esperar nada;
será grande vuestra recompensa
y seréis hijos del Altísimo...”
(Lc 6,35)
1. Hacer el bien siempre, sin restricciones. Es la definición que se dio de Cristo: “El que pasó haciendo el bien”. Y es la definición del cristiano: el que ama siempre y en cualquier circunstancia. Convertir todo lo que nos pasa (pruebas, contratiempos...) en amor a Dios y al prójimo es una maravillosa alquimia, posible solamente al que está unido a Cristo. Todo es “leña” de beneficios de nuestro Padre Dios, es providencial, no hay casualidades. ¿Miro siempre de hacer el bien a todos y en todo?...
2. Obrar para que nos aprecien es perder lo mejor. El que ama de veras no espera recompensa. Amemos sin que nadie se dé cuenta. Seamos la gotita de aceite en un engranaje, de la que nadie se acuerda. Amar así es amar por Dios, porque vemos a Dios en el prójimo. Todo lo que hacemos al prójimo lo hacemos al Señor. Solo amando seremos hijos de Dios. ¿Obro para que me aprecien o gratifiquen...?
138. DAD Y SE OS DARÁ
“Dad y se os dará:
os verterán una medida generosa,
colmada, remecida, rebosante,
pues con la medida que midiereis
se os medirá a vosotros”.
(Lc 6,38)
1. Dar es darse. Dios se nos da para que aprendamos a darnos. Darnos no es perder nada, sino almacenar para la vida eterna. Quien guarda para sí solo, encuentra sus tesoros apolillados o robados. Pero no damos según el capricho de los otros, sino según quiere Dios. Ni damos según nos gusta a nosotros, sino como place a Dios. Entonces vemos que darse es amar, negarse a sí mismo, morir en el surco para convertirse en espiga. ¿Me doy y doy de lo que tengo y puedo?...
2. Dios nos tratará como nosotros tratemos a los demás. Conviene, pues, prevenirse. Seamos misericordiosos y dadivosos para que el Señor lo sea con nosotros en el día del juicio. Parece extraña esta regla, pero es la que corresponde a nuestra fe: todo hombre está llamado a participar de Cristo y es centro de las predilecciones del Padre. Si Dios me tratara hoy como yo traté a los demás, ¿qué pasaría?...
139. NO HAGÁIS FRENTE AL QUE OS AGRAVIA
“No hagáis frente al que os agravia.
Al contrario, si alguno te abofetea
en la mejilla derecha,
preséntale también la otra...
A quien te pide, dale...”
(Mt 5,39.42)
1. La doctrina de Cristo parece desconcertante. ¿Cómo es posible, y aun racional, dejarse pegar sin resistencia? Pero el punto de mira de Cristo es diferente. El prójimo que ofende es hijo de Dios, y esto es más importante que el que nos abofetee a nosotros. Por amor a Dios, que nos ama hasta ser crucificado, bien se pueden aguantar unas “cosillas” que molestan. La madre no se queja del hijo enfermo que no la deja dormir. Es cuestión de amor. ¿Aguanto con amor las molestias?...
2. Decir siempre que “sí” es la postura más cristiana. Aun cuando exteriormente tengamos que decir que “no”, han de ver los demás nuestro “sí” de amor. Estar disponible para los demás, dejar que a uno lo usen para todo es colocarse en el primer puesto: servir a todos. ¿Por qué no adiestrarnos en todo para estar siempre disponibles para todo? ¿Prefiero servir a ser servido, a ejemplo de Cristo en la última cena?...
140. RECONCÍLIATE PRIMERO
“Si cuando vas a presentar
tu ofrenda sobre el altar,
te acuerdas allí mismo de que tu hermano
tiene quejas contra ti,
deja allí tu ofrenda ante el altar
y vete primero a reconciliarte
con tu hermano”.
(Mt 5,23-24 s.)
1. No le gustan al Señor nuestras ofrendas cuando hemos roto con el prójimo. Por más que lo demos todo, si no nos damos a nosotros mismos, no damos lo que el Señor espera. Muchos actos de piedad, muchas ofrendas para el templo, si no estuvieran acompañadas por la caridad, serían meras excusas para escabullirse. Nunca gusta al Padre que vayamos a estar con él “solos”, es decir encerrados en el egoísmo. ¿Tengo alguna falta de caridad que he de reparar?...
2. Reconciliarse cuesta. A veces será necesario pedir perdón. Frecuentemente bastará solo demostrar más delicadeza con quienes hemos faltado. Siempre hemos de adoptar una postura interna de perdón. Pero el texto habla del prójimo que tiene algo contra nosotros, es decir, que somos nosotros culpables. Entonces hemos de ser nosotros los que salgamos al encuentro, al menos con las obras. ¿Con quiénes debo ser más atento y caritativo?...
141. NADIE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES
“Nadie puede servir a dos señores.
Porque despreciará a uno y amará al otro...
No podéis servir a Dios y al dinero”.
(Mt 6,24)
1. A medias no se puede amar a Cristo, que lo dio todo y se dio a sí mismo. Poco tenemos; no está bien dar a Dios solo la mitad de este poco. Esto no es juego limpio. Dios no nos ama a medias ni en broma. “Dánoslo todo, porque es chico nuestro todo por el gran todo que es Dios” (san Juan de Ávila). Quien tiene dos caras se llama hipócrita. Amemos a Dios sin mentira en las obras. Mis obras ¿dicen lo contrario de lo que digo de palabras?...
2. Tener el corazón instalado en los bienes de la tierra y decir que se ama a Dios es lo mismo que encender una vela a san Miguel y otra al diablo. Porque al amar la comodidad, al pasarlo bien, etc., se corre el riesgo de saltarse los problemas del prójimo, que son los de Dios. Todos lo dicen: el mundo está carcomido por el egoísmo. Pero pocos lo dicen en primera persona del singular. Y así no arreglamos nada. ¿En qué ocasiones obro por egoísmo?...
142. QUE SE NIEGUE A SÍ MISMO
“El que quiera venir en pos de mí,
que se niegue a sí mismo,
que cargue con su cruz y me siga”.
(Mt 16,24)
1. Dicen que la palabra “negarse a sí mismo” es “negativa”. Asusta. Pero es la condición indispensable que puso el Señor para seguirle. El Señor no lo dijo porque sí. No significa más que echar el lastre por la borda o dejar de zambullirse en el barro de las malas inclinaciones. Y eso no es negativo, sino prepararse para navegar o limpiar el orín de la brújula para que señale el norte. Esto es una tarea que nunca termina en esta vida. ¿Tengo costumbre de vencerme a mí mismo?...
2. Después de la cruz viene la resurrección. Y después del “negarse”, el encontrarse con Cristo. Seguirle ya es empezar a encontrarle. Los estoicos llegaban a equilibrar las pasiones, pero no sabían nada del encuentro con Cristo. El encuentro con Cristo es como cuando uno se encuentra con una mina de oro; cada vez se encuentra más. Tanto más se encuentra a Cristo, cuanto más se vence uno a sí mismo. Este es el precio que nos exige el Señor. Bien poca cosa. ¿Sigo a Cristo imitándole?...
143. ENTRAD POR LA PUERTA ESTRECHA
“Entrad por la puerta estrecha.
Porque ancha es la puerta
y espacioso el camino
que lleva a la perdición,
y muchos entran por ellos”.
(Mt 7,13)
1. La puerta estrecha es la vida de esfuerzo, como el atleta que se prepara para las competiciones deportivas. A todo el mundo le parece lo más normal cuidar la propia salud, aunque sea con sacrificio. Pero es de preocuparse de hacer la voluntad de Dios, amándole a él y al prójimo, solo nos parece bien en teoría y en plan de exigirlo a los demás. Son pocos los que van por este camino estrecho que sube al Padre. ¿Me sacrifico cumpliendo la voluntad de Dios?...
2. La mayoría somos del montón. “¿A dónde va Vicente?”... Pensamos con la cabeza de los demás. Nos dejamos llevar por lo que hacen todos. A eso se le llama con diversos calificativos. Nuestro Señor le llamó camino ancho por donde van todos. Es mas fácil, porque es camino ancho, agradable (dejarse ir), inclinado hacia “abajo”. Claro que al llegar “abajo” ya no es tan agradable... ¿En qué cosas sigo yo la ley del mínimo esfuerzo?...
144. NO QUERÁIS ATESORAR
“No atesoréis tesoros en la tierra,
donde la polilla y la carcoma los roen...
Haceos tesoros en el cielo...
Donde estará tu tesoro, allí está tu corazón”.
(Mt 6,19-21)
1. Como se derrite la nieve con el calor, así se van los bienes caducos de esta tierra. Tardarán más o menos, pero no hay excepción. Aquello por lo que hemos trabajado tanto se desvanecerá como el humo, como la sombra. Solo quedará el amor que hayamos puesto en el trabajo, en la convivencia familiar, en el trato con los otros. No vale la pena afanarse tanto por almacenar humo. ¿Pongo mis afectos en los bienes de la tierra?...
2. Nuestro corazón ha sido creado para albergar a Dios. Pero al instalarlo en los bienes caducos se va con ellos como la espuma del oleaje. Es lástima. He nacido para cosas más importantes que para corromperme. Cuando un bien terreno nos aparta de tratar a los demás como a hermanos y de cumplir la voluntad de Dios, entonces no amamos al Señor. ¿Dónde tengo habitualmente el peso de mi amor?...
145. VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA
“Vosotros sois la sal de la tierra...
Vosotros sois la luz del mundo.
Brille así vuestra luz
ante los hombres,
para que vean vuestras buenas obras
y den gloria a vuestro Padre...”
(Mt 5,13-14.16)
1. Sal y luz son todos los cristianos. Sobre todo quienes están más cerca del Señor para ser sus testigos. La sal impide la corrupción y da sabor. Hay mucha corrupción, egoísmo brutal, porque los cristianos no hemos sido sal por la caridad. Dios nos ha regalado la fe en Cristo para que la trasmitiéramos a los demás; no para pensar solo en nuestra salvación. Seamos “sabor” de Cristo para los que no han tenido todavía la dicha de gustarlo. Mis palabras y obras ¿son sal de Cristo para los que tratan conmigo?...
2. Somos luz porque Cristo nos ha iluminado. Pero lo somos para comunicar la luz a los demás hermanos que han de formar la gran familia de Dios. Somos linterna de Cristo. Pero se puede empañar nuestro cristal y no dejar pasar la luz o cambiarle el color. Dejar pasar la luz de Cristo, con todo su colorido grandioso, esta es nuestra misión. Y acercarnos entonces a los que no saben de Cristo, pero que le amarían más que nosotros si le conociesen. ¿Doy testimonio de Cristo con mi vida de caridad?...
146. BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU
...”los mansos..., los que lloran...,
los que tienen hambre y sed de justicia...,
los misericordiosos...,
los limpios de corazón...,
los que trabajan por la paz...,
los perseguidos…
Porque de ellos es el reino de los cielos”.
(Mt 5, 3-10)
1. Las bienaventuranzas nos hablan de la postura interior más cristiana, más semejante a la de Cristo. Estar dispuesto a arriesgarlo todo por Dios, saber decir “solo Dios basta” en cualquier circunstancia en que nos encontremos. Es bienaventurado aquel que sabe instalar su corazón en Dios y, por tanto, piensa que nada pierde cuando le arrebatan los bienes de la tierra, si es la voluntad del Señor. Es bienaventurado porque anticipa en su corazón aquello que será nuestra felicidad en el cielo: Dios. ¿Imito estas disposiciones internas de Cristo?...
2. El reino de los cielos es el tesoro por el que se vende todo para adquirirlo. Es el mismo Cristo en persona, con todos los dones de gracia que nos transforman en él. Al Señor le costó su vida el redimirnos. Algo nos ha de costar a nosotros la salvación. Repasemos las bienaventuranzas para ponernos en regla...
147. NO ESTÉIS AGOBIADOS
“No estéis agobiados por vuestra vida
Pensando qué vais a comer...
Mirad los pájaros del cielo...
Vuestro Padre celestial los alimenta...
¿No valéis vosotros más”
(Mt 6,25-26)
1. No se trata de mera poesía. Lo dijo el Hijo de Dios. Dios tiene cuidado de todo, hasta de los pajaritos del cielo. Y cuida también de nosotros, que somos sus hijos. A nuestro Padre no se le escapa ningún detalle. ¡No faltaría más! Quien nos ha dado a su Hijo, nos lo ha dado todo con él. ¡Estaría bonito que nuestro Padre Dios se viera imposibilitado para demostrarnos su amor cuando alguien nos fastidiara! ¿Veo en todo la mano de mi Padre Dios?...
2. Hay providencia. El Señor quiere que pongamos de nuestra parte lo que debemos. Es una tarea comprometedora. Porque Dios providente pone en nuestras manos los utensilios de trabajo. No le hagamos pagar a él el fruto de nuestra pereza. Y no digamos que confiamos en él cuando dejamos de hacer lo que debemos. Pero quitemos toda zozobra y pensemos que la cruz es providencial para resucitar. ¿Alejo las inquietudes tontas y me dispongo a la tarea encomendada?...
148. BUSCAD SOBRE TODO EL REINO DE DIOS
“Buscad sobre todo
el reino de Dios y su justicia;
y todo esto se os dará por añadidura.
Por tanto, no os agobiéis por el mañana”.
(Mt 6,33-34)
1. El hombre sediento que llega a la fuente, lo primero que encuentra son las gotitas de agua que salpican sobre las piedras. Son las añadiduras del evangelio. Pero es mejor ir directamente a la fuente, que es Cristo. Con él lo tenemos todo. Lo demás, sin él, es chatarra. Quien se contenta con las gotitas no llega a la fuente. Nuestro principal deseo ha de ser transformarnos en Cristo cada día más. Esto es lo que espera el Señor de nosotros. ¿Qué cosas, aunque sean buenas, me apartan del Señor, debido a mi flaqueza?...
2. La inquietud y zozobra no nacen de Dios. Dudas, problemas, tentaciones, victorias y derrotas, las tenemos todos. Lo interesante es no perder el norte a donde vamos. Quien confía en el Padre no teme. El niño que en los brazos de su padre visita el parque de las fieras no tiene miedo. Si nos cuidamos de agradar al Padre en todo, él se cuidará de todo lo nuestro. En los momentos difíciles ¿tengo confianza en Dios?...
149. REMA MAR ADENTRO
Cuando acabó de hablar,
dijo a Simón:
- “Rema mar adentro,
y echad vuestras redes para la pesca...”
Hicieron una redada tan grande de peces
que las redes comenzaban a reventarse.
(Lc 5,4.6)
1. Con sus propios medios san Pedro no pescó nada. Y es entonces cuando la voz de Cristo ordena probar de nuevo. Dices que ya te lo has propuesto e intentado otras veces; pero no en el nombre del Señor. Has de poner de tu parte lo que debes. Solo entonces obrará el Señor. Pero has de poner también algo indispensable: el convencimiento de que sin el Señor no se alcanza el verdadero éxito. ¿Qué propósitos necesito renovar?...
2. Sería falso triunfalismo si aguardara el éxito, sin pasar por el surco, como el granito de trigo. No hay espiga triunfante sin pasar por la cruz. Pero el triunfo de Cristo es seguro. Continuamente se está operando la resurrección de su cuerpo místico, porque continuamente se renueva el sacrificio de la cruz en sus seguidores. Creer en Cristo triunfante es convencerse de que, a pesar de todos los pesares, Cristo triunfará. En tu interior y en todo el mundo. ¿Soy siempre optimista?...
150. HACED LO QUE ÉL OS DIGA
La madre de Jesús le dice:
-“No tienen vino”.
Jesús le dice:
-“...todavía no ha llegado mi hora”.
Su madre dijo a los sirvientes:
“Haced lo que él os diga”.
(Jn 2,3-5)
1. Cuando está presente la madre no falta nada. Y si falta algo es que no está ella. Ella lo ve todo, es muy detallista, y lo quiere solucionar todo. El Señor quiere acercarse a nosotros con ella porque por su medio manifiesta su amor tierno hacia nosotros. La intercesión de María es condición querida por Cristo, de quien recibe todo su valor. Nos olvidamos de esto y perdemos el encuentro con Cristo. ¿Acudo con frecuencia a María medianera y madre de la Iglesia?...
2. De María copiamos su fidelidad a Dios. Ella es modelo y tipo de la Iglesia. Quien se acerca a ella se contagia de esta disposición fundamental. Para escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica necesitamos el ejemplo y la ayuda de María. Entonces se conoce y se encuentra mejor a Cristo, y con más garantía de éxito. Así lo quiere el Señor, que nació de ella y la asoció a su obra de salvación. ¿Imito a María en el cumplimiento de la voluntad de Dios?...
VI. LAS PREGUNTAS DE JESÚS
Hay algo que te separa de Cristo. Será algo insignificante tal vez, pero que impide el que trates a Jesús como al amigo. ¿Por qué no tratas a Jesús como a una persona íntima con quien se tienen relaciones personales?
El amigo, el buen pastor, el maestro, sabe con exactitud dónde está tu llaga. Solo puede curarte si tú te das cuenta de tu mal, si te conoces a ti mismo.
Por esto Jesús pregunta... con delicadeza suma...; la pregunta de Jesús penetra hasta lo más íntimo. No molesta, no hace daño, solo cura y alienta.
El pecado, la falta de generosidad a la gracia son un no a Cristo, por lo menos una resistencia a transformarte más en él, a la acción del Espíritu Santo.
¿Quieres conocer a Cristo? Reza la oración de san Agustín: “Que me conozca a mí, para que te conozca a ti”. No esquives la pregunta de Cristo. No seas un monumento a la mentira, una fachada sin contenido. Conociendo tu verdad llegarás a la verdad. “El Hijo del hombre vino para salvar lo que estaba perdido”
La santidad cristiana se apoya en el conocimiento de dos abismos: el abismo de tu nada y el del amor de Cristo. “Sin mí no podéis hacer nada”. Se convierte entonces en “todo lo puedo en aquel que me conforta”.
Ya me conozco. Soy una calamidad. No hay nada que hacer. ¿Qué? El “ya me conozco” cristiano significa “ya conozco al que se ha enamorado de mi nada”.
Claro que todo esto trae sus consecuencias. ¡Sí! Es que las preguntas de Jesús suponen un corazón generoso que sabe decir sin cálculo tacaño: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Jesús prefiere que seas tú el que, respondiendo a la pregunta suya, te ofrezcas sin reserva y sin cuentagotas.
151. ¿CREES TÚ EN EL HIJO DEL HOMBRE?
...Contestó (el ciego):
-“¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”
-“Lo estás viendo: el que te está hablando”.
-“Creo, Señor”
Y se postró ante él.
(Jn 9,35-37)
1. El ciego había sido curado por Cristo. Lleno de gratitud, está dispuesto a todo. Pero los hombres le han despreciado. Jesús le sale al encuentro y le ofrece algo más que la salud: la fe. La fe es una adhesión personal a Cristo, un encuentro personal con él. Se trata de aceptar su doctrina, sus consecuencias y su persona. Creer no es saber (los demonios saben mucho de religión). Cristo sigue preguntando sobre nuestra fe. Y pregunta con segunda intención, sobre todo a los que nos sabemos el catecismo de memoria. ¿Soy consecuente, en mi vida, con lo que sé acerca de Cristo?...
2.El ciego, al enterarse de que Cristo era el mesías, se entregó del todo y sin hacer esperar. Es cuestión de lanzarse a esta gran aventura: creer en Cristo. Quien calcula, no se entrega jamás. Ante el corazón de Cristo no valen las matemáticas ni los compases de espera. Se trata de tomar una decisión para siempre: seguir a Cristo sin volver la cabeza atrás. Digan lo que digan los demás. ¿Estoy decidido a seguir a Cristo?...
152. ¿QUIÉN DICEN QUE SOY YO?
Jesús estaba orando solo,
Lo acompañaban sus discípulos
y les preguntó:
-“¿Quién dice la gente que soy yo?”
(Lc 9,18)
1. Se dicen muchas tonterías porque son pocos los que piensan con la propia cabeza, y son muchos los que piensan con las ideas del vecino. Si recuerdas el evangelio, sobre Jesús se dijeron los juicios más disparatados. También ahora sucede lo mismo. Para unos Cristo es un conjunto de ideas aprendidas en la clase o en la catequesis; para otros es un seguro de vida; para aquel es un paréntesis en la semana; para el otro es una cosa de la que se puede uno olvidar o que se puede dejar según el propio caletre... ¿Y para ti? ¿Es alguien que llena el corazón, con quien se conversa amigablemente y a quien no se traiciona jamás?...
2. Pero convendría que supieras qué piensan los hombres acerca de Cristo. Tus compañeros, tus vecinos, familiares..., ¿tienen un concepto claro y un afecto ardiente hacia Cristo? Conocer esto te ayudará a conocer cosas buenas y a ser apóstol de Jesús. Son muchos los que no conocen a Cristo ni lo aman. Son muchos los que, si lo conocieran como tú, lo amarían mucho más que tú. Hacer conocer a Cristo y hacerle amar, con las palabras, con las obras, con el ejemplo de caridad, es tu tarea cotidiana. ¿Qué podrías hacer hoy?...
153. ¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?
-“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-“Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”.
(Mt 16, 15-16)
1. Los apóstoles habían tratado a Cristo íntimamente. Jesús les escogió con predilección para estar con él y ser testigos de sus palabras y obras. Otras personas podrán tener excusa, pero los apóstoles no la tienen; deben conocer a Cristo a fondo. Por eso Pedro responde a la pregunta del Señor con un acto de fe ejemplar. Y el Señor se lo premia escogiéndole para ser el primer papa. No todos tendrán la misma fe de Pedro. Judas fue también apóstol. Se puede vivir rodeado de atenciones de Cristo y quedarse tan seco como un fósil en el fondo del mar. Cada día ¿conozco y amo más a Cristo?...
2. El Señor me rodeó de delicadezas. La fe cristiana, que millones de hombres no poseen, la tengo desde la infancia. Y he tenido padres cristianos, educadores entregados, libros buenos, gracias si cuento. ¡Cuántos hombres no han recibido tanto! Al Señor no se le conoce ni se le ama como es debido. Pero yo no tengo excusa. ¿Qué pienso del amor que Cristo me tiene y cómo le correspondo?...
154. ¿NO ME CONOCES?
“Hace tanto que estoy con vosotros,
¿y no me conoces, Felipe?
Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”.
(Jn 14,9)
1. Se quejó el Señor, y con razón. No se comprende tanto despiste. Los apóstoles, en la última cena, todavía estaban muy lejos del conocimiento y del amor que se deben a Cristo. Cristo les mimó, les adoctrinó sin cansancio durante tres años, les dio ejemplo de toda virtud. Pero ellos estaban desfasados. Como quienes se enteran de todo, menos de cuánto les ama el Señor. Y el corazón de Cristo sigue quejándose de estas inquietudes. ¿Soy motivo de pena para el corazón de Jesús?...
2. Jesús ha venido a hablarnos del Padre. Nos ha dicho que el Padre nos ama como le ama a él. Nos ha explicado que nosotros vivimos de él como el sarmiento de la vid. Cristo mismo es la imagen del Padre, su expresión, su palabra personal, es decir, el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros para morir y resucitar por nosotros. Conocer a Cristo y amarlo es conocer y amar a Dios. Cristo es Dios que se acerca a nosotros con amor de padre, hermano y amigo. Si pensara esto, seguro que comulgaría y visitaría mejor al Señor...
155. ¿DÓNDE ESTÁ VUESTRA FE?
Mientras iban navegando, se quedó dormido.
E irrumpió sobre el lago una torbellino...
-“Maestro, Maestro, ¡que perecemos!”...
Y les dijo:
-“¿Dónde está vuestra fe?”
(Lc 8,23-25)
1. El Señor nos prueba como la madre que se esconde tras la cortina esperando la reacción de su hijo. Para los apóstoles debió ser una prueba muy dura ver a Jesús dormido en medio de la borrasca. Y explotaron. La oración que hicieron es muy hermosa, pero la actitud interna de desesperación no era buena. Ahora el Señor prueba de otra manera: permite dudas, problemas materiales y espirituales, opiniones confusas de otras personas, reacciones de amor propio en los que nos rodean y aun dentro de nosotros mismos... ¿Acudo al Señor con confianza en mis tempestades?...
2. El Señor se quejó y continúa quejándose de nuestra falta de fe y de confianza. Nos dejamos llevar del desaliento, quedamos influenciados por la propaganda de ideas no muy cristianas, nos olvidamos de la presencia de Cristo entre nosotros, no recordamos con frecuencia la palabra de Dios que se nos explica en la liturgia, etc. Y todo es por no estar instalados valientemente en la voluntad de Dios. ¿Cómo podría aumentar mi fe y confianza en el Señor?
156. ¿TODAVIA NO ENTENDÉIS?
-“¿Tenéis el corazón embotado?
¿Tenéis ojos y no veis?...
¿No recordáis cuando repartí
cinco panes entre cinco mil?”
(Mc 8,17-19)
1. Las quejas del corazón de Cristo se repiten. Y todo es porque damos más importancia a nuestro capricho que a su voluntad. Quien tiene el corazón sucio no ve con claridad. Del corazón, en la intención, proceden el bien y el mal. Las cosas son del color del cristal con que se miran. Por eso algunos se entusiasman con lo que a otros les deja tan frescos. Todos oyen hablar de Jesús, pero no todos reaccionan igual. Es problema de corazón. ¿Qué he de limpiar dentro de mí para creer y confiar más en Cristo?...
2. Hemos de reconocer los beneficios del Señor. Nuestra vida es un retablo de las misericordias divinas. Somos muy olvidadizos, pero solo para lo que nos conviene. Porque, claro, el recordar los beneficios del Señor compromete demasiado. Por eso es más fácil olvidar. Y lo peor es que nos excusamos diciendo que no nos acordamos. Así nos luce el pelo. ¿Pienso con frecuencia en el amor que Dios me ha demostrado? Al menos podría pensarlo ahora...
157. ¿POR QUÉ NO ME CREÉIS?
...“El que es de Dios
escucha las palabras de Dios;
por eso vosotros no escucháis,
porque no sois de Dios”.
(Jn 8,46-47)
1. Dios nos habla continuamente. Todo lo que nos sucede es providencia de Dios Padre. Pero, sobre todo, Dios nos habla continuamente por Jesucristo. La Sagrada Escritura, que se lee y explica en la iglesia, no nos habla sino de escuchar a Dios, y responderle es toda nuestra tarea. Dios nos da a Cristo para poder responder a Dios. Solo entonces Dios oye en nosotros la voz de Cristo. ¿Escucho con amor y reverencia la voz de Dios?...
2. Creer en Cristo significa escuchar y responder a Dios que nos habla en Cristo. Ser íntimo de Cristo significa escucharle y poner en práctica sus palabras. Con ruido en el corazón no se puede escuchar a Dios. El ruido es el egoísmo con sus ramas y ramitas de los vicios capitales. Quien se deja llevar de estas malas inclinaciones no es de Dios, no escucha su voz. ¿Pongo en práctica las enseñanzas de Cristo?...
158. ¿A QUIÉN BUSCÁIS?
Se adelantó Jesús y les dijo:
-“¿A quién buscáis?”
-“A Jesús, el Nazareno”.
-“Yo soy”.
(Jn 18,4-5)
1. Buscaban a Cristo, pero no para amarle sino para traicionarle y matarle. No se puede buscar a Cristo con el corazón en otro sitio. Comuniones, visitas, celebración de la santa misa... ¿Solo por cumplimiento o rutina? Entonces siempre se acaba mal. Puede uno engañarse pensando que ya cumple una serie de actos de piedad. Si no existe vida de más caridad es señal de que tampoco se ha encontrado al Señor en la “piedad”. A lo más será un sentimiento egoísta que no es verdadera devoción. En mi vida de caridad, ¿se demuestra que busco y encuentro a Cristo de verdad?...
2. Es el Señor. Dios, que es amor y se ha hecho hombre por amor. Y se rebajó hasta someterse hasta la muerte de cruz. Pero ha triunfado y vive resucitado entre nosotros. No lo vemos, pero sigue hablando, amando, curando, perdonando, salvando. En la eucaristía, en nuestro corazón, en el prójimo, en el superior, continúa diciendo: “Yo soy”. ¿Sé descubrir al Señor y amarle donde está y en quienes le representan?...
159. ¿POR QUÉ TEMÉIS?
“¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?”
Se puso en pie,
increpó a los vientos y al mar,
y vino una gran calma”.
(Mt 8,26)
1. Hay temores y tristezas que carcomen el corazón. Con Cristo por amigo no es decente dejarse llevar por esos parásitos. No tenemos derecho. Lo exige el amor. La tristeza no nace de Dios. El verdadero temor de Dios lleva al aborrecimiento del pecado y a ser delicados con Dios sin querer ofenderle en lo más mínimo. Hay que tener higiene también en el corazón y en la memoria. El Señor está con nosotros, nos ayuda y nos perdona. Con esto basta para dejar la zozobra. ¿Qué temores malsanos he de quitar de mí?...
2. El Señor, con su ademán y con su voz, alejó la tormenta. No le cuesta nada repetir la operación. Pero quiere probar nuestra confianza. En el callejón sin salida, en los momentos difíciles, en la hora de la confianza. Poner lo que debemos como si todo dependiera de nosotros, y confiar en Dios como si todo dependiera de él. He ahí el secreto. Parece un absurdo, pero es así. Solo después viene la calma. ¿En qué ocasiones debo confiar más en el Señor?...
160. ¿A QUÉ VIENES?
Se acercó (Judas) a Jesús y le dijo:
- “¡Salve, Maestro!”.
Y le besó. Pero Jesús le contestó:
-“Amigo, ¿a qué vienes?”.
(Mt 26,49-50)
1. Fue la traición más negra de la historia. Un amigo íntimo de Cristo, que convivió con él durante tres años, que fue testigo de su bondad, que fue escogido con predilección para ser sacerdote... Y al final vende al Maestro con un beso traidor. Parece una ficción de novela. Pero es una historia que se va repitiendo. Es posible ser Judas cuando uno niega continuamente lo que el Señor pide. ¿Hay algo en mí capaz de convertirme en Judas?...
2. La pregunta del Señor continúa repitiéndose. A los despistados, a los tacaños, a los cobardes, a los que se hacen el sordo, a los que dan largas al asunto... y que, no obstante, continúan topándose con el Señor por cumplimiento... el Señor pregunta de nuevo: “Amigo ¿a qué vienes?”... Todavía el Señor nos llama amigos. Todavía estamos a tiempo de recoger la invitación a amarlo sinceramente. En mi trato con el Señor, ¿actúo por cumplimiento?...
161. ¿POR QUÉ LLORAS?
Le preguntan (los ángeles a Magdalena):
-“¿Por qué lloras?”
-“Porque se han llevado a mi Señor
y no sé dónde lo han puesto”.
(Jn 20,13)
1. La Magdalena se entregó de veras. Había sido la gran pecadora, pero fue luego generosa hasta el extremo. No supo nada más que amar a Jesús. Su gozo era encontrar a Cristo. Su pena, estar lejos de él. Los demás gozos y penas eran superficiales, de ninguna monta. Y como Cristo no se deja vencer en generosidad, no tuvo más remedio que aparecérsele resucitado. No pudo resistir a las lágrimas. ¿Busco al Señor aunque me cueste lágrimas y esfuerzo?...
2. Los ángeles no llenaron el corazón de la Magdalena. No se contentaba con los dones de Cristo, le quería a él en persona. ¡Qué palabras tan hermosas! “Se han llevado a mi Señor”: siente la lejanía de Cristo como el pez coleteando fuera del agua. “Y no sé dónde lo han puesto”: es el sufrimiento de quien no sabe qué hacer para encontrar a Cristo de veras. Pero tú sí que lo sabes. No tienes excusa. ¿Deseas ardientemente el encuentro con Cristo?...
162. ¿POR QUÉ HAS DUDADO?
Al sentir (Pedro) la fuerza del viento,
Le entró miedo, comenzó a hundirse...
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-“¡Hombre de poca fe!,
¿por qué has dudado?”.
(Mt 14,30-31)
1. Pedro se sintió valiente. Quizá hasta superior a los discípulos que quedaban en la barca. Y entonces precisamente comenzó a hundirse. Dios nos quiere dar su fortaleza con la condición de que reconozcamos que es suya la gloria. No es nuestra debilidad la que nos aparta de Dios, sino nuestro orgullo y vanidad. Fijarse de sí es comenzar a hundirse. El demonio aguarda a tentarnos cuando nos ve confiados en nosotros. Entonces su victoria es segura. ¿Me fío de mis propias fuerzas?...
2. El Señor reprendió a Pedro porque dudó. Quien se fía de sí, en los momentos difíciles habla de imposibilidad. Quien no se fía de sí, en lo que parece imposible confía en Dios. Y triunfa siempre. Dices: Ya lo he intentado muchas veces y no lo he conseguido. Prueba de nuevo, confiando en Dios, y hallarás fruto abundante. El optimismo que se apoya en Cristo todo lo consigue y todo lo ve posible, precisamente porque no se fía de sí... ¿Confío en el Señor en los momentos más difíciles?...
163. ¿POR QUÉ NO CONOCÉIS MI LENGUAJE?
...“Porque no podéis escuchar mi palabra...
Porque os digo la verdad,
no me creéis”.
(Jn 8,43.45)
1. Jesucristo sigue hablando. Unos lo escuchan y otros se hacen el sordo. Para unos su palabra satisface el corazón, para otros es una palabra aburrida. No hay peor sordo que el que no quiere oír a Dios. La palabra de Cristo rebosa en el corazón duro o envuelto en inclinaciones desordenadas. La soberbia y el vicio no dejan oír la voz del Buen Pastor. Su voz es dulce como la de la madre, pero solo para quienes la quieren oír. ¿Pongo estorbos a la voz de Jesucristo?...
2. La verdad es agradable a quien busca la verdad. Pero es muy dura para el que huye de la luz. Quien se conoce a sí mismo sin desalentarse es un hombre equilibrado que vive siempre en paz. Ser lo que somos procurando ser lo que debemos ser, he ahí lo que se llama autenticidad. Jesús es la verdad porque dice, ama y obra la verdad. Honradez, sinceridad, reflexión, humildad, respeto a los demás..., son facetas de la verdad. ¿Digo, amo y obro la verdad?...
164. ¿DÓNDE LO HABÉIS ENTERRADO?
-“Señor, ven a verlo”.
Jesús se echó a llorar... Y gritó con voz potente:
-“Lázaro, sal fuera”.
El muerto salió…
(Jn 11,34-35.43-44)
1. Jesús amaba a Lázaro. Pero le dejó morir. Fue una prueba para el amigo y una pena para el mismo Jesús. Jesús llega a llorar la muerte del amigo a pesar de saber que resucitará. Su corazón es muy sensible a nuestros problemas. Los siente más él que nosotros. Le interesa saber de nuestros labios lo que ya sabe con su ciencia infinita. Es buen amigo, no es fingido. Ama en serio. ¿Estoy convencido de que Jesús me ama sinceramente?...
2. Y luego se siguió el milagro. Bastó una palabra de Jesús. El muerto llevaba ya cuatro días de podredumbre. No importa. El amor de Cristo puede lo imposible. Con una condición: que nos pongamos a tiro. Presentarle nuestras miserias, confiar en él, he ahí la clave de la caja de caudales que es su corazón. ¿Le cuento al Señor todo lo que me sucede?...
165. ¿OS FALTÓ ALGO?
-“Cuando os envié sin bolsa,
sin alforja, sin sandalias, ¿os faltó algo?”
Dijeron:
- “Nada”.
(Lc 22,35)
1. Es curioso. Quien sabe dejarlo todo por Cristo no encuentra a faltar nada. “Niega tus deseos y hallarás lo que desea tu corazón”. El corazón instalado en Cristo, y todo lo demás se considera vanidad. “He considerado todo como basura, dice san Pablo, para poder adquirir a Cristo”. No falta nada a quien sabe decir “solo Dios basta”. Cristo llena todas las aspiraciones de nuestra vida. ¿Me conformo con solo Jesucristo?...
2. Quien empieza a hambrear cosas de la tierra no se sacia jamás. Porque nuestro corazón ha sido creado para albergar a Dios. La única manera de poseer de verdad las cosas de la tierra es poseer al Señor de ellas. Entonces todas las cosas son medios que nos llevan a Dios. Pero quien se instala en las cosas alejándose de Dios, no encuentra a Dios, ni a sí mismo, ni a las creaturas de Dios, sino que se encuentra oprimido en sus propias inclinaciones. ¿Hay algo que me aleje de Dios?...
166. ¿QUÉ ESTRÉPITO ES ESTE?
Encuentra el alboroto de los que lloraban
y se lamentaban a gritos,
y después de entrar les dijo:
-“¿Qué estrépito y qué lloros son estos?
La niña no está muerta; está dormida”.
Se reían de él.
(Mc 5,38-40)
1. Al Señor le molesta el “ruido”. Hay mucho “cumplimiento” en nuestras prácticas de piedad. “Los verdaderos adoradores adoran al Padre en espíritu y en verdad”. Las manifestaciones de fuera son buenas, siempre que sean la expresión de los sentimientos internos. Nuestras oraciones son a veces “discos rayados”. El Señor ya se los sabe de memoria y quiere oír voces que salgan del corazón. ¿Corresponde mi piedad interna a la externa?...
2. Ni la vanidad ante el éxito ni la angustia en el fracaso le gustan al Señor. Sencillez evangélica es la actitud más cristiana. Ni bombos ni lamentaciones, sino manos a la tarea. En los éxitos: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos”. En los fracasos: “El Señor lo dio, el Señor lo quitó; bendito sea su santo nombre”. Claro que esto ya no se estila hoy... ¿Sé guardar la humildad en los éxitos, y la confianza en los fracasos?...
167. ¿QUIÉN ME HA TOCADO?
Dijo Pedro:
-“Maestro, la gente te está apretujando y estrujando”.
Pero Jesús dijo:
- “Alguien me ha tocado,
pues he sentido
que una fuerza ha salido de mí”.
(Lc 8,45-46)
1. Apretujar a Jesús, dejándose llevar de lo que hacen los demás, es muy fácil. Pero no aprovecha nada. El Señor busca la relación personal de tú a tú, aun cuando estamos reunidos familiarmente en la asamblea litúrgica. De otra suerte, todo sería oropel y ruido de oleaje. La fe, la esperanza y la caridad son un encuentro personal. Cada uno ha de conocer el riesgo de lanzarse a esta aventura. ¿Tengo piedad personal o actúo con el pensamiento y el corazón en otra parte?...
2. Del trato personal con Cristo se sigue todo bien. Uno actúa como persona, con su pensamiento, su querer, su afectividad. No somos “cosas” ni borregos, somos personas. Y el Señor ha venido a salvar a las personas. Oración, sacramentos, santa misa, etc., como piedad personal, significa ponerse en contacto con Cristo y sanar. Una sola misa, bien participada, nos aprovecharía mucho más. ¿Qué debo mejorar en mi vida de piedad?...
168. ¿ME QUIERES?
Por tercera vez le pregunta:
-“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”
-...”Señor, tú conoces todo,
tú sabes que te quiero”.
(Jn 21,17)
1. El examen lo hizo el Señor a Pedro, que le había negado tres veces. Jesús no quiere nuestros dones, sino nuestro amor. A Pedro le examinó de amor. Amar es darse sin reserva. Hay personas que no han amado nunca. Amar a Cristo es preocuparse por sus intereses y sus intenciones, y hacer su voluntad. Amar no es buscar los dones del amado. Aunque del amor a Cristo se siguen todos los dones. En mi amor hay mucho de egoísmo que he de desarraigar...
2. Pedro amaba sinceramente. Sobre todo, después de la caída. Pero ya no se fía de sí. Ama más ahora, después de caer, que antes, cuando lo dejó todo por Jesús. Es que no hay verdadero amor sin humildad. Ama únicamente quien descubre en sí mismo el retablo de las misericordias de Dios. Entonces desea uno amar y hacer amar a Cristo. Recordando las misericordias del Señor, amaré con más sinceridad y humildad...
169. ¿POR QUÉ ME PEGAS?
Uno de los guardias
que estaba allí
le dio una bofetada a Jesús.
-“¿Por qué me pegas?”...
(Jn 18, 22)
1. Una bofetada en el rostro del Hijo de Dios. Parece mentira. No fue más que uno de tantos episodios de la pasión. Y la pasión continúa. Se ha perdido el sentido del pecado. No nos damos cuenta de que un pecado no es solo una cosa mala, sino una ofensa personal al mejor de los padres y de los amigos. Se peca sin ver las consecuencias. Una bofetón a la propia madre es mucho menos que un bofetón al amor. ¿Colaboro con mis pecados a los sufrimientos de Cristo?...
2. El Señor no hundió en los infiernos a aquel pobre desgraciado. Porque si así lo hubiera hecho, yo tampoco leería estas líneas. El Señor le hace reflexionar ¿Por qué? No vale hacerse el sordo ni olvidar tontamente. Ni vale ocultar la cabeza en la arena... ¿Por qué sigo ofendiendo al Señor, olvidando sus beneficios, haciéndole esperar, cerrándole la puerta?...
170. ¿SOIS CAPACES DE BEBER EL CALIZ?
“¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?"
Contestaron: "Podemos ".
(Mc 10,38-39)
1. Juan y Santiago deseaban los primeros puestos.En parte, para estar más cerca de Cristo. En parte, por ambición, Jesús les purifica lo malo para que se queden con lo bueno. En nuestras obras y deseos hay mucho amor propio. El Señor nos envía sufrimientos para acrisolar el oro de nuestro amor. El leño húmedo crepita en la hoguera: sentimos la humillación, la cruz, porque necesitamos purificarnos. ¿Entiendo el valor del sacrificio? ...
2. ¡Qué valentía la de Juan y Santiago! El Señor les pregunta si son capaces de seguirle hasta la cruz. No lo dudan ni un momento. Y no fueron solo palabras. Su vida posterior demostró la firmeza de sus propósitos. Los corazones grandes no están hechos para hambrear honores. Y el tuyo es muy grande: solo cabe Dios en él. Te falta decisión, saber decir siempre "si" a Dios. ¿Te acorbar-
das ante las dificultades? ..
171. ¿DARASTU VIDA POR MI?
Pedro replic6:
- 'Señor, por qué no puedo seguirte ahora?
Yo daré mi vida por ti".
"¿Darás tu vida por mí?".
(Jn,13,37-38)
1. Hay deseos que parecen de verdad, pero no
son más que bravatas, nubes sin agua. Pedro ne-
garía al Señor pocas horas después de hacer gala
de heroísmo. Quien promete heroísmos olvidando
los detalles de la vida ordinaria, promete lo que no
hará jamás, Los heroísmos son fruto de una vida
callada. Ser una gotita de aceite en el engranaje no
resulta muy agradable, pero es muy eficaz. ¿Valoro
los pormenores de la vida ordinaria? ..
2. Dar la vida por Cristo ha de ser nuestro
deseo. Santa Teresita deseaba ser mártir de cuerpo
y de espíritu. Es patrona de las misiones por el
martirio de una vida ordinaria. Cuesta más dar la
vida gota a gota, sin que nadie se dé cuenta. No da
la vida por las ovejas el pastor que no da antes de
su bolsillo. Asistir a misa significa inmolarse con
Cristo. Pero Cristo no quiere promesas hueras, sino
realidades de Nazaret y de calvario. Sólo así se re-
sucita con Cristo. ¿En qué forma debo inmolarme
con Cristo? ..
172. ¿COMPRENDÉIS LO QUE HE HECHO?
“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?...
Os he dado ejemplo
para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis”.
(Jn 13,12.15)
1. Difícil entender cuando ciega el amor propio. El Señor ha hablado muy fuerte con su ejemplo: lavó los pies de sus apóstoles. Esto no se entiende. Es la ley del amor. Amar al prójimo hasta ver en él el rostro de Cristo, parece poesía, pero es realidad. Lo malo es descubrir esta verdad en el prójimo antipático o pesado con quien toca convivir. El amor es la ley fundamental de la Iglesia. Seguramente tendré que corregir bastantes actitudes...
2. El Señor nos da ejemplo. A él le costó más, porque es el Hijo de Dios. Su humildad llega hasta hacerse hombre, vivir ocultamente, morir como malhechor. Tanto no nos pide el Señor ordinariamente, pero sí más de lo que hacemos. A veces parece heroísmo el humillarse, pero nuestra humillación es bien poca cosa si la comparamos con la del Señor. ¿Sé humillarme como el Señor?...
173. ¿QUIERES QUEDAR SANO?
Jesús, al verlo (al paralítico) echado,
y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo,
le dice:
-“¿Quieres quedar sano?”.
(Jn 5, 6)
1. Jesucristo lo sabe todo. Ve todo lo que nos sucede. Su mirada es la de una madre. Ve nuestras miserias corporales y las quiere remediar, pero quiere que primero aprendamos el valor de las cosas caducas y que estamos de paso hacia la casa paterna. Ni a sí mismo ni a su madre ahorró trabajos y cruces. Nosotros lo ciframos todo en un período muy corto de tiempo. Él nos ama más: piensa en la felicidad que tendremos en los siglos de eternidad. ¿Sufro con amor y optimismo las penas de esta tierra?...
2. Quiere el Señor que le pidamos por nuestros asuntos corporales. Pero prefiere que nos ocupemos más de los espirituales. Cualquier dolencia del cuerpo nos pone en vilo y buscamos el remedio. Cuando hay algo que impide nuestra transformación en Cristo ¡qué poco nos preocupamos! ¡Cuántos cadáveres ambulantes y cuánta lepra invisible! ¿Quiero de veras curar de mis vicios y defectos?...
174. ¿DÓNDE ESTÁN LOS OTROS NUEVE?
Uno de ellos (diez leprosos) se volvió...
-“¿No han quedado limpios los diez?
Los nueve,¿ dónde están?
¿No ha habido quien volviera
a dar gloria a Dios más que este extranjero?
(Lc 17,15.17-18)
1. Así somos de agradecidos. Mucho llorar cuando sufrimos y nadie se acuerda de Dios en la prosperidad. Todos confían en el Señor cuando hay una calamidad, pero pocos le dan gracias por sus dones constantes. Y menos mal si no se emplean estos dones para pecar. Lo raro es que el Señor no nos castigue. Aunque a veces lo que llamamos castigo no es más que el bisturí en manos del médico, que, en este caso, es nuestro padre. ¿Soy agradecido de veras?...
2. El corazón de Jesús se queja. Tres palabritas denigran a una persona: tacaño, cobarde, ingrato. La última es la peor. Todos la llevamos a la espalda. Al menos, los que nos contamos entre los otros nueve leprosos curados. Así como la salud no se siente, cuando uno va bien no se acuerda de agradecérselo al Señor. Si piensas en tu lepra pasada no tendrás más remedio que ser santo. Solo no son santos los olvidadizos. Cada beneficio recibido del Señor es una llamada a la santidad...
175. ¿QUÉ QUIERES QUE HAGA POR TI?
Jesús se paró
y mandó que se lo trajeran (al ciego).
Cuando estuvo cerca, le preguntó:
“¿Qué quieres que haga por ti?”...
(Lc 18,40-41)
1. Cuando pasa el Señor es una oportunidad que urge aprovechar. A veces pasa para no volver. Este paso del Señor puede ser un buen pensamiento, un consejo, escuchar la palabra de Dios, recibir un sacramento... Vivir entonces con el pensamiento y el corazón en otro sitio, es perder la ocasión de sanar. El ciego de Jericó gritó, no hizo caso del qué dirán y se acercó al Señor para escucharle. ¿Aprovecho el paso del Señor?...
2. Nuestro deseo dirigido al Señor es una oración. El mismo Señor nos insta para que le expongamos nuestros problemas. Ya los sabe, pero los quiere escuchar de nuestros labios. Cuando abrimos el corazón al Señor, quitamos la losa del orgullo y de la autosuficiencia. El Señor lo puede todo y quiere sanarnos; pero exige de nosotros esta apertura con él y con sus ministros. En la oración, ¿expongo mis deseos al Señor?...
176. ¿NO OS HE ESCOGIDO YO?
-“Nosotros creemos
y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Respondió Jesús:
-“¿Acaso no os he escogido yo a vosotros, los Doce?
Y uno de vosotros es un diablo”.
(Jn 6,69-70)
1. Los apóstoles hicieron un acto de fe muy hermoso. Se unieron a Cristo para seguirle, a pesar de las dificultades y de la opinión de la masa vulgar. Cristo llama a cada uno y espera una respuesta personal de cada uno. Esperar a responder con generosidad cuando los demás lo hagan, es condenarse a no encontrar a Cristo jamás. Una decisión tomada en los mejores años de la vida es la base del éxito. ¿Soy hombre o mujer de decisiones firmes?...
2. Recibiste la llamada de Cristo a la fe y al amor. Fue una predilección. Millones de personas todavía no la han recibido, se hacen el sordo o responden a medias. Judas fue llamado nada menos que para ser apóstol de Cristo, pero acabó diablo. Todo es cuestión de saber escuchar atentamente y responder con generosidad. La generosidad forja a los grandes hombres. El “mayor testimonio de amor”, enseña el concilio Vaticano II, es la respuesta a la vocación sacerdotal. ¿Soy generoso a las llamadas del Señor?...
177. ¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?
Muchos discípulos suyos se echaron atrás
y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús dijo a los Doce:
-“¿También vosotros queréis marcharos?”.
(Jn 6,66-67)
1. ¡Qué fuerza tiene la propaganda! Muchos discípulos se apartaron de Cristo para siempre. Se dejaron llevar del ambiente. Solo se deja llevar el que no tiene carácter. Y lo peor es que una aventura de valientes. Los valientes son pocos, pero tú lo puedes ser. No hagas depender el seguir a Cristo de nada ni de nadie. Tu entrega a Cristo ¿depende de los demás?...
2. Jesucristo no necesita de nadie. Pero su corazón siente la separación de quienes fueron sus amigos. Cuando hizo la pregunta a los apóstoles, habría momentos de zozobra para todos. Jesús es muy sensible al amor y a la traición. Su pregunta es como cuando se sacude un árbol para limpiarlo de las hojas secas. Eres hoja seca cuando sigues al Señor a medias y no te das cuenta de las ofensas que le haces. ¿Eres, en la práctica, de los que siguen a Cristo a medias?...
178. ¿TENÉIS PESCADO?
Jesús les dice:
- “Muchachos, ¿tenéis pescado?”
Le contestaron: “No”.
-“Echad la red a la derecha... y encontraréis”.
(Jn 21,5-6)
1. Habían pasado la noche trabajando y no pescaron nada. No tenían nada que ofrecer a Cristo. Mucho moverse y poco fruto. Muchas palabras y pocas obras. Cuando el Señor no ayuda, no hay nada que hacer. Lo curioso es que el Señor siempre ayuda, pero preferimos trabajar por nuestra cuenta fiándonos de nosotros mismos. Así sale ello... Y entonces nos quedamos con las manos vacías. ¿Son muchos los días en que termino la jornada con las manos vacías?...
2. El Señor nos despierta de nuestro engaño. Solo fiándonos de él, conseguiremos fruto y el cumplimiento de los propósitos. Cuando el Señor ayuda, se recoge en un momento lo que fue imposible durante años. Hay que aprender estas matemáticas de Dios. Muchos, con menos cualidades, te pasan delante porque son más humildes. También la humildad es una cualidad. ¡Si tu oración fuera más humilde y confiada!...
179. ¿NO HABÉIS PODIDO VELAR?
Los encontró dormidos...
Y dijo a Pedro:
-“¿No habéis podido velar una hora conmigo?”.
(Mt 26,40)
1. Pío XII hablaba del “cansancio de los buenos”. Mientras los enemigos de Dios trabajan, no es raro encontrar dormidos a quienes llaman amigos de Cristo. Muchas bravatas, muchos pensamientos y deseos vacíos, pero nada más. Y todo, por no tomarse la molestia de orar bien. Cuando uno se fía de sí, encuentra pronto el fruto de su tontería. ¿Trabajo para extender el reino, al menos con tanto tesón como los negociantes terrenales o los enemigos de la Iglesia?...
2. ¡Ni una hora! Pedro prometió dar la vida por Cristo, y no fue capaz de dominar el sueño. El Señor busca compañía. En Getsemaní sufrió agonía, pero ahora en los miembros de su cuerpo místico sigue sufriendo. ¿Quién acompaña al Señor? Mientras haya hombres que sufren, es Cristo que se transparenta en su rostro, que sufre en ellos. ¡Que todos los días hagamos algo en beneficio de los demás! Al menos, un acto de amabilidad. ¡Está el Señor tan solo en el sagrario y en el prójimo!...
180. ¿QUIÉN ES MI MADRE?
“¿Quién es mi madre?...
Estos son mi madre y mis hermanos.
El que haga la voluntad de mi Padre...
ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
(Mt 12,48-50)
1. Cristo ama a su madre y quiere que nosotros la amemos también. Pero hemos de entender el porqué de la grandeza de María: fue siempre fiel a la palabra de Dios, como insiste el concilio Vaticano II. Por esta fidelidad pudo corresponder a la gracia de la maternidad divina, pudo estar asociada a la obra de la salvación, pudo ser nuestra madre. Cristo nos señala la verdadera devoción a María. Algunos, entonces como ahora, solo se fijan en cosas accidentales. ¿Cómo es mi devoción a María?...
2. Podemos tener intimidad con Cristo y serle tan familiares como su Madre. Podemos transformarnos en Cristo y vivir en él, de él y para él. Podemos presentarnos ante el Padre con las facciones de Cristo. Pero se necesita una condición: imitarle en cumplir la voluntad del Padre. No hacer el propio capricho, sino la voluntad de Dios. María fue quien imitó mejor a Cristo. Ella es el molde donde nacemos a la vida en Cristo. Por eso es nuestra madre. ¿Hago siempre y en todo la voluntad de Dios?...
VII. EL APÓSTOL DE JESÚS
El cristiano tiene vocación de santo y de apóstol. “La vocación cristiana es también vocación al apostolado” (Vaticano II, Apostolicam actuositatem). Dices que amas a Cristo con toda tu alma. Luego debes sentir los problemas de Cristo como propios.
¿Un termómetro para conocer tu unión con Cristo? Muy sencillo. Apunta en tu diario espiritual qué es lo que sientes ante estas palabras: “El amor no es amado”.
Eres un miembro vivo del cuerpo místico de Cristo en la medida en que sientes y te preocupas de los otros miembros. ¡Sentir el chasquido del sarmiento que se desgaja de la vid!
Cristo necesita de ti.Es un “misterio verdaderamente tremendo” (Pío XII). Puede “completar”, como san Pablo, lo que falta a la pasión de Cristo; puedes ayudar a que su sangre redentora llegue a todos.
¿No sirves?No servirías si no fueras un instrumento dócil, si no ofrecieras toda tu nada, si no tuvieras intimidad con Cristo. Solo entonces serías un trasto inútil, a lo más un objeto de adorno.
La llamada de Cristo es urgente, personal. La bandera de Cristo ondea con los colores de: sacrificio, pobreza, humildad, es decir amor.
¿Quieres consagrar totalmente tu vida a expandir el reino de Cristo? Pues tal vez el Señor te llama para ser su “doble”, para ser su “otro yo”, su “vaso de elección”. Es “la mayor prueba de amor que se puede dar a Cristo” (Vaticano II).
La Virgen Santísima es maestra de apóstoles. Pero si un día llegas a prestar a Cristo tus labios, tus manos, todo tu ser ya sacerdotal, virginal, de apóstol, entonces podrás mirar a la madre con los ojos de Jesús y ayudarla a buscar a sus hijos con los brazos crucificados de Jesús.
181. EL MÁS HERMOSO IDEAL
Dijo Jesús a Simón:
- “No temas; desde ahora serás
pescador de hombres”.
...Dejándolo todo, lo siguieron.
(Lc 5,10-11)
1. Un pescador como Pedro no podía esperar para su vida otro ideal que el de recoger unos peces para ganarse la vida. Pero, inesperadamente, el Señor le llamó para el más hermoso de los ideales: ser apóstol de Cristo. Su vida ya tendría sentido. Se trataría de contagiar a los demás el amor de Cristo. Amor que se ha de poseer para poderlo comunicar. Amar a Cristo y hacerle amar. ¿He descubierto mi ideal de apóstol?...
2. La respuesta de Pedro, de Santiago, fue inmediata y decidida: lo dejaron todo. Es decir descubrieron que no había nada mejor que seguir a Cristo. Como el millonario no hace caso de la calderilla, pusieron su mirada en Cristo y la apartaron de las cosas caducas. El más hermoso ideal, el de ser apóstol de Cristo, cuesta sacrificio porque vale la pena. No tener más ilusión que gastarse por Cristo, darlo a conocer, hacerlo amar. Y esto, en cualquier modo de vida, aun en una vida monótona. Entonces no hay días monótonos. ¿Estoy dispuesto a dejarlo todo para ser apóstol de Cristo?...
182. EJEMPLO DE JESÚS
Jesús se marchó a un lugar solitario
y allí se puso a orar...
Simón y sus compañeros fueron en su busca y le dijeron:
-“Todo el mundo te busca”.
...Recorrió toda Galilea, predicando.
(Mc 1,35-39)
1. El apóstol es como una pila que, para dar luz, ha de cargarse. El apóstol se carga de Cristo en la oración y en el trato con él. Cristo está en el prójimo, pero no se le descubre allí sin haber dialogado con él en la oración. Para dar a Jesucristo hemos de transformarnos en él. El apóstol es un pincel del que se vale Dios para dibujar en las almas a Cristo. El pincel se hace dócil en manos del artista. El apóstol se hace dócil en la oración. Mirando mi vida de oración, ¿soy y seré apóstol de veras?...
2. A Cristo lo buscan ansiosamente. Después de haber dialogado con el Padre, se da a sus hermanos los hombres. En la oración, el apóstol se hace fuerte para la acción. El apostolado es duro cuando se quiere ser de veras apóstol dándose del todo. Pero hemos de darnos como Dios quiere y el prójimo necesita. Y esto supone matar mucho egoísmo en la oración. El darse del apóstol solo es posible cuando uno se va transformando en Cristo. ¿Me doy de veras a los demás amándolos como Cristo?...
183. JESÚS LLAMA
Llamó a los que quiso y se fueron con él.
E instituyó doce
para que estuvieran con él
y para enviarlos a predicar...
(Mc 3,13-14)
1. Cristo llama para el apostolado. Cada bautizado tiene una misión apostólica que cumplir. La llamada de Cristo es una predilección. A unos los llama para que gasten su vida, como san Francisco Javier. A otros, para que sean como santa Teresa: misioneros desde su vida ordinaria. De nuestra fidelidad a su llamada depende la salvación de muchas almas. No podemos perder tiempo. El tiempo es almas, hombres y mujeres que salvar. ¿Soy fiel y generoso a la llamada del Señor?...
2. Dos son los aspectos del apostolado; estar con Cristo y dar a Cristo. Lo primero para ver, escuchar, experimentar a Cristo. Solo entonces se puede dar lo segundo: ser testigo de Cristo. No puede ser testigo quien no ha visto y oído. ¿Quieres ser apóstol de Cristo y no lo conoces y amas a fondo? Esto es imposible... Si ahora no exhalas olor de Cristo, tampoco después...
184. ES UNA GRACIA MUY GRANDE
"Soy yo quien os he elegido y os he destina do
para que vayáis y deis fruto,
y vuestro fruto dure".
(Jn 15,16)
1. El apóstol es un elegido, un predilecto. Cri-
sto mismo elige a quienes han de ser sus testigos.
Es la mejor de las gracias. Deseemos, pues, que
Cristo estrene nuestro corazón para poder decir:
"cantando voy la alegría de ser tu testigo, Señor".
Ser enviado de Cristo a cualquier ambiente para
cristianizarlo, ¡nada más hermoso ni más exigente!
Esto atrapa a toda la persona y para toda la vida.
Vale la pena. ¿Estoy ilusionado, soy feliz, por ser
apóstol de Cristo desde mi puesto? ..
2. El éxito es seguro. Pero no siempre se le ve.
Se ha de tener fe en Getsemaní y en el Calvario.
Quien siembra evangelio, produce fruto, aunque
sean otros los que lo recojan. La tarea del apóstol
es sembrar, con la única preocupación de sembrar
buena semilla. Quien quiere recoger prematura-
mente, recoge espigas vacías. No hay redención
sin cruz, ni apostolado sin sufrimiento. Pero el
fruto es seguro, sobre todo cuando no se palpa.
¿Comprendo el valor del sufrimiento y de la cruz
en orden al apostolado? ...
185. EXAMEN DEL APOSTOL
Dijo Jesúsa Simón Pedro.
- "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?".
"Si, Señor, túsabes que te quiero ... "
"Apacienta mis corderos".
(Jn 21,15)
1. Solo puede ser apóstol quien sabe amar. A
Pedro le examinaron de amor. Para ser testigo de
Cristo se necesita identificarse con él en el pensar,
en el querer y en el obrar. Mal hablará de Cristo
quien no esté identificado con él. Todos han de
amar a Cristo, pero el apóstol ha de sacar sobre-
saliente en esta asignatura. Mal aguantarála bús-
queda de la oveja perdida quien no tenga el celo
del buen pastor. ¿Qué calificación merezco en esta
asignatura del amor? ..
2. San Pedro contestó decididamente y, esta
vez, con humildad. No se fiaba de sí, pero al
menos quería amar con generosidad. Sólo enton-
ces el buen pastar se fió de él y le encomendó el
cuidado de las ovejas. Cristo dio la vida por sus
ovejas. Por ellas bajo del cielo y vivió desvelán-
dose en cuidados y sacrificios. Nada tiene de más
valor que ellas, parque es el encargo del Padre. Y
este encargo te lo deja en tus manos, pero te
exige que ames como él... ¿Lohaces así?
186. RESPUESTA DEL COBARDE
Jesús se lo quedó mirando,
le amó y le dijo:
-…“Anda, vende lo que tienes...,
y luego ven y sígueme”.
...Él frunció el ceño y se marchó triste,
porque era muy rico.
(Mc 10,21-22)
1. Era un muchacho de grandes cualidades. Quería salvarse y, para ello, cumplía los mandamientos. Viendo Jesús aquel corazón como una mina de oro sin explotar, le propuso algo mejor: dejarlo todo para seguirle y ser un apóstol. La propuesta era óptima. La mirada de predilección de Cristo se posó sobre él. Pero ¡qué fracaso!, dijo que “no” a Cristo, como tantos otros, como...
2. El muchacho se fue con la tristeza en el corazón. Veía que escogía lo peor, pero no se atrevía a ser libre. Su corazón estaba aprisionado en redes pequeñas que en este momento se convirtieron en cadenas. Su mirada cambió de serena en nublada. En un instante se jugó su porvenir irrevocablemente. Y todo, por naderías. Ya no sería águila, sino renacuajo. El corazón de Jesús lo sintió, pero él siempre respeta la libertad aun cuando estamos empeñados en caminar hacia la esclavitud. ¿Hay algo en mí que un día me impedirá decir “sí” a Cristo?...
187. RESPUESTA DEL VALIENTE
Muchos discípulos se echaron atrás
y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
-“¿También vosotros queréis marcharos?”.
Simón Pedro le contestó:
-“Señor, ¿a quién vamos a acudir?”.
(Jn 6,66-68)
1. Fue un momento muy crítico. En las primeras dificultades muchos discípulos se negaron a seguirle. Eran cristianos de temporada; Jesús había propuesto sus planes de quedarse en la eucaristía como banquete. Pero estas finezas no son para los pintores de brocha gorda. Y quedaron solo doce, incluyendo a Judas que se quedó por cobardía y fines bastardos. El oro se prueba en el crisol, y el discípulo de Cristo, en el sacrificio y en la vida de fe. ¿Sigo a Cristo solo cuando no me cuesta nada?...
2. Cristo no quiere seguidores a medias. Él ama con todo el corazón. Por eso pregunta para que respondan con sinceridad. Pedro respondió magníficamente en nombre de todos. Estaba tan enamorado de Cristo, que sin él ya no podía vivir. En esto se conoce el verdadero amor: en que nada ni nadie satisface y llena tanto como Cristo. Este es el entrenamiento necesario para ser apóstol. ¿Vivo muchos días al margen o a espaldas de Cristo?...
188. MI RESPUESTA
Vio a un publicano llamado Leví, y le dijo:
- “Sígueme”.
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa,
y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos...
(Lc 5,27-29)
1. Cristo escogió a los apóstoles de entre pobres pescadores y pecadores. Llama a los que quiere, como te ha llamado a ti. El “sígueme” del Señor resuena continuamente en el fondo de los corazones como resonó en el del Pablo, Agustín. Algunos ni lo oyen; hay otras interferencias y parásitos. Otros no lo quieren oír. Pero siguen siendo muchos los valientes. ¿Escuchas con fidelidad y generosidad las llamadas al apostolado?...
2. La respuesta de san Mateo (Leví) fue generosa. Lo dejó todo por Cristo y le siguió sin más. Su alegría era tan desbordante que convidó al Señor a un gran banquete. Quien ha encontrado a Cristo de verdad, siente la necesidad de darlo a conocer. Por eso san Mateo convidó a sus amigos de antes, aunque murmurasen los fariseos. Ser apóstol del Señor es una consecuencia de amarlo. Es la mejor manera de agradecerle su llamada y su perdón. ¿Tengo ilusión de dar a conocer y amar a Jesucristo?...
189. APÓSTOL POR GRATITUD
-“Vete a casa con los tuyos
y anúnciales lo que el Señor
ha hecho contigo
y que ha tenido misericordia de ti”.
El (endemoniado curado) se marchó
Y empezó a proclamar lo que Jesús había hecho.
(Mc 5,19-20)
1. Aquel pobre endemoniado quedó totalmente libre. Pero el Señor le dio el encargo de dar testimonio de las maravillas de Dios. Cristo acostumbraba a obrar de este modo. A veces elige para apóstoles a quienes se vieron enfangados en el mal, para que sean humildes y generosos. El verdadero apóstol nunca se considera mejor que los demás. Los beneficios que el Señor me ha concedido ¿me mueven a ser apóstol?...
2. El hombre curado se convirtió en apóstol. Narró lo que había visto y oído. El apóstol es testigo de Cristo. Aquel hombre se sintió ligado a Cristo para siempre. Hablaba de lo que sentía en el corazón. Hacer apostolado no es un juego. Apostolado es dar a conocer y amar a Cristo. ¿Sé hablar de Cristo y de sus intereses?...
190. ¿CÓMO ES EL APÓSTOL?
“¿Una caña sacudida por el viento?... (No).
¿Un hombre vestido con ropas finas?.. .(No).
¿Un profeta? Sí..., mi mensajero”...
(Lc 7,24-27)
1. Cristo describió cómo es el apóstol. Se refería a san Juan Bautista, su precursor. El apóstol de Cristo no se deja llevar por el viento del qué dirán, resiste a la moda de las ideas confusas, le basta con los criterios de Cristo. El apóstol no es comodón, no se espanta ante la dificultad, sabe cortar sus caprichos, sabe crucificarse con Cristo... ¿Soy así?...
2. El apóstol sabe dar razón de Cristo. Hay quienes se saben la vida y milagros de los ídolos del deporte. Y ¿no te sabes todos los detalles de la vida de Jesús? Para ser mensajero de Cristo se necesita aprender bien la gran noticia que se va a comunicar. Y al anunciar a Cristo, han de ver los demás el amor que cautiva al mismo apóstol. ¡Ser buen olor de Cristo, ser luz de Cristo! ¿Qué te falta para ser apóstol de Cristo?...
191. ¿CÓMO SE HACE EL APÓSTOL?
“Cuando venga el Paráclito… el Espíritu de la verdad...,
él dará testimonio de mí;
y también vosotros daréis testimonio,
porque desde el principio estáis conmigo”.
(Jn 15, 26-27)
1. Ser apóstol de Cristo es una obra de arte que solo puede realizar el Espíritu Santo. El verdadero apóstol debe empaparse de Cristo, conocerle a fondo, amarle sin cortapisas, no perder ocasión de hacerle amar, gastar todos los minutos de la vida para extender su reino. No existe mejor ideal que este. Por esto el apóstol vive feliz, con el “gozo de pascua”, sobre todo en las dificultades. ¿Me dejo cincelar por el Espíritu Santo?...
2. El apóstol ha convivido íntimamente con Cristo. No bastan unos años de rutina. Es toda una vida la que se compromete por él. El mejor apóstol es aquel cuyo primer amor lo ha estrenado Cristo. Una infancia y una juventud gastada en amar a Cristo, es el camino más seguro para hacerle amar. ¿Pierdo los mejores años de mi formación? ¿Cómo podría emplearlos mejor?...
192. TAREA DEL APOSTÓL
“Esta alegría mía está cumplida.
Él tiene que crecer
y yo tengo que menguar”.
(Jn 3, 29-30)
1. Juan Bautista fue apóstol de Cristo preparando su venida. Su único gozo fue anunciar a Cristo y gastarse por él. Tuvo muchos sinsabores, incomprensiones, persecuciones... y, al fin, derramó su sangre por él. Pero todo esto no le amedrentó, sino que le hizo más apóstol. ¡Vale la pena gastar toda la vida por este ideal! ¿Me gozo en los sacrificios que me hacen más apóstol de Cristo?
2. El apóstol no es comediante. No le interesa aparentar y lucir. Su gozo es que conozcan a Cristo y que le amen, que nazca y que crezca Cristo en los corazones. El apóstol sabe desaparecer y esconderse al afecto de los hombres, porque podría ser un estorbo para el encuentro con Cristo. No estorba quien es humilde y no se busca a sí mismo. ¿Estoy preparado para esta humildad?...
193. LUZ Y SAL
“Vosotros sois la sal de la tierra.
Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?...
Vosotros sois la luz del mundo...”
(Mt 5,13-14)
1. El apóstol es sal que da buen sabor de Cristo y preserva de la corrupción. Muchos hombres y mujeres no saben nada de Cristo. Y tienen derecho a saber y a amar. Todo depende de que el apóstol sea sal de la tierra. Si en lugar de saber a Cristo, sabe a egoísmo, comodidad, dejadez, pereza, entonces, ¿quién dará a conocer a Cristo? No puede humedecerse mi entrega a Cristo con mi egoísmo. ¿En qué soy sal sosa?...
2. El apóstol es luz. Es Cristo la luz que resplandece a través de sus testigos. La luz no se esconde ni debe apagarse cuando hace falta. Muchos hombres van a la deriva, porque no han visto la luz de Cristo. Y no la han visto porque los “cristóforos”, los cristianos, la dejan apagar. ¿Cómo puedes ser luz de Cristo si tus obras señalan tinieblas de caprichos?...
194. A LAS ORDENES DE JESUS
"El que entra por la puerta,
ése es pastor de las ovejas ...
y las ovejas atienden a su voz.
Yo soy la puerta".
(Jn 10,2.9)
1. El ap6stol imita a Cristo buen pastor. Tiene la
voz del buen pastor, quien ama siempre y a todas
las ovejas, sin excepción; quien imita a Jesucristo en
todo, quien es comprensivo, quien es sacrificado,
quien da la vida gota a gota, quien se olvida de sí
mismo, quien busca a la oveja perdida, quien se
hace pobre con los pobres y enfermo con los en-
fermos ... ¿Voy por este camino o por el opuesto? ..
2. Jesúses la puerta del aprisco. Quien imita a
Cristo, entra al aprisco por la puerta. Pero quien es
pura apariencia y fachada de Cristo, no es más que
un salteador. El apóstol es como Jesúsy sabríadecir
sin ruborizarse: "Aprended de mi que soy manso y
humilde de coraz6n". El ap6stol sabe sintonizar con
Cristo y escuchar los latidos de su corazón. Sus preo-
cupaciones son las de Cristo en todos los momentos
del día ...
195. UNION CON JESUS
"Permaneced en mi, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por si,
si no permanece en la vid, así tampoco vosotros,
si no permanecéis en mí".
(Jn 15,4)
1. Jesucristo ordena lo que ya es un privilegio
cumplir: permanecer en él. Es decir tener unión e
intimidad con él. ÉI vive en nosotros y nosotros en
él. Tenemos con él relaciónn vital más que como el
hijo con su madre. Así se hace el ap6stol. No hay
otro camino para ser "otro Cristo". Imitar a Cristo
es fácil cuando se le ama hondamente. ¿Tengo in-
timidad con Cristo? ..
2. De la uni6n con Cristo depende todo el fruto
del apostolado. De otra suerte, todo sería ruido de
nueces vacías. Es una locura esperar que un sar-
miento seco produzca fruto. Pero es todavía más
locura pretender ser ap6stol al margen de Cristo.
Porque apostolado es dar a Cristo. Y nadie da lo
que no tiene. Cada día debes enamorarte más de
Cristo si quieres ser su ap6stol.
196. CONSEJOS DE JESÚS
“Os envío como ovejas entre lobos;
por eso, sed sagaces como serpientes
y sencillos como palomas”.
(Mt 10,16)
1. Dificultades no faltan. Las ha de haber para poderse crucificar con Cristo. No hay fruto de apostolado sin sacrificio. A veces las dificultades provienen de los mismos hombres con quienes se convive o a quienes se quiere hacer bien. Saber aguantar al prójimo antipático, o algo más, es el mejor camino para aprender a dar la vida por las ovejas. Las “almas” que se quieren salvar no son ideas, sino personas concretas con sus defectos. ¿Me preparo para el apostolado amando al prójimo con quien me toca convivir?...
2. Prudencia y sencillez, dos cualidades necesarias al apóstol. Prudencia significa equilibrio, reflexión, no precipitarse en el juzgar y en el obrar. Ya se entiende que no es prudente quedarse quieto, sino moverse con equilibrio. Y sencillez equivale a mirar a los demás con los ojos de Jesús. La sencillez hace confiar en Dios y tener optimismo cuando parece imposible, y descubre en los demás lo bueno que dicen y que tienen. ¿Noto que falta esa prudencia y sencillez en mí?...
197. INTERESES DE JESÚS
“Tengo otras ovejas...
También a esas las tengo que traer,
Y escucharán mi voz,
y habrá un solo rebaño y un solo pastor”.
(Jn 10,16)
1. El apóstol escucha los latidos ardientes del corazón de Jesús. Pospone sus preocupaciones a las preocupaciones e intereses de Jesús. Cristo tiene sed. Por eso lanzó un suspiro anhelante: “Tengo otras ovejas” ...Son demasiados hombres y mujeres los que todavía no le siguen. Muchos, porque todavía no han oído hablar de él. Otros, porque necesitan una mano compañera. ¿Me llegan al alma estos deseos de Jesús?...
2. “Es preciso”. Es una necesidad para el corazón de Cristo. El Buen Pastor quiere encontrar a todas las ovejas perdidas. Porque resulta que son muchas, demasiadas. El corazón de Cristo se estremece de gozo pensando en el día en que todos los hombres oirán su voz. Para esto necesita muchos apóstoles que le ayuden de balde y con todo lo suyo. El Señor espera mi respuesta decidida...
198. EN LOS FRACASOS
Aquella noche no pescaron nada...
Jesús les dice:
-“Echad la red a la derecha”…
La echaron y no podían sacarla,
por la multitud de peces.
(Jn 21,3.5-6)
1. Hay momentos de zozobra para los apóstoles. A veces, que no se consigue fruto. A veces, el Señor exige que seamos como el trigo en el curso. Pero a veces se da el verdadero fracaso: cuando hemos confiado en nuestras propias fuerzas. Sin Jesús, todo es ruido de hojas secas. Y menos mal si se aprende la lección después del fracaso. ¿Planeo sin contar con Jesús...?
2. ¡Cómo cambia el panorama! Al actuar en nombre de Jesús, es decir en unión con él, se consigue lo imposible. En un santiamén, el Señor concede a los humildes aquello que los soberbios no consiguen ni a fuerza de años. Es cuestión de saber confiar en el Señor, actuar como él, y esperar el fruto, aunque no lo veamos hasta el cielo. ¿Soy optimista en el apostolado...?
199. EN LOS TRIUNFOS
Los apóstoles volvieron
a reunirse con Jesús,
y le contaron
todo lo que habían hecho y enseñado,
y les dijo: “Venid... a descansar”.
(Mc 6,30-31)
1. Regresaron los apóstoles de su campaña apostólica y le contaron todo al Señor. El que trabaja por Cristo siente ganas de expansionarse con él. No es acción apostólica la que impide al apóstol su intimidad con Cristo. Como no sería verdadera intimidad con Cristo la que no empujara a extender el reino. En la expansión con Cristo se forjan los apóstoles. ¿Tengo todos los días un rato de expansión con Cristo...?
2. La expansión con Cristo no es solo una necesidad nuestra. Es también una invitación del Señor que quiere comunicarnos lo que hemos de hablar. No es tiempo perdido el dedicado a la oración. Cristo, antes de predicar, pasó treinta años en Nazaret. Y, luego, cuarenta días en el desierto y muchas noches en oración. La oración es también acción apostólica, sobre todo cuando se buscan los intereses de Cristo. En ella nos llenamos de Cristo y alcanzamos las gracias necesarias para la acción externa. (Vaticano II) Mi oración, ¿es la que corresponde a un apóstol?...
200. VICTORIA SEGURA
“El reino de Dios es semejante
a un grano de mostaza
que un hombre siembra en su huerto;
creció, se hizo un árbol...”
(Lc 13,18-19)
1. El apóstol está empeñado en una obra de éxito seguro. El secreto del éxito está en reconocer la pequeñez de nuestra colaboración. Cristo murió para salvarnos. Podemos ayudarle en la medida en que muramos a nuestro amor propio. Sembrar con éxito seguro es saber morir en cada momento haciendo la voluntad del Padre. Por lo menos, saber sembrar este granito de mostaza hoy, ahora.
2. Parece mentira que un árbol sea el desarrollo de una semilla insignificante. Pero esta semilla es vida en Cristo. A los ojos del mundo tiene poco valor, pero sí lo tiene, y mucho, a los ojos del Padre. El tonto y el veleta no pueden ser apóstoles. Tampoco el orgulloso. Ser apóstol es tener en sí la vida desbordante de Cristo. Podrá ponerse dique a esa corriente de agua viva, pero tarde o temprano el agua servirá para producir fluido eléctrico o para fertilizar los campos. ¿Me preparo para ser apóstol...?
201. PEDIR VOCACIONES DE APÓSTOL
“La mies es abundante
y los obreros pocos;
rogad, pues, al dueño de la mies
que envíe obreros a su mies”.
(Lc 10,2)
1. El Señor ha puesto los frutos de su redención en manos de sus apóstoles. ¿Cómo es posible que haya todavía tantos millones de hombres que no conocen a Cristo? El Señor sigue llamando al apostolado. Pero faltan corazones jóvenes que respondan valientemente. Son pocos los jóvenes cristianos que oyen la voz de Cristo que grita desde el fondo de tantas almas vacías de Dios. ¿Soy fiel y generoso a la llamada de Cristo...?
2. Si son pocos los apóstoles de Cristo, ¿hemos de montar un gran tinglado de propaganda? Sería bueno, pero es mejor orar. La vocación y la fidelidad a la misma es una gracia que depende de Dios. El ser fiel a la vocación apostólica sigue siendo un milagro de la gracia que solo se da cuando hay oración. ¿Oro con frecuencia por mi vocación y por que haya vocaciones apostólicas...?
202. DAR LA CARA POR JESÚS
Volvieron (los fariseos) a preguntarle al ciego:
-“Y tú ¿qué dices del que
te ha abierto los ojos?”.
Él contestó:
-“Que es un profeta...”
Y lo expulsaron.
(Jn 9,16-17.34)
1. Ser apóstol de Cristo resulta comprometido. No es oficio de cobardes. A veces tendremos que dar la cara por él. Es preferible quedar mal con los otros amigos que con el amigo. El ciego supo decir la verdad y dar a conocer a Cristo. La prudencia siempre es virtud, pero no es prudencia todo lo que lo parece. Por lo menos no podemos callar, con nuestras obras, que somos de Cristo. ¿Soy valiente en mis palabras y ejemplo...?
2. Y luego vienen las consecuencias. Al ciego curado le echaron del templo. Hasta le tuvieron por malo. Y todo, por no conformarse a las palabras y a la conducta de los enemigos de Cristo. El apóstol ha de estar dispuesto a dar la vida, y ha de estarlo a dar otras cosas más pequeñas y ordinarias. No es posible poner condiciones. El apóstol ha de estar dispuesto a todo por Cristo. ¿Estoy dispuesto a cualquier sacrificio para poder ser apóstol...?
203. APÓSTOL CON EL EJMPLO
“Brille así vuestra luz
ante los hombres,
para que vean vuestras buenas obras
y den gloria a vuestro Padre...”
(Mt 5,16)
1. No digas que no sabes ser apóstol de Cristo. ¿Qué debes hacer? Muy sencillo. Primero es cuestión de amarle ardientemente; luego, descubrir que no es amado; y luego... ¡pruébalo y verás! Porque, por lo menos, te darás cuenta de que ya con el ejemplo podrías hacer mucho. Si otros ven en tu conducta lo que Cristo predicó, se sentirán arrastrados hacia el Señor. Pero debes corregir todavía mucho de tu conducta hasta llegar ahí...
2. ¡Cuidado! No se trata de lucirse y decir a los cuatro vientos que tú amas a Cristo. Di solamente que le quieres amar. Y con esto ya se te notará en las obras. Y no pienses que te alabarán a ti. No. Sino que tu ejemplo se quedará impreso en su memoria y, cualquier día, les servirá para amar más a Dios. El que ama a Cristo, lo manifiesta a su alrededor. ¿Qué podrías mejorar en tu conducta...?
204. APÓSTOL DE LOS POBRES
“Sal aprisa a las plazas
y calles de la ciudad,
y tráete a los pobres, a los lisiados,
a los ciegos y a los cojos”.
(Lc 14,21)
1. Quienes están más preparados para recibir a Cristo son los pobres, los enfermos, los “desgraciados”. Por eso el verdadero apóstol, aunque quiere que todos encuentren a Cristo, preferentemente se dirige a los predilectos de Cristo, a los que mejor trasparentan su rostro. Los pobres, los niños, los desechados por todos, estos fueron y son los que están más dispuestos a amar a Cristo. Pero teniendo en cuenta que los ricos en dinero son a veces los más necesitados. ¿Dónde quisiera ser apóstol de Cristo...?
2. Cristo sigue deseando que vengan todos a él: “Tráete a los pobres…”. ¡Cómo desea el Señor a los enfermos, que se parecen a él! ¡Y a los niños, que de ellos es el reino de los cielos! ¡Y a los pobres y pecadores, a quienes espera y llama! Pero Cristo ahora necesita de mis labios y de mis obras para predicar. ¿Presto a Cristo mis palabras y mi vida para que salve a hombres y mujeres...?
205. APÓSTOL DE LOS NIÑOS
“El que acoge a un niño como este
en mi nombre
me acoge a mí”.
(Mt 18,5)
1. Jesús siente predilección por los niños. Es decir, por los que adoptan una postura filial ante Dios. El buen hijo confía, ama, goza junto al padre. Los niños están siempre bien dispuestos para oír cosas sobre Jesús. Y lo que oyen se les graba, al menos si se les ha explicado con amor. Pero los niños intuyen si el que habla está convencido o no. Y pensar que hay tantos niños que no saben hablar a Jesús...
2. Lo que se hace a un niño se le hace a Cristo. Lo mejor que se puede dar a un niño es ayudarle a vivir en gracia, a hablar con Jesús, a imitarle. No es tiempo perdido nunca, aunque las apariencias digan lo contrario. Los mejores apóstoles de la historia han gastado mucho tiempo en la educación cristiana de los niños. Pero ahora hay muchos niños que no saben ni sabrán nunca el catecismo. Faltan apóstoles que se ofrezcan...
206. LEMAS DEL APÓSTOL
“¡Tengo sed!”.
(Jn 19,28)
“He venido a prender fuego a la tierra,
¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!”.
(Lc 12,49)
1. Las palabras de Cristo, Buen Pastor, están grabadas a fuego en el corazón del apóstol. “Tengo sed”. Esta sed de Cristo espolea a los mayores sacrificios. No preguntes al apóstol por qué no desmaya en la lucha. La sed de Cristo, hoy, es suficiente para poner en vela a los que le aman. Cristo tiene sed de tantos hombres y mujeres que se pierden, que no aman a Dios. Tiene sed de apóstoles que ofrezcan sus vidas por la labor. Tiene sed de ti...
2. El corazón de Cristo arde de amor al Padre y a los hombres sus hermanos. El mundo es un glaciar. Los hombres no aman a Dios ni se aman entre sí. Parece que solo se aman a sí mismos, pero ni aún eso, pues ese amor al margen de Dios es un suicidio. Por esto, Cristo quiere contagiar amor a los hombres. Pero necesita antorchas. Las cerillas que se apagan al primer soplo, no sirven. ¿Arde tu corazón con ese fuego del corazón de Cristo...?
207. JESÚS RUEGA POR MÍ
“Te ruego por ellos...
Santifícalos en la verdad...
Por ellos yo me santifico...”
(Jn 17,9.17.19)
1. La tarea del apóstol es difícil. Lo que cuesta más es la conquista de la propia vida interior para transparentar a Cristo. Pero Cristo ha orado por mí, para que tenga éxito en esta santificación propia. La oración de Jesús es eficaz, ha sido escuchada. No me falta, pues, la gracia. Solo resta mi cooperación. ¿Me esfuerzo en la tarea de mi propia santificación...?
2. Cristo pidió y pide que sus apóstoles sean santos. Santo significa pensar y querer como Cristo. Pero eso es una lucha continua contra las inclinaciones que nos llevan al mal. Jesús se ofreció como víctima por nosotros para que nosotros supiéramos ser víctimas como él. Morir con él para resucitar con él. Mis palabras, pensamientos, deseos y obras, han de traducir a Cristo...
208. JESÚS RUEGA POR MI APOSTOLADO
“Ruego también por los que crean
en mí por la palabra de ellos,
para que todos sean uno,
como tú, Padre, en mí y yo en ti”.
(Jn 17,20-21)
1. A veces el apostolado resulta difícil. Sobre todo cuando no se ve el fruto inmediato. Pero el apóstol no se desanima ni impacienta. Siembra evangelio, palabra de Cristo. Y lo siembra a todas horas y en cualquier circunstancia. Sabe que su tarea apremiante es sembrar. El agua y el crecimiento de la semilla lo dará Dios. Cristo garantiza, con su oración, el éxito de la empresa. ¿Sigo siendo optimista en los fracasos aparentes...?
2. El mejor fruto del apostolado es que la vida divina se prolongue en las almas. Es la vida de Dios Trino. Pero esta vida no se ve. Es cuestión de fe, de fiarnos de la palabra de Jesús. Dios se da a sí mismo en las almas de quienes lo aman. El apóstol de Cristo construye sagrarios y catedrales para Dios. Los hombres y las mujeres son cristianos, es decir de Cristo, en grado pleno, únicamente cuando están unidos a Dios y al prójimo en el amor de Cristo. Si esto se consiguiera, el mundo sería la gran familia de Dios y un paraíso anticipado. Pero para esta tarea se necesitan apóstoles que quieran morir cada día por Cristo...
209. JESÚS ESTÁ PRESENTE
“Id..., haced discípulos...
Sabed que yo estoy con vosotros todos los días
Hasta el final de los tiempos”.
(Mt 28,19-20)
1. El apóstol ha sentido en su interior la llamada de Cristo: “Id, enseñad”. Es un fuego abrasador que le consume y le espolea a convertir la vida rutinaria en fecundidad de Nazaret. El apóstol no teme ir a los confines del universo, ni teme un largo aprendizaje en el duro bregar de la vida cotidiana y de convivencia con los demás.
2. El apóstol no va solo. No es más que labios de Cristo, brazos de Cristo, pies de Cristo. Es Cristo quien salva, habla, ora, sana. Cristo invisiblemente, el apóstol visiblemente. Es fácil pasar por cualquier dificultad cuando Cristo está presente. Solo así se explica la vida de Javier, de Teresa, de Charles de Foucauld... ¿Cómo puedo descubrir esta presencia de Cristo en mi vida...?
210. MAESTRA DE APÓSTOLES
Fueron corriendo y encontraron
a María y a José, y al niño...
María, por su parte, conservaba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores
Dando gloria y alabanza a Dios.
(Lc 2,16.19-20)
1. La madre de Cristo sigue siendo madre del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Cristo nace de ella. Ahora, en las almas, también. Ser apóstol, dar a Cristo sin un amor filial a María, es inventar un cristianismo al margen de Cristo. A Cristo se le encuentra, hoy como ayer, en el ambiente maternal mariano. Los apóstoles se forman en este ambiente. No encontrarás ninguna excepción. Si conocieras, amaras e imitaras más a María, reina de los apóstoles, tendrías más celo de las almas... El apóstol ha de tener “afecto materno” como María (Vaticano II). ¿Amo así a los hombres...?
2. El apóstol es muy dado a la vida interior. Como María. Precisamente porque ha de gastar su vida dando y transparentando a Cristo. Solo quien experimenta el encuentro personal con Cristo, se siente impelido a gastarse por él. De otra suerte, dice que quiere gastarse por Cristo, pero todo son palabras vacías. La norma es la de siempre: morir en Cristo para resucitar en él, tú y los demás. Si Cristo vive en tus pensamientos, deseos, palabras y obras, los demás encontrarán siempre a Cristo cuando se encuentren contigo...
DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBITEROS
Escrito por Super UserDIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBITEROS
El Sínodo de 1990 pidió que se redactara un Directorio para la vida sacerdotal y especialmente para la formación permanente. El Santo Padre acogió la petición y, con este objetivo, señaló claramente en Pastores dabo vobis las líneas básicas, invitando a "hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrollo por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).
El contenido del Directorio
El Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros (Congregación para el Clero, 31.1.94) responde a estas indicaciones y ofrece un programa de vida sacerdotal concreto, especialmente para el sacerdote diocesano y en el Presbiterio.
Al presentar la identidad del sacerdote (cap. I), el Directorio indica que ella "deriva de la participación específica en el sacerdocio de Cristo, por lo que el ordenado se transforma, en la Iglesia y para la Iglesia, en imagen real, viva y transparente de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.2).
Las dimensiones de la identidad (trinitaria, cristológica, pneumatológica y eclesiológica) se resumen con estas palabras: "Nuestra identidad tiene su fuente última en la caridad del Padre. Al Hijo... estamos unidos... por la acción del Espíritu Santo. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo" (n.3). "Deberán ser fieles a la Esposa y como viva imagen que son de Cristo Esposo, han de hacer operativa la multiforme donación de Cristo a su Iglesia" (n.13). Las exigencias misioneras son una consecuencia necesaria: "Enviado por el Padre por medio de Cristo, el sacerdote pertenece de modo inmediato a la Iglesia universal... Todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misionera" (n. 14).
En el ámbito de la comunión eclesial, el Presbiterio de la Iglesia particular deberá estructurarse como familia y fraternidad, donde el sacerdote debe encontrar todos los medios de santificación y de evangelización: "Es en el interior de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se revela toda identidad cristiana y, por tanto, también la específica y personal identidad del presbítero y de su ministerio" ( n.21). "La fraternidad sacerdotal y la pertenencia al Presbiterio son elementos característicos del sacerdote" (n.25). "El Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización" (n.27).
La espiritualidad sacerdotal (cap. II) se presenta en el contexto actual, subrayando la actitud relacional con Cristo: "El sacerdote necesita tener una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único protagonista principal de cada acción pastoral" (n.38). Esta espiritualidad se concretiza en la caridad pastoral: "La caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote" (n.43).
A la luz de la caridad del Buen Pastor, el sacerdote se dedica a los ministerios (predicación, sacramentos, guía de la comunidad: "Existe una íntima unión entre la primacía de la Eucaristía, la caridad pastoral y la unidad de vida del presbítero" (n.48).
El seguimiento evangélico (castidad, obediencia, pobreza) es una aplicación lógica de la caridad del Buen Pastor: ""El ejemplo es el Señor mismo... En su seguimiento, sus discípulos han dejado todo para cumplir la misión que les había sido confiada" (n.59).
Esta espiritualidad será posible con el ejemplo y la ayuda de María Madre especialmente de los sacerdotes: "La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (n.68).
Tanto la identidad (el ser y el obra sacerdotal) como la espiritualidad, necesitan una formación permanente adecuada, con indicación de las líneas doctrinales, objetivos y medios concretos (cap. III).
Espacio operativo para la Unión Apostólica
La Unión Apostólica tiene como objetivo promover la fraternidad sacerdotal que deriva del sacramento del Orden y de la pertenencia al Presbiterio de la Iglesia particular, en comunión con el propio Obispo y con el Sucesor de Pedro. Por tanto, intenta vivir la "Vida Apostólica" en la fraternidad del Presbiterio diocesano, proponiendo posibilidades de vida fraterna, con un proyecto de vida personal y de grupo.
El Directorio, al subrayar la importancia de vivir la realidad de gracia del Presbiterio (nn.25-27), invita a apreciar las "asociaciones" sacerdotales en el seno del Presbiterio (nn.29,88) y a poner en práctica la posibilidad de vida fraterna o comunitaria (nn.28-29,82,88) de acuerdo con la espiritualidad del sacerdote diocesano. Invita también a redactar un proyecto personal de vida sacerdotal (n.76).
Nos encontramos, pues, en una ocasión tal vez irrepetible para la Unión Apostólica. Los Presbiterios de toda la Iglesia intentarán poner el práctica las indicaciones entusiasmantes y profundas del Directorio. Qué "espacio operativo" (según la expresión de Pablo VI) queda para la Unión Apostólica?
El Directorio favorece y deja espacio ala iniciativa privada, ya sea de los individuos que de los grupos sacerdotales. A la Unión Apostólica le queda, pues, este "espacio operativo" a nivel personal y grupal o de revisión de vida. Con un proyecto tal como lo desea Pastores dabo vobis (n.79) y el Directorio (n.76), la Unión Apostólica puede convertirse en levadura para la animación del Presbiterio en todas sus dimensiones: humana, espiritual, intelectual y pastoral. Esta animación, por parte de la Unión Apostólica infundirá en estas cuatro dimensiones una línea más comunitaria y familiar, que es connatural a la "Vida Apostólica" del Presbiterio.
Juan Esquerda Bifet
EL CORAZON SACERDOTAL DE CRISTO EN LA VISION DE LA CRUZ DEL APOSTOLADO
Escrito por Super UserEL CORAZON SACERDOTAL DE CRISTO
EN LA VISION DE LA CRUZ DEL APOSTOLADO
Juan Esquerda Bifet
(Sumario)
Introducción
1. El misterio sacerdotal de Cristo desde sus "sentimientos"
2. Los amores más profundos del Corazón Sacerdotal de Cristo. Dimensión trinitaria
3. Los "sacerdotes" en el Corazón Sacerdotal de Cristo
4. Identidad sacerdotal: Sentirse realizado en el Corazón Sacerdotal de Cristo
5. En el "hoy" del Corazón Sacerdotal de Cristo, hacia las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal
A modo de conclusión
* * *
Introducción
La invitación evangélica, de "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37; cfr. Zac 12,10), es el momento culminante de una línea que cruza todo el evangelio de Juan. Se trata de "ver la gloria" de Jesús (Jn 1,14; 2,11) o, como dirá Juan en su primera carta, "ver" en toda su realidad al "Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).
En su costado abierto (como término análogo de su corazón), el discípulo amado (que había reclinado su cabeza sobre su pecho: Jn 13,23-25) quiere resumir el símbolo de su amor sacrificial, al que hay que mirar con fe (Jn 19,34-37), para descubrir allí la fuente del "agua viva" (Jn 7,37-39). "Sangre" indica una vida donada en sacrificio; "agua" es el símbolo de la vida nueva en el Espíritu (cfr. Jn 3,5; 7,39). Jesús resucitado, al aparecer a sus discípulos, comunicó el Espíritu Santo mostrando sus manos y su costado abierto (cfr. Jn 20,20-22.27). "Del costado de Cristo, muerto en cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).
Mi reflexión sobre el Corazón Sacerdotal de Cristo quiere ser una "lectura" del acontecimiento salvífico del costado abierto del Señor, a partir de su amor sacerdotal oblativo manifestado en la última cena: "Yo me inmolo por ellos" (Jn 17,19).
Se ha escrito mucho sobre el Corazón de Cristo y también sobre este mismo Corazón en su dimensión sacerdotal. Iré recogiendo en las notas los mejores estudios actuales sobre el tema, aprovechando sus aportaciones teológicas.[1]
Mi estudio se basa principalmente en una lectura detallada del libro de Concepción Cabrera de Armida, A mis sacerdotes. De ahí el título completo de mi aportación: "El Corazón Sacerdotal de Cristo, en la visión de la Cruz del Apostolado".[2]
Puedo ya anticipar, como resumen de mi estudio, que este Corazón inmolado corresponde a la realidad de Cristo, el "Sacerdote misericordioso y fiel" de la carta a los Hebreos (cfr. Heb 2,17). Es el "Corazón manso y humilde", según las mismas palabras del Señor (Mt 11,29). Precisamente por ello, es Corazón Sacerdotal que puede exigir a "los suyos" (Jn 13,1) una donación de totalidad.
