Lunes, 11 Abril 2022 10:59

I- ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL PARA UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

 

 

I- ESPIRITUALIDAD E IDENTIDAD SACERDOTAL PARA UNA NUEVA EVANGELIZACIÓN

Presentación

La espiritualidad es un camino y una «vida según el Espíritu» (Rm 8,4.9). Cristo vivió y actuó siempre «movido por el Espíritu» (Lc 4,1.14); por esto se presentó a Nazaret como «consagrado» y «enviado» por el Espíritu para «evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Pablo, ante los presbíteros de Efeso reunidos en Mileto, se llamó «prisionero del Espíritu» (Hch 20,22).

Cada creyente es o debe ser un signo transparente y portador de Cristo. El Señor quiso que sus «Apóstoles» fueran «bautizados» y renovados en el Espíritu para ser sus «testigos hasta los últimos confines de la tierra» (Hch 1,8). Cristo vive hoy resucitado entre nosotros: «estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos» (Mt 28,20).

El sacerdote ministro es «signo sacramental de Cristo» (PDV 16), Buen Pastor, porque participa de modo especial en su ser, prolonga su obrar y sintoniza con sus vivencias. Esta realidad está encumbrada en una geografía y en una historia, aquí y ahora, también en una Iglesia entre dos milenios que comparte los gozos y las esperanzas de un mundo que cambia.

¿Cómo debe ser el apóstol de Cristo en nuestra época? ¿qué significado tiene la espiritualidad para el sacerdote ministro?

1. Tiempo de gracia en un mundo que cambia

El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios indica que Cristo vive nuestras circunstancias históricas: «habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Es decir, ha establecido su tienda de caminante en medio nuestro para compartir nuestra vida. Todo creyente y especialmente el sacerdote ministro (ordenado), orienta su vida en sintonía con las vivencias de Cristo en cada período histórico y en toda situación humana. Porque «el Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre (GS 22).

Nuestra sociedad humana entre dos milenios sufre cambios rápidos y profundos, que parecen forjar una nueva etapa histórica más técnica y pluralista. El hombre de hoy se siente impulsado hacia un progreso y unas conquistas que parecen ilimitadas: «El Espíritu científico modifica profundamente el ambiente cultural y las maneras de pensar» (GS 5). Nace un profundo sentido de autonomía de las realidades terrenas.

Los cambios profundos sociológicos, psicológicos, morales y religiosos, parecen delinear una persona y una comunidad humana con rasgos y características en las que habrá que reinsertar el evangelio:

- Dominio sobre la naturaleza y progreso ilimitado en los campos de la manipulación de la materia, energía, genética, espacio, microcosmos...

- Elaboración, intercambio y comunicación de datos y noticias: medios de comunicación social (mass media), informática, telemática, ideologías que tienden a monopolizar la humanidad...

- Movilidad humana masiva y permanente: migraciones debidas al trabajo, guerra racismo, grandes ciudades, turismo, encuentros, calamidades naturales, presiones ideológicas, pobreza, centros de riqueza...

- Nace un concepto nuevo de unidad y responsabilidad universal dentro de la valoración y autonomía de las culturas y pueblos: los adelantos, los conflictos, los problemas y la paz son patrimonio de toda la familia humana; se reconoce que hay derechos fundamentales comunes a todos los hombres y a todos los pueblos (cf. GS 4-10).

Es necesario destacar la inversión de valores que pueden producirse cuando estos cambios y logros carecen de enfoque verdaderamente humano y cristiano: «el materialismo individualista... el consumismo... el deterioro de los valores familiares básicos... de la honradez pública y privada» (Puebla 54-58) 1.

1 La Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II (Sobre la Iglesia y el mundo moderno) resume los fenómenos sociológicos actuales: Proemio y exposición preliminar (GS 1-10). Puebla resume la situación en América Latina; ver especialmente la primera parte (Visión pastoral de la realidad latinoamericana). Ver también Medellín en la introducción y la primera parte (Promoción humana): "América Latina está evidentemente bajo el signo de la transformación y el desarrollo. Transformación que, además de producirse con una rapidez extraordinaria, llega a tocar y conmover todos los niveles del hombre, desde el económico hasta el religioso. Esto indica que estamos en el umbral de una nueva época histórica de nuestro continente" (Introducción, n. 4). Ver también Pastores dabo vobis, cap. I ("tomado de entre los hombres"); Vita consecrata 63,96-99; Santo Domingo, 2ª parte. Los documentos sinodales y postsinodales sobre cada Continente, ofrecen también datos abundantes; ver: Ecclesia in America, cap. II y VI.

Este hombre técnico y universalista siente más que nunca la necesidad de vivencia, experiencia y trascendencia. «A fuer de criatura, el hombre experimenta múltiples limitaciones; se siente, no obstante, ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior» (GS 10). Es, pues, un hombre que pregunta sobre:

- El sentido de la vida, la dignidad de la persona (trabajo, cultura, convivencia), de la historia humana...

- El sentido del dolor, de las injusticias, de la pobreza, del mal, de la muerte...

- El sentido del progreso y de los adelantos, comunicación de bienes con toda la humanidad...

- El sentido de la trascendencia del más allá como base del misterio del hombre...

- El sentido del pensamiento humano que ha fraguado innumerables ideologías (muchas de ellas válidas, pero todas variables y pasajeras) sobre el misterio del hombre...

- El sentido de las normas morales (ética) para la conducta personal, familiar, social, política, económica, internacional...

Este hombre que quiere ver, pesar, medir, experimentar, no deja de pedir espiritualidad:

Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino (GS 14).

Mientras se pregunta por el silencio y ausencia de Dios, el hombre no deja de sentir sed de él, como si intuyera que sin Dios la vida sería un absurdo. Este hombre no deja de ser redimido por Cristo.

El espíritu del cristianismo sólo puede ser presentado por apóstoles auténticos que lo hayan experimentado en sus propias vidas como encuentro con Cristo. La sociedad moderna necesita ver signos claros del evangelio.

Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca, sin embargo, por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quienes ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible (EN 76; cf. GS 7).

Estas realidades humanas deben ser analizadas objetivamente y a la luz del evangelio. El análisis cristiano de la realidad y de la historia se realiza a la luz del misterio pascual de Cristo (cf. GS 22, 32,28-39, 45). Este análisis señala unas pistas para descubrir en los acontecimientos un hecho o un tiempo de gracia (kairos), que transforma la vida humana en compromiso de donación a Dios y a los hermanos. Sólo es irreversible lo que nazca del amor. Todo lo que no nazca de la caridad es caduco, aunque produzca unos éxitos inmediatos.

Para ser tal, el desarrollo debe realizarse en el marco de la solidaridad y de la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto... El verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades. Esta es la civilización del amor de la que hablaba el Papa Pablo VI (SRS 33).

Este análisis cristiano de la realidad equivale a discernir los signos de los tiempos (cf. Mt 16,2-4). Los acontecimientos recobran su orientación a la luz de la hora de Jesús, es decir, de su muerte y resurrección (cf. Jn 13). La realidad aparece entonces en toda su hondura, como reclamando al hombre un compromiso de donación para liberarle integralmente haciéndole pasar a la actitud evangélica del amor universal. «La Iglesia, en la plenitud de la Palabra revelada por Jesucristo y mediante la asistencia del Espíritu Santo, lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia» (SRS 1; cf. 4,11,44; DH 15) 2.

