Lunes, 11 Abril 2022 11:02

I DIOS SE DA A SI MISMO

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I

DIOS SE DA A SI MISMO

 

     1. El modo de amar propio de Dios

     2. Todo es "gracia"

     3. "Si conocieras el don de Dios"

     Meditación bíblica

                             * * *

     Cuando nosotros amamos a una persona, le manifestamos este amor con expresiones de afecto. Al mismo tiempo, nos aseguramos de que esta persona merezca nuestro amor y que lo sepa reconocer. No pocas veces, confundimos amor con utilidad; es una persona importante, simpática, útil... Pero cuando cambian las cosas, nuestro "amor" se esfuma sin dejar rastro. Dios no ama así.

     El amor que nos tiene Dios es totalmente "gratuito". Nos ama porque él es bueno, dándose a sí mismo y sin que se le siga ninguna utilidad. El amor de Dios es donación total, es "gracia". Nos ama definitivamente, tal como somos, desde siempre y para siempre, para hacernos tal como él es.

     San Pablo usa más de cien veces la palabra "gracia" (xaris). Se trata de "la gracia de nuestro Señor Jesucristo", por la que se nos manifiesta "la caridad de Dios", que es "comunicación del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). De este modo, "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, en virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

     A la luz de esta donación divina, descubrimos que todas las cosas son "gracia" o expresión de esta donación y amor. Pero hemos de despertar de un letargo, porque nuestro corazón está inclinado a usar y abusar de las cosas y de las personas, prescindiendo de Dios que se esconde en ellas. Sabe reconocer en cada hermano una historia de "gracia" y de amor divino, es garantía de que hemos comenzado a despertar al amor y a la verdadera vida.

 

1. El modo de amar propio de Dios

     El cristianismo ha aportado una definición original sobre Dios: "Dios es Amor" (1Jn 4,8.16). No solamente ama, sino que es "el Amor", la donación por excelencia, la bondad comunicativa. Nos ama porque es él es bueno. Y ama dándose a sí mismo, con todo lo que es y tiene.

     La máxima expresión de este amor divino aparece en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Esta es "la señal": "Un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre" (Lc 2,12). La pobreza de Jesús en Belén y su desnudez en la cruz, indican el modo característico de amar por parte de Dios: no tiene más que a sí mismo, para darse tal como es.

     Dios ha creado al hombre por amor. Desde el primer momento le ha hecho partícipe de la realidad divina. El pecado del hombre o ha disminuido este amor y donación, sino que entonces Dios ha manifestado con creces su amor, con toda su intensidad de misericordia: "cuanto más se multiplicó el pecado, más abundó la gracia" (Roma 5,20). Por esto "Dios ha enviado su Hijo al mundo, para que el mundo sea salvo por él" (Jn 3,17).

     Este amor es de donación "gratuita", es gracia, que justifica al hombre y le "diviniza", como decían los Santos Padres. Si "el amor de Dios es causa de la bondad de los seres" (Santo Tomás), cuando se trata del hombre, ese amor es fuente de "vida eterna" o vida divina (cf. Jn 3,16).

     La "gracia" no es una cosa, sino el mismo Dios que se nos comunica, transformándonos en él. A partir de una relación personal de Dios, por la que se comunica a sí mismo, el hombre ya puede encontrar sentido a la vida haciéndose relación y donación personal a Dios y a los hermanos. La gracia es relación honda, desde lo más profundo del ser humano, transformado por la acción divina. Dios se nos da capacitándonos para hacernos donación.

     A partir de esta donación y "gracia" de Dios, nuestra vida ya puede hacerse donación, como imitación y participación en el amor de Dios. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, como máxima expresión de la "gracia" y donación divina, hace posible que nuestra vida sea prolongación de su misma vida entregada: "Amaos como yo os he amado" (Jn 13,34).

     Dios, dándose gratuitamente a sí mismo, nos capacita para que nosotros nos demos los unos a los otros con el mismo amor que Dios nos ama. Vivir y morir amando, a ejemplo de Cristo, ya es posible, gracias a Dios Amor, que vive en nosotros y que se nos comunica tal como es. El amor es "gracia", donación eficaz: nos hace semejantes a él que es "el Amor".

