Lunes, 11 Abril 2022 10:58

SEMILLAS DE VOCACION MISIONERA "Le miró con amor" (Mc 10, 21) (Juan Esquerda Bifet)

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                       SEMILLAS DE VOCACION MISIONERA

 

 

 

                                              "Le miró con amor" (Mc 10, 21)

 

 

 

 

 

 

 

                                                       (Juan Esquerda Bifet)

 

                       SEMILLAS DE VOCACION MISIONERA

 

 

 

                                   INDICE

 

PRESENTACION: "Le miró con amor" (Mc 10,21).

 

 

1º. VOCACION: DECLARACION DE AMOR

 

      1.- Llamada: "ven". 2.- Respuesta: "voy". 3.- Jesús camina siempre a nuestro lado.

 

2º. ME LLAMA TAL COMO SOY

 

      1.- Jesús me espera en mi pobreza. 2.- Jesús va de camino. 3.-Jesús me invita a abrirme a su amor.

 

3º. ENCUENTRO VIVENCIAL

 

      1.- Jesús habla al corazón. 2.- Aprender a escucharle. 3.- La unión con él.

 

4º. SEGUIMIENTO PARA COMPARTIR SU MISMA VIDA

 

      1.- El me amó así. 2.- Me invita a compartir esponsalmente su vida. 3.- "Vivir de él y para él".

 

5º. DONACION TOTAL EN LA EUCARISTIA

 

      1. Jesús presente como Amigo y Esposo. 2.- Jesús inmolado por amor. 3.- Hacer de la vida una Eucaristía continuada.

 

6º. CON MARIA SER IGLESIA MADRE

 

      1.- El amor materno de María. 2.- Conocerla, amarla, imitarla. 3.- Ser Iglesia Madre con María y como ella.

 

7º. SED DE ALMAS, MISION SIN FRONTERAS

 

      1.- Los amores del Buen Pastor. 2.- "Que todos te conozcan y te amen". 3.- El precio de las almas.


PRESENTACION: "Le miró con amor" (Mc. 10,21)

 

      Hoy como ayer, Jesús sigue llamando e invitando a seguirle para compartir su misma vida. Su "sígueme" es siempre recién salido de su corazón, "mirando con amor" y llamando a cada uno por su nombre, de tú a tú, de corazón a corazón.

 

      Si se pudiera escribir un libro sobre los sentimientos de tantas personas que han respondido a esta llamada con un "sí" generoso, quedaríamos admirados. Desde el "sí" de la Virgen María en Nazaret, hasta hoy, en la Iglesia ha habido siempre almas generosas que se han decidido a seguir a Cristo dejándolo todo por él, para dedicarse a amarle y a hacerle amar.

 

      Una de estas almas decididas y generosas, ha sido sin duda la Sierva de Dios Madre María Inés-Teresa Arias, fundadora de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y de los Misioneros de Cristo para la Iglesia universal.

 

      A mí me ha tocado en suerte frecuentemente tener que estudiar y presentar algunas de esas almas evangélicas que han dado origen a comunidades misioneras y contemplativas. La Iglesia es hermosa y siempre fecunda en santidad y apostolado.

 

      Respecto a Madre María Inés, ha sido para mía una gracia extraordinaria meditar sus escritos después de su tránsito a la casa del Padre. La había conocido en los retiros y cursos del Centro Internacional de Animación Misionera de Roma, desde finales de 1974. Al leer posteriormente sus escritos, me quedó grabada una fuerte impresión: es ella, tal como la conocí.

 

      Después de dirigir repetidamente conferencias y retiros a sus Misioneras y Misioneros, me decidí a hacer el esbozo de un posible librito, indicando las líneas maestras, a la luz de los textos evangélicos y del eco de esos textos en la doctrina de M. María Inés. Sé que este esbozo (que también titulé "semillas de vocación") ha corrido por todas sus casas de los cinco continentes. En algunos sitios los he explicado de viva voz. Y de todas partes han llegado ramilletes de frases de "nuestra Madre", a modo de selección preferencial. Yo esperaba sólo alguna referencia, pero ha llegado un verdadero bosque de textos selectos, todos ellos maravillosos... Leí y releí todo, como queriendo recoger todas las insinuaciones; pero me parece que es imposible decir todo lo que se querría y podría decir...

 

      Por esto, después de un tiempo prudencial de espera y reflexión (que a mí me ha hecho mucho bien), me he decidido a hacer "definitivo" (por ahora) el esbozo primitivo de este librito ampliándolo con las propuestas que me han llegado.

 

      Presento siete rasgos de la figura de un apóstol. En cada rasgo reflexiono brevemente sobre las frases evangélicas, intentando adivinar el eco en el corazón de M. María Inés, citando entre comillas sus mismas palabras. Al final de cada capítulo, recojo un ramillete adicional de frases de "nuestra Madre" y dejo un espacio para la reflexión personal y en grupo. Como el ramillete no es exhaustivo, cada uno y cada una podrá añadir otras afirmaciones suyas preferenciales. Y así nadie tendrá motivo para quejarse de omisiones...

 

      Este librito podrá servir especialmente en dos niveles: 1º) para la pastoral vocacional; 2º) para reestrenar cada día el propio "sí" de entrega incondicional a Cristo Esposo.

 

      Las afirmaciones de M. María Inés son como el eco del evangelio en las fibras de su corazón. Para el lector serán una invitación parecida a la que hicieron los primeros discípulos que encontraron al Señor: "lo llevó a Jesús... ven y verás" (Jn 1,42.46). Y donde está Jesús, allí está también María, su Madre y nuestra, porque ella no puede faltar para enseñarnos y ayudarnos a hacer de la vida un "sí".

 

      Vale la pena dar el paso y mantenerlo firme... Pero cada uno tiene la palabra, porque la historia de la vocación continúa en el Corazón de Cristo y en el corazón de todos. También en el tuyo y de modo irrepetible... Jesús sigue sembrando "SEMILLAS DE VOCACION MISIONERA"... La semilla es buena. El problema es la tierra, es decir, el corazón de cada uno. Pero tenemos una buena "jardinera"...

 

 

SIGLAS DE DOCUMENTOS USADOS:

 

NI                 Notas íntimas

EE                 Ejercicios espirituales

DF                 Directorio de Formación

DEVC               Directorio de Espiritualidad y Vida común

CGE                Consejo General Especial

CP                 Carta personal a alguna hija

CC          Carta colectiva

Cir         Circular


1º. VOCACION: DECLARACION DE AMOR

 

      1.- Llamada: "ven". 2.- Respuesta: "voy". 3.- Jesús camina siempre a nuestro lado.

 

 

      *"Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él...  para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" (Mc 3,13-14; cfr. Mc 10, 21; Jer 1,5; 31,3; Gal 1,15).

 

 

1. Llamada: "ven"

 

      La llamada de Jesús es una sorpresa, es un don suyo y una iniciativa suya. El llamó siempre "a los que quiso " (Mc 3,13). Ni el joven del evangelio ni los apóstoles hubieran podido soñar que Jesús un día les diría: "ven y sígueme" (Mc 10,21; Jn 1,43; Mt 4,19; 9,9). "Un día, cuando ella quizá menos lo pensaba... muy lejos de imaginarse que Jesús había puesto sobre ella sus divinos ojos, oye como un rumor lejano estas palabras jamás oídas: 'Oye, hija mía, mira, inclina tu oído; olvida tu pueblo y la casa de tu padre' (Salmo 44)".

 

      Esta llamada es una declaración de amor. Cuando llamó al joven, "le miró con amor" (Mc 10,21). "Me miró, me amó y me llamó", dice M. María Inés.

 

      Jesús, al final de su vida, durante la última cena, quiso dejar constancia de este amor de amistad: "como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9). Es que "amó a los suyos hasta el extremo" (Jn 13,1).

 

      "SIGUEME... me dijo un día, con ese su inefable acento, impregnado de amor y de ternura y acompañando estas palabras con la indescifrable expresión de su mirada. ¡Qué mirada!... al fin divina, de todo un Dios. Sígueme...No profirieron otra palabra sus labios, y ya el corazón se fue tras él".

 

      Efectivamente, "nuestra vocación ha nacido en el Corazón de Jesús". Cuando llamó a los Apóstoles, ya "nos tenía en la mente". Nos amó "con amor eterno" (Jer 31,3). Por eso el Señor es "el galán eterno, robador de corazones". Sentirse llamado por Cristo equivale a "encontrarnos con el Amor, con ese Amor único y siempre fiel del buen Dios que nos escogió por esposas... ¡para siempre!" La vida ya no tiene sentido, si no se encauza como "programa de amor". El alma llamada se goza "al sentirse amada de su Dios", "solicitada por el amor de Dios".

 

      La vocación es, pues, una mirada de amor de Jesús, que cautiva a los corazones todavía sensibles y dispuestos a responder a su amor. Es "una de esas miradas que tienen el poder de conmover, de transformar". Porque es el mismo Jesús quien, declarándonos su amor, nos capacita par amarle esponsalmente.

 

2. Respuesta: "voy"

 

      Cuando uno sigue una "vocación" humana, le basta adquirir una técnica profesional. La llamada de Jesús pide el "sí" de toda la persona. Su amor no es para menos: "permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Ya desde que se comienza a sentir la vocación, Jesús examina de amor: "¿qué buscáis?" (Jn 1,38).

 

      La respuesta a la vocación es una adhesión personal, una opción fundamental, una actitud del corazón. El nos ayuda en nuestra debilidad, pero no hace ninguna rebaja al amor. Porque el amor es así: darse uno mismo, sin medida, del todo y para siempre.

 

      Si él nos dice "ven", es que nos capacita para responder "voy". San Pedro dijo en nombre de los apóstoles de todos los tiempos: "nosotros hemos creído" (Jn 6,69); "te hemos seguido" (Mt 19,27). "Cuánto se simplifica la vida espiritual cuanto más se va ahondando en ella; cuanto más profundo va siendo el conocimiento de Dios y de sí misma, entonces se puede reducir a estas solas dos palabras: VEN, que es el llamado de Dios; y VOY, que es la respuesta del alma".

 

      El amor a Cristo se estrena así. Empezar a medias, sería convertir nuestra vida en un taller de reparaciones. El amor verdadero lo quiere dar todo y, cuando descubre la debilidad y las faltas, no se desanima, sino que se siente más amado por Jesús y capacitado para empezar de nuevo, con más confianza en él. Entonces se siente a la Santísima Virgen muy cercana, como una Madre tierna y cariñosa, que nos ayuda a balbucear su mismo "sí".

 

      La capacidad de responder al amor de Cristo nos la da él mismo: "¡Jesús mío, dame amor para que con él te ame según tus deseos!". Es en diálogo íntimo con él donde se recuperan las fuerzas: "Heme aquí, pues me han llamado. Me doy a ti con toda la intensidad de mi alma".

 

      Hay que aprender a empezar todos los días, reestrenar el primer amor. "Como si fuera el primer día de mi conversión, quiero empezar con todas mis fuerzas, con todo el ardor de mi alma, quiero darme toda a él, sin decirle basta, que haga de mí lo que quiera".

 

      Los enamorados de verdad quieren vivir así, el uno para el otro: "quisiera vivir sólo de él y para él como Magdalena". La vocación es un examen de amor: "¿Me amas más que todas tus amigas, más que todos los que hasta ahora han constituido tu familia, tu centro, tu sociedad?". La respuesta de M. María Inés era así: "sólo quería amar y darme toda a Dios".

 

      Al recordar el amor que nos tiene Jesús, ese amor contagia y hace posible amarle con su mismo amor. "Mis ojos no cesaban de buscar al divino amante que así se había obsesionado de mi ser. Y, embriagada de amor sobrena­tural, aborreciendo todo lo del mundo... se fue el alma tras él". "No quiero otra cosa sino lo que tú quieres. Mi Dios y mi todo". "Señor, yo no tengo más que darte que lo que tú mismo me has dado, pero tómalo todo entero, sin reservas y para siempre, ¡para siempre!"

 

      Hay que aprender a escuchar todos los días, desde el despertar por la mañana, el "ven y sígueme", como declaración de amor. Entonces ya se puede responder con un "sí" renovado como el estreno de la aurora. "Cuántas veces el Señor nos dice a nuestro corazón: ven, ven..., para que mi amor pueda verterse en tu alma".

 

3. Jesús camina siempre a nuestro lado

 

      La presencia de Jesús en nuestra vida es el punto de apoyo de nuestra respuesta gozosa y generosa. Porque él no nos deja solos en la estacada: "estaré con vosotros" (Mt 28,10); "soy yo, no temáis" (Jn 6,20).

 

      Desde el despertar de la vocación, se puede tener esta experiencia consoladora, que continuará toda la vida. Ya no se vive nunca sólo, sino siempre con él. Podrá faltar todo, pero él no faltará a la cita: "no tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 8,9-10).

 

      La vida es hermosa cuando se vive como respuesta a la llamada de Jesús. En la vida ya sólo se tiene a él por herencia. Ya todo suena a él. No se encontrará nunca un esposo mejor. "¿Podrías haber soñado con un esposo más amante que Cristo?"

 

      Ya se quiere "vivir sólo de él y para él". Es verdad que no faltarán momentos de oscuridad y de debilidad; pero entonces se hará más presente, como el Buen Pastor, y nos ayudará a decirle como Pedro: "¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

 

      No hay vocación más hermosa que la de seguir a Cristo del todo y para siempre. "Mi alma... vierte su corazón todo entero en el tuyo". Verdaderamente "¡es tan hermosa nuestra vida cuando se vive como se la prometimos al Señor!". Por esto "debemos amar mucho nuestra vocación".

 

      Jesús hace posible la perseverancia y el crecimiento en el amor. Poderle amar, llena el corazón de gozo: "desde que me atrajiste a ti, me has dado tu amor por herencia". Entonces vamos descubriendo que somos "un latido de su corazón".

 

      El gozo de saberse amado y acompañado por Cristo, hace posible la respuesta generosa. "El alma... no puede menos de contestar siempre al ven de Jesús, con ese voy pronto, alegre, delicioso". El amor se hace entonces atrevidamente confiado. "¡Dame que te ame, como tú mismo me amas! ¡Dame que te ame con el corazón de María, tu dulce Madre y mía!"

 

      Hasta las propias debilidades se convierten en una experiencia del amor misericordioso de Jesús: "el arrepentimiento de mis pecados sin cuento, venía a unirme más a él; ¡lo veía tan dulce, tan amante, que no podía menos que arrojarme en su corazón!". "Mi alma ardía en amor, hubiera querido incendiarme, hubiera querido que él me metiera por la herida de su adorable corazón y no salir más de allí; por eso mi entrega fue plena, absoluta, irrevocable".

 

      El secreto de la alegría por la propia vocación consiste en descubrir que Cristo nos ha elegido y amado en nuestra pobreza, tal como somos, para hacernos tal como él es. "¡Qué dulzura! ¡Qué paz! ¡Qué alegría! Sentirme toda de mi Dios, amada de él; sí, muy amada de él; no por mis dotes naturales o sobrenaturales, que no existen, y si algo bueno hay en mí, todo es de él; sino, precisamente, porque soy pobre".

 

      El desposorio con Cristo vale la pena porque es así: convivir siempre con él. "¿Puede haber dicha mayor en la tierra que habitar bajo el mismo techo que Jesús, ser no solamente su sierva, sino también su esposa, su esposa escogida?".

 

      La vocación se vive tal como ha comenzado: de corazón a corazón. "Y me arrojé en sus brazos llena de confianza, pegando mi corazón muy fuertemente contra el suyo, pidiéndole me quemara, me encendiera, me consumiera, hasta reducirme a cenizas, siendo así la felicísima víctima de su amor". Así ya se puede "caminar siempre adelante, con el alma llena de fe y amor, mirando siempre al Amor que jamás nos traiciona". "Sabemos de quién nos hemos fiado, sabemos que él jamás nos falla, sabemos que nos ama, hasta la muerte de cruz".


                          Frases de M. María Inés

 

      ..."A quien el amor misericordioso del Hijo de Dios la ha elegido para hacerla un día su esposa... La ha escogido para ser su esposa, para su misionera; la ha distinguido entre millares, llamándola su paloma, su amada, la toda suya... Dios tres veces santo, no desdeñándose de su bajeza y ruindad, la ha escogida para ser su esposa" (Lira, 1ª, I).

 

      "Yo seré para ti, Padre, Madre, hermanos, seres queridos... has llegado ya al agujero de la peña de mi Corazón" (Lira, 1ª, II).

 

      "Al darme el anillo de la fe... todo LO SUYO ES MIO" (Lira, 2ª, IV).

 

      "Si El es quien ha inspirado a mi alma este anhelo; si El lo sostiene en mi corazón, El lo llevará a su feliz realización" (Ejercicios 1944).

