Lunes, 11 Abril 2022 10:59

III- El ministerio apostólico al servicio del pueblo de Dios

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III- El ministerio apostólico al servicio del pueblo de Dios

Presentación

Jesús quiso prolongarse en su Iglesia por medio de servicios o ministerios (Mt 28,20). Todo creyente es llamado para ejercer un servicio a los hermanos, haciéndose de este modo complemento o instrumento vivo de Cristo (Col 1,24). Cada uno es otro Cristo según su propia vocación y misión. Las vocaciones y ministerios son, pues, signos de la presencia activa de Jesús resucitado en la Iglesia y en el mundo (ver el capítulo VIII).

Algunos seguidores de Cristo, los Apóstoles, fueron elegidos para ser expresión o signo personal de Cristo en cuanto Cabeza, Sacerdote y Buen Pastor (Lc 6,12-16; Mc 3,13-19; PO 1-3). Jesús quiso dejar, en medio de su Pueblo sacerdotal, este signo especial de su ser, de su obrar y de su vivencia, en la línea de servir en el último puesto, sin privilegios, ni ventajas humanas (Lc 22,28).

Los servicios que los Apóstoles (y sus sucesores e inmediatos colaboradores) prestan al Pueblo sacerdotal son una prolongación del obrar de Jesús, como enviados suyos que participan de su ser y de su misión de modo peculiar. Jesús les comunica (ahora por medio del sacramento del Orden) una gracia especial del Espíritu Santo (Jn 16, 14), para ser su gloria o transparencia (Jn 17,10), para garantizar el significado de su palabra (Lc 10,16; Jn 15,26-27), para prolongar su presencia (Mt 28,20), su sacrificio de Alianza nueva (Lc 22,19), su acción salvífico-sacramental (Jn 20,21; Mc 16,20) y su acción pastoral (Mt 28,19; Hch 1,8). Esta es la misión del ministerio apostólico de los doce Apóstoles y de sus sucesores e inmediatos colaboradores.

Esta elección y ministerio en su servicio o diaconía especial, que participa en la humillación (kenosis) de Cristo (Flp 2,5-8), para ser signo de cómo ama el Buen Pastor y para construir la Iglesia como comunión (Koinonía) con Cristo y con todos los hermanos (1 P 5,3; 1 Co 9,19; Mc 10,44).

La espiritualidad de esta vocación se concreta en el seguimiento, imitación y unión con el Buen Pastor (caridad pastoral), a ejemplo de la vida apostólica de los Doce, que se moldea en la fidelidad al Espíritu Santo como garante y agente de la consagración y de la misión recibida de Cristo (cf. Lc 4,18; Hch 1,4-8).

1- Elección, seguimiento y misión de los Apóstoles

La elección de los Apóstoles y de sus sucesores e inmediatos colaboradores fue y sigue siendo iniciativa de Cristo: «eligió a los que quiso» (Mc 3,13; cf. Jn 15,16). El Señor se acerca a la circunstancia en que vive cada uno para pronunciar el sígueme como declaración de amor (Jn 1,43; Mt 4,18-22; 9,9) 1.

1 Veremos un estudio sistemático sobre la vocación y la formación sacerdotal en el capítulo VIII, con su orientación bibliográfica. Ver: DEVYM, OSLAM, La formación sacerdotal, documentos, Bogotá, 1982; Pastoral de las vocaciones sacerdotales, Bogotá, 1978; AA. VV., Vocación común y vocaciones específicas, Madrid, Soc. Educación Atenas, 1984. Ver también: (Congregación para la Educación Católica), Directrices sobre la preparación de los formadores en los Seminarios, Lib. Edit. Vat. 1993. Documentos publicados en: La formación sacerdotal: Enchiridium, Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999. Orientaciones básicas: M. MACIEL, La formación integral del sacerdote, Madrid, BAC, 1990.

El seguimiento apostólico equivale a compartir la vida con Cristo (Mc 3,14; cf. Jn 15,27), a modo de amistad profunda (Jn 15,9-15). Puesto que los Apóstoles iban a convertirse en signo del Buen Pastor, fueron llamados a imitar su modo de vivir, en pobreza, obediencia y castidad (Mt 8,21; 12,50; 19,12). La nota de desprendimiento radical está en relación estrecha con el seguimiento por amor (Mt 19,27), para correr la misma suerte de Cristo a modo de desposorio (Mc 10,38; Jn 11,16;21,18-19).

Jesús les quiso dar el nombre de apóstoles, enviados, para indicar su identidad misionera (Lc 6,13). Dar testimonio de Cristo suponía haber estado conviviendo con él (Jn 1,35-46; 1 Jn 1,1ss; Jn 15,26-27). De este modo participaban en la misma vida y misión de Cristo (Jn 17,18; 20,21) de predicar y sanar, anunciando la penitencia y el perdón (Mt 10,5-42; Mc 6,7-13; Lc 10,1-10). Esta misión se resume en una triple perspectiva: enseñar, bautizar (santificar) y guiar (Mt 28,19-20; Mc 16,15-20; Lc 24,45-49).