2 La frase "signos de los tiempos" (Mt 16,4) o equivalente, se encuentra frecuentemente en los documentos del Vaticano II, ya desde la Constitución Humanae salutis por la que Juan XXIII convocó el concilio. Ver: GS 4, 11, 44. Para la vida sacerdotal: PO 6, 9, 15, 17, 18. Tiene relación con la "hora del Padre" que apunta hacia el misterio pascual (Jn 2,4; 7,30; 8,20; 12,23; 13,1). Puebla 12, 15, 420, 473, 653, 847, 1115, 1128. Cf. L. GONZALEZ CARVAJAL, Los signos de los tiempos, el reino de Dios está entre vosotros, Santander, 1987; M. D. CHENU, Los signos de los tiempos, reflexión teológica en la Iglesia, en La Iglesia en el mundo de hoy, Madrid, Taurus, 1970, II, 25-278; M. RUIZ, Los signos de los tiempos, Manresa 40 (1968) 5-18.

La fe sobre el misterio de la Encarnación salva todas las tensiones convirtiéndolas en armonía de humanismo integral.

Esta fe nos impulsa a discernir las interpelaciones de Dios en los signos de los tiempos, a dar testimonio, a anunciar y a promover los valores evangélicos de la comunión y la participación, a denunciar todo lo que en nuestra sociedad va contra la filiación que tiene su origen en Dios Padre y de la fraternidad en Cristo Jesús (Puebla 15).

No hay más que un humanismo verdadero que se abre al Absoluto... El hombre no se realiza en sí mismo, si no es superándose (Pablo VI, Populorum Progressio 42).

Vuélvete a ti mismo; en el hombre interior habita la verdad; y si encuentras que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo» (San Agustín, De Vera Religione 39, 72: PL 34, 154).

Nos encontramos en una «época hambrienta de Espíritu» (RH 18). Las realidades históricas sólo se pueden discernir y transformar en un compartir profundo de espiritualidad cristiana. Por esto, el objetivo principal de la doctrina social de la Iglesia es el de interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana (SRS 41).

El hombre que comienza a delinearse en nuestra historia es un ser profundamente relacionado con todos los hermanos, con todos los pueblos y con el universo entero. Este hombre encontrará su identidad si se abre a la trascendencia. Y esta apertura reclama testigos del Dios vivo y signos transparentes del Buen Pastor 3.

3 Documentos de la Conferencia Episcopal española: Testigos del Dios vivo, identidad y misión de la Iglesia, Madrid, PPC 1985; Los católicos en la vida pública, Instrucción pastoral, Madrid, PPC 1986. Ver PDV 6, 8, 39 ,41.

2- Una Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas

La espiritualidad cristiana y sacerdotal es eminentemente eclesial. La Iglesia (ecclesia) es la comunidad humana convocada por la palabra o anuncio del evangelio para celebrar el misterio pascual de Cristo y transformar el mundo según el mandato del amor.

La Iglesia ha sido fundada y amada por Jesús como un conjunto de signos humanos (débiles) portadores de gracia.

Nacida del amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente. Está presente y aquí en la tierra, formada por los hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena que tienen la vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del Señor (GS 40) 4.

4 Cf. Algunos textos básicos sobre la fundación de la Iglesia: Mt 16, 18; 28, 19-20; Lc 24,47-49; Mc 16,15-20; Jn 20,21-23; 21,15-18; Hch 1,4-8; 2,41-47; 4,31-34; 20,28; Ef 2,20; 3,9-10; 5,25-33.

La Iglesia se llama misterio o sacramento porque es signo transparente y portador de la presencia de Cristo resucitado (Ef 3,9-10; 5,32). Se llama también comunión (koinoía) porque está constituida por hermanos que se aman en Cristo. Su objetivo es la misión, en cuanto que ha sido fundada para ser enviada a evangelizar o anunciar la buena nueva a todos los pueblos 5.

5 Con estos tres títulos resume la eclesiología conciliar del Vaticano II el documento final del Sínodo Episcopal extraordinario de 1985: Ecclesia sub Verbo Dei Mysteria Christi celebrans pro salute mundi. Traduc. cast.: L'Osservatore Romano, 22.12.85, p. 11-14.

La comunidad eclesial de creyentes es, pues, expresión o cuerpo de Cristo, a modo de complemento o prolongación (Ef 1,23; Col 1,24). Cada persona ha sido llamada (según la propia vocación) y agraciada (según carismas o gracias especiales) para formar parte de la comunidad eclesial y ejercer diversos servicios o ministerios.

Esta Iglesia es esposa o consorte de Cristo, fiel y fecunda, virgen y madre (Ga 4,26), porque comparte esponsalmente la vida del Señor (Ef 5, 25-27; 2 Co 11, 2). Es pueblo de Dios, a modo de propiedad esponsal (1 P 2,9; Ap 1,5-6), como «signo levantado en medio de las naciones» (Is 11,12; cf. SC 2). Es «el germen y el principio del Reino» (LG 5), que un día será plenitud en Cristo.

La Iglesia está inserta en el mundo como:

- Cuerpo o expresión visible de Cristo resucitado (Col 1,24: Ef 1,23).

- Sacramento (misterio) o signo portador y eficaz de Cristo resucitado presente (Ef 3,9-10).

- Esposa o consorte, fiel y comprometida en la misma suerte de Cristo (Ef 5, 25-27; 2 Co 11,2).

- Madre como instrumento de vida en Cristo y vida en Espíritu (Ga 4,4.19.26).

- Pueblo como propiedad cariñosa de Dios y signo de lo que deben ser todos los pueblos (1 P 2,9; Ap 1,5-6).

- Inicio del Reino de Dios anunciado por Cristo, que ya habita en los corazones (dimensión carismática), que está presente en la Iglesia (dimensión institucional) y que un día será encuentro final o plenitud en el más allá (dimensión escatológica) (Lc 10,9; 11,2; 17,21; cf. LG 5).

Desde el día de la Encarnación, Cristo es protagonista de la vida de cada ser humano y de cada pueblo (cf. GS 22). La Iglesia ha sido fundada por Cristo para ser su signo visible que construya la unión o comunión humana en cada corazón y en toda la sociedad: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Por esto, «no está ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema alguno político, económico o social», sino que sirve libremente a toda comunidad humana «bajo cualquier régimen político que reconozca los derechos fundamentales de la persona y de la familia y los imperativos del bien común» (GS 42).

Esta Iglesia, fundada y amada por Cristo, es, por su misma naturaleza, solidaria de los gozos, de las angustias y de las esperanzas de toda la humanidad, como «llamada a dar un alma a la sociedad moderna» (J. P. II Disc. 11.10.85).

Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla atodos. La Iglesia por ellos se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia (GS 1).