 

      "Cada alma que amas, Jesús, y que corresponde a tu amor es una historia delicada de tu misericordia, de tus ternuras; es la página más hermosa de tu misma vida" (14 marzo 1943).

 

      "Desde la eternidad... ya me veías, ya me amabas a mí" (18 octubre 1943).

 

      "SIGUEME... me dijo un día, con ese su inefable acento, impregnado de amor y de ternura, acompañando estas palabras con la indescifrable expresión de su mirada... El corazón se fue tras El" (Comentario a la Regla).

 

      "Heme aquí pues me has llamado. Me doy a ti con toda la intensidad de mi alma. ¿Para qué exponerte mis deseos? ¡Tú los ves! Ya sé que tú me amas, siento que tienes designios especiales sobre mi alma, confío en ti con inmensa confianza" (EE 1933).

 

      "El divino Maestro nos tenía en la mente a nosotras, a todo el elemento seglar femenino, cuando dirigió a sus apóstoles esta palabra suplicante: La mies es mucha mas los operarios, pocos; pedid al dueño de la mies que envíe obreros a su viña'. Qué hermoso ¿verdad?" (NI 1/9).

 

      "Como si fuera el primer día de mi conversión, quiero empezar con todas mis fuerzas, con todo el ardor de mi alma, quiero darme toda a él, sin decirle basta, que haga de mí lo que quiera" (NI 17/1).

 

      "Pero a mí, en tu infinita bondad, desde que me atrajiste a ti, me has dado tu amor por herencia...  alimentas­te mi alma con el amor purísimo de tu corazón dándome por maestra a tu madrecita, a mi adorada Morenita" (NI 216).

 

      "Dios, el amor, me atraía con fuerza irresistible. Sólo quería amar y darme toda a Dios" (NI 14/3).

 

      "No quiero otra cosa sino lo que tú quieres. MI DIOS Y MI TODO" (CP 1971).

 

      "Date a Dios sin pensar en ti. En una palabra DATE SIN RESERVAS, como se te ha dado Dios, y él se te dará a ti sin MEDIDA" (CP 1966).

 

      "Cuando el dulce Jesús encuentra un alma generosa no se cansa de pedir, y pide tanto más cuanto más grande es el gozo con que SE LE DA" (EE 1941).

 

      "Señor, yo no tengo más que darte que lo que tú mismo me has dado, pero tómalo todo entero, sin reservas y para siempre, ¡para siempre...! ¡Dame que te ame, Dios mío, como tú mismo me amas! ¡Dame que te ame con el corazón de María, tu dulce Madre y mía! Que mi vida sea un programa de amor. Que mi vida sea un acto de continua oblación (EE 1943).

 

      "¡Lo veía tan dulce, tan amante, que no podía menos que arrojarme en su corazón!" (NI 15/4).

 

      "Mi alma ardía en amor, hubiera querido incendiarme, hubiera querido que él me metiera por la herida de su adorable corazón y no salir más de allí; por eso mi entrega fue plena, absoluta, irrevocable" (NI 57).

 

      "El alma solicitada por el amor de Dios... bajo la impresión indefinible del eco de esa voz, guarda silencio, un silencio que es respetado por Jesús... no quiere hacer presión... quiere un fiat voluntario, decidido, amoroso" (NI 4/4).

 

      "Caminar siempre adelante, con el alma llena de fe y amor, mirando siempre al Amor que jamás nos traiciona" (CC dic. 1977).

 

      "Sabemos de quién nos hemos fiado, sabemos que él jamás nos falla, sabemos que nos ama, hasta la muerte de cruz" (CC oct. 1979).

 

                         Para la reflexión personal

 

1º) A la luz del evangelio, descubrir en mi vida una llamada de Jesús (vocación cristiana, a la santidad, a la misión, al seguimiento evangélico)

 

2º) ¿Estoy convencido de que Jesús me llama porque me ama?

 

3º) ¿Cómo agradezco la vocación recibida?

 

4º) ¿Estoy dispuesto a responder con un corazón "indiviso" al amor que me tiene Jesús?

 

                         Para reflexionar en grupo

 

1º) Comentar alguna frase evangélica en relación con la vida y doctrina de M. María Inés.

 

2º) ¿Cómo ayudarse mutuamente a discernir y seguir la vocación?

 

3º) ¿Cómo crear un ambiente de gozo, serenidad y entrega generosa para vivir la vocación recibida?

 

4º) ¿Cómo descubrir a Cristo más presente cuando experimentamos la soledad y las dificultades?

 

5º) ¿Cómo colaborar a despertar vocaciones misioneras y de vida evangélica?


2º. ME LLAMA TAL COMO SOY

 

      1.- Jesús me espera en mi pobreza. 2.- Jesús va de camino. 3.-Jesús me invita a abrirme a su amor.

 

 

      * "Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le  dice: «Sígueme». El se levantó y le siguió... No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9,9-13; cfr. Jn 15,16; Ef 3,8ss).

 

 

1. Jesús me espera en mi pobreza

 

      Aquella mujer de Samaría, que iba todos los días a buscar agua al pozo de Sicar, nunca se había imaginado la sorpresa del encuentro con Cristo, el Mesías. El Señor la esperó "sentado y cansado del camino" (Jn 4,6), allí mismo, en su pobreza y miseria, amándola tal como era.

 

      A Mateo, el publicano, le pasó otro tanto. Jesús se le hizo encontradizo y le llamó allí, en su despacho de cobrador de impuestos (Mt 9,9-13). Su sorpresa inicial se convirtió luego en una vida de seguimiento para siempre. Es fiesta en el corazón cuando se arroja de él todo lo que no sea amar a Jesús y hacerle amar.

 

      La lista de esas llamadas sorprendentes no ha terminado, porque habría que añadir el nombre de cada apóstol, Magdalena, Saulo, Agustín y cada uno de nosotros. La cuestión es saber encontrar las huellas de Cristo en mi vida, esperándome y llamándome. A él no le espanta mi debilidad, ni mis defectos, si de verdad le quiero amar y empezar con él un camino y una vida nueva.

 

      Lo importante es descubrir su amor misericordioso, para dejarse amar, perdonar y contagiar de sus amores. "¡Oh Dios mío! Yo sé, yo siento, que me amas con amor de predilección. Y esta predilección por tan ruin criatura no acierta mi alma a comprender. Es que eres Dios de amor, de misericordia. ¡Ahí está todo!".

 

      Podremos responder si nos apoyamos en su amor misericordioso, porque "son las miserias las que atraen su corazón divino". Entonces se aprende a amarle sin reservas: "Cuando tú me llamaste por vez primera, atraído por mi inmensa miseria, robaste mi corazón; me di a ti de verdad ¡tú lo sabes!"

 

      En el abismo de la propia miseria, reconocida con humildad y confianza, crecen las alas para volar hasta el corazón de Dios. "De la comprensión amada de mi miseria me nacen esas alas poderosas que no se cansan jamás de volar, hasta descansar en él, hasta sumergirme en el océano inmenso del corazón de mi Jesús". El Señor es especialista en moldear el barro de nuestra nada.

 

      Jesús nos viene a pedir nuestro corazón tal como es, para cambiarlo en el suyo. El secreto está en esa confianza ilimitada en su amor: "sólo tengo un pobre y pequeñito corazón, lleno de miserias e imperfec­ciones, incapaz para todo bien, y hábil para todo mal, si tú no lo tienes de tu mano". A nuestra Madre le entusiasmaba saber que, para conquistar el mundo para Cristo, bastaba con poner a su servicio nuestra debilidad: "Quisiera hacer a mi Dios y Señor una ofrenda de todas las naciones y para su conquista no tengo más que mi MISERIA PUESTA AL SERVICIO DE SU MISERICOR­DIA, pero se la doy de corazón, con la convicción plena de que él es poderoso para obrar maravillas".

 

      Las "manos vacías" ya se pueden llenar de amor, para repartirlo a todos sin tacañería. Jesús puede hacer "una santa de basura". Y la Santísima Virgen es la mejor maestra y guía. Confiando en ella, las mismas faltas, reconocidas, se convierten en "peldaños para ascender más". De ahí nace la actitud de un "corazón agradecido", que quiere "cantar eternamente las maravillas del Señor".

 

      En el corazón de Cristo se entra reconociendo la propia pobreza, porque "el corazón de Dios es para los pequeños y miserables que nada pueden, que nada tienen, pero que... todo lo esperan de su Padre Dios tan bueno, tan misericordioso".

 

2. Jesús va de camino

 

      Los primeros seguidores de Jesús, Juan y Andrés, le descubrieron "yendo de camino" (Jn 1,36ss). Los dos discípulos que iban a Emaús, recibieron la visita de Jesús en forma de caminante (Lc 24,15ss). Es un gesto frecuente de Jesús (Mc 10,32), como de quien no quiere molestar, haciendo ademán de "pasar adelante" (Lc 24,28).

 

      La vida de Jesús es un camino hacia el Padre. El mismo se hace nuestro "camino", para que le encontremos como "verdad y vida" (Jn 14,6). Zaqueo, el publicano, encontró a Jesús y le recibió en su casa, cuando "pasaba por Jericó" (Lc 19,1ss).

 

      Jesús invita a caminar con él, a transformar la vida en un camino de "pascua" (paso), para hacer de la vida una donación. La respuesta a la vocación equivale a querer caminar con él (Jn 11,16). Si le decimos que "sí", ya no nos sentiremos nunca solos. La vida será siempre hermosa, también en los momentos de dificultad, porque por donde vayamos, él dejará sus huellas de caminante junto a las nuestras.

 

      La vocación de seguir a Cristo no permite instalarse en la comodidad. Ya sólo se busca vivir en él, con él y en él: "mi deseo era hacer su voluntad", decía nuestra Madre. Es que Jesús, cuando pasa, roba el corazón. Y ya no se puede vivir sin él. Desde que uno se decide a seguirle, ya no existe la soledad: "él siempre y en todo momento tendrá que salir por nosotros".

 

      El camino es siempre una sorpresa. En cada recodo del camino nos espera Jesús con una nueva gracia. Lo importante es no dejar pasar esos momentos decisivos para nuestra vida futura. "Tanto te ama Dios que está, momento a momen­to, pendiente de ti para aprovechar el primer movimiento del corazón; no dejes pasar la gracia que pasa, que llama y quiere permanecer en tu corazón. Cuántas veces nuestro Señor dice a tu corazón: 'Ven, ven, apróntate para que mi amor pueda verterse en tu alma, dame ese consuelo; cuánto me duelen tus dudas sobre mi amor que es infinito, y sólo busca el arrepenti­miento sincero para volcarse de verdad y que puedes encontrar así la verdad y la vida'".

 

      A pesar de nuestros tropiezos, a él le gusta vernos "siempre en pie de lucha". Y no deja de ser él mismo nuestro "Cireneo" cuando "desfallecemos bajo el peso de la cruz amada". Vale la pena seguirle diciéndole: "aquí me tienes; yo quiero dejarme manejar por ti". Entonces él nos lo da todo porque se nos da él mismo; a nosotros sólo nos pide que le demos nuestra nada.

 

      En nuestro caminar, él es nuestra seguridad: "siento una seguridad en ti, bien sé en quien he depositado mi confianza". Ya es posible perseverar en el camino de la vocación. "Señor, mi fuerza, mi poder, mi confianza, mi fe ciega está en mi miseria puesta al servicio de tu misericordia. Con esto lo digo todo". Ya podemos "volar, sin detenernos, hasta el regazo de Dios". El "quiere que nos elevemos, en la humildad y la confianza, hasta su corazón".

 

3. Jesús me invita a abrirme a su amor

 

      Si Jesús me espera en mi pobreza y pasa junto a mí, es para invitarme a abrir mi corazón a sus planes de amor. Por esto llama humildemente a mi puerte: "estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20).

 

      Propiamente es él quien me invita a entrar en su corazón. Se mostró sediento a la Samaritana y le pidió de beber, para que ella se diera cuenta de su propia sed y pidiera a Cristo el agua viva: "dame de esta agua" (Jn 4,15). Jesús sabe que nuestro corazón tiene una sed tan grande, que sólo la puede saciar él. Por esto se muestra mendigo de nuestro amor, para que le encontremos a él como amigo y esposo. La vocación es el encuentro entre las ansias de amar de Jesús y nuestra sed de amor.

 

      Mi entrega ya es posible, porque me puedo apoyar en su amor. Si me siento amado por él, me sentiré capaz de amarle con un corazón indiviso. La confianza humilde se convierte en amor audaz, en actitud "dulcemente confiada y audazmente atrevida".

 

      Entrando en el corazón de Cristo, entro en el corazón de Dios, y allí encuentro a todos los hermanos para amarles con un amor totalmente nuevo: con el mismo amor de Jesús. "Heme aquí, Señor, envíame. Pronta estoy a hacer tu volun­tad. Señor, ¿Qué quieres que haga? Habla, Señor, que tu sierva escucha".

 

      No hay que olvidar nunca la miseria de donde nos ha sacado Jesús. "Tu vida en adelante debe ser un himno; un himno no inte­rrumpido de amor y gratitud hacia ese Dios tres veces santo que, no desdeñándose de tu bajeza y ruindad, te ha escogido para su esposa". "Desde tu eternidad ¡oh Jesús divino!... ya me veías a mí, ya me amabas ¡a mí! que tan mal he correspondido a tu dulce llamado". "Mi corazón se eleva hasta ti en raudo vuelo que nadie es capaz de detener".

 

      Hay que responder que "sí" a este examen de amor. No estaría bien hacer esperar, mientras está llamando a la puerta, a quien nos ama hasta dar su vida en sacrificio.


                          Frases de M. María Inés

 

      "Yo nada puedo, Señor. Pero si soy la fragilidad, tú eres el poder; si soy la miseria, tú eres la santidad" (EE 1933).

 

      "Los hijos de Dios viven así, enteramente confiados, y hasta de sus miserias y caídas hacen un puente para subir rápido a su corazón. Nada los detiene, porque precisamente son las miserias las que atraen su corazón divino" (CP 1965).

 

      "La miseria aceptada, y más aún, haciendo de ella un objeto de amor, precisamente porque nos humilla, es tan agradable a Dios que inmediatamente dirige su mirada al alma que así lo invoca...  El amor de la propia abyección es un acto de humildad tan grande y sublime, que hace gozar el corazón de Dios y colmar de bienes al alma dichosa que lo practica" (CP 1965).

 

      "¿Has comprendido el abismo de tu miseria y de ello tomas alas para volar hasta mi corazón? Pues te aseguro que abandono mi omnipotencia al servicio de tu fe. Haz de ella lo que quieras ¡Oh, mujer! porque grande, inmensa es tu fe" (NI 188/4).

 

      "Al ponerse en la presencia de Dios que la ve y la escucha, siente el anonadamiento de su ser, y sumergiéndose en ese abismo insondable, más llena de confianza y amor de Dios, atrae a sí ese otro ABISMO de infinita profundidad... Quiere que te conozcas miserable, incapaz para todo bien, para que El te inunde con sus gracias, y te llene de Sí mismo" (Lira, 1ª, II).

 

      "No encontrando más que miserias, caídas, faltas, lejos de desalentarme por verme ahora más imperfecta, amo el despre­cio propio que esto me produce, y el desprecio ajeno que esto me origina y, en posesión de estos tesoros, voy a mi Dios PENETRADA DE CONFIANZA, ENVUELTA EN CONFIANZA; adolo­rida, sí, por lo que he contristado su divino Corazón, pero amargamente arrepentida, dulcemente confiada y audazmente atrevida" (NI 27/4).

 

      "Sólo tengo grande, ¡muy grande!, mi confianza en su misericordia; ella hará una santa de basura. Estoy segura, no ha habido ni habrá religiosa más llena de defectos, más miserable que yo" (NI 16).

 

      "Adelante, hija, y sin desmayar jamás, tratando de sacar partido aun de las mismas caídas, que si somos humildes y sabemos confiar en Dios y en la santísima Virgen, se convertirán en peldaños para ascender más" (CP).

 

      "Sí, hija, él, mejor que nadie, nos conoce y sabe del barro que nos ha hecho, con tal de que nos vea siempre en pie de lucha; eso le agrada" (CP 1968).

 

      "Que tu alma siempre se deje alentar y vivificar por él, que nunca nos falta, y bien conoce la debilidad humana con que a veces desfallecemos bajo el peso de la cruz amada" (CP 1978).

 

      "Y para esto, no necesitas más que tomar instrumentos que quieran dejarse hacer EN TUS MANOS; por mí, aquí me tienes; yo quiero dejarme manejar por ti" (NI 89/8).

 

      "No tengo más que miseria que ofrecerte, porque esto sólo produce mi huerto, pero en medio de este huerto está mi corazón ardiente, QUE TE LO DOY POR ENTERO"... (NI 89/9).