Según los textos que acabamos de citar, Jesús comunicó a los suyos esta realidad pastoral y sacerdotal de modo estable, a través de diversas etapas:

- elección,

- envío (antes y después de la resurrección),

- institución de la eucaristía (última cena)

- institución del sacramento del perdón (resurrección),

- comunicación del Espíritu Santo (Pentecostés).

El Concilio Vaticano II resume así estas etapas de la institución apostólica:

El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que él quiso, eligió a doce para que viviesen con él y para enviarlos a predicar el reino de Dios...; a estos Apóstoles los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, al frente del cual puso a Pedro... Los envió primeramente a los hijos de Israel y después a todas las gentes... En esta misión fueron confirmados plenamente el día de Pentecostés... (LG19).

Conviene reconocer la estrecha relación que existe entre la eucaristía y la institución del sacramento del sacerdocio ministerial: «con las palabras haced esto en memoria mía (Lc 22,19; 1 Co 11,24), Cristo instituyó sacerdotes a sus Apóstoles» 2.

2 Sesión 22 del conc. de Trento, can. 2; D 949.

Efectivamente, la eucaristía es «la fuente y la culminación de toda la evangelización» (PO 5; cf. LG 11). De este modo, Cristo «dejó a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como exige la naturaleza de los hombres» 3.

3 Sesión 22 del conc. de Trento, cap. I; D 938. Estudiaremos el tema de la eucaristía en el capítulo IV.

Es el misterio pascual, celebrado (y presencializado) en la eucaristía, que debe ser anunciado y vivido por toda la comunidad eclesial y para toda la comunidad humana.

Los Apóstoles, por encargo de Cristo, comunicaron esta realidad sacerdotal por medio de la imposición de las manos (sacramento del Orden):

El mismo Señor, con el fin de que los fieles formaran un solo cuerpo, en el que no todos los miembros desempeñan la misma función (Rm 12,4), de entre los mismos fieles instituyó a algunos por ministros, que en la sociedad de los creyentes poseyeran la sagrada potestad del orden para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y desempeñaran públicamente el oficio sacerdotal por los hombres en nombre de Cristo. Así, pues, enviados los Apóstoles como él fuera enviado por su Padre, Cristo, por medio de los mismos Apóstoles, hizo partícipes de su propia consagración y misión a los sucesores de aquéllos, que son los obispos, cuyo cargo ministerial, en grado subordinado, fue encomendado a los presbíteros, a fin de que, constituidos en el Orden del presbiterado, fuesen cooperadores del Orden episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo (PO 2; cf. LG 28).

La misión sacerdotal, como participación en la función pastoral de Cristo, resultaría incompleta si se separa de la vocación y del seguimiento; se correría el riesgo de profesionalismo privilegiado sin exigencias evangélicas. Cristo confiere la misión sacerdotal a los que él ha llamado para compartir su misma vida de Buen Pastor. La caridad pastoral, como seguimiento e imitación de Cristo, es, la línea básica de la espiritualidad sacerdotal. Sin esta línea evangélica, el sacerdote, como persona no podría encontrar su propia identidad.

2- Los servidores del Pueblo sacerdotal:

sacerdotes ministros

Todo cristiano es servidor de los demás hermanos que forman la comunidad eclesial. Vocaciones y carismas se concretan en servicios y ministerios. En las comunidades fundadas por los Apóstoles había unos ministros (servidores) que ejercían cierta dirección o responsabilidad, siempre en dependencia de ellos: obispos (Act 20,28; 1 Tm 3,2), presbíteros (Hch 11,30; 15,2ss; 1 Tm 5,17), guías, presidentes, liturgos, diáconos (Hb 13,7ss; 1 Ts 5,12; Ef 4,11; 1 Co 1,2; Rm 15,6; 1 Tm 3,12; Flp 1,1) etc. Esta terminología, algo fluctuante, se estabilizó con significado preciso en el siglo II.

La diversidad de carismas y servicios de cada comunidad encontrará en estos ministros, establecidos por los Apóstoles, un principio de unidad, armonía y comunión eclesial. La autoridad apostólica les consideró colaboradores inmediatos. El rito de la imposición de manos, como transmisor de una gracia permanente del Espíritu Santo, era lo que después se llamaría el sacramento del Orden (cf. Hch 6,1-6; 13,1-3; 14,23; 1 Tm 4,14; 2 Tm 1,6; Tt 1,5). Después de la muerte de los Apóstoles, encontramos en todas las Iglesias locales obispos, presbíteros y diáconos, que forman el Presbiterio en comunión estrecha con el obispo (cf. san Ignacio de Antioquia). Se trata, pues, de ministros que continuaban, cada uno según su grado, los ministerios apostólicos 4.

