Lunes, 11 Abril 2022 11:04

LINEAS CONCLUSIVAS

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LINEAS CONCLUSIVAS

     Cuando leemos, escuchamos o meditamos el evangelio, entonces acontece en nuestro corazón y en la comunidad. El mensaje de Jesús sobre un "nuevo nacimiento" (Jn 3,5) y sobre el "agua viva" (Jn 4,10), se hace realidad en nosotros cuando sintonizamos con sus palabras: "Dame de beber... ¡Si supieras el don de Dios!" (Jn 4,8.10).

     Cristo ha venido como "pan vivo... para la vida del mundo" (Jn 6,48.51). Si creemos en él y comemos el pan eucarístico que nos ofrece, vivimos "por su misma vida" (Jn 6,57), que él nos da "en abundancia" (Jn 10,10).

     Por esta "gracia" o "don de Dios", nos hacemos "hijos de Dios" (Jn 1,12), llegando a participar de su misma vida divina. Entonces Dios Amor, uno y trino, habita en nosotros como en su propio "hogar", comunicándonos todo lo que es él y comunicándose a sí mismo (cf. Jn 14,23). En nuestro corazón se inicia una nueva relación con Dios, como de hijos de comparten la presencia amorosa del Padre. Nuestro ser se transforma en el suyo, como el hierro hecho fuego, sin dejar de ser nosotros mismos.

     No es posible esquematizar perfectamente el tema de la "gracia". Es la antropología cristiana a la luz de la configuración con Cristo y con el compromiso de compartir la vida con él y construir con él la historia humana de todos los pueblos, amando. A partir de la fe, podemos reflexionar con garantía. Pero lo más importante es que podemos vivir esta realidad de gracia, compartiéndola con todos los hermanos, hasta que un día Dios se nos hará visión y se nos comunicará del todo.

     Este proceso de "vida en gracia" es comprometedor porque quedamos invitados y urgidos a transformar todo nuestro ser en Cristo y a construir la historia de la humanidad amando, como reflejo de la comunión familiar del mismo Dios. Un gesto de nuestro vida, si nace del amor, es un paso certero hacia la "recapitulación de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10).

     La "gracia de nuestro Señor Jesucristo" es el mismo "amor de Dios", que se ha "comunicado" realmente a nuestros corazones por el Espíritu Santo (cf. 2Cor 13,13; Rom 5,5). Somos hijos de Dios y hermanos en Cristo (cf. Heb 2,11-12).

     Al infundir Dios en nosotros la gracia, como vida divina participada, nuestro ser queda transformado de modo permanente ("estado" de gracia) mientras no se separe conscientemente del camino del amor. Esta presencia amorosa y transformante de Dios nos comunica también luces y mociones (gracias "actuales"), para que nuestro modo de pensar, sentir y querer se haga cada vez más semejante al suyo (proceso de virtudes y de dones del Espíritu Santo).

     María, "la llena de gracia" (Lc 1,28), es el modelo y la personificación de toda la comunidad eclesial y de cada creyente que quiere abrirse plenamente a la presencia y a la donación de Dios Amor. "Por esto es nuestra Madre en el orden de la gracia" (LG 61). La maternidad de María "perdura sin cesar... hasta la consumación perpetua de todos los elegidos" (LG 62). Como diría el santo Cura de Ars, "es la Madre más ocupada".

     El "don de Dios" es el mismo Dios que se da tal como es. Nuestra participación en su vida divina se llama "vida en Cristo", porque somos hijos en el Hijo; también se llama "vida nueva en el Espíritu Santo", porque es obra del amor de Dios y porque nos hace nacer de nuevo (cf.Jn 3,5). De este modo, la presencia de Dios se nos convierte en presencia amorosa y transformante. Al participar del mismo ser de Dios, quedamos profundamente relacionados con él.

     A partir de estos planes salvíficos de Dios, cada ser humano recobra su verdadera fisonomía de imagen de Dios Amor. Nadie es extraño ni forastero. Todos somos, en Cristo, "coherederos" (Rom 8,17). Sería un absurdo marginar al hermano, puesto que somos hijos de un mismo Padre (cf. Mt 23,9).

     Sólo con esta sensibilidad cristiana respecto a la gracia o vida divina participada, se puede descubrir la dignidad de cada ser humano. El atropello de tantas personas por la pobreza, la injusticia y la marginación, es un índice de que no se vive la vida de gracia ni, por tanto, se sintoniza con Dios Amor. La experiencia de Dios en nosotros se demuestra en el descubrimiento del hermano como amado eternamente por Dios. "No se trata del hombre abstracto, sino del hombre real, concreto e histórico; se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención, y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio... Toda la riqueza doctrinal de la Iglesia tiene como horizonte al hombre en su realidad concreta de pecador y de justo" (CA 53)

     Una sensibilidad unilateral respecto a las miserias materiales de la humanidad, puede agostar la perspectiva de fe y aumentar esas mismas miserias. El celo apostólico y la caridad (asistencial y promocional) hacia los necesitados, nacen en el corazón de aquellos apóstoles que, al estilo de tantos santos, comprometen todo su existir para salvar al hombre en toda su integridad de hijo de Dios. "La doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización; en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás" (CA 54).

     Dios salva al hombre por medio de Cristo Jesús, "el Salvador del mundo" (1Jn 4,14). La "gracia" o "don de Dios" nos hace "pasar de la muerte a la vida" (1Jn 3,14), nos introduce "en el Reino" del Hijo de Dios (Col 1,13), nos hace partícipes o "consortes de la naturaleza divina" (2Pe 1,4), nos hace hijos de Dios por la comunicación del Espíritu Santo (Gal 4,7; Rom 8,16), nos hace partícipes de la vida, muerte y resurrección de Cristo (Ef 2,5-6). Pero estos dones reclaman y hace posible una respuesta de fe y un agradecimiento profundo, que se traduce en querer comunicar esta vida nueva a todos los hermanos de todos los pueblos. En este sentido, como decían los Santos Padres, "Dios salva al hombre por medio del hombre". "El Reino de Dios, presente en el mundo sin ser del mundo, ilumina el orden de la sociedad humana, mientras que las energías de la gracia lo penetran y lo vivifican" (CA 25).

     Es Cristo quien, desde nuestro corazón y desde el corazón de cada hermano, nos dice a todos: "Soy yo" (Jn 6,20), "tengo otras ovejas" (Jn 10,16), "si supieras el don de Dios" (Jn 4,10). Escuchando su voz y viviendo en sintonía con sus amores, hechos hijos en el Hijo, podremos convertirnos, "el hermano universal", para decir, con palabras y gestos de vida: "Padre nuestro"...

"La Sagrada Escritura nos habla continuamente del compromiso activo en favor del hermano y nos presenta la exigencia de una corresponsabilidad que debe abarcar a todos los hombres" (CA 51).

     A nadie que viva la vida de gracia le deja indiferente el grito de Francisco de Asís: "El Amor no es amado". Mirando a esas muchedumbres inmensas y a esos pueblos y culturas innumerables, que todavía esperan el evangelio, no podemos menos de sentir en el corazón la voz de Cristo: "Tengo sed" (Jn 19,28); "dame de beber" (Jn 4,7).

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