La naturaleza misionera de la Iglesia (cf. AG 2,6,9) enraíza en su mismo ser de «sacramento universal de salvación» (LG 48; AG 1). Pues bien, esta realidad sacramental de la Iglesia la muestra ante el mundo como signo de la cercanía de Cristo a todo hombre y a todos los pueblos en su situación concreta:

Todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia humana al tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación, que manifiesta y al mismo tiempo realiza el misterio del amor de Dios al hombre (GS 45).

La espiritualidad cristiana será, pues, vivencia de Iglesia, sentido y amor de Iglesia, que sintoniza con los sentimientos de Cristo en su misterio de Encarnación y redención para la salvación del mundo (cf. Flp 2,5-11; Jn 1,14; 3,16-17). A través del testimonio cristiano y eclesial, «Cristo... manifiesta el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» (GS 22). Por este mismo testimonio cristiano de las bienaventuranzas y del mandato del amor, aparece que «el hombre... no puede encontrar su propia plenitud sino es en la entrega de sí mismo a los demás» (GS 24). Entonces se hace manifiesto que «el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (GS 35).

Si fallase el testimonio de la espiritualidad cristiana (por parte de los pastores y de los fieles) la Iglesia no sería signo creíble de su misión. Por la vivencia de la caridad o de las bienaventuranzas, «la Iglesia... puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre y a su historia» (GS 40). Sólo con una auténtica espiritualidad se podrá evitar «el divorcio entre la fe y la vida diaria», que es «uno de los más grandes errores de nuestra época» (GS 43).

El hombre del tercer milenio cristiano necesita ver una Iglesia transparente de Cristo. Por esto, «el hombre se convierte siempre en el camino de la Iglesia» (DEV 58; cf. RH 14). «Una nueva etapa de la vida de la Iglesia» (RH 6) necesita presentar una comunidad eclesial que «avanza continuamente por la senda de la renovación» (LG 8). Así podrá la Iglesia «revelar al mundo su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo esplendor al final de los tiempos» (ibídem). Para responder a una nueva época de gracia, la Iglesia descrita por el Concilio Vaticano II está empeñada en una profunda renovación espiritual, que la haga más signo transparente y portador del evangelio. Por esta renovación, «la claridad de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia» (LG 1). Cada cristiano según su propia vocación forma parte responsable de esta Iglesia que es, según los cuatro documentos (constituciones) principales del concilio, Lumen Gentium (LG), Dei Verbum (DV), Sacrosantum Concilium (SC), Gaudium et Spes (GS):

- Signo transparente y portador de Cristo: Iglesia, sacramento o misterio (LG I), Iglesia «comunión» o pueblo de hermanos y cuerpo de Cristo (LG II), Iglesia «misión y peregrina en la historia como inicio del Reino definitivo, «sacramento universal de salvación» (LG VII).

- Portadora del mensaje evangélico para el hombre concreto y para todos los pueblos: Iglesia de la Palabra (DV).

- Centrada en la muerte y resurrección de Cristo: Iglesia que hace presente en la historia humana el misterio pascual (SC).

- Insertada en las realidades humanas: Iglesia en el mundo y en la historia (GS).

Hacer realidad esta Iglesia descrita por el Concilio Vaticano II, es «el fundamento y el comienzo de una gigantesca obra de evangelización» (Juan Pablo II, Disc. 11.10.85).

La espiritualidad cristiana y sacerdotal es, pues, camino de Iglesia sacramento y Pueblo de Dios (LG I, II, VII), por la fidelidad a la Palabra (DV), la vivencia y celebración del misterio pascual de Cristo (SC), al servicio del hombre en el mundo y en la historia (GS).

Los agentes de pastoral y especialmente los sacerdotes ministros están llamados a suscitar en las comunidades eclesiales una renovación espiritual que responda a la realidad concreta a la luz del evangelio.

Esta realidad exige conversión personal y cambios profundos de las estructuras que respondan a las legítimas aspiraciones del pueblo hacia una verdadera justicia social (Puebla 30) 6.

6 "Desde la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Río de Janeiro en 1955 y que dio origen al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y, más vigorosamente todavía, después del Concilio Vaticano II y de la Conferencia de Medellín, la Iglesia ha ido adquiriendo conciencia cada vez más clara y más profunda de que la evangelización es su misión fundamental y de que no es posible su cumplimiento sin un esfuerzo permanente de conocimiento de la realidad y de adaptación dinámica, atractiva y convincente del Mensaje a los hombres de hoy" (Puebla 85; cf. nn. 72-92). Ver el Documento de Santo Domingo, 2ª parte.

La misión de la Iglesia, a la luz de la Encarnación, es la del llegar al hombre concreto para salvarlo o liberarlo en toda su integridad. La Iglesia relee la historia a la luz del evangelio (cf. SRS 1). Por esto la doctrina social cristiana ha reivindicado una vez más su carácter de aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres y de la sociedad, así como a las realidades terrenas, que con ellas se enlazan, ofreciendo `principios de reflexión', `criterios' y `directrices de acción' (SRS 8).

Esta doctrina no es una tercera vía entre el capitalismo liberal y el colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia. No es tampoco una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial (SRS 41) 7.

7 La doctrina social de la Iglesia queda resumida principalmente en las encíclicas Rerum novarum de León XIII, Quadragesimo anno de Pío XI, y Mater et Magistra de Juan XXIII. El concilio resume esta doctrina en Gaudium et Spes (parte 2ª cap. III). Después del concilio, en las encíclicas Populorum progressio de Pablo VI, Laborem excercens, Sollicitudo rei socialis y Centessimus Annus de Juan Pablo II.

La solidaridad, de que es portadora la Iglesia (GS 1), nos ayuda a ver al otro; persona, pueblo o Nación; como un instrumento cualquiera para explotar a poco coste su capacidad de trabajo o resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un semejante nuestro, una ayuda, para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. De aquí la importancia de despertar la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos (SRS 39).

La Iglesia, empezando por sí misma, se compromete a defender los derechos fundamentales de las personas y de los pueblos.

De esta manera, el proceso del desarrollo y de la liberación se concreta en el ejercicio de la solidaridad, es decir, del amor y servicio al prójimo, particularmente a los más pobres (SRS 46).

La naturaleza de la Iglesia es esencialmente de comunión porque refleja la comunión de Dios Amor y construye la humanidad entera en comunión de hermanos (cf. SRS 40). Esta actitud de comunión koinonía y de caridad agapé es la base de la espiritualidad cristina y sacerdotal 8.

8 Ver el tema de Iglesia en los capítulos III y VI.

3- Hacia una nueva evangelización

Todo apóstol y especialmente el sacerdote ministro debe afianzar sus «actitudes interiores» (EN 74) para colaborar en una «evangelización renovada» (EN 82), en una nueva etapa de la historia humana. A veces habrá que reevangelizar sectores humanos cuyo cristianismo corre el riesgo de diluirse. Frecuentemente se tratará de emprender una nueva evangelización:

- Nueva en su ardor, por la disponibilidad misionera de los evangelizadores,

- en sus métodos, por un mejor aprovechamiento de los nuevos medios de apostolado,

- en sus expresiones, por la adaptación de la doctrina y de la práctica cristiana sin disminuir sus principios y exigencias evangélicas 9.