     En todas las culturas se encuentran huellas de un Dios que ama y dirige la historia de cada pueblo. En la historia salvífica del pueblo de Israel, según el Antiguo Testamento, estas huelas son especiales, como preparando inmediatamente la venida de Cristo, el Mesías, el Salvador único y universal. Ahí Dios se muestra con amor tierno de madre (Is 49,14-15; 66,13; Deut 32,10-12). Dios es fiel al amor (Deut 4,31; Ex 3,14; 2Sam 7,14). Su amor es "eterno" (Jer 31,3) y "extremo" (Zac 8,2). Es amor de esposo y amigo (Ez 16,8; Os 2,14-19; Is 54,4-10). Es amor de padre que sostiene cariñosamente a su hijo en las rodillas (Deut 1,31; Os 11,1-9; Jer 31,20; Mal 3,17; Sal 102,13).

     Este amor parece "excesivo" (Ef 2,4), pero lo podemos constatar hecho realidad palpable en Cristo. En él "apareció la bondad y el amor de Dios, nuestro Salvador, hacia los hombres" (Tit 3,4). Por este amor, Dios "nos da vida en Cristo" (Ef 2,5). Con este amor, Dios "habla al corazón" (Os 2,14) y hace de él "un corazón nuevo" lleno de Espíritu de amor (Jer 24,7; Sal 50,12). Por este amor y donación de Dios, por esta "gracia", ya podemos ser, por participación suyo, lo que Dios es por naturaleza: amor de donación.

     Dios ama eficazmente, respetando nuestra libertad. Su amor es acción salvífica y misericordiosa, que libera, redime y justifica. Su amor hace posible nuestra respuesta de amor y en el mismo tono de amor. Es un amor trascendente, que fundamenta la libertad y la dignidad del hombre, dando paso a la justicia y a la paz entre los hombres y los pueblos. El amor y la gracia de Dios no destruyen la naturaleza, sino que la llevan a la plenitud. "Porque me amaste, me hiciste amable" (San Agustín).

     Por la gracia, el amor de Dios se hace realidad en el corazón humano. Por Cristo y en el Espíritu, Dios Padre nos hace partícipes de su misma vida. La gracia es la donación del mismo Dios que es misericordioso con el hombre y que se comunica tal como es, divinizando al hombre y haciéndole hijo suyo por amor. La presencia de Dios se hace donación amorosa. El Padre se nos da como Padre del Hijo, haciéndonos "hijos en el Hijo" por obra del Espíritu Santo.

     El amor de donación de Dios no humilla, sino que restaura la dignidad y libertad del hombre. "La bondad de Dios para con todos los hombres es tan grande, que quiere que sus dones se conviertan en mérito del hombre" (San Agustín).

     Se dice que nuestra sociedad ha perdido el sentido del pecado. Ello es debido a que se ha perdido el sentido de la gracia y del amor de Dios. Entonces el hombre pierde la capacidad de admiración, de escucha, de servicio y de donación. Sólo a la luz del amor divino en nosotros, descubrimos la verdadera malicia del pecado, como un "no" a Dios Amor y, por consiguiente, a los hermanos. Sólo los santos han llegado a un experiencia profunda de la ingratitud del pecado, precisamente porque eran sensibles al amor gratuito de Dios. Sin la perspectiva de la gracia, como vida divina participada, rechazada a veces por el hombre, no tendría sentido la reparación de los pecados. Los santos se entregaron a "hacer amar al Amor" (Santa Teresa de Lisieux), al ver que "el Amor no es amado" (San Francisco de Asís).

     Dios nos ama y se nos da en Cristo. Por esto, en Cristo encontramos "el don de Dios", es decir, la "gracia", la filiación divina, la luz, la verdad, la vida, el Amor. Así nos ama Dios. Si estamos "fortalecidos en el hombre interior por el Espíritu... arraigados en la caridad", conscientes y comprometidos en esta "caridad de Cristo que supera toda ciencia", entonces seremos partícipes de "la plenitud de Dios" (Ef 3,17-19). El modo de amar de Dios es a la medida de Dios, para salvar al hombre haciéndole plenamente hombre.