 

      "¡Ah Jesús! Qué hermoso eres mostrándote a los infieles en todo el esplendor de tu misericordia. ¿Querrás servirte de  este granillo de arena, esta miseria que se te brinda, porque yo TODO LO ESPERO DE TU BONDAD? Sé que nada bueno hay en mí para que tú te inclines en mi favor" (NI 226/9).

 

      "Jesús mío, yo pongo toda mi miseria en tu misericordia para el bien de las almas. Heme aquí, Señor, envíame; pronta estoy a hacer tu voluntad. Señor ¿Qué quieres que haga? Habla, Señor, que tu sierva escucha" (NI 114/5).

 

      "A cada falta, encuentro el beso de perdón del Padre del hijo pródigo"... (NI 27/5).

 

      "A nuestro Señor no le importa el instrumento; él suele escoger lo más inepto para llevar a cabo sus grandes obras, para que nadie se atribuya a sí el propio éxito" (EE 1943).

 

      "Tus gracias, lejos de ensoberbecerme, me hacían sumergirme más y más en el profundo abismo de mi miseria, para de ahí elevarme a tus brazos" (Composi­ción, 14 de marzo de 1943).

 

      "¿No acostumbra Dios servirse siempre de los instrumentos más defectuosos, y llevar así a cabo grandes obras de su mayor gloria? ¡Yo quiero, Jesús mío, ser en tus manos poderosas un instrumento de tu gloria!" (NI p 46/2). 

 

      "Cuando (mi alma) se encuentra en tal estado de aridez que ni siquiera puede producir actos de esta virtud, presenta humildemente a Dios su impotencia, ama su miseria, se goza en verse buena para nada, hace a su Señor un don de su nada" (NI 7/32).

 

      "Sí, Dios mío; como San Pedro te diré: tú sabes que te amo, tú sabes que sólo busco tu gloria; tú sabes que anhelo extenderla, dilatarla por todos los ámbitos del globo, pero tú sabes también que soy demasiado pequeña, por eso todo lo espero de ti, y en esa esperanza descansa mi corazón y se dilata de amor" (EE/50/23).

 

      "No te espante tu miseria, hija. En un beso de amor a tu Esposo celestial, pídele perdón. En tus luchas, en tus trabajos apostólicos, en tus decaimientos, siempre, siempre: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! Aun para el fruto de tu apostolado, Dios quiere que le ofrezcas tus miserias y caídas. Ofrécelas en la oración; ama verte ruin, pero trata con paz de ser mejor. ¡Cuenta con tu Madre santísima!... Entrégale tu miseria. Es tan provechoso al alma que se goza en su abyección y que de esa abyección forma un ramillete de virtudes que regocijan el corazón de Dios: humildad, confianza, paciencia consigo misma y con las demás; misericor­dia para todos, espíritu de fe para sus superioras, coronando todo esto la caridad como reina absoluta" (CP).

 

      "Es una grande gracia de Dios nuestro Señor el conocimiento propio, pero de allí, sintiendo en el fondo del alma nuestra nada e impotencia, debemos volar, ¡sí, volar! sin detenernos, hasta el regazo de Dios. Así como el niño pequeñito se refugia en su madre cuando teme un peligro, y peligro muy grande son nuestras miserias para nuestra santificación. Pero ellas serán un medio poderoso para la misma santificación si sabemos aprovecharlas con humildad, si sabemos reconocer sin descorazonarnos lo que somos realmente y lo que valemos" (CP).

 

      "Señor, que yo vea mis miserias para despreciarme... tu bondad, tu misericordia, tu amor, para tratar de amarte inmensamente, infinitamente" (CC junio 1974).

 

      "Tu alma es un erial, sólo cubierto de malezas; pero confía que El puede transformarlo en un hermoso jardín" (Lira, 1ª, VI).

 

      "Cuando la Misericordia y la miseria se encuentran y se comprenden y se funden, ya no queda más que la MISERICORDIA" (Lira, 2ª, III).

 

      "Es importante y meritorio que reconozcamos humildemente nuestras miserias. Pero después de haberle pedido perdón, estemos seguras de haber sido escuchadas. Luego, alegría inmensa sabiéndonos amadas de él. Si, hijas, amadas con amor infinito" (CC 15 oct. 1955).

 

      "Que el comprobar nuestra miseria nos lleve hasta los brazos de Dios y que allí esperemos todo. El corazón de Dios es para los pequeños y miserables que nada pueden, que nada tienen, pero que reconocen alegremente su necesidad y todo lo esperan de su padre Dios tan bueno, tan misericordioso" (CC 8 marzo 1956).

 

                         Para la reflexión personal

 

1º ¿He aprendido a descubrir a Jesús esperándome en mi pobreza y debilidad, para perdonarme y ayudarme?

 

2º ¿Acepto sinceramente y con gratitud el hecho de que Jesús me ame tal como soy?

 

3º ¿Qué huellas hay en mi vida que indican el paso de Jesús y su llamada a la puerta de mi corazón?

 

4º ¿Tengo deseos sinceros de amar a Jesús del todo y para siempre?

 

                         Para le reflexión en grupo

 

1º Ver en los textos de nuestra Madre cómo su humildad se convertía en confianza, generosidad y audacia.

 

2º ¿Cómo podría nuestro grupo ayudar a otros a sentirse llamados y felices por la llamada?

 

3º ¿Cómo ayudarse mutuamente a no instalarse en la comodidad y dejadez?


3º. ENCUENTRO DE RELACION PERSONAL

 

      1.- Jesús habla al corazón. 2.- Aprender a escucharle. 3.- La unión con él.

 

 

      * "Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí ‑ que quiere decir, Maestro ‑ ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día" (Jn 1,38-39; cfr. Jn 1,45; Fil 1, 21)

 

1. Jesús habla al corazón

 

      Las palabras evangélicas de Jesús son siempre vivas, como recién salidas de su corazón. El nos las dice ahora y nos habla de corazón a corazón. Es él quien sigue diciendo: "dame de beber" (Jn 4,7); "venid y veréis" (Jn 1,39); "venid a mí todos" (Mt 11,28); "¿quieres curar?" (Jn 5,7)...

 

      La oración es siempre una actitud relacional, un diálogo, "una mirada del corazón" (Santa Teresa de Lisieux), un "estar con quien sabemos que nos ama" (Santa Teresa de Jesús). La oración se nos hace posible porque es Jesús mismo quien tiene la iniciativa de acercarse, hacerse encontradizo, hablar, darse...

 

      A partir de esta cercanía e iniciativa de Jesús, ya es posible orar, estar con él, escucharle, darse. Decía nuestra Madre que orar es "amar y amando, entregarse, contemplar, conversar con el Amigo, llevar a su presencia las necesidades de los hermanos, la sed de salvación de almas".

 

      En la oración se aprende a conocer y escuchar a Jesús "por propia experiencia", porque es él quien habla al corazón, de tú a tú. "Cuando tú mismo eres quien hablas a mi corazón, cuando tú mismo te manifiestas a él en la plenitud de tu amor, de tu ternura, de tu compasión, de tu generosidad, de tu misericor­dia... enton­ces, Dios mío, no te conozco ya sólo por referencias, por lo que otras almas me cuentan; te conozco POR PROPIA EXPERIEN­CIA".

 

      Las palabras de Jesús son una declaración de amor. Esta experiencia no es siempre un entusiasmo o un fervor sensible; pero sí es una convicción honda de que él nos ama y nos perdona. Ya no se buscan sucedáneos, sino sólo a él, aunque sea en la sequedad y oscuridad. Nos basta él. "Cuando él me atrajo sobre su pecho, cuando dijo a mi oído las dulces palabras de su amor, vi que había encontra­do el único amor que podía saciarme, el único que podía hacerme feliz. No necesité más; se lo di por entero".

 

      A Jesús se le va conociendo cuando recibimos sus palabras sin autodefensas. Es él quien hablando se da y nos ayuda a responder dándonos a él, estando sin prisas con él. "Te conozco porque tú mismo has dicho a mi alma quién eres, con fuerza tal, que he caído humildemente, amorosamente rendida a tus pies sacrosantos". Basta con sentirse "sumergida en un mar de agradecimiento".

 

      En Jesús se aprende que todas las cosas son mensaje del Padre. "Dios mío y todas las cosas" (San Francisco de Asís). Jesús invita a encontrar este mensaje de Padre en las flores y los pájaros (Mt 6,26-28). A quien sabe escuchar y abrir los ojos al amor, ya todo le habla a gritos del amor de Dios. "La comprensión intensa de que todo es un regalo de su amor, me llena de una gratitud tal, de un reconocimiento tan grande que, sintiéndome anonadada y sumergida en ese mar de agradecimiento por la fuerza del amor, el pobre corazoncillo quiere estallar".

 

      Con María, tanto las palabras de Jesús como nuestra actitud de escucha y de respuesta, se hacen un "coloquio entre tres", porque "nunca puede estar la Madre sin el Hijo". Las palabras de Jesús, salidas de su corazón, nos hacen entrar en él: "Tú, Jesús mío, has establecido a mi alma en la paz, ella se ha encerrado dulcemente en tu corazón sagrado". "La vida de intimidad con María es mi única vida".

 

      Las palabras de Jesús nos quitan la sed de otras cosas y nos aumentan la sed de él. "En esta vida, entre más te gustamos y te conocemos, ¡oh Verbo de Dio! más intensa es la sed que tenemos de ti". Nos basta él, aceptado como es, en "contemplación callada y silenciosa". Entonces, ¡qué fácil es llegar a su corazón!. "Que tu espíritu se postre a los pies de Jesús... dile palabras de amor... vacía tu alma en la suya". Basta con tener la "mirada siempre fija en el sol de justicia, Cristo Jesús".

 

2. Aprender a escucharle

 

      Escuchar las palabras de Jesús, meditándolas en el corazón como María (Lc 2,19.51), es un proceso lento de toda la vida. Pero ya se puede empezar recibiéndolas tal como son, dejándose cuestionar por ellas, pidiendo a Jesús luz y fuerza para cumplirlas, deseando que su amor nos transforme en él. La Santísima Virgen nos indica el camino: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Las mismas palabras de Jesús son un camino.

 

      Escuchar no es dominar. Hay que recibir sus palabras como quien se deja mirar y amar en su propio pobreza (cf. Lc 1,48). Sus palabras valen más que todos los ruidos de esta tierra y de nuestras preocupaciones.

 

      No hay que tener prisas ni exigencias. "Dénos él lo que quisiere", decía Santa Teresa. Nuestra Madre comentaba: "No se necesita que la oración sea dulce y sabrosa; cuando él quiere regalar al alma con sus dones, a ésta no le toca más que aceptarlos humildemente agradeci­da, y negociar­los... en bien de sus hermanos y de sí misma... Aunque la oración sea árida, seca, dolorosa, mientras sea confiada y rendida a la voluntad de Dios, es buena y aun excelente oración, porque entonces el alma no va a ella para regalarse con las dulzuras divinas, sino solamente para regalar a su Dios".

 

      Para entrar en el silencio amoroso y sonoro de las palabras de Jesús, hay que hacer silencio en el corazón. "Dile a tu Esposo que aunque toques y no te conteste, aunque pidas y no te dé, aunque busques y no encuentres, en él confías; y que confías en él contra toda esperanza y que, aun cuando estuvieras sentada en sombras de muerte, en él esperarías". "Le pido a nuestro Señor que él hable en la soledad de tu corazón, y, para eso, no tienes más que hacer el vacío de tus pasiones, de tu yo, para que él llene por completo tu alma".

 

      Escuchar de verdad a Jesús compromete toda la vida, tanto los momentos de oración como los de acción. "Quisiera vivir sólo de él y para él, como Magdalena, a sus plantas, escuchando las divinas palabras que salen de su boca, pendiente de esos labios que sólo tienen palabras de vida eterna. Sí, lo siento muy mío, todo mío, yo toda fundida en él, una sola cosa con él y él dentro de mi ser".

 

      La escucha de las palabras de Jesús se convierte en "una vivencia de respuesta constante" a su llamada. De esta escucha contemplativa y vocacional, se pasa a una escucha de Dios "en toda circunstancia, en todo momento... siempre pendiente de su amorosa voluntad".

 

      Entonces la vida se hace unidad. Ya todo se puede convertir en oración, a condición de que se tengan momentos fuertes cotidianos de encuentro personal con Cristo en la Eucaristía y de escucha de su palabra. "La oración es para mí como el agua para el pez, como el elemento del aire para el pájaro. Sin oración no puedo vivir, elevándose mi alma a Dios de una manera facilísima, en los sucesos de la vida y en la obra maravi­llosa de la creación, cuando mis ojos se pueden detener en alguno de esos vestigios de Dios, que tan de manifiesto nos pone su omnipotencia y amor". Es "una comunicación no interrumpida".

 

      La escucha es una apertura del corazón "de par en par", un momento de "intimidad a solas con Jesús". Hay que aprender la actitud de María de Betania, "a sus plantas, escuchando las divinas palabras que salen de su boca, pendiente de esos labios que sólo tienen palabras de vida eterna". Entonces Jesús nos introduce en "la herida de su adorable Corazón", para "no salir más de allí".

 

      Al escuchar las palabras de Jesús, de corazón a corazón, él nos invita a entrar en el suyo, para que le expongamos con confianza todo lo que nos preocupa: "mi recurso habitual es tu divino Corazón y, derramando en él todas mis ansias, todas mis angustias, mis penas, mis amarguras, descanso amorosamente en tu AMOR INFINITO y de él lo espero todo".

 

      El consejo de nuestra Madre es asequible a todos: "Abrele tu alma de par en par con todas tus miserias y tus anhelos... pídele inflame tu corazón al contacto del suyo".

 

3. La unión con él

 

      El camino de la oración lleva a la unión con Jesús, hasta identificarse con su modo de pensar, de sentir y de querer. Escuchando su palabra y recibiendo el "pan de vida", ya se puede vivir de su misma vida (cf. Jn 6,48-57).

 

      El camino es siempre de purificación, iluminación y unión. El corazón, para identificarse con el de Cristo, debe orientarse hacia el amor, echando fuera desórdenes y tinieblas de egoísmo. Si recibimos la luz purificadora de Jesús, nos convertimos en "hijos de Dios" (Jn 1,12), "hijos en el Hijo" (Ef 1,5).

 

      Jesús mismo se hace nuestra oración y, con él, nuestra vida se hace un "Padre nuestro" de actitud filial, "un himno no interrumpido de amor y gratitud". Es como una "íntima adhesión al Señor".

 

      La unión con Jesús en la oración se demuestra en la caridad durante el día. Para el alma contemplativa, la oración se convierte en "el impulsor de los movimientos de todo su corazón y de cuántas acciones, por mínimas que sean, tenga que realizar".

 

      Esta unión es sencilla. Bastaría ofrecer a Jesús los latidos del corazón, desde la propia pobreza. "La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía" (Catecismo de la Iglesia Católica 2712). "La contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza" (ibídem).

 

      La oración de que habla M. María Inés es así de sencilla. "La oración es el movimiento de nuestro corazón que se eleva a Dios entrando en contacto con él adhiriéndose a lo que él quiere". Es hacer "que tu corazón lata siempre al unísono con el de tu celestial Esposo". Se aspira a "perderse en el abrazo de Dios"... "yo toda fundida en él, una sola cosa con él y él dentro de mi ser".

 

      Esta oración es "desde el abismo de mi nada", pero sabiéndose amado por Dios en Cristo. El nos ve "en el corazón de su amado Hijo" y "siempre nos verá a través de su Hijo amado". Con Jesús viviendo en el corazón, ya podemos amar a Dios con el mismo amor con que él no ama. "El alma... retorna a Dios el don que de él ha recibido".

 

      La vida ya es hermosa porque, por Jesús y en el Espíritu Santo, se puede hacer donación al Padre y a los hermanos. "Quiero transformarme en amor, quiero vivir de amor, quiero morir de amor". La vida se hace un himno de comunión y un "fiat" como el de María.

 

      De esa unión con Dios, por Cristo y en el Espíritu, dimana la fuerza imparable de la evangelización. "Padre celestial, que me miras con miradas paternales, que me amas desde toda la eternidad, quiero renacer en el agua y en el Espíritu. Haz que descienda con sus siete dones el Espíritu de verdad y que me penetre, me transforme, me unifique, me convierta en ascuas ardientes por tu gloria, por las almas".

 

      Un consejo práctico de nuestra Madre: "enamórate de él aprendiendo a conocerlo en los santos Evangelios"... Así se harán "almas de oración, de fe, de confianza; almas que sólo busquen el amor y vivan para el amor".