9 Juan Pablo II, Alocución al CELAM, 9 de marzo 1983 (Puerto Príncipe, Haití), y 12 octubre 1984 (Santo Domingo). Cf. Discurso inaugural del Papa en el CELAM, Puebla (28 enero 1979: verdad sobre Cristo, verdad sobre la misión de la Iglesia, verdad sobre el hombre). El tema se va repitiendo en todos los viajes del Papa a Latinoamérica. En la encíclica Redemptoris Missio nn. 2-3, 30, 33, 59. En el documento de Santo Domingo: 2ª parte, cap. 1 (la nueva evangelización). En la Exhortación Apostólica Ecclesia in América n. 66. En la carta Apostólica Novo Millennio Inneunte n. 58. Ver: CELAM, Nueva evangelización, génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; CELAM, Instrumento preparatorio, Una nueva evangelización para una nueva cultura, Bogotá 1990; ESQUERDA BIFET J., Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización, "Seminarium" 31 (1991) n. 1, 135-147.

El momento actual puede hacer «el desafío más radical que ha conocido la historia» (Juan Pablo II, Disc. 11.10.85). La Iglesia está «llamada a dar un alma a la sociedad moderna» evangelizando «en términos totalmente nuevos» para «proponer una nueva síntesis creativa entre evangelio y vida» (ibídem). Los evangelizadores deben ser «expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen en sus gozos y esperanzas... y, al mismo tiempo, sean contemplativos enamorados de Dios», capaces de «poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio» (ibídem) 10.

10 Citamos este discurso programático de Juan Pablo II al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre 1985.

La Iglesia «existe para evangelizar» (EN 14) porque «nacida de la misión de Jesucristo, la Iglesia es, a su vez, enviada por él» (EN 15). Ahora bien, evangelizar significa llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influencia, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad (EN 18),

alcanzar y transformar con la fuerza del evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación (EN 19).

Todo cristiano participa en esta misión evangelizadora, pero de modo especial los sacerdotes ministros 11.

11 Uno de los documentos postconciliares más citados es la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI (año 1975). Su contenido se concreta en la naturaleza de la evangelización, su contenido, medios, destinatarios, agentes y espiritualidad. Ver estudio y bibliografía en: Espiritualidad misionera, Madrid, BAC, 1982. Analizaremos el tema en el capítulo cuarto (sacerdotes para evangelizar).

La nueva evangelización debe llegar al hombre concreto en toda su hondura de criterios, escala de valores y actitudes, así como a la comunidad humana en su propia cultura y situación histórica y social.

A partir de la persona llamada a la comunión con Dios y con los hermanos, el evangelio debe penetrar en su corazón, en sus experiencias y modelos de vida, en su cultura y ambientes, para hacer una nueva humanidad con hombres nuevos y encaminar a todos hacia una nueva manera de ser, de juzgar, de vivir y de convivir. Todo esto es un servicio que nos urge (Puebla 350) 12.

12 La segunda parte del documento de Puebla (designios de Dios sobre la realidad de América Latina) presenta el contenido y la naturaleza de la evangelización, haciendo la aplicación a los temas concretos de: cultura religiosidad popular, liberación, promoción humana, ideologías y política. Cf. J. F. GORSKI, El desarrollo histórico de la misionología en América Latina, La Paz, 1985; J. A. VELA, Las grandes opciones de la pastoral en América Latina a partir del documento de Puebla, "Documenta Missionalia" 16 (1982) 159-179. Número monográfico Os avanços de Puebla en Revista Eclesiástica Brasileira 39 (1979) fasc. 153. Ver: (Secretariado General del CELAM, Medellín, reflexiones en el CELAM), Madrid, BAC, 1977. Documento de Santo Domingo, 2ª parte.

Así como la paz no puede construirse, si no es a escala universal, de modo semejante la misión de la Iglesia no puede ser realidad profunda en ninguna comunidad concreta, mientras no se colabore eficazmente en la evangelización a todos los pueblos (Ad Gentes), aunque sea «dando desde nuestra pobreza» (Puebla 368).

En una nueva evangelización, el problema más urgente es el de la renovación de los agentes de pastoral, y especialmente de los sacerdotes ministros. Las «actitudes interiores del apóstol» (EN 74), es decir, su espiritualidad, son garantía de la autenticidad de la evangelización. Se resumen todas ellas en la «fidelidad que crea comunión» (Puebla 384). Son, pues, actitudes de:

- Una vida de profunda comunión eclesial.

- La fidelidad a los signos de la presencia y la acción del Espíritu en los pueblos y en las culturas...

- La preocupación porque la Palabra de verdad llegue al corazón de los hombres y se vuelva vida.

- El aporte positivo a la edificación de la comunidad.

- El amor preferencial y la solicitud por los pobres y necesitados.

- La santidad del evangelizador... la alegría de saberse ministro del evangelio (Puebla 378-383) 13.

13 Cf. AG 23-26; EN 74-82. Los temas del cap. VII de EN son todo un programa de espiritualidad misionera: actitudes interiores (n. 74), fidelidad al Espíritu Santo (n. 75), autenticidad o testimonio (n. 76), unidad (n. 77), servidores de la verdad (n. 78), caridad pastoral (nn. 79 y 80), María Estrella de la evangelización renovada (n. 81 y 82). Estos temas quedan ampliados en RMi cap. VIII, acentuando el valor de la santidad y de la contemplación.

Estas cualidades del apóstol son exigencia del dinamismo evangelizador de la Iglesia, que da testimonio de Dios revelado en Cristo por el Espíritu... anuncia la Buena Nueva... engendra la fe que es conversión del corazón, de la vida... conduce al ingreso en la comunidad de los fieles que perseveran en la oración, en la convivencia fraterna y celebran la fe y los sacramentos de la fe, cuya cumbre es la Eucaristía (Puebla 356-359).

A la nueva evangelización se le abren nuevos campos de evangelización, en cuanto que las circunstancias de los mismos han cambiado profundamente. De ahí que se pueda hablar de opción preferencial (no exclusiva ni excluyente) por los pobres y los jóvenes (cf. Puebla 1134-1205), y de atención particular a la familia, al campo del trabajo, de la justicia social, de la cultura, etc. 14.

14 La frase opción preferencial la aplica Puebla a los pobres (cuarta parte, cap. I) y a los jóvenes (cuarta parte, cap. II). "Los pobres y los jóvenes constituyen, pues, la riqueza y la esperanza de la Iglesia en América Latina y su evangelización es, por tanto, prioritaria" (Puebla 1132). En este mismo contexto se presenta la acción de la Iglesia en la construcción de una sociedad pluralista (cap. III) y a favor de la persona en la sociedad nacional e internacional (cap. IV). Ver RMi 59-60,83.

La Iglesia está llamada a hacer llegar el evangelio hasta el corazón de los pueblos y de las culturas. Los elementos fundamentales de toda situación humana tienen siempre una raíz cultural. La cultura es un conjunto de criterios, valores y actitudes del hombre frente a la realidad del cosmos sin olvidar la trascendencia humana. Hay que anunciar el misterio del Verbo encarnado (Jn 1,14) en las circunstancias humanas concretas, para valorarlas, purificarlas y llevarlas a la plenitud en Cristo. El apóstol necesita una actitud de fidelidad y de inculturación previa en el mismo evangelio para poder transmitirlo e insertarlo adecuadamente 15.