Por el hecho de manifestarse con una donación amorosa de "dar la vida" (Jn 15,13), puede exigir a sus "amigos" un amor total de retorno: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Su inmolación es una mirada amorosa y suplicante al Padre: "Santifícalos en la verdad" (Jn 17,17).
Como es sabido, el libro A mis sacerdotes recoge las inspiraciones, a modo de "confidencias" o comunicaciones, del Corazón de Jesús a Concepción Cabrera de Armida, desde el 23 de septiembre de 1927 hasta el 28 de enero de 1931. Las principales "confidencias" sobre el sacerdocio las recibió Conchita a partir de los Ejercicios Espirituales (Morelia), dirigidos por Mons. Luis M. Martínez y que tuvieron como tema: "El interior del Corazón de Jesús". El arzobispo de México le había indicado también el objetivo concreto de estos Ejercicios: "Entrega total a la divina voluntad, dispuesta a todo".[3]
Las "confidencias" del Corazón Sacerdotal de Cristo han de interpretarse a la luz de su amor, que examina continuamente a "los suyos" sobre la entrega sacerdotal. Tienen, pues, un valor permanente. Pero su interpretación concreta está condicionada por los defectos y virtudes de los apóstoles de una época (1927-1931) y de una geografía concreta (México), aunque con perspectiva de universalismo eclesial, más allá del tiempo y del espacio circunstanciales. La naturaleza humana es básicamente la misma, con sus luces y sombras, en todas las culturas, latitudes y épocas históricas. El objetivo amoroso de la Encarnación del Verbo es siempre universalista: "Pedí a mi Padre bajar a la tierra para unificar el amor de las creaturas con el Suyo" (C.C. 60,55).
El sacerdocio de Cristo y el sacerdocio ministerial, participado por el sacramento del Orden, aparecen en las "confidencias" no por medio de una sistematización de conceptos, sino desde los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo. Precisamente por esta perspectiva del "Corazón", siempre en relación con la Cruz, el sacerdocio de Cristo y el nuestro se inserta, en el amor de Cristo a las almas, es decir, a la Iglesia esposa y a la humanidad entera.
En este sentido, las "confidencias" van dirigidas, en realidad a todo creyente sensible respecto a los amores de Cristo Sacerdote, aunque la publicación pueda haber sido reservada a los sacerdote ministros. El sacerdocio es un don del amor del Corazón Sacerdotal de Cristo a toda su Iglesia. Las "almas sacerdotales" lo comprenderán mejor.
En mi reflexión y estudio, me voy a ceñir a las exigencias sacerdotales que derivan de estas "confidencias", pero derivando a un "hoy" sacerdotal. Me refiero a la novedad evangélica que brota permanentemente del Corazón Sacerdotal de Cristo, como actualización de su oración sacerdotal y de su oblación en la Cruz.[4]
1. El misterio sacerdotal de Cristo desde sus "sentimientos"
En el evangelio, Jesús habla de su Corazón para resumir sus actitudes internas manifestadas en su actuación externa: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Los sentimientos de Cristo se van expresando de diversas maneras: compasión (Mt 15,32), admiración (Mt 8,10), gozo y agradecimiento (Lc 10,21), queja por incredulidad (Mt 15,8-9), tristeza (Mt 26,37-39), amistad (Jn 15,13-16), invitación a creer (Jn 20, 27-29).
En las "confidencias", el misterio sacerdotal de Cristo aparece en todos sus elementos esenciales: es Dios y hombre, el Verbo Encarnado y, por ello mismo, Salvador, Redentor, Mediador. Su ser, de Dios hecho hombre, se expresa en su obrar, especialmente por su victimación. Es Sacerdote y Víctima.
Estas realidades sacerdotales van aflorando desde las vivencias del Corazón de Cristo. Parece como si se recordaran momentos evangélicos en los que Cristo muestra su "compasión" (Mt 15,32) y también su "gozo" (Lc 10,21). Quien lee las "confidencias", reconoce sus propios defectos (al menos en su raíz) y se siente invitado a entrar en el Corazón de Cristo o a meter su mano en él como Santo Tomás (cfr. Jn 20,27).
La realidad del Corazón Sacerdotal de Cristo se expresa como victimación perfecta, en cuanto que es el Corazón de Dios hecho hombre. Cristo tiene "Corazón de hombre", pero con un amor "divinizado por el Verbo eternamente". De esta realidad, Jesús tiene conciencia "desde el primer instante de la Encarnación", precisamente para poder asumir el "papel de víctima".[5]
Es Corazón divino: "Ha llegado el tiempo de hacer brillar la Divinidad de mi Corazón". Pero es el Corazón del "Verbo hecho carne". Por esto se invita a un "conocimiento interno" de este Corazón:
"Ha llegado el tiempo de hacer brillar la Divinidad de mi Corazón; de hacer amar más y más al Verbo hecho carne... Ha llegado el tiempo de desarrollar en toda su plenitud el conocimiento interno de mi Corazón... No es conocido en todas su fibras mi Corazón... Mis sacerdotes transformados en Mí, conocerán en toda su extensión, las intimidades dolorosas y tiernas de mi Corazón divino para darlas a gustar a las almas" (A mis sacerdotes, cap. LXX).
Por tratarse del Corazón del Verbo encarnado, es un "volcán de fuego divino", que encierra "abismos de ternura" (ibídem, LXI). Es el "Corazón de Dios-hombre", que entrega sus "amores", es decir, "las almas" a los sacerdotes para que cuiden de ellas (ibídem, LXXX).
Por ser Corazón humano, puede sentir "penas íntimas, delicadas e internas" (ibídem, XIV). En él "caben todas las ingratitudes", pero también "todos los afectos para agradecerlos" (ibídem, LXXIII).
Ese Corazón Sacerdotal, divino y humano, sorprende por su "misericordia infinita" (ibídem, CIX). A ese Corazón, abierto en la Cruz, hay que mirar para dejarse cautivar por él:
"¿Qué, no dejé romper mi Corazón sólo para manifestar mi amor y para que cupieran ahí los hombres y se salvaran con mi ternura?" (A mis sacerdotes, cap. CX).[6]
Así es el Corazón de Cristo Sacerdote, lleno de amor divino y humano, expresado en ternura que exige totalidad:
"Es preciso enseñar más intensamente, a amar mi Corazón en todas sus propiedades; su amor humano, pero derivado del amor divino; a enseñar a las almas lo más íntimo de mi Corazón de amor, sus dolores... divinizados y salvadores. En mi Corazón, sólo su forma y sus latidos es lo que tiene de hombre, aunque divinizado; pero sus dolores redentores son divinos; su vergüenza ante el Padre celestial al querer cubrir la humanidad culpable es divina" (A mis sacerdotes, cap. LXX).
"En mi Corazón, cupo el amor divino con el amor humano, el amor de un Dios con todo el purísimo amor del hombre!" (ibídem, cap. CXII). "Yo en el sacerdote soy el que me inmolo" (ibídem, LXXI).
María es siempre el trasfondo materno de este Corazón Sacerdotal: "Desde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen no ha cesado de ofrecerme a Él (al Padre) como Víctima venida del cielo para salvar el mundo...Me alimentó para ser Víctima y consumó la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado... Siempre María me ofreció al Padre, siempre desempeñó cierto papel sacerdotal, al inmolar su Corazón inocente y puro en mi unión" (A mis sacerdotes, cap. XCVI).
2. Los amores más profundos del Corazón sacerdotal de Cristo. Dimensión trinitaria
El cruce de "miradas" entre el Padre y el Hijo deriva hacia la expresión personal en el Espíritu Santo, cerrando el círculo de la Trinidad en la máxima unidad de Dios Amor.
De esta vida trinitaria deriva el amor a la humanidad entera y al hombre concreto en toda su integridad ("las almas"). Ese amor se concreta especialmente en la Iglesia entera como esposa y partícipe del sacerdocio de Cristo. Y de modo todavía más particular, ese amor se manifiesta hacia quienes, como sacerdotes ministros, son, en el tiempo, la prolongación personal de Cristo Sacerdote. Todo proviene de la unidad amorosa de la Trinidad y todo camina hacia la participación en ella por el proceso de santidad.
De este cruce de miradas se desprende el sentido sacrificial de "dar la vida" (cfr. Mc 10,45; Jn 10,15; 15,13; 17,19) como clave para entender el Corazón abierto en la Cruz.[7]
En las "confidencias", el lector se siente sumergido en la oración sacerdotal de Cristo durante la última cena. Es oración dirigida al Padre, en el amor o "gloria" del Espíritu Santo, para el bien de "los suyos". Parece como si el gozo más profundo de Cristo se resumiera en esta expresión: "Los has amado como me has amado a mí" (Jn 17,23).
En la oración sacerdotal, Jesucristo habla de su amor al Padre en el Espíritu Santo, de su amor a la Iglesia y a todas las almas, de su amor de predilección a sus sacerdotes, para llevar a toda la humanidad a la participación del misterio trinitario: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).
Los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo, por expresarse en el cruce de miradas entre el Padre y el Hijo (con la consecuente expresión "personal" del Espíritu Santo) y por asumir responsablemente la suerte de la humanidad entera, se convierten en un martirio victimal: "Éstos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre" (A mis sacerdotes, cap. II).
Este amor del Corazón Sacerdotal de Cristo, que busca glorificar al Padre y salvar las almas, es fuente de su dolor: "Mis anhelos de sufrir que no se han agotado, por la fiebre que aún consume mi Corazón de amor de glorificar al Padre y de darle almas.... El amor y el dolor que no pueden separarse, porque ambos forman la sustancia de mi Corazón" (ibídem, LXII).
La inmolación sacerdotal de Cristo en la Cruz consiste principalmente en este amor de su Corazón, que alcanza los frutos de la redención: "Le muestro (al Padre) en favor de los sacerdotes y de mi Iglesia, mi Corazón herido, le hago sentir lo que Yo siento en favor de mis ministros culpables... Le presento al Sacerdote eterno, del cual participa mi Iglesia santa. Esta fibra lo conmueve, lo desarma" (ibídem, CXIII).
Esta realidad íntima del Corazón Sacerdotal de Cristo se hace vivencia en el mismo sacerdote:
"Yo soy el sacerdote quien mira a mi Padre" (A mis sacerdotes, cap. II).
"Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre, mis sacerdotes... y en esa mirada eterna (del Padre), que yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno... ese nacer y vivir injertados en Mí, por el germen divino y santo de su vocación" (ibídem, LXXVII).
"Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (ibídem, CVI).
"Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (ibídem, LIV).
3. Los sacerdotes en el Corazón sacerdotal de Cristo
El título de las "confidencias" (A mis sacerdotes) recuerda la expresión evangélica "los suyos", que señala el inicio de la pasión (cfr. Jn 13,1), así como otras palabras de la oración sacerdotal: "Los que tú me has dado... el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,6.26). En su ser y vivencia, el sacerdote es signo personal o "gloria" de Cristo (Jn 17,10).
Es el mismo amor de Cristo el que se expresa así: "Mis sacerdotes"... Se puede auscultar en esta afirmación el eco de otras expresiones evangélicas llenas de cariño y ternura: "Mis hermanos" (Jn 20,17), "mi Iglesia" (Mt 16,18), "mi viña" (Mt 20,4), "mi Madre" (Lc 8,21)...
El sacerdote ministro aparece en su ser (ungido por el Espíritu Santo), en su obrar (para prolongar la misma misión de Cristo) y en su vivencia, traducida en imitación, unión, transformación y relación amistosa con Cristo. Los sacerdotes son "otros Yo mismo", "otra Eucaristía ambulante" , "Eucaristía viviente" (A mis sacerdotes, cap. CXII). De su transformación en Cristo y de su vida de unidad (con el propio Obispo y con los demás sacerdotes) dependerá el cumplimiento de los grandes planes de Dios Amor sobre toda la humanidad ("las almas").[8]
Del Corazón Sacerdotal de Cristo van emanando expresiones de cariño en torno a la afirmación "son otros Yo":
"Mi Corazón completará su reinado a medida que tenga sacerdotes como él" (ibídem, cap. XXXIII). "Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (ibídem). "Engendrados por el Padre, nacieron en mi Corazón por amor, es decir, por el Espíritu Santo" (ibídem, cap. XXXIV). "Para espiritualizar al mundo, necesito almas interiores de sacerdotes, poseídas del Divino Espíritu... corazones como mi Corazón, sacerdotes como el sumo y eterno Sacerdote... que se transformen en Mí" (ibídem, cap. LXXI). "¡Quiero volverlos a mis brazos y estrecharlos contra mi Corazón y comunicarles fuego, vida!" (ibídem, cap. LXXIX). "Si los sacerdotes son otros Yo, tienen que llevar en sí mismos los mismos sentimientos que Yo" (ibídem, cap. LXXXIII.
Los sentimientos del Corazón Sacerdotal de Cristo crucificado piden a quienes "nacieron en mi Corazón por amor" (A mis sacerdotes, cap. XXXIV), que sean "corazones con mi Corazón" (ibídem, cap. LXXI). El ser sacerdotal convierte a los ordenados en "fibra santa" de su Corazón. Del ser se pasa al obrar y a la vivencia, que tiene siempre dimensión mariana y eclesial:
A) El ser y el obrar del sacerdote:
"Engendrado por el Padre y nacido por el Espíritu Santo en mi Corazón; porque los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (A mis sacerdotes, cap. XXXIII).
"Creé a mis sacerdotes, y engendrados por el Padre, nacieron en mi Corazón por amor, es decir, por el Espíritu Santo... y cuando el Verbo se hizo hombre, en su Corazón nació la Iglesia" (ibídem, cap. XXXIV).
"¿Nos figuramos esos otros Yo en el mundo... que atraen y abrasan en el amor a las almas y las hacen arder por medio de mi Corazón, de la Cruz, del Espíritu Santo, para gloria de mi Padre?... otros Yo, convertidos en Mí" ibídem, cap. LII).
"En el sacerdote me veo a Mí mismo... veo a mi Iglesia amada y a miles de almas... Y éste es un tormento para mi Corazón filial capaz de darme la muerte... Por la Ordenación sacerdotal, adquieren un sello divino... En la ordenación se les da la fecundidad... Yo me formo en el corazón del sacerdote por el Espíritu Santo con la fecundación del Padre, y por esto vivo en ellos y ellos debieran vivir en Mí" (ibídem, cap. CXVI).
"Él (el sacerdote) es Jesús, queda en su alma la estela de la encarnación... al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima (ibídem, cap. LIV).
B ) La vivencia del sacerdote:
"Hay que pedir para que los sacerdotes sean víctimas con la Víctima divina" (A mis sacerdotes, cap. III).
"Me representan y que Yo vine al mundo a servir y no a ser servido... y lastiman mi Corazón" (ibídem, cap. XIV).
"Mis sacerdotes, es decir, el grupo escogido de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor"... (ibídem, cap. XXXII).
"Según los deseos de mi Padre y los ardientes anhelos de mi Corazón... necesitan ser otros Yo" (ibídem, cap. XLII).
"Para espiritualizar al mundo, necesito almas interiores de sacerdotes, poseídas del Divino Espíritu... corazones como mi Corazón, sacerdotes como el sumo y eterno Sacerdote... que se transformen en Mí... el Sacerdote soy Yo... Yo en el sacerdote soy el que me inmolo... en favor del mundo" (ibídem, cap. LXXI).
"Si los sacerdotes son otros Yo, tienen que llevar en sí mismos los mismos sentimientos que Yo" (ibídem, LXXXIII).
"Deben mis sacerdotes asemejarse a mi Corazón en su manera íntima de sentir, sobre todo, respecto a mi Padre celestial, una sola cosa Conmigo y con el Espíritu Santo" (ibídem, cap. XC).
"Confianza les pide mi Corazón todo indulgente y bondad... son mi imagen en la tierra, y trato de que sean otros Yo mismo, de transformarse en Mí... ¿Comprenden los anhelos de mi Corazón... que anhela la santificación de mis sacerdotes?" (ibídem, cap. XCIV).
"Así quiero a todos mis sacerdotes Hostias, en el copón de mi Corazón" (ibídem, cap. CII).
C) Con María y como Ella:
"Formar a Jesús en el corazón de los sacerdotes... éste es el papel de María" (A mis sacerdotes, cap. XCVII).
"Así María ensanche más su Corazón y su ternura de Madre en cuanto ve más perfecta mi imagen en el sacerdote" (ibídem, cap. XLVIII).
"Ella cuida la semilla santa que el Espíritu Santo pone en el corazón del sacerdote... formando los rasgos de Jesús... encarnación mística... puede hacer... el reflejo de esa misma Encarnación místicamente... A los Apóstoles y a mi naciente Iglesia, María les reveló los secretos de mi Corazón" (ibídem, cap. XCVIII).
En resumen, el lugar que los sacerdotes ocupan en el Corazón Sacerdotal de Cristo es de identificación, imitación, sintonía y transformación. Las afirmaciones del Señor son muy expresivas: "Son mi mismo Corazón" (ibídem, cap. CXIII), "otros Yo mismo" (ibídem, cap. CXII). Por esto:
"Es un martirio para mi Corazón de amor el ver cortado un sarmiento a su Vid que soy Yo" (A mis sacerdotes, cap. CXLV).
"El Sacerdocio, que es como otra Eucaristía ambulante... mis sacerdotes... no sólo deben ser copones que me contengan, sino otros Yo mismo, mi mismo Cuerpo, mi misma Sangre, en su transformación en Mí" (ibídem, cap. CXII).
"Los sacerdotes... son mi mismo Cuerpo, mi misma Sangre, mi mismo Corazón, son mis esperanzas en la Iglesia" (ibídem, cap. CXIII).
"El Verbo se hizo carne, como para formar en la tierra esa legión santa de los sacerdotes, ideal del Padre, engendrados en su mente; fruto del Espíritu Santo en su fruto Jesús, Yo, primer Sacerdote, formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre Dios" (ibídem, cap. CXX).
4. Identidad sacerdotal: Sentirse realizado en el Corazón sacerdotal de Cristo
Ser consciente y feliz con lo que uno es y hace, constituye su identidad. Al leer las "confidencias", el sacerdote se siente amado por el Corazón Sacerdotal de Cristo, profundamente relacionado con él, interpelado para mejorar y fecundo, especialmente a través de las cruces de la vida y del ministerio sacerdotal.
Estas "confidencias" sólo pueden captarse desde los amores de Cristo, "de corazón a corazón" (A mis sacerdotes, cap. XCIII; cfr. Jn 13,23). Las expresiones de ternura de parte del Corazón de Cristo Sacerdote llegan a un lirismo de antología. Sólo a partir de esa ternura misericordiosa se pueden comprender las correcciones concretas, los exámenes y las descripciones detalladas de defectos y pecados en el ejercicio del ministerio y en la vida sacerdotal, de quienes son calificados como "mis sacerdotes", "los míos, los que debieran ser otros Yo y que no lo son" (ibídem, cap. XXII).
Ese amor de Cristo es oblativo, de Sacerdote y Víctima: "por ellos yo me inmolo" (Jn 17,19). Habla, pues, el Corazón de Cristo, manifestando una vez más su amor "hasta el extremo" (Jn 13,1), en donación plena y permanente, presente en la Eucaristía por ministerio de sus sacerdotes. Y, por esto, también manifiesta su dolor, porque "los suyos" no siempre le aman con un amor de retorno. Es, pues, una declaración de amor que pide a gritos una respuesta generosa: "Como mi Padre me amó, así os he amado yo; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).
No queda faceta ministerial que no tenga su examen de amor de predilección, que denuncia los defectos sin paliativos y que anima a las personas sin humillarlas, como saben hacer los enamorados. Se denuncia con franqueza todo lo que lastima la finura, la delicadeza y la ternura del Corazón de Cristo Sacerdote (A mis sacerdotes, cap. XXXI). Por esto, todo el libro es "una lección de amor" (ibídem, cap. X), impartida por un Corazón "conmovido" (ibídem, cap. CVII). No existe el tono de tragedia, sino sólo el de esperanza. Jesús, también ahora, sigue hablando con el Corazón en la mano.
Estos textos son como "llamas" o "gritos" del Corazón de Cristo, que no puede admitir componendas en "los suyos". La palabra "quiero" se repite con insistencia. "Tengo sed de amor sacerdotal... sed de corazones sacerdotales todos míos" (A mis sacerdotes, cap. LXXII); "necesito sacerdotes con el fuego del Espíritu Santo" (ibídem, cap. LI), "una legión de sacerdotes santos, transformados en Mí mismo, que cubran la faz de la tierra que la evangelicen con palabras y obras" (ibídem, cap. CVII).
En las "confidencias" aparecen los contenidos bíblicos del corazón humano. Sólo Dios conoce el corazón (1Sam 16,7; Sal 44,22). Y es el mismo Dios quien lo escruta, prueba, purifica y renueva (Sal 7,10; 51,12; Ez 36,26), para escribir en él su ley (Jer 31,33) y exigir un amor de totalidad (Deut 4,29). El corazón está sano cuando sabe escuchar la Palabra de Dios (Os 2,16; cfr. Lc 2,19.51).
Dios quiere trasformar el corazón de piedra en "un corazón nuevo" (Ez 18,36; 36,26), para que todos se vuelvan a él "con todo el corazón" (Jl 2,12). En este corazón unificado por el amor, "habita Cristo por la fe" Ef 3,17) y el Espíritu Santo comunicado por el Padre (Rom 5,5). Entonces la comunidad eclesial puede llegar a ser "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32; cfr. Ez 11,19).
El sacerdote que lee estas "confidencias" del Corazón Sacerdotal de Cristo, se siente, pues: A) amado, B) relacionado y acompañado, C) interpelado, D) fecundo espiritual y apostólicamente.[9]
A) Saberse profundamente amado por Cristo:
"Mi primer amor, después de mi Padre, es María; y después mis sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas" (A mis sacerdotes, cap. VIII).
"Mi Iglesia es de amor, porque Yo soy amor...¡Es terrible para la ternura de mi Corazón perder un alma de sacerdote para siempre!... ¡Quiero encontrar un corazón donde desahogar la amargura infinita del mío!" (ibídem, cap. LXVIII).
"Éste es mi Corazón, vibrante de ternura y de dolor por mis sacerdotes" (cap. 117). "Los llevo desde la eternidad en los abismos ternísimos de mi Corazón... Nacidos en mi Corazón" (ibídem, cap. CXX). "Éste es mi Corazón, vibrante de ternura y de dolor por mis sacerdotes" (ibídem, cap. CXVII)."Pedazos de mi Corazón" (ibídem, cap. CXIX).
"Y en ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia... Mi vida fue su anuncio; el Calvario, su cuna con María... Y así se engendraron mis sacerdotes y nacidos en mi Corazón, ¿cómo no amarlos con pasión divina? ¿Cómo no los ha de ver el Padre con la ternura misma que me ve a Mí?... si nacieron de mi Corazón" (ibídem, cap. XXXIV).
"Nacieron a impulsos de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la cruz" (ibídem, cap. XXXV).
"Es preciso amar a los sacerdotes como los amo Yo... con mi Corazón todo caridad y ternura, como quien dio la Sangre y la vida... A los sacerdotes indignos los amo más... ¿No quieren acompañarme, no quieren consolarme? Mi mayor consuelo es darme sacerdotes santos, transformados en Mí... Siempre mi Corazón se inclina a la misericordia, al perdón... Son míos por doble donación de mi Padre y del Espíritu Santo, que me ungieron con el Sacerdocio eterno, y todos dependen de Mí y todos son uno en Mí, su Cabeza, su Corazón..." (ibídem, cap. CXVI).
"Éste es mi Corazón para el sacerdote; su principio amoroso en el seno del Padre, un mar doloroso desde el seno de María" (ibídem, cap. CXX).
B) Sentirse relacionado con Cristo y acompañado por él:
"La falta de amor es lo que más contrista mi Corazón" (A mis sacerdotes, cap. X). "Quiero su perfección y santificación" (ibídem, cap. XXXI).
"Muchos medios les he dado para activar esa transformación que vengo persiguiendo, ya con mis quejas... y muchas veces con amor que pide, con amor que perdona, con amor que suplica, con amor que ofrece, con amor que no mide" (ibídem, cap. LXXVI).
"El remedio para un sacerdote, tentado en su vocación, es orar, descubrirse a su Obispo, y buscar refugio en mi Corazón y en María" (ibídem, cap. XXII).
"¡Quiero volverlos a mis brazos y estrecharlos contra mi Corazón y comunicarles fuego, vida! Todo esto quiero en estas confidencias secretas y de mi Corazón todo ternura y caridad... en donde esté un solo sacerdote, estaré Yo obrando, atrayendo, purificando y santificando" (ibídem, cap LXXIX).
"En estas confidencias íntimas, de corazón a Corazón, les voy a confiar un secreto que dejé traslucir: la debilidad, le llamaremos así, del Corazón de un Dios Salvador, de Jesús Redentor... Es el amor que me vence... que me hace abajarme y olvidar... besar, y estrechar contra mi Corazón ardiente a las almas pecadoras, a las almas ingratas" (ibídem, cap. CXIII).
"Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes... ¡Si ellos son como las entrañas de mi alma, si los llevo desde la eternidad en los abismos ternísimos de mi Corazón!... Nacidos en mi Corazón" (ibídem, cap. CXX).
"María fue siempre el espejo donde se reflejaba mi Corazón con todas sus torturas... mis sacerdotes, porque desde la Encarnación los he llevado en sus vocaciones sacerdotales, ahí dentro, muy dentro y he alimentado y comprado esas vocaciones con los dolores íntimos de mi Corazón... que eso me costó la Iglesia el precio sin precio de los íntimos y crueles martirios de mi Corazón" (ibídem, cap CXXXIX).
C) Sentirse interpelado para entregarse del todo:
"Es un bien que les hago a mis sacerdotes, al señalarles lo que me hiere... lo que lastima la finura y delicadeza y ternura de mi Corazón. Quiero conmoverlos; quiero su perfección y santificación" (A mis sacerdotes, cap. XXXI).
"Por eso me duelen en lo más íntimo sus desconfianzas, sus alejamientos... si los amo con la ternura de todas las madres!" (ibídem, cap. XCIV).
"Que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que o quiero, que amen como Yo amo... Que las almas pidan sin cesar... porque Yo sea glorificado en mis sacerdotes transformados en Mí... esas almas predilectas de mi Corazón" (ibídem, cap. CVI).
"Y Yo debiera ser su vida misma... son los sacerdotes para Mí, mis manos, mis obreros, mi mismo Corazón... En el sacerdote me veo a Mí mismo... veo a mi Iglesia amada y a miles de almas... Y éste es un tormento para mi Corazón filial capaz de darme la muerte"(ibídem, cap. CXVI).
"Las almas me costaron el precio de mi Sangre... y las almas de más sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y dolores íntimos que son el precio sin precio de mis sacerdotes amados" (ibídem, cap. CXX).
"Me duelen esos miembros de mi Cuerpo sacerdotal, esas como sangrías a mi Iglesia amada... Porque para Mí mis sacerdotes son como la médula, la sustancia de mi Corazón" (ibídem, cap. CXXI).
D) Ser fecundo espiritual y apostólicamente:
"Y cuánto ama mi Corazón a las almas de mis sacerdotes y cómo ansío reflejar en ellas mis misterios!" (A mis sacerdotes, cap. LIV).
"Los dolores y sufrimientos de un sacerdote transformado en Mí son penas y sufrimientos redentores... Este es un punto muy serio y muy capital; ésta es una fibra dolorosa de mi Corazón que hoy descubro, el desperdicio de los sufrimientos sacerdotales" (ibídem, cap. LXXVV).
"Hemos llegado al punto culminante... asemejarse al Hijo es asemejarse al Padre... es reflejar al Padre, identificarse con el Padre, es ¡ser padre!... Cuántos sacerdotes han pasado por alto estas delicadezas de mi Corazón" (ibídem, cap. LXXXVIII).
"En la ordenación se les da la fecundidad" (ibídem, cap. CXVI).
5. En el "hoy" del Corazón Sacerdotal de Cristo, hacia las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal
La Iglesia ha ido viviendo y experimentado, en el decurso de dos milenios, que "el amor de Cristo excede todo conocimiento" (Ef 3,19). Los Padres presentaban ese amor con el símbolo de su corazón. Desde la Edad Media, se fue generalizando la devoción al Corazón herido de Jesús, como término de un camino espiritual: por sus pies (purificación) y sus manos (iluminación), para entrar en su Corazón (unión). Desde las revelaciones privadas a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), se hizo más popular esta devoción.
El magisterio pontificio (e.g. enc. Haurietis Aquas, de Pío XII, 1956) ha ido presentado a la comunidad eclesial algunos aspectos de esta devoción: naturaleza, objetivos, medios. Se ha hecho hincapié en el amor de Cristo simbolizado por su Corazón (en lenguaje bíblico), se ha descrito su amor (en armonía y unidad: divino, humano, espiritual y sensible), se ha invitado a la respuesta de amor, confianza, reparación. El Corazón de Cristo es "la síntesis de todo el misterio de nuestra redención", porque "a nuestro divino Redentor le clavó en la cruz la fuerza de su amor" (Pío XII, Haurietis Aquas).
En el campo apostólico, se ha instado a vivir el amor de Cristo al estilo de San Pablo: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (1Cor 5,14-15). Ordinariamente se ha unido ese anhelo apostólico al tema de la "sed" de Cristo (cfr. Jn 19,28).
Hoy la Iglesia, al señalar las líneas básicas de la espiritualidad sacerdotal, acentúa el aspecto relacional con Cristo y de sintonía con los sentimientos de su Corazón. La "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13) y la caridad pastoral encuentran su fuente en los amores del Corazón Sacerdotal de Cristo.[10]
Si, como hemos dicho más arriba, Cristo sigue hablando con el Corazón en la mano, es para invitar a entrar en él. Esta invitación de las "confidencias" nos conduce a comprender mejor la afirmación de la exhortación Pastores dabo vobis: "La espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (PDV n. 49). "El corazón de Dios se ha revelado plenamente a nosotros en el Corazón de Cristo Buen Pastor. Y el Corazón de Cristo sigue hoy teniendo compasión de las muchedumbres y dándoles el pan de la verdad, del amor y de la vida, y desea palpitar en otros corazones, los de los sacerdotes" (PDV n. 82).
A mis sacerdotesva presentando estas mismas realidades de gracia, con la terminología de su época y con una fuerte dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica y eclesiológica: los amores del Corazón de Cristo Sacerdote afloran en cada página de las "confidencias":
"Estas Confidencias han tenido por objeto unir a todos los sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí" (ibídem, cap. LXIV). "Para esto he tocado el corazón del sacerdote en todas sus fibras principales en estas confidencias amorosas... y abierto ante sus ojos horizontes de perfección" (ibídem, cap LXV). "Estas confidencias... si han sido y son un desahogo de mi Corazón amargado, llevan siempre el fin de llegar al fondo de las almas sacerdotales" (ibídem, cap. XCV). "Y Yo prometo que estas Confidencias del Corazón de un Dios hombre conmoverán y darán copioso fruto a mi Iglesia y una grande gloria a la Trinidad" (ibídem, cap. LX).
Si se leen estas "confidencias" con sencillez, sin prisas y con el corazón abierto a la gracia, nadie se siente cohibido, sino más bien invitado a avanzar con alas desplegadas por el camino de la santidad, y a profundizar muchos temas básicos de espiritualidad cristiana y sacerdotal: la vida trinitaria en sí misma y participada, la Encarnación del Verbo en su aspecto sacerdotal desde el seno de María, la acción renovadora del Espíritu Santo, la espiritualidad de la Cruz, el Corazón de Cristo Sacerdote en sus vivencias más hondas, la cercanía materna de la Santísima Virgen, el misterio pascual presente en la Eucaristía (sacrificio, presencia y comunión), la Iglesia esposa y madre, el sacerdocio ministerial y el sacerdocio de los fieles en su relación mutua, el celo misionero sin fronteras, etc.[11]
Cada uno se siente invitado a encontrar, a la luz de la fe, un sitio privilegiado y reservado en el Corazón de Cristo, como una "fibra" del mismo o como parte de su misma biografía. "El Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido en cierto modo con todo ser humano" (Gaudium et Spes n.22). Desde la Encarnación, "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (Tertio Millennio Adveniente 10). En esta perspectiva podrán entenderse las "confidencias" cuando hablan de la "Encarnación mística" o participada y vivida por el camino de la perfección.
Las nuevas singladuras de la espiritualidad sacerdotal pasan por el Corazón Sacerdotal de Cristo. A la luz de este Corazón, en la visión de la Cruz del Apostolado (según Concepción Cabrera de Armida), la espiritualidad sacerdotal se hace eminentemente: A) Eucarística, B) mariana, C eclesial, D) misionera, E) de comunión fraterna, F) de entrega sincera a la santidad.
A) Centralidad de la Eucaristía en la espiritualidad sacerdotal:
"Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así" (A mis sacerdotes, cap. CXII).
"Los sacerdotes me deben pues vocación, María, Sangre, plegarias, vida, Esposa, transformación, y ese más que representarme en la tierra, el que sean otros Yo mismo en las Misas... ser otros Yo en todo instante y ocasión, que es lo que vengo buscando" (ibídem, cap. LXXXVIII).
B) Dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal:
"Mi primer amor, después de mi Padre, es María; y después mis sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas" (A mis sacerdotes, cap. VIII).
"María quiere sacerdotes vírgenes... Tienen los sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María y los latidos más amorosos y maternales de ella, después de consagrarlos a Mí, son para los sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma en el mundo" (ibídem, cap. XLVII).
"Me alimentó para ser Víctima y consumó la inmolación de su alma al entregarme para ser crucificado... Siempre María me ofreció al Padre, siempre desempeñó cierto papel sacerdotal, al inmolar su Corazón inocente y puro en mi unión... su íntima presencia con él (con el sacerdote) en el altar... en su Corazón, eco fidelísimo del Mío y elemento necesario para el fundamento de mi Iglesia a la vez que para el sostén espiritual de mis Apóstoles y primeros discípulos" (ibídem, cap. XCVI).
"Si María es Esposa del Espíritu Santo, también es para engendrar de El, las vocaciones sacerdotales que sirven en la Iglesia... mi Madre que toda era para Mí... cuyo Corazón palpitaba al unísono del Mío... Pero fue preciso para mi tierno Corazón el crucificarla" (ibídem, cap. XCVII) [12]
C) Dimensión eclesial de la espiritualidad sacerdotal:
"Quiero sacerdotes celestiales, tales como los necesita mi Iglesia y ha concebido mi Corazón" (A mis sacerdotes, cap. XV).
"Se falta a la fidelidad a la Iglesia... los sacerdotes que tales monstruosidades cometen con mi Iglesia no saben lo que hacen, no han penetrado en mi Corazón" (ibídem, cap. LXXXIV).
"Desde la eternidad estaba destinada para mis sacerdotes esa Esposa, la Iglesia, brotada de mi Corazón en la Cruz" (ibídem, cap. LXXXVIII).
D) Dimensión misionera de la espiritualidad sacerdotal:
"Mi Iglesia es Madre, y sus sacerdotes deben tener para con los pobres entrañas maternales... ¡cuántas veces se estremece mi Corazón de pena ante las injusticias con que humillan mis sacerdotes a esas amadas almas!... Yo quiero llamar la atención sobre este punto que lastima la caridad de mi Corazón... quiero que los míos me imiten y tengan un mismo corazón con todas las almas y vean en ellas sólo a Mí, porque reflejan la Trinidad cuya imagen llevan" (ibídem, cap. XXVII).
"La Iglesia que es madre... y en su corazón, como en el Mío, caben todas las almas... Mi Corazón es infinitamente bueno; sabe olvidar, perdonar y ¡amar!... si todos mis sacerdotes... se transformaran en Mí, me amaran a Mí y en Mí a las almas, sólo en Mí, serían felices" (ibídem, cap. LXXXI).
E) Espiritualidad de comunión fraterna:
"Una petición amorosísima de mi Corazón: el hacerlos UNO con el UNO... Quiero... unificándolos con todo lo que soy y tengo mío para consumarlos desde la tierra en la unidad de la Trinidad" (ibídem, cap. LXXI).
"Quiero que todos los sacerdotes vengan a Mí... que realicen ese grito secular de mi Corazón, la consumación de todos en uno, en mi Padre y en el Espíritu Santo, en la unidad perfecta de la Trinidad!" (ibídem, cap. LXXXII).
"Allí (en los Seminarios) tengo Yo mis ojos y también mi Corazón" (ibídem, cap. XXVIII).
"Ése debe ser el oficio de los Obispos, ofrecerse en Mí al Padre en favor de los sacerdotes... No basta que se lamenten, sino que se inmolen" (ibídem, cap. CXVI).
"Que tengan un solo corazón, el mío" (ibídem, cap. LVII).
"Yo aseguro que si los sacerdotes todos a una, en la unidad de la Trinidad, emprenden este gran impulso santificador y divino... será éste un consuelo para la Santa Sede y un grande obsequio para mi Corazón... El Corazón de María, nido purísimo del Espíritu Santo, nos conducirá a El" (ibídem, cap. LXXX).
F) Entrega incondicional a la santidad:
"Quiero obsequiar a mi Padre, delicia de mi Corazón, con sacerdotes modelos" (A mis sacerdotes, cap. XXXV).
"¿Cómo no ha de sentir mi Corazón vivos anhelos de caridad infinita hacia mis sacerdotes para tomarlos puros, santos y transformados en Mí, para ofrecerlos así a mi Padre?" (ibídem, cap. LXXII).
"El Concilio futuro tendrá y dará frutos de vida eterna (esto es del año 1928)... ¡Cómo mi Corazón palpita y ansía esta época de transformación en Mí y de triunfo para mi Iglesia!... como si fueran Conmigo... un mismo corazón... han lastimado años y más años la delicadeza y ternura de mi Corazón de amor. Hasta lo más hondo, hasta lo más íntimo, quiero hacer la luz en el corazón de mis sacerdotes" (ibídem, cap. LXXXV).
A modo de conclusión
El Corazón Sacerdotal de Cristo, descrito en las "confidencias" del Señor a la Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida, es siempre de "misericordia y amor". Es "el Corazón más amante y más doloroso... fuente de todo bien y de toda luz, gracia y misericordia" (Ap. C. 43 a). A su luz, todo dolor se transforma en donación. "Feliz el que se interne en el Corazón de la Cruz, rompiendo su corteza, porque ése penetra en el Corazón de un Dios-hombre" (C.C. 6,139).
La caridad del Corazón Sacerdotal del Buen Pastor, del "Verbo hecho carne, sacrificado por amor" (C.C. 33, 272), se prolonga en sus sacerdotes. Entonces el "dolor sufrido por amor, fecunda" (C.C. 55, 178). El dolor, convertido en donación, es "la Cruz divinizada por el Hijo" y convertida en "escalón para subir al amor de caridad" (C.C. 6, 123).
La espiritualidad sacerdotal es sintonía con el Corazón Sacerdotal de Cristo, quien se entrega a sí mismo, haciendo que el sacerdote ministro entre en la dinámica de su mirada al Padre en el amor del Espíritu Santo. Cuando el sacerdote se identifica con esta mirada de Cristo, "de corazón a Corazón" (A mis sacerdotes, cap. CXIII), se hace fecundo en la salvación de las almas.
Quien aprende a "apoyar la cabeza sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23), sabe también identificarse con la mirada de Jesús al Padre (cfr. Jn 17,1). Entonces se prolonga la oración sacerdotal de Cristo en quien está llamado a ser su "gloria" o expresión en el tiempo (cfr. Jn 17,10).
Estas "confidencias" tienden a transformar dos corazones (el de Cristo y el del sacerdote) en un solo: "Que tengan un solo corazón, el mío" (A mis sacerdotes, cap. LVII) "Yo soy el sacerdote quien mira a mi Padre" (ibídem, cap. II). "Los sacerdotes son fibras de mis Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (ibídem, cap. XXXIII). "Necesito corazones como mi Corazón" (ibídem, cap. LXXI). Así quiere el Señor a sus sacerdotes: "Formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre Dios" (ibídem, cap. CXX).[13]
[1]Tengo en cuenta especialmente dos volúmenes en colaboración: AA.VV., El ministerio y el corazón de Cristo, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983); AA.VV., El corazón sacerdotal de Jesucristo, "Teología del Sacerdocio" 18 (1984).
[2]A mis sacerdotes, Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz" (usamos la sexta edición, de 1992). Ver también los volúmenes 49-56 de la "Cuenta de conciencia".
[3]Cfr. J.M. PADILLA, Concepción Cabrera de Armida (México 1986) vol. III, pp. 403-405. Gran parte de estas confidencias sobre el sacerdocio se publicaron (en edición privada) en Morelia (1928-1931), con el permiso del arzobispo de Michoacán, Mons. Leopoldo Ruiz. De hecho, esta publicación (con el título de "A mis sacerdotes") viene a ser un amplio resumen sistemático de la "Cuenta de conciencia" de Conchita durante esos mismos años.
[4]Las encíclicas sacerdotales anteriores al concilio Vaticano II, los decretos sacerdotales del mismo concilio (especialmente "Presbyterorum Ordinis" y "Optatam totius") y las exhortación postsinodal "Pastores dabo vobis" de Juan Pablo II, han abierto nuevas singladuras a la espiritualidad sacerdotal, en el sentido de urgir a una vida "evangélica", al estilo de los doce Apóstoles ("apostolica vivendi forma"). El "Directorio para el ministerio y la vida de los sacerdotes" detalla algo más. ¿Cómo afrontar estas exigencias a partir del Corazón Sacerdotal de Cristo muerto en Cruz?
[6]Ver síntesis bíblica y teológica en: M.A. BARRIOLA, C. POZO, L.M. MENDIZABAL, Corazón de Cristo, Escritura, Teología, Magisterio, Bogotá 1989; I. DE LA POTTERIE, Il mistero del Cuore trafitto, Bologna, EDB 1988.
[7]La interioridad o sentimientos sacerdotales del Corazón de Cristo: M. GONZALEZ MARTIN, El Corazón de Cristo, Pastor, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 299-317; A. VANHOYE, Le coeur sacerdotal du Christ dans les écrits du Nouveau Testament, "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 47-67.
[8]Estas expresiones corresponden también a los estudios actuales: J.A. ABAD IBAÑEZ, El Corazón de Cristo y el ministerio del perdón "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 117-152; G. FERRARO, Il cuore di Cristo e il ministero liturgico del sacerdozio ministeriale "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 69-123; J.A. GOENAGA, El Corazón de Cristo y el ministerio eucarístico ministerial, ibídem, 125-175; J.L. GUTIERREZ GARCIA, El sacerdocio y la familia a la luz del Corazón de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 233-247; N. LOPEZ MARTINEZ, El Corazón de Cristo y el ministerio de la reconcilicación "Teología del Sacerdocio" 18 (1984) 177-201; A. SARMIENTO, El Corazón de Cristo y el carácter misionero del sacerdocio ministerial, ibídem, 203-246; J.A. SAYES, El Corazón de Cristo y el sacrificio eucarístico "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 69-97.
[9]Cfr. L.M. MENDIZABAL, El ministerio del Corazón de Cristo, centro de la vida y del ministerio sacerdotal, en: AA.VV., El ministerio y el corazón de Cristo, "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 177-200.
[10]AA.VV., Il cuore di Cristo e la formazione sacerdotale oggi (Roma, Centro Volontari Sofferenza, 1990). Ver afirmaciones parecidas en en la exhortación postsinodal Vita Consecrata nn. 18, 23, 40, 65-66, 109.
[11]Son temas que también aparecen en algunos estudios sobre el Corazón de Cristo: A. BANDERA, Papel de María en la formación del Corazón sacerdotal de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 201-231; J. ESQUERDA, Corazón abierto (Barcelona, Balmes, 1984); J. GALOT, Il Cuore di Cristo (Roma 1986); B. RAMAZZOTTI, Spiritualità del Cuore di Gesù (Verona 1995); A. VIVO, El sacerdote, formador de la comunidad según el Corazón de Cristo "Teología del Sacerdocio" 16 (1983) 153-176.
[12]El "Corazón" de María indica toda su interioridad en relación con Cristo su Hijo. En su Corazón encontraron acogida las palabras del Señor: las palabras del ángel (Lc 1,29), el mensaje de Belén (Lc 2,19), la profecía de Simeón (Lc 2,33), las palabras de Jesús niño (Lc 2,51)... Todo lo "contemplaba en su corazón" (Lc 2,19.51). La actitud de "contemplar" tiene el sentido de "confrontar" lo que está oyendo o viendo, con otros datos de la Palabra de Dios, para comprender mejor su significado salvífico. Es la actitud sapiencial de los pobres de Yavé. De esta contemplación en el corazón, derivaban todas las actitudes, palabras y acciones de María. Así se asoció a Cristo Redentor (cfr. LG 65) como modelo de vida sacerdotal (cfr. PO 18).
[13]La espiritualidad sacerdotal "específica" en el Presbiterio diocesano (y, analógicamente, la espiritualidad sacerdotal de cualquier sacerdote religioso) puede ser reforzada y motivada por las líneas de espiritualidad que derivan del Corazón Sacerdote de Cristo, según las "confidencias" contenidas en el libro A mis sacerdotes (o en la Cuenta de Conciencia). Estas líneas peculiares de las "confidencias" puede ser un medio determinante para vivir lo que es principal y específico del sacerdote diocesano: ser signo del Buen Pastor, en la "fraternidad sacramental" y "familia sacerdotal" del Presbiterio (cfr. PO 8; PDV 74), al servicio de la Iglesia particular y universal, en dependencia espiritual y pastoral del carisma episcopal que preside la diócesis en comunión con el Sucesor de Pedro. Respetando estas realidades sacerdotales de gracia, el plan de vida de un grupo o fraternidad sacerdotal, que se inspire en la doctrina de Concepción Cabrera de Armida, se encuadrará fácilmente en el "plan de vida" general del propio Presbiterio (cfr. PDV 79), siempre para vivir mejor la espiritualidad específica del sacerdote diocesano.
EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA
Escrito por Super UserEL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA
Juan Esquerda Bifet
Presentación
Concepción Cabrera de Armida ("Conchita") es un alma centrad en el misterio de la Encarnación del Verbo y, a partir de él, en el misterio de la Trinidad, del Espíritu Santo, de la Eucaristía, de María, de la Iglesia y del sacerdocio.
Su "Vida" y su "Cuenta de conciencia" reflejan una experiencia de fe sobre la persona de Jesús y, especialmente, sobre su interioridad o su Corazón.[1]
En cada una de las páginas autobiográficas aparecen los amores del Corazón de Jesucristo. Conchita vivía de estos amores con la actitud de quien agradece un don inestimable de lo alto, para su propio bien espiritual y para el bien de innumerables almas.[2]
Las inspiraciones y "confidencias" recibidas se centraron durante algunos años (de septiembre de 1927, a enero de 1931) en el tema sacerdotal, subrayando la interioridad o los amores de Cristo Sacerdote y la urgencia de santificación sacerdotal.[3]
Es interesante recordar que las principales "confidencias" sobre el sacerdocio las recibió Conchita a partir de los Ejercicios Espirituales (Morelia), dirigidos por Mons. Luis M. Martínez y que tuvieron como tema: "El interior del Corazón de Jesús". El arzobispo de México le había indicado también el objetivo concreto de estos Ejercicios: "Entrega total a la divina voluntad, dispuesta a todo".[4]
Gran parte de estas confidencias sobre el sacerdocio se publicaron (edición privada) en Morelia (1928-1931), con el permiso del arzobispo de Michoacán, Mons. Leopoldo Ruiz. De hecho, esta publicación (con el título de "A mis sacerdotes") viene a ser un amplio resumen sistemático de la "Cuenta de conciencia" de Conchita durante esos mismos años.[5]
Trataré de presentar el tema sacerdotal en dos momentos: Cristo Sacerdote, los sacerdotes ministros. En el primer momento, veremos el sacerdocio a partir de la interioridad o amores del Corazón de Jesucristo y también de la vivencia de Conchita; el segundo momento viene a ser el mensaje de Conchita sobre el sacerdote ministro.
Nos encontramos ante el carisma específico de Conchita y, por ello, lo presentamos como vivencia suya y como mensaje recibido del Señor en bien de toda la Iglesia.[6]
1ª ponencia: LA VIVENCIA PERSONAL DE CONCHITA EN TORNO AL SACERDOCIO DE CRISTO
1. Vivencia en torno al misterio de la Encarnación
El misterio de la Encarnación no aparece en términos abstractos ni en una ordenada sistematización de conceptos teológicos, sino concretamente en la realidad del sacerdocio de Cristo: El Verbo, engendrado eternamente por el Padre en el amor del Espíritu santo, se hace hombre (Mediador y Víctima) en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo es Sacerdote por esta realidad de Mediador y Víctima: Hijo de dios, hombre, Salvador. Estamos dentro de la perspectiva neotestamentaria y patrística más auténtica: es Salvador porque es perfecto Dios y perfecto hombre.
Esta mediación salvífica de Jesús se realiza principalmente por el sacrificio de la cruz. Jesús es Sacerdote y Víctima, desde el día de la Encarnación. Esta realidad sacrificial se hace presente en la eucaristía por medio del ministerio de los sacerdotes ordenados.
Los escritos de Conchita no son exposiciones teóricas, sino fogonazos del Corazón de Cristo y vivencias personales y comprometidas de la misma Conchita. Todo es a la luz de los amores del Corazón del Señor. El sacerdocio de Cristo aparece como amor profundo al Padre, en el Espíritu Santo, y amor de plena donación a toda la humanidad ("las almas"), hasta dar la vida en sacrificio (como Sacerdote y Víctima).
Este amor de Cristo Sacerdote tiene dimensión mariana y eclesial. De este amor brota el deseo íntimo y la exigencia de que los sacerdotes ministros vivan en sintonía con los amores de Cristo. El Señor quiere, por medio de Conchita, contagiar a muchas personas de estos sus amores sacerdotales. Veámoslo ya a partir de los mismos escritos de Conchita.
La realidad humana y divina de Jesús se resuelve en inmolación o donación sacrificial (ya desde la Encarnación) para la salvación del mundo. Jesús se describe a sí mismo con estas vivencias sacerdotales:
"Yo comprendí desde el primer instante de la Encarnación mi papel de Víctima, y lo abracé, y acepté gozoso; especialmente, ¿por qué? Primero por honrar al Verbo, y después, por saciar mi amor por el hombre; nació esto en mi corazón comunicado por el Verbo; por esto es inmenso, y he aquí el secreto de la grandeza de mi amor, humano, sí, pero divinizado por el Verbo eternamente... Y mi Corazón de hombre, amaba a los hombres y comprendía sus debilidades y miserias, sus crímenes y pecados, y un nuevo martirio me oprimía, de rubor y vergüenza, porque si Yo no estaba manchado, mi familia, mi sangre misma, en los hombres, mis hermanos, lo estaba" (Vida 5, 361-373; CC. 23, 246-259; cfr. CC. 51, 30).
Desde el primer momento de la Encarnación, la Virgen María sintoniza con las mismas vivencias sacerdotales de Cristo. Esta será la pauta para Conchita y para muchas almas sacerdotales:
"Desde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre"... (A mis sacerdotes, 96)
A la luz de los amores de Cristo, se comprende mejor el objetivo de la Encarnación:
"Uno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes"... (A mis sacerdotes, 112).
El amor de Cristo a los sacerdotes (cfr. 2, F) se desprende del objetivo de la Encarnación, que es la salvación de las almas (cfr. A mis sacerdotes, 134). El sacerdocio ministerial (dentro del misterio de la Iglesia Esposa) aparece entonces en toda su luz: "El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia,su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote"... (CC. 51, 32; cfr. A mis sacerdotes, 147).
La vivencia de Conchita (cuyas características analizaremos más abajo, en el n. 3) no son más que una prolongación o contagio de estos sentimientos de Cristo Sacerdote. La "Encarnación mística", de la que le habla el Señor, viene a concretarse en esta sintonía comprometida y sacrificial con estos amores sacerdotales de Cristo.
2. Los amores o interioridad de Cristo
El sacerdocio de Cristo, en los escritos de Conchita, se presenta desde la interioridad, vivencia y amor del mismo Cristo. Su amor al Padre y a los hombres llega hasta dar la vida en inmolación total. Estos amores engloban a María, a la Iglesia y a los sacerdotes ministros.
A) Su amor al Padre en el Espíritu
La interioridad de Jesús, en los escritos de Conchita, es la misma que trasluce en los textos evangélicos: amor entrañable al Padre en el Espíritu Santo y amor a los hombres ("las almas") hasta dar la vida en sacrificio.
"El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...
Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...
Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...
A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos" (Como es Jesús, Su amor al Padre).
A partir del amor al Padre, se comprenden armónicamente todos los amores de Cristo:
"Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores" (CC. 49,92).[7]
El amor al Padre va siempre unido al amor del Espíritu Santo:
"El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina" (Cómo es Jesús, Su amor al Espíritu Santo; cfr. Vida 6, 258; CC 25, 175-178). La generación eterna del Verbo se ha realizado en este amor:
"Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49,348).
La vida trinitaria es vida de amor, que se difunde en el mundo por medio de los sacerdotes. La interioridad de Jesús refleja este amor:
"Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49,339).[8]
Este amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, debe reflejarse en los sacerdotes: "Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes, 106).
B) Su amor a toda la humanidad ("las almas")
La expresión más usada sobre el amor de Cristo Sacerdote a la humanidad, es "amor a las almas" (o en su equivalente "amor al hombre"). El contexto es siempre de amor al Padre según sus designios salvíficos. En este sentido se puede hablar de sus "dos amores":
"¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad santísima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre" (Cómo es Jesús, Sus dos Amores).
Es un solo amor expresado en dos vertientes: "Lo obligaron dos amores, en un mismo amor: el amor a Él mismo, como Dios, que es infinito, para reparar la ofensa hecha a la Divinidad, y el amor al hombre, que es inmenso, que es también infinito, en cuanto llevan en sí las almas el destello de la Trinidad, una parte del Ser divino, la inmortalidad" (Vida 5, 255-257; CC. 23, 136).
Este amor de Cristo a las almas (a la humanidad entera) tiene su principio en la vida trinitaria: "Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a ella y glorificarla eternamente" (A mis sacerdotes, 34).
La donación de Cristo al Padre para la salvación de las almas, tiene que reflejarse en el sacerdote: "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes, 54; cfr. 2ª ponencia, n.7).
La dinámica de este amor es siempre circular, de la Trinidad, a la Trinidad: "El Padre... eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88).
C) Su amor hasta dar la vida en inmolación
El amor sacerdotal de Cristo es de totalidad. Es una donación incondicional al Padre, en el Espíritu Santo, por medio de una plena inmolación de sí mismo ("holocausto"). Las palabras "víctima", "inmolación", "cruz", equivalen a un amor de plenitud:
"El amor que no crucifica no es amor... ¿Cómo amé Yo?, con amor universal de caridad, como sabe amar el Verbo, todo caridad. Con amor de sacrificio, inmolándome... perdonando, olvidando y alcanzándoles gracias con mi dolor. Con una purísima intención divina... Con un fin sublime de caridad para con el hombre y para con la Divinidad, procurándole gloria. Mi amor expiatorio es incomprensible a toda inteligencia humana" (Vida 5, 239-249; CC. 23, 119-129).
El tema del Corazón de Jesús tiene este mismo significado de oblación amorosa: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2,322; CC. 1, 146). El Verbo hecho hombre es ya la víctima de la cruz desde el seno de María: "Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo" (A mis sacerdotes, 4). La victimación de Cristo es "el precio" de las almas: "Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias" (A mis sacerdotes, 120).
Dolor y amor se identifican en la vida de Cristo Sacerdote: "El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor" (A mis sacerdotes, 133).
Toda la vida de Cristo es una inmolación, por el hecho de ser Sacerdote y Víctima:
"Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). "Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor" (CC. 49, 216).
D) Su amor a María
El amor de Cristo al Padre y a los hombres se concreta en amor a María, como Madre suya, de la Iglesia, de las almas y, de modo especial, Madre de los sacerdotes:
"En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres" (Como es Jesús, Su amor a María).
Precisamente Conchita es invitada a imitar a María en el modo de vivir su relación con Cristo Víctima:
"Yo me gozo en el amor también de María... Imita a mi Padre, en sacrificarme a Él por amor. Imita a María, en ofrecerme por amor al Padre, con una única voluntad, con la de Él, y déjame hacer de tu corazón mi descanso, del descanso de Jesús" (Vida 6, 258-259 = CC 25, 178-179; cfr. Vida 6, 71-73 y CC. 24, 40-42).
María forma parte de las vivencias sacerdotales de Cristo: "Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas" (A mis sacerdotes, 96).
Por eso María es el don de Cristo a sus sacerdotes:
"¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos" (A mis sacerdotes, 98).
El amor de Cristo a María tiene sentido eclesial y sacerdotal. Es ella quien, siendo Madre de la Iglesia, ayuda a cada sacerdote a ser otro Jesús. Su maternidad es siempre activa hacia cada alma y, de modo especial, hacia cada sacerdote. El amor de Cristo a su Iglesia, a las almas y a los sacerdotes se expresa en su amor a María:
"Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 98).
E) Su amor a la Iglesia
La expresión "mi Iglesia" se repite frecuentemente en las confidencias del Señor a Conchita, siempre con un tono de ternura y cariño, así como de invitación a vivir en esa misma vivencia. El Señor no deja de manifestar la exigencia de un amor de retorno por parte de todos los que componen su Iglesia amada: "Mi Iglesia es lo que más amo y lo que más me ha hecho sufrir" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).
El amor de Cristo a la Iglesia tiene su punto de partida en el amor del Padre: "Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que él ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada" (A mis sacerdotes, 130).
Un dato que sobresale en este amor a la Iglesia es su título de esposa de Cristo. Las confidencias parecen una glosa del texto paulino de Efesios 5, 25-27:
"Yo vine al mundo para salvarlo por el divino medio de la Iglesia, Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307). "Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia" (CC. 49, 308-310).
Este amor de Cristo a su Iglesia, el Señor lo quiere ver reflejado en sus sacerdotes (cfr. 2ª ponencia, n.10). Conchita será la portadora de este mensaje, como "víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196; cfr. el n. 3 de esta misma ponencia).
F) Su amor especial a los sacerdotes
Del amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, y del amor a las almas, a María y a la Iglesia, nace el amor especial para con los sacerdotes. "Yo amo a los ministros de mi Iglesia, como a las niñas de mis ojos, y por lo mismo, más me duelen las ofensas hechas por ellos a lo que más amo y ellos debieran amar" (Vida 9, 359; CC. 35, 102-108):
"El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia... Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial" (A mis sacerdotes, 65).
"Mis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí (ibídem, 72).
"El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes" (ibídem, 134).
Los sacerdotes son como una página de la biografía de Jesús. Este amor ha comenzado en la eternidad, cuando el Padre engendró al Verbo. Desde el día de la Encarnación, ocupan un lugar en el Corazón de Cristo sacerdote:
"Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre, mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre" (A mis sacerdotes, 77; CC. 51. 30).
"El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío" (CC. 51, 32).
A partir de este amor de Cristo a sus sacerdotes, se comprenden las descripciones sobre su razón de ser, su "transformación", su exigencia de santidad y de apostolado (cfr. 2ª ponencia). "Los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 120).
3. La vida de Conchita como trasunto de estos amores de Cristo
Hasta aquí hemos expuesto el sacerdocio de Cristo a partir de sus amores o de su interioridad y de su Corazón, tal como aparece en las comunicaciones que Conchita recibió del Señor. En realidad, se trata también de las mismas vivencias de Conchita en sintonía con el Verbo Encarnado. Pero ella no está centrada en sí misma ni en sus propias experiencias y sentimientos, sino en los amores de Cristo Sacerdote.
La gran preocupación de Conchita es la de dar a conocer los amores de Cristo Sacerdote, para hacerle amar especialmente de los sacerdotes y de otras "almas sacerdotales". Ella queda contagiada del amor de Cristo al Padre:
"Jesús no es conocido, por eso no es amado... ¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también. ¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor" (Cómo es Jesús, Retrato de Jesús).
Conchita vive inmersa en el misterio de la Encarnación del Verbo, participando en él según la gracia especial recibida del Señor y calificada por él como "encarnación mística". Vive este misterio desde los amores de Cristo: "Al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma el Verbo, y con El, hija, también a sus sacerdotes" (CC. 50, 175-176).
Todos los amores de Cristo encuentran eco en el corazón y en la vida de Conchita. Su vida se hace, desde las primeras comunicaciones del Señor, vida nueva en el Espíritu Santo, como reflejo del Padre y del Hijo (Vida 6, 237), lazo de unión entre el Padre y el Hijo (Vida 3, 337; 6, 224-258), fuente de amor (Vida 7, 352), foco de verdadera caridad (Vida 5, 106). La propiedad del Espíritu Santo es darse, comunicarse (Vida 9, 346). El Espíritu Santo necesita almas que se le consagren, almas crucificadas, para descender a ellas (Vida 1, 271-273). El hace fecunda la Obra de la Cruz (Vida 6, 230. Es él quien guía e impregna toda la vida de Jesús (Vida 4, 135; 7, 185). Se vive de él por medio de María (Vida 9, 332). Ahí se inspira la vida de Conchita, guiada por el Espíritu Santo, para vivir de los amores de Cristo y para contagiar a otras almas sacerdotales.
Su amor a las almas nace de la sintonía con el mismo amor universalista de Cristo. Conchita no está centrada en sí misma, sino en el bien de los demás, a imitación del amor de Cristo. Esta apertura se hace donación total y crucificada:
"Naciste para otros... Yo me encargaré de ti" (Vida 2,139; CC. 10, 218).
"Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente, a la de los sacerdotes" (Vida 4, 257; CC.18, 220-223).
"Date a las almas como Yo me di" (Vida 5, 86; CC. 22, 203-206).
"Si quieres salvar almas, transfórmate en la cruz" (Vida 4, 143; CC. 4, 197-199).[9]
Este amor a las almas se convierte en donación inmolada, en víctima, también a imitación de Jesús y en unión con él:
"Ofrécete como víctima en unión Mía" (Vida 3, 8; CC. 6, 157-158).
"Te he escogido como víctima especial" (Vida 6, 125; CC. 24, 193-196).
"En mi unión debes ser víctima, porque éste es el grado más perfecto del amor" (Vida 6, 241-242; CC. 25, 161-161).[10]
Su amor a María se expresa en identificación con ella: "Porque eres madre (le dice Jesús) con un reflejo de María, místicamente mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176). Por esto, en el corazón de Conchita deberá reflejarse la ternura materna que Cristo encontró en María: "Pues esa ternura materna, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95). De ahí derivará la necesidad de imitar a María en su fidelidad generosa a su inmolación con Cristo, como así lo pide Conchita: "Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y tus latidos para saber amar a Jesús" (CC. 49, 218). La escuela de este amor e imitación es el mismo Jesús:
"Imítala... es la mejor Maestro de la vida espiritual" (Vida 4,7; CC. 6, 188-193).
"Imita a María en ofrecerme por amor al Padre" (Vida 6, 259; CC. 25, 259).
(María le dijo) "Éste es el mayor favor que te ha hecho mi Hijo" (Vida 3, 200; CC. 4, 167-170).[11]
Su amor a la Iglesia forma parte de su vocación y carisma específico. Es amor que se traduce por fidelidad. Se trata de sintonizar con el mismo amor de Cristo (cfr. n. 2, E). La vida de Conchita será una continua inmolación por el bien de la Iglesia:
"Sacrifícate por la Iglesia... Yo quiero que sean víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).
"Ya no te perteneces, eres de la Iglesia y el verbo te utiliza en su favor" (Vida 9, 305; CC. 35, 27-29).
"Yo quiero que hagas con voluntad el ser toda tú para siempre de la Iglesia" (Vida 9, 316; CC. 35, 57-61).
"La doctrina que te he dado es de la Iglesia" (Vida 4, 258; CC. 18, 220-223).[12]
Su amor a los sacerdotes es una consecuencia de los demás amores. El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, así como su amor a las almas, a la Iglesia y a María, se concreta en un mensaje de amor a los sacerdotes. No se ocultan sus defectos, pero, sobre todo, se indican los grandes ideales. La vida de Conchita está consagrada a la santificación de los sacerdotes, como consecuencia de compartir las vivencias y amores de Cristo Sacerdote. Este fue el encargo que recibió del Señor:
"Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente a la de los sacerdotes" (Vida 4,257-258; CC. 18, 220-223)
Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en ti" (CC 50, 156). "Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176).
"Por éstos caí... y tú por éstos tienes mucho que sufrir... pero lloverán gracias" (Vida 4, 152). [13]
Es interesante observar en estas vivencias de Conchita dos notas características: su amor fiel y apasionado por Cristo Sacerdote (el Verbo Encarnado) y la repugnancia natural a publicar las confidencias del Señor sobre los sacerdotes. Se nota, en el diálogo con el Señor, ciertos reparos que ella misma manifiesta, como si le costara creer en los defectos sacerdotales.[14]
Hay un hecho en la vida de Conchita que, a mi entender, es un signo claro de su fidelidad y de su verdadera inmolación en aras de los amores de Cristo. Me refiero a la "noche oscura" de sus últimos días y a la actitud de "abandono" total en unión con el "abandono" de Cristo en la cruz. Es una nota de autenticidad, como consecuencia madura de todas las confidencias recibidas.[15]
2ª ponencia: EL MENSAJE QUE CONCHITA TRAE A LA IGLESIA CON SU VIDA Y SU PALABRA EN TORNO A LOS SACERDOTES
La vida de Conchita es toda ella sacerdotal. Como hemos visto en la primera ponencia, ella vive de los amores de Cristo Sacerdote o de su Corazón. Es el mismo Señor quien le contagia del amor a los sacerdotes, explicándole, al mismo tiempo, la razón de ser del sacerdote ministro, su proceso de transformación en Cristo y sus exigencias de santidad.
Su "destino" es, pues, convertirse en víctima por la santificación de los sacerdotes (cfr. Vida 4, 257-258; CC. 18, 220.223). Es una especia de maternidad espiritual, a imitación de la maternidad de María (CC. 50, 175-176). Por esto siente deseos de que todos los sacerdotes ardan en celo apostólico (Vida 5, 200), quiere cargar como propios sus pecados (Vida 4, 146), siguiendo las indicaciones de Jesús (Vida 4, 152). Conchita ofrece su vida para que haya sacerdotes santos (Vida 4, 151.161) y su más ardiente deseo es el de dar a Cristo muchos sacerdotes santos para consolarlo (Vida 4, 153).[16]
En este contexto vivencial y comprometido, Conchita nos transmite el mensaje recibido del Señor para anunciarlo a toda la Iglesia. Al sacerdote lo ve siempre en relación con Cristo, como transformado en él para ejercer santamente los ministerios y salvar muchas almas. Es un sacerdocio participado ontológicamente del de Cristo, profundamente relacionado con él, para amarle y seguirle, imitarle y ser su transparencia en la Iglesia y en el mundo.[17]
1. Identidad sacerdotal: ser, obrar y vivencia
La realidad sacerdotal se presenta, en los escritos de Conchita, en sentido dinámico: "Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo" (Cómo es Jesús, Sus sacerdotes). El ser del sacerdote es participación en el ser de Jesús y en su misterio de Encarnación:
"Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49, 348).
"Al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, engendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad" (CC. 50, 170-173).
"Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo" (A mis sacerdotes, 33).
El poder hacer presente a Cristo en la Eucaristía es una consecuencia del hecho de participar en el misterio de la Encarnación:
"Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa. Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesús, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima" (CC. 50, 190).
"En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).
"En el altar efectúa el sacerdote un facsímil de la Encarnación del Verbo" (Vida 5, 334; CC. 23, 217-227).
El ser y el obrar sacerdotal exige una vivencia consecuente. La participación en el misterio de la Encarnación debe pasar a ser vivencial por una vida coherente de santidad: "El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes" (CC. 50, 192-193). Así se da una explicación del carácter sacerdotal: "Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos" (CC. 49, 74).[18]
Este tema es como el punto de partida para comprender la doctrina sacerdotal que Conchita recibe del Señor. Ella misma lo manifiesta con cierto estupor y miedo, como queriendo escapar de esas confidencias: "Y me fui, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone" (CC. 50, 221). Jesús mismo le aclara las dudas:
"Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes? Mira, hija: el germen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo... Pero este germen, se desarrollará más y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo" (CC. 50, 238-239).
En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna al Verbo hecho hombre; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él" (CC. 50, 298-299).[19]
2. Transformación en Cristo
Es una consecuencia del hecho de participar ontológicamente en el sacerdocio de Cristo. La transformación del propio ser debe hacerse moral y vivencial, consciente y responsable, con todas las consecuencias de santificación personal. La "encarnación mística", aplicada al sacerdote, tiene dos aspectos: 1º) La gracia sacerdotal recibida en la ordenación como "soplo fecundo del Espíritu Santo"; 2º) el desarrollo de esta gracia ("germen") a través de una fidelidad consecuente (cfr. CC. 50, 238-239).[20]
Muchas veces, en las confidencias de Jesús a Conchita, el Señor se identifica con el sacerdote como su "otro yo": "El sacerdote que cumpla con su misión, será otro Yo" (Vida 6, 345-346; CC. 25, 259-265). "Identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación" (CC. 49, 181).
Esta transformación moral o espiritual se realiza bajo la acción y los dones del Espíritu Santo:
"Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo" (CC. 49 122).
"Porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados" (CC. 50, 204).
De esta transformación espiritual dependerá el fruto del trabajo apostólico:
"Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas" (CC. 50, 182).
"Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden" (A mis sacerdotes 51).
"Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 55).
"Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas" (A mis sacerdotes 109).
Es transformación que abarca todos los momentos de la vida, como testimonio de autenticidad, a modo de signo o transparencia de Jesús:
"Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él" (CC. 49, 185).
"Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar" (CC. 50, 244).
Las confidencias sobre los sacerdotes tienen como objetivo principal ayudarles a vivir el misterio trinitario como transformación de vida. La unidad del corazón, como reflejo de la Trinidad, será el fundamento de la unidad entre todos los sacerdotes: "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292).[21]
La eucaristía es siempre el momento culminante de esta transformación: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 49, 32). "Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno" (CC. 49, 59). "Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas" (CC. 49, 60). "Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra" (CC. 50, 62).
El amor del Padre a los sacerdotes es la fuente de la transformación:
"Ya se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba" (A mis sacerdotes 34).
Entonces Cristo comunica sus amores a sus sacerdotes:
"Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí" (A mis sacerdotes, 98). "Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al alma sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes 106).
3. Prolongar la acción de Cristo
La acción del sacerdote se presenta siempre como identificación y prolongación de la acción de Cristo Sacerdote, especialmente en la celebración eucarística (cfr. n. 6). Es allí donde aparece más clara la identidad sacerdotal (n. 1) y la necesidad de transformación en Cristo (n. 2). Toda la acción sacerdotal tiende a la salvación de las almas (cfr. n. 7), como trasunto de la acción redentora de Cristo: "Otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente" (CC. 50, 200).
La predicación debe estar centrada en Cristo: "Que me prediquen a mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC 49, 224; cfr. 1Cor 1,23; 2,2). "La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado" (CC. 49, 221).
El servicio de los sacramentos requiere santidad de vida. El sacerdote es ministro del perdón en nombre de Jesús (Vida 9, 363-364). "Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre" (CC. 49, 171).
Esta acción pastoral debe ser trasunto del modo de actual del Señor, especialmente en su cercanía a los pobres": "Yo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida" (A mis sacerdotes, 27).
4. Amistad con Cristo
El amor profundo de Cristo a sus sacerdotes es un llamado a la unión con él, traducida en amistad, en transformación y sintonía con sus amores (cfr. 1ª ponencia, 2, F). Cuando se señalan defectos de los sacerdotes, siempre destaca la misericordia y el ofrecimiento de un amor incondicional, personal y único. Muchas veces este tema se expresa con la terminología del "Corazón" de Jesucristo: "Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (A mis sacerdotes 33). "En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia" (ibídem 34). "Nada hay tan íntimo a mi Corazón como los sacerdotes" (ibídem 120).
La expresión "mis sacerdotes" tiene un tono cariñoso y se repite con frecuencia: "Mis sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón" (CC. 49, 151; cfr. A mis sacerdotes 72 y 98). Los sacerdotes son invitados a volver constantemente al amor de Cristo.
La vida sacerdotal recobra su sentido a partir de la declaración de amor por parte de Cristo (cfr. Jn 15, 9). El amor que Cristo ofrece tiene sus raíces en el amor eterno de Dios: "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 384).
Jesús continúa ofreciendo a sus sacerdotes un amor de amistad profunda. La respuesta debe ser de confianza e intimidad: "Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad" (CC. 50, 315).
5. Seguimiento e imitación de Cristo
La transformación en Jesús equivale a vivir en sintonía con su amor. Este amor es exigente, pero hace posible la entrega: "¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Que estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas las lágrimas y dolores ajenos" (CC. 50, 339).
La existencia sacerdotal consiste en compartir la vida con Cristo, asumiendo todas sus exigencias: "No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad. Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí" (CC. 51, 30). El seguimiento de Cristo comporta inmolar a Cristo dejándose inmolar por él y con él (cfr. Vida 5, 221).
Este seguimiento evangélico del sacerdote equivale a unificar la propia voluntad con la suya: "una entrega total y absoluta de la voluntad de los sacerdotes con la Mía" (CC. 50, 295). El seguimiento generoso y desprendido sólo se explica a partir del amor: "Su vocación debe ser todo amor..., amor de generosidad para los sacrificios..., amor de unión.. y de estrechamiento conmigo" (CC. 51, 5-7). Imitar a Cristo equivale a vivir en obediencia continua a la voluntad del Padre (cfr. CC. 50, 200) y en pobreza (cfr. CC. 49, 281).
Nota característica del seguimiento evangélico sacerdotal es la imitación de Cristo en su amor esponsal, es decir, en la castidad o celibato. En las confidencias a Conchita esta virtud aparece como desposorio y fecundidad paterna:
"Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (A mis sacerdotes 147).
La castidad sacerdotal es, pues, fecundidad apostólica, a imitación de la fecundidad del Padre, para "formar a Jesús en las almas" (A mis sacerdotes 130). "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" CC. 50, 33). Es también participación en los "desposorios" de Cristo con su Iglesia (A mis sacerdotes 84).
La virginidad o castidad evangélica, que debe adornar la vida del sacerdote, se transforma en fecundidad a imitación de María Virgen y como prolongación de la fecundidad del Padre al engendrar al Verbo en el amor del Espíritu Santo: "María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen" (A mis sacerdotes 132). La celebración eucarística hace al sacerdote semejante a María Virgen (cfr. CC. 50, 152).
El seguimiento e imitación de Cristo tiene dimensión trinitaria y conlleva frutos de fecundidad apostólica: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377).
Esta vida evangélica hace del sacerdote una "hostia viviente":
"El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús" (CC. 50, 202).
"Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima" (CC. 49, 62).
6. Una vida centrada en la Eucaristía
La identificación del sacerdote con Cristo se realiza de modo especial en la celebración eucarística. Pero esta celebración debe hacerse consciente y coherente. La "mirada" de gratitud y de amor de Cristo al Padre es la pauta de la vivencia eucarística del sacerdote: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 19, 32).[22]
La celebración eucarística es fuente de vida espiritual y apostólica, como momento culminante de identificación con Cristo. "En la Santa Misa... reciben destellos de mi mismo Ser, que los purifica y fortifica" (Vida 7,53; CC. 25, 358-364).
El sacerdote, por el ministerio eucarístico, se hace instrumento de la Trinidad para realizar la transubstanciación y para que Cristo se prolongue en las almas. Todo ello es obra del Espíritu Santo. "Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística" (A mis sacerdotes 140).
El misterio de la Encarnación se prolonga de algún modo por el ministerio eucarístico del sacerdote. Este es como "otra eucaristía ambulante" o "eucaristía viviente". Pero esto exige una vida de coherencia con la eucaristía que se ha celebrado y una vida de unión progresiva con Cristo. El sacerdote se hace entonces "todo para todos" (1Cor 9,22):
"Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).
En la eucaristía aparece la relación del sacerdote con María. Es relación de semejanza, por el hecho de hacer presente a Cristo por obra el Espíritu Santo: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152). Es también relación filial, por la identificación con Cristo a modo de "encarnación mística":
"En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).
"Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49,90).[23]
A partir de la eucaristía, el sacerdote encuentra continuamente a Cristo presente en toda su vida ministerial: "Vivo (dice el Señor en las confidencias) en constante roce con ellos, no tan sólo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de mi ministerio" (CC. 50, 269).
7. Al servicio de las almas
Como hemos ido viendo en los apartados anteriores, el amor de Cristo a su Padre, a María, a la Iglesia y a los sacerdotes, se traduce en amor ardiente a la humanidad entera (a "las almas"). La crucifixión de Cristo fue querida por el Padre por amor a las almas (cfr. Vida 8, 7).
El objetivo del ministerio sacerdotal es el de "formar a Jesús en las almas, rasgo a rasgo, en transformarlas en Mí" (A mis sacerdotes 130). Ahí radica la paternidad sacerdotal: "Son padres porque representan al Padre, para producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (ibídem, 147).
El cuidado de las almas supone guiarlas por el camino de la perfección, como "vuelo de espíritu": "No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave" (CC. 50, 328). Para ello se requiere que el mismo sacerdote se transforme en Cristo: "A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial" (CC. 50, 396).
La figura del sembrador se aplica a la acción sacerdotal en bien de las almas, con su aspectos de paciencia y acompañamiento. Esta acción pastoral consiste en dar la propia vida para transmitir una vida nueva en el Espíritu:
"El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar. Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (CC. 50, 160-161).
El equilibrio entre acción y contemplación se encuentra en una entrega verdadera y completa al bien de las almas: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183). "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 54).
El cuidado de las almas consiste en una actitud de respeto y fidelidad al agente principal que es el Espíritu Santo: "Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones" (CC. 49, 196).
El celo apostólico lleva a un sentido de totalidad: todas las almas, "muchas almas", como el celo de Buen Pastor que no desmaya hasta encontrar a todas las ovejas: "Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas" (CC. 49, 245).
El no buscarse a sí mismo en el secreto de la acción pastoral, como la del Bautista: "Que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo" (CC. 50, 287). La fecundidad apostólica es fruto de la virginidad: "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" (CC. 50, 33). "Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos" (CC 49, 338).
El servicio a las almas es una prolongación y comunicación de la vida trinitaria: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377). Ello dependerá de la propia sintonía y participación en la vida trinitaria: "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4).
8. El amor de María al sacerdote y de éste a María
El aspecto mariano de la espiritualidad sacerdotal es también una característica clara del mensaje que Conchita trae a la Iglesia en torno a los sacerdotes. La doctrina sobre la "encarnación mística" fundamenta el amor de maría al sacerdote y de éste a María. Por una parte, los sacerdotes fueron "engendrados en el seno del Padre, (desde)de toda la eternidad", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (CC. 50, 170-173; cfr. CC. 49, 339). Por otra parte, los sacerdotes fueron también engendrados en el seno de María por su unión con el Verbo, hecho hombre, Cristo Sacerdote: "al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno" (CC. 50, 170-173).
El amor materno de María a los sacerdotes procede de esta unión e identificación con Cristo como "otros Jesús":
"Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y por eso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas" (CC. 50, 170-173).
"Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo" (CC. 50, 153).
"María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas" (CC. 50, 195).
"Como el Padre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí" (CC. 50, 149).
El amor del sacerdote a María consistirá en vivir la transformación en Cristo con su ayuda y ejemplo: "María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida" (CC. 50, 170). De este modo sabrán imitar el amor de Jesús a su Madre y se fieles al encargo de Jesús de recibirla como Madre: "Los sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan" (A mis sacerdotes 96).
Se recalca el paralelismo entre le Encarnación del Verbo en el seno virginal de María y el ministerio eucarístico del sacerdote: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152).
La consecuencia de esta semejanza y relación con María será, por parte de los sacerdotes, un sentido de maternidad y una exigencia de transformación en Cristo: "Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, que los engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí" (CC. 50, 175). "Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.
Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie" (CC. 50, 236).
María se hace íntimamente presente y activa como Madre amorosa en la vida del sacerdote:
"María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas" (CC. 49, 155-156).
"Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49, 90).
Es interesante atraer la atención sobre una faceta importante de esta dimensión mariana del sacerdocio. Se trata de la asociación de María al sacrificio de Cristo (cfr. LG 58):
"María me ofreció al eterno Padre para ser crucificado y éste era su mayor tormento" (Vida 6, 206; CC. 24, 124-129).
"Éste fue el papel de María, crucificarme" (Vida 6, 218; CC. 25, 138-141).
"María fue altar y víctima en mi unión y siempre me sacrificó" (Vida 6, 255; CC. 25, 175).
9. Marcado con la cruz
La transformación en Cristo comporta correr su suerte de crucificado. Aunque la cruz parezca que está ola, de hecho está siempre con Jesús (Vida 1, 218; 2, 76; 3, 70). Se trata propiamente de la actitud inmolativa o victimal de Jesús, que ya comenzó en la Encarnación (vida 4, 210; 6, 106; cfr. Heb 10, 5-7). Es el fuego que vino a traer el Señor a la tierra (Vida 3, 177-178.345). La cruz se identifica con el amor (Vida 6, 240). Jesús quiere compartir su cruz con los sacerdotes y almas consagradas (Vida 1, 260; 4, 120). No se entiende el tema de la cruz, si no es a partir del Corazón o de los amores de Cristo: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2, 322; CC. 1, 446). Los sacerdotes "tuvieron su cuna" en el costado de Cristo muerto en cruz (A mis sacerdotes 34).
El valor espiritual y apostólico de una vida sacerdotal dependerá de los quilates de su crucifixión con Cristo (cfr. Gal 2,19). "Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va" (A mis sacerdotes 34).
El sentido del dolor solamente se manifiesta compartiendo realmente la cruz de Cristo (cfr. Salvifici Doloris 19-24). El mensaje cristiano de la cruz necesita sacerdotes testigos de la cruz: "Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias" (CC. 50, 144). La predicación tiene esta orientación hacia la cruz (cfr. 1Cor 2,2): "Que se predique a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC. 49, 224).
La formación sacerdotal, ya desde el Seminario y Noviciado, debe estar marcada por la cruz, sin ocultar los sacrificios de la vida ministerial: "Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor" (CC. 49, 226). "Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas" (CC. 49, 272).
Sólo el apostolado sellado con la cruz no fracasa, a pesar de las apariencias: "Pueden fracasar muchos apostolados, menos del de la Cruz que fue el Mío" (CC. 49, 335).
La "cruz" significa el amor de donación total, de Cristo y de sus sacerdotes. Por esto toda la formación sacerdotal está orientada por el amor y por la cruz. El sacerdote ha nacido del amor del Corazón de Cristo, muerto en cruz. "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 364).
Al sacerdote se le puede definir por su relación con la cruz. Esta sería su identidad: "Mis sacerdotes..., es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor" (CC. 49, 336). Entonces el sacerdote prolonga y complementa los sufrimientos de Cristo (cfr. Col 1,24): "Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos" (CC. 51, 13). Esta es la definición del sacerdote: "Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). Así es "víctima con la Víctima" (CC. 49, 62).[24]
Si el sacerdote vive crucificado, deja de lado sus intereses personales, ambiciones y envidias: "Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz?" (CC. 50, 85).
10. Amor a la Iglesia
El amor entrañable de Cristo a su Iglesia (cfr. 1ª ponencia, 2,E) debe ser también vivencia profunda del sacerdote. Es un amor esponsal, de dar la vida por ella (cfr. Ef 5,25-27) y, por tanto, de servirla sin servirse de ella para los propios intereses personalistas. "Al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación" (A mis sacerdotes 84).
La unión del sacerdote con Cristo, el Verbo Encarnado, hace partícipe de su desposorio con la Iglesia (Vida 6, 344 y 346). La Iglesia, juntamente con sus sacerdote, "fueron concebidos eternamente", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (cfr. CC. 49, 348). Por esto, los "amores" de Cristo son el Padre, María, los sacerdotes, la Iglesia, las almas (cfr. CC. 49, 92). La Iglesia es la "Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307).
La unidad entre los sacerdotes edifica la unidad de la Iglesia: "formando un solo Yo en la Iglesia..., formando un solo Cuerpo Místico" (CC. 50, 102). Esta unidad es reflejo de la unidad trinitaria (cfr. Jn 17, 21-23). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Padre en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253; cfr. 50, 4).
La misión del sacerdote en la Iglesia es la de "dar la vida a las almas..., de infundirles lo divino" (CC. 49, 161). Precisamente por esto, los sacerdotes "más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (ibídem). La unión sacerdotal hace entrar a la humanidad en la unidad de Dios Amor: "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88; cfr. encíclica Sollicitudo rei socialis 40).
La realidad materna de la Iglesia urge a los sacerdotes a tener "entrañas de madre" para con todos y, de modo especial, "para con los pobres" (CC. 49, 281). El Verbo ha venido al mundo para salvarlo por medio de la Iglesia (cfr. CC. 49, 307).
11. Santidad y medios de santificación
El deseo más ardiente del Corazón de Cristo y el más frecuentemente manifestado en las confidencias, es el de que sus sacerdotes sean santos: "Mi corazón desea con ardor sacerdotes" (Vida 4, 115), santos en cuerpo y alma (Vida 5, 336 y 342); "mis sacerdotes... esos pedazos de mi Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y María" (CC. 49, 151; cfr. CC. 49, 272); "¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos" (CC. 50, 212). Y éste es también el deseo del Espíritu Santo para poder actuar expeditamente en el mundo y en la Iglesia: "Necesito sacerdotes santos" (Vida 1, 271-272; CC. 6,110).
La santidad sacerdotal es una exigencia del amor y se debe expresar en una transformación en Cristo para unirse a la Trinidad y para entregarse al celo de las almas: "Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí" (A mis sacerdotes 140). "Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49, 349).
Medios imprescindibles de santidad sacerdotal son la fidelidad al Espíritu Santo y la devoción mariana: "Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María" (A mis sacerdotes 140). "Solo el Espíritu Santo hace santos a los sacerdotes... Sólo El es capaz, con su soplo de impulsar a las almas sacerdotes a los heroico, a lo sublime de su vocación" (CC. 50, 210).
La transformación del sacerdote con Cristo acontece principalmente en la eucaristía celebrada con amor[25] y en una acción apostólica que nazca del amor:
"Este es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios" (A mis sacerdotes 146).
"No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).
La vida de oración es imprescindible y debe armonizarse con una entrega generosa a la acción apostólica: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183).
La santidad sacerdotal es necesaria para que en la Iglesia se realice una gran renovación, a modo de "nuevo Pentecostés": "Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mis Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo" (CC. 49, 250). Los males de la humanidad son debidos, en gran parte, a la falta de santidad sacerdotal:
"Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí" (CC. 50, 256).
"El mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo" (CC. 51, 26).
El fruto de esta santidad será la santificación y perfección de las almas para glorificar al Padre: "Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo" (CC. 49, 273).
Encontramos una descripción detallada de la santidad sacerdotal: "El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María... Amor de celo, con las almas todas; amor de generosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo. Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo" (CC. 51, 5-7).
Es santidad a modo de vida nueva en el Espíritu Santo: "He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección... Un cristal debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo" (CC. 50, 306-312). Debe llegar hasta las últimas etapas de la mística: "¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí!" (CC. 49, 165).
El proceso de santidad sacerdotal tiene un etapa decisiva: los Seminarios. Se necesitan "seminaristas iniciados a ser Jesús" (CC. 49, 272). Conchita aboga por una atención privilegiada respecto a Seminarios y Noviciados: "Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María" (CC. 49, 268).
12. Oración y sacrificio por la santificación de los sacerdotes
Desde las primeras confidencias, el Señor pidió a Conchita su oración e inmolación por la santificación de los sacerdotes. Estamos en un aspecto clave de su carisma. Su propio proceso de santificación influirá en la santificación de los ministros sagrados (Vida 9, 356-359 y 366; 10, 30).
El llamado de Jesús es claro y concreto: "Porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad" (CC. 49, 127). El Señor busca "almas sacerdotales" que comprendan y vivan esta vocación.
El llamado se dirige de modo particular a Conchita y a las Obras de la Cruz: "Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal" (CC. 49, 82). Cristo espera de estas almas el mismo calor materno que encontró en María: "Pues esa ternura, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95).
La vida de Conchita es una respuesta generosa al llamado del Señor para sacrificarse por los sacerdotes: "Pues eso quiero, Jesús del alma... ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tanta gloria te han de dar" (CC. 50, 335).
Muchas "almas sacerdotales" se han ofrecido al Señor como víctimas para la santificación de los sacerdotes: "Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos" (A mis sacerdotes 95). Estas almas víctimas deben vivir en sintonía con Cristo: "Las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que son el precio de mis sacerdotes amados" (A mis sacerdotes 120).
Estas almas sacerdotales, que oran y se sacrifican por la santificación de los sacerdotes, participan, de modo especial, en los amores sacerdotales de Cristo y colaboran eficazmente en el ministerio sacerdotal. Gracias a ellas, han surgido muchas vocaciones y han perseverado en su camino de generosidad y entrega (cfr. A mis sacerdotes 54 y 115).
A estas almas se refería Juan Pablo II en la homilía de la ordenación sacerdotal celebrada en Durango: "En esta ordenación de sacerdotes, en la que estamos participando, vislumbro la emoción de todos los presentes. Confluyendo sobre cada uno de estos queridos candidatos al presbiterado, adivino -cual insondables torrentes de gracia- las oraciones y los trabajos de tantos padres y madres, de tantos educadores, de tantas personas consagradas, de tantos enfermos, de tanta gente sencilla, de tantos bienhechores".[26]
A MIS SACERDOTES(frases que no leí en "Confidencias")
II Estos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre, Dios y su justicia. Amor
IV Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo.
XXVIIYo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida. Pobres
XXXIII Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo. Transformación
Id Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia,sus mismos latidos. Corazón
XXXIVYa se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba. Amor (cf.Jn 17)
Id Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a Ella y glorificarla eternamente. Almas
Id En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia, siglos antes anunciada, pero cuyo principio fue mi sacrificio de la Cruz, en lo alto del Calvario, a la sombra de María. Corazón Iglesia María
Id Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va. Cruz Trinidad
XXXVEl medio práctico para lograrlo es unificar todas las voluntades íntima y sinceramente en mi voluntad, en donde reside la unidad.
LI Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden. Cristo Sacerdote
LIV Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo. Víctima
LV La identificación de ellos en Mí debe ser perfecta. Y ¿cómo? Por medio de su transformación en Mí, por parecido interior con mi Madre de quien son hijos, más que todos los hijos... María
Id ...la transformación en Mí... Aquí está también el secreto de la atracción del sacerdotes respecto a las almas.
LXV El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia. Cristo Sacerdote Espíritu Santo
Id Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial. Trinidad
LXXIIMis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí. Transformación
LXXVII Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre , mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre. Amor Cristo Sacerdote Transformación Encarnación mística
LXXXIV Al participar a mis amados sacerdotes los desposorios de mi Iglesia - teniendo en cuenta su transformación en Mí -; al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación.
LXXXVII Para darme mi Padre a la Iglesia como Esposa, primero me crucificó. En la Cruz fueron mis desposorios con Ella... Ahí fueron también los desposorios de los sacerdotes con la Iglesia... Desde la eternidad estaba destinada para mis sacerdotes esa Esposa, la Iglesia, brotada de mi Corazón en la Cruz.
XCV Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos. Víctima
XCVIDesde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre... Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas.
XCVILos sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan.
XCVIII ¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos.
Id Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes. Encarnación Mística Cristo Sacerdote
Id Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí. Amores de Cristo
CVI Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al almas sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo. Amores de Cristo
CIX A todo se resisten los corazones menos al amor, porque llevan en ellos una fibra de amor que responderá siempre, más o menos tarde, al Amor de un Dios: que todo lo que puede ese Dios lo ha hecho para salvarlos... Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas.
CXIIUno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas.
CXV El Espíritu Santo busca.. almas sacerdotales que se dilate y lo llamen, lo invoquen, lo reciben, lo comunican, lo den; porque El es el Don de Dios... el único capaz de renovar almas y mundos... El es la acción divina del sacerdote... quien todo deben... Sólo el Espíritu Santo hace un Jesús de cada alma y la simplifica en la unidad.
CXX Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias; y las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que so el precio de mis sacerdotes amados.
Id ... los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes...
Id Allá eternamente sonrió el Padre en su mente divina al contemplar, extasiado en Sí mismo y en sus perfecciones infinitas, un rasgo de El mismo en la tierra, unos seres predilectos que lo prolongarían creados expresamente para su gloria.
Id Por eso muy principalmente, el Verbo se hizo carne, como para formar en la tierra esa legión santa de los sacerdotes, ideal del Padre, engendrados en su mente, frutos del Espíritu Santo en su fruto Jesús, primer Sacerdote, formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre-Dios.
Ahí está su cuna, repito: engendrados en la mente del Padre, formados en Mí en el seno de María - con la fibra sacerdotal del Padre en sus vocaciones - por el Espíritu Santo.
CXXXLa fecundidad del Padre nunca está ociosa; y como la fecundidad del sacerdote procede del Padre, debe producir frutos para el cielo. Y ¿en qué consiste esta santa fecundidad? En formar a Jesús en las almas, rasgo por rasgo, en transformarlas en Mí... Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que El ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada... Por eso mismo es tan indispensable la transformación de los sacerdotes en Mí, y en cierto modo en la Trinidad, para ser padres, por la fecundidad del Padre.
CXXXII María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen.
CXXXIII El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor... Si los sacerdotes son Yo, si se transforman en Mí, deben también emplear esa fecundidad en bien de las almas, deben amar el dolor y sacrificarse de todas maneras siempre por la gloria del Padre en las almas.
CXXXIV El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes.
Id Por eso el Verbo se hizo carne, con el fin principal de la extensión o prolongación de El mismo en sus sacerdotes, y por medio de sus sacerdotes, en las almas... El Padre sólo busca a su Verbo en sus sacerdotes, en las almas y en todas las cosas creadas; no conoce sino a su Verbo en ellas.
CXL Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística. Eucaristía
Id Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí. Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María.
CXLVIEste es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios.
CXLVII Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí... Castidad Virginidad
Tomo XLIX
15 Quiero amor en almas sacerdotales.
21 Quiero hacer de cada pecho un nido para el Espíritu Santo.
28 Los Sacerdotes levantan su mirada a mi Padre... Ese momento de la mirada a mi Padre es el más doloroso para Mí.
30 Que esas miradas sean puras, sean castas, amorosas...
32 Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo. Transformación
35 (... yo... sólo sufría con El... Sus dolorosas confidencias hacían eco en lo más hondo de mi alma)
52-53Por qué no te has quejado antes..., por qué no me dijiste antes esta pena, esto que rompía tu Corazón? "Porque necesitaba un grado más del color de madre en tu corazón"
59 Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno. Transformación
60 Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas. Transformación
62 Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima.
74 Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos.
82 Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal.
90 Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí.
92 Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores.
95 Pues esa ternura maternal, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos.
112 Un Sacerdote, ya no se pertenece, es otro Yo, y tiene que ser todo para todos, pero santificándose primero, que nadie da lo que no tiene.
117 (Hoy no habló Jesús; sólo lo amé mucho, sólo sentía también su amor hacia mí)
122 Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo. Transformación
127 ... porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad.
151 Mis Sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y por María.
155-156 María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas.
161 ...identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación. Eucaristía Transformación
165 ¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí! Transformación
171 Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre...
180 Más que padres, deben ser madres con entrañas de tales, para atraer, para compartir las penas, para compadecer, perdonar y alentar. Paternidad
183 Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios. Oración
185 Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él. Transformación
196 Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones...
216 Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor. Víctima
218 (Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y sus latidos para saber amar a Jesús)
221 La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado.
223 Que no haya sermón, hija, en el que dejen de nombrar a María... Que enamoren a los corazones del que es Amor, y tan poco conocido y tan menos predicado, del Espíritu Santo.
224 Que me prediquen a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado. Predicación Cruz
245 Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas...
249 Así quiero Sacerdotes, hija, poseídos del Espíritu Santo, y olvidados de sí mismos, todos para Dios, todos para las almas.
250 Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mi Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo.
266 (Seminarios y noviciados) Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor... Cruz
268 Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María.
272 Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas. Cruz
273 Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo.
281 Mi Iglesia es madre, y sus Sacerdotes deben tener para con los pobres, entrañas maternales.
307 Yo vine al mundo para salvarle por el divino medio de mi Iglesia, Esposa muy amada del Cordero...
308-310 Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia.
335 Pueden fracasar muchos apostolados, menos el de la Cruz que fue el Mío.
336 Mis Sacerdotes... es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor. Transformación
338 Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos...
339 Cada Sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo... tiene algo de infinito procedente del Padre, y su fecundidad comunicada que le dé almas.
348 Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes. Trinidad
349 Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama.