                          Frases de M. María Inés

 

      "¡Qué bien se está, Jesús, cuando se vive en ti! Pero es que en ti vivo siempre, aunque haya momentos que no lo sienta, aunque las ocupacio­nes exterio­res tan múltiples y diversas me hagan sufrir" (NI 208).

 

      "Tendrás presente que la vocación es un diálogo amoroso entre Dios que llama y el hombre que responde; por lo tanto, no has de pensar en ella como un acontecimiento histórico terminado el día de tu ingreso, sino hacerlo una vivencia de respuesta constante al llamado continuo de Dios a tu alma. De este modo lograrás realizarte plenamente en tu vocación" (DF cap. II).

 

      "La oración es el movimiento de nuestro corazón que se eleva a Dios entrando en contacto con él y adhiriéndonos a lo que él quiere. Es la fe en ejercicio frecuente que va santifi­cando el alma, porque santo es aquél en quien toda acción, todo movimiento, se encuentra en dependencia de la adhesión constante a la voluntad de Dios, haciendo de eso una manera de vivir" (DF n. 30).

 

      "Mi primera vocación es la oración, a ella me siento incli­nada con toda la vehemencia de mi alma... Y, como punto de meditación, todo un magnífico panorama de montañas y de mar con sus puestas de sol, sus espléndidos crepúsculos, el romper de las olas, el estrellarse en las rocas, todos esos variantes de colores que presenta el océano en conformidad con el cielo. Es algo hermosísimo. Su solo recuerdo, ahora que no puedo contemplarlo, me lleva a Dios de una manera dulcísima" (NI 52, 5).

 

      "Abandónate a los excesos de su amor misericordioso. Recuerda siempre, pero sobre todo en esa hora de conversación a solas con El, que tienes todo poder sobre su Corazón, pues El mismo te lo ha dado... En esa dulce hora de intimidad a solas con Jesús... ábrele tu corazón de par en par; confía inmensamente, ama inmensamente... ruega a tu Madre María de Guadalupe interceda en unión contigo y pide a la misericordia suplicante, que te enseñe la hermosa ciencia de la intercesión al estilo de Ella... Acepta la aridez con humildad y gratitud; reconoce sencillamente que tú nada mereces, que demasiado hace El tolerándote en su presencia" (Lira, 1ª, V).

 

      "Haz tu oración tal como El quiere... escucha lo que Dios diga a tu alma, siguiendo las mociones del Espíritu Santo... Desde el abismo de tu nada, desde la profundidad de tu miseria, te levantarás llena de confianza, hasta el Corazón de Dios... Como huésped de amor y de dulzura, (el Esposo) vive en el fondo de tu alma" (Lira, 1ª, IX).

 

      "Cuando El quiere comunicarse con las almas, las lleva a la soledad; soledad en que debes continuamente vivir, aun cuando al correr del tiempo, tengas que desplegar una continua acción en favor del prójimo" (Lira, 1ª, XIV).

 

      "La contemplación te sostiene y te ayuda en la acción; y ésta te llevará continuamente a aquélla" (Lira, 1ª, XVI).

 

      "La Misionera Clarisa se entrega de pleno a la oración, a la contemplación, para poder entregarse de PLENO A LA ACCION y sea un apostolado fecundo" (Lira, 1ª, XVII).

 

      "El alma de todo apostolado es el alma de oración; que en la oración están vinculadas las gracias de conversión, de regeneración, de perdón, de santidad. Por eso la oración es la vocación esencial de toda Misionera Clarisa... la oración es la fuente en donde saciar su sed de ALMAS... que se apasionen por la oración... que sus almas de apóstol te encuentran en todas partes" (Lira, 2ª, VI).

 

      "Mi vocación a las almas se sumerge en esa otra vocación primordial que hace las delicias de mi vida, que me sostiene en las luchas, que me levanta en mis caídas, que me mantiene, tanto cuanto es posible, en el continuo trato con mi Dios y con mi Madre del cielo: LA ORACION" (Composición 12 septiembre 1943).

 

      "Todo lo que la creación encierra es la huella luminosa de Dios; y me parece, si no es muy atrevida la frase: COMO UN RETRATO SUYO... nos habla a gritos de su omnipotencia, de su amor sin límites, de su ternura de madre... en esa soledad, en ese silencio sentido, oído"... (Composición 12 septiembre 1943).

 

      "La oración es la vocación esencial de mi vida... es la fuente en donde se sacia mi sed de almas... Siempre me ha gustado hacer de mi vida un himno no interrumpido de amor y gratitud... Aún de mis miserias hago un himno de gratitud" (Composición 12 septiembre 1943).

 

      "El habla al corazón, porque su voz sólo se puede escuchar en el silencio... El alma enamorada de Dios... se retira a solas con Dios" (Comentario a la Regla, 22).

 

      "¡Qué bien se siente el alma que ama testificando a Dios su amor, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, sobre todas las cosas, desde el abismo de mi nada" (NI 32/2).

 

      "La vida de oración, de sacrificio oculto, de humildad, de negación, de obediencia, deberá hacer las delicias de su alma, vivificando sus actos todos EL AMOR, esa caridad, que es la única que da el mérito de nuestras obras, por pequeñas que sean en sí mismas" (NI 7/28).

 

      "Nada distraerá a las almas escogidas de la presencia de su Dios, de su amor, de su intimidad; con él trabajarán, sufrirán, orarán" (NI 5/12).

 

      "El Padre nos amó, nos revistió de su propio Hijo; o bien, nos tomó y nos encerró a todos juntitos en el mismo corazón de su amado Hijo. Allí siempre nos verá a través del Hijo amado, con grande complacencia, porque es a su Hijo a quien contempla" (EE/50/55).

 

      "No hay punto de meditación que más impresione el alma y la levante más allá de las regiones etéreas como la contemplación de la naturaleza... En cada una de las creaturas vemos a Dios, su sello, su huella, su amor, su ternura" (NI 73/14).

 

      "Tú, Señor, puedes también reducirme a cenizas, consumida por tu amor. Y me arrojo en sus brazos, llena de confianza, pegando mi corazón fuertemente contra el suyo, pidiéndole me quemara, me incendiara, me consumiera, hasta reducirme a cenizas, siendo así la felicísima víctima de su amor" (NI 36/5).

 

      "Que tu vida sea oración toda ella, aun en medio de tus ocupaciones, por las elevaciones de alma tranquila y en paz con Dios" (CP).

 

      "Seamos YA, intensamente almas de oración, de fe, de confianza; almas que sólo busquen el amor y vivan para el amor" (CC jun. 1978).

 

      "Nunca serás testigo de Cristo ante tus hermanas si no vives la vida de Cristo, y esto, superabundantemen­te" (CP).

 

                         Para la reflexión personal

 

1º) ¿Qué experiencias encuentras en tu vida de cómo Jesús habla al corazón?

 

2º) ¿Qué te ayuda más y qué te estorba más para escuchar las palabras de Jesús?

 

3º) ¿Qué etapas señalarías en el camino de la oración para llegar a la unión íntima con Jesús?

 

                         Para la reflexión en grupo

 

1º) ¿Qué notas características encuentras en la oración de nuestra Madre?

 

2º) ¿Cuáles son los rasgos más imitables de su oración contemplativa?

 

3º) Señalar frases de nuestra Madre en las que aparece un gran trasfondo evangélico.


4º. SEGUIMIENTO PARA COMPARTIR SU MISMA VIDA

 

      1.- El me amó así. 2.- Me invita a compartir esponsalmente su vida. 3.- "Vivir de él y para él".

 

 

      * "Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron" (Mt 4,19-20; cfr. Mt 19,27; Mc 10,38; Gal 1,16)

 

 

1. El me amó así

 

      La vocación es un don de Jesús. El nos conquista para que le sigamos incondicionalmente, mostrándonos su amor de totalidad. Porque "nadie tiene mayor amor que quien da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).

 

      El nos amó hasta "dar la vida" (Jn 10,11). Esta donación no era de palabras, sino de hechos: vivió pobre para decirnos que, al no tener nada, se nos da él (Mt 8,20); nos amó sin buscar sus preferencias, sino siempre obediente a la voluntad salvífica del Padre (Jn 4,34); y en cada instante nos amó con amor virginal de Esposo que corre nuestra misma suerte (Mt 9,15).

 

      Este amor de Cristo a su Iglesia es para hacerla su esposa inmaculada: "amó a la Iglesia y se entregó por ella para consagrarla a Dios... sin mancha ni arruga ni cosa parecida; una Iglesia santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). Importa mucho enterarse de este amor: "me amó y se entregó por mí" (Gal 2,20).

 

       Es posible responder a este amor cuando uno se deja conquistar por él. Porque el amor de Cristo hace posible nuestro amor de retorno. "Cuando el alma se sabe amada y sabe que se la ama con amor INFINITO, trata de correspon­der, a la medida de sus fuerzas, a ese mismo amor infinito, amando al Padre con el corazón del Hijo". "¡Oh, Dios mío! Cuando contemplo lo mucho, lo infinito que tú has hecho por mi amor, quisiera ser otro dios para poder corresponder dignamente y, así, teniendo un corazón con capacidad para lo infinito, amarte tanto cuanto tú mereces, cuanto tú te amas". "Me amaste con amor eterno".

 

      Conocer el amor de Cristo no es como conocer ideas o cosas. Al amante se le conoce cuando se acepta su amor. Quien se entrega a Cristo para siempre, es que "ha conocido suficientemente su amor, el amor que Dios le tiene". Entonces ya es posible "dejarse hacer por un Dios que es amor".

 

      Algunos no entienden de entrega gozosa y generosa porque no entienden de amor. Las "obligaciones" de una vida consagrada no son un peso, sino una fuente de alegría, porque "en ella servimos a un Dios que es amor y se nos da por amor".

 

      Quien se ha dejado conquistar por el amor de Cristo, ya no mira tanto lo que deja, sino lo que encuentra: el mismo Jesús, que vale más que todo. Entonces resulta fácil "el abandono de todo lo que no sea él". Se busca a "Cristo pobre, obediente y casto". Se trata de vivir unidos a Cristo Esposo. En su testamento, nuestra Madre nos dejó la línea de conducta de una vida consagrada parecida a la de San Juan de la Cruz: "Ahora, sólo el amar es mi ejercicio".

 

      Cuando se estrena la vocación, se llega a experimentar que ya sólo el amor de Cristo puede llenar el corazón. Lo importante es reestrenar todos los días de la vida esta experiencia de su amor. "Vi que había encontrado el único amor que podía saciarme, el único que podía hacerme feliz". "En el amor me convertiste a ti, en el amor te encontré, en el amor te he vivido y en tu amor quiero morir. En tu amor quiero y te pido se desarrolle la obra que me has confiado, y que, siguiendo la ruta que me has señalado y que hoy me confirmas por San Pablo, no viva más que de amor a ti y a las almas".

 

      Al saberse amado por Cristo Esposo, uno descubre que también los demás son amados con un amor irrepetible. Es Cristo quien nos ama desde cada hermano, y es también él quien quiere ser en mi vida signo de amor para los demás hermanos. Este es el secreto de la vida comunitaria: "El primer elemento de la vida común, es la vocación de Cristo; Cristo llama y elige. La vocación es llamada gratuita a la convivencia con él y, lógicamente, con los hermanos en fraternidad".

 

      En esta experiencia del amor de Cristo, "aprendió el alma, con la ayuda divina, a abandonarse totalmente y sin reservas a su divino amor, con alegría llena de paz". En la vida de Jesús, que "amó hasta el extremo" (Jn 13,1), se descubre que él es "Esposo de sangre", porque hizo de su vida una donación total. Hay que pedirle al Señor que no olvidemos su amor, que "no nos deje salir de su adorable corazón".

 

2. Me invita a compartir esponsalmente su vida

 

      Cuando Jesús subía a Jerusalén para celebrar la Pascua dando su vida, invitó a sus discípulos a correr su misma suerte, a compartir su misma vida: "¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?" (Mc 10,38). Por declararnos su amor, nos invita a pertenecerle esponsalmente: "permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

      Somos los "amigos del Esposo" (Mt 9,15), invitados a las bodas. Nos invita a "vivir familiarmente con él, para pertenecerle totalmente" (Juan Pablo II). Y si nos invita a este seguimiento, es para convertirnos en signos de cómo ama él. Su amor no admite recortes ni descuentos. Defectos los habrá siempre en nosotros, pero hay que desterrar la tacañería, para poder corregir los demás defectos.

 

      Si Cristo Esposo, por amor, vivió casto, obediente y pobre, así quiere que sean sus amigos íntimos, su esposa la Iglesia, especialmente por medio de una vida consagrada. Dice San Pablo: "os he desposado con Cristo, como una virgen casta" (2Cor 11,2).

 

      Por la vida consagrada, el corazón se estrena de verdad en el desposorio con Cristo. "Por una providencia amorosa suya pude entregarle un corazón virgen, que jamás había pertenecido a criatura alguna, y se lo entregué con esa donación total, absoluta e irrevocable, como a mi único dueño". Sólo el amor esponsal a Cristo da sentido a la vida de castidad o virginidad. "Ese corazón en adelante no querrá pertenecer más que a su amado". Ya se quiere "pertenecer por entero al Señor". Este encuentro esponsal con Cristo prepara "ese feliz encuentro con el Esposo amado" en el más allá.

 

      Quien ama así a Cristo, "es inmensamente feliz" y, a imitación suya, "le consagra sus horas sirviendo al prójimo". En quien se desposa con Cristo, los pobres, los enfermos, los no creyentes y todos los demás hermanos, ya pueden encontrar el signo claro de cómo amó el Señor. "El cuidado y atención a los enfermos es un campo de aposto­lado que proporcionará a las hermanas la oportunidad de ejercitar y manifestar el amor con que Cristo nos ama".

 

      Al seguir a Cristo esponsalmente, se comparte su misma vida, sus amores, sus preocupaciones, su donación, hasta "participar en su pasión, en su muerte y en su gloria". "Nuestra vida tiene que tener como ideal, como ejemplar, a Cristo, a Cristo resucitado; contemplarlo en la gloria de su resurrección, para animarse a seguirlo en su vida de trabajos, y afrentas, y menosprecios".

 

      La imitación de Cristo es ya una cuestión de amor. Los que se aman, o son iguales o se hacen iguales. Para "hacer las delicias de Jesús", especialmente "en las cosas pequeñas", hay que vivir en sintonía con él, que vivió obediente y pobre. Estas virtudes hacen "de la esposa de Cristo una imagen fiel de su divino Modelo, en el cual se contempla sin cesar, tratando de copiar sus divinos rasgos".

 

      El camino por recorrer se hace largo, a veces hasta muy difícil. Entones la Santísima Virgen se deja sentir presente como madre tierna y cercana. "Caminemos sin desmayos ni deficiencias por las sendas de perfección, como pequeñitos que somos, llevados en los brazos de la santísima Madre, hasta que podamos cantar, con el coro de las vírgenes, el cántico nuevo del amor, y seguirte, Cordero inmaculado, donde quiera que vayas".

 

      Vale la pena seguir al Señor, aunque sea "con el corazón sangrando", para "ser toda de Dios". Ya nada ni nadie nos podrá quitar este gozo sobre todo gozo de pertenecer solamente a él, de "ser toda y para siempre de Jesús". "Sí, Señor, tú sabes que te amo. Tú sabes que no tengo ya otro deseo que pertenecerte por entero, que ser tuya en absoluto".

 

      El corazón, en su afectividad más honda, ya sólo lo puede ocupar Jesús. Por él, se dejó todo. Ya no se necesitan sucedáneos ni compensaciones. "El es un Dios celoso que quiere habitar por entero el corazón que ha escogido por mansión".

 

      La vida consagrada, si no fuera a partir del desposorio o amistad profunda con Cristo, ya no tendría sentido. "La excelencia de la vida religiosa estriba en los desposorios del alma con Dios, en su unión más íntima con él, en que se abraza la vida de perfección, y en que el alma, asociada más con su Esposo divino y en unión de su Madre celestial, trabaja incansablemen­te por la extensión del Reino de Cristo".

 

3. "Vivir sólo de él y para él"

 

      Del amor esponsal a Cristo, por una vida de castidad o virginidad, se pasa a querer ser y vivir como Cristo Esposo. Si él fue pobre, humilde, sacrificado y obediente, la Iglesia esposa no puede desentonar de esta vida evangélica.

 

      Los Apóstoles "lo dejaron todo y le siguieron" (Lc 5,11; cf. Mt 19,27). El joven rico no se atrevió a seguir, sino que más bien se marchó triste, porque no captó el amor de Jesús que le indicaba que todas sus riquezas eran chatarra. Quien ama de verdad, entiende que el amor sólo tiene una regla: la totalidad.