15 Sobre el proceso de inculturación (inserción del evangelio en una cultura), ver: LG 13,17; GS 53, 58, 62; AG 3,10-11, 22; EN 63-65; RH 12; Puebla 172-178; 385-443; RMi 52-56; Santo Domingo, 2ª parte, cap. 3; PDV 55; CEC 1204-1206; VC 79-80; EAf 62; EAm cap. II. Ver: (Congregación para el Culto Divino, Instrucción) La liturgia romana y la inculturación (25 enero 1994); G. BAENA, Fundamentos bíblicos de la inculturación del evangelio, "Theologia Xaveriana" n. 106 (1993) 125-161; R. BERZOSA, Evangelizar una nueva cultura; Madrid, San Pablo, 1998; (Comisión Teológica Internacional), La fe y la inculturación (Roma 1987); J. ESQUERDA BIFET, Hemos visto su estrella, Madrid, BAC, 1996, cap. IX.

Evangelizar al hombre en su situación concreta es un proceso de liberación, que no puede realizarse sin apóstoles impregnados de evangelio. La liberación integral cristiana está marcada por el signo de la esperanza. Es liberación que abarca todo el ser humano, «inclusive la dimensión política» (Puebla 515) y lo orienta hacia el «más allá del tiempo y de la historia..., más allá del hombre mismo» (EN 28). Es liberación inmanente y trascendente (EN 27) que hace de todo hombre y de toda la comunidad una imagen de Dios amor. «Se funda en tres grandes pilares...: la verdad sobre Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia, la verdad sobre el hombre» (Puebla 484). Los medios para conseguir esta liberación serán, pues, «evangélicos» (Puebla 486). Los evangelizadores necesitan una actitud contemplativa de fidelidad a la Palabra, y una vida de auténtica pobreza 16.

16 Cf. Puebla 470-562. Son ya conocidas las dos Instrucciones de la Congregación para la doctrina de la fe: Sobre algunos aspectos de la teología de la liberación (6 de agosto 1984) y Sobre la libertad cristiana y liberación (22 de marzo, 1986).

La nueva evangelización llega al hombre concreto para llamarle a conversión y bautismo. Cristo llama a un proceso de cambio de actitudes, a fin de que el hombre se realice en toda su integridad. «El hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24). La evangelización confronta al hombre consigo mismo y con la comunidad, para revisar su vida y orientarla hacia el amor. La espiritualidad cristiana y sacerdotal consiste en esta dinámica que hace del apóstol un signo de Cristo. Los acontecimientos son una llamada para ver la realidad tal como es, juzgarla a la luz del evangelio y actuar según el mandamiento nuevo.

El anuncio de la fe en el misterio de la Encarnación, de la redención y de la resurrección de Cristo es el fundamento de la evangelización en cada época. Sólo «Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre» (GS 22). Es él quien

ordenó a los Apóstoles predicar a todas las gentes la nueva evangélica, para que la humanidad se hiciera familia de Dios, en la que la plenitud de la ley sea el amor... una nueva comunidad fraterna (GS 32).

Caminamos hacia «una nueva tierra donde habita la justicia» (GS 39; cf. 2 Co 5,2; 2 P 3,13).

No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar sino más bien avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra... El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección (GS 39).

Se necesitan «nuevos santos para evangelizar el hombre de hoy» (Juan Pablo II, Disc. 11.10.85), puesto que los grandes evangelizadores de cada época histórica han sido los santos.

4- Ser sacerdote hoy. Identidad sacerdotal

Todo cristiano está llamado a compartir la vida con Cristo, que se prolonga en la Iglesia y que está presente, resucitado, en la vida de cada persona, en cada comunidad eclesial y en cada época histórica. El sacerdote ministro (consagrado por el sacramento del orden) es signo del Buen Pastor: comparte de modo especial su ser sacerdotal, prolonga su obrar y sintoniza con sus vivencias de caridad pastoral.

El sacerdote es signo del Buen Pastor en las circunstancias sociológicas e históricas, también en el hoy de un tiempo de gracia y de un mundo que cambia (cf. n. 1), formando parte de una Iglesia solidaria de los gozos y esperanzas de la sociedad actual (n.2), comprometido en una nueva evangelización (n. 3). La espiritualidad o estilo de vida (n. 5) corresponderá a estas realidades concretas.

En una sociedad más estática del pasado, el sacerdote ministro, como todo seguidor de Cristo corría el riesgo de anquilosar las virtualidades de su carisma y vocación en unos cuadros sociológicos hechos y más o menos estables y rutinarios. Una época de cambios ideológicos y sociológicos ha cuestionado su vida sacerdotal preguntando por su razón de ser, por la validez de su metodología de acción pastoral y por su autenticidad de vida.

La propia historia está sometida a un proceso tal de aceleración, que apenas es posible al hombre seguirla. El género humano corre una misma suerte y no se diversifica ya en varias historias dispersas. La humanidad pasa así de una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis (GS 5).

Estos cuestionamientos produjeron una crisis (alrededor de los años setenta) cuyos efectos fueron con frecuencia negativos: dudas sobre el sacerdocio, secularizaciones, descenso de vocaciones, desánimo... En realidad, toda situación sociológica nueva cuestiona al creyente para que sea más coherente con el evangelio. El cansancio, el desánimo, el abandono, así como la angustia o el entregarse a ideologías al margen del evangelio, son reacciones caducas y estériles. El análisis cristiano de la realidad (también sacerdotal) hace profundizar en el mensaje evangélico de las bienaventuranzas y del mandato del amor. De una situación sociológica nueva debe salir un cristiano y un sacerdote renovado, gracias a la profundización de los datos evangélicos como encuentro con Cristo. El análisis de la realidad está bien hecho cuando deja traslucir un nuevo modo de transformar la vida en donación a ejemplo del Buen Pastor (cf. GS 24) 17.

17 El documento final del Sínodo Episcopal de 1971 (El sacerdocio ministerial) hace una descripción muy detallada de la situación: "Algunos sacerdotes se sienten extraños a los movimientos que afectan a los grupos humanos y al mismo tiempo impreparados para resolver los problemas de mayor preocupación para los hombres... En semejante situación se presentan graves problemas y muchos interrogantes"... Ver el documento publicado en: El sacerdocio hoy (Madrid, BAC 1983) 385-414. Ver PDV capítulo I.

Ahondar en el evangelio para iluminar unos acontecimientos nuevos significa, para el llamado a ser signo del Buen Pastor, reestrenar la vocación como declaración de amor: «llamó a los que quiso» (Mc 3,13); cf. Jn 13,18; 15,16). El «sígueme» es una llamada siempre reciente, renovada en cada circunstancia histórica personal y comunitaria (Jn 1,43; Mt 4,19; 9,9; Mc 10,21).