364 El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor.
377 Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, tranfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor. Trinidad Paternidad
Tomo L
4 Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo.
33 Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas. Fecundidad Paternidad
56 Quiero, hija, que mis Sacerdotes tengan en cuenta esta Sobra fecunda del Padre que los envuelve desde la eternidad, para comunicarles el germen santo de la fecundidad santa y virginal de la Trinidad. Espíritu Santo
57 Esa Sombra es Dios que los ama con toda la ternura del Espíritu Santo, y que los mira siempre.
60 Las encarnaciones místicas, vienen también de esta Sombra divina, tan poco meditada y agradecida; de la mirada fecunda del Padre que al posarse de esa especial manera sacerdotal en el alma, le comunica a su Verbo, lo único que El puede comunicar, por ser con El, una sola Divinidad. Como en María, se vale, diré, del Espíritu Santo; pero la Sombra que proyecta el Espíritu Santo en el alma, es la Sombra del Padre.
62 Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra. Transformación
85 Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz? (contra envidia)
88 El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad.
(95 y 99: confesarse y tener director espiritual santo)
102 Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola; una sola alma con el Espíritu Santo; una unidad en la Trinidad, por deber, por justicia, por amor. Unidad
126 Y el fin de la Iglesia en su parte íntrinseca, es formar en la tierra un solo Jesús Salvador de las almas; un solo Sacerdote en el Sacerdote eterno, por su unión, parecido e identificación con El. Unidad
141 Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola. Víctima
144 Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias. Cruz
149 Como elPadre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí.
152 María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes... Eucaristía
153 Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo.
156 (Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en tí).
160 El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar.
161 Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo.
162 Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas.
170-173 María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida.
Mira: Te voy a decir un secreto; y es que, al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, angendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad.
Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y po reso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas...
Oye, y si los hijos deben parecerse a las madres, y gozar de sus prerrogativas, no adivinas, hija, que los Sacerdotes deben ser también Marías, también madres, y llevar en sus almas la encarnación mística del Verbo en su Madre, y por esto el más estricto deber de parecerse a Mí, o más bien, de transformase en Mí.
175-176 Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, qu elos engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí... Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis Sacerdotes,... al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma al Verbo, y con El, hija, también a sus Sacerdotes.
181 Si los Sacerdotes fueran otros Yo, quedaría resuelto el problema de tantas cosas qeu afligen a mi Iglesia.
188 A las almas Sacerdotales son a las que más amo en la tierra, por el reflejo que en sí llevan de la fecundación de mi Padre; en El las amo, y por El las salvo. Ellas llevan en sí el germen comunicado del cielo para reproducirme a Mí en las almas. Fecundidad
190 Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa.
Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesus, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima... Eucaristía Transformación
192-193 El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes.
195 María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas. Transformación
200 ... otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente.
Los Sacerdotes, por su origen divino, en el seno de mi Padre, y por su fraternidad divina Conmigo en el seno de María, son mis consentidos en la tierra en la tierra, y aún en el cielo.
202 El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús. Víctima Transformación
203 Conmigo, se transforma en la Trinidad, es decir, en la fecundación consumada del Padre, en los sentimientos del Hijo, en la caridad incendiable del Espíritu Santo.
204 ... porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados. Transformación
210 Sólo el Espíritu Santo hace santos a los Sacerdotes;... Sólo El es capaz, con su Soplo, de impulsar a las almas sacerdotales a lo heroico, a lo sublime de su vocación.
212 ¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos!
221 (Y me fuí, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone.
226 ... Si los Sacerdotes se transformaran en Mí... brillaría el Sol de mi Iglesia.
235 ... en razón deñ sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte. Eucaristía
236 Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.
Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie. Fecundidad
238 (Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes?)
Mira, hija: elgermen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo...
239 Pero este germen, se desarrollarámás y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo.
242 (El Papa y los Obispos) Nadie más padre que ellos, pero también más madres que ellos. Esa maternidad espiritual, derivada de la Paternidad divina, debe hacerlos dulces, tiernos, amorosos para con sus hijos los Sacerdotes.
244 Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar. Transformación
253 Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Pade en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad.
256 Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí.
269 Vivo en constante roce con ellos, no tan solo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de su ministerio.
287 ...que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo.
292 Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo. Transformación
293 Volveré a la tierra más visiblemente, más sensiblemente en mis Sacerdotes que se presten a esta reacción espiritual, y el mundo recibirá el impulso divino, y mi Iglesia dará más frutos de vida eterna glorificando con esto a la Trinidad.
295 Con la cruz y con María, con mi Corazón y con el Espíritu Santo, ¿qué temer? ¡Valor y confianza! y una entrega total y absoluta de la voluntad de los Sacerdotes con la Mía.
298-9En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna al Verbo hecho hombre,; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él. Eucaristía
(todavía no pasé a fichas)
L.299s Todos los misterios se reflejan en el corazón del Sacerdote, y aún, se producen en él, a la hora de la Misa!... Participa del misterio de la Encarnación, de muchos modos... y de otros misterios adherentes a Mí.
L.305Nunca está solo el Sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial.
L.306s He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección.
L.312Un cristial debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo.
L.315s (contra la desconfianza) Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad.
L.328No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave...
L.335(Pues eso quiero, Jesús del alma,,, ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tana gloria te han de dar.)
L.396A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial.
L.399¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Ques estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas ls lágrimas y dolores ajenos...
LI.5El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María...
LI 6-7 Amor de celo, con las almas todas; amor de genrosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo.
Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo.
LI 13Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos.
LI 26... el mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo.
LI 30No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad.
Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí... Cristo Sacerdote
LI 32El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío. Cristo Sacerdote
COMO ES JESUS
RETRATO DE JESUS
Jesús no es conocido, por eso no es amado... Amor
¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también.
¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor.
SU AMOR AL PADRE
(cita muchos pasajes evangélicos)
El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...
Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...
Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...
A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos.
SU AMOR AL ESPIRITU SANTO
El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina.
SUS DOS AMORES
¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad sant+isima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre.
SUS SACERDOTES
Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo.
SU AMOR A MARIA
(Como si hablara Jesús) En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres.
BIBLIOGRFIA
- Confidencias a los sacerdotes. Cuenta de conciencia de Concepción Cabrera de Armida, 23 de septiembre de 1927 al 28 de enero de 1931 ("manuscrito").
- A mis sacerdotes. Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz".
- CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Cómo es Jesús, Meditaciones, México, Edit. "La Cruz".
- M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre de familia, Concepción Cabrera de Armida, Bilbao, Declée de Brouwer 1987 (sexta edición)
pág. 128: (últimos días de su vida). Su oración se refugiaba en la oración de Cristo en Gethsemaní. Comulgaba con los sentimientos del Crucificado, abandonado por su Padre. Para ella, su Jesús tan amado había desaparecido totalmente: "Es como si nunca nos hubiéramos conocido", repetía a sus íntimos.
pág. 126: se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz.
- CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edic. Cimiento 1989.
(carta n. 2 al P. Félix, 1903?): "Ser santo, es ser apóstol, como Jesús lo fue, de cinco maneras: Por su silencio, por sus ejemplos, por sus palabras, derramando su sangre, dando la vida por los hombres." (pp. 15-18 del libro)
- SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida.
Iudicium prioris theologi censoris: "Ep. Martínez qui legit "confidencias", notat quam magnum bonum sit hoc scriptum pro animis et vult ut edantur tales quales quia dictis Christi nihil addi nihil subtrahi potest" (p.336)
(ibidem cita a Mons. Martínez: "Las confidencias están haciendo mucho bien... Las Confidencias de Jesús deben quedar tales cuales El las ha comunicado. Y si Vd. muere de vergüenza, ya tendremos cuidado en enterrarla") (!!!)
- CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida, t. I-X, México, Religiosas de la Cruz, 1990.
[1]CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida, t. I-X, México, Religiosas de la Cruz 1990. De la "Cuenta de conciencia" (65 volúmenes) citaremos principalmente los volúmenes 49-56, que se refieren de modo especial a los sacerdotes. Ver otros datos en: SACRA CONGRETATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida. Ver otras publicaciones en notas posteriores.
[2]Los biógrafos hacen notar esta vivencia de la interioridad de Cristo: M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre familia, Concepción Cabrera de Armida, Bilbao, Desclée 1987 (Texto original: Journal d'une mère de famille, Desclée de Brouwer 1974.
[3]Los volúmenes 49-56 de la "Cuenta de conciencia" se refieren principalmente a nuestro tema: Confidencias a los sacerdotes, Cuenta de conciencia de Concepción Cabrera de Armida, 23 de septiembre de 1927 al 28 de enero de 1931 (manuscrito).
[5]A mis sacerdotes, Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz" (usamos la cuarta edición, de 1979).
[6]Además de la "Vida", de la "Cuenta de conciencia" y de "A mis sacerdotes" (obras citadas en notas anteriores), usamos y citamos también: Cómo es Jesús, Meditaciones (Obras de Concepción C. de Armida, 2), Edit. "La Cruz" (usamos la cuarta edición). Hay que tener en cuenta también sus cartas a sacerdotes: Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edit. Cimiento 1989.
[7]El amor al Padre es el punto de referencia o la fuente de todos los amores de Cristo. Hay que destacar el aspecto de la"mirada" entre el Padre y el Hijo, que debe hacerse vivencial en el sacerdote (cfr. CC. 49,28.32.74.338.349; 50,62).
[8]El tema del Espíritu Santo aparece frecuentemente en relación con Cristo Sacerdote (el Verbo hecho homre), con María, la Iglesia, el sacerdote ministro. El es la fuente de la santidad sacerdotal (cfr. 2ª ponencia, n.11). "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88; cfr. CC. 49,348).
[9]Este tema es una característica clara de la vivencia de Conchita, como una especie de maternidad espiritual: "Tú me darás muchas almas" (Vida 1, 235); "tú salvarás muchas almas" (Vida 2, 73); "miles de almas pasarán por tus manos para ofrecérmelas" (Vida 3, 77); "muchas almas se aprovecharán de los favores que te he hecho" (Vida 4, 287); "ama tú a las almas como yo las amo" (Vida 7, 291). La "encarnación mística" tiene también este sentido de salvar muchas almas (Vida 8, 12.186). Las Obras de la Cruz tienen como objetivo la salvación de las almas (Vida 7, 282).
[10]Siempre es relación a la victimación de Jesús: "Haz lo que Yo. Yo fui feliz llenando mi papel de Víctima" (Vida 6, 230, 246); "debes vivir de mi vida de Víctima" (Vida 8, 218).
[11]Su madre la dedicó a María (Vida 8, 178); desde niña la invoca (Vida 1, 11-12; 8, 75); su madre le enseñó a amarla (Vida 1, 34.56); a María le debe su pureza (Vida 1, 34) y pone en sus manos el voto de pureza (Vida 1, 156). Toda la vida está llena de detalles marianos continuos. De la Virgen aprende a escuchar a Jesús: "Escucha a mi Hijo y no te resistas" (Vida 1, 372-373. 327).
[12]Tenía ardiente celo por darla a conocer (Vida 3, 267); dedicaba los martes a pedir especialmente por ella (Vida 8, 16); nuestro Señor le pide que la ame y la haga amar (Vida 6, 362); sentía anhelos de dar la sangre por ella (Vida 3, 26). Es la orientación que le dió el Señor: "Si te arrimas a la Iglesia no te perderás" (Vida 4, 220); "tú irás siempre con mi Iglesia" (Vida 7, 92).
[13]Su gran ilusión era conseguir, con sus oraciones y sacrrificios, sacerdotes santos (Vida 5, 200; 4, 146.151-161). En carta al P. Rougier dice: "Ser santo, es ser apóstol, como Jesús lo fue, de cinco maneras: Por su silencio, por sus ejemplos, por sus palabras, derramando su sangre, dando la vida por los hombres". Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edit. Cimiento 1989, carta n. 2, pp. 15-18.
[14]Cfr. Vida 4, 151 y CC, 50, 221. Escribía Mons. Martínez: "Las confidencias están haciendo mucho bien... deben quedar tales cuales El las ha comunicado. Y si Vd. muere de vergüenza, ya tendremos cuidado en enterrarla". Tomado de: SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida, p.336.
[15]"Se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz... Su oración se refugiaba en la oración de Cristo en Gethsemaní. Comulgaba con los sentimientos del Crucificado, abandonado por su Padre. Para ella, su Jesús tan amado había desaparecido totalmente:'Es como si nunca nos hubiéramos conocido nunca', repetía a sus íntimos"; cfr. M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre de familia..., o.c., pp.126.128. Ella misma lo refleja en su Cuenta de conciencia: CC. 65, 125 (20 de julio de 1936, pocos meses antes de su muerte). En los últimos momentos, Mons. Martínez le pide se una al abandono de Jesús en la Cruz, indicándole que, aunque no lo sienta, Jesús está unido a su corazón; ella dio una señal de asentimiento moviendo los ojos; cfr. M.O. RIBERO, Cruz de Jesús (3 de marzo 1937-1977), p.13-14.
[17]Sería interesante hacer un paralelo entre la doctrina sacerdotal del concilio Vaticano II y el mensaje de Conchita. Baste recordar el esquema del decreto conciliar sobre el ministerio y la vida de los presbíteros: ser (PO 1-3), obrar (PO 4-6), vivencia (PO 7ss), santidad (PO 10-14), virtudes (PO 15-17), medios (PO 18ss).
[18]La explicación del teólogo M.J. Scheeben (1835-1888) sobre el carácter sacerdotal, parte también del misterio de la Encarnación. Es una explicación que ayudaría a comprender la "encarnación mística" de las confidencias de Conchita: "El misterio del carácter sacramental empalma de un modo especial con el misterio de la Encarnación y de la prolongación de la misma en el misterio de la Iglesia"... "El sacerdocio ha de dar nuevamente a luz a Crito en el seno de la Iglesia, en la eucaristía y en el corazón de los fieles mediante la virtud del Espíritu Santo que opera en la Iglesia, y de esta manera formar orgánicamente el cuerpo místico, así como María, por virtud del Espíritu Santo, dio a luz al Verbo en su propia humanidad y le dio su cuerpo verdadero" (M.J. SCHEEBEN, Los Misterios del cristianismo, Barcelona, Herder 1953, VII).
[20]La palabra "germen" o "fibra" (que aparece en los escritos de Conchita) puede interpretarse a la luz de los textos bíblicos sobre nuestra participación en la vida divina: 1Pe 1, 4.23.
[21]"Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola alma con el Espíritu Santo; una unidad en la Trinidad, por deber, por justicia, por amor" (CC. 50, 102). Es frecuente encontrar textos parecidos con matices diversos. La unidad entre los sacerdotes es una de las preocupaciones de las confidencias: "Y el fin de la Iglesia en su parte íntrinseca, es formar en la tierra un solo Jesús Salvador de las almas; un solo Sacerdote en el Sacerdote eterno, por su unión, parecido e identificación con El" (CC. 50, 126). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Pade en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253). "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292). "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4). "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está compalciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote conciste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88).
[22]Son muy sugestivos los textos en los que se habla de esta "mirada" de Cristo al Padre, que deben imitar los sacerdotes. "Los Sacerdotes levantan su mirada a mi Padre... Ese momento de la mirada a mi Padre es el más doloroso para Mí" (CC. 49, 28).
EL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA
Escrito por Super UserEL SACERDOCIO DE CRISTO Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL EN LA VIVENCIA Y MENSAJE DE CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA
Juan Esquerda Bifet
Presentación
Concepción Cabrera de Armida ("Conchita") es un alma centrad en el misterio de la Encarnación del Verbo y, a partir de él, en el misterio de la Trinidad, del Espíritu Santo, de la Eucaristía, de María, de la Iglesia y del sacerdocio.
Su "Vida" y su "Cuenta de conciencia" reflejan una experiencia de fe sobre la persona de Jesús y, especialmente, sobre su interioridad o su Corazón.[1]
En cada una de las páginas autobiográficas aparecen los amores del Corazón de Jesucristo. Conchita vivía de estos amores con la actitud de quien agradece un don inestimable de lo alto, para su propio bien espiritual y para el bien de innumerables almas.[2]
Las inspiraciones y "confidencias" recibidas se centraron durante algunos años (de septiembre de 1927, a enero de 1931) en el tema sacerdotal, subrayando la interioridad o los amores de Cristo Sacerdote y la urgencia de santificación sacerdotal.[3]
Es interesante recordar que las principales "confidencias" sobre el sacerdocio las recibió Conchita a partir de los Ejercicios Espirituales (Morelia), dirigidos por Mons. Luis M. Martínez y que tuvieron como tema: "El interior del Corazón de Jesús". El arzobispo de México le había indicado también el objetivo concreto de estos Ejercicios: "Entrega total a la divina voluntad, dispuesta a todo".[4]
Gran parte de estas confidencias sobre el sacerdocio se publicaron (edición privada) en Morelia (1928-1931), con el permiso del arzobispo de Michoacán, Mons. Leopoldo Ruiz. De hecho, esta publicación (con el título de "A mis sacerdotes") viene a ser un amplio resumen sistemático de la "Cuenta de conciencia" de Conchita durante esos mismos años.[5]
Trataré de presentar el tema sacerdotal en dos momentos: Cristo Sacerdote, los sacerdotes ministros. En el primer momento, veremos el sacerdocio a partir de la interioridad o amores del Corazón de Jesucristo y también de la vivencia de Conchita; el segundo momento viene a ser el mensaje de Conchita sobre el sacerdote ministro.
Nos encontramos ante el carisma específico de Conchita y, por ello, lo presentamos como vivencia suya y como mensaje recibido del Señor en bien de toda la Iglesia.[6]
1ª ponencia: LA VIVENCIA PERSONAL DE CONCHITA EN TORNO AL SACERDOCIO DE CRISTO
1. Vivencia en torno al misterio de la Encarnación
El misterio de la Encarnación no aparece en términos abstractos ni en una ordenada sistematización de conceptos teológicos, sino concretamente en la realidad del sacerdocio de Cristo: El Verbo, engendrado eternamente por el Padre en el amor del Espíritu santo, se hace hombre (Mediador y Víctima) en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo es Sacerdote por esta realidad de Mediador y Víctima: Hijo de dios, hombre, Salvador. Estamos dentro de la perspectiva neotestamentaria y patrística más auténtica: es Salvador porque es perfecto Dios y perfecto hombre.
Esta mediación salvífica de Jesús se realiza principalmente por el sacrificio de la cruz. Jesús es Sacerdote y Víctima, desde el día de la Encarnación. Esta realidad sacrificial se hace presente en la eucaristía por medio del ministerio de los sacerdotes ordenados.
Los escritos de Conchita no son exposiciones teóricas, sino fogonazos del Corazón de Cristo y vivencias personales y comprometidas de la misma Conchita. Todo es a la luz de los amores del Corazón del Señor. El sacerdocio de Cristo aparece como amor profundo al Padre, en el Espíritu Santo, y amor de plena donación a toda la humanidad ("las almas"), hasta dar la vida en sacrificio (como Sacerdote y Víctima).
Este amor de Cristo Sacerdote tiene dimensión mariana y eclesial. De este amor brota el deseo íntimo y la exigencia de que los sacerdotes ministros vivan en sintonía con los amores de Cristo. El Señor quiere, por medio de Conchita, contagiar a muchas personas de estos sus amores sacerdotales. Veámoslo ya a partir de los mismos escritos de Conchita.
La realidad humana y divina de Jesús se resuelve en inmolación o donación sacrificial (ya desde la Encarnación) para la salvación del mundo. Jesús se describe a sí mismo con estas vivencias sacerdotales:
"Yo comprendí desde el primer instante de la Encarnación mi papel de Víctima, y lo abracé, y acepté gozoso; especialmente, ¿por qué? Primero por honrar al Verbo, y después, por saciar mi amor por el hombre; nació esto en mi corazón comunicado por el Verbo; por esto es inmenso, y he aquí el secreto de la grandeza de mi amor, humano, sí, pero divinizado por el Verbo eternamente... Y mi Corazón de hombre, amaba a los hombres y comprendía sus debilidades y miserias, sus crímenes y pecados, y un nuevo martirio me oprimía, de rubor y vergüenza, porque si Yo no estaba manchado, mi familia, mi sangre misma, en los hombres, mis hermanos, lo estaba" (Vida 5, 361-373; CC. 23, 246-259; cfr. CC. 51, 30).
Desde el primer momento de la Encarnación, la Virgen María sintoniza con las mismas vivencias sacerdotales de Cristo. Esta será la pauta para Conchita y para muchas almas sacerdotales:
"Desde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre"... (A mis sacerdotes, 96)
A la luz de los amores de Cristo, se comprende mejor el objetivo de la Encarnación:
"Uno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes"... (A mis sacerdotes, 112).
El amor de Cristo a los sacerdotes (cfr. 2, F) se desprende del objetivo de la Encarnación, que es la salvación de las almas (cfr. A mis sacerdotes, 134). El sacerdocio ministerial (dentro del misterio de la Iglesia Esposa) aparece entonces en toda su luz: "El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia,su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote"... (CC. 51, 32; cfr. A mis sacerdotes, 147).
La vivencia de Conchita (cuyas características analizaremos más abajo, en el n. 3) no son más que una prolongación o contagio de estos sentimientos de Cristo Sacerdote. La "Encarnación mística", de la que le habla el Señor, viene a concretarse en esta sintonía comprometida y sacrificial con estos amores sacerdotales de Cristo.
2. Los amores o interioridad de Cristo
El sacerdocio de Cristo, en los escritos de Conchita, se presenta desde la interioridad, vivencia y amor del mismo Cristo. Su amor al Padre y a los hombres llega hasta dar la vida en inmolación total. Estos amores engloban a María, a la Iglesia y a los sacerdotes ministros.
A) Su amor al Padre en el Espíritu
La interioridad de Jesús, en los escritos de Conchita, es la misma que trasluce en los textos evangélicos: amor entrañable al Padre en el Espíritu Santo y amor a los hombres ("las almas") hasta dar la vida en sacrificio.
"El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...
Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...
Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...
A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos" (Como es Jesús, Su amor al Padre).
A partir del amor al Padre, se comprenden armónicamente todos los amores de Cristo:
"Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores" (CC. 49,92).[7]
El amor al Padre va siempre unido al amor del Espíritu Santo:
"El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina" (Cómo es Jesús, Su amor al Espíritu Santo; cfr. Vida 6, 258; CC 25, 175-178). La generación eterna del Verbo se ha realizado en este amor:
"Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49,348).
La vida trinitaria es vida de amor, que se difunde en el mundo por medio de los sacerdotes. La interioridad de Jesús refleja este amor:
"Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49,339).[8]
Este amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, debe reflejarse en los sacerdotes: "Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes, 106).
B) Su amor a toda la humanidad ("las almas")
La expresión más usada sobre el amor de Cristo Sacerdote a la humanidad, es "amor a las almas" (o en su equivalente "amor al hombre"). El contexto es siempre de amor al Padre según sus designios salvíficos. En este sentido se puede hablar de sus "dos amores":
"¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad santísima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre" (Cómo es Jesús, Sus dos Amores).
Es un solo amor expresado en dos vertientes: "Lo obligaron dos amores, en un mismo amor: el amor a Él mismo, como Dios, que es infinito, para reparar la ofensa hecha a la Divinidad, y el amor al hombre, que es inmenso, que es también infinito, en cuanto llevan en sí las almas el destello de la Trinidad, una parte del Ser divino, la inmortalidad" (Vida 5, 255-257; CC. 23, 136).
Este amor de Cristo a las almas (a la humanidad entera) tiene su principio en la vida trinitaria: "Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a ella y glorificarla eternamente" (A mis sacerdotes, 34).
La donación de Cristo al Padre para la salvación de las almas, tiene que reflejarse en el sacerdote: "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes, 54; cfr. 2ª ponencia, n.7).
La dinámica de este amor es siempre circular, de la Trinidad, a la Trinidad: "El Padre... eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88).
C) Su amor hasta dar la vida en inmolación
El amor sacerdotal de Cristo es de totalidad. Es una donación incondicional al Padre, en el Espíritu Santo, por medio de una plena inmolación de sí mismo ("holocausto"). Las palabras "víctima", "inmolación", "cruz", equivalen a un amor de plenitud:
"El amor que no crucifica no es amor... ¿Cómo amé Yo?, con amor universal de caridad, como sabe amar el Verbo, todo caridad. Con amor de sacrificio, inmolándome... perdonando, olvidando y alcanzándoles gracias con mi dolor. Con una purísima intención divina... Con un fin sublime de caridad para con el hombre y para con la Divinidad, procurándole gloria. Mi amor expiatorio es incomprensible a toda inteligencia humana" (Vida 5, 239-249; CC. 23, 119-129).
El tema del Corazón de Jesús tiene este mismo significado de oblación amorosa: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2,322; CC. 1, 146). El Verbo hecho hombre es ya la víctima de la cruz desde el seno de María: "Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo" (A mis sacerdotes, 4). La victimación de Cristo es "el precio" de las almas: "Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias" (A mis sacerdotes, 120).
Dolor y amor se identifican en la vida de Cristo Sacerdote: "El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor" (A mis sacerdotes, 133).
Toda la vida de Cristo es una inmolación, por el hecho de ser Sacerdote y Víctima:
"Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). "Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor" (CC. 49, 216).
D) Su amor a María
El amor de Cristo al Padre y a los hombres se concreta en amor a María, como Madre suya, de la Iglesia, de las almas y, de modo especial, Madre de los sacerdotes:
"En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres" (Como es Jesús, Su amor a María).
Precisamente Conchita es invitada a imitar a María en el modo de vivir su relación con Cristo Víctima:
"Yo me gozo en el amor también de María... Imita a mi Padre, en sacrificarme a Él por amor. Imita a María, en ofrecerme por amor al Padre, con una única voluntad, con la de Él, y déjame hacer de tu corazón mi descanso, del descanso de Jesús" (Vida 6, 258-259 = CC 25, 178-179; cfr. Vida 6, 71-73 y CC. 24, 40-42).
María forma parte de las vivencias sacerdotales de Cristo: "Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas" (A mis sacerdotes, 96).
Por eso María es el don de Cristo a sus sacerdotes:
"¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos" (A mis sacerdotes, 98).
El amor de Cristo a María tiene sentido eclesial y sacerdotal. Es ella quien, siendo Madre de la Iglesia, ayuda a cada sacerdote a ser otro Jesús. Su maternidad es siempre activa hacia cada alma y, de modo especial, hacia cada sacerdote. El amor de Cristo a su Iglesia, a las almas y a los sacerdotes se expresa en su amor a María:
"Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 98).
E) Su amor a la Iglesia
La expresión "mi Iglesia" se repite frecuentemente en las confidencias del Señor a Conchita, siempre con un tono de ternura y cariño, así como de invitación a vivir en esa misma vivencia. El Señor no deja de manifestar la exigencia de un amor de retorno por parte de todos los que componen su Iglesia amada: "Mi Iglesia es lo que más amo y lo que más me ha hecho sufrir" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).
El amor de Cristo a la Iglesia tiene su punto de partida en el amor del Padre: "Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que él ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada" (A mis sacerdotes, 130).
Un dato que sobresale en este amor a la Iglesia es su título de esposa de Cristo. Las confidencias parecen una glosa del texto paulino de Efesios 5, 25-27:
"Yo vine al mundo para salvarlo por el divino medio de la Iglesia, Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307). "Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia" (CC. 49, 308-310).
Este amor de Cristo a su Iglesia, el Señor lo quiere ver reflejado en sus sacerdotes (cfr. 2ª ponencia, n.10). Conchita será la portadora de este mensaje, como "víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196; cfr. el n. 3 de esta misma ponencia).
F) Su amor especial a los sacerdotes
Del amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, y del amor a las almas, a María y a la Iglesia, nace el amor especial para con los sacerdotes. "Yo amo a los ministros de mi Iglesia, como a las niñas de mis ojos, y por lo mismo, más me duelen las ofensas hechas por ellos a lo que más amo y ellos debieran amar" (Vida 9, 359; CC. 35, 102-108):
"El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia... Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial" (A mis sacerdotes, 65).
"Mis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí (ibídem, 72).
"El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes" (ibídem, 134).
Los sacerdotes son como una página de la biografía de Jesús. Este amor ha comenzado en la eternidad, cuando el Padre engendró al Verbo. Desde el día de la Encarnación, ocupan un lugar en el Corazón de Cristo sacerdote:
"Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre, mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre" (A mis sacerdotes, 77; CC. 51. 30).
"El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío" (CC. 51, 32).
A partir de este amor de Cristo a sus sacerdotes, se comprenden las descripciones sobre su razón de ser, su "transformación", su exigencia de santidad y de apostolado (cfr. 2ª ponencia). "Los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes" (A mis sacerdotes, 120).
3. La vida de Conchita como trasunto de estos amores de Cristo
Hasta aquí hemos expuesto el sacerdocio de Cristo a partir de sus amores o de su interioridad y de su Corazón, tal como aparece en las comunicaciones que Conchita recibió del Señor. En realidad, se trata también de las mismas vivencias de Conchita en sintonía con el Verbo Encarnado. Pero ella no está centrada en sí misma ni en sus propias experiencias y sentimientos, sino en los amores de Cristo Sacerdote.
La gran preocupación de Conchita es la de dar a conocer los amores de Cristo Sacerdote, para hacerle amar especialmente de los sacerdotes y de otras "almas sacerdotales". Ella queda contagiada del amor de Cristo al Padre:
"Jesús no es conocido, por eso no es amado... ¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también. ¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor" (Cómo es Jesús, Retrato de Jesús).
Conchita vive inmersa en el misterio de la Encarnación del Verbo, participando en él según la gracia especial recibida del Señor y calificada por él como "encarnación mística". Vive este misterio desde los amores de Cristo: "Al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma el Verbo, y con El, hija, también a sus sacerdotes" (CC. 50, 175-176).
Todos los amores de Cristo encuentran eco en el corazón y en la vida de Conchita. Su vida se hace, desde las primeras comunicaciones del Señor, vida nueva en el Espíritu Santo, como reflejo del Padre y del Hijo (Vida 6, 237), lazo de unión entre el Padre y el Hijo (Vida 3, 337; 6, 224-258), fuente de amor (Vida 7, 352), foco de verdadera caridad (Vida 5, 106). La propiedad del Espíritu Santo es darse, comunicarse (Vida 9, 346). El Espíritu Santo necesita almas que se le consagren, almas crucificadas, para descender a ellas (Vida 1, 271-273). El hace fecunda la Obra de la Cruz (Vida 6, 230. Es él quien guía e impregna toda la vida de Jesús (Vida 4, 135; 7, 185). Se vive de él por medio de María (Vida 9, 332). Ahí se inspira la vida de Conchita, guiada por el Espíritu Santo, para vivir de los amores de Cristo y para contagiar a otras almas sacerdotales.
Su amor a las almas nace de la sintonía con el mismo amor universalista de Cristo. Conchita no está centrada en sí misma, sino en el bien de los demás, a imitación del amor de Cristo. Esta apertura se hace donación total y crucificada:
"Naciste para otros... Yo me encargaré de ti" (Vida 2,139; CC. 10, 218).
"Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente, a la de los sacerdotes" (Vida 4, 257; CC.18, 220-223).
"Date a las almas como Yo me di" (Vida 5, 86; CC. 22, 203-206).
"Si quieres salvar almas, transfórmate en la cruz" (Vida 4, 143; CC. 4, 197-199).[9]
Este amor a las almas se convierte en donación inmolada, en víctima, también a imitación de Jesús y en unión con él:
"Ofrécete como víctima en unión Mía" (Vida 3, 8; CC. 6, 157-158).
"Te he escogido como víctima especial" (Vida 6, 125; CC. 24, 193-196).
"En mi unión debes ser víctima, porque éste es el grado más perfecto del amor" (Vida 6, 241-242; CC. 25, 161-161).[10]
Su amor a María se expresa en identificación con ella: "Porque eres madre (le dice Jesús) con un reflejo de María, místicamente mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176). Por esto, en el corazón de Conchita deberá reflejarse la ternura materna que Cristo encontró en María: "Pues esa ternura materna, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95). De ahí derivará la necesidad de imitar a María en su fidelidad generosa a su inmolación con Cristo, como así lo pide Conchita: "Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y tus latidos para saber amar a Jesús" (CC. 49, 218). La escuela de este amor e imitación es el mismo Jesús:
"Imítala... es la mejor Maestro de la vida espiritual" (Vida 4,7; CC. 6, 188-193).
"Imita a María en ofrecerme por amor al Padre" (Vida 6, 259; CC. 25, 259).
(María le dijo) "Éste es el mayor favor que te ha hecho mi Hijo" (Vida 3, 200; CC. 4, 167-170).[11]
Su amor a la Iglesia forma parte de su vocación y carisma específico. Es amor que se traduce por fidelidad. Se trata de sintonizar con el mismo amor de Cristo (cfr. n. 2, E). La vida de Conchita será una continua inmolación por el bien de la Iglesia:
"Sacrifícate por la Iglesia... Yo quiero que sean víctima por la Iglesia" (Vida 3, 22-23; CC. 10, 195-196).
"Ya no te perteneces, eres de la Iglesia y el verbo te utiliza en su favor" (Vida 9, 305; CC. 35, 27-29).
"Yo quiero que hagas con voluntad el ser toda tú para siempre de la Iglesia" (Vida 9, 316; CC. 35, 57-61).
"La doctrina que te he dado es de la Iglesia" (Vida 4, 258; CC. 18, 220-223).[12]
Su amor a los sacerdotes es una consecuencia de los demás amores. El amor de Cristo al Padre en el Espíritu Santo, así como su amor a las almas, a la Iglesia y a María, se concreta en un mensaje de amor a los sacerdotes. No se ocultan sus defectos, pero, sobre todo, se indican los grandes ideales. La vida de Conchita está consagrada a la santificación de los sacerdotes, como consecuencia de compartir las vivencias y amores de Cristo Sacerdote. Este fue el encargo que recibió del Señor:
"Tú estás destinada a la santificación de las almas, muy especialmente a la de los sacerdotes" (Vida 4,257-258; CC. 18, 220-223)
Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en ti" (CC 50, 156). "Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis sacerdotes" (CC. 50, 175-176).
"Por éstos caí... y tú por éstos tienes mucho que sufrir... pero lloverán gracias" (Vida 4, 152). [13]
Es interesante observar en estas vivencias de Conchita dos notas características: su amor fiel y apasionado por Cristo Sacerdote (el Verbo Encarnado) y la repugnancia natural a publicar las confidencias del Señor sobre los sacerdotes. Se nota, en el diálogo con el Señor, ciertos reparos que ella misma manifiesta, como si le costara creer en los defectos sacerdotales.[14]
Hay un hecho en la vida de Conchita que, a mi entender, es un signo claro de su fidelidad y de su verdadera inmolación en aras de los amores de Cristo. Me refiero a la "noche oscura" de sus últimos días y a la actitud de "abandono" total en unión con el "abandono" de Cristo en la cruz. Es una nota de autenticidad, como consecuencia madura de todas las confidencias recibidas.[15]
2ª ponencia: EL MENSAJE QUE CONCHITA TRAE A LA IGLESIA CON SU VIDA Y SU PALABRA EN TORNO A LOS SACERDOTES
La vida de Conchita es toda ella sacerdotal. Como hemos visto en la primera ponencia, ella vive de los amores de Cristo Sacerdote o de su Corazón. Es el mismo Señor quien le contagia del amor a los sacerdotes, explicándole, al mismo tiempo, la razón de ser del sacerdote ministro, su proceso de transformación en Cristo y sus exigencias de santidad.
Su "destino" es, pues, convertirse en víctima por la santificación de los sacerdotes (cfr. Vida 4, 257-258; CC. 18, 220.223). Es una especia de maternidad espiritual, a imitación de la maternidad de María (CC. 50, 175-176). Por esto siente deseos de que todos los sacerdotes ardan en celo apostólico (Vida 5, 200), quiere cargar como propios sus pecados (Vida 4, 146), siguiendo las indicaciones de Jesús (Vida 4, 152). Conchita ofrece su vida para que haya sacerdotes santos (Vida 4, 151.161) y su más ardiente deseo es el de dar a Cristo muchos sacerdotes santos para consolarlo (Vida 4, 153).[16]
En este contexto vivencial y comprometido, Conchita nos transmite el mensaje recibido del Señor para anunciarlo a toda la Iglesia. Al sacerdote lo ve siempre en relación con Cristo, como transformado en él para ejercer santamente los ministerios y salvar muchas almas. Es un sacerdocio participado ontológicamente del de Cristo, profundamente relacionado con él, para amarle y seguirle, imitarle y ser su transparencia en la Iglesia y en el mundo.[17]
1. Identidad sacerdotal: ser, obrar y vivencia
La realidad sacerdotal se presenta, en los escritos de Conchita, en sentido dinámico: "Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo" (Cómo es Jesús, Sus sacerdotes). El ser del sacerdote es participación en el ser de Jesús y en su misterio de Encarnación:
"Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes" (CC. 49, 348).
"Al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, engendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad" (CC. 50, 170-173).
"Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo" (A mis sacerdotes, 33).
El poder hacer presente a Cristo en la Eucaristía es una consecuencia del hecho de participar en el misterio de la Encarnación:
"Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa. Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesús, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima" (CC. 50, 190).
"En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).
"En el altar efectúa el sacerdote un facsímil de la Encarnación del Verbo" (Vida 5, 334; CC. 23, 217-227).
El ser y el obrar sacerdotal exige una vivencia consecuente. La participación en el misterio de la Encarnación debe pasar a ser vivencial por una vida coherente de santidad: "El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes" (CC. 50, 192-193). Así se da una explicación del carácter sacerdotal: "Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos" (CC. 49, 74).[18]
Este tema es como el punto de partida para comprender la doctrina sacerdotal que Conchita recibe del Señor. Ella misma lo manifiesta con cierto estupor y miedo, como queriendo escapar de esas confidencias: "Y me fui, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone" (CC. 50, 221). Jesús mismo le aclara las dudas:
"Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes? Mira, hija: el germen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo... Pero este germen, se desarrollará más y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo" (CC. 50, 238-239).
En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna al Verbo hecho hombre; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él" (CC. 50, 298-299).[19]
2. Transformación en Cristo
Es una consecuencia del hecho de participar ontológicamente en el sacerdocio de Cristo. La transformación del propio ser debe hacerse moral y vivencial, consciente y responsable, con todas las consecuencias de santificación personal. La "encarnación mística", aplicada al sacerdote, tiene dos aspectos: 1º) La gracia sacerdotal recibida en la ordenación como "soplo fecundo del Espíritu Santo"; 2º) el desarrollo de esta gracia ("germen") a través de una fidelidad consecuente (cfr. CC. 50, 238-239).[20]
Muchas veces, en las confidencias de Jesús a Conchita, el Señor se identifica con el sacerdote como su "otro yo": "El sacerdote que cumpla con su misión, será otro Yo" (Vida 6, 345-346; CC. 25, 259-265). "Identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación" (CC. 49, 181).
Esta transformación moral o espiritual se realiza bajo la acción y los dones del Espíritu Santo:
"Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo" (CC. 49 122).
"Porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados" (CC. 50, 204).
De esta transformación espiritual dependerá el fruto del trabajo apostólico:
"Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas" (CC. 50, 182).
"Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden" (A mis sacerdotes 51).
"Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 55).
"Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas" (A mis sacerdotes 109).
Es transformación que abarca todos los momentos de la vida, como testimonio de autenticidad, a modo de signo o transparencia de Jesús:
"Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él" (CC. 49, 185).
"Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar" (CC. 50, 244).
Las confidencias sobre los sacerdotes tienen como objetivo principal ayudarles a vivir el misterio trinitario como transformación de vida. La unidad del corazón, como reflejo de la Trinidad, será el fundamento de la unidad entre todos los sacerdotes: "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292).[21]
La eucaristía es siempre el momento culminante de esta transformación: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 49, 32). "Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno" (CC. 49, 59). "Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas" (CC. 49, 60). "Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra" (CC. 50, 62).
El amor del Padre a los sacerdotes es la fuente de la transformación:
"Ya se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba" (A mis sacerdotes 34).
Entonces Cristo comunica sus amores a sus sacerdotes:
"Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí" (A mis sacerdotes, 98). "Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al alma sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo" (A mis sacerdotes 106).
3. Prolongar la acción de Cristo
La acción del sacerdote se presenta siempre como identificación y prolongación de la acción de Cristo Sacerdote, especialmente en la celebración eucarística (cfr. n. 6). Es allí donde aparece más clara la identidad sacerdotal (n. 1) y la necesidad de transformación en Cristo (n. 2). Toda la acción sacerdotal tiende a la salvación de las almas (cfr. n. 7), como trasunto de la acción redentora de Cristo: "Otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente" (CC. 50, 200).
La predicación debe estar centrada en Cristo: "Que me prediquen a mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC 49, 224; cfr. 1Cor 1,23; 2,2). "La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado" (CC. 49, 221).
El servicio de los sacramentos requiere santidad de vida. El sacerdote es ministro del perdón en nombre de Jesús (Vida 9, 363-364). "Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre" (CC. 49, 171).
Esta acción pastoral debe ser trasunto del modo de actual del Señor, especialmente en su cercanía a los pobres": "Yo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida" (A mis sacerdotes, 27).
4. Amistad con Cristo
El amor profundo de Cristo a sus sacerdotes es un llamado a la unión con él, traducida en amistad, en transformación y sintonía con sus amores (cfr. 1ª ponencia, 2, F). Cuando se señalan defectos de los sacerdotes, siempre destaca la misericordia y el ofrecimiento de un amor incondicional, personal y único. Muchas veces este tema se expresa con la terminología del "Corazón" de Jesucristo: "Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia, sus mismos latidos" (A mis sacerdotes 33). "En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia" (ibídem 34). "Nada hay tan íntimo a mi Corazón como los sacerdotes" (ibídem 120).
La expresión "mis sacerdotes" tiene un tono cariñoso y se repite con frecuencia: "Mis sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón" (CC. 49, 151; cfr. A mis sacerdotes 72 y 98). Los sacerdotes son invitados a volver constantemente al amor de Cristo.
La vida sacerdotal recobra su sentido a partir de la declaración de amor por parte de Cristo (cfr. Jn 15, 9). El amor que Cristo ofrece tiene sus raíces en el amor eterno de Dios: "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 384).
Jesús continúa ofreciendo a sus sacerdotes un amor de amistad profunda. La respuesta debe ser de confianza e intimidad: "Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad" (CC. 50, 315).
5. Seguimiento e imitación de Cristo
La transformación en Jesús equivale a vivir en sintonía con su amor. Este amor es exigente, pero hace posible la entrega: "¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Que estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas las lágrimas y dolores ajenos" (CC. 50, 339).
La existencia sacerdotal consiste en compartir la vida con Cristo, asumiendo todas sus exigencias: "No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad. Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí" (CC. 51, 30). El seguimiento de Cristo comporta inmolar a Cristo dejándose inmolar por él y con él (cfr. Vida 5, 221).
Este seguimiento evangélico del sacerdote equivale a unificar la propia voluntad con la suya: "una entrega total y absoluta de la voluntad de los sacerdotes con la Mía" (CC. 50, 295). El seguimiento generoso y desprendido sólo se explica a partir del amor: "Su vocación debe ser todo amor..., amor de generosidad para los sacrificios..., amor de unión.. y de estrechamiento conmigo" (CC. 51, 5-7). Imitar a Cristo equivale a vivir en obediencia continua a la voluntad del Padre (cfr. CC. 50, 200) y en pobreza (cfr. CC. 49, 281).
Nota característica del seguimiento evangélico sacerdotal es la imitación de Cristo en su amor esponsal, es decir, en la castidad o celibato. En las confidencias a Conchita esta virtud aparece como desposorio y fecundidad paterna:
"Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (A mis sacerdotes 147).
La castidad sacerdotal es, pues, fecundidad apostólica, a imitación de la fecundidad del Padre, para "formar a Jesús en las almas" (A mis sacerdotes 130). "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" CC. 50, 33). Es también participación en los "desposorios" de Cristo con su Iglesia (A mis sacerdotes 84).
La virginidad o castidad evangélica, que debe adornar la vida del sacerdote, se transforma en fecundidad a imitación de María Virgen y como prolongación de la fecundidad del Padre al engendrar al Verbo en el amor del Espíritu Santo: "María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen" (A mis sacerdotes 132). La celebración eucarística hace al sacerdote semejante a María Virgen (cfr. CC. 50, 152).
El seguimiento e imitación de Cristo tiene dimensión trinitaria y conlleva frutos de fecundidad apostólica: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377).
Esta vida evangélica hace del sacerdote una "hostia viviente":
"El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús" (CC. 50, 202).
"Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima" (CC. 49, 62).
6. Una vida centrada en la Eucaristía
La identificación del sacerdote con Cristo se realiza de modo especial en la celebración eucarística. Pero esta celebración debe hacerse consciente y coherente. La "mirada" de gratitud y de amor de Cristo al Padre es la pauta de la vivencia eucarística del sacerdote: "Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo" (CC. 19, 32).[22]
La celebración eucarística es fuente de vida espiritual y apostólica, como momento culminante de identificación con Cristo. "En la Santa Misa... reciben destellos de mi mismo Ser, que los purifica y fortifica" (Vida 7,53; CC. 25, 358-364).
El sacerdote, por el ministerio eucarístico, se hace instrumento de la Trinidad para realizar la transubstanciación y para que Cristo se prolongue en las almas. Todo ello es obra del Espíritu Santo. "Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística" (A mis sacerdotes 140).
El misterio de la Encarnación se prolonga de algún modo por el ministerio eucarístico del sacerdote. Este es como "otra eucaristía ambulante" o "eucaristía viviente". Pero esto exige una vida de coherencia con la eucaristía que se ha celebrado y una vida de unión progresiva con Cristo. El sacerdote se hace entonces "todo para todos" (1Cor 9,22):
"Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).
En la eucaristía aparece la relación del sacerdote con María. Es relación de semejanza, por el hecho de hacer presente a Cristo por obra el Espíritu Santo: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152). Es también relación filial, por la identificación con Cristo a modo de "encarnación mística":
"En razón del sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte" (CC. 50, 235).
"Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49,90).[23]
A partir de la eucaristía, el sacerdote encuentra continuamente a Cristo presente en toda su vida ministerial: "Vivo (dice el Señor en las confidencias) en constante roce con ellos, no tan sólo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de mi ministerio" (CC. 50, 269).
7. Al servicio de las almas
Como hemos ido viendo en los apartados anteriores, el amor de Cristo a su Padre, a María, a la Iglesia y a los sacerdotes, se traduce en amor ardiente a la humanidad entera (a "las almas"). La crucifixión de Cristo fue querida por el Padre por amor a las almas (cfr. Vida 8, 7).
El objetivo del ministerio sacerdotal es el de "formar a Jesús en las almas, rasgo a rasgo, en transformarlas en Mí" (A mis sacerdotes 130). Ahí radica la paternidad sacerdotal: "Son padres porque representan al Padre, para producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí" (ibídem, 147).
El cuidado de las almas supone guiarlas por el camino de la perfección, como "vuelo de espíritu": "No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave" (CC. 50, 328). Para ello se requiere que el mismo sacerdote se transforme en Cristo: "A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial" (CC. 50, 396).
La figura del sembrador se aplica a la acción sacerdotal en bien de las almas, con su aspectos de paciencia y acompañamiento. Esta acción pastoral consiste en dar la propia vida para transmitir una vida nueva en el Espíritu:
"El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar. Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (CC. 50, 160-161).
El equilibrio entre acción y contemplación se encuentra en una entrega verdadera y completa al bien de las almas: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183). "Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo" (A mis sacerdotes 54).
El cuidado de las almas consiste en una actitud de respeto y fidelidad al agente principal que es el Espíritu Santo: "Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones" (CC. 49, 196).
El celo apostólico lleva a un sentido de totalidad: todas las almas, "muchas almas", como el celo de Buen Pastor que no desmaya hasta encontrar a todas las ovejas: "Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas" (CC. 49, 245).
El no buscarse a sí mismo en el secreto de la acción pastoral, como la del Bautista: "Que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo" (CC. 50, 287). La fecundidad apostólica es fruto de la virginidad: "Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas" (CC. 50, 33). "Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos" (CC 49, 338).
El servicio a las almas es una prolongación y comunicación de la vida trinitaria: "Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, transfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor" (CC. 49, 377). Ello dependerá de la propia sintonía y participación en la vida trinitaria: "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4).
8. El amor de María al sacerdote y de éste a María
El aspecto mariano de la espiritualidad sacerdotal es también una característica clara del mensaje que Conchita trae a la Iglesia en torno a los sacerdotes. La doctrina sobre la "encarnación mística" fundamenta el amor de maría al sacerdote y de éste a María. Por una parte, los sacerdotes fueron "engendrados en el seno del Padre, (desde)de toda la eternidad", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (CC. 50, 170-173; cfr. CC. 49, 339). Por otra parte, los sacerdotes fueron también engendrados en el seno de María por su unión con el Verbo, hecho hombre, Cristo Sacerdote: "al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno" (CC. 50, 170-173).
El amor materno de María a los sacerdotes procede de esta unión e identificación con Cristo como "otros Jesús":
"Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y por eso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas" (CC. 50, 170-173).
"Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo" (CC. 50, 153).
"María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas" (CC. 50, 195).
"Como el Padre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí" (CC. 50, 149).
El amor del sacerdote a María consistirá en vivir la transformación en Cristo con su ayuda y ejemplo: "María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida" (CC. 50, 170). De este modo sabrán imitar el amor de Jesús a su Madre y se fieles al encargo de Jesús de recibirla como Madre: "Los sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan" (A mis sacerdotes 96).
Se recalca el paralelismo entre le Encarnación del Verbo en el seno virginal de María y el ministerio eucarístico del sacerdote: "María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes" (CC. 50, 152).
La consecuencia de esta semejanza y relación con María será, por parte de los sacerdotes, un sentido de maternidad y una exigencia de transformación en Cristo: "Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, que los engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí" (CC. 50, 175). "Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.
Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie" (CC. 50, 236).
María se hace íntimamente presente y activa como Madre amorosa en la vida del sacerdote:
"María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas" (CC. 49, 155-156).
"Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí" (CC. 49, 90).
Es interesante atraer la atención sobre una faceta importante de esta dimensión mariana del sacerdocio. Se trata de la asociación de María al sacrificio de Cristo (cfr. LG 58):
"María me ofreció al eterno Padre para ser crucificado y éste era su mayor tormento" (Vida 6, 206; CC. 24, 124-129).
"Éste fue el papel de María, crucificarme" (Vida 6, 218; CC. 25, 138-141).
"María fue altar y víctima en mi unión y siempre me sacrificó" (Vida 6, 255; CC. 25, 175).
9. Marcado con la cruz
La transformación en Cristo comporta correr su suerte de crucificado. Aunque la cruz parezca que está ola, de hecho está siempre con Jesús (Vida 1, 218; 2, 76; 3, 70). Se trata propiamente de la actitud inmolativa o victimal de Jesús, que ya comenzó en la Encarnación (vida 4, 210; 6, 106; cfr. Heb 10, 5-7). Es el fuego que vino a traer el Señor a la tierra (Vida 3, 177-178.345). La cruz se identifica con el amor (Vida 6, 240). Jesús quiere compartir su cruz con los sacerdotes y almas consagradas (Vida 1, 260; 4, 120). No se entiende el tema de la cruz, si no es a partir del Corazón o de los amores de Cristo: "Mi Corazón y mi cruz son inseparables" (Vida 2, 322; CC. 1, 446). Los sacerdotes "tuvieron su cuna" en el costado de Cristo muerto en cruz (A mis sacerdotes 34).
El valor espiritual y apostólico de una vida sacerdotal dependerá de los quilates de su crucifixión con Cristo (cfr. Gal 2,19). "Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va" (A mis sacerdotes 34).
El sentido del dolor solamente se manifiesta compartiendo realmente la cruz de Cristo (cfr. Salvifici Doloris 19-24). El mensaje cristiano de la cruz necesita sacerdotes testigos de la cruz: "Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias" (CC. 50, 144). La predicación tiene esta orientación hacia la cruz (cfr. 1Cor 2,2): "Que se predique a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado" (CC. 49, 224).
La formación sacerdotal, ya desde el Seminario y Noviciado, debe estar marcada por la cruz, sin ocultar los sacrificios de la vida ministerial: "Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor" (CC. 49, 226). "Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas" (CC. 49, 272).
Sólo el apostolado sellado con la cruz no fracasa, a pesar de las apariencias: "Pueden fracasar muchos apostolados, menos del de la Cruz que fue el Mío" (CC. 49, 335).
La "cruz" significa el amor de donación total, de Cristo y de sus sacerdotes. Por esto toda la formación sacerdotal está orientada por el amor y por la cruz. El sacerdote ha nacido del amor del Corazón de Cristo, muerto en cruz. "El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor" (CC. 49, 364).
Al sacerdote se le puede definir por su relación con la cruz. Esta sería su identidad: "Mis sacerdotes..., es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor" (CC. 49, 336). Entonces el sacerdote prolonga y complementa los sufrimientos de Cristo (cfr. Col 1,24): "Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos" (CC. 51, 13). Esta es la definición del sacerdote: "Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola" (CC. 50, 141). Así es "víctima con la Víctima" (CC. 49, 62).[24]
Si el sacerdote vive crucificado, deja de lado sus intereses personales, ambiciones y envidias: "Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz?" (CC. 50, 85).
10. Amor a la Iglesia
El amor entrañable de Cristo a su Iglesia (cfr. 1ª ponencia, 2,E) debe ser también vivencia profunda del sacerdote. Es un amor esponsal, de dar la vida por ella (cfr. Ef 5,25-27) y, por tanto, de servirla sin servirse de ella para los propios intereses personalistas. "Al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación" (A mis sacerdotes 84).
La unión del sacerdote con Cristo, el Verbo Encarnado, hace partícipe de su desposorio con la Iglesia (Vida 6, 344 y 346). La Iglesia, juntamente con sus sacerdote, "fueron concebidos eternamente", cuando el Padre engendró al Verbo en el amor del Espíritu Santo (cfr. CC. 49, 348). Por esto, los "amores" de Cristo son el Padre, María, los sacerdotes, la Iglesia, las almas (cfr. CC. 49, 92). La Iglesia es la "Esposa muy amada del Cordero" (CC. 49, 307).
La unidad entre los sacerdotes edifica la unidad de la Iglesia: "formando un solo Yo en la Iglesia..., formando un solo Cuerpo Místico" (CC. 50, 102). Esta unidad es reflejo de la unidad trinitaria (cfr. Jn 17, 21-23). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Padre en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253; cfr. 50, 4).
La misión del sacerdote en la Iglesia es la de "dar la vida a las almas..., de infundirles lo divino" (CC. 49, 161). Precisamente por esto, los sacerdotes "más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo" (ibídem). La unión sacerdotal hace entrar a la humanidad en la unidad de Dios Amor: "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88; cfr. encíclica Sollicitudo rei socialis 40).
La realidad materna de la Iglesia urge a los sacerdotes a tener "entrañas de madre" para con todos y, de modo especial, "para con los pobres" (CC. 49, 281). El Verbo ha venido al mundo para salvarlo por medio de la Iglesia (cfr. CC. 49, 307).
11. Santidad y medios de santificación
El deseo más ardiente del Corazón de Cristo y el más frecuentemente manifestado en las confidencias, es el de que sus sacerdotes sean santos: "Mi corazón desea con ardor sacerdotes" (Vida 4, 115), santos en cuerpo y alma (Vida 5, 336 y 342); "mis sacerdotes... esos pedazos de mi Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y María" (CC. 49, 151; cfr. CC. 49, 272); "¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos" (CC. 50, 212). Y éste es también el deseo del Espíritu Santo para poder actuar expeditamente en el mundo y en la Iglesia: "Necesito sacerdotes santos" (Vida 1, 271-272; CC. 6,110).
La santidad sacerdotal es una exigencia del amor y se debe expresar en una transformación en Cristo para unirse a la Trinidad y para entregarse al celo de las almas: "Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí" (A mis sacerdotes 140). "Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama" (CC. 49, 349).
Medios imprescindibles de santidad sacerdotal son la fidelidad al Espíritu Santo y la devoción mariana: "Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María" (A mis sacerdotes 140). "Solo el Espíritu Santo hace santos a los sacerdotes... Sólo El es capaz, con su soplo de impulsar a las almas sacerdotes a los heroico, a lo sublime de su vocación" (CC. 50, 210).
La transformación del sacerdote con Cristo acontece principalmente en la eucaristía celebrada con amor[25] y en una acción apostólica que nazca del amor:
"Este es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios" (A mis sacerdotes 146).
"No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas" (A mis sacerdotes 112).
La vida de oración es imprescindible y debe armonizarse con una entrega generosa a la acción apostólica: "Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios" (CC. 49, 183).
La santidad sacerdotal es necesaria para que en la Iglesia se realice una gran renovación, a modo de "nuevo Pentecostés": "Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mis Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo" (CC. 49, 250). Los males de la humanidad son debidos, en gran parte, a la falta de santidad sacerdotal:
"Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí" (CC. 50, 256).
"El mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo" (CC. 51, 26).
El fruto de esta santidad será la santificación y perfección de las almas para glorificar al Padre: "Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo" (CC. 49, 273).
Encontramos una descripción detallada de la santidad sacerdotal: "El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María... Amor de celo, con las almas todas; amor de generosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo. Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo" (CC. 51, 5-7).
Es santidad a modo de vida nueva en el Espíritu Santo: "He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección... Un cristal debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo" (CC. 50, 306-312). Debe llegar hasta las últimas etapas de la mística: "¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí!" (CC. 49, 165).
El proceso de santidad sacerdotal tiene un etapa decisiva: los Seminarios. Se necesitan "seminaristas iniciados a ser Jesús" (CC. 49, 272). Conchita aboga por una atención privilegiada respecto a Seminarios y Noviciados: "Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María" (CC. 49, 268).
12. Oración y sacrificio por la santificación de los sacerdotes
Desde las primeras confidencias, el Señor pidió a Conchita su oración e inmolación por la santificación de los sacerdotes. Estamos en un aspecto clave de su carisma. Su propio proceso de santificación influirá en la santificación de los ministros sagrados (Vida 9, 356-359 y 366; 10, 30).
El llamado de Jesús es claro y concreto: "Porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad" (CC. 49, 127). El Señor busca "almas sacerdotales" que comprendan y vivan esta vocación.
El llamado se dirige de modo particular a Conchita y a las Obras de la Cruz: "Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal" (CC. 49, 82). Cristo espera de estas almas el mismo calor materno que encontró en María: "Pues esa ternura, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos" (CC. 49, 95).
La vida de Conchita es una respuesta generosa al llamado del Señor para sacrificarse por los sacerdotes: "Pues eso quiero, Jesús del alma... ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tanta gloria te han de dar" (CC. 50, 335).
Muchas "almas sacerdotales" se han ofrecido al Señor como víctimas para la santificación de los sacerdotes: "Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos" (A mis sacerdotes 95). Estas almas víctimas deben vivir en sintonía con Cristo: "Las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que son el precio de mis sacerdotes amados" (A mis sacerdotes 120).
Estas almas sacerdotales, que oran y se sacrifican por la santificación de los sacerdotes, participan, de modo especial, en los amores sacerdotales de Cristo y colaboran eficazmente en el ministerio sacerdotal. Gracias a ellas, han surgido muchas vocaciones y han perseverado en su camino de generosidad y entrega (cfr. A mis sacerdotes 54 y 115).
A estas almas se refería Juan Pablo II en la homilía de la ordenación sacerdotal celebrada en Durango: "En esta ordenación de sacerdotes, en la que estamos participando, vislumbro la emoción de todos los presentes. Confluyendo sobre cada uno de estos queridos candidatos al presbiterado, adivino -cual insondables torrentes de gracia- las oraciones y los trabajos de tantos padres y madres, de tantos educadores, de tantas personas consagradas, de tantos enfermos, de tanta gente sencilla, de tantos bienhechores".[26]
A MIS SACERDOTES(frases que no leí en "Confidencias")
II Estos son dos martirios de mi ternura, mi Padre y el hombre, Dios y su justicia. Amor
IV Yo, el Verbo, víctima siempre en favor del mundo.
XXVIIYo vine a salvar a todos sin distinción: a pobres y a ricos, u mi caridad prefirió a los menesterosos, a los desvalidos, a los pobres, y Yo mismo fui pobre para atraerlos a Mí sin que se avergonzaran. Y si los sacerdotes tienen que ser Yo, la misma caridad, abnegación y humildad tienen que tener, y el mismo sentir que Yo... Yo amo mucho a los pobres; y falta en mi Viña, en mi Iglesia, quien los ame como Yo... Todas son almas; todas me costaron la Sangre y la Vida. Pobres
XXXIII Cada sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo. Transformación
Id Los sacerdotes son fibras de mi Corazón, su esencia,sus mismos latidos. Corazón
XXXIVYa se recreaba desde aquella eternidad el Padre al ver a su Hijo amadísimo en los sacerdotes, y por eso mismo los amaba. Amor (cf.Jn 17)
Id Por eso valen tanto las almas, por venir de la Trinidad para volver a Ella y glorificarla eternamente. Almas
Id En ese costado abierto por la lanza tuvieron su cuna los sacerdotes de la Iglesia, siglos antes anunciada, pero cuyo principio fue mi sacrificio de la Cruz, en lo alto del Calvario, a la sombra de María. Corazón Iglesia María
Id Todo puede fracasar, menos un sacerdote crucificado por mi amor en sus deberes..., en su intimidad Conmigo (olvidado de sí mismo), en su esfuerzo para glorificar, en sí mismo y en las almas, a esa Trinidad inefable de donde vino y a donde va. Cruz Trinidad
XXXVEl medio práctico para lograrlo es unificar todas las voluntades íntima y sinceramente en mi voluntad, en donde reside la unidad.
LI Yo en ellos quiero obrar, hablar, vivir y hacerme sensible a las almas... transformar el mundo por la transformación perfecta de los sacerdotes en el gran Sacerdote, en el único Sacerdote de donde todos proceden. Cristo Sacerdote
LIV Las almas sacerdotales imprescindiblemente tienen que ser víctimas; tienen que convertirse en don, ofreciéndose puras a mi Padre en mi unión, y entregándose también en donación a las almas, como Yo. Víctima
LV La identificación de ellos en Mí debe ser perfecta. Y ¿cómo? Por medio de su transformación en Mí, por parecido interior con mi Madre de quien son hijos, más que todos los hijos... María
Id ...la transformación en Mí... Aquí está también el secreto de la atracción del sacerdotes respecto a las almas.
LXV El Padre se los dedicó eternamente al Espíritu Santo; porque yo, el Hijo, los conquisté por mis infinitos méritos; porque el mismo Espíritu Santo, cuando encarnó al Divino Verbo en María, se gozó también en divinizar la vocación sacerdotal con el contacto del Verbo, el Sacerdote eterno, y puso en esa vocación una fibra de la fecundación del Padre y un reflejo de la pureza de su Inmaculada Esposa, imagen de la Iglesia. Cristo Sacerdote Espíritu Santo
Id Nunca está sólo el sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial. Trinidad
LXXIIMis sacerdotes en la tierra, después de María, son la obra perfecta del Padre, por ser reflejo de su Hijo único... El padre sólo ve un Sacerdote en la multitud de sacerdotes; sólo me ve a Mí en los sacerdotes simplificados en Mí. Transformación
LXXVII Desde que encarné en María; desde que me puse a la disposición amorosa de mi Padre, diciéndole: Aquí estoy; no me puse a su disposición solo, sino con todos los sacerdotes en Mí, creados por mi Padre, por obra del Espíritu Santo, en María... viendo a todos los sacerdotes en Mí, con ellos nací en Belén, trabajé en Nazaret, convertí en Galilea, sufrí en Jerusalén, morí en el Calvario y resucité... Siempre he llevado en mi Corazón esa fibra santa y fecunda de mi Padre , mis sacerdotes... En mí están los sacerdotes místicamente transformados desde que mi Padre ideó mi Iglesia, que fue eternamente. El posó en mí su mirada de infinita ternura; y en esa mirada eterna, que Yo vi y sentí, germinaron los sacerdotes en el Sacerdote eterno, y desde entonces los amo en Mí mismo, como Dios; y al venir Conmigo, como he explicado en la Encarnación, los amé y los amo como Dios hombre. Amor Cristo Sacerdote Transformación Encarnación mística
LXXXIV Al participar a mis amados sacerdotes los desposorios de mi Iglesia - teniendo en cuenta su transformación en Mí -; al darles mi Padre por el Espíritu Santo, a esa Esposa pura, santa e inmaculada, a la vez que fecunda en su virginidad, sólo les pidió, para merecerla, el precio mismo que Yo di por Ella: el poner todo mi amor y toda mi voluntad en la voluntad siempre amorosa de mi Padre... Un sacerdote que posponga los intereses de la Iglesia por los del mundo, no ha comprendido su vocación.
LXXXVII Para darme mi Padre a la Iglesia como Esposa, primero me crucificó. En la Cruz fueron mis desposorios con Ella... Ahí fueron también los desposorios de los sacerdotes con la Iglesia... Desde la eternidad estaba destinada para mis sacerdotes esa Esposa, la Iglesia, brotada de mi Corazón en la Cruz.
XCV Muchas víctimas en la tierra tienen su origen en mi amor a los sacerdotes, porque las hago Yo víctimas y me valgo de ellas para salvarlos. Víctima
XCVIDesde aquel instante (Encarnación), la Madre Virgen... no ha cesado de ofrecerme a El (al Padre) como Víctima que venía del cielo a salvar el mundo... Siempre María me ofreció al Padre... Acabó la Encarnación real y siguió la encarnación mística en su Corazón, para ofrecerme siempre al Padre y atraer las gracias sobre la Iglesia, es decir, en favor de los sacerdotes, y por ellos, en favor de las almas.
XCVILos sacerdotes deben amar a María con el mismo amor, con la misma ternura, respeto, obediencia y fidelidad, gratitud y pureza con que Yo la amé... A María deben recurrir los sacerdotes, y rogarle y suplicarle que los modele, rasgo por rasgo, conforme a su Hijo Jesús... Al dejar Yo el mundo... le dejé a María, que me representaba en sus virtudes, en sus ternuras, en su Corazón, eco fiel del Mío... En María se apoyaba la naciente Iglesia... la protección de una Madre y que Ella fuera el conducto por donde pasar toda la gracia del Divino Espíritu para las almas... al pie de la Cruz. Ahí pronunció María el segundo 'fíat' y aceptó como hijos a la humanidad entera; pero, sobre todo, a los sacerdotes en San Juan.
XCVIII ¿Cómo no pensar en dejarles a mis sacerdotes - después de dejarme a Mí mismo en ellos - a los que más amaba, a lo que ellos debían más amar, al Corazón más tierno y delicado y puro y santo en la tierra, a María, para que fuera su consuelo, su sostén, su calor, su Madre, el canal mismo por donde les vendrían todas las gracias?... vería en ellos no a otros, no a hombres solos, sino a Mí en ellos.
Id Y por eso mi Iglesia tiene calor; porque es Madre y porque tiene por Madre a María. Por eso tiene Mediadora y en Ella un alma pura que suplique, alegre y consuele y endulce los sacrificios y los calvarios de los sacerdotes... Después de Mí, María debe ser todo para el sacerdote. Ella es la que prepara a las almas sacerdotales para recibir la gracia sin precio de la transformación, que continuamente se opera en el altar... Y así, formando los rasgos de Jesús, uno a uno, en el corazón de los sacerdotes que presten a ello, le ayuda al Espíritu Santo con sus cuidados maternales a la perfecta transformación en Mí... María es mártir del sacerdote, la Madre del dolor... Por eso María tiene en la Iglesia tan importante papel, el papel de Madre, porque comunica a cada sacerdote el germen eterno del Padre que está en el Verbo, y que por el Espíritu Santo se hace fecundo en cada alma sacerdotal, para formar en ella a Jesús Hostia, a Jesús Víctima, a Jesús Salvador, a Jesús Sacerdote. No es María una Madre inactiva, no es sólo como una imagen a quien se debe honrar; es una Madre, Madre activa y sin descanso... prestando continuamente sus servicios a las almas, pero muy especialmente a las almas de los sacerdotes. Encarnación Mística Cristo Sacerdote
Id Por eso amo tanto la gracia de la encarnación mística... quiero desarrollar esa gracia en el corazón de los sacerdotes, para asegurar su fidelidad, su heroísmo y sentir en ellos algo de las fibras fecundas del amor de mi Padre, cuya Paternidad han recibido de El. Quiero con esa gracia infundirles - transformarles en Mí - mi amor a mi Padre, el amor de mi Padre a Mí. Amores de Cristo
CVI Sentirán los pecados ajenos con la delicadeza con que Yo los siento... transformación en mí... porque ese dolor de las ofensas que recibo y que sentirán como propias, tiene una especial virtud para alcanzar las gracias del cielo... Concluye el buscarse a sí mismos... No le importan entonces al almas sus penas, sino las mías... Otros Yo, todos en Mí, que sientan lo que Yo siento, que quieran lo que Yo quiero, que amen lo que Yo amo... Sentirán como Yo, amarán como Yo y se perderán en la unidad como me pierdo Yo, que sólo vivo de mi Padre, y en mi Padre, y en unión del Espíritu Santo. Amores de Cristo
CIX A todo se resisten los corazones menos al amor, porque llevan en ellos una fibra de amor que responderá siempre, más o menos tarde, al Amor de un Dios: que todo lo que puede ese Dios lo ha hecho para salvarlos... Si mis sacerdotes son otros Yo, podrán también tomar la valiosa moneda de la comunión de los santos... y así me ayudarán poderosamente a salvar a las almas.
CXIIUno de los fines principales que persiguió el Verbo al hacerse hombre fue el de formar, en El y con El, al sacerdote, haciéndole semejante a El... Miren cuál fue el principal motivo de la Encarnación del Verbo: purificar al mundo y perpetuar su estancia en él de dos maneras, en la Eucaristía y en el sacerdocio, que es como otra eucaristía ambulante... perpetuarán, como la Eucaristía, en ellos mismos, mi estancia en la tierra... eucaristías vivientes... No acaba la misión del sacerdote en el altar, sino que ahí empieza, por decirlo así; ahí comienza la perfecta unión con el Sacerdote eterno, que tiene que ir creciendo día por día, hora por hora - por el amor y por el dolor - hasta la consumada transformación en Mí... Que refleje a la Eucaristía en su alma, que se asemeje a Jesús en esa universal caridad, todo para todos y dándose totalmente entero en el ejercicio santo de su apostolado en favor de las almas.
CXV El Espíritu Santo busca.. almas sacerdotales que se dilate y lo llamen, lo invoquen, lo reciben, lo comunican, lo den; porque El es el Don de Dios... el único capaz de renovar almas y mundos... El es la acción divina del sacerdote... quien todo deben... Sólo el Espíritu Santo hace un Jesús de cada alma y la simplifica en la unidad.
CXX Las almas me costaron el precio de mi Sangre y sólo con ese precio se las puede redimir, porque es la moneda con que se compran las gracias; y las almas de mis sacerdotes se compran con la Sangre de mi Corazón, es decir, con sus espinas y sus dolores íntimos, que so el precio de mis sacerdotes amados.
Id ... los dolores íntimos de mi Corazón... son el origen y la cuna del sacerdocio, y serán siempre la fuente de las vocaciones... Nada hay tan íntimo en mi Corazón como los sacerdotes...
Id Allá eternamente sonrió el Padre en su mente divina al contemplar, extasiado en Sí mismo y en sus perfecciones infinitas, un rasgo de El mismo en la tierra, unos seres predilectos que lo prolongarían creados expresamente para su gloria.
Id Por eso muy principalmente, el Verbo se hizo carne, como para formar en la tierra esa legión santa de los sacerdotes, ideal del Padre, engendrados en su mente, frutos del Espíritu Santo en su fruto Jesús, primer Sacerdote, formados y crecidos y envueltos en mi Corazón de Hombre-Dios.
Ahí está su cuna, repito: engendrados en la mente del Padre, formados en Mí en el seno de María - con la fibra sacerdotal del Padre en sus vocaciones - por el Espíritu Santo.
CXXXLa fecundidad del Padre nunca está ociosa; y como la fecundidad del sacerdote procede del Padre, debe producir frutos para el cielo. Y ¿en qué consiste esta santa fecundidad? En formar a Jesús en las almas, rasgo por rasgo, en transformarlas en Mí... Todo lo divino que encierra la Iglesia se debe a la santa fecundidad del Padre, fecundidad asombrosa que El ama y que, comunicándola a los sacerdotes, no quiere verla inactiva y olvidada... Por eso mismo es tan indispensable la transformación de los sacerdotes en Mí, y en cierto modo en la Trinidad, para ser padres, por la fecundidad del Padre.
CXXXII María recibió directamente del Padre, por el Espíritu Santo, esta sublime y santísima fecundidad, nada menos que dándole a su verbo, a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, para hacerlo hombre en su purísimo seno... Por eso la virginidad encanta al Padre, porque en ella se retrata; y no hay en la tierra fecundidad más grande que l de las almas vírgenes, que reflejan en sí mismas al Padre, y que copian... Ahora bien, si el Padre comunica a los sacerdotes su fecundidad divina, deben ser luz, deben ser luz, porque han recibido, en el germen divino de la fecundidad del Padre, su ser de luz, de virginidad, de limpidez, de pureza que los hará verdaderos padres que tienen que engendrar en la Iglesia almas de luz, de claridad, de pureza... Por eso, si los sacerdotes son padres, deben ser puros... deben ser el reflejo del Hijo hecho hombre, puro con la fecundidad del Padre al engendrarlo, y puro al hacerse hombre tomando la vida virgen en María Virgen.
CXXXIII El Padre, por el Espíritu Santo, fecundó a María, y en ella Dios se hizo hombre, el Verbo se hizo carne, para el dolor. Esa fue mi vida: inmolación constante en la cual glorificaba a mi Padre y adoraba su fecundidad en Mí, dolorosa en favor del mundo. Por eso el dolor santifica, el dolor salva, por la virtud de la fecundidad divina en Mí... En el mundo de las almas el amor es dolor, y el dolor es amor... Si los sacerdotes son Yo, si se transforman en Mí, deben también emplear esa fecundidad en bien de las almas, deben amar el dolor y sacrificarse de todas maneras siempre por la gloria del Padre en las almas.
CXXXIV El Espíritu Santo tuvo parte activa en la creación del mundo. Al Espíritu Santo, que personifica al Amor, le fue dada la fecundidad realizada en María... Con el soplo del Espíritu Santo, fundé a mi Iglesia en mis sacerdotes amados; por eso la Iglesia también es fruto de amor, fecundación de amor en sus sacerdotes.
Id Por eso el Verbo se hizo carne, con el fin principal de la extensión o prolongación de El mismo en sus sacerdotes, y por medio de sus sacerdotes, en las almas... El Padre sólo busca a su Verbo en sus sacerdotes, en las almas y en todas las cosas creadas; no conoce sino a su Verbo en ellas.
CXL Es la Persona del Amor, la que inspiró al Verbo hecho carne el estupendo milagro eucarístico, para perpetuar de esta manera, con la fecundidad del Padre, la encarnación en las almas... La Trinidad misma, por decirlo así, se pone a las órdenes del sacerdote para realizar la transubstanciación eucarística. Eucaristía
Id Ya verán si es mucho lo que a los sacerdotes les pido en la tierra. Apenas un deber de gratitud y de amor. Celo ardiente por las almas... y la unificación con la Trinidad por su perfecta transformación en Mí. Para esto los poderosos e inefables medios son el Espíritu Santo y María.
CXLVIEste es el gran secreto de las transformaciones en Mí; amar, ser amor para con Dios y para con las almas por Dios.
CXLVII Es tan cándida mi Iglesia, que sólo la doy por Esposa a los que juran ser puros... Esta es una de las razones principales por la que los sacerdotes no deben ser casados, porque deben ser el reflejo del Padre virgen y cuya Paternidad representan. Su fecundidad en las almas debe ser la misma del Padre con la que engendró a su Verbo, con la santa y virgen fecundidad del Espíritu Santo, que produjo en María al Verbo hecho hombre... Los sacerdotes son el lazo de unión que une a los cristianos con Cristo; y son padres porque representan al Padre, par producir en las almas la extensión del Verbo, la transformación en Mí... Castidad Virginidad
Tomo XLIX
15 Quiero amor en almas sacerdotales.
21 Quiero hacer de cada pecho un nido para el Espíritu Santo.
28 Los Sacerdotes levantan su mirada a mi Padre... Ese momento de la mirada a mi Padre es el más doloroso para Mí.
30 Que esas miradas sean puras, sean castas, amorosas...
32 Soy yo en él quien mira al Padre, quien le da gracias anticipadas, por el misterio que se va a obrar en el altar... siquiera entonces, esos momentos siquiera, que fueran ellos, Yo. Transformación
35 (... yo... sólo sufría con El... Sus dolorosas confidencias hacían eco en lo más hondo de mi alma)
52-53Por qué no te has quejado antes..., por qué no me dijiste antes esta pena, esto que rompía tu Corazón? "Porque necesitaba un grado más del color de madre en tu corazón"
59 Al consagrar, somos uno; él desaparece en Mí, y quedo Yo en él, como dos en uno. Transformación
60 Lo absorbo en mi Divinidad, y sin que lo sienta, lo transformo en Mí... no tan sólo para ofrecerme a mi Padre, en el sacrificio del altar, sino también para darme a las almas. Transformación
62 Pide, hija, porque los Sacerdotes sean Sacerdotes; víctimas con la Víctima, Yo, y con las mismas cualidades de la Víctima.
74 Ante las miradas de mi Padre existe en ellos el carácter imborrable, el sello santo que los consagró Míos.
82 Mi sed de descanso en mis Obras de la Cruz, en tu corazón maternal.
90 Al transformarse los Sacerdotes en Mí, en la Misa, pasan a ser más íntimamente, más completamente... hijos de María Inmaculada, al ser Yo mismo en ellos... Y María entonces tiene para ellos, toda la ternura que tuvo y que tiene para Conmigo, porque ve, en cada Sacerdote, otro Yo, y los mira complacida, y los envuelve en su calor, y los estrecha en su seno, y lo acaricia y los ama, porque me ve en ellos a Mí.
92 Pues mi primer amor, después de mi Padre, es María, y después mis Sacerdotes, mi Iglesia, y en ella las almas. Esos son mis amores, y en estos inmensos amores, están también mis dolores.
95 Pues esa ternura maternal, derivada de la de María, vengo a buscar en tu corazón de Madre, y en el corazón de los tuyos.
112 Un Sacerdote, ya no se pertenece, es otro Yo, y tiene que ser todo para todos, pero santificándose primero, que nadie da lo que no tiene.
117 (Hoy no habló Jesús; sólo lo amé mucho, sólo sentía también su amor hacia mí)
122 Y si los Sacerdotes deben ser otros Jesús, los Obispos con más deber, y con más razón deben estar transformados e identificados Conmigo, pero con una transformación tan íntima, tan real y tan profunda, que desaparecen en Mí, viviendo y obrando y amando Yo en ellos, con el Espíritu Santo. Transformación
127 ... porque salvar almas de Sacerdotes, es el mayor obsequio que se le puede hacer a mi Iglesia, y, por tanto, al Padre, al Espíritu Santo, y a mi Corazón todo caridad.
151 Mis Sacerdotes... esos pedazos de mi mismo Corazón, que los quiero santos por el Espíritu Santo y por María.
155-156 María debe ser la luz que los conduzca al Padre, a Mí, y al Espíritu Santo; María la que los lleva a las almas, María su vida y la atmósfera que respiran; María su consuelo, su descanso, su aliento, su Madre, en la que depositan, después de Mí, sus dificultades, sus penas y sus lágrimas.
161 ...identificado Conmigo es otro Yo! es decir, es entonces Yo mismo al consagrar, en ese misterio de amor que se efectúa en la transubstanciación. Eucaristía Transformación
165 ¡Qué deber tienen los Sacerdotes de recorrer las etapas de la escala mística que los transforma en Mí! Transformación
171 Todos mis Sacramentos purifican, porque llevan algo divino; llevan mi Sangre... Los Sacerdotes que apliquen estos sacramentos, deben estar sin mancha, porque... ponen mi sello divino en los corazones; lavan con mi Sangre...
180 Más que padres, deben ser madres con entrañas de tales, para atraer, para compartir las penas, para compadecer, perdonar y alentar. Paternidad
183 Debe ser todo para las almas, sí; pero primero todo para Mí, dando la primacía al trato Conmigo, salvo circunstancias de mayor gloria de Dios. Oración
185 Deben no sólo parecer Jesús, sino ser Jesús, solos o acompañados, en la calle y en el Templo, en su ministerio o fuera de él. Transformación
196 Y tocando este punto, hija, del Espíritu Santo, te diré que lo contristan mis Sacerdotes muy frecuentemente en muchas cosas. En adelantarse en su acción en las almas, abrogándose derechos que no tienen; en querer ser más que El, en cierto sentido, no esperando que obre en los corazones; atropellando su acción... disponiendo de los corazones...
216 Pasé por todo, con tal de que el hombre tuviera un Jesús-hostia, sacrificado por su amor. Víctima
218 (Madre mía, Virgen santa, dame tu Corazón y sus latidos para saber amar a Jesús)
221 La misión de los Sacerdotes es sembrar mi doctrina; mover a arrepentimiento, ilustrar los espíritus, convertir las almas, hacer reaccionar los corazones y no echar el anzuelo para sacar alabanzas... Debe buscar no brillar, sino convertir; y sólo el que es santo, santifica. Para este ministerio (de la predicación), necesita el sacerdote ser hombre de oración; porque para dar a las almas, es preciso recibir de lo alto; y no se recibe, si no se ora, si no se es mortificado.
223 Que no haya sermón, hija, en el que dejen de nombrar a María... Que enamoren a los corazones del que es Amor, y tan poco conocido y tan menos predicado, del Espíritu Santo.
224 Que me prediquen a Mí, el Verbo hecho carne, crucificado. Predicación Cruz
245 Un Sacerdote a quien anime el ardor amoroso del Espíritu Santo, no debe conformarse con un puñado de almas, que lo rodean, sino lanzarse con santo pero discreto celo a salvar muchas almas...
249 Así quiero Sacerdotes, hija, poseídos del Espíritu Santo, y olvidados de sí mismos, todos para Dios, todos para las almas.
250 Pide esta reacción, este nuevo Pentecostés, que mi Iglesia necesita sacerdotes santos por el Espíritu Santo.
266 (Seminarios y noviciados) Hay que hacerles ver claramente los calvarios a los que van a subir por mi amor... Cruz
268 Una vigilancia mayor en los seminarios, en los cuerpos y en los espíritus, educando Sacerdotes dignos, ilustrados, humildes, compasivos, y llenos de amor al Espíritu Santo y a María.
272 Y cómo anhelo, hija, Sacerdotes según el ideal de mi Padre... Sacerdotes puros, dulces, santos y crucificados. Obispos yo; seminaristas iniciados a ser Jesús. Todos enamorados como Yo del Padre y de las almas; todos crucificados por el Padre y por las almas. Cruz
273 Quiero Sacerdotes que me vean a Mí, y no se busquen a sí mismos... Quiero reinar, hija, por mis Sacerdotes santos; quiero millones de almas que me amen, pero atraídas por sus corazones puros, sin más interés que el de consolarme glorificando al Padre y al Espíritu Santo. La gloria del Padre es mi mayor consuelo.
281 Mi Iglesia es madre, y sus Sacerdotes deben tener para con los pobres, entrañas maternales.
307 Yo vine al mundo para salvarle por el divino medio de mi Iglesia, Esposa muy amada del Cordero...
308-310 Yo, a tu modo de hablar, puse mis cinco sentidos en formar esa Iglesia amada... En mi Iglesia tengo mi asiento en la tierra; en la Iglesia tiene sus delicias un Dios humanado... Nada existe para Mí en la tierra más bello, que mi Iglesia.
335 Pueden fracasar muchos apostolados, menos el de la Cruz que fue el Mío.
336 Mis Sacerdotes... es decir, el grupo de mi Iglesia que debe tener la fisonomía y el corazón mismo de su Rey crucificado por amor. Transformación
338 Yo al mirar eternamente a un Sacerdote, vi en él a un escuadrón de almas, por él engendradas por la fecundación del Padre, por él redimidas en unión de mis méritos...
339 Cada Sacerdote, eternamente concebido por el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo... tiene algo de infinito procedente del Padre, y su fecundidad comunicada que le dé almas.
348 Cuando el Padre engendró al Hijo en la eternidad sin principio, engendró con El, en cierto sentido, a los Sacerdotes. De allá procede la generación espiritual, y en cierta manera divina, del Sacerdote, en la del Sacerdote eterno, en el entendimiento, y en e Corazón del Padre que es su voluntad, que es el Espíritu Santo... Del concurso del Espíritu Santo en el Padre (aunque procede de él en aquel arrebato de inefable amor al producir al Verbo, en todo igual a El) fueron concebidos eternamente la Iglesia y sus futuros Sacerdotes. Trinidad
349 Y en aquel espejo del Verbo, iluminado, diré, por ... el Espíritu Santo, sonreía el Padre al contemplar a sus Sacerdotes santos, como nacidos, como transformados en lo que El más ama, en lo único que ama, en el Verbo, en donde todas las cosas ama.
364 El amor forma a los Sacerdotes, que si fueron engendrados desde la eternidad en el entendimiento del Padre, nacieron, hija, a impulso de los latidos amorosos y dolorosos de mi Corazón en la Cruz, y consumados en su principio y en su fin por el amor.
377 Al Padre, debe el Sacerdote imitarlo, siendo padre, en su purísima fecundidad y caridad con las almas... Debe imitar al Hijo que soy Yo, el Verbo hecho hombre, transformándose en Mí, que es más que imitarme, siendo otro Yo en la tierra, sólo para glorificar al Padre en cada acto de su vida, y darle almas para el cielo. Y debe imitar al Espíritu Santo, siendo amor, tranfundiendo amor, enamorando a las almas del Amor. Trinidad Paternidad
Tomo L
4 Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo.
33 Tienen los Sacerdotes el deber de reflejar al Padre virgen, para poder cumplir con su purísima y sagrada misión, de engendrar, a su vez, almas santas. Fecundidad Paternidad
56 Quiero, hija, que mis Sacerdotes tengan en cuenta esta Sobra fecunda del Padre que los envuelve desde la eternidad, para comunicarles el germen santo de la fecundidad santa y virginal de la Trinidad. Espíritu Santo
57 Esa Sombra es Dios que los ama con toda la ternura del Espíritu Santo, y que los mira siempre.
60 Las encarnaciones místicas, vienen también de esta Sombra divina, tan poco meditada y agradecida; de la mirada fecunda del Padre que al posarse de esa especial manera sacerdotal en el alma, le comunica a su Verbo, lo único que El puede comunicar, por ser con El, una sola Divinidad. Como en María, se vale, diré, del Espíritu Santo; pero la Sombra que proyecta el Espíritu Santo en el alma, es la Sombra del Padre.
62 Baja el Verbo al altar transformando al Sacerdote en Mí mismo; por eso lo mira el Padre, le sonríe el Padre, lo envuelve el Padre con su Sombra. Transformación
85 Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz? (contra envidia)
88 El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad.
(95 y 99: confesarse y tener director espiritual santo)
102 Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola; una sola alma con el Espíritu Santo; una unidad en la Trinidad, por deber, por justicia, por amor. Unidad
126 Y el fin de la Iglesia en su parte íntrinseca, es formar en la tierra un solo Jesús Salvador de las almas; un solo Sacerdote en el Sacerdote eterno, por su unión, parecido e identificación con El. Unidad
141 Sacerdote quiere decir que se ofrece y ofrece, que se inmola e inmola. Víctima
144 Si el Sacerdote tiene el deber de enamorar a las almas de Jesús Crucificado, debe primero él crucificarse, porque sólo crucificándose puede apreciar el valor del sacrificio y sus dulces consecuencias. Cruz
149 Como elPadre ama en mí, su Verbo humanado a todas las cosas..., así María; en Mí, su Jesús divinizado y divino, ama a todos sus hijos, especialmente a los Sacerdotes; y más ama a los que se asimilan a su Hijo divino; a los que llevan los rasgos de su fisonomía más marcados, a la medida de su transformación en Mí.
152 María me engendró en su virginal seno por medio del Espíritu Santo con la fecundación del Padre; y el Sacerdote en la Misa reproduce este misterio sublime que se perpetuará en los altares hasta el fin de los siglos. María Virgen, quiere sacerdotes vírgenes... Eucaristía
153 Tienen los Sacerdotes un sitio especial en el Corazón de María, y los latidos más amorosos y maternales en Ella, después de consagarlos a Mí, son para los Sacerdotes. Ellos son la parte predilecta y consentida de su alma, en el mundo.
156 (Te he pedido muchas veces que te sacrifiques por ellos, que los recibas como tuyos, por el reflejo de María en tí).
160 El Sacerdote es sembrador, y su misión es arrojar la semilla en las almas, preparadas con su trabajo y oración; regar esas almas, cultivarlas y presentarlas a mi Padre como maduros frutos que a El toca cosechar.
161 Por eso los Sacerdotes, que tienen la misión en la Iglesia de dar vida a las almas, y de formarlas para el cielo, de infundirles lo divino..., más que nadie deben vivir unidos al Espíritu Santo.
162 Sólo un Sacerdote, transformado en Mí, puede transformar a las almas; y a la medida de su transformación en Mí, será la que reciban las almas.
170-173 María anhela verme a Mí en cada Sacerdote (como debiera ser) y no tan sólo en el acto sublime de la Misa, sino siempre, siempre; y si los Sacerdotes la aman, deben darle gusto reproduciendo ellos a los que más ama esa Madre incomparable: a Mí en todos los actos de mi vida y de su vida.
Mira: Te voy a decir un secreto; y es que, al engendrarme el Padre en el seno purísimo de María, por obra del Espíritu Santo, engendró Conmigo en Ella el germen de los Sacerdotes, en el Sacerdote eterno; le comunicó una fibra divina de la fecundación de los Sacerdotes futuros, angendrados en el seno del Padre, de toda la eternidad.
Por eso María es más Madre de los Sacerdotes, por estar Conmigo, en su seno inmaculado aquella fibra sacerdotal unida a mi naturaleza humana divinizada. Y po reso María tiene mucho de sacerdote, y por eso María busca por justicia a su Jesús, en cada Sacerdote, concebido Conmigo en su virginal seno, al encarnarse el Verbo en sus entrañas purísimas...
Oye, y si los hijos deben parecerse a las madres, y gozar de sus prerrogativas, no adivinas, hija, que los Sacerdotes deben ser también Marías, también madres, y llevar en sus almas la encarnación mística del Verbo en su Madre, y por esto el más estricto deber de parecerse a Mí, o más bien, de transformase en Mí.
175-176 Cómo los Sacerdotes deben pagar a María su ser de hijos, qu elos engendró a la vez que a Mí me engendró... Si aman a su Madre María, no pueden obsequiarla con mayor presente, que con su transformación en Mí... Porque eres madre con un reflejo de María, místicamente Mía y de mis Sacerdotes,... al obrarse la encarnación mística en tu corazón, el Espíritu Santo, por la fecundidad del Padre, puso en tu alma al Verbo, y con El, hija, también a sus Sacerdotes.
181 Si los Sacerdotes fueran otros Yo, quedaría resuelto el problema de tantas cosas qeu afligen a mi Iglesia.
188 A las almas Sacerdotales son a las que más amo en la tierra, por el reflejo que en sí llevan de la fecundación de mi Padre; en El las amo, y por El las salvo. Ellas llevan en sí el germen comunicado del cielo para reproducirme a Mí en las almas. Fecundidad
190 Por la encarnación mística, la cual todo Sacerdote debe tener muy honda, muy íntima, muy familiar aunque respetuosa, puesto que en el altar la opera diariamente en el sacrificio de la Misa.
Ahí místicamente encarna el Verbo en cada hostia consagrada que transforma por la transubstanciación de las especies en Jesús. Pero como entonces, él es Jesús, queda la estela en su alma, la de esa encarnación que el Sacerdote debiera guardar en su corazón... Encarna el Sacerdote a Jesús en la hostia, mas como él se vuelve Jesus, se vuelve hostia, y al ofrecer la hostia al Padre, transformado en Jesús, también es hostia, también es víctima... Eucaristía Transformación
192-193 El reflejo de este misterio de la Encarnación, lo recibe diariamente en la Misa el Sacerdote en su alma... Pero el alma del Sacerdote que abraza y cultiva con su correspondencia a la gracia este don de Dios, es el más dispuesto a recibir y a ensanchar la gracia sin precio de la encarnación mística en el alma, que es gracia sacerdotal en todas sus partes.
195 María es feliz cuando comunica a su Verbo hecho carne; y si, conjuntamente concibió en su casto seno, al concebir a Jesús, en El, el germen sacerdotal, los Sacerdotes son para Ella, otros Jesús, y más que nadie, quiere transformarlos en Jesús, místicamente en sus almas. Transformación
200 ... otros Yo, que continuaran la misión que me trajo a la tierra, y que fue llevar a mi Padre lo que de El salió; almas que lo glorificaran eternamente.
Los Sacerdotes, por su origen divino, en el seno de mi Padre, y por su fraternidad divina Conmigo en el seno de María, son mis consentidos en la tierra en la tierra, y aún en el cielo.
202 El Sacerdote debe ser una hostia viviente que me contenga; o más bien, una hostia Yo, transformado en Mí. Y todos los Sacerdotes del mundo, formando un solo Jesús. Víctima Transformación
203 Conmigo, se transforma en la Trinidad, es decir, en la fecundación consumada del Padre, en los sentimientos del Hijo, en la caridad incendiable del Espíritu Santo.
204 ... porque no es el Sacerdote el que vive, sino Yo en él, con todas mis virtudes, carismas y dones, y aún, esplendores eternos de la Trinidad, comunicados. Transformación
210 Sólo el Espíritu Santo hace santos a los Sacerdotes;... Sólo El es capaz, con su Soplo, de impulsar a las almas sacerdotales a lo heroico, a lo sublime de su vocación.
212 ¡Oh hija! ¡Cuánto ansío el perfecto reinado del Espíritu Santo en el corazón de los míos!
221 (Y me fuí, de miedo a que me fuera a hablar de la encarnación mística... aquellas inmensidades divinas me aplastan. El me perdone.
226 ... Si los Sacerdotes se transformaran en Mí... brillaría el Sol de mi Iglesia.
235 ... en razón deñ sacerdocio conferido y afirmado por el Espíritu Santo, reciben el poder de concebir en cierto sentido al Verbo hecho carne en la Misa, en donde se renueva mi Encarnación, Pasión y muerte. Eucaristía
236 Cada Obispo, cada Sacerdote, goza en cierto grado y sentido, de la maternidad de María, de la Paternidad del Padre, del asombroso prodigio, obrado por el amor, solo por el amor, del Espíritu Santo.
Así es que, todo Sacerdote reproduce a Cristo, lleva el reflejo de María más marcado que nadie. Fecundidad
238 (Señor: Pero si todos los Obispos y Sacerdotes tiene, por el hecho de ser Sacerdotes, la encarnación mística, entonces por qué me has dicho que es una gracia escogida y especial para ciertos Sacerdotes?)
Mira, hija: elgermen de esta gracia insigne la tienen todos... al recibir en su ordenación el Soplo fecundo del Espíritu Santo...
239 Pero este germen, se desarrollarámás y más por las gracias especiales y gratuitas del Espíritu Santo.
242 (El Papa y los Obispos) Nadie más padre que ellos, pero también más madres que ellos. Esa maternidad espiritual, derivada de la Paternidad divina, debe hacerlos dulces, tiernos, amorosos para con sus hijos los Sacerdotes.
244 Sólo un Pastor Yo, puede crear en su Iglesia hijos Yo, porque sólo el transformado, tiene virtud para transformar. Transformación
253 Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Pade en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad.
256 Mira que el mundo se hunde porque faltan Sacerdotes santos que lo detengan; mira que las almas se pierden por falta de Sacerdotes transformados en Mí.
269 Vivo en constante roce con ellos, no tan solo en la Eucaristía, en unión más que íntima en los deberes de su ministerio.
287 ...que no aparezcan ellos, sino Yo en ellos, encantando a mi Padre y atrayendo las almas hacia El para glorificarlo.
292 Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo. Transformación
293 Volveré a la tierra más visiblemente, más sensiblemente en mis Sacerdotes que se presten a esta reacción espiritual, y el mundo recibirá el impulso divino, y mi Iglesia dará más frutos de vida eterna glorificando con esto a la Trinidad.
295 Con la cruz y con María, con mi Corazón y con el Espíritu Santo, ¿qué temer? ¡Valor y confianza! y una entrega total y absoluta de la voluntad de los Sacerdotes con la Mía.