 

      La obediencia es, en Jesús, una sintonía con los planes salvíficos del Padre, cuya voluntad se manifestó a través de signos pobres. Con un corazón y una vida desprendida de todo bien terreno y de toda preferencia, Jesús supo darse a sí mismo (pobreza) y sin pertenecerse (obediencia). Así mostró su amor al Padre y a nosotros.

 

      Nuestra debilidad es de categoría y de aplomo; pero Jesús nos ha amado y llamado tal como somos. Y él se nos hace "consorte" (Esposo), para compartir nuestras dificultades, perdonarnos, sanarnos, iluminarnos y unirnos a él. Porque él es el primer interesado en nuestra fidelidad generosa y perseverante respecto al desposorio de la vida consagrada. Amar a Jesús con corazón indiviso significa compartir sus amores y también su vida pobre y obediente. Se quiere "ser una imagen fiel, lo más posible, de ese Jesús manso y humilde de corazón, que se dejó abatir y humillar en un grado superlativo".

 

      El seguimiento evangélico de Jesús es "una vida de generosa entrega en la pobreza personal, real, y en la pobreza de espíritu más bella que la primera". Jesús quiso vivir así con María, su Madre y nuestra. Hay que aprender a "usar pobremente de las cosas, sin exigencias". Por esto, "hay que trabajar por adquirir la verdadera pobreza de espíritu, que consiste en estar desasidas de toda cosa creada, de todo afecto de la propia voluntad y aun de los regalos y consuelos de Dios; amar a Dios por Dios y no por sus regalos".

 

      La obediencia es fidelidad a cualquier signo de la voluntad de Dios. Para poder decir "mi Dios y mi todo" (como San Francisco), hay que aceptar plenamente la voluntad divina tal como se nos hace presente. "Dios lo quiere así y, por lo mismo, yo también". Así podremos "decir un FIAT profundo en todo lo que Dios quiere".

 

      Estas virtudes evangélicas son la expresión de una donación total, que "no conoce límites. Y esto por amor a Dios, en unión con mi Madre, y para comprar almas". Así podremos "vivir sólo de él y para él... "no vivir ya sino de Jesús en María, por las almas".

 

      Si Jesús en su vida mortal "no tiene como propio ni un lugarcito donde reclinar su augusta cabeza", a la persona consagrada la pobreza y la obediencia "la tiene despojada amorosamente de todo, absolutamente de todo", y especialmente de sí misma. "¡Dale todo, no dejes nada para ti, aun cuanto te pida mucho! El todo lo merece".


                          Frases de M. María Inés

 

      "Desde que mi alma se dio cuenta de ello, cuando él me atrajo sobre su pecho, cuando dijo a mi oído las dulces palabras de Jesús, vi que había encontrado el único amor que podía saciarme, el único que podía hacerme feliz" (NI 97).

 

      "El Instituto tiene un espíritu que le es muy peculiar; está basado ciertamente en la sencillez evangélica y en la alegría con que... se vive la consa­gración religiosa, puesto que en ella servimos a un Dios que es amor y se nos da por amor" (Nuestra Consagración, 3/2).

 

      "Ven conmigo a la soledad de tu corazón, pues en él quiero yo edificar una celda en donde... pueda YO vivir como Dueño absoluto" (Lira 1ª, II).

 

      "Aprovecha los pequeños sacrificios que se te presentarán durante el día, los cuales, además de perfeccionarla y hacerla crecer en la virtud, se convertirán en monedas por las almas" (Lira, 1ª, VI).

 

      "No abrirás tu boca más que para decir un alegre FIAT" (Lira, 1ª, VII).

 

      "Por amor de Dios, por agradar a El solo... escoge el último lugar, con esa sencillez encantadora... sembrar de rosas deshojadas el paso de Jesús invisible que recorre todos los días y a cada momento, la morada de sus esposas... Te complacerás en ser servicial UNIVERSALMENTE" (Lira, 1ª, XI).

 

      "Procurarás adherirte incondicionalmente a todos sus adorables quereres... Todos los acontecimientos, por penosos que sean, no serán capaces de desconcertarte... que tus labios y tu corazón prorrumpan, no sólo en un FIAT amoroso, sino en un alegre TE DEUM, impregnado de sentimientos filiales... que no se te escape un solo acto, que no esté conforme con el querer de Dios" (Lira, 1ª, XIII).

 

      "Llamada... VENI, no ha dudado en dejarlo todo por seguirlo a EL solo... Todo lo dejó, con el corazón sangrando, pero con entera generosidad... AUDI FILIA... no pensó en otra cosa que en ser toda de su Dios... No tiene otra preocupación que trabajar en los intereses de El, abandonándole por entero los de ella" (Lira, 2ª, I).

 

      "Me pongo en tus manos; me entrego a tu amor, a tu bondad, a tu generosidad; haz de mí lo que quieras, pero dame almas, muchas almas, infinitas almas... y yo te doy mi vida, mi corazón, mi ser todo entero. ¡Haz de mí lo que quieras! Mas déjame vivir y morir en tu amante Corazón"... (Lira, 2ª, VI).

 

      "No tengo más que miseria que ofrecerte, porque esto solo produce mi huerto; pero en medio de mi huerto está mi corazón ardiente que te lo doy por entero. Tómalo, sacrifícalo, sírvete de él, haz con él lo que quieras, escóndelo en el Corazón Purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará... Sé que el más pequeño acto de amor vale más que la conquista del mundo" (Lira, 2ª, VI).

 

      "Yo sólo anhelé hacerte amar de millones de almas... y amarte yo también con amor exclusivo... El será mi posesión y yo seré suya para siempre jamás" (Lira, 2ª, XII).

 

      "La misionera clarisa no cuenta los sacrificios que va a imponerse, no calcula, no hace reservas; LO DA TODO y para siempre... un corazón grande y generoso que quiere darse por entero, en aras de tu amor, y por manos de María" (Homenaje).

 

      "Yo no quiero otra cosa que agradarlo. Lo único que quiero, lo único que amo es: SU SANTISIMA VOLUNTAD, cualquiera que ella sea." (Ejercicios 1944).

 

      "Quiero amarte como te ama tu Madre Santísima; quiero amarte con tu mismo divino Corazón" (Composición 4 abril 1943).

 

      "El alma que vive olvidada de sí misma por darse Dios y con él a los hermanos, es inmensamente feliz. Esa felicidad nadie es capaz de arrebatár­sela, siempre que ella continúe en su vida de sacrificio e inmolación por amor" (Fecundidad en la Castidad 3/6).

 

      "Todas... estudiemos seriamente...si de verdad estamos siguiendo a Cristo, en el despojo de nuestra propia volun­tad, en el abandono de todo aquello que no sea él" (Conclusiones, 5)

 

      "Señor, que haga tu voluntad. Tu voluntad plena, absoluta, TOTAL, en mi alma... MI DIOS Y MI TODO" (NI 208/9).

 

      "La pobreza pone al alma en la dulce necesidad de recurrir a su Padre celestial en todo momento, para toda ocasión, puesto que esta excelsa virtud la tiene despojada amorosamente de todo, absolutamente de todo" (EE/50/106).

 

      "Hay que vivir en un ambiente de abnegación, saber vivir alegremente para los demás, saber ser EL ANGEL DE LAS PEQUEÑAS ATENCIONES, de los pequeños sacrificios, que se presentan continuamente en la vida religiosa y en la vida de familia" (EE).

 

      "No puede haber mayor gracia para un alma que ser esposa de Jesús; no olvidar que ese Jesús está crucificado y tenemos que crucificarnos con él. Lo que nos falta es darnos... totalmente" (CC 18 nov. 1963).

 

      "Jesús, contigo los desgarramientos del corazón serán alegrías; las humillaciones serán alegrías: las privaciones de toda clase, serán alegrías; la misma muerte, será alegría" (EE 1933).

 

                         Para la reflexión personal

 

1º) Recordar alguna escena o frase del evangelio, en la que he experimentado el amor de Jesús.

 

2º) ¿Por qué la vocación de vida consagrada es un desposorio con Cristo?

 

3º) ¿Qué necesitas quitar de tu corazón y de tu vida, a fin de que Jesús viva de verdad en ti y tú en él?

 

4º) ¿Cómo hacer para que las exigencias de la vida consagrada o del seguimiento de Cristo no sean un peso, sino una fuente de alegría?

 

                         Para la reflexión en grupo

 

1º) Concretar cómo, en nuestra Madre, la castidad, la obediencia y la pobreza arrancan del amor de Jesús y expresan nuestro amor a él.

 

2º) ¿Cómo ayudarse en la vida comunitaria para seguir a Jesús como los Apóstoles?

 

3º) ¿Por qué nuestra Madre da tanta importancia a la alegría de pertenecer totalmente a Cristo Esposo?

 

4º) ¿Cómo hacer para no perder el fervor inicial del "primer amor"?


5º. DONACION TOTAL EN LA EUCARISTIA

 

      1. Jesús presente como Amigo y Esposo. 2.- Jesús inmolado por amor. 3.- Hacer de la vida una Eucaristía continuada.

 

 

      * "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él... el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 56-57; cf. Gal 2, 19-20).

 

 

1. Jesús presente como Amigo y Esposo.

 

      La presencia real de Jesús en la Eucaristía no es como una reliquia ni tampoco como un artículo de museo. Se ha quedado bajo signos eucarísticos porque nos ama, para declararnos su amor: "habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, les amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

 

      Al declararse "Amigo", nos declara su amor: "como mi Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor... vosotros sois mis amigos" (Jn 15,9-14). Su presencia real es, pues, la de una esposo enamorado, que reclama nuestra presencia y nuestro amor. Se queda presente en la Iglesia "hasta el fin de los tiempos" (Mt 28,20), especialmente en la Eucaristía. Así recuerda a la Iglesia, su esposa, las nuevas bodas o la "nueva Alianza" sellada con su sangre (Lc 22,20). Es "la más exquisita prueba de su amor", decía nuestra Madre.

 

      Quien ama a Cristo, quiere responder a su amor eucarístico, acompañándole lo más frecuentemente posible. "No quisiera se pasar un instante, sin que mi alma y mi corazón se encuentran ante el augusto altar". Madre María Inés procuraba acordarse de Jesús Eucaristía con frecuencia: "uno estos actos a mi Madre santísima, para que las dos juntas estemos en todos los sagrarios del mundo en perpetua adoración, para que Jesús reciba consuelo aun en sus sagrarios más abandonados".

 

      Hay que aprender a explayarse con Jesús presente en el sagrario. "Quiero ocultar siempre mis penas y mis íntimas alegrías a las criaturas; pero a ti, Jesús Eucaristía, muy por menudo te las referiré... En estas confidencias contigo, Bien mío, comprende el alma por experiencia propia que sólo tú eres capaz de asociarte a nuestras penas y alegrías". Y esto especialmente "en esa hora cotidiana de audiencia particular con Jesús", como es la visita o la comunión: "recréate con él, ábrele tu alma de par en par con todas tus miserias y anhelos; cuéntale tus luchas, tus dudas y alegrías y, en la dulce hora de intimidad a solas con Jesús, ámale por los que le odian, por los que le desconocen".

 

      Nuestra Madre se sentía unida a Jesús en todos los sagrarios del mundo: "quiero, para adorar a mi Dios en todas partes, hacer lo más frecuentemente posible intención de amarlo y adorarlo en todos los sagrarios del mundo, unirme a todas las personas que lo estén adorando, y adorarlo en unión de todas las criaturas". "Me quiero quedar en su sagrario, haciendo estos actos, y no sólo en este sagrario mío, sino también en todos los del mundo, especialmente los más abandonados".

 

      Para ella, el sagrario era su "refugio", no sólo para buscar legítimo consuelo, sino principalmente para darlo: "¡yo seré tu consuelo y mi consuelo serás tú". De este modo esponsal se entregaba "confiada y por entero al Corazón de Jesús Eucaristía".

 

      Cuando se ha experimentado el amor del Señor, uno ya no puede menos que arrojarse confiadamente en su corazón, para no salir más de él. "Mi único cielo es la Eucaristía", decía nuestra Madre. "Sin la Eucaristía (añadía) me sería imposible la vida". "Me entregaba confiada y por entero al Corazón de Jesús Eucaristía. Todo mi anhelo era la Eucaristía".

 

      Jesús se consuela con esos corazones que viven sólo para él. Entonces "salen por el mundo para difundir tu Eucaristía, y para hacerte amar, para darte a conocer". "Con este pan, nuestra alma no desfallecerá en sus empresas apostólicas, por arduas que sean".

 

      En la Eucaristía, Jesús se nos hace "nuestro inseparable compañero del destierro". La Eucaristía "es la cifra y compendio de todas las maravillas de Dios". En ella vemos "al dulce Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien". Jesús, entonces y ahora, "como mendigo busca nuestro amor".

 

2. Jesús inmolado por amor

 

      En la Eucaristía, Jesús hace presente su donación total y sacrificial, que tuvo lugar desde la Encarnación hasta la cruz. Allí está su "cuerpo inmolado" y su "sangre derramada" en sacrificio por amor nuestro (Lc 22,19-20).

 

      Desde el seno de María, se ofreció en sacrificio por nosotros: "me has dado un cuerpo... entonces dije: aquí vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,5-7). El momento de su muerte fue la máxima expresión de este sacrificio: "todo lo he cumplido" (Jn 19,30); "en tus manos, Padre" (Lc 23,46). Siempre pensó en cada uno de nosotros, amándonos "hasta el extremo" (Jn 13,1). Se ha quedado en la Eucaristía para que nuestra vida sea una donación como la suya. "Toda una vida se redime, cuando se consuma en aras de la voluntad santísima de Dios en el altar del propio sacrificio, unido al sacrificio del Gólgota".

 

      Participar en el sacrificio eucarístico significa ofrecerse con Jesús. "Me he ofrecido víctima de amor", decía nuestra Madre. Ella vivía la Santa Misa de este modo: "al ofrecerme como víctima cada día en la santa Misa por las intenciones particulares que en este día tenga mi Jesús, le entrego particularmente también lo que en este día tenga yo que padecer; y así, cuando me sobreviene algo que me hiere más, me sostiene pensar que ese día ha tenido mi Dios alguna intención más apremiante, para cuya consecución necesitaba algo mas fuertecito de nuestra cooperación, ya que, en su misericordia, se digna asociar­nos a su obra salvadora".

 

      La vida consagrada es, de hecho, un holocausto unido al de Cristo. Por esto nuestra Madre describía a los misioneros y misioneras como "clavaditas en la cruz", convertidas en "una hermosa escultura de Jesús crucificado". Si el seguimiento evangélico no fuera "despojarse de todas las cosas materiales", entonces "no habría lugar para su cruz". El dolor, transformado en donación, es el camino para enamorarse de la cruz.

 

      Nuestra Madre pedía al Señor esta gracia: "Enamórame de tu cruz, de tus dolores, de tus desprecios, y mándame lo que quieras, pero que la confianza en ti crezca también hasta lo infinito". Esa era su arma para conquistar las almas. Por esto el sacrificio nos acerca a Cristo y "nos hace amar su cruz y las almas".

 

      La esposa de Cristo, especialmente el alma consagrada como "esposa del Crucificado", está llamada a compartir la misma suerte de su Esposo. "Con el fiat en el corazón" y "con la mira puesta en las almas por conquistar", se aprende a amar a Cristo en el dolor. Entonces "merece ser vivida esta vida".

 

      El apostolado se hace fecundo cuando la vida se ofrece juntamente con el sacrifico de Cristo. Nuestra Madre deseaba "morir de amor al pie del altar", siendo ella, "en unión con la Víctima sagrada", una "pequeña víctima". Ella se ofrecía como "víctima cada día en la Santa Misa". En "el sacrificio del Calvario renovado", se encuentra "la fuente a donde debemos ir a saciar nuestras almas". La vida es "testimonio" ("martirio") cuando transparenta al "Esposo Crucificado". Es "martirio" de una existencia gastada por amor.

 

3. Hacer de la vida una Eucaristía continuada

 

      La comunión no es un simple rito, sino un encuentro personal para entrar en sintonía con la vida y los amores de Jesús. Por comulgar, se vive de su misma vida: "el que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él... el que me come vivirá por mí" (Jn 6,56-57).

 

      El pan y el vino que se han transformado en el cuerpo y la sangre del Señor, simbolizan nuestro trabajo y nuestra vida entera. Al recibirlos en la comunión, ya podemos transformar toda nuestra vida en Jesús, según el mandato del amor. La vida se hace Eucaristía ininterrumpida, "hasta que el Señor vuelva" (1Cor 11,26). La comunión supone un esfuerzo y un compromiso por santificarse y por anunciar a Cristo, para "recapitular todas las cosas en él" (Ef 1,10).

 

      La vida se va centrando en la Eucaristía, como preparando continuamente el pan y el vino que se transformará en Jesús. María, durante nueve meses, fue comunicando a Jesús su misma carne y sangre. Ella es modelo de nuestra vida eucarística. "¡La Eucaristía y María!; ¡María y la Eucaristía!. Estos dos amores fundidos en uno, son el centro donde gravita mi alma con todos sus anhelos".