 

2. Todo es "gracia"

     El hombre es "la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24). Las cosas han sido creadas por su amor. Todo es don de Dios, para hacer que el hombre encuentre a Cristo, centro de la creación y de la historia, ya que "en él fueron creadas todas las cosas" (Col 1,16). Todo ha sido creado para que el hombre se construya libremente como imagen de Dios, moldeado a imagen de su Hijo Jesucristo, "para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el Amado" (Ef 1,6).

     "Todo es gracia", diría Santa Teresa de Lisieux. Todo invita a hacer realidad los planes salvíficos de Dios en Cristo. Por esto, en la bondad y belleza de los seres creados, descubrimos el amor de Dios que es su causa y origen. El hombre es una amalgama misteriosa de libertad y de pecado, de grandeza y de limitación, de ansia por la verdad y el bien y de tendencias desordenadas. Así, tal como es, se encuentra en un mundo penetrado por la gracia, que le invita a trascenderse.

     Los dones de Dios son manifestaciones diferenciadas de su amor. Todo es don y "gracia", pero de manera diversa. Dios se manifiesta por medio de la creación y de la historia. Pero ha querido comunicar al hombre, desde el principio, su misma vida divina. La "naturaleza" del hombre no podía vislumbrar ni menos merecer tal privilegio. A parte de este amor y elección de Dios, todo lo humano se diviniza para participar en la misma vida de Dios.

     Hay un misterio de gracia que abarca todo el ser humano desde su creación; pero en el corazón del hombre queda siempre la debilidad y la triste capacidad de rechazar la gracia y el amor de Dios. El "barro", moldeado cariñosamente en la mano de Dios (Sal 2,9; Eccli 33,13; Gen 2,7), sigue siendo barro o criatura quebradiza, que procede de la nada; pero Dios, desde el principio, lo ha besado y le ha infundido su mismo Espíritu de vida, "su misma imagen" (Gen 1,27; 2,7).

     Dios, "con lazos de amor", ha atraído al hombre como un padre eleva cariñosamente a su hijo a la altura de su rostro, para darle un beso, símbolo de una misma vida comunicada por amor (Os 11,4; cf. Gen 2,7).

     La gracia de Dios, como vida divina participada por el hombre, no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona, según la expresión de Santo Tomás. Es un don que realiza su efecto eficazmente, si el hombre no se cierra al amor. Propiamente, el mismo don de Dios es el que hace que el hombre responda libremente, de modo creativa y responsable, desde el comienzo de su existir hasta el final. Pero al hombre le queda también la posibilidad de cerrarse en sí mismo y decir que no que a la gracia y al amor de Dios.

     Todo viene de Dios como de su fuente. Por esto todo es gracia que tiende a hacer hombres libres como hijos de Dios. El bien del hombre consiste en hacerse expresión del amor, de la trascendencia y de la libertad de Dios que es el Amor. El hombre "decide su propio destino personalmente, bajo la mirada de Dios" (GS 14), es decir, guiado por la luz y la fuerza recibidas de Dios.

     En Cristo, descubrimos "el don de Dios" (Jn 4,10). Por Cristo, Dios nos comunica la "vida nueva" en el Espíritu y, por ello mismo, estamos "arraigados y fundados en la caridad" (Ef 3,17). Esta "gracia", como "misterio oculto desde los siglos en Dios", Cristo la manifiesta y comunica "por medio de la Iglesia" a todos los hombres (cf. Ef 3,6-10). Por esto la "gracia" es la esencia del cristianismo y la razón de ser de la Iglesia, como comunidad convocada para anunciar a todos los pueblos los planes salvíficos de Dios. La gracia es el "corazón" del mensaje cristiano para toda la humanidad. Jesús es el único Salvador y el único camino de salvación, que ya se encuentra, como "semilla" y "preparación evangélica", en las culturas y comunidades religiosas, llamadas todas ellas a un encuentro explícito y pleno con Cristo por medio de la fe y el bautismo.

     El hombre llega a ser plenamente hombre cuando se abre a la gracia y al don de Dios. Entonces queda iluminado y "divinizado" (como afirmaba San Justino), es decir, transformado en imagen de Dios según el modelo e Imagen original: Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre (Rom 8,29). "Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios" (San Ireneo).