298-9En el altar, hija, se producen las dos cosas: que el Sacerdote encarna al Verbo hecho hombre,; es decir, que reproduce, en cierto sentido, el misterio de la Encarnación, que atrae al Verbo hacia la tierra para hacerse hombre; y con el Dios-Hombre, se opera o produce el misterio de la transubstanciación. Mas, como el reflejo de Dios es Dios mismo, el Verbo hecho carne, en el reflejo que produce en el alma del Sacerdote, pasa a su corazón, obrando en cierto grado, la encarnación mística en él. Eucaristía
(todavía no pasé a fichas)
L.299s Todos los misterios se reflejan en el corazón del Sacerdote, y aún, se producen en él, a la hora de la Misa!... Participa del misterio de la Encarnación, de muchos modos... y de otros misterios adherentes a Mí.
L.305Nunca está solo el Sacerdote, sino que la Trinidad misma lo acompaña a todas partes de una manera especial.
L.306s He tocado el corazón del Sacerdote en todas sus fibras principales, en estas amorosas Confidencias... abriendo ante sus ojos, un horizonte de perfección.
L.312Un cristial debe ser el alma del Sacerdote, que refleja al Espíritu Santo en todos sus actos; pero sobre todo, debe amarle con el mismo Espíritu Santo.
L.315s (contra la desconfianza) Es preciso a toda costa, que los Sacerdotes se acerquen a Mí en la intimidad de sus corazones. Díles que no teman, que... en Mí tienen un hermano... una madre, un Padre, un Dios-hombre, que los ama con las entrañas más tiernas... que quiere estrecharlos contra un Corazón que se dejó romper par que en él cupieran todos los Sacerdotes, para transformarlos en Mí, su Jesús, todo misericordia y bondad.
L.328No quiero almas paralizadas por el temor, sino confiadas por el amor. Ese vuelo de espíritu quiero que mis Sacerdotes infiltren en las almas... mi yugo es suave...
L.335(Pues eso quiero, Jesús del alma,,, ¡Consolarte! y aquí estoy, yo nada valgo, pero utiliza esa nada, rómpela y sacrifícala, de la manera que fuere de tu agrado, si para algo sirve, en favor de esas amadas almas sacerdotales que tanto quieres y que tana gloria te han de dar.)
L.396A medida de su transformación en Mí, será la mies que recojan, y no serán estériles, sino fecundos, en gracia y en virtudes, dándole almas a mi Padre Celestial.
L.399¿Cómo se opera esta transformación prácticamente? AMANDO: que del amor se deriva la generosidad, la abnegación, el olvido propio, el sacrificio, el ardoroso celo por mi gloria, la fe, la esperanza, y el tener una sola voluntad con la de mi Padre, por una entrega absoluta y total a todas sus disposiciones... Ques estudien, hija, a mi Corazón incomprensible, en donde caben todas las ingratitudes, todas ls lágrimas y dolores ajenos...
LI.5El sacerdote que corresponde a su vocación debe ser todo amor, y todo pureza... el amor divino por medio del Espíritu Santo, y la pureza, por medio de María...
LI 6-7 Amor de celo, con las almas todas; amor de genrosidad para los sacrificios; amor de humildad para con Dios y para con las almas; amor de unión, caridad universal, y olvido propio, y de estrechamiento Conmigo.
Amor al Padre, hasta llegar a amarlo con el mismo amor con que El se ama, con el Espíritu Santo.
LI 13Los dolores y los sufrimientos de un Sacerdote transformado en Mí, son dolores y sufrimientos salvadores, porque están unidos con los míos.
LI 26... el mundo se desmorona... y sólo el Sacerdote santo, el Sacerdote Yo, el sacerdote Salvador, el Sacerdote divinizado y transformado en Mí, puede salvarlo.
LI 30No me ofrezco en las Misas Yo solo, sino que Conmigo ofrezco a todos los Sacerdotes del mundo, porque todos están en Mí, único Sacerdote, en razón de mi Unidad.
Desde que me encarné en María,desde que me puse a la disposición amorosa de mi padre diciéndole: "Aquí estoy", no me puso a su disposición solo para cualquier sacrificio, sino con todos los Sacerdotes en Mí... Cristo Sacerdote
LI 32El (el Padre), con su mirada amorosa de infinita ternura, puso en Mí, su Verbo, su inteligencia o entendimiento, su potencia, su amor; y en aquella mirada eterna que yo comprendí y sentí, germinaron los Sacerdotes en el Sacerdote... Mira, hija: Yo no puedo estar separado de lo que es Mío. Cristo Sacerdote
COMO ES JESUS
RETRATO DE JESUS
Jesús no es conocido, por eso no es amado... Amor
¡Oh Padre Santo! Jesús Te amó sacrificándose ansioso de darte gloria, y mi alma necesita, Padre mío, dártela también.
¡Oh María!... Que estas meditaciones de "Cómo es Jesús", escritas al calor de tu Corazón de Madre, sirvan para darlo a conocer en su amor y en su dolor.
SU AMOR AL PADRE
(cita muchos pasajes evangélicos)
El Padre era su vida y en El se recreaba el Verbo hecho carne; era su pensamiento constante, y en servirlo y en complacerlo encontraba Jesús todas sus delicias... Jesús, bajo el impulso del Espíritu Santo, ordenaba todo al Padre en su vida mortal; por eso la consumación de los misterios de Jesús fue su Ascensión al Padre. El se ofreció por el Espíritu Santo en medio de inmensos dolores a su Padre celestial...
Muchas almas no amarán al Padre, pero Jesús amará por ellas...
Y ese amor de Jesús al Padre es un amor sacerdotal, esto es, un amor que glorifica, un amor que se inmola, un amor que redime y salva; un amor que tuvo su coronamiento en el Calvario y que se perpetúa en las Misas y en las almas...
A ejemplo de Jesús, amaremos al Padre por todas las almas que no lo aman... Debemos sufrir siempre, porque debemos amar siempre. Debemos sufrir por todos, porque debemos amar por todos.
SU AMOR AL ESPIRITU SANTO
El Espíritu Santo era la vida de Jesús, y no se movía sino bajo su moción divina.
SUS DOS AMORES
¡Su Padre y las almas! fueron la preocupación constante de Jesús, su pasión dominante, por decirlo así, sus amores sublimes. Como olvidado siempre de Sí mismo, cumplía primero que nada con la voluntad sant+isima de su Padre amado y corría también tras la oveja descarriada hasta ponerla sobre sus hombros divinos para devolverla a su Padre.
SUS SACERDOTES
Pudiera en cierto modo definirse así el sacerdote: El glorificador del Padre por el sacrificio de Jesús bajo el impulso del Espíritu Santo.
SU AMOR A MARIA
(Como si hablara Jesús) En Ella deposité mis confidencias más íntimas y, absorta en mis desahogos filiales, seguía una a una las palpitaciones de mi Corazón, mártir de amor por los hombres, de mis dolores internos, de mi celo por la gloria de mi Padre, de mis ansias de morir para dar la vida y con ella la eterna dicha de los hombres.
BIBLIOGRFIA
- Confidencias a los sacerdotes. Cuenta de conciencia de Concepción Cabrera de Armida, 23 de septiembre de 1927 al 28 de enero de 1931 ("manuscrito").
- A mis sacerdotes. Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz".
- CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Cómo es Jesús, Meditaciones, México, Edit. "La Cruz".
- M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre de familia, Concepción Cabrera de Armida, Bilbao, Declée de Brouwer 1987 (sexta edición)
pág. 128: (últimos días de su vida). Su oración se refugiaba en la oración de Cristo en Gethsemaní. Comulgaba con los sentimientos del Crucificado, abandonado por su Padre. Para ella, su Jesús tan amado había desaparecido totalmente: "Es como si nunca nos hubiéramos conocido", repetía a sus íntimos.
pág. 126: se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz.
- CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edic. Cimiento 1989.
(carta n. 2 al P. Félix, 1903?): "Ser santo, es ser apóstol, como Jesús lo fue, de cinco maneras: Por su silencio, por sus ejemplos, por sus palabras, derramando su sangre, dando la vida por los hombres." (pp. 15-18 del libro)
- SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida.
Iudicium prioris theologi censoris: "Ep. Martínez qui legit "confidencias", notat quam magnum bonum sit hoc scriptum pro animis et vult ut edantur tales quales quia dictis Christi nihil addi nihil subtrahi potest" (p.336)
(ibidem cita a Mons. Martínez: "Las confidencias están haciendo mucho bien... Las Confidencias de Jesús deben quedar tales cuales El las ha comunicado. Y si Vd. muere de vergüenza, ya tendremos cuidado en enterrarla") (!!!)
- CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida, t. I-X, México, Religiosas de la Cruz, 1990.
[1]CONCEPCION CABRERA DE ARMIDA, Vida, t. I-X, México, Religiosas de la Cruz 1990. De la "Cuenta de conciencia" (65 volúmenes) citaremos principalmente los volúmenes 49-56, que se refieren de modo especial a los sacerdotes. Ver otros datos en: SACRA CONGRETATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida. Ver otras publicaciones en notas posteriores.
[2]Los biógrafos hacen notar esta vivencia de la interioridad de Cristo: M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre familia, Concepción Cabrera de Armida, Bilbao, Desclée 1987 (Texto original: Journal d'une mère de famille, Desclée de Brouwer 1974.
[3]Los volúmenes 49-56 de la "Cuenta de conciencia" se refieren principalmente a nuestro tema: Confidencias a los sacerdotes, Cuenta de conciencia de Concepción Cabrera de Armida, 23 de septiembre de 1927 al 28 de enero de 1931 (manuscrito).
[5]A mis sacerdotes, Edición privada, estrictamente reservada a los sacerdotes, México, Edit. "La Cruz" (usamos la cuarta edición, de 1979).
[6]Además de la "Vida", de la "Cuenta de conciencia" y de "A mis sacerdotes" (obras citadas en notas anteriores), usamos y citamos también: Cómo es Jesús, Meditaciones (Obras de Concepción C. de Armida, 2), Edit. "La Cruz" (usamos la cuarta edición). Hay que tener en cuenta también sus cartas a sacerdotes: Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edit. Cimiento 1989.
[7]El amor al Padre es el punto de referencia o la fuente de todos los amores de Cristo. Hay que destacar el aspecto de la"mirada" entre el Padre y el Hijo, que debe hacerse vivencial en el sacerdote (cfr. CC. 49,28.32.74.338.349; 50,62).
[8]El tema del Espíritu Santo aparece frecuentemente en relación con Cristo Sacerdote (el Verbo hecho homre), con María, la Iglesia, el sacerdote ministro. El es la fuente de la santidad sacerdotal (cfr. 2ª ponencia, n.11). "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está complaciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote consiste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50,88; cfr. CC. 49,348).
[9]Este tema es una característica clara de la vivencia de Conchita, como una especie de maternidad espiritual: "Tú me darás muchas almas" (Vida 1, 235); "tú salvarás muchas almas" (Vida 2, 73); "miles de almas pasarán por tus manos para ofrecérmelas" (Vida 3, 77); "muchas almas se aprovecharán de los favores que te he hecho" (Vida 4, 287); "ama tú a las almas como yo las amo" (Vida 7, 291). La "encarnación mística" tiene también este sentido de salvar muchas almas (Vida 8, 12.186). Las Obras de la Cruz tienen como objetivo la salvación de las almas (Vida 7, 282).
[10]Siempre es relación a la victimación de Jesús: "Haz lo que Yo. Yo fui feliz llenando mi papel de Víctima" (Vida 6, 230, 246); "debes vivir de mi vida de Víctima" (Vida 8, 218).
[11]Su madre la dedicó a María (Vida 8, 178); desde niña la invoca (Vida 1, 11-12; 8, 75); su madre le enseñó a amarla (Vida 1, 34.56); a María le debe su pureza (Vida 1, 34) y pone en sus manos el voto de pureza (Vida 1, 156). Toda la vida está llena de detalles marianos continuos. De la Virgen aprende a escuchar a Jesús: "Escucha a mi Hijo y no te resistas" (Vida 1, 372-373. 327).
[12]Tenía ardiente celo por darla a conocer (Vida 3, 267); dedicaba los martes a pedir especialmente por ella (Vida 8, 16); nuestro Señor le pide que la ame y la haga amar (Vida 6, 362); sentía anhelos de dar la sangre por ella (Vida 3, 26). Es la orientación que le dió el Señor: "Si te arrimas a la Iglesia no te perderás" (Vida 4, 220); "tú irás siempre con mi Iglesia" (Vida 7, 92).
[13]Su gran ilusión era conseguir, con sus oraciones y sacrrificios, sacerdotes santos (Vida 5, 200; 4, 146.151-161). En carta al P. Rougier dice: "Ser santo, es ser apóstol, como Jesús lo fue, de cinco maneras: Por su silencio, por sus ejemplos, por sus palabras, derramando su sangre, dando la vida por los hombres". Cartas al Padre Félix de Jesús Rougier y a Misioneros del Espíritu Santo, México, Edit. Cimiento 1989, carta n. 2, pp. 15-18.
[14]Cfr. Vida 4, 151 y CC, 50, 221. Escribía Mons. Martínez: "Las confidencias están haciendo mucho bien... deben quedar tales cuales El las ha comunicado. Y si Vd. muere de vergüenza, ya tendremos cuidado en enterrarla". Tomado de: SACRA CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, Mexicana, Beatificationis et Canonizationis servae Dei Mariae a Conceptione Cabrera Vid. Armida, p.336.
[15]"Se fue identificando cada vez más a los sufrimientos íntimos del Corazón de Jesús y a su abandono en la Cruz... Su oración se refugiaba en la oración de Cristo en Gethsemaní. Comulgaba con los sentimientos del Crucificado, abandonado por su Padre. Para ella, su Jesús tan amado había desaparecido totalmente:'Es como si nunca nos hubiéramos conocido nunca', repetía a sus íntimos"; cfr. M.M. PHILIPON, Diario espiritual de una madre de familia..., o.c., pp.126.128. Ella misma lo refleja en su Cuenta de conciencia: CC. 65, 125 (20 de julio de 1936, pocos meses antes de su muerte). En los últimos momentos, Mons. Martínez le pide se una al abandono de Jesús en la Cruz, indicándole que, aunque no lo sienta, Jesús está unido a su corazón; ella dio una señal de asentimiento moviendo los ojos; cfr. M.O. RIBERO, Cruz de Jesús (3 de marzo 1937-1977), p.13-14.
[17]Sería interesante hacer un paralelo entre la doctrina sacerdotal del concilio Vaticano II y el mensaje de Conchita. Baste recordar el esquema del decreto conciliar sobre el ministerio y la vida de los presbíteros: ser (PO 1-3), obrar (PO 4-6), vivencia (PO 7ss), santidad (PO 10-14), virtudes (PO 15-17), medios (PO 18ss).
[18]La explicación del teólogo M.J. Scheeben (1835-1888) sobre el carácter sacerdotal, parte también del misterio de la Encarnación. Es una explicación que ayudaría a comprender la "encarnación mística" de las confidencias de Conchita: "El misterio del carácter sacramental empalma de un modo especial con el misterio de la Encarnación y de la prolongación de la misma en el misterio de la Iglesia"... "El sacerdocio ha de dar nuevamente a luz a Crito en el seno de la Iglesia, en la eucaristía y en el corazón de los fieles mediante la virtud del Espíritu Santo que opera en la Iglesia, y de esta manera formar orgánicamente el cuerpo místico, así como María, por virtud del Espíritu Santo, dio a luz al Verbo en su propia humanidad y le dio su cuerpo verdadero" (M.J. SCHEEBEN, Los Misterios del cristianismo, Barcelona, Herder 1953, VII).
[20]La palabra "germen" o "fibra" (que aparece en los escritos de Conchita) puede interpretarse a la luz de los textos bíblicos sobre nuestra participación en la vida divina: 1Pe 1, 4.23.
[21]"Necesito otros Yo en la tierra, formando un solo Yo en mi Iglesia por su unidad de miras, de intenciones y de ideales, formando un solo Cuerpo místico Conmigo, un solo querer con la voluntad de mi Padre; una sola alma con el Espíritu Santo; una unidad en la Trinidad, por deber, por justicia, por amor" (CC. 50, 102). Es frecuente encontrar textos parecidos con matices diversos. La unidad entre los sacerdotes es una de las preocupaciones de las confidencias: "Y el fin de la Iglesia en su parte íntrinseca, es formar en la tierra un solo Jesús Salvador de las almas; un solo Sacerdote en el Sacerdote eterno, por su unión, parecido e identificación con El" (CC. 50, 126). "Así, Yo en ellos y ellos en Mí, glorificaremos al Pade en una sola alabanza; y con las almas, formaríamos esta unidad perfecta en la Iglesia, y que debe honrar a la Trinidad" (CC. 50, 253). "Estas Confidencias han tenido por objeto, unir a todos los Sacerdotes en la unidad de la Trinidad, pero transformados en Mí; llevan el fin de hacer de todos ellos un solo Jesús; Yo en ellos; no muchos Jesús, sino uno solo" (CC. 50, 292). "Quiero a todos mis Obispos y Sacerdotes absorbidos en la unidad de la Trinidad, para que sean fecundos en las almas, para que engendren en la Iglesia virgen, almas para el cielo" (CC. 50, 4). "El Padre, constantemente está engendrando a su Verbo en Sí mismo, y obrando el misterio de la Trinidad... y eternamente está compalciéndose en Sí mismo e su unidad de la Trinidad. Todo lo quiere atraer a esa unidad; para esto formó su Iglesia única, en donde todas las almas deben formar unidad en el Verbo, por el Espíritu Santo, y la misión del Sacerdote conciste en traer a las almas a esa unidad" (CC. 50, 88).
[22]Son muy sugestivos los textos en los que se habla de esta "mirada" de Cristo al Padre, que deben imitar los sacerdotes. "Los Sacerdotes levantan su mirada a mi Padre... Ese momento de la mirada a mi Padre es el más doloroso para Mí" (CC. 49, 28).
Juan Esquerda Bifet
EL CAMINO DEL ENCUENTRO
A todos mis hermanos en la búsqueda del Señor y, de modo especial, a quienes, habiendo leído ENCUENTRO CON CRISTO, me han preguntado sobre EL CAMINO DEL ENCUENTRO con él en el tercer milenio del cristianismo.
Contenido
Introducción: Las etapas de un camino.
I. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA
II. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES
III. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS
IV. EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON
V. SUS HUELLAS EN MI VIDA
Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón
Documentos y siglas
Indice de materias
Citas evangélicas comentadas
Indice general
INTRODUCCION
Las etapas de un camino
El evangelio sigue aconteciendo. Jesús sigue mostrando el evangelio escrito imborrablemente en la carne viva y gloriosa de su cuerpo resucitado: "mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo; palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo" (Lc 14,39.43). Según el discípulo amado, "les mostró las manos y el costado" (Jn 20,20).
Aquellos pies siguen buscando, esperando, acompañando. Aquellas manos siguen bendiciendo, acariciando, perdonando, enseñando. Aquel corazón siguen abierto invitando a aceptar su amistad. El camino del encuentro se caracteriza por unas etapas concretas y entusiasmantes:
- me espera en mi propia realidad, amándome tal como soy,
- me invita a seguirle para compartir su misma vida,
- me cuenta sus amores y vivencias,
- me llama a prolongar su caminar, su enseñanza y su amor, para hacerle conocer y amar.
El camino del encuentro es una experiencia irrepetible e irremplazable, porque sucede en el tiempo presente y nadie nos puede suplir. Jesús invita a todos, respetando la libertad de cada uno, porque no quiere autómatas, sino amigos: "venid a mí todos" (Mt 11,28-29)); "venid y veréis" (Jn 1,39).
Hay que llegar a una experiencia fuerte de Jesús. Es él mismo quien invita y quien la hace posible: "acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado" (Jn 20,27). Después de experimentar este encuentro vivencial por la fe, "con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir... es amigo verdadero" (Santa Teresa).
El camino para llegar a esta experiencia de su amistad y de su "corazón", nos lo ha trazado el mismo Jesús, como un regalo, una "gracia" de su amor:
- tener todos los días un encuentro con él, escuchando su palabra y participando en la eucaristía: "yo soy el pan de vida" (Jn 6,35ss),
- reconocer en su mirada una declaración de amor: "le miró con amor" (Mc 10,21),
- dejarse encontrar por sus pies, que siguen buscando a la oveja perdida: "va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra" (Lc 15,4),
- dejarse curar y perdonar por sus manos: "quiero, queda limpio" (Mt 8,3),
- aceptar la invitación de sintonizar con su corazón: "aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,29).
Ante Cristo crucificado, con sus manos y pies clavados y con su corazón abierto, nadie es capaz de resistir su desafío amistoso. Saulo, el perseguidor, lo encontró definitivamente cuando menos lo esperaba: "no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).
Ahora Cristo vive resucitado, con sus llagas gloriosas impresas en su cuerpo, invitándome a habitar en ellas, para hacerme experimentar su amistad. "Cristiano" es quien ha tenido "un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).
De la humanidad de Cristo decía Santa Teresa: "por esta puerta hemos de entrar". Si por sus llagas hemos sido salvados, en ellas podremos experimentar su amistad: "llevó nuestros pecados en su cuerpo... con cuyas heridas habéis sido curados" (1Pe 2,24).
Los gestos y las palabras de Jesús expresan toda su interioridad. El discípulo amado hablaba de ver y tocar: "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida... os lo anunciamos" (1Jn 1,1-3). En Cristo, Dios nos la dicho todo: "en él, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5).
El evangelista Juan cuenta su experiencia de fe, que es siempre don de Dios; entró en el sepulcro vacío y sólo vio el sudario plegado y las vendas por el suelo: "vio y creyó" (Jn 20,8). A esta experiencia profunda y sencilla, estamos llamados todos. Basta con emprender el camino:
- sabiéndose amado e invitado por él,
- queriéndole amar sin rebajas, con todo el corazón,
- expresando este amor en las cosas pequeñas de cada día,
- reconociendo, al atardecer de cada día, las propias limitaciones y defectos, para recibir confiadamente su perdón y su paz,
- empezando de nuevo todos los días, para amarle más que antes.
El camino no lo hacemos solos, puesto que él mismo se hace nuestro "camino" (Jn 14,6). Y son muchos los hermanos que comparten con nosotros este mismo camino. La historia está llena de amigos de Cristo, casi siempre anónimos, que se decidieron a emprender "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Son las personas que más bien han hecho a la humanidad entera. Cuando lo necesitemos de verdad, Jesús se nos hará cercano por medio de estas personas que no hacen ruido.
Los "santos", que eran del mismo barro que el nuestro, se hicieron santos por el camino de las llagas de Jesús, hasta entrar plenamente en su corazón. No hay que olvidar que el camino se dirige a la unión y amistad, es decir, al corazón. Jesús no necesita teóricos ni diletantes. Sólo quiere "sedientos" y "pobres" que se decidan a ser sus amigos, para que puedan contagiar a otros "su experiencia de Jesús" (RMi 24). Porque el encuentro con él, lleva siempre a la misión: "hemos encontrado a Jesús, el hijo de José, el de Nazaret" (Jn 1,45). Esta experiencia puede parecer ridícula a quien busca la felicidad fuera de Jesús, pero es la única experiencia que puede llenar el corazón y convencer a los buscadores sinceros de la verdad.
Este camino es una experiencia de fe, sin privilegios y sin cosas extraordinarias. Nos basta el mismo Cristo, sin aditamentos. Porque son "bienaventurados los que, sin ver, creen" (Jn 20,29). El Señor se deja encontrar por "un movimiento del corazón", como decía San Bernardo. Basta con seguir su mirada amorosa, los pasos de sus pies y los gestos de sus manos, para entrar en su corazón.
Jesús deja sus huellas en nuestro camino, para invitarnos a sintonizar con su modo de pensar, sentir y amar. "Pon los ojos sólo en él... y lo hallarás todo en él" (San Juan de la Cruz). Así de sencilla es la oración cristiana cuando se deja que Jesús ore en nosotros: "si no sabes meditar cosas sublimes y celestes, descansa en la pasión de Cristo, deleitándote en contemplar sus preciosas llagas" (Tomás de Kempis).
En los sacramentos y, de modo especial, en la eucaristía, se encuentra "el cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante" (CEC 1116). Esta humanidad vivificante de Cristo se formó, bajo la acción y unción del Espíritu Santo, en el seno de María. Ella, "la creyente" (Lc 1,45), sigue indicando el camino del encuentro: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
El camino hacia el corazón de Cristo recorre las etapas de la humildad, que es la verdad, y de la confianza, para vivir sólo de él y para él, en donación total:
- dejarse conquistar por su mirada de amigo,
- adivinar la cercanía de sus pies de Buen Pastor,
- aceptar la caricia de sus manos de médico y de guía,
- hacerse disponible para vivir en sintonía con los amores de su corazón abierto.
En este caminar tendremos una gran sorpresa: sus huellas van desapareciendo, como si nos dejara solos en el camino... Es que se identifica con nosotros y sus huellas son ya las nuestras... El mejor regalo de esta experiencia es el de participar de su misma suerte: "en tus manos, Padre" (Lc 23,46). María, como Madre en el camino de la fe, nos hará descubrir que Jesús está más cerca que nunca...
I
EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA
Presentación
Las miradas de Jesús transparentaban toda su interioridad. Eran un reflejo de su evangelio y de su misma vida. Con su mirar, conocía y conoce lo que había "en el corazón" de los demás (cfr. Jn 2,25), sin humillarles, porque son miradas de hermano, amigo y esposo. Con su mirada, llamaba y declaraba su amor.
Aquellas miradas traspasan el tiempo y la historia. Jesús nos conocía y amaba tal como somos. Ahora, sus miradas de resucitado penetran nuestra vida sin herirla. El quiere imprimir en nuestra mirada un reflejo de la suya.
Si leemos o recordamos los pasajes evangélicos, todavía hoy podemos descubrir la mirada de Jesús en nuestras circunstancias. Entonces lo sentiremos cercano, porque ahora nos acompaña y sigue mirándonos con el mismo amor. Las miradas de Jesús en el evangelio acontecen hoy, pero de modo nuevo, para cada uno. Son siempre nuevas, como el amor.
Estar con él, como "con quien sabemos que nos ama" (como diría Santa Teresa), es posible hoy, en el aquí y el ahora de nuestra vida. Basta con dejarse mirar por él y devolverle nuestra mirada con el reflejo de la suya. La oración es un cruce de miradas, de corazón a corazón.
La grandeza y autenticidad de María, la llena de gracia, Madre de Dios y nuestra, consiste en dejarse mirar por Dios, devolviéndole una mirada de corazón unificado: "Dios ha mirado la nada de su sierva" (Lc 1,48).
1. Mirada que invita a seguirle
Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí ‑ que quiere decir, "Maestro" ‑ ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis».... Jesús, fijando su mirada en Simón, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» ‑ que quiere decir Piedra... Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
(Jn 1,38-47)
1. La mirada de Jesús no es para curiosear ni para utilizarnos, sino que es una invitación a compartir su misma vida. Escruta nuestro corazón porque nos ama. Quiere orientar nuestras intenciones y motivaciones hacia la donación. Si buscáramos sólo sus cosas, en lugar de él mismo, entonces no le encontraríamos de verdad. Su mirada corrige, pero también endereza, ilumina y fortalece. Confiados en esa mirada de amigo, ya es posible seguirle y aprender a estar con él. Invitados por su mirada, ya le podemos mirar con "una sencilla mirada del corazón" (Santa Teresa de Lisieux).
2. Su mirada es especial para cada persona: Juan, Andrés, Pedro, Felipe, Natanael... Para Jesús no existen cosas, sino personas irrepetibles, con una historia particular y diversa. Jesús mira a cada uno, tal como es, para ayudarle a ser él mismo trascendiéndose. Quiere a cada uno con sus particularidades y con su propio modo de ser, porque sólo a partir de ahí es posible realizarse amando. Su mirada no nos quita los obstáculos, sino que nos ayuda a verlos y a superarlos mirándole a él, amándole y amando como él. Que nos aprecien o no los demás, ya no importa tanto; nuestra vida y nuestro quehacer tiene sentido cuando se vive de su mirada y se aprende a mirar como él.
2. Mirada a un joven
Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme».
(Mc 10,21; cfr. Mt 19,21; Lc 18,22)
1. La vocación, por parte de Jesús, es una declaración de amor. Su llamada sólo se puede comprender y seguir a partir de su enamoramiento. Por esto, el amor exige echar por la borda todo lo que no suene a donación. El programa es exigente, pero también comprensible para quien entiende de amistad. La "totalidad" es el lenguaje del amor. Jesús invita a dejar la chatarra, que sería un gran estorbo en el camino del seguimiento. El secreto está en enterarse de su mirada de amor.
2. El joven rico, como tantos otros, no captó la mirada de Jesús. Tenía el corazón prisionero de espejismos, que se disfrazan de verdad. Y se marchó triste, porque algo había captado, pero no se decidió a cortar las amarras o los hilos que impiden volar. Jesús sigue mirando con amor a cada uno sin excepción. Hay muchos distraídos o con ojos legañosos. Urge aprender a "mirarle de una vez", como diría San Francisco de Sales. "Si pones los ojos en él, hallarás todo en él" (San Juan de la Cruz).
3. Mirada a Leví
Después de esto, salió y vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El, dejándolo todo, se levantó y le siguió.
(Lc 5,27-28; cfr. Mt 9,9; Mc 2,14)
1. Jesús dirigió su mirada también a un publicano, enredado en sus cuentas. Lo importante es que aquella mirada de compasión cambió la vida de Leví en un apóstol, Mateo. La mirada era una invitación a seguirle dejándolo todo por él. Nadie se hubiera imaginado aquel cambio. Y hasta muchos lo criticaron. Pero Jesús defendió a su nuevo amigo, porque él siempre mira a todos con el mismo amor y misericordia. Si él "vino para llamar a los pecadores" (Mt 9,13), ¿quién le podría impedir sembrar miradas de compasión y llamadas de renovación?
2. La mirada de Jesús no es sólo llamada, sino también luz y fuerza para poder seguirle. El gozo de seguir al Señor es señal de que su mirada ha penetrado hasta el fondo del corazón. Desde este momento, si todavía queda en él algún bien, es para celebrar el encuentro y alegrar la vida a los demás, haciéndoles partícipes de la mirada misericordiosa de Jesús. El Señor se compara a un médico que tiene buen ojo clínico (Lc 5,31); sabe diagnosticar y sanar, sin humillar ni utilizar. Mateo aprendió a leer y a escribir el evangelio, gracias a la misericordia de Jesús insertada en su propia vida.
4. Mirada a Zaqueo
Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.
(Lc 19,2-6)
1. Aquella mirada y aquella invitación, ni el mismo Zaqueo se la había imaginado nunca. Al fin y al cabo, Jesús iba de paso, aparentemente para cosas más importantes. Zaqueo se encaramó en la higuera, sin importarle el ridículo, porque "buscaba ver a Jesús" (Lc 19,3). A Jesús le gustan estos deseos espontáneos, que son ya un inicio del encuentro. Por esto sucedió lo inesperado: se cruzaron las miradas, porque uno buscaba al otro. Jesús, como siempre, había tenido la iniciativa y había hecho posible el encuentro. Siempre es posible cruzarse con su mirada.
2. La mirada surtió su efecto, porque el corazón de Zaqueo se abrió sin ocultar nada. Empezó la amistad que transfomaría radicalmente la vida de aquel publicano. El paso más difícil ya estaba dado: recibir a Jesús, ofreciéndole la propia casa como suya. Lo demás sería una consecuencia imparable: compartir los dones recibidos con los hermanos y aprender a reparar el pasado con un presente de donación. Y así se demostró, una vez más, que Jesús "ha venido para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). Todo empezó con el deseo sincero de "ver a Jesús" y de dejarse mirar por él.
5. Mirada a los que le rodean
Jesús, dándose cuenta de la fuerza que había salido de él, se volvió entre la gente y decía: «¿Quién me ha tocado los vestidos?». Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo que la gente te oprime y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"». Pero él miraba a su alrededor para descubrir a la que lo había hecho. Entonces, la mujer, viendo lo que le había sucedido, se acercó atemorizada y temblorosa, se postró ante él y le contó toda la verdad.
(Mc 5,30-33; cfr. Mt 9,22; Lc 8,47)
1. Tanto si nos damos cuenta, como si lo olvidamos, Jesús nos acompaña continuamente con su presencia y su mirada cariñosa. Algunos aceptan su compañía para hacer de la vida una relación amistosa con él. "Tocarle", como la mujer enferma, significa aceptar con gozo su presencia y su mirada. Propiamente somos nosotros los "tocados" por él, que nos sana y salva. La "hemorruisa" logró tocar la orla de su manto y quedó curada. La mirada de Jesús en su corazón la había atraído de modo irresistible. Pero Jesús sigue mirando, también a los distraídos, para hacernles despertar de su letargo. Con la luz de su mirada, encontramos la verdadera luz (cfr. Sal 35).
2. La mirada de Jesús traspasa el espacio y el tiempo. Va siempre más allá de la superficie. Entra en el corazón sin violentarlo. Examina nuestras intenciones, motivaciones, actitudes, porque quiere sanarlas. Bastaría con dejarse mirar por él, tocarle con la fe y la esperanza, para quedar iluminados y sanados. A veces, descubriremos que su mirada se refleja en la pupila de algún hermano que necesita de nosotros. Podemos ser también mirada de Jesús. Esa mirada de Jesús siembra la paz y la serenidad, unificando el corazón y haciéndolo salir de su círculo cerrado para darse.
6. Mirada de compasión
Se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades. Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.
(Mt 14,13-14; cfr. Mt 9,36; Mc 6,34)
1. Para Jesús no hay "masas", sino personas concretas e irrepetibles, cada una con su historia peculiar como historia de amor de un Dios que a nadie olvida. Cada persona, con su nombre peculiar, atrae la mirada de Jesús. Su corazón tiene predilecciones infinitas, una para cada uno y de modo irrepetible. El leproso, el ciego, el paralítico, Zaqueo el publicado, Nicodemo el fariseo..., todos eran una fibra de su corazón. La mirada de compasión manifiesta el vibrar de cada una de sus fibras o latidos. En aquellos rostros hambrientos y sedientos, Jesús veía a toda la humanidad. Hoy mira con la misma compasión y amor.
2. Su mirada de compasión, entonces y ahora, es sintonía de preocupaciones, angustias y esperanzas. "Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1). Esta sintonía la vivió Jesús con la misma intensidad durante los nueve meses en el seno de maría, que durante los treinta años de Nazaret y los aproximadamente tres años de caminar por Palestina. Para él, ahora resucitado, el tiempo ya no pasa, pero lo vive como hermano, protagonista y consorte, en cada período de la historia humana, haciendo suya la biografía de cada caminante. Se compadece porque nos pertenece y le pertenecemos, como parte de su mismo ser y de su misma historia salvífica.
7. Mirada que examina de amor
Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!»... «todo es posible para Dios».
(Mc 10,23-27; cfr. Lc 18,24-27)
1. Jesús mira a sus amigos de modo especial. El joven rico no supo leer el amor en los ojos de Jesús y, por esto, se perdió en los harapos tristes de su riqueza. Jesús entonces quiso mirar a los suyos como para examinarles de amor. También ellos podían caer en la trampa de ambiciones camufladas. El corazón humano es siempre un misterio. Por esto, la mirada de Jesús apunta al corazón. Y su efecto no se hizo esperar en la respuesta de Pedro, que ha suscitado en cada época vocaciones generosas: "lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mc 10,28). La mirada de Jesús, aceptada con el corazón abierto, hace posible esta respuesta incondicional de quien se quiere abrir totalmente al amor.
2. Seguir a Cristo, dejándolo todo por él, es sólo posible cuando nos dejamos conquistar por su mirada. La fuerza no radica en nosotros, sino en él. Hay que aprender a mirar, con él, el fondo de nuestra nada, de nuestras debilidades y de nuestras miserias. Este es el único camino para acertar. La fuerza de nuestro caminar está en el reflejo de su mirada sobre nuestra realidad caduca. Es verdad que, como dice Jesús, "sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Pero precisamente por ello, podemos decir como San Pablo: "todo lo puedo en aquel que me da la fuerza" (Fil 4,13).
8. Llanto por el amigo muerto
Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás». Jesús se echó a llorar.
(Jn 11,33-35)
1. Jesús era sensible a todo y a todos. A Lázaro, su amigo, le probó dejándole morir aparentemente lejos de él. Pero para Jesús no hay distancias y, por esto, le acompañó siempre, en toda situación. Así ama Jesús a todos y a cada uno, con tal que no se cierren a su amor. Llegó a Betania cuando ya habían enterrado a Lázaro. Y ahí quiso unirse al dolor de sus amigos. Lloró conmovido, con llanto sincero, porque toda nuestra vida le pertenece como suya. "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, somos suyos" (Rom 14,8).
2. Bien sabía Jesús que había de resucitar a Lázaro y, no obstante, lloró. Algunos lo atribuyeron a un simple sentimiento de nostalgia y a una falta de atención, por no haber llegado antes. Pero Jesús es perfecto hombre, siendo perfecto Dios. Su amor se expresa con todo su ser. Sus ojos necesitaban llorar como los nuestros, porque se trataba de un amigo íntimo, que había afrontado la muerte con el dolor de pensar que estaba lejos de Jesús. Cuando sentimos la ausencia de Jesús, es que él está más cerca. Este nuestro sentimiento lo suscita su mirada y su presencia de amigo. Si no nos da los dones visibles, es porque se nos quiere dar él.
9. Llanto ante Jerusalén
Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos».
(Lc 19,41-42; cfr. 13,34)
1. El llanto de Jesús ante Jerusalén es muy distinto del llanto ante el sepulcro de Lázaro. Pero las lágrimas procedían del mismo amor. Lo que le dolía a Jesús era ver la ingratitud de quienes no habían aceptado el amor de Dios, quien había enviado a su Hijo al mundo para salvarlo. Jesús dio la vida por Jerusalén y por todos los pueblos. El camino para esa salvación universal pasa por su llanto y su dolor. Jesús no rechazó a nadie, sino que transformó el rechazo de los demás en oblación propia. Su rostro y su mirada contagiaban la serenidad, la paz y el perdón.
2. La visita de Jesús puede resultar incómoda cuando se espera un "salvador" según el propio gusto y preferencia. Desde niño, Jesús se conmovió a la vista de Jerusalén, como los demás peregrinos, especialmente en las peregrinaciones pascuales, al aproximarse a la ciudad santa. La ciudad y el templo eran signo de la "presencia" de Dios en medio de su pueblo elegido. Ahora esta presencia era el mismo Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. A Jesús le hizo llorar el "no" de los hombres a tanto a amor de Dios. "El Amor no es amado", diría San Francisco de Asís. Quien no sintoniza con los amores de Cristo, pierde la conciencia de que el pecado es un "no" a Dios Amor.
10. Mirada de tristeza
Mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». El la extendió y quedó restablecida su mano.
(Mc 3,15; cfr. Lc 6,10)
1. Amar es un riesgo. Es el mismo riesgo que asumió Jesús, quien amó hasta dar la vida, dándose él mismo según los designios del Padre. De este modo, asumió nuestra vida como propia y corrió nuestra misma suerte. Y aunque muchos interpretaron mal su amor, porque "no creyeron en él" (Jn 12,37), Jesús siguió mirando con el miso amor y con una gran pena en su corazón: "vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). Le llamaron samaritano, endemoniado, amigo de publicanos y de pecadores... El les siguió amando mucho más.
2. Los sábados, día de fiesta, tenía Jesús la costumbre de visitar a los enfermos (cfr. Mc 6,5). Por esto no tenía reparo en curarlos, si ello convenía para su bien. A los puritanos les parecía una ofensa a Dios, por el hecho de quebrantar la ley del descanso. Pero Jesús había venido para "pasar haciendo el bien" (Act 10,38). Esta actitud bondadosa no necesita descanso. La dureza del corazón, que se cierra al amor, entristeció a Jesús. El seguirá su camino mirando a todos con amor para salvarlos a todos. Su amor será crucificado, para expresarse mejor en el dolor de la donación.
11. Mirada de gratitud
Ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente.
(Mt 14,19; cfr. Mc 6,41; Lc 9,16; Jn 6,11; 17,1)
1. Quien sabe mirar amando a los hermanos, porque sabe también mirar amando al corazón de Dios, de donde viene el amor. Jesús dio de comer milagrosamente a la muchedumbre, pero primero dio gracias al Padre, para hacerse luego pan partido para todos. Es la mirada "eucarística" de Jesús, es decir, de acción de gracias, porque todo viene de Dios para volver a Dios por un camino de caridad. Todo es gracia. Su mirada amorosa al Padre en el Espíritu, se convierte en amor de donación y en "torrentes de agua viva" para toda la humanidad (Jn 7,38). La oración de Jesús es siempre una "mirada" al Padre (Jn 17,1).
2. Jesús daba siempre gracias al Padre por todo: "se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito»" (Lc 10,21). Esta oración constituía su "gozo en el Espíritu", gozo desinteresado y de donación verdadera. Nosotros solemos dar gracias (si nos acordamos) por los dones pasajeros. Jesús daba gracias por todo, pero especialmente por el don de conocer al Padre y de amarle en el Espíritu. Los dones de esta tierra son dones pasajeros, como una rosa que se marchita. Jesús nos enseña a levantar los ojos al Padre: el amor que Dios pone en sus dones no se marchita nunca. La mirada de acción de gracias de Jesús al Padre, se hace nuestra propia mirada por la eucaristía de todos los días: "sí, Padre".
12. Mirada de perdón
El Señor se volvió y miró a Pedro, y recordó Pedro las palabras del Señor, cuando le dijo: «Antes que cante hoy el gallo, me habrás negado tres veces». Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.
(Lc 22,61-62; cfr. Mc 14,72)
1. Aquella mirada fue, para Pedro, una sorpresa inesperada. Es que Jesús no falta nunca a la cita cuando se trata de perdonar y curar. La negación había sido anunciada y también la conversión (Lc 22,32). La experiencia de la mirada amorosa de Jesús, en aquella noche de pasión, dejó en Pedro una experiencia imborrable: "comenzó a llorar" (Mc 14,72). En el inicio de su seguimiento, Pedro había ya experimentado una mirada de amor (Jn 1,42); pero ahora era de mayor misericordia. Esta experiencia será una garantía para aprender a mirar a los demás del mismo modo. En los ojos y en el rostro de Pedro quedó impreso el modo de mirar del Buen Pastor (cfr. 1Pe 5,1-5).
2. El perdón de Jesús es único. Sólo él sabe perdonar así, sin humillar ni utilizar, sin hacer pesar el fardo de los propios pecados. Mira hasta el fondo del corazón, para recordar otras miradas y otros dones. Y al hacer despertar el amor y la confianza, las faltas presentes quedan anuladas. Es perdón de gratuidad, porque él es así: nos ama porque es bueno, no porque nosotros somos buenos. Pero exige reconocer la propia falta ante esa mirada amorosa que perdona y restaura plenamente. La vergüenza de haberle amado poco, recupera el tono del "primer amor" (Apoc 2,4).
13. Rostro ultrajado
Entonces se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle, diciendo: «adivínanos, Cristo. ¿Quién es el que te ha pegado?»
(Mt 26,67-68; cfr. Mt 27,30; Mc 14,65; Lc 22,64; Jn 19,3)
1. En el rostro de Jesús se complace el Padre como en su reflejo personal. Este mismo rostro es el que fue golpeado, ultrajado y cubierto de salivazos. Jesús seguía mirando con el mismo amor de antes. La noche en el calabozo (Mt 26,67-68) y la coronación de espinas (Mt 27,27-31) fueron testigos del rostro misericordioso y compasivo de Jesús. Las burlas y los salivazos no lograron apagar el brillo de su mirada. Entonces no hubo testigos, pero hoy es posible conectar con aquella misma mirada que traspasa la historia y llega al fondo del corazón.
2. Esbirros y soldados no fueron más que instrumentos providenciales para una nueva "transfiguración" de Jesús. No hay nadie que, si es auténtico, se resista al silencio impresionante del Señor. Siendo la Palabra personal del Padre, habla por medio de sus gestos y de su silencio de enamorado. A los santos, como Santa Teresa, que se sentían grandes pecadores, les atraían esos momentos oscuros y solitarios de la pasión, donde sólo se puede penetrar, "a solas", con el corazón en la mano. Esa amistad sincera se estila poco, pero todavía se da.
14. Mirada a su Madre y nuestra
Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
(Jn 19,26-27)
1. Fue la mirada más tierna de Jesús: a su Madre y a su discípulo amado. Nosotros estábamos allí bien representados. Desde niño, Jesús aprendió a mirar como María y José. Su mirada reflejaba la de su Madre. Es la mirada de misericordia que Jesús mismo describió en el rostro del padre del hijo pródigo, unida a una emoción de ternura materna (cfr. Lc 15,20). En María, Jesús depositó su mirada para que ella viera en nosotros un Jesús viviente por hacer. Todas las miradas de Jesús las podemos encontrar de nuevo en las pupilas de María, porque ella es "la memoria" de la Iglesia (cfr. Lc 2,19.51).
2. La mirada de Jesús a Juan, el discípulo amado, refleja un amor eterno: "como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9). Es como un resumen de su vida: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Juan se sintió interpelado por la mirada amorosa de Jesús y buscó compartirla con María su Madre en la fe: "la recibió en su casa", es decir, en comunión de vida. La mirada de Jesús conduce a María: "he aquí a tu Madre". La mirada de María lleva a Jesús: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). En esas miradas que se cruzan, encontramos la eterna mirada del Padre en el amor del Espíritu Santo. Son siempre miradas nuevas por descubrir y vivir.
3. Rostro glorioso
Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
(Mt 17,2; cfr. Mc 9,2; Lc 9,29)
1. Lo extraño, humanamente hablando, es que el rostro de Jesús no apareciera glorioso también en Belén, en Nazaret y en el Calvario. Su mirada comunica honduras de un amor eterno; pero prefiere mirarnos con un rostro como el nuestro, curtido por el sol de los días ordinarios. Ahí, en este rostro, se reflejan el Padre y el Espíritu, pero también una humanidad doliente y una familia de hermanos que ocupan su corazón. En sus ojos y en su rostro se descubre un amor que no tiene fronteras. Cuando resucite, su rostro será más glorioso, para siempre, pero sin perder el eco de tantos rostros de hermanos suyos de todos los tiempos.
2. Al aparecer resucitado, Jesús manifestó, con su rostro glorioso, la comunicación de una vida nueva, para que nosotros fuéramos expresión suya: "Jesús sopló sobre ellos... y dijo: «recibid el Espíritu Santo»" (Jn 20,22). Así había hecho Dios al crear el primer hombre: con su beso le infundió su mismo Espíritu y su misma fisonomía (cfr. Gen 2,7). Jesús, con su mirada gloriosa de Hijo de Dios, nos comunica el "agua viva", la "vida nueva", el "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5). Somos hijos en el Hijo, somos su prolongación en el tiempo, para que todos los hermanos descubran, en nuestro rostro, las huellas de la mirada de Jesús. Esta es la misión que nos encarga para nuestra tiempo y para nuestras circunstancias.
Síntesis para compartir
* La mirada de Jesús se dirige a todos y a cada uno:
- a sus amigos y discípulos,
- a los alejados y pecadores,
- a los enfermos y a los que sufren,
- a su Madre y al discípulo amado.
* Las características de su mirada son:
- una llamada amorosa,
- un examen sobre el fondo del corazón,
- una exigencia de respuesta,
- una sintonía de compasión,
- una oferta de perdón,
- una propuesta de amistad y donación mutua.
* Su mirada es actual, en el aquí y ahora de nuestra vida:
- en la eucaristía y en su evangelio,
- en los signos sacramentales,
- en nuestro Nazaret, Tabor y Calvario,
- en el hermano necesitado,
- comunicándonos su Espíritu,
- haciéndonos reflejo de su mirada para mirar como él.
* ¿Cuál es mi experiencia personal de esta mirada? ¿Qué puedo compartir con los demás? ¿Qué huellas de esta mirada descubro en la vida de los hermanos? ¿Cómo ser trasunto de su mirada hacia todos los hermanos?
II
EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES
Presentación
A todos nos gustaría tener la experiencia de haber oído los pasos de Jesús caminando junto a nosotros y dejando sus huellas en nuestro caminar. No obstante, el pasar del tiempo, ello es hoy todavía posible, aunque de modo más sencillo y profundo, es decir, por la fe, que es un don suyo y que deja la convicción inquebrantable de que él nos acompaña. El secreto para tener esta experiencia consiste en descubrir a Jesús esperándonos y amándonos en nuestra misma realidad, tal como es.
Se puede decir que las huellas de los pies de Jesús resucitado llegan a toda la historia y a la vida de cada persona en particular, porque "esa virtud (o fuerza) alcanza, por su presencia, a todos los tiempos y lugares" (Santo Tomás). Aquel caminar suyo de hace veinte siglos, sucede hoy de una manera real, tan nueva como profunda.
Podemos descubrir en nuestra vida los pies del Buen Pastor, que buscan, esperan, acompañan... Podemos lavar sus pies cansados del camino, porque no se quedaron clavados en la cruz ni yertos en el sepulcro, sino que han quedado gloriosos entre nosotros, como todo su cuerpo, con las llagas de la pasión.
No es atrevimiento nuestro desear este encuentro de su caminar con el nuestro, sino que él mismo nos ha despertado el deseo con su invitación formal, personal y comunitaria: "él les dijo: «mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo; palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies" (Lc 24,39-40). "Luego dice a Tomás: «acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «porque me has visto has creído; dichosos los que no han visto y han creído»" (Jn 20,27-29).
16. Pies de niño.
María dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento... El ángel dijo a los pastores: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
(Lc 2,7-12; cfr. Mt 2,11)
1. Envueltos en pañales, los pies de Jesús eran los de un niño indefenso, pobre y débil, como "niño de la calle". Así lo pudieron encontrar los pastores y los magos, la gente sencilla y de buena voluntad. Es él quien se hace encontradizo, haciéndose pequeño y cercano. No tiene nada, para indicar que se da él mismo. Los pastores se acercaron tal como eran. Los pies de un niño acostado en un pesebre no espantan a nadie. El amor le ha hecho pobre, para encontrarse con los pobres. Es pan partido sólo para los que se hacen conscientes de su propia pobreza y tienen hambre de él.
2. María lavó, besó y fajó aquellos pies de miniatura, que han sido objeto del arte de todos los tiempos. El creador se asentó en nuestro suelo, para "habitar entre nosotros" (Jn 1,14). Sus pies son como los nuestros: buscan, acompañan, se cansan... Pero antes aprendieron a andar, con zozobras, tropiezos y caídas. María y José enseñaron a Jesús a caminar hacia la Pascua (Lc 2,41). Creció aprendiendo a caminar hacia la casa de su Padre, que también es el nuestro. Aquellos pies corretearon por Nazaret, sembrando paz y serenidad; construyeron el calor de un hogar, contagiando seguridad y esperanza. Caminaron y siguen caminando por nosotros y con nosotros.
17. Hacia el desierto
Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue conducido por el Espíritu hacia el desierto.
(Lc 4,1; cfr. Mt 4,1)
1. Jesús acababa de "bautizarse" con el bautismo de "penitencia", en nombre nuestro. Su camino evangelizador empezó así, cargando con nuestra historia y con nuestros pecados, como parte de su misma historia. El camino que se le ofrecía era largo y lleno de sorpresas. Por esto prefirió caminar primero hacia el desierto, guiado por el Espíritu de amor, para hablar al Padre acerca de nosotros, antes de hablarnos a nosotros acerca del Padre. Jesús entró en el desierto pensando en nosotros y amándonos. Su caminar sería silencioso, como dejando sus huellas impresas en nuestro desierto. Es urgente descubrirlas antes de que se las lleve el viento.
2. Cuarenta días estuvo Jesús en aquel desierto. Sus pies, entre piedras y arena, eran portadores de sus afanes por redimir la humanidad. La prisa del amor se traducía en entrega de oración filial y de donación sacrificial. La capacidad de insertarse en el diálogo con el Padre, se traducirá en capacidad de cercanía a nuestros problemas. Son los mismos pies de Belén, de Nazaret, del desierto y de la cruz. El caminar de Jesús tiene la lógica del amor. Nos busca y nos espera así. Son pura capacidad de encuentro con quienes le dejan entrar.
18. De camino para predicar
Iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres... que les servían con sus bienes.
(Lc 8,1-3)
1. Son muchas las veces que el evangelio describe a Jesús de camino para ir sembrando la semilla de su mensaje (Lc 8,1; 4,43-44; Mt 4,23; Mc 1,14). Su vida se puede resumir así: "Jesús hizo y enseñó desde un principio" (Act 1,1); "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). Se acercaba a todos. Llegaba a los pueblos más lejanos, olvidados y marginados. Sus pies se movían para anunciar en todas partes la paz, la "buena nueva". Pasaba "curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo" (Mt 4,23). No se trataba de moverse por moverse, sino de dedicar toda su existencia para acercarse, convivir y salvar a todos.
2. El caminar de Jesús por Palestina tenía siempre como meta la Pascua. Por esto se dirigía finalmente hacia Jerusalén, para dar su vida en sacrificio. Por donde pasaba, dejaba destellos de luz y de verdad, porque él es "la luz del mundo" (Jn 8,12). Se identificó con nuestros caminos, porque él mismo es "el camino" (Jn 14,6). Se prestaba al encuentro cuando se le buscaba de verdad. Pero su corazón le empujaba siempre a "otras ciudades" y a "otras ovejas", también a aquellas que ya no sabían buscar la verdad y el bien. Quien es "pan para la vida del mundo" (Jn 6,51), tiene que recorrer todos los caminos del mundo, para llegar a todos los corazones. Su camino todavía continúa hoy.
19. De paso
Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
(Jn 1,35-37; cfr. Mt 4,18)
1. Da la sensación de que Jesús no quiere molestar. Da a entender su presencia, pero sólo lo suficiente para que el quiera le encuentre y le siga. Quiere personas libres. Pasa ante a unos eventuales discípulos (Jn 1,36), junto al despacho de un cobrador de contribuciones (Mc 2,14), cerca de la casa de Zaqueo (Lc 19,1), junto a unos ciegos de Jericó (Mt 20,30)... En el fondo, es él quien tiene la iniciativa; por esto se deja entender por algún signo o por algún testigo y amigo. Y cuando las personas han dado un primer paso, tal vez indeciso y tembloroso, él estrecha la mano para que se haga realidad el encuentro. Al fin y al cabo, él es el más interesado; por esto pasa muy cerca...
2. El paso de Jesús es siempre sorpresa. A él le gusta ser así porque no espera nuestros méritos y derechos, sino que los trasciende. Pasa para hacer el bien, aunque éste no se merezca. No es indiferente a nuestras preocupaciones. Busca y espera una actitud de apertura, de autenticidad y de coherencia. Su paso es ya un examen, como preguntando si de verdad le buscamos a él o a sus dones. Sus pies, como los nuestros, nos indican que es posible seguirle poniendo nuestros pies en sus pisadas. Las huellas del paso de Jesús todavía no se han borrado.
20. Esperando
Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber».
(Jn 4,6-7)
1. Jesús, cansado de un largo camino, se sentó sobre el brocal del pozo, esperando a la mujer samaritana. Su preocupación no estaba en el cansancio, sino más bien en aquella oveja perdida que tenía que encontrar a toda costa. No se imaginaba aquella pobre mujer la bondad y humildad de Jesús, el Mesías, cansando y sediento. Unos pies cansados y polvorientos de tanto buscar, no espantan a nadie. La voz y la mirada de Jesús, pidiendo humildemente de beber, llegan al corazón. Es que su sed y su cansancio son los nuestros, de tanto buscar sin encontrar.
2. Si Jesús no se escandalizó de los repetidos divorcios o separaciones de aquella mujer, es que vio alguna puerta abierta para el perdón. El fardo de unos pecados pesa mucho, pero se aligera dejándolo todo a sus pies cansados de Buen Pastor. Para eso ha venido él. Otros discutirán sobre lugares y tiempos para expresar su religiosidad. Jesús salva ayudando a dejar de lado las tonterías, para orar "en espíritu y en verdad" (Jn 6,23). Si llegamos a reconocer nuestra pobreza y a tener sed de verdad y de amor, las cuentas quedas saldadas sin déficit. Para eso viene Jesús a nuestros pozo de Sicar.
21. Llorar a sus pies
Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume... Jesús dijo: «te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor».
(Lc 7,37-47) Lucas 7:47
1. Nosotros clasificamos y encasillamos a los demás para sentirnos dispensados del amor y del respeto a la persona. A los pies de Jesús, el Buen Pastor, pueden llegar todos sin distinción y sin sentirse clasificados en un escalafón artificial: la samaritana, la Magdalena, María de Betania, los aquejados de cualquier dolencia y miseria... Si sus pies habían entrado en la casa de un fariseo, como habían entrado también en la casa de un publicano, bien podían recibir las lágrimas de arrepentimiento de una pecadora pública. Al fin y al cabo, son los pies del Buen Pastor, que no se cansan de caminar por la historia, hasta que encuentra al hermano o hermana que se perdió. Cada uno, aunque sea un estropajo, es parte de su misma historia; ese estropajo le pertenece.
2. Jesús es sensible a nuestros detalles. La pecadora lloró a sus pies, los secó con sus cabellos, los besó y los ungió con ungüento perfumado. El amor vive de detalles: recuerdos, saludos, servicios, entrega. Para saber si uno "ama mucho" a Cristo, basta con saber si tiene tiempo o si toma el tiempo par estar con él. Los pecados desaparecen aceptando la mirada amorosa de Jesús. Sus pies siguen esperando, en cualquier parte donde nos encontremos, pero especialmente en los signos pobres de su palabra evangélica y en su eucaristía. Los sagrarios hablan de amistades y de olvidos. Jesús perdona y ama a todos. Todos le podemos amar mucho, porque a todos nos ha perdonado y nos sigue perdonando mucho.
22. Buscando la oveja perdida
¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido».
(Lc 15,4-6; cfr. Mt 18,12; Jn 10,3-4)
1. Desde la encarnación en el seno de María, Jesús está unido a cada ser humano para hacerlo hijo de Dios por participación en su misma filiación divina. Por esto, los pies de Jesús siguen buscando incesantemente. Una sola persona, para él, es irrepetible, como una parte de su corazón. Lo criticaron porque iba a buscar a los pecadores (Lc 15,1). Pero él "ha venido para busca y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10). Donde Jesús no puede entrar, a pesar de su ardiente deseo, es en un corazón que se cree santo y sano. Pero él sigue buscando a la oveja perdida, "hasta que la encuentra". Esta búsqueda, como su "agonía", seguirá mientras dure la historia humana.
2. La parábola de la oveja perdida la elaboró y contó el mismo Jesús, para indicarnos el amor a "los más pequeños" (Mt 18,12-14). Como analogía, se sirvió de la figura del Buen Pastor, que conoce amando, guía a buenos pastos, defiende y da la vida (Jn 10,3ss). Lo importante es que él se describe a sí mismo así. Cada detalle es una pincelada de su fisonomía, un latido de su corazón por cada una de "sus" ovejas: "tengo otras ovejas y conviene que yo las traiga a mí" (Jn 10,16). Todas sus palabras son recién salidas de su corazón. Busca siempre y espera, oteando el horizonte, se acerca con sus pies ya cansados a la oveja perdida, la toma cariñosamente con sus manos, la coloca sobre sus espaldas junto a su corazón. Y la fiesta que organiza, ya ha empezado, pero sólo será plena y definitiva en el más allá.
23. Los pies del buen samaritano
Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto... Un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: «Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva».
(Lc 10,30-35)
1. Jesús se describió a sí mismo, como yendo "de camino", movido a "compasión" por todos. Las prisas no cuentan cuando se ama de verdad. El amor sabe encontrar y tomar su tiempo. Y tampoco cuentan los gastos que hay que hacer. No se da lo que sobra, sino que se comparte todo lo que uno tiene. La descripción de la parábola es detallada, porque es el modo peculiar de amar que tiene Jesús: venda las heridas y paga el hospedaje. Aquellas vendas y aquel ungüento son sus dones: los dones del Espíritu Santo, comunicados por medio de los sacramentos. El hospedaje es su mismo corazón presente en la eucaristía. El hace ademán de irse; pero es siempre el "voy y vuelvo" (Jn 14,28). Nos deja caminar solos, pero se queda a nuestro lado invisible, esperando otra ocasión de hacernos el bien.
2. Se describe a sí mismo para programarnos nuestra vida. Nosotros somos, ante él, como el hombre a quien despojaron y malhirieron los bandoleros. Pero con él somos también nosotros el buen samaritano, porque él se prolonga en nosotros: "haz tú lo mismo" (Lc 10,37). El haber experimentado la misericordia de Jesús, que va de camino, es una invitación a hacer con otros lo que Cristo ha hecho con nosotros: "como yo he tenido compasión de ti" (Mt 18,33); "amaos como yo os he amado" (Jn 13,34). Al sintonizar con las necesidades de los demás, descubriremos la cercanía del mismo Jesús, que sigue caminando junto a nosotros.
24. Sentarse junto a sus pies
Yendo de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
(Lc 10, 38-42)
1. Jesús pasaba con frecuencia por la casa de sus amigos de Betania: Lázaro, Marta y María. Era casi siempre yendo o viniendo de Jerusalén para celebrar la Pascua. Era muy buena la hospitalidad de esa familia, porque cada uno le recibía a su modo, para servirle compartiendo todo según las propias cualidades. Ninguno era más ni menos que el otro. María prefería estar sentada a los pies de Jesús para aprender a vivir su mensaje en un proceso de conversión y apertura al amor. De ahí sería fácil pasar al servicio y amor de los hermanos. Era un estar con humildad, tal vez apenada por su poco amor del pasado, sedienta de verdad, sedienta de Jesús. Esos pies del Maestro bueno reservan un lugar para cada uno.
2. Los pies de Jesús estaban también espiritualmente en la cocina, "entre los pucheros", como diría Santa Teresa. Pero la envidia cegó el corazón de Marta. Más tarde ya habrá cambiado, cuando la vemos sirviendo a Jesús sin envidias solapadas (Jn 12,2). Marta misma había sido una ayuda para su hermana María, cuando la muerte de Lázaro: "el Maestro está aquí y te llama" (Jn 11,28). María aprendió a escuchar a Jesús, postrada a sus pies, también en los momentos de dolor y de ausencia sensible: "cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto»" (Jn 11,32). Hay que aprender, como la Virgen Santísima, a "meditar en el corazón" las palabras de Jesús, también cuando parecen un misterio insondable (Lc 2,19.51).
25. Pies ungidos
Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume... «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque tendréis siempre pobres con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis».
(Jn 12,2-3.7; cfr. Lc 7,38)
1. Aquellos pies ya los habían ungido la mujer pecadora (Lc 7,38). Ahora quien los unge es María de Betania, la que había aprendido a escuchar a Jesús también sentada a sus pies (Lc 10,39). La unción que describe el discípulo amado fue un derroche de "nardo precioso". El amor es así, y sólo parece excesivo a quien no entiende de amor. María quiso agradecer las visitas de Jesús y su perdón, ofreciéndole lo mejor, es decir, aquello que había ocupado hasta entonces su corazón. Con el ungüento, ofreció su corazón indiviso, ya libre para poder amar del todo y para siempre.
2. Jesús es siempre muy agradecido. Sus pies cansados necesitaban este alivio. Hubiera sido lo mismo lavárselos con agua de la fuente; pero ese ungüento tenía mucho significado, porque, sin saberlo, era el símbolo de un corazón que quería compartir la soledad de su sepulcro. El amor sincero intuye, es humildemente profético, marca una pauta para todos los seguidores de Jesús. Cada uno encuentra los detalles apropiados para obsequiar al Señor que viene de camino. Sólo entonces se le sabe encontrar en los hermanos más pobres.
26. Los enfermos a sus pies
Y se le acercó mucha gente trayendo consigo cojos, lisiados, ciegos, mudos y otros muchos; los pusieron a sus pies, y él los curó.
(Mt 15,30; cfr. Mc 3,10)
1. Los pies de Jesús sabían mucho de caminos, de muchedumbres hambrientas, de hogares necesitados y de personas sumergidas en el dolor. Su caminar era al unísono con el latir de su corazón: "tengo compasión" (Mt 15,32). Eran muchos los que querían acercarse y tocarle. Llevados por la confianza que inspiraban su mirada y sus palabras, le pusieron los enfermos a sus pies. Y Jesús les curó a todos. Era él quien, desde siempre, vivía en sintonía con su dolor. Más allá de la curación física, les comunicó la paz y el perdón (cfr. Mt 9,2). En realidad, cada persona que sufre es biografía de Jesús, es él mismo: "estuve enfermo y me vinisteis a ver" (Mt 25,36).
2. Nos dice el evangelio que "curó a todos" (Mt 4,24). Pero allí no estaban todos los que Jesús ya tenía en su corazón. La curación más profunda que comunica Jesús es la de asumir el dolor amando, siguiendo la voluntad del Padre, sintiéndose acompañado por Jesús y queriendo compartir y "completar" su misma pasión (cfr. Col 1,24). Esa curación trasciende la historia y prepara todo el ser para participar en la muerte y resurrección de Jesús. La paz que deja en el corazón vale más que la salud corporal. Y esa "curación" es la que construye la paz en la humanidad entera. Pero esa lógica evangélica sólo se aprende a los pies de Jesús; sólo él la puede enseñar, de corazón a corazón.
27. Buscando un fruto que no existe
Al día siguiente, saliendo ellos de Betania, sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba algo en ella; acercándose a ella, no encontró más que hojas; es que no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti!» Y sus discípulos oían esto.
(Mc 11,12-14; cfr. Lc 13,6-9)
1. El caminar de Jesús indica siempre cercanía a nuestra realidad concreta. Nos ama y nos examina de amor. Siembra buena semilla y espera el fruto de nuestra entrega. Su enseñanza es también por medio de signos y símbolos, como hablándonos por medio de los acontecimientos cotidianos. En su camino hacia Jerusalén, tenía hambre y se acercó a una higuera para pedir su fruto, no encontrando más que hojas de adorno. Y con un gesto suyo, secó a la higuera. El amor es exigente y sólo quien ama de verdad, puede hablar así. Si uno se cerrara definitivamente al amor de Cristo que pasa, transformaría su corazón en un absurdo, tal vez para siempre. Ese absurdo se lo va construyendo el mismo hombre, no Jesús (Mt 25,41).
2. Mientras queda un segundo de vida, ese momento le pertenece a Cristo. Siempre es posible abrirse a su venida. Basta con reconocer la propia pobreza, como el publicano y el hijo pródigo. La misericordia de Jesús no se resiste a la oración: "el que amas está enfermo" (Jn 11,3); "si quieres, puedes curarme" (Lc 5,12). Jesús contó la parábola de la higuera estéril (Lc 13,6-9); ante el riesgo y amenaza de cortarla, él mismo (el viñador) se ofrece a cuidarla mejor, para que dé fruto a su tiempo. Se ha convertido en nuestro consorte, responsable y protagonista.
28. Se fue
Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.
(Lc 4,28-30; cfr. Jn 6,15; 10,39; 11,54; 12,36)
1. Aquellos pies que, durante casi treinta años, anduvieron amigablemente por las calles de Nazaret, se alejaron un día para no volver más. Sería un desgajarse de algo muy querido, lleno de recuerdos compartidos con María y José. Jesús seguirá amando a los nazaretanos como antes, hasta dar la vida por ellos. Otras veces hizo Jesús un gesto semejante: cuando se marchó para que no le confundieran con el leader de un partido (Jn 6,15), cuando se refugió en Efrem porque habían decidido su muerte (Jn 11,54) y en otras ocasiones parecidas (Jn 10,39; 12,36). Se va de la vista, pero se queda invisiblemente con quienes siguen siendo parte de su misma biografía.
2. Parece inconcebible que tenga que marcharse, como si su caminar fuera un ensayo constante, llamando a la puerta del corazón. Si su caminar hacia nosotros es porque nos ama hasta dar la vida, ¿cómo es posible el rechazo de un amor tan grande? Las huellas de su caminar han quedado impresas en el nuestro. El rechazo sólo es posible cuando el corazón se ha cerrado en su propio interés egoísta: "amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,43). Se fue de su Nazaret, de su Cafarnaún, de su Jerusalén, en busca de corazones capaces de amar.
29. Peregrino y sin hogar
«Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme... En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis».
(Mt 25,35-40)
1. Jesús siempre encontró algún rincón pobre en que cobijarse. En Belén fue una gruta de pastores. En los días anteriores a la pasión fue la casa de sus amigos de Betania o el huerto de Getsemaní. Son siempre muchos los que le quieren de verdad y le ofrecen compartir todo lo que tienen, aunque sea lo poco de que disponen. A él le interesaba la amistad, no la casa material. En un viaje por Samaría no le quisieron hospedar (Lc 9,53). Pero él sabía comprender y esperar a otra ocasión; al fin y al cabo, ningún corazón puede ser feliz si no está él.
2. Lo que más le duele a Jesús es cuando cerramos la puerta a un hermano suyo y nuestro. Porque él se identifica con todo el que sufre y pasa necesidad: "a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). Le hospedamos o le cerramos la puerta cuando hacemos así con un hermano. Jesús pasa de camino, hambriento, sediento, peregrino, enfermo, en cualquier hermano que necesita de nosotros. Porque el hermano que pasa necesidad, ya sólo es hermano en Cristo, por encima de raza, lengua y nación. El mundo sería una familia si supiéramos ver a Jesús en todos. El encuentro definitivo con él se ensaya en la escucha, la amabilidad, la cooperación y la hospitalidad. Sus huellas se identifican con las de todo ser humano que pasa a nuestro lado.
30. De camino hacia la Pascua
Iban de camino subiendo a Jerusalén, y Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le seguían tenían miedo. Tomó otra vez a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará».
(Mc 10,32-34; cfr. Lc 9,51; 18,31; Mt 20,7)
1. Jesús orientó toda su vida hacia "su hora", es decir, hacia su muerte y resurrección. Era su "Pascua" o "paso hacia el Padre, con cada uno de nosotros, para salvarnos a todos. En este camino le acompañaban sus discípulos, algo rezagados, casi sin comprender nada. Jesús caminaba con la prisa de un enamorado que va a bodas. Ese paso apresurado sólo lo comprenden los que entiende de amor. No va a prisa para hacer algo ni para escapar, sino para ser donación. Por esto, sabe detenerse, sin prisas, para escuchar a un corazón que se siente pobre y necesitado. Quien camina aprisa hacia la donación, encuentra tiempo para todo y para todos.
2. Los pies de Jesús son pies de amigo, que acompañan y alegran nuestro caminar. Sabe buscar y esperar, pero, sobre todo, sabe compartir. A sus amigos les pidió seguirle dejándolo todo por él (Mt 4,19ss). Es que para caminar a su paso, es necesario liberarse de fardos inútiles. Su caminar de Pascua es como de quien va a bodas. Los "amigos del esposo" (Mt 9,15) tienen que aprender a caminar como él. Seguirle "de lejos" no lleva a buenos resultados (Mt 26,58). Es mejor decidirse a compartir su misma suerte: "vayamos y muramos con él" (Jn 11,16).
31. Pies crucificados
El, cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio.
(Jn 19,17-18)
1. La cruz la llevó él mismo. Sus pies no se detuvieron ante dolor. El camino sería arduo, como un resumen más de toda su vida. Fueron las últimas pisadas de su vida terrena, con el peso de todas nuestras vidas en la suya. Amó así, "hasta el extremo" (Jn 13,1). Alguien, el Cireneo, le ayudó con el madero o con el palo transversal de la cruz; pero el camino cuesta arriba lo tenía que pisar él, para abrir nuevos caminos. Eran pisadas ensangrentadas, polvorientas, temblorosas; pero decididas a llegar al momento culminante de su donación final. Esas huellas y pisadas han quedado grabadas en la historia, imborrables para siempre.
2. Sus pies, que habían camino por amor, quedaron clavados en el madero. Fue sólo por unas horas. Después, ya resucitado, quedaron definitivamente libres, para seguir caminando a nuestro lado. En ellos han quedado las llagas abiertas y gloriosas para siempre. Es la señal imborrable de un amor que no pasa. Aquellos pies los vieron y abrazaron su Madre, Juan, la Magdalena, las piadosas mujeres, José de Arimatea, Nicodemo... Pero nos esperan a todos. Crucifijos los han en todos los rincones de la tierra; allí esperan sus pies clavados y libres. Hay audiencia para todos, sin horarios y sin prisas. En sus pies ha quedado escrito todo el evangelio.
32. Pies gloriosos
«Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo». Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies.
(Lc 24,39-40)
1. Los pies gloriosos de Jesús los pidieron ver los apóstoles. Y los abrazaron la Magdalena y las piadosas mujeres (Jn 20,16; Mt 28,9). Son los mismos de Belén, de Nazaret, de los caminos polvorientos de Palestina y del Calvario. Pero ahora ya pueden acompañar simultáneamente a todos los caminantes de la tierra. Son pies que siguen caminando, abriendo caminos y sembrando esperanza. No hay nadie en el mundo que no tenga en su vida las huellas de Jesús resucitado. El problema consiste en enterarse y aceptar su compañía.
2. Cuando parece que se oye el ruido de sus pasos y se siente su cercanía, se acaban las tristezas anteriores. Pero esos favores no son mayor gracia que la vida de fe. Es verdad que Jesús deja sentir su presencia en momentos especiales. Siempre hay momentos en que podemos decir como Juan: "es el Señor" (Jn 21,7). Unos momentos antes, parecía ausente. Y unos momentos después, habrá que caminar de nuevo en fe oscura. El deja la convicción honda de que nos habla más al corazón y de que está más cercano, cuando nos parece que se fue. Si sus pies gloriosos siguen llagados, es que en ellos se está escribiendo nuestra propia vida al unísono con la suya. Jesús se hará presente de nuevo, en el momento en que volvamos a quedar desorientados y solos en el caminar de la vida. La sorpresa de esta experiencia es iniciativa suya.
33. En nuestro camino de Emaús
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos.
(Lc 24,13-15)
1. El Señor se acercó visiblemente, pero no descubrieron que era él. Estaba ya con ellos de modo invisible, porque si hablaban de él y tenían vivo su recuerdo, es que estaba él "en medio de ellos" (Mt 18,20). Ellos se fueron del Cenáculo, tal vez como escapando de una pesadilla: "algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado,... fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron" (Lc 24,22-24). Lo importante es que Jesús quería hacer sentir su presencia. Para ello era necesario que se lavaran los ojos echando fuera del corazón todos los estorbos. Las palabras de Jesús eran como el aceite del buen samaritano. Aunque hizo ademán de pasar adelante, se quedó porque le invitaron a quedarse.
2. Lo reconocieron al partir el pan; pero enseguida desapareció. En su nueva "ausencia" descubrieron que él está presente por un movimiento del corazón: "¿no estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24,32). Al Señor se le reencuentra cuando nos hacemos pan partido para los hermanos. Esta actitud de donación a los demás, deja una huella permanente de paz en el corazón. Es señal de su presencia. Los dos de Emaús se volvieron al Cenáculo. A Jesús sólo se le encuentra esperándonos en nuestra propia realidad. Cuando se huye de la realidad, es difícil encontrarle. Su misericordia deja siempre huellas que son otras tantas llamadas para encontrarle de nuevo, aquí y ahora.
Síntesis para compartir
* Los pies de Jesús crucificado y resucitado, presente en nuestra vida:
- van de paso,
- esperan pacientemente,
- buscan con perseverancia,
- acompañan amigablemente.
* Aprender a estar sentados a sus pies:
- escuchando,
- llorando,
- deseando,
- ofreciéndole lo mejor de nuestra vida,
- sin prisas en el corazón.
* Pies llagados y glorificados:
- nos pertenecen,
- cargaron con el polvo de nuestro caminar,
- quedaron llagados para siempre,
- comparten con nosotros el camino de Pascua,
- son pies de resucitado que contagian la paz.
* ¿En qué momentos de mi vida he sentido más cerca las pisadas de Jesús? ¿Podría compartir esta experiencia con otros y aceptar la suya con fe sencilla? ¿Cómo descubrir las huellas de Jesús en el camino de los hermanos que no le conocen?
III
EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS
Presentación.
Las manos que Jesús mostró el día de su resurrección son expresión de todo el evangelio. En ellas quedaron grabadas para siempre las huellas de los clavos, pero también todos los gestos con que manifestaba su amor. Son manos que sanaron y, también hoy, continúan sanando, como siguen bendiciendo, acariciando, alentando, enseñando.
Sus gestos eran sintonía de sus pies que buscaban, esperaban, acompañaban, porque el cuerpo entero de Jesús es armonía y sintonía con nosotros. En esos gestos se intuyen los latidos de su corazón. Ahí no hay magia, sino amor eterno y sintonía con nuestra historia. Si son capaces de calmar tempestades y de resucitar muertos, es porque todo su ser se hace "pan de vida" (Jn 6,48).
Al partir el pan con sus manos (Mt 14,19), también ahora en su eucaristía, quiere indicar que se nos da él personalmente todo entero. Porque su "cuerpo" es él, en su expresión externa, así como su "sangre" es él mismo en su vida profunda donada por nosotros. De sus manos, crucificadas y gloriosas, y de su corazón, brota el agua viva de su Espíritu. Ellas son portadoras de su palabra de "espíritu y vida" (Jn 6,64). Si pongo mis manos vacías en las suyas, los hermanos verán sus manos en las mías. El creador quiere poner sus manos en las nuestras para una nueva creación.
34. Manos de trabajador
¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus parientes Santiago, José, Simón y Judas?
(Mt 13,55; cfr. Mc 6,3; Jn 1,45)
1. Jesús creció en Nazaret, ayudando en los trabajos a San José. Le llamaban así: "el carpintero" (Mc 6,3) o también "el hijo del carpintero" (Mt 13,55). Para identificarlo bastaba con decir: "el hijo de José, de Nazaret" (Jn 1,45; 6,42; Lc 4,2). Ello era equivalente a decir que "su madre era María" (Mt 13,55). En el seno de la familia de Nazaret, Jesús "creció en edad, sabiduría y gracia, ante Dios y ante los hombres" (Lc 2,52; cfr. 2,40). En los gestos de sus manos podía adivinarse el trabajo y la convivencia de treinta años. Hoy sigue juntando sus manos con las nuestras.
2. A partir de las parábolas y analogías de Jesús, podemos descubrir que vivió, desde dentro, el trabajo de quien construye casas, puertas, yugos, y de quien siembra, siega, cuida viñedos y guarda ganados. Sus enseñanzas se presentaban siempre acompañadas de mil detalles de la vida de un trabajador. En sus manos se podían ver las señales del "faber" o del jornalero que se alquilaba para cualquier servicio. "Hizo y enseñó" (Act 1,1). Para él, no existían trabajos humillantes, porque lo que dignifica el trabajo es el amor de donación. Así demostró que "el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo como sujeto" (LE 6). Nuestras manos, puestas en las suyas, colaboran en la nueva creación. Los premios humanos sirven de poco. No existe otro premio mejor que el de su amor.
35. Manos que sanan
En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: «Señor, si quieres puedes limpiarme». El extendió la mano, le tocó y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra.
(Mt 8,2-3; cfr. Mt 1,41; Lc 4,40; 5,13)
1. Son las mismas manos que acarició y lavó María; las mismas que ayudaron en el trabajo duro de San José. Frecuentemente Jesús imponía las manos (Lc 4,40) o también ungía a los enfermos (Mc 6,13). Con ellas sanó a multitudes de ciegos, leprosos, paralíticos, sordomudos... Son las manos del Buen Pastor, que cargó sobre sus hombros a la oveja perdida (Lc 15,5). Son las mismas manos divinas que modelaron cariñosamente nuestro barro quebradizo, porque Dios es especialista en barro (Eccli 33,13; Rom 9,21). Y si la vasija se quiebra, él la sabe rehacer. Siempre deja entender que él puede hacer maravillas por medio de un instrumento débil y enfermizo.
2. Las muchedumbres de enfermos (Lc 4,40), el leproso (Mt 8,3), la suegra de Pedro (Mt 8,15), los ciegos (Mc 8,22-25; Jn 9,6), el sordomudo (Mc 7,33), la mujer encorvada (Lc 13,13) y tantos otros, recordarían aquellas manos que sanaban, daban nueva vida, devolvían la vista y el habla. Tal vez el recuerdo se esfumó cuando las vieron clavadas en el madero o cuando llegó una nueva enfermedad incurable, y no supieron dejarse sanar el corazón. Porque las manos de Jesús siempre sanan, o el corazón y o el cuerpo. La mejor curación es la de hacernos disponibles para compartir su misma suerte de peregrino hacia el Padre.
36. Manos que devuelven a la vida
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda, a la que acompañaba mucha gente de la ciudad. Al verla el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: «No llores». Y, acercándose, tocó el féretro. Los que lo llevaban se pararon, y él dijo: «Joven, a ti te digo: Levántate». El muerto se incorporó y se puso a hablar, y él se lo dio a su madre.
(Lc 7,12-15; cfr. Mc 5,41)
1. La fe cristiana se basa en la resurrección de Jesús. Nosotros, por la fe, ya le hemos encontrado resucitado y presente en nuestra vida. Nos ha dejado signos de esta presencia en momentos especiales. Todos recordamos alguna frase evangélica que nos cautivó, una llamada al corazón, un acontecimiento sencillo e inexplicable, una luz esperanzadora... Era él en persona, no una idea sobre él. Es que Jesús es capaz de reavivar lo que estaba adormecido o agonizando en nuestro corazón. Resucitó a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naím y a Lázaro, para indicar que también es capaz de crear en nosotros "un corazón nuevo" (Ez 11,19).
2. Jesús, con su mano, tomó la mano de la niña difunta y le dirigió su palabra: "niña, levántate" (Mc 5,41). Y con la misma mano tocó el féretro del joven muerto, dirigiéndole un mandato apremiante: "joven, yo te lo digo, levántate" (Lc 7,14). El mismo, con sus manos y sus palabras, transmite el mensaje de "un nuevo nacimiento" (Jn 3,3). Cada una de sus palabras es un toque al corazón y una llamada por nuestro propio nombre, que sólo él conoce y sabe decir de verdad. Cuando uno se siente "tocado" por Jesús, ya no hace de él un simple recuerdo, sino "alguien" de quien no se puede prescindir: "mi vida en Cristo" (Fil 1,21).
37. Manos que fortalecen
Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento.
(Mt 14,29-32)
1. Pero se fió de sí mismo y, como consecuencia, comenzó a dudar de la presencia de Jesús. Todo se hunde bajo los pies cuando uno no piensa, siente y ama como Jesús. Pedro tenía experiencia de la pesca milagrosa y de la multiplicación de los panes. Ahí no habían valido las fuerzas y medios humanos, aunque Jesús quiso la colaboración y aportación de la propia realidad pobre. Pero el oleaje del mar y de la prueba hizo olvidar la lógica evangélica. Es la lógica que Jesús describiría para los suyos: "sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Entonces, sabremos decir como Pablo: "todo lo puedo en aquel que me da la fuerza" (Fil 4,13); "porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2Cor 12,10).
2. La bondad misericordiosa de Jesús no tiene límites. Sólo necesita que reconozcamos nuestra realidad limitada y que pongamos en él una ilimitada confianza. El Señor "extendió la mano" para salvar a Pedro. En la pasión, le miraría con amor para sacarle de otro atolladero peor (Lc 22,61). No hay que esperar a aprender esta lección a través de la experiencia del pecado, puesto que nos debería bastar la experiencia de la propia debilidad y el recuerdo de las faltas del pasado. De todos modos, lo que aparece con toda claridad es que Jesús nunca abandona a sus amigos.
38. Manos que calman la tempestad
Mientras ellos navegaban, se durmió. Se abatió sobre el lago una borrasca; se inundaba la barca y estaban en peligro. Entonces, acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!». El, habiéndose despertado, increpó al viento y al oleaje, que amainaron, y sobrevino la bonanza.
(Lc 8,23-24)
1. Con su palabra y con sus gestos, Jesús redujo a silencio una fuerte tempestad que parecía iba a hundir la barca. Los apóstoles tenían sus razones humanas para temer, porque Jesús dormía de verdad. Los gestos de Jesús ofreciendo un mensaje o una solución, siempre esperan nuestra colaboración confiada en él. Salva él, pero quiere tomar nuestras manos en la suyas. Cuando nuestra lógica está de parte de la lógica humana, sin atender a su lógica evangélica, entonces nos hace experimentar nuestra impotencia. La historia se repite cada día, con circunstancias nuevas. Jesús, protagonista de la historia, caminando con nosotros, examina nuestra fe, esperanza y caridad.
2. La iniciativa de ir hacia adelante es suya. Si nos quedáramos atrás, las tempestades serían mayores o incluso podrían convertirse en una derrota definitiva. Pero es él quien da la orden de "pasar a la otra orilla" (Mc 4,35). Es como cuando ordenó "echar de nuevo las redes", después de un fracaso (cfr. Lc 5,4). Quedarse en los propios esquemas significaría aniquilarse. Avanzar confiados en nosotros, equivaldría a un fracaso seguro. La solución la señala el mismo evangelio: "en tu nombre echaré las redes" (Lc 5,5). Cuando Jesús propone el seguimiento evangélico, con una lista de exigencias, él mismo nos indica la viabilidad: "por mi nombre" (Mt 19,29), es decir, confiados y apoyados en él.
39. Manos que bendicen y acarician
Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
(Mc 10,13-16; cfr. Mt 19, 13-15; Lc 18,15)
1. Los débiles y los niños son siempre los predilectos del Señor. Era una escena singular aquella de ver a Jesús bendecir, acariciar y abrazar a los pequeños. Los mayores nos hemos fabricado enredos sofisticados y nos hemos construido autodefensas para sentirnos dispensados de la entrega. Jesús defendió a los niños, no por los defectos, sino por la inocencia, la transparencia y la receptividad. Era también un modo de agradecer a las madres los grandes sacrificios que hacían por la educación de sus hijos. Jesús buscaba corazones que quisieran estrenar o reestrenar la vida a modo de "infancia espiritual", sin condicionamientos ni cálculos rastreros.
2. En cierta ocasión, Jesús puso un niño en medio de los discípulos, para responder plásticamente a la pregunta sobre quién era el mayor en el reino de los cielos (Mt 18,1ss). Si Jesús abrazaba a los niños por su candor y debilidad, ahí estaba la respuesta que habían pedido. Por esto, el Señor acentuó la importancia de hacerse pequeño, es decir, la actitud humilde que se expresa con agradecimiento, admiración y servicio. Las mismas manos de Jesús que acariciaron y abrazaron a los niños, también supieron lavar los pies a los apóstoles, para poder decirles: "os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15). El amor es el único baremo para medir el valor de nuestras obras, grandes o pequeñas.
40. Manos que siembra y enseñan
Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado... La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios.
(Lc 8,5-11; cfr. Mt 13,4; Mc 4,3)
1. Las manos de Jesús sembraron con abundancia la buena semilla de su palabra y de su testimonio. El conocía por experiencia qué es arar, sembrar, esperar, segar y trillar. Y conocía también los campos baldíos y los de tierra fértil. Por esto, sabía vivir la sorpresa de la siembra a manos llenas, como quien regala lo mejor de sí mismo: su persona como Palabra de Dios. Esta semilla entró primero en el seno de María y fructificó a la perfección (Lc 8,21). Las "semillas del Verbo" ya se encuentran en todos los corazones y culturas, esperando germinar en la fe cristiana.
2. Para Jesús, enseñar era como sembrar: a la orilla del mar desde una barca (Lc 5,3), sentado sobre la ladera del monte (Mt 5,1) y pasando por las aldeas de Palestina (Mt 4,23). Sembraba la palabra sin descanso. El mismo era la Palabra personal del Padre: "éste es mi Hijo amado..., escuchadle" (Mt 17,5). Todo creyente en Cristo va adquiriendo una fisonomía y un corazón moldeado por esta palabra: "la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente" (Col 3,16). Aquellas manos de Jesús siguen sembrando, sin medida, a la sorpresa de Dios.
41. Manos que lavan los pies de sus discípulos
Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
(Jn 13,5)
1. Debido a los caminos polvorientos, era costumbre lavar los pies a los amigos cuando llegaban de viaje. Por lo común, esa tarea se confiaba a los siervos. Con sus mismas manos y arrodillado, quiso Jesús lavó los pies a sus amigos y discípulos. El motivo fue una contienda originada entre los suyos, sobre "quién era el más importante" (Lc 22,24). Jesús quiso evidenciar el camino evangélico de servir humildemente como él había hecho siempre. Con este gesto humilde de amigo y servidor de todos, quiso derrumbar nuestros castillos de arena. El gesto es impresionante, porque las ambiciones del corazón suelen camuflarse de gloria de Dios y de autorealización de la persona.
2. Las manos de Jesús saben deshacer nuestros nudos y enredos, si le dejamos actuar libremente. No sólo lavaron los pies, sino que también los secaron amorosamente con la toalla que él mismo se había ceñido a la cintura. Son manos acostumbradas a todo, cuando se trata de servir. No tienen complejos, porque reflejan el amor de quien "está en medio para servir" (Lc 22,27). El espíritu de familia, creado por Jesús entre los suyos, no es muy frecuente, pero es el signo de su presencia (Mt 18,20). Cuando hay manos que sirven, es que está él. Otras categorías y clasificaciones no sirven gran cosa, porque son caducas. Los adornos y los títulos innecesarios se caen por su peso, para dejar paso sólo al amor.
42. Manos que parten el pan
Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío».
(Lc 22,19; cfr. Mt 14,19; 26,26; Mc 14,22; Jn 6,11)
1. Vivir es compartir. Las manos de Jesús partieron el pan en la multiplicación de los panes y de los peces ((Mt 14,19), en la institución de la Eucaristía (Lc 22,19) y en Emaús (Lc 24,30). Era su gesto habitual, por el que sus discípulos le podía reconocer (Jn 21,13; Lc 24,43). Quien comparte el pan, comparte la vida. Jesús se nos dio como "pan de vida", para que pudiéramos "vivir de su misma vida" (Jn 6,57). Pan partido es su vida gastada en acercarse, escuchar, sanar, perdonar, salvar. Todo lo suyo es nuestro. Pero este amor reclama nuestro compartir con él y con los hermanos.
2. Las manos se mueven al compás del corazón. El obrar o "hacer", si es auténtico, expresa el "ser" más profundo. Entonces es un hacer sencillo, de gestos humildes de fraternidad. Si el "ser" humano vale por lo que es, esta realidad tiene que expresarse en el "hacer" de compartir. No es el hacer de relumbrón ni de grandes cosas, sino el quehacer de todos los días, para compartir con los hermanos los dones recibidos y la misma vida. Porque "crece la caridad al ser comunicada" (Santa Teresa). Si la vida humana fuera sólo gestos de un compartir fraterno, habría comenzado ya el cielo en la tierra.
43. Manos atadas
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y le llevaron primero a casa de Anás.
(Jn 18,12-13; cfr. Lc 22,54)
1. Lo ataron fuertemente, según el consejo de Judas (Mt 26,48). Jesús había vivido siempre en la libertad, que consiste en la verdad de la donación. Atarle por fuera, era inútil, porque él no se pertenecía a sí mismo. Pero asumió esta realidad externa, como tantas otras, porque era un signo de la voluntad del Padre. Nadie le quitaba la vida, porque era él quien la daba por propia iniciativa (Jn 10,18). Siempre vivió "ocupado en las cosas del Padre" (Lc 2,49). Ya no importa saber si le ataron con cuerdas o con cadenas; simplemente, se dejó atar por amor.
2. El amor descubre que es lo mismo seguir la brisa y la luz, que ser arrastrado de mala manera por unos esbirros. Lo que le movía era sólo la libertad del amor. Con sus manos atadas o libres, siempre podía hacer lo mejor: darse. Con esas manos se presentó ante los tribunales del sanedrín y de Pilato. Así se pudieron mofar de él a mansalva, durante la noche en el calabozo o durante la coronación de espinas. Si estaban dispuestas a ser clavadas en la cruz, ya daba lo mismo estar atadas o libres al viento; siempre eran libres para servir. Pablo, "prisionero por Cristo" (Ef 3,1), experimentó que "la palabra de Dios no está encadenada" (2Tim 2,9).
44. Manos que cargan la cruz
Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota.
(Jn 19,16-17)
1. En sus manos se fueron reflejando los diversos momentos del camino del Calvario: decisión, debilidad, impotencia, bendición, disponibilidad, desnudez... Pero el primer momento marcó la pauta: tomó él mismo el madero, con decisión inquebrantable. Son las mismas manos que trabajaron, sanaron, bendijeron, acariciaron, alentaron... Pero ahora tomaban la cruz que nadie quería cargar. Era nuestra cruz y la tomó como suya. La cargó sobre sus hombros como a la oveja perdida y reencontrada. En aquellas manos, que agarraban con decisión el madero, estaba escrito todo el evangelio, y, por tanto, nuestra biografía con la suya.
2. A la cruz la huyen todos, menos el que ama. La cruz de Jesús ya había servido para otros, que tal vez fueron al cadalso sin esperanza. Al final de la genealogía aportada por los evangelistas, como resumen de la historia humana, allí está Jesús, haciendo de esa historia su misma vida: "Jacob engendró a José, esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16). Las manos de Jesús tenían de cargar con aquella historia de gracia y de pecado, que apuntaba hacia la Inmaculada y la llena de gracia, figura de la Iglesia, fruto de la pasión. Jesús sintió en sus manos la cercanía cariñosa de las manos de María y de tantas manos que, como ella y con ella, quieren aligerar su cruz.
45. Manos clavadas en la cruz
Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Se repartieron sus vestidos, echando a suertes.
(Lc 23,33-34; cfr. Mt 27,35; Mc 15,20; Jn 19,18)
1. Humanamente hablando, allí había acabado todo, como un enorme fracaso y absurdo. Pero el amor tiene otra lógica y sigue otros rumbos, porque "el amor nunca muere" (1Cor 13,8). Las manos quedaron hendidas y clavadas, más fecundas que nunca. Así como su cuerpo desnudo indica que se daba él mismo, así también sus manos fijas en el madero y traspasadas indican la máxima expresión del amor. Los poderes y las ambiciones de este mundo son capaces de crucificar a Cristo, pero nunca podrán impedir el amor que transforma la humanidad desde sus raíces.
2. Las manos de Jesús ya no necesitan ungir, porque ellas mismas son unción que traspasa el tiempo y el espacio. Ya no necesitan imponerse sobre la frente de los enfermos y pecadores, porque ellas mismas son perdón que se ofrece a cuantos las miran con fe, confianza y arrepentimiento. Los enfermos, los pecadores y los pequeños ya pueden, con una sola mirada, acercar esas manos a la propia frente, mejillas y corazón. María, su Madre y nuestra, "estuvo de pie" (Jn 19,25) ante esas manos clavadas, para poner ahí las suyas de "consorte" y "mujer", y compartir con él la misma "espada" (Lc 2,35). En ellas hay sitio y predilección para todos.
46. Manos gloriosas de resucitado
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
(Jn 20,19-20; cfr. Lc 24,39)
1. Así quedaron sus manos para siempre: con las cicatrices de la crucifixión y con las huellas de un evangelio vivo. Y Jesús las mostró así a sus amigos, invitándolos a "tocarlas" (Lc 24,39; Jn 20,27). Esas manos que comunicaron perdón y sanación, ahora ya pueden comunicar el Espíritu Santo (Jn 20,22). Con ellas y por nosotros, trabajaron y acompañaron sus palabras. No están gastadas ni maltrechas, sino maduras para llegar a todos con sus bienes de salvación. Por la fe, hay que aprender a mirarlas y besarlas, porque son parte de nuestra historia.
2. Son manos que siembran la paz y el perdón. Nos dan mucho más de lo que nosotros creemos experimentar. Jesús invita a poner nuestras manos en las suyas, para que las nuestras ya no queden vacías. Ya pueden entrar en nuestra vida, sin sentirnos humillados, porque fortalecen nuestra debilidad sin quitarnos la responsabilidad e iniciativa. Son manos que transforman las nuestras en prolongación suya. Por esas manos, nuestra vida se hace misión.
Síntesis para compartir
* Las manos de Jesús son un resumen vivo de su evangelio:
- sanan,
- fortalecen y ayudan,
- comunican nueva vida,
- abrazan y acarician,
- enseñan e iluminan,
- comparten todo con nosotros.
* En ellas quedaron las huellas:
- del trabajo,
- del sufrimiento,
- del servicio,
- de los clavos,
- del resplandor de su resurrección.
* Esas manos nos acompañan:
- sembrando paz y perdón,
- invitándonos a contemplarlas,
- tomando nuestras manos en las suyas,
- llamándonos a prolongarlas.
* ¿Qué mensaje del evangelio encuentro más claro en las manos de Jesús? ¿Qué podría compartir con los demás? ¿Adivino las huellas de las manos de Jesús en la vida de los hermanos? ¿Qué necesitaría preguntar a los demás para comprender mejor el evangelio escrito en las manos de Jesús?