 

      El consejo que daba nuestra Madre es un programa completo de santificación: "habiendo celebrado el sacrificio de Cristo y alimen­tado tu alma con su cuerpo y sangre, prolonga tu eucaristía durante el día, amando y sirviendo a Dios en tus hermanas". Es posible manifestar este amor, "conseguido ante Jesús sacramentado, modelo y espejo purísimo en el que nos podemos ver a todas horas".

 

      El mismo apostolado se puede resumir en hacer que haya creyentes y comunidades que vivan de la Eucaristía y de la palabra de Dios. Los apóstoles viven sólo para prolongar a Cristo, amarle y hacerle amar. Entonces "salen por el mundo para difundir tu Eucaristía, y para hacerte amar, para darte a conocer". Añadía nuestra Madre: "estoy dispuesta a ir hasta los últimos confines del mundo para llevar tu Eucaristía y tu Madre: no me importan los sacrificios, con tal que los dos vayan conmigo".

 

      La Eucaristía es "el acto central de la Liturgia" y, al mismo tiempo, el centro de la propia vida. Como sacrificio, "es la fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (LG 11). Como presencia permanente y comunión sacramental, transforma toda la vida en complemento del sacrificio de Jesús (cf. Col 1,24). Por esto, "la divina Eucaristía es el más sublime misterio de amor que pudo idear Jesús". En las Constituciones de las Misioneras Clarisas se dice: "El centro y cumbre de la vida litúrgica de las hermanas sea la Eucaristía. En el santo sacrificio de la Misa la misionera clarisa ofrece al Padre celestial, en unión de la divina Víctima, a todos y cada unos de los hombres.  Por todos ofrece los méritos infinitos del Redentor y a todos los baña con su sangre preciosísima".

 

      La maravilla de la Eucaristía consiste en que, por ser el sacrificio de Jesús prolongado en nuestra vida, se convierte en "gozo perenne de tantas y tantas almas que le buscan y aman". Presencia, sacrificio y comunión eucarística, nos hacen vivir transformados en Cristo y acompañados siempre por él. "¡Qué felicidad sentirme una sola cosa con Jesús! ¡Ser él mismo, vivir dentro de él y de él!"

 

      La vida se hace misión a partir de la Eucaristía. Se anhela ardientemente llevar la Eucaristía a toda la creación. "Las almas misioneras le queremos en la conquista de las almas, le queremos además en la Eucaristía para ser su consuelo y sus adoradoras, en el pesebre para ser sus imitadoras y en la cruz para ser sus compañeras de martirio".


                          Frases de M. María Inés

 

      "Ve, Señor, cómo mi alma sólo a ti desea; tu corazón divino será el centro y morada del mío; tu Eucaristía, el blanco de mis pensamientos y de los dardos de mi amor; mi refugio, tu sagrario. ¡Yo seré tu consuelo, y mi consuelo tú serás!" (NI 1932-34)).

 

      "¿Y será posible para la esposa dirigir sus ojos a otro lugar que no sea éste?... Su corazón miserable debe estar estrechando al de su amado; contarle sus deseos. Ahí le debe llevar a diario las almas todas que quiere salvar... ahí negociar por sus intereses, allí pedir instantemente perdón para el mundo entero... Y ojalá ¡Jesús mío! que después de haber vivido siempre en tu presencia, pudiese también morir de amor al pie de tu altar, entregan­do al eterno Padre, a mi amado Padre celestial, en unión con la Víctima sagrada, esta miserable y pequeña víctima" (NI 67-68).

 

      "Quiso dejar este necesario consuelo a las almas buenas; quiso quedarse con nosotros en la Eucaristía para ser nuestro alimento, nuestro sostén, nuestro guía, nuestro amor, nuestro inseparable compañero del destierro" (NI 31/5).

 

      "La oración litúrgica... es ante todo la oración de todo el cuerpo, unida y fundida en la suya. Para realizar a la perfección esta unidad, cuenta la Iglesia con el acto por excelencia de su religión, el santo sacrificio de la cruz, en el cual, por la institución del sacramento de la Eucaristía, el sacrificio redentor ha venido a ser para siempre el acto central de la Liturgia, el medio privile­giado de la acción sacramental de la Iglesia y el centro de la oración cristiana. No sólo ora Cristo, sino se ofrece y se inmola por su Iglesia" (DF nº 35).

 

      "Me entregaba confiada y por entero al corazón de Jesús Eucaristía. Todo mi anhelo era la Eucaristía. ¡Cómo se estrechaba mi corazón con el de Jesús al recibirlo! ¡Cuán infinita es su misericordia para con los pecadores! Sólo el pan eucarístico tiene virtud divina para alimentar nuestras almas. Es el único manjar que puede fortalecer el alma" (NI 10/1).

 

      "Debemos asistir a este santo sacrificio con grande fe; el altar es el Calvario, la sagrada hostia la Víctima inocente que se ofrece; en esa hostia, en ese cáliz, pongamos con entera confianza todos nuestros justos deseos, las obras que hemos emprendido para su gloria" (NI 12/1).

 

      "La divina Eucaristía: sostén, fuerza, calor, vida, dulzura, ternura, amor, inmolación, generosidad, porque la religiosa siente en su ser esos sublimes anhelos" (NI 6/18).

 

      "Incomprensiones, humillaciones, reprensiones sin cuento, tengo ahora que ofrecerte. Si tú no estuvieras en tu Eucaristía, si junto a tu corazón no encontrara la fuerza, ¿qué sería de mí?" (NI 40/6).

 

      "Y con la sagrada Eucaristía, pan de los ángeles, maná celestial, alimento que engendra vírgenes, recibimos el don de Dios por excelencia, la más exquisita prueba de su amor, el cielo todo, ya que el cielo es Dios, y todo él, con sus infinitas perfecciones, con sus divinos atributos, está contenido en esa pequeña hostia que hace la felicidad, la dicha, el gozo perenne de tantas y tantas almas que le buscan y le aman" (NI 74/4).

 

      "Cristo Jesús hace derroche de amor en su divina Eucaristía" (Lira, 1ª, I).

 

      "Ofrece tu corazón a Jesús para que le sirva de altar también, y venga a inmolarse en él" (Lira, 1ª, III).

 

      "Se quedó en la Eucaristía... para seguir desde allí siendo el sostén, el guía, el consuelo de todos aquellos que quieren como El, pasar por el mundo haciendo el bien" (Lira, 1ª, V).

 

      "Hacer de su vida una continua oblación" (Lira, 2ª, VII).

 

      "La Misionera Clarisa va a Misa, y ahí lleva consigo en espíritu, a esos millones de infieles que son, por así decir, el alma de su alma... y por ellos se inmola" (Lira, 2ª, IX).

 

      "He aquí esta pobre víctima que no quiere otra cosa que AMARTE Y DARTE GLORIA" (Ejercicios).

 

      "En unión con la Víctima Sagrada, esta miserable y pequeña víctima" (Composición 18 abril 1943).

 

                         Para la reflexión personal

 

1º) Mi encuentro diario con Jesús Eucaristía, ¿es el momento clave de mi vida?

 

2º) ¿Aprendo a vivir en sintonía con los amores de Cristo, especialmente en la celebración eucarística y en la adoración?

 

3º) ¿Qué falta en mi vida para que sea de verdad una prolongación de la Eucaristía?

 

                         Para la reflexión en grupo

 

1º) ¿Cuáles son las características principales de la vida eucarística en nuestra Madre?

 

2º) ¿Por qué y cómo aprendía el celo de las almas a partir de la Eucaristía?

 

3º) ¿Cómo encontraba el sentido del dolor a la luz de la Eucaristía?


6º. CON MARIA SER IGLESIA MADRE

 

      1.- El amor materno de María. 2.- Conocerla, amarla, imitarla. 3.- Ser Iglesia Madre con María y como ella.

 

 

      * "Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,27; cfr. Gal 4,4-19)

 

 

1.- El amor materno de María.

 

      María ve en nosotros un Jesús viviente por hacer. Su amor materno, su ternura de Madre, es prolongación de su amor a Jesús. "He aquí a tu hijo" (Jn 19,26), significa que Jesús se prolonga en nosotros y que, por tanto, ella continúa siendo su Madre. A María se le ha confiado nuestra vocación.

 

      Hay una "presencia activa y materna" de María en nuestra vida, según la expresión de Juan Pablo II (RMa 1 y 24). Al estar glorificada en Cristo ("Asunta"), ya puede seguir acompañando la vida de cada persona y la historia de cada comunidad.

 

      Toda vocación y toda institución y comunidad eclesial son una historia de amor de Jesús y María. Cuando hay alguna aparición (garantizada por la Iglesia), ello es un regalo para que vivamos lo más importante: María está siempre presente en nuestra vida, como "la Madre más ocupada" (decía el Santo Cura de Ars).

 

      En la historia de toda vocación está María: cuando se inicia (Jn 2,11-12), cuando se tropieza con dificultades (Jn 19,25-27; Apoc 12,1ss), cuando se reciben nuevas gracias del Espíritu Santo para renovarse (Act 1,14ss) y cuando se realiza el apostolado (Gal 4,19).

 

      Nuestra Madre repite con frecuencia la palabra "ternura" aplicada a María: "ternura de Madre", "tierna Madre", "dulce Madre"... Ella sentía continuamente la presencia de María en su corazón y en la institución, como una aplicación del mensaje de la Virgen de Guadalupe: "¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿no estás en mi regazo y corres por mi cuenta?". Nuestra Madre comenta: "Quien dice Tepeyac, dice madre amorosísima y tierna, madre que arrulla y acaricia, madre que sonríe y pro­tege, madre que en la cima del cerro bendito, quiso manifestar toda la ternura que encierra su corazón, hacia un ser pequeñito e insig­nificante" (María, 1).

 

      Oigamos cómo vivía nuestra Madre esta presencia de María: "Sentía a la Virgen Santísima como viviendo en mí". Le parecía oír "con maternal ternura: no temas nada hija, yo seré siempre tu Madre". "Siempre presente mi dulce Madre la Virgen María, pues sin ella no podía orar, ni trabajar, ni nada".

 

      Al vivir continuamente la presencia de María en la propia vida, todo se orienta hacia Jesús. "Esta dulce presencia de María en mi corazón me es tan sentida como la del mismo Jesús". "María no sale de mi corazón porque ve que la necesita su Hijo".

 

      Un momento  especialmente mariano es el de recibir la comunión. Entonces María prepara el corazón y nos acompaña para amar a Jesús con su mismo amor. "Le rogarás... que ella misma espere en tu corazón a su querido Hijo... lo adorarás en los brazos de su santísima Madre". "Cuando empiezo, toda enamorada de María, en este arrebato de amor, es ella quien me lleva a Jesús, y entonces nuestro coloquio pasa a ser entre los tres".

 

      El apóstol vive la presencia de María "como Madre y Maestra y, a la vez, como compañera de viaje". Ella no distrae del Señor, sino que "lo único que desea es llevarnos a Jesús". Todo se hace con María "por los intereses de Jesús". "No nos olvidemos jamás de rogarle a la Virgen santísima que nos acompañe ella misma, que ponga en nuestros labios la palabra persuasiva que ablanda los corazones y en éstos la gracia que necesitan".

 

      El corazón materno de María es el lugar donde se moldean quienes han sentido la misma llamada de M. María Inés: "Por eso he puesto también este rebañito bajo la dirección de María; ella será la única, la verdadera maestra; ella modelará sus tiernos corazones dentro del suyo propio. Que el modelo en que se formen, el modelo inmaculado en que deben vaciarse es: EL CORAZON DE MARIA". Entonces se experimenta, como experimentó Jesús, "el amor de su maternal corazón". "Que nuestro corazón se encuentre con el de su Madre del cielo y en él se expansione".

 

2. Conocerla, amarla, imitarla

 

      Si Jesús nos ha dicho "he aquí a tu Madre" (Jn 19,27), es para que la recibamos como tal, en comunión de vida, dejándola "entrar en todo el espacio de la vida interior" (RMa 45). Cuando hablamos de "devoción" mariana, queremos decir "actitud" y "entrega", para dejarla ser nuestra Madre que nos transforma en Jesús.

 

      Nuestra vocación consiste en conocer, amar, imitar y seguir a Cristo, "como María y como ella" (RMa 92). Le queremos conocer, amar, imitar y seguir tal como es: nacido de María y que asocia a María. Por esto, Jesús nos invita a conocer, amar, imitar y orar a María, para conocerle y amarle más a él. Cuando vamos a ella, por indicación de Jesús ("he aquí a tu Madre"), ella nos invita y ayuda a enamorarnos de Jesús: "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Es Jesús Eucaristía quien invita a ir a María, "como si el mismo Jesús pusiera este impulso en mí".

 

      La verdadera devoción mariana se concreta en el deseo sincero de amar a Jesús, de ser santos: "¡Oh Jesús! Quiero ser santa para ti, en María". Y es que "amando tiernamente a la Madre, llegaremos a conocer y amar ardientemente al Hijo". Decía también M. María Inés: "María me enseña todo: a amar a Jesús, a agradarle en el momento preciso en que me pide un sacrificio".

 

      En la vida consagrada, la devoción mariana posee un tinte especial, porque hay una sintonía especial con el amor que tiene Jesús a María: "él mismo deposita en ellas una partecita del filial amor con que amó a su Madre santísima". Al mismo tiempo, el amor a Jesús se hace más auténtico: "Señor, quiero amarte... como te ama tu Madre santísima; quiero amarte con tu mismo corazón". Al vivir "con ella en una continua y amorosa comunicación", uno esta dispuesto, como ella, a seguir plenamente al Señor: "¡Qué no quisiera hacer por ella!" "¡Mi Señor, te amo con el corazón de tu Madre!".

 

      En María se aprende a "desaparecer", transformándose en Jesús: "María, obra tú en mí, ama en mí, piensa en mí, infunde en mi alma los mismos sentimientos tuyos para que, al encontrarme con el amado de mi alma, me funda toda en él, para que desapareciendo Inés, no quede sino JESUS, para gloria de Dios Trino y Uno". Ya no se quiere "pensar más que en él, vivir con él, de él, por él, pero con María, de María y por María".

 

      La Eucaristía y María se postulan mutuamente: "25 de marzo y Jueves Santo: Jesús nace en el seno de su Madre y en la divina Eucaristía. Si mi alma no fuera un témpano de hielo, esto sería capaz de derretirla de amor". María le dice a Jesús "todo lo que yo le quiero decir". Al mismo tiempo, Jesús "en mi corazón encuentra el cielo de su Madre". Con María se aprende a unirse a "las Misas que se celebren el mundo entero". Basta con hacer de la vida un "fiat" como el de María.

 

      Por ser María Madre virginal de Dios, cuando ora por nosotros es "como omnipotencia suplicante", que nos alcanza las gracias necesarias para la santidad y el apostolado. Así, pues, "todo el fruto lo esperamos de su amor". "Ella ha hecho que el trabajo de sus hijas misioneras no fuera infructuoso". Por esto, nuestra Madre ponía en las manos maternales de María a todas sus hijas: "Virgen santísima de Guadalupe... guarda siempre en tus manecitas que se unen para orar, a todas y cada una de tus hijas".

 

      Se va a María para que ella nos transforme en un Jesús viviente: "Que tu Madre del cielo te enseñe lo que ella supo enseñar a Jesús". Uno se siente identificado con María para aprender a obrar como ella. "A Jesús por María, es el camino más corto, más dulce y más seguro... ¿Qué harías tú, Madre mía, si estuvieras en mi lugar?"... "Una misionera es cristocéntrica, vive enamorada de Dios, pero lo relaciona y ofrece primero a su Madre del cielo, para que lo purifique ella y lo presente a su divino Hijo. No sabe separar a María de su vida diaria, de su apostolado y de su fe".

 

      María "siempre vivió en ese continuo y alegre abandono en su Dios y Señor". Vamos, pues, a ella, por invitación de Jesús, para decirle: "¡Madre mía, haznos como tú!"

 

3. Ser Iglesia madre con María y como ella

 

      Estamos acostumbrados a oír y decir que la Iglesia es nuestra madre. Es una verdad consoladora. Pero si nosotros mismos somos Iglesia, cada uno según su vocación, esta maternidad eclesial es también nuestra, especialmente a través del apostolado. Dice el concilio: "La Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).

 

      De hecho, el apostolado es como una maternidad: comunicar a otros la vida en Cristo. Así lo da a entender San Pablo, cuando, comparándose a una madre que sufre, dice que es con el objetivo de "formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19). María hace nacer a Jesús en las almas por medio del apostolado, puesto que "es Madre por medio de la Iglesia" (RMa 24).