4 Sobre el sacramento del Orden: J. LECUYER, Le sacrement de l'ordination, recherche historique et théologique, París, Beauchesne, 1981; M. NICOLAU, Ministros de Cristo, sacerdocio y sacramento del Orden, Madrid, BAC, 1971; L. OTT, Le sacrement de l'Ordre, París, Cerf. 1971; Idem, El sacramento del Orden, en Historia de los dogmas, IV, 5, Madrid, BAC Major, 1976. Sobre la espiritualidad del rito de la ordenación; J. ESQUERDA, Espiritualidad sacerdotal según el nuevo rito de la ordenación, en «Teología del Sacerdocio» 4 (1972) 329-363; G. FERRARO, Ravviva il dono, catechesi liturgica sul sacerdocio ministeriale, Milano, Paoline, 1986.

Estos ministros no se llaman sacerdotes hasta el siglo III (con Tertuliano, san Cipriano, san Hipólito, etc.). Pero, a la luz de Cristo Sacerdote, los ritos y gestos ministeriales tuvieron siempre una terminología sacrificial y cultual. Son «ministros de la nueva Alianza» (2 Co 3,6) que tiene siempre carácter de sacrificio. Son servidores de Cristo Mediador (1 Tm 2,5), Sumo Sacerdote y Víctima (Hb 9,11-15). Son, pues, ministros o servidores del Pueblo sacerdotal (1 P 2,4-10; Ap 1,5-6; 5,9-10; 20,6).

El hecho de ejercer la presidencia en la celebración del sacrificio eucarístico en nombre del Cristo Sacerdote, será determinante para generalizar el título de sacerdote ministro. No obstante, habrá que recordar siempre que es un servicio polifacético, que incluye armónicamente el anuncio de la Palabra, al servicio de los sacramentos y la construcción de la comunidad en la comunión. Los sacerdotes ministros son testigos cualificados de la muerte y resurrección de Cristo con su propia vida y con la misión del anuncio, de la celebración y de la comunicación del misterio pascual.

Los Apóstoles recibieron esta realidad sacerdotal directamente del mismo Jesús, de su humanidad vivificante como sacramento fontal. Ahora los sacerdotes ministros (sacerdocio miniterial, por medio del sacramento del Orden, reciben esta realidad sacerdotal, que les hace participar en el ser, en el obrar y en la vivencia de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. Por el sacramento del Orden se confiere la consagración sacerdotal (carácter y gracia) a los llamados por la Iglesia (por medio del obispo), para ejercer los ministerios apostólicos en el grado de obispo, presbítero o diácono.

Siendo cosa clara por el testimonio de la Escritura, por la tradición apostólica y el consentimiento unánime de los Padres, que por la sagrada ordenación, que se realiza por la Palabra y los signos externos, se confiere la gracia, nadie puede dudar que el Orden es verdadera y propiamente uno de los siete sacramentos de la Santa Iglesia. Dice en efecto el Apóstol: «Te amonesto a que hagas revivir la gracia de Dios que está en ti por la imposición de mis manos» (D 959) 5.

5 Sesión 23 del conc. de Trento, cap. III; D 959.

Esta realidad sacerdotal, participada de Cristo, tiene tres aspectos principales:

- elección divina o vocación del Señor, manifestada por medio de la Iglesia,

- consagración o participación en el ser y en el obrar de Cristo, por medio del sacramento del Orden,

- misión o envío por parte de Cristo y mediante la Iglesia.

La elección o vocación al sacerdocio ministerial continúa siendo don e iniciativa del Señor. Es una gracia o carisma. La elección de todos en Cristo (cf. Ef 1,3ss) se concreta en el sacerdote ministro como signo de Cristo en cuanto Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor para obrar en su nombre. Esta vo cación llega al elegido por medio de mediaciones eclesiales: familia, educadores, testimonios, doctrina, comunidad en general, jerarquía...

Sin embargo, esta voz del Señor que llama no ha de confiarse en modo alguno que llegue de forma extraordinaria a los oídos del futuro presbítero. Más bien ha de ser entendida y distinguida por los signos que cotidianamente dan a conocer a los cristianos prudentes la voluntad de Dios; signos que los presbíteros han de considerar con atención (PO 11; cf. OT 2).

La Iglesia, por medio del obispo y de sus colaboradores, garantizará la existencia de la vocación sacerdotal durante el período de formación y especialmente en el momento de recibir el sacramento del Orden (ver el capítulo VIII).