IV
EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON
Presentación
Jesús mostró a los apóstoles y discípulos la llaga de su costado (Jn 20,20) e invitó a Tomás a poner su mano en ella. Ahí dentro, en su corazón, quedó escrito y escondido todo su evangelio. Es él mismo quien invita a entrar y a vivir en sintonía con sus vivencias: "permaneced en mí... permaneced en mi amor" (Jn 15,4.9). Nadie queda excluido.
Entrar en el corazón de Jesús equivale a quedarse en él en silencio, sin saber qué decir, admirando, sin prisas psicológicas. Ningún espacio de tiempo y de nuestras prisas vale tanto como un momento de vivir ahí dentro, relacionándose de corazón a corazón. Ahí es donde a Jesús se le descubre "lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14), porque ahí está "el trono de la gracia" (Heb 4,16), la fuente de vida y de santidad, fuente de vida nueva.
Así se llega a "conocer la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19). El y sus amigos se funden en una misma vida. "Un mismo sentimiento tienen los dos", diría San Juan de la Cruz. Entonces se aprende por experiencia la urgencia del amor: "la caridad de Cristo me apremia" (2Cor 5,14). Ya sólo se quiere "vivir para aquel que murió por todos" (2Cor 5,15). Quien entre de verdad una sola vez, ya no puede prescindir más de Jesús. Pero hay que seguir entrando cada día, porque el amor es siempre nuevo. Se entra más adentro cuando la fe es más oscura: nos basta él, su presencia, su amor. El es siempre sorprendente, más allá de nuestro pensar, sentir y poder.
47. Corazón manso y humilde
«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
(Mt 11,28-30)
1. Así era el corazón del Señor: unificado, sin dispersión de fuerzas, orientado sólo hacia el amor. La mansedumbre de sus sentimientos se traducía en transformar las dificultades en donación, sin agresividad y sin desánimo. La humildad llegaba hasta el "anonadamiento" de sí mismo, para hacerse siervo de todos (Fil 2,7). En ese corazón cabemos todos; cada uno tiene reservado un lugar de privilegio, a condición de reconocer la propia pequeñez, limitación y miseria. Ese corazón sigue abierto, llamando e invitando a todos.
2. Desde el día de la encarnación, en el seno de María, el corazón de Jesús se resume en un "sí, Padre" (Mt 11,26). Es como una mirada que refleja toda su vida: mirada al Padre en el amor del Espíritu Santo, para preocuparse de sus planes salvíficos; mirada a todos sus hermanos, para identificarse con ellos asumiendo la historia como propia; mirada a sí mismo, para orientar todo su ser hacia la donación total. En ese corazón está escrita toda nuestra historia como parte de la suya. Gracias a él, entramos en los planes de Dios por la puerta ancha, como en casa propia.
48. Corazón compasivo
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».
(Mt 15,32)
1. Muchas otras veces manifestó Jesús su compasión por los que sufren: ante una muchedumbre (Mt 14,14), un leproso (Mc 1,41), unos ciegos (Mt 20,34), una viuda en el entierro de su hijo único (Lc 7,13), un endemoniado ya curado (Mc 5,19)... En su corazón encontraba acogida toda clase de miserias. Para él, la compasión consistía en sintonía de afecto, de escucha y de solidaridad efectiva. En cada uno de los enfermos, hambrientos o pecadores, veía a todos los demás de la historia humana. El había venido para compartir vivencialmente los problemas de todos y para darles solución definitiva.
2. El hecho de expresar en primera persona sus sentimientos de compasión, era como una escuela para sus discípulos. Estos estaban llamados a experimentar y anunciar la compasión y misericordia de Jesús. El Señor se describe a sí mismo al narrar la compasión del padre del hijo pródigo (Lc 15,20) y del buen samaritano (Lc 10,33). Es el amor tierno de una madre (la "misericordia" divina), que, sin dejar de querer lo mejor para su hijo, sabe comprender, esperar y acoger. No se trata sólo de sentimientos, sino de compromisos verdaderos, compartiendo la historia de cada uno.
49. Admiración
Dijo el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace». Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande».
(Mt 8,8-10; cfr. Mt 15,28; Mc 6,6)
1. La actitud de admiración es un sentimiento de sorpresa y respeto, como intuyendo un misterio de belleza y de gracia. La fe de aquel pagano superaba la de muchos que decían esperar el Mesías. Jesús había invitado a sentir admiración por la naturaleza (Mt 6,28). Ahora invita a admirar e imitar la fe del centurión. En otra ocasión se había admirado por la fe de una mujer cananea (Mt 15,28). El corazón ve siempre más allá de la superficie. Cada ser humano esconde en sí mismo el misterio de Dios amor, más allá de las cualidades, porque "vale más por lo que es que por lo que tiene" y hace (GS 35).
2. La sorpresa y admiración puede ser dolorosa, como cuando Jesús constató la falta de fe de sus conciudadanos de Nazaret: "se admiraba de su incredulidad" (Mc 6,6). El corazón humano es siempre sorprendente, para bien o para mal. Jesús respeta la libertad, invitando a desarrollarla en la verdad de la donación. Sería para él un golpe muy duro la cerrazón de los nazaretanos. Pero él vivió siempre a la sorpresa de Dios. Las flores, los pájaros, el agua y los ojos de los niños, seguirán reflejando el amor del Padre. El corazón de Cristo espera encontrar esa misma sorpresa esperanzadora en cada uno de nosotros.
50. Queja
«Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres».
(Mt 15,8-9; cfr. Is 29,13; Mc 7,6)
1. Las falsedades y dobleces no le gustan al Señor. Pero también se queja de la ingratitud de unos leprosos curados y olvidadizos (Lc 17,17). El habla siempre con el corazón en la mano, pero hay mucha fachada y oropel en la sociedad humana. A veces, la misma caridad es "fingida" (cfr. Rom 12,9). Jesús ha venido para romper ese hielo y falsedad de la convivencia humana. Se quejó y sigue quejándose de la "lejanía" de nuestro corazón (Mt 15,8s). La sintonía del nuestro con el suyo se expresa con la gratitud, humildad, servicio... El mejor modo de agradecer su amor es el de no dudar nunca de él.
2. Las quejas de Jesús son debidas a nuestra falta de relación personal con él. Al centrar nuestra atención en sus dones y no en él, nuestra actitud es utilitaria: o no agradecemos sus dones o nos desalentamos cuando faltan y también ambicionamos y envidiamos los de los hermanos. La relación personal con él, de corazón a corazón, ya no centra tanto la atención de los dones, sino en las misma persona de Jesús, amado por sí mismo. Entonces, el corazón no está lejos de él. Y cuando lleguen a faltar sus dones, nos bastará él. Esta actitud se expresa con la alegría inquebrantable de saberse amados por él y capacitados para amarle. Nuestra alegría es la suya. Uno se siente realizado de verdad, no cuando consigue sus preferencias o caprichos, sino cuando descubre que en todas la situaciones y circunstancias es acompañado y amado por Cristo.
51. Tristeza
Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú».
(Mt 26,37-39; cfr. Mc 14,33-34; Lc 22,44)
1. La tristeza del corazón de Cristo en Getsemaní no era de desánimo, desconfianza o fracaso. Era como la "turbación" que sintió al referirse a la cruz (Jn 12,27). El dolor de su corazón se originaba en su amor al Padre y a toda la humanidad: ver que el Amor no es amado y que sus hermanos los hombres están inmersos en ese "no" a Dios que llamamos pecado. Aquella tristeza es indescriptible. Jesús la comparte sólo con quienes comienzan a entender que la pasión es "la copa" de bodas que el Padre le había preparado (Jn 18,11; cfr. Lc 22,20). Reparar y consolar al Señor equivale a compartir sus sentimientos.
2. El dolor profundo de aquella tristeza no le impedía la generosidad de su donación incondicional: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Es como el preludio del "abandono" de la cruz. El corazón de Cristo quiso experimentar esa lejanía aparente del Padre, que es señal de su amor más profundo. Le despojaron de todo consuelo sensible, menos de la certeza de que las manos cariñosas del Padre estaban más cerca que nunca. Esa es la cruz que Jesús quiere compartir con "los suyos" (Jn 13,1). No nos va a dar explicaciones sobre el dolor; nos basta con su compañía y cercanía que parece ausencia. Así son las reglas del amor verdadero.
52. Gozo
En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito».
(Lc 10,21; cfr. Jn 15,11)
1. El corazón de Jesús se llenó de gozo en el Espíritu por el regreso de sus discípulos y por las actividades apostólicas que habían realizado. Gozaba con el éxito y con la compañía de sus amigos. Y principalmente gozaba porque el Padre había sido glorificado y amado de los pequeños y de los pobres. Es el gozo de quien ama de verdad porque busca el bien de la persona amada. Ese gozo no es el gozo pasajero de cuando se obtiene un éxito o se ha conseguido un bien. El gozo de la donación, amistad y servicio participa del gozo eterno de Dios Amor. Es el gozo de decir con Jesús: "Padre nuestro" (Mt 6,9). Es el gozo de los pobres, al estilo de Francisco de Asís.
2. Ese es el gozo que Jesús ha dejado en herencia a sus amigos: "os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado" (Jn 15,11). Es el gozo de transformar las dificultades en donación. El sufrimiento de una madre, gracias a su amor, se transforma en gozo de fecundidad (Jn 16,21). En los momentos de dolor, Cristo parece ausente; pero cuando se descubre su presencia, entonces nace en el corazón el gozo imperecedero de compartir su misma suerte: "vuestro gozo no os lo quitará nadie" (Jn 16,22). Es el gozo que Jesús ha pedido al Padre para todos los que le siguen: "que tengan mi gozo pleno en sí mismos" (Jn 17,13).
53. De corazón a corazón
Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?».
(Jn 13,23-25)
1. Podría ser un hecho casual: acercarse a Jesús para preguntarle algo. Pero apoyar su cabeza sobre el pecho de Jesús es, en el evangelio de Juan, un signo de algo muy hondo: a Jesús no se le puede comprender, si no es de corazón a corazón, desde sus amores. Así empezó la verdadera teología en la Iglesia primitiva: "nadie puede percibir el significado del evangelio (de Juan), si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María como Madre" (RMa 23, citando a Orígenes). La indicación sirve para todos los tiempos.
2. El evangelio de Juan narra una serie de "signos" por los que Cristo manifiesta su realidad e intimidad, "su gloria" (Jn 1,14). El declara su amor con el corazón en la mano: "como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9). Y reclama la misma apertura de corazón: "permaneced en mi amor" (ibídem). La condición indispensable para conocerle de verdad es esa apertura de amor: "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21); "si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). A Jesús se le conoce en la medida en que se le ama. No es un conocer técnico, sino un conocer amando, que se traduce en la relación personal, en el seguimiento de compartir su misma vida y en la misión de ser signo o transparencia de cómo ama él. Es el "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).
54. Declara su amistad
Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros.
(Jn 15-13-16; cfr. 3,16)
1. La amistad de que habla Jesús es iniciativa suya y se expresa en la donación total de sí mismo: "dar la vida". Es el amor de quien da lo mejor a la persona amada, según los planes salvíficos de Dios. No utiliza a la persona mientras tenga unas cualidades, sino que la ama por sí misma. El corazón de Cristo ama con el mismo amor que existe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Su amor procede de su bondad, no de la nuestra. Ama lo pequeño, enfermo, extraviado, marginado, deleznable y quebradizo, para hacerlo entrar en su corazón y transformarlo en él. "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16; cfr. 15,9).
2. En el corazón de Jesús resuenan los amores eternos de Dios por nosotros. El Padre nos ama en su Hijo, como "hijos en el Hijo" (Ef 1,5). Este amor mutuo, entre el Padre y el Hijo, se expresa de modo personal y divino en el Espíritu Santo. Y este "misterio" o intimidad divina es lo que Jesús nos comunica y nos da a conocer, capacitándonos para participar en él. Formamos parte de la familia de Dios; ya no somos siervos, sino hijos, amigos y herederos (cfr. (Rom 8,17). En esta intimidad del corazón de Cristo se entra por el servicio humilde y perseverante a los hermanos. Participamos de su misma vida si permanecemos en él, como el sarmiento en la vid (cfr. Jn 15,2ss).
55. Corazón abierto
Uno de los soldados le atravesó su costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.
(Jn 19,34; cfr. 7,37-39)
1. Fue un capricho de un soldado. Al margen de toda normativa, abrió, con su lanza, el costado de Jesús. Pero para la providencia divina, no existe la casualidad. En el evangelio de Juan, todos los acontecimientos, siendo reales, son también signo del misterio de Jesús. El "agua" es la vida nueva que ofreció a Nicodemo y a una mujer samaritana (cfr. Jn 3 y 4). Jesús mismo se comparó al nuevo templo, anunciado por los profetas, del que brotarían "torrentes de agua viva" (Jn 7,38; Ez 47,1ss). En el corazón abierto de Jesús, tienen un puesto reservado todos los que tienen sed de él. Para entrar en él, basta con reconocerse pequeño y pobre.
2. La "sangre" indica una vida donada. En el corazón de Cristo se puede leer todo el evangelio: "habiendo amado a los suyos, les amó hasta el extremo" (Jn 13,1). Es la "sangre" que expresa y sella un pacto de amor eterno (la "alianza"). Por esta sangre hemos sido redimidos y vivificados. Es "la fuente de la caridad" (San Ignacio de Antioquía). "Cristo inunda los corazones de los pueblos, atormentados por la sed, con el torrente de su sangre" (San Ambrosio). En esta sangre, que brota de su corazón, está "la causa de la salvación de los hombres" (Santo Tomás). Jesús nos sigue ofreciendo esta "sangre" como vida donada.
56. Contemplarlo con ojos de fe
Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
(Jn 19,36-37; cfr. Zac 12,10; Sal 21)
1. Todo el evangelio de Juan es una invitación a "contemplar", es decir, a mirar el misterio de Jesús, escondido y manifestado en los signos pobres de su humanidad. Se trata de "ver" a Jesús donde parece que no está, como en el sepulcro vacío (Jn 20,8). Al describir cómo el costado de Jesús quedó abierto en la cruz, el discípulo amado invita a "mirar" con la mirada de fe y de esperanza de los profetas (cfr. Zac 12,10). Humanamente hablando, no había más que un fracaso. Dios, que es Amor, se manifiesta y se da él mismo por medio de signos de pobreza absoluta.
2. Aquel corazón abierto, como signo de un "amor extremo" (Jn 13,1), sigue siendo desconocido, ultrajado, olvidado. Lo que más le duele al Señor es la desconfianza de los suyos: cuando se sienten solos, olvidan su cercanía; cuando se sienten frustrados, olvidan compartir su cruz; cuando ya no aspiran a la perfección, olvidan su donación total en su vida y en su muerte. El mejor modo de agradecer su amor consiste en no dudar nunca de él, especialmente al descubrir las propias faltas. Ese corazón abierto exige humildad, confianza, deseo de perfección y alegría de saberse amado y acompañado por él. Jesús aprieta más fuertemente contra su corazón a los más pequeños y a los más débiles.
57. Comunica el Espíritu
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo».
(Jn 20,20-22)
1. Jesús resucitado, al mostrar sus manos y su costado abierto, comunicó el Espíritu Santo a los Apóstoles. Así quiso dar a entender que su cuerpo, inmolado por amor, era el precio que había pagado para tal regalo. El "agua" que brotó de su costado (Jn 19,34) era el símbolo de los dones del Espíritu Santo, de los sacramentos y de la Iglesia entera como esposa suya. "Del costado de Cristo dormido en la cruz, nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5). Así se comprende el amor entrañable de Cristo a su Iglesia, que es su esposa y su complemento (Ef 1,23; 5,25-27).
2. El Espíritu Santo con sus dones es el regalo del corazón de Cristo a su Iglesia y a toda la humanidad. En la última cena, Jesús prometió la presencia del Espíritu, su luz y su acción santificadora y evangelizadora (cfr. Jn 14-16). En la resurrección y ascensión, comunicó el Espíritu para poder prolongar su misma misión. El "bautizado" se configura con Cristo, se hace su imagen y su prolongación, por obra del Espíritu. Desde Pentecostés, Jesús sigue comunicando su Espíritu a cada comunidad eclesial y a cada creyente. Entonces es posible hacer de la vida un encuentro con Cristo para compartir su misma vida y misión.
58. Invita a entrar
Jesús dijo a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».
(Jn 20,27-29; cfr. Mt 11,28)
1. La generosidad de Jesús sobrepasa las exigencias del apóstol Tomás. La invitación a meter su mano en el costado va más allá de la materialidad de un gesto físico. Jesús invita a conocerle vivencialmente, entrando en su corazón, en su intimidad. "Si una sola vez entrases en el interior de Jesús y gustases un poco de su ardiente amor, no te preocuparías ya de tus propias ventajas o desventajas" (Tomás de Kempis). Hay que pasar a los intereses y amores de Cristo, dejando los nuestros en un segundo lugar y encomendándolos a él. Vale la pena hacer el trueque.
2. La fe, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), se adquiere a través de un camino "bautismal": pensar, sentir y amar como él. Se trata de hacer de la vida un encuentro personal con él, que se convierte en seguimiento permanente y en decisión de amarle del todo y hacerle amar de todos. El camino hacia el corazón pasa por la humildad y conocimiento propio, la confianza y la decisión de amarle de verdad. A la unión con él se llega por la lectura del evangelio en las huellas de sus pies y en los gestos de sus manos.
59. El corazón de su Madre y nuestra
María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón... conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.
(Lc 2,19.51)
1. El corazón o interioridad de María es fruto de la redención de Cristo. Pero también es verdad que el corazón del Señor se moldeó en el de su Madre y nuestra. Ella recibió en su seno al Verbo y le dio carne y sangre por obra del Espíritu Santo. Los sentimientos de Jesús son también reflejo de los de María. Al mismo tiempo, el corazón de María se fue modelando continuamente en la contemplación de la palabra de Dios. Su vida consistía en compartir la misma suerte o "espada" de Cristo (Lc 2,35). Jesús nos la entregó como Madre y molde para transformarnos en él.
2. Como Jesús vivió nueve meses en el seno de María y la asoció de modo permanente a su obra redentora, así quiere vivir en nuestra vida para hacerla complemento de la suya. Nosotros estamos llamados a "nacer de ella", porque Jesús "quiere formarse y, por decirlo así, encarnarse todos los días por medio de su querida Madre en todos sus miembros" (San Luis Mª Grignon de Montfort). María nos mira en Jesús y nos une a él, para hacernos un "Jesús viviente", según la expresión de San Juan Eudes. Ella es "nuestra guía en los caminos del conocimiento de Jesús" (San Pío X). Ya podemos decir al Señor: "que en mí, como en tu Madre, vivas solamente tú" (Juan Santiago Olier).
Síntesis para compartir
* El corazón de Jesús encierra y manifiesta sus sentimientos:
- sintonía con los que sufren,
- mansedumbre ante las dificultades,
- humildad para servir,
- admiración y gozo,
- queja y tristeza como examen de amor.
* Es un corazón que busca relación e intercambio:
- declara un amor de amistad,
- manifiesta sus sentimientos íntimos para compartirlos,
- invita a entrar y sintonizar con él,
- comunica la vida nueva del Espíritu Santo.
* Su corazón quedó abierto y glorioso para siempre:
- para poder ver en él el resumen del evangelio,
- para invitar a una fe de conocimiento vivencial,
- para vivir de sus mismos intereses,
- para comprometerse en el camino de la perfección,
- para saberlo mostrar a todos los hermanos.
* ¿Qué sentimientos de Jesús han calado más en los míos? ¿Podría resumir el evangelio a partir del costado abierto de Jesús? ¿Cómo compartir con otros el modo de pensar, sentir y amar como Cristo? ¿Sabría explicar la misión como "hacer amar al Amor"?
V
SUS HUELLAS EN MI VIDA
Presentación
Al contemplar la mirada, los pies, las manos y el corazón de Jesús, aprendemos que allí se resume todo el evangelio, mientras, al mismo tiempo, intuimos que lo podemos reflejar en nuestra propia vida. El evangelio acontece de nuevo. Jesús sigue dejando sus huellas en nuestra existencia y en la de los demás. Así podemos afirmar: "hemos visto su gloria" (Jn 1,14).
Haciendo de la propia vida un caminar evangélico, que es de humildad, confianza y entrega, nos hacemos transparencia de Jesús para los demás, como si fuéramos "su humanidad prolongada" en el tiempo (Isabel de la Trinidad). Los hermanos, en quienes están también las huellas del Señor, encuentran en nosotros una ayuda para descubrir esas huellas que él dejó en sus propias vidas.
Los hermanos esperan ver en nosotros el modo de mirar, caminar, hablar y amar de Jesús. No se trata de reemplazarle, sino de desaparecer para que aparezca él, a modo de cristal que deja pasar la luz sin darse a entender. Es como "revestirse de Cristo" (Rom 13,14) para ser fieles a su invitación: "haz tú lo mismo" (Lc 10,37). Al servir a los demás, les contagiamos de "la propia experiencia de Jesús" (RMi 24).
Vivir "de la misma vida" de Jesús (Jn 6,57) es una especie de identificación con él. "Ya no éramos dos", diría Santa Teresa. Según San Juan de la Cruz, "un mismo sentimiento tienen los dos". Es el ideal de San Pablo: "mi vida es Cristo" (Fil 1,21). Ya todo se hace "en el nombre del Señor Jesús" (Col 3,17). Entonces Jesús dice al Padre en el Espíritu Santo: "los has amado como a mí" (Jn 17,23).
60. En los hermanos
En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."
(Mt 25,40.45; cfr. 18,20)
1. Siempre es posible encontrar a Jesús, su mirada de compasión, las huellas de sus pies, los gestos de sus manos, los sentimientos de su corazón. Basta con abrir los ojos, escuchar sin prisa, disponerse a acercarse o a dar una mano a cualquier hermano que se cruce en nuestro camino. Porque allí está él, en el hermano menos valorado y atendido: "a mí me lo hicisteis". Cada hermano es una historia de su amor, cuyas huellas frecuentemente siguen ocultas también para el mismo interesado. Si "Cristo murió por todos" (2Cor 5,15) y resucitó por todos, significa que él se hace camino y compañero de camino en la historia de cada ser humano (cfr. Act 9,4).
2. No es fácil descubrir esas huellas. Hay que intuirlas en la propia soledad, cuando parece que no hay ni rastro de ellas. Entrar en esa soledad "divina", es un ensayo para descubrir a Cristo presente en la existencia de cada hermano, más allá de cargos, simpatías, cualidades y utilidades. En los más pequeños, limitados y alejados, que tal vez nos producen fastidio, allí está él tejiendo el bordado maravilloso de su mismo rostro y de su mismo mirar, caminar, hablar y amar. Todo ser humano necesita ver en los demás las huellas de Jesús, para poder descubrirlas en su propia vida.
61. En mi camino
Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
(Lc 24,32)
1. Las huellas de Jesús se encuentran, más o menos veladas, en el camino histórico de cada ser humano. Para los dos discípulos que iban a Emaús, esas huellas consistían en la inquietud que sentían en el corazón, cuando les hablaba aquel que creían ser un forastero. El hecho era que "ardía el corazón" y no sabían por qué. Y cuando Jesús hizo ademán de "pasar adelante" (Lc 24,28), sintieron un vacío inexplicable que sólo lo podía llenar él: "quédate con nosotros, porque se hace tarde" (Lc 24,28). El "partir el pan" (Lc 24,30), al modo de Jesús, fue la huella definitiva.
2. Sólo Jesús sabe hablar al corazón, en el silencio y en la soledad, cuando nada ni nadie puede llenarlo ni satisfacerlo. Sus palabras son "espíritu y vida" (Jn 6,63), porque tocan el corazón y le señalan su verdadero rumbo. Hay momentos de la vida en que esas palabras evangélicas son verdaderamente actuales, como aconteciendo de nuevo. No hay explicación humana posible; en el corazón queda una convicción profunda que nadie puede borrar: "es el Señor" (Jn 21,7). Si para Saulo su encuentro con Cristo tuvo lugar en el camino de Damasco (Act 9,1ss), para nosotros sucede en el aquí y ahora de todos los días.
62. En la tempestad
Subiendo a una barca, se dirigían al otro lado del mar, a Cafarnaúm. Había ya oscurecido, y Jesús todavía no había venido donde ellos; soplaba un fuerte viento y el mar comenzó a encresparse. Cuando habían remado unos veinticinco o treinta estadios, ven a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, y tuvieron miedo. Pero él les dijo: «Soy yo. No temáis».
(Jn 6,17-20; cfr. Mt 14,27; Mc 6,50)
1. La vida es así. Es verdad que a nosotros nos gusta más cuando todo marcha bien; pero con frecuencia hay imprevistos y contratiempos. Dios, que nos da generosamente sus dones con amor, nos educa a descubrir que él se quiere dar a sí mismo, especialmente cuando los dones parecen esfumarse y las flores se marchitan. La calma se convierte en tempestad, y entonces la vida parece silencio y ausencia de Dios. Si no buscamos sucedáneos o suplencias, el Señor deja oír su voz en el corazón: "soy yo". Y esa voz es de quien está siempre presente y cercano, también cuando nos parece ausente.
2. Hay que aprender a pasar de los signos visibles a la realidad invisible. Jesús había multiplicado los cinco panes para una multitud inmensa. Ahora, en la tempestad, educa a los discípulos a descubrirlo como "pan de vida" (Jn 6,35). Aprender a "pasar" del pan de los bienes materiales, al pan que es el mismo Jesús, es un proceso lento, es un camino de Pascua. Urge vivir de la realidad de Jesús, sin hacer de él un simple recuerdo, una reliquia o un paréntesis. Se trata de aprender a vivir de su presencia y de su misma vida (cfr. Jn 6,56-57), más allá de la sequedad y de los sentimientos.
63. En el sepulcro vacío
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó.
(Jn 20,3-8; cfr. 20,16)
1. Aquellas huellas no eran suficientes para satisfacer una lógica humana. Pero el "discípulo amado" supo ver más allá de la superficie. Porque aquellas huellas (el sudario y las vendas o sábana), las dejó una persona amada. Sólo el que ama conoce las verdaderas huellas del amado. María Magdalena necesitaría oír su nombre pronunciado precisamente por los labios de Jesús (cfr. Jn 20,16). Juan supo creer, recordando las palabras siempre vivas y jóvenes del Señor. El secreto para descubrir sus huellas nos lo da el mismo Jesús: "si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).
2. La presencia de Jesús resucitado es una promesa suya: "estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos" (Mt 28,20). El modo de esta presencia lo ha escogido él. No sería más presencia ni mayor amor un signo fuerte o lo que llaman una gracia extraordinaria (visiones, locuciones...). El está de modo especial en los momentos de tempestad, de fracaso, de Nazaret, de Getsemaní, de Calvario y de sepulcro vacío. Así trata a sus amigos, probando o purificando su fe, confianza y amor. Ya se dejará sentir más claramente cuando y como él quiera. Hay que dejarle a él la iniciativa.
64. En los fracasos
Aquella noche no pescaron nada. Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No». El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor».
(Jn 21,3-7; cfr. Lc 5,5)
1. No pescaron nada, a pesar de tantas horas de faenar con las redes. Pero habían conseguido lo mejor: trabajar conviviendo como hermanos. Y como el Señor había prometido su presencia cuando se reunieran "en su nombre" o por amor suyo, allí estaba él "en medio de ellos" (Mt 18,20). Sólo faltaba descubrirle a través de la bruma del lago. Se necesitaban entonces los ojos del discípulo amado: "es el Señor". ¿Le descubrió sólo por el milagro de una pesca abundante? El corazón del creyente en Cristo ve más allá de las razones humanas, de las estadísticas y de las cuentas administrativas, por buenas que sean.
2. La palabra fracaso no es exacta. Lo que sucede es siempre una nueva e imprevista posibilidad de amar y de hacer lo mejor. El fracaso en la vida de Jesús se llama cruz. Y él mismo se comparó a un "grano de trigo", que tiene que morir para "dar mucho fruto" (Jn 12,24). Los que viven de la fe en Cristo presente, no se sienten nunca solos ni frustrados. Si el Señor nos acompaña, el fracaso se llama cruz, y la cruz, si se lleva con amor, lleva siempre a la resurrección. Jesús sigue dejando sus huellas en este camino pascual, compartiéndolo con nosotros.
65. En sus palabras de vida
«El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida»... Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
(Jn 6,63-68)
1. Las palabras evangélicas de Jesús siguen siendo tan vivas y actuales como cuando brotaban de sus labios por primera vez. No son palabras que ya pasaron a la historia y que sólo se recuerdan, sino que acontecen cada vez que las leemos, escuchamos o meditamos. Siempre comunican luz, paz, fuerza y nueva vida. Hablan al corazón. En ellas habla y se acerca personalmente el mismo Jesús. Nuestras circunstancias de la vida quedan iluminadas y acompañadas. El sigue viviendo nuestra vida.
2. No todos captan la vitalidad de esas palabras evangélicas. Jesús se esconde y se comunica. Hay muchos obstáculos que nos impiden encontrar ese tesoro escondido. La autosuficiencia no entiende esa vida escondida de Cristo hoy. Las ansias de dominio intelectual son incapaces de penetrar el evangelio. Este no se deja manipular por intereses personalistas. Las prisas no podrán nunca descubrir a quien ama y se da sin prisas en el corazón. Pero los niños, los pobres y los que reconocen su propia limitación y pecado, ésos sí que pueden experimentar la presencia misericordiosa de Jesús.
66. En la eucaristía
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo». Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados».
(Mt 26,26-28; cfr. Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1Cor 11,23-26)
1. Todos los signos y todas las huellas de la presencia de Jesús resucitado son humanamente pobres, débiles y limitadas. Los signos eucarísticos son también así. Pero allí está él, dándose en sacrificio y comunicando su propia vida. Nos bastan sus "palabras de espíritu y vida" para creer en él (Jn 6,63). Se ha quedado por amor; por esto, su presencia se descubre y se vive comprometiendo nuestra presencia para "estar con quien sabemos que nos ama" (Santa Teresa). Su donación sacrificial se capta cuando nos hacemos donación como él. Recibimos su misma vida si entramos en sintonía con él.
2. La vida del creyente ya nunca es soledad vacía, sino que se hace "hostia viva" (Rom 12,1) por "el ofrecimiento de sí mismo en unión con Cristo" (Pío XII). La vida está jalonada de huellas del Señor, porque el pan y el vino que se transforman en él, significan nuestra historia de trabajo y de convivencia. Jesús nos los devuelve, transformados en su cuerpo y en su sangre, para que continuemos haciendo de la vida un encuentro con él. La eucaristía, como presencia, sacrificio y comunión, se prolonga en toda nuestra vida.
67. Presencia activa y permanente
«Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
(Mt 28,19-20; cfr. Mc 16,20)
1. Esta promesa de Jesús se cumple continuamente. Como resucitado, ya no está condicionado al tiempo ni al espacio. Todo ser humano es amado y acompañado por Jesús. Y él deja sentir su presencia por medio de huellas pobres, para no forzar nuestra libertad. Son las huellas de su palabra, sus sacramentos, su eucaristía, los hermanos, los acontecimientos, las luces y mociones comunicadas al corazón... Es verdad que cada uno de estos signos es diferente, porque su presencia tiene eficacia muy diversa según los casos. Pero lo importante es que siempre se trata de él, resucitado y presente.
2. Los apóstoles se fueron a predicar por todas partes; pero el Señor les acompañó siempre "cooperando con ellos" (Mc 16,20). Todo "apóstol" (enviado) es ya portador de una presencia de Jesús, porque precisamente por ser "enviado", "experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todos los momentos de su vida... y lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88). Como Pablo, refugiado en Corinto después de muchas tribulaciones, también todo creyente puede escuchar al Señor que le dice en el silencio del corazón: "no temas... porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10).
68. En la esperanza
Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo».
(Act 1,10-11; cfr. 1Cor 11.26)
1. La presencia de Jesús resucitado, ahora bajo signos de Iglesia peregrina, será un día visión y encuentro definitivo. Este es el fundamento de la esperanza cristiana: "vendrá". No se trata de calcular el tiempo, y menos de hacer predicciones y elaborar milenarismos tontos. Su venida actual es "ya" inicio de la venida definitiva, pero "todavía no" es la visión y posesión. Este "ya" da la confianza y la fuerza para vivir el "todavía no" en un deseo ardiente de unión plena. A Jesús sólo lo encuentra, ya desde ahora, quien, apoyado en la fe, vive de esta esperanza gozosa y dolorosa. Esta actitud de esperanza es ya amor verdadero.
2. Cuando celebramos la eucaristía, encontramos a Jesús en el signo más fuerte de su presencia entre nosotros. A partir de este encuentro eucarístico, lo iremos encontrando en todos los demás signos de su presencia. Pero esos signos, incluida la eucaristía, dejan entrever su presencia sólo cuando anhelamos el encuentro definitivo: "hasta que vuelva" (1Cor 11,26). Quien desea ese encuentro futuro, es que ya ha comenzado a encontrar al Señor en el presente de todos los días.
69. En medio nuestro
«Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
(Mt 18,19-20; cfr. Jn 13,34-35; 17,23)
1. Las promesas de Jesús se realizan cuando se cumplen las condiciones que él mismo exigió. Para que él se haga presente de modo efectivo, hay que encontrarse con los hermanos con el mismo amor como si fuera un encuentro con Jesús. A él le encontramos cuando miramos, escuchamos, ayudamos al hermano, como haríamos con él mismo. Al fin y al cabo, cada hermano es una historia de la presencia y del amor de Jesús.
2. Para que Jesús esté "en medio", hay que eliminar muchos obstáculos, hasta amar "como él" (Jn 13,34-35). Todo aquello que no es donación al hermano, es un obstáculo para que Jesús esté en medio. Hay que aprender a amar a los demás, no por sus cosas y cualidades, sino por ellos mismos, por lo que son: una página de la biografía de Jesús. No hay que "utilizar" a los hermanos, sino gozarse de que se realicen según los planes de Dios Amor. Las alergias y las preferencias deben dejar paso al amor de gratuidad. Cuando amemos así, nos daremos cuenta que es él que ama en nosotros y en medio de nosotros. Sin su presencia aceptada y vivida, sería imposible amar como él.
70. Ve a mis hermanos
Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» ‑ que quiere decir: «Maestro». Dícele Jesús: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios».
(Jn 20,16-17)
1. Si lo que Magdalena deseaba era estar con Jesús reencontrado, ¿por qué la envía a los hermanos? De hecho, recibía el encargo de presentar en su vida las huellas de haber encontrado al resucitado. Se convertía así en "apóstol de los Apóstoles". Pero es que a Cristo se le encuentra principalmente sirviendo a los hermanos, sea en el servicio misionero directo, sea en el servicio humilde de todos los días. Los signos extraordinarios de la presencia de Jesús no son signos mejores, sino más bien debidos a nuestra debilidad. El Señor prefiere manifestarse en el signo del sepulcro vacío y en el signo de Nazaret o de la vida ordinaria.
2. No resulta cómodo este signo fraterno de la presencia de Jesús, pero es el más seguro (cfr. Mt 18,20; Jn 13,35). La debilidad del signo del hermano y lo quebradizo de nuestro propio signo, al encontrarse en el amor de Cristo y en su palabra viva, se convierte en signo eficaz de su presencia, a modo de signo sacramental. La misión es un encuentro entre hermanos, cuya historia, de modo diverso, es una historia diferenciada de la presencia de Cristo. Al creyente en Cristo le toca, en este encuentro histórico, ser su transparencia.
71. Ser su huella para los demás
«¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».
(Lc 10,36-37; cfr. 22,32)
1. El haber encontrado a Jesús como buen samaritano, capacita al creyente para prolongar sus manos, pies y corazón: "haz tú lo mismo". La experiencia de su misericordia nos hace ser misericordiosos con los demás. Podemos "completar" a Cristo (cfr. Col 1,24), haciendo de buen samaritano con tantos hermanos que han quedado malheridos y olvidados en la cuneta de nuestro caminar. La visibilidad externa de Jesús ya terminó; pero queda siempre su presencia invisible. Nosotros podemos ser signo de esta presencia tan misteriosa como real.
2. Los que encontraron a Jesús se sintieron llamados a comunicar a otros la experiencia de ese encuentro inolvidable: "hemos encontrado a Jesús de Nazaret" (Jn 1,45). La experiencia es propiamente irrepetible, pero la autenticidad del encuentro produce una vida coherente que transparenta al Señor. El mismo Jesús invita a ser su huella para otros hermanos: "yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Es el mejor modo de agradecer su misericordia. Si son dones de Jesús, serán también nuestros en la medida en que los compartamos con los demás. Sin ese compartir, los dones desaparecen.
72. Testigos y fragancia de Cristo
Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra».
(Act 1,8; cfr. Jn 17,10; 2Cor 2,15)
1. Encontrar a Cristo es siempre una sorpresa, porque es él quien tiene la iniciativa y quien escoge el cómo y el cuándo. Y una nueva sorpresa consiste en sentirse llamado para ser testigo de este encuentro. En un primer momento, uno se siente confuso; pero luego va descubriendo que el Señor sólo nos pide poner a su disposición todo lo que tenemos, por poco que sea. Con esta disponibilidad de servicio, todo lo demás lo hace él y el Espíritu Santo enviado por él. Para ser sus testigos, bastaría con dejar entender cómo nos ha tratado él en nuestra pequeñez y debilidades.
2. Jesús calificó a los suyos de "gloria" o expresión y signo personal (Jn 17,10). Pablo quería ser y quería dejar en todas partes el "olor de Cristo" (2Cor 2,15). No se trata de cosas extraordinarias, sino de autenticidad. Quien tiene una relación y amistad profunda con una persona, no puede disimularlo. Todos necesitamos intuir en los hermanos una historia de presencia y de amor de Cristo. Cada uno es diferente en sus expresiones psicológicas y culturales, que son secundarias; lo importante es que Jesús es el mismo, y su predilección es irrepetible para cada persona.
73. Transparencia de sus llagas
"Estoy crucificado con Cristo... En adelante, que nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús".
(Gal 2,19; cfr. Gal 6,17; 2Cor 4,10)
1. "Entrar" en las llagas de Jesús, es una expresión que han usado frecuentemente los santos, sus amigos. Pablo tenía a gala el llevar impresas en su vida las huellas de la pasión del Señor. Los viajes apostólicos le depararon no pequeños sufrimientos: azotes, pedradas, enfermedades, debilidades, desgaste... (cfr. 2Cor 4,7ss; 11,23-29). Su gloria era la de estar "crucificado con Cristo". Una vida gastada por él no puede menos que dejar sus huellas en el modo de vivir. Pero esas huellas no se contabilizan ni acostumbran a valorarse en el mercado humano, ni incluso en nuestro ambiente "cristiano".
2. Una vida que transparente las llagas de Jesús se caracteriza por la sencillez y la alegría, como en Francisco de Asís. Quien vive escondido en las llagas del Señor, participa y transparenta su gozo de resucitado. Quien modela su propia vida en la mirada, los pies, las manos y el corazón de Cristo, va perdiendo toda la chatarra o "basura", como diría Pablo (Fil 3,7-8). Hay demasiados crucifijos de adorno en nuestra vida. Se necesitan cristianos que sean transparencia de las llagas dolorosas y gloriosas de Cristo. Estamos llamados a vaciarnos del falso "yo", para llenarnos de la vida del Señor y hacer de la nuestra una donación como la suya.
74. Prolongar sus pies
Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.
(Mc 16,20; cfr. Mt 28,19; Lc 24,47)
1. Jesús necesita de nuestro caminar para acercarse visiblemente a otros hermanos. Y también necesita de nuestras manos y especialmente de nuestro corazón. Nuestras pisadas pueden ser una prolongación de las suyas cuando nos acercamos a un enfermo, a un pobre o a cualquier miembro de la comunidad humana. El limitó su vida mortal a una geografía concreta: la de Palestina y alrededores. Nos encarga ir, en su nombre, a todos los hermanos por quienes él ha dado la vida. Y se queda con nosotros, acompañándonos y esperándonos allí a donde vamos en su nombre.
2. Ya durante su vida mortal, Jesús envió a sus discípulos allí "a donde él había de ir" (Lc 10,1). Es que la historia humana es toda ella parte de su misma historia y objetivo de su misión salvífica. A nosotros nos toca prolongarle, ser su "complemento" (Col 1,24). Ni vamos solos ni trabajamos solos. El "coopera" con nosotros, porque la obra es suya. Ha querido necesitar de nuestros pies y de todo nuestro ser, que él ha asumido en el suyo esponsalmente. La misión de prolongarle es continuación de la misma misión que él recibió del Padre (cfr. Jn 20,21).
75. Pan partido como él
Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer». Dícenle ellos: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces». El dijo: «Traédmelos acá».
(Mt 14,16-18; cfr. Jn 6,5)
1. Para hacerse eucaristía, "pan partido", Jesús necesita de nosotros, de nuestro pan, de nuestro vino y de nuestros gestos de caridad. Podría hacerlo todo él, pero quiere que nosotros ofrezcamos nuestro pequeño todo transformado en gestos de donación y de servicio. Somos pan partido, no cuando damos las sobras, sino cuando nos damos a nosotros mismos con él y como él. Su modo de dar es así: no tiene nada más que dar; por esto se da sí mismo. Es la característica de su amor que quiere que se refleje en nuestra actitud de reaccionar amando: "amad... sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,44.48).
2. Es fácil dar cosas, especialmente cuando sobran como los trastos viejos. Ser pan partido para los pobres equivale a una actitud de pobreza que se refleja en el desprendimiento de todo. Sólo se puede ir a los pobres con gestos de Jesús: con un corazón pobre porque sólo busca agradar al Padre, y con una vida pobre para sintonizar con los hermanos necesitados. Quien es pobre de verdad, no tiene ni la riqueza de pensar que es pobre. Por esto, no gasta su tiempo en hablar de su pobreza, sino en escuchar, acompañar, colaborar, callar con el silencio activo de donación. Y también sabe desprenderse de las propagandas. Esta pobreza evangélica no se cotiza en el mercado de la moda.
76. Misión: comunicar la experiencia de Jesús
Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida... os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo.
(1Jn 1,1-3; cfr. Ef 3,8-9)
1. En los escritos del discípulo amado, la palabra "ver" ("contemplar") tiene una connotación de experiencia profunda en la oscuridad de la fe: "ver" a Jesús donde parece que no está. Esta "contemplación" arranca de un corazón enamorado, que descubre a Jesús escondido bajo signos pobres, aunque sean los de un sepulcro vacío (cfr. Jn 20,8). No es una conquista ni un carisma extraordinario, sino un don concedido por Jesús a los pequeños y a los que aman (cfr. Jn 14,21). La experiencia de este don en la propia pobreza, se convierte en el deseo profundo y comprometido de que todos le encuentren: "lo llevó a Jesús" (Jn 1,42).
2. No se trata de explicar con palabras la propia "experiencia", sino de invitar a un encuentro que es irrepetible para cada uno. Es el Señor el único que puede comunicar esta fe viva, como conocimiento vivencial, personal y relacional. "La venida del Espíritu Santo convierte a los Apóstoles en testigos o profetas, infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24). Si el apóstol no tuviera esta experiencia "contemplativa", no podría "anunciar a Cristo de modo creíble" (RMi 91). Saulo, el perseguidor, se convirtió, después del encuentro con Jesús, en su heraldo para todos los pueblos: "a mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a las gentes la inescrutable riqueza de Cristo" (Ef 3,8).
77. Ven y verás
Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás».
(Jn 1,45-46; cfr. 1,39.42)
1. Todos tenemos en el fondo del corazón un deje de escepticismo y de duda, además de otras grietas y debilidades. Después de haber experimentado mil veces la cercanía de Jesús en nuestra vida, todavía surgen nubarrones e indecisiones. Es que el encuentro con él se reestrena todos los días, con su presencia y ayuda. Su invitación sigue aconteciendo hoy: "venid y veréis" (Jn 1,39). Los encuentros del pasado se hacen actuales, como si acontecieran de nuevo en nuestra vida ordinaria, pero cada vez más sencillos y auténticos.
2. El "sígueme" de Jesús, cuando se ha aceptado vivencialmente, se hace contagioso. Entonces se quiere comunicar a todos la experiencia de su encuentro. Pero es Jesús mismo quien se manifiesta y se comunica: "lo llevó a Jesús" (Jn 1,42). De parte de quien quiere comunicar esta experiencia, debe haber un corazón sin intereses personalistas, como olvidando "el cántaro" de un agua que ya no sirve (cfr. Jn 4,28) y como desapareciendo para que aparezca sólo él (Jn 3,30). De parte de quien es invitado, debe haber una apertura "sin doblez" (Jn 1,47). Los recovecos del corazón transformarían la fe en chapucería o en un cristal opaco. El camino del encuentro es el mismo Jesús, aceptado tal como es, presente y resucitado, "el viviente" (Apoc 1,18), que sigue hablando de corazón a corazón.
Síntesis para compartir
* Las huellas de Jesús resucitado en la historia humana:
- en los gozos y esperanzas,
- en las angustias y en el dolor,
- en la compañía y en la soledad,
- en el éxito y en el fracaso.
* Las huellas de Jesús en la comunidad eclesial:
- en su palabra viva,
- en su eucaristía,
- en los sacramentos,
- en la comunidad reunida en su nombre,
- en cada hermano con su vocación y sus carismas.
* Nuestra vida, transparencia de la suya:
- ser huella de Jesús para los demás,
- prolongar su mirar, hablar y caminar,
- prolongar su modo de servir y de amar,
- dejarle transparentarse en nuestra vida, tratando a los demás como hacía él.
* ¿Qué obstáculos me impiden descubrir las huellas de Jesús en mi vida y en la de los demás? ¿Tengo el suficiente "sentido" y amor de Iglesia, para descubrir la presencia activa de Jesús en la comunidad eclesial y en sus signos "pobres"? ¿Cómo compartir con los demás las huellas de Jesús y cómo ayudar a otros hermanos a que las descubran en su propia vida?
Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón
El camino del encuentro con Cristo sigue la ruta del "corazón". El mismo Jesús se hace "camino", con su mirada, sus pisadas, sus manos y su costado abierto. Todos sus gestos siguen siendo fuente de santidad. Caminar con él es ya un encuentro. Lo importante es que este caminar se convierta en relación interpersonal y conocimiento vivido. Porque por medio de su humanidad "vivificante" (cfr. Ef 2,5), encontramos a Dios Amor.
El camino del corazón lo ha trazado el mismo Jesús por su modo de relacionarse con nosotros. Es un camino que equivale a:
- dejarse mirar y amar por él,
- dejarse encontrar y acompañar por sus pies de Buen Pastor y amigo,
- dejarse sanar y guiar por sus manos de Maestro bueno,
- dejarse conquistar por su costado abierto,
- abrirse definitivamente a su amor: saberse amado por él, quererle amar del todo y hacerle amar de todos.
Este camino comienza en la propia realidad, en el propio "Nazaret", donde Jesús espera y acompaña como "consorte", es decir, que comparte nuestra suerte. Esa realidad concreta queda entonces abierta a la "vida eterna" (Jn 17,3). Desde la encarnación, el tiempo presente comienza a ser inicio de un encuentro definitivo. "En realidad el tiempo se ha cumplido por el hecho mismo de que Dios, con la encarnación, se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo" (TMA 9).
En la medida en que uno tenga la audacia de perderse en Cristo, en esa misma medida se gana, recupera y trasciende (cfr. Mt 10,39). La opacidad del egoísmo, al ir desapareciendo, va dejando lugar a la transparencia del amor de Cristo. La vida es hermosa porque se hace huella y prolongación suya para servir a todos los hermanos como lo haría él.
Para vivir este camino, hay que "traerle siempre consigo", como diría Santa Teresa, porque "con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir". Poco a poco, la vida se va unificando en el corazón del seguidor de Cristo, porque "un mismo sentimiento tiene los dos" (San Juan de la Cruz). Así era el modo de vivir de Pablo: "mi vida es Cristo" (Fil 1,21; cfr. Gal 2,20). Somos su humanidad prolongada en el tiempo, porque "Cristo es nuestra vida" (Col 3,3).
El camino hacia el corazón, sin descartar la oscuridad ni la debilidad, se hace sencillo:
- por el conocimiento de las propias debilidades sin espantarse,
- por la confianza inquebrantable en su amor,
- por la decisión renovada diariamente de amarle del todo y para siempre.
Cada uno debe encontrar unos medios sencillos que indiquen relación: el primer pensamiento al despertar, el trato con las personas como las trataba él, el trabajo hecho como prolongando el suyo de Nazaret... Los signos que él nos dejó para el encuentro, ya los conocemos bien; pero hay que convertirlos en realidad viviente y relacional: su palabra, su eucaristía, sus sacramentos, su comunidad eclesial, sus hermanos que son también los nuestros... Y la señal de haberle encontrado en esos signos, consiste en la necesidad de estar con él sin prisas en el corazón, especialmente aprovechando su presencia eucarística.
Hay que aprender a "comulgar" a Cristo en todo momento. Es la adhesión con fe viva a los misterios de Cristo, prolongados en el espacio y en el tiempo, especialmente durante la celebración y los tiempos litúrgicos. Se comulga a Cristo haciendo de la vida un "fiat" (un "sí") generoso y un "magnificat" (un agradecimiento) gozoso. Cuando llegue el momento oscuro de la cruz, María nos acompañará y nos ayudará a vivir el "stabat" (estar de pie) como una nueva maternidad en el Espíritu.
El primer interesado en el encuentro es el mismo Jesús, que para ello nos ha dejado sus signos. Es el quien, como Dios hecho hombre, tiene la iniciativa de salir al encuentro. "Si por una parte Dios en Cristo habla de sí a la humanidad, por otra, en el mismo Cristo, la humanidad entera y toda la creación hablan de sí a Dios, es más, se dan a Dios. Todo retorna de este modo a su principio. Jesucristo es la recapitulación de todo (cfr. Ef 1,10). Si Dios va en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo... El Hijo de Dios se ha hecho hombre, asumiendo un cuerpo y un alma en el seno de la Virgen, precisamente por esto: para hacer de sí el perfecto sacrificio redentor" (TMA 6).
El cuerpo resucitado de Jesús sigue siendo el camino hacia la verdad y la vida, que están en él (cfr. Jn 14,6), porque "todo lo que se verifique en la carne de Cristo, nos es saludable en virtud de la divinidad a ella unida" (Santo Tomás). Por esto, cada acción de Jesús produce una gracia que nos asemeja a su realidad y nos transforma en él. El sigue presente, asumiendo nuestra historia como parte de la suya, como "primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29).
A partir de esta experiencia de Jesús, que es un don suyo, ya sólo se quiere vivir siempre con él, por él, en él y para él, como si él se prolongase y proyectase en nosotros y en los demás hermanos. En la vida real y concreta, se busca la identificación con él, porque ya no se quiere saber nada más, sino en relación con él (cfr. 1Cor 2,2). Nos basta él, que vive en cada hermano y que es el centro de la creación y de la historia. Otro deseo bastardo, ya no interesa. Entonces la humanidad y la creación se van construyendo en la hermosura querida por Dios Amor, sin los utilitarismos que destruyen el ser humano y el universo.
Imitar a Cristo equivale a entregarse a él para que viva en nosotros. Se busca vivir de "sus sentimientos" (Fil 2,5). La vida se hace "paso" con él, porque "Cristo es nuestra Pascua" (1Cor 5,7). Así es "el pleno conocimiento de él" (Ef 1,17), que rehace la mentalidad cristiana desde sus raíces. Es lo que pedían los santos: "Jesús, que vives en María, ven y vive en tus siervos, por tu Espíritu, para gloria del Padre" (San Juan Eudes).
Un corazón auténtico no se resiste ante las llagas abiertas del Señor. El diálogo con él se hace charla familiar y mirada mutua en el silencio de la donación. Ya se puede caminar por la vida con la mirada fija en él. El costado abierto de Cristo es morada para todos. Sus heridas son biografía nuestra. Su amor y el nuestro son siempre amor nuevo, que se estrena continuamente.
Hay que decidirse a entrar en ese corazón abierto, invitados por su mirada y por los gestos salvíficos de sus pies y de sus manos llagadas y gloriosas. Desde ahí, ya es posible mirar, caminar, obrar y amar como él. Y encontraremos siempre hermanos que, con su consejo y experiencia, nos ayudarán en el mismo camino.
El impulso del camino lo sostiene él: mostrándonos sus pies, manos y costado abierto, nos comunica el Espíritu Santo para vaciarnos de nosotros mismos y de nuestro falso "yo", y llenarnos de él. La misión que Jesús recibió del Padre pasa a nosotros a través de su cuerpo llagado y glorioso. Esta misión de amor necesita la transparencia de nuestra crucifixión con él.
En el cuerpo crucificado y resucitado de Jesús han quedado impresas las huellas de las manos de todo ser humano, de toda cultura y de todo pueblo. A veces han sido manos que le han crucificado; pero el amor de su corazón ha transformado la crucifixión en resurrección, el pecado en justificación, el trabajo en nueva creación. Las guerras y los odios han quedado vencidos por el amor de un Dios crucificado.
Nuestra biografía y la de toda la historia humana se continúa escribiendo en su cuerpo de resucitado, que se nos hace camino y amigo, por sus pies, manos y costado abierto. En su corazón cabemos todos y ahí hemos de llegar todos, si no dejamos de caminar. Basta con dejarse mirar por él y hacer de la vida un "sí" como el de María (Lc 1,38).
Hay muchas personas que, como nosotros, necesitan encontrar las huellas de Jesús en su propia vida. Todos podemos ser, para los demás, esas huellas de luz y aliento. Bastaría con mirar, escuchar, acompañar ayudar como lo haría él. Porque efectivamente es él quien vive en nosotros. Por el saludo María, Jesús santificó a Juan Bautista cuando todavía estaba en el seno de su madre, santa Isabel (Lc 1,44). Hoy sigue salvando el mundo por medio de nuestro modo de mirar, acompañar, escuchar, hablar, ayudar, darse... María es "la Madre del amor hermoso, la estrella que guía con seguridad los pasos de la Iglesia al encuentro del Señor" (TMA 59).
Documentos y siglas
AG Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).
CEC Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).
CFL Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)
DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).
DM Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia: 1980).
DEV Dominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo: 1986).
DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).
EN Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la evangelización: 1975).
GS Gaudium et Spes (C. Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo).
LE Laborem Excercens (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el trabajo: 1981)
LG Lumen Gentium (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).
TMA Tertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre el Jubileio del año 2.000).
PDV Pastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).
PO Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).
RH Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).
RM Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano: 1987).
RMi Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato misionero: 1990).
SC Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).
SD Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el sufrimiento: 1984).
VS Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral de la Iglesia: 1993).
Indice de materias
Admiración: n.49.
Agua viva: nn. 55, 57.
Alegría: n. 52.
Amor: nn. 7, 9, 23, 42, 45, 54, 56, 69 (ver: caridad).
Amistad: nn. 8, 30, 41, 54 (ver: fraternidad).
Anunciación (ver: María).
Apóstoles: nn. 67, 74, 76 (ver: misión).
Ascensión: n. 68.
Bautismo: nn. 17, 57-58.
Belén: nn. 16, 29.
Bienaventuranzas: n. 75.
Buen samaritano: n. 23 (ver: misericordia).
Calvario: nn. 14, 31, 44-45, 55.
Camino: nn. 18-19, 30, 61.
Caridad: nn. 7, 23, 42, 54, 60, 69, 75 (ver: amor).
Castidad: n. 45 (ver: virginidad).
Celo apostólico: nn. 18, 22.
Cenáculo: n. 33.
Ciegos: n. 35.
Compasión: nn. 6, 48 (ver: misericordia).
Confianza: nn. 26, 37-38 (ver: esperanza).
Contemplación: nn. 53, 56, 63, 65, 76.
Conversión: n. 12.
Corazón de Jesús: nn. 6, 47-59.
Corazón de María: n. 59.
Corona de espinas: n. 13.
Creación: n. 49.
Crucifixión: nn. 31, 45.
Cruz: nn. 31, 43-45, 51, 64.
Cultura: n. 40.
Curación: nn. 26, 35.
Desierto: n. 17.
Dificultades: nn. 62-63.
Dolor: nn. 9-10, 48, 51.
Emaús: nn. 33, 61.
Encarnación: n. 22 (ver: Verbo, María).
Enfermos: nn. 26, 35.
Enseñanza: nn. 34,40.
Escatología: n. 68.
Esperanza: nn. 38, 68.
Espíritu Santo: nn. 14, 46-47, 52, 57, 59.
Examen: nn. 5, 7, 27.
Experiencia de Dios: n. 76 (ver: contemplación).
Eucaristía: nn. 11, 33, 42, 66, 68, 75.
Familia: nn. 29,41.
Fe: nn. 32, 36, 46, 56, 58, 63, 76.
Fiesta (ver pascua, sábado).
Fortaleza: n. 37.
Fracasos: n. 64.
Fraternidad: nn. 42, 60, 69-70 (ver: amistad, caridad, familia).
Filiación adoptiva: n. 54.
Gozo: n. 52.
Gracia: n. 36 (ver: Espíritu Santo, filiación, inhabitación).
Gratitud: n. 11.
Higuera estéril: n. 27.
Historia: nn. 31-32, 44, 47.
Huellas de Cristo: nn. 60-77 (ver: pies).
Humildad: nn. 7, 39, 41, 47.
Iglesia: n. 57.
Infancia: n. 39.
Inhabitación: n. 53.
José: nn. 14, 16, 34.
Joven rico: n. 2.
Juan evangelista: n. 53.
Lágrimas: nn. 8-9, 21.
Lázaro: n. 8.
Leprosos: n. 35.
Leví: n. 3.
Libertad: n. 43.
Llagas: nn. 31, 45, 55, 73.
Llanto: nn. 8-9, 21.
Magdalena: nn. 21,32, 63, 70.
Mandato del amor: nn. 23, 69.
Manos de Jesús: nn. 34-46.
Mansedumbre: n. 47.
María Magdalena (ver: Magdalena).
María de Betania: nn. 24-25.
María Virgen: nn. 6, 14, 16, 34-35, 40, 44, 47, 59.
Marta: nn. 24-25.
Mateo: n. 3.
Maternidad: n. 48.
Miradas de Jesús: nn. 1-15.
Misericordia: nn. 3, 11, 23, 37 (ver: compasión).
Misión: nn. 46, 57, 67, 70-77.
Nazaret: nn. 17, 28, 70, 77.
Niños: n. 39.
Obediencia: n. 43.
Oración: 1, 11, 17, 20, 24, 52-53, 56, 63, 76 (ver: contemplación).
Oveja perdida: n. 22.
Pablo: nn. 61, 67, 72-73.
Padre nuestro: nn. 43, 52 (ver: oración).
Palabra de Dios: nn. 36, 40, 43, 61, 65.
Pan partido: nn. 42, 61, 75 (ver: eucaristía).
Pascua: n. 30 (ver: pasión, resurrección).
Pasión: nn. 13-14, 31, 43-45, 55.
Paso de Jesús: nn. 4, 19, 28.
Paz: n. 5.
Pecado: nn. 9, 12, 21, 37, 44, 51.
Pedro: nn. 12, 37.
Penitencia: n. 12.
Pentecostés: n. 57.
Pequeños: nn. 22, 39, 52.
Perdón: nn. 9, 12, 21, 45, 46.
Perfección: nn. 2, 56.
Pies de Jesús: nn. 16-33, 74.
Pisadas de Jesús (ver: pies).
Pobres: n. 75 (ver: pobreza).
Pobreza: nn. 2, 7, 20, 52, 75.
Predicación: n. 18.
Presencia de Jesús: nn. 5, 31, 33, 41, 60-77.
Providencia (ver: confianza, creación, historia).
Queja: n. 50.
Reconciliación (ver: perdón).
Reparación: n. 51 (ver: misericordia, perdón).
Resurrección: nn. 32, 36, 46, 64, 67-68, 77.
Rostro de Jesús: nn. 1-15.
Sábado: n. 10.
Sacrificio: nn. 17-18, 66.
Salvación: n. 55.
Samaritana: n. 20.
Sanación: nn. 26, 35.
Sangre de Jesús: n. 55.
Santidad: n. 2, 56 (ver: perfección).
Sed: n. 20.
Seguimiento evangélico: nn. 1-2, 7, 30, 77.
Sembrar: nn. 18, 40.
Semilla: n. 40.
Sepulcro vacío: n. 63.
Servicio: n. 41.
Silencio: n. 61.
Solidaridad: n. 42.
Sufrimiento: 9, 10, 48, 51.
Tabor: n. 15.
Tempestad: nn. 38, 62.
Testigos: n. 72.
Testimonio: nn. 72-73.
Tiempo: n. 21 (ver: historia).
Trabajo: nn. 34, 40.
Transfiguración: n. 15.
Trinidad: nn. 15, 54.
Tristeza: nn. 10, 51.
Unción: nn. 21, 25.
Verbo: nn. 13, 16, 40.
Vida apostólica: n. 7 (ver: Apóstoles).
Virginidad (ver: castidad, María Virgen).
Vocación: nn. 1-3, 7, 77.
Zaqueo: n. 4.
Citas evangélicas comentadas
Mateo:
1,16: n. 44.
2,11: n. 16.
4,1: n. 17.
4, 18: n. 19.
4,23: n. 18.
5,48: n. 75.
6,9: n. 52.
8,3: n. 35.
8,10: n. 49.
8,26: n. 18.
9,9ss: n. 3.
9,22: n. 5.
9,36: n. 6.
11,12-13: n. 27.
11,26: n. 47.
11,28-29: nn. 47, 58.
13,4: n. 40.
13,55: n. 34.
14,14: n. 6.
14,16: n. 75.
14,19: nn. 11, 42.
14,27: n. 62.
15,30: n. 26.
15,32: n.48.
17,2: n.15.
17,5: n. 40.
18,1ss: n. 39.
18,12: n. 22.
18,20: nn. 60,69.
18,33: n. 23.
19,13-15: n. 39.
19,21: n.2.
19,29: n. 38.
20,17: n. 30.
25,35.43: n. 29.
25,36: n. 26.
25,40: nn. 45, 60.
26,26: nn. 42, 66.
26,37-38: n. 51.
26,67-68: n. 13.
27,30: n. 13.
27,35: nn. 31, 45.
28,9: n. 32.
28,19: n. 74.
28,20: nn. 67, 63.
Marcos:
1,14: n. 18.
1,41: n. 35.
2,14: n. 3.
2,41: n. 16.
3,5: n. 10.
3,10: n. 26.
4,3: n. 40.
4,39: n. 38.
5,30-32: n. 5.
5,41: n. 36.
6,3: n. 34.
6,6: n. 49.
6,34: n. 6.
6,41: n. 11.
6,50: n. 62.
7,6: n. 50.
9,2: n. 15.
10,16: n. 39.
10,21: n. 2.
10,23-28: n. 7.
10,23-28: n. 30.
14,22: nn. 42, 66.
14,33-34: n. 51.
14,65: n. 13.
15,20: nn. 31, 45.
16,15: n. 74.
16,20: n.67.
Lucas:
1,38: conclusión.
1,48: I, presentación.
2,7.12: n. 59.
2,35: nn. 45, 59.
2,49: n. 43.
2,52: n. 34.
4,1: n. 17.
4,30: n. 28.
4,40: n. 35.
4,43-44: n. 18.
5,5: n. 64.
5,12: n. 27.
5,13: n. 35.
5,2728: n. 3.
6,10: n. 10.
7,13-15: n. 36.
7,38.47: nn. 21, 25.
8,1: n. 18.
8,5-15: n. 40.
8,24: n. 38.
8,47: n. 5.
9,16: n. 11.
9,29: n. 15.
9,51: n. 30.
9,53: n. 29.
10,1: n. 74.
10,21: n. 52.
10,30.37: n. 23.
10,38: n. 71.
10,39: n. 24.
13,6-9: n. 27.
15,4: n. 22.
15,20: n. 48.
18,15: n. 39.
18,22: n. 2.
18,24: n. 7.
18,31: n. 30.
19,5-10: n. 4.
19,41-44: n. 9.
22,19: nn.42, 46.
22,24: n. 41.
22,27: n. 41.
22,32: n. 71.
22,42-44: n. 51.
22,54: n. 43.
22,61: n. 12.
22,64: n. 13.
23,33-34: nn. 31, 45.
24,15: n. 33.
24,28-32: n. 61.
24,39: nn. 32, 46.
24,47: n. 74.
Juan:
1,11: n- 10.
1,14: n. 16.
1,36: n. 19.
1,38-47: nn. 1, 34, 42, 76, 77.
2,5: n. 14.
3,5: n. 15.
3,16: n. 54.
4,6: n. 20.
6,5: n. 75.
6,11: nn. 11,42.
6,15: n. 28.
6,20: n. 62.
6,23: n. 20.
6,35: n. 62.
6,51: n. 18.
6,57: n. 42.
6,63-68: n. 65.
7,37-39: n. 55.
8,12: n. 18.
10,3-4: n. 22.
10,16: n. 22.
10,39: n. 28.
11,3: n. 27.
11,16: n. 30.
11,28: n. 24.
11, 32: n. 24.
11, 33-35: n. 8.
11,54: n. 28.
12,3: n. 25.
12,24: n. 64.
12,27: n. 51.
12,36: n. 28.
12,37: n. 10.
12,43: n. 28.
13,1: nn. 14, 31, 55.
13,5.15: n. 41.
13,16: n. 39.
13,23-25: n. 53.
13,34-35: nn. 23, 69.
14,6: n. 18.
14,21: nn. 53, 63.
14,23: n. 53.
15,2ss: n. 54.
15,5: n. 7.
15,9: nn. 14, 53.
15,11: n. 52.
15,13-16: n. 54.
16,22: n. 52.
17,1: n. 11.
17,10: n. 72.
17,13: n. 52.
17,23: n. 69.
18,11: n. 51.
18,12: n. 43.
19,3: n. 13.
19,17: n. 44.
19,18: nn. 31, 45.
19,25: n. 45.
19,26-27: n. 14.
19,34: nn. 55,57.
19,37: n. 56.
20,7: n. 63.
20,16: nn. 32, 63.
20,17: n. 70.
20,20-23: nn. 46, 57.
20,27: n. 58.
21,3-7: nn. 61, 64.
Indice general
Contenido
Introducción: Las etapas de un camino.
I. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SU MIRADA
Presentación.
1: Mirada que invita a seguirle. 2: Mirada a un joven. 3: Mirada a Leví. 4: Mirada a Zaqueo. Mirada a los que le rodean. 6: Mirada de compasión. 7: Mirada que examina de amor. 8: Llanto por el amigo muerto. 9: Llanto ante Jerusalén. 10: Mirada de tristeza. 11: Mirada de gratitud. 12: Mirada de perdón. 13: Rostro ultrajado. 14: Mirada a su Madre y nuestra. 15: Rostro glorioso.
Síntesis para compartir.
II. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS PIES
Presentación.
16: Pies de niño. 17: Hacia el desierto. 18: De camino para predicar. 19: De paso. 20: Esperando. 21: Llorar a sus pies. 22: Buscando la oveja perdida. 23: Los pies del buen samaritano. 24: Sentarse a sus pies. 25: Pies ungidos. 26: Consuelo para los enfermos. 27: Buscando un fruto que no existe. 28: Se fue. 29: Peregrino y sin hogar. 30: De camino hacia la Pascua. 31: Pies crucificados. 32: Gloriosos. 33: En nuestro camino de Emaús.
Síntesis para compartir.
III. EL EVANGELIO REFLEJADO EN SUS MANOS
Presentación.
34: Manos de trabajador. 35: Manos que sanan. 36: Manos que devuelven a la vida. 37: Manos que fortalecen. 38: Manos que calman la tempestad. 39: Manos que bendicen y acarician. 40: Manos que siembran y enseñan. 41: Manos que lavan los pies. 42: Manos que parten el pan. 43: Manos atadas. 44: Manos que cargan con el madero. 45: Manos clavadas en la cruz. 46: Manos gloriosas de resucitado.
Síntesis para compartir.
IV. EL EVANGELIO ESCRITO EN SU CORAZON
Presentación.
47: Corazón manso y humilde. 48: Compasivo. 49: Admiración. 50: Queja. 51: Tristeza. 52: Gozo. 53: De corazón a corazón. 54: Declara su amistad. 55: Corazón abierto. 56: Contemplarlo con la fe. 57: Comunica el Espíritu. 58: Invita a entrar. 59: El corazón de su Madre y nuestra.
Síntesis para compartir.
V. SUS HUELLAS EN MI VIDA
Presentación.
60: En los hermanos. 61: En mi camino. 62: En la tempestad. 63: En el sepulcro vacío. 64: En los fracasos. 65: En sus palabras de vida. 66: En la Eucaristía. 67: Presencia activa y permanente. 68: En la esperanza. 69: En medio nuestro. 70: Ve a mis hermanos. 71: Ser su huella. 72: Testigos. 73: Transparencia de sus llagas. 74: Prolongar sus pies. 75: Pan partido como él. 76: Misión: comunicar la experiencia de su encuentro. 77: Ven y verás.
Síntesis para compartir.
Líneas conclusivas: El camino hacia el corazón
Documentos y siglas
Indice de materias
Citas evangélicas comentadas
Indice general
Más...
SEMBRADORA DE LA PAZ Itinerario espiritual y apostólico de M. Ana María Gómez Campos
Escrito por Super User
SEMBRADORA DE LA PAZ
Itinerario espiritual y apostólico de M. Ana María Gómez Campos
Introducción: Un corazón unificado para sembrar la paz
1. Dejarse sorprender por Dios
2. En manos del divino alfarero
3. No sentirse nunca sola
4. Seguimiento esponsal
5. De la totalidad de la entrega, a la misión totalizante
6. Su secreto: un "sí" gozoso y generoso, estrenado todos los días, con María y como María
7. Alma sacerdotal
Conclusión: Mar adentro
Cronología básica
Introducción: Un corazón unificado para sembrar la paz
Una lectura atenta sobre los escritos y las notas autobiográficas de la Madre Ana María Gómez Campos, dejan la impresión de toparse con un corazón unificado, capaz de sembrar la paz y el entusiasmo en su alrededor.
Madre Ana María era sembradora de la paz. Sus hijas espirituales que la conocieron, recuerdan su frase favorita con que serenaba cualquier preocupación: "Quédate tranquila". De ahí pasaba a afrontar objetivamente las pruebas desde la perspectiva de un Dios Amor que es siempre providente y sorprendente. En cualquier enredo y tempestad, invitaba a encontrar un rayo de luz siguiendo con sencillez las insinuaciones de la voluntad amorosa de Dios.
El arco de su vida terrena se desliza entre los años 1894-1985. Noventa y un año años, gran parte de ellos repartidos entre la persecución mexicana y las dos guerras mundiales. Dios es capaz de hacer surgir sembradores de la paz en los momentos más convulsionados de la historia.
Nació y murió en México D.F. Fue Fundadora (con el P. Félix Rougier) de la Congregación de las Hijas del Espíritu Santo, que ella dirigió durante 44 años: desde 1924 hasta 1968. Renunció a su cargo de Superiora General en 1968, pero todavía vivió 17 años más, acompañando a sus hijas, sin interferir en las decisiones de las superioras del momento, hasta su muerte, ocurrida el 24 marzo de 1985, vigilia de la Encarnación. Un vida resumida en un "sí" a la acción del Espíritu Santo, a imitación del "fiat" de María la Madre de Jesús, Madre de la Divina Gracia.
Ningún santo se santifica en solitario y ningún apóstol trabaja solo en la viña del Señor. Muchas personas, algunas con fama de santidad, la acompañaron o le sirvieron de orientación: el P. Félix Rougier (fundador), Mons. Miguel de la Mora (obispo de San Luís Potosí), Mons. Guillermo Tritschler (sucesor de Mons. de la Mora), sus primeras compañeras (especialmente su madre y hermana), algunos Misioneros del Espíritu Santo (P. José Guadalupe Treviño, P. Angel Oñate, etc.), Mons. José Mora y del Río (arzobispo de México), Concepción Cabrera de Armida, etc.
M. Ana María recuerda con especial gratitud a la Venerable Concepción Cabrera de Armida. Así lo constata en sus Escritos Autobiográficos (lunes 14 de enero de 1924, p.68; 21 de marzo de 1924, p.73). De ella, entre otras orientaciones, recuerda la siguiente: "El único que puede consolar es Dios, Anita. Las criaturas somos impotentes" (agosto de 1925, p.110). Hace una descripción de Conchita, recordando sus frecuentes visitas y especialmente el encuentro con ella poco antes de su muerte (1937). Describe "su sencillez y amabilidad", y hace suya la afirmación oída de boca del P. Félix: "Es un sagrario viviente" (año 1937, p.242).
La Fundación, según la expresión del P. Félix, hubiera tenido el título de "Misioneras del Espíritu Santo", pero el mismo cofundador accedió al deseo del Delegado Apostólico, que prefería el título de "Hijas del Espíritu Santo".
El itinerario de M. Ana María estuvo sembrado de pruebas, que son normales en todo seguidor de Jesús. El Instituto inició el 12 de enero de 1924 en San Luís Potosí y el mismo día el P. Félix escribió de su puño y letra las "33 Reglas de Amor". La aprobación del Instituto tendría lugar el año 1930 como Pío Unión. Las primeras Constituciones fueron entregadas por el P. Félix en 1933. Las primeras once religiosas, con M. Ana María, hicieron su profesión el 12 de febrero de 1934. Después de la muerte del P. Félix (10 de enero de 1938), M. Ana María hizo la profesión perpetua (tenía 45 años). En el primer capítulo general (1944) fue elegido Superiora General. La aprobación pontificia (Decretum Laudis), por parte de Pío XII, fue en junio de 1950.
En los inicios de la fundación, México vivía una relaidad persecutoria, especialmente desde el año 1926. El nacimiento del Instituto, su desarrollo y sus numerosas fundaciones en toda la república, parecen un desafío humanamente inexplicable.
Hay que constatar la dirección inicial asidua del P. Félix, que ella recordará y agradecerá toda la vida. El cofundador dirigía cartas continuas, de orientación espiritual, para cada una de las hermanas, sugiriéndoles también la lectura de los escritos de Concepción Cabrera de Armida. En sus frecuentes conferencias, el P. Félix recalcaba siempre la obediencia: "Yo no tengo nada que legar a mis hijas. Sólo una cosa: He obedecido". El Padre no andaba a medias tintas: "Quiero, hijas, que se den a Dios por entero, totalmente. ¿Cómo? Por los tres votos privados que, como tres clavos preciosos, las clavarán, a imitación de Jesús, en la cruz". El recuerdo que de él guardaba M. Ana María, podría resumirse en la afirmación de que era "de una sencillez sólo comparable a la de un niño".
La intensa vida espiritual y apostólica de M. Ana María, caracterizada por una gran fidelidad y generosidad respecto a los signos de la voluntad de Dios, iba acompañada de intuiciones profundas, en el contexto de una gran humildad y caridad incondicional. Desde 1968, año de su renuncia al generalato, su vida transcurrió en un servicio epistolar escrito y en un silencio activo, humilde y confiado.
Era sensible a todo cuanto se relacionara con los futuros sacerdotes, sacrificándose por ellos. De las personas y acontecimientos, lo tomaba todo por el lado bueno y positivo. Personalmente, probada por el dolor, se movía por las líneas de la obediencia y de la humildad, para garantizar su entrega al amor de Dios.
En sus Cartas y circulares (en un espacio de 48 años: desde el 6 de enero de 1930, hasta el 12 de mayo de 1978), se percibe con toda claridad la fisonomía espiritual y consagrada de la M. Ana María Gómez. No son escritos que describen temas teóricos, sino que en las reflexiones refleja su propia vivencia. Deja entrever su experiencia e incluso frecuentemente hace referencia explícita a ella misma, a modo de trazo autobiográfico espontáneo.
NOTA: Cfr. Cartas y Circulares. Ana María Gómez (México, 1978, edic. privada). Las cartas y circulares están distribuidas en tres secciones: 1ª A todas las Hijas del Espíritu Santo; 2ª A las Madres Superioras; 3ª A las diversas comunidades. Cuando deja de ser Superiora General (en 1968) ya no se firma como tal, sino sencillamente con su nombre o añadiendo también "su Madrecita". La publicación de estos textos fue en 1978, con una presentación de la Madre General de entonces (M. Ana María Menéndez), que resume la fisonomía espiritual de la Fundadora.
La primera sección de las Cartas y Circulares (a todas sus hijas) recoge 146 cartas, que van dirigidas a todas las religiosas Hijas del Espíritu Santo. Abarcan desde el 6 de enero de 1930, hasta el 12 de mayo de 1978 (48 años). A veces, más que una carta, es un documento explicativo, como cuando expone "Puntos de los preludios para antes de la meditación, según deseo de nuestro amado Padre Fundador" (Ven. Félix Rougier) (pp.9-10).
NOTA: En las Cartas y Circulaares expone ampliamente las caaaaracterísticas del carisma específico. También resume los "Rasgos espirituales de una Hija del Espíritu Santo" (pp.121-122), el "Espíritu propio de las Hijas del Espíritu Santo" (pp.137-138 y 203-204), así como la "Historia de la Congregación" (p.226-228 y "Historia de la Congregación", pp.246-254).
En esta primera sección (a todas sus Hijas), que es la más extensa, van apareciendo todos los temas de la vida espiritual, urgiendo a la santidad, con equilibrio, proponiendo los medios concretos, valiéndose de una gran pedagogía, aplicada con comparaciones adecuadas. Es siempre doctrina evangélica, citando las afirmaciones principales (evangélicas) en letra mayúscula. Las comparaciones las toma también de la naturaleza (la creación) y de la liturgia.
En las 19 cartas de la segunda sección (a las Madres Superioras, desde noviembre de 1953 a 31 de julio de 1974), van apareciendo los mismo temas, pero mucho más brevemente. Sólo hay tres cartas (entre 1973 y 1974) en que no escribe en calidad de Madre General. Insta siempre a la pureza interior, para poder ejercer el oficio de superiora. Ofrece una historia de la Congregación (pp.246-254, escrita en el año 1963, cuando todavía era Superiora General). Expone ampliamente la "maternidad espiritual" que debe tener toda superiora, sin buscar su propio interés (pp.255-258, año 1974, cuando ya no es Madre General).
Las 68 cartas de la tercera sección (entre 1952 y 1975) van dirigidas a diversas comunidades. En algunas cartas no se indica la fecha. Se distribuyen sin orden cronológico global, sino sólo según la cronología de las dirigidas a cada comunidad: San Luís Potosí (pp.261-263, años 1972-1975); Morelia (pp.263-272, años 1960-1962), Noviciado (pp.273-287, años 1952-1974); Ensenada (pp.288-293, hasta el año 1974, falta fecha de carta inicial); Tulancingo (pp.294-295, año 1971); Tijuana (pp.296-299, año hasta 1974, falta fecha de carta inicial); Nazaret del Espíritu Santo (pp.300-302, años hasta 1973, falta fecha de carta inicial); Veracruz, Nazaret de San José (pp.303-313, años 1961-1974). Las cartas son breves y presentan los mismos contenidos evangélicos.
El acento recae en la vida interior, sin olvidar la corrección de defectos concretos, instando a la ecuanimidad, responsabilidad, sencillez, seriedad, formalidad, unidad... El tema de Dios es siempre central. Al ayudar a la oración, recuerda, además de los preludios para hacer meditación, el examen sobre cómo se ha hecho la misma oración (p.174).
En todas las cartas se respiran los criterios evangélicos según las enseñanzas de la Iglesia. Presenta una doctrina espiritual, de vida cristiana y consagrada, en todas sus facetas principales: Trinidad, Dios Padre, Jesucristo, Espíritu Santo, Eucaristía, Evangelio, Cruz, María, Iglesia, oración, santidad, seguimiento evangélico (virtudes concretas), vida comunitaria, apostolado, medios concretos de santidad y apostolado... Constituyen un itinerario histórico, a modo de siembra continua de la paz, a partir de un corazón unificado donde sólo reina el amor a Dios y a los hermanos.
NOTA: Además de las Cartas y Circulares, o.c, usamos las siguientes "publicaciones": A. BRAMBILA, La Madrecita, biografía de la M.R.M. Ana María Gómez Campos (México D.F., 1990); Apuntes Autobiográficos de la R.M. Ana María Gómez Campos (citamos: A.A.). H. HAMPL, Las Hijas del Espíritu Santo (México, Edit. La Cruz, 1993).
1. Dejarse sorprender por Dios
Los escritos de M. Ana María dejan entrever un corazón en paz, aún en medio de grandes tempestades. Nada ni nadie puede turbar un corazón que se deja sorprender por la llamada al amor. Ella se sabe amada y no puede dudar de ese amor de gratuidad.
Desde su corazón unificado saber descubrir en los demás, sin excepción, el amor de Dios que no excluye a nadie. De ahí derivaba su atención personalizada a cada uno. Sabe animar a los demás, porque también ella va aprendiendo a vivir de sorpresa en sorpresa.
El dolor se hizo presente y fuerte desde su adolescencia. A sus quince años (1909), por una enfermedad de la vista (debida a un enfriamiento), tuvo que recluirse en una habitación oscura. Dios la llamó y ella asintió a la llamada: "Le prometí amor y fidelidad eterna".
Saber prescindir de las propias preferencias, fue también en ella una fuente de paz. Debido a la enfermedad, cambió su orientación académica, que tendía hacia la medicina, con la carrera de educadora (graduándose en ciencias geográficas e históricas, pedagogía, psicología, metodología del kindergarten). Terminó estos estudios en 1916 cuando tenía 22 años.
La vida se abría de sorpresa en sorpresa. Después de fundar con su amiga Leticia (1918) el centro educativo Pedro de Gante en Tacubaya, con apenas un año de caminar, tuvo que cambiar de rumbo, debido a las tendencias muy diferenciadas entre las maestras.
De nuevo con su amiga Leticia, abre otro centro escolar en 1920, en la colonia Juárez de México. El centro, por sugerencia del P. Félix, recibió el nombre de "La Betania", como presagio de un "semillero de vocaciones". Pero también este andadura cambió de rumbo, ante la propuesta del P. Félix de una posible fundación religiosa. Ana María fue reflexionando sobre esta propuesta (años 1922-1923), pero su enfermedad del oído parecía ser un obstáculo insuperable. En este momento, es cuando experimentó una asistencia especial de la Santísima Virgen, quedando totalmente sana. Ella lo cuenta con algunos detalles. Parece que fue en diciembre de 1923, cuando con ocasión de comprar un cuadro de la Guadalupana, dice ella misma: "lo puse en la sala, y al darle un beso en la frente y pedirle mi alivio, sentí interiormente que había ido allí para curarme" (Apuntes Autobiográficos, p.5, la vocación definitiva, 1922).
La Santísima Virgen le ayudó a dejarse sorprender por Dios. Dice ella que "debió ser en 1923". Esta vez la sorpresa de Dios se hizo entender por intercesión de María: "La encantadora Virgen no pronunció palabra: únicamente pude ver dibujada en sus labios una suave y ligera sonrisa muy significativa... Todo lo comprendí al instante con luz meridiana. ¡La Obra era de su agrado! ¡Se realizaría a pesar de todo!" (A.A., ibídem).
El Instituto comenzó el 12 de enero de 1924 en San Luís Potosí. El P. Félix escribió ese día las "33 Reglas de Amor", de su puño y letra. Son un verdadero tesoro y resumen el carisma fundacional. Baste recordar estas tres indicaciones: "Mi misión sobre la tierra es continuar la Obra de Jesús, FORMANDO ALMAS DE APOSTOLES" (n.20). "Oh María, oh nuestra Madre, somos tus hijas, tu Corazón Purísimo es nuestra morada de amor" (n.28). "Oh Jesús, tus amores son nuestros amores: tu Iglesia, el Papa, los Obispos, los Sacerdotes, LAS ALMAS TODAS. ¡Oh Jesús, las almas!" (n.31).
NOTA: Ver el texto completo en: La Madrecita, o.c., pp.21-22.
Las "Reglas de Amor" se orientan todas ellas hacia una actitud de donación. No se busca otro objetivo ni otro premio que el mismo amor, como se resume en la jaculatoria que les dio el P. Félix: "Oh Jesús, haz que te ame, y que la única recompensa a mi amor sea amarte más y más". El P. Félix, cuando en 1933 le daría las primeras Constituciones, diría que son "el evangelio abreviado".
NOTA: En 1930 se había aprobado el Instituto como Pía Unión. El 15 de enero de 1933, ella había iniciado como novicia y simultáneamente maestra de novicias. En 12 de febrero de 1934 tuvo lugar su primera profesión junto con las primeras once religiosas.
En este itinerario de las "sorpresas" de Dios, se intercala el fallecimiento P. Félix, el 10 de enero de 1938. Había celebrado bodas de oro en 1937, en la basílica de N.S. Guadalupe. Madre Ana María aprende otra nueva lección de la Providencia divina; dice ella misma: "Entonces comprendí por qué Jesús nos enseñó a clamar a Dios diciendo: Padre nuestro".
NOTA: Su profesión perpetua, cuando tenía 45 años, sería en 1939. El primer capítulo general, en el que ella sería elegida Superiora General, fue en 1944. La aprobación pontificia (Decretum Laudis), por Pío XII, fue el 6 junio de 1950. La probación definitiva de los nuevos Estatutos fue el 12 enero de 1984, por Juan Pablo II.
El camino de sorpresa incluye también su renuncia como Madre General en el Capítulo de 1968. Los diecisiete años restantes, hasta su muerte (1985), la fueron marcando más en esa vida fecunda por estar "escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).
La clave de su vida sólo se descubre en la contemplación de Cristo clavado en cruz por amor. El ideal, a modo de oración, que se repetía en los primeros años de la fundación, era así: "Cruz que sangre en el silencio y en la humillación". El P. Félix le había dicho: "Ana María... sólo el dolor es fecundo" (Cartas del Padre).
Como puede observarse, el tema de Dios (Amor) es central, como si fuera su pensamiento y su vivencia dominante, el ideal en el que encuentra el sentido de la vida. En las Cartas y Circulares podemos leer: "Cada día que pasa se aclaran en mi mente estas ideas: es imposible alcanzar el Ideal, Dios, viviendo lejos de El" (p.11). "Yo me figuro a Dios como el sol: sus rayos benéficos llegan a nuestras almas, dándonos vida pujante, vida divina, que nos hace aptos para ser dulce alimento de los demás... buscar ese espléndido Sol del amor... Busca a Dios, llénate de El"... (p.21). Dios "ha vulnerado de amor el corazón" para que se lo ofrezcamos del todo (p.33). Así es la sabiduría de quien se deja sorprender por el Señor, al estilo de Santa Teresa ("nada te turbe... sólo Dios basta"): "Dios paga a lo Dios" (p.276). "Más Dios, menos criaturas" (p.138).
NOTA: Ver otras páginas de las Cartas y Circulares: pp.36, 49, 53, 69, 142, 151, 182, 226.
M. Ana María vivía el momento presente: "Hoy me atrae Dios... La vida es corta para pensar en Jesús". Y cuándo ella misma se pregunta "¿cómo siento el amor de Dios?", lo concreta en la doble vertiente del amor, hacia Dios y hacia los hermanos: "Siento que mi alma abraza con inmensos brazos al mundo entero. Me hace esta impresión Dios: Un manantial de aguas ricas, fecundas y abundantes; mi alma como un surtidor de ellas... De aquí que me sienta, en cierta forma, ser donación" (A.A., pp.402-403).
Precisamente esta perspectiva del amor invita a entrar vivencialmente en el tema del Espíritu Santo, como parte integrante del carisma de las Hijas del Espíritu Santo. El tema está siempre en relación con la Cruz y con el Corazón de Jesús, como respuesta al amor y a las exigencias de santidad. Así lo indica en las Cartas y Circulares: Ser "Hija del Espíritu Santo" es "sinónimo de donación perfecta, consumación nunca interrumpida, holocausto perenne" (p.16). El Espíritu Santo, "que es luz y fuerza", cincela el corazón para conseguir la santidad, más allá de nuestras fuerzas (p.31). Compara al Espíritu Santo con un artista que realiza una obra de arte (p.45), pero hay que entregarse "dócilmente a su acción" y abandonarse "dócilmente a sus designios" (p.46). Ella deseaba que el mundo fuera consagrado al Espíritu Santo (p.166). La fiesta de Pentecostés la vivía profundamente, pidiendo la venida del Espíritu: "Ven" (p.300).
NOTA: Ver otras páginas (de Cartas y Circulares) sobre el Espíritu Santo: pp.52, 191, 197, 215-217, 230, 244.
El amor filial se expresa en la máxima confianza. Todo está guiado por la Providencia divina. Cuando tuvo lugar la fundación en San Luís Potosí y no en la capital de la República, dice M. Ana María: "Aprendimos a luchar en el medio que la Divina Providencia nos había deparado" (A.A., 1924, p.61).
En abril de 1949, los médicos habían diagnosticado que su estado de salud era "muy delicado". Pero ella, comenta: "¿Qué querrá Dios? Estoy dispuesta a la partida. No tengo más que miserias, pero cubro éstas y mi desnudez con las llagas de Cristo y el manto de María" (A.A., p.381). El camino de la vida, de sorpresa en sorpresa, seguiría todavía treinta ocho años más...
NOTA: Ver Cartas y circulares sobre la confinza filial, pp. 29, 42, 69, 124, 146). Sobre su criterio sobre los fenómenos extraordinarios (suyos o de otras personas), se puede apreciar una gran prudencia en el discernirlos, incluyendo la consulta a personas entendidas. Sobre ella misma: Apuntes Autobiográficos, p.401, "imposible decirlo todo". Sobre otras personas: ibídem, 171-175, "un caso fuera de serie". Sobre la posible acción del espíritu del mal: La Madrecita, biografía, o.c., XVIII-XI, pp.51-56.
2. En manos del divino alfarero
La gran sorpresa de un creyente consiste en encontrar a Dios Amor esperando en la propia realidad. M. Ana María deja entender su realidad de limitaciones humanas ensambladas con los dones gratuitos recibidos de Dios. Por esto sabe agradecer a Dios en los hermanos, perdonar, comprender, acompañar. Por el hecho de sentirse en manos de Dios, nunca tiene motivo para el desánimo. Dios Amor es buen alfarero, especialista en "barro".
La familia espiritual que ha iniciado la componen las "Hijas de Amor". Dios Amor, uno y trino, se muestra providente. La acción de su Espíritu de amor conduce a la transformación en Jesús Eucaristía, para ser transparencia del mismo Jesús y de la santidad del Padre. Dios amasa el barro cuando éste se deja moldear.
El carisma fundacional tiene, pues, esta dimensión de amor, a modo de escuela que refleja la misma vida de Dios, según los designios o proyecto del Padre, de transformar a cada una de las "Hijas del Amor", en una expresión de Cristo hecho oblación de amor: "Si tomáramos a pechos nuestra sublime vocación de Hijas del Amor, nuestra vida sería más fecunda, y los ojos del Divino Padre contemplarían extasiados, en cada Hija del Espíritu Santo,a su Verbo hecho Hostia por amor" (Cartas y Circulares, p.25).
El ideal de M. Ana María consiste en llevar una vida que atraiga la mirada amorosa de Dios. Esta vida se compendia en un "sí": "¿Qué hacer para atraer la Mirada de los queridos Tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo?... Pronunciar un fiat alegre, entusiasta, a ese Divino Querer" (Cartas y Circulares, p.213).
El Espíritu Santo, como "Dulce Huésped", hace posible esta realidad: "Por la vida de la gracia, la Trinidad Santísima habita en nuestro espíritu" (Cartas y Circulares, p.216). Es la promesa hecha por Jesús a los que le amen: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y estableceremos en él nuestra morada" (Jn 14,23). El "barro" ya puede reflejar la mirada amorosa de Dios.
Para transformarse en Jesús, hay que dejarse moler como los granitos de trigo, para hacerse pan partido y donado como él. La íntima relación con Jesús Eucaristía es la clave para encontrar a Dios cerca, insertado en nuestra misma realidad cotidiana. M. Ana María no podía prescindir del Sagrario. Si tenía Sagrario, ya no faltaba nada. Con ocasión de la primera fundación del año 1924, dice: "¡Tenemos lo mejor de lo mejor: un Sagrario! La compañía del Señor lo llena todo, y el entusiasmo vuelve a reinar en los corazones" (A.A., p.69). Faltaba hasta lo más indispensable, pero estaba presente el Señor.
Ya no se siente sola. "Vivía ya cerca de un Sagrario... La obsesión de mi vida, desde pequeña, había tenido cumplimiento". Para ella, lo que más contaba eran los latidos del Corazón de Cristo: "Su Corazón en la Eucaristía saciaba plenamente el hambre que años atrás me atormentaba" (A.A., p.42). Poder tener el Sagrario en casa era "inmensa gracia" (A.A., p.63).
En estos momentos iniciales de la fundación. Allí reinaba el frío, la pobreza, el trabajo agobiante... "¡Cuánto frío! ¡Cuánta soledad! ¡Ah! Pero tenemos Sagrario... Tu presencia, Jesús amado, nos hace cobrar ánimo, tu generosidad sin límites de Hostia Santa nos anonada... apareces Tú, fuego inextinguible que calienta y anima nuestras almas desfallecidas" (A.A., p.68). Esta relación personal con Jesús presente incluye la sintonía con su oblación sacrificial en la Eucaristía celebrada y adorada.
Sólo un alma enamorada sabe hablar así, en medio de "una escuela pobrísima, en una ciudad desconocida y en una atmósfera hostil de parte de las autoridades". Este aspecto negativo hace resaltar el lado positivo, vislumbrado sólo por la fe vivida. Esos son "secretos" ocultos para a los que no han experimentado el amor del Señor. "Me quedé helada; sólo Jesús Eucaristía me dio alientos para aceptar un rotundo fracaso desde el nacimiento de la querida Obra" (A.A., p.69).
A los pies del Sagrario y ante cualquier dificultad que se presentara de improviso, solía repetir la oración aprendida del P. Félix: "¿Eso quieres, mi Jesús? Eso quiero yo" (A.A., p.84).
En tiempo de persecución, especialmente en el año 1926, todo parecía "un caos", sobre todo cuando se quedaron sin Sagrario, ellas y los niños del colegio. "¿Prescindir de la compañía de Jesús?". Se les arrebató todo, pero "todo nos parecía nada con tal de tener a Jesús en casa, su ausencia se nos hacía insoportable... Como el sol fecundante y bienhechor infunde vida, calor, lozanía, así un sagrario a la almas; sin él todo es tinieblas, oscuridad, muerte" (A.A., p.124).
Pero los amantes inventan todo para poderse encontrar. M. Ana Maria con sus compañeras transformaron un ropero en un sagrario improvisado y oculto. Y dice ella: "Nos conmovió hasta las lágrimas el buen Dios cuando por vez primera lo vimos encerrado en el ropero" (A.A. p.127). Lo importante era que después de la celebración del sacrificio de la Misa, Jesús se quedaba con ellas.
El año 1927, en la fundación de Tlalpán y cerca de Navidad, comenzaron de nuevo las dificultades, en una "casa fea, destartalada y triste", que "parecía una cuadra de animales y que recordaba también el misterio de Belén. El noviciado nació como Jesús, en medio de la suma pobreza, con la celebración de la Misa navideña de medianoche. Ahí cabían apenas "las siete sillas de las que formábamos la comunidad. ¡Pobre Jesús! Nunca me canso de admirarlo; su generosidad raya en locura para vivir con los que ama" (A.A., p.151). El permiso de tener el Santísimo llegó el 25 de febrero del año siguiente.
El P. Félix les advirtió que tenían que caminar solas en la fundación. La noticia les pareció "terrible", mientras "las ideas bullían... y el corazón estaba de pena". Pero quedaba el Señor con ellas: "Nuestro confidente único fue el Jesús de nuestro Sagrario" (A.A., p.161). Las penas e incomprensiones aumentaron. Pero ella deja constancia de su actitud: "El único recurso era mi Sagrario" (A.A., p.162).
La gran tribulación que acabará de moler el trigo para convertirse en pan donado, será el fallecimiento del P. Félix (1938). En los momentos de agonía del Padre Fundador, a la que no le permitieron asistir, M. Ana María, ante el Sagrario, supo "llorar con el querido Prisionero". Y añade: "En su Corazón purísimo desahogué la terrible pena que me mataba". Allí repitió su conformidad de línea eucaristica: "Eso quieres, mi Jesús? ¡Eso mismo quiero yo!" (A.A., p.250).
El Sagrario de Tlalpan fue testigo de su pena, al regresar del entierro en el panteón del Tepeyac: "Mi honda pena, a Dios gracias, tuvo desahogo en el Corazón bendito de Dios, en la oscuridad bienhechora de nuestro Sagrario de Tlalpan" (A.A., p.252).
En la vida ordinaria es donde Dios amasa nuestro barro para convertirla en un vaso de elección. Es la vida oculta de "Nazaret", donde también se amasó Jesús como "pan de vida", y donde quiso que compartieran con él su misma suerte, María y José.