 

      La devoción mariana del apóstol debe, pues, traducirse en actitudes como las de María, imitando principalmente su amor materno, como dice el Concilio: "La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65; cf. RMi 92). Esta actitud mariana del apóstol se concretará, "con María y como María" (RMi 92), en fidelidad a la palabra de Dios y a la acción del Espíritu Santo, generosidad en la entrega y asociación esponsal a Cristo Esposo.

 

      Las orientaciones de M. María Inés van por estos mismos derroteros. El apóstol, además de alimentar en sí mismo una devoción profunda hacia María, procura "llevar a cada corazón, con el conocimiento de María, una confianza ilimitada hacia tan gran Madre". Se trata de "hacer amar a María intensamente... para mejor amar a Jesús". Y afirma nuestra Madre con audacia filial: "por ella, todos los corazones serán un día de Jesús".

 

      M. María Inés deseaba "hacer amar a nuestra divina Madre de todos los corazones". Por esto decía a Jesús: "Yo quiero ser misionera de María, quiero extender, para que tú puedas reinar, su dulce reinado de amor hasta los últimos confines del mundo". "Jesús, te pido, con todo el ardor de mi alma, me concedas amar y hacer amar a tu divina Madre, tanto como nadie lo haya logrado en la tierra. Ella sigue siendo mi Madre" (NI 71).

 

      El mismo celo apostólico sin fronteras, para hacer que Jesús sea conocido y amado de todos, lleva al apóstol a preocuparse para que ella entre en todos los corazones y en todos los pueblos. Los sacrificios misioneros se asumen "en el corazón de María, por las almas".

 

      El apostolado es como una maternidad en la que María sigue actuando como figura de la Iglesia madre: "queremos que este Instituto sea guadalupano, queremos que por sus venas circule tu sangre inmaculada capaz de concebir a Cristo en las almas". En armonía con la Iglesia madre, el apóstol se siente unido a la mediación materna de María: "así trabajaré con mi madre la Iglesia, como hija suya que soy, por el bien espiritual de sus otros hijos que se han apartado de su regazo". Y le pide a María su mismo amor materno: "dame tu amor de Madre y yo te conquistaré todas las naciones". Por esto hay que modelarse en el corazón de María: "Que todos te entreguen con filial amor sus trabajos apostólicos, que vayan a vaciar diariamente en tu corazón inmaculado, el suyo tan pequeñito... quiero sacrificarme en el corazón de María por la salvación de las almas".

 

      Los trabajos apostólicos de cada día los recoge la Santísima Virgen en su "amante corazón", y así, con ella, se negocia "la salvación de las almas". En los coloquios con María, el apóstol renueva su celo misionero: "yo quiero, Madre adorada, llevar tu cariño, tu amor, tu delicadeza a todos los pueblos de la tierra; quiero enamorar a todos de ti, quiero decirles cuánto los amas; quiero que te conozcan para que te amen". "¡Cómo quisiera que todos gozaran de tus encantos!". "Déjame, Madre, que te lleve por el mundo entero". "Esos pueblos te esperan... quieren poder llamarte: Madre".

 

      Cuando se anuncia a María en el apostolado, Jesús es "comprendido, saboreado en todos sus misterios de amor: la Encarnación, la Redención, la Eucaristía, la Trinidad".

 

      De María, recibió nuestra Madre esta inspiración: "me comprometo a poner en sus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en estos la gracia que necesiten; me comprometo, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con los que ella tuviere alguna relación, y aunque sea tan sólo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final".

 

      Todo dependerá de nuestro "sí" ("fiat"), a imitación de María: "Nada cuesta si sabemos, como María, decir nuestro fíat desde el primer momento, porque es entonces que nuestro Señor toma la mayor parte de la cruz que él ha querido se nos imponga para la salvación de las almas". "Hay que decir con María un fíat pleno de fe y amor, en el que sin duda esperamos una cruz, pero será siempre una cruz santificadora, salvadora,... para muchas almas".


                          Frases de M. María Inés

 

      "En mis intenciones, es ésta una muy principal: hacer amar a María intensamente, hacerla amar con la docilidad e intimidad del niño, para mejor amar a Jesús... Te pido, Señor, que después de mi muerte me concedas hacer amar a nuestra divina Madre de todos los corazones; y mientras viva, que trabaje por hacerla amar cuanto pueda" (NI 1932-34).

 

      "Nuestro deber es llevar a cada corazón el conocimiento de María, una confianza ilimitada hacia tan gran Madre, para que ella, como lo fue con su Hijo divino, sea la Maestra, la guía, el consuelo" (DEVC 19).

 

      "Al comenzar las faenas diarias, si es posible una a una mientras te dispones a practicarlas, se las entregarás y, cuando ya estén concluidas, las dejarás en su regazo mater­nal, diciéndole: Por tu amor, por los intereses de Jesús, he hecho esto, Madre mía" (NI 20/6).

 

      "Nadie suponga que esta continua presencia de María lo apartará de su Dios, pues lo único que ella desea es llevarnos a Jesús, y así, con María, aprendere­mos a cumplir cada día mejor con nuestros deberes, a amar más a nuestro Señor y a sacrificarnos más por él. Ella será nuestra maestra" (NI 21/10).

 

      "¡Hay tantas necesidades qué encomendar a tan dulce Madre!: su Iglesia, sus sacerdotes, las almas consagradas, la niñez y la juventud, los enfermos, todo el que sufre, los pecado­res, los agonizantes, las almas del purgatorio, nuestro Instituto y a cada una de nuestras hermanas" (CP).

 

      "Dame, Madre, tu retrato guadalupano, dame tu sonrisa, dame tus juntas manecitas, dame tu sonrisa de cielo, dame la plegaria de tu corazón virginal, dame tu celo por las almas, dame tu amor de madre y yo te conquistaré todas las naciones" (NI 46/11).

 

      "Ella, María, será mi aliento, mi fuerza, mi escudo; ella será el timonel de la débil barquichuela que debe llevar a remotas tierras la fe de su Hijo y, con esa fe, todos los inefables consuelos de nuestra sacrosanta religión, siendo uno de los más dulces el amor y confianza en ella" (NI 149/6).

 

      "Tu Madre del Cielo... con maternal y arrobadora sonrisa te invita a que la acompañes a la presencia de su Divino Hijo, para entregarte Ella misma a El" (Lira, 1ª, I).

 

      "Encontrarás con frecuencia la dulce mirada de María que te alienta a proseguir por el camino elegido" (Lira, 1ª, IV).

 

      ... "Mi corazón ardiente que te lo doy por entero... escóndelo en el Corazón Purísimo de tu Madre y Ella lo hermoseará" (Lira, 2ª, VI).

 

      "Nuestra Madre la Santa Iglesia, como Madre amorosísima que es, quiere cobijar con su oración a todos los hijos diseminados por el mundo entero... (La misionera) es como madre amorosa y solícita que vigila, cuida y ama en todo momento al hijito de su corazón... son sus hijos...  en el orden espiritual puede decir que por sus venas corre la misma sangre" (Lira, 2ª, IX).

 

      "La Virgen Morenita... con su maternal solicitud, con su cariño y amor sólo comparable al de Jesús, ha hecho que el trabajo de sus hijas Misioneras no fuera infructuoso... La Misionera acude a Ella como a su Madre dulcísima, a su Refugio seguro, a su Maestra solícita, a su Confidente en donde deposita todas sus penas y esperanzas, todas sus alegrías y amarguras, sus anhelos y miserias. A Ella confía por entero la conversión y santificación de esas almas; está segura de su protección maternal, por eso se abandona por entero en sus manos purísimas, para que sea Ella Quien mueva y trabaje en las almas con ese pequeño y miserable instrumento... (Lira, 2ª, X).

 

      (Jesús) "hizo su corazón (de María) inmenso para que a todos pudiera abrigar; para que todos encontráramos un lugarcito privilegiado, especial, como si fuera el UNICO... Tú irás, Madre querida, en cada una de nosotras, a esos países remotos... Ellas, tus Misioneras... quieren morir esa vida callada y escondida, consumida en trabajos continuos en favor de las almas" (Lira, 2ª, X).

 

      (María) "No se desdeña de ser mi Madre... porque soy fruto de los Dolores de su Hijo y de sus propios dolores... Cuando todo me falte, MARIA SERA MI MADRE" (Composición 6ª).

 

      "Por sólo llevar a mi Madre por todas las partes del mundo... no rehusaría los mayores sacrificios" (Escritos íntimos).

 

      "Fuimos a ver de cerca la imagen de la Morenita. Las llevamos también a todas las ausentes... y las entregué y encerré en sus manos virginales. Después de haberle pedido muchas cosas, terminé por decirle con todas las veras de mi alma; ¡Madre mía, haznos como tú!" (CC 22 abril 1963).

 

                         Para la reflexión personal

 

1º) Mi conocimiento de María ¡es suficiente para fundamentar mi devoción a ella y mi apostolado?

 

2º) ¿En qué virtudes necesitaría imitarla más?

 

3º) ¿La siento cercana en todo el camino de mi vocación?

 

4º) Mi celo apostólico, ¿tiene la seriedad de un amor materno como el de María?

 

                         Para la reflexión en grupo

 

1º) ¿Cómo nuestra Madre bebía su celo misionero en el conocimiento, amor e imitación de María?

 

2º) ¿Qué relación veía ella entre la maternidad de María, la maternidad de la Iglesia y la misión universal a todos los pueblos?

 

3º) ¿Qué relación encontramos nosotros entre el amor a María y el amor a la Iglesia?

 

7º. SED DE ALMAS, MISION SIN FRONTERAS

 

      1.- Los amores del Buen Pastor. 2.- "Que todos te conozcan y te amen". 3.- El precio de las almas.

 

 

      "Tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor" (Jn 10,16; cfr. Jn 19,28; 2Cor 5,14).

 

 

1.- Los amores del Buen Pastor.

 

      La sed de alma o celo apostólico y misionero sólo se aprende en sintonía con los amores de Cristo Buen Pastor: "nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88).

 

      Hay que acostumbrarse a escuchar los latidos del Corazón de Jesús. Sus palabras son tan actuales como hace veinte siglos: "tengo otras ovejas" (Jn 10,16); "venid a mí todos" (Mt 11,28); "vine a traer fuego sobre la tierra" (Lc 12,49); "tengo sed" (Jn 19,28).

 

      Quien ama de verdad a Jesús, no puede menos de sentir la urgencia de su amor por hacer de toda la humanidad su Reino, es decir, una familia de hijos de Dios. "Quien tiene el espíritu misionero, siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia como Cristo" (RMi 89).

 

      Cuando se comprenden los amores de Jesús, entonces se vive de sus intereses. El deseo de amar al Señor del todo (que constituye la santidad) y el deseo de hacerle amar (que es el apostolado) van siempre juntos. Si el Señor nos quiere santos, es "para que colaboremos armónicamente procurando la extensión de su Reino".

 

      Ya no se tienen otros ideales que los de Jesús, como decía nuestra Madre: "son sus propios intereses; y con él me lamento y gimo de no ser santa para salvar muchas, todas las almas". "Lo que a mí me mueve... para trabajar de veras en mi santificación, es lo mucho que le debo a nuestro Señor, la sed que siento por salvarle almas".

 

      A la luz del evangelio, se descubre a Cristo con el amor de su corazón, esperando al apóstol en todos los rincones de la tierra: "quisiera envolver con los brazos de mi amor todos esos lugares en donde palpita el corazón más amante, el corazón divino de Jesús". De la fe en el amor de Cristo, deriva necesariamente el deseo de irradiarle: "que mi vida, al difundirse con la comunicación necesaria con las almas que has puesto a mi cuidado, te irradie con amor inefable ¡Dios mío! ¡Creo en tu amor infinito para mí!". Este es el amor que se traduce en celo misionero, en la aspiración de la voluntad de "asociarse a la obra de la redención universal".

 

      Al descubrir en el evangelio el amor de Cristo, se quiere anunciarlo a todo el mundo: "llevar a todas las almas tu santo Evangelio y con él la comprensión de tu bondad, de tu caridad, de tu ternura". Así son las "almas misioneras" que llevarán el amor de Cristo a todos los pueblos. Esas almas encuentran a Cristo en todas partes. Se desea ardientemente hacerle amar de los que no le conocen. Es el amor de Cristo el que llama a ser "misionera secreta por la oración y el sacrificio", en una "vida sencilla y obscura, trasunto de la vida de Nazaret, para... ser corredentora con Cristo Jesús", aunque sea como "un granito de trigo sepultado en la tierra, pisoteado, despreciado". Concluía nuestra Madre: "los intereses de Jesús son los míos".

 

      "En el corazón de Jesús Eucaristía", aprendía M. María Inés "las ansias de su divino corazón por salvar almas", aunque fuera en "el apostolado del sacrificio sencillo de la escoba y el trapeador, de la cocina y la lavandería, de la huerta y de la granja; todo eso realizado con grande amor".

 

      Es el mismo Jesús quien contagia de sus amores a los que le siguen. "Sí, Señor, tú eres quien ha puesto dentro de mi ser estas ansias que me devoran, este deseo irresistible de que te amen, este anhelo vehemente de llevar tu nombre sagrado, el estandarte de tu amor, a todas las naciones; María, la primogénita del Padre, la Madre de Dios Hijo, la esposa de Dios Espíritu Santo, precederá, como en la encarnación, la entrada triunfal de Jesús en estas naciones paganas".

 

      Así podremos llegar a "ser, por el apostolado, la palabra y los pies de Jesús". Para dar testimonio de Cristo con la propia vida, es necesario apasionarse por él: "misioneros que vivan el espíritu de Cristo, que se apasionen por él". Pero todo esto se aprende de corazón a corazón: "Si su corazón amante vela durmiendo, el de la esposa no debe ser menos vigilante; debe incendiarse en el fuego de su Esposo, para pegar ese fuego sagrado a cuantos corazones existen en el mundo".

 

2. "Que todos te conozcan y te amen"

 

      Cuando el corazón no hace descuentos para amar a Jesús, tampoco tiene fronteras para hacerle amar de todos. A San Pablo le movió siempre este ardor misionero sin fronteras: "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14).

 

      Si "Cristo murió por todos" (2Cor 5,14), sería ridículo que un misionero de Cristo hiciera de sus preferencias un freno para la misión. La "totalidad" es la única regla del amor que impulsa la misión "a todos los pueblos" (Mt 28,19; Mc 16,15).

 

      Solamente "el alma enamorada de Dios, el alma de apóstol" es la que "siente en sus entrañas las ansias inmensas de que todos le conozcan y le amen". Esta fuerza se enciende en el corazón cuando "se retira a solas con Dios", especialmente en el encuentro con Jesús Eucaristía.

 

      El amor a la Iglesia, esposa de Cristo, impulsa al misionero a hacer que todos y en todas partes entren a formar parte de la comunidad eclesial. El lema "oportet illum regnare" ("es urgente que él reine") traza la línea misionera de la Congregación, compartiendo el deber de evangelizar que tiene la Iglesia esposa. La entrega a este trabajo apostólico debe ser "siempre con amor y por amor". "Nuestra Congregación es, por naturaleza, misionera. La razón de ser de la misma, su existencia, sólo se debe al deseo de llevar la buena nueva del Evangelio a quienes no la conocen, de hacer que quienes la conocen, la vivan con plenitud, y de que quienes saben que Dios existe y que Cristo nos vino a mostrar ese amor del Padre, pero lo han olvida­do, lo recuerden".

 

      En nuestra Madre, la palabra "todos" y la frase "todas las almas", aparecen continuamente: "llevar a todos aquellos que aún no conocen a Dios, la semilla de la fe, el santo Evangelio". "Sólo busco tu gloria... dilatarla por todos los ámbitos del globo". "Dame almas, Señor, muchas almas, todas las almas del universo, para que te amen perpetuamente". Este sentido de totalidad en la entrega y en la misión, le hizo intuir el éxito de la misión, a pesar de las dificultades y apariencias contrarias: "Japón tiene que despertar a una gran fe. La Virgen santísima, como lo hizo con sus mexicanos, lo hará un día en estas tierras del sol naciente, y Japón será para Cristo".

 

      La vida es hermosa cuando se gasta por hacer conocer y amar a Jesús. El sufrimiento mayor es el del amor, porque, como San Francisco de Asís, nos damos cuenta de que "el Amor no es amado". Por esto decía nuestra Madre: "si no es por salvar almas, no vale la pena vivir... Que se conviertan todos, Señor, que todos te amen; ¡pero pron­to, Señor! Mi corazón no puede sufrir más que se robe a Dios toda la gloria que esas almas, hechas a imagen y semejanza suya, pudieran darle SI LE CONOCIERAN".