La vocación sacerdotal se renueva en toda circunstancia histórica si se vive como encuentro con Cristo y como misión: «los llamó para estar con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). Sin esta renovación los acontecimientos y las situaciones sociológicas (que son también hechos indicativos de gracia) se convierten en ocasiones de deserción, de rutina, de ruptura o de desviación. Ningún acontecimiento y ninguna circunstancia sociológica puede disminuir las exigencias evangélicas del seguimiento radical de Cristo para ser signo personal de cómo ama él.

El hoy de una etapa histórica nueva es un hecho de gracia (kairós) sólo cuando se respetan las nuevas luces que el Espíritu Santo comunica a su Iglesia, para comprender mejor el contenido maravilloso de la palabra evangélica (cf. Lc 24,45; Jn 16,13). No es el hecho sociológico el que debe condicionar a la palabra de Dios, sino que es ésta la que ilumina el acontecimiento para convertir en «signo de los tiempos» (cf. n. 1). Si lo sociológico prevaleciera sobre las exigencias evangélicas, se produciría un proceso de secularismo que no sería más que un nuevo clericalismo camuflado.

Profundizando en la propia razón de ser como sacerdote, sin admitir dudas enfermizas, se entra en sintonía con las exigencias evangélicas, se renuevan métodos pastorales, se abren nuevos campos a la evangelización y se redescubre que la propia vida debe ser un trasunto más claro y auténtico de la caridad del Buen Pastor. Sólo así se puede responder evangélicamente a una nueva época de gracia y de cambios. «El sacerdocio, que tiene su principio en la última cena, nos permite participar en esta transformación esencial de la historia espiritual del hombre» (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988, n. 7).

En cada época se plantean tensiones y antimonias que quieren oponer, según los casos, el apostolado a la espiritualidad, la inmanencia a la trascendencia, el carisma a la institución, la gracia a la naturaleza... Las rupturas se producen al faltar la referencia al misterio de Cristo, el Verbo encarnado. Los temas cristianos (como el tema del sacerdocio o del reino) tienen propiamente tres niveles que se postulan mutuamente: nivel de interioridad y carisma, nivel de institución y acción, nivel de plenitud y encuentro final en el más allá (escatológica). El sacerdote se ve siempre zarandeado por estas tensiones; su referencia a Cristo Sacerdote y Buen Pastor le ayuda a situarse en «unidad de vida» (PO 14), que es principio de unidad para la comunidad eclesial y humana de cada época.

La identidad sacerdotal está en la línea de sentirse amado y capacitado para amar. Esta identidad se reencuentra cuando se quiere vivir el sacerdocio en todas sus perspectivas o dimensiones. «Una visión de síntesis, en la que aparezca la convergencia de elementos, a veces presentados como contrapuestos, cobra gran interés» (Puebla 660):

- Consagración o dimensión sagrada: el sacerdote en su ser, en su obrar y en su vivencia, pertenece totalmente a Cristo y participa en su unción y misión.

- Misión o dimensión apostólica: el sacerdote ejerce una misión recibida de Cristo para servir incondicionalmente a los hermanos.

- Comunión o dimensión eclesial: el sacerdote ha sido enviado a servir a la comunidad eclesial construyéndola según el amor.

- Espiritualidad o dimensión ascético-mística: el sacerdote está llamado a vivir en sintonía con los amores de Cristo y a ser signo personal suyo como Buen Pastor 18.

18 PABLO VI, Mensaje a los sacerdotes al terminar el año de la fe (30 de junio 1968). Las dimensiones presentadas por el Papa (sagrada, apostólica, ascético-mística y eclesial) responden a una situación difícil: "en un sector del clero hay una inquietud y una inseguridad en su propia condición eclesiástica. Piensa que ha sido puesto al margen de la moderna evolución social". Ver el documento en: El sacerdocio hoy, o. c., 377-383. Pablo VI repitió las cuatro dimensiones en el Congreso Eucarístico Internacional de Bogotá, durante la ordenación sacerdotal (22 de agosto 1968). Ver los documentos XI, XII y XIII de Medellín.

La clarificación sobre la identidad sacerdotal conduce «a una nueva afirmación de la vida espiritual del ministerio jerárquico y a un servicio preferencial por los pobres» (Puebla 670).

Las líneas espirituales y vivenciales del Buen Pastor serán siempre válidas. En nuestra época se requiere que estas líneas sean realidad y transparencia en quienes son su signo personal.

Recuerden todos los pastores que son ellos los que con su trato y su trabajo pastoral diario exponen al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficiencia del mensaje cristiano. Con su vida y con sus palabras, ayudados por los religiosos y por sus fieles, demuestran que la Iglesia, aun por su sola presencia, portadora de todos sus dones, es fuente inagotable de las virtudes de qué tan necesitado anda el mundo de hoy (GS 43).

El ministerio jerárquico, signo sacramental de Cristo Pastor y Cabeza de la Iglesia, es el principal responsable de la edificación de la Iglesia en la comunión y de la dinamización de su acción evangelizadora (Puebla 659).

La respuesta de la Iglesia a los desafíos de nuestra época depende en gran parte de la espiritualidad o fidelidad generosa de los sacerdotes.

Por tanto, para conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del evangelio por el mundo entero, así como el diálogo con el mundo actual, este sacrosanto Concilio exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el pueblo de Dios (PO 12).

Para vivir esta identidad sacerdotal se necesita una formación adecuada, es decir, una «formación de verdaderos pastores de almas» (OT 4), que incluye el estudio y la meditación de la palabra, así como la celebración del misterio pascual para vivirlo y anunciarlo. De este modo se preparan «para el ministerio del culto y de la santificación» (ibídem).

El sacerdote está llamado, hoy más que nunca, a ser:

- Signo del Buen Pastor en la Iglesia y en el mundo, participando de su ser sacerdotal (PO 1-3).

- Prolongación del actuar del Buen Pastor, obrando en su nombre en el anuncio del evangelio, en la celebración de los signos salvíficos (especialmente la Eucaristía) y en los servicios de caridad (PO 4-6).

- Transparencia de las actitudes y virtudes del Buen Pastor, presente en la Iglesia «comunión» y «misión» (PO 7-22).

Se trata, pues, de unas actitudes (o espiritualidad) de servicio, consagración, misión, comunión, autenticidad... En una palabra, ser signo transparente de Cristo Buen Pastor y de su evangelio, para un mundo que necesita testigos y que pide experiencias y coherencia.

5- Espiritualidad cristiana y espiritualidad sacerdotal

La espiritualidad cristiana es una vida según el Espíritu. «Caminamos según el Espíritu» (Rm 8,4); «vivís según el Espíritu» (Rm 8,9). Propiamente es el camino o proceso de santidad que consiste en el amor o caridad: «caminar en el amor» (Ef 3,2) 19.