La consagración sacerdotal es participación en la unción de Cristo (Lc 4,18; Jn 10,36). La humanidad de Cristo es ungida en la encarnación por obra del Espíritu Santo, es decir, es unida hipostáticamente (o en unión de persona) al Verbo. El sacerdote ministro participa de esta unción o consagración por medio del carácter y de la gracia que confiere el sacramento del Orden.

Con la efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero queda configurado con Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia, y es enviado a ejercer el ministerio pastoral. Y así, al sacerdote, marcado en su ser de una manera indeleble y para siempre como ministro de Jesús y de la Iglesia (PDV 70).

El carácter sacramental del Orden es una señal o cualidad indeleble (inamisible), que configura al sacerdote ordenado con Cristo Sacerdote para poder obrar en su nombre.

El sacerdocio (ministerial)... se confiere por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo Sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza (PO 2).

Todo cristiano ha recibido el carácter del bautismo (y de la confirmación), que configura a Cristo Sacerdote (ver el capítulo 2º, n. 3). El carácter del sacramento del Orden confiere una configuración para obrar en nombre de Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor (cf. PO 2,6,12; LG 28) 6.

6 Sesión 23 del conc. de Trento, cap. 4 y can. 4; D 960, 964.

Es una participación en el poder y misión sacerdotal y pastoral del Señor, que destina al servicio de Cristo presente en la eucaristía, en su Iglesia y en el mundo (santo Tomás, III, q. 63, a. 16).

La permanencia de esta realidad, que marca una huella para toda la vida (doctrina de fe, conocida en la tradición de la Iglesia con el nombre de carácter sacerdotal), demuestra que Cristo asoció a sí irrevocablemente la Iglesia para la salvación del mundo y que la misma Iglesia está consagrada definitivamente a Cristo para cumplimiento de su obra. El ministro, cuya vida lleva consigo el sello del don recibido por el sacramento del Orden, recuerda a la Iglesia que el don de Dios es definitivo. En medio de la comunidad cristiana que vive en el Espíritu, y no obstante sus deficiencias, es prenda de la presencia salvífica de Cristo (Sínodo Episcopal de 1971) 7.

7 Documento del Sínodo Episcopal de 1971: El sacerdocio ministerial parte 1ª n. 5. Sobre el carácter y la gracia sacramental, además de los estudios sobre el sacramento del Orden citados en la nota 4, ver: J. COPPENS, Le caractère des ministères selon les écrits du Nouveau Testament, «Teología del Sacerdocio» 4 (1972) 11-39; J. ESPEJA, Estructuras del sacerdocio según los caracteres sacramentales, en El sacerdocio de Cristo, Madrid, 1969, 273-294; J. ESQUERDA, Síntesis histórica de la teología sobre el carácter, líneas evolutivas e incidencias en la espiritualidad sacerdotal, en «Teología del Sacerdocio» 6 (1974) 211-226; J. L. LARRABE, Sentido salvífico y eclesial del carácter sacerdotal, «Estudios Eclesiásticos» 46 (1971) 5-33. Ver en la orientación bibliográfica de este capítulo los estudios sobre el sacerdocio ministerial.

La gracia especial recibida en el sacramento del Orden (distinta del carácter) ayuda a ejercer santamente la función y misión sacerdotal. De este modo nos hacemos «instrumentos vivos de Cristo Sacerdote» (PO 12) en sintonía con su caridad de Buen Pastor. Es, pues, una gracia que delinea la fisonomía de sacerdote, para ayudarle a ser signo claro o expresión de Cristo. Tiene relación estrecha con el carácter, formando una cierta unidad, que hay que reavivar constantemente (2 Tm 1,6). Es un «vigor especial» (santo Tomás) 8.

8 De Viritate, q. 27, a. 5, ad. 2.

- un matiz de caridad pastoral a todas las virtudes sacerdotales,

- sintonía vivencial con los actos sacerdotales que se ejercen,

- unión con Cristo en cuanto Sacerdote y Víctima,

- ser instrumento consciente y voluntario (responsable) de Cristo en todos los momentos de la vida y del ministerio,

- santidad para ser «dispensador de los misterios de Dios» (1 Co 4,1).

Participar fiel y responsablemente en la misión de Cristo es una consecuencia de la vocación y de la consagración sacerdotal. La misión, que enraíza en la realidad sacerdotal, necesita explicitarse por el encargo de la Iglesia. Es, pues, la misión de Cristo confiada a los Apóstoles (Jn 17,18; 20,21), prolongada ahora en la Iglesia y recibida por medio de ella, según diversos grados y modos de participación. Es misión ejercida en la comunión eclesial.

Toda la misión de la Iglesia es profética, cultual y real, es decir, se ejerce por el anuncio de la Palabra, por la celebración litúrgica (especialmente eucarística y sacramental) y por los servicios de caridad y de dirección de la comunidad. El sacerdote ejerce esta misión en nombre de Cristo Cabeza y Buen Pastor, en comunión con la Iglesia y en un equilibrio armónico e integral de anuncio, celebración y comunicación del misterio pascual de Cristo (PO 4-6; cf. capítulo 4º) 9.