El tono de la primera fundación en San Luís (1924), será siempre como la impronta característica de las fundaciones posteriores: "Vivimos al día, en completa pobreza, saboreando los frutos del espíritu evangélico". Así se imitaba la vida de la de Nazaret: "Ese ha sido siempre mi gran deseo y me satisface, por el amado color de ocultamiento legado por nuestro Padre: todo ante los ojos de Dios, nada ante los ojos del mundo" (A.A, p.74).
Así lo resume ella misma en la llamada "carta magna" (5 marzo 1926), que resume magistralmente el espíritu de la Congregación: "Cada casa debe ser, en cierto sentido, como un Cenáculo; allí consagró Jesús la Eucaristía; allí bajó el Espíritu Santo... Pero sobre todo, cada casa... debe ser otro Nazaret... Nazaret donde Jesús oró, trabajó, preparó su Obra y vivió en la intimidad de su Santísima Madre y de su Padre adoptivo. Oh, hijas mías, ése es mi grande ideal: que cada una de sus casas sea de veras un Nazaret; ahí tenéis presente a Jesús en el Sagrario, ahí está la Mirada amorosa del Padre, ahí el recuerdo vivísimo de María vuestra Madre Inmaculada... Que vivan ahí todas, y cada una, en la intimidad de Jesús, de María y de José" (A.A., pp.129, 131).
Dejarse moldear en las manos amorosas de Dios, al estilo de Jesús, supone poner en práctica los medios concretos de espiritualidad que han usado los santos, a partir de la Eucaristía (celebrada y adorada), de la recepción de la Palabra de Dios y de la actitud mariana. En las Cartas y Circulares, M. Ana Maria va recordando algunos de estos medios: la confesión (p.102), el sacrificio (pp.5, 11, 36, 59, 61, 66, 145), el examen general y particular (pp.97, 102, 104-105, 174, 220), las lecturas (p.32), el Rosario (p.17), la devoción a San José (pp.193-194, 304). Son medios que conducen a la práctica concreta de todas las virtudes (pp.73, 148, 192).
El tono general del proceso de santificación, que sigue M. Ana María, es de profunda humildad, a partir de una confianza filial inquebrantable, para llegar a una donación total. En las Cartas y Circulares los temas espirituales se presentan siempre en una perspectiva de confianza en el amor de Dios y en su Providencia (cfr. pp.29, 42, 69, 124, 146), para encuadrar ahí la exigencia de santidad. Hay detalles de las cartas que dejan entrever claramente la humildad de la M. Ana María (pp.12, 28); es una de las virtudes que más recomendaba (pp.18, 24, 39, 58, 62-63, 117, 139, 145, 179, 191, 229).
Ella se consideró siempre como un instrumento vivo en manos de Dios Amor: "En el nacimiento y desarrollo de esta Obra... me he comportado sólo como un instrumento en las manos de Dios, y como tal, nada he pedido ni rehusado, pero sí he tenido siempre la plena confianza ilimitada y amor apasionado por el Artista Divino, que cautivó mi amor desde que tuve uso de razón". Y refiriéndose al Padre Fundador, añade: "A mí sólo me ha tocado ser colaboradora, y me siento dichosa de ayudar como el granito de arena e la empresa del Señor" (A.A. p.107, año 1925).
Ella misma reconoce: "Mi vida espiritual tiene lagunas (una más grande que la otra)" (A.A., p.311). En el año 1946, simultáneamente a una gran alabanza por parte del obispo de Tulancingo, alguien había dicho de ella que era "soberbia", "pagada" de sí misma, "fatua". Pero ella comenta: "Por más exámenes de conciencia que he hecho, no me veo culpable, pero he aceptado con los brazos abiertos esta pésima opinión de mi persona, y he repetido mucha veces esta hermosa jaculatoria: Jesús manso y humilde de corazón" (A.A., p.346).
3. No sentirse nunca sola
Al leer con atención los escritos de M.Ana María, uno tiene la impresión de que nunca se sintió sola, sino siempre "relacionada" con Cristo. No podía prescindir de él para nada. Y nadie ni nada podía ocupar en su corazón el lugar que le correspondía al Señor. Esta vivencia aparece en íntima relación con Cristo en la Eucaristía. El lo llenaba todo y era su todo.
De ahí que su oración, siguiendo las orientaciones del P. Félix, era una "atención amorosa" a Dios. Se encuentra ente una presencia donada y hace de su propia presencia silenciosa una donación.
Durante el período de la primera fundación, en San Luís Potosí, la presencia de Jesús en la Eucaristía hacía fecundo el "silencio", cargado de "hondas impresiones". Los labios no sabían hablar, pero Jesús sabía todo que los "corazones" le quería decir. Este silencio de donación era parte de integrante del ser "hostias", con una amor apasionado "hasta la locura" (A.A., p.64).
En las Cartas y Circulares, la Eucaristía, celebrada y adorada, es el centro de su vida. En la celebración eucarística se hace presente Jesús inmolado incruentamente. En la adoración, la persona consagrada es "la hostia frente a la Hostia". Es "Hostia blanca, pura, humilde, víctima de amor en favor de las almas más queridas del Corazón de Dios: sus sacerdotes, sus religiosas" (p.24). La esposa de Cristo es como el "ostensorio" que muestra a Jesús a los demás (p.68). El amor de Jesús, presente en el Sagrario, es como un examen de amor, para que sean "nuestros pensamientos, palabras y obras tan sólo para el Señor" (p.190).
El Sagrario muestra a Jesús presente como sol que ilumina y fortalece. M. Ana María acompañaba a sus hijas ante el Sagrario: "En el correr de la camioneta, mi corazón estaba en Morelia, cerca de su querido Sagrario, diciéndole al Señor: llénalas, empápalas, imprégnalas de Ti que eres Amor" (Cartas y Circulares, p.268). El amor daba sentido a la vida inmolada con Jesús (cfr. pp.24, 162, 179).
NOTA: Ver también pp.275, 307-308.
El amor a Jesús Eucaristía era algo impreso en el corazón de M. Ana María, ya desde la primera comunión. Era su "mayor aspiración" (A.A. p.18). En los inicios de la fundación, el Sagrario podía suplir todas las carencias. "La compañía de Jesús lo llenaba todo" (A.A. p.69).
Los momentos de adoración eucarística daban sentido a la vida. El corazón podía explayarse, aunque fuera en silencio de donación: "La presencia de Jesús en el ostensorio llena siempre el alma de júbilo santo, goza el espíritu de un ambiente cálido, tranquilo; el pobre corazón humano se pierde en el de Dios, como la insignificante gota de agua en la inmensidad del océano" (A.A., p.119)
El tiempo de persecución estaba cargado de penalidades, pero también de nuevos consuelos, especialmente al tener la oportunidad de tocar la Eucaristía (por falta de ministros), cosa insólita en aquella época. Ella lo recuerda como detalle de enamorada: "la impresión que sentimos cuando por primera vez tomé la Hostia inmaculada entre mis manos" (A.A. p.179).
La Eucaristía marcó su vida, dejándola modelada por el sacramento y sacrificio del amor: "La presencia de N.S. en la Eucaristía es con frecuencia sensible a mi alma" (A.A., p.242, año 1936). "Tenemos aquí en Nazareth (Tlalpan) al Santísimo Expuesto. Ni mente, mi corazón, mi alma toda, se va con El. Qué dulce, pero dolorosa preocupación en las horas largas de trabajo, de escritorio, visitas, viajes" (A.A., p.403). Los enamorados tienen detalles que sólo los comprenden quienes saben de amor sincero (cfr. A.A. p. 39s).
En las Cartas y circulares, todos los temas tienen un matiz relacional. M. Ana María vive en relación con Dios. Lo que dice sobre la oración y contemplación, es lo que ella misma vive. Es oración relacionada con la Eucaristía y el Espíritu Santo (temas explicados más arriba). Aconseja así: "Tu oración debe ser continuada, sin desmayos ni interrupciones; así lo exige el éxito de tu apostolado" (p.84). Invita a seguir la pauta de San Pablo, para orar sin cesar (p.192). Es una característica de la Congregación: "La Hija del Espíritu Santo se pierde en Dios durante la oración" (p.121). Muchas veces ofrece pautas concretas para hacer oración (pp.9 y 174). Hay que "dar la primacía a la oración", para llegar a ser, como quería el P. Fundador, "almas contemplativas en medio de la acción, teniendo siempre la atención amorosa a Dios" (p.225; ver también p.256 y 298). Ella invita a "estar en su presencia" (p.101).
Esta actitud relacional no se reducía a los momentos que llamamos de oración, sino que abarcaban toda la vida, de modo permanente, como actitud habitual o de deseo de estar con el Amado y hacerlo todo por él. "Muchas veces siento el impulso de arrodillarme, aun en la calle, porque se me hace patente la presencia de Dios. Lo mismo me ha pasado con algunas personas: la presencia de Dios es vivísima en ellas" (A.A., p.404).
En las Cartas y Circulares, M. Ana María muestra siempre equilibrio entre la vida interior (oración) y la acción (apostolado). Invita siempre a una donación de totalidad (p.18). La referencia al "grano de trigo" (p.37) es como una intuición de lo que ella viviría los últimos años de su vida (murió nonagenaria). Ella invitaba a imitar la vida oculta de Nazaret: pp.11, 151, 178, 298). Lo importante es imitar a Cristo y aprender la "infancia espiritual" (pp.57-58, 62, 64). Así se puede llegar a ser "madre de las almas" (pp.82, 118, 301). Prevalecen siempre las líneas de oración, humildad, sacrificio (hostia), confianza, alegría, donación, caridad, fecundidad apostólica de la cruz...
Sobre la "infancia espiritual", además de las referencias (de Cartas y Circulares), que acabamos de citar, ella lo expresa como sintiéndose muy en sintonía con Santa Teresa de Lisieux: "Entendí, con inmenso gozo espiritual, los lazos fraternos que nos unen a Santa Teresita… Espíritu de humildad, sencillez, abandono, intimidad, confianza. En una palabra: ¡El hermosísimo espíritu de infancia espiritual" (A.A. p.313).
4. Seguimiento esponsal
Para M. Ana María, nada ni nadie podía suplir a Jesús. Era el amor incondicional y apasionado por Jesús la clave de su vida consagrada. La unión con el Señor era de criterios, valores y actitudes: "¿Eso quieres, mi Jesús? Eso quiero yo".
La transformación en Cristo crucificado fue su ideal y también la herencia que dejó a su familia espiritual: "Ser otro Jesús, copiarlo, reproducirlo, vivir su propia vida". Sólo así se puede realizar el seguimiento de Cristo sin esperar a ver el fruto apostólico.
Su corazón estaba orientado hacia el absoluto de Dios. "Nunca pude amar a nadie fuera de Él" (A.A., p.26). Y ésta será una constante de toda su vida consagrada: "En el fondo de mi alma crecía mi grande anhelo: ser toda de Dios en la vida religiosa" (A.A., p.43).
En los momentos de grandes renuncias, como fueron los de la primera fundación (1924), la persona de Jesús, profundamente amada, daba sentido a la vida. "¡Sólo el amor de Jesús, amor fuerte como la muerte, insondable como el abismo, nos ha impulsado, con fuerza titánica, a abandonarlo todo!" (A.A., p.62).
Las Cartas y Circulares son un tesoro de expresiones que indican una vida profundamente relacionada y entregada al Señor. El Corazón de Jesús, como expresión del amor de Dios, inunda casi todas las páginas del epistolario. "El bendito Corazón de Jesús, muchas veces lo he meditado, es el verdadero y único surtidor de aguas vivas, inagotables" (p.40). "Acércate a El con toda confianza y absorbe ese divino lubrificante que todo dolor amengua y suaviza" (p.43). Describe el Corazón de Jesús en la cruz, como "un corazón de fuego ¡El de Jesús!" (p.45). A veces, M. Ana María hace una llamada a la autenticidad y revisión de vida: "Me interesa que nos definamos. ¿Somos el consuelo de Cristo o fuente de penas para su adorable Corazón?" (p.188). "¡Cómo le duele la ingratitud de sus predilectos! Seamos su bálsamo, su consuelo; eso pide de todas y de cada una de las Hijas del Amor" (p.214). "Sólo en ese bendito asilo hallarán paz, sosiego, bienestar. Fuera de Él, todo es desilusión, desencanto" (p.305).
NOTA: Ver otras páginas de Cartas y Circulares: 99, 121, 168, 227, 279. El amor e intimidad con Jesús es el tono prevalente de los escritos: pp.43-45, 57, 142, 153. 201, 284, 305, 308.
M. Ana María había escuchado en su corazón una llamada de Jesús, invitándola a comunicar a otros esos amores: "Hay muy pocas almas en este Corazón" (A.A., p.41). Ella sabía refugiarse allí, especialmente en los momentos difíciles: "Nuestros ojos no han derramado lágrimas, porque secretamente las hemos depositado, a torrentes, en el Corazón bendito del amadísimo Jesús" (A.A., p.63).
En la "Carta Magna" (1926) resume el carisma de la fundación, teniendo como punto de referencia los deseos más profundos del Corazón del Señor: "Vuestro corazón, al desear para la Iglesia santos Misioneros y santos sacerdotes, es el eco fiel del Corazón de Jesús, porque Él no desea otra cosa con tanto anhelo, con tanta divina vehemencia" (A.A., p.130).
En el conjunto de Cartas y Circulares insiste continuamente en la puesta en práctica de la vida religiosa, como fidelidad a la vocación, por un proceso de santidad, en armonía con la voluntad de Dios, como consagración y desposorio, en la práctica de la caridad fraterna y de la vida comunitaria, para vivir la vida evangélica (votos) de castidad, pobreza, obediencia, según los matices del propio carisma o espiritualidad, en vistas a realizar el propio apostolado o misión educacional.
Siempre va indicando la vía del amor y de la confianza, partiendo de la humildad y poniendo en práctica los medios concretos de santificación: oración-contemplación, sacramentos (eucaristía), sacrificio, examen, lecturas, etc. Van apareciendo todas las virtudes; además de la fe, la caridad, la esperanza (confianza, alegría) y virtudes evangélicas, indica algunas virtudes propias de la educadora (testimonio, ecuanimidad, equilibrio).
Por esto, insta con urgencia a "vivir intensamente nuestra vida religiosa hoy mismo, mañana sería tarde" (Cartas y Circulares, p.12), como desposorio o preparación de "nuestra fiesta nupcial" (p.42). Se trata de llegar a ser "reproducción de Cristo" (p.25), porque "el Señor está ya cansado de mistificaciones y engaños" (p.31). Se intenta "reproducir a Cristo para abrasar en el fuego de su amor el mundo entero" (p.196) y de "transformarnos en El" (p.215). Ella va describiendo frecuentemente los componentes esenciales de la vida consagrada. Es una respuesta al "ven y sígueme" (p.13). Es "un camino con sólo flores de virtudes que embriagan el ambiente y embelesan la vida del Amado" (p.183).
Comenta con amplitud el Motu Proprio de Pablo VI ("Eclesiae Sanctae") en vistas a la aplicación del decreto conciliar "Perfectae Caritatis" (Cartas y Circulares, pp.188-189 y 194s). Al instar a ser fieles a la vocación religiosa, con su propio testimonio, invita, al mismo tiempo, a realizar una pastoral vocacional que respete la libertad de la persona posiblemente llamada (pp.278-279).
La vida consagrada la presenta en relación con la Eucaristía (de que hemos hablado más arriba), a manera de copón o también como "hostia" que se inmola con el Señor. En este sentido es "Hostia frente a la Hostia" (Cartas y Circulares, pp.66-69). Se armoniza siempre el sacrificio eucarístico, la presencia eucarística y la comunión sacramental.
La consagración tiene lugar por los votos, cuando "nos damos todas por entero al servicio de Dios" (Cartas y Circulares, p.18). En realidad "dichos votos no son más que medios para practicar las virtudes respectivas" (p.154). El "día feliz en que pronunciamos nuestros votos", fue una promesa de amor total al Señor (p.191). Son los votos de "pobreza, castidad y obediencia" (p-204). "Por la profesión de los consejos evangélicos que libre y voluntariamente hemos hecho a Dios, estamos obligados a seguir a Cristo en unión íntima coa El" (p.218).
M. Ana María había hecho el voto perpetuo de virginidad ya en el año 1918 (cuando tenía 24 años), asesorada por su Director Espiritual (A.A. p.35). Cuando hizo con sus primeras compañeras la primera profesión (1934), dejó constancia de que "nos dimos a Dios, explícita y oficialmente por los votos religiosos" (A.A., p.229). Lo más importante era el sentido de la entrega como expresión de un amor esponsal y total a Cristo.
En las Cartas y Circulares, la castidad se presenta en la línea de la intimidad con Cristo Esposo. La persona consagrada pertenece a Cristo como el copón y el ostensorio (en relación con la Eucaristía) (pp.60-69). La vida consagrada se hace como "lirio" para el Señor (p.72-73). Tiene dimensión mariana y eucarística, puesto que la "copia fiel de María Santísima" por su pureza (p.169), se alimenta de la Eucaristía y "debe ser pura porque El (Jesús) es la Pureza por excelencia" (ibídem). Jesús Hostia y el mismo color blanco del hábito les recuerdan que "son templos vivos del Espíritu Santo" (p.170). Su corazón era totalmente de Cristo Esposo, con una entrega de totalidad incondicional.
Con la pobreza evangélica se imita la pobreza de Jesús. M. Ana María insta a la práctica concreta de pobreza en el uso de las cosas (Cartas y Circulares, p.253). El significado de la pobreza lo resume así, aplicándoselo a sí misma: "¿Qué significado tiene para mí y para todas las Hijas del Espíritu Santo este vocablo radioso? Desprendimiento total de todo y de todos, menos, por decirlo así, de la esencia de Dios. Debemos renunciar hasta del afecto sensible de Dios" (p.285).
Ella habla de "feliz pobreza", en la que nació la Congregación, como recordando el nacimiento de Jesús en Belén, también en circunstancias de "pobreza", que indican la donación de sí mismo y no sólo de las cosas: "dominaba el deseo de hacer bien a las niñas" (A.A., p.35). A veces se encontraron "desposeídas de los indispensable" (A.A., p.67), pero ello era fuente de alegría y de vocaciones. Dice ella que "si entraran en nuestras casas podrían comprobar que vivimos al día, en completa pobreza, saboreando los frutos del espíritu evangélico... ¡Qué bien nos sentimos en nuestra feliz pobreza... Pero el Señor, providente, nos bendecía, y nada nos faltó en nuestra feliz pobreza" (A.A., p.74-75).
En el inicio de la fundación, hay un gesto sencillo y elocuente que indica el sentido de la pobreza. Lo poco que se tiene, se emplea para el Señor y para el apostolado: "Cuando llegué a San Luís Potosí, llevaba por todo capital diez pesos, que empleé en un florero para el Sagrario, un catecismo para ayuda la Santa Misa y un poco de aceite para el Santísimo" (A.A., p.70). En la Eucaristía se aprende el estilo de pobreza del Señor: darse a sí mismo. El Señor no se deja ganar en generosidad.
Esta pobreza daba lugar a "la verdadera libertad de los hijos de Dios". Por esto M. Ana María afirma que: "Nuestro Señor ha querido, desde los principios de esta Obra, que estemos santamente desprendidas, tanto en el orden material como en el espiritual" (A.A., p.110).
En el año 1927, entre éxitos y fracasos, reitera la prioridad de vivir en santa libertad, sin condicionamientos por parte de los bienes de la tierra: "Como nunca nos ha seducido la grandeza ni las proposiciones de dinero y ayuda pecuniarias, cuando éstas pueden desviar en algo el espíritu de nuestra Congregación, renunciamos a todo con tal de conservar aquél y nuestra preciosa libertad" (A.A., p.147).
En las Cartas y Circulares, la obediencia tiene sentido de afinar en la fidelidad a la voluntad de Dios, concretamente por medio de las disposiciones que provienen de los superiores y de la Regla o Constituciones (pp.10, 17, 24, 121). M. Ana María alude a las enseñanzas del P. Félix Rougier: "Si algo les he enseñado a mis hijas, ha sido a obedecer" (p.15). Citando la frase del Padre ("la flor exquisita de la obediencia es la docilidad"), añade ella: "Amada hija en el Señor, sé obediente, sé dócil, conviértete en blanda arcilla en manos de tu Superioras, hoy,mañana y siempre. Que decir Hija del Espíritu Santo equivalga a decir hija de obediencia perfecta" (p.71).
NOTA: Explica y concreta el tema frecuentemente: Cartas y Circulares, pp.125-126, p.145 (en relación con la humildad), 158 (alusión a la desobediencia de los primeros padres), 228, 288.
La "Carta Magna" habla de "enamoradas de la santa obediencia", que es la "obediencia ordinaria", "como la de Jesús, como la de María, completa, perfecta en todos sentidos"" (A.A., p.130). Las alabanzas sobre la obediencia no pueden reducirse a palabras bonitas, sino que respondían a una experiencia cotidiana de fe: ""¡Feliz obediencia que obra milagros y proporciona al alma tanta paz y alegría sobrenatural!" (A.A., 136).
En el inicio del primer noviciado canónico, cuando responder a la obediencia (sobre los nuevos hábitos) parecía casi imposible, ella, mirando sencillamente a todos sus hermanas, les dijo: "Así nos quiere Dios, enteramente sin voluntad... ¡Sea!" (A.A., p.214). En su ejemplo y en su enseñanza se vislumbra que estas afirmaciones indican una voluntad audaz y, por tanto, libre de toda otra preferencia que no sea el signo de la voluntad divina.
El camino de la castidad evangélica, de la obediencia y de la pobreza, al estilo de Jesús, sería imposible sin la ayuda de la comunidad, donde reina la caridad fraterna. En las Cartas y circulares, esta caridad se demuestra de modo especial en la vida comunitaria. M. Ana Maria dio siempre ejemplo: "Vivir vida de familia quiere decir olvido completo de sí mismas para pensar en los demás, multiplicar los pequeños servicios, servir y no ser servido. ¿Nuestro Modelo? María de Nazaret" (p.22).
A veces, esto comporta la verdadera corrección fraterna, hecha con moderación y caridad (Cartas y Circulares, p.23). Se imita especialmente la caridad del Corazón de Jesús (p.99). La puesta en práctica de la caridad fraterna era el gran anhelo de M. Ana María: "¡Ah, Señor, yo te pido con toda la energía de mi alma que nos amemos unas a otras, para mantener incólume el espíritu genuino de nuestra Congregación! Que decir Hijas del Espíritu Santo, sea sinónimo de Hijas del Amor, Hijas de la Caridad de Cristo. Hijas legítimas de la Madre de Dios" (p.103).
NOTA: Ver también Cartas y Circulares, pp. 33, 35, 38, 187, 228, 249, 252, 255, 257, 264, 266.
Es posible vivir la vida consagrada, con alegría y con generosidad, cuando la persona llamada se siente parte de una familia de verdad: "Deliciosos vínculos de caridad fraterna, que hacen de la vida religiosa una familia y dulce familia, donde todas las Hermanas, olvidadas de sí mismas, buscan tan sólo a Dios, eje único que da fuerza y sostiene esas benditas corporaciones religiosas" (A.A., p.117, año 1927).
Esta realidad tan hermosa, que a los ojos del mundo parece imposible y que en los escritos de M. Ana María parece circundada de poesía, se concreta en una realidad sencilla, sin heroicidades deslumbrantes. Esta realidad es posible, porque equivale a la vida de Jesús en Nazaret, con María y José. Es la vida ordinaria de todos los días, sólo descifrable a la luz de la fe. Dice en la "Carta Magna" (1926): "Pero sobre todo, cada casa... debe ser otro Nazareth... donde Jesús oró, trabajó, preparó su Obra y vivió en la intimidad de su Santísima Madre y de su Padre adoptivo... Hijas tan amadas de Jesús, que cada una de vuestras casas sea de veras un Nazareth. Que vivan ahí todas, y cada una, en la intimidad de Jesús, de María y de José" (A.A., p.129.131).
5. De la totalidad de la entrega, a la misión totalizante
La M. Ana María estaba siempre disponible para anunciar el Amor, a cualquier precio y en cualquier circunstancia, a costa de cualquier sacrificio. En su relación con los demás, especialmente con las hermanas, transmitía alegría y paz. Y estaba siempre abierta a todo nuevo campo de misión, siguiendo las indicaciones de la Iglesia y de los superiores.
Esta disponibilidad total para la misión provenía de su entrega de totalidad en el campo de la perfección. Para anunciar a Dios Amor, preveía que era necesario entregarse totalmente al Amor. Su vida era de "totalidad", desde las circunstancias concretas del propio Nazaret.
Decía sin concesiones a la moda: "Las medias tintas nunca me han satisfecho: TODO O NADA" (A.A., p.45). Y ante la eventualidad de enfocar el amor por otros derroteros afectivos legítimos, postulados por alguien que en su juventud le ofrecía el camino matrimonial, ella, sin faltar al respeto, no deja lugar a dudas: "Mi afecto, desde hace años, lo consagré a Dios. A él me doy por entero en la vida religiosa" (A.A., p.71).
Era un actitud asumida desde muchos años atrás, describiendo su "amor apasionado por el Artista Divino que cautivó mi corazón desde que tuve uso de razón" (A.A., p.107). Así podía alentar a sus hijas, para que su afectividad se enfocara incondicionalmente hacia el Señor: "La vida que hoy vivimos encierra una preciosa realidad. ¡Somos todas de Jesús!" (A.A., p.97).
Ante los grandes y pequeños acontecimientos de todos los días, ella fue concretando su entrega, paso a paso: "Procuraré cada momento ser más de Dios. No negarle nada. Trabajar intensamente por su gloria. Morir a mí misma y multiplicar mis actos de amor. Más obras que palabras. ¡Confianza, plena confianza en Él!... soy feliz, intensamente feliz. Tengo a Dios, palpita en mi alma... ¿Qué más puedo desear?" (A.A., p.288).
Vivía el camino de santidad como quien se toma en serio el amor de Jesús y el amor a Jesús. Por esto podía urgir a la santidad, como vocación connatural a la vida cristiana y consagrada. La vida consagrada no tendría sentido ni sería fecunda sin el deseo sincero de santidad: "Pero, mis queridas hijas, para realizar plenamente esos ideales debéis primeramente haceros santas. Habréis notado que cada vez que me separo de vosotras, bendiciéndoos os digo: «Haceos santas». Y lo digo siempre pensando en vuestra divina Misión" (A.A., “Carta Magna”, 1926, p.129).
No es santidad abstracta, sino un compromiso por tomar en serio el camino del amor. En sus escritos los contenidos señalan una orientación teocéntrica, centrada en el absoluto de Dios, pero concretada, bajo el impulso del Espíritu Santo, en un amor apasionado por Jesucristo, por su Corazón, su Cruz, su Eucaristía, su Madre, su Iglesia, las almas. Es la caridad cristiana, infundida en el corazón por el Espíritu Santo. Es, pues, una santidad de dimensión trinitaria, cristológica, eucarística, pneumatológica, mariana, eclesial, antropológica.
En las Cartas y Circulares, la vocación a la santidad la presenta como propia de la vida cristiana y, al mismo tiempo, como exigencia especial para la vida religiosa, como transformación peculiar en Cristo (pp.25 y 215). Es cuestión de llenarse sólo de Dios: "llénate de El... sólo El obrará estupendas transformaciones en tu alma" (p.21). Se trata de "reproducir" a Cristo o los "rasgos" de su fisonomía (virtudes), puesto que "este es el fin para que fuiste creada" (pp.44-45).
Es necesaria la propia colaboración a la gracia, sin retrasar las decisiones, puesto que "el tiempo vuela... y nuestra santificación está por hacerse" (Cartas y Circulares, p.46). "Estamos aún en la cuna de la santidad" (p.138). Nuestra santificación "Dios nos la exige con exigencia de amor" (p.144). "El alma santa arrastra a otras muchas... el estudio principal es el de nuestra santificación" (pp.276-277). "Un alma santa es una fortísima palanca que eleva al mundo entero" (p.285). La santidad consiste en la caridad, que se concreta en hacer la voluntad de Dios (p.286). Todos los escritos son como una llamada maternal de la Fundadora: "Háganse santas" (p.306).
El paso al apostolado, desde la vivencia del camino de perfección, es de una lógica desbordante. La colaboración en la salvación de las almas, por medio del apostolado, la va concretando según el objetivo de la Congregación: el campo de la educación. El celo de almas proviene de la unión con el Señor y se concreta especialmente en el apostolado educacional: "consume sus energías, su vida, en la obscuridad de los bancos del colegio" (Cartas y Circulares, p.15). Se trata siempre de comunicar o "dar a Jesús" (p.61). Y se traduce en las circunstancias de la vida ordinaria: "En tu sublime apostolado encontrarás a diario almas hambrientas de verdad y de vida" (p.67). Se siembra "en los niños" las semillas recibidas de la unión con Cristo (p.75). La “almas” significan el ser humano en toda su integridad, dentro del proyecto salvífico de Dios Amor en Cristo
La persona consagrada está llamada a "reproducir a Cristo, para abrasar en el fuego de su amor el mundo entero!" (Cartas y Circulares, p.196). Así invitaba a sus hijas a vivir la maternidad apostólica: "Eres madre en el sentido espiritual" (p.82). Era la gracia que ella pedía para sus hijas: "¡Dios mio, yo te pido para mis hijas un entusiasmo moderado. una actividad equilibrada en su misión de madres espirituales, para el logro de los grandes ideales que animan a su incomparable vocación!" (p.118; cfr. p.301). Ella describía la "sublime misión" de sus Hijas y de ella misma con estas palabras: "Somos heraldos incansables de la buena nueva" (p.106).
Puesto que las Hijas del Espíritu Santo realizaban su apostolado en las escuelas, M. Ana María hablaba frecuentemente de este apostolado y de cómo prepararse para ejercer cristianamente la docencia, como educadoras de los niños y jóvenes.
Aplicaba a los demás el método que a ella también le ayudaba, tomando las comparaciones de la naturaleza (el sol, el agua, las flores...), para describir la vida en Cristo. También hacía uso de las comparaciones litúrgicas o bíblicas. Los colores los combinaba según los objetivos: blanco (para describir la pureza), rojo (para delinear la caridad)... De este modo, siguiendo el ejemplo de Jesús, que usaba frecuentemente las parábolas y comparaciones, invitaba a adoptar una actitud de "infancia espiritual" ante los contenidos evangélicos.
NOTA: Ver las frecuentes alusiones a Santa Teresa de Lisieux: A.A., pp. 25, 38, 44, 57, 145, 162, 194, 238, 297, 313, 330s, 353, 404
6. Su secreto: un "sí" gozoso y generoso, estrenado todos los días, con María y como María
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Para M. Ana María, la vida se resuelve en un "sí", un "fiat" a la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen y también con su acompañamiento y con su ayuda. Es un "sí" que expresa una oblación eminentemente sacerdotal
La devoción mariana la aprendió desde niña. "Recuerdo con ternura indecible, el amor que profesaba a la Sma. Virgen. Me atraía Inmaculada, la Milagrosa, y mi sueño dorado era crecer para portar la cinta azul de las hijas de María, como las señoritas que veía en la Parroquia de Tacubaya" (A.A., p.18).
Su espiritualidad mariana le ayudó a hacer de la vida un himno a la gloria de Dios. "Los años pasan. El entusiasmo, a pesar de todas las dificultades, sigue grande, colosal. Nuestros anhelos son los mismos: la gloria de Dios en el apostolado femenino de la enseñanza. Este ideal toma cada día tintes más definidos, las penas y amarguras lo estimulan, y crece, se agiganta hasta el infinito" (A.A., p.185, año 1930). Así se explican algunas afirmaciones conocidas, que son ya una herencia espiritual: "Enséñame, Señor, a hacer tu voluntad". "No son el entusiasmo juvenil ni la novedad lo que me mueven, sino Tú, tu gloria".
En las Cartas y circulares, la referencia a la voluntad de Dios es un punto de referencia habitual. La vida consagrada tiende a "unir nuestra voluntad a la Voluntad de Dios" (p.12), "momento tras momento, hoy y siempre" (p.42). Habla por propia experiencia: "Si falta esta idea madre, todo será un fracaso" (p.116). La voluntad divina se muestra por medio de las Reglas o Constituciones (p.130), especialmente cuando se detallan los propios deberes (p.173-174). Dios está en el centro del corazón, si hacemos su voluntad (p.226). Esa es la "divisa" de la Congregación: la voluntad de Dios (p.236). Es la alegría de "vivir día a día según la adorable Voluntad del Señor" (p.266; cfr. p.286). En uno de sus últimos escritos (23 enero 1973) resume su vida con un "FIAT": "Siempre he anhelado hacer la adorable Voluntad de Dios... que acepto desde luego" (p.312)
Al describir el cúmulo de trabajos en el colegio de San Luís Potosí, deja constancia de que en "la vida de comunidad", "la armonía, la paz y la caridad fraterna", van unidas a "la alegría de cumplir la voluntad de Dios, siempre amable, aunque a veces muy cara" (A.A., p.307).
Su experiencia mariana le daba alientos para descubrir el lado positivo de esta fidelidad a la voluntad divina. Sus propias enfermedades, llevadas con confianza en la Providencia divina, fueron un campo privilegiado donde demostrar la fidelidad a los designios del Señor. Pero también cuenta que en diciembre del año 1923, se sintió curada de una enfermedad del oído, gracias a la oración a la Santísima Virgen de Guadalupe. Efectivamente, en la compra ventajosa de un cromo de la Virgen, para regalarlo a su hermana, su oración se expresó estampando un beso frente de la imagen; al momento se sintió curada y así quedó expedito el camino para la fundación (cfr. La Madrecita, p.115; lo cuenta también ella misma con todo detalle en: A.A., pp.54-55).
Como es lógico en el contexto mexicano, los detalles hacia la Virgen de Guadalupe son frecuentes y significativos. En los comienzos de la fundación (enero 1924, San Luís Potosí), la pieza destinada a Oratorio estaba presidida por la imagen de la Guadalupana, puesta allí por mano del Sr. Obispo, Miguel Mª de ka Mora.
Su devoción mariana tenía un marcado acento filial. Así la había experimentado (hacia los años 1922-1923, durante su enfermedad), "con estos dos títulos: Madre y Reina. Pero más Madre que Reina" (A.A., p.53). La mediación mariana era una referencia explícita a centrar la vida en Jesús. Más adelante (por el año 1954), hizo esculpir una imagen muy hermosa (actualmente en la capilla de la casa de Morelia, Michoacán). Era la "Reina y Madre de las gracias", la "Madre de la divina gracia", que expresaba su maternidad divina "con recogimiento y humildad" (A.A., p.54).
Su confianza filial llegaba al deseo ardiente de pedir a María "su Corazón, para amar con él al Amor". Sus ansias de amar eran así: "amar con el mismo Corazón de Dios, con el de María... ¡Esa, ésa es mi mayor ambición aquí en la tierra!" (A.A., p.84).
El mes de mayo le recordaba sus años infantiles, a modo de "amor puro y tierno a la Madre de Dios" (A.A., p.139). Cualquier detalle referente a la devoción mariana sabía reconocerlo con gratitud y gozo, como cuando le regalaron una escultura de la Inmaculada (cfr. A.A., p.153).
En las Cartas y Circulares, M. Ana María vivía el tema mariano en sentido filial y en relación de gran confianza e intimidad con el Corazón de María (ver pp.163, 231, 270, 279, 283, 311). A veces, en las cartas, aparece el tema de Lourdes (p.40) y de la Dolorosa (p.10). María nos acoge siempre en su regazo materno, porque es "Madre tierna" (p.309). Es Madre, modelo, intercesora, Maestra. "María de Nazaret fue una donación constante en favor de Jesús, de San José" (p.22).
Invitaba a colocar en manos de María el propio diseño de santidad y consagración (Cartas y Circulares, p.44). Invitaba también a hacerlo todo por Jesús con María: "Con María todo, sin María nada" (p.81). Por ella, bajo la acción del Espíritu Santo, se llega "a la perfecta transformación en Cristo" (p.121). De ella se aprende a ser "sonrisa de María, en el más perfecto ocultamiento" (p.126). Este detalle parece una descripción de la misma M. Ana María. Quería a sus Hijas "perdidas en Dios, en María" (p.278). Vivió intensamente el año de la definición dogmática de la Asunción (año 1950, ver pp.135-136). María es modelo de la dignidad de la mujer ("dignificó a la mujer", p.292).
NOTA: Ver también pp.141, 146, 148, 163, 169, 192, 203, 211-215, 224, 230-231, 256-257, 266, 269, 278, 295, 308, 311. Vive e invita a vivir el "fiat" de María: pp.163-164, 213, 277. Ver un texto muy emblemático de consagración a María: pp.212-213, 8 diciembre 1968.
Algunas de sus afirmaciones son muy conocidas en el ambiente de su familia espiritual, como es la siguiente: "¡María! Con su maternal sonrisa nos animaba a continuar con paso firme el camino trazado por Dios. La confianza plena en ella nos hacía vivir como el pequeñito en brazos de su madre. ¿Qué nos podía suceder si estábamos en tan dulce regazo?".
7. Alma sacerdotal
M. Ana María es una transparencia de alma sacerdotal, como oblación unida a la oblación de Cristo Sacerdote y Víctima, especialmente en favor de los ministros del Señor y aspirantes al sacerdocio. Esta oblación era parte integrante de su carisma fundacional, aplicada especialmente al campo de la educación vocacional. Se trataba de sembrar y cuidar vocaciones sacerdotales, sin descuidar la educación de las futuras madres y de las almas llamadas a la vocación de vida consagrada, también como oblación sacerdotal.
El tema es de suma actualidad y urgencia eclesial. Las vocaciones sacerdotales las da el Señor, pero quiere la colaboración de toda la comunidad eclesial, especialmente con oración comprometida. En este campo vocacional, se descuida, a veces, el sentido oblacional eucarístico, que enraiza en el bautismo y que tiene diversas derivaciones: vida sacerdotal propiamente dicha, almas consagradas para suscitar la santidad de las vocaciones sacerdotales, familias cristianas que vivan el bautismo y la Eucaristía como participación en el sacerdocio de Cristo, apóstoles que vivan en sintonía con los sentimientos sacerdotales de Cristo Buen Pastor...
Ella vivió esta realidad sacerdotal en el ambiente de familia espiritual, que había sido suscitada por el Espíritu Santo. Era una oblación impregnada de sencillez, prudencia, sensibilidad. No era una "victimación" extraña o trágica, sino un olvido de sí misma para sembrar la paz en todos los corazones. Su victimación consistía en el amor de donación. Cada una de sus hijas, al tratar con ella, se sentía apreciada y acompañada, también cuando la Madre dejó el cargo de superiora. Sus cartas reflejan estas actitudes, aprendidas en la oración de intimidad con Cristo y expresadas también en una vida escondida de silencio activo, en sintonía con la sorpresa de Dios en cada momento.
Así se fue cumpliendo la propuesta vocacional sugerida por el P. Félix Rougier en 1922, a partir de una propuesta clave: "¿Tiene fe?". Era una perspectiva fuera de lo común, que necesitaba una fe viva, puesto que se trataba de "una Obra... que tendrá como fin... preparar los sacerdotes del mañana". Ella lo comprendía y lo vivía así: "Adhesión cotidiana a su adorable Voluntad, que nos inmola momento tras momento a favor de los Cristo de la tierra".
Miraba a los ministros del Señor con ojos de fe, más allá de las apariencias e incluso de las cualidades. Ella misma afirma que aprendió de su mamá esta visión de fe: "¡Cómo admiro, respeto y estimo al sacerdote! Nunca he visto a la criatura, sino a Dios en ellos" (A.A., p.19). Ayudar a los sacerdotes a ser fieles era el apostolado más eficaz. Decía: "Santificar un sacerdote es salvar miles de almas" (A.A., p.100).
Es en la "Carta Magna" (6 de marzo de 1926) donde resume con más detalle su carisma sacerdotal, como sintonía con los sentimientos del Corazón de Jesús: "Vuestro corazón, al desear para la Iglesia santos Misioneros y santos sacerdotes, es el eco fiel del Corazón de vuestro Jesús, porque Él no desea otra cosa con tanto anhelo, con tan divina vehemencia" (A.A., p.130).
Y ella misma explica, también en la "Carta Magna", las razones de esta predilección del Señor: "Es que los sacerdotes son otros Jesús, son sus amigos de predilección, sus continuadores, son los confidentes de sus secretos más profundos, y a ellos solos se les abren en la dirección espiritual las almas que Él favorece más... Como Jesús consagran, como Él distribuyen a todos el Pan de Vida, como Él perdonan y devuelven a las almas la inocencia, como Él consuelan, animan, confortan, sostiene e indican a cada alma su camino" (A.A., p.130).
Ayudaba ella en el camino vocacional a un joven que quería ser sacerdote, a pesar de la intransigencia de su mamá. "Quiero ser sacerdote. Hábleme, Madre, de esta vocación, a la que me siento fuertemente inclinado" (decía a M. Ana María). Y ella anota el resumen de su respuesta: "Yo vaciaba mi alma y le decía lo que es el sacerdote del Señor: otro Cristo en la tierra, el medio que Dios ha escogido para llegar a las almas, su fecundidad en el orden espiritual" (A.A., p.319, año 1943). Aquella vocación no se hizo efectiva por la oposición de su mamá; si la Providencia permitió la muerte prematura de aquel joven, quizá fue para que su vocación se realizara en el más allá.
En esta perspectiva de oblación sacerdotal, unida a la oblación de Cristo, se comprende el misterio de la Cruz. En las Cartas y Circulares, la figura de Jesús en la Cruz es la expresión de su amor, que invita a amarle con totalidad y a descubrir la fecundidad del dolor, siendo "cruces vivientes". "No sin razón mis ojos, los de mi alma, se vuelven constantemente a ese Leño clavado en lo alto de una colina donde murió olvidado, despreciado, escarnecido, el adorable Jesús... Desde ese Madero bendito nos dice: Las grandes obras nacen a la sombra bienhechora de la Cruz, bañadas con sangre del alma" (p.15). Es "la cruz cotidiana, cruz que inmola, de labra, que cincela e el silencio y en la oscuridad" (p.20).
Se trata del misterio del amor de Dios revelado personalmente en el mismo Cristo. M. Ana María invita a mirar a Cristo crucificado que muere por amor (Cartas y Circulares, p.45). "Somos hijas de la cruz, somos una ramita de ese árbol bendito" (p.179). "La espiritualidad de la Cruz es la nuestra" (p.230). Y así lo pedía ella misma: "Yo le pido al Señor que seamos cruces vivientes" (p.261).
NOTA: Ver otras afirmaciones en Cartas y Circulares: pp.9, 51, 55-56, 147, 184, 213. Explica el anagrama de Jesús Hostia (IHS) en pp.43ss.
Su sintonía con Cristo crucificado, al estilo de San Pablo (cfr. Gal 2,19-20), se concretaba en una opción fundamental ante las humillaciones e incomprensiones: "A nada me resisto, porque quiero ser una reproducción de Jesús Crucificado" (A.A. p.52). Según ella, la Congregación había sido marcado por el signo fecundo de la cruz. Así lo afirma en 1944 (Colegio de Vallarta): "Como siempre, la cruz de la contradicción, de las dificultades de todo género, marcas propias de esta amada Congregación, lo sellan" (A.A., p.329).
Aún en circunstancias cotidianas, como en el caso de la entrada frecuente de los ladrones en casa (Tlalpan, 1946), ella sabe releer los acontecimientos a la luz del evangelio: "¡Qué fecundo es el dolor!" (A.A., p.344). En el cielo quedará la añoranza "de no haber sufrido más por Dios" (A.A., p.402).
Con estos matices, que podrían calificarse de "pascuales", porque dejan siempre el tono de esperanza, se comprende su "voto de siempre padecer", con el consejo y la autorización del P. Félix (A.A., p.140, año 1926).
Estos aspectos oblacionales de la vida sólo pueden comprenderse a la luz de la fe. La entrega debe tender a ser total, siempre acompañada por la prudencia (Cartas y Circulares, p.248), la pureza de intención (p. 239) y la gratitud por todas las gracias recibidas (p.271). Por esto, en cualquier exposición sobre la vida espiritual y apostólica, M. Ana María recomienda el espíritu de fe.
El espíritu de sacrificio, que resume y concreta la actitud oblacional, tiene como base "la sólida virtud de la fe" (Cartas y Circulares, p.36). Con ese espíritu de fe, se aprende a ver a Dios "en todas las criaturas, en los acontecimientos, en todo y en todos los que te hacer sufrir y sangrar" (p.47). Entonces "todo se nos hará fácil, asequible" y sabremos "apreciarlo todo con la verdad" (p.126). Invita a examinarse sobre esta actitud de fe (p.201). "El espíritu de fe... es indispensable para vivir plenamente la vida religiosa" (p.227).
Conclusión: Mar adentro
Alentada por al amor a la Iglesia, M. Ana María supo afrontar las situaciones, día a día, como quien abre camino y surca nuevos mares, mientras, al mismo tiempo, avanza siempre en familia y comunión eclesial. Sin este amor a la Iglesia, unido siempre al amor de María, no hubiera acertado a construir la propia familia espiritual ni a encontrar la aplicación adecuada de su carisma fundacional.
En las Cartas y Circulares el amor a la Iglesia aflora como parte del carisma fundacional: "Nacimos en la Iglesia, del amor y de la sonrisa de Mater (María)" (p.230). Por esto se sentía siempre unida a las intenciones de la Iglesia y así lo recomendaba a sus hijas, especialmente en los años de preparación para el concilio Vaticano II, como una invitación a abrirse fiel y generosamente a la acción del Espíritu Santo: "En este año (1962), de modo especial, seamos eco fiel del sentido de la Iglesia, y unidas en un solo corazón y en una sola alma, ofrezcamos todo lo que aquí sugiero, para obtener de ese Divino Espíritu el éxito del próximo Concilio Ecuménico" (Cartas y Circulares, p. 245). En esta misma carta (Tlalpan, 1962) invita a leer el "Tratado del Espíritu Santo", de Mons. Luís María Martínez, como preparación a la fiesta de Pentecostés.
No se ceñía solamente a la Congregación, sino también a todo el radio de acicón del trabajo apostólico. Por esto, en el apostolado educacional con los niños y jóvenes, recomendaba "hacer amar y acatar, no sólo las órdenes, sino los más simples deseos de Nuestro Santísimo Padre el Papa" (Cartas y Circulares, p.204, año 1968).
Repetidas veces, en las Cartas y Circulares, va sintetizando y glosando las notas características del carisma de la Congregación, que hemos descrito en el presente estudio. A veces son documentos específicos sobre el tema: "Rasgos espirituales de una Hija del Espíritu Santo" (pp.121-122), "Espíritu propio de las Hijas del Espíritu Santo" (pp.137-138 y 203-204), "Historia de la Congregación" (p.226-228). Otro documento parecido se encuentra en la sección de cartas dirigidas a las Superioras: "Historia de la Congregación" (pp.246-254).
NOTA: ella misma va indicando y dando testimonio de cómo vivir las líneas del propio carisma (pp.99, 103, 121, 145, 159-160,190, 203, 222, 229-230).
Así es su alma sacerdotal, quintaesencia de su carisma y ya herencia de espiritualidad en su nueva familia, abierta siempre a los nuevos planes de Dios. Se camina con un profundo sentido de Dios, de sorpresa en sorpresa, dejándose hacer por sus manos paternales. El amor a Cristo Eucaristía le deja la convicción de que no está nunca sola, puesto que el Esposo acompaña siempre a quienes se han consagrado a él. Se quieren dar al Señor todo el corazón y toda la vida, para amarle y hacerle amar. El secreto es siempre el "sí" gozoso y generoso, pronunciado todos los días, con María y como María, como se fuera la primera vez. Es una oblación eucarística, fruto de la participación activa en le sacrificio de la Misa y en el sacramento del amor.
Para esta participación oblativa es necesaria la acogida generosa del la Palabra de Dios. En un documento breve, resume las enseñanzas del P. Félix sobre cómo iniciar la meditación: "Puntos de los preludios para antes de la meditación, según deseo de nuestro amado Padre Fundador" (Cartas y Circulares, pp.9-10). Las citas o referencias del P. Fundador se encuentran en casi todas las cartas y en casi cada página de los Apuntes Autobiográficos; a él le dedica también un capítulo especial ("Recuerdos de nuestro Padre", pp.255-273). A veces alude al espíritu de la Ven. Concepción Cabrera de Armida (cfr. A.A., pp.41, 279).
Ella había calificado a la fundación como "nueva empresa", para el "cultivo de vocaciones sacerdotales y religiosas" (A.A., p.83, año 1924). Los contenidos del carisma ha quedado ampliamente descrito en la "Carta Magna" del 5 marzo de 1926 (A.A., p.128ss). En vistas a suscitar sacerdotes y almas sacerdotales, cada casa, en su ambiente eucarístico, es una escuela de santidad, por el amor a la obediencia y a la vida escondida de Nazaret. Y puesto que la Obra es "una Obra divina, Obra de amor y de grande misericordia", hay que caminar con confianza plena. El "cultivo de vocaciones sacerdotales" o de vida de oblación sacerdotal, merece y necesita esta oblación, unida a la de Cristo, en el amor del Espíritu Santo. M. Ana María tiene la convicción de ser "la primera Congregación de mujeres aprobada por Roma" para este objetivo.
El espíritu del P. Félix Rougier, con los matices peculiares del carisma de M. Ana María, queda descrito con una armonía de fidelidad a las gracias recibidas y de apertura a las nuevas gracias de Dios. Casi en cada página de Cartas y Circulares hace referencia al P. Rougier. Ella sigue fielmente sus enseñanzas y ayuda a sus hijas a valorarlas y a ponerlas en práctica.
El camino queda siempre abierto hacia una más allá, como respuesta a la invitación siempre actual de Jesús: “Boga mar adentro” (Lc 5,4). Las nuevas singladuras del camino eclesial del tercer milenio necesitan inspirarse en “la teología vivida de los santos” (Juan Pablo II, Novo Milennio ineunte, 27). “Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada, gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás” (Benedicto XVI, Deus Caritas est, 18).
(Atención) El texto es relativamente breve (sin literatura ni adornos), pero se ha intentado que sea una síntesis completa. Mis exposiciones son siempre muy sintéticas. Si se quisiera ampliar el texto, se podría hacer fácilmente de este modo:
A) Añadiendo, al final de cada capítulo, un ramillete de otras afirmaciones sobre el tema respectivo; indico algunas páginas en lo que llamo NOTA). Pero podría quedar el texto como está y añadir en apéndice los documentos que indico a continuación.
B) Por su importancia y valor de síntesis, podrían ponerse en apéndice estos breves documentos de la Madre (de Cartas Circulares): "Rasgos espirituales de una Hija del Espíritu Santo" (pp.121-122), el "Espíritu propio de las Hijas del Espíritu Santo" (pp.137-138 y 203-204). También la “Carta Magna” (Apuntes Autobiográficos).
C) Poniendo, al final, una cronología sintética de su vida y obra. Sería útil para los lectores.
ACENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL ITINERARIO FORMATIVO
Escrito por Super UserACENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL ITINERARIO FORMATIVO
Juan Esquerda Bifet
(Sumario)
PRESENTACIÓN: Formar el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido
1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial
2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio
3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral, pobre con los pobres
LÍNEAS CONCLUSIVAS
* * *
PRESENTACIÓN: Formar el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido
El itinerario formativo de la vocación sacerdotal tiene sus propios acentos en cada época histórica, y se reflejan en las nuevas situaciones y en las nuevas luces del Espíritu Santo, con vistas a formar los nuevos apóstoles.
Estos acentos tienen que encuadrarse hoy en la línea pastoral del concilio, de todos conocida y que necesita ser aplicada a las circunstancias actuales del inicio del tercer milenio. Recordemos dos textos clásicos del Vaticano II, que relacionan estrechamente la formación sacerdotal con los ministerios o con la acción pastoral: “Todoslos aspectos de la formación, el espiritual, el intelectual y el disciplinar, han de ordenarse conjuntamente a esta acción pastoral” (OT 4). Es un principio que corresponde al meollo de la santidad sacerdotal: “Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo su triple función sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo” (PO 13).
La cuestión que se plantea hoy es la aplicación concreta de esta línea conciliar y las estrategias que habría que programar en el itinerario formativo. Si en actual cambio de época, la sociedad “icónica” necesita signos claros de la presencia de Cristo resucitado, parece que la formación sacerdotal tendría que encuadrarse en una síntesis conciliar que podríamos llamar “holística”, es decir, en todo el contexto de los documentos conciliares (y postconciliares). En realidad, se trata de una formación eminentemente cristológica y, por tanto, profundamente sociológica y eclesiológica.
La aplicación de todo concilio, como puede constatarse en la historia de la Iglesia, la han hecho especialmente los santos, también santos sacerdotes. Tal vez hoy nos falta, por una parte, la síntesis conciliar adecuada para que se aplique el concilio de manera coherente, y, al mismo tiempo, quizá no hemos llegado a una síntesis de la espiritualidad, ministerio y vida sacerdotal expresada en un programa convincente y en testimonios claros dentro del Presbiterio. Es el reto que queremos afrontar.
Intentemos trazar una pincelada inicial y provisional sobre los contenidos del concilio. Todos los contenidos conciliares (y postconciliares) parecen apuntar a una Iglesia que sea transparencia y signo portador de Cristo (LG = “sacramento universal de salvación”). Es la Iglesia de la Palabra (DV), del misterio pascual (SC), insertada en el mundo (GS). Es, pues, la Iglesia portadora del misterio de Cristo, anunciado, celebrado, vivido, comunicado, hoy y aquí, en circunstancias culturales e históricas, en un mundo “global”.
Los documentos que se refieren a la formación sacerdotal, inicial y permanente, describen la figura del sacerdote como signo personal, sacramental y colectivo del Buen Pastor (cfr. PO, OT, PDV, Directorio, etc.). Este signo es parte integrante del misterio de la Iglesia.
Tengo la impresión que no se ha asimilado en el itinerario formativo esta perspectiva y terminología cristológica y eclesiológica, descrita en una de las afirmaciones más bellas y originales de la exhortación apostólica Pastores dabo vobis: “El sacerdote está llamado a ser imagen viva de Jesucristo Esposo de la Iglesia… en virtud de su configuración con Cristo, Cabeza y Pastor, se encuentra en esta situación esponsal ante la comunidad. En cuanto representa a Cristo, Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, el sacerdote está no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia. Por tanto, está llamado a revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa. Su vida debe estar iluminada y orientada también por este rasgo esponsal, que le pide ser testigo del amor de Cristo como Esposo y, por eso, ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de «celo» divino (cfr. 2Cor 11, 2), con una ternura que incluso asume matices del cariño materno, capaz de hacerse cargo de los «dolores de parto» hasta que «Cristo no sea formado» en los fieles (cfr. Gál 4, 19)” (PV 22; cfr. 29). Estas afirmaciones equivalen a la frase que Juan Pablo II repetía invitando a los jóvenes a seguir la vocación: “compartir la vida con Cristo”.
Ahora bien, ¿dónde encontrar hoy las “acentos” peculiares de la espiritualidad sacerdotal y cómo insertarlos en el itinerario formativo? Conviene recordar que somos herederos de una historia de gracia, que hay que custodiar y ampliar para transmitirla al futuro. Para ello es necesario aprovechar las lecciones del pasado, con un buen discernimiento que nos capacite para la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo.[1]
La historia hay que auscultarla con espíritu de fe, a la luz del misterio de Cristo, el Hijo enviado por el Padre “cuando llegó la plenitud de los tiempos” (Gal 4,4). En él, “el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca” (Mc 1,15). Sólo por medio de él se puede hacer una lectura auténtica y creyente de la realidad, puesto que “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22).[2]
Durante todo el siglo XX y especialmente a partir del concilio Vaticano II, la formación sacerdotal ha tenido el soporte de documentos muy concretos, emanados para la Iglesia universal o también para las Iglesias particulares. Quizá en ninguna otra época se ha trabajado tanto en este sentido.[3]
Para ser más concretos en los acentos actuales de la espiritualidad sacerdotal dentro del itinerario formativo, cabría aprovechar mejor las aportaciones del Papa Benedicto XVI con ocasión del año sacerdotal dedicado al Cura de Ars (2009-2010), además de las que tuvieron lugar durante el año dedicado a San Pablo (2008-2009). Esta documentación es como una herencia que debería dejar huella permanente para el futuro.Como decía el Papa, en el Mensaje para la jornada mundial de las comunicaciones sociales: “El sacerdote se encuentra en el inicio de una nueva historia” (Mensaje 16 mayo 2010).[4]
En este contexto, ya podemos esbozar una breve síntesis dinámica del itinerario formativo: formar personas profundamente relacionadas con Cristo para hacerse, con él y como él, cercanos a los hermanos. Se trata de formar no tanto en temas concretos (que son siempre necesarios), cuanto en realidades de gracia que comprometen la persona en una opción fundamental: la llamada de Cristo como declaración de amor, la participación en su misma consagración por el Espíritu Santo, el encuentro con él como relación y experiencia profunda, el seguimiento para compartir su misma vida, la comunión fraterna en el propio Presbiterio de la Iglesia local y con el propio obispo, la misión como disponibilidad a nivel local y universal. Son realidades de gracia intrínsecamente relacionadas con el sacramento del Orden, con vistas a ser signo personal y colectivo del Buen Pastor, hoy y aquí.
La época actual es una llamada urgente a hacerse disponible para la “nueva evangelización”. La creación de un nuevo “dicasterio” específico, indica que la evangelización se orienta más allá de las fronteras de la fe, en una perspectiva de globalidad intercultural e interreligiosa. Ahí está llamado el sacerdote a ser testigo de la esperanza, siendo visibilidad y memoria de Cristo resucitado presente en medio de la tempestad (“constructiva”) de cada cambio de época.
La espiritualidad, como vivencia de lo que uno es y de lo que uno hace, es, especialmente para el sacerdote ministro, una espiritualidad encarnada y redentora, como reflejo del amor “esponsal” de Cristo hacia toda la humanidad. Es espiritualidad que ayuda a vivir en positivo, sin agresividad ni desánimo ante las situaciones actuales que parecen impregnadas de incoherencia y de falta de valores. El poco fruto inmediato que pueda recolectarse sirve para recordar que la obra no es nuestra y que una sola persona merecería la atención de un proyecto de pastoral, casi como una “diócesis” demasiado grande para un pastor.
Una de las dificultades que habrá que afrontar en la actualidad es la falta de estrategias o programas concretos de actuación, para poner en práctica los principios teológicos y pastorales que parecen ya dilucidados suficientemente, tanto en la formación sacerdotal inicial como en la permanente.
1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial
La formación para el sacerdocio ministerial es profundamente relacional, de seguimiento de Cristo y de intimidad con él. Con Cristo, la vida se hace oblación en la caridad pastoral. Al mismo tiempo es un proceso de configurarse con él y de servicio para hacer que otros vivan en él. Esta realidad va incluida en el misterio de la Eucaristía como presencia, sacrificio y comunión, bajo la acción del Espíritu Santo y en dinámica misionera de esperanza cristiana hacia el encuentro definitivo.
Decimos “centralidad” en el sentido de que el misterio de Cristo es el polo o el centro, puesto que la vida cristiana tiende a “recapitular todas las cosas en Cristo” (Ef 1,10) y que “todo ha sido creado por él y para él… y todo tiene en él su consistencia” (Col 1,16-17; cfr. Jn 1,3ss). Es la misma centralidad del misterio pascual, de Cristo muerto y resucitado, que se anuncia, celebra, vive y comunica. Se trata de hacer de Cristo el corazón del mundo, empezando por el propio corazón.
En estos últimos años, en algunos ambientes ha habido una cierta alergia hacia todo lo cultual. Pero el misterio eucarístico va más allá de una discusión sobre conceptos, ideas y métodos. Por esto, “en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascual y pan vivo, que por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización” (PO 5; cfr. LG 11; SC 10).[5]
La formación sacerdotal es itinerario de encuentro, seguimiento, comunión y misión, en relación con el Misterio pascual de Cristo hecho presente y celebrado en la Eucaristía, que reclama anuncio y vivencia. De ahí deriva la caridad pastoral como oblación del mismo Cristo Buen Pastor, prolongada en la historia por medio de la vida de cada uno de sus ministros.
La “memoria” celebrativa de todo el misterio de Cristo, que tiene que ser también anunciado, comunicado y vivido, es eminentemente “ministerial”. El encargo (“haced esto”) incluye una relación esencial hacia los “tria munera”, ejercidos armónicamente, porque tienen como centro el misterio pascual de Cristo. Somos “cooperadores” (1Cor 3,9) para actualizar esta “memoria” celebrativa, profética o misionera y vivencial.[6]
No sería posible construir la Iglesia como Cuerpo de Cristo (Iglesia “comunión”) si la Eucaristía no fuera la fuente, la cima, el centro. La Eucaristía como presencia ofrece y pide relación, la Eucaristía como sacrificio ofrece y pide oblación, la Eucaristía como “comunión” ofrece y pide comunión fraterna.
Este aspecto eucarístico de la formación sacerdotal, lo recordaba el Papa en Fátima: “Queridos seminaristas, que ya habéis dado el primer paso hacia el sacerdocio y os estáis preparando en el Seminario Mayor o en las Casas de Formación religiosa, el Papa os anima a ser conscientes de la gran responsabilidad que tendréis que asumir: examinad bien las intenciones y motivaciones; dedicaos con entusiasmo y con espíritu generoso a vuestra formación. La Eucaristía, centro de la vida del cristiano y escuela de humildad y de servicio, debe ser el objeto principal de vuestro amor. La adoración, la piedad y la atención al Santísimo Sacramento, a lo largo de estos años de preparación, harán que un día celebréis el sacrificio del Altar con verdadera y edificante unción”.[7]
En el Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones (25 abril 2010), Benedicto XVI señala como “elemento fundamental y reconocible de toda vocación al sacerdocio... la amistad con Cristo”, que reclama “el don total de sí mismo a Dios”. Por esto, “quien quiere ser discípulo y testigo de Cristo debe haberlo «visto» personalmente, debe haberlo conocido, debe haber aprendido a amarlo y a estar con Él”. Al mismo tiempo, otro aspecto esencial de la vida sacerdotal es el de “vivir la comunión”. “De manera especial, el sacerdote debe ser hombre de comunión, abierto a todos, capaz de caminar unido con toda la grey que la bondad del Señor le ha confiado, ayudando a superar divisiones, a reparar fracturas, a suavizar contrastes e incomprensiones, a perdonar ofensas”.[8]
Los sacerdotes ministros han sido formados para construir la comunión de la Iglesia particular y universal (cfr. PO 6,7-9), como signo peculiar del discipulado cristiano (cfr. Jn 13,35) y como signo eficaz de evangelización (cfr. Jn 17,21). Es la comunión eclesial que deriva necesariamente del sacramento de la unidad.
Los fallos de relación fraterna en el Presbiterio se originan en el fallo de relación íntima con Cristo, de contemplación de su palabra viva en su Evangelio y de falta de tiempo para estar sin prisas en el corazón ante Cristo presente en la Eucaristía. Así lo recordaba Juan Pablo II: “La Eucaristía es fuente de la unidad eclesial y, a la vez, su máxima manifestación. La Eucaristía es epifanía de comunión” (MND 21). “Vosotros, sacerdotes, que repetís cada día las palabras de la consagración y sois testigos y anunciadores del gran milagro de amor que se realiza en vuestras manos, dejaos interpelar por la gracia de este Año especial, celebrando cada día la Santa Misa con la alegría y el fervor de la primera vez, y haciendo oración frecuentemente ante el Sagrario” (MND 30)
En la formación inicial (formación seminarística) es indispensable que los futuros sacerdotes vean en sus formadores y en los demás sacerdotes, la realidad de gracia de la “fraternidad sacramental” del Presbiterio (PO 8), a modo de “familia” y como “realidad sobrenatural” (PDV 74) o realidad de gracia. Los candidatos al sacerdocio necesitan ver lo que se les dice en el Código: “Se debe formar a los alumnos de modo que, llenos de amor a la Iglesia de Cristo, estén unidos con caridad humilde y filial al Romano Pontífice, sucesor de Pedro, se adhieran al propio Obispo como fieles cooperadores y trabajen juntamente con sus hermanos; mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia” (can.245, pár.2).
La exigencia de esta comunión en el Presbiterio diocesano deriva del sacramento del Orden. La fraternidad entre obispo, presbíteros y diáconos es de tipo sacramental y no principalmente sociológico, como formando parte de la naturaleza de la Iglesia comunión: “En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida de trabajo y de caridad” (LG 28). La consecuencia concreta es que “el Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización” (Directorio para el ministerio y vida sacerdotal 27).
En las circunstancias actuales son muy emotivas las palabras del Papa en Fátima, invitando a vivir estas realidades: “Amados hermanos sacerdotes, en este lugar especial por la presencia de María, teniendo ante nuestros ojos su vocación de fiel discípula de su Hijo Jesús, desde su concepción hasta la Cruz y después en el camino de la Iglesia naciente, considerad la extraordinaria gracia de vuestro sacerdocio. La fidelidad a la propia vocación exige arrojo y confianza, pero el Señor también quiere que sepáis unir vuestras fuerzas; mostraos solícitos unos con otros, sosteniéndoos fraternalmente. Los momentos de oración y estudio en común, compartiendo las exigencias de la vida y del trabajo sacerdotal, son una parte necesaria de vuestra existencia. Cuánto bien os hace esa acogida mutua en vuestras casas, con la paz de Cristo en vuestros corazones. Qué importante es que os ayudéis mutuamente con la oración, con consejos útiles y con el discernimiento. Estad particularmente atentos a las situaciones que debilitan de alguna manera los ideales sacerdotales o la dedicación a actividades que no concuerdan del todo con lo que es propio de un ministro de Jesucristo. Por lo tanto, asumid como una necesidad actual, junto al calor de la fraternidad, la actitud firme de un hermano que ayuda a otro hermano a «permanecer en pie»”.[9]
Todos recordamos el impresionante texto de la homilía de Benedicto XVI, al finalizar el año sacerdotal (11 junio 2010). Para superar algunas dificultades actuales, de todos conocidas y no siempre bien presentadas en los medios de comunicación, invita a una mayor selección, formación y acompañamiento: “En la admisión al ministerio sacerdotal y en la formación que prepara al mismo, haremos todo lo posible para examinar la autenticidad de la vocación; y queremos acompañar aún más a los sacerdotes en su camino, para que el Señor los proteja y los custodie en las situaciones dolorosas y en los peligros de la vida”.[10]
2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio
En el itinerario formativo es fundamental adentrarse en la contemplación y en el estudio del Misterio de Cristo, celebrado en la liturgia, para anunciarlo, vivirlo y ayudar a vivirlo. Decía Benedicto XVI, en la homilía del inicio de su Pontificado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.[11]
No sería posible especialmente hoy, en una sociedad que pide experiencia y testimonio, anunciar el misterio de Cristo sin una profunda experiencia de encuentro con él. A esta terminología vivencial ya nos acostumbró Juan Pablo II, como puede constatarse en su encíclica Redemptoris Missio: “La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas, infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima” (RMi 24). “Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo… Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. « No tengas miedo ... porque yo estoy contigo » (Hech 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre” (RMi 88).[12]
La Exhortación ApostólicaVita consecrata relaciona “el anuncio apasionado” con “el amor apasionado por Jesucristo: “El anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres” (VC 75). “El amor apasionado por Jesucristo es una fuerte atracción para otros jóvenes, que en su bondad llama para que le sigan de cerca y para siempre” (VC 109). Pastores dabo vobis usa la expresión: “creciente y apasionado amor al hombre” (PDV 71).
El itinerario formativo hacia esta experiencia contemplativa y misionera de Cristo requiere una ayuda pedagógica para no caer en exageraciones, pero también para no quedarse en conceptos abstractos o en teorías sobre él sin optar por “un conocimiento de Cristo vivido personalmente” (VS 88). El sano realismo de los santos presenta el ideal evangélico como posible en el “día a día” de la propia realidad.[13]
Se trata de “Alguien” profundamente amado, de quien ya no se puede prescindir. Nada ni nadie puede ocupar su puesto en nuestro corazón. Esta intimidad y amistad con Cristo se aprende especialmente en relación con la Eucaristía, pero también en la “escucha” de la Palabra. Si la Palabra es revelada como regalo de Dios, inspirada por la acción del Espíritu Santo, celebrada en la liturgia, predicada especialmente por el magisterio de la Iglesia, ello significa que reclama una apertura del corazón en la contemplación y en estudio. El apóstol no es señor de la Palabra, sino servidor fiel, humilde y audaz, en un proceso de estudio, contemplación, celebración, vivencia y anuncio.[14]
El itinerario formativo para el anuncio de Cristo exige también saber hablar de Dios con el lenguaje de hoy sin vaciar los contenidos evangélicos. La problemática teológica actual necesitaría un lenguaje más inteligible, que lo pudieran entender los “sencillos” (cfr. Mt 11,25) y también la gente de hoy en general, que no captan tanto las abstracciones.[15]
El itinerario formativo en la vida espiritual reclama la dedicación al estudio teológico. Hay que reconocer actualmente la falta de síntesis sapiencial y vivencial en un inmenso abanico de especializaciones. A juzgar por las impresiones de los mismos estudiantes, parece que no se ha llegado a presentar el Misterio de Cristo como punto de referencia de todas las materias. El concilio Vaticano II pedía: “En la revisión de los estudios eclesiásticos hay que atender, sobre todo, a coordinar adecuadamente las disciplinas filosóficas y teológicas, y que juntas tiendan a descubrir más y más en las mentes de los alumnos el Misterio de Cristo, que afecta a toda la historia del género humano, influye constantemente en la Iglesia y actúa, sobre todo, mediante el ministerio sacerdotal” (OT 14).[16]
Es la orientación trazada por Juan Pablo II: "El conocimiento de la verdad cristiana recuerda íntimamente y exige interiormente el amor a Aquel a quien ha dado su asentimiento. La teología sapiencial de Santa Teresa del Niño Jesús muestra el camino real de toda reflexión teológica e investigación doctrinal: el amor, del que «dependen la ley y los profetas», es amor que tiende a la verdad y, de este modo, se conserva como auténtico ágape con Dios y con el hombre".[17]
El aliento vivencial aprendido en la contemplación y estudio del Misterio de Cristo, ayudará a reconocer con sana lógica la dimensión misionera de la propia Iglesia particular, en la comunión de la Iglesia universal: “Toda la diócesis se hace misionera” (AG 38); “La Iglesia universal se encarna de hecho en las Iglesias particulares” (EN 62). “Después del Concilio se ha ido desarrollando una línea teológica para subrayar que todo el misterio de la Iglesia está contenido en cada Iglesia particular, con tal de que ésta no se aísle, sino que permanezca en comunión con la Iglesia universal y, a su vez, se haga misionera” (RMi 48).
3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral, pobre con los pobres
Los documentos magisteriales sobre el ministerio, la vida y la formación inicial y permanente del sacerdote, insisten de modo armónico en la exigencia y la posibilidad de una vida evangélica al estilo del Buen Pastor y siguiendo el modelo de los Apóstoles. La caridad pastoral no es sólo la disponibilidad para la acción pastoral, sino la sintonía con el mismo estilo de vida del Buen Pastor, que da la vida (Jn 10 y 15), dándose él mismo, según el proyecto del Padre y como “consorte” o “esposo”.[18]
El sacerdocio ministerial es para el bien de toda la Iglesia, como signo transparente y portador de Cristo Sacerdote. Decía el Santo Cura de Ars: “El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino par vosotros”. Por esto, la Iglesia tiene derecho de ver en sus sacerdotes el modo de amar de Cristo Esposo. “La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo, Cabeza y Esposo, la ha amado” (PDV 29; cfr. PDV 22, citado más arriba)-
La vivencia de lo que uno es (la consagración) y de lo que uno hace (la misión) constituye la esencia de la espiritualidad sacerdotal, como armonía entre contemplación y misión.[19]
Esta vivencia de la “caridad pastoral” (PO 13) refleja el “gozo pascual”, como “máximo testimonio del amor” (PO 11), que es fuente de vocaciones. Los llamados al sacerdocio necesitan ver la posibilidad y la realidad de esta caridad pastoral, que es transformadora (por la configuración con Cristo), contemplativa, comunional y misionera. El concilio la llama “ascesis propia del pastor de almas”, que se concreta en la renuncia de los propios intereses “no buscando sus conveniencias, sino la de muchos, para que se salven, progresando siempre hacia el cumplimiento más perfecto del deber pastoral, y cuando es necesario, están dispuestos a emprender nuevos caminos pastorales, guiados por el Espíritu del amor, que sopla donde quiere” (PO 13)
Es la caridad pastoral (PO 13; PDV 21-27) concretada en obediencia, castidad y pobreza (PO 15-17; PDV 27-30), no principalmente como normas que hay que cumplir, sino como consecuencia de una declaración de amor (por parte del Señor) y de un opción fundamental (por parte del llamado).
Es la misma vida de los Apóstoles (“apostolica vivendi forma”) (cfr. PDV 14-15), que también se llama “radicalismo evangélico” (PDV 20, 27), aunque éste no sea necesariamente “profesado” como en la “vida consagrada”.
En esta perspectiva, la formación en la vida espiritual sacerdotal, sin rebajar el ideal evangélico de los Apóstoles, necesita señalar su realidad concreta y los medios necesarios para ponerla en práctica. El proyecto de vida en el Presbiterio, ya delineado en la vida del Seminario, puede ser uno de los mejores medios para asegurar la fidelidad generosa y la perseverancia. Bastaría con trazar unas líneas básicas sobre: ideario, objetivos, medios.
Parece que tendría que subrayarse la dinámica del “discipulado misionero”, como ha hecho el documento de “Aparecida” (año 2007), pero apllicándolo a la vida sacerdotal: “La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cfr. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cfr. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cfr. 2 Cor 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cfr. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cfr. Lc 10, 4ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio”.[20]
El “discipulado” evangélico tiene estas características de encuentro (contemplación, amistad), seguimiento en comunión fraterna y disponibilidad misionera (cfr. Mc 3,13-14). El “seguimiento” evangélico de los Apóstoles y de sus sucesores (la “apostolica vivendi forma”) ha sido el punto de referencia de toda forma de vida consagrada posterior (cfr. VC 93).[21]
Los “discípulos” del Señor son testigos gozosos de la esperanza evangélica, para formar a la comunidad en esta perspectiva de confianza y de gozo pascual. Es la esperanza que presupone un corazón desprendido, que señale el valor de la trascendencia concretada en el encuentro final con Cristo resucitado.
Los ministerios sacerdotales tienden a educar la comunidad eclesial en la esperanza, para saber compartir con solidaridad y gratuidad: “Sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni tampoco logra entender quién es… Ante el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia… Por tanto, la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa… El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano… El amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente, aun cuando lo que consigamos nosotros, las autoridades políticas y los agentes económicos, sea siempre menos de lo que anhelamos. Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande” (Caritas in veritate 78).
Los “desequilibrios en el interior del hombre” (GS 10) se reorientan presentando la “unidad de vida” (PO 14) típica de quien ejerce los ministerios “sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo” (PO 13). El desprendimiento evangélico, al estilo del Buen Pastor y de los Apóstoles, es armonía (psicológica y teológica) de criterios, valores y actitudes (fe, esperanza y caridad), como camino de una formación integral.
En el Mensaje para la jornada mundial de las vocaciones (2010), encuadrada en el año sacerdotal, Benedicto XVI invitaba a dar un “testimonio personal hecho de elecciones existenciales… testimonio sellado con la opción de la cruz”, que es reflejo de la amistad con Cristo y “don total de sí mismo a Dios”.[22]
El itinerario que han seguido los santos es, al mismo tiempo, de realismo y de exigencia. Teniendo en cuenta la propia realidad (gracias, psicología, sociología), no cabe dudar de la declaración de amor (confianza), para caminar hacia una entrega que intenta seriamente que sea de totalidad (oblación sacerdotal, caridad pastoral). La formación “espiritual” tiene que ser “integral”, en armonía con la formación humana, intelectual, pastoral, comunitaria.[23]
La llamada a esta entrega sacerdotal (y analógicamente de vida consagrada) tiene que presentarse con el atractivo de la “libertad”, como ha hecho Benedicto XVI en Fátima: “En este camino de fidelidad, amados sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y laicos comprometidos, nos guía y acompaña la Bienaventurada Virgen María. Con Ella y como Ella somos libres para ser santos; libres para ser pobres, castos y obedientes; libres para todos, porque estamos desprendidos de todo; libres de nosotros mismos para que en cada uno crezca Cristo, el verdadero consagrado al Padre y el Pastor al cual los sacerdotes, siendo presencia suya, prestan su voz y sus gestos; libres para llevar a la sociedad moderna a Jesús muerto y resucitado, que permanece con nosotros hasta el final de los siglos y se da a todos en la Santísima Eucaristía”.[24]
LÍNEAS CONCLUSIVAS
Es importante en todo el proceso de selección, formación y acompañamiento, que los candidatos tiendan a vivir profundamente relacionados con Cristo, comprometidos en su seguimiento, afianzados en la comunión fraterna originada por el sacramento del Orden, disponibles para hacer conocer y amar a Cristo en el mundo de hoy y más allá de las fronteras de la fe.
Es, pues, un itinerario de encuentro (vocación, amistad, contemplación), imitación (sintonía, seguimiento, compartir), fraternidad (comunión) y misión. La presencia de Cristo, “experimentada” a la luz de la fe (cfr. RMi 24 y 88, citados más arriba), da al itinerario formativo la perspectiva del “Padre nuestro” (contemplación, relación, fraternidad), de las bienaventuranzas (esperanza, misión) y del mandato del amor (santidad, donación, solidaridad, gratuidad).
La “centralidad” de Cristo, que hemos intentado describir, equivale a la armonía de todo su misterio pascual presente en la Iglesia: Cristo resucitado, anunciado, celebrado, vivido, comunicado. De él se aprende la cercanía donada, oblativa, según su mismo estilo de vida evangélica.
A la luz del Misterio de Cristo (encarnación y redención), se aprecia mejor la armonía de todo su actuar profético, litúrgico y pastoral, como presencia activa y oblativa que fundamenta la “unidad de vida” (PO 14), que es característica de la “caridad pastoral” (PO 13-14). Los ministerios son armónicos, vistos desde el encargo eucarístico (“haced esto”), como participación en la misma consagración de Cristo y como prolongación de su misma misión.
Esta armonía del itinerario formativo hace posible la “comunión” de toda comunidad eclesial, entre vocaciones, ministerios y carismas, sin dicotomías. La relación profunda con Cristo presente, inmolado y comunicado, hace posible el anuncio apasionado del evangelio y el estilo de vida del mismo Señor (pobre con los pobres y padre de los pobres).
En esta armonía del corazón y de la vida se puede ejercer el sacerdocio con el “gozo pascual” (PO 11) que es fuente de vocaciones. Es vivencia de la presencia de Cristo en fraternidad sacramental y en generosidad evangélica al estilo de los Apóstoles. Es el mismo Cristo, presente e inmolado de modo especial en la Eucaristía, vivo en su Palabra, presente en medio de los hermanos.
Este itinerario supone una selección adecuada y una formación inicial y permanente integral, que debe concretarse en un “acompañamiento” por parte de toda la Iglesia local y de su Presbiterio presidido por el obispo.[25]
En este itinerario formativo no puede faltar “la Madre de Jesús” y nuestra. Son de todos conocidas las afirmaciones marianas conciliares y postconciliares relativas al sacerdote, ya desde el período de su formación: “Amen y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo” (OT 8). “En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad (al Espíritu Santo; ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).
Como afirmaba Juan Pablo II, por ser “Madre y educadora de nuestro sacerdocio… cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (PDV 82). Por esto, "la espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 68).
La presencia activa y materna de María en todo el proceso formativo sacerdotal aparece con frecuencia en las enseñanzas del magisterio postconciliar. Es emotivo el texto de la consagración de los sacerdotes al Corazón de María, realizada por Benedicto XVI en 2010: “Madre Inmaculada… Madre de la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto. Queremos cada día repetir humildemente no sólo de palabra sino con la vida, nuestro «aquí estoy»… Madre nuestra desde siempre, no te canses de «visitarnos», consolarnos, sostenernos… Con este acto de ofrecimiento y consagración, queremos acogerte de un modo más profundo y radical, para siempre y totalmente, en nuestra existencia humana y sacerdotal. Que tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas, haga que torne la calma después de la tempestad, para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo”.[26]
APÉNDICE DOCUMENTAL: Algunos documentos más concretos, además de los citados, de interés para la formación en la espiritualidad sacerdotal: CIC (1983) can.232-264 (sobre la formación de los clérigos). (CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA) Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (19 marzo 1985); Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal (11 abril 1974); La formación teológica de los futuros sacerdotes (22 febrero 1976); Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios (3 junio 1979), Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios (6 enero 1980); Carta circular sobre la Virgen María en la formación intelectual y espiritual (25 marzo 1988); Instrucción sobre el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal (10 noviembre 1989); Directrices sobre la preparación de los Formadores en los Seminarios (4 noviembre 1993); El período propedéutico: documento informativo (1 mayo 1998). (CONGREGACIÓN PARA EL CLERO) El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano (19 marzo de 1999); El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial (4 agosto 2002). (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE) Instrucción sobre La vocación eclesial del teólogo (24 de mayo de 1990). (CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS) Carta circular a las Conferencias Episcopales sobre la dimensión misional en la formación del sacerdote (Pentecostés 1970); Guía de vida pastoral para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias que dependen de la CEP (1 octubre 1989). (CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, COMISIÓN EPISCOPAL DE MISIONES Y COOPERACIÓN ENTRE IGLESIAS) La formación misional en los Seminarios y Estudios Teológicos (25 julio 1982); Plan de formación para los Seminarios Menores (27 septiembre 1991); La formación para el ministerio presbiteral. Plan de formación sacerdotal para los Seminarios Mayores (30 mayo 1996); "Habla, Señor". Valor actual del Seminario Menor (21 noviembre 1998).
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(Curriculum):
D. JUAN ESQUERDA BIFET:
Lugar y fecha de nacimiento: Lleida, 13 de abril de 1929.
Ordenado presbítero: Lleida, 11 de julio 1954.
Doctor en Teología, Universidad de Comillas, Madrid (Licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca)
Doctor en Derecho Canónico, Universidad Santo Tomás, Roma.
Profesor emérito de Misionología en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.
Director emérito del Centro Internacional de Animación Misionera, Roma.
Consultor de la Congregación del Clero y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
Director Espiritual del Pontificio Colegio Urbano, Roma.
Asesor espiritual en el Seminario de Terrassa.
Algunos libros publicados: Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991); Signos del Buen Pastor (Bogotá, CELAM, 1991); Teología de la evangelización (Madrid, BAC, 1995); Hemos visto su Estrella, Teología de la experiencia de Dios en las religiones (Madrid, BAC, 1996); Diccionario de la Evangelización (Madrid, BAC, 1998); Introducción a la doctrina de San Juan de Ávila (Madrid, BAC, 2000); Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente (Madrid, BAC, 2004); Misionología (Madrid, BAC, 2008); Espiritualidad Sacerdotal (Valencia, EDICEP, 2008); Espiritualidad Mariana (Valencia, EDICEP, 2009).
(ESQUEMA)ACENTOS DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN EL ITINERARIO FORMATIVO
PRESENTACIÓN: Formar el corazón sacerdotal en la centralidad de Cristo celebrado, anunciado, vivido
Formar personas profundamente relacionadas con Cristo para hacerse, con él y como él, cercanosa los hermanos. Se trata de formar no tanto en temas concretos (que son siempre necesarios), cuanto en realidades de gracia que comprometen la persona en una opción fundamental. Documentos que indican los acentos actuales de la formación sacerdotal.
1. Centralidad de Cristo celebrado en la EUCARISTÍA: formación para el servicio sacerdotal de construir la comunión eclesial
La formación sacerdotal es itinerario de encuentro, seguimiento, comunión y misión, en relación con el Misterio pascual de Cristo hecho presente y celebrado en la Eucaristía, que reclama anuncio y vivencia. De ahí deriva la caridad pastoral como oblación del mismo Cristo Buen Pastor, prolongada en la historia por medio de la vida de cada uno de sus ministros.
Los sacerdotes ministros han sido formados para construir la comunión de la Iglesia particular y universal (cfr. PO 6,7-9), como signo peculiar del discipulado cristiano (cfr. Jn 13,35) y como signo eficaz de evangelización (cfr. Jn 17,21). Es la comunión eclesial que deriva necesariamente del sacramento de la unidad.Formación para vivir el Presbiterio como “fraternidad sacramental” (PO 8).
2. Centralidad de Cristo anunciado: la formación para el servicio sacerdotal del ANUNCIO apasionado del Evangelio
En el itinerario formativo es fundamental adentrarse en la contemplación y en el estudio del Misterio de Cristo, celebrado en la liturgia, para anunciarlo, vivirlo y ayudar a vivirlo. Decía Benedicto XVI, en la homilía del inicio de su Pontificado: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.
El itinerario formativo para el anuncio de Cristo exige también saber hablar de Dios con el lenguaje de hoy sin vaciar los contenidos evangélicos
3. Centralidad del misterio de Cristo vivido por el sacerdote: la formación según el ESTILO DE VIDA EVANGÉLICA, caridad pastoral, pobre con los pobres
Los documentos magisteriales sobre el ministerio, la vida y la formación inicial y permanente del sacerdote, insisten de modo armónico en la exigencia y la posibilidad de una vida evangélica al estilo del Buen Pastor y siguiendo el modelo de los Apóstoles. La caridad pastoral no es sólo la disponibilidad para la acción pastoral, sino la sintonía con el mismo estilo de vida del Buen Pastor, que da la vida (Jn 10 y 15), que se da a símismo, según el proyecto del Padre y como “consorte” o “esposo”.
CONCLUSIÓN: Este itinerario supone una selección adecuada y una formación inicial y permanente integral, que debe concretarse en un “acompañamiento” por parte de toda la Iglesia local y de su Presbiterio presidido por el obispo. La dimensión mariana.
[1]He intentado resumir esta historia en: Misión al estilo de los Apóstoles. Itinerario para la formación inicial y permanente(Madrid, BAC, 2004), cap.9 (Itinerario formativo: etapas, dimensiones y proyecto de vida personal y comunitario). Respecto a la formación concreta en los Seminarios durante los diversos períodos históricos: Itinerario formativo de las vocaciones sacerdotales. Modelos teológico-históricos: Seminarium 46 (2006), n.1-2, 291-316.
[2]El Instrumentum Laboris de la Plenaria de la Congregación de los Pueblos (16-19 noviembre 2009) aporta datos muy interesantes para poder descubrir los “nuevos areópagos” y afrontarlos con el espíritu de San Pablo: San Pablo y los nuevos areópagos. A este documento habría que añadir los documentos de los Sínodos episcopales (especialmente continentales) ya realizados. Esta documentación es un verdadero tesoro, un hecho de gracia, para detectar la acción del Espíritu Santo en la Iglesia de hoy.
[3]Colección de documentos: La formación sacerdotal, Enchiridion. Documentos de la Iglesia sobre la formación sacerdotal (1965-1998)(Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999); Documenti (1969-1989), Formazione dei sacerdoti nel mondo d'oggi (Lib. Edit. Vaticana 1990. Ver algunos documentos citados en el apéndice final.
[4]Algunos documentos de Benedicto XVI durante el año sacerdotal: Carta para la convocación de un año sacerdotal (16 junio 2009); Homilía durante las vísperas (19 junio 2009, apertura del año sacerdotal); Catequesis sobre el Cura de Ars (Audiencia 24 junio 2009); Catequesis recordando la Fiesta del Cura de Ars (5 agosto 2009); Discurso a los participantes en el Congreso Teológico promovido por la Congregación del Clero (12 marzo 2010); Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones(25 abril 2010); Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de las comunicaciones sociales: “El sacerdote y la pastoral en el mundo digital” (16 mayo 2010); Homilía durante la ordenación presbiteral (San Pedro, 20 junio 2010); Homilía durante la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010); Acto de consagración de los sacerdotes al Corazón de María(Fátima, 12 mayo 2010); Homilía en la clausura del Año Sacerdotal (11 junio 2010). Hay que resaltar las tres catequesis sobre cada uno los tres ministerios sacerdotales (“tria munera”) (14 abril, 5 mayo, 19 mayo 2010: anuncio, culto y santificación, dirección). Un intento de síntesis sobre el pensamiento sacerdotal del Papa durante sus coloquios: Perché sacerdote? Risposte attuali con Benedetto XVI(Cinisello Balsamo, Edizioni San Paolo, 2010).
[5]Juan Pablo II instó a vivir esta centralidad en la Encíclica Ecclesiade Eucharistia (17 abril 2003) y en la Carta ApostólicaMane nobiscum Domine para el año de la Eucaristía (7 octubre 2004).“El hombre está siempre tentado a reducir a su propia medida la Eucaristía, mientras que en realidad es él quien debe abrirse a las dimensiones del Misterio. «La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones»” (MND 14); el documento cita Ecclesia de Eucharistia 10. Es la misma insistencia de BenedictoXVI en la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis (22 febrero 2007).
[6]Cfr. A.M. CAÑIZARES, Sacerdocio e liturgia: educacione alla celebrazione: Sacrum Ministerium XVI (2010) 129-149 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).
[7]BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010).
[8]En este mismo mensaje, el Papa, aludiendo a un encuentro con sacerdotes, hace referencia a la importancia de la “comunión” sacerdotal con vistas a suscitar vocaciones: “En julio de 2005, en el encuentro con el Clero de Aosta, tuve la oportunidad de decir que si los jóvenes ven sacerdotes muy aislados y tristes, no se sienten animados a seguir su ejemplo. Se sienten indecisos cuando se les hace creer que ése es el futuro de un sacerdote. En cambio, es importante llevar una vida indivisa, que muestre la belleza de ser sacerdote. Entonces, el joven dirá: «sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir» (Insegnamenti I, [2005], 354). El Concilio Vaticano II, refiriéndose al testimonio que suscita vocaciones, subraya el ejemplo de caridad y de colaboración fraterna que deben ofrecer los sacerdotes (cf. Optatam totius 2)” (BENEDICTO XVI, Mensaje Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 25 abril 2010).
[9]BENEDICTO XVI, Homilía en la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010).
[10]Homilía en la clausura del año sacerdotal(11 junio 2010). Mi impresión personal es que se ha fallado especialmente en el acompañamiento: si el Presbiterio (obispo, presbíteros y diáconos) no son signo familiar y sacramental del Buen Pastor, la formación previa recibida en el Seminario no será suficiente. El proyecto de vida en el Presbiterio, pedido por Juan Pablo II (cfr. PDV 79), parece inexistente en muchas Iglesias particulares. Estudio el tema en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 1 (1995) 175-186. La necesidad de la actuación episcopal (ofrecida y aceptada): El ministerio episcopal de construir en comunión eclesial el propio presbiterio diocesano: Burgense 49/2 (2008) 359-396 (publicado en 2010).
[11]BENEDICTO XVI, Homilía en el inicio de su Pontificado (24 abril 2005), frase citada en: Sacramentum Caritatis 84.
[12]PABLO VI, en Evangelii nuntiandi invitaba a responder al mundo de hoy que pide nuestra experiencia de Dios: “El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible” (EN 76). El concilio Vaticano II indica el fundamento de esta exigencia, al recordar que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22).
[13]Convendría recordar al respecto la experiencia de M. Teresa de Calcuta, que recibió la invitación del Señor (“Ven, serás mi luz”) y luego, según demuestran sus cartas de dirección espiritual, quedó en esa pobreza y oscuridad durante toda su vida, sin consolaciones especiales ni fenómenos extraordinarios, pero con el deseo profundo de ser para los demás un signo del amor de Jesús.
[14]Es muy estimulante el resumen que se hace de la “Lectio Divina” en el Mensaje final del Sínodo sobre la Palabra: “La tradición ha introducido la práctica de la LectioDivina, lectura orante en el Espíritu Santo, capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente. Ésta se abre con la lectura (lectio) del texto que conduce a preguntarnos sobre el conocimiento auténtico de su contenido práctico: ¿qué dice el texto bíblico en sí? Sigue la meditación (meditatio) en la cual la pregunta es: ¿qué nos dice el texto bíblico? De esta manera se llega a la oración (oratio) que supone otra pregunta: ¿qué le decimos al Señor como respuesta a su Palabra? Se concluye con la contemplación (contemplatio) durante la cual asumimos como don de Dios la misma mirada para juzgar la realidad y nos preguntamos: ¿qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? Frente al lector orante de la Palabra de Dios se levanta idealmente el perfil de María, la madre del Señor, que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19; cf. 2, 51), - como dice el texto original griego - encontrando el vínculo profundo que une eventos, actos y cosas, aparentemente desunidas, con el plan divino” (Mensaje al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la Palabra de Dios, 24 octubre 2008, n.9, en el apartado III: La Casa de la Palabra: La Iglesia).
[15]Ofrezco una síntesis breve del tema en: El discipulado del sacerdote ministro en la cultura emergente: Culture e Fede (Pont. Cons. deCultura, 18 (2010) 120-125. Para evitar inexactitudes, será útil la lectura de los documentos de la Congregación de la Fe, especialmente los emanados desde el concilio Vaticano II, así como también los documentos de la Comisión Teológica Internacional. Ver de modo especial: (Congregación para la Doctrina de la Fe) Instrucción sobre La vocación eclesial del teólogo (24 de mayo de 1990); Declaración sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, Dominus Jesus (6 agosto 2000). Ver también: (Congregación para la Educación Católica) La formación teológica de los futuros sacerdotes (22 febrero 1976; Enchiridion, nn.1440-1604).
[16]Cfr. R. TREMBLAY, Cristologia e identità sacerdotale: Sacrum Ministerium XVI (2010) 19-34 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).
[17]JUAN PABLO II, Discurso en la Asamblea plenaria de la Congregación para la doctrina de la Fe (24 octubre 1997).
[18]“El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero” (PDV 23).
[19]Cfr. F. SANTORO, Dall’essere alla funzione per la missione: Sacrum Ministerium XVI (2010) 73-94 (Atti Convegno Teologico “Fedeltà di Cristo, fedeltà del sacerdote”, 11-12 marzo 2010).
[20]Documento conclusivo de la V Conferencia General, CELAM, (Aparecida, 2007), n.31; para los presbíteros en particular, nn.191-204.
[21]Resumo los contenidos evangélicos del discipulado en: La misionariedad de la Iglesia en América Latina a la luz del discipulado evangélico: Medellín 32 (marzo, 2006) 99-120.
[22]BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones (25 abril 2010). Ver otras citas de este mensaje en apartados anteriores.
[23]Presento estas líneas programáticas del itinerario en: La clave de la santidad en el Cura de Ars: humildad, confianza audaz, entrega generosa y misión, en:Sacerdocio de Cristo y santidad sacerdotal (Madrid, Facultad Teología San Dámaso, 2010) 51-72.
[24]BENEDICTO XVI, Homilía durante la celebración de las vísperas (Fátima, 12 mayo 2010).
[25]El “acompañamiento” es el desafío actual más acuciante. El Presbiterio, con su obispo, debe tomarse “en serio” el tema de las vocaciones y de su perseverancia fiel y generosa, ofreciendo el testimonio humilde de gozo pascual, vivido en familia sacerdotal (“fraternidad sacramental”) y con disponibilidad misionera. Ver más arriba, al final del apartado primero. La perspectiva del Doctorado de San Juan de Ávila podría dar inicio a una nueva etapa de un itinerario formativo que comprometa a todo el Presbiterio.
[26]BENEDICTO XVI, Acto de Consagración de los sacerdotes a Corazón Inmaculado de María(Fátima, 12 mayo 2010). En el “cenáculo” formativo (cfr. Hech 1,14), pedimos a María que “custodie hasta el más pequeño germen de vocación” (Mensaje para la Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 25 abril 2010). Estudio detalladamente los documentos marianos del magisterio actual en: María en el itinerario de la formación, de la vida y del ministerio sacerdotal (Semana de Estudios de la Sociedad Mariológica Española, 2010). Ver el texto publicado en el blog: compartirencristo.wordpress (en el apartado María, artículos).
Juan Esquerda Bifet
EL CAMINO DEL CORAZON
INDICE
Documentos y siglas
Introducción: Unificar el corazón disperso
I. Palabra en el silencio
1. El camino de la escucha y de la admiración
2. El camino de la fe en Cristo
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la fe de la Iglesia
Revisión de vida para unificar el corazón
II. Presencia en la soledad
1. Dios se da a sí mismo
2. El encuentro relacional con Cristo
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria contemplativa de la Iglesia
Revisión de vida para unificar el corazón
III. Desposorio en la renuncia
1. El camino de plenitud en el amor
2. El seguimiento evangélico como desposorio
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria evangélica de la Iglesia
Revisión de vida para unificar el corazón
IV. Fecundidad de la cruz
1. Cruz y martirio
2. La perfecta alegría
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria pascual de la Iglesia
Revisión de vida para unificar el corazón
V. Esperanza en la incertidumbre
1. El camino de la comunión sin recompensa
2. El camino de la misión sin eficacia inmediata
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la Iglesia comunión y misión
Conclusión: El corazón de la Madre de Jesús en el corazón unificado de la Iglesia
Orientación bibliográfica
DOCUMENTOS Y SIGLAS
AA Apostolican Actuositatem (C. Vaticano II, sobre el apostolado de los laicos).