19 Nuestro tema recibe diversos títulos según los autores: espiritualidad, vida espiritual, perfección o teología cristiana, ascética y mística, etc. El tema se desarrolla explicando: naturaleza de la vida espiritual, itinerario, medios. Ver algunos manuales actuales: A. M. BESNARD, Una nueva espiritualidad, Barcelona, Estela 1966; L. BOUYER, Introducción a la vida espiritual, Barcelona, 1965; J. ESQUERDA, Caminar en el amor, Dinamismo de la vida espiritual, Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989; S. GALILEA, El camino de la espiritualidad, Buenos Aires, Paulinas, 1984; I, HAUSHERR, La perfección del cristiano, Bilbao, Mensajero 1971; C. GARCIA, Corrientes nuevas de teología espiritual, Madrid, Studium, 1971; S. GAMARRA, Teología espiritual, Madrid, BAC, 1994; J. GARRIDO, Una espiritualidad para hoy, Madir, Paulinas, 1988; R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Madrid, Palabra, 1980; A. GUERRA, Introducción a la teología Espiritual, Santo Domingo, Edit. Espiritualidad, 1994; F. JUBERIAS, La divinización del hombre, Madrid, Coculsa, 1972; B. JUANES, Espiritualidad cristiana hoy, Santander, Sal Terrae, 1967; J. RIVERA, J. Mª IRABURU, Espiritualidad católica, Madrid, CETE, 1982; A. ROYO, Teología de la perfección cristiana, Madrid, BAC, 1968; F. RUIZ, Caminos del espíritu, compendio de teología espiritual, Madrid, EDE, 1988; G. THILS, Santidad cristiana, Salamanca, Sígueme, 1968.

La espiritualidad cristiana es una vida según el Espíritu Santo, que es Espíritu de Amor, se centra en la caridad y hace referencia a Cristo como «maestro, modelo... iniciador (autor) y consumador» de la esta santidad cristiana. Por esto, «todos son llamados a la santidad» (LG 39), en cualquier estado de vida y en cualquier circunstancia: todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena (LG 40).

 

 

De este modo, toda la Iglesia se hace transparencia de Cristo (Iglesia sacramento) en cada una de las vocaciones y estados de vida:

- Llamada a la santidad (LG V).

- Sacerdotes ministros (LG III): signo de Buen Pastor.

- Laicos (LG IV): signo de Cristo en medio del mundo.

- Vida consagrada (LG VI): signo fuerte de las bienaventuranzas.

Los caminos del Espíritu, a partir del bautismo, pasan por las bienaventuranzas (reaccionar amando en cada circunstancia) y por el mandato del amor (amar como Cristo):

Por tanto, todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe, de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo (LG 41).

Cada cristiano se santifica en su propio estado de vida y circunstancia por un proceso de sintonía con Cristo, en el Espíritu Santo, según los designios o voluntad del Padre (cf. Ef 2,18). Este proceso es de cambio o conversión (en criterios, escala de valores y actitudes) para bautizarse (esponjarse) en Cristo (pensar, sentir, amar como él). Es, pues: participación y configuración (Ga 3,27; 3ss); unión, intimidad, relación (Jn 6,56-57; 15,9ss); semejanza, imitación (Mt 11, 29); servicio, cumplimiento de la voluntad de Dios (Mc 3,35; 10,44-45; Jn 14,16); caridad, vida nueva (Jn 13,34-35; Rm 6,4; 13, 10).

Los matices de esta espiritualidad cristiana, común a todos, son muy variados. De suerte que se puede hablar de espiritualidades y escuelas diferentes. Hay también diversas dimensiones o perspectivas acentuadas por esas escuelas: trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesial, misionera, contemplativa, sociológico-caritativa, etc. Veamos algunas concretizaciones, todas ellas enraizadas en la misma espiritualidad cristiana básica:

- Espiritualidad laical: a modo de fermento evangélico dentro de las estructuras humanas (LG 31).

- Espiritualidad de la familia: como «testigos y colaboradores de la fecundidad de la madre Iglesia» (LG 41); para «revelar y comunicar el amor, como reflejo del amor de Dios, y del amor de Cristo por su esposa la Iglesia» (FC 17; cf. GS 48).

- Espiritualidad del trabajo: transformándolo en donación, puesto que de este modo «el hombre se realiza a sí mismo... se hace más hombre» (LE 9).

- Espiritualidad de vida consagrada por la práctica permanente de los consejos evangélicos: «como signo y estímulo de la caridad y como un manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo» (LG 42).

- Espiritualidad del sacerdote ministro: como «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12), signo personal de la caridad del Buen Pastor (cf. PO 13), «una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor» (PDV 15).

- Espiritualidad misionera: como disponibilidad permanente para la evangelización universal Ad Gentes (cf. AG 23,29).

Debe quedar claro que todo cristiano es llamado a la santidad sin rebajas y a la misión sin fronteras.

Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado. Estén todos atentos a encauzar rectamente sus afectos, no sea que el uso de las cosas del mundo y un apego a las riquezas contrario al espíritu de pobreza evangélica les impida la prosecución de la caridad perfecta (LG 42).

La espiritualidad sacerdotal es sintonía con las actitudes y vivencias de Cristo Sacerdote, Buen Pastor. Por el sacramento del Orden, se participa del ser sacerdotal en Cristo. Esta participación ontológica capacita para prolongar la acción sacerdotal del Buen Pastor. La sintonía con la caridad pastoral de Cristo es una consecuencia de la participación en su ser y en su función. La gracia recibida en el sacramento del orden hace posible cumplir con esta exigencia. «Imitad lo que hacéis» (rito de ordenación). Esta es la espiritualidad específica del sacerdote; para el sacerdote diocesano secular se concretará en las gracias de pertenencia permanente a una Iglesia local, en relación de dependencia respecto al carisma santificador de un sucesor de los Apóstoles y formando parte de un Presbiterio (también para su vida espiritual); para el sacerdote llamado religioso (o perteneciente a agrupaciones especiales) se concretará en el carisma fundacional y de grupo.

La fisonomía espiritual del sacerdote ministro es una transparencia de la caridad pastoral de Cristo; que cumple los designios salvíficos del Padre, haciendo suyos los problemas de los hombres, dando la vida en sacrificio.

La exigencia y la posibilidad de esta santidad y espiritualidad sacerdotal arrancan de la misma entraña del sacerdocio ministerial, como signo transparente y sacramental del Buen Pastor: por lo que es, por lo que hace, por su relación personal y amistad con Cristo.

La espiritualidad sacerdotal es una respuesta a la llamada de Cristo Sacerdote, que quiere a «los suyos» (Jn 13,1) como «gloria» o transparencia suya (Jn 16, 14; 17,10), en sintonía con su entrega total o inmolación (santificación) al Padre: «santifícalos en la verdad y me victimo (santifico) por ellos, para que ellos sean santificados en la verdad» (Jn 17,17-19) 20.

20 "Cristo es la gran túnica de los sacerdotes, es decir, que la vida del sacerdote debe estar toda ella penetrada de la santidad de Cristo" (Juan XXIII Disc. primera sesión Sínodo romano, 25 de enero de 1960). Ver el Sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1983, donde se recogen los principales documentos sobre la espiritualidad sacerdotal, con notas introductorias, síntesis, índices, etc.: Haerent animo (San Pío X), Ad catholici sacerdotii (Pío XI), Menti nostrae (Pío XII). Sacerdotii nostri primordia (Juan XXIII), Summi Dei Verbum (Pablo VI), y documentos conciliares y posconciliares.