9 Sobre el sacerdocio ministerial y la mujer, las orientaciones del magisterio actual siguen la tradición apostólica. Ver: Declaración Inter Insigniores (15 de octubre de 1976), de la Congregación para la Doctrina de la Fe; Carta Apostólica Mulieris Dignitatem (15 de agosto de 1988) de Juan Pablo II, n. 26; Exhor. Apos. Christifidelis Laici (30 de diciembre, 1988, n. 49); Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis (Juan Pablo II, 22 mayo 1994) n. 4. Ver estudios de la orientación bibliográfica.

3- Líneas de fuerza del seguimiento

evangélico de los Apóstoles

El seguimiento evangélico de los Apóstoles se ha venido llamando vida apostólica a modo de vivir de los Apóstoles (apostólica vivendi forma). Jesús dio poder de prolongar su Palabra, su sacrificio y su acción salvífico- pastoral a algunos de sus discípulos que habían dejado todo para seguirle. El servicio sacerdotal de los Apóstoles va estrechamente unido al seguimiento evangélico. La pauta de toda vida apostólica la resume san Pedro: «nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Mt 19,27).

La vida apostólica es encuentro con Cristo, relación personal con él, opción fundamental por él, seguimiento e imitación, en vistas a la misión de prolongarle en el tiempo y en el espacio. Los textos básicos donde aparecen las líneas de fuerza de este seguimiento apostólico son las siguientes:

- La llamada para un seguimiento incondicional: Mt 4,18-22; Mc 3,13-19.

 

- El envío con las características de la vida misionera de Cristo: Mt 10,1-42 (4,23-25); Lc 9, 1-6; 10,1-12; Mc 6,7-13.

- La figura del Buen Pastor: Jn 10,2-1-21 (Lc 15,1-7).

- La última cena (eucaristía) y la oración sacerdotal: Jn 13-17 (Lc 22,1-39).

- La vida desprendida del Señor: Mt 8,21 (pobreza); Jn 10,18 (obediencia del Buen Pastor); Mt 18,12 (castidad por el Reino).

- El modo servicial de dirigir la comunidad: 1 P 5,1-5.

- El resumen de la vida apostólica de Pablo: Hch 20,17-38.

Estas líneas aparecen en san Pablo a través de sus escritos y en los Hechos de los Apóstoles:

- llamado por iniciativa divina: Ga 1,5 (Hch 9, 1-19),

- unión con Cristo: Ga 2,19-20; Flp 1,21; 2 Tm 1,12,

- ministerio de Cristo y de su Iglesia: 1 Co 4,1; 2 Co 5,20; Col 1,25ss,

- dispensador de los misterios de Dios y reconciliador de los hombres con Dios: 2 Co 5,18,

- instrumento de gracia: 2 Co 3,8,

- ministro de la eucaristía: 1 Co 11,23-34,

- custodio de la autenticidad de la Palabra: 1 Tm 6,20,

- servidor de la comunidad eclesial con humildad y pobreza: Hch 20,17-38; Flp 2,1-11,

- caridad evangelizadora y celo apostólico sin fronteras: 2 Co 5,14; 11,28 10.

10 Sobre la espiritualidad sacerdotal en San Pablo, ver la nota 3 del capítulo II.

El seguimiento evangélico y radical de Cristo es, principalmente en los Apóstoles, amistad profunda (Jn 13,1; 15,9-17.27). Sólo a partir de este amor pueden comprenderse las exigencias del seguimiento (Mt 8,18-22). Se trata de correr con la misma suerte de Cristo o de beber su copa de alianza (Mc 10,38; cf. Lc 22,19-20; Jn 18,11). En los momentos de dificultad es el amor el que puede salvar airosamente la situación (Jn 6,67-68; 16,20-22).

El seguimiento en relación a la misión apostólica tiene estas características:

- Caridad como la del Buen Pastor: donación, virtudes pastorales, servicio, cercanía...

- Misión totalizante y universal: bajo la acción del Espíritu Santo, para evangelizar a los hombres y a todos los pueblos.

- Fraternidad apostólica al servicio de la comunidad eclesial: unidad apostólica especialmente en el Presbiterio, para construir la comunión de la Iglesia local.

La vida apostólica o vida evangélica de los Apóstoles es sintonía vivencial y comprometida con la caridad y la misión del Buen Pastor, en su amor al Padre (Hb 10,5-7; Jn 4,34; 10,18; 17,4; Lc 23,46), en su amor a los hombres (Mt 11,28-30; 14,14; 15,32; Jn 10,14ss), hasta dar la vida en sacrificio por todos (Jn 10,11ss; Mt 20,28) (ver el capítulo II, n. 1). Es la caridad pastoral que enraíza en la consagración y orienta hacia la misión, para un servicio humilde y pobre de ser pan comido dándose a sí mismo a los demás (ver capítulo V).