AG Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).
CA Centesimus Annus (Encíclica de Juan Pablo II, en el centenario de la "Rerum novarum", sobre la doctrina social de la Iglesia: 1991).
CEC Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).
CFL Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)
DM Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia: 1980).
DEV Dominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo: 1986).
DV Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).
EA Ecclesia in Africa (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Africa: 1995).
EN Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la evangelización: 1975).
ET Evangelica Testificatio (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la vida consagrada: 1971).
EV Evangelium Vitae (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el valor de la vida humana: 1995).
FC Familiaris Consortio (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la familia: 1981).
GS Gaudium et Spes (C. Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo).
LE Laborem Exercens (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el trabajo: 1981).
LG Lumen Gentium (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).
MC Marialis Cultus (Exhortación apostólica de Pablo VI, sobre el culto y devoción mariana: 1974).
MD Mulieris Dignitatem (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre la dignidad y la vocación de la mujer: 1988).
MR Mutuae Relationes (Directrices de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: 1978).
OL Orientale Lumen (Carta Apostólica de Juan Pablo II: 1995).
OT Optatam Totius (C. VAticano II, sobre la formación para el sacerdocio).
PC Perfectae Caritatis (C. Vaticano II, sobre la vida religiosa).
PDV Pastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).
PM Provida Mater (Constitución Apostólica de Pío XII, sobre los Institutos Seculares: 1947).
PO Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).
PP Populorum Progressio (Encíclica de Pablo VI sobre cuestiones sociales: 1967).
RC Redemptoris Custos (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la figura y la misión de San José: 1989).
RD Redemptionis Donum (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la vida consagrada: 1984).
RH Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).
RM Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano: 1987).
RMi Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato misionero: 1990).
SC Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).
SD Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el sufrimiento: 1984).
SDV Summi Dei Verbum (Carta Apostólica de Pablo VI, sobre la vocación: 1963).
SRS Sollicitudo Rei Socialis (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la cuestión social: 1987).
TMA Tertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II como preparación del Jubileo del año 2000).
UR Unitatis Redintegratio (C. Vaticano II, sobre la unidad).
UUS Ut Unum Sint (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el empeño ecuménico: 1995).
VC Vita Consecrata (Exhortación Apostólica de Juan PabloII, sobre la vida consagrada y su misión: 1996).
VS Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral de la Iglesia: 1993).
INTRODUCCIÓN
Unificar el corazón disperso
Acostumbramos a decir que la cara es el espejo del alma. Rostros serenos que siembran serenidad los hay, y muchos, casi siempre en el anonimato de un servicio humilde y callado. Pero hoy se intuyen en muchos rostros y en muchas actuaciones los síntomas de un corazón disperso y roto. El modo de mirar, escuchar y hablar, deja traslucir un corazón que no está plenamente orientado hacia el amor. A veces, por un falso concepto de reivindicación, se destrozan las vidas y las instituciones ajenas.
Un corazón dividido no sirve más que para utilizar y despreciar al prójimo. Las prisas, el malhumor, las quejas, el desánimo, la angustia, la duda... todo eso se expresa en el rostro y en el modo de hablar y de comportarse. Y entonces no aparecen las bienaventuranzas ni el mandato del amor ni, por tanto, el evangelio.
Con un corazón roto y disperso no se puede evangelizar el mundo. Hay demasiada gente que se siente sola y frustrada. "Ojalá que el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo" (EN 80).
Dios infundió su Espíritu de felicidad en el corazón y, por tanto, en el rostro del primer hombre (cfr. Gen 2,7), confiándole una tarea que se iniciaba maravillosamente y que tenía que completarse en la historia. Y puesto que Dios es Amor y la máxima unidad, quería que el ser humano (hombre y mujer) fuera a su imagen y semejanza: un corazón unificado, que, en su serenidad y vida fraterna, reflejara la "comunión" trinitaria del mismo Dios.
Pero aquel rostro inicial, de arcilla quebradiza, se hizo añicos. Para cerciorarse de ello basta con auscultar el propio corazón, sin ir más lejos, o abrir cualquier libro sobre la historia humana. Luces y sobras se entrecruzan continuamente. Nuestro modo de pensar, sentir y querer, parece moverse por interferencias de un egoísmo personal y colectivo, que humanamente es inexplicable. Esa "división íntima del hombre" origina todos los desastres de la humanidad (GS 13).
El camino histórico de la humanidad, en toda cultura y religión, es un camino de búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza. Es, en realidad una búsqueda de Dios, a veces sin saberlo explícitamente. La historia es un forcejeo del hombre por salir de una dispersión estéril, para construir una comunión fecunda y solidaria. Pero la realidad constatable es la que vemos todos los días, de luces y contrastes. Claro que los contrastes ayudan también a descubrir el misterio de luz se esconde en todo corazón humano.
Este camino de la humanidad entera y de todo ser humano, es un camino hacia el fondo del corazón, donde sigue esperando Dios amor: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no te encuentre a ti" (S. Agustín). Sólo desde la unidad del corazón, creado a imagen de Dios Amor, será posible construir la unidad de toda la familia humana: "En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia" (Is 2,4). (GS 78; cfr. Is 2,4).
Estamos llamados a construir un mundo libre. Pero esa realidad no se realizará por medio del dominio, las ambiciones o las luchas fratricidas. Ni tampoco será fruto del mercado libre ni de las urnas. "La libertad se fundamenta en la verdad del hombre y tiende a la comunión" (VS 86). En el corazón abierto de Cristo crucificado aparece la verdadera libertad: "Cristo crucificado revela el significado auténtico de la libertad, lo vive plenamente en el don total de sí y llama a sus discípulos a tomar parte en su misma libertad" (VS 85).
El rostro de Dios, manifestado en Cristo su Hijo, refleja el corazón del mismo Dios, en el que todo es donación total de sí mismo. Por esto, "la luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Cristo, «imagen de Dios invisible» Col 1,15)" (VS 2). El camino de la unidad del corazón humano pasa por el corazón de Cristo: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado" (GS 22).
El tercer milenio necesita encontrar una comunidad eclesial unida, a partir de corazones unificados en el amor. El cristianismo se empobrece y degenera en nuevas rupturas cuando, olvidándose de Cristo crucificado y resucitado, cifra su esperanza en seguridades humanas, en experiencias sensibles y en resultados contables e inmediatos.
Hay muchos pueblos, especialmente en el continente asiático, cuya cultura religiosa se ha fraguado, siempre bajo la acción especial de la Providencia, por un camino de unificar el corazón. Esos pueblos no encontrarían a Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), si no vieran una Iglesia en la que transparente cómo es el camino hacia Cristo único Salvador. Esos pueblos y culturas no entienden tanto nuestros conceptos (que a veces les resultan contrapuestos), sino que esperan nuestra experiencia de encuentro con Cristo, manifestado en un corazón y una comunidad unificada: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).
Ese diálogo de vida será el único que construirá la comunión universal, comenzando por el continente en que nació Jesús hace 2000 años. "Jesucristo, «luz de los pueblos», ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el Evangelio a toda criatura" (VS 2). "Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo... Cristo revela la condición del hombre y su vocación integral" (VS 8).
La Iglesia, que camina con pie firme atravesando el dintel de un tercer milenio, necesita un "corazón puro" (Sal 23,4), un "corazón nuevo" (Ez 11,19), plasmado a imagen del corazón de Cristo muerto en cruz como preludio de su glorificación. La "sangre" que brota del costado abierto del Señor (cfr. Jn 19,34) "manifiesta al hombre que su grandeza y, por tanto su vocación, consiste en el don sincero de sí mismo" (EV 25).
La Iglesia, peregrina en la historia, viviendo en sintonía con los sentimientos del Corazón de Cristo, anuncia "la dimensión espiritual del corazón humano y su vocación al amor divino" (VS 112). Sólo así se podrá "liberar al hombre de su enfermedad más profunda, elevándolo a la misma vida de Dios" (EV 50). "La vida encuentra su centro, su sentido y su plenitud cuando se entrega" (EV 51). La unidad es auténtica si nace de la relación personal y de la donación.
El corazón se unifica cuando sus latidos siguen un itinerario al compás de Cristo "camino", en sintonía con sus "sentimientos" (Fil 2,5), a quien nada ni nadie puede suplantar porque "en él el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5). Sólo Cristo, único Salvador del mundo, presente en el corazón unificado de su Iglesia, "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22).
El Corazón de la Madre de Jesús es figura y memoria de la Iglesia, que va unificando su propio corazón por un camino de fe, contemplación, seguimiento evangélico, misterio pascual, comunión eclesial y misión. En este sentido, "María está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), como "Virgen hecha Iglesia" según la expresión de San Francisco de Asís. La Iglesia vive los sentimientos de Cristo Esposo, imitando los sentimientos de María. "En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él" (MC 25).
Cuando Jesús oró por la unidad, pidió al Padre un corazón unificado para "los suyos", como participación en la comunión de Dios Amor: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). Aquellas palabras también encontraron eco en el Corazón de su Madre, allí presente como en Caná, porque "el Corazón de María es el lugar de cita entre la humanidad y la divinidad" (M. Laura Montoya). Ese corazón debe ser el de la Iglesia del tercer milenio. Dentro de este corazón materno y unificado, el de María y de la Iglesia, los pobres, los más pequeños y necesitados encuentran su propio hogar.
I
PALABRA EN EL SILENCIO
1. El camino de la escucha y de la admiración
2. El camino de la fe en Cristo
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la fe de la Iglesia
Revisión de vida para unificar el corazón
1. El camino de la escucha y de la admiración
Nos parece extraño, pero es verdad. El ser humano no se siente realizado sólo con decir palabras y en hacer cosas. Su ser más hondo empieza a despertarse con gozo, sólo cuando los ojos y el corazón se abren para admirar, escuchar y darse. Si las palabras y las obras no nacen de este "silencio" de la escucha y de la admiración, se convierten en simple ruido y hojarasca, o también en desechos que no dejan respirar ni vivir en paz a los demás.
Dios ha creado al hombre y ha dado inicio a su historia "con su palabra" (Sab 9,1). El mismo, como Padre, se expresa con su Palabra personal (el "Verbo"), pronunciada en un eterno "silencio" de donación amorosa en el Espíritu Santo. Por esto, Dios amor es la máxima unidad, un silencio sonoro de donación y comunión mutua y plena. Y quiso reflejarse, por medio de su palabra amorosa, en la creación y, especialmente, en el corazón del hombre.
El corazón del ser humano se realiza sólo cuando se unifica en la verdad de la donación. El camino de esta unificación consiste en la escucha y en la admiración: la luz con que vemos las cosas, el aire que respiramos, el agua, las flores, los montes, la tierra... Todo es reflejo de una palabra amorosa de Dios dirigida al corazón del hombre. Por esto, cada ser humano es una historia de amor eterno, como una página irrepetible que prolonga en el tiempo la misma vida de Dios.
El ruido, las prisas, el modo egoísta de usar las cosas y de mirar y tratar a las personas, son una polvoreda que chamusca nuestra vocación eterna de escuchar y de admirar. Entonces ya no existen hermanos, sino sólo personas "útiles" o inútiles, como un objeto que se usa o se desecha. Son muchas las personas que se sienten utilizadas y, consecuentemente, solas y frustradas.
Las cosas, los acontecimientos, las personas y las intuiciones del corazón, sólo dejan entender su mensaje en quien sabe escuchar y admirar, sin manipular ni dominar. Y si Dios nos ha dado su Palabra personal, que es Jesús, su Hijo hecho hombre, esa escucha y esa admiración de la realidad concreta, sólo es posible a la luz del mensaje evangélico: "Este es mi Hijo amado..., escuchadle" (Mt 17,5). Otro análisis de la realidad, llevaría a la división y la violencia.
Dios es siempre sorprendente, también en sus criaturas. El misterio del corazón humano sólo se esclarece aceptando el misterio de Dios sorprendente. Al corazón se le comienza a comprender cuando se quiere abrir a la verdad, al bien y a la belleza. El camino de esta apertura se hace a partir de un encuentro con Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), presente en la historia y en cada corazón humano. "Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón" (Sal 68,33).
Cuando el corazón acepta esta luz y esa acción amorosa de la palabra de Dios, se purifica y renueva, como si se estrenara de verdad: "Crea en mí, oh Dios, un corazón puro; renueva dentro de mí un espíritu firme" (Sal 50,10). Transformando el "corazón de piedra" en "corazón de carne", por un "espíritu nuevo", que es el Espíritu de Dios Amor (Ez 11,19), entonces las cosas, los acontecimientos y las personas se ven en su verdadera perspectiva y en su realidad integral, porque "todo es gracia" (Santa Teresa de Lisieux), todo nos habla de Alguien: "¿No se venden dos pajarillos por poco dinero? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre" (Mt 10,29).
En el fondo del corazón, por ser éste reflejo de Dios, está la fuente de la vida, el punto de encuentro entre Dios y el hombre. El camino se hace unificando el corazón en el amor. "Dios ha hablado de muchas maneras" durante la historia, siempre dirigiéndose al corazón del hombre; pero "en los últimos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todo" (Heb 1,1-2). Por esto se puede afirmar que "Cristo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).
Dios sigue hablando y sembrando "las semillas de su Palabra" en el corazón de todo ser humano y de toda cultura (RMi 28; cfr. AG 11). La luz y la vida, que se hallan en Jesús, llegan al corazón del ser humano cuando éste aprende a disipar las tinieblas del egoísmo. Los hombres que todavía no conocen a Cristo, pero que ya tienen su semilla en el corazón, sólo podrán descubrirle si se encuentran con creyentes que hayan unificado el corazón por el camino de las bienaventuranzas y del mandato del amor.
Al fondo del corazón humano no se llega por ejercicios de autosugestión y concentración, sino sólo por una vida unificada, es decir, vaciada de todo lo que no sea "verdad en el amor" (Ef 4,15). La naturaleza humana es buena si se la purifica de los aditamentos que no corresponden a su ser de imagen de Dios. Hay que vaciarse de todo ese lastre, por un proceso de silencio y de verdadera concentración de esfuerzos, para construir la unidad y la paz: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; bienaventurados los sembradores de la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,8-9).
El corazón sólo se puede unificar por un cambio continuo del propio modo de pensar, programar y valorar las cosas. Pero este proceso o camino de "conversión" ("metanoia") se realiza escuchando la palabra de Dios, en la creación, en la historia y en la revelación propiamente dicha. Ese corazón que se va unificando, es un compendio del universo, un "micro-cosmos". Ahí va teniendo lugar el encuentro con Dios y, consecuentemente, con todos los hermanos sin particularismos ni exclusivismos.
De la escucha de la palabra, se va pasando a la admiración de la historia de amor que se encuentra cada ser humano. Entonces se adopta una "mirada contemplativa" (EV 83), que permite ver más allá de la superficie, de lo útil y de lo que agrada. El corazón unificado tiene la capacidad de intuir y admirar el "misterio" de cada hermano y de toda la humanidad.
La "palabra" de Dios es una "semilla" que el mismo Dios ya ha sembrado en todo corazón humano, para que, escuchando y admirando, se haga "hermano universal" en la armonía del cosmos. La "tierra buena" para recibir esa semilla de comunión, es el "el corazón bueno y recto" que sabe "escuchar, conservar... y dar fruto con perseverancia" (Lc 8,11-15). El corazón de la Madre de Jesús fue así (cfr. Lc 2,19.51). Con ella se aprende a admirar el misterio de nuestro propio corazón, donde ya habla y se refleja Dios Amor.
2. El camino de la fe en Cristo
Es Dios mismo quien se hace encontradizo con el hombre. Por esto, su presencia y su palabra reclaman una actitud de apertura de todo el ser. "Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su inteligencia y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela" (DV 5).
La "obediencia de la fe" (Rom 1,5) es una actitud del corazón (inteligencia y voluntad), que orienta todo el ser humano a aceptar vivencialmente la verdad garantizada por Dios en la revelación. Esta fe se hace aceptación, proclamación, celebración, vida comprometida y relación personal. Por esto, los creyentes son llamados a una "vida digna del evangelio de Cristo" (Fil 1,27).
La fe en Cristo da sentido a la vida porque comunica las verdaderas razones para vivir. Ya "no se trata sólo de aceptar unas enseñanzas y de cumplir con unas exigencias, sino de algo más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre" (VS 19).
Es prácticamente imposible aceptar el mensaje cristiano, especialmente en el campo moral, cuando el creyente no vive esta adhesión personal a Cristo, concretada en relación (oración) y seguimiento (imitación). El mensaje cristiano abarca la totalidad del corazón; cuando éste no está unificado por el amor, se inclina a interpretar los contenidos del mensaje según las propias preferencias. Ahí radican algunas reticencias y alergias respecto a los documentos eclesiales.
Las culturas religiosas no cristianas, que han hecho un camino de siglos para unificar el corazón, tienen mucha dificultad en aceptar un cristianismo presentado e incluso defendido por cristianos cuyo corazón no transparenta los valores evangélicos. Da la impresión de que el evangelio no ha sido suficientemente proclamado a nivel de conciencia y de culturas, puesto que no siempre aparece personificado en la vida de los creyentes.
Habría que preguntarse sobre si la Iglesia de hoy está preparada para recibir en su seno a esas multitudes inmensas, sedientas de Dios, que ya tienen las "semillas del Verbo", pero que todavía no han encontrado a Cristo, el Verbo hecho nuestro hermano (cfr. EN 76; TMA 36). No siempre presentamos "el genuino rostro de Dios" revelado por Jesucristo (GS 19).
Siempre ha habido, hay y habrá testimonios de santidad, suficientes para mostrar que Cristo resucitado vive presente en su Iglesia, a pesar de los fallos de tipo personal y comunitario. Pero la realidad y los desafíos del presente histórico, en el inicio de un tercer milenio de cristianismo, urge a una profundización mayor e incluso a una recuperación: "Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida" (VS 88).
Cuando un hombre de buena voluntad, creyente en Cristo o no, escucha o lee nuestras reflexiones "cristianas", tiene derecho a constatar que en esos discursos o escritos estamos hablando de "alguien" vivido personalmente, porque "la fe es un decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cfr. Gal 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88).
La fe se hace camino, a partir de un encuentro con Cristo, que espera pacientemente en nuestra realidad cotidiana. Por ser la fe "un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), el mismo Cristo se nos hace camino, como compañero y consorte de nuestro caminar.
Al Dios revelado por Cristo, no se le puede encontrar en los conceptos y en los acontecimientos, si no se le encuentra primero en el propio corazón. Si el corazón se abre al misterio escondido en su ser más profundo, entonces va descifrando el misterio de la creación y de la historia humana.
Jesús habló de inhabitación de Dios en nuestro corazón, cuando éste se abre al amor: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). La fe cristiana se vive y se anuncia de verdad cuando se convierte en invitación a entrar en sí mismo, ordenando la propia vida según el amor, para encontrar a Dios en el propio corazón y en el de los hermanos.
Hacer una opción fundamental por Cristo es indispensable para caminar por este camino de fe. Si Dios "nos ha elegido en él desde antes de la creación del mundo" (Ef 1,3), ha sido para hacernos "hijos en el Hijo" (Ef 1,5; cfr. GS 22). Cuando el corazón humano se va identificando con Cristo, según su modo de pensar, sentir, querer y vivir, entonces se convierte en "gloria" o reflejo del mismo Dios (Ef 1,6).
La fe cristiana tienden a la "recapitulación de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). A Cristo no le descubrirán los no creyentes, si en los creyentes vieran sólo un concepto, un paréntesis o un simple modo de expresar la religiosidad. Estar "sellados por el Espíritu" (Ef 1,13) comporta que el ser humano, creado por Dios como imagen suya, se haga partícipe de Cristo, que es "imagen de Dios invisible" (Col 1,15), "esplendor de su gloria" (Heb 1,3).
La tarea es hermosa y entusiasmante. El camino de la fe se adentra en el corazón de Dios. A imagen de ese corazón ha sido creado y redimido el corazón humano. El signo visible del corazón de Dios es Jesús, su Hijo hecho hombre, que sigue invitando a toda la humanidad: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,28-29).
El corazón "manso" reacciona amando en las dificultades, sin agresividad ni desánimo ni frialdad; el corazón "humilde" reconoce que los dones de Dios siguen siendo suyos para servir a los hermanos. La felicidad comienza a brotar en un corazón que se olvida de sí para hacerse donación a los otros. Es "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la fe de la Iglesia
Cada creyente en Cristo y toda la comunidad eclesial, encuentran en la Virgen María la "memoria" de la fe. En efecto, ella guardaba y "contemplaba en su corazón" el mensaje y las palabras de Jesús (Lc 2,19.51). Como Isabel, la Iglesia de todos los tiempos encuentra en ese corazón el modelo y la memoria de la fe: "Bienaventurada tú que has que creído" (Lc 1,45). "La Iglesia venera en Maria la realización más pura de la fe" (CEC 149).
Nuestra fe en Cristo se acrecienta contemplando la fe de María: "La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65). María ayuda a "vivir más profundamente el misterio de Cristo" (RMa 92) y, por tanto, el de la Iglesia: "El amor a la Iglesia se traducirá en amor a María y viceversa... No se puede hablar de Iglesia si no está presente María" (MC 28).
Todos los misterios del Señor encuentran eco en el corazón de su Madre, quien los vivió generosamente con espíritu de fe: "Por su íntima participación en la historia de la Salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio hacia el amor del Padre" (LG 65). Ella "vive y realiza la propia libertad entregándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios... con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo" (VS 120).
El corazón de la Madre de Jesús aparece unificado por la palabra recibida en el silencio de una escucha humilde, como quien sabe sorprenderse y admirar: "Se preguntaba qué significaba aquel saludo" (Lc 1,29; cfr. 1,33). De este modo, "acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120). De este actitud de fe en la historia de salvación brotará la actitud de fidelidad a la nueva Alianza: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; cfr. Ex 24,7).
María es hermana en la fe, mientras ayuda como Madre y "Tipo y ejemplar acabadísimo en la fe y en la caridad" (LG 53). La vida "espiritual" de la Iglesia sigue su ejemplo en los diversos momentos del itinerario de la vida nueva:
- apertura a los planes salvíficos de Dios: Lc 1,28-29.38;
- fidelidad a la acción del Espíritu Santo; Lc 1,35.39-45;
- contemplación de la palabra: Lc 1,46-55; 2,19.51;
- asociación esponsal a Cristo: Lc 2,35; Jn 2,4;
- donación sacrificial con Cristo Redentor: Jn 19,25-27;
- tensión escatológica hacia el encuentro definitivo: Apoc 12,1; 21-22.
En unión con María, la Iglesia realiza su camino de fe, su "lex credendi". "La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar... constituye un sólido testimonio de su «lex orandi» y una invitación a reavivar en las conciencias su «lex credendi». Y viceversa: la «lex credendi» de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su «lex credendi» en relación con la Madre de Cristo" (MC 56).
La fe de María, por aceptar la palabra del Padre, por hacerse disponible a la acción del Espíritu Santo y por asociarse a la obra redentora del Hijo, es fe eminentemente trinitaria, cristológica y pneumatológica. Por esto, "los ejercicios de piedad a la Virgen María deben expresar claramente la nota trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial" (MC 25).
La fe de María, siendo modelo de la fe de la Iglesia, es fe de obediencia incondicional: "La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de fe" (CEC 148). Precisamente por ello, su actitud es una peregrinación por "la noche de la fe" (RMa 18).
María "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (RMa 2; cfr. LG 58). En esta "peregrinación de la fe... María precedió y sigue precediendo a la Iglesia como su personificación" (RMa 5-6). "Por medio de la fe, María está más perfectamente unida a Cristo en su despojamiento" (RMa 18). La unificación del corazón sólo es posible por este camino de renuncia y de oscuridad.
La fe de la Iglesia de todos los tiempos se ha ido moldeando a la luz de María, "la gran señal" (Apoc 12,1). Ella sigue siendo el "icono" de la Iglesia creyente (cfr. CEC 64, 275). Siendo ella el "modelo de la fe vivida" (TMA 43), la Iglesia aprende de ella a ser "mujer del silencio y de la escucha" (ibídem 48), especialmente en el inicio de un tercer milenio: "Oiga la Iglesia lo que dice el Espíritu" (Apoc 2,7). Los creyentes de todos los tiempos "participan de la fe de María" (RMa 27).
La experiencia virginal de María, de concebir, gestar y dar a la luz al "Hijo del Altísimo" e "Hijo de Dios" (Lc 1,32.35), la sumergió en una actitud de fe, que, por ser profunda, tuvo que ser obscura. Desde aquel momento, las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento recobraban su orientación definitiva hacia Cristo. Por esto, María se sentía instrumento materno de Dios al orar según los salmos: "Tú eres mi hijo; yo te engendrado hoy" (Sal 2,7).
La Iglesia aprende de María Virgen, la fe en Cristo resucitado que sale victorioso del sepulcro. Entrando en la oscuridad de la fe, se llega a vislumbrar la luz del triunfo de Cristo. La humillación de la virginidad y del sepulcro se complementan mutuamente para convertirse en fecundidad materna y resurrección. A través del año litúrgico, "María es ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los diversos misterios" (MC 16).
Los santos aprendieron a unificar su corazón, entrando en los sentimientos del corazón de la Madre de Jesús. "El corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió" (Santo Cura de Ars). Al entrar en sintonía con sus sentimientos virginales, como Hija predilecta del Padre, Madre del Hijo y templo del Espíritu Santo, la Iglesia experimenta mejor su dinamismo trinitario: "En el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre" (Ef 1,18).
María es madre en el orden de la fe, como oyente de la palabra. Como buena discípula, llega a ser maestra en el camino de la fe. "Si por medio de la fe María de ha convertido en la Madre del Hijo que le ha sido dado por el Padre con el poder del Espíritu Santo, conservando íntegra su virginidad, en la misma fe ha descubierto y acogido la otra dimensión de la maternidad, revelada por Jesús durante su misión mesiánica" (RMa 20).
La "espiritualidad mariana" de la Iglesia consiste principalmente en imitar de ella "la vida de fe" (RMa 48). El camino de la fe, en María y en la Iglesia, comporta "la unión" con Cristo "hasta la cruz" (LG 58; RMa 2). El proceso de unificación del corazón sigue, pues, este proceso doloroso y gozoso, de quien va dejando entrar la palabra de Dios, que deslumbra iluminando y transforma hiriendo en lo más hondo del corazón. Entonces en el "silencio" y "ausencia" de Dios, se va mostrando Jesús, el "Verbo" (Palabra) y el "Emmanuel" (presencia personal).
María recibió con un "sí" al Verbo encarnado también en su corazón. El creyente, como José esposo de María, es invitado a orientar el corazón hacia Cristo, sin anteponer nada a él: "Toma al niño y a su Madre" (Mt 2,13). La orientación del corazón hacia Dios Amor ya tiene una pauta certera: el corazón de la Madre de Jesús. "A partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad entera comienza su retorno a Dios" (MC 28).
Revisión de vida para unificar el corazón
- Se avanza en el camino de la vida y se unifica el corazón, escuchando la palabra de Dios en el silencio de cada día y admirando su presencia en la vida de cada hermano:
"Dios de los Padres, Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste el universo" (Sab 9,1).
"Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo; quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos" (Ez 11,19-20).
"Crea en mí, oh Dios, un corazón puro; renueva dentro de mí un espíritu firme" (Sal 50,10).
"Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón" (Sal 68,33).
"Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, en estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todo" (Heb 1,1-2)
"Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle" (Mt 17,5).
"Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar al Padre, sino por mí" (Jn 14,6).
"¿No se venden dos pajarillos por poco dinero? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre" (Mt 10,29).
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; bienaventurados los sembradores de la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,8-9).
"La semilla es la palabra de Dios... cae en buena tierra en los que, después de haber escuchado, conservan la palabra en su corazón y dan fruto con perseverancia" (Lc 8,11-15).
- El corazón se unifica por el camino de la fe, que es adhesión personal a Cristo y a su mensaje, así como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88):
"Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios,... acerca de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro, por quien recibimos la gracia y el apostolado, para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre entre todos los pueblos, entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo" (Rom 1,1-5)
"Lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, para que... oiga de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis acordes por la fe del Evangelio" (Fil 1,27).
"Nos ha elegido en él desde antes de la creación del mundo... eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo... También vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa" (Ef 1, 3-5.13).
"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6,68-69).
"Estoy crucificado con Cristo y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,19-20).
"Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día" (Jn 6,40).
"Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,28-29).
"Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
"Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios" (Col 3,1-3).
- Se quiere vivir en sintonía con el Corazón de la Madre de Jesús, que es "memoria" de la fe de la Iglesia:
"El Angel Gabriel... le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo... Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue". (Lc 1,26.29).
"¡Bienaventurada tú que has que creído, que se cumplirían las cosas que te fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45).
"María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19; cfr. 2,51).
"Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga»" (Jn 2,5; cfr. Ex 24,7).
"Alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan»" (Lc 11, 27-28).
"Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María... Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,25-27).
II
PRESENCIA EN LA SOLEDAD
1. Dios se da a sí mismo
2. El encuentro relacional con Cristo
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria contemplativa de la Iglesia
Revisión de vida para unificar el corazón
1. Dios se da a sí mismo
Un corazón disperso y roto sólo puede unificarse si se abre al amor. La vida es verdadera si es "orden según el amor" (Santo Tomás). El corazón se unifica cuando entra en el camino de la relación personal y de la donación mutua.
La certeza de saberse amado y de poder amar, eleva al ser humano a su verdadera y única dignidad. Pero tanto la relación como la donación suponen una presencia personal. La soledad es, en sí misma, un vacío que no tiene razón de ser, salvo que esté "llena" de una presencia intuida más allá de la sensibilidad.
El hombre nunca está solo, aunque experimente con frecuencia la soledad. Dios no es un concepto ni una idea, sino "alguien" que, por amor, ha dado origen a la creación y la historia. Es también él quien ha puesto en marcha los latidos del corazón humano. Todo es don de Dios, que él nos comunica estando presente y amándonos. Sin su presencia, sus dones no podrían llenar el corazón.
La soledad de un momento de "desierto" o de oración, puede llegar a ser "soledad llena de Dios" (Pablo VI). Ahí se puede encontrar le relación con el corazón de Dios: "Se internaba mi espíritu en el mar inmenso de Dios... en medio del corazón de mi Dios y Señor, sentir la blandura de sus santísimos brazos con que apretaba mi alma contra su corazón". Entonces se entra en "íntima comunicación con Dios... en lo más secreto de su Corazón... como un muy amigo trata sus cosas con su igual... todo es buscar tiempo para hablar a solas" (M. María Antonia París).
El misterio de la historia humana consiste en que los dones de Dios son pasajeros, y Dios parece ausente. Cuando el corazón se apega a esos dones olvidando que son dones para servir, entonces se origina la dispersión y la ruptura con los hermanos, y Dios pasa a ser un paréntesis o un objeto útil. Pero cuando uno comienza a intuir que, más allá de los dones, está Dios que quiere darse él mismo, entonces esa presencia amorosa parece ausencia o lejanía. Es una presencia dolorosa en la esperanza, que unifica el corazón y la historia de la humanidad entera.
La vida recupera su hermosura cuando el corazón se deja educar por la pedagogía de Dios. El nos da sus dones, para que aprendamos que se nos quiere dar él mismo. En esa pedagogía divina es un proceso normal que sus dones dejen paso al verdadero don, que es él. El proceso es tan doloroso como necesario, para que el corazón aprenda a darse gratuitamente también él mismo, sin el acompañamiento de los dones sensibles y de los regalos pasajeros. Amar es darse como Dios se da.
La señal de que el corazón se va unificando y reflejando a Dios Amor, consiste en el modo de mirar, escuchar y servir a los hermanos. Una "mirada contemplativa" a los hermanos ayuda a escuchar "en el rostro de cada persona una llamada a la mutua consideración, al diálogo y a la solidaridad" (VS 83). Entonces se intuye que cada ser humano es un misterio, una historia de amor. Más allá de toda vida humana está la fuente de la vida, que es Dios Amor.
Cuando en los dones de Dios, que él nos va retirando, descubrimos a Dios que se da a sí mismo, entonces, aunque sea en el dolor, aprendemos el camino de la comunión con los hermanos y con toda la creación. La armonía del cosmos y de la humanidad aparecen en el dinamismo del amor: darse a sí mismo, a ejemplo de Dios que es Amor. A Dios se le descubre más allá de sus dones y también más allá de nuestros sentimientos y de nuestras conquistas intelectuales y tácticas.
En el fondo de todas las cosas y, especialmente, en el fondo del propio corazón, se va haciendo el vacío de todo lo que no tiene consistencia. Todo es contingente y pasajero; nosotros también. Pero hay "Alguien" permanente, que es la fuente que originó nuestro ser: el corazón de Dios. De lo pasajero de nuestro ser, pasamos a la trascendencia del Ser, que nos salva porque nos ha colocado en su amor eterno.
Ver a Dios en esta vida y en la creación es sólo un ensayo de la verdadera visión en el más allá. En el corazón puro, que no antepone nada a Dios, se reflejan las luces de su amor: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). A Dios se le ve y se le escucha sólo de corazón a corazón, porque él habla así. Su modo de hablar consiste en darse más allá de sus dones y más allá de nuestros conceptos y programaciones.
Para llegar a ser familiares de Jesús y compartir su misma vida, hay que "escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica" (Lc 11,28). Así lo hizo siempre la Madre de Jesús, con un corazón siempre abierto a la sorpresa de Dios (cfr. Lc 2,19.51).
La palabra y la presencia de Dios, cuando se dejan sentir en el corazón, originan una actitud humilde de oración, a modo de "grito" gozoso y doloroso. Dios ya se deja sentir y ya comienza a darse él mismo, pero todavía no del todo. Al orar de verdad, con el corazón, es toda la persona la que ora y la que se quiere dar. La oración propiamente dicha no tiene paréntesis, ni en el corazón ni en el tiempo. Por esto se encuentra siempre "tiempo" especial parar orar.
Este encuentro misterioso con Dios en el fondo del corazón, es una experiencia de fe acerca de "la lejanía de Dios". Entonces "el corazón palpita en armonía con el ritmo del Espíritu, eliminando toda doblez o ambigüedad" (OL 12).
La oración del corazón se hace "silencio lleno de una presencia adorada" (OL 16). Es silencio de adoración, admiración y donación. No es el simple silencio de no pensar nada, de no sentir nada o no hacer nada, sino el silencio de un corazón que no se busca a sí mismo porque se da (tal vez sin ideas, sentimientos y palabras), ante una presencia (la de Dios Amor) profundamente amada y adorada (intuida por la fe, esperanza y caridad). Es lo que San Juan de la Cruz llamaría "una atención amorosa".
A Dios se le deja entrar en el corazón cuando no se le pide ni la tarjeta de identidad ni la de crédito. El es como es, "ama como Dios" (San Juan de Avila). Hay que recibirle tal como es: sorprendente, misterioso, infinitamente Otro, que ya comienza a comunicar su misma vida y a darse tal como es. En el fondo de nuestro ser quiere encontrar un corazón que intuya, como el de Agustín, que está presente "más íntimamente presente que mi misma intimidad".
En Cristo, la presencia de Dios es "Verbo" o Palabra personal (Jn 1,14). El corazón queda invitado a escuchar abriéndose, a cuestionarse para orientarse hacia el amor, a pedir humildemente que esta palabra y presencia se hagan realidad profunda de unión total y definitiva (cfr. CEC 2654).
La presencia de Dios continúa oculta en "la nube"; pero ahora, en Cristo, es "nube luminosa" (Mt 17,5), que invita a penetrar en ella rasgándola confiadamente con una actitud filial de fe, esperanza y caridad.
Entrando audazmente en la soledad del corazón, comenzamos a aprender que nunca estamos solos. Desde esta soledad llena de Dios, se descubre el misterio de comunión que nos une a todos los hermanos y a toda la creación. Al mismo tiempo, la presencia divina de inmensidad (en todos los seres), nos invita a vivir la presencia trinitaria de "inhabitación" en nuestros corazones, esperando y preparando, en el "silencio" de donación incondicional, el encuentro definitivo con todos los hermanos y con Dios Amor, uno y trino.
2. El encuentro relacional con Cristo
Desde el día de la encarnación del Verbo, Dios se ha hecho hermano nuestro, consorte y compañero de camino, "unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). El corazón de Cristo, unido al Padre en el amor del Espíritu Santo, vive también en sintonía con cada corazón humano. El camino de la unificación del corazón lo hace él con nosotros.
El corazón de Cristo suena a unidad y verdad en el amor. Si en él podemos ver al Padre (cfr. Jn 14,9), es porque vivió según la voluntad del Padre (cfr. Jn 17,4). Su corazón, "manso y humilde" (Mt 11,29), indica una actitud permanente de transformar las dificultades en donación y de agradecer los dones recibidos sirviendo a los demás. En su vida mortal "pasó haciendo el bien" (Act 10,38) y, una vez resucitado, sigue viviendo en sintonía con toda la humanidad "para interceder en favor nuestro" (Heb 7,25).
El corazón humano llega a su plena realización cuando se encuentra con Cristo, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), para relacionarse con él. Este encuentro relacional hace vivir de "los mismos sentimientos de Cristo" (Fil 2,5). El corazón se unifica en la escucha de su palabra evangélica, siempre actual, y en el compartir su misma vida presente y donada en la eucaristía. Ya podemos "vivir de su misma vida" (Jn 6,57) y "permanecer en su amor" (Jn 15,9).
Cuando la palabra de Dios parece silencio, y cuando su presencia parece ausencia, la relación personal con Cristo nos hace descubrir que ese silencio es sonoro y que esa ausencia es una presencia más honda. En el evangelio según San Juan, Jesús "manifiesta su gloria" (Jn 1,14; 2,11) por medio de "signos". Se puede afirmar que el signo principal, como compendio de los demás, es el corazón o "costado abierto", del que brotan "sangre y agua" (Jn 19,34). Por esto San Juan invita a "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37). Es el mirar "contemplativo" que sabe descubrir a Jesús donde parece que no está (Jn 20,8; 1Jn 1, 1ss).
Jesús dejó escrita su biografía en su "corazón manso y humilde" (Mt 11,29). Era un corazón unificado por la donación: su "cuerpo entregado" y su "sangre derramada en sacrificio" (Lc 22,19-20). De este corazón brota el "agua viva" (Jn 4,10; cfr. 7,37-39; 19,34), como comunicación de un "nuevo nacimiento en el Espíritu" (Jn 3,5).
La intimidad con Cristo empieza por un encuentro (Jn 1,39) que se va convirtiendo en seguimiento (Mt 4,19-20) y en amistad profunda (Mt 15,14-15). Compartiendo la misma vida en Cristo, el creyente va entrando en su corazón para sintonizar con sus amores: "Tengo compasión de esta muchedumbre" (Jn 15,32); "venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11,28); "tengo otras ovejas y también a ésas tengo que conducir" (Jn 10,16); "tengo sed" (Jn 19,28)... El corazón humano se unifica en sintonía con los sentimientos de Cristo, "apoyando la cabeza sobre su pecho" (Jn 13,23-25).
El camino del corazón es de relación y de donación. La soledad se siente, pero con el convencimiento de que Cristo está presente: "No tengas miedo porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10). Las dificultades ya no suenan a fracaso, sino a compartir la cruz de Cristo, como quien comparte su "copa" de bodas (Mc 10,38).
El evangelio es el camino del corazón. Con su lectura contemplativa, el creyente se siente mirado y llamado por Cristo con amor (Mc 10,21), buscado y acompañado por sus pies (Lc 8,1; 10,39), bendecido y sanado por sus manos (Mt 8,3; 19,13-15), invitado a entrar en su corazón (Mt 11,28-29; Jn 20,27). El camino es, pues, una respuesta a su llamada y una aceptación vivencial de su persona y de su mensaje. Y cuando el corazón está más unificado, el creyente se convierte, para los demás, en mirada, pies, manos y corazón del Señor: "Soy fragancia de Cristo" (2Cor 2,15).
La presencia de Cristo en los signos de Iglesia tiene el significado de una actualización de lo que sucedió en el evangelio. Así "Cristo puede recorrer con cada uno el camino de la vida" (RH 13). Entonces la vida se hace relación, a modo de "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).
Es verdad que esta relación personal tiene lugar frecuentemente en la sequedad y en la sensación de ausencia y de vacío. Pero el amor tiene que hacer este camino relacional, en el que cada uno se da gratuitamente sin esperar el premio de la sensación inmediata. Esta presencia de Cristo, vivida en la fe, se convierte en esperanza de un encuentro definitivo.
Si se quisiera resumir con pocas palabras la vida de tantos santos que en veinte siglos han seguido a Cristo incondicionalmente, se podría decir que se sintieron amados, enviados y acompañados por él. La "urgencia del amor de Cristo" (2Cor 5,14) les fue unificando en su modo de pensar, valorar las cosas y adoptar actitudes. De la experiencia de "vivir en Cristo" (Gal 2,20), pasaban espontáneamente a comprometerse para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Su vida era "tocada por la mano de Cristo, conducida por su voz y sostenida por su gracia" (VC 40).
También es verdad que el proceso de unificar el corazón parece frecuentemente un vaciarse sin sentido; pero la experiencia relacional con Cristo hace descubrir que ese proceso no es más que participar en su "humillación" para poder también participar en su "glorificación" (Fil 2,8-9). Al fin y al cabo no se trata de aniquilarse, sino de liberarse de la "basura" (Fil 3,7), para llenarse de "la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19).
En la relación personal con Cristo, las propias debilidades, que a veces son errores e incluso pecados, se superan aceptando de modo comprometido su perdón y su amistad: "Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2Cor 12,9).
En esa relación íntima con Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre por obra del Espíritu Santo, aparece que la contemplación cristiana es actitud relacional con Dios Amor, como infinitamente uno en tres personas. La expresión del pensar del Padre (en el Verbo) y la expresión del amor mutuo entre el Padre y el Hijo (en el Espíritu Santo), son la máxima unidad por ser sólo comunión y donación mutua y plena. Ahí está la fuente de la unidad del corazón humano. Pero esa fuente divina ya se encuentra, por gracia, en lo más hondo de nuestro ser. Jesús se hace nuestro camino hacia esa máxima unidad de Dios Amor, moviendo nuestro corazón a que viva en sintonía con el suyo.
El hombre, por medio de Cristo "camino", ya puede entrar en el misterio de la Verdad y del Bien infinito. "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18); "nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Jesús nos invita a perdernos para recuperarnos en la relación de un amor de donación como el que existe eternamente en Dios.
Por Cristo, el corazón humano busca a Dios siempre más allá de toda contingencia. Un corazón unificado es un corazón que se abre continuamente a las nuevas sorpresas de Dios, escondido en la creación y en los hermanos.
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria contemplativa de la Iglesia
En el corazón de la Madre de Jesús encontraron acogida las palabras del Señor: las palabras del ángel (Lc 1,29), el mensaje de Belén (Lc 2,19), la profecía de Simeón (Lc 2,33), las palabras de Jesús niño (Lc 2,51)... Todo lo "contemplaba en su corazón" (Lc 2,19.51).
Esa misma acogida de "mujer del silencio y de la escucha" (TMA 48), tuvieron las palabras de Jesús en Caná (Jn 2,4ss) y, especialmente, en el Calvario (Jn 19,26). Porque si ella "estaba de pie junto a la cruz" (Jn 19,25), era para asociarse esponsalmente a Cristo, participando en su misma suerte o "espada" (Lc 2,35).
En ese mismo corazón resonaron las palabras de Jesús moribundo: el perdón (Lc 23,34), la promesa de salvación (Lc 23,43), la sed (Jn 19,28), el abandono (Mt 27,46), la confianza total (Lc 23,46)... Su "nueva maternidad según el Espíritu" (RMa 21), proclamada por Jesús (Jn 19,26), convertía su corazón materno en la memoria contemplativa de la Iglesia: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). La acción materna de María tendrá que ser "influjo salvífico" (LG 60) en el corazón de la Iglesia, para ayudarla a asemejarse cada día más a su Esposo" (LG 65).
La actitud típicamente eclesial es también especifícamente mariana: escuchar la palabra de Dios en el corazón, ponerla en práctica y anunciarla (cfr. Lc 11,28). Es como recibir el Verbo bajo la acción del Espíritu Santo, para transmitirlo al mundo. Por esto, María y la Iglesia son una virgen que se hace madre por ser una virgen creyente, orante, oferente (cfr. MC 17-20).
La actitud mariana del discípulo amado, de recibir a la Virgen como Madre en "comunión de vida" (RMa 45), se convierte en actitud contemplativa de ver a Jesús donde parece que no está (cfr. Jn 20,8; 21,7). De esta actitud mariana y contemplativa arranca la misión del anuncio: "Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos" (1Jn 1,3).
Cuando la Iglesia contempla los textos de la Escritura, como "libro en el cual cada uno puede leer el Verbo" (Andrés de Creta), lo hace con la actitud joánica de "recibir a María como Madre" (RMa 23). El "Magníficat" mariano se hace oración contemplativa de la Iglesia, donde "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). De este modo, el Magníficat sigue siendo, también por medio de la Iglesia, "la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18).
El camino contemplativo que la Iglesia imita de María, es el camino de la fe oscura, que sabe adorar, admirar y callar con un silencio activo de donación. La fe contemplativa de María (cfr. Lc 1,45) es modelo de la contemplación de la Iglesia, la cual queda invitada a ser también "la mujer dócil a la voz del Espíritu", que "se deja guiar en toda su existencia por su acción interior" (TMA 48).
En la oración mariana de la Iglesia hay una presencia activa y materna de María. Es la "presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación" (MC 18).
La oración contemplativa de María será siempre el punto de referencia de la oración contemplativa de la Iglesia. "La oración de la Virgen María, en su Fíat y en su Magníficat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe" (CEC 2622). "Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo. Acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cfr. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría»" (VS 120).
La contemplación mariana y eclesial es aceptación amorosa y generosa del misterio y de la sorpresa de Dios. Es, pues, un silencio activo que, a imitación de Dios Amor, se hace donación y servicio. La "búsqueda" de Cristo (cfr. Lc 2,44.48) será siempre un proceso doloroso, hasta el punto que cada momento del encuentro se convertirá en una nueva etapa de la búsqueda, a modo de inserción en el misterio de Nazaret y de la cruz (cfr. Lc 2,50-52).
Esta contemplación mariana y eclesial tiene sentido de desposorio con Cristo. Es precisamente "la contemplación de María a la luz del Verbo", la que lleva a la Iglesia a la unión con Cristo Esposo (cfr. LG 65). María y la Iglesia son "la mujer", esposa y asociada a Cristo (cfr. Jn 2,4; 19,25; Gal 4,4), que "consintiendo" en los planes de Dios, "se asocia" a Cristo (LG 58) para una "unión perfecta" con él (LG 63).
En la contemplación del misterio de Cristo, durante el año litúrgico, "la Iglesia admira y ensalza en María el fruto más excelso de la redención" (SC 103) y "proclama el misterio pascual" cumplido en ella y en todos los santos (SC 104).
Cuando la contemplación parece transformarse en "silencio" y "ausencia" de Dios, entonces María ayuda a descubrir al Verbo en lo que parecía silencio y al Emmanuel en lo que parecía ausencia. Esta presencia activa de María se convierte en la "memoria" de la contemplación, que consiste en la unión con los planes salvíficos de Dios: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Precisamente esta invitación contemplativa tiene sentido de desposorio, como cumplimiento de la antigua Alianza: "Haremos lo que él nos diga" (Ex 24,7).
Los santos han encontrado en el corazón de la Madre de Jesús la memoria de la vida de fe y de contemplación, para asociarse a Cristo. "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el corazón de la Virgen para darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (San Juan de Avila). Por esto, "quien cavare más en el corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísimo de gracia y amor" (ídem).
La apertura contemplativa a la palabra de Dios es un itinerario que atrapa a toda la persona y abarca toda la vida. En este proceso, María es Madre, modelo y guía. Ella ayuda en ese itinerario a través de las "moradas" del propio corazón, como para despojarlo de sí mismo, para llenarlo de Dios y convertirlo en donación. Entonces la palabra de Dios se recibe tal como es (don e iniciativa de Dios), para dejarse cuestionar por ella hasta unirse a los planes salvíficos de Dios.
Este itinerario es un camino de éxodo (desprendimiento) y desierto (silencio y escucha), para llegar a Jerusalén (unión). Con María y como ella, es itinerario de:
- silencio meditativo: Lc 1,29;
- "sí" de fidelidad a la palabra: Lc 1,38;
- alabanza, agradecimiento, adoración: Lc 1,46ss;
- servicio de caridad: Lc 1,39;
- instrumento del Espíritu Santo: Lc 1,41;
- aceptación del misterio de Cristo: Lc 2, 19.33.51;
- asociación esponsal a Cristo para correr su misma suerte pascual: Lc 2,35; Jn 19,25-27.
De esta contemplación mariana y eclesial nace el "amor materno" para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19; cfr. LG 65; RMi 92). Meditar la palabra de Dios, tal como es, aquí y ahora, dejándola entrar en lo más hondo del corazón, se traduce en el gesto materno que anuncia esta misma palabra "de modo creíble", como fruto de su "experiencia de Dios" (RMi 91; 1Jn 1,1ss).
El corazón de la Madre de Jesús sigue siendo la "memoria" del corazón contemplativo y misericordioso de la Iglesia: "María, con perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y la capacita para abrazar a todo el género humano" (VS 120). Este don de sí misma, a los planes salvíficos y universales de Dios, es el modelo de la virginidad contemplativa y de la maternidad fecunda de la Iglesia.
Revisión de vida para unificar el corazón
- Encontrar al mismo Dios, en el fondo del corazón y en la vida, más allá de sus dones:
"Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
"El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5).
"Quien guarda su palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él" (1Jn 2,5).
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8).
"La palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).
"Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis... Mirarán al que traspasaron" (Jn 19,34-37).
"Llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo... y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte... vio y creyó" (Jn 20,5-8).
"Estas señales han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31).
- Encontrar a Cristo cercano y consorte, que comparte su vida con nosotros:
"Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Maestro, ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día" (Jn 1,38-39).
"Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14).
"Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5,11).
"Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11,28).
"Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
"¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn 14,9).
"Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada (Jn 15,5).
"Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor (Jn 15,9).
"Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,13-15).
"También vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio" (Jn 15,27).
"Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo, el cual... se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,5.8).
"Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
"No tengas miedo porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10).
"No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).
"Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida" (1Jn 1,1).
- Encontrar en el corazón de la Madre de Jesús, la "memoria" contemplativa de la Iglesia:
"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Gal 4,4-5).
"Cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo" (Lc 1,41).
"Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1,46-48).
"Una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones" (Lc 2,35).
"Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2,51).
"Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).
"Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50).
"Alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan»" (Lc 11,27-28).
"Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,26-27).
III
DESPOSORIO EN LA RENUNCIA
1. El camino de plenitud en el amor
2. El seguimiento evangélico como desposorio
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria evangélica de la Iglesia
Revisión de vida para unificar el corazón
1. El camino de plenitud en el amor
El corazón humano se unifica solamente cuando se orienta hacia el amor de donación. Pero este amor verdadero sólo tiene una regla: la totalidad. Por esto la caridad es indivisible, como en Dios Amor. Así es el amor de Cristo: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).
A la "perfección de la caridad" (LG 40) está llamado todo cristiano, en cualquier estado y condición en que se encuentre. Este es el meollo del mensaje evangélico: "Amad..., sed perfectos como vuestro Padre" (Mt 5,44.48). Es verdad que en esta vida nunca se llega a la perfección del amor de modo permanente y definitivo. Pero al amor le basta con tender sinceramente a la donación plena, empezando todos los días, rehaciéndose en un proceso de conversión continua. Hay momento en los que amamos de todo corazón; pero luego aparece de nuevo nuestra debilidad y desorden. El verdadero amor de totalidad no se cansa de estrenar la aurora.
Experimentamos continuamente en nosotros mismos y también observamos en los demás, una tendencia a la rebaja y al descuento en las exigencias morales. Por esto no nos resulta fácil aceptar las exigencias evangélicas recordadas por la Iglesia. La moral cristiana sólo la acepta quien está dispuesto a orientar toda su vida hacia el amor: "La vida moral se presenta como la respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del hombre; es una respuesta de amor" (VS 10).
El aprecio de la vida humana (y la de todos los demás seres) no es cuestión de meros sentimientos, sino que sólo tiene lugar cuando uno hace de la propia vida una donación gratuita. Entonces se valora verdaderamente la propia vida y la de los demás. Los atropellos contra la vida nacen del hecho de destrozar la propia existencia en girones de egoísmos inconfesables. El "corazón nuevo" (Ez 36,25) es corazón decidido a ser verdadera vida: "Un don que se realiza al darse" (EV 49).
No es posible darse a sí mismo, sin renunciar a preferencias y gustos personales. "Sentirse" realizado de verdad, sólo es posible por el camino del "despojo" de sí mismo o del falso yo, para llegar a ser lo que Dios ha programado: ser reflejo de su donación. Porque la característica del amor de Dios no es la de dar cosas, sino la de darse a sí mismo.
Las bienaventuranzas son el "autorretrato de Cristo" (VS 16). "Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles a la gloria de su pasión y su resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana" (CEC 1717).
La peculiaridad del amor de Cristo consiste en darse él mismo, sin pertenecerse y como consorte. Y a este amor incondicional llama a los suyos: "Esta vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una élite de personas... Los mandamientos y la invitación de Jesús están al servicio de una única e indivisible caridad, que espontáneamente tiende a la perfección, cuya medida es Dios mismo" (VS 18).
Estamos acostumbrados a hablar de "santidad", y a veces esta palabra resulta estereotipada y sin sentido. En realidad, se trata de la misma vida de Dios, el "Santo", la fuente y el sostén de nuestro ser, el infinitamente Otro y, al mismo tiempo, el Amor (cfr. 1Jn 4,8). Dios nos ha creado para participar en esa su misma vida: "Sed santos porque yo soy santo" (Lev 19,2). Por esto, "nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad" (Ef 1,4-5). A esta novedad de plenitud ya apuntaba el mandamiento antiguo: "Amarás a tu Dios con todo tu corazón" (Deut 6,5). Pero en Cristo ya podemos amar a Dios con su mismo amor, hasta llegar a ser expresión del mismo Cristo, "alabanza de su gloria" (Ef 1,12).
La exigencia de este amor constituye el meollo de la vida y moral cristiana. No sería posible aceptar y cumplir estas exigencias sin la gracia de Dios, que todos pueden recibir para abrir libremente el corazón a los horizontes infinitos del amor. Esas exigencias "sólo son posibles como fruto de un don de Dios, que sana, cura y transforma el corazón del hombre por medio de la gracia" (VS 23).
A esta vida de un corazón que se abre al amor, los cristianos la llamados "perfección". Propiamente es un camino o proceso que tiende a esa perfección o madurez de la personalidad humana y cristiana. "La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada la libertad del hombre" (VS 17). La "caridad de Dios", que "se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5), hace posible vivir sus exigencias "en plenitud", porque nos capacita para "responder a la sublime vocación de ser hijos en el Hijo" (VS 17).
Es, pues, "un crecimiento en el amor", personalmente y en la comunidad eclesial, para responder a "las exigencias del desarrollo de la «imagen de Dios» que está en el hombre" (VS 111). Sólo el que se ha dejado captar por quien "nos amó primero" (1Jn 4,19), entiende que es posible responder a esta llamada de llevar a plenitud la participación en la filiación divina de Jesús (cfr. Ef 1,4-6). Esta convicción y decisión de ser santos, por encima de toda moda y caricatura, se asume con confianza plena "en el inagotable amor misericordioso de Dios"; sólo así es posible avanzar por "el camino de la plenitud de vida propia de los hijos de Dios" (VS 115). Esta confianza y esta audacia brotan en el corazón cuando nos decidimos a "hacernos como niños" (Mt 18,3). Bastaría estrenarla todos los días, queriendo responder al amor con todo el corazón.
La vocación cristiana es de "caminar en el amor" (Ef 5,2), que consiste en la apertura generosa a los criterios, a la escala de valores y a las actitudes de Cristo. Es el camino del "sí", que inició el mismo Jesús desde el seno de María, queriendo unir a su "sí" el de su Madre y el de toda la humanidad. Es el camino del corazón, donde espera Dios Amor. Por esto el corazón de la Madre de Jesús es la "memoria" de una Iglesia creyente y contemplativa, que quiere vivir el evangelio en plenitud.
Las exigencias del mensaje evangélico sólo se entienden y viven a partir de un enamoramiento. Por parte de Jesús, su amor está asegurado: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros" (Jn 15,9). Por parte nuestra, la invitación espera una respuesta: "Permaneced en mi amor" (ibídem). Esa respuesta no sería posible sin la presencia del mismo Jesús en nuestro corazón: "Permaneced en mí, como yo en vosotros; lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí" (Jn 15,4). Apoyados en su presencia comprometida, es posible una respuesta generosa: "Podemos" (Mc 10,39); "todo lo puedo en aquel que me conforta" (Fil 4,13). Así es la creatividad del amor.
Es importante observar cómo todos los que se entregaron al amor en plenitud, tomaron como punto de partida la iniciativa de Cristo: "Me amó, se entregó por mí" (Gal 2,20). Apoyados en esta fe y confianza inquebrantable, supieron realizarse en el deseo y la búsqueda de esta plenitud de amor que se ensaya todos los días: "Vivo en la fe del Hijo de Dios" (ibídem).
La renuncia es una consecuencia del amor: "No anteponer nada a Cristo" (San Cipriano y San Benito). Cuando el Señor invitó a "renunciar a todo", indicó también el motivo de esta renuncia: "Seguirle", para ser sus discípulos y amigos (Lc 14,33; Mt 16,24). Se trata de renunciar a todo lo que no lleve al amor, por amor al "reino" (Mt 19,12), es decir, a su "nombre" o persona (Mt 19,29).
El camino de la plenitud en el amor se va realizando a partir del convencimiento de que Dios nos ama en Cristo, puesto que "en él nos ha dado todo" (Rom 8,32). De este convencimiento, que es fruto de la gracia, nace la decisión de totalidad: darse del todo y para siempre. A la luz de la encarnación y de la redención, descubrimos que esa entrega es posible, a pesar de las debilidades, errores y defectos. Al mirar a Cristo, que es luz, vida y amor, nos dejamos mirar por él en nuestra oscuridad, debilidad, frialdad y dureza. Su mirada de misericordia imprime en nosotros su reflejo; entonces, con él, ya podemos mirar al Padre, en el Espíritu, haciendo de nuestra vida unidad en el amor: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros" (Jn 17,21).
La "unidad de vida", que armoniza vida interior y acción, sin dicotomías, brota de un corazón unificado, que se va vaciando de todo lo que no suene a donación a Dios y a los hermanos.
2. El seguimiento evangélico como desposorio
La revelación cristiana, siguiendo la línea del Antiguo Testamento, habla continuamente de "alianza" o desposorio. Dios, hecho hombre, comparte la misma suerte de toda la humanidad. El camino hacia Dios, que en todas las religiones pasa por el corazón, se hace camino de desposorio en el cristianismo: Cristo el Esposo o consorte, el "camino", el protagonista, el hermano y el responsable de nuestro existir unido al suyo.
Las renuncias radicales del amor encuentran su significado en la naturaleza del mismo amor. El "éxodo", dejando atrás promesas superadas, es ya un éxodo que lleva al "desierto" de la Alianza y a la unión de la nueva "Jerusalén". Jesús es el nuevo "templo", la "shekinah" (tienda de caminante), el "pan de vida", el Emmanuel, "el Verbo hecho hombre que habita entre nosotros" (Jn 1,14).
Este amor de desposorio por parte de Cristo, reclama un amor de retorno, hasta compartir su misma vida. El "seguimiento" evangélico tiene, pues, las características de una amistad profunda en la que dos vidas se funden en una sola, hasta beber la misma "copa" de bodas en la nueva "Alianza" (Lc 22,20; Mc 10,38). La Iglesia entera se hace esposa o consorte, en vistas a "que todo hombre pueda encontrar a Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el mismo camino de la vida" (RH 13; cfr. VS 7).
El seguimiento de Cristo, como camino del corazón compartido con él, tiene como impulso interior el amor. Se sigue a Cristo, confiados en su Espíritu, que confiere "la gracia de compartir su misma vida y su amor" (VS 15). Las bienaventuranzas practicadas por Jesús son su "autorretrato", a modo de "invitaciones a su seguimiento y a la comunión con él" (VS 16). La vida y moral cristiana "consiste fundamentalmente en el seguimiento de Cristo, en el abandonarse a él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia" (VS 119).
No sería posible este seguimiento evangélico, si el deseo sincero de una entrega total, a pesar de las propias limitaciones. El amor tiende a la totalidad de la donación. Sólo entonces existe la verdadera libertad. "La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada la libertad del hombre" (VS 17).
Este seguimiento esponsal hace compartir la misma filiación divina de Jesús, como "hijos en el Hijo" (cfr. Ef 1,5; GS 22). Por ese compartir su misma vida, se llega a la "libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21). Las exigencias de la moral cristiana ya son posibles, cuando se quieren vivir como seguimiento esponsal de Cristo: "Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana"; entonces se tiende a "adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre" (VS 19). "El seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización" (VS 119).
Seguir evangélicamente a Cristo equivale, pues, a adoptar una actitud y opción fundamental, que afecta al creyente "en su interioridad más profunda" (VS 21). Se comparte de verdad la vida en Cristo cuando se vacía el corazón de todo lo que no se refiere a él, como centro de la creación y de la historia.
Sólo quien sigue esponsalmente a Cristo, adhiriéndose vivencialmente a su persona, puede acertar en el análisis de la realidad concreta. Si en la realidad no aparece la luz de Cristo, esa realidad es parcial y tiene el riesgo de convertirse en un espejismo o en una tergiversación de la misma. La dinámica del discernimiento de la realidad pasa por la participación en la vida de Cristo y en su misma conciencia de "Salvador del mundo" (Jn 4,42).
La palabra "conversión", además de significar el "cambio de mentalidad" ("metanoia") y la consecuente renuncia al pecado, indica también la apertura al "reino" (Mc 1,15), es decir, "la adhesión a la persona de Jesús" (VS 19) y el "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88). Se trata, pues, de "convertirse más radicalmente al evangelio" (UUS 15). Es la "conversión" que hace de cada carisma eclesial un servicio de amistad fraterna: "Tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Entonces las estructuras eclesiales aparecen como servicios "kenóticos" o humildes, que son eficaces no por el poder y los privilegios humanos, sino por la acción del Espíritu a través de signos débiles y pobres.
El seguimiento evangélico es inherente a toda vocación cristiana, a partir del bautismo. Pero en las narraciones evangélicas y en los tiempos apostólicos, aparece una modalidad radical del mismo seguimiento, que es propia de los Apóstoles, de sus sucesores y de las diversas modalidades de vida consagrada surgidas en la historia, para imitar "el género de vida virginal y pobre que Jesús escogió para sí y que abrazó su Madre, la Virgen" (LG 46). Entonces "los rasgos característicos de Jesús - virgen, pobre y obediente - tienen una típica y permanente «visibilidad» en medio del mundo" (VC 1). Las personas "consagradas" son "signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo" (VC 15), "memorial viviente del modo de existir y de actuar de Jesús" (VC 22).
La llamada que Jesús dirige a los suyos, el "sígueme", se puede apreciar dilectamente la invitación a una relación personal: "Para estar con él" (Mc 3,14). El corazón humano es capaz de las máximas renuncias, cuando experimenta una cierta seguridad (en la fe) de ser amado por Cristo. El "amor apasionado por Jesucristo" (VC 109) lleva a su "anuncio apasionado a quienes aún no le conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres" (VC 75).
La vida de amistad con Cristo, por ser auténtica, tiende a ser profunda, a modo de desposorio. El mismo se llama "Esposo" o consorte (Mt 9,15) y, por esto, invita a correr su misma suerte y a compartir su misma vida. El amó hasta "dar la vida", como máxima expresión del amor (cfr. Jn 15,13). Su donación total consiste en darse él mismo, sin buscar sus propios intereses y sin pertenecerse. Por esto "no tiene donde reclinar su cabeza" (Mt 8,20), y hace de la voluntad del Padre su propia "comida" (Jn 4,34). Su modo de amar es así, sin cálculos matemáticos ni descuentos egoístas.
A esta vida de amistad invita a "los suyos", a quienes "ha amado hasta el extremo" (Jn 13,1). Si quiere compartir con ellos su misma vida e intimidad divina (cfr. 15,15), es para poder exigir una respuesta generosa en sintonía con la suya: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Esta mutua amistad es posible, porque está fundamentada en su iniciativa: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16; cfr. 1Jn 4,10).
En el camino del seguimiento evangélico se encuentran muchas sorpresas. La principal consiste en "el amor de Cristo que supera toda ciencia" y toda previsión (Ef 3,19). A la luz de este amor, las demás sorpresas se puede superar: la propia debilidad y los propios defectos, los fracasos, malentendidos y abandonos... Pero en la tempestad, él deja oír su voz desde dentro del corazón: "Soy yo, no temáis" (Jn 6,20). Pablo, tal vez algo desanimado en Corito, escuchó la misma voz del amigo que nunca abandona: "No tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10).
La Iglesia entera se siente invitada a entrar en esos amores como esposa de Cristo, quien la ha amado hasta dar su vida en sacrificio "para santificarla... y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). "La Iglesia esposa, conducida por el Espíritu a reproducir en sí los rasgos del Esposo, se presenta ante El resplandeciente (cf. Ef 5,27)" (VC 19).
Es verdad que son muchos los títulos bíblicos de la Iglesia: cuerpo de Cristo, pueblo, sacramento o misterio, viña, rebaño... Pero todos ellos se refieren a Cristo: ser su expresión, su propiedad esponsal, su signo e instrumento, su familia o comunidad... Si Jesús dijo "mi Iglesia" (Mt 16,18), fue para dar a entender su amor tierno y familiar: "Mi madre y mis hermanos" (Lc 8,21).
Al tomar conciencia de ser Iglesia esposa, el creyente queda invitado a compartir esponsalmente la misma vida de Cristo: "¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? (Mc 10,38)". Hay que "caminar en el amor, como Cristo nos amó hasta entregarse a sí mismo como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5,2). "María con los Apóstoles en el Cenáculo... es una imagen viva de la Iglesia-Esposa... En María está particularmente viva la dimensión de la acogida esponsal, con la que la Iglesia hace fructificar en sí misma la vida divina a través de su amor total de virgen" (VC 34).
Hoy tal vez los cristianos hemos restado importancia al sentido esponsal del seguimiento evangélico y a la realidad bíblica de la Iglesia como esposa de Cristo. Algunas carencias actuales (en la misión, las vocaciones, la contemplación, el amor de Iglesia) tienen origen en este vacío de sentido eclesial. La vocación cristiana no tendría sentido sin esta perspectiva esponsal de la encarnación: "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). La Iglesia será signo de este misterio de comunión, en la medida en que ella misma sea comunión con Cristo Esposo y con toda la humanidad.
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria evangélica de la Iglesia
En María, la Iglesia encuentra "la mujer" siempre fiel a las palabras y a la acción redentora de Jesús (Jn 2,4-5; 19,25-27; Lc 11,28). La Madre del Señor es la "memoria" de la Iglesia en el seguimiento evangélico: "En Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales, manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre, sus parientes y sus discípulos" (Jn 2,11-12).
El corazón de la Madre de Jesús iba guardando las palabras del Señor, para transformarlas en gestos de fidelidad concreta, invitando a la comunidad eclesial a ser fiel a la nueva Alianza simbolizada por las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; cfr. Ex 24,7). El seguimiento evangélico recupera entonces el sentido esponsal de correr la suerte o "beber el cáliz" de Cristo Esposo (Mc 10,38). María había sido la primera en decir el "sí" (Lc 1,38) y en aceptar la misma "espada" o suerte del Señor (Lc 2,35).
La Madre de Jesús sigue siendo el modelo y la guía en este camino de seguimiento esponsal. Es "ejemplo perfecto de amor, tanto a Dios como al prójimo" (TMA 54). Los santos más marianos la vivieron así: "Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes" (San Luís Mª Grignon de Montfort). "Es María, es el Corazón de María, la que más caridad tiene... Es todo caridad... María es el corazón de la Iglesia" (S. Antonio Mª Claret).
El amor esponsal a Cristo se vive con y como María. "Mi corazón ardiente te lo doy por entero... haz con él lo que quieras, escóndelo en el Corazón purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará... Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre" (M. María Inés-Teresa Arias).
En María toda vocación cristiana encuentra el modelo de una respuesta fiel y generosa: "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 35). Es también ella la ayuda materna en todo el proceso vocacional, porque "sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones" (PDV 82) y estimulando a "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (PDV 34).
En toda vocación cristiana, que es siempre de seguimiento evangélico, hay un inicio en el que se toma una opción fundamental, como también hay unos momentos difíciles en los que hay que perseverar con fidelidad y unos tiempos especiales de renovación. Siempre hay que tender "a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). María sigue acompañando activa y maternalmente en todos estos momentos:
- en el inicio de la santificación y del seguimiento apostólico: Lc 1,15.41 (el precursor); Jn 2,11-12 (los discípulos);
- perseverando firmemente en las dificultades: Jn 19,25-27;
- orando para una renovación constante en el Espíritu Santo: Act 1,14.
Como María y con ella, la Iglesia entera aprende a "abrazar de todo corazón la voluntad salvífica de Dios" y, consecuentemente, a "consagrarse totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios Omnipotente" (LG 56). Por esta consagración y entrega de obediencia incondicional de su corazón, María (como Tipo de la Iglesia) "se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano" (ibídem) y "cooperó a la restauración de la vida sobrenatural de las almas (LG 61). Esta realidad mariana se prolonga en la Iglesia según la vocación específica de cada creyente.
El seguimiento evangélico de la vocación laical tiende a la inserción en las estructuras humanas, "a modo de fermento" (LG 31), en vistas a "perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu evangélico" (AA 4). Encomendando a su "solicitud materna" este compromiso apostólico, los laicos imitan la vida de María, quien "mientras vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones y trabajos familiares, estaba constantemente unida a su Hijo y cooperó de modo singularmente a la obra del Salvador" (AA 4; cfr. CFL 64; CT 73; FC 86; MD 2).
El seguimiento evangélico de la vida consagrada expresa de modo radical el estilo de vida de Cristo, "según se propone en el evangelio" (PC 2). Es, pues, "el género de vida espiritual y pobre que Cristo Señor escogió para sí y para su Madre" (LG 46). La vida consagrada se realiza "según el modelo de la consagración de la Madre de Dios" (RD 17). En este sentido, se puede decir que la vida consagrada es "un reflejo de la presencia de María en el mundo" (Juan Pablo II, año mariano de 1988). Esta vida se convierte en "múltiples frutos de maternidad según el Espíritu" (RMi 70), como "fruto e la donación total a Dios en la virginidad" (RMa 39). "La persona consagrada encuentra en la Virgen una Madre por título muy especial... una especial ternura materna. La Virgen le comunica aquel amor que permite ofrecer cada día la vida por Cristo, cooperando con El a la salvación del mundo. Por eso, la relación filial con María es el camino privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida... avanzar en ella y vivir en plenitud" (VC 28).
El seguimiento evangélico de la vida sacerdotal o del sacerdote ordenado es una prolongación de la acción y de la caridad pastoral de Cristo, como "representación sacramental", "memorial", "prolongación visible y signo sacramental de Cristo" Cabeza, Buen Pastor, Sacerdote, Siervo y Esposo (PDV 13-16). Si en los ministerios hay que "obrar en su nombre" o "en persona de Cristo Cabeza" (PO 2), es necesario también ser, ante la comunidad eclesial, signo transparente de cómo amaba el Buen Pastor, que vivió pobre, obediente y casto (cfr. PDV 22). María, "guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18). De ahí se seguirá "una sólida y tierna devoción" por parte de los sacerdotes ministros (PDV 82; cfr, PO 18; OT 8).
La Virgen María ayuda a todo creyente a lo largo de todo el proceso de perfección y seguimiento, para configurarse plenamente con Cristo. Su acción materna tiende a hacer de cada bautizado un Jesús viviente, "cooperando con amor materno a su generación y educación" (LG 63).
Al contemplar a María, se recupera la eclesiología de desposorio con Cristo, puesto que de ella se aprende el seguimiento esponsal de "la mujer" y "nueva Eva", como Tipo de la Iglesia esposa. "La Iglesia... se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65), cuando, con María y con ella, contempla el misterio de la encarnación y redención.
El desposorio eclesial con Cristo, a ejemplo de María, es un camino de discernimiento y de fidelidad al Espíritu Santo. María continúa ahora en la Iglesia su función intercesora como en el cenáculo (Act 1,14), donde "María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu Santo, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra" (LG 59). Existe una "misteriosa relación entre el Espíritu de Dios y la Virgen de Nazaret", que hace posible "su acción (de ambos) sobre la Iglesia" (MC 27).
Los santos han mirado a María como Madre, modelo y guía en todo el itinerario de la perfección: "El alma perfecta se hace tal por medio de María" (San Bernardino de Siena). "La Virgen fue constituida como principio difusivo de santificación. La Iglesia entera obtiene de ella la santificación" (San Buenaventura). En este camino, ella es "guía y maestra segura" (San Efrén). Ellos aprendieron experimentalmente que "María es maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos" (MC 21).
En el corazón de la Madre de Jesús, como memoria evangélica de la Iglesia, se aprende a avanzar por el camino de la perfección, imitándola especialmente "en las virtudes más humildes" (Santa Teresa de Lisieux). Entonces la espiritualidad cristiana es eminentemente mariana, como "vida de fe" con María (RMa 48).
El camino de la fe es necesariamente camino de contemplación y de perfección. Toda reflexión teológica que no fuera una invitación al seguimiento esponsal de Cristo, dejaría de ser reflexión cristiana. María garantiza el itinerario para adentrarse en el misterio de Cristo Esposo. Las renuncias evangélicas no son más que la orientación del corazón, unificándolo hacia el amor esponsal a Cristo.
Revisión de vida para unificar el corazón
- El amor verdadero tiende a la totalidad de la entrega:
"Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).
"En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1Jn 3,16).
"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,37-40).
"Amad..., sed perfectos como vuestro Padre" (Mt 5,44.48).
"Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo" (Lc 6,36).
"Sed santos porque yo soy santo" (Lev 19,2; 1Pe 1,16).
"Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación... pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad" (1Thes 4,3.7).
"Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad" (2Thes 2,13).
"Nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad" (Ef 1,4-5).
"La caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5).
"Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero" (1Jn 4,19).
"Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y caminad en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5,1-2).
"Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).
"Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó, se entregó por mí" (Gal 2,20).
- Compartir esponsalmente la misma vida de Cristo:
"Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme»" (Mc 10,21).
"Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío" (Lc 14,33).
"Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?»" (Mt 19,27).
"Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna" (Mt 19,29).
"El hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza" (Mt 8,20).
"Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22,20).
"No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16).
"Cristo amó a su Iglesia y se entregó en sacrificio por ella, para santificarla... y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada" (Ef 5,25-27).
- Encontrar en el Corazón de la Madre de Jesús, la memoria del seguimiento evangélico de la Iglesia:
"El ángel le dijo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue". (Lc 1,35.38).
"Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción. Y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones»" (Lc 2,34-35).
"El ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel... se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret" (Mt 2,19-23).
"Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2,48-51).
"Jesús dijo: ...«Mujer, todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga»... En Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales, manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre, sus parientes y sus discípulos" (Jn 2,11-12).
IV
FECUNDIDAD DE LA CRUZ
1. Cruz y martirio
2. La perfecta alegría
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria pascual de la Iglesia
Revisión de vida para unificar el corazón
1. Cruz y martirio
El silencio, la soledad y la renuncia forman parte del itinerario que va hacia la Pascua. La sombra de la cruz es luminosa y llena de vida, porque en ella hay "alguien" que es palabra y presencia esponsal. Al corazón humano le espanta el sufrimiento, pero cuando descubre a Cristo Esposo crucificado, aprende a beber con alegría su misma copa, para compartir su misma vida.
El cristianismo es camino de cruz porque está siempre orientado hacia la Pascua del Señor. La cruz abre sus brazos y su corazón a la resurrección. Los errores y pecados del pasado y del presente son siempre debidos al hecho de querer escapar de la cruz. La debilidad de la cruz se convierte en "fuerza de Dios" (1Cor 1,24). Los brazos de la cruz, impresos en la vida del creyente, atraen el corazón del mismo Cristo.
Cristo crucificado está simbolizado por los crucifijos. Su presencia verdadera aparece sólo en vidas humanas que quieren ser sus "testigos" (Act 1,8), hasta poder decir como Pablo: "No quise saber nada entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Cor 2,2). El corazón de Cristo quedó abierto en la cruz para mostrar su unidad, como reflejo de Dios Amor. Aquel costado abierto, del que brotó el agua viva del Espíritu, fue la máxima epifanía de la Trinidad, porque entonces apareció el significado de la encarnación del Hijo de Dios: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16).
El cristiano ya sólo podrá unificar el corazón, si crucifica sus criterios, su escala de valores y sus actitudes, orientándolas hacia la oblación o donación de sí mismo. La realidad concreta, aunque sea dolorosa, es hermosa, porque cuando se transforma la vida en donación, ya es posible hacer siempre lo mejor: "El don total de uno mismo, como hizo Cristo en la cruz" (VS 89).
La "mirada" puesta en Cristo crucificado es más clarificadora que todos los "enunciados doctrinales" sobre la moral cristiana, porque "sólo en Cristo está la respuesta verdadera"; por esto, "la Iglesia encuentra en Jesús crucificado la respuesta al interrogante que atormenta hoy a tantos hombres... Cristo crucificado revela el significado auténtico de la libertad, lo vive plenamente en el don total de sí y llama a los discípulos a tomar parte en su misma libertad" (VS 85).
La madurez del corazón humano se manifiesta en la verdad de la donación, como expresión de la verdadera libertad. Pero esa donación se aprende en la cruz pascual de Cristo. Efectivamente, "su carne crucificada es la plena revelación del vínculo indisoluble que existe entre libertad y verdad" (VS 87). En la resurrección de Jesús aparece "la fecundidad y la fuerza salvífica de una libertad vivida en la verdad" (ibídem). Por esto, "la contemplación de Jesús crucificado es la vía maestra por la que la Iglesia debe caminar cada día si quiere comprender el pleno significado de la libertad: el don de uno mismo en el servicio a Dios y a los hermanos" (VS 87).
La sangre que brota del costado de Cristo, significa su vida donada por amor. Por esto, "la sangre de Cristo manifiesta al hombre que su grandeza, y por tanto su vocación, consiste en el don sincero de sí mismo" (EV 25). La vida humana recupera todo su sentido. Así como el Hijo de Dios "manifestó su gloria" en vistas a "su hora" (Jn 2,11; 13,1), del mismo modo el misterio de la vida humana se descifra en la cruz como verdad de donación. "La vida encuentra su centro, su sentido y su plenitud, cuando se entrega" (EV 51). Jesús ha fundado la Iglesia para vivir y anunciar este mensaje: "De la cruz, fuente de vida, nace y se propaga el pueblo de la vida" (ibídem).
Cuando los cristianos decimos "cruz", queremos indicar la actitud oblativa de Cristo, especialmente en los momentos de dolor y humillación. Por esto, participar en la cruz, significa entrega de sí mismo, principalmente en los momentos de renuncia, de servicio y de donación total. Sin esta perspectiva del amor, el signo de la cruz no pasaría de ser frustración y soledad estéril. La imagen de Cristo crucificado no produce traumas en los pequeños, si éstos ven reflejado en los mayores el mismo amor sereno de Jesús. Los traumas se originan en un corazón disperso y dividido, desde donde se contagian a los demás con la excusa de la "cruz".
A veces, la participación en la cruz de Cristo llega al grado de "martirio", es decir, de "testimonio" sangriento. La historia de la Iglesia, según la promesa del Señor (Jn 15,18ss; Mt 10,17ss), será siempre historia martirial. "La caridad, según las exigencias del radicalismo evangélico, puede llevar al creyente al testimonio supremo del martirio" (VS 89). "El martirio cristiano siempre ha acompañado y sigue acompañando la vida de la Iglesia" (VS 90).
Todo creyente que se decida a ser consecuente con las exigencias evangélicas, hallará contradicciones, también dentro de la comunidad eclesial, como ha sido el caso de muchos santos. Lo importante es garantizar que la actitud tomada corresponda al evangelio tal como lo vive y practica la Iglesia. Las personas que forman la comunidad eclesial no dejan de tener sus limitaciones humanas, que frecuentemente son fuente de dificultades para los demás. Pero hay que saber intuir el misterio de la Iglesia "comunión", donde Cristo está presente por medio de signos pobres.
La donación sincera y leal resulta incómoda para todos. Hay muchos cristianos que, por ser fieles al evangelio y a la Iglesia, son marginados, pierden puestos de trabajos y sufren persecución. Son siempre muchos los apóstoles que viven permanentemente en una situación martirial. "En el martirio, como confirmación de la inviolabilidad del orden moral, resplandecen la santidad de la ley de Dios y a la vez la intangibilidad de la dignidad personal del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios" (VS 92).
La entrega al camino de perfección y de misión, irá acompañada siempre por la posibilidad del martirio. "El martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia" (VS 93). Esa entrega generosa y martirial se convierte en "anuncio solemne y compromiso misionero «usque ad sanguinem» para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y de la sociedad" (ibídem).
La vida cotidiana del cristiano más sencillo que quiere ser fiel, tiene estas características de martirio incruento de "coherencia", que, a veces, lleva consigo "sufrimientos y grandes sacrificios" (VS 93). El gozo del Espíritu, que "nadie puede arrebatar" (Jn 16,22), es el resultado de un camino de Pascua que pasa siempre por la cruz.
Martirio, cruento o incruento, será siempre una actitud habitual de donación de quien no busca sus propios intereses, sino los de Cristo (2 Cor 12,14). "Es un testimonio que no hay que olvidar", porque también "en nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi «milites ignoti» de la causa de Dios" (TMA 37).
La cruz ilumina todo el camino de la vida, descubriendo en ella signos de esperanza pascual. No podría ser testigo creíble de Cristo quien no estuviera fraguado en la cruz. Es verdad que, a veces, la cruz parece "anonadamiento" total; pero ese despojamiento de todo es sólo para manifestar la donación total de Cristo, quien "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres... y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre" (Fil 2,7-9).
Aunque parezca un contrasentido, habrá que buscar la fuente del dolor de Cristo no en los azotes, espinas, clavos y sarcasmos, sino en el amor. El dolor más profundo de Jesús, en Getsemaní y en la cruz, fue debido al amor al Padre en el Espíritu Santo, al amor a toda la humanidad y a su amor de donación total. El dolor más profundo consistía en ver que "el Amor no es amado" (San Francisco de Asís), que los hombres sus hermanos estaban destruido por el egoísmo y el pecado, y que su misma oblación parecía un "abandono" inútil (Mt 27,46). Entonces se manifestó plenamente la donación de Cristo: "En tus manos, Padre" (Lc 23,46).
Jesús sufrió por "haber amado a los suyos hasta el extremo" (Jn 13,1). "Dar la vida" por sus "amigos" fue la prueba máxima de su amor y la causa de su dolor. Quien ha experimentado este amor, se siente fortalecido para afrontar el dolor, para transformarlo en cruz de donación total. Pero el mismo creyente no deberá olvidar que la experiencia del amor de Cristo ha sido siempre en la propia debilidad y pecado, donde esperaba él, "cansado del camino" (Jn 4,6) y con el corazón abierto.
Si faltara el sentido del pecado (perdonado o prevenido), faltaría también el amor apasionado por Cristo y el servicio incondicional a los hermanos. El perdón generoso de Jesús es siempre el estímulo que genera los apóstoles de todos los tiempos. Al vivir esta fe en el amor misericordioso de Cristo, el apóstol comprende que no existe cristianismo (santidad y misión) sin cruz. La vida apasionada de Pablo, el perseguidor convertido, estuvo marcada por esa misma señal: "Estoy crucificado con Cristo" (Gal 2,19).
2. La perfecta alegría
El corazón humano busca siempre la felicidad, la verdadera paz. Cuando hay dispersión hacia lo que no es verdadero ni bueno, el corazón sufre. Una sociedad de bienestar, como la nuestra, no siempre ayuda a conseguir el gozo de un corazón unificado en la verdad de la donación.
Los santos han sido deconcertantes. No siempre fueron comprendidos. Que San Francisco hable de "perfecta alegría", precisamente cuando es despreciado, desconocido e incluso apaleado, no tiene sentido humanamente hablando. A los santos sólo se les entiende a partir de su enamoramiento de Cristo. La sencillez, la pobreza y la alegría del "hermano universal", nace de su amistad y desposorio con Cristo.
Cuando uno entra en los amores de Cristo, en su corazón abierto por amor, entonces se comienza a comprender su misterio de Belén, Nazaret y Calvario. Y si Jesús ha querido experimentar el "abandono" en la cruz, así como el "silencio" y la "ausencia" de Dios, es porque, como Esposo, ha aceptado la "copa" de bodas preparada por el Padre (cfr. Jn 18,11; Lc 22,20). Así amó a toda la humanidad, que es su esposa o consorte. A la luz de este amor, las penalidades de esta vida no son más que participación en el amor esponsal de Cristo crucificado.
El gozo más profundo de un corazón enamorado de Cristo es el de compartir su misma vida, "completándolo" en todo (Efes 1,23): en su oración (por el "Padre nuestro"), en su amor (por las bienaventuranzas y el mandamiento nuevo), en su vida ordinaria de Nazaret, en su "pasión" (cfr. Col 1,24), en su misión (Jn 20,21)... Ese fue el "gozo desbordante" de Pablo (2Cor 7,4). Algunos hablarán de masoquismo y voluntarismo. Otros se perderán en elucubraciones sobre cómo es posible "completar" la pasión de Cristo, siendo ya perfecta y completa... Pero al enamorado le basta con aceptar la invitación de Cristo Esposo; "¿podéis beber la copa que yo he de beber?" (Mc 10,38). Sólo el amor sabe respetar el misterio de Dios que es Amor, así como la historia de amor que se refleja en todo hermano y en el propio corazón. A esa luz no se llega si no es por medio del sufrimiento y de la oscuridad de la fe.
La perfecta alegría nace del hecho de dedicarse desinteresada y plenamente al "Reino de Dios". Entonces se descubre que ese Reino "es ante todo una persona, que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). Y así se aprende a "participar de la función real de Cristo en la cruz" (VS 87). La Iglesia, esposa de Cristo, no desea otro diadema, otro cetro y otro trono que el de Cristo coronado de espinas, escarnecido y crucificado.
El gozo esponsal consiste en encontrar a Cristo en el propio corazón, en el corazón de todo hermano y en los signos pobres de la Iglesia, especialmente en la palabra evangélica, en la eucaristía, en los demás sacramentos y en el carisma y vocación de cada hermano. Ese gozo se alimenta de la esperanza en un encuentro definitivo: "El Espíritu y la esposa dicen: ven... ven, Señor Jesús" (Apoc 22,17.20). Ese gozo profundo del Espíritu no lo pueden arrasar las borrascas de superficie.
El amor a Cristo Esposo se demuestra en afrontar las dificultades, amando, es decir, transformándolas en otras tantas posibilidades de servicio y donación. Tanto Getsemaní como el Calvario, para Cristo y para la Iglesia, son la "copa" de bodas preparada por el Padre. A partir de este amor esponsal, es posible vivir y morir perdonando y sembrando la esperanza (Lc 23,34.46; Jn 19,30).
Este lenguaje cristiano no resulta fácil en ninguna cultura. Pero el proceso de "inculturación" no puede "desvirtuar la cruz de Cristo" (1Cor 1,17). Quien no se haya "inculturado" en los valores evangélicos, tampoco será capaz de insertarse en las culturas y en la historia humana.
Jesús sigue siendo "el camino" para transformar la humillación o "kenosis" de la cruz, en una conciencia más profunda de ser "hijos en el Hijo". El, en medio del abandono de la cruz, tenía conciencia y certeza de ser Hijo eterno de Dios. Así experimentó más que nadie el "silencio" de Dios. Por esto, en la resurrección experimentó plenamente, también en su humanidad, los efectos de su filiación divina.
El camino está trazado también para nosotros. Nuestra ventaja consiste en que Jesús se nos hace "el camino", invitándonos a compartir su experiencia de cruz y de resurrección. Con nosotros ha iniciado el proceso de "volver al Padre" (Jn 16,28). La filiación divina participada bien merece el precio de participar en la cruz de Cristo, en su silencio, soledad, abandono..., que son siempre palabra, presencia y plenitud divina.
Por la cruz, es como si el corazón de Cristo se vaciara de sí mismo, para mostrar a Dios Amor. Entonces, más que nunca, se aclaran sus palabras: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). Su anonadamiento ("kenosis") deja entrever la plenitud de la presencia divina. Desde entonces, las reglas del amor han quedado redactadas con claridad: vaciarse de sí, para llenarse de Dios y para ser donación a Dios y a los hermanos.
Este es la alegría de "volver" al primer rostro del hombre, creado por Dios a su imagen y recreado a imagen de Cristo su Hijo. El retorno es doloroso, como de quien tiene que corregir, cercenar, reorientar. Pero el corazón humano va recuperando el gozo de abrirse a la suma verdad, al sumo bien y a la suma belleza. Es la alegría de ser "biografía" complementaria de Cristo en el tiempo.
El gozo de esta perfecta alegría no nace de una conquista, sino que es don e iniciativa divina. Ahí aparece de nuevo el motivo principal del gozo: saberse amado por Dios en Cristo, por haber sido elegido para compartir esponsalmente su misma suerte. La vida de Cristo se prolonga en nosotros, en nuestro Belén, Nazaret, Calvario y sepulcro vacío.
El nuevo cielo y la nueva tierra están ya "sellados" por el Espíritu (Ef 1,13). El "gozo en el Espíritu" (Lc 10,21) consiste en participar con Cristo en la construcción de la "ciudad" definitiva (Apoc 21,1-2). El camino pascual para llegar a este triunfo ya está trazado: "La sangre (o vida) de Cristo, se ofreció inmaculada a Dios por medio del Espíritu" (Heb 9,14). El éxito o el fracaso humano ya no cuentan; sólo cuenta la cruz del misterio pascual.
Las vicisitudes de la historia ya han encontrado su orientación definitiva: la cruz pascual de Cristo, que "atrae todo a sí" (Jn 12,32). La historia ha recuperado su sentido. Del tapiz maravilloso que estamos tejiendo, por el momento sólo vemos las hilachas del reverso; pero ya intuimos el resultado futuro y definitivo, que sólo será posible por la transformación del sufrimiento en amor. La vida es hermosa porque es prolongación, en el tiempo, de la vida de Cristo, para comenzar a participar en su "vida eterna" (Jn 6,40; 17,2).
"Vivir y creer" en Cristo (Jn 11,26) es el fundamento de un corazón unificado por la perfecta alegría. Todos los hermanos y todos los dones de Dios pueden ayudar, pero nadie puede suplir a Cristo. En los momentos difíciles, parece que todo se tambalea, por dentro y por fuera. Pero, aunque sea en la tempestad, en el sepulcro vacío o en un cenáculo de gente desconcertada, Jesús no faltará a la cita para decir de nuevo: "Soy yo" (Jn 6,20; Lc 24,39). Esta esperanza, reestrenada todos los días a ejemplo de la Madre de Jesús, es la que da sentido gozoso al caminar personal y comunitario.
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria pascual de la Iglesia
En el corazón de la Madre de Jesús, la Iglesia encuentra no sólo la memoria de la fe, de la contemplación y del seguimiento evangélico, sino también la memoria del misterio pascual. En aquel corazón, que es el corazón de la Iglesia, resonaron las palabras de Jesús crucificado y resucitado. Ella las "contempló en su corazón", según su actitud habitual (Lc 2,19.51), y las cotejó con las promesas de Jesús sobre su resurreción.
Con las palabras de Jesús, también entraron en su corazón los gestos redentores de su Hijo. Por esto, "guiada por el Espíritu, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18), "sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).
María es como el corazón pascual de la Iglesia. Las palabras de Jesús, "he aquí a tu Madre" (Jn 19,27), señalan a quien es Madre, modelo y guía para asociarse al misterio pascual de Cristo. "Su maternidad la inició en Nazaret y la vivió en plenitud en Jerusalén junto a la cruz" (TMA 54). Esa maternidad "perdura sin cesar" (LG 62), como figura y Tipo de la Iglesia, también asociada esponsalmente a Cristo, para transmitirlo al mundo. Ella "cooperó a la restauración de la vida sobrenatural de las almas" (LG 61) y sigue cooperando "con amor materno" (LG 63).
Participando en el misterio pascual de Cristo, la Iglesia imita y participa en la maternidad de María, porque "mediante la palabra y el bautismo, engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64). En María y en la Iglesia, se realiza la "nueva maternidad según el Espíritu" (RMa 21). Los "dolores de parto" son su participación en los sufrimientos de Cristo (Jn 16,21; Gal 4,19; Apoc 12,4-5), para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). El corazón de María es el "primer altar, primera víctima con Cristo" (Pablo Mª Guzmán).
La vida humana está llamada a un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5), como fruto del misterio pascual de Cristo. María, "la mujer" asociada a Cristo Redentor, ha colaborado en la transmisión de esa nueva vida: "Por esto María, como la Iglesia de la que es figura, es Madre de todos los que renacen a la vida. Es, en efecto, Madre de aquella Vida por la que todos viven, pues, al dar a luz esta Vida, regeneró en cierto modo, a todos los que debían vivir por ella" (EV 102). María "ha estado siempre presente en la Iglesia con su maternal asistencia" (Pablo VI).
Esa maternidad de María se realiza ahora "por medio de la Iglesia" (RMa 24). Y es, por tanto, la misma Iglesia la que participa de esta maternidad. "Al contemplar la maternidad de María, la Iglesia descubre el sentido de su propia maternidad y el modo con que está llamada a manifestarla" (EV 102).
En esta relación con la realidad y con los sentimientos de María, la Iglesia se hace más consciente y responsable de que su única misión es la de anunciar y comunicar al mundo a Cristo Salvador. Por vivir en sintonía con el corazón de la Madre de Jesús, se aprende que "el «sí» de la anunciación madura plenamente en la cruz, cuando llega para María el tiempo de engendrar y acoger como hijo a cada hombre" (EV 103).
La Iglesia participa también en esta nueva maternidad. Precisamente por ello, la fe descubre en cada ser humano una presencia de Jesús, que debe llegar a ser realidad profunda en el corazón. Todo lo que se hace a un hermano, se hace al mismo Jesús (cfr. Mt 18,5; 15,40). María es portadora de este mensaje viviente, que convierte en sagrada la vida de cada hombre.
La maternidad de María y de la Iglesia consiste, pues, en un "sí", que llega a su madurez en la participación en el misterio pascual de Cristo. El "sí" es más auténtico y más profundo cuando se convierte en asociación a Cristo crucificado. La fecundidad del "fiat" se manifiesta con plenitud en el "estar de pie junto a la cruz" (Jn 19,25). Esa fecundidad incluye "las penas indecibles del Corazón de María, la única que leía y comprendía los padecimientos internos de su Hijo divinísimo" (Concepción Cabrera de Armida).
La relación de la Iglesia y de todo creyente con María, llega a ser tan estrecha, que es como la expresión connatural a su mismo ser. Es verdad que la naturaleza de la Iglesia es ministerial (de servicios) y sacramental (de signos eficaces). Pero la realidad a la que apuntan estos servicios y signos es la misma: Jesús, que quiere comunicarse por María y por la Iglesia. "La Iglesia aprende de María la propia maternidad y reconoce la propia dimensión materna de su vocación" (RMa 43).
En los servicios o ministerios de anuncio, celebración y comunicación del misterio de Cristo, la Iglesia siente espontáneamente la presencia activa y materna de María, su excelso Tipo. Por esto, "al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio de la adopción de hijos mediante la gracia" (RMa 43).
La fecundidad de la maternidad eclesial está, pues, en relación directa con el "amor materno de María" (LG 65). Pero ese amor está marcado con la impronta de la cruz. El "sí" a la palabra de Dios es una aceptación de su miseria, que es siempre sorprendente, a modo de "espada" que desbarata los cálculos y las programaciones humanas, como "signo de contradicción" (Lc 2,34-35).