     Si consideramos la gracia en sí misma, nos encontramos con el misterio de la vida divina que se comunica al hombre de muchas maneras. En cuanto al efecto que produce en nosotros, se trata de la orientación de todo nuestro ser humano hacia Dios, para participar en su misma vida. Dios que se nos da él mismo, haciendo que todo nuestro ser se abra al amor y se esponje en él. Seguimos siendo criaturas, pero ya sumergidos en un proceso de transformación en imagen viva de Dios, como el hierro transformado en fuego.

     La gracia es la misma acción y vida divina que dispone nuestro ser para participar en Dios. Es la caridad de Dios que se nos infunde en nuestros corazones (Rom 5,5). Este "don" de Dios, recibido en nosotros, nos hace partícipes del mismo Dios: "Nos hizo merced de preciosos y sumos bienes prometidos, para que por ellos os hagáis partícipes de la divina naturaleza" (2Pe 1,4). Esta es la dignidad a la que está llamado el hombre: "Conoce, cristiano, tu dignidad y, hecho partícipe de la divina naturaleza, no quieras volver a la vileza de tu antigua condición" (San León Magno).

     Desde que el hombre salió de las manos amorosas de Dios, todo su ser quedó impregnado de vida divina, orientado hacia Dios Amor. El pecado del primer hombre estropeó estos planes maravillosos de Dios. En Cristo, Dios nos hace recuperar "con creces" aquellos dones (Rom 5,20) y nos hace pasar a una "vida nueva". Por la muerte y resurrección de Cristo, Dios llega a nosotros con su voluntad salvífica y misericordiosa, para hacernos recuperar con creces el rostro radiante del primer hombre.

     Nuestra razón no llega a percibir esta orientación "sobrenatural" del hombre, hecho partícipe de la vida divina. Vislumbramos un misterio profundo cuando encontramos en nuestro corazón una sed inexplicable de trascendencia y de Dios. "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no puede descansar hasta encontrarte" (San Agustín).

     Es a través de la revelación del mismo Dios, especialmente por medio de su Hijo hecho hombre, que nos enteramos de nuestro propio misterio. La luz de la fe nos lleva a la vida de la gracia. "Por tu luz, vemos la luz" (Sal 35,10). "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado"... Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22).

     La "gracia" es, pues, un don totalmente "gratuito", como una nueva creación, en cuanto que el primer hombre, ya desde el comienzo de su existir histórico, fue llamado a participar de la vida divina. Su ser de criatura ha sido hecho partícipe de la misma vida del Creador. Desde entonces, toda la creación está orientada hacia este misterio de bondad divina, que nadie hubiera podido sospechar ni merecer. Dios se da gratuitamente y espera del hombre una actitud de donación gratuita expresada en el amor incondicional a los hermanos. Esa es la señal de que el hombre vive su verdadera vida.

     La cercanía de Dios al hombre se ha convertido en inmanencia profunda de amor de donación y de comunicación. El ser del hombre queda salvado al aceptar esta cercanía que lo purifica, ilumina y transforma desde lo más hondo del corazón.

     El hombre ya puede ser plenamente hombre, transcendiéndose a sí mismo según los planes salvíficos de Dios Amor. "Cuanto más la gracia nos diviniza, tanto más nos humaniza" (San Francisco de Sales).

     Hemos sido moldeados eternamente en el corazón de Dios, según el modelo de su Hijo y bajo la acción amorosa del Espíritu (cf. Ef 1,3.14). Nuestra existencia real ha comenzado en el tiempo histórico para realizarnos según los planes eternos de Dios Amor. Ya podemos volver al corazón del Padre, gracias a Cristo que se hace nuestro camino y que nos comunica el Espíritu Santo. "Por él (por Cristo) tenemos el poder de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

     Nuestra participación en la vida de Cristo es luz, vida eterna, verdad, "gracia" que nos Dios nos comunica. Quien cree en Cristo se hacer "portador de Dios", "portador de Cristo" (San Ignacio de Antioquía). Por esto, "el bien de la gracia de un solo individuo es mayor que el bien de naturaleza de todo el universo" (Santo Tomás).