De esta caridad fluye la misión totalizante y universal como participación y prolongación de la misma misión de Cristo (cf. Jn 17,18; 20,21), que se orienta hacia todos los pueblos porque no tiene fronteras históricas, geográficas, culturales y sectoriales (cf. Hch 1,8; Mt 28,18-20; MC 16,15-16; ver el capítulo IV).

La fraternidad apostólica es una consecuencia de ser prolongación de Cristo. La unidad o comunión de Cristo con el Padre y el Espíritu Santo se expresa en su propia unidad de vida, en armonía con los planes salvíficos de Dios Amor: «quien me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14,9; 12,45-46). Esa misma unidad de comunión se refleja en la comunidad eclesial, especialmente en los apóstoles: «que todos sean uno, como tú, Padre, están en mí y yo en ti,...y el mundo crea que tú me has enviado... y amaste a ellos como me amaste a mí» (Jn 17,21-23). En la Iglesia local, la comunión o unidad fraterna en el Presbiterio es portadora y signo eficaz de esta unidad eclesial (ver el capítulo VII).

En el camino histórico de la Iglesia, la vida evangélica de los Apóstoles (vida apostólica encuentra su fuerza en la celebración eucarística del misterio pascual (SC 7,10,47). El ministerio de hacer presente el sacrificio redentor de Cristo, muerto y resucitado, comporta no sólo el anuncio y la vivencia del mismo, sino también el construir el Presbiterio y la comunidad eclesial en la comunión o unidad de «un solo cuerpo» (Rm 12,5). A partir de la celebración eucarística (como anuncio, celebración y comunicación), la acción apostólica tiende a construir la humanidad entera como comunión, que es reflejo de la comunión en Dios Amor, uno y trino, será la realidad de comuni ón eclesial en el grupo apostólico y en la comunidad de los creyentes.

Estas líneas de fuerza del seguimiento evangélico de los Apóstoles se irán concretando, en cada época histórica, aportando el fundamento de la fisonomía espiritual del sacerdote. La aplicación acertada dependerá de la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo en las circunstancias sociológicas, culturales e históricas. El sacerdote debe ser «olor de Cristo» (2 Co 2,15) o «transparencia» suyo (Jn 17,10) en la circunstancias de lugar y tiempo para el hombre concreto. 11.

11 Sobre la caridad pastoral y las virtudes del Buen Pastor, ver el capítulo 5º. Sobre la vida apostólica, ver el capítulo VII. C. GIAQUINTA, El presbítero «forma del rebaño» en la comunidad cristiana de América Latina, Medellín 10 (1984) 311-325; Cfr. PDV 15-16, 42, 60 (Vida sacerdotal en relación con los Apóstoles).

4- Fidelidad a la misión del Espíritu Santo

Todo bautizado (y confirmado) ha recibido el sello o marca (carácter) y prenda permanente del Espíritu Santo (Ef 1,13-14). Por medio del sacramento del Orden, el sacerdote ministro ha recibido un nuevo sello o nueva gracia permanente del mismo Espíritu (1 Tm 4,14; 2 Tm 1,6-7), que le hace partícipe de la unción y misión de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (Lc 4,18; Jn 10,36). La vida y el ministerio sacerdotal será un continuo reavivar este don del Espíritu Santo con una actitud de discernimiento y de fidelidad. La vida espiritual es una «vida según el Espíritu» (Rm 8,4-9).

Jesús Sacerdote y Buen Pastor, fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo (Mt 1,18-25; Lc 1,35), guiado por el Espíritu para adentrarse en el desierto (Lc 4,1) y para evangelizar a los pobres (Lc 4,14.18). El mismo Jesús se presentó como «ungido y enviado por el Espíritu» (Lc 4,18; cf Is 61,2ss y 11,1ss). El Espíritu de amor reposa siempre sobre Jesús (Jn 1,33) para guiarlo a la donación total de su vida por la redención del mundo (Hb 9,14).

 

La acción del Espíritu Santo en toda la historia de salvación concreta de modo especial en la vida y ministerio de Jesús: «Aquel a quien Dios ha enviado, habla palabras de Dios, pues Dios nos dio el Espíritu con medida» (Jn 3,34). El Espíritu en la Sagrada Escritura es misión (salah), mensaje o palabra (dabar) y fuerza espiritual (ruah).