Ante la realidad dolorosa del fracaso humano, resulta difícil aceptar las palabras proféticas de Jesús: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). En el cenáculo del primer sábado santo, los discípulos estaban desconcertados. Pero allí María, la creyente, la contemplativa y "la mujer" asociada a su Hijo, continuaba "meditando en el corazón" el anuncio de Jesús: "El hijo del hombre... resucitará al tercer día" (Mt 20,18-19). Desde aquel cenáculo, María es la "memoria" pascual de la Iglesia.
Se necesita también ahora un corazón de madre, como el de María, para aceptar incondicionalmente el misterio pascual de Jesús, todo entero. Quien dice aceptar la resurrección, sin cargar la cruz, vive de fantasías infantiles y estériles. Y quien, ante su propia cruz, se deja llevar por la agresividad o por la angustia y el desánimo, es que no ha captado las últimas palabras esperanzadoras de Jesús crucificado: "En tus manos, Padre" (Lc 23,46).
El misterio pascual de Jesús, como sus palabras, sólo se comprende meditándolo, como María, en lo más hondo del corazón. Pero si el corazón está disperso y enredado en otras preferencias, "la semilla de la palabra" queda infecunda (Lc 8,11). El misterio pascual sólo lo captan quienes tienen alma de niño o que aceptan su propia pequeñez, para decir llenos de bozo en el Espíritu: "Sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21).
Sin el gozo del "Magníficat", nunca se comprenderá ni vivirá la cruz. Sin la fe de María, nunca se aceptará la realidad viva y completa de Jesús resucitado presente. Es fácil aceptar las abstracciones y reducciones, porque no comprometen a nada. La fe en Jesús resucitado y en su mensaje "es un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).
Revisión de vida para unificar el corazón
- Unificar el corazón transformando el sufrimiento en donación y servicio gozoso:
"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).
"Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís" (Jn 13,14-17).
"Por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré" (Jn 16,6-7).
"Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16,19-20).
"Cristo se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres... y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre" (Fil 2,7-9).
"Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo" (1Cor 1,17).
"No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Cor 2,2).
"Yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: estoy crucificado con Cristo" (Gal 2,19).
- Dejar vibrar el corazón en la "perfecta alegría" de compartir la misma suerte de Cristo Esposo:
"Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: «Me voy y volveré a vosotros». Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre" (Jn 14,27-28).
"Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»" (Lc 22,41-42).
"La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?" (Jn 18,11).
"Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»... Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber" (Mt 27,46-48).
"Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu" (Jn 19,30).
"El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu», y, dicho esto, expiró" (Lc 23,45-46).
"Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
"Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones" (2Cor 7,14).
- Unificar el corazón viviendo el misterio pascual en el corazón de la Madre de Jesús:
"La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar" (Jn 16,21-22).
"¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Gal 4,19).
"La Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre, pues dice la Escritura: «Regocíjate estéril, la que no das hijos; rompe en gritos de júbilo, la que no conoces los dolores de parto, que más son los hijos de la abandonada que los de la casada»" (Gal 4,26-27).
"Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed»" (Jn 19,25-28).
"Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz" (Apoc 12,1-2).
"Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo... Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis" (Apoc 21,1-2.6).
"El Espíritu y la esposa dicen: ven... ven, Señor Jesús (Apoc 22,17.20).
V
ESPERANZA EN LA INCERTIDUMBRE
1. El camino de la comunión sin recompensa
2. El camino de la misión sin eficacia inmediata
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la Iglesia comunión y misión
Revisión de vida para unificar el corazón
1. El camino de la comunión sin recompensa
En Dios Amor, todo es "comunión", es decir, donación mutua interpersonal. Y el objetivo que Dios se ha trazado en la obra de la creación y redención, es el de hacer de cada corazón y de toda la familia humana, una comunión reflejo de la comunión divina. Por esto, la Iglesia es signo transparente y portador de esta comunión universal: "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión»" (SRS 40).
Es hermoso hablar de esa comunión, donde cada uno y cada pueblo o comunidad sólo existe para relacionarse dándose gratuitamente. Pero, en la práctica, la comunión es el verdadero amor de vaciarse de sí mismo, renunciando a las propias preferencias, en bien de los demás, sin esperar recompensa. La experiencia enseña que buscar esa recompensa, por legítima que sea, es fuente de dolor y de división entre hermanos.
Ese amor de gratuidad, de darse a sí mismo de verdad, es el amor con que amó Jesús: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13). Y así quiere que amen sus seguidores: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).
En una familia existe esta comunión, en la medida en que hay unos padres que se desviven por el bien de sus hijos, aún sabiendo que no siempre se lo agradecerán. En una comunidad eclesial, la comunión necesita personas que se decidan a ser gotita de aceite y nada más: sirviendo, dirigiendo, animando o, simplemente, estando con serenidad.
En la Iglesia universal y en las Iglesias particulares, tanto las personas como los servicios, han sido instituidos por Jesús para construir una comunión donde él esté a gusto: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). Cuando la insistencia se pone en los propios derechos y en el campo de los poderes humanos, entonces los litigios "eclesiales" se hacen insolubles, precisamente por la naturaleza de la Iglesia que es comunión.
¿Existe esta comunión? ¿será una utopía inabarcable? A juzgar por lo que es noticia sociológica, esa comunión existe sólo en la lejanía. Pero si alguien se decidiera a vivir "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), descubriría que ya están puestos los cimientos de esa catedral maravillosa de la comunión eclesial universal: pastores y misioneros que "han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo" (Act 15,26), almas consagradas y contemplativas en innumerables campos de caridad, enfermos con el corazón en paz y sembrando serenidad, padres y madres que se desviven por la familia, servidores anónimos que no buscan más premio de que a Cristo... El amor de gratuidad existe, pero no se nota, precisamente por ser amor que no espera otra recompensa que la de seguir amando. Esas personas desconocidas no conocen la frustración. Son como el crecer silencioso y lento de un bosque, sin los ruidos propagandísticos de un solo árbol que se derrumba.
La realidad de superficie, también en la Iglesia o en las comunidades eclesiales, aparece hecha añicos. Los hermanos cristianos estamos separados desde hace siglos. Las instituciones se reafirman buscando preferentemente la propia obra por encima de la Iglesia comunión. Privilegios y enredos, los hay todavía, y muchos. Sólo una Iglesia o una comunidad eclesial concreta, que se decida a esta actitud "kenótica" de "despojarse" de todo como Cristo (Fil 2,5ss), podrá construir la comunión pedida por Jesús: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).
Así se explica por qué (como vemos en las autobigrafías de los santos) el Señor guía a muchos corazones por el camino del despojamiento total, para que su vida sólo suene a donación. La pedagogía de Dios es desconcertante, hasta permitir toda clase de marginaciones, humillaciones y olvidos... Es el privilegio que le tocó a Jesús. Incluso el mismo Dios se esconde, dejando la impresión de que calla y está ausente. Pero esos son los santos, casi siempre anónimos, que han ido construyendo la Iglesia comunión y misión. Y esos santos, ya en la patria, siguen siendo calladamente comunión: la "comunión de los santos", el dogma más desconocido.
Es curioso observar que, tanto las personas como las instituciones, cuando buscan sus propios intereses al margen de la comunión y de las directrices de la Iglesia, pueden llegar a un cierto éxito, incluso con largos años de duración. Pero como todo lo que no nace del amor es caduco, a la larga se produce un fenómeno de soledad y de frustración, que es el origen de todas las crisis históricas. El punto de referencia, que el Señor ha dejado a "su" Iglesia amada, es el de "Pedro" (Mt 16,18). Pero orientarse hacia esta "Roca", dentro y fuera de la Iglesia, es siempre despojamiento y donación de fe. Los hermanos que están "fuera" o lejos, no siempre constatan esa comunión. Leer el magisterio con espíritu de fe y con el corazón abierto a la sorpresa de Dios, es fuente de comunión y de pocos aplausos.
El Señor no da vocaciones verdaderas a instituciones y Presbiterios, donde no reine el estilo de familia evangélica querida por él y que él inspiró a los Apóstoles y a los fundadores. Es verdad que hay momentos de pruebas inexplicables, pero lo importante es que él quiere estar "en medio" de hermanos que vivan de verdad y gozosamente la comunión, olvidándose de sí mismos para que los demás experimenten la familia eclesial.
Para ser comunión, hay que eliminar mucha chatarra. Pero precisamente cuando falta la comunión con Dios y con los hermanos, a esa chatarra le ponemos la etiqueta de méritos, de derechos adquiridos e incluso de "carismas" o dones recibidos. Nos empeñamos en que los demás hermanos (separados o no) reconozcan su error y acepten sin más la verdad evangélica completa (según nuestros baremos). Pero ellos no ven en nosotros el rostro de Jesús misericordioso, ni la actitud de perdón, que consiste en excusar sin acusar: "Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). La verdadera comunión, del corazón y de la comunidad eclesial, "revela el rostro de Cristo" (UUS 75).
La vida de comunión en una comunidad cristiana (sacerdotal, religiosa, laical), necesita las derivaciones esenciales de toda comunidad evangélica y apostólica: el seguimiento radical de Cristo y la misión sin fronteras. Sin estos dos mordientes, la comunidad se atrofia y resquebraja, porque se sobrepone el propio interés y las quejas de todo y contra todos. El reflejo de la comunión trinitaria en el corazón y en la comunidad, es imposible sin el amor de gratuidad. "Jesús pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, de un amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios" (VS 20).
Las rupturas de la comunión se originan siempre y previamente en el corazón. Al principio no suelen ser grandes herejías ni cismas, sino "sólo" falta de apertura generosa a las exigencias evangélicas: "Ninguna laceración debe atentar contra la armonía entre la fe y la vida: la unidad de la Iglesia es herida no sólo por los cristianos que rechazan o falsean la verdad de la fe, sino también por aquellos que desconocen las obligaciones morales a las que los llama el Evangelio" (VS 26).
De esta falta de generosidad evangélica, se pasa fácilmente al "disenso" (VS 113) y, luego, a la búsqueda de teorías y de grupos que justifiquen la postura adoptada, para quedar en "paz". Los no creyentes y los no católicos no ven a Cristo en nosotros, porque falta el signo de la unidad, la realidad de "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32; cfr. Jn 13,35; 17,21-23).
Se necesitan corazones de "madre", que sepan olvidarse de sí mismos, viviendo a la sorpresa de Dios, para ser instrumentos dóciles en sus manos. Hoy es difícil esa actitud "materna", en un ambiente de reivindicaciones donde prevalece el valor del número cuantitativo y del poder.
Para construir la comunión de hermanos con un amor de gratuidad, es necesario orar y obrar como le gusta a Dios. La acción providencial de Dios Amor no es sólo una página poética del evangelio (Mt 6,25ss), sino una realidad sorprendente y evangélica de todos los días. Para ser un instrumento y un monumento de la gloria de Dios, que es Amor, hay que destruir o dejar de lado todo lo que no suene a comunión. "Destrúyeme, Señor, y sobre mis ruinas levanta un monumento a tu gloria" (Laura Montoya).
Uno se siente de verdad realizado, cuando vive gratuitamente ese amor. Otro modo de realizarse, según las propias preferencias, sería una trampa que agostaría las vocaciones y vaciaría de sentido las comunidades eclesiales y los carismas fundacionales.
2. El camino de la misión sin eficacia inmediata
Dios unifica el corazón del hombre por caminos desconcertantes: dejando entrar su amor en el silencio, la soledad, la renuncia, la cruz, la gratuidad, la incertidumbre humana... Siempre se trata de orientar el ser humano hacia la donación. Cuando se comienza a tener una leve experiencia de la presencia y de la palabra de Dios y del encuentro con Cristo crucificado y resucitado, entonces el Señor comunica su misión: "Ve a mis hermanos" (Jn 20,17). Es verdad que no estamos preparados para esta sorpresa; pero él nos enseña a darnos a los demás, anunciando y transparentando su amor, comunicando a los otros la propia experiencia de misericordia.
En el servicio de la misión, el hombre se encuentra con la misma sorpresa: non se asegura la eficacia inmediata. Es verdad que frecuentemente se vislumbra y hasta se constata cierto éxito, pero pronto se aprende que la misión consiste en correr la suerte de Cristo: "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). Al fin y al cabo, "el siervo no tiene mayor éxito que su señor" (Jn 15,20). Es que el amor unifica el corazón del apóstol por un proceso de gratuidad en la donación: darse a sí mismo, sin pertenecerse, como "consorte" de Cristo.
Si el corazón de los creyentes se unifica por la donación incondicional, entonces Cristo se transparenta en el rostro de la Iglesia. "Jesucristo, «luz de los pueblos», ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el Evangelio a toda criatura" (VS 2).
En el momento histórico actual se piden testigos, no teóricos. Por esto nos encontramos ante "un formidable desafío a la nueva evangelización, es decir, al anuncio del evangelio siempre nuevo y siempre portador de novedad" (VS 116). Sin la transparencia de vida, el apóstol dejar de ser un signo creíble, porque "la transparencia de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1).
Es el Espíritu Santo quien transforma al creyente en testigo: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Act 1,8). Por esto su eficacia tiene una lógica diversa de la nuestra. La evangelización ha necesitado siempre de cruz, martirio y santidad. La debilidad humana ya no es impedimento, si se apoya en "la prenda del Espíritu", para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10.14).
Se puede hablar de "contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época" (VS 25), en cuanto que la Iglesia se hace transparencia e instrumento suyo. Por medio de una Iglesia renovada, aparecerá que "el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" y en todas las culturas (TMA 6). Esos "anhelos" y "semillas del Verbo" deben llegar a "su madurez en Cristo" (RMi 28).
Sólo un corazón crucificado puede garantizar "una radical renovación personal y social, capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia" (VS 98). Ninguna explicación teológica, por buena que sea, podrá suplir esa actitud cristiana de donación, necesaria para "dar cuenta de la esperanza" (1Pe 3,15).
En la misión, es necesario presentar el rostro de Jesús por medio de personas y comunidades que viven en relación interpersonal de donación. Los conceptos, las estructuras y el diálogo, serían ineficaces sin esa expresión cristiana de la comunión. "La comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera" VC 46).
Se puede constatar la eficacia de una colaboración con otros hermanos de creencias diversas, en vistas a construir la justicia, la paz y el desarrollo. Pero la evangelización da un paso más: presentar, en esa misma colaboración, la persona de Cristo y su mensaje, que llevan a plenitud insospechada todos esos valores auténticos de la humanidad.
En ese anuncio evangélico propiamente dicho, no siempre se podrá contabilizar la eficacia salvífica. En esa oscuridad e incertidumbre, es cuando aparece que "la fe se fortalece dándola" (RMi 2), porque "uno es el que siembra y otro el que siega" (Jn 4,37). La misión es camino pascual de luces y de sombras, como la "nube luminosa" del Tabor (Mt 17,5). Lo importante es anunciar a Cristo, el Hijo de Dios, Salvador del mundo. Pero el apóstol no puede contabilizar la misión, haciendo de ella un mero conjunto de actos administrativos, de exposiciones teóricas y de acciones filantrópicas.
Se ha pensado poco que el evangelio no queda suficientemente promulgado, a nivel de conciencia y de culturas, si no llega al fondo del corazón. De esa regla no quedamos dispensados ni los que nos llamamos cristianos. Muchas reacciones ante problemas actuales, dejan entrever que el corazón no está suficientemente evangelizado o "bautizado". No basta con hacer llegar el evangelio a niveles geográficos y sociológicos; es imprescindible que el mensaje de Jesús llegue a los criterios, escala de valores y actitudes personales, comunitarias y sociales. Este repensamiento debe empezar por las comunidades eclesiales y por la persona de cada apóstol. Decidirse a pasar "bautizados" de verdad a un tercer milenio cristiano, es un compromiso evangélico de todos.
Ante la ineficacia aparente de la misión, Jesús examina de amor: "¿Me amas más?" (Jn 21,15ss). Este examen encuentra al apóstol algo impreparado y, como a Pedro, convaleciente. Nosotros creemos responder perfectamente cuando nos sentimos fuertes y preparados. Jesús prefiere una respuesta humilde y confiada en su palabra: "Si tú lo mandas, echaré las redes" (Lc 5,5); "Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21,17).
La esperanza en los momentos de vacío y de fracaso, se traduce en una alegría que refleja las bienaventuranzas: "Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91). Por esto, se puede decir que "la característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la «Buena Nueva» ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (ibídem).
Una sociedad que tiende hacia la angustia, el utilitarismo y la violencia, no puede ser evangelizada "a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo" (EN 80).
Tanto el camino de la comunión como el de la misión, se recorre con un corazón que sabe expresarse con "una sosegada y limpia mirada de verdad" (UUS 2). El mayor desastre de una comunidad eclesial consiste en la duda, el cansancio y el desánimo. Ordinariamente esta situación se origina cuando el corazón se cierra a la generosidad evangélica. Entonces se puede hablar del pastor "mercenario", que permite que el "lobo" del desánimo disperse a las ovejas (cfr Jn 10,12-13).
La misión necesita apóstoles audaces, que no admitan ninguna duda sobre su identidad. "Que los misioneros y misioneras, que han consagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes, no se dejen atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones. Aviven la gracia de su carisma específico y emprendan de nuevo con valentía su camino" (RMi 66).
La misión comienza a dar sus frutos, a veces casi imperceptibles, cuando el apóstol se olvida de sí mismo y de sus intereses personalistas. Si la obra es de Dios, seguirá adelante por encima de nuestras previsiones; y si no es de Dios, tampoco nos interesa a nosotros. La historia real de la santidad y de la evangelización tiene lugar casi siempre en el anonimato; por esto, no siempre queda escrita en nuestros libros.
Los que han arriesgado todo por Cristo, "prefieren, con espíritu de fe, obediencia y comunión con los propios Pastores, los lugares más humildes y difíciles" (RMi 66). En el sepulcro de un gran apóstol (San Juan de Avila) esculpieron este epitafio: "Fui segador". Segó porque supo ser él mismo granito de trigo que muere en el surco (cfr. Jn 12,24).
3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la Iglesia comunión y misión
La Iglesia se va construyendo como comunidad misionera, viviendo la fraternidad y la misión "con María la Madre de Jesús" (Act 1,14). En el corazón de María aprende a construir la comunión de hermanos y a realizar la misión recibida de Jesús.
María es el corazón misionero de la Iglesia, por su presencia activa y materna. Hay comunión de hermanos, cuando el corazón se unifica meditando la palabra de Dios como María. Hay misión evangelizadora, cuando la comunidad se decide a ser madre como María, anunciando y dando testimonio de Jesús al mundo.
En la acción evangelizadora, la Iglesia manifiesta el "amor materno" de María (LG 65). Por esto, la evangelización siempre se origina en cenáculo con María (cfr. Act 1,14), para escuchar la palabra, orar, celebrar la eucaristía, compartir los bienes y recibir el Espíritu Santo, en vistas a anunciar el evangelio "con audacia" (cfr. Act 2,42-44; 4,32).
Esta realidad vital de la Iglesia, que constituye su razón de ser o "naturaleza misionera" (AG 2), es realidad de maternidad: recibir al Verbo bajo la acción del Espíritu Santo y transmitirlo al mundo. Es, pues, una realidad mariana y eclesial a la vez, por un proceso de fidelidad (virginidad) y fecundidad (maternidad). Lo que fue María en la Anunciación, en cierto modo lo es la Iglesia desde Pentecostés (cfr. AG 4; LG 49).
La Iglesia, "con María y como María, su modelo y Madre" (RMi 92), vive este proceso de comunión y de misión, sabiendo que en la medida en que los hermanos sean "uno", en esa misma medida el mundo creerá en Cristo (cfr. Jn 17,23).
La expresión "con María" recuerda su presencia activa, intercesora y materna. La expresión "como María" indica la imitación e incluso la identificación o unión con quien, fiel a la palabra y al Espíritu, es transparencia e instrumento de Cristo: "La mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). De este modo, la Iglesia se va haciendo "sacramento universal de salvación" (AG 1), es decir, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La Iglesia aprende de María a ser principio y estímulo de comunión (cfr. LG 68-69).
En momentos especiales de la historia, cuando se vislumbra "una nueva época misionera" (RMi 92), se necesita vivir más la presencia de María en medio de la comunidad, porque "nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" ibídem). La "nueva evangelización" (RMi 2) y la "evangelización siempre renovada" (EN 82), acontecen siempre teniendo en cuenta a María como memoria de la Iglesia que es comunión y misión, es decir, familia o fraternidad sacramental y madre.
Confiando en la intercesión de María, la Iglesia se dispone a "anunciar con firmeza y amor a los hombres de nuestro tiempo, el evangelio de la vida" (EV 105). Cuando las dificultades del anuncio parecen infranqueables, entonces se acude a ella como "mujer de esperanza, que supo acoger como Abrahán la voluntad de Dios «esperando contra toda esperanza» (Rom 4,18)" (TMA 48). Estamos llamados a anunciar a Cristo, que nació de María y la sigue asociando a su obra redentora.
La misión de la Iglesia, a la luz del misterio de María, aparece como maternidad misericordiosa. La fuente de la misericordia está en Dios Amor, que se nos manifiesta y acerca por medio de Jesús. La ternura materna de Dios misericordioso se nos muestra por María, Madre de misericordia, y por el ministerio reconciliador de la Iglesia.
La Iglesia, especialmente en sus ministerios, está llamada a mostrar, como María y con ella, la ternura materna de Dios. María es "presencia sacramental de los rasgos maternos de Dios" (Puebla, 291). Ella "constituyó (por su imagen de Guadalupe) el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión" (ibídem, 282).
La Iglesia aprende de María a ser madre de misericordia. María es Madre de Jesús, que es "la revelación de la misericordia de Dios" (VS 118). Al recibir de Jesús el encargo de ser Madre de todos los hombres, "María, en perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y le capacita para abrazar a todo el género humano" (VS 120). Con su ejemplaridad y acción materna, sigue colaborando en el proceso eclesial de santificación y de misión. Ella está también activamente presente en la actualización sacramental del misterio de Cristo.
María ha experimentado la debilidad de la naturaleza humana, aunque no el desorden ni el pecado. En su "nada" o realidad de criatura, ha experimentado la oscuridad del misterio de Dios, la gratuidad de sus dones, la pequeñez en corresponder al infinito amor de Dios. Desde esa "nada", colmada de inmensas gracias de Dios, pudo experimentar más que nadie la compasión de Jesús por los pecados de los hombres.
La "llena de gracia" es, como fruto excelso de la redención, la Madre de misericordia, figura de la Iglesia en su ministerio de misericordia. "María comparte nuestra condición humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre" (VS 120).
Si María es "Madre por medio de la Iglesia" (RMa 24), esta realidad mariana comportará también para la Iglesia una actitud de recibir en el corazón el encargo de Jesús: "He aquí a tu hijo" (Jn 19,26). Efectivamente, la Iglesia tiene la misión de "formar a Cristo" en todo ser humano (Gal 4,19), de suerte que todos los nombres puedan "renacer por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5). El corazón maternal de la Iglesia está llamado a vivir en sintonía con el corazón maternal de la Madre de Jesús, para actuar con su mismo "amor materno" (LG 65).
Ha habido apóstoles, como el santo Cura de Ars, que en su labor apostólica han vivido espontáneamente y comunicado a los demás una honda relación con el corazón de la Madre de Jesús:
- "El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas, no son más que un pedazo de hielo al lado suyo"...
- "El corazón de la Santísima Virgen es la fuente de la que Jesús tomó la sangre con que nos rescató"...
- "En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos"...
- "El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón"...
Por el corazón de María, como figura de la Iglesia, se nos manifiesta el amor misericordioso de Cristo. En María encontramos "el tacto singular de su corazón materno, su sensibilidad peculiar, su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre" (DM 9). De ella se aprende "una especial ternura materna" (VC 28). Así lo experimentaron las personas más sensibles al tema mariano: "Éste es el sagrado asilo de mi refugio... el Inmaculado Corazón de María está unido al de Jesús; y, por consiguiente, morando en este sagrado santuario, estamos en el mismo centro del dulcísimo Corazón de nuestro dueño" (M. Esperanza de Jesús González).
Por este testimonio mariano y eclesial de misericordia, será posible que "todas las familias de los pueblos... sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad" (LG 69). Pero es necesario dar este testimonio por medio de la comunión eclesial entre todos los cristianos. Conseguir esta unidad o comunión "pertenece específicamente al oficio de la maternidad espiritual de María"; por esto, "una mejor comprensión del puesto de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia... hace más fácil el camino hacia el encuentro" (MC 33).
El corazón de la Madre de Jesús sigue siendo, como en la primitiva Iglesia, el signo necesario para la comunión ("koinonía") y para la misión eclesial. Maria, figura de la Iglesia, es la máxima expresión del genio femenino. Por esto, toda mujer, según su propia vocación, está llamada a ser el signo ("icono") de la Iglesia esposa fiel y madre fecunda, por el servicio específico de comunión y misión. En la mujer creyente se vislumbra a María que recuerda la fidelidad a la Alianza: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; Ex 19,8; Ex 24,7).
La Iglesia aprende de María la virginidad de un corazón que escucha la palabra y se asocia esponsalmente a Cristo, para hacerle presente en la comunión eclesial y en el mundo. Con este corazón virginal, esponsal y materno, ya se puede experimentar, cantar y proclamar que en Jesús se actualiza "la misericordia divina de generación en generación", como "luz para iluminar a todos los pueblos" (cfr. Lc 1,50; 2, 32).
También ahora, como en tiempo de los Magos, la humanidad queda invitada a "encontrar al niño con María su madre" (Mt 2,11). La Iglesia madre, como "nueva Jerusalén" (Gal 4,26), es ahora la portadora de Cristo "luz del mundo" (Jn 8,12). Por esto es llamada a indicar el camino hacia el encuentro pleno con el Salvador: "Alzate, resplandece, que ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti... las naciones caminarán a tu luz" (Is 60,1-3).
Revisión de vida para unificar el corazón
- Unificar el corazón para construir la comunión eclesial:
"Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).
"Lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas" (Mt 15,18-19).
"En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).
"Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).
"La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos" (Act 4,32).
"Nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros... Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros... compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rom 12,5.9-13).
"Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres (Rom 12,15-18).
"No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rom 12,21)
"Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1Cor 12,4-7).
"Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu" (1Cor 12, 12-13).
"Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1Cor 12, 26-27).
"La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca" (1Cor 13,5-8).
"Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3,12-14).
- Unificar el corazón para realizar la misión eclesial:
"Uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado" (Jn 4,37-38).
"Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18).
"Como el Padre me envió, también yo os envío... Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,21-22).
"Vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17).
"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Act 1,8).
"Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación... Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16,15.20).
"Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).
"A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas" (Ef 3,8-9).
"Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,14-15).
"Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1Pe 3,15).
- Unificar el corazón materno de la Iglesia en sintonía con el corazón materno de María:
"Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre, y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen" (Lc 1,46-50).
"Los pastores... fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,15-19).
"El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).
"Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,26-27).
"Perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos... el número de los reunidos era de unos ciento veinte" (Act 1,14-15).
"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!" (Gal 4,4-6).
"¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Gal 4,19).
"Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie. Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos" (1Tes 2,5-8).
CONCLUSION:
El corazón de la Madre de Jesús
en el corazón unificado de la Iglesia
En el corazón de la Madre de Jesús, la Iglesia encuentra la "memoria" activa y materna, que le recuerda, actualiza y hace efectiva su fe, su contemplación de la palabra, su seguimiento evangélico, su participación en el misterio pascual de cruz y resurrección, su realidad materna de comunión y misión, su tensión de esperanza hacia el más allá.
En este proceso, todo creyente va unificando el corazón por unas reglas evangélicas que parecen una utopía: en Cristo, el "silencio" se hace palabra, la soledad está llena de Dios, la renuncia se hace amor esponsal, el abandono de la cruz se transforma en Pascua de resurrección y en comunicación del Espíritu, la actitud de esperanza construye la comunión y sostiene la misión evangelizadora.
El corazón de la Madre de Jesús sigue meditando y haciendo suyas las palabras y la vida de su Hijo, que está presente en nosotros. Nuestra vida en Cristo sigue siendo su principal preocupación, para hacer que cada uno llegue a ser un "Jesús viviente" (San Juan Eudes) por la prolongación del corazón de Cristo en el propio corazón y en la propia vida.
No resulta fácil entrar en estas reglas de juego, que unifican el corazón según las bienaventuranzas y el mandato del amor. Sería más asequible humanamente un proceso de pacificación y de concentración psicológica. Pero Jesús, que no ha venido a destruir, sino a llevar a la plenitud (cfr. Mt 5,17), llama a sintonizar con su pensar, sentir y querer, según las reglas del verdadero amor. La actitud de un corazón unificado por el amor, que encontró en el corazón de su Madre (cfr. Lc 2,19.51), la quiere encontrar en el corazón de los suyos. María, "acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).
María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), como memoria, figura y Madre de la unidad eclesial universal querida y pedida por el Señor. La unidad de todos los cristianos sólo puede llegar por la "conversión" de los corazones, que se abren a la acción de "un mismo Espíritu" (cfr. 1Cor 12,11), el cual vivifica y anima a todas las comunidades cristianas dentro de la única comunión.
Sin esta "conversión" a la Palabra y al Espíritu, que unifica el corazón, no sería posible la comunión eclesial, "porque es de la renovación interior, de la abnegación propia y de la libérrima efusión de la caridad, de donde brotan y maduran los deseos de la unidad" (UR 7). Un corazón unificado no encuentra tanta dificultad en perdonar, excusa a los hermanos y no insiste en las eventuales culpabilidades históricas de los demás.
La actitud de todo creyente respecto a María es de dependencia filial. Se trata de vivir en "comunión de vida" con ella, "dejándola entrar en todo el espacio de la vida interior" (RMa 45). Es, pues, actitud que unifica el corazón por ser actitud:
- relacional: de oración, contemplación;
- imitativa: de fidelidad a la voluntad de Dios;
- celebrativa: en torno al misterio pascual de Cristo;
- vivencial: viviendo su presencia activa y materna en todo el proceso de configuración con Cristo y de misión.
En realidad, es una especie de infancia espiritual, hasta "hacerse como niños" (Mt 18,3). En el fondo, no es más que vivir, en relación afectiva y efectiva con la maternidad de María, la participación en la filiación divina de Jesús (cfr. Ef 1,5). Hasta los niños lo pueden vivir así, porque "de ellos es el Reino de los cielos" (Mt 19,14). Así lo dejaba entender Jacinta de Fátima: "¡Me agrada tanto el Inmaculado Corazón de María! Es el Corazón de nuestra Madre del cielo". Y así lo vivieron muchas almas fieles al evangelio: "Mi corazón todo entero... escóndelo en el Corazón Purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará" (M. María Inés-Teresa Arias).
La relación de los creyentes con María es de corazón a corazón. El "Magníficat" se convierte en una escuela para sintonizar con los sentimientos de María, que son expresión de los sentimientos de Jesús. Por esto, "la Iglesia acude al Corazón de María, a la profundidad de su fe expresada en las palabras del Magníficat" (RMa 37). En el cántico mariano se aprende a vivir la preocupación por la gloria de Dios y por la salvación de la humanidad, la misericordia y el servicio a los pobres.
María "sintetiza la fe de Israel y también de todos los miembros del Cuerpo místico, especialmente de los pobres... María es, al mismo tiempo, la Madre de la Iglesia y su más perfecta realización" (Comisión Teológica Internacional, 1987). La Iglesia, que tiene como objetivo la construcción de toda la comunidad humana como reflejo de la comunión trinitaria, vive de fe y esperanza inquebrantable: "Para Dios nada hay imposible" (Lc 1,37).
El "influjo salvífico" de María (LG 60) en el corazón de la Iglesia produce una orientación hacia los planes salvíficos de Dios, hacia Cristo Esposo y hacia la acción santificadora del Espíritu. Tiene, pues, dimensión trinitaria, cristológica y pneumatológica. María es para la Iglesia "una purísima imagen de lo que ella misma (la Iglesia), toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).
La unificación del corazón es fruto de la redención de Cristo. El corazón humano tiende siempre hacia la dispersión, debido a sus limitaciones, desorden y pecado. En María, la "llena de gracia" e Inmaculada, "la Iglesia admira el fruto más espléndido de la redención" (SC 103). Por esto, el corazón de los creyentes se moldea en el corazón de María, para transformarse en Cristo por obra del Espíritu Santo. Se trata de "dejarse plasmar interiormente por el Espíritu, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87).
La historia eclesial se construye siempre en un camino litúrgico, que va desde el misterio de la encarnación, Navidad y Epifanía, hasta la Pascua y Pentecostés. En este camino pascual, de encarnación y redención, los creyentes experimentan la presencia activa y materna de María, que les hace participar en la filiación divina de Jesús (cfr. Gal 4,4-7). "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María,unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del su Hijo" (SC 103).
La actitud mariana de la Iglesia unifica los corazones de sus creyentes, porque es fidelidad generosa a la palabra de Dios y al Espíritu Santo. La Iglesia está atenta en toda época a lo que Dios le pide: "Oiga la Iglesia qué le dice el Espíritu" (Apoc 2,7). No sería posible esta fidelidad al Espíritu, sin la actitud relacional con María como Madre, modelo e intercesora.
Desde el seno de María, el día de la encarnación, Jesús se ofreció al Padre por la redención del mundo (cfr. Heb 10,5-7). Entonces, quiso el "sí" de María, su fidelidad a la palabra y a la acción del Espíritu Santo, su vida oculta de Nazaret, su asociación esponsal al Redentor. Jesús expresó en la última cena su actitud inmolativa con estas palabras: "Yo me santifico (me inmolo) por ellos" (Jn 17,19). Con esta actitud pidió al Padre un corazón unificado para los suyos, que se expresaría también con la misma actitud de inmolación: "Para que ellos también sean santificados (inmolados) en la verdad" (ibídem). El camino de la unidad eclesial universal pasa por un corazón unificado donde resuena el "fiat", el "magníficat" y el "stabat" junto a la cruz.
Entregarse o consagrarse es la única regla que tiene el amor. Y puesto que "el amor viene de Dios" (1Jn 4,7), sólo en Dios se puede realizar esta entrega de donación total. Pero Dios se ha hecho hombre en el seno de María. Su modo salvífico de obrar para unificar nuestro corazón sigue siendo el mismo: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). El corazón de los creyentes y de toda la Iglesia se moldea donde se moldeó el de Jesús. Bien vale la pena "entregarse", "consagrarse", "confiarse" a quien es Madre del Cristo total, para que nuestra entrega al Señor sea con María y como María.
ORIENTACION BIBLIOGRAFIA
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HUELLAS DEL VERBO ENCARNADO EN LAS DIVERSAS EXPERIENCIAS DE DIOS A propósito del Jubileo del año 2000
Escrito por Super UserHUELLAS DEL VERBO ENCARNADO EN LAS DIVERSAS EXPERIENCIAS DE DIOS
A propósito del Jubileo del año 2000
Juan Esquerda Bifet
Presentación
Son ya muchos los estudios sobre el valor positivo de las religiones en general o de algunas religiones en particular, que han llevado paulatinamente a una actitud de diálogo respetuoso y constructivo.[1]
En el campo de las ciencias misionológicas, hoy se admite sin discusión la realidad de "semillas del Verbo" existentes en culturas, religiones y pueblos. La afirmación patrística, que ya se encuentra en San Justino, ha tenido amplio eco y aplicación conciliar y postconciliar, tanto en los documentos magisteriales, como en congresos y publicaciones científicas.[2]
Toda esta temática ha sido enfocada ordinariamente hacia un estudio comparativo sobre los conceptos religiosos: nociones sobre Dios, su acción en el mundo y en la historia, la salvación, la vida moral, los caminos de interioridad y de oración, etc.[3]
El camino realizado es bueno; pero, precisamente por ser "camino", se convierte en un "quehacer" permanente. El encuentro entre religiones se centra hoy en un punto básico, que resulta un desafío no fácil de afrontar: ¿cuál es la experiencia peculiar o específica de Dios en una religión concreta? Sobre este punto también se ha publicado abundante bibliografía, en una búsqueda siempre abierta a nuevas soluciones.[4]
En esta línea de estudio comparativo sobre la experiencia peculiar o específica de Dios en cada una de las religiones, a mi parecer, no se ha entrado suficientemente y de modo positivo en el campo mismo de la oración contemplativa, más allá de los conceptos teológicos, aunque sí hay muchos estudios comparativos sobre los conceptos de mística cristiana y "no" cristiana.[5]
Mi reflexión intenta dar un paso más, animado por algunas afirmaciones del magisterio conciliar y postconciliar, puesto que se trata de "riquezas que Dios, generoso, ha distribuido a las gentes... que deben examinarse con la luz evangélica" (AG 11). Esas religiones "llevan, en sí mismas, el eco de milenios a la búsqueda de Dios" (EN 53). Son, pues, tradiciones contemplativas, que dejan entrever las semillas y las huellas del Verbo encarnado, y que indican "la presencia y la actividad del Espíritu" (RMi 28).[6]
La celebración del bimilenario de la Encarnación es una invitación a responder a este desafío, ante el que la comunidad eclesial y los mismos evangelizadores tendrán que renovar convicciones, actitudes, decisiones y actuaciones. La llamada del Papa en Tertio Millennio Adveniente no puede ser más urgente: "En el 2000 deberá resonar con fuerza renovada la proclamación de la verdad: «Ecce natus est nobis Salvator mundi»" (TMA 38). No siempre, en los últimos años, Cristo ha estado verdaderamente presente en muchos proyectos calificados como "evangelización".[7]
El Jubileo del año 2000no puede reducirse a una gran celebración, sino que reclama una fe que, por ser tal, debe anunciarse a los demás: "Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida" (VS 88)
Mi estudioquiere, pues, dar unas pautas para discernir las huellas de Verbo Encarnado en las experiencias de Dios que se encuentran en las diversas religiones, puesto que "el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).
No se trata directamente de un estudio comparativo sobre las experiencias místicas, sino de detectar positivamente esas huellas que dejan entrever, como "semillas" y "preparación evangélica", la realidad de la encarnación del Verbo, es decir, Jesús el Hijo de Dios hecho hombre. Un paso todavía más importante, sería el de constatar textos y hechos de cada una de las religiones, especialmente en su aspecto positivo y a la luz de la vida y mensaje del mismo Jesús.
Llevar esas "huellas" a la plenitud en Cristo, no significa, como veremos, una imposición, ni menos un sincretismo o un relativismo atrofiante, sino sencillamente anunciar y ofrecer las huellas más explícitas del misterio de Cristo, que no están ligadas a ninguna cultura y a ningún pueblo. No es, pues, propiamente un discernimiento a partir de unos conceptos teológicos surgidos en una cultura donde se ha insertado el cristianismo, sino, dentro de lo posible, una confrontación sencilla con los mismos datos de la revelación.
Hay que dejarse cuestionar por las semillas de Verbo que existen ya en religiones y culturas, y que trascienden nuestros conceptos de una cultura cristianizada. Sin infravalorarlas, hay que relativizar las expresiones culturales de toda religión, también de la nuestra. Sólo entonces se puede entrar en "sintonía" con las diversas huellas del mismo Verbo Encarnado y de la acción de su Espíritu, algunas de las cuales, es decir, las que se encuentran en el cristianismo, como sabemos por la fe, son más explícitas y sirven de punto de referencia y de garantía.
La comunidad eclesial universal está entrando en una situación histórica nueva. La realidad del mundo actual delinea la existencia de una sociedad pluricultural y plurireligiosa, con la que hay que convivir positivamente a partir de una fe vivida con mayor autenticidad. La cuestión principal consiste en preparar esa comunidad evangelizadora en cada Iglesia particular, que sea capaz de conocer y apreciar las realidades de otras religiones, en vistas a "dar testimonio del resucitado entre las gentes" (EN 66).
1. Semillas y huellas del Verbo y de su Espíritu, en "eclosión" y encuentro mutuo
Es una hipótesis teológicamente válida suponer que todas las realidades humanas culturales, históricas y religiosas, caminan hacia el encuentro explícito con Cristo. Ese "caminar" no es desde un vacío o desde una negación (aunque siempre hay errores y pecados), sino desde una realidad positiva a modo de "preparación evangélica"[8] y de huellas y "semillas del Verbo".[9]
Esta presencia activa del Verbo desde el principio de la creación y, de modo especial, desde la revelación primitiva (en los primeros padres y en Noé), se encuentra siempre allí donde haya descendientes de los primeros seres humanos que experimentaron el encuentro con Dios. No puede excluirse a priori la posibilidad de "mensajeros" y "profetas" posteriores que, después de haber recibido una fuerte experiencia de Dios (que es siempre don suyo), han querido invitar a los demás hermanos a orientar su vida más profundamente hacia el Creador.
Los Padres han hablado de cuatro Alianzas o de una misma alianza en cuatro momentos (con Adán, Noé, Abrahán, Moisés), antes de la nueva y definitiva Alianza por medio de su Hijo Jesucristo. La humanidad entera (con todas sus culturas y religiones) está relacionada con los dos primeros momentos[10]. Al momento salvífico de Abrahán hace referencia también el Islam, además de Israel. La realidad es que "el Verbo siempre ha asistido al género humano" y, de este modo, "revela a todos al Padre, a los que quiere y cuando quiere".[11]
La presencia "activa" del Señor incluye la comunicación del Espíritu Santo. Naturalmente, que esta acción salvífica se acrecienta cualitativamente desde la revelación divina hecha a Abrahán y a Moisés, como preparación inmediata de la encarnación del Verbo. De hecho, se puede afirmar que "la presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones. En efecto, el Espíritu se halla en el origen de los nobles ideales y de las iniciativas de bien de la humanidad en camino... Cristo resucitado obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre... Es también el Espíritu quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28).[12]
La acción del Verbo, ya antes de su encarnación y siempre en relación a ella, existe en toda la creación y en toda la historia. Si, como hemos visto, Justino se refiere especialmente a los estoicos, e Ireneo a todos los pueblos, Clemente de Alejandría hace la aplicación (además del judaísmo) a las "filosofías" (o expresiones sapienciales y religiosas) existentes en el hinduismo, budismo y en algunos filósofos y poetas griegos, como una especie de preparación "hasta que el Señor quiera llamarlos".[13]
Así se puede entender la afirmación de San Agustín sobre esta preparación evangélica: "la realidad misma de lo que llamamos religión cristiana existía ya en los antiguos, y no estaba ausente al inicio de la raza humana, hasta la venida de Cristo en la carne"[14]. En todo corazón humano de buena voluntad, "obra la gracia de modo invisible" (GS 22).
Dios ha hablado de muchas maneras a nuestros antepasados, desde el inicio de la humanidad, también por medio de "profetas" y "santos" (Abel, Henoc, Melquisedec, Job...), que no siempre formaban parte del pueblo de Dios y que son citados también en el Nuevo Testamento (cfr. Mt 23,35; Heb 11; también las "genealogías"). Estos "padres" y "profetas" no pueden reducirse a Moisés y a los profetas posteriores a la ley mosaica, y así debe entenderse el texto de la carta a los Hebreos: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos" (Heb 1,1-2).
Jesucristo, como Verbo encarnado, es "la Palabra definitiva" de Dios a la humanidad, preparada con su presencia y su mensaje. A la luz de la encarnación del Verbo, la historia y la creación aparecen más armónicas y positivas, como "cosmos" y no como caos. La realidad de pecado y de errores no puede ofuscar la preparación y los pasos positivos de esta revelación definitiva de Dios. En Cristo, "el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5).
La diferencia del cristianismo respecto a las otras religiones no puede consistir en hacer resaltar aspectos negativos y limitados, sino en anunciar una diferencia enriquecedora que manifiesta que "el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6). Entonces nace la convicción de que "todo retorna de este modo a su principio; Jesucristo es la recapitulación de todo (cfr. Ef 1,10)" (ibíbem). No se trata de separar el Verbo de Jesucristo, sino de distinguir momentos y modos de la epifanía de Dios Amor por medio del mismo Verbo encarnado que es Jesucristo.
Las expresiones neotestamentarias sobre el Verbo dejan entrever su presencia activa en toda la creación y en toda la historia, más allá del pueblo elegido y de los tiempos posteriores a la ley mosaica: "Todo se hizo por él y sin él no se hizo nada de cuanto existe; en él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... El Verbo era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció" (Jn 1,3-4.9-10). Desde el momento de la Encarnación, el Verbo hecho hombre asume la historia humana de todas las épocas como propia: "Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (Jn 1,14)
Es toda la creación y toda la historia humana, desde su inicio, la que está centrada en Cristo. Como "Hijo de su amor" y como "imagen de Dios invisible", "en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, ... todo fue creado por él y para él" (Col 1,13-16). De este modo, "la luz del rostro de Dios resplandece con toda belleza en el rostro de Jesucristo, «imagen de Dios invisible» (Col 1,15), «resplandor de su gloria» (Heb 1,3), «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14), «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Por esto, la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo" (VS 2).
La actitud práctica de Jesús respecto a personas "creyentes" que no pertenecían al pueblo de Israel, es positiva, hasta el punto de alabar su fe como en el caso del Centurión y de la mujer cananea (cfr. Mt 8,10; 15,27). El anuncio de que "vendrán de oriente y de occidente" indica, en el contexto, un camino que ya se ha comenzado anteriormente (cfr. Mt 8,11). Por esto se puede afirmar que "en el dar testimonio del bien moral absoluto, los cristianos no están solos. Encuentran una confirmación en el sentido moral de los pueblos y en las grandes tradiciones religiosas y sapienciales de Occidente y de Oriente, que ponen de relieve la acción interior y misteriosa del Espíritu de Dios" (VS 94).
El tema de las "semillas del Verbo" en las culturas y religiones aparece con frecuencia en los estudios teológicos y misionológicos. La novedad actual consiste en que esas semillas se presentan hoy en un encuentro más explícito con el mismo Verbo encarnado presente en el cristianismo. La sintonía entre unas huellas tal vez muy limitadas y otras huellas más explícitas (de plenitud), debe llegar a un encuentro real de "fe". El camino por recorrer no depende sólo de las otras religiones, sino principalmente de los mismos creyentes en Cristo que tal vez no presentamos suficientemente las huellas explícitas del resucitado. El momento actual, de encuentro pluricultural y plurireligioso, es inédito y tal vez único, como oportunidad irrepetible de encuentro explícito con el Verbo encarnado.
Se podría hablar de una "eclosión" de esas huellas y semillas del Verbo, en el sentido de haber llegado a un momento de cierta madurez, para poder encontrarse con la presencia del mismo Verbo encarnado, Jesucristo resucitado. El problema no consiste sólo en la apertura inmediata de esas semillas la "plenitud" en Cristo, sino en la necesidad de encontrar en quienes ya creemos en el Verbo encarnado, los signos de su presencia de resucitado.
El hombre de toda cultura y religión se pregunta sobre los mismos problemas fundamentales: el sentido de la vida humana, del dolor, del más allá... Las expresiones culturas podrán variar según los casos. El misterio del hombre es siempre el mismo en todas las circunstancias. La fe cristiana afirma que "la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro" (GS 10). Es centro "teológico" de la historia y no necesariamente cronológico. Sólo Cristo, el Verbo encarnado, "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22). Pero para poder llegar a esta fe, el mismo Dios ha sembrado "semillas" y huellas, a modo de preparación evangélica. Esas huellas no se pueden anular ni infravalorar. ¿Cómo presentar a Cristo, al mismo tiempo, como desde dentro del corazón y como un don que supera infinitamente toda previsión humana sin destruir lo ya sembrado por Dios?
2. El tiempo como "biografía" del Verbo encarnado
En todas las culturas y religiones, el concepto "tiempo" es un elemento básico y con frecuencia determinante. No se trata tanto de la definición y explicación filosófica (difícil de elaborar), sino de la "convicción" o vivencia de la misma realidad "histórica". El hombre, en todas las culturas y religiones, se siente inmerso en la historia, como en una dinámica con o sin explicación teórica.
En las religiones tradicionales o primitivas (que tal vez no han elaborado una teoría teológica sobre sí mismas y que se ciñen a una cultura concreta), el ser humano está inmerso en la vida de la naturaleza, donde Dios se manifiesta de múltiples maneras. El hombre queda, pues, inmerso en esa realidad que es, a la vez, terrestre y de más allá (trascendente). Ordinariamente el concepto de tiempo es "circular", como el ciclo de las estaciones, empezando de nuevo continuamente, si precisar ni el origen y el fin. El hombre pertenece siempre a su tierra y a su pueblo, aún después de su muerte.
Las religiones ideológicamente sistematizadas (que, a veces, se llaman "grandes" religiones) han elaborado los conceptos religiosos y, concretamente, el concepto de tiempo, ofreciendo una explicación sobre el inicio y el fin. Ordinariamente la explicación de tiempo es en forma "circular": el ser humano ha sido introducido en el tiempo (o en la materia) para salir o escaparse de él (religiones y filosofías griegas, latinas y otras). En el hinduísmo y budismo, podría llamarse tiempo "espiral", a modo de reencarnaciones o "avatares" continuos hasta alcanzar la plena purificación o liberación; el camino hacia Dios se realiza en el corazón.
En las religiones que se relacionan con la revelación hecha por Dios a Abrahán (hebraísmo, islamismo, cristianismo), el tiempo es historia de salvación. Dios creador, que ha hecho bien todas las cosas, guía al hombre en un camino histórico de salvación hacia un Salvador futuro, para pasar a la vida eterna. Es, pues, un tiempo "lineal". El tiempo dejará paso a la eternidad en el encuentro con Dios.[15]
Subrayar las diferencias sobre el concepto filosófico del tiempo, llevaría a estudios comparativos interesantes, no siempre adecuados para buscar la unidad y los puntos de contacto. Lo importante es constatar que el hombre, en toda cultura y religión, es consciente de realizar un camino histórico, donde Dios ocupa un protagonismo especial. Si se ha buscado una explicación teórica a esa búsqueda del sentido del tiempo (con conceptos filosóficos que pueden parecer e incluso ser opuestos), habrá que tener el cuenta el factor fundamental y común: la búsqueda de Dios alimentada por el mismo Dios, a veces a través de sus mensajeros y profetas (cfr. apartado 1).
La particularidad del "concepto" de tiempo en el cristianismo no deriva de una especulación filosófica o teológica, sino que es primariamente la vivencia de una realidad de gracia: en ese tiempo, que es un camino de búsqueda de Dios (idea común a todas las religiones), Dios se ha hecho encontradizo (idea común a las religiones que dicen relación con la Biblia) por medio de su Hijo hecho hombre y, por tanto, que comparte el mismo caminar histórico: desde Dios Amor, hacia Dios Amor. No se destruye nada de todo lo que Dios mismo ya ha sembrado en todas las otras religiones, sino que se lleva a una "plenitud" o "perfección" inesperada (cfr. Mt 5,17).
El hecho de celebrar el jubileo del año 2000 indica esta misma vivencia del tiempo (no exactamente el concepto del tiempo). Por la encarnación del Verbo, cuyas semillas estaban ya sembradas en los corazones, las culturas y las religiones, "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (TMA 10). La historia del hombre aparece ya como historia del mismo Dios hecho hombre, es decir, "biografía" de Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo encarnado. El examen de amor, que tendrá lugar al final de la historia, tiene esta misma perspectiva: "lo que hicisteis con cada uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).
Si otras religiones no han podido superar en sus explicaciones el concepto circular del tiempo (prescindiendo de lo que en realidad vivan en el corazón y en los momentos de oración), es porque no han sido conscientes de la nueva y definitiva irrupción de Dios en el tiempo. Todo religión es una "experiencia" de Dios en el tiempo. La novedad cristiana (que no es mérito de los cristianos, sino don de Dios para toda la humanidad) consiste en el Verbo encarnado, que "habita en medio de nosotros" (Jn 1,14), como "cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6). Esta irrupción de Dios en la historia es totalmente nueva e inesperada, "misterio de gracia". De este modo, por medio de Cristo, en quien todo queda "recapitulado" (Ef 1,10), "todo retorna a su principio", a Dios Amor por medio de su Hijo Jesucristo (cfr. TMA 6).
A partir de esta realidad de tiempo y de historia de salvación, aparece que no es principalmente el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien busca primero al hombre, porque "nos ha amado primero" (1Jn 4,10). No es que no se necesite la búsqueda y el esfuerzo del hombre, sino que Dios ha sembrado en el corazón del hombre una búsqueda que trasciende el conocer, el querer y el poder del mismo hombre. Esa iniciativa de Dios asegura la posibilidad de la decisión libre del hombre como donación. La libertad se realiza en la verdad de la donación, a imitación del mismo amor de Cristo que ha enseñado el mandato del amor y las bienaventuranzas. "La libertad se fundamenta, pues, en la verdad del hombre y tiende a la comunión... Jesús manifiesta, además, con su misma vida y no sólo con las palabras, que la libertad se realiza en el amor, es decir, en el don de uno mismo" (VS 86-87).
Este modo de irrumpir Dios en la historia afianza la dignidad humana, puesto que es una donación que capacita para responder con una donación similar. La "Palabra" de Dios al hombre (o el "sí" de Dios al hombre), por medio del Verbo encarnado, hace posible el "sí" del hombre a Dios, pronunciando desde su corazón esa misma Palabra, que es Jesús viviente en el corazón de los creyentes. "Si Dios va en busca del hombre, creado a su imagen y semejanza, lo hace porque lo ama eternamente en el Verbo y en Cristo lo quiere elevar a la dignidad de hijo adoptivo" (TMA 7). Esta realidad comenzó el día de la encarnación del Verbo en el seno de María, quien, por ello mismo, ya pudo decir un "sí" ("fiat") a Dios como eco de la misma Palabra de Dios concebida en sus entrañas virginales.
La "plenitud de los tiempos" (Gal 4,4) puede significar, pues, que, el tiempo ha encontrado su verdadero significado. "Dios, con la Encarnación, se ha introducido en la historia del hombre. La eternidad ha entrado en el tiempo... Entrar en la «plenitud de los tiempos» significa, por lo tanto, alcanzar el término del tiempo y salir de sus confines, para encontrar su cumplimiento en la eternidad de Dios" (TMA 9). El tiempo tiene ya la "dimensión de Dios", gracias a Jesucristo, "Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento" (TMA 10). Las esperanzas mesiánicas del Antiguo Testamento se orientan directamente hacia Jesucristo, como preparación inmediata. Las esperanzas de salvación que se encuentran en todas las religiones, tienen esa misma dirección, gracias a la revelación primitiva (en Adán y Noé) y a la providencia divina que orienta toda la historia según sus proyectos de amor sobre el hombre.
Esta realidad "cristiana" del tiempo no destruye la realidad "cósmica" del mismo tiempo, sino que trasciende toda explicación y conceptualización sobre el tiempo. La realidad anterior a la encarnación, vivida por todas las culturas y religiones, era una realidad que incluía las semillas del Verbo. Las explicaciones técnicas (aunque sean imperfectas e incluso erróneas) no pueden destruir las vivencias hondas del corazón humano y, menos todavía, lo que Dios ha sembrado en él. La misma "teología" cristiana de la historia deberá exponerse con la humildad de saber que ninguna explicación conceptual abarca plenamente el misterio de la gracia divina. Todo concepto de historia, en cualquier religión, debe abrirse a la realidad revelada de un Dios que se introduce en la historia, no como conquista o producto del hombre, sino como donación gratuita.[16]
La historia humana y el "cosmos" en que se realiza, por medio del Verbo encarnado recibe una orientación definitiva, nunca conocida y vivida perfectamente. "Gracias al Verbo, el mundo de las criaturas se presenta como «cosmos», es decir, como universo ordenado" (TMA 3).
El hombre es siempre para sí mismo un "misterio". Pero precisamente la búsqueda de la explicación de este misterio le hace trascender su propio ser hacia la búsqueda de Dios. En esa búsqueda hay siempre un "más allá", al que no se llega nunca perfectamente. Pero desde el momento en que Dios ha irrumpido en la historia humana, formando parte de ella como hombre, la búsqueda de Dios queda iluminada por un "más allá" que ya comienza a ser realidad en el presente.
Dios ha dicho "sí" a la realidad humana, insertándose plenamente en ella y orientándola, sin destruirla ni humillarla, hacia una plenitud que ya comienza a ser realidad. "Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (GS 22). Cristo ha asumido la historia humana como propia, desde Adán hasta el final de los tiempos, incluyendo consecuentemente culturas, pueblos y religiones. "Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, de Cristo, el Señor" (ibídem). Así, pues, "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación" (ibídem).
El "hoy" que celebra la fe cristianaes siempre esta realidad de la Encarnación, hecha "memoria" y presencialización en todo momento de la historia. El año 2000 es un momento especial, prescindiendo de la exactitud cronológica. Como será un momento especial el "hoy" del paso al "cielo nuevo y tierra nueva" (Apoc 21,1), es decir, el "hoy" del "descanso" definitivo (cfr. Heb 4,7-11). Pero en el "hoy" de la propia situación histórica se celebra el "hoy" de la Encarnación y el "hoy" de la plenitud del encuentro final con Cristo. Y ese "hoy" del camino histórico es un encuentro pluricultural, pluriétnico y plurireligioso de toda la humanidad, al que sólo puede dar respuesta Cristo, el Verbo encarnado.[17]
3. ¿Una Iglesia preparada en personas y comunidades?
Nunca como hoy, la sociedad humana se ha encontrado en una encrucijada semejante de contactos religiosos globales a nivel universal. El desafío planteado al cristianismo es el de presentar epifánicamente la fe cristiana, por medio de la proclamación y de la transparencia del evangelio en la propia vida, a partir de una experiencia peculiar de Dios. Al cristianismo no se le aceptará por "conceptos", sino por la persona de Jesús resucitado que se deja entrever por quienes anuncian y viven su mensaje de las "bienaventuranzas" y del mandato del amor.[18]
Es verdad que las "semillas del Verbo", que ya se encuentran en las culturas y religiones, necesitan abrirse explícitamente a la realidad plena del Verbo encarnado. El proceso de apertura (o "conversión" a los nuevos planes salvíficos de Dios Amor) es una gracia que reclama la colaboración de las personas llamadas. Pero también es verdad que esas personas, ya redimidas por Cristo, necesitan ver los "signos" del encuentro con Cristo. El mensaje evangélico, para ser aceptado, necesita "signos". El signo principal es una vida personal y comunitaria que transparente la presencia de Cristo resucitado. La "predicación" eclesial va acompañada de la "presencia" de Cristo y del testimonio de los "signos" (Mc 16,20).
Todo ser humano llamado a abrirse a los nuevos planes de Dios en Cristo, necesita "encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación" (RMi 47).
La fuerza evangelizadora de la Iglesia consiste en su capacidad de presentar las "bienaventuranzas" y el mandato del amor (cfr. RMi 59). Es la fuerza de la caridad, que es don de Dios (cfr. 1Jn 4,7). Todos los signos eclesiales (vocaciones, sacramentos, ministerios...) son signos portadores de la presencia eficaz de Jesús. Son, pues, signos eficaces del mismo Jesús y de su mensaje evangélico. "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42).
Habría que preguntarse si el hecho de que algunos no cristianos hayan admitido el valor de las bienaventuranzas (como es el caso de Ghandi), infravalorando a veces o excluyendo la existencia y la filiación divina de Cristo, no será debido a no haber visto el sermón de la montaña hecho vida en las personas bautizadas.
El camino histórico-salvifico que ya han realizado las diversas religiones, gracias a la acción del Espíritu Santo, les lleva hacia Cristo, el Verbo encarnado, muerto y resucitado. Ese camino no pasa necesariamente por una convicción apologética y conceptual, aunque pueda necesitar de ella. La misma acción salvífica de Dios, que las guía hacia Jesús resucitado, es la que también guía a la Iglesia para hacerse de verdad "sacramento", es decir, signo transparente y portador del mismo Cristo (LG 1; AG 1). Para que "la claridad de Cristo resplandezca sobre la faz de la Iglesia" (LG 1), es necesario que la misma Iglesia se renueve continuamente.[19]
La renovación eclesial se realiza en la línea del evangelio. El concilio Vaticano II fue "convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16). La Iglesia manifiesta así la "disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30), "una particular sensibilidad a todo lo que le diga el Espíritu" (TMA 23), a fin de que el Espíritu "la renueve incesantemente".[20]
Para ser "signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1), la Iglesia avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8). "Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad hacia su vocación... La Iglesia, peregrina en este mundo, es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente" (UR 6).
La "renovación" de la Iglesia es un tema constante, tanto a nivel de documentos, como a nivel práctico en toda la historia de la misma Iglesia. Esa renovación debe corresponder a la época y situación concreta, siguiendo la acción de las nuevas gracias y luces del Espíritu.[21]
Pablo VI, en "Evangelii nuntiandi" presentaba unos puntos de examen de conciencia sobre la misionariedad de la Iglesia. Citamos literalmente el texto, en forma de preguntas:
- "¿Qué es de la Iglesia, diez años después del concilio?
- ¿Está anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpretar al mundo?
- ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto?
- ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?
- ¿Es suficiente su empeño en el esfuerzo de buscar el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos, lo cual hace más eficaz el testimonio común, con el fin de que el mundo crea?" (EN 76).
Es verdad que la comunidad eclesial, asistida por la presencia de Cristo resucitado y la acción del Espíritu Santo, es siempre portadora del mensaje evangélico. "Jesucristo, luz de los pueblos, ilumina el rostro de su Iglesia, la cual en enviada por él para anunciar el evangelio a toda criatura (cfr. Mc 16,15). Así la Iglesia, pueblo de Dios en medio de las naciones, mientras mira atentamente a los nuevos desafíos de la historia y a los esfuerzos que los hombres realizan en la búsqueda del sentido de la vida, ofrece a todos la respuesta que brota de la verdad de Jesucristo y de su Evangelio" (VS 2).
Que este mensaje evangélico sea promulgado de verdad a nivel de la conciencia humana en todo hombre de buena voluntad, en toda cultura y en toda religión, depende, en gran parte, de la fidelidad de la misma Iglesia, es decir, de los que ya creemos en Cristo:
- "¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre?
- ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy?
- ¿Con qué medios hay que proclamar el Evangelio par que su poder sea eficaz?" (EN 4).
La renovación eclesial tiene repercusión misionera inmediata, porque se realiza bajo la acción del Espíritu Santo enviado por Jesús a los apóstoles de todas las épocas, reunidos en Cenáculo: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo «con María la Madre de Jesús» (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92; cfr. AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24).
Cristo se deja entrever en la vida de los cristianos, cuya fe se expresa por una relación y adhesión personal a Cristo. "La fe es un decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cfr. Gal 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88).
Las etapas históricas del caminar eclesial durante veinte siglos no han sido siempre transparentes de evangelio. Aunque la acción y el resultado global han sido positivos, debido principalmente a santos y mártires, non han faltado momentos oscuros en los que la acción evangelizadora se ha querido realizar "con métodos de intolerancia e incluso de violencia" (TMA 35). La misma indiferencia religiosa de algunos sectores de la sociedad actual, puede haberse originado "por no haber manifestado el genuino rostro de Dios" (TMA 36; cfr. GS 19). Las directrices del concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar, urgiendo a una fidelidad mayor a la nueva acción del Espíritu, no siempre encuentran acogida filial y generosa (cfr. TMA 36).
Tal vez el mayor desafío que ha tenido el cristianismo en veinte siglos es el actual, en el que no se le ataca directamente, sino que se le pide la especificidad cristiana del encuentro con Dios. Tanto las religiones como la sociedad actual preguntan al cristiano sobre la experiencia de Dios cuando parece que calla y se ausenta: "el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismo conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).
La experiencia cristiana de Dios, sea cual fuere su explicación conceptual, debe ser una manifestación de la Palabra definitiva de Dios en su inserción histórica: el Verbo encarnado, Cristo muerto y resucitado. Quienes ya tienen las "semillas del Verbo" necesitan ver en los signos de una vida de fe, cómo es la manifestación definitiva de Dios por medio de Jesucristo en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4).
Para los creyentes, la experiencia del encuentro con Cristo resucitado se convierte en misión, porque el Espíritu Santo les infunde "una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24). La misión es esencialmente transparencia del encuentro explícito con Cristo: "el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. «No tengas miedo... porque yo estoy contigo» (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).
4. Hacia el encuentro "fraterno" en las "huellas" del mismo Verbo encarnado
La "preparación evangélica" y las "semillas del Verbo", que se encuentran en otras culturas y religiones, conservan todo su valor de preparación y de semilla, hasta que el evangelio sea promulgado a nivel de conciencia y convicción personal. Es necesario el "encuentro" humilde entre quienes tienen las semillas del Verbo y quienes ya han encontrado explícitamente al mismo y único Verbo encarnado. La verdadera experiencia de Dios deja la huella de la humildad ante el "misterio": Dios es siempre sorprendente.[22]
La Palabra de Dios, desde el principio de la creación, se ha ido insertando en los diversos ámbitos culturales de los pueblos. El camino ha sido largo y, consecuentemente, muy diferenciado en las expresiones culturales. Es un proceso de "inculturación" del que ha tenido la iniciativa el mismo Dios presente en la historia. Las culturas se manifiestan en la relación de las personas y de las comunidades respecto al "cosmos", a los demás componentes de la humanidad y a Dios. Por esto, la "religión", como relación con Dios, se encuentra en la raíz de toda cultura. Hablamos de "religión", cuando el conjunto de expresiones culturales de relación con Dios, forman una manifestación especial y organizada (convicciones, doctrinas, ritos, oraciones, costumbres, ética...).[23]
A pesar de tanta diversidad de culturas y religiones, hay que constatar una unidad fundamental y universal en los elementos esenciales, por encima de los valores diferenciados. El misterio del hombre es siempre el mismo, porque es reflejo y búsqueda del misterio del único Dios, creador, providente, salvador.
Este encuentro entre culturas religiosas puede calificarse de "diálogo", "proclamación", "testimonio", etc., según los diversos momentos de la misma acción evangelizadora. El haber elaborado una filosofía o una teología sobre Dios, no significa necesariamente que en ella se refleje perfectamente la experiencia de Dios presente en todos los corazones, culturas y religiones. Hay que tener la suficiente humildad para pensar que el hecho de creer explícitamente en Cristo no significa necesariamente que se le tiene más presente en el corazón. El corazón humano es un misterio, que sólo puede descifrarse a la luz del misterio de Cristo único Salvador, Mediador, Redentor.
La fe, como encuentro con Cristo y don gratuito de Dios, no será el resultado de un diálogo, por necesario que éste sea. La fe busca expresarse con términos culturales ("fides quaerens intellectum"). Pero la realidad de gracia que hay en ella trasciende los elementos culturales (sin destruirlos). El diálogo interreligioso, al tener en cuenta esta trascendencia, comienza a hacer posible la sintonía con todas las "semillas del Verbo".[24]
Dios ha sembrado en todos los corazones y en todos los pueblos, el deseo de encontrarle. Es una iniciativa suya, un don o "gracia", que se orienta, por la gracia posterior de la fe, hacia el encuentro explícito con Jesucristo, el Verbo encarnado. "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios" (CEC 27). Se trata de la "búsqueda de Dios", de que habla San Pablo en el areópago de Atenas (Act 17,27). Es Dios mismo quien ha sembrado esos deseos imborrables. "Lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto; Dios se lo manifestó" (Rom 1,19).
El encuentro del cristianismo con las otras religiones no puede reducirse (ni ser principalmente) encuentro entre los "entendidos", sino que, sin soslayar esa reflexión actual y de siglos anteriores (dentro y fuera del cristianismo), hay que ir principalmente a las manifestaciones más sencillas y populares de la fe de cada religión. Dios siempre es más allá, es decir, trasciende toda realidad y expresión contingente del hombre.[25]
El diálogo interreligioso fructífero sólo es posible entre personas que tienen experiencia de Dios en su corazón y en su vida. No se trata de una conquista y menos de una actitud de superioridad, sino de la auténtica "contemplación", que es esencialmente la experiencia de la propia pobreza y limitación ante los ojos de Dios. Las personas "contemplativas" son aquellas que han experimentado la bondad de Dios en la propia limitación y pobreza. El diálogo entre esas personas, de cualquier religión, es siempre posible y fructuoso. El diálogo es entonces a nivel de experiencia religiosa auténtica, no a nivel de confrontación de conceptos técnicos; para el cristiano, el problema consistirá en expresar la especificidad de su experiencia de encuentro con Cristo (cfr. RMi 24).[26]
El mismo Cristo manifestó su conciencia y su realidad de ser Hijo de Dios, por medio de expresiones humanas y culturales, que son siempre limitadas. El anuncio evangélico y la vivencia de la fe se ha manifestado también por parte de la Iglesia por medio de conceptos y de lenguaje de diversas culturas. Otras expresiones del encuentro con Dios, en otras religiones, ciertamente no pueden equipararse a la revelación hecha por Jesús, puesto que él es y se presenta como Hijo de Dios hecho hombre; pero nada impide que esas mismas expresiones y experiencias puedan ayudar a los cristianos a profundizar mejor el mensaje del Señor.
Cristo ya está presenteen todos, más allá de las expresiones culturales y conceptos filosóficos. Estas expresiones pueden ser válidas e incluso necesarias, pero Cristo nunca será captado a modo de conquista intelectual, intuición o reflexión original, sino que hay que recibirlo tal como es, como un don sorprendente que reclama "apertura" y aceptación vivencial (conversión y fe). El creyente en Cristo, sin marginar su propia psicología y cultura, tendrá que expresar, sin reticencias, su fe e Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, único Salvador universal, muerto y resucitado. Pero ello sólo será posible a partir de un encuentro vivencial con Cristo.
La inserción de una gracia de Dios en una cultura tendrá manifestaciones peculiares según el ambiente cultural. Es la misma gracia de Dios, comunicada a todos los hombres, la primera que realiza un proceso de "inculturación" o "contextualización". Habrá que distinguir entre la realidad que existe en el corazón y las expresiones culturales. Cuando éstas son más técnicas (filosóficas o teológicas), corren el riesgo de ocultar la realidad misteriosa que Dios ha sembrado en el corazón y en los pueblos. A pesar de las posibles ambigüedades, "los hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos, meditaciones, etc.)" (CEC 28). La diversidad de huellas de la misma búsqueda de Dios, lleva hacia la comunión o encuentro fraterno y universal en Cristo.
La búsqueda de Dios se ha expresado de diversas maneras, que corresponden a otras tantas vivencias personales y comunitarias. Las expresiones se refieren al encuentro con Dios por medio de los acontecimientos, las reflexiones, las celebraciones cultuales, los esfuerzos hacia la interioridad del corazón, el progreso humano en todas sus facetas, etc. Esas expresiones psicológicas y culturales no deben obnubilar la verdad de la misma experiencia profunda que anida en lo más hondo de la persona humana, más allá de toda expresión cultural. En toda verdadera experiencia de Dios, hay una convicción de que Dios continúa siendo "misterio" sorprendente. Quien ha llegado a esa experiencia (dentro y fuera del cristianismo) acepta más fácilmente los nuevos planes de salvación en Cristo o, en el caso cristiano, las exigencias de la fe y de la moral cristiana. A nivel cristiano hay que reconocer que es prácticamente imposible aceptar esas exigencias, sin un "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).[27]
El encuentro entre culturas religiosas tendrá lugar principalmente en el campo de la oración como experiencia de encuentro con Dios. El encuentro entre diversas experiencias de Dios no debe llevar a un relativismo de la propia fe ni a un sincretismo fácil. La escucha mutua es desde la autenticidad de la propia fe, donde Dios ha sembrado sus "semillas". Desde ahí es posible abrirse a nuevos dones de Dios, puesto que todo don de Dios, anteriormente recibido, deja entrever la posibilidad de dones posteriores. Es, pues, una actitud de verdadera "conversión" o apertura a los nuevos planes de Dios.
Se trata de un diálogo de "vida", comprometida de verdad en la relación con Dios y con los hermanos. En una lógica de experiencia religiosa general, ese compartir es entre experiencias parecidas e iguales en dignidad. Cuando se trata de la fe cristiana, nos encontramos con la novedad del mismo Verbo o Palabra de Dios (preparado en toda religión), ya encarnado en Jesucristo. Entonces no se trata propiamente de un encuentro de superioridad de parte de los creyentes en Cristo, sino de comunicación a todos de lo que estaba ya preparado en el corazón de todos. La cuestión no consistirá tanto en presentar unos conceptos, sino en expresar en la propia vida (por el diálogo y el testimonio) que las "bienaventuranzas" y el mandato del amor (es decir, la caridad) se identifican con la persona de Jesucristo, que se hace encontradizo con todo ser humano.
La historia de la humanidad es una historia de búsqueda de Dios, quien deja sus huellas en toda experiencia religiosa auténtica. Quienes pueden interpretar mejor esas huellas serán los creyentes de cada religión que hayan comprometido la propia existencia en la búsqueda de Dios. Es decir, habrá que ahondar en las expresiones de "oración" o de relación con Dios, para encontrar en ellas las "semillas del Verbo" o, en el caso del cristianismo, al mismo Verbo ya encarnado y comunicado a toda la humanidad.[28]
En toda experiencia auténtica de Dios (y en todas las religiones), Dios se da a entender dejando la impresión de "silencio" y "ausencia", porque siempre es más allá de toda experiencia humana. Entonces el hombre que busca a Dios puede manifestar esta impresión de diversas maneras: camino de purificación, camino de liberación, queja, duda, sentido de angustia o de agnosticismo e incluso tendencia hacia la negación de Dios o de su concepto. La experiencia cristiana de Dios no escapa a esa impresión, pero, por gracia o don de Dios, descubre que el "silencio" y la "ausencia" expresan al "Verbo" encarnado. Jesús mismo quiso experimentar nuestras mismas impresiones de "abandono". La fe cristiana se hace entonces una experiencia de la cercanía de Cristo "camino", a modo de "consorte" o esposo. El "corazón arde" por una cercanía que parecía ausencia (Lc 24,32). Entonces el cristiano no se siente superior, sino interpelado o misionado para comunicar a los otros hermanos que lo que ellos ya comienzan a sentir en el corazón: la huella imborrable de Cristo presente en la vida de todo ser humano. Es "la proclamación de la verdad: «Ecce natus est nobis Salvator mundi»" (TMA 38), como único Mediador y Redentor.
Habrá que llegar principalmente a las personas impresionadas por alguna experiencia de Dios, especialmente en esas experiencias que parecen negativas: el "silencio" y la "ausencia" de Dios. Esas personas, tocadas por el dolor (de la vida o de la contemplación) necesitan ser ayudadas a dar el salto a la nueva experiencia de Dios en Jesús, el Verbo (Palabra) de Dios Amor, presente de modo nuevo entre nosotros.
Al cristiano le toca preparar el salto a la fe, que es un don de Dios, sin retrasos ni aceleraciones imprudentes. No se trata de imponer, sino de preparar el despertar de esas huellas del Verbo que ya se encuentran en todas las religiones.
La situación sociológica actual deja entrever el futuro de una comunidad humana intercultural e interreligiosa. La convivencia real y constructiva sólo será posible por medio del conocimiento e incluso sintonía mutua entre todos los creyentes. La armonía sólo será posible por el aprecio efectivo de los valores propios y de los demás. Todas las religiones tienen cierta dependencia de la revelación primitiva (en Adán y Noé), además de expresarse a partir de personas que han tenido una especial experiencia o mensaje del único Dios de toda la humanidad. Esas "semillas del Verbo" caminan hacia el mismo Verbo encarnado. Las religiones que dicen relación a Abrahán (hebraísmo, islamismo, cristianismo) están orientadas más explícitamente hacia Cristo, el Mesías.[29]
El desafío que queda en pie para los cristianos, es el de presentar en sus propias vidas la experiencia de haber encontrado a Cristo, el Verbo encarnado, resucitado y presente en la historia humana. El encuentro positivo entre las diversas religiones dependerá de la propia experiencia de Dios. Habrá que conocer y apreciar las expresiones "contemplativas" de las diferentes religiones, para descubrir en ellas al mismo Verbo encarnado, Jesucristo el único Salvador, muerto y resucitado. "Cuanto de verdad y de gracia se encuentra ya entre las naciones, como por una quasi secreta presencia de Dios,... lo restituye a su autor, Cristo" (AG 9).[30]
La oración cristiana es la misma de Jesús, que no ha venido para destruir, sino para llevar a plenitud (cfr. Mt 5,17). El encuentro e intercambio de experiencias de oración, podrá ser, como es lógico, también a nivel de conceptos y de metodología (método, yoga, zen tienen el mismo significado). Ese intercambio enriquecerá a nivel cultural y psicológico, que es también un camino hacia Dios. Pero el verdadero encuentro será en las "huellas" que Dios ha dejado en el corazón, más allá de toda expresión cultural, ritual, literaria, metodológica, etc.. Es, pues, un encuentro entre diversas "huellas" del mismo Dios.
Quien ha experimentado esas "huellas" de Dios (que los cristianos llamamos "semillas del Verbo"), está capacitado para admirar otras profundidades de las mismas huellas o, si se quiere, otras huellas parecidas, que son siempre sorprendentes. Aceptar otras huellas y otras profundidades de las mismas, no será una pérdida de los dones recibidos, sino una ampliación. De ese enriquecimiento mutuo no están eximidos los cristianos, como hemos indicado más arriba, puesto que otras "huellas" del Verbo ayudarán a profundizar las huellas del mismo Verbo ya encarnado (en Jesucristo).
La novedad cristiana no será propiamente a nivel de cultura (conceptos, metodologías), sino a nivel del anuncio del Verbo encarnado. En esa conciencia y realidad de ser Hijo de Dios hecho hombre, Jesús trasciende otras experiencias, asumiéndolas como una preparación querida por Dios. Jesús ora en todo hombre de buena voluntad. El se hace oración; no es fruto de una conquista. La oración cristiana consiste en dejar orar a Jesús en nosotros, con la fuerza de su Espíritu, que nos hace decir verdaderamente "Padre" a Dios, con el mismo amor y actitud filial de Cristo, de cuya vida se participa por la fe[31]. Es una oración que participa en la conciencia filial de Jesús. El "ora en nosotros como cabeza nuestra" (San Agustín).
Gracias a la fe en Cristo, aparece que "la oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre" (CEC 2560). Esta sed o búsqueda, que Dios ha sembrado en todas las religiones, queda asumida por el mismo Cristo, insertado en la historia humana como consorte (cfr. Jn 4,7ss). Ya podemos, por la fe, participar en la conciencia y en la realidad filial de Cristo. La experiencia cristiana de Dios está en sintonía con otras experiencias (todas ellas comunicadas por el mismo Dios); pero es experiencia asumida y vivida en la realidad filial de Jesús, como rostro humano de Dios. La oración cristiana, íntimamente unida a la humanidad de Cristo, sería siempre un escándalo (como lo fue el mismo Jesús); pero es el único camino que puede salvar todas las otras experiencias auténticas de Dios, llevándolas al encuentro con Dios Amor.
La oración ya puede ser, en Cristo, actitud filial de asumir la realidad propia (cultural, sociológica, histórica, psicológica, humana en general) para hacerla pasar a la comunión familiar con Dios. Ello sólo es posible como un don de Dios Amor en Cristo, sea por la fe explícita (cuando ya se ha recibido la promulgación del evangelio), sea por la gracia comunicada por Dios a todos los hombres, en vistas a la redención realizada por Cristo.
El cristiano debería ser el más capacitado par descubrir las huellas del Verbo en toda experiencia religiosa de encuentro con Dios. Su fe (que es más allá de las expresiones técnicas) le ayudará a descubrir que la experiencia de Dios en los corazones puede ser verdadera, aunque las formulaciones sean, a veces, erróneas o, al menos, imperfectas. La misma experiencia cristiana de Dios Amor (como actitud filial participado de Cristo) es todavía imperfecta en cuanto que no se ha llegado todavía a la visión y encuentro definitivo con Dios. Al cristiano no le basta tener conciencia de su fe, sino que es necesario que pase a la transformación en Cristo, especialmente por la relación personal con él y por el seguimiento evangélico.
El Espíritu Santo, que nos hace partícipes de la oración de Jesús, trasciende toda oración, incluso la del cristiano (cfr. Rom 8,26-27). Por esto, el cristiano está llamado a una vida de humildad profunda, puesto que lo que ha recibido es don gratuito, que también debe llegar a todos los hermanos. Será, pues, el cristiano el primero en demostrar "el respeto por la acción del Espíritu en el hombre"[32], puesto que "toda oración auténtica está suscitada por el Espíritu Santo, que está misteriosamente presente en el corazón de todo hombre".[33]
Ponerse en contacto con las huellas de Dios, como "semillas del Verbo", existentes en todas las culturas y religiones, será garantía de haber sintonizado con la misma oración filial de Jesús, porque "allí donde el espíritu humano se abre a la oración a este Dios desconocido (en cuanto Dios Amor comunicado manifestado por Cristo), se escuchará un eco del mismo Espíritu, que, conociendo los límites y la fragilidad de le persona humana, ora en nosotros y por nosotros".[34]
Este encuentro no es principalmente entre "religiones", sino entre personas que buscan a Dios. Son esas mismas religiones las que "llevan en sí mismas el eco de milenios de búsqueda de Dios", que es siempre personal (EN 53). Será, pues, un encuentro entre personas que han sido "tocadas" por Dios, quien deja en todos los corazones el deseo y la búsqueda, a modo de "anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" (TMA 6).
Esta realidad esperanzadora puede ser, en el inicio del tercer milenio, "el desafío más radical" de la historia de la Iglesia, que está llamada a "proponer una síntesis creativa entre evangelio y vida" y "a dar un alma a la sociedad moderna".[35]
El Jubileo del año 2000tiene que ser, pues, un paso más en el "cumplimiento" de ese anhelo universal, por medio del encuentro explícito con Cristo. Dios dirige a la humanidad hacia ese encuentro; al cristiano le toca una parte principal: expresar en la propia vida, como experiencia de Dios Amor, que el Verbo ya se ha encarnado en Jesucristo.[36]
[1]Cito sólo algunos estudios de conjunto o más generales: AA.VV. (H. Waldenfels), Nuovo Dizionario delle Religioni, Cinisello Balsamo, San Paolo 1993; AA.VV. (P. POUPARD), Grande diccionario de las Religiones, Barcelona, Herder, 1987; AA.VV., Historia de la Espiritualidad, Barcelona, Flors 1969, IV (espiritualidades no cristianas); AA.VV., El mundo de las Religiones, Estella, Verbo Divino 1985; AA.VV., Dizionario comparato delle religioni monosteistiche: Ebraismo, Cristianismo, Islam, Casale Monferrato 1991; AA.VV., L'Annonce de Jésus Christ et la rencontre avec les religions "Spiritus" 33 (Paris 1992) 1-144; AA.VV., Asian religious traditions and christianity, Manila, Santo Tomás 1983. Ver también: J. DUPUIS, Jesucristo al encuentro de las religiones, Madrid, Paulinas 1991; A.M. HENRY, Les relations de l'Eglise avec les religions non chrétiennes, Paris, Cerf 1966; G.MAGNANI, Filosofia della Religione, Roma, Pont. Univ. Gregoriana 1993. Ver más bibliografía en las notas siguientes y en Teología de la evangelización, Madrid, BAC 1995, cap. VIII.
[3]Resumo doctrina y bibliografía actual sobre este tema, en: Teología de la evangelización, Madrid, BAC 1995, cap. VIII (evangelización de culturas y religiones): Cristianismo, evangelización y culturas (n. 1), evangelización y religiones no cristianas (n. 2), diálgo interreligioso y ecuménico (n. 3).
[4]Sobre experiencias religiosas en las religiones no cristianas: V. HERNANDEZ CATALA, La expresión de lo divino en las religiones no cristianas, Madrid, BAC 1972. Sobre la experiencia cristiana: J. MOUROUX, L'expérience chrétienne. Introduction à une théologie, Paris, Aubier-Montagne 1952; H. SMITH, La experiencia de Dios, Santander, Sal Terrae 1975. Ver otros estudios en la nota siguiente.
[5]J. ESQUERDA BIFET, Valor evangelizador y desafíos actuales de la "experiencia" religiosa "Euntes Docete" 43 (1990) 37-56; Idem, La experiencia cristiana de Dios, más allá de las culturas, de las religiones y de las técnicas contemplativas, en: Portare Cristo al mondo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, I, 351-368; L. GARDET, Experiencias místicas en tierras no cristianas, Madrid, Studium 1970; L. GARDET, O. LACOMBE, L'expérience du Soi. Étude de mystique comparée, Paris, Desclée B. 1981; I. GOBRY, L'Expérience mystique,Paris, Fayard 1964; G. MAGNANI, Filosofia della religione, o.c., cap. VI (experiencia religiosa y cristiana); J. MOLTMANN, Gotteserfahrungen: Hoffnung, Angst, Mystik, München, Kaiser Verlag 1979; J.Mª VELASCO, El fenómeno místico en las religiones y en el cristianismo, Madrid, San Pablo, 1995.
[6]Con el presente estudio, continúo reflexiones anteriores: Experiencias de Dios, Barcelona, Balmes 1976; Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1976, I, 407-420; Dimensión soteriológica de la contemplación cristiana y no cristiana, "Burgense" 30/1 (1989) 87-104. Ver también los estudios citados en la nota anterior.
[7]Tertio Millennio Adveniente, Carta Apostólica de Juan Pablo II, como preparación del Jubileo del año 2000 (10 de noviembre 1994). Citamos el documento con la sigla TMA.
[8]La expresión corresponde al título del escrito de EUSEBIO DE CESAREA, Preparatio evangelica I,1: PG 21,28 a-b. El concilio Vaticano II usa repetidamente esa expresión. "La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que hay en ellos, como una preparación al Evangelio y como un don de Aquel que ilumina a todos los hombres para que puedan tener finalmente la vida" (LG 16; cfr. VS 3). Se puede, pues, hablar de una "pedagogía hacia el verdadero Dios o preparación para el evangelio" (AG 3).
[9]SAN JUSTINO, Apología II, 8: PG 6, 457-458. Se refiere a la actitud martirial de algunos estoicos, que enseñaban una doctrina moral recta y que eran conscuentes hasta dar la vida. Ver otros pasajes: Apologia I, 6,3; 10,1-3; 13,2-3; I, 46,1-4, etc. La expresión se usa frecuentemente en el magisterio: AG 3,11; EN 53,80; RMi 29; VS 94.
[11]Ibídem, 3,18,1: PG 7,932; 4,6-7: PG 7,990. Todo, pues, camina hacia el Verbo (cfr. ibídem, 3,34,1).
[12]En este sentido se puede decir que los pueblos "poseen la salvación escrita sin papel ni tinta por el Espíritu Santo en sus corazones" (Adv. Haer.3,4,2).
[13]CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Stromata 1,5 (alude también a los brahmanes y a los discípulos de Buda). A veces se refiere a una "pedagogía" hacia Cristo (6,8). Siempre se trata de una "pedagogía" o preparación hacia el mismo Verbo que se encarna en Jesús (sin separar el Verbo de Jesús). Ver otros pasajes de Stromata 1,7-8; 6,67-72; 7,73-76; 8,77-81, 9,82, etc.
[15]Algunos autores distinguen entre religiones proféticas (que interpretan los acontecimientos por medio de la palabra de Dios) y religiones místicas (que buscan a Dios en el fondo del corazón). Las primeras serían más explicativas, mientras que las segundas se inclinarían por Dios inaccesible. Ver bibliografía citada en la nota 1. En realidad, Dios está siempre en el corazón de todo hombre y, desde allí, le invita a caminar en la historia hacia Cristo. Hay que distinguir siempre entre las explicaciones de los "teológos" de la religión y las expresiones de los "creyentes" (que, a veces, son también expositores eruditos). El mismo San Juan de la Cruz, siendo también un místico, explica teológicamente las experiencias místicas que él constató en personas que no sabían explicarse.
[16]O. CULLMANN, Le salut dans l'histoire, Neuchâtel, Delachaux et Nestlé 1966; J. DANIÉLOU, El misterio de la historia, San Sebastián, Dinor 1957; M. FLICK, Z. ALSZEGHY, Teologia della storia, "Gregorianum" 25 (1954) 256-298; J. MOUROUX, Le mystère du temps, Paris, Aubier 1962; W. PANNENBERG, La revelación como historia, Salamanca, Sígueme 1977; G. THILS, La théologie de l'histoire, Note bibliographique, "Ephem. Théol Lov." 26 (1950) 87-95; H. URS VON BALTHASAR, Théologie de l'histoire, Paris, Fayard 1970.
[17]La evangelización actual tienen en cuenta diversas situaciones: la inserción de sectores de pobreza e injusticia (progreso, desarrollo); inserción en las culturas (inculturación); diálogo interreligioso. Las tres situaciones se relacionan y necesitan encontrar la luz en el Verbo encarnado.
[18] Una señal de vivir las "bienaventuranzas" es la actitud relacional con Cristo que dejan entrever los evangelizadores, es decir, su deseo sincero de transformar la propia vida en entrega total a Cristo (deseo de santidad). Por esto, "la santidad de vida permite a cada cristiano ser fecundo en la misión de la Iglesia" (RMi 77). "La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos... Es necesario suscitar un nuevo «anhelo de santidad» entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (RMi 90).
[19]Habría que pregentuar si nuestra teología cristiana, aún cuando se expresa de modo correcto y "ortodoxo", invita de verdad a la contemplación de la Palabra, al seguimiento evangélico y a la misión. El índice de esa dinámica evangélica dentro de la Iglesia, será el mismo índice de su fuerza evangelizadora "ad extra". "La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra y viceversa" (RMi 34).
[20]J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización, "Seminarium" 31 (1991) n.1, 135-147; Idem, Il rinnovamento ecclesiale per una pastorale missionaria, en: Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1987, 47-75; M. ZOVKIC, Conversio et renovatio Ecclesiae tamquam conditio et sequela evangelizationis, "Bogoslacka Smotra" 45 (1975) 221-234.
[21]Esta es la enseñanza frecuente de los concilios. Ver el concilio Lateranense V, sess. 12 (Mansi 32, 988, B-C).
[22]La fe cristiana parte de la unicidad de Cristo, el Verbo encarnado, y de su universalidad como Salvador de todos los hombres. A. AMATO, Missione cristiana e centralità di Cristo Gesù, in: La missione del Redentore, Leumann, Torino, LDC 1992) 13-29; J. GALOT, Cristo unico Salvatore e salvezza universale, en: Cristo, Chiesa, Missione, Roma, Urbaniana Uiversity Press 1992; 51-66. Ver: J.P. BRENNAN, Christian Mission in a Pluralistic World, St. Paul Publications 1990; J. DUPUIS, Jesucristo al encuentro de las religiones, Madrid, Edic. Paulinas 1989, cap. 9, p.265: "La unicidad y la universalidad de Jesucristo en el orden de las religiones es la cuestión clave y decisiva de toda la teología de las religiones". Se trata de un "cristocentrismo" que asume todas las "semillas del Verbo" y toda la "preparación evangélica" (cristocentrismo inclusivo y abierto).
[23]AA.VV., La fe interpelada, jornadas de estudio y diálogo entre profesores universitarios, Salamanca 1993; A. AMATO, Inculturazione, contestualizzazione, teologia in contesto, "Salesianum" 45 (1983) 79-111; (Comisión Teológica Internacional), Fede e inculturazione, "La Civiltà Cattolica" 140 (1989) 158-177 (ver parte I); H. CARRIER, Evangelio y culturas, Madrid, EDICE 1988; J. DUPUIS, Méthode théologique et thélogies locales: adaptation, inculturation, contextualistion, "Seminarium" 32 (1992) 61-74O; O. GONZALEZ DE CARDEDAL, La gloria del hombre. Reto entre una cultura de la fe y una cultura de la increencia, Madrid, BAC 1985; A. ROEST CROLLIUS, Inculturation and the meaning of culture, "Gregorianum" 61 (1980) 253-274; J.M. ROVIRA BELLOSO, Fe i cultura al nostre temps, Barcelona, Fac. Teologia de Cataluyna 1987; B. SECONDIN, Mensaje evangélico y culturas, Madrid, Paulinas 1986. Ver otros estudios en Teología de la Evangelizacion, Madrid, BAC 1995, cap. VIII, n. 1 (Cristianismo, evangelización y culturas: Evangelio y culturas, evangelización e inculturación, el proceso de inculturación).
[24]El diálogo interreligioso, especialmente por el intercambio de experiencias de Dios, el anuncio o proclamación del evangelio y el testimonio, son diversos momentos del mismo proceso de evangelización. Ver síntesis doctrinal y bibliografía actual en el cap. VIII, n. 3 de Teología de la evangelización, Madrid, BAC 1994. Ver también J. DUPUIS, o.c., cap. 10 (el diálogo interreigioso en la misión evangelizadora de la Iglesia), pp. 289ss. Ver el documento del Pontificio Consejo para el Diálogo y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (año 1991): Dialogo y anuncio (año 1991); texto latino en: Instructio de Evangelio nuntiando et de dialogo inter Religiones: AAS 84, 1992, 414-446. Comentario a este documento: M. ZAGO,"Diálogo y anuncio": Un documento aclaratorio de gran importancia, "Omnis Terra" n. 217 (1992) 22-28. Ver también: AA.VV., Mission et dialogue interreligieux, Lyon, Fac. Théol. 1990.
[25]La mejor base intelectual y cultural es la del "sentido común", que también se encuentra en muchos pensadores, pero principalmente en el pueblo sencillo. A veces son los mismos teólogos (como es el caso de algunos santos) quienes, en sus expresiones personales, son más cercanos a la experiencia religiosa "popular". No se trata de infravalorar la reflexión filosófica ni teológica, sino de relativizar el valor de las conquistas de la especulación religiosa (dentro y fuera del cristianismo). Es muy difícil que los técnicos se acepten mutuamente en su terminología y en sus conceptos, a pesar de que, frecuentemente, quieren expresar una experiencia religiosa parecida.
[26]Será muy difícil que los no cristianos capten el misterio cristiano a partir de la diferenciación entre escuelas teológicas (históricas y actuales, que son opiniones legítimas). Más bien habrá que presentarles la sencillez evangélica, que a veces también se encuentra en escritos de los mismos autores de escuelas teológicas, especialmente si son santos. Es problema parecido para los cristiasno: será imposible captar, por ejemplo, el hinduismo, a partir de las numerosas escuelas históricas y actuales; habrá que ir a los libros y tradiciones originales y a las expresiones en algunos autores que están por encima de toda escuela.
[27]La moral cristiana queda resumida en el capítulo II de VS; pero será imposible la aceptación de su contenidos (la "libertad" como verdad de la donación), sin una vivencia profunda de la sequela evangélica (cap. I) y del misterio de la cruz (cap. III). Es interesante notar que el "Catecismo de la Iglesia Católica" (CEC) tiene, en cada capítulo, una primera parte que es fundamental; será muy difícil aceptar las consecuencias de la fe, de los sacramentos, de los mandamientos y del "Padre nuestro", si no se vive respectivamente el sentido de la fe como adhesión personal a Cristo, la realidad de la liturgia como inserción en el misterio pascual, el seguimiento evangélico de las bienaventuranzas y la actitud filial de la oración cristiana. Los no cristianos encuentran un gran obstáculo en los que ya somos cristianos, cuando observan (especialmente en expositores de cierta autoridad científica) reticencias para aceptar (incluso teóricamente) las exigencias evangélicas del dogma y de la moral cristiana.
[28]Ver estudios sobre el tema de la contemplación y experiencia de Dios (en las diversas religiones), en las notas 4-6 del presente trabajo.
[29]Sobre las religiones en general, ver el apartado 2 (nota 15). El islam ha recuperado, especialmente para los pueblos árabes, la fe monoteista de Abraham; está, por tanto, también orientado hacia Cristo. Parece que Mahoma conoció sólo a cristianos "heterodoxos", cuya fe no era auténtica y que, por tanto, no reflejaban el evangelio.
[30]No hay que olvidar que el aprecio de los valores existentes en las diversas religiones incluye también la purificación de los mismos y la llamada a pasar a la plenitud en Cristo (cfr. AG 9).
[31]Cfr. Gal 4,7; Rom 8,16-17. "En la oración, el Espíritu Santo nos une a la persona del Hijo Unico, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga en la Iglesia con la Madre de Jesús" (CEC 2673).
[32]JUAN PABLO II, Alocución a los exponentes de las religiones no cristianas, Madrás, 5 febrero 1986. Ver en: Insegnamenti IX,1 (1986) 319-324.
[33]JUAN PABLO II, Discurso a la Curia Romana, 22 diciembre 1986 (explicación sobre la reunión interreligiosa de Asís). Ver en: Insegnamenti IX,2 (1986) 1897-1898.
[34]JUAN PABLO II, Mensaje a los pueblos de Asia por Radio Veritas (Manila), 21 febrero 1981. Ver en Viaje apostólico a Extremo Oriente, Madrid, BAC 1981, 141; Insegnamenti IV,1 (1981) 452-460.
[35]JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en el IV Simposio del Consejo de las Conferencias Europeas, 11 de octubre de 1985; texto en: "Insegnamenti" VIII/2 (1985) 910ss.
[36]Redemptoris Missioha indicado unas pistas para el encuentro de las religiones con Cristo: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: «Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos» (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).