 

3. "Si conocieras el don de Dios" (Jn 4,10)

     Jesucristo ofreció el don de la gracia, "el don de Dios", a una mujer samaritana divorciada por enésima vez. El Señor hizo el mismo ofrecimiento a un fariseo principal, Nicodemo, técnico en problemática religiosa. A éste  le habló de "renacer de nuevo por el agua y el Espíritu Santo" (Jn 3,5). A ambos les invitó a reconocer su propia pobreza, como condición indispensable para  recibir la vida nueva o "fuente que salta hasta la vida eterna" (Jn 4,14). El "agua viva" de la gracia, o "don de Dios" (Jn 4,10) es la salvación en Cristo, dada por Dios a la humanidad pecadora.

     La única condición que Cristo exige para entrar en esta vida nueva es la de tener sed: "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que crea en mí..., manarán de su seno ríos de agua viva" (Jn 7,37-38). La samaritana comenzó a experimentar esa vida nueva cuando reconoció que el agua de su pozo no podría saciarle definitivamente la sed. Por esto le pidió a Cristo el agua viva: "Dame de esta agua" (Jn 4,15).

     A nosotros no nos gusta este modo de ofrecer la "gracia". Nos cuesta mucho reconocer la fragilidad de nuestra naturaleza y, sobre todo, nuestra realidad pecadora. Y no acabamos de "entender" que Dios nos ama tal como somos. Pero Cristo "vino a salvar lo que estaba perdido" (Mt 18,11). La gracia de Dios libera, sana, eleva, santifica y diviniza. Si no fuera así, se convertiría en un adorno más. Dios ama tal como es él y salva al hombre en su misma realidad limitada y pecadora.

     Dios no da su gracia como un "quita y pon", sino como una donación permanente. Es verdad que nos da sus luces y mociones (y a esto le llamamos gracia "actual"), pero, sobre todo, se quiere dar a sí mismo, su misma vida divina participada por amor (esto es, la gracia habitual o estado de gracia). Dios no niega su gracia a nadie; por eso comunica luz y fuerza a todo ser humano para que se abra definitivamente al amor. Dios está presente en cada corazón; pero comunica su vida divina a quien acepte esta presencia amorosa como programa comprometido de donación. Dios quiere personas libres y, por esto, armoniza el poder de su gracia con la libertad del corazón humano. Dios salva al hombre haciéndole verdadero hombre.

     El hombre tiene siempre la tentación de manipular a Dios, haciendo de él una "cosa" o un seguro de vida. Sería como un "bien" más de la creación, aunque fuera el supremo bien. Pero Dios se da a sí mismo, también por medio de sus dones; por esto espera y hace posible una relación personal que sea verdaderamente donación. En el camino de cada ser humano, aún en el más marginado y olvidado, se encuentran las huellas de Cristo presente que, "cansado del camino" (Jn 4,6), se ha hecho consorte de nuestra "sed", para que lleguemos a tener sed de la verdadera vida. En el corazón de cada uno siguen resonando las palabras de Cristo, pronunciadas de tú a tú, de corazón a corazón: "Dame de beber... ¡si supieras el don de Dios!" (Jn 4,10).

     Recibir el "agua viva" de la gracia no equivale a recibir una "cosa", sino a participar en la vida nueva comunicada por Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Sólo él, que vive "en el seno del Padre" (Jn 1,18) y en el amor y "gozo del Espíritu" (Lc 10,21), nos puede contar y comunicar las intimidades de Dios.

     Dios nos llama a una vida "habitual" de relación personal con él, expresada en vida de caridad. La comunicación de su vida no puede reducirse a un paréntesis. La presencia creadora y amante de Dios es eficaz, salvo que el hombre cierre el corazón al amor. Dios espera de nosotros una opción fundamental que se traduzca en orientación radical y dinámica de todo nuestro ser hacia el amor. Por esto, la vida de gracia se llama vida de caridad. Es la vida humana más profundamente vivida.

     Jesús anunció este "evangelio del Reino" (Mt 9,35), que quiere entrar "dentro" de nosotros (Lc 17,21). La justificación" del hombre caído y pecador es fruto de la muerte y resurrección de Jesús: "El Hijo del hombre ha venido para dar la vida en rescate (redención) por todos" (Mc 10,45; Mt 20,26).