Se trata, pues, de una santidad o espiritualidad «según la imagen del sumo y eterno Sacerdote»; para ser «un testimonio vivo de Dios» (LG 41). El sacerdote es un «Jesús viviente» (san Juan Eudes), es decir, «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12), puesto que: se hace signo viviente de Cristo en el ejercicio del ministerio (PO 12-13); se hace signo transparente de Cristo viviendo en sintonía o unidad de vida con él (PO 14); se hace signo del Buen Pastor imitando su caridad pastoral y todas las demás virtudes que derivan de ella (PO 15-17), sin olvidar los medios comunes a toda espiritualidad cristiana y los medios específicos de la espiritualidad sacerdotal (PO 18).

Viviendo la espiritualidad sacerdotal, el sacerdote ministro se hace signo creíble del Buen Pastor en un mundo que pide autenticidad (n. 1), en una Iglesia sacramento o transparencia e instrumento de Cristo (n, 2) y en una nueva etapa de evangelización (n. 3), que necesitan sacerdotes fieles a las nuevas gracias del Espíritu Santo (n. 4). La identidad sacerdotal enraíza en esta espiritualidad cristológica, eclesial y antropológica 21.

21 En la realidad latinoamericana, como hemos indicado en los apartados anteriores (citando Puebla y Medellín), hay que acentuar, a la luz del evan gelio, la cercanía a los que sufren (pobreza, injusticias, marginación), a los jóvenes, a la familia, al mundo del trabajo y de la cultura. En esta misma realidad aparecen signos de una espiritualidad especial: acogida, sensibilidad, sentido de Dios, compromiso... Ver: O. PEREZ MORALES, Desafíos actuales a los presbíteros en América Latina, "Medellín" 10 (1984) 427-448. Trabajos presentados en el tercer Congreso Nacional de Teología de Colombia: El ministerio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá, SPEC, 1977. Cfr. Documento de Santo Domingo, 2ª parte, cap. 2; Pastores davo vobis (1992) y Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, Lib. Edit. Vaticana 1994 (31.1.94). Para la vida consagrada: Vita consecrata, cap. III.

Guía Pastoral

Reflexión bíblica:

- Ser coherente con el estreno de la vocación sacerdotal, como encuentro para la misión: Mc 3,13-14; Jn 1,35-51; Mt 4,18-22.

- Sintonía con la fidelidad de Cristo y de los Apóstoles al Espíritu Santo: Lc 4,1.14.18; 10,21; Hch 20,22.

- Vivir los signos de los tiempos siguiendo a Cristo hacia el misterio pascual: Mt 16,2-4; Jn 13,1; Lc 22,15; cf. GS 4.11.44.

Estudio personal y revisión de vida en grupo:

- Describir y motivar algunas líneas de espiritualidad cristiana y sacerdotal en un mundo que cambia: servicio, comunión, autenticidad, misión... (GS 1-10; EN 76; Puebla 356-359; 378-383; PDV capítulo I; RMi 87-92).

- Armonía entre las dimensiones de la vida sacerdotal para una mayor fidelidad a Cristo, a la Iglesia y al hombre (Puebla 484; Medellín XI y XIII; Documento de Santo Domingo, 2ª parte; EAm capítulo II; Dir capítulo I).

- Necesidad actual de espiritualidad profunda para una nueva evangelización en el ardor, métodos y expresiones; Documento de Santo Domingo, 2ª parte capítulo I.

- Relación entre en ser, el obrar y la vivencia sacerdotal.

Orientación Bibliográfica

Ver bibliografía de los capítulos siguientes según el tema concreto.

ANTEWEILER, A. El sacerdote de hoy y del futuro, Santander, Sal Terrae, 1969 (estilo sacerdotal).

ARIZMENDI, F. ¿Vale la pena ser hoy sacerdote?, México, Lib. Parroquial, 1988 (síntesis práctica de la vida sacerdotal hoy).

BELLET, M. Crisis del sacerdote, análisis de la situación, Bilbao, Desclée, 1969 (describe las causas de las crisis y busca la solución en la «fe en Jesucristo, vivida y pensada en comunión con la Iglesia»).

(CONF. EPISC. ALEMANA). El ministerio sacerdotal, Salamanca, Sígueme, 1970 (síntesis teológica actual).

COPENS J., etc., Sacerdocio y celibato, Madrid, BAC, 1971 (en la primera parte analiza los puntos principales sobre el sacerdocio hoy y en la historia).

DORADO, G. El sacerdote hoy y aquí, Madrid, PS 1972.

____, El ministerio del presbítero en la comunidad eclesial, Bogotá, 1978 (varios estudios).

____, Espiritualidad presbiteral hoy, Bogotá, DEVYM, 1975.

____, Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid, EDICE, 1987 (temas de actualidad).

ESQUERDA, J. El sacerdocio hoy, Madrid, BAC, 1983 (después de presentar los documentos magisteriales, hace una síntesis de la situación actual).

____, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC, cap I.

FLORES, J. A. Vivamos con gozo nuestro sacerdocio, La Vega, Santo Domingo, 1982 (resumen de espiritualidad presbiteral a nivel práctico y vivencial).

GALOT, J. Le visage nouveau du prêtre, Gembloux, Duculot Lethielleux, 1970 (recoge las principales publicaciones que originaron la crisis y hace una evaluación).

GONZALEZ, O. ¿Crisis de Seminarios o crisis de sacerdotes?, Madrid, 1967 (relación ambas crisis).

Il prete per gli uomini d'oggi, Roma, Ave, 1975.

IRABURU, J. Mª. Fundamentos teológicos de la figura del sacerdote, Burgos, Facultad de Teología. 1972 (tesis doctoral).

LAPLACE, J. El sacerdote hacia una nueva manera de existir, Barcelona, Herder, 1970.

LUCAS, J. S. Crisis de identidad, Madrid, Marova, 1975.

MANARANCHE, A. Al servicio de los hombres, Salamanca, Sígueme, 1968 (busca solución en las fuentes teológicas).

MARCHAND J, P. ¿Sacerdote mañana?, Madrid, Soc. Ed. Atenas, 1967.

Os daré pastores según mi corazón, EDICEP, Valencia, 1992.

(OSLAM). Espiritualidad del Clero Diocesano, Bogotá, OSLAM, 1986 (Conferencias para formadores de Seminarios); ver también: Actas del Congreso de Quito (mayo 8-13, 1984), «Medellín» 10 (sep. dic. 1984).

PAGES, F. Sacerdocio, ¿valor cotizable hoy?, Almería, FAC, 1980. Curas sin sotana, Bilbao, Desclée, 1968.

RETIF, L. El sacerdote en la sociedad actual, Barcelona, Nova Terra, 1970 (aspectos sociológicos).

ROGE, J. Simple sacerdote, Madrid, FAX, 1967.

ROMANIUK, C. Sacerdotes para el mundo secular, Salamanca, Sígueme, 1978.

SALAUN, M. MARCUS, E. Nosotros los sacerdotes, Barcelona, Península, 1967 (los interrogantes sobre la identidad se resuelven a la luz de la fe).

SANTAGADA, O. Presbíteros para América Latina, Bogotá, OSLAM, 1986 (formación, actuación y espiritualidad sacerdotal).

Visto 268 veces

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.