El sacerdote ministro prolonga a Cristo que predica bajo la acción del Espíritu (Lc 4,14; Jn 3,34), anuncia el bautismo «en el Espíritu Santo» (Jn 1,33), se inmola en el amor del Espíritu (Hb 9,14) y comunica una vida nueva o nuevo nacimiento en el mismo Espíritu (Jn 3,5). La identidad sacerdotal de Cristo y de todos sus apóstoles se manifiesta en el «gozo» del Espíritu por secundar los designios salvíficos del Padre (Lc 10,21).

Jesús prometió el Espíritu Santo para todo creyente (Jn 7,37-39). En la promesa hecha a los Apóstoles, durante la última cena y el día de la Ascensión, el Señor habla de:

- presencia: Jn 14,15-17; 16,7,

- iluminación: Jn 16,13,

- acción santificadora: Jn 16,14; Hch 1,5,

- acción evangelizadora: Jn 15,26-27; Hch 1,8.

La acción del Espíritu Santo transforma a los apóstoles en gloria o signo de Cristo Sacerdote (Jn 16,14; 17,10). La misión que Cristo les confía lleva la fuerza del Espíritu (Jn 20,21). Reunidos en el cenáculo con María (Hch 1,14), los Apóstoles y la primera comunidad de discípulos el día de Pentecostés fueron «llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,4). A partir de este momento, la comunidad eclesial recibirá con frecuencia nuevas gracias del Espíritu para «anunciar con audacia la Palabra de Dios» (Hch 4,31). Los momentos de cenáculo con María serán continuamente momentos de renovación y fecundidad apostólica (AG 4; EN 82; RH 22; DEV 25,66; RM 24).

La fidelidad al Espíritu Santo se concreta para el sacerdote ministro y para todo apóstol en:

- custodiar el depósito de la fe: 2 Tm 1,14,

- confianza audaz en su acción santificadora y evangelizadora: Rom 15,13-19,

- reavivar constantemente la gracia recibida en la ordenación: 2 Tm 1,6,

- vivir en relación con su presencia y en sintonía con su acción, como Pablo «prisionero del Espíritu»: Hch 20,22.

El Concilio Vaticano II describe la vida del apóstol en unión continua con el Espíritu Santo, puesto que es él quien «sin cesar acompaña la acción apostólica» (AG 4). El sacerdote ministro concretamente:

- edifica la Iglesia como templo del Espíritu, puesto que ha sido ungido por él para esta finalidad (PO 1),

- está atento a sus luces y mociones para evangelizar a los pobres, discernir y suscitar carismas y vocaciones, colaborar en la evangelización universal (PO 6,9,10),

- es dócil a su acción para santificarse en el ejercicio del buen ministerio (PO 12-13),

- se deja conducir por él para imitar y seguir el Buen Pastor en su vida de pobreza y caridad pastoral (PO 17) 12.

12 CL. DILLENSCHNEIDER, El Espíritu Santo y el sacerdote, Salamanca, Sígueme, 1965; J. ESQUERDA, Te hemos seguido, espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, 1986, cap. 5º (Prisionero del Espíritu); H. A. LOPERA, El poder del Espíritu Santo en el sacerdote, Bogotá, 1975. Algunos aspectos del sacerdocio ministerial en relación al Espíritu Santo: AA. VV., La pneumatología en los Padres de la Iglesia, en «Teología del sacerdocio» 17 (1983).

El discernimiento de la acción del Espíritu por parte del Sacerdote, supone un corazón contemplativo y una vida pobre (PO 17-18). Su propia fidelidad a la voluntad salvífica de Dios será la mejor regla de discernimiento:

Consciente de su propia flaqueza, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, indagando cuál sea el beneplácito de Dios y, cómo atado por el Espíritu, se guía en todo por la voluntad de aquel que quiere que todos los hombres se salven; voluntad que pueden descubrir y cumplir en todas las circunstancias cotidianas de la vida, sirviendo a todos los que le han sido encomendados por Dios en el cargo que se le ha confiado y en los múltiples acontecimientos de su vida (PO 15).

Las reglas del discernimiento personal y comunitario se aprenden en sintonía con el actuar de Cristo bajo la acción del Espíritu:

- hacia el desierto: oración, sacrificio, silencio contemplativo... (Lc 4,1),

- para evangelizar a los pobres: caridad, servicio, humildad, vida ordinaria de «Nazaret»... (Lc 4,14-19),

- viviendo en gozo pascual de Cristo resucitado: esperanza, transformar el sufrimiento en amor... (Lc 20,21; Jn 16,7.22).

El discernimiento y la fidelidad sacerdotal a la misión del Espíritu encuentran una aplicación especial en el campo de la dirección espiritual y consejo pastoral de personas y comunidades. El ministerio sacerdotal (ver el capítulo IV) abraza también el camino de la oración y de la perfección. La acción profética, santificadora y hodogética (orientadora) del sacerdote ministro, debe llegar también a estos campos de santidad y perfección cristiana. Es ahí donde tendrá lugar de modo especial el discernimiento personal y comunitario 13.