     El evangelio de Juan nos resume diferentes encuentros de Cristo con cada ser humano. Es el encuentro de la luz con las tinieblas. Si las tinieblas reconocen su obscuridad, dejan entrar la luz; pero si se obstinan en su ceguera, se quedan en lo que son, es decir, oscuridad. Para poder participar de la vida divina de Cristo, basta con creer en él, aceptando vivencialmente su persona y su mensaje. Entonces nos hacemos partícipes de su filiación divina, porque "de su plenitud recibimos todos, gracia sobre gracia" (Jn 1,16).

     La vida cristiana se convierte en testimonio e instrumento de esta nueva vida en Cristo: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). "Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios" (San Ireneo).

     La gracia comunicada por Cristo es la reintegración ("apocatástatis") del hombre caído, obrada por Cristo y realizada por El Espíritu Santo. Es siempre don de Dios, que requiere y hace posible nuestra colaboración. "La única causa formal de la justificación es la justicia de Dios, por la que somos renovados en los íntimo de nuestro espíritu" (concilio de Trento).

     Hay unidad armónica entre la iniciativa de Dios, la redención obrada por Cristo y la comunicación del Espíritu Santo. En el corazón del hombre, la gracia realiza la unión con Cristo, la santificación por el Espíritu, el perdón de los pecados. Es siempre justificación, que se expresa en actitudes de fe, esperanza y caridad. El amor se manifiesta en la unión de voluntades y en el compartir la misma vida con Cristo.

     En la historia humana encontramos grandes contrastes. Hay quienes se han moldeado en el amor de Cristo y hay quienes se han encerrado en sí mismos. De ahí provienen, respectivamente, las grandes obras en favor de los hermanos y los grandes atropellos. Jesús ha venido para salvar al mundo (Jn 12,47). Pero hay quien se cierra al amor y, por tanto, a la verdadera vida: "No queréis venir a mí para tener la vida" (Jn 5,40).

     La gracia de Cristo ha inaugurado una nueva creación y, por tanto, una nueva relación del hombre con Dios. Es una relación familiar de hijo y amigo, una relación de presencia vivida y amada. Somos hijos "adoptivos" de Dios, hermanos de Cristo y coherederos suyos (Rom 8,17; Heb 2, 11.12). Dios ha tocado nuestro ser haciéndolo partícipe del suyo. Dios se nos hace presente para entablar relaciones de amistad. Nuestro ser más hondo y nuestra experiencia y vivencial relacional, queda orientado hacia el amor. "El corazón se ha afianzado en Dios" (Santo Tomás).

     Jesús hoy sigue ofreciendo esta salvación integral: "¡Si conocieses el don de Dios!" (Jn 4,10). El riesgo del hombre de hoy no es el rechazo directo de Dios, sino el intentar hacer de Dios un artículo más de consumo. A Cristo no le encontraron quienes "amaron más la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Jn 12,43).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Dios nos ama así:

 

     "De tal manera amó dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito... Dios ha enviado su Hijo al mundo, para que el mundo sea salvo por él" (Jn 3,16-17).

 

- El amor de Dios en nuestros corazones:

 

     "El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones, en virtud del Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

 

     "Que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, enraizados y cimentados en la caridad, a fin de que seáis capaces de comprender, con todos los santos... la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,17-19).

 

- Todo es gracia y don de Dios:

 

     "En Cristo fueron creadas todas las cosas" (Col 1,16). "Todo es vuestro..., pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios" (1Cor 3,21-23). "Si entregó a su Hijo a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él?" (Rom 8,32).

 

     "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos en Cristo, según que nos escogió en él antes de la fundación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia" (Ef 1,3-4).

 

- Somos partícipes de la vida divina:

 

     "Nos hizo merced de preciosos y sumos bienes prometidos, para que por ellos os hagáis partícipes de la divina naturaleza" (2Pe 1,4).

 

 

- Renacer a una vida nueva:

 

     "Nadie puede entrar en el Reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu Santo" (Jn 3,5).

 

     "¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice 'dame de beber', tú le pedirías a él y te daría agua viva!" (Jn 4,10).

 

     "Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que crea en mí..., manarán de su seno ríos de agua viva" (Jn 7,37-38).

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