 

      M. María Inés aspiraba a contar con "una legión de vírgenes" para dedicarse plenamente a esa misión. Sus ansias tendían a "que no quedara una sola alma sin convertirse". "¡Señor, que todos te conozcan y te amen!". Y cuando pensaba en tantos pueblos todavía lejos del Evangelio, sentía bullir en su corazón los amores de Cristo: "Tú mismo inspiras a mi alma estos deseos, tú le das esta sed insaciable y sólo tú puedes satisfacerla. Que gocen todos de tus sacramentos, de tu perdón inefable, de las dulzuras de tu Eucaristía. Que, por el bautismo, habite en todos ellos la Santísima Trinidad. ¡Oh pueblos todos!".

 

      Quien quiere identificarse con Cristo, debe vivir de sus mismos ideales y amores: "Cómo debo trabajar para que mi unión con él sea tan estrecha que no pueda pensar, desear, querer, obrar sino en él y por él; que no tenga otras miras en mis intenciones que el acrecentamiento de su gloria y la salvación de las almas, pero en la amorosa intimidad de María".

 

      La palabra "almas" significa las personas humana en toda su integridad, tal como son amadas por Dios, según sus planes de salvación en Cristo. Este es el móvil del misionero. "Será porque las almas son el móvil de mi vida y este anhelo lo llevo muy clavado en el alma". Es el ideal de "trabajar por la extensión de su Reino, por la dilatación de su nombre, procurando por todos los medios que nos sea posible que él sea amado y conocido". "¡Si con el deseo, con el fervor de mi corazón pudiera multiplicarme en todas las naciones, en todos los hogares, en todas las almas y convertirlas todas a ti!".

 

      El celo de las almas tiene sentido esponsal: compartir los deseos de Cristo Esposo. Por esto se desea contar a todos el amor de Cristo: "quisiera tener mil voces y que éstas llegaran hasta los últimos confines del mundo para decir a todos qué dulce eres para los que te aman". "Señor ¡que todos te amen! Estas ansias me devoran, este deseo irresistible de que te amen, de llevar tu nombre a todas las naciones de la tierra". "Nuestro ser de misioneras consiste en amar intensamente a Cristo, imitarle y hacer que todos le conozcan, le amen y le imiten". "Este es el alegre anuncio que toda misionera clarisa debe llevar a todo el mundo: ¡Alegría porque Cristo ha venido!"

 

3. El precio de las almas

 

      Al Buen Pastor le ha costado su sangre la salvación de sus ovejas: "dar la vida" (Jn 10,17). Las frases "cuerpo entregado" y "sangre derramada" significan una vida donada por amor. Decía San Pablo al despedirse de los presbíteros de Efeso reunidos en Mileto: "el Espíritu Santo os ha constituido pastores vigilantes de la Iglesia de Dios, que él adquirió con su sangre" (Act 20,28).

 

      Las "almas", es decir, los seres humanos, han sido rescatadas no a precio de oro y plata, sino a precio de sangre: "sabed que no habéis sido liberados... con bienes caducos, sino con la sangre preciosa de Cristo, Cordero sin mancha ni tacha" (1Pe 1,18-19). El apóstol que no esté dispuesto a arriesgarlo todo por seguir a Cristo y hacerle conocer y amar, no merece el título de apóstol. Ante cualquier dificultad, abandonaría el campo de apostolado o se instalaría en sus gustos y preferencias. El verdadero apóstol "prefiere los lugares más humildes y difíciles" (RMi 66).

 

      Para nuestra Madre, las almas tiene un precio: el sacrificio de sí mismo, a imitación del Redentor. No es tanto cuestión de dolor, cuanto de amor de donación. Las dificultades sólo se pueden superar sabiéndose amado por Cristo, queriéndole amar y hacerle amar. "¡Ah, Señor! Quisiera ser avara por las almas. Quisiera que ellas fueran mi obsesión. Quisiera que ellas me enamoraran de tal manera que sólo pensara en adquirir tesoros de virtudes y méritos para comprarlas todas a mi Señor, y ofrendárselas, como un homenaje de mi reconoci­mien­to, de mi amor, de mi adoración".

 

      El sufrimiento y la dificultad se superan cuando hay amor a Cristo y a las almas. "Será una gloria para nosotros, una alegría para el Señor y, por así decir: monedas de oro para comprar almas para el cielo, si de verdad, toda nuestra existencia nos hace participar en su pasión y en su muerte".

 

      Este amor a las almas ayuda a "hacerse todo para todos" como San Pablo (1Cor 9,22). Se quiere imitar el mismo modo de amar de Jesús: "enséñame a ser como tú, dulcísimo Jesús, que no piense en mí misma jamás, que mis atenciones, mis cuidados, mis amores, sean para las almas que me has encomendado. ¡Sálvalas!".

 

      El "martirio" puede ser, a veces, el precio de las almas. "Religiosa y mártir: he aquí la cumbre de nuestros deseos, salvarte almas". "Tú sabes, Jesús, hasta qué grado ha sido martirio para mí esta sed de almas".

 

      Con la ayuda y el ejemplo de la Virgen Santísima, el trabajo apostólico por las almas se hace fructuoso. "Ya, Señor, apiádate de ellos. Déjame que te diga como tu Madre y en unión de ella: Hijo, estas naciones que también son tuyas, que por ellas diste tu sangre, que son el precio de tus dolores, no tienen el vino de la caridad cristiana porque no tienen la fe, porque no han conocido la verdad, porque no saben que tú riges el universo con un solo acto de tu voluntad, porque no saben que tienen en el cielo el único Dios verdadero, que se hizo hombre para salvar­los".

 

      Nuestra ofrenda no es más que nuestra "miseria puesta al servicio de la misericordia". Pero el amor esponsal de Cristo hace fecunda nuestra entrega. "Yo soy la esposa, tú el Esposo: a ti te toca darme hijas e hijos que se extiendan por toda la tierra, que pueblen el cielo. Me entrego a tu voluntad, no rehuyo los sufrimien­tos, los dolores; quiero ALMAS solamente que te glorifiquen y te alaben eternamente".

 

      Ya no se quiere otra herencia ni otro premio que la extensión del Reino de Jesús. "¡Que todos te conozcan y te amen! Esta es la única recompensa que quiero". "Nuestra entrega a Dios en la virginidad no ha sido... por decepción... Nos hemos entregado a Dios... para ser creado­ras con el Padre celestial. Creadoras, sí, pero de almas que le glorifiquen y le amen en el tiempo y en la eterni­dad".

 

      Cualquier gracia recibida y, especialmente, todo cuanto Jesús ha dado a la Iglesia, se quiere compartir con toda la humanidad. A veces el precio de las almas no es más que el contagio de la sed del Señor. "Las almas tienen un precio muy alto, pero hay que comprarlas a su costo, pues el Señor tiene sed". "Las almas se compran con sacrificios". Para nuestra Madre, esa sed era su martirio. "Esta sed ardiente de almas la considero como una muy grande gracia de su bondad; esta sed viene a serme un martirio, pero un martirio delicioso".

 

      El precio de las almas es la maternidad espiritual del desposorio con Cristo. "Quiere que ames la cruz y que, con tus dolores, cualesquiera que ellos sean, le compres innumerables almas. La maternidad, aun la espiritual, se compra a base de sacrificios. Las almas cuestan mucho y ustedes allá tienen muchas qué salvar". "¡Te ha elegido! Déjate hacer, déjate modelar, déjate sacrificar. ¡Déjate!, déjate en manos del buen Dios y te aseguro que nunca te arrepentirás".

 

      Entonces cualquier circunstancia de nuestra vida ordinaria, aunque sea una "sonrisa", se hace realmente grande apostolado. "Es la predicación del sacrificio oculto". Los horizontes ya no tienen límites, porque el corazón se ha abierto al amor. "Lo importante, hijas, es que no estemos ni un momento pasivas, que recordemos siempre y en todo momento que 'Es Urgente que Él Reine' en los corazones, en las familias, en las comunidades religiosas, parroquiales, diocesanas, nacionales y mundiales" (CC junio 1977).

 

                          Frases de M. María Inés

 

      "Quisiera hacer a mi Dios y Señor una ofrenda de todas las naciones y, para su conquista, no tengo más que mi MISERIA PUESTA AL SERVICIO DE SU MISERICORDIA, pero se la doy de todo corazón, con la convicción plena de que él es po­deroso para obrar maravillas" (NI 96/7).

 

      "Me siento entonces dueña del mundo, porque los intereses de Jesús son los míos, y él lo que anhela es que todos tengamos una inmensa sed de almas y que negociemos incansables esos mismos méritos, que se multiplican en nuestras manos a la medida de nuestros anhelos por salvar esas almas que él ama más que a sí mismo, puesto que dió su vida por ellas" (NI 25/3).

 

      "Sí, que me purifique mi Dios cuando sea necesario; que me haga sufrir lo que quiera, pero que yo sepa sacar de estas cruces LAS MONEDAS de oro con que le compraré innumerables almas" (NI 34/7).

 

      "Sí, no quiero otra herencia, quiero nada menos que todas las naciones, porque quiero que todas ellas sean el trono de CRISTO REY" (NI 96/7).

 

      "Me pongo en tus manos, me abandono a tu amor, a tu bondad, a TU GENEROSI­DAD, haz de mí lo que tú quieras, pero dame almas, muchas almas, infinitas almas. Dame almas de sacer­dotes, de religiosos y religiosas, de jóvenes, de niños, de pecadores; dame todas las almas de los infieles... y yo te doy mi vida, mi corazón, mi ser todo entero. ¡Haz de mí lo que quieras! Pero déjame vivir y morir en tu amante corazón para que ahí se caldee el mío y pueda a mi vez calentar a las almas que se acerquen a mí" (NI 88/1).

 

      "En mis ansias hubiera querido que no quedara una sola alma sin convertirse; que los infieles, los paganos, todos reconocieran a su Dios como su único dueño" (NI 80/1).

 

      "¡LAS ALMAS! Es una marcada vocación que tú, Jesús mío, has dado a mi alma; ¡sencillamente me enamoran!, ¡ellas te costa­ron tanto! Vale infinitamente una sola" (NI 80).

 

      "Todo lo que gano de monedas en el orden espiritual, al momento lo negocio con mi Madre santísima por todos los intereses de Jesús. Así lo he hecho siempre, desde mi conversión, con verdaderas ansias de comprar infinitas almas para Dios" (NI 105/5).

 

      "El galardón que la misionera clarisa quiere recibir de su Padre celestial es las almas, muchas almas que le glorifi­quen eternamente. Ella son el ideal de su vida, la fuerza de su constancia, el centro de sus aspiraciones; porque en su centro encuentra a Dios, al Dios humanado que se abajó hasta nosotros para sublimarnos hasta su divinidad" (NI 154/9.

 

      "Quiere que tú primero te inflames de él para que puedas después irradiarle en muchas otras almas" (Lira, 1ª, II).

 

      "¡Las almas! Si ellas son el centro de sus amores" (de Jesús) ... "A ti te ha elegido para que continúes el trabajo que El empezó" (cita Col 1, 24) ... "¡Qué hermoso ministerio! Hacer que Dios sea conocido y amado... Todo acéptalo con amor y conviértelo en monedas por las almas" (Lira, 1ª, V).

 

      ..."Actos ignorados de todas, pero... negociados en el Banco de las almas" (Lira, 1ª, IX).

 

      "Querer que todos se enamoren de un Dios tan bueno, tan Paternal" (Lira, 1ª, XII).

 

      "Que todas las almas se acerquen a Dios, para que todos gocen de sus bondades y su amor" (Lira, 1ª, XIII).

 

      "La misionera clarisa debe hacerse toda para todos a ejemplo de San Pablo, para ganarlos a todos para su Cristo" (Lira 1ª, XV).

 

      "No hay un alma que haya llegado a la unión con Dios, a la plenitud de la contemplación, que no sienta sus entrañas devoradas por el celo de la salvación de las almas" (Lira, 1ª, XVII).

 

      ... "Obediencia... quehaceres ocultos que... ESTAN CONQUISTANDO AL MUNDO, por el amor sobrenatural con que se ejecutan" (Lira, 1ª, XVIII).

 

      "La vida no merece vivirse, si no se emplea toda ella en conquistar vasallos para el Rey inmortal de los siglos" (Lira, 2ª, IV).

 

      "Que todos te conozcan y te amen, es la única recompensa que quiero. Que todos amen a tu Padre, al divino Consolador" (Lira, 2ª, VI).

 

      "Tú bien sabes, Señor, que yo sólo anhelé hacerte amar de millones de almas, que en todo el mundo fuese revelado tu augusto Nombre y amarte yo también con amor exclusivo" (Lira, 2ª, XII).

 

      "Quiero ser santa como Santa Teresita salvando muchas almas... Que te conozcan y te amen millones de infieles" (Crónicas).

 

      "Las almas son el móvil de mi vida y este anhelo lo llevo muy clavado en el alma" (Ejercicios 1944).

 

      "Deseo inmenso de que todos conozcan a Cristo... Amar intensamente a Cristo, imitarle y hacer que TODOS le conozcan, le amen y le imiten para que Cristo sea todo en todos... Darle a todo un valor universal" (Circular 1974).

 

      "Misionera secreta por la oración y el sacrificio, se entrega de lleno a esa vida sencilla y obscura, trasunto de la vida de Nazaret... Esta es la renuncia decisiva, alegre, deliberada, plena para no vivir sino de Jesús y en María, por las almas" (Recuerdos, 28 marzo 1943).

 

      "Si tú quieres, Dios mío, servirte de mí, pobre y miserables criatura, como de un instrumento para tu gloria, di solamente a mi alma ansiosa de hacerte conocer y amar... las palabras del salmista: Anuntiate inter gentes gloriam eius... Manejando Tú este inútil instrumento, que sólo se dejará llevar y traer, y no querrá poner ningún impedimento a tu voluntad santísima, las almas se rendirán a tu amor" (Composición 12 septiembre 1943).

 

      "Religiosa y mártir: he aquí la cumbre de nuestros anhelos. Salvarte muchas almas... Si quisieras que fuera sólo Misionera por la oración y el sacrificio, heme aquí" (Composición 12 septiembre 1943).

 

      "De lo poco que hago por Dios no quiero atesorar nada... Todo lo que gano de monedas, en el orden espiritual, al momento lo negocio con mi Madre Santísima por todos los intereses de Jesús. Así lo he hecho siempre, desde mi conversión, con verdaderas ansias de comprar infinitas almas para Dios... Señor, cuando logre, por tu infinita bondad, que millones de almas te amen A LO EXCLUSIVO, déjame que grite llena de gratitud: Venid, escuchad... y os contaré cuán grandes cosas ha hecho él por mi alma. Y ellos, al ver que en este manojo de miserias has hecho gala de misericordia, se animarán a amarte siempre" (Composición).

 

      "Para mí no había dicha mayor que la de poder sufrir y amar POR LAS ALMAS" (14 marzo 1943).

 

      "Jesús le pide, como un mendigo de amor, la moneda de sus sufrimientos... para comprar con ella esas almas" (Comentario a la Regla).

 

      "Acuérdate, Jesús, que todas las almas están vinculadas a la mía propia por el deseo de tu gloria, por mis ansias de salvarlas, por mi anhelo de que se enamoren de ti. Dámelas por herencia. Sí, Jesús, dame almas y quítame todo lo que quieras" (NI).

 

      "¡Qué dicha la tuya cuando al llegar a la eternidad te presente tu amado Esposo las almas que se salvaron con tus sacrificios ocultos, con tus vencimien­tos" (CP).

 

      "No basta el testimonio, es indispensable y urgente una predicación viva. La misionera clarisa se esforzará porque no pase un solo día sin que en alguna forma haya predicado a Cristo" (Cir. 10 mar 1977).

 

      "¡Cómo quisiera que llegáramos a ser, por el apostolado, la palabra y los pies de Jesús... La vida vale la pena vivirla cuando se vive por Dios y por el bien de los hermanos de todas las naciones, como misioneras que somos; y... ¡jamás límites en la entrega y en la lucha por la conquista de las almas!" (CC junio 1977).

 

                         Para la reflexión personal

 

1º) ¿Cómo resuena en mi corazón la sed de almas y los amores del Buen Pastor?

 

2º) ¿Qué obstáculos encuentro en mí para abrirme a la misión sin fronteras?

 

3º) Cuando encuentro dificultades, las sé aprovechar como "monedas" para ganar almas para Jesús?

 

                         Para la reflexión en grupo

 

1º) ¿De dónde nace en nuestra Madre su celo tan apasionado por las almas'

 

2º) Estudiar la dimensión misionera de las instituciones fundadas por ella: Misioneras, Misioneros, Vancalristas.

 

3º) ¿Cómo las dificultades y el sufrimiento eran en ella fuente de gozo y de maternidad, a imitación de María?

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