13 Sobre los carismas del Espíritu Santo, el discernimiento y la fidelidad a su acción: AA. VV., Vivir en el Espíritu, Madrid, CETE, 1980; Y. M. J. CONGAR, El Espíritu Santo, Barcelona, Herder, 1983; F. X. DURWELL, El Espíritu Santo en la Iglesia, Salamanca, Sígueme, 1986; J. ESQUERDA, Prisionero del Espíritu, Salamanca, Sígueme, 1985; IDEM, Agua viva, discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo, Barcelona, Balmes, 1985; A. FERMET, El Espíritu Santo en nuestra vida, Santander, Sal Terrae, 1985; H. MUHLEN, Catequesis para la renovación carismática, Salamanca, Secretario Trinitario, 1979; A. ROYO, El gran desconocido, Madrid, BAC, 1973; E. SCHWEISER, El Espíritu Santo, Salamanca, Sígueme, 1985; A. URIBE, Pastoral renovada, Rionegro, 1981.

El sacerdote ayuda a los fieles a discernir y seguir las luces del Espíritu Santo cuando anuncia y escucha (o medita) la palabra, cuando se celebra el misterio pascual de Cristo en la liturgia y cuando se insta a vivir profundamente la vida cristiana de caridad y de apostolado. Hay que educar a los fieles

para que alcancen la madurez cristiana; para promoverla, los presbíteros les ayudarán, a fin de que en los acontecimientos mismos, grandes o pequeños, puedan ver claramente qué exige la realidad y cuál es la voluntad de Dios (PO 6).

Para conocer los signos de los tiempos, el sacerdote necesita escuchar de buen grado a los laicos, considerando fraternalmente sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana (PO 9).

La fidelidad y el discernimiento del Espíritu, en la vida y en el ministerio del sacerdote, tendrá lugar de modo especial en la respuesta a la propia vocación, en el proceso de la vida espiritual y de la oración, en la acción apostólica y en la convivencia comunitaria. Los signos de la voluntad de Dios, manifestados en los acontecimientos, se descubren «con la ayuda del Espíritu Santo y se valoran a la luz de la Palabra divina» (GS 44).

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- Elección como iniciativa de Cristo y declaración de amor: Mc 3,13; Mt 4,18-22; 9,9; Jn 1,43; 15,16.

- Seguimiento de Cristo para compartir su vida: Mc 3,14; 10,38; Jn 15,9-15; Mt 19,27.

- Misión de anuncio y testimonio: Mt 10,5-42; Mc 6,7-13; Lc 9,1-6; 10,1-10.

- Anuncio, celebración y comunicación del misterio pascual: Lc 22,19-20; 1 Co 11,23-26.

- Servidores del Pueblo sacerdotal: 1 P 2,4-10; 5,1-5; Ap 1,5-6; 5,9-10.

- Seguir a Cristo como los Apóstoles (vida apostólica): Mt 4,19-22; 19,27; Mt 8,21; 19,12; Jn 10,18.

- La fidelidad a la presencia, luz y acción del Espíritu Santo: Jn 14,15-17; 15,26-27; 16,7.13; Hch 1,5-8; 20,22; Rm 15,13-19; 2 Tm 1,6.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- El servicio armónico y responsable del anuncio, celebración y comunicación del misterio pascual (PO 4-6; SC 7,10,47; PDV 16).

- El carácter sacerdotal del sacramento del Orden como signo permanente del amor de Cristo a su Iglesia (1 Tm 4,14; 2 Tm 1,6; PO 2).

- Obrar en nombre de Cristo Cabeza y Buen Pastor (PO 2, 6,12; LG 28; PDV 13).

- Las líneas de la vida apostólica: caridad de Buen Pastor (PO 15-17), disponibilidad misionera (PO 10), fraternidad (PO 7-9). Ver también: PDV 23-24, 16-18, 17 y 74.

- Discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo en la vida y en el ministerio sacerdotal (Lc 4,1-19; 10,21; PO 1,6,9,10,12,13,17; PDV 27 y 33. Puebla 198-219).

- Servidor de la comunidad eclesial: «Los ministerios ordenados, antes que para las personas que los reciben, son una gracia para la Iglesia entera» (Juan Pablo II, Christifideles Laici 22).

Orientación Bibliográfica

Ver algunos temas en las notas de este capítulo: sacramento del Orden (nota 4) carácter sacramental (nota 7), Espíritu Santo (notas 12 y 13). Sobre el sacerdocio común de los fieles, ver el capítulo II. Ver otras publicaciones en la orientación bibliográfica general del final de nuestro texto.

AA. VV. El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento, Madrid, Cristiandad, 1975.

____, Